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La valoración del habla bilingüe en los Estados Unidos: Fundamentos sociolingüísticos y pedagógicos en Hablando bien se entiende la gente Andrew Lynch, Kim Potowski Hispania, Volume 97, Number 1, March 2014, pp. 32-46 (Article) Published by The Johns Hopkins University Press DOI: 10.1353/hpn.2014.0025 For additional information about this article Access provided by Illinois @ Chicago, Univ Of (8 Apr 2014 11:32 GMT) http://muse.jhu.edu/journals/hpn/summary/v097/97.1.lynch.html

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La valoración del habla bilingüe en los Estados Unidos: Fundamentossociolingüísticos y pedagógicos en Hablando bien se entiendela gente

Andrew Lynch, Kim Potowski

Hispania, Volume 97, Number 1, March 2014, pp. 32-46 (Article)

Published by The Johns Hopkins University PressDOI: 10.1353/hpn.2014.0025

For additional information about this article

Access provided by Illinois @ Chicago, Univ Of (8 Apr 2014 11:32 GMT)

http://muse.jhu.edu/journals/hpn/summary/v097/97.1.lynch.html

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Hispania 97.1 (2014): 32–46AATSP Copyright © 2014

La valoración del habla bilingüe en los Estados Unidos: Fundamentos sociolingüísticos y pedagógicos en Hablando bien se entiende la gente

Andrew Lynch University of Miami

Kim PotowskiUniversity of Illinois at Chicago

Resumen: Para muchas personas e instituciones, la Academia de la Lengua Española se considera una máxima autoridad en materia de lengua española y ejerce una fuerte influencia en la percepción y apre-ciación lingüísticas a través del mundo hispánico. La Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), la más nueva de las 22 academias que conforman la Asociación de Academias de la Lengua Española, puede jugar un papel fundamental en la normalización del español en los Estados Unidos en años venideros, especialmente en los terrenos político e institucional. En este artículo examinamos desde un punto de vista crítico el libro Hablando bien se entiende la gente, una guía escrita por el director y varios miembros de la ANLE como un “esfuerzo de servicio comunitario realizado en aras del buen decir”, según los autores, con el propósito de “despejar dudas ortográficas y gramaticales”. Señalamos la problemática conceptualización sociolingüística del libro y argumentamos que la voz pedagógica que se manifiesta en sus páginas podría ser contraproducente para lo que debe ser la principal función de la ANLE: promover el uso del español en los Estados Unidos.

Palabras clave: Academia Norteamericana de la Lengua Española, bilingualism/bilingüismo, el español en los Estados Unidos/Spanish in the United States, prescriptivismo/prescriptivism, español de herencia/Spanish heritage language

Introducción

No cabe duda de que la lengua española ha ganado terreno a lo largo de las últimas décadas en los ámbitos ecónomico y mediático en los Estados Unidos, un fenómeno paralelo al de la inmigración y la globalización. Desde los años ochenta y a medida que los llamados

“hispanos” o “latinos”1 han ido integrándose como consumidores al mercado estadounidense, sus prácticas y usos lingüísticos se han hecho cada vez más presentes en la vida pública y en el imaginario cultural de la nación americana. No obstante, la situación del español en los Estados Unidos sigue siendo precaria en términos políticos y sociales. A pesar de que la cifra oficial de personas que se identifican como “hispanos o latinos” ya supera los 50 millones (US Census 2010), y el número de canales televisivos, emisoras de radio y sitios cibernéticos en español ha crecido de modo exponencial, las conclusiones de los estudios sociológicos y sociolingüísticos sobre la adquisición y el uso de la lengua en la población hispana nacida en los Estados Unidos reflejan un consenso muy claro: el español está siendo desplazado por el inglés (Klee and Lynch 2009). Es habitual observar que ya en la tercera generación de inmigrantes (nietos de los primeros hispanohablantes llegados a los Estados Unidos), el español es inexistente en el habla productiva de muchos, y en la cuarta generación, en la de casi todos. Desde luego, se pueden encontrar

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casos excepcionales en la zona fronteriza de México o el sur de la Florida, pero a nivel nacional esta pauta generacional es indiscutible.

Casi paradójicamente, el declive del español entre los hispanohablantes de los Estados Unidos muchas veces va acompañado de actitudes generalmente positivas hacia el idioma en la generación más joven, las cuales no parecen condicionar su uso activo. Este hecho presenta cierto dilema para los investigadores, educadores e instituciones que buscan fortalecer la situación del español tanto en la población hispana como a nivel nacional. En este ensayo reflexionamos sobre algunos aspectos ideológicos, sociolingüísticos y pedagógicos de este dilema a la luz del libro Hablando bien se entiende la gente (Piña-Rosales, Covarrubias, Segura y Fernández 2010), reseñado antes en esta misma revista (Dumitrescu 2011). Se trata de una recopilación de breves consejos idiomáticos de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) destinados a la población hispanoparlante en los Estados Unidos. El propósito de nuestro ensayo es aportar un análisis crítico de aquellos aspectos del libro que consideramos cuestionables en términos sociolingüísticos y, en su base psicológica y cultural, posiblemente perjudiciales para la vitalidad del bilingüismo en los Estados Unidos. Para nosotros está claro que, dado el desplazamiento casi absoluto del español en generaciones sucesivas de hispanos en los Estados Unidos, si no se fomenta el optimismo y se recalca el valor tanto ideológico como práctico del bilingüismo, se pone en peligro el futuro de la lengua en este país. Ya desde un principio quisiéramos afirmar que no pretendemos promover ningún tipo de política ‘antiprescriptivista’ ni estamos en contra de los diccionarios y gramáticas oficiales o normativos. Al contrario, reconocemos la necesidad político-lingüística de estos, así como el valor práctico que tienen tanto para los estudiantes de la lengua como para la población general. Es precisamente el reconocimiento de la necesidad y el valor del lenguaje normativo, del cual se ocupa la ANLE, lo que nos preocupa en el presente ensayo, ya que para muchas personas e instituciones la Academia es considerada como máxima autoridad en materia de lengua española y ejerce una fuerte influencia en la percepción y apreciación lingüísticas a través del mundo hispánico. De ahí que sea tan importante que, en su capacidad de brindar consejos acerca del uso normativo del español en los Estados Unidos, la ANLE a su vez promueva el uso activo de la lengua con un espíritu optimista y alentador, creando una imagen positiva de la misma y de sus hablantes nativos en este país.

