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    Estudios Pblicos, 35.

    MESA REDONDA

    EL SENTIDO DE LA UTOPIA*

    En el tema de la utopa hay constantemente, como lo veremos en lamesa redonda, una tensin entre lo real que se quiere corregir, loexistente, y el deseo de dnde se corrige. Ha existido en la tradicinutpica un nfasis, puesto a veces en la idea de un bien conseguibley tambin el nfasis en la perfeccin imposible, donde la utopapasa a ser la expresin de la finitud e imperfeccin ante las aspira-

    ciones de la correccin tica, por ejemplo. Por otra parte, ha habidouna tensin entre la invocacin revolucionaria y la irona conserva-dora en la resignacin.La utopa aparece siempre como una temtica de doble cara y afectano slo al pensamiento poltico, sino que deslinda con el tema de lapoesa y de la religin. Esta mesa redonda no pretende sino esbozaralgunos de los puntos de esta tradicin. Cada uno de los expositorestiene algo personal y particular que aportar a este examen. En estesentido no va a resultar aqu un anlisis acadmico tradicional, sino

    ms bien la idea es recoger la experiencia de estas personas, las quehan trabajado en el tema desde perspectivas heterogneas, tantodesde el punto de su posicin filosfica como tambin de su disci-plina o quehacer.

    *Mesa Redonda, realizada los das 2 y 3 de noviembre de 1988 en el Centro deEstudios Pblicos. Las versiones que aqu se presentan fueron expuestas e dicha oportu-nidad y revisadas posteriormente por los autores para su publicacin.

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    EL FIN DE LA UTOPIA

    Virgilio Rodrguezs

    uestra percepcin es el gran lmite. Ms all de la prisin trans-parente que rige nuestros sentidos est ese nuevo mundo sospechado pero

    jams habitado. Nadie, nadie, nadie, de verdad, vive en la tierra, decan losantiguos mexicanos; de ser as, esta vida que entendemos en curso, tieneun carcter provisional, ante la verdadera.

    La Poesa, esa percepcin que quiere adelantarse a lo percibido, nos

    dice que la vida est en otra parte. La sensacin de encontrarnos localiza-dos en un no-lugar, la ausencia de un suelo definitivo que no sea despiada-damente el de la tumba o, en suma, todas aquellas situaciones en las que sepresenta la precariedad de la existencia, son el sustrato en el que se mani-fiesta y cobra vigor el impulso efectivo que va en su trnsito modulndosehacia la utopa. Desde el no-lugar, en un giro del lenguaje que la invocacomo ausencia para que brille en el deseo, la llamamos utopa, ningn lugar,el nombre de una patria todava verbal, cuya puerta de entrada exhibe en la

    inscripcin de advertencia: non plus ultra.Es desde este ms ac, entonces, que tratar de hablar precariamente

    de la utopa.El ttulo de este ensayo, El Fin de la Utopa, pareciera evocar con

    timidez en el acortamiento de final en fin el conocido texto de HerbertMarcuse, aparecido e 1967.1 Sin embargo, y respetando los aspectos clarifi-cadores que brindan esas pginas, quiero establecer de antemano, el prop-sito orientador de mi cometido. Este no es ya el trmino de la utopa, que es

    a lo que apunta con precisin el escrito de Marcuse, sino la finalidad, elsentido de lo utpico que ronda en mi preocupacin.Para Marcuse, el concepto de utopa es histrico. Y ciertamente que

    lo es, para cualquiera que se haya detenido a meditar el largo recorrido delos impulsos en la cultura. Sin embargo, la formalizacin de la nocin deutopa, comenzada en Europa a partir del siglo XVI, no preexiste al fenme-no. En palabras de Ernst Blch, podemos aceptar que el reducir el elementoutpico a la concepcin de Toms Moro, o bien orientarlo exclusivamente a

    N

    1 Herbert Marcuse, El Final de la Utopa. Trad. Manuel Sacristn (Barcelona:Ariel, 1986).

    VIRGILIO RODRGUEZ. Master of Arts y Master of Philosophy en la Universidad deColumbia. Hizo estudios de doctorado en esa Universidad, y trabaj la tesis: La Tradi-cin Utpica en la Obra de Csar Vallejo. Es director del Instituto de Arte de laUniversidad Catlica de Valparaso.

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    ella, equivaldra a reducir la electricidad al mbar del que sta extrajo sunombre griego, y en el que fue percibida por primera vez.2

    El deslinde que va a ofrecer Marcuse reduce, a mi parecer, el mbitoen el que se manifiesta la utopa, que no es menos extenso si se le concedeel carcter de mundo alternativo que el propio de la ontologa.

    Para Marcuse, la utopa se refiere a los proyectos de transformacinsocial que se consideran imposibles (p. 9). No obstante en esta definicin,que est en consonancia con lo que habitualmente se escucha, Marcuseentra a distinguir dos aspectos. Dice:

    En la discusin corriente de la utopa, la imposibilidad de la realiza-cin del proyecto de una nueva sociedad se afirma, primero, porquelos factores subjetivos y objetivos de una determinada situacinsocial, se oponen a la transformacin. (p. 9).

    Ms adelante contina:

    El proyecto de una transformacin social se puede considerar irreali-zable, porque est en contradiccin con determinadas leyes cientfi-

    camente comprobadas, leyes biolgicas o fsicas.

    Este segundo aspecto es para Marcuse el propio de la utopa; aade:slo un proyecto as es utpico en sentido estricto, o sea, extrahistrico.El final de la utopa se formula en este autor, a partir del deslinde explicitado,donde lo utpico es lo irrealizable y extrahistrico. Pero el primer aspecto,que va de suyo confundido con este segundo, es aquello que le da final a lautopa, al estar en el mbito de lo histrico realizable, pues la imposibilidad

    de la transformacin de una situacin social por la ausencia de factoressubjetivos y objetivos que la posibiliten, debe ser considerado como algo,segn Marcuse, a lo sumo, provisionalmente irrealizable, puesto que, nosdice, puede ocurrir perfectamente que la realizacin de un proyecto revolu-cionario sea impedida por fuerzas y movimientos opuestos que son, preci-samente, superables y superados en el proceso de la revolucin.

    La utopa deja de serlo para Marcuse desde el momento en que tomaun lugar. Este se constituye en la transformacin social. No es mi nimo, sinembargo, adentrarme en este aspecto, enormemente complicado, y cuyotratamiento requerira ms extensin que la que deseo procurarle a esteescrito. Mi crtica in toto podra formularse a travs de la reduccin sociol-

    2 Ernst Bloch, El Principio Esperanza, Trad. Felipe Gonzlez Vicen, (Madrid:Aguilar, 1977), T. 2, p. 24.

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    gica a la que se encuentra sometido el concepto de utopa. Qu sucede conlos otros aspectos que la utopa no solamente un proyecto social arrastra

    en su curso alternativo? Los aspectos artstico, religioso, squico, filosfico,literario, aun geogrfico, arquitectnico, para enumerar slo algunos, noson tambin manifestaciones que conforman esa modulacin peculiar delimpulso utpico y que apuntan con l a una vida mejor? El xodo de unarealidad a otra, no significa, por ende, asumir el desierto, y poblarlo deimgenes de un bello pre-aparecer?

    Queda claro con lo anterior que esta exploracin in terram utopicam,breve, como lo intento, deja de lado los aspectos ms constructivos y racio-

    nales a los que el tema generalmente obliga, y resalta lo que podra enten-derse como la dimensin de los afectos. Pues, aun a riesgo de cansar con larepeticin, considero que ms que con la descripcin de modelos constitu-ciones ideales, o anlisis de coordenadas socio-polticas que puedan posi-bilitar una nueva sociedad, el sentido de la utopa se avizora en aquello quehe llamado el impulso utpico.

    El impulso utpico no es otro que el que otorga el deseo a lo largode la historia. Y su trayecto podr representarse como un hiato entre la nada

    y el todo. O en otras palabras, entre la carencia y la abundancia. Para darcuenta de esto voy a acudir a la notable intuicin de aquel viejo maestroJacob Bhme tamizada en el claroscuro con que le refiere su compatriotaErnst Bloch.3 As dir que el primer impulso que reconoceremos despus enlo utpico es el hambre; ste nos hace salir de nosotros mismos (tal vez, sinl seramos un gigantesco autismo), y entrar en relacin con el mundo, puesel hambre implica una situacin dual: por una parte, enfrenta la nada, senti-da como carencia, y por otra, mediante la misma carencia sentida, adelanta la

    satisfaccin del vaco a llenar. El primer impulso anticipatorio sobrepone,entonces, la abundancia a la carencia, y esa suerte de imagen somtica nospone en movimiento en pos de la satisfaccin. Comienza as la realidad enese tacto entre ser precario y mundo disponible.

    La trasposicin de este impulso anticipador a la dimensin de losafectos, se cumple en el deseo. Se desea algo. Primeramente en forma vaga,luego cada vez ms ntidamente. El deseo siempre busca el objeto en el cualafincarse y del cual adelanta su imagen, como un smbolo, ese fragmento de

    algo que simboliza al querer unirse al fragmento que lo completa.En esa fenomenologa de los afectos que esboza Ernst Bloch4 elimpulso interior se manifiesta primero como aspiracin, apetencia de algo.

    3 Ernst Bloch, Vorlesungen zur Philosophie der Renaissance, (Frankfurt amMain: Sukrkamp Verlag, 1972).

    4 Vase El Principio Esperanza, T. 1, pp. 29 y sgtes.

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    Luego de percibida, se hace anhelo ya dirigido hacia lo exterior. El anheloes u claro movimiento hacia un objetivo. Segn los distintos objetivos del

    anhelo, se convierte en un determinado impulso dentro de la gama deimpulsos de algo. El impulso, dice Bloch, es lo especfico entre las distintaspasiones y afectos. El objetivo del impulso es siempre el apaciguamiento, lasatisfaccin. Si ello no sucede, el afn queda siempre insatisfecho.

    Cuando a la relacin con el objetivo al que se dirige el impulso sesuma la capacidad de imaginar el objetivo, aparece el deseo. El deseartiende hacia una imagen, de la que el afn pinta el colorido (p. 30), diceBloch, para aadir ms adelante: Las representaciones incitan al deseo en

    la misma medida en lo que lo imaginado, presentido, promete realizacin (p.30). Sin embargo, el deseo tiene un carcter distinto de la siguiente apari-cin, el querer. Bloch especifica: En el deseo no hay todava nada detrabajo o actividad, mientras que todo querer es, en cambio, un querer ha-cer. Sin embargo, slo puede quererse lo que se desea. Frente a la actividadque genera el querer, los deseos nos dice, no actan, pero pinta y retie-nen con singular fidelidad lo que tendra que hacerse (p. 31).

