Adolf Hitler-Mi Lucha Copia i

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MI LUCHA Adolf Hitler Primera edición electrónica en castellano. Dos volúmenes en uno. Primer Volumen: RETROSPECCIÓN Segundo Volumen: EL MOVIMIENTO NACIONALSOCIALISTA. 2003. Jusego. Edición sin fines de lucro.

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Auto biografía de Hitler

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  • MILUCHA

    Adolf Hitler

    Primera edicin electrnica en castellano.

    Dos volmenes en uno.

    Primer Volumen:RETROSPECCIN

    Segundo Volumen:EL MOVIMIENTO NACIONALSOCIALISTA.

    2003. Jusego. Edicin sin fines de lucro.

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    ADOLF HITLER.

    1889-1945.

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    Presentacin.

    Esta es la primera versin electrnica casi completa de Mi Lucha en castellano. Se

    invita a todos los miembros del Movimiento a distriburla lo ms ampliamente

    posible. Se autoriza su colocacin en cualquier sitio Web para descarga.

    La segunda edicin contendr notas aclaratorias y adems ser cotejada con la

    edicin inglesa no expurgada de 1939.

    Agradecemos la colaboracin de todos los que han contribudo a la ejecucin de

    este proyecto, el que redundar en una mejor preparacin de la militancia.

    Para efectos de su uso se ha habilitado su impresin as como la opcin

    marcar/copiar en caso de que se necesite citar algn prrafo.

    Agradeceremos se nos informe de todo error que aparezca en ella porque sin duda

    debe haberlos.

    Abril de 2003.

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    Esta Primera Edicin Electrnica de Mi Lucha est dedicada a los

    59 mrtires Nacionalsocialistas chilenos cados por la Patria el 5

    de Septiembre de 1938 en Santiago de Chile.

    "Chile necesita del sacrificio de sus hijos. Estamos obligados asacrificarlo todo si con ello Chile se salva" (Francisco MaldonadoChvez, cado ese da).

    Enrique Herreros del RoCsar Parada Henrquez

    Francisco Maldonado ChvezJuan Silva Tello

    Hugo Badilla TelleraJess Ballesteros Miranda

    Ricardo White AlvarezJulio Csar Villasiz Zura

    Pedro Angel Riquelme TrivioMario Prez Perreta

    Mauricio Falcon PieiroLuis Thennet Gillet

    Hctor Thennet GilletGuillermo Cuello Gonzlez

    Waldemar Rivas VilazaHermes Micheli Candia

    Ral Mndez UretaBruno Bruning Schwarzenberg

    Jos Sotomayor SotomayorGerardo Gallmeyer Klotzche

    Neftal Seplveda SotoDomingo Chvez Whalen

    Walter Kusch DietrichVctor Muoz CrdenasJuan Khni Holzapfel

    Marcos Magasich Huerta

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    Enrique Magasich HuertaHeriberto Espinoza Lizana

    Jorge Jaraquemada VivancoFlix Maragao Flores

    Jorge Valenzuela San CristbalSalvador Zegers Terrazas

    Carlos Alfredo Barraza RoblesJorge Alvear Soto

    Vctor Tapia BrionesHumberto Yuric Yuric

    Jorge Tpper BradanovicJuan Orchard Fox

    Alejandro Bonilla TajanEmiliano Aros Molina

    Salvador Fernndez PonicioJorge Seplveda CspedesTimolen Jijn GonzlezJos Figueroa FigueroaEduardo Surez SurezRenato Chea MenesesManuel Silva DurnDaniel Jorge JeldresCarlos Jorge Jeldres

    Luis Arriagada MuozAlberto Murillo MuozJulio Hernndez GarcaEfran Rodrguez SezCarlos Riveros Sez

    Hugo Moreno DonosoAlberto Ramrez Zamora

    Manuel Jelves OleaPedro Molleda OrtegaCarlos Muoz Corts

    HONOR Y GLORIA ETERNAS!.

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    DEDICATORIA

    El 9 de noviembre de 1923, a las 12:30 del da, posedos de inquebrantable fe enla resurreccin de su pueblo, cayeron en Munich, frente a la Feldherrnhalle y en el patiodel antiguo Ministerio de Guerra, los siguientes camaradas:

    Felix Alfarth, comerciante, nacido el 5 de julio de 1901.Andreas Bauriedl, sombrerero, nacido el 4 de mayo de 1879.Theodor Casella, empleado bancario, nacido el 8 de agosto de 1900.Wilhelm Ehrlich, empleado bancario, nacido el 19 de agosto de 1894.Martin Faust, empleado bancario, nacido el 27 de enero de 1901.Anton Hechenberger, cerrajero, nacido el 28 de septiembre de 1902.Oskar Koerner, comerciante, nacido el 4 de enero de 1875.Karl Kuhn, empleado de hotel, nacido el 26 de julio de 1897.Karl Laforce, estudiante de ingeniera, nacido el 28 de octubre de 1904.Kurt Neubauer, criado, nacido el 27 de marzo de 1899.Claus von Pape, comerciante, nacido el 16 de agosto de 1904.Theodor von der Pfordten, consejero en el Tribunal Regional Superior, nacido el 14 demayo de 1873.Johannes Rckmers, ex capitn de caballera, nacido el 7 de mayo de 1881.Max Erwin von Scheubner-Rchter, doctor en ingeniera, nacido el 9 de enero de 1884.Lorenz Rtter von Stransky, ingeniero, nacido el 14 de marzo de 1899.Wilhelm Wolf comerciante, nacido el 19 de octubre de 1898.

    Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura comn a estoshroes.

    Dedico esta obra a la memoria de todos ellos, para que el ejemplo de su sacrificioilumine incesantemente a los seguidores de nuestro Movimiento.Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924.Adolf Hitler.

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    PRLOGO DEL AUTOR

    En cumplimiento del fallo dictado por el Tribunal Popular de Munich, el 1 deabril de 1924 deba comenzar mi reclusin en el presidio de Landsberg am Lech.

    As se me presentaba, por primera vez despus de muchos aos de ininterrumpidalabor, la posibilidad de iniciar una obra reclamada por muchos y que yo mismoconsideraba til a la causa nacionalsocialista. En consecuencia, me haba decidido aexponer no slo los fines de nuestro Movimiento, sino a delinear tambin un cuadro de sudesarrollo, del cual ser posible aprender ms que de cualquier otro estudio puramentedoctrinario.

    Aqu tuve igualmente la oportunidad de hacer un relato de mi propia evolucin,en la medida necesaria para la mejor comprensin del libro y al mismo tiempo paradestruir las tendenciosas leyendas sobre mi persona propagadas por la prensa juda.

    Al escribir esta obra no me dirijo a los extraos, sino a aqullos que,perteneciendo de corazn al Movimiento, ansan penetrar ms profundamente en laIdeologa Nacionalsocialista.

    Bien s que la viva voz gana ms fcilmente las voluntades que la palabra escritay que, asimismo, el progreso de todo Movimiento trascendental en el mundo se hadebido, generalmente, ms a grandes oradores que a grandes escritores.

    Sin embargo, es indispensable que una doctrina quede expuesta en su parteesencial para poderla sostener y poderla propagar de manera uniforme y sistemtica.

    Partiendo de esta consideracin, el presente libro constituye la piedra fundamentalque yo aporto a la obra comn.Adolf Hitler(Presidio de Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924.)

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    Volumen I.RETROSPECCIN.

    Captulo I.EN EL HOGAR PATERNO.

