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    Democracia y universidad

    [Un alegato político a favor

    del derecho a no ser político]

    Universidad Nacional de Colombia

    Sede BogotáFacultad de Ciencias Humanas

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    Democracia y universidad

    [Un alegato político a favordel derecho a no ser político]

    Luis Eduardo Hoyos

    Universidad Nacional de Colombia

    Sede Bogotá

    Facultad de Ciencias Humanas / Decanato

    exto de circulación restringida y distribución gratuita, editadoexclusivamente con finalidad académica, para uso en aulas de la

    Universidad Nacional de Colombia. Prohibida su venta.

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    Democracia y universidad

    [Un alegato político a favor

    del derecho a no ser político] 

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    Democracia y universidad

    Un alegato político a favor

    del derecho a no ser político*

     

    Luis Eduardo Hoyos**

    «Yo los quiero invitar a la subversión.

    Yo los quiero invitar a la rebeldía.

    Y yo los quiero invitar a que sean y seamos capaces de

    decir que no estamos de acuerdo con el régimen actual».

    Senadora de la República de Colombia

    (o de lo que queda de ella)

    [Intervención pronunciada en la Universidad

    Nacional, a principios de septiembre de ]

    Se me ha pedido que hable de «democracia universi-

    taria» a propósito de una intervención que hice en

    una de esas caldeadas asambleas que se han vuelto

    ya parte de la vida cotidiana en las universidades

    * Contribución leída en el marco de los Conversatorios de la Facultad de Ciencias Humanas de la UniversidadNacional de Colombia el de septiembre de . El textoes también parte del libro de homenaje al Profesor CarlosB. Gutiérrez (Rodolfo Arango y Margarita Cepeda [eds.]),próximo a aparecer.

    ** Profesor Asociado del Departamento de Filosofía de laUniversidad Nacional de Colombia - Bogotá.

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    públicas. A propósito de la controversia suscita-

    da por la designación de un nuevo decano para la

    Facultad de Ciencias Humanas de la UniversidadNacional sostuve allí, no por primera vez, que a la

    universidad pública, como comunidad cualificada y

    culta, le correspondía acabar con el malentendido

    que ha surgido a propósito de la obligación cons-

    titucional de consultar a la población universitaria

    sobre el nombramiento y designación de sus direc-

    tivas. Ese malentendido consiste en confundir dicha

    consulta con una elección directa. En la universidad

    pública —dije— no hay, ni puede haber, elecciones

    directas de las directivas de turno. Y eso tiene mu-

    chísimo sentido, pues la universidad no es ni de le- jos parecida a una alcaldía o a un partido político o

    a un parlamento. Si es necesario el recurso a proce-

    dimientos que podrían ser llamados «políticos» en

    la estructura organizativa de la universidad, deben

    estar ellos rigurosamente subordinados a criterios

    académicos. Esto implica, entre otras cosas, que launiversidad ha de ser más una meritocracia que una

    democracia. Y por decir eso fui invitado a este foro.

    Un parlamento es una institución eminentemen-

    te política, en la que se reúnen representantes de la

    sociedad civil, legitimados como tales por el voto

    directo, individual y secreto, para debatir y propo-ner proyectos que —de acuerdo con la concepción

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    del bien de cada cual— habrán de beneficiar a dicha

    sociedad. Una alcaldía o una gobernación tienen ese

    carácter político, pero también uno administrativo,es decir, básicamente técnico. De cualquier manera,

    una alcaldía se estructura como cuerpo político que

    tiene a la cabeza un ciudadano que ha obtenido su

    cargo por elección popular. Hasta hace relativamen-

    te poco las alcaldías y gobernaciones en Colombia

    se ejercían por designación directa del poder ejecu-

    tivo. Esa situación, afortunadamente, ha cambiado.

    Curiosamente, para los que no lo saben, en los años

    ochenta del siglo  a la guerrilla comunista de las y al partido conservador colombiano los unía

    la permanente exigencia de que en nuestro país de-bería haber elección popular de alcaldes y goberna-

    dores. Creo que esa exigencia era razonable, aunque,

    obviamente, también pienso que era posible hacerla

    (como muchas otras) sin necesidad de matarse por

    ella. Pero ese es otro tema.

    La universidad, en cambio, no es una institucióneminentemente política. Lo que quiero decir con ello

    es que, a diferencia de un parlamento o de un par-

    tido, lo que define a la universidad no es la política ni

    los compromisos que en ella se den con la actividad

    política. Mi punto de vista es que lo que da razón de

    ser a la universidad, y la define, es el hecho de seruna institución comprometida con el conocimiento

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    y con el desarrollo cultural y científico. Cuando la

    actividad principal de las universidades es la política

    y no la científica y la académica, la primera que se veamenazada es la autonomía universitaria. Insisto en

    lo siguiente: con esta tesis no estoy defendiendo la

    idea de que en la universidad no se pueda hacer po-

    lítica o debatir políticamente. Lo que quiero decir es

    que la actividad política no constituye la esencia de

    la acti vidad universitaria. De manera análoga, sería

    inaceptable prohibir que dentro de las universidades

    se profesen creencias religiosas. No es pensable que

    una manifestación cultural tan importante como la

    religión no se haga presente dentro de las univer-

    sidades, en las que se intercomunican permanente-mente tantas personas y tan diversas maneras de ver

    el mundo. Pero lo que no es defendible es que la acti-

     vidad religiosa sea parte constitutiva de la actividad

    universitaria. Hay universidades en Colombia, prin-

    cipalmente privadas, que tienen consagrados en sus

    estatutos un compromiso con la fe católica. Piensoque eso es atentatorio de la autonomía universita-

    ria. Hasta antes de promulgarse la Constitución de

    , en muchas de esas universidades era requisito

    obligatorio la clase de religión en todas las carreras.

    Después de eso ya no se puede hacer por ser

     violatorio del acuerdo constitucional en el que se ra-tifica que este es un país plural en el que hay libertad

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    de cultos. Pero, independientemente de ese hecho,

    esa obligación confesional de algunas universidades

    católicas puede ser considerada como un claro des-conocimiento del carácter autónomo y libre de la

    universidad. La obligación confesional —cualquiera

    que ella sea— dentro de las universidades, es una

    aberración que riñe con la misma idea moderna de

    universidad.

    En lugar de hablar aquí directamente de «de-

    mocracia universitaria» voy a proponer más bien el

    siguiente planteamiento, muy simple: me voy a atre-

     ver a decir qué es, en mi opinión, lo más caracterís-

    tico de la democracia, qué lo más característico de la

    universidad y por qué, en consecuencia, la univer-sidad no puede ser en ningún caso una institución

    eminentemente política. Algunas consecuencias

    saldrán de aquí, obviamente, para pensar el asunto

    de la así llamada «democracia universitaria».

