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El dolor sico A lo 11'110 de ftlH al dolo< ftsico. CllltrN p¡<tkill" M 1M0t de liso lI\It lO "'r. Que PI dolor j¡olo/li nuel.lr. \IIcI¡o como 1< de doIorH CUllndo II\lI'Kf un dolor Inten ..... , ;"'¡'1I"""oenttl\'ltfllt de que Ha l15ico <) psíquko. poOomo'l estar segurO'! de QI>! estamos aUlvnan. do ti umbtil de ul\I P'''''ba dKisiva. 1Quf prwb;! de ul'll pof"OOla, de ti bM,,1 de nutSlr' (Or¡lO"1. cuanOo Sf trat. del dok .. fI,ko. o de LI poo!,dlda bMal del w' que amamos (uando se t'lll del dolo, pS!quiclJ. Sin embargo. hay aun dos pof,dl- das 11..allM'nrt bfuSUls Que taus.Jr un dolo, Insoportable. MI! refiero al dolo< moliv.do PO< PI .balld<:lno. ,,,,,.00 ti Wr amado I'\OS 'tli" SIlt.¡am,mtt SIl amor. y.t fTI(I(ivado JIOI' la hum,1lId6n, cuando al,ulfn nos 1I<Olul'ldal\'ltfllt en nuestro amor P'WIO. DI! IOdos estOS en HIt libro .t dolo< ftsico luA.N OAI'IO N!óIO , ... n 0..-kI M alo o:omplft6 esh>dios de en a..enos Aorf'S y se en ¡KIquiatr!;l en el [ .. t. de laOlÚS (p-ovintIf, de BwI'\OS AorH), En lo oHuda de los Inl(i6 Su lKIudio del IloUn/¡ono. [mllró I f"'''''i. en tl.1I<> ,\)69. donde entrÓ en (onl.CI0 COn Jaeq\ltS lOKan La 'evisl6n de la lraclur:cOón al de iU$ rcrils_ Ha sido pro'esor de en la de p,rfs VII. En '986 fund6 los Seminarios P$M;Qa1lllIilkos de Par!'; En 1999 le fue la dEslinción de C,b;llIe'o de la Le116r> de Hono,. en a su Labo< inltltclu.1 y sus 1«1 bajos dentro del dotnioio p5i(oanilrsis y La pSlqui¡,lrf,. V. aollos la de Ollcoaol de la Orden UacionII W"10 de F/atICOa Edrtorlal h.a publiudo ... La serie sus libros fI d()Iot IN _ (2001) y El pIKH <k Wt # Uun ,El

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El dolor físico

A lo 11'110 de ftlH ~1'lIH ~ al dolo< ftsico. CllltrN ~t< p¡<tkill" M 1M0t de liso lI\It ~prendl. lO "'r. Que PI dolor j¡olo/li nuel.lr. \IIcI¡o como 1< mAd~ra,"trIOS • ~ de doIorH SiK~_ CUllndo II\lI'Kf un dolor Inten ..... , ;"'¡'1I"""oenttl\'ltfllt de que Ha l15ico <) psíquko. poOomo'l estar segurO'! de QI>! estamos aUlvnan. do ti umbtil de ul\I P'''''ba dKisiva. 1Quf pr~ball. prwb;! de ul'll pof"OOla, de ti ~rdlda bM,,1 de nutSlr' InteK~dad (Or¡lO"1. cuanOo Sf trat. del dok .. fI,ko. o de LI poo!,dlda bMal del w' que amamos (uando se t'lll del dolo, pS!quiclJ. Sin embargo. hay aun dos pof,dl­das 11..allM'nrt bfuSUls Que p~n taus.Jr un dolo, Insoportable. MI! refiero al dolo< moliv.do PO< PI .balld<:lno. ,,,,,.00 ti Wr amado I'\OS

'tli" SIlt.¡am,mtt SIl amor. y.t fTI(I(ivado JIOI' la hum,1lId6n, cuando al,ulfn nos ~ 1I<Olul'ldal\'ltfllt en nuestro amor P'WIO. DI! IOdos estOS óolo~. en HIt libro .~remos .t dolo< ftsico

luA.N OAI'IO N!óIO

, ... n 0..-kI Malo o:omplft6 esh>dios de ~in. en a..enos Aorf'S y se ~b16 en ¡KIquiatr!;l en el ~tal [ .. t. de laOlÚS (p-ovintIf, de BwI'\OS AorH), En lo oHuda de los ~ta Inl(i6 Su lKIudio del PSIc~nillsls IloUn/¡ono. [mllró I f"'''''i. en tl.1I<> ,\)69. donde entrÓ en (onl.CI0 COn Jaeq\ltS lOKan ~ ~a1i16 La 'evisl6n de la lraclur:cOón al H~ftol de iU$ rcrils_ Ha sido pro'esor de PSi(O~IOloSra en la Un~rsld.ad de p,rfs VII. En '986 fund6 los Seminarios P$M;Qa1lllIilkos de Par!'; En 1999 le fue (O<K~i<Ia la dEslinción de C,b;llIe'o de la Le116r> de Hono,. en ,t(onodm~IO a su Labo< inltltclu.1 y sus 1«1 bajos dentro del dotnioio ~ p5i(oanilrsis y La pSlqui¡,lrf,. V. aollos ~ la de Ollcoaol de la Orden UacionII ~ W"10 de F/atICOa Edrtorlal Gtd<~ h.a publiudo ... La serie Pso:oa~oonobook sus libros fI d()Iot IN _ (2001) y El pIKH <k Wt # Uun ,El ~m_(lOOl).

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J D N ·' .- . :1510

EL DOLOR FÍSICO

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PSICOANÁLISIS / ECONOBOOK

El dolor de amar j.-D. Nas;o

Cómo se decide una psicoterapia de niilos 1V1arie-Cécile y Edmund Onigucs

El objeto en psicoanálisis El [eliche, el welpo, el nÍl¡o, 1" ciencia

11'1. Augé, lVl. Dav;d-lvIcnard, W. Granoff, J.-L. Lang yO. lVIannon;

Un saber que no se sabe Ld experÍencia al7dUticd

lVIaud lVIannon;

CIENCIAS HUMANAS / ECONOBOO¡<

Lenguaje y silencio Ensayos sobre /{l/itLTdllfra J el lenguaje JI lo inbuJi'Iano

Gcoroc Srcincr b

FL DOLOR FÍSICO

J.-D. Nasio

Traducción de Alcira Bixio

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TítllJO elel origin;¡l en rr,11lcés: Lo clouleurph1Jsique

\:_ ,J,-D. Nassio. 2007 Este libro es Lll1G n:rsíón rcvisad;;¡ y aumentada de cliver<os capilu­los ele El Nhro elel dolor!J del flmor.

TrnducciólI: Alcira Bi:-.:io

Disello de cubierTo: !\lm;] Larroca

1 a edición, Econobook, junio ele 2007

Derechos reservados para todas J;;¡S ediciones en castellano

(. Editorial Geclisa, S.A. Paseo BOnallc)\'3, 9 l' - 1 n

08022 Barcelona. Esp<'lña Te!. 93 253 09 04 Fé.l.X 93 253 09 05 gecl i satfl!ged i S8. com \\'W\\' .geclisa.com

ISBN: 978-84-978'1-183-2

Impreso en Argentina Pn"nlecl in Argentino

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma identica, extractada o ll'odificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

índice

El dolor físico .................. . Preguntas)' respuestas sobre el dolor' Ú¿c'o' ~ : : : : : : Notas ............. . .........................

Extractos de obras de Freud y de Lacan sobre el dolor fisico, precedidas de nL~eS(rOs comentarios

Notas de los extractos .........................

Selección bibliográfica sobre El d%rfísico

9 47

1 03

104

117

119

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El dolor de la lesión

El dolor de 1" collmoción

El dolor de rCtlcciOJ7<lr

A menudo pensamos que el dolor físico corresponde exclusivamente J h esfera de la llcurofisiología y que sólo concierne a la psique cuando rCpCrClltC profundamente en la persona que sufre. El dolor de una quemadura} por ejemplo encontrarÍJ su expliclción en mecanismos ncuroquími­(OS y el psiquismo de Ll persona quemada sólo recibiría las repercusiones ll1or:t!cs del dolor experimentado, como si cxistic­Llll) por un bdo, el fenómeno doloroso -que se explica científicamente en virtud de la transmisión del mensaje nocíccplivo en el seno del sistema ncr\'i050- Yl por otro lado, bs inevitables consecuencias psicológicJ5 y sociales que provoca) por ejemplo, un dolor crónico. Por tanto, exis­tirÍJ el dolor y después sus prolol1:;;1Cio­!les emocionales. Sabemos la il11portanci;l quc (iene para el practicante -médico o psicoanalista- Cscuch;1r no sólo el sufri­miento corporal de su paciente.', sino ;1e1e­

m3S bs perturbaciones psicológicas que dcsenc;:¡c!en;:¡ ese sufrimiento. No obstan­

te, en este libro no nos ocupamos ele las repercusiones del trastorno doloroso, si­no elel origen psíquico del t1';1storno dolo­roso; 111;15 ex;:¡ctamclltC', del factol' psíquico

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L

E:L ¡)Ui.(ll', F1S1CU

que interviene en la génesis dc ¡,)(lo dolor

corpoLl1.

Quiero destacar que, curiOS;lC!ente, hoy los investigadores de bs llcurocienci;lS comp;1rten nuestro interés pOI delimitar de \;1 mejor manera posible el compo­nente psíquico que interviene e 1 el hecho doloroso. Nlc sorprendió descubrir, por ejemplo) bs duelas e interrogaciones qllC se plantcabJl1 los científicos reunidos en la International Association for the Study of Pain (IASP) acerca de la incdencia dcl psic¡uismo en la ncurofisiologí;:-I del dolor. Sin lograr explicarlo formalmente, estos invcstig,Jdores consideran que el factor psi"quico es una de las causas principales de b emoción dolorosa cuyos resortes si­guen aún sin ser explorados. Est::nlal1, par­ticularmente, que e5e factor dc.::conocido también sería responsable de un dolor co[­por:ll muy atípico calificado de «psico­génico», es decir, de origen excl1.lsivalTIen­;c psíquico. Se trata de una sen, ación do­lorosa expcrjmentada, sin dur',a, por el

. . sUJeto, pero que no tIene IlIng;Jna causa

identificable que la cxplique.

ASÍ, la definición «oficia]" :lcl dolor propuesta por la IASP deja cntrever esus distintos incertidumbres relativ,<s al papel que ejecuta el factor psíquico. Quiero re­producir aquí los términos exactos de esta definición. El dolor -se dice- . ería ·'una expcrienci;-¡ sensorial y ~emocicllaJ desa­gradable, asociada con una les; Sn tisular rcal o potenci;11 o incluso descr,ti.1 en tér­minos que evocan una le5ión de esa índo­le». Al relcer cstas líneas podemos apre-

ci;1r h ambigüecl;-td del término "dolor". 1\155 que una sensación) es una emoción j'

hasL1 l.Ula emoción que puede nacer S¡;l que haya una lesión responsable: ,<Una ex­periencia [ ... ] descrita en términos qJ!e e'vocaJl una lesión de esa índole>,. Vemos hasta qué punto esta definición reconoce la existencia de un dolor real, es decir, sen­tido concretamente y del que el paciente se qucjJ, pero sin que haya necesariamen­te un traumatismo orgánico que lo justifi­que. En una palabra, la IASP reconocc que el dolor podría existir únicamente en lo sentido}' en la queja que lo expresa.

Esto nos da una idea de la extensión del campo clel dolor que excede ampliamente a UIlJ concepción estrictamente ncurofi­siológicJ y nos permite comprender por qué hoyes neces;1rio abrir nuevos surcos en la investigación psicoanaJítica con el propósito de situar adecuadamente la par­te correspondiente al psiqllismo en la dcterminación del hecho doloroso.

::-

Por tanto, si queremos saber por qué su­fren nueSlros pacientes y por qué sufri­mos nosotros, tenemos que observar a tra­vés de la Icnte de la metapsicología y des­cender al cor;1zón del yo para encontrar allí la psicogénesis del dolor. Queremos penetrar la trama íntima de las represen­taciones inconscientes, dclimitJ.f COIl la mayor precisión las fluctuaciones de las tensiones psíquicas y comprender así h incidencia irreductible dc la psigue en el nacimiento del dolor corporal. La pr:ícti-

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JI; El. !lOLOlt [-lsleo

lor05a )' el dolor psíquico F,ropiamcntc dicho. Ello se debe) como ),_1 dijimos) a que el dolor es Ull fenómcllo mixto que surge en el límite que se estab. cee entre el cuerpo y la psique. Por ejemplo, cuando estudiamos el dolor corporal comproba­mos que, al margen de sus es victos meca­nismos neurobiológicos) esencialmente la emoción dolorosa tiene su explicación en una perturbación del psiqu ¡smo.

Proceso de formación del dolor

Ahora tenemos que identificar las diferen­tes etapas de la formación de Vil dolor, sea el que fuere. Ya se trate de ur dolor cor­poral provocado por una lesi6n en los te­jidos, ya sea un dolor psíquico provocado por un s!Jocl, psicológico, el d.)lor se for­ma en un instante. Sin embareo veremos ,) , que su génesis, aunque insrand.nca, sigue un proceso complejo: comienza con una ruptura, continúa con la C0711;1oCÍón psí­quica. que esa ruptura dcsenc~dena V cul­mina con una 1-eacóón defcn~;iva del yo que intenta detener la. conmoción. En ca­da una de estas etapas domina un aspecto concreto del dolor.

Así a.parecen, sucesivament;:, un dolor propio de la ruptura, luego un dolor in­herente a la conmoción y, por último, un dolor suscitado por la defen,,·, refleja del yo en respuesta a la conmocié'!1. Eviden­tcmentc, en realidad estos tres dolores sólo son los diferentes ospeetos de un único)' mismo dolor formad~) instant<Í.­!1eal11entc.

~------'-----------_ .. __ .

Toda lesión dolorosrl del cl/apo será pacibidd como 1/11.1 lesión)' tf11

dolor cxterno porque el mismo C11C1pO es percibido illltlg in a rimn eH t e como U11

envoltorio denso y sCJlsible que nos contiene .1' nos SUsflCJ!C.

_ El dnlnr (isicn ]7

Por tanto, en nuestro recorriJo respeta­remos estos tres tiempos de la formación de un dolor: el tiempo de la mptllra o do­lor de la lesióll, el tiempo de la conllloción o dolor de la cOllmocióll y el tiempo de lo lTdccióll defenÚ'ua del yo o dolor de reac­CIOllaJ:

El dolor de la lesión

Tomemos el ejemplo de una grave quema­dura en un brozo. Después de un breve instante de pánico en el que el brazo que­da anestesiado por el shocl" el yo experi­menta el dolor local de una herida en el brazo y siente de inmediato el dolor inde­finido y penetrante de una perturbación interior. El yo ejecuta, pues, dos percep­ciones simultáneas: percibe a la vez un dolor que localiza en el nivel de la lesión cutánea y un estado de conmoción intcr­na q lIe lo invade. Estas percepciones, mez­cladas en la expericncia de un mis1110 afecto doloroso son, sin embargo, muy distintas. Por ello consideraremos sucesivamente el dolor producido por la lesión y el que es propio de la conmoción. Luego aborda­remos el tercer tiempo de la génesis del dolor, es decir, el de la reacción. Diga-1110S enseguida que, para defenderse de la conmoción, el yo reacciona torpemente porque, en lugar de reducir el dolor, lo aun1enta.

Comencemos, pues, por el dolor de 1" Icsjóll, es decir, el afecto que sÍenEe el yo

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/s EL nOlOH rislen

cuando sufre un daño en los (ejidos que se traduce, desde el punto de vi ta energéti­co, en UJla excitación brut" I percibida imaginariamente en b perifcl<ia. Al m¡H­gen de que se trate de un alJC;Ue al envol­torio eXlerno del cuerpo o a 'los órganos internos, el yo que sufre pcrábirá imagi­}hlrit7inclltc C1falr¡lficT lesión [umo UJM em­

bestid" exterior a/ yo. En cfeceo, el Yo ex­perimenta el cuerpo como su \:!xtcrioridad viva y sensible más allá de \;J cual se ex­tendería el mundo cxterior.2 Es decir, existe el yo que siento y CXiS[I;; mi cuerpo, fuente de !J sensación dolora::';). ASÍ, CUJI­

quicr lesión corporal, sea una herida cutíÍ.­neo superficial o uno profunda necrosis del miocardio, sed. vivida pr)r el yo su­friente C0l110 una efracciór; fronteriza, más exactamente como una li:sión perifé­rica, es decir, exterior al yo n'-'51110. En su­ma, el dolor no está más en m''', en mi inte­rior, sino en mi brazo. Prel::isemos, sin embargo, que cuando se proéuce un acci­dente lllUy grave el yo ya no queda cliso­ciodo del cuerpo y deja de pi:rcibir o éste como una unidad exterior. En esos mo­mentos, en los que somos nu,~stro cuerpo conmocionado, ya no hay 1,: sión corpo­ral: lo que se quiebra, sufre y se convIerte en dolor es tocio el ser.

La imagen mental de la heri da

La percepción de una-excitación doloroso localizada imaginariamente ('11 el exterior de nuestra yo que percibe -Lr quemadura, por cjemplo- imprime inmec'iatamente en el yo lo imagen del lugar l::sionado del

,,1:."/ dolorJúico IIU~' pone eJl

oposición con I/lIes/ro [!ferpo,

('1 w,d se 11711('51r<l

((¡JI! pi e t {/ 111 ('1I! e

{ljel7u ,1 lo ql/e L'Shé ell nosotros."

P. VAlfE)

El dulor (¡sien 19

cuerpo. Entonces, b sens;lción dolorosa se reaviva al formarse la representación mental de b herid;1. Por tanto, el sujeto experimenta un agudo dolor )r, simult;Í­neamente, visualiza una il1lagcl~ imprecis;l de la quemadura del brozo. Así, pues, la percepción de la llaga no sólo es la apre­ciación de un cambio brut~11 del estado de los tejidos corporales, sino que también :1crúa como un aparato fotográfico que fi­Ja en la conciencia la represenL1ción men­tal de la región lesionada. LI;lmamos a esta representación, que tendrá. un p;lpcl decisi\'o en el tercer tiempo del proceso doloroso, «rcpresent:1ción del lugar lesio­nado y dolorido del cuerpo".~'

Ahor:1 bien, esta imagen mental de la herida, nacida de la percepción de la le­sión, fija el dolor vivido en un lugar pre­CISO del cuerpo. Al sentir dolor, b perso­na quemada cree que su dolor se concen­tra en la herjda y sólo efl1ana de ésta, es decir, de lo abertura del tejido, como si la fuente del sufrimiento se redujera a la ex­tensión de la quemadura. La experiencia doloroso parece estar tan localizada, tan encerrada e11 la lbga, que la región dolo­rida parece cobrar autonomía y separarse eI.el c~lcrpo como si fuera un parásito que t¡r;lJ1IZa, socava y clebilit;:l al yo. La per­cepción sensorial de b lesión ha forma­do la imagen mentol de la herida acom­pañoda no sólo del sentimiento de que el OSlento del dolor es"í en la herida y de que la herido es periférica, sino también del sentimiento de que el lugar doloroso, se­parado del cuerpo, se ha convertido en un retoño que nos es hostil. Y sin embar-

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Sin los ojos 1/0

,)(')"[1111105, pero la 'UÍsta 110 cst,i CII

los ojos, SfIlO L'/I

cllóbl//o occipital de! c1!1"ebro.

- El IJI) I 1." I{ I I ~ ti: \'

go, b vcnbd es I11UV distint \. El dolor n() esd en la hc:rieb s·lno en d yo misl11O, cOl:dcns:ldo en la imagen !l1cnral dellug;lr leSIonado.

P;lr;1 resumir) digamos que el yo es un C:1ptor sensible a los cambios tisulares) pero un m;tl cartógrafo. No sólo Se equi­\'oca cuando identifica cu;dquier dolor corporal con una lesión exterior, sino que también yerra cuando crce que la fuente del dolor está en Ll lesión. PI~ro entonces, ¿dónde se encuentra la fllene del dolor? El dolor no está en la lesión; la sensa­ción dolorosa está en el cerebro y la enl0ción dolorosa está en }<)5 cinlie~tos del yo -en el ello-.

Dicho de otro modo, el ck,lor de h 1(­S10n comporta tres aspectcs: el rcal, el imaginario y el simbólico:

13 Red!: percepción somatusensorial dc una excicación violenta que toca los tejidos org,ínicos.

o Simbólico: formación súbjta de una re­prescntación mental V conscicnte del lu~ar del cuerpo don~le !>e produjo la lcsión.

o hnrrgi]]ario: puesto que el cucrpo se vive como eXTerior al yo; la sensación dolorosa será percibidé imaginaria­mente como si cmanJse de la herida, y la herida como lln hDstigador de quien uno quiere-deshacerse.

:;.

El dolur fisicu 21

El dolor de la conmoción

Pasemos ahora al dolor de la conmoción \' precisemos enseguíd;l que, si la eXcit;1ció;, sensorial es de débil intensidad, 110 se produce. Es necesaria un estimu!ación suficientemente fllene que, I1l;lS alLl del c!Jño tisular, desencadene un trJUI11J in­terno.

Ya dijimos que el dolor era el resultado elc una doble percepción: una, vuelta ha­cia fuera (percepción externa) para captar la lesión y la sensación dolorosa, y la otra, vuelta hacia dentro (percepción interna), para captar el trastorno psíquico que so­breviene, Los neurocienríricos denomi­nan la primera percepción «S0I11atosenso­riab; nosotros llamaremos a la segunda percepción «somJtopulsionah. Si reto-· mamas el ejemplo de la quemadura, el su­jeto percibe a la vez el dolor que emana de su brazo magullado y el sufrimiento inte­rior que lo estremece. El dolor de la le­sión incide en la frontera de su cuerpo, micntras que el de la conmoción le consu­me dcsde el interior. Es como si primero apareciera la lacerante sensación de que­madura del brazo, locllizada en un punto de la periferia: <dvIe duelc» significa ,(cir­cunscribo el dolor y lo afronto». Pero muy pronto, del trasfondo dcl ser, se ele­va otro dolor muy diferente, esencial v profundo. Es un dolor que yo no domi­no; élmc posee J mí: «Soy todo dolor».

Pero ¿ cuál es este otrO sufrimiento que se apodera del Yo y lo marca profunda­mente con el sello de la desdicha? Para

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responder, rctomaremos ahoLl hs hipó­fesis frcudian;ls del dolor físico F rcsenta­d;IS en el "Proyecto» y las :1plicFemos :11 Cl$O del dolor de L1 quemadura, [liremos, pues, que el calor de la llama, al atacar la epidermis, se transformó inmedi~tamente en unJ corriente de energía interna, de­vasladoLl y no dominada, que hunde al yo en un estado de shock: traumitict\. Por la brecha Jbicrta en la barrera de prutección (la epidermis lesionada) hace irrupción, en el seno elel )'0, un aflujo súbito y masi­vo ele energía que sobrecarga el psiquismo hasta en su núcleo, constituido pelr ((neu­ronas del recuerdo". La homcos1asis del sistema psíquico se rompe y su p:~inciplo regulador -el principio de placer- queda momentáneilmcnte ilbolido (véas'2 b fig, J). Así es como el yo, aunquc trasl ornado profundamente, consigue percibil su pro­pio trastorno, es decir, el desbaLlt:\miento de sus tensiones pulsionales. Esta ':ingubr auto percepción que realiza el -'(o e e su es­tado de conmoción intern;1 -pcrl:epción somatopulsional- crea b emociÓ:l dolo­rOS;1.