    Considero una feliz predestinacin el haber nacido en la pequea ciudad deBraunau am Inn; Braunau, situada precisamente en la frontera de esos dos estadosalemanes cuya fusin se nos presenta - por lo menos a nosotros, los jvenes- como uncometido vital que bien merece realizarse a todo trance.

    La Austria germana debe volver al acervo comn de la patria alemana, y no porrazn alguna de ndole econmica. No, de ningn modo, pues aun en el caso de que estafusin, considerada econmicamente, fuera indiferente o resultara incluso perjudicial,debera efectuarse a pesar de todo. Pueblos de la misma sangre se corresponden a unapatria comn. Mientras el pueblo alemn no pueda reunir a sus hijos bajo un mismoEstado, carecer de todo derecho moralmente justificado para aspirar a acciones depoltica colonial. Slo cuando el Reich, abarcando la vida del ltimo alemn, no tenga yaposibilidades de asegurarle a ste su subsistencia, surgir de la necesidad del propiopueblo la justificacin moral para adquirir la posesin de tierras extraas. El arado seconvertir entonces en espada, y de las lgrimas de la guerra brotar el pan diario para laposteridad.

    La pequea poblacin fronteriza de Braunau me parece constituir el smbolo deuna gran obra. Aun en otro sentido se yergue tambin hoy ese lugar como unaadvertencia para el porvenir. Cuando esta insignificante poblacin fue, hace ms de cienaos, escenario de un trgico suceso que conmovi a toda la Nacin alemana, su nombrequedara inmortalizado por lo menos en los anales de la historia de Alemania. En la pocade la ms terrible humillacin impuesta a nuestra patria, rindi all su vida el librero deNrnberg, Johannes Palm, obstinado nacionalista y enemigo de los franceses. Se habanegado rotundamente a delatar a sus cmplices revolucionarios, mejor dicho, a losverdaderos promotores. Muri igual que Leo Schlageter, y como ste, Johannes Palm fuetambin denunciado a Francia por un funcionario. Un director de polica de Augsburgocobr la triste fama de la denuncia y cre con ello el tipo de las autoridades alemanas deltiempo del seor Severing.

    En esa pequea ciudad sobre el Inn, bvara de origen, austraca polticamente, yennoblecida por el martirologio alemn, vivieron mis padres, all por el ao 1890. Mipadre era un leal y honrado funcionario. Mi madre, ocupada en los quehaceres del hogar,tuvo siempre para sus hijos invariable y cariosa solicitud. Poco retiene mi memoria deaquel tiempo, pues pronto mi padre tuvo que abandonar el lugar que haba ganado suafecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es decir, en Alemania.

    En aquellos tiempos, la suerte del aduanero austraco era peregrinar a menudo. Deah que mi padre tuviera que pasar a Linz, donde acab por jubilarse. Ciertamente esto nodebi significar un descanso para el anciano. M padre, hijo de un simple y pobrecampesino, no haba podido resignarse en su juventud a permanecer en la casa paterna.No tena an trece aos, cuando li su morral y se march del terruo en Waldviertel. Iba

    Sergio Lizarazo

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    a Viena, desoyendo el consejo de los lugareos con experiencia, para aprender all unoficio. Ocurra esto el ao 50 del pasado siglo. Grave resolucin la de lanzarse en buscade lo desconocido, provisto slo de tres florines! Pero cuando, el adolescente cumpla losdiecisiete aos y haba ya superado su examen de oficial de taller, no estaba, sin embargo,satisfecho de s mismo. Por el contrario, las largas penurias, la eterna miseria y elsufrimiento reafirmaron su decisin de abandonar el taller para llegar a ser "algo ms". Sicuando nio, en la aldea, el seor cura le pareca la expresin de lo ms altohumanamente alcanzable, ahora, dentro de su esfera enormemente ampliada por la granurbe, lo era el funcionario. Con toda la tenacidad propia de un hombre ya envejecido enla adolescencia por las penalidades de la vida, el muchacho se aferr a su resolucin deconvertirse en funcionario, y lo fue. Creo que poco despus de cumplir los veintitrs aosconsigui su propsito. Pareca as estar cumplida la promesa de aquel pobre nio de noregresar a la aldea paterna sin haber mejorado su situacin. Ya haba alcanzado su ideal.En su aldea nadie se acordaba de l, y a l mismo su aldea le resultaba desconocida.

    Cuando finalmente, a la edad de cincuenta y seis aos, se jubil, no habra podidoconformarse a vivir como un desocupado. Y he aqu que en los alrededores de la ciudadaustraca de Lambach adquiri una pequea propiedad agrcola; la administrpersonalmente, y as volvi, despus de una larga y trabajosa vida, a la actividadoriginaria de sus antepasados.

    Fue sin duda en aquella poca cuando forj mis primeros ideales. Mis ajetreosinfantiles al aire libre, el largo camino a la escuela y la camaradera que mantena conmuchachos robustos, lo cual era motivo frecuentemente de hondos cuidados para mimadre, pudieron haberme convertido en cualquier cosa menos en un poltrn. Si bien porentonces no me preocupaba seriamente la idea de mi profesin futura, saba en cambioque mis simpatas no se inclinaban en modo alguno hacia la carrera de mi padre. Creoque ya entonces mis dotes oratorias se ejercitaban en altercados ms o menos violentoscon mis condiscpulos. Me haba hecho un pequeo caudillo, que aprenda bien y confacilidad en la escuela, pero que se dejaba tratar difcilmente.

    Cuando, en mis horas libres, reciba lecciones de canto en el coro parroquial deLambach, tena la mejor oportunidad de extasiarme ante las pompas de las brillantsimascelebraciones eclesisticas. De la misma manera que mi padre vio en la posicin delprroco de aldea el ideal de la vida, a m la situacin del abad me pareci tambin la mselevada posicin. Al menos, durante cierto tiempo as ocurri.

    Mi padre, por motivos fcilmente comprensibles, no prestaba mucha atencin altalento oratorio de su travieso vstago para sacar de ello conclusiones favorables enrelacin con su futuro, resultando obvio que no concordase con mis ideas juveniles.

    Aprensivo, l observaba esta disparidad de naturalezas.En realidad, la vocacin temporal por la citada profesin desapareci muy pronto,

    para dar paso a esperanzas ms acordes con mi temperamento.En el estante de libros de mi padre encontr diversas obras militares, entre ellas

    una edicin popular de la guerra franco-prusiana de 1870-71. Eran dos tomos de unarevista ilustrada de aquella poca, que convert en mi lectura predilecta. No tard muchopara que la gran lucha de los hroes se transformase para m en un acontecimiento de lams alta significacin. Desde entonces me entusiasm, cada vez ms, todo lo que tenaalguna relacin con la guerra o con la vida militar. Pero tambin en otro sentido debitener esto significado para m. Por primera vez, aunque en forma poco precisa, surgi en

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    mi mente la pregunta de s realmente exista, y en caso de existir, cul podra ser ladiferencia entre los alemanes que combatieron en la guerra del 70 y los otros alemanes,los austracos. Me preguntaba yo: Por qu Austria no tom parte en esa guerra junto aAlemania? Por qu mi padre y todos los dems no se batieron tambin? Acaso nosomos todos lo mismo? No formamos todos un nico cuerpo? A mis cautelosaspreguntas, tuve que or con ntima sorpresa la respuesta de que no todo alemn tena lasuerte de pertenecer al Reich de Bismarck.

