Dialogo de La Vida Eremitica

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 DIÁLOGO DE LA VIDA EREMÍTICA Y DIÁLOGO DE LA SACRA EUCARISTÍA del Venerable fray Pedro Alonso de Burgos, benedictino ermitaño de Montserrat Introducción, versión y notas de Ernesto Zaragoza Pascual MADRID 2010

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Dialogo de La Vida Eremitica

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  • DILOGO DE LA VIDA EREMTICA

    Y

    DILOGO DE LA SACRA EUCARISTA

    del Venerable fray Pedro Alonso de Burgos, benedictino ermitao de Montserrat

    Introduccin, versin y notas de Ernesto Zaragoza Pascual

    MADRID 2010

  • NDICE INTRODUCCIN 11 1.- FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS. EL HOMBRE 12 2.- EL MONJE 13 3.- EL EREMITA 16 4.- EL PADRE ESPIRITUAL 25 5.- EL ESCRITOR ASCTICO 28 6.- LAS OBRAS 32 7.- FUENTES 34 8.- LA DOCTRINA Y ESPIRITUALIDAD 36 9.- EL ESTILO 39 DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA 45 Introduccin 45 Dilogo 51 DILOGO DE LA SACRA EUCARISTA 85 Introduccin 85 Captulo I. 93 Captulo II. En que se escriben algunas cosas, contradiciendo a los enemigos y contrarios del sacramento de la Eucarista. 96 Captulo III. En que se traen algunas figuras y profecas de este santo sacramento. 105 Captulo IV. En que el nima da gracias del beneficio de la Eucarista. 110 Captulo V. Cules deben de ser los sacerdotes. 111 Captulo VI. De tres estados de religiosos. 115 Captulo VII. En que Cristo cuenta al nima los frutos de este sacramento. 125 Captulo VIII. En que Cristo dice al nima el aparejo que es menester para recibir su sacratsimo cuerpo. 138 Captulo IX. En que Cristo da forma al nima cmo dar gracias despus de haber comulgado. 144 NOTAS 147

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    INTRODUCCION

    El siglo XVI espaol es el siglo de las reformas y obser-vancias, de las vas de oracin metdica, del recogimiento y del cristianismo evanglico. En la primera mitad de este siglo se multiplicaron las casas de recoleccin, los beaterios y eremitorios, donde se cultivaban la oracin mental met-dica, la austeridad de vida, la penitencia, la pobreza, el amor al propio estado, la experiencia mstica y la soledad1.

    En las Ordenes antiguas se sinti la necesidad de volver

    a la primigenia forma de vivir el propio carisma, de acuerdo con el ms puro ideal evanglico. Lo propio ocurri en la Congregacin de San Benito de Valladolid, que gracias a su escuela de oracin y a sus dos primeros maestros espiritua-les, Fr. Juan de S. Juan de Luz2 y Fr. Garca Cisneros3 supo crear un ambiente adecuado que hizo posible una verdadera renovacin del espritu monstico en los monasterios bene-dictinos espaoles.

    Tambin en Montserrat, donde todava se dejaba sentir

    con fuerza el impulso renovador de Fr. Garca de Cisneros y su gusto por la oracin mental metdica, hubo monjes que deseaban una vida de mayor soledad y contemplacin. Por eso no es de extraar que algunos de ellos volvieran los ojos hacia las ermitas de la montaa, deseosos de recuperar la primitiva tradicin monstica, que vea en el eremitismo la cumbre ms alta del ideal monstico.

    Uno de los que pidieron vivir en las ermitas y que le fue

    concedido fue el V. Fr. Pedro Alonso de Burgos, el ms

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    ilustre de los ermitaos escritores de Montserrat y de la Congregacin de Valladolid, el cual vivi recluido en su ermita por espacio de 27 aos y nos dej una serie de ops-culos, fruto de sus lecturas y de su experiencia, en los cuales nos muestra la espiritualidad de su alma eremtica deseosa de animar a otros a caminar por los senderos del Espritu.

    Aqu tratamos de pergear su biografa y el estudio de

    sus obras, a fin de facilitar la inteligencia de su doctrina para situarla convenientemente en el lugar que le corresponde dentro de las corrientes espirituales de la Espaa del siglo XVI.

    1. FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS. EL HOMBRE

    En primer lugar vamos a precisar que el nombre exacto

    de nuestro biografiado no es Pedro Alfonso de Burgos, co-mo algunos le llaman4, traduciendo literalmente el "Alfon-sus o Alphosus" que aparece en sus obras latinas, sino Pedro Alonso de Burgos, tal como aparece en las obras castellanas. Por tanto Alonso no es nombre propio sino apellido.

    Los padres de Fr. Pedro Alonso eran originarios de la

    dicesis de Burgos, pero por razones que desconocemos se haban trasladado a los Pases Bajos. All, en una villa de las islas de Zelanda (Holanda)5 naci Fr. Pedro alrededor del ao 1500. Referente a su familia slo sabemos que tena una hermana monja llamada Clara, a la que Fr. Pedro dedic su opsculo latino De immensis Dei beneficiis. No sabemos a qu Orden perteneca ni en qu monasterio moraba, pero si tuviramos que fijarnos en el nombre creeramos que era clarisa y que por el hecho de escribir en latn quizs viva en alguno de los monasterios de los Pases Bajos, pero hoy por

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    hoy estas dos afirmaciones no pasan de ser meras hiptesis. Con esta hermana Fr. Pedro se carteaba de vez en cuando, pues ella misma le suplicaba que le escribiera con frecuen-cia, porque sus cartas le daban gran alegra y contento y hasta le hacan saltar las lgrimas cuando las lea6, por la devocin que le causaban.

    Los padres de Fr. Pedro debieron ser personas de posi-

    cin acomodada porque pudieron enviar a su hijo a estudiar a la Universidad de Lovaina7. Aqu estudi teologa durante algunos aos, aunque desconocemos las fechas exactas, porque las listas de estudiantes de teologa de esta Universi-dad que han llegado hasta nosotros son incompletas. Posi-blemente se orden de sacerdote y obtuvo el grado de doctor en teologa, porque los dominicos Fr. Pedro Mrtir Coma y Fr. Toms Aranaz, censores de su Libro de preparacin para la muerte le llaman "telogo" y lo mismo el obispo de Barcelona, Guillem Cassador en la licencia de impresin8. Pronto descoll entre sus compaeros de Universidad por sus conocimientos y por su reputacin de buen humanista. Por algn tiempo estuvo al servicio del Emperador Carlos V, en cuya corte vivi9, hasta que el Duque de Bjar, D. Francisco de Sotomayor y Ziga se lo trajo consigo a Es-paa como preceptor de sus ocho hijos, a saber: Alonso, Manuel, Antonio, Francisco, Luis, otros dos y Leonor. Con ellos, y en especial con Manuel, Francisco y Antonio, con-serv una buena amistad durante toda su vida10.

    2. EL MONJE

    No sabemos cunto tiempo permaneci Fr. Pedro en la

    casa del Duque de Bjar como preceptor de sus hijos, ni tampoco cundo visit Montserrat por primera vez, aunque

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    la visita a este monasterio debi ser sin duda en 1535. Qui-zs a primeros de mayo de este ao cuando acompa a Barcelona a D. Luis de Sotomayor, hijo del Duque de Bjar, que haba de embarcar en la armada de Carlos V para ir a la conquista de Tnez, aprovechara la estancia en Barcelona para visitar Montserrat. Quizs la primera visita al monaste-rio la hizo el 28 de mayo del mismo ao acompaando al Emperador Carlos V, que visit aquel santuario antes de zarpar para Tnez11. Sea lo que fuere, lo cierto es que Fr. Pedro le agrad tanto el lugar y la observancia de la comu-nidad que decidi abandonar el mundo y hacerse monje en aquel monasterio.

    Por entonces, Montserrat tena ya una larga historia des-

    de que lo fundara el clebre abad Oliva en el primer cuarto del siglo XI, y era conocido en toda Europa. Cuando Fr. Pedro llam a las puertas del monasterio, haca ya cuarenta aos que haba sido reformado por los benedictinos obser-vantes de la Congregacin de S. Benito de Valladolid, los cuales haban revitalizado las instituciones existentes en el santuario, como los escolanes y eremitas, y haban renovado el fervor y la disciplina monstica. Gracias al celo y tacto del abad Garca de Cisneros, partidario de la devotio moder-na, experimentado maestro en la vida espiritual y escritor asctico-mstico de gran talla, cuyas dos obras principales, el Exercitatorio de la Vida Spiritual y el Directorio de las Horas Cannicas, impresos en Montserrat en 1500, haban tenido gran difusin en los ambientes espirituales de la po-ca12, y a su sucesor Fr. Pedro de Burgos, que escribi la primera historia impresa del monasterio de Montserrat, que lleg a ser centro muy notable de irradiacin espiritual13.

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    La belleza del lugar, apta para la contemplacin, la co-munidad numerosa y perfectamente ordenada y ocupada por entero en la alabanza divina, el culto a la Virgen y al bien espiritual de los peregrinos, gust tanto a Fr. Pedro, que sin esperar ms tiempo decidi pedir el ingreso en el monaste-rio. Comunic sus deseos al P. Abad, que por entonces lo era el burgals Fr. Pedro de Burgos, y una vez arregladas sus cosas volvi a Montserrat para vestir el hbito benedic-tino. No pudo drselo Fr. Pedro de Burgos porque enferm y muri el 23 de enero de 153614. Hubo de esperar a la elec-cin de su sucesor, que fue Fr. Miguel de Pedroche, quien le di el hbito el 10 de febrero de 153615. Con la toma de hbito comenz su noviciado, bajo la direccin de un expe-rimentado maestro de novicios, probablemente del P. Mauro de Alfaro, muerto dos aos despus en opinin de santi-dad16.

    Por estos aos vivan en el monasterio monjes notables

    por su virtud y letras. Entre ellos, el P. Benito Vila, excelen-te traductor y comentador de los salmos, los sabios escritu-ristas Fr. Jernimo Lloret y Fr. Juan de Robles17, el msico Fr. Nicols Pla de Blanes18, los Venerables Juan Chanones, confesor del futuro san Ignacio de Loyola y Fr. Francisco Levorotti, los PP. Pedro de Chaves y Benito de Villalobos que andando el tiempo haban de ser reformadores de los monasterios benedictinos de Portugal19, Fr. Bartolom Gar-riga, el que siendo abad dio comienzo al templo actual, el telogo Fr. Antonio de Maluenda, llamado al Concilio de Trento, Fr. Antonio de Sea, que lleg a ser General de la Congregacin20 y otros.

    Acabado el tiempo de noviciado, Fr. Pedro hizo su pro-

    fesin, seguramente en febrero de 1537. Por estos aos nos

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    lo imaginamos ocupado en el coro y en la lectura de autores espirituales y monsticos. Tanta fue su aplicacin a la virtud y a la lectura espiritual, que en poco tiempo lleg a ser "monje muy concertado, muy penitente, ferviente en la cari-dad, continuo en las lecciones, devotsimo en la oracin y en todos los ejercicios espirituales"21.

