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    Ch. Gignebert

    EL CRISTIANISMO ANTIGUO

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    Primera edicin en francs 1921 .....................................3PREFACIO .....................................................................4

    INTRODUCCIN ..........................................................6captulo I - LA INICIATIVA DE JESS ....................18captulo II - EL FRACASO DE JESS .....................30captulo III - LA OBRA DE LOS APSTOLES ........ 37captulo IV - EL MEDIO PAULINO ..........................45

    captulo V - LA FORMACIN CRISTIANA DEPABLO .........................................................................57

    captulo VI - LA OBRA DEL APSTOL PABLO .....67captulo VII EL CRISTIANISMO RELIGINAUTNOMA ...............................................................74

    captulo VIII - LA FUNDACIN Y LAORGANIZACIN DE LA IGLESIA ..........................85

    captulo IX - ESTABLECIMIENTO DE LADOCTRINA Y DE LA DISCIPLINA ..........................98captulo X - EL CONFLICTO CON EL ESTADO Y LA SOCIEDAD ................................................................110captulo XI - EL SENTIDO DEL TRIUNFO ............120CONCLUSIN ...........................................................135

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    Primera edicin en francs 1921

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    PREFACIO

    No me preocupa saber si lo que has visto te ha gustado; me basta que sea la verdad. La ciencia no se cuida de agradar odesagradar. Es inhumana. No es ella sino la poesa quien encantay consuela. Por eso, la poesa es ms necesaria que la ciencia.

    A. FRANCE

    Este libro quisiera ser el complemento de la Evolucin de los dogmas.Seinspira en las mismas ideas directrices; pero en lugar de considerar inabstracto las afirmaciones dogmticas de las religiones en general, se

    dedica a comprender y a explicar la vida de una religin particular,estudiada en su realidad concreta. Por lo tanto, pretende ocuparse, antetodo, de hechos; de su sucesin, de su encadenamiento, de sudeterminacin; trata de disear en sus grandes lneas una historia, a fin de probar, si es posible, que no es solamente en sus dogmas, sino en lacomplejidad orgnica de su cuerpo entero donde una religin se somete a laley de la evolucin.

    Del medio social donde se constituye, ella toma los elementos primordiales que forman su sustancia y que, organizndose, le dan vida; seadapta, sufriendo transformaciones ms o menos profundas de sus rganos,a las exigencias de los medios sucesivos y diversos a los que se vetransportada. Como todo ser viviente, elimina poco a poco sus elementosgastados y muertos y asimila otros, que renuevan su carne y su sangre, yque el ambiente le suministra, hasta el da en que, por una inevitableconsecuencia de la duracin, el juego de sus facultades de adaptacin semodera, luego se detiene; entonces, se torna incapaz de desembarazarse delos residuos inertes y nocivos que en ella se acumulan; incapaz tambin denutrirse de la vida, la muerte la invade lentamente, la hiela y llega la horaen que ya slo sirve para engendrar, de su propia descomposicin, unorganismo religioso nuevo, al que le espera idntico destino.

    Y, sin duda, es una ley del espritu humano que transformndose enalgunos aspectos, o inclusive elevndose, de una poca a otra, hacia unideal inconsciente que, sin embargo, algunos creen entrever un mismofenmeno se desarrolle, se acabe y recomience incesantemente. Esta es laley por la que nacen, viven y mueren las religiones.

    La religin cristiana ser el objeto principal de nuestro estudio y nosdedicaremos, especialmente, a explicar su vida durante los primeros siglosde su existencia; pero, al igual que en el pequeo libro cuyo ttulo herecordado, no me privar de hacer comparaciones entre los hechos de lahistoria cristiana y los de la historia de otras religiones. Vive en nosotros un

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    poderoso atavismo, muy difcil de desarraigar, al que le ha dado forma lacultura romano-cristiana, que nos inclinara a creer que el cristianismo ha podido salvarse de ser una religin como las otras, que ha nacido y proseguido su larga carrera hasta nuestros das siguiendo modos

    excepcionales y que no perecer. La sola comparacin puede desvanecer esta ilusin y reemplazarla por una visin desalentadora, no digo que no, pero al menos exacta, de la realidad histrica. No es atrevindose a mirar de frente lo que fue y lo que es como el hombre se elevar hasta la clarainteligencia de su destino y de su deber, en vez de esforzarse en ocultar laverdad de los hechos tras los velos de sus sueos y el ornamento de susdeseos?

    Tengo que aadir que el presente ensayo no pretende ofrecerse como uncuadro completo de la historia del cristianismo en la antigedad y que sloaspira a presentar, en forma accesible a todos, y siguiendo un plan que juzga demostrativo, un conjunto de hechos y consideraciones que hagainteligible el desarrollo de esta historia? Me ocurrir ms de una vez, sobretodo en los primeros captulos, hacer afirmaciones importantes sinacompaarlas de todo el aparato de sus pruebas. Como se comprender, enun esbozo de este gnero no hay lugar para las minuciosas discusionesexegticas y espero que el lector, considerando que me ocupo desde haceuna quincena de aos, en la Sorbona, del estudio crtico del NuevoTestamento, confiar en m y supondr que no aventuro nada que no mehaya merecido reflexiones frecuentes y prolongadas.1

    1 Tengo adems la intencin de publicar prximamente diversos estudios con todo lo que no he podido incluir aqu.Renuncio a dar unabibliografaque tomara, bastante intilmente, demasiado espacio; de vez en cuando indicar lasobras esenciales. La mayor parte estn escritas en alemn; el mejor manual de conjunto que conozco, sobre la historiadel cristianismo, es el de G. Krger, Handbuch der Kirchengeschichte fiir Studierende,Tubinga, 4 vols. y un ndice,1909-1913; los de Alzog y Kraus, traducidos al francs, son muy inferiores. El mejor cuadro de la evolucin delcristianismo se halla en los dos volmenes de Pfleiderer, Die Entstehung des Christentumsy Die Entwicklung desChristehtums,Munich, 1907, 2 vols., o el grueso libro tituladoGeschichte der christiichen Religin,publicado enBerln y Leipzig, en 1909, por Wellhausen, Jlicher, Harnack, Bonwetsch, etc. Es de esperar que el estudio de lahistoria cristiana recibir su parte de la actividad que, sin duda, ha de manifestarse en Francia despus de quedesaparezca el trastorno causado por la guerra en toda nuestra vida social.

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    comn deber contentarse con una frmula tan reducida que se reconoceren ella, apenas, la forma ms elemental de la morada humana. De igualmodo, caracterizar con iguales trminos la religin de una poblacinaustraliana y, digamos, el cristianismo, slo es posible haciendo a un lado

    todo lo que el segundo tiene en exceso respecto de la primera. Me inclino acreer que la historia no se beneficia esperando que se realicen esfuerzos desntesis por interesantes que parezcan a primera vista efectuados por sabios de nota, para abarcar la Religin absolutay encerrar suesenciaenuna frase. El anlisis exacto de cada religin, su comparacin con lascreencias y las prcticas precedentes o concomitantes que han podido obrar sobre ella, es, por lo dems, lo propio del trabajo histrico.

    Al tratar de hacerlo, se da uno cuenta en seguida de que es una tareadifcil; no si se trata de analizar una religin de formas muy sencillas, peros cuando se busca comprender la estructura y la vida de una religinestablecida en un medio de cultura compleja. El examen ms superficialrevela, primero, que no esuna, que las diversas partes de su cuerpo no sonms homogneas que coherentes las diversas manifestaciones de suactividad, o solidarias las diversas expresiones de su pensamiento; diraseque est hecha de capas estratificadas, cada una de las cuales corresponde auna clase de la sociedad, o, si se prefiere, a un nivel de la cultura social. Por poco que se reflexione, deja uno de sorprenderse, porque, si parece naturalque cada sociedad se d la religin que le conviene, no lo es menos que, enuna misma sociedad, cada medio social, cada "mundo", como decimos,cree una variedad de esa religin que responda a sus necesidades particulares. Se ha observado justamente que en los ltimos tiempos de laRepblica romana la religin de los esclavos estaba dos o tres siglosretrasada respecto de la de sus amos; observacin que puede generalizarse,y si la historia nos demuestra que las religiones, consideradas en conjunto,se desarrollan y perfeccionan paralela y sincrnicamente con el progreso dela cultura, de la que constituyen uno de los principales aspectos, nos permite comprobar tambin que la evolucin de cada una de ellas, como lade la sociedad misma, es la resultante de toda una serie de movimientos, paralelos todava, pero ya no sincrnicos, que tienen lugar en las diversascapas sociales.

    Que estas son verdades muy sabidas? De seguro, pero verdades que esnecesario repetir porque los hombres ms avisados las olvidanfrecuentemente, o, por lo menos, hablan de las religiones como si lashubieran olvidado.

    Por instinto, o, si se prefiere, por incapacidad intelectual para proceder de otra manera, el pueblo, que no ha aprendido y no sabe reflexionar, seadhiere siempre, hasta en sociedades muy refinadas, a una concepcin y

    una prctica religiosas que no corresponden exactamente ni a lasenseanzas de la religin oficial, ni a la mentalidad de sus ministros

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    ilustrados, ni a la representacin de sus dogmas y preceptos que prevaleceentre los fieles cultos. Esa religin popular se revela al anlisis como unsincretismo, una mezcla de creencias y de usos, de distinto origen, edad ysentido, que slo subsisten unas junto a otras porque quienes las aceptan no

    las comparan jams. En cuanto se lo estudia, se reconoce sin dificultad queese sincretismo est formado por supervivencias incoherentes, por vestigios, que es preciso relacionar con muchas organizaciones religiosasdel pasado, y sobre los cuales el presente se ha instalado, bien o mal. El pueblo, y particularmente el del campo, no hace nunca tabla rasa de suscreencias y de sus ritos; los adapta espontneamente a la religin nueva quese le impone, o bien, si sta los rechaza, los esconde en el fondo de suconciencia y en el secreto de su vida, en los que perduran en estado desupersticiones activas. Como se comprender, simplifico; el sincretismo deque hablo tiene sus grados, que van desde el ms burdo ignorante hasta elhombre bastante avanzado en la cultura, porque la supersticin no es privilegio exclusivo de los simples. Nuestras grandes ciudades tienen sushechiceros y adivinas, cuyos prospectos se distribuyen en la va pblica onos llegan por correo, y cuyas atractivas promesas publican peridicosimportantes. Toda esta "propaganda" se dirige nicamente al pueblo; peroes en el pueblo, sobre todo entre los campesinos, donde los recuerdosreligiosos del pasado, transmitidos de edad en edad algunos se remontana las concepciones elementales del sentimiento religioso primitivo seencuentran en capas profundas y se combinan, ms o menos abiertamente,con las enseanzas de la religin duea del presente.

