Noveno Libro. Retazos del Apocalipsis. P. José Antonio Fortea.

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La debilidad de la dura Ley..........................................................................Año 2212Siendo emperador Hurstde la dinastía Schwart-MensteinLos zapatos brillantes, impecables, resonaban por el estrecho pasillo poco iluminado y mal pintado. El hombre tímido, pero decidido, vestido con una americana oscura, pantalón negro y corbata discreta, avanzaba con paso firme. La faz redondeada de ese hombre era la de alguien nacido para hacer oposiciones. Su pequeño flequillo caía en punta sobre su tenaz frente que no era la de un héroe, pero sí era la frente de alguien muy perseverante. Ese varón de la americana iba seguido de diez agentes de la policía judicial, revestidos casi todos con sus corazas y varios con ametralladoras en las manos. El pretoriano que azorado guiaba al primero por el pasillo iba, por los nervios, a paso más que ligero. Por fin, después de muchos pasillos, le hizo un gesto al juez señalando a la gruesa mujer de color sentada detrás de las barras de una celda. El señor del flequillo se acercó, la observó seriamente y, desde el otro lado de las barras del calabozo, mirándola fijamente, le preguntó el juez:-¿Es usted Carlotte Roche?A partir de ese momento el cúmulo de acontecimientos que iba a sobrevenir fue tal, que ninguno de sus protagonistas pudo nunca haberlo imaginado. En los cinco minutos siguientes a hacerle esa pregunta, no menos de veinte teléfonos estaban sonando como locos entre el Palacio Imperial, los ministerios y los consejeros del Cónsul Máximo. Unos consejeros se vestían rápidamente, cerraban sus maletines y se ponían en marcha en dirección al lugar donde se encontraba el juez. Otros seguían haciendo llamadas y preparando una reunión de urgencia. En el mismo Palacio Imperial, el general al mando de la Guardia Pretoriana, literalmente, corría por otro pasillo hacia la sección de calabozos. La maquinaria de causas y consecuencias acababa de ponerse en marcha.Dos horas antes de esa escenaSuena el timbre del piso de la madre de Carlotte Roche, dentro se celebra un cumpleaños.-¿Quién es? –fue la pregunta inútil de la madre. Pues al momento, por la pantalla, ya se percató de que se trataba de hombres uniformados.Tratar de escapar era inútil. Ochenta militares habían rodeado el edificio, vigilado los ascensores y escaleras, y estaban, incluso, en el mismo rellano del piso desde antes de llamar a la puerta. También hubiera sido inútil contestar que no estaba allí, sabían que estaban ella y su marido. Toda excusa o táctica de evasión resultaba inútil, era mejor entregarse con dignidad. Unos instantes después los soldados entraban dentro del recibidor de la casa.-Traemos órdenes de detener a Carlotte Roche.Carlotte, una mujer de unos cuarenta años, apareció en el recibidor con la tristeza reflejada en su rostro. No se percibía ira en ella, ni rabia, sólo una profunda tristeza. Sabía bien que era una de las columnistas que más se había destacado en sus críticas contra el Emperador. No dudaba de que, antes o después, sus críticas mordaces le pasarían factura, aunque sus columnas se editaran en8un medio de tercera categoría. Pero lo que nunca se pudo imaginar era que el Emperador, airado esa mañana, había ordenado:-Quiero que vayan a detenerla hombres de mi Guardia Pretoriana. Es mi deseo que quede perfectamente claro que soy yo el que detiene a esa imbécil. Que le quede claro que no necesito valerme de ningún intermediario. A veces, hay que dejar claro quién es el que manda aquí. O lo haces de vez en cuando, o si no los tontos se olvidan.Los pretorianos que habían ido a recogerla, no iban vestidos con el uniforme de gala, ni con el que usaban en Palacio, sino con el de campaña. Un uniforme muy discreto que sólo se distinguía de cualquier otro por unos pocos galones y discretos distintivos.El marido de Carlotte, desde otra habitación de la casa, estaba llamando a la Policía Metropolitana.-Así que dice que unos locos vestidos de militares han irrumpido e

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 Noveno Libro __________________________________________________________________________________________________________

Retazos del Apocalipsis

J.AFortea

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Editorial Dos LatidosBenasque, EspañaVersión en pdf, año 2012Copyright José Antonio Fortea Cucurullwww.fortea.ws

versión 5

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EL IX LIBRO 

Chronica et annales de

Antichristi tempore

scripta ad maiorem

D e i g l o r i a m 

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 ïndice 

La debilidad de la dura LeyLa Reina de Inglaterra

La trampilla y el plano de los arquitectosQue caiga fuego del cielo

Gates y los astrólogos La huida de la Familia Imperial

Ciudadano Abel MannLas cloacas romanas

Ciudadano exánime flotanteGuardia PalatinaHortus perfectus 

Sobre la alfombra de hojas iluminadas por la luna

Cielo VenecianoFromheim Imperator

Me despierto en medio de la nocheUrsila y sus nietos

La Abominación de la DesolaciónVinicianus Imperator  

IchabodEl búnker

Departamento D-8Halophagus heterocephalus

Sermón tokiota Neumophagus endocephalus

La propuesta 37

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La debilidad de la dura Ley..........................................................................

Año 2212Siendo emperador Hurstde la dinastía Schwart-Menstein

Los zapatos brillantes, impecables,resonaban por el estrecho pasillo pocoiluminado y mal pintado. El hombre tímido,

 pero decidido, vestido con una americanaoscura, pantalón negro y corbata discreta,avanzaba con paso firme. La faz redondeada

de ese hombre era la de alguien nacido parahacer oposiciones. Su pequeño flequillo caíaen punta sobre su tenaz frente que no era la deun héroe, pero sí era la frente de alguien muy

 perseverante. Ese varón de la americana ibaseguido de diez agentes de la policía judicial,revestidos casi todos con sus corazas y varioscon ametralladoras en las manos. El

 pretoriano que azorado guiaba al primero por

el pasillo iba, por los nervios, a paso más queligero. Por fin, después de muchos pasillos, lehizo un gesto al juez señalando a la gruesamujer de color sentada detrás de las barras deuna celda. El señor del flequillo se acercó, laobservó seriamente y, desde el otro lado delas barras del calabozo, mirándola fijamente,le preguntó el juez:

-¿Es usted Carlotte Roche?

A partir de ese momento el cúmulo deacontecimientos que iba a sobrevenir fue tal,que ninguno de sus protagonistas pudo nuncahaberlo imaginado. En los cinco minutossiguientes a hacerle esa pregunta, no menosde veinte teléfonos estaban sonando comolocos entre el Palacio Imperial, los ministeriosy los consejeros del Cónsul Máximo. Unosconsejeros se vestían rápidamente, cerraban

sus maletines y se ponían en marcha en

dirección al lugar donde se encontraba el juez.Otros seguían haciendo llamadas y

 preparando una reunión de urgencia. En elmismo Palacio Imperial, el general al mandode la Guardia Pretoriana, literalmente, corría

 por otro pasillo hacia la sección de calabozos.La maquinaria de causas y consecuenciasacababa de ponerse en marcha.

Dos horas antes de esa escena

Suena el timbre del piso de la madrede Carlotte Roche, dentro se celebra uncumpleaños.

-¿Quién es?  – fue la pregunta inútil dela madre. Pues al momento, por la pantalla, yase percató de que se trataba de hombresuniformados.

Tratar de escapar era inútil. Ochentamilitares habían rodeado el edificio, vigilado

los ascensores y escaleras, y estaban, incluso,en el mismo rellano del piso desde antes dellamar a la puerta. También hubiera sido inútilcontestar que no estaba allí, sabían queestaban ella y su marido. Toda excusa otáctica de evasión resultaba inútil, era mejorentregarse con dignidad. Unos instantesdespués los soldados entraban dentro delrecibidor de la casa.

-Traemos órdenes de detener a

Carlotte Roche.Carlotte, una mujer de unos cuarenta

años, apareció en el recibidor con la tristezareflejada en su rostro. No se percibía ira enella, ni rabia, sólo una profunda tristeza. Sabía

 bien que era una de las columnistas que másse había destacado en sus críticas contra elEmperador. No dudaba de que, antes odespués, sus críticas mordaces le pasarían

factura, aunque sus columnas se editaran en

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un medio de tercera categoría. Pero lo quenunca se pudo imaginar era que el Emperador,airado esa mañana, había ordenado:

-Quiero que vayan a detenerlahombres de mi Guardia Pretoriana. Es mi

deseo que quede perfectamente claro que soyyo el que detiene a esa imbécil. Que le quedeclaro que no necesito valerme de ningúnintermediario. A veces, hay que dejar claroquién es el que manda aquí. O lo haces de vezen cuando, o si no los tontos se olvidan.

Los pretorianos que habían ido arecogerla, no iban vestidos con el uniforme de

gala, ni con el que usaban en Palacio, sino conel de campaña. Un uniforme muy discreto quesólo se distinguía de cualquier otro por unos

 pocos galones y discretos distintivos.El marido de Carlotte, desde otra

habitación de la casa, estaba llamando a laPolicía Metropolitana.

-Así que dice que unos locos vestidosde militares han irrumpido en su piso  – repitióla mujer policía en uno de los centenares de

 puestos de la centralita. ¿Está seguro de queno son militares de verdad?

-Completamente – mintió-. Se nota quees gente disfrazada y se quieren llevar a mimujer. Ayúdennos.

-Muy bien, no se preocupe. Vamos para allá inmediatamente.

El marido le dijo a su esposa, al oído,que se demorara todo lo posible en abandonar

el piso. En el tiempo en que la detenida sedespidió de sus familiares, uno por uno, fue a

 por su bolso, e hizo un amago, falso, dedesmayo, transcurrieron seis minutos. En esetiempo, llegaron cuatro agentes de la PolicíaMetropolitana.

-Vamos a ver, qué está pasando aquí – 

la voz recia y segura del agente plantándosefrente a los soldados, inspiró confianza a ladetenida y sus familiares.

Los pretorianos le dijeron que teníanorden de detener a esa mujer. El policía almando escuchó las explicaciones, sin perderojo a los supuestos militares. Sólo estuvoseguro de que eran realmente soldados,

cuando comprobó sus documentos y vio quesus armas eran verdaderas armas. Pero noacababa de ver claro que unos soldados

 pudieran realizar tal acción e insistió en queno les podía dejar marchar con la detenida.

-Mire  – resolvió finalmente el policía-,voy a llamar, ahora mismo, al Departamento ya ver qué me dicen.

-Nosotros cumplimos órdenes y no

vamos a esperar.-Pues lo siento, pero van a tener queesperar.

El policía, sin esperar respuesta, desdesu comunicador situado sobre su hombro se

 puso en contacto con el Departamento Centralde la Policía Metropolitana. Les atendió unsuperior que, a su vez, les pasó con otrosuperior de más rango. Después de variasconsultas entre los jefes, tampoco vieron claro

el asunto y le ordenaron al policía queaguardase mientras consultaban con eldepartamento jurídico. Dos minutos después,un abogado hablaba con el capitán, y elcapitán le comunicaba lo siguiente al policíaal mando:

-Verás, nos han dicho que la GuardiaPretoriana está considerada como uno de losservicios de seguridad del Estado. Eso

significa que pueden detener a alguien. Perosegún el Departamento Jurídico sólo lo

 pueden hacer de forma ordinaria en los límitesterritoriales de su jurisdicción, y de formaextraordinaria en caso de flagrante delito. Y

 por lo que me dices, ellos han llamado y hanentrado allí… Esto es muy irregular. Mira,diles que no.

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Dos minutos después, el policía volvíaa hablar con el Servicio Jurídico que no habíacortado la comunicación.

-Mire, se niegan. Insisten en quecumplen órdenes  – y poniéndose la mano

delante de la boca y hablando bajo-: Son másque nosotros y están armados hasta losdientes.

-Está bien. Tómales todos los datos alos seis pretorianos que están allí en el piso.Ya sabes, compañía a la que pertenecen,oficial del que dependen y todo eso. Y que sela lleven.

Mientras tanto, el abogado consultado,

en su despacho del Edificio Central delDepartamento de Policía, se levantaba de sumesa y comenzaba a pasear nervioso por susilencioso despacho enmoquetado.Finalmente, se sentó con energía, miró en unaguía el distrito judicial al que pertenecía aquel

 piso, y llamó a un número de teléfono:-Señorita, sí, quiero hablar ahora

mismo con el juez que esté de guardia.En ese mismo momento, el Emperador

estaba feliz sobre un caballo, jugando una partida de polo, vestido de blanco. No sabía élhasta qué punto su vida se iba complicar en elmismo instante en que aquel abogado, llenode dudas, marcaba el teléfono del juzgado.

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Estar en la cúspide de la pirámide jerárquica,te da la sensación de impunidad.

Miras hacia arriba y no hay nadie.

57 minutos después de la detención

Una mujer joven, aburrida, sentada ensu mesa, se encargaba de la vigilancia de laentrada Este-4 al Palacio Imperial. Se tratabade una entrada discreta, situada en un granmuro de mármol blanco, a cien metros de lagran escalinata de la Puerta Unrein.

La mujer aburrida vio como un señordesconocido, el juez Fabien Landreau,seguido de la Policía Judicial, se plantaba

delante de ella y, mostrándole suscredenciales, le decía que era juez y quequería que llamara a algún oficial de laGuardia Pretoriana. Al poco, apareció allí unsuboficial de guardia en ese sector.

-Sí, en qué puedo ayudarle  – dijo el joven militar amable y sorprendido.

-Soy el juez Landreau, pertenezco alJuzgado 328. Aquí tienes mis documentos

acreditativos. Vengo a hacer un registro.¿Sabes donde están los calabozos de esteedificio?

-Pues… sí, señor.

-Llévame a ellos.-No sé si estoy autorizado  – repuso

dudando.-No te lo estoy pidiendo, soy un juez.

O me llevas ahora mismo, o te detengo porobstrucción a la Justicia.

El suboficial tragó saliva. Los diezagentes de la Policía Judicial que estabandetrás del juez, daban la impresión de queaquel hombre estaba hablando en serio.

-Sígame  – mientras tanto le dijo a lamujer sentada en su mesa, vigilando la puerta,que llamara al coronel Zavettieri y lecomunicara lo qué estaba pasando.

El suboficial, preguntándose mil vecessi estaba haciendo lo correcto, le guió hasta lazona de calabozos. De camino hacia la zonade celdas, apareció a la espalda del grupo elcoronel Zavettieri ordenando al grupo que se

detuviera y exigiendo explicaciones. El juezno se detuvo, el secretario judicial se retrasó yfue él que le dio las explicaciones. El coronelgritó que no podían hacer eso. Enfadado,nervioso, pensó qué hacer. Quiso seguir algrupo, pero tras unos pasos sacó un teléfono ymarcó un número: ¡Coronel Zavettieri,

 póngame, urgentemente, con el general!Mientras, el grupo había llegado ya a

la entrada al sector de calabozos. El soldadosentado en la mesa de entrada a esa zona, selevantó de su asiento como diciendo: ¿¿quéestá pasando aquí?? El suboficial le explicó.El juez, con autoridad y aplomo, le preguntó:

-¿Ha entrado alguien detenido en estesector hoy?

-Pues sí.-Guíeme hasta su calabozo.-Pero es que… -el soldado tampoco lo

tenía claro. ¿Debía obedecer?-Esto es un registro judicial y te estoy

ordenando que me guíes hasta ese calabozo. No te lo estoy pidiendo.

-Pero...-Hay dos posibilidades: o me guías

hasta ese calabozo o vas ahora mismo a lacárcel del juzgado.

-Pero es que las disposiciones de mi

capitán… -Yo no soy ni tu capitán, ni tu

comandante. Soy un juez. No te lo volveré arepetir, o me guías o estos guardias de aquí sete llevan detenido.

Malhumorado, el soldado se levantó,cogió de malas maneras las llaves y se puso aandar.

Y así, poco después, llegaron a lacelda. El juez la miró a los ojos y, casi con

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severidad, le hizo la que iba a ser la preguntamás famosa de la Historia del Derecho entodo ese siglo: ¿Es usted Carlotte Roche?

El juez escuchó la respuesta sinmanifestar emoción alguna. Después, muy

serio, se compuso su flequillo y le hizo, por puro formalismo, una batería de diez preguntas. Tales como: ¿le han informado bajo qué cargos se le ha detenido? Tras esas preguntas, el magistrado le comunicó:

-Está usted libre. Puede salir cuandoquiera.

En esa tesitura, el juez se mostrabaapenas intranquilo, pero se daba

 perfectamente cuenta del embrollo en el quese estaba metiendo. Era plenamenteconsciente de que su carrera, desde entonces,daba un giro de 180º. Fue cuando acabó su

 batería de preguntas, cuando llegó corriendoel general al mando de toda la GuardiaPretoriana, seguido de cuatro oficiales más.

-¿Qué está haciendo usted aquí? – gritóagresivo el general. Y mirando a los dossoldados que allí estaban-. ¿Quién ha sido el

mentecato que ha dejado entrar a este hombreen Palacio?

El juez, sin alterarse, levantó sus ojoscastaños de la libreta donde estaba haciendoanotaciones.

-¿Sabe que soy juez?-¿Usted sabe dónde está?El juez no se molestó en responder.

Se limitó, imperturbable, a preguntar:

-¿Quién es usted?-¡Soy el general al mando de la

Guardia Pretoriana! Y...El juez le interrumpió:-¿Conocía que había una persona civil

retenida en estos calabozos?

El general furioso le atravesó con lamirada, hubiera deseado echarle las manos al

cuello. Pero se contuvo. Se dio cuenta de queno debía contestar.

-Muy bien  – dijo el juez a uno de lossecretarios de su juzgado-, Pierre, confisca,ahora mismo, las grabaciones de las cámaras

de seguridad de estos pasillos.-¡Soldado!, no se le ocurra entregarle

esas cintas, ¡es una orden!  – gritó el generalfuera de sí.

El juez sonrió. Sabía muy bien que esemilitar no tenía nada que hacer.

-General, o revoca esa orden y le diceque le entreguen esas cintas a mi secretario, oesta conversación la vamos a continuar en mi

 juzgado. Usted decide.El general se puso rojo de furia.Apretó los puños. Después, tras una luchainterior, de forma casi inaudible ordenó: daleesas condenadas cintas.

-Muy bien  –  prosiguió el juez-, ahoravoy a interrogar a los oficiales al mando delsector de calabozos. Así como a los soldadosque procedieron a la detención de CarlotteRoche. Quiero hablar con todos, uno a uno.

Aparecerán en las cintas de las cámaras deseguridad, así que no quiero que falteninguno.

Un brigada sudoroso apareció pordetrás del juez. Se cuadró ante el general y lecomunicó en voz baja, acercándose al oído desu superior:

-Señor, he consultado con los que medijo -tres abogados del Estado-, mi general.

Vienen ahora mismo hacia aquí. Pero me handicho que sí, que él tiene derecho a hacer esteregistro y que, por tanto, no le podemos echarfuera del edificio. Pero que no se preocupe,que ellos vienen hacia aquí y que serán elloslos que hablen con él y manejen la situaciónen cuanto lleguen.

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El magistrado Landreau, de lejos,había oído más o menos de qué trataba laconversación, así que dijo:

-Prosigamos  – dijo el juez-, ¿quién esel oficial encargado de los calabozos?

Un comandante dio un paso al frente ycontestó con energía:

-Yo soy.-¿Sabía usted que se había detenido a

un civil?-Sí.-¿Era conocedor de que se había

 procedido a su detención fuera de esteedificio?

-Sí.-¿Y usted se limitó a dejar constanciade su detención sin permitirle hablar con unabogado, sin procurarle ningún otro de susderechos legales?

-Obedecía órdenes  – respondió condesprecio.

-De acuerdo  – dijo el juez-, desde estemomento queda usted detenido,

 proseguiremos esta conversación pero no

aquí, sino en los juzgados. Le comunico queestá acusado de retener ilegalmente a una

 persona civil en una prisión militar. Agente, puede llevárselo ya.

-¡Esto es insultante! – gritó el general-. No sabe el lío en el que se está metiendo. Seva arrepentir toda su vida.

-Respecto a usted, general, habrá queaveriguar si estaba al corriente de que este

ciudadano estaba retenido en sus calabozos  – el juez le hablaba sin dejar de tomar notas ensu libreta-. Si es así, le puedo asegurar, queusted, y no la señora Roche, va a ser el que vaa dormir hoy en el catre de una comisaría.Pero no es ahora cuando le voy a interrogar.Le dejo para el final cuando tenga todos losdatos.

El juez todavía se quedó dos horasmás por allí, interrogando, tomando notas y

 pidiendo algunas grabaciones más de cámarasde seguridad. Los tres abogados del Estadollegaron, hablaron con él, y le acompañaron,

solícitos y preocupados, en todas sus pesquisas.

Quizá el auténtico cetro de nuestro tiempo es elteléfono.

Tener el poder de marcar un número y decir: hágaseesto.

Con el cetro del Poder se puede mucho, pero no puedes coger el cetro y,

delante de todos, en el salón del trono,aporrear a alguien hasta matarlo.

Al final de aquella tarde, a las 8.45 pm, el Cónsul Máximo Hurst estaba reunidocon el Ministro de Justicia. El Emperadortenía a un comandante de su Guardia

Pretoriana y a tres soldados detenidos. ¿Cómoera posible que un juez civil y no militarestuviera allí haciendo preguntas? El Ministrole explicó que el Código Civil expresamentemencionaba que en caso de detención ilegalde un civil por parte de militares, un juez nomilitar poseía jurisdicción para realizardiligencias previas. Después le explicóinfinidad de tecnicismos que estaban en la

ley: si se estaba en zona de guerra, si ladetención se practicaba fuera de un cuartel,etc, etc.

-¡Pero la Familia Imperial estáaforada! ¡Sólo podemos ser juzgados por elSenado o el tribunal que éste constituya!

-La Familia Imperial sí, pero lossoldados de la Guardia Pretoriana, no estánincluidos en esa ley.

-Pero son militares, luego sólo un juez

militar puede juzgarles.

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-Sí, pero un juez civil puede hacertodas las diligencias previas. Puede investigar.

-¿Y hacer un registro?-Si el Palacio fuera un cuartel, tendría

que haber solicitado el registro a la justicia

militar. Pero el Palacio no es un cuartel. Hayun cuartel dentro del Palacio, pero todo eledificio no es un cuartel. Y el sector de

 prisiones, curiosamente, está fuera del cuartel.El ala oeste y toda la zona de aquí  – señaló un

 plano-, no es zona cuartelaria.-¿Y puede detener a ese oficial y esos

tres soldados?-Sí, serán juzgados por un tribunal

militar. Pero la detención puede practicarla él.-Vale, vale, ¿y ahora que puedo hacer? – le cortó finalmente el Emperador.

-Ahora la maquinaria legal seguirá sucurso. No hay forma humana de detener el

 proceso.Después de media hora de preguntas y

explicaciones, llegó el director del Servicio deInteligencia. El Emperador despidió alMinistro diciéndole:

-Me ha quedado todo claro. Perfecto. No obstante, voy a demostrarte a ti y a todosque, cuando yo quiero, puedo detenercualquier proceso. Ya lo vas a ver. Esehombrecillo me ha amenazado, pero yo nonecesito amenazar.

El Ministro de Justicia salió, intrigado,sin hacer preguntas y sin querer hacerlas.Salió con una cierta alegría de no tener que

quedarse a escuchar la siguiente conversaciónque iba a tener lugar. Puesto que sabía queDrenan, el Director del Servicio deInteligencia, había sido llamado para ocuparsetambién de este asunto.

-Muy bien, mi buen amigo Drenan – ledijo el Emperador-, ya hemos escuchado aeste jurisconsulto. Hoy ya llevo oídos a mediadocena. Les pagamos para que hagan su

trabajo. Pero adonde ellos no llegan, llegamosnosotros. Donde no alcanza el largo brazo dela Ley, alcanza el brazo del Poder.

-Ellos tienen la Ley, nosotros tenemosel Poder. La Ley sólo se puede hacer cumplir

con el Poder. Sin el Poder, los textos legalesson meros papeles, eso sí, bellísimos eintimidatorios.

-Drenan, sólo el escucharte metranquiliza. Vamos a estudiar las

 posibilidades que me traes.Al cabo de un rato, el Emperador

concluyó:-Estoy de acuerdo, lo mejor es destruir

el edificio entero de los juzgados. La sala 328,al fin y al cabo, está en una construcción pequeña y vieja. El que sólo haya una sala delo penal en ese edificio, nos lo facilita todoincreíblemente. Decidido. No dejéis piedrasobre piedra.

-Bastarán tres misiles A-4 del tipoHawk para que no se salve ni un solo archivo.A eso, desde luego, me comprometo. Noquedará ni un sólo ordenador, ni un sólo

 papel. Son misiles pequeños y precisos, creanuna esfera sólo de veinte metros de diámetro auna temperatura de 1.300º. Son misiles deultimísima generación, precisión absoluta.Todas las pruebas, todas las cintas, todos losinformes, están archivados y custodiados enese juzgado. Si se destruye todo, deja dehaber pruebas.

-Perfecto. ¿Para qué necesitamos la

Ley, teniendo misiles?

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Con el poder supremo, puedes perpetrar las mayores perfidias,

 pero es obligatorio guardar las formas.

Al día siguiente

-Es una verdadera pena  – dijo unhombre atlético de unos cuarenta años congafas de sol.

-Es que no ha quedado nada – añadió elteniente de policía-. Ayer aquí había un

 juzgado y ya ve ahora... un montón deescombros humeantes.

-¿Cuántos cadáveres?-Ocho, de momento.-¿Incluido el juez?-Incluido el juez. Su cabeza apareció a

veinte metros de la pierna más cercana.-Una pena sí.-¿Quién habrá podido ser? Este

atentado... tan salvaje.

-Quién sabe. Hay tanto loco por elmundo.

-¿Y ustedes los del Servicio deInteligencia se van a encargar de lainvestigación?

El hombre de las gafas asintióretocándose el nudo de la corbata.

El ruido de una aeronave queaterrizaba no les permitió continuar la

conversación. Los motores callaron. Una pesada puerta metálica se abrió. Del vehículodescendió una mujer alta que nada más bajarel último peldaño se detuvo y miró el

 panorama con ojos de una increíble severidad.Después, anduvo directa hacia el teniente,

 pues resultaba evidente por el uniforme que setrataba del policía de más graduación. Lamujer, sin darle la mano, le preguntó:

-¿Es usted el policía al mando aquí?

-Sí.-Juez Montorfano, vengo a investigar

el atentado.El policía miró al hombre gordo que

tenía a su lado, el del Servicio de Inteligencia.

El cual, de inmediato, añadió:-Naihm Shuari, soy del Servicio de

Inteligencia, me envía el general Aranaz. Unequipo nuestro va a venir esta mañana ainvestigar lo sucedido.

-No  – dijo la juez-. Cuando fallece demuerte no natural el juez que lleva un distrito,su muerte es investigada por el ConsejoSuperior del Poder Judicial. El Consejo me ha

nombrado hoy para que me encargue de todaslas diligencias.-Por supuesto  – dijo Naihm-, por

supuesto. Pero el que nosotros desplazáramosaquí a uno de nuestros mejores equipos deinvestigación, era sólo por colaborar. Deningún modo queremos suplantar suautoridad. Nos lo pidió además el Ministrodel Interior.

-Agradezcaselo, pero será los

investigadores nuestros los que se van aencargar de todo.

Sin dar más explicaciones, la juez sedirigió al montón de escombros. NaihmShuari observó con preocupación que de laaeronave en la que había venido la juez,

 bajaban ocho hombres que, sin perder tiempo,se enfundaban en monos blancos. La juezhabía traído su propio equipo. Naihm, sin

aparentar contrariedad alguna, buscó unaexcusa cortés para dejar al teniente con el quehabía estado conversando, y se dirigió a suvehículo para hacer una llamada. Pero ya erainevitable, aunque llegase otro equipo deinvestigadores, el equipo de la juez se iba a

 pasar toda la mañana revolviendo entre losescombros.

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 Naihm Shuari se acercó dos horasdespués a la juez tratando de entablarconversación. La juez, sin distraerse delfragmento metálico que estaba examinando,no rehusó charlar cinco minutos con él:

-Pertenezco a la sala 3 del ConsejoGeneral del Poder Judicial  – la magistradohablaba con dureza, como enfadada, debía sersu carácter-. Esa sala es la encargada deinvestigar todo asesinato de un juez.

-Pienso que todo esto ha sido un

atentado probablemente del FMR, o de algúngrupo extremista afín. El juez ha muerto

 porque daba la casualidad de que estaba allí.Pienso que sólo querían destruir un juzgado,el que fuera.

-Lo único que importa es que no hafallecido de muerte natural. Eso basta paraque la sala 3 se encargue de investigar que hasucedido.

-Le veo revolver cada montón,examina cada trozo de hierro retorcido,¿siempre se toma tanto interés por sus casos?

La juez levantó los ojos y miródirectamente a Naihm. Después añadió conextrema dureza con unas palabras que

 parecieron arañar a Naihm:-Landreau, era mi amigo.

A veces, las cosas se lían más,cuando ya parecía que no podían liarse más.

A veces, los planes salen justamente al revés.

En ocasiones, los más poderosos no pueden entender por qué todo está saliendo justamente al revés de lo

 planeado.

En ocasiones, los hechos siguen un curso talque parecen la venganza de los débiles frente a los

fuertes.

Seis horas después

La juez Montorfano se hallabahaciendo una investigación en un cuartel delas fuerzas aéreas situado a las afueras deRoma. Ocho oficiales le acompañaban,amables, rodeándola de sonrisas nerviosas,

 proporcionándole los datos que pedía con eldeseo de no meterse en problemas. Leacompañaba un juez militar, conocido suyo,

que era el que le había concedido el permiso para la inspección sin poner ningún problema.

Durante la próxima hora, la juez seempleó a fondo. Preguntando de oficial enoficial, y moviéndose de un piso a otro deledificio de la base militar, llegó por fin a lamesa adecuada con la soldado adecuada.Sabía desde horas antes, por los fragmentoshallados en las ruinas del juzgado, que losmisiles empleados eran de última generación:los A4 del tipo Hawk. Y sabía que ese tipo demisiles sólo se encontraban en esa base y noen otra. Así que, ni corta ni perezosa, se

 presentó en las oficinas de ese cuartel y miróella misma el registro de almacenaje demisiles A4, con sus anotaciones de entradas ysalidas de material.

-Pues, efectivamente, ayer por lanoche tenemos anotada una salida de tres

misiles de este tipo  – le dijo sin ninguna

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emoción una soldado encargada de llevar eseregistro. La soldado, como los militares queacompañaban a la juez, no tenía ni idea de quéestaba investigando esa magistrado.

-¿Y quién se llevó esos misiles y para

qué?-Aquí pone que se entregaron al

Servicio de Inteligencia. En la casilla dedestino aparece la anotación b8. Eso significa:fines propios del Servicio del Servicio deInteligencia.

-La anotación b8 es corriente.-Es inusual. Porque el destino de los

misiles se suele especificar. Se dice si van a

ser usados en Afganistán o en Nigeria o enotro lado. Sólo un par de veces al año, se nosdice simplemente que entran en los fines quellaman b8.

-¿Algún dato más?-La hora de salida y que las

autorización de entregarlos fueron expedidas por el general Nobrega a petición del Serviciode Inteligencia. No constan másespecificaciones.

-Más que suficiente  – dijo la juez. Unasonrisa de triunfo apareció en su serio rostro-.Hágame, ahora mismo, una copia oficial delos datos que constan aquí.

El general Nobrega hablando por

teléfono a las dos de la tarde del día siguientecon un pez gordo del Servicio de Inteligencia:

-Oye, me están haciendo preguntasmuy raras. (...) No son manías mías. (...) Queno. (...) No estoy viendo fantasmas por todas

 partes. (...) Bueno, allá tú. Pero sería buenoque se lo comentaras a alguien de más arriba.(...) Muy bien, señor sabelotodo, te haré casoy trataré de pensar en otra cosa. (…) Sí,

trataré de distraerme.

Esa noche, ese pez gordo del Serviciode Inteligencia hablando con un compañerosuyo:

-¿Dígame? (...) Oye, ¿estás loco? Yaestaba en la cama y dormido. (...) Perdona, note he entendido bien, (...) No estoy sordo, loque estoy es medio dormido. (...) ¡Quequieren detener al general Nobrega por

 participación en un complot! (...) ¿Cuándo?(...) Que sí. (…) ¡El Consejo General delPoder Judicial va a pedir al Tribunal Supremo

su detención inmediata! (...) ¿Y estáninvestigando a tres o cuatro cargos delServicio de Inteligencia? (...) Esto se nos haido de las manos. Me entiendes. Esto se nosha ido ya de las manos.

Puedes hacer que alguien se trague un sapo, pero debes trocearlo, cubrirlo y condimentarlo.

 Ni con todo el poder del mundo, puedes lograr que nadie se trague

un sapo entero y verdadero.

Al día siguiente.

El Cónsul Máximo, sentado en unsillón de su sala de estar en Palacio,

acariciaba la cabeza y el lomo de su dálmata,tumbado a sus pies, sobre una gruesaalfombra persa. Detrás de él un grandiosolienzo del XVII poblado de colores vivos yfiguras de gesto apasionado. Tres consejeroscon muchos papeles se acababan de sentar enotros sofás.

-Bueno  – comenzó un consejero-,vamos a ver por donde empiezo a darle lasmalas noticias. Ha habido novedades. A las

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4.30 de esta tarde, se ha reunido el TribunalSupremo de la República para discutir el casoLadreau llevado por la juez Monfortano.

-Perdona que te interrumpa  – dijo elEmperador-. ¿Por qué un caso así ha llegado

directamente al Tribunal Supremo?-Pues porque los magistrados del

Tribunal Supremo, después de una reunión detres horas, han decidido imputarle a usted

 bajo los cargos de detención ilegal yasesinato.

El Cónsul Máximo dejó de acariciar al perro y se quedó con la boca abierta unossegundos.

-Creo que no te he entendido bien.¿Puedes repetírmelo?-Mañana por la mañana, a primera

hora, en cuanto abran las oficinas, se presentará al Senado un requerimiento delevantamiento del estatus de aforado del quegoza usted.

-Sencillamente, no me lo puedo creer – comentó el Emperador.

-El Servicio de Inteligencia  – comentó

otro consejero- grabó hace dos días unaconversación telefónica en la que elPresidente del Tribunal Supremo llamó a la

 juez que ha llevado las diligencias previas. Laconversación fue ésta: ¿Eres conocedora delenredo en el que te estás metiendo? Bien,únicamente quería preguntártelo. Te vamos aapoyar, pero queremos que seas conscientedel follón en el que te metes. Pero pase lo que

 pase, si sigues adelante, nosotros vamos aestar contigo.

-Increíble. Se han vuelto todos locos  – 

exclamó el Cónsul llevándose las sienes einclinando su cabeza-. ¿Por qué... por quéhacen esto?

Contestó muy serio uno de susconsejeros:

-¿Quizá sea porque a los jueces no lesgusta que maten a los jueces.

Los consejeros se callaron. Hurst percibió con toda claridad la dureza del gestode aquellos consejeros. Harían su trabajo, queera el de intentar salvarle. Pero percibía queellos deseaban que el peso de la Ley le cayera

encima y le aplastara.Hurst sintió desprecio por ellos, como

ellos lo sentían por él, aunque no se lodijesen. Pero sabía que a pesar de lo que cadauno pensara, eran los mejores en su campo yque eran pagados para luchar de su lado.

Otros Cónsules habían perpetradocrímenes mucho más infames. Pero todo sehabía hecho de manera que los jueces no

habían sabido por dónde empezar a investigar.Un hombre desaparecía y eso era todo. Peroél, en un alarde de fanfarronería había enviadoa pretorianos, a plena luz del día. Y después,había tomado, en un momento de ofuscación,la decisión de arrasar todo un juzgado. Sí,eran acciones que obligaban a la maquinaria

 judicial a ponerse en marcha.-Bien, chicos, ¿qué podemos hacer?  – 

 preguntó resoplando el Emperador y tratando

de mostrarse optimista de nuevo.-Lo primero que los tres le

aconsejamos, a partir de ahora, es noemprender ningún tipo de acción sinconsultarnos. Drener puede saber mucho delmundo de los servicios de inteligencia, perono es un perito en el campo judicial. Esto yasólo se puede resolver dentro de la Ley ydesde la Ley. El uso cualquier otro medio sólo

logrará agravar la situación.-No, desde luego  –  bromeó el Cónsul-,

si decidiera encarcelar a los miembros delTribunal Supremo, al día siguiente tendría adiez legiones dirigiéndose hacia aquí parasacarme de este sillón  – nadie le rió la broma.Hurst se sintió muy incómodo-. No os

 preocupéis. Era una broma.-Hay que reconocer que hemos tenido

la mala suerte de que el piso de Carlotte

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cayera justo en la jurisdicción de un juez queera bien conocido por su rigor en lasalvaguarda de la legalidad. Y que, encima,no perdiera ni un segundo en comenzar ainvestigarlo todo. No nos dio tiempo a

reaccionar. A esto se ha añadido la malasuerte de que la juez Monfortano se hayatomado todo esto como un asunto personal.Ladreau era amigo suyo. No muy amigo, perosí que se veían una vez cada mes o cada dosmeses.

-Aunque una vez que saltó por lo airesel juzgado, ya no era necesaria la mala suerte,los jueces son capaces de tragarse muchos

sapos, pero éste era muy grande  – añadió otroconsejero-. Hoy el presidente del Consejo delPoder Judicial, el duque de Berry, en directoen una entrevista al programa Europa Hoy delCanal 3, ha dicho:  Esto ha sido un ejercicio

de desfachatez que nos devuelve a la era de

las cavernas y al mazo sobre el hombro.

 Mientras ocupe mi puesto voy a usar todos

los generosos medios de los que nos provee el

 Estado para encontrar al culpable. 

-¿Todo este asunto de la explosión enel juzgado –  preguntó el Emperador-, ha salidomucho en los medios de comunicación?

-Pues lo hemos controlado bastante bien. Llamamos a los dueños de los tres principales grupos de medios decomunicación, y les explicamos que era unasunto que afectaba a la estabilidad delsistema. Que el tema se investigaría y se

castigaría, pero tratando de que los trapossucios se lavaran en casa. Es cierto que algo síque ha salido, pero hemos logrado que seacallara el tema todo lo que se ha podido.Hemos tenido que sacar del frigorífico cuatronoticias de verdadero calado para eclipsarésta. Menos mal que ya las teníamos

 preparadas.-Vamos ahora  – añadió otro consejero-

a darle un curso de leyes compendiado y

acelerado. Pero déjenos a nosotros lasdecisiones, al fin y al cabo, somos losespecialistas.

El Cónsul Máximo paseaba nervioso alo largo de una gran columnata que daba a los

 jardines interiores de Palacio. Había cenadoya, pero su espíritu seguía intranquilo. Una yotra vez seguía culpando a la sociedad por sufariseísmo. Podía hacer desaparecer a alguien,

 pero no podía saltarse la Ley a la hora de

detener a una indeseable como aquella periodista. Y después los jueces... Podíamasacrar a decenas de millares de personas enel extranjero, en cualquiera de las guerras quetenía en curso, pero en casa no se le podíaocurrir acabar con un juez loco. Sí, lasociedad era falsa. Si el Senado permite quese me investigue, habrá un juicio y eso sí queya no habrá manera de pararlo. Si hay un

 juicio, va a salir mucha porquería. Entonces síque no habrá nadie en toda la República que pueda detener el veredicto, ni yo, ni nadie.

-Señor  – le interrumpió un criado, perdone, ya está aquí la visita.

-Ah bien. Le recibiré en el Salón de laVictoria.

El Emperador saludó efusivamente asu anciano conocido y profesor, el decano dela Facultad de Derecho de París. Después de

unos cuantos parabienes entre ambos, eldecano le dijo con pillería:

-Ya tengo la solución.-Pasemos a la Biblioteca, allí me lo

explicas.

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Dos meses después.El Emperador Hurst, durante una cena,

reía y bromeaba con sus amigos. Al comensalde su derecha, su mejor amigo, le confiócómo se libró de la votación que le hubiera

 podido llevar a perder su estatus de aforado.La triquiñuela jurídica se la encontró

el viejo Decano de Derecho. Esa escapatoriase encontraba en un pequeño punto delreglamento del Senado. El reglamento diceque  para imputar a un Cónsul Máximo o a

alguien de su familia en dos grados parentesco, ascendiente, descendente o

lateral, el Tribunal Supremo debe presentar

 su solicitud en la Secretaría del Senado. Y

que ésta la trasladará al Presidente del

Senado para que en el día y la hora que crea

adecuada, el Presidente del Senado la

 presente a discusión y votación. Realizada la

votación, el Presidente del Senado

comunicará el resultado al Presidente delTribunal Supremo de la República.

El reglamento decía claramente que elPresidente será el que fije el día y la hora enque la votación haya de producirse. Así que elEmperador llamó al Presidente, su magníficoamigo, y le explicó que lo único que tenía quehacer era ir retrasando el día de la votación.Cada vez que alguien en un pasillo le

 preguntaba, ¿cuándo va a ser la votación? Él

les respondía: la próxima semana. Y al finalde la siguiente semana, respondía a los que le

 preguntaban: hemos encontrado problemas deagenda para esta semana, lo dejaremos para la

 próxima.En una de las sesiones del Senado, un

senador le preguntó formalmente acerca deesta cuestión con deseo de que constara enacta su respuesta. El Presidente declaró

aparentando la mayor sinceridad posible: Es

cierto que esto se ha retrasado en exceso, peroen los próximos días voy a fijar qué día de la

 próxima semana tendremos la votación.El senador que había hecho la

 pregunta dijo que qué problema había en

hacer en ese mismo momento la votación. ElPresidente le respondió con toda calma:Desgraciadamente, este punto no está en elorden del día y el reglamento expresamenteespecifica que esta cuestión debe sercomunicada de antemano para que lossenadores puedan meditar el sentido de suvoto y disponer de sus agendas con tiemposuficiente.

Hurst comentaba este episodio entrerisas, el alcohol le había puesto alegre. Pero,ciertamente, todos estos incidentes habíansupuesto un terrible desgaste para él. Sabíaque si volvía a haber más sucesos de este tipo,ya llovería sobre mojado y esta vez sí que nose lo perdonarían. Nada de lo que se hace,sale gratis. Su crédito político había quedadomuy tocado. Un crédito invisible, imposiblede plasmar en una cifra concreta. Pero, en

cualquier caso, se trataba de un créditolimitado. Por eso, a pesar de la alegría, lasrisas y la compañía de amigos, se puso serio yañadió:

-Creedme, si tenéis que presionar,maltratar, detener o matar a alguien, dejad elasunto en manos de profesionales. En casosasí, no se cumple el dicho de si quieres haceralgo bien, hazlo tú mismo. Si es vuestro deseo

quebrantar la Ley, primero hablad con unabogado.

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La Reina de Inglaterra 

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La Reina de Inglaterra estaba sentadaen el saloncito de su pequeña casa. Una típicacasa de madera blanca, de dos pisos, junto aun bosquecillo agradable. Se trataba de un

 paisaje típico de Nueva Inglaterra. Hacía másde noventa y ocho años que sus antepasadosse habían exiliado allí. Desde la época de laanarquía europea de finales siglo XX. Tras elestablecimiento de la República Europea,todo atisbo de poder regresar como monarcashabía desaparecido. Si bien, el hermano de suabuelo había aceptado ser rey en el nuevoordenamiento constitucional, sin otras

 prerrogativas que las que le confiere su pertenencia a la Cámara de los Lores.

La dinastía se había escindido en unmomento óptimo para ello, cuando la esposade Jorge IX le dio dos gemelos. El parto tuvo

lugar en casa. Se hizo un acta, que se perdióno por casualidad veintisiete años después delnacimiento. El menor de los dos príncipes seencargó de ello. Desde entonces, el que hastaentonces había sido considerado el menor,afirmó ser el primogénito aduciendo extrañasmaquinaciones para haber sido preterido.

El primogénito y legítimo herederoaceptó el puesto en la Cámara de los Lores, el

otro continuó su destierro en Estados Unidos.Ambos reinaron bajo el nombre de EduardoIX. Siendo el nombre del mayor EduardoJorge, y el del menor Eduardo Carlos. Cuandocada vástago tuvo descendencia la dinastíaquedo escindida de forma definitiva, hubo unarama inglesa y otra americana. Suena extrañoa oído hablar de la rama americana de losmonarcas ingleses, pero así fue. Los eruditosen temas monárquicos hablaban entonces de

los hijos de estos, por ejemplo, como

Guillermo V RA y Victoria II RE, esto esGuillermo V  Resident in America, y VictoriaII Resident in England .

La señora que, ahora, sentada en su

salón miraba por la ventana las negras nubesque se aproximaban, tenía en su casa una

 pequeña parte de las joyas de la corona británica. La mujer se llamaba Victoria II, yobservó que las nubes que se aproximaban

 por el horizonte amenazaban con una grantormenta. Victoria pensó que allí, en esesalón, estaba la descendiente de los antiguosnormandos, de aquellos guerreros que

conquistaron parte de Francia e Irlanda. Todala historia se condensaba finalmente enaquella señora mirando por la ventana en elsalón. Sus antepasados habían poseído laIndia, parte de África, numerosas islas, lasTrece Colonias. Ahora sólo poseía esa casitay una porción de las joyas de la familia.Tantas batallas y guerras concluían en esacasita cuyo salón estaba decorado con diezarmaduras auténticas. Tanta gente había

muerto por la Corona a lo largo de lascenturias. Y ahora ella descansaba tantranquila en esa casita de Connecticut.

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La trampilla y el planode los arquitectos

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Dos humildes técnicos especializadosen el mantenimiento y reparación de lasmangueras por donde corrían los cableseléctricos de aquel laberíntico edificio, ibanrecorriendo un angosto túnel. Aquellaconstrucción no era un edificio cualquiera, erael Senado de la República Europea. Dada la

magnitud del lugar, eso suponía casi 90kilómetros de túneles por donde discurrían lastuberías de la fontanería, las mangueras de laelectricidad y los cables de comunicaciones.

Uno de los dos técnicos miró un planodoblado en muchos pliegues para que lecupiera en su bolsillo.

-Es más o menos por aquí, en elPR342. (...) Aquí está. Ves, Juan, te lo dije.

El otro técnico comprobó que teníarazón, había una bifurcación en la manguerade la tensión eléctrica. El técnico de más años,hizo unas anotaciones en su agendaelectrónica. Había que corregir la tensión enesa línea, la bifurcación no constaba y el otrocable le robaba fuerza al principal. Acabada lacomprobación y anotado el lugar donde habíaque hacer la corrección, se encaminaron haciaafuera. Aquel tramo en la decena de años que

llevaban trabajando, lo habían recorrido nomás de dos o tres veces en los años quellevaban trabajando en el lugar. Mentalmente,Juan iba tratando de recordar a qué salas deledificio daba cada parte del túnel.

Juan se volvió hacia la izquierda, auna parte del muro, recorrido de tubos negrosy rojos. Tocó una portezuela cuadrada de unmetro de lado.

-Mira. ¿Esta trampilla sabes adóndeva?

Peter consultó otro plano más grande.-Según esto, encima debería estar la

Sala Wurtrerjohk o el comienzo de la galería

esa que tiene unas columnas rosadas con unaespecie de clavos de oro. ¿Sabes cuál te digo?

Juan asintió, pero curioso golpeó la puerta metálica que resonó mucho al ser muyfina.

-Cuando pasamos por aquí, hace dosaños, ya me quedé intrigado. Pero comosiempre vamos con prisa. Creo que estatrampilla no va a ninguna parte. Porque,

fíjate, con estas dimensiones tan pequeñas yuna puerta tan endeble, esto tiene que ser de lasegunda o tercera fase de ampliación deledificio. Tiene la tira de años y recuerda quehubo una remodelación en toda esta parte delSenado.

-Mira ya me has dejado intrigado.Peter con su herramienta desatornilló

los cuatro tornillos situados en la partesuperior. Al quitar el último, la trampilla giró

sobre las bisagras de la parte inferior y callócon estrépito dentro del túnel al ser delgada la

 plancha. Peter esperaba encontrar, quizá, sóloun hueco de poco más de medio metro. Perono, un pequeño pasadizo con cables seinternaba hacia delante.

Los dos dudaron un poco. Después,Juan, animó a su compañero con un adelante.

Gateando avanzaron treinta metros.

Sus linternas dejaron patente que el pasaje seacababa allí donde unos hierros incrustadosen la pared hacían las veces de escala paraascender tres metros en vertical hasta otratrampilla. Estaba claro que ese pasaje era parala conducción eléctrica y servicios similares,

 pero lo que hubiera arriba ya no tenía usodesde hacía no menos de veinte años.

Juan, con decisión, subió por la escalay empujó la trampilla hacia arriba y se metió.

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Allí no había luz, pero por el eco de sus vocesera evidente que se trataba de una sala muyamplia y de techo muy alto. Sacaron de susmochilas unas linternas más grandes y más

 potentes. Al encenderlas, descubrieron algo

que no dejo de fascinarlos: una salaextrañísima, que llevaba a oscuras y cerradadesde hacía muchos años.

Ellos no lo sabían, pero acababan deentrar en la antigua capilla del Senado. Losarquitectos del Senado, muchos años atrás, enel proyecto de la segunda ampliación, habíancedido una zona para capillas y lugares deculto. Al final, sólo la Iglesia Católica había

decidido aprovecharse del ofrecimiento yacondicionar a su costa el espacio ofrecido.Dado que estaba situada en el

monumental edificio del Senado, y que se pensó que allí podrían tener lugar no funeralesde estado, pero sí grandes celebraciones, lacapilla no era un pequeño oratorio, sino unagran iglesia. Sus cien metros de longitudestaban cubiertos por un bellísimo artesonadoen el que los dorados y el nogal formaban

grandes cuadrados cada uno con una gran piña en el centro. Al final de la sala perfectamente rectangular, un altar y un pequeño retablo de alabastro. Los dostécnicos exploraban, temerosos ysorprendidos, ese territorio ignoto en mediode un vasto edificio. ¿Cómo había quedadouna sala olvidada?

La razón de que esa sala hubieraquedado olvidada, estaba en que en los diezaños posteriores a su creación, fueron de unacreciente laicización de la sociedad. Dehecho, el arzobispado autorizó la creación deese oratorio como un intento, uno más, portratar de introducir en ese ámbito algún tipode presencia cristiana. Pero el intento fueinútil, nadie iba allí para nada. La tendenciaclara hacia un mayor alejamiento de la

religión, obligó a ir espaciando los actos deculto cada vez más. De las cinco misas al añocon que comenzó al principio, prontoquedaron sólo la de la apertura del curso legaly la de clausura. Después de varios años, sólo

se celebraba misa en ocasiones especiales,más que nada funerales. Finalmente, trastreinta años de esfuerzo por mantener abiertoaquel oratorio, sólo un viejo capellán poseíala llave y la abría muy de vez en cuando.

Quince años después de su creación, elequipo de arquitectos comunicó por carta alarzobispado la decisión de remodelar todo esesector. La curia no se opuso a ello, dado que

ya no se usaba y que, legalmente, el edificiocon todas sus dependencias era propiedad delSenado.

Así que, en la nueva reforma, esa zonaen la que se inscribía la capilla, se destinó afines protocolarios. En el nuevoreordenamiento, la antigua capilla caía justoal lado de una nueva amplia sala donde secelebrarían cócteles y conciertos. Se decidiótapiar la gran puerta de la capilla que daba a

lo que iba a ser la nueva sala. Y dejar la zonade la capilla cerrada provisionalmente hastadecidir cómo reorganizaban ese espacio.Tenían un proyecto para esa sala quefinalmente no se llevó a cabo.

Cuando medio año después se decidióque la zona de mantenimiento y maquinariaestaría situada en una parte más espaciosa deotra planta, el espacio clausurado quedó sin

destino por el momento. Esa situación nohubiera continuado mucho tiempo si nohubiera sido porque la única puerta de accesohabía quedado tapiada y se había pintadoencima. De manera que sólo los integrantesdel originario equipo de arquitectos eransabedores de que allí había un espaciomuerto, sin uso y sin acceso a él. Dadas lasdimensiones del edificio senatorial,

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únicamente con un plano en la mano hubierasido posible descubrir esa zona clausurada.

Pero la curiosidad de dos técnicos porseguir hasta el final un estrecho pasaje, leshabía llevado a penetrar en ese recinto en el

que reinaban las tinieblas y el silencio desdehacía veinte años. Ellos dos no salían de suasombro. Deambulaban, callados, entre lasdesiertas filas de bancos polvorientos.Descubrían un libro de grandes hojascolocado sobre una especie de águila quehacía de atril. El libro hablaba acerca dehechos de lo más misteriosos. Aunque menosmisteriosos que el altar de granito (sin

manteles) situado en el centro del final de esacapilla. Un altar desnudo entre seiscandelabros de bronce, con los cirios aun ensu lugar. Ellos se preguntaban qué extrañosritos habrían tenido lugar allí. Entrarondespués en una salita pequeña donde habíamuchos armarios con muchas puertecitas. Allídebían haberse guardado muchas cosas. Perotodos los armarios estaban vacíos. Noquedaba nada.

La descristianización de la sociedadhabía sido tan profunda que ellos ni siquieraeran conocedores de que estaban en unacapilla católica. El Emperador se hubieraquedado petrificado si hubiera sabido que en

 pleno corazón del edificio del Senado habíauna capilla católica. Justamente allí de dondehabían salido las leyes más terribles contra la

fe cristiana, se encontraba un mosaico querepresentaba una cruz de siete metros de largoen su palo vertical. CRVX VINCET, la Cruzvencerá, tenía inscrito en la parte inferior desu palo vertical.

Los técnicos, en las semanassucesivas, siguieron explorando el lugar.Había muchas cosas que indagar: mosaicos,estatuas, confesonarios, y unos cuantosobjetos metálicos pequeños, cuyo uso, por el

momento, resultaba imposible de deducir. Laexistencia de aquel ámbito arcano fue unsecreto entre Peter y Juan. No comunicaron anadie su hallazgo. Indagarían por su cuenta,visitarían alguna biblioteca, leerían para tratar

de comprender qué sucedió allí. Saborearían,hasta el final, la satisfacción de ser los

 primeros en abrir un arca cerrada y ocultadurante casi medio siglo.

Con inmensa sorpresa, descubrieroncuatro sepulcros en el suelo. Representaban acuatro clérigos vestidos con amplios ropajesnegros hasta los pies. Uno llevaba en su manouna cruz, otro un pez, otro una paloma, el

cuarto una iglesia de tamaño reducido. Dossemanas después, armados de palancas,abrieron los sepulcros. Los personajes estabanallí, convertidos en huesos y polvo.

Otro día, en el centro del retablo, bajoun pequeño arco con vides de mármol,hallaron un espacio vacío que debió estarocupado por algún tipo de arqueta. Lainscripción en griego resultaba ilegible. Másadelante, trataron de descifrar las extrañas

 pinturas en la parte derecha de un lado de lacapilla.

El rastreo del lugar siguió. Lasincursiones en ese ámbito, acabaron por cesar.

 No haber comunicado a las autoridades elhallazgo, en su momento, hubiera dado lugara sanciones. Habían dejado demasiadashuellas, demasiados signos, de que sus

incursiones por allí habían sido muchas: lossepulcros, puertas forzadas, pisadas sobre el

 polvo en todas direcciones. Sí, habríasanciones. Así que ninguno descubrió a nadieel secreto y la capilla continuó allí, olvidada,oscura, cerrada. En pleno corazón del Senado,

 permaneció intacta hasta la destrucción deledificio en los bombardeos del año 2214.

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Londres, llueve ligeramente.10.34 a.m.

Seis horas después de organizadoel plan de ataque en un refugio militar nipón

El infierno está cayendo sobre la City

con todo su furor. Como si de un negro einmisericorde martillo diabólico se tratara, losmisiles que impactan contra la ciudad, seescuchan a muchos kilómetros de distancia,como colosales mazazos. Después deescuchar ese infernal martilleo lejano, vi,cerca ya, el fuego del averno sobre la tierra.La tierra convertida en un lienzo al estilo delos óleos flamencos de El Bosco. Entonces

comprendí la hoguera de vanidades quehabíamos creado y a la que habíamos

 prendido fuego con nuestra iniquidad. Lasuma de infinitos errores había llevado a eseespantoso y último error. Ese fuego quedescendía del cielo era sólo el último errorque coronaba toda una larga sucesión deerrores. Una sucesión de errores continuada,aumentada, durante generaciones.

-Este bombardeo se ha llevado muchascosas, también mi fe.-¿Pero no te das cuenta de que

 precisamente esto es el fruto de nuestra faltade fe. ¿En medio del Apocalipsis, y no tienesfe?

He visto caer la muerte más allá deesas nubes que lloviznaban. El fuerte calorascendente de las explosiones y de los

incendios disiparon las nubes, dejó delloviznar. El cielo se abrió y las nubes grisesse disiparon. Fue precioso, durante un minuto,ver la claridad del cielo que había por encimade las nubes. Fue como un espectáculo irreal.Pero las azules alturas perdieron pronto suscolores límpidos a consecuencia de lascolumnas negras que se elevaban acentenares.

Desde lo alto de mi piso 138, con mis prismáticos, he visto morir por la onda decalor de un misil a muchos hombres en unradio de dos kilómetros. Seres humanosfueron quienes cargaron el seno de ese misil.

Ha esto nos han llevado los errados conceptosfilosóficos: han hecho que el fuego se arrojesobre nosotros.

He visto manzanas enteras unirse auna hoguera descontrolada que parecíaengullirlo todo. De ese incendio descomunalse formó tal columna de fuego que tenía nomenos de un kilómetro de diámetro. Esacolumna formaba tal ciclón a su alrededor que

arrastraba a las personas al remolino, hacia laespiral de fuego, como si fueran centellas. Yoles oí gritar por los aires. El ruido eraensordecedor, pero los chillidos agudos, aveces, se sobreponían a todo. Era un coro demiles de chillidos.

El bellísimo Parlamento, Westminster,el Big Ben, todo son ya recuerdos. Aquí, undía, hubo una ciudad. Hubo toda una largahistoria de romanos, anglos, sajones y

normandos que desembocó en esta inacabablehora del infierno sobre la tierra. Hemosconstruido durante milenios, para alimentar lahoguera de esta hora.

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Gates y los astrólogos..........................................................................

Cuando penetré por el gran vestíbulode la parte sur de palacio, comenzó para mí lamás notable de las misiones que la Central meha encomendado.

Se trataba de un día soleado ytemperatura agradabilísima. Dos grandesleones orientales, dorados y enfurecidos, concollares de piedras engarzadas alrededor desus gruesos cuellos, flanqueaban los cuatro

 peldaños por los que se ascendía a un pequeño pórtico de columnas rojas de madera,no muy altas, muy típicas de esa zona deTailandia.

El hombre delgado y silencioso quecon una túnica color azul celeste me precedía,me guiaba sala tras sala hasta el lugar dondeme presentaría al jefe de inspectores técnicos.Las salas, de techos bajos y separadas por

 biombos y delgadas paredes que parecían de papel, estaban inundadas por una sensación de placidez. La naturaleza de los jardinesadyacentes, entraba a raudales por aquellos

 porches siempre abiertos.Las palabras de mi jefe en la sede de

Virginia habían sido claras: Gates hace másde veinte años que rompió todo contacto conel mundo exterior. (…) Sí, efectivamente, éste

es el retataranieto del primer Gates, elmillonario. El iniciador de una dinastía demillonarios. Una dinastía que ha dado todotipo de vástagos. Éste es uno de susdescendientes directos. El único que se hadedicado sólo y exclusivamente al software.Vive como un sátrapa en su mansión deTailandia, rodeado de su propia corte. Unacorte proporcionada por su dinero, y creada

 por su capricho.

Éste es un millonario desconocido,nunca aparece en los medios, porque nuncasale de su mansión. Sin vida social, es comosi no existiera para los periodistas. Ennuestros informes consta, como ya le he

dicho, que desde hace veinte años no sale desu palacio, ni poco ni mucho, nada. Éramos

 perfectamente conscientes en la CIA de quemuchos años antes de su voluntaria reclusión,había caído en manos de su equipo deastrólogos. Todo eso lo sabíamos por nuestrosagentes en ese país asiático. Pero ahora elDepartamento del Tesoro nos presiona.

Que la cuarta empresa de software

más grande del mundo esté, en la práctica, enmanos de un grupo de astrólogos es unacuestión de Estado. Aunque lo único quetuviéramos que evitar, fuera que su inmensafortuna quedara en manos extranjeras o que elcontrol de su corporación finalmente fueracedido a asiáticos de ese pequeño país. Yasólo por esas dos razones, valdría la penaempezar a hacer algo. De momento, vamos aempezar por colocar una pieza en ese tablero:

usted. La Central, los jefes de más arriba,están de acuerdo, debemos reforzar nuestroseguimiento de esa situación tan… irregular. 

Usted va a ser colocado por nosotrosen esa corte. Eso déjelo de nuestra cuenta.Una vez en el sitio, va a informar de qué es loque pasa allí, sólo queremos saber. Porsupuesto no podrá, ni tratará, de influir en eseambiente.