La memoria inconsciente del dobr

E/ d%/' es el ú/tiuo /nllo, iJlmor(¡¡I, de la JI! T./CllUUI.

Así como el imp;1cto de la excitación ex­terna y local imprime en el Yo la ¡magen

de lo zona lesionada y dolorida, la violen­cia de la conmoción deja sus luellas.

envoltorio de protección --- - .

del Yo

El dolor físi«("!

agresión exterior

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neuronas del recuerdo

Figura 1. El dolor procede de una lesión del envoltorio de protección del vo y de un afluio masivo de energía que llega hasra las neuronas

'def recuerdo, El yo aparece reprcsent,1do atluí con la forma simplificada de una vesícula viva.

"El hecho oh.údado 110

reaparccc el/ /11 forma de ft1/

'rcC/lcrdo; lo /;(/CC

en /a forma de 111'/;1 acción, El enfermo )'Cpile,

5/1/ sabcr qtle se trata de l/Ila

repetición. j.

FREIJO

También en este caso se te:tta de la forma­ción de una imagen, pero muy diferente de la imagen conscicntc cincelada instJn­t;Í.ncamente en el momento de la lesión. La sacudida imerna es [an perturbadora )' dolorosa que su impacto no sólo imprime una imagen en la memoria corriente (el recuerdo), sino también Ulla imagen gra­bada en la superficie del inconsciente quc también es memoria, aunque una 11lcrno­riJ diferente. En efecto, el inconscientc encubre el pasado pero no lo reflcja en la superficie de la conciencia. La conmoción y el dolor que provoca aquella sacudida interna tJmbién permanecen marcJdos en

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1·/

El dolor del pdSildo retorna en e/ presente (0/1101111 IlfIe'-uo

d()IOJ~ fllIfl [J¡/¡It1,

1111 paso a/ ¡lelo y hastil 1I11¡1

alccc!rin psÍcoso¡n,i lÍC,1.

El. DOll)¡( l·rS~n

el inconsciente, pero sus rC;l]lanClones en el presente adoptarán Otr.1:: ilP;1riencias diferentes del recuerdo mis J menos fiel de un episodio desgraci;1do. ~;cgur;1mcntc ];1 perSOJ1;1 que sufrió un l,raumatisJl1o pucde recordar las circunstaEci;1s del ;1cci­dente, revivir las sensncionC5 insop0r[n­bies que experimentó entone:s y vivir te­miendo una nueva ;¡gresió '1, pero hay otras formas de retorno del raumatismo que lo persona ignora, El dolcq' pasado re­surgirá de manera inesperacb l en otro lu­g;1r diferente de la mcmori~! consciente. Puede tener la forma de otre dolor inex­plicado, por ejemplo un dolor psicogéni­ca; o bien ancbrsc en el cw'rpo mismo, como una manifestación psic)somática; y hnsta en b conciencia, tran:Jigtlrado en Otro afecto tan oprimente co.no la culpa, por ejemplo; o incluso transFormarse en una conducta impulsiva O d" fracaso, A través de tod,-1S estas cvcntualidades¡ el do­lor del pasado retorna al presente sin que identifiquemos que se trata d,-;: reaparicio­nes de sufrimientos olvidados, Por eso ca­lificamos como «inconsciente" JI antiguo dolor corporal que retorna transfigurado en el presente. Registrado C.'l el incons­ciente, ese clolor regresa adq!liriendo di­versas npanCnCli.1S que se nos mponen Sin que nos demos cuenta.

Así es como distinguimos netamente unn primern experiencia dolerosa, difícil de tolerar, y su reproduccion ulterior. U na cosa es la experiencia p,'sada de un dolor violento provocado por un inciden­te rc;-¡!, como la quemadura, otra muy distinta su reaparición trans gurach C;1

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Ecné J\'lagriuc, L.l Memoria IJ (1948): óleo sobre [cla, colección del Estado bclg;¡ (in"cnrario 666) © fOtotcCI René l'Vlagrinc-Girauclon,

ADAGP, París, J 996.

"Vemos una '(frente inmóvil que súbitamente recuerda esto o aquello y la sien que se impregna con un antiguo acontecimIento trágico"))

HENRI MICJ-IAUX

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,c) guli,;¡

lln~l nueva scnsación, un;! Jesi;)n psi coso­máticJ J un afecto, un comportJmicnto impulsivo o una conducta que tiende al fracaso. Mientras el dolor del posado ho­bía sido provocado por un agente exter­no, las J11i:lOifcsLJcioncs dolor<)sas de hoy pueden ser el resultodo de ura estimula­ción externa o interna a menudo anodina e imperceptible. Formulémoslo con mayor precisión. A partir del momcnto en que una primera experienciJ dolorosa queda registrada en la psique y reaparece de ma­nera irreconocible, adquiere LJ condición de dolor inconsciente. Pero ¿c6mo expli­car esta transformación? ¿ CÓF10 explicar el paso de un antiguo e imense· dolor cor­porJl a un dolor inconsciente?

'DecíJl11os que, durante!J cor'nloción, la entrada fulminante de energí~" JlcanzJba el núcleo central del yo (fig. 1). Pues bien, precisamente ahí, en el cora:t:ón mismo del )'0, se rcgistra la expcrienci:l traumáti­ca. PJra mostrar mejor esta clj"Jcidad del yo para conservar bs huellas inconscien­tes de las pruebas que afronta, debo dete­nerme un instante y describir brevemente los elementos constitutivos del yo.

En iJ época en que redactó e «Proyec­to>;., Freud imaginaba que el yo está com­puesto de dos elementos esen-;:iales: una (energía» que circula y tiend-:: a la des­carga y ,(ncuronas>~ que la rr;\nsportan. Una parte de la energía proviene del ex­terior y otrJ se propaga por el lnterior en el espacio intra e intcrncuron;ll. En cuan­to a las neuronas, se subdivid,;n en tres grupos. Un grupo, localizado ·:n la peri-

El el"j!'r fí,i':ll

(criil elel VO, tiene la función de percibir las cstjm~113ciones del mundo cxtcrior.-' Un scoundo OrUJ10 SitLLldo en el centro b b - ,

del \'0, compuesto por las «neuronas elel recl~crdo», cumple b función no de per­cibir, sino de conservar b huella de los acontecimientos memorJbles.~ Este últi­mo grupo es el que llcgaL1 a constituir, en el pensamiento frelldiano, el ',sistema inconsciente». En efecto, la neurona del recuerdo es el antepasado conceptual de la noción freudiana de la representación inconsciente, Del mismo modo en que la representación psíquica contiene dos ele­mentos indisolubles -un contenido fi­CTurativo, llamado "representante)), y la b

energía que Jo inviste-, la neurona de! reCitado contiene la huella o la imagen mnemónica de un acontecimiento pJsado V del afecro que la carga. En esros dos ~asos, estamos en presencia de un conte­nido representativo y de su ínvestidura afectiva.

Finalmente, el tercer conjunto neuronal cumple, como el primero, una funclón de percepción dirigida no hacia el mundo ex­terior, sino hacia el interior} para caprJr las fluctuaciones de la energía interna. Es­tas neuronas perceptivas no sólo tienen b tarea de detectar las variaciones de la ten­sión psíquica, sino también la de hacer­las repercutir en la conciencia, donde ad­quieren la forma de afecros agradables, desagradables o dolorosos. Agradables, cuando el ritmo del flujo energético es sin­crónico; desagradables, cuando éste es ace­lerado, y asincrónico, y doloroso, cuando el ritmo se enloquece o se rompe.

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¿ Qué debemos retener de e ::;tc cuadro sintético? Ante todo, que esta ficción del yo, imaginada por rrcud en le:> primeros años del siglo xx, continúa siendo, COI1 al­gunas variantes, b matriz de la vidJ psí­'luic;] tal como hoy b ma}'orí;] de los psicoanalistas la conciben. Y ,':s unJ fic­ción sorprendente por el ceo q'Je encuen­tra en los progresos cientÍficcs actuales. Tengamos presente este concepto de '\neuronas del recuerdo», pu es nos servlrá para comprender el p;]SO de un dolor físi­co a un dolor inconsciente.

El paso de un antiguo dolor corporal a un dolor inconsciente

Como hemos mostrado, el yo~ trastorna­do por la irrupción m3siva ~1e Llna impla­cable energía, consigue sin embargo auto­percibir su estado de conmoci6n interna y el dolor es la traducción, en la I:onciencia, de esta percepción, También dijimos que el aflujo masivo de excitación, que entró por lo brech;] abierta de la lesión, llega hasta el grupo central de las «n,;:uronas del recuerdo». El paso forzado del flujo ener­gético tiene dos consecuencias: por un 10do, se inscribe una imagen rnnemónica en algunas de esas neuronas y, i)or el otro, se acrecienta la excit;]bilidad ckl conjunto neuronal. La imagen que qued:d-á grabada en lo neurona es la de un dcralle de la agresión ü del objeto i·gresor. Si retoma­mos el ejemplo de la quemadr.ra, proba­blemente retengamos un aspecto del fue­go, su crepitación, su olor, SlL: colores o bien un elemento elel context,) del acci-

VII doloroso suciio de mllli/ac/ólI puede pro7)Qcilr, en el lIIomento en fjlle

In persona

despierti-l, If/l

Íll¡}a!idalltc dolo)" el¡ 111/(/ pierna.

El Jolor físiro

dente. Ahora bien, esta Imagen, Illscntí1 para siempre en el yo por la conmoción, es muy diferente de la que imprimió la le­sión. Ya no se trata de la representación consciente del asiento de la lesión, sino de una imagen no percibida por b conciencia que representa una particularidad del ac­cidente.

Así pues, el yo conservara en b memoria la "fotografía» de un detalle de la agresión, una imagen mnemónica definitivamente asociada a lo experiencia dolorosa, De to­das maneras, la neurona que conserva esta imagen se vuelve extremadanlente irrita­ble. Está pronta a reaccionar ante una eventual excitación, lo que puede llevarla a descargar su energía de otra forma, en otro dolor, una lesión, una acción O un afecto penoso, Freud hablaba de «un c;]­Il1ino abierto») para referirse a ese fenóme­no de sensibilización de las neuronos del recuerdo. El aflujo de energía ha sensibi­lizado de tal modo ],S neuronas que las excitaciones más débiles bastarán para re­activarlas y reanimar la imagen que con­tienen. Estas excitaciones ya no seLin bnl­tales como lo fue la quemadura, sino casi imperceptibles}' de baja intensidad; po­cld.n ser externas o internas. Pero, desde el momento en que una de esas excitaciones inadvertidas reactiva la imagen mneI11ó­nica de la agresión, puede aparecer, por ejemplo, un nuevo dolor, menos violento que el primero y situado en un punto del cuerpo diferente de aquel que resultó le­sionado en el accidente inicial. En este c;]­so el sujeto experimentará una sensación dolorosa inexplicada, es decir, que no ren-

" ,

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.JO El ¡lOLO!', FísICO

dr;'í una CllIS;1 orgánica dCllTninablc. Su­íriLÍ, pucs, sin s;1bcr que su color prescn­te es el recuerdo representad, de un dolor pasado.

rJucrrÍ;l dctenerme 1111 inSi.',nte en . t ~ ." es J

cuestión del retorno doloroo, por el 01-cancc que tiene en la prJC[ic~, clínica. Este ncodolor, motivo frecuente de consult:1 médic:1, se le presenta con frcl,'uencia al clí­nico C0l110 un sufrimiento fí::ico sin causa org;:'inica. 1 maginemos a un médico cuyo paciente se lamenta porque ,,;ientc un do­lor en un tcndón, muscubr o visceral) inexplicable. Probablemente el médico se contente con atribuirle un vao-o orioen b b

psicológico y con diagnost::car un dolor « psicogénico>" Prudentementc, tal vez lc prescriba un medicamento ansiolítico \' hasta un placebo. Sin embono estoy co~· vencido de qu'c este médic~:'c~mbiarÍa su actitud clínica si admitiera -,como propo­nemos en estas páginas- qu'~ el cuerpo es una pantalla en la que se ,:¡royectan re­cuerdos y que el sufrimientt:' somático ac­tual de su paciente es la re::parición viva de un dolor anterior olvidado. En ese c;!­so, el doctor invitaría a su rlacicnte a que éste hablose de todas aqu,lIas antiguas conmociones traumáticas! psíquicas o corporales, que pueda evocar.

Pero yo dijimos que el antiguo dolor también podía apatecer tr;:¡nsfigurado cn otro afecto tan penoso como un senti­miento de culpa, transformado en lesió" psicosomática y hasta meta:;norfoseado en acto impulsivo. ¿Cómo explicar, pues, cs· tos avatares del dolor?

,,{JI Id e'ida psir¡l/inl rli1d,¡ se ¡)¡ade, IliIl/.1

des,¡parece, todo lo que se furmó, JC ((mSCJ~J{/ •. )'

pUl'de l'Caparecer. ,.

FItEUD

El Julor fí~i("o 31

Puede suceder que el aflujo de energía dolorosa golpee otras neuronas difcrentes de aquellas donde se inscribe lo imagen de la agresión. Otras neuronas, por eje'-mplo, que contenían las huellas de <lcontecl­n:ientos desgraciados vividos y luego 01-vlcLldos por el sujeto. Tomemos el caso de una persona ausente del lecho de muerte de su padre y que ha olvidado lo que en aqllcl momento consideró una falta. Su­pongamos que aquella ausencia quedó gra­bada como algo grave en la neurona del recuerdo. 1vlás tarde, al producirsc un do­l?r corporal violento, la neurona que con­tIene el recuerdo de esa falta se «abrirá,; es decir, .se sensibilizará de tal modo ql1~ una débIl estimubción ulterior bastará para despertar en esa persona un senti­miemo de culpa inexplicable. El paciente se sentirá oprimido y culpable sin com­prender la razón. Con est:1 corta secuen­cia, vemos en qué medida la Ínfin1a csti­mlllación de una neurona, ya sensibiliza­da por su apertura al dolor, puede generar un afecto agobiantc, provocar una lesión tis.ular e incluso despertar una compul­SJon llTesJstlble. Todo depende del con­teJ~Jdo representativo de la imagen mne­m0111ca Inscnta en la neurona reactivada.

Nuestro primer dolor

A veces cnCllc11l1',1S en los hombres ¡/lUZ porción de dolor origina/tallado f. .. )

Sí, esto viene de lejos. Al1tfl110, fuimos ricos.

RA1NER MARtA R1LKE

Hasta aquí hemos establecido claramen­te que un violento dolor físico convertido

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.

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"Los afectos snn !¡/s reprotitfccio­I/L'S de acollteci­mlcJlros alltigllos, de imp0r!rllzcia Ujtlt!, cvel1-l!wfmcllte

pn:illdividlltl!es . . H

FREUD

El. IhlLOH l:f~IC(}

en inconsciente debe pcrcu:ir ncccsari:1-mente en lo vida del sujeto el lo forma de incidentes penosos. No ob;tante, surge un:1 preguntJ. Si admitimos <}UC un dolor en el cuerpo puede ser el r','[orno de un ,lnt1guo sufrimiento conve_:"tido en in­consciente, ¿cómo no podrL-'¡llos genera­liz:1r -y suponer que todos nlJcstrOS sufri­mientos físicos y pSÍcluicos están orioian-• b

dos por un dolor original? \. si fuera así, ¿cuál sería ese dolor inaugural? ¿}1Jst3 cuando hay que rcmontarse en el tiempo jJ:1Ll descubrir la expcrien::ia dolorosa m~ls primitiva? No lo sabemos. ¿Se trata de un slJfrimicntü extremo cxperinlenta­do hace lllucho tiempo, una primera vez, en la aurora de nuestra vida, aun antes de poder griiar? Tal vez en aquel momento nos sentimos trastornados profundamen­te y ese trauma original perdura activo en una rara mcmoria. ; Debemos situarlo en c-lmomcnto mismo -del nacin<lento o, m~ís precozmente aún, en los est;-emecimicn­tos de la vida fetal? ¿ O imaginaremos, co­mo hizo Freud, que el priml'r dolor es el desgarro de una separación arcaica sobre­venida aun antes del estado embrionario, en una Llse preindividual y codificada CI1

la memoria de la especie?"

Seguramente nO sabemos de qué sufri­miento inmemorial hemos ';alido, pero podemos estar seguros de q';le ese dolor resurge en todos los dolores Jísicos y psí­quicos y nos transmite-a cac18 uno su cua~ lielad específica de afecto penoso. Este dolor primordial e intemporc I retorna sin cesar en el presente para comunicar a tO­

dos los demás la marca del e1i:.placer illlo-

Iodo ¡l/cero doloroso e5 un ,1I1!igU() dolor ¡rdllmáticu q/Il'

)"('¡'/,;;'c.

33

IerJblt: que experimc'ntamos cuando eSL1-

mas enfermos o afligidos. Pero la cxperiencia dolorosa pasada tam­

bién es la quc nos hace vivir cada uno de nUL'Slros dolores de manera Ílnica e indi­vidu:11. La vivenci;-¡ dc un dolor es sicmpre la vivencia de mi dolor. Cada uno sufre'1 su Il1:1nera, sea cual fucre L'lmotivo de su sufrimiento. Cada vez que un dolor nos aflige, venga del cuerpo o del espíritu, se mezcla inextricablemcnte con el dolor míls antiguo que revive en nosotros. Y precisa­mente ese resurgimiento vivo del pasado doloroso es lo que hace que sea mío el do­lor de este instante. El dolor que siento es mi dolor, porgue Jlev" el sello de lo m:ís ín­timo de mi pasado.

Sin embargo, si la rcpetlelon funda el af eeto doloroso, ¿ no podrÍalllos considerar q ue tocio afecto -a~r"dable o desa"r"d,,-

'.... b ble- es la reproducción de un afecto origi-nario? Según Freud, en efecto, la emoción no sólo es lo que sentimos en el instante; también es la repetición de una vivencia in­tensa del pasado. Un "fecto siempre es el retorno atenuado de una primera emoción intens;l. La emoción más singular que yo pueda vivir hoy, placenter" o desagra(lable, inevitablemente es el doble de una emo­ción arcaica. Si, por ejemplo, ante una esce­na. insoportable siento que me invade la re­pulsión, tendré la certeza de experimentar un sentimiento inédito, como si estuvieríl seguro de no haber vivido nunca antes algo semejante. Más tarde, una vez atenuada la violencia del impacto, reconocerÉ sin em­bargo que ya he sentido una repugnancia p"recida. En resumen: no hay ningún "fec-

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El {//CCIO IllfJ/U¡

es pI¡ro, SIL'lIlpre

lo redct!'¡.ltt l//IL/

[lIltl1sj¡/

cxprCSllt/d por

IIlld IJ¡r/'1!JrI1 Y es el molÍ-uD de I1l1a

cOl/dllct,r.

AlllhlrgclI de que lu /1101/1('11105

" ! fa 11 11 uí t ¡uJ>', porque es el rcw!tado de fm¡J agresión, () " I JI COI/ S ci C 11 te,·, por SIIllplitlld

/J.1/"1I rC¡¡rlce¡; y htlSI.-J

"prill7ordi"d", J'd (jite es /11 madre de todus los 511[rlm /C17 (o s, Siempre h'¡{;/,1II1OS del mismo dolor,

[O nul'\'o, el afeno siempre lS el fruto de Ul1;1 rcpcrlClun.

Pero ¿qué es lo que define intrínseca­mente un afecto? ¿Cuál es la ;ustancia ín­tima y vibrante del sentinlir: nto que me conmueve en este instante? r·Jo podemos responder a esto. Tal vez lo cJ.racterÍsrico de dicha vivencia es esta sensación pura, simple e inmediata, esa rea!j(,ad descono­cicla que llamamos energía. lero esta res­puesta es insuficiente para cefinir la na­turaleza de un afecto. Así, puesto que no sabemos qué es, tratemos dt' determinar de dónde procede: ¿cuál es 5\1 origen? La génesis de un afecto no es otr;1 cosa que un despertar, el clespertar de un afecto pasa­do. Insistimos. Tocio afecto es lo repeti­ción ele Ulla experiencia enl0ciol1al pri­mordial. Es evidente que esc': concepción eminentemente freudiana eS lo que nos permitiría identificar el afecto con el signi­ficante lacaniano. Un signifi::antc, enun­cia Lacan, es siempre la repección de otro significante. De ahí que decir lue el afecto sería un significante equivale ;¡ afirmar: só­lo hay afectos repetidos.

El dolor inconsciente no es una sensación sin conciencia; es un proceso estructurado COill0 un lengnaje

A lo brgo de es ros páginas hemos trans­formado insensiblemente lo Irutal sensa­ción de una quemadura en un inasequible dolor inconsciente. Al pregunLlrnos de qué manera un traumatismo deja sus huellas en el inconsciente y cómo esas IT.lclbs reani-

35

madas se cxtcriorizJn, finalmente hemos llegado a postular que el dolor incons­ciente es la mellloria de un antiguo sufri­miento traunL1tico. A f1cs;1r del r¡nor de

b

eS[;l definición) de tocios modos quiero clisip:u un último malentendido sobre el concepto de dolor inconsciente.

Cuando nos interrogamos sobre la na­turaleza de un sufrimiento traumático tan profundo y tan antiguo, que ha permane­cido vivo a pesar de todo, nos sentimos atraídos por el reflejo mental de imaginar­lo como una materia afectiva que palpita en los entrañas del ser. Es verdacl que, al identificar el antiguo traumatismo con el dolor inconsciente, probablemente dimos a entender que aquélla. era una emoción confinada en un lugar cerrado del psiquis-1110. Con todo) sería un error pintarlo así. El dolor inconsciente no puede reducirse al sufrimiento de un 1110mento, por trau­mático que sea, ni concebirse siquiera co-1110 un enclave de energía hostil. El dolor psíquico abarcJ una noción mucho mis amplia que designa un proceso activo) un proceso que comienza con un sufrimien­to somático Illuy intenso provocado por una agresión externa y se complementa con otro) despertado por una ligera exci­tación, generalmente interna. Para decirlo de otra manera, cuando la agresión exter­na que provocó un dolor traumático deja huellas en el inconscielHc, también instala en él un estaclo de hipersensibiliclad que, e011 lo menor chispa, puede hacer que re­nazca un nuevo dolor. Para ser m6.s preci­sos) diremos que el dolor inconsciente no designa una cosa ni una sensación sin con-

I 1

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gnl¡:-.:¡

Ei i I( 1; (lh i ¡,¡,:\)

CiCllCi,l, sino un circuito qu '. rC;lCliv,ldo por l1n;l liger;1 estimllbción) St:' dCSc.lrg;l eJl un;l J1l;lnifl'st;lción penosa. '-

Fin;lIll1cntc, el dolor incPl1scil'ntc es una ;lplilUd, la ;lpritlld del -Y¡,) para rcmc­lllOr;1f lIn antiguo tLlll!l1;uisno doloroso de lln;l ma¡H.Ti.l diferente del recuerdu consciente: el dolor incofls<:iente es el nombre que damos J la l11cnYJria incons­ciente del dolor.