    Ese fondo popular existe en todas partes; es objeto de desprecio y horror para toda religin que no provenga directamente de l, pero siempre influyesobre ella, y, en verdad, sta no puede vivir sin llegar a un arreglo con l.Ella no lo confiesa, y muy frecuentemente no lo sospecha, pero se deja penetrar ms o menos profundamente por su influencia, asimila una partede su sustancia y contribuye as, aunque le repugne, a asegurar susupervivencia.

    Una religin, cualquiera que sea, no cae completamente hecha del cielo;nace de una iniciativa particular o de una necesidad general, luego seconstituye y se nutre, como ya lo hemos dicho, tomando lo que necesita delos diversos medios religiosos en los que est llamada a vivir. No quierohablar aqu, precisamente, de este fenmeno, sino de la reaccin ms omenos activa, ms o menos rpida tambin, de la mentalidad religiosa delos ignorantes, del fondo popular,sobre una religin completamenteorganizada, y, al parecer, acabada. Reaccin constante, pero cuyos efectos,como es natural, se hacen sentir principalmente en los perodos de la vidade una religin en que, por su masa, por la actividad de su celo o por el

    descuido de los hombres instruidos, los simples y los ignorantes ejercen lainfluencia preponderante.

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    Un ejemplo? El cristianismo, considerado en un tiempo dado, nosolamente en la realidad de su prctica popular, sino, por decirlo as, entodo el conjunto de su vida religiosa y social, ha sufrido el empujn desdeabajo, se ha plegado a las exigencias de los instintos religiosos y de las

    supersticiones, que al principio haba tratado de arruinar, en tres momentos particulares de su existencia: en los siglos IV y V, cuando se produjo elingreso en masa a la Iglesia de la plebe urbana y de la poblacin rural, ydespus la de las tribus germanas; en los siglos X y XI, cuando la actividad propiamente intelectual de Occidente, reducida al pensamiento de algunosmonjes, deja, sin resistencia posible, el campo libre a la religiosidad popular y a la mstica ignorante; y, finalmente, en nuestros das, en quetodo pensamiento activo y fecundo, porque se pliega necesariamente a lasexigencias de una ciencia constituida fuera de la fe, se les aparece a lasortodoxias como un peligro mortal; en que los hombres instruidos seapartan, uno tras otro, de las enseanzas y de las prcticas de las Iglesias yen que, sin duda, pronto "pensarn bien" slo los fieles, que no piensan enabsoluto, o que piensan en el pasado. La fe razonada, expresin religiosa dela cultura intelectual, tiende a la devocin y a las devociones, en quemedran las sugestiones surgidas del fondo popular.El estudio desarrolladoen los diversos captulos de este libro suministrar a estas consideraciones preliminares las justificaciones de hecho necesarias.

    En una misma sociedad coexisten varias religiones distintas. Tienen, primero, el rasgo comn de reposar todas sobre el fondo popular del queacabamos de hablar, salvo que se resignen a que el nmero de sus adeptosno exceda de un pequeo grupo de iniciados que sutilicen sobre elsentimiento religioso de su tiempo. En segundo lugar, se producen entreellas contactos de sentidos diferentes, pero de resultados sensiblemente parecidos en todos los casos. Procediendo de la hostilidad o de la simpata,esos contactos determinan intercambios, combinaciones sincretistas, de lasque, por lo general, no tienen conciencia los que las realizan; especie defenmenos de endsmosis, que la experiencia prueba que son inevitables.Se producen entre los niveles que se corresponden, de una religin a otra.Dicho de otra manera, se ve, por ejemplo, establecerse una especie desimpata y como de solidaridad que ni los debates ni las disputas afectan entre las religiones compartidas por los "intelectuales".

    En marcos dogmticos y litrgicos diferentes, terminan por desarrollarse,ms o menos, las mismas concepciones religiosas y las mismasaspiraciones msticas; dirase que en las diversas religiones se establece, enesta clase particular, un mismo nivel de sentimiento religioso. Hoy da, esun espectculo curioso, para quien sabe mirarlo, la instintiva comunin quetiende a fundarse entre los catlicos liberales y los protestantes instruidos.

    La mayora, tanto en un campo como en el otro, se manifiesta muysinceramente sorprendida cuando se le habla de ello: todos afirman su

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    independencia y, en seguida, sealan desemejanzas; stas existen sin duda, pero concuerdan de tal manera los esfuerzos de esos hombres ligados an aconfesiones diferentes, que conducen igualmente a una religin sometida alcontrol de la ciencia y de la razn y a un pragmatismo de la misma

    naturaleza y del mismo alcance tanto en unos como en otros. Y losortodoxos catlicos rezagados por temor al "modernismo" creen fcilmenteque ste se debe a "infiltraciones protestantes", mientras que ciertosortodoxos protestantes se inquietan por las "infiltraciones catlicas". Enverdad, los hombres que poseen un mismo nivel cultural, buscan, aqu yall, el mismo equilibrio entre su conocimiento y su fe.

    No ocurre de otra manera en los niveles inferiores. El fenmeno es enellos menos visible, porque los espritus son menos abiertos, menosflexibles, reflexionan menos, y, sobre todo, porque ordinariamente se hablamenos de cuestiones religiosas; pero, no obstante, se produce. La simpataque vemos establecerse en nuestros das, de pas a pas, entre las clasessociales de la misma categora y que tiende a una especie deinternacionalismo de los proletarios, de los burgueses y de los capitalistas, por lo menos en cuanto a sus intereses econmicos, puede darnos una ideade lo que pasa cuando la misma mentalidad general, la de una misma claseintelectual y social, se aplica, al mismo tiempo, a varias religiones en unmismo pas; nos da cuenta tambin de la simpata inconscientementeunificadora que nace y se extiende entre los niveles sociales e intelectualescorrespondientes de esas religiones paralelas.

    Si los intercambios son bastante activos y esto depende de laintensidad de la vida religiosa, cuyas causas son, de ordinario, complejas pueden determinar un movimiento religioso, del que surge esacoordinacin de prstamos tomados al pasado, esa reposicin en forma deelementos antiguos, a la que llamamos religin nueva, o, por lo menos,renacimiento, unrevival de la religin establecida. Para que esta operacincomience y prosiga es ante todo necesaria una excitacin particular, proceda de la iniciativa de un hombre o sea la manifestacin de un grupo;luego una o dos ideas se afirman, que sirven de puntos de concentracin aotras y en relacin a las cuales las dems se organizan. No es preciso quesean muy originales las concepciones esenciales de la religin que nace orenace; al contrario, tienen ms probabilidad de triunfar, de implantarse profundamente en la conciencia de los hombres cuanto ms familiares lessean y expresen ms cabalmente sus aspiraciones y sus deseos, o, mejor dicho, cuanto ms completamente nazcan de ellos. Se ha sostenido, no sincierta apariencia de razn, que el medio crea al hroe que necesita; estambin el medio el que engendra al profeta que le hace falta; es l quienhace brotar las afirmaciones de fe cuya necesidad siente ms o menos

    claramente, y cada medio al que se transportan tiende a modificarlas, amoldearlas conforme a su propia conciencia religiosa, y todos las arrastran

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    en su incesante transformacin, en la vida y hasta la muerte.

    II

    El estudio crtico de los orgenes cristianos y de la evolucin de laIglesia posee hoy derecho de ciudadana en la ciencia histrica; a pesar deello, no est tan adelantado como podra hacerlo creer el nmero crecientede libros que suscita, y muchas de sus conclusiones no han adquirido elgrado de certeza alcanzado por otras disciplinas de la erudicin. Por estarazn, entre otras, en el espritu de gran nmero de hombres ilustrados y enel del gran pblico, que lee o escucha, tropieza con muchas desconfianzas y prevenciones; y lo que es peor, a veces con una indiferencia completa.Prcticamente omisibles, o poco menos, en los pases de formacin protestante y de cultura germnica, unas y otras constituyen, en los pasesde tradicin catlica y de espritu latino, un obstculo espeso y slido, muydifcil de salvar, ante el cual se gastan y pierden, en vano, mucho tiempo ymuchos esfuerzos. Empero, la verdad es que la ciencia del pasado cristianono tiene toda la culpa de su retraso, que ha hecho un gran esfuerzo pararecuperar el tiempo perdido y que ha llegado a resultados importantes, entodos los aspectos, y decisivos sobre los puntos esenciales.

    Hasta la primera parte del siglo XIX, un verdadero tab impeda elacceso al cristianismo primitivo a los eruditos desinteresados, a los que,totalmente indiferentes a la explotacin confesional de la verdad, la buscan por s misma. La opinin comn juzgaba que la historia cristiana constituael dominio propio de los hombres de Iglesia y de los telogos y laconsideraba, no sin razn, puesto que casi no era otra cosa, uncomplemento, o mejor, una de las formas de la apologtica, o como uncampo reservado a las bsquedas de la pura erudicin.2 Desde el tiempo dela Reforma, una larga prctica la haba acostumbrado a ver a los polemistas papistas o hugonotes sacar a manos llenas de los textos antiguos,como de un arsenal bien provisto, los argumentos que convenan a cadauno. En el curso del siglo XVIII, los enemigos polticos de la Iglesiacatlica y los "filsofos", que juzgaban caduca su dogmtica, adquirieron elhbito, y el mtodo a veces, de la polmica protestante, pero su crtica no pareca ms desinteresada que la de los pastores reformados; slo erandiferentes el espritu y el fin.

    En definitiva, a comienzos del siglo XIX, los hombres imparciales podan pensar justamente que la historia del cristianismo se estudiabaapenas para exaltar o rebajar la Iglesia catlica; de esta opinin sacabanconsecuencias diversas segn las convicciones previas de cada uno, pero

    2 Los trabajos de sabios admirables de los siglos XVI y XVIl, los Baronius, los Thomassin, los Tillemont, losMabillon, los Ruinart, los Richard Simn, etc., han preparado la historia verdica de la Iglesia, sentando principios demtodo, aclarando cuestiones particulares, pero no la han constituido.

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    que concordaban todas en dar pbulo, respecto de esa historia, a unadesconfianza difcil de vencer. Algunos, cmo los simples y los ignorantes,sometidos a la "hipnosis" atvica de una educacin cristiana, consentida osoportada, pero jams criticada, o siquiera razonada, aceptaban

    cndidamente el imperio del tab y no prestaban atencin, como si fuerauna empresa sacrlega y reprobable, a las bsquedas que las enseanzas dela Iglesia a su entender hacan intiles y que, adems, condenaba.Otros, ganados por el escepticismo por disposicin natural, o por algunosrazonamientos superficiales, reputaban de indiscutible el principiociceroniano renovado de que el pueblo necesita una religin porqueconstituye la garanta de su moral y el freno de sus apetitos, y que perjudicaa la sociedad debilitar a la Iglesia establecida. Otros ms, de espritu perezoso o simplista, dispuestos a representarse toda religin como unavasta empresa de superchera y de explotacin tramada por los sacerdotes,se persuadan de que el cristianismo se mereca, cuando mucho, algunosgestos de indiferencia y algunas chanzas.