    Esto, para m, era inexplicable.Haban decidido que yo estudiase.Considerando m carcter, y sobre todo mi temperamento, mi padre crey llegar a

    la conclusin de que la enseanza clsica del Lyceum ofreca una flagrante contradiccincon mis tendencias intelectuales. Le pareca que en una Realschule me ira mejor. En estaopinin se aferr an ms ante mi manifiesta aptitud para el dibujo, disciplina cuyadedicacin, a su modo de ver, era tratada con negligencia en los Gymnasium austracos.

    Quiz estuviera tambin influyendo en ello decisivamente su difcil lucha por lavida, durante la cual el estudio de las humanidades sera, ante sus ojos, de poca o ningunautilidad.

    Por principio, era de la opinin de que su hijo naturalmente sera y deba serfuncionario pblico. Su amarga juventud hizo que el xito en la vida fuera para l vistocomo producto de una frrea disciplina y de la propia capacidad de trabajo. Era el orgullodel hombre que se haba hecho a s mismo lo que le induca a querer elevar a su hijo auna posicin igual o, si ello fuera posible, ms alta que la suya, tanto ms cuanto que porsu propia experiencia se crea en condiciones de poder facilitar en gran medida laevolucin de aqul.

    El pensamiento de una oposicin a aquello que para l se configur como objetivode toda una vida, le pareca inconcebible. La resolucin de mi padre era pues simple,definida, ntida y, ante sus ojos, comprensible por s misma. Finalmente, para sucomportamiento, vuelto imperioso a lo largo de una amarga lucha por la existencia, en eldevenir de su vida toda, le pareca algo totalmente intolerable entregar la ltima decisina un joven que le pareca inexperto e incluso irresponsable.

    Era imposible que ello se adecuase con su usual concepcin del cumplimiento deldeber, pues representara una disminucin reprobable de su autoridad paterna. Adems deeso, slo a l le caba la responsabilidad del futuro de su hijo.

    Sin embargo, las cosas iban a acontecer de manera diferente. Por primera vez enmi vida, cuando apenas contaba once aos, deb oponerme a mi padre. Si l era inflexibleen su propsito de realizar los planes que haba previsto, no menos irreductible y porfiadoera su hijo para rechazar una idea que poco o nada le agradaba.

    Yo no quera convertirme en funcionario!Ni los consejos ni las serias amonestaciones consiguieron reducir mi oposicin.Nunca, jams, de ninguna manera, sera yo funcionario pblico!Todas las tentativas para despertar en m el amor por esa profesin, inclusive la

    descripcin de la vida de mi propio padre, se malograban y me producan el efectocontrario. Me resultaba abominable el pensamiento de, cual un esclavo, llegar un da asentarme en una oficina, de no ser el dueo de mi tiempo sino, al contrario, limitarme atener como finalidad en la vida llenar formularios. Qu ilusin podra despertar esto enun joven que era todo, menos dcil, en el sentido frecuente del trmino? El estudio

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    extremadamente fcil en el colegio me proporcionaba tanto tiempo disponible que estabams al aire libre que en casa.

    Cuando hoy mis enemigos polticos examinan con maliciosa atencin mi vidahasta la edad juvenil para, finalmente, poder sealar con satisfaccin las acciones malasque aquel Hitler, ya en su pubertad, haba perpetrado, doy gracias al cielo de que metraigan alguna escena a la cabeza de aquellos tiempos felices. Campos y bosques eranantao el escenario en el que las anttesis eternas afloraban a mi conocimiento.Incluso, la asistencia a la Realschule, que sigui, fue de un gran provecho. Otra cuestinestaba por decidir. Mientras la resolucin de mi padre de que fuera funcionario pblicoencontr en m una oposicin de principio, el conflicto fue fcilmente soportable. Podadisimular mis ideas ntimas, no siendo preciso contradecirle constantemente. Para mitranquilidad, bastaba la firme decisin de no integrarme en el futuro en la burocracia.

    Esta resolucin era inexorable! Pero la situacin se agrav en cuanto al proyectode mi padre opuse el mo. Este hecho sucedi a los trece aos. Todava hoy no meexplico cmo un buen da me di cuenta de que tena vocacin para la pintura.Mi talento para el dibujo estaba tan fuera de duda, que fue uno de los motivos queindujeron a mi padre a inscribirme en una Realschule, si bien jams con el propsito depermitirme una preparacin profesional en ese sentido. Muy por el contrario, cuando yopor vez primera, despus de renovada oposicin al pensamiento favorito de mi padre, fuiinterrogado sobre qu profesin deseaba seguir y, casi de repente, dej escapar la firmedecisin que haba adoptado de ser pintor, mi padre se qued mudo.

    "Pintor! Artista", exclam.Pens que yo haba perdido el juicio o tal vez que no hubiera odo bien su

    pregunta. Cuando comprendi, sin embargo, que no haba entendido mal, cuando mismalleg a formarse, a veces, el errado criterio de considerar a Austria como un Estadoalemn.

    Era un absurdo de graves consecuencias, pero al mismo tiempo un buenreconocimiento para los 10 millones de alemanes que poblaban la "Marca del Este"(Ostmark).

    Slo hoy, en que la triste fatalidad ha cado tambin sobre muchos millones denuestros propios compatriotas quienes, bajo el dominio extranjero, alejados de la Patria,se acuerdan de ella con angustia y nostalgia y se esfuerzan por tener al menos el derechoa usar la sagrada lengua materna, se comprende mejor lo que significa ser obligado aluchar por la propia nacionalidad.

    Slo entonces se podr tal vez valorar la grandeza del sentimiento alemn en lavieja "Marca del Este", sentimiento que se mantuvo por s mismo y que, durante siglos,protegi al Reich en las fronteras orientales para, finalmente, reducirse a pequeascontiendas destinadas a conservar los derechos lingsticos. Esto ocurra en un tiempo enel que el gobierno propiamente alemn se interesaba por una poltica colonial,mantenindose al mismo tiempo indiferente ante la defensa de la sangre de su pueblo entales zonas.

    Como en toda lucha (en todas partes y en todo tiempo), tambin en la antiguaAustria, con respecto a la lucha por la lengua, haba tres sectores: el de los beligerantes,el de los indiferentes y el de los traidores. Ya en la escuela se empezaba a sentir esaseparacin, pues el ms digno exponente de la lucha por la lengua se da justamente en laescuela, como vivero que es de las generaciones futuras. En torno a los nios se

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    desarrolla la pugna, y a ellos est dirigido el primer llamamiento: "Muchacho de sangrealemana, no olvides que eres alemn; muchacha de sangre alemana, piensa que un dadebers ser madre alemana".

    Quien conoce el alma de la juventud puede comprender que son justamente losmuchachos quienes con mayor alegra escuchan tal grito de guerra. De mil manerasdiferentes acostumbran ellos a emprender esa lucha en la que emplean sus propiosmedios y armas. Evitan canciones no alemanas, se entusiasman por los hroes alemanes yse sacrifican economizando dinero para la causa nacional. Lucen emblemas prohibidospor el Gobierno, y se sienten felices si son por ello castigados o golpeados. Son, enpequea proporcin, una fiel imagen de sus mayores, aunque frecuentemente con mejoresy ms sinceros sentimientos.

    A m tambin se me ofreci entonces la posibilidad - todava muy joven de tomarparte en la lucha por la nacionalidad en la antigua Austria. Cuando, reunidos en laasociacin escolar expresbamos nuestros sentimientos usando los colores negro, rojo yoro, entusisticamente saludbamos con hurras. En vez del Himno Imperial, cantbamosel Deutschland ber Alles, a pesar de las amonestaciones y de los castigos.