I-Jasta aquí, ¿qué hemos querido dar a entender? Que el origen psíq',lieo del do­lor corporal siempre es la reminiscencii.l de un dolor primordial. Así, en lo emo­ción dolorosa se conjugan Ll sensación desagradable de hoy y el despenar del primcr dolor. Precisamente e!iC despenar es 10 que proporciona un cadeter de ;lfec­to doloroso y, m~s aún, espc;:íficamcnte hUI11Jllo a la sensación desag ~adi.lble del momento. Un dolor es hun~·;\no porque es memoria inconsciente. El ir consciente es lo que humaniza al afecto doloroso, ,/',1

que es lo que infunde nueva vida al anti­guo dolor de un traum~ltismo undadaL

Antes de seguir, ya podemo,' llegar a b siguiente conclusión: en toda:; las etapas de su génesis, el dolor corpor21 est~í mar­cado por la preeminencia del ractor psí­quico. En efecto, vimos que el psiquisll10 forma sucesivamente la -representación del cuerpo lesionado (yo-conciencia), sufre el impacto de la conmoción (yo trastorna­do), percibe su propio trastornu provoca­do por la conmoción (yo-órg;lno endo-

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perceptor) ~' registra y rl'¡nst;111L1 dicho impacto (yo-memoria inconsciente).

Los desJrrollos siguie!ltes confirm:1Lín la ;lcción poderosa del psiquis!llo en l;¡ dc­termin;lción del hecho doluruso.

El dolor de reaccionar

]-1eI1105 reconocido que el dolor fue pro­vocado por una lesión (herida en un bra­zo) y por la conmoción interna que se dc­senclelenó illlllediJt:llllclltl'. Luego vimos que el dolor de b conmoción 5C inscribió en el inconsciente V allí se rransformó en fuente ele posrerio¡:es sufrimientos.

Abordemos ahora el tercer tiempo de la formación del dolor. Para hacerlo, VOI\"l­

mos al accidente de la quemadura, a\ mo­mento en que el yo, inundado por el Alu­iD súbito de lInJ implaclhlc encrgLl, sufre Ll ruptura de su homeosLlsis y la neutLlli­zación del principio de placer. Ahora )'a no eSUlll10S ante un )'U desbord.ldo que sufre la agresión, sino allle un yo que: reac­ciona a la avresión. Pues- bien, en \'irtud de

b

ese sobresalto defensivo, lejos ele suprimir el dolor, el yo sufrid. de otra m;1!lCLl e in­cluso más intensamente. J\iLb que sufrir un dolor de sumisión al malestar, el yo sufre un dolor de protesta contra ese malcsL1L El dolor corporal ya no se debe solamente J una lesión y a la perturbación interior que la acompaña) sino que a todo csto se suma el inmenso esfuerzo quc hace ti yo para detener esa perturbación. Así, el do­lor físico 5e convierte en L1 expresión dc

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38 ¡:I [lllLl'lt [-hle,1

UIl esfuerzo de clcfcns;l, ;lntcs, ¡ue en la mc~ ra manirestación ele U11 ~1taque alos lejidos.

Pero ¿qué es esta ddens;l ,_!ue h;lce su­fri¡-? Cuando el VD se ellcuenira e11 esudo de conmoción) ¿qué h;¡cc p,l,"a defe11der~ se?, ¿cómo reilcciol1:1? Desesper;ldo, rC;llj~ Ll un gesto que todavía le hart'i sufrir más: [L1Ll desmañadamcnre ele al:vi:lrse solo) apel:1Ildó a UIla especie de a1,ltocuración. En respuesta a la agresión) el Yo conccn~ [ra roda la energía de que dispone al'Tde­dor de la herida para tapar la Jrecha y de­tener el aflujo masivo de exci:.aciones. Ese movimiento reactivo de energí;¡ -que Freucl Ihmó "contrainvcstidura'i> o "contraCJ.r~ g;l',- es lo que intenta freIlar la irrupción brutal de energía liberacl;-¡ en el momento de 1:1 qllei11:1dura. Pero no no:: engañemos, esta aUlocuL1Ciól1 no se apli.:.:a sobre los tejidos lastimados de la herida, sino que recae sobre la reprcscnlació¡;' psíquica de la herida. Ahora bien, el hecho de que la contrainvestidura defensiva ~~ dirija, no a la herida mismJ} sino J su reFTcsentación, revela la naturaleza indiscutiblemente psí­quica de todo dolor corporaL ¿Por qué? Porque la rcspuestJ a una agresión físicl no sólo es de orden fisiológi<::o, sino que consiste también y sobre todo I:n una trJns­ferencia de energía JI corav:n de las re­presentación psíquicJS constitutivas del yo. El cuerpo ha sido herido y el '10 reaceiom concentrando roda su cnergÍ;l para repre­sentar de la localización de la lesión (véa­se la fig. 2)

Cada vez que nuestro cuer!Jo sufrc una violencia} se desencadcna u na reacción psíguic.a: el yo contralllvlste la represen-

agresión exterior

convergencia de toda la energía "-t,.. \

hacia la representación "-(sobreinvestidura) __

~ _____ ~J) ~IJ

/.

39

herida real

representación psíquica del brazo herido

Figura 2. El yo, al no poder curar la !Jerid:l rC:lI, cura la representación de la herida.

rJC10n mental del lugar lastimado. y se muestra una consecuencia sorprendente: el dolor provocado por la agresión no se JtenÍla con esa curación simbólica; por el contrJrio, se intensifica. Eso es, justamen­te, lo que quiero explicar ahora: ese fenó­meno que muestra una defensa dolorosa e inadecuada.

¿ En qué consiste eXJctamcnte esa defen­sa y por qué es dolorosa? Y, además, ¿ qué papel cumple la representación de la re­gión herida en este proceso? Ante todo, hay que recordar que el yo funciona C0l110

un espejo psíquico que refleja, en un mo­saico de im6.gcnes, esa parte de nuestro

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en, NI'}/[ r,1 Sil

é'.'íj'Ii,-"ci611 ('JI 1.1 C(iIlCC}llr'¡CIOIl (le

Id ¡Il~'(,slidllr¡/ ¡!iuiJi!!.;!; el! /01 rcpn'.\ClIlilciríll

PÚ{j¡:Ú·¡¡ rle/ I¡!gdr du/oudo .re/ n;eJ"pu. Sobre 1's!c punID se

I',,,'de f. .. í Ir,liis(erir ¡" St'}I.,.I(ilÍlI de dolor ,rl dUJlIlJlío

/ISUjlUCO. "

1'.1 ])()LUI':: i-iSICU

CULTpt) O esc aspectu de los scres o hs co­sa~ a los cuales estamos Jfecriva \ durade­ralllente apegados. PoStUl.l!l10S, p\Jes~ 1.1 si­guiellte hipótesis: cuando qllcdalT,os priv~l­d()s de la integridad Jc nuestro :~uerpo o de nuestro objeto de apego, se pr;)c!llce un exceso de investidura ;¡fccrivJ el,;, la im,1-gCII dellligar he)'ido del C/ierpo, cIando lo que está en juego es nuestra intep'iebd fí­sica; o un exccsode investidura afeniva de la ;n7.1gell del objeto perdido, cuanto lo que est~ en juego es la presC'!lcia del CITO. Este e::-,:ceso compensatorio se traduce ':n dolor. En psicoanálisis, la 50brei!lve5tidura de L1 imagen psíquica de un punto de nuestro cuerpo se denomina "sobreinvcsti ;1urallar­cisisl<l» y el de la imagen de UF aspecto p"rcial del objeto querido (el ser a'llado) se dCnOIllin:l «soDrcinvestidura del cbjeto».

Pero, ya se trate elel dulor físin debido a 1:1 investidurJ excesiv;l de h rej'-rcsentJ­ción dcllugJr lesionado 1 )'J del d-=_dor psí~ quico debido :l la invl'stidur:l ex'::esiva de la representación del objeto amado y per­dido, en ambos casos estamos ;-¡n;:c el mis­mo f (;'nómeno, Lv que engendra' el dolor es la 'i.NrlorizrIcióJI afectiva) dC1lJtl::iado in­tensa, de la representación q1fe está eH

lluestro interior de la cosa a la elrIl está­bamos ligados y de la que abara ¡,ell105 si­do pri'i.)ados, sea una parte de 1luestro cut.'JjJo o el ser q1le amamos.

Además, el dolor físicO' es lo (epresión sensible de una sobrestimación rC:lctiva ele lo representación ele la parte h':rida del cuerpo y el dolor psíquico, es de' ir, lo eX­presión sensible de una sobrest:'mación,

Lt )"eprc5(;'llltlcióll es

Id (lIn/e del l'spíritu, y SIl

su!ncin,)(' sl i ti 111',1,

la 5('11.1.-10'611

¡/U/Oro5il.

) !!-eJi,.1

1/

igtLllmen[e reJnivJ, de la representJción del objeto amado perdido.

l\claLldo es ro, VOIV;111105 J pregulltJrnos cómo j'l1tenta el yo sobreponerse J la con­moción desenc<1Jenad~l por I;¡ hcrid~l. Tras­tornado, reacciona mediante un reflejo de supervivencia y se ciñe desesperadamente íl la representación psíquica de la parre hc­rie1J, como si quisiera curar su lastimadura no protegiendo los tejidos magullados, si­no concentrando todas las fuerzas de que dispone en la imagen mental de la zona le­sionado. Al no poder Clmlr la haicla mis­ma, cura el símbolo de Slf hcrid[1. ASÍ, para resistirse a la conmoción, el yo se lanza perdidamente sobre el símbolo del lugar alcanzado por la agresión y se une afecti­vamente a él con todo su ser. Pues bien, és­le es precisamente el momento en que apa­reCe el dolor, como resultado del esfuerzo del yo por apartarse de la conmoción afe­IT~ndose empecinadamente a un símbolo. Uno sufre porque se desequilibra ante el peligro. Así, lo que duele es una crispación inútil sobre la imagen del cuerpo herido, un esfuerzo de defensa inapropiado para tr;ltar la conmoción, un intento local, aisla­do y, por eso mismo, condenado al fracaso.

Por supuesto, aún nos queda la cuestión ele saber si el yo habría podido reaccionar de alguna manera diferente, más inteligen­te, menos vigorosa. ¿Una acción glob;d habría sido más eficaz )' menos penosa que un gesto aislado? Pero el yo no puede obrar de otro modo. Su contracción ciega en un punto es un reflejo ele supervivenci" y la únic" respuesta posible para no hun­dirse en la conmoción. Subrayémoslo nuc-

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"Ll rllplffnl de ,150CldCl011CS es sicllljJn! /111

d%~~ro " FREUO

vamente: el dolor se orit;in;1 en este últilllL) esfuerzo de rC;lcción elel Yo.

Pero aquí se nos preSenl:1 '')tr:1 pregun­[:1: ¿por qué el Jpego apJSiOll;!do a unsíl11-bolo -es decir, un exceso de carga energé­tica depositado en un;l repn:sentJción- se traduce en dolor? La respuc.~;ta estriba en UllO sola polobra: «exclusióll», Sí, lo repre­sentación mental del órg;1no lesionado es­tá tan cargada ele energía que~ agobiada, se aísla y se excluye del COlljUllU de los otros representaciones estructuran tes del yo. En­tonces la cohes1ón psíquicJ desaparece )' el yo debe funcion;1r con una estructura desest<lbilizacb por el i1islanT'CnLo de una representación en el seno de'! sistellla. En efecto, el yo consiguió con1"=ner la con­moción , pero para hacerlo tu'!O que pagar el precio de engendrar un nonstruo de afecto que ahora le perturbo. Lo que hace nacer el dolor es, sin duda, la polarización de toda la energía psíquica ('n una únicJ representJción que ha quedado descen­trac\¡-¡. El corolario que se c:esprendc de nuestro cnfoque es sencillo :: 10 enuncia­remos del modo siguiente: liO hoy dolor corporal sin representación. L::jos de ~Hem­perar el dolor, yo lo intensifico s3tllrJn­do de energía la representaci<ln de mi he­ric!J.

En esta última etapa, el ciclar corporol proviene del apego reactivo~, apasionJdo del yo 01 símbolo del hlgor lesionado del cuerpo. Dicho con mayor ri¡~or: ese sím­bolo, hipertrofiado de afecto se cristaliza como un cuerpo extraño y pesa sobre la trama del )'0 hasta desgarrarla. Este des-

sarro de las fibrJ:; íntim;1S es Jo que 1'ro­\'oca el dolor.

Síntesis de las causas psíquicas del dolor físico

Ahora, si me pregunto por qué mc duele el brazo cuando me quemo, puedo res­ponder empicando el vocabulario psicoa­nalítico: dejando de lado el conjunto de los mecanismos neurobioguímicos gene­radores del dolor, existe sobre todo un encadenamiento de CJusas de orden psí­quico, a saber: la impresión de que el do­lor el11Jna de la herida; la autopercepción del desequilibrio de l11is tcnsiones pulsio­nalcs; la reminiscencia de un dolor inme­morial; la movilización de tocL1S mis fuer­zas sobre L1 representación mental del brazo dolorido y, finalmentc, el aisl<lll1ien­to de estJ representación.

La representación de la parte lesionada y dolorida del cuerpo

Destaquemos que ese encadenamiento de causas del dolor corporal evoca al que preside en la formación del dolor psíqui­co. Veremos que Jos esquemas lógicos que explicJn ambas [o1'111J5 de dolor son casi idénticos. No obstante, una de las dife­rencias estriba en el contenido imaginario de la representación hipertrofiada.' En efecto, mientras que en el caso del dolor corporal b representación remite i1 un cuerpo herido, en el caso del dolor psí­quico remite a un objeto amado y perdido

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(un,l persnn~l) unJ COS',!, un \:,IIIJr). r\l~s

;lLlcblltt' H)!\'t'r(,llln~; ,-t lr;1t:l'" mi" ;llllplia­mente cl dulor psíquico o t!nlur de :llll,H, pero pnr el momento tCIlCI1l:.-1S que definir Jll~S CLlf<l!llCl1lc Ll singuLH iU",lrquÍ;l que :ldquicn: la reprcscllLH.:ión le 1.1 pan!: Ji.:'­SiOJl,lll,l dcl cuerpo. ¡\Sl IlOS r!:sulL1Ll m.1s Líeil comprender h n:ttuLlleZ;1 de !:l rc­pn .. 'seIlLlción del ubjeto :l!ll;l.-ll) y perdido, elemento csencial en h bén::sis del dolor el e :1111:l r.

Preguntémonos, pues, cómo se form;l L1lllellcinn;Hla rcpn.>se!ltaci(:'n del cuerpo V cu;Í1 es su contenido ÍnLll2inario m;lS . ..' , cnnc:rl't;lrmentc visual. Suh::<1yellloS des-

de ilhur~l que la reprcscnLlci{;n del lugar dolorido no existía antes de 1.1 lesión, si­!lO que se fOrJ1l;1 en l'se mi:;¡llU instante.

[s ckcir, esta representación nu cst5 ;11l¡ desde sicmpre, sino que nace con la per­cepción sensorial de la hcri¿l ~. la impre­sión de que el dolor se locaLz;l en ese lu­g;l r.

Sin embargo, la imagen dcl cuerpo heri­do no sólo e5 contcmpodJ1c: ele b lesión; proviene ,olllbién de Illúltipl, s huellas de­jadas cn el inconsciente por lntiguus do­lores y por los deseos de los "tros.Incluso la vivencia actual de mi cue~-po Illovién­duse en el espacio modela eS,l iJ1l;lgen. Es decir que ('St;1 imascn dclluL~1r dolorido, subrcin\'cstida f)or el vo j);F:1 mitio-ar b , b

l-DIl1l10ción, se funda e.n u!u 1l1uhitud de

percepciones no consciente::, quc fij,lron acontecimientos pasados, fe;_',isrr;1roll los

illlpoctos dejados por el dese,' de los otros

y que ho)' captan las vibracic1iles scnsori:l-

LII rcprcsClll,rción de I,I ZOlld IcsiulI,ul,(

cs dl'lIcialmente

111 (()l/S cIeJl le,

pero dll1"dll/C el ,,((t'.in Llu/u)osO ,¡(!ord (/ nI!

lIH/ClU/Cl,L

45

leS de mi cuerpo vivo. Pero si bien es \lcr­

eLd que b representación n:1CC por h C0111-binación de toelos esos faCt01TS, t:l1l1bién es cieno que su paso al plano de b con­ciencia es dímeru: dura Jo que dura el ;1C­

cesu de dolur.

Pero ¿cu;í.\ es el conten'lelo lmaglI1ario propio de la representación del lugar he­rido? l-Iasta aquí hemos lbmado a csta representación «im;1gcn)j¡ «símbolo)) o "rc­

presentación psíquica de la zona lesioll:tela y dolorieLl >¡. Estas fórmulas son engaño­~as, pues c!;ln a entender que el contenido imaginario es la copia fiel ele b parte ma­gullada del cuerpo. Sin embar¡;o, sabemos quc nunC;1 e5 un;1 réplic;1 exacta. La ima­ncn del IU2:ar dolorido -sea o no cons-t> L.'

cicnlc- nunca se ajusta a la anatomía rcal, sino que corresponde a una ;1natomÍa fan­t;:lseacla. Ninguna imagen ele una región corporal ofrece el estricto reflejo del cuer­po ¡-al oL11 es. 1\1is percepciones siempre son interpretaciones dcfonn;lntes de la rea­lidad, ele las vivencias rantascacLts de mi

cuerpo.

AdCl11;ls, el cOlltenido 1111;1glI1ario de la representación se integra en una fantasía (fmlfdsme) ya dispuesta por nuestros de­seos incoJlscientes. El lugar del cuerpo afectado por blcsión se presenta siempre l'ncelT:ldo ell la escena L1J1taseada de un sllciio \' i1sociada a la acción de un perso­naje fi~ticio. P;ua decirlo brevementc, la fepresellLlcióll de 1:1 ZOI1:l dolorida, surgi­

eh de mis 111l[Jresiones p~lsacbs y actuales, 1ll0dcLld" por el impacto del cuerpo de 105 otros, lli1cie!J con la lesión y dcsrin:lc!;l

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/.,r c,¡I',¡ci¡{,/{! de ~'I¡'ir el dolo)")' lit'

rel' re)' e JI r, 1 nI o s

ru 11 i C/ 1'11 [L'J1JI.!JJ t L'

el Il/gllr dI.' /;; herid" .'e ,¡¡!ljflC)·C ()"i/S

la.i prhl7crtls fcp,¡r¡/OUlll'.';

trtlIlliI,íllCdS de! I1I7ClmiCIl!:J y de! desldi'.

a COllCC'lltr;¡r ell cl1.1 el flujo inconrrohdo de l'nergLl) C'S la imagen imprlcis~l de un fragmento dél cuerpo situ;1cLll'n el centro dl' una C'SCell:1 LlllLlscac!a. Si bien puede pc­llctr;n en el GlmpO de b. concie,leí:1, esen­cialmente esta imagen sigue lcnclo in­consciellte. CU~lndo se hace consciente, su contenido imagin;lrio suele tOJT¡i1r presti1-da una configur~lción espaci;-¡I producida por sCllsi1cioncs, tanto visuales (J1110 cícti­les, tanto sinestésiclS como ccnestésicilS. Así, cu,lndo el sujeto sufriente visualiza 1.1 región dolorida internJ o cxtlTna de su cuerpo, se la rcpn:senlil en el c.;pacio. Al tratar de describir su dolor, cmplca fór­mulas como: "Sienlo que me pesa una ca­pa', o «un punto,·, "C0I110 un globo» o Ul1-.1 "barra):> y hastJ "como púas». 'To(hs eS[JS

expresiones muestran en qué llcdida la imagen consciente del cuerpo d,.)lorido es la metorOra espacial e imprecisa de la sen­sación dolorosa.

¿Cuál es el aspecto mas ImpO¡'tantc que debemos rescatar del dolor corpcral? Esen­cialmente, que es el afecto que e<perimen­ta el )'0 cuando herido, conmo::iol1-.1c!o o rememorando un dolor pJsado 'lace el es­fuerzo de sobreinvestir la jmil,'~en de la parte dolorida. Este gesto defcns,vo mitiga la conmoción, pero acentúa el d olor. Sea­mos claros; el estado de conl11ol" ión duele y la defensa. contra la conmoción duele aún J11;ís. 1\1 dolor propio del desbaLltamicntD interior se agrega otro; el que expresa el es­fuerzo desesperado del yo por sal\'ar su in­tegridad.

Preguntas y respuestas

sobre el dolor físico

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Sólo hay dolor sobre un fondo de 31110r::

e ¿Por qué, en su condición de psicoana­list{/, se ¡¡¡{e¡-es" usted por el tenw del dolor?

Trabajo con la cuestión elel dolor des­de h;1CC unos veinte anos. Pero ¿por que quise retomar y profundizar el seminario que habfa org;:¡nizJdo sobre este tcm;]. en el período 1984-1985)' volcarlo en un li­bro titulorlo El libro del dolor y del amor? Porque el tcma del dolor, tanto el físico como el psíquico, ha sido poco tLuado en el campo del psicoanálisis. Cuando uno observa la bibliografía psicoanalítico y has­ta la psicológica, comprueba que se ;1borcla muy poco b cuestión del dolor, aun cuan­do últimamente VC;-¡1110S que hay cierta re­vitalización del tema. Los grandes maes­tros del psicoanálisis, como Frcud, LacJn o JVle1anic Klcin, lo lralJrOll, pero muy brevemente. Frcud sólo hizo referencia al dolor en dos o (res artículos en el marco

L;ts pr('~untJS y rcspucst.15 que siguen fueron extraíebs de una entreviSLl n:,lliz,ld,l por Caro!ine Rey y Didit'r Llllru, J1l1blic;1da en la n:vi:;t,l EII/(f]¡~ ces el Psy, 1998, n.'" 5, Eres, pá¡!,s. 51-57.

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de UIU ObLl que se extiende ¡durailte ClLl­

renta ;1ilos! De modo que p;1ra m" fue un desafío intcresarme en el tcma, ;llovic\o por el deseo de tratar una cuestir'ql poco elaborada por los otros autores. Y LllTI­

bién constituyó un reto interesaLne en el estudio del silencio)' publicar una obra colectiva sobre El silencio en psiuunálisis. No obstante, en lo que respecta ,,1 dolor, no sc tl";1tó sólo de un desafío teó.',-ico. lvli experiencia personal, tras experin: cntar el dolor provocado por la pérdida ele un ser querido, y mi trabajo con pacientl.'s, escu­chando su dolor, me llevaron a ,:,'laborar profundamente la cuestión. Inicidmente, en 19% quise titular la obra El fibra del dolor, pero comprendí que era tan incom­pleta que necesitaba agregarle un ,:omple­mento. Reelaborando el libro me ji cuen­ta de que el complemento estaba rresente, porque no podía hablar del dolO!" sin ha­blar del amor. En efecto, sólo b",)' dolor sobre //11 Jo 11 do de amor. Y ésta 1'5 mi hi­pótesis, al margen del tipo de doled', ya sea corporal o psíquico, )' de la ed,¡d de la persona~ sea niilo, adolescente, ;¡dulro o JnCJano.