    3. EL EREMITA

    Ocho largos aos pas Fr. Pedro ocupado en el Opus Dei

    y en el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los autores y obras ms representativas de la espiritua-lidad monstica, y quizs dando clases de teologa a los monjes jvenes. Pero el deseo irresistible de una mayor soledad y de una dedicacin total a la contemplacin le de-termin a pedir a sus superiores que le permitieran llevar vida eremtica en una de las ermitas de la montaa. No fue fcil para l llevar a cabo este propsito, porque al parecer el abad Fr. Miguel Forner se resista a darle la licencia que solicitaba, por no privar al monasterio de sus buenos servi-cios. Hubo pues de esperar a la eleccin de nuevo abad para reiterar su peticin. La ocasin no tard en llegar. En 1544 fue elegido abad de Montserrat el ex-General de la Congre-gacin Fr. Alonso de Toro. A l recurri Fr. Pedro y dicho abad secund sus ardientes deseos y le concedi una ermita, al igual que a sus compaeros monjes: Fr. Dionisio de Pla-cencia, Fr. Plcido de Salinas, Fr. Benito de Tocco y Fr. Bartolom de Tolosa. Con la incorporacin de estos monjes, el eremitorio rebas el nmero de doce ermitaos estableci-do por el abad Cisneros.

    Con qu alegra no recibira Fr. Pedro la licencia tanto

    tiempo esperada! Por fin poda cumplir sus deseos de darse

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    a una vida ms austera, en completa soledad y ms contem-plativa. Con qu gozo debi tomar posesin de su ermita de manos del P. Vicario de los ermitaos, segn el ritual acos-tumbrado!

    No sabemos en concreto en cuntas ermitas vivi Fr. Pe-

    dro, porque a medida que los ermitaos iban muriendo, los que quedaban iban corrindose de una ermita a otra, de tal manera que los ms ancianos ocupasen las ms cercanas al monasterio y de ms fcil acceso. Lo que s sabemos es que la primera ermita que tuvo fue la de San Onofre22. Esta er-mita estaba situada debajo de una gran pea y muy cerca de la ermita de San Juan, de la que distaba slo veinte pasos. En este tiempo, dicha ermita de S. Juan estaba ocupada por Fr. Benito de Tocco. Una y otra ermita eran como nidos de guila suspendidos en la roca. Haban sido restauradas a finales del siglo XV por el abad Garca de Cisneros, el cual senta predileccin por la de San Onofre. Desde ellas se divisaba un dilatado panorama.

    Los eremitas haban poblado la montaa de Montserrat

    probablemente en tiempos visigticos. Ciertamente los haba en el siglo IX, mucho antes de la fundacin del mo-nasterio de Santa Mara. El nmero de ermitas vari segn las pocas, pero desde que el abad Garca de Cisneros reor-ganiz la vida eremtica en la montaa, su nmero era de trece. Estaban repartidas en dos zonas, llamadas Tebas y Tebaida, separadas por el torrente de Vallmala o de Sta. Mara. Los nombres de las ermitas eran: S. Jernimo, Sta. Magdalena, S. Onofre, S. Juan Bautista, Sta. Catalina, San-tiago, Sta. Ana, S. Antonio, S. Salvador, Sma. Trinidad, S. Benito, Sta. Cruz y S. Dimas. A ellas se suba desde el mo-nasterio por dos caminos y por una escalera de 660 pelda-

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    os, tallada en la misma roca, que una rpidamente el mo-nasterio con las ermitas23. Estas no eran simples tugurios, sino autnticos monasterios en miniatura, pero hechas con materiales pobres y de diversas formas y situaciones, de ordinario impuestas por la geografa del lugar. Todas tenan por lo menos, un oratorio, una sala para trabajar, un come-dor, una cocina, un dormitorio, varias dependencias secun-darias y un minsculo jardn donde cultivaban flores y hor-talizas. Tambin tenan una o varias cisternas para recoger el agua de lluvia, nica que posean.

    Los que ingresaban para ser ermitaos, antes de pasar a

    ocupar una ermita haban de estar por lo menos siete aos en el monasterio, empleados en oficios humildes y prepa-rndose para la vida solitaria Adems de estos ermitaos natos, haba tambin algunos monjes que con licencia del abad pasaban a la vida eremtica.

    El superior de los ermitaos era el P. Abad, pero les go-

    bernaba por medio de un monje al que llamaban "P. Vica-rio", que adems de superior inmediato era su director espi-ritual. Este les gobernaba de acuerdo con sus constituciones y con las directrices del P. Abad; les celebraba la misa los domingos y fiestas, les predicaba, correga sus faltas en el captulo de culpas y, de ordinario, les confesaba. El P. Vica-rio sola vivir en la ermita de S. Benito o en la de Sta. Ana, que estaba situada en un lugar central respecto de la mayora de las ermitas y tena un oratorio ms capaz, en el cual in-cluso haba una pequea sillera de doce asientos. En esta ermita los ermitaos se reunan para recibir los sacramentos de la penitencia y eucarista y or misa los domingos y fies-tas, fuera de las grandes festividades que bajaban a orla al monasterio.

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    La ocupacin de los eremitas era naturalmente la ora-

    cin, la meditacin, la lectio divina y el trabajo manual, que consista en cuidar de sus huertecillos o en hacer cruces y cucharas de boj, de las cuales parte regalaban a los visitantes y bienhechores y parte deban entregar al monasterio varias veces al ao, en compensacin del sustento que ste les proporcionaba, que consista en proveerles de pan y vino dos veces por semana, adems de 36 velas anuales y de cierta cantidad de uvas pasas, cebollas y olivas, que ofrecan a los visitantes, y un florn mensual para vestirse y reparar la ermita.

    Las austeridades de los ermitaos consistan en observar

    abstinencia perpetua de carne, ayunar ms de la mitad del ao, dormir apenas seis horas, vestidos y sobre paja, flage-larse tres veces por semana, y cada da en Adviento y Cua-resma. Su soledad era muy grande, tenan prohibido bajar al monasterio para recibir visitas y la correspondencia epistolar era limitada. Adems hacan voto de no abandonar nunca la montaa y tenan prohibido bajar ms abajo del monasterio.

    El vestido de los ermitaos consista en una tnica larga

    con escapulario y capucha, y una capa larga, todo de color pardo, y un cinturn de cuero. Los monjes ermitaos, sin embargo, vestan la cogulla monacal24. Unos y otros consi-deraban como un gran favor el que se les permitiera vivir en una ermita. Lo mismo consider Fr. Pedro Alonso al obte-ner la licencia de su abad.

    Si en el monasterio haba encontrado monjes notables

    por su virtud y letras, tambin en las ermitas encontr varo-nes piadosos y sabios, entre ellos los monjes Fr. Benito de

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    Tocco, Fr. Plcido de Salinas, Fr. Dionisio de Placencia, Fr. Pedro de Monforte y Fr. Bartolom de Tolosa, que se hab-an pasado a la vida eremtica, el primero de los cuales llega-ra a ser abad de Montserrat y obispo de Vic, Gerona y L-rida y Fr. Plcido de Salinas, General de la Congregacin de Valladolid25.

    No eran estos los nicos ermitaos clebres que haba

    habido en Montserrat. Les haban precedido los Venerables Fr. Bertrn de S. Salvador, Fr. Bernardo Boil ( 1505), Fr. Benito de Aragn ( 1516) y Fr. Juan Molla ( 1516), Fr. Martn Mors ( 1525), Fr. Pedro de Almazn (1534), Fr. Juan Garca ( 1540) y Fr. Antonio de Orozco ( 1544), todos ellos muertos en olor de santidad.

    Durante los 27 aos que Fr. Pedro permaneci en su reti-

    ro tuvo por compaeros de eremitorio a Fr. Martn de Ansa ( 1549) clebre por su penitencia, a Fr. Pedro de Castro-mocho (1560), Fr. Lorenzo de Sevilla ( 1562) y Fr. Do-mingo de Oto ( 1565), todos muertos en olor de santidad. Y a Fr. Juan de Oa, Fr. Miguel de Fras, Fr. Pascual An-drs, Fr. Francisco de Len, Fr. Juan de Argensola, Fr. An-tonio Gaver, Fr. Juan Lpez, Fr. Juan Martnez, Fr. Gaspar Bensa y algunos otros26.

    Aqu en la soledad, pudo Fr. Pedro saciar su alma sedien-

    ta de oracin y de paz, saborear largamente la Sagrada Es-critura y los mejores escritos de los Santos Padres, y escri-bir. Su vida de ermitao tan ordenada que, al decir del mis-mo Fr. Pedro, "pareca un perpetuo reloj". Se levantaba muchos antes de la aurora. Despus de una hora y media de meditacin, celebraba la santa misa, a la que segua una hora y media de lectio divina, ejercicio que a veces era inter-

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    rumpido por la llegada de peregrinos, a los cuales reciba "summa cum humanitate" e instrua "en toda virtud y pie-dad". El tiempo sobrante lo dedicaba a escribir y al trabajo manual. A sus horas rezaba el Oficio divino. Hacia el medi-oda preparaba la comida, pobre pero abundante, despus de la cual haca una siestecilla. Despus pasaba al oratorio donde rezaba vsperas y tena una hora de meditacin, se-guida de otra de lectura espiritual, y otra media hora de me-ditacin, interrumpida slo para atender a los peregrinos. Al caer la tarde, rezaba completas, haca el examen de concien-cia y se acostaba. Y una vez en la cama repeta la invoca-cin del nombre de Jess hasta conciliar el sueo27. As de sencilla y montona transcurra la vida de Fr. Pedro en su ermita de Montserrat.

    Ya hemos dicho ms arriba que fue el abad Fr. Alonso

    de Toro quien dio permiso a algunos monjes, entre ellos a Fr. Pedro Alonso (1545), para dejar el monasterio y pasar a vivir a las ermitas. Esto desagrad al abad Miguel Forner y a algunos de los monjes, y fue una de las causas por las que Fr. Alonso de Toro se vio obligado a renunciar al abadiato de Montserrat.

    El abad Forner y el grupo de cenobitas que no vea con

    buenos ojos el creciente inters de algunos monjes por la vida eremtica, acudieron al Captulo General de 1547 pidi-endo remedio a esta situacin. Presentaron sus razones a los definidores, diciendo que se haba aumentado el nmero de eremitas, en contra de lo dispuesto por el abad Cisneros en sus constituciones, de que slo fueran doce; y que si algunos monjes queran ser eremitas deban dejar de ser monjes y cambiar la cogulla por el hbito pardo de los ermitaos. El Captulo atendi los ruegos de estos monjes, ordenando que

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    en adelante no hubiera ms de doce ermitaos, que ningn monje pudiera ser ermitao sin licencia del Abad General de la Congregacin, y que los "que subieren a la montaa para hermitaos", pasado medio ao, "sean habidos por hermita-os perpetuamente por su vida, y no tengan voto activo ni pasivo en el convento, y quando baxen anden en el convento los ltimos, y cren su barba larga, en lo qual el Padre Abad del dicho monasterio no pueda dispensar28.