Fundada en 1973, la ANLE es la más joven de las 22 academias que conforman la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Es correspondiente de la Real Academia Española (RAE), fundada en Madrid en 1713 bajo los auspicios del Rey Felipe V con el lema “Limpia, fija y da esplendor”. En el portal de Internet de la RAE (http://www.rae.es) se advierte que “[l]a institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado vivir” (Breve historia) y se afirma que tanto la RAE como la ASALE observan la ‘unidad en la diversidad’, una filosofía que reconoce y legitima los usos regionales o el ‘carácter policéntrico’ del lenguaje, siempre y cuando dichas variantes se encuentren presentes de modo general entre los hablantes ‘cultos’ de una región:

Una tradición secular, oficialmente reconocida, confía a las Academias la responsabilidad de fijar la norma que regula el uso correcto del idioma. Las Academias desempeñan ese trabajo desde la conciencia de que la norma del español no tiene un eje único, el de su realización española, sino que su carácter es policéntrico. Se consideran, pues, plenamente legítimos los diferentes usos de las regiones lingüísticas, con la única condición de que estén generalizados entre los hablantes cultos de su área y no supongan una ruptura del sistema en su conjunto, esto es, que ponga en peligro su unidad. (La política lingüística panhispánica)

La misión de conservar la unidad de la lengua se repite en el portal de Internet de la ANLE (www.anle.us): “Cuidar que, en su constante adaptación a las necesidades particulares de los hablantes, el uso de la variante hispanounidense no afecte la unidad y comprensión del idioma en el ámbito hispánico” (Nuestra misión). Asimismo se identifican como objetivos de la ANLE la

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preservación del español en los Estados Unidos mediante la propiedad y la correción lingüísticas (“Preservar el uso de la lengua española estableciendo, difundiendo y promoviendo entre los hispanounidenses los criterios de propiedad y corrección mediante normas que justifiquen y clarifiquen ese uso”) y el “fortalecimiento de un bilingüismo auténtico” en la población hispana (“Procurar que el español usado por todo hispanounidense sirva de base para el fortalecimiento de un bilingüismo auténtico que enriquezca la cultura de los EE.UU.”). Estos objetivos de la ANLE nos hacen reflexionar sobre los fundamentos sociolingüísticos y pedagógicos que se perciben en Hablando bien se entiende la gente2. Nuestro propósito es hacer reflexionar también a quienes consulten este libro, en particular a aquellos que se dedican profesionalmente a la difusión y la enseñanza de la lengua española en los Estados Unidos. Argumentamos que desde el punto de vista de la teoría y la metodología de la sociolingüística contemporánea, el libro carece de criterios fidedignos y sustentables, lo cual hace cuestionable la voz pedagógica de la ANLE y, de hecho, perjudica su misión en un sentido más general al poner en peligro su objetivo explícito de fortalecer “un bilingüismo auténtico” en los Estados Unidos. Por eso creemos que es menester despejar algunas de las confusiones y contradicciones que se manifiestan al leer este libro de recomendaciones idiomáticas destinado a la población general (2).

Fundamentos sociolingüísticos en Hablando bien se entiende la genteEn su presentación del libro, Piña-Rosales et al. (2010) afirman que la idea de Hablando

bien se entiende la gente es “proporcionar una guía a esos millones de hablantes del español— especialmente a quienes viven en los Estados Unidos, Canadá, Puerto Rico y a todos aquellos que sienten una influencia desproporcionada del inglés sobre su modo de expresarse—y para despejar dudas ortográficas y gramaticales”, y describen el libro como un “esfuerzo de servicio comunitario realizado en aras del buen decir” (2). La presentación va seguida de seis secciones, la primera y más extensa dedicada a la revelación de los extranjerismos (o sea, anglicismos) y los “falsos amigos”, o cognados falsos, definidos como “esas palabras en español . . . que, por parecerse tanto a las del inglés, les damos significados que no les corresponden” (7), por ejemplo actual, casual, consistente, ganga, introducir, realizar, remover, salvar, sensitivo, tiempo, tópico, etc. En esa misma sección aparecen frases calcadas del inglés, como cambiar de mente, estoy supuesto (a), fui nacido, llamar para atrás, primer nombre, en línea, póliza de retorno, satisfechos con, tener sexo, tener un buen tiempo, usar precaución, entre otras. Nos parece que todos estos ejemplos corresponden muy bien con el argumento principal de los autores: que el calco léxico-semántico o sintáctico-semántico repercute en el uso (no normativo frente al mundo hispanoparlante monolingüe) del español en los Estados Unidos debido a la influencia estructural del inglés (véase Otheguy 1993; Silva-Corvalán 1994). En este fenómeno lingüístico universal radica el concepto popular del “falso amigo”: dos palabras o frases de dos lenguas que se asemejan en la forma, pero que se diferencian en la función y el significado. Sin embargo, como explicamos a continuación, el análisis de los autores es, en parte, erróneo, ya que a veces clasifican como ‘extranjerismos’ palabras y frases que en realidad no lo son, y tampoco distinguen entre calcos y préstamos (conveniente frente a averaje, por ejemplo) de forma metodológicamente fidedigna.

“Extranjerismos” erróneosHay que resaltar que en la primera sección del libro (“No se fíe de los falsos amigos”) los

autores incluyen palabras que no son ni calcos ni préstamos del inglés. Es decir, atribuyen erróneamente a la influencia del inglés formas que son autóctonas del mundo hispanoparlante monolingüe. Por ejemplo, aclaran la diferencia semántica y judicial entre las palabras sospechoso, acusado y convicto, confusión que, a nuestro modo de ver, no se puede atribuir al uso de los mismos términos con los mismos significados en inglés (suspect, accused, convicted) (94). Lo mismo ocurre en el caso de supuesto, que explican los autores de la siguiente manera:

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Nos hablan a veces de las supuestas víctimas de un delito o crimen. Pero si efectivamente resultan perjudicadas por culpa ajena, no hay tal supuesto. Nadie que haya resultado herido o sufrido daños y perjuicios se puede considerar como víctima presunta o supuesta, ya que sufre las consecuencias en carne propia. Solo cabría la presunción respecto a la responsabilidad ajena. Pero pregúntenle a la víctima si se considera presunta o supuesta, cuando aún le duelen las heridas. (Piña Rosales et al. 2010: 94–95)

Nos parece que aquí no estamos ante un uso léxico-semántico que sea característico del habla bilingüe, producto de la influencia del inglés, sino un uso que se presencia en muchos países del mundo hispanoparlante, al igual que la aparente confusión entre sospechoso, acusado y convicto en el habla monolingüe. A modo de ilustración, en una búsqueda en el periódico español El País en Internet (www.elpais.com) al momento de escribir este artículo, se registraban 280 ocurrencias de la frase “supuesta víctima” y 254 de la frase “presunta víctima”; en el periódico argentino Clarín (www.clarin.com) se daban 145 coincidencias de la primera frase y 268 de la segunda (26 de julio 2012). Es más, señalaríamos que sí existe el concepto de “víctima presunta” o “supuesta” en el ámbito legal ya que, como los autores aclaran más arriba en la misma página, el “acusado” no es “convicto” hasta que el delito o crimen se ha comprobado, es decir, en el momento del proceso legal cuando se presenta un fallo que dicta que la “supuesta víctima” es de hecho “víctima” del “acusado” (véase Searle 1969). Los casos de violación y los accidentes automovilísticos son ilustrativos.