    Distinguindolo de los impulsos de la mera apetencia, la que se dis-

    minuye o apacigua con la satisfaccin, Bloch le otorga al deseo una impor-tante caracterstica: El deseo se mantiene insatisfecho, es decir, nada de lodado le basta. El impulso como aspiracin determinada, como apetencia dealgo, vive siempre en l (p. 31). Por esta cualidad, el deseo, su no conten-tarse con lo existente, es ya el germen de aquello que he denominado elimpulso utpico; el que no slo se manifiesta histricamente en cualquieramirada descriptiva, sino que tiene su propia historia, historia utpica en lasfuentes de partida y de llegada de la nada y el todo, la carencia y la abun-

    dancia.Desde tiempos antiguos, ha habido imgenes heterodoxas (es decir,incongruentes con las que legitiman la realidad percibida), que presentanuna vida mejor sobre la tierra. En su conjunto, expresa la inadecuacin delhombre con respecto a un mundo feliz. Estas imgenes son numerosas yconstituyen lo que podramos llamar un excedente de diferentes concepcio-nes entregadas por el mbito de los mitos, la religin, la literatura, la leyen-da, la filosofa, etc. Las Islas Afortunadas, La Tierra de Cocaa, Los Campos

    Elseos e innumerables otras localizaciones imaginarias corresponden a estaserie alternativa a la realidad. En verdad, son derivaciones de arquetiposfundamentales que confirman un impulso utpico que recorre toda la cultu-ra occidental.

    La Edad Dorada como imagen desiderativa es ilustrativa al respecto,y se constituye como una de las expresiones ms claras de un arquetipo.

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    Ella, perteneciente al mbito mtico, ha sido conservada en la memoria cultu-ral por la literatura.

    Sin embargo, tal como la presenta inicialmente Hesodo enLos Tra-bajos y los Das; la Edad Dorada, estado inicial de felicidad para el gnerohumano, implica una sucesiva degeneracin de la naturaleza humana co-extensiva con su prdida. A esta poca la suceden otras: la Edad de Plata, laEdad de Bronce, y la de Hierro, identificada por el poeta como la presente.De esta manera, el transcurso temporal no slo aleja de la felicidad inicial,sino que muestra tambin ciclos en los que el mundo y el gnero humanodecaen. Cada ciclo es inferior con respecto al anterior, y en ellos se va

    produciendo un progresivo aumento de la desventura. La esperanza quesuscita esta imagen, por tanto, quizs, se deba a una contaminacin conotro tipo de expectativas escatolgicas.

    Otra imagen arquetpica, conectada con el utopismo, es la del ParasoTerrenal. Al igual que la Edad Dorada, el Paraso implica una prdida y suconsiguiente estado postlapsario. No obstante, esta imagen se inscribe enuna concepcin temporal distinta a la presentada por Hesodo, pues la per-cepcin hebrea del devenir se constituye histricamente como trayecto tem-

    poral regido por una Providencia Divina. Esta Providencia es percibidacomo promesa de restitucin del estado original. Ms an, la plenitud total,y por lo tanto, la imposibilidad de una segunda prdida est contenida en lapromesa. De manera que la imagen del Paraso se encuentra al final de untrayecto histrico en un futuro inescrutable.

    Una nueva imagen vinculada con la dimensin utpica, y tal vez laque ms fortuna ha tenido en ella, es la de la ciudad ideal, cuya extensinpropone una sociedad ideal planetaria. Sin embargo, es necesario puntuali-

    zar que la ciudad ideal como imagen desiderativa tiene tambin una antiguaraigambre en la historia, aun cuando slo es posible registrarla debido a laconciencia de autonoma que potencia, con posterioridad a las imgenes dela Edad Dorada y el Paraso. Platn, en todo caso, no fue el primero enformularla en La Repblica.5 Sin embargo, la repblica ideal platnica, apesar de estar sustentada en ideas transmundanas, representa un estadioimportante para la generacin de una conciencia utpica. La relevancia de laracionalidad en la organizacin social constituye un avance hacia la idea de

    autonoma humana.Otra lnea de pensamiento que ser retomada por la reflexin utpicaes la desarrollada por Aristteles. En ella estn las bases para constituir una

    5 Aristteles, por ejemplo, anota que Hipodemo de Milato y Falcas de Calcedo-nia, respectivamente, haban ideado un estado perfecto con anterioridad a Platn.

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    teora evolutiva en conjuncin con el fenmeno utpico. Aristteles permiteesta lnea evolutiva inversa a la idea de la plenitud originaria mediante una

    valoracin de la nocin de materia. Por una parte, ella determina las condi-ciones de lo existente, y, a travs de ella, es posible inferir un procesocausal que explica lo fenomnico. Este es visto como el producto del pasode la potencia que encierra la materia, a su actualizacin. Por otra parte,como principio fundamental, la materia contiene la posibilidad del todo.

    La nocin de una materia en latencia es fundamental, luego, para laconstitucin de una teora utpica frente a la factividad de lo real. Aspues la materia aristotlica representa dos determinaciones de lo posible: la

    que condiciona los fenmenos Kat to dynatn, decir segn, las posibilida-des causales, y la que entrega la materia como dymamei on, ser, en posibili-dad, la substancia misma de lo posible. En este sentido, la categora deposibilidad no est determinada por un principio causal, lo que permitepensar en coordenadas utpicas, en una nueva relacin entre la realidad yesa categora de la posibilidad.6

    La Edad Dorada, el Paraso y la ciudad ideal, imgenes arquetpicasde un impulso desiderativo, cristalizan concepciones teleolgicas. Conside-

    radas desde la perspectiva utpica, estas imgenes experimentan un despla-zamiento de significacin, pues siendo inicialmente configuraciones imagi-narias de una realidad plena al contacto con la mirada histrica del utopismoposterior, se transforma en ndices que ponen de manifiesto el modo inicialdel pensamiento teleolgico o finalista.

    La Edad Dorada y el Paraso se sitan al principio y al final deltiempo; son su alfa y omega. En este sentido, la conciencia utpica contem-pornea, que no considera un estado de plenitud inicial, sino que sita la

    plenitud como culminacin de un proceso histricamente en el futuro, llamala atencin sobre la inadecuacin de concepciones, que interpretan la reali-dad a partir de postulados soprahumanos y ahistricos.

    No obstante lo anterior, estas antiguas imgenes son incorporadascon todo derecho a la dimensin utpica y continan formuladas en diferentelenguaje, ejerciendo en ella la funcin polar de ser configuraciones de un teloso final. Pues, desplazadas de las concepciones que las caracterizaban, aunsealan de una forma peculiar en la figura del espejismo una verdad funda-

    mental para la utopa. La explicacin de este proceso es difcil y no est exentade aporas conceptuales. Sin embargo, puesto que mi propsito no consisteen dar cuenta analtica ni exhaustiva del fenmeno utpico, creo vlido

    6 Quien a llamado la atencin sobre este desarrollo aristotlico es, una vez mspara el utopismo, Ernst Bloch. V. El Principio Esperanza, T. 1, pp. 179 y sgtes.

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    presentar una explicacin analgica al respecto. Para ello, acudir a mostrardos formas distintas de considerar una meditacin sobre la realidad.

    El filsofo Jos Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote7 des-cribe:

    En verano vuelca el sol torrentes de fuego sobre La Mancha, y amenudo la tierra ardiente produce el fenmeno del espejismo. Elagua que vemos no es real, pero algo de real hay en ella: su fuente. Yesta fuente amarga, que mana el agua del espejismo, es la sequedaddesesperada de la tierra.

    Los trminos de la descripcin hecha por Ortega corresponden a losde una inversin de nuestra percepcin habitual, lo que permite ver la seque-dad como ndice de fuente. Esta operacin es caracterstica de la bsqueda deun saber mediante causas. La bsqueda es entonces, la de la fuente, origendel espejismo. Por lo contrario, el pensamiento utpico est menos preocupa-do del origen de algo, que de su finalidad, el por qu se direcciona hacia unpara qu. El dinamismo propio de lo utpico es teleolgico.

    Si consideramos la misma percepcin del espejismo, ya no remitida

    hacia su origen sino hacia una finalidad, la inversin conceptual entregaalgo diferente; lo que presenta el espejismo es la compensacin de unaimperfeccin: la falta de agua. Como tal, la imagen es un sigo que anticipa laeliminacin de una carencia. En esta mirada reinterpretativa, es la tierra mis-ma la que, al crear el espejismo, est indicando una direccin en ella, que lalleva a la perfeccin, a suplir la carencia.

    El espejismo, conforme a lo dicho, visualiza un no-lugar. Representa,paradigmticamente, un movimiento de las cosas, desde la carencia de ser,

    hacia lo que debe ser. Esto puede ser, entendido en ltimo trmino, comouna tendencia del mundo hacia el cumplimiento de su perfeccin y la per-cepcin de este movimiento o proceso slo puede lograrse as, a travs delas imgenes que ponen de manifiesto tanto la carencia del mundo, como suposible perfeccin.

    La tierra finge el agua que le falta. La conciencia de esta ficcin comoanticipacin de un mundo pleno es lo que permite que las antiguas imge-nes de la abundancia, reconocidas como espejismos, continen configuran-

    do la dimensin utpica contempornea. Al mismo tiempo, le permiten perci-birse a s misma como una tradicin, algo que siempre estuvo presente endiferentes modulaciones.

    7 Jos Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, (Madrid: Espasa-Calpe,1971), p. 129.

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    Para el pensamiento utpico es fundamental la idea de proceso. Lasviejas imgenes de una vida mejor como la Edad de Oro, el Paraso Terrenal,

    la ciudad ideal, continan ejerciendo su atraccin, porque son transpuestashacia el futuro como dimensin abierta de la posibilidad. En este sentido, elutopismo reclama aquello que subyace a toda concepcin procesual: la in-conclusividad de lo existente. Si la creacin es algo concluido, la posibilidadde una realidad cualitativamente distinta, tambin se cierra. Esto marcara, ami juicio, el deslinde entre el mbito utpico y el de lo propiamente religioso,al menos en gran parte de la tradicin occidental, pues a menudo Utopa yEscatologa como propensiones hacia un estado final de cosas, han tendido

    a confundirse. De ms est argir como caractersticas diferenciadoras, lapolaridad existente entre autonoma y heteronoma, inmanencia y trascen-dencia, paraso en esta vida o en la otra. Los impulsos afectivos o losmovimientos del nimo corrientemente traspasan las conceptualizaciones ylos lmites instructivos de las facultades intelectivas. La utopa, por lo de-ms, a menudo ha tomado prestado el vocabulario y las imgenes de latradicin mesinica. De qu otra forma, sino con los poderosos signos deesa tradicin escatolgica, puede hablarse de una dimensin tan indetermi-

    nada y abierta como el futuro? Cmo puede darse cuenta de las premoni-ciones de un final que es un nuevo comienzo, sin poblar el impulso teolgi-co con los reparos orientadores de las viejas imgenes y sus nuevastransposiciones? Pues Utopa y Escatologa habla del final, el non plusultra que, a semejanza del no-lugar, en su negacin inicial afirma lo queniega. Ms all de nuestra percepcin, el gran lmite. Como si la exaltacinde los sentidos y su mezcla, donde Utopa, Escatologa y Arte se renen,procurara por una nueva combinatoria si no nuevos sentidos al hombre, al

    menos un nuevo sentido a la vida.Si la creacin est concluida, slo queda su destruccin para darpaso a un nuevo estado. De ah que se piense, desde coordenadas religio-sas, que la naturaleza usurpa el lugar del reino, la desaparicin de aquella,har emerger la nueva realidad. Mira, que hago todo nuevo manifiestaDios en elLibro del Apocalipsis.