    En cumplimiento de estas disposiciones del Captulo

    General, Fr. Pedro fue despojado de la cogulla de monje, se le oblig a vestir el hbito i capa pardos de los ermitaos y a dejarse crecer la barba. A pesar de ello, en todas sus obras siempre se intitula "monge ermitao". La disposicin del Captulo General, en contra de lo establecido en las consti-tuciones de los ermitaos del abad Cisneros, que permitan al abad de Montserrat dar permiso a sus monjes para vivir en las ermitas, no poda durar. En efecto, tres aos despus, algunos monjes de Montserrat pidieron al Captulo General de 1550 que se volviera a lo dispuesto en las constituciones de Cisneros, en este punto29, pero no se les concedi. Los definidores ratificaron lo acordado en el Captulo General de 1547, exceptuando en todo al P. Benito de Tocco, porque haba sido recibido en Montserrat con la condicin de ser monje ermitao a perpetuidad30.

    El forcejeo por anular lo dispuesto por el Captulo de

    1547 y volver a lo establecido en las constituciones de Cis-neros, continu en los Captulos Generales de 1556 y 1559 hasta que en el Captulo de 1562 los definidores acordaron lo siguiente: "Que los monjes hermitaos de Montserrat guarden lo antiguo en la montaa, a los quales mandan vol-ver el hbito monachal y que estn en la hermita con l,

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    como la han acostumbrado, y que de aqu adelante no se haga novedad alguna. Y al Padre fray Pedro de Burgos, monge hermitao, se le torne su hbito y se le guarde su grada de hbito... Y que tenga voto activo y passivo". Y lo mismo los Padres Fr. Juan Piquer y Fr. Plcido de Salinas31.

    Como vemos, al fin se hizo justicia a los monjes ermita-

    os restituyndoles todos sus derechos. Mientras tanto Fr. Pedro y sus compaeros de eremitorio haban tenido que vivir 15 aos privados del hbito monstico y del lugar y voto activo y pasivo que les corresponda en el monasterio. Este ltimo derecho les fue quitado definitivamente en el Captulo General de 156532.

    Todo esto lo padeci Fr. Pedro por amor a la vida erem-

    tica y por no ser privado de su amada soledad, a la cual l llamaba paradisum voluptatis"33. Su ideal eremtico se refleja en estas palabras que dirige a la Virgen, en la que ve el modelo de todos los estados, incluso del eremtico: "En seguida hiciste un pacto con la soledad, madre de las virtu-des; elegiste como compaeros el ayuno y las vigilias noc-turnas, te desposaste con la oracin ininterrumpida y tomas-te para ti como gemas preciossimas la lectura y la contem-placin las cosas divinas"34.

    Vivi en su ermita por espacio de 27 aos, y muri el 2

    de mayo de 1572135 en opinin de santidad36 "dexando mu-cha fama de santidad y letras, no slo entre los monges, sino entre personas seglares que le vieron y trataron en Monser-rate"37.

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    Los cronistas benedictinos le elogian por obediente, cari-tativo, dado a la lectura, piadoso, y asiduo en la contempla-cin38.

    Sobresali por su profunda humildad manifestada una y

    otra vez en la presentacin de sus escritos, a los que llama siempre "laborem exiguum", "munusculum", "libellus", "tratadico", "humilde obrecilla... salida de pequeo vaso, producida de poca sabidura"39 Y en una carta dirigida a su hermana Clara confiesa que: "ciencia, ninguna o muy poca tengo"40.

    Es de notar tambin su humanismo y discrecin manifes-

    tados cuando aconseja a un novicio eremita acerca de la cantidad de alimento que debe tomar, dicindole: "prepara-rs no unos pocos frutos, segn solan los antiguos anacore-tas, sino algo ms, pues segn san Gregorio, sus hechos son ms para admirar que para imitar. Adems, entonces los cuerpos eran ms robustos, los alimentos ms sustanciosos y la gracia ms abundante. Bastar si puedes decir como san Agustn: Gracias, Seor, porque me enseaste a acercarme a los alimentos como si fueran medicamentos". Para facilitar la digestin le recomienda una siestecilla diciendo: "Toma-rs en tus manos un librito piadoso y ligero, a fin de que te ayude a dormir un poco, pues esto aprovecha muchsimo para la salud del cerebro"41.

    Adems de sealado humanista, fue tambin un buen

    telogo y un espritu selecto42. Su teologa estaba slida-mente fundada en la Sagrada Escritura, buena parte de la cual conoca de memoria, y en los Santos Padres y telogos ms seguros. Su espiritualidad estaba anclada en la doctrina de la Iglesia, de tal manera, que somete sus libros a la censu-ra eclesistica, como haba mandado el Concilio de Trento,

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    diciendo que "se somete y humilla a la correccin de la San-ta Iglesia Romana y de sus ministros, como es razn, te-niendo y aprobando lo que ella ensea y aprueba, y repro-bando todo lo dems y detestndolo como no tal"43.

    Adems de telogo fue un experimentado maestro de la

    vida espiritual. De ello nos da testimonio el P. Yepes, cuan-do dice que pas los 27 aos de su vida eremtica "meditan-do, leyendo y escribiendo... y haciendo spera penitencia, multiplicando los ratos de contemplacin en que, dicen, era favorecido y alumbrado interiormente de Nuestro Seor"44.

    De todo lo dicho, fcilmente se colige que en Fr. Pedro

    Alonso se encuentran todas las caractersticas de la verdade-ra santidad, que son: doctrina catlica y virtudes heroicas. De estas ltimas practic y recomend en sus escritos, las virtudes teologales y morales, la pobreza, la castidad y la mansedumbre. Predic con su ejemplo, palabra y escritos la devocin a la Virgen, la comunin frecuente, la obediencia a la Iglesia y a los legtimos superiores, la caridad pastoral, la piedad y la discrecin. Estuvo adornado de las virtudes de la humildad y de la penitencia, y posea los dones contem-placin y lgrimas, de exhortacin apostlica y discrecin de espritus. Su vida fue ejemplo vivo para cuantos le cono-cieron y dej entre los monjes y eremitas de su tiempo el recuerdo perdurable de sus virtudes. Justo fue pues que la tradicin benedictina le diera el ttulo de Venerable, por su fama de santidad y por sus escritos espirituales.

    4. EL PADRE ESPIRITUAL

    Pocas son las noticias que tenemos de las actividades de

    Fr. Pedro como ermitao, pero las suficientes para poder conocer la irradiacin de su vida ejemplar y la extensin de

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    su magisterio espiritual, especialmente a travs de sus escri-tos. Tres son los apostolados ms sobresalientes que Fr. Pedro ejerci a lo largo de sus 27 aos de vida solitaria: el apostolado de la exhortacin, el de la direccin espiritual y el de la pluma. Dejando la actividad literaria para ms ade-lante, vamos a fijarnos ahora en su labor como maestro espi-ritual.

    Ya vimos cmo antes de ingresar en el monasterio de

    Montserrat se haba relacionado con un buen nmero de personas nobles pertenecientes a los crculos ms allegados a la corte de Carlos V. Como buen humanista, Fr. Pedro conserv estas amistades, incluso despus de haber pasado a la vida eremtica. Con ellas se carteaba de vez en cuando, con ellas tena largos coloquios espirituales cuando le visi-taban en su retiro de Montserrat, y a ellas dedicaba los afa-nes de su pluma.

    El crculo de amistades sobre las que Fr. Pedro ejerci

    cierta influencia espiritual incluye personas tan calificadas como el propio rey Felipe II que le visit en su ermita el 11 de octubre de 154845 y el 3 de agosto de 155146, el cual, segn nos asegura el P. Yepes "le favoreca y estimaba en mucho"47. En agradecimiento del favor y estima con que le honraba el monarca, en 1561 Fr. Pedro le dedic su libro De immortalitate animae48. El mismo monarca le dio perso-nalmente las gracias por haberle dedicado esta obra, cuando le visit de nuevo el 3 de febrero de 1564. No es de extraar que Felipe II gustara de hablar con este antiguo servidor de su padre, ahora ermitao, y en ello "mostrara mucha com-placencia", y que "se encomendase a sus oraciones"49.

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    Tambin debi visitarle el Emperador Maximiliano II de Austria el 15 de agosto de 1548, cuando visit las ermitas en compaa de su esposa Da. Mara de Austria y mand dar a cada ermitao un escudo de oro de limosna50, y cuando repiti la visita a Montserrat en agosto de 155151. Sus hijos Rodolfo II y Ernesto visitaron tambin las ermitas el 30 de marzo de 156852. Y es de suponer que no dejaran de visitar tambin a Fr. Pedro Alonso.

    Entre sus antiguas amistades ejerci notable influencia

    espiritual sobre el Marqus de Cortes, D. Juan de Benavi-des, al que dedic en 1562 su Libellus de vita et laudibus Mariae Virginis, y sobre D. Diego Hurtado de Mendoza, Lugarteniente y Capitn General de Catalua, Roselln y Cerdaa, y su esposa Da. Catalina de Silva que le haba ido a visitar a Montserrat y le "haba descubierto sus piadosos deseos y devotos propsitos"53, a la que dedic su Dilogo de los inmensos beneficios de Dios, "para comenzar as a pagarle lo mucho que le deba"54.

    Estrecha fue la amistad y frecuente la relacin que man-

    tuvo con sus antiguos discpulos, los hijos del Duque de Bjar: D. Francisco de Sotomayor, Marqus de Ayamonte, que haba de suceder a su padre en el ducado de Bjar, al que dedic su opsculo De vita solitaria; D. Antonio de Ziga, Comendador de la Orden de S. Juan, al que dedic su dilogo De Religione, y D. Manuel de Sotomayor, Mar-qus de Gibralen y Conde de Belalczar, al que dedic en 1562 su obra De Eucharistia dialogus, y a su esposa la tra-duccin castellana de esta misma obra en 156955.

    Tambin se relacion con Da. Juana de Austria, Infanta

    de Espaa y Princesa de Portugal, fundadora, con su herma-

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    na Da. Mara de Austria, del monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, a la que en 1568 dedic el Libro de la preparacin para la muerte, y con otros muchos personajes y peregrinos de la poca, que segn la costumbre, aprove-chaban su segundo da de estancia en Montserrat para visitar las ermitas. Con ellos, Fr. Pedro haca lo que recomendaba a un novicio ermitao, a saber: recibirlos "summa cum huma-nitate" y luego "instruirlos en toda virtud y piedad" ya que esto, deca, es "muy agradable a Dios"56.

    Entre sus hijos espirituales del propio eremitorio montse-

    rratino cabe destacar al exttico Fr. Juan Martnez, ermitao de S. Benito, muerto en olor de santidad en 1595, el cual, segn testimonio del P. Yepes "aprendi (de Fr. Pedro) los documentos de la va solitaria y el orden de cmo se haba de haber en la ermita, y el mtodo y reglas para vacar a la divina contemplacin"57.