Se puede estar de acuerdo en que hay falta de claridad en los matices semánticos en cada caso, pero no se puede afirmar que dicha falta sea más característica del habla bilingüe que del habla monolingüe, ni que se deba a la influencia del inglés. En este sentido, los autores parecen confundir un calco o fenómeno de mutua influencia estructural con una forma tal vez inadecuada según su modo de ver, común en variedades tanto monolingües como bilingües.3 Por ejemplo, en sus observaciones del uso de los ochentas, los noventas, etc., los autores afirman que “está claro que estamos ante expresiones calcadas del inglés, idioma en el que las décadas siempre van rematadas con una -s final” (72). Aquí parecen ignorar el amplio uso que se hace de la misma -s final en todo el mundo hispánico. Una simple búsqueda en Internet en periódicos de diversos países donde no se habla el inglés revela enseguida el fenómeno: “El puente de los ochentas” (titular en eltiempo.com de Colombia, 30 de enero 2004); “. . . la diputada del PAN, Elizabeth Yáñez Robles informó que la situación delicada que enfrentan las empresas Pemex, MdeL e Impulsora Jalisciense, desde la década de los noventas fue a partir de un manejo poco transparente en los concursos de licitación . . . ” (en un artículo publicado en eluniversal.mx de México, 20 de septiembre 2012); “Desde los años cincuenta hasta los setentas en la región de Antofagasta se bebía agua con arsénico, y muchos sufren las secuelas hasta el día de hoy” (publi-cado en lanacion.com de Chile, 26 de enero 2011); “A mitad de los ochentas el Retiro registró doce grados bajo cero” (publicado en abc.es de España, 6 de febrero 2012). Como estos ejemplos hay muchísimos más publicados en páginas de Internet de todo el mundo hispanoparlante. En el caso de la adolescencia, los propios autores afirman que “más o menos es lo mismo en español que en inglés (adolescence)” (9), y el vocablo romance (88) también tiene los mismos significados en ambas lenguas—al menos según las últimas ediciones del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) y del Merriam-Webster Dictionary. En cuanto al uso de vergonzante en lugar de vergonzoso, los autores observan que: “En los medios de comunicación hemos comprobado el uso equivocado, tanto en España como en Hispanoamérica, del adjetivo vergonzante cuando lo que se quería decir era vergonzoso” (100). Al igual que en los casos de adolescencia y romance, nos preguntamos por qué los autores comentan el uso de vergonzante en una sección supuestamente dedicada a despejar dudas sobre los “falsos amigos” del inglés. En definitiva, estas palabras no constituyen “falsos amigos”, “extranjerismos” ni calcos, sino usos léxico-semánticos propios de variedades monolingües del español. En este aspecto, el libro, en su aparente afán de atribuir a la situación de contacto con el inglés usos que no son consecuencia del bilingüismo, es confuso y mal fundamentado.

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Neologismos (in)necesariosOtro fallo en la base conceptual de esta obra se encuentra en la introducción a la primera

sección sobre los “falsos amigos”, en la que los autores afirman que “Los extranjerismos son expresiones innecesarias que se toman de otro idioma, ya sea por moda, por desconocimiento o por pedantería. Es conveniente no usar palabras de otro idioma si conocemos las equivalentes en el nuestro” (Piña-Rosales et al. 7). Creemos que los lectores habrían de tener en cuenta lo que han demostrado centenares de estudios diacrónicos y sincrónicos de las lenguas por todo el mundo: las lenguas no tienden a variar, cambiar o evolucionar por cuestiones de necesidad estructural, sino por naturaleza propia, debido a factores culturales y sociales, como bien afirmaron los estudiosos del Círculo de Bajtín en su momento (Morris 1994). Afirmar que una palabra o forma lingüística es innecesaria implica ignorar la naturaleza de las lenguas como entidades variables y dinámicas que evolucionan, así como el hecho de que el comportamiento psicológico y social de los seres humanos en general no tiende a corresponder siempre con lo ‘necesario’. Si bien los autores observan el uso de determinados calcos y préstamos del inglés en variedades del español por todo el mundo hispánico (como baipás, best-seller, blog, chatear, chequear, email, frízer, ignorar, link, look, marketing, online, entre otros), no dan cuenta de las razones o los factores sociolingüísticos por los que estos resultan ser mucho más frecuentes en las variedades del español habladas en los Estados Unidos, a saber: la realidad sociocultural de los hablantes; la hegemonía del inglés en los ámbitos económico, político y educativo en los Estados Unidos, así como en muchos aspectos de la cultura popular juvenil; la falta de acceso a una educación formal en lengua española; los procesos de socialización infantil en que predomina el inglés; y el conocimiento y uso activo de ambas lenguas en muchos hablantes de primera y segunda generación.

En cuanto a la realidad sociocultural de los hablantes, Otheguy (1993, 2003) argumenta que algunos préstamos en las variedades del español habladas en los Estados Unidos son producto del contacto cultural, no del contacto lingüístico. Afirma lo siguiente en base a su observación y estudio sociolingüístico del español en Nueva York:

[L]legaron primero los nombres propios en inglés, porque nos fuimos al Paradise Gym. . . , o a Lehman College a estudiar, o al Empire State Building, a ver qué es eso que nos contaban, o al Central Park, que tanto vimos en las películas en los cines de allá. Y es precisamente porque es al Paradise Gym y a Lehman College adonde vamos, y no al Gimnasio del Paraíso, ni a la Universidad de Lehman, que no hay tal, que a esos lugares se les llama con su nombre en inglés. (Ni mucho menos vamos al Edificio del Estado Imperial, que tampoco existe...). . . . Con el tiempo, al aprender más inglés, se unirán a éstos los nombres comunes, y se irán los hijos al high school, aunque pudieran haber ido a la escuela secundaria (pero es que escuela secundaria es como Edificio del Estado Imperial, nos suena que es otro sitio, no capta el referente. . . .). Con el tiempo, encontramos que [se] empieza a tener, no ya palabras del inglés, sino cláusulas enteras, que se entretejen con las del español. (2003: 15)

Así, Otheguy nos explica que algunos préstamos aluden, en principio, a referentes culturales que son particulares de la realidad angloparlante. Es decir, el neologismo tiene base en la realidad estadounidense.

Es muy ilustrativo el lenguaje de la tecnología cibernética y la comunicación por Internet que, aunque ampliamente extendida a través del mundo hispanoparlante, se origina en los Estados Unidos durante los años noventa. De ahí que términos como blog, chat, link, online, software, web y window, entre otros, se asocien con una realidad en inglés y hoy día sean préstamos altamente comunes en todas las variedades del español. No nos debe sorprender, entonces, que la cantidad y frecuencia de los préstamos y calcos de todo tipo sea mucho más alta en los Estados Unidos, donde la vida cotidiana de los hispanohablantes se desenvuelve en un mundo de referentes culturales con nombre en inglés. La idea de que un hispanoparlante en los

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Estados Unidos pueda o deba observar las mismas normas de uso que un hispanohablante en un país monolingüe es, desde un punto de vista sociolingüístico, errónea y contranatural, pues como bien afirma el renombrado estudioso del bilingüismo Grosjean (2010), un bilingüe no equivale a dos monolingües en uno (201).