    De un modo similar a la idea de una conflagracin csmica que des-peja el nuevo cielo y la nueva tierra, la utopa ha tendido de un tiempo a

    esta parte a confiar su advenimiento mediante la idea de revolucin. Lamisma fuerza de la catstrofe, el colapso de un orden de vida, est conteni-da en esa nocin. Sin embargo, ello o da cuenta en coordenadas secularesdel problema que, a mi juicio, es el capital en el mbito de lo utpico, lamuerte. La muerte es, en la intensa visin que presenta Ernst Bloch, la granantiutopa. Ella es un ultimum. Nada hay tan al final como la muerte. Creo

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    que la finalidad de la utopa, su sentido, se arriesga en este momento. Puesel proceso del mundo, entendido utpicamente, puede concluir en el xito o

    en el fracaso, ya sea en su trnsito suave o violento. Y si nada hay tan alfinal como la muerte, cul es el sentido que cobra la utopa en un mundoas ferozmente determinado? Creo que la utopa abre una esperanza desde lainmanencia, pues su constante aparecer, su persistente aparicin, evoca lastrompetas de Jeric. La utopa le combate el final a la muerte. Mientras lastrompetas sigan sonando, el proceso del mundo estar an indeterminadoy, tal vez, un da la estructura de la muerte se desplome. El gran sueo de lainmortalidad, perseguido por magos y alquimistas, no ha sido, tal vez, to-

    mado hoy por la ciencia y su tcnica en la forma de una utopa mdica? Elcarcter de irresolucin que conlleva toda visin procesual mantiene el fintodava abierto. No hay nada escrito an. Nadie, nadie, nadie, de verdad,vive en la tierra.

    UTOPIA Y LENGUAJE

    Ral Zurita

    Al comenzar a tocar el tema y las relaciones de utopas con poesa seme vino a la mente un mito de creacin. Es un mito mapuche, que dice ms omenos as: estaba el Creador y decidi mandar un ser creado por l y arrojar-lo, lo cre y lo arroj. Este ser se estrell contra la oscuridad y qued medioatontado, porque el golpe haba sido demasiado fuerte. Entonces, el Crea-dor decidi mandar al espritu de la mujer para que despertara al ser que

    haba quedado atontado por el golpe. Lo empez a despertar poco a poco, ypor cada miembro que le iba despertando, se iban creando las cosas deluniverso, as cuando le despert los brazos, se crearon las montaas, cuan-do le despert las piernas, se empezaron a crear los ros, cuando ya casi alfinal, le despierta los prpados y los ojos, se crea todo el universo de lasestrellas y el firmamento. De ese modo se fue creando el mundo, sin embar-go, se le olvid despertarle el corazn; y el corazn tuvo que empezar a

    RAL ZURITA. Estudio Ingeniera Civil en la Universidad Santa Mara y cogidoprobablemente por un vuelo utpico abandon la calculadora para dedicarse a la poesa.Con su obra Purgatorio y Anteparaso se instal definitivamente en la historia de laliteratura chilena y ha seguido produciendo obras de extraordinario inters. EditorialPlaneta va a publicar prximamente una versin revisada de Anteparaso. Obtuvo elPremio Pablo Neruda, 1988. Su prximo libro, en el cual trabaja desde hace un tiempo,y algunos de sus poemas ya se conoce, se llama Canto a los Ros que se Aman.

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    despertarse solo y de ese tener que despertarse solo, naci el hombre, queen realidad, todava no despierta bien del todo, por eso, est condenado a

    pensar, porque no entiende, porque recin est despertando, porque sola-mente es una criatura en la tierra. Todo el universo, todas las cosas enrealidad, nos estn dadas, el pensamiento visto desde la perspectiva de esemito de creacin, es la primera condena, que significa precisamente el adve-nir, o el convertirse en una criatura humana.

    Partiendo de esa idea de carencia originaria, de atraso, el lenguajenos ha dibujado permanentemente una imagen tan opaca como brillante deaquello en lo cual solemos soar. Todo aquello que podemos decir, todo

    aquello que podemos expresar conforma el mbito de lo posible. As, dentrode estas mismas palabras que podemos decir, desde los tiempos ms inme-moriales distintas culturas, distintos modos de relaciones han levantadodentro del lenguaje, dentro de las palabras con que se intercambian sussignos, imgenes y sueos que paradojalmente ya no le perteneca al len-guaje, ni le pertenecan a los signos. Precisamente la nocin misma de lautopa tiene esa carga inicial, paradojal, y se instala necesariamente dentrodel horizonte de las palabras, y dentro del horizonte de los textos. Podemos

    formular un pensamiento cuya fisicalidad, en realidad, se representa comoun anhelo que se lanza hacia el futuro, solamente en la medida que esemismo lenguaje al formularlo nos dice que es una dimensin de nuestrasposibilidades y es una dimensin de lo imaginario.

    Ahora, hablar de los sueos, hablar de ese horizonte real de lo nodicho, querer decirlo en realidad, con palabras de este mundo. Hablar de unsueo que no alcanza a ser formulado. Que del momento en que realmentees explicitado y, narrado, desaparece como tal, para conformar el mbito de

    lo dicho, situarnos, digo, en esa perspectiva del lenguaje, es ubicarnos en elaspecto ms dramtico y ms pattico que tiene la palabra utopa y de loque han significado los levantamientos utpicos en el curso de nuestrahistoria. Todo arte que es capaz de emocionarnos despliega frente a noso-tros aquel mbito de lo no dicho que precisamente por ser formulado desdeeste lado de las palabras, desde este lado del lenguaje, hace que el instantede la emocin, del encuentro sea el nico momento en que se dice, nos diceque desde este lado del lenguaje solamente podemos apuntar, sealar fu-

    gazmente, algo que ya no le pertenece al mbito de las palabras. Precisa-mente en el instante en que se formula, en que se dice aquello que realmentequisiera decir, aquello que realmente quisiera expresar, es el mismo instanteen que esa expresin se nos pierde de vista y el desencuentro se haceabsoluto. De all el carcter dramtico que tiene toda cita frente al pensa-miento utpico y frente a la realidad utpica. Ella no nos habla tanto de una

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    plenitud posible, ni siquiera de una infelicidad real que lleva a construirlo,sino que ms bien, nos informa de los lmites de un lenguaje, de los lmites

    de unas palabras, que a pesar de su propia precariedad son lo nico enrealidad que tenemos.

    La utopa es en ese sentido algo indecible. En este momento en queyo hablo de ella, yo quisiera poder evitar las mismas palabras, y que por uninstante nos uniramos en un pensamiento no formulado en una imagenque se nos va a perder, que se nos va a perder de inmediato, pero de la cualtodas estas palabras, todo los poemas, todas las sinfonas, todos los cua-dros que se han compuesto, no son si no su alegora, su representacin

    trgica y su metfora ms despiadada. Pensar que estamos condenados aintercambiar unos cuantos signos, a intercambiar unas cuantas palabras,que realmente son permanentemente barridas como briznas de pasto, frentea ese infinito torrente de lo que no alcanza a decirse o de aquello que enrealidad o puede decirse.

    Esta situacin paradojal en la cual el mismo lenguaje nos enfrenta yel mismo lenguaje nos aprisiona, est curiosamente ya descrita en una delas obras probablemente cimeras de la construccin utpica que podra ser

    la Comedia de Dante. Precisamente en la entrada del Infierno hay ya unainscripcin paradojal. Dice hacia el final, el Infierno... que antes de m nohubo cosa creada, sino eterna y yo eternamente duro, dejen las esperanzasustedes que entran; es sa ms o menos una traduccin literal, o sea, que ela concepcin dantesca, esta concepcin que inaugura la lengua italiana yque antecede en seis siglos a la unificacin poltica de Italia. El Infierno yaestaba creado antes de que los hombres, o sea, antes de que la idea misma,que es la nocin de pecado, la nocin de falta, adviniese ya la consecuen-

    cia, el Infierno ya estaba hecho. Anlogamente el lenguaje nos plantea unasituacin similar. El dolor como la extrema felicidad nos expulsan del mundo.Todo dolor en realidad, es absolutamente irredento. Cuando alguien dicesufro, o estoy solo, ya en cierto sentido, el sonido de sus propiaspalabras lo acompaan y ha decidido intentar la comunicacin y esa sole-dad y ese dolor ha pasado a ser lenguaje.

    Todo aquello de lo cual podemos tener experiencia que sabemos queno alcanza a acceder a las palabras que no alcanza a formularse que est all,

    que no tenemos otra posibilidad para referirnos a ellas que no sea con estasmismas palabras. Todo aquello que no alcanza a ser dicho constituye preci-samente elInferno o la utopa de lo negativo de todo aquello que podamosdecir, hablar o comunicar. Podramos decir que eso es precisamente el infier-no de cualquier literatura y de cualquier poesa. Anlogamente podemospensar en todas aquellas situaciones de las cuales el mismo presente tam-

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    bin nos puede informar; en el cual las palabras, el lenguaje, se revelancomo absolutamente insuficientes y en caso de ser expresado en ese mo-

    mento solo da cuenta de un estado de comunicacin lamentable y precariodonde nos est vedada la posibilidad de ser felices.

    Aquello que queda afuera de lo dicho, porque lo dicho pasa a seruna patentizacin precaria, un residuo execrable de la emocin, es lo quepodramos llamar tambin el horizonte utpico o el paraso de cualquier cosaque podamos decir, de cualquier literatura o de cualquier poema.

    Nuestra misma situacin como latinoamericanos nos informa perma-nentemente de esa paradoja, y de esa dualidad. De hecho, hablamos una

    lengua, una lengua increble que nos permite la posibilidad del encuentro yque tambin contempla la palabra adis. Hablamos una lengua que tienecinco siglos de historia y que de una u otra forma carga en s, en su memo-ria, las condiciones por las cuales se impuso. Cada palabra que vamos di-ciendo en esta lengua, en esta lengua que estamos hablando ahora, de unau otra manera nos retrotrae a todo el cataclismo, el derrumbamiento, loslogros, los desencuentros, los encuentros que su historia ha trado connosotros.