    La juventud era as polticamente educada, en un tiempo en que los miembros deuna presunta nacionalidad apenas conocan de ella poco ms que la lengua. Claro estque yo entonces ya no me contaba entre los indiferentes, y pronto deb convertirme en unfantico "nacionalista alemn", designacin que de ningn modo es idntica a laconcepcin del actual partido del mismo nombre. Esta evolucin, en mi modo de sentir,hizo muy rpidos progresos, de tal forma que ya a la edad de quince aos pudecomprender la diferencia entre el "patriotismo' dinstico y el nacionalismo propio delpueblo, y, desde ese momento, slo el segundo existi para m.

    Para quien nunca se haya tomado la molestia de estudiar las condiciones internasde la Monarqua de los Habsburgos, un acontecimiento tal no podr parecerle evidente.Slo las lecciones en la escuela sobre la Historia Universal deberan en Austria lanzar elgermen de este desarrollo, pero nicamente en pequeas dosis existe una historiaaustraca especfica. El destino de aquel Estado est tan ntimamente ligado a la vida y alcrecimiento del pueblo alemn, que una separacin entre la historia alemana y la historiaaustraca parece imposible. Cuando, finalmente, Alemania empez a escindirse en dosestados diferentes, incluso esta escisin pas a formar parte de la historia alemana.

    Las divisas del Emperador, seales del antiguo esplendor del Imperio,conservadas en Viena, parecen actuar ms como un poder de atraccin que como prendade una eterna solidaridad. El primer grito de los austro-alemanes, en los das deldesmembramiento del Estado de los Habsburgos, a favor de una unin con Alemania eraapenas el efecto de un sentimiento adormecido pero con profundas races en el coraznde las dos poblaciones, el anhelo por el retorno a la Madre Patria nunca olvidada. Sinembargo, esto no sera nunca, comprensible si el aprendizaje histrico de los austro-alemanes no fuese la causa de una aspiracin generalizada. Ah est la fuente inagotable,la cual sobre todo en los momentos de olvido, poniendo a un lado las delicias delpresente, exhorta al pueblo, por el recuerdo del pasado, a pensar en un nuevo futuro.

    La enseanza de la Historia Universal en las llamadas escuelas secundarias dejaan mucho que desear. Pocos profesores comprenden que la finalidad del estudio de laHistoria no debe consistir en aprender de memoria las fechas y los acontecimientos, o aobligar al alumno a saber cundo sta o aquella batalla se realiz, cundo naci un

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    general o un monarca (casi siempre sin importancia real), o cundo un rey puso sobre sucabeza la corona de sus antecesores. No, esto no es lo que se debe tratar.

    Aprender Historia quiere decir buscar y encontrar las fuerzas que conducen a lascausas de las acciones que escrutamos como acontecimientos histricos.

    El arte de la lectura, como el de la instruccin, consiste en esto: conservar loesencial, olvidar lo accesorio.

    Fue quiz decisivo en mi vida posterior el tener la satisfaccin de contar comoprofesor de Historia a uno de los pocos que la entendan desde este punto de vista, y as laenseaban. El profesor Leopoldo Ptsch, de la Escuela Profesional de Linz, realizaba esteobjetivo de manera ideal. Era un hombre entrado en aos, pero enrgico. Por esto, y sobretodo por su deslumbrante elocuencia, consegua no slo atraer nuestra atencin sinoimbuirnos de la verdad. Todava hoy me acuerdo con cariosa emocin del viejo profesorque, en el calor de sus explicaciones, nos haca olvidar el presente, nos fascinaba con elpasado y, desde la noche de los tiempos, separaba los ridos acontecimientos paratransformarlos en viva realidad. Nosotros le escuchbamos muchas veces dominados porel ms intenso entusiasmo y otras profundamente apenados o conmovidos. Nuestraaprobacin era tanto mayor cuanto este profesor entenda que deban buscarse las causaspara comprender el presente. As daba, frecuentemente, explicaciones sobre los sucesosde la actualidad diaria que antes nos sembraban la confusin. Nuestro fanatismo nacional,propio de los jvenes, era un recurso educativo que l utilizaba a menudo para completarnuestra formacin ms deprisa de lo que habra sido posible por cualquier otro mtodo.

    Este profesor hizo de la Historia mi asignatura predilecta. De esa forma, ya enaquellos tiempos, me convert en un joven revolucionario, sin que tal fuera el objeto demi educador. Pero, quin con un profesor as poda aprender la historia alemana sintransformarse en enemigo del gobierno que tan nefasta influencia ejerca sobre losdestinos de la Nacin? Quin poda permanecer fiel al Emperador de una dinasta que,en el pasado y en el presente, sacrific siempre los intereses del pueblo germnico en arasde mezquinos beneficios personales? Acaso no sabamos que el Estado austro-hngarono tena ni poda tener afecto por nosotros los alemanes?

    La experiencia diaria confirmaba la realidad histrica de la actividad de losHabsburgos. En el Norte y en el Sur la mancha de las razas extraas se extendaamenazando nuestra nacionalidad, y hasta la misma Viena empez a convertirse en uncentro anti-alemn. La Casa de Austria tenda por todos los medios a una chequizacin oeslavizacin del Imperio, y fue la mano de la Diosa Justicia y de las leyes compensatoriasla que hizo que el adversario principal del germanismo austraco, el ArchiduqueFrancisco Fernando, cayera bajo el mismo plomo que l ayud a fundir. FranciscoFernando era precisamente el smbolo de las influencias ejercidas desde el poder paralograr la eslavizacin de Austria-Hungra.

    Enormes eran los sacrificios que se exigan al pueblo alemn, tanto en el pago deimpuestos como en el cumplimiento de los deberes militares, y no obstante cualquieraque no estuviese ciego poda reconocer que todo aquello iba a ser intil. Pero lo que a losnacionalistas austracos nos resultaba ms doloroso era que el sistema estaba moralmenteapoyado por la alianza con Alemania, y que la lenta extirpacin de los sentimientosgermnicos tena, hasta cierto punto por lo menos, la aquiescencia de la propia Alemania.

    La hipocresa de los Habsburgos, con la que se pretenda dar en el extranjero laapariencia de que Austria todava continuaba siendo un Estado alemn, haca acrecentar

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    el odio contra la Casa Real Austraca hasta alcanzar la indignacin y, al mismo tiempo, eldesprecio.

    Slo en el Reich nada vean de todo eso. Como alcanzados por la ceguera,caminaban al lado de un cadver y, en los sntomas de descomposicin, crean descubririndicios de nueva vida.

    En la desgraciada alianza del joven Imperio Alemn con el ilusorio Estadoaustraco, radic el germen de la Guerra Mundial y tambin de la ruina.

    En el curso de este libro he de ocuparme con detenimiento del problema. Porahora, bastar establecer que ya en mi primera juventud haba llegado a una conviccin,que despus jams desech y que ms bien se profundiz con el tiempo: era laapreciacin de que la seguridad inherente a la vida del germanismo supona la anexin deAustria y que, adems, el sentir nacional no coincida en nada con el de la Dinasta.Finalmente, que la Casa de Habsburgo estaba predestinada a hacer la desgracia de laNacin alemana.Ya entonces saqu las conclusiones de aquella experiencia: Amor ardiente para mi Patriaaustro-alemana y odio profundo contra el Estado austraco.

    De la misma forma como en poca temprana me volv revolucionario, tambin mehice artista.