En ese sentido, sugerimos que la ANLE tenga siempre en cuenta que la realidad sociolin-güística del hispanoparlante en los Estados Unidos es bastante distinta a las realidades que se viven en los otros veintiún países en los que existe una Academia de la lengua, donde el español es lengua mayoritaria, sociopolíticamente dominante y vehículo de la educación formal.4 Los Estados Unidos es el único país del mundo hispánico donde la gran mayoría de los hispanopar-lantes son bilingües en otra lengua que tiene más prestigio en términos sociopolíticos y, muy crucialmente, en el ámbito educativo. También es el único país en el que el monolingüismo en español es más característico de las clases socioeconómicas bajas que de las clases media y alta, de las cuales se han valido las Academias tradicionalmente para determinar la norma culta de cada país. No se puede dejar de lado el hecho de que la población hispanoparlante en los Estados Unidos la constituyen, en su mayoría, inmigrantes e hijos/hijas de inmigrantes que llegaron a este país sin muchos recursos económicos ni altos niveles de educación formal. Como observaron Valdés y Geoffrion-Vinci (1998) en su detallado análisis del habla académica de estudiantes universitarios chicanos, la mayoría de los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos—que en sí constituyen la mayoría de la población hispanoparlante en este país—no procede de las clases acomodadas y, por ende, su habla no tiende a reflejar la norma culta o académica, sino el uso popular.5 Valdés y Geoffrion-Vinci (1998) explicaron que:

. . . Mexican immigrants are generally “ordinary” Mexicans, that is, members of the nonelite strata. The term “ordinary” . . . excludes the “middle” and “upper sectors,” who represent only 10% of the Mexican population. . . . As might be expected . . . , we conjecture that the linguistic repertoires of most ordinary Mexicans who emigrate to the US are generally made up of mid to low registers of Spanish. This is important to our understanding of the Spanish spoken by Chicano bilingual students, because it is these registers that serve as models of language as students acquire Spanish in their families and communities. (476–77)

Por esta razón, pensamos que sería difícil conceptualizar alguna norma en—o de—los Estados Unidos sin tener en cuenta las realidades particulares de uso del español en este país. De especial relevancia es el hecho de que los inmigrantes de primera generación traen con ellos una norma propia de su país de origen y son ellos los que más usan la lengua en los Estados Unidos, pues ya en la segunda generación el uso del español va en declive, y en la tercera muy pocos lo hablan y aun menos lo leen o escriben (Klee y Lynch 2009; Otheguy 2003; Rumbaut, Massey y Bean 2006; Zentella 1997; entre muchos otros). Este hecho constituye uno de los grandes retos que le incumben a la ANLE que, al igual que las otras Academias, tiene como una de sus principales funciones la de normativizar la lengua.

Normativización particularEs obvio que los criterios sociolingüísticos necesarios para realizar la función normativa en

el contexto estadounidense no quedan muy claros en las páginas de Hablando bien se entiende la gente. Por ejemplo, los autores afirman que “chatear ya ha entrado a nuestro idioma en esta era moderna de la interconexión mundial. Lástima no haber seguido usando verbos tradicionales y castizos como charlar, conversar, platicar” (23). Los autores parecen no reconocer que estos últimos verbos “castizos” sí se siguen usando en todo Estados Unidos, pero no para el fenómeno de la conversación en Internet. Es parecido el caso del verbo facebuquear, que se menciona en un artículo publicado por The Miami Herald en referencia a la visita de Piña-Rosales a Miami para presentar Hablando bien se entiende la gente:

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The United States is the second-largest Spanish-speaking country in the world after Mexico, but as the language becomes more widely used, as it interacts with the more dominant English and is casually exchanged in global forums like Facebook and Twitter, the opportunities to mangle it are spreading like a virus. The culprits: Literal translations, Anglicisms, and the mingling of Spanish and English into the controversial hybrid, Spanglish. People will tell you they’re facebuqueando (facebooking) and tuiteando (tweeting), words that don’t exist in Spanish. (Santiago 2011; énfasis mío)

La negación de Piña-Rosales de que existan los términos facebuquear y tuitear no elimina el hecho de que la gente los use, no solo en Estados Unidos, sino en México, España y muchos otros países de habla hispana (“Tiempos de twitear y facebuquear” 2012). Piña-Rosales et al. insisten en que ciertas formas “no existen” a pesar de que muchos millones de hispanohablantes las usan. De hecho, tanto se usan—incluso en España—que la RAE hace poco anunció que los vocablos tuitear, tuiteo, tuit y tuitero aparecerán en la próxima edición del DRAE (“La RAE incluirá” 2012). Como sociolingüistas, opinamos que la ANLE tiene la responsabilidad de mantener siempre clara, para el público general, la diferencia entre lo que se dice comúnmente tanto dentro como fuera de Estados Unidos (es decir, lo que en realidad existe) y lo que en términos oficiales o académicos se recomienda decir. También pensamos que es necesario tener conciencia explícita de las realidades socioculturales de los hablantes. Al igual que Empire State Building no es El Edificio del Estado Imperial, como explicaba Otheguy (2003), Facebook no es Libro de cara ni nada semejante, y comunicarse por Libro de cara no sería para nadie una frase verbal equivalente al vocablo facebuquear.

Cabe notar que en cuanto a la innovación e integración morfológica aparente en face-buquear o tuitear (véase Poplack 1982), se ha dado en la lengua inglesa el mismo fenómeno léxico-morfológico de crear un verbo nuevo en base a un sustantivo: del sustantivo Facebook se deriva el verbo to facebook (por ejemplo, She was facebooking during class), de igual manera que del sustantivo text se ha derivado el verbo to text (por ejemplo, I texted her to let her know we were coming).6 Pero este fenómeno pasa prácticamente inadvertido en la cultura angloparlante estadounidense. Creemos que no se debe lamentar el hecho de que una lengua sea tan útil, dúctil y vital como para responder léxica y morfológicamente a la evolución cultural y tecnológica de la sociedad contemporánea. Al contrario, se podría pensar que sería una lástima que la lengua no mostrara ese tipo de flexibilidad, pues ello significaría que no es una lengua útil y que no tiene muchas esperanzas de continuar como lengua vital en el mundo de la comunicación cibernética. Como afirmó Miguel de Unamuno (1910) en su momento, “La riqueza de una lengua . . . está en su fecundidad, en su facilidad para crear nuevas voces que respondan a nuevas ideas, y en su facilidad para asimilarse voces extrañas” (citado en Velleman 2002: 28).

Dado el explícito rechazo de palabras como chatear o link en Hablando bien se entiende la gente, de uso muy común en todo el mundo hispanoparlante, pueden resultar confusas para el lector bilingüe de Estados Unidos las referencias aparentemente neutras a otras palabras que, desde un punto de vista morfosintáctico o léxico, son igualmente anglicismos. Por ejemplo, los autores escriben que tique o tiquete se admiten, pero ticket no (96); frízer “se admite . . . por su arraigo en varios países americanos” (56); baipás está bien porque ya ha entrado en la nueva edición del DRAE (16); o blog porque, en la opinión de los autores, “acabará imponiéndose” a pesar de la existencia de otras posibles variantes más “castizas” como bitácora digital o ciberbi-tácora (19). Llama la atención que en Hablando bien se entiende la gente los autores no definen los criterios que siguieron para determinar qué palabras son anglicismos innecesarios y cuáles otras resultan ser anglicismos adecuados para el uso diario. En algunos momentos, el argumento que parecen hacer con respecto a la aceptabilidad de las innovaciones léxicas es circular: un vocablo puede ser aceptable una vez que entra al DRAE, y entra al DRAE una vez que se considera aceptable. Pero, para confusión del lector, hay palabras que, a pesar de su oficialidad gracias a estar incluidas en el DRAE y a su uso común y corriente a través del mundo hispanoparlante, los autores nos sugieren no usar; por ejemplo: ignorar (63: “Aunque el Diccionario . . . reconoce

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como nueva acepción ‘no hacer caso de algo o de alguien’, consideramos que es preferible seguir utilizando el término en su primer sentido únicamente”); look (72, el cual advertimos que aparece en el DRAE electrónico en www.rae.es); test (111: “está ya incorporada en el DRAE pero habiendo equivalentes archiconocidos en español, ¿no le parece mejor usar examen o prueba?”).