    Cada ser, cada persona que habla, no habla slo por s; despus deprcticamente cuatrocientos cincuenta aos de que se iniciara esta lengua,y se impusiera esta lengua sobre estas tierras, un poeta, Neruda, enAlturasdel Machu Picchu plantea, tal vez por primera vez el reencuentro de unhorizonte utpico dentro del lenguaje que hablamos. Y all es donde tam-bin la misma palabra utopa y las connotaciones histricas que ha tenidose reflejan frente a la particularidad de nuestra historia, como algo doble yposiblemente engaoso. Ms bien, vivimos en la ilusin y en la utopa de

    que somos seres individuales. El gran sueo en realidad es se; el gransueo pareciera decir permanentemente yo soy el que hablo, yo soy elresponsable de las palabras que emito, mi afectividad y mi emocin mepertenecen.

    Curiosamente, enAlturas del Machu Picchu hay un verso muy co-nocido que dice: yo vengo a hablar por vuestra boca muerta. Es curiosocmo ese poema de Neruda y concretamente ese verso, yo vengo a hablarpor vuestra boca muerta, nos llama inmediatamente la atencin sobre un

    horizonte utpico sobre el cual se tendera toda nuestra historia. En reali-dad, podramos decir inmediatamente que nadie puede hablar, que ningunaboca muerta puede hablar a travs de uno. Que uno slo es dueo de supalabra y esto, a duras penas. No obstante, la percepcin, el simple hechode hablar, de mirar, de ver nos dicen que esa no es una operacin solitaria.Que en realidad aquello que en Neruda aparece como un acto nico y privi-

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    legiado, es en realidad algo que sucede a cada instante sobre la tierra, queen verdad no somos tan dueos de lo que decimos y que en nosotros

    permanentemente y a cada instante se cumple el mito, la realidad o la creen-cia de la resurreccin de los muertos, que en ese sentido toda persona quehabla es alguien que le permite hablar a sus antepasados, que le da unanueva oportunidad de mirar, de ver, de or y de expresarse.

    Cuando nosotros vemos los paisajes que nos circundan, o podemosreconocer en la calle, o desde una micro el rostro de los seres humanos quenos acompaan en esta aventura, no solamente somos nosotros los quemiramos; en realidad, en ese rostro, en ese paisaje, estn presentes tambin

    todos los otros ojos que miraron, todos los otros odos que escucharon ytodas las otras palabras que fueron dichas. Eso en realidad es pertenecer auna tradicin y a una cultura, es decir, darle permanentemente la oportuni-dad para que los muertos hablen en cada una de las palabras que nosotrosvamos diciendo. Entonces ya casi al final, una sospecha para m terrible sealza sobre nosotros. No ser en realidad, que la nica utopa, el nico sueoes creer que efectivamente somos nosotros los que soamos, somos noso-tros los que decidimos, cuando en realidad los grandes sueos, las viejas

    persistencias, los muertos, todos aquellos que nos antecedieron, se juntanen cada uno de nosotros para formularnos un sueo, una imagen que de tana la mano, de tan cerca que la tenemos nos encargamos permanentementede lanzar hacia el futuro. Probablemente la utopa se nos arranque en estemismo segundo, en estas mismas palabras que ahora yo puedo decirles yque podemos conversar. Probablemente ella forma parte absoluta de nues-tro estar en la tierra, de tal modo, que no solamente ella se hace presente yes presente en cada carnalidad, en cada gesto humano, sino que su presen-

    cia es tan arrebatadora, es tan fuerte que cualquier ilusin del yo, cualquierilusin no es sino una pattica construccin de un universo, en el cualpermanentemente somos sobrepasados y somos hablados.

    Finalmente quien suea, quien quiere algo quiere que el mundo semimetice y se confunda con su afectividad, quiere que su propio coraznlata al unsono del corazn humano. Hablar de un lenguaje que no tienepalabras que solamente corresponde a las expresiones mximas de todanuestra afectividad de tal modo que aquello que hemos dado en llamar la

    realidad no sea sino el eco de nuestras emociones, de nuestros afectos y denuestros sentimientos, todo eso, levante probablemente el nico sueo delcual todava podemos prevalecernos. Quien ama crea el mundo, al unsonode su propio corazn, quien habla, y sabe que esas palabras apenas dichas,refugian y esconden algo que en realidad no les podra decir, no se lospodra decir jams, entiende que este mundo en realidad, no es uno solo,

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    sino que son muchos, que aquellos que hemos dado en llamar el no lugares la forma probablemente ms fuerte, ms radical y ms presente de nuestra

    permanente presencia sobre los sueos y sobre la tierra.

    REVALORIZANDO LA UTOPIA

    FRENTE A LA CRISIS

    Martn Hopenhayn

    Segn como se mire, esta mesa tiene el mrito de la diversidad o elriesgo de la dispersin. Efectivamente, los tres enfoques planteados sobreutopas difieren bastante. Por un lado Virgilio Rodrguez enfatiz el impulsoutpico, que sobrepone la abundancia a la carencia y que rescata el deseoafincado en lo efectivo, intenta desde all una fenomenologa o genealogadel utopizar. Por otro lado, Ral Zurita plante la utopa como una suerte deepifana recurrente, aquello que la palabra o la obra de arte intenta retenerpero apenas roza y que en cierto sentido es inefable: una suerte de silencio

    implcito o silencio implicante de la memoria colectiva.Yo vena preparado para hablar de la utopa en relacin a la crisis,

    tema un poco ms contingente. Pero para reconciliarme conmigo mismo,primero voy a hacer un pequeo parntesis y considerar la utopa desdeotra perspectiva, un poco ms epidrmica o subcutnea.

    Siempre he pensado la utopa en relacin a lo femenino; por un lado,la utopa se me presenta como una suerte de metamorfosis de mujer enciudad, como pensar la ciudad como mujer: la ciudad como seduccin, como

    aquello que logra socavar la tosca arquitectura de la repeticin medianteeste raro proceso de reeditar lo indito permanentemente.En ese sentido la utopa, tal como se insina enLa Isla de Huxley o

    en algunos sueos polticos de Marcuse, nos lanzara desde una suerte deseduccin ambiental hacia la poesa, hacia el paisaje, y hacia la fusin amo-rosa. Pero as como puede pensarse la utopa en tanto metamorfosis de lamujer en ciudad, puede tambin invertirse la ptica y pensarse la utopacomo una ciudad que hace de metfora de la mujer o de lo femenino; una

    ciudad que es descrita como ondulante, cadenciosa, apacible, acogedora,maternal; una ciudad que acoge como madre, que entibia como cnyuge,que concede como hermana y que retiene sin forzar.

    MARTN HOPENHAYn. Estudi filosofa y se doctor en Pars. Es investigador deILPES y de CEPAL. Ha escrito una obra definitiva sobre Kafka, editada por Paids, yahora trabaja un libro sobre el Marqus de Sade.

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    Ahora que me he conciliado conmigo mismo, voy a plantear el pro-blema de la utopa o el sentido de la utopa frente a la crisis, entendiendo

    por tal la crisis de modernidad a escala genrica, y la crisis de modernizacina escala latinoamericana.

    Las visiones integradoras de la modernidad y de la modernizacinhan estallado en mltiples estrategias de bajo perfil, donde el sueo de lacomunidad transformada y redimida cuenta cada vez menos. El privilegio dela razn instrumental no slo en la era industrial, sino tambin en las nuevasondas tecnolgicas, no como racionalizacin, sino como desregulacin si-gue, sin embargo, despojando a la tcnica de valores o fines prefigurados

    colectivamente.La recomposicin econmica con el auge del capital financiero trans-

    nacional, el papel central del armamentismo en las economas nacionales.(Aquello que Galbraith llamaba el complejo militar-industrial), la crisis delestado de bienestar, la crisis de eficacia, y tambin la crisis de imagen y ladesmitificacin progresiva de los socialismos reales, han dejado a la moder-nidad en cierta forma hurfana de sueos de masas. Esas masas son cadavez menos pensadas como efervescentes, como movilizadas, como desa-

    fiantes: cada vez menos pensadas como protagonistas de un gran proyectohistrico.

    La docilitacin cultural y el sesgo administrativo y pragmtico de lapoltica han creado una situacin que podramos considerar como crisis depensamiento utpico. En el caso de los paises latinoamericanos que mar-chan a la retaguardia en el concierto econmico global, la dificultad desoar se ha visto reforzada por el insomnio de la deuda, del colapso inmi-nente y de la crisis recesiva. Este es el caso de buena parte de los paises de

    nuestra regin en los cuales las tradicionales expectativas de mantener altastasas de crecimiento con una distribucin equitativa de la riqueza han sidomermadas y erosionadas por escenarios globales que les exigen a los paisesadaptarse o morir.

    La adaptacin consiste en aceptar sistemticamente polticas deajuste sugeridas por el Fondo Monetario Internacional o por el Banco Mun-dial, lo que implica, en la mayora de los casos, caminos regresivos en ladistribucin de la riqueza, un deterioro drstico de la disponibilidad social

    de ingresos, una dependencia enferma respecto de los crditos y la endmi-ca debilidad tecnolgica que condena de por vida al subdesarrollo.En los tiempos de gloria de la teora del desarrollo y de la ideologa

    del desarrollo, cada pas se poblaba de sentido con proyectos colectivos oestilos de desarrollo fundados en reglas y metas relativamente claras. A esose contrapone ahora la imagen tecnocrtica de gobiernos que deben limitar-

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    se a administrar crisis que no han elegido y que los determinan desde lapartida.

    Las viejas utopas de postguerra fueran desarrollistas o fueran socia-listas, agonizan as bajo el peso de un pragmatismo de corto plazo que vacialas acciones de todo horizonte de sentido. La capacidad de soar o idear yano es pensable como una suerte de compensacin al atolladero, sino comoaquello que el atolladero acab por sepultar y privar de discurso.

    Enfrentar el drama de la crisis exige, a mi juicio, sacudir el inmovilis-mo de los conservadores, el fatalismo del pueblo, el sosiego de los adminis-tradores y el miedo de las capas medias; requiere reconciliar el desarrollo

    con la utopa, la poltica con la tica, la economa con la justicia y con lasolidaridad; exige un horizonte positivo capaz de trascender los meros me-canismos de resistencia a presiones exgenas. La construccin utpicadebe, pues, ser capaz de expresar deseos colectivos y de ejercer algngrado de fuerza propositiva sobre las estrategias polticas.

    Cierto es que desde un punto de vista gnoseolgico, la utopa seralo imposible que delimita lo posible, que nos permite percibir lo posible porsus lmites. Pero tambin es, en un plano tico o prctico, lo imposible que

    orienta lo posible, es decir, lo imposible que manifiesta el potencial inhibido,latente o reprimido de lo existente. Esta dimensin prctica de la utopa es laque me parece ms importante frente a una situacin de crisis.