    Si a la influencia del contacto personal aadimos la ejer-

    cida a travs de sus escritos, tenemos que la irradiacin del magisterio espiritual de Fr. Pedro Alonso dentro y fuera del ermitorio de Montserrat fue muy considerable y fecunda en frutos espirituales.

    5. EL ESCRITOR ASCTICO

    Fray Pedro Alonso comenz a escribir a ruegos de su ve-

    cino compaero, tambin monje ermitao de Montserrat, Fr. Benito de Tocco, que como hemos dicho ms arriba habita-ba en la ermita de S. Juan, contigua a la de S. Onofre, que era la de Fr. Pedro Alonso. Gracias a sus ruegos y ayuda, Fr. Pedro compuso y public sus dos primeras obras en 1561, la primera de las cuales Libellus de Misericordia Dei, se la

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    dedic en agradecimiento. Cuando Fr. Benito de Tocco fue elegido abad de Montserrat en 1562, Fr. Pedro pudo publi-car hasta cinco de sus obras.

    El motivo que impuls a Fr. Pedro a escribir, no fue slo

    satisfacer los ruegos de sus amigos, sino la obligacin que senta de comunicar a los dems los dones recibidos, haciendo fructificar los talentos recibidos del Seor, me-diante el ministerio de exhortar a todos los cristianos a la conversin y a la prctica de las virtudes. Su celo por el bien de las almas, no slo le haca dejar la lectura espiritual cuando llegaban peregrinos a su ermita, a fin de atenderlos convenientemente y exhortarlos a la virtud, sino que tam-bin le haca aprovechar los ratos que le quedaban libres58 para escribir pequeas obras destinadas a instruir a los sim-ples y animarlos a caminar por la senda de la perfeccin cristiana.

    En sus escritos buscaba siempre la gloria de Dios y el

    bien de las almas59. A este motivo general, presente en todas sus obras, se unan con frecuencia otros motivos particulares como en el Dilogo de la Sacra Eucarista, donde asegura que lo ha compuesto con intencin de provocar a todos al deseo de tan precioso manjar" y con el deseo de combatir las opiniones de "muchos que engaados del demonio pien-san cosas falsas de este sacramento"60. Sus obras son califi-cadas por los censores como catlicas, pas, devotas y muy provechosas para el pueblo cristiano61. Pero l, en su humil-dad, no slo las llama "obrecillas salidas de pequeo vaso y producidas de poca sabidura"62, sino que dice al lector que no crea "que presumo de m que traer con ellas mucho provecho a la Santa Iglesia, ni que me mov a tomar este pequeo trabajo pareciendo que no est ya en muchos libros

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    escrito, cuanto seamos obligados a dar gracias a nuestro Creador por los beneficios que nos ha hecho, sino por cum-plir en alguna manera el deseo que tengo de agradar a Dios y por no tener escondida la pecunia que su Majestad me ha querido confiar, para que con ella procure de ganar gloria para su nombre, la ganancia de la cual, aunque sienta ser pequea y de poco valor, s que de Dios no ser tenida en poco, porque no mira tanto el don que se le ofrece, cuanto a la voluntad con que se le ofrece, ni mira a nuestra poquedad sino a la devocin"63.

    Una y otra vez repite su deseo de hacer partcipes a los

    dems de los dones que el Seor le ha dado, especialmente de los dones de oracin. As lo manifiesta en el prlogo del Dilogo de los inmensos beneficios de Dios cuando dice: Aunque en sabidura divina soy "el ms mnimo y pequeo de todos... como me sintiese obligado, aunque no digno, dems de otros innumerables beneficios que su Majestad me ha hecho y deseando satisfacer por ellos con algn servicio, no me pareci que en otra mejor cosa poda emplear mi deseo que en contar a todos sus grandes beneficios... cosa sta que mucho le agrada a Dios"64.

    Escribe para "incitar a los simples... y a los sabios..., para

    que visto y conocido los beneficios que nuestro Criador nos ha hecho..., le alaben, adoren y bendigan, como es razn; pensando que si as no lo hiciese, que se cumplira en m aquella maldicin que la Escritura da diciendo: Maldito sea el hombre que esconde el trigo en el pueblo. Y que no cum-pla lo que en otra parte se dice en el Apocalipsis, conviene a saber: El que de s ha odo diga a otros: Venid. Y estara con temor que no me fuese dicho del Seor lo que fue dicho a aquel siervo perezoso que escondi el talento y pecunia

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    que le dio su Seor, conviene a saber: Muy bien fuera que hubieras dado los dineros que te di a usura, empero pues no lo has hecho, tomadle los dineros y dadlos a quien le fue dado los diez talentos"65.

    A pesar de estas nobles intenciones y de su profunda

    humildad, hubo de soportar las crticas de sus mulos, pues ya en el cuarto libro que edita pide a D. Juan de Benavides, a quien va dedicado, que sea "patrn y defensor de este li-bro, si algunos malvolos y detractores de los cuales ni los ms santos y doctos varones se han librado se atreven a ladrar"66. Lo mismo pide a Da. Juana de Austria en la dedicatoria de su Libro de la preparacin para la muerte, cuando le dice que se lo dedica, para que "con su proteccin y amparo fuese mejor defendido de los maldicientes, los cuales tienen por oficio detraer a todo el bien que ven". Y "defienda su humildad, bajeza y llaneza de estilo y doctrina, de los maldicientes, los cuales suelen poner lenguas hasta en las cosas muy mayores y ms buenas"67.

    Tambin le pide a D. Manuel de Sotomayor, en la dedi-

    catoria que le hace de su obra De Eucharistia dialogus, que defienda esta obra de "los malvolos que se atrevan a mor-derla". Le dice todava ms. "Si algunos te dicen que ya han escrito mucho sobre la Eucarista, t les respondes que tam-bin antes de san Bernardo muchos escribieron sobre la Virgen Mara, y sin embargo l escribi admirablemente sobre ella. San Basilio escribi sobre la virginidad y sin embargo, despus de l otros han escrito muy bien de ella... Y as como hay diversas clases de espritus, tambin hay distintos modos de escribir sobre lo mismo, como los ali-mentos que se guisan de diverso modo para que no desagra-den. Esto es lo que has de responder a los malvolos"68.

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    Es ley de vida, cuando uno hace algo bueno que parece

    salirse de lo ordinario, siempre hay quien trata de "ladrar", como dice Fr. Pedro. Pero de las cosas buenas siempre que-da memoria, de los "ladridos" no. Fray Pedro, a cambio del pequeo trabajo de escribir pide oraciones69. As lo mani-fiesta claramente en su ltima obra impresa: En recompen-sa pido esta limosna, que cualquiera que sintiere algn pro-vecho por ste mi trabajo ruegue a la divina clemencia se apiade de m y me d gracia para que cada da crezca en su divino amor, y despus de esta miserable vida sea admitido con sus santos en su gloria celestial70.

    6. LAS OBRAS

    Fray Pedro Alonso quiz escribi muchas obras, pero

    hasta nosotros han llegado slo las impresas, que son diez en total, siete en latn y tres en castellano, aunque en reali-dad son ocho obras distintas o a lo sumo nueve, si contamos como tal la segunda parte del Dilogo de los inmensos be-neficios de Dios, puesto que la primera y el Dilogo de la Sacra Eucarista son traducidos de sus correspondientes obras latinas. Hay que advertir que la ltima obra que escri-bi es una especie de antologa de varias de sus obras, pues-to que incluye ntegramente las obras latinas De immensis Dei beneficius y De Eucharistia dialogus y el resumen de otras dos: De Vita Solitaria y De Religione, las cuatro publi-cadas en 1562.

    Las obras que public fueron las siguientes y por este or-

    den: Libellus de Misericordia Dei71; Dialogi de Immortali-tate Animae72, los dos publicados en Barcelona por Claudio Bornat en 1561. De Vita et laudibus Mariae Virginis Libe-

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    llus73; De Vita Solitaria Dialogus74; De religione Tribusque Votis Religiosorum Dialogus75; De Eucharistia Dialogus76; Dialogui de Immensi Dei Beneficiis et de Tribus Virtutibus Theologalibus77, publicadas todas tambin en Barcelona por Claudio Bornat en 1562. Y Libro de la preparacin para la muerte y de cmo debe ser tenida en poco78, impreso en Barcelona por Damin Bajes y Juan Mall en 1568. La lti-ma obra que public fue: Dilogos entre Christo y el nima de los beneficios que Dios ha hecho al gnero humano y de los que particularmente cada da hace79, que incluye au-mentada la versin castellana De Eucharistia dialogus, con el ttulo: Dilogo de la Sacra Eucarista entre el nima cris-tiana y Jesucristo80, publicado en Barcelona por Claudio Bornat en 1569.

    La edicin de estas obras fue financiada por los mismos

    bienhechores a quienes iban dedicadas. Los ejemplares de estas obras suelen encontrarse encuadernados conjuntamen-te, sin duda por ser del mismo autor y del mismo tamao, fuera de la primera que va suelta y es de tamao menor, y de las castellanas que fueron impresas las ltimas.

    Por la fecha de edicin de las obras vemos que las dos

    primeras se imprimieron en 1561 y las cinco siguientes en 1562, todas en latn. Luego transcurren seis aos sin ningu-na impresin hasta que en 1568 aparece la primera obra en castellano y en 1569 1a segunda y ltima. Que sepamos no hubo ms obras impresas ni ms ediciones de las obras que las sealadas.

    Una ltima cuestin se nos presenta: Por qu escribi

    en latn? Quizs porque manejaba mejor esta lengua que el castellano, aunque las obras castellanas que antes tuvieron una edicin latina, fueron traducidas por el mismo Fr. Pedro

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    Alonso, corrigindolas y amplindolas considerablemente, aunque su Libro de la preparacin para la muerte, por man-dato de los impresores fue "corregido y enmendado" por otra persona, que no conocemos, aunque quizs las correc-ciones y enmiendas fueron slo de estilo y de ortografa81.

    En cuanto a la censura de las obras, sabemos que la pri-

    mera fue examinada por el jesuita P. Miguel Govierno y las dems obras latinas por el franciscano mallorqun, telogo y poeta, residente en Barcelona como obispo titular de Cons-tantina y sufragneo o auxiliar de los obispos de la Ciudad Condal, Joan Jub. La obra De Vita et laudibus Virginis Mariae fue examinada por el citado Jub y por un tal Fr. Juan Izquierdo. El Libro de la preparacin para la muerte fue examinado por los telogos dominicos del convento de Sta. Catalina de Barcelona, Fr. Pedro Mrtir Coma y Fr. Toms Aranaz. La ltima obra no sabemos quin la exami-n, aunque en realidad quizs no fue censurada, porque se consideraba una mera traduccin de las obras impresas, en su da ya examinadas y aprobadas. 7. FUENTES

    Es difcil poder determinar todas y cada una de las fuen-

    tes de que se sirvi el autor para componer sus obras, pero vamos a indicar ahora algunas, las ms importantes.