    La capital de la Alta Austria posea en otro tiempo un teatro que no era malo. Enl se representaba casi todo. A los doce aos vi por primera vez "Guillermo Tell" y,algunos meses despus, "Lohengrin", la primera pera a la que asist en mi vida. Me sentinmediatamente cautivado por la Msica. El entusiasmo juvenil por el Maestro deBayreuth no conoca lmites. Cada vez ms me senta atrado por su obra, y considerohoy una felicidad especial que la manera modesta en la que fueron representadas lasobras en la capital de provincia me hubiese dejado la posibilidad de incrementar mientusiasmo en posteriores representaciones ms perfectas.

    Todo esto fortificaba mi profunda aversin por la profesin que mi padre mehaba escogido. Esa animadversin creci al rebasar la edad infantil, la que para mestuvo llena de pesares. Cada vez ms me convenca que nunca sera feliz comoempleado pblico. Despus de que, en la Realschule, mis dotes de dibujante fueranreconocidas, mi resolucin se afirm ms todava.

    Ni ruegos ni amenazas seran capaces de modificar esta decisin.Yo quera ser pintor, y de ninguna manera funcionario pblico.Y, cosa singular, con el transcurrir de los aos aumentaba cada vez ms mi inters

    por la Arquitectura.Consideraba eso, en aquel tiempo, como un complemento natural de mi

    inclinacin hacia la pintura y me regocijaba ntimamente con ese desarrollo de miformacin artstica. Qu otra cosa, contraria a sta, viniese a acontecer, no lo imaginaba.

    *La cuestin de mi futura profesin deba resolverse ms pronto de lo que yo

    esperaba.A la edad de trece aos perd repentinamente a mi padre. Un ataque de apopleja

    trunc la existencia del hombre, todava vigoroso, dejndonos sumidos en el ms hondodolor.

    Lo que ms anhelaba, esto es, facilitar la existencia de su hijo, para ahorrarle en la

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    vida las dificultades que l mismo experiment, no haba sido alcanzado en su opinin.Apenas sin saberlo, l sent las bases de un futuro que no habamos previsto ni l ni yo.

    Al principio, nada cambi exteriormente.Mi madre, siguiendo el deseo de mi difunto padre, se senta obligada a fomentar

    mi instruccin; es decir, mi preparacin para la carrera de funcionario. Yo,personalmente, me hallaba decidido ms que nunca a no seguir de ningn modo esacarrera. A la vez, la Realschule, por las materias estudiadas o por el modo de ensearlas,se alejaba de mi ideal y me volva indiferente al estudio.

    Y he aqu que una enfermedad vino en mi ayuda, y, en pocas semanas, decidi mifuturo, poniendo trmino a la constante controversia en la casa paterna.

    Una grave afeccin pulmonar hizo que el mdico aconsejase a mi madre, con elmayor empeo, de no permitir en absoluto que en el futuro me dedicara a trabajos deoficina. La asistencia a la Realschule debera suspenderse tambin por lo menos duranteun ao.

    Aquello que durante tanto tiempo deseaba y por lo que tanto luch, ahora por esarazn, de una vez por todas, se transform en realidad.

    Mi madre, bajo la impresin de la dolencia que me aquejaba, acab por resolvermi salida del colegio para hacer que ingresara en una academia.

    Felices das aqullos que me parecieron un bello sueo! En efecto, no debieronser ms que un sueo, porque dos aos despus la muerte de mi madre vino a poner unbrusco fin a mis acariciados planes.

    Este amargo desenlace cerr un largo y doloroso perodo de enfermedad, quedesde el comienzo haba ofrecido pocas esperanzas de curacin; con todo, el golpe meafect profundamente. A mi padre lo vener, pero por mi madre haba sentido adoracin.

    La miseria y la dura realidad me obligaron a adoptar una pronta resolucin. Losescasos recursos que dejara mi pobre padre fueron agotados en su mayor parte durante lagrave enfermedad de mi madre, y la pensin de hurfano que me corresponda noalcanzaba ni para subvenir a mi sustento; me hallaba, por tanto, sometido a la necesidadde ganarme de cualquier modo el pan cotidiano.

    Llevando en una mano una maleta con ropa y en el corazn una voluntadinquebrantable, sal rumbo a Viena.

    Tena la esperanza de obtener del Destino lo que haca 50 aos le haba sidoposible a mi padre; tambin yo quera llegar a ser "alguien", pero, en ningn caso,funcionario.

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    Captulo II.LAS EXPERIENCIAS DE MI VIDA EN VIENA.

    Cuando mi madre muri, mi Destino en cierto sentido ya se haba definido.En sus ltimos meses de sufrimiento haba ido a Viena para realizar el examen de

    ingreso en la Academia. Cargado con un grueso bloque de dibujos, me dirig a la capitalaustraca convencido de poder aprobar el examen sin dificultad. En la Realschule era ya,sin ninguna duda, el primero de la clase en el dibujo artstico. Desde aquel tiempo hastaentonces mi aptitud se haba desarrollado extraordinariamente de manera que, satisfechode m mismo, orgulloso y feliz, esperaba obtener el mejor resultado en la prueba a la queme iba a someter.

    Slo me afliga una cosa: mi talento para la pintura pareca superado por miaficin al dibujo, sobre todo en el campo de la Arquitectura. Al mismo tiempo, creca miinters cada vez ms por el arte de las construcciones. Ms intenso se volvi ese interscuando, a los diecisis aos an no cumplidos, efectu mi primera visita a Viena, estanciaque se prolong durante dos semanas. Fui a la capital a estudiar la galera de pintura delHofmuseum, pero prcticamente slo me interesaba el propio edificio que albergaba elmuseo. Transcurra la jornada entera, desde la maana hasta la noche, recorriendo con lamirada todas las bellezas contenidas en l, aunque en realidad fueron los edificios los quems poderosamente llamaron mi atencin. Pasaba largas horas parado ante la pera, odelante del edificio del Parlamento. La calle Ring (Ringstrasse) era como un cuento delas mil y una noches.

    Me encontraba ahora, por segunda vez, en la gran ciudad y esperaba con ardienteimpaciencia, y al mismo tiempo con orgullosa confianza, el resultado de mi examen deingreso. Estaba tan plenamente convencido del xito de mi examen que el suspenso mehiri como un rayo que cayese del cielo. Era, sin embargo, una amarga realidad. Cuandohabl con el director para preguntarle por las causas de mi no admisin en la escuelapblica de pintura, me declar que, por los dibujos que haba presentado, se evidenciabami ineptitud para la pintura y que mis cualidades apuntaban ntidamente hacia laArquitectura. En mi caso, aadi, el problema no era de Academia de Pintura sino deEscuela de Arquitectura.

    Es incomprensible, en vista de aquello, que hasta hoy no haya frecuentado nuncaninguna escuela de Arquitectura, y ni siquiera haya asistido a clase alguna.Abatido, abandon el soberbio edificio de la Schillerplatz, sintindome, por primera vezen mi vida, en lucha conmigo mismo. Lo que el director me haba dicho respecto a micapacidad actu sobre m como un rayo deslumbrante para evidenciar una lucha interiorque, desde haca mucho tiempo, vena soportando, sin hasta entonces poder darme cuentadel porqu y del cmo.

    Me convenc de que un da llegara a ser arquitecto. El camino era dificilsimo,pues lo que yo, por capricho, haba esquivado aprender en la escuela profesional, iba ahacerme falla ahora. La asistencia a la Escuela de Arquitectura dependa de la asistencia ala escuela tcnica de construccin, y el acceso a la misma exiga el examen de madurezde la escuela secundaria. Todo ello me faltaba. Dentro de las posibilidades humanas, nome era fcil esperar la realizacin de mis sueos de artista.