    El pensamiento utpico no tiene la fuerza para revertir ninguna cri-sis; sin embargo, puede tener el efecto movilizador para remecer el escepti-cismo gregario que se ha generalizado bajo el alero de la crisis. Si bien lautopa posee por definicin un carcter de imposibilidad, su efecto de con-traste permite desembozar la irracionalidad de la situacin desde la cual se

    utopiza, es decir, desde la cual se busca objetar esa realidad de algn modo.Utopizar puede no ser otra cosa que expresar deseos colectivos de irrealida-des colectivas, pero su expresin misma, sobre todo bajo circunstanciasregresivas, puede tener el carcter de un acontecimiento social. Los conte-nidos de la utopa pueden acotar criterios de percepcin de lo dado querompen esa especie de homologacin paralizante entre lo dado, lo posible,lo deseable y lo natural y que fuerzan, adems, a la percepcin crtica aasumir el desafo de una poltica crtica.

    Una mirada a las utopas clsicas ms conocidas, desde la de Platnhasta la de Bacon, muestra que la relacin entre construccin utpica yrealidad suele darse bajo un patrn comn. Utopa supone siempre unacrtica y un cuestionamiento del orden existente. La Utopa de Toms Moro,publicada por primera vez hacia 1516, encarna la tensin entre la razn pol-tica instrumental y el incipiente desarrollo del capitalismo comercial en el

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    Viejo Mundo, por un lado, y por el otro, las expectativas en torno al parasocomunitario, el Nuevo Mundo. En contraste con Maquiavelo y con la pau-

    perizacin masiva que se produce dentro del orden econmico del mercanti-lismo del siglo XVI, Moro imagina u opone una sociedad orgnica regidapor la razn tica de las primitivas comunidades cristianas. As el objetoconstruido y el objeto denunciado de la Utopa de Moro, aparecen separa-dos por un ocano: de un lado la corrupcin, y del otro lado la perfeccin.As, hacer utopa, en su sentido clsico, es una forma metafrica de objetarel modo dominante de hacer poltica; como Platn en su Repblica, Mororeivindica una racionalidad tica como principio rector para una comunidad

    que se pretenda orgnica.La brecha entre construccin imaginaria y orden existente es slo un

    momento de la utopa; el otro momento es la brecha entre un presentemarcado por posibilidades inhibidas y un futuro imaginado de posibilidadesliberadas. As, es sutil y subrepticio el trnsito de la necesidad subjetiva deutopizar a la necesidad objetiva (si acaso existe tal cosa), de optar por cmoencauzar de manera alternativa un destino social para convertir posibilida-des inhibidas en posibilidades liberadas.

    La funcin crtica de la construccin utpica no est dada all paraobtener una vana licencia de ensueo, sino para rehacer lo reprimido bajo laforma de lo nuevo. Esto implica que cada utopa privilegia un determinadoaspecto de la realidad, aquello que considera que la realidad inhibe y quedebe potenciarse. La utopa liberal o neoliberal, por ejemplo, privilegia elmercado, y para ello lo imagina utpicamente como construccin despojadade todo elemento distorsionante o contaminante. Lo mismo hace la utopadesarrollista, por ejemplo, con el Estado planificador; la utopa comunitaria

    con la vocacin solidaria de las personas; la utopa socialista con la produc-cin socializada; la utopa futurista con la sustitucin del trabajo humanopor trabajo de mquinas.

    Esta reduccin a un elemento central emprendida por cada una deestas construcciones supone, segn el caso, la exclusin de algunos ele-mentos rescatados por las dems construcciones; as, por ejemplo, la reduc-cin neoliberal al mercado transparente excluye al Estado planificador; lareduccin estatista en el desarrollismo relativiza el mercado, la reduccin

    comunitarista se opone al Estado; la reduccin socialista niega el mercado,y as sucesivamente.La construccin utpica, se vuelve as una operacin en la cual pri-

    meramente se reduce la realidad a aquel elemento, considerado a la vez queinhibido, capaz de redimir y liberar al conjunto de la realidad. Hecha esaprevia reduccin en que se privilegia un elemento, posteriormente hipotasa,

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    sobredimensiona, o multiplica este elemento, a fin de pensar la realidad ensu totalidad, a partir de ese elemento seleccionado y multiplicado a la vez.

    La utopa tendra, en consecuencia, una relacin con la realidad en la cualrescata de la realidad aquello que considera que, una vez aislado y multipli-cado o regenerado, podra construir un mundo liberado, y de posibilidadesliberadas. En sntesis la construccin utpica es una operacin que primera-mente descompone la realidad para luego recomponerla o reorganizarla demanera diferente: un recomponer cuyo resultado final no es nunca la reali-dad misma de la cual se parti. Reducida primero y aumentada despus, estarealidad aparece como otra. La operacin utpica instala all una diferencia,

    en que alude menos a nuevos componentes en juego que a nuevas formasde jugar con los componentes. En otras palabras, la utopa reconfigura elsistema mediante este proceso de divisin y multiplicacin, de manera tal,que la diferencia que instala respecto de la realidad es, en lo fundamental,una diferencia de organizacin de elementos. Slo es distinto el caso de lautopa tecnolgica, donde la diferencia viene dada por un incremento deproductividad maquinal; pero ese incremento, va acompaado normalmentede un nfasis en la desregulacin, es decir, una recombinacin de las es-

    tructuras organizativas que rigen una realidad dada.La utopa es una imposibilidad fctica, absolutamente deseable, por

    parte de quien ejerce la libertad de utopizar, y que sirve como marco deinteligibilidad de lo real, como horizonte orientador, y como forma de paten-tizar lo potencial reprimido. En tanto construccin imaginaria, es la expre-sin de un deseo, pero no pretende ser la expresin de cualquier deseo,sino de un deseo colectivo por un orden colectivo. Pretende tener fuerzacrtica, fuerza propositiva y fuerza cognoscitiva.

    En la actualidad nos enfrentamos a un desafo crucial del pensamien-to utpico, a saber, la construccin de una utopa que sea abierta pero queno por eso sea indeterminada. Las clsicas utopas cerradas configuran unfuturo que desde el presente mismo ya bloquea toda posibilidad de recrea-cin: un futuro lineal, que obedece a una causalidad histrica y que por lotanto no es susceptible de repensarse sobre la marcha. Esa idea de utopaclausurante, susceptible de convertirse polticamente en una forma totalita-ria de organizar el mundo, ha sido crecientemente desacreditada desde dis-

    tintas posiciones.Frente a ello, quedan dos posibilidades: una, es renunciar a la utopa,considerando que el pensamiento utpico o la imaginacin utpica son depor s nocivos y estigmatizantes respecto del futuro; la otra es tratar deemprender la aventura o el desafo de pensar utopas que en s mismas seanabiertas, es decir, que no sean un recetario ni una mera explicitacin de la

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    razn histrica objetiva, sino que planteen la utopa como apertura de unhorizonte, vale decir, como la posibilidad de dotar al presente de un referen-

    te de sentido, y de contraste. Este es hoy el desafo terico-social funda-mental de la utopa. Trtese de un imaginario social, de un horizonte norma-tivo, de un referente trascendental: en cualquier caso la produccin utpicapasa hoy por la ambigua situacin de ser al mismo tiempo imprescindible einsostenible. Imprescindible porque la magnitud de la crisis hace tanto msurgente un horizonte que, aunque sea utpico, rescate la vivencia de laesperanza. Imprescindible tambin porque la imagen social, la imagen que lasociedad tiene de s misma, atraviesa una incertidumbre tal que la identidad

    e inteligibilidad colectivas estn permanentemente remecidas por mltiplesflancos.

    La invencin utpica provee sueos para compartir. Provee fanta-sas sobre las cuales cimentar la intersubjetividad. Provee tambin idealescapaces de restaurar un terreno de dilogos. Pero al mismo tiempo la utopaes insostenible, en cuanto se la considere constitucin arbitraria de unanormatividad social, sobre todo cuando el concepto mismo de normatividadse ha vuelto cuestionable y cuestionado a un extremo sin precedentes.

    Una utopa abierta exige un cambio de racionalidad. La modernidad yla modernizacin han consagrado formas de pensar y de hacer la poltica yla economa en funcin de una racionalidad instrumental, del divorcio entremedios y fines, y del supuesto de que los medios son vlidos, segn sean ono eficaces. Atributos tales como la solidaridad, la pertenencia, el trabajo, lalibertad, la expresin, el afecto, la comunicacin, la creatividad colectiva, ladiversidad cultural, etc. debieran, a mi juicio, ser rescatados por una cons-truccin utpica tanto como medios y como fines, porque constituyen valo-

    res en s mismos e irradian efectos tambin ms all de s mismos.La crisis clausura el futuro desde la inviabilidad del presente. Lavulnerabilidad, la precariedad, el alto grado de conflicto de nuestras socie-dades perifricas, corroen la voluntad de construccin utpica. Las utopasque hasta el pasado reciente rigieron proyectos sociales de modernizacin,han perdido bastante crdito y legitimidad popular. La mentada moderniza-cin integradora mostr, tanto por razones exgenas como por causas inter-nas, poca capacidad de integracin. Finalmente, la crisis recesiva de los

    ltimos aos barri con los ltimos sueos de progreso homogneo y cons-tante.Qu queda entonces como sentido y como contenido de la utopa?

    La respuesta podra plantearse como inversin de esa pregunta, qu lequeda a nuestras realidades precarias y tensas, si no podemos recortarlassobre un horizonte de sentido capaz de trascender esa misma precariedad y

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    esa tensin? No se trata, tal vez ahora, de invertir la direccin natural, y derehabilitar el presente desde la utopa, en lugar de construir la utopa desde

    el presente?Nuestra regin est poblada de mitos, elementos dispersos, fragmen-

    tos de encuentros postergados, desbordes parciales y efmeros, intersticiosinformales en los que se cuelan retazos de fantasas que nacen o que sobre-viven. Entre la literatura, el paisaje y la cultura, la racionalizacin siempreparcial de la vida y cierto sueo de concertacin todava pueden y debeninventar su utopa. Utopa para releer la crisis, y utopa tambin para fisurarla crisis; utopa para poblar de sentido lo que la racionalidad administrativa

    ha vaciado imponindose en el ajuste, en la mephistofelia de los crditosexternos, en la compostura indigna del desahuciado.

    Utopa que no sea necesariamente universalista, racionalista, occi-dentalista, pero que tampoco se reduzca a un purismo buclico que muypoco refleja la heterogeneidad de nuestro continente. Utopa que reduzcamezclando y que luego potencie mezclando. Utopa que recombine la esca-sez del presente para sugerir la plenitud del futuro. Utopa que es imposibili-dad fctica, pero que tambin es necesidad cultural, imperativo poltico,

    sueo para repensar el insomnio.