Con esta misma línea de cuestionamiento los autores abren la primera y más sustancial parte del libro: “¿Por qué decir trailer (sic) si se puede decir remolque? ¿Por qué hablar de hobbies, cuando en español siempre se ha dicho aficiones o pasatiempos? Tampoco hay que romperse la cabeza mucho para decir rompecabezas y no puzzle (sic)” (7). Todos estos vocablos ya forman parte del DRAE y así son voces oficiales de la lengua española. ¿Por qué cuestionan los autores la preferencia del hablante que las use, o la legitimidad de su uso en general? Aquí parecería que los autores tal vez ignoraran o pusieran en tela de juicio los criterios que observa la misma Academia de la Lengua para la inclusión de palabras en sus diccionarios oficiales. De hecho, la ASALE siguió un cuidadoso procedimiento lexicográfico para la realización del recién publicado Diccionario de americanismos y elabora una sofisticada base de datos lingüísticos en su Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) y Corpus Diacrónico del Español (CORDE), de la cual depende para la actualización de sus diccionarios oficiales (http://lema.rae.es/drae/). Cabe resaltar que, según un reciente comunicado de prensa de la ANLE, la RAE va a incorporar en la próxima edición del DRAE (2014) una serie de ‘estadounidismos’, o palabras acuñadas por los hispanohablantes de los Estados Unidos. No obstante, al lector de Hablando bien se entiende la gente no se le permite conocer el método ni los criterios que sigue la Academia para la aceptación oficial de palabras, los cuales no se explican en ninguna parte del libro. En nuestra opinión, tal estado de dudas e inseguridad sociolingüística para el hablante bilingüe respecto a su capacidad de expresión lingüística puede desfavorecer el uso del español y, concomitantemente, fomentar el uso del inglés, la lengua dominante en los Estados Unidos.

Lejos de promover una ideología antiprescriptivista, concordamos con Pinker (2012) en que las convenciones de lengua—sobre todo para la lengua escrita—son esenciales. Pinker (2012) explica que el American Heritage Dictionary consulta a unos 200 autores, periodistas, editores, académicos y otras figuras públicas

. . . whose writing shows that they choose their words with care. Every year they fill out questionnaires on pronunciation, meaning, and usage, and the Dictionary reports the results in Usage Notes attached to entries for problematic words, including changes in repeated ballotings over the decades. The Usage Panel is meant to represent the virtual community for whom careful writers write, and when it comes to best practices in usage, there can be no higher authority than that community.

Notemos que esta obra se concentra en las convenciones del inglés escrito. Lo que nos parece equivocado de Hablando bien se entiende la gente, además de la aparente arbitrariedad de las supuestas convenciones que, a veces, imponen subjetivamente los autores, es la idea de que ciertas cosas “no se dicen” (pasando de la lengua escrita a la lengua oral), así como las acusaciones de índole personal que el texto dirige a los hablantes bilingües de los Estados Unidos, lo cual es sumamente más preocupante. El libro caracteriza a los llamados hispanounidenses como poco meticulosos, “apresurados” y “despreocupados”, y sugiere que las particularidades de su habla son “dañinas” para el bienestar del español. Sobran ejemplos de tales críticas en el libro: “¿no vale la pena un poquito de esfuerzo para mantener la uniformidad de nuestro idioma?” (19); “manejemos nuestro idioma con propiedad y evitemos dejarlo a la casualidad” (21); “muy grave . . . es el pronóstico para el español si no estamos en condiciones de protegerlo contra el virus anglicista” (28); “por favor, seamos consecuentes con el español que hablamos” (29); “si uno quiere hablar bien el español, debe cuidarse de las traducciones apresuradas” (31); “cuidado con esos anglicismos, verdaderos tóxicos que dañan la salud de nuestro idioma” (66). Tales metáforas biológicas (virus y tóxicos) nos recuerdan aquellos imaginarios simbólicos del siglo XIX que pretendían naturalizar las posturas políticas e institucionales, argumentos que en el

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terreno lingüístico fueron perdiendo credibilidad durante las primeras décadas del siglo XX, cuando se estableció el estructuralismo y, con él, una teoría y una metodología para el análisis empírico u objetivo de las lenguas. Desde el punto de vista sociolingüístico, las lenguas siempre son producto de los propios hablantes; no sufren daños ni enfermedades al variar y evolucionar, y ni su variación ni su evolución son consecuencias de la dejadez de las personas que las usan activamente. Creemos que el caracterizar negativamente a las mismas personas que usan la lengua e intentan así mantenerla viva en un contexto nacional—y también internacional—en el que impera el inglés, a veces bajo circunstancias plenamente xenófobas y antihispanas, será contraproducente para los esfuerzos de la ANLE de validar y normativizar el uso del español en los Estados Unidos.

Mezcla natural de lenguasPiña-Rosales et al. (2010) sugieren de forma implícita que cualquier tipo de “mezcla” del

español con el inglés es despreciable. En la presentación del libro, después de ofrecer a Tarzán “hombre-mono” como ejemplo de lo que no queremos ser, los autores nos preguntan “¿no sería preferible hablar bien los dos idiomas, sin mezclarlos, que hablar mal los dos?” (1–2). Nos recuerda a la figura de Henry Higgins en Pygmalion, de George Bernard Shaw, quien amonesta a Eliza Doolittle insistiendo en que “[a] woman who utters such depressing and disgusting sounds has no right to be anywhere—no right to live”.7 Advertimos que, en los centenares de estudios publicados hasta la fecha sobre las variedades bilingües del español habladas en los Estados Unidos, no se constata el uso de construcciones sintácticas del tipo “yo ser fuerte” (Piña Rosales et al. 2010: 1). De hecho, en su extenso análisis morfosintáctico del español en tres generaciones de hablantes mexicanos en Los Ángeles, Silva-Corvalán (1994) llega a la siguiente conclusión:

[E]ven under conditions of intense contact and strong cultural pressure, speakers of the receding language simplify or overgeneralize grammatical rules but do not introduce elements which would cause radical changes in the structure of the language. . . . [T]he structure of the languages involved, to a large extent constrained by cognitive and interactional processes, governs the introduction and diffusion of innovative elements in the linguistic systems. . . . (6)

En un amplio análisis de estudios sociolingüísticos sobre la morfosintaxis del español en los Estados Unidos publicados hasta la fecha, Klee y Lynch (2009) encuentran sustancial apoyo para la conclusión de Silva-Corvalán. En fin, la comparación con el habla “tarzanesca” (1–2), aunque seguramente con una intención humorística, nos parece innecesaria, potencialmente ofensiva para algunos y, desde un punto de vista sociolingüístico, muy inadecuada, ya que los procesos de simplificación que reflejan las variedades bilingües del español en los Estados Unidos son mucho más sofisticados y complejos en términos gramaticales, léxicos y discursivos que el habla pidgin que parecía usar el personaje ficticio llamado Tarzán.

En cuanto al uso de una “mezcla” de ambos idiomas en un mismo discurso, los estudios sociolingüísticos de todo el mundo documentan la alternancia de códigos donde se encuentran dos o más lenguas en íntimo contacto social. De hecho, se puede afirmar que la alternancia de códigos es síntoma de la vitalidad lingüística de ambas lenguas en la vida diaria de una comu-nidad. Donde no haya alternancia de códigos, una de las lenguas va en declive, pues no se usa. A pesar de la falta de atractivo estético que pueda tener para algunas personas, la alternancia de códigos es una realidad sociolingüística de diversas comunidades bilingües por todo el mundo, particularmente en el habla diaria o coloquial. Además, los autores parecen no tener en cuenta que, para la gran mayoría de los hispanohablantes que nacen y se crían en los Estados Unidos, el hablar ambos idiomas en alternancia refleja un aspecto de su identidad personal, pues está vinculado a emociones profundas, a relaciones con familia y amistades, a formas de ver y experimentar el mundo (véase Lynch 2011). Hay que recordar que la mayor parte de—si no toda—la educación formal de aquellos que la ANLE llama “hispanounidenses” es en inglés, así

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como sus responsabilidades laborales, lo cual significa que la única ocasión que tiene la mayoría de ellos para hablar español es en familia y con sus amistades, es decir, en contextos socialmente informales o privados. Como han demostrado los estudios sociolingüísticos a lo largo del siglo XX, estos contextos sociales son los que rigen los estilos o registros menos “normativos” o “prestigiosos” de la lengua (Labov 1972).

Todos somos conscientes de que resulta social y psicológicamente anormal usar un lenguaje formal en casa con la familia o en un bar o una conversación con amigos. La “mezcla” o cambio de código es uno de los principales rasgos de tal lenguaje privado e informal para el hablante bilingüe. En ese sentido, los autores no parecen distinguir entre aquellos contextos y registros de uso lingüístico que se pueden considerar como formales y aquellos en los que rigen usos informales o coloquiales, y contradicen en cierto sentido uno de los principales objetivos que se plantea la ANLE, el de “fortalecer un bilingüismo auténtico”. Podríamos afirmar que aquello que los autores imaginan como bilingüismo “auténtico” no se manifiesta en las esferas privadas e íntimas de la población bilingüe y mucho menos en la calle, donde los préstamos, los calcos y el cambio de código son precisamente los rasgos fundamentales del habla bilingüe por todo el mundo, y no solo el mundo hispánico. Hay que recordar que el bilingüismo no se puede conceptualizar como monolítico: no existen bilingüismos o bilingües ‘auténticos’ frente a otros que no lo sean, sino diversos tipos y grados de conocimiento, uso y capacidad oral o productiva en las lenguas en cuestión (Valdés 1995).

Los autores tampoco reconocen explícitamente la distinción entre modos orales y escritos del lenguaje ni advierten que en algunos tipos de textos, como los publicitarios o la literatura “hispanounidense”, el cambio de código o el uso de anglicismos es intencional, debido al efecto que tienen en el receptor. Estas distinciones constituyen fundamentos tanto de la teoría y la metodología sociolingüísticas (Labov 1972; Moreno Fernández 2008; Silva-Corvalán 2001), como de la teoría de la traducción, del marketing o de la estética literaria (véase Sommer 2004). Cabe recordar también que el cambio de código es buen indicador de capacidad social y agilidad lingüística, tal como concluyen Gafaranga (2009), Gardner-Chloros (2009), Myers-Scotton (1993), Poplack (1982), Zentella (1997), y entre muchos otros.

Voz pedagógicaSegún nuestro modo de ver, uno de los posibles efectos pedagógicos que puede tener

Hablando bien se entiende la gente es insinuarles a los hispanounidenses que no saben hablar bien el español o que, al hablarlo mal, están menoscabando su prestigio. Por ejemplo, los autores afirman que “[e]l maltrato laboral es sin duda un asunto muy serio, pero lo es también . . . el maltrato de nuestro idioma” (139). Tal tono acusador es cuestionable si lo que realmente se busca es fomentar el uso de la lengua española en la población hispana de los Estados Unidos. Nuestra experiencia como investigadores, profesores y directores de cursos universitarios para los “hablantes de herencia hispana” (heritage speakers) en Miami y en Chicago nos ha demostrado que uno de los mayores retos que se afronta en dichos cursos es la inferioridad psicológica y sociolingüística que sienten muchos estudiantes hispanos/latinos bilingües respecto a sus capacidades para la lengua española y, en algunos casos, el poco deseo personal que tienen de hablarla o estudiarla.

No son pocos los alumnos en Miami y Chicago que afirman al comenzar el curso que “no saben hablar español” o lo “hablan mal” o que lo que hablan no es español, sino “spanglish”. Otheguy y Stern (2010) observan lo mismo en Nueva York: “Our own Latino students often say ‘I’m not good at Spanish; I speak Spanglish’ . . .” (86).8 Incluso algunos con buenas destrezas comunicativas básicas en español insisten en matricularse en cursos elementales de español diseñados para aprendices de segunda lengua donde, en nuestra opinión, pierden valioso tiempo académico. Nos queda claro que muchos latinos en Miami, Chicago y Nueva York ya están excesiva e indebidamente convencidos de que “no saben hablar” el español o que lo “hablan mal”.

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Puede ser por eso que algunos ni hacen el intento de hablarlo en su vida diaria, aun cuando sus padres y sus abuelos lo hablen constantemente con ellos. Con demasiada frecuencia oímos la siguiente afirmación: “I speak only in English because my Spanish is so bad”.