    Por qu no confesarlo? El llamado "gran pblico" en los pases latinosmantiene an los mismos puntos de vista para justificar su indiferenciahacia la historia de los orgenes cristianos y de la Iglesia, y su ignoranciareferente a los mtodos, a las cuestiones que agita, y a los resultados quealcanza. Hasta ahora, la actitud de la enseanza pblica a su respecto no hahecho ms que mantener, en demasa, las prevenciones de que es objeto. EnFrancia, tres universidades solamente han sido provistas por el Estado de profesores encargados especialmente de estudiar la historia cristiana, yaunque atraen numerosos auditorios, ganan todava pocos estudiantes. No podr ser de otro modo mientras nuestros jvenes lleguen a la Universidadsin que los profesores de enseanza secundaria atados por la obligacinde la neutralidad escolar hayan atrado seriamente su atencin acuestiones que figuran en los programas, ciertamente, pero que el deber oficial y el deseo casi general de los maestros es de escamotear y no tratar.

    En verdad, la realidad que ellos ocultan tiene su parte deresponsabilidad; quiero decir que nuestro estudio no llega a organizarsesino al precio de penossimos esfuerzos, frente a dificultades mltiples ydesalentadoras, y que, visto desde fuera y por ojos profanos, no ofrecequiz un aspecto muy seductor. Su austeridad, sus vacilaciones, susincertidumbres y hasta su prudencia, se conciertan para alejar de l a lossuperficiales, y a los que cautivan solamente las conclusiones positivas delas ciencias exactas.

    En primer lugar, las fuentes de informacin de que dispone son, ms queningunas otras, mediocres, confusas, difciles de utilizar. Las ms antiguas,que son las ms interesantes porque se refieren a Jess y a los primeros

    tiempos de la fe, las que ha captado el Nuevo Testamento, han exigido, por s mismas, una investigacin crtica previa, larga, minuciosa y que an no

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    ha terminado. Durante largo tiempo, casi no ha sido posible buscar loselementos y los apoyos fuera de ellas mismas, de modo que los exgetas, para comprender, se vean reducidos a interpretar, a comentar, y, si tratabande elevarse por encima del detalle de los textos, a sistematizar, a lanzar

    hiptesis. Deplorable necesidad, que todava los apremia con sumafrecuencia, para desgracia suya, y que muchos aceptan con ligereza! Osuele acontecer, en momentos en que parece que el trabajo crtico vadefinitivamente por buen camino, que salga a luz un documento decisivo,surja una hiptesis nueva, se establezca un punto de vista original quehagan que todo tenga que empezar de nuevo. As, desde hace doce o quinceaos el problema sinptico, el que encierra las diversas cuestiones relativasa los tres primeros Evangelios, ha cambiado de faz, por decirlo as. El problema paulino se ha renovado y el del cuarto Evangelio, que podacreerse resuelto, se ha modificado. Estas vacilaciones y rodeos de la crtica,de los que podramos dar numerosos ejemplos, la perpetua transformacinde sus puntos de vista y de sus sistemas tienen una causa nica: de losdocumentos solos no se desprende una historia continuada y coherente delos orgenes cristianos; no son ms que fragmentos, y la restauracin de suconjunto es, con frecuencia, hipottica.

    Aparte inclusive de los primeros tiempos de la fe, el perodocomprendido por los siglos II, III y IV, en el que se constituye la dogmticaortodoxa, se fija la jerarqua clerical y se organiza la liturgia, est lejos dehaberse aclarado suficientemente en todas sus partes; nuestros textos raravez son neutrales al respecto, y rara vez lo bastante numerosos para que podamos comprobar o revisar los unos con los otros. Los adversarios de laIglesia victoriosa en el siglo IV, paganos y disidentes diversos, escribieronmucho contra ella, o sobre ella; esa literatura ha desaparecido casienteramente, y lo poco que queda slo nos permite entrever los serviciosque podra prestarnos. Reducida, en su mayor parte, a escritos de polmicao apologtica, mal corregidos por relatos considerados histricos, peroredactados lejos de los acontecimientos y en un tiempo en que apenas se loscomprenda, y a tratados de teologa en los que ms que revelar la fe vivade los simples fieles se demuestra la opinin de los doctores, mal servida por una epigrafa hecha, como a propsito, para resultar vaga e indigente, lahistoria cristiana de esos tres siglos en que se constituy la Iglesia estmucho peor dividida que cualquier otra rama de la historia general de lamisma .poca. Es justo y necesario no olvidarlo. Ninguna de lasdificultades con que se tropieza la historia de la antigedad clsica le hasido ahorrada a la historia de la antigedad cristiana, y sta conoce algunosobstculos que slo son propios de ella.

    Adems, exgetas e historiadores del cristianismo primitivo perdieron

    mucho tiempo discutiendo problemas mal planteados. Era, por ejemplo,ceder a una enervante ilusin tratar de extraer de la coleccin de los textos

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    cristianos solamente todo lo que parece necesario para una representacinexacta de las primeras pocas de la Iglesia. Conscientes de ello o no, laempresa se inspiraba en prejuicios confesionales; no se resolvan aconsiderar la religin cristiana como una de las religiones humanas; se

    procuraba conservarle una originalidad; aspiracin ligada por ms de unaraz al postulado teolgico de la revelacin. Hoy se est de acuerdo,generalmente, en que no basta con agotar las fuentes cristianas y darse unacuenta exacta del estado del sentimiento religioso, de la moral y de lasociedad en el mundo grecorromano, en el que la fe deba progresar yencontrar su alimento, para comprender su principio, su "esencia", y penetrar las razones que la han suscitado. Se cree que una parte importantedel secreto de su nacimiento y de su naturaleza original se encuentra enSiria, en Asia Menor, en Egipto, hasta en la Mesopotamia, en todo esemedio oriental donde se manifest al principio y donde encontr los primeros elementos de su vida. El estudio minucioso de las inscripciones,de los documentos familiares, que nos suministran los papiros y losostraka3 comienza a arrojar una luz insospechada sobre la lengua del NuevoTestamento, sobre la mentalidad, los usos, las aspiraciones y lascostumbres religiosas de los hombres por los cuales y para los cuales hasido escrito. Los progresos de la arqueologa oriental propiamente dichaconcurren al mismo resultado.

    Por otra parte, ni los confesionales ni los polemistas han abandonado lalucha. Los primeros, no contentos de mantener, con todos sus esfuerzos, enel espritu de quienes los escuchan y son numerosos la conviccin deque los investigadores liberales son enemigos de la fe, tanto ms peligrososcuanto ms desinteresados parecen, organizan en sus escuelas y en suslibros una contrahistoria cristiana. A mi entender, simulando adoptar sinreservas los mtodos de la crtica cientfica, los aplican a su manera y de talsuerte que los llevan siempre Oh milagro! a conclusiones que estnconformes con las afirmaciones de la Tradicin. Y, a juicio de los hombresmenos instruidos, esa historia equivale a la otra. Por su parte, los polemistas anticlericales sacan ventaja de las comprobaciones de lossabios. Es imposible impedrselo; pero la ciencia cristiana no gana con ellomucha consideracin, y hasta corre el riesgo de confusiones muy enojosasen el espritu pblico. Y siempre reaparece la antigua opinin de que "todoeso es asunto de los curas" o de sus adversarios. El prudente no sesorprende demasiado, porque sabe que es menester mucho tiempo paradisipar las apariencias.

    Cuanto acabo de decir se aplica particularmente al estudio de laantigedad cristiana, pero la de la Iglesia, considerada en su vida medieval,moderna y contempornea, tropieza con dificultades que, aunque son algo3 Se llama as a los restos de alfarera que se empleaban como material para escribir, especialmente en el mundohelenstico. Se encuentran recibos, estados de cuentas, extractos de autores clsicos, sentencias diversas, y, entre loscristianos, versculos de las Escrituras.

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    diferentes, no por ello presentan menos inconvenientes. Los textos nofaltan, y parecen generalmente ser de fcil interpretacin, pero estn muydispersos y, por poco inters que presenten, por poco que en ellos laopinin que tratamos de formarnos de la Iglesia de hoy pueda encontrar

    algo que perder o ganar, la pasin y la opinin preconcebida se enseoreany resulta a veces arriesgadsimo discernir y fijar la verdad de su sentido yde su alcance. Para precisar lo que quiero decir, basta con pensar uninstante en los debates sobre el monaquismo, la Inquisicin, las causas dela Reforma, la persona de Lutero, el espritu y las costumbres del Papadoen pocas distintas, la casustica, la compaa de Jess, elSyllabusde PoIX, la Infalibilidad, o la poltica de Po X. Poco a poco, el tiempo y la paciencia de los eruditos hacen su obra; la verdad se desprende de lascontroversias y se impone a los adversarios.

    Es menester, por lo tanto, que la historia cristiana entre en esa esferafeliz de la plena serenidad cientfica, en la cual el investigador, deseosonicamente de descubrir hechos, los vea como son y no les pida ningnotro servicio que el de enriquecer sus conocimientos. Prejuicioshereditarios que convierten en tab, todava, varias cuestiones importantes;intereses diversos, religiosos, morales y hasta polticos y sociales que selevantan frente a la curiosidad del erudito; temor legtimo de caer en la polmica sin quererlo, de la que puede temerse siempre que no sea niabsolutamente recta ni absolutamente sincera; por otra parte, lagunas,dudas, ignorancias desalentadoras confesadas por todos los verdaderossabios, audacias temerarias, hiptesis prematuras o un poco escandalosas como las que tenderan a rechazar hasta la existencia de Cristo,choques de sistemas y querellas de eruditos; en fin, necesidad de unesfuerzo asaz penoso para seguir investigaciones complicadas yrazonamientos tortuosos, he aqu muchas causas que se conciertan paraexplicar este doble hecho evidente:

    primero, la lentitud con la que se edifica la historia cientfica delcristianismo; y luego la existencia, en relacin con la historia, de unsentimiento general de indiferencia o desconfianza, por lo menos en los pases latinos, en los que la mayor parte de los hombres ms instruidos laignoran, con una ignorancia profunda y deplorable.

    Entre tanto, quien se digne darse cuenta ver claramente que losesfuerzos de varias generaciones de eruditos no han sido intiles, .pues por lo menos han llegado a plantear todos los problemas en el terreno de laciencia positiva, y que el nmero de los que ya han sido resueltos es bastante considerable para que sus soluciones ofrezcan una base slida parasacar algunas conclusiones generales. No lo sabemos todo; deinnumerables problemas no sabemos siquiera todo lo esencial, pero nos

    hallamos en posibilidad de determinar las grandes direcciones de laevolucin del cristianismo, de sealar sus principales etapas, de analizar

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    sus factores esenciales, y, tambin, cuando los conocimientos positivosestn fuera de nuestro alcance, de hacer, con seguridad, varias negacionescapitales y de denunciar, con certeza, la falsedad de muchas tradicionesque, durante largo tiempo, han extraviado a la historia; todo esto ya es algo.