    El procedimiento de la democracia Quisiera empezar por los rasgos que me parecen

    esenciales a la democracia. En primer lugar, creo

    que la democracia es ante todo un procedimiento,

    un método hallado históricamente por los hombres

    para dirimir los conflictos que surgen inevitable-

    mente de la búsqueda política del poder. Parte (notodo, por supuesto) de ese procedimiento consiste

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    en escoger por mayoría entre varias opciones. La

    escogencia de una opción por mayoría, cuando hay

     varias que se excluyen mutuamente, suele ser consi-derada típicamente democrática y supone un acuer-

    do tácito entre todos los participantes de aceptar

    la decisión mayoritaria, cualquiera que ella sea. La

    regla de aceptar la decisión mayoritaria, cualquiera

    que ella sea, tiene, así, prioridad sobre la decisión

    mayoritaria misma porque ésta última la supone.

    Tal cosa trae consigo una importante restricción: se

    ha de aceptar cualquier decisión mayoritaria, salvo

    aquella que consiste en abolir esa regla. Este aspecto

    del procedimiento democrático es utilizado para re-

    solver muchos conflictos y no solamente para resol- ver los de carácter estrictamente político. Así, por

    ejemplo, un grupo de amigos que desea salir a cenar

    y no se pone de acuerdo en el restaurante al que ha

    de ir puede apelar a una votación entre las diferen-

    tes opciones. En estos casos, y cuando el grupo no es

    muy numeroso, se suele escuchar primero las razo-nes a favor de una y otra opción y se intenta tomar

    la decisión sobre la base de la fuerza de esas razo-

    nes. Al procedimiento de elección por mayoría se

    apela normalmente como ultima ratio; cuando hay,

    por así decir, «tablas» en el cotejo de razones. Y se

    apela a dicho procedimiento porque se supone quees una buena solución en una situación de conflicto

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    de razones y/o intereses. Cuando los contrayentes

    de un juego de este tipo son muy numerosos, es muy

    difícil, si no imposible, esperar que se opte por algode acuerdo con el cotejo de razones. En estos casos

    el procedimiento más expedito es el de escoger con-

    forme a lo que mayoritariamente se ha decidido.

    Me parece que la dificultad de poner de acuerdo

    a tantos es una de las razones poderosas que hace

    que el procedimiento de decisión por mayoría sea

    tan generalmente aceptado. Pero no creo que sea la

    única. Hay otra, muy importante, que no debe pasar

    desapercibida. Cuando hay conflicto de intereses,

    piénsese ya concretamente en un conflicto político,

    las razones a favor de una u otra de las partes suelellevar a una situación en la que una solución cualita-

    tiva es imposible; me refiero a una solución en la que

    se haga justicia tanto a las razones de uno como a las

    de otro bando. Con el procedimiento de elección por

    mayoría se nivela por lo sano; quiero decir, se decide

    cuantitativamente, lo que desde un punto de vistacualitativo nos llevaría con mucha seguridad a una

    discusión sin término. Este último factor es suma-

    mente característico del aspecto del procedimiento

    democrático según el cual se toma una decisión por

    mayoría. Con la resolución de un conflicto de tipo

    cualitativo mediante un expediente cuantitativo nose pretende que el conflicto quede solucionado de

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    una vez por todas. La decisión mayoritaria no es en

    realidad una solución cuantitativa a un conflicto

    cualitativo, sino una forma de dar por terminadoel conflicto y, justamente, decidir, pasar a la acción,

    por así decir. Aquí los bandos buscan ganar, pero

    también tienen que estar dispuestos a perder. Si no,

    no pueden jugar. Pienso que esta forma de dar por

    terminado (y no de terminar) un conflicto de ca-

    rácter cualitativo mediante un expediente cuanti-

    tativo es una de las razones por las cuales también

    ha de considerarse como esencial al procedimiento

    democrático la alternación en el poder, es decir, el

    carácter más o menos provisional, temporal, de las

    decisiones por mayoría.Aunque la toma de decisiones basada en el con-

    teo de la mayoría (que no es más, en el fondo —repi-

    to—, que una forma de dar por terminado cuantita-

    tivamente un debate que, cualitativamente, podría

    no tener un fin), es parte esencial del procedimiento

    democrático, no es, con mucho, el único aspecto im-portante de él, ni tampoco el más característico. Es

    asimismo esencial al juego político democrático la

    limitación del poder. La democracia moderna no es

    solamente la forma de gobierno que acoge las deci-

    siones de las mayorías, sino la que reconoce la nece-

    sidad de limitar el poder y evitar su concentración.La democracia moderna no consiste en pasar el po-

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    der absoluto del soberano al pueblo, sino en abolir

    el carácter absoluto del poder. Constitutivo de este

    rasgo tan esencial de la democracia moderna son ladivisión de poderes y la alternación de los gobiernos.

    No puede llamarse fiel a principios democráticos

    modernos, o respetuoso de ellos, un gobierno que

    no reconoce los límites entre el poder ejecutivo, el

    legislativo y el judicial, ni la independencia entre

    ellos. Otro tanto vale decir de un gobierno interesa-

    do en perpetuarse en el poder y cohibir la alterna-

    ción política. No vale a favor de él, quiero decir, a

    favor de que se le llame democrático, el expedien-

    te plebiscitario de apelar al apoyo de las mayorías,

    ni mucho menos su convicción de estar llevando acabo un buen gobierno. Lo primero no vale, porque

    sería creer que lo único constitutivo de la democra-

    cia es la decisión mayoritaria. Y la decisión mayo-

    ritaria sin la limitación del poder es como un eje

    con una sola rueda. Lo segundo tampoco, porque la

    determinación de lo que sea bueno o malo, un bueno un mal gobierno, es esencialmente cualitativa y,

    en cuanto tal, va a ser siempre favorecida por unos

    —los que comparten el mismo esquema de valores

    o fueron favorecidos por ese gobierno— y no por

    otros. Se dirá: «justamente, como hay una situación

    de “tablas”, desde el punto de vista de la aceptabi-lidad de las razones, entonces lo mejor es solucio-

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    nar por votación el diferendo». Si es cierto que el

    procedimiento de decisión por mayoría es un buen

    procedimiento para dirimir situaciones de conflic-to dándolas por terminadas, pero no para solucio-

    nar esos conflictos terminándolos definitivamente,

    como lo haríamos después de un cotejo racional de

    las razones, entonces no es aceptable suponer que la

    creencia de que algo es bueno, incluso en el caso de

    que sea la creencia de la mayoría, es un argumento

    contundente para perpetuar un gobierno. El expe-

    diente democrático de dar por terminado un cotejo

    cualitativo de razones mediante un conteo de votos

    es necesariamente correlativo al principio de alter-

    nación en el poder, como principio limitativo deeste último. Por otra parte, nunca podrá ser buen

    argumento que algo es demasiado bueno (aunque

    lo sea) para cambiar una regla de juego que, entre

    otras cosas, permitió a eso llegar a ser tan bueno.