El dolor es Ulla reacción afectiva a una pérdida. Siempre se trata de la pérdida de una unidad, tanto en el caso del d,)]or físi­co -cuando se pierden la. arlllonÍ:;. y la in­tegración equilibrada de las cUeremes partes del cuerpo- como en el del dolor psíquico, cuando la pérdida estó relacio, nada con un ser querido. El dol"r es uno reacción afectiva y una pérdida brutal y violenta de Ulla parte que ten::mos en gr3.11 estima y de la que depende nuestra

51

unidad. Para que podamos ILlbLlr de do­lor debe haber una pérdida, la pérdida vio­lenta e imprevista de un:1 unidad. Si la pérdida no es brutal no hablo de dolor, si­no de sufrimiento. Para mí el dolor está vinculado con el tiempo) con b inlllcdi:1-tez, C011 lo imprevisto.

e ¿ Cuál e:; Id dl/ci"cJlcid entre doloTfísi~ co y dolor psíquico?

Desde el punto de vista analítico, en rea­lidad no hav diferencia entre dolor físico y

dolor psíql;ico. NL1ntcnelllos artificialmcll'­te b diferencia para elaborar b cuestión e investigarla. Continuemos diciendo que hay un dolor corporal)' un dolor psíqui­co, sabiendo que en el concepto del dolor hay una unidad. Comencemos por el do­lor físico que todos hemos experimenta­do, AClualmente se conocen bast3.nte bien los mecanismos de producción de un do­lor corporal (la circulación del influjo doloroso, los receptores, los mecanismos bioquímicos, etcéter3.). Pero los científicos reconocen que no s.lbell qué es una emo­ción dolorosa, Sabell responder a 1.1 pre­gUllta ¿cómo se produce un dolor?, pero no saben explicar cómo se siente un dolor en el cuerpo y en el espíritu. Distinguen la sensación dolorosa de la ellloción doloro­sa. Dilmasio va más lejos y hace investiga­ciones relativas a la emoción dolorosa de­jando de lado las referencias al tálamo y al hipot,ilamo, para decir que la emoción do­lorosa tiene que ver con la representa­ción,' Si "bordalllos el tema del dolor psí­quico, lleg:1i1los a un fenómeno todavía nüs complejo, No conocemos ni los IllC-

'/

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c,lnismos de producción de C.sr< dolor ni 1:1 éll1ución psíquica du!nro5:1.

H~l)' puntos en común entre el dolor fí­sico V el dolor p.síquico. El dolor sólo puede comprenderse sobre ll!\ fondo de :11110r, pues no podemos sufrir en el senti­do de expcrimCnlilr dolor, n(,) podemos "dolernos» -algo diferente del verbo «su­frir:·¡-, si no es por h pérdich el;, un objeto

que aprecialllos mucho, inrcns:¡mentc) con pasión, con un apego que nos e;; indispen­sable, mós allá de quc se trare ,le un obje­tu perteneciente :11 mundo físico o al mundo psíquico. J\dcmjs, h:ly otro :15-pecto importante: no hay dolo!' sin rcprc­scnt~lción psíquica dcl objeto ;1 i cual eSLl­mos :1pcg:1dos. El dolor siempre :1parcce acompaii:1do por una transformación de eS[;l rcpresentllción mental eDil un aflujo dc energía hacill b representacón, Puede ser la representación de un s(:r querido desap:lrecido (1 de una parte del cuerpo herida, En cualesquiera de los dos casos, el dolor corporal u el dolor psíquico, el yo snbrcínvíste la repn:senl:1ción mental del objeto perdido.

Q Con ,-cspccto (l /'15 rcpres(,]lttlciuJIcs, en Sil IcorÍi1, usted dbonld dos dspcctos di­feren/es. Usted describe IfiM F!jJrcSCJlta­

ció n 'visllal del dolcn)' habla d, "!otogra­j/a" i1S0ciadi1¡d dolor. ¿Podrra desarrollar un poco más lo que dice de la relación con el dolor del qlle ¡filO se 'de{icI1L'e crcando un sÍgJlZficmlu.'?

Decía antes que el dolor ;lpaL:cía aCOIl1-

jlllil:1do por una tI:;lllsfonnació!l de la rc-

53

!J]"eSl'llL1Ción melltal del nLil'ro. En el C1-

so de un infarto de mioc.ndio, por cjl'lll­pll")) b perSUIl;l ellferma rcndrií una repn.'-

2.1'1lL1Ción JllCnL1L ;HlIlCJl1C se;l imperfl'Cl:1, de L1 zona dc'.]nrida. Y sohrl'in\'l:,stiLi ('su rcprcscllt;-¡ción melltal del corazón enfer­mo. L;¡ rcpn:sCllt:lción pucde ser visual, l'l'j"¡) 110 sicmpn· lo cs. Puede ocurrir Cjue 1.1 jJcrsonil lL'Il~:l 111Ll il1Llt,l'n imprecis;l, V,l!;;l, de] lU~;1r dtJlldc sicllfL' dolor. cumo unJ especie dc fntn~r;lr¡;l difusa, poéticJ, rom;Íntica V no muy biell localiz~lda. EstJ ima)2;cn, cn'rcJlicbJ', no tiene nada que ver L'OIl 1.1 \'erebdcra anatomía. Es una reuión

" fallL15mitic;1 y esa fJJ1tasí:1 será el objeto ele la sobrein"csticlura, Podemos decir que b sobrein\'cstidura energética de esta re­presentación es una especie de defensa del yo frente a lo pérdida. Pierdo algo)' roda mi encrgía se concentra en b rcpresenta~ ción de h COS;1 perdida. En mi espíritu, L1 sobrcc;1rgo, El dolor serÍJ h "ivellci;l cmocion~d correspondiente a la sobrein­vestidura dc la represcntación Illcllt;ll de la zona dolori,h (en el coso del dolor car­p'Jr<d) o del objero amodu)' perdido (en el C.1SO del dolor psi'l"ico).

<) ¿No (,51,1 pt;,.didd lo r¡lte !J'fC!.! fJue Ifno tcngl1 lfl1d n:prescJltdción del objelo?

EX;lCl;ll1lCnte. Respiro~' no Ille du),' CUCIl­Ll de que 10 hago. En c;1lllbiu, basLl que tenga una crisis de asmil o una bronquitis P;lLl darme CUCllta de que p;ua mí respirar es algo esenci;)!. EfecrivJmclltl\ L1 expe­rienci" de la pérdida del objeto cn lo re,,1 es lo que realza b existencia (k la repre­sentación.

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o Los reciL;" JldcidOS J ¿tlellell cprCSCH­tdcioncs?

En efecto, podemos pbnlcarno3 !J cues­tión de saber si un bebé de pecho tiene re­presentaciones, si un bebé de do: días que perdió ;,1 su madre dULlnre el pano puede experimentar dolor. Freud lItiliz.1 mucho t'St:1 noción de pérdida de h representa­ción. Pienso en un p;1s:1je de In{Jibición, síntoma y arzglfstid en el cual eseJ ;be: "SO­bre la engustie del bebé ele pecho es evi­dente que no h:1.y ninguna ducb, pero la expresión del rostro y la n\lcción dellbn­tO permitcn proponer b hipótesi,; de que, además de angustia, también siente dolur. Parece que en él confluyen estos dos sen­timientos que posteriormente se rlividir;ln [b angustia y el dolor]. El niñr< aún no puede diferenciar la ausencia ex?erimen­tada temporalmente y la pérdida duradera; desde el momento en que pierde :le vista a su madre, se comporta como si n(l hubiese ele verla nunca más y necesita experiencias consoladoras repetidas para finalmente ;1prender que a esa dcs;¡parición de su ma­dre suele suceder su re:1parición" ,.

Freud afirma, pues, que el beb,? expcri­mcntJ angustia y siente dolor. E n ciertas circunstancias, el pequciio vivt los dos afectos confundidos porque aÍlr no sabe distinguir la ausencia temporal de su ma­dre (angustia) de su desaparición definiti­va (dolor). Confunde el hecho ce perdcr de vista a su madre y perderla re llmentc. En ese momento experimenta 1'n senti­miento mezclado de angustia y de dolor. Sól~) m:ís urde, alrededor de los c:os aiios,

l>rq.;\Hl!.l~;)' resptlt'SD5 ~obre el dolor físilOo 55

cuando sepa discernir una pérdida pro\'i­sionel de une pérdida definitiva, podLí di­ferenciar la angustia del dolor.

Freud sólo distingue el dolor de le ;1n­gusti~l por los índice exteriores. La expre­sión del rostro permite reconocer que un niiio sufre. Parece trivial decirlo, pero Freud ye lo pudo hacer en su época y has­ta podíe distinguir el dolor de la angustie. El bebé sólo puede vivir el dolor y la an­gustia, am bas reacciones afectivas, con la condición de tener un;:t representación del objeto perdido, en el ceso l11cncionedo le medre. Puedo estar seguro de que el bebé tiene una representación porque estoy se­guro de que sicmc dolor. Porque es huma­no, ese pequeño se ha epegado el otro (la madre, en este caso), na como un Jnimal sino en virtud de elementos de representa­ción y de lenguaje. Un recién nacido que ha perdido a su madre como consecuencia del parto presenta ll1;:tnifestaciones dolo­rosas. Puede mostrar un canÍttcr <lmodo, estar atónico, p,llielo, no comer y hasta es posible que no llore. Freud hebb delllan­to, pero un dolor puede menife'tarse de otro modo, sin llanto, como un repudio del contacto con los demás y con e1mun­do. Algunos dolores provocan reacciones de abendono completo que están más ellá de le tristeza o b depresión. Son dolores que perelizan e le persone. Un niño puede vivir perfectememe este estado de eban­dono, de atoníe y de rechazo del contacto con el mundo porque sufre el dolor cn su cuerpo. Es un dolor mudo, no percibido, más bien impulsivo, provocado por la pér­dicle treum;Ítice del objcto el cuel estuvo

, ....

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unido a lo brgo de todo e] L'l1lb:trazo. Por t;HHO, el bebé tielle un;l rcprc:;cnLlción; UI1:t represcnLlción rrimiti\'a, ¡ -lntaSC;¡c!a, rudimcnt,lri:t, elelllL'lltal, pero r;prcsent;¡~ cióll:11 fin, yeso me permite dc::ir que es~ la represent:1ción que existe es 1.1 dolor.

o ElllmIto, ¿puede exjJn:stlr ot:".1 cosa que no sed el dolor?

Podemos considerar ellL1I1[o de dos ma­

neras. Podemos entenderlo desde un pun~ to de vista psicoJ11otor y económico, CO~ mo una descarga el1locion:tl qU 1 :! alivi:t a b persona. Pero también podcmcs illtcrpre~ tarlo de otra manera, C01110 un;; necesidad, es decir, la necesidad de expres;; r unJ emo~ ción. Éste es un punto de vist:! dinSmico que considera el lbnto no )'J corno una

descarga, sino como b expre~ ión de una e¡T\oción dolorosa quc b persc na debe vi~ vil' p:tra s~tlvagu;1rcbr la unid~ld psíquica. Ahora bien, podemos prcgunt:lrnos si los llantos y Jos gritos cdmJn el c!,:)lor. Hegel, en uno de sus libros de juvenLlcl, presen­taba una hipótesis sobre la función que cumplbll hs lloronas quc ::1clynpai'üban a los deuclos en las ceremonias "·únebrcs. y proponía que el hecho de llorar y gritar c11ma \' alivia el dolor; no lo hace desapa­recer, l;cro le otoq;a serenidad. Elll::1nto y los gritos permiten una integración del dolo-r. Yo diría, pues, que el llanto y los

gritos pucden ser no sólo manifestaciones del dolor} sino también"élementos, expre~ siones físicas que '<serenan)) el dolor, lo

suavizan y lo hacen mós sopo: table.

57

:;¡ ¿ Cómo perciben los padres el d(jlor dc SI! In/o?

, t.ste es un punto rnuy irnponantc que IIlCldc en el tema de la identificación. Los p;ldJ'cs sufren el dolor de su hijo IlLís que el dolor propio. Cuando uno observa a un padrc que ;Jsiste ::1 una intcrvención como

u,llilJibroscopia, por ejemplo, a L1 que es­ta 51cndo sometido su hijo, tiene L1 im­presión de que ese hombre está viviendo lo ,que vive su hijo en su propio cuerpo~ ;lhl tencmos un fenómeno de identifica­ción, pero es una identificación m:1S il1l~ portante que la mera compasión. No es que los padres se sien[::1n ellos mismos como el niño que vive ese dolor. Los pJ~ e1res sufren el dolor de su hijo como si ! LleL1 un dolor más grande que el dolor propIO.

o ¿ Cómo deline usted el dolor incons~ riente?

En cuanto al dolor inconsciente, le con­taré cómo lo concebí al principio \'. cómo debí luego cambiar mi posición. ]nicial~ rnentc pensi1ba que el dolor inconsciente e.ra unJ sens;1ción que existía cn nosotros S111 que tuvléri1nTOS conciencia de tal sen~ sación. Contrariamente a lo que dicra el buen sentido habría, me dCcÍJ yo, sensa~ ciones que llegarían al plano ,íe la con­

ci_eneia. Main,e de Biran, filósofo y psi­cologo de la epoca de la Revolución. va

había sugerido la idea de que podía hab'er sensaciones inconscientes. Habla ele '(SCll~ saciones n~ ~onscicntesx. y considCLl que podemos VIVIr sensaciones de h;¡mbrc, de

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violenci" (no milizo el ejemplo del dolor), cuya presencia no sabemos que existe en nuestro intcrior.'~ Son scnsaciOllC que pue­den aparecer durante un;) pes;;Llilb o un sueilo. En realidad) )'0 me cc;uivocaba. Hoy, no creo que haya scnsacic: nes de las que no tengamos conciencia. C:'CO que el concepto del dolor inconscicnt<~ debe en­tenderse no como Ulla sensación anclada en el inconsciellte, 11na especie de quiste anclado en un terreno inconsciente, sino m<Í.s bien como un circuito qu:: se desa­rrolla en el tiempo. Para decirl" más cla­ramente: es necesario que hay;-, una pri­mera experiencia dolorosa, un olvido de esta experiencia y luego una f('ll1cmora­(ión. No se trata de un recuerdo cons­ciente, como la evocación de un aconteci­miento pasado, silla de UIlJ recuerdo del cuerpo. En otros términos} Ibmamos do­lor inconsciente al paréntesis que existe entre un dolor experimentado en el paSJ­do y el dolor aClllalizado que lo ,·epite. Yo llamo dolor inconsciente a ese vmculo en­tre ambos. No podemos habla, de dolor inconsciente si no tenemos un;': manifes­tación dolorosa hov. Y, desde este punto de vista, cualquier dolor actual ::s la repe­tición de un dolor pasado. Lo que )'0 lla­mo dolor inconsciente es una rC1ctualiza­ción.

Lo que car3cteriza al ser hum~L11o cs tr3-zar un3 historia, tener vínculos. Ustcd podría prcguntarmc: «Pero ¿cu.í! es el pri­mer dolor? ¿El nacimiento? ¿Un clolor en cl útero matcrno? ¿Un dolor inmemorial de la especie humana?". No lo s,§.

5')

G Todos tenemos una expericllcit-l singlt­I,n eJZ el dolor qlfe se inscribe en Il!tL'strd

historil1.

Sí yeso es lo humano; eso es lo que ha­ce que nuestro dolor sea un dolor huma­no; eso es lo que nos distingue de Ote1s especies que viven sobre la tierra, el hecho de que nos inscrib3mos en una filiación histórica. Eso es lo que nos h3ce, como usted dice, singulares. Mi dolor es hum3-no porque es b repetición singular de un antiguo dolor.

Dolor somático y dolor psicogénico'~

o G. Ostemhlll11: el antropólogo Da'vid Le Bretoll eslaba el1 lo cierto al sellalm· que ·,el dolor 110 es sólo IIn becho /isiológi­ca, sino q/{e es, mUe todo, lt11 hecho de la existencÍa. No es el Clfe11JO el que slffre, sino el i"divid"o ell Sil totalidad. El dolor 110 es solamente la medida de lfna lr:sión o de una afección, es el enCl1entTo Íntimo de llna situación potencialmente penosa)' de un hombre ;'1Jl1crso en {(na condición social V

clfltural, que tiene 51( propia historia)' un:-l

psicología que le pertel1ece sólo a él". E/ec­tlvmnentc, lUlO compone el dolor con toch1-Sil persoJMlidad, con todo su seJ~ V el dolur continIÍa siendo lIn misteTio t1tor;ncntador que quebranta cl C!tClpO, que sacude nues­tras referencias identitarias JI afectivas JI la

Este di;ilogo, manrcnido cntrc j.-D. Nasio r G. OSlerJllal1l1, fue tomado de Le JlJ(;t!ecin, le JlJil'­

I¡ule, /11 dOfflL'ffl", P. Qucl1eau y G. OSlerm.mll, 71.'1:1-son, 2000, págs. 475-481.

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1_1 :·"1 'L-' I :'¡,

pcrson.I, Id expCri¡¡¡CJlLnlo, no SI cnnInc)"­le en I!JZ mero rcccpltÍclflo Ihlsi'l)() de ftil ór­

gano especi(¡Jl1 .. ddo IJUC sólo le" dr{{/ que obedecer t1 d¡PO ¡Isi como fflld serie de 1J10-

el l! I,-¡ UOJl es ll~:!f rob io/dg iCd s 1m ji enon d 1(' S

que pOdn'tlll ['.\.plicí1rsc ffllictlJJíen{c me­dianie!tl fisiologid. ¿ Cómo llcgllr 111 c,1rt"Íc­lerpcrsOJli11 y snbictic-'() dc! dolor_ (di como parece proponer lUlO de los plfJllOS jl/Jldd­meJllalcs de 1,7 dC!l"lZicÍon del du/ur ingeri­da por 111 I;lSP (jJ/[cnIi-1tioJ7,rI A5soclatioJl

for Ibe SliIdl' 01' P"in)? En esld dcepción, "la 5011-1 dcsc;-¡j}~ÍljJ1 de [.UId 'i.ÚVL-'I1c1¡I l/lle hace rc!f.TClICÚZ iI un dai"io l!sllla r btlstarÍtl pdrll /;;1bl"r de dolor. Así, por ['emplo, el hipoCOJldrfdco cstl¡¡-[a incluÍdo (:;1 esta de­¡Inición.

Seilor Nasio: lfsted es psiljlli,lf:"a)' psico­a7ldlista y hi1 pllblic~1dn 1!JlIl obr,'1 titulada El libro del dolor y del amor. Debo decir­le que eSd obra slfscitó ell mí, corno CJl 7Illf­

eIJos atroslcelarcs, inI Vl7.JO interó, porque propone lfJlil "verdlulera mctdpsi~'olog,í{( del dolor)' porqué' desar}'o/!¡;l su r(;J!cxión de lfna mancra tüJl rigurusa como pL'd<-1,~úgi­ed. En las obser"vdciol1es prclim ;ll¡1Tes que

usted hace id cumienzo del libre' rnenciond qlte, desde el punto dc 'Vistd psic JL1Jlillítico, no ha)' diFerencias entre dolor /(sico J' do­lor PSir¡Il¡:CU. Siempre se trtlL1 de [til Ienó­mel10 de limiLcs: ,i Ya sca ellimi¡-c impreci­so entre el cuerpo JI la psique, t'rr/rc el )'0 JI el otro o, principalmente, entre el j/f1]cio­namicnto ordenado de ht psique y Slf des­barrltamiento ".

El dolor ]'cJJlitirÍt7 más id cuerpo JI il Id sensacióll! mientras que el Sfflri'lúento rc-

(j J

mitil-LIII Id psiqlfC y il 1.1 cmoción. El dulor remitiri.-[ a un dfdt¡lte ¡/sico locilliz,ulo, s()­

bre todo cuando UI t'1 CJllfJlciIU!U 17pdrccc Ull cO}}7p/~>men{(J circlfJls!dllci,d de Iltg,.n: ,,11-11..' duele 11111i,..,. en LInIo quc el S1fIi-i­

lllicllLO se pn:.'scJltaTi~l sobre todo CUJ/lO ~lIld respucsta PSiqllicd iJlscriltr cn ¡/lId difhl­

ciÓJl) relación que C71CUiJtTi1JJlOS (;,J1 Slf eti­

mo(o~i{/ laúlla) de suffcrc, que signz/icd reslSllI; SOpO r/a r. El filósofo )'-1'. DUp(ml /;[lbÍa enfocado est/1lflZea di'visaDa del mo­do. siguiente: ,,·Experimento dolor porqlfe m¡ cuerpo es 'ulflnerable en el mundo de LIS COS~1S J.' experimento slffrimiento por­que mI eXIstencia es 7.1l!lnerablf' en el mU]l­

do de los hllmanos". Con todo, IIlIO puede pn!gll17tarse acerca de la "ualidez operdLlvd de est[l distinción, sobre todo cl/mulo de­bemos afrontar la queja de I(J] pücieJ1te con d.olor crónico: siempre sienLe dolOJ; siempre

(u:nc 1fn sufrimiento. Por olra parte, uno también puede preguntarse si el término «sufrimiento.», con el trasfondo clfltural" religioso al que se le [lsocia) no es de algú;z modo perjudicial para la int)esLigación. Pues hienJ SólO)" l\Tasio, ¿clIál es, por así de­cirlo, el hilo ¡"ojo de su reflexión PSiCOí7l1fl!í­tica referente alterna del dolo"r?

j.-D. Nasio: comparto sus reticencias en cuanto a la oposición entre dolor y sufri­miento_ Mi tema inicial de investigación fue, por supuesto, el dolor moral. Ante todo quiero destacar que en la biblioara­fía psicoanalítica y psicológica el tel11a

b

del dolor moral, del dolor interior, del dolor ~. . ¡-

pSlq1llCO, SI se prellere, del dolor que se experimenta durante el duelo, por ejem­plo, que es una ele los variantes del dolor

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mor;ll, en ddinitiva ha sido uc asunto mu\' poco estudiado. Se habla ml,cho del duelo, pero no hay un libro que 'ir ~l\'cn­turc a decir cu.-íl es la natuLl1cza el:; un do­lor, el que vivimos cuando perdemos ;1 un ser querido. Esto es lo que me ]Jc"ó a tra­baj,lr en ese libro. Al cLlbor:u ese tcm;l

en~ontré el problema del dolor cOl'poral )' lef lo que los ncurocientíficos dicen al res­pecto. )\] mismo tiempo y partiendo de los tcxlOS de Freud, de mi propa e"pe­ricllcia y de mi pensamiento, traú; de pre­sentar 'llgunas hipótesis sobre d dolor carpor;)l. Creo que cuando se tral} de do­lores SOJl1;Í(icos~ corporales, hay (¡L1C dis­til1"uir dos aspectos fundamenL,Jcs: una o cosa es L, sensación dolorosa y otra la emoción. De la sensación doloro!:a ya co­nocemos los mecanismos neuror:isiológi.:. cos, ncuroquímicos, y en este se 'nido ha habido progresos muy notables. Es indis­cutible que día <1 día continuaJl1(,tS avan­zando en ese terreno. En cambi<), si ha­bl'alllCls de la ellloción, quiero decir de la manera de vivir el dolor que ya (,'s dolor, debemos reconocer que es una g ~an des­conocida. En este sentido ho hahdo po­cos progresos en el campo de las ciencias \' en el de lo psicologío y el psico" nálisis.