    III

    Vistos desde fuera, hecha a un lado toda preocupacin teolgica ometafsica, pero tambin todo deseo de comprenderlos realmente, elnacimiento y el progreso del cristianismo se presentan como un hechohistrico de tipo colectivo y que se resume, aproximadamente, as: bajo elreinado del emperador Tiberio aparece en Galilea cierto Jess Nazareno;habla y obra como un profeta judo, anuncia la llegada del Reino de Dios yrecomienda a los hombres que se hagan mejores para asegurarse un lugar en l; ha reunido algunos feles cuando un golpe de fuerza interrumpe brutalmente su carrera; pero su obra no perece con l; la continan susdiscpulos. Pronto se encuentra l mismo colocado en el centro de unaverdadera religin nueva, que se extiende por el mundo grecorromano y, almismo tiempo, se separa del judasmo. Esta religin se afirma poco a poco,hace numerosos proslitos y termina por inquietar al Estado romano, que la persigue, pero no llega a detener su vuelo; se organiza en una Iglesia cadavez ms fuerte, se hace tolerar por el emperador Constantino, despus ganasu voluntad y lo arroja contra el paganismo. A fines del siglo IV,oficialmente al menos, reina sobre la Romana entera. Ms tarde, la fecristiana conquista Europa y se difunde por toda la tierra. Son stos, de buenas a primeras, resultados tan sorprendentes, si se los compara con lasmodestas proporciones que Jess pareca haber querido dar a su obra, quelos cristianos se los explican solamente representndoselos como elcumplimiento de un designio eterno de Dios, con miras a la salvacin delos hombres.

    Como segn las teologas ortodoxas Jess es Dios, debemos pensar que,no obstante las apariencias, l ha querido y organizado implcitamente,durante su existencia terrestre, la religin perfecta, y que toda la vidacristiana no es ms que el desenvolvimiento necesario de los principiossentados por l. As, el establecimiento y la evolucin del cristianismo en eltranscurso del tiempo son fruto enteramente de su voluntad; en el dominiode las cosas visibles, y poniendo aparte el misterio de la Redencin, l haencarnado, sufrido y muerto para fundar lacatolicidad de un credo.

    No nos detengamos en las objeciones que un observador desinteresadode los hechos formulara de inmediato acerca de que las vacilaciones, lastransformaciones y reformas ms o menos profundas, las querellas, las

    divisiones y los cismas de los que est sembrada la historia de la Iglesiacristiana, son apenas conciliables con la hiptesis de un plan netamente

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    definido por el Fundador, y seguido despus punto por punto. Pero elesquema que acabamos de bosquejar del nacimiento, crecimiento y triunfodel cristianismo ha tomado en consideracin los acontecimientos slosegn sus apariencias; no ha tratado de hacernos penetrar en su ser ntimo y

    de explicrnoslos verdaderamente; ha mostrado nicamente su orden y suencadenamiento, ms bien cronolgicos que lgicos. A propsito de esosacontecimientos se plantean numerosas cuestiones, realmente capitales,tocantes al principio y "esencia" del cristianismo, al sentido y la economade la evolucin cristiana; ellas son las que constituyen la verdadera materiade la historia antigua de la Iglesia.

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    CAPTULOI - LA INICIATIVA DE JESS

    I. Orgenes judos del cristianismo. Jess Nazareno; .insuficiencia de nuestra informacin sobre l. Por qu y como suleyendareemplaza pronto a suhistoria. La paradosisy las fuentes de nuestrosEvangelios.Cmo han sido compuestos esos Evangelios.Cmo la fe ha llenado sus lagunas.Cmose plantea el problema de laaparicinde Jess.

    II. El medio de donde sali Jess. El pas judo y sus vecinos inmediatos; enorme materiareligiosa disponible para un sincretismo nuevo.Formacin completamente juda de Jess.El mundo palestino en tiempos de Heredes el Grande.El sacerdocio y el culto; los escribas y el legalismo; el pueblo y la religin viviente.La espera mesinica.Caracteres propios del judasmo galileo.

    III. El principio de la aparicin de Jess:la esperanza mesinica.La relacin de Jess con elBautista.Los temas de su predicacin: la llegada del Reinoy elarrepentimiento. Se crey el Mesas? Alcance de las denominaciones evanglicas: Hijo de Dios, Hijo de David, Hijo del Hombre. Dificultades diversas y verosimilitudes: Jess profeta judo.

    El cristianismo tiene, pues, sus primeros orgenes en un movimiento judo; aparece, al principio y exclusivamente, como un fenmeno queinteresa a la vida religiosa de Israel, totalmente caracterstico del medio

    palestino y realmente inconcebible fuera del mundo judo. Dichomovimiento, al cual influencias mltiples aclararan despus yacrecentaran su fecundidad, surge de la iniciativa de un galileo. Jess Nazareno, es decir, con toda probabilidad, no elhombre de Nazareth,sinoel nazir,el santo de Dios.

    No me parece posible poner en duda su existencia, como todava seintenta en nuestros das,4 pero, en verdad, una vez que la hemos afirmado, penetramos en la obscuridad y la incertidumbre, hasta el punto de que unode los resultados principales de la profunda bus-queda realizada estosltimos aos en los documentos primitivos es el de haber mostrado laimposibilidad de representarnos la vida de Jess con alguna apariencia decertidumbre. Deben considerarse como narraciones ms o menos arbitrariasy subjetivas todos los libros que pretenden contrnosla. Se comprendenfcilmente las razones de ese hecho. Los hombres que escucharon la palabra de Cristo y creyeron en ella, y que despus de haberse desesperado por su suplicio proclamaban su resurreccin, no sentan necesidad algunade fijar por escrito sus recuerdos y sus impresiones; no se cuidaban enabsoluto de la instruccin de una posteridad que estaban persuadidos no llegara jams; de un momento a otro, el mundo de la injusticia, del

    4 Cf. Ch. Guignebert, Le problme de Jsus,Pars, 1914. 29

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    error, de la carne, iba a concluir; la generacin humana iba a detenerse, elMesas vencedor iba a resplandecer entre las nubes.

    Por otra parte, no era posible que su fe, al proyectarse sobre susrecuerdos, no los deformara: la conviccin de que Jess Nazareno era el

    Mesas prometido a Israel, de que moraba en el cielo, al lado de Dios,esperando la hora de su gloria, los llevaba fatalmente a prestar un sentido profundo a las apariencias de una existencia mediocre, de un xito muyrestringido y de un suplicio infamante; a buscar, en los incidentes msinsignificantes, enseanzas o signos premonitorios; a aplicar a su Maestrotodos los pasajes de la Biblia atribuidos al Hijo de Jehov,y, por consiguiente, a encontrar en su vida la realizacin de todas esas profecas.Y as su imaginacin piadosa envolva los hechos con comentarios, conagregados que su conviccin les impona, de alguna manera, comonecesarios y absolutamente verdicos, puesto que no hacan sino precisar lanaturaleza y la funcin mesinicas de Jess. Simples de corazn, prontollegaban a no distinguirlos de los datos de su memoria; los confundan unoscon otros en las enseanzas que esparcan a su alrededor, y sus discpulosse vean materialmente incapaces de separar los unos de los otros. Laexaltacin de su fe los dejaba indefensos contra las sugestiones de visionesy revelaciones particulares, y lo que cualquiera de ellos hubiera podidocaptar por una comunicacin directa con el Espritu Santo se le impona al y a los dems con una fuerza de certidumbre no sobrepasada s llegabaa igualarla por el ms inmediato de los recuerdos "histricos". Lo queSan Pablo, por ejemplo, haba aprendido "en espritu" del Seor Jess, le pareca ms directo y aun ms seguro que lo que le podan contar losapstoles Pedro y Santiago.

    Desde la primera generacin cristiana, la tradicin(paradosis)que losfieles aceptaban como historia autntica del Maestro estaba formada por elementos heterogneos y de valor muy desigual. Solamente cuando esageneracin baj a la tumba, la desaparicin de lostestigosdirectos deJess, uno despus de otro, hizo nacer la duda acerca de la inminencia delesperado retorno del Seor, y los cristianos prudentes juzgaron til fijar por escrito los recuerdos que la tradicin oral pretenda haber conservado.Entonces se compusieron, probablemente, pequeos libros en los quecada redactor encerraba lo que juzgaba especialmente interesante: una seriede sentencias atribuidas al Maestro; relatos de episodios de su vida,edificantes o caractersticos; descripciones de los signos, esdecir, de losmilagros producidos para confusin de los incrdulos. Nadie se preocupabade lo que llamamos exactitud histrica, que supone escrpulos,desconocidos o indiferentes a hombres de fe ardiente y desprovistos, todolo posible, de espritu crtico; por lo contrario, cada uno se esforzaba en

    probar la solidez de las esperanzas cristianas, de convencer a los vacilantes,de edificar a los fieles.

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    Esos libritos, que fueron las fuentes antiguas de nuestros Evangelios, yde los cuales la recopilacin de loslogiao discursosatribuida a Matas y elrelato narrativo atribuido a Marcos fueron, al parecer, los principales, no podan pues contener, cuando mucho, ms que los elementos dispersos y ya

    muy mezclados de una vida de Jess, tal cmo se la representaban a finesde la generacin apostlica. Los sucesivos redactores de nuestrosEvangelios, en el ltimo tercio del siglo I, trataron visiblemente de prestar coherencia al relato; pero, adems de que les hubiera sido imposible, sinduda, separar los hechos verdaderos de los comentarios que losmodificaban, de distinguir entre lo ocurrido y lo que la fe supona quehaba pasado " a fin de que se cumpliera la palabra de las Escrituras", entrelo que recordaban y lo que el Espritu les haba sugerido, y de que,asimismo, no experimentaron ningn deseo de hacer esa seleccin, seencontraban en presencia de una materia difcil de utilizar. Lasrecopilaciones de sentencias no tenan en cuenta las circunstancias en queel Seor las haba proferido; su agrupamiento artificial en todo nodeba ser igual en los diversos libritos; ocurra otro tanto con los relatos propiamente dichos, que slo narraban episodios, con grandes variantes deun redactor a otro; era preciso escoger, seleccionar y luego unir en unanarracin bien hilada trozos bastante dispares.

    Basta recorrer nuestros tres Evangelios sinpticos para persuadirse deque sus autores han realizado combinaciones sensiblemente diferentes delos mismos hechos y de discursos anlogos o parecidos, de lo que es preciso concluir que no los ha guiado la verdad objetiva, que no han tenidoen cuenta una cronologa de los sucesos lo bastante segura como paraimponrseles, sino que, al contrario, cada uno ha atendido a su propsito particular al ordenar su obra. No es menos evidente que ninguno de ellosdispona de una serie completa de hechos lo bastante ajustados para permitirle trazar un cuadro satisfactorio de la vida entera de Cristo;ninguno, pues, ha hecho otra cosa que coser, ms o menos diestramente,girones de tradiciones, que forman un conjunto artificial, pero noconstituyen un todo. Bajo la trama del relato evanglico se ven o seadivinan enormes lagunas, hasta en el de Marcos, que, con gran prudencia,no dice nada del nacimiento ni de la infancia de Jess.

