Reincidente 117

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* Reincidente no incluye sección de Sociales Año VII, Número 117, 1ra. quincena de marzo de 2016 IMPRESICIONES Y CONFUSIONES DEL VOCABLO “INDIO” María de Lourdes Herrera Feria LOS BAILES SONIDEROS Paola Moyado Sánchez CAPITALISMO CADA VEZ MÁS SALVAJE Carlos Figueroa Ibarra MI DESEO César Alejandro Cruz Cuevas DESDE LA FACULTAD Mariano E. Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña FUNCIONARIOS Y POLÍTICOS S in embargo, en la realidad, la diversidad y las muchas identidades que generan las culturas indígenas que conviven en un territorio de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados, no son plenamente aceptadas; en principio, porque las nociones de pueblos originarios, indios o indígenas e indigenismo son confusas e imprecisas. La palabra indio es sugerente por la confusión de la que nace. Cristóbal Colón creyó que había llegado al extremo oriente de la India. Era natural para euro- peos como Cristóbal Colón que los habitantes fueran designados con el nombre de indios. Los habitantes de la India indios tenían que ser, pero lo cierto es que ni en México, ni en el resto de América existían verda- deramente indios sino una diversidad de pueblos cuya identidad fue subsumida en una palabra. La denominación de indio, que se aplica a los pue- blos americanos preexistentes a los procesos de con- quista y colonización, oculta sus particularidades iden- titarias, en tanto que es una invención europea corre- lativa y necesaria a la previa invención de América; si- gue siendo una señal que recuerda la negación primera de esos pueblos. Y, a la fecha también continúa siendo un término problemático y polisémico. La palabra desarrolló muy pronto otras dimensio- nes sociales y políticas. A partir de la conquista se con- virtió en el nombre del habitante que antes y siempre había vivido en este continente, porque el concepto no provenía del sujeto mismo a quien se aplicaba sino de la sociedad que lo conquistaba. La palabra no apareció en los diccionarios euro- peos de 1492 a 1581. A partir de 1600, cuando se le re- coge formalmente en diccionarios, la palabra comenzó a formar parte de una constelación de términos que forjaron claramente la opinión europea sobre estos pueblos: bárbaro, cruel, grosero, inhumano, aborigen, antropófago, natural y salvaje. El primer Diccionario de la Real Academia Española, publicado entre 1726 y 1736, agregó otro estereotipo, que se conservó hasta principios del siglo XXI, el de tonto y crédulo. La culminación del significado de indio como an- tropófago y salvaje se cumplió en el siglo XVIII. Tres diccionarios franceses son particularmente ilustrativos a este respecto. Así ocurre en el Dictionnaire Univer- sel, Géographique et Historique de Tomás Corneille en 1708, en el Dictionnaire Universel de Antoine Furetiè- re de ese mismo año y en Le Grand Dictionnaire Géo- graphique et Critique de Ruzen de la Martiniére, publi- cado entre 1726 y 1739. En 1798 el Dictionnaire de l’Academie Francoise in- trodujo otro vocablo de raigambre clásica y lo unió a los destinos de la palabra indio: indígena. Emplea- da por grandes autores latinos como Virgilio, Ovidio, Tito Livio y Plinio, la voz proviene de dos partículas arcaicas del latín: indu (que significaba en) y geno (que significaba engendrar, producir). Virgilio y Tito Livio llamaban indígena al pueblo latino, al pueblo origina- rio del antiguo Lacio, para distinguirlo de los advene- dizos, los que habían nacido fuera, en otro lugar. El Dictionnaire de l’Academie Francoise formuló en 1798 por vez primera y con gran fortuna la expresión Les Indigènes de l’Amèrique (Los indígenas de América). Desde entonces, y particularmente a partir del siglo XIX, la voz indígena permitió generar otras voces im- portantes para los numerosos países de América: por ejemplo, indigenismo e indigenistas. Sin embargo, el término indígena no alcanza a identificar a ninguno de los pueblos singulares que habitan desde hace mucho más de quinientos años en estas tierras. La palabra indio agrega a esta indiferen- ciación social la confusión de un remoto pasado en el que Europa se negaba a reconocer no sólo a una nueva tierra, sino a sus pobladores. En el siglo XIX, los postulados liberales declararon inexistente al indio como concepto legal. Lo que apa- rentemente rompía con la discriminación colonial, en el fondo legalizaba la desaparición de las comunidades indígenas. Si no existían como unidad social diferencia- da, tampoco sus tierras. Algunos autores han destacado que, en un siglo, el liberalismo mexicano destruyó más comunidades indígenas que la Colonia en 300 años. El indio no formó parte del proyecto de nación en cuanto elemento constitutivo en el México inde- pendiente, ni en el marco del proyecto liberal decimo- nónico. Tampoco durante la Revolución, aun cuando permeó la retórica oficial y su presencia se volvió ubi- cua en los grandes murales auspiciados por el gobierno. Se reconoció su pasado como origen de la nación que se planeaba construir, pero no como parte esencial del futuro nacional. Más que una reivindicación, era una apropiación ideológica. Siempre, en distintos momen- tos, desde el grupo dominante se ha pretendido hacer del indio algo que no es, esto es, “desindianizarlo”. El proyecto indigenista emanado de la Revolución propuso el mestizaje cultural con el fin de fortalecer la unidad nacional; significaba, igual que antes, la inte- gración del indio a la civilización según las pautas de la cultura occidental. El indio aún representaba un lastre para el desarrollo nacional. Nuestra historia contiene numerosas imprecisiones que encubren una realidad compleja y contradictoria en la que no faltan negacio- nes y exclusiones sistemáticas. En pleno siglo XXI, el Estado mexicano mantie- ne políticas públicas de corte inmediatista y clientelar para atender las complejas problemáticas de los pue- blos indígenas. Y aunque esto ya no sorprende a nadie, si es preocupante la carencia de estudios científicos que permitan reorientar esas políticas públicas, porque precisamente esa carencia es lo que abona la política de la improvisación y de la exclusión. En un estado como el de Puebla, donde existe un alto porcentaje de población indígena (19% según el último censo), que en números absolutos representan el 10% de ha- blantes de lenguas indígenas del total nacional, los es- fuerzos de historiadores y antropólogos dedicados a la historia y el estudio de estas comunidades son in- suficientes. En algún momento, ¿la configuración de identidades étnicas en función del momento histórico se convertirá en tema prioritario de estudio? * La autora es Doctora en Historia por la Universidad Libre de Berlín; actualmente se desempeña como do- cente/investigador del Colegio de Historia de la FF y L de la BUAP. Desde 1992, México se asumió oficialmente como una nación multi-étnica y pluricultural. Por María de Lourdes Herrera Feria

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* Reincidente no incluye sección de Sociales* Reincidente no incluye sección de Sociales

Año VII, Número 117, 1ra. quincena de marzo de 2016

IMPRESICIONES Y CONFUSIONES DEL VOCABLO “INDIO”

María de Lourdes Herrera FeriaLOS BAILES SONIDEROS

Paola Moyado SánchezCAPITALISMO CADA VEZ

MÁS SALVAJE Carlos Figueroa Ibarra

MI DESEO César Alejandro Cruz Cuevas

DESDE LA FACULTAD Mariano E. Torres Bautista

ENGAÑO Enrique Condés Lara

DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada

REINCIGRAMA Fernando Contreras

AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín

FRANTASÍAS José Fragoso CervónARITMOMANÍA

Gabriela BreñaFUNCIONARIOS

Y POLÍTICOS

Sin embargo, en la realidad, la diversidad y las muchas identidades que generan las culturas indígenas que conviven en un territorio de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados,

no son plenamente aceptadas; en principio, porque las nociones de pueblos originarios, indios o indígenas e indigenismo son confusas e imprecisas.