• He IIalado que IiSted dislÍng"ía bas­!{/}l!c clarmncnte el dolor corportll, el do­lor psíquico y el dolor psicogénic!>. Habi­t/h1lmente, ClftlJzdo no se ha eJhontrado nada q1fe explique orgtÍnicnment:.' ltJ1 do­lor, se tiende a decir: "Es psíquim,". Pero me pm-ecc qf!e clIando alguien dice eso no está diciendo nada. En efecto, I~on fre­cuencia el término "psíquico"., ap:Tece InI

63

poco como el "CItarto de los trastos,; de la ignorancia. ¿ Cómo podemos revisitar 171 menus estos dos términos que son el dolor psíquico J' el dolor psicogénico para. lener un PdHOTt1}]hl más elt7ro?

Pora el dolor psíquico le he dodo el ejemplo del dolor del duclo, es decir, lo pérdida de un ser querido, Pero la defini­ción más eXaC[;1 sería: el dolor psíquico es un afecto, un estado afectivo 0, m',ís preci­samente, una reacción afectiva a la pérdi­da brutol, '.¡la ruptura brutal imprevisto e imprevisible ele un vínculo de anlOr. Ésta es, por mi parte, la mejor definición que he encontrado. En mi opinión, hay cuatro vínculos ele amor posibles.

El primer vínculo de omor es 1" ,-elación de amor con el SC1- amado, una relación que todos conOCEmos con un ser con el cual hemos tendido un vínculo de apego potente. Puede ser la madre, el padre, Ill1cstra parcja, o nuestro hijo.

I-Iay un segundo vínculo de alllor que es el "vinculo de amor [un nuestro propio cuerpo. Estamos eminentemente apegados a nuestro cuerpo, lo amamos, lo atesora­mos, 10 preserVJmos, sobre todo en su in­tegridad. Amamos nuestro cuerpo como respiramos, sin darnos ClIenta. Es, de al­guna manera, un vinculo de amor implíci­to en la Jllcdida en que no siempre somos conscientes de él.

U n tercer vínculo de amor es el de la imngen de nosotros núsJ71os; estamos muy apegodos a llueStra propio imagen; es lo

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que se IlamJ al11,)r propio. El cuarto vínculo de amor cs m;ís difícil de discer­nir, pero cn el tr;lb:1jo psicn'1'1;1Iírico lo obser\':ll11os perl11:1ncntclllcntc; es el ;11110r no por cl ser que :1.1110, sino po;- el ''-'¡'?lodo t1J}70TOSO. Amamos C~lar en un l'SLldo de enamoramicnto. J\l11amos :lmar y scr ;lI11J­dos. Este sentimiento e~' !11ll": Importantc, sobre todo para las mujeres, L;¡ mujer es un sujeto -y digo la muje¡. J cr 1 la r rso­na no necesariamente tiene que ser ;:, :,t6-lllic;1111ente mujer; tambié.J pu :(:c ser un hombre en posiCIón de nll.;l. '- 0 el Ser hum:1.no en posición "femcnina», que es un sujeto que mantiene un:l re':;:¡ción fun­damental y h;1st;1 podría decirs( que nece­saria con ese vínculo mismo de amor.

De modo que hay cuatro Ylnculos de amor: amor por el ser amado, ;"! mor por el cuerpo, amor por la propia imagen y amor por el vínculo amoroso mismo. La ruptu­]';1 de cualesquiera de estos cuatro vínculos provoca un dolor que es un dclor psíqui­co. La brusca ruptura de un vínculo, súbi~ ta, definitiva, con el ser que an:;11110S es lo '.'.:e llamamos duelo. La ruptu"a, la quie­bra de nuestra imagen que :,(' produce CHanclo perdemos la integridad de la im;1-gen que tenemos de nosotros "nisl11os, es el dolor de la humillación. La :uptura del vínculo con mi cuerpo, con b integridad de mi Cllerpo) es el tercer dolor, d de la mu~ tilación. Es el caso de una pacic,ltl' a la que atiendo actualmente '~quc 'viene a vermc porque sufre de cíncer en am':)os pechos y me dice: «Doctor, vengo a verle porque me aconsejan hacerme la abla.:ión de los dos pechos)' no sé si preficn.' continuar

-------------_._ .. _ ..

Prq:;UI11;l, L. rCsplh'5t;¡S sobrt: el dolor físico 65

viviendo con esta enfermedad o mOrir pues no soporto perder mi cuerpo y los dos pechos». Es[a lllujer se despbza en si­lb de ruedas V tiene una dolencia muv grave, muy av~nzada. Lo que siente es U;l espantoso dolor de mutilación. Yeso est:í. en el cuarto dolor psíquico: es el dolor no por el ser amí1do que va a morir, sino el dolor de perder al ser amado, de que se va­ya, de que me abandone; en este caso po­demos hablar de un dolor de abandono. Éstas son, de alguna manera, las cuatro va­riantes del dolor psíquico. El dolor psí­quico es una ruptura, es un estado, podría decirse de hemorragia afectiva~ consecuen­cia de la ruptura de un vínculo amoroso. Desde el punto de vista corporal, por su­puesto, hay repercusiones, pero no preci­sas; por tanto no hay una localización pre­cisa del dolor psíquico en el cuerpo. En cambio, en cuanto al dolor que podemos calificar de psicogénico y que es un moti­vo frecuente de consulta sobre todo en medicina gener::d, es importante precisar que no se trata de un dolor en la cabeza, sino en el cuerpo, es un dolor corporal, pero cuyo origen orgánico no es identifi­cable. Digamos que el origen de este dolor sin razón física es psíquico. A pesar de la rí1íz psi, es necesario distinguir claramente el dolor psíquico del dolor psicogénico. El dolor psíquico no es corporal, mientL1s que el dolor psicogénico sí es corporal pe­ro de origen psíquico. En general, el ori­gen psíquico del dolor psicogénico eSLl ligado a un conflicto interior, pasado, an­tiguo, que termina por expresarse con un dolor en el cuerpo. .

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('.:' geJio.:l

EL [J' JI UE ¡·jsICt"l

, ¿ ü posible i,. '111 poco I,ás lejos en estos dijCre/ltes paisajes psicoanalíticos? ¿Puede Jfsted t1c1dn1Tnos las 'lociones de afecto, síntoma)' objeto que !;a desarro­llado para que podamos prec'sar más lo­dos estos conceptos?

Lo cierto es que finalment<' 11c llegado a la conclusión de que el pai'=aje, el pro­blema, el campo del dolor pude dividirse en tres regiones} por SUpUl'Sl.0 hablando desde un punto de vista anahico: el do­lor entendido como afecto, el dolor en cuanto síntoma)' el dolor en cuanto ob­)eto.

El dolo,. como afecto. En esr:: caso lo en­focamos atendiendo a su carJ;~ter de esta­do afectivo. Y la dificultad que se presen­ta es definir la naturaleza eL un afecto, tanto en la perspectiva de la emoción co­mo en lo perspectiva psicológ iea. De mo­do que, cuando abordamos el dolor en su condición de afecto, también lo encontra­mos en dos formas: el dolor corporal y el dolor psíquico.

Luego está el dolor entendido como sÍntonw y en este caso es siempre un do­lor corp~ral} pues se experi:-:nenta en el cuerpo; la persona, el sujeto} lo vive com­pletamcnte en su cuerpo, per:) se trata de un dolor que yo llamo sÍnton:a porque es la expresión palpable, sensib:e, percepti­ble en el cuerpo de un eonfli<to psíquico no palpable, no visible, incolsciente. El ejemplo habitual de este dolo!" síntoma es el dolor psicogénÍco.

(1 gnJis:.1

j'rq;lI11t.lS \' reSpUl'SI,\$ sobre ei de,l"r lí';ic,' 67

Por último, la tercer categoría del dolor es el dolor el1 CIIanto objeto de placer, tal como se puede observar en la perversión sadomasoquista. En este aspecto habría mucho que decir sobre el dolor en la prác­tica ele los pervertidos.

Pues bien, éstos son los tres campos que yo distingo: afecto) síntoma y objeto.

o EI1 lo que concieme al dolor c01por"l, usted desarrolla lo que llama "la sobrein­vestidura de la imagen mental de la re­gión dolorida". ¿ En qué aspectos esta teo­rización psicoanalítica permite suscitar el interés de fas neurociencias JI basta ofrecer puntos de convergencia con los avances n e Itrocien tí ricos ?

Me parece que aquÍ entramos de lleno en la distinción que hago entre sensación dolorosa y emoción dolorosa. En el fondo, la cuestión es la siguiente: ¿ cu,íl es la na­turaleza de la emoción dolorosa? ¿Cómo delimitar ese estado, ese afecto? No lo sa­bemos. En realidad, lo único que sabe­mos hacer es proponer hipótesis que per­miten reflexionar. Desde el punto de vis­ta analítico hay muchas hipótesis, pero en el marco de estas declaraciones querría destacar al n1en05 tres que nle parecen im­portantes.

La primera es la cuestión de la l11emoria. Cuando sentimos un dolor en el cuerpo, sea cual fuere su causa, 5ca cual fuere la gravedad elel daño -no es necesario que sea un dolor extremadamente grave} no es

,necesario que sea un doJor trallIl1~(ico, in-

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t<Jlcrable, por ejemplo como el q'lc puede sentir uno tras un accidente serio -, lo que experimentamos comO sensJciói't es bas­tante poco compJraclo con lo q1 i C intro­duce b mel110riJ en estJ cxperien :i;l. Uno cree sentir ese dolor por primer:1 vez, pe­ro en realidJd estJ revi\'iendo un dolor ;,ntiguo, El dolor que siento en el instante presente en mi brJzo, por ejemplo, es el result;¡do de la conjunción de dos mo­

vimientos: por un lado, una sensación brusca)' actual, y por el otro el J'ccuerclll carnat percibido, concreto, no JTIenta!, el recuerdo concreto en el cuerpo, de un do­lor pasado, Si lo que propongr; es ver­daderamente así, podemos concebir y tcorizar la memoria de la sensación. Las sensJciones, ¿ tienen memoria? ¿ Existe un;l memoria de las scnsacionesr CU~llldo decimos «memoria', nos parece un;} idca sencilla, porque para nosotros t:~ner mc­moria de un acontecimiento que tUVO lu­gar en el pasado es recordarlo. E: aconte­cimiento del pasado retorna, pue'", a nues­tro espíritu con la forma de un"- im~lgcn cn la que reconoce!110S que, cfecivtl!11cn­te, vivimos ese 3cOnrCCIJlliento pa:;'lclo. Pe­ro cllando hablo de memoria, me refiero a otro tipo de memoria a la que podemos JesignJr con la cxpresión «(memoria in­consciente»). ¿Por qué inconsciente? Por­quc aunque· lo acontccido pJsó,;\nres¡ ese antes se repite en el presentc y Sn± que noS demos cucnta de qlle lo estamos repitien­do. En otras palabras, illgo se repite ho\', pero no somos conscientes de o que se repite, 3unque se tratc de la rcpr>:)ducción de un acontecimiento pasado.

(j~)

e Pero, desde ese PUJlto de 'ViS/d, ? lnl do-lor }1l{}1Ci7 serfil l1lff'i)O? '

Exactamente. Del mismo modo en que creemos ver con los ajes, cuando éstos sólo son la puerta de entrada que permite que se forme ];¡ visión en el cerebru, ha\' situaciones en bs que uno cree que el d~­lor esto en talo cual parte del cuerpo y se trata de una blsa impresión, Lo mismo sucede con la impresión de que este dolor de ho)' es un dolor nuevo cuando en rca­lidad es, de algún modo, la repetición de un dolor antiguo, original, que ya hemos vivido,;pcro cuya experiencia hemos olvi­dado. Esta es, pues, mi hipótesis: un fenó­meno de retorno de la memoria de un do­lor o de dolores antiguos.

e L~ Quiere lfsted decir con esto que los dolores iniciales 'ucndrían de la in/~lJlciil l' hasta del traumatismo del nt1cimi~Jllo? .

Sí, F-Iemos olvidado este acontecimiento doloroso porque ocurrió cuando éramos nluy pequeíios o h3Sta cuando eSLlba­mos en el vientre de nuestra madre. Cuan­do uno está en presencia de un p3cie!lte que sufre de un dolor crónico, a veces inex­plicable o a veces en parte explicable pero que dura mucho más tiempo de lo que de­bería durar, es muy importante ayudar <1

ese paciente a ir en busca de su historia. Contrariamente ,l la idca, demasiado di­fundida, de que lo que nos importa a los psicoanalistas es el pasado, las cuestiones del pasado, lo que sí nos importa es el pre­sente y éste es un presente en el que el su­jC'to puede, en su dí:ílogo COIl el médico,

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\.

EL DI'U!il1-!S\Ctl

rcconcctar una historia. Cll:!lldo ::t!guien sufre y viene a pedirnos ayuda, lo prime­ro que podemos hacer es da¡!e la posibili­dad de conslruir una histori,', ..

En suma, la primera hipótesis para com­prender b naturaleza de la emoción dolo­rosa es la hipótesis de la memoria, es de­cir, el hecho dc considerar q'.IC un dolor eS la repetición de un dolor ant:'guo, y tal vez ésta sea la primera manera de concebir el psiquismo del primer dolor

La segunda hipótesis es que, cuando su­frimos unJ lesión en el cucr:~lo y esa lesión nOS provoca un dolor, inn1C,diatamcnte se produce una representación mental de la región dolorida, de la región lastimada. Hay, pues, una reprcsenlación mental. Pero esta representación m',~ntal no es una representación figurativa, DO es perfecta; es una representación vag:l, un poco in­distinta, difusa, aunque una representa­ción al fin y al cabo. y la hipótesis conti­núa del modo siguiente: Lt persona, con todo sU ser, investirá inten:;amente, es de­cir afcctivamcntc, esta rcprc5entación men­tal, al margen de que dicha representación . .. sea conSCiente, preconsClf;nte o Incons-ciente. 'Todas las energías de la persona se dirigirán hacia esta representación mental de la zona dolorida. De modo que, para concluir mi hipótesis, ye diría que esta sobreinvesticlura, la spbreinvestidura afec­tiva de esta representaclón, tendría el efecto de acrecentar la int~nsidad del do­lor. En otros términos, podríamos decir que, cuanto más inviste uno la representa­

ción, tanto más sufre. Dgedi!J;1

PregullL1s y respues¡;¡s sobre el dolor r¡oi(o 71

e ¿ Quiere usted decir que el do 1m· cor­

para! .J'!O debe atribuirse únicamente il

la le5/011_ y a toda 1" perturbaciól1 que la [[coJJ7p~n[[) smo que se debe (1SÍmismo tI los n~ecr/JllSrnOS de delenstl destinados [[ n:ac­ClOnar contra esa conmoción?

Sí; S! representamos el yo como una burbuJ<1, por elegir una manera de repre­sen.tarlo, vemos que hay una agresión ex­tenor que provoca lIna herida real, pero lu~go tocla la energía entra en el yo, en el sUJeto, en la persona, corno una especie de t~Oll1ba, como un aflujo masivo de ener­gI~1. E~[a energía convergirá en la repre­s:~lacIón y la sobreinvestirá, sobreinves­tira esa representación del brazo herido q.lIe era nuestro ejemplo. Esta sobreinves~ t¡dura ,es precis·,lmente 10 que elevaró la emoclOn dolorosa. De alguna manera el yo, como no puede (curar>, la herida ~·c­al, «cura);. la representación de la herida. Esto refuerza la idea de que cuando nos atacan nos defendemos mal, es decir, la Idea de que tenemos «malas defensas),'. Es, de a¡~una manera, como si ante un ataque r~accIon;Íramos como lo hace el que se es­ta ahogando, dando brazadas desespera­das y lanzando golpes a diestro y sinies­~ro, a veces contra la misma persona que Inte~nta salvarlo. En nuestro caso, el yo hara.como una especie de movimiento dc­f~nsIvo, una acci?n desmañada, inapro­pIada, que sobrell1vestirá excesivamente la representación, y justamente ésa sed una de las fuentes de la emoción dolorosa.

• En SIl primera hipótesis, IIsted habló del dolor síntoma que se presCllla en cÍer-

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EL nt-H\ll, ¡-ISIU!

lo modo como 1fna trrunp¡1 p.1rtl /,1; rcpre­seJlltlcioncs, con todo lo que impliL -l el do­lor en S1l !1Inción conmeJ770rati-¡)¡l.

En la scg1fndi1 IJIjJÓlCsis! lIsted h7"istiá en la valoración exccsivd reacál.'(l el'; la re­presenlt1ÓÓn de la )N7rte heridd y e)" lo ina­propiado y hasta perj1fdicitl1 ífue reslllta este fenómeno de defensa doloras". ¿ el/ál seril~, pues, /(1 terccra hipótesis?

La tercera hipótesis continúa 2stando relacionada con el tem;1 de la representa­ción; en el caso de b emoción dnloros3, habría no sólo una sobreinvestidHra de la representación de la zona lesionada y do­lOI-ida, sino 3demás una exclusión) un re­chazo, un aislamiento de esta rep:-esenltl­ciÓ71 del conjunto de las representaciones meJ7la.!es. De alguna manera, yo asimilo esta idea con lo que pensamos re:;pecto a lo psicosis. Es verdad que, debem"s admi­tirlo} no sabemos mucho de la pSICOSIS.

FIay que decirlo claramente, tencLlos muy pocos conocimientos sobre el cé-mo y el porqué de una esquizofrenia, por :.,jemplo. Hoy muchos teorías sobre el tena. Hay una que explica elmccanismo psi :ótico y que se denomina la teoría de la fD:-c1u~iónJ del rechazo, si se quiere. Este me ::a1llS1110

sería el siguiente: en un determinitdo mo­mento (que es el que desencoden:t el pro­ceso psicótico)} el paciente psic(:¡tico re­chaza, excluye, Jísla una reprcs;,~ntación mental del coníunto de -represen lacioncs mentoles que pueblan nuestra psique. Yo diría que hoy una similitud entre .. se fenó­meno de rechazo, esa operación di; forclu­sión

J de 3isbmicnto, y la cmociór; cloloro-

sao Creo que en la emoción doluro.')a se da primero un fenómeno de sobreinvcstidura de b representación )'} en segundo lugilr) una exclusión de la rcprcsent;1ción.

o Si (lbora consideramos los d%res psi·­cogénicosJ e5 decú~ esos d%res que se sien­ten corporalmente, que se viven en el clferpo pero que no tienen un origcn orgá­nico que los jusufiquc J ¿cuáles son jJa}"aus­ted las figuras clínicas de esos dolores psi­cogénicos?

Esto es lo que proponemos los psicoa­nalistas: los dolores psieogénicos repre­sentan situaciones que, en suma, son bas­tante frecuentes en la medicina general; son esos casos en los que el médico le di­ce al paciente: ((Usted no [iene nada».

Hay dos figuras clínicas de este dolor psicogénico. Uno sería la figuro del do­lor psicogénico de carácter histérico y la otro lo del dolor de carácter hipocondría­co. Por supuesto) decir que un paciente sufre un dolor psicogénico de carácter his­térico no significa que se trate de un histé­rico. Así como, cuando hablamos de un paciente con un dolor hipocondriaco, no

es(amos haciendo inmediatnn1ente un diag­nóstico de hipocondría.

En el caso de! dolor psicogénico de ca­rácter histérico, el paciente tiene deseos de hablar de su dolor. Hablo mucho, sobre todo si tiene un médico que le alienta el

hacerlo. Son pacientes que quieren hablar de sus dolores)' hoblor;Ín de ellos como si fueran persol.lajes diferentes de sí mismos

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:,):n!i_\.:l

EL ))\)I-UI, FlslCU

que cstJn presentes en su cuerpo. Es un dolor aislado, la persona lo aconpaiiJ, co­habita con él. El dolor estó prcente y ve­mos sobre todo que tiene un c;!rJctcr n;)­rrativ\.J. La segunda p;lI'ticularidad es ql~c ese dolor psicogénico es nóm;:; ~b, err;Í.tJ­co. Se desplaza, nunCl cstS en el mismo lugar. Y ademJs suele cambiar de intens!­clacl. Por supuesto, uno tiene la tendencia a pensar en la ccfaJea, pues la cefalea es uno de los ejemplos más ilust ~ativos de este tipo de dolor. Hasta podría decirse que es el ejemplo mismo del dolor psi co­génico. Las cefalcns, con todas sus ~arac­terísticas, nómacbs, narrativas. vanables en intensidad, también son cLfícilcs de situar en el tiempo. En el caso del dolor psicogénico de carJcter histérico, ~l pa­ciente lo vive como algo que esd en el y la explícación del origeJ~ de este dolor sería un conflicto psíquico anterior no resuci­to, por ejemplo una culpa, un ;lm~r apa­sionado, excesivo y hasta algtm tIpO ele delirio amoroso, tanto en e1 hClJnbre co­mo en la mujer, e incluso el odio. r-lay, por ejemplo, oelios vívidos, int:~nsos, po­tentes, que cst~n en el origen de conflictos que terminan lllanifesLlndose como un dolor O a\ouna otra seilal en el cuerpo. ~

El caso del dolor psicogél1ico oe carácter hipocondríaco es distinto. El p,ciente no Jo vive como algo que tiene y qce lo habl­ta; él mismo es el dolor. Con es to quiero decir que el dolor es sti- dOCll'llento de identidad, es él mismo, es su ser. Desde un punto ele vista psicoanalítico y tI1 lengua­je psicoanalítico, decimos que e dolor del hipocondríaco es un objeto puseguidor

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en el cuerpo. Por l'SO la hípocondri'a se asemeja a la par;lnoi;l. En la paranoia, el objeto perseguidor eSLl fuera y el sujeto se siente perseguido, hostigado. En el ca­so del hipocondríaco, el perseguidor est~ en su propio cuerpo y, aunque hostigado, el hipocondríaco se identifica con este objeto.

o Esto rile bace pCllsdr en aquel chiste que cuenta que sobre la tumba de llJl hi­pocondríaco aparecía la siguiente leyendL1: " Les dI/e que cstübtl enfermo}.>.

Efectivamente, toda su vida, toda su existencia está impregnada, podríamos de­cir perrificJcIJ, encarnada, de dolor. Quie­ro hacer una últi!lla observación sobre el dolor psicogénico. Por supuesto, no se trata de un dolor simulado. El pacientc no inventa sus dolores. El dolor psicogénico es un dolor que se sufre realmente. El pa_ ciente no simub y es importante señalarlo, porque, cuando se habla de histeriCl, con frecuenciJ la ncnte tiende a pcnSJr que se

" trata ele simulación.

Q En cierto estadio crónico, aUll clfandu

ht7l'a lfJla expresión de verdadero dolor cu;por,dJ siempre se da simultáneamente una si71to771atología psíquica que complictl aún más el panorm]]{l. En el plano psíqui­co a menudo es difícil, si no ya imposible, explicar las cosas ~tendiendo a lf7M causa­lidad lhzeal y uno se 've obligado {/ expre­sarse de 01,-0 modo, es decir, [{ no bllscdr verdadermnc!llC el porqué del dolo¡; sino fl tratar de comprender más !,H Cosas aten­diendo a ¡¡na /illlción,; ¿quc; función está

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cumpliendo esto? ¿PaTd qué sir·7..'f este do­/or en la economía psíquiCtI de! ¡:1clentc? 0, incluso) ¿parl? ql!é sir'i.}(;' este dclm- ell 1" ccollonúa de las relaciones del prli iente?