    Las fuentes que vamos a sealar se refieren sobre todo a

    las obras castellanas que incluyen casi todas las latinas. Algunas de estas fuentes las indica el propio autor con la expresin vaga: Dicen san Agustn, san Bernardo, san Gre-gorio, etc., pero an as no son fciles de localizar, porque a veces atribuye obras a ciertos autores o santos, que en reali-

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    dad no son suyas, aunque en su tiempo as se crea. En la mayor parte de las ocasiones, sin embargo, no cita las fuen-tes de que se sirve.

    Nosotros vamos a reducir las principales fuentes de que

    se sirve Fr. Pedro en sus obras, a cinco bloques distintos, a saber:

    a) Fuentes bblicas. Los tratados estn transidos de ci-

    tas bblicas, y hasta el lenguaje empleado tiene sabor de palabras y textos de la Biblia, que el autor cita de memoria. Los tratados castellanos tienen un total de ms de 600 citas bblicas, entre explcitas e implci-tas. Y siempre el texto de la biblia que usa y traduce el autor es el de la Vulgata Latina. Usa tambin los comentarios bblicos de los Santos Padres, especi-almente los de S. Agustn, S. Gregorio y S. Bernar-do.

    b) Fuentes teolgicas. Tres son las fuentes teolgicas de las cuales se sirve principalmente el autor. Son las obras de santo Toms de Aquino, san Buenaven-tura y Pedro Lombardo, aunque nunca los cita ex-plcitamente porque en su tiempo no eran conside-rados como auctoritates. En especial siente predi-lencin por la Summa theologica de Santo Toms.

    c) Fuentes asctico-msticas. El autor se aferra siempre a la doctrina de los Santos Padres, en especial siente una afeccin grande por S. Gregorio, S. Bernardo, S. Agustn, S. Jernimo y S. Basilio. Cita tambin, aunque menos, a S. Anselmo, S. Ambrosio, S. Ci-priano, S. Benito, S. Juan Crisstomo, S. Juan Cl-maco, Juan Casiano, Vitae Patrum, Flos sanctorum, Ricardo de S. Vctor, Dionisio el Cartujano y otras

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    obras atribuidas a S. Bernardo, pero en realidad de Guillermo de Saint-Thierry, Guigo II, Arnauld de Bonneval y otros. La obra donde el autor cita ms veces expresamente sus fuentes es el Libro de la preparacin para la muerte, aunque no todas las citas que da son de pri-mera mano.

    d) Fuentes litrgicas. A veces el autor cita antfonas, oraciones, himnos y lecciones del breviario, aunque no con mucha frecuencia.

    e) Fuentes filosficas. Las nicas fuentes filosficas que cita el autor son de Platn, Aristteles, Sneca, Cicern y Secundo.

    f) Fuentes cercanas al autor. Dos son las fuentes cuasi contemporneas del autor que he podido localizar en las obras castellanas de Fr. Pedro Alonso. El Exerci-tatorio de la Vida Spiritual de Garca de Cisneros y el Tercer Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna.

    La mayor parte de estas fuentes se encontraban en la biblioteca del monasterio de Montserrat82. Algunas pocas en la propia celda de Fr. Pedro Alonso. Y otras las pedira pres-tadas a su vecino ermitao Fr. Benito de Tocco, el cual, segn testimonio ocular de un viajero de la poca, "tena su estudio lleno de volmenes sagrados"83. 8. LA DOCTRINA Y ESPIRITUALIDAD

    La doctrina de Fr. Pedro Alonso en todas sus obras se

    distingue por su simplicidad y llaneza. El autor evita delibe-radamente las especulaciones abstractas y las distinciones sutiles de escuela y procura mantenerse en un nivel didcti-

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    co accesible a todas las inteligencias. Expresamente declara su propsito de animar a los simples a la perfeccin de la vida cristiana, por eso su doctrina es clara y fcilmente inte-ligible para todos, por simples que sean.

    Su doctrina no es nueva sino tradicional, pues est fun-

    dada sobre la roca firme de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y autores catlicos de reconocida solvencia. Su originalidad consiste en haber sabido juntar en una ar-mona perfecta la teologa y la espiritualidad, la sublimidad de la doctrina y la sencillez en la exposicin, la doctrina de los santos y su experiencia propia. Hermana admirablemen-te la asctica y la mstica, la espiritualidad objetiva de la liturgia y los sacramentos y la subjetiva, la contemplacin y el celo apostlico; de ah su inters en escribir para poder hacer partcipes a los dems de los bienes espirituales que posea, para poder hacer realidad el "contemplata aliis trade-re" de la espiritualidad medieval.

    Su espiritualidad es monstico-afectiva, como lo era la

    de la congregacin de S. Benito de Valladolid; cristocntrica y enraizada en la tradicin y en la propia experiencia. Las caractersticas de su espiritualidad son un poco distintas de las de Cisneros y ms cercanas a las corrientes de espiritua-lidad de la poca. Fray Pedro Alonso insiste en la oracin mental contemplativa y en el ejercicio continuo de la medi-tacin de los beneficios de Dios84 y de la vida y pasin de Cristo85. Recomienda vivamente el ejercitarse en el conoci-miento de s mismo86, conservar vivo siempre el recuerdo de la muerte87, despreciar las cosas mundanas y esforzarse en el desarraigo de los vicios y plantacin de las virtudes88.

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    Encarecer el amor al propio estado89, la devocin a la Eucarista90, el valor del don de lgrimas91, la excelencia de la contemplacin92, la perfeccin de la vida eremtica93 y la imitacin de la Virgen, que es modelo de todos los estados y tambin de la vida eremtica94.

    En cuanto a las etapas de la vida espiritual, el autor sigue

    la divisin tripartita tradicional de la vida purgativa, ilumi-nativa y unitiva, que nunca nombra con estos nombres, sino con otros, como las tres clases de muertes espirituales o las tres clases de lgrimas.

    Propugn un mtodo de oracin mental ms flexible y

    sencillo que el de Garca de Cisneros. Consista en tres me-ditaciones diarias, una por la maana y dos por la tarde. La de la maana deba ser de la pasin de Cristo95 y las de la tarde, una sobre la vida de Cristo96 y otra sobre el conoci-miento propio97. La muerte98, el cielo99 y el infierno100 deb-an ser temas frecuentes de meditacin.

    La espiritualidad de Fr. Pedro Alonso hay que situarla en

    el contexto de la escuela de oracin metdica benedictino-vallisoletana y en la va del beneficio de Dios, cuyos ms insignes representantes fueron Juan de Cazalla, Bernal Daz de Luco, Alejo de Venegas, Domingo de Soto, S. Pedro de Alcntara, Luis de Granada y otros. Y en la va del beneficio de Cristo, como desarrollo de la meditacin de la pasin y profundizacin del misterio de la redencin, cuyos represen-tantes ms sealados fueron Francisco de Osuna, Juan de Valds Juan de vila y el Beato Orozco. Tambin hay que incluirlo en la va de la prctica de las virtudes y desarraigo de los vicios, propugnada por Pablo de Len, Juan de la Cruz OP, Juan de Dueas OFM, Alejo Venegas y otros.

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    Como se ve, el autor hizo una sntesis de estas tres vas, que eran las ms conocidas en el siglo XVI y las que priva-ban en casi todos los centros de espiritualidad de la poca.

    La espiritualidad de Fr. Pedro Alonso y la doctrina no

    son nuevas sino tradicionales, pero incorporan algunas de las corrientes espirituales propias de la poca en que vivi el autor. Su aportacin ms sealada a la espiritualidad es la sntesis que supo hacer de lo antiguo y lo nuevo, de la teolo-ga y la espiritualidad, de la tradicin y la experiencia pro-pia.

    9. EL ESTILO

    Fray Pedro Alonso siente manifiesta predileccin por el

    gnero literario del dilogo, ya que siete de sus diez obras estn escritas en este gnero. Pudiendo servirle muy bien de modelo autores tan queridos para l como J. Casiano, S. Gregorio, S. Agustn, Platn y otros ms cercanos como Juan Luis Vives, Erasmo, Francisco de Borja, Pedro Xime-no, Francisco Mexa, Luis Escriv, Baltasar Catal y otros. Adems el gnero de dilogo era el ms usado entre los antiguos anacoretas, los hechos y sentencias de los cuales, casi todos se nos han conservado en este gnero.

    Segn nos asegura el mismo autor, eligi para sus obras

    el gnero del dilogo "porque este gnero de hablar es agra-dable a cualquiera paladar y fcil de entender y es modo que suele dar menos fastidio"101.

    Los interlocutores del dilogo son: una vez es un abad

    benedictino y un joven noble que se siente atrado hacia la vida monstica, otra un novicio eremita y un experimentado

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    anacoreta que le gua y le hace de maestro. Pero de ordina-rio los interlocutores son Jess y el alma el alma eremti-ca del autor. As ocurre en los dilogos De los inmensos beneficios de Dios y De la Sacra Eucarista. Jess visita al alma de vez en cuando en la oracin y dialoga con ella. En-tonces es cuando el alma le pide que le ensee y satisfaga sus dudas sobre la vida espiritual. Jess aparece como el maestro, el amigo, el Esposo, que casi nunca rie, sino que con infinita amabilidad e inagotable paciencia ensea, con-testa, explica, educa y anima.

    Las obras de Fr. Pedro Alonso estn destinadas a los

    simples, por eso son eminentemente didcticas y su estilo llano. As lo manifiesta claramente el autor cuando dice: "Y porque se escriben para los simples, va en estilo simple y vulgar para que todos mejor se puedan aprovechar de l, teniendo ms ojo a que la doctrina sea provechosa que muy subida, y pretendiendo ms el provecho que la elegancia del estilo"102. Slo del Dilogo de los inmensos beneficios de Dios dice que va dirigido "a los simples y que poco saben... y a los que son sabios para que perseveren"103.

    El autor cuando escribe en latn lo hace con un latn co-

    rrecto y hasta elegante. No sucede lo mismo cuando escribe en castellano, el cual parece serle ms dificultoso, lo que no es de extraar, puesto que la mayor parte de sus lecturas eran de autores y obras latinos. Por eso, como querindose curar en salud, asegura que escribe "en estilo bajo y humilde como lo pide la profesin de mi vida eremtica, la cual est lejos y apartada de los primores de la Corte y elegancia del buen decir"104.

    Que no escriba muy elegantemente el castellano, si no lo

    conociramos directamente por sus mismas obras, lo sa-

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    bramos por la licencia de impresin del Libro de la prepa-racin para la muerte, la cual asegura que los libreros Da-min Bajes y Juan Mall con mucho trabajo y dispendio haban "hecho corregir y enmendar" dicho libro105.

    A pesar de lo dicho, el autor alcanza en algunos pasajes

    una notable perfeccin. A veces su elocuencia alcanza gran-des alturas y hasta es sublime en alguna ocasin y tiene pasajes lricos y exaltaciones emotivas de gran belleza.