La palabra indio es sugerente por la confusión de la que nace. Cristóbal Colón creyó que había llegado al extremo oriente de la India. Era natural para euro-peos como Cristóbal Colón que los habitantes fueran designados con el nombre de indios. Los habitantes de la India indios tenían que ser, pero lo cierto es que ni en México, ni en el resto de América existían verda-deramente indios sino una diversidad de pueblos cuya identidad fue subsumida en una palabra.

La denominación de indio, que se aplica a los pue-blos americanos preexistentes a los procesos de con-quista y colonización, oculta sus particularidades iden-titarias, en tanto que es una invención europea corre-lativa y necesaria a la previa invención de América; si-gue siendo una señal que recuerda la negación primera de esos pueblos. Y, a la fecha también continúa siendo un término problemático y polisémico.

La palabra desarrolló muy pronto otras dimensio-nes sociales y políticas. A partir de la conquista se con-virtió en el nombre del habitante que antes y siempre había vivido en este continente, porque el concepto no provenía del sujeto mismo a quien se aplicaba sino de la sociedad que lo conquistaba.

La palabra no apareció en los diccionarios euro-peos de 1492 a 1581. A partir de 1600, cuando se le re-coge formalmente en diccionarios, la palabra comenzó a formar parte de una constelación de términos que forjaron claramente la opinión europea sobre estos pueblos: bárbaro, cruel, grosero, inhumano, aborigen, antropófago, natural y salvaje. El primer Diccionario de la Real Academia Española, publicado entre 1726 y 1736, agregó otro estereotipo, que se conservó hasta principios del siglo XXI, el de tonto y crédulo.

La culminación del significado de indio como an-tropófago y salvaje se cumplió en el siglo XVIII. Tres diccionarios franceses son particularmente ilustrativos a este respecto. Así ocurre en el Dictionnaire Univer-sel, Géographique et Historique de Tomás Corneille en 1708, en el Dictionnaire Universel de Antoine Furetiè-re de ese mismo año y en Le Grand Dictionnaire Géo-graphique et Critique de Ruzen de la Martiniére, publi-cado entre 1726 y 1739.

En 1798 el Dictionnaire de l ’Academie Francoise in-trodujo otro vocablo de raigambre clásica y lo unió a los destinos de la palabra indio: indígena. Emplea-da por grandes autores latinos como Virgilio, Ovidio, Tito Livio y Plinio, la voz proviene de dos partículas arcaicas del latín: indu (que significaba en) y geno (que

significaba engendrar, producir). Virgilio y Tito Livio llamaban indígena al pueblo latino, al pueblo origina-rio del antiguo Lacio, para distinguirlo de los advene-dizos, los que habían nacido fuera, en otro lugar.

El Dictionnaire de l ’Academie Francoise formuló en 1798 por vez primera y con gran fortuna la expresión Les Indigènes de l ’Amèrique (Los indígenas de América). Desde entonces, y particularmente a partir del siglo XIX, la voz indígena permitió generar otras voces im-portantes para los numerosos países de América: por ejemplo, indigenismo e indigenistas.

Sin embargo, el término indígena no alcanza a identificar a ninguno de los pueblos singulares que habitan desde hace mucho más de quinientos años en estas tierras. La palabra indio agrega a esta indiferen-ciación social la confusión de un remoto pasado en el que Europa se negaba a reconocer no sólo a una nueva tierra, sino a sus pobladores.

En el siglo XIX, los postulados liberales declararon inexistente al indio como concepto legal. Lo que apa-rentemente rompía con la discriminación colonial, en el fondo legalizaba la desaparición de las comunidades indígenas. Si no existían como unidad social diferencia-da, tampoco sus tierras. Algunos autores han destacado que, en un siglo, el liberalismo mexicano destruyó más comunidades indígenas que la Colonia en 300 años.

El indio no formó parte del proyecto de nación en cuanto elemento constitutivo en el México inde-pendiente, ni en el marco del proyecto liberal decimo-nónico. Tampoco durante la Revolución, aun cuando permeó la retórica oficial y su presencia se volvió ubi-cua en los grandes murales auspiciados por el gobierno.

Se reconoció su pasado como origen de la nación que se planeaba construir, pero no como parte esencial del futuro nacional. Más que una reivindicación, era una apropiación ideológica. Siempre, en distintos momen-tos, desde el grupo dominante se ha pretendido hacer del indio algo que no es, esto es, “desindianizarlo”.

El proyecto indigenista emanado de la Revolución propuso el mestizaje cultural con el fin de fortalecer la unidad nacional; significaba, igual que antes, la inte-gración del indio a la civilización según las pautas de la cultura occidental. El indio aún representaba un lastre para el desarrollo nacional. Nuestra historia contiene numerosas imprecisiones que encubren una realidad compleja y contradictoria en la que no faltan negacio-nes y exclusiones sistemáticas.

En pleno siglo XXI, el Estado mexicano mantie-ne políticas públicas de corte inmediatista y clientelar para atender las complejas problemáticas de los pue-blos indígenas. Y aunque esto ya no sorprende a nadie, si es preocupante la carencia de estudios científicos que permitan reorientar esas políticas públicas, porque precisamente esa carencia es lo que abona la política de la improvisación y de la exclusión. En un estado como el de Puebla, donde existe un alto porcentaje de población indígena (19% según el último censo), que en números absolutos representan el 10% de ha-blantes de lenguas indígenas del total nacional, los es-fuerzos de historiadores y antropólogos dedicados a la historia y el estudio de estas comunidades son in-suficientes. En algún momento, ¿la configuración de identidades étnicas en función del momento histórico se convertirá en tema prioritario de estudio?

* La autora es Doctora en Historia por la Universidad Libre de Berlín; actualmente se desempeña como do-cente/investigador del Colegio de Historia de la FF y L de la BUAP.

Desde 1992, México se asumió oficialmente como una nación multi-étnica y pluricultural.

Por María de Lourdes Herrera Feria

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Estoy leyendo nuevamente el libro del teórico inglés Ralph Miliband que lleva por título El Estado en la Sociedad Capitalista, que fue-ra publicado en inglés en 1969 y posterior-

mente en español en 1970. Siendo estudiante de licen-ciatura en Sociología, recuerdo haber leído ese texto en el ya lejano 1972 y, como siempre sucede, cada vez que uno vuelve a leer un libro, sobre todo si lo hace años después, encuentra perspectivas nuevas y acaso inimaginables en el anterior momento. El lector o lec-tora se acerca a un texto con toda la carga valorativa y de conocimientos que lleva adentro. Además el texto adquiere una iluminación distinta dependiendo del momento histórico en que se esté leyendo.

