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P P e e n n s s a a n n d d o o e e n n t t i i Jennie Adams 3º Hermanas Gable Pensando en ti (2008) Título Original: The boss's unconventional assistant (2008) Serie: 3º Hermanas Gable / 39º Serie Multiautor De nueve a cinco Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Jazmín 2241 Género: Contemporánea Protagonistas: Grey Barlow y Sophia Gable Argumento: Un jefe serio y formal acababa de contratar a una secretaria sin miedo a romper las normas. En cuanto conoció a Sophia Gable, Grey Barlow se dio cuenta de que su nueva secretaria era cualquier cosa menos una mujer convencional y no tardó en empezar a preguntarse por qué la había contratado. Sophia estaba algo nerviosa con el trabajo y sabía que lo peor que podía hacer era enamorarse del jefe. Pero, ¿cómo no iba a enamorarse de un hombre tan increíblemente guapo? Grey no era de los que se comprometían, pero ella tenía un corazón bueno y generoso que quizá fuera exactamente lo que él necesitaba.

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PPeennssaannddoo eenn ttiiJennie Adams

3º Hermanas Gable

Pensando en ti (2008)Título Original: The boss's unconventional assistant (2008)Serie: 3º Hermanas Gable / 39º Serie Multiautor De nueve a cincoEditorial: Harlequin IbéricaSello / Colección: Jazmín 2241Género: ContemporáneaProtagonistas: Grey Barlow y Sophia Gable

Argumento:Un jefe serio y formal acababa de contratar a una secretaria sin miedo aromper las normas.En cuanto conoció a Sophia Gable, Grey Barlow se dio cuenta de que sunueva secretaria era cualquier cosa menos una mujer convencional y notardó en empezar a preguntarse por qué la había contratado.Sophia estaba algo nerviosa con el trabajo y sabía que lo peor que podíahacer era enamorarse del jefe. Pero, ¿cómo no iba a enamorarse de unhombre tan increíblemente guapo? Grey no era de los que se comprometían,pero ella tenía un corazón bueno y generoso que quizá fuera exactamente loque él necesitaba.

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Capítulo 1—Aquí es donde se viene a relajar un multimillonario o a recuperarse de un

accidente —dijo Sophia Gable al detener el coche delante de la mansión de GreyBarlow.

Se trataba de un magnífico edificio de piedra y pizarra con un amplio porche dealtos pilares, rodeado de amplios prados con espléndidas flores.

Era un lugar muy distinto al ajetreo de Melbourne, pero Soph era muyadaptable y, mirando al conejillo blanco que ocupaba una jaula en el asiento delacompañante, supuso que Alfred preferiría aquel escenario al de la ciudad.

Suspiró profundamente. Estaba a punto de dar un primer paso hacia su nuevacarrera. Era el primer empleo que le proporcionaba la agencia de colocación. Lehabían asignado el cuidado de un hombre y esperaba demostrar su versatilidad paraque siguieran empleándola regularmente.

Bajó del coche, se estiró el jersey color cereza y los pantalones negros, y fuesonriente hacia la escalinata de entrada.

—¿Eres Sophia Gable, la ayudante personal que solicité a la agencia de empleo?—oyó una voz masculina desde una esquina del porche que quedaba en lapenumbra—. Pensaba que serías mayor y menos… colorida.

¿Le incomodarían las puntas del cabello teñidas de rojo? Sophie escudriñó elporche para localizar la voz.

—Soy Sophie, pero puede llamarme Soph, señor Barlow. Pude ver la escayolaque le cubría el brazo y la venda que le envolvía el tobillo de la pierna que teníaestirada delante de sí en una incómoda postura. El anuncio solicitaba alguien conhabilidades secretariales y domésticas, y le aseguro que yo estoy preparada paraambos tipos de tareas. He estado pensando en cómo ayudarle.

—Para ayudarme, bastará con que hagas lo que te pida y me lleves en cochecuando lo necesite. Eso será todo —replicó él en tono irritado—. No estoycompletamente impedido. Sólo tengo un esguince y una brazo roto.

—Me alegro de que tenga una actitud tan positiva —aunque estaba un pocodesconcertada, Soph hizo lo posible por sonar animada—. Además, puedo…

—Siéntate, por favor —la interrumpió él sin ofrecer disculpas al tiempo queseñalaba una silla frente a sí—. Me alegro de que hayas sido puntual, pero no tengotiempo para socializar —Soph dio un paso adelante y pudo verlo—. No te parecesnada a como te había imaginado. Pensaba que serías mayor.

Soph prestó atención sólo parcialmente a sus palabras porque estabaentretenida admirándolo. Tenía hombros anchos, cabello oscuro y un rostro derasgos marcados con unos impresionantes ojos verdes. Debía de estar en la treintenay en su cuerpo no había ni un gramo de grasa.

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—Supongo que los dos podremos sobreponernos a la sorpresa —dijo él en tonoácido.

—Seguro que sí —a pesar de su malhumor, resultaba muy atractivo.

Soph sintió que el pulso se le aceleraba, pero prefirió ignorarlo. Se trataba de undesconocido, unos diez años mayor que ella y, para colmo, su jefe.

Ella sólo salía con hombres de su entorno y edad, y siempre aclaraba desde elprincipio que sólo quería pasarlo bien. Si alguna vez la cosa se ponía seria, huía.Quizá en un futuro lejano, aceptaría una relación estable con un hombre corriente,pero sólo si podía controlarla.

Intuía que Grey Barlow no era ni corriente ni dominable, y tampoco tenía elaspecto de alguien que buscara estabilidad en una casita con una valla blanca comola que ella podría desear algún día. O al menos como la que habían buscado yencontrado sus hermanas a pesar de que, como ella y por culpa del abandono de suspadres, también habían tenido problemas para confiar en los demás.

De hecho, Bella y Chrissy habían sufrido más que ella. Después de todo, sushermanas mayores la habían protegido para que llevara una vida normal y feliz apesar del abandono. Gracias a ellas, no había crecido traumatizada. Por eso lasadoraba.

—Encantada de conocerlo, señor Barlow. Confío en que quede satisfecho de mitrabajo —eso era lo fundamental para ella. Hacer las cosas bien, sentirse útil.

—La agencia me ha asegurado que eras la mejor candidata —Grey alzó el brazoderecho, lo dejó caer con gesto contrariado, y levantó el izquierdo.

Soph le tendió también su mano izquierda.

—Espero cumplir sus expectativas —dijo, inquietándose por la incredulidadque percibía en él.

El apretón de manos, que debía haber resultado impersonal, fue como unasacudida eléctrica que le llegó al corazón. Soph creyó adivinar una reacción similaren la mirada de Grey, pero cuando lo observó con más atención, encontró unamáscara imperturbable y decidió que debía de haberlo imaginado.

—Los médicos me han ordenado descansar una semana. Supongo que el airefresco me sentará bien, pero creo que están demasiado preocupados con mi salud.Después, volveré a Melbourne y tú seguirás trabajando para mí.

—Prometo esforzarme al máximo —dijo Soph, mientras pensaba que tambiéntendría jardín en Melbourne para acoger a Alfie. En algún momento tendría queexplicar su presencia. Cómo lo había encontrado atado a un poste, abandonado, lanoche anterior, y cómo había pasado a pertenecerle.

Su jefe asintió con la cabeza.

—Además de las tareas que has comentado, tendrás que filtrar las llamadas yahuyentar a las visitas inoportunas.

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A Soph le llamó la atención que no quisiera visitantes. En una situación similar,podía imaginarse rodeada de sus hermanas y cuñados, que la atenderían hasta que serecuperara.

Ello le llevó a pensar en la familia de Grey Barlow. Quizá era demasiadoorgulloso como para dejar que le vieran sus amigos o familiares cuando no estaba enplena forma. Soph sonrió con especial amabilidad.

—No se preocupe, si alguien intenta entrar, lo echaré como si fuera un perroguardián.

Grey sonrió y Soph sintió que el corazón le daba un salto. Súbitamente susfacciones se habían dulcificado y había rejuvenecido varios años.

—¿Tiene mascotas, señor Barlow? Verá, yo…

—No, no tengo ninguna —la sonrisa desapareció y fue sustituida por unaexpresión de enfado—. Ese tipo de compromisos me resultan incómodos.

Soph optó por no mencionar a Alfie. Tal y como había intuido, tampoco habíaen el horizonte de aquel hombre una casita con un vallado blanco, y la confirmaciónle resultó reconfortante.

—Volvamos a hablar de tus funciones —una vez más, Grey sonó irritable—.Aunque no esté en condiciones de acudir a las obras, pienso seguir cada detalle de laempresa. Mantendré videoconferencias, leeré y responderé el correo, y revisaré losinformes de los distintos departamentos —tomó aire—. Tendrás que pasar alordenador toda mi correspondencia y realizar las tareas que te asigne, incluidosalgunos trabajos de documentación.

—Estoy deseando empezar —Soph curvó los labios en una sonrisa con la queesperó transmitir seguridad en sí misma.

—Me alegro de que tengas una actitud tan positiva —dijo él. Y deslizó sumirada por su jersey y su colorido cabello antes de dirigirla hacia su fiel VolkswagenEscarabajo. Arqueando las cejas, preguntó—: ¿También estás preparada para lastareas administrativas?

—Tengo buenos conocimientos de informática y sé usar programas detranscripción —que nunca hubiera tenido que ponerse a prueba profesionalmente nosignificaba que no pudiera hacerlo.

Se había preparado y necesitaba una oportunidad para demostrarlo. Enumerólas demás habilidades que poseía:

—Sé usar sistemas de clasificación clásicos y de ordenador, y tengo experienciaen organizar citas y atender llamadas —pocos sitios resultaban más estresantes queun salón de belleza—. Y tengo un historial como conductora impecable —añadió,asumiendo que en algún momento tendrían que usar el coche—. Aunque he venidoun poco cargada, podré hacer sitio para sus cosas para cuando volvamos aMelbourne.

—Tu coche será enviado a la ciudad. Yo prefiero usar el mío. Lo trajo un chófer.

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—Muy bien. Me encanta conducir distintos coches —dijo Soph, aunque nuncahabía conducido más que su Escarabajo y el viejo descapotable de su cuñado.

—Puedes descargar tus cosas —dijo Grey, poniéndose en pie y renqueandohacia la puerta principal—. Después, reúnete conmigo en el despacho. Es lahabitación a la derecha de la entrada. Tu dormitorio está en el primer piso, la primerapuerta a la izquierda —concluyó antes de abrir la puerta.

Soph dedujo que ése iba a ser su comportamiento. La había contratado ypagaría generosamente para que le ayudara, pero no quería mostrarse inválido nique lo tratara como si lo estuviera.

A ella no le importó. Cuidaría de él sin hacérselo notar, pero no le fallaría.

—¿Has traído el programa de reconocimiento de voz?

Grey había levantado el pie del suelo porque, evidentemente, le hacía dañoapoyar el peso en él.

—Sí, lo recogí ayer por la tarde —Soph escrutó su rostro y reconoció las huellasdel cansancio y del dolor. Claro que necesitaba descansar…, y que le cuidaran.

—Tráelo. Si lo instalo, podré mandar correos sin tu ayuda y sin tener queescribir con una sola mano. Tu primera tarea será copiar el dictado que he hecho estamañana.

¿Apenas habían dado las nueve y ya había estado trabajando?

—Haré lo que le convenga —siempre que le dejara cuidar de sus lesiones. Sophfue hacia el coche—. Le daré el programa y luego descargaré mis cosas.

Tendría que buscar un escondite para Alfred hasta que encontrara laoportunidad de hablar de él. Era mejor dedicar las primeras horas a demostrar a sujefe que era una buena empleada.

Dentro de la casa sonó el teléfono.

—Ya contesto yo —dijo de inmediato, volviéndose.

Precedió a Grey al interior y siguió el sonido del timbre hasta el despacho.

—Sophia Gable. El señor Barlow no está disponible. Por favor, diga quién es ydeje un número de teléfono, fax o correo electrónico y le daré el mensaje.

—Soy Peter Coates, director del departamento de arquitectura EmpresasBarlow —tenía una voz amistosa, pero sonaba preocupado—. Grey me ha llamadopara que le pusiera al día sobre el proyecto Mitchelmore.

—Iré a ver si el señor Barlow se puede poner —Sophie presionó el botón dellamada en espera y se volvió. Grey estaba justo detrás de ella y Sophie volvió asentir que el corazón le daba un saltito. Le tendió el auricular diciéndole quiénllamaba.

—Pásamelo —dijo Grey—. Algunas cosas son demasiado importantes comopara hacer caso a los médicos.

Soph no estaba de acuerdo, pero le dio le teléfono.

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Grey se sentó en una silla de oficina adoptando una incómoda postura y Sophnotó que no tenía un apoyo para los pies.

—Peter —Grey concentró toda su atención en su interlocutor—. ¿Sabes algomás sobre las recalificaciones?

Sophie fue al coche y volvió con el programa de software. Como su jefe seguíahablando, lo dejó sobre el escritorio y recogió a su adorable aunque problemáticoconejo.

Primero le buscaría un sitio y luego se ocuparía de su jefe.

Con una jaula plegable en una mano y la cesta con Alfie en la otra, fue al jardíntrasero. En cuanto vio un rincón tras un árbol y un arbusto de flores, suspiró aliviada.Un pequeño cobertizo lo ocultaba a la vista desde la casa.

—Aquí tienes un montón de hierba, Alfie —Soph desplegó la jaula y lo metió,luego corrió a llenar un cuenco de agua y puso comida en otro. Para que tuvierasombra, cubrió parte de la jaula con una manta.

Gracias a Joe, el mecánico, que tenía guardada la jaula desde su infancia, y a suvecina, una madre soltera que sabía de cobayas y conejos, tenía todos los útilesnecesarios.

Hizo varios viajes para vaciar el coche. Tendía a cargar siempre con muchascosas y en aquella ocasión había incluido algunas pensando en su jefe.

Terminó con prontitud y llegó al despacho a tiempo de oír a Grey hablando aun micrófono. A continuación, dejó escapar varios exabruptos al ver lo que aparecíaimpreso en la pantalla del ordenador.

—He pasado por la cocina. ¿Hay algo especial que quiera cenar?

En la despensa había encontrado ingredientes básicos, nada especialmenteapetitoso. Afortunadamente, ella había llevado provisiones y ése era un frente que nole preocupaba.

Su jefe se quitó los cascos y los tiró sobre el escritorio.

—Puedes hacer sándwiches para almorzar. Hasta entonces —señaló unsegundo escritorio—, siéntate ahí. Transcribe las cintas en el orden que las he dejadoen la bandeja. Enséñame la correspondencia antes de mandarla. Una vez estésatisfecho, te indicaré si debes mandarla por ordenador o por fax.

—Sí, señor Barlow —Soph tomó la primera cinta y la metió en el aparato, perono se sentó.

—Prefiero que me llames Grey. Y que me tutees —Grey se giró hacia elordenador y, poniéndose los cascos, continuó dictando. Ocasionalmente, apretaba elratón con impaciencia o mascullaba algo mientras escribía torpemente con una mano.Era evidente que el programa de reconocimiento de voz y él no se entendían.

Soph salió, tomó un mullido almohadón de un sillón de la sala de estar y lollevó al despacho. Sacó un par de paquetes de folios de una caja y, con ellas y elalmohadón, se arrodilló junto al escritorio de Grey y se metió debajo a cuatro patas.

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—Estoy lista. Levanta el pie para que ponga esto debajo.

Grey tardó en reaccionar y Soph reculó unos centímetros.

Oyó un suspiro nervioso seguido de unas palabras que sonaron a:

—Cualquier cosa con tal de que salgas de ahí debajo.

Y Grey alzó el pie.

Soph acomodó los paquetes y el almohadón y dijo:

—¿Estás más aliviado?

—«Aliviado» no es la palabra que me viene a la boca en este momento.

El tono profundo con el que habló hizo sentir a Soph un deliciosoestremecimiento.

Posó el pie y Soph, al ver que no protestaba, asumió que estaba bien y se felicitópor haber triunfado en su primer intento de cuidar de él.

Retrocedió hasta poder incorporarse y se sacudió los pantalones.

—Ahora, Sophia, te agradecería que posaras el trasero en tu silla y lo dejaras ahí—dijo él con ojos brillantes y apretando los dientes al tiempo que desviaba lamirada—. Mucha de esa correspondencia es urgente.

Soph se quedó mirando la perfecta forma de su cabeza y sintió un aleteo en elpecho al darse cuenta de lo que había pasado. Las mejillas le ardieron. ¿Ésa era lacausa de que su jefe dejara escapar un tenso suspiro hacía unos instantes? ¿Habervisto su trasero serpenteando bajo el escritorio?

Tras asentir precipitadamente, se puso a trabajar.

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Capítulo 2Soph descubrió en cuestión de horas que su jefe no se tomaba ni un respiro, que

el teléfono no dejaba de sonar y que tenía tres madres adoptivas empeñadas en queles hiciera caso. ¡Tres!

A las doce y media Soph le transmitió el último de los mensajes de LeannaBarlow, en el que preguntaba por su salud y mencionaba la necesidad de hablar conél por un asunto de su tarjeta de crédito. Sharon Barlow y Dawn Barlow habíandejado mensajes similares, la primera solicitando el uso de su yate y la segunda, el desu avión.

Grey ignoró todos ellos y continuó trabajando. Soph, que estaba de pie junto asu escritorio tras entregarle los últimos mensajes, tuvo que reprimir las ganas depreguntarle por su familia, pero se limitó a tomar un papel que asomaba de una pilade documentos.

—¿Es el programa de rehabilitación? —preguntó, mirándolo. Grey no habíahecho ninguno de los ejercicios—. Puedo ayudarte a hacerlos. Es hora de comer.

—Los haré antes de ir a la cocina —dijo él, haciendo ademán de quitarle elpapel—. Mientras, puedes organizar la comida.

Soph hizo como que no le oía y fue a hacer una fotocopia del papel. Luego lepasó el original y desapareció en la cocina. Mientras calentaba una sopa, salió a ver aAlfie. Parecía contento, pero ansioso por jugar. Tras dedicarle unos minutos, entró enla casa. Todavía no había llegado el momento de presentárselo a su jefe.

Grey entró en la cocina al poco de que ella lo hiciera.

—La comida está lista —dijo Soph señalando la mesa—. Siéntate.

Grey olisqueó el aire.

—¿A qué huele? Unos sándwiches habrían bastado. Hay jamón y queso en elfrigorífico.

—He traído una sopa que hice ayer por la noche —según sus hermanas, sushabilidades culinarias dejaban mucho que desear, y sus cuñados estaban de acuerdo,pero Soph pensaba que sólo lo decían por tomarle el pelo. A ella todo lo que cocinabale sabía bien—. Espero que te guste la calabaza. Además de otras verduras, tiene untoque de curry y algunas especies italianas. De segundo, haré unos sándwichescalientes.

—Vale —Grey se sentó con gesto de dolor—. Suena… interesante.

—Precisamente. Soy de la opinión que las especies añaden sal a la vida —dijoella. Llevó dos tazones con sopa a la mesa y se sentó frente Grey—. Necesitas comerbien para mejorar.

—Buena comida y tranquilidad, aire fresco, descanso y olvidar todos losproblemas —su jefe dijo aquellas palabras como si repitiera de memoria.

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Probablemente era lo que le había dicho el médico, aunque sonaba un tantoexagerado teniendo en cuenta que sólo se recuperaba de un par de fracturas.

Grey apretó los labios y probó la sopa con desconfianza. Arrugó la nariz y laolió. Dio otro sorbo y se sirvió un vaso de agua que bebió precipitadamente.

—Me alegro que hayas decidido seguir el consejo médico y descansar —dijoella, aunque viendo lo que trabajaba, no quería ni imaginar cuál era su nivel normalde actividad.

Probó la sopa a su vez y sonrió con satisfacción. Deliciosa. Alzó la miradaenarcando las cejas esperando que su jefe expresara su opinión.

Grey carraspeó.

—¿Dices que la hiciste ayer para poder traerla?

—Sí. Tardé un par de horas, pero quería que tuvieras algo sustancioso paracomer y supuse que hoy no tendría tiempo de prepararla —y en eso no se habíaequivocado.

Grey suspiró profundamente y se bebió el resto de un trago. Para cuando dejóel tazón sobre la mesa, le brillaban los ojos y se le habían coloreado las mejillas.

El rostro de Soph se iluminó con una sonrisa radiante.

—¡Te ha gustado! —exclamó triunfal.

—Estaba muy… sabrosa —dijo él, bebiendo otro vaso de agua.

Soph aprobó que bebiera tanta agua. Saber que tenían gustos comunes, aunquefueran culinarios, le hizo sentirse más cercana a él. También le agradó que semostrara un poco tímido al expresar su aprobación.

Unos minutos más tarde, cuando habían acabado los sándwiches, miró a Greycon severidad.

—Es hora de que hagas los ejercicios que no puedes hacer solo. He estudiado lahoja y, si no los hicieras, la recuperación podría retrasarse. ¿Has hecho el de levantarpeso?

—Sí, y por el momento no voy a hacer nada más. Tengo trabajo —dijo él,frunciendo los labios—. Además, ya he guardado la abrazadera.

—No debías haberlo hecho —dijo Soph, poniéndose en pie mientras se negaba aadmitir que Grey tenía unos labios que despertaban deseos de besarlo.

Era un espectacular gruñón que protegía su espacio personal como un tigreolvidando que la había contratado precisamente para entrar en él.

Buscó en los cajones de la cocina hasta que encontró un trapo del tamañoadecuado.

—¿Vamos? Decías que tenías prisa —dijo. Y con paso decidido fue al salónconfiando en que Grey la siguiera—. ¿Por qué no te sientas ahí? —añadió, actuandocon indiferencia para mitigar el efecto de estar dándole órdenes.

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Grey no estaba acostumbrado a que le mandaran ni a que pasaran por alto susindicaciones.

—He dicho que no tengo tiempo.

—Ya, pero sólo nos llevará un par de minutos —Sophia pestañeó con aparenteinocencia y Grey pensó que sus pestañas eran espectacularmente largas.

—Está bien —refunfuñó—. Pero date prisa.

—Primero tendré que quitarte la férula del tobillo —dijo Soph.

Grey se sentó. Intentar detener a aquella mujer era como pretender atrapar unrayo. No se sentía capaz de dominar su entusiasmo.

Sophia se sentó a su lado, tan cerca que sus muslos se rozaban. Grey sabía queera inevitable, pero ello no impidió que se tensara y se diera cuenta de que queríaprolongar el contacto, o aún mejor, extenderlo.

Tenía una piel dorada y suave, cuello de cisne y una cara que formaba unperfecto ovalo, con una nariz pequeña y recta y generosos labios hechos para serbesados.

Mascullando algo, Sophia se inclinó hacia delante y le quitó la férula. Alincorporarse le dedicó una espléndida sonrisa, y la forma en que contuvo larespiración le indicó que también a ella le afectaba su proximidad.

—Ahora, a hacer el ejercicio —dijo con aplomo.

—Muy bien. Cuanto antes acabemos, mejor —Grey no quería hacer larehabilitación ni estar aislado en el campo durante una semana, pero el doctorCooper parecía preocupado por él.

Y todo porque algunos de los resultados habían dado porcentajes un poco altos,porque su madre había muerto joven de un ataque al corazón y su padre habíatenido colesterol alto y todo un poco alto hasta que también murió.

—En realidad no sé por qué el médico se ha empeñado en que los haga —farfulló.

—La tabla parece muy razonable —dijo Sophia.

En lugar de atenderle, Grey se fijó en la forma en que el cabello le enmarcaba elrostro y en sus sensuales curvas. Había tenido que reprimir un gemido al verla acuatro patas, y eso que las mujeres, a no ser que él quisiera, y desde luego nuncainvoluntariamente, jamás solían afectarle de aquella manera. Sin embargo, Sophia lehabía impactado.

—¿Qué tal te sienta esto? —Grey vio los labios de Sophia formar las palabras ylos imaginó acariciando su boca.

Tuvo que apartar la mirada.

Sophia Gable era atractiva y llena de vitalidad, además de capaz de hacer unasopa imposible de describir, pero también era un tipo de mujer a la que muchoshombres querrían llevar a casa de sus padres. Él no llevaba a ninguna de sus mujeres

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a ningún sitio, excepto a su cama, y evitaba a las que tenían otros intereses. La ideade presentar una mujer a sus tres madrastras era inconcebible.

—¿Grey? ¿El pie? —insistió ella—. Estoy intentando no hacerte daño.

—No puedes hacerme daño —dijo él. Con lesiones o sin ellas, ninguna mujerpodía hacerle daño.

Sin embargo, continuó su reflexión, él sí podía hacer daño a Sophia Gable.

Era un hombre endurecido y acostumbrado a enfrentarse al mundo de losnegocios. Su educación había contribuido a insensibilizarlo. Se había obligado asentir afecto, una tras otra, hacia sus tres madrastras, pero finalmente había decididoque ninguna de ellas merecía su amor.

Sophia Gable era demasiado dulce, delicada y joven. Tenía el aspecto de alguiencapaz de cuidar de cualquiera que la necesitara, pero también de esperar lo mismo acambio. Las mujeres como ella estaban hechas para el matrimonio, una instituciónque Grey respetaba, pero para la que no se consideraba preparado.

Y si todo era tan claro y evidente, ¿por qué no lograba librarse de la curiosidady el interés que le inspiraba?

—Me alegro de que confíes en mí —dijo ella, dando una interpretación erróneaa sus palabras—. Una de mis hermanas, Chrissy se rompió dos dedos del pie en unaocasión, cuando estábamos redecorando nuestro apartamento —dejó escapar unarisita—. De eso hace unos cuantos años pero Bella, la mayor, se puso furiosa. Ahoravivimos separadas, pero por aquel entonces solíamos pasarlo muy bien.

Por un instante, Grey percibió una nota de tristeza en el comentario, peroSophia siguió trabajando en su tobillo y contando anécdotas de su vida en tonoanimado y asumió que se había equivocado.

Poco a poco emergió la imagen de una familia unida. Dos hermanas mayores,una con una hija adoptada, la otra con un bebé de nueve meses, llamada Anastasia.Los maridos respectivos. También un abuelo al que todas parecían adorar.

A Grey le costaba imaginar qué se sentiría al formar parte de una familia así.Notó que Sophia dejaba de hablar y que le había soltado el tobillo.

—¿Ya has acabado? —había conseguido distraerlo mientras realizaba el númeronecesario de estiramientos y no habían sido interrumpidos en todo el rato. Casi sesentía relajado, incluso un poco adormecido.

El doctor Cooper estaría encantado.

Grey apartó aquel sarcástico pensamiento. Tenía que concentrarse.

—Es increíble que el teléfono no haya sonado.

—Puede que lo haya hecho, pero cuando he ido a preparar la comida heconectado el modo «silencio» para desviarlo al contestador —dijo ella sin alzar lacabeza mientras doblaba el trapo.

Grey casi dio un salto.

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—Tengo que saber quién llama en cada momento —se inclinó hacia delante y lamiró con severidad—. Podría haber algo urgente. Estoy pendiente de un negocio enel que puedo perder tres millones de dólares.

Sophia lo miró angustiada.