    Su estilo es directo muy acusado. Gusta de largos pero-

    dos y a veces tiene cambios repentinos de construccin, adjetivacin relativamente abundante, ampuloso a veces, con gran riqueza de imgenes y ejemplos que ilustran grfi-camente la doctrina expuesta. Entre la edicin latina y la castellana de una misma obra hay numerosas discrepancias, algunas de consideracin, ya que en la traduccin castellana con frecuencia omite prrafos y aade otros que alargan notablemente la extensin de los captulos e incluso aade captulos nuevos. Casi siempre traduce libremente los textos que cita, an los de la Sagrada Escritura, adaptndolos a la finalidad que persigue.

    A veces, especialmente en el Libro de la preparacin

    para la muerte, para probar su doctrina aduce textos de los Santos Padres enlazndolos entre s mediante una frase de transicin. Lo mismo hace con los textos de la Escritura, de tal manera, que algunos captulos son una sarta de citas b-blicas, aunque enlazadas con cierta elegancia. Su lenguaje es siempre religioso y su tono exhortativo. El vocabulario asctico-mstico es el de los autores que ha ledo y el propio de la poca, aunque no excesivamente tcnico, fuera de alguna ocasin, cuando trata puntos importantes de fe o de teologa.

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    El texto de las obras tiene fuerte influencia latina en la ortografa, vocabulario y sintaxis, especialmente en los nombres propios la biblia y otros como sanctidad, redemp-tor, etc. Y palabras compuestas tales como desta, della, etc. Usa indistintamente algunas palabras como san, santo, sanc-to, sanct; recebir, recibir, redemir y redimir y otras. A veces usa mal el verbo ser poniendo la tercera persona singular del perfecto de indicativo fue en vez de la primera fui, y lo mis-mo sucede con el verbo servir, que unas veces pone sirvan por sirven y al revs, aunque esto pudiera ser muy bien una falta de impresin. Sin embargo es difcil de creerlo, porque se repite con demasiada frecuencia.

    Fray Pedro Alonso de Burgos es sin duda el ms ilustre

    de los ermitaos escritores de Montserrat y de la Congrega-cin de San Benito de Valladolid. Este hecho y el que sus obras sean ya raras me movieron aos ha a preparar la edi-cin completa de las mismas, pero dificultades econmicas insalvables impidieron su publicacin, especialmente para las obras latinas. Ahora salen a luz estas dos obras de fray Pedro Alonso de Burgos sobre la vida eremtica y sobre la Eucarista, merced al inters del profesor Javier Alvarado, a quien damos las ms expresivas gracias, como se las darn tambin sin duda los interesados en la espiritualidad espao-la del Siglo de Oro en general y en la benedictino-vallisoletana y eremtica-montserratina en particular. Por nuestra parte dedicamos el presente trabajo a los que en la actualidad practican la vida eremtica cannica o libre, y a cuantos simpatizan o viven de alguna manera la espirituali-dad del solitario, incluso en medio de la jungla de asfalto de nuestras ciudades, recogindose frecuentemente en la sole-dad de su celda interior para dialogar con quien sabemos nos ama, como dice la santa doctora Teresa de vila.

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    HEURTEBIZE, B., Alphonse de Burgos, Pierre, en "Dictionnaire de Thologie Cathlique", Vol. I, Pars, 1923, col. 905.

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    ZIEGUELBAUER, M., Historia rei litterariae Ordinis S. Benedicti, IV Augsburgo 1754, p. 165.

  • DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA

    Introduccin

    Aunque nuestro deseo ya de aos era editar juntas las obras del ermitao de Montserrat, el Venerable fray Pe-dro Alonso de Burgos106, como no hallamos quien quisie-ra hacerse cargo de esta edicin, en especial de sus obras latinas, decidimos publicarlas poco a poco, empezando por la versin castellana de su obra intitulada: De/Vita Solitaria Dialogus/ Ad Illvstrissimvm DD./ Fransciscum a Soto Maior, Marchio / nem Aiamontensem/ A F. Petro Alfonso Burgensi/ Monacho et Eremita Montis Serrato editus/ (Sigue el grabado del impresor que es la figura del Nio Jess cabalgando sobre un guila) Examinatus mandato Reverendissimi Inquisitoris/ Barcinone/Apud Claudium Bornatium, in Forte Aquila/ 1562. El colofn dice: Finis/De Mandato Admodvm/ Reverendi Domini nostri Inquisitoris/Barcinon. Facto examine sub-/scripsit Iubinus Eps. 107.

    El tamao del opsculo, como el de todos los que im-

    primi, es de 14,50 x 10 cms. Comienza con la dedicato-ria al Marqus de Ayamonte (1 fol.) y siguen los 26 fo-lios de que se compone el tratado, numerados con signos arbigos.

    El opsculo es un dilogo delicioso entre el ermitao

    anciano y experimentado en la vida eremtica y su disc-

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    pulo novicio. El contenido son las instrucciones que el ermitao anciano da a su joven discpulo acerca de la vida eremtica. El autor, gran enamorado de la vida ere-mtica, comienza cantando lricamente los elogios de la soledad, que l llama paradisus voluptatis, para proseguir a travs del Antiguo y Nuevo Testamento lo que l llama historia de la soledad. Asegura que la soledad es muy querida de Dios porque l mismo siendo trino, vive en soledad. Adems en la soledad Dios habl a Abraham, a Isaac, a Jacob y a Moiss; en la soledad del desierto fue donde Dios aliment a los israelitas con el man, y les dio a beber agua en abundancia y donde les libr de sus enemigos. Tambin en la soledad del santuario Dios habl a Zacaras y en la soledad de su celda Mara recibi la visita del ngel Gabriel. Asimismo Jess ayun en el desierto, se transfigur en un monte solitario, desde un monte subi a los Cielos, en el Monte Sin envi el Esp-ritu Santo y en el desierto se apareci a san Pablo. Tam-bin fue el desierto el lugar preferido de los primeros anacoretas, de la Magdalena, de san Jernimo, etc.

    A continuacin el discpulo presenta las objeciones

    tradicionales contra la vida eremtica, tales como que Dios puede manifestarse en todas partes, que el hombre es por naturaleza un ser social, que se debe trabajar por la salvacin del prjimo, etc. Fray Pedro va deshaciendo una a una estas objeciones rebatindolas con gran pericia, demostrando que Dios se manifiesta preferentemente en la soledad; que el poco contacto con los hombres hace que se les aprecie ms; que el eremita es muy til a los dems porque les hace partcipes de sus oraciones, vigi-lias y ayunos; y que uno tiene un don y otro, otro.

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    Luego sienta las bases de que la vida eremtica es ms perfecta que la cenobtica, porque aqulla es para los soldados veteranos y sta para los bisoos que an nece-sitan del consejo y ayuda de los dems para caminar a la perfeccin.

    A continuacin propone al discpulo las armas propias del eremita para vencer cualquier tentacin diablica. Son estas: la lectura, la meditacin, la oracin y la con-templacin y le va explicando el mtodo que ha de seguir en cada una de ellas para sacar el mximo provecho de las mismas. Recomienda encarecidamente la lectura de la Sagrada Escritura y la meditacin asidua, elogia grande-mente la oracin y pondera la grandeza de la contempla-cin con lo cual muestra indirectamente la experiencia que tena de ella.

    Luego pasa a ensear al discpulo cmo ha de ordenar

    su jornada eremtica para que su vida parezca "un perpe-tuo reloj". Aqu nos muestra el horario del eremita, que es sin duda el mismo que tena el propio Fr. Pedro y los dems ermitaos de Montserrat. Segn este horario, el eremita se levantar mucho antes de la aurora. Su jornada monstica comenzar con una hora y media de oracin mental a la que seguir otra hora y media de lectio divina, la cual interrumpir si llegan peregrinos a su ermita, a los cuales el ermitao acoger benignamente e instruir en la ley de Dios.

    A sus horas, el eremita rezar el oficio divino, el Opus

    Dei por excelencia, y a sus horas trabajar manualmente para descansar un poco de la oracin y la lectura espiri-tual.

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    En la tasa de la comida, Fr. Pedro como buen huma-nista, aconseja la moderacin y hasta invita a una breve siesta, despus de la cual el ermitao rezar vsperas y tendr una hora de oracin mental y otra de lectio divina seguida de media hora de oracin mental, interrumpida solamente para atender a los peregrinos que acaso llega-ren a su ermita. Al caer la tarde, el eremita rezar com-pletas, har su examen de conciencia y se retirar a des-cansar.

    A peticin del discpulo, Fr. Pedro seala los temas de

    meditacin diaria, que sern: por la maana sobre la pa-sin de Cristo y por la tarde sobre la vida de Cristo, con-siderndole como hombre, como hombre-Dios y como Dios, segn el grado (principiante, proficiente y perfecto) en que se halle el eremita en la vida espiritual. La ltima meditacin del da versar sobre el conocimiento de Dios y de s mismo, alternando con el pensamiento de la muer-te. Todos estos ejercicios, advierte Fr. Pedro, son slo un medio para llegar a la meta de todo eremita, que es alcan-zar la pureza del corazn sin la cual no se puede llegar a la contemplacin perfecta.

    Gracias a este opsculo, conocemos cmo vivan su

    vida eremtica las almas bien formadas, poseedoras de una buena cultura y fieles a su vocacin, bajo la mocin del Espritu Santo. Por ello, este librito es un testimonio de cmo se viva la vida eremtica en el siglo XVI en la montaa de Montserrat.

    El autor cita frecuentemente la Sagrada Escritura, tan-

    to el Antiguo como el Nuevo Testamento que conoce y domina a la perfeccin. Adems, segn he podido ras-

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    trear, las fuentes de que se sirvi para componer este opsculo son las obras de S. Agustn, S. Jernimo, S. Gregorio, Casiano, Aristteles, S. Toms de Aquino, Guigo II, S. Bernardo, S. Buenaventura, Garca de Cisne-ros y otros de difcil identificacin. El uso de estos auto-res nos muestra a Fr. Alonso de Burgos como un infati-gable lector, que posea una vasta cultura escrituraria, teolgica, humanista y monstica, y una gran experiencia de la vida espiritual y eremtica, en las cuales aparece como un consumado maestro. Sus propias experiencias espirituales afloran una y otra vez en sus escritos y nos muestran el alma eremtica de Fr. Pedro, enamorado de su vocacin y dispuesto a contagiar con su entusiasmo y ejemplo a otros para que sigan su mismo ideal de perfec-cin.

    No s que este libro se reeditara nunca, ni tampoco

    que se tradujera al castellano alguna vez. Hoy da el im-preso latino es ya una rareza bibliogrfica, por eso he pensado en imprimirlo de nuevo, aunque vertido al caste-llano para que la espiritualidad de este monje y eremita pueda llegar a un crculo ms amplio de lectores. En la versin he procurado la mxima fidelidad al texto latino, aun a riesgo de ser demasiado literal, con el fin de no perder ningn matiz y conservar la forma de expresarse propia del autor, que aunque escribi su obra en latn, pensaba y hablaba en castellano.

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    DIALOGO SOBRE LA VIDA EREMITICA

    INTERLOCUTORES: Ermitao anciano y novicio ermi-tao.