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    Al morir mi madre fui a Viena por tercera vez, y permanec all algunos aos. Latranquilidad y una firme resolucin haban vuelto a m en el curso de aquel intervalo.

    La antigua obstinacin se impona, y con ella la persistencia en la realizacin demi objetivo. Quera ser arquitecto, y como las dificultades no se dan para capitular anteellas, sino para ser vencidas, mi propsito fue superarlas, teniendo presente el ejemplo demi padre que, de humilde muchacho aldeano, lograra hacerse un da funcionario delEstado. Las circunstancias me eran desde luego ms propicias, y lo que entonces mepareciera una jugada del Destino, lo considero hoy una sabidura de la Providencia. Enbrazos de la "Diosa Miseria" y amenazado ms de una vez de verme obligado a claudicar,creci mi voluntad para resistir, hasta que triunf. Debo a aquellos tiempos mi duraresistencia de hoy y la inflexibilidad de mi carcter. Pero ms que todo, doy todavamayor valor al hecho de que aquellos aos me sacaran de la vacuidad de una vidacmoda para arrojarme al mundo de la miseria y de la pobreza, donde deb conocer aaquellos por quienes luchara despus.

    En aquella poca deb tambin abrir los ojos frente a dos peligros que antesapenas si los conoca de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tanespeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemn: el MARXISMO y elJUDASMO.

    Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegra y el medio ambiente degentes satisfechas, para m significa, por desgracia, slo el vivo recuerdo de la poca msamarga de mi vida. Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco aos demiseria y de calamidad encierra esa ciudad feacia para m. Cinco largos aos en cuyotranscurso trabaj primero como pen y luego como pequeo pintor, para ganar elmiserable sustento diario, tan verdaderamente miserable que nunca alcanzaba a mitigar elhambre; el hambre, mi ms fiel guardin que casi nunca me abandonaba, compartiendoconmigo inexorable todas las circunstancias de mi vida. Si compraba un libro, exiga sutributo; adquirir una entrada para la pera, significaba tambin das de privacin. Quconstante era la lucha con tan despiadado compaero! Sin embargo, en ese tiempoaprend ms que en cualquier otra poca de mi vida. Adems de mi trabajo y de las rarasvisitas a la pera, realizadas a costa del sacrificio del estmago, mi nico placer loconstitua la lectura. Mis libros me deleitaban. Lea mucho y concienzudamente en todasmis horas de descanso. As pude en pocos aos cimentar los fundamentos de unapreparacin intelectual de la cual hoy mismo me sirvo. Pero hay algo ms que todo eso:En aquellos tiempos me form un concepto del mundo, concepto que constituy la basegrantica de mi proceder de esa poca. A mis experiencias y conocimientos adquiridosentonces, poco tuve que aadir despus; nada fue necesario modificar.

    Por el contrario.Hoy estoy firmemente convencido de que en general todas las ideas constructivas,

    si es que realmente existen, se manifiestan, en principio, ya en la juventud. Yo establezcodiferencia entre la sabidura de la vejez y la genialidad de la juventud; la primera slopuede apreciarse por su carcter ms bien minucioso y previsor, como resultado de lasexperiencias de una larga vida, en tanto que la segunda se caracteriza por una inagotablefecundidad en pensamientos e ideas que, por su amplitud, no son susceptibles deelaboracin inmediata. Esas ideas y esos pensamientos permiten la concepcin de futurosproyectos y dan los materiales de construccin, entre los cuales la sesuda vejez toma loselementos y los forja para llevar a cabo la obra, siempre que la llamada sabidura de la

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    vejez no haya ahogado la genialidad de la juventud.Mi vida en el hogar paterno se diferenci poco o nada de la de los dems. Sin

    preocupaciones poda esperar todo nuevo amanecer, y no existan para m los problemassociales. El ambiente que rode mi juventud era el de los crculos de la pequeaburguesa; es decir, un mundo que muy poca conexin tena con la clase netamenteobrera, pues aunque a primera vista resulta paradjico el abismo que separa a estas doscategoras sociales, que de ningn modo gozan de una situacin econmica desahogada,es a menudo ms profundo de lo que uno puede imaginarse. El origen de esto -llammosle belicosidad - radica en que el grupo social que no hace mucho saliera delseno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel, o que se leconsidere como perteneciente todava a ese grupo. A esto hay que aadir que paramuchos es amargo el recuerdo de 1A miseria cultural de la clase proletaria y del tratogrosero de esas gentes entre s, con lo cual, por insignificante que sea su nueva posicinsocial, llega a hacrseles insoportable todo contacto con gentes de un nivel cultural yasuperado por ellos.

    As ocurre que lo que el parvenu1 considera terrible, es frecuente entre personasde elevada situacin que, descendiendo de su rango, caen hasta lo ms bajo; pues parvenues todo el que por propio esfuerzo sale de la clase social en que vive, para situarse en unnivel superior. Ese batallar, con frecuencia muy rudo, acaba por destruir el sentimiento deconmiseracin. La propia dolorosa lucha por la existencia anula toda comprensin para lamiseria de los que quedan relegados.

    En este orden quiso el Destino ser magnnimo conmigo.Al constreirme a volver a ese mundo de pobreza y de incertidumbre que mi

    padre abandonara en el curso de su vida, me libr de una educacin limitada, propia de lapequea burguesa. Empezaba a conocer a los hombres, y aprend a distinguir los valoresaparentes y, en caracteres exteriores brutales, su verdadera mentalidad y la esencia ntimade las cosas.

    Al finalizar el siglo XIX, Viena se contaba ya entre las ciudades de condicionessociales ms desfavorables.

    Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el conjunto de la vida enViena. En los barrios centrales se senta manifiestamente el pulsar de un pueblo de 52millones de habitantes con toda la dudosa fascinacin de un Estado de nacionalidadesdiversas. La vida de la Corte, con su boato deslumbrante, obraba como un imn sobre lariqueza y la clase intelectual del resto del Imperio. A tal estado de cosas se sumaba lafuerte centralizacin de la Monarqua de los Habsburgos, y en ello radicaba la nicaposibilidad de mantener compacta esa promiscuidad de pueblos, resultando porconsiguiente una concentracin extraordinaria de autoridades y oficinas pblicas en lacapital y sede del Gobierno.

    Sin embargo, Viena no era slo el centro poltico e intelectual de la viejaMonarqua del Danubio, sino que constitua tambin su centro econmico. Frente alenorme conjunto de oficiales de alta graduacin, funcionarios, artistas y cientficos, habaun ejrcito mucho ms numeroso de proletarios, y frente a la riqueza de la aristocracia ydel comercio reinaba una degradante miseria. Delante de los palacios de la Ringstrassepululaban miles de desocupados, y en los trasfondos de esa "Via Triumphalis" de laantigua Austria, vegetaban vagabundos en la penumbra y entre el barro de los canales. 1 Advenedizo.

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    En ninguna ciudad alemana poda estudiarse mejor que en Viena el problemasocial. Pero no hay que confundir. Ese "estudio" no se deja hacer desde "arriba", porqueaquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jams llegar aconocer sus fauces ponzoosas. Cualquier otro camino lleva tan slo a una charlatanerabanal o a un mentido sentimentalismo; ambos igualmente perjudiciales, la una porquenunca logra penetrar el problema en su esencia, y el otro porque no llega ni a rozarla.