Todo esto he pensado ahora que releo el libro de Miliband, 44 años después de la primera vez, y con sorpresa advierto cuan profundamente ha cambiado el capitalismo en el mundo –particularmente en el de-sarrollado– en este último medio siglo. La sociedad capitalista y el Estado que analiza el teórico, tenían la impronta de las luchas obreras que arrancaron en el si-glo XIX y el miedo al comunismo que se materializa-ba en una emergente Unión Soviética y, en general, los países del socialismo real. El resultado fue que en los países centrales surgió el capitalismo keynesiano y el Estado benefactor. Sus rasgos fueron sindicatos fuer-tes, negociación salarial mediada por el Estado, seguri-dad social amplia, pleno empleo, contratos colectivos,

seguridad laboral, distribución progresiva del ingreso. Todo esto relata Miliband para pasar a refutar los ar-gumentos legitimadores que generaba este tipo de ca-pitalismo: contrario a lo que Marx había postulado, el Estado no era propiedad de una clase sino expresión de un plural poder compartido por grupos diversos, la desigualdad había disminuido así como la pobreza y las clases sociales estaban desapareciendo por todo lo anterior.

Lo que hoy vivimos dista mucho de ese retrato que ya era idílico en aquella época. Los sindicatos han sido desarticulados; la seguridad social se ha recortado drásticamente y se está privatizando y convirtiendo en mercado; el desempleo ha crecido espectacularmente así como la precariedad laboral; el Estado se ha redu-cido al mínimo pero es mucho más represivo; los sala-rios han descendido. La pobreza y la desigualdad han crecido tanto que hasta economistas ajenos al marxis-mo como Thomas Piketti (El Capital en el Siglo XXI, 2013), están recomendando altas tasas impositivas a los grandes capitales para detener la catástrofe social que el salvaje capitalismo neoliberal está originando.

Ralph Miliband murió en 1994. Tuvo ocasión to-davía de presenciar como el Estado y el capitalismo que analizó estaba teniendo cambios drásticos. Lo pa-radójico es que se siguen repitiendo muchos de los argumentos que él combatió y que habían surgido de la fuerte presencia estatal y avances sociales de la so-

cialdemocracia clásica. Hoy se sigue repitiendo que la pobreza disminuye, que las clases sociales ya no exis-ten y que el Estado es ajeno al poder de una oligarquía cada vez más acusada.

* El autor es profesor/investigador del programa de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Huma-nidades de la BUAP.

Mariano E. Torres Bautista*

En primer lugar, llaman la atención dos cues-tiones. La primera, las barreras legales im-puestas para la contratación o participación de profesores extranjeros, en las convoca-

torias lanzadas para ocupar las escasísimas plazas de tiempo completo en las universidades mexicanas. Por ejemplo, el que ya sean residentes legales en el país y que además cuenten con varios años de serlo. Estas medidas se convierten en una muy fuerte limitación para la participación porque además hasta hace poco no existía. Yo mismo me considero un producto de la ventaja que representó para mí el que desde el pri-mer día de clases, en mi primer semestre de formación como Licenciado en Historia, tuviese a un excelente docente, egresado de la Universidad de París, con ex-periencia docente de varios años en Portugal, pero que no podía residir en su natal Haití, que en ese momen-to seguía bajo la sangrienta dictadura de “Baby Doc”, hijo del mucho más famoso “Papá Doc”: François Duvalier.

Otros profesores y conferencistas que escuché en esos primeros años de formación profesional prove-nían de las oleadas de refugiados que habían huido de

los golpes de Estado y las dictaduras en el Cono Sur de América.

La segunda: la tendencia que se advierte ahora hasta en prestigiosas instituciones que siempre se ha-bían nutrido de profesores de la más alta calidad sin importar su nacionalidad, de priorizar la contratación de profesores de origen mexicano. Es conocida la baja tasa de jubilación prevaleciente en este sector: ante lo irrisorio de los sueldos de los profesores universitarios comparados con los de profesionistas de otras áreas, el grueso del profesorado permanece en activo más allá de los 65 años de edad para no perder complementos indispensables como los programas de becas al des-empeño, estímulos a la productividad y la mensuali-dad otorgada por el Sistema Nacional de Investiga-dores. Así, los egresados se van quedando con menos posibilidades para incorporarse a la planta de profeso-res. En consecuencia, el bloqueo al arribo de los po-cos especialistas formados en el exterior interesados en aventurarse a la vida en nuestro cada vez más peli-groso México, representa la pérdida de oportunidades de nutrir nuestra masa crítica universitaria con puntos de vista diferentes, experimentados y, hasta diríamos,

puertas y puentes para romper con el peligroso inces-to académico.

Si queremos superar las corruptelas, malos mane-jos y simulación que como fantasmagóricos entes cir-culan en forma de secretos a voces por los pasillos y corrillos de las facultades de todas las universidades mexicanas, una internacionalización fuerte, amplia y sostenida, de entrada funcionaría como un fresco aire sanador y de limpieza.

* El autor es Doctor en Historia por la Universidad de París I, Phantéon-Sorbonne. Actualmente trabaja como docente/investigador en el programa de Maes-tría en Antropología Social de la BUAP.

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Parece ocioso plantearse la pregunta y totalmente obvia la respuesta; sin embargo, a la luz de los acontecimientos recientes ya no lo es tanto.

Carlos Figueroa Ibarra*

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Enrique Condés Lara*

No se trata, por supuesto, de sustituir una vi-sión occidental-centrista por una perspec-tiva asio-centrista, sino de equilibrar todos los componentes y construir una verdadera

historia universal. La visión euro-centrista de los acontecimientos

nos dificulta, cuando no cancela, la comprensión y va-loración de los impactos y repercusiones más profun-das que provocó la dominación occidental en la forma de ser, mentalidades, estructuras ideológicas, sensibi-lidades, imaginarios colectivos y tradiciones cultura-les en las milenarias culturas orientales; además, nos impide ver los procesos de reencuentro, recuperación de identidades, cultura y afirmación (o construcción) nacional que precedieron o se dieron junto con su re-novación y recuperación política, económica y mili-tar. Incluso, muchos de sus protagonistas, ideólogos y pensadores –Jamal al Din al-Afghani, Liang Qichao, Sun Yat-sen, Rabindranath Tagore, Tokutomi Soho, Alí Shariati, Sayyid Qutb, Mahatma Gandhi, Musta-fa Kemal Atatürk, Sri Pandit Jawaharlal Nehru, Mao Tse Tung–, nos son extraños o desconocidos.

Y aunque es cada vez más notorio que el centro de las actividades financieras, comerciales, industriales y políticas se desplaza del eje Europa-Estados Uni-dos hacia el circuito Japón-China-Corea y Sur-India, seguimos pensando, engañados, que en Occidente se decide el presente y el futuro del mundo, como si las naciones y los Estados asiáticos continuaran postra-dos como a inicios del siglo pasado.