    UTOPIA E IDEOLOGIA

    Carlos Miranda

    Me voy a referir hoy da al tema de la utopa en su vinculacin con la

    ideologa, tema que de alguna manera fue rozado en las exposiciones ante-riores. Me temo que mi visin de la utopa va a ser algo ms sombra que lasprecedentes, pero a pesar de ello, considero que la utopa es un fenmenofascinante. Yo quisiera iniciar estas reflexiones recogiendo una observacinde Lewis Mumford, quien al comienzo de su libro sobre la historia de lasutopas, seala lo siguiente: El hombre camina con sus pies sobre la tierray su cabeza en el aire; y la historia de lo que ha sucedido e la tierra, esto es,la historia de los pueblos, los ejrcitos y de todas las cosas que han tenido

    cuerpo y forma es slo la mitad de la historia de la humanidad.8

    La otra

    CARLOS MIRANDA. Master of Arts en Ciencia Poltica, Georgetown University.Profesor de la Facultad de Ciencias Econmicas y Administrativas, Universidad deChile.

    8 Lewis Mumford, The Story of Utopias. (New York: The Viking Press, 1962,1922), p. 12.

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    mitad, segn este autor, est constituida precisamente por la historia de lasutopas que los hombres han ido forjando a travs del tiempo. De acuerdo

    con esta concepcin, el pensamiento utpico constituira, entonces, unaparte esencial y constante de la historia humana y ha desempeado dentrode la historia, un rol positivo, que ciertamente ha sido destacado por nume-rosos autores.

    As por ejemplo, Frank y Fritzie Manuel han sealado que la civiliza-cin occidental no habra sido capaz de sobrevivir sin estas fantasas utpi-cas, del mismo modo que los individuos no podran existir sin soar.9 Por suparte, en una perspectiva similar, Irving Kristol sugiere que los hombres

    deberan ser definidos precisamente como animales soadores,10 es decir,como seres que, insatisfechos con las frustraciones inherentes a la condi-cin humana, viven imaginando medios para superar tales frustraciones.

    Cuando estos sueos se proyectan al plano social y al plano poltico,con una actitud mental incongruente o desproporcionada con respecto a larealidad actualmente existente, y se orientan entonces hacia objetos que noexisten en la situacin real, en ese momento surge precisamente la utopa.

    En trminos generales, en toda utopa hay una orientacin que tras-

    ciende la realidad presente y que consecuentemente implica una rupturacon el orden existente, y por esta razn hay quienes consideran que casitodas las utopas involucran, de alguna manera, una crtica a la civilizacinque le sirve de base. A mi entender sin embargo, si bien reconozco que todautopa es manifestacin de una ruptura con respecto al orden establecidoque se expresa en esa especie de fuga hacia un lugar o hacia un tiempoimaginarios, no siempre hay una intencionalidad crtica manifiesta respectodel aqu y del ahora, y, en efecto, creo que es posible distinguir tres grandes

    tipos de utopas, segn el presunto propsito de sus autores.En primer lugar, hay construcciones utpicas que slo consisten enficciones narrativas acerca de una sociedad ideal y que carecen de la pre-tensin de representar un futuro ya sea deseable o temible. Son meras fan-tasas, sueos que se reconocen como tales sueos y que no apuntanentonces a una eventual concrecin en la realidad.

    Una segunda clase de utopas es la constituida por aquellas visionespolticas y sociales del futuro que asumen o pretenden asumir el carcter de

    profecas. En estas utopas explcita o implcitamente aparece, ahora s, unaperspectiva crtica respecto del presente. La sociedad descrita es imaginaria,

    9 Frank E. Manuel y Fritzie P. Manuel, Utopian Thought in the Western World(Cambridge, Massachusetts, 1979), p. 814.

    10 Irving Kristol, Two Cheers for Capitalism. (New York: Mentor, 1978),p. 143.

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    no existe todava, pero podra llegar a concretarse como consecuencia de laevolucin o del desarrollo de ciertas fuerzas y tendencias que ya existen.

    Y un tercer tipo de utopas es el de aquellas que son presentadasdeliberadamente como proyectos tendientes a instaurar comunidades o ins-tituciones radicalmente diferentes a las que existen en la realidad. A estacategora pertenecen eminentemente las utopas filosficas que suelen estarbasadas en una fuerte crtica a las condiciones polticas y sociales queenfrenta el filsofo del caso. Este propondr como solucin a los males quepercibe, la construccin de una sociedad enteramente nueva.

    En lo que sigue de esta exposicin me voy a referir exclusivamente a

    este ltimo tipo de utopas, ya que ellas me parecen las ms relevantes parael anlisis desde el punto de vista de la teora poltica; adems, creo que enellas se manifiestan las principales caractersticas de la mentalidad utpica,en particular en conexin al problema de la ideologa.

    Las relaciones entre ambos fenmenos, utopa e ideologa, han sidoestudiadas en un libro clsico sobre la materia y escrito por Karl Mann-heim.11 Para el autor tato las ideologas como las utopas son ideas quetrascienden la situacin, pero mientras las primeras nunca consiguen rea-

    lizar de facto los contenidos que proyectaban, las utopas, segn Mann-heim, por medio de una actividad de oposicin, logran transformar la reali-dad histrica existente en otra ms en consonancia con sus propiasconcepciones. La diferencia en cuanto a afectividad prctica de una y otracategora de ideas se debera, segn el socilogo, a que la ideologa es laperspectiva tpica que adoptan las clases dominantes en su intento de man-tener el orden establecido. En tanto que la utopa representa la orientacinde las clases ascendentes que pretenden destruir o transformar el orden

    social imperante en una determinada poca.Como en estas ltimas habra una mayor inclinacin a la accin, lasideas que las animan terminaran entonces convirtindose en hechos, esdecir, cambiando la realidad de tal forma que sta llega entonces a concor-dar con los objetivos trascendentes que sugera la propia utopa.

    A pesar de la reconocida autoridad de Mannheim, su enfoque meparece altamente discutible. An aceptando su concepcin bsica, segn lacual tato las ideologas como las utopas son sistemas de ideas que tras-

    cienden la realidad presente, no me parece que haya prueba alguna queavale su siguiente aseveracin de que las ideologas constituyan una espe-cie de patrimonio de las clases dominantes que se resisten al cambio

    11 Karl Mannheim, Ideology and Utopia. (New York: Hartcourt, Brace &Worlk, 1936).

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    social, y que las utopas a su vez sean entonces patrimonio de las clasesemergentes y destinadas, por lo tanto, a concretarse en la realidad.

    Es cierto que casi todas las utopas contienen una crtica, como yadijimos, a las condiciones sociales y polticas existentes, pero ello no impli-ca que de un planteamiento utpico se derive necesariamente un impulso ala accin que signifique el logro de efectivos cambios en la sociedad. Talescambios cuando se han producido realmente han sido ms bien el fruto dela accin de adherentes a ideologas y no a utopas, o quizs ms precisa-mente, de adherentes a utopas ideologizadas, de donde se sigue que elverdadero motor de la accin es, contrariamente a lo postulado por Mann-

    heim, la ideologa y no la utopa, y ello es as porque las utopas son cons-trucciones mentales eminentemente racionales; las ideologas, en cambio,son sistemas simplificados de ideas en las que se cree; como el impulso a laaccin se deriva de la fe sentimental o pasional, y esta fe est ms estrecha-mente vinculada a la ideologa que a la utopa, a mi entender, la teora deMannheim debe ser, entonces, reexaminada.

    Las utopas polticas consisten en el diseo de una nueva sociedad,una sociedad perfecta, construida sobre principios puramente racionales.

    Los sentimientos y las pasiones humanas son dejados al margen o bien seconsidera que ellos pueden ser controlados, reorientados y uniformadospor un proceso educativo, por ejemplo. Esta actitud caracterstica de lamentalidad utpica revela, a mi juicio, un serio desconocimiento de la natu-raleza humana y ello quizs explica, en parte por lo menos, la imposibilidadde instaurar en la realidad el programa ideal.

    Los hombres tienen intereses y aspiraciones diferentes y aun contra-puestos; por consiguiente, cuando pensamos en el mejor de todos los mun-

    dos posibles, que es lo que pretende disear la utopa, la pregunta objetivaque es preciso formular es: ese mejor mundo posible: para quin es elmejor?

    La utopa debera consistir en el mejor mundo posible para todos loshombres, pero eso claramente es imposible como puede fcilmente compro-barse, creo, si uno realiza un ejercicio muy simple, sugerido por RobertNozick, que consiste en imaginar a una serie de personajes viviendo en elinterior de cualquier utopa que nosotros podamos conocer. Se pregunta

    Nozick: cmo tendra que organizarse una sociedad para que efectivamen-te se sintieran viviendo en el mejor de los mundos, personajes como Moi-ss, Scrates, Freud, Picasso, Edison y Frank Sinatra?12 Por cierto, esta lista

    12 Robert Nozick, Anarchy, State and Utopia. (New York: Basic Books, 1974),p. 310.

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    de personas puede ampliarse indefinidamente, pero creo que basta los sea-lados para entender lo esencial del argumento de Nozick. Es inconcebible

    una comunidad en que todas estas personas pudieran ser plenamente feli-ces. Por supuesto, cuanto ms extensa sea la lista, tanto ms difcil serencontrar elementos comunes para satisfacer las aspiraciones de felicidadde esas personas. Siendo, entonces, la felicidad universal inalcanzable, elsentido de la utopa queda drsticamente restringido a la felicidad de algu-nos, pero esto implica asociar al utopismo las ideas de violencia y tirana.Tal es la perspectiva adoptada por Karl Popper, quien, a pesar de reconocerel atractivo del utopismo, lo considera una teora peligrosa y perniciosa,

    porque es, dice Popper, autofrustrante y porque probablemente conduce ala violencia13.

    Popper constata la existencia de diversos ideales utpicos, todosellos racionales, pero frente a los cuales la razn no puede decidir, porqueest ms all del poder de la razn el decidir cientficamente acerca de losfines de nuestras acciones. Por ello, las diferencias de opinin acerca decul debe ser el Estado ideal tendrn, al menos parcialmente, seala Popper,el carcter de diferencias religiosas y como entre diferentes religiones utpi-

    cas no puede haber tolerancia alguna, entonces el utopista debe conquistaro aplastar a las utopas rivales, y general, a todos aquellos que no compar-ten sus propios objetivos y que l cree los ms adecuados para instaurar lasociedad perfecta y feliz.