—Lo siento. Pensaba que el almuerzo debía ser tiempo de descanso. Ahoramismo escucho los mensajes.

Sophia tenía el mismo gesto que cuando había esperado expectante a saber si legustaba la sopa y, por una fracción de segundo, Grey tuvo la tentación de borrar suinquietud con un beso. Quizá su rostro reflejó algo de lo que sentía, porque la miradade ella pasó de la incertidumbre a la curiosidad.

Instintivamente, Grey se inclinó hacia ella y Sophia copió su movimiento antesde detenerse bruscamente.

—Primero pondré el café. Está preparado, así que no tengo más que ponerlo alfuego —se separó de él y sólo volvió a hablar cuando hubo varios metros dedistancia entre ellos—. ¿O no quieres café?

—Una taza —olvidaría el consejo del médico—. Corto y con mucha leche —Grey se empeñó en apartar otros deseos de su mente y los atribuyó al aire fresco, delque en realidad apenas había respirado algunas bocanadas al esperar a Sophia en elporche.

Cualquiera que fuera la razón de su comportamiento, había llegado la hora deque su mente dominara sus instintos. Sophia Gable no era alguien con quien tontear.

—Podrías echar una siesta antes de volver al trabajo —dijo ella, que parecíahaber quedado atrapada por su mirada.

—Intento apoyarme lo menos posible en el pie, y esta noche me acostarétemprano —ésas eran todas las concesiones que pensaba hacer.

Sophia suspiró con resignación.

—Muy bien. Traeré el café.

Soph no quería irritar a su jefe, sino ayudarle en su recuperación, pero él noestaba dispuesto a facilitarle la tarea. Y tampoco la forma en que su proximidad lahacía reaccionar.

—¿Descansas bien por la noche? —intentó no invocar una imagen de Grey en lagran cama que había entrevisto en un dormitorio.

Grey sacudió la cabeza, aunque no quedó claro si contestando la pregunta orechazando el interrogatorio.

—Quizá deberíamos hablar de ti, Sophia, y de tu tendencia a tomar decisionesarbitrarias sin consultarlas conmigo —se puso en pie—. No es el comportamientoque espero de mis empleados.

—No volveré a desconectar el teléfono —Soph no entendía por qué le dabanescalofríos cuando él bajaba el tono y hablaba con voz grave. Debía concentrarse enel enfado de su jefe—. Creía que debía ocuparme de todo con discreción —al ver que

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Grey no decía nada, continuó—: Tengo la impresión de que tienes herido el orgullo yde que, aunque no quieres admitirlo, necesitas ayuda. Pero para dártela, tienes quedejar que asuma responsabilidades.

Sus últimas palabras le agarrotaron la garganta.

Quería hacer bien su trabajo, y podía ser verdad que le gustaba sentirse útil, dary no sólo recibir. Pero eso no era tan extraño. Y desde luego, no tenía nada que vercon él personalmente ni con el hecho de que le resultara atractivo.

—La otra alternativa es que no haga nada, y me temo que para mí esinaceptable —dijo, mirándolo fijamente.

—No es verdad que me sienta humillado por estar lesionado —dijo él, pero lasmejillas se le enrojecieron.

Soph percibió en sus ojos una mezcla de sorpresa, incomodidad y algo más queno supo identificar.

—Yo mismo escucharé los mensajes mientras haces el café —añadió él, y a Sophle alivió ver que se le había pasado el enfado.

Lo malo fue que, a pesar de la distancia, su voz le puso la carne de gallina y queGrey pareció darse cuenta, pues sacudió la cabeza y dijo:

—Tómate unos minutos para pensar en la cena —palabras impersonalescontrarias a la intensidad con la que la miró. Apartando la mirada, añadió—: Si hacesun guiso, puedes dejarlo cocinando mientras trabajamos.

Soph lo vio alejarse y tuvo que obligarse a reaccionar para dejar decontemplarlo. Tenía que controlar el creciente interés que sentía por él.

Le gustaba, le intrigaba, sentía más emociones de las convenientes. Y debíaponerles fin.

Grey se concentró en el trabajo el resto de la tarde como si hubiera tomado ladeterminación de mantener las distancias, y Soph se dijo que era lo mejor paraambos.

—Tengo que ir a remover el guiso —dijo en cierto momento. Suspiró y sugirió aGrey que saliera a tomar el aire en el porche—. La vitamina D te sentará bien. ¿O esE? Sea la que sea, bastará con que tomes el sol diez minutos.

Grey masculló algo mientras seguía su sugerencia y salía al exterior con eldictáfono en la mano. Soph se ocupó de la comida siete minutos y dedicó otros tres aAlfie.

—¿Echando un pitillito? —preguntó Grey al verla entrar precipitadamente.

Soph dio un salto.

—Por supuesto que no. Jamás he fumado —dijo con vehemencia—. Sólo hesalido a respirar aire fresco —estaba segura de que no había podido ver la jaula deAlfie—. ¿Crees que huelo a tabaco?

¡Qué pregunta tan estúpida! ¿Qué pretendía? ¿Qué se acercara a ella y la oliera?

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—Hueles a flores —dijo él—. No necesito olerte para saberlo.

Pues claro que no quería olería. No era más que una contratada temporalcompletamente fuera de su mundo. Como él lo estaba del de ella.

Sin embargo, Grey Barlow, había percibido la fragancia de las pocas gotas deperfume que se había puesto aquella mañana tras las orejas y en las muñecas.

Pero eso no significaba nada. Sólo que había estado muy cerca de él. Y quizá nisiquiera le gustaba el olor.

—El guiso va muy bien —necesitaba volver a un tema impersonal—. Como tegusta la comida especiada, he preparado un curry. Lo serviré con arroz —Grey nopareció particularmente interesado y el silencio se alargó—. Tú… hueles muy bien.

Soph se mordió la lengua y, yendo al despacho, se sentó y no volvió a levantarla cabeza del trabajo.

Hasta que llegaron las seis de la tarde. A esa hora, apagó el ordenador condecisión y organizó los papeles que tenía sobre el escritorio antes de quedarsemirando a su jefe y esperar a que acabara con lo que estaba haciendo.

Finalmente, Grey alzó la mirada hacia ella.

—Han dado las seis. Debes de haber trabajado desde la siete de la mañana. Asíque has hecho una jornada laboral de once horas. ¿Quieres ducharte antes o despuésde cenar, y quieres que apague el ordenador mientras vas al salón a hacer el resto dela tabla de ejercicios? —hilvanó una pregunta tras otra, se cruzó de brazos y esperó larespuesta.

—Todavía tengo trabajo —dijo él, señalando la pantalla.

—Estoy segura de que tu empresa podrá sobrevivir hasta mañana —la mayoríade sus empleados se habían ido ya a su casa—. A no ser que hayas organizado turnosde veinticuatro horas, no habrá nadie en las oficinas.

—Puede que no, pero…

—Permíteme que te ayude —Soph se inclinó, guardó el correo en la carpeta deborradores y apagó el ordenador.

Grey la miró atónito y echó la silla hacia atrás con la mala fortuna de que suhombro rozó el brazo y el pecho de Soph.

Ella se quedó paralizada. Él también. Y los dos se separaron precipitadamente.Grey se puso en pie y se volvió hacia ella con mirada airada al tiempo que intentabaenmascarar un gesto de dolor.

—No te molestes en decir nada —Sophia alzó la mano—. No me has dejadootra opción.

¿Acaso no había aprendido a delegar? Era evidente que había algún asunto querequería su atención, pero también lo era que la mayoría de los informes quellegaban describían un perfecto funcionamiento de todos los departamentos. ¿Eraverdaderamente imprescindible que estuviera pendiente de cada mínimo detalle?

Soph alzó un dedo amenazador.

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—Te duele el tobillo y llevas un par de horas sujetándote el brazo. Supongo quedebería llevarlo en cabestrillo, pero te niegas a admitirlo. Te lo he preguntado antes yte has limitado a lanzarme una mirada furibunda antes de volver a tu gruñido deoso.

—¿Gruñido de oso? —Grey se acercó hasta quedar a unos centímetros de ella.

La intensidad de su mirada le cortó la respiración.

—Es…, es el nombre que le he dado a tu voz en el programa —balbuceó.Porque sonaba como un acariciador gruñido junto al que le hubiera encantado poderacurrucarse…

¡Qué absurdo! ¡No había pensado nada por el estilo!

—No es mi culpa que el programa no funcione bien —dijo él, irritado—. Hehecho lo que hacían las instrucciones, pero no ha servido de nada.

—Quizá no usaste suficiente tono de mal humor, y por eso no lo reconoce —dijo Soph, distraída por pensamientos de otra índole. Cuando se dio cuenta de lo queacababa de decir y vio la cara de sorpresa con la que él la miraba, estuvo a punto dereír.

—Eres… —Grey la sujetó por el brazo con expresión de enfado y un brillo enlos ojos de otro sentimiento, diametralmente opuesto— eres una ayudante personalmuy extraña.

A Soph no le resultó un comentario ofensivo porque la mano con la que lasujetaba le indicó que el oso sentía curiosidad.

Grey abrió los ojos y se separó de ella bruscamente.

Soph fue hacia la puerta. Tenía que alejarse antes de que el Monstruo de laTentación interviniera y le hiciera decir algo de lo que luego se arrepentiría. Algo asícomo: Grey, no he podido evitar darme cuenta de que eres un hombre, y es evidenteque tú has notado que yo soy una mujer. Pero en lugar de eso, hizo un comentariocompletamente prosaico.

—Si vienes a la cocina, te protegeré la escayola con un plástico para que no se temoje —dijo, borrando toda imagen que incluyera a su jefe desnudo, en la ducha.

—No es necesario —dijo él con firmeza. Y dio media vuelta.

Soph no se dejó desanimar por aquel nuevo desprecio a sus cuidados.

—De acuerdo. Iré a ocuparme de la cena —fue a la cocina y se esforzó por novolver a pensar hasta que oyó correr el agua en el piso de arriba.

Sacó la cazuela del horno y revolvió el guiso con energía.

Era innegable que entre su jefe y ella se producía una extraña reacción química,pero estaba segura de que, si ninguno de los dos le prestaba atención, acabaría porneutralizarse.

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Capítulo 3—¡Llego justo a tiempo! —Soph abrió la puerta del dormitorio, que su jefe había

dejado entornada, y entró.

Después de cenar, Soph había sugerido que vieran la televisión juntos, pero élhabía dicho que tenía que hacer algunas llamadas.

Durante la cena, habían charlado animadamente, lo cual era meramenteanecdótico porque a Soph le daba igual gustarle o no a su jefe. Se había concentradoen dominar el leve brote de atracción que había sentido hacia él y ya lo tenía bajocontrol.

—Permíteme que deje esta bandeja y te ayude a meterte en la cama.

La bandeja contenía un quemador de incienso, un candelabro y una taza con unhumeante líquido. La dejó sobre una cómoda y se volvió hacia su jefe.

La enfermera Sophia en acción.

Su jefe la miró, paralizado. Llevaba unos pantalones verdes de pijama y el torso,desnudo, dejaba a la vista unos espectaculares hombros y unos marcados pectorales,además un leve vello que descendía hacia el ombligo.

—Hace calor, ¿no crees? —Soph apartó la mirada del cuerpo, pero encontrarsecon sus ojos no le ayudó a relajarse. ¿Por qué tenía que acompañar aquel aspecto tansensual con una expresión de irritación tan irresistible?

—La verdad es que no lo he notado —masculló él al tiempo que la recorría dearriba abajo con la mirada y se le tensaban los músculos.

Soph deseó tocarlo.

No. No quería tocarlo.

—Debe de irradiar mucho calor —hizo un gesto vago con la mano—. Por eso nonecesitas la parte de arriba del pijama.

Un pijama cuya ausencia estaba haciendo que le subiera la temperatura de talmanera que, si no se controlaba, acabaría convirtiendo a la enfermera Sophia en unaemergencia médica.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él con ojos centelleantes—. Te había dicho queme iba a acostar.

—Por eso he venido a ayudarte —de todas forma, ya estaba aburrida de latelevisión. Soph intentó no mirarle al pecho, pero estaba tan… presente. Y habíahabido tanto interés en la mirada de Grey antes de que la controlara…

También ella tenía que controlarse. Esa era la clave. No podía desear a su jefe. Yera evidente que él no quería desearla a ella.

—He venido a crear un ambiente agradable en tu dormitorio. Me he duchado yte he dado tiempo a organizarte. Por eso ya me he puesto el pijama. Me parecía unatontería vestirme otra vez —explicó.

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Tomó con firmeza el quemador de incienso y unas cerillas para que Grey noviera que le temblaban las manos.

Él la miró con incredulidad.

—¿Has entrado sin ni siquiera llamar a la puerta —hizo un gesto circular con elbrazo—, vestida con un caftán, descalza y Dios sabe con qué debajo? ¿No se te haocurrido que pudiera estar desnudo?

Grey Barlow.

Desnudo.

En aquel dormitorio con aquella cama gigante.

«No es verdad, no estoy viendo esas imágenes en mi cabeza».

En cualquier caso, aunque en ese momento se sentía como si Grey acabara dedeslizar las manos por su cuerpo desnudo, lo cierto era que el caftán cubría unrespetable pijama.

—La puerta estaba entornada. Dudo que la hubieras dejado así si noestuvieras… presentable —se acercó a la cama y abrió las sábanas—. Métete. Vas aestar encantado con lo que te he traído.

Era la mejor manera de abandonar el terreno personal.

Pero Grey no se movió.

Soph ahuecó las almohadas.

—Cuando te acomodes, te quitaré la férula del tobillo —quizá le haría sentirmás cómodo si la veía trabajar. Fue hacia un lado, dejó el incensario en la mesilla,encendió la vela y la colocó debajo.

Su jefe asió las sábanas con fuerza y, sentándose en la cama, apoyo la espaldaen el cabecero.

—Puedes quitarme la férula y luego desaparecer. No necesito una niñera —dijo,tapándose con las sábanas y dejando sólo el tobillo al descubierto—. ¿Qué es eso queparece una fondue en miniatura?

—Incienso. He puesto aceite con aroma a bosque. Te relajará —Soph apoyó lacadera en la cama y liberó el tobillo de Grey con delicadeza—. Y no estoy actuandocomo una niñera. Me limito a hacer mi trabajo.

Su trabajo y nada más que eso, aunque al entrar en el dormitorio y verlo, elcorazón se le hubiera acelerado.

—El incienso te ayudará a conciliar el sueño, y esto también —añadió,tendiéndole la taza.

Al tomarla de sus manos, Grey le acarició los dedos involuntariamente.

—Es manzanilla —con un poco de suerte, Grey dormiría toda la noche de untirón. Con un poco de suerte, no se daría cuenta de que, con sólo rozarla, hacía queflaqueara su determinación de no fijarse en él como hombre—. Pero si te duele algo,debes decírmelo. ¿Tienes analgésicos? Te traeré agua…

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—Me molesta el tobillo —dijo Grey. Y bajó los párpados al tiempo que probabala infusión con un encogimiento de hombros. El movimiento llamó la atención deSophia sobre esa parte de su anatomía en la que se esforzaba en no pensar con todassus fuerzas—. Nada más.

—Me alegro de que sólo tengas molestias. ¡Por cierto, he olvidado parte de mi…maletín de primeros auxilios, de lo que pensaba traer! Bebe la manzanilla yenseguida vuelvo —fue al otro lado del descansillo y volvió con un almohadón enforma de corazón—. Mi hermana Chrissy jura que esto le salvó la vida durante elembarazo. Seguro que es perfecto para tu tobillo.

—No creo que un colorido almohadón vaya a servir de nada —Grey le lanzóuna mirada de espanto.

Aquella expresión ayudó a Soph a relajarse ya que era su habitual gestoenfurruñado. Sin embargo, cuando Grey alzó la mirada hacia ella había en sus ojosuna intensidad y una curiosidad que volvieron a desconcertarla.

—Deberías marcharte —dijo él.

—Sólo…

Ambos callaron. Soph levantó las sábanas para meter el almohadón bajo el piede Grey. Consiguió disimular el temblor de sus manos y al incorporarse, disimuló suturbación con un tono falsamente animado.

—Tampoco es tan colorido, aunque admito que el amarillo es un poco chillón.Lo compré a juego con el coche.

—Entiendo. Pero tú sí eres colorida —Grey dejó la taza vacía en la mesilla, juntoal incensario. El aroma a bosque los envolvía—. Pelo de colores, jerséis coloridos, unasonrisa resplandeciente que hace desear a un hombre que…

No terminó la frase. Con la mirada velada, señaló con gesto débil el ordenadorportátil que tenía contra la pared.

—Ve a descansar. Eres muy joven y debes de estar exhausta. Si no te importa,ahora que ya estoy instalado…

—No me importa en absoluto —Soph sabía que quería que le diera elordenador para seguir trabajando. También quería que saliera de su dormitorioporque no la deseaba… en el fondo no la deseaba, o al menos no la deseabaracionalmente. También ella quería acabar con aquella confusión. Y Grey acababa dedecirle que era una niña.

Entornó los ojos y estuvo a punto de protestar, pero cambió de opinión porqueen realidad Grey no la miraba como si la considerara inmadura; un pensamiento queno contribuyó a aquietar sus pensamientos.

Se separó de la cama y tomó el ordenador.

—La vela se apagará en una hora, así que no debes preocuparte. Estaré un ratoen el piso de abajo. Si necesitas algo, llámame.

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Tomó la bandeja vacía en una mano, el ordenador en otra, y fue hasta la puertalo bastante deprisa como para no darle tiempo a darse cuenta de lo que pensabahacer. Apagó la luz con la punta de los dedos y salió.

—Dejaré el ordenador abajo para que puedas usarlo a primera hora. Tienesrazón, es una gran idea. Buenas noches.

Soph cerró la puerta y bajó las escaleras de puntillas mientras se decía que debíaconsiderarse afortunada por alejarse de una tentación de la magnitud querepresentaba Grey Barlow.

Le daría unos minutos para aceptar que le había quitado el ordenador y seacostaría. Con ella se llevaría a Alfie. Si Grey insistía en seguir trabajando, tendríaque impedírselo.

Sabía cómo debía actuar para que mejorara de sus lesiones, pero no estaba tansegura de ser capaz de dominar la atracción que sentía hacia él. Ésa iba ser la partemás difícil de su trabajo: asegurarse de que erigía una muralla protectora a sualrededor lo bastante alta como para no poder asomarse al otro lado. ¡Nunca se habíaencontrado en una situación parecida!

Grey se había quedado dormido mientras esperaba a que Sophia volviera de lacocina para exigirle que le devolviera el ordenador.

Era una chica lista.

No podía negar que habría querido que se quedara a su lado para charlar. Ypara más cosas. Por eso mismo se había referido a ella como a una niña, para obligara su cuerpo a rechazar la tentación de tomarla en sus brazos y tratarla como a unamujer.

Cuando le había pedido que se marchara, Sophia parecía haber intuido lasrazones de fondo. Y en caso de que las compartiera, él tendría que ocuparse dehacerlas añicos. Ella parecía estar actuando en esa misma dirección. Aunquedemostrara ser joven en su entusiasmo y en la inocente determinación con la quequería cuidar de él, era toda una mujer. Una inteligente mujer.

Dejó escapar un gruñido ahogado. Además, había conseguido que durmieratoda la noche por primera vez desde el accidente, una humillante caída en uno de losedificios que construía su empresa.

Aun así, debía ser él quien pusiera el límite a Sophia Gable y sus atencionesmédicas. Y al mismo tiempo apagar la violenta atracción que despertaba en él.

Tragó las pastillas para la tensión haciendo una mueca y con la determinaciónde dejar de tomarlas lo antes posible, convencido que su médico se estabaexcediendo en las medidas preventivas que estaba tomando con él. En cuantovolviera a hacerle un chequeo, comprobaría que los últimos resultados erananómalos y le dejaría en paz.

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Con ese pensamiento, salió de su dormitorio con la férula del tobillo en lamano. Sabía que Sophia estaba levantada porque le había oído abrir la puerta deljardín y, a su pesar, sintió que el corazón se le alegraba al acercarse a la cocina. ¿Quéinteresante desayuno habría preparado? ¿Cómo se habría vestido? El curry de lanoche anterior le había resultado delicioso una vez se sobrepuso al efecto inicial delpicante.

«Estás perdiendo el juicio», se dijo. ¿Iba a perder la cabeza por la cocina de suayudante o por su peculiar vestuario? Sus habilidades culinarias acabaríanprovocándole una úlcera y los colores que elegía le obligarían a usar gafas de sol. Nonecesitaba más pruebas de que no estaba bien de la cabeza.

Así que no tenía más remedio que tomar medidas urgentes.

Y con esa idea, entró en la cocina. Para apagar el deseo que pudieran sentir eluno por el otro, tendría que mostrar la peor faceta de sí mismo.

—¡Anoche te llevaste el ordenador sin mi permiso! —exclamó.

—Buenos días. ¿Qué tal has dormido? —respondió ella. Al volverse, se ruborizócon una mezcla de candor y timidez que desarmó completamente a Grey.

Para contrarrestar el efecto, se recordó que debía mantener una actituddespótica.

—¡No hagas como que no me has oído! —gruñó.

—No me hago la sorda —dijo ella, sonriendo con una picardía que demostrabaque era inmune a su malhumor. Jugueteó con el botón de su blusa—. Me limité allevar el ordenador al despacho para que…

—¡Deja de hacerte la inocente! —Grey hubiera querido gritarle que dejara dejugar con el botón. Se mantuvo firme en el intento de resultar desagradable ydespectivo—. No mientas. Tu cara es un libro abierto. No puedes ocultar lo quepiensas.

Sophia abrió los ojos desmesuradamente.

—¿De verdad? Mis hermanas suelen decir que digo lo que pienso, pero nuncame habían dicho eso —miró hacia el cuarto de la lavadora como si quisiera salirhuyendo—. Siento haberte quitado el ordenador —se cuadró de hombros como sirecuperara aplomo—. Comprendo que te sientas frustrado, pero no puedes negarque necesitabas descansar. Tienes que seguir los consejos del médico.

Grey sabía que tenía razón y que el día anterior se había excedido. Por la noche,le dolía el tobillo y se sentía cansado, pero no tenía otra opción. Después de todo,tenía que seguir dirigiendo su empresa.

Una vez más, Sophia había conseguido que se sintiera en la necesidad dedefender su postura en lugar de atacarla por su comportamiento. ¿Cómo loconseguía?

—Si ayer hubieras querido de verdad que te devolviera el ordenador, mehabrías gritado para que lo hiciera —concluyó ella con una irritante convicción.

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Grey la contempló atónito. No sólo tenía razón, sino que insinuaba que seguiríautilizando las mismas tácticas. Podía ser irritante, pero no había duda de que eraintuitiva y perspicaz.

Deslizó la mirada por su cabello rojo, la cola de caballo recogida en un lazo rojo,la ajustada blusa negra, los pantalones crema y las botas rojas, y creyó ver unos pelosque podían ser de gato en la blusa.

—¡Qué aspecto tan doméstico! —masculló con un tono de pretendidodesprecio, pero que sonó a admiración. Dio media vuelta y se sentó a la mesa. Podíaimaginarla en su apartamento de Melbourne, en un acogedor piso con media docenade gatos…

Su cerebro no debía de estar funcionando bien. Quizá necesitaba desayunarpara pensar con claridad.

—Perdona, no te he oído bien —dijo ella mientras vaciaba el contenido de uncazo en dos cuencos. En el fogón, el café desprendía un olor peculiar.

—Era una tontería —dijo él. Y se sirvió un vaso de agua mientras intentabaconvencerse de que no sentía ninguna curiosidad por lo que Sophia hubierapreparado para desayunar.

Había recriminado a Sophia su comportamiento y, con ello, había recuperado elcontrol de la situación. Su tono sarcástico y severo había aniquilado cualquieratracción que pudieran sentir…

Tuvo que reprimir un gemido al no poder evitar la pregunta:

—¿Qué hay para desayunar? Tengo hambre. Creo que la cabeza me va aexplotar. Ya que pareces convencida de que no debo ponerme la férula con una solamano, la he bajado para que lo hagas tú.

—Así me gusta. Debes hacer lo posible por recuperarte —Sophia se arrodilló yle ató la férula con movimientos rápidos e impersonales, mientras sus ojos decaramelo se posaban se concentraban en cualquier parte de Grey menos en sus ojos—. Otra lazada y quedará perfectamente ajustada —dijo, acompañando las accionescon palabras.

En cuestión de segundos, Sophia se incorporaría y Grey no podría seguiraspirando su perfume ni tocarle la cabeza… Su mano se independizó de su mente. Almenos ésa era la única manera de explicar el hecho de que la alargara hacia el sedosocabello de la cabeza que se inclinaba ante él y lo acariciara con tanta delicadeza queSophia ni siquiera lo notó. Pero él sí. Y reaccionó a aquel roce con una emoción queno fue capaz de interpretar, pero que, si hubiera tenido que ponerle un nombre,habría sido «ternura». Retiró la mano como si se hubiera quemado y se reclinó en elrespaldo de la silla para poner distancia entre ellos.

—¿Está bien así? —dijo ella, alzando la mirada.

—Sí —replicó Grey… Aquellos ojos como dos estanques de caramelo, labiostentadores…

Sophia le dedicó una luminosa sonrisa y fue a terminar el desayuno.

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—Aquí está —anunció al dejar un cuenco delante de él con una pasta marrónsobre la que había un plátano con un peculiar aspecto. Luego volvió con dos tazas delas que salía un perfumado aroma—. Cinco cereales con plátano caramelizado y unamezcla especial de café descafeinado con unos granos de cardamomo. Espero que teguste.

—Suelo tomar tostada o una barra de cereales —gruñó Grey. Y aunque elmédico había aconsejado que dejara el café, siempre desayunaba café—. Nunca mehan gustado los sucedáneos.

Sophia pasó por alto el comentario y dio un sorbo al suyo. La expresión deplacer que puso hizo que Grey se tensara y tuviera que apartar la mirada.

—Lo beberé cuando esté trabajando —sólo cedería temporalmente. Seguiríainsistiendo en tomar café de verdad.

Probó los cereales con el plátano y tuvo que reconocer que estaba bueno, perono hizo ningún comentario. Comieron en silencio.

—Empezaré a trabajar mientras tú recoges —dijo, poniéndose en pie con la tazaen la mano.

Sophia le imitó y señaló su tobillo.

—Tardaré cinco minutos y luego te ayudaré con los ejercicios. He encontradoun aceite en mi neceser que te resultará agradable sobre la piel y ayudará a relajartelos músculos.

—No necesito ni aceite ni masajes —Grey cerró los ojos y aspiróprofundamente. Al instante se sintió inundado por el olor a especias del café y elsutil perfume de Sophia, demasiado embriagador para sus sentidos.

No necesitaba añadir a esas sensaciones la de sus manos recorriéndole la pierna.

—Como quieras —dijo ella, sonando decepcionada.

Grey no quiso plantearse por qué podría sentirse así y prefirió asumir que sedebía a su empeño en ser la enfermera perfecta.

—Tengo que ponerme a trabajar —dijo con voz grave. Asió la taza con fuerza yfue al despacho.

Se sentó ante el escritorio y, tras probar el café, suspiró al sentir la explosión desabor en la boca.