Podemos h3bbr de [unción senlndaria del dolor, como en el caso Je los dolores crónicos. Supongamos, por ejemplo, el C;lS0 de un paciente que ha sufrido una pérdida importante. Sufre un dudo, hace su duelo. Este duelo es difícil y k provo­ca dolores. Aparece el dolor. P'.ro aquí me opongo J un:1 id ca, presentad;"; con ex­cesiva rrecuenciJ, scgún la cual·:;] dolor del duelo sobreviene porque une· ha per­dido a un ser querido. Al escuelar a los p:1cicntes, podemos darnos cuent:t de que el dolor e1el duelo, si bien se da en alguien que aC3ba de perder a un ser querido, en el curso del proceso de duelo ÍLl n1Jnircs­tjndose con accesos de dolores, de quejas de episodios dolorosos, Estos e¡)jsodios apart:cen cada vez que la persona se apro­xima mentalmente J b persona desapare­cida, al difunto. Es decir quc, en calidad, el dolor -y esto abona mi hipótesis ele la in\'cstidura de la rcpresentación- :.1parece cada vez que revivo su presencia. Es el ca­so, dig~1l110S, de un viudo que perdió ;l su mujer hace varios meses; esta to;hvÍa en ese período perturbador, dolormo. Abre la puerta de un armario y se da C!ellt1 de que allí ella guardaba sus pÚJueios. Esta mane!';} de hacer revivir la prcsenl.::ia de la persona amada desaparecida le hará sufrir. A partir de este lipo de experien,;ias ela­boramos ést1 hipótesis de la sobn: investi­dura de la representación del cuerpo do­lorido, pero, en el caso de ese V}lh!O, serí:l

77

de algún modo una sobreinvestidura de b reprcsent:.1ción del ser perdido.

Pero, volviendo J Sll pregunta , a veces \"e1110S que 1.1 persona, sin que haya nin­gún delalle en la "ida real que pueda con­ducirla a ese recuerdo del dirunto, sufre dolores y has(a encuentra cieno placer en vivir el dolor. En mi opinión, esto no tiene nad:l que ver COIl.el placer maso­quista, no tiene nada que "er con un pla­cer perverso. Es como una especie de ho­menaje que se le rinde al muerto. De al­gún modo, el dolor se conviene en unJ suene de ofrenda J aquel que ya no esta. COIllO bien sabemos, el dolor adquiere la medida del apego; CUJnto más intenso fue el apego, (anto l11éís dolorosa será la separación.

o Abara querría reslImir sus palabras JI cerrar este di¿ilogo tan fecundo con una conclusión. PL1ra la persOJw que suIn..!) es d[cÍ¡; que soporla /111 do 1m; el problema se cnCllcnlTt1 clarmnente en la experiencia lí­mite de un L1JlOiladamiento :;;¡:empre posi­ble) JI aquí desembocamos en todas las re­laciones con la angustia y las experiencias psicopalológicas. Hasta el síntoma orgáni­co puede utilizarse como metáIo1't? de liJ}

sufrimiento psicológico qlfe no encontró las palabras para expresarse y con el CIIal el indi'i.}l·duo tuvo que sobrevl~vir en una soledad mayor yen un ambiente dr' no re­COnOCIJ17 lent o.

Si lino intc17JTcta adecuadamente lo que IIsted dice, el dolor se explicaría en Dirllld del siguiente mecanismo: la representación de la Zonil lesionada estaría tan l!/trai1l7)I.'S-

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78 EL llúLll!( FISJCU

tidl7 que el yo se ve impulsado a d;'sCmVd­rtlZdrse de sus representación hdCl\mdo Inl

iJ1O'"I.)J·miento de Iorclusió71 vjoleJlta~

¡Jo)', lluestra tarea es hacer Locle lo posi­ble j<-¡ra t11iviaT el dolor mcditlJlll 105 (/fi­

d/ufos V las técnicas de q1fe disponemos, pe­ro sin ¡;cultarpor ello la cuestión qlie JIlf71Cil

podría dejar de eme'rgcr: CHililtu ¡nás com­bale el hombre el dolor) tanto m,¡s aeia/­tcado se siente por la CIIcstiólI qlfc el dolor pldJllet1) (l s({bcJ~ la cuestión del ser /JIfmmlO

'vi'va l' mond.

PsicO~I1álisis )' I1eurocieI1ci~s

o Usted nos pn?scntó su concep,:ión del dolor corporal partielldo dc la teoía ji-elf­dimur. Peru ¿cómo podemos apoy, Tnos en una teorra Cl:'ntenflrÍa del dolor clf¡"J1do a[­t!({dmente vemos tantos progn?S'H en el dominio de las JlclfrociencZtls?

Ante todo, como usted ha viste! el mo­delo freudiano del dolor corporal ¡iene un valor heurístico indiscutible, pw:sto gue nos ilumin;-¡ para construir una t:~orí;-¡ ri­gurosa del dolor i11enlal. Pero) mes alLí. de ~sla función ilustrativa, el modelo freudia­no me ha permitido dclimitJr ncamentc el factor psíquico presentc en la fO.--mación de cualquier dolor corporal, de cualquier índole. Recuerde usted b idea fl eudial10 de base que hemos formalizado a,¡uí: sólo hav dolor si está sustentado por la :;obrelll­\'c~ticlura llJrcisistJ de b repre5',:'ntación delllJaar lesionado del cuerpo. E,;a hipó-

b . .

tesIS me parecc tan rlCJ en pcrspeclivas

Pregun!."lS v rl"Spu<.'S!.1S sobre el dDlor [¡5¡en 79

gue no \'acibría en proponérsela a los nCll­rofisiólogos que intentaran desvelar los resortes íntimos del dolor. Como 'le, ya no estamos <1 la espera ele que la ciencia ac­tu~d confirme las antiguas elaboraciones psicoanalíticas; ocurre toelo lo contrario: invitamos a la ciencia del futuro a prolon­g;;1f la tesis de la sobreinvestidura de la imagen mental de la región dolorida. Es­toy convencido de que esta tesis freudiana de la sobreinvestidura llegará a constituir un concepto clave en las futuras investiga­ciones de la neurofisiología del dolor.

Dicho esto, aprovecho la ocasión que me ofrece su pregunta para tratar de esbozar un cuadro comparativo entre las proposi­ciones freudianas -particularmente las for­muladas en el "ProyecLO»- y las hipótesis neurocieI1tíficas. Seguidamente comcntaré la teoría del dolor propuesta recientcmen­te por un eminente representante de las neurociencias) Antonio R. Damasio. 11

Intentaré) pues, seii.alar los puntos de coincidencia más claros entre el psicoaná­lisis v las neurociencias. Pienso en pani­cula!: en la definición de la memoria, que los psicólogos identificamos parcialmente COIl el inconsciente y los neurólogos ex­

plican como un almacenamiento de imá­genes en las neuronas. Otra cuestión es la del ritmo de las pulsiolles respecto ;tI rit­mo de propagación del influjo nervioso. Por úlrimo, trataré la relación entre la es­tmctlln! en red del yo )' el orden espacial del sistema neuronal. Ya ve usted que te­nemos mucho trabajo por hacer.

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se EL nu!.o? FI~,cn

Abordemos primeramentt: el problema de b memoria. ¿ Qué nos enseñan jos neu­rocielltíficos? Formulan hipótesi;: asom­brosamente seme;JJ1tcs a los p:~imeros desarrollos de Freud de b memo,·ia tras­bdada por las célulos llamadas "n'curonas elel recuerdo;,).I~ ActuJlmcnte algLl10s in­vestigadores, cntre ellos ]eaJ1-Pierre Chan­geux, suponen la existcncÍJ de imágenes mentales aln1acenadas en las neuronas, J\;-tn1Jelas ((objetos ment;-tles),.L' Olros, co­mo Damasio, consideran gue las inágenes mentales, en lugar de estar almacenadas en las células, se elaboran a pani,. de una protoill1Jgen que llaman ((representación potenciah. La apJrición de un E'Cuerdo penoso, po,. ejemplo, sería el resu.tado de lo activación de dicha representación po­tencial que no es el reCllerdo mismo, sino el medio de formar el recuerdo. En rea­lidad, la expresión (representación po­tencial", no designa un element') ÍntrJ­neuronal sino, más bien, una c(>nexión muy particular entre diferentes ni:uronas que está a la espera de una reactiv'tción.

Ahora bien, ya sea que los n,'uronas conserven una imagen almacenad;!, o que la elaboren a partir de una representación en potencia, ¿no le parece que las hipóte­sis científicas se ascmejan asombrc-sa!l1en­te a las primeras elaboraciones reuclia­nas? Tenga usted en cuenta nuestL¡ obser­vación sobre las neuronaS del rt::cucrdo capaces de conservar la imagen deJ objeto agresor presente en el origen del primer dolor. Habíamos dicho que la n:activa­ción de las neuronas del recuerdo a causa de una ligera excitJción endógena provo­caba, o bien la aparición de un d .:,Jor se-

Ld I)Jcmoria del dojO);

l11cj;¡nte JI dolor inicial, o bien diversas mani{est;:¡ciones en 1.1s esferas dcl penS;1-miento o de la acción, manifestaciones que la persona viviL) sin llegar a comprender las rJZoncs que !J impulsan.

rJ· d' . lenso a emas en otra sen1cpnza que podemos mencionar entre el Freud de ayer y los investigadores de hoy, referen­te precisalTIente a esas neuronas del re­cuerdo y a la transmisión bioquímica del influjo nervioso. En efecto, actualmente sabemos que uno de los factores que clan por resultado la sensación dolorosa es la mediación de una protl'ÍnJ llamada sus­tancia P (Paill, que significa "dolor>.». El mensaje nociceptivo se transmite cuando el axón de una neurona segrcrra el neuro-, b

transmisor P, que entra en contacto con los receptores localizados en la dendri­tJ de otra neurona. Ahora bien, sorpren­de descubrir en el «(Proyector. la hipótesis que sostiene la existencia de un Contacto químico de este tipo entre las «neuronas del recuerdo» y otra cateooriJ de neuro-. b

nas llamadas «(neuronas secretoras». Se­gún Freud, estas últimas, al recibir el es­tímulo de débiles excitaciones interllíls liberarían una SLlStancia generadora dd dolor. Sustancia que, una veZ destilada, excitaría las neuronas del recuerdo, reani­maría la imagen del objeto hostil l' des­pertaría el dolor del pasado. Po;lcmos imaginar, por tanto, gue una débil excita­ción endógena, transmitida por una sus­tancia secretJdJ, podría reanimar la neu­rona del recuerdo y hacer aparecer un nuevo dolor. Encuentro sumamente sor­prendentes estas ideas de Freud, tenienclo

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-82 EL iltll (lit ¡-j5IU'

en cuenta la época en que bs p '"opuso (1895), y asombrosamente acruaie:: según las teorías neurocientíficas moderr:J.s.

La nlcl1loria inconsciente y las ncuI'ociencias

e Usted propone la idea de llna memo­ria incoJlsáente apo)'lindose en el cUlcepto de ,'(neuronas del recuerdo;,·, ¿Podda pre­cisar un poco más la nüUtraleztl de eS.15

nelfronas)' 511 reldción con el incons:iente? Recordemos primero quc, en el "Pro­

yecto;.), Freud concebía el yo como una red neuronal formada por d~s componen­tes principales: las neuronas del re,cuerdo y las neuronas de percepción, Las Drime­ras, llamadJs también HneurOI1:lS "de re­tención) o (células del recuerdo», ::on las neuronas de la memoria. Ya hemos habla­do de ellJs. Tienen la función de registrar la excitación que les llega; archivar la ,-(fo­tografío" dejada por el agente que provo­có la excitación (foto del objeto hcstil, en el coso del dolor; foto del objeto eL. amor, en el coso del placer); y finalmente ')erma­necen en suficiente estado de vigili;, como para reaccionar m5s tarde a una sc-gunda excitación, por mínima que ést:l s-;'a, Las otras neuronas, llamadas «células de per­cepción» -ele los que hablaremos iuego­también tienen la [unción de tratar, a exci­tación pero, a diferencia de las nel:lronas del recuerdo, se dejan atraVesar por el flu­jo de excitación sin conservar sus huellas.

U incollsciellte es Ahora bien, usted me prcguntab~ justa-:1Il" J/]{'lJlfJri,¡, men~e cU~ll es la rebción entre las leuro-

Oscilacio/Jcs de ¡,H sdia!cs JlcJ",-'úJSi/S l' riJll10

de 1,15 -¡mÚ¡ol/cs,

ognJis:1

Pn:g\llllJs!, fCSPUt:S(JS ~ubre el Jol o !" risi':ll

Ilas ,del recuerdo)' el inconsciente, lo que eqlllvale a preguntarme cómo justifico mi proposición de considerar las neurOJ1;¡S elel recuerdo como los antepasados con­ceptuales de las represenLlciones incons­cientes. -'{o respondería sencillamellte afir­mand~ que esas neuronas, como hs repre­sentaCIones, poseen esta singular facultad ele conservar el pasado sin lJevado necesa­riamente a la conciencia. Se forma un re­cuerdo del pasado que no es consciente. ¿ Qué es el inconsciente sino un:l memoria cuyos recuerdos no se actualizan en b conciencia sino que lo hacen ell nuestros actos, en los slleiios y en el cuerpo sin que lo advirtamos?

Pero retomemos nuestro cuadro com­pJrarivo entre psicoanálisis y neurobiolo­gía Jbordando ahora el segu"ndo punto de coincidencia entre ambos. Este punto SOIl

las "Jriaciones temporales de L1 propaga­ción de las sciiales nerviosas es dccir'-- el ritmo de la [ransJ~1isión del 'influjo n'cr_ vioso. 1-10)', las últimas investigaciones neurocientíficas sobre la natural~za de la conciencia se orientan precisamente al problema del ritl110 V de las oscilaciones del flujo nervioso i~tra e interncuro!l:ll. Un científico como R, LlinJs define la concienciJ C0l110 una relación armoniosa entre el ritmo de las neuronas oscibntes del t:ílamo y el ele las neuronas de la cor­teza cerebral.

Precisamente, esta preocup;lci6n Je los neurofisiólogos por las OSCi];lciones v los ritmos del influjo nervioso 110S remi­ten o Freud y al interés que sentí" por el

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el dolor es 1/11

"fl'C!O

¡{('.',¡gr¡i¡{,-¡b!c,

pero /lO ('5 el disp Id I'i')'.

ritmo de hs v;1riaClones pulsion:des. ;1sí COlllO ;1 nuestra propia I1UJ1Cra de (Dl1ccbir el dolor COlllO la expresión consc:ente de la ruptura de lo cadencia pulsicnal. En efecto, Frcud lll;1l1ificsta tímidamente este interés por el ritmo y solamente en dos oC<lsiones en toda su obra.;~ Pero preferi­mos avanzar algo más por esta senda y de­finir todo afecto como ia cxpresii.')n en la conciencia de las variaciones de ritmo de las pulsiones. ASÍ, los sentimiento_; de pla­cer y de displacer no serían la e:o_presión del nivel de intensidad de las p "Isiones (plocer = baja intensidad; dispLw:r = alto intensiebd), sino nl5.s bien b CXp12sión de las oscilaciones de tensión, de alt;:rnanciJ de alzas y caídas de la tensión dlEantc un período determinado. Desde este punto de visto, diremos que el dolor es muy dife­rente del plocer y del displacer. ¿Por qué' Porque expresa no un ritmo plllsit_,nal con­creto, sino la ruptura violcnta de ese rit­mo. Ruptura de la cldcncia pulsi()jlal que, recordémoslo, corresponde al di~sbarata­miento de las tensiones, J b abolición del principio de placer/displacer y, Lnalmen­te, al cese brusco de la homeostas:s del sis­tema económico del yo.

Sin embargo, para ser complcL;, esta hi­pótesis que define los afectos como la ex­presión en la superficie de las oscilaciones pulsiollJlcs necesita b intervención d~ una instancia intermedia, una instancia que, por un lado, detecte en lo :nás pro­fundo el ritmo de las ¡misiones y, por el otro, las haga resonar en la super :icic de la conciencia. ¿Quién es este internediario? El )'0 mismo cuando ejerce su dJble [un-

S5

ción de detector endopsíquico y de tra­ductor consciente.

Como podemos ver, el concepto psico~ ílnalítico de afecto en gencL1J V de dolor en particular sólo puede con;prendcrsc apeÍJndo a la noción de percepción en­dopsíqui ca . Esta percepción es la única que da cuenta de la función de <~raclar) qw..: cumple el yo cuando registra la cadencia pulsíonal y la traduce en la conciencia. donde dicha cadencia adquiere la forma de afectos agradables de placer, desagra­dables y hasta dolorosos. Freud ya había intuido esta ideo de lo percepciól~ endop­siqllica del yo cuando, siempre en el mar­co del «Proyecto de una psicología para neurólogos», al estudiar las neUrOl1;1S de la percepción (grupo que distinguía de las neuronos del recuerdo), las dividía en dos tipos concretos. Y, efectivamente, hJV dos clases de neuronas de percepción: 1a"s que perciben ];,s excitaciones procedentes de la periferia del cuerpo y las que copLln las oscilaciones de tensión inren1a )' las trasladan a la conciencia en fonna de ;fec­tos. Las primeras perciben sólo las estj­mulaciones externas, las otras detectan los efectos internos de CS::iS estimulaciones y las traducen en ::if cctos conscientes.

El grupo detector traductor es precisa­mente el que nos interesa aquí. Las neu­ronas que detectan las amplitudes y las cl.dencias de las tensiones internas desem­peñan el papel de un órgano sensorial de doble faz: por un lado, eoptan los ritlllos pulsionalcs )', por el otro, transfofm,ln esos ritmos en afectos di\'ersos, entre ellos

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!_d !Uro/ugirl llo/ron,tI J Id csrrucfn)",¡

rdJ/ul/'c,.d,l del yo.

EL I.lULll!'. ¡:!SICO

el dolor. También el dolor es IIi alccto !n:rciln-do conscientemente (j!fe exjJ' esa '"()(/­

ridciollC5 il1{o/cr/lb/cs JI bruscas r fjJtllfd5

del ritmo de las plIlsiolles.

Prosigamos nuestra comparaciéln COIl

bs neu~ocíencias y abordemos ~'"hora el tercer punto de co~tacto. Si bien ¡ne alejé un poco, lo hicc con el propósito dc pro­fundizar al)1,o 1ll,1S cn este temJ, <]ue me intcrcsJ P:-lI\¡cularmcnte, del ritrdo y de su rebción con algunJs de mis pri"lcipales proposiciones relativas al dolor. T\Ju~str.o tercerJ coincidencia concierne a la lllCl­

dencia de la topología de lo red n,~uronal en 1:1 transmisión de las señales !lEcviosas. Hoy los neurocientíficos manifiestan un inH.:rés creciente por el estudio el-'-' la dis­posición espacial de IJS ncuron;'¡s. Pues bien, yo no pude dejar de compar;lr b tO­

pología de la red neuronal con la :opolo~ gí;l del yo establecieb por Frcu.d el" j 895.'· Una \'ez m~ís, quedé sorprcndJ<..lo al C0111-

probJr hasta qué punto los primi:ros es­critos freudianos contienen las señ~lles vanguardistas de los desarrollos científi­cos modernos.

En aquella época, ]::"reud imagin;,ba el yo como UI1;l red de neuronas org;¡ni>_adas de lal suerte que el flujo dc exciclcicnes quc las recorría podía 1 cn determinadas cir­cUllstJJ1cias, que(hr inhibido. Efectiva­mente, Freud no vacilaba cn afinnar qué «si existe un va, debe entorpecer los pro­cesos psíguic~s primarios'-'r esto c.',;) obsta­culizar b circulación de energía Lbre. La [unción del va es aminorar el movimiento cncrrrético ,; 10 hace oraciz¡s a un orden es-o. o pacial mlly preciso~ el de un enre':¡lc!o, un

Una teoria /1(' "rocien t zJlcl1 de! dolol:

Prq;:lllll,l" y r<.'SI'llCSL1S sobre el dolor (¡sien 87

enrejado dispuesto de tal ll1allCLl que lIn;l neurona demasiado investida de cncrgLl tenga la posibilidad de hacer derivar parte de su carga hJcia neuronas laterales. El yo organizado en red modera la intensíchd de la tensión porque su armazón hace que la carga cnergética se fragmente y se vuelvJ hacia otras neuronas vecinas. El sistema de las neuronas del yo llega" ser, por la sin­gularidad de su tran1a, un verdadero órga­no inhibidor. ¡Cómo no reconocer en esta concepción de un yo inhibidor el germen del concepto de represión! En esta estruc­tura ramificada del yo podemos imaginar la primera figura de la represión.

Siendo así, no debemos olvidar que la inhibición cumple una función determi­Ilante, la de preservar al yo de un desbor­de de excitación que amenJzarÍa su inte­gridad. Pues bien, el dolor, considerado como el más imperioso de los procesos psíquicos, es un estado particular de gran excitación que ninguna inhibición poclrÍJ refrenar. Se trata, en efecto, de un proce­so perturbador e incontrolable pero que, con todo, respeta la imegridad del siste­ma. Sin duda, el afecto doloroso rompe todas las barreras internas, pero sin des­truir el yo. Aquí volvemos a cncontrar el cadcter fromerizo del dolor, que soslaya la inhibición sin dañar con ello la capaci­dad de reacción del yo. El dolor daiía pe­ro no destruye.

Para terminar, querría mencionar la teo­ría del dolor propuesta por Antonio R. Dal11asio. Más allá de nuestras diferencias, en Sll desarrollo científico encontré cier-

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ss EL POLOI( )-l'i¡C()

tos puntos de analogía con nues'ro pro­pio pensamiento inspirado en el p\lcoaná­lisis. I);lITIasio distingue dos com¡: Onentcs en !:t percepción del dolor; por UEa parte, una percepción somatoscnsorial r¡ ue nace de la piel, de una mucosa o de la :' ona del órgJno donde se sitúa una lesión -es b percepción de un cambio local d~1 cuer­po- y, por otra parte, la percep:ión de una perturb:1ción global del cuerpo, de un cambio general del cuerpo. A esU, últin1a percepción correspondería la emoción dolorosa. I

(, Según este Jutor, parti1~ndo de estas percepciones, el cerebro f:)rmaría dos imágenes del dolor que se superpon­drían en el momento del sufrimiento: una imagen som<1tosensorial (imagcr; de un estado local del cuerpo) y una imagen emotiva (imagen del estado generd y per­turbado del cuerpo). El yo, qu' según sostiene Damasio, es un concepto :nevita­ble en cualquier pensamiento científico, desempeñaría el papel de un tercero, una especie de «metayó)), cuya funci(¡ll sería realizar la síntesis y los ajustes enrre estas dos imágenes. Su yuxtaposición eL, lugar a la emoción dolorosa.

1\1e sorprende encontrar, formubdas en términos diferentes, concepcionc\ que se asemej;-¡n a nuestros dos primerc 5 tiem­pos del proceso de formación de: dolor. En cÍccto, como recorcbrá usted) distin­guimos tres momentos en la génesis de todo dolor: el tiempo de la'lesión, el de la conmocjón y, por últjmo, el de ,'il reac­ción. Durante el primer tiempo, el dolor proviene de la percepción que tieLe el yo de.1a excitación periférica inherelte a la

Preguntas ;.- respuestas sobre d dullll- físicu

lesión; durante el segundo tiempo, proce­de de la percepción que tiene el yo del des­bar;1tamienro de las tensiones pulsionalcs. Ahora bien, Dam;-¡sio propone una per­cepción som .. noscnsorial de la cual se de­riva la imagen sensori;-¡!, una idea que evo­ca nuestra proposición de una percepción de la lesión y de la representación del cuer­po lesionado que procede de ella. En cllan­to a la otra percepción descrita por Da­maSlO, aquella de donde procede la cali­dad emotiva y que él c;-¡racteriza como una percepción de una perturbación 010-b

b

3.1 del cuerpo, recuerda nuestro seoundo . b

tiempo de la formación del dolor, a saber, la autopercepción que tiene el yo del esta-do de conmoción interna. .

Mientras este autor habla de percep­ción del estado perturbado del cuerpo, nosotros presentamos la ¡de;-¡ de un;-¡ per­cepción interna c inmcdi;-¡ta de las \'ari;-¡­ciones bruscas de Jas tensioncs pulsiona­les o, más exactamente, de la ruptura del ritmo de las pulsiones. Es como si, para explicar la emoción dolorosa, Damasio se hubiese apoyado en la percepción nlo-

o b

bal elel cuerpo sin animarse a imaginar que lo percibido no es el cuerpo, sino la psique. La clifercncja elltre nosotros po~ dr]a condensarse en una réplica: «El ce­rebro percibe el estado perturbado del cuerpo y de ahí surge la emoción doloro­sa», diría DamJsio; a lo cual yo respon~ derÍa: (,El yo conmocionado autopercibc el desbaratamiento pulsional y de ahí emana el dolor".

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El dolor psicogénico

« :Podríc1 'UOf.7..Jt'r usted allem-l del do-C 'b' lor psicogénico? ¿ Cómo es pOS1 ie qrte rtn

dolor se loctllicc en un /ugm" del Clferpo y }1O en otro?

Recordemos ante todo que el dolor psi­cooénico no es un dolor pSÍquicc, sino un

b I .' sufrimiento COl"pOfa J 11111111110 <) may.or, agudo o crónico, cuyo origen. es pSíq~UIC.O (psicogénico significa «de ongel pSlqUI­ca);). Es un dolor somático que h pcrs~n.'l experimenta sin que haya raZones organl­cas que lo justifiquen y al cual, a falta de de otros elementos, se le atribuye una cau­sa psicológica, en general descoLocida. Se trata de dolores físicos persistertes, en la mayoría de los CaSOS erráticos y cngaílo­sos'. Es cierto que, cuando se fi;an en un determinado lugar del cuerpo, la raZón de esa loc;llizacióI~ sigue siendo ur, enigma. Generalll1l'nn:, el paciente descrije su do­lor (l-ln cOJ.'p!tlccncia, con un lengui1je ri­co en dcu]'¡~'s) :mnque J veces }u hace de manera confus;1 y eVJsiva. Pero h más im­portante eS la relación concreta -;}ue nlan­tiene el paciente con ese dolor. .dabla de su propio sur rimiento CO~lO s; hablara de otru ser, c,tprichoso y CXIgenc:, que ha­bitara en su cuerpo.

Dicho esto, anteS de respondeJ ~1 su pre­gunta sobre el lugar elegido po' el dolor para J.pareccr, debo plant~ar esta otra II~­tcrroCTación previa: ,(¿Cuáles son los on­o-enes

b psíquicos de este sufrimi-;nto psi­

~ogénico percibido en el cuerpo)' de call­sa orgál~ica no identificable?>l.l,'ropongo

Pero, [in,tlmen te, ¿qllé es pIles lo que se tr(llls[oTlna en dolores físicos? Y Id resp1/esta es: algo (jite habria podido y (fue /;,llní'1 debidD el,u 111tcimiC'l1to ir

l/JI dolor moral." FREUD

Ogtdio:¡

91

tres orígenes posibles del dolor pSlcogé­l1ICO.

La primera de las causas psíquicas capa­ces de prOVOC;1[ un padecimiento psicogé­!lico supone la idea de un cllerpo dOlado de memoria. Recordemos lo que decÍ:1-mos al comienzo. Un dolor antiguo, in­tenso y experimentado en un punto del cuerpo, dejó tales huellas en el incons­ciente que) mJS tarde, una excitación in­terna o externa -una situación de estrés, por ejemplo- podrá suscitar un dolor dis­minuido en el mismo lugar o en otra zona del cuerpo. Este segundo dolor, recuerdo somático de un dolor pasado, se presenta­d a los ojos del clínico como un sufri­miento físico completamente real pero in­justificado.

La segunda hipótesis del origen psíqui­co se apoy;1 en la teoría freudiana que con­sidera la conversión bistérictl como el sal­to de la psique a lo somático. Una pulsión reprimida salta del terreno del incons­ciente al del cuerpo y se transforma en dolor somático. Una emoción pasada! ya olvidada, pero que permaneció activJ en el inconsciente en cuanto pulsiól1, se con­vierte, por ejemplo, en un dolor muscular inexplicado. Pero ¿qué parte del cuerpo elegirá la pulsión para manifestarse como sensación dolorosa? O, 10 que sería lo mismo: ¿en qué zona corporal se percibi­rá el dolor? El dolor se localizará precisa­mente en la parte del cuerpo que alguna veZ fue alcanzada por una emoción per­turbadora e intensa, esa emoción que fue la forma de emerger momentánea de una

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jJlllsión inconsciente. La zOlla c)rporal m:1rcac!;l por semejantc emoción perma­ncce, pucS 1 impresa en el inconsciulte ;1 1.1 l11al1era de una imagen.

Tomcmos elc.iemplo de llnJ jovC'l histé­ricl que sufre de una conlranuJ'a en el muslo derecho. A lo largo de la cura, el té­rJpclItJ se cntera de que, poco ;lntes de quc aparecieran esos dolores, L: mujer cuichba a su padre enfermo y un (:;[a, sen­toda a la cabecera de la cama jurto a él, había tomado tiernamente la cabeza del hombre y la había apoyado sobre umus­lo derecho en un gesto cariñoso. En ese momento sintió un extraño reparD, n1ez­cla de vergüenza y d~ placer incc 5tllOSO. Esta corta secuencia nos IllUestr:l clara­mente la aparición imperiosa de una pul­sión incestuosa reprimidí1 por e: pudor (represión) y vivida como 1lfl si'~uación embarazosa. Así, una emoción tan profun­eh quedará asociada a ese lugar prc ~i50 del cuerpo, el muslo derecho, lugar ckl deseo culpable de hoy, lugar de dolare" físicos de mailana.

i Qué pasó? La pulsión incestucsa aflo­ró primero a la conciencia com(J senti­miento de incomodidad. Luego re;ornó al plano inconsciente llevándose consigo la imagen del muslo al más cxactan~ente, la imagen táctil del contacto scnsu:J entre lo piel del muslo)' el cabello de padre. lVIás tarde, la pulsión reapareció con la forma de una contractura doloras;; locali­zada en el lugar mismo donde se apoyó la cabeza del padre. La sensación erógena y culpable de un día se transformó, d~ pron-

I'lgnlis:l

;;3

to, en sensación doloros¡1 sin razón apa­rente.

j\ilicntras cs[e segundo oricrcn del dolur ..... b

psicogénico encuentra su explicación en la transformación de una pulsión en dolur inmotivado, la tercera causa psíquica se refiere a otro modo de relaciones entre 1'lfl­sión.1' ClfC1PO.

Retomemos el ejemplo de la joven v modifiquémoslo para ilustrar nuestra te1:­cera explicación. Imaginemos que, en el momento en que la joven se siente in­cómoda al tener la cabeza de su padre apo­yada en la pierna, fortuitamente siente un calambre en el hombro. Así pues, el senti­miento embarazoso, forma adoptada por la pulsión incestuosa para manifestarse, coincide con la aparición de un dolor mus­cular a lo altura del hombro. Por tanto PD­demos decir que la pulsión encuentra por azar un dolor banal que se le agrega. A partir de entonces, este dolor J11l1s~cular incidental marca la pulsión y sus destinos quedarán unidos para siempre. Y, en nues­tro ejemplo, la pulsión marcada por el do­lor del hombro se transformará más tarde en una sensación dolorosa situada preci­samente en el hombro y sin motivo apa­rente. Es decir que una pulsión reprimida puede convenirse en cuerpo sufriente por­que hace tiempo fue mordida, "calada», por un antiguo dolor orgJnico l por insig­nificante que haya sido. Llamaremos a es­te tercer mecanismo impronta somática sobre la pulsión. En otros términos, un dolor trivial que aparece en un determi­nado lugar del cuerpo y esti asociado al

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1-:1_ r,\l!.\II( l'ISICl)

surgimiento de una pulsión «abri'l el ca­minu» p,ua que dicha pulsión) [1' ;:1Ílana, resurja adquiriendo la forma de una sen­sación dolorosa inexplicada en el mismo lugar del cuerpo.

Si ahora queremos comp;uar el orinen histérico del dolor psicogénico con ;ste otro origen que acabamos de dest;l';3.f, ha­remos la siguiente observ;lción: mientr3.s lo característico de b conversión histérica esre, contenido en la fórmula freud.ana del '-<salto enigmático de lo psíquico " lo 50-

mitico"', de la pulsión al cuerpo, h terce­r~~ causa del dolor psicogénico est~:: conte­l1lela en una fórmula 111,lS larga: el alto de lo somático a lo psíquico y luego de lo psíquico a lo somitico. Es decir, d salto de un dolor orgánico a lo pulsión y de la pulsión a un «dolor psicogénico)).-;

Unas palabras a manera de síntc3is para terminar. El dolor Il;lmado psicr'lgénico puede, pues, definirse de tres man:ras di­ferentes. Primero, como la reminiscencia dolorosa de un antiguo dolor orgálico ol­vidado: el dolor psicogénico es, en este caso, el recuerdo en el cuerpo de :-:ln anti­guo dolor. Después puede definir:: e como la expresión dolorosa de una puLión re­primida que tiempo atrás marcó e-;e lugar del cuerpo: es el caso de la conve;'sión. Y, por último, puede ocurrir que d dolor psicogénico ponga de manifiesto Lna pul­sión que fue marcada a su \ICZ por un do­lor orgánico pasado: es el caso d,: la im­pronta somática. Pienso que con esto he respondido a su pregunta sobre la elec­ción del lugar de aparición de ln dolor

D gcdis:J

1)5

psicogénico. Puede aparecer allí donde surgió un antiguo dolor que parecía olvi­dado. O bien puede aparecer en el lugar marcado hace tlcmpo por una pulsión y hasta en el lugar donde la pulsión [u-c

marcada por un viejo clolor.

El dolor inconsciente

o Usted definió el dolor inconsciente [0-

¡no J:,n encadenamiento de e.ventas que co¡}]zenza con Ull trcrlfma doloroso J' de­semboca en el despertcrr de ese t1-dUJJ7{L Pero ¿cómo podemos hablar de IIn dolor que se experimentaricr)' cr la vez scrÍt1 in­consciente?

Prefiero responderle proponiendo un esquema que separa netamente el pasado y el presente, es decir, el dolor traumático pasado y su reaparición en un dolor pre­sente. Espero mostrar con esto que el do­lor inconsciente es algo diferente dc una sensación no consciente. No es un objeto en sí mismo, sino una relación cntrc dos objetos o, más cxactamente, lt71l-l re/ación entre das acontecimientos: uno pasado y el otro actual. Comencemos, pu<:s, por el acontecimiento pasado.

En el pasado se produjo un incidente real en el curso del cual un objeto agresor provocó un dolor (Dl) muy intenso, has­ta fulminante (lo que nosotros llamamos el dolor de la conmoción).

Se forn1a entonces una representación psíquica inconsciente que conserva la hue-

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~- .

m

EL nnLU11 F15¡CU

lb del objeto :1grcsor como si fllCrí1 un:l [0-toorafía con la form;l de Uf:a imagen mne-

b ' ,

mónic;l de ese objeto. La renrescnt;lción así formJela tiene dos partes: un continente imaginario, que es la imagen-recuerdo del objeto agresor, más prec¡';;llllcnte de un detalle de ese objeto )1, per otra P;1rtC, b carga de encrgÍ;l que da vic:a <1 eS<1 in1agen y que llamamos {(invcstic!:,¡ra». La unión de la imagen y de su invest-cluLl constitu­ye la representación psíqu: ca propiamen­te dicha. Más alLí de esta precisión, me he Camada la libertad de emp!ear indistinta­mente I;¡s pabbras «jm~lgeJ\») y <,represen­

tación» .

El dolor (Dl) fue tan perturbador que la huella de su paso queda ¡"tremadamen­te sensible a cllalquier nue\'J exciLlción o a cualquier nueva investidilra. Desde en­tonces, la menor impresión podrá hacerla reaccionar. En pocas palabras, el paso ful­minante del dolor de la conmoción dejó, por tanto, dos huellas: la fotografía del agresor y la excitabilidad de esta fotogra­fía a toda nueva investidura, por mínima

q LlC sea.

Ahora veamos qué succd, en el presen­te. Sensibiliz'1Cb de esta forma, la repre­sentación recibe una inVCSl idura circuns­tancial, esto es, una estiI1111:ación puntual y ocasional. Desde el mom<~nto mismo en que la imJgen se reaviva, s¡:' produce una descarg;l refleja que s-e J11~;nifiesta coma un nuevo dolor (D2). Así, la persona que sufre hoy experimenta un dolor (D2) sin establecer el menor vínculo con el inci­

clente doloroso inieial.

Prl'glll1tJ~ \' respueSfa.> sohn: el dolor fj)jco 97

También puede ocurrÍr que la reactiva­ción de la imagen mnemónica del objeto agresor cié lugar no a un segundo dolor, si­no a otras m~mifestaciolles en la vida coti­di:lll<l del sU,ieto: sueños, comportamientos inexplicables ° estados afectivos concre­tos. Pero ¿qué provoca que la reactlvación de la imagen mnemónica se manifieste co~ mo un dolor antes que como otra forma de perturbación? Esto depende del tipo de es­timulación que haya despertado la imagen o bien de otros elementos secundarios que estaban asociados a ella.

Pero retengamos, sobre todo, esto: el sujeto que hoy experimenta un dolor o que sufre perturbaciones en su vida coti­diana, no tiene la menor idea del esquema temporal que acabamos de establecer, es­quema que comienza con un dolor inicial olvidado, prosigue con la reactivación de su huella inconsciente y desemboca en la experiencia vívida de un dolor o de un desbaratamiento de la vida cotidiano.

En consecuenCla, llamamos ((dolor in­consciente» al conjunto del proceso igno­rado por el sujeto que comenzó con un dolor traumático y culminó con la viven­cia actual de una experiencia dolorosa. El dolor inconsciente es, filw/mente, el nom­bre que damos a un circuito impreso por !in dolor percibido, reactivado por lln<l

excitación ocasional y manifestado fi­nalmente en otro dolor percibido. Se lla­ma dolor inconsciente al conjunto de este circuito reactivable, que se sllstrae a la conciencia. Queda claro, pues, que en sí mismo el dolor inconsciente no es una

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«scns;1ción sin conciencia)" pu:-a, simple y desconocil.L1, C0l110 diría 1Vlair e de Biran. sino un encadenJlllicllto c1esc)!1ocido d; eventos que da por resultado el dolor que siento hoy.

ScgurJfl1Cl1re el dolor inconsciente sólo existe en la ;1CLualidad concreta de mi dolor presente. Si queremos ser aún 111<1s preci­sos, debemos modificar nuestra frase v afirmar lo siguiente: el dolor inconscient'e sólo existe después ele lo aparic;ón del do­lor de hoy. ¿Por qué agregamos {(des­pués)'? Porque el único modo de deducir la existencia del dolor inconsciente es ha­cerlo retroactivamente~ paniei'ldo de los primeros balbuceos de mi dolor aCtual. Pe­ro este dolor sin razón reconoe ¡ble me in­terroga como un enigmZ\. Preci~;amente su naturaleza oscura me incita a ',-ctornar al pasado y restablecer finalmente el encade­namiento de eventos que lo determinó. Ese retorno al pasado, ¿qué puede ser sino el gesto de quien escucha el enigma del do­lor? Esto es lo que queremos lue se en­tienda: el dolor inconsciente sóh existe co­mo consecuencia de la escucha.

Dolor, histeria y psicosis

o Pienso en el modelo de ILt <'o71versióJl histérica que lIsted utilizó para explicar el dolor psicogé¡¡íco )' me p,'egllnto sí los e/o­IOI-es emporales más corrientes no contie­nen siempre una parte de hister;·'a.

Su pregunta se ajusta muy bien a nues­tro planteamiento, Creo, efcc:ívamcllte,

o gediS3

l'rq.~unl;¡S y respllcst~s 50brl' el dolor fí~i«() 99

que todos los dolores que nos afectan, desde el más grave al más trivial, contie­nen una parte de histeria. Podríamos for­mular esto de otra manera: el dolor orgj­nico se origina parcialmente siguiendo el mecanismo de la conversión histérica. Sin embargo, se me ocurre preguntarme, al contrario, por la afinidad entre b forma­ción de un dolor cOl'poral y la génesis de un síntoma psicótico, es decir, como si a veces la eclosión de un dolor corporal evocara la eclosión de una histeria y, en ocasiones, de una psicosis, En realidad, la elección entre histeria y psicosis depen­de de nuestra manera de concebir el desti­no de la representación del cuerpo lesio­nado. Recordemos una de las hipótesis principales de la génesis del dolor: la so­breinvestidura de la imagen mental de la reaión lesionada y dolorida del cuerpo. El

b .

problema estriba precisamente en saber hasta qué punto el yo puede soportar esta representación que se le vuelve incompa­tible. Habíamos dicho que dicha repre­sentación quedaba excluida del conjun­to de las otras representaciones del yo; es decir, que era inconciliable con el resto del sistema. Digamos que es aSÍ, pero b ClH.'$­

tión que ahora se nos plantea es la del gra­do de esa exclusión. ¿Queda excluida pe­ro guedZ\ vinculada a otras representa­ción? O bien, ¿queda excluida hasta el punto de provocar un rechazo totí11 por parte del yo, como si éste arrancara de sus entrañas esa parte perjudicial de sí mismo y la expulsara fuera de sí?

Esta pregunta puede parecer abstraetí1 y puramente especulativa; sin embargo, po­ne de relieve;un problema clínico esencial

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lor EL ¡JllLUH FíSJCl)

p;¡ra el practiC1J1tC. Seré más e aro. Si h rt­prcscnt;¡ción psfquicJ hubiese sido mantl'­Ililb J dist.1l1cia pero quedar 1 en el seno del sistema, el dolor corporal ,e explicaría en -virtud de Un mecanismo eL conversión semejante al ele la histeria. El dolor sería, pues, el doble somático de en elemento simbólico 0, en otros términos, la expre­sión somática de la representación del cuerpo herido. Siguiendo esta Jricntación, consideraríamos el dolor corporal como un síntoma histérico o hasta lj~garíamos J

la conclusión de que todo sufrimiento físi­co, sea el que fuere, comporta ,lna parrc de histeria. Hasta podrí;:¡mos enu neiar que la parre psíquica que está en el o"igen de to­do dolor orgánico e.'irá sometida a las mis­mas leyes de la conversión his; érica.

Si, por el contrario, seguinos la otra orientación, que sostiene que la exclusión de la representación del cuerp') lesionado es una exclusión radical del :,"0, asimila­ríamos el mecanismo del dolO! corporal al de la forclusión, mecanismo e::pecífico de la psicosis. En este tlltimo ca';o debería­mos saCar otra conclusión: todo dolor fí­sico obedece a las mismas lc:,.·cs de pro­ducción que una alucinación psicótica.

Finalmente, ¿qué posición dcb,mos adop­tar? No podríamos detcrminTlo. Com­probamos, una vez más, hasta g LIé punto el dolor se nos escapa entre los dedos y se SUstrae J la raZÓn. Y hasta: qué punto se si­túa en el límite, no sólo entre el cuerpo y el alma, también entre lo histeria Ji la psicosis.

Cuadro comparativo entre el dolor físico y el dolor psíquico

I DOLOR DOLOR pSíQUICO O FíSICO DOLOR DE AMAR j

I---~~:':::"'_-+-;-\.-P-L;I-d-'-d,-'-d-"-{ ,-c-,-,,-,,-,,-,_I-B:-.-::P-:é-,,-:-¡'~d-,,-,~h-' ~1';-"-"-t'-1

I o Lo bón mi 1oc>. L':"b;ón "ti 10,,1;- ~::'::::tO:I:,n::,~,po I liz;tJ;t en el cuerpo. Zal;t erroncamentc en '-l · como al l)trn Il1js

El dolor se vive erró­

neamente en el cuer­po, pero en re<lliJild está en el cerebro,

en lo que respect<l a la sensaei6n doloro­

sa, \' en el VD, en lo

qu~ re5pe~ta a la emoción dolorosa.

El dolo!" nos parece cxterior y remedia­

ble. 1\"11.' molesta el)­

J1l0 un mal pro\'i­slon,11.

el mundo exterior: de- amado. Sufrir b am-saparición de la perso­na del amado. En rea­lidad, se sitúa en el pUnto en el que mi

Wl1sibifid,¡d más ínti­

ma ha desaparecido en la medid;t C[1 que el cuerpo del ser amado ya no existe; en qUe

mi imagen interior va­cila por carecer del apoyo quc era la per­

SOna del amado; y hasta el pUlHO en que mi sistema simbólico faUa porque le íalta el eje que era el ritmo de nuestra pareja. La ver­

dadera lesión reside en el derrumbe del íamasma que sujetaba nuestra unióll.

El Julor n05 parece interior, absolulO, irre­

medi:lble y, a veces, h.lsta nect's.l["io. Estj

en mí como mi sus­tallC!;¡ vi[aL

putación de una pier­na causa el mismo dolor imerinr atroz

que perder al scr

mas querido. Es!a pérdida nos exige realizar un verdadero

trabajo de duelo {lue nos enSCll:tr:l a amar

el nuevo cuerpo falto de un<l piern;¡.

1..1 lesión que CI\lS.1

un dolor físico se

sitúa en cl nivel de

la amputación, pero b que Cilusa un dolor psfguicn se sitú~ en tres pbnos difcn:!l[t's

st'!!lejill11l'S a los {lUC definen la pérdieb del ~;t'r amado: el de la smsibilid,¡¡j (la pier­n~l es tln~1 pane de mi todo .~ensible); el de lo im¡¡glllor¡u (la imagen de la auscncia

de pierna. cambia la imagen de mi cuer-

po) y el de lo simbóli­co (el orJen psíquico

pierde una de sus re­

ferencias principales,

1

1 cual es la integriJ;td

i~ ________________ -1 __________________ -" ___ J_,_,_n_;_c'c_,,_.,_p_,,_), ____ ~

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Notas

1. "Proyecto de una psicología científica)), en Los orígenes del psicoanálisis, PUF, 1979. Al releer el "Proyecto n veremos que uno de los f;1Sgos más sorprendentes de este texto fundador es su viva actu;didad, una actualidad confirmad;¡ por algunas de las hipótesis ncurocicntíricas recientes sobre el trayecto seguido por clmensaje del dolor.