    Si el ser humano es falible, y frágil y limitado, si

    su conocimiento de las cosas está cercado por la ig-norancia y se topa permanentemente con ella, no es

    aceptable concederle a un ser humano atribuciones

    para que gobierne a los otros absolutamente. La ne-

    cesidad de ligar la limitación del ejercicio del poder

    a la falibilidad humana es uno de los rasgos más ca-

    racterísticos del pensamiento liberal y democrático.No es casual que ambas ideas surjan en un momen-

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    to histórico, el de la Ilustración tardía de fines del si-

    glo , en el que las capacidades racionales eran

    ensalzadas al mismo tiempo que se llamaba crítica-mente la atención sobre la necesidad de reconocer

    su alcance limitado.

    A parte de la división clásica de los tres pode-

    res, la democracia occidental moderna también ha

    llegado históricamente a la creación y desarrollo de

    instituciones que tienen la función de controlar el

    ejercicio del poder. Es el caso de las procuradurías,

    las fiscalías y las contralorías. Es tanto lo que se jue-

    ga en el ejercicio del poder y en la pretensión de ese

    ejercicio —pretensión que constituye la esencia de la

    actividad política— que las sociedades occidentaleshan creado mecanismos institucionales para con-

    trolar el poder y prevenir los excesos derivados de

    su concentración temporal. Las entidades controla-

    doras, por supuesto, no tienen una razón de ser di-

     vina, sino que son el resultado de conclusiones a las

    que se ha llegado después de tortuosas experienciashistóricas. Si no aprendemos del dolor, difícilmente

    podremos esperar aprender de otras cosas.

    De todo lo que he dicho hasta ahora se puede

    sacar la siguiente conclusión provisional: la demo-

    cracia, entendida como procedimiento político para

    dirimir los conflictos de intereses y la contiendapor el poder, se opone al absolutismo del poder, a

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    su concentración y a la perpetuación en él. Pienso

    que la democracia debe ser ante todo juzgada como

    método, como procedimiento, y no como otra cosa.En efecto, aunque la democracia puede ser conside-

    rada como un método expedito para la resolución

    de conflictos de interés, para canalizar las preten-

    siones de poder y para limitar su ejercicio, y en esa

    medida los sistemas democráticos pueden ser con-

    siderados como buenos, adecuados al desarrollo del

    proceso social, no debe pensarse que se la valora así

    positi vamente en el sentido en que se valora algo

    como substantivamente bueno. Me explico: cuando

    los filósofos decimos que algo es substantivamente

    bueno, estamos pensando en lo que cada uno tienepor bueno para sí. Mucha gente, por ejemplo, tie-

    ne como buena a la familia, mientras que para otra

    gente éste no es un bien tan indispensable. Hay mu-

    chas personas, casi todas, que consideran a la sa-

    lud como un bien máximo; otras están dispuestas

    a sacrificar su propia salud por otros bienes, etc. Lademocracia no debe ser considerada como buena en

    este sentido. Ella no propone una forma de vida si-

    guiendo un ideal determinado de bien, sino que es el

    procedimiento que hace posible que convivan mu-

    chos ideales del bien y que se diriman sus conflictos

    mediante el ejercicio temporal y limitado del poder.Todo el que es demócrata tiene que estar dispuesto

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    a someter a un límite sus ideales de vida buena, al

    mismo tiempo que tiene el derecho de reclamar que

    ese ideal tenga un lugar en la sociedad.El procedimiento de la democracia es prioritario

    en relación con los diferentes intereses que deciden

     jugarlo, pero esa prioridad no es substantiva. La crí-

    tica de que la democracia liberal moderna es me-

    ramente formal no es por ello una crítica muy bien

    pensada contra ella, pues la democracia, entendida

    como procedimiento para dirimir los conflictos de

    interés y regular la contienda por el poder, debe

    comprometerse lo menos posible con los conteni-

    dos del bien que valoran los contrayentes del juego

    y con los intereses de cada parte. El procedimien-to democrático debe ser lo más ajeno posible a esos

    ideales del bien y a esos intereses. Si los contrayentes

    del juego democrático deciden regular sus preten-

    siones de poder es porque aceptan unos principios

    muy básicos que son constitutivos, definitorios, de

    ese juego. Cada uno de los pretendientes del poderpuede defender la idea de bien que considere más,

    digamos, verdadera, o el concepto de sociedad que

    le parezca mejor, pero no lo puede hacer saltándose

    aquellas reglas constitutivas del juego democrático

    que —repito— no deben identificarse con el ideal de

    bien de los contrayentes. Pienso que la decisión pormayoría, la división e independencia de los poderes

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    y el control, la limitación y la alternación del ejerci-

    cio del poder son reglas constitutivas, y no acceso-

    rias, del juego democrático.Los filósofos políticos suelen distinguir entre

    «reglas constitutivas» y «reglas regulativas»  (o lo

    que llamo aquí «reglas accesorias»). Las primeras

    definen un juego, a la vez que lo regulan. Las segun-

    das lo regulan, pero no lo definen, es decir, pueden

    ser cambiadas sin que por ello se esté proponiendo

    un cambio de juego. Sobra decir que todo juego re-

    quiere de reglas. Pongo un ejemplo sencillo: en el

     football  hay al menos una regla constitutiva, de al-

    gún modo ya contenida en su propio nombre y por

    tanto definitoria de él: los contrayentes deben siem-pre usar los pies para controlar el balón. En estricto

    sentido, ésta es una regla prohibitiva que consiste en

    que no es permitido usar las manos para controlar el

    balón. El  football  debería mejor llamarse handless-

    ball . Nótese que, como regla prohibitiva, la regla de

    no usar las manos para controlar el balón da másmargen de juego que la prescriptiva: «se deben usar

    los pies», pues da la posibilidad de usar el pecho, la

    Véase John Rawls, «Two Concepts of Rules» y lainterpretación que de la misma idea hace John Searle en«How to Derive “Ought” from “Is”». Ambos en: Teoriesof Ethics. Philippa Foot (ed.). Oxford: Oxford UniversityPress , - y -, respectivamente.

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    cabeza, etc. En el  football   se acepta una excepción

    a esta regla constitutiva: a un jugador, a saber: al

    arquero, le es permitido usar sus manos para con-trolar el balón. Con todo, esta excepción, como sa-

    bemos, es excesivamente restrictiva: sólo uno de los

     jugadores puede ser arquero y a él sólo le es permiti-

    do usar sus manos dentro de una determinada área

    y por un tiempo limitado. Por fuera de esa área, él

    es un jugador de football , o de balompié, más. Junto

    a esta regla constitutiva hay muchas del balompié

    que son accesorias o regulativas: por ejemplo, que

    la llamada pena máxima se cobre desde los me-

    tros, o que los partidos duren hora y media. Estas

    últimas pueden ser cambiadas sin que se cambie laesencia del juego, pero no se puede cambiar aquella

    regla constitutiva del  football   sin que se cambie al

    mismo tiempo el juego mismo. Es en ese sentido que

    digo que la decisión por mayoría, la división e inde-

    pendencia de los poderes, el control, la limitación y

    carácter temporal del ejercicio del poder son reglasconstitutivas de la democracia. Querer cambiar esas

    reglas es proponer un cambio de juego.

    Aunque las reglas que no son constitutivas pue-

    den ser alteradas sin que ello implique un cambio de

     juego, es importante notar que, por tener un carác-

    ter regulativo y haber sido aceptadas por las partesantes de iniciar el juego, no deben ser cambiadas

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    mientras él está en curso. Imagínense que en me-

    dio de un partido de balompié entre «Los macacos»

    y «Los tapires», aquellos decidan cambiar la reglade que la pena máxima se cobre desde los once me-

    tros, porque, supongamos por caso, su arquero es

    más bajo de estatura que el de «Los tapires». «Los

    macacos» deciden que la pena máxima debe co-

    brarse desde los quince metros. El representante del

    equipo argumenta razones de equidad y agrega que,

     justamente en virtud de esas razones, dicha modifi-

    cación a esa regla (que después de todo no es cons-

    titutiva del balompié) ha de valer para ambos equi-

    pos. Imagínense que los miembros de «Los tapires»

    se oponen a esa decisión y que «Los macacos», que juegan de locales, proponen resolver la disputa ha-

    ciendo una votación entre los asistentes al estadio.

    Es más o menos obvio que semejante procedimiento

    no sería legítimo. Pero no porque no tenga a su favor

    principios de equidad, o porque «Los macacos» re-

    curran a él siendo locales, sino porque es violatoriodel acuerdo sobre las reglas que ha sido previo a la

    concertación del partido.

    Hay otras tres características irrenunciables de

    la democracia a las que me quiero referir brevemen-

    te. Son ellas: la representación, la transparencia y el

    respeto a las minorías. La democracia no es sola-mente un procedimiento para la resolución tempo-

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    ral de los conflictos que surgen de las pretensiones

    de poder y para limitar su ejercicio, sino que es un

    mecanismo representativo. Ese carácter representa-tivo de la democracia es el responsable de que exista

    el político como profesional. El político de profesión

    es un ciudadano mayor de edad que se especializa

    en hacer gestión a favor de la comunidad que repre-

    senta y que usualmente pertenece a un partido. No

    debe, en mi opinión, representar en primer lugar a

    su partido, sino a la comunidad. Los partidos son

    instituciones, internamente también estructuradas

    según reglas democráticas, que se organizan para

    facilitar el acceso al poder. Ellos sí tienen principios

    de unión substantivos, es decir, los partidos se for-man y unen de acuerdo con ideales del bien y, cuan-

    do acceden al poder gobiernan según esos ideales,

    pero han de representar a la comunidad y han de

    gobernar procurando su bienestar. El aspecto repre-

    sentativo de la democracia también es parte de su

    carácter procedimental. Usualmente se distingueentre democracia directa y democracia representa-

    tiva. En los últimos años las discusiones en la filoso-

    fía política se han nutrido con la introducción de un

    nuevo concepto, el de democracia deliberativa, que

    debe ser indicador de un mejoramiento del procedi-

    miento democrático moderno. Infortunadamente,no puedo ocuparme aquí en detalle de estas distin-

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    ciones. Por lo pronto, quisiera decir que estos son

    tres aspectos que no riñen entre sí sino que, antes

    bien, me parecen complementarios.El mecanismo de la democracia directa es el voto

    individual. En casi ninguna comunidad muy nume-

    rosa se toman decisiones substantivas de acuerdo

    con un procedimiento de votación directa, sino que

    se delega a los representantes políticos de la socie-

    dad civil (estos sí, elegidos por voto directo) la toma

    de decisiones. Hay sitios, como los Estados Unidos,

    en donde incluso se delega a los llamados colegios

    electorales lo que en casi todas las democracias es

    asunto del elector individual. Dentro de los parla-

    mentos, concejos y asambleas se votan los diferentesproyectos, procurando que hayan sido sometidos a

    un proceso deliberativo que se deja normalmente

    en manos de comisiones, menos numerosas que las

    plenarias y por ello más adecuadas para el estudio y

    el cotejo de razones. Sólo en muy pocos países, hasta

    donde sé, se somete a la comunidad un tema subs-tantivo para que sancione ella plebiscitariamente

    sobre él. Suiza es uno de esos pocos ejemplos. Es re-

    lativamente corriente ver que en algunos cantones

    se convoca a la comunidad para que decida direc-

    tamente sobre temas substantivos: aborto, cláusu-

    las sobre inmigración, transformaciones urbanas,etc. Pero así y todo, ese procedimiento procura ser

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    [23]

    limitado por algunos, pues los riesgos que conlle-

     va no son muy difíciles de ocultar. Cierto es que la

     valoración del voto directo supone una gran con-fianza en el ciudadano y eso, en mi opinión, es su-

    mamente positivo. Pienso incluso que la confianza

    en el elector es una de las diferencias cruciales entre

    el pensamiento liberal y el pensamiento conserva-

    dor. Pero también es importante reconocer que la

    decisión mayoritaria sobre temas substantivos en

    una comunidad política y numerosa no parece ser

    la mejor alternativa para capotear la dificultad, in-

    herente al procedimiento democrático, de que la de-

    cisión mayoritaria no puede ser ella misma más que

    una decisión procedimental, es decir, no debe tenerel estatus cualitativo de las decisiones basadas en el

    cotejo de razones. Por ser tan difícil la toma de deci-

    siones colectivas por medio del cotejo argumentado

    de razones (yo me atrevería a decir que en algunas

    ocasiones incluso por ser imposible), es que se hace

    necesaria la elección plebiscitaria. Convocar a unacomunidad política para que decida por votación

    sobre un tema substantivo puede ser por ello una

    forma no muy afortunada de resolver la disparidad

    inevitable entre lo cuantitativo y lo cualitativo, ane-

     ja al procedimiento democrático. De ahí el sentido

    de la representatividad democrática. Cuando la co-munidad no es eminentemente política, como es el

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    [24]

    caso de la universidad, esta disparidad debe ser re-

    suelta de otra manera: la deliberación racional debe

    primar siempre sobre el procedimiento representa-tivo. Aunque la gestión de una directiva universita-

    ria no puede ser eximida del control social y de la

    evaluación externa, lo primero que se debe exigir

    de una directiva universitaria es calidad académica,

    intelectual y moral. Por eso, principalmente, es que

    se debe respetar el principio que presume que sus

    decisiones están orientadas por la búsqueda de las

    mejores razones. En ese mismo orden de ideas, es,

    en mi opinión, indispensable que el equipo directivo

    de una universidad se rodee de asesores altamente

    cualificados. Sin este principio básico de la confian-za en la inteligencia no veo cómo pueda organizarse

    una universidad. Diré algo más al respecto al final

    de este texto.

    Esencial al procedimiento democrático también

    es, en mi opinión, la transparencia. Es lo que Kant

    llamaba «imperativo de la publicidad» que opera,para él, como el principio normativo por excelen-

    cia de la vida política. Lo que está a la base de esa

    idea son dos cosas: la búsqueda del control político

    mutuo y la necesidad de mantener a una sociedad

    bien informada. Si al representante político de un

    sector de la sociedad se le ha confiado el poder dedeliberación y elección sobre asuntos substantivos,

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    [25]

    es una mínima obligación de él mantener informa-

    do al elector sobre su gestión, así como también lo

    es la manifestación transparente de sus intencionesy de los pactos y coaliciones que suscriba.

    No puedo dejar de mencionar, finalmente, el

    respeto a las minorías como elemento muy signi-

    ficativo de la democracia. La democracia, concebi-

    da como un procedimiento político expedito para

    subsanar los conflictos de interés y las disputas por

    el poder, está íntimamente ligada a una concepción

    pluralista y liberal del mundo social. Una mayoría

    no ha de tenerse nunca como definitiva y absoluta.

    No sólo es muy raro que en los procedimientos de

    elección democrática se dé una mayoría absoluta,del cien por ciento, sino que la mera posibilidad de

    que se presente no debe ser considerada indepen-

    dientemente de su carácter temporal. Lo que sí es

    muy usual es que de las contiendas democráticas

    por votación resulten mayorías y minorías. Y estas

    últimas, no sólo deben ser respetadas, sino que sucapacidad de control sobre el poder de las mayorías

    y su derecho a disentir deben ser estrictamente pre-

    servados. La democracia es el mejor procedimiento

    hallado hasta ahora para que esta convivencia plu-

    ral, e inevitablemente tensa, no amenace la existen-

    cia de la sociedad.

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    [26]

    La autonomía de la universidad

    La universidad es, esencialmente, una comunidad

    académica, científica y cultural y es eso, y nada más,lo que da su razón de ser. Y lo que preserva el carác-

    ter académico, científico y cultural de la universidad

    es su autonomía. La universidad ha de ser libre y la

    libertad de las universidades ha de ser esencialmente

    la libertad científica, académica e intelectual.

    La autonomía universitaria se suele entender

    en Colombia —principalmente en las universi-

    dades públicas— como el principio según el cual

    las universidades se rigen a sí mismas, es decir, se

    comprende en relación negativa con agentes insti-

    tucionales externos a la universidad. La universidadpública determina su destino sin intervención del

    gobierno central, tanto presupuestalmente (recibe

    los recursos del ministerio de hacienda, pero los

    administra según sus criterios), como desde el pun-

    to de vista de las orientaciones para su manejo, en

    conformidad con su misión (usualmente expresadaen la triada: docencia, investigación, extensión).

    No es igual de frecuente, sin embargo, considerar

    otros dos aspectos también esenciales a la noción

    de autonomía universitaria: En primer lugar, la idea

    de que la autonomía universitaria, como toda au-

    tonomía (el principio según el cual uno se da a símismo la ley, o la norma) implica necesariamente

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    [27]

    la noción de responsabilidad. No hay autonomía sin

    responsabilidad. Esta es una noción normativa muy

    característica de la Modernidad y que debe tambiénser característica de la universidad moderna. La res-

    ponsabilidad, en el caso de la universidad, es, por su

    parte, establecida por la obligación que tiene ella de

    contribuir al desarrollo cultural, intelectual y cien-

    tífico de la sociedad. La universidad cumple con

    este compromiso social principalmente por medio

    de los resultados de la investigación y de la llamada

    extensión. Pero es evidente que el compromiso con

    una formación docente de calidad es constitutivo de

    su función social, sólo que este factor relaciona a la

    universidad directamente consigo misma y más omenos diferidamente a ésta con la sociedad.

    Por otra parte, la autonomía universitaria no

    debe ser vista sólo en relación con agentes institucio-

    nales externos a la universidad, sino también en rela-

    ción consigo misma. Lo que deseo sostener es que la

    autonomía universitaria es un principio rector de la vida universitaria misma. Se trata aquí de defender

    la idea de que la autonomía universitaria es un prin-

    cipio intelectual, incluso diría, si me acosan, espiri-

    tual (no material: la autonomía universitaria no es la

    extraterritorialidad del campus) definido por la idea

    de que las universidades son, principalmente, comu-nidades académicas y científicas. Las universidades

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    [28]

    no son principalmente ni comunidades políticas, ni

    comunidades económicas. No quiere esto decir que

    en las universidades no se pueda hacer política o quelas universidades no puedan vender sus servicios.

    En lo que acabo de decir está lo fundamental de

    mi opinión sobre la autonomía universitaria. Voy a

    procurar darle un par de vueltas a este pensamiento

    para que lo veamos desde diferentes ángulos. Para

    lograr bien este propósito quisiera que no se per-

    diera de vista la tesis que estructura toda la movida

    que propongo. Se podría enunciar así: La autonomía

    universitaria es el factor más vital de la universidad.

    Este principio de la autonomía universitaria debe

    articular, a su vez, tres ideas:() La autonomía debe consistir en la indepen-

    dencia de factores de poder e influencia externa,

    como los gobiernos. Según este criterio, para llamar

    autónoma a la universidad, ésta debe regir su propio

    destino y administrarse a sí misma.  Se compren-

    de de suyo que la autonomía universitaria, segúneste criterio, no puede ser absoluta. A mi modo de

     ver, concebir la autonomía en general, y la autono-

    Véase el artículo de la Constitución Política deColombia: «Se garantiza la autonomía universitaria. Lasuniversidades podrán darse sus directivas y regirse por suspropios estatutos, de acuerdo con la ley. La ley estableceráun régimen especial para las universidades del Estado».

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    [29]

    mía universitaria en particular, como ilimitada es

    incurrir en una falacia que no vacilaría en llamar

    metafísica y que consiste en negar que el desplieguede cualquier actividad llamada autónoma (e incluso

    libre) debe tener a la base algunas condiciones que

    la hacen posible.

    La sentencia - de de la Corte Constitu-cional Colombiana (Magistrado Ponente, Alejando

    Martínez Caballero) estipula del siguiente modo el

    criterio de la autonomía universitaria con respecto

    a los agentes externos: «Por regla general, la univer-

    sidad se rige por el principio de plena capacidad de

    decisión, lo cual implica un grado importante de

    acción libre de injerencia legislativa y judicial, nece-saria para desarrollar un contenido académico que

    asegure un espacio independiente del conocimiento,

    la capacidad creativa y la investigación científica».

    Por su parte, la Ley de , que establece un

    canon normativo (entre otras, de inspección y vigi-

    lancia) para el ejercicio de la autonomía universitaria,puede ser entendida como un indicio más del carácter

    no absoluto de la autonomía universitaria. Así la in-

    terpretó al menos el Consejo de Estado en cuan-

    do dijo que la «autonomía (de la universidad–)

    Claves para el debate público. La autonomía universitaria.Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, julio de ,n.º , p. , nota .

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    [30]

    no es absoluta, pues corresponde al Presidente de la

    República ejercer la suprema inspección y vigilancia

    sobre las instituciones de educación superior (art. de la Ley de y art. numeral de la Car-

    ta Política)». Esa inspección y esa vigilancia deben

    concernir, evidentemente, a la misión de la universi-

    dad y de ninguna manera a algo ajeno a esa misión.

    «El Estado —dice la Ley —, de conformidad con la

    Constitución Política de Colombia y con la presente

    ley, garantiza la autonomía universitaria y vela por la

    calidad del servicio educativo a través del ejercicio de

    la suprema inspección y vigilancia de la educación

    superior».

    () La autonomía universitaria, como toda auto-nomía, debe ser entendida en relación interna con la

    responsabilidad. Responsabilidad por una función

    social expresada en la tríada: docencia, extensión e

    investigación.

    () La autonomía es también un principio endó-

    geno y, por así decir, intelectual (si se quiere espiri-tual), que consiste en la preservación de la libertad

    académica y científica, y de la pluralidad.

    Quisiera convencerlos de que la articulación de

    estos tres componentes da la esencia del concepto

    de autonomía universitaria. Se siguen de ahí, a mi

    Op. cit ., p. . Op. cit ., p. .

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    [31]

    modo de ver, consecuencias importantes para com-

    prender la relación entre universidad y política,

    universidad y dinámica empresarial y universidady democracia procedimental.

    Como sé que somos particularmente sensibles al

    tema, quizás sea importante que especifique aún más

    en qué sentido estoy empleando el término «políti-

    ca» para prevenir malentendidos y tergiversaciones.

    Cuando utilizo el calificativo «político», o «política»,

    o también el substantivo, me refiero principalmente

    a la contienda por el poder y a los conflictos de in-

    tereses surgidos de esa contienda, es decir, a las di-

    ferentes pretensiones por el poder. Y el poder al que

    me refiero es el de regir a una sociedad, o a un grupohumano organizado institucionalmente y en el cual

    los individuos están abocados a vivir juntos sin im-

    portar la vida que cada cual lleve, o sin importar qué

    actividad es la que cada cual decidió que ha de dar

    sentido a esa vida. No me refiero, así, a los llamados

    «micro-poderes». Según el uso que estoy haciendo deltérmino, no es política la lucha por el poder que enta-

    blan dos amantes para ver con qué lugar de la cama se

    queda cada uno después de hacer el amor; aunque en

    otro sentido sí lo pueda ser. Tampoco se compadece

    con el uso que propongo la famosa idea de Aristóte-

    les según la cual el «hombre es un animal político»,aunque esa idea sea inobjetable. Como todos saben,

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    [32]

    con esa formulación, Aristóteles se refería al carác-

    ter eminentemente social (ciudadano; «político» en el

    sentido de abocado a vivir en la polis) del ser huma-no. Cuando digo «político», o «política», me refiero,

    entonces, a los mecanismos de disputa y/o concerta-

    ción para regir o influir en una sociedad o en un gru-

    po humano en el que los individuos están abocados

    naturalmente unos a otros, es decir, no por elección

    libre ni en virtud de un ideal de vida o una actividad

    determinados.

    Todos los ciudadanos de una comunidad política

    tienen derecho a pretender el poder o a vincularse a

    un grupo que lo pretenda y que ha de representarlos.

    Pero no toda pretensión del poder es legítima. La le-gitimidad del poder y de las aspiraciones a él no es,

    sin embargo, el tema de esta contribución. Se trata

    de un tema delicado, lo sé; pero no de un tema que

    no se pueda llevar al ámbito de la discusión racio-

    nal y conducir a algún acuerdo, así sea muy básico.

    Podría bastar en este contexto con decir que la vio-lación de los derechos humanos, la ruptura del or-

    den institucional que sigue al irrespeto de las reglas

    procedimentales de la democracia y la corrupción,

    son tres factores (no los únicos, pero en mi opinión

    sí los principales) que deslegitiman el uso del poder

    y su pretensión.

    Luis Eduardo Hoyos, «El problema de la legitimidad

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    [33]

    Sea de ello por ahora lo que fuere, para la línea

    de argumentación que me interesa esbozar aquí es

    importante sobre todo partir de la base que toda pre-tensión de poder es, en principio, legítima, es decir,

    que todo el mundo tiene el derecho de hacer políti-

    ca en el sentido que le estoy dando al término (que

    no es de ninguna manera un sentido inusual). Pero

    cuando alguien quiere hacer política en ese sentido

    y cree que la universidad es el lugar idóneo para ello,

    está desvirtuando tanto el sentido y la razón de ser

    de la universidad, como el de la política. El miem-

    bro de la universidad puede hacer política, pero la

    universidad no tiene la obligación de ser política

    en el sentido empleado del término. Los miembrosde instituciones eminentemente políticas, a las que

    les concierne directamente la contienda por el po-

    der, como los partidos, los concejos, las asambleas,

    el parlamento, etc., sí que están obligados a actuar

    políticamente, y si no lo hacen, están equivocando

    su función. Resulta por eso extraño el espectáculode los que pretenden el poder y rechazan al mismo

    tiempo todo compromiso o actitud política. Cuando

    eso ha ocurrido en Colombia (con los movimientos

    llamados «anti-políticos», o con algunos muy influ-

    yentes movimientos cívicos de opinión) no se trataba

    política», La crisis colombiana. Reflexiones filosóficas.Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, , -.

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    [34]

    en estricto sentido de anti-política, sino de rebelión

    contra los procedimientos políticos tradicionales.

    Algo, por supuesto, muy político. Con todo, es in-teresante ver cómo algunos de estos movimientos

    de carácter cívico sí alcanzaron a presentarse ante

    la opinión pública como contrarios a la formación

    de instituciones eminentemente políticas, como son

    los partidos. Esa actitud «anti-política» de ciertos

    pretendientes del poder demostró, como sabemos,

    ser muy inconveniente y limitada. Descansaba qui-

    zás en una contradicción: el pretendiente del poder

    no puede ser «anti-político» porque la esencia de la

    política es la pretensión del poder.

    Soy consciente de que me he permitido una ex-traña paradoja para subtitular este escrito. Lo iba a

    dejar, simplemente, «alegato a favor del derecho a

    no ser político». Y aquí «político» debe ser entendi-

    do en el sentido propuesto. Pero después de pensar-

    lo un rato, incluí el adjetivo «político» para calificar

    a mi alegato. Lo es, no propiamente en el sentido dequerer ingresar con él en alguna contienda por el

    poder, sino en el sentido de que quiero interpelar

    con él al pretendiente del poder que quiere servirse

    de la universidad para dar curso a su contienda. Por

    eso me permití la paradoja. Si se mira con cuida-

    do, eso la justifica. Aquí hay algo muy importanteen juego que quizás merezca una breve aclaración

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    [35]

    adicional: una cosa es la acción política directa y

    proselitista, que siempre está ligada a la contienda

    por el poder, y otra cosa es el pronunciamiento ola opinión política que no tienen directamente el

    propósito de competir por el poder. Lo segundo

    siempre estará y podrá estar dentro de las universi-

    dades, como lo está dentro de muchas otras partes.

    Así y todo, no tiene por qué desplazar la actividad

    académica. Lo primero, en mi opinión, sólo puede

    hacer presencia en la universidad si es marginal a la

    dinámica académica y científica y está estrictamen-

    te subordinado a ella. Piénsese, por ejemplo, en la

    invitación que un instituto de estudios políticos, o

    algo por el estilo, hace a unos candidatos para queexpongan sus ideas en medio de una contienda elec-

    toral. En ese caso, los académicos invitan a los polí-

    ticos para interpelarlos, pero no para competir con

    ellos por el poder.

    La universidad no es definida por ser una insti-

    tución que compite en la contienda por el poder yes parte de la preservación de su autonomía el que

    ella no se vuelva un campo de batalla por el poder,

    que ella no quede sometida a los avatares de la lu-

    cha por el poder político. El miembro de la comu-

    nidad universitaria está en todo su derecho de ser

    político, pero si no lo es, no contradice con ello sufunción de universitario. Así mismo, el miembro de

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    [36]

    la universidad está en todo su derecho de no ser po-

    lítico, porque como miembro de la universidad no

    ingresa a ésta para hacer política, sino para desa-rrollarse científica y académicamente y para contri-

    buir al desarrollo científico, intelectual y cultural.

    Al miembro de la comunidad universitaria lo asiste

    igualmente el derecho a decir que no acepta que la

    comunidad de la que decidió formar parte deba ser

    eminentemente política, deba ser una comunidad

    permanentemente sacudida por la contienda por

    el poder. Y el miembro de la universidad que tiene

    agenda política debe respetar ese derecho.

    La autonomía universitaria, entendida como

    principio endógeno, ha de garantizar el carácter noconfesional de la universidad, y eso significa, el ca-

    rácter plural, no sólo de las opiniones políticas —por

    supuesto— sino también de las religiosas, estéticas,

    de diferentes formas de expresión cultural, etc.

    Cuando la universidad se vuelve el laboratorio don-

    de se prueban todos los proyectos transformadoresde la sociedad (como fue el caso de nuestra univer-

    sidad pública durante mucho tiempo) y el universi-

    tario no parece contar con herramientas normati-

     vas para contrariar la vieja divisa: «A estudiar y a

    luchar por la liberación nacional»; cuando eso pasa,

    digo, la principal amenazada es nada menos que laautonomía universitaria, la misma autonomía por

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    [37]

    la que tanto pelean los que dentro de las universi-

    dades tienen, principalmente, agenda política, y no

    académica o científica. Aquellos que tienen única yprincipalmente agenda política dentro de la univer-

    sidad no quieren la autonomía universitaria, quie-

    ren la extraterritorialidad del campus para forzar

    sin control la acción política directa. Sé muy bien

    que elegí más o menos arbitrariamente una consig-

    na política con la que se identificó durante mucho

    tiempo (entre otros) un grupo político conocido

    por su fanatismo y sus continuos llamados a la vio-

    lencia (aunque el grafiti de marras se sigue viendo

    por doquier). Se me podría alegar que eso no vale

    para el caso de activistas políticos no radicales y no violentos que abogan por el derecho a hacer política

    dentro de las universidades. Estoy de acuerdo con el

    reparo: puede (no tiene que) hacerse política dentro

    de las universidades; pero la actividad política en la

    universidad no sólo debe estar estrictamente subor-

    dinada a su misión académica, científica y cultural,sino que en ningún momento la puede obstruir, es-

    torbar, o, si prefieren —para que quede claro de qué

    estoy hablando— bloquear.

    En la Universidad Nacional de Colombia hizo

    carrera en un tiempo la visión de que ella era un

    fiel reflejo de los conflictos más cruciales de nuestrasociedad y que por eso era una institución tan com-

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    [38]

    plicada y tan difícil de manejar. Esa visión —que

    aún goza de cierta aceptación— tiene una fuerte co-

    loración fatalista. Me opongo a ella: la UniversidadNacional no puede ser el reflejo de los conflictos de

    nuestra sociedad, y debe constantemente esforzarse

    por no serlo. La Universidad Nacional, como insti-

    tución académica y científica, dedicada, entre otros,

    al estudio de nuestra sociedad, debe ser un modelo

    normativo e inteligente para un país desbaratado

    por el crimen y la violencia.

    La imperativa invitación a «estudiar y a luchar

    por la liberación nacional» o la exhortación a los es-

    tudiantes, por parte del pretendiente del poder, para

    que se rebelen contra el actual régimen, parece estar justificada en la premisa de que ninguna esfera de la

     vida humana puede sustraerse a la política, enten-

    dida como lucha por el poder, o contra el poder do-

    minante. No considero aceptable esa premisa. Hay

    esferas de la vida social que se pueden, e inclusive

    se deben, sustraer a la lucha directa por el poder ocontra el poder prevaleciente, que se pueden y de-

    ben sustraer a la actividad política. Pero el luchador

    por la liberación nacional y el pretendiente del po-

    der que invoca la rebeldía dentro de la universidad

    expresan su convicción sobre la omnipresencia de

    lo político de una manera dramática: actualmente,según ellos, estamos en Colombia en una situación

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    [39]

    tal, que no podemos permitirnos no ser políticos de

    acción en ningún momento, en ninguna esfera de

    la vida, y muchos menos en la universidad (que es,según una socorrida concepción popular de la que

    ellos se valen, el lugar en donde está la «gente que

    piensa»): hay que oponerse al régimen actual. Ése es

    el llamado dramático y urgente.

    Debo confesar que comparto muchos de los te-

    mores relacionados con la vocación anti-democrá-

    tica del actual gobierno y pienso que hay que opo-

    nerse a sus pretensiones de perpetuarse en el poder

    y a sus vejámenes. Pero no estoy conforme con que

    se utilice la cátedra, o el campus universitario, para

    manifestar políticamente esta oposición, como nosea dentro de un marco académico y plural y aje-

    no a la contienda directa por el poder. En primer y

    principal lugar, y en concordancia con las ideas que

     vengo tratando de articular, porque no acepto que

    la universidad sea el lugar de la política, y mucho

    menos de la acción política, dado que creo, simple-mente, que a la universidad la define la autonomía

    académica y científica. En segundo lugar, porque no

    creo en la efectividad de una protesta (universitaria,

    o de cualquier otra índole) que no sale articulada en

    movimientos políticos a donde tiene que salir: a la

    calle. Y en tercer lugar, porque no estoy seguro deque se justifique el tono dramático del pretendiente

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    [40]

    del poder, cuando nos invita a la subversión. No creo

    conveniente —ni necesario— sostener que hay que

    paralizar los esfuerzos creativos y producti vos paradedicarnos a la rebeldía. Esa invocación, dentro de

    la universidad, me parece irresponsable. Y ya dije

    que tampoco hay autonomía sin responsabilidad.

    He dicho que la articulación de tres principios

    —la idea de independencia (relativa) del gobierno

    y de los otros entes estatales, la idea de la responsa-

    bilidad social y el principio endógeno de la libertad

    académica y de la pluralidad— constituye un con-

    cepto racionalmente defendible y bastante comple-

    to de autonomía universitaria. Pretendí mostrar

    que ese concepto puede dar una clave interesantepara ver las relaciones entre universidad y políti-

    ca. Ahora quisiera decir algo brevemente sobre el

    modo como este concepto de autonomía permite

    comprender la relación de la universidad con lo que

    llamé la dinámica empresarial, o si lo prefieren, con

    la economía.Que la universidad pueda y deba vender servi-

    cios no debe ser entendido como que ella deba estar

    abocada al autofinanciamiento. El autofinancia-

    miento, en mi opinión, atenta contra la autonomía

    universitaria. Por eso quisiera arriesgar la tesis de

    que la única universidad que puede aspirar a auto-nomía en este sentido es la pública. El financiamien-

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    to externo (estatal, pero también no estatal) de la

    universidad pública es demasiado importante, vital,

    para su desarrollo, por dos razones: en primer lugar,porque el costo social de no contar con una educa-

    ción superior de calidad y a la que sea posible acce-

    der, sin necesidad de contar con excesivos recursos

    personales, es, en una sociedad tan aterradoramen-

    te desigual y desventajosa como la nuestra, excesi-

     vamente alto. La educación de calidad y accesible a

    los no favorecidos por esa lotería que ha generado

    en Colombia la concentración social de los privile-

    gios es uno de los principales factores niveladores y

    compensatorios. Si hay un ejemplo de justicia social

    compensatoria es el de la universidad pública de ca-lidad y accesible. Y nunca serán pocos los esfuerzos

    que se hagan en este país para ensanchar el espectro

    de influencia de la educación superior subsidiada y

    externamente financiada.

    Pero el financiamiento externo de la universi-

    dad pública también es importantísimo porque es lacondición material de posibilidad de la autonomía

    universitaria. La libertad intelectual, académica y

    científica se garantizan si la universidad no se con-

     vierte en territorio de la competencia económica o

    si no se vuelve un mercado persa de ofrecimientos

    de programas educativos de alto, o mediano costo,para financiarse, valiéndose de ciudadanos cada día

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    más necesitados y obnubilados con la titulación. No

    quiere decir esto que la universidad no pueda ven-

    der servicios o que no pueda, e incluso deba, bus-car modos alternativos de financiamiento (como,

    por ejemplo, los subsidios o becas estudiantiles

    externas). Pero ella no debe estar abocada al auto-

    financiamiento. El financiamiento externo, princi-

    palmente el estatal —que en últimas proviene del

    contribuyente—, pero no sólo el estatal, es esencial

    para su funcionamiento. La autonomía de la uni-

     versidad, hay que decirlo, cuesta dinero. Pero noten

    cómo se hace aquí claro que esa autonomía, como

    toda autonomía, no es incondicionada. La autono-

    mía universitaria, claramente, está soportada poruna condición de posibilidad: su financiamiento

    externo. La administración autónoma de los recur-

    sos del contribuyente por parte de la universidad

    debe ser —sobra decirlo— responsable y pulcra. Sin

    responsabilidad, vuelvo y digo, no se comprende

    cabalmente la idea de autonomía. Y la universidadpública debe revertir a la sociedad los esfuerzos que

    ésta hace para mantenerla con los productos que re-

    sultan de las labores prescritas por su misión social.

    En ese orden de ideas, debe estar ella sometida al

    control externo y a la evaluación.

    Finalmente, las consecuencias de todo lo que hedicho para comprender la relación entre la univer-

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    sidad y el procedimentalismo democrático se dejan

    expresar en pocas palabras. El único mecanismo es-

    trictamente plebiscitario que, dentro de la Universi-dad Nacional, me parece necesario y aceptable es el

    de las representaciones: la representación profesoral

    y la representación estudiantil. El resto debe estar

    guiado por criterios estrictamente meritocráticos

    y, en concordancia con ello, racionales y delibera-

    tivos. La administración de la Universidad Nacio-

    nal debe depender exclusivamente, en mi opinión,

    de funcionarios de carrera que se deben someter de

    tiempo en tiempo a evaluaciones sobre su gestión.

    La dirección académica de la Universidad Nacional

    debe estar regida por principios estrictamente aca-démicos y meritocráticos. Aquí el mayoritismo es

    un mal, porque las decisiones de índole académica o

    las decisiones de manejo que una directiva univer-

    sitaria ha de tomar en beneficio del buen desarrollo

    académico y científico de la institución no siempre

    son populares y no tienen por qué siempre buscar lapopularidad. No es que la complacencia de muchos

    y la excelencia deban reñir necesariamente. Pero la

    búsqueda de la excelencia y el desarrollo intelectual

    y cultural deben ser, justamente, autónomos, inde-

    pendientes de los vaivenes a los que está expuesto

    el mayoritismo. Por eso la obligación constitucionalde la consulta sobre la designación de sus directivas

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    académico-administrativas no debe ser entendi-

    da como una elección directa y plebiscitaria y por

    eso la designación de esas directivas debe obedecer,ante todo, a criterios académicos, intelectuales y

    científicos. Nuestra comunidad académica, por ser

    una comunidad que busca la excelencia intelectual,

    debería convivir unida por la confianza. En esas cir-

    cunstancias, se debe aceptar que la dirección acadé-

    mica temporal de la Universidad Nacional, ejercida

    por académicos de méritos reconocidos y públicos,

    tenga jurisdicción para manejar la Universidad

    Nacional. Las decisiones que una directiva univer-

    sitaria tome siempre deben poder ser controladas,

    evaluadas y cuestionadas. Esta directiva tambiénpuede y debe consultar a la comunidad: nadie puede

    decir sinceramente que en la Universidad Nacional

    no haya mecanismos deliberativos y participativos

    para llevar a cabo esas consultas. Pero a la direc-

    tiva universitaria se le debe otorgar, en todo caso,

    potestad sobre sus decisiones, si es cierto que esadirectiva está basada en los méritos intelectuales,

    científicos y, por supuesto, morales. Exigir que una

    directiva universitaria someta a referendo todos sus

    proyectos de organización de la Universidad Nacio-

    nal es un sinsentido que tiene origen en la creencia

    errada de que la Universidad Nacional es ante todo

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    una institución de carácter político o interesada en

    algo distinto al desarrollo científico y cultural.

    Somos eminentemente una comunidad cien-tífica y académica. No somos eminentemente una

    comunidad política. Si la autonomía de la universi-

    dad —su bien más preciado y no tangible, como no

    es tangible la dignidad— no se entiende en los tres

    sentidos complementarios que he propuesto, no es

    una idea correctamente pensada. Pienso que la au-

    sencia de esa corrección ha sido la que ha dado lugar

    a tanto abuso del término.

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    es una Publicación Especial

    del Decanato de la Facultad de

    Ciencias Humanas. El texto fue

    compuesto con tipos Minion y

    Frutiger. Se utilizó papel HolmenBook de gramos y, en la

    carátula, Kimberly de gramos.

    Se terminó de imprimir en Bogotá,

    en octubre del año .