    NOVICIO.- He recorrido en mi vida diversos lugares,

    pero jams vi uno tan hermoso como ste. Mira qu agradable es aquel bosque plantado de rboles! Qu encantadores aquellos huertos repletos de toda clase de frutos! Quin no se deleitar en estos prados rodeados de diferentes plantas! Dnde hay otro campo en el que ms olor exhalen las flores y los pjaros se inviten unos a otros a cantar distintas melodas! Oh qu encantadora es esta soledad! No digo otra cosa sino que es un paraso de delicias.

    ERMITAO.- Quin es aquel que prorrumpe en tantas

    alabanzas y que asombrado y jubiloso habla consigo mis-mo? Es nuestro novicio. Le llamar y preguntar qu es lo que as le asombra y alegra. Eh!, Eh!, fray Jernimo.

    NOVICIO.- Quin me llama? Es nuestro Padre. Ir y

    ver si necesita algo. ERMITAO.- Qu es lo que te admira y llena de gozo? NOVICIO.- Me admiro de este lugar tan delicioso y so-

    litario y de tal manera agradable que no puedo dar sufi-cientes gracias a Dios, buensimo y omnipotente, por este gran beneficio de haberse dignado traerme aqu.

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    ERMITAO.- Con mucha razn goza de l y con justi-cia dale las gracias a Dios, dador generoso de todo! Pues, qu cosa ms digna que continuar los elogios de la sole-dad? Grandes son y no tienen fin!

    NOVICIO.- Te pido, Padre mo, que, ya que hace tanto

    tiempo que vives feliz en ella y aprendiste sus virtudes y su experiencia, me cuentes ahora algunos de sus elogios.

    ERMITAO.- Lo har, hijo, con mucho gusto y de muy

    buena gana, para que, no ignorando tantos beneficios, crezcas cada da ms y ms en la accin de gracias. Aho-ra pues, prstame toda la atencin.

    En primer lugar voy a remontarme un poco a su ori-

    gen, la soledad tiene su principio desde la eternidad, pues antes que nada fuera hecho, al principio, por los siglos infinitos, antes de la creacin del mundo, slo exis-ta Dios y se gozaba con su soledad; puesto que si bien el Padre, el Hijo y el Espritu Santo son tres personas distin-tas entre s, sin embargo siempre fueron un solo Dios, una sola esencia y una sola sustancia. Despus de la crea-cin, a los que Dios amaba con un amor especial, cuando deseaba honrarles con dones extraordinarios, los llamaba siempre a la soledad. As, a Abraham, en la soledad le fueron reveladas la esclavitud de sus hijos y su liberacin, y la duracin de su vida108. Isaac, estando en el campo, por la gracia de la meditacin encontr a su esposa Rebe-ca que puede ser figura de la sabidura, y Dios le habl muchas cosas109. Y qu dir de Jacob? Acaso no vio en el desierto la escalera que llegaba hasta el cielo y los ngeles que suban y bajaban por ella, y a Dios senta-do en lo ms alto de la escalera. Y dijo con gran gozo y

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    estupefaccin: Qu terrible es este lugar! No es otro, sino la casa de Dios y la puerta del cielo?110.

    Tambin Moiss te conducir al interior del desierto

    para que conozcas mejor los tesoros de la soledad. Con-duca el rebao por el desierto; de pronto vio una zarza que arda y no se consuma gran misterio de la Madre de Dios y de su integridad111, y oy al mismo Dios que le hablaba de en medio de la zarza112. Ms tarde, en el desierto, dividido el Mar Rojo como con dos paredes y seco, permiti pasar al pueblo de Israel y al faran y a su ejrcito los sumergi y ahog113, lo cual era figura del sacramento del bautismo114. En el desierto, para que los hijos de Israel no se perdieran ni tropezaran, Dios envi ante ellos, de da una columna de nube y de noche una columna de fuego115, que significaba el mando que los ngeles tienen en la Iglesia, los cuales unas veces se apa-recen como una columna resplandeciente, cuando quita-das las tinieblas iluminan el alma con una luz admirable, y otras veces se adelantan como columna de fuego, cuan-do inflaman la voluntad con el fuego del amor divino. En el desierto sufrieron diversas tentaciones116, que les acon-tecan a los hijos de Israel en figura de aquellas que hab-an de acaecer a los que aman a Dios. En el desierto el man descendi del cielo117, que fue smbolo de la gracia espiritual y del sacramento del Cuerpo de Cristo118. En el desierto, Moiss sac agua abundantsima de la piedra119, pero la piedra era Cristo120, cuyas gotas de gracia haban de manar en abundancia. Despus de esto, Zacaras en el templo, en la soledad, vio un ngel que le anunciaba una gran alegra121. En la soledad, la Bienaventurada Virgen concibi al Redentor del mundo122.En el monte, el Seor Jess ense a sus discpulos la norma de toda perfec-

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    cin123. En el desierto, aliment milagrosamente a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces124. En el desier-to, su cara resplandeci como el sol y se oy la voz del Padre: Este es mi Hijo amado125. En el desierto, ayun cuarenta das y cuarenta noches y venci al enemigo, y los espritus anglicos le sirvieron126. En el monte Calva-rio fue crucificado, muerto y sepultado y all mismo re-dimi al mundo entero127. Del desierto subi al cielo128 y en el monte Sin envi el Espritu Consolador129. Ms tarde se apareci a Pablo en el campo130, y en fin, en la soledad se realizaron grandes y muy saludables misterios para la salvacin de los hombres. Y qu te dir de Pablo el primer ermitao que tanto tiempo luch en el desierto! Qu de la Magdalena! Qu de san Jernimo, varn preclarsimo en letras y en santidad! Qu en fin, de otros muchos que tenan todas sus delicias en la soledad! Ver-daderamente que, si bien es cierto que en todo lugar est la presencia divina, sin embargo Cristo habita de una manera especial en los montes, vive en las cuevas, se alimenta en las soledades y nutre y robustece ubrrima y opulentamente a los habitantes del desierto con los ali-mentos de los pastos celestiales. Mira aqul, ya est entre los volmenes de la Sagrada Escritura, ya entre la belle-za, grandiosidad y multitud de las criaturas, ya en la con-templacin frecuente de su vida y de su muerte (de Cris-to) se muestra muy feliz. Y no es otra la causa por la cual aquellos santos varones movidos por el Espritu divino con tanto afn se reunieron en aquellos desiertos tan vas-tos.

    NOVICIO.- Verdaderamente estas palabras son espritu y vida. Pero te ruego que me digas por qu Dios ama tanto las soledades. Por ventura hay algunos lugares en

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    donde no pueda mostrar en ellos su poder? Acaso desea que los hombres, por naturaleza sociables, imiten la ma-nera de ser de las fieras y habiten con los cuervos y cier-vos de los campos? Qu tiene que ver la delicada natura-leza de los hombres con las asperezas del desierto? Qu los mortales, afables y corteses por naturaleza, con las rocas y las cuevas? Acaso no es mejor que los hombres habiten las ciudades que los desiertos? No es ms c-modo que permanezcan en las casas que en las cavernas de la tierra? No es ms agradable vivir en ricas mansio-nes que en los huecos de las rocas? Qu misterio es s-te?

    ERMITAO -No se ha retrado la mano del Seor131, ni

    est impedida en ciertos lugares, no habiendo lugar que no sea habitacin suya, puesto que tiene el cielo por trono y la tierra por escabel de sus pies132. Abarca desde un extremo al otro del mundo y dispone todas las cosas sua-vemente133. Dos son, hijo, los motivos por los cuales el hombre quiere habitar en el desierto. Primero por causa de la fragilidad de su naturaleza corrompida; segundo por respeto a los misterios de Dios, ya que entre la agitacin de los hombres y la inmundicia de los vicios, la fragilidad humana no es capaz de comprender los secretos de Dios, por esto Dios llama a los suyos a la soledad del desierto y all se les manifiesta; adems como es proverbial la mucha familiaridad produce el menosprecio134; si pues los siervos de Dios vieran frecuentemente a los hombres y conversaran familiarmente con ellos, fcilmente stos les despreciaran tanto a ellos, como sus ddivas. Dios quiere que los que aman la soledad se hagan venerables por la poca conversacin y trato con los dems, y los mandamientos y secretos que determina manifestar por

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    ellos sean tenidos en mayor aprecio y recompensados con ms eficacia. As, en el monte Sina, a travs de Moiss habl al pueblo y all mismo le dio dos tablas y las escri-bi con su dedo. All tambin promulg sus mandamien-tos y ceremonias135.

    NOVICIO.- Qu es pues lo que el apstol Pablo dice:

    "Nadie busque lo que es til para s, sino lo que crea ms conveniente para los dems?136. Acaso este mandato puede guardarse entre las rocas o entre las fieras, en me-dio de los bosques o del rumor de los rboles y el canto de los pjaros? No puede guardarse mejor en medio de los hombres, ya sea gobernando a unos, ya enseando a otros, ora sirviendo a los pobres, ora liberando a las viu-das y hurfanos de la opresin de los poderosos, o en unos y otros oficios buscando la salvacin de los prji-mos?

    ERMITAO.- Escucha, hijo. En primer lugar, no es po-

    co til para el prjimo quien le hace partcipe de sus vigi-lias, ayunos y continuas oraciones, pues dice el apstol Santiago: Mucho vale la oracin perseverante del jus-to137. Adems, en ninguna parte hay nadie que sea bueno y perfecto por naturaleza sino slo Dios138, y como todos los hombres son incapaces de la suprema perfeccin, as todas las cosas han sido dispuestas por Dios para que lo que cada uno no tiene en s mismo, goce hallndolo en otros. As, cada uno de los miembros del cuerpo mstico, separado de los otros existe de una manera imperfecta, pero todos juntos, gozando unos de los dones de los de-ms, se perfeccionan. Por eso, uno posee el don de sabi-dura, otro el de ciencia; uno resplandece por las virtudes, otro por los milagros139. Por lo mismo, uno tiene una fe

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    robusta, otro habla en lenguas diversas; uno gobierna con solicitud, otro se apiada con alegra; uno, en medio de la multitud es til para s y para los dems, otro, en la sole-dad, se da a la contemplacin. Y como cada uno no pue-de poseer todos los dones, gozando de los que tienen los dems, los hace suyos. Adems de esto, la naturaleza del hombre, corrompida por el pecado original, es sacudida por los ataques de diferentes vicios y llevada infelizmente a un lado por la soberbia, a otro por la envidia. Convena al hombre que no resplandeciera en sus dones ms de lo debido y que de tal manera fueran atemperados en l, que por ello fuese defendido del escollo de la arrogancia. Y esta es la razn por la que Dios ha dotado a su Iglesia con los adornos de los distintos dones. Adems, l se deleita en la mltiple variedad de las cosas, y aunque esto no manifiesta tanto su poder, sin embargo muestra su inefa-ble sabidura en todas las cosas; de aqu la diferencia que hay entre los elementos, los rboles, las flores, la abun-dancia de las plantas y la diversidad de las aves, de los peces y de los animales. De aqu tambin la variedad de las estrellas lucientes. Si miras el rostro, los oficios, los estudios y esfuerzos de los hombres, considera la admi-rable variedad que hay entre ellos; si miras los ngeles comprendes que uno de otro difiere admirablemente. Por qu as? Sin duda porque por tan grande y admirable variedad de las cosas, sean conocidas, alabadas y respe-tadas la maestra, la perfeccin y la sabidura del Artfice. Y esto es lo que deca el profeta David: Admirable se ha mostrado tu sabidura en m y no puedo alcanzarla. Todo lo hiciste con sabidura; llena est la tierra de tus rique-zas140. Admirables son tus obras, Seor, y mi alma lo sabe muy bien141. As pues, uno, en la soledad del desier-to, con paz y quietud se alegra de los dones de los dems;

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    otro, entre la multitud, se dedica con gran empeo a ga-nar almas, y otro sirve solcitamente a los enfermos en sus necesidades, para que conocida la sabidura de Dios por esta variedad de espritus, aparezca en todas partes glorioso y digno de alabanza.