Colocó el pie en el improvisado escabel que Sophia le había preparado el díaanterior y comenzó a dictar con claridad usando el programa de reconocimiento devoz.

Había alcanzado su objetivo. Había recuperado las riendas de la situación.Estaba al mando.

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Capítulo 4Soph recogió la cocina, adelantó la comida y ordenó el dormitorio de Grey sin

detenerse a aspirar su olor ni a imaginarlo en la cama, con la cabeza apoyada en lasalmohadas que ella ahuecó con esmero.

—Primero esa cinta —dijo Grey en cuanto la oyó entrar en el despacho sinlevantar la mirada de la pantalla.

—¿Cuándo haremos el descanso para los ejercicios? —Soph estaba dispuesta allegar a un acuerdo sobre la hora, pero estaba decidida a cumplir con su deber.

—A las diez. Puedes preparar otro de esos cafés de mentira para entonces —Grey frunció el ceño—. Como supongo que tú querrás otra taza, te resultará máspráctico hacer suficiente cantidad para los dos.

Sophia esbozó una sonrisa.

—Desde luego. Eres muy considerado —¡le había gustado! Tenía que ser laúnica razón de que Grey quisiera más—. No voy a insistir en lo del masaje —añadió—, pero no pienso deja pasar los ejercicios, ni media hora al sol ni la siesta dedespués de comer —se sentó ante su escritorio —y volviéndose hacia él con unaperfecta imitación de su gesto severo, añadió—: Así que será mejor que te organicespara poder hacer todas esas cosas.

—¿Y qué sugieres que haga?

—Para empezar, podrías dejar de leer y responder con comentarios detallados acada informe que recibes cuando bastaría con decir: Perfecto —tras esas palabras,Sophia se colocó los cascos y empezó a teclear.

No quería oír lo que su jefe tenía que decir. Era evidente que tenía un magníficopersonal pero exigía que lo tuvieran al tanto de los más nimios detalles.

Evidentemente, su ansia de control era obsesiva. Ella, por el contrario, dejabaque la gente actuara según su propio criterio y no sentía la necesidad de estarpendiente de todo.

Además, no era ella quien importaba, sino Grey Barlow y su actitud dictatorial.Ésa era la cuestión.

Grey masculló algo que no entendió.

Grey suspiró y alzó la voz:

—Cuando acabes con esa cinta quiero que accedas a Internet y busques… —dictó una lista, se aseguró de que Sophia la escribía y continuó trabajando en la firmadel acuerdo que estaba en peligro.

Cuanto más trabajaba en él, más culpable se sentía Soph.

—¿Te he creado algún problema por haber desconectado ayer el teléfono? —preguntó en una de las pocas pausas que Grey hizo entre una llamada y otra.

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Grey clavó la mirada en ella y por unos segundos la observó con expresióndistraída. Luego sacudió la cabeza.

—El proyecto de Beacon's Cove ha sido problemático desde el principio —dulcificó su gesto—. Así que no te preocupes. Sé que lo hiciste con la mejor de lasintenciones.

Su amabilidad despertó un deseo de sincerarse por parte de Sophia.

—A veces actúo precipitadamente.

—¿De verdad? —bromeó él. Y volvió al trabajo.

Soph se relajó parcialmente, al menos tanto como podía teniendo a unsuavizado Grey a su lado, y se preguntó cuánto duraría ese comportamiento y siacabaría gustándole tanto como la versión gruñona.

No volvieron a hablar hasta un rato más tarde.

—¿Te importa recoger de la impresora un par de hojas y mandarlas por fax? —preguntó Grey al tiempo que acomodaba el pie en el almohadón.

Soph asintió y fue al otro lado de la habitación. Estaba mandando el fax cuandosonó el teléfono.

—Barlow —contestó Grey en persona.

Soph asumió que sería una nueva llamada relacionada con Beacon's Cove, peroal escuchar, dedujo que estaba equivocada.

—Tienes una generosa asignación, Leanna. Ya te he explicado cómoadministrarla —Grey sonó frustrado y paciente a un tiempo y Soph creyó percibircierta tristeza en su rostro.

Esa impresión la impulsó a ir hacia él aun sin saber qué iba a hacer cuandollegara a su lado.

—Si estás en dificultades —continuó él—, vende parte de lo que compraste yusa el dinero para pagar deudas.

Hubo una breve pausa durante la cual Soph removió unos papeles sin saber siacercarlos al escritorio de Grey o si salir de la habitación para darle una mayorprivacidad.

—Bueno. Ahora que estamos de acuerdo —dijo él al continuar—, podemoshablar en otro momento. Gracias por preguntar qué tal me encuentro. Adiós, Leanna—colgó el teléfono y se masajeó la nuca.

No tenía sentido actuar como si nada.

—¿Me equivoco o una de tus madrastras gasta demasiado dinero?

—Todas ellas —dijo él con más cansancio que rencor—. Mi padre lo consintió yles dejó unas generosas sumas al divorciarse y al morir. Pero no saben administrarse.

—No puedo ni imaginar qué se siente teniendo tres madres —Soph no tenía unrecuerdo particularmente bueno de su única experiencia—. Mis hermanas y yo sólo

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tuvimos una y no tenía demasiados instintos maternales. Ella y mi padre nosabandonaron cuando yo todavía estaba en el colegio.

—En realidad mi padre se casó cuatro veces —Grey se encogió de hombros confingida indiferencia—. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Apenas larecuerdo. Por eso no tengo ningún interés en crear un hogar —hizo una pausa ysuspiró—. Lamento lo de tu pasado familiar.

Soph vio que era sincero, pero también tuvo la impresión de que se trataba deuna advertencia.

—Y yo lo del tuyo. Pero mi situación no es particularmente mala —dijo,haciendo un gesto vago con la mano para quitarle importancia, aunque las palabrasde Grey la habían perturbado.

«Por eso no tengo ningún interés en crear un hogar».

Puesto que se había limitado a confirmar lo que ya sospechaba, quiso creer quelo que la entristeció fue imaginar la soledad que le esperaba en el futuro.

«¿Y tu futuro?», preguntó una voz interior. «¿Cuándo vas a confiar en elamor?».

—Mis hermanas son todo lo que necesito —dijo en alto. E ignoró cualquier otropensamiento.

Imaginó que aquél no era un tema del gusto de Grey y quiso cambiarlo. Lo queno comprendía era por qué, en lugar de actuar, sólo podía mirarlo y admirar suimponente físico, recordar su torso desnudo tal y como lo había visto la nocheanterior, la forma en que su cuerpo había reaccionando ante la visión de…

—¿Perdón?

—Por hoy he hecho todo lo que podía respecto a Beacon's Cove —Greyintrodujo el cambio de tema por ella.

Soph le dio las gracias mentalmente.

—¿Puedo hacer algo para ayudar?

—Me gustaría que crearas una conexión visual en el ordenador. He mandadocorreos para mantener una reunión en… —Grey miró el reloj— un cuarto de hora.Primero quiero hablar con los otros departamentos y después tratar Beacon's Covecon dos de mis directivos —explicó cómo funcionaba el vínculo visual y cómocrearlo—. Mientras tanto, iré a cambiarme. Me gusta vestir adecuadamente para misreuniones.

Soph se quedó sola y tardó algunos minutos en reaccionar. No estaba segura dehaber entendido del todo las instrucciones y, tras probar infructuosamente y conectary enchufar cada clavija y cada enchufe, decidió llamar a su cuñado a Melbourne.

—Nate Barrett —bastó oír su pausada voz para que Sophia se tranquilizara.

—Hola, soy Soph. ¿Sabes cómo instalar una conexión visual externa a unordenador? —explicó lo que había hecho, y cómo no aparecía nada en la pantalla.

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Su cuñado rió quedamente y en treinta segundos había resuelto el problema.Luego le preguntó por su trabajo, cuándo la verían y enumeró los últimas proezas desu hija, incluida la de abrir todas las puertas y tocar todos los botones que quedabana su altura.

—Es el bebé de nueve meses más inteligente que conozco —concluyó conorgullo de padre.

—Desde luego —dijo Soph riendo. Oyó pasos aproximarse—. Tengo que irme,Nate. Gracias por ayudarme.

—¿Una llamada personal? —preguntó Grey con expresión inquisitiva.

—No del todo —con una voz más jadeante de lo que hubiera querido, Sophexplicó el motivo de la llamada—. No quería molestarte mientras te vestías, y queríaresolverlo para cuando volvieras.

—¿Y ya está? —preguntó él, mirándola fijamente.

—Sí, creo que lo tengo bajo control —dijo Soph, aunque dudaba de poderpensar igual de sí misma. Le había bastado ver lo guapo que estaba Grey para que elcorazón se le acelerara—. ¡Estás… —impresionante, devastador, súper atractivo…todas esas palabras le pasaron por la mente y la dejaron sin aliento—… muyelegante! —fue lo que terminó diciendo.

Grey se acercó y pudo ver que se le habían coloreado las mejillas. ¿Por lo que lehabía dicho, porque le había leído el pensamiento? Tenía que impedir que Grey sediera cuenta de cuánto la alteraba.

—Ese traje te favorece —concluyó con tanta naturalidad como fue capaz.

Grey sonrió y el corazón le dio un salto.

—Necesito que me ayudes —dijo, poniéndose súbitamente serio—. El primerbotón está muy ajustado y no puedo cerrarlo. Tampoco puedo ponerme la corbata.

—No te preocupes —dijo Soph que, después de todo, estaba allí para solucionarproblemas, y que hubiera querido dar un grito de alegría ante la primera solicitud deayuda explícita que Grey le dirigía. Evitó pensar en que, para hacer lo que necesitaba,tendría que acercarse estrechamente a él, violar su espacio personal…—. No es nada—tomó la corbata y la dejó sobre el escritorio—. Espero no ahogarte. No es fácilabotonar una camisa cuando la lleva otro.

—¿Tienes mucha experiencia? —preguntó Grey automáticamente. Y por laexpresión de su rostro, Soph dedujo que se arrepintió al instante de mostrarcuriosidad.

Lo cual sólo demostraba que era una estúpida por alegrarse de que Greyestuviera luchando por el interés que sentía hacia ella, puesto que la clave era queintentaba reprimirla porque no quería sentirla. Exactamente igual que ella.

Grey seguía mirándola como si no pudiera apartar la mirada.

Soph decidió ignorar el problema y le abrochó el botón. Luego tomó la corbatay se rodeó el cuello con ella para hacer el nudo.

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—He vestido a más de una muñeca —dijo, decidida a ocultar bajo un tonojovial la tensión que le causaba la intensidad con la que Grey se concentraba en ella.

Trasladó la corbata al cuello de Grey y, tras ajustar el nudo, observó el conjuntocon cara satisfecha.

—Está muy bien —concluyó.

—Me gustaría ponerme chaqueta, pero con la escayola no puedo —dijo él. Y entono sincero, añadió—: Gracias por ayudarme.

Era un hombre contradictorio, y para su desgracia, Soph encontraba esascontradicciones extremadamente atractivas e intrigantes.

—Me alegro de haber servido de ayuda. Vas a presentar una excelente imagenante tu personal.

Grey pasó a su lado hacia el escritorio, se sentó y apoyó el pie en el almohadón.

Soph aprovechó la oportunidad para intentar calmarse. Se sentó a su vez y posólas manos sobre el teclado mientras se decía que tampoco era tan excepcional ver aun hombre atractivo vestido de traje.

—Es la hora de la conferencia. Escribe directamente y guarda muy a menudo —dijo él sin mirarla—. No importa que haya fallos. Lo importante es que anotes todo.

Cuando concluyó las instrucciones, Grey concentró su atención en laconferencia. No lograba comprender qué le pasaba. Debía de ser un efectosecundario de las pastillas que le había recetado el médico. Era la única explicaciónposible a las inesperadas reacciones que despertaba en él su asistente temporal.

—Es una total insensatez —masculló. Y se sobresaltó al darse cuenta de que sumente había vagado—. Perdona, Jones. Repite lo que acabas de decir. Ha habido unpequeño fallo en la conexión.

«En la de mi cerebro», pensó.

Después de hablar con distintos departamentos, Coates y McCarty leinformaron de los últimos detalles de Beacon's Cove. Las noticias no eranparticularmente alentadoras.

—Contadme todo lo que sabéis —Grey se inclinó hacia delante—, y todo lo quepensáis. Tiene que haber una solución que impida que perdamos todos esosmillones.

Grey oyó que Soph dejaba escapar un resoplido de sorpresa antes de seguirtecleando, pero no perdió la concentración en la conversación, que todavía duró doshoras más. Cuando cerraron la conexión, se sentía tenso y le dolía el pecho.

—He copiado todo. ¿Quieres que lo ponga en limpio o prefieres que prepare lacena? —preguntó Soph, que todavía no se había recuperado de la conmoción desaber la cantidad de dinero que su jefe podía perder con uno solo de sus contratos.

Grey la miró como si le sorprendiera que siguiera allí. Tenía los labiosapretados en un rictus.

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—Por ahora, basta con que dejes las notas, pero puede que en algún momentonecesite repasarlas. Será mejor que prepares la cena —dejó escapar una exclamaciónde rabia—. No puedo hacer nada más desde aquí. Les he dicho cómo actuar, pero…—dejó la frase sin concluir.

Soph preparó una crema de albaricoque con coco y la puso a gratinar mientrashacía unas verduras fritas y unas albóndigas con salsa agridulce. En cuanto lo dejó enla mesa, fue a buscar a Grey.

Lo encontró en el salón, tumbado en el sofá, con la hoja de ejercicios delante deél. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió como si la hubiera oído.

—Pareces cansado —dijo ella.

—Estoy bien, sólo me duele un poco el tobillo. El resto está mejor —se puso enpie.

¿Qué quería decir con «el resto»? Soph hubiera querido que la usara de muleta,pero pudo imaginar la reacción que la esperaba si llegaba a ofrecerse.

—Ven a comer. Puede que la comida te dé energía. No está demasiado picante—recordaba haberle visto frotarse el pecho—. Si tienes acidez…

—Estoy perfectamente —dijo él, mirándola con enfado.

Soph decidió no seguir discutiendo y le alivió ver que, después de comer, Greyrecuperaba el color. Su aspecto le había preocupado verdaderamente.

—Ha habido algunas llamadas. Ninguna era urgente.

—Puedes resumirlas mientras hacemos los ejercicios —dijo él. Y la precedió alsalón.

Soph se ocupó de su tobillo mientras le daba los mensajes, entre los que seincluían nuevas llamadas de sus madrastras. Dawn para hablarle de un crucero,Sharon para pedirle el avión y Leanna para que reconsiderara lo de su asignación.

—Ya las llamaré, pero por hoy he terminado. Sólo quiero darme un baño yacostarme. Supongo que insistirás en traer incienso y manzanilla.

Lo dijo con resignación, pero Soph tuvo la certeza de que, aunque erademasiado orgulloso como para admitirlo, sabía que le habían sentado bien.

—Lo haré encantada —replicó con entusiasmo.

—Gracias —Grey empezó a subir las escaleras—. Mañana tengo una cita con elmédico y el fisioterapeuta. Pasaremos la noche en mi casa de Melbourne. Será mejorque descanses y estés preparada para el viaje.

—Muy bien —dijo ella, aunque hubiera preferido que le avisara con mástiempo—. Iré a prepararte el baño.

—Lo haré yo mismo. Puedes dejar el incienso y la infusión en el dormitorio. Nohace falta que nos veamos hasta mañana —dijo. Y dio media vuelta como si ya sehubiera olvidado de ella.

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—Puedo ir contigo al médico —dijo Soph, subiendo tras él—. Hay gente a laque…

Grey le lanzó una mirada asesina.

—No, muchas gracias. Sólo quiero que estés lista por la mañana. No quierocomplicaciones de última hora.

Sólo entonces se dio cuenta Soph de que sí había una complicación en forma deser peludo y de dientes largos. ¿Cómo no se había dado cuenta de que no podíadejarlo tanto tiempo solo?

—No habrá ningún problema —dijo, ruborizándose—. ¿Por qué iba a haberlo?—preguntó ansiosa, mientras se decía que encontraría una solución.

Grey se despidió con un gesto de la cabeza.

—Buenas noches.

—Buenas noches —replicó ella—. Nos vemos por la mañana. Todo irá a laperfección.

Grey la miró con suspicacia, pero entró en su dormitorio sin añadir nada.

Sophia se mordisqueó el labio. No podía dejar a Alfie, así que tenía unascuantas horas para decidir qué hacer con su mascota adoptiva.

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Capítulo 5A las siete de la mañana del día siguiente, Soph acariciaba a Alfie

preguntándose cómo presentárselo a Grey, cuando sonó el teléfono. Dejó a Alfie en lacesta y entornó la puerta a su espalda sin molestarse en comprobar si había quedadocerrada.

Bajó las escaleras corriendo y contestó:

—Sophia Gable, en nombre del señor Barlow, ¿en qué puedo ayudarle?

Un hombre se disculpó por llamar tan temprano y preguntó si Grey estabadespierto.

—Soy el doctor Cooper, su médico —concluyó.

Soph asió el auricular con fuerza. ¿Habría algún problema?

—Soy la ayudante del señor Barlow mientras se recupera de sus lesiones.

El doctor Cooper carraspeó.

—Sólo quería asegurarme de que vendría a la cita.

—Ésa es su intención. Ayer hicimos planes para el viaje —entre los que no seincluyó el tema de Alfie.

—Me alegro —tras una breve pausa, el doctor continuó—: ¿Qué tal están susniveles de estrés? ¿Ha mejorado?

—Niveles de estrés… —repitió Soph al tiempo que se le formaba un nudo en elestómago—. No sabía que tuviera que observarlos —añadió. Pero recordó la palidezde su rostro el día anterior y cómo se frotaba el pecho.

—Grey tiene antecedentes familiares que indican que debe cuidarse. En estemomento su tensión es muy alta y presenta algunos otros síntomas que sugieren queestá excediéndose —el médico añadió algunos comentarios sobre la cabezonería deGrey—. Yo lo traje al mundo, ¿sabe? Y le puedo asegurar que ha sido así de testarudodesde que nació.

—Puedo imaginarlo —dijo Soph, que sentía que su tensión arterial subía porminutos.

—Ha mencionado que es su ayudante —dijo él con preocupación—. ¿Esosignifica que está trabajando?

—Sí, y mucho —lo bastante como para poner en riesgo su salud—. Heintentado que bajara el ritmo, pero…

—Le envíe al campo para que rompiera completamente con el trabajo —interrumpió el médico, impaciente—. Ya he hablado con él de eso.

—Comprendo —dijo Soph al tiempo que se veía a sí misma contribuyendo aque Grey enfermara porque él había decidió ocultar una información primordialsobre su estado de salud.

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Su silencio le había impedido ocuparse de él adecuadamente.

—Mi jefe llegará a la cita, doctor —¿su voz sonaba algo irritable? De ser así,sería porque reflejaba su estado de ánimo—. Le ruego que le pregunte cómo repartesu tiempo entre el trabajo y el descanso. Será una conversación muy productiva.

Soph acabó la conversación con el encantador y amable médico. No era su culpaque su jefe quisiera jugar con su salud. Subió las escaleras enérgicamente, sintiendocómo su furia se incrementaba con cada escalón.

—Buenos días. ¿Han llamado por teléfono? —la voz grave y aterciopelada deGrey llegó desde la puerta de su dormitorio.

Soph alzó la mirada y se quedó paralizada. Con el torso desnudo, el cabelloalborotado y los ojos hinchados por el sueño, la miraba con curiosidad, y Soph fuesúbitamente consciente de que sólo llevaba una camiseta de tirantes y unospantalones de pijama de flores, y de que su cabello era una maraña.

Volvió a fijarse en él, en la amplitud de su torso, en el suave vello que lo cubríaen la imagen de hombre recién salido de la cama que presentaba, y pensó que hastasus pies eran atractivos. ¡Sus pies! ¡A ella nunca le habían interesado los pies! ¡Debíade estar tan enfadada que pensaba las cosas más absurdas!

—No deberías caminar sin la férula —dijo, airada—. ¿Dónde está?

—En el dormitorio —dijo él. Abrió la puerta de par en par sin apartar la miradade Soph—. No me has dicho quién ha llamado.

Era la rabia lo que hacía que la sangre le hirviera. No tenía nada que ver con laproximidad de Grey.

Pasó de largo, tomó la férula y, señalando la cama, ordenó:

—Siéntate.

Sólo alzó la mirada hacia él cuando ajustó la férula y tras asegurarse de quetenerlo tan cerca, tan desnudo, no la alteraba en lo más mínimo. Nada.

Él le dirigió una mirada especulativa.

—¿Por qué estás tan enfadada?

Claro que estaba enfadada, además de muchas otras cosas que no era capaz deanalizar. Decidió aferrarse al enfado.

—Ha llamado tu médico para asegurarse de que acudirías a la cita —dijo,dando énfasis a cada palabra al tiempo que iba hacia la puerta y salía al descansillo.

—¿Qué más ha dicho? —Grey la siguió—. Por tu cara, sé que hay algo más.

—Me has engañado —le acusó ella con una mezcla de rabia y ansiedad—. Hevenido a cuidar de ti, y en lugar de eso, me has utilizado para trabajar a destajo —inconscientemente, dio un paso hacia él—. El médico te dijo que te alejaras deltrabajo y sólo te has limitado a trasladarlo contigo.

«¿Por qué no has confiado en mí? ¿Por qué no me valoras lo suficiente comopara hablarme de tus problemas?».

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—Tengo responsabilidades —Grey apretó los labios. Apenas lo separaban deSoph unos centímetros—. Construí mi empresa desde cero y la convertí en lo que eshoy en día, así que tengo todo el derecho del mundo a ocuparme de ella. En cambio,el doctor Cooper no tiene derecho a discutir mi salud contigo.

—Supongo que tienes razón. Por eso soy la persona contratada para cuidar de tilas próximas semanas —dijo ella, alzando la barbilla con gesto digno—. ¿Por qué nome pusiste al tanto? El médico ha dicho que tienes antecedentes familiares queexigen que tengas especial cuidado.

—Mi madre murió joven de un ataque al corazón. Mi padre, hace cinco añospor problemas derivados de su estilo de vida. Pero yo no estoy enfermo —dijo Grey,irritado—. El médico se ha preocupado en exceso por unos resultados que podríandeberse al propio accidente o a cualquier otro motivo.

Soph se quedó mirando a Grey mientras intentaba aferrase a su enfado, perootro sentimiento fue dominándola. Grey apenas hablaba de su padre, no parecíasentirse particularmente próximo a sus madrastras y apenas había conocido a sumadre. ¿No habría sentido a lo largo de su vida un profundo sentimiento desoledad?

La compasión se mezcló con la rabia. Y decidió que desde ese momentocuidaría de él de la manera más profesional posible y sin implicarse emocionalmente.

—Escucha —continuó él, pasándose la mano por el cabello mientras buscaba laspalabras adecuadas—. Siento no haber sido más sincero. No estoy acostumbrado aque me ayuden.

En aquel momento Soph lo encontró tentador, vulnerable, irritante, perdido… Ypor encima de todo, aislado.

—¿Eso quiere decir que a partir de ahora vas a dejar que me ocupe de ti? —preguntó, enfurruñada.

—Si todavía quieres, lo intentaré —dijo él con una voz que fue como unacaricia.

Soph suspiró y sintió que se disipaban los últimos vestigios de su enfado.

—Claro que quiero.

Se produjo un silencio en el que se oyó la respiración de Grey y Soph sintió elcalor que irradiaba su cuerpo. Ella exhaló el aire bruscamente la ver el fuego con elque Grey la miraba.

—Esto no puede seguir así, ¿verdad? —dijo él, sujetándola de un brazo.

Ese leve contacto lo cambió todo. La mano de Soph se movió de propia volicióny se posó sobre el torso de Grey. Él dejó escapar un gemido y el corazón de Soph seaceleró cuando tuvo la seguridad de que iba a besarla.

Podía haber dado un paso atrás, haber dicho o hecho algo para detenerlo, peroen lugar de hacerlo, esperó. Y en cuestión de segundos, los labios de satén de Grey seapretaban contra los de ella, decididos y exigentes. El corazón de Grey se aceleró bajola mano de Soph. Su piel caliente y su rizado vello le acariciaban la punta de los

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dedos. Grey le soltó el brazo y le sujetó el rostro mientras con el otro brazo la atraíahacia sí.

Se besaron ciega y apasionadamente hasta que tuvieron que separar sus labiospara respirar. La barrera de tela que los separaba no significaba nada. Podían haberllevado forros polares en medio de un iceberg y sus cuerpos abrían seguidoardiendo. A Soph le asustó la forma en que había reaccionado porque nunca habíasentido nada igual al ser besada por otros hombres. Era la primera vez queparticipaba en un beso con todo su ser.

«Porque sentías curiosidad, porque evitarlo no estaba sirviendo de nada», sedijo, para explicar lo inexplicable.

—No sé… qué hacer o… cómo responder a esta intensidad —balbuceó.

—Yo tampoco —Grey retrocedió un paso.

—Ha sido… inesperado —Soph se preguntaba si él había sentido lo mismo o sisólo había sido un beso más.

—Inesperado… Además de una equivocación —la voz de Grey y la expresiónvelada de su rostro indicaron a Soph que también estaba afectado, y su corazónvolvió a acelerarse.

Aunque sabía que no conducía a nada, lo cierto era que saber que Grey estabaalterado le hizo sentirse poderosa y feliz.

—Tienes razón, ha sido un error —confirmó ella.

—Siempre puedo dominarme —Grey apretó los labios.

Soph no lo dudaba. Tenía la prueba ante sí. Podía ver cómo se estaba aislandopara no dejar que ella tuviera la capacidad de alterarlo, para anular el interés quedespertaba en él.

—Supongo que ninguno de los dos deseaba que pasara esto, pero quizá teníaque suceder porque los dos sentíamos curiosidad —dijo ella, alzando la barbilla conaparente frialdad—. Ahora que ya hemos satisfecho nuestra curiosidad, podemosolvidarlo. No volverá a repetirse.

—Coincido plenamente contigo —dijo él, entornando los ojos.

—De hecho, me gustaría hablar de nuestra relación profesional —Soph hizoacopio de toda su fuerza de voluntad para introducir el tema—. Quiero poner unaserie de condiciones.

—¿Cuáles? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—Tienes que prometer que vas a ser sincero conmigo respecto a tu salud y queseguirás las recomendaciones del médico —necesitaba ese compromiso por parte deGrey para aclarar el lugar que ella ocupaba y para demostrar a Grey que el beso no lehabía derretido el cerebro—. Necesito que me dejes hacer mi trabajo.

La expresión de Grey se dulcificó.

—Dejaré que hagas tu trabajo.

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—Gracias. Creo que debemos ser completamente sinceros el uno con el otro.

—¿Tú crees? —Grey clavó la mirada en un punto indefinido detrás de Soph ysus cejas se arquearon en un gesto de curiosidad.

Soph lo miró con inquietud.

—Sí. Creo que es importante.

—Si es así, ¿no te parece raro que haya surgido de tu dormitorio una ratagigante blanca que parece sentir un especial afecto por ti?

—Una rata gigante… —repitió Soph, desconcertada, hasta que súbitamentecomprendió.