Así y todo, nos parece que los relativamente contados usos de anglicismos que se dan en los Estados Unidos—unos pocos si consideramos la lengua en un sentido más amplio (Otheguy y Stern 2010; Silva-Corvalán 1994)—deben ser una preocupación menor tanto para los miembros de la ANLE como para los profesores de español para hablantes de herencia hispana.9 Nuestra preocupación principal debe ser el hecho de que los hispanos de segunda, tercera y cuarta gene-ración no hablen la lengua entre ellos y que la mayoría de sus hijos no vayan a adquirir siquiera una base lo suficientemente adecuada para cambiar de código. Otheguy (2003) y Otheguy y Stern (2010) proponen que, desde un punto de vista estructural, no hay evidencia de ningún tipo de hibridación lingüística en el habla de los bilingües hispanos de los Estados Unidos (y por tanto no existiría un fenómeno tal como el “spanglish”), sino un claro proceso de desplazamiento del español por el inglés. Otheguy (2003) afirma que:

El problema del vocablo Spanglish . . . es que conlleva una clarísima sugerencia de que el habla de los latinos de EE.UU., sobre todo la de los nacidos aquí . . . constituye un idioma nuevo. . . . La tesis neolingüística que parece amparar el vocablo Spanglish...no puede sustentarse...ni por la teoría de la génesis neolingüística, ni por la simple observación de los comportamientos lingüísticos. . . . El que no haya una variedad reconocible que pudiera llamarse Spanglish no debe, por otro lado, regocijar en exceso a los que amamos el español, pues la causa primordial de la ausencia de un Spanglish, la constituye, no sin un punto de triste ironía...la casi desaparición del español en la tercera generación. . . . En cierto sentido, debería causar gran pena que no haya un verdadero Spanglish. No lo hay, porque sus posibles hablantes ya han roto todo lazo lingüístico (aunque mantengan fuertes conexiones de identidad) con los demás usuarios del español. (16–17)

Dada esta realidad, pensamos que con los objetivos que articula la ANLE se correspondería mejor un libro práctico que animara a los hispanos bilingües a hablar la lengua con más frecuencia, a hablarla en la calle y con las amistades y los padres, estudiarla en la escuela y en la universidad, viajar a países de habla hispana para experimentar el uso de la lengua en un contexto mono-lingüe. O bien una guía que ofreciera a los padres y los abuelos consejos de cómo fomentar el uso del español en casa, que recalcara la importancia de la educación bilingüe y explicara por qué es tan valiosa y necesaria para los niños. Nos parece que podría ser mucho más adecuada y efectiva una campaña lingüística alentadora, que animara a los jóvenes bilingües a hablar más la lengua en vez de censurar su uso. La popular campaña lingüística Dóna corda al català que lanzó la Generalitat de Catalunya (2005) hace varios años para fomentar el uso cotidiano del catalán es un buen ejemplo. Los tres lemas de la campaña eran Parla sense vergonya (‘No tengas vergüenza de hablar’), Parla amb llibertat (‘Habla con libertad’) y Per començar, parla en català (‘Para comenzar, habla en catalán’). En uno de los espots televisivos, La queta (personaje de la campaña) cantaba en catalán con un acento extranjero lo siguiente: “si me equivoco, vuelvo a comenzar” (Generalitat de Catalunya 2005). Desde nuestra perspectiva, este tipo de campaña, que refleja un tono positivo, inclusivo y alentador, se correspondería mejor con los objetivos que se plantea la ANLE, citados anteriormente.

Creemos que si se anima a los “hispanounidenses” a hablar la lengua—que en un sentido comunicativo básico muchos ya controlan—con más gente, en más contextos y más ocasiones, el español puede tener un buen futuro en los Estados Unidos; pero si se les inculca la idea de que lo hablan mal, lo más probable es que insistan en hablar solo inglés. Así lo expresó Zentella (2008): “The authenticity of the national and/or ethnic identity of code switching bilinguals can be as suspect as their linguistic practices, but charging them with corrupting the heritage language and culture prove counterproductive. Instead of encouraging bilinguals to develop their languages, guilt may lead them to abandon one of them, usually the less widely esteemed

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code” (6). García et al. (1988) también sugieren que la estigmatización del español que hablan los bilingües en los Estados Unidos conlleva al desplazamiento de ese idioma por el inglés. Volvemos a insistir en que la ANLE, al igual que todas aquellas organizaciones y personas que nos dedicamos a la enseñanza y difusión del español en los Estados Unidos, debemos insistir en el valor del bilingüismo y el uso de la lengua, para hacer más probable que los latinos en este país se animen a comunicarse más en español con más gente y en más contextos, a estudiarlo formalmente en la escuela o en la universidad y a transmitírselo a sus hijos.

Aunque los jóvenes bilingües probablemente no constituyan la mayoría de los lectores de Hablando bien se entiende la gente, postulamos que experimentarían sus posibles efectos nocivos a través de sus familiares y sus maestros de español. Se imparten clases de español a un número cada vez mayor de jóvenes por todo el país, y una proporción creciente de esos alumnos son hablantes de herencia (véase Beaudrie y Fairclough 2012). Un/a maestro/a que utilizara este libro para enseñarles “lo deficientes que son” a los estudiantes bilingües, a nuestro modo de ver, causaría más mal que bien. Dada la importancia de los maestros, nos parece oportuno mencionar que varias publicaciones, entre ellas García y Blanco (2000), Potowski y Carreira (2004) y Webb y Miller (2000), han señalado la necesidad de que los maestros de lenguas que trabajan con estu-diantes de herencia tengan conocimientos sobre varios principios sociolingüísticos relevantes, como el contacto de lenguas, la variación sociolingüística y los fundamentos del bilingüismo. Así será mucho más probable que sepan validar y aprovechar las modalidades orales como base para la adquisición y normalización de registros más formales o cultos.

Conclusión Además de la carencia de base teórica y metodológica en Hablando bien se entiende la gente,

el libro comunica un tono a veces acusador, el cual nos parece inadecuado e ineficaz si lo que realmente se quiere es fomentar el uso del español en la población hispanounidense con vistas a “fortalecer un bilingüismo auténtico”, tal como la ANLE plantea como parte de su misión. El mayor reto que hay que afrontar es el complejo de inferioridad sociolingüístico y psicológico que tienen muchos bilingües con respecto a sus capacidades en lengua española, así como la poca voluntad que muchas veces tienen de hablarla o estudiarla, lo cual perjudica muy gravemente el objetivo de la ANLE de preservar el uso de este idioma en los Estados Unidos. Nos parece que a los miembros de la ANLE les debe alarmar muchísimo más el arrasador uso del inglés—en detrimento del español en muchos sectores de la población hispanounidense—que el uso de una serie de anglicismos en sus conversaciones cotidianas. Creemos que si lo que se busca es fortalecer el bilingüismo en los Estados Unidos, hay que hacerlo con una postura optimista y un tono alentador, no de censura y acusación. Se debe destacar lo positivo del bilingüismo de los hispanos en este país, no tachar al hablante bilingüe de “apresurado” o “despreocupado” por usar anglicismos, tampoco poner en tela de juicio el uso de palabras que ya forman parte del DRAE simplemente porque su origen es inglés, ni promover la idea de que se le hace daño a la “salud” de la lengua por emplear alguna forma o estructura de manera no normativa. Se deben hacer recomendaciones y observaciones de uso lingüístico a la vez que animar a la gente a hablar la lengua como pueda y siempre que tenga la oportunidad, pues con el uso y la práctica se afinan las destrezas a nivel individual y se expande la lengua a nivel social, cultural y comunitario. Los relativamente pocos usos de anglicismos que se dan en los Estados Unidos—en términos de la totalidad de los vocablos en una lengua (Silva-Corvalán 1994)—deben ser una preocupación menor para la ANLE, cuya alarma principal debería ser el hecho de que la abrumadora mayoría de los hispanos de segunda, tercera, y cuarta generación no hablen la lengua entre ellos y que los hijos de estos no vayan a adquirirla en absoluto, con o sin anglicismos.