    No s qu sea ms funesto: si la actitud de no querer ver la miseria, como lo hacela mayora de los favorecidos por la suerte, o encumbrados por su propio esfuerzo, o la deaquellos no menos arrogantes y a menudo faltos de tacto, pero dispuestos siempre adignarse aparentar, como ciertas seoras "a la moda", que comprenden la miseria delpueblo. Esas gentes hacen siempre ms dao del que puede concebir su comprensindesarraigada del instinto humano; de ah que ellas mismas se sorprendan ante el resultadonulo de su accin de "sentido social" y hasta sufran la decepcin de un airado rechazo,que acaban de considerar como una prueba de ingratitud del pueblo.

    No cabe en el criterio de tales gentes comprender que una accin social no puedeexigir el tributo de la gratitud, porque ella no prodiga mercedes, sino que est destinada arestablecer derechos.

    Llevado por las circunstancias al escenario real de la vida, deb sufrir el problemasocial en forma directa. Lejos de prestarse ste a que yo lo "conociese", pareci quererms bien experimentar su prueba en m mismo, y si de ella sal airoso, esto no fue, porcierto, un mrito de la prueba.

    En aquel tiempo, la mayora de las veces me era muy difcil encontrar empleo,dado que no era obrero especializado, pero deba ganarme el pan de cada da comoayudante y muchas veces como trabajador eventual.

    Me pona, por eso, en la situacin de los que limpian el polvo de Europa, con elpropsito inamovible de, en un Nuevo Mundo, crear una nueva vida, construir una nuevaPatria. Liberados de todos los conceptos hasta aqu errados sobre profesin, ambiente ytradiciones, se aferran a cualquier ganancia que se les brinda, realizando toda clase detrabajos, luchando siempre, con la conviccin de que ninguna actividad envilece, sea cualfuere su naturaleza. De la misma manera estaba tambin personalmente decidido avolcarme en cuerpo y alma en el mundo para m nuevo y abrirme un camino luchando.

    En Viena me di cuenta de que siempre exista la posibilidad de encontrar algunaocupacin, pero que sta desapareca con la misma facilidad con que era conseguida.

    La inseguridad de ganarme el pan cotidiano se me apareci como la ms gravedificultad de mi nueva vida.

    Bien es cierto que el obrero calificado no es despedido de su trabajo tanllanamente como uno que no lo es; mas aqu tampoco est libre de correr igual suerte.Entre stos, junto a la prdida del pan por falta de trabajo, puede concurrir el chmage2(la huelga).

    En estos casos, la inseguridad de ganar el pan cotidiano tiene fuertesrepercusiones sobre toda la economa.

    El labrador que se dirige a las grandes ciudades, atrado por el trabajo queimagina fcil, o que lo es realmente, pero siempre trabajo de corta duracin, o el que esatrado por el esplendor de la gran ciudad, en la mayora de los casos todava estacostumbrado a una cierta seguridad en relacin con los alimentos bsicos, por regla 2 Desempleo. Del francs.

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    general abandona los antiguos empleos cuando tiene otro puesto, al menos enperspectiva.

    La falta de trabajadores del campo es grande y, por eso, la probabilidad de falta detrabajo es all muy pequea.

    Es por tanto un error creer que el joven trabajador que se dirige a la ciudad seainferior al que permanece trabajando en el pueblo. La experiencia demuestra queacontece lo contrario con todos los elementos de emigracin, cuando son sanos y activos.Entre esos emigrantes se deben contar no slo los que van para Amrica, sino tambin losjvenes que se deciden a abandonar su pueblo para dirigirse a las grandes capitalesdesconocidas. stos tambin estn dispuestos a aceptar una suerte incierta. La mayoratrae algn dinero, y por eso no se ven en la contingencia de ser arrastrados a ladesesperacin durante los primeros das, si por desgracia no encuentran trabajo. Lo peores sin embargo, cuando pierden en poco tiempo el trabajo que haban encontrado.

    Conseguir otro, sobre todo en invierno, es difcil, si no imposible. En las primerassemanas la situacin es todava soportable, pues recibe de la caja del sindicato laproteccin dada a su trabajo y pasa como puede los das de desempleo. Cuando su ltimocentavo est gastado, cuando la caja, como consecuencia de la dilatada duracin de lafalta de trabajo, tambin suspende los subsidios, viene la gran miseria. Entonces,famlico, deambula para arriba y para abajo, empea o vende las prendas que an lequedan y cada vez se le nota ms la falta de ropas. Se hunde en un abismo que acabaenvenenndole el cuerpo y el alma. Se queda sin casa, en la calle y, si esto ocurre enpleno invierno como es lo corriente, entonces la miseria aumenta. Finalmente, encuentraalgn trabajo, pero el juego se repite siempre. Una segunda vez las cosas sucedern comola primera; a la tercera, se volvern todava ms difciles y as, poco a poco, aprende asoportar con indiferencia la eterna inseguridad. Por fin, la repeticin adquiere fuerza dehbito.

    De esta forma el hombre, en otro tiempo diligente, abandona por completo suantigua concepcin de la vida, para poco a poco transformarse en un instrumento ciegode aquellos que le utilizan para la satisfaccin de los ms bajos provechos. Sin ningunaculpa por su parte, se qued tantas veces sin trabajo que, una vez ms, nada le importa.As, cuando no se trata de la lucha por los derechos econmicos del trabajador, sino de ladestruccin de los valores polticos, sociales o culturales, se convertir entonces, si no enun entusiasta de las huelgas, al menos en indiferente.

    Esa evolucin tuve la oportunidad de observarla en su desarrollo, con muchaatencin, en millares de ejemplos. Cuanto ms observaba estos hechos, tanto ms crecami aversin por las ciudades multitudinarias que apiaban a los trabajadores, paradespus despreciarlos tan cruelmente. Ciudades habitadas por hombres llenos de codicia.

    Tambin yo deb en la gran urbe experimentar en carne propia los efectos de eseDestino y sufrirlos moralmente.

    Algo ms me fue dado observar todava: la brusca alternativa entre la ocupacin yla falta de trabajo y la consiguiente eterna fluctuacin entre los ingresos y los gastos, queen muchos destruye a la larga el sentido de economa, as como la nocin para un modorazonable de vida. Parece que el organismo humano se acostumbra paulatinamente a viviren la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir de hambre en los malos. El hambredestruye todos los proyectos de los trabajadores en el sentido de un mejor y msrazonable modus vivendi. En los buenos tiempos se dejan acariciar por el sueo de una

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    vida mejor, sueo que arrastra de tal manera su existencia que olvidan las pasadasprivaciones, despus que reciben sus salarios. As se explica que aquel que apenas halogrado conseguir trabajo, olvida toda previsin y vive tan desordenadamente que hastael pequeo presupuesto semanal del gasto domstico resulta alterado; al principio, elsalario alcanza en lugar de siete das, slo para cinco; despus nicamente para tres y, porltimo, escasamente para un da, despilfarrndolo todo en una noche.