    Pero nadie puede obligar a otro a ser feliz a su manera y menos ansi para ello ha debido emplearse la violencia. Por eso Popper concluye califi-cando al racionalismo utpico como autofrustrante y dice: por buenosque sean sus fines no brinda la felicidad, sino slo la desgracia familiar de

    estar condenado a vivir bajo un gobierno tirnico.Kingsley Widmer14 sostiene una posicin diferente. Segn este au-tor, no todas las utopas contienen una concepcin totalitaria que amenaceavasallar la libertad individual. Ms an, recurriendo a varios ejemplos,Widmer muestra utopas cuyo objetivo explcito es abogar por la preserva-cin de esa libertad individual. El problema con este tipo de utopas es quesi bien cumplen con algunas caractersticas del gnero, (en cuanto se refie-ren a comunidades no existentes, deseables, racionales, etc.) no son, sin

    embargo, polticas en sentido estricto, esto es, no apuntan a la construccin

    13 Karl R. Popper, Utopa y Violencia en Arnhelm Neuss, Utopa (Barcelo-na: Barral, 1971), pp. 129-139.

    14 Kingsley Widmer, Utopia and Liberty: Some Contemporary Issues withintheir Intellectual Traditions. Literature of Liberty, IV 4, (Winter 1981), p. 5-62. EnEstudios Pblicos, 33 (Verano 1989) se public traduccin de este ensayo.

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    de un Estado perfecto, sino ms bien a la manera como ciertos gruposparticulares de hombres podran organizarse en pequeas comunidades al

    margen de la tutela estatal para escapar as a su poder y salvaguardar sulibertad. No sin cierta dosis de incoherencia, este autor critica speramentela defensa de Nozick de la idea de un Estado mnimo en cuyo interior podraemerger una amplia variedad de comunidades, lo que hara posible que unmayor nmero de personas estuviera capacitado para vivir de acuerdo consus propios deseos personales como sucede en el caso en que slo existeuna comunidad nica orientada a la satisfaccin de los deseos sociales.

    Nozick ha rechazado expresamente que su teora del Estado mnimo

    sea una utopa, y yo agregara que dicha teora es manifestacin de unaactitud decididamente antiutpica, precisamente en cuanto propugna limitarel poder del Estado para establecer un programa nico, uniforme, comnpara el logro de la felicidad, lo que supone necesariamente, como ya dijimos,el avasallamiento de los planes particulares tendientes a ese mismo fin: lafelicidad, pero la felicidad entendida no en sentido abstracto, esto es, defini-da por alguien para m y para todos, de acuerdo con su propio criterio de loque debera hacerme feliz.

    Ya sabemos que las utopas se refieren a un no-lugar, a perfeccio-nes inalcanzables, a sueos irrealizables, en una palabra, a fantasas. Pue-den justificarse entonces las prevenciones de Karl Popper, que antes citaba,quien califica a las utopas como peligrosas y perniciosas? A mi juicio, larespuesta a esta interrogante debe ser afirmativa y la razn de ello es quelas utopas contemporneas han cambiado esencialmente su orientacin.

    Para fundamentar mi aseveracin me apoyar en un lcido y pene-trante anlisis del fenmeno de la mentalidad utpica que ha elaborado

    Judith Shklar.15

    Segn esta autora, la utopa, tal como la entendieron losutopistas clsicos, ha sido definitivamente desplazada por las ideologasrevolucionarias que comienzan a aparecer hacia fines del siglo XVIII. En susentido tradicional, la utopa era expresin ms de deseos que de esperan-zas, es decir, se refera a lo que podra ser y no a lo que ser. La efectivarealizacin del modelo propuesto o la manera de acceder a l en la prctica,es algo que raramente se menciona en esas utopas, porque la finalidad deellas no era la elaboracin de programas de accin poltica, y como dice

    Shklar para un Toms Moro, por ejemplo, o cualquiera de sus imitadores, lautopa era slo un modelo, un patrn ideal que invitaba a la contemplaciny al juicio, pero que no implicaba ninguna otra actividad.

    15 Judith Shklar, Teora Poltica de la utopa: De la melancola a la nostalgia,en Frank E. Manuel (comp.), Utopas y Pensamiento Utpico (Madrid: Espasa-Calpe.1982), pp. 139-154.

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    Esta falta de activismo refleja la escasa esperanza en un futuro mejorque hay en toda esa literatura y revela, entonces, la carencia de ese optimismo

    revolucionario que parece indispensable para movilizar a los hombres hacia lalucha poltica. Por otra parte, los destinatarios de estos escritos no eran losseores iletrados de la poca o los campesinos, sino los intelectuales delmomento. En suma, la utopa clsica era obra de una sensibilidad socialmenteaislada, que expresaba los valores y las preocupaciones de unos pocoshombres selectos y que no pretenda inspirar entonces esperanzas colecti-vas; por lo tanto, estaba completamente desprovista de sentido revoluciona-rio o como lo expresa el ya citado Irving Kristol, las utopas existieron para

    producir mejores filsofos polticos, pero no una mejor poltica16.Este tipo de mentalidad termin con la Revolucin Francesa, la que

    hace nacer el optimismo histrico, ausente como hemos visto en la utopaclsica. Surge poco despus la idea del progreso, idea que necesita nutrirse dehechos. La vieja actitud de la mentalidad utpica que se satisfaca slo consoar con mundos imaginarios, que se agotaba en el plano de la mera fantasa,es ahora sobrepasada por la impaciencia revolucionaria que procura a travsde la accin transformar los sueos en realidades, las utopas en topas. Las

    sociedades imaginarias del siglo XIX no se disean para mantenerse histri-camente en ninguna parte, sino que son proyectos de una sociedad futura ypor eso constituye llamados a la accin en sentido estricto; entonces ya noson utopas, sino, a lo ms, cuasi-utopas, como desdeosamente las llamaJudith Shklar, quien las considera vulgarizaciones proyectadas para llegar a lamayor audiencia posible. Con ello, la utopa ha perdido su carcter puramenteintelectual y se ha aproximado y, dira, casi se ha confundido con la ideologa,entendida sta, claro est, en un sentido diferente al que le da Mannheim.

    La ideologa podemos entenderla como un esquema simplificado deideas y valores a travs del cual se interpreta crticamente la realidad socialcon el propsito de perfeccionarla; pero este perfeccionamiento depende dela puesta en prctica del programa particular preconizado por la ideologa, laque, a su vez, requiere, por cierto, alcanzar el poder. Las ideas y los valoresque conforman la ideologa puede ser todava enteramente utpicos, pero espreciso ahora presentarlos de manera simplificada con el fin de apelar a lasemociones de grandes masas de gente y lograr captar as su adhesin por fe y

    su apoyo para la tarea prctica de transformar la sociedad de acuerdo a esasideas y a esos valores. As podramos decir que la ideologa se basa en lautopa, se alimenta de la utopa, y en cierto modo ha absorbido, se hadevorado a la utopa, cambindole su sentido.

    16 Irving Kristol, op. cit., (Nota 10), p. 148.

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    La dimensin prctica que ahora ha adquirido la utopa bajo su re-vestimiento ideolgico la ha vuelto, por cierto, ms peligrosa ya que mantie-

    ne su carcter totalizante, excluyente, avasallante, al que antes me refer,pero con la diferencia de que ahora ya no se trata de un mero juego de ideasy de fantasas, sino que se encuentra asociada a la lucha por el poder.

    Sin duda, creo, que los hombres seguiremos soando en mundosmejores; seguiremos imaginando utopas, seguiremos proponiendo refor-mas a la realidad existente, la que siempre nos parece precaria e insatisfacto-ria, y tal vez, la reforma que hoy necesitemos con mayor urgencia, si nuestroanlisis es correcto, sea la sugerida por Irving Kristol: cambiar nuestra ac-

    tual mentalidad utpica que nos puede conducir a la violencia y a la tirana.

    UTOPIA EN EL ORIGEN DE AMERICA

    Luca Invernizzi

    Inicio este texto con palabras de Octavio Paz:

    No se nos puede entender si se olvida que somos un captulo de lahistoria de las utopas europeas.17

    Mis consideraciones sobre el asunto que aqu se expone apuntan almomento inaugural de ese captulo, esto es, a aquel constituido por textosescritos por los protagonistas del descubrimiento, conquista y colonizacindel continente, quienes, junto con referir sus propias hazaas, describencon pormenor la nueva realidad y configuran las imgenes que la descubri-rn para la conciencia europea.

    Las palabras de un humanista espaol del siglo XVI pueden ser ellema que presida la consideracin de esos textos. Hernn Prez de Oliva, en1528, afirma que la finalidad de los viajes de exploracin y descubrimientode las Indias es mezclar el mundo y dar a aquellas tierras extraas la formade la nuestra.18 Expresiones equivalentes a la Invencin de Amrica pro-

    LUCA INVERNIZZI. Profesora de Literatura Hispanoamericana; Directora Departa-mento de Literatura, Facultad de Filosofa y Humanidades, Universidad de Chile.

    17 Octavio Paz, Letras de Fundacin, Puertas al Campo (Barcelona: Ed. SeixBarral, 1972), pp. 15-21. La cita corresponde a la p. 16.

    18 Citado por J.H. Elliot en El Viejo Mundo y el Nuevo (1492-1650), (Madrid:Ed. Alianza, 1972), p. 28.

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    puesta, contemporneamente, por Edmundo OGorman.19 De l recojo algu-nas de sus afirmaciones bsicas para, desde all, aproximarme al tema de la

    utopa en los orgenes de Amrica.Seala OGorman que el descubrimiento colombino y la posterior

    accin de Vespucio que despeja el equvoco de la identificacin de lastierras descubiertas con Asia, enfrenta al europeo con esa cuarta parte delmundo, presentida y anhelada desde muy antiguo y que, por designio pro-videncial, haba permanecido ajena y al margen del devenir histrico univer-sal. Su hallazgo representa la ampliacin del escenario de la vida histrica,conformado hasta entonces slo por Europa, Asia y Africa; pero ste es,

    para la conciencia europea, un escenario an no inaugurado, un MundusNovus, slo posibilidad de ser, potencialidad no actualizada an, promesade llegar a ser otra Europa, concebida sta como mundo que ha alcanzado elestadio ms adelantado en la marcha del devenir humano hacia su metaideal. Tierra de Amrico, Mundus Novus que en las alegoras de las porta-das de los atlas de la poca representa su ser natural vaco de significacincultural e histrica, en la figura de una mujer desnuda que porta los signosde la barbarie y que ofrece a la soberana Europa el cuerno de la abundancia.

    Para la conciencia europea del siglo XVI, Europa es el modelo quedeber realizar el mundo nuevo, para dar sentido a su posibilidad de ser.Europa concibe as a Amrica a su imagen y semejanza, confiere a esasextraas tierras la forma de la nuestra la inventa y se establece frente aella desde una doble actitud: a la vez que vio en Amrica un inmensoterritorio legtimamente apropiable y explorable en beneficio propio, unanueva e imprevista provincia de la tierra que el destino tena reservada aEuropa para la prosecucin de los supremos fines histricos, tambin lo

    consider como mundo de liberacin y de promesa, el mundo de la liber-tad y del futuro, la nueva Jerusalem, una nueva Europa, en suma, que alentregar sus riquezas materiales a la vieja Europa se iba insensiblementeconstituyendo en el lugar que habra de superarla como propicio que erapara ensayar o implantar ideales y utopas que se consideraban irrealizablesen las viejas circunstancias.20

    Y es esa imagen del Nuevo Mundo como lugar donde es posiblehacer realidad las aspiraciones de una vida mejor, de una sociedad ms

    perfecta, la dominante en los textos escritos por descubridores, conquista-dores y colonizadores de Amrica, que la vieron y representaron como Tie-

    19 Edmundo OGorman. La Invencin de Amrica. EL Universalismo de laCultura de Occidente (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1958), especialmente,pp. 79 y 99.20 Edmundo OGorman, op. cit., p. 89.

    20 Edmundo OGorman, op. cit., p. 89.

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    rra de Promisin, remanso en el curso de los siglos en el cual se habarefugiado la Edad de Oro, Paraso posible de ser recuperado, espacio privile-

    giado para construir una sociedad que concretara sueos y anhelos deuna justicia ms igual, una libertad mejor entendida, una felicidad ms com-pleta y mejor repartida entre los hombres, una soada repblica, una uto-pa.21

    Las palabras delDiario de Navegacin y las Cartas colombinas daninicio a la fundacin de esa realidad nueva que es primeramente tierra enso-ada, tensa y ansiosamente anhelada en el curso de una travesa que setorna peligrosamente larga sin lograr encontrarla. Tierra no vista an pero

    presentida, anticipada por mltiples elementos naturales que se interpretancomo seguros indicios no slo de su cercana existencia sino tambin de superfeccin. Porque los aires temperatsimos, dulces y sabrosos que ha-cen muy grato el gusto de las maanas, la mar llana como un ro queColn percibe en medio del ocano, los das 16 y 25 de setiembre y que lelleva afirmar que slo faltaba or al ruiseor, advierte que la tierra queColn espera encontrar tiene en su conciencia la forma del ideal de paisaje:es el locus amoenus consagrado por la retrica y por la tradicin literaria

    originada en la poesa de Tecrito y de Virgilio.Locus amoenus, lugar de eterna primavera, floresta y bosques mixtos

    y sobre todo tierra de la abundancia, sern las frmulas retricas, lostpicos que, unidos a la comparacin con lo mejor de Europa, la hiprbole,la profusa adjetivacin concurren y se reiteran una y otra vez en el discursocolombino para descubrir las islas y tierra firme que encuentra en sus viajes.Y as esas tierras quedan investidas con la forma de un ideal que alienta enla conciencia europea de la poca: el de un mundo natural pleno, perfecto,

    porque hasta l no alcanzan las alteraciones, miserias e inquietudes de lavida cortesana y en el que el concierto y armona de los elementos esindicio de la proximidad del bblico Paraso que Coln, al igual que Vespu-cio, suponen situado en estas tierras.

    En ese mundo natural perfecto que se ofrece como escenario parahacer posible una vida plena, feliz, bienaventurada, adems, habitan hom-bres que, en la caracterizacin colombina, parece responder a los idealessustentados en la poca por el humanismo y por el cristianismo que aspira a

    volver a sus fuentes primitivas.El primer rasgo que destaca el Almirante en las pginas de suDiariocorrespondientes al 12, 13 y 14 de octubre es la generosidad y desprendi-

    21 Alfonso Reyes, Ultima Tule, Obras Completas, vol. XI (Mxico: Fondo deCultura Econmica, 1960), pp. 11-153. La cita corresponde a la p. 58.

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    miento de esos tanos que, en canoas y nadando, llegan hasta las carabelasy nos traan papagayos e hilo de algodn en ovillos y azagayas y otras

    muchas cosas... y daban aquello que tenan de buena voluntad; hombresadems, jvenes, de buena fechura muy fermosos cuerpos y muy bue-nas caras, piernas muy derechas y no barriga, salvo muy bien hecha quese exhiben en adnica desnudez, en su condicin mansa, pacfica, descono-cedores de la violencia y de las armas: les amostr espadas y las tomabanpor el filo y se cortaban con ignorancia; hombres de buen ingenio y dispo-sicin de servicio, libres de egosmos, carentes de maldad y ambicin, aje-nos al inters del oro, ignorantes de las palabras tuyo y mo, fuentes de

    tantos males. Gentes de amor y sin codicia, aman a su prjimo como a smismos y son las ms aptas para recibir la fe cristiana con amor y no porfuerza.

    Ms tarde, cuando la desilusin y los pesares condicionen la miradadel Almirante, las tierras descubiertas mostrarn sus negativas facetas. Lavoluntad de Dios no abri para Coln el acceso al Paraso, por el contrario,lo enfrent a la violencia y agresividad de la naturaleza y de los hombres:horrendas tempestades sustituirn a los aires dulces y sabrosos, feroces

    canibas o canbales que llegaron a convertirse en smbolo de horror y ant-tesis del perfecto hombre natural, reemplazaron a los mansos tanos. Peroesa imagen sombra que aflora en la delirate escritura de laLettera Rarsimano fue la que se impuso en la conciencia europea, sino aquella del mundoideal fundado por el discurso delDiario y de la difundida Carta a Santgelanunciando el descubrimiento. Con esa forma de un mundo natural, pleno,perfecto, ideal, la tierra que luego ser Amrica se incorpor al conocimien-to y a la imaginacin europeos.

    Y porque esa imagen coincida con las aspiraciones de renovacinde vida, con anhelos de traspasar los lmites del mundo viejo, y satisfacersus carencias, las Indias de Coln fueron para Europa promesa de vidanueva y mejores destinos, nuevo territorio para realizar antiguos sueos, ellugar donde se harn realidad las ms variadas aspiraciones individuales,colectivas o de los estados, fueran stas las del oro y riquezas, del ascensosocial, la fama y la gloria, o la del imperio que unifique el orbe bajo elreinado del monarca universal y de la religin verdadera, o de la perfecta

    sociedad regida por la ley natural, la razn o la fe cristiana en la que secorrijan todos los males que afectan a la sociedad europea, como esa Uto-pa de Moro que mucho parece deberle al Nuevo Mundo y que no por azarsu autor sita en estas tierras.

    En los textos que siguen a los de Coln, las Indias empiezan a identi-ficarse ya como efectivo Mundo Nuevo que en la escritura de Gonzalo

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    Fernndez de Oviedo22 encuentra en la hermosa figura de la Cruz del Sur lapotica cifra de su admirable belleza, novedad y diferencia. Mundo Nuevo

    que integrado en el mbito de dominio espaol, permite a Espaa realizar elantiguo ideal poltico, del imperio universal del catlico monarca que unifi-car el mundo en torno a los valores y principios del cristianismo.

    La confirmacin de que ese ideal poltico de la Universitas Christia-na, fruto tardo del medioevo, segn Menndez Pidal, se ha concretadoefectivamente en la Espaa de Carlos V, la da el discurso narrativo de laConquista que proclama la grandeza imperial espaola forjada por aquellosque, sirviendo a Dios, al rey y a la Iglesia, han realizado la magna hazaa de

    conquistar vastos territorios y valiosos reinos e imperios y mediante laaccin colonizadora y la evangelizacin los han transformado en nuevosreinos cristianos, comparables y aun superiores en algunos aspectos a losseoros europeos del imperio, como el reino de la Nueva Espaa que Cor-ts construye en Mxico, Tenochtitln, y que ofrece a Carlos V, dicindoleque puede intitularse Emperador de l con ttulo y no menos mrito que elde Alemaa, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee.23

    Pero lo que en el discurso de los conquistadores se configura como

    realizacin efectiva de la Universitas Christiana en imgenes de reinosamericanos integrados en un Imperio que se orienta a hacer realidad laagustiniana ciudad celestial en la tierra, tiene su rplica negativa en el dis-curso lascasiano y en el discurso del fracaso de la conquista que, conseveridad, denuncian la injusticia de las acciones y del orden impuesto porlos espaoles en el Nuevo Mundo y niegan as que se haya construido enestas tierras ese reino de justicia, de dominio de Dios sobre los hombres, delalma sobre el cuerpo y de la razn sobre los vicios que lleva al supremo bien

    que es la paz en este mundo y finalmente, a la posesin de Dios.Dos imgenes del mundo de las Indias se contraponen en el discursode Fray Bartolom: las felicsimas Indias del pasado, antes y recin de serdescubiertas, ideales y admirables por su belleza, riqueza y abundancia y porla virtud de su gente, mansas ovejas que, an sin conocer la doctrinacristiana, vivan de acuerdo a la ley natural, como los padres de la Iglesia; suanttesis es la devastada tierra del presente destruida, diezmada a partir delmomento en que la codicia y violencia espaolas se asentaron en ella y

    transgrediendo todas las leyes divinas y humanas, con injustas y tirnicas

    22 Me refiero especialmente a Historia General y Natural de las Indias, Islas,Tierra-firme del Mar Ocano (Sevilla: 1535). El Sumario de la Natural Historia de lasIndias (Toledo: 1526).

    23 As lo afirma Hernn Corts en el exordio de la Carta Segunda, dirigida aCarlos V y fechada e la villa Segura de la Frontera, el 30 de octubre de 1520.

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    guerras y con horrenda servidumbre, destruyeron el orden y armona naturaldel mundo. Accin degradadora de los espaoles que transforma el Paraso

    original en Infierno, que hace transitar a la sufriente humanidad desde la felizEdad de Oro de los orgenes a la desventurada Edad de Hierro del presente,que rompe el orden natural y convierte la venturosa realidad primera en unmundo al revs, donde dominan el mal y la alteracin, y donde es imposibleconstruir el reino de justicia y paz que asegure la felicidad terrena y lasalvacin de los hombres, a menos que medie la accin rectificadora delmonarca cristiano, justo y piadoso, que, conociendo el mal que impera en susdominios, deber corregirlo orientando la empresa espaola en Indias hacia el

    cumplimiento de la nica finalidad que Las Casas concibe legtima: la evange-lizacin pacfica de esos inocentes y virtuosos hombres naturales y la integra-cin de las comunidades indgenas en ese estado superior fundado en la fecristiana y en los postulados evanglicos. Para contribuir a ello, Las Casasescribe, denuncia y acta y desde su utopismo, su esperanzado humanismo ysu confianza en la justicia del Emperador funda la otra cara de la desoladaimagen de las Indias que ofrece en escritos como Brevsima relacin de ladestruccin de las Indias: la del Nuevo Mundo como futuro Paraso recobra-

    do, reeditada Arcadia, venturosa Edad de Oro del porvenir, sociedad mejor,utpica y erasmista Iglesia que en el futuro de los tiempos volver a estable-cerse como en los orgenes del cristianismo.

    Menos esperanzada es la visin que sustenta el narrador de LaAraucana, quien desde el desengao del mundo que le provoca el habersido testigo del deterioro y prdida de vigencia de valores fundamentales,en su larga trayectoria por diversas reas de la realidad imperial espaoladel siglo XVI, concluye afirmando en su poema no slo que el brbaro

    estado de Arauco supera al espaol en algunos aspectos c