Con horror, giró la cabeza lentamente y allí estaba Alfie, un conejo, no una ratagigante como su jefe sabía muy bien. Pero Alfie era la prueba viviente de que ella nohabía cumplido con su parte de la sinceridad que tanto exigía, y el uso de la palabra«rata» tenía, evidentemente, un doble sentido.

Alfie arrugó la nariz y avanzó hacia ella hasta detenerse, como una pruebaincriminatoria, a sus pies.

Convencida de que Grey se pondría furioso, Soph lo miró con expresiónsuplicante.

—Tienes toda la razón al molestarte porque no te haya hablado antes de Alfie,pero te juro que pensaba hacerlo esta misma mañana —se agachó para tomarlo enbrazos. Su suave piel contribuyó a calmarla… levemente. Lo bastante como parapermitirle experimentar plenamente la vergüenza que sentía—. De hecho tenía quedecirte que Alfie debe venir con nosotros a Melbourne. Tendremos que salir contiempo para dejarlo en tu casa antes de ir al médico.

—¿Está domesticado? —preguntó Grey con aprensión.

—Todavía no ha tenido ningún accidente.

Grey arqueó una ceja.

—¿Todavía? ¿Desde cuando lo tienes?

—Desde el día antes de venir —Soph desvió la mirada—. Lo encontré la nocheanterior, abandonado fuera de mi casa.

—Y lo adoptaste —dijo él, haciéndolo sonar como si hubiera sido inevitable.

—Sí —Soph no supo por qué, pero intuyó que Grey había descubierto unprofundo secreto de ella que debía haber ocultado con más cuidado.

—Al menos ahora sé de dónde venían los pelos de tu blusa —dijo él. Y fue haciael dormitorio.

—¿Entonces… —Soph preguntó, titubeante— te importa que…?

—Recuerda que estoy cambiando de hábitos —Grey se detuvo en el umbral dela puerta y giró la cabeza para mirar a Soph—. Puede que no me guste la idea detener una mascota, pero estoy dispuesto a sobrellevarla.

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—Iré a prepararme —dijo Soph, tan aliviada que no supo qué otra cosa decir.

Cuando Grey cerró la puerta de su dormitorio, Soph se apoyó en la del suyo.Tenía la sensación de haber sobrevivido a una batalla en la que se mezclaban Alfie,Grey y sus secretos, el beso…

Y no estaba segura de si la guerra había concluido o si sólo acababan dealcanzar una tregua.

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Capítulo 6Soph reflexionó profundamente durante el trayecto a Melbourne aprovechando

el absoluto silencio de su acompañante. Alfie iba en su jaula en el asiento trasero.

El tráfico se intensificó en cuanto el perfil de la ciudad se vislumbró en elhorizonte. Soph no dejaba de pensar en el error que había cometido al besar a Grey, yen que debía concentrarse y recuperar la profesionalidad con la que habíacomenzado su trabajo. Se miró de reojo en el espejo retrovisor y aprobó su nuevoaspecto, con el cabello rubio sin tintes añadidos y peinado en una trenza francesa.

—La próxima a la derecha —indicó Grey con voz neutra.

—Gracias —Soph entró en otra lujosa calle residencial.

—Mi casa es la del remate azul.

Grey señaló una imponente casa que sólo contribuyó a confirmar a Soph quepertenecían a mundos distintos. Durante el viaje, le habían asaltado confusasemociones sobre la necesidad de establecer vínculos de confianza, el abandono desus padres y la relación no siempre sencilla con sus hermanas. Parecía que su menteestaba decidida a acumular preocupaciones. Y para distraerse decidió imaginar queel interior de la casa de Grey era horroroso, frío e impersonal, con un mobiliarioespantoso, y horribles y carísimos cuadros.

Apretó los dientes.

—Deja que acomode a Alfie antes de ir a la cita.

—Primero tengo que desconectar la alarma.

Sophia no supo identificar si sonaba enfadado, frustrado o, como ella, alteradopor emociones que debía ignorar.

Grey no dejaba de mirar de reojo su blusa blanca atada delante con un lazo, ysu falda sencilla. Para no preocuparse por su opinión, Sophia se repitió quepresentaba la imagen que requería su trabajo, que no necesitaba complementos niparecer más sofisticada de lo que era.

Acompañó a Grey a la puerta principal, esperó a que desconectara la alarma yentró con él, ignorando los preciosos naranjos ornamentales, las ricas cortinas y laexquisita decoración que creaba un ambiente cálido y acogedor. No notó nada detodo ello.

Poco después, Soph detenía el coche ante la consulta del médico. Grey se volvióhacia ella.

—No creo que tarde. Si quieres ir a dar una vuelta, podemos quedar en lacafetería de al lado.

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Era la primera frase larga que le dirigía en toda la mañana y Sophia intuyócierto nerviosismo. No pensaba dejarlo sólo. Y no porque se sintiera emocionalmenteimplicada, sino porque era su trabajo.

—Prefiero esperar en la sala de espera.

—Está bien —dijo él, mirándola fijamente antes de desviar la mirada—. Es poraquí.

No tardaron en hacerle pasar. La consulta, sin embargo, duró bastante más delo que Sophia había calculado y, cuando pasó de los cincuenta minutos, empezó apreocuparse.

Cuando finalmente Grey salió, Sophia saltó de su asiento y fue a su encuentro.

—¿Estás bien? ¿Qué ha dicho el doctor? Tardabas tanto que he llegado a pensarque había encontrado algo terrible y que te habían llevado al hospital sin avisarme —calló al darse cuenta de que estaba clavando los dedos en el brazo de Grey.

Su segunda reacción fue notar que, tocarle, le había provocado una sacudidainterior, y tuvo que resignarse a la evidencia de que, por mucho que quisiera negarlo,el beso lo había cambiado todo.

¡No era en eso en lo que debía pensar! Soltó a Grey. Él la miró a su vez con unaextraña intensidad. El recuerdo del beso se reflejó en su mirada fugazmente, antes deque, apretando la mandíbula, se alejara unos pasos de ella.

—Voy a pagar la consulta —fue hasta el mostrador y sacó la cartera.

La secretaria coqueteó con él, pero Grey no pareció notarlo. Al salir sugirió irdirectamente hacia la consulta del fisioterapeuta y picar algo antes de entrar.

—No calculaba que la cita con el doctor Cooper fuera a ser tan larga.

Y aunque no lo dijo, Soph tuvo la impresión de que tampoco los resultadoshabían sido los que esperaba. A pesar de la curiosidad y preocupación que sentía,Soph postergó las preguntas hasta que les sirvieron.

—Bueno, ¿cuál es el veredicto? —preguntó cuando ya no pudo más.

—Los resultados no han mejorado. Ni siquiera me ha bajado la tensión, quepara ahora ya debería haber reaccionado a la medicación —dijo él, malhumoradopero también con una nota de ¿inquietud?—. El médico está convencido que losproblemas existían y que el accidente sólo los ha acentuado.

—¿Eso significa que puede deberse a factores genéticos? —preguntó ella concautela.

—Eso cree el doctor Cooper. No es que piense que pueda sufrir un infarto…

Soph intuyó un «pero» implícito.

—¿Así que piensa que no debes preocuparte siempre que…?

—Siempre que tome algunas medidas y cuide de mi estado de salud en general—Grey suspiró profundamente—. Ahora que sé que es algo más que un malresultado puntual, tengo que asumir el problema —el tono en el que pronunció sus

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siguientes palabras, demostró que odiaba haberse equivocado—. Siempre me hecuidado. Como bien, no bebo en exceso y me mantengo en forma.

—No hay más que mirarte para saberlo. No tienes ni un gramo de grasa —Sophia dio un bocado a su sushi para reprimir cualquier otro comentario halagador.

Pero ya había dicho demasiado y Grey la miró con ojos brillantes antes deimitarla y concentrarse en su comida.

—¿Qué piensas hacer, Grey? —dijo ella, intentando dejar a un lado la crecientedebilidad que sentía por él. Haría lo que fuera necesario para ayudarle.

Grey sonrió y la curva que esbozaron sus labios despertó en Soph el deseo debesarlos.

—Está claro que tienes un corazón de oro. Esta mañana estabas furiosa conmigoy ahora no sólo me has perdonado, sino que estás decidida a ayudarme —rompiócontacto visual y siguió comiendo en silencio. Cuando terminó, apartó el plato.

—Aunque no lo creas, los enfados no siempre se me pasan tan rápidamente —dijo ella con tono ofendido antes de limpiarse con la servilleta.

Grey miró el reloj.

—Deberíamos ir al fisioterapeuta —se puso en pie y en tono solemne anunció—: No me va a quedar más remedio que seguir las indicaciones del médico y descansardurante varios días. Puede que no me guste y que me vuelva loco en el intento, perotomaré las medidas necesarias para que todo quede bien atado.

—Muy bien —dijo Soph, mientras se preguntaba si «varios días» seríansuficientes, pero prefirió no expresar sus dudas.

La consulta estaba al lado del bar y la recepcionista hizo pasar a Greydirectamente.

Soph aprovechó para calmarse. Cuando Grey salió, fueron directos al coche y élhizo una llamada antes de indicarle dónde iban.

—Quiero mantener una reunión con los jefes de todos los departamentos. Sifalta alguno, que venga su sustituto —dijo al teléfono.

Cuando acabó la conversación, se volvió hacia Soph.

—Tenemos que ir a las oficinas de la compañía. En cuanto deje todoorganizado, volveré a casa —explicó con el ceño fruncido.

Por unos instantes Soph pensó que la frustración lo dominaría, pero finalmentele vio apretar los dientes y mirar hacia delante con expresión decidida.

Condujo en silencio y no hizo ningún comentario hasta que detuvo el coche enel aparcamiento subterráneo de las oficinas.

—Supongo que prefieres que espere aquí —dijo con voz queda.

—No, quiero que vengas conmigo —dijo él.

Cuando sintió la mano de Grey en su espalda, se le paró el corazón antes deacelerársele. Y eso que sólo le había rozado para indicarle el camino.

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—Ejerces un efecto relajante en mí —Grey tomó aire y lo exhaló bruscamente—.Sé que no me he comportado demasiado bien desde que nos conocemos, Sophia, yque el beso ha complicado las cosas…

—Ya —se limitó a confirmar ella.

Llegaron al ascensor en silencio y subieron hasta el décimo piso.

—Debería haberte preguntado qué venías a hacer a la oficina —dijo ella. Perohabía tenido la sensación de que Grey necesitaba asimilar el paso que iba dar.

—Vengo a anunciar que me voy a tomar unas cortas vacaciones —las puertasdel ascensor se abrieron y Grey le hizo un gesto para que saliera delante—.Normalmente, sólo me tomo un descanso entre Navidad y Año Nuevo, que escuando hay menos actividad.

—¿Y crees que eso es bastante?

—Siempre he creído que lo era —Grey se tensó al salir del ascensor y respondióa los saludos respetuosos que recibió de los empelados con los que se cruzaron.

Las oficinas eran de una refinada elegancia, con tecnología punta y materialesde lujo.

Soph fue motivo de curiosidad y recibió una buena cantidad de miradas. Ver atanta gente y saber que trabajaban para Grey le hizo consciente, una vez más, de queestaba junto alguien poderoso y con un gran prestigio.

—Por aquí, Soph —la tomó por el brazo para conducirla hacia una espaciosasala.

Ella sintió que el corazón le saltaba de alegría al darse cuenta de que porprimera vez la llamaba «Soph», y se enfadó consigo misma por reaccionar de unamanera tan infantil.

Horrorizada, supo que ya no se trataba de una mera atracción, sino que Grey legustaba, despertaba su admiración y un profundo deseo de explorar su complejapersonalidad, saber qué le hacía ser como era… Y todo ello era un error.

Grey cerró la puerta de la sala tras de sí. Una mujer de mediana edad que sesentaba tras un escritorio alzó la mirada y sonrió con una mezcla de profesionalidady simpatía.

—Grey, me alegro de verte. Los jefes de departamento están esperando en lasala de reuniones.

Hizo una pausa y Grey señaló a Soph.

—Te presento a Sophia Gable, mi ayudante temporal. Sophia, ésta es la señoraHillary Stubbs, mi secretaria.

—Hola —saludó Soph, que no podía olvidar la mano de Grey en su espalda.Vio que la otra mujer le lanzaba una mirada especulativa. Por su parte, ella decidióque la señora Stubbs tenía aspecto de persona eficiente.

—Faltan dos de ellos, pero han enviado sustitutos —añadió la señora Stubbs altiempo que tomaba un taquígrafo.

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Grey hizo un gesto con la mano.

—No hace falta que vengas —se acercó a ella y le dio una serie de instruccionessobre un informe y algo relacionado con su ausencia, que Soph no llegó a entender.

No conseguía concentrase en otra cosa que en lo cerca que lo tenía. Sólo podíapensar en abrazarlo o en ofrecerle un baño relajante. Necesitaba relajarse. Estabatenso y se notaba que actuaba más por obligación que por deseo propio. Y no era deextrañar. Grey iba a delegar en sus subalternos por primera vez en su vida.

Su secretaria comenzó a teclear a toda velocidad y Grey guió a Soph hasta lasala de reuniones. Ambos lados de la mesa estaban ocupados y todos los rostros sevolvieron hacia ellos. Soph salió de su ensimismamiento y susurró con urgencia:

—¿Tengo que tomar notas? No he traído…

—No tienes que hacer nada —Grey presionó su espalda antes de dejar caer lamano—. Sólo… sólo quiero que estés presente —y masculló—: No quiero que teacusen de intentar robar mi coche, así que no podía dejarte en el aparcamiento.

Pero Soph sabía que eso no era más que una excusa. Y la idea de que quisieratenerla cerca le produjo un placer indescriptible.

Lo acompañó a la cabecera de la mesa, ocupó el asiento a su derecha cuando élasí lo indicó y, al ver cómo se tensaba su mandíbula al inspeccionar los rostros de susempleados, el placer fue sustituido por preocupación hacia Grey.

—Voy a tomarme unas breves vacaciones —lo inesperado del anuncio se reflejóen las caras sorprendidas que lo recibieron—. Muy breves, para… descansar —miróhacia Sophia—. Una agencia de contratación me ha proporcionado a Sophia, que seocupa de atenderme y conducir mi coche.

Muchas de las miradas se volvieron hacia ella con curiosidad. Antes de queSoph tuviera tiempo a responder con una tímida sonrisa, su jefe continuó:

—Durante mi ausencia, seréis plenamente responsables de los proyectos quetengáis a vuestro cargo. Sólo podéis contactar conmigo si hay una emergencia; repito:una emergencia. Tenéis la preparación y la experiencia necesarias, y yo confío envuestro criterio.

Soph percibió una levísima vacilación que pasó inadvertida a los demás.

Grey se dirigió a dos personas que lo miraban con especial inquietud.

—En vuestro caso, debéis pasar esta información a vuestros superiores.

—Sí, señor.

—Sí, señor Barlow.

Grey asintió y se volvió hacia los dos hombres que tenía a su izquierda.

—McCarty y Coates, por favor, quedaos. Los demás, podéis iros. Gracias porasistir a la reunión. Hoy mismo será enviada una circular indicando los ajustes quehayan de producirse durante mi ausencia.

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En cuanto se quedaron solos, Grey alzó la mano para adelantarse a cualquierpregunta de sus colaboradores.

—Lamento no haberos avisado con antelación, pero necesito que ocupéis milugar mientras estoy fuera. Para ello, tendréis que reorganizar vuestra agenda.Quiero que mantengáis Beacon's Cove como una prioridad. Debéis tomar decisionesconjuntas y, para cuando vuelva, necesitaré un informe detallado. Hillary enviaráuna circular anunciando vuestra nueva posición.

—Te agradezco la confianza —dijo Coates, cuadrando los hombros.

McCarty asintió:

—Pondré todo de mi parte para que el proyecto salga adelante.

—Gracias —Grey se puso en pie y tendió la mano hacia Soph—.Permaneceremos en contacto —concluyó, y tomó el brazo de Soph con firmeza altiempo que iba con ella hacia la puerta.

Ella esperó a salir del edificio para hacer preguntas.

—¿Cuánto tiempo vas a estar de baja? ¿Confías en esos dos hombres? ¿Temesque tu ausencia tenga consecuencias económicas?

—Puedo ausentarme brevemente. Como es lógico, espero que todo vaya bien,pero… no puedo predecir el futuro —caminaban hacia el coche. Lo que sí iba adescubrir era hasta qué punto podía confiar en la capacidad y el sentido de laresponsabilidad de sus empleados.

—¿Y con un breve descanso bastará para que te pongas mejor? —ésa era lamayor preocupación de Soph.

Escudriñó el rostro de Grey para medir la sinceridad de su respuesta.

—Eso tendrá que decidirlo el doctor Cooper —Grey frunció el ceño—. Esperoque baste con una semana —suspiró profundamente al llegar al coche—. Vayamos acasa, Sophia.

Y ella suspiró a su vez, preguntándose si aquel comportamiento representaríaun radical cambio en el estilo de vida de Grey o si sólo era una anécdota sin mayoresconsecuencias.

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Capítulo 7—Seguro que te apetece hacer un montón de cosas para aprovechar estos días

de descanso —al ver que Grey la miraba con expresión vacía, Soph insistió. Queríalograr que aceptara su situación como algo estimulante—. Podríamos hacer algunasexcursiones, un poco de turismo local…

«Besarnos…».

No, no era verdad que quisiera hacer eso.

«Claro que sí».

Estaban sentados en cómodas hamacas en la terraza de la casa de Grey, desde laque se veía el jardín y, al fondo, el perfil de la ciudad. Soph sostenía a Alfie en susbrazos. Era imposible estar sentada junto a Grey y no desearlo; y después de lo quehabía sucedido aquel día, se sentía más cerca de él emocionalmente, lo que erapeligroso y, probablemente, absurdo.

Había sucedido al entrever la vulnerabilidad que había mostrado durante lareunión. Todavía entonces, horas más tarde, era evidente que seguía intentandoasimilar la situación. Soph podía percibirlo, y esa lucha interna la acercaba aún más aél.

—¿Habrá alguna excursión que no incluya escalar alguna montaña? —dijo élsin mirarla—. Podemos informarnos mañana, cuando volvamos.

—Muy bien —dijo ella, acariciando a Alfie al tiempo que miraba el perfilescultural de Grey y su gesto de preocupación.

Reconocía esa expresión porque la había visto a menudo en Bella cuandointentaba ocultar sus preocupaciones a sus hermanas menores.

—Hay muchas empresas en las que la responsabilidad se reparte entre losdistintos departamentos —dijo para intentar tranquilizarlo—. A veces la gentenecesita tener una oportunidad para demostrar lo que vale. Puede que tus empleadoste sorprendan.

Soph estaba convencida de que podía ayudar a Grey mucho más de lo quehabía podido ayudar a sus hermanas. Conseguiría que le confiara sus emociones ypreocupaciones. Eso era lo que iba a hacer.

Paralelamente a esos pensamientos, otros la ponían alerta. Aquéllos que leadvertían que tenía que olvidar lo cerca que tenía a Grey y lo consciente que era deello.

—Estás convencida de que soy un obseso del control —dijo él, clavando susincreíbles ojos verdes en ella.

Soph alzó la mirada al cielo.

—Creo que estás intentando aceptar que tu médico tenía razón, que estásfurioso y que no soportas sentir que no puedes controlar la situación.

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—No he dejado la compañía ni un solo día desde que me hice cargo de ella. Mipadre me dejó tres madrastras a las que mantener generosamente, y sus asignacionesproceden de los fondos de la empresa —dijo él con voz grave. Tras una breve pausa,continuó—: También dependen de mí mis quinientos empleados. Si yo me equivoco,ellos sufrirán las consecuencias.

—No creo que fracasaras ni aunque te lo propusieras.

—Pero sí crees que estoy obsesionado con controlarlo todo.

Soph vaciló porque no quería mentir. Grey se puso en pie y le tendió la mano.

—Da lo mismo —dijo, ayudándola a ponerse en pie—. Vayamos dentro.Llevamos mucho tiempo aquí. Lo mejor será que llamemos para que nos traigan lacena; no habrá suficientes provisiones en la despensa y es casi hora de cenar.

Al levantarse, Soph se quedó tan cerca de él que rozó su musculoso cuerpo, einstintivamente, quiso alargar la mano para acariciarle el rostro.

Todos sus sentidos reaccionaban a su proximidad. El aroma de su piel laembriagaba, su negro cabello reclamaba la caricia de sus dedos… Pero si se dejaballevar, ¿qué sucedería? Que acabaría siendo abandonada por Grey, cuyo interés enella no podía ser más que momentáneo.

Se separó de él y lo precedió al interior. Grey cerró la puerta de la terraza y sedejó caer sobre un sofá al tiempo que elevaba la pierna sobre una otomana.

—Hay un menú de un restaurante de comida para llevar en la puerta delfrigorífico. ¿Quieres pedir algo y elegir una botella de vino de la bodega?

Soph le preparó un baño y, cuando llegó la comida, cenaron charlando de temasintrascendentes. Luego Grey ojeó una revista mientras ella sacaba a Alfie al jardínpara que se aireara.

Soph había ayudado a Grey con los ejercicios de rehabilitación y estabatomando una segunda copa de vino, sentados en el sofá, cuando la sacudió unviolento hipo. Se llevó la mano a la boca y abrió los ojos desmesuradamente.

—Lo siento, ¡qué vergüenza! —exclamó, ruborizándose.

Grey dejó escapar una carcajada. Por primera vez en todo el día desapareciótodo atisbo de tensión en él y Soph se sintió halagada. La presión que ejercía el muslode Grey contra el suyo se incrementó y la forma en que pasó a mirarla estaba cargadade un renovado interés.

«Por favor, Grey, no hagas que tu sonrisa me derrita, no hagas tu presencia tanirresistible. Ya me está costando bastante actuar con normalidad».

Empezó a balbucear para ignorar sus propios pensamientos:

—Mis hermanas dicen que no tengo paladar, pero he elegido un buen vino,¿verdad?

Grey deslizó la mirada hacia sus labios antes de volver a mirarla a los ojos.

—Has elegido muy bien —dijo, mientras pensaba que tenía que ocurrírsele algopara evitar besarla. Decidió que su familia era un tema lo bastante seguro—. Podrías

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ver a tus hermanas mañana por la mañana, antes de volver al campo —dijo sinconseguir apartar la mirada de las coloreadas mejillas de Sophia—. He notado que osmandáis mensajes continuamente. Se ve que estáis muy unidas.

—Es todo un detalle por tu parte —dijo ella, agradecida—. Pero sólo quedarécon ellas si tú me acompañas. Mi trabajo es ocuparme de ti.

A Grey no se le había pasado por la cabeza esa posibilidad, pero Soph lo mirótan expectante que no pudo negarse.

—Está bien —se sintió en la necesidad de justificarse—: Se supone que tienesque mantenerme entretenido. Nunca he tenido tiempo libre, así que no sé qué hacercon él. Hacer una visita a tu familia será una buena manera de empezar.

—Muy bien —dijo ella, enfriando su entusiasmo al oír la explicación perorecuperándolo cuando Grey le dedicó una de sus arrebatadoras sonrisas—. Voy allamarlas. Haré lo posible para que estés ocupado, y estoy segura de que Bella yChrissy te gustarán. Son fantásticas.

En el fondo, lo único que Grey quería hacer era trabajar, tal y como llevabahaciendo desde hacía años. No estaba seguro de poder relajarse mientras estuvieracon Sophia y siguiera deseándola.

—Queda sobre las diez y media si les va bien a ellas. Así podremos hacer algode compra por la mañana para que me prepares una de tus saludables sopas.

—¡Qué buena idea! —dijo ella. Y su mirada quedó atrapada en la de él por mástiempo del estrictamente necesario.

Grey le indicó que usara un teléfono que había junto al sofá. La dulzura yfamiliaridad con la que Sophia habló con su hermana lo emocionó.

Nunca le habían interesado especialmente las familias unidas. Siempre habíaaceptado su propia realidad como modelo de los errores que no quería cometer, yaceptaba que sus madrastras lo llamaran cuando querían algo de él.

Eso no significaba que no sintiera afecto hacia ellas, pero claramente no era lomismo que lo que tenía Soph.

Que eso le hiciera reflexionar era lo que sí le desconcertaba. Nunca le habíadado importancia y no pensaba empezar a dársela.

Soph terminó de hablar. El conejo eligió ese momento para sentarse sobre loscuartos traseros, olisquear el aire, subir y bajar la cabeza y volver a tumbarse a suspies. Ella soltó una carcajada y, elevándolo, lo puso en su regazo y lo acarició altiempo que le hablaba con dulzura.

—¡Qué contenta estoy de haberte encontrado, Alfie! Eres una joya.

Grey no supo por qué, pero su actitud acentuó la atracción que Soph ejercíasobre él.

—La verdad es que se porta muy bien —masculló, mirando a Soph fijamente altiempo que enumeraba mentalmente todas las razones por las que no debía desearla.

Ella lo miró y ya no pudo apartar la mirada.

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—Estás siendo muy bueno con Alfie.

—No sé que te hace pensar eso —dijo Grey. Pero en lo que pensaba era encuánto le gustaría que Sophia lo tratara como estaba tratando al conejo.

Quería su dulzura, su alegría y su entusiasmo. Se había propuesto ser unhombre emocionalmente autónomo y hasta aquel momento de su vida lo habíaconseguido. Sin embargo, no podía dejar de querer todas esas cosas de Sophia.

—Porque es verdad —dijo ella. Dejó a Alfie en el suelo y entrelazó los dedossobre el regazo.

Estaba demasiado cerca, tan cerca que podría tocarla. Y eso es lo que hizo. Greyalzó la mano y le acarició la nuca. Sus rostros estaban tan cerca que podía oler el vinoen los labios de Sophia e imaginar que lo borraba con un beso.

La frustración volvió a apoderarse de él. Acababa de renunciar a su trabajo, elmédico le había tratado como si fuera un niño, acusándolo de no tener sentidocomún. Había sido un día espantoso y, por un instante, quería tener aquello quequería. Y quería poseer a Sophia más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—¿Grey? —balbuceó ella, abriendo los ojos desmesuradamente al tiempo que elaire se cargaba de electricidad.

Grey sabía que estaba haciendo lo contrario de lo que debía. Apretó la nuca deSoph levemente, pero lo bastante como para acercarla a él.

—Sé lo que he dicho esta mañana, pero quiero volver a besarte, Sophia, y creoque tú también lo deseas.

¿Qué importancia podría tener un segundo beso? ¿Y si se estaba engañando a símismo, qué más daba?

—Puede que yo también lo desee, pero… —empezó ella en un susurro.

Sus sensuales y tentadores labios lo instigaron. Grey incrementó la presión desus dedos para contenerse. Sophia tenía que decidir.

—Puedes darme las buenas noches —la deseaba en su cama, de todas lasmaneras imaginables, pero por el momento, sólo anhelaba un beso.

Ella dio un profundo suspiro que puso en movimiento sus espectacularescurvas y Grey sintió que todo su cuerpo se tensaba.

—Todavía no quiero despedirme —dijo ella.

Grey dejó escapar un gemido y la atrajo hacia sí. Ya conocía su sabor y queríaempacharse de él. No quería reflexionar y pensar en las implicaciones de lo quesentía.

Sus cuerpos se fundieron como si fueran complementarios. Grey olvidó suslesiones y la apretó contra sí como si quisiera sentir cada milímetro de su piel encontacto con el de él, como si quisiera memorizarlo, dejarlo impreso en su cuerpo.

Ella le rodeo el cuello con un brazo mientras con el otro le acariciaba la nuca.Sus ojos lo miraban llenos de pasión y algo prendió en el interior de Grey, algo en loque no quería pensar pero que le obligaba a poseerla, a conseguir que ella se

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entregara a él, a darle por su parte lo máximo de sí mismo, aunque no supiera qué nicuánto.

La escayola era un impedimento. Para compensar, exploró con sus labios elrostro y el cuello de Sophia y ella se estremeció en sus brazos. El deseo lo consumía,ascendía por su columna vertebral, le agarrotaba la base de la nuca. Los quedosgemidos de Sophia lo encendían. Recorrió con su mano su espalda, su cintura, suscaderas, hasta finalmente abarcar su seno a través de la ropa. Grey gimió y ellarespondió a su caricia llevando la mano al pecho de él. En una fracción de segundo, ysin que ninguno de los dos fuera consciente de la transición, estaban echados en elsofá, sus cuerpos entrelazados; con dedos temblorosos desabrochaban botones,emitían gemidos de placer, profundizaban sus besos…

Grey estaba encima de Sophia con la mente cegada por el deseo de poseerlaplenamente. Sus ojos marrones lo miraron anhelantes, dándole la bienvenida. Élocultó la cabeza en su cuello y apoyó las dos manos en el sofá.

Súbitamente, el dolor lo atravesó como un puñal y Grey tuvo que echarse atrás.

—¿Te has hecho daño? —Soph se incorporó sobre las rodillas mirándole conuna mezcla de preocupación y de deseo.

—Me había olvidado —dijo él.

Los dos sabían por qué. A medida que la nebulosa de la excitación y el hambrese disipó, Grey fue consciente de lo que había estado a punto de suceder y de lasrazones por las que debía impedirlo.

Había actuado alocadamente y casi había arrastrado a Sophia a su cama parahacerle el amor.

Y de haberlo hecho, ¿qué habría sucedido a continuación? No tenía nada queofrecerle más haya de una inmediata satisfacción física, y eso no era justo para ella.

—Lo siento, ha sido mi culpa dejar que el deseo me cegara —dijo, apretando losdientes—. Ve a la cama, Sophia, y da gracias a que me haya detenido. No puedotener el tipo de sentimientos que tú necesitas, y no quiero hacerte daño.

Ella lo miró fijamente mientras intentaba recuperarse de la intensidad queacababa de experimentar y asimilaba lo que había sucedido y lo que no. Era evidenteque sus sentimientos hacia Grey estaban cambiando. Representaba una tentación tanfuerte que estaba dispuesta a tomar de él lo que quisiera darle por el tiempo quefuera. ¿Cuáles podían ser las consecuencias de actuar de esa manera? ¿Podríaprotegerse lo bastante como para evitar sufrir?

No estaba segura y aquél no era el momento de decidirlo, así que se limitó alevantarse e ir a su dormitorio en silencio.

No sabía si estaba o no de acuerdo con Grey, porque ya no tenía ni idea de quépensaba.

Sólo al poner la mano en el picaporte y girar la cabeza, vio que Alfie la seguíadando saltitos. Se agachó y lo tomó en brazos, pero por primera vez, no le confortósentir su suave piel.

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Porque en ese momento se dio cuenta de que Grey la había rechazado, queaunque lo hubiera presentado como un honorable deseo de protegerla, lo cierto eraque no la había deseado lo bastante como para seguir adelante.

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Capítulo 8—Dada la cantidad de coches que hay a la entrada, yo diría que tus hermanas

están acompañadas —susurró Grey al oído de Soph cuando el ama de llaves y niñerade su hermana Bella les hizo pasar.

Grey había mantenido una actitud… extraña aquella mañana. Mientras hacíanla compra se había mostrado extremadamente amable. Fingiendo una exageradacalma había comprado todos los periódicos y luego se había pasado el camino a casade Bell refunfuñando con la lectura de la sección de Negocios de la prensa.

Por su parte, Sophia se había preguntado cómo reaccionaría Grey si lepropusiera mantener una relación casual. Pero, si es que se decidía a hacerlo, antestendría que estar segura de que eso era lo que quería. Desafortunadamente, no habíaencontrado respuestas a sus preguntas.

—Tengo la impresión de que también están mis cuñados —comentó,acomodando a Alfie en sus brazos.

Entró delante de Grey en el salón y no le sorprendió que además de Bella yChrissy estuvieran sus respectivos maridos, Luc y Nate, el abuelo de Nate, Henry, yla hija de Chrissy y Nate, Anastasia. Su familia la amaba y querían conocer a sunuevo jefe.

A su vez, Sophia, aunque no sabía explicar por qué, estaba encantada de tenerla oportunidad de mostrar a Grey cómo era una familia de verdad.

Todos se volvieron al oírles entrar y Sophia notó que Grey se tensaba.

—¡Hola! Como veis, Alfie, el conejo adoptado, está muy bien —dijoprecipitadamente. Tomó aire—. Y éste es mi jefe, Grey Barlow.

—¡Qué alegría verte, Sophia! ¿Estás bien? —preguntó Bella al tiempo que laabrazaba y le susurraba al oído—: Ya sabes que si no te gusta tu jefe…

—Me encanta mi trabajo —«y mi jefe». Estrechó a su hermana en un fuerteabrazo y cuando se separaron sonrió—. Todo es muy emocionante.

Bella pareció relajarse, y Soph la presentó a Grey. Luego siguió con Luchino, elmarido de Bella, Chrissy, Nate, que no quitaba el ojo de su hija, que gateaba a lavelocidad de la luz por toda la habitación, y a Henry Montbank, que estaba sentadoen una butaca.

Grey estrechó la mano de todos ellos sin apartar la otra de la espalda de Sophen un gesto que, aunque comenzaba a hacerse habitual, seguía despertandoescalofríos en ella.

Como era de esperar, Bella lo notó y, tras mirarlos alternativamente, volvió lamirada a Chrissy, que también lo había observado.

Para evitar un interrogatorio por parte de sus hermanas, Soph tomó la iniciativade la conversación.

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—¿Puedo dejar a Alfie en el suelo, o Anastasia querrá atraparlo? Encontré alpobrecito atado a un poste la noche antes de empezar a trabajar para Grey. Gracias aDios, Joe tenía una jaula plegable y con la ayuda de otra vecina…

Chrissy la interrumpió dándole un abrazo.

—Seguro que Anastasia quiere tocarlo, pero déjalo en el suelo y ya veremos quépasa.

—Venid y sentaos. El té está listo —Bella los condujo hacia unos sillones,caminando con la elegancia que la había hecho famosa como modelo.

Cuando se sentaron, les ofreció té, café, galletas y bizcocho.

Luc y Nate hablaron de negocios con Grey. Luc estaba a punto de participar enuna subasta en la que quería comprar unas inusuales piedras preciosas de Australia.Nate refunfuñó por la necesidad de desplazarse al extranjero para supervisar lainstalación de un negocio de importación de pescado. Henry Montbank introdujoalgún comentario ocasional.

Soph comenzó a charlar pausadamente con sus hermanas, pero pronto reían eintercambiaban divertidas anécdotas.

Inicialmente, Grey mantuvo una actitud reservada, pero ¿cómo mantener unestilo formal mientras un bebé perseguía a un conejo, antes de que los papeles seintercambiaran? Al ver que Alfie daba alcance a Anastasia, Soph sonrió.

—Si temías que la niña agobiara a tu conejo, ya puedes relajarte —dijo Chrissy,divertida.

—La verdad es que no esperaba que fuera él quien la persiguiera —dijo Soph,tomando a la niña en brazos aprovechando que pasaba junto a ella.

Ella y Grey estaban sentados en el mismo sofá. Como la noche anterior, larodilla de él presionaba la de ella. Estaban tan cerca que Soph podía oírle respirar.Para ocultar la turbación que sentía y que no era capaz de explicar, Soph agachó lacabeza para besar a la niña.

Al alzar la mirada descubrió que él la observaba y en sus ojos pudo intuir unamezcla de emociones, deseo, incomodidad, tristeza, pero, por encima de todas, lasensación de soledad… Y Soph sintió lástima por él.

Su madre había muerto. Sus madrastras le habían dejado ir cuando su padre sehabía cansado de ellas. Soph imaginaba que su padre no había sido un verdaderoapoyo para él. De haberlo sido, habría hecho algo por proteger a su hijo.

Así que no era de extrañar que Grey hubiera erigido una barrera deautosuficiencia para no depender de nadie y para poder controlar su mundo.

Y sin darse cuenta, ella había sido tan ingenua como para albergar la esperanzade que…

¡Qué estúpida había sido y menos mal que lo había descubierto a tiempo!

Anastasia bostezó y apoyó la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro deSoph. Ésta le besó el cabello y le masajeó la espalda. No quería seguir pensando.

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Grey se movió a su lado con gesto de incomodidad.

—¿Te duele? —le preguntó en un susurro para que los demás no la oyeran.

—No —Grey deslizó la mirada entre ella y el bebé—. Estoy perfectamente.

—¿Cuánto tiempo vas a tener a Sophia contigo, Grey? —preguntó Bella conmirada inquisitiva.

—Estamos todos muy contentos con el nuevo camino que Soph ha tomado, y teagradecemos que le hayas dejado hacernos esta visita —añadió Chrissy—, Nos alegrasaber que está contenta con su nuevo trabajo.

Soph creía que se había librado del interrogatorio, pero debía haber sabido quesus hermanas no se dejarían engañar con tanta facilidad; como sabía que aquellaspreguntas no eran tan inocentes como aparentaban. Y no tenía sentido que se lasdirigieran a Grey.

—Estoy encantada —dijo, poniéndose en pie con la niña adormecida en susbrazos—. De hecho, es hora de que nos vayamos, ¿verdad, Grey? Llevamos comidaen el maletero y tenemos que meterla en el frigorífico —explicó a sus hermanas.

Grey se puso en pie con una expresión inescrutable, pero Soph supo que habíaentendido el velado mensaje de sus hermanas, advirtiéndole de que se portara biencon ella.

Soph entregó Anastasia a Chrissy y levantó a Alfie del suelo.

—He prometido a Grey cocinar una lasaña vegetal para la cena y me llevarácasi toda la tarde prepararla.

—Estoy deseando probarla. Si es tan especial como todo lo que cocinas, seráinolvidable —Grey volvió a posar la mano en su cintura mientras iban hacia lapuerta. Continuó en tono sorprendido—. Es curioso, a menudo pido comida en elrestaurante al que llamamos anoche, y ésta es la primera vez que todo me haparecido insípido.

Con ese comentario invocó todo lo que había sucedido la noche anterior y Sophtambién lo recordó. Ambos guardaron silencio. El mismo que se había hecho entrelos demás a la primera mención de las habilidades culinarias de Soph.

—No te olvides de llamar —dijo Bella, finalmente.

—Claro. Dame un abrazo —Soph se acercó a ella.

Bella la estrechó con fuerza y le susurró:

—Ya sé que eres toda una adulta, pero si necesitas cualquier cosa o si algo tepreocupa… No sé, si…

—Ya lo sé. Yo también te quiero. De verdad que es un buen jefe, Bella —tranquilizó a su hermana—. Sabes que haría cualquier cosa por Chrissy y por ti —añadió, sin saber muy bien por qué.

—Nosotras estamos perfectamente —Bella se separó de ella y escudriñó surostro, pero Chrissy estaba esperando su turno, y le cambió el sitio.

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Soph se despidió de su otra hermana con una peculiar emoción y acontinuación de sus cuñados y de Henry.

Grey esperó pacientemente en silencio hasta que, ya fuera, Soph sintió que sealiviaba la presión que sentía en el pecho.

—A veces mis hermanas… se preocupan demasiado de mí —explicó Sophiacuando ya salían de la ciudad—. Espero que no te hayan molestado. Bella ha llegadoa interrogar a Joe cuando venía a buscarme para salir.

Grey clavó la mirada en ella.

—¿Quién es Joe?

—El mecánico que vive y trabaja cerca de mi casa —el encantador Joe, quiencon un poco de suerte por fin había encontrado alguien para compartir su vida—. Hasido un buen amigo de las tres durante estos años.

—Me encantaría conocerlo —Grey pareció desconcertado por sus propiaspalabras. Tras una pausa, añadió—: Quizá soy yo quien debería preocupar a tushermanas.

—No sé por qué —aunque habían pasado muchas cosas, ninguna representabaun cambio real en su relación—. Ninguno de los dos queremos compromisos —llevaba dándole vueltas a la idea de tener un affaire, pero algo le decía que resultaríademasiado peligroso. Al menos para ella.

Sus sentimientos, aunque no llegaban a ser profundos, se habían transformado,y había crecido en ella una ternura hacia él de la que debía protegerse.

—Sólo tenemos que limitarnos a impedir volver a perder el control —dijo condeterminación. Y con una amplia sonrisa, añadió—: Estoy deseando hacer la lasaña.En el supermercado había una verdura estupenda, ¿no crees?

Tomaron la carretera local y Soph se entretuvo en un detallado análisis de laszanahorias, el brócoli y la coliflor.

Y Grey le dejó. Quizá también a él le tranquilizaba charlar sobre un tema taninusitado.

—He llamado a Coates y a McCarty mientras cocinabas —dijo Grey,apoyándose en el codo en la manta del picnic.

Estaban en un prado de alta hierba y flores silvestres que la luz del atardeceriluminaba. Aunque no estaban lejos de la casa, Soph había insistido en llevarlo encoche para no arriesgarse a que se tropezara en el irregular suelo.

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Para Sophia, aquélla era una de las mejores maneras de relajarse, y Grey, encontra de lo que había creído originalmente, estaba disfrutándolo. Eso no significabaque no sintiera tensión, pero de un tipo muy distinto al que le causaba el trabajo.

Arrancó una brizna de hierba y la enroscó en el dedo.

—Parece que todo va bien, incluso Beacon's Cove. No voy a necesitar volver ahablar con ellos hasta que el médico me deje volver a Melbourne.

Para eso faltaban al menos tres días. Y lo mejor sería que no se produjeraningún aplazamiento. Miró al cielo aunque habría querido mirar a Soph.

—Hasta entonces, tendremos que buscar maneras de pasar el tiempoapaciblemente. Verás cómo no te aburres —Soph se inclinó hacia delante y Grey sedio permiso para mirarla de soslayo y satisfacer un deseo que se había prohibido—.Ahora que te he ganado a los crucigramas, tienes que saber que tengo planes paramañana —añadió ella con ojos chispeantes.

Grey se incorporó, intrigado.

—Primero: no me has ganado a los crucigramas; te has limitado a ayudarme acompletar uno —Soph imitó una de sus despectivas exclamaciones y Grey quisobesarla—. ¿Qué planes has hecho, Sophia?

Vio cómo el precioso rostro de Sophia enrojecía, no de vergüenza, sino por lallamarada que prendía cada vez que se miraban. Ella desvió la mirada hacia la mantamulticolor y masculló:

—¿No prefieres que sea una sorpresa? Me diste libertad total para organizar tutiempo.

—No recuerdo haber dicho nada parecido —dijo Grey. Y tenía razón, porque noera cierto—. De hecho, lo que dije fue que buscaría entretenimiento en Internet. Ytambién recuerdo haberme ofrecido a ayudarte en la cocina y a hacer un inventariode la casa para redecorarla.

—La casa está perfectamente como está —Soph le lanzó una mirada llameante,tal y como había hecho cuando Grey había mencionado ese tema con anterioridad—.Es acogedora y refleja perfectamente tu personalidad.

El comentario borró la sonrisa de los labios de Grey y lo dejó sin habla. Sophiatenía la capacidad de decir cosas que lo desconcertaban, y no estaba acostumbrado anada parecido.

Como en tantas otras ocasiones, se preguntó qué quería de ella.

La respuesta era complicada y sencilla a un tiempo: nada de lo que deseaba,nada que tuviera derecho a pedir; nada que pudiera durar más allá de los días queiban a pasar juntos. Y eso no era bastante.

«Para Sophia» concluyó. Pero otra voz interior añadió: «¿Y por qué has queridojugar a casitas con ella cuando no lo habías hecho antes con ninguna otra mujer?».

Porque no había sido más que una de las ideas que se le habían ocurrido parapasar el tiempo.

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Soph hizo un gesto con la mano.

—En cualquier caso, lo de mañana será una sorpresa. Así estarás expectante.

—¿Tú crees? —preguntó Grey. Y se inclinó lo bastante hacia adelante comopara poder aspirar su aroma.

Mirándola fijamente, alzó la mano y la posó sobre el hombro de Sophia, que setensó bajo la blusa de gasa naranja.

Sin poder desviar la mirada de él, ella jugueteó con el collar de flores silvestresque llevaba al cuello. Grey siguió el movimiento de su mano y, consciente de querompía las ataduras del control, susurró:

—Me estás volviendo loco.

Ella levantó el rostro hacia él y le asió el hombro.

—Y… tú a mí.

—Esto no significa nada —le advirtió él—, y no tendrá consecuencias.

Ella lo miró con gesto digno.

—Nadie te ha pedido nada —dijo.

—Pero quería avisarte —dijo él. Aunque sabía que se lo decía a sí mismo.

Ya nada podía detenerlo. Acortando la distancia que los separaba, se apoderóde los labios de Sophia para demostrarse a sí mismo que no podían proporcionarlenada que no hubiera sentido ya con anterioridad.

Pero el sabor de su boca puso en evidencia lo equivocado que estaba, cuandoestalló en su interior y despertó cada terminación nerviosa de su cuerpo, cada…sentimiento.

Sophia se separó de él con expresión de alarma, los labios hinchados yprovocadores.

Grey necesitó una fracción de segundo para reaccionar. No comprendía qué lepasaba, por qué se desbocaban unas emociones que siempre había mantenido bajollave, por qué parecían dominarlo hasta hacerle perder el rumbo.

Pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, reconoció el ruido que habíahecho reaccionar a Sophia. Se acercaba un coche, o más de un coche.

Giró la cabeza a tiempo de ver tres coches detenerse delante de la casa, y ungemido de rabia escapó de su garganta.

—¿Qué sucede? —Soph siguió su mirada y, como él, vio la flota dedescapotables de colores llamativos parada delante de la puerta.

Azul metálico, rojo pasión, verde pistacho. Tres mujeres, vestidas con losmismos colores, bajaron de cada uno de ellos.

Actuando todas a una, llamaron a la puerta. Al ver que nadie abría,desmontaron la mosquitera de una de las ventanas, y, volviendo a la puerta,entraron.

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—¿Nos están robando? —preguntó Soph. Pero por la expresión de su rostro,Grey supo que había adivinado la identidad de las ladronas—. ¿Son tus madrastras?¿Cómo han entrado?

—Una vez les explique que, si se empeñaban en dejar una llave fuera de suscasas, era mejor ocultarla bajo una mosquitera que debajo del felpudo. Habrándecidido esperar dentro a que volvamos —dijo Grey, que sólo quería olvidarlas yseguir besando a Soph por más que ello sólo condujera a aumentar su frustración ysu deseo, y a querer olvidarse de las consecuencias o de cualquier sentimiento deculpa.

—¿Quieres que nos vayamos y evitarlas? Cuando me contrataste dijiste quedebía librarte de intrusos —preguntó ella con aire protector.

Grey sonrió. Sophia era encantadora, dulce y sensual, y le encantaba quequisiera cuidar de él, aunque con ello sólo despertara en él un deseo recíproco.

Soph se mordió su irresistible labio inferior.

—Si te estresan… —empezó a decir.

—No te preocupes —le interrumpió él.

Quizá le habían salvado de cometer una enorme estupidez. Dando un suspirose puso en pie y tomó la mano de Sophia para ayudarla. Luego la soltó.

—¿Vamos a su encuentro?

—Los dos —dijo ella como una orden más que como una pregunta.

Grey sonrió.

—Por supuesto. Juntos.

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Capítulo 9—Leanna, Sharon, Dawn. ¡Qué sorpresa! —saludó Grey con voz grave. Soph

observó los rostros de las mujeres en los que había una mezcla de sorpresa yculpabilidad. Las tres dieron un paso hacia Grey, pero se frenaron en seco.

—¿Estás bien?

—¿Te recuperas de tus lesiones?

—¿Te sienta bien el aire puro y el aislamiento?

Soph se ablandó un poco al ver sus caras de preocupación, que setransformaron en cuanto las tres empezaron a airear las mismas preocupaciones queya habían comunicado por teléfono: viajes, préstamos, pagos retrasados.

—Las lesiones están mejorando, gracias —fue todo lo que dijo Grey cuandohicieron una pausa.

Señaló el sofá y las butacas para que tomaran asiento.

—Pensaba reuniros cuando volviera a Melbourne, pero ya que estáis aquí…

Se sentaron y, tras explicar sus problemas en más detalle, lo miraronexpectantes, como si asumieran que todos ellos serían solucionados al instante.

—Ésta es Sophia Gable, mi ayudante durante el periodo de recuperación —dijoél, señalando a Sophia, que estaba sentada junto a él en el sofá—. Sophia, éstas sonSharon, Dawn y Leanna, las ex mujeres de mi padre.

Saludaron a Soph con una inclinación de la cabeza.

—¿Te importaría prepararnos uno de tus cafés con cardamomo, Soph? —preguntó Grey al tiempo que le presionaba el muslo con el suyo—. Y tráenos unasgalletas de las que hiciste anoche.

Ella se puso en pie, preocupada por la emoción que le producía que Grey lehubiera llamado Soph por segunda vez desde que se conocían. Y aunque no queríadejarlo solo, se puso en pie diciéndose que, si les oía discutir, volvería a defenderlo.

—No tardaré, pero si me necesitas…

—No me tientes —masculló él.

Y Soph se fue precipitadamente, como un conejillo asustado, mientras serecriminaba por dejar que Grey le afectara de aquella manera. Debía recuperar elcontrol.

Tras seguirla con la mirada, Grey se volvió hacia sus madrastras. Había llegadoel momento de poner las cosas en orden.

—Os he sacado de problemas a las tres en numerosas ocasiones —empezó—,pero tenéis que comprender que no me corresponde a mí pagar vuestras deudas yque los bienes de la empresa, como el avión o el yate, no son para uso privado. El

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trabajo es el trabajo, y el ocio, el ocio. Así que vais a tener que aprender a vivir devuestras asignaciones.

—Tienes razón.

—Lo sé, cariño. Prometo intentarlo.

—Es lo más justo. No sé en qué estaría pensando cuando te pedí el avión.

Siempre actuaban igual de razonablemente… hasta la siguiente crisis. Y Greysiempre daba su brazo a torcer.

—¿Qué os parece si le pido a mi abogado que haga un ingreso adicional envuestras cuentas? Además, organizaré una cita con un consultor financiero. Quizá asípodamos evitar que esta situación se repita una y otra vez.

Ellas lo miraron con cara de desilusión.

—Es lógico que no quieras tener que ocuparte tú personalmente…

—Yo no necesito un consultor…

—A mí me gusta consultarte a ti.

Soph llegó en aquel momento con el café y las galletas y Grey sacudió la cabeza,desconcertado, sin saber si su confusión era sólo producto del efecto que su deseableayudante tenía en él.

Sus madrastras, extrañamente abatidas, mordisquearon las galletas con desganay dejaron el café a un lado.

—Será mejor que nos marchemos —Leanna se puso en pie. La luz que habíailuminado su rostro al saludar a Grey originalmente, había desaparecido.

Dawn la imitó.

—Ya te hemos molestado bastante.

Sharon la siguió.

—Gracias por recibirnos.

—Os acompaño a la puerta —ofreció Soph.

Grey las siguió con una creciente tensión. Tenía la sensación de haber sidodescortés.

—Necesito descansar —dijo con una sinceridad poco característica en él—. Elmédico me ha diagnosticado un grado de estrés elevado y sólo si me quedo aquípodré reducirlo.

Leanna se volvió hacia él.

—Tu padre no se cuidaba. Yo siempre insistía, pero…

Dawn frunció el ceño.

—Y tu madre murió de un ataque al corazón…

—Necesitas que te dejemos en paz —dijo Sharon, como si hablara por todasellas. Y con gesto solemne, añadió—: Comprendemos perfectamente. No volveremos

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a molestarte durante tu recuperación, Grey, te lo aseguro. Entre tanto, cuídate porfavor.

—Sí, claro —balbuceó Grey, desconcertado por la sincera preocupación quedemostraban por él, así como por el hecho de que, una a una, lo besaran.

Finalmente, Leanna le palmeó la espalda como solía hacer cuando era pequeñoy echaba de menos a su madre, un gesto que Grey sólo recordó en aquel instante.

—Creo que voy a echarme una siesta —dijo a Soph cuando se marcharon.Estaba tan confuso que necesitaba estar a solas, reflexionar sobre lo que habíaocurrido.

—Pensaba que querrías hablar de tus madrastras. Parecían genuinamentepreocupadas.

—Sí… No… Quiero decir que tienes razón, pero que preferiría no hablar de elloahora mismo.

—Vete a la cama —dijo Sophia, sonriendo con dulzura—. Te encontrarás mejoren cuanto descanses.

Habló como si su vida estuviera en completo orden, como si nada la hubieraperturbado a pesar de lo que había estado a punto de suceder antes de que losinterrumpieran.

«Cuando te interrumpieron a punto de hacerle el amor», pensó Grey. Y subiólas escaleras con tanta energía que el dolor le llegó a la cadera.

Aunque lo dudaba, quizá meter la cabeza en agua fría le aclararía la mente.

Llevaba las uñas pintadas de verde y un largo fular del mismo color al cuello,como una estrella de cine de los años cincuenta. Pero Soph no era una estrella yestaba preocupada. Se había coloreado algunos mechones del cabello a juego con lasuñas y el pañuelo, pero lo que solía hacerle sentir bien, aquella vez no había surtidoefecto.

Estaban en un parque de flores silvestres, a unos cuarenta minutos de la casa decampo de Grey. Era su segundo día de retiro absoluto, y Soph confiaba en que eltratamiento estuviera funcionando y sus niveles de estrés se redujeran a pesar delambiente tenso que había entre ellos desde el incidente en el prado y la visita de lasmadrastras de Grey.

Pero eso era el pasado. Aquel día, Soph había conducido por una carretera demontaña al borde de una escarpada pendiente con unas vistas espectaculares.

Al llegar al parque, Grey, que no había abierto la boca ni hecho ningúncomentario sobre el paisaje ni sobre su nuevo aspecto, se limitó a pagar la visitaguiada.

Soph tuvo que morderse la lengua para no gritar de frustración.

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—No pensarás que voy a montarme en eso —fue el primer comentario de Greyal ver el vehículo en el que harían el recorrido.

Se trataba de una especie de quart, con sitio para el conductor y dos asientos asu espalda para los pasajeros. El dueño de la propiedad esperaba pacientemente parainiciar la visita.

—Te va a encantar —dijo Soph. Y se puso unas enormes gafas de sol al tiempoque caminaba hacia el vehículo lentamente para asegurarse de que Grey podíaseguirla—. ¿Nunca te has preguntado cómo funciona un sitio como éste? Lo tienes allado de casa y nunca lo has visitado. Luego podemos comprar algunas flores ysecarlas para decorar tu casa. Estoy segura de que, en el fondo, te ha encantado lasorpresa.

Grey se detuvo bruscamente. Frunció el ceño y siguió caminando.

—Claro que estoy encantado. Ha sido una gran idea —concedió finalmente.

Y Soph le perdonó su malhumor al instante.

Grey estrechó la mano del dueño y se subió al vehículo. Soph le imitó con unasonrisa triunfal.

—¿Listos? —se trataba de un hombre joven, moreno. Y lanzó una miradaapreciativa a Soph que irritó a Grey—. Mi hermana trabaja en la tienda. La veránluego.

Soph pensó que en cualquier otra ocasión lo había encontrado atractivo, pero enaquel momento tenía todos sus sentidos puestos en Grey.

—Listos —dijo. Estamos deseando conocer su propiedad.

—La temporada alta es entre abril y Navidades —dijo, arrancando yconduciendo entre los parterres—. Producimos quince tipos distintos de floresautóctonas y las vendemos por todo el país.

En unos minutos, Grey empezó a sentir un verdadero interés y comenzó a hacerpreguntas y escuchar las respuestas atentamente.

Soph suspiró y se acomodó para disfrutar del recorrido.

Al final de la excursión, el propietario entregó a Soph un enorme ramo de floressecas.

—Es un regalo de la casa —explicó—. ¿Quieren pasar a la tienda?

—¿Puedes caminar un rato? —preguntó Soph a Grey.

La sonrisa relajada de éste le indicó que su sorpresa había sido un éxito. Tomóel brazo de Grey y siguieron al dueño al interior de un edificio en el que estaba latienda. Al instante, y a pesar de su aparente calma, Sophia notó que Grey se tensabay terminó soltándolo mientras intentaba convencerse de que podía seguir actuandocomo su ayudante, que no había ningún motivo para que no pudiera cumplir sucontrato con él.

Afortunadamente, habían pasado a otro plano en su relación. Al menos, ella lohabía logrado.

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—Les dejo para que echen una ojeada —se despidió el granjero—. Mi hermanales atenderá enseguida.

Había todo tipo de flores y floreros, además de numerosos objetos de cerámicacon preciosos esmaltes.

—¡Mira, están hechos aquí! —exclamó Soph, volteando un florerocuidadosamente y leyendo la etiqueta.

Grey se acercó y aspiró el aire profundamente.

—Compra algunos para la casa y elige uno para cada una de mis madrastras.Seguro que les gustan —dijo, antes de alejarse para estudiar los objetos de unavitrina.

Pronto volvió a acercarse.

—Puede que a Leanna le guste ése —dijo, señalando un florero—. Tenía uncuadro en el que había uno muy parecido.

Luego le ayudó a elegir los otros dos y Soph se sintió tan feliz que estuvo apunto de dar saltos de alegría. Pero Grey cambió bruscamente de humor y se quejóde que la hermana del dueño tardara tanto.

El Grey cascarrabias entraba en acción y Soph no pudo evitar sonreír aunquecon cierta tristeza.

Eligió unos imanes de nevera para sus hermanas e intentó no pensar en él.

El propietario y su hermana entraron juntos. Soph pagó sus regalos y la mujerhizo la cuenta de Grey mientras Soph salía con el dueño a esperarle fuera.

—Pensaba sugerir que fuéramos a comer a un pub —dijo Soph, aminorando lavelocidad al llegar a la verja de la propiedad. ¿Y si Grey estaba cansado o no queríapasar el resto del día en tan estrecha intimidad? ¿Y si adivinaba cuánto disfrutabaella los ratos que pasaban juntos?

—Me parece muy bien —dijo él—. ¿No se supone que debemos entretenernos?

Soph suspiró. Al menos ella sí necesitaba entretenerse y dejar de pensarconstantemente en Grey o en cómo dominar sus emociones. Miró hacia delante ytomó la dirección del pub.

Con un poco de suerte, un almuerzo en un lugar público sería más fácil desobrellevar que uno a solas, en su casa. Tomó aire una vez más y asió el volante confuerza. Mucho más fácil.

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Capítulo 10Soph charló sin cesar mientras Grey apenas intercalaba algunos monosílabos.

Cuando detuvo el coche delante del pub, vieron un perro tumbado en el felpudo deentrada, tan profundamente dormido que apenas se le veía respirar.

—Espero que sea pacífico —dijo Soph al tiempo que habría la puerta del coche.

—Igual es una escultura —bromeó Grey.

Soph sonrió a su vez, pero desvió la mirada de Grey al instante y miró al cielo,que empezaba a nublarse.

No podía permitírselo, no podía.

«No me estoy enamorando de él. Lo evitaré como sea».

—Tendremos que atrevernos a comprobarlo —dijo Grey, bajando del coche—.A ver si nos distraemos un poco comiendo.

—Eso espero —Soph dudaba que fuera posible, pero no podía perder laesperanza.

En los pasos que los separaban de la puerta, sus manos se rozaron y eso bastópara que sintiera calor, tristeza y preocupación a un tiempo. Llegaron ante el perro y,para sacudirse el torbellino de emociones que sentía, bromeó:

—Igual se ha muerto y los dueños no se han dado cuenta —en ese momento elperro golpeó el felpudo con la cola.

Grey rió:

—Parece que está vivo.

Tuvieron que pasar por encima y el perro ni se inmutó. En el interior, había unpar de mesas ocupadas por hombres, y algunos más en la barra. Todas las miradas sevolvieron y se oyó un silbido ahogado que hizo ruborizarse a Soph.

—¿Hay jardín? —preguntó Grey al camarero que estaba detrás de la barra.

—Hay un comedor privado con vistas a… la parte de atrás —dijo el hombre.

—Muy bien —Grey se volvió hacia Soph—. ¿Qué quieres? —leyó de la pizarraen la que estaba anotado el menú—. ¿Merluza a la romana? ¿Asado del día?¿Menestra?

—Pastel de carne con patatas fritas y… un vaso de limonada.

Grey pidió lo mismo para él y pagó. El camarero les indicó la puerta delcomedor.

Cuando se habían instalado en una de las mesas que encontraron, Sophcomentó:

—No me hubiera importado comer en el otro comedor.

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—Pero a mí no me apetecía compartirte con una veintena de admiradores —masculló Grey.

Ruborizándose de nuevo, Soph miró por la ventana.

—¡Qué gran vista! —bromeó, al ver un jardín descuidado, con un cobertizomedio derruido.

—¡Desde luego! Muy rústico —Grey miró a Sophia y su expresión se suavizó.Luego le tendió un pequeño paquete que sacó del bolsillo—. Esto es para ti. Hepensado que te gustaría.

El corazón de Soph dio un salto de alegría. Abriéndolo, exclamó:

—¡Es precioso! —sostenía sobre la palma un broche de cerámica y tuvo quereprimir el impulso de colgarse del cuello de Grey y darle un fuerte abrazo.

Grey la estaba mirando y sus ojos reflejaban la misma alegría que los de ella.Soph tragó saliva.

—La flor parece de verdad —en el centro, había una waratah roja, con pétaloslanceolados—. Gracias, Grey. ¡Qué considerado!

—Me alegro de que te guste —Grey la observó mientras se lo ponía en lapechera de la blusa. Con voz grave y aterciopelada, susurró—: Sophia…

—Dos pasteles de carne con patatas —anunció el camarero, dejando los platos yla bebida sobre la mesa. Luego se fue silbando.

Grey y Sophia se concentraron en la comida y charlaron sobre temasintrascendentes. El ambiente del local era íntimo y acogedor, y Soph casi susurraba.

Se oyó un teléfono y sacó de su bolso el móvil de Grey. Después de mirar laidentidad de quien llamaba se lo pasó a Grey diciendo:

—Espero que no sea grave.

—Lo mismo digo —al tomar el teléfono, Grey acarició los dedos de Sophia yella, temblorosa, retiró la mano y se la llevó al broche.

—Barlow —dijo él al teléfono.

Se trataba de Peter Coates. Grey le escuchó sin poder apartar la mirada deSophia.

Su expresión fue iluminándose y, tras una breve pero intensa conversación,colgó obviamente satisfecho.

—¿Qué sucede? —preguntó Sopla al tiempo que guardaba el teléfono—.¿Buenas noticias?

Grey mordisqueó su última patata antes de anunciar:

—El proyecto de Beacon's Cove vuelve a estar dentro del plazo y unacooperativa de compradores se ha comprometido a adquirir la mitad de losapartamentos del complejo. Coates y McCarty han hecho un trabajo excelente.

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—¡Cuánto me alegro, Grey! —Soph alargó la mano como para apretar la deGrey, pero acabó dejándola sobre el regazo—. Se ve que tienes un buen equipo.

—Se ve que sí —Grey se quedó taciturno. Que tuviera colaboradores eficientesno significaba que tuviera que cambiar sus hábitos de trabajo.

Otra cosa era que quisiera hacerlo, que ya no quisiera volver a una existenciafrenética y estéril, carente de sentimientos.

Señaló el plato de Sophia.

—¿Has acabado?

—Sí.

Mientras salían del comedor, Grey miró el reloj y descubrió que había pasadobastante más rato de lo que pensaba. En el exterior, las nubes se agolpaban yamenazaba lluvia. El perro había abandonado el felpudo para tumbarse junto a lapared del pub.

—Será mejor que vayamos a casa —Soph fue hacia el coche—, a tu casa, quierodecir.

—Sí, parece que va a llover —Grey subió al coche, pensando cuánto le gustabaoír las palabras «vayamos a casa» en labios de Soph.

Guardó silencio. Todas sus emociones parecían girar en torno a Sophia, y eso leinquietaba.

Cuando volvió a prestar atención al exterior, habían llegado al tramo decarretera más estrecho y peligroso. Un rayo rasgó el horizonte en dos, seguido delretumbar de un trueno. La lluvia estalló sobre ellos.

Soph asió el volante con fuerza.

—Los limpiaparabrisas no consiguen despejar el agua y hace tanto viento quemueve el coche.

—Concéntrate en no perder el carril. Usa como guía la raya continua sin llegar atocarla —dijo Grey. No hizo falta que comentara que, si se salía de la vía, podían caerpor un precipicio.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —dijo ella con cara de concentración extrema.

Grey sintió un creciente orgullo al verla lidiar con cada curva, con cada recodode la carretera, y habría dado cualquier cosa por ser él el conductor y liberarla de unaexperiencia tan traumática.

En dos ocasiones el coche se aproximó peligrosamente al borde, y en las dos,Soph recuperó el control del volante con suavidad, sin sobresaltos, mientrasmantenía los ojos muy abiertos para atravesar la cortina de lluvia que caía sobre elparabrisas.

Cuando lo peor de la carretera se acababa, la tormenta les dio un respiro.

—¿Continúo o quieres que busque un sitio para esperar a que amaine? —preguntó ella sin apartar la mirada del asfalto.

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—Si puedes seguir, es mejor que continuemos. Estamos cerca —tras una brevepausa, Grey añadió—: Sólo si puedes, Soph.

—Tengo que poder —dijo ella con determinación.

Durante los últimos kilómetros el viento volvió a arreciar y llovió con fuerza. Elcoche se zarandeaba y en el exterior había un ruido ensordecedor.

Para cuando paró el motor a la puerta de la casa, Soph estaba pálida y exhausta.

Se volvió hacia Grey. Con voz temblorosa, y gritando por encima de la lluviatorrencial, preguntó:

—¿Puedes quitarte la camisa y usarla para proteger la escayola?

—Sí. De todas formas, no creo que pase nada porque se moje un poco —Greyestaba más preocupado por ella que por la escayola, pero Soph no le dio tiempo adecirlo.

Le ayudó a quitarse la camisa y a atarla alrededor de la pierna.

—Ten cuidado en los escalones. Estarán resbaladizos —dijo él cuando sedisponían a salir. Quiso añadir que había hecho un magnífico trabajo, pero decidióesperar a estar en el interior.

—Después de haber corrido peligro de caer por un precipicio, resbalarme en lasescaleras sería lo de menos —dijo ella. Pero aunque intentó usar un tono ligero, Greypudo intuir la angustia que ocultaba.

Entraron en el vestíbulo empapados. El agua se deslizaba desde sus cabezashasta el suelo.

—Lo has hecho magníficamente —dijo él, mirándola—. Nos has traído a casasanos y salvos —suspiró y le secó una gota de lluvia verde de la cara. Tenía unaspecto tan vulnerable que sintió un nudo en el estómago.

—Estaba aterrorizada —confesó ella. Y, temblando, agachó la cabeza como sisólo entonces fuera plenamente consciente de la responsabilidad que había asumido.

—Ven aquí, pequeña —Grey la atrajo hacia sí y la estrechó contra su caladopecho.

La sensación fue maravillosa y reconfortante después del peligro que habíanpasado. Los dos lo necesitaban, y Grey se permitió disfrutar del momento,respirando el aroma de Soph y besándole la cabeza sin importarle que los labios se letiñeran de verde.

Cuando ella le rodeó la cintura con los brazos, él le pasó los suyos por loshombros y la estrechó aún más contra sí. Sintió entonces cada curva de ella, sus senoscontra su pecho, la suave redondez de su vientre contra su pelvis. Iba a besarla, peroella bajó los brazos y retrocedió.

—Tengo que ir a por Alfie y cambiarme de ropa. Tú también debes secarte —deslizó la mirada por el torso de Grey antes de volverla a su rostro—. Hace frío.Ponte algo abrigado.

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Salió precipitadamente hacia la parte trasera de la casa y escapó antes de queGrey pudiera decir algo.

Él encendió la calefacción en el salón y luego subió las escaleras. Todavía sentíala ausencia de Sophia entre los brazos.

Al contrario de lo que le había sucedido a él, Sophia parecía haber salidofortalecida de la traumática experiencia. Lo bastante como para resistirse a una nuevaaproximación.

Quizá con un abrazo le había bastado. Quizá ni siquiera le habría importadoquién se lo diera.

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Capítulo 11La lluvia continuó azotando las ventanas el resto del día. Soph hizo todo lo que

pudo por mostrarse animada y optimista, y por ocultar las emociones que Greydespertaba en ella.

Una vez cambiados y secos, y tras tomar varias tazas de café con cardamomo,llevó a Alfie al salón y fue a preparar la cena a la cocina con sus CDs favoritos… y laturbadora compañía de Grey, que insistió en ayudarla.

Soph ya no tenía el pelo verde. Como la lluvia había arrastrado parte del tinte,acabó de quitárselo en la ducha y, puesto que no tenía el menor interés en estarguapa para Grey, no se molestó en peinarse. Era una mera casualidad que llevara susvaqueros y su jersey favoritos.

Cenaron con rock y luego, en el salón, escucharon reggae y jazz. Cuando lamúsica se puso demasiado romántica para el gusto de Soph, la cambió por la bandasonora de una película infantil.

No cesaba de llover.

—Espero que esta lluvia no cause problemas —comentó Grey tras unprolongado silencio—. Los arroyos ya bajan con mucho caudal por el deshielo —sepuso en pie y fue hacia la ventana.

—Tendremos que esperar a ver qué pasa —el corazón de Soph se acompasó a larápida lluvia. Grey le daba la espalda y podía observar sus anchos hombros, grabaren su memoria cada milímetro de su cuerpo.

Los pantalones que llevaba le quedaban a la perfección, ajustándose lo bastantea su trasero y a sus muslos como para permitir apreciar su deportiva figura. Suestrecha cintura se ensanchaba hacia los hombros en una inmaculada camisa blanca.

No podía seguir negándolo. Deseaba tanto hacer el amor con él que no podíaquitarse la idea de la cabeza.

—Si se produjera una inundación, nos quedaríamos atrapados —dijo Grey.

Dio media vuelta y, al encontrarse sus miradas, Soph vio en sus ojos unareprimida pasión que la hizo estremecer.

La mandíbula, el cuello, todo el cuerpo de Grey se tensó.

—A la cama… quiero decir, voy a retirarme —balbuceó Soph, levantando aAlfie del sofá—. Primero voy a llevar a Alfie a tomar un poco de aire.

—Yo voy a escuchar un poco más de música. Tengo que reconocer que tuselección me intriga —dijo él en un tono aparentemente neutro que hizo dudar aSoph de la sinceridad de sus palabras. Quizá, como ella, necesitaba mantener lasdistancias.

«Si es así, demuestra mucha más inteligencia que tú en este momento».

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—Entonces, hasta mañana —salió por la puerta trasera y dejó que la lluvia lerefrescara el rostro, rezando para que también le refrescara la mente.

—Me temo que tenemos un problema —dijo Sophia desde la puerta en tonoconsternado.

Grey se volvió con sorpresa. Acababa de oírla subir y estaba haciendo unesfuerzo sobrehumano para no imaginarla mientras se desnudaba ni pensar en lascurvas que tanto deseaba explorar.

—¿Qué sucede?

—Nos hemos quedado sin luz en el piso de arriba —explicó al tiempo quedejaba a Alfie en el sofá.

—La casa tiene varios circuitos. Voy fuera a darle al diferencial.

—No creo que sea tan sencillo —dijo Soph con una tensa risita—. Parece que haentrado agua por el tejado… mucha. ¿Tienes una linterna?

Grey fue hacia ella.

—Sí. Está en la cocina. Espero que la pila no esté gastada.

Exploraron el piso superior con la linterna. Las goteras habían empapado lacama y la moqueta de Sophia. Lo mismo había sucedido en el tercer dormitorio, eldescansillo y el cuarto de baño. La única habitación que no había sido afectada era eldormitorio de Grey.

—El agua debe de haberse deslizado por las vigas hasta encontrar un lugar porel que entrar.

—Si no me hubiera empeñado en oír música toda la tarde, habríamos oído algo—dijo Soph desde el descansillo.

Grey se giró y la iluminó con la linterna. Parecía mortificada por laculpabilidad.

—No habríamos oído nada, Soph, no tienes ninguna responsabilidad en lo queha pasado. No hay más que reparar los daños. De hecho, debía haber hecho querevisaran el tejado hace tiempo. El electricista mencionó que debía reemplazar partede la instalación.

—Pero no podías saber que iba a haber una tormenta como ésta —salió Soph ensu defensa.

—Precisamente, y tú tampoco —no comprendía por qué Soph tendía a culparsede todo—. La cuestión ahora es qué vamos a hacer —tenía pocas opciones—. Nopodemos hacer nada con las goteras, las camas están empapadas y el sofá del salónes demasiado corto.

Soph suspiró con gesto exasperado.

—Yo quepo en el sofá.

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—Te cedo mi cama. Yo dormiré en el suelo.

Dijeron al unísono.

Soph frunció el ceño.

—Dormir en el suelo perjudicaría tus lesiones.

—Y el sofá es demasiado incómodo para cualquiera de los dos —dijo Grey.Soph tenía razón—. Y no te ofrezcas a dormir tú en el suelo porque no piensoconsentirlo.

—Si no podemos dormir ni en el suelo ni en el sofá, sólo queda una posibilidad:que compartamos tu cama —musitó ella. Y tardó una fracción de segundo enasimilar lo que acababa de decir. Miró a Grey con expresión desconcertada y él sintióque se le aceleraba el corazón al ver la inquietud reflejada en su mirada—. Si es queno te importa.

—Es lo bastante grande como para los dos —¿si no le importaba dejarle dormirjunto a él? Tan cerca que podría tocarla, pero sin tocarla. La deseaba tanto que ledolían los huesos, pero era la única alternativa y Soph parecía dispuesta a aceptarla.Indicando la cama y para tranquilizar a Soph, añadió—: Necesitamos descansar.Mañana veremos qué podemos hacer.

—Tienes razón, debemos dormir —Soph se mordió el labio.

—¿Por qué no bajas y apagas la música y la calefacción? Entretanto mecambiaré y podremos acostarnos —Grey le dedicó una sonrisa tranquilizadora—. ¿Teparece bien?

—Su… supongo que sí —balbuceó ella, irritándose consigo misma por sonarcomo una virgen de otra era, temerosa de lo que pudiera suceder.

Después de todo, era una virgen contemporánea, y podía tomar sus propiasdecisiones; y lo peor era que deseaba demasiado lo que podía suceder para su propiobien.

—Volveré en diez minutos —al ver que Grey asentía, bajó, tomó algunascazuelas y trató de contener las goteras. Luego se atareó con otras cosas confiando enque Grey se quedara dormido.

Iban a dormir juntos. Y solos.

Todavía se entretuvo un poco más ocupándose de Alfie, que no parecía enabsoluto afectado por el ambiente húmedo.

Cuando no supo qué más inventarse, recogió el pijama y el cepillo de dientes desu dormitorio y fue al de Grey.

Y allí estaba él. En la cama. Desnudo… al menos de cintura para arriba.

Bajo la tenue luz de una vela, Grey clavó en ella una mirada sensual.

—Has traído la vela que dejé en tu cuarto de baño —balbuceó ella—. ¡Québuena idea! Así no dependeremos sólo de la interna. Me cambiaré en seguida —añadió, apretando el pijama contra su pecho de camino al cuarto de baño—. No meesperes despierto. Debes de estar agotado.

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Cerró la puerta a su espalda, se apoyó en ella y cerró los ojos mientras intentabaretomar fuerzas y convencerse de que podía hacerlo, de que Grey y ella podíancompartir cama sin que sucediera nada.

Se cambió y aseó, y cuando ya no había excusas para prolongar su reclusión enel baño, fue hasta la cama, apagó la linterna, la dejó en el suelo y se metió entre lassábanas sigilosamente, sin ni siquiera mirar a Grey. Éste cambió de postura.Evidentemente, no estaba dormido.

Soph recordó que no habían hecho los ejercicios de rehabilitación del tobillo.

—¿Estás incómodo?

—Sí —dijo él en un tono que hizo sentir a Soph una oleada de calor—. Y eltobillo también me molesta. Duérmete, Sophia.

—Grey… —empezó ella, aunque sin saber qué quería decir—. Buenas noches.

—Buenas noches —dijo él, y se giró de espaldas a ella.

Sophia podía olerlo a pesar del perfume que desprendía la vela. Necesitabaolvidar que lo tenía al lado e imitar el autocontrol que él demostraba tener. Cambióde postura, hundió la cabeza en la almohada, apretó los ojos. Intentó convencerse deque en cualquier momento se dormiría y no despertaría hasta el día siguiente. Ydescubriría que no se había humillado pegándose a él o acurrucándose a su costadotal y como anhelaba hacer.

Cambió una vez más de postura buscando reposo mental y físico. Finalmente,cayó en un sueño agitado.

Grey deseaba tanto a Sophia que le dolía todo el cuerpo.

Había sentido cómo se revolvía y agitaba hasta que por fin se había quedadodormida. Sólo entonces pudo él respirar y relajarse parcialmente. Acercando sualmohada a la de ella, se había acercado y había apoyado su cabeza lo más cercaposible del cabello de Sophia. Aunque era como estar entre el cielo y el infierno, elaroma relajante de la vela, y el agotamiento tanto físico como mental, contribuyerona que finalmente lograra relajarse.

Sus sentimientos hacia Sophia eran cada vez más profundos. No era sólo unacuestión de atracción sexual. Quería conocerla, profundizar en su alma, y era laprimera vez en su vida que sentía algo así.

Pero no podía permitírselo.

En ese momento, Sophia susurró algo en sueños y, girándose sobre el costado,pegó la nariz al cuello de Grey y comenzó a roncar suavemente.

Una oleada de ternura y emoción invadió a Grey hasta casi ahogarlo. En supecho se instaló una presión que no tenía nada que ver con el dolor, y todo, conSophia. Como si se moviera por voluntad propia, su cuerpo se adaptó al de ella y suboca quedó a unos milímetros de la de ella, tan cerca que su cálido aliento le

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acariciaba los labios. Por la mañana, se separaría de ella; Sophia no tenía por quéenterarse de la irresistible tentación que había sido tenerla a su lado.

—¡Ay! —el grito de dolor de Grey sacó de golpe a Soph de un reconfortante yplacentero sueño. Aunque se movió deprisa, le dio tiempo a notar que Grey seseparaba precipitadamente de ella y a darse cuenta de que habían dormido uno enbrazos del otro.

Grey se sentó y se asió la pantorrilla.

—Tienes un calambre —Soph retiró las sábanas y se arrodilló—. Deja que teayude —añadió, al tiempo que se la masajeaba.

Grey se reclinó sobre los codos y apretó los dientes. Poco a poco, a medida quele deshacía los nudos que le agarrotaban la pierna, Soph fue consciente del aspectodesalisado que ofrecía, del frescor de la habitación y del dulce aroma de la vela,mezclado con el olor a sábanas y cuerpos calientes.

Detuvo las manos súbitamente. Grey se incorporó y sus miradas seencontraron. Había dejado de llover. Sólo se escuchaba el sonido de sus respiracionesen la quietud de la noche. Soph pudo ver deseo, confusión, necesidad y curiosidad enlos ojos de Grey. Éste le rodeó la muñeca con los dedos. Ninguna otra parte de sucuerpo se tocaba, y aun así, un fuego que acabó con todas sus incertidumbresprendió en el interior de Soph. ¿Por qué no hacer el amor con él? ¿Por qué noaprovechar el instante como tanta gente hacía?

—Quiero lo que veo en tu mirada, Grey. Quiero que lo hagas realidad estanoche —susurró.

Grey se quedó paralizado una fracción de segundo. Luego, en un tono casiamenazador, dijo:

—¿Sabes lo que estás diciendo?

—Sí —replicó ella sin amedrentarse.

—¡Dios mío, no puedo resistirme! —exclamó él. Y tirando de ella, la estrechócon fuerza contra sí y la besó hasta dejarla sin aliento.

Luego comenzó de nuevo, lentamente, a la vez que exploraba cada milímetrode su piel y le besaba el rostro, el cuello los párpados; apoyándose en el codo paraelevarse sobre ella, la miró fijamente con adoración, le acarició la cara, trazó la líneade su hombro, bajó hasta uno de sus senos, luego al otro. Continuó hacia el hueco desu cintura y siguió la curva de su vientre hacia el ombligo. Sus ojos no dejaban los deella, y le decían lo atractiva y deseable que la encontraba.

—Quiero sentir tu piel, Sophia —susurró. Ella se estremeció y en cuestión desegundos él le había quitado la camiseta. Cada beso, cada caricia aceleraban sucorazón un poco más.

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Sophia le imitó; pronto los dos estaban completamente desnudos, y Grey sepreparaba.

Sophia no sabía cómo podría colocarse cobre ella con la escayola y el dolor deltobillo, y no pudo ocultar su preocupación:

—¿Cómo…?

—No te preocupes de eso —Grey se puso completamente paralelo a ella, seacomodó a la altura necesaria y, cuando la penetró, la barrera interior de Soph cediópara dejarle entrar.

—Soph —gimió él. Y se quedó paralizado—. ¡Dios mío, Sophia! —la besó conlabios temblorosos.

—No me duele —mintió. Sabía que pronto se pasaría—. Por favor, no pares —lo asió con fuerza antes de susurrar—: Hazme el amor, Grey. Ámame tanto comopuedas.

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Capítulo 12Grey sentía el corazón retumbarle en el pecho. Embargado por la emoción,

estrechó a Soph contra sí y le acarició la espalda mientras se preguntaba cómo podíahaber tenido la fortuna de recibir semejante regalo.

—No puedo… —«expresar lo que siento», quería pero no podía decir.

Tendría que demostrarlo. Inclinó la cabeza y besó a Sophia con ternura. Ellasonrió y se ajustó a él. En aquel momento, Grey, tal y como ella le acababa desuplicar, la amaba tanto como le era posible. Sus miradas se encontraron y pensó quepodría seguir así el resto de su vida, con los brazos de Sophia alrededor de su cuello,cada milímetro de su piel pegado al suyo.

Los gemidos de Sophia le llevaron al límite en varías ocasiones, pero aguantóhasta que ella se arqueó y de su garganta escapó un prolongado gemido mezcladocon su nombre. Entonces Grey se dejó ir y sintió emociones que nunca habíaexperimentado y que ni siquiera llegaba a comprender, pero cuya intensidad erainnegable y estaba vinculada a Sophia.

Dando un profundo suspiro, Sophia le rodeó la cintura con los brazos y seacurrucó en su pecho.

Grey le acarició el cabello mientras se decía que la deseaba más que nunca.

—Eres preciosa —susurró. Soph había roto sus barreras con su generosidad ysu inocencia, y le había hecho abrirse a los sentimientos—. ¡Ojalá no te hubiera hechodaño!

«Ojalá no te lo haga nunca».

—Apenas lo he notado —los ojos de Sophia se entornaron y las palabrassonaron confusas—. Creo que me estoy quedando dormida. Siempre he pensado quesería tan cálido como una botella de agua caliente —farfulló.

Grey tuvo que contener la risa ante un comentario tan inesperado. Apenasterminó de pronunciar la última palabra, Soph se quedó dormida.

—Quiero abrazarte mientras duermes —susurró él. Y dando un suspiró, apoyóla cabeza de Soph en su pecho y cobijó su cuerpo junto al de él.

En lugar de sentirse saciado después de hacer el amor con Soph, quería algomás de ella. No sabía qué, ni cómo conseguirlo. Ni siquiera si podría conseguirlo.Sólo sabía que la deseaba en sus brazos y que quería adorar su cuerpo una y otravez… ¿Hasta cuándo?

Hasta que se separaran porque Soph dejara de trabajar para él. Ésa era larespuesta lógica. Apretó los labios y acabó por dormirse mientras se repetía que no ladejaría marchar.

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Cuando la vela se extinguió, en la total oscuridad, Grey despertó a Soph y lehizo el amor otra vez hasta que los dos colapsaron al mismo tiempo, estremecidos yexhaustos.

Grey se quedó dormido acariciando el cabello de Soph. Ella tardó. Aquellanoche había hecho algo que ya no tenía marcha atrás y de lo que no se arrepentía.Sentía que había hecho lo correcto al entregarse a Grey porque con su cuerpo le habíaentregado parte de su corazón.

A partir de ese momento tendría que encontrar una manera de seguir adelanteporque, al margen de sus sentimientos y deseos, la realidad era que Grey no queríaningún tipo de compromiso.

Sintiendo un súbito escalofrío, Soph se puso el pijama y se cubrió con la manta.

—No hace falta que digas nada —Soph miró de soslayo a Grey al tiempo que leponía una bandeja en las rodillas con el desayuno.

Mientras él dormía y ella preparaba el desayuno para llevárselo a la cama, Sophhabía decidido lo que tenía que decir y cómo lo diría, pero en ese momento lefallaban las palabras.

Habían compartido tantas cosas la noche anterior que no había sabido medircuan profundamente iba a sentirse afectada. Y aunque no podía analizar lo quesignificaba, tenía la certeza de que, si esa intimidad se repetía, estaría arriesgandodemasiado. Ella estaba allí para hacer un trabajo. Cuando concluyera, acudiría alsiguiente puesto que le asignara su agencia. Tenía que alcanzar cierto grado dedistancia emocional. Todo lo contrario de lo que había pasado la noche anterior.

—Estoy segura de que coincides conmigo —dijo, aunque no tenía ni idea de loque Grey pensaba.

Estaban sentados en la cama. Grey tomaba café y mantenía una expresióninescrutable en la que refulgían sus brillantes ojos verdes.

—Continuaremos como hasta ahora; no espero nada —hizo una pausa—.Quiero darte las gracias por… lo que pasó. Supongo que… hemos satisfecho nuestracuriosidad…

—Yo creo que pasó mucho más que eso —dijo él con el ceño fruncido y unamirada que la hizo estremecer.

—Sí, claro… Pero no fue más que un impulso —dijo ella, bajando la miradahacia la bandeja del desayuno.

—Yo no estoy tan seguro —dijo Grey, dejando el tenedor bruscamente sobre elplato.

—Por favor, no te ofendas —dijo Sophia con un hilo de voz. Luego, elevando eltono, añadió—: Sólo me he adelantado a decir lo que habrías dicho tú.

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—¿Y eso cómo lo sabes? —Grey parecía querer gritar de rabia, pero Soph nopodía creer que estuviera enfadado.

—Porque sé que no quieres compromisos y porque debemos mantener unarelación profesional. Así que es mejor que la noche pasada no se repita.

—¿Así que quieres acabarlo aquí y ahora? —dijo él, quemándola con la mirada.

—Sí. Pienso que los dos estamos de acuerdo.

Soph empezaba a perder el control. Quizá había sobreestimado su habilidadpara fingir, para actuar como una mujer sofisticada que sabía lo que quería. Tal vezno había sido una buena idea volver al dormitorio, llevar el desayuno a la cama. Concada minuto que pasaba, más deseaba que Grey la contradijera.

—Tienes razón, Sophia —Grey asió la taza con fuerza—. Lo mejor es que estoacabe aquí y ahora.

—Me alegro. Sabía que llegaríamos a un acuerdo —dijo ella, levantándose parahuir de la desesperación que sentía y del impulso de echarse en la cama y sollozar—.Debo sacar a Alfie al jardín y supongo que tú querrás un baño.

Se había dado cuenta demasiado tarde de que nunca se saciaría de Grey, y lafingida calma y sofisticación estaba a punto de abandonarla.

—Yo me ducharé en mi cuarto de baño.

Y con esas palabras salió precipitadamente del dormitorio.

Grey no dejó de maldecirse mientras se arreglaba. La única buena noticia eraque Sophia no hubiera decidido marcharse. No sabía cómo iba a soportar estar conella sin sus pequeñas caricias, sin tocarla, pero él era el único responsable deencontrarse en aquella situación. Debía haber ejercido más control sobre sí mismo.Evitar lo que había pasado la noche anterior.

«¿Y perder la oportunidad de poseerla, de tenerla en tus brazos?».

No. No se lo hubiera perdido por nada del mundo.

Pero en el fondo, Sophia tenía razón. Era mejor acabar con aquello antes de quecualquiera de los dos albergara expectativas inalcanzables.

Mientras hablaba con la autoridad local para informarse del las consecuencia dela tormenta, que resultaron ser muy serias, Grey oyó un helicóptero aterrizar en eljardín. Leanna y el piloto bajaron. Su madrastra llevaba botas de agua con un traje dechaqueta y un elegante sombrero. En cualquier otra ocasión, la incongruencia de suaspecto habría hecho reír a Grey; en aquel momento, se limitó a decir al oficial queestaba al otro lado del teléfono:

—Acaba de llegar el Séptimo de Caballería.

Colgó y miró a Sophia, sentada en el ángulo opuesto del salón. Habían pasadoasí la mañana. Manteniendo la distancia física y actuando como si su relación

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profesional no se hubiera visto afectada. Se miraban y evitaban tocarse. Y Greytrataba de ignorar un dolor en el pecho que se le habría aliviado con sólo estrechar aSoph en sus brazos.

—¿La Caballería? —preguntó ella.

La propia Leanna respondió:

—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —llamó, tamborileando los dedos sobre lapuerta.

Grey acudió a abrir. Su madrastra le dio un sentido abrazo.

—¡Estábamos tan preocupadas al enterarnos de las terribles tormentas! —seseparó de él para mirarle a la cara—. Cuando han dicho que la región se habíaquedado aislada, hemos decidido organizar el rescate. Como he dicho que yo pagaríael helicóptero, me han tenido que dejar venir a mí.

—Ya pagaré yo —dijo Grey. No pretendía haber sido tan severo con susmadrastras al pedirles que ajustaran sus gastos.

—No, cariño. Ha sido mi idea —dijo Leanna, animada. Luego miró haciaatrás—. Permíteme que te presente a nuestro piloto. Quiere que nos movamos conceleridad.

El piloto, un hombre de unos cincuenta años de aspecto competente, dijo:

—Lo mejor sería partir en media hora. Preferiría volar antes de que comience allover de nuevo.

—No tardaremos en prepararnos.

En unos minutos, habían recogido su equipaje, cerraban la casa y subían alhelicóptero.

Grey llevaba una bolsa al hombro, otra en la mano y la escayola cubierta convarias bolsas de plástico porque Soph había insistido en protegerla de toda humedady Grey no había querido discutir con ella.

Sólo cuando estuvieron sentados en el interior del helicóptero y miró a Soph,vio la tensión que crispaba su rostro. Llevaba a Alfie en el regazo y los dos parecíandesvalidos y vulnerables.

—Dame a Alfie —dijo él. Y sin esperar respuesta, lo tomó—. Estará seguro bajomi jersey.

—Gracias —Soph parecía a punto de echarse a llorar y Grey sintió que elcorazón se le encogía.

Leanna los observó antes de mirar por la ventanilla.

Soph apretó las manos con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos.Grey le tomó una de ellas y la sujetó con firmeza cuando Soph hizo ademán deretirarla.

—No tardaremos en llegar a Melbourne. Estamos seguros —dijo.

—No tengo miedo —dijo ella alzando la barbilla con gesto decidido.

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Y Grey se preguntó cuántas veces en la vida habría adoptado esa actitud. Miróhacia fuera y vio que sobrevolaban Melbourne. Necesitaba encontrar una manera demantenerla a su lado y al mismo tiempo evitar el tipo de error que había arrastrado asu padre a tantos fracasos emocionales.

No era posible. Por más que lo intentara, acabaría haciéndole daño. Y no podíaconsentirlo.

Pronto estaban aterrizando. Leanna tenía su coche esperándola y habíaalquilado otro para que llevara a Grey a su casa.

—Tranquilo, Grey. Sólo queríamos asegurarnos de que estabas sano y salvo.Ahora debes descansar —dijo Leanna. Y se marchó sin esperar a que le diera lasgracias.

Cuando llegaron a casa, Soph llevó a Alfie al jardín.

—Te has portado muy bien con él —dijo, al volver al salón, mirando a Grey condulzura—. Y conmigo. Era la primera vez que subía a un helicóptero. No sabía si meiba a marear y no quería ser una molestia. Se supone que soy yo quien ha de cuidarde ti.

—Y lo estás haciendo muy bien —sólo que Grey quería más de ella. La idea decompartir la casa con Soph sin poder tocarla le resultaba insoportable, pero no habíaotra solución.

—Voy a preparar una lista y a hacer una compra. Como estamos sin coche,tomaré un taxi —dijo Soph sin mirarlo—. Mientras tanto, tú puedes organizar lasreparaciones precisas en tu casa.

Grey aceptó la sugerencia. Cuando Soph volvió, guardó la compra mientras élacababa de hablar por teléfono.

—Tu casa de campo es maravillosa, pero tengo que reconocer que me encantaestar de vuelta en la ciudad —dijo Soph mientras le ayudaba con los ejercicios derehabilitación, probablemente para distraerse de su proximidad física. Tras unapausa, preguntó—: ¿Qué tal notas el tobillo?

—Mejor —Grey estaba seguro de que el médico lo confirmaría, igual querespecto a sus niveles de estrés. Lo que no sabía era qué efecto tendría en su salud lamarcha de Soph—. No has disfrutado de ningún día libre desde que trabajas para mí.Quiero que veas a tus hermanas, o que vayas de compras.

«Hacer cosas que te hagan feliz, porque, aunque yo no pueda darte la felicidad,todavía no puedo dejarte ir».

—Me encantaría visitarlas —Soph le recolocó la férula con manos diestras. Alincorporarse, asintió—: Voy a llamarlas. ¿Prefieres que quede algún día en especial?

—Cuando te vaya mejor.

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—Te seguiré entreteniendo mientras estemos aquí —siempre tan responsable,pasara lo que pasara—. Tú tienes que cumplir con tu parte y no hacer trabajo deoficina. Podemos hacer un montón de cosas: ir al cine, al teatro, alguna excursión…

Cosas que podían haber sido románticas, y que Grey sabía que se quedaríangrabadas en su memoria.

—Hace años que no voy al cine.

Fueron a una película de acción y humor. La oscuridad permitió a Sophliberarse de parte del estrés que arrastraba. Rió a carcajadas y gritó en los momentosde tensión, aferrándose al brazo de Grey, que soltó en cuanto encendieron las luces.

Grey lo recordaba en aquel momento, mientras descansaban en unas hamacasen la borda de un barco.

Hacía años que no veía Melbourne desde el agua, y le dio lástima que laexcursión fuera a terminar pronto.

Cada vez le costaba más imaginar la vida sin ella. Ya ni siquiera sabía quéquería. Sólo era consciente de necesitar su presencia, de querer saciarse de ella, deque necesitaba tenerla cerca.

A primera hora había comprado entradas para el teatro. Soph fue a visitar a sushermanas por la tarde y volvió con una bolsa. Después de picar algo, Sophdesapareció en su dormitorio. Cuando salió, se volvió a mirarla y se quedóboquiabierto. Llevaba un vestido largo azul verdoso, que se ceñía a su cuerpo ydesplegaba una falda con vuelo desde la cintura hasta los talones. Calzaba unassandalias de tacón alto y cubría sus hombros, uno de los cuales quedaba aldescubierto, con un echarpe de hilo de plata.

—¡Dios mío! —exclamó Grey—. Estás preciosa. Debería haber pedido un cochecon chofer.

—Gracias, lo ha diseñado Bella —dijo Soph con una mezcla de timidez y placer.Luego rió—. Pero recuerda que sigo siendo tu empleada y un taxi es más quesuficiente para mí.

Grey no estaba convencido, pero la siguió sin protestar. No podía apartar losojos de ella, de su perfecta figura, de la curva de su cuello, de la forma en que elecharpe se le deslizaba hacia el hueco del codo… Soph abrió la puerta del taxi y giróla cabeza.

—Grey, ¿estás bien?

—Sí, claro —dijo él, aunque no estaba seguro—. Vámonos.

Aunque no le cabía la menor duda de que la obra había sido magnífica, Grey nopudo dejar de pensar en Soph durante toda la sesión.

—¿Una copa? —sugirió al salir a la calle.

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El resto del público se agolpaba a su alrededor y Soph, frunciendo el ceño, sacólos codos como una mamá gallina para evitar que empujaran a Grey.

—Nadie va a hacerme daño, Soph —dijo él, emocionándose de una manera quelo desconcertó. La tomó del brazo y tiró de ella con el único pensamiento de besarla.

—Tu tobillo… tu brazo —balbuceó ella.

Grey sabía que quería mucho más que un beso.

—Vayamos a casa —dijo con voz ronca—. Quiero tenerte donde nadie puedavernos para poder quitarte ese precioso vestido.

—No. Hemos quedado en que… —Soph parecía asustada y anhelante a untiempo. Mecánicamente alzó la mano y la posó en el brazo de Grey. Su miradareflejaba el mismo deseo y frustración que sentía él.

—Sophia —Grey se pegó a ella. Sólo estaban ellos dos. Nada más importaba.

—¿Grey…? ¡Qué alegría! —la voz de su madrastra deshizo el hechizo—. No tehabía reconocido —el rostro de Leanna se iluminó, pero su sonrisa se fue apagandoal observar el rostro de Grey y Soph—. Lo siento —dijo finalmente—. Os heinterrumpido. Me voy con mis amigos; están esperando en el vestíbulo.

—Es un placer verte, Leanna —la detuvo Soph—. No has interrumpido nada.Estábamos esperando un taxi —suspiró y esquivó la mirada de Grey al añadir—: Hasido un día muy largo y es hora de que nos retiremos.

Él frunció el ceño. Notó que Soph había retirado la mano de su brazo. Una vezmás, había perdido todo control, y ella le había salvado.

Leanna se mordió el labio antes de añadir:

—No hacía falta que pagaras el helicóptero, Grey.

—Lo sé —dijo él. Saliendo de su ensimismamiento, miró a Leanna y porprimera vez desde su infancia, le tomó la mano y se la apretó afectuosamente—.¿Qué tal estás, Leanna? ¿Eres feliz? Sé que amabas a mi padre, pero puede que algúndía conozcas a alguien y…

Los ojos de Leanna se humedecieron.

—Las tres le quisimos, Grey. Puede que la gente encuentre extraño que seamosamigas, pero lo somos. Ojalá hubiéramos sido capaces de incluirte, pero tú siemprehas actuado como si prefirieras estar al margen y que te dejáramos en paz —suspiróprofundamente—. Siento haberte fallado. Grey, lo siento de verdad.

Soph volvió a posar la mano en el brazo de Grey y éste supo que las palabras deLeanna la habían emocionado. Probablemente sentía lástima por ella y él aceptó laparte de culpa que le correspondía.

—Supongo que siempre he actuado a la defensiva. Pero hay tiempo de cambiarlas cosas.

—¿Entre todos? ¿Sharon y Dawn…?

—Sí, entre todos —Grey carraspeó.

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Leanna sonrió y sus ojos chispearon de alegría.

—Gracias, Grey. Creo que hablo en nombre de las tres si digo que estaremos tancerca de ti como tú nos quieras.

Y al concluir, se perdió entre la gente.

Grey se volvió hacia Soph y vio que lo miraba con ternura.

—Sabía que te amaban —dijo con una sonrisa temblorosa—. Lo sabía desde elprincipio, y que tú también las amabas a ellas.

Grey asintió porque estaba sin palabras. No podía negar que le agradaba pensaren un futuro más amigable con sus madrastras, incluso en la posibilidad de estrecharlazos con cada una de ella.

Pero con Soph las cosas serían distintas porque por más que representara la luz,la alegría y la felicidad para él, nada había cambiado verdaderamente e,inevitablemente, tendría que dejarla partir. No había otra solución.

—Estoy deseando recuperarme —dijo con voz teñida de frustración—, y volveral trabajo.

Necesitaba recuperar su rutina. Tomar de nuevo las riendas.

Soph levantó el brazo para detener un taxi que se aproximaba.

—Y cuando estés bien, la agencia me asignará otro trabajo, otra persona a la quepueda ayudar.

Dejó que Grey le abriera la puerta, esperó a que se sentara junto a ella y diera ladirección al conductor.

Él lo hizo evitando posar la mirada en la curva de su espalda, en sus hombrosen tensión.

Y negándose a pensar en los pocos días que le quedaban con ella.

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Capítulo 13Soph se despertó a la mañana siguiente con la convicción de que no podía

seguir junto a Grey. Preparó un saludable desayuno y cuando él entró en la cocina, lehizo sentarse y le puso la férula, tal y como llevaba haciendo cada mañana. Por másdoloroso que le resultara, seguía siendo su trabajo.

—Te he traído los periódicos —dijo, dejando dos tazas con leche humeantesobre la mesa.

—Gracias, les echaré un ojo más tarde —respondió Grey—. Tengo cita con eldoctor Cooper y con el fisioterapeuta.

—Ah, te…

—Leanna me llevará —Grey bajó la mirada—. Hemos hablado esta mañana y seha ofrecido a acompañarme.

—Estupendo —Soph tragó para deshacer el nudo que se le había formado en lagarganta—. Aprovecharé para llenar tu congelador de comida para… cuando mevaya.

Grey alzó la mirada, pero Soph no pudo adivinar lo que pensaba.

—Tienes tiempo —dijo él—. No creo que vuelva hasta media tarde.

Soph asintió y continuaron desayunando en silencio hasta que Grey se excusópara ir a prepararse.

Cuando sonó una bocina, salió. En la última mirada que dirigió a Soph, ésta vioque estaba serio y que sus ojos tenían una expresión sombría.

Por primera vez, al verlo desaparecer tras la puerta, tuvo que reconocer lo quese había negado a admitir todo aquel tiempo: estaba locamente enamorada de él. Lohabía amado a pesar de su malhumor y de su dificultad para ceder el control a otros;una batalla que seguía librando que podía causar una nueva pelea con su médico. Sinembargo en aquella ocasión, ella no se enteraría a no ser que él quisiera contárselo.

Suspiró profundamente y volvió a la cocina.

No tenía sentido dar vueltas a algo que no tenía solución.

—El tobillo ha mejorado bastante y el fisioterapeuta dice que puedo reducir losejercicios y hacer sólo aquéllos para los que no necesito ayuda —Grey estaba en elsalón. Soph había acudido al oírle llegar y se había ofrecido a ayudarle con larehabilitación. Sostenía a Alfie su regazo y lo acariciaba distraída.

—¡Qué buena noticia! En unos días te habrás recuperado completamente —comentó.

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Grey había esperado con ansiedad ese momento. No aguantaba que tuvieranque conducir por él ni estar limitado en sus movimientos. Quería estrechar a Sophcon ambos brazos, pero eso ya no iba a pasar. Su mejoría implicaba la partida deSoph.

—También me ha bajado la tensión y los demás marcadores que estaban altos.

Soph dejó a Alfie en el suelo y dijo en tono impersonal:

—Gracias por contármelo. Supongo que estarás deseando volver al trabajo.

—Así es —dijo él. Sin embargo, el médico le había advertido que no podíaretomar sus viejos hábitos.

Se habían peleado hasta el punto de que Grey había acabado disculpándose. Elmédico le sugirió que se replanteara su vida laboral y su actitud en general.

«Prueba a confiar más en los que te rodean», había dicho. «Te sorprendería lofácil que es encontrar un equilibrio entre el trabajo y el ocio».

Grey había reaccionado acudiendo a su oficina, donde había pasado tres horashasta que Leanna pasó a recogerlo. De camino, había mencionado la posibilidad dehacer algún trabajo que le hiciera sentirse más satisfecha con su vida. Eso era lo queel médico quería de él. Que disfrutara de su trabajo sin dedicarle toda su energía.

De hecho, al llegar al despacho para ponerse al día y recibir los últimosinformes de su ayudante, hizo lo que sabía que Soph le habría recomendado: dar elvisto bueno a todos.

Había dejado la oficina sin haber leído todos los informes y ni siquiera estabaseguro de que le importaran.

Soph vio pasar una sucesión de emociones contradictorias por el rostro de Greyy supo que no podían seguir así. Lo mejor sería marcharse. Quizá por eso habíacocinado y congelado comida para que Grey pudiera alimentarse aun cuando ellafaltara.

Ya no la necesitaba para los ejercicios y podía pasar parte del día en la oficina.Sus madrastras ansiaban ayudarle y aquél podía ser el momento perfecto para queempezaran a hacerlo.

El corazón le dolió al llegar a esa conclusión. Debía irse. Sería lo mejor paraambos.

—Las cosas han cambiado mucho en los últimos días. Creo que debería… —sonó su móvil y se disculpó al tomarlo—. Perdona, pero si son Bella o Chrissy, tengoque contestar—. Sophia Gable —dijo, apretando el botón.

—Menos mal que contestas —se trataba de su casera.

Estaba tan nerviosa y angustiada que sus palabras salieron de su boca como untorrente, y Soph necesitó, unos segundos para comprender la gravedad de lo que leestaba contando. Pero lo comprendió. Grey la miraba en tensión—. ¿Estás segura?No hemos sabido nada de ellos desde el día que se fueron.

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—Sí, querida. Me han exigido que convoque a Bella y a Chrissy en tu piso —lamujer suspiró con preocupación—. Cuando les he dicho que tendría que consultarlocontigo, se han puesto furiosos.

—Lo siento mucho —Soph intentó sonar tranquila para calmar a la mujer, peroel corazón le latía aceleradamente. Grey no apartaba la mirada de ella—. Iré ahoramismo. Yo me ocuparé de todo —se ocuparía de los padres que las habíanabandonado y que aparecían de pronto exigiendo verlas para… ¿para qué?

—Si quieres, puedo llamar a tus hermanas —empezó la casera, titubeante.

—No hay razón para molestarlas —la interrumpió Soph. Y añadió convehemencia—: Puedo resolverlo yo sola. Ha llegado la hora de que sea yo quienasuma la responsabilidad.

Colgó y llamó para pedir un taxi.

—Sí, por favor. Tan pronto como pueda —dio las señas—. Es urgente.

—¿Qué sucede? —preguntó Grey, poniéndose en pie.

Soph lo miró con expresión ausente hasta que de su garganta escapó unamezcla de carcajada y exclamación de horror.

—Mis padres han vuelto a Australia. Quieren ver a Bella y a Chrissy por algúnasunto relacionado con trabajo. No tiene ningún sentido —tras una pausa, añadió—:Su vida siempre giró en torno a su trabajo. Tengo que marcharme. Esperaré fuera altaxi.

Grey la sujetó del brazo.

—Voy contigo.

—No. No quiero ayuda. Debo hacer esto yo sola —no podía consentir que Greyfuera con ella porque su mera proximidad le daba ganas de llorar. En aquel momentosólo debía pensar en proteger a sus hermanas.

Sonó una bocina en el exterior. Tomó su bolso y corrió a la puerta.

—Tengo que irme. Mi casera les ha tenido que dejar pasar a mi piso. La pobreno sabía qué hacer.

Salió, subió al taxi y le dio la dirección de su casa.

Estaba a punto de encontrarse con dos personas a las que no había esperadovolver a ver el resto de su vida.

—No sabía qué hacer —dijo su casera al acudir a recibirla—. Su actitud era tanagresiva…

Soph le estrechó con la mano.

—No te preocupes. Ve a tomar un té. Yo me ocuparé.

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No era capaz de pensar. Eran demasiadas emociones para un solo día. ¿Quéquerrían sus padres? ¿Una reconciliación?

«Ya has oído a tu casera: quieren algo de tus hermanas».

Pero quizá había sido una manera de expresarse porque también ellos estabannerviosos ante el reencuentro.

Sólo había una manera de comprobarlo. Con el corazón acelerado y unaopresión en el pecho, llegó a lo alto de la escalera. Aún tuvo la tentación de darmedia vuelta y salir huyendo, pero la puerta estaba abierta y entró. En la calle se oyóla puerta de un coche, pero Soph se concentró en la pareja que se sentaba en su sofá.Se pusieron en pie al verla y ella sólo pensó: «Han envejecido».

Luego fue capaz de darse cuenta de otros detalles: le resultaban unosdesconocidos, no sonreían, no abrían los brazos, ni parecían ansiosos por disculparse.

—Sophia —su nombre sonaba extraño en labios de su madre.

Se oyó un crujido a su espalda. No comprendía por qué no sentía nada. Nirabia, ni tristeza, ni siquiera confianza en una posible reconciliación.

«Porque sabes que no es eso lo que buscan. Míralos. No hay calidez en sumirada. Nunca la hubo y nada ha cambiado».

—¿Qué hacéis aquí? —habló con tanta tensión que apenas le salió la voz—. Sihabéis venido para hacer daño a mis hermanas… —porque era evidente que noestaban allí para pedir perdón.

—Hemos venido a verlas —dijo su padre, impasible.

—¿A ver a Bella, que tenía dieciocho años cuando os fuisteis; y a Chrissy y a míque aún estábamos en el colegio? —tres niñas aterrorizadas. Las palabras brotabande su garganta, incontenibles—. Bella perdió su juventud y nunca la recuperará.Vosotros tuvisteis la culpa.

—Era muy madura —dijo su madre, cruzándose de brazos. Mantenía unabuena figura, la misma que había ayudado a Bella en su carrera como modelo. Sevolvió hacia su marido—. Te dije que no debíamos venir.

En el vestíbulo se oyó un ruido. Soph giró la cabeza y encontró a Grey. Él leestrechó el brazo y, tras soltarlo, se quedó junto a ella, hombro con hombro.

Soph sintió una instantánea sensación de alivio.

—¿Quién eres tú? —preguntó su padre, como si tuviera derecho a saberlo.

—Un amigo de Sophia —masculló él—. Y el hombre que no puede entendercómo fuisteis capaces de abandonar a vuestras hijas.

—Hemos venido a ver a Arabella y a Cristiana —dijo su madre—. Si no esposible, al menos queremos saber cómo contactar con ellas. No aparecen en la guíapor su apellido de solteras —hizo un ademán con la mano—. Un miembro del comitédel que depende nuestro próximo contrato conoce a Arabella y nos ha preguntado siestamos relacionados con ella. Dijo algo de un desfile de moda y de joyería. Quiere

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conocer al marido de Arabella y al de Chrissy, y como de todas formas teníamos quevenir a Melbourne…

Todo empezaba a tener sentido. Habían dado con Soph porque ella sí aparecíaen la guía bajo el apellido Gable. Podían haber hecho el esfuerzo de averiguar conquién se habían casado sus otras dos hijas, pero no. Como siempre, esperaban que lavida les facilitara todo lo que deseaban. Era tan… triste.

Grey volvió a apretarle el brazo.

—Permíteme que eche a esta gente. Te están haciendo daño.

Soph hubiera querido refugiarse en sus brazos, pero tenía que ser fuerte.

Se volvió hacia sus padres.

—Bella y Chrissy decidirán si quieren veros. Dejad vuestros datos y se los daré.

Su madre sacó una tarjeta del bolso.

—¿Cómo puedo estar segura de que les darás el mensaje?

—Porque lo ha dicho y es tu hija, aunque pareces haberlo olvidado —dijo Grey,apretando los dientes.

—Lo soy, pero no siento que lo sea —dijo Soph, mirando a sus padres.

Vio a Bella en el cuerpo de su madre, la nariz de Chrissy en la de su padre, ensus ojos reconoció los que ella veía al mirarse al espejo… Pero no se trataba más quede rasgos genéticos. Suspiró profundamente y tras espirar con lentitud logró esbozaruna sonrisa.

—No me siento hija, pero sí sé qué soy. Soy hermana y cuñada, tía y amiga,empleada y dueña de un conejo. Eso es lo que soy. Y me alegro.

—Parece que llegamos tarde. Nuestra hermana ha dicho todo lo que eranecesario decir.

Belle entró en la habitación, seguida de Chrissy.

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Capítulo 14¿Qué hacían allí sus hermanas? Soph encontró la respuesta en la mirada de

Grey.

—Sé que querías hacer esto sola —dijo él, apretando los labios—, pero no podíaconsentirlo.

Soph sintió que el corazón se le hacía añicos. Aunque Grey no le hiciera unhueco en su vida, era bueno y considerado.

Sus padres daban explicaciones a Bella y a Chrissy, que los observaban congesto enfadado. Finalmente, Bella alzó la mano para interrumpirles.

—Dejad vuestra tarjeta. Mis hermanas y yo consideraremos vuestra propuestajuntas, tal y como hemos hecho desde que nos abandonasteis.

—No van a escuchar —dijo su padre, tomando del brazo a su mujer—. Yaencontraremos otra manera. Pensaba que serían más maduras.

Al pasar a su lado, la madre dejó la tarjeta en la mano de Bella. Ni siquiera semolestaron en despedirse antes de salir.

Grey suspiró y cerró la puerta. Se produjo un profundo silencio en el que todosse miraron. Hasta que Bella dejó la tarjeta en una mesa, abrió los brazos y Soph corrióa refugiarse en ellos.

—Tenía que ocuparme yo, Bella —dijo entre sollozos—. Nunca he hecho miparte. ¡Son horribles!

Chrissy abrazó a sus dos hermanas.

—Llorad, pero no derraméis ni una lágrima por ellos. No las merecen —dijoBella.

Las tres se secaron los ojos y se separaron.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó Grey. Y las chicas se volvieron hacia él.

Apretaba los puños y la mandíbula. Soph no pudo apartar la mirada de él,segura de que su oferta era sincera.

¡Lo amaba tanto…! Y él, hasta cierto punto, debía de amarla, al menos lobastante como para desear protegerla.

«Pero no es lo mismo, no te equivoques».

—Ahora que se han marchado, podemos irnos —dijo por decir algo.

Bella sacudió la cabeza.

—Todavía no —se volvió hacia Grey—. Gracias por llamamos. ¿Te importaríahacemos un té? Seguro que Soph tiene todo lo necesario en la cocina.

Grey las miró alternativamente antes de ir a la cocina sin decir palabra.

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Bella tomó a Soph del brazo y la llevó al sofá. Chrissy ocupó una butaca a unlado. Al otro lado de Soph dejaron un sitio para Grey.

—¿Por qué dices que nunca has hecho tu parte? ¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Bella, mirándola con severidad al tiempo que le daba un abrazo.

—Era demasiado pequeña —siempre había echado en falta que le pidieranayuda.

—Todas hicimos lo que pudimos —Bella le estrechó la mano y sus ojos sehumedecieron. Pestañeó—. Yo trabajé porque era lo que podía hacer; Chrissy acabósus estudios y luego encontró trabajo.

—Y yo jugaba con mis amiguitos del colegio y os rogaba que me dejarais jugarcon vuestro pelo ¿qué contribución era ésa?

—Eras feliz —intervino Chrissy—. ¿No lo entiendes? Bella y yo estábamosaterrorizadas, pero tú, con tu alegría, nos dabas fuerza para seguir adelante.

Soph le tomó la mano y se la llevó a la mejilla.

—Tú solías ofrecer tu ayuda, Soph —dijo Bella con la mirada velada por laemoción—, pero lo que necesitábamos era tu felicidad y tu libertad. Había días en losque tu sonrisa me animaba a no darme por vencida.

—¿Creéis que ésa era mi contribución a la familia? —preguntó Soph. Lo ciertoera que recordaba las risas de sus hermanas cuando les hacía peinados ridículos.

Bella asintió.

—Así es.

Grey apareció en el umbral de la puerta con la tetera y unas tazas.

—¿Soph?

Bastaba oírle pronunciar su nombre para querer echarse a llorar.

—Gracias —dijo ella, tragando saliva—. Gracias por todo.

Grey ocupó un sitio a su lado. Bella sirvió el té y distribuyó las tazas.

—Me lo voy a beber de un trago —bromeó como si se tratara de whisky.

Todos rieron y la situación se destensó.

—Creo que sobro —dijo Grey, clavando la mirada en Soph. Parecía preguntar siquería que se quedara o que se fuera…

Soph quería su compañía, pero sólo porque necesitaba un amigo. Por esomismo debía dejarle ir.

Bella intervino con voz queda:

—No creo que podamos hacer nada más por hoy, y puesto que es un díalaboral…

—Sí, pero si Soph no puede…

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—Claro que puedo. Estoy perfectamente —Soph se irguió. Claro que podía.Podía dejar a Grey con dignidad, aunque primero tuviera que distanciarse de lasintensas emociones de aquella tarde.

Bella la observó antes de asentir. Chrissy dejó la taza sobre la mesa.

—Me dan lástima. No comprenden lo que significa el amor —comentó,volviendo al tema de sus padres.

—Querían utilizaros a ti y a Bella. No creo que nos hubieran buscado si no llegaa ser por esa mujer que asistió a uno de los desfiles de Bella.

—Les venía bien para sus carreras profesionales —Chrissy hizo una pausa antesde añadir—: ¡Qué locura!

—Quizá este encuentro nos sirva para zanjar definitivamente una cuenta con elpasado. Nos hemos visto como adultos y, si es que albergábamos alguna duda, yasabemos que ni echan de menos lo que han perdido, ni quieren recuperarlo.

—No tendría por qué ser así —dijo Soph, acariciando el borde de la tazamientras se debatía entre el rechazo y su bondad natural—. Bella tiene razón, es unaoportunidad para atar cabos. Deberíamos invitarles a una terapia familiar, expresarnuestros verdaderos sentimientos.

Sus dos hermanas la observaron en silencio antes de asentir.

—No creo que acepten —dijo Chrissy.

—Ni yo —dijo Bella—. Pero podemos intentarlo a través de un abogado. Si noresponden en un par de semanas, lo olvidaremos.

Y seguirían con sus vidas.

Soph retiró el té y fregó las tazas. Aquella última decisión le había hecho sentiralgo mejor. Cuando salían, Chrissy sonrió.

—A Nate le va a dar rabia haberse perdido esto —bromeó.

—Luchino montará en cólera —dijo Bella—. Será mejor que se lo cuente cuandoGrace ya se haya acostado.

Se despidieron con un abrazo y Soph se quedó a solas con Grey, el otroproblema al que debía enfrentarse.

—Llamaré a un taxi —dijo—. En cuanto hable con mi casera, podemosmarcharnos.

Grey asintió y la acompañó a tranquilizar a su casera. El taxi no tardó en llegar.

—Estoy deseando que nos traigan los coches —comentó ella a la vez quesubían.

—Había olvidado decirte que llegarán mañana mismo —Grey la miró—.También traerán el resto de nuestras cosas. No quería que las echaras en falta.

—Has sido muy amable —dijo ella con un hilo de voz.

—Soph… —Grey intentó tomarle la mano, pero ella sacudió la cabeza.

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—No tienes que preocuparte por mí, Grey —superaría su desamor igual quehabía superado el de sus padres—. Estoy bien, de verdad.

Miró por la ventanilla para que no viera las lágrimas que inundaban sus ojos, ypara evitar mirar al hombre al que amaba y al que pronto dejaría. Se marcharía encuanto llegara su coche.

Al día siguiente. Con la barbilla alta.

Cuando llegaron a casa, Grey le lanzó una mirada de frustración y desapareció.Ella suspiró y fue a la cocina, decidida a permanecer ocupada. Grey volvió, le dio aAlfie y le acarició el brazo antes de dejar caer la mano.

—Tu fuerza y tu generosidad me admiran. Ojalá estuviera a tu altura.

Soph abrazó a Alfie, encontrando consuelo en su calor y suavidad.

—Tú te has abierto a Leanna…

—Sí —dijo Grey. Pero los dos sabían que no se refería a su relación con susmadrastras.

—Los dos hemos aprendido mucho desde que nos conocimos —ella habíaaprendido que era imposible negar el amor aun cuando no fuera correspondido—.Tengo que preparar la cena —dejó a Alfie en el suelo y abrió el frigorífico—. Tengohambre, ¿tú no? Supongo que ahora que puedes volver al trabajo, querrás ir aldespacho a ponerte al día mientras yo cocino.

Más que una sugerencia era una súplica y Soph rezó para que Grey lacumpliera. Era la única manera de evitar echarse en sus brazos y rogarle que laamara.

—Está bien, me voy —dijo él a regañadientes. Y salió.

Soph se esmeró en la preparación de la cena sin querer pensar en que se tratabade una de las últimas comidas que compartirían.

Los coches llegaron a la mañana siguiente, mientras acababan de desayunar.Soph suspiró mientras Grey firmaba los papeles de la entrega. Tomó el teléfono ymarcó el número de la agencia de colocación.

Habló con su supervisora.

—Está bien. No había pensado volver a la peluquería, pero lo acepto.

—¿Puedes estar en tu puesto en tres horas?

—Sí —Soph se cuadró de hombros.

Tendría que dejar a Alfie con Bella antes de ir a su casa, pero haría lo que fueranecesario. No podía seguir ni un minuto más junto a Grey.

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Cuando Grey entró en la casa vio a Soph con la cesta de Alfie en los brazos y subolsa de viaje al hombro. De pronto comprendió que cuando le había oído ir al coche,no era para recuperar sus cosas, sino para cargar las que tenía en la casa.

—He aceptado un trabajo —explicó ella—. Es urgente y tú ya no me necesitas.

Grey sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

—No me lo habías dicho —no sabía qué decir. Se sentía desconcertado,perdido—. No puedes irte. Tenemos un contrato.

Necesitaba tiempo. Abrazarla.

—No, Grey, no me necesitas —aunque las palabras le dolían, Soph alzó labarbilla y esbozó una sonrisa—. Tus madrastras están ansiosas por cuidar de ti. Yestarás ocupado poniéndote al día con el trabajo.

Grey sacudió la cabeza. Ella fue hacia la puerta y añadió:

—Es lo mejor para todos. Tenemos que separarnos ahora. Déjame marchar, porfavor.

El dolor que le quebró la voz rompió el corazón de Grey, dejándolo sinpalabras.

En el silencio que se produjo, Soph subió al coche y arrancó.

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Capítulo 15—Tienes un nuevo empleo de la más alta prioridad —había dicho su

supervisora. Y pareció titubear antes de añadir—: Un coche te estará esperando. Metemo que no vas a poder pasar por casa.

Soph estaba llegando al punto de encuentro. La llamada había tenido lugarcuando acababa de bajar del crucero en el que había trabajado como estilista. Volvíadescansada y morena. No tenía ni idea de qué iba a hacer en el futuro y su único planinmediato había sido ir a casa, descansar e ir a recoger a Alfie a casa de Bella.

Pero no podía fallar a su supervisora, así que se limitó a decir:

—¿Es en Melbourne?

—No. Vas fuera de la ciudad.

—Está bien —quizá sería más fácil no pensar en Grey si estaba lejos. Alzó lamirada y vio a un hombre con un letrero con su nombre—. Creo que he encontradoal chofer.

La supervisora pareció aliviada de concluir la conversación. Soph se dio cuentade que no le había dado ninguna indicación, pero supuso que no era necesario. Elconductor cargó de inmediato las maletas en el coche y le indicó que subiera. Luegocondujo en silencio y detuvo el vehículo junto a un helicóptero. Sin mediar palabras,entregó las maletas al piloto, éste ayudó a Soph a subir, y despegó.

Soph empezaba a encontrar la situación de lo más peculiar, pero lo único quequería hacer era cerrar los ojos y comenzar una nueva vida, libre del dolor en elpecho que sentía cada vez que pensaba en Grey.

Cuatro semanas en un crucero por las islas más maravillosas del mundo nohabían contribuido a provocarle la amnesia que tanto ansiaba.

—Ya hemos aterrizado, querida —la voz del piloto la sacó de suensimismamiento.

Soph se volvió hacia él con la mirada extraviada.

—Gracias.

Cuando bajó, el piloto ya había descargado su equipaje y el helicóptero despegóal instante. Soph se encontró en medio de un prado cubierto de flores, un prado queconocía perfectamente.

—Temía que no vinieras —Grey caminaba hacia ella sin escayolas, y se detuvofrente a Soph.

—¿Tú eres mi nuevo destino? —Soph no salía de su desconcierto—. ¿No lesdijiste que no me enviaran a mí?

«Esto tiene que ser un sueño. No puedo volver a pasar por lo mismo».

—¿Te importaría que te necesitara, Sophia? —preguntó Grey con una miradatan intensa que su vida pareció pender de la respuesta que recibiera.

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Soph sintió que se le aceleraba el corazón y quiso combatir las emociones que lainvadían. Quizá Grey sólo quería ayuda y había pedido que fuera ella porque legustaba su cocina o…

—¿Necesitas ayuda mientras te hacen las obras en casa? —preguntó, intentandodar sentido a la situación.

—No, ya han acabado —Grey tomó las maletas y fue con ellas hasta la casa.

Las viñas se enrollaban en los balaustres del porche y estaban cubiertas dediminutas flores blancas. Soph contempló la casa y luego a Grey recordando losmaravillosos momentos que había pasado en sus brazos.

—No puedo trabajar para ti —dijo súbitamente—. La agencia no me ha dichonada. Llamaré a mis hermanas para que vengan a recogerme. Estoy segura de que enla agencia encontrarán a alguien que me sustituya.

—¿Te importaría que habláramos antes de que tomes una decisión? Necesitocontarte algunas cosas —Grey bajó las escaleras del porche y comenzó a caminar—.Podríamos ir al prado donde hicimos el picnic. Ahora que me he recuperado, megusta tomar el aire. Pensaba que te gustaría ver las flores. Están preciosas.

Soph sintió un nudo en el estómago, pero se dijo que su partida había sido tanprecipitada que quizá Grey sentía la necesidad de aclarar algo, y decidió darle laoportunidad de hacerlo.

—Está bien —dijo—. Pero antes, llamaré a mis hermanas para que vengan a pormí.

—Muy bien —dijo él, esquivando su mirada.

No obtuvo respuesta ni de Bella ni de Chrissy, y Soph tuvo un ataque depánico.

—No te preocupes. Puedes intentarlo más tarde —dijo él. Y tomándola delbrazo, la llevó hasta el mismo sitio en el que habían celebrado un picnic conanterioridad.

Al ver la misma manta extendida sobre la hierba y la misma cesta conprovisiones, Soph tuvo el impulso de salir corriendo.

—¿Te importa sentarte conmigo unos minutos? —preguntó Grey.

«Me sentaría contigo el resto de mi vida, pero no creo que quieras que mequede tanto tiempo».

En lugar de contestar, Soph ocupó una de las esquinas de la manta asumiendoque Grey se sentaría en la opuesta, pero él apartó la cesta y se sentó junto a ella.

—Yo no tengo una relación tan estrecha con mis madrastras como tú con tushermanas —empezó. Luego hizo una pausa—. En parte, porque tras asumir que mehabían abandonado, erigí un muro a mi alrededor para impedir que se me acercaran.

—Te quieren mucho —dijo Soph precipitadamente. Quería que Grey fuera felizy llegara a formar una familia, aunque ella no pudiera proporcionársela—. ¿Hapasado algo?

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—No. Bueno, sólo cosas buenas —Grey carraspeó—. También yo las quiero.Después de reflexionar, me di cuenta de que estaban aburridas, así que mantuvimosuna pequeña reunión, igual que tú con tus hermanas, y encontramos una solución.

Soph se inclinó hacia él, expectante.

—¿Qué solución?

—Les he pedido que se ocupen de la obra social de la empresa —él se inclinó asu vez hacia Soph, de manera que sus rodillas se rozaron—. Están encantadas con laidea. Creo que lo van a hacer maravillosamente.

—¡Qué bien! Estoy segura de que les entusiasma la idea de poder estar cerca deti y formar parte de tu vida.

Grey agachó la cabeza con expresión de no haber concluido lo que quería decir.

—También he aprendido que había gente en la compañía que necesitaba que lesdiera más independencia para poder demostrar cuánto valían. He pasadodemasiados años queriendo controlarlo todo.

—Proporciona seguridad… —dijo Soph en tono reflexivo.

Ella lo sabía bien porque, a pesar de haberle animado tantas veces a delegar enotros, era consciente de que intentaba ejercer ese mismo tipo de control sobre su vidaprivada. Intentar dejarse llevar le había roto el corazón.

—Es más seguro, tienes razón —Grey la miró fijamente—. Pero a veces hay quearriesgarse, hay que tomar decisiones aun sin saber cuál puede ser el resultado —estaba tan cerca de Soph que ésta podía sentir el calor de su aliento, y rezó para quesu rostro no reflejara sus emociones. Grey continuó con voz ronca—: He cambiadomis hábitos de trabajo, pero no consigo sentirme libre.

—¿Y cómo esperas que te ayude? —a Soph le dolía amarlo, pero aún más saberque no era feliz—. Si quieres que trabaje contigo… —aunque le rompiera el corazón,lo haría.

Grey le tomó la mano.

—Estoy actuando con mucha torpeza. Se ve que estoy nervioso.

—Tú nunca te pones nervioso, Grey, ni siquiera cuando hay varios millones dedólares en juego.

—En este momento me juego algo mucho más importante —algo en el tono deGrey hizo que Soph se quedara paralizada. Grey continuó—: Te necesito Soph.Necesito olvidar lo idiota que he sido dejándote marchar.

—¿Qué quieres decir? —Soph sintió que el corazón se le paraba antes deacelerársele. ¿Estaba pidiéndole un affaire? ¿Qué le contestaría?

Pero Grey no le dio tiempo a hacer más preguntas.

—Necesito que me des otra oportunidad para convencerte de que me ames.Mientras tanto yo te amaré por los dos. Por favor no te vayas… Nunca.

Soph no podía creerlo, debía de haberlo imaginado. ¿Cómo…?

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—A ti te gusta tu trabajo y las mujeres sofisticadas. Yo ni siquiera se qué hacercon mi vida.

—Yo sólo te quiero a ti —dijo él, entrelazando sus dedos con los de ella—.Cuando te conocí, creía que quería vivir mi vida en soledad, sin las complicacionesque experimentó mi padre. Pero ahora sé que quiero ser feliz contigo. Te apoyaré encualquier cosa que quieras hacer —tragó saliva y su rostro reflejó la vulnerabilidadque sentía.

—¿De verdad me amas? —¿lo bastante como para cambiar de vida? ¿Tantocomo para arrinconar sus miedos?

Grey esbozó una sonrisa.

—Creo que te amo desde el primer día, pero no quise admitirlo —se puso derodillas y la atrajo hacia sí—. Te dejé ir cuando debía haberte retenido. Sé que estoylejos de ser perfecto y que no te merezco, pero te necesito.

—No estás tan lejos de la perfección —dijo ella sin llegar a aceptar que estuvierahablando en serio.

Grey sacudió la cabeza.

—Estoy enamorado de ti, Soph. Quiero casarme contigo, que tengamos hijos…—suspiró—. No tuve un buen modelo de padre, pero si tú me ayudas, estoy segurode poder aprender.

Soph estaba desconcertada. Adoraba a Grey, que él la amara y quisieracomprometerse la volvía loca de felicidad. Sin embargo, también la aterrorizaba.

—¿Soph? —Grey esperaba una respuesta.

—Te amo —dijo ella finalmente. Y sin saber cómo, estaba en brazos de Grey.

Pero en lugar de besarlo, lo miró a los ojos y aceptó lo que llevaba añosnegando: que toda su vida había buscado excusas para no comprometerse porquetemía amar demasiado a alguien y arriesgarse a perderlo.

—Creía que me había marchado porque no podías amarme —había resultadotan fácil culparle a él—, y en parte era verdad, pero ahora que me has dicho que meamas, tengo que aprender a confiar y creer que puede ser un sentimiento duradero.

Grey le acarició el cabello.

—Yo no soy como tus padres, Sophia. Nunca te abandonaré. Preferiría morirantes que hacerle daño.

Soph lo miro a los ojos y supo que no mentía. También ellos dos eran muydistintos, pero ella adoraba cada diferencia que los hacía complementarios.

—Te amo, Grey. Quiero estar contigo para el resto de mi vida —suspiró—. Yquiero que me ayudes a confiar en que tu también me amas.

—Soph —susurró él—. Y la besó.

Cuando separaron sus rostros, Grey vio que Soph miraba hacia la cesta y laacercó a ellos con una mano.

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—No hay comida dentro. Era mi caja de sorpresas por si no te convencía.

—Veo que lo has planeado todo —en ese momento, Soph se dio cuenta de porqué sus hermanas no habían contestado al teléfono—. ¡Hasta te has confabulado conmis hermanas! Vamos, dime qué hay en la cesta.

Grey levantó la tapa y, sacando un libro voluminoso, se lo pasó.

Soph leyó en alto:

—«El gran libro de la cocina imaginativa». ¡Hay que ver lo que pesa!

—Lo compré para demostrarte que me encanta tu cocina —y con añadidaternura, Grey siguió—: Quiero que hagamos todas las recetas.

—Y yo también —para evitar echarse a llorar de emoción, Soph suspiróprofundamente—. ¿Hay algo más?

—Sí —Grey le pasó un libro sobre la cría de conejos—. Creo que Alfie tambiénse merece la oportunidad de formar una familia, así que debemos estar preparados.

Los ojos de Sophia se humedecieron.

Grey sacó unos frascos con aceites exóticos.

—Para el incensario —explicó—. Así perfumaremos el aire del baño, delcomedor, de cualquier sitio en el que hagamos el amor. También tengo aceite demasaje. Quiero que me des muchos masajes y que me toques todo el cuerpo.

—Yo… yo también —balbuceó Sophia sintiendo un cosquilleo. Miró a Grey ysupo que tenían una vida por delante para hacer el amor, para reír y para enfrentarsejuntos a cualquier dificultad que se presentara—. ¡Te amo tanto…!

Grey contuvo el aliento y sacó un último objeto de la cesta. Se trataba de unatarjeta de la joyería de Luc, el cuñado de Soph.

Ella la miró como si no comprendiera. Los ojos de Grey adquirieron un tonomás oscuro de lo habitual. Carraspeó.

—Creo que deberíamos comprar los anillos de compromiso en Monticelli. Hepreferido esperar a que los eligiéramos juntos.

Dejó la tarjeta sobre los libros y tomó la mano de Soph.

—Quiero que tengas una boda excepcional y que luzcas una sortija dediamantes que refleje todos los colores que sueles llevar. Quiero que vayas de azul yde rojo y que te tiñas el pelo de naranja para la boda.

Las lágrimas rodaron finalmente por las mejillas de Soph.

—¡Oh, Grey!

—Has traído colorido y belleza a mi vida —dijo él, secándole el rostro a besos—. Pero antes de la boda quiero que el mundo entero sepa que estamos prometidos.

Sólo entonces Soph asimiló el significado real de todo lo que Grey acababa dedecir y abrió los ojos desmesuradamente. Él continuó:

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—¿Quieres casarte conmigo, Sophia? Es lo que debía haberte preguntado desdeel principio —sonrió con tristeza—. Por favor, sácame de esta zozobra y di que sí.

—Sí, sí. Quiero casarme contigo —susurró ella. Y él la abrazó.

Apartaron los libros y se tumbaron. Grey salpicó su rostro de besos y rieron acarcajadas hasta que se quedaron quietos, mirándose con todo el amor que sentían eluno por el otro.

—Puede que ocasionalmente gruña —dijo Grey, forzando una voz grave—.¡Vuelve a decirme que sí!

—Tú gruñirás, y yo seguiré sin saber a qué quiero dedicarme, probandodistintas cosas… Y puede que no lo hayas notado, pero suelo conseguir lo que mepropongo.

Sonrió al ver la expresión divertida de Grey. Luego se puso seria.

—Sí, Grey. Lo diré tantas veces como quieras oírlo —dejó que el amor quesentía por él inundara su alma y su corazón y se reflejara en su mirada—: Sí, sí, sí.

Fin