    Pero la fe no quiere ignorar y aprende siempre lo que necesita saber;siempre est a su servicio la imaginacin piadosa. Por eso el I, el III y el IVEvangelios nos cuentan, del perodo del que el II no nos dice nada, relatosen verdad diferentes, hasta contradictorios, pero todos maravillosos y muyedificantes; cada uno, a su manera, llena las lagunas. Slo que es evidenteque ninguno tiene gran cosa en comn con la historia. Asimismo, parece probable que los recuerdos relativos a la Pasin se haban alterado ya antes

    de la redaccin de nuestros Evangelios, que haban experimentado lainfluencia de diversas leyendas difundidas en Oriente, y que haban

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    o tres siglos anteriores a nuestra era, haba hecho suya ms de una ideaextranjera.

    En segundo lugar, alrededor del mundo judo palestino exista un medio pagano, que si no influy directamente sobre Jess, atrajo a sus discpulos

    inmediatamente despus de su muerte; medio sirio y fenicio, que limitabacon Palestina al norte, al este y al sudoeste, y al que ms que verloclaramente lo adivinamos, pero en el que confluan las creencias, los cultos,las supersticiones, los prejuicios, o solamente los recuerdos de variasreligiones del pasado y del presente; medio mesopotmico hacia el este, enel que se mezclaban las influencias religiosas de India y Persia, sobre latierra babilnica, madre de muchos antiguos mitos esparcidos por todo elmundo semtico y tambin de especulaciones en las que se combinaban lametafsica y la astrologa para la explicacin del universo y del destinohumano; medio egipcio hacia el sur, en el que los antiguos cultosnacionales se haban rejuvenecido, ampliado y como universalizado por elinflujo fecundante del pensamiento griego; por fin, medio helenstico haciael norte, en lo que llamamos Asia Menor, ms complicado an, perotambin ms opulento porque constitua una especie de encrucijada dereligiones. A los cultos locales, varios de los cuales todava estaban vivos yvigorosos, a los mitos de la religin olmpica, a las reflexiones y a losdogmasde los filsofos griegos, ms o menos vulgarizados, se aadaninnumerables "contaminaciones" llegadas de todos los dems medios queacabamos de enumerar, incluyendo el judo.

    Haba all, por as decirlo, una materia religiosa enorme y en parteamorfa, que se organizaba ya en combinaciones sincretistas, ms o menossingulares, y se prestaba a todas las formas de explotacin. Constitua, pues, para el porvenir del cristianismo, una reserva casi inagotable. Pero, lorepito, con toda probabilidad, Cristo se form exclusivamente en el medio judo se ha lanzado, a veces, la hiptesis de una accin directa del budismo sobre l, pero sta carece totalmente de pruebas y la fe cristianase propag, en un principio, fuera de Palestina por intermedio de judos.Lancemos una mirada sobre el mundo judo, reservndonos el tratar decomprender la fisonoma religiosa de los otros cuando veamos extenderseen ellos la predicacin cristiana.

    El medio judo era algo singularmente complejo en tiempos de Heredesel Grande (muerto el 4 a. C.). Bajo la apariencia de una uniformidad deraza, de costumbres y de religin, los judos constituan, esencialmente, dos pueblos, de espritu bastante diferente y de tendencias religiosas dismiles.5

    Hay que buscar la primera causa muy lejos. Cuando el rey de Babiloniacrey oportuno trasladar a orillas del Eufrates, super flamina Babylons,alos judos que haba vencido, se preocup solamente de las familias de

    5 La obra esencial es la de Schrer,Geschichte des jdischen Volkes im Zeitalter Jesu Chrsti,Leipzig, 1901-1909, 3 vols.; se puede consultar con provecho la obra de Shailer Nueva York y Londres, 1902.

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    cierta importancia; los habitantes del campo, las personas humildes,quedaron en sus casas y continuaron practicando la antigua religin deIsrael, piadosa seguramente, que confiaba en Yav, pero poco rigurosa, ensuma, capaz de comprometimiento con los dioses vecinos, o con sus fieles.

    Puesto que el culto antiguo de Yav era, sobre todo, una religin dehombres, los buenos campesinos judos no evitaban los matrimoniosmixtos, que mezclaban la sangre del pueblo elegido con la de las jvenesextranjeras. Entretanto los desterrados, por lo menos aquellos a quienes ladesesperacin no precipit en la idolatra de los vencedores, evolucionaronrpidamente. Se vean obligados a reflexionar sobre la alianza concertadaentre Yav y su pueblo, a explicarse su infortunio presente, a imaginarse un porvenir consolador, a pensar en los medios de evitar el retorno de parecidas calamidades, y se persuadieron de que los males de Israel provenan de haber sido infiel a la Alianza y que slo le restaba un modo deapaciguar a Dios: someterse rigurosamente a la observancia del culto; prcticamente, establecer un ritual muy estricto que hara imposible laidolatra. La constitucin de ese ritual, la consolidacin de ese estrecholegalismo, fortificado por una nueva redaccin de la Ley, conforme a lasms recientes necesidades, fueron obra de los profetas del exilio, particularmente de Ezequiel. Cuando la buena voluntad de Ciro permiti aestos deportados regresar a su patria (538), no se aprovecharon todos de lalicencia, pero los que la aprovecharon llevaron a Judea la Ley y el espritunuevos y detalle esencial continuaron en estrecha relacin con sushermanos de Babilonia, que los ayudaron con su influencia con el rey dePersia, con su dinero, con su socorro moral para imponerlos a la poblacinsedentaria. Los reorganizadores del Templo y del culto, enemigosimplacables de los matrimonios mixtos y de las concesiones al extranjero,fueron judos enviados de Babilonia: Esdras y Nehemas. Eranescribas, esdecir, hombres que haban estudiado la Ley, que la explicaban yempezaban a organizar, paralela a ella, toda una jurisprudencia para reglar los casos de conciencia, que no podan dejar de abundar desde el momentoen que se estableca como condicin primordial de la piedad la absoluta pureza legal.El perodo comprendido entre el retorno del exilio y el nacimiento deJess vio, entonces, primero, la reconstitucin de un clero numeroso, deuna casta sacerdotal que gravitaba en torno del Templo nico y asegurabala regularidad de su servicio, pero que no estudiaba especialmente nienseaba la Ley, y que, por una tendencia natural, propenda a no atribuir importancia ms que a los ritos y a las frmulas; en segundo lugar, elcrecimiento de la clase de los escribas, o doctores de la Ley, entre loscuales se inicia una verdadera competencia de ingenio para penetrar en

    todos los rincones del texto sagrado, que comentan y ergotizan, y terminanfrecuentemente, y a pesar de su piedad personal, sincera y profunda, por

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    ahogar la religin del corazn, libre y espontnea, bajo el cmulo de susescrpulos de forma. Algunos se inquietan por saber, por ejemplo, si unhuevo puesto el da del sabat es puro, o si el agua pura que cae en unrecipiente impuro no estar contaminada ya desde su fuente.

    Algunos, es cierto, experimentando sin saberlo la influencia de lasespeculaciones griegas sobre Dios, el mundo y el hombre, amplan y sublimizan,la antigua representacin de Yav, que se convierte en el Diosen s, indefinible e inclusive innombrable. Inclnanse a adoptar unacosmologa y una antropologadualistas, en las que se oponen los doselementos contrarios, la materia y el espritu, el cuerpo y el alma. Y as,totalmente en contra de la accin del legalismo exagerado, comienza auniversalizarse y, propiamente, ahumanizrselareligin nacionalista deIsrael. Este trabajo, naturalmente, se realiza ms a fondo y se cumple msrpidamente en las colonias judas de tierra pagana, en las que volveremosa encontrarlo; pero al principio de nuestra era, haca ya tiempo que se habainiciado en Palestina y logrado resultados apreciables.

    El pueblo obedece a los sacerdotes, porque son sus guas nacionales: elGran Sacerdote es el nico autorizado para representar a Israel ante el amo persa, o griego. Judea se convierte, as, en estado teocrtico y, an en el perodo de los Asmoneos,6 durante el cual se cree independiente, siguesindolo, puesto que el rey es al mismo tiempo Gran Sacerdote. Por otra parte, el pueblo admira a los escribas, sabios y escrupulosos. Pero, enrealidad, ni el ritualismo escptico de los sacerdotes, ni la pedanteraaltanera de los escribas lo conmueven profundamente y no satisfacen su piedad. Cede poco a poco al empuje del rigorismo; se cierra todo lo que puede a los extranjeros y hasta se indigna al ver, a veces, cmo sus jefeshelenizan con exageracin; pero sigue amando a Yav de corazn,rezndole en sus das de angustia con un fervor inspirado en la piedad deotro tiempo y no se encierra en las formas nuevas; en otros trminos, sureligin vive y progresa. Adopta varias nociones que no eranfundamentalmente judas y que procedan del Oriente: a la del papeldesempeado por ngeles y demonios; a la de la vida futura y el juiciofinal. Simultneamente, saca de las desgracias de los tiempos porque los judos sufrieron mucho de los egipcios, de los sirios, de los romanos y de smismos, durante los cuatro siglos que precedieron a Cristo laconsolidacin de una antigua esperanza: espera, llama fervorosamente alMesas, que vendr para darle a Israel un esplendor mayor que el de lostiempos de David. Los propios escribas terminan por aceptar, comentar y,en cierto modo, consagrar esas preocupaciones de la fe popular. Y cuantoms parecen los acontecimientos desmentirlos, cuanto ms dura se hace la

    6 Es decir, en tiempos de los Macabeos. Judas, Jonatn, Simn, Juan Hircano, Aristbulo y Alejandro Janneo,entre el 165 y 70 antes de Jesucristo, porque desde la muerte de Janneo hasta el advenimiento del idumeo Heredes, enel 40, renan la anarqua y la decadencia.