    A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si elpadre de familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resultaentonces que en dos o tres das se consume en casa el salario de toda la semana. Se comey se bebe mientras el dinero alcanza, para despus de todo soportar hambre durante losltimos das. La mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeas deudas parapasar los malos das del resto de la semana. A la hora de la cena se renen todos en tornoa una pauprrima mesa, esperan impacientes el pago del nuevo salario y suean ya con lafelicidad futura, mientras el hambre arrecia. As se habitan los hijos desde su niez aeste cuadro de miseria. Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familiadesde un comienzo sigue su camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente poramor a sus hijos, se ponga en contra. Surgen disputas y escndalos en una medida tal, quecuanto ms se aparta el marido del hogar ms se acerca al vicio del alcohol. Se embriagacasi todos los sbados y entonces la mujer, por espritu de propia conservacin y por la desus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos cntimos, y esto muchas veces en el trayectode la fbrica a la taberna; y as, por fin, el domingo o el lunes llega el marido a casa, ebrioy brutal, despus de haber gastado el ltimo cntimo, y se suscitan escenas horribles.

    En ciertos casos observ de cerca esa vida, vindola al principio con repugnanciay protesta, para despus comprender en toda su magnitud la tragedia de semejante miseriay sus causas fundamentales. Vctimas infelices de las malas condiciones de vida!

    Esa evolucin tuve la oportunidad de observarla en su desarrollo, con muchaatencin, en millares de ejemplos. Cuanto ms observaba estos hechos, tanto ms crecami aversin por las ciudades multitudinarias que apiaban a los trabajadores, paradespus despreciarlos tan cruelmente. Ciudades habitadas por hombres llenos de codicia.

    Tambin yo deb en la gran urbe experimentar en carne propia los efectos de eseDestino y sufrirlos moralmente.

    Algo ms me fue dado observar todava: la brusca alternativa entre la ocupacin yla falta de trabajo y la consiguiente eterna fluctuacin entre los ingresos y los gastos, queen muchos destruye a la larga el sentido de economa, as como la nocin para un modorazonable de vida. Parece que el organismo humano se acostumbra paulatinamente a viviren la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir de hambre en los malos. El hambredestruye todos los proyectos de los trabajadores en el sentido de un mejor y msrazonable modus vivendi. En los buenos tiempos se dejan acariciar por el sueo de unavida mejor, sueo que arrastra de tal manera su existencia que olvidan las pasadasprivaciones, despus que reciben sus salarios. As se explica que aquel que apenas halogrado conseguir trabajo, olvida toda previsin y vive tan desordenadamente que hastael pequeo presupuesto semanal del gasto domstico resulta alterado; al principio, elsalario alcanza en lugar de siete das, slo para cinco; despus nicamente para tres y, porltimo, escasamente para un da, despilfarrndolo todo en una noche.

    A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si elpadre de familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resulta

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    entonces que en dos o tres das se consume en casa el salario de toda la semana. Se comey se bebe mientras el dinero alcanza, para despus de todo soportar hambre durante losltimos das. La mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeas deudas parapasar los malos das del resto de la semana. A la hora de la cena se renen todos en tornoa una pauprrima mesa, esperan impacientes el pago del nuevo salario y suean ya con lafelicidad futura, mientras el hambre arrecia. As se habitan los hijos desde su niez aeste cuadro de miseria. Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familiadesde un comienzo sigue su camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente poramor a sus hijos, se ponga en contra. Surgen disputas y escndalos en una medida tal, quecuanto ms se aparta el marido del hogar ms se acerca al vicio del alcohol. Se embriagacasi todos los sbados y entonces la mujer, por espritu de propia conservacin y por la desus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos cntimos, y esto muchas veces en el trayectode la fbrica a la taberna; y as, por fin, el domingo o el lunes llega el marido a casa, ebrioy brutal, despus de haber gastado el ltimo cntimo, y se suscitan escenas horribles.

    En ciertos casos observ de cerca esa vida, vindola al principio con repugnanciay protesta, para despus comprender en toda su magnitud la tragedia de semejante miseriay sus causas fundamentales. Vctimas infelices de las malas condiciones de vida!

    Igualmente tristes eran tambin las condiciones de habitabilidad. La escasez decasas para los ayudantes de pen en Viena era deprimente. Todava hoy recorre micuerpo un escalofro cuando pienso en aquellas ttricas madrigueras, los albergues y lashabitaciones colectivas, en aquellos sombros cuadros de suciedad y de escndalos. Quno podra salir de ah, cuando de esos antros de miseria los esclavos enfurecidos selanzasen sobre la otra parte de la humanidad, exenta de cuidados y despreocupada?

    S, porque el resto del mundo no se preocupa, dejando que las cosas sigan sucurso, sin pensar que, por su falta de humanidad, la venganza llegar ms tarde o mstemprano, si a tiempo los hombres no modificaren esa triste realidad.

    Cunto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa escuela; en ellano me fue posible prescindir de aquello que no era de mi complacencia. Esa escuela meeduc pronto y con rigor.

    Para no desesperar de la clase de gentes que por entonces me rodeaba fuenecesario que aprendiese a diferenciar entre su verdadero ser y su vida. Slo as se podasoportar ese estado de cosas, comprendiendo que como resultado de tanta miseria,inmundicia y degeneracin, no eran ya seres humanos, sino el triste producto de leyesinjustas. En medio de ese ambiente, tambin mi propia dura suerte me libr de capitularen quejumbroso sentimentalismo ante los resultados de un proceso social semejante.

    No, eso no debera ser comprendido as.Ya en aquellos tiempos llegu a la conclusin de que slo un doble procedimiento

    poda conducir a modificar la situacin existente: Establecer mejores condiciones paranuestro desarrollo, a base de un profundo sentimiento de responsabilidad social,aparejado con la frrea decisin de anular a los depravados incorregibles.

    Del mismo modo que la Naturaleza no concentra su mayor energa en elmantenimiento de lo existente, sino ms bien en la seleccin de la descendencia comoconservadora de la especie, as tambin en la vida humana no puede tratarse de mejorarartificialmente lo malo subsistente - cosa de suyo imposible en un 99 por ciento de loscasos, dada la ndole del hombre - sino por el contrario debe procurarse asegurar basesms sanas para un ciclo de desarrollo venidero.

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    En Viena, durante mi lucha por la existencia, me di cuenta de que la obra deaccin social jams puede consistir en un ridculo e intil lirismo de beneficencia, sino enla eliminacin de aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructuraeconmico-cultural de nuestra vida y que constituyen el origen de la degeneracin delindividuo, o por lo menos de su mala inclinacin.

    La razn de la manera dudosa de proceder hoy frente a "los delitos de losenemigos del Estado" yace justamente en la incertidumbre del juicio sobre los motivosntimos, o las causas principales de los fenmenos contemporneos.

    Esa incertidumbre est fundada en la conviccin de culpabilidad de cada cual enlas tragedias del pasado, e inutiliza toda seria y firme resolucin. Causa al mismo tiempola debilidad y la indecisin en la ejecucin incluso de las ms necesarias medidas deconservacin.

    Cuando advenga un tiempo no ms empaado por la sombra de esa malaconciencia de la propia culpabilidad, entonces el instinto de conservacin de s mismocrear la tranquilidad ntima, la fuerza exterior para poder actuar sin contemplaciones enla eliminacin de los brotes dainos de la mala hierba.

    El Estado austraco desconoca prcticamente una legislacin social, y de ah suineptitud patente para reprimir hasta las ms crasas transgresiones.

    No sabra decir qu es lo que ms me horroriz en aquel tiempo: s la miseriaeconmica de mis compaeros de entonces, su rudeza moral o su nfimo nivel cultural.

    Con qu frecuencia se exalta de indignacin nuestra burguesa cuando oye decira un vagabundo cualquiera que le es lo mismo ser alemn o no serlo, y que se sienteigualmente bien en todas partes, con tal de tener para su sustento!

    Esta falta de "orgullo nacional" