Cirrosis No. 1

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cirrosis sin timón y en el delirio cirrosis diciembre 2012 playa del carmen, qroo. no. 1

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Sin timón y en el delirio, la literatura en reclusión

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Directorio .................................

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Editorial ................................

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Panero: la cárcel congénita ..................................

..................................

.... 10

(María Morote)

La doncella detrás de la cruz ..................................

................................

16

(Arturo Palavicini)

Selección de poemas ...............................

..................................

......................... 18

(Raúl Ortega Alfonso)

Poemas inconexos ..............................

..................................

..................................

... 20

(Marco Fonz)

Yo soy el poeta ..................................

..................................

..................................

......... 21

(Adán Echeverría)

Muestra pictórica ..................................

..................................

..................................

22

(Franco Aceves Humana)

La otra España ..................................

..................................

..................................

......... 26

(Francisco G. Haghenbeck)

Selección de poemas ...............................

..................................

......................... 31

(Amada Hernández Velázquez)

Dos de Juan Grabiel, con queso ..................................

................... 32

(Mauricio Bares)

Estado, mercado, ¿quién manda en el arte? ............... 34

(Paulo Leminski/ Trad. José Manuel Velázquez)

Metal shop .................................

..................................

..................................

..................... 38

(Daniel Espartaco Sánchez)

Intríngulis ........................

..................................

..................................

..................................

.... 40

(Saúl Enríquez)

Tras la reclusión, “la mirada

es más sincera y descarnada”

(Entrevista a Iván Ríos Gascón) ................................

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Impresa en 1a Sur, mza. 227. Col. Ejidal.C.P. 77710. Playa del Carmen, Quintana Roo, México.

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Mauricio Bares (1963, México, DF)Cofundador y director de ediciones_aparte y de A sangre fría, dirige la editorial Nitro/Press. Autor de los libros de narrativa Streamline 98, Sobredosis, Ya no quiero ser mexicano, La vida es una telenovela, y Posthumano (finalista en el Premio Anagrama de Ensayo, España). La novela Anónimo, aún inédita, resultó fi-nalista en el Premio Herralde de Novela, también de Anagrama. En ella se narra la infancia de Anónimo Hernández, hoy mundial-mente conocido por Apuntes de un escritor malo.

Iván Ríos Gascón (1968, México, DF)Autor del poemario Espacios liminares (2002), y de las novelas Tu imagen en el viento (1995) y Luz estéril (2003). Fue productor, guionista y locutor de la estación Rock101. Ha colaborado en los periódicos Excélsior, Reforma, La Jornada, Crónica, El Indepen-diente y El Universal. En las revistas Plural, Hojas de Utopía y Metapolítica, entre otras. Actualmente es comentarista editorial de los programas radiofónicos Colección Nocturna, de Radio Red, y Coordenada 102.5, de MVS Radio, y también columnista del suplemento cultural “Laberinto”, de Milenio Diario, y colabora-dor de la revista Nexos.

Daniel Espartaco Sánchez (1977, Chihuahua)Autor de El error del milenio (2006), Cosmonauta (2011), Gasolina (2012) y Autos usados (2012). Ha sido becario del Fondo Nacio-nal para la Cultura y las Artes de México y del Centro Mexicano de Escritores. En 2005 ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y en 2009 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez.

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María Morote (1985, Madrid, España)Sin oficio ni beneficio, como diría su madre. Estudió literatura en Madrid y Granada, por puro placer. Vino a México buscando no trabajar y para ver mundo. Escribe sobre lo que le duele y lee lo que se le ponga por delante. Radica en Playa del Carmen.

Arturo Palavicini (1970, México, DF)Estudió Ciencias de la Comunicación. Publicó en la revista Arteducto, en Querétaro, en el 2006, y en la revista electrónica uruguaya, La tierra de Absalón, en el 2007. En 2012 ganó el primer lugar en el con-curso de Relato Breve de Ediciones HD, en Málaga, España.

Marco Fonz (1965, México, DF)Tiene publicados 20 poemarios. Sus poemas han sido antologa-dos en México, Italia, Perú, Estado Unidos, Cádiz, Barcelona y Francia. Desde 1995 comparte talleres de poesía.

Raúl Ortega Alfonso (1960, La Habana, Cuba)Poeta y narrador. Mexicano por naturalización, país donde reside desde 1995. Entre sus últimos libros publicados se encuentran La memoria de queso, (Editorial La Torre de Papel, Miami, Florida, 2006); Sin grasa y con arena, (Editorial Velámenes, Palm Beach, Florida, 2010). La editorial Terracota, en México, acaba de publi-car sus novelas Fuácata y Robinhood.com, ésta última finalista del Premio Herralde de Novela 2012. Vive en Playa del Carmen.

Arturo Valdez CastroCarlos Underwood

CreatividadMarco Yah([email protected])

Bruna AvanziMarco Yah

Consejo editorial

Arte

Fichas

directorio

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Francisco G. Haghenbeck (1965, Mé-xico, DF) Creció entre misas y nopales en Tehuacán, Puebla. Tiene publicadas novelas, cuentos infantiles y cómics, con obra traducida a va-rios idiomas. Entre sus libros están: Aliento a Muerte (finalista Premio Casa América 2008); Trago Amargo (premio Vuelta de Tuerca Pla-neta, 2006); El diablo me obligó (Suma); El

caso tequila (Random, 2012) y Hierba Santa: la libreta perdida de Frida (finalista Premio Casa

América 2009), publicada en trece idiomas. Obtu-vo el intercambio artístico en Austria por el FONCA

2010, Beca Ledig House de Nueva York y Sistema Nacional de Creadores de Arte.

José Manuel Velázquez (1978, Querétaro, Qro)Escritor. Maestro en Literatura Contemporánea de México y Amé-rica Latina en la Universidad Autónoma de Querétaro. Coordina los talleres literarios del Instituto Tecnológico de Estudios Supe-riores de Monterrey (ITESM), campus Querétaro, y el Seminario de Creación Literaria. Sus trabajos publicados: Caja de Pandora, (Ediciones Sangremal, 2006); Voz intermitente luz entrecortada, proyecto de videopoesía (2009); We can rewind – Ensayo de me-moria, libro objeto (2010); El norte sobre vacío, la tierra sobre nada (Cosa nostra cartonera, 2012). Editor de la revista para primera publicación Viento Inconstante. Coautor y editor de En el ojo del huracán medida. Antología de la obra poética de Arturo Santana (2012).

Amada Hernández Velázquez (1984, Ciudad Man-te, Tamaulipas)Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Sus poemas han aparecido en revistas y publicaciones electrónicas literarias de España y Estados Uni-dos, y sus reportajes en diferentes revistas de México.

Adán Echeverría (1975, Mérida, Yucatán)Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (Editorial Dan-te, 2002), Delirios de hombre ave (Ediciones de la UADY, 2004), Xenankó (Ediciones Zur-PACMYC, 2005), La sonrisa del insec-to (Tintanueva ediciones, 2008), y Tremévolo (Editorial Praxis– Ayuntamiento de Mérida, 2009); así como el libro de cuentos Fuga de memorias (Ayuntamiento de Mérida, 2006). Participa en los libros colectivos Litoral del relámpago: imágenes y ficciones (Ediciones Zur, 2003), Venturas, nubes y estridencias (ICY-INJU-VY, 2003), Los mejores poemas mexicanos. Edición 2005 (Fun-dación para las Letras Mexicanas y Joaquín Mortiz-Editorial Pla-neta, 2005). Becario del FOECAY (2003), del PACMYC (2004), del Programa “Alas y Raíces a los Niños Yucatecos” (2005), y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en la discipli-na Novela (2005-2006). Es Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho, 2008, en poesía, Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, convocado por la UADY (2007). Ganador del X Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2008 (convocado en 2007). Premio Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002).

Franco Aceves Humana (1965, México, DF)Pintor. Miembro del Sistema Nacional de Creadores a partir de 2006. Premio de Adquisición, sección de estampa del Salón Na-cional de Artes Plásticas de México. Premio, Primer Concurso de Pintura Johnnie Walker/Museo de Arte Moderno. Laboratorio México-Cuba, DSC, México. Becado para la Producción y Apo-yo a Proyectos Culturales del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México. Forma parte de colecciones institucionales como: Museo Nacional de la Estampa, INBA, México, DF, y el Instituto Cultural Mexicano, SER, Nueva York. Su constante tra-yectoria profesional se muestra en galerías privadas y ferias de arte internacionales: ARCO en Madrid y ART BASEL, Miami.

Saúl Enríquez (1979, Cárdel, Veracruz)Actor, director, dramaturgo. Comienza su carrera como actor en el DF y participa en más de 30 obras en los foros más importan-tes del país. En el 2006 emigra a Cancún y funda NuncaMerlot Teatro. Escribe y dirige La Trilogía de la soledad: Poema para tres, Corazón, desazón y Esprinbreiquer. Con estas obras gana la IV y V Muestra Estatal de Quintana Roo. Es dos veces ganador de la beca PECDA y del FONCA para una residencia en NY, Lark Development. Forma parte del programa de dramaturgos interna-cionales de Royal Court Theatre of London. Actualmente, su obra Autopsie de l’Amour (Poema para tres), dirigida por Anne-Laure Teboul, se encuentra en temporada en París, Francia.

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el Marqués de Sade escribió con mierda en las paredes de su celda la palabra madrey la palabra amor y la palabra coño

la palabra libertad la escribió con mierda y dibujó en los labios de la desnudez infinita de la poca luz que le daban de beber los elementos del universo

los versos más exactos del vacíonaturaleza nuestra ausencia/ una habitación en los pulmones del Pacíficoigualitos digo y dices a los pulmones franceses donde vomitó el gran

Donatien Alphonse y en el Caribe un puñado de arena trasunta la concurrida calma matutina

como si nada pasarani siquiera los guitarrazos desesperados de los esclavos fantasmas de los días y los añosentre olores intoxicados de signos sin tiempo entre olores a meados

y mierda de encierro sin son y sinsabor San Reclusorio el viento vela entra abre el puño y se lleva lo transparente la migaja de la oscuridad tan existenciala reclusión inventa lirios hortensias perfumes descalabra corazones teje puentes

y sudarios y cancionesjirafas pájaros tortugas voces coordenadas permanencias pertenenciasniños muertos niñas muertas que los dioses bautizan en un charco de lodo de oro acertijos de alabanzas / ojos de gato reclusión es blues desquiciado

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chattedespreciadtodas las leyesque os tiranizanamour

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en las costillas de la dulce ballena blancapalabra mármol silabeo de árbol y dedo lienzo ensortijada que hace crujir

veloz el monteun nuevo día un nuevo camino para nadie másdesde el reclu norte hasta la Patagonia aprende el preso que se muere y somos todos

el que llevas dentro y fuera y lejos sin sentirse culpable de cara al sol de Egipto reclusión historia reclusión lamentoreclusión de tiempo reclusión destino reclusión casual y al hombre nombra nombre botella rota del deseo la reclusión es exclusión

encuentro y lugar común de la inclusión la reclusión es mundo y contenido y abstinencia y libertad y su coartada el único lugar posible para la real academia de mi chingada ganarecluido pues más de 26 años el Marqués de Sade fue lo que debemos aprender a ser en desbandada cada quien para su lado cada quien por su camino

el espíritu más libre sobre la faz del planeta.

II

no te recluyas en un solo amante, lárgate y fornica con todos los que puedas.renuncia a la cárcel que te ofrecen los corazones bondadosos, escupe en las habitaciones cerradas de los buenos maridos, rompe las cadenas de las promesas eternas, lárgate y fluye como río salvaje, como yegua en celo dándole profundidad a la praderay a la nocheno permitas que códigos de iglesia y de oficina que códigos de bibliotecas que códigos de barra sacrifiquen tu estúpida inocencia de tres pesos santifiquen con venenos tu efímera existencia.quítate el sujetador y que no te importe abrir las piernas cuando traigas falda.que nadie te obligue a seguir un cómo un cuándo un dóndeno te encierres en la cárcel de un solo amante, si puedes correr por la playasi puedes mirar atardeceres amaneceres cada vez que te dé la ganano la cagues si puedes correrte en cualquier braga no te encierres en tus temores deja la puerta de tu habitación abierta por si a cualquiera se le ocurre regresarama si lo quieres y fornica con quien te dé la gana, suficiente tienes ya con tener que atenerte a las prisiones del instinto entrégate y entreguen su deseo a la atracción a sus hormonas.no importa lo que pase: las consecuencias de tus actos no son nunca necesarias.más valen los vicios de los libertinos que las virtudes de los recluidos.

desfógate. entrégate. escapa.

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“Sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [de-berán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cu-chillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez re-sina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arroja-das al viento”.

Foucault cita al comienzo de su libro Vigilar y castigar (1975) la crónica de la condena a muerte del preso Damiens, en 1757, extraída de la Gazzette d’Amsterdam. El ensayo trata la evolución de los pro-cesos penales hacia la prisión moderna, que comen-zaba a gestarse en el siglo XIX. La narración, digna de un buen cronista de torturas públi-

cas, no escatima en de-talles. Los verdugos

privan progresiva-mente a Damiens de sus miem-bros, mientras

viejas de ojos sádicos ob-

servan cómo los caballos se alejan

arrastrando los muslos cercenados del preso y los

niños corretean alrededor del moribundo, o eso imagina el lec-

tor. El frío parricida no se deja amilanar. Aún desmembrado, no asume su culpabili-

dad ante el asombro de jueces y testigos. A punto de morir desangrado, las únicas palabras que dirige a los confesores son: “Bésenme, señores”.

El siglo XIX opera un cambio en estas sublimes condenas públicas. Según explica Foucault, el proce-so que construye la Modernidad hacia una sensibi-lización o desarrollo del plano mental abstracto, da lugar a que el “arte de las sensaciones insoportables” pase a una “economía de los derechos suspendidos”. El castigo del cuerpo se transforma en el castigo del alma y surge la institución como ente que controla las “distribuciones indecisas” de humanos, las ideo-logías no deseadas por el poder. En estas institucio-nes se incluyen los colegios, manicomios, hospitales, asilos y, por supuesto, las cárceles en su versión mo-derna.

La vida de Leopoldo María Panero siempre ha es-tado asediada por ese castigo del alma, donde su vo-luntad animal, su antiego, se ve coartado por el prejui-cio social, tan coartado, que es él el que finalmente elige la institución como lugar donde continuar escri-biendo y abriendo los ojos a otros locos contra una locura impuesta. Cada etapa de su trayectoria poéti-ca y vital está marcada por un intento de control de su alma en colegios de clase alta, cárceles y sanato-rios mentales, por los que sufre un proceso de ena-moramiento cuyo propósito es la aniquilación del yo, su cárcel más excelsa. Como el reo Damiens, imagi-no a Panero pidiendo el beso final que le absuelva de una “vida invivible”, como él la denomina, tras sema-nas en una celda de castigo o con los electrodos pues-tos en sus sienes.

El Desencanto (Jaime Chávarri, 1976) es la pelícu-la que relata la vida de los peculiares miembros de la familia Panero a raíz de la muerte de su padre. Bue-na parte de la cinta trata del excéntrico y controver-tido Leopoldo María, alcohólico, drogadicto y de iz-

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deja vivir, matarle es un acto en defensa propia. Leopoldo María Panero

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quierdas -a ojos de España-, hijo del también poeta pero adepto al régimen de Franco, Leopoldo Panero Torbado. En una de sus escenas, grabada en un bar, le preguntan acerca de su autodestrucción. Siempre fiel a su bagaje literario cita a Artaud: “Yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”.

La escuela

Y sólo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla.

(El loco, Last river together, 1980)

Cuenta Felicidad Blanc, en la película, madre de la criatu-

ra, que diferenciaba el carác-ter de sus hijos por la for-

ma que tenían de salir del colegio, el Liceo Ita-

liano de Madrid. Leopoldo, en un acto incompren-sible para ella,

corría desesperado fuera del recinto y lan-zaba la cartera al suelo, lejos de él. No es muy difícil de entender que el colegio supusiera la sublimación de las es-trechas ataduras mora-les que le imponía una familia franquista a un niño que escribía poe-mas apocalípticos a los tres años y medio. Una etapa de pulsiones pu-ras como la infancia, tan

apreciada por el poeta, se ve marcada por la familia y la escuela: sus primeras cárceles del alma.

La familia Panero hubiera hecho las delicias de Freud. Todos sus miembros son carne de cañón pa-ra las enfermedades mentales. El inconsciente de los padres es el germen de una prole masculina sin des-cendencia que se tilda de esquizofrénica, paranoica y dipsomaníaca que, para quien lo desconozca, es un mal en el que el consumo compulsivo de alcohol se alterna con épocas de abstinencia. Nuevos nombres médicos para la condición de artista.

Durante la Guerra Civil, Leopoldo padre fue acu-sado de recaudar fondos para el Socorro Rojo, organi-

zación ligada a la Internacional Comunista, y librado del arresto por mediación de su madre, el escritor Mi-guel de Unamuno y Carmen Polo, esposa de Franco. Tras un giro en su ideología, motivado por la trágica muerte de su hermano, pasó a ser miembro de la Fa-lange y secretario del Instituto de Cultura Hispánica durante el régimen. Su obra se encuadra dentro de la “poesía arraigada”, aquella del lado de los vencedores de la guerra.

Felicidad Blanc, por su parte, era una despreocu-pada jovencita de la clase alta de Madrid, poseedo-ra de una “cultura de literatura rusa y de amaneceres en Manuel Silvela (una de las mejores zonas de la ca-pital)”, según una inmejorable descripción de su hi-jo menor, Michi. A la muerte de su marido, en 1962, Blanc, que hasta el momento sólo se había preocupa-do por corregir con un ligero gesto de su mano anilla-da la malsonante palabra “parir” por “dar a luz”, tiene que encargarse de la educación de tres hijos, bajo la mirada acusatoria de su estrato social.

Los tres hermanos, debido a la posición de los Panero y su vinculación a los círculos intelectua-les españoles, se educaron en un entorno de cultu-ra desbordante, estrechamente unido a la literatura y a la formación académica tradicional. De ni-ños inventaban obras de teatro para compa-ñeros de escuela y amigos, y escribían libros de enfermedades inventadas. Su dicción y elocuencia son impecables, nada raro vi-niendo de un padre poeta y una refina-da madre. De hecho, los tres continua-rían dedicándose a las letras a lo largo de su vida.

El caso de Leopoldo fue algo más especial. Uno de sus poemas de la in-fancia, según él los mejores son de es-ta época, ya incluía -a los tres años y medio- el tema apocalíptico:

“Los libros hablaban y hablaban/ pero Dios iba

diciendo/ pronto se acabará el mundo”

Una gota de sudor frío correría por la frente de cualquier padre que leyese estos versos de su tierno hijito. Los de Panero, según palabras de Felicidad, no coarta-ron su peculiar talento precoz, sino que recurrieron a mantenerlo en un segundo plano.

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deja vivir, matarle es un acto en defensa propia. Leopoldo María Panero

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No me resisto a incluir otro de sus primeros poe-mas, este ya a la “avanzada” edad de cinco años:

“Mi corazón temblaba y no era un sueño/ fueron muriendo todos los

soldados de la guardia del rey/ y mi corazón seguía temblando”

Parece ridículo calificar de “fatales” los versos de un niño que apenas empieza a hablar. Pese a su pe-simismo, desprenden ya el paradójico vitalismo de la poesía de Panero, la voluntad de toda sabandija por sobrevivir entre las miserias a merced de una miste-riosa fuerza, que él como niño llama “Dios” o “cora-zón” y que se irá encarnando progresivamente en la muerte.

En el colegio, Panero apuntaba maneras. Era un niño curiosamente travieso que unía la creatividad a sus planes pueriles contra la institución represora. “El colegio es una institución penal en la que se nos enseña a olvidar la infancia”, comenta en El Desencan-to. En todos los encierros que sufrió a lo largo de su vida, como un pobre loco más, se vio estigmatizado por las limitaciones que le impusieron, aceptándo-las y amándolas. En este caso, acarrea de por vida su acervo cultural y los métodos de una enseñanza clá-sica que se reflejan en una extraña -referente al extra-ñamiento de Sklovski, como él mismo la describe en el prefacio a El último hombre (1983)- poética, regulada por una técnica particular.

El fallecimiento de Leopoldo Panero Torbado, una especie de ente elevado y dictatorial, deja un pro-fundo trauma en los tres hijos, que heredan de él bi-polaridad, alcoholismo y culpa a partes iguales. Juan Luis, hijo mayor, asume el puesto de su padre y para Leopoldo y Michi supone el fin de la infancia, un fin muy crudo que se une a la adolescencia. Su muerte es una combinación entre una tragedia clásica, contada por los hijos, y puro realismo español a lo Miguel De-libes: un caserón de pueblo, una enfermedad repen-tina, ir a buscar al médico y bajar el cadáver por las escaleras para velarlo, con la mano fría golpeando los barrotes de la escalera. La muerte de los abuelos de todo español está representada en esta historia.

La pregunta es: ¿supo Felicidad Blanc estar a la cabeza de la familia? El adiós al padre es el fin de una etapa próspera y feliz para ellos. Para Panero supone una revelación de la “vida invivible” y el secuestro de su infancia, que recordará con nostalgia pues supo-ne la inocencia pura, la voluntad en la que no existe “bueno” o “malo”: “la infancia se vive y después se so-

brevive”, dice el poeta. El amor a la muerte suple su inevitabilidad y se combina con elementos infantiles en su poesía, como en “Blancanieves se despide de los siete enanos”:

“Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que

palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las

arañas tejen ahora sus azules telas. (…) Los espejos silenciosos, ahora,

qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a ce-

rrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. (…)

A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban.

Está en venta el jardín de los cerezos”. (Tarzán traicionado, 1967).

La niñez se acaba con la presencia de la muerte cara a cara y la certeza de una vida condicionada por el entorno social, en la que Leopoldo María no respe-ta los cánones, por lo que su madre considera necesa-rio reeducarlo en otros presidios.

La cárcel

El fracaso es la más resplandeciente victoria

Leopoldo Panero (El Desencanto)

Panero fue internado por primera vez en un sanato-rio mental por pedirle un porro de marihuana a su tío, tras un intento de suicidio. Éste avisó a Felicidad Blanc con la lapidaria frase: “Lo peor no es que haya intentado suicidarse, sino que se droga”. Sobran con-textos históricos y sociales tras esta cita.

La inexperta e influenciable madre, al parecer ba-jo los efectos de una irracional atracción por las batas blancas, fue en parte la artífice de la cadena de mani-comios y suicidios por los que Panero es bien conocido y a la que añadió el encanto romántico de la heroína y el alcohol. Siempre sería culpada de ello por Leopoldo, acérrimo detractor del “yo” y de los dictados sociales por los que se rigió la decisión de Felicidad.

La cárcel es otro de los presidios del alma en los que el poeta sufre. Previamente al manicomio, en los años 60, en la época del referéndum franquista, Pane-ro fue encerrado en varias ocasiones. En el documen-tal de Chávarri, la familia recuerda amena las causas que le llevaron a prisión, y es que no dejan de estar marcadas por su peculiar tinte paneresco. En una de ellas fue sorprendido con unos panfletos en los que decía “No votar” y que apresuradamente lanzó sobre la masa del pan, en una panadería del lujoso barrio de Salamanca, donde fue retenido hasta que llegó la po-licía. En la otra, Panero llevó a todos los integrantes

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de una manifestación al único callejón sin salida de la calle Bravo Murillo de Madrid, donde fueron atra-pados por las autoridades como ganado esperando al matadero.

El poeta, como muchos hijos de militantes fran-quistas, encontró en la política de izquierdas la ma-nera de darle sentido a un entorno que cambiaba y donde ya no sólo se mezclaban con señoritos de la alta sociedad. Su juventud coincidió con un periodo muy convulso para España en el que los jóvenes co-menzaban a levantarse contra el régimen y empeza-ba a notarse la apertura al extranjero, con otra forma de pensar y, sobre todo, con drogas que servían, en un primer momento, para abrir la mente y, posterior-mente, para desfogar una sociedad de transición en la que todo siguió igual.

Peter Punk es como titula uno de los poemas in-cluidos en el libro Contra España y otros poemas no de amor (1990): sobrenombre perfecto de Panero en su juventud. Sobre él cae la incomprensión de una socie-dad en la que no cree y de la que no ha pedido jui-cio. Quiere amar, pero no lo aman, y quiere vivir, pe-ro lo encierran. Arrastra el lastre de un padre muerto, una infancia perdida y una locura congénita que no es más que aceptación a una muerte inevitable. El refle-jo es la destrucción de su persona y el comienzo de un romance con el final de la vida.

La cárcel y el manicomio acaban convirtiéndose en su refugio literario y en el símbolo sublime de la autodestrucción. En la primera sufrió, como no podía ser de otra manera en una dictadura; sin embargo, no duda en decir que “volvería encantado”. En El Desen-canto, un joven Panero refiere que la cárcel es el úni-co lugar donde se rompen los límites entre lo público y lo privado y donde es posible la amistad. Su gus-to masoquista por la prole de presos -los malditos y degradados- responde a la agresividad que recibe del ente constituido por la sociedad exterior donde el “yo se fortalece y empieza la guerra más inútil y más san-grienta”. Su lucha, sin embargo, consiste en saberse muerto y sentir con crudeza en ese mundo de tinie-blas, sin mediaciones ni intereses:

Y me encontré una mujer frente a mí,/ y le dije: no tengo pelo,/ soy un

pez. Y ella me dijo: conocerás el mar, esa ancha tumba/ en que nada el

Kraken/ y se pierden los barcos./ Y era como descubrir en un barco, de

noche/ a la luz de las estrellas/ que está uno abrazado al diablo,/ a esa

mujer, esa limosna/ que sólo él puede ofrecerme/ y cuya mano acaricia

torpemente/ las cuencas vacías de mis ojos/ en ese albañal que tengo

por juguete/ y por figura; y le dije entonces:/ he tenido comercio con la

nada. (Súcubo, de Piedra negra o del temblar).

Abrazarse al diablo es el consuelo de Panero. Su malditismo, un calificativo muy manido, es refugiarse en los brazos arrulladores de las drogas, el alcohol, el sexo y el suicidio. Despertar de su coma temporal, li-teralmente en el último caso, ya que sobrevivió mila-grosamente dos veces, siempre es motivo de sorpresa para el poeta, es su forma de sentirse, de alguna ma-nera, vivo.

A través de la miseria convierte en bello todo ele-mento maldito. Dice del sexo, en el poema Diario de un seductor: “No es tu sexo lo que en tu sexo busco/ sino ensuciar tu alma:/ desflorar/ con todo el barro de la vida/ lo que aún no ha vivido” (El que no ve, 1980).

Sólo añadiré que las referencias de Panero sobre sexo en El Desencanto y en Después de tantos años, la se-gunda parte de la saga, dirigida por Ricardo Franco, en 1994, son que follaba en el manicomio por un pa-quete de tabaco y más tarde con viejos que se enamo-raban de él, con maricones carcelarios, y que su amor de la juventud lo abandona dejándole jodido a partir de ese momento: “Yo me volví loco cuando me dejó un chulo llamado Luis Ripoll y yo le quería mucho, joder, porque era una especie de muñequito de go-ma”. Lógico y descorazonador Panero.

Ideología y fracaso son los elementos que llevan al escritor a la cárcel, lugar perfecto para recibir lati-gazos, donde se forja la certeza de amor por la muer-te, donde se le priva de los dictados sociales y se exal-ta su exclusión entre el resto de los malditos. Los encierros son claves para su poesía. Panero elabora odas a lo inadmisible en toda su trayectoria poética: Himno a Satán, Bello es el incesto, Necrofilia, La monja atea, El día en el que murieron los masones, o para terminar con el mal de España o el libro Heroína y otros poemas (1992), que encabeza con el prefacio Acerca del Proyecto Hombre, en el que dice que la organización es “algo que empuja más hacia la muerte que la heroína y con muchísima menos valentía”.

Poemas como: “Todo ciervo sabe morir/ pero que al hombre le cuesta/ lo sabe el lento dibujo/ de la agu-ja por mis venas”, merecen la reverencia al poeta más punk y el dedo corazón erguido.

[13]cirrosis

Page 14: Cirrosis No. 1

El manicomio

No tienen los sapos nombre/ cuando

mueren en el monte.

(Últimos poemas, 1986)

Panero vive actual-mente, y por voluntad propia, en un manico-mio, en Las Palmas de Gran Canaria, diagnos-ticado y tratado de di-versas enfermedades

mentales. Quien lo haya visto o leído en las últimas entrevistas sabrá que hace

mucho tiempo que está sedado, cadavérico, desden-tado y se le cae la baba. Abrazando a la muerte du-rante toda su vida, se podría decir, que en su madurez recorre un camino hacia una vulgar vejez, en la que lo cuidan y parece que no va a morirse nunca, harto él mismo de su letanía cascarrabias.

“Me gusta la vida” dice en Después de tantos años, cuando reside aún en el manicomio de Mondragón y puede hablar coherentemente. Panero busca nuevas formas de sentir su sufrimiento a lo largo de su vida. Con su cuerpo viejo enfundado en un pijama raído, rodeado de botellas vacías, en una habitación depri-mente, el manicomio se convierte en una confortable clausura, alejado de los que acusa de su situación: to-da España. La solución más sencilla suele ser la acer-tada y, como dice su hermano Michi, igual de jodido que él en la película, pero más lúcido: Leopoldo no tiene dónde ir y es un pesado.

Del manicomio comenta que los locos sólo sa-ben hablar de “potorros” (coños). En el momento de la grabación da un dato curioso, y es que están altera-dos porque se han enterado de que la locura no existe y que su reclusión es un engaño que llevan años pa-deciendo. Tal vez él se salve de ser un tierno y senil viejo por ser consciente de que para vivir entre locos, según dice forzado por España, debe borrar todo re-cuerdo, sensación o culpa: “No hay más corona de/ espinas que los recuerdos/ que se clavan en la carne/ y hacen aullar como/ aullaban/ en el Gólgota los dos la-drones” (Poemas del manicomio de Mondragón, 1987).

Los procesos de comprensión de la “vida invivi-ble” fueron suicidios, cárceles, electroshocks, heroína y alcohol en su juventud. Cuando el cuerpo ya no es

un sustento material se convierte en la propia cárcel. Se resigna o acepta el lugar en el que le dejan estar tranquilo, aplacando su tristeza enferma y sacando a relucir sus manías de viejo, que no son más que las de cualquier viejo con la suerte o desgracia de ser poe-ta, porque su locura genial se ha convertido en una demencia médica y ahora lo envuelven las desgracias que antes eran deleitables fracasos, de los que era un abanderado. Damos gracias de que a pesar de ser un viejo rancio y gruñón, su poesía siga siendo igual de cojonuda.

“El tiempo y no España dirá quién soy yo”, co-menta al comienzo de Heroína y otros poemas (1992). Hay que decir que la vida de la familia Panero se con-virtió en vox pópuli a raíz de El Desencanto. Además de los que supieron ver en ella la obra maestra, es de suponer que las Felicidades Blanc que siempre han po-blado España se regodeasen durante años en el ejem-plo de Leopoldo María, como si de un anticristo se tratase. El poeta tiene una bella frase al respecto de la crítica injustificada, o ignorante habría que decir, de la que todo español es tan partícipe: “Al parecer toda España ha rodeado amorosamente a la muerte entre sus brazos, la prefieren al sexo y a la vida”. Aún así, parece una excusa muy vaga para un pobre viejo que ya sabía que en los 90 su poesía ya no escandalizaba a nadie.

El manicomio constituye para un Panero madu-ro un refinado albergue de indigentes, donde no des-entona y puede sufrir la vejez a su manera. Esta es una etapa en la que por fin está realmente cerca de su amada muerte, no como humano sino como fuerza vi-tal. La identidad perdida, esencia de su obra, se forja desde la ausencia de recuerdos y sensaciones, como un Siddharta: “Dijo el demonio a la vieja/ desnúdate y baila conmigo/ muéstrame tu cuerpo fláccido/ como una flor se deshoja/ también el diablo es viejo/ y cual tu culo sonrosado/ las lágrimas son de los hombres/ porque llorar no es de viejos” (Noveno poema de la vieja, Guarida de un animal que no existe, 1998).

Dicen de la película de Jaime Chávarri que la his-toria de la familia Panero es la metáfora de una Es-paña traumatizada por la guerra y la dictadura. Un país que lo pudo tener todo, pero en el que pudo más el rencor y el orgullo entre hermanos separados por la ideología política y que, cuando en cierta manera se vio libre, se volvió loca. Su extraño potencial, lla-mémoslo creativo, que había estado reprimido duran-te tanto tiempo, no fue comprendido, es más, fue re-

[14]cirrosis

Page 15: Cirrosis No. 1

pudiado. Cuando se instaura la tradición como norma, la

represión de las ilusiones, de la misma voluntad, se

arraiga en el carácter de toda una sociedad. La ori-

ginalidad de Panero asustaba y, desde un comienzo, le colgaron

el letrero de loco, para salvaguar-dar las conciencias bajo el brazo

protector de la moral.

A la represión, a to-dos los factores ex-

ternos, se le une un p r e s e n t i m i e n -

to precoz de la muerte.

C u a n d o se ven las fo-

tos de la f a m i l i a ,

los ojos de Leopol-

do María no son los mis-

mos que los de sus hermanitos,

ni aunque ten-ga dos años. Ya es-

tá en ellos el aullido de dolor, el proyecto de lo que se

irá fraguando en su adolescencia a través de la autodestrucción, cuando

comprende que el hombre no entende-rá el fin de la vida y que no le dejarán vivir

como el ciervo, al que no le importa su muer-te, pues es parte de su existencia.

Panero se casa con la muerte vital y literariamen-te. Es el lugar donde se encuentra con su género, que le odia pero al que pertenece: “(…) esta/ obsesión per-petua de sufrir por nada, por/ lo que no vale, y lo que no es/ esta muerte, y este/ dulce dolor para nadie y para todos, este dulce dolor como un pecado” (Saint Malcolm parmi les oi-seaux, Last river together). En su mundo bipolar, tampoco separa vida y poesía. Se construye como perso-naje a la manera de sus

ídolos literarios, machacado por la sociedad pero sin cuyo prejuicio no existiría, ni disfru-

taría tanto, por qué no decirlo. “Poeta maldi-to”, le llaman, y lucha por ser recordado como

eso. Cuando Felicidad Blanc murió, Panero, en un acto -a mi modo de ver- más teatral que otra co-

sa, se lanzó a besarla en su lecho de muerte, como si del príncipe de Blancanieves se tratase. El afán por la trascendencia, más como un fantoche literario que mediante la propia obra, lo comparte con sus dos her-manos. El impacto de El Desencanto entre los intelec-tualoides snobs que exageraron el valor de la poesía de Panero -que obviamente tenía-, pero que acentua-ron hasta que cansó, influiría bastante.

El poeta incluye una cita de Baudelaire al co-mienzo de Guarida de un animal que no existe: “La lógica de una obra substituye cualquier postulado moral”. A través de su poesía se libera y libera su vida de los jui-cios sociales que le hacen sufrir. Los antros donde se junta con presos y locos, los desplazados, se convier-ten en el marco perfecto para el sufrimiento que le trae sensaciones y genera su poesía. En ellos aprende lo que le tiene reservado la vida, sufre en su juventud, calma sus alaridos interiores con una aguja, alcohol y desgarros anales.

¿Quién está más loco: él o sus carceleros? ¿Quién hace más daño? El vitalismo del sufrimiento, la pul-sión hacia la muerte, sólo le es permitida en el espa-cio opresor, que se convierte en su hogar. Allí puede desdoblarse y saberse Panero y el personaje Panero: “Yo soy el hombre que mató a Leopoldo María Pane-ro” (Tres historias de la vida real, 1981). Autodestrucción y deconstrucción se vuelven sinónimos y dan senti-do a su existencia, como él mismo afirma, postrado en el bar donde se filmó la cinta de Chávarri, en tanto que, no sin sapiencia, su hermano Michi afirma que para estar desencantado hay que haber estado antes encantado: a Panero le parece un engaño conducirse como le dicta su entorno, le puede más su instinto. Nació desencantado.

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Con la tarde se habían cansado ya los dos o tres colores del campo y los hombres iluminaron la senda con antorchas. Todos en silencio y dejando una prudente distancia con respecto al excelentí-simo Diego de Deza, Inquisidor General de Cas-tilla y León, quien apenas un año atrás, en 1499, había extendido su jurisdicción a los territorios de la Corona de Aragón.

Muchos reconocían en Diego de Deza la mis-ma sangre fría y crueldad que su predecesor, To-más de Torquemada. No había excepciones para el jefe supremo del Santo Oficio. La clemencia era insólita en él. Esa noche, el turno era para Cata-lina Maldonado, una joven campesina señalada por el mismísimo inquisidor como bruja y aman-te de Satanás.

La estaca y el verdugo estaban listos. Cuan-do Diego de Deza llegó al lugar de la ejecución, la gente ya estaba reunida y murmuraban so-bre lo extraño de ese procedimiento. Se estaban omitiendo o acelerando distintos pasos del proce-so tradicional de pena capital. No había testigos, además del excelentísimo Inquisidor General. No se había encerrado a la sospechosa ni se había he-cho un juicio, como era la costumbre. Ni siquiera se le había ofrecido la oportunidad del perdón a cambio de una confesión. Todo había sido muy atípico y presuroso.

Diego de Deza se acercó hasta Catalina y le susurró:

-Dios perdona a los que muestran arrepenti-miento- y mantuvo firme la mirada en la joven.

Ella empezó una mueca que prome-tía ser una sonrisa

de alivio cuando el inquisidor la interrumpió: -Pero yo no soy Dios- y, enérgico, orde-

nó que vaciaran el barril de alqui-trán sobre Catalina Maldonado.

Esa mañana, el in-quisidor había sentido un fuer-

te impulso para

viajar hacia el norte. Sentía que una visita a la comarca de Jacetania le vendría bien, y aprove-charía el viaje a caballo para meditar ese interés que lo mantenía en vilo: ampliar los poderes y la jurisdicción del Santo Oficio a todos los territorios dependientes de la monarquía española: “Hasta Sicilia”, reflexionó.

-Su excelencia, esta es la Villa de Borau- in-terrumpió uno de los auxiliares laicos de Diego de Deza.

Todos bajaron de sus monturas y empezaron el recorrido a pie por la pequeña Villa. Conforme la gente los veía acercarse se santiguaban e incli-naban la cabeza.

Había artesanos trabajando el barro a las afueras de sus casas; niños que acarreaban cestos con granos y frutas. La mirada severa de Diego de Deza se paseaba inquieta de un lado al otro hasta que se cruzó con la de una joven de cabe-llo negro y ensortijado que enmarcaba unos ojos enormes; un par de aceitunas que parecían brillar con luz propia.

El inquisidor avanzó a paso firme directa-mente hasta la muchacha que en ningún mo-mento apartó la mirada.

-Jamás vi que te persignaras- le dijo Diego de Deza en tono seco.

-Lo hice apenas lo vi, su excelencia. Quizá en ese momento no me estaba viendo usted a mí.

De Deza se quedó hipnotizado con la mira-da profunda de la joven; sentía que podía ver el fondo de su alma a través de esas dos hermosas ventanas verdes.

-¿Cómo te llamas, mujer?- preguntó más re-lajado el clérigo.

-Catalina, su excelencia, Catalina Maldona-do- y la muchacha sonrió terminando de fascinar a Diego de Deza.

-¿Qué hacías antes de que llegara, Catalina?

-Lavaba ropa, señor. La ropa de mis herma-nas.

El inquisidor revisaba con la mirada a Cata-lina y se detenía arrebatado por sus pechos. Toda su silueta era un deleite, su cintura, sus piernas fir-mes y torneadas.

[16]cirrosis

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-Me gustaría conocer tu casa y saber cómo vi-ves, Catalina.

La muchacha sonrió nuevamente y le contes-tó con una breve reverencia.

-Será un honor, su excelencia- tomó la ropa todavía mojada y avanzó por las pequeñas calles de la Villa de Borau. El séquito de auxiliares laicos y sacerdotes que acompañaban a Diego de De-za caminaron detrás de él, confusos y haciéndose preguntas entre dientes. El inquisidor no perdía detalle de la figura de Catalina. La seguía total-mente abstraído. Una repentina ráfaga de calor le empezó a subir desde la punta de los pies has-ta la cabeza, sorteando toda clase de adverten-cias y avisos que se encontraba en su camino. Era el cuerpo mismo de su juramento ante Dios que ahora lo molestaba, importunándolo frente a la más magnifica tentación que jamás había visto. Una que ni siquiera habría podido imaginar.

Llegaron hasta la casa de Catalina Maldona-do y la comitiva se detuvo a unos metros de la entrada principal. Diego de Deza miró a toda la comparsa y levantó la mano derecha:

-Esperen aquí- ordenó.

Pasó una hora completa antes de que la puerta de madera se abriera y el inquisidor salie-ra de la casucha. Catalina se quedó en el umbral y con una sonrisa despidió a Diego de Deza.

-Que tenga buen camino, su excelencia- gritó la muchacha a lo lejos.

El inquisidor la escuchó, pero no detuvo el pa-so ni intentó voltear: “Esta es una tarde que dura-rá vívida como un sueño entre todas las tardes”, se dijo.

Al llegar a Castilla y León, el inquisidor se re-fugió en sus habitaciones y ordenó que no se le molestara. Toda la noche y gran parte del día si-guiente repasó una y otra vez cada segundo y ca-da centímetro de la experiencia que acababa de vivir. Las imágenes se revolvían en su mente; los ojos de Catalina, los herejes ardiendo en las ho-gueras; su deber como la mano de hierro de Dios; su deber como hombre imperfecto, débil, proclive al pecado, a la carne, a otro amor que no era el de Dios, pero que parecía más intenso, más real.

-Ya casi no soy nadie- se decía- soy tan sólo ese anhelo que se pierde en la tarde. En ti, Cata-lina, está la delicia y el goce de la vida, como está la justicia y la verdad en el fuego de la hoguera- se decía sollozando.

Forzaba la memoria para recordar lo que había sucedido en la casa de Catalina Maldo-nado, pero algo le bloqueaba el pensamiento; lo atoraba ahí frente a la entrada de la casucha y no podía recordar nada concreto. El siguiente re-

cuerdo coherente y claro que le venía a la cabeza era de él montado a caballo de regreso a Castilla sin poder apartar de sus pensamientos la boca y los senos de Catalina.

Reexaminaba su situación cuando de súbito encontró la respuesta:

-¡Es una bruja!- gritó. -Catalina Maldonado, has tentado con tu carne a la mano de Dios. Yo, Diego de Deza, Inquisidor General de la Santa In-quisición, te persigo, te juzgo y te condeno.

Salió de sus aposentos, a media tarde, y or-denó a su séquito que se adelantara a la Villa de Borau y apresaran a Catalina Maldonado por ser bruja y amante de Satanás.

-¡Quiero que todo esté listo para su ejecución en cuanto yo llegue!- gritó.

El alquitrán escurría por el cuerpo de Catalina cuando empezó a hablar para sí misma algo in-comprensible. Diego de Deza estaba a punto de dar la orden de encender las ramas que cubrían hasta la cintura a la mujer, cuando se acercó nue-vamente a ella:

-Eres definitiva como el mármol, Catalina, tu ausencia entristecerá otras tardes. Todas las tar-des.

Diego de Deza bajó la mano y el verdugo en-cendió el ramaje. De inmediato corrieron las lla-mas y abrazaron a la mujer. Un chirrido empezó a llenar los oídos de los presentes y el inconfundi-ble olor a carne quemada los cercó a todos. El hu-mo se levantó junto con grandes lenguas de fue-go, pero no se escuchaban los gritos de Catalina.

-Perdóname, Señor, por lo que acabo de ha-cer- se dijo con un susurro el inquisidor.

[17]cirrosis

Page 18: Cirrosis No. 1

El rencorSí, sí hace falta el rencor, tanto como la silla eléctrica, la inyección, la soga, el martillo, el

vaso de agua debajo de la cama.

No he visto a nadie sonreír con la bota del prójimo encima de los ojos, aunque después afirme que sí delante de las cámaras.

Quienes aconsejan poner la otra mejilla, dicen que el rencor es dañino, veneno para el alma, bolo fecal que no debe quedar dentro.

Mas se equivocan. Para odiar también hay que tener valor, y hay flores que le deben su

vida al excremento; brotan sobre las plastas que deja el ganado en el potrero, y esa flor

es el orgullo necesario para volver a sonreír, después del chorro de meado sobre el rostro.

DesempleadoNadie le dará trabajo a un viejo como éste, hija mía; ni en los baños de los hoteles de lujo donde el turista de margaritas y mojitos echa la propina en la taza del baño para que no olvidemos la bondad de los hombres. Y mucho menos conseguiré un empleo si se enteran que amo la palabra, que me revuelco en ella más feliz que un puerco chapoteando en su fango. ¿Qué sabe hacer un tipo que ama la palabra?, preguntarán los hombres de negocios. Nada, ni recoger la mierda sabe, se responderán ellos mismos. Y hay algo de razón, hija mía. Confundiré los excrementos con un montón de oro que enseguida correré a devolverle a la mujer de la cintura y el sombrero, mientras afirmo delante del asombro de sus ojos, que se le acaba de caer de entre las piernas.

[18]cirrosis

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Raúl

Ort

ega

Alf

onso

Higiene bucal o Caperucita Roja de la mano con el lobo mientras loacompaña al dentistaQué alegría saber que la patria es un negocio, o una perra sarnosa a la cual se le da una patada, y ella mueve la cola agradecida; o una palabra con ladillas en la boca de los oportunistas, o un globo que se infla para viajar en primera clase hasta el pueblecito de los que tienen casa sobre los precipicios.

Qué gran tranquilidad arrojarse de cabeza en el mapa y no tener hacia dónde nadar, ni tropezarse con una boya puesta por un náufrago, o un coco seco a la deriva que te salga al encuentro sin decirte su nombre.

Y qué orgullo cuando busqué en mí mismo, e introduje la mano hasta ese agujero donde dicen que se esconde la rata que es el alma, y disfruté de un lindo viaje por las alcantarillas.

Desde entonces me levanto temprano y beso a mi mujer, y ella me dice, sonriendo, que ya no tengo en la boca ningún sabor que le recuerde la amargura.

Pequeñas diferenciasDios es un tipo que siempre te perdona porque ese es su negocio. Sólo pide a sus embajadores en la Tierra que

exijan la rodilla en el piso, la mejilla más sana, sin importarle si tú eres el único culpable de que el mundo se haya convertido en la letrina de todas

las estrellas.

El hombre no. El hombre cuando otorga el perdón es cuando más seguro está del valor de su odio.

[19]cirrosis

Playa del Carmen, agosto, 2012.

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No te quiero contar nadapero te digo algo:

Reconstruir al hombre agazapado en el hombre.

En el reflejo plateado del odiodescubierto al finmordiendo al vivaz cadáver.

Un infarto a contraluz es un insecto en el flotar del tiempo.De aire es el esqueleto del tiempo:una mano invisible escribe tu nombre en el hielola fama es un ruido insoportable.

El corazón de la piedra es un lagarto.Aleteo furioso del aliento dormido.Tres corazones tiene el bosque:Uno es nocturno y bestia:calma clamor en letras.

De herramientas imposibles es tu cráneo.Don esclarecido: estrella.Dos ofensas derretidas en el pecho del siglo.Un hocico le nace al día:carga su piel al hombro.

El hombre agazapado queda reconstruido.

¡¡!!

La altura cantaba su canciónmientras el mar profundosoñaba beber café con sobrecargo.

Un camaleón entre las nubescazaba galletas en el cenicero del mundo.Y nadie dijo nada:un accidente me dejó sin mí y buscando.

Del jardín de gotas en un charco naceráuna Venus de mugre.Y te dice:Come la mierda de quien odias.

Amarás mañana la mano del tormentoy se presentará ante ti el nudo en la respiración.

Suspenso en el órgano del airenada tan bruto como el sonido.

Decir viaje a oscuras y masticar sílabas pardas:aguarda el otro autobúsen una estación del vino.

Pie en el estribo del irsecanta sobre la mar dentro del baño de migajasesperando poder alimentartecon leche de sirena.

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[20]cirrosis

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Usted no lo va a creer perocuando la noche avance y la reina de los poetasse suba a la barra del bar para mostrarnos los pechosy derrame sobre la desnudez esa botella de Jack Daniel’s cuando la noche se alargue tanto que no quede curva dondepoder arrastrarnos arrastrarnos sí arrastrarnos cuando la noche sea alta y el negror te infunda el miedo sobre el blanco de la hojablancas las floresblancos los unicorniosblancos los tentáculos que se expanden ahí en las oficinas hasta ahí se elevaráahí siempre y siempre se elevará mi nombreen esa marquesinaen las contratapasen las ocho columnas y debajo de las piernas de las mujeresque oh claro que sísoban y soban mi hombría desparramada las letras lo anuncianlo gritan las carteras los presupuestosque Yo soy el poetaa quien debe seguirse en medio de tanta trapaceríade tanta antología idiota y apremiante pero me quedé en que era alta la nochey la reina de la poesía sonríe tirada en el cuarto de bañovomitando porque¡no se puede!

soy el poeta de este año marcado por la incertidumbreel de la comunicación cerradael poeta que aúlla y se detiene en la ventanaa ver los helicópterosa regañadientes de la prensa y de la iglesia multicolorpaseo mis letras por la alfombra ¿me quedé en la noche alta o no? qué hay con la noche puesy la reina de la poesía que siempre se ha anunciadoen las telenovelasen las escuelitas de párvulos escritores que pagan su colegiatura a tiempoque se saludan con las manos manchadas de crayolay se ven todos sonrientesdetrás de los espejos donde todo es el mismo rostro el míoporque el poeta soy yo:un día la musa tocó a mi puerta y dijo acá te entrego la vozporque eres mi hijo en quien me complazcopor eso hoy puedo decirlesque le he servidoy bien Amanece

Adán Echeverría

SOY EL POETAYOpara ese alegre compadre que es Mario Bojórquez

[21]cirrosis

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cirrosis

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cirrosis

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Page 25: Cirrosis No. 1

conser-vasSE

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monotipo2012

Page 26: Cirrosis No. 1

Hay soluciones que es mejor no conocer. Pero eso car-come, como óxido a la maquinaria. Entonces la solución se convierte en problema, y los problemas matan. Lo hacen con dos tiros. Uno en el pecho; el otro para asegu-rarse del destino final.

A tan sólo media cuadra de mi departamento, en la avenida Campeche de la colonia Condesa, entre un edi-ficio tan inclinado por el temblor que no le pide nada a la Torre de Pizza, y un restaurante fashion que se rellena de jóvenes arrancados de un catálogo de modas, está una pequeña casa de dos niveles. Austera, pintada de un color que ya dejó de existir y nadie recuerda cuál era. Al frente, un viejo taller de relojes. El anuncio está escrito con letras doradas sobre el cristal: Relojería Galicia. Desde que tengo memoria he visto ese local sin cam-bio, aprisionado en el tiempo como insecto en ámbar. Su dueño, don Alberto Maderas, siempre parecía tener la misma edad. Entre cuarenta y doscientos años. Sin poder decir hacia qué lado inclinarse más. Perpetua-mente vestido igual. Con un pantalón de pinzas unas veinte tallas más grande. Su camisa siempre luchando por verse blanca. Y una gorra inglesa de tweed no parecía desprenderse de su cabeza. Dudo que se las quitara hasta para dormir. Fumaba olorosos puros de sabor a vainilla. Baratos y delgados. Con boquilla de plástico. Nunca he visto esa marca en ninguna tienda. Cuando pregunté en un Sanborns por ellos, la vendedora me vio con esos ojos que te hacen sentir como un sicópata asesino.

–Buenos días, poeta… –me recibía al entrar a su relojería. Sacaba su nariz de los engranes de un reloj y me miraba con su lupa sostenida con espejuelos. Yo generalmente me dejaba caer a su taller cada vez que necesitaba arreglar un reloj o para cambiarles las pilas. Podría hacerlo yo mismo, pero algo me atraía del viejo. Tal vez era el único con esa fascina-ción. Todos en la colonia opina-ban que estaba más loco que una cabra en bicicleta. Yo he visto chivos tratando de usar un velo-cípedo y realmente están trastor-nados.

–¿De dónde dices que es tu abuelo? –comenzaba acribillándome con las mismas preguntas montado en el más duro acento español. Tanto como si enta-blara una conversación con una fabada o una pae-lla hablando en gallego.

–De Madrid. –¿Madrid? ¿La capital de España? –me cuestio-

naba, cerciorándose.–Claro que la capital de España, ¿cuál otra capital?–Muchas, muchas…–contestaba frustrado. Por un

tiempo, no más largo que una opereta, volvía a pregun-tar– ¿Y de esa España, quién era el presidente cuando la dejó?

La otra España

Francisco G. Haghenbeck

[26]

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–No sé. Franco, supongo…–respondía harto del mismo cuestionario cada vez que lo veía. Don Alberto se quitaba su lupa y decidía atenderme diciéndome melan-cólicamente:

–¡Ah! ¡Esa España!... Dígale a su abuelo que le mando mis simpatías –y después de eso, amablemente me preguntaba qué trabajo deseaba.

No volvía a comentar nada extraño, nada fuera de su lugar. Examinaba mis relojes. Me daba un presu-puesto y llenaba la orden de trabajo. Nos despedíamos, y yo regresaba por ellos algunos días después. Nunca le explicaba que nunca conocí a mi abuelo, que este era de ascendencia alemana y que, por lo que tengo entendido, nunca pisó España. Tan sólo me marchaba con las imágenes inquietantes de su sucio taller, como

la foto enmarcada del general Franco en un ataúd, con veladoras a sus lados; un viejo uniforme militar español

colgado al fondo coleccionando polvo; su deste-ñido calendario del 1958 con una fotogra-

fía de propaganda al mejor estilo comu-nista, donde un soldado y una mujer

con una hoz hacían honores a la ban-dera española. Y con esas zarzuelas que atrapaba desde España con su viejo radio de onda corta, pero que de vez en cuando se iden-tificaba la estación como Radio República, por el bien de nues-tros pueblos.

Don Alberto apenas si tenía relaciones con el resto de los refu-

giados españoles que habitaban en la Condesa, que son muchos. Algu-

nas veces jugaba ajedrez en el Parque México con un catalán o bebía un café en la

lonchería con otros. Después, me enteraría que lo aceptaban porque lo veían como un loco. Un “retra-sado senil” con el que no se podía discutir. Cuando lo mataron en su casa, y yo metí las narices como buen metiche con credencial de escritor, su compañero de aje-drez, un republicano, me explicó que no lo soportaban por su inclinación política, y no por su demencia. Don Alberto aseguraba ser un refugiado franquista que tuvo que huir cuando la República retomó el poder en 1939. Decía venir de una España donde el Partido Socialista

gobernó hasta la caída del Muro de Berlín, y su capital era Barcelona.Después de su muerte, al tener acceso a sus objetos per-sonales, yo llenaría los espacios en blanco en la histo-ria de don Alberto Maderas. Por tres días me sumergí en su pequeño departamento que olía a orines de gato y naftalina. Durante ese tiempo permanecí leyendo libros y revistas que apilaba en las esquinas. Sólo salía para comer cuando me daba hambre y dormía en su sillón cuando el sueño me consumía. Al final, en mi mente, haría un resumen de su vida.

Desconozco cómo don Alberto llegó al conflicto bélico que estalló tras el fallido golpe de Estado de un sector del ejército contra la segunda República española. Pero la fecha de la restauración de la tercera República fue al parecer el 1 de abril de 1939, concluyendo con la victoria de los republicanos, apoyados por el gobierno de Stalin, al fusilar al general José Sanjurjo.

Esa extraña Guerra Civil Española alternativa también parecía ser considerada como el preámbulo de la Segunda Guerra

Mundial. A fin de cuentas, era la con-frontación entre las principales ideo-

lógicas políticas que entonces con-vivían en Europa. Pero no encontré datos de cómo los partidos republi-canos, que defendieron el funciona-

miento democrático parlamentario del Estado, se unieron con los anar-quistas que defendían la implantación de un modelo libertario.

Leí que los movimientos nacio-nalistas que defendieron su autono-mía fueron aplacados como en los paí-ses comunistas de nuestra historia. Para 1939, los falangistas fueron totalmente destruidos o expulsados.

Encontré varias versiones sobre lo sucedido con el general Francisco Franco.

Unos decían que fue capturado en una casa de simpati-zantes, en Cádiz, camino a escapar por Marruecos, y fue fusilado en las afueras de la ciudad por un joven coro-nel de apellido Bellosilio, héroe nacional de la Repú-blica. Otros hablan que militares fieles al general José Sanjurjo lo mataron por la espalda por tratar de tomar

[27]cirrosis

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el mando del ejército insurrecto. La última versión hablaba que murió de pulmonía,

escondido entre las jaulas de puercos de

una granja gallega.Por lo que decía en

recortes de periódicos que encontré en el des-

ván, fue el sindicalista y político Francisco Largo Caballero quien se

nombró primer jefe de gobierno de la tercera República. Parece ser que gozó de gran popularidad entre las masas obreras, que se veían reflejadas en él y en su forma de vida austera, más no de la opinión internacional. El presi-dente Harry Truman se refirió a él como “el nuevo Hitler español” o “el pequeño Lenin”. Fue éste un importante patrocinador de la Revolución Cubana. Amigo cercano del “Che” Guevara, con el que se retrataba a menudo. En las fotos ninguno parecía sentirse cómodo. El guerrillero era muy comunista para la visión parlamentaria del pre-sidente Largo Caballero.

Supongo que su gobierno no convenía a los intere-ses de la Guerra Fría para los norteamericanos. Murió en 1958 de un derrame intestinal, quizás envenenado. Esta-dos Unidos se limpió las manos y felicitó al nuevo jefe de gobierno, Indalecio Prieto, quien se había apartado de la política activa durante la guerra. Desde su exilio, en Francia, fue el principal crítico del gobierno y lideraba una fracción del Partido Socialista.

Como jefe de gobierno, el presidente Prieto, mucho menos radical que su antecesor, entabló colaboración con los monárquicos para restaurar la democracia en España, pero nunca se apartó de la relación con la Unión Sovié-

tica que tanto ayudó a su causa. Murió en el poder, en 1965, otorgando perdón a todos los refugiados

de la Guerra Civil e invitándolos a reincorpo-rarse a su país.

A finales de los setenta, parece ser que principió la edición de una

revista llamada La República. No muy diferencia al Hola.

Sólo un ojo crítico podría encontrar las sutiles dis-

crepancias: Rocío Banquells, en un concierto en Ber-lín; la presentación de un ballet sevillano en Cuba; Pili y Mili actuando con un joven desconocido llamado Alaín Delon, o el triunfo del campeonato mundial de futbol de la República española en 1982. En lo demás, no parecía muy distinto.

A principios de los ochenta se anunciaba la primer Chiringuito de Empanadas Americanas McDonalds, en Madrid. En 1986 ganó las elecciones el Partido Conser-vador Católico. El nuevo y joven presidente Miguel Fer-nando Serrano abrió España a la intervención extran-jera, en especial americana. Uno nunca se salva de ellos.

La revista más moderna tenía fecha de 1992. Hablaba del primer concierto del cantante exi-liado en Italia, Miguel Bosé, en la plaza de Madrid. Esta se llenó con más de 200 mil asis-tentes. Fue el mismo lugar donde fusilaron al general José Sanjurjo, junto con sus dos mil soldados insurrec-tos en 1939. En su larga entrevista, el cantante hablaba con nostalgia de crecer en el exilio, donde había hecho su carrera artística en Italia y Francia. Decía que este magno evento “marcaba las nuevas generacio-nes de españoles, mirando para el futuro de su Nación”.

Todas las revistas venían membreta-das al suscriptor, Alberto Ángeles Made-ras. Los timbres saltaban desde pin-turas clásicas, como un Velásquez, hasta imágenes modernas de tore-ros, jugadores de futbol o músicos que nunca llegué a escuchar.

No encontré ninguna refe-rencia a la historia actual. Si alguien sabía qué partido y quién era el presidente de esa otra España, hubiera sido don Alberto, pero este había muerto de dos tiros en el pecho, tres semanas atrás.

Su homicidio fue calificado como asalto. Yo no lo creía. Había muchos indicios de lo contrario. La puerta no fue forzada. No había rastros de pelea. Inclusive se encontraron dos tazas de café y dos cigarros de vainilla a medio fumar. Don Alberto fue acribillado sentado en su viejo sillón, como esperando esa sentencia de muerte. A

[28]cirrosis

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su lado, se encontró una con-decoración militar. Parecía que quien esa noche lo visitó,

lo hizo de su España, y quizás para hacerle rendir una vieja deuda de guerra.

Lo primero que me aterró fue la saña y la rudeza del asesinato. Algo que se ha vuelto tan cotidiano, como lo es encontrarse mierda de perros en los parques. Me había enterado del suceso por la solicitud de su casera, quien me buscó explícitamente para ver si podía “ver si algo de entre sus cochinadas y libros valía la pena de vender”. Deseaba desalojar el taller y la vivienda para poder rentar la casita al restaurante de al lado. Antes de tirarlo todo a la basura, quiso saber si podía conseguir

un dinero extra. Yo era el único escritor que conocía.

Así que todas las revistas, libros y recortes los vendió por kilo

al explicarle que nada era valioso. La ropa se donó a un asilo. Los muebles, a la beneficen-cia. No había rastro del viejo radio de onda corta. Me quedé con su correspondencia personal que tenía con sus

hermanas y las cartas de amor que escribió a su esposa durante su estancia en el ejército. Estas las encon-

tré entre sus calcetines, guardadas en una de las cajas de madera de los puros que fumaba. Tam-bién había una vieja pistola Luger, ligeramente oxidada, pero con balas. Era el modelo que los nazis volvieron famoso. También me la quedé, pagándole a su casera quinientos pesos por ella.

Las cartas con las que conquistó a su esposa no eran específicas sobre su posición en el ejército

rebelde. Sospecho que tan sólo era un soldado joven que se dejó impresionar por sus oficiales.

Ni siquiera se veía un sentimiento muy apegado a la iglesia. Era tan sólo carne de cañón. Una cifra

más en las estadísticas. Su mujer, doña Lucerna, trabajaba en una dulce-

ría en Santander. No había fecha de matrimonio. Sólo una foto de la pareja. Ella vestida con un velo blanco de encajes y peineta. Él, en traje de paisano. Tomada en un estudio de Madrid y fechada en 1948.

Debieron llegar a México en esa fecha. Aún guar-daba la carta de Relaciones Exteriores del gobierno de derecha de Miguel Alemán, recibiendo a los refugiados falangistas y de partidos conservadores.

En las cartas a la hermana no hace referencia a la situación de México y de la España que conocemos. Se pierden en discusiones sobre los costos de la comida, intercambio de recetas y noticias locales de su pue-blo como bodas, muertes y nacimientos de conocidos mutuos.

En una de las cartas, había un boleto de avión. Era con la aerolínea República Ibérica. No se había usado. Era sólo de ida. Su hermana lo invitaba a regresar a su país, pues coincide con la muerte de su esposa, doña Lucerna. Quizás no deseaban verlo morir solo, en un país extraño, como al final sucedió.

Sus únicos parientes eran ese par de hermanas que seguían viviendo en España, a las que me fue imposible localizar. En el único número de teléfono con el que con-taba contestaba una tienda Zara, en Sevilla.

Cuando limpiaron la casa, un grupo de mirones se arremolinaron para ver la destrucción del taller. Pude reco-nocer entre ellos al viejo catalán. Me saludó con una inclinación de cabeza. Esa noche no pude dormir bien. No era miedo. Sólo ese óxido que car-comía mi mente. Pero ayudó a poder oír los ruidos en mi sala. El gato, mi compañero de casa, de inmediato se encrespó indicándome que nuestro hogar había sido violado.

La puerta de mi recámara se abrió. Era el anciano catalán, al que había entrevistado sobre la muerte de don Alberto. Traía un arma en la mano. No nece-sité más para entender lo que sucedía y quién era el asesino del relojero.

[29]cirrosis

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–El boleto; quiero ese boleto de avión –me dijo con su voz de lija.

–No sé de qué habla.–No se haga el listillo. Usted lo encontró. No deseará

terminar como ese facho terco –gruñó. Le miré, tomando el tiempo suficiente para medi-

tar sobre la necedad de morir por un pedazo de papel de origen surrealista. Tomé la vieja caja de puros. El arma nunca dejó de apuntarme.

–Usted no pertenece a aquí. Vino de la otra España para matarlo, ¿verdad? –pregunté, mientras abría la caja descubriendo la Luger y las cartas con el boleto aéreo.

–No. Yo peleé en la internacional. Mi mejor amigo murió en Bilbao, mi familia en Barcelona. Nunca le creí esa chorrada de otro mundo, pero esa noche que nos vimos para jugar ajedrez, tuve dudas. Imaginé volver a esa España donde la República triunfó.

Tan apasionado estaba el anciano que no se dio cuenta de que yo tomaba la Luger. En un instante, tan efímero como el paso de una mosca, le apuntaba.

–Está allá afuera, chaval. Hay que encontrar el por-tón. Ese boleto es la llave para abrirlo. Sólo imagina ese mundo… –declamó sin ver mi arma.

–No existe. Es una fantasía. No hay otra España, no existen mundos paralelos. Todo estaba en la mente de un loco.

–A los viejos sólo nos quedan los sueños de los locos. Dame ese billete.

El viejo soldado republicano dio dos pasos hacia mí. Me arrebató el boleto. La Luger comenzó a tem-blarme. No podía dispararle.

–Don Alberto no tomó ese vuelo. Fue por miedo a regresar y encontrarse con nuestra España: la de Franco… la de González… la de Zapatero –sólo pude advertirle. Bajé mi arma. El viejo sonrió. Creo que estaba dispuesto a afrontar la idea de que todo era una demencia. La vejez vive en las locuras de un cerebro marchito.

Salió de mi departamento. El gato comenzó a ron-ronear a su partida. Me quedé recordando todo lo que había leído. Pensé en ese mundo escondido, en lo que fue una realidad para uno, y ésta contagió a otro cual virus expansivo.

Por lo que escribía don Alberto en las cartas a sus hermanas que se quedaron en España, él y los partida-rios de Franco creían que la guerra era una lucha entre

las “hordas rojas” y los cristianos. Es realmente triste encontrar en estos adjetivos y sus palabras, inevitable-mente, simplificaciones. Nunca comprendió que en los dos bandos había ideologías variadas y, muchas veces, enfrentadas. Tal vez ambos tenía la razón y, a la vez, nin-guno la tenía.

Un año después recibí una postal. La postal mostraba una fotografía de la catedral de Santiago de Compostela en ruinas. Atrás se leía: Ruinas del bombardeo en San-tiago. No habían escrito nada. Sólo estaba mandada a mi nombre, con la dirección de mi edificio. Tardó en llegar, pues el remitente parecía no recordar el número de mi departamento.

Al poco rato llegaron más postales. En una mos-traba un enorme monumento de concreto. Era la imagen de un soldado levantando una bandera española. Atrás, una mujer con sus instrumentos de trabajo obrero que le ayudaba. Un niño vestido de campe-sino, remataba el trío. Todos en el más puro estilo portentoso de la Unión Soviética de los sesenta. Se leía: Monumento al Pueblo, Valle de los Caídos. Valle de Guadarrama.

La última postal llegó hoy. Es una foto-grafía del corazón de Madrid. No parece muy alejado del que existe en mi mundo. Sólo hay algunas diferencias que me costó trabajo notar. Fue como en los juegos que comparas dos dibujos para encontrar las discrepancias: el sím-bolo de McDonalds es verde y azul, el anuncio de Panasonic se lee Pinesonic, y el auto estacio-nado al frente es marca Birdland. El diseño es extraño, de un pasado inexistente. Pero lo que más me inquietó es la muchacha que bebe el café en un chiringuito de la calle. Claramente se ve que posee seis dedos en su mano.

No dije nada a nadie. No había nada qué decir. Tan sólo era una visión desde el otro punto de vista; pero a fin de cuentas, en ambas realidades, aparecían las mis-mas constantes como la muerte, el odio por tener distinta creencia política y la nostalgia del exilio.

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El ombligoRegresar al lugar donde la carne se fermenta para volverse cuerpo, donde nace la herida, donde cada cual se detiene a fabricar su sombra.

Regresar al origen no para entender el viajesino para evitar que el regreso venga por nosotros.

La soledad del ojoSola, abandonada como el ojo en el perfil del pez, como la hernia de saliva que se carga en un beso, como el collar de caricias que se esconde en el barandal de una casa. Así estoy, si es que estoy.

DestinoLa piel del ave profunda y pálida, su voz de humo.

El cuerpo del ave, esperando el disparo.

Selección de poemas

AmadaHernándezVelázquez

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—Me dijo dos de Juan Grabiel con queso?—Sí, mi morena.—Salen dos Juan Grabiel con queso.—Yo quiero uno de Jorge Rivero con

papas. Y dos copias.—Sale, mi niña: Jorge Rivero con pa-

pas. Aquí están sus copias.—Yo quiero uno de Maribel Guardia con

cebollitas.—Con copias, mi niño?—No.—Para viajar?—No, para comer aquí.

Just around la esquina del mi-limétrico departamento al que me

mudé recientemente, un gigan-tesco tianguis de comida

ofrece sus servicios los lunes, desde el mediodía hasta la caída de la tarde. Di con él by chan-ce. Había pasado toda la mañana en el aeropuer-to tratando de ligarme alguna gringa despista-da y acabada de

arribar a la ciudad, la capital del smog y la corrupción ram-pante. Llevaba seis días in-tentándolo pero en esto, as in everything else, hay altibajos. Mientras tanto, mi pasión se inflamaba.

Desesperado tras mis con-tinuos fracasos aeroportua-rios, me fui sobre una flaca much taller than me y re-cordé que si bien sería impossible besarla de pie, en la cama sería distinto, según el refrán: mientras los centros embonen, no importe que en los extre-mos falte

La abordé. Me aceptó.No antepuse su color des-

vaído ni su extrema delgadez. Resignado, pensando que peor era nada, caminé a su lado, co-

jeando y son-riendo hacia

arriba cuando un ridículo tropiezo con mi pierna de palo me forzó a bajar la vista de nuevo. Mis ojos no creían lo que veían. Cambié rápidamente mis opciones y decidí jugarme el todo por el todo. Dejé a la altísima Sally y los dioses me dieron la razón. Así conocí a Sharon: 1.70, rubia criminal, 92-60-95 (más o menos) y tonta hasta el hartazgo. Qué más podía pedir. Sharon era todo lo que un coyote hambriento necesitaba. La sabiduría popular lugareña recomienda encontrar una mu-jer que, aunque poco agraciada físicamente, sea inteligente, agradable y sepa cocinar, con-sejo que no me concierne pues yo mismo soy feo y me apego a esa descripción fielmente.

Convencí a Sharon de venir a mi casa para dejar sus maletas e ir a comer mientras pensábamos en algún hotel para su estancia. Por supuesto que mi plan consistía en hospedarla yo mismo o, en su defecto, alquilar un cuarto en algún hotel cerca de mi casa. Sin los aspavientos típicos de mis paisanas, Sharon aceptó mi cueva como refugio. Aho-ra sólo necesitábamos algún restaurante tranquilo. Cami-nando dimos con el tianguis de comida, elemento suficien-temente pintoresco para una gringa boba.

—De qué hay? —pregunté con el tono desenfadado de los ex-pertos. Sharon me miró con dul-zura porque al fin me escuchaba hablar Spanish (horas más tarde me pediría que le hiciera el amor in that language, como Carlos Fuentes dice que le hace). La mujer que atendía frente a los enormes comales me contestó:

—Hay de Jorge Rivero, Juan Grabiel, de Olga Birsking, de Maribel Guardia, de…

—Pero explíqueme de qué son…—Adivínele, mi niño…Después de varios intentos adiviné

the following: Jorge Rivero (maciza), Olga Breeskin (pechuga), Maribel Guardia (pierna), Agustín Lara (espinazo). Le pregunté por el de Juan Gabriel, enfa-tizando la pronunciación. Me contestó:

—Juan Grabiel? Pues de longaniza, mi niño —el público festejaba, aquél era un show completo. —Y de qué va a querer sus tacos la morena? —me preguntó la mujer señalando con las cejas a la rubísima Sharon. Para hacerme el cosmopolita, le pregunté a Sharon en inglés por su pre-ferencia. Ella señaló hacia una parte del comal donde yacían varias verduras.

—De nopales —contesté, y el público

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volvió a reír sin que yo entendiera el porqué. La mujer, con una inmensa son-risa, preparó un taco desmesurado y, al extendérmelo en un plato, dijo:

—Sale un taco de Gringos —el público siguió festejando.

—Y cómo se llama la morena? —inquirió la mujer señalando a Sharon otra vez con las cejas, con una mirada pícara dirigida a mí, nunca a Sharon, del mismo modo en

que me había entregado el plato a mí, no a ella. El público, aunque sin mirarnos, esperaba expectan-te mi respuesta, no masticaban siquiera.

—Se llama Sharon —contesté con mi mejor acento y pronunciación.

—Cómo dijo? Chona? Se llama Chona?

El público rugía. Medio bocado salió expedido de la boca de un cliente por obra de una carcajada. Otro más parecía ahogarse con un trago de Lulú roja. Una secretaria reía agitando las manos y apretando las piernas, como si le

ganara la pipí.—Y usté de qué va

a querer su taco… —me preguntó finalmente la verdadera Morena. No dudé en escoger uno con nombre femenino para no dar pie al albur.

—Deme uno de Olga Breeskin, por favor.

—Olga Birsking? Con Gringos?

—No, gracias.—Entonces con

Charros?—Qué son los Cha-

rros… —pregunté es-perándome otra burla o albur, pues ambas palabras tienen las mismas malditas le-tras.

—Los Charros son frijoles, mi güero.

—Entonces no, mi güera, porque con los frijoles se me olvida el inglés —el público por fin me concedió un festejo, así que aña-dí: —Pero póngale unos Charros al taco de Cho-na, pa’ que aprenda pronto el español.

El público era mío.

Noté que los co-mensales, campe-chanos, pedían ta-cos campechanos, así que cuando

nos tocó o r d e n a r la segun-da tanda, decidí que mi nue-va amiguita quería un taco bien alburero: campechano de lon-ganiza maciza. El públi-co casi me aplaudía. Y échele una embarrada de frijol pa’ ponérmela bien folklórica y pedorra.

—Y a usté qué le voy a dar, mi güero?

Enmudecí.I could not allow another

albur. Además una especie de sexto sen-tido me advertía que algo horrible estaba a punto de suceder. Y así fue, because horas más tarde, when Sharon me hacía el amor en inglés mezclado con punzantes gases toltecas, padecí un ataque intes-tinal que me hizo correr al baño víctima del temible flujo huasteco.

Mientras escribo estas letras en la letrina —o excusado como le llaman mis paisanos—, abandonado por Chona, recuer-do la escena en que decidí mis tacos con la Güera:

—De qué más tiene? —pregunté para romper mi mutismo.

—Hay de Anónimo Hernández, mi niño.Enmudecí de nuevo porque no imaginé

ser tan famoso.—De qué es, de pellejo?—No, mi niño.—De PATA?—No, mi niño, es de sesos. Me sentí halagado y,

no obstante, preferí no optar por el cani-balismo, autocaniba-lismo.

—No tiene de algo más?

—Cómo no… Hay de Octavio Paz —escuché asombrado, pues si los de sesos eran de Anó-nimo Hernández, de qué serían los de Octavio?

—De hígado, mi ni-ño, por lo bilioso.

—Deme dos, con co-pias.

—Con Gringos?—Venga.—Con Charros.—Échele.—Para viajar?—No, para comer aquí.Ésos fueron los que me

hicieron daño.

“Tomado de Ya no quiero ser mexicano, Nitro/Press, 2011. Puedes conseguirlo por correo a través de [email protected]”.

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Toda postura política “de izquierda” tiende a una cierta aversión a la idea de “libertad” del arte. De la autonomía del arte de cara a las solicitudes políticas y morales que la Historia coloca.

Es natural.

La ilusión de la “libertad”del arte es burguesa y capitalista.

Es su transformación en mercancía lo que da a la obra de arte la ilusión de ser “libre”. De no ser determinada desde afuera.

En la primera mitad del siglo XX, hasta la Se-gunda Guerra Mundial, llegó a haber un espacio histórico para un arte, más o menos, libre: fueron las vanguardias (futurismo, Dadá, surrealismo). Era un momento de transición: el mundo burgués de la “Belle Époque” se derrumbaba delante de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, sobre cuyas ruinas creció la Revolución Rusa. Europa perdía la hegemonía política ante Estados Unidos y la URSS. Las vanguardias artísticas, antenas de la raza, presagiaron la catástrofe que se aveci-naba. En un momento así, de tempestad, sobran espacios nulos, ambiguos, indecisos, donde la vocación libertaria del arte se puede realizar, en plenitud. El arte de vanguardia quiso agredir. Y como agresión fue recibido por el orden artístico vigente, reflejo en los cielos del orden sociopolí-tico que hay en la tierra.

En la segunda mitad del siglo XX, el capita-lismo avanzó en dirección a formas superiores, más complejas, de su dinámica interna. No co-lapsó simplemente, como preveían los utopistas de izquierda. Europa podía estar liquidada como centro del mundo. Pero, con la Segunda Guerra Mundial, entraban en escena los Estados Unidos, con su fantástico potencial económico, tecnoló-gico e industrial, inyectando una segunda vida al capitalismo europeo, que agonizaba de las heridas de la Primera Guerra Mundial.

Ese capitalismo será más plástico, más maleable, más ágil, más capaz de absorber sus propias contradicciones y colocarlas a su servicio. Será distributivista (como la so-cial democracia), “liberal”, rooseveltiano, flexible ante las presiones laborales y sindicales, final-mente computarizado.

En el transcurso de ese proceso, sin embar-go, no irá a mostrar su verdadera naturaleza. Al contrario. Conseguirá esa supervivencia utilizan-do exactamente su arma fundamental: la trans-formación de todo en mercancía.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, el arte de Occidente, todo, es (o será) mercancía. O no será entendido como arte, reconocido como tal, cosa transparente, invi-sible, neutralizable en su propia imponderabilidad...

La propia palabra “vanguar-dia” en esta segunda mitad del

siglo, ya es apenas un “revi-val”, una falsificación de

ESTA

DO, M

ERCA

DO, ¿

QUIÉN

MAN

DA

EN E

L ART

E? *

Traducción de José Manuel Velázquez

[34]cirrosis

Page 35: Cirrosis No. 1

las verdaderas vanguardias, las de principio del siglo.

Sólo el “happening” o performance, sin regis-tro, escapan de ese círculo de hierro de la mer-cancía. Pero el “happening” viene de Dadá...

El arte de la segunda mitad del siglo XX es integralmente mercancía.

El cine y la canción grabada son las artes de hoy.

Ambas mercancías en el más supremo grado.

2¿Por qué es que el status de mercancía da la

ilusión de “libertad”? El capitalismo tiene dentro de sí, en su esencia, una especie de “amorfía”.

Es su gran fuerza.

Institucionalizada la ley de sálve-se-quien-pueda y la estampida de ratas en dirección al oro de California, la dinámica capitalista, monstruosamente rápida, libera direcciones y rumbos hacia los arbitrios del egoísmo individual.

Una única ley suprema rige ese uni-verso: todo es válido, se puede transfor-mar en mercancía, vale decir, en lucro,

vale decir, en plusvalía.

Esa transformación de la obra de arte en mercancía hace de cada artista burgués

un cómplice y beneficiario del orden capitalista como un todo.

Así como un romance de un escritor soviético retratando programáticamente la vida de los leña-dores del Cáucaso es mera artesanía medieval, un arte “de izquierda” que venda, es un absurdo, un contrasentido, una mula sin cabeza. Llámese Picasso, llámese García Márquez...

Al dejarse transformar en mercancía, la obra de arte burguesa refrenda y legitima, concreta-mente, al mundo mercancía.

No son los contenidos lo que importa: son los modos, los procesos, las formas que son sociales. Y, por tanto, políticas.

3Entre la dirección ideológica del Estado y la

sutil dominación del Mercado, no sobra un lugar en donde el arte pueda ser “libre”.

A no ser en los pequeños gestos kamikazes, en las insignificancias invisibles, en las innovacio-nes formales realmente radicales y negadoras.

La libertad es oro. Tiene que ser lavada del río.

Es sustancia radioactiva de ínfima duración.

Apresurémonos.

El mercado o el Estado tienen pode-res para transfor-marla luego en su contrario.

[35]cirrosis

*Texto de Leminski, Paulo. Ensaios e anseios crípticos. Brasil: Editora Unicamp, 2011.

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PROYECTO DOCUMENTAL Y FOTOGRÁFICO SOBRE

LA GUERRA CIVIL EN EL SALVADOR (1980-1992) DESDE UNA

PERSPECTIVA DE GÉNERO

ENTREVISTA CON SUS REALIZADORAS EN EL SIGUIENTE NÚMERO, NO TE LA PIERDAS

[37]cirrosis

“LO QUE EMPEZÓ COMO UN VIAJE, SE HA CONVERTIDO EN NUESTRA VIDA”

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El lugar se llamaba Metal Shop y alguien había pintado un signo de radioactivo en la fachada y ven-dían camisetas de bandas metaleras y había dos mos-tradores llenos de memorabilia, parches, adhesivos, pins, y tenían un libro gordo con la lista de discos compactos de la tienda; ahí llevabas tu casete y pa-gabas para que te grabaran el disco que escogías. Ahí trabajaba una chica metalera con piercings y sombras en los ojos, y una actitud que entonces me parecía agresiva. Mi relación con los metaleros era de respeto porque eran tipos delgados, de cabello largo, altos, de una edad indefinida entre los 20 y 35 años, que for-maban parte de una cofradía en la que era necesario ante todo escepticismo y entusiasmo; escepticismo hacia todos los que no pertenecían a la cofradía, y entusiasmo para mantener el escepticismo.

—¿Puedo ver el catálogo? —le pregunté.

Busqué en el libro sagrado de Metal Shop algo que pudiera reconocer entre tantos títulos apócrifos y la gran variedad de bandas con nombres que invo-lucraban violencia, cadáveres supurantes y sexo anal... posiblemente con cadáveres supurantes. La chica era pequeña y un poco rellenita, llevaba una camiseta que decía Eaten back to life, el cabello quebrado, e impo-sible de peinar caía sobre sus hombros.

—¿Qué vas a querer? —me preguntó.

Yo tenía un bulto en mi pantalón: una casete vir-gen de mala calidad, fabricación nacional,

comprado en el supermerca-do.

—Este —dije, po-niendo mi dedo sobre el catálogo, la hoja salida de una impresora a puntos.

—¿Simon and Garfunkel? —dijo la muchacha—, niño, necesitas que alguien te orien-te.

Sí, necesitaba orientación en muchas cosas, es la edad en la que uno necesita un guía espiritual, y qué mejor si es una muchacha de largos cabellos quebra-dos en donde pueden anidar las golondrinas. La ver-dadera pregunta, hoy, casi dos décadas después, es: ¿qué hacía Simon and Garfunkel en el catálogo?

—Necesitas empezar con algo básico —dijo ella, reflexionando, como si hubiera un preescolar del me-tal—. Ride the Lightning, Metallica.

La muchacha apuntó en la libreta el nombre del disco. ¿Comenzaba a ver un atisbo de aceptación a pesar del tropiezo con Simon and Garfunkel? Quitó el celofán al casete y frunció el entrecejo:

—Para la próxima necesitas un casete de cromo —me dijo—, así se escucha mejor.

Colocó la tarjeta con el nombre del disco y mi nombre dentro del casete. Cortó la hoja de la libreta y me la dio: era mi recibo.

—Vuelve en una semana —me dijo.

Tuve que fingir que el disco me había gustado, y peor aún, escucharlo muchas veces y aprenderme de memoria las letras de las canciones.

—¿Y ahora qué, sensei? —le dije otro día, cuan-do regresé con un casete de cromo en el bolsillo del pantalón.

—Más Metallica —dijo ella—. Sigues en la unidad 1. Pero el Black Album no, es muy comercial.

Tenía que invitarla a salir antes de tener que es-cuchar la discografía completa de Metallica. Es-taba ahí un tipo que la tocaba con insistencia, casi rubio, y ella le sonreía. Llevaba pantalo-nes de mezclilla y una camisa negra con la mascota de Iron Maiden: Eddie. Entre tanto cadáver supurante, pronto descu-brí que Eddie era un ser entrañable.

Daniel Espartaco SÁnchez

[38]cirrosis

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—Kill´em all y Master of Puppets, aún no estás listo para And Justice for All —opinó él, viendo mi ca-sete—, te cabe uno en cada lado, pero sólo te vamos a cobrar uno.

“Sssssshit”, pensé.

—¿Sabes qué? —le dijo el tipo a la muchacha, yo era el alumno de ella y no quería entrometerse de-masiado en mi educación metalera—, tal vez debe de empezar con lo clásico —era un clasicista, un purista, podía verse—, algo como Iron Maiden.

La muchacha era más joven, tenía menos tatuajes y tuvo que ceder mi tutoría. Un muchacho confundi-do, también de mi edad, entró a la tienda y preguntó:

—¿Tiene playeras de Nirvana?

El metalero veterano y la muchacha se miraron, había tristeza en sus ojos. El mundo estaba cambiando y ellos no podían hacer nada al respecto, Adán y Eva en un paraíso metalero condenado a la destrucción por los bulldozers del grunge garage. ¿En dónde había quedado el arte?

—No —contestó ella, fastidiada.

—¿Pearl Jam? —preguntó el muchacho confun-dido.

El metalero con la camiseta de Eddie negó con la cabeza. ¿Para qué gastar saliva con esa gentuza?

—Ah, ok —dijo el muchacho—, pensé que aquí eran rockeros.

En la pared, junto a él, estaban colgadas todas esas playeras llenas de cuerpos putrefactos: Anthrax,

Megadeath, el amigable Eddie. Las examinó con dete-nimiento.

—¿Nine Inch Nails?

—No nos hagas perder el tiempo —dijo ella—: puto maricón.

El metalero puso la mano en el hombro de ella como diciendo: “cálmate”. Un metalero tiene que po-ner la otra mejilla algunas veces.

—Chinguen a su madre —dijo el muchacho confundido, haciendo la señal respectiva con el dedo corazón, y salió corriendo. La chica nunca me hizo caso y después de que dejé Chihuahua la tienda siguió existiendo, la pintura negra descolorida, y cuando lle-go a pasar por ahí me pregunto qué será de la chica metalera. ¿Se habrá casado con un metalero? ¿Tendrá hijos metaleros?

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Intríngulis*Prólogo. El fuego.

Pajarito.- Y estaba yo de nuevo ahí. Entre las llamas, pero esta vez me daba cuenta de todo. De lo rápido que viaja el fuego, de que es un ser vivo que traga todo, ahí estaba yo de nuevo. Una silueta gris en ese humo negro. Podía correr pero no quería dejar de ver el fuego. Veía cómo las manchas de humedad en la pared desapare-cían, esas manchas de figuras raras. Ese lugar iba a desaparecer y con los que estábamos aden-tro. Me di cuenta que no sabíamos nada del fue-go, pero al parecer, él sabía mucho de nosotros.

I. Noche.

Una mujer carga en brazos a otra. Atrás una casa en llamas.

Ángela.- Ya casi llegamos con papá… Despierta Argelia.

II. El inicio. Amanece. Cuarto de las Ortiz.El cuarto sólo tiene una pequeña ventana con barrotes.En otra pared manchas de humedad.Dos mujeres. Una recámara.

Argelia .- Pudieron matarte.Ángela.- …Argelia.- Ya no te expongas, Ángela.Ángela.- Quiero irme.Argelia.- Papá pronto hablará.Ángela.- ¿Cómo sabes?Argelia.- No lo sé.Ángela.- ¿Entonces nos vamos a quedar a vivir aquí por siempre?Argelia.- Pinche estómago…Ángela.- Vamos con el doctor.Argelia.- No… No se puede escapar de aquí… en-tiéndelo.Ángela.- Quizás es algo grave.Argelia.- ¿Te ibas a ir sin mí?Ángela.- ¿De qué hablas?

Argelia.- Me ibas a dejar aquí.Ángela.- No… pensaba regresar.Argelia.- Tu escape duró tres calles.Ángela.- Pensé que de madrugada…Argelia.- Nos tienen ubicadas. A todos.Argelia.- Pinche Pajarito, siempre llega tarde…Ángela.- …Argelia.- Me duele la cabeza… ¿será que tengo amibas?Ángela.- Ya no puedo.Argelia.- Duermes todo el tiempo. Es señal de depresión.Ángela.- Debe de haber alguna forma de salir de este puto lugar.Argelia.- Ten paciencia…Ángela.- …

Se asoma por la ventana Pajarito, juega ansio-samente con un encendedor.

Pajarito.- Buenos días, hoy es lunes 14 de fe-brero del 2017, se pronostica una temperatura ambiente de 38 grados. Se prevén balaceras en el centro y oriente del estado… sólo si es in-dispensable vaya al sur, ya que le aseguramos un enfrentamiento armado de grandes dimen-siones. El ejército norteamericano ya está en la ciudad… toque de queda en el centro, es a las 7 pm. Todo lo demás transcurrirá con calma…Hoy por la tarde el presidente de la República intentará firmar “la tregua” con la delincuencia organizada. ¡Y en los deportes!, no se pierda la gran final: Atlas-Cruz Azul. Alguno de ellos por fin será campeón. Todos los detalles en la noche. Manténgase informado. Tenga un mara-villoso día. Y recuerde, seguimos ganando la lu-cha contra el narcotráfico.

Argelia lanza una moneda, Pajarito la atrapa.

Pajarito.- ¿Quiere qué se lo repita de nuevo?Argelia.- No, Pajarito… gracias.

Saúl EnríquezIntríngulis*

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Pajarito.- Borrado.Ángela.- Hará calor.

III. Un Ángel.

Continuación.Argelia entra en la cocina. Un hombre: Pachardo, toma café.Pachardo sostiene una pistola.

Argelia.- …Pachardo.- No diga nada. ¡Buenos días! ¿Tiene hambre? Traje pan dulce.Argelia.- Mejor váyase… Esta colonia es propiedad de “La Familia”.

Pachardo.- El pan está muy bueno… ¿ha probado usted las orejas?Ángela.- (Desde la recámara) ¿Quién es, Argelia?Argelia.- Es un vendedor… (A Pachardo) Váyase, por favor, ya no quiero otro muerto aquí… (Se duele del estómago).Pachardo.- ¿Qué le pasa?... (Hace evidente que porta el arma, sin embargo no es amenazador) Hable.Argelia.- No sé, ando inflada, me dan dolores, tengo siempre la sensación de que voy a vomitar…Pachardo.- Huy, no vaya ser apendicitis… Le re-vienta a uno por dentro, y te mueres así.Argelia.- No, es sólo un…Pachardo.- (Baja el arma) En la tele anuncian un sinfín de productos que la ayudarían…Argelia.- Aquí ya no vemos televisión…Pachardo.- ¿Y entonces cómo se entera de lo que sucede allá afuera?Argelia.- Prefiero así… bueno, ya lárguese, ¿no?

Odio que se metan así en mi casa…Pachardo.- ¿Su casa? Están asesinando

gente, muchacha.Argelia.- …Pachardo.- Sí. Yo sé que no es nove-

dad. ¿Pan?... ¿pan?Argelia.- A ver, deme uno…

Pachardo.- Sírvase café, ya está listo. ¿Ya oyó?… las cosas van a ponerse peor, la fir-ma de “la tregua” es un pretexto, los dos

bandos piensan ponerse una trampa, hágame el favor, sólo ellos creen, que el otro cree, que no sospecha nada… ¿me explico?Argelia.- Esa cosa nunca se firmará… Al

grano. ¿Qué quiere?Pachardo.- Vengo a ofrecerles mis servicios de protección… Soy “un ángel”, ¿ha oído de nosotros?Argelia.- ¿Y quién no? Pero este no es lugar para “un ángel”, aquí no necesitamos un guardia per-sonal. ¿Sí sabe dónde está?Pachardo.- Hábleme de sus vecinos.Argelia.- ¿De quién nos va defender? Más bien de-bería estar ocupado en salvarse…Pachardo.- No sabe qué pasó…Argelia.- Se fueron, “los niños cantores” me dije-ron que se fueron a otro estado.Pachardo.- ¿Usted los vio?Argelia.- No.Pachardo.- Entraron de noche a la casa de los Guzmán, “El Flaco” frente a ellos… 4 pistolas con silenciadores, a la primera que tomaron fue a Carmela, la esposa, una bala en la pierna para reafirmar que no estaban jugando. La metieron en una cajuela. Ahorita la están prostituyendo en Tokio… pagaron poco por ella… Los dos niños, 8 y 7, Gonzalo y Pedro… servirán quizá como mulas para llevar droga a Colombia, a Ramón, el hom-bre de la casa, lo mataron en ese mismo instante. 25 tiros para evitar errores, tres de ellos en la ca-beza. Intentaban escapar del “abrazo”… por eso decidieron ultimarlo ahí mismo. Con esta gente no se juega.Argelia.- No creo que sólo por eso…Pachardo.- “Los Morenos” sólo están esperando un pretexto… Un día antes, le había ofrecido mis servicios a esa familia… soy bueno en lo que hago.

Entra Ángela.

Ángela.- ¿Quién es?Pachardo.- Buenos días, señorita…

*Fragmento de la obra estrenada en 2011, en el Teatro Carlos Lazo, de la UNAM.

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“La reclusión es ventajosa si la empleas en algo útil, digamos para leer, escribir o dialogar con tus demonios”, lapida Iván Ríos Gascón, escritor atí-pico, prófugo nigromante de los espejismos y las modas literarias, sobreviviente de época nihilista y escultor de una de las frases más chingonas que se han escuchado en tiempos de celuloide: “Todos vamos por la vida con un soundtrack bajo el brazo”.

Buen conversador y autor de una de las novelas clave para entender parte del mapa trazado en la última década del siglo XX mexicano, Luz es-téril (Praxis, 2003), el nacido en el Distrito Federal en 1968 concedió una entrevista (vía Internet) a Cirrosis, en la que se abordaron temas tan va-riados como el trabajo creativo, la experiencia de vida, la especulación de conceptos que nos insuflan y rodean en este todavía despegue del tercer milenio, y hasta un poco su visión del Mé-xico contemporáneo, porque en estos días “hay cosas que no podemos pasar por alto”.

“México atraviesa uno de los peores momentos de su historia”, expresa Iván Ríos Gascón al final de esta entrevista. Escritor prolífico, poeta, perio-dista, pero también productor, guionista y locutor de radio, melómano y cinéfilo, para el autor de Tu imagen en el viento (Aldus, 1995) la política nos afecta a los “creadores” y a los “incrédulos” y esto de alguna manera se refleja en los textos. Los “tiempos modernos mexicanos” que vivimos,

señala el autor del poemario Espacios liminares (Praxis, 2002) están infectados de una “guerra contra el narco mal planeada que, por cierto, nadie pidió, y que ya ha contabilizado más de 60 mil muertos. Una profunda crisis política, eco-nómica y social. Elecciones fraudulentas, gana-dores sin legitimidad. Instituciones con el prestigio y la credibilidad en bancarrota. Un Estado de derecho agujerado; un Poder Legislativo que se ha convertido en el enemigo número uno de la sociedad, a través de sus leyes nocivas para el bienestar común (la nueva Reforma Laboral es un ejemplo, por no hablar de los proyectos de Ley Fiscal o de la inminente ‘apertura’ del sector energético que van a dañar seriamente al país); la consolidación del sindicalismo charro y de to-das las prácticas corruptas que, supuestamente, ya habíamos superado”.

Y remata: “La impunidad, también, se suma a la panorámica de la falsa democracia, la ma-nipulación mediática, la estafa de los partidos políticos y el enriquecimiento lícito e ilícito de los grupos ligados al poder. En suma, nuestro país no tiene remedio, al menos, en el futuro inmediato. Y la verdad es que no se me ocurre de qué manera podríamos terminar con este periodo oscuro, si nuestra sociedad no cuenta con espacios reales para participar activamente y operar un cambio verdadero. México, como en el esplendor del priísmo más abyecto, sigue siendo la región ya no tan transparente, donde tienen cabida todos

Tras la reclusión,“la miradaes más sinceray descarnada”

Entrevista a Iván Ríos Gascón

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los horrores e indecencias menos el bienestar común y la posibilidad de que podamos aspirar a un pro-yecto de futuro”.

Pero esta percepción, en la que “el mundo se cae a pedazos” cobra un brillo especial, directa o indirec-tamente, o a manera de subterfugios inevitables, y se proyecta a través de los personajes realistas que Ríos Gascón esboza en sus historias. Su última libro se intitula Broadway Express (Cal y Arena, 2011).

Este autor tan versátil, actualmente es comenta-rista editorial de los programas radiofónicos Co-lección Nocturna, de Radio Red, y Coordenada 102.5, de MVS Radio. También es columnista del suplemento cultural Laberinto, de Milenio Diario, y colabora de manera constante en la revista Nexos.

De acuerdo o no con su percepción de estos “tiempos modernos mexicanos”, a cuya reclu-sión nos vemos al parecer inevitablemente so-metidos, dejamos al lector con esta breve entre-vista, donde las diferentes temáticas estéticas, metafísicas y cotidianas se entrelazan con este número dedicado a la reclusión en el arte y la literatura.

Cirrosis (C): Para ti, ¿qué es la reclusión?Iván Ríos Gascón (IRG): Todo depende de la perspectiva que le des a ese concepto. Por re-gla general, ninguna reclusión es saludable. Sin embargo, hay ocasiones en que el aislamiento es muy útil, el único espacio para la meditación y la catarsis. La reclusión es ventajosa si la empleas en algo útil, digamos para leer, escribir o dialogar con tus demonios. Y aunque hay quienes sostie-nen que el escritor debe aspirar a una reclusión casi monacal para poder crear, pienso que eso no es necesariamente exacto. Bueno, hablando de esto, me vienen a la mente las experiencias de Paul Auster cuando escribió La invención de la soledad, la novela sobre su padre muerto, don-de conjugó a la voluntad creadora con el dolor, el duelo, una especie de encierro curativo para ajustar cuentas con el pasado y sus sentimientos contradictorios.

C: Gregory Corso consideraba que la cárcel fue su universidad, un lugar

que, de hecho, le enseñó más que la academia. ¿Tú has es-tado recluido –en cualquiera de sus formas (locura, sole-dad, la vida misma también pueden ser eso)? Si ha sido así, ¿cómo fue tu experien-cia?; y si no, ¿qué piensas

del arte y la literatura que surgen al margen de esa experiencia?

IRG: Por fortuna no he experimentado la reclu-sión física (y la verdad es que ni la quiero ni me hace falta, supongo que no soportaría convivir conmigo mismo por mucho tiempo). La locura o la soledad son formas distintas de encierro, yo les llamaría ostracismo voluntario, y creo que eso sí lo hemos vivido todos de una u otra forma. El caso de Gregory Corso es similar al de escritores como Jean Genet o su colega beat, Neal Cassady, ar-tistas que supieron aprovechar la extrañeza de ese mundo para crear sus propios universos. El arte que surge de esas temporadas en el infierno, parafraseando a Rimbaud, posee una belleza oscura, una poética quizá mucho más genuina que la de la realidad verdadera, porque sus mi-radas muestran una emancipación rotunda del

idealismo, la convención, la fantasía. La mirada, después de una experiencia semejante, es más sincera y descarnada, quizá lo más cercana al espíritu y a la genuina dimensión de la naturaleza humana.

C: ¿Cómo te iniciaste en la literatura y por qué empezaste a escribir?IRG: Quizá suene a lugar común, pero empecé a escribir por el puro afán de contar historias. De mostrar las vidas paralelas que surgen de pronto: de una situación determinada; de una inquie-tud ajena; de la contemplación de la gente y el mundo que me rodea. Además, cuando eres un

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lector por vocación, generalmente sucumbes al contagio de las obras y los autores que más te gustan. En esto hay un sentido de proyección: vives y piensas dos, tres, cuatro o más vidas dis-tintas a la tuya, existencias que necesitas recrear o, de lo contrario, podrían ir en tu contra (Coc-teau dijo que cada relato, cada libro, es como un fantasma que nunca te dejará en paz hasta que no decidas liberarlo).

C: ¿Y en la música?IRG: Crecí escuchando a los Beatles, a los Rolling, a Bob Dylan. Ellos fueron los primerísimos artistas en mi soundtrack personal. Sin música, los recuerdos y las experiencias quedan incompletos. Esa es la razón por la que ésta es una sombra permanente en mis relatos.

C: ¿Cuál es para ti la diferencia entre poesía y narrativa?IRG: La poesía inspira imágenes, estados de áni-mo en el lector. La narrativa es una invitación al viaje. Sin embargo, ambas tienen un punto en común: la armonía de su lenguaje, la entroniza-ción de la palabra como pulso vitalista.

C: En qué terreno juegas mejor, ¿en la poesía o en la narrativa? IRG: En la narrativa, por supuesto. Aunque escribo poesía ocasionalmente (de hecho, publiqué el poemario Espacios liminares hace algunos años), la narrativa es más constante tanto en mi trabajo como en mis preferencias de lectura. C: ¿Cuándo te avocas más a uno o al otro?IRG: Como te digo, leo más narrativa que poesía y escribo más de la primera que de la segun-da, porque la poesía, siendo más intimista, en mi caso surge esporádicamente, de una manera totalmente distinta a los relatos. Las historias son más empeñosas, aparecen todo el tiempo. En cambio, los poemas son huidizos, desdeñosos, se anuncian casi de modo infrecuente.

C: ¿La poesía se hace con ideas o con imágenes?, y ¿la narrativa?, ¿por qué?IRG: Poesía es imagen, sen-sibilidad, temperamento. Na-rrativa es aventura. Poseen

distintos atributos. Si se tratara de establecer una diferencia, lo explicaría a la manera de Borges: la poesía es algo que debe leerse en voz alta. La narrativa se lee en silencio.

C: ¿Qué es una idea?IRG: Puede ser una palabra. Un escenario. Un ros-tro. Un nombre tal vez. Una idea es, simplemente, el punto de partida.

C: ¿Cómo surge, en tu caso, un poema y cómo lo desarrollas en la página; cómo el relato o la novela?IRG: Un poema surge de un signo, de una apa-riencia. El relato o una novela a veces de una frase o de un recuerdo o, también, de un tema específico: el deseo, la venganza, los celos, la soledad, el desamor. El desarrollo suele ser muy lento. Por lo regular comienzo un relato con un desenlace premeditado pero al final termina siendo una historia radicalmente distinta. Quizá porque, como la vida, la ficción también está sujeta a la ley de las probabilidades infinitas.

C: ¿Cómo trazas la estructura de tus novelas?IRG: La estructura se ensambla por inercia. No hago apuntes ni escaletas. No llevo un cuaderno de notas. Simplemente me instalo en la computadora y dejo que el texto fluya por sí solo.

C: La literatura: ¿anarquía u orden?, ¿por qué?IRG: La respuesta anterior también se aplica a esta pregunta. Si no haces una planeación por-menorizada de tu libro, entonces opera la anar-quía. Me parece que esto resulta mucho más funcional que cuando te empeñas en seguir un orden o un mapa narrativo. Al fin y al cabo, todos los relatos, como el agua, siempre encuentran su cauce.

C: ¿Estética o fondo?IRG: Son inseparables. No impor-ta tanto qué es lo que cuentas sino cómo lo cuentas. Piensa en las grandes novelas, en los grandes escritores. ¿Crimen

y castigo sería esa novela enorme sin la impronta

de Dostoievski? ¿Ma-dame Bovary sin Flau-

bert, Ana Karenina

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sin Tolstoi?... ¿Sin la gélida, abrumadora prosa de Kafka, seguiríamos pensando que La meta-morfosis es uno de los relatos más intensos de la literatura universal?

C: ¿Experiencia o experimentación?IRG: Sin experiencia es imposible la experimenta-ción. Para proponer una nueva mirada estética, es perentorio que rompas con el canon desde el dominio absoluto de las estructuras conven-cionales. De lo contrario, se corre el riesgo del fracaso o de la impostura.

C: ¿Consideras que prevalece la búsqueda estética más que la búsqueda por el enten-dimiento de la condición humana? ¿Cuáles son para ti las características de la condi-ción humana?IRG: Me parece que, últimamente, po-cos escritores persiguen una búsqueda estética y que lo mismo sucede con la

intención de discernir a la condición hu-mana. La narrativa o, mejor dicho, las

obras que se publican en estos días, se han centrado en relatos anodinos, personajes caricaturescos, historias apa-rentemente intensas pero de una futilidad aparatosa. El mercado exalta las novelas

light (ya casi nadie usa ese adjetivo para las obras perfectamente desechables),

novelas que si las lees o no las lees no pasa nada. Ante eso siempre queda el recurso de los grandes maestros, Balzac, Proust, Céline, etc. Sin embargo, en estos tiempos aún hay escri-tores que conjugan ambos atributos. Digamos Javier Marías, uno de los mejores exponentes de la literatura hispana contemporánea, o Enri-que Vila–Matas. Virtudes que también se hallan en ciertos escritores en lengua inglesa como Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan, John Banville, Salman Rushdie, Jonathan Franzen o el fallecido David Foster Wallace. La condición humana es la materia propia de la literatura, la razón por la que escribes, una especie de labe-rinto espiritual que te impone una meditación profunda.

C: ¿Qué es para ti la verdad?IRG: La verdad es mutación constante.

C: ¿Qué sentido tiene escribir en un mundo que al final, al igual que el universo, terminará por desaparecer?

IRG: Sólo escribes por el azar de que tu libro pre-valezca en caso de que llegue el fin del mundo.

C: ¿Qué piensas del aburrimiento?IRG: El aburrimiento es el signo de estos tiempos. Te aburres por todo y de todo. Es una pandemia colectiva e individual. El aburrimiento se halla en la hegemonía de los imperios mediáticos. En el desasosiego de los desastres políticos, económi-cos y sociales. En los Estados fallidos. En la falsa democracia. En la cancelación de un porvenir

probable. En el esfuerzo inútil. El aburrimiento es el estado de ánimo natural de un mundo

que se desgasta vertiginosamente.

C: ¿Cuándo empiezas a escribir y cuán-do dejas de escribir?IRG: Empiezas a escribir y dejas de ha-cerlo sin calendarios ni programas. Así como se dice que hay un tiempo para cada cosa, la escritura surge o se mar-cha de improviso.

C: ¿Qué es para ti la soledad? IRG: La soledad es ese espacio donde

todos nos sentimos cómodos.

C: ¿Qué es para ti la felicidad, por qué negarla, huir de ella, escupirla?IRG: La felicidad no existe. Vivimos tiem-pos fugaces de alegría o de bienestar o de sosiego, momentos en que nada nos perturba ni molesta, estamos en paz con

el mundo y con nosotros mismos. La gente suele confundir esos estados con la felicidad, tal vez porque cuando no se sienten aquejados por cualquier tipo de neurosis, pueden apreciar el lado amable de la vida. Sin embargo, la felicidad sigue siendo una utopía, ya que en el mundo y sus defectos la perfección es imposible. Y recorde-mos: la felicidad es una experiencia totalizadora, no admite claroscuros. Yo no reniego ni huyo de ésta, simplemente la veo como una aspiración inverosímil.

C: ¿La melancolía?IRG: La melancolía, también, es una epidemia recurrente. En un planeta donde la satisfacción es instantánea pero efímera, nunca perdurable, la melancolía es la consecuencia anímica de los egos y sus crisis.

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C: ¿La vida?IRG: Algo que cada quien debe aprender a sobre-

llevar de la mejor manera.

C: ¿El suicidio?IRG: El punto final como una de las bellas artes.

C: ¿La muerte?IRG: El destino irremediable. Aspiración de eterni-dad a través del recuerdo de los otros.

C: ¿El odio?IRG: Una absurda, ociosa y estúpida pérdida de tiempo.

C: ¿El arte?IRG: La sublimidad existencial, la única alternativa de reconciliación o redención, la única forma de posteridad.

C: ¿Las drogas?IRG: Los paraísos artificiales (Baudelaire dixit).

C: ¿El alcohol?IRG: La auténtica pócima del Dr. Jeckyll y de Mr. Hyde.

C: Una razón, tuya, para la tristeza del pensamiento.IRG: Piensas lo que eres, lo que vives, lo que ves y lo que sientes. No creo que el pensamiento pueda ser triste como tampoco estoico o efusivo. El pensa-miento tiene el color del mundo circundante.

C: ¿Cómo es un día de trabajo para ti?IRG: Lectura. Escritura. Lectura. Escritura. Un círculo vicioso.

C: ¿Cómo ves el panorama de la literatura mexica-na actual, hay una literatura mexicana auténtica, con propuestas de fondo y forma? Qué libros/au-tores mexicanos contemporáneos que hayas leído te han dejado alguna reflexión importante.IRG: Por supuesto que hay una literatura mexicana auténtica, en la que podríamos mencionar a escri-tores de generaciones diversas como José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Juan Villoro, Enrique Serna, Álvaro Uribe, Armando González Torres, Héctor de Mauleón, Guillermo Fadanelli o José Mariano Ley-va, todos actuales o, mejor dicho, todos activos. Y aunque sus obras no coinciden en forma y fondo

con las mías, los considero puntos cardinales del panorama literario contemporáneo.

C: ¿Qué autores te han influenciado, y de éstos cuáles y por qué sigues leyendo?IRG: A Bret Easton Ellis, Martin Amis, Julian Barnes e Irvine Welsh los sigo leyendo. No sé si sean mis influencias literarias, sólo la crítica podría decirlo, pero sus miradas siempre han estado presentes a la hora de escribir. C: ¿Cuáles son tus bandas favoritas y cuáles las que más te han influenciado?IRG: The Cure, The Smiths, Depeche Mode, The Pixies, Tom Waits, Blur, The Dandy Warhols, Nick Cave, Morrissey. Todas favoritas, todas influyentes.

C: ¿Por qué llevar un soundtrack bajo el brazo?, ¿no es mejor la música que puedes escuchar sin la memoria, es decir, cuyo sentimiento surja de la música en sí y no de los recuerdos?IRG: La música marca las vivencias, los recuerdos,

pero también es la sicofonía de los instantes. Surge repenti-namente, sin motivos de

por medio. En ese momento, quizá, se esté configurando el

soundtrack personal. C: De las novelas que has escrito, ¿con cuál te sientes más identificado y por qué?IRG: Todos mis libros son significativos. Sin embargo, Luz estéril es el más entrañable, quizá porque es un retrato fidedigno de mi generación. En la novela convergen las preocupaciones e inquietudes que vivimos en la década de los 90, la vacuidad, el hastío, la indiferencia, los estados de ánimo im-perfectos. Creo que sigue siendo mi libro favorito.

C: ¿En qué proyectos trabajas actualmente?IRG: Dos novelas y un libro de ensayos. No puedo decir nada más de estos proyectos, no suelo hablar de las obras en desarrollo.

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