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Héctor D. Fernández L’HoesteGeorgia State University

De ángeles, narcos y libre comercio:

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De inicial aparición en la revista Gallito Cómics durante los años noventa, Operación Bolívar, la obra magna de Edgar Clément, encarna un hito en el marco del historietismo alter-nativo mexicano.1 En 1995, Editorial Planeta la publicó en dos volúmenes independientes. En 1999, la saga entera fue editada en un tomo único como novela gráfica por Ediciones del Castor. En épocas más cercanas ha vuelto a editarse. Dada la complejidad de su trama, Clément (1963), un ex miembro y colaborador del colectivo El Taller del Perro, fue reconocido como un autor de enorme potencial para el devenir del his-torietismo azteca. Operación Bolívar —eso quedó bien claro desde el primer instante— problematiza la identidad mexica-na en un grado sin precedentes, concertando una astuta crítica de la religión, los medios y el capitalismo.

La novela, cuyo eje gira en torno a las tribulaciones de Leoni-das Arkángel, un mestizo cazador de ángeles dotado de super-poderes, narra el descubrimiento de la Operación Bolívar, una secreta confabulación de servicios de inteligencia diseñada para conquistar las Américas mediante el tráfico de un fuerte narcótico, resultante de la persecución y el exterminio masivo de ángeles. En el texto, fusionando ciencia ficción e historio-grafía, Clément critica la modernidad y la religión, equiparán-dolas a discursos mesiánicos que, en última instancia, habrán de ocasionar el exterminio de la humanidad.

De ángeles, narcos y libre comercio:

de Edgar Clément

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Dada su encarnación particular de las virtudes y defectos de ambos dogmas, Estados Unidos hace las veces del otro cardinalmente problemático. Al catalizar la explora-ción de una mexicanidad conflictiva, Estados Unidos inspira abundante desconfian-za y aprehensión, amén de su desconcertante mezcla de secularismo y espiritualidad. Sin embargo, mi lectura de esta obra sugiere que, pese al carácter innovador y audaz del tratamiento de las identidades mexicanas y estadounidenses en la obra de Clé-ment, no se logra rebasar la autoridad del discurso historiográfico convencional y articular una fórmula genuinamente redentora en la escena historietística de México. Clément se ampara bien en la iconografía nacional, pero es incapaz de desprender su obra de manera adecuada de las matrices culturales de la oficialidad mexicana; de hecho, robustece trasnochadas construcciones identitarias. Según mi lectura, Edgar Clément pertenece a un linaje de actores culturales aztecas que fallan a la hora de producir de manera acorde a su extraordinario talento, impedidos por la escasez de recursos y la incapacidad de distinguir entre el amor a la Nación y al Estado. En términos de estética, Operación Bolívar muestra indicios de la influencia del arte de ilustradores como Dave McKean (1963), Scott Hampton (1959), Archie

Goodwin (1937-1998), Norm Breyfo-gle (1960) y, en cuanto a lo cartográ-fico, Pierre Alechinsky (1927). El arte

de Clément es impecable; al menos eso es indisputable. En materia temática, su producción es aún más exigente. Se nutre de gran variedad de fuentes: de manera notable, la tradición judeocristiana; el pasado precolombino y co-lonial mexicano; el género negro, en sus vertientes cine-matográficas y literarias; un entendimiento mitologizante del narcotráfico; y una dosis bastante maciza de ciencia ficción. Sin embargo, el aspecto que más nos compete de este ejemplar de la producción artística de Clément es, de forma bastante justificada, su manejo de la identidad, em-pleando a Estados Unidos como mecanismo de acciona-miento narrativo; como forma de alteridad patrocinadora de una versión particular de la mexicanidad.

La piedra angular del mundo de Clément es —resulta por demás innegable— el protagonismo de los ángeles. Los ángeles —y aquéllos cuya existencia gira en torno a ellos, como los cazadores— son el centro de su tejido narrati-

vo. Sin embargo, los ángeles a los que alude no han sido plasmados acogiéndose de manera ex-

clusiva a modelos bíblicos, pese a una primera impresión. Desde mi punto de vista, los ángeles de Clément se remiten más a la figura del Ángel de la Indepen-dencia —la icónica estatua del escultor italiano Enrique Alciati ubicada en el centro del Paseo de la Reforma, arteria vital del Distrito Federal— levantada por el gobierno para conmemorar el centenario de la independencia nacional en 1910. Aunque la estatua representa una victoria alada, su relieve cultural se desprende de su aprovechamiento del espacio urbano, legitimado por los ciu-dadanos de la capital durante cualquier festejo que implique un exacerbamiento de la mexicanidad. En tal contexto, este ángel en particular ha logrado una sino-nimia plena con la condición mexicana. El Ángel de Reforma es tan mexicano como la Virgen de Guadalupe, quien, por lo menos en algunos aspectos, dis-ta de semejarse a las astringencias del dogma católico. Como la Guadalupana, la significación del Ángel de Reforma está más ligada a códigos y registros de índole popular que a convenciones de la tradición católica. No obstante, en este sentido, existen nexos con el Estado —a diferencia de la Virgen, quien ca-rece de ellos, por lo menos en materia rigurosamente oficial.

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la población en general, es algo incues-tionable. Por ende, cuando a Clément se le antoja aprovechar el peso y signifi-cado cultural de la imagen del ángel y yuxtaponerla a la talla amenazante del vecino del norte, su estratagema es, en gran parte, un facsímil de una frecuente política identitaria estatal, diseñada para aprovechar arribismos e ingenuidades a punta de alteridad.

Operación Bolívar no está exenta de humor, así que decir que su trama es producto de una elucubración exorbi-tantemente paranoica y maliciosa equi-valdría a pecar de falsedad, sobre todo si se tiene en cuenta el historial de las relaciones con el país del norte. Es irre-

En términos concretos, agraciados por la dimensión geocultural del Ángel de Reforma, en Operación Bolívar, los án-geles sugieren una versión particular-mente idiosincrática de la identidad na-cional. Por lo tanto, el delineamiento de una narrativa como la de Clément, cuya trama se fundamenta en la masacre de miles de ángeles —al igual que en la caza despiadada de unos cuantos—, no es una alusión al perfil resurgente del cristianismo en el contexto mexicano, como pudiera ser interpretado de mane-ra reductora, sino un atisbo de la latente eliminación y extinción de un sinnúme-ro de versiones identitarias mexicanas. Según esta lectura, me atrevo a conjetu-rar, Clément es aún víctima y cómplice de las construcciones culturales de la oficialidad mexicana, la cual ha logrado un éxito formidable en el mercadeo de la imaginería nacio-nal. Su empleo de ángeles como dis-positivos narrativos puede parecer ma-teria innovadora, a menos que se tenga en cuenta su signifi-cado dentro de este contexto tan mexi-cano. De hecho, el problema no resi-de en la adopción misma de ángeles como protagonis-tas, sino en el poco desarrollo conferi-do por el autor a los mismos y su escaso desprendimiento de imaginarios impul-sados por el Estado. El gobierno mexi-cano puede que ca-rezca de resolución a la hora de lubricar los engranajes de la democracia, pero su éxito en la difusión y explotación de la iconografía nacio-nal, con el consen-timiento tácito y a menudo acrítico de

futable que este contacto se caracteriza por sesgos de recelo y animadversión. Sin embargo, el humor de Clément tie-ne formas cándidas de lidiar con la in-fluencia anglosajona sobre la identidad mexicana —las cuales, dicho sea de paso, plantean una meditación acerca de su entendimiento personal del carácter nacional—. Cuando aparecen soldados guiados por Estados Unidos dispuestos a aniquilar a los ángeles de forma indis-criminada, no es porque encarnen un secularismo radical, según pudiera su-gerir una crítica malintencionada, sino porque, asistidos por tecnología de pun-ta y armamento de última generación, el alcance de su poder es tan sobrecogedor que trasciende los linderos de lo divino. En comparación, los locales parecen

no albergar otros recur-sos sino el amparo y la improvisación a punta

de tradiciones euro-peas y amerindias.

Esta disparidad fe-nomenal, según la cual

el poderío anglo es, al parecer, ilimitado e ines-crutable, de hecho coin-cide con la manera en la que la política estadouni-dense ha sido descrita en recuentos formales de la historia nacional, trátese de la derrota de Antonio López de Santa Anna, la toma de Veracruz, Puebla o Ciudad de México por parte de Winfield Scott (con choques en Cerro Gordo, Contreras, Churu-busco y Molino del Rey) o la expedición punitiva de Pershing tras los des-

lices de Pancho Villa en Columbus, Nuevo México. En este sen-tido, la representación

clementiana encaja bien dentro de las matrices his-toriográficas del aconte-cer nacional.

La piedra angular del mundo de Clément

es el protagonismo de los ángeles

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Además, a partir de este marco de referencia, se hace muy tangible que el significado de la figura an-gelical carece de una connotación explícitamente religiosa y que, en cambio, enfatiza una problemáti-ca nacional. El secularismo, si es que en algo se evidencia, reside de manera mayoritaria en el uso que el autor hace de lo angelical, escindido de los intereses de la Iglesia, como figuras eminente-mente laicas. En otras palabras, el secularismo yace en la apropia-ción de la fachada religiosa con objetivos marcadamente civiles en mente, ratificando los dictáme-nes de la Reforma y la separación entre Estado e Iglesia emprendida por Juárez a mediados del siglo diecinueve. En síntesis, lo que ar-guyo es que la forma en que se re-produce la iconografía religiosa y se maneja la producción cultural en el relato es muy diciente de la manera en la que la línea diviso-ria entre Iglesia y Estado ha sido configurada por nuestra tradición estética y el relato nacional.

Dentro de este contexto, sin em-bargo, se evidencian algunas de las facetas más desconcertantes de la identidad angloamericana. Por un lado, está el culto a la modernidad y la glorificación de la tecnología, representada en la desmedida capacidad de produc-ción del complejo industrial mili-tar, haciendo las veces de médula y pulsión cardinal del capitalismo an-glosajón. Sin violencia, no hay econo-mía factible. De hecho, Clément ilustra esto a la perfección, de manera literal, con sus bosquejos de planos secretos del asombroso prototipo de un helicóp-tero silente, el Sikorsky AH-1521 (fig. 10). Por otro lado, está la apropiación del discurso latinoamericanista —las aspiraciones bolivarianas en torno a una confederación panamericana, que datan de la gesta independentista sudamerica-na, esgrimidas en la afamada Carta de

Jamaica, tan en boga en estos días de retóricas infladas de populismo y herman-dad2— y su transmutación en una extensión de la doctrina Monroe; en herramienta cómplice de la hegemonía estadounidense, vía la implementación de un libre co-mercio patrocinador de la dependencia farmacológica (figs. 11, 12, 13). La trama de la historia insinúa la factibilidad de una expansión del acuerdo entre Estados Unidos y naciones como Colombia: la ampliación del malhadado Plan Colombia, mediante el cual los estadounidenses proveen ayuda en la forma casi exclusiva de armamento y créditos para desarrollo militar, tergiversando el lenguaje americanista a costa de intereses mezquinos. De esta manera, México es relegado al habitual rol de procurador de materia prima —los cuerpos de ángeles— para la manufactura de un producto selecto —el polvo de ángel—, el cual será comercializado y distribuido por el gobierno anglosajón gracias a la firma e implementación de una zona de libre comercio hemisférica (el ALCA).

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Pese al carác-ter notable de la lectura esboza-da por Clément con respecto a la autonomía angloamericana, el texto carece de un equivalente que refrende la naturaleza cambiante de la población mexicana a partir de los años noventa, cuando, circunscritos por la refriega en contra del sonado Tratado de Libre Comer-cio (TLC), diversos actores culturales —figuras como Enrique Norten y su firma TEN Asociados, en la arquitec-tura; el pop de Paulina Rubio, el bom-bardeo del Nortec y el auge popular de la cumbia, en la música; los incon-formes del Crack, en letras; un puñado de conductores de la talla de Guiller-mo del Toro, Alejandro González Iñá-rritu y Alfonso Cuarón, en cine— se lanzan en pos de formas modernas y renovadoras de diagramar la mexica-nidad. Una exaltación regocijada de la paranoia y el escepticismo sirve de herramienta literaria eficaz, siempre y cuando engendre un nivel comparable de autocrítica; de otra manera, el es-fuerzo diagramador se diluye y pierde efectividad política. Aquí yace la fla-queza del artificio clementiano.

En vista de hechos recientes, de la manipulación acomodaticia de los su-cesos del 11 de septiembre de 2001, de la exacerbación global del fervor religioso y del creciente prestigio de plataformas políti-cas extremistas (por ejemplo, la derecha fundamentalista en los Estados Unidos) Operación Bo-lívar no parece de manera alguna una elucubración descabellada. De cierta forma, la historia de Clément adquiere verosimilitud y no parece desligarse de-masiado de la realidad. Por ende, el aspecto más enco-miable de su fábula reside en que haya acometido y madu-rado semejante narrativa en una época previa al nuevo

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milenio, cuando, luego de la reciente aprobación del Tratado de Libre Comercio y los desavenidos flirteos nacionales con la democracia, las implicaciones del funda-mentalismo —religioso, político, moral— parecían distantes e inofensivas. Luego, Clément es bastante fiel a su naturaleza mexicana, ratificando una percepción casi esencialista del entendimiento de un arrojo nacional.

En última instancia, la obra de Edgar Clément se cuela por entre las fisuras de la identidad mexicana convencional. No logra remitir una versión de la mexicanidad que trascienda, más allá del ardid rediagramador, los elementos acostumbrados de la tradición nacional. Si el medio historietístico alternativo mexicano ha de sobrevivir y prosperar, va a hacer falta algo más que una reescritura caprichosa de la Historia. Los esfuerzos más recientes de Clément, tales como el episodio que apareció en su sitio web —apodado Kerubim— que se afianzaba sobre la estética de Operación Bolívar, o los bocetos de una saga luchadora en su blog, fruto de una malograda colaboración con Del Toro, no revelan mayor evolución en su estilo u obra.

NOTAS1 Para una lectura celebratoria y sucinta de Operación Bolí-var, favor remitirse a Vidaurre Arenas, Carmen V. “Una his-torieta mexicana.” Sincronía. Verano/Summer 2000. Dispo-nible en http://sincronia.cucsh.udg.mx/summer00.htm.2 Fornoff, Frederick H. y Da-vid Bushnell, compiladores. El Libertador: Writings of Simón Bolívar. Nueva York: Oxford University Press, 2003.