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    esencialmente mesinico; tampoco emple el que nuestros Evangelios parecen considerar caracterstico de su persona y de su misin, el de Hijodel hombre, o,por lo menos, no lo emple en sentido mesinico. Los judoslo ignoraban en ese sentido, porque el famoso pasaje del libro de Daniel, 7,

    13, 14: "Miraba yo en la visin de la noche y he aqu en las nubes del cielocomo un hijo de hombre que vena...", este pasaje, digo, no lo relacionabantodava los rabinos con la aparicin del Mesas; fue mucho ms tardecuando lleg a la sinagoga, por la influencia del uso que de l hacan loscristianos. Durante algn tiempo, los feles, que conocan mal la lenguaaramea, en la queun hijo de hombre (bar nascha)quiere decir sencillamenteun hombre,imaginaron que esa expresin, que podan leer enlas Logia o Sentenciasdel Seor, encerraba un sentido misterioso, y,comparndola con el empleo que de ella hace Daniel, y que nocomprendan tampoco, la consideraron como un equivalente especialmentecristiano de Mesas.El examen de los textos no permite dudar de que estoes un error y, en casi todos los pasajes de nuestros Sinpticos en los queaparece la expresin, pertenece al redactor. En cuatro o cinco lugaressolamente,10 es probable que se base en una sentencia autntica de Jess,inexactamente traducida, y all es menester entenderla como si dijera:unhombre.Por ejemplo:las zorras tienen cuevas... el hombre no tiene donderecline la cabeza;o bien: Ycualquiera que hablare contra el hombre, le ser perdonado: mas cualquiera que hablare contra el Espritu Santo, nole ser perdonado, ni en este siglo, ni en el venidero.

    Es, pues, un hecho cierto que la tradicin primitiva no dijo abiertamenteque Jess se haya presentado como el Mesas, y nos deja la mismaimpresin el llamado "secreto mesinico", es decir, la insistenterecomendacin, casi amenazadora que, segn Marcos, el Maestro considernecesario hacer a sus discpulos en varias ocasiones: no revelar lo queadivinaran, entrevieran o supieran de su dignidad real. Qu inters tena endisimular su identidad y en callar su misin, justo en el momento en que su predicacin slo adquirira sentido real si las proclamaba? Es un problemamuy espinoso el que le plantea al historiador la necesidad de admitir que uncampesino galileo transformara hasta ese punto el ideal del hroe en que sehaba cifrado la esperanza de su pueblo, y que haya cambiado en un mrtir humilde y resignado al rey victorioso esperado como el Mesas. Ciertosexgetas han tratado de solucionar estas contradicciones mediante diversasconsideraciones tendientes a probar que, si Jess no se declarabiertamente Mesas, crey que lo era, lo dej creer a sus discpulos ymuri para dejrselo creer a Plalos; y que, de no ser as, los Apstoles nohubieran podido pensar que el Crucificado haba resucitado de entre losmuertos. Ninguna de esas razones es realmente convincente. Nos puede

    10 Sea en Mt., 8, 20, (Lc., 9, 50.); Mt., 11, 19, (Lc., 7, 34,); Mt., 12, 32, (Lc., 12, 10,); Mt., 9, 6, (Mc., 2, 10; Lc., 5,24,) ; Mt., 12, 8, (Mc., 2, 28; 6, 3).

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    seguir sorprendiendo que Jess no se haya explicado ms claramente sobreeste punto esencial; podemos interpretar las semi-confesiones o lasinsinuaciones que le atribuyen nuestros textos como artificios de redactoresque la tradicin autntica desdeaba; podemos pensar que el procurador

    romano no necesitaba ninguna confesin mesinica para desembarazarse deun agitador judo que predicaba la prxima llegada del Reino, es decir, elfin inminente de la dominacin romana; podemos creer, en fin, que el amor de los Apstoles por su Maestro y la confianza que pusieron en l, bastaron para provocar las visiones que arraigaron en ellos la certeza de suresurreccin y que la conviccin de que haba sido "hecho Cristo", por lavoluntad de Dios, coro" se le hace decir a San Pedro en los Hechos de los Apstoles(2, 36), vino a explicar el milagro de la resurreccin.

    Hay, pues, en definitiva, razones sobradamente slidas para pensar queJess se consider y comport sencillamente como un profeta, que se sintiimpulsado por el espritu de Yav a proclamar la prxima realizacin de lagran esperanza y la necesidad de prepararse. Pero, aun en tal caso, cabe preguntarse si no estara persuadido de que se le haba reservado un lugar escogido en el Reino futuro,lugar que era difcil no confundir con el delMesas mismo.

    Varios exgetas notables, como M. Loisy, responden por la afirmativa, ysi es difcil discutir sus razones, tambin lo es, a mi juicio, aprobarlas sinreservas. En este punto, como en tantos otros, se nos escapa la certidumbre.

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    CAPTULOII - EL FRACASO DE JESS

    I. Certidumbre de este fracaso. Sus causas: Jess no habla ni al pueblo, ni a los doctores, ni a lossacerdotes un lenguaje convincente.El viaje a Jerusaln y la muerte de Jess.La haba previsto?

    II. La dispersin de los Apstoles. Cmola fe en la resurreccinde Jess realza su valor.De qufenmenos procede esta fe.Sus consecuencias en relacin con la constitucin de la cristologa primitivay el nacimiento del cristianismo.

    III. La reorganizacin de la fe de los discpulos. La idea del prximoretornodel Mesas Jess. Dbiles probabilidades de xito de la doctrina apostlica.Lo que asegura su supervivencia: sutrasplantacin a tierra griega.

    As, los textos nos dejan en la incertidumbre acerca de lo que Jess pensaba del principio de su misin, del carcter de su persona y del alcancede su papel. En cambio, vemos bien que no tuvo xito, que suscompatriotas palestinos no creyeron en la misin que se arrogaba y no seconformaron a las sugestiones morales que les ofreca; lo miraron pasar,durante el brevsimo tiempo que vivi entre ellos,11 con curiosidad oindiferencia, pero sin seguirlo. Quiz y cuando mucho sedujo aalgunos centenares de galileos ingenuos, porque cuando nuestrosEvangelios nos muestran las multitudes apretndose a su paso y encantadascon su palabra, no nos hacen olvidar que en otros pasajes, con mayor veracidad, nos hablan de la dureza de corazn de los judos; en verdad, elmismo Jess parece haber desesperado de ablandarlos. Las razones de sufracaso se ven claramente,

    No le hablaba al pueblo con el lenguaje que ste esperaba; predicaba el

    examen de conciencia, el amor al prjimo, la humildad de corazn, laconfianza filial en Dios a gente que esperaba un llamado a las armas y elanuncio del ltimo combate antes de la victoria eterna. No les deca:"Levantaos!, El Mesas de Yav est entre vosotros!", sino: "Preparaos, por el arrepentimiento, para el Juicio que se acerca". No les peda obrar,sino solamente esperar en determinada actitud moral y religiosa, quetrocaba la espera en desazn. Hijo de Israel, probablemente demostrabaslo un exclusivismo relativo: la piedad de corazn, le fe-confianza delcenturin romano o de la cananea igualaban a sus ojos los mritos del11 La vida pblica de Jess no puede estimarse segn los datos del IV Evangelio que permitiran atribuirle unaduracin aproximada de tres aos; se redujo ciertamente a algunos meses, quiz a algunas semanas; no lo sabemoscon exactitud.

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    origen puro; mejor dicho, un pagano que creyera en sus palabras, secolocaba, en su estima, muy por encima de un judo incrdulo. Hablabamucho de justicia, de paz, de aspiracin al Padre y tambin de resignacin,de paciencia; mas no de rebelin, ni del triunfo del pueblo elegido sobre las

    naciones. Y todo esto, que constituye para nosotros su originalidad y suencanto, no poda agradar a los ardientes mesianistas de Palestina.A los doctores se les apareca como un ignorante presuntuoso, que,

    cndidamente, crea que el buen sentido poda, reemplazar a la ciencia y elcorazn a la razn; que hablaba "con autoridad", sin haber frecuentadoescuelas, porque senta en s el soplo del Padre; su espritu les disgustaba;la espontaneidad de su religin contrariaba el formalismo de la suya, y laantipata no poda ser sino recproca. No debemos olvidar que nuestrosEvangelios reflejan las preocupaciones de un tiempo en que el legalismo judo ya no reprima casi a los cristianos, en que, por consiguiente, seinclinaban a atribuir al Maestro el menosprecio que ellos le demostraban;sin embargo, es imposible no sacar de los numerosos textos donde Cristoataca a los escribas, y a la inversa, de aquellos en que los escribas letienden la trampa de preguntas insidiosas, la impresin neta de un conflictolatente entre ellos y l. Evidentemente, respetaba la Ley, se atena a ella, pero no exclusivamente, y se mostraba dispuesto a poner las inspiracionesde la piedad por encima de las recomendaciones rabnicas.

    A los sacerdotes de Jerusaln, a la aristocracia saducea, les pareca elms peligroso y molesto de los agitadores; peligroso porque se aventurabaa provocar en el pueblo uno de esos movimientos violentos y absurdos quelas autoridades romanas repriman siempre con rigor y cuya agitacinturbaba la tranquilidad de la gente del Templo; molesto, porque exponadesconsideradamente, ante los ojos del vulgo, comparaciones y reprochesque, en definitiva, perjudicaban al sacerdocio.

    En vez de pronunciarse contra elnabi, el pueblo dudaba. Contbase queJess multiplicaba los signos, esdecir, los milagros, curando a posesos yenfermos; es verosmil inclusive que le atribuyesen ya trivialidad enaquel tiempo y en aquel pas! la resurreccin de algunos muertos; susenemigos atribuan todas esas maravillas a la influencia de Belceb, o sea,el diablo, pero los simples no crean sus palabras y permanecan perplejos;finalmente, si Jess no excitaba su entusiasmo, tampoco desalentaba susimpata. En cambio, doctores y sacerdotes lo detestaron desde que loconocieron y l cometi la imprudencia de ponerse en sus manos.

    No vemos claramente qu lo decidi a ir a Jerusaln. Probablemente, nofue slo el deseo de celebrar la Pascua en la Ciudad Santa. NuestrosEvangelistas escribieron para gente de una poca en que todo el "misterio"de la vida de Jess se cifraba en su muerte, muerte aceptada por l para

    redimir y regenerar a la humanidad; y suponen que el Seor habaexplicado desde haca tiempo la necesidad de su Pasin; por eso no

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    titubean en decirnos que Jess va a Jerusaln para cumplir su obra divinaen la cruz del Calvario. Al historiador le parecen ms obscuros su estado denimo y sus verdaderas intenciones.

    Tena la impresin clara de su fracaso? Puede creerse, pues los hechos

    hablaban con bastante elocuencia. A decir verdad, no es fcil concebir cmo hubiera podido triunfar de acuerdo con sus deseos: su predicacinmoral no tena sentido y no poda dar fruto sino a condicin de que sevigorizara con algunos signos precursores del gran acontecimiento cuyainminencia afirmaba; slo poda justificarse mediante el cumplimiento desu palabra. Ahora bien, los signos no aparecan y su palabra no se hacumplido todava, hasta tal punto que sus fieles se han visto obligados,desde hace mucho tiempo, a sostener que los primeros discpulos no locomprendan bien, que no les deca lo que pareca decirles. Firmementeseguro de que posea y anunciaba la verdad, se persuadi tal vez de que semanifestara en Jerusaln y de que nicamente all resplandecera el GranDa. Esto es lo que deberamos creer si pudiramos confiar en el relato desu entrada mesinica en la ciudad, entre aclamaciones populares; pero yo, por mi parte, dudo de su veracidad.

    Cualesquiera que fueran las intenciones o las esperanzas de Jess, fueuna mala inspiracin la de trasladarse a aquel medio que no era el suyo y enel que sus enemigos naturales eran los amos. Cometi all algunaimprudencia, como la de entregarse a actos contra los mercaderes de palomas o los cambistas establecidos en el atrio? Puede ser. En todo caso,el procurador romano haba aprendido a desconfiar de los inspirados judosy no les fue difcil a los sacerdotes y doctores persuadirlo de que, en intersdel orden, deba poner fin a las agitaciones de un galileo cualquiera. Pilatoshizo detener a Jess, lo juzg y lo puso en la cruz. El pueblo le dej hacer.Segn todas las apariencias, los esfuerzos de nuestros Evangelistas paradeclarar inocente al romano y arrojar sobre los judos la enteraresponsabilidad del crimen, no se inspiran en la verdad de los hechos, sinoen un deseo de congraciarse con las autoridades romanas, en un tiempo enque slo en ellas encontraban apoyo los cristianos contra la animosidad delas sinagogas.Jess no haba previsto lo que le sucedi; el espanto y la fuga de susdiscpulos son la prueba evidente de ello; el golpe de fuerza de Pilatos lohera en pleno sueo y pareca arruinar su obra. Es verosmil que, en susltimos das, la inquietud por el porvenir, la in-certidumbre del presente y quin sabe? la duda de s mismo se hayan apoderado de l y que el pensamiento de su muerte prxima haya pesado sobre su espritu; peronada nos autoriza a creer que haya juzgado entonces que su suplicio era til para la realizacin de su misin y todo nos obliga a pensar que no dijo nada

    parecido. En verdad, puesto que el milagro anunciado no se produca, queYav no se manifestaba qu ms poda hacer sino huir a Galilea

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    precipitadamente o inclinar la cabeza y sufrir su destino? Tal vez pens enregresar a su pas; esta suposicin se apoya en que, segn el Evangelio deMateo, cit a sus discpulos en Galilea. De todos modos, le falt tiempo para cumplir su propsito, si lo tuvo.

    II

    El "escndalo de la cruz", como dir San Pablo, deba, al parecer, poner trmino a la tentativa de Jess. l haba aparecido para anunciar unacontecimiento que no se produjo; haba perecido; sus discpulos se habandispersado presas de pnico; no deban abandonar hasta la esperanza quehaba puesto en su corazn, y lamentar o maldecir su error y el de ellosmismos? No lo olvidemos, Jess no haba fundado nada. No haba tradouna religin nueva, ni siquiera un rito nuevo, sino Una concepcin personal ms que original de la piedad en la religin juda, de la que no pretenda cambiar ni la fe, ni la Ley, ni el culto. En el centro de suenseanza se situaba la idea mesinica, que comparta con casi todos suscompatriotas; idea que, solamente, l conceba de una manera distinta. Noses imposible afirmar que esta manera fuera realmente particular de l.Atribuirle la voluntad de establecer una Iglesia, su Iglesia, de proveerla deritos, de sacramentos, signos sensibles de su gracia, y de prepararle laconquista del planeta, son otros tantos anacronismos. Dir ms: otras tantasdeformaciones de su pensamiento que, de conocerlas, lo hubieranescandalizado. Pero, entonces qu poda quedar de l, aparte de algunasmximas morales, seguramente provechosas, pero menos originales de loque ordinariamente se afirma, aparte del recuerdo conmovedor de susvirtudes, de su encanto personal? La lgica responde: nada. Y sin embargo,la serie de los acontecimientos pareci desmentir a la lgica.

    La fe-confianza de los Apstoles triunf de la propia muerte. Y aqutocamos el ms obscuro de los problemas. Volvieron a encontrarse enGalilea, en el marco familiar donde haban vivido con l; creyeron verlo denuevo y se persuadieron de que no estaba muerto. ste es el hecho, perosus detalles se nos escapan. Como era inevitable, la leyenda ha queridoaclararlo y lo ha tornado ininteligible, mezclndolo con episodiosmaravillosos, inverosmiles, imposibles de verificar dadas lascontradicciones de los textos. Los relatos de la Resurreccin de quedisponemos hoy, se le ofrecen al crtico como agregados compuestos derecuerdos confusos, exactitudes inventadas, de viejas "historias", trivialesya en el mundo oriental; pero qu tienen como fundamento, por cuanto,seguramente, tienen algo de exacto? De toda evidencia, una visin dePedro, seguida de visiones colectivas, fenmeno de contagio mental,

    comn en la historia de las religiones. No olvidemos que si los Apstoles vuelven de Jerusaln horrorizados,

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    perplejos, momentneamente desalentados porque lo que esperaban no seha producido y han recibido un golpe tan rudo como inesperado, pueden sinembargo no estar desesperados. Han confiado demasiado en la promesa deJess para desprenderse de ella, y, pasado el primer momento de confusin,

    en el medio donde poco antes los conmoviera tan profundamente, influyede nuevo sobre ellos, y especialmente sobre Pedro, con energa. Pero la promesa de Jess est, para ellos, ligada a la persona de Jess; admitir queesa persona ha desaparecido para siempre es consentir en abandonar todaesperanza. Esta idea fija su fe; por decirlo as, la hipnotiza; no es posibleque nos haya abandonado, que su muerte sea definitiva. El resultado segurode esa tensin constante, en el cerebro de hombres a la vez rudos ymsticos, exaltados por la espera y el deseo, es la visin. Por eso, PedroveaJess y luego otros lo ven como l lo ha visto. Que se trate de francasalucinaciones visuales, o de interpretaciones alucinadas de cualesquieraapariencias, poco importa; los pescadores del lago de Genesaret estabanigualmente desarmados ante uno y otro fenmeno.

    Las visiones convencen a los Apstoles de que Jessvive,que vive por lo menos en su espritu glorificado por Dios. Pero para que viva esnecesario que ya no est muerto, y si ya no est muerto para los judos deaquel tiempo no haba vacilacin posible es que ha resucitado. No digoresucitado en su cuerpo enterrado,sino resucitado con un cuerpo.Suponiendo que los Apstoles hayan pensado al principio slo enapariciones de suespritu, no han podido, indudablemente, mantenersemucho tiempo en esa opinin, porque la creencia popular les representabala resurreccin como una repeticin integral de la vida terrestre;12 y tambin porque varios textos de las Escrituras, en los que buscaron el anuncio y la justificacin de la resurreccin de Jess, les impusieron la conviccin deque haba salido de su tumba al cabo de tres das, o al tercer da.13 Laleyenda est fundada en el convencimiento de los Apstoles, y fue en tierragriega donde se constituy en su mayor parte.

    Por el momento, no insisto en esta construccin secundaria. Sealemossolamente que la afirmacin apostlica: Nosotros lo hemos visto; Dios loha resucitado,reclamaba una conclusin; por qu habra Dios sacado aJess de la morada de los muertos, sino porque le reservaba un papel primordial en una gran obra cercana? La obra no poda ser otra que lainstauracin del Reino anunciado por el Maestro, y el papel, el de Mesas.Dos versculos de los Hechos de los Apstoles(2, 32, 36), nos permiten, por decirlo as, captar en vivo el razonamiento apostlico: A este Jess,dice uno,resucit Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos,y el otro

    12 Durante su vida Jess haba pasado por ser, para ciertas gentes, Juan Bautista resucitado. Cf. Me., 6,14.

    13 Oseas,6, 2:El nos dar vida a los dos das, y al terceronos levantary viviremos ante l-Jons,2, 1:Y Jonsestuvo en el vientre del pez por tres das y tres noches(Cf. Mat.,12, 40). Recuerda tambin el Salmo 16, 10 (Cf. Hechos.,2, 27, 31).

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    concluye:Sepa pues ciertsimamente toda la casa de Israel, que a este Jess que vosotros crucificasteis. Dios ha hecho Seor y Cristo.Nogarantizo, entindase bien, que la expresin atribuida aqu a San Pedro le pertenezca autnticamente, y hasta creo lo contrario, porque el empleo de la

    palabraSeor (Kyros)denuncia a un redactor helenizante; quiero decir que pertenece a la cristologa de las comunidades helensticas, pero la afinidadde las dos afirmaciones responde ciertamente a una realidad psicolgica.

    Si no hubieran tenido los Apstoles esa fe en la resurreccin de suMaestro,no habra habido cristianismo,y desde este punto de vista ha podido decirse (Wellhausen) que sin su muerteJess no tendra ningnlugar en la historia. A la inversa puede sostenerse que toda la doctrinaesencial del cristianismo se funda sobre esta resurreccin? Por lo querespecta a la dogmtica, sera difcil exagerar su importancia y pareceralegtimo colocar, como epgrafe, bajo el ttulo de toda exposicin de la feortodoxa, la frase de San Pablo en su primera Epstola a los Corintios(15,17) :Si Cristo no resucit vuestra fe es vana!

    Por lo dems, para quien se site en el punto de vista puramentehistrico de la determinacin y de la extensin del cristianismo, laimportancia de la creencia en la resurreccin de Jess no parece muchomenor; porque, gracias a ella, la fe en el Seor Jess se convirti en elfundamento de una religin nueva, que, separada pronto del judasmo, seofreci a todos los hombres como el camino divino de la salvacin. Graciasa ella, tambin, penetraron en la conciencia de las comunidades cristianas, por lo menos de las helenizantes, las influencias del viejo mito oriental delDios que muere y resucita, para llevar a sus fieles a la vida inmortal, ytransformaron prontamente al Mesas judo, hroe nacional, ininteligible eindiferente para los griegos, en Jesucristo, Seor y Salvador, Hijo de Dios yVicario de Dios en el mundo; aquel cuyo nombre, como lo dijo tambinSan Pablo, invocan todos los que creen y ante quien debe postrarse lacreacin entera.14

    III

    Y para empezar, desde el momento en que aceptaba la resurreccin, la fede los discpulos no poda sino reanimarse y reorganizarse.

    Digo reorganizarse: es claro, en efecto, que ya no poda vivir de slo lasafirmaciones de Jess. Su muerte modificaba la posicin de la cuestin, porque tomaba, de grado o por fuerza, un lugar en la perspectivaescatolgica.15 Primero se la consider destinada a posibilitar laresurreccin, prueba suprema de la dignidad mesinica del Crucificado,esperando que se hiciera de ella el gran misterio, el desenlace necesario, el14 I Cor., 1, 2; Filipenses,2, 9 y ss.15 Es decir, en el cuadro del fin del mundo, de las cosas ltimas

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    fin de la obra entera. Y se dijo: "Jess Nazareno vino como un hombreinspirado de Dios; multiplicando los milagros y haciendo el bien, pereci amanos de los malos; pero l era el Mesas designado; Dios lo ha probadoresucitndolo de entre los muertos, al tercer da, y pronto volver en su

    gloria celestial para inaugurar el Reino prometido." En la predicacin deCristo, la idea de la inminencia del Reino parece la esencial; en la predicacin apostlica, lo esencial son la dignidad mesinica de Jess y su prximo retorno. Tales son, efectivamente, los dos temas que, segn ellibro de los Hechos,los Doce desarrollarn en seguida en Jerusaln.

    Es preciso que creamos que posean un poder de ilusin poco comn, porque,a priori,todo haca suponer que obtendran an menos xito que suMaestro, y que se les deparaba un final igual. Si los judos no creyeron enJess cuando viva, cmo podran convertirse en sus adeptos cuando todohaca creer que l mismo se haba engaado, que no haba podido siquierasocorrerse en la hora del suplicio, que haba muerto miserablemente a vistadel pueblo? Que ha resucitado? Pero quin lo ha visto? Sus discpulos?Dbil prueba. En verdad, los Doce recibieron en Jerusaln la acogida quecualquiera, menos ellos, poda prever: ganaron algunas docenas de partidarios, como lo haca la secta de menor importancia; conservaron la benevolencia del pueblo por la fidelidad de su piedad juda y su asiduidadal Templo, lo que, de paso, demuestra que su Maestro haba credo que seseparaba muy poco de la religin de Israel; excitaron la animosidaddespreciativa de escribas y sacerdotes, de quienes sufrieron diversos malostratos. Sin embargo, su miserable condicin, su carcter pacfico y quiztambin la buena opinin que merecan al pueblo, les evit la muerte; por otra parte, para algunos de ellos, esto fue slo una prrroga. Hicieronadeptos en las pequeas ciudades vecinas a Jerusaln, pero, de todaevidencia, alcanzaron rpidamente el apogeo de su xito entre los judos deraza. Por ser este xito de tan limitado alcance, a los ojos de los menosadvertidos, pareca evidente que la hereja cristiana no sobrevivira a lageneracin que la vio nacer, y que pronto los feles de Jess Nazareno se perderan en el olvido, como los del Bautista o los de tantosotrosnabi.

    No aconteci as, porque intervino en el asunto_un elemento nuevo, quecambi completamente su aspecto: incapaz de arraigar en terreno judo, laesperanza apostlica se vio trasladada a terreno griego, ya veremos cmo; yall prosper; comprenderemos por qu. Hablando con propiedad, es alldonde debe buscarse el primer trmino de la evolucin del cristianismo.

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    CAPTULOIII - LA OBRA DE LOS APSTOLES

    I.Los Apstoles son palestinos; su punto de vista.Hay Judos fuera de Palestina; ladispora. Cmo se constituy.Organizacin de sus comunidades.Propaganda de sus sinagogas.Cmo llegana concordar con el helenismo.Espritu de sus proslitos; por qu est, de antemano, predispuesta en favor de la predicacin, cristiana.

    II. El sincretismo de la dispora. El mandesmode Mesopotamia.Loshipsistaros y los sabazanosde Frigia.Losnasoreosde Epifanio, en Perea.Terreno favorable que estas sectas preparanal cristianismo.

    III. Cmo se efecta el pasode la fe apostlica sobre el terreno de ladispora; el relato de los Hechos. Bernab en Antioqua.Obscuridad y pequeo alcance verosmil de la obra de los Apstoles palestinos.

    I

    Los Apstoles y los discpulos, tranquilizados por la robusta confianzade San Pedro, que volvieron a reunirse luego de disipado el terror del primer instante, para tratar de reconstruir su sueo roto y de reanimar ensus corazones las esperanzas que les hizo concebir el Maestro, eran, no loolvidemos, judos de humilde condicin y sin cultura. Su horizonte no poda ser ms amplio que el de Cristo y su ambicin se limitaba aencaminar a "las ovejas de la casa de Israel" por la va de salvacin. Todonos induce a creer que al principio, por lo menos, su exclusivismo judomostrbase dispuesto a ser ms estrecho que el de Jess. Nada ms lejanode su pensamiento que la intencin de llevar la Buena Nueva a los paganos

    y, a decir verdad, les era imposible concebir la aceptacin del Evangelio por hombres que, previamente, no compartieran la fe juda. Pero grannmero de judos habitaban, en aquel tiempo, fuera de Palestina; pertenecan al rebao de Israel.16

    Durante los cuatro siglos inmediatamente anteriores a la era cristiana,varias causas determinaron que los antepasados de esos hombresabandonaran su patria. Primero la necesidad: su pas, situado entre el reino

    16 La obra esencial es la de J. Juster, Les juifs dans 1'Empire romain.Pars, 1914, 2 vols.; ver tambin, en el Diccionario de Antigedadesde Daremberg y Saglio, el artculo Judaei, de T. Reinach.Sobre los comienzos delcristianismo, su implantacin en tierra grecorromana y su determinacin como religin original, se leer con provecho a Pfleiderer en Die Entstehung de.f Christentumsy The evolution of early christianity, deCase, Chicago, s.f. (1914); se consultar Kyrios Christos,cap. III-VII de Bousset y Das rchristentum,Gotinga, 1914, t. I.

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    Lgida de Egipto y el reino Seleucida de Siria, haba servidofrecuentemente de campo de batalla a egipcios y sirios. En el curso de susrazzias, unos y otros hicieron muchos prisioneros que jams regresaron;accidente parecido tuvo lugar repetidas veces durante la prolongada lucha

    por la independencia, sostenida por los Macabeos contra los reyes sirios; sehaba reproducido en beneficio de los romanos cuando stos guerrearoncontra Antoco el Grande y, ms tarde, cuando tomaron partido en lasquerellas intestinas de Judea. Por otra parte, cuando los trataban bien, los judos eran laboriosos, fieles, diligentes; por eso los Ptolomeos y losSelucidas trataron de atraer a su pas grupos importantes y lo lograron.Algunos se instalaron en el delta del Nilo y en Cirenaica; otros enAntioqua, en Lidia, en Frigia. Palestina no ofreca recursos inagotables yla raza juda era prolfica, de modo que, viviendo con estrechez en un sueloa menudo ingrato, muchos judos, cuando se vieron bajo la dominacin deamos extranjeros, fueron a buscar su pan en regiones sometidas al mismo poder y hubo quienes hicieron all su fortuna. Dos siglos antes deJesucristo, un judo de Alejandra se permita si acaso una exageracin potica al escribir, dirigindose a su pueblo: "La tierra entera est llena deti y tambin todo el mar."17 El gegrafo Estrabn, contemporneo de Cristo,tena asimismo la impresin de que haba judos por todas partes. Enverdad, se haban diseminado por todo el mbito del Mediterrneo, peroslo formaban grupos compactos en las grandes ciudades del mundogriego, en Mesopotama y en Roma, en la que, durante el reinado deAugusto, poda contarse una docena de miles.

    Dondequiera que estuviesen, por lo comn no olvidaban ni su origen nisu religin. Vivan estrechamente unidos, procuraban obtener de lasautoridades pblicas derecho legal a la existencia y se organizaban.Formaban, en lo temporal, una comunidad que tena sus jefes, susmagistrados elegidos, su justicia y sus costumbres; en lo espiritual, una sinagoga,18 a la que acudan todos a or la lectura de la Ley, a rezar, ahacerse virtuosos en comn, y que tena, tambin, su pequeo gobierno.Una judera numerosa, como la de Roma, reparta a veces sus miembros envarias sinagogas. Los prncipes griegos, sirios o egipcios, dejaron a los judos proceder a su manera y hasta les acordaron varios privilegios; losromanos siguieron el ejemplo, y una verdadera carta constitucional protegi a los hijos de Israel en todo el territorio del Imperio; una carta queno solamente autorizaba su religin y legalizaba sus agrupaciones, sino quetomaba ampliamente en cuenta sus prevenciones y sus prejuicios y quetrataba con miramientos, en lo posible, sus susceptibilidades religiosas.

    Esta situacin excepcional, que su natural orgullo acentuaba, eldesprecio que ella casi les permita profesar a los cultos municipales, otros17 Orculos Sibilinos,III, 271.18 Esta palabra, comoiglesia,designa a la vez el lugar donde se renen y la reunin que se efecta en l.

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    defectos y ridiculeces que dejaban ver, sobre todo la singularidad de lasceremonias de la sinagoga, considerada por el vulgo como el templo sinritos de un dios sin imagen y sin nombre, la circuncisin, las restriccionesalimenticias de ,1a Ley mosaica y, para rematar, varias calumnias irritantes

    y fcilmente aceptadas, por ejemplo las de practicar la muerte ritual yadorar una cabeza de asno, todo esto haba hecho nacer en el populacho delas ciudades en que eran numerosos, sentimientos muy hostiles en sucontra. El mundo grecorromano conoci un verdaderoantisemitismo,quehubiese llegado a violencias extremas sin la contencin de las autoridadesromanas, aunque a veces stas no pudieron evitarlo; es til sealarlo desdeel principio, porque pronto se transferir de los judos a los cristianos.19

    Por el contrario, los israelitas, generalmente bien vistos por las potencias, a causa de su sumisin y su espritu laborioso y serio, atraanigualmente la atencin simptica de los hombres a quienes chocaba la puerilidad mitolgica, lo grosero del ritual, la fragilidad metafsica, lanulidad moral de la religin pagana corriente. En un tiempo en queempezaba a afirmarse la boga de las conmovedoras religiones de Oriente,el yavesmo pareca, a quienes por su temperamento estaban predestinadosa comprenderlo, la ms sencilla, la ms elevada y la ms pura de todas.Aunque eran muy exclusivistas, sombros y poco acogedores en su pas, los judos adquirieron mejores maneras entre los gentiles; no cerrabanestrictamente sus sinagogas; toleraban a los extraos delante de su puertaabierta; no se negaban a ensearles la Ley a los que queran conocerla, ycomo, adems, se haba traducido al griego, todo hombre instruido podaestudiarla. De tal suerte, se haba formado, poco a poco, una clientela de proslitos alrededor de cada sinagoga. Algunos llegaban hasta el fin en laconversin; reciban el bautismo purificador, aceptaban la circuncisin,enviaban la ofrenda ritual al Templo de Jerusaln y se asimilaban as a losverdaderos hijos de Israel.

    Otros, sin llegar a tanto, frecuentaban ms o menos regularmente el atriode la sinagoga, contribuan con sus denarios a su sostenimiento y "vivan lavida juda" hasta donde se lo permita su condicin social; los llamaban"los temerosos de Dios". Eran realmente muy numerosos en torno de lasgrandes Juderas de Oriente y de Egipto; en Roma se los encontraba hastaen las clases superiores, sobre todo entre las mujeres.

    Los judos de la dispersin no conservaron integralmente ni los hbitos,ni el espritu de sus hermanos palestinos. Su exclusivismo, su odio al gentil,su temor enfermizo a los contactos impuros, haban cedido en un medio enque les habran hecho la vi