2. El yo "ive el cuerpo como una periferia a veces externa (piel) mucosas), a veces interna (en el caso de los órganos). Para ilustrar la relación entre el yo y el cuerpo, podemos imaginar al yo como si estuviera situado en el cenrro de un espacio rodeado por una cinta de Mocbius. ESla cinta circular representaría el cuerpo percibido por d yo como un borde que en un momento ofrece su lado externo (sensaciones visuales, t~cti¡es, etcétera) y en otro su costado interno (sensaciones internas propiopercep­tivas).

3. Para dar mayor cbridad a mi demostración preficro em­pIcar indistintamcnte las expresiones '<representación psíquica), e "imagen» y hasta ,<símbolo}). Es verdad gue cada una de esas expresiones designa conceptos psicoanalíticos diferentes y, sin cmbargo, todas elbs dan cuenta de la presencia psíguica del ob­jeto exterior en el seno del yo. Traté ampliamente la diferencia entre es (Os conceptos en Enseignement de 7 concepls CTflciall:\.'

de la ps)'cha1lal)'se, Payar, 1001, págs. 161-211. 4. Estas células periféricas, cuya función es percibir LIs exci­

t;¡ciones procedentes del mundo exterior, están recubiertas de una capa superficial protectora gue Freud llama ,(barrera de pro­tección» o "barrera antiexcitaciones». En la lesión dolorosa se des;J)prra justamente esa capa.

5. En el "Proyecto n , freud definió el yo concentrándose en las neuronas del recuerdo. El yo, nos dice, es un es(;:tclo panicu-

f) gc:JiS.1

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J04

br lL: L1s llCUrOn,lS de] recundo que,;11 haber qucd:do sensibi­lii'~ad,ls como consecllcllci:t de pasos sucesivos de CIV rgía (aper~ tUL! de una brech:t), CSLll1 sometiebs J. la regulación de su exci­t;¡bilidacl y al control elL-la call1iebcl ele energía que ercierran. El .vo es el nombre de Ull;¡ instancia reguladorJ. de b e: citabiliehd de L1s neuronas dtl lTcucrdo y de las carga:; que las i;lVisrcn.

6. Los neurocitntíficos n(1 vacilan en suponer, ;:omo hizo Frcud, qut.' el homhre cunocería tI dolor en virtud di: una lejana mcmoria dt la especie. Damasio declara qllt b sens;lción llolo­rO$;l obedect a "l1ltcanis!llos neurol1:1les innatos", ti lnsmiticlos por mcns<l.ies genéticos propios del género human,,). El dolor ocuparÍí1 UI1 lugílr preponder;¡lltc en las estrategias de supervi­vencia de la especie, genéticamente coclific;ldas (D;lIl!:1sio, A. R., LTrrcur de Descarlcs, lil raison des émoliolls, Odile ]acob, 1995, págs. 326~32S).

7. El contenido inuginario de la rcpresentación, ;llll1QllC es principalmente visual, también es auditivo. olfativo, :áctil, crcé­tera.

S. Damasio, A. R., L'ErTClfr de Descartes, o/J. cit. 9. l:::reud, S., lllhibitio}J, sympu5me el rllIgoisse, PUF, 1996.

10. NIainc de BiLln, De /'apcrception immédiatc, \1rin, j 963. 11. Damasio, A. R., L'Errcur de Descarles, op. cil 12. rreucl, S., "Esquissc cI'une ps)'chologie sciencfique», op.

cit., págs. 319-320. 13. Ch;lngellx, J.-P., "Les neurosciences», el1 B¡¡'/elin de la

Société [rmu;aise de pbi/osophie, Armand Colin, 198L 14. El lector encontrará en la pág. 112 de la presc!'¡te obra los

dos p;lsajes en los que ]~'reud dcfjnió el placer y el d,splacer se­gún los ritlllos ele las pulsiones.

15. Féase «Esquisse", op. cit., págs. 340-342. 16. Damasio, 1\. R., L'Erreur de Descarles, op. cif" p,lgs. 296-

306 Y 329-334. 17. Picrre BenoÍt ya se preguntaba sobre una po 'ible inver­

sión de la célebre fórmula frcucliana que hace el!: la ,:0I1vcrsi6n histérica un «salto ele lo psíquico a los somático). \'éasc su ar­tículo "Le saut du psychiquc au som<ltique), en PSJ'chiatrie fr(/11I;aise, n.O 5,1985. , 1 S. 1vlaine de Biran, De l'aperceptjoJl immédi~1te, 0,). cit., págs. 89-106.

Extractos de obras de Freud

y de Lacan sobre el dolor físico,

precedidas de nuestros comentarios

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Ftcud)' Lacan rt7riJ vez liban/aran el lema del dolor)' nllJI­

ca le dedicaron /In eSlfIdio exclusivo. Llis citas siguientes fuc-1'011 tonlildas de pasajes mff)' vreves diseminados en el conjun­lo de la obra de estos autores.

El dudo de cada ajJartado, así como los comentarios ('11 cursiva que presentan cada extracto,

pertenecen a j.-D. N(/sio,

El dolor físico

Frelld considera qlle el dolor jfsico es el resultado de la irrupción ,[.n'olenta de grmules cantidades de energía que alcanzan al corazón mismo del yo, donde se sitlÍan las nell­ronas del n,'cuerdo, es deciJ~ en el ni'Uel del inconsciente, El dolor en el cuerpo se inscribe en el inconsciente,

"Es posible que el sentimiento específico penoso que acompaila ;11 dolor .físico provenga de una ruptura parcial de la barrera de protección, ASÍ, excitaciones proceden­tes de esta región periférica afluyen continuamente hacia el aparato psíquico centrab I Frelld

«El dolor consiste en una irrupción de grandes cantida­des de energía [provenientes del exterior] en las neuro­nas del recuerdo.))" Frclfd

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.

lOS

"El dolor pone en marcha el sistema [de percc¡:ción ex­tern;¡] )' el sistema ele neuronaS del recuerdo; nin:_:ún Ob5-

dculo entorpece su tL1nsmisión. Lo consideramc s el más imperioso de todos los procesos,»' Frflld

Frelld defille el dolor físico como IIlIa irmpciólI masiva de cncr8íi1 en el )'0 que, como lUZ enamoramiento s¡f,~i[o, Slf­

prime todas hu resistencias l' (r!c{/nza el J'l1íclco de 1,15 nCll­mlws del rec/lerdo, dOllde cÍeja 511 hllella,

"La cantielad ele energía externa produce la ::pertura de una senda y es un hecho que el dolor, a su p'so, deja brechas abierras en Lts neuronas dcl recuerdo, C:)ITIO un flechazo amoroso.»4 Frcud

El dolor físico signilzca una desbaralmnielllo grm'c del yo J' la parálisis del priJlCipio de place); gllardiá" de 7/lIestro equilibrio psíquico, El dolor expres" algo 'lile está más allá del l' 1'''1 Clj,,'o de placer, Conmociona al )'0 pero n, lo des­[rU)'E.

"Un suceso, por ejcmplo un traumatismo exterior, pro­ducirá siempre una gran perturbación en la ee onomÍa energética del organismo y pondrá cn marcha tcdos los medios de defensa, Pero el primero que quedará lucra de combate será el principio de pJacer.))c, Freud

El dolor es una seudopulsión

En las pocas ocasiones en que FrClfd definió el dclar físi­cO J lo comparó con la pu/sión. La agresión externa vanor­mal que provoca dolor evoca la agresión interna J' ;lonnal de la plllsión, En los dos casos, la excitación e5 co¡:stanle,

"Tampoco del dolor sabemos gran Cosa, El único conte­nido cierto est:i dado por el hecho de que el dolor [físico] 1 ",] aparcce cuando un estímulo que aLlca en h Fcriferia

":1;"'1\<,.\

109

;1brc una brech;l l'll los dispositivos antiestÍmulo y ;lctlía dcsde entonces como un estimulo plflsional contiIllJoJ'" Freud

«Es probable que el sentimiento específicamente peno­so que acompai1a al dolor' psíquico provenga de una ruptu­ra parcial de h barrera de protección, Así, las excitaciones que llegan de esta región periférica afluyen continuamen­te hacia el aparato psíquico central, como si se tratara de excitaciones procedentes del interior del apar:Ho.;:·7 Frcud

El dolor físico es, además, comparable con la plI!sióll, Cuando la agresión externa que provocó un dolor dCjd su huella en el inconsciente, se convierte en una excitación in­terna constante que hacer renacer el dolor en cualquier momento, También en este sentido, la plllsión)' el dolor se asemejan en la excitación pennanentc de Sil fuente.

<(Puede darse el caso de que una excitación externa que) por ejemplo) corroe y destruyc un órgano) se vuelva intcr­na y así nazca una nueva fuente dc excitación constante y de aunlcnto de tensión que se asemeja en gran medida a l/na pulsión. Sabemos que en tal caso lo experimcntamos como dolores,»': Frcud

Pero, en verd¡1d, el dolor no es una ¡mIsión. SJfS objeti1)()S son diferentes: el dolor es una sÓlal de alarma para detener lo quc hace dar/o, mientras que la pu!sió1J busca el pldccr, Li-lS defensas del)'o son dlfe1'entes en c.1da caso: ante la plfl­sión, el .1'0 opone la represión; frente al dolor, qlfeda impo­lente.

"Pero el dolor, esta scudopu!sió¡¡, tiene el único objetivo de detcner la alteración del órgano y el displacer que la acompaña, [,,,] Además, el dolor es imperativo; sólo obe­dece a la acción elel tóxico que lo suprime,':> Frcud

Og~Jis:t

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....

l/O

El placer y el displacer expresan el ritmo pdsional. El dolor, en cambio -tal como lo hemos defirido- es una ruptura de ese ¡-itIllO

DlI7"mlle ml(cho tiempo) Frclfd consideró el Ilacer y el dis­placer como las expresiones c/fiditrlÚ'vas de ;fJ1a dismiJlli­ción o /(71 t1iill7Cnto de la tcnsióJI-psÍquica. En 1924, después de babe?- e¿'cnfi"cado que existen bajadas de tensión desa­grt¡dablcs y suuidas de tensión placenteras, célmbió de cri­terio. Desde entonces, las sensaciones de pla¡ e¡- J' displacer cOiTe!Jponderán no )lIt a la intensidad de las l::J1s/ones, sino al ritrno de las variaciones tel1sionalcs. Esta JUleVd manera q/le M/opta Fre/ld para entender el placeri el displacer -que, sin embargo, 110 desarrolló- HOS incitá a dcfini1- eL dolor como /fna fuptlf)'{1 de! ritnzo jJ,,!sional ya distinguir­lo del displace)'.

(,[ ... ] l-Iay tensiones marcadas de placer y distensiones desagradables [ ... ]. De modo que el placer "o el displacer no pueden atribuirse al acrecentamiento y 1:;; disminución de una cantidad que llamamos tensión de c.>tímulo. [ ... ] Parece que no dependen de ese factor cuantiutivo, sino de un carácter [ ... ] cualitJtivo. 'Tal veZ sea el ritmo, el fluir temporal en las modificaciones, o los aumentos y dismi­nuciones de la cantidad de estímulo; no lo sabemos.» ;,' Frcud

"Probablemente, el displacer o el placer "O dependan del grado absoluto de !<lS tensiones sino, antes bien, del ritmo de las variaciones de estas últimas.))I! J-relfd

La memoria del dolor

Una COS11 es haber tuivido uu dolor violo:¡to J' otra es re·7)i­e'ido como 1m arecto doloroso. Mie"tr"s que el dolor pa­sddo habia sido ¡n-ovoCtzdo por un agente exte,~noJ el afecto doloroso de boyes el resultado de Uila estlmhlación inter­)la; a me¡¡udo imperceptible.

E~!r,ln!)s de nhr~s de Freud y do.' LJCJ!1 sobre el dolor físicu /JI

"En el caSO de una experiencia dolorosa, b fuente es, evidentemente, la cantidad de energía que llega desde el exterior~ en el caso de 105 afectos [dolorosos], es la canti­dad de energía interna liberada por la brecha ya ;1bierl;1.'>

Frcud

El antiguo dolor traumático hizo qlfe las neuronaS del re­clferdo sc volviesen tan sensibles quc la menor estilJ1Jfla­ció}] interna las reactiva l' hace aparecer un nuevo dolor. FrclId llama ,(afecto.>' a ~5te nuevo dolor JI ,(apertura de Jli1t7 brechtP\ al fenómeno de sensibilización de 1,1s neuro­

nas.

"El dolor pasa por rodas las vías abiertas. [ ... ] El dolor deja a su paso brechas permanentes abiertas en las neuro­n~lS del recuerdo, comO un flechazo ~lmoroso.) : Fn:ud

Como todo arecto, 1m dolor experimentado eS el rcwerda de U?l dolor anleá01:

"El afecto no es más que la reminiscencia de Ulla expe­ricnci'l.)) H Frcud

«[Los afectos serían] reproducciones de acontccimien­toS antiguos, de importancia vital, evcntualmente anterio­res al individuo.»·" Frcud

"Los a[ecros en general [ ... .1 se incorporan a la vic'" del ;lIma como precipitados de experiencias muy antiguas vi­vidas de manera traumática, que Juego se evocan en situa­ciones similares como símbolos mnemónicos .. '>''-' Frclfc!

Todo dolor es el recuerdo de un dolor antiguo y toda pérdida es la reproducción de una primera pérdida ya olvidada

Virmos adquiriendo la ci1pacidad de representarnos una le­

sión corpor,,1 a medida que suFimos direrentes pérdidm en

r,)gnli;';1

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J12 El IJtlLU1( F1SIC:O

la inf.lncltt: el Jlacimiento) el destete o la defec:'ción, Estas prueúas enseiian ~d niJlo que le pueden Ia!ttlr las COSaS

esenciales. Cuando el 'lJarón llega a repreSeJllane la pérdi­da del pene) aptnece Id angltstia de la pérdida, (, ue conoce­mos con el norrzbrc de "angustia de cast'ración)-'

((.El niiio adquiere la representación de un daj"',o l1;1rcÍ5i8-ta por pérdida corporal desde el momento en que pierde el pecho materno después de haber mamado, de"de elmo­mento en que desprende cotidianJ1l1ente las heces y aUn desde la separación del víentre materno en el momento del nacimiento. Sin emb;1rgo, no se deberi;1 habhr ck un con1-piejo de castración sino a partir del momento en que esa representación ele una pérdida se refiere al órgano genital masculino,:·) I~ Freltd

(( Llega un momento en que el nii1o, tan orgullC50 de po­seer un pene, tiene ante sus ojos la zona genit;¡] ele una niila y necesita convencerse de que a un ser tan parecido :J

él le Falte el pene. Así, para él se vuelve representable lo pérdida de su propio pene." u. Frmd

El dolor inconsciente

Freud definió el dolor inconsciente como 1f71 cslab,')n inter­medio entre 1/11a percepción externa JI Ot/'tl intl.'i"nt1, Lr¡ /mella que dejó un da/ar pas"da en el inconscien:e puede COJlVC7-tirse en una excitación interna capaz de de~'e71cade­llar otro dolOl: El dolor pasado fue provocado por ,:l1a per­cepción externa, nzicntras que lo que despierta e,! nUC1)O dolor es Una percepción interna.

"Del mismo modo que las tensiones producidas por las necesidades, el dolor, ese eslabón intermeclió entre la per­cepción interna y la percepción externa, que se comporta como llJ1a percepción intcrnJ -aun cuando tenga S~l fuen­te en el mundo exterior-, puede permanecer iguJ :mcnte inconsciente.))~'¡ Frclfd

í) gnli,.,;¡

El dolor corporal halla su explicación en la sobreinvestidura de la representación mental de la f13rte herida del cuerpo

/1]

«[El dolm· físico] también se cxpliGl en virtud de la con­centración -de la investidura en IJ represelllación psíquicl del lugar dolorido del cuerpo. Ahora bien, la analogía que permitió la trallSferencia de la sensación de dolor a la esfe­ra anímica parece residir precisamente en este punto.»~" Frelld

El dolor físico es un exceso de amor por el organo lesionado en detrimento de los otros objetos de amor

Así es C01]10 reacciona el yo al trauma qlfe sigue a /[Jla

efracción de {os tejidos protectores: reZ:ine todas {as fuerzas de que dispone )', pagando el precio de debilitane, f,u con­centra (contracargas) en un solo punto, el de la herida; más exacttZmellte, en e{ plinto de la Tepresentaáón psíqJfica de la herida.

« ¿ y qué reaccÍón [del yo] contra esta irrupción pode­mos esperar? [El yo] apelo a todas las cargas de energía existentes en el organismo a fin de constituir un;t carg<1 energética de una intensidad correspondiente en los alre­dedores de la región donde se produjo la irrupción [heri­da]. Así se fOfma una poderosa contracarga que se cobr" el precio de empobrecer todos los otros sistemas psíqui­COS.))2: Freud

El dala>· es 1111 afecto que proviene de la sobrein-vestidur(/ de la representación de! órgano lesionado )', súnltltánea­IIlCllte, de la desil1vestidura del mundo exteriOl:

"En el dolor corporal aparece una investidura elevada, que debemos llamar narcisista, del lugar del cuerpo dolo­rido, investidura que aument<1 sin cesar y actúa sobre el yo, por así decirlo, vaciónclolo.»éC Frwd

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ll-l El DUI PR ríslcu

"L, persona que sufre un dolO?' orgánico r ... ] abandollJ su interés por L1S cusas del mundo exterior por ·:uanto és­ras no tienen relación con su sufrimiento, [.,.: J\c!cm;ls, rctiLl su inter0s libidinal de los objctos de ame'!' quc dCj,l de alllar durante tudo el tiempo que sufrc.;·> rr::lfd

El dolor fortna nuestro yo y nos enseña a des,:ubrir nuestro cuerpo

Cut/lulo sentimos dolor, nos representmnos el cferpo y, al h'7ccrlo) constituimos nuestro yo, pues el yo IZtl(f: de todas 1.:1S percepciones sensoriales y de h/.s re¡JTeSellttlcinles qJfe se formall en el psir¡lfismo.

"El propio cucrpo y, antc todo, su superficie ,:10 piel] es un lugar de donde pueden provenir simultáneamente per­cepciones externas e internas. El dolor [ ... ] p¡:"recc tener una parte en esto. [ ... ] Uno adquiere un nue,'o conoci­miento de sus órganos)' llega a representarse su propIO Cllcrpo.»)·:; Frcud

Elyo es IfIla SlIpCljlcic doble: la imagen 117ell/d de la 5/1-pCljicie del c/lapo )' la 5/1pelficic perceptiva a el aparato psíqUICO,

"El )'0, finalmente, se deduce de sensaciones corporales [entre ellas, el dolor], principalmente de las qu" tienen su fuente en la superficie del cuerpo. [el yo] puede, pues, considerarse como UllJ proyección mental de lZi superficie del cuerpo v además [ ... ] representa la superficie del apa­rato [psíquico].'" 1're/l'/

El dolor psicogénico

El dolor psicogénico es aquí la expresión so}]uit;ca de una ¡mIsión masoquista y reprimida; en lugar de lI:la plflsión n7t1Soqflist:1, aparece un d%rfisico sin Ct1!fsa or:/ánica qlfe

//5

lo jllstifiqlfe. Si /d repn:sión no hubiese detenido el tl'l-'iIllCr

de la plf!sión J éstt1 se habría expresado plenmnellte C0l/70

un dolor mm-id

«Pero, finJlmcllte, ¿qué es lo que se transforma en du­lOTes f{sicos? Y la prudente respuesta es: algo que habría podido y que habría debido ehr nacimiento a un dolor moral.»" Frclld

«El mcclnislllo [generador de un dolor histérico] es 1;1 conversión, es decir que, en el lugar de los dolores morales evitados, sobrevienen dolores flsicos.»)~:; Frcl-ld

El dolorj/sico puede ser JI}] sÍntonul j es dcci1~ la sdtisfacción slfstitutiV¡7 de una plllsión reprimida.

"Tomemos como ejemplo el dolor de cabeza o los dolo­res lumbares histéricos. El análisis nos muestra que, mc­diante la condcnsación y el desplazamicnto, esos dolores han llegado a ser una satisfacción sustitutiva de toeb un;l serie ele fantasías o de recuerdos libidinales."l·' Fre/ld

Dolor y goce

Para LacmI, el dolorfísico es la figura más pUhl del goce.

«[ ... ] pues lo que yo llamo goce, en el sentido en que el cuerpo se siente a sí mismo, es siempre del orden de 1;1 tensión, de lJ activación, de la dcfensa, hasta de b h;1zaña. Indiscutiblemente, hay goce en el nivel donde comienza J aparecer el dolor y sabemos que sólo en ese nivel elel dolor se puedc experimcntar toda una dimensión del orgJnisl11o quc, de otro modo, queda velada.»": Laca]]

ognli'>:l

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....

N atas de los extractos

1. "Au-clcJa clu principe de plaisir», en Essais de pSYc/hIJla/y­se, Payor, 1971, pág. 37.

2. «Esquissc d'une psychologie scicntifique;}, en LI1 Nais-sanee de la ps)'chanalyse, PUF, ]1.)91, pág. 326.

3. 1bid. 4. 1bid., pág. 327. 5. "Au-dela du principe de plaisirJ', op. cit., pág. 37. 6. «Inhibítion, sympromc el angolsseJ', a!.Jfvrcs completcs,

PUF, lOmo XVII, 1992, p;'ig. 285. 7. "Au-dela du princjpc de plaisip>, op. cit., p;í.g. 37. 8. ,<Le reíoulcment», en ¡Hétt1psychologic, Gallimarcl, 1968,

pág.46. 9. 1bid.

10. "Le probleme éconoI11lque du masochismc", Cl:"wurcs completes, PUF, tomo XVII, 1992, pág. 12.

11. Abrégé de ps)'chanalysc, PUF, 1985, pág. 5. 12. "Esquissc c\'une psychologie scicmifique;<>, op. cit., p;í.g.

327. 13. 1bid., pág. 352. 14. Les Premien Psyc!Jt171alystes, GalJilllard, 1978, 101110 11,

pág.317. 15. «Inhibition, symptÓI11C et angoissc,), op. ci!., p~lg. 2-llJ. 16. ¡bid, pág. 211. 17. «L'organis3.tion génitalc inhmilc), Q'uvrcs compli'IL'S,

PUF, 101110 XV!) 1991, pág, 308, nota l. 18. "La disparition du complexc d'CEdipe,' Q'UrU),¡!5 cornpli:­

tes, PUF, tomo XV!!, 1992, pág, 29. 19. ,-·Le Moi et le \=a)" en Essais de psycha.nalysc, Payor) 198 1,

pág. 234. 20. ,dnhibitiOll, symplol11c e[ 3.ngoissc», op. cit., pág. 286.

ID gcdis:¡

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118

21. "i\u-clelJ c/u principc de pbisir,,~ op. cit., pág. ,i7. 7, "lnhibirioll, symptollll' tI ~1Jlgoissc}', op. cit., p,ig. 285. :23. ·,Pour inrroduire le l1arcissisll1c->" en La \fié' se:c'icllc, PUf,

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Agradecemos a Jos editores de cada obra citad8 de Freud y LaCi111 habernos permitido su inclusión en esta); páginas.

Freud, s.

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