Se podría publicar un libro que animara a los latinos a hablar la lengua más frecuentemente, a estudiarla en la escuela y en la universidad, a viajar a países hispanohablantes para experimentar el uso de la lengua en un contexto monolingüe. Otro libro útil podría ser dirigido a los adultos en

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la familia, escrito tanto en español como en inglés, ofreciendo consejos de cómo fomentar el uso del español entre los niños en casa, recalcando la importancia de la educación verdaderamente bilingüe (como las escuelas de inmersión dual) y explicando por qué el bilingüismo es tan valioso para los jóvenes.10 Por último, teniendo en cuenta varias investigaciones que indican que la lectura recreacional ayuda a los hablantes de herencia a desarrollar sus sistemas gramaticales y su léxico (por ejemplo, Tse 2001), nos parece que la ANLE tal vez podría publicar libros, tanto de ficción como de no-ficción, que los jóvenes latinos tuvieran interés en leer. Pero si se va a recurrir a metáforas de violencia física porque alguien diga “introducir” en vez de “presentar” (Santiago 2011),11 o si la meta va a ser denigrar el habla bilingüe en este país y caracterizar a los bilingües como personas descuidadas o poco meticulosas, que voluntariamente hacen “daño” a la lengua española, entonces el espíritu de la ANLE irá en contra de los principios éticos y profesionales de muchos de los que trabajamos para fomentar y cultivar el uso y conocimiento del español en los Estados Unidos. Insistimos en que se puede hacer recomendaciones de uso lingüístico sin caracterizar negativamente a las personas que usan la lengua. Asimismo, se pueden acotar normas sin menospreciar las particularidades lingüísticas que dan evidencia de la vitalidad de las variedades ‘hispanounidenses’ o clasificar la lengua inglesa como “virus” o sustancia “tóxica” (28, 66). En nuestra opinión, tales posturas ideológicas ganarán la simpatía de pocas personas bilingües y dificultarán el desarrollo de una política no solo relevante para los hispanohablantes de los Estados Unidos, sino también apropiada para una Academia de la Lengua vinculada a la RAE.

Esperamos que estas líneas sirvan para abrir un diálogo entre los lingüistas, los educadores y los miembros de la ANLE. Las decisiones que se tomen ahora respecto a cómo orientar este tipo de actividades y proyectos académicos sobre la lengua española, así como el tono y el espíritu con que estos se realizan, van a ser cruciales para el éxito de la organización a largo plazo.

NOTAS1 Véase Oboler (1995) sobre el debate relacionado con estos términos.2 Quisiéramos afirmar que aquí no sugerimos que todos los integrantes de la ANLE—ni de la ASALE

o la RAE—compartan necesariamente estos mismos planteamientos o tengan la misma visión de la lengua española en los Estados Unidos, ni que tengan la misma concepción de la función de la Academia. Al igual que en toda asociación u organización profesional, se manifiestan distintas opiniones y filosofías entre los miembros de las Academias. Recordemos el caso de Miguel de Unamuno, sin duda una de las figuras más ilustres asociadas con la Academia Española durante el siglo XX. Fue nombrado académico de número en 1932, pero falleció en 1936 sin haber tomado posesión de su sillón (T). Unamuno escribió lo siguiente en 1904: “Si la Academia ha de ser un Centro que regule y rija el proceso de la lengua—y ello es absurdo—los más de los castizos hablistas (los supongo tales) que la forman, pueden hasta ser nocivos. No hay espíritus más estrechos ni más llenos de prejuicios respecto al idioma, que los que pasan por grandes cultivadores de él. . . . La lengua seguirá la marcha que haya de seguir, lo mismo sin Academia que con ella; y el estudio científico de la lengua se continuará también sin ella, tan bien o mejor que con ella” (Cabrera Perera 1989: 419). Esta cita nos es útil en dos sentidos: histórico, porque nos recuerda que siempre han existido posiciones distintas de (des)regularización de la lengua entre los académicos; y segundo, de carácter filosófico, para mostrar que la vitalidad de una institución está en el intercambio de ideas y visiones de mundo, por muy distantes que estas parezcan.

3 Otros ejemplos son: abreviación/abreviatura, amarar/acuatizar, americano, apertura/abertura, bimensual/bimestral/bienal/bianual, citadino/urbano, desayunar/desayunarse, emigración, homicidio/asesinato, israelí/israelita/judío/hebreo, observar/absorber, pubertad, romance, vergonzante/vergonzoso.

4 La única excepción puede ser la Academia Filipina de la Lengua Española, pero aun en Filipinas el español goza de mucho prestigio histórico y cultural aunque no sea de uso cotidiano ni sirva como lengua base de la educación formal.

5 Según los datos más recientes publicados por el Censo Estadounidense (American Community Survey 2005–09), un 65% de la población que se identifica como hispana o latina en los Estados Unidos es de origen mexicano.

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6 Aquí vale la pena destacar el fenómeno de crear un sustantivo en español agregando el morfema —ing prestado del presente progresivo del inglés, por ejemplo: hacer cueling (en el metro en España), hacerse un lifting (de la cara), hacer footing, etc. De hecho lifting y footing aparecen en el DRAE oficial. Obviamente, en estos casos no se trata de una transferencia directa del inglés.

7 Sin embargo, Shaw consideraba las reglas gramaticales como un simple medio de la expresión elegante y no un fin en sí; por lo menos en una ocasión envió una carta al editor de un periódico en la cual furiosamente criticaba a un columnista prescriptivista: “If you do not immediately suppress the person who takes it upon himself to lay down the law almost every day in your columns on the subject of literary composition, I will give up the Chronicle. . . . [He] is now beginning to rebuke ‘second-rate’ newspapers for using such phrases as ‘to suddenly go’ and ‘to boldly say.’ I ask you, Sir, to put this man out, without interfering with his perfect freedom of choice between ‘to suddenly go,’ ‘to go suddenly’ and ‘suddenly to go’” (Greene 2011: 35).

8 Un interesante debate entre los lingüistas Ana Celia Zentella y Ricardo Otheguy sobre el uso del término ‘spanglish’ se encuentra en http://potowski.org/debate-spanglish.

9 Otheguy y Stern (2010) afirman que “a noteworthy feature of popular Spanish in the USA is the overwhelming prevalence of Spanish syntax and lexicon. . . . [T]he few, occasional elements of English syntax that do underlie a dis course that is otherwise entirely generated by a Spanish grammar add up to a very small proportion of the grammatical competence of the speaker” (98).

10 Zentella escribió un manual de este tipo titulado ¿Quieren que sus hijos hablen el inglés y el español?: Un manual bilingüe.

11 Piña-Rosales, citado en Miami Herald: “Ay, using introducir instead of presentar is one of the most common misusages of Spanish. I have even heard a university professor do it. He was introducing a speaker and he used the Anglicism introducir. The woman behind him looked like she was ready to hit him!” (Santiago 2011).

OBRAS CITADAS

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———. Nuestra academia. Web. 25 feb. 2012.Beaudrie, Sara, y Marta Fairclough, eds. (2012). Spanish as a Heritage Language in the United States:

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