El siglo XIX fue la era dorada del imperialismo. Entonces, las potencias industriales de Occidente irrumpieron, ultrajaron, saquearon y se repartieron el mundo. Con tecnología militar y potencial económico

–que no civilizatorios– superiores. Ese siglo estuvo sal-picado de salvajadas, esto es masacres, despojos, humi-llaciones y atrocidades de los europeos civilizados con-tra los pueblos de Oriente. La paz lograda en el viejo continente tras las guerras napoleónicas (Congreso de Viena, 1815), permitió durante las décadas siguientes a estos pueblos belicosos descargar sus furias guerreras más allá Europa. Montaron una justificación ideoló-gica para sus tropelías: estaban civilizando a los bárba-ros, ayudándolos a salir del atraso y decadencia en el que habían quedado sumidos. En 1820, escribió He-gel: “La historia de China no ha mostrado desarrollo alguno, de modo que nosotros ya no podemos ocupar-nos de ella por más tiempo... China e India están, por así decirlo, fuera del curso de la historia mundial”.

La moderna empresa imperialista fue iniciada por Napoleón en Egipto. El 19 de mayo de 1798, al fren-te de una flota integrada por 335 navíos, transportó un ejército de 54 mil hombres que, tras tomar la isla de Malta, desembarcó cerca de Alejandría, ese 1 de julio.

El 21 de julio destruyó al ejército egipcio al pie de las Pirámides, para ocupar victorioso tres días después la ciudad de El Cairo. La resistencia con que topó en esta ciudad fue ocasión para mostrar hasta donde era capaz de llegar: incendió las aldeas cercanas y masacró a sus habitantes, fusiló a cuanto egipcio se le hizo sospechoso, sus soldados irrumpieron en la mezquita sagrada de al-Azhar para beber vino hasta quedar inconscientes, no sin orinar antes dentro del templo. Cometieron toda clase de pillajes, saqueos y violaciones a lo largo de va-rios días y aún cuando entre el 1 y 2 de agosto de 1798, el almirante inglés Horacio Nelson destrozó la escua-dra francesa en la rada de Abukir, con lo que consolidó el dominio marítimo británico y asestó un golpe mortal a la incursión de Napoleón en Egipto, al romper la co-municación del ejército francés con su metrópoli, Bo-naparte se mantuvo en aquel país y avanzó hacia Siria y Palestina. Ahí, en su camino hacia Damasco, entre el 19 de marzo y el 10 de mayo de 1799, mantuvo en sitio la ciudad de San Juan de Acre, viejo fortín de los cruzados, que finalmente se rindió, lo cual no fue impe-dimento para que ordenara pasar a cuchillo a todos los prisioneros. A su regreso al Cairo enfrentó exitosamen-te un intento turco por recuperar Egipto: “Esta batalla, escribió, ha sido una de las más bellas que he presencia-do. De los cuarenta mil hombres del ejército enemigo, no se ha salvado un solo hombre”. En efecto, heridos y prisioneros fueron ajusticiados de inmediato. Obligado por la situación en Europa, a fines de agosto, regresó a París acompañado de unos cuantos cientos de soldados, dejando a su ejército custodiando la nueva posesión de

“la república francesa”. Bonaparte nunca vaciló en aplastar cruelmente

cualquier tipo de oposición a su dominación, en man-tener aterrorizada a la población, imponer toda clase de impuestos y tributos para sostener su ejército, po-ner a trabajar a los dominados en beneficio de los nue-vos amos, imponer tratados comerciales y emprésti-tos leoninos y “tomar” las obras de arte, joyas y docu-mentos históricos que los científicos y expertos que lo acompañaban considerasen necesario “rescatar” para bien de la civilización. Fueron líneas maestras que en adelante siguieron ingleses, alemanes, holandeses, bel-gas y norteamericanos en sus incursiones contra los pueblos de Oriente.

Las siguientes décadas registran la arrolladora e in-contenible irrupción del Occidente, de la revolución industrial en Oriente: India, Ceilán, Birmania, Persia, Indonesia, China, Afganistán, Indochina, Filipinas y el imperio otomano; múltiples rebeliones y resistencias e innumerables masacres, saqueos y atrocidades sin pa-rangón de los europeos. Al concluir el siglo es incon-testable el dominio mundial de unos cuantos países de Europa y de los Estados Unidos. Pero no solamente fue

una simple sumisión económica, política y militar la que impusieron; fue también intelectual, moral y espiri-tual. “La civilización acabó viéndose representada en las formas europeas del conocimiento científico e histórico, así como de las ideas de moral, orden público, crimen y castigo, incluso de la forma de vestir del viejo continen-te”, observa Pankaj Mishra en De las Ruinas de los Impe-rios (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014).

Aún así, fue un sometimiento efímero. Unas cuan-tas décadas después –terribles, sangrientas, bestiales, pero tan solo unas cuantas–, encontramos en el hemis-ferio oriental un panorama completamente distinto cuyo punto de partida se localiza en la batalla naval del estrecho de Tsushima (1-2 de mayo de 1905). Ahí, un emergente Japón aniquiló la mayor parte de la arma-da rusa que había viajado medio mundo y aseguró sus pretensiones sobre Manchuria y Corea. En cientos de años, ningún país europeo había sido derrotado en una guerra importante por uno oriental. El entonces presi-dente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt, se atrevió a decir que era el mayor fenómeno que había visto el mundo en toda su historia. Por su parte, Sun Yat-sen habló de una nueva esperanza, “la de zafarse del yugo y el dominio de los europeos y recuperar la posición que por derecho propio les corresponde a los pueblos de Asia”. Los sentimientos de inferioridad, de impotencia y de trágica fatalidad que dominaban a los pensadores y elites de los pueblos de oriente comenzaron a resque-brajarse. Vieron que los hombres blancos, conquistado-res del mundo, finalmente no eran invencibles. Japón demostraba que el poderío podía adquirirse y que los países asiáticos debían y podían encontrar su propio ca-mino hacia los nuevos tiempos.

No fue nada fácil encontrarlo y recorrerlo. Apren-dieron a combatir a una civilización extraña y agresi-va con sus propias armas, explicó Arnold Toynbee (El Mundo y el Occidente. Aguilar, Madrid, 1958). Sin per-der su identidad, renovando incluso sus más profun-dos valores y sus estructuras sociales y políticas, adop-taron todos los recursos científicos, tecnológicos, mi-litares y económicos occidentales necesarios para su desarrollo y, por supuesto, su liberación. Cada caso fue, no es ocioso decirlo, singular, aunque hubo similitu-des y coincidencias. Quizá la más importante de ellas fuera la determinación para superar la humillación, vencer dificultades y empujar hacia adelante. Hoy en día el peso político, económico y militar de Asia es enorme; impresionantes su pujanza y vitalidad. El si-glo XXI, aseguran no pocos analistas, será, a final de cuentas, un siglo oriental.

* El autor es Doctor en Sociología Política por la Uni-versidad de Granada, España y director del Museo de la Memoria Histórica Universitaria de la BUAP.

Las historias sobre el siglo XX que se han escrito son, en mayor o en menor grado, unilaterales. Giran alrededor de los hechos que arrancaron o sucedieron en Europa y los Estados Unidos. Las dos guerras mundiales, la revolución

rusa, el fascismo y en nazismo, la guerra fría, el hombre en la luna, la constitución de la Unión Europea, la revolución informática, etc. Dejan de lado o colocan en segundo término lo que se perfila gradualmente como el proceso que

definirá en buena medida el siglo XXI: la irrupción de Asia.

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Paola Moyado Sánchez*

En los primeros años de los ochenta, la escena sonidera, como se conoce hoy en día, comienza a consolidarse y expandirse en la ciudad de Puebla. Actualmente es un género musical muy particular y un espacio de

sociabilidad que causa fervor, comunión, ambiente, pero también conflictos.

La práctica sonidera, es un momento de la nocturnidad que consiste en la presenta-ción musical de una persona especialista en la música cumbia, inseparable de su equipo

de sonido, que se encarga de amenizar el ambiente y demostrar sus talentos mediante la intervención de su voz. Mensajes, saludos, frases, un poco de canto y dis-tintas enunciaciones son las que acompañan las can-ciones seleccionadas y presentadas por él.

Este espacio musical se conforma principalmente por público proveniente de contextos populares que asiste con la finalidad de bailar y convivir al ritmo de cumbia, o en espera de recibir o mandar algún mensa-je por medio del artista sonidero. El baile sonidero se observa entonces como un espacio comunicativo, lú-dico y relacional.

Bailar, cantar, platicar, ligar, convivir, son algunas de las dinámicas que se posibilitan en estas reuniones colectivas, callejeras o semiprivadas. El baile sonidero es una práctica urbana sonora que reúne a gran can-tidad de jóvenes y adultos y como es un espacio de sociabilidad y observación colectivas, se hace funda-mental desplegar una serie de formas específicas res-pecto al baile, el talento o belleza de las parejas en la pista. Son importantes con qué grupo o amistades se está “relajeando”, con qué vestimenta se asiste, cómo se utiliza el cuerpo, o si son nombrados por el sujeto so-nidero a través de saludos que pueden mencionar a los asistentes de forma individual o por grupos, colonias o barrios. Estos mensajes son los encargados de dejar en claro que el sonidero implica un estilo en donde la música nunca se escucha sola: el artista sonidero habla constantemente, anima al público, cuenta chistes y sa-luda a todos aquellos cuyos nombres aparecen escritos en pedazos de hojas de papel, en cartulinas, en peque-ños letreros o en grandes lonas, y que se encuentren en algún lugar visible para él o que sus asistentes o los mismos sujetos interesados le hagan llegar personal-mente. De ahí que los mensajes en general sean con-siderados por las personas asistentes como elementos sonideros, incluso más significativos que la música misma, aunque esta última sigue siendo fundamental.

Las cumbias, como base musical, son manipuladas, acelerándolas o “rebajándolas” para “soltar” sobre ellas

los sonidos grabados –intros– que caracterizan a de-terminado sonidero, así como mezclas o partes de dis-tintas canciones, pasadas y presentes, que permiten la continuidad de la armonía y el ambiente que han ido creando conjuntamente.

Si bien está presente como figura principal un su-jeto experto en cumbia sonidera, el Sonido/Sonidero se conforma también por otros miembros que fungen como los asistentes y cuya labor es esencial para que el equipo de sonido esté listo en todo momento. Son individuos a los que se les conoce comúnmente como chocomiles, el supuesto plural de chocomilk, y cuya pre-sencia es primordial si se trata de giras nacionales e internacionales, o eventos de gran magnitud. Algunos artistas sonideros han designado a sus hijos como asis-tentes de este tipo, lo que los lleva a aprender la pro-fesión desde pequeños en tareas como el enrollado de cables o la creación de mezclas selectas propias de un Sonidero. Las Dinastías son ejemplo de la tradición aprehendida y el talento heredado.

Cuando los sonidos comienzan a considerarse pro-fesiones o empresas, es común que empiece una mo-vilización a varios lugares del Estado, del país o del extranjero (principalmente Estados Unidos) bajo la figura de giras, que pretenden reconocimiento y posi-cionamiento en el gusto de la diversa población latina y cuyo éxito se materializa en la grabación de discos que son consumidos por aquellos que fueron nombra-dos mediantes saludos, por los admiradores del artista sonidero o por los que consideran que la selección de música y el ambiente creado durante el baile sonidero fueron lo suficientemente buenos como para “guardar” el momento. En la ciudad de Puebla es posible encon-trar estos discos a la venta en distintos tianguis como el de La Raza, y en los mismos espacios donde se lle-van a cabo los bailes.

Las relaciones sociales creadas por este escenario lú-dico, emergen de la proximidad física y de identifica-ciones en el gusto musical. La cumbia, y en pocas oca-siones la salsa, definen la praxis musical sonidera de los asistentes como un tipo de realidad específica que im-prime construcciones sociales muy particulares. Tal es el caso de los movimientos corporales que se producen al bailar. El cuerpo, sus movimientos, ejecuciones y formas,

son observadas en todo momento durante el baile, de tal manera que son considerados vías de comunicación e información cuyo fin es montar un tipo de lengua-je propio del contexto sonidero, caracterizando ciertos bailes con estilos interesantes de nominación, como el bailar de “brinquito” o el “persignando el piso”.

Estas y otras prácticas corporales y musicales, son las encargadas de desarrollar en torno del movimien-to sonidero un entramado de significados y relaciones que vale la pena analizar en sí mismos como dinámicas contemporáneas de sociabilidad e identificación.

Las dinámicas músico-vocales propias del sonidero, se perfilan como un contexto sociocultural interesante que resulta de la congregación de sujetos múltiples con intereses en común, entre ellos el ser parte de una can-ción, pues la melodía “completa” implica el contenido base (la letra de la canción original) y aquella que su-perpone el artista sonidero. Tan importante es la letra de uno como del otro.

* La autora es estudiante de licenciatura en Antropo-logía Social de la BUAP.

ESCRÍBENOS •Paracualquieraclaración •Paraalgúncomentario •Parahaceralgunacontribución •Paraexternarunacrítica •Paraprotestarporalgo •Paraalgunamentada(peroleve) •Paradiscutirelfuturodelahumanidad •Paradudas(quenoseanexistenciales) •Parapreguntas(nocapciosas)

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HORIZONTALES2. Prenda de vestir que en los me-

dios nice de México se conside-ra de indios (plural).

10. Símbolos del uranio y carbono.12. Es uno de los sinónimos de in-

dio, principalmente en las gran-des ciudades del país.

13. Etnia que habita en Chiapas y Guatemala.

14. Símbolo del neón.15. Cuadro de hortalizas.17. Natural de la India. Indígena

de América y persona a la que hoy se considera como descen-diente de aquel, sin mezcla de otra raza.

19. Patria de Hipócrates.20. (Lugosi), actor húngaro, famo-

so por protagonizar Drácula (1931).

21. Abreviaturas de oeste, deuterio y tera.

22. En la ciudad de México es muy común este calificativo a una persona considerada como in-dio, feo, pobre, de malos gustos, etcétera.

23. Sucedió a Díaz Ordaz como presidente de México (inic.).

24. (Antica), antigua ciudad en la costa del mar Tirreno, funcio-nó como puerto de la antigua Roma.

26. Del verbo raer (inv.).27. Adornas.29. En vez de este calificativo se usa

el de indio.31. Forma de pronombre.32. Moneda de cobre usada en la

antigua Roma.33. Indígenas del sureste de México

y Guatemala.36. Tras la llegada de éste navegan-

te, a lo que hoy es América se le llamó Indias Orientales.

40. Baile andaluz.41. Arteria mayor del cuerpo hu-

mano.45. Pájaro.46. La ciudad eterna.47. Hogar.48. Indios nómadas de Tierra del

Fuego.49. Pronombre demostrativo.50. Indígenas del occidente de Mé-

xico.52. Símbolos del aluminio y tesla.53. Símbolo del sodio.54. Lucha, pelea.55. Período de 30 días57. Contracción gramatical.58. Etnias que preservan sus cultu-

ras tradicionales.

VERTICALES1. Parte de un país, generalmente

de la provincia. A los miembros que llegan a la ciudad se les suele llamar indios, sean blan-cos o morenos.

3. Símbolos del oxígeno y flúor.4. Herramienta de apoyo para los

Intermediarios Financieros que permite acceder, de manera in-mediata, a Inversionistas Institu-cionales y concertar operaciones.

5. Instrumentos financieros de deuda utilizados por entidades privadas y al igual por entidades de gobierno y que sirven para financiar a las mismas empresas (pl.).

6. Puse en circulación.7. Aldea de la Galicia profunda

habitada por unos pocos ancia-nos y en cura.

8. Sílaba sagrada en la mística hindú.

9. Cantidad reunida de dinero, va-lores u objetos preciosos que se guarda en algún lugar.

11. Dar por cierto.14. Elemento rígido que forma

parte del calzado, se encuentra unido a la parte posterior de la suela (inv.).

16. (García), ex presidente de Perú.18. Diclorodifeniltricloroetano,

insecticida organoclorado sin-tético.

19. Descienden, se precipitan al suelo.

24. Adquiero seso o cordura (inv.).25. Embiste, acomete.28. Dios entre los mahometanos.30. Animal plantígrado.33. Al que tiene ese color de piel se

le suele calificar como indio, en México.

34. Sábalo, pez teleósteo.35. Parte del huevo.37. Pelo suave y rizado de algunos

animales.38. Da forma de óvalo.39. La compañía multinacional

agroalimentaria más importan-te del mundo.

42. Nombre que se les da a los dio-ses de los indígenas (inv.).

43. Símbolos del radio y resistencia eléctrica.

44. Urda, maquine.50. El Campeador.51. Arbusto papilionáceo parecido a

la acacia.54. Lotería Nacional (inic.).56. Milicias nacional socialistas, di-

rigidas por Röhm (sigla).

RENACIMIENTOClemente quería ser un hombre nuevo.Acudió con el peluquero pidiéndole le afeitara la

crecida barba pero dejándole únicamente un delgado bigote.

Luego de la acción de las tijeras por su rostro, mi-rándose al espejo, Clemente no notaba cambio alguno.

Pidió entonces al peluquero le dejara el cabello más corto.

De nuevo al espejo sin notar que luciera diferente.Otra vez las tijeras, la navaja, menos cabello, menos

bigote.Clemente, por fin, quedó satisfecho cuando, des-

pués de cortar y cortar, el peluquero había deja-do a Clemente sin cabeza.+

CASA DE CITASEl hombre abrumado llegó a una casa de ci-

tas con dinero y con soledad, y salió sin él, pero con ella.

CONCURSODomelio deseaba ganar el concurso de escritura

del cuento más pequeño del mundo.Con notable timidez escribió apenas un punto so-

bre la inmensa hoja en blanco.Llegó el día de los resultados.El veredicto del jurado: Segundo lugar.Domelio se sorprendió al averiguar que el ganador

fue el hábil escritor que concursó sin ni siquiera entregar papel alguno.

REFRÁNEn casa del jabonero el que no cae resbala.Y las visitas recurrieron al arte de la acrobacia.

Cecilia Vázquez Ahumada*

Este útil animal, acompañante de muchas ci-vilizaciones a lo largo de la historia de la hu-manidad, ha sido de utilidad por su carne y

piel pero, sobre todo, por ser un medio de transpor-te. Su resistencia fue muy útil para reforzar la agri-cultura y acompañar a los humanos en los procesos guerreros, hasta comienzos del siglo pasado.

El caballo (Equus ferus caballus) es un mamífe-ro originario de Asia Central, puede llegar a me-dir hasta 1.82 m. Pertenece a una antigua familia de mamíferos que evolucionaron a los largo de los últimos 54 millones de años. Uno de los primeros antepasados del caballo, el Hracotherium, era un herbívoro pequeño, del tamaño de un perro me-dio; poseía cuatro dedos en las patas delanteras y tres en las traseras. Durante los siguientes 50 mi-llones de años, los équidos se hicieron más gran-des y perdieron los dedos adicionales de las pa-tas, hasta que comenzaron a correr sobre un único dedo como los equinos modernos.

Hace cinco millones de años, las especies que ahora conocemos de caballos ya andaban pastan-do por el planeta. Sus patas largas les permitieron mayores y mejores carreras a lo largo de las inmen-sas praderas de Asia Central. Su dentición se volvió más fuerte y los llevó a ocupar las estepas de hierbas húmedas. Igual que los rumiantes contemporáneos, se alimentan de la celulosa pero, la materia vegetal es descompuesta en el estómago y es aprovechada en el ciego, una sección del intestino grueso.

Los primeros equinos se extendieron en el Viejo y el Nuevo Mundo, pero en América se ex-tinguieron a raíz de la cacería que sufrieron por parte de los humanos que vinieron desde Asia y por los cambios climáticos que afectaron la pro-ducción de sus alimentos. El hecho contundente es que hace 8,000 años, el caballo había desapare-cido de América y no regresaría sino hasta el siglo XV con los conquistadores europeos.

Solamente se ha identificado una subespe-cie superviviente del caballo salvaje: el caballo de

Przewalski de Asia Central, conocido también como “caballo salvaje mongol”. Este animal es más pequeño y compacto que los actuales caba-llos modernos, con un cuello grueso, crines rígi-das y un pelaje enmarañado. En Europa, hasta comienzos del siglo pasado, sobrevivió otra sub-especie del caballo salvaje: el tarpán o caballo sal-vaje europeo.

En épocas prehistóricas los humanos cazaban caballos por su carne, como lo muestran las pin-turas rupestres de España y Francia. No se tiene fecha precisa del paso del uso del caballo como presa a la de animal doméstico para pastoreo. En el Oriente Medio, por el 2500 a.C. ya había sido domesticado, pero investigaciones más recientes desplazan el lugar de su domesticación al Asia Central, con el pueblo botai de Kazajistán, entre los años 3700-3100 a.C. El hallazgo de yacimien-tos arqueológicos botai con muestras de caballos diferentes de los salvajes, apuntan a que se esta-ban dando procesos de mejoramiento genético entre los caballos de los botai: muestran desgaste en las mandíbulas, posiblemente por el uso de bri-das. Se han encontrado además depósitos (kunis) para fermentar la leche de caballo, como hoy día se consume en Kazajistán. Y la prueba de los análisis genéticos de los restos arqueológicos de caballos, revelan que hubo una gran cantidad de yeguas sal-vajes usada para las cruzas y pocos machos selec-cionados para las cruzas.

Desde aquellas tempranas épocas, se entendió que montar a caballo era muy productivo para ata-car a los grupos sedentarios. Los hombres monta-dos alcanzaban más distancias que caminando y a mayor velocidad. Esta fue la ventaja del ejército Mongol que dominó una extensión que iba desde China hasta Europa Central.

* La autora es Licenciada en Antropología Social por la BUAP, actualmente asignada en el INAH-Puebla.

Caballo, en verdad eres una criatura sin igual, pues vuelas sin alas. El Corán

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Adiós— dijiste despidiéndote de mí como si fuéramos iguales, como si mi edad no me separara de ti, como si no fuéramos ceniza y piedra, adiós y bienvenida. Pusiste tu exa-

men sobre la pila de hojas que temblaba en el escrito-rio negro, carcomido y oxidado, sobre el que mis dedos nerviosos repiquetearon una desconocida canción.

—Adiós— respondí efusivo, soñando a la vez, igualándome contigo, fingiendo jovial indiferencia, como si tu entallada figura y tus ojos de gata engreída no me sacaran a empellones de mi aburrida rutina de profesor de preparatoria.

Te miré completa, recorriendo con mis ojos las-civos tus firmes carnes, tus delineadas formas que se acentuaban por los generosos pliegues de tu ropa. En-tonces, imaginando el roce de mis labios en tu sede-ña piel morena, volví soñar. Tus ojos claros sonrieron cuando me acerqué en mi sueño y otra vez tu piel achocolatada me cautivaba, “Chiquilla, que contraste el tuyo, ojos café claro, miel, y piel canela”. Despierto en seguida, tú sigues caminando, firme, flexible, arro-gante. Sabes que te miro; te detienes en el umbral y volteas, confirmas tu sospecha: te miro embobado.

¿Pero quién no te miraría?, si casi revientas la ropa que te viste, si tu sola mirada emborracha.

“Aquí tiene”, escucho decir a alguien, mientras po-nen el examen en la misma pila temblorosa. Es la chi-ca gorda, la fea y desalineada, la que también casi re-vienta su ropa aunque de otro modo, la que no le que-da otra más que ser estudiosa y cumplida, la que nadie mira, y la que irónicamente me mira a mí como yo te miro. También conozco su secreto. No me interesa.

Sentado en una banca para alumno vuelvo a soñar. La incomodidad no me importa, de hecho a nadie le in-

teresa, la escuela tiene necesidades más apremiantes que dotar de sillas decentes a los profesores. Avanzas lento, con cada paso que das percibo que el tiempo se detiene. Quiero que desaparezcan todos, es un sueño, sí, todos: los holgazanes que esperan que aparezcan las respuestas en el techo que se cae a pedazos; los inconformes que desean el diez absoluto y lo persiguen hasta el último minuto; los inseguros; los idiotas e inmaduros, que son unos niños comparados con muchas de ustedes; la gor-da; los que cumplen; los ordinarios; todos. Quiero que te quedes sola conmigo, que peleemos a muerte sobre las mesas de este salón. Que derrames mi sangre por el sacrilegio de desearte a ti, virgen obscena. Para que, inevitablemente, después me redimas y te entregues sin va-cilación, me alimentes con tus manos y limpies mis heridas… Despierto nuevamente cuando el aire frío mueve el adorno de papel brillante que cuelga de la ventana. Percibo que un cua-dro tiembla en la pared y que su mirada risueña e inocente tam-bién te mira. “Jaja”. Yo me rio por dentro pensando que hasta al regordete del retrato excitas. Contoneas por última vez tus caderas, precisa, calculadora, justo antes de rebasar el umbral. Sales, doblas hacia la derecha y el muro, mitad pared mitad ventana deja ver solamente tu silueta, tu sugestiva silueta. Las ventanas saturadas de pegotes

y motivos diversos me impiden seguirte observando, te pierdo de vista: “estúpidos adornos”.

Te marchas sabiendo que me tienes en tus manos, en tu piel canela, achocolatada, en tus firmes formas, en tus ojos claros de trigal. Te marchas sabiendo eso, aunque realmente no te interesa. “No le aunque” diría mi abuelo; seguirás siendo mi sueño, mi válvula de es-cape. Lo bueno es que conforme avanza el curso y se acerca mi cumpleaños y sus deseos, tú seguirás siendo el principal, como los últimos tres años.

* El autor es licenciado en Informática, profesor de la Preparatoria Alfonso Calderón Moreno de la BUAP

Pues sí, no fui futbolista ni piloto, ni siquiera bombero. No fui nada de lo que deseaba cuando niño, pensé mientras te miraba acercarte atravesando el salón. César Alejandro Cruz Cuevas*

«Sit tibi terra levis»(Que la tierra te sea ligera)

Escritor, inventor e incansable

Umberto Eco1932-2016

De rosas llenaremos la añoranza

Puebla de Zaragoza, marzo 2016.

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Director y editor: Enrique Condés LaraConsejo Editorial: Mariano E. Torres Bautista, Juan Lozada León, José Fragoso Cervón,

María de Lourdes Herrera Feria, Hugo López Coronel, Gabriela Breña, Cecilia Vázquez Ahumada y Eulogio Romero Rodríguez, Octavio Spíndola Zago

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RE~INCIDENTE. Año VII. No. 117. Primera quincena de marzo de 2016. Es una publicación quincenal editada por el C. Enrique Condés Lara, domicilio Costado del Atrio de San Francisco 22 bis. Cuadrante de san Francisco, Delegación Coyoacán, CP. 04320, tel. (55) 55-17-76-63. Correo electrónico: [email protected]. Editor respon-sable: Enrique Condés Lara. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo 04-2011-032210460200-101. ISSN: 2007-476X. Otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud y Contenido No. 15198 otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en los talleres de El Errante, Editor. Privada Emiliano Zapata No. 5947, San Baltasar Campeche, Puebla Pue. C.P. 72550. Este número se terminó de imprimir en marzo de 2016 con un tiraje de 5000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de RE-INCIDENTE.

Solución alReincigRama de eSte númeRo

José Fragoso Cervón*

No pocos días necesité para hacerme del va-lor para enfrentarme a los cachivaches que amontonados y saliéndose de cajas viejas se

desparramaban por el pasillo de la casa. Sabía que no todo regresaría al embellecido cuarto y que for-zosamente tendría que hacer una depuración. (No te hagas güey, las mujeres te estuvieron jeringando hasta que emprendiste la tarea). ¿Cómo es que había acu-mulado tantas cosas?

Escogí una caja que estaba tan averiada que al tocarla acabó por destruirse dejando caer al piso todo su contenido: valeros, yoyos, canicas y un trompo de dos puntas.

Y de inmediato mi ya alucinada mente (acelerada por dos que tres jalones dados a la maldita yerba, no-más para darme valor), me transportó al barrio obrero (fábrica de hilados y tejidos, cervecería Moctezuma, talleres y estación del ferrocarril) donde hace ya al-gunos lustros, no pocos, mi familia vivía en una casa para los empleados. Nítida, se me presentó la ima-gen de la salida diaria y tumultuosa de los diferentes centros de trabajo, de los obreros jorobados por la ar-dua jornada que eran absorbidos por las varias can-tinas que poblaban las calles circunvecinas, con una estruendosa música venida de las rocolas veinteras con la Sonora Matancera y sus cantantes, Roberto Jaramillo, Pedro Infante, Jorge Negrete, los Panchos y otros que entonaban los éxitos del momento, que invitaban a los chambeadores a saciar su sed y olvi-darse, por un momento de perdida, de su triste vida, y a cambiar por otros los ruidos de las máquinas hila-doras, de los martillos golpeando fierros en yunques enrojecidos por el fuego de las fraguas, o de máquinas hacedoras de ruidos rítmicos por el golpeteo de bote-llas transportadas por bandas movibles por lagrimo-sas, frías cebadas fermentadas.

En ese tiempo de mi infancia, mi sueño era llegar a ser un pastor de ganado. Veía que mi amigo pastor el Jiripollo no tenía que levantarse a la 6.30 horas de la mañana para ir a la escuela primaria, ni pasarse una parte del día encerrado entre cuatro paredes del salón de clase, soportando los castigos de maestros tradicio-nalistas (la letra con sangre entra); solo tenía que sacar el ganado a las 9 am y vigilar que no se desperdigara por el campo.

Durante las vacaciones escolares llegaban las tem-poradas de juegos y del trompo. Y resulta que Raúl, mi hermano menor, no había aprendido a bailar bien el trompo por más que mi padre se empeñaba en en-señarle. Siempre que lo intentaba, en vez de girar por la punta giraba de cabeza. Entonces, al ver el repetido fracaso, sugerí que le compraran un trompo de dos puntas y así se resolvía su problema. Sin embargo, en vez de tomar mi propuesta como la solución, mi pa-dre la tomó como una burla a su fracasada labor; un “vete de aquí, no seas pendejo, cómo un trompo de dos puntas, vaya si eres estúpido” fue su respuesta.

Al día siguiente con la idea en mi “estúpida” cabe-za fui a ver a uno de los amigotes de mi padre que tra-bajaba en el departamento de carpintería del ferroca-rril y le expuse mi ocurrencia (no era la primera vez que lo visitaba, acostumbraba holgazanear visitando a los trabajadores de los diferentes talleres). Le pareció una idea loca, pero a diferencia de mi padre, no me mandó a la chingada sino que buscó un pedazo de madera dura y montándolo en la máquina empezó su labor. No solo lo torneo, sino que le puso puntas de tornillo que después redondeó con un esmeril. Al ver su producto acabado, buscó una cuerda, lo probó, y lo asombroso del caso fue que el trompo de dos puntas bailó. Y varios de sus compañeros que se habían acer-cado para observar, soltaron las carcajadas, los aplau-sos y propuestas de cómo hacerlo chillar al bailarlo. Sin darnos cuenta, el jefe del taller se acercó y al ver de qué se trataba y al observar el baile del trompo de dos puntas, lo tomó en su mano y dijo: “seguro esta fue una idea de este cabrón chamaco”, y estirando la mano me lo entregó, diciendo de inmediato a todos “bueno, a trabajar, ya este genio les dio tema para pla-ticar, pero en la cantina”.

El sueño de ser pastor me lo quitaron desde hace tiempo los castigos del maestro y los regaños de mi pa-dre; sin embargo, los recuerdos de canciones salidas de las rocolas de las cantinas del barrio obrero, nostálgi-camente han seguido resonando siempre en mis oídos.

Al trompo de dos puntas tendré que buscarle un nue-vo acomodo en el renovado estudio. No se va a la basura.

* El autor es Doctor en Sociología Jurídica por la BUAP y cuatachín.

Cada año, en el planeta, ocurren alrededor de 2,6 millones de alumbramientos de mortinatos en el último trimestre de su gestación.

Cada día, 7,000 mujeres experimentan la tristeza de un hijo nacido muerto.

En las Metas del Milenio (ONU), planteadas en el año 2000, el objetivo por alcanzar era de 12 pérdidas fetales por cada 1,000 nacimientos ocurridos en cada país para el año 2030.

Los 94 países con mejores condiciones económicas del mun-do han alcanzado la meta y, como siempre, la pobreza trae aparejada muerte: el 98% de los alumbramientos de mortina-tos ocurre en países pobres y de ingresos medios.

56 países de África y de zonas en guerra concentran estas muertes.

Las causas de los alumbramientos de mortinatos son variadas y los escasos datos, a nivel mundial, no permiten conocerlas con exactitud. Pero las cifras confiables existentes permiten afirmar que solamente el 7.4% de estas muertes son por moti-vos congénitos, es decir, más del 90% podrían prevenirse si el embarazo transcurriese en buenas condiciones: alimentación adecuada, seguimiento y cuidados médicos, tranquilidad.

1,3 millones de esas muertes se evitarían con una correcta y oportuna atención alrededor del trabajo de parto.

El 8% de esas muertes están asociadas con la malaria que es perfectamente curable, como la sífilis que representa el 7%; enfermedades no transmisibles, mala nutrición y cuestiones relacionadas con factores alrededor de los modos de vida re-presentan cada cual un 10%; el 6.7% se relaciona con la edad inadecuada para la maternidad (adolescentes o mayores de 35 años); embarazos pasados de término contribuyen con un 14%.

A nivel mundial, 2/3 partes de los recién nacidos son registra-dos, es decir, existe constancia de su existencia. En el caso de los alumbramientos de mortinatos en el último trimestre de gestación, solamente el 5% quedan asentados.

Contar con cifras no salva vidas, pero permite diseñar accio-nes para mejorar la existencia de las personas.

Fuente:http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-

6736%2815%2900837-5/abstract

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Un señor que va en coche y se percata de que está perdido, maniobra y pregunta a alguien en la calle:

–¡Disculpe!, ¿podría usted ayudarme? ¡He que-dado a las 14:00 con un amigo, llevo media hora de retraso y no sé dónde me encuentro!

–Claro que sí -le contesta el aludido- se en-cuentra usted en un coche, a unos 7 km. del centro de la ciudad, entre 40 y 42 grados de latitud norte y 58 y 60 de longitud oeste.

–Es usted FUNCIONARIO, ¿verdad? -dice el del coche.

–Sí señor, lo soy. ¿Cómo lo ha adivinado?–Muy sencillo, porque todo lo que me ha di-

cho es “técnicamente correcto”, pero “prácticamen-te inútil”: continúo perdido, llegaré tarde y no sé qué hacer con su información.

–Usted es POLÍTICO, ¿verdad? -pregunta el de la calle.

–En efecto -responde orgulloso el del coche- ¿cómo lo ha sabido?

–Porque no sabe dónde está ni hacia dónde se dirige; ha hecho una promesa que no puede cumplir y espera que otro le resuelva el problema. De hecho, está usted exactamente en la misma situación que estaba antes de preguntarme, pero ahora, por alguna extraña razón, parece que la culpa es mía.