    NOVICIO.- Hermossimas son estas palabras, pero te

    suplico que me escuches. Cuando todava viva en el mundo o muchas veces en diversos lugares disputar, con distintos pareceres, sobre qu estado era ms perfecto, si el de los ermitaos o el de los cenobitas y nunca pude acabar de comprender esta pregunta. Te pido me digas lo que piensas sobre el particular.

    ERMITAO.- No dudo que el estado de los solitarios

    sea el ms perfecto. De l dice san Agustn: Los habitan-tes del desierto se dice que son ms santos, porque sepa-rados de las miradas de los hombres no permiten a nadie el acceso a ellos y viven dedicados totalmente a la ora-cin142. Y para que esto entiendas ms claramente esc-chame con toda la atencin que puedas.

    La soledad, como la pobreza, no es en s misma la

    esencia de la perfeccin, sino un instrumento de la mis-ma, por el que, dice el abad Moiss en las Colaciones de los Padres, cmo en los ayunos y disciplinas se busca la pureza del corazn a la que una vez alcanzada sigue la contemplacin143. Y esto es lo que dice Dios por el profe-ta Oseas: La llevar a la soledad y le hablar al cora-zn144. Pero hay que tener en cuenta que el eremita debe bastarse a s mismo. Lo que supone que "nada le falta", lo cual es la definicin del ser perfecto145. Por esto, la sole-dad es propia del contemplativo que ya ha llegado a la

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    perfeccin, a la cual se puede llegar de dos maneras: por un don divino, como en Juan Bautista que desde el seno de su madre fue lleno del Espritu Santo, el cual, como dice san Lucas, siendo todava nio, moraba en los de-siertos146, o por el ejercicio de las virtudes, segn aquello de san Pablo: El alimento slido es propio de los perfec-tos; de aquellos que en virtud de la costumbre tienen ejercitados los sentidos para discernir el bien y el mal147.

    Para este ejercicio la vida comunitaria ayuda de dos

    maneras: Primero en cuanto al entendimiento, que es ilustrado por las enseanzas de los dems, a fin de que no yerre en aquellas cosas que ha de contemplar. Por lo cual dice san Jernimo al monje Rstico: Me agrada que ten-gas santas compaas para que no te ensees a ti mis-mo148. Segundo, en cuanto a la voluntad, puesto que por el ejemplo y correccin de las faltas de los dems se re-frenan las malas inclinaciones. Pues dice san Gregorio: De qu aprovecha la soledad del cuerpo si falta la sole-dad del corazn?149. Por esto la vida de comunidad es necesaria para los principiantes; la soledad en cambio es propia de los perfectos. Por eso san Jernimo dice al monje Rstico: Censuro la vida solitaria? En modo alguno, puesto que la he alabado muchas veces, pero quisiera que de la palestra de los monasterios salieran soldados a los que no asusten los duros aprendizajes del desierto; que por mucho tiempo hayan dado pruebas de una conducta sin tacha150. As como el que ya es perfecto supera al que se ejercita en la perfeccin, as la vida de los solitarios, si se abraza debidamente, supera la vida comunitaria, pero si se abraza sin preparacin, es peligro-ssima, a menos que la gracia divina supla lo que en otros se adquiere por el ejercicio151.

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    NOVICIO.- Si la vida de los solitarios, segn dices, es

    ms perfecta que la vida comunitaria, cmo dice el Ecle-siasts: Mejor es dos unidos que uno, pues tienen la ayu-da de su compaa?152.

    ERMITAO.- De ninguna manera, hijo; pues Salomn

    dice que mejor es estar dos unidos que uno, por la ayuda que mtuamente pueden prestarse, ayuda de la que ya no necesitan los que han llegado a la perfeccin como, segn dije, deben ser los solitarios153.

    NOVICIO.- De acuerdo que no necesiten ayuda de los

    dems, pero por el mrito de la obediencia y de la humil-dad parece mejor la Religin (orden religiosa) de los que viven en comunidad, donde ejercitan estas virtudes, que la de los solitarios donde no hay nadie a quien obede-cer154.

    ERMITAO.- De por s, obedecer es necesario a los

    imperfectos, que todava necesitan ejercitarse bajo la direccin del prelado, pero aquellos que ya son perfectos obran siempre movidos por el Espritu de Dios, de tal manera que no les es necesario el acto de obedecer a otros. Sin embargo, no les falta la disposicin de la vo-luntad y esto es ya en ellos obediencia155.

    NOVICIO.- El Salvador dice: Donde dos o tres estuvie-

    ren congregados en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos156 y como nada hay mejor que la compaa de Cris-to, parece que vivir en comunidad es mejor que llevar vida solitaria.

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    ERMITAO.- San Juan en su primera carta dice: El que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en l157. Luego, as como Cristo est en medio de aquellos que se renen por amor, tambin habita en el corazn de aquellos que por amor de Dios se ocupan de la contem-placin158. Y no porque asegur que: Donde estuvieren dos o tres reunidos en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos159, dijo que no estara donde estuviera uno unido con l por un ardentsimo lazo de amor.

    NOVICIO.- Me gusta. Pero todava queda algo en mi

    mente, que quiero que me expliques tambin. ERMITAO.- Dime, hijo, lo que quieras. NOVICIO.- El Salvador dice: Nadie enciende una lm-

    para y la pone en un lugar escondido ni debajo del cele-mn160. Sin embargo, aquellos que llevan vida solitaria parece que estn puestos en un lugar oculto, sin reportar ninguna utilidad a los hombres, lo que demuestra que su Religin no es la ms perfecta161.

    ERMITAO.- Escucha, hijo: El que uno sea puesto en

    el candelero no le incumbe a l, sino a sus superiores, los cuales si no le imponen esta carga, como dice san Agus-tn, dedquese a la contemplacin de la verdad162, para lo cual la soledad ayuda mucho. Sin embargo tambin los solitarios son tiles al gnero humano, porque aunque algunos creen que se desinteresan demasiado de las cosas humanas, desconocen cun tiles les son con sus oracio-nes y vida, y provechosos con su ejemplo, aunque no vean sus cuerpos163.

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    NOVICIO.- Muy hermosas y tiles son estas palabras que has dicho, pero acaso lo que es propio de la natura-leza humana no atae a la perfeccin de la virtud?

    ERMITAO.- S que atae. NOVICIO.- No es el hombre animal racional por natu-

    raleza? ERMITAO.- Lo es. NOVICIO.- Luego parece que llevar vida solitaria es

    contra la naturaleza del hombre y por consiguiente contra la perfeccin de la virtud164.

    ERMITAO.- La vida solitaria puede escogerse por dos

    razones. La primera por no soportar la compaa de los hombres, por miedo a la crueldad de sus nimos, y esto es propio de las bestias. Segunda, para entregarse total-mente a las cosas divinas y esta razn se eleva por enci-ma de la condicin humana. Por eso el Filsofo dice en el primer libro de los polticos: Aquel que no se comunica con otros, o es una bestia o es un dios, es decir, un hom-bre divino165. De aqu viene, que aunque vivir solitaria-mente sea de alguna manera contra la naturaleza del hombre, no lo sea sin embargo contra la perfeccin de la virtud, puesto que sobrepasa toda virtud humana.

    NOVICIO.- Ya no tengo duda alguna de que la Religin

    de los eremitas es ms perfecta que la de los cenobitas. ERMITAO.- Quin dud jams que los que viven en

    el desierto, si viven segn las leyes del yermo, son mucho

  • DILOGO DE LA VIDA EREMTICA

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    ms perfectos que aquellos que viven en los monasterios! Por esta razn desde los mismos comienzos me gust. Pues la soledad es amiga de la tristeza; en ella se lloran los pecados, se desprecia el mundo, se desdean las se-ducciones de la carne, se experimentan y superan las duras tentaciones del enemigo, se preparan las piedras para el celestial y eterno edificio en que algn da sern colocadas, se perfeccionan y conservan las virtudes y se gusta de la contemplacin de las cosas celestiales. En ella el alma se une felizmente con su celestial Esposo y goza muchas veces de sus abrazos dulcsimos; en ella se dan a veces besos gozosos y santsimos. Finalmente, la soledad es verdadera escuela de virtudes y experiencias celestia-les y puede llamarse con razn huerto de delicias, en el cual, hijo, te coloc el Seor Jess.Y es esto acaso un don pequeo?

    NOVICIO.- Oh gran bien de la soledad y para m her-

    mossimo!, tanto, que creo hay que contarlo entre los principales beneficios de Dios. Mas, porque como ves, ahora me inicio por primera vez en esta vida, te ruego me ensees qu cosas he de hacer en la soledad, puesto que te he elegido por mi maestro y gua.

    ERMITAO.- El Seor Jess ser tu gua, hijo, el cual

    ilumina con su luz divina a todos los que verdadera y fielmente le buscan. No obstante, ya que me has tomado por maestro, como quien hace sus veces, rugale que pueda ensearte todo cuanto sea til, santo y piadoso. Primero pues, tienes que tener un nimo muy constante y varonil contra las tentaciones de los demonios. Las prin-cipales armas con que las vencers son: la lectura, la me-ditacin, la oracin y la contemplacin166, ya que ellas

  • FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

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    llenan el alma de enseanzas divinas, la fortalecen y la hacen superior a los enemigos.

    NOVICIO.- Y cul es el cometido de estas armas? ERMITAO - La leccin propone; la meditacin re-

    flexiona; la oracin considerando lo pobre que es la natu-raleza humana para las cosas espirituales, pide ayuda de lo alto; la contemplacin halla y goza con lo hallado167.

    NOVICIO.- Cmo debe ser la lectura? ERMITAO.- Larga, discreta, simple, humilde y devo-

    ta. Los libros se han de leer con el mismo espritu con que fueron escritos. Y como los manjares se engullen y pasan al vientre blandos y casi lquidos para que ms fcilmente se digieran, as la lectura, no cruda sino tritu-rada por la mucha reiteracin y casi digerida se ha de entregar a la memoria y a la imitacin. Y no hay que leer sino el mejor libro de cada autor y que no engae al que le crea. Y no por partes, sino examinndolo todo, y una vez acabado hay que vo