 Nadie puede acceder al millonario. Su palacio está dividido en cuatro ciudadelasconcéntricas. Sólo los autorizados puedenacceder a la cuarta ciudadela, que es dondevive. Su palacio es una réplica de la CiudadProhibida de Pekín. Una réplica no exacta,adaptada a nuestra época y comodidades.Haber levantado ese lugar y mantenerlodurante tantos años, no supone ningúnesfuerzo monetario para el dueño mayoritario

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de HCER. Su empresa produce billonesanuales de beneficios.

Su fe en las reglas de la astrología esabsoluta, total. Probablemente, hace años queel equipo de astrólogos ejerce el control de la

empresa. Este grupo de consejeros,evidentemente, se pone de acuerdo para darledirectrices ajustadas al sentido común y a loque más le interesa a su corporación. Se tratade un escenario financiero anómalo,denunciado mil veces por su familia, ante losmedios (lo cual no servido para nada) y unavez ante un tribunal de Pensilvania (que noles dio la razón).

Pero su hijo, su octavo hijo, quesuponemos que vive en esa corte, está siendoeducado en este sistema de valores,inculcándole desde pequeño la doctrina de lainerrancia de los astrólogos. Probablemente,esa camarilla de astrólogos irá incorporandonuevos miembros conforme vayan muriendolos más ancianos. De manera que estasituación se puede prolongar indefinidamente.

Esos diez astrólogos son inteligentes,

son lo más alejado de un equipo dealucinados. Nunca han desorbitado susexigencias económicas con respecto al dueñode la empresa. Saben que si le dijeran que losastros recomiendan que les sea entregada

 parte de la empresa, él comenzaría, por primera vez, a desconfiar. Gates cree en losastros ciegamente, pero no es tonto. El equipode astrólogos sabe, además, que si eso

sucediera -un testamento en el que ellosfueran los beneficiarios universales-, el estadotailandés intervendría acusándolos de estafa.

Por eso mantienen esta situación, sonrealistas, saben hasta donde pueden llegar. Yen base a ese realismo, perpetúan un  statu quo de intereses, de equilibrado reparto deinfluencia entre ellos. De esta peculiarsituación hasta el gobierno de Tailandia

 participa, beneficiándose y callando,

aceptando las cosas y no removiendo unaenredada maraña, que de hacerlo sabe queobligaría a nuestro gobierno a intervenir, conlo que se les acabaría el pastel.

Pero finalmente vamos a intervenir, y

si podemos lo vamos a hacer desde dentro, nodesde fuera. Y si finalmente hay que actuardesde fuera, por lo menos tendremos nuestros

 peones situados en el interior del escenario.Pero su misión rigurosamente se limitará ainformarnos. Usted hará eso y sólo eso. Loque haya que hacer en el futuro, ya se verá, demomento no hay prisa. Por ahora, nosconformamos con irnos situando, con ir

situando a gente como usted en su entorno.Los altos directivos de la empresa dela que es dueño, sabe muy bien cual es lasituación. El consejo de dirección de HCERes bien conocedor de este reparto deinfluencia en la mansión de Gates, el cual es

 propietario del 83% de las acciones. Cuandolas cosas evolucionan poco a poco, duranteveinte años, los directivos se van adaptando.

Sabemos que el presidente de

Tailandia ha presionado para que uno de losdiez astrólogos sea de designación

 presidencial. Pero el equipo se ha negado enredondo. Una de las virtudes de ese equipo, esque ha demostrado mantener suindependencia frente a las pruebas que le hanvenido del exterior.

El equipo de astrólogos cobra al añounos catorce millones de dólares. Apenas

nada en relación a los beneficios anuales de laempresa de software. Además, se estima quela cantidad fácilmente se triplica siconsideramos que ellos, gracias a sus partesastrológicos, colocan a gente de su confianzaen puestos de gran importancia. La red deempleados que debe su puesto y ascensos asus indicaciones, supone un baluarte dentro dela empresa a favor de que las cosas sigancomo están. Pero hecha esta salvedad, el

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equipo interfiere lo mínimo en las decisionesdel consejo de dirección. Aunque losastrólogos tienen un representante en elconsejo de dirección de HCER. Éste informaa los astrólogos de lo discutido en cada junta,

y él es la voz de los astrólogos ante losconsejeros. Sea dicho de paso, eserepresentante de los astrólogos no se ha

 presentado físicamente ni una sola vez en lasreuniones de la HCER. Atiende a todas lasreuniones a través de videoconferencia.Escucha todo e interviene lo menos posible.

Cada uno con su dinero hace lo quequiere. Pero cuando es tanto dinero, esto es

una cuestión de estado. Usted entrará comotécnico especializado en la reparación de lasmáquinas médicas de hepatocrítesis. LaAgencia ha detectado que estaban buscandoun técnico en este campo para contratarlo atiempo completo durante un mínimo de unaño. Nuestra división técnica ha buscadoquién de nuestros agentes estabaespecializado en ese campo de bionicocrítesis.Usted cumple con ese perfil. Así que va a

trabajar allí, en el palacio de Tailandia, en elmismo campo que aquí nuestra sede deVirginia. Recibirá los cursillos deactualización dentro de tres días en Harvard.

Ahora yo, veintiocho días después, eltécnico, el empleado de la CIA, me adentraba

 por primera vez en lo que iba a ser mi entornodurante un año. Un pequeño empleado en esta

suntuosa residencia, pero un peón de graninfluencia en un juego mucho mayor. El peón

 justo en el lugar adecuado.Tras pasar por un patio lleno de

escalinatas de piedra granítica, llegué a la saladonde me recibiría el jefe de inspectores;también él estaba revestido con una túnica.Allí todos vestían del modo tradicional,manías del que había pagado todo esoqueriendo recrear un entorno a su gusto. El

 jefe de inspectores de mi sección me saludócon una ceremoniosa inclinación, se sentó enel suelo, sobre una gran alfombra de dragonesy comenzó a hacerme preguntas

 profesionales. Me trataba sin emoción, pero

con cortesía. Se notaba que me analizaba. Susojos me estudiaban desde aquella posición enla que me parecía una estatua del bodhisattva.Yo estaba acostumbrado a ir a despachos ysentarme ante jefes vestidos con americana ycorbata, no estaba acostumbrado acomparecer ante una especie de Buda alto ydelgado en una salita abierta a un jardín en elque se oían las peleas de patos bajo los alerces

de la orilla. Aunque yo fuera ciudadanonorteamericano, mis facciones eran orientales.Casi todos los que trabajaban allí eranorientales, salvo tres o cuatro consejerosfinancieros que con sus maletines, corbatas yzapatos caros visitaban al millonario unoscuantos días a la semana.

El jefe de inspectores de esa secciónacabó sus preguntas, me sonrió y me dijo que

empezaría mañana. Al salir de su presencia,otro criado me llevó a mi habitación situadaen un diferente sector del palacio. Dentro delos catorce escalafones en los que seclasificaba a la gente de aquel sitio, yoocupaba el sexto escalafón. El de los técnicosmuy especializados y con buen sueldo. En micamino hacia mi habitación, observé que enaquel palacio de tantos patios y explanadas, la

altura máxima la constituía un edificio decinco pisos de altura que recordaba con sustejados escalonados al castillo de Himeji. Esaedificación, situada en el centro de todo elrecinto amurallado, atraía mis miradas: allívivía Gates.

 No lo sabía, pues los setos, y losmuros blancos impedían la visión deconjunto, pero muy cerca estaba la pequeñaconstrucción circular donde se hallaba la Sala

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de los Partes. La sala circular donde seguardaban los partes diarios que losastrólogos le comunicaban.

Lejos de mi vista, en un patio de latercera ciudadela, se hallaba una esfera

armilar de siete metros de altura. Aquelingenio metálico era el que se usaba paracalcular las posiciones astrales que servían enorden a la redacción de los partes. Esa esferade anillos metálicos era el instrumento oficialde palacio usado para ese menester. Era latercera esfera que había conocido palacio. Enlos dos instrumentos precedentes, los años decálculos cuidadosos habían hallado fallos, su

destino había sido la destrucción, versionesmejoradas los reemplazaron. Esos mínimoserrores de cálculo en su diseño habían sido lacausa de que los partes realizados en esosaños hubieran contenido exiguas cantidadesde errores o inexactitudes, por otro lado noexcusables. Pero el equipo que confeccionabalas cartas había solventado aquello hacíatiempo. Cada nueva versión de esfera armilarhabía sido más exacta y precisa que la

anterior, también más compleja, y la cienciade su interpretación (ininteligible para los noiniciados) también había experimentadoimperceptibles mejoras. Mejoras tan pequeñasque pasaban desapercibidas salvo para losojos habituados a aquellos arcanos. Dosnuevos anillos habían sido añadidos, unoeclíptico, y una armila equinoccial menor, asícomo nuevas reglas de tercer grado habían

sido agregadas a las largas listas de Cánones.Aunque el palacio estuviera en el sudesteasiático, todos los términos del Hun Yi (oInstrumento de la Esfera Celestial) eranchinos.

Semanas después, me enteré conseguridad de que el hijo-heredero de Gatesvivía en palacio. Un niño de rasgosoccidentales rodeado de instructores

tailandeses que, además de las enseñanzas prácticas, le inculcaban desde esa tierna edad,la infalibilidad de las leyes celestes sobre lasvidas de los humanos. Supe tras qué murosmoraba -muros de ladrillo rojo por los que

trepaba la hiedra-, pero al niño no le llegué aver.

El mismo día de mi llegada, despuésde una comida ligera al mediodía, me dirigíhacia mi trabajo. Pasé al lado de un lago deflamencos y cisnes. Dado que mi servicio eranecesario, tenía el pase para penetrar en lacuarta ciudadela. Recién llegado y ya podía

introducirme en el seno más profundo deaquel palacio habitado por casi trescientoscriados. Entre miembros de seguridad,cocineros, criados, jardineros de las cuatrociudadelas, sumaban esa cifra. Todos vestíande un modo oriental, con distintos tipos detúnica según su rango en el escalafón deaquella corte en miniatura.

Mil veces me preguntaría durante losmeses siguientes, la razón de Gates por

recrear aquel pequeño mundo de otra época.Pero se supone que un rico acumula sufortuna para poder hacer realidad sus sueños.Los sueños son la razón de ser de laacumulación del capital. En ese sentido, nohabía nada que reprocharle. Cada uno gasta eldinero como quiere. Por lo que decían losinformes que me suministró la Central, él noera un hombre desequilibrado, tampoco era

una persona obsesionada con lo oriental.Simplemente ése era el entorno en el que legustaba vivir y como podía permitírselo,había dicho: hágase.

Pero, por lo demás, era una personanormal y razonable. A veces, las personasrazonables caen en manos de camarillas comola que había extendido sus tentáculos hastarodearle. Aunque, probablemente, comodecían los informes de la Central, fue él el que

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los rodeo. Fue él el que exigió más y más susservicios para todo. Y fueron ellos los queoptaron por conducir esa malsana aficiónastrológica dentro de unos límites nodestructivos. Sí, quizá esos diez astrólogos

hayan evitado que él se arruinarafinancieramente y hundiera su vida. Cuandoun ser humano busca desesperada yobsesivamente el futuro, siempre acabaencontrando personajes sin escrúpulos que ledan lo que busca. El equipo quizá haya sido elescudo menos perjudicial frente a intrusos quehubieran supuesto el final de la corporación.Hubiera habido que estar allí cuando todo este

sistema de cosas se formó, para llegar a unveredicto. Ahora sólo nos queda dar fe acercade la complejidad de las cosas.

Gates, desde hace veinte años, viveaislado, rodeado únicamente de los criadosque el equipo de astrólogos le recomienda trasconsultar los extraños caminos de los cielos.Los astrólogos, o mejor dicho las leyes delcielo, le advierten, de pronto, que la

 proximidad de alguien supone un tipo de peligro concreto o difuso.

Todos los puestos de palacio estánsujetos a esta suprema tiranía de las arcanasleyes. Tiranía que puede parecer arbitraria,

 pero no lo es. Nada más lejos de la realidad pensar que los partes del equipo están sujetosa la arbitrariedad. Hasta el más imparcial delos jueces reconocería, que los partes están

sujetos siempre a razones lógicas. De formaque, a través de la astrología, aquel palacio seregía por leyes lógicas, quizá no justassiempre, pero en todo momento lógicas.Dicho de otro modo, a través de la aparienciade la astrología, era el ojo experto de losastrólogos el que gobernaba ese mundocerrado.

Hasta las ilógicas leyes de los astros sevolvían razonables bajo la ciencia de ese

equipo de sabios poseedores de una sabiduríaque ellos conocían muy bien: la ciencia de lasleyes que regían esa corte y el expertoconocimiento de la corporación. Ellos eran lossupremos árbitros que conocían cómo se

combinaban las leyes de la realidad con lasleyes de los astros. Las leyes de lo infralunary lo supralunar, con ellos como definitivos

 jueces.Era evidente que todo error en las

 predicciones del equipo era aparente, puesuna nueva adición posterior (un nuevo parte,en realidad) mostraba lo acertada de la

 predicción primera; acertada aunque

incompleta. Por encima de aparentescontradicciones entre lo predicho y losucedido, el futuro siempre dejaba las cosasen su sitio. Las cosas habían sucedido así, no

 por error de la predicción, sino porque elmismo parte astrológico dejaba un mínimo

 porcentaje de apertura a la causalidad de unelemento que ya se había mencionado en elmismo cuerpo del vaticinio.

 No obstante, el equipo admitía sin

reservas la posibilidad de errores de cálculo,subsanados con celeridad meticulosa. Lahumildad de los astrólogos consignaba en susregistros una cifra cercana a los cuatro mil

 pequeños errores o, más bien, distorsiones ensu apreciación del futuro. Cifra mínima enrelación al gran número de puntos yramificaciones que sus consignasdeterminaban día tras día, a mitad de la

mañana, en medio del, llamado, salón de loslirios azules del Edificio de los Partes.

 No se piense que estos registros que seguardaban en cuatro cámaras del Edificio delos Partes suponían un archivo prescindible.Sus pesados tomos a triple columna, conglosas en los márgenes exteriores, eranvisualmente la prueba de que aquellamaquinaria celestial funcionaba. Paracualquiera que hubiera llegado de fuera, la

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contemplación de aquellos bellos volúmenesvisualmente hubieran sido la ratificación, sinode una ciencia, de lo más parecido a unaciencia. Aunque a aquellos estantes sólo elequipo y Gates tenían acceso. Habían sido

escritos sólo para sus ojos. Pocas veces elmillonario los hojeó con orgullo o

 preocupación ante alguien foráneo.El excéntrico millonario en raras

ocasiones ha desobedecido a los partes. Perocuando ha osado salirse del camino marcado

 por las férreas leyes celestes, el equipo bienque se ha encargado de que los hechos lesdieran la razón. Ha habido asombrados

criados que han comentado en los pasillos, ensus comidas, en las veredas de los jardines,que el poder e influencia del equipo paratorcer los hechos es mayor que su sabiduría

 para conocer esos mismos caminos futuros.Para ello, si ello es así, han llegado a hacerque las acciones bajaran o que un ala del

 palacio se derrumbara. Según los más perspicaces sirvientes de palacio, no resultafácil distinguir dónde acaban esas leyes

inmutables regidas por la esfera armilar, ydónde empieza la voluntad de ese pequeñogrupo de entendidos. Por eso, por miedo al

 poder que puedan tener esas cartas astrales, por miedo al poder que puedan tener losastrólogos, los trabajadores allí, si soninteligentes, no comparten su carga de dudascon los compañeros. Pues sea cual sea el

 poder de esos mapas astrológicos, el equipo

 posee un poder omnímodo sobre ese pequeñolugar del mundo.

Y así la carta astral es expresión deesos dos poderes: el de poder leer los hechosen el firmamento, y el de poder torcer loshechos. Sobre el caparazón de una de las dosgrandes tortugas de piedra que flanquean el

 portón de entrada a las residencias de losastrólogos, se halla una misteriosa inscripción

en caracteres hanzi: un poder tan grande comoel de los astros.

Y así, más que hablar de servidores delos astros, se debería hablar de arquitectos delas líneas del firmamento. Pero nadie habla de

ello, nadie quiere perder su puesto. El silenciosobre determinados ámbitos de Palacio forma

 parte del trabajo. Nadie critica a esos poseedores de una ciencia que Gatesdesconoce.

Los astrólogos llevan una vida apartedel millonario. Bien sabían que lafamiliariedad destruye la admiración ante elsabio. Por eso, viven aparte. Es raro que haya

más encuentros con él que los que se producen con los partes. El equipo vive en lazona denominada Guicang yi, situada en unode los lados del gran cuadrado que forma estaréplica de la Ciudad Prohibida. Pegadas a los

 blancos muros del perímetro, y rodeadas de patios y agradables salitas, las cuatro altastorres son la más clara expresión visual del

 poder de estos hombres. Los veinte sirvientesde este sector cuidan de los que se consideran

los más bellos jardines zen de toda la ciudad.En el interior de esos patios se sucedenalternativamente los jardines verdes (dehierba y bonsáis) con los jardines secos (dearena, grava y musgo).

Es posible que en esta corte se hayainfiltrado algún agente más de algún otroservicio secreto, sea prudente en no dar

ninguna pista que manifieste el verdadero propósito de su estancia allí, me dijo mi jefeen la sede central de Virginia. Posible aunqueimprobable. Lo que es seguro es que sonmuchos los que, ante todo, pretenden quenadie ajeno a las cuatro ciudadelas penetre enesa  familia. Usted es un buen técnicoespecializado en hepatocrítesis, hará bien sutrabajo para ellos. Pero recuerde que suverdadero trabajo para nosotros acaba en

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observar, escuchar, charlar con los quetrabajan allí. Ni se le ocurra buscar papeles encajones cerrados, ni entrar en habitaciones

 prohibidas, deje estas memeces para las películas. Observar, escuchar, charlar, palpar

el ambiente, hacerse una perfecta idea dequien es quien en esa residencia. Ningúnservicio secreto ha logrado nunca nadarelevante por abrir un cajón cerrado,recuérdelo por más que se aburra allí. LaAgencia lo que necesita es tener los ojosdentro, nada más. Hacer cosas raras sólo sirve

 para levantar sospechas. Limítese a hacer biensus tareas como técnico y en las salidas de sus

días libres, fuera de palacio, envíenos susinformes.

Y así, con mi maletín de herramientas,iba cada día hacia el taller de los aparatos decalibración en medio de esos muros deimpenetrable secreto. Y un día y otro, veía eledificio central, con sus columnas de madera

 pintadas en rojo, bajo techos de teja. Allí está,me decía, el centro de este micromundo, el

dueño de las acciones y monarca de estaciudad. Legalmente un residente más de estanación. Un residente extranjero, nunca setomó la molestia de nacionalizarse.Oficialmente, él sólo es un extranjero quereside aquí. Extraoficialmente, es el pez másgordo del país, más gordo que el pescador,más gordo que el presidente y su gobierno.

 Ningún pescador se atreve a alzar una captura

mayor que él mismo. Sería una locura. Poreso este pez nada despreocupado en suestanque artificial.

Hay millonarios de todos los tipos y pelajes en este planeta. Unos dirigen susempresas desde la playa. Otros siempreviajando. Otros aislados en sus casas decampo. Quizá no sea tan desaforado el habercreado esta relajante casa de campo  en estahúmeda parte del mundo. Lamentablemente,

su fortuna no le había evitado la aflicción dela enfermedad. Pronto vi con mis ojos lo queen Virginia me habían dicho.

Gates sufre una variante degenerativade la displasia metilclorolónica. Lleva dos

años suspendido en una cisterna de líquido.Ayer tuve que hacer una pequeña reparaciónen uno de los aparatos de la cisterna móvil y

 por fin le vi.El cuerpo del millonario comenzó a

hincharse hace tres años. La enfermedad haceque los miembros se vayan deformando y loshuesos se vuelvan cada vez más frágiles. Estetipo de enfermos necesita compulsivamente

moverse, de un modo ligero y suave, peroconstante. El único remedio es meterlos enuna cisterna con un tubo en la boca para que

 puedan respirar. Y que allí se muevan. Elesqueleto de su cuerpo cada vez más deformeno podría resistir el peso, así que suspendidosen esa especie de líquido amniótico no sólonotan un gran alivio para su piel reseca ycubierta de eccemas, sino que también puedenmoverse.

Gates lleva dos años sumergido en unacisterna móvil de tres metros de largo, ymetro y medio de ancho. Seis servidores lollevan de un lado a otro de palacio, él secomunica a través de ellos con un micrófono.La vocalización del millonario cada vez esmás deficiente, de forma que estos seisservidores paulatinamente se han convertidoen sus intérpretes. Si el equipo de astrólogos

son el puente entre los astros y el millonario,estos seis cortesanos son el puente entre elmillonario y el resto de palacio. Mi laborcomo técnico es la de tener siempre en

 perfecto estado, varios aparatos incorporadosa esa cisterna que, en el fondo, es unaverdadera unidad de cuidados intensivos.

Dado el total aislamiento delmillonario, algunos en Wall Street pensaronque, en realidad, había muerto y que sus

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cortesanos trataban de ocultar ese hecho. Perolo cierto era justamente lo contrario, suscortesanos se esforzaban al máximo pormantenerle con vida todo el tiempo que fuera

 posible. Su vida suponía la seguridad de que

todo ese microcosmos continuaría. La justiciatailandesa tuvo que certificar de un modooficial ante la Junta de Accionistas que Gatesseguía con vida. Aunque ningún notario pudoentrar a comprobarlo. Bastó el poder de laCiudad Prohibida, la presión que ésta ejercióante el poder ejecutivo, para lograr esacertificación. Fue toda una comprobación,más que de la vida del millonario, del poder

que tiene esta corte sobre los políticos.Alguno de los astrólogos, al comprobar lafuerza que tenían sus sobornos, llegó aconjeturar la posibilidad de que oficialmenteGates siguiera vivo indefinidamente. Lo que

 probaba que seguía con vida, a efectoslegales, era una declaración notarial. ¿Por quéno mantener esa situación jurídica conindependencia del irrelevante hecho

 biológico? Al final, esta posibilidad fue

rechazada. Era preferible seguir adelante porlos más tranquilos senderos fijados en sutestamento.

Si Gates fallecía, en su testamentoquedaba muy claro quienes formaban el grupode albaceas que administraría su empresahasta que su hijo fuera mayor de edad. Esdecir, todo continuaría igual, pues lasinmutables leyes de los astros habían

designado claramente quienes debían serconsignados como albaceas en el testamento.Pero no dejaba de ser un elemento

 perturbador que ésta figura soberana, Gates,fuera sustituida por un grupo de regentes.Todo el mundo  – desde los sirvientes decocina, pasando por los traductores, hasta elcentenar de personas de su equipo deseguridad- prefería que las cosas siguieranigual. Hasta el último jardinero sabía que tras

su muerte se abriría un periodo deincertidumbre para todo ese pequeño ejércitode trabajadores creado allí. Aquel reparto deintereses, influencias y poder se habíaformado durante veinte años logrando un

envidiable equilibrio. No en vano el edificiocentral en el que él vivía se llamaba Palaciode la Perfecta Armonía.

Si el niño pudiera ser eternamenteniño, se decían entre sí las mujeres quelimpiaban las habitaciones de los supervisoresy sus salas de estar privadas. Hasta ellasentendían que el niño crecería y de joven

quizá quisiera salir, viajar, volver allí sólo devez en cuando. ¿Seguiría existiendo esaresidencia en una nueva situación como ésa?Paseando en medio de la quietud de aquellos

 patios, parecía que el tiempo hubiera detenidosu curso, que se hubiera remansado. Pero losniños crecían.

Si las cocineras temían por sus puestosde trabajo, mucho más los sirvientes de loscírculos interiores. Cada integrante de aquella

maquinaria, deseaba que Gates, el moradorque daba sentido a todo, siguiera con vida. Elhabitante por antonomasia de aquel laberintodebía seguir existiendo a toda costa. Pero ni elcuerpo del niño podía dejar de crecer, ni elcuerpo del millonario enfermo podía dejar dedegradarse. Y eso a pesar de que tantos añosde decadencia física ofrecían la falsasensación de que aquel proceso podía

 proseguir indefinidamente. Ningún juez hubiera permitido una

situación como ésa en casi ningún lugar delmundo. Cualquier juez hubiera pensado queaquel hombre de la cisterna ya había perdidosus facultades. Pero se hubiera equivocado.Gates, eternamente fatigado, eternamentedolorido, pensaba perfectamente, secomunicaba a través de los traductores, seguíadando disposiciones como siempre. Todos en

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el Consejo de Dirección de la HCER, en losdespachos de la capital de Tailandia, creíanque era una ficción que el millonario noestuviera completamente demente. Pero larealidad era que seguía en la plena posesión

de sus facultades mentales, aunque hablaratan deficientemente. Únicamente losacostumbrados a su débil voz, a sus palabrascon sílabas cada vez más indistintas, sabíanque él seguía dirigiendo todo lo que lerodeaba. Pero su apariencia, por ser tanlamentable, había que ocultarla. Gatestampoco deseaba mostrarse. Varias veces el

 presidente y el vicepresidente de Tailandia

habían mostrado su interés por hacerle unavisita. Y varias veces el departamento de protocolo de la Ciudad Prohibida le habíacontestado amabilísimamente que dado suestado de salud no deseaba recibir a nadie.Menos mal que el paulatino deterioro de susalud había ido acompañado de la progresivacreación de aquel conjunto de colaboradoresque se encargaba de todo.

A lo largo de la Historia, en las

conspiraciones de palacio, se intenta que elque ostenta los derechos fallezca. En estecaso, era justamente al revés. Todos allí, sihubieran podido conspirar, lo hubieran hecho

 para que siguiera viviendo; como fuera, peroque viviese.

Todo esto lo fui averiguando en losmeses siguientes. Pero quizá el recuerdo que

guardo más vivamente en mi memoria, fuecuando el segundo día que llegué, aguardabaen la Sala de los Colibríes Plateados y Gateshizo su aparición. Entró rodeado de cuatrohombres delgados vestidos con túnicasrosáceas con estampados de flores de loto. Lacisterna era de un tamaño considerable, perose movía suave y silenciosamente. El queguiaba la cisterna, la colocó en el centro de lasala. Los tres nuevos empleados, casi en

 posición de firmes, nos quedamos mudosmientras uno de los cuatro criados tomó unmicro con su mano y le comentó a Gatesquienes éramos. Gates no se molestó encontestar. Se acercó al cristal y con sus

 pequeños ojos nos miró uno a uno.Aquella mirada parecía traspasar

nuestra piel. Se me puso la piel de gallina alacercarse él al cristal y comprobar yo conclaridad lo deformado que estaba su cuerpo.El millonario me recordaba a un gusano concabeza humana. Una cabeza humana, aunquemás ancha, más dilatada, parecía alguien que

 padeciese hidrocefalia. Me sorprendió la

serenidad con que aceptaba su estado. Por lomenos, ésa fue la impresión que me dio.Aunque sus ojos suplicantes, el gesto de surostro, la lentitud con que se movía en aquellíquido no muy claro… eran la viva imagende la indigencia. Como si nosotros tuviéramosa un pobre encerrado en una pecera y leenseñáramos el palacio en el que vivíamos.

Sólo pude verlo en los mesessiguientes, tres veces más, de paso él,

acompañado de sus cuatro o seis siervos,cuando se dirigía hacia otra parte de la cuartaciudadela. Como lo he visto tan pocas veces,

 por eso recuerdo una y otra vez como enaquella ocasión en que fuimos presentadosante él, nos miró con curiosidad. Recuerdoque tras mirarnos, se retiró un poco másadentro en su cisterna y su cuerpo sedesdibujó algo dentro del líquido. El jefe de

los criados no tardó en entender que estabaalgo cansado. Una orden seca y empujaronaquel pesado mamotreto hacia atrás de nuevo,hacia los aposentos o lo que hubiera tras la

 puerta por la que había entrado.

Yo salía fuera de la Ciudad Prohibida,una vez cada once días. De un modo seguro,enviaba mis informes a Estados Unidos. De

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vez en cuando, me pedían que me fijara en talo cual aspecto en concreto.

La huida de la FamiliaImperial

........................................................................

La anciana condesa de Waldburg selevantó de su cama.

-Qué raro. ¿Cómo es que Juliet no me

ha venido a despertar, ni me ha traído lamedicina?

La anciana colocándose una bata deseda por encima de su carísimo pijama

 blanco, se dirigió con pasitos cortos ytitubeantes hacia el salón. El nombre de la fielcriada fue gritado de una forma

 progresivamente más seco ymalhumoradamente en el silencio del salón

desierto. La voz temblorosa y débil de laoctogenaria resonó entre los jarrones chinos,las tallas de marfil y las pinturas francesas delXIX. La anciana gritaba el nombre de susirvienta desde el marco de la puerta deentrada. Ninguna voz respondió.

Ante el silencio que le respondió enaquel salón en penumbra, la anciana se animóa atravesar el salón y seguir buscando en lacasa, un apartamento de cuatrocientos metros

cuadrados del piso 219 del rascacielosMontainableau. La anciana, que caminaba

 poco a poco, con su voz vacilante, cada vezmás rota, fue llamando a su sirvienta de unmodo paulatinamente menos imperioso, cadavez más suplicante. Recorrer todas lasestancias de aquel piso supuso para ella unalarga excursión de desconsuelo creciente.

Cuando cuarenta años antes había

comprado ese piso de sus sueños, jamás se le

 pasó por la imaginación la escena de ellamisma, nonagenaria, vagando sola por lashabitaciones, llamando a alguien sin encontrara nadie. Porque sí, era evidente, no habíanadie. Estaba sola. Ni su criada, ni las cuatro

 personas del servicio, nadie. Eso nunca habíasucedido. Volvió a llamar con másinsistencia. Sabía muy bien que buena partede los pisos superiores e inferiores estabanvacíos, sus millonarios habitantes los habíanabandonado a lo largo de aquel mes.

La anciana seguía llamandoinútilmente. ¿Cómo me han podidoabandonar? ¿Cómo me han podido dejar sin

decirme nada? Las lágrimas comenzaban acorrer por sus mejillas. Ya no tenía fuerzas para seguir gritando. Se cansaba de ir dehabitación en habitación. Lentamente,llorando como una niña, se sentó sobre una delas mullidas extensas alfombras del SalónVerde. Pulsó una vez más la tecla deemergencia del aparato que llevaba en elancho bolsillo derecho de su bata. Seguridaddebería aparecer de inmediato desde el puesto

del piso de abajo. Pero ya lo había pulsadohacía un rato, y nada. Los minutostranscurrieron. Ninguno de sus cuatro escoltasirrumpió en aquel salón de ventanas bajadas ymás sombras que luces, lujosa sala con unaanciana en el suelo, sollozando. Primero pasóun cuarto de hora, después media hora. Lacondesa no se movió de su sitio.

Treinta y siete minutos después,apareció Jean, un inmenso hombre de color,uno de los escoltas, el más fiel, que seapresuró a recoger a la anciana del suelo. Nisiquiera sabía que había sido pulsado el botónde emergencia.

Las preguntas de la anciana sesucedieron en cuanto la puso en uno de lossillones del salón. Las palabras ¿ por qué?eran las que más se repetían. Mientras, Jean

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subía las persianas. Los por qué dieron paso alas recriminaciones. La anciana llorando nodejaba de culparle. Lo cierto es que ya noquedaba ningún escolta, el sistema decomunicación interna ya no funcionaba, para

hablar por teléfono había que insistir más dequince veces. Los últimos criados se habíanmarchado definitivamente en los últimoscuatro días. Juliet, su sirvienta personal, lacriada de máxima confianza, había sido laúltima en abandonarla. Si no fuera por Jean,la anciana se hubiera encontrado ese día por

 primera vez completamente sola en una grancasa en mitad de un rascacielos vacío, cada

vez más saqueado.La situación de toda la ciudad era tal,que los ladrones que hubieran podido entrar

 por esa puerta podían haberle ignoradomientras llamaba a una seguridad yainexistente, o podían haberla matadosimplemente para que no les molestara consus gritos, o la hubieran podido torturar paraque revelara qué era lo más valioso queguardaba.

La condesa no entendía que despuésdel gran colapso económico, todo el sistema

 bancario había quebrado y ya no tenía dineroque ofrecerle al servicio. Sin contar con que eldinero mismo ya no era de utilidad, pues losalimentos se obtenían esperando en largasfilas. Ella no entendía la situación a su edad.Pensaba que las cosas estaban mal, pero quecon el tiempo la situación se arreglaría y todo

volvería a la normalidad. Ella no podíaentender que las cosas no volvieran a sercómo las conoció en su juventud. Losfundamentos de la sociedad que ella habíaconocido, se habían quebrado y no lo sabía.

Tampoco sabía que sus hijos, quedesde hacía años vivían en otro barrioexclusivo de la ciudad, diez días antes habíanabandonado la Urbe hacia otro país. No lahabían llamado para despedirse por no darle

un disgusto. Que siguiera pensando que ellosestaban allí, que pensara que simplemente eraque no podía comunicarse con ellos, habíadicho su hija mayor. A duras penas habíanlogrado su hija y su hermano sitios para sus

 propios hijos y cónyuges en el vuelo que partía. Tampoco podían atravesar la ciudad para irla a buscar, así que ella se quedaba.

-¿Qué va a ser de mí? ¿Qué va a ser demí?  – gemía la anciana agarrándose a los

 brazos de su guardaespaldas que la llevaba en brazos a su cama. Las recriminaciones habíandado paso a la tristeza, a las preguntas acercadel futuro.

La dejó metida en su gran lecho condosel. La vio silenciosa en los minutossiguientes mientras le traía una jarra de agua asu mesilla. Hizo otro viaje a la cocina a porunas galletas de avena. Jean sabía que ésa erala última visita. Ya no regresaría a la casa dela anciana. Había vuelto una última vez comodespedida, para ver en qué situación quedabaella. Un postrer gesto de fidelidad. Gesto queno evitó que se llevara una bolsa de basura

llena de todas las conservas vegetales quequedaban en los armarios. Se llevó lo pocoque habían dejado en la cocina sus fielessirvientas antes de abandonarla una a una. Almenos, él había tenido el detalle de dejarleuna jarra de agua y una bandeja de galletas amano. Cuando cerró la puerta blindada de ese

 piso tras de sí, tuvo la seguridad de que nadiela volvería a abrir.

Un día después dela escena de la condesa Waldburg.

El general Von Runsfeld. Un despachodel Cuartel de la IV Brigada de InfanteríaLigera. Dos militares sentados uno frente al

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otro en una sala de juntas vacía, iluminadacon una luz fría.

-Coronel Klauffelberg, esto ya notiene solución. ¿Me ayudará a sacar a laFamilia Imperial de esta ciudad?

-Mi general, ¿cree en serio que no hayya esperanza?

-No tengo la menor duda. ¿Sabe lo quele pasó ayer a la condesa Waldburg?

-No.-La encontraron llorando en el salón,

sola, abandonada de todos en su gran piso.Llamó a mi hermano ayer. Llevaba probandonúmeros de teléfono desde hacía una hora.

Unas veces los teléfonos no funcionaban,otras nadie contestaba, otras, cuando por fin lecontestaron, le dieron evasivas. Al final susobrino, mi hermano, se apiadó de ella y dijoque haría lo posible por rescatarla. Cuandoestas cosas pasan, es que todo se estáhundiendo.

-Entiendo.-Yo, desde luego, me marcho, pero

 pienso organizar antes la salida de la Familia

Imperial.-¿Piensa comentárselo al Emperador?-Carece de sentido hacerlo.El coronel se quedó pensativo por un

segundo, después dijo:-Está bien, cuente conmigo. ¿Cuántos

hombres tiene la intención de llevarse?-Cuatrocientos.El gesto del coronel le indicó que le

 parecían muchos, demasiados. Estaban enmedio de una guerra con Oriente. Y la guerrano iba bien. El general prosiguió impasible:

-La VIII Brigada de los Dragones…

sabes que llevo dos años mimando esecuerpo. Les he visitado personalmente cadames. He establecido lazos personales contodos sus oficiales. De las quince brigadas dela III Columna que estaban bajo mi mandodesde hacía cuatro años, a este cuerpo lo he

mimado. Todo el mundo sabía que era mi brigada favorita. Cuento con su obedienciadirecta a mi persona. ¡Obedecerán misórdenes!, de eso no me cabe la menor duda.Tenía la certeza de que en un momento dado,

tal como iban las cosas, iba a necesitar una brigada de mi más absoluta confianza encuanto a la obediencia. Sabía que llegaría eldía en que no necesitaría cien millones más deeuros, pero que sí que necesitaría un cuerpofidelísimo a mis órdenes. Hay cosas que ahorael dinero no puede comprar. De la brigada heescogido a cuatrocientos efectivos que saldránconmigo de la Urbe.

-¿Siempre pensó que la Guerraderivaría hacia esto?-No, una guerra de estas dimensiones

nunca entró en mis planes. Pero creía que era posible que, debido a las muchas conjuras quereinaban en la corte, yo podría tener lanecesidad de recurrir a algún tipo de escudo.Me refiero a la necesidad de tener hombresarmados fieles a toda prueba. Pensaba en lasconspiraciones que cada vez más rodeaban al

emperador. Un cuerpo así podía ser necesario, bien para actuar ofensivamente, bien paradefenderme antes de huir precipitadamente.

Otra reunión el mismodía por la mañana

En otra sala del mismo cuartel. Otrasala de reuniones. Alrededor de una mesaovalada, el marqués de Winchester, el duquede Bretaña, y tres mujeres antes

 poderosísimas de la dinastía Lambsdorff. Nadie presidía, había sentados tres a cadalado. El general finalizó su intervención conestas palabras:

-Sí, es exactamente así Lara. Se

quedarán aquí. No podemos llevarnos más

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que a los miembros sanos. Todo aquel querequiera una atención médica medianamentecostosa, se queda aquí. Sé que es duro. No

 pongas esa cara. No podemos llevar connosotros una carga humana que no podamos

soportar. Y el segundo criterio también ha dequedar muy claro: sólo los miembros de laFamilia Imperial se vienen, los demás sequedan aquí. Cada miembro podrá llevarse asu consorte y sus hijos. Pero a nadie más, yeso incluye a los padres y hermanos. No meimporta que sea el hermano del conde deDuparchy o el que sea, se queda aquí.

-¿Y no se puede esperar al menos…

dos días? ¡Mañana es excesivamente pronto!-Mañana  – le cortó el general- esdemasiado tarde. Si por mí fuera, memarcharía ahora mismo. Pero les doy un día.

-Avisar a todos en un día va a ser muydifícil.

-Pues al que no le llegue el aviso, sequeda aquí  – insistió el general-. Mañana

 partiremos a las 10:30 de la mañana.-¿Y qué se podrán traer?  – gruño otra

millonaria.-Lo que deseen  – respondió el conde-.

Las bodegas son viejas pero grandes. No lasllenaremos. Que se traigan lo que de verdaddeseen conservar. Lo que dejen aquí se

 perderá. Llevaremos raciones militares como para resistir más de tres o cuatro años, ademásde varias toneladas de harina por si las cosasse ponen mal. Cuatrocientos hombres

armados velarán para que a nadie se le ocurraacercarse a nuestra extensa propiedad.Aunque nos vamos a establecer en un lugarapenas habitado, si hace falta rechazarán algentío que trate de atravesar nuestras cercas.

-¿Dónde vamos a ir? ¿Tiene ya preparado algo allí?

-Se trata de una hacienda agrícolavacía con un caserón en el medio de ocho

 barracones. Encargué a cuatro personas que

compraran esa finca hace dos meses, doscoroneles con cien de mis hombres ya nosesperan allí.

-No sé si Bostwana es la mejorelección.

-Es el último rincón del mundo. Unrincón perdido entre los cien mejores rincones

 perdidos en el mapamundi. Allí se olvidaránde nosotros. Nos sentaremos y esperaremos laconclusión de toda esta guerra y esta anarquía.

-Ya, pero podríamos buscar mejor un país que… -¡No hay tiempo! O abandonamos el barco yao nos hundimos con él.

Al día siguiente

Los reactores estruendosos y poderosos de la aeronave carguera, de líneasno muy bellas y algo vieja, despegóverticalmente de uno de los desiertos muelles

de atraque de la Estación Central tomada porel Ejército. Pesada, lenta, la aeronave enfilósu proa metálica rumbo sursuroeste. Susaceradas paredes, algo oxidadas, faltas decuidado, no estaban a la altura de los

 pasajeros que sentados en sus butacas desdelas ventanillas miraban por última vez su urbequerida.

Ellos no lo sabían, pero media horaantes de partir había aparecido por el muelle

un general de Estado Mayor, el generalWoikiewicz. Había aparecido por allí, por elmuelle de atraque, paseando, como si tal cosa,deteniéndose a contemplar las operaciones decarga. Advertido por sus subalternos,Runsfeld había bajado al muelle.

Intercambiaron frases cortas en mediode una gran tensión. Tras un minuto que sehizo interminable, el general Woikiewicz,

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como si tal cosa, le había dicho a Runsfeld: elEmperador sabe lo de vuestra partida.

Runsfeld encajó la noticia con rostroimpenetrable. Como no dijo nada, el generalWoikiewicz prosiguió:

-No te preocupes, podéis marchar.-¿No hay ningún mensaje?-Ninguno, me ha dicho que me pasara

 por aquí, sólo para que no creas que no teníani idea de vuestra partida. Él no me haordenado que te comunique nada. Lo quesigue es mío: las ratas son las primeras enabandonar el barco.

El general Woikiewicz como

despedida le tendió la mano sin afecto, lesaludó a la romana desganado, alzando el brazo sólo hasta media altura, y con un grantaconazo, dándose media vuelta se marchó a

 paso ligero, asqueado por la actitud de sucolega y sin compartir para nada la pasividadde su emperador. El Emperador no se hubieraopuesto a que la Familia Imperial abandonarala Urbe, y qué mejor que un general para

 protegerlos.  Por otra parte, incluso allí mis

designios les alcanzarán. Eso era justo lo quecomentó el emperador Divusanctus cuandomiraba meditativo por un gran ventanal con elgeneral Woikiewicz a sus espaldas.

Tres días después, yainstalados en la finca.

El general Rumsfeld regresaba de lacerca exterior, con otros oficiales, venía deorganizar los planes de defensa de la haciendaen la que ya se habían instalado. El coronelBernard Sazama iba sentado a su lado en elasiento trasero del todoterreno. Sazamacomentó entre dientes: una nueva Romaafricana… 

El general conocía las fantasías de sulugarteniente. Sazama era un optimista.Rumsfeld no compartía esa visión feliz. Élhabía comenzado toda aquella empresa

 porque es un instinto básico el hacer algo para

no perecer, pero no se hacía ilusiones respectoa la supervivencia. Había organizado todo,

 pero lo había organizado desde el realismo.Su subordinado, por el contrario, desde el

 primer día quedo entusiasmado con el proyecto. Creía que cuando todo rastro decivilización se hundiera en casi todas partes,ellos podrían recomenzar. A veces, ante elsilencio de su superior, fantaseaba acerca de

cómo habría tres ramas de la FamiliaImperial: la rama europea, la que se habíadispersado y la rama africana. Creíafirmemente que predominarían la ramaeuropea de la Familia Imperial y la africana,siendo ésta última la que sería más poderosa yla que al cabo de generaciones reconquistaríaEuropa.

Rumsfeld le escuchaba refugiado enun silencio condescendiente, Sazama era un

iluso. En las comidas, en la cafetería, elsubordinado le daba vueltas al tema de quénombre habría que poner a aquella hacienda.Decía que las águilas habían levantado elvuelo de Roma y que, dado que se hallaban enÁfrica quizá habría que hablar de leones, losleones imperiales, la dinastía de los leones.Runsfeld consideraba todo este tema delfuturo de esa hacienda, como un signo de

inmadurez. Quizá un mecanismo inconsciente para no perder el optimismo y no dejarsevencer de la depresión. Al cabo de unasemana, Sazama le dijo que el mejor nombre

 para el lugar consideraba que era el Baluartede las Águilas.

Otro día, en el todoterreno, Sazama lecomentó: ¿Se imagina, señor? Quizá algún

día aquí habrá un nuevo foro. Grandes

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avenidas, edificios de mármol, estatuas

colosales como las de Roma.El general, antes de bajar del vehículo,

miró al oficial. Era evidente que contra todaracionalidad, Sazama seguía pensando que

 podrían resistir allí los efectos de una lejanaguerra nuclear. Runsfeld no dijo nada, notenía por qué amargar a nadie su esperanza.

El general y su coronel entraron enuna gran estancia del caserón central de lahacienda, una sala repleta de cajas casi hastael techo. Cajas de casi todos los tamaños. Allí,unas treinta personas de las traídas de la Urbe,

 buscaban las marcadas con sus nombres. Una

anciana de ojos azules y gesto prudenteindicaba a los soldados allí presentes que yahabía encontrado su caja y que podíantrasladarla a su habitación. En esa caja habíauna armadura medieval de un antepasadosuyo, tres collares de esmeraldas y dos bustosde mármol. Otro anciano no muy lejos de ellahabía encontrado su caja, llena de estuchesdonde estaban clasificadas una gran cantidadde monedas de plata y oro, también contenía

dos carteras de mano llenas de escriturasnotariales y otros documentos. Escrituras que

 pronto marcarían unos límites imaginariossobre una tierra de nadie.

Más a la derecha, una caja, todavíacerrada, guardaba varias espadas. Otro sehabía traído consigo un clavicordio y

 partituras originales de Mozart y Debussy.Otra caja, al fondo de la sala, contenía rollos

originales de la película Metrópolis. En variasde las cajas que dejaban detrás yacíanacolchadas y empaquetadas con toda

 precaución las joyas de las coronas deHolanda y Noruega. Sazama al pasar junto alas cajas comentó: hemos traído aquí lo mejorde una civilización. Runsfeld pensó con gestoagrio que habían traído todo aquello paraenterrarlo en esas tierras africanas.

El general Runsfeld y el coronelSazama salieron de allí y atravesaron distintasestancias donde ya se habían acabado deinstalar dormitorios y cocinas. El general leeindicó a su subalterno:

-Debemos mantener las guardiasalrededor de cada tramo del perímetro dosveces a la hora, aunque de momento no hayaningún peligro concreto. Y los entrenamientosseguirán como en Roma, con el mismohorario. Hay que mantener la disciplina. Sicomienzan a relajarse, también nuestraautoridad se relajará. Todo sigue igual que enel cuartel de la Urbe. ¿Entendido?

-Sí, señor.

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Ciudadano Abel Mann……………………..…………………….. 

La pupila del ojo aparece perezosa,negra y redonda entre los párpadosentreabiertos, casi cerrados. La faz obesa deAbel Mann se muestra inmóvil, como sidurmiera, sus párpados entornados. Sus ojossin prisa miran, nada en concreto. Hay unsilencio perfecto.

Abel está tumbado. Sus 180 kilos

reposan sobre las agradables telas color huesodel sofá que transmiten una sensación decalidez, de maternal caricia. Abel no es unhombre joven, esos ojos han visto transcurrirya sesenta y tres años. Son las doce delmediodía. Un silencio perfecto reina en su

 piso de lujo, en la altura veinticuatro delcorazón de Manhattan. Abel disfruta delsilencio. Cuando la abundante fortuna de unoestá tasada en billones de dólares, a uno legusta disfrutar de la tranquilidad y puededarse el lujo de pagar esa tranquilidad..

El piso número veinticuatro tiene susventanas orientadas a Wall Street,directamente sobre esa calle. Desde la ventanadel mismo salón puede verse la célebrefachada de la Bolsa, con sus columnas, sufrontispicio, sus tres banderas ondeandoligeramente. Los trescientos metros cuadrados

de aquel piso le habían costado una fortuna.Cada metro cuadrado, justamente en eseedificio, ya valía de por sí una fortuna. Lamayor parte de la gente ni con el trabajo detoda una vida hubiera podido pagarse ni unmetro cuadrado en aquel exclusivorascacielos. Cuando se mudó allí, hacía yadiez años, el magnate había unido dos pisos yrehecho la decoración interior. Tres años

después había comprado también el piso de

abajo, un piso pequeño, para el serviciodoméstico y el equipo encargado de suseguridad: catorce hombres en total, día ynoche.

El obeso, inmóvil, amodorrado,

aburrido, plantó su mirada en la lejana pared blanca de enfrente. Todas las paredes de lacasa eran blancas, perfectamente blancas ydesnudas. La casa estaba decorada en unestilo minimalista, fruto de la profesionalidadde la más reputada firma de decoración de laGran Manzana. Sus suelos, sus paredes, sustechos, todo de una uniforme blancura casimás propia de un lienzo que de un lugar real.

Sobre aquel espacio era imposibleencontrar ni una mota de polvo, ni una levemancha. Casi no había muebles, elminimalismo reinaba en toda su severidad. El

 poco mobiliario presente era de superficiestan blancas como aquellas paredes. En mediode aquella uniformidad cromática, noobstante, se podían distinguir los tonos huesode los tres sofás, los tonos lechosos de un parde mesas. El ventanal del salón se abría desde

el suelo hasta el techo. Transparente paraAbel, absolutamente opaco para el curiosoque mirase desde la calle. Un ventanalextenso, con unas vistas estrechas, con unas

 perspectivas encajonadas por los rascacieloscolindantes y las construcciones de enfrente,

 pero aun así se trataba de una formidable perspectiva.

Sobre las paredes, nada. Únicamente

cuadros de Kandinsky. En el centro de la blanca pared, un lienzo blanco con unostrazos negros rectilíneos y curvos. En la otra

 pared, un lienzo azul marino con unasmanchas pequeñas y negras y un trazo rojo.En otra más lejana y oblicua, el últimoKandinsky, rojo con unos difuminados tonosocres. Todas las telas eran originales.

Aquellos lienzos abstractos no habíansido elegidos por su valor inherente, ni por el

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objeto conceptual que representaran, sino,esencialmente, por sus coloressofisticadamente acordes con las paredessobre las que iban a ir colgados. La casa eraadmirable, una obra de arte de formas puras.

Su inquilino no entendía nada de todas estasexquisiteces que en el fondo abominaba. Perohabía pagado a golpe de talonario todoaquello, eso era lo único que importaba: tenerla certeza de que él había pagado para estarrodeado de lo mejor.

Abel Mann, en aquel año 2199, estabaconsiderado entre los doscientos hombres másricos del mundo. Exactamente ocupaba el

 puesto 149, según la última lista del cotilleomás autorizado. Y ahora estaba recostado,casi tumbado sobre aquel blando sofá de tela,sin esquinas, sin estructura rígida, mullidocomo un colchón de agua. Los ojos delsesentón, desde aquella cara obesa, mirabancon un ligero toque de tedio la pared deenfrente. Aquellos ojos vigilantes. Vigilantesy pensativos en medio de un rostroaparentemente semidormido, en un cuerpo

recostado, abandonado a la blandura de aquelsofá, con los miembros semiextendidos eindolentes.

Sin mover ni un músculo del cuerpo,sin variar su gesto inexpresivo, sus pupilasmiraron los guarismos digitales del relojencajado en una de las paredes. El reloj seguíasu curso, la hora estaba a punto de cambiar.Llegó el segundo preciso y tres guarismos

cambiaron: eran las 12:00. Eran númerosfríos, rectos, silenciosos, glaciales, de grantamaño, ocupando por entero una pantallaencuadrada en marco blanco. Era el mediodía.La voz de una radio comenzó a sonar. A esahora siempre se conectaba automáticamente lavoz radiofónica de un canal económico.

DH sube 3 puntosBBR sube 0,3

RW Corp. baja 0,5

El grupo Rechtwulf sube 8Tyrell baja 1,3Dan & Shonw sube 4,1

La lista continuó quince títulos bursátiles más. Después añadió algunasconsideraciones:

El grupo bancario Creditfrancais siguemostrando una preocupante figura bajista, confirmadatras agotar todos su intentos de rebote en la mediaexponencial.

La operadora de telefonía danesaGRAUSCHWERF continua su pronunciada estructuraalzista desanimando a los inversores a recoger beneficios y más bien por el contrario manteniendo la perspectiva de un nuevo tramo de alzas.

Abel escuchó todos los comentarios ensilencio, con oído atento y experto. Nonecesitaba que nadie le explicara quésignificaba cada punto arriba o abajo. La vozradiofónica se desconectó. La desconexióntambién estaba programada coincidiendo conel final del informe. Abel Mann habíaescuchado inmutable el boletín bursatil, sin

moverse, sin manifestar ninguna emoción. Elhombre de negocios se llevó las manos a lacara, se la frotó para desperezarse. Por unmomento un color rosáceo amaneció en susmejillas. Después sus mejillas, su papada, susgordos mofletes de carnes flácidas tornaron asu tono blanquecino.

Sus ojos saltones, azules, se volvieronhacia la pantalla que tenía enfrente. Eran las

12:09, iba a iniciarse una videoconferencia. Aesa hora siempre aparecía cumplidor y fielcomo un reloj, el rostro de su administradorque le informaba de las incidencias de la

 jornada anterior y de cómo iba el mercado enlo que iba de día.

Las incidencias en sus inversiones…

Para Abel Mann el mundo entero no era otracosa que las incidencias en sus productosfinancieros. La videoconferencia con su

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administrador ya estaba sonando. Elmillonario tocó un botón para descolgar.

-Buenos días, señor Mann.

Abel respondió al saludo con unmovimiento de cabeza. El secretario dio

comienzo a su informe:

-No ha habido nada especial hasta elmomento. Tan sólo destacaría la evolución delos valores relacionados con el sectortecnológico y TPI. Esperamos que secomience una tendencia de recogida de

 beneficios después de los días de euforiadesmedida. Los valores, tal como hablamos,se empotran al límite y vuelven a abrir con

 bandas más amplias. En fin, fuera de esto hayque decir que en general los valores bancariosse están intentando consolidar. Entre otrascosas porque están cómodos en cuanto aliquidez.

El millonario dejó a su administradorhablar hasta el final. Cuando acabó, Abelmiró otra pantalla de la derecha y comentó entono monótono:

-Veo un gráfico alcista en la comprade minerales. Creo que el precio de lasempresas mineras de Sudamérica puedenverse empujadas hasta llegar a los 308dólares.

-Sí, yo también lo creo. Lo vamos atener en cuenta.

Eso era todo. Allí acabó la

conversación. El magnate nunca hacíademasiados comentarios después de escucharaquellos informes, aunque los que hacía eranatinadísimos. Al fin y al cabo, Abel habíallegado adonde había llegado entre otras cosas

 por ser un tiburón de las finanzas al que no sele escapaba nada. En materia financiera no sele escapaba ni lo grande ni lo pequeño.Cuando el millonario hacía sus comentarios al

informe matinal hablaba de un modo lento y

glacial. A su administrador siempre le hablabacomo si le estuviera dictando.

Tras sus indicaciones, con brevedad sehabían despedido y la pantalla había vuelto aquedarse muda y gris. Otra vez era una opaca

superficie oscura e inanimada. Abel selevantó del sofá por fin. Operación que norealizaba sin una acostumbrada sucesión deresoplidos. Hacía años que no podíaincorporarse y después ponerse en pie, sinacompañar la acción con una retahíla defatigas y sucesión de esfuerzos menores.Ciento cincuenta kilos eran muchos kilos.Pero los años le habían acostumbrado ya a

eso. Hacía muchos que andaba con ese paso pesado, bamboleante, pausado. Sin prisas sedirigió hacia el ventanal, claro y luminoso conla luz del mediodía.

De pie, justo delante del cristal miróhacia abajo. Le gustaba mirar hacia la calle,era algo que hacía a menudo. Más que dirigirsus ojos hacia el cielo o al edificio deenfrente, le distraía pasar el tiempo mirando ala gente y a los vehículos que transitaban a ras

de suelo. Aunque habitando aquel piso desdehacía diez años, repitiendo aquella operaciónvarias veces al día, ya se conocía aquel

 paisaje urbano hasta en sus más pequeñosdetalles. Conocía cada palmo del edificio deenfrente, cada una de las cuatro cúspides

 puntiagudas de los rascacielos que sedivisaban desde aquel ángulo. Las masasarquitectónicas siempre se mostraban

inmutables, sólo la calle abajo se mostrabacomo un conjunto cambiante.Afortunadamente el grosor de aquellosvidrios, con su cámara estanca interna, le

 proporcionaba un silencio nunca alterado.Dentro de su piso reinaba un silencioimposible de conseguir ni en el másdeshabitado espacio campestre. No en vanoantes de mudarse a ese piso, había mandadolevantar suelos y techos para colocar

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 pesadas láminas con varias capas de metal ymaterial aislante. Le había costado insonorizarel piso, pero ahora gozaba de un silencioeremítico. Desde aquel silencio, desde laaltura de su piso contemplaba toda esa gente

ir y venir por las aceras, acelerada, con susgabardinas, con sus maletines, aquellosvehículos transitando en un sempiternoatasco, con sus conductores hablando en suinterior desde sus teléfonos móviles, cada unocon sus negocios, cada uno con susambiciones.

Abel estuvo con la vista puesta en lacalle durante diez minutos, después se volvió,

retrocedió sus pasos, se plantó frente al lienzode Vassily Kandinsky Vers le blue. ¿Cuántosmillones le había costado aquella tela? Teníasu mirada fija sobre aquellos colores,chillones pero armoniosos, sobre aquellasformas imposibles, conceptuales, laabstracción en su estado más puro. Pero erauna mirada aburrida, perdida, no trataba decomprender. Después siguió andando,merodeó por el gran salón. El gran salón

estaba rodeado en dos de sus lados por variashabitaciones mucho más reducidas yconectadas entre sí. Pero el magnate hacía suvida en aquel gran salón, sólo el salón contabacasi con doscientos metros cuadrados.

Sonó el leve sonido electrónicorítmico, casi musical, en una pared. Abel seacercó, tocó un botón, se abrió una portezuela,la portezuela de un torno que provenía del

 piso inferior. Desde el piso de abajo, cada díaa esa hora, el servicio le subía por aquel tornovertical el almuerzo. Al abrir la pequeña

 puerta, su nariz respingona, donde seatisbaban ramificaciones de venas rojas,olfateó la comida caliente.

-Otra vez puré de guisantes, otra vez puré de patata con sabor a chuletas de Sajoniay setas. Al menos, gelatina sabor fresa de

 postre.

Con la bandeja en las manos llegóresoplando hasta una larga mesa de cristal.Una gran plancha de cristal sobre dos grandes

 bloques de pulido mármol blanco. Estabaharto de esos menús.

-Trabajas toda la vida para podercomer lo que quieras. Y cuando puedes

 permitirte comer lo que quieres, ya no puedescomer nada.

Aquello de pasarse trabajando toda lavida para comer lo que quisiera, era una

 broma, Abel había nacido en una familiamillonaria. Pero lo que no era una broma eraque tenía que perder kilos. Llevaba años

haciendo regímenes. En realidad, los últimosquince años habían sido un inacabablerégimen de pérdida de peso. O mejor dicho,un encadenamiento de diversos regímenes.Pero lo que perdía un día, lo ganaba al díasiguiente. Lo que perdía con sangre, sudor ylágrimas en una semana, lo ganabaarrolladoramente en la semana posterior. Elrégimen dietético se había convertido para élen una especie de institución penitenciaria que

le seguía a todas partes. Pero las fugas de esainvisible prisión dietética eran usuales. Ladieta es una prisión sin barrotes ni grilletes,repetía. Claro que a base de saltar la valla deesa cárcel dietética, su cuerpo se habíaconvertido casi en una prisión de 180 kilos de

 peso.Había dado órdenes terminantes de

que no se le obedeciera cuando telefoneara al

servicio, en el piso de abajo, pidiendo máscomida. Pero finalmente no solían pasar másallá de cuatro días hasta que no podíaaguantar más y ordenaba que se pusiera fin asu misma orden. Aquello era una contraordena la orden de no aceptar contraórdenes. Elservicio ya estaba acostumbrado a estecomportamiento errático. Cuando unmillonario caprichoso y de mal carácter y quees tu jefe está hambriento, hambriento de

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verdad, y te ordena bajo pena de despido quele consigas de inmediato una langosta o unsolomillo con salsa roquefort, se lo consigues.Algún miembro del servicio que se tomó muyen serio lo de no aceptar contraórdenes había

sido despedido fulminantemente. Este tipo demártires de la obediencia al jefe, noabundaban. Pero los que llevaron al extremola imposición de no aceptar contraórdenes,comprobaron que el jefe no se preocupómucho en resarcir a los despedidos. Quizá lavergüenza de no aceptar la propia debilidad,de tener que reconocer la propiaextralimitación. Quizá la falta de costumbre

 para admitir los propios errores. En esoscasos, prefería pasar página y no tener quevolver a llamar al individuo al que habíagritado y amenazado.

La voluntad de Abel estaba muydebilitada. No se había negado ningún placernunca. Y ahora, a sus sesenta y cuatro años,no era momento de empezar. Su cuerpo le

 pedía comer y ya había probado todo; yahabía probado todo para dejar de comer. Su

cuerpo no aguantaba más liposucciones, ni suhígado más pastillas de disolución de grasa, nisus defensas más productos metabólicos deinhibidores de asimilación de calorías. Sucuerpo ya había probado todo, se conformabacon no seguir engordando. Si le daba uninfarto, se operaría. Si había que someterse aun trasplante, se sometería. Aceptaba sufuturo con resignación. Mientras tanto, su

cuerpo aguantaba.

Abel se sentó en la mesa con la bandeja delante. Buscó su mando a distancia.Tecleó un número. En la pantalla situadafrente a la cabecera de la mesa, aparecióIvonne Delclaux. La pantalla extrafina estabacolocada a propósito en aquel lugar, porqueAbel hablaba con alguien todos los días a lahora de comer. Usualmente hablaba con ella,

con Ivonne, aunque a veces cambiaba deinterlocutor. Pero siempre a esa hora teníaalguien con quien charlar. O una amistad, oun pariente, o algún subordinado deconfianza. Las citas para la comida estaban a

cargo de su secretaria. Abel hablaba con jocundidad mientras comía. Reía, era locuaz,amenizaba la conversación con anécdotas. Sehabía acostumbrado a almorzar así ydisfrutaba de esos coloquios a distancia.

La comida había acabado. Bien frugal, para complacer a su médico. Hoy se sentiríacontento. Hoy se había esforzado, se habíacontenido, había sido sumiso al plan. Se

esforzaba mucho, pero había días en que noaguantaba más hasta la lejana noche yordenaba que le trajeran de inmediato una

 pizza de cuatro quesos con anchoas yalcaparras. Una de esas pizzas reciénhorneadas, jugosas, calientes y blandas,humeantes, a veces con trocitos de jamón, aveces con sus aceitunas saladitas rellenas de

 pimiento, otras con su bacon churruscaditosalpicado de orégano y albahaca. Pero eso era

como un sueño, ahora debía mortificarse,aquella pizza era una utopía.

Abel era un hombre sencillo. Nada de banquetes compuestos por exóticas recetas odelicados manjares estrambóticos. Lo suyoeran los gustos sencillos. Las grandesaficiones de su vida eran la pizza, los partidosde fútbol americano, los dibujos animados. Élse consideraba a sí mismo como un

representante de la clase media americana,como un representante del hombre sencilloque, según él, era el pilar, el sano pilar, de esanación.  América, repetía , es una nación de

hombres sencillos, es un país dominado por

la clase media. Estamos muy lejos de los

refinamientos aristocráticos de la vieja

 Europa.  Estamos muy lejos de sus

refinamientos, de sus manías y de sus

 prejuicios.

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Una cosa era verdad y es que el modode vida de aquel millonario ya no variaba

 porque tuviera mil o diez mil millones más.Disfrutaba viendo su cuenta engrosarse. Perosu tenor de vida ya no cambiaba. Hacía

mucho que había dejado de cambiar. Engrosarsus cuentas bancarias ya era tan solo comoobtener más puntos de victoria en un partido.Era cierto que se trataba de un hombre degustos sencillos.

Abel dejó de nuevo la bandeja vacíaen el torno vertical. Y se dirigió a una mesadonde aguardaban papeles para revisar.Papeles que trataban acerca de las previsiones

de que la Reserva Federal iba a tomar ladecisión de subir los tipos de interés un0,11%. Informes alcistas en tal o cual valor.

 Nuevas bajadas por presión del papel en elsector del acero. Y cosas así. Para Abelaquellos papeles tenían vida, esos númerossubiendo y bajando eran su vida. Él vivía losmovimientos de la economía y estaba avezadoa ellos. El mundo de la inversión y laespeculación eran su mundo, como el mar lo

era para un marinero.

Pero por mucho que le gustase sutrabajo, una hora después, al levantarse deaquella mesa, volvía a encontrarse solo. Ni lasabundantes y largas llamadas que realizaba alo largo del día, usualmente más de cuarenta,ni los ratos frente a la ventana o al televisor,

 podían soslayar la soledad en la que se

encontraba. Aquel hombre con un patrimonioque hasta resultaba difícil de calcular, era un

 prisionero. ¿Por qué?La razón había comenzado a aparecer

veinte años antes, aunque al principio con unaintensidad moderada. Al principio nadie le dioimportancia, ni su médico. La razón tenía unnombre: germenofobia. Hacía veinte añoshabía comenzado como una manía, como unaextravagancia sin demasiada importancia.

Pero poco a poco, año tras año, aquella maníase había transformado en una obsesión.Durante varios años se había logradomantener en secreto bastante bien, aunque

 pronto no pudo ocultarse el hecho de que se

lavaba las manos más de cincuenta veces aldía. Pronto su obsesión por la limpieza, sus

 berrinches al personal encargado de ella en lacasa, las órdenes cada vez más complejas ymeticulosas al servicio, comenzaron atraspasar la raya de lo extravagante paraconvertirse en una fuente de muy seria

 preocupación entre sus más íntimoscolaboradores.

Abel era consciente de que estabatraspasando la raya de lo razonable, su médicocomenzó a tomarse en serio el asunto. Pero unhombre de tantos billones, un hombre quenunca se ha negado nada, no está endisposición de hacer esfuerzos ni sacrificios.Hubiera pagado lo que hubiera hecho falta

 para librarse de sus miedos a los gérmenes einfecciones, pero no estaba dispuesto amantener un esfuerzo constante por enderezar

su comportamiento. La lucha contra susmiedos pronto comenzó a convertirse en una

 pesada batalla, en un abrumador esfuerzo.Pagó a los mejores psicólogos, buscó a losmejores psiquiatras. Gastó dinero. Pero noestaba tan dispuesto a esforzarse, como agastar. Finalmente cedió y optó por convivircon sus miedos. Al principio, se consideró a símismo como un caso perdido. Después fue

 justificándose en un proceso en el quedefendía que, en el fondo, él era el que teníarazón. Y si no era así, cada uno tenía susmanías. Y la suya era ésa, así que los quequisieran tratar con él, debían aceptarle comoera. Deben aceptarme como soy. Al menos, mi

manía no hace daño a nadie.Y así, cada año, había ido

incorporando nuevos medios para protegersede todos los virus, bacilos y bacterias del

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mundo. La limpieza del interior de su casa eradiaria y meticulosa. Exigía al serviciocambiarse de zapatos al entrar en su piso.Después fue exigiendo medidas cada vez másestrictas respecto a su comida.

Posteriormente, fue prefiriendo hablar con lagente por videoconferencia mejor que

 personalmente. Cada vez era más renuente asalir de su casa. En el interior de su hogar  sesentía seguro. No sólo sanitariamente, sinotambién seguro frente a secuestros y actosdelictivos. Las medidas de seguridad de sulujosa vivienda habían corrido parejas a lasmedidas sanitarias.

Finalmente, desde hacía un par deaños, había alcanzado un cierto statu quo consus miedos y temores. La última salida de sucasa, de su hermético amplio habitáculo más

 bien, la había hecho hacía cuatro años, y hacíados años que no había permitido a nadieextraño entrar en su morada. Había fijado entreinta las veces que se lavaba las manos aldía. Es decir, se había autoimpuesto no

sobrepasar esa cifra.La comida era subida en un torno. La

atmósfera de la casa formaba una cápsulaestanca, donde la temperatura jamás bajaba de25 grados, la humedad era constante, losniveles de polen y polvo controlados, lascotas de oxígeno y ozono controlados. La

 presión del aire de la casa era superior a la defuera. De forma que si había una apertura, el

aire salía, pero no entraba. Los sirvientesingresaban por la puerta de entradaenfundados en un mono que les cubría hastael cuello. Cuando ellos entraban a sus horasfijadas, el millonario se retiraba a suhabitación. No salía hasta que el jefe delservicio le comunicaba que ya estaban abajo.Los días pares, cuando limpiaban suhabitación, él se retiraba a la habitacióncontigua, de forma que nunca entraba en

contacto con extraños cuyos pulmones, cuyasgargantas, le parecían verdaderos cultivos de

 bacilos.

Aquel hombre profundamente

millonario, era un prisionero. Encarcelado ensu propia casa, encadenado a sus propiosmiedos. A sus sesenta y cuatro años habíadescubierto que varios billones de dólarescrean la sensación de omnipotencia, lasensación de que cualquier deseo debe serrealizado y va a ser realizado. Pero una masatal de billones tiende a crear a su vez miedosdescontrolados, temores que se desbocan.

La gente normal llega un momento enque tiene que enfrentarse a la realidad. Pero billones de dólares te permiten adaptar larealidad a tus propios miedos. El dinero,cantidades ingentes de capital, te permitencrear un entorno adecuado a tus propiasturbaciones y aprensiones. Puedes redecorarno solo tu casa, sino también tu entornohumano. Si tu fobia no resiste algo de tuambiente, puedes cambiar el ambiente. De

forma que el dinero se convierte en unaespecie de sucedáneo de la medicina. No enuna medicina que cura, pero si en un paliativode tu patología.

Claro que, en cierto modo, tantos billones de dólares se convierten por su propiamagnitud en una enfermedad para su

 portador. Esa masa de dinero constituiría de por sí un problema insoluble si no fuera por el

hecho de que nadie se los encuentra de golpe,sino que se van generando de modo paulatino,de manera que los mecanismos paragestionarlos y reinvertirlos y preservarlos sevan articulando de modo progresivo. Peroaunque uno pueda ir estructurandomecanismos para encauzar de algún modo eseocéano fluido de capital, lo que no se puedeencauzar de ningún modo es el carácterintrínsecamente patológico, mentalmente

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 perturbador, que ofrece esa sensación de poder, esa impresión (no del todo falsa) deque todo es posible con sólo desearlo. Así larelación deseo-realización se va convirtiendoen una costumbre, con los años en un vicio.

La voluntad se debilita y encima todos los queestán a tu alrededor te dicen que eres el mejorhombre del mundo, y que no eres tú elequivocado, sino los otros. Poco a poco elenfermo de poder desmesurado va notando enlas conversaciones que es él el que habla casitodo el rato, que casi todos confirman lo queuno dice y que todos le escuchan con agrado,asintiendo, sonriendo. De esta manera, se

llega al día en que uno descubre que su primermatrimonio ha fracasado y el segundo y eltercero. Llega un día en que se descubre quela voluntad no está ejercitada más que paramandar, y que los que estaban a tu alrededoral comienzo, ya no te aguantan.

Abel no se consideraba un bicho raro,si echaba la vista a los 148 magnates todavíamás ricos que él, encontraba manías tananómalas como las suyas. El repertorio de ese

centenar y medio de los más poderosos delmundo estaba cuajado de una cuarta parte dealcohólicos, de quince casos de pedofilia, unanovena parte de ellos estaban aquejados dealguna afección mental, al menos leve, y sóloun 2% mantenían su pareja inicial.

A la excéntrica millonaria Lana Haanale había dado por gastar en cada fiesta de sucélebre mansión no menos de cien millones

de dólares. A Markus Glazeb le había dado por los castillos inmensos, un deseodesmedido hacia estos, algo que rozaba la

 paranoia. A Benjamín Tenbritt su pasión ycapricho por los amantes exóticos de ambossexos le había llevado a gastar cifras que

 parecían sencillamente imposibles, cada vezmás imposibles. A Gulman de-Herib le habíadado por el masoquismo. Sí, la afición de

Abel Mann de mantener limpia su casa,

aunque patológica, entraba casi dentro de lorelativamente razonable. Por lo menos, encomparación con las manías de algunos de suscompañeros de lista, era una peculiaridad delo más razonable e inofensiva.

En la pantalla que tenía frente a sí,sonó el titilante sonido de una llamada. A esashoras debía ser su secretaria, cada día lellamaba para comunicarle alguna novedad sila había. Presionó un botón y apareció elconocido rostro de Lía su secretaria. Líaestaba acostumbrada a ir al grano, ésas eranlas directrices y no perdía tiempo en

cordialidades ociosas. Después de tres ocuatro asuntos de administración ordinaria,Lía le recordó:

-Pasado mañana es el cumpleaños desu hijo Marc. Ha vuelto a llamar para reiterarsu invitación a que asista a cenar con él.También ha dicho que si lo prefiere, sedesplazaría él a su piso.

Abel torció la sonrisa, se quedó

 pensativo y ordenó:-Dejo a su imaginación el elegir unaexcusa para justificar mi no asistencia a sucena.

-Muy bien, señor.-Ah, envíele una tarjeta y un regalo de

unos 30.000$.-¿Alguna preferencia en el tipo de

regalo?-También dejo la elección a su buen

gusto.-De acuerdo.-¿Alguna cosa más?-La periodista Elisa Pereira le ha

 pedido una entrevista.-¿La famosa Pereira de la NBC?-Sí.-Dígale que pienso que todos los

 periodistas son un atajo de serpientes, de

serpientes rabiosas. ¿Queda claro?

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-Sí, señor.-¡De serpientes rabiosas y caníbales!

Dígaselo bien claro. Son todos una manada delombrices caníbales. Encárguese de decírselocon estas mismas palabras. No cambie

ninguna.-Sí, señor.-¿Alguna cosa más?-Ninguna.-Pues hasta mañana.-Hasta mañana, señor Mann.La secretaria estaba adiestrada

también a despedirse sin ceremonias, sinalargarse en cortesías ni deferencias. La

 pantalla volvió a quedarse muda, fría ycubierta con un tono apagado y grisáceo.

-Los hijos... quizá todos los grandeshombres están condenados a tener unadescendencia inútil –  pensó el magnate-. Lo heconseguido todo en esta vida, menos tenerunos hijos que valgan la pena. Ni siquiera

 pretendía tanto, me conformaba con tener unadescendencia presentable. Pero aquí se

cumple aquel viejo refrán que repetía miabuelo: abuelos negociantes, padres

 señoritos, nietos pordioseros. En una únicafrase sin verbo está resumida la historia enterade todos los linajes, dinastías e imperios. Noimporta si se trata de un linaje de industriales,de comerciantes, una dinastía de reyes, o lahistoria de un imperio o un reino. Todo estácondensado en esa frase sin verbo.

Desde luego mis hijos me hubierandefraudado si hubiera tenido algunaexpectativa puesta en ellos, como no teníaninguna no me han defraudado. Aun así hanestado por debajo de mis más pesimistas

 perspectivas. Les he pagado los másexclusivos colegios. He dispuesto para elloslos mejores tutores. He invertido ríos de oroen los preceptores más costosos, para ver sisacábamos algo de ellos. Pero nada. Ha de ser

algo que no funciona bien dentro de suscabezas, algún gen que les haya trasmitido sumadre.

Claro que tratar de disfrutar lomáximo posible y esforzarse lo mínimo

 posible, debe ser un gen que está en la cabezade todo el género humano. De forma quetodos los grandes hombres estamoscondenados a tener una descendencia inútil.Me hubiera conformado con tener una prolemínimamente presentable. Me hubieraconformado con muy poco. Menos mal quedecidí tener sólo un hijo. Después volví a caeren la tentación, y tuve un segundo. Tal vez he

tenido mala suerte con el primero, me dije.Por último me dio por probar con una hija.Menos mal que no me dio por repetir elexperimento más veces. La hija ya falleciócon su cuerpo carcomido por todas las drogas

 posibles. Apenas la pude reconocer en eldepósito de cadáveres. Sólo estuve seguro deque era ella, cuando las pruebas de ADN queencargué me confirmaron que aquello que vien la camilla era mi hija. En mi descendencia

nunca he buscado cariño, porque si hubiera buscado algún tipo de afecto hubiera sidocomo para tirarme ventana abajo.

Lo de tirarse ventana abajo era undecir. Todas las ventanas del piso estabanselladas a sus marcos. Aquellos largosventanales de un palmo de grosor eraninamovibles. El aire que renovaba la

atmósfera interior entraba filtrado ydescontaminado por los conductos deaireación. La casa nunca se ventilaba porentrada directa de aire.

La seguridad de ese piso era absoluta. No sólo los ventanales, la misma puerta blindada de entrada a su hogar contaba connueve puntos de cierre. Nueve puntos con susnueve gruesas y relucientes barras internasdesplazándose de forma automática cada vez

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que se abría o cerraba la puerta. No sólo elacero protegía la paz bajo su techo, catorcehombres del servicio de seguridad se turnabanen el piso de abajo 24 horas al día. Estabanarmados con armas ligeras, pero estaban

autorizados por el correspondientedepartamento metropolitano a utilizar lasarmas de asalto si el caso lo requería, esasarmas aguardaban en sus armarios metálicossi el caso lo requería. Cuando un hombre valetanto, un hipotético equipo de secuestradoresestá dispuesto a planear cualquier cosa.Aunque bien sabía el magnate que secuestrara alguien en pleno corazón de Wall Street era

sencillamente imposible. Cualquier aviso deataque que diera el servicio de seguridad deabajo, llegaría instantáneamente a lacomisaría de la planta baja del edificio deenfrente. Y la comisaría de Wall Street no esuna comisaría cualquiera. Sus equiposantidisturbios, antisecuestros y antiterroristaseran impresionantes. Había una unidad deélite de trescientos efectivos en esa comisaríadel edificio de enfrente. Abel se sentía seguro.

En cualquier caso, allí nadie corríariesgos. Cada mañana las dos personas de lalimpieza, a pesar de ser conocidas de toda lavida, subían del piso de abajo al piso de arribaescoltadas por el servicio de seguridad. Losescoltas las acompañaban en el ascensor y allíse quedaban hasta que observadas por loscircuitos cerrados atravesaban el exiguo

 pasillo, más bien vestíbulo, justo antes de la

 puerta de entrada. Aquella ceremonia serepetía cada día, era como el cambio de laguardia en Buckingham. Una guardia sin otrouniforme que sus corbatas y americanas, peroeficiente. Al millonario le costaba sentirseseguro, le costaba mucho dinero. Pero ciertassensaciones, como la seguridad, cuestandinero. Y hay cosas en las que no se puedeahorrar.

Sólo había un ladrón que podía entraren la casa. Un único ladrón que no necesitabaninguna fisura para penetrar. Un único ladrónque no sería captado por ningún circuitocerrado, que no sería detenido por ningún

ejército de policías: la Muerte.De momento su espectro no se

atisbaba en ningún punto del horizonte. Sucontorno no aparecía ni de lejos. Los informesmédicos eran tajantes y llenos de garantías:hoy por hoy era un hombre sano. Para susmédicos el sobrepeso era el único punto

 preocupante por los problemas cardiacos que pudiera ocasionar. Sus médicos ya le habían

dicho que si quería máxima seguridad nonecesitaba esperar a que surgierancomplicaciones, y que podía operarse ya. Uncorazón mecánico o un trasplante orgánico,como prefiriera.

Pero hasta la fecha aquel músculocardiaco con el que había nacido se hallabadentro de límites no excesivamente

 preocupantes. Abel de momento decía queresistiría con su propio corazón. En cualquier

caso, en cada habitación de su piso había un botón rojo (en realidad era como una esferaredonda, amplia y empotrada en la pared quese podía presionar con la palma de la mano)que una vez presionado activaba el protocolode actuación médica de emergencia. Si nohabía contraorden de Abel en cinco segundos,la alarma sonaba en el segundo piso deledificio. Allí había siempre de guardia un

equipo de cuidados intensivos, compuesto porcinco médicos que subirían de inmediato porel ascensor con todo el instrumental y losreanimadores. La pulsación del botón deemergencia abría de forma automática la

 puerta de entrada al piso diez segundosdespués de pulsado. En los simulacros sehabía estimado en veinte segundos el tiempoque transcurría entre la presión de ese botón yla entrada de los médicos en el piso.

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Saber que en veinte segundos habríaallí, en su mismo piso, un equipo UCI,suponía pagar los sueldos de aquel equipo 365días al año. Incluso por la noche, cincomédicos dormían en sus puestos de guardia.

Cuando de lo que se trata es de preservar lavida no se puede reparar en gastos. Si tegastas cientos de millones en un cuadro deKandinsky, no puedes después ir tacañeandoen mantener tu misma vida, repetía.

Y eso lo tenía muy claro, gastaría todasu fortuna si hacía falta con tal de mantenersecon vida aunque sólo fuera un año más, unmes o un solo día más. Para él mantener la

consciencia sobre este mundo no tenía precio, porque para él después sólo había la oscuridadde la nada. La existencia de Abel podía

 parecer a muchos aburrida y tediosa, pero élestaba dispuesto a pagar a precio de billones,de toda su fortuna, esa misma vida de la queahora disfrutaba. De momento estaba muysano, pero algo tenía muy claro: en silla deruedas, o en una cama conectado a unamáquina, entubado o con todos los órganos

trasplantados, todo lo que fuera preciso contal de seguir sobre este mundo. Y si se tratabade alguna patología de remedio desconocido,gastaría los billones de los que dispusiera eninvestigación sobre esa patología. Seríageneroso con fundaciones y universidades.Cualquier cosa con tal de un año más. Peroafortunadamente todo esto todavía estaba muylejos. Gastar todo su patrimonio en el

mantenimiento de su propia existencia, le parecía más noble fin que podía dar a sudinero. A sus hijos ya les había dado la vida.Y viendo lo agradecidos que se habíanmostrado, aun le parecía que había sidodemasiado generoso.

Hablando de generosidad, había sidodemasiado indulgente consigo mismo los

 pasados días al permitirse demasiadas galletas

y cacahuetes. Debía hacerse mirar de nuevo elcolesterol. Mañana le diría a su secretaria quellamase a su médico. Cinco colegiadosconformaban el equipo medico encargado demantener su salud. Uno de ellos era el

coordinador del equipo, que además de habersido catedrático era el que más tiempo llevabaa su servicio. Abel no ponía su cuerpo enmanos de cualquiera. De hecho, a los médicosde guardia en la planta baja del edificio, los dela Unidad de Cuidados Intensivos, no leshubiera consultado nunca nada. Esos eran delmontón, contratados para mantener lasguardias día y noche pero nada más.

-En esto, como en todos los ramos  – sedijo a sí mismo-, están las águilas y los delmontón. En la vida siempre hay pocas águilasy muchos del montón.

Abel anduvo por el salón. Sí, debíamirarse el colesterol. Mientras tanto recordólo que le había dicho Ivonne durante lavideoconferencia de la comida. Los

 publicistas del Abdal Bank para la promoción

de su ampliación de capital han encargado unmontaje y han hecho tocar unos ridículostambores a las puertas de la bolsa deFrancfurt.

-El mejor tambor es que suban lasacciones -le respondió Abel-, los accionistasen la junta deberían exigirles que se dejasende tonterías y cuidasen más la evolución desus acciones, nos iría mejor a todos. Menos

mal que esas pantomimas no se toleran aquíen Wall Street.

El millonario pasó la sobremesaandando un poco, muy poco, pensando enesos tambores de Francfurt, en su colesterol,en el Abdal Bank, en la subida de los tipos deinterés, en el tiempo que haría mañana.Curioso pensamiento, cuando no se tieneninguna intención de salir. 

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Abel miró la superficie lisa de uno delos pocos muebles del salón. Y pensó que allísobre aquella aparentemente inofensiva área

 podía haber miles de gérmenes. Tal vezmillones de microbios. Microbios que se

reproducían a velocidad vertiginosa.microbios voraces. Y los médicos decían quecada vez eran más resistentes a losantibióticos. Abel no entendía cómo podía irla gente tan tranquila por la acera. Sólo las

 plantas de sus zapatos debían portar coloniasenteras. Letales decenas de miles deorganismos variados que al llegar a casaquedaban en el suelo y se respiraban en forma

de polvo. Abel imaginaba esas cepas entrando por la nariz y quedándose en las mucosasnasales, dentro del cuerpo, en un tejidosiempre húmedo y templado. Por un momentoel sesentón sintió el vértigo de millones deformas vivientes, microscópicas,reproduciéndose por todas partes.

Aquellos ataques de germenofobiaeran breves y no demasiado frecuentes. Peroeran momentos de vértigo, en que sentía al

abismo abriéndose bajo sus pies. El abismo desentir su cuerpo transitado por miles deformas vivas patógenas pululando por losdiminutos ríos de su sangre, abriéndose paso

 por sus tejidos. Pero aquellos abismos del pensamiento iban perdiendo virulenciaconforme se esforzaba por pensar en otracosa, tratando de convencerse de que eran unamera traición de su razón.

-Ayer por la tarde me comentó misecretaria que un familiar mío le había pedidoque colocara a una hija suya, que le diera un

 puesto de trabajo – Abel pensaba esto para susadentros mientras seguía paseando lentamente

 por el salón, único ejercicio que practicaba y,aun éste, con poca asiduidad-. No sé si era lahija de una prima mía. Prima segunda o

carnal, ya no lo recuerdo. ¿O era la prima deun buen amigo mío? Alguien que fue un buenamigo mío hace veinte años. No me acuerdo – 

 juntó su índice y pulgar en el entrecejo,tratando de hacer memoria-. Ya no lo sé.

Quizá mi secretaria se refería a la hija de mi prima Yasmine... bah, me da lo mismo. ¡Quése abra paso por sí misma, como hemos hechotodos!

Si se trata de la prima Yasmine, lomenos malo que puedo desearle a su hija esque acabe en el arroyo. ¿Cómo tendrá caracomo para venir ahora a pedirme nada?Además de una pesada, siempre fue una

idealista mema. Hace ya años que le aconsejéque vendiera sus sueños en una subasta. A lomejor encuentra algún postor; probablementealguien tan alelado como ella. Pero no meextraña que haya acabado mal. ¿Esperas lechede una abeja, miel de una gallina, o huevos deuna vaca?

Todo familiar es un oportunista en potencia. Se olvida de ti, te ignora, y cuandote necesita te lo encuentras llamando a tu

 puerta. El oportunismo familiar es esa actitudque prescinde de los principios fundamentalesdel amor entre parientes (si alguien sabe loque es eso) y, sin embargo, después buscaaprovechar al máximo las circunstancias delos lazos familiares para obtener el mayor

 beneficio posible. Es el chantaje genealógico,el chantaje de la sangre, un chantaje en primergrado, en segundo y a veces en tercer grado, a

tanto se atreven algunos. Como no creo ni enla sangre, ni en la institución familiar, ni entodo eso, siempre le digo a mi secretaria quelos redirija a mi jefe de personal. El cual tieneinstrucciones de ir dándoles largas de unmodo diplomático, y si es necesario sindiplomacias. Mi jefe de personal tieneórdenes expresas de huir de mis familiarescomo de la peste. Si hay alguien ajeno alnepotismo, soy yo.

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Esta innata insensibilidad ante loslazos de sangre, quizá me haga quedar ante la

 posteridad como un monstruo. ¿Pero por quéhabría de preocuparme por la posteridad?Maldita posteridad, que se vaya al infierno.

En fin, para qué perder mi tiempo pensandoen estas cuestiones sin importancia. Más valeque vuelva a mis asuntos.

Y acercándose a su mesa de trabajo,sin sentarse, cogió un informe y lo comenzó aleer. El patrimonio de Abel eracompetentemente gestionado por un equipode administradores. El capital de aquelhombre estaba diversificado en múltiples

inversiones para evitar riesgos. Diversificadoen distintos sectores y varias naciones. Podíaquebrar un sector o una nación, pero no todoslos sectores ni todas las naciones. Él no teníaque preocuparse de la seguridad y

 productividad de su capital, de eso ya seocupaba un nutrido equipo de administradoresdivididos en varias ramas y especialidades.Sobre las distintas ramas de administradoreshabía un consejo formado por seis miembros:

economistas y abogados. Y de entre esos seis,uno era el coordinador-jefe de todos losadministradores. Nadie en este mundo hubiera

 podido administrar por sí mismo un patrimonio tan inmenso, por eso la ayuda deestos hombres era necesaria. Los órganos parala gestión de un capital de esa envergadura sevan creando paulatinamente, nunca de golpe.Se forman al mismo paso que se va

incrementando la fortuna. Es un procesolento, casi como el de un ser vivo. Laformación y evolución de un capital de varios

 billones presenta muchos paralelismos con elcrecimiento de un ser vivo. Un crecimientosin rupturas, sin saltos en el vacío, una

 progresión constante y gradual.Hasta cierta etapa, el gran artífice del

crecimiento de ese capital fue Abel. Perodespués, poco a poco, ese equipo de

administradores fue el que cada vez más ibahaciéndose cargo de todo. Se trató de unaevolución lógica y natural. Cuanto mayor esun reino, más funciones son las quenecesariamente deben ser delegadas. El

imperio económico del señor Mann, comocualquier otro imperio, tenía sus legionesdefendiéndolas, o mejor dicho sus generales.En total unas sesenta personas trabajando paraél, ésos eran sus generales, tribunos ygobernadores. No hacía falta más personal,

 pues casi todos sus activos consistian endepósitos bancarios, bursátiles y fondosfinancieros. Él no contaba con empresas y

empleados, sólo con participaciones enempresas. De manera que no tenía ejércitos deempleados, sólo un buen equipo deadministradores. Según él éste era el mejormodo de no tener quebraderos de cabeza, asícomo para producir beneficios. Sesenta

 personas, ésas eran todas sus legiones. Losadministradores, entre ellos, llamaban a AbelMann el Cetáceo, también el  Dinosaurio. En

 parte por su capital, en parte por su cuerpo.

En nómina siempre contaba elmillonario con no menos de catorce abogados.Cuando se tienen billones, siempre hay queestar defendiendo derechos por todas partes.Pero nada de todo esto solía llegar al

 Dinosaurio, hasta las alturas donde élhabitaba únicamente llegaba lo másimportante. Poco a poco había ido dejandotodo en manos de aquel mecanismo eficiente,

casi burocrático, ajeno a experimentos y querendía cuentas ante él cada mes a través de

 pequeñas auditorías parciales. El sistemafuncionaba tan eficazmente, que incluso si elmillonario hubiera desatendido todos susnegocios durante un año entero o varios, nohubiera sufrido ningún perjuicio económico.La gestión de su capital funcionaba de unmodo perfectamente independiente. Era comouna burocracia eficaz y autónoma. Abel se

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sentía orgulloso de aquella bien engrasadamaquinaria de gestión. 

El paso seguro de un hombre demediana edad atraviesa el tercer vestíbulo delHilton. En su andar ya demostraba ser unhombre con clase. Sus zapatos negros yrelucientes mostraban un andar seguro sobreaquel suelo de geométricos rombos

 blanquinegros. Aquel hombre rubio que lucíauna impecable raya en su pelo tenía un cierto

 parecido a Robert Redford. Penetró en una delas salas de espera adyacentes al vestíbulo.Una gran sala alrededor de cuyo pasillocentral había sofás y plantas ornamentales.Todo estaba lleno de helechos y cinthias. Lagente sentada allí era servida por camarerosque iban y venían. El hombre que acababa deentrar era el hijo de Abel. Caminó por el

 pasillo central, buscando con la mirada algrupo que le esperaba. Ya lo había visto.

A diez metros de él, una personamovió la mano para que les viera. Él ya sedirigía hacia allí. Se saludaron. Los tres queestaban allí le aguardaban desde hacía veinteminutos. Tras unas breves palabras llenas desonrisas, se levantaron. Uno del grupo hizo ungesto a alguien muy bien vestido, parecía el

 jefe de camareros, pero no. En realidad, setrataba de un empleado de rango superior

dentro del hotel. Este empleado se adelantó ysalió para guiarles. Al poco, en la misma

 planta, precedidos por él, llegaron a una de lasinnumerables salas que el hotel tenía paracelebrar conversaciones privadas de negocios.El que había encargado aquella sala deantemano le indicó al empleado que todo erade su agrado, el cual salió y les dejó solos.

Era una sala pequeña con una mesa

rectangular en el centro. Una sala sobria

carente de decoración, enmoquetada,funcional. Los cuatro hombres se sentaron,dos a cada lado de la mesa. Mientras seacomodaban charlaban de cosas insustancialesmientras uno ponía su maletín sobre la mesa y

sacaba sus folios y su pluma por si había queescribir. Otro abría su agenda encuadernadaen piel. El tema de la conversación seguíasiendo intrascendente, nadie parecía querersacar el tema. Todos se sentían violentos ynadie quería ser el primero en sacarlo.

A un lado de la mesa estaban los doshijos de Abel Mann. Su hijo mayor Marc concuarenta años tenía un cierto parecido con

Robert Redford. El hermano menor, Ralph, asu lado. Ralph, de treinta siete años, mostrabaun cierto parecido con Paul Newman. Ambostenían en común un aspecto elegante, modalesdistinguidos, apariencia de haber sidoeducados en los mejores colegios. Frente aellos estaban el administrador de Abel y sumédico. No cualquier administrador, sino el

 jefe-coordinador de los administradores. El

médico a su lado no era un médico más alservicio del millonario, sino el jefe del equipomédico.

-¿Qué tal en Shawcreek?  – le preguntólleno de cortesía el hermano mayor aladministrador de patillas ya canosas.

-Oh, maravilloso. Shawcreek esformidable. Creo que me estoy convirtiendoen un adicto al esquí.

-Debes hacerme una visita en miresidencia de Hunterpeak. Está en la mismacumbre.

El administrador puso cara deverdadero interés.

-Si quieres venirte del 4 al 6 del próximo mes, estaría encantado  – le invitóconsultando las hojas de su agenda.

El administrador le agradeció suamabilidad, aunque sin comprometerse ni en

ésa ni en ninguna fecha.

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Antes de que acabara estaconversación entre Marc, el hermano mayor,y el administrador, el hermano menor

 preguntó al médico:-Me han dicho que has ido a visitar a

tus hijos en Suiza.-Sí, un frío terrible. Es el segundo año

que están allí estudiando.La conversación prosiguió, incómoda

y amable todavía un rato más. Nadie se sentíaexcesivamente proclive a sacar el asunto. Perotras tres minutos más, Marc se animó y

 preguntó tranquilamente, sin darle másimportancia.

-Bien... ¿habéis pensado acerca deltema? –  -Sí, hemos pensado en ello…  hemos

 pensado en ello – respondió el administrador.-¿Y bien...?-Me pregunto si es factible  – la voz del

administrador sonaba suave, calurosa,elegante.

-Eso deberíamos preguntárselo más bien a él – y Ralph interrogó con la mirada al

médico.El médico se encogió de hombros y

gruñó. Siempre solía responder de formasimilar: la callada por respuesta, un gruñidoque era más bien una pose, y aquelloshombros que se encogían sin responder anada.

-Vamos a ver, ¿cómo sigue la salud deAbel? – le preguntó el administrador.

El médico miró hacia la mesa como siestuviera leyendo sobre ella unos hipotéticosinformes.

-¿Qué queréis que os diga? Su nivel decolesterol es normal. Su nivel de ácido úrico,dentro de lo razonable. La glucosa sigue bien.Tan sólo el hígado sigue inflamado por elabuso de tantas pastillas adelgazantes. Elsobrepeso es quizá el dato más preocupante.Preocupante por los problemas cardiacos que

 puede generar en el medio plazo. Pero si sehace un trasplante de corazón el peligroquedará conjurado.

-Pero dejando aparte el tema delsobrepeso y su influencia cardiaca, ¿cuánto? – 

Ralph le interrumpió porque si no el médicohubiera podido continuar aportando datos deun modo indefinido.

El médico dio un resoplido.-Lo mismo puede durar diez años más,

que veinte, que treinta.La prole del millonario escuchó

aquella sentencia con rostro impasible. Nomovieron ni un sólo músculo de sus caras.

Aunque tras esa impasibilidad se dejabatraslucir el poco entusiasmo por lo escuchado.-¿Y su salud mental? –  preguntó Marc.-Por ese lado no hay nada que hacer.

Se mantiene en la raya, pero no la atraviesa.Tiene miles de manías, es un saco de manías.Pero sus fobias no van más allá de esahipotética raya más allá de la cual un juez ledeclararía incapaz. Hace años que vive justoen la raya, pero no acaba de atravesarla.

El hijo mayor no pudo evitar el bajarun poco la cara, y frotarse la frente con lamano derecha. Era un gesto de desesperanza.Un gesto silencioso que fue interrumpido porlas palabras duras, aceradas, inmisericordesde su hermano a su lado diciendo:

-No podemos continuar así. Hemos dehacer algo.

El administrador y el médico

guardaron silencio.-Hay que hacer algo  – corroboró el

hermano mayor dando un pequeño golpe conla palma de su diestra en la madera veteada dela mesa-. ¿Habéis considerado nuestra

 proposición?-La hemos considerado, la cuestión

sigue siendo si es posible  – contestó eladministrador-. Tú eres el médico... ¿esfactible?

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El médico volvió a encogerse dehombros.

-Posible...  – respondió-, sí claro, lacuestión es si hacerlo o no hacerlo. Esehombre es un saco de ansiedades y traumas.

 No explota porque vive rodeado de unequilibrio perfecto que él mismo se ha creadoa su alrededor. Él mismo se ha creado unentorno de protección. Pero no cabe la menorduda de que el más pequeño empujón ledesequilibraría. Un pequeño empujóndecidido le haría atravesar esa línea.

-Imaginemos que el administradordurante algo más de un mes le presenta

informes muy negativos  – dijo Marc-,informes que le hagan preocuparse de verdad.Informes que le den la impresión de que lo vaa perder todo, de que va a acabar en la calle,arruinado. Imaginemos que logramos quetenga la impresión de que hasta ese momentose le ha estado engañando respecto a lo

 preocupante de su situación financiera. Deque ninguno de sus subalternos se ha atrevidoa revelarle lo peligrosa que era su situación

económica. Si se logra implantar en su mentela idea de que se le ha estado engañandosistemáticamente y de que ya no puede fiarsede nadie del equipo de sus colaboradores,entonces va a pasarse horas aullando por lacasa. Ni diez tubos de pastillas van a calmarsus ansiedades.

-Tampoco se trataría de mentirle  – 

añadió fríamente el hermano mayor- se

trataría tan solo de escoger datos preocupantes. En un patrimonio tan grande,tan extenso, tan diversificado como el suyo noresultará excesivamente difícil. Los informesdeberían darle esa sensación de que va haciala ruina. Informes orales, nada debe quedar

 por escrito. E insisto, no habría que mentir,sino escoger. Pero si se miente, habría quehacerlo hasta el final, hasta el momento enque ya se encontrara verdaderamente

desequilibrado. Y si a eso, si a los malosinformes económicos, añadimos que sumédico le presentara informes preocupantesacerca de su salud, entonces pronto estaríalisto para ingresarlo en un sanatorio mental.

El médico, como el administrador, tampocotendría que falsear datos. Únicamente tendríaque encarecerle mucho los peligros de todoaquello que en su salud esté fuera de los

 baremos normales. A un hipocondríaco comoAbel, la valoración de todos esos peligros ledesequilibraría sin duda alguna.

-Richard, venga, habla, dinos algo,¿todo esto le llevaría a la demencia?  – le

 preguntó a su lado el administrador-, ¿ledesequilibraría?Todos miraron al médico.-Sin duda  – respondió-. No habría que

hacer ni la mitad de todo eso. Ya está con un pie en un lado y el otro pie al otro. Un pequeño empujón y lo tendremos que encerraren un sanatorio mental. De hecho, él acabaráen una institución de ese tipo, antes odespués, es una mera cuestión de tiempo. Yo

ya os lo he dicho en otras ocasiones, lasituación es clara, no ofrece dudas, la únicacuestión es si hacerlo o no hacerlo.

El administrador con las manos juntassobre la mesa miraba al hijo de enfrenteimpelido de urgencia por heredar. Nunca un

 progenitor había tenido unos hijos tan preocupados por su salud. Si había un padresobre este mundo cuya salud fuera seguida

 por sus hijos con un interés que rayaba loobsesivo, era Abel.

-Vamos a ver – dijo el administrador ymiró al médico-, ¿pero no resultaría mássencillo darle algún tipo de pastilla o algo así?

-Ja, ja, ni pensarlo  – respondió elmédico-. Ni hablar de eso. Aquí en el Estadode Nueva York hace treinta años que se hareintroducido la pena de muerte. Por ganaralgo más de dinero no me voy a arriesgar a

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 perder la vida. Puedo elegir cuidadosamentelos datos que más le preocupen, se los puedoencarecer de manera que se vuelva loco, perono iré más allá de la legalidad.

-Je, je  – rió entre dientes Ralph-, ya

veo, caminas justo hasta el borde la legalidad.Esto sí que es llevar la legalidad hasta sumismo extremo.

-Puedes ser lo sarcástico que quieras, pero no arriesgaré mi vida por un poco másdinero.

-Venga, no es un poco más dinero. Noestamos hablando de un poco más de dinero.Estamos hablando de mucho dinero.

-Si acabo sentenciado a muerte, no meservirá de nada tu generosidad.

La tensión en el ambiente eratremenda. Sentados frente a frente se miraban.Un cierto silencio volvió a reinar durante unossegundos.

-Vamos, vamos, tranquilos  – dijoconciliador el administrador tratando dedescargar un poco la electricidad del aire-,

aquí sólo estamos para analizar la situación.Sólo estamos analizando. Nadie va a hacernada fuera de la ley, sólo estamos evaluandola situación.

-Exacto  – confirmó Marc que siempreera más frío, más flemático que su hermanomenor.

-Bien, es evidente que Abel es comoun castillo de naipes  – dijo el administrador-.

El más leve golpe lo echará por los suelos. Lacuestión es si dar ese leve golpe o no.

-Sí, esa es la cuestión  – volvió aconfirmar tranquilamente el hermano mayor.

La conversación se había ralentizado.Cada uno pensaba mucho cada frase antes dedecirla. El médico con las manos juntas sobrela mesa parecía cubierto por una nube de malhumor. Ralph tamborileaba con su plumasobre la agenda de piel.

-No hace falta decir que seríamosextraordinariamente generosos  – comentóMarc sin dar más importancia al comentario-.En realidad, debería decir que no hay precio

 por alto que sea que no estemos dispuestos a

 pagar. El precio lo ponéis vosotros.

Abel Mann desde el amplio y anchoventanal de su salón contemplaba elcrepúsculo. Su edificio empotrado entre otrasaltas construcciones no le permitía ver al astro

rey hundirse por el oeste de la isla deManhattan, en las llanuras del Estado de

 Nueva Jersey. El millonario observaba cadadía lo que él llamaba el milagro del atardecer.La penumbra crepuscular se adelantaba casidos horas a nivel del suelo en los pasillos queformaban los rascacielos. Pero si laluminosidad era ya débil en invierno a cercade las cuatro e la tarde, las cúspides de los

rascacielos por el contrario recibían de llenoel sol del atardecer.Antes del crepúsculo, durante la

última hora y media de cada día, en las acerasreinaba la oscuridad, mientras que las cimasde los edificios recibían de lleno el sol delatardecer reberverando en sus miles deventanas. Era un momento mágico. Sobretodo, en los últimos tres cuartos de hora decada día, el contraste entre la luz de las alturas

y las sombras de la calle iluminadas por lasfarolas, formaban un escenario deluminosidad irreal. A esta sutil y casiimperceptible coreografía de oscuridades quese alargaban, de luces tenues y doradas, se ibasumando la gradual aparición de los miles de

 puntos de luz artificial que como luciérnagascomenzaban a brotar en los vehículos yfarolas de la calle, en las ventanas de los

edificios.

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El ojo del magnate era un ojo expertoen apreciar todos aquellos matices. Para élconstituía una delicia tal cada crepúsculo, queno se lo hubiera perdido por nada del mundo.Era curioso que un hombre tan refractario a

apreciar la belleza en tantos campos, sinembargo, valorase extraordinariamente elaspecto estético de cada ocaso. Cada día,desde el ventanal del piso vigésimocuarto deun edificio encajonado en la umbrosa calle delestrecho Wall Street, una persona, él,contemplaba ese espectáculo.Cada día se plantaba allí, de pie, junto a losvidrios y se deleitaba en observar cada paso

del proceso, cada avance de las tinieblas, cadauna de las tonalidades de la luz que aúnreverberaban en las cúspides triangulares delos únicos cuatro rascacielos que se veíandesde aquel ángulo de su ventanal. Y allí sequedaba hasta que la calle se sumía en lanoche invernal. Una oscuridad perfecta cuantolo puede ser una noche urbana poblada demillares de puntos de luz artificial.

Allí de pie junto a la ventana le vino al

recuerdo la escena de sí mismo contemplandoel lento atardecer cuarenta años antes, con unaguapa pecosa pelirroja dieciochoañera a sulado. Ahora volvía a mirar el crepúsculo, peroesa beldad llena de gracia e inteligencia ya noestaba a su lado. ¿Era el mismo atardecer?

 No, no era el mismo. Aquellos atardeceres yahabían pasado. Estos eran otros. Pero tambiénéste era un atardecer, al menos. El sol volvía a

 ponerse, sí, pero sin la pecosa. Se ponía ahorael sol, sí, pero con cuarenta años más. Ya noera lo mismo. Ni Abel, ni el crepúsculo eranlos mismos. Él ya no era, nunca más, aquel

 joven metido en un cuerpo atlético, con unamente llena de ilusiones.

Ahora él, el millonario, era el futurode aquel joven espigado y lleno de ilusionesque un día estaba contemplando el crepúsculoen un banco de Central Park con aquella

universitaria a su lado. El futuro era ya presente. Sí, él ya no era el mismo, ni elcrepúsculo era el mismo.

¿Qué había tenido que suceder paraque aquella tan atrayente pecosa se convirtiera

 primero en una alcohólica, y después en unaexmujer que había tratado de sacarle la mayortajada a la inexistente porción de bienesgananciales? ¿Qué había sucedido para que su

 princesa se transformara en una rana, y en unarana rodeada de abogados? Sí, su princesa

 pecosa era ahora una rana alcoholizada, unsapo sin piedad. Las personas a veces sufrentransformaciones que parecen ir más allá de

las leyes naturales. Algunas personas más quecambios, sufren metamorfosis.El crepúsculo había tocado a su fin,

era de noche de nuevo. El millonario volvióhacia la mesa donde tenía sus papeles.

…………………….. 

El médico estaba en la mansión deladministrador de los bienes de Abel. El

médico tenía a sus espaldas un gran ventanaltras el cual se veía la oscuridad de la noche.Eran las siete de tarde, había oscurecido, yano se veía nada del jardín ni de sus setos en el

 jardín de abajo, delante del porche. El carillónde caoba del salón marcó las seis de la tarde.

-Están desesperados por ser declaradoslos tutores legales del patrimonio de Abel  – 

comentó el médico de pie, con las manos a la

espalda, junto a un gran sofá.-Sí, esperar diez o veinte años más...  – 

meneó la cabeza- No se hacen a la idea detener que aguardar aún ese tiempo.

-Yo ya he dejado bien claro quecualquier empujón por nuestra parte ledesequilibraría, pero aquí hay otra cuestión: si

 por casualidad, Abel les ha desheredado novan a cobrar ni un céntimo. Y dado lo mal quese llevan, lo más lógico es pensar que no les

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haya dejado absolutamente nada.-Por eso tranquilo  – dijo con seguridad

el administrador que le daba la espaldamientras se ponía hielo en su copa de whiskyen una mesita-bar.

-¿Cómo que tranquilo? Pero...-¿Quieres beber algo?  – le interrumpió

el administrador impasible.-Un poco de brandy. ¿Cómo que

tranquilo? Si ellos no heredan nada nosotrosno recibiríamos nada.

-Mira, ¿no soy su administrador?Conozco bien sus papeles. Y no hay ningúntestamento. Te lo aseguro.

-¿Cómo estás tan seguro?-Soy quien le lleva sus papeles – le dijo pasándole la copa llena del dorado licor-. Yno hay ningún testamento  – esta frase larepitió recalcando cada sílaba-.

-No lo entiendo.-Si hay algo que no entra dentro de los

 planes de Abel, es su propia muerte. Te loaseguro. La muerte le da pánico, ¿meentiendes? No quiere ni oir hablar del tema.

 No-hay-tes-ta-men-to. No ha tomado ni lamás mínima providencia para el día en quefallezca. Ni la más mínima. Hace cinco añosfue la última vez que uno de susadministradores le hizo un comentario alrespecto. La respuesta fue tal que ya nadie seha atrevido a mentarle el tema. Con él sehabla de lo que sea, pero de eso no.

El médico miró a su copa, la meneó

con el líquido en su interior. No le extrañabalo que había oído. Conociendo a Abel, no.

-Una cosa está clara  – dijo el médicoechando la espalda hacia atrás en el sofá,relajando el cuello-, no debemos

 precipitarnos. Tomémonos el tiempo quenecesitemos. No tenemos por qué dar unarespuesta en seguida.

-Sí, estoy de acuerdo. Ellos tienen la

 prisa, nosotros ponemos la calma.

Abel, sentado en su sofá, frente altelevisor recordó, aunque de un modo noliteral, cierto poema que había oído en ciertoreportaje.

De la cuna al ataúdva siendo el beso, a su vez,amor en la juventud,esperanza en la niñez,en el adulto virtudy recuerdo en la vejez.

 No recordaba las palabras exactas, tansólo el espíritu de los versos. Y pensó que enél ya no quedaba ni el amor, ni la esperanza,ni la virtud. Quizá pronto, fruto de lasamnesias o las demencias aparejadas a laedad, no quedara ni el recuerdo. Incluso ahoraél, un hombre de finanzas, no se fiaba de susrecuerdos emotivos. Quizá hasta el mismo

recuerdo era sólo una ilusión, la ilusión delrecuerdo. Abel cambió de canal de televisión.Alguna que otra vez los fantasmasdickensianos del presente, del pasado y delfuturo infructuosamente trataban deimportunarle. Una buena programacióntelevisiva y una excepción a su régimengastronómico conjuraban la visita, que no

 pasaba así de ser una mera inoportunidad.Únicamente eso.

El hombre ha de valer tanto que todaslas circunstancias han de serle indiferentes, sedijo a sí mismo haciendo zapping, pasando

 por encima de un debate en un canal detelevisión, Abel odiaba los debates. Para él, sumujer, hijos, el beso de la juventud, laesperanza de la niñez y el resto de cosas

 poéticas y cremosas como el mundo del yogur(como solía decir) habían sido eso:

circunstancias. Circunstancias gravitando

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alrededor de él mismo. Él era el centro de sumundo financiero, el astro rey. Vida social yano tenía. Familiar, mucho menos. Sóloquedaban los negocios. Claro que algunos desus satélites, dígase mujer e hijos, habían

tenido si hubieran sido analizados por unquímico, habría descubierto que poseían unacomposición de egolatría absolutamentecomparable a la del astro central.

-Pero yo tenía más masa.Yo tenía más masa, yo ganaba el

dinero, yo era la materia gris, se repetía a símismo con satisfacción tomando unas

 palomitas mientras dejó, por fin, el mando

sobre el sofá y se quedó viendo un reportajesobre insectos. No debería él estar tomandoaquellas palomitas de maíz, ajenas totalmentea los planes y deseos de su nutricionista. Peroallí estaban las palomitas.

Al lado de un reloj de sobremesa sonóel zumbido musical del teléfono. Las delgadasmanecillas de bronce dorado marcaban lasnueve y veintitrés minutos de la noche sobrela esfera blanca. El reloj estilo imperiocontrastaba con el aparato telefónico desuperficie cromada. El timbre telefónicosonaba en medio del salón de la casa delmédico de Abel. Bastaba ver aquel salón paradarse cuenta de que aquel médico no era un

médico del montón, sino un especialista delos más reputados en la ciudad. La mano delmédico pasó por delante del afrancesado relojde sobremesa, con sus bronces y mármoles,con una bella figura de una mujer vestida a lagriega.

-Dígame.-Buenas noches, Richard, soy William.-Hola, ¿qué pasa?  – el médico

correspondió al saludo habiendo reconocido

la voz del administrador.-Mira, he estado pensando acerca del

castillo de naipes  – cuando el administrador yel médico hablaban por teléfono usaban estetérmino para referirse al asunto de la

 proposición de los hijos de Abel. Nunca sesabía quien podía estar escuchando unaconversación-. Lo he meditado y creo que lovamos a dejar.

-Tú eres el especialista en esa materiaeconómica. Si tú no lo ves claro, yo te apoyo.

-Tenemos que dejarlo porquedeberíamos cobrar una cantidad ingente dedinero. Y como tanto tu mensualidad como la

mía son muy generosas, la cantidad quetendrían que darnos debería compensar la pérdida de nuestros sueldos durante bastantesaños.

-¿Y cuál es el problema? Ellos no vana regatear.

-El problema es que una cantidad taningente de dinero no hay manera de ocultarlani con productos opacos, ni en un paraísofiscal. Tanto dinero siempre deja rastro.

 Nuestra compensación no pasaríadesapercibida a fraulein  – ése era el modo enque por teléfono se referían a la Ley.

-Te entiendo.-Además he estado dándole vueltas al

hecho de que si después ellos, los delfines  – 

así se referían a los hijos-, deciden no pagarnos ¿cómo les exigiríamos quecumplieran su parte? No podemos extrañarnos

de que no cumplan un pacto, aquellos que nos proponen un pacto tan...  –  buscó uncalificativo para ese tipo de pacto. Pero antesde que lo encontrara el médico sugirió.

-Podríamos chantajearles. Con lo quesabemos podríamos chantajearles.

-Mira eres médico y sabes muy bienque la situación en la que las dos partes seestán apuntando a bocajarro con un armacargada, es la más propicia para acabar con

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una úlcera de duodeno. Tú eres médico yvives tranquilo, pero yo soy abogado y ya hevivido situaciones de ese tipo. Prefiero norepetirlas y dormir tranquilo.

-Estoy de acuerdo. Sí. Es cierto,

nosotros tenemos nuestro sueldo más quegeneroso. En todo esto nosotros no tenemostanto que ganar como ellos.

-Exacto.-Vale, lo veo como tú.-Pues nada, ahora llamaré a Marc para

comunicarle nuestra decisión.-Hasta la próxima.-No te olvides de asistir a la fiesta del

miércoles por la tarde, estarán allí todos losque trabajamos para Abel. Por lo menos losmás importantes.

-No faltaré.-Hasta el miércoles.-Adiós.

A Abel en la televisión le gustaban losreportajes referentes a emperadores romanos.El mismo se sentía un poco como unemperador romano, emperador de un pequeñoimperio financiero. Aquel pequeño piso era su

 palacio. Los equipos de administradores eransus ejércitos. El servicio doméstico del pisode abajo, sus médicos, el servicio deseguridad, su secretaria, todo eso constituía

como la servidumbre del césar. Su capitalfinanciero constituía su imperio, los territoriosconquistados eran las ganancias. Sobre todo leencantaba Alejandro Magno, del que estabaconvencido (por incultura) que era unemperador romano. Había querido colocar ungran busto suyo de mármol en el recibidor desu piso. Pero la decoradora se había opuestorotunda e irreductiblemente. Aquel busto

rompía la línea estética de la decoración,

 protestó ella con tal energía que Abel leobedeció, al fin y al cabo ella era laespecialista. Le gustaba mucho ese emperadorromano desde que había escuchado una fraseatribuida a él: de pequeños principios resultan

grandes fines. Esa frase según Abelsintetizaba su vida como ninguna otra frase,se sentía plenamente identificado.

Para él sus administradores eran comosu guardia pretoriana, eran también como susgobernadores en distantes provincias. Habíaque pagarles bien. La generosidad con laguardia pretoriana es siempre el mejornegocio. Escatimar en esa materia es siempre

un mal negocio.Esa similitud del imperio económico,de cualquier imperio económico, con losimperios de la Antigüedad la recordaba muy amenudo. Claro que Abel correspondía a esetipo de conquistadores que no disfrutan de susconquistas. Es decir, era el tipo deconquistador que no se complace en morar losnuevos territorios anexionados, ni en disfrutarde sus tesoros, sino que lo que se busca con la

conquista es el placer en sí mismo de laconquista. Había otros millonarios quedilapidaban fortunas en caprichosasombrosos. En comparación a ellos, Abelamontonaba y amontonaba, por el placer deamontonar, pero su tren de vida permanecíainalterable desde hacía ya muchos años. Dequé le servía tener más y más millones si niiba a vivir en una residencia mejor, ni iba a

comer mejor, ni nada iba ya a cambiar en suvida. Efectivamente, no le servía de nada. Eraun conquistador nato. Un conquistador puro.La conquista por el placer de la conquista.

Quizá la visión que tenía de sí mismono era tan errada. Quizá era él un verdaderoAlejandro Magno de las finanzas. El mundode las finanzas en el siglo XXII era tan vastoque cabían muchos imperios y muchoscésares. Había cientos de imperios como el

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suyo. De hecho el suyo era el imperio número149. Siempre hay alguien que se preocupa enhacer la escala de las fortunas. Alguien lahabía hecho, la suya estaba situada en elnúmero 149.

-Hola, soy William.-Hola.El corazón de Marc, el hijo mayor de

Abel, se sobresaltó al escuchar la voz deladministrador. Eran las 21:55 de la noche.

Dentro de su pecho, el corazón se aceleró, pero exteriormente mostró una calmaabsoluta.

-Hemos estado examinando el asuntocon Richard  – le dijo el administrador- yvamos a dejarlo.

-Muy bien.-Pues nada, hasta otra ocasión.-Hasta la próxima  – la tensión con que

 pronunció esas palabras de despedida fueron percibidas al otro lado del teléfono. El hijo deAbel necesitó un esfuerzo sobrehumano parano decir nada más, para no añadir nada. Perolo logró. El médico al colgar no oyó nada,

 pero al otro lado de la línea, Marc, sederrumbó sobre un sillón. Después,lentamente, con una gran lentitud, se llevó lasmanos a la cara.

A esas horas Abel no revisaba ya ningúninforme. Veía tranquilamente la televisión,descansaba. Había cenado cuatro cosillas, casinada. Otro día que habría perdido algunacaloría. Gracias a las palomitas, quizáninguna. Hoy tampoco es que hubiera comido

mucho. Aunque como le decía su

endocrinólogo: el problema no es que comasmucho, el problema es que con el poco, nulo,ejercicio que haces apenas tienes gasto decalorías.

El millonario después de hojear un

rato unas cuantas series, después de un rato deaburrido zapping, insatisfecho, presionó elmenú del archivo de imágenes. En su casa,Abel no tenía ni un solo libro. No hacía falta.Si deseaba leer alguna página de alguna obrasólo tenía que tomar su mando a distancia ydesde el menú de su pantalla buscar el títuloen cuestión en ese menú. No sólo libros,

 periódicos y revistas, cualquier cuadro,

 paisaje o grabado, podía verse con sólo moverel cursor por la pantalla e ir eligiendo posibilidades entre la variedad infinita deinacabables opciones. No había necesidad deningún libro. Todas las bibliotecas del mundoestaban a la distancia de un simple golpe decursor.

Su dedo, experto en moverse poraquellos menús de opciones, pronto encontróla obra que quería ver después de aquella

cena. Tras media hora de zappinginsatisfactorio, le apetecía simplemente miraralgo bello. Era una obra que le gustabacontemplar de vez en cuando: un grabado deAlberto Durero.

Se trataba de un dibujo en blanco ynegro, un dibujo denso, con muchoselementos, en el que reinaba un ambienteespeso y melancólico. La Melancolía

representada por una mujer triste y bella,alada y de larga melena que apoya su cabezasobre su mano. La apoya sin esperanza.

Desde que hacía muchos años le habíainteresado esta obra. Había invitado a cenar(todavía invitaba a cenar por aquel entonces)a varios peritos y expertos en ella paraconocerla más. En la obra se había visto unautorretrato del artista, así como la esencia del

humanismo alemán, por lo menos eso le

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habían dicho los entendidos. La desesperanzade la figura alada ilustraba a la vez los

 peligros y las satisfacciones de la actividadintelectual, también simbolizaba la imagendel espíritu creador, del hombre a solas

consigo mismo. El grabado tenía muchos máselementos: el edificio con escalera indicandoque está en construcción, el problemageométrico sin resolver, Cupido sobre unarueda, el perro hidrófobo, el reloj con la arenacayendo, la balanza vacía oscilando, todo enel dibujo sumía en la tristeza a la Melancolía.El dibujo entero, los símbolos que lo llenaban

 presagiaban la lejanía imposible hacia la

solución de los problemas que encerrabanesos mismos símbolos. Veinte años antesintentó adquirir el grabado original. Pero

 pertenecía a una fundación o a un museo (yano se acordaba bien) y resultó absolutamenteimposible.

Abel miraba una y otra vez ese dibujoen su inmensa pantalla. Meditaba todos ycada uno de aquellos símbolos. La mismaescena de un magnate del siglo XXIIIcontemplando una representación de laMelancolía del siglo XVI, era ya de por sí unaescena tremendamente simbólica. Abelmusitaba entre dientes una frase que decíaalgo así como al final, todos caemos en la

melancolía. Pero contemplando el dibujo,meditando sobre él, vacilaba y después sedecía a sí mismo en lo más profundo de sus

 pensamientos, que él nunca había caído en la

melancolía porque él nunca había caído en laesperanza.

-Únicamente el que alberga algúnideal por pequeño que sea – se dijo a sí mismoun rato después-, puede sufrir la punzada de ladesesperanza y la melancolía. Yo siempre hesabido lo baja que es la naturaleza delhombre, y he esperado siempre lo peor de miscongéneres. Si me han sorprendido para bien

en alguna ocasión lo he tomado como lo que

es, una excepción. Por eso nunca me handefraudado, porque nunca he esperado nadade ellos.

10:11 de la noche

Suena el teléfono en casa de Ralph, elhermano menor de Marc. Presuroso, Ralphcogió el aparato. Al contestar, no podíaocultar su nerviosismo. Reconoció al instantea su hermano mayor. La conversación fue

 brevísima, concisa. El rostro de Ralph sequedó petrificado. No dijo nada, no comentónada, ni siquiera movió un músculo de lacara. Tan sólo, de pronto, tras aquella calma,en un arrebato incontenible, arrojó al suelocon todas sus fuerzas el aparato inalámbricoque tenía en su mano. Los fragmentos delteléfono resbalaron por el suelo en todasdirecciones. Piezas del aparato hubo que se

deslizaron a más de diez metros de distancia.

Ya era muy tarde en el piso delmillonario. El filo de la medianoche estabamuy próximo. Pero para Abel no era ni prontoni tarde, su ritmo de sueño estaba cambiado.

Como hacía muchos años que se acostabacuando quería y se levantaba cuando leapetecía, su naturaleza tenía el sueño muytrastocado. Más trastocado todavía por laasidua intervención de somníferos. Si algohubiera quedado intacto en su mecanismonatural de sueño, los somníferos habíanacabado por desordenarlo. Pasaba muchasnoches en blanco, y cuando por fin le entrabael sueño, amanecía. De forma que a veces

dormía hasta las tres de la tarde, otras hasta el

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mediodía, a veces por la tarde, a veces deforma interrumpida a lo largo del día. Habíadías en que el sueño, por pura coincidencia,volvía a circunscribirse a las horas de lanoche.

Por si esto fuera poco, a la perniciosaacción de los somníferos se había acabadosumando la intervención de los derivados dela cafeína y otros compuestos para despejarse

 por la mañana y poder afrontar un día pordelante. Para un hombre como él, con su

 poderío, ya ni el día ni la noche tenían tantaimportancia y podía permitirse el lujo de

 prescindir de esos intervalos naturales. Porque

un hombre con veinte billones de dólares de patrimonio puede obviar los intervalos de lanaturaleza. Ya no está sometido a ellos.

Abel paseó hasta el ventanal. Iba a serla medianoche, iba a comenzar su diario

 peregrinaje por el insomnio. La lectura no secontaba entre las aficiones de Abel Mann, eraun hombre sencillo. Pero si la literaturahubiera estado entre sus entretenimientos y

hubiera leído el relato borgiano  La casa de Asterión se habría sentido tal vez identificado,se habría reconocido en aquel laberinto.Porque su casa se había convertido en ellaberinto de sus temores. Su mente se habíaconvertido en el laberinto de sus fobias yansiedades. Prisionero de sus temores,encadenado a ellos.

Sé que me acusan de soberbia, y talvez de misantropía, y tal vez de locura. Tales

acusaciones son irrisorias. Es verdad que no

 salgo de mi casa, pero también es verdad que

 sus puertas están siempre abiertas para mí. Todo el texto borgiano le habría parecido aAbel Mann un fárrago inútil. Porque él era unhombre eminentemente práctico. Las enojosas

 y triviales minucias no tienen cabida en mi

espíritu, había dicho el Minotauro. Su misma

casa era toda una muestra de funcionalidad.Ella no era otra cosa que una manifestación desu espíritu sobrio.  En mi casa no hallará

 pompas el bizarro aparato de los palacios

 pero sí la quietud y la soledad. Claro que no

me faltan distracciones.

-Otra especie ridícula es que yo soy un prisionero – se dijo Abel-. Pero bueno, lo que piensen los demás de mí, ya no tieneimportancia. Cuando tu fortuna está más alláde lo que puede ganar o gastar un ser humanoen una vida, lo que piensen los demás ya no teimporta. Cuando tienes menos capital te

importa más, es lógico. Y por eso pagas unacampaña en prensa o cosas por el estilo. Y losdemás piensan lo que hayas convenido con lafirma encargada de mejorar tu imagen. La

 población es siempre muy obediente. La población es mucho más obediente de lo queella misma se piensa. Es una cuestión dedinero. Pero a ciertos niveles ya te da lomismo. Estás muy por encima de esas

fruslerías. A los niveles en los que me hallo,soy yo mismo. Puedo permitírmelo, aunquedigan que soy un monstruo.

Claro que aunque yo no sea unmonstruo, sí que he engendrado monstruos.Mis dos hijos son serpientes, mejor dicho sonminotauros. Me embestirían sin piedad con talde que les diera lo que ellos desean. Noconocerían piedad alguna hacia su progenitor.Clavarían sus cuernos sin vacilación, en este

cuerpo que les engendró. Lo sé muy bien, soysu padre. He engendrado minotauros. Dadossus sentimientos hacia mí (que ellos seencargan de ocultar lo mejor que pueden)

 parecen el engendro de una concepción contra

natura, como la del personaje mitológico. Poreso los alejé de mí, son serpientes. Nadie

 puede vivir con serpientes.Menos mal que el veneno lo han

segregado de sus colmillos ya fuera de mi

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casa, que en aquel entonces no era ésta. Versefuera de mi techo es lo que hizo que esosreptiles comenzaran a segregar toxinas cadavez peores (ponzoñosas también para ellos) ya acumularlas en sus dientes, en su boca y en

sus mentes.¿Por qué los multimillonarios solemos

engendrar hijos que nos odian? ¿Por qué elcaso de mis hijos no es una excepción? ¿Es lasensación de Poder la que vicia nuestrasangre? ¿Por qué les he dado la vida y ellosme odian? Claro que ellos son los que afirmanque soy un monstruo. Después de todo lo quehe gastado en ellos, encima, soy un monstruo.

Un hijo que dice que su padre es un monstruo,sí que es un monstruo. He procreado hombresfalaces y egoístas. Menos mal que sólo he

 procreado a dos. No haber sido prolíficosupone, ciertamente, un consuelo.

Les he concedido todos sus caprichos.Pero ellos no tenían límite, siempre pedían,exigían más. No es extraño: un monstruosiempre quiere más, el hambre de unmonstruo es insaciable, por eso es un ser

 bestial. Por eso me gustan tanto los reportajesacerca de los romanos, los reportajes sobre lavida familiar de aquellos hombres palatinos,todas esas historias, todas esas conjuras, lashe vivido yo entre mis parientes máscercanos. Todas esas conspiraciones las hevivido en dimensiones más reducidas. Peroellos, mi prole, son los que dicen que yo soymás una bestia que un hombre. ¿Por qué,

hijos?He levantado este imperio sobre las

firmes bases del interés. Durante todos estoslargos años, muchas veces me han preguntadosi es que yo no tenía sentimientos al tomaresta o la otra decisión. Pero ni siquiera de

 joven conocí los remordimientos. No conozcootro sentimiento que el interés pecuniario. Odicho de otro modo, no conozco otrosentimiento que el amor hacia mí mismo. Sí,

ésa es la gran verdad del mundo, el únicodogma que merece la pena, ése es el resumende lo que he descubierto en mi ya no cortavida. Fuera de este dogma, fuera de esteaxioma… palabras, quiméricas.

El interés económico es una verdad,quizá la única verdad absoluta en este cosmosde leyes erráticas. Todo lo que rodea a estaverdad incontrovertible es pura poesía. Losmás inteligentes de esta ciudad que ahoraduerme piensan como yo. El resto son carnede cañón, público para serieales de televisióny melodrama barato. Los sabios hace muchoque descubrieron ese dogma que pone fin a

todo dogma. Aunque pocos lo dicen tanclaramente como yo. En realidad, tampoco yolo digo. Pero lo pienso. Los demás no seatreven ni a pensarlo con tanta claridad. Hastaellos se asustarían de sus mismos

 pensamientos. Además, a la tropa hay quedarle ideales, poesía.

Por eso el haber engendrado una proleinnatural ni me asusta ni me preocupa. Ya hedicho que sólo reconozco un sentimiento. A

todos los que he aplastado en mi camino parallegar a donde he llegado, ni les pido perdónni les suplicaría clemencia, tan sólo deseo quelas cosas sean como son. Las cosas son comoson a pesar de ellos y a pesar mío. Ya no haymonstruos, tan solo variedad zoológica. No heengendrado minotauros, tan sólo heconcebido dos especimenes más. Dos formasvivientes más para esta conurbación. Dos

especimenes más. pululando en la fauna de laambición. Menos mal que tengo en el piso deabajo a más de diez hombres armados, día ynoche. Menos mal. Son demasiados los lobossueltos. En esta ciudad pululan manadas dehienas, de leones, de fieras humanas que porsus venas corre no sangre, sino ambición.

Pero abajo está mi servicio deseguridad. Además, la puerta de entrada tieneveinte centímetros de grosor, acero puro. Tan

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 pesada que sólo se puede movermecánicamente. Si alguien tratara deempujarla, de echarla abajo y la desencajarade su mecanismo, lo único que lograría seríaobstaculizar la entrada con una lápida

metálica de casi una tonelada de peso.Mis hijos, enfadados alguna vez, me

han dicho que esa puerta de entrada no me preserva de mis enemigos, sino que defiendeal mundo de mí. Ja, ja. Mis dos hijos parecenduendes desterrados. Desterrados del bosquede la abundancia en el que les coloqué. Hacemás de diez años que los eché definitivamentede mi presencia. ¡Que se ganen la vida! ¡Así

aprenderán lo que cuesta ganarse el sustento!Que trabajen. El mayor todavía me sigueinvitando a sus cumpleaños, cada año. Esfalaz y simulador, lo sé, y él sabe que yo losé.

Una vez escuché en una película unafrase de Ricardo III : No existe bestia tan feroz

que no sienta alguna vez piedad". Yo nunca

he sentido piedad, por lo que no soy tal

bestia. La frase la Historia se la atribuye a

Shakespeare, pero es falso, esa frase la hatenido que inventar algún vecino mío aquí enWall Street.

Bien, más vale que pasee un poco porla casa antes de meterme en la cama. Notengo nada de sueño. Ah, el sueño... soycomo ese personaje de esa otra película…

 Macbeth,  que no podía dormir. Debe serterrible no poder dormir nunca. Yo, a

diferencia del rey medieval, tengo las pastillas. Sé que no es mi mala conciencia laque me impide gozar de mi justo descanso.

 No, no es mi mala conciencia, porque miconciencia es muy buena, nada me reprueba,nada me recrimina. A ella, a la conciencia, lafusilé hace muchos años. Era como elapéndice, un estorbo. La conciencia es unestorbo para el recto desenvolvimiento de unavida dedicada a los negocios. Es un residuo

moral, un resto mamífero o reptiliniano deanteriores estadios evolutivos. Incluso debehaber ya en el mercado algún fármaco queinhiba el sentimiento de culpa. Yo desdeluego no lo he necesitado nunca. Algunos por

el mero hecho de pensar estas cosas (menosmal que no pueden asomarse a mi mente)dirían que soy un engendro aberrante. Pero yano hay monstruos. El mundo es un laberintode intereses, pasiones, provechos y negocios.

 No busco ningún hilo de Ariadna porque nolo hay. No hay manera de salir del laberinto

 porque el mundo entero es este laberinto.Alrededor del laberinto está la Nada. El

laberinto puede llegar a ser angustioso, perola alternativa es el vacío de las tinieblasexteriores. Así que seguimos dentro dellaberinto.

Tampoco hay minotauro porque ya nohay monstruos. O si se prefiere, el universomundo es un laberinto de minotauros. Algunoquizá dirá que mi visión de las cosas es un

 poco pesimista, pero no soy pesimista. No soyni pesimista ni optimista, un análisis técnico

de las cotizaciones sectoriales en la bolsa noes ni optimista ni pesimista. Los números noson ni risueños ni desesperanzados. Me limitoa los números, lo demás lo dejo a la pluma delos poetas. Ahora que lo pienso, algunos deellos, de los poetas, seguro que trabajan paramis editoriales. Poseo acciones en ellas. Hastala poesía se compra en el mercado. Quégracia, hasta tengo a poetas trabajando para

mí.

He llegado a un punto en el que no meimporta lo que digan de mí. Lo que diga elmundo de mi persona, me es indiferente. Poreso si me atacan en la prensa no medefenderé. Ya no me defiendo. Sí, el mundoya no me importa. Sólo se defiende el quetiene ilusión. Ya estoy por encima de lasilusiones. Lamentablemente, aunque soy

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conocedor de que la felicidad perfecta noexiste, esta enfermedad,  germenofobia  lallama mi médico, me oprime. En el fondo escomo una cadena. Pero nadie te puede librarde una cadena si es inmaterial. A veces pienso

si tendré que vivir con esa cadena hasta el finde mis días. Quizá tendré que hacerme a laidea. La resignación... Al menos vivo,continuo sobre este mundo.  La espada de la

divina justicia no hiere prematura ni

tardíamente, aunque se lo parezca a los que

la desean o la temen, eso me dijo hace añosun abogado mío en una cena. La frase es

 buena, por eso la memoricé. Lo que pasa es

que ni prematuramente... ni tardíamente... niespada. Únicamente este tiempo lento ysilencioso. Podría escribir en estasinacabables noches de insomnio una historiade la eternidad. No sé, vivo en mi laberinto

 preso de mis temores, la mortífera espada deTeseo se acerca cada año que pasa. No existeel hilo de Ariadna, porque Ariadna misma esun mito.

Abel deambuló lentamente por el

salón. Se apoyó en algunos muebles. Sequedó contemplando uno de los cuadros deKandinsky. Después, como defendiéndose deuna acusación que resonase en su cabeza, sedijo: Y encima dicen que soy un hombre sinconciencia, quizá un monstruo.

¿Lo creerás, Ariadna? El minotauro apenas se

defendió.

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Las cloacas romanas...........................................................

El túnel, recto, en su final se hunde enla profunda y densa oscuridad. Allí abajo, enel corazón de esa eterna noche, se pierde lagalería que semeja infinita. El túnel es recto,

 perfectamente recto, otros no. Éste tiene una bóveda de grueso hormigón basto, duro y gris.Una suave y dulzona humedad empapa elcuerpo de todo aquel que penetra en este

inacabable sistema de galerías. Por el centrode esta galería típica del tercer nivel, discurreuna especie de pequeño río de lóbrega ysombría agua, río constante de una corrientesucia y cenicienta. A ambos lados de esacorriente, dos corredores con su barandilla.Cada doscientos metros un cajetín lentamentecorroído por el óxido, despintado, con unteléfono. Las aguas corrían tranquilas, elsilencio era un silencio subterráneo y portanto sepulcral, un negro silencio denecrópolis.

Como mínimo lo que podemos decirde las cloacas de Roma es que suponen unmundo extenso. En cierto modo, constituyenun universo, si se me permite la expresión. Noafirmo esto en vano, pues sobre ellas seasientan más de quinientos millones de

habitantes. Quinientos millones por decir unnúmero, pues cada vez que por fin se acaba uncenso, la realidad desplaza los números porencima de las cifras oficiales. En cualquiercaso, todo sujeto que vive en esta urbe acabaabriendo un grifo, lavándose la boca, odescargando una cisterna de lavabo, y todaesa agua sigue el curso natural que las leyesde este mundo han impuesto al líquido

elemento: de arriba abajo. Esta norma puede

 parecer simple, sencilla y casi infantil, pero esla regla suprema que rige el funcionamientodel alcantarillado de la metrópoli más grandedel orbe.

La segunda ley que determina el

diseño de este mundo subterráneo es que losconductos tienen una sección cada vez másamplia conforme se desciende. No me voy aextender explicando cada una de las quincenormas fundamentales del sistema teórico querige el alcantarillado de cualquier conurbaciónque supere los cincuenta millones dehabitantes. Y no las voy a explicar porque sila primera y segunda ley son comprensibles

hasta para el más obtuso de los mortales, a partir de la quinta ley si uno no recibe esasexplicaciones con alguien que con papel ylápiz explique las cosas con algunos croquis,esas leyes resultan incomprensibles.

Pero no las explico no sólo por eso,sino, además, porque son leyes teóricas, ydespués, al igual que ocurre en el mundonatural, las excepciones son continuas. Y así:

1º Este mundo subterráneo no es tan

subterráneo como pueda parecer. Buena partede la red corre por el interior de las grandesmegaestructuras habitadas. Y a través degrandes tubos del alcantarillado que van de unedificio a otro bastante por encima del suelo.Esos inmensos tubos discurren muchas vecesacoplados a los puentes que unen losrascacielos. De tal manera que sólo el 40%del recorrido total del sistema de cloacas es

subterráneo. Eso sí, ese 40% es el sector delos conductos más grandes.

2º La corriente de agua en no pocostramos discurre de abajo arriba. Eso se logragracias a la labor de inmensas turbinas ymotores. Esto no se hace por el gusto y placerde ver al agua subir, sino para salvarobstáculos. Normalmente es más fácil horadarel obstáculo. Pero normalmente  no es

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 siempre, a veces resulta imposible en algunostramos.

3º Debajo de los inmensos conductosinferiores hay una red más pequeña querecoge todas las fugas del sistema superior.

Con lo cual se evidencia que incluso hasta a la2ª ley podemos hacer salvedades.

Como se evidencia por los tres puntos precedentes, la teoría tiene sus excepciones.Esto no significa que la teoría no sea correcta,sino que la teoría contiene dentro de síespecificaciones más concretas y complejas.O dicho de otro modo, que la teoría generalalberga en su interior teorías específicas. La

teoría general es más simple, las teoríasespecíficas son de complejidad creciente. Asu vez la teoría específica (que es ya de por síuna excepción) contiene dentro de síexcepciones. Probablemente hasta lasexcepciones a esas excepciones contienenexcepciones.

Pero no este el mejor momento para perderme en disquisiciones, sino para

dedicarme a la sencilla -¿y tal vez sórdida?-tarea de describir las cloacas de una ciudad dequinientos millones de almas. Sí, tal vez esuna tarea sórdida impropia de un espírituelevado como el mío. En cualquier caso, lamás bella de las urbes no se elevaría en susmagníficos y esplendorosos rascacielos sinesa desagradable red oculta. Esos mármoles,esas columnatas, las cúspides que descollan

en la Urbe, son habitadas y recorridas por esasmasas ingentes de habitantes únicamente

 porque bajo el esplendor arquitectónico deRoma se despliega un eficiente sistema decloacas. Parece una paradoja, pero es una

 paradoja real como la vida misma: lo másexcelso de Roma es posible gracias a esteconjunto maloliente de sumideros urbanos.

Cuando hablamos del alcantarillado dela Urbe estamos hablando de 100.000 kms de

galerías. En esas galerías hay puntos donde elagua corre a una velocidad vertiginosaimpulsada por los rotores de alta presión. Haytrechos, sin embargo, en los que la corrientede agua se ralentiza casi hasta parecer un agua

estancada. En esta red de cientos de miles dekilómetros de recorrido se cuentan verdaderassorpresas tales como su medio centenar decataratas. No son bellas cataratas de aguacristalina saltando desde picachos amenizados

 por bosquecillos. Sino miles de litros aguasfecales cayendo por enormes tubos a un grancolector inferior, en ocasiones a cien odoscientos metros más abajo. No es un bello

espectáculo como las cataratas de lanaturaleza, pero se trata de un espectáculo alfin y al cabo.

Hablo todo el rato de agua... En elargot de la plantilla encargada del cuidado delalcantarillado se le llama agua, peroevidentemente no es, digamos, agua. O porser más precisos es un agua turbia, maloliente,de oscuros tonos grisáceos.

Todo trabajador penetra en las galeríascon un localizador GPS en su cintura.Localizador, equipo de aire y linterna. Fuerade las galerías llamadas de rango 1, no hayiluminación. Iluminar esta longitudinacabable y laberíntica supondría un gastoinútil. El presupuesto metropolitano prescindede gastos inútiles. Una red de alcantarillado esel reino de la funcionalidad, no el Partenón.

Por eso cada hombre debe portar su propialuz. El localizador es imprescindible, lamaraña en algunos sectores es tan intrincadaque sólo es posible llegar al punto de destino,siendo guiado desde fuera por alguien queestá delante de un plano digitalizado ytridimensional de este laberinto oscuro.

El acceso y circulación por estelaberinto está absolutamente restringido. Delo contrario esto sería el paraíso de los

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terroristas. Nuestros temores no se reducensólo a los terroristas, cualquier perturbado

 podría recorrer decenas de kilómetros provocando los destrozos que le vinieran engana. Aunque aquí destrozar lo que se dice

destrozar, destrozaría poco. En este lugar nohay muchas cosas que sean susceptible de undeterioro intencionado: este es el universo delhormigón y las compuertas y juntas de acero.Un mundo de hormigón y acero por dondediscurre incansable la corriente oscura yturbia.

El hombre ha soñado con mundosexteriores y desconocidos, éste sí que es un

mundo desconocido para los mortales. Y estáno a tres años luz de distancia, sino bajo sus pies. Mas, como iba diciendo, el acceso a estemundo sólo se puede hacer desde los puntosautorizados, puntos que reciben el nombre deregistros de entrada. Puntos autorizados muyvigilados por retenes de la policíametropolitana donde la identificación esrigurosa. Aun así, si alguien por algún medio

 penetrara en la red con la intención de

 practicar alguna abertura malintencionada enalguna conducción, el intruso antes o despuésatravesaría la detección de algún tipo dechivato electrónico. Hay más de un centenarde tipos distintos de chivatos, desde los queya llevan funcionando más de medio siglohasta los de última generación. Ocultos,silenciosos, pacientes, están ahí y no los ves.Pero de pronto alguien atraviesa uno, y el

ordenador central sabe que estás justo en eselugar. Si el movimiento se produce en unlugar donde el ingreso no se halla

 previamente autorizado, automáticamente seda la orden a Seguridad de ir a por el intruso.Cierto es que se dice que hay cientos y cientosde kilómetros carentes por completo dechivatos. Pero si esos sectores ciegos existen,sólo el Departamento de PolicíaMetropolitana lo sabe. Asimismo hay quien

dice que el control tan férreo del subsuelo noes factible debido al tránsito esporádico, peroinevitable, de la fauna.

La fauna propia del lugar es muyescasa, por no decir casi nula. Hay muy pocas

ratas. Andando por las galerías, puede uno veralejarse corriendo a una rata gris más o menoscada media hora o cada hora. Como se ve,esta exigua frecuencia da una idea de loescasa que es la población. Aunque a vecesuno encuentra lugares concretos donde lascamadas son impresionantes. Entra unoperario por una de las puertas a un nuevorecodo, y de pronto aparecen ante sus ojos

más de doscientas o cuatrocientas ratas. Y almomento la muchedumbre de roedores huyeen todas direcciones, se revuelcan, tropiezanentre sí. Es una desbandada en todasdirecciones, obstaculizándose, pisándose, unespectáculo impresionante. Es como una granmasa viva sobre patitas, como un banco de

 peces, pero terrestre. A veces son ratas grises,a veces son ratas negras. Normalmente nosobrepasan el palmo de longitud. Pero hay

constancia de ratas muy voluminosas. Eslógico, la evolución sigue su curso. Hace unaño se encontraron cuatro del tamaño de un

 perro. Claro que eso marca, en mi opinión, ellímite de su desarrollo máximo. Pues unoscuadrúpedos de gran tamaño sedesenvolverían con mayor dificultad en estaclausurada biosfera restringida a un hábitat delargos túneles. De ahí que aunque ejemplares

de más de veinte kilos de peso han idoapareciendo alguna que otra vez desde hacemás de un siglo, la experiencia demuestra queno resultan viables. Y que el espécimen queconocemos de toda la vida, resulta una formade vida más optimizada aunque la naturalezasiga su curso deleitándose en susexperimentos.

Otra cosa distinta son las cuatro ocinco formas de vida genéticamente

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modificadas. Es decir, los especímenesdiseñados en un laboratorio y que arrojadosaquí por algún demente o algún visionario deideologías apocalípticas, han subsistido y han

 proliferado. Los smithsaurios

infortunadamente son abundantes. Su nombrees grotesco, pero así son llamados

 popularmente. Son una hibridación entre unainusual especie de gasterópodo y la familia delos arácnidos. Muestra un aspecto de caracolsin cáscara dotado de seis patas. No ataca, es

 pequeño y se alimenta del agua turbia. Aguaque sorbe y filtra continuamente. Perodesafortunadamente el que lo creo en un

laboratorio lo dotó de nematocistos. Es decir,de células venenosas, que recubren una franjalongitudinal de su cola. Hace cuarenta años,cuando proliferó por primera vez esta formade vida, las ratas al ingerirlos murieron amillones, a toneladas, pero ahora ya hanaprendido que no deben ingerirlos. Laselección natural ha creado un nuevo instintode repulsión.

Para ellos, los operarios, estos

gasterópodos siguen siendo lastimosamenteurticantes. Además, tienen predilección poranidar en los anillos giratorios y las bridadas.Su retirada con guantes es precisa para evitarel contacto con la piel. A veces se usa unaespecial barra metálica de punta curva paraarrancarlos de los recovecos donde no entranlas manos enguantadas.

 No lo he dicho antes, pero las ratas son

útiles para el sistema de alcantarillado.Devoran todo lo que va quedando seco en lasorillas y rincones, es decir las costras, demanera que ayudan a mantener limpias lasgalerías. Por eso jamás desratizamos elalcantarillado. Su población aumenta odisminuye según las reglas de la naturaleza. Amás alimento más ratas, a menos alimentomenos ratas. Tratar de intervenir en estemecanismo autorregulador sería inútil, un

gasto inútil. El ayuntamiento no gasta enempresas vanas. Y menos en empresas vanasa cincuenta metros o doscientos metros de

 profundidad. Aquí no entran los votantes.La variedad de ratas que habitan este

sistema, son completamente ciegas. Se guíantan sólo por el olfato y el oído. Pues a lasgalerías no llega ni un rayo de luz del astrorey, jamás. De forma que sus ojos son

 pequeños, muy negros, pero ya inútiles.Huyen de los operarios, pero ya no los ven.Hace tiempo alguien dice haber visto unascuantas ratas albinas.

Si no tiene sentido desratizar, tampoco

tiene sentido tratar de acabar con lossmithsaurios. Bastaría dejarse cuatro o cinco para que todo volviera a empezar. Sin contarcon que cualquiera puede volver a arrojar porel retrete otra nueva forma de vida delaboratorio. Es seguro que cada año se debenechar unas cuantas. Pero casi ninguna lograsobrevivir y reproducirse. Sin embargo, lasmedusas sí que pululan por todos los canales.Cada doscientos o trescientos metros de túnel

hay un par de medusas, como media. No seles ve porque el agua no es transparente, peroestán ahí. A la vida en estas alcantarillas, sólose ha adaptado un tipo de medusa de colorceniza llamada noctícula, éste es su nombrecientífico. Tranquilas y casi inmóviles se vanalimentando serenas de los restos ensuspensión en la nauseabunda corriente.

Hace poco aparecieron las famosas

anguilas grises. Se alimentan de las ratas, delos caracoles arácnidos y de las medusas. Noatacan a los humanos, se deslizan por el fondodel agua y se escabullen. Sólo es posibleverlas cuando son cerradas todas lascompuertas de un tramo y se procede alcompleto vaciado de una cisterna para extraerel fango. Cuando, hace ya muchos años,

 brillantes y coleteando aparecieroninesperadamente por primera vez ante los ojos

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de los operarios encargados de la limpiezacasi se mueren del susto, ante aquellos bichosde piel húmeda y reluciente que se retorcíanentre sí escurridizos. No habían visto ningunaanguila nunca, y de pronto se encontraron en

un tramo con miles.Hoy en día, que existen tantas formas

de vida genéticamente modificadas, cadacloaca de cada gran ciudad tiene su propiafauna. Pero es muy difícil que pululen otracosa distinta que cuatro o cinco tipos de ratas,algunos especímenes de medusas o algún tiporaro de pez.

 No me voy a detener en describir ese

mundo vital habitante del lodo y buceador desus tenebrosas aguas lánguidas, pero algunaque otra vez, rarísimas ocasiones, uno hallaotras pequeñas formas de vida inofensivas

 para los humanos que excepcionalmente seinternan por este dédalo.

El dédalo está constituido por distintosrangos de túneles. Los túneles de rango 1 sonlos verdaderamente grandes, es decir aquellosque tienen treinta metros o más de diámetro,

cuentan con luz artificial, barandillas a amboslados y su bóveda está recubierta de placasmetálicas. La corriente que discurre por ellosconstituye verdaderos ríos. La inmensamayoría de los túneles son circulares, dehormigón y de unos diez metros de ancho. Elagua fluye al descubierto en unos, y dentro detubos en otros. Los tubos que van por elcentro de esas galerías están a la vista, de

manera que cualquier desperfecto o fuga es patente nada más llegar.

Si una junta de un tubo se rompe, losestancamientos que se producen son la cosamás nauseabunda que uno pueda imaginarse.Y mucho más si no se descubre eseestancamiento hasta al cabo de un año o dos,cuando la putrefacción puede llegar a producirmasas que dejo a la imaginación del que meescuche. Cuando ocurre eso hay que colocar

las bombas que irán succionando a través detubos de goma toda esa masa líquida haciaotros conductos. Eso lleva tiempo, porque aveces no es que se inunde un túnel entero,sino que a veces se llegan a inundar cuatro y

hasta diez o más niveles de túneles.

La dulzona y suave humedad empapael cuerpo de los operarios que transitan porestas catacumbas infames. Sí, esto es a la vezinfraestructura metropolitana y reino de latiniebla. Conducciones, tubos y canalesrecorren los túneles divididos en ocho rangos.Túneles que sortean las raíces de los inmensos

rascacielos. Esas descomunales estructurasarquitectónicas de cientos de pisos de alturaque rozan los cielos, hunden muy abajo susformidables raíces. Son tan gigantescos y tan

 profundos esos cimientos que parecen losmismos pilares de la Tierra, y hay quesortearlos.

En este reino lóbrego no hayestaciones, a cien metros de profundidad lameteorología no tiene cabida, ni la noche ni el

día existen aquí. Aquí no alcanza ni la lluvia,ni la nieve, ni la niebla. Se trata de un reinoinmutable. Es el microcosmos de la

 perpetuidad. El inmutable reino de la perpetuidad.

Sobre la meteorología habría quehacer algunas aclaraciones. El agua de lluviaes asumida por este gigantesco sistema sinningún tipo de esfuerzo. No importa lo

intensa que sea una tormenta en la superficie,cuando media hora después el agua llegaabajo, a los túneles del sistema 1, ya llegaamansada, dócil, dosificada por la jerarquía degalerías, saltos de agua y depósitosintermedios. Otro fenómeno que, gracias a latemperatura constante de los túneles, no existees la niebla. Si bien, hay un 0.4% de la reddonde al estar más cerca de la superficie, síque se dan calentamientos de la atmósfera y

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se forman nieblas debido a la humedad de lasfiltraciones. Y en concreto hay ocho sectoresdonde la niebla es continua y espesísima. Se

 podría eliminar, todo es una cuestión dedinero. Pero se ha optado por dejar a la niebla

allí donde esté.Hay dos sectores de esos ocho, en que

la niebla es tan densa que no se puedecaminar. Por eso, cuando hay que haceralguna reparación allí, se inyectan por unosconductos grandes cantidades de aire delexterior. Un día de mucho frío, en febrero, sedice que cuando los operarios entraron en unode esos sectores, estaba nevando. De forma

ligera, pero clara. Pero la noticia de la nevadaen el alcantarillado, entra dentro de esashistorias que no se sabe muy bien si sonleyendas o no.

Lo cierto es que aquí nunca pasa nada.Como mucho alguna vez hay algún atranco,alguna rotura, alguna fuga. En la parte másantigua de la Urbe hay incluso algúnhundimiento. Los atrancos, si son en lostubos, se arreglan por lo general inyectando

agua a presión. En otras ocasiones tenemosque echar mano de cámaras miniaturizadasque son del tamaño de un pez, con sus

 pequeñas hélices y que tienen su luz propia.Los trabajadores los llaman los  juguetes. Consus juguetes descubren la causa de los

 problemas. Todo tiene su causa, hasta en lascloacas todo tiene su causa y principio.

La labor de los operarios es sellar,

soldar, reemplazar, remachar. Los operariosse manchan para que otros puedan más arribagozar de sus pisos de lujo. Arriba los yuppies,el ciudadano medio, los señores inversores no

 podrían gozar ni de sus pisos de doscientosmetros cuadrados ni de sus lujosos palacetessi ellos, los operarios municipales, noestuvieran abajo. No es difícil hacer filosofíacuando uno mira esta agua. Esta aguaresultado y conjunción de orines y

defecaciones, mezclado con duchas y lavadosde dientes. Mezcla promiscua de vidasheterogéneas, unidas en un líquido resumen.Sí, no es no es preciso tener un espíritufilosófico para hacer reflexiones ante este

elemento.A veces llama la atención la ocasional

 presencia del cadáver de algún perro o gatoque aparece flotando. Caen por los registrosverticales de recogida de aguas pluviales. Alahogarse se hunden. Pero después los gasesde la descomposición hinchan sus cuerpos yflotan. Las ratas captan el olor en menos deuna hora. Van nadando con sus cuatro patas

tan cortas, y en menos de otra hora el cuerpo parece un nidal de ratas.Las ratas son útiles también porque

advierten de la presencia de gases tóxicos.Allí donde aparecen cadáveres de ratas esseñal de una bolsa de gas. Hay muchos tiposde gases que pueden acumularse en algunosrincones de la red: metano, neón, freón... Eslabor de los operarios en sus idas y venidaslocalizar esas bolsas y ponerlo en

comunicación de los técnicos-supervisores delalcantarillado. Otra sección del cuerpometropolitano se encargará de vaciar el sectorde ese gas y de sellar el lugar por dondeentraba. El metano es frecuente, por ladegradación de las materias orgánicas. Es elúnico gas que no entra, sino que se forma enel interior de la red. Afortunadamente estetipo de bolsas de gas son muy inusuales. Pero

si no se hiciera nada por eliminarlas, esas bolsas de gas irían invadiendo otros túneles,otros niveles, como si de un líquido se tratara.Y una gran explosión de metano podría

 provocar notables destrozos subterráneos.Aunque esos destrozos no pasarían de untúnel o dos, porque por muy grande que sea la

 bolsa de metano necesita de oxígeno para poder explosionar. Y si el metano invadevarias galerías, ya no hay oxígeno.

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La Urbe cuenta con infinidad de plantas depuradoras del agua que corre por lascloacas. Esas plantas sí que producen notablesvolúmenes de metano. Catorce grandes torres,

diseminadas por la ciudad, quemanconstantemente todo ese gas inflamable. Esastorres están situadas a gran altura, coronandovarios vértices de rascacielos. Es todo unespectáculo, ver esas nubes de fuego de másde cien metros de altura ascender hacia loalto, agitarse, descender para de nuevo surgircon una nueva lengua de fuego. Es una visiónmuy al estilo del clásico  Blade Runner . Esas

torres de metano con sus lenguas de fuego enlo alto de esos edificios, son constantes, día ynoche. Diríamos que son como un geiser degas ardiendo. Forman parte ya de la imagende la ciudad.

Pero en el sistema de alcantarillas aveces no es gas lo que se acumula, sino otroslíquidos. No obstante, se trata de unaincidencia todavía más infrecuente que la de

las bolsas de gas. Alguna que otra vez se hanacumulado grandes cantidades de combustiblede depósitos superiores debido a algún tipo defuga, porque como ya se ha dicho, todolíquido tiende a ir de arriba abajo. Claro queno importa lo que caiga en el alcantarilladomientras el agua siga corriendo. El problemaes que en un sistema tan extenso, con tantosrecodos y sectores, de vez en cuando se

 producen estancamientos. Y losestancamientos de líquidos inflamables esconveniente tenerlos localizados. Pero no mevoy a detener en eso, ya he dicho que se tratade algo más bien excepcional.

Claro que si algo hay excepcional es lacantidad de agua potable que consume estaciudad. 600 millones de hectolitros al día.

548.200 millones de media diarios para ser

exactos, 22.841 cada hora. Es una cantidadexorbitante. No hay ningún río en Italia que

 pueda proporcionar esa cantidad. Ni con lasuma de todos los ríos italianos tendríamossuficiente para abastecer la demanda diaria de

esta Urbe. El agua que consume esta ciudad proviene de las grandiosas plantas deelectrolisis que hay en la costa. El mar, si noilimitado, por lo menos nos ofrece unaceptable sucedáneo de lo ilimitado. Quincegeneradores de fusión fría producen día ynoche cantidades colosales de energía para laevaporación de agua de mar en esoscomplejos de desalinización. De esos

complejos, no un río, sino media centena decaudalosos ríos de agua dulce nutren a Romade agua.

Pero toda esa agua cristalina, acabaráantes o después en estas galerías oscurasconvertida en líquido turbio y maloliente. Éseagua transparente sin sabor ni color discurriráfinalmente por aquí, mancillada. Estos túnelesson el infierno del agua, su hades. Destino

final, donde discurrirá sucia y lenta. El aguaculpable descenderá. Y los pequeñosconductos irán descendiendo a más anchasgalerías. Y las galerías de notable seccióndescenderán a otras todavía mayores, más

 profundas. Y así de conducto en conducto, elagua concluirá en túneles donde formarátorrentes, ríos, estanques oscuros bajo la dura

 bóveda del hormigón. ¿Deberé repetir una vez

más que bajo ese hormigón impera unaquietud y un silencio inauditos? Ni una

 palabra, ni un testigo, ningún ojo humano. Ni una palabra... ¿quién soy yo

entonces? El agua estancada, grisácea y muerta.

¿Quién soy? ¿Quién soy yo? ¿Quiénha descrito, quien ha recorrido estas galerías,estos túneles?

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 El agua estancada, grisácea y muerta

discurría silenciosa

en sus nichos subterráneos hacia su destino

de quietud.

Yo... yo soy el espíritu que recorrelas cloacas. El espíritu etéreo y vaporoso querecorre estos espacios de oscuridad y olvido.Soy una primitiva divinidad romana, unnumen. Mi nombre, aun en mi época demayor veneración fue siempre de midesagrado: Cloaclina. Un nombre más en lalarga, interminable, lista de espíritus menores.Olvidada de todos los hijos descendientes de

aquellos de la Edad de los Héroes. Pero,aunque olvidados, hasta los dioses menorestenemos nuestro reino. Los dioses primitivosdisfrutamos de reinos menores. Esas doscosas, el concepto de deidad unido alconcepto de reino menor, demuestran lafalsedad de nuestra esencia. Sí, ciertamente,no sólo nos olvidan sino que nos recuerdanque nuestra esencia es falsa. La huecafalsedad de nuestra misma esencia. Pero no

importa, me deslizo callada sobre lasuperficie de esta agua olvidada. Acaricio susuperficie turbia.

 Estancada y grisácea, el agua taciturna

discurría en su destino subterráneo hacia los

nichos de la quietud

Me deslizo callada sobre la superficie

opáca de estas corrientes subterráneas. Ya hedicho que soy una divinidad primitiva. Hundomis orígenes ya preteridos en un desconocidonumen etrusco. Orígenes, tan lejanos ya, enlos que contemplé el amanecer de la jovenhumanidad. Entonces, aunque me asomé, paraver ese amanecer, tenía mi morada en lastierras subterráneas. Y allí sigo. Aburridaacaricio la superficie turbia de las aguas querecorren mi morada. Los dioses olímpicos

triunfaron. Después brilló la DivinidadTodopoderosa a la que se le erigieron las

 basílicas; el incienso ya sólo ascendió por Él.Perviví en mi mundo, oculta y olvidada. Tanolvidada como si nunca hubiera existido. En

realidad nunca he existido. Soy tan sólo la vozululante y femenina que recorre estos negrostúneles deshabitados.

 Muerta y grisácea el agua

en los nichos de la quietud subterránea

discurre hacia su destino.

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Ciudadano exánime flotante...............................................

El cuerpo exánime hinchado, lívido deAbel Mann flotaba en medio de una de lasinnumerables corrientes de las cloacas. Ibavestido en pijama blanco. Pijama que debióser blanco y que ahora aparecía, como todo sucuerpo, cubierto de un lodo inmundo. Suscabellos pegados al cogote, pues flotaba bocaabajo. Ningún movimiento, sólo ese

imperceptible seguir siendo arrastrado por unacorriente indolente y lenta. Nadie se hallabaen esa galería, ni en ninguna otra en más dediez kilómetros a la redonda, de forma que sucuerpo flotaba solitario sin testigos. Losúnicos ojos que hubieran podido serespectadores de la escena, hubieran sido losdel propio Abel. Pero cerrados o abiertos,

 pues no se veían, se hallaban bajo el agua,

 pues flotaba boca abajo. Su rostro bajo elagua no permitía apreciar la expresión de sucara, si en paz o aterrorizada, con una muecaterrible o inexpresiva el velo del agua loocultaba.

De pronto una rata trepó desde suobeso costado cadavérico hasta el onduladoespinazo. Las uñas de la rata se aferraron al

 pantalón del pijama, y desde allí sus dientescomenzaron a escarbar en la carne que esemismo pantalón dejaba al descubierto en su

 borde superior. Era escaso el trozo de carneque se podía ver no cubierto por la tela, perola boca hambrienta no tardó en hacer un buentrabajo profundizando. No salía ni una gota desangre, pues de los cadáveres que llevan yadías exánimes ya no brota sangre.

Pronto no una, sino una veintena deratas estaban con sus cuerpos peludos ynegros alimentándose de aquellas carnesalimentadas durante su vida ya pasada conmanjares tan exquisitos como esterilizados.

Las ratas no notaban diferencia alguna siaquellas gorduras se habían cebado decaviares y salmones, o de bajos alimentos másvulgares. Más ratas nadando rodeaban el

 perímetro del cuerpo sin lograr subir, aunqueno por ello sin dejar de intentarlo. Por cadadiez que lo intentaban, una lograba trepar.Pero unas se estobaban a otras. Pronto aquellaembarcación humana de ratas ya no admitía

más pasajeros. En aquel festín no cabían máscomensales.Si Abel Mann hubiera podido

contemplar en vida la visión de su cuerpomuerto flotando en la oscuridad de una cloacase hubiera muerto de asco. ¡Él, que siempretuvo tanta nausea a cualquier germen, acualquier forma de suciedad! Ahora allí,irónico final, en medio de la inmundicia porexcelencia. Si Abel hubiera podido ver

aquello hubiera concluido lleno de horror queeso era el infierno. Ni el infierno podía ser tanespantoso, tan inhumano, tan torturante. No

 podía caber en su cabeza, tal cosa no podíanunca ni haberla imaginado. Con sóloimaginarla, hubiera vomitado al instante sin

 poderlo evitar.Una rata levantó su hocico, su cabeza

alargada, y lanzó un chillido agudo propio de

estos seres, tratando de morde a otra rata.Estos seres se disputaban los pedazos, las

 piezas carnosas del señor Mann, luchaban porellas a pesar de la abundancia corporal delmillonario. Había carne en abundancia, perotodas aquellas bocas llenas de dientes

 pequeñitos se mostraban ambiciosas, ávidas yagresivas entre ellas. De vez en cuando, unarata enfadada mordía a otra. No se dabacuenta de que había carne de millonario para

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todas. Aunque Abel ya no era millonario. Nadie es millonario cuando su cuerpo es uncadáver que flota en una cloaca comoalimento de las ratas.

Aquello era tan espantoso que no

 podía ser ni el mismísimo tormento delinfierno. Aquello era una pesadilla. Era peorque una pesadilla porque el millonario estabasiendo testigo de la escena con todo detalle.Testigo de su propio banquete, a su costa, del

 propio banquete de su mismo cuerpo. Abeldio un grito espantoso gutural, un gritoestentóreo que espantó a todas las ratas a lacarrera. El grito hizo salir burbujas de su boca

 bajo el agua. Las ratas se empujaron unas aotras en su huída.En realidad, Abel sí que había gritado.

Un grito formidable que penetró a través delas paredes. Un grito que atravesó la noche yla oscuridad. Su mano derecha fuedirectamente hacia el tórax, a tocarse, a

 palparse su propio pecho, su vientre, suscarnes estaban intactas, no había heridas, nohabía agujeros practicados a mordiscos. Su

izquierda a duras penas, dando ciegosmanotazos, encendió con urgencia la luz de suhabitación. La luz, tranquilizadora, iluminó alinstante su cama de blancas sábanas de seda.Sus ojos miraron su pijama inmaculado,impoluto. Estaba en su habitación del piso 24de Wall Street.

-¡¡Era un sueño!!... sólo un sueño – se

repitió frotándose con sus gruesas manos lacara, palpándose una vez más su cuerpoincólume, su obeso cuerpo empapado ensudor de pies a cabeza. La palma de su manouna vez más resbalaba por su panza húmedatranquilizándole. Su cuerpo estaba intacto.Todo había sido un sueño. Pero cuando unsueño tan horrible aparece en tu vida se resistea desaparecer. Ya era la cuarta vez en aquelmes. No se le iba de la cabeza, le iba a volver

loco. No podía resistir aquella pesadillarecurrente, no podía seguir así. -Me voy avolver loco. Estoy sintiendo que me estoyvolviendo loco  – volvió a palparse el cuerpo.Sintió deseos de enjabonar su cuerpo, de

 ponerse bajo el chorro de la ducha, paralimpiarse la inmundicia que había visto queen la pesadilla impregnaba su cuerpo. No sólohabía visto esa basura, la había sentido. Perosu cuerpo estaba limpio. Todo había ocurridosólo en lo profundo de su mente dormida, enlas galerías más profundas de su psiquismo.

 No había nada que limpiar. No se puedelimpiar la suciedad de una pesadilla. Pero

hasta sentía la nausea de aquel olor que habíaolido hacía cinco minutos. Sintió el deseo dedarse un baño rápido, sólo con agua, paralimpiar el sudor que calaba la fina tela de su

 pijama. Pero tenía pereza. Había quelevantarse, ir al aseo, desnudarse... no menosde diez minutos. No tenía ganas. Se sentíaincómodo pero volvió a tumbarse, habíaestado incorporado con la espalda apoyada enel cabecero de su amplio lecho. Dudó un

momento, pero apagó la luz. Me estoyvolviendo loco, se dijo a sí mismo, y no

 puedo hacer nada.

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Guardia Palatina..........................................

Ya estaba tardando en venir. Un Abelaburrido, con un aburrimiento plácido, semiró las yemas de los dedos, las ondulacionesde sus huellas dactilares, aquellas finísimaslíneas concéntricas, los juegos de surcos queformaban aquellas huellas. La piel de susdedos... la encontraba reseca. Demasiado

 jabón. Lavaba sus manos demasiadas veces al

día. En casa tenía el jabón más suave delmercado, pero aun así la piel de sus dedosaparecía reseca, acartonada. Incluso el colorno era natural. Encontraba sus dedosdescoloridos. En fin, tampoco había que darledemasiadas vueltas. Cuando alguien tarda envenir, en las esperas, uno le da vueltas a todo.

Ahora estaba usando el jabón de aceitede argán, una especie de acebuche espinosooriginario de suroeste de Marruecos. Su

carísimo jabón de argán con olor a naranja ysalvia era suave, pero Abel abusaba. Tratabade remediar sus abusos untándose sus manoscon crema fabricada a partir de la mantecaextraída de la nuez de un árbol de BurkinaFaso. Más que untarse esa crema,embadurnaba sus manos con ella, tratando deremediar sus abusos con el jabón, con elabuso del remedio. Miró el reloj de la pantalla

de su ordenador, estaba tardando en venir.

Por fin sonó un tintineo leve ydecreciente junto a la puerta, un tintineoconstante que se repetía una y otra vez, enforma de ecos, con un diseño rítmico lento ycadencioso. Era el timbre de la puerta. Abelcogió el mando a distancia, tocó un botón yun rostro apareció al segundo en la pantalla desu televisor. Era la cara conocida de Arthur, el

 jefe de seguridad del piso de abajo, esperandoen el vestíbulo situado justo antes de la

 puerta. Un vestíbulo diminuto carente deornamentación alguna, sólo las paredes

 blancas. Abel esperaba a aquel hombre.

Presionó un botón del mando a distancia y la puerta de entrada al piso, a la fortaleza de su piso, se abrió. Desde su sofá oyó los cierresde aquella puerta al abrirse, las barrasmetálicas se desplazaban por su interior. La

 puerta mecanizada, de tamaño noexcesivamente grande, estaba perfectamenteacorazada. Al abrirse dejó entrever por unmomento su verdadero grosor.

Abel avanzaba ya hacia la zona deentrada de su piso.-Adelante -ordenó con tono amable a

Arthur.Después de recibirle no demasiado

lejos de la entrada, Abel no llegó hasta la puerta, dada su gordura se movía condificultad, ambos se dirigieron al interior del

 piso. Abel se sentó, se derrumbó, sobre unode los sofás. Arthur tomó asiento en un sillón

de enfrente. El jefe de seguridad era unhombre de unos cuarenta y cinco años, conunas señorial canicie en la zona de las sienes.Vestía muy correctamente, con una especie deamericana de tela muy fina y ceñida alcuerpo. En realidad, su americana y sus

 pantalones formaban una sola prenda que parecía pegada a su piel. Como es norma entodos los guardaespaldas y miembros de

seguridad vestía de forma muy correcta, enimpecable color negro. Todo en él, desde elcorte de pelo, hasta la limpieza de su calzado,aparecía con una pulcritud impecable.

Arthur había entrado en el piso sincolocarse nada en las suelas de los zapatos, nitomar otro tipo de medidas higiénicas que elmillonario exigía rotundamente a losencargados del servicio de limpieza. Abel, poralguna extraña razón de su subconsciente,

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siempre había mostrado una respetuosadeferencia hacia el jefe del servicio deseguridad, aunque este cargo lo habíanejercido ya varias personas en los últimosveinte años y con todos había mostrado esa

misma deferencia.El magnate le había mandado llamar

 para tratar con el máximo responsable de suseguridad cuestiones acerca de ésta. Arthur nose había extrañado de esta llamada. Bien sabíaque una o dos veces al año, Abel tenía comocostumbre tratar cuestiones acerca de su

 protección. Un par de llamadas al año paratocar este tema, entraban dentro de lo que ya

era como una costumbre. Aunque más querevisar los sistemas de protección del edificio,lo que Abel hacía era plantear cuestiones.Sabía que durante media hora, el millonariosentado enfrente le formularía preguntasconcretas sin ningún tipo de orden. Más biensiguiendo el orden de sus inquietudes. Arthursabía que al principio Abel le haría alguna

 pregunta de tipo general. Y que mientrasestuviera respondiendo a esta pregunta, se iría

forjando en la mente del magnate la siguiente pregunta. Y que la segunda pregunta sería laexcusa para la tercera, y así hasta escuchar unnúmero suficiente de respuestas que lellevasen a la confirmación de que no habíarendijas en el operativo que le protegía.

-¿Qué tal, Arthur? ¿Cómo va vuestrotrabajo?

Arthur dio comienzo a sus

explicaciones, largas, con toda calma. Unacalma no exenta de firmeza. Se conocía bienel tema y podía por tanto ofrecer en cualquiermomento todo tipo de aclaraciones y

 puntualizaciones si era preciso. Cuando yallevaba hablando un par de minutos, elmillonario le hizo una nueva pregunta.

-Mira, hay un punto sobre el que meinteresaría saber cuáles son las medidas que

habéis tomado… ¿qué medios habéis previsto

contra los secuestros?-¿Por qué? -Arthur le miró incrédulo.-Pues no pienses que me he interesado

 por esto porque exista alguna amenaza

concreta. No, afortunadamente no hay nada deeso. Lo que pasa es que he llegado a laconclusión de que mi persona, mi cuerpovivo, tiene un valor en el mercado delictivo.En la medida que la posibilidad de un rescatees más suculenta, así también aumenta lacantidad de grupos que pueden sentirseinteresados en promover un rapto.

Abel captó el escepticismo de su

interlocutor. Aunque Ralph todavía no habíadicho nada que contestase su pregunta,claramente observó en su mirada que la

 posibilidad de un secuestro le parecía mínima.Así que Abel con su gruesa mano tomó unacopa y sorbió un poco de agua, y continuó:

-Mira, me dedico a los negocios. Ycomo negociante no puedo evitar el pensarque cada persona tiene un valor en el mercadode los secuestros. Es cierto que las medidas

aquí son grandes y organizar una operación para entrar aquí y retirarme con vida de estelugar y llevarme a otro, resultaría muy caro.Pero yo pagaría toda mi fortuna por recobrarmi libertad, y ellos, los potenciales gruposdedicados a la extorsión, lo saben. Los gruposque se dedican a este innoble comercio de la

 privación de la libertad lo saben. Hay equiposespecializados en actos delictivos de este tipo.

¿O me vas a negar que existen este tipo degrupos?

-No, por supuesto que no.-Insisto, mi pregunta no nace de un

miedo infundado. Yo, mi persona, tiene unvalor en el mercado. Únicamente trato deaveriguar si la relación entre el valor del

 producto que proteges, yo, y lo que gasto enmi protección, son adecuados, o si por el

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contrario hay una desproporción entre lo queambas realidades.

-Estoy completamente seguro de quelas medidas que actualmente existen para su

 protección son perfectamente adecuadas.

-Y aunque sean adecuadas, ¿corroalgún riesgo?

-De ninguna manera, se lo aseguro.Mire, llegar hasta la puerta de su piso seríauna aventura. Nadie llega allí si nosotros no lo

 permitimos. Nadie. Pero recuerde que sialguien llegase hasta ese lugar -y señaló consu dedo en dirección al vestíbulo fuera del

 piso-, tendrá que atravesar la puerta,

inmovilizarle y volver a salir con usted. Esoes imposible.-¿Por qué? Seguro que hay gente

dispuesta a gastar mucho dinero, ¡millones!,con tal de llevar a cabo ese plan. Alguien

 podría contratar a un centenar de personas para llevar a cabo tal cometido. Todo es unacuestión de dinero. Si el rescate justificacontratar a un pequeño ejército, se podríacontratar. ¿Vas entendiendo por dónde van

mis temores? Insisto, si el negocio vale la pena, se puede contratar a un pequeñoejército.

-Esto no es cuestión de dinero.-¿Pero por qué me dice que es

imposible? ¿Por qué está tan seguro?-Pues porque abajo, en el vestíbulo de

entrada, hay dos recepcionistas detrás de unmostrador. La más ligera señal de alarma y el

servicio de seguridad del edificio, que está enla sala de al lado al vestíbulo de recepción,intervendría. El vestíbulo de entrada esvigilado por circuito cerrado continuamentedesde esa sala contigua. Nadie puede nimontarse en un solo ascensor de este edificiosin que se compruebe previamente que elinquilino del piso de destino le estáesperando. Si alguien tratara de subirse a unascensor por la fuerza, sería bloqueado ese

ascensor al momento, desde el servicio centralinformático que está en el ático. Si alguienllegara a este piso donde nos encontramos, al

 pasillo de este piso, le estaríamos esperandonosotros. Somos quince personas. Quince

 personas entrenadas, cada uno con su arma.Pero si los primeros de nosotros queinterceptaran al intruso, comunicaran quellevan armas de mayor calibre, los queestuviéramos detrás tomaríamos nuestrasarmas de asalto guardadas en la armería del

 piso de abajo. Sería una batalla, pero estamos preparados para ello.

-¿Y estáis seguros de que no os

arrollarían?-Saliendo del ascensor, no hay dondeesconderse, no hay obstáculos tras de loscuales parapetarse. La lucha no podría serlarga. Pero suponiendo que vencieran en esalucha, tendrían que entrar en su piso. Su pisotiene todas las paredes acorazadas. En elcentro de cada muro exterior a su piso hayuna plancha de diez centímetros de acero. Una

 plancha en medio de dos capas de hormigón

de veinte centímetros. Los muros interiores,no tanto, pero también están acorazados.

-¿Y la puerta?-La puerta es invulnerable. No tiene

ninguna cerradura por donde introducir unallave. O usted da la orden desde dentro, o elsistema automático no la abre.

-¿Y si tratan de abrir un boquete conun láser?

-Está calculado, tardarían no menos deveinte minutos. Y eso trayendo un equipo quees muy pesado.

-¿Y si usan explosivos? Podríanvolarla y echarla abajo.

-La puerta pesa casi una tonelada. Las barras metálicas que la atraviesan tienen unalongitud de más de cinco metros. Cincometros que se introducen por la pared. Un

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explosivo antes echaría abajo todos los murosdel vestíbulo que esa puerta.

-Bien, pero ¿y si lo hacen, y si usanesos explosivos?

-El vestíbulo tiene apenas veinte

metros cuadrados. Y poco más el pasillo deacceso. ¿Dónde se meterían? No puedencolocar la bomba en el muro y quedarse ahí.Tendrían que volver a entrar en el ascensor,detonar los explosivos desde el piso de abajoy volver a subir. Pero ya le he dicho que losascensores se bloquearían desde el ático en el

 primer segundo de la alarma general. Además,cuando se activa la alarma general se trasmite

una señal de emergencia a la comisaría deWall Street. En un minuto estaría aquí la policía. Y no le digo un minuto por decir unacantidad cualquiera de tiempo. Un minuto eslo que tardan en llegar. Está calculado. Variasveces hemos probado la alarma general ensimulacros. Además, si ellos comprueban quees un ataque de un grupo de secuestradores,en tres minutos el comando especialantiterrorista estaría aquí.

-¿Seguro que llegarían en tresminutos?

-En los simulacros de la policíametropolitana, a este edificio se le hanasignado tres minutos como tiempo máximofijado para llegar y actuar. No estamos en un

 pueblo perdido en una pradera del Midwest,estamos en pleno centro de Wall Street. La

 policía de aquí no es la normal. La policía de

aquí siempre está en máxima alerta. Tenemosal lado al corazón financiero de esta nación yde todo este continente. Créame, a un grupode secuestradores se les podría ocurrir venircon un verdadero ejército, y los comandos delDepartamento de Policía le podrían hacerfrente.

-Bien, ya veo que no es tan sencillollevárseme de aquí.

Durante unos momentos el millonariosiguió dándole vueltas a todas las

 posibilidades de fallos en la seguridad.-¿Y si alguien hace lentamente,

durante días, un agujero desde un piso

contiguo? Me refiero a un agujero para poderintroducirse aquí.

-El piso de abajo pertenece al serviciode seguridad. El piso de arriba y el de laderecha son propiedad de hombresacaudalados. Entrar allí es casi tan imposiblecomo en éste.

-Ya, ¿pero y si lo hacen?-Hay sensores ocultos en el interior de

los muros. Cuando se construyeron los murosse introdujeron esos sensores. Detectanincluso las menores vibraciones.

Abel iba quedando conforme conaquellas explicaciones. Pero aun así siguió

 preguntando:-¿Y si alguien dirige una aeronave

hacia este piso y trata de atravesar losventanales?

-El pasillo aéreo más cercano está a

tres kilómetros. Cualquier objeto que se salgade ese pasillo sería interceptado de formaautomática por las varias baterías de misilesque hay en las cúspides de los rascacielos deesta zona. No importa si se trata de una averíaen el ordenador de vuelo, salirse de ese pasillosupone ser interceptado de forma automática.El sistema es inmisericorde, pero es el únicomodo que existe para evitar ataques suicidas.

De todas maneras, los cristales blindados deesta planta tienen cuarenta centímetros degrosor.

-¿Si desde una aeronave trataran deentrar a través de los ventanales, qué tendríaque hacer yo?

-Usted nada. El exterior del edificiotambién lo vigilamos nosotros con lascámaras de seguridad. El protocolo deemergencia en esos casos ordena abatir la

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aeronave de inmediato con armas de calibremedio. Diez segundos después que sedetuviese ante el edificio, nosotros estaríamosabriendo fuego contra ella. Aunque unaviolación del espacio aéreo urbano es

competencia de la Autoridad Central delEspacio Aéreo Urbano, la unidad competentede la Policía Metropolitana jamás permitiríaque llegase hasta aquí sin interceptarlo.

Las respuestas parecían dejarsatisfecho a Abel. Sí, para él escuchar aArthur era siempre quedar en paz. Arthur,acostumbrado a este trámite, se dejaba

 preguntar impasible. Aunque el jefe deseguridad era el interrogado, era Abel el quesiempre preguntaba con inquietud. Elmagnate tenía la sensación de que aquellosespecialistas habían considerado todas y cadauna de las posibilidades para penetrar en lacasa. Era su trabajo. Tenían tiempo paraestudiar los puntos débiles y se les pagaba

 para ello.En esas entrevistas, el jefe de

seguridad nunca hacía preguntas, sólo lasrespondía. Y si alguna vez hubiera hechoalguna, ésta nunca hubiera rozado lo másmínimo el campo de lo personal. La relaciónentre aquellos dos hombres era meramente

 profesional y el jefe de seguridad sabía que ensu trabajo se incluía el pasar por estostrámites. No obstante, esta vez, cuando Abelya parecía haber aquietado todas sus

inquietudes, Arthur quiso hacerle una pregunta:

-Señor Abel, ¿es que hay algo que le preocupe?

Abel ya estaba mucho más relajado,incluso a gusto por haber quedado satisfecho.Era evidente que hacia el final de laconversación hasta estaba disfrutando de ésta.

-Pues verás, Arthur, siempre he pensado que ir un hombre por el mundo con

mucho dinero en el bolsillo, era una locura. Sillevas mucho dinero encima y la gente losabe, es como ir diciendo atráqueme. Eldinero jamás hay que llevarlo encima enefectivo. De ese modo disuades al atracador.

Ahora bien, el problema es que cuando tienesmucho dinero en el banco, tú mismo valesmucho dinero. Ya no es lo que lleves encimaen efectivo, sino que tu misma persona tieneun valor monetario. Ese valor es como undinero del que no te puedes desprender pormás que quieras, está unido a tu persona, loquieras o no. Cuando tienes más allá de ciertacantidad, te has convertido en un cebo. Un

cebo para todo aquel que quiera ganar dinerosin escrúpulos. ¿Te das cuenta a qué merefiero?

-Por supuesto que sí.-¿Cuánto crees que valgo yo para ese

tipo de organizaciones?El jefe de seguridad se sonrió. La

sonrisa era felina.-Hablando con brutal franqueza,

nuestra empresa considera que un hombre

cualquiera vale, al menos, el 35% de susfondos en dinero líquido. Es decir, sabemosque cualquier grupo de secuestradores esconsciente que de cualquier hombre del quelogren apoderarse, podrán sacar esa cantidad.

-Vaya, no sabía que lo tuvieran tan bien calculado.

-Se trata tan solo de una cantidadorientativa. A veces se puede sacar más, pero

 pocas veces menos. A las empresas deseguridad nos conviene saber hasta qué puntoles puede interesar a una organizacióndelictiva hacerse con una persona. Según loque pueden sacar de esa operación, en esamisma medida están dispuestos a invertir  parallevarla a cabo. Es una cuestión casi...mercantil.

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-Lo del 30% me ha dejado…

impactado. No sabía que yo valiera tanto paraese tipo de gente.

-No, usted vale menos.-¡Vaya! ¿Y eso?

-Pues verá, usted no tiene personasautorizadas a disponer de su dinero si estáausente. Nadie podría tocar su dinero. Al cabode varios años de ausencia forzosa, yconstando que usted sigue vivo, secomenzarían a tomar medidas legales para laadministración gubernamental de sus bienes.Pero tendrían que pasar años. Por eso usted esuna persona de bajo nivel de riesgo a este

respecto.-Me alegra saber eso.-Y en su caso todavía baja mucho más

ese nivel de riesgo por dos factores.-¿Cuáles?-Primero, usted actualmente no realiza

desplazamientos fuera de su residenciahabitual. Segundo, no tiene familiares o

 pareja sentimental con cuyo secuestro pudieran chantajearle para que paguen.

Créame, este factor del secuestro defamiliares sí que complica hasta lo increíble lalabor de nuestra compañía. Porque la

 protección de una persona suponeobligatoriamente la protección de su entorno,de las personas más queridas de su entorno.La seguridad de alguien implica la seguridadde todo aquello que pueda ser un elementosusceptible de ser utilizado posteriormente en

un chantaje: un hijo, un hermano, etc. Pero yale he dicho que ése no es su caso. Usted puedesentirse como uno de los hombres másseguros de esta nación.

Escuchar aquellas palabras llenaban deinmenso gozo a Abel. Daba gusto oír a su jefede seguridad, iba al grano, hablaba con el avalde toda una vida dedicada a una prestigiosaempresa de servicios de protección. Porque el

equipo de guardaespaldas que iban rotando por turnos en el piso de abajo pertenecían auna gran empresa entre cuyos clientes secontaban todo tipo de firmas y millonarios.Por eso podía confiar en ellos, aquellos

hombres eran verdaderos profesionales.Conocían ese campo tan bien, como élconocía el campo financiero. Su dinero lecostaban, más de un millón de dólares al mes.Pero ahorrar en ciertas cosas era el peornegocio del mundo.

Abel y Arthur todavía estuvieroncharlando un rato más. La cuestión de cuánto

vale un hombre apareció aun varias veces enla conversación. El modo de tasación de lacompañía le había encantado. A Abel legustaban las respuestas precisas. Las que ibanal grano. Las que no se perdían en odiosasdisquisiciones. Estaba contento, además,

 porque ese tipo de cambio de impresiones ledejaban una gran sensación de seguridad. Sí,ciertamente, esas conversaciones con suabogado, su médico y otros profesionales de

su entorno, constituían como una especie deritual de confesión laica. Él confesaba sustemores, y aquellos profesionales conjurabansus recelos y aprensiones. Eran unosverdaderos profesionales. Caros

 profesionales, pero la calidad se paga.Siempre, hasta el momento, habían logradoconjurar los monstruos del miedo. A veces se

 preguntaba qué sucedería si algún día ellos no

lo lograran. Qué sucedería si ellos, losmejores entre los mejores, no le pudieranabsolver de sus propios terrores. Posiblementesería devorado por sus pensamientos. Lashuevas del miedo anidaban en su mente, perolos profesionales metódicamente esterilizabanlas zonas portadoras del mal. Sus miedoslegales, biológicos, de protección personal,cada uno de sus miedos tenía su extirpadorespecializado.

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Pero hoy ya estaba aquietado. Habíaquedado bien convencido de que no habíaresquicios en la protección organizadaalrededor de su persona. Sabía que podíasentirse seguro aunque viniera a por él un

comando, un pequeño ejército de asaltantes, oincluso aunque se organizase contra él unaoperación a gran escala. En cierto modo sesentía hasta importante, al saber que por lacustodia de su persona, si fuera preciso, sedesencadenaría una batalla. Se sentíaorgulloso al saber que por su salvaguarda, latutela del viejo dinosaurio, estarían dispuestosa morir varios de los jóvenes que esperaban

en sus puestos del piso de abajo. Lo de estardispuestos a morir   puede parecer puraretórica, pero no. Abel sabía bien quecualquiera de los chicos de allá abajo, una vezque se ponían sobre el pecho un chaleco,estaban concienciados para arriesgar susvidas. Y todo por un sueldo. Todos los añosen Estados Unidos morían variosguardaespaldas en actos de servicio. Abel nocompartía ese heroísmo, él por un sueldo

 jamás moriría. No compartía el heroísmo, pero lo pagaba. Sin embargo, aquellos chicosdebían entender la vida de otra manera. Abelse sentía gordo, viejo, malhumorado y conuna salud frágil, pero se enorgullecía de su

 propia importancia al saber que varios de esos jóvenes unos metros más abajo y con toda lavida por delante, morirían con tal desalvaguardarle si fuere necesario. Es la ley de

la vida, pensó.

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Hortus perfectus......................................

Dos chicas de color, de diecisieteaños, con trenzas en su cabello crespoavanzaban por el largo y alfombrado pasillodel piso 150 del macroedificio en el queestaba radicado el hotel Palace de Pretoria.Todas las alfombras de aquel hotelsudafricano eran de un agradable tono granatemoteado con infinidad de pequeñas flores de

lis distribuidas geométricamente por sumullida superficie.

-O sea, lo que te digo, apriétate elcinturón para ver algo cool de verdad, tía.

-Ja. Estás mal del tarro si piensas queflipo por cualquier cosa.

Las dos llegaron a una especie de granvestíbulo. Nada más entrar en él, la chica delos dos lazos azules en su pelo extendió la

mano como diciendo ¿ves? La otra chica sólo pudo abrir la boca y quedarse extasiadamirando. En el centro de la formidable salahabía como una especie de colina de suavehierba de unos ochenta metros de diámetro. Elmontículo estaba cubierto de palmeras,helechos y vegetación tropical. Por aquel

 pedazo de terreno retozaban dos parejas deunicornios. Aquel jardín estaba situado en elcentro del gran Vestíbulo Norte del que

 partían seis pasillos tan monumentales comoese vestíbulo de entrada al gran macrohotel.Alrededor de éste pequeño jardín interiorhabía sillones, sofás, y gente esperando,charlando, tomando alguna bebida. Undispositivo oculto impedía que los belloscuadrúpedos salieran del terreno que estabadesignado como su hábitat.

La jovencita, sorprendida, se acercó

hasta la misma barandilla dorada que impedía

seguir adelante. Se apoyó en ella con los dos brazos y se quedó mirando a los unicornios de blanco pelaje y crin sedosa, que se recostaban perezosos, indolentes sobre el musgo de untrecho cercano a un arroyo artificial. Un

cuarto animal con su cuerno de estríasespirales movía una rama de brotes tiernos

 para comerlos. Esos caros especímenes eran,evidentemente, todo un lujoso alarde demanipulación genética.

Aquella gran sala era el vestíbulo en elque, además de los pasillos, se abrían dosarcos neoclásicos que eran las salidas a losdos colosales puentes que unían a esa altura el

edificio con los rascacielos más próximos. Eltecho del gran vestíbulo, abovedado, estaba pintado en tonos azules oscuros en el que brillaban millares de pequeñas luceshalógenas a modo de estrellas. En un extremode la bóveda, había una luna débilmenteiluminada, un bello mosaico. En el otroextremo, con una luz más dorada, otromosaico representando al Astro Rey. Elvestíbulo de planta octogonal tenía en uno de

sus ocho lados un frontispicio en el que se leíala hermética frase:

HOMO EX MACHINA.

Las dos chicas abrieron una bolsa dechucherías saladas mientras miraban ycomentaban los detalles de aquel islote verdey húmedo que parecía directamente extraídode un cuento celta. El diseñador del edificio

había colocado la iluminación más bienalrededor del vestíbulo y no en su partecentral. De forma que el islote de losunicornios parecía sumido en una luz débil y

 brumosa. La parte de alrededor tenía elaspecto de un café en el que la gente, sentadatomaba tranquilamente sus bebidas con hieloo sus cafés humeantes.

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Sobre la alfombra de hojasiluminadas por la luna.........................................................

Ho-ching trabajaba sobre sumostrador. Aquel chino de unos cincuentaaños y unos ochenta kilos de peso, tenía susmanos y su inteligencia concentradas,dedicadas, a la reparación del hornomicroondas de una vecina. Horno cuyas tripasyacían todas sobre la mesa. Aquel angosto

establecimiento mal pintado tenía su espacioocupado por decenas de aparatosrecompuestos unos, esperando otros. Lasherramientas habían sido dejadas por todas

 partes, como las piezas, como los repuestos,como todo. Aquel establecimiento semejabauna porción del caos, pero no.

La mente que gobernaba aquel lugarsabía dónde buscar cada cosa. Los ojos

rasgados y oscuros del dueño sabían encontrarlas cosas, hasta el más pequeño cachibache.¿No era, acaso, aquel su establecimiento detrabajo desde hacía ya más de veintidós años?Sí, no era desorden. En el fondo no eradesorden. Aquellas cajas amontonadas, llenasunas, vacías otras, aquellos montoncitos de

 piezas, soldadores y tuercas, aquellos estantesrebosantes de cables y alicates no constituíanun desorden, sino un orden superior. Se

trataba de una aparente desorganización bienconocida, un desorden cómodo y vital de unlugar donde uno pasa sus horas. Se trataba deun espacio donde lo práctico se habíaimpuesto a lo estético. Las cosas que Ho-ching, el mecánico, necesitaba tener más amano podían yacer amontonadas, podían

 parecer abandonadas, pero se hallaban amano. Es cierto que las paredes lucían

variados desconchones, es cierto que por el

suelo podían encontrarse muchas cosas si uno buscaba, pero la mente de Ho-ching era unamente técnica, aquel chino no era MiguelAngel Buonarotti. Aquello era unestablecimiento de reparación, no una

sucursal de Versalles, ni un palacioveneciano.

En medio de aquel taller de reparaciónno había ni una sola planta, sólo habíacolgada una foto, la de un prado alfombrado

 por las hojas menudas y amarillas caídas delos árboles. La foto, pegada con celo a la

 pared, había sido tomada por la noche, a latenue luz de luna. Junto a la foto e igualmente

 pegada con celo, una cuartilla sepia con unverso en bellos caracteres chinos trazados conrápido pincel, aquellos rasgos negrísimossobre aquel fondo sepia rezaban:

las llamas quemarán

 pero no germinarán.

Sin duda un toque de humanidad y poesía en aquel taller donde todo era

mecánico y exánime. Los ojos de Ho-chingseguían inmersos en aquel galimatías decables, buscando el fusible de la discordia, la

 pieza, justo la pieza que un buen día habíadejado de cumplir con su función.

El pequeño local de aquel rollizosolterón mal afeitado que se las sabía todassobre reparaciones de electrodomésticos deescala media, estaba situado en una de losinterminables pasadizos comerciales del nivel70 del sector BL de Dunhuang, la capital deChina del Oeste. La milenaria China hacía yacasi un siglo que estaba dividida en dosnaciones, Yu-China y Zhan-China. Tristefinal, aquella división, a las prolongadasconmociones que produjeron los estertores dela República Popular China. Las divisionesson siempre el lógico e inevitable fruto deldebilitamiento de todo poder central. Pero

todo aquello ya quedaba lejos en el tiempo.

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Hoy día, las naciones cuyas capitales eranPekín y Yumenshi eran conocidas

 popularmente en el resto del mundo comoEast-China y West-China.

Ho-Ching el reparador de

electrodomésticos vivía en una conurbaciónde ochenta millones de habitantes. Suestablecimiento, como su pequeño piso,estaban situados en un corredor pocotransitado del interior de un gran rascacielos.La parte interior de esa masa arquitectónicaera poco luminosa, en ciertas zonas incluso

 presentaba un aspecto excesivamentenocturno, recorrida por infinidad de altos

 pasillos, espaciosos y anchos como calles, pero poco transitados. Unidos entre sí por puentes innumerables, los cuarenta grandesrascacielos del centro de la capital tenían ensu seno, en el corazón de sus moles,verdaderos dédalos de viviendas de ínfimacalidad. Viviendas que formaban callesinternas de varios kilómetros de longitud.

Ho-Ching salía pocas veces delinterior del inmenso edificio donde radicaba

su piso. Los ocho parques interiores, ampliosy con una espléndida luz solar artificial,suplían más que de sobra las necesidades devegetación que pudiera albergar el corazón deaquel mecánico solterón. Ocho parquesdistribuidos en aquel laberinto cuadriculadoque radicaban en el seno profundo de aquellaedificación. A pesar de esos parques, esa partemás interna del edificio, barata y mal

iluminada, era lo equivalente a un barrio popular, a un suburbio. Muy a menudo las partes más profundas de estos rascacielos,lejos de las mejores vías de comunicación, sedepauperaban.

El corazón de aquella masaarquitectónica había conocido días mejores,después había decaído poco a poco. Ahoraesos barrios internos de ese rascacielos erauna zona de pisos económicos, zona recorrida

 por galerías, pasillos y calles internas.Laberintos cuadriculados extendiéndoseinacabables entre los gigantescos pilares deaquella edificación cuya cúspide y perímetrono había conocido decadencia alguna. Los

 pisos caros estaban en la parte exterior delrascacielos, distantes medio kilómetro de la

 parte interna del macroedificio donde elmecánico de reparaciones tenía su taller.

Ho-Ching escuchó unos pasos que seacercaban, por el ritmo de las pisadas dedujoque se trataba de Ming-chu. Efectivamente,enseguida apareció por la doble puerta

acristalada, siempre abierta, la cara de laapacible y serena Ming-chu.-¿Qué tal?El saludo de aquella cuarentona con

un aparato bajo el brazo, medio metido en una bolsa de plástico, dejaba bien claro que no erauna visita de cortesía sino que venía paravolver a arreglar lo que ya se le habíareparado media docena de veces. El mecánicola recibió con amabilidad teñida de cierta

 picardía, al decirle:-A ver, dulce capullito de jazmín, ¿qué

le ha pasado esta vez a su Magna-star?La pregunta de Ho-Ching era pura

ficción. Sabía perfectamente lo que le sucedíaa ese complicado trasto que a ella le habíadado por comprarse y que siempre acababa

 por estropear por no aprenderse lasinstrucciones que mil veces le había tratado

de inculcar el paciente mecánico.-Pues, ya ve, el dichoso trasto. Otra

vez.Una mirada indulgente del técnico

mientras la señora colocaba al aparato-víctimade sus malos tratos sobre el mostrador. Ming-chu procedió a explicar cómo el trasto habíadejado de hacer lo que debía hacer. Incluso leexplicó como al final había dejado de hacercualquier cosa.

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-Ya no es que no funcione bien, ¡esque ya no funciona de ninguna manera!

Así acabó sus explicaciones la señora,no sin antes añadir:

-Y no hace falta que le diga cómo son

los de la garantía. Ni un día más allá de loestipulado en la caja.

-No se preocupe, usted. Donde nollegue la garantía llego yo.

En seguida ella preguntó condiplomacia, bajando la voz, cuánto le costaríamás o menos la resurrección mecánica de suelectrodoméstico.

El técnico volvió a mirar el aparato

con ojo experto, mientras su mente calculaba.Treinta años de oficio miraban aquel aparato.Miles de facturas a sus espaldas le ayudaban acalibrar el veredicto.

-A ojo de buen cubero, no menos deveinte yuans.

Protestas. La señora protestó. Elmecánico no esperaba otra reacción. Aguantarinmutable las quejas por un presupuesto,formaba parte de su trabajo. La señora pronto

se dio cuenta de que estaba tirando piedras auna pared, así que resolvió:

-Más me vale entonces comprar otraMagna-star.

-Hará muy bien, señora.Indignación. O por lo menos fingida

indignación de la cuarentona. Pero laregateadora conocía muy bien el precio deuna nueva. Lo conocían bien tanto ella como

él. Así que ninguno de los dos se sorprendióde que la indignación se derrumbara como uncastillo de naipes, acabando con un merobueno, en sus manos lo dejo mi Mang-es-

tarng  – forma peculiar de aquella señora de pronunciar en chino la palabra Magna-star.

-En cinco días puede pasar a recogersu horno que estará como nuevo.

Hubo otro pequeño regateo en cuantoal número de días. Al final, el técnico dijo que

haciendo una excepción y tal podría tenerloen dos. Ho-Ching ya estaba muyacostumbrado a todo este ritual comercial. Dehecho, ya había contado tres días de másteniendo en cuenta que la señora pediría

menos días de espera. Así que como normaincluía más días y al conceder la excepción laclientela se marchaba más contenta. Eranmuchos años de oficio. Las personas, al igualque los aparatos, también tenían su técnica.

Eso sí, cerrado el trato, la señora (elcapullito de jazmín, como la denominaba)cambió de cara se volvió amable y le preguntó

 por su pequeño perro peludo. La anciana

señora nunca mezclaba el dinero con lo personal. Nunca le preguntaba por su perroantes de cerrar el trato. No se debía mezclar lo

 pecuniario con otros asuntos. Además,acabado el breve y trágico regateo, la mismaseñora ya era otra. Después del negociosiempre afloraba la viuda, la persona.

-Bueno, hasta dentro de dos días.Y la señora Ming-chu atravesó a paso

lento la puerta acristalada, marchándose. Tras

salir de su establecimiento, el mecánico ya no pudo ver por aquel pasillo comercial a sucliente alejarse, cojeando siempre por su

 pierna mala.

El técnico se volvió a sumergir en sutrabajo. Sus manos volvieron a sustituir,soldar, atornillar y cerrar carcasas. Dejó elaparato en su lugar y tomó otro encargo. Al

cabo de media hora de silencioso trabajo, selevantó de su silla y se dirigió al pequeño ydesvencijado equipo de música de su taller.Era paradójico que un hombre dedicado

 precisamente a los aparatos tuviera un aparatomusical tan avejentado.

One more kiss, dear.One more sigh.Only this, dear.It's goodbye.For our love is such pain

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and such pleasure.And I'll treasure till I die.So for now, dear,aurevoir, madame

Solía escuchar a  Los Snoopies. Solía

escucharles pero sin entusiasmo, no era unforofo de la música. Por eso cuando encendíasu pequeño equipo de música esperabaescuchar algo ligero y sin grandes

 pretensiones.  Los Snoopies  para eso eran perfectos.

Pronto entró en el establecimiento suamigo Tao-che enfundado en un anorak colorcafé con leche. También él traía dos pequeños

electrodomésticos.-Me los ha dado la vecina. ¿Para elviernes?

El técnico los miró, pidió un par deexplicaciones y dijo que sí. Después titubeó.

-En realidad... -y los volvió a mirar ya tocar-, no hace falta que te vayas. Si tequedas un cuarto de hora te los llevas ya.

Tao-che se quedó de pié junto almostrador, charlando, mirando al amigo como

los iba abriendo. Después se sentó en una delas cuatro sillas atornilladas a una de las

 paredes a la derecha del mostrador de laentrada. La charla entre los dos iba y veníasobre los asuntos de siempre. Unaconversación tranquila, aburrida. Charla en laque Ho-Ching miraba a los mecanismos de suelectrodoméstico, mientras su amigo serascaba perezosamente la parte posterior de la

cabeza y bostezaba.-¿Qué opinas del nuevo Cónsul

Máximo de la República Europea? -preguntósin mucho interés Tao-che.

-Pseah, qué quieres que te diga.Europa me cae muy lejos.

-Ya... pero no sé, creo que éste tipova con mucho empuje, quiere hacer grandescosas.

-Va a llevar a todo el continente a laruina, lo va a embarcar en aventuras. Han

 puesto a un loco al mando del timón. Alláellos. Mejor para nosotros. Nosotrosseguiremos prosperando.

-Sí, tienes razón. A veces creo quevaloramos en exceso lo que sucede en Europa.Ellos bien poco que miran hacia esta regióndel globo. Pero... pero cuando veo en latelevisión a ese Cónsul Máximo... ¿cómo sellama?

-Creo que algo así como Vanicianus.-Vinicias...-¡Viniciano! Eso es, Viniciano -por fin

el técnico había recordado el nombre.Enseguida volvió a hundir la cabeza en sutrabajo-. Pues, como te decía, cuando le veoen la televisión, cuando oigo sus discursos...

-¿Qué te pasa cuando le oyes? -lacabeza de Ho-Ching seguía inclinada sobre elaparato del mostrador y a veces perdía el hilode lo que estaba diciendo. De forma que suamigo Tao tenía que reconducir el hilo de laconversación, repitiendo la última frase.

-Pues que siento que este hombre escomo un Hitler. Me siento como unmoscovita antes de la Guerra Mundialescuchando a Hitler  – concluyó el mecánicosin apartar los ojos de las tripas del aparato.

-Ja, ja. Asia es muy grande.-Su ambición está acorde a las

distancias. O quizá son las distancias las queestán acordes a su ambición.

-¿Pero estás preocupado de verdad?  – rió el amigo-. ¡Por favor! Las relaciones entreEuropa y la Liga Asiática son buenas.

-Te lo aseguro, ese hombre es un lobo,es el Lobo.

-No te vuelvas loco. Tu cabeza es un pétalo de flor de almendro flotando en unalaguna de miedo. Siempre necesitamos delmiedo, necesitamos temer a alguien. Si no

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tenemos nada realmente de qué temer,nosotros nos creamos nuestros miedos.

-En fin, no sé. Tal vez tengas razón.

Ho-Ching ya había acabado con los

arreglos de la vecina del amigo.-Me lo pagas, cuando te lo dé tu

vecina.-No, no cóbrate ahora, sino se me

olvidará.-Mira que a mí me da lo mismo.-A mí también.-Vale, pues siete yuans y cincuenta

céntimos.

-De todas maneras -dijo sacando eldinero-, gracias por tu confianza.-Por favor, ya sabes que el Lago de las

Flores tiene mucha hondura, pero no puedecompararse, Tao-che , con la hondura de laamistad que siento por tí.

-Muchas gracias, Ho-Ching, nunca hedudado de esa hondura. 

Ho-Ching abandonó su incómodo

taburete del mostrador y se sentó en su sillónacolchado con respaldo. Era el sillón situado

 junto a una mesa abatible, un tablero más bien, mesa fija en uno de sus extremos a la pared y que se bajaba hasta un tope. Allí,sobre ese tablero blanco solía comer sualmuerzo. Era la hora, así sacó unas tarterasde papel de plata y unos recipientes de

 plástico y los fue metiendo en un calentador

automático. Pulsó el botón.En los cinco segundos que se

demoraba calentar la comida se volvió a Tao-che y le preguntó:

-¿Te apetece una partida de kinai?-Buf, ahora no gracias.

En un armario del extremo del taller,estaba arrinconado un tablero de fichasrechonchas semejantes a pequeños budas. Los

 budas rojos y los dragones negros seguiríaninactivos, descansando, reposando, sobre sutablero hexagonal de mármol, tablero consemicirculares hendiduras para las piezas.Seguirían inmóviles las rollizas fichas

sonrientes y los dragones escamosos porqueal amigo del técnico sólo le gustaban las

 partidas crepusculares. Jugar antes, lo hubieraconsiderado un vicio anticonfuciano, una

 pérdida de tiempo y algo que hubieradesequilibrado su buena energía. Jugar antesdel atardecer acumula mala energía en el ying.La gracil campanita del calentador de comidase dejó oír, un tintineo breve. La comida

estaba a punto, en su temperatura justa.El técnico fue colocando sobre sumesa los recipientes. No invitó a su amigo. Suamigo nunca comía allí, siempre lo hacía un

 poco más tarde en casa, con su esposa.

El mecánico comencó a comer.Aquella comida no le entusiasmaba, siempreera parecida. Pero debía conformarse conaquel envase de setas salteadas con bambú,

con aquellos trocitos cuadrados de cerdo;cerdo otrora feliz y ahora untado con salsaagridulce. Las manos del técnico unosminutos antes ocupadas en asuntos defusibles, cables y tornillos, ahora aderezabanla carne con la salsa traslúcida ligeramenterosada. Espolvoreaba brotes de soja sobreunos largos fideos de arroz calientes yhumeantes. Su amigo Tao ya había observado

desde la silla, aquella operación muchasveces. Ho-Ching ya estaba muy acostumbradoa realizar aquella operación siendo observado,estaba acostumbrado a comenzar a comer sindecir nada, sin invitarle, sin ponerse nervioso

 por aquellos ojos que le observaban.-Lo de Europa me preocupa.Tao tornó a sacar el tema. Lo dijo

mientras miraba a la parte superior en que la

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 pared se juntaba con el techo. Lo comentabacomo algo largamente meditado.

Ho-Ching masticaba con energía sus pálidos y trasparentes fideo. Bebió un poco desaque, abrió su galleta de la suerte.

Detrás de las más oscuras nubesde la peor tormenta

siguen luciendo mil soles

Mascullándolo entre dientes, lecomunicó al amigo el contenido del exiguo ydoblado papelito de la galleta. Tao era curiosoy siempre quería saber qué decía el mensaje.Bien, pensó, esta vez la galleta no me promete

 pasiones amorosas, ni peligros económicos.Es una galleta poética. Miró a la pobre galletaquebrada que había exhalado su lírico recado.El mecánico seguía silencioso, no era muyhablador. Pero en su silencio seguía dándolevueltas al último asunto de la política delViejo Continente. Ese asunto y la hipotecaeran los dos temas que más le preocupabandel mundo.

-Mira lo de Europa -dijo Tao tirando el papelito que había cogido para leerlo, no sefiaba- te puede volver neurótico. Esto es una

 balsa de aceite, una laguna tranquila mecida por la brisa bajo los rayos del sol. Lasconmociones europeas ni nos van, ni nosvienen.

-Ya -dijo sin convicción el mecánico.-Las llanuras de Asia... -prosiguió Tao

arqueando las cejas-. Nadie se ha ceñido

 jamás la corona de Asia. Europa es un meroapéndice de Asia. Mira el mapa y verás que esverdad lo que digo. Un mero apéndice.

El mecánico hizo un sonido gutural deasentimiento.

Tao, acostumbrado a las pocas palabras de Ho-Ching sacó el periódico quellevaba en su anorak, lo llevaba hecho un tubo

y metido en un bolsillo hasta la mitad. Tao se

 puso a leerlo en silencio. Ho-Ching siguiócomiendo también en silencio. En esemomento un largo fideo colgó de su boca paracaer, después de alguna vacilación, sobre sucamisa y finalmente al suelo, no sin antes

manchar un poco su pantalón. Fue entonces,limpiando con la servilleta de papel laincómoda salsa de la tela de su camisa, la telaque cubría su pequeña barriga, cuandorecordó para más INRI la clásica sentencia delLum Yu, el que sabe mantener un porte digno

aun cuando se halla entre sus amigos,

conseguirá que sus más íntimos amigos

 sientan un gran respeto hacia él .

-¿Has visto ya Minority?-No -respondió el técnico-, ya casi

nunca encargo películas de pago, siempre voya lo que dan en abierto.

-Mira lo que dice aquí. Es un thriller policíaco sin demasiado trasfondo, estilodescubre-quién-es-el-malo-en-todo-este-lío.Además, es un film acuchillado, remendado ymaquillado para que los “simples”  puedan

identificarse con el protogonista, y salir delcine con la sensación de haber amortizadoadecuadamente la entrada tras un finalestilo...y-comieron-perdices, y entenderlo"todo" rapidísimo, sin más complicaciones.

-Burrr -resopló, no pensaba verlo detodas formas.

Tras un par de comentarios

intrascendentes y varios silencios más, Tao-ché se marchó a casa a almorzar. Ho-Chingvolvió a su trabajo. Siguió trabajando doshoras más. Vinieron catorce personas durantela tarde. Una tarde aburrida, sólo amenizada

 por las baladas dulzonas de Los Mr. Sandman. Mr. Sandman, give me a dream....

A eso de las cuatro habían venido lashermanas Namyoi, las dos de movimientos

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mesurados y una cierta gracia un pocoinfantil, y eso que habían sobrepasadoampliamente al ecuador de la vida.

-¿Ha cambiado de peinado?  – le preguntó amable él.

-No  – contestó la aludida con unamirada pícara.

-¡Ha cambiado de color! -constató consorpresa el técnico, o por lo menos fingiósorpresa mientras buscaba su secadora.

-Me he teñido. El tinte rubio va máscon mi personalidad  – respondió ella con malocultada satisfacción.

Tras eso le explicaron que ayer habían

ido al teatro. Todavía les duraba elentusiasmo. Con pasión, allí, delante delmostrador, recitaron algunos pasajes de laobra: He aquí la cuestión. ¡Morir... dormir, nomás! ¡Dormir!... ¡Tal vez soñar!

La rubia teñida recitaba con tal pasiónque su hermana, en cuanto acabó, añadió un

 pasaje más no con menor entusiasmo: ¡Oh,

me muero, Horacio. El activo veneno subyuga

 por completo mi espíritu. Mientras tanto, Ho-Ching apuntaba los datos de la factura en elarchivo del ordenador y les metía con ciertaindiferencia la secadora en una bolsa. Perouna de las hermanas estaba tan entusiasmada,que justo antes de darles la factura añadió:

-Y después es cuando dice: ¡Ahora

estalla un noble corazón! ¡Feliz noche eterna

amado príncipe, y que coros de ángeles

arrullen tu sueño! Aquellas mujeres le obsequiaron a

Ho-Ching con unos jugosos chismes devecindario, así como un par más defragmentos de la velada teatral que tanto leshabía entusiasmado. Cuando se marcharon,Ho-Ching tuvo la sensación de que ya nonecesitaba ver la obra, había asistido a larepresentación allí mismo, por lo menos había

asistido a la esencia del drama. El técnico prosiguió con su trabajo.

Lo más interesante de la aburrida tardehabía sido la visita al taller de un agente de

 policía preguntando si sabía algo acerca de un pellejudo. Los  pellejudos en el argot eran losadictos a tetranovocaina-d. La ley era muyestricta en West-China. El imperio de la ley,era bastante razonable, de ahí que hubieraseguridad en las calles. Con penas altas ycámaras de vigilancia por todas partes, uno

 podía recorrer aquellas galerías a cualquierhora del día o de la noche con una razonable

tranquilidad de no ser víctima de ningúndelito. El agente que entró en el taller parahacer preguntas vestía de paisano, aunque sehabía identificado. No sólo le preguntó,también sacó una minibolsita de plástico y lemostró una escama.

-Es una escama artificial. ¿Sabe dealguno de sus clientes que tenga algún juguete cibernético que pueda estar recubierto con

este tipo de escamas con este número deserie?Ho-ching miró una vez la escama, la

volvió a mirar, la puso un momento bajo laluz ultravioleta de su microscopio electrónico.Le respondió con la típica sonrisa oriental,con la mirada dejó claro que no. Aunquedespués le comentó que un cierto turco queregentaba un local, sí que podía tener algo deeso, algún ejemplar de ofidio biónico. El

agente de la gabardina sin mostrar muchaalegría se metió la bolsa con la escama en el

 bolsillo de la gabardina.Cuando se marchó el agente Dekgn-

ergn, la viejecita que había estado presenteapoyada en su bastón y que aguardaba a queel técnico le entregara la factura de lareparación, le dijo preocupada:

-He oído rumores.

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Ho-Ching puso cara de escepticismo,tenía esa cara de excepticismo incluso antesde escuchar nada de aquella viejecita.

-He escuchado cosas -prosiguió laanciana acercándose más al mostrador,

aproximándose más a la cara de Ho-Ching-.Los... los vampiros.

-Por favor, señora. ¿Todavía con esashistorias?

Existían rumores de que en las galeríasmás internas y oscuras del complejo deedificios del sector AG-4, el sector Tou-shin,existía una raza de vampiros. La historiarondaba desde hacía más de un cuarto de

siglo. Nadie sabía muy bien dónde habíanacido aquel cuento, pero los rumores pervivían a pesar de todos los desmentidos.

-Sí, sí, no es lo que piensa, es unaenfermedad -insistía la señora-. No seconvierten en murciélagos, ni nada de eso.Pero necesitan la sangre, o por lo menos lesgusta. No son monstruos, son humanos, peroen busca de sangre.

-Los periodistas de lo amarillo les van

a volver locos a mujeres como usted quedeberían vivir tranquilas.

Lo que decía Ho-Ching no convenciólo más mínimo a la terca anciana. Sinembargo, tenía razón el técnico. Aquellosrumores eran completamente falsos, pero sehabían afincado tan bien en el subconscientede los habitantes de la capital que yaformaban parte del equipaje de sus miedos.

-¿Por qué me niega tan rotundamenteque en una ciudad de ochenta millones dehabitantes no puedan correr por nuestrascalles diez o veinte vampiros? -la viejecitainsistía, educadamente, pero con tozudez.

-Mire, yo no niego nada. Pero confíoen la policía. Y el departamentometropolitano de policía dice que tal cosa esun bulo.

-¿Qué otra cosa van a decir ellos?-Bueno, señora, ¿quiere alguna cosa

más?Ésta era una forma de decirle que tenía

trabajo. Normalmente no hubiera sido tan

descortés, pero le constaba que aquella mujerno sólo creía en vampiros, sino que tambiénse dedicaba a esparcir rumores sobre simplesmortales. Y él, al igual que los vampiros,también había sido objeto del interésmurmurador de la anciana. Por lo menos esoera lo que había llegado a sus oídos. De ahíque cuando la anciana se marchaba del local,el mecánico le dijo a sus espaldas desde el

mostrador:-Y recuerde que aquí se repara todocon materiales de primera calidad.

La anciana no se volvió. Hizo cómoque no había oído. El mecánico no queríahabérselo dicho, pero al final no se habíaaguantado. Eso sí, con una sonrisa agridulce,como la salsa, sin acritud. O por lo menos nocon acritud al 100%. Se lo había dicho sin ira

 porque, como enseña el Primer Libro de

Confucio, cuando nuestro espíritu se haya

turbado por cualquier motivo, miramos y no

vemos, escuchamos y no oímos, comemos y no

 saboreamos. 

Ho-Ching prosiguió su paciente tareade reparar durante una hora más. Después delas seis decidió que ya era hora de marcharse.Así que cerró el negocio. Bajó una fuerte

 puerta metálica sobre la doble puerta decristal, la bloqueó con cuatro cerrojos, unosmecánicos y otros electrónicos, y se fue a sucasa. Su piso estaba cerca, a cien metros dedistancia por aquella galería ancha y alta quesemejaba una calle. Y después de los cienmetros, había que subir diez pisos, hasta lagalería cincuenta.

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Abrió la puerta de su vivienda, nadamás hacerlo se encendió automáticamente laluz de su interior. En cuanto atravesó elumbral, un pequeño perro faldero de pelo

 blanco se acercó a recibirle con la lengua

fuera, ladrando, moviendo la cola, nervioso,feliz. La casa de Ho-Ching, allí estaba su

 pequeño trozo de paraíso, el lugar de sudescanso para cada día que llegaba a su fin.Un piso reducido, aunque suficiente: salón,cocina y habitación, una; eso era todo. Elsalón cuadrado, con ese alegre desorden quereinaba en el taller. Lo primero que elmecánico hacía nada más llegar a su casa era

acariciar al perro, revisar sus peces, sus dos peces tranquilos en una gran pecera triangularsituada en una de las esquinas del salón. AllíTon-shun y Don-shun buceaban

 beatíficamente abriendo y cerrando sus boquitas.

Y después iba a rascar un poco a suhiang. El hiang de un palmo de longitud,gordito, levantaba su trompita rosada hacia sudueño. El hiang era uno de esos productos de

laboratorio que se vendían ahora por todas partes. Diseñado como animal de compañíaen un laboratorio de manipulación genética,tenía un carácter bondadoso, siempresonriente, aunque con un cierto toque demelancolía, de piel suave, sin pelo alguno.Aquel hiang de un palmo de longitud, con suscuatro patitas de tres dedos cada una y sutrompa miraba a Ho-Ching desde el fondo de

su caja como recordándole que era su hora decomer. Aquel bicho hervíboro, cariñoso ymelancólico, con cara de enclenque pero muyhigiénico, no acababa de hacerle muchagracia a su dueño. Al bicho le encantaba quele rascaran. Cuando su dueño le rascaba detrásdel cogote o en la panzita se revolcaba feliz.Pero el dueño lo hacía con un poco deaprensión. Lo había comprado en un impulso,

 pero no acababa de adaptar sus sentimientos a

un producto tan artificial. Ho-Ching le echóun poco de pienso en el cacharro de plásticoque hacía las veces de bebedero y comedero.La mascota, sin remordimientos, dejó aldueño y se concentró en la comida.

El técnico se fue a la nevera. Allí, bienetiquetados, destacaban los envases concomida china, tailandesa y sushi. Hoy sacó losúltimos recipientes que le quedaban con algode comida coreana. Con toda calma fuesacando esos envases, los calentó, los puso enla bandeja, se fue al sofá, encendió latelevisión y se puso a cenar. Todos los días lamisma rutina. El trabajo, los peces, el perro

faldero, el bicho   genético, la bandeja decomida, la televisión y a la cama.   El ChungYung o Doctrina del Medio afirmaba desdehacía milenios: cuando el centro y la armonía

han alcanzado su máximo grado de

 perfección, la paz y el orden reinan en el

cielo y en la tierra. Sí, sin ninguna duda, allíen ese sofá, Ho-Ching alcanzaba cada día sumáximo grado de perfección y paz.

En medio de esa paz hizo zapping

durante unos minutos y después, sin muchoentusiasmo, dejó puesto un reportaje sobre lavida submarina en los arrecifes de Australia.

Una hora después de aburrido ycolorido reportaje, Ho-Ching se levantó ysacó su álbum de fotos. Apoyó su amadísimoálbum encuadernado en piel sobre el sofá parahojearlo. Ese álbum era su baúl de los

recuerdos, el cofre de su más querido tesoro,entre sus páginas gruesas moraban susrecuerdos. Sus recuerdos petrificados enforma de fotos. Si en el álbum había cientosde fotos, en una caja, imitación de marfil,guardaba muchas más. Las fotos se sucedíanunas veces sin concierto, otras fotos seamontonaban en grupos y sucesiones que sólola memoria de Ho-Ching conocía. Su vidaestaba toda ella en ese álbum y en esa caja.

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 No era infrecuente que después de cenar aquelhombre soliera sumirse en sus recuerdosmirando esas fotos. Cada foto era una porciónde su vida. Cada foto era irreemplazable. Selevantó a preparar un poco de chong-cha, un

té rojo, al limón, como le gustaba, y regresó asu sofá, a sus fotografías y a sus recuerdos. El

 piso de sesenta metros cuadrados se iluminóde recuerdos y aroma de té, el tiempo seguíatranscurriendo a su ritmo usual, impasible alas emociones de Ho-ching y sus fotos.

Eran casi las diez de la noche, otro díatocaba a su fin. Ho-Ching se puso el pijama y

se dirigió a la cama. No la había hecho por lamañana, así que se metió en medio de lassábanas arrugadas. Se metió en ella con laresignación del que sabe que otra jornadaacababa. Otro día más. Mañana le esperabanen los estantes más aparatos para serreparados. En realidad ya le estabanesperando esa noche, aguardándole en lossilenciosos repisas de su taller, durmientes,cada uno con su avería, cada mecanismo con

su desarreglo interno. A veces, Ho-Chingtenía la sensación de que era toda su vida laque tenía que ser reparada. Pero qué se podíaesperar de un pobre hombre solo y soltero queno aguarda nada de la existencia. ¿Por quédebía albergar ilusiones respecto a la vida? Sevolvió a levantar. Tenía que ir un momento alaseo. ¿No era ese ansia por las ilusiones laque formaba olas de intranquiliad en el

estanque de su rutina? ¿Para qué incluirnuevas zozobras en su pacífica existencia? En

 pijama azul celeste, desde el lavabo, inició el breve trayecto hacia su cama deshecha. En elsalón, el perrito blanco ya se habíaacomodado en su alfombra mullida apoyandosu peluda cabeza. Los peces no tuvieron queapoyarse en ningún sitio, dormitaron en laoscuridad de sus aguas, en su blando ymojado lecho de agua. El hyang también

acabó por cerrar sus ojos. Aunque pocodespués al pobre animalito le atacó un accesode hipo.

Ho-ching se durmió. Después de pasarse el día arreglando artefactos, disponía

de unas horas para soñar. Aunque no solíahacerlo. O si lo hacía no lo recordaba. Quizáno tenía subconsciente. Tal vez una vida tansencilla, tan plana, tan carente de ambiciones,tan carente de temores, no necesitaba desueños. No pedía más a la vida. Quizá por esolas pesadillas habían huido de sus sueños. Enrealidad, nunca hubo pesadillas. La oscuridadreinaba en su habitación, en su piso, Ho-ching

dormía feliz y tranquilo.

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Cielo Veneciano............................................

Aquella noche Ho-Ching soñó. Soñócon un campo sobre el que caía una lluviamenuda de hojas de ginkgo. Las hojas quecaían de las dulces ramas iban punteando deamarillo aquel amable prado. Un leve viento,como un hálito húmedo y perfumado, recorríaesos troncos lisos, delgados y no muy altos.El técnico recorría aquellos parajes amenos.

Los transitaba dichoso y con el corazónsereno, bajo la tenue luz de esos momentos dela tarde previos al atardecer. Caminaba sobrela hierba bajo la luz todavía clara aunquecercana a ese punto en que pronto van a

 principiar los tonos crepuscularesanunciadores de un ocaso inevitable. Sumente se concentraba en el silencio reinante,en el revoloteo de las hojitas arrastradas poraquel céfiro. Atravesó aquel paraje delicioso

durante no poco rato, hasta llegar por fin a unclaro que era el final del bosquecillo.

A poco trecho del fin de la arboledacomenzaban las callejuelas de una Venecia

 bastante irreal, casi celestial. Hacía poco quehabía visto en televisión un programa sobreVenecia. La ciudad que contemplaba ahora,en la que se internaba, era una Venecialuminosa, de paredes recién pintadas, de

aguas cristalinas, de palacios renacentistaslimpios de polvo y siglos, las góndolasdoradas, casi barrocas, recorrían aquelloscanales bajo cuyas aguas se entreveían bancosde pececillos color escarlata, peces aleteandoen un agua transparente que se podía beber.

Ho-Ching a pie recorría los retorcidosy zigzageantes pasajes cercanos a los canales.Cruzaba puentecillos, doblaba esquinas paradescubrir más y más sorpresas. La última, las

 bellas cúpulas de la basílica de San Marcos.Varios perrillos falderos de pelo blanco(iguales a su querido Makiko) recorríanfelices aquellos mismos pasajes cada uno enuna dirección. Los canales con sus peces le

recordaron su pecera, allí estaban su Makiko,cientos de satisfechos y juguetones Makikosmoviendo sus colas, jadeando de alegría consus lengüecitas al aire. Ya sólo faltaba algúnhyang.

Mientras pensaba eso, decidiócontinuar su recorrido sin seguir paseando.Así que se puso a volar. Saltó hacia arribacomo el que va a dar un salto, como el que se

arroja a una piscina, y comenzó a bracear,como si nadara, como si nadara suavemente,extendiendo los brazos hacia los lados, a

 braza. Poco a poco, apaciblemente, se fueelevando, aunque no muy alto. Nadaba a unosdiez metros de altura por las callejuelas, sobrelos canales, entre los palacetes. Braceaba enun aire que, aunque sutil, era como blando. Lasensación de nadar en el aire constituía la más

 placentera sensación de su vida. Había soñado

otras veces que volaba. Pero ésta era de lasveces en que la experiencia resultaba de lasmás reales. No quizá la que más, pero todoresultaba muy sensorial.

De pronto, a lo lejos, como si de unagran y lejana montaña se tratara, entrevió ungran Buda. Le sonreía sentado en la posiciónde flor de loto. Con las manos en sus rodillas,con su barriga, con su paz beatífica, le miraba

a él. A él, como si fuera un pequeño insecto,un pequeño y frágil ser vivo volátil. Ho-Chingconfiado voló hacia él perdiéndose en unasucesión de algodonosas y níveas nubes querecordaban un típico paisaje de tintas suavessobre hojas de papiro. En esa inmaculada yesponjosa blancura se perdió el sueño. Oquizá más bien en esa blancura se perdió, másque el sueño, la consciencia de estar soñandoen medio de un sueño. Allí se perdió, se

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sumergió la consciencia del sueño y susoñador. Ho-Ching soñando soñó que soñaba.Y se abandonó al candor de esa blancura dedelicadas nubes etéreas.

Sí, por fin alcanzaba la fuente del

verdadero soplo de vida, el torrente perdurable del atman. Por fin el verdadero yode Ho-ching se hallaba con el sublime arroyode la pureza y el nirvana. Allí, en ese supremorefugio libre de las ataduras, lo no-esencial yano era visto como esencial por el ojo

 purificado de Ho-ching, y lo esencial ya noera visto como no-esencial por su juicio. Y se

 perdía en medio de aquella blancura leve y

ligera como el tacto del pétalo terso de unatierna flor que se acaba de abrir por vez primera al amanecer de su primera mañana.

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Fromheim Imperator  .................................................

4 de agosto de 2185

Las dos mujeres de mediana edad eranconducidas por uno de los encargados de

 protocolo de palacio. Una de ellas, la demelena corta de pelo lacio y cortadoformando una línea muy recta, era una de lasforjadoras de opinión más influyente delmundo periodístico europeo: LoreleinBogazkkoy. Aquella oriunda de Edimburgoera la autora de unas columnas de opinión tanadmiradas como temidas por todos aquellosen los que ella fijaba sus ojos y su opinión. Laotra mujer, a su lado, oriunda de Varsovia, deojos clarísimos, azules e inteligentes:Angélica Desclée. Considerada cada año entodas las listas como una de los diezintelectuales más prestigiosas del Viejo

Continente.Las dos mujeres y el encargado de

 protocolo atravesaban callados aquellosmarmóreos pasillos. La antesala del despachode la máxima autoridad de la RepúblicaEuropea estaba decorada con variadasestatuas y bustos de estilo neoclásico. Elmonótono suelo recubierto por regularesrombos negros y blancos a trechos estaba

amenizado con variaciones geométricas, asícomo por algunos mosaicos. Unas pocas sillasde madera oscura situadas junto a las paredes

 permitían sentarse a las visitas en esa antesala.Aunque las sillas eran tan nobles quetemieron que quizá se tratara tan solo demeras piezas de decoración. Funcionales omeramente ornamentales, las sillas, y los

 bustos, estaban bañados por la luz clara delexterior que entraba por una gran claraboya

cuadrada situada en la parte superior de laantesala.

 Nada más llegar a esa antecámara, lasecretaria sentada allí se levantó de su mesa

 para saludar a las recién llegadas. Mientras el

que las había guiado hasta allí se despedía. Enese momento del saludo y de la despedida,atravesó el lugar una formación de catorce

 pretorianos que se dirigían hacia el Ala Estede Palacio. De la misma manera que en siglos

 pasados Buckingham había contado con suGuardia Real, ahora la Guardia Pretorianaestaba encargada de la defensa del lugar. Lasdos mujeres vieron pasar a los soldados con

sus capas negras, sus yelmos y sus corazas.La Guardia Pretoriana constituía tanto unelemento estético de aquel lugar oficial, comouna eficiente fuerza militar acantonada

 permanentemente en Palacio. Los más de dosmil efectivos que custodiaban el perímetro yel interior, formaban parte del paisaje

 palaciego. Protegidos por sus gruesas corazasantibalas, armados con sus pesadasametralladoras, engalanados con sus capas y

yelmos, eran todo un símbolo de poder. Peroun símbolo que protegía de un modo efectivo.Las botas de la guardia palatina resonaronsobre los mármoles de la antesala mientras sedirigían rutinariamente en dirección a los

 puestos de los hombres que iban a relevar.Aquel relevo debía pasar por esa

antesala porque el despacho y el resto delsector privado formaban una especie de

corazón del Palacio al que sólo se podíaacceder por un único trayecto a través dedistintos círculos concéntricos. Círculos asídiseñados para poderlos clausurarrápidamente a través de un sistema de puertasacorazadas.

La secretaria les dirigió directamentehacia la puerta del despacho del ConsulMáximo, Fromhein Schwart-Menstein. ElCónsul estaba sentado en su mesa, en cuanto

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las vio entrar se levantó y se dirigió haciaellas con una galante sonrisa.

El Cónsul, Jefe de Estado de laRepública Europea y uno de los magnatesmás ricos de ésta, iba vestido como un

ejecutivo. Su traje de una pieza, ceñido alcuerpo, según la moda, le daba un aire dehombre práctico, de funcionario. Ni un sóloadorno, ni un sólo atavío sobre la sobria telade tonos negros, ningún signo de pretensión,ni siquiera un anillo en sus dedos, sólo un

 perfecto traje cortado a medida. Su únicoornato era esa sonrisa de político de casta ensu cara. Su mano ya se adelantaba para

estrechar la de las dos mujeres que habíanentrado para entrevistarle, porque se tratabade una entrevista.

Durante las primeras frases decortesía, las dos mujeres no pudieron evitar elmirar, como quien no quiere la cosa, eldespacho. Y más que mirar, radiografiaban.La mirada de ellas era una mirada entrenada afijarse en los detalles, las dos estabanadiestradas por el oficio a memorizar y

analizar. Lorelein y Angélica llevabanmuchos años de columnas de opinión sobresus espaldas. Y aquel despacho, el despachooficial de la máxima magistratura delContinente, era un lugar donde muy pocas

 personas podían contar que habían estado.Pocos podían decir a sus amistades quehabían disfrutado del privilegio de haber

 podido ver personalmente ese despacho.

La belleza de líneas de aquel grandespacho era magnífica. Las pocas cosas quelo decoraban, soberbias. Una de las paredesdel despacho estaba acristalada. Un dintelsostenido por ocho cariátides enmarcabavarios ventanales que dejaban ver una vista

 panorámica, insuperable, de la Urbe. Losrascacielos del Foro, los edificios de lasgrandes firmas bancarias, el océano deviviendas que llegaba hasta donde se perdía la

vista, todo estaba detrás de los ventanales deese despacho.

Las insustanciales frases que se suelenintercambiar al comienzo de cualquier visitacontinuaban. Pronto les invitó a tomar

asiento. La conversación arrancó enseguidaabordando un cuidadosamente escogidoramillete de temas pertenecientes a loscomplejos ámbitos de la política nacional.Durante media hora diseccionaron todo tipode asuntos. Desde los de más peso hasta lasmenudencias. Fromhein era el mejorimprovisador del mundo. La sucesión de

 preguntas y respuestas fluía con inteligencia

 por ambas partes. Angélica quiso hacer un pequeño alto en el camino, un inciso en laconversación, y comentó:

-Curioso, un solo cuadro en todo eldespacho.

-Pues sí.Las superficies de todas aquellas

 paredes estaban decoradas por un solo cuadro.Fromheim y la otra periodista miraron desdesus asientos el gran óleo sobre lienzo de 9

metros x 6 metros. Una magnífica obra deJacques-Louis David que representaba lacoronación de Napoleón. A las dos periodistasles faltó tiempo para comenzar a deducir atoda velocidad conclusiones del hecho de queése fuera el único cuadro en la sala.

-¿Posee para usted algunasignificación? -preguntó Lorelein.

Fromhein se sonrió.

-Antes de que se haga una ideaequivocada del por qué de la presencia de esecuadro aquí -respondió-, le diré que estelienzo debería haber llevado colgado de esa

 pared más de treinta años. Fue una idea delcónsul Isenwalstad el colgarlo aquí. Porcuestiones que serían largas de explicar, elencargo se retrasó y se volvió a retrasar. Yfinalmente no se llevó a cabo. Cuando me

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enteré del proyecto, me pareció una excelenteidea y por eso lo puse aquí.

-Pero no es el original, ¿no?-No es el original. Se trata de una

reproducción exacta. Pintada perfectamente

igual, centímetro a centímetro, pintada por elgran Yoboznov.

-No obstante, la pregunta sigue en pie.¿Tiene para usted alguna significaciónespecial?

La plácida respuesta de Fromhein fue:-Una composición pictórica de tal

 belleza, cargada de tantos simbolismos, esdifícil que no tenga alguna significación para

cualquiera. El mero hecho histórico no dejaindiferente a nadie. Tal vez el cuadro querepresenta un mero paisaje o un rostro o unasimple embarcación sí que puede dejarindiferente si no te gusta el paisaje, el rostro oel barco. Pero la coronación de un oficialcomo emperador de una Francia cuyarevolución había acabado con la monarquía,es un hecho que no puede dejar indiferente anadie que esté dotado de la capacidad de

 pensar. Refiriéndose a este hecho histórico nosé quien preguntó, ¿resistió el globo? -las dos

 periodistas rieron-.  Además, el cuadro está plagado de simbolismos.

-¿Qué simbolismos? -preguntósinceramente Lorelein que no encontrabaninguno más allá de la mera representación deun hecho histórico. Si bien Fromheimsospechó que, en realidad, quería sonsacarle

algo con esa pregunta.-Son simbolismos muy sutiles, por ello

tanto más valiosos – respondió el Cónsul.Lorelein dejó de mirar el cuadro y se

volvió a su entrevistado con una mirada deinterrogación.

Éste le sonrió y le explicó:-Fíjese en que el Emperador se corona

a sí mismo. No es coronado. No quiso serlo porque no fue investido por nadie. Obtuvo el

 poder. Alcanzó ese cetro por sí mismo. Poreso no quiso ser coronado, sino coronarse.Pero quiere hacerlo en Notre Dame y ante la

 presencia de Pío... bueno, ahora no meacuerdo qué sumo pontífice es el personaje de

 blanco sentado detrás de él. Repare en la carade desdicha y resignación de ese Papa. Fíjese,además, en que las miradas de todosconvergen en la corona que sostiene en alto

 Napoleón justo antes de colocársela sobre lacabeza. No pase por alto la cara de ambicióndel clero presente, todos ellos miran esacorona con codicia, o al menos confascinación. Observe el gesto de satisfacción,

¡de satisfacción y entregada admiración!, delos servidores del Régimen que presenciaronel acto. Acto que fue preparadocuidadosamente, hasta en sus más mínimosdetalles. Napoleón se colocará la corona sobreuna cabeza que ya está ceñida por los laureles.En ese momento, entre la "Sagrada MajestadImperial" y los "ciudadanos" se había cavadoun abismo.

El Cónsul sonrió e hizo una pausa. Las

dos periodistas estaban hechizadas ante laimpresionante escena allí representada. Lasdos estaban pensando que tenían materialsuficiente para escribir el artículo mejor desus vidas. Fromheim continuó:

-Podría seguir hablando sobre estecuadro durante... media hora. Este lienzo esun capricho de coleccionista. Un capricho deuno de mis predecesores. Pero soy tan

entusiasta del cuadro como el que loconsiguió para este despacho.

-Sabemos que usted tiene su propiacolección privada de cuadros.

-Éste no es un cuadro para unacolección. Él mismo ya vale por unacolección. Costó una fortuna.

-¿En cuánto está valorado esteYoboznov?

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-No tengo ni la más remota idea -mintió Fromheim con una encantadorasonrisa.

-Sí, ahora que me fijo en él, es comouna foto de esa época, una foto de sus ideales

-comentó Lorelein.-Ciertamente -añadió Angélica.Fromheim, ante la sincera admiración

de sus invitadas por el lienzo, comentó conagrado:

-Además, esta escena es todavía másinconcebible cuando pensamos que hasta eldía precedente a la coronación, aún laSagrada Majestad Imperial  era un ciudadano.

El mismo pintor en sus primeras obras refiereun espíritu republicano, mientras que en estecuadro ya apoya manifiestamente la grandezaimperial. Presta a los detalles la mismaatención meticulosa que un escultor romano.Su composición se caracteriza por la

 predominancia de las líneas verticales y usalas horizontales para sugerir estabilidad. A

 pesar de los detalles, su trabajo da unaimpresión de austeridad; su sentido de los

colores da luz a sus obras.-Observo que es usted un verdadero

experto en el cuadro.-No se extrañe, trabajando aquí lo veo

continuamente -respondió sin dar másimportancia a sus conocimientos-. Además,he invitado a venir a los mayores expertos enla materia para que me hablaran de él. Es unverdadero placer para la vista tenerlo todos

los días frente a mis ojos.En realidad, frente a la mesa del

despacho de Fromheim estaba la puerta deentrada, y el lienzo estaba en la pared de suderecha. Los ventanales con la vista de laUrbe a la izquierda.

-¿Saben? -continuó el Cónsul-. En suceremonia de coronación, sin siquierasonrojarse, Napoleón dijo:  He sido llamado a

cambiar el rostro del mundo. ¿Y todavía me

 pregunta usted, querida Angélica, si estelienzo de nueve metros tiene algunasignificación para mí? Es un cuadro que no

 puede dejar indiferente a nadie.Todos se sonrieron agradablemente.

Había que reconocer que Fromheim eraencantador. Culto, refinado, nada pretencioso,de conversación agradabilísima. Él no es quefuese un político, era el político porexcelencia, un verdadero pura sangre. Hastasu apariencia física estaba a su favor. Susemblante, su perfil, sólo podía ser imaginadocomo el busto de un antiguo senador romano.Ante él, uno tenía la sensación de estar ante

una especie de Julio César.En la pared opuesta, detrás de las dosmujeres y el cónsul, enfrentados al cuadro, losventanales, con su visión panorámica de laUrbe. Las masas de los rascacielos máscercanos ofrecían una vista semejante a la decolosales fiordos. Mientras que a lo lejos lascúspides de las grandes edificaciones seelevaban hasta alturas impensables, como siuno contemplara una especie de bosque de

 picachos rocosos.Los tres siguieron charlando sobre el

cuadro un rato más. Fromheim, al quesiempre le encantaba hablar sobre este tema,en el que era un experto, comentó:

-Es curioso, fue a propuesta deltribuno Curée, cuando el Tribunato debióvotar la aprobación de una triple moción.Triple moción que implicaba varias cosas: la

concesión al Cónsul Bonaparte del título deEmperador de la República Francesa, laconcesión de la heredabilidad del título y del

 poder que implicaba ese título, y por último laencomienda de la salvaguarda de la libertad,de la igualdad y de los derechos del pueblo.Sólo Carnot votó contra la moción. Pocos díasdespués, también el Senado dio suaprobación. Y ese mismo mes los electores

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inscritos fueron a las urnas, que ratificaron por amplia mayoría la decisión del senado.

-¿Por qué dice que es curioso?-¿No se da cuenta? El tribunato, el

senado, la república francesa... esos

nombres... Esos nombres eran el recuerdo deque habían hecho una revolución para lograrla soberanía del pueblo, y ahora esa mismasoberanía decidía entregársela, regalarla, a unsolo hombre.

-Más bien deberíamos decir que lasoberanía decidía abdicar de su propiasoberanía -apostilló Angélica.

-Me es indiferente como quiera

denominar el hecho. Lo cierto es que el Poderdel Pueblo democráticamente decidió crear lafigura del imperator . Sobre este asunto de lademocracia cediendo sus propias libertadeshan corrido ríos de tinta. ¿Era lícito? ¿Le eslícito a la democracia tomar esa decisión?¿Por qué no? Si la democracia es libre, porqué no ha de tener libertad para tomar esadecisión.

Lorelein rió. Después comentó la

 periodista:-Ya veo que no pierde oportunidad de

criticar a los Estados Unidos.-Pues sí, creo firmemente que aquí en

Europa mantenemos una postura más pragmática, más realista que nuestros vecinosdel otro lado del Atlántico. La concentracióndel Poder es un hecho inevitable en laHistoria. La defensa de la democracia a todo

trance, a cualquier precio, puede convertirseen un dogma muy oneroso para el bien delmismo pueblo. Afortunadamente la RepúblicaEuropea ha ido evolucionando en la direccióndel sentido común. Creo que a este respectollevamos a los Estados Unidos medio siglo deventaja. Al final, también ellos han tenido queadaptar sus instituciones y hasta su mismaConstitución en la dirección de la efectividad.Pero lo único que han logrado con ir

retrasando ese tipo de decisiones y enmiendasa su constitución ha sido el hacer mástraumáticos esos cambios cuando ya no hantenido otra posibilidad que llevarlos a cabo.

A lo que Fromheim se refería era aque la República Europea, para acabar con lasgraves convulsiones de finales del siglo XXI,había optado por concentrar cada vez más elPoder, como único medio para restaurar elorden. La división de poderes, las garantías desalvaguarda de los derechos personales habíanido sufriendo no una merma continuada, sinouna reorganización en pro de la efectividad.

La conciencia de la población se había idodesencantando progresivamente de los idealesdemocráticos.

Y eso no era una vaga apreciaciónsociológica, sino que las estadísticasmostraban claramente que cada vez más loseuropeos lo que buscaban en sus gobernantesera que hicieran que el Estado funcionase.Hechos, no más discursos. Y como respuestaa esa demanda popular, la cúpula de

gobernantes se había ido conformando comoun cuerpo de funcionarios, como unorganismo endogámico que ante todo buscabaoptimizar el buen funcionamiento de losservicios del Estado a sus ciudadanos.

Angélica bien sabía las ideas delCónsul sobre el tema de cómo habíanevolucionado las instituciones de gobierno enla República Europea. Pero como sabía que

éste era un tema esencial en la entrevista, ledijo:

-Estados Unidos sigue manteniendo unmayor amor por la democracia en estado puro,¿qué les diría a los estadounidenses?

Fromheim con las manos a la espaldasin dejar de mirar por los ventanales hacia el

 paisaje erizado de cúspides de rascacielos,contestó:

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-Ya sabe, los dictadores han recurridomucho a los plebiscitos. Las votaciones

 populares pueden convertirse en un medioóptimo para hacer la voluntad del tirano. Lasvotaciones pueden llegar a ser un instrumento

 para doblegar al pueblo a la voluntad de unsolo ciudadano, o de un partido. El

 bipartidismo ha sido el gran tirano de lademocracia estadounidense. Un tirano

 bicéfalo que ejercía el monopolio de las tresramas del poder constitucional a base de una

 bien pactada alternancia en el Poder. Ésa erala realidad. Los ideales los dejo para los

 poetas. La realidad era ésa. La democracia

norteamericana llevaba enferma desde hacíamuchas generaciones. Y lo que era peor, laenfermedad se agravaba. Era una meracuestión de tiempo que se produjera elreajuste que ahora ya ha se ha experimentadoen su constitución. Pero en fin, siguenconservando sus votaciones para elegiralcaldes, gobernadores, y cámaras estatales.Sólo las votaciones para representacionesfederales han sufrido un lapsus temporal que

esperamos que pronto sea arreglado.-¿Y si no se arregla pronto? ¿Y si no

se restauran las instituciones en uno o dosaños?

Fromheim se volvió hacia ella ysonriendo contestó contundente:

-Lo importante es que la naciónfuncione, prospere y tenga orden. Por encimade leyes y papeles redactados hace siglos, lo

importante es que la nación funcione.-Ya pero...-No, no, mire si a usted le matan a su

hija pequeña, si cada día tiene miedo de salirde su casa, si observa impotente como eldinero se pierde a espuertas en laAdministración y las instituciones semuestran completamente inoperantes para

 poner coto a la situación, entonces llega unmomento en que usted diría: basta, ¡hasta aquí

hemos llegado! En Estados Unidos la figurade un presidente con poderes especiales puedeser impopular, pero resulta necesaria. Losnorteamericanos llevaban dando la espaldadesde hacía medio siglo a la realidad. Y al

final la realidad se ha impuesto. Por encimade los ideales. La alternativa es o un

 presidente con poderes especiales, o el caos yla corrupción creciendo sin que se vea el

 punto en que eso puede llegar a un límite. Alfinal, el norteamericano medio se ha dadocuenta de que la capacidad de aguante de unanación no es infinita, y han aceptado unasuspensión de algunos derechos la

Constitución. Eso es todo. No es ningunatragedia.-¿Cree que cada vez resulta más

aceptable la figura del presidente dotado de poderes especiales?

-Sí, cada vez resulta menos impopular.Porque los ciudadanos se dan cuenta de queésa es una institución que funciona. Loselectores poco a poco se van dando cuenta deque les han estado estafando desde hace años.

Lo que tienen ahora, era lo que precisaba lanación desde hacía mucho tiempo. Y al finalla democracia lo ha obtenido. ¿Por qué lademocracia, si es libre, no puede concederseeste remedio que tiene ahora?

Lorelein sabía de las muchasmaniobras que habían sido necesarias paraimplantar en Washington esa figura del

 presidente con poderes especiales. No había

sido precisamente el Pueblo el que habíaimplantado esa figura, sino la inactividad delPueblo. Pero consideró que no debía seguirincomodando a su entrevistado por esecamino. Miró la mesa de trabajo deFromheim: ordenada, amplia, con unoscuantos folios sobre ella, páginas de unoscuantos informes.

El periódico podía haber elegido a otra periodista para aquel artículo que ya le había

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dicho su jefe que iba a ser publicado en ocho páginas con fotografías de Sophia Werner. Lehabía costado toda la carrera periodística desu vida estar sentada allí. Podían haberescogido a otras muchas. Sí, no debía

incomodar al entrevistado. La entrevista conlas dos periodistas había sido fruto de unacuidadosa negociación entre su periódico y el

 jefe de prensa de Palacio. La entrevista conellas dos iba a tener gran trascendencia. Sí,había unos límites, que aunque invisibles, nodebía traspasar con sus preguntas. La espadade los valores republicanos se había mellado

 pero la vida continuaba. Siguió mirando el

cuadro durante la charla. Lo miró y lo volvióa mirar, observando que la que no participó enla gran fiesta, como siempre, fue la gran masade la población; para esa masa, la marginada,el Imperio significó principalmente elincremento del reclutamiento. La gloria de lasclases superiores siempre ha sido edificadasobre una carne de cañón sin nombre ni título.La historia se seguía repitiendo con increíbledescaro. La Historia no era acaso más que un

 plagio de sus capítulos antecedentes. Todo loque había ocurrido en la historia hasta esesiglo XXII se podía reducir, como diríaBorges, a catorce o veinte argumentos. Lodemás eran meras variaciones ycombinaciones temáticas. Y en medio de esascombinaciones, allí estaban ellas dos, alservicio del Poder, y además encantadas dehaber sido ellas las elegidas.

-¿Cómo le gustaría ser recordado porlas generaciones futuras? -esta pregunta deLorelein más que una inquisición periodísticaera más bien un modo de habilitar un espacio

 para la vanagloria.Fromheim rió moderadamente. Hasta

él mismo reconocía que se trataba de una pregunta excesivamente condescendiente.

-Cuando apareció el compendiodefinitivo del Código Napoleónico, el código

 jurídico que sustituyó a esa mezcla sin ordenque eran las leyes que procedían de la épocamedieval, exclamó:  He cerrado la sima de la

anarquía, he ordenado el caos. Si de algo mesiento orgulloso, si algo creo que me

sobrevivirá por varias generaciones, es elimpresionante esfuerzo que hemos hecho paradotar a este continente de un cuerpo jurídicosencillo, claro y unificado. Hoy en día existeuna misma ley desde las costas portuguesashasta el extremo oriental de las llanuras rusas-Fromheim se dirigió hacia su mesa, presionóun botón y de una ranura salió vertical un

 pequeño archivo metálico. Lo tomó y lo

sostuvo entre su dedo índice y pulgar. Eramuy delgado, parecía de acero. Mostrándolo alas dos mujeres dijo-: Aquí está toda la Ley.La entera República Europea, todos susterritorios asociados en Asia y África se rigen

 por el contenido de lo que sostengo entre misdedos. Aquí se halla todo cuadriculado,unificado, simplificado. Este mundo de leyesque sostengo es como una maquinaria que hasido optimizada una y otra vez.

Éste y no otro es mi gran monumento para la posteridad. Aunque para la poblaciónsea éste el más desconocido de mis logros.Esto es lo que la población menos valora,

 pero esto es lo que mejorará sus vidas durantemuchas generaciones. Hasta que en un futurolejano que se pierde en el horizonte del

 porvenir, aparezca otro estadista queemprenda la ardua labor de revisar,

 perfeccionar y volver a codificar lasañadiduras que se hagan en el futuro a estecuerpo legal -volvió a dejar el disco en susitio-. Yo lo he dejado todo simplificado.Otros volverán a sumar excepciones yadiciones. Alrededor de esta cuadrícula,volverá a generarse un bosque jurídicoenrevesado. Así es la Historia.

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-Si tuviera que elegir un modo de serrepresentado en un cuadro ¿cuál elegiría?, ¿ocon qué, o sobre qué?

-Esto no es una hipótesis para elfuturo, han erigido una estatua mía en una

 plaza de esta ciudad, cuando me preguntaronqué quería que colocaran en la mano de miestatua, si quería algo, contesté, sin dudarlo,que un rollo representando a la ley. Y en laorla de mi toga, una greca de águilas

 bicéfalas. Por fin las dos repúblicas unidas.-Evidentemente, sobre eso le quería

 preguntar también. Hubiera sidoimperdonable no hacerlo. Usted es el primer

hombre que ha logrado unificar los EstadosUnidos y Europa -dijo Lorelein-, ¿se sienteorgulloso de ello?

-Legalmente siguen siendo dosnaciones tan independientes como siempre.La diferencia con tiempos pasados es que la

 primera magistratura de ambos países esostentada por la misma persona, que soy yo.Pero de ningún modo quiero fomentarsusceptibilidades: las dos naciones siguen

gozando de su soberanía y de sus institucionesindependientes, sólo mi persona mi persona escomún a ambos Estados.

-Se le acusa de estar infiltrando ahombres de su confianza en la cúpula militarnorteamericana, en sus ministerios, en sufuncionariado. ¿Seguirán los Estados Unidossiendo independientes?

-Es un miedo comprensible. Sólo sé

que antes de mi elección Norteamérica sufríaun caos y una seguridad insostenible. Y queahora he devuelto el orden a los Estados. Escuestión de elección: elegir entre el miedoreal a salir a la calle, y el miedo a hipotéticasfuturas cuestiones de alta política.

-Lo que es incuestionable es que ustedha creado una concentración de Poderincreíblemente grande, el Estado más

 poderoso que ha contemplado la humanidaden toda su historia.

-Ciertamente he concentrado el Poder.La Historia lleva concentrando el Poder desdehace milenios. A mí me ha tocado ser el

 beneficiario de ese momento mágico eirrepetible que constituyó mi elección como

 presidente de los Estados Unidos ostentandola máxima magistratura europea. La unión seha consumado a pesar de los reparos detantos, sobre todo de allí, del otro lado delAtlántico. Los europeos eran más favorables ala unión. Ahora serán los que me sigan en estedespacho los que podrán emprender grandes

empresas con este Poder.-¿Usted no?-A mí me tocará en los próximos años

consolidar. Demostrarles a losestadounidenses que la unión beneficia atodos. No sólo a nosotros, incluso al mundo.El mundo con un poder fuerte será un lugardonde se podrán llevar a cabo políticasnecesarias, que hasta ahora por debilidad, porfalta de acuerdos, se iban posponiendo. De

momento hay que consolidar, reforzar losmuros de la unión.

-¿Y qué creen que harán sus sucesoresen este despacho?

-No tengo ni idea. Yo sólo heconcentrado el Poder.

-Arriésguese, ¿qué espera que hagan?Aventure alguna posibilidad.

-No sé, pero si tanto insiste... me

atrevería a aventurar que el mundo entero enlas próximas generaciones seguirá el caminoque han seguido nuestras naciones europeas.Todo se irá unificando, cuadriculando.Vivimos los coletazos finales de un planetaque hasta ahora ha sido mapamundi defeudos. Cada país tiene sus leyes, cada país seaferra a su sistema monetario, a sus fronteras.Cierro los ojos y puedo soñar ya con un

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mundo napoleónico, el sueño ilustrado, todo bajo el imperio de la razón.

Piense que las democracias dedistintos lugares del mundo desde hacegeneraciones han solicitado integrarse en

nuestra República Europea. En el marco denuestra república hace ya mucho que seaceptó a miembros pertenecientes más allá delas fronteras geográficas de este continente.Tres países de América del Sur y dos deAmérica Central, uno de Asia y, sobre todo,siete de África constituyen parte territorial denuestra república. Seguiremos andando poreste camino.

-Nuestro Estado hace ya mucho que hadejado de ser sólo europeo -dijo Angélica-, pero también hace ya tiempo que ha dejado deser república democrática para pasar a ser unestado senatorial.

-Cierto. Pero piense usted con lacantidad de países africanos y americanos quese han sumado a la Unión Europea, ¿creeusted que podíamos haber seguidofuncionando por la regla de que decidiera la

mayoría de la población? De esa manerasiempre hubiéramos dejado fuera a grandes

 países de otros continentes, porque algunos deellos tienen tantos millones de habitantes quehubieran supuesto la dictadura de su mayoría.Hubiera supuesto crear la unión para despuésentregarla a una mera mayoría extranjera quese hubiera acabado de unir. Piense usted enChina. Si ese país se hubiera unido a nosotros,

hubiera supuesto la conquista de todo elcontinente europeo. Hubieran tenido mayoríaabsoluta en todas las votaciones. No. Eramucho más racional implantar este sistemasenatorial, estable, ajeno a las veleidades delos votantes que se mueven a golpe decampaña electoral.

Las dos periodistas sonreían. Noestaban de acuerdo, pero respetaron los

límites que se habían autoimpuesto. Aun así,Angélica preguntó:

-¿Por qué no ha colocado sobre sucabeza algún tipo de corona o algún tipo decetro?

El Cónsul rió.-Sólo soy un servidor del Estado. Soy

el primer funcionario de la Nación. De todasmaneras si el Cónsul Máximo no ostentaningún símbolo es porque no lo necesita.Cuando tienes en tu mano el Poder, ¿para quétienes que proclamarlo? Afortunadamente, loscónsules máximos que me han precedido hanresistido hasta el día de hoy las tentaciones de

 barroquizar su status. Ya me ve -hizo un gestocon sus manos mostrando su persona-, voyvestido de un modo sencillo. Ninguna coronaha ceñido una cabeza del Viejo Continentedesde hace siglos, salvo alguna folclórica yregional excepción sin ninguna relevanciafáctica. Es cierto que las masas populares

 precisan de mitos y símbolos, y que lo que sedenomina por la prensa rosa como  Familia

 Imperial se está constituyendo como una

especie de dinastía Julia o Claudia. Pero no esde extrañar, dado el poder económico de esegrupo cada vez más cerrado sobre sí mismo.

Angélica llevaba unos minutosqueriendo hacerle una pregunta de auténticointerés personal para ella, pero no se atrevía.Finalmente, hizo un esfuerzo y dijo:

-Mire, le voy a hacer una pregunta quele pediría que respondiera con el corazón. La

respuesta que dé no saldrá de aquí. Se loaseguro. Ya sabe, usted, estoy segura, de quesoy demócrata. Siempre he defendido elretorno a las viejas votaciones para elegir alos gobernantes de la nación, y no sólo a losalcaldes y a algunos gobernadores.

-Conozco el historial de las dos. Poreso las elegí.

-También pienso que nos escogió, porque otorgándonos una gran oportunidad

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 periodística, padeceríamos algo de Síndromede Estocolmo.

-Es usted muy retorcida. Hubiera sidouna buena político.

-Bien, a lo que iba, respóndame con el

corazón, le aseguro que no escribiré ni unalínea sobre el tema. ¿A veces me preguntocómo se ha llegado a esto? ¿Cómo hemos

 podido perder los ideales que rigieronnuestras sociedades durante tanto tiempo y

 por los que tantos lucharon? ¿Por qué lademocracia ha evolucionado hacia elImperio?

Fromheim paseó por su despacho ocho

o diez pasos, cabizbajo, pensativo. Nunca se puede responder a la pregunta de un periodista con la excusa de que no saldrá a laluz. Por otro lado la pregunta resulta muyinteresante, casi tentadora. Ella era unaintelectual, al fin y al cabo. Una gran pregunta

 perfecta para una gran respuesta. ¿Tuvo unmomento de tentación, pero al final laracionalidad se impuso? ¿Respondió con elcorazón? Angélica no lo supo. Lo que sí que

fue evidente es que Fromheim guardó silencioy se pensó qué decir. Paseó por su despachocon las manos a la espalda. Después se volvióy con una sonrisa respondió:

-La naturaleza humana es así.Podemos cambiar las leyes de una nación,

 pero no nos ha sido dado el cambiar lanaturaleza humana. Si cada hombre

 particularmente puede ceder y por no crearse

 problemas puede pasar de ser un ciudadano aser un súbdito, también las sociedades enteras

 pueden caer en este tipo de hábitos. Algunosdan en llamar a estos hábitos, malos hábitos.En ese tema de discernir si es bueno o malo,no entro. Pero mire, le digo una cosa, másvale que haya sido yo. Más vale que elreceptor de esa concentración de poder, hayasido alguien razonable, un funcionario, un

estadista de sentido común, en vez de unalocado visionario.

-Usted no ha sido el mero receptor deese poder, ha sido también su arquitecto.

-Sólo he sido el arquitecto de las

maniobras necesarias para organizar esaconcentración. Pero yo sólo no hubiera

 podido hacer nada. Las votaciones en estecontinente ya están pasadas de moda.Reconocerá que hay un cierto consenso socialen que el ejercicio del Poder debe delegarseen manos de profesionales, que era necesariocrear una élite especializada en el ejercicio delgobierno de la nación. Dejar el gobierno en

manos de actores y retóricos que sólo miran elcorto plazo, ésa era la enfermedad de nuestraantigua democracia. Y por eso la democraciade facto, la auténtica, la democracia real, sederrumbó mucho antes de que cayeran lasestructuras constitucionales que sosteníanaquella ficción del Poder del Pueblo. El podersiempre estuvo en los partidos. El podersiempre estuvo en cuatro o seis personas queeran las que en la cúpula de cada partido

decidían quién entraba o no en el reparto de poder del partido. Ésta era la realidad, lodemás era para la televisión, puro decorado.Por eso el paso de la democracia al imperio,sólo significó quitar el decorado, quitar a losactores de esa farsa y poner un funcionariadoeficiente en la cúpula del Poder.

-¿Y la libertad?-Usted puede seguir haciendo lo

mismo que hace un siglo y medio. No hemosquitado la libertad. Simplemente hemossustituido a los partidos por un cuerposenatorial, eso es todo. Insisto, usted puedehacer lo mismo que el 1.970 o que en el2.010. Lo único que hemos quitado es el ritode echar una papeleta en una caja. Usted

 puede salir del país cuando lo desee. Puedeemprender los negocios que quiera. Puedeescribir lo que quiera en un periódico. Puede

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criticar al Senado o a mí mismo. Nadie le va adecir nada haga lo que haga. Si quiereorganizar una manifestación, sólo tiene que

 ponerse de acuerdo con el ayuntamiento sobreel recorrido y el día.

Aquellas dos mujeres eran no eranadeptas al Régimen, pero él sabía que podíaconversar con libertad. La Familia Imperialera la dueña de las acciones de los medios

 para los que ellas trabajaban. Fromheimhablaba con ellas como un gigante habla condos enanitos. Las dos enanitas estabanencantadas de tener el privilegio de hablar con

el gigante. La conversación-entrevista todavíase prolongó veinte minutos más.

Aquel político encarnaba la egolatríanarcisista del que ya no se somete a nada, ni anadie. Pero la encarnaba con una sonrisa, conun increíble encanto personal. Cuando las doscolumnistas abandonaron su despacho lohicieron felices de haber tenido esaoportunidad, de haber sido escogidas, con un

gran sentimiento de seguridad, al comprobaruna vez más que los destinos de la naciónestuvieran en manos de profesionales, los

 profesionales del Poder.

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Me despierto en mediode la noche

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Ho-ching se despertó en medio de lanoche, en medio de la oscuridad de su cama.

 No era nada. No pasaba nada. A veces elmetropolitano desplazándose sobre el acero

 paralelo de sus cuatro raíles con todas sustoneladas, sus cuatro pisos de altura y sutrepidación de gigante ahuyentaba el sueño de

aquel sencillo reparador informático duranteunos minutos. Esas breves interrupciones delsueño eran ya como una costumbre. En laoscuridad de su habitación pensó en suquerida Yokokeiko, su madre. Más querida ydeseada que conocida. Pensó en el té quetomaría en el amanecer. Pensó también enEuropa, en la lejana Europa.

El sueño tardaba unos minutos enllegar. Europa... tierras lejanas que en suimaginario le venían siempre a la mente comoregiones divididas en un complejo puzzle de

 pequeños países y reinos, como una tierraagitada por las pasiones, por pasiones muchomás profundas que las que se hallaban en lastierras de Buda y Confucio, como una regiónde este mundo sumida en una oscuridad

 profunda tan distinta de las soleadas llanurasde aquel Imperio Celeste. Qué distintas

nuestras verdes planicies de arroz en las queserpentean tranquilos nuestros caudalosos ríosde esas tierras de historias de guerrerosacorazados, fortalezas y hordas armadas,

 pensó.Reconocía que su visión era muy

subjetiva. Que ni su China actual era la Chinaque cantaron los poetas pintores de los rollosde tela de lino, ni las megápolis europeas eran

la Europa de su imaginación. Pero, aun así,

Europa le venía a la mente como el verdaderocorazón y núcleo de la oscuridad y lastinieblas.

Recordaba, por haberlas visto entelevisión, unas pinturas, unos óleos de

museo, de siglos diversos, pero todosmostrando ese mismo carácter europeo.Aquellos lienzos no eran otra cosa que laexteriorización soberbia del yo. Qué distintomundo el de esos colores espesos, de infinitoscolores, frente a la simplicidad de las tintas delas pinturas chinas clásicas, que erancontemplación pura, comunión con lanaturaleza, serenidad. Montañas, árboles,

flores, pájaros, frente a condes, marqueses,mercaderes de Amberes o Venecia, y escenasde guerra. Ni por un momento se le pasó porla mente a Ho-ching que sus apreciacionesfueran subjetivas.

En aquella cama oscura, la lejanaEuropa era como un sueño lejano. Pero en fin,trató de abandonar sus profundos

 pensamientos, para dormirse. Y así meditóapaciblemente en las cuatro virtudes del

Buda. Se concentró en el verdadero yoflotando en un sutil lago de nenúfares, un lagorebosante de la pureza del Iluminado. Quélejos de esa paz quedaban las pasioneseuropeas.

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Ursila y sus nietos........................................................................

Con paso poco decidido penetró OmarShjar en la sala, una sala de Palacio, una delas salas dedicadas a bailes y recepciones. Erael salón de la Fuente de Flora. De casi cienmetros de longitud, se encontraban todavía

 pocas personas. Omar, que hasta allí habíasido guiado por un criado con librea, fuesaludado por un grupo de jóvenes que lohabían conocido unos días antes. El grupo

estudió de nuevo al australiano de origenárabe: un impresionante varón de dieciochoaños de dos metros de altura. A ninguna deaquellas jovencitas se le pasó por alto queaquellos brazos habían sido muy bienmodelados tanto en el windsurf como en elesquí. Mientras él esperaba a su amiga allí,

 junto a una mesa de canapés, aquel grupo detres chicas, entre sonrisas, seguía analizándole

y haciéndose preguntas. Finalmente seacercaron a él entre risitas.

Entre bromas y comentarios fueron pasando el tiempo y las bandejas con copas.Omar, aunque era hijo de un millonarioindustrial y desde pequeño estabaacostumbrado a la opulencia, no estabaacostumbrado a aquel nivel de lujo. Así queno pudo evitar hacer algunos comentariosadmirativos hacia la belleza del lugar engeneral. Bah, no es nada, hay muchas salascomo ésta en el Palacio Imperial, fue lo que levinieron a decir las tres jóvenes de alegressonrisas pícaras. La vista del joven fue

 pasando por los cuadros murales, por losartesonados y por los circunstantes. En unmomento dado, preguntó por una viejecitasentada no lejos de ellos en la quecasualmente había reparado su mirada.

-Ah, ¿pero no conoces a Ursila vonErlach? -le preguntó incrédula y jovial una delas jóvenes pelirrojas del grupo-. Es la madredel duque Bernhard Fischer y abuela maternadel conde Harkonen. Vamos te la voy a

 presentar.La joven sin esperar respuesta le tomó

de la mano y le llevó hasta ella. Era un modocortés de dejar al recién llegado con otracompañía y marcharse con sus amigas adondetenían previsto. Era un pequeño castigo porno haber sido él tan amable con ellas, comoellas esperaban. La viejecita vestida conamplios ropajes negros, sentada en una silla

de madera noble estilo imperio, se inclinaba participando en los juegos con sus cuatronietas. Las nietas entre cuatro y seis años semovían alrededor de la abuela, le cogían delas manos, le agarraban por detrás. A Omaraquella escena de la poderosa señora con suscachorros, le recordaba la escena de una lobarodeada de sus lobeznos. En seguida fue

 presentado y en menos de un minuto fueabandonado por la chica con una amable y

alegre excusa.-Siéntate aquí -la anciana puso la

mano en la silla de al lado señalándosela.Ursila, anciana pero astuta, avezada a

ese tipo de reuniones sociales, conocía muy bien la treta de aquella joven, no le importó.Ya estaba un poco cansada de jugar con susnietos, además, las personas muy mayores eneste tipo de recepciones siempre suelen

acabar, al final, un poco arrinconadas.Entablaron conversación. En seguida Ursilase dio cuenta de la situación del chico. Era elamigo  de una de las hijas de un generalconocido de ella y de todos los presentes allí.En el caso de las hijas de ese general, biensabía ella que este tipo de amigos íntimossolían siempre hacerse muchas ilusiones, peroque solían ser reemplazados por otros en

 pocos meses. En seguida comenzaron a hablar

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de las personas que estaban en la sala, un parde cientos. El australiano era un reciénllegado a la Urbe y no conocía a nadie.

-Ése de ahí, el de los galones -leexplicó la anciana- es el general al mando de

nuestras legiones en África. El de más allá esel mariscal Menstein.

La anciana loba estaba resultando parael joven mucho más interesante de lo que sehabía imaginado al sentarse al lado. Seconocía a todos.

-El de más allá es el dueño del grupoEghel. Y ése, el de la copa junto al criado dela librea blanca, es el mayor accionista de la

industria del acero.-¿El mayor accionista del mundo?-Sí, querido.Los cuatro senadores con sus togas

 blancas eran los que más destacaban entre losgrupos de invitados. Ursila a sus noventa añosrecién cumplidos, había conocido a los padresde los cuatro senadores presentes, y a los

 padres de sus padres. Omar, ajeno a esecírculo, no sabía de la Familia Imperial más

que las generalidades aprendidas por los pocos programas vistos de la prensa rosa.

-Soy australiano, por eso no estoy altanto de todas estas cuestiones del ViejoContinente – se excusó.

-Querido, a los australianos se les perdona todo.

El joven rió la última observación deaquella vieja de rostro serio y un poco

avinagrado.-¿Cuál fue el origen de la Familia

Imperial?Ursila se sonrió: joven, inocente,

todavía no maleado. Le encantaba elaustraliano.

-Acércame un poco más de té.Gracias. Verás, cuando Europa se vio sumidaen la anarquía de mediados del siglo XXI, ungrupo de empresarios alemanes decidió

organizar un pequeño ejército para protegersey proteger sus intereses. Aquel pequeño grupofue poniendo orden en centroeuropa.Lentamente fueron restableciendo el imperiode la ley en otras regiones. Como es lógico,

 prosperaron económicamente. Se hicieroncada vez más fuertes. Aquel grupo deempresarios en unos veinte años logrórestaurar el orden en lo que hasta entonceshabía sido la Unión Europea. Pero la

 población de la Unión Europea de entonces yano era la de treinta años antes, la de antes delcaos. Con la población desencantada de unademocracia inoperante que había llevado al

derrumbamiento de las instituciones, loseuropeos dejaron pasar el tiempo en aquelstatu quo. Con el tiempo se restablecieron lasinstituciones, sí… pero nominalmente. Locierto es que en los años siguientes, aquelgrupo de empresarios no se deshizo ni unápice de la posesión del poder político de lanueva república.

-¿La gente no se opuso?-Ya te he dicho que estaba muy

desencantada. El derrumbe del orden socialno es cualquier cosa. Y eso lo habían logradolos políticos.

-Sí, es lógico que en una situación asíla gente estuviera desencantada de la política.Los australianos nos sentimos muy orgullososde nuestra democracia. Pero veo que aquí lacosa no funcionó.

-No sólo no funcionó, sino que encima

aquel grupo de funcionarios sí que fue eficazen la gestión de la naciente república. Elresultado fue que aquel grupo de empresariossumó a su cada vez mayor peso económico, el

 poder político. En el libre mercado todostienen las mismas oportunidades, pero siademás tienes el poder político entonces

 juegas con ventaja. Aquel grupo económicose hizo progresivamente más endogámico.Así se fue constituyendo un grupo de familias

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que finalmente ha llegado a ser lo que hoy díala gente de a pie llama Familia Imperial. Entotal unas ciento cincuenta personas.

-¿Y aquí hay muchos miembros de laFamilia?

-Más de la mitad de los invitados aesta recepción pertenecen a ella. ¿Ves ése deahí? Posee el 30% de las acciones de la mayorempresa de software del mundo. El de al ladotiene una fortuna estimada en no menos dedoscientos mil millones de euros. Así podríaseguir describiéndote cuánto tiene cada unoen los bolsillos. El poder de la FamiliaImperial es, ante todo, un poder económico.

Esas ciento cincuenta personas poseen el 40%del producto interior bruto de la RepúblicaEuropea. Como ves era casi imposible quenuestros antepasados no se hicieran, además,con el poder político. Por otro lado la gente veque la gestión de gobierno durante estos añosha sido eficiente. De forma que lasestadísticas muestran que la opinión popularrespalda este estado de cosas. La política seha transformado en gestión, y la Familia

Imperial gestiona bien.-Ya veo.-Pásame un poco de limón y el azúcar.

Gracias. El poder económico va a seguirsiendo administrado por un grupo pequeño de

 personas, porque las herencias de la FamiliaImperial se distribuyen por el sistema demayorazgos. Cada familia que quiera seguirmanteniendo su nombre, deja la herencia a

uno de sus descendientes. Al resto se leestipula en el testamento la parte que le toca.Pero siempre son partes pequeñas. De maneraque la concentración de poder se mantiene através de las generaciones. Los que no recibenel mayorazgo suelen elegir la carrera política:gobernadores, ministros, puestos en losministerios, en el Partido, otros acaban degenerales.

-Veo que este grupo de personascombina la eficacia germánica con los fuerteslazos latinos de la familia latina.

-Sí, así es.Ursila siguió bebiendo de su taza con

calma. El australiano miraba a los presentesen la sala. Algunos de los cuales habíanvenido de lejos para asistir a la concesión decondecoraciones de la mañana siguiente. ElSenado además de otras condecoracionesmenores concedería varias de importancia:dos Cruces de la Victoria, tres Coronas deRoble y cinco Águilas de Oro.

Omar hizo gesto de rechazar un

canapé que un criado le ofrecía pasando cercacon su reluciente bandeja de plata ornada convarias cabezas de Gorgona. Rechazó elcanapé por no engordar, quería seguirluciendo su atlética figura. Sí, había queresistir a la tentación de aquellas bandejas de

 buñuelos de queso Camembert con trocitos desonrosada trucha ahumada.

De entre los grupos que charlaban y sesaludaban en el salón se acercó un hombre de

mediana edad vestido una especie de elegantetraje parecido a un smoking, que era la prendamás frecuente entre los invitados. El hombrese plantó delante de Ursila, la saludó y charlócortésmente. La viejecita después de mediominuto de saludos, señaló a su acompañante yle presentó:

-Es Omar, el amigo de... ahora no meacuerdo. En fin, una de las hijas del clan

Hoogstraeten.El hombre saludó con cordialidad al

 joven.-Este señor de aquí -le dijo a Omar- es

el encargado de la nueva reforma delcalendario.

-¿En serio? Encantado.-Igualmente – le respondió aquel señor

cortés pero serio. Ya se veía que a Ursila lehablaba y le sonreía, pero que con la aventura 

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de una joven del clan Hoogstraeten no estabadispuesto a perder mucho tiempo.

-He oído hablar de esta nueva reforma,¿en qué consistirá? -preguntó el australiano.

-Bueno… se trata de  una

racionalización del calendario, unarectificación de las varias irregularidades que

 presenta. En definitiva se trata de hacer con éllo que se hizo hace ya siglos con lainstauración del sistema decimal.

-¿Cómo será el nuevo sistema?-El año se dividirá en doce meses de

treinta días. Y el año terminará con cinco díascomplementarios. Cada mes tendrá tres

semanas de diez días. Como ves es muchomás fácil, mucho más regular.-Ah, que interesante.-Una ley de la Convención de 1793, en

 plena Revolución Francesa, ya promulgó estesistema que estuvo vigente trece años. Pero alfinal, incluso antes de la restauraciónmonárquica, se volvió al viejo sistema, a lasviejas irregularidades.

-Los nombres de los meses seguirán

igual, me imagino – intervino Ursila.-Efectivamente, seguirán. Los

revolucionarios franceses los cambiarontambién. Vendimiario, brumario, frimario,nevoso, pluvioso, germinal, floreal, prairial,mesidor, termidor, fructidor. Esos eran losnombres que impuso la Convención. Nosotrosvamos a seguir el criterio de realizar losmenos cambios posibles.

-¿Será pronto la implantación delnuevo calendario? –  preguntó la anciana.

-Se anunciará en una semana o dos. Seimplantará dentro de seis meses, el 1 denoviembre. Ese día comenzará la nuevarenumeración de los días de los meses.También comenzará el año 1.

-No sé. Lo de los meses lo veo bien, pero creo que la gente no va a cambiar tanfácilmente de mentalidad en cuanto al año.

-Tardará, somos conscientes de quetardará. Pero cuando a partir del próximo 1 denoviembre, los documentos oficiales,universidades y colegios comiencen con lanueva numeración, convivirán las dos

cronologías. Al final, no tengo la menor duda,la numeración oficial será la única utilizada.Insisto, la ley sólo obligará a usar el nuevoaño a las instancias oficiales. Cada uno queuse el sistema que desee, pero evidentementeal final sólo quedará una.

-¿La gente cómo cree que va a recibiresta reforma del calendario? –  preguntó Omar.

-Nuestras encuestas muestran que la

desaparición de la semana de siete días, va atener un apoyo del 80%. Todos prefierentrabajar más días, y que después que teañadan un día extra de vacaciones antes odespués del fin de semana.

-¿Cómo se llamarán los tres díassuplementarios de la semana?  –  preguntóOmar.

-La semana que conocerán nuestroshijos será la del lunes, martes, miércoles,

 jueves, viernes, sábado, domingo, octrunes,novercoles y drovernes. Somos conscientes deque los últimos acabarán siendo conocidoscomo Octro, Novro y Drovo.

-Ahora suenan raros, pero dentro dediez años no sonarán más raros que losactuales – comentó Omar.

-Sé que parece un cambio caprichoso, pero una semana más larga, permitirá fines de

semana más largos. Bueno, Ursila, debodejarle. Me alegro de verle tan bien.

El estirado señor se marchó a recibir aun amigo suyo que acababa de llegar. Cuandoestuvo lejos, la anciana le comentó:

-Honestamente, mucho me temo quetoda esta reforma tiene su verdadera raíz en elafán de borrar el año gregoriano y la semanade siete días.

-¿Qué quiere decir?

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La anciana le miró. La ingenuidad del joven era sincera, no sabía nada. Alejó de susfaldas a una de sus nietas y le dijo en tonomás bajo, a pesar de no haber nadie cerca:

-La Familia Imperial siempre fue...

 pues eso, un grupo de personas poderosas quequerían mantener su poder y nada más.Siempre hemos sido un grupo pragmático deempresarios e industriales. Pero desde haceunas décadas, entre nosotros se ha idoextendiendo una... ¿cómo la llamaría? Bueno,en fin, una ideología. O llamémosloclaramente: una secta. Muy pocos de entre losnuestros han aceptado el nuevo credo

dagoniano. Pero... las cosas han cambiado bastante… a cómo eran hace veinte años.Y volvió a alisarse la falda, al ver a

otra nieta suya la llamó y se puso a juguetearcon ella. La niña de ricitos de oro puso susmanos en el regazo de su tía-abuela Ursila. Laoctogenaria le hacía caras y carantoñas. Laconversación sobre la secta repentinamentehabía quedado lejana. Omar divisó a su amigaque acababa de llegar. Se despidió con sincera

amabilidad de Ursila Margaretha von Erlachde Geer. Dejó a la loba sonriendo a suscachorros. Aquellos cachorros que dentro de

 pocos años serían personajes poderosos,nombres conocidos. La viejecita sosteníaaquellas manitas, le seguía haciendo caras asu nieta para que le sonriera. La otra nieta seacercaba de nuevo a la falda de su abuela,tratando de recobrar la atención de ella.

Dentro de treinta años era de suponer queserían mujeres de gran peso en la dinastía.Pero de momento sólo buscaban una abuelaque jugara con ellos.

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La Abominación de laDesolación

...............................................................................................................

3 de octubreaño 2209

Plaza de San Pedro.

La nave Imperatrix apareció en el aireescoltada de aeronaves del ejército. Mientrasla escolta permanecía suspendida en el aire, la

nave del Emperador descendió verticalmenteen el centro de la Plaza de San Pedro. Al salirla cabeza de Viniciano sobre el ingenioarácnido lo primero que vio ante sí, fue elobelisco egipcio. El Emperador sonrió al verque ya habían retirado la cruz de bronceverdoso que coronaba el vértice del monolitomilenario.

El Emperador Viniciano había sufridoun año antes el terrible atentado que habíadestrozado la práctica totalidad de su cuerpo.De ahí que la cabeza indemne del Emperadorhabía sido colocada sobre un ingeniomecánico sobre el que se desplazaba. Lacabeza estaba situada sobre un gran cajón  oarca en el que estaban situados los elementosimprescindibles para mantener con vida esecerebro. Aquellos órganos artificiales estaban

 protegidos detrás de aquella caja blindada quese desplazaba sobre ocho pies mecánicos. Eltorax de aquel ingenio tenía unas dimensionesde 1m x 1,20m x 2m. El aspecto exterior delingenio era como el de un gran arácnido de1.800 kilos. Viniciano nada más abandonar larampa de la nave pasó revista a las trescohortes de soldados formados en la plaza. Elingenio arácnido pasaba revista seguido de

medio centenar de miembros de su Guardia

Pretoriana. El aspecto pesado y corpulento delos pretorianos contrastaba con la vestimenta,

 propia de ejecutivos, de los secretarios deEstado que seguían al Cónsul MáximoViniciano. Elegantes trajes oscuros, rodeando

a un par de togas que caminaban justo a losflancos del Emperador.

El Emperador se detuvo a mirar lascabezas de estatuas amontonadas a unextremo de la cohorte que formabamarcialmente. Miró hacia arriba, en lo alto dela columnata de Bernini la plaza mostraba ladecapitación general de todos los Padres de laIglesia, fundadores de órdenes y santos. No

 pocas de esas estatuas habían sido dejadascaer desde lo alto y sus restos habían sidoagrupados en dos montones, flanqueando elcamino de entrada a la basílica a través de laescalinata. El cielo de octubre se mostrabagris, el tiempo había cambiado, no hacía frío

 pero las nubes se desgajaban veloces entre losrascacielos que se veían más allá de lacolumnata.

Viniciano, seguido de todo el séquito,subió las escaleras hacia la Basílica. Junto a la

 puerta le esperaban vestidos completamentede negro la cúpula de los sacerdotes deDagón. Saludó uno a uno a los sacerdotes,con tiempo. Estos correspondían con una leveinclinación. El Cónsul no tenía prisa, quería

 paladear aquella ceremonia. Después de lossaludos de rigor, Viniciano penetró en la

Basílica, los bancos estaban llenos deservidores de Dagón. Al entrar en el templo,una oleada de rumores recorrió los bancos. Ya

está aquí , comentaban mientras se iban poniendo en pie primero los más cercanos a la puerta. Fuera, varios hombres ya empujabanlos portones de bronce para cerrar la basílica.Las grandes hojas se cerraron con un golpe

 profundo que resonó prolongado hasta elmismo fondo del templo.

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Cincuenta pretorianos seguían alCónsul, otros doscientos se apostaban junto ala entrada de la iglesia y sus derredores. A lamitad de la nave de la iglesia, los pretorianosse detuvieron y el Emperador siguió

avanzando seguido ya sólo de susacompañantes más distinguidos. Avanzando

 por el pasillo central entre los bancos, podíaver allí a generales, a altos funcionarios de la

 burocracia europea, y un grupo senadores, unaveintena. Los senadores vestidos con sustogas blancas estaban sentados juntos en los

 primeros bancos. Justo antes de llegar elCónsul al presbiterio, justo antes de subir

aquellas pocas gradas, se detuvo y musitóalgo. Según algunos era latín, según otros fueuna exclamación germánica. Incluso hayquien dice que no la musitó, sino que la

 profirió en alta voz, pero dada la vastedad deltemplo nadie oyó nada, a excepción quizá delos primeros bancos.

Sus pesados pies mecánicoscomenzaron a subir los nueve escalones del

 presbiterio del Altar de la Confesión. En ese

momento, dijo: Un pequeño paso para mí. Después añadió: Hoy se abren las Puertas del

 Abismo. Cuando llegó justo delante del altar,los pies mecánicos se alzaron hasta ponersesobre el ara. El mecanismo de los cuatro piesdelanteros hizo que se alargaran hastasujetarse en el borde delantero del altar. Losdedos mecánicos con sus bordes de goma seajustaron hasta agarrar con la fuerza de una

 prensa aquel borde de mármol. El ingeniocibernético dio un impulso y se colocó enteroencima del altar 1.

La araña mecánica estaba sobre elancho altar renacentista. El ara sobre la quehabían celebrado sus misas los Papas siglotras siglo, le servía de divino pedestal, desagrado podio. Hollaba con sus pies la piedra

1

Ap 24,15 

consagrada sobre la que habían sido ofrecidoslos más santos misterios del cristianismo. ElEmperador miró a todos desde lo alto,tomándose su tiempo. Después, recorrió conlos ojos todo el templo, la Trasverberación de

Bernini con las cabezas de Santa Teresa y elángel arrancadas, las imágenes habían sido

 profanadas, todas las estatuas decapitadas, losmosaicos de las pechinas ennegrecidos porhogueras. Finalmente, su vista se alzó haciaarriba, hacia la bóveda. Y exclamó con todassus fuerzas: Sí, que han prevalecido.

El Cónsul Máximo no decía nada,estaba haciendo Historia, su mera presencia

allí ya era, desde ese momento, una página dela Historia. El futuro puede cambiarse, pero laHistoria no. El presente que estaba viviendoquedaba indeleble ya para siempre, así locreyó. Testigos eran todos, las dos mil

 personas presentes sentadas en aquellos bancos. El Emperador iba a decir unas palabras, pero las demoró un poco más, sedeleitaba en el silencio, mirando la basílicadesde aquella intersección del crucero con la

nave, paladeando aquel instanteimpresionante.

Allí estaba él, sobre el rectángulo blanquecino del altar más venerado, bajoaquel baldaquino oscuro de columnasretorcidas. Estaba en el mismo centro, tenía lasensación de estar en el mismo centro de algomucho más profundo que aquel templo y elVaticano. Estaba en el centro donde las líneas

confluían, líneas invisibles de autoridad y jurisdicción.  Estoy sobre el mismo centro de

la agonizante Iglesia. Sentado sobre el punto

exacto desde donde han confluido las

invisibles líneas de la obediencia y la

comunión con miles de obispos y arzobispos.El Cónsul rió en su interior, ¡habían

 prevalecido! Verdaderamente se había abiertoen la Tierra no una, sino todas las puertas delReino del Infierno.

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-¡Servidores de Dagón -gritó elEmperador desde encima del altar en cuantole acercaron un micrófono-, cuánto tiempohace que he esperado este momento! ¡Cuántosde nuestros predecesores en la Historia

quisieron ver este instante! La Abominaciónde la Desolación.

El Dios hebreo ha sido vencido, patente queda la derrota del Dios trino, hemosroto el ciclo de las profecías bíblicas,

 presenciáis el inicio de una nueva era. Desdehoy, hay un antes y un después. Este después ha acabado definitivamente con el antes. Estemomento fue profetizado por muchas páginas

 bíblicas de aquellos textos para ellossagrados. Pero a lo que no se atrevieron esas profecías, era a explicarles, a describir en todasu profundidad, hasta qué punto la desolacióniba a ser irreversible. Porque, si tal cosa leshubiese sido revelada, hubieran comprendidohasta qué punto las predicciones finales erande tal intensidad que anulaban las

 precedentes. Sus profetas atisbaron, divisaron,este momento, pero no se atrevieron a

consignarlo en toda su radicalidad. ¡Aunqueellos mismos sabían que este momento iba allegar! La profecías finales, las profecíasconclusivas de su ciclo, de SU Historia, erantan radicales que ponían punto final acualquier otra profecía que ofrecieraesperanza. Nuestras puertas se han abierto, lade ellos se ha cerrado. Da principio nuestraHistoria, nuestra era.

Ahora, a partir de ahora, sois libres.Ya no estaréis atenazados por el temor a unDios que os juzgará al final de la vida, por eltemor a un infierno cuyas cadenas hemos rotoy sus puertas abierto. Sois libres. Quedanabolidas las leyes que oprimieron lasconciencias durante milenios. Hace siglosliberamos a los hombres de la esclavitud deotros hombres. Después liberamos al hombrede la esclavitud de la carestía, de la esclavitud

de la enfermedad, lo liberamos de laesclavitud a la naturaleza. Después loliberamos de la castidad, después lodesencadenamos de otros escrúpulos deconciencia. Ya no restaban barreras que se

nos opusieran, tan solo quedaba liberarlo deDios mismo. Por fin la humanidad podrá serella misma.

El día de hoy culmina muchosacontecimientos precedentes, es laculminación de tantos esfuerzos de hombresde tiempos pretéritos. En la época del ImperioRomano nació una peste que los coetáneostrataron de atajar como pudieron, con todos

los medios. Pero el cristianismo, verdaderagangrena de los espíritus, se extendió, nohubo manera de contenerla. Los césares,vencedores de reinos y naciones, se mostraronimpotentes para erradicar ese mal incorpóreo.Aquella peste ya no dejó hombres, a partir deentonces sólo habría siervos: siervos de unDios desconocido y oriental. Entoncescomenzó una larga época, una larga einacabable oscuridad. Por todas partes se

erigieron esos momumentos de irracionalidadque son las catedrales. Por todas partesflorecieron las negras semillas de losmonasterios que perpetuaban y desperdigabansus raíces de oscuridad.

Esa larga oscuridad parecía no tenerfin. Aunque sus profecías sagradas augurabannuestra época. Mas no prestaron atención, erasu tiempo. Los siglos pasaron, y aunque todo

estaba aún oscuro, no obstante, ya comenzabaa haber desplazamientos de fuerzas en mediode esas tinieblas. Durante el Renacimientoaquel amor de Dios -pronunció esto con asco-comenzó a enfriarse. Aquellos hombresseguían amando a Dios, pero el amor se habíaenfriado. El centro del universo comenzaba adesplazarse. El enfriamiento siguió su curso.El centro ya dejó de ser Dios, cada vez lo fuemás el hombre. Generación tras generación se

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hacía más evidente ese desplazamiento, hastaque por fin surgió la luz: la luz de laIlustración. Comenzaba a despuntar la luz enmedio de la oscuridad. La aparición de la luzsupuso una revolución, y miles de cabezas

rodaron. Nunca hubiera sido posible la

aparición de esa luz de la rebelión a laservidumbre a esa divinidad, sin unRenacimiento en medio de aquellas sacrastinieblas siglos antes. Tras que aparecierasobre la Tierra aquel mensaje de rebeliónhubo avances y retrocesos, pero el centro eraevidente que seguía desplazándose más y

más. El siglo XIX y XX supondrán el triunfode la independencia del hombre, y el Reino deDios retrocedería todavía más. Y así elhombre irá recuperando hasta nuestros díasesa soberanía que nunca debió perder. El ritoque contempláis hoy, rito de abominación,determina un antes y un después, es lamanifestación más perfecta de esa ruptura, la

 prueba de que ya no hay vuelta atrás.Por eso llamaré a mi futuro hijo

Ichabod, que significa no hay gloria. Lagloria ha desaparecido de Israel.

 Nada más.

El Emperador descendió con precaución y se retiró a Palacio seguido de suséquito. Detrás de él, sobre el altar colocabanuna imagen de oro de Dagón. En menos de unminuto, sus sacerdotes comenzarían sus ritos

de execración del lugar.Una hora después, sin interrumpir los

ritos, varios equipos de operarios colocaronunas cadenas abrazando las cuatro columnassalomónicas del baldaquino. Aquellascolumnas que podían ser abrazadas sólo porcinco hombres a la vez, fueron ceñidas porunos cinchos de acero sujetos a unas cadenas.En menos de tres minutos la operación desujeción fue completada, los operarios se

apartaron a un segundo plano hasta queacabaron los ritos. Varios sacerdotesdagonianos tomaron la imagen que habíancolocado sobre el altar y la retiraron sininterrumpir sus cantos y la quema de mirra.

Todos los oficiantes descendieron del presbiterio, mientras se daba la orden a dosvehículos-oruga de arrancar.

Los seis vehículos avanzaronalejándose del baldaquino, las cadenas setensaron. En diez segundos, los crujidos en el

 baldaquino oscuro y broncíneo fueronevidentes. Después, principió a inclinarse unade las columnas, la que estaba a su lado

también, aunque menos. Del pedestal demármol blanco de una de ellas, comenzaron acaer trozos. Un fuerte crujido metálicoconmocionó a todos los asistentes quecontemplaban la escena en silencio. Las doscolumnas de la derecha, asidas por cadenascomenzaron a inclinarse más y más. Pronto

 perdieron la verticalidad y sin dejar deaferrarse al techo del baldaquino sedesplomaron estruendosamente arrastrando

consigo buena parte de la cubierta. Parecíacomo si el puño del Leviatán hubiera

 propinado un rabioso golpe sobre el suelo deaquel templo.

La parte de la cubierta que se sosteníasobre las otras dos columnas, cayó dibujandoun ángulo de 90º sobre las dos columnas quequedaban de pie, aunque cada vez menosverticales. La cubierta, lo que quedaba de ella,

tras golpear a las columnas que la sostenían,también cayó golpeando el altar y destrozandouno de sus lados. Las dos columnas quequedaban en pie, cayeron con sus veintemetros hundiéndose en los suelosornamentados con bellos, coloridos, juegosgeométricos. Se incrustaron en ese suelo,levantando gruesas planchas de mármol. Alcaer, una de las columnas de bronce se había

 partido, dos habían penetrado hasta la cripta

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inferior donde estaban situadas las tumbas delos papas. Parte de ese techo de la cripta sehabía venido abajo.

La operación había sidocuidadosamente calculada: la potencia de los

motores que se precisarían para quebrantaraquella estructura de bronce, el lugar de lacaída. Todo había salido bien: las columnashabían caído hacia el lado derecho e izquierdodel crucero, cada una entre dos vehículos. Eralógico, dado el modo en que se habíadispuesto el sistema de cadenas: formandodos triángulos entre las dos columnas y lostres vehículos de cada lado.

Los presentes sentados en sus bancoshabían contemplado aquel abominableespectáculo. Todo se había calculado tanmeticulosamente, que los testigos de la escenano habían tenido que levantarse de sus

 bancos. Cuatro sacerdotes dagonianosvolvieron a colocar la estatua de oro de Dagónsobre el altar. La profanación había concluido.Aquel día quedaba marcado para la Historia.

Una hora después, el templo vacío,

desolado, contemplaba como sus puertas de bronce, los portones de su entrada de laBasílica, se clausuraban definitivamente paranunca más ser abiertas.

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Vinicianus Imperator..........................................................................

Un equipo de médicos examinaba elestado de salud del Emperador. El color de la

 piel era sumamente blanquecino. La parte delcuello donde los anclajes fijaban la cabeza alartefacto aparecía llena de hematomas, comosiempre. Cada día un equipo de médicosexaminaba a Viniciano, entre otras cosas

 porque cada día había que introducir sangre

nueva en el tórax mecánico. Aquel ingenio no podía producir sangre, de forma que había quetirar la vieja e introducir la recién extraída de

 jóvenes sanos. Y en realidad la palabra jóvenes, entre los miembros del equipomédico, era un eufemismo. Tenían que serquince litros al día de niños entre los siete ytrece años. La sangre de los niños teníasustancias regeneradoras de las que carecía la

de los jóvenes.Después, una vez en el circuito, el

 pulmón artificial se encargaría de introducir eloxígeno en la sangre. Una bomba de gran

 precisión impulsaba sangre hacia las arteriasdel cuello y recogía la de retornoreconduciéndola hacia el pulmón mecánico.Por supuesto el emperador no podía comer.Sin estómago incluso la saliva que tragaba porla boca, caía por la tráquea hacia un envaseinferior. La alimentación era inoculadaautomáticamente vía intravenosa. Pudiera

 parecer que en esa situación el CónsulMáximo podía permanecer indefinidamente,

 pero no era así. Aquellos órganos artificiales podían hacer las veces de pulmones, deestómago, de riñón, pero no podían producirencimas. El siglo XXII no podía generar, demomento, la exigua cantidad de aquellas

sustancias que generaba el sistema linfático.

El resultado era que la cabeza presentaba unestado cada vez más degradado.

Aunque los problemas enzimáticosquedaban más lejanos frente a lascomplicaciones que estaban presentando los

hematomas del cuello. De momento, losdoctores estaban más preocupados por losanclajes del cuello. Los vaivenes del ingeniomóvil presionaban una y otra vez aquella

 parte de la piel sobre la que se asentaba lacabeza. Controlar las infecciones no erasencillo. Ya había habido que cortar ciertos

 pequeños trozos de esa piel ante la posibilidadde una infección más extensa o incluso de una

gangrena.Desde luego el aspecto de ese extremodel cuello era tan repulsivo, que había quecubrirlo cada día con nuevas gasas, que a suvez eran cubiertas con una tela de lino, queabrazaba el cuello a modo de anillo. Las

 pocas visitas que recibía Viniciano no veíanlas gasas manchadas, sino sólo esa telaexterior en el punto en que se unía la cabezacon aquel tórax en forma de cajón. A pesar de

todos los esfuerzos, el color cada vez más pálido de la cabeza, su tono de piel día a díamás artificial, más enfermizo, forzó a losmédicos a tomar la decisión de encargar a dos

 personas que cada día maquillaran aquellacabeza.

¿Aquel cerebro, aquella piel pegada aaquel cráneo, aquellos ojos, cuánto tiempomás se mantendrían con vida? De momento

resistían. Había quedado comprobado quecuidados excepcionales en el suministro dedeterminados compuestos biológicos

 permitían a los cerebros sobrevivir algúntiempo antes de degradarse hasta la muerte.Los médicos, los casi cien médicos quecomponían el equipo, estaban muy satisfechosde su ciencia, nadie hubiera pensado que tantotiempo de supervivencia fuera posible.Aunque, al fin y al cabo, lograrlo consistía

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únicamente en mantener con vida unoscuantos tejidos, unos pocos órganos.

Es verdad que mantenerla con vidaresultaba caro. Aquellos órganos artificialesdemandaban cada día la inoculación de quince

litros de sangre nueva. 365 días x 15 litrossumarían una cantidad que excedía los cincomil litros. Algunos del equipo médico, entre

 bromas, llamaban a esa cabeza, el vampiro.Pero ni con cinco mil litros de sangre se

 podría evitar la degeneración de aquellostejidos vivos. Ni al precio de cinco mil litrosde sangre se burlaría a la fosa del sepulcro,cuya boca ya estaba abierta esperando. Los

muchos médicos se habían esforzado, pero lasfauces hambrientas del sepulcro esperabanansiosas a su presa. El equipo sanitariocompuesto por un centenar de especialistasresultaba una guardia de korps insuficiente

 para proteger de la muerte. Aquellos órganosse deterioraban, eso no lo podía evitar ni unimperio. Ni con un imperio se podía comprarla supervivencia de los órganos que albergabaaquel cráneo. Afortunadamente, Adriana iba

tomando las riendas del Poder.  Es lo bueno

que tiene el ocaso paulatino de un

emperador , como dijo ella, el relevo se va

haciendo poco a poco.  Los emperadores al

 ser proclamados, deberían comprometerse a

morir poco a poco.

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Ichabod..................................

Al lado del médico-jefe del HollbruckHospital caminaba la secretaria personal deAdriana. El médico caminaba cerca de una

 pulida baranda de acero desde la que se veíanlos laboratorios de los ocho pisos inferiores.La secretaria de la nueva cónsul le hablabamientras atravesaban un par de pasillos tan

 blancos como la bata del médico. Ambos

llegaron a un gran vestíbulo completamentedesierto. Sólo una mesa a cada lado de una

 puerta. Detrás de cada mesa, dos guardias privados de seguridad. Ante la vista delmédico-jefe, los guardias abrieron la puerta.

-Aquí están -le dijo el médico.La secretaria miró los 162 recipientes

de cristal alineados en cinco filas. Losrecipientes se hallaban colocados sobre ocho

mesas alargadas, rodeados de innumerablesdispositivos. El vidrio transparente dejaba verque dentro de cada recipiente se desarrollabaun feto. Aquellos fetos de cuatro mesesignorantes de los destinos que se cerníansobre ellos, proseguían con sus ojos cerrados,su posición encogida, nutridos y mantenidos atemperatura idónea, flotando en aqueltemplado y calmoso líquido amniótico,desarrollándose como plantas en sus macetas.La secretaria exclamó con una ciertafascinación:

-Así que estos son los Ichabods.-Sí.Esos eran los 162 descendientes de

Viniciano. El emperador (antes de suatentado) había mandado fecundar con suesperma un óvulo vacío de informacióngenética. Y después lo había hecho clonar

hasta 162 veces. Esos descendientes suyos

serían la nueva estirpe que debía gobernar elmundo. Una nueva progenie de gobernantesque convivirían con la Familia Imperial en lacúspide del poder mundial. Que conviviríancon ella o la sustituirían si tuviera que darse el

caso. Según la mente de Viniciano, elesplendor, la plenitud, de una nuevacivilización pronto iba a dar comienzo e iba aser necesaria una nueva élite para un nuevoorden.

Desafortunadamente para ellos, elemperador había fallecido. Y el informeacerca de la existencia de los Ichabods nohabía tardado ni dos semanas en aparecer

sobre la mesa de la nueva Cónsul Máximo.Ella ya conocía de su existencia, ahora elinforme le recordaba el peligro, la amenaza,que constituía la existencia de aquellosdescendientes poseedores de unos supuestosderechos jurídicos otorgados por su

 progenitor en una ley promulgada ex profeso para ellos. Pero ahora las cosas habíancambiado. Cuando esto se supo, la FamiliaImperial ni siquiera se sintió amenazada,

simplemente dejó bien claro que no iban acompartir el Poder con nadie de fuera de lamisma familia y que cuanto antes se buscasesolución para ese centenar y medio de...anomalías, mejor para todos.

-¿Qué culpa tienen ellos del pecado desu padre?

La pregunta que había formulado elmédico era una pregunta fría. Aquel hombre

no sentía ningún tipo de sentimiento haciaaquellos cuerpos vivos dentro de losrecipientes. Aquella pregunta era más bienuna curiosidad, una curiosidad por ver quérazón moral podría presentar la secretaria antela orden que acaba de dar, ante la orden queen breves instantes se estaría ejecutando.

-Bien -respondió la secretaria-, yo nome dedico a valorar la moralidad de lasacciones, no es mi campo profesional. Y

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usted… ¿se dedica a responder ese tipo de

 preguntas?-Mi labor no va más allá de desarrollar

estos embriones, y ahora mi labor no va másallá de desconectarlos. Lo que rodea o pueda

rodear a estos fetos son cosas que escapan a laincumbencia de este hospital.

Y nada más decir eso se dirigió a uncuadro de controles situado en un extremo dela sala. Allí tecleó una serie de órdenes. En unminuto, los fetos comenzaron a agitarse. Unos

 pataleaban, otros agitaban sus manitas. Losdeditos comenzaban a abrirse y cerrarse de unmodo cada vez más agónico. Algunos fetos

apoyaron sus diminutas manos y pies sobre elcristal que los contenía, en un inútil intento desalir. Como si fueran polluelos dentro de sushuevos. Pero esos fetos carecían de pico.Tampoco hubieran servido de nada frente aunos cristales de 20mm de grosor. El médicohabía dado órdenes al sistema central decortar el suministro de oxígeno. Cadarecipiente estaba situado sobre una baseconectada a un electrocardiograma. El ritmo

cardiaco aparecía como una línea cada vezmás zigzagueante, con picos cada vez másacusados. Los más de cien fetos era como siquisieran agarrar algo, otros era como siquisieran ponerse de pie. Poco a poco se fuehaciendo la calma. En tres minutos seextinguió el último espasmo silencioso dentrode aquellos recipientes. Ya todas las rayaseran planas.

-Alrededor de estos Ichabods planeaban infinitas cuestiones de Estado  – 

comentó la secretaria-. Estos niños hubierancrecido y hubieran supuesto una ficha más enel complicado ajedrez de las intrigas por el

 poder. No podía ser. Librando al Imperio desu existencia, libramos de luchas intestinas auna futura generación de ciudadanos de laRepública Europea.

Ambos salieron de la sala deincubación. Dejando atrás a los dos guardias

que hasta ese día se habían relevado ante esa puerta día y noche. El médico y la secretariaabandonaron aquel vestíbulo dejando a losguardias custodiando aquella sala llena de

 pequeños cadáveres.-Informaré de inmediato a Adriana de

que ya se ha puesto fin al proyecto Ichabod -dijo la secretaria.

De nuevo caminaban al lado de la

 baranda desde la que se veían muchoslaboratorios: batas blancas y verdes, probetas, bandejas con muestras, microscopios deúltima generación, suelos impolutos. Despuésde un trecho, la secretaria preguntó al médico:

-Una mera curiosidad, ¿qué harán conlos fetos?

-El procedimiento usual.-¿Que consiste en...?-El entero contenido de los recipientes,

cuerpo y líquido, es depositado encontenedores especiales que son destruidos enel horno donde se quema todo el material

 biológico de deshecho del hospital.-De acuerdo. No deje que ningún feto

sea conservado.-Por supuesto.-Debemos evitar posibles fetichismos

con respecto a este proyecto. Toda la

información sobre el proyecto Ichabod será,asimismo, borrada de los archivos. No debequedar constancia de nada de todo esto quehemos dejado puertas atrás.

-Es evidente que es lo más razonableactuar así. No se preocupe, dentro de veinteaños el proyecto Ichabod no será más que unaleyenda.

-¿Necesita algún tipo de orden firmada por parte de alguna autoridad?

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-No, esto no es el Ejército. Esto es unainstitución privada. Ustedes pagan, nosotroshacemos lo que manda el cliente.

-De todas maneras, cómo van a borrarla parte de los archivos, no quiero que en el

futuro algún inspector fiscal o alguien se pregunte qué ha pasado aquí.

-No le entiendo.-Sí, dentro de dos años puede haber un

inspector de la Agencia Tributaria que se pregunte cómo hay una partida de ingresos por un servicio que aparece en blanco en susarchivos. Sí, será mejor que les demos unnúmero de orden. Si alguien investiga en el

futuro, bastará que conste que esa parte delarchivo se borró por una orden del Ministeriodel Interior. Les daremos una referencia que

 podrá ser avalada por el Ministerio, porqueconstará en nuestros archivos. A su vez, elarchivo ministerial referirá a una ordenconsular. Será un mero número, noespecificará nada.

Ambos siguieron su camino hacia lasalida, hacia la rampa donde había aterrizado

su vehículo oficial. El médico era hombre de pocas palabras, correcto pero serio. Lasecretaria, al poco, preguntó:

-¿Quién se encarga de recoger elcontenido de esos recipientes y echarlos enlos contenedores?

-Hay un equipo en el hospitaldedicado, entre otras cosas, a este tipo detareas.

-De todas maneras, que les acompañenun par de guardias. Que no permitan que sehaga ninguna foto. Que nada tangible se salvede la incineración.

-Muy bien.

El búnker.......................................

El vicepresidente ejecutivo del BancoCentral Europeo entró en la sala. Iba vestidode traje gris, correcto y elegante, como todasu persona. Dentro de la sala, alrededor deuna gran mesa de superficie reluciente estabandebatiendo seis técnicos revestidos de batas

 blancas. Tanto sus camisas como sus pantalones eran del mismo color blanco que la

 bata. Sobre el pecho de cada uno de lostécnicos, colgaba una tarjeta de identificacióncon su fotografía. Un séptimo asistente ibavestido de traje como el hombre que acababade entrar, era el Director de la Comisión

 Nacional de Seguridad de SistemasInformáticos de Estados Unidos.

Los presentes interrumpieron sudeliberación, la técnico-jefe amablemente

indicó su sitio al vicepresidente que acababade entrar. Aquella sala tenía un aspectohíbrido entre sala de consejo de dirección yuna especie de puesto de mando, pues estabasituada en el centro de varias salas, visibleséstas a través de sus paredes acristaladas.

Desde aquella sala acristalada y máselevada que las circundantes se veía el trabajode los otros equipos de técnicos informáticosque trabajaban alrededor de grandes mesascubiertas de pantallas, de ordenadores, de

 papeles y de archivos informáticos. La salacentral con su elevado techo, sus paredes decristal ahumado y sus escalones descendiendoa las salas contiguas tenía una apariencia

 bastante soberbia, ofrecía el aspecto de ser lasala de los jefes, el lugar de deliberación delos jefes de los jefes.

-Buenos días a todos -saludó el recién

llegado-, bien, ya estoy aquí. Así que ahora

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explíquenme la razón por la que he tenido quevenir de Noruega y anular toda mi agenda.

La jefe de los técnicos echó unamirada a todos sus colegas. Una granincomodidad se palpaba en el ambiente.

-Ha... acontecido... una irrupción enel YZM-300 -al comunicar aquello titubeóaquella mujer, a la que conocía bien el reciénllegado y que siempre le había parecido dehierro-. Lo que quiero decir -prosiguió- es quealguien ha entrado en el Búnker.

El vicepresidente del Banco CentralEuropeo cerró los ojos haciendo acopio de

 paciencia. Helmut Schenger lo sabía todo

sobre macroeconomía, inflación, intereses ymercados bursátiles, pero acerca de losmecanismos informáticos, acerca de losinstrumentos de programación de los que seservía su entidad bancaria no sabía gran cosa.Ésa era labor de los técnicos. Durante estosaños había oído vagamente referirse al

 Búnker , pero eran conversaciones de técnicos.En cualquier caso, de lo que no tenía duda erade que aquella reunión significaba que había

sucedido algo muy grave, debía ser algo muygrave para que le hubieran hecho suspendersus citas de ese día en Noruega.

 Ni siquiera le habían podido decir elmotivo por teléfono.  El asunto es tan grave,

 Helmut, que no podemos correr el menor

riesgo de que esta conversación pueda ser

escuchada por alguien. ¿Qué es lo querealmente había sucedido para que aquellos

hombres de la bata le hicieran atravesar todaEuropa para tener esa reunión. Y ahora esatécnico le hablaba de no sé qué irrupción en elYZM-300. Helmut con gesto agrio dijo:

-Doctora Di Lasso, no soy ingenieroinformático, así que explíquemelo todo consencillez. Sacrifique precisión en aras de lasencillez. Se lo ruego.

-Muy bien, de acuerdo. Lo haré. Voy aexplicarle el asunto de un modo cristalino.

-Se lo agradezco.-Mire, en todo el mundo se realizan

cada segundo varios millones de

transferencias bancarias. Exactamente 1701millones de transferencias. Por segundo. Cada

 persona se identifica en la ventanilla del banco o del cajero con su tarjeta deidentificación. A su vez cada entidad bancariase identifica ante otros bancos internacionalescon un sistema especial llamado SCIAB,Sistema Central Internacional deAutentificación Bancaria. Ese sistema es el

que certifica que, por ejemplo, cuando elBanco de Perú afirma haber enviado un billónde dólares a la EWRRH Corporation, lo haenviado. Un billón de dólares o cien billonesal final son sólo unos cuantos dígitos en unacuenta. Esa cantidad de dinero, al fin y alcabo, consiste únicamente en unos cuantosnúmeros asignados por el ordenador a unacuenta. Nadie entrega a nadie sacos llenos deoro, todo en definitiva son dígitos. Unos

cuantos dígitos que pueden suponercentenares de billones de euros.

El sistema funciona bien mientras nohaya mala fe entre las entidades emisoras yreceptoras de esas billonarias cantidades.¿Qué sucede si un banco central de un paísafirma que ha hecho una transferencia decuatro billones de euros y, en realidad, no loha hecho? ¿O qué sucede si otro banco central

ha recibido esa suma y después insiste enafirmar hasta el final que no ha recibido nada?El camino del dinero se puede rastrear, pero sies la misma entidad bancaria la que cambiatodos documentos donde ese rastro podríaseguirse, entonces no hay nada que hacer.

Dicho de otro modo. Si un particulartrata de falsificar algo, no lo va a conseguir.Pero si es el mismo banco de una nación elque decide negar que ha recibido un dinero, o

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afirmar que lo ha enviado (cuando en realidadno lo ha hecho), entonces la cosa sí que secomplica.

Así fue como, para más seguridad enel procedimiento de transferencias, se creó el

Sistema Central de Autentificación. Lasgrandes operaciones bancarias, las quesuponen más de diez millones de dólares,

 pasan a través de ese Sistema, y el Sistema dafe de que ésa o cualquier transacción se hallevado a cabo, digan lo que digan lasentidades implicadas. Como bien puedesuponer la protección que rodea al sistemainformático del Centro de Autentificación es

impresionante. Sin duda alguna no haysistema más protegido que ése. Ésta es larazón por la que lo llamamos entre nosotros el

 Búnker . Aunque el búnker no es un lugar dehormigón, sino un sistema informático. Pues

 bien... alguien ha entrado en el búnker.-Vamos a ver, vamos a ver, ¿me dice

que alguien no autorizado ha penetrado en elsistema que, según me dijo hace un mes,autentifica el traspaso de veinte mil billones

de euros por día?-Sí, eso es.El vicepresidente se llevó la mano a la

cara. Con razón que aquella noticia no se lahubieran querido decir por teléfono. Sialguien hubiera intervenido aquella llamada yla cosa hubiera trascendido, se hubiera

 provocado un pánico bursátil en todas las plazas.

-¿Y qué es lo que ha hecho eseintruso?

-El intruso penetró hace cinco días yautorizó una transferencia desde el Banco Ion-shing, radicado en China Oriental, de un valorde diez millones de euros. Prácticamente elmínimo que el sistema permite extraer.

-Bien, menos mal que no hizo un granestrago. ¿Hacia dónde se dirigió esa cantidadde dinero?

-Esos diez millones fueron pasando detransferencia en transferencia a través detreintatantas cuentas. Su rastro se pierde enuna cuenta fantasma radicada en un banco deun paraíso fiscal de Indonesia.

-Menos mal que el asunto no ha sidograve -el banquero se sentía aliviado-. Ha sidouna cantidad sin importancia.

-Ya, pero el problema es que elsistema ha sido violado -intervinocontundentemente el Director de la Comisiónde Seguridad de Sistemas Informáticosdirigiéndose hacia el banquero-. Si el sistemaha sido violado una vez, quién nos asegura

que no habrá una segunda. Además, una vezque el intruso entra en el búnker, lo mismo puede hacer una pequeña transferencia queuna colosal.

-Y eso si no le da por modificar lamisma programación del Sistema deAutentificación o cambiar los listados decódigos de identidad... -añadió otra técnicode rasgos orientales. Aquella ingenierorepresentaba en esa reunión al Banco de

Japón.-Bien, estamos aquí reunidos alrededor

de esta mesa para tomar una resolución  – 

concluyó Helmut tratando de mantener lacalma.

La gran mesa cuadrada alrededor de laque estaban sentados, estaba cubierta en

 buena parte de grandes papeles que parecían planos. Aquellos pliegos cuidadosamente

doblados eran, en realidad, los planos delsistema informático del búnker. La jefe seinclinó hacia los planos para señalar algo,

 pero antes de empezar decidió recordar unacosa a los presentes:

-No debería tener que decirlo, peroquiero que tengan presente que forman partede la Comisión Supervisora. Por lo tanto,según los Estatutos que rigen esta comisión y

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los convenios firmados en Helsinky en 2180,cualquier revelación no autorizada de lodeliberado aquí supone la comisión de undelito penado por las leyes internacionales.Los mismos Estatutos nos ordenan que

ninguno de nosotros informemos a los paísesa los que representamos hasta que estaviolación se haya solventado. La comisiónsólo informa a posteriori. El acuerdointernacional que rige esta comisión es claro.Lo que menos necesitamos ahora sería un

 pánico bursátil.Los presentes callaron. Y aunque

ninguno manifestó gesto alguno de

asentimiento, todos se hicieron conscientes dela tremenda responsabilidad que pendía sobreellos. Cuando los países crearon el SistemaCentral de Autentificación dejaron el controldel Sistema a los técnicos. Si bien cada unode los tres países firmantes tenía unrepresentante en la Comisión de Supervisión.Ésta era la primera vez que se convocaba esacomisión desde hacía diez años. El SistemaCentral de Autentificación, así como la

Comisión de Supervisión, era supranacional. No estaba sometida a ningún país en concretoy los miembros no debían informar a susnaciones respectivas de nada de lo que sedeliberase.

Cada país decidía quién era el que lesrepresentaba. Estados Unidos había decididoque sería siempre el Director de la Comisiónde Seguridad de Sistemas Informáticos de

Estados Unidos. Japón enviaba siempre a uningeniero del más alto nivel. Europa decidióque sería el vicepresidente ejecutivo delBanco Europeo. Esa era la razón por la queHelmut estaba completamente pez acerca delos detalles del búnker, él no era una personaespecializada en ese campo. Junto a losmiembros designados de la comisión estabanlos miembros natos, los cinco técnicossubdirectores del complejo donde estaba

situado el búnker, además de la directoramisma, la doctora Di Lasso.

Durante un rato se discutieron posiblesestrategias a seguir. El lugar donde tenía lugar

la reunión era sumamente tecno. Todo eransuperficies lisas, no había ninguna planta,ningún cuadro o adorno. Las paredesacristaladas no se prestaban a ninguna otradecoración que la ausencia de decoración. Lasala era amplia, enmoquetada. Desde ella,situada en el centro del complejo, se tenía laimpresión de estar en una colmena, de estaren una gran celda céntrica hexagonal rodeada

de círculos concéntricos de celdashexagonales.-Siempre he oído hablar del Sistema

de Autentificación -dijo el vicepresidente delBanco Europeo-, pero dónde está. Me refieroa dónde está situado en el mapamundi.

-Sí -respondió uno de los técnicos-, el búnker, es decir, el soporte, el conjunto deordenadores, están aquí -y señaló con su

 bolígrafo un lugar de un mapa-. En Boiania,

en la meseta brasileña. No es un complejoexcesivamente grande, más o menos comoéste.

-Está situado bajo tierra -añadió otrotécnico.

-Como ve, dado que son unasinstalaciones de tanta importancia, no se quisosituar ni en suelo europeo, ni japonés, niestadounidense. Aunque todos los datos que

contiene el búnker, tanto los listados, como la programación de funcionamiento, estánduplicados en varios complejos gemelos. Hayuno en Arkansas, otro en Albania y un terceroen Kioto. Si una bomba cayera sobre elcomplejo de Boiania, cualquiera de los otros

 podría asumir sus funciones en seis horas. Latransmisión de datos para su duplicación a losotros centros, es constante. La destrucción delcomplejo de Boiania sólo supondría la

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suspensión del sistema durante unas horas, pero no se perdería nada de la información.

-¿En qué consiste el búnker? ¿Tiene partes?

-Sí, no son partes físicas. Pero

tampoco forma una unidad indivisa. El programa que constituye el búnker tiene tres partes. La primera es la Puerta. La Puerta es el programa en el que se introduce el código deentrada. El código es una contraseña denovecientosmil millones de cifras. No sólohay cifras y letras, también hay dentro delcódigo palabras que conforman un programamenor. Ese programa pone en marcha un

subprograma de la Puerta. De manera que escomo si la contraseña tuviera dentro de sí otracontraseña que emite la información en ladécima exacta de segundo en que debehacerse. De hecho, la contraseña es como sicontuviera dentro uno, dos o tres programasque son como contraseñas internas paracontinuar la emisión de la secuencia de lacontraseña en la décima de segundo preciso.Por eso intentar entrar sin conocer el código

exacto es imposible. No hay manera detantear posibilidades. El código o se conoce ono se conoce. Pero en sí es inquebrantable.

Una vez dentro, según haya sido elcódigo, uno tiene acceso a alguno de losdiferentes niveles. Un nivel es lo quellamamos la Cripta. La Cripta contiene todoslos programas necesarios para la gestión de laPuerta y el resto del Bunker. Dentro del

Bunker, además de la Cripta, están lascámaras. Hay cuatro cámaras. La Cámara 1 esla que contiene todos los sistemasinternacionales de autentificación bancaria de

 bancos centrales. La cámara 2 está reservada para las trasferencias de esos mismos bancoscentrales. La cámara 3 y la 4 contienen loslistados oficiales de las transferencias de lasgrandes corporaciones financieras, reservas

supranacionales de moneda y otro tipo demovimientos de gran volumen de divisas.

-¿Puede uno acceder al Bunker desdecualquier ordenador del mundo? -preguntóHelmut.

-No, sólo hay doscientos puntosautorizados en los cinco continentes.Doscientos puntos cuya localización yrecorrido telefónico hasta la Puerta están

 perfectamente identificados.-¿Pero podría falsificarse la

identificación de un punto desde una terminalmanipulada?

-Sí, pero mientras dura la conexión, la

Puerta va comprobando uno a uno todos losniveles de seguridad. Primero, el código deidentificación del punto de partida. Después,el tiempo que tarda en llegar la señal. Si elterminal manipulado dice que está emitiendoen la sucursal del Banco de Zaire, peroobservamos que la señal tarda un poco más oun poco menos, es que está emitiendo desdeuna distancia que no es la que tenemos ennuestros archivos. No le voy a aburrir con

detalles, pero la Puerta sigue analizando unadecena de factores más. Si un sólo factor nocoincide, se interrumpe la comunicaciónautomáticamente y se da notificación al bancode ese país, para que sepa que ha habido unintento de falsificación en un código deidentificación de esa entidad emisora.

-¿Y hay mucha gente que intentaentrar sin autorización?

-Cada día el Sistema deAutentificación sufre unos treinta milataques… 

-¡Treinta mil!  – exclamó Helmut-.¡¿Treinta mil cada día?!

-Treinta mil…  por hora. Por todo elmundo hay repartidos hackers haciendointentos desde terminales no autorizados. El

 búnker es como el Everest, el más alto reto posible. Pero no sólo es el reto. El premio si

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alguien viola el sistema es poderserecompensar con una transferencia bancariacon los dígitos que uno desee a cualquier

 banco de su elección. Como ve es como larealización de un sueño. Es como si uno desde

su casa pudiera decidir con cuantos millonesquiere pasar el resto de su vida.

-En cierto modo, es siempre el mito deun irruptor en busca de las manzanas de orocustodiadas por un dragón  – dijo otro de lossentados a la mesa.

A todos les hizo gracia lacomparación. Había tanta tensión en elambiente, que durante un par de minutos

divagaron con el tema de las manzanas.Estuvieron divagando acerca de cuántasmanzanas de oro se podrían comprar con losmillones que habían sido sustraídos. Ladiestra del norteamericano de la Comisión

 Nacional de Seguridad de SistemasInformáticos, pronta a hacer cuentas,garabateó unas operaciones sobre la esquinade su folio. Tanto peso por manzana, a tantose cotiza el oro, tanto capital. Con su voz

 poderosa, grave y segura dijo: tantasmanzanas.

Otra técnico dijo que, entonces, ellos,los presentes alrededor de esa mesa, eran eldragón. El mito de una cueva llena deriquezas, de un cofre repleto de tesoros, quese abría al decir una palabra mágica, eracierto. Esa fortuna incalculable existía en las

 bodegas de muchos bancos y la puerta hacia

esas bodegas consistía en una clave, en uncódigo. Con sólo conocer esa clave, como porensalmo, los tesoros se trasladarían al lugarque el conocedor de la clave desease. Era, portanto, un reto casi mágico, épico. Ellos, eldragón, no estaban dispuestos a ponérselofácil a ese Alibabá del siglo XXII. EseOlimpo monetario seguía estando demasiadoalto para que ningún hacker mortal pudiera

 poner sus manos en él. En el Olimpo

monetario, en realidad, no moraban dioses personales, si no impersonales riquezasidolatradas. Pero si no lo habitaban dioses, síque estaba custodiado por Titanes.Curiosamente, ese Olimpo no estaba en lo

alto de un monte, sino bajo tierra.Tradicionalmente, bajo tierra había reposadosiempre el oro y la plata en las reservas, y

 bajo tierra se hallaba ahora el búnker deautentificación.

Después de que los componentes de lacomisión divagaran entre francachelas ysonrisas, el tema se recondujo y el

vicepresidente del Banco Central Europeo,más distendido, preguntó:-¿Pero si entran en el búnker, así de

fácil sería robar los millones?-En realidad no. Aunque uno entrara

en el sistema, necesitará no menos de unahora o dos para conocer los programas delistados de entidades bancarias. El sistema esun bosque de números, precisaría ese tiempo

 para orientarse. Y eso si no se hace un lío

fenomenal y no llega a ningún lado. Además,si logra hacer la transferencia, tendrá quesacar el dinero lo antes posible. Ya que encuanto aquí se detectara la transferencia noautorizada, la policía iría en búsqueda ycaptura del titular de la cuenta.

-¿Esté donde esté la sucursal?-Esté donde esté. Aunque sea en la

última isla del Pacífico. Si un país no aceptara

la intervención de nuestra RWH, nuestrafuerza policial, quedaría fuera de todo elsistema financiero. Nadie podría comerciar nicon sus bancos, ni con sus empresas. Elembargo sería total.

-Normalmente – intervino otra técnico-, las órdenes de captura se llevan a cabo através de la policía del país. Pero si no nosfiamos, si la corrupción en ese país es grande,según los acuerdos internacionales la RWH

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tiene jurisdicción para detener en otros países.Pueden portar armas y realizar detenciones.En menos de cinco horas, podemos ponertreinta agentes de la RWH en la última isladel mapa del mundo.

-¿Y cuánto se tarda en detectar unatransferencia ilegal?

-Cuanto mayor sea la cantidad, másrápidamente. Cuanto menor, más tiempo

 puede pasar. La cosa puede variar de uncuarto de hora a unas horas.

-Ustedes dicen que es imposible entrarsin la contraseña. Pero, vamos a ver, si tantagente lo intenta desde tantos lugares, alguno

 puede tener éxito. No se puede ganar siempre.Basta que perdamos una sola vez para que lo perdamos todo.

-No es tan sencillo. Es cierto que sonmiles de flechas lanzadas hacia la diana. Perola diana está lejos, alta y tiene delante de sí

 barreras. El número de intentos no importa, loque importa es la calidad. No tienen ni media

 posibilidad. Ni una entre un trillón detrillones.

-Ya, pero si se equivoca usted y algúndescerebrado entra en el bunker y allí haceuna escabechina de números, todo el sistemafinanciero se podría ir al traste.

En la mesa todos se dirigieron miradasentre sí. Todos sentían un mayor o menorgrado de indignación contra el vicepresidenteal que se le había explicado el funcionamientoconcreto del búnker. Un hombre de finanzas

 pero que no tenía ni idea de informática.-Perdone -intervino la delegada

técnica japonesa-, pero no se puede imaginarhasta qué punto llega el conocimiento denuestra profesión.

-No lo dudo. ¿Pero no se dan cuentade que no se puede ganar siempre? En este

 juego no vale con ganar cien mil veces la partida. Basta perder una sola vez, para perdertodo.

-¿Quiere que volvamos a la época delBanco Inglaterra en el siglo XIX en que unseñor con lentes y salvamangas firmaba un

 pagaré en una mesilla? ¿Le parece más segurauna filigrana, una rúbrica, en el impreso de

ese pagaré para evitar falsificaciones? ¿O queinspeccionemos en el talón la casilla de lacantidad para ver si hay raspaduras? -elhombre afroamericano, delgado y pálido, quehabía hablado se echó hacia atrás en su silla.Después preguntó tranquilamente a la doctoraMuguruza-: ¿cuántas operaciones realiza elsistema bancario cada segundo?

-Concretamente, hablando de

traspasos monetarios de más de 800 millonesde euros, son 1.700 millones de transferenciasal día como media. Y es el escalón menor demi departamento. Si vamos a transferenciasmenores, la cifra es astronómica.

-Mientras no quiera que volvamos al papel -concluyó el técnico de color-,tendremos que fiarnos de los sistemas deautentificación. De todas maneras, el papel esinfinitamente menos fiable que nuestro

sistema.-No ha sido mi intención poner en

duda su trabajo, pero ustedes han fallado y alos hechos me remito -Helmut no daba su

 brazo a torcer-. De acuerdo que yo me dedicoa la macroeconomía, de acuerdo que los quecomo yo se dedican al mundo de lasnegociaciones no nos paramos a pensar encómo se realiza concretamente la... fontanería

de esas transferencias. Pero el hecho es queustedes me han explicado con detalle por quéel sistema es invulnerable. No obstante, hasido vulnerado. Alguien ha hollado esoslistados. ¡Alguien ha entrado en nuestroSancta Sanctorum! Así que ya me dirán.

-Mire, echándonos las culpas novamos a arreglar nada.

La técnico jefe miró su reloj de pulserade platino. La aguja roja tocaba el III de la

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esfera de nácar negro. La jefe de la comisión pulsó un botón y ordenó que trajeran unoscafés, había que descargar la tensión reinantealrededor de aquella mesa. En la sala ningunaventana daba al exterior, bajo aquellos tenues

y agradables focos de luz empotrados en eltecho blanco, todas las paredes acristaladasdaban a otras salas. El tono mate de loscristales y el color blanquecino en tonoshueso daban una impresión visual muyagradable y relajante. En dos minutos, doscamareros jóvenes, eficientes, callados yvestidos de marrón claro, trajeron bandejas decafés. Tal como era la norma de la casa,

ninguna pasta, ningún fruto seco, nada queañadiera más calorías. Si alguien quería un téo un zumo, sí. Pero allí nunca se comía nadaentre horas.

-Vamos a ver, doctora di Lasso - preguntó Helmut con una taza humeante en lamano-, quizá el sistema es inexpugnable,quizá lo que ha sucedido es que alguien dedentro nos ha traicionado.

Todos se miraron con una mirada de

incredulidad. La opinión que todos tenían deHelmut todavía cayó más bajo todavía. Ladoctora intervino implacable tras un silenciodesagradable por parte de los presentes:

-Imposible. Nosotros tenemos accesoal programa general del búnker, pero sólo al

 programa general, y desde luego no a la partedel programa que nos autorizaría entrar en loslistados.

-Dicho de otro modo -intervino otrotécnico-, podemos entrar y cambiar la

 programación de la cripta. Pero hay una partede la programación de la cripta en la que no

 podemos entrar. Esa parte no nos permiteacceder a esos listados ni a sus contraseñasrespectivas.

-¿Ustedes son los informáticos y no pueden entrar en una parte del programa?

-Exacto.

-Le voy a explicar algo -intervino otrotécnico-. Nosotros gestionamos el programa,le hacemos añadiduras, lo optimizamos, perolas bases fundacionales del programa de lacripta fueron creadas por otro equipo. Un

equipo de ocho personas. Una vez queacabaron su trabajo abandonaron su trabajo enel Sistema de Autentificación.

-Los que crearon este sistema central -dijo otro- no querían que un mismo grupo de

 personas tuviera todas las claves de acceso atodos los niveles del programa de la cripta.

-Entiendo -dijo Helmut-. ¿Y no ha podido ser uno de los pertenecientes a ese

grupo primero el que haya sido infiel?-Esas ocho personas fueron jubiladasnada más acabar el núcleo central del sistemade autentificación de contraseñas de la cripta.Cada uno fue trasladado a un lugar diferente ydistante de los otros miembros del equipo.Cada uno vive en una buena casa en medio detierras de su propiedad y con un buen sueldode por vida.

-¿Un buen sueldo para qué?

-Para que dejaran de trabajar yaceptaran un retiro.

-¿Y cómo están seguros de que noestán ahora trabajando para una empresa

 privada o para algún grupo terrorista quequiere desestabilizar la economía mundial?

-Cada uno de ellos tiene un grupo deescoltas alrededor de su casa. Los escoltas nosinforman de adónde van, quién entra en la

casa, de todo. Incluso las llamadas estánintervenidas. Siempre están localizados lasveinticuatro horas del día. El equipo queaceptó el diseño del programa que gestionaesas claves sabe que durante toda su vidatendrán que notificar de antemano susdesplazamientos. Lo aceptaron por escritoantes de tomar sobre sí el proyecto.

-¿De verdad que ellos aceptaron una jubilación anticipada bajo esas condiciones?

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-Así es. En el mismo contrato quefirmaron, aceptaron estas draconianascondiciones. Ellos eran perfectamenteconscientes de que sabiendo las contraseñasde acceso al mismo núcleo del programa de la

cripta se podía entrar en cualquier parte del búnker. Y que eso significaba que podríandisponer de cantidad ilimitada de dinero.

-Lo que me parece increíble es queaceptaran esas condiciones en el contrato.¿No es inconstitucional eso?

-Bueno, en Japón, China, EstadosUnidos y Europa se aprobó una ley especial

 para este tipo de casos, una ley común. Una

ley para la protección y custodia de personas poseedoras de información estratégica. Fueuna ley redactada a medida de este caso.Ellos, esos ocho técnicos, aceptaron porqueeran los mejores en su ramo, este proyecto erael proyecto de su vida, el mayor honor que seles podía hacer, el mayor Nóbel que podíanrecibir era ser los elegidos para llevar a caboeste encargo. Además, ellos mismos eranconscientes de poseer... ¿cómo lo diría yo?,

la palabra mágica que les permitía entrar enuna cueva de tesoros inagotables. Ellosmismos eran los creadores de lainvulnerabilidad, y por tanto no quisieron

 poner en peligro su propia obra. Además,teniendo el conocimiento del programainterno sabían que podían ser raptados,torturados, que se les podía infligir cualquierdaño con tal de obtener de ellos la

información.-Las medidas son draconianas  – 

intervino otro de los presentes-, pero desde elmomento en que ellos crearon el sistemacentral de autentificación, sabían quenecesitarían de protección. Aceptar el

 proyecto, suponía aceptar que sus vidascambiaban para siempre.

-¿Y si el programa central de la criptaalgún día comienza a dar errores o nofunciona y sus programadores han muerto?

-Cinco discos custodiados en unacámara acorazada subterránea de Canadá

guardan una copia de la mitad del programa ylas explicaciones de funcionamiento. En otracámara de este organismo, se guardan losotros cinco discos con la otra mitad del

 programa y el resto de explicaciones.-Bien, compruebo que han tenido en

cuenta todas las posibilidades.-De todas maneras, los años han

 pasado y ahora mismo ni siquiera los mismos

creadores del núcleo del programa decontraseñas de la cripta, podrían sacar dinerodel búnker. Porque el programa ha idocreciendo, desarrollándose. De manera queincluso ellos sólo tienen conocimiento de una

 parte de los sistemas de seguridad. Lainformación premeditadamente se hafragmentado, y nadie tiene todas las piezas del

 puzzle. Aquí ningún carcelero tiene en sucintura todas las llaves.

-Bien, señores, ¿qué hacemos?

Un mes después

 Nueva reunión de la cúpula delSistema Central Internacional deAutentificación Bancaria. Las mismas ocho

 personas alrededor de la misma mesa y otraentrada no autorizada en el búnker. Reinabaun clima de denso pesimismo.

La segunda vez, el hacker se habíatransferido 502 millones de dólares. Nada detodo esto había trascendido a la prensa. Fuerade los presentes, nadie sabía nada. ¿Qué

 podían hacer? El delito se podía cometer en

cualquier rincón del mundo, en cualquier

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momento. El ladrón no dejaba huellasdactilares, no tenía que desplazarse a ningúnsitio. No se podía colocar un policía al lado decada ordenador del mundo. Las masasmonetarias de los bancos podían estar a buen

recaudo en salas blindadas, pero bastabacambiar unos cuantos dígitos para que esedinero pasara de unas manos a otras. Lo malode aquel caso es que no había ningúnsospechoso, ninguna pista, ningún camino porel que empezar a andar. Nuevamente el rastrodel dinero se había perdido tras una sucesiónde trasferencias hasta llegar a un punto dondetodo se difuminaba. Las caras largas de los

 presentes lo decían todo, aun antes decomenzar la reunión.-Bueno, tampoco nos pongamos tan

 pesimistas. Vamos a ver, ¿se puede ocultareste desfalco? -dijo el vicepresidente el BancoCentral Europeo.

-Yo lo podría pedir a la ReservaFederal -dijo el Director de la Comisión

 Nacional de Seguridad de SistemasInformáticos de Estados Unidos-. Es una

cantidad nimia, poco más de quinientosmillones en total. La cantidad no es el

 problema. El problema es que me van a preguntar cuál es la razón de esta petición. Yuna vez que salga de esta sala el conocimientode lo que está sucediendo será una noticia queya no habrá manera de pararla.

-Está claro.-A mí me sucede lo mismo -dijo el

vicepresidente del Banco Europeo-. No se pueden sacar quinientos millones y decir: bueno, me los llevo. Hay que dar razones. Yésta es la típica razón que al mismo tiemposerá una noticia incontenible.

-Se me ocurre una posible manera detapar este agujero. Extraigamos un0´00000000001% de todas las operacionesque se realicen en un minuto determinado yllenemos con ello el hueco que se ha creado.

Todos se miraron entre sí. No era malaidea. Era preferible eso, pues si la noticia dela violación del sistema trascendía, las

 pérdidas bursátiles y por tanto de la bancaserían muchísimo mayores. Todos estuvieron

de acuerdo.-¿Qué concepto deberemos poner para

realizar esa sustracción?-No sé. Tasa de realojo de intereses

devengados, quizá.-Nosotros somos informáticos. Señor

Helmut, usted es el experto en finanzas,¿cuánto tardarán en darse cuenta de que se lesha sustraído una tasa del 0´0000000001%?

-En menos de una hora se daráncuenta.-¿En tan poco?-Sí. Daos cuenta de que la contabilidad

se lleva al céntimo.-Entonces ¿es factible o no sustraer

esa millonésima de céntimo a todas lasoperaciones? Únicamente sería durante unminuto.

El vicepresidente del Banco Europeo

 pensaba.-Sí, es posible. Cuando se den cuenta

de la sustracción, diremos que no ha sido unerror, sino una decisión de esta comisión.Ellos pedirán a sus abogados que redacten uninforme. Esos informes tardarán un par desemanas en ser estudiados por sus respectivosConsejos de Administración. Después,disponemos todavía de un par de semanas

más para enmascarar esa tasa con buenasrazones. Si buscamos una buena coartada parauna tasa tan pequeña, el asunto no pasará deuna protesta formal por un nuevo gasto.

-Lamento contradecirle, señor  – 

intervino un miembro de la Comisión-. Deaquí no se puede sustraer ni ese0´0000000001% sin que se pregunten quéestá pasando. Lo primero que van a preguntarsus abogados, los de ellos, es ¿por qué a

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nosotros sí, y a los otros no? Le aseguro quetendremos que devolver el dinero más la tasade interés medio.

-Se me ocurre otra idea  – dijo otromiembro de la Comisión-. Podríamos cobrar

esa tasa del 0´0000000001% durante unminuto. Un mes después decir que ha sido unerror y que se les devuelve. Pero cobrarla denuevo en otro minuto y devolverla al messiguiente. Serían 500 millones de euros quedevolveríamos mes tras mes, pero querecobraríamos mes tras mes.

-No me parece una buena solución, pero creo que es la única  – dijo la doctora Di

Lasso. El agujero quedaría relleno. Cualquiersolución es buena para evitar el pánicofinanciero que se desataría si no.

Los miembros de la Comisión salierona la calle seis horas después de comenzada lareunión, una tarde lluviosa, con elconvencimiento de que estaban posponiendouna pesadilla. En medio de aquella tarde fría,las torres de los rascacielos, negras y

silenciosas parecían más amenazadoras quenunca. Semejaban torres que pudierandesplomarse bajo el impacto del gran secretoque aquellos ocho hombres guardaban.Saliendo de la sede situada en pleno centrofinanciero de Shangai, las arquitectónicasalturas de águilas parecían desmoronarseentre los dedos impotentes de los integrantesde la comisión. Cada una de las lucecitas de

las miles de ventanas que se veían en el sectorde finanzas, cada una de las personas quetrabajaban a esas horas, tranquilos yconfiados, podían sufrir en cualquiermomento los efectos del seísmo que se estabagestando en las entrañas del Sistema Centralde Autentificación Bancaria. Los efectos deese seísmo incubado en las profundidades delsistema provocarían quiebras, suicidios, paro.En países lejanos, incluso hambre. En alguna

nación, hasta alguna revolución. La pobrezallegaba a tal extremo, sí, algún pequeño paíscaería en la anarquía y la revolución. Larevolución conllevaría represión yejecuciones. Los miembros de la Comisión se

alejaron de la sede con el secreto bienguardado en sus corazones y con el deseo dehacer lo posible para evitar ese terremoto

 bancario. Pero, de momento, todo eran pañoscalientes, el seísmo se seguía incubando.

Dos semanas después

 Nueva reunión. Otra entrada noautorizada. 1.108 millones de eurossustraídos. ¿Hasta dónde se podría continuarcon el sistema ideado para ocultar lastransferencias no autorizadas? El sistemaideado por la comisión para poner unremiendo sobre esos huecos, había dado unresultado perfecto. En cierto modo, la excusade las tasas ideada para ocultarlo todorondaba la perfección, pero el sistema no se

 podía usar ad infinitum. El pesimismo eragrande, pero lo que nadie llegó a plantearsobre la mesa era la posibilidad de unasuspensión del Sistema Central deAutentificación Bancaria. El sistema podríaseguir indefinidamente si las fugas semantenían dentro de unos límites razonables.

-Pensemos de un modo razonable  – 

dijo uno de los miembros de la Comisión, el

representante de China-. Si alguien ha logradoquebrantar todos los filtros, habrá sido porquees inteligente. No ha entrado por casualidad,sino por inteligencia. Si es inteligente, sabráque puede seguir haciéndolo mientras susacciones se mantengan dentro de los límitesde lo razonable. El día que vaya más allá deesos límites, nosotros no podremos seguir conel sistema y él habrá matado a su gallina delos huevos de oro.

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-Sí, estoy de acuerdo. Quizá debamosreplantearnos la situación y simplementeaceptar que existe un cierto nivel de fuga en elsistema – le apoyó el representante de Japón.

-El problema es si un buen día le da

 por hacer un verdadero destrozo – intervino elrepresentante de Estados Unidos.

-Sí, yo estoy de acuerdo con William – 

dijo la doctora Di Lasso-. El problema no esel agujero económico, perfectamentesoportable, el problema es la incertidumbreque provoca el que alguien no autorizado

 pueda penetrar en esos listados. No se puedeconvivir con la incertidumbre de que alguien

en cualquier momento pudiese borrar unacantidad indefinida de información.-Tranquila, si el hacker fuera un

terrorista ya hubiera hecho una verdaderaescabechina. El que haya entrado de vez encuando y se nos lleve algo de dinero,demuestra que estamos ante un adversariorazonable, no ante un terrorista.

-¿Pero y si provoca un error en elsistema por puro desconocimiento de los

 protocolos o porque esté actuando sobrecódigo base?

-Peor sería que estuviese accediendodesde el programa raíz  – dijo una técnicoapoyando su cabeza cansada en las manos ylos codos sobre la mesa.

-Mirad, aquí podemos discutir lo quequeramos -dijo el representante de Australia-,

 pero os quiero recordar a todos que ni

vuestros cónyuges deben escuchar el másmínimo comentario de que las cosas se

 pueden poner feas en el futuro.-No, no, claro – asintieron todos.-La más ligera filtración provocaría

una reacción imposible de detener. Noestamos hablando de que se provocaría unarecesión de un punto o dos el próximo año.Estamos hablando del pánico que provocaría

saber que ninguna de las transaccionesmundiales será ya segura.

-Ni siquiera serían seguras lascantidades ingresadas en las reservassupranacionales.

-No quiero ni pensar qué significaríaeso.

-Bien, pero también es cierto que osestáis poniendo en la peor de las situaciones.De momento es sólo una pequeña fugaincontrolada. Mínima.

-Pero incontrolada.-De momento lo más importante no es

controlar la fuga, sino el dato de que existe

una intromisión no autorizada. ¿Estamos deacuerdo en eso todos? ¿No?En ese punto había un acuerdo general

y todos asintieron.-Sí, el conocimiento de esta situación

 por parte de los mercados, será másdestructivo que la sustracción de esa cantidadínfima de capital  – concluyó el Presidente dela Comisión-. Sigamos manteniendo lasituación. Si las cosas se ponen feas,

suspenderemos las operaciones del sistema, bajo el pretexto de la necesidad de unarevisión integral del programa.

Tres semanas después

 Nueva reunión. La euforia reinaba, erauna reunión para cerrar cabos. El hacker habíasido localizado y detenido. Una inteligentevietnamita de cuarenta años, afincada enSingapur, experta informática de unamultinacional bancaria. ¿El fallo? ¿Cuál fuesu fallo para ser atrapada? No se puedeocultar siempre y en todo momento unafortuna tan impresionante. Antes o después no

te aguantas y acabas revelando hasta qué

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 punto estás putrefacto de dinero. Y antes odespués alguien en Hacienda, en la policía oen otro departamento estatal alguien comienzaa sospechar. Después es cuestión de tirar delhilo.

La técnico-jefe de la comisión sentadacon su pelo corto apoyado en el respaldo,sonriente, puso palabras al sentimiento quetodos experimentaban:

-Señores, hemos pospuesto elapocalipsis.

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Departamento D-8 

..................................................................

-Sí, el Ministerio de Defensa desde laúltima legislatura de Fronheim en el 2189 yaestuvo dedicando varias partidas del

 presupuesto en el desarrollo del proyecto quedespués ha sido conocido como D-8.

-¿En qué consistía exactamente ese proyecto?

-Era un proyecto para el desarrollo de

facultades extrasensoriales.-¿Puede ser más explícito?-Algunos altos mandos de la División

de Sistemas y Planes consideraron que eldesarrollo de facultades mentales

 parapsicológicas, podía suponer un campoestratégico que, cuando menos, había queinvestigar. Si esas facultades eran susceptiblesde desarrollo, nuestro ejército contaría con

una ventaja esencial frente al ataque de un posible enemigo. Es decir, el conocimiento deuna determinada clave o del emplazamientode un silo, o solamente saber en qué direccióniban las investigaciones de una sección de altatecnología de Japón, eran conocimientos muy

 pequeños, pero que podían resultar decisivos.Era muy conveniente que el Ministerio deDefensa investigara si se podía obtener algúnresultado por ese camino.

-¿En qué materias comenzaron aindagar?

-En todas. Hiperestesia, pneumografía,telekinesia, telepatía, viajes astrales... Si unosolo de estos campos producía resultados, elMinisterio dedicaría los mejoresinvestigadores para su desarrollo. El progresode estas investigaciones nos llevaría años.Pero si conseguíamos algún resultado, el resto

de ejércitos no tendría ni idea de por dónde

venía nuestra ventaja. Y eso significaría queles llevaríamos años de adelanto.

-¿Obtuvieron resultados positivos ycientíficamente comprobables?

-La respuesta es compleja, no basta

decir un sí o un no. Obtuvimos resultadosinequívocos de que existían esas capacidadesextrasensoriales. En el laboratorio pudimoscomprobar que existía la capacidad paratransmitir pensamiento, para mover pequeñosobjetos esféricos y para realizar otro tipo de

 pequeños fenómenos. El inconveniente eraque no parecían capacidades desarrollables.Además, parecían unas habilidades

sumamente caprichosas. Las personas quedisfrutaban de esos dones podían obtenerinformación acerca de asuntos irrelevantes,

 pero nada de nada acerca de las cosas querealmente nos interesaban. Los resultadosfueron muy desalentadores. Por lo menos ésefue el dictamen que se presentó al CónsulMáximo por parte del general Von Dinken

 bajo cuyo mando estaba el director del proyecto D-8.

Después de cuatro años, los sujetosestudiados no habían producido nada que nossirviera. Pero dado que se había comprobadode forma inequívoca que esas capacidadesexistían, se decidió continuar investigando enlos mismos campos pero a través de nuevasvías. Vías más... extrañas. Fue entonces, bajoel mando del general Schlangerholts, cuandose comenzó a seleccionar a niños desde su

nacimiento para prepararlos al desarrollo deesas habilidades supramentales. Los niñosvivían en las instalaciones preparadas alefecto.

Una habitación de relajantes tonosazulados, muy amplia, enmoquetada, sin

ningún tipo de armario, trece niños sentados

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formando un círculo, sentados sobre el sueloen posición de loto, el profesor de barba

 blanca cuidadosamente recortada, sostiene lasmanos en alto, hacia delante, a la altura del

 pecho. Todos, niños y maestro, tienen los ojos

cerrados, respiran lentamente en tres tiempos.En el centro del círculo que forman losaprendices, una tabla lisa, sobre ella semueven relucientes bolitas de acero. La mentede cada niño mueve una bola. La trayectoriaque cada esfera recorre rodando es circular.Cada una gira en una dirección, unas encírculos más amplios, otras formando círculosmás estrechos. Algunas de las bolas daban un

choquecito entre ellas y su circularidad seinterrumpía durante unos segundos.En la habitación de al lado, otro

círculo de niños sentados sobre la moqueta,otra habitación sin armarios, de paredesdesnudas. Los niños que hay dentro son másmayores, cada niño movía dos bolas en eltablero liso colocado en el centro. En aquella

 planta se hallaban trece salas dedicadas a latelekinesia. Trece salas iguales en las que sólo

variaba la edad de los que allí se ejercitaban.En la planta de abajo, un laboratorio

con dos personas sentadas a cuatro metros dedistancia una de la otra, con un cristal enmedio, ambas transmitiéndose mentalmentecifras y signos esquemáticos. Varios técnicoscon bata blanca apuntaban detalladamenteerrores y aciertos. La misma escena convariaciones se daba en la sala de la derecha y

en la de la izquierda. Encima de la plantadedicada a la telekinesia, varias salasdestinadas a investigar otros tipos de

 percepciones. Todo el complejo estabaenmoquetado con el mismo color azulado, las

 paredes sin ventanas, los técnicos y losaprendices caminaban en silencio por los

 pasillos, tratando de turbar lo menos posiblelas operaciones que tuvieran lugar tras la

 pared de al lado.

-¿Dice, usted, que se confinó a niñosen las instalaciones?

-Sí. Indudablemente, era necesario para los experimentos encauzar a aquellasmentes hacia la extrasensorialidad, antes deque entraran en contacto con niños normales.Se utilizó para ello a niños expósitos y a niñosfecundados in vitro. En cualquier caso, ellugar donde vivían, aunque no excesivamenteespacioso, era un lugar ameno y, desde luego,adecuado.

-¿De cuántas personas estamos

hablando? ¿Cuántos eran los integrantes deldepartamento D-8?

-Estamos hablando de novecientas personas. Al principio todo el departamentoestaba localizado en una instalación militar enLibia2, en la base de Aqar Atabah del Ejércitode Tierra. Después, aunque después se abrióotra instalación del D-8 en Hutu-bongoya,

 Nigeria.

Por alguna razón, los generales noquerían tener aquel proyecto sobre sueloeuropeo. Tantas precauciones que hasta serumoreaba que bajo las instalaciones de Hutu-

 bongoya en Libia, en una sala precintada en elcentro de la base, había una bomba dehidrógeno dispuesta a estallar en cuanto sediera la orden desde Europa. Se quería,decían, poder poner punto final en cualquiermomento a los extraños fenómenos de aquella

investigación, si estos se escapaban fuera delas manos.

Con el tiempo se abrieron nuevosdepartamentos. Se investigó la xenoglosia, laglosolalia y, lo más sorprendente de todo, lalevitación. Sólo se logró que seis sujetos

 pudieran ejecutar este fenómeno. Las

2 En el siglo XXIII, Libia, la entonces verde y próspera

Libia, era una provincia integrada en la RepúblicaEuropea desde hacía más de treinta años.

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grabaciones son sorprendentes. Todo estágrabado. Realizamos miles de experimentos.Había allí físicos, médicos, técnicos en todaslas ramas. Fuimos metódicos en laconsignación de cada prueba y sus resultados.

Desafortunadamente, en la legislatura deHirsen se estuvo a punto de poner punto finaltodo el proyecto. El cónsul Hirsen detestabatodo aquello, jamás comprendió la futurautilidad de aquella investigación. Al final, eldepartamento siguió existiendo. Pero no seasignaron más ampliaciones a las partidas

 presupuestarias para desarrollar los nuevos planes de investigación. Sólo se logró, y con

 bastante esfuerzo, que se congelaran losnúmeros de nuestros presupuestos. En lareacción del Cónsul contra todo aquel

 proyecto había algo visceral. Incluso estuvo a punto de traspasar el mando sobre el proyectoal Departamento de Investigación de losServicios Secretos. Se comentaba ya desdehacía tiempo que había una no declaradarivalidad entre los Servicios Secretos y elEjército por hacerse con la supervisión de

aquella sección.Fue con el advenimiento de Viniciano

cuando el D-8 va a alcanzar un crecimientometeórico. El emperador en persona encargaráque se abran todavía más líneas deinvestigación. Dedicará fabulosas cantidadesal departamento. Y lo que jamás nosimaginamos, ordenará que se abra una ramadel D-8 en la misma capital de la República.

Pero este personal interés delemperador por nuestro departamento supusotambién un cambio drástico en la orientaciónque hasta entonces había tenido eldepartamento. Hasta ese momento habíamossido una rama del Ejército. Se suponía que elresultado de nuestras investigaciones podíanresultar estratégicas para el Ministerio deDefensa. Hasta entonces las investigacioneshabían tenido un carácter científico, o por lo

menos eso se había pretendido. A partir delaño 2209 las cosas cambiarán radicalmente.

El emperador tenía, además de su particular ideología, sus propias y particularesideas esotéricas. En la mente del Emperador,

nuestro departamento debía ser el semillero deuna especie de élite espiritual que dirigiera alPartido. Europa debía estar regida en lomaterial por una eficiente burocracia. Pero lasmasas debían aceptar la égida, el liderazgoespiritual, de una élite de sacerdotes con

 poderes, con poderes paranormales merefiero. El sueño que acariciaba el CónsulMáximo era que esa nueva casta sacerdotal, o

al menos algunos miembros de ella, estuvieradotada de los poderes que se desarrollaban enel D-8. No serían muchos los integrantes deesa élite, pero conformarían una especie deSS. Lo que las SS fueron para el III Reich, loserían aquellos niños y jóvenes para la nuevaEuropa3.

De ahí, que del carácter, digamos,científico y aséptico que tenía eldepartamento, se pasó a inculcar a los niños

una serie de doctrinas. El departamento fue purgado. Los elementos disidentes fuerontrasladados a otros proyectos del Ministerio.Y en la base de Hutu-bongoyadesafortunadamente se comenzaron a

 practicar procedimientos cada vez más…ajenos a cualquier tipo de pretensióncientífica. Cada vez más, el conocimiento delo oculto se buscaba a través de los, así

llamados, equipos de concentración deenergía mental   que no ocultaban otra cosamás que prácticas espiritistas. Al final, estetipo de prácticas ni se trataron de ocultar bajoningún ropaje pseudocientífico, el espiritismose practicaba en todas sus formas posibles.Incluso de forma individual, si bien lo normalera practicarlo en grupo. Llego a haber variassesiones de cien, y aun doscientas, personas

3 Apocalipsis 16, 13-14.

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simultáneamente invocando esas fuerzas. Eldepartamento a partir de ahí fue cayendo en

 picado. De tratar de investigar todo aquellodel modo más científico posible, habíamoscaído en las prácticas esotéricas más

detestables y acientíficas. Se llegaron aintroducir sistemas de adivinación a través delas entrañas de animales, de la astrología, etc,etc. Aquello no era ni sombra de lo quehabíamos comenzado quince años antes.

El D-8 se había transformado en uninstrumento al servicio del Poder. Entrenosotros lo llamábamos las SS esotéricas.Cada vez quedábamos menos miembros

dentro del departamento que nocomulgáramos con las ideas dagonianas delEmperador.

-Háblenos de los incidentes, de losfamosos incidentes.

-Comenzaron pocos años antes de lalegislatura de Hirsen. Al principioempezamos a observar que el número desuicidios entre nuestros aprendices estabacreciendo. Después, en pocos años, era

evidente que el índice de suicidios resultabaalarmante. De preocupante había pasado a seralarmante. Y ese índice de suicidios siguiócreciendo año tras año. Hasta que seestabilizó. Al final llegó a ser del 3.8% anual.Eso significa que casi el 20% de los queentraban en el D-8, acababan suicidándoseantes de cinco años.

Supuestamente no eran realmente ellos

los que se mataban, sino que eran abocados aello por las fuerzas que poseían a nuestrosaprendices. Especialmente teníamos

 prohibido a los cuidadores dejarlos solos enterrazas situadas en lugares elevados sin nadieque les vigilara.

El siguiente problema fueron losfenómenos poltergeist que comenzaron a

 producirse en las instalaciones de Hutu- bongoya. En un principio no les dimos

demasiada importancia, pues pensábamos quese trataba de energías mentales incontroladas,energías provocadas por los experimentos queestábamos llevando a cabo. Incluso, en losinformes, sin darle mayor importancia,

comenzamos a denominarlas energíasresiduales. Pero pronto nos dimos cuenta deque aquello no eran energías, sino otro tipo deentidades.

Los fenómenos poltergeist cada vezfueron más preocupantes. También las

 perturbaciones psicológicas de los integrantesdel equipo, tanto investigadores comoinvestigados, eran cada vez más frecuentes. El

índice de demencia en el D-8 llegó a seraltísimo. Aunque este índice siempre semantuvo en secreto para no preocupar enexceso a los que trabajaban en losexperimentos del departamento.

-¿De qué índice estamos hablando?-Es difícil precisarlo, porque las

 perturbaciones psicológicas podían ir de algotan leve como una fobia a un broteesquizoide. Pero los trastornos de doble

 personalidad comenzaron a parecer una plaga,algo así como una gripe que va dejando fuerade combate cada vez a más colaboradores.Además, dado que aquellos investigadoresdementes en grado agudo conocían detalles deuna investigación de alto secreto, fuenecesario retenerlos en centros psiquiátricosdel Ejército, bien vigilados.

-¿No regresaron a sus hogares con sus

familias?-No. Conocían un proyecto de alto

secreto y no estaban en sus cabales, había quecolocarlos en un entorno protegido. En loscentros psiquiátricos militares, el personalestaba adiestrado para que lo que dijesen notrascendiera fuera del recinto.

-Háblenos de dos incidentes: el Reno yel del 15 de noviembre.

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-No puedo agregar más de lo queustedes ya saben. En el incidente Reno, lasluces se fueron. En realidad se fue el fluidoeléctrico de tres sectores enteros de lasinstalaciones. Sin ventanas en las paredes, con

las puertas cerradas, comenzaron a escucharsegruñidos de animales, o por lo menos esodijeron, varios intentamos abrir manualmentelas puertas. El personal, en medio de un

 pánico espantoso, de una histeria yaincontrolable, agarró lo que tenía a mano paragolpear contra todo lo que se movieraacercándose. Las agresiones provocaron quetodo el mundo corriera en desbandada por las

habitaciones vagando en medio de la másabsoluta de las oscuridades, ya he dicho queel módulo principal de experimentacióncarecía de ventanas que dieran al exterior.Cuando media hora después se restableció elfluido eléctrico y se encendieron las luces,cuarenta personas yacían sin vida, muertas agolpes de sillas, de objetos contundentes, de...en fin, los allí encerrados presos de la histeriaagarraron todo lo que tuvieron a mano para

defenderse.El infausto incidente del 15 de

noviembre, fue parecido, aunque aquí no seapagaron las luces todo el rato, sinointermitentemente, con interrupciones aintervalos exactos de 17 segundos, segúnsupimos después. Se produjo una crisis dehisteria colectiva, todavía peor quizá porqueinconscientemente recordamos lo que había

sucedido en el llamado incidente Reno. Aquíel problema fue agravado por el hecho de quehabía ocho personas del servicio de seguridaddentro de las instalaciones del módulo

 principal. En medio de la crisis de histeriacolectiva, sumidos en una perfecta oscuridad,aunque intermitente, se hizo uso de las armasde fuego. El triste resultado fueron cuarentamuertos.

A partir del segundo incidente, la ideade que estábamos trabajando en un lugarmaldito ya no nos abandonó. Todos losmiembros del equipo tuvimos miedo desdeese día.

-¿Es cierto que se retenía encadenadosa varios hombres poseedores de un espíritu

 pitónico?-Bien... ése es un asunto que ahora

sonará aquí bastante inadecuado. Pero, en fin,tal como fueron sucediéndose los hechos... laactuación de los superiores del departamentoresulta más aceptable. Los hechos son lossiguientes:

El 10 de enero de 2202 una persona estrasladada a la base militar de Gurdurf en Noruega. Esta persona era una profesora dematemáticas en un colegio de educación

 primaria. Al principio se creó revuelo en elvecindario porque sus familiares más directosdecían que ella estaba poseída del demonio.El revuelo llegó a tales extremos que losatemorizados lugareños pidieron laintervención de las fuerzas de seguridad. La

 policía despreció las quejas respondiendo queellos no estaban para tonterías. Pero un mesdespués el clamor del vecindario llegó tanlejos, que fue el mismo alcalde de la localidadel que se reunió con los jefes de la policíalocal para exigirles que hicieran algo.

Al final, para saber lo que realmenteestaba pasando, la policía obtuvo un mandato

 judicial para colocar una microcámara de

vídeo oculta en el interior de su casa. Lacámara grabó varias de estas crisis. Estascrisis no tenían nada de especial, salvo que endeterminados momentos se quedaba en tranceen su sofá o de pie en medio de su habitacióny daba comienzo a la recitación de una largaserie de letras y cifras. En la comisaríaestuvieron de acuerdo en que estaba loca, peroque no era peligrosa. Pero para que no hubiera

 problemas legales de reclamación contra la

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 policía, que eso lo decidieran losespecialistas. Así que el comisario, sin darleal asunto más importancia y justo antes de darcarpetazo al tema y archivarlo, mandó lagrabación a la sección psiquiátrica de la

Policía Nacional en Oslo, por si allí alguienhacía alguna observación que pudiera ser deinterés.

En aquella sección del edificio de laPolicía de Oslo, en una oficina atiborrada detrabajo, el funcionario en cuestión escuchómedioaburrido el comienzo de una de lasseries de cifras y números. La escuchótomándose un sandwich y sin darle mucha

importancia, pero el caso es que algo de loque escuchó le recordó al comienzo de unaclave del Ejército, así que les pasó lagrabación a ellos y se olvidó del asunto.Asunto cerrado, pensó. Nada más lejos de larealidad.

La grabación pasó al Ejército víaInternet, con la indicación de que seríainteresante de que le echara una ojeada lasección encargada de claves o la de

criptografía. Al día siguiente de pasarles elarchivo, cuatro furgones oscuros del Grupo deIntervenciones Especiales rodeaban el edificiode viviendas de la profesora de matemáticas.En menos de un minuto los fornidos soldadoscon sus cascos y chalecos antibalas saltaron atoda velocidad de sus vehículos, clausurandotodas y cada una de las salidas del edificio,mientras otros subían simultáneamente por el

ascensor y las escaleras. La profesora cuandoera introducida en aquel furgón de cristalesopacos, custodiada por todos aquelloshombres, desconocía que iba camino de una

 base militar.Resultaba que el comienzo de la serie

de letras y números que recitaba en sustrances de posesión comenzaba con estasletras ABBAABBAABDENAGOSIDRAK.En la policía local nadie había dado

importancia a esas letras, ni tampoco losagentes de la Policía Nacional de Oslo. Peroen cuanto la grabación llegó a uno de losdespachos de criptografía del Ejército, allí notuvieron duda alguna, sabían muy bien qué

era lo que significaban: era la clave deidentificación que indicaba que los números yletras que seguían, constituían la secuencia decodificación del acceso al sistema informáticode los misiles intercontinentales de los silosdel Norte de Europa. El joven técnico que enel Ministerio de Defensa leyó aquello, dejócaer el vaso de café que tenía en la mano y a

 paso ligero se dirigió al despacho de su

superior. No tardaron ni diez minutos enenviar al Centro Estratégico de DefensaBalística la grabación de las secuenciascodificadas, ni siquiera ellos, en Oslo, poseíanla secuencia entera de la codificación, sólo elcomienzo identificativo de la serie.

La secuencia grabada, en boca de la profesora, parecía interminable, aquella mujeren trance recitaba números y letras, unasveces durante diez minutos, otras durante

veinte minutos, a veces durante una horaentera. Aquella mujer que hablabagangosamente, a ratos con los ojos cerrados, aratos con los ojos en blanco, en unasocasiones inmóvil como una estatua, en otras

 balanceando a ratos brazos y piernas, estaba parloteando una secuencia de números y letrasque al principio de todo siempre loencabezaba con las letras

ABBAABBAABDENAGOSIDRAK.Más al sur, a dos mil kilómetros de

distancia, en el Centro Estratégico de DefensaBalística no se lo podían creer: la secuenciaque seguía a esas letras, era correcta número anúmero, letra a letra. Aunque dijera cadenasalfanuméricas durante media hora, no había niun solo error. Era una secuencia de altosecreto. Los códigos para dar la orden delanzamiento de los misiles desde los silos.

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Ella decía los códigos del Estado Mayor, losdel maletín del Cónsul, los de las bases enultramar, códigos y más códigos. ¿Cómo loshabía conseguido ella?

El psiquiatra de Oslo pasó la secuencia

transcrita de números al Ministerio deDefensa en Oslo, a las 15:00. El Ministeriotramitó el tema en menos de cuatro horas. Alas 18:40 ya había llegado al correoelectrónico del joven técnico de la secciónencargada de las claves. El encargado deturno, no lo abrió hasta las tres de la mañana.Con el corazón acelerado y el café derramadosobre sus pantalones, lo pasó a sus superiores.

Hasta las 4:30 estuvieron comprobando lasecuencia escrita que les había enviado el psiquiatra, así como el resto de archivos conlas grabaciones. A las 5:15 se llamó a su casaal general Drovur, levantándole de la cama. Alas 6:23, la sección antiterrorista de Oslorecibía la orden de detener a esa profesora dematemáticas usando todos los mediosdisponibles y todas las medidas de precaución

 posibles para que no se escapara.  Planee la

operación como desee, le advirtió el generalDrovur  , use el número de efectivos que crea

conveniente, pero si esa profesora se le

escapa, mañana usted habrá perdido su

 puesto y será despedido.La mujer no se les escapó. De

inmediato se dio orden de confinarla.Afortunadamente, nadie del vecindario, ni porasomo, sospecharía nunca que por la boca de

aquella mujer se había estado diciendo, comosi tal cosa, una información catalogada con lacalificación máxima en el rango de secretosestratégicos. Pronto, en la base de Noruegadonde estaba custodiada se dieron cuenta deque aquella mujer no era ninguna espía, quelos interrogatorios no lograban nada. Lamujer, además, cada vez se tornaba másfuriosa. Cada vez tenía menos momentosnormales. Sus trances se volvían más y más

 prolongados. Blasfemias, escupitajos, ojos en blanco. Sus interrogadores no sabían qué procedimiento usar con un caso tan atípico. Ni los mismos psiquiatras militares se poníande acuerdo. Tras la visita a la base Noruega de

dos expertos del Ministerio remitidos ex profeso desde Berlín, se dio orden que se laenviara al departamento D-8, a África.

En los tres años siguientes,aparecieron cuatro casos más como éste:

 personas poseídas de un fortísimo espíritu pitónico. Hechos futuros, secretos militares,sucesos ocultos, eran proferidos por las bocasde aquellas cuatro personas que parecían tener

contacto con el más allá. Asimismo decíantodo tipo de necedades. Había que escucharhoras y horas de necedades para obtener algocon sentido. Hablaban con mirada de locos,sacando la lengua, a veces en medio deconvulsiones. Un rato después despertabandel trance y no se acordaban de nada. Perohabía que tenerlas sujetas con camisas defuerza y con los pies atados, eran sumamente

 peligrosas.

La profesora de matemáticas traída de Noruega y confinada en la base de Libia,arrancó un ojo a una médico con la esquina deuna bandeja de la comida que agarró en unadécima de segundo y con la que le golpeóantes de que pudiera reaccionar. Todo ocurriótan rápido, que no se pudo hacer nada paraevitarlo. Otro de los sujetos recluidos rompióun vaso estando a solas, y varias horas

después, en un momento de descuido de losque le atendían, se lo clavó en el cuello a unenfermero.

Desde entonces se tomaron medidasextremas en la custodia de estos casos

anómalos. Además, en ciertas ocasiones parecían poseer una fuerza extraordinaria, senecesitaban ocho hombres para reducir acualquiera de estas personas. Ocho celadores

 para sujetar a una profesora de matemáticas

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resultaba, a todas luces, algo excesivo einexplicable. En el paroxismo de sus crisis defuria, varios de estos casos anómalos furiososllegaron a romper varias veces sus camisas defuerza. Una vez rotas las sujeciones de la

espalda en la camisa, liberarse de las bandasde inmovilización de las piernas les costabaapenas diez segundos. Reducir a una de estas

 personas libre de todas sus ataduras, era comoreducir a una fiera salvaje. Al final se

 prescindió de las típicas cintas deinmovilización utilizadas en las institucionesmentales y se usaron directamente cadenas deacero. Era difícil tratar de explicar este tipo de

sucesos a nuestros jefes del Ministerio cuandonos visitaban.-¿Eran conscientes los oficiales al

mando del proyecto de que recluir a personas por la fuerza sin haber sido juzgadas, esinconstitucional?

-Pero qué otra cosa habríamos podidohacer. Conocían secretos verdaderamenteesenciales para la seguridad de la Nación, no

 podíamos dejarles sueltos.

-Pasemos a otro tema. Háblenos ahoradel dossier Font Gaumbault.

-A los sujetos encadenados se lesfilmaba veinticuatro horas al día, siete días ala semana. Todo aquel material filmado, todasaquellas filmaciones con lo que hacían y loque decían, constituía un apasionante objetode investigación para psiquiatras, filólogos,médicos y parapsicólogos. Una de las

mujeres, creo que era checa, dijo en medio deuna crisis de furia, cierta cosa que nos dejó

 perplejos. Era algo que, según ella, habíaocurrido en un monasterio de la Normandíafrancesa. Como se trataba de un dato fácil decomprobar, se cursó a través del Ministeriodel Interior la orden de investigar si era ciertolo dicho por aquella mujer. Ella habíaseñalado que el día 2 de febrero de 2203, a lascuatro de la tarde, el coro entero de monjes

mientras estaba recitando la hora de nona,todos al unísono habían dichoespontáneamente sin ponerse de acuerdo losiguiente: a esta hora, este mismo día, en este

año de 2203, acaba de nacer el Anticristo en

una ciudad edificada sobre siete colinas. Nada más acabar de decir esto los frailesinterrumpieron su rezo, y se miraron

 preguntándose ¿qué había sucedido? ¿Por quéhabían dicho aquello? ¿Y por qué todos a lavez? Después de la natural sorpresa, elestupefacto abad dio orden de retomar lossalmos que restaban para acabar el rezo.

Estos fueron más o menos los hechos

que sucedieron, o más bien lo que la posesadijo, ¡en árabe!, que había sucedido. Una vezya en la abadía, los agentes del Ministerio delInterior no encontraron más que el silenciodel padre abad. El cual no dio permiso paraque los agentes interrogaran al resto demonjes. Amablemente el abad en su despacholes expresó su deseo de que se retiraran y queno turbaran la paz de la comunidad. Paracuando nosotros quisimos por nuestra cuenta

recomenzar una serie de interrogatorios fuedemasiado tarde. Habían comenzado las

 persecuciones contra la secta cristiana. Losmonjes fueron recluidos transitoriamente enun complejo penitenciario de Poitiers, justoantes de que fueran dispersados a varioscentros de internamiento.

Quisimos investigar los archivos de laabadía. Pero todos los libros y escritos del

monasterio habían sido trasferidos a París.Allí, la secretaria, de la Biblioteca Nacionalnos dijo que la acumulación de archivoseclesiásticos incautados era tal, que se tardaríano menos de un año en tener informatizadoslos títulos y temas del material intervenido.

 No se puede informatizar todos los fondosdocumentales de la Iglesia en cuatro días, nosdijo aquella mujer de color con una sonrisairónica.

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motivo suficiente para provocar todo tipo derecelos. Abandonamos todo intento deconseguir esos nombres.

Ahora me doy cuenta de lo acertada deaquella decisión. Aquellos espíritus que

hablaban a través de los posesos no hicieronotra cosa que jugar con nosotros, en esto y enotros muchos temas. Después, años después,comprendí que ese día no había nacido esafigura denominada como Anticristo, si talfigura existe. Además, según los entendidosen esa oscura materia, el Anticristo fue elemperador Viniciano. Aunque, bueno, esetema lo dejo a la discusión de los expertos en

la materia. Yo desde luego no sé.-¿Cómo está seguro de que jugaroncon ustedes?

-Otras cosas las investigamos a fondo.El resultado de nuestras pesquisas fuerotundo: aunque hablaban de cosas muyconcretas, estaban diciendo cosas falsas.

-Pero los códigos eran ciertos.-Sí, eso fue la única cosa cierta que se

dijo en todo ese tiempo. El resto de cosas, así

como el resto de casos, fue una completa perdida de tiempo y de dinero. Se invirtieronmuchos recursos del departamento, para nada.

-Ya que ha mencionado la figura delAnticristo y al emperador Viniciano, él sí quecreía encarnar esa figura, ¿no?

-Sí, él estaba convencido de personificar ese personaje. Si no lo era, desdeluego encajaba en todas las profecías acerca

de esa figura.-¿Profecías? ¿Qué tipo de profecías?-Nosotros no teníamos acceso a ellas.

El Emperador sí. Las profecías estabanconsignadas todas en un libro. Un largo librode difícil comprensión escrito hace miles deaños. Los cristianos habían custodiado eselibro durante miles de años. Para ellos, laBiblia era un libro sagrado. Pero la obra encuestión fue perseguida con implacable tesón

 por la maquinaria imperial. Una persecución anivel mundial. Estados Unidos, Europa, másde sesenta naciones fueron de modosistemático recogiendo ese libro de

 bibliotecas, anulando direcciones en Internet,

y disuadiendo a particulares de difundirlo enla Red a base de imponer año tras año penas

 progresivamente más severas.Al libro se le acusaba de extender todo

tipo de prejuicios, de ser un escrito propagandístico de una secta destructiva, deser una apología de conceptosanticonstitucionales. Una vez que el Tribunalde la Haya falló en contra de los abogados

que defendían los intereses de la institucióncristiana, el libro fue haciéndose más y másinusual. Ni en las universidades de Occidente,ni en los servidores de Internet era ya posibleencontrar el texto íntegro. Aunque, demomento, retazos del texto citados en otroslibros sí que era posible encontrarlos. Perosólo citas, el texto entero ya no. Hackers

 profesionales a cargo de la República Europease encargaban de bloquear con virus cualquier

dirección que en los buscadores aparecieracon algún contenido de versículos bíblicos. Eltexto dejó de circular. Pero nos constaba queel emperador no sólo poseía el texto proféticoíntegro, sino que contaba con sus vaticinios.Eso le otorgaba un valioso conocimiento delfuturo que a nosotros nos estaba vedado.

-Pero ¿el atentado que tuvo elemperador estaba profetizado?

-Lo desconozco. Ya he dicho que noteníamos acceso a esas páginas. Pero puedoasegurarle que el atentado tuvo como causa eldescontento entre las capas tecnocráticas de la

 burocracia. Descontento muy profundo por elgiro religioso que estaba tomando el liderazgodel Continente. Un Estado técnico, laico, conun marco jurídico de completa y nítidaseparación entre las confesiones religiosas yla administración, cada año, iba

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sumergiéndose más en una especie de nochede los intelectos, en la que el Partido infiltrabasu ideología a través de la burocracia, la

 banca y el ejército. La parte más tecnocrática,más ajena a todas estas fantasías

 pseudorreligiosas, intentó desesperadamentesustituir al hombre que había concentradotanto poder sobre su persona. Después demuchos intentos, de muchos movimientos, elatentado fue su última tentativa.

-¿Cree que hubo alguna intervencióncristiana en la instigación al atentado?

-No lo creo -dijo tras unas risasdesganadas-. Esa semana, la del atentado,

tuvimos entre nosotros interesantísimasdiscusiones acerca del tema. Bueno, creo, quetoda la Nación no habló de otro asunto que nofuera el magnicidio frustrado. En fin, en lacafetería discutíamos sobre lo imposible queera una participación cristiana en el complot.Porque si aquel hombre era el Anticristoestaba profetizado en la Biblia que lograríallevar a cabo su persecución. Y por tanto nada

 podía impedir el que una profecía divina se

cumpliera. Y si un cristiano u otra personallevaba a cabo un atentado y mataba alAnticristo para evitar la persecución de laIglesia, eso significaría que la profecía de laBiblia no era cierta.

¿Se da cuenta? Ambas jugadasllevaban a un jaque mate, a un callejón sinsalida. Si la profecía era cierta, nada podíaevitar la persecución sangrienta. Si la profecía

no era cierta, entonces no tenía ningún interésel matar al Anticristo pues la fe hubieraresultado falsa. Lo dicho, un callejón sinsalida. Sí, fueron unas discusiones muyinteresantes -levantó la vista con una sonrisa,recordando. Y añadió-: Sobre el 666 tambiénhubo discusiones muy apasionadas.

-Luego sí que conocían algunas profecías del Apocalipsis.

-Muy pocas, poquísimas. Por supuestoque había fragmentos circulando de modomás o menos clandestino. Aunque incluso la

 posesión de textos fragmentarios entrabadentro de lo tipificado como delito por las

 prohibiciones imperiales. Pero además delfraccionamiento, que clandestinamente seguíaexistiendo, el mayor problema era suinterpretación. Los cristianos habíanmantenido dos mil doscientos años decontinuidad en la interpretación de esostextos. Una continuidad en la manera decomprender esos versículos, o por lo menosasí lo creíamos. Pero nosotros nos

enfrentábamos a la lectura de esos textos connuestra mentalidad del siglo XXIII. Nuestromundo nada tenía que ver con el mundo quevio escribir sobre sus papiros los caracteresgriegos de los anuncios proféticos. Esosvaticinios que constituyen el augurioapocalíptico que se supone que estamosviviendo, vaticinios que para nosotrosresultaban crípticos e ininteligibles.

-¿Cómo acabó el D-8?

-Cuando comenzó la guerra con Asía,el crack económico fue de tales dimensiones,el estallido social tan incontenible, que elEstado no pudo preocuparse en mantener estetipo de departamentos, digamos, deinvestigación. Aunque la época deinvestigación ya había quedado lejana. Desdeque las HH.AA asumieron la dirección del

 proyecto, los fines de las investigaciones

únicamente las conocían los altos oficiales.Los técnicos habíamos pasado a ser merosoperarios del departamento. Pero fue la guerralo que realmente acabó con todo.

Tras medio año del comienzo de laguerra, el Estado trataba sólo de preservar losnúcleos más vitales de cada ministerio. Perosi el fin del presupuesto supuso un desastre

 para nuestro departamento, el enfrentamiento bélico con Asia fue la culminación del

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desastre. Las sedes africanas del departamentofueron bombardeadas cuatro meses despuésdel comienzo de hostilidades con Japón. Enrealidad, no es que se bombardeara nuestrasinstalaciones. Sino que nuestras instalaciones

fueron arrasadas en las explosiones quedestruyeron la entera base militar en las queestaban ubicadas. Los nipones ni tenían ideade que allí se enconraba un departamento dealto secreto.

Respecto a las instalaciones de nuestrodepartamento en la Urbe, nos llegaroncontradictorias informaciones. Unos dijeronque fueron saqueadas y que ya nadie quedaba

en ellas. Otros afirmaron que se hundieroncuando el gran rascacielos Lheureux en el queestaban situadas se desplomó en el trascursode las hostilidades. Incluso alguien hubo quenos dijo que los últimos dagonianos del tercercírculo se atrincheraron en el complejodefendiéndolo contra las masas que trataronde tomarlo al asalto. Esta última información,aunque bastante extendida, seguro que esfalsa, pues los dagonianos donde de verdad se

atrincheraron con armas y víveres fue en elcomplejo del templo de Dagón, en el Foro.

Me hubiera gustado saber cómo lososcuros hombres del Partido, como losllamaban, habrán contenido a muchedumbreshambrientas. ¿Se puede contener a decenas demiles de personas con varias baterías deametralladoras?

Los hombres orientales que leescuchaban tomaban notas, silenciosos yserios. Seis hombres situados enfrente de él,en unas mesillas puestas unas al lado de lasotras, formando una U. Una sala amplia, concortinas blancas que parecían que daban alexterior, aunque la sala se hallaba en las

entrañas de un buque mercante y lo que se

veía tras las ventanas era luz artificial. Un buque que había partido de Singapur rumbohacia Tokio. En la cubierta del buque habíaaterrizado en medio de la tormenta laaeronave que traía a los quince japoneses que

habían escuchado todas sus declaraciones. Dela misma manera que los Aliados después dela II Guerra Mundial trataron de averiguartodo lo posible acerca de los planes esotéricosy pseudorreligiosos de los jerarcasnacionalsocialistas, así también los japonesestrataban ahora de penetrar en la comprensiónde la histeria religiosa que se había desatadoen Occidente desde hacía veinte años. Y sobre

todo trataban de penetrar en el conocimientode las causas ocultas, de los mecanismos previos, que hicieron posible esa arrolladoraeclosión social de pseudorreligión.

Ahora tenían delante a aquel desertor.Pero había desertado no por amor a los

 japoneses, sino por salvar su vida de lareclusión en un campo de reeducación. Era undisidente que siempre se opuso al giroideológico del departamento. Empezadas las

hostilidades con Asia, había huidorepentinamente de su puesto de trabajo.

Aunque fuera se había desatado unatempestad, dentro de la embarcación no senotaba nada, ni un ligero movimiento. El

 barco estaba dotado de unos estabilizadoresóptimos. Los orientales que le escuchaban lohacían con el interés de conocer de primeramano secretos bien guardados. Aunque

mientras le escuchaban ocultaban lacompasión, que sentían por él, al saber queaquel hombre sería canjeado al día siguiente

 por otro prisionero y entregado a susenemigos. Sería canjeado por un topo

 japonés, un agente al servicio de la UniónEuropea, había huido de Tokio, pero mañanaretornaría.

Más información no lograrían de aqueldisidente, de aquel participante en ese

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 proyecto secreto, así que no tenían ningúninterés en llevarlo a suelo nipón. En un par dehoras, inyectarían en su cuerpo un buensurtido de las ampollas que contenía elmaletín de drogas que llevaba uno de ellos,

 por si el que ahora hablaba se había dejadoalgo en el tintero. Probablemente ya lo habíadicho todo, pero si no ya cantaría. Ya que loiban a devolver tenían que asegurarse de queno quedaba oculta información relevante enesa cabeza. Esas drogas iban a producirleirreversibles daños cerebrales, pero dado que

 pronto iba a estar de vuelta a casa tampocotenía mucha importancia ese hecho, el

recibimiento que le esperaba en casa sería peor.

-Hablando del final del D-8, ¿qué lessucedió a las cuatro personas confinadas delas que hemos hablado antes?

-¿Se refiere a los cuatro casos

especiales?-Sí.-Bien... su rastro se pierde en otras

instalaciones médicas militares. En pro de laseguridad nacional había que seguirmanteniéndolas bajo régimen deinternamiento y ajenas a todo contacto con elexterior. Así que para mantener en secreto sudetención, no constaban ya en ningún archivoestatal desde hacía años. Una vez que salieron

de nuestras instalaciones si se les asignó otrosnombres es algo que ya escapó a nuestroconocimiento. Con nuevo nombre o no, en elfondo, era como si ya no existieran desdehacía años. En la práctica, ya no existían.Creo que se las mantuvo recluidas en algúncentro oficial en suelo africano, no estoyseguro.

La verdad, debo reconocerlo, es que

como ya seguimos en seguida con otros

 proyectos, eso hizo que nos olvidáramos un poco de ellas. Además, su status... jurídicoera un poco incómodo para el departamento.Pero lo que es seguro es que se optó por darcarpetazo al asunto. Lo más probable es que

acabaran en algún centro militar psiquiátrico.También es verdad que, al final, esa secciónno la llevaba yo. Por eso no sé qué fue deellas. En cualquier caso no podíamos hacerotra cosa. A veces, ya saben, la vida es dura.

-Sí, a veces la vida es dura.

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sentimiento casi maternal ante aquellaamalgama de tejidos hidrozoicos.

Mientras salía del laboratorio y sesacaba la bata y colgaba la tarjeta deidentificación sobre su blusa, pensaba en la

emoción de los próximos días cuando laechara en algún discreto tarrito de cristal enalguna laguna o, incluso, por la cisterna delváter. Era mucha la presión de algunos

 políticos para aprobar las leyes federales que persiguieran este tipo de liberaciones. Peroesa modalidad de leyes se topaba con unverdadero caos de problemas jurídicos.Además, ¿cómo se probaba que alguien había

abierto un bote y había liberado una célula, unhongo, un insecto o un celentéreo?Helena apagó el microscopio y cuatro

aparatos más, recogió durante un par deminutos algunos envases, apagó la lámparaque inundaba de agradable luz blanda lasuperficie donde trabajaba, y se levantó. Salió

 por la puerta principal del edificio delaboratorios de la división biológica de lamultinacional con la sonrisa de la científico

que se siente una creadora, una especie deseñora de la vida y de la muerte. En la calle,la formidable sombra del rascacielos NewWoolworth cubría con su umbría toda laestrechez de la vía peatonal. La mujer semezcló en la masa de viandantes que dada lahora se dirigían hacia sus casas.

En una esquina, un hombre anciano,flaco, medioloco, subido a un pequeño

estrado, gritaba a los peatones:¡Las bestias! ¡Las bestias serán vuestra

 plaga! De nuevo las ranas subirán del Nilo y penetrarán en vuestros palacios.

 Nadie le hacía caso, todos proseguíansu camino, incluso Helena, anónima entre lamultitud, pasó sin prestar atención a aquellas

 palabras de un hombre alucinado que se pasaría horas gritando a esos bostonianos una

y otra vez un discurso visionario, un cuentode terror para ciudadanos del siglo XXII.Además, Helena tenía prisa por llegar a casa aarreglarse, aquella noche asistiría con sunuevo novio a la audición de la nueva versión

de Carmina Burana. En el mundo de losmelómanos, había sido muy anunciada estareescritura de la obra de Off por parte del granPessoa. Pero aquellas exquisiteces culturalesestaban muy lejos del mundo interior de aquelviejo de americana raída que con voz roma sedesgañitaba en el anuncio de un Apocalipsissiempre pospuesto. Pero eso no importaba lomás mínimo a la faz del anciano de mirada

iluminada que gesticulando de un modohistriónico repetía:¡ Las ranas del faraón!, ya chapotean

entre el fango situado bajo vuestros pies. La

maldición, el castigo, el flagelo de Dios caerá

 sobre vosotros porque vuestra iniquidad ha

horadado la bóveda de los cielos y ha

alcanzado el trono de Dios. 

Sermón tokiota............................................

Ultimo sermón pronunciado en la Catedraldel Sagrado Corazón de Tokio,

día 11 de abril del año 2212

Era Viernes Santo en la catedralcatólica de Tokio. Los bancos, llenos defieles. El presbiterio, muy alto, trasincontables escalones se mostraba el altardesnudo, sin manteles, sin nada sobre él,como mandan las rúbricas en ese día litúrgico.En silencio, sin ningún canto de entrada, lostres oficiantes se dirigen por el pasillo central

hacia el ara, iba a dar comienzo la ceremonia.

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Los dos millares de fieles que aguardaban enlos bancos, se pusieron en pie. Los tresoficiantes comenzaron a subir los escalonesque les llevaban al altar. Pero antes, en un

 plano intermedio, se detuvieron, se

arrodillaron y se postraron, cuan largos eran,con sus magníficas casullas de seda conestrellas bordadas en hilo de oro purísimo.Dos interminables minutos estuvierontumbados boca abajo frente al altar. Por detrásde los oficiantes, en cada ángulo de laalfombra se hallaban los cuatro ministros delaltar, revestidos con sotanas negras y roquetes

 blancos. Un rotundo silencio invadía el

interior del templo. Las innumerables velasrepartidas por todo el presbiterio lucían consus pequeñas llamitas en lo alto de loscandelabros de bronce.

Después siguieron los ritos del oficiode Viernes Santo. La lectura de la Pasión, lasoraciones por el mundo, por el Papa, por elobispo (obispo ausente), por los hermanosseparados, por los que no admitían a Dios. Laceremonia transcurría en medio de un clima

de luto, de aire tristón, era una liturgia fúnebreempapada de melancolía. Pero no era sólo porel mismo carácter del oficio. La archidiócesisde Tokio llevaba sin prelado dos años, no

 pocas de las diócesis niponas carecían deobispo. Por eso la ceremonia catedraliciaestaba siendo oficiada por sacerdotes y no porsu prelado. Pero no era solamente la terriblesituación de la iglesia católica de Japón, eran

las nubes negras y amenazadoras que secernían sobre el mundo entero las queconferían a aquella ceremonia de oración uncarácter de infinito abatimiento.

Después de la lectura a tres voces delas sagradas páginas de la Pasión, todos sesentaron. El sacerdote que presidía al resto deoficiantes comenzó su sermón. Comenzó contono serio, apesadumbrado. Sus palabrasfueron estas:

 Et Iesus tacebat . Y Jesús callaba,refieren las sagradas páginas del doloridoevangelista. Asimismo nosotros ahoradebemos callar. Muchas cosas os tendría quedecir, mas deberé sepultarlas en el silencio.

 Nuestros enemigos, los enemigos de la Cruz,no sólo se hallan fuera sino que también estánsentados en estos bancos. Como cualquierotro feligrés, sin nada externo que losidentifique, están entre nosotros…  susagentes. Faltan, faltan, muchos obispos de sussedes. Y seguirán vacantes.

Mientras el partido en el poder sigaesta campaña de hostigamiento judicial contra

nosotros, nuestra iglesia nipona seguiráagonizante. Sí, no os extrañéis de esta palabra: agonía. Nuestros obispos, miles decristianos, monjes... las prisiones siguenrecibiendo día tras día a más de nuestroshermanos. Quizá puede que ésta sea la últimavez que haya un número suficiente de fieles

 para llenar los bancos de este templo, paracelebrar el oficio de Viernes Santo en estelugar sagrado en el que desde hace siglos se

llevan celebrando los sagrados misterios denuestra santa fe. Ni siquiera puedo asegurarosque este templo primado siga abierto la

 próxima semana.Japón, muy probablemente, seguirá los

 pasos de Europa, que después secundaron losEstados Unidos y que, finalmente, ha llegadohasta nuestra patria. De lo que fue la antiguaCristiandad vinieron los primeros misioneros

a estas tierras, y de Europa procede ahora laideología que ha propiciado la persecuciónque ya se ha instalado entre nosotros. No

 podemos hacer nada, sino orar. No podemoshacer nada, aguardamos indefensos,

 blandiendo tan solo la espada de la oraciónfrente a un acoso tan severo, tan universal.Verdaderamente se ha legalizado nuestrademolición. El partido ahora en el poder aquíen Japón ha decidido sumarse a esta corriente

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que busca erradicarnos. Y todos los resortesdel Estado, el Estado por el que nosotroshemos trabajado durante nuestras vidas, ahorase revuelve contra nosotros como si fuéramosdelincuentes.  Delincuentes ideológicos, así

nos llamó la primera ministra Yasunari. Ya nohace falta esconder los nombres, ya no esnecesario referir los hechos con veladasalusiones, nos queda poco tiempo. Peromientras nos quede tiempo podremos, almenos, denunciar lo que consideremos quedebemos denunciar. Hablaremos, aunquetambién callaremos. Callaremos frente a lasacusaciones que se propalan contra nosotros.

 No hace falta que nos esforcemos en rebatir punto por punto todo aquello de lo que se nosacusa en los reportajes, en los periódicos, enlos debates televisivos. Dado que nuestrosacusadores no buscan la verdad. Rebatir seríauna tarea ociosa.

Dejadme deciros que el tiempo seacerca. La última encíclica de Nuestro SantoPadre Lino II es clara. El fin de los tiempos

 parece próximo. La Iglesia es perseguida de

un modo universal. La Sede Romana haestado vacante varios años hasta la elecciónde nuestro nuevo sumo pontífice. Europaentera yace bajo el poder de un partido cuyorepresentante si no lo es, parece una vivaimagen del Anticristo. Las guerras se handesencadenado en todo el mundo como frutode un delirante expansionismo del ViejoContinente olvidado y enterrado hace tantas

generaciones. Pero no todo son malasnoticias, el pueblo judío se convierte en masaal cristianismo, hecho impensable hace tansolo quince años antes. Y no sólo ellos, sinoque las flores de virtud y heroísmo surgen entodas partes donde hay alguien que se atreve adecir no al mal.

Si éste no es un panorama digno delfin de los tiempos, Dios no nos culpará de quesospechemos que puede serlo. Pero no, no nos

equivocamos. Los signos del último librosagrado de las Escrituras se nos dieron parareconocer esos tiempos. Las profecías se nosconcedieron para discernir que había llegadoel momento. Durante la historia muchas

 personas, con carácter individual, o pequeñosgrupos, creyeron ver cercano el cumplimientode lo profetizado. Pero nunca, como ahora,fue el convencimiento de la Iglesia entera elque unánimemente llevó a considerar que sí,que ya llegaba la segunda venida, el santoadvenimiento. El parecer particular de todoslos obispos de todo el mundo, se vioconfirmado por la última encíclica en la que el

Santo Padre, antes de su martirio, nos dijo quesí, que daba la sensación de que los signosevidenciaban la proximidad de ese momentofinal vaticinado durante tantas generacionesde cristianos.

Por eso no tiene demasiadaimportancia si dentro de una semana, o dentrode un mes, las puertas de este templo son

 precintadas por la policía. Ni siquiera pasaríanada si, en los próximos años, fuese

destruido. Todo esto no importa, cuando lainstauración de la Jerusalén Celeste sobre latierra puede ocurrir dentro de un año, de dos,de diez...

 No sabemos ni el día ni la hora. Perolo mismo que los judíos de la era mesiánica alver los signos, supieron que la Redenciónestaba cerca. Así también nosotros al ver lossignos, sabemos que el Juicio Final está

 próximo. Nadie conoce ni el día ni la hora, pero las profecías no se nos han dado en vano.Escrutad, escrutad los signos de los tiempos,ése es el mandato de Nuestro Señor.

Como es lógico, ovejas del rebaño deCristo, no os aconsejo que invirtáis en Bolsa,no os aconsejo que emprendáis negocios, nique compréis casas, ni terrenos, ni que hagáis

 planes pensando en un futuro lejano. Ya nohay tiempo. El fin de todo está próximo.

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Mi consejo es que vendáis lo quetengáis y lo deis a los pobres y necesitados.Hacedlo mientras el dinero tenga valor. Osmanifiesto mi personal convencimiento deque pronto todas las cosas ya no valdrán nada.

Con vuestras limosnas y ayuda no vais alibrar a los necesitados de ese próximo final,

 pero aliviaréis sus desdichas al menos por untiempo. Esto hizo la Iglesia de Jerusalén en elsiglo I. Los creyentes vendían sus tierras y

 posesiones y las daban a los pobres.Cuando leí ese texto por primera vez,

era yo todavía un joven seminarista enOkaido, me pareció una postura

excesivamente radical. Una postura que de serseguida por todos hubiera conllevado elhundimiento de la economía. Cuando leí esetexto de Hechos de los Apóstoles por primeravez, pensé que aquellos primeros cristianosdeberían haber pensado más en lasconsecuencias a largo plazo si algún día todala sociedad se hacía cristiana y todos hacían lomismo. La economía de todo el ImperioRomano se hubiera hundido con semejante

 proceder. Eso pensaba. No me daba cuenta de que existía la

 profecía de Jesús respecto a Jerusalén. Laentera Ciudad Santa iba ser destruida. En elaño 70, cuando las legiones la cercaran, laentregaran al fuego y enviaran a lossupervivientes como esclavos a las distintas

 provincias del Imperio. Cuando eso sucedió yla profecía se cumplió, todo lo que contenía la

ciudad no valió nada. Ni poco, ni mucho. Enese momento ya no valieron nada ni los

 bienes inmuebles, ni las escrituras de posesión, ni los contratos, ni los alquileres, nilos préstamos. En los próximos años, elmundo entero se va a transformar en laJerusalén apocalíptica de ese año 70, asediada

 por las legiones de Tito. Oíd mis palabras yactuad sabiamente. Los demás, los nocreyentes, creen que todas estas conmociones

de la política internacional se arreglaran enmás o en menos años, que es una mala racha,que por mal que se pongan las cosas al final

 poco a poco todo comenzará a ir mejor, y queel orden se recompondrá. Pero no. Nosotros

sabemos que no. Ya ha comenzado la cuentaatrás. Nada podrá detener el avanceinexorable y terrible de las predicciones

 bíblicas. No obstante, quisiera acabar este

sermón, pronunciado en medio de estascircunstancias tan dolorosas, con una sincerainvitación a la esperanza. Recordad que lososcuros pronósticos del texto sagrado acaban

con la profecía del triunfo absoluto delCordero degollado. Degollado, sí, pero alfinal victorioso. En medio de las tribulacionesque han de venir recordad que  si Dios con

nosotros, quién contra nosotros. Sabemos dequién nos hemos fiado. Amen, amén. Ven,Señor Jesús. Que su Nombre sea siemprealabado.

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 Neumophagus endocephalus..........................................................................

Todos los seres vivientes tienen las mismasnecesidades básicas:

respirar, digerir, evacuar desechos... No importa que sean grandes vivientes de varias

toneladaso ínfimos como un hongo de levadura.

La abeja tiene cinco corazones, la garganta de pulpo sehalla en medio de su cerebro, la estrella de mar ni

siquiera tiene cerebro.

Mis manos han creado todo tipo deformas biológicas. Órganos, batracios,cadenas de ADN… he manipulado, clonado e

hibridado. Desde que las manos del primeralfarero en el amanecer de la Humanidadamasaron el primer adobe, hasta mis manosenguantadas en látex que amasan  el magmavital, han transcurrido más de un millón deaños. Un millón de años han pasado con toda

su lentitud, lentitud de generaciones queaburridas charlaban alrededor de una hoguera.Pero nuestras manos no son

 precisamente adobes de barro no cocido loque modelan. Mi última creación ha sido el

 Neumophagus endocephalus. Ya estaba hartode diseñar células madre para lasinvestigaciones de esta universidad. Queríaexperimentar la sensación de hacer algonuevo. Aunque mi forma de vida nunca saldráde las probetas del laboratorio de la secciónde biología de la Universidad de Hoi-mei dePekín. Esta forma zoológica que esbocé sobreel papel una aburrida tarde de verano, tiene laforma de un crustáceo. Pero es mucho másque eso. No voy a extenderme acerca de susturbelarios rodeando sus ganglios, ¡ganglioscerebroides!, no. No sólo no voy aextenderme en explicar eso, sino que ni

siquiera voy a comenzar. Nunca he dado una

conferencia, siempre he sido la mente quetrabaja en la oscuridad, he dejado la fama, lavida social, las recepciones académicas, paraotros.

Ahora que desde la ventana del piso

trescientos, la planta de nuestros laboratorios,diviso en la lejanía, como truenos, elresplandor de las grandes explosiones de estaguerra con Asia que no acaba, me imaginoque nuestro final no está lejos, el final denuestra civilización.

Si queda alguien en medio de estemundo radioactivo, no creerá lo que han vistonuestros ojos, los ojos de sus antecesores que

seremos nosotros. En nuestros laboratorioshemos sido dueños y amos de la vida. La vidaera arcilla en nuestras manos. Fuimos dioseswagnerianos. Para ellos, nuestrosdescendientes, seremos oscuros eincomprensibles moradores del Olimpo. ¿Quéles diría a nuestros sucesores, a nuestra

 progenie, que retrocederá a la edad primitiva? No sé, les diría:

He visto cosas que vosotros no

creeríais. La bioquímica atravesó las puertastanhauserianas. He visto la luz de nuestrarazón brillar en medio de la oscuridad. Todosesos momentos, todas las bibliotecas, todoslos archivos inacabables, se perderán en eltiempo, como lágrimas en la lluvia.... paraesta civilización es hora de morir .

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La propuesta 37 

..........................................................................

15 de octubre del año 2198.

En la pantalla del conductor de laaeronave del senador Ullendorf, se encendióuna pequeña indicación amarilla, estaban

 penetrando en el sector 4 del Foro. La nave penetró en un pasillo aéreo restringido. Antelos ojos del relajado pero atento conductor,los rascacielos de ocho grandesmultinacionales se elevaban hasta tocar lasnubes. Esas ocho megaestructuras escalabanlos cielos, mostrando a la Urbe y al mundo el

 poderío de las corporaciones que los habíanerigido. Aquel grupo de edificios que comoun grupo de picachos se elevaban en mediodel bosque de rascacielos, eran todo unmonumento a sí mismos.

Sobre la chapa reluciente de la

aeronave senatorial se reflejaban los costadosde sedes de los bancos y empresas queencajonaban ese pasillo aéreo. El alargadovehículo de color negro reluciente, erasilencioso, parecía planear. Era natural esaimpresión de majestad en un vehículo de unaserie tan limitada como los Caprinia R-VIII,costaban una fortuna y eso se notaba.

El vehículo se dirigió directamente

hacia la Torre Clermont-Ganneu. Varias lucesintermitentes señalaban la entrada hexagonala los puertos de atraque del edificio a la alturadel piso 200. Los cinco trenes de aterrizaje seabrieron y la nave se posó justo en el puestoB-25. Hacia allí ya se dirigían tres personas

 para recibirle. En el asiento de atrás,Ullendorf se recogió los pliegues de su

 blanquísima toga y se levantó de su asiento.Los tres que le esperaban al pie de la

 puerta, no pudieron menos de admirar la belleza de la blancura y la amplitud de la toga.

-Senador, es un placer  – le saludóAlexei Dimitriv dándole la mano. Ullendorfapretó la mano de aquel hombre de unos

cincuenta años, con una especie de perillarecortada, sonrisa agresiva y pelo ensortijadoteñido de negro.

El senador y Alexei se encaminaron por un bonito pasillo alfombrado hacia sudespacho. El anfitrión les dijo a los doshombres que les acompañaban, que lesdejaran, que el camino al despacho lo harían

solos. -Ha sido todo un detalle, senador, quefuera usted el que viniera aquí. Yo me hubieradesplazado con el mayor de los gustos.

-Ya le dije que me caía de paso venir.Tengo que ir a la comisión de comercio delSenado.

El pasillo por el que caminaban era elque conectaba la zona de atraque deaeronaves con los pasillos del consejo de

administración de la Corporación Barex. Lacalidad de los cuadros situados a los lados, asícomo cuatro grandes y costosísimos jarroneschinos, mostraban que se trataba de una zonareservada a los altos directivos de lamultinacional. Bonitas fuentes de mármolmanaban agua en los cruces de los pasillos. Elsenador comentó:

-Hace dos semanas, al acabar una

reunión, el emperador me dijo: te llamará untal Alexei Dimitriv, escúchale. Por eso,cuando mi secretaria me dijo que usted mehabía pedido que nos viéramos, le indiqué quele diera hora sin pedir más explicaciones.

-Muchas gracias. Le dije a susecretaria que me reservase una hora. No mellevará más de cincuenta minutos explicarlede qué se trata. Por favor, adelante.

El anfitrión invitó a Ullendorf a que

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 pasara a su despacho. El despacho era sobrio, pero se notaba en su amplitud y en los pequeños detalles, que la Barex movía milesde billones de euros al año. Alexei era unhombre nervioso, y tenía un rostro vulgar y

 poco agraciado, pero el senador sabía que sufortuna no sólo se limitaba al 9% de lamultinacional, sino que tenía participacionesen otras muchas filiales de otrascorporaciones.

La puerta del despacho se cerró con unagradable chasquido metálico. Alexei leofreció algo de beber al invitado, pero éste noquiso nada. Así que tras ciertas amabilidades,

los dos hombres se sentaron frente a frente enunos comodísimos sillones de cuero negro.Unos sillones de formas redondas, eran comodos grandes bolas, blandas y de un tacto muyagradable. Una pequeña mesita, muy baja,con una jarra de cristal con agua y dos copasde cristal tallado, estaban entre los dosinterlocutores.

A veinte metros de ellos una panorámica de ese sector 4 del Foro. Alexei

tocó un botón y el cristal se oscureció un poco en su parte superior. Era como si unlíquido menos trasparente se derramara por elinterior del cristal. Una secretaria de pelo muynegro y brillante, recogido en un moño, trascomprobar que todo estaba en orden y que su

 jefe no le pedía nada, salió por otra puertamás pequeña y la cerró.

-Pues usted dirá  – dijo el senador

cómodamente asentado en su sillón.Alexei empleó cuatro minutos en

divagar acerca de lo voluble que es la Ley,que si lo que en una época estaba prohibido,después todo el mundo lo hacía, que si enépocas pasadas se quemaba a la gente por talo cual cosa. Ullendorf notaba que aquello eraun prólogo, pero que no entraban en materia.Se limitó a asentir. Alexei, por fin, se notóque iba a entrar en materia:

-Senador… no sé cómo empezar. Un

grupo de hombres, digamos… muy

 poderosos, vamos a crear una fundación, unaasociación sin fines lucrativos cuyo fin va aser cambiar la mentalidad de la población,

 para que… sin prisa, dentro de dos, cuatro, osiete años, se apruebe una legislación que

 permita la creación de, digamos, casasespecializadas con niños que se puedan usaren… cómo lo llamaría… funciones sexuales. 

El senador quedó primero sorprendido, por un segundo apareció en sus ojos el brillodel horror. Quizá no era el horror ante lo

 propuesto, sino a las consecuencias que eso

tendría para su carrera política. Alexei percibió esa reacción. La esperaba, pero le produjo un evidente incomodo. Ante tododeseaba que el senador no se asustara. Elmillonario se inclinó, apoyó los codos sobrelas rodillas, entrelazó las manos junto a su

 boca. Estudió el rostro de su interlocutor: elsenador había encajado el golpe de la

 propuesta, estaba sereno, en silencio y leescuchaba. Alexei prosiguió:

-Senador, dado que este mercadoexiste en países pobres, dado que se estáusando a los niños para esto, lo que se

 propone es racionalizar esta realidad.-La opinión pública nos va acusar de

 proponer algo descabellado.-Estimado senador, cuando escuche mi

 propuesta, no le va a parecer tan descabellada.El senador meneó la cabeza, sabía lo

que era convencer a la opinión pública. Nadaera imposible, pero algunas cosas eran arduas.Ésta lo era en extremo. Alexei continuó:

-Ahora se usa a los niños en países delTercer Mundo, y esos niños tienen queconvivir toda su vida con esos traumas. Es unsufrimiento que acarrean toda la vida. Lo quese va a proponer es aprobar una legislación,que permita engendrar in vitro a niños paraser usados en estas funciones, pero que no

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tengan que vivir el resto de sus vidas contodos esos traumas a cuestas. Es decir, seránusados para esto, pero sin cargar con esostraumas toda una vida. Se hará lo mismo queya se hace, pero eliminando la parte negativa.

-Que ese mercado existe en los bajosfondos de tantos países, es algo que nuestralegislación no puede evitar. Que seríadeseable que no existan las consecuencias

 psicológicas de esas…  funciones sexuales,está claro. Pero cuando dice que no tendránque vivir el resto de sus vidas con esostraumas, se me escapa qué solución es la quehan encontrado.

-Señor Ullendorf, demos una vida feliza esos niños durante un tiempo, y despuéslibrémosles de la carga psicológica adquiridacon el uso que se ha hecho de ellos.

-¿Se refiere a… darles de baja?-No se me ocurre qué otra posibilidad

 puede existir.-Si esto se lleva a cabo, mucho me

temo que tendrán que seguir llevando estacarga durante los años que duren sus vidas. La

opinión pública no va a aceptarlo de ningúnmodo.

-Señor, Ullendorf, estamos hablandode que con una legislación así, evitaríamos losabusos y violaciones que ahora se producen.Son decenas de miles los delitos que secometen con niños en todo el continente. Elsistema que se propone, permitiría atender aesos niños. El mal del que hablamos existirá,

lo permita o no lo permita la Ley. Con estesistema, los niños al menos serían tratados

 psicológicamente, recibirían fármacos que lesofrecieran una continua sensación de euforia ysatisfacción. Y, finalmente, se les daría de

 baja para que no tuvieran que cargar con esostraumas. Al fin y al cabo, las drogas tienensus límites. En el fondo, lo que se le proponea la sociedad es una racionalización.

-Ya, ya, pero estamos hablando deniños. Y eso la gente no lo va a aceptar.La opinión pública es muy sensible con todolo que tenga que ver con niños.

Alexei observó que el senador rebatía

sus argumentos con fría serenidad, sin falsosescándalos farisaicos. Así que el millonario

 prosiguió:-Nos estamos refiriendo a niños

fecundados in vitro, clonados e implantadosen madres de alquiler. No estamos hablandode niños que nacen y crecen en sus familiasen sus casas unifamiliares en un bonito pradode Suiza rodeadas de ovejitas. Estamos

hablando de laboratorios y de las empresas dela maternidad de alquiler. Empresas legales,que cotizan en bolsa y que ya ahora echan almundo millones de seres humanos cada año.

-Le entiendo perfectamente. Pero losgrandes periódicos le trataran a usted demonstruo.

-No, yo no apareceré para nada. Detodo se encargará la Fundación Randolph-Xing . Ninguno de los hombres poderosos que

 pondrán los millones, aparecerán jamás. Nosotros pondremos el dinero y moveremoslas influencias. Otros, profesionales, darán lacara.

-Aun así, todos dirán que el que dé lacara es un monstruo.

-Y nosotros diremos que ellos, enrealidad, son los monstruos. Que los que seoponen prefieren que decenas de miles de

niños lleven esa lacra sobre sus psicologías.¿Y todo por qué? Por un fosilizado conceptode que esto no se puede hacer. ¿Quién hadicho que no se puede hacer? ¿Dónde estáescrito?

-Responderán que en la ley.-Pues de eso se trata: vamos a cambiar

la ley. Donde ahora la ley dice que no se puede hacer, se dirá que se puede hacer.

-¿Y cómo piensa conseguirlo?

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-Lo que hay que conseguir es invertirlos términos de la disputa. Hay que convencera la opinión de que los inmorales son los queno quieren que esos niños existan. Que lo quela Fundación propone no es un mal, sino un

mal menor. Hay que evitar el sufrimiento de por vida a tantos niños, ése tiene que sernuestro lema. Es cierto que hay que darles de

 baja, pero mejor es vivir unos años felices,aunque sea drogados, que no que todo se hagafuera de la Ley.

-¿Pero cómo va a lograr que vivanfelices realizando esos servicios?

-El secreto está en la edad. Si son

eliminados antes de los seis o siete años, no sedarán cuenta de nada.

El senador se quedó pensativo.Después comentó:

-Usted sabe que si la ley se aprueba,con los años la edad se irá elevando.

-Hemos contemplado esa posibilidad.Bueno, estamos seguros de que eso es lo queal final sucederá. Creemos que, en otros

veinte o treinta años después que la ley estéfuncionando, la sociedad permitirá no darlesde baja antes de los quince o dieciséis años.Será algo indoloro, limpio, no se daráncuenta. Habremos logrado el mito de viviruna vida de juventud sin la carga de la vejez,del trabajo, del esfuerzo. Para esos niños y

 jóvenes la existencia será simplemente ocio.Sólo tendrán que preocuparse del ahora.

Jugar, no trabajar, no tener que preocuparsede nada.

-La legislación tendrá que disponerque no puedan salir de esas casas.

-Evidentemente. Esos grupos de niños – continuó Alexei que lo tenía todo estudiado-se mantendrán siempre dentro del recinto dela casa. Esa burbuja humana sólo será posiblemantenerla de este modo. Controlando lo queven y lo que escuchan en todo momento. No

hará falta que aprendan a leer. Si estuvieransueltos en la sociedad, verían que otros tienenotra vida, y de allí nacería la infelicidad, y losintentos de fuga. Estos niños no conoceránotra cosa que el pequeño entorno que les

 prepararemos.-Pero si, al final, viven hasta los

dieciséis años, no va a ser tan sencillomantenerlos felices.

-Sí, senador, sí. Van a ser muy felices.Van a ser los niños más felices del mundo. Seles inyectará 30 miligramos diarios dehexadrocaína. Van a vivir entre nubes. Sialguno necesita ser calmado, la química se

encargará de ello. Que alguno llora mucho, leaseguro que dos días después saltará lleno deeuforia. Y si con algún caso nada sirve,siempre se le puede dar de baja.

-Pero un uso diario de estos niños, ¿es posible psicológicamente hablando?

-No solamente diario, se les usarávarias horas al día. Probablemente unas seis.Los niños no se dan cuenta de nada. Para ellosesto será tan normal como estudiar, leer o

comer. Acabado su trabajo, podrán correr y jugar. No necesitarán perder tiempo entrelibros y lecciones.

-Económicamente hablando, estosniños van a ser un filón de oro. Además, hayclientes que estarán dispuestos a pagar mucho

 por estos servicios.-No sabe hasta qué punto algunos

están dispuestos a pagar por esto. Ahora

tienen que hacer viajes de miles dekilómetros. Y siempre con miedo. Ymetiéndose en tugurios, en barrios,espantosos.

-Sí, esta industria va a dar muchos, pero que muchos beneficios.

-Pero no lo hacemos por el dinero. Lohacemos por los niños. No queremos quesufran. Ahora hay sufrimiento por ambas

 partes, la del cliente y la del niño.

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Racionalizándolo todo se convertiría esto enuna industria en la que nadie sufriría.

El senador sin querer cerró un poco losojos y comentó de un modo un poco sibilino:

-Me ha dicho que hay gente

importante detrás… Alexei se sonrió. Después dijo:-Empresarios muy importantes.-Ajá.-Incluso tres miembros de la Familia

Imperial.-Vaya.-Todas estas personas no quieren

acabar en la cárcel. Fueron todos estos los que

en una cena tras una cacería en los bosqueshúngaros cercanos a Veszprém, decidieroncrear la Fundación.

-¿Cuándo será una realidad esafundación?

-Ya existe. No ha salido a la luztodavía. Pero créame que ya está trabajando.Tenemos muchos informes acerca de cómoorganizar las cosas para cambiar la opinión deuna sociedad.

-¿Y cuál sería mi función en todoesto?

-Tómese el tiempo que precise parameditar este proyecto. Lo único quenecesitamos de usted es que proponga eldebate en el Senado. Lo único que tiene quehacer es proponer la discusión, sólo eso. Nisiquiera tiene que estar a favor. Ustedsimplemente diga que es algo sobre lo que es

conveniente pensar y debatir, pero que ya nose puede seguir mirando a otro lado. No se

 preocupe, usted propondrá el debate sólocuando nosotros ya hayamos lanzado el temaen los medios de comunicaciónintensivamente durante un mes. Sólo entoncesse propondrá el debate. Si el tema se debateen el Senado, adquirirá un aura derespetabilidad. La genta ya no se lo tomarácomo una locura, sino como algo realizable.

Además… otros tres senadores le van a

apoyar.-¿Oh, sí?-Sí, pero queremos que sea alguien

con su prestigio el que ponga el tema sobre la

mesa. Si lo pone otro, quedará desprestigiadodesde el principio.

El senador se dio cuenta de que eltema iba muy en serio. No en vano, había sidoel mismo emperador el que le había agarradoamigablemente del codo y le había pedido conuna sonrisa misteriosa que escuchara aAlexei.

-Dentro de un mes  –  prosiguió el

millonario-, le llamará Samantha Papandreus.Escúchela. Más gente como usted va a actuarcomo si fueran reacciones espontáneas. Todo

 parecerá muy espontáneo, pero debemosactuar de forma coordinada, cada uno en elmomento exacto. Tiene que parecer que estoes un clamor popular.

Alexei se sirvió un poco de agua y le preguntó a Ullendorf si quería un poco.Después Alexei sonrió con esa sonrisa

maliciosa típica en él, y dijo:-Senador, ¿recuerda cuando salvé a su hijo dela cárcel? Usted me dijo que estaba en deudaconmigo. Ahora le pido esto. ¿Contamos conusted, senador?

Ullendorf dejó la copa, se echó haciaatrás en su sillón, se relajó y dijo:

-Tranquilo. Haré mi parte.-Sabemos de su experiencia.

-Haré mi parte como un profesional,haré mi trabajo bien.

Alexei estaba satisfecho. No era sólosu experiencia, ni su prestigio, sino todos suscontactos en el mundo de la política, y no sóloen ese mundo. El millonario prosiguió mástranquilo:

-Como le he dicho le llamaráSamantha Papandreus. No tenemos prisa, peroqueremos empezar ya dentro de un mes a

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mover las cosas en la opinión pública. LaCBRN sacará un largo reportaje sobre eltema. De forma que si todo va bien, en eneroesto sea presentado ante el Senado. Queremosque ésta sea la propuesta 37 de ese mes. Justo

entre la propuesta sobre las subvencionesagrícolas, y la propuesta sobre la reforma dela ley de asignación de obras públicas.

-Lo tienen todo muy bien estudiado.-Créame, va a ser una obra de

relojería. Parecerá todo muy espontáneo, perohay mucho tiempo detrás. Tiempo y dinero.

 No se cambia la opinión de la sociedad asícomo así.

-Pero no creo que logren la mayoría dela Cámara.-Por supuesto que no. Eso lo damos

 por supuesto, senador. La propuesta 37 no vaa ser aprobada en este año, ni en el próximo.

 Nos conformamos con que el debatecomience ya. Eso es todo. Ésta va a ser unacarrera de fondo. Los objetivos no empezarána materializarse hasta dentro de dos o tresaños.

-Desde luego una vez que el debate seimplante en la sociedad, ya no habrá forma desacarlo.

-Exacto.Alexei estaba satisfecho. Ya todo

estaba dicho y la conversación discurrió porlos senderos de asuntos ya menores. Elsenador, en un momento dado, dijo:

-Hay una cosa que me intriga.

-Dígame.-¿Por qué no plantean usar para estas

funciones sexuales a niños beta?

Los beta eran los niños fecundados invitro, implantados en una madre de alquiler,que eran usados para extraerles los órganos

 para trasplantes. Tras el parto de estos niños,se les llevaba a un ala del hospital donde conuna inyección se les inutilizaba el cerebro (en

algunos países, se les extraíaquirúrgicamente) y se dejaba que siguierancreciendo tumbados sobre camillas.Conectados a goteros, iban creciendo. Deellos se extraía todo. Desde sangre para

transfusiones, córneas para trasplantesoculares, y finalmente, de una sola vez (o aveces paulatinamente) todos los órganos quese necesitasen.

La ley sobre los seres humanos beta yahabía sido aprobada hacía muchos decenios.Constituía un floreciente negocio y no

 provocaba recelos morales. Los beta no teníanactividad cerebral y yacían en sus camillas,

silenciosos, sedados, sin moverse, sin abrir losojos. Salvan muchas vidas, decía la gente. Lassecciones de los beta en los hospitales eranconocidas por todos, aunque cerradas yalejadas de la vista de todos. En la jergahospitalaria, dar de baja a uno de estos sereshumanos vegetales (así se les llamaba)suponía que ya no había nada más queextraerle y que se podía por tantodesconectarle.

Existía toda una legislación creada ex profeso sobre los beta, cuando esta industriaarrancó cuarenta años antes. En algunos

 países, sin embargo, la interrupciónirreversible de la vida cerebral debía hacerseno después de la vigésimo primera semana degestación. Eso suponía una operación muydesagradable para inmovilizar al feto dentrodel seno materno, e introducirle una aguja

 para inyectarle la sustancia que produjese eseefecto.

Ese tipo de fariseísmos legalestrataban de evitar los efectos jurídicos quetenía el nacimiento para muchas legislaciones.En la República Europea, hacía mucho quehabían prescindido de todo tipo deenrevesamiento legal, permitiendo las cosascon claridad y sin escrúpulos.

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-Verá, senador, podríamos usar a los beta… son un cuerpo vivo, sí. Pero los

clientes no quieren hacerlo con un maniquídotado de vida. Quieren tener el morbo detener un niño auténtico. Para lo otro ya

habríamos creado robots. Pero no es lomismo. El ser humano, un ser humanoauténtico, es algo distinto. Así que lo mismoque ahora la legislación distingue entre losalfa y los beta, tendrá que añadir una terceracategoría: los gamma.

Los alfa (serán los ciudadanosnormales), los beta (los seres humanosvegetales), y los gamma. Dotados estos

últimos de conocimiento (a diferencia de los beta), pero con un tiempo de vida limitado.-Se debe poner, al principio, una edad

límite muy baja.-Por supuesto. Creo que los seis años

será lo más conveniente. La iremos subiendo poco a poco.

-No debería ir nunca más allá de losdieciocho años. Si no provocará problemaslegales. Espero que los niños estén muy

drogados, no me gustaría que sufriesen.-Estarán en las nubes, se lo aseguro.

Podemos drogarlos tanto cuanto seanecesario. Total, su salud futura no es unelemento a tener en cuenta.

-Sí, que no sufran.-Nos encargaremos de ello. Los

clientes quieren niños alegres. Ojalá quedentro de quince años pueda ver esto con mis

 propios ojos, aquí. Sí, hay que empezar atrabajar ya.

Alexei entornó los ojos. Se imaginabacaminando por esas granjas humanas. Veía alos clientes paseándose entre niños de seisaños, como un comprador entre polluelos, queextiende su dedo y dice: éste.

El senador, sin embargo, se fijaba entodas las implicaciones económicas del

 proyecto, las inversiones, los beneficios que

reportaría la creación de una empresatransnacional dedicada a este tipo deservicios.

-¿Se da cuenta, senador, del dineroque pueden llegar a pagar muchos posibles

clientes que, dadas todas las enfermedadescontagiosas que padecen no pueden ahorahacerlo con nadie, con estos niños sería

 posible.-¿Ni siquiera pueden pagar esos

servicios en lugares del Tercer Mundo?-Oh, los hay con enfermedades que los

han transformado en cadáveres andantes.Otros tienen su piel completamente cubierta

de eccemas, de dermatitis supurantes. Esagente estará dispuesta a pagar mucho.-Sí, el campo del negocio y sus

variantes es muy amplio. A veces no es tantola cantidad de servicios que se podrá ofrecer,como el dinero que algunos pagaran poralgunos de estos servicios.

Alexei se inclinó hacia delante y lanzóuna mirada de alegría maliciosa a suinterlocutor. El senador quedó intrigado, pero

el millonario no decía nada.-Vamos, dígame lo que le está pasando

ahora por la mente – le dijo el senador.Pero Alexei se limitó a mover la

cabeza.-Venga, estamos juntos en este barco.El millonario excitado se levantó de su

sillón, dio un par de pasos y volviéndose aOllendorf, le dijo:

-Gustav, permíteme que te llame así,¿sabes lo que algunos estarían dispuestos a

 pagar por servicios especiales?Recalcó mucho las dos últimas

 palabras. El senador no sabía a qué se estabarefiriendo. Pero notó que la sonrisa delmillonario brillaba de un modo peculiar,como el de un niño al que se le pone delantede una bandeja de pasteles.

-Gustav, Gustav… ¿cuánto crees que

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 pueden llegar a pagar algunos por satisfacersus impulsos sádicos?

-Una fortuna  – musitó Ollendorfechándose hacia atrás en su sillón.

-Habrá clientes que querrán rajar a

esos niños con un cuchillo. Es triste ese final, pero al menos ese niño habrá existido duranteun tiempo. Habrá existido y habrá sido feliz.Será sólo una hora de sufrimiento, por unavida de dicha. No es mal intercambio. Habrámillonarios que pagaran fortunas porque seles deje a solas con un cuchillo y un niño. Alacabar, se limpia la sangre, y otro cliente yotro niño pueden entrar. Esto va a ser una

máquina de hacer dinero. No dudes de quealgunos, como si de una adicción se tratara,van a gastar una cuarta, una tercera parte, desus patrimonios en satisfacer estos caprichos.

-Esta industria tendrá que estarmuchos decenios en marcha, para que algo asísea digerible.

-Lo sé, lo sé. Pero una vez que seadmita a esta industria, habrá que eliminar alos niños. El modo en que se los elimine ya es

una cuestión menor.-Ciertamente, en los hospitales, los

médicos se encarnizan mucho más, y duranteaños, con algunos por salvarles la vida  – 

asintió el senador.-Exacto, debemos emplear ese

argumento.-Es cierto, que la última hora de la

vida, puede ser de pesadilla  – dijo el senador

 pensando para sí mismo en voz alta-. Peroserá sólo una hora frente a años de felizinfancia. Si queremos ser compasivos con eseniño, y no permitimos esta industria, el niñono nacerá. En ese caso, la compasión sólo nossirve para quedarnos tranquilos. Pero aquí lacompasión es crueldad. Tienes razón, hay quever las cosas desde un punto de vistafríamente racional.

-Cuánto me alegro de que comiences a

ver que la verdad está de nuestro lado.-Pero no quiero ni imaginarme lo que

un cliente puede llegar a hacer durante unahora entera a una de esas criaturas. Con uncuchillo, o con otro instrumento.

-Tranquilo, se les puede sedar.-¿Y si el cliente busca precisamente

que su víctima sea plenamente consciente?-Gustav, la gente ha padecido durante

milenios espantosos cólicos de riñón, añosenteros, o dolores en sus muelas, y tantas ytantas otras cosas, y nadie ha dicho: es mejorno traer niños al mundo, porque la vejez

 puede ser peor que una tortura infligida por la

 peor de las bestias. Y esas enfermedades, porejemplo la lepra, duraban años. No, no veo lainmoralidad de este asunto.

El senador miró su reloj:-Debo marcharme. La comisión de

comercio me espera. Empieza a las once, perodebo llegar media hora antes.

Los dos hombres se levantaron.-Tenemos mucho trabajo por delante – 

dijo el senador recogiéndose los pliegues de

su toga para un extremo no tocara la copa conagua que había dejado antes sobre la mesita.

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 El Libro Noveno es una de las diez novelas que componen la Decalogía sobre el Apocalipsis. Cyclus Apocalypticus fue la primera de las diez obras en ser escrita. La Decalogía describe losacontecimientos de la generación que habrá de vivir las plagas bíblicas del fin del mundo.  

Cada una de las novelas de la Decalogía (o Saga del Apocalipsis) es independiente. Cadauna explica una historia completa que no requiere de la lectura de las anteriores. Fueron construidasesas historias como novelas que tienen sentido por sí mismas y que pueden ser leídas en cualquierorden.

Cada novela de la Saga describe el Apocalipsis visto desde la perspectiva desde un ángulodistinto, desde un personaje diverso o desde otra situación. Todas estas historias que componen la

Decalogía fueron comenzadas a escribir en 1998 por el sacerdote J.A. Fortea cuando era párroco deun pequeño pueblo entre las provincias de Toledo, Cuenca y Madrid. Y ninguna de las obras fue

 publicada hasta que fueron acabadas las diez. La primera en ser publicada fue Cyclus Apocalypticus en el año 2004. En ese año, las diez novelas estaban ya escritas. Si bien en los años siguientessufrirían un constante proceso de revisión y ampliación.

Cada novela de la Decalogía no debe ser leída como la continuación de la anterior novela,sino como una novela independiente. Sólo al leer las diez novelas se tiene una idea clara de loshechos que las conectan entre sí. Muchos han preguntado al autor qué orden debería ser el másadecuado para leer la Decalogía. Siempre ha dicho que cualquier orden es válido. Aunque élaconseja leer primero: Cyclus Apocalypticus, después Historia de la II secesión y en último lugar el

 Libro Noveno y  el Libro Décimo  ya que estos dos últimos libros que concluyen la saga estáncompuestos de retazos, imágenes y pequeñas crónicas de toda esta época.

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www.fortea.ws

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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en Barbastro, España, en

1968, es sacerdote y teólogo especializado en demonología.

Cursó sus estudios de Teología para el sacerdocio en laUniversidad de Navarra. Se licenció en la especialidad deHistoria de la Iglesia en la Facultad de Teología de Comillas.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de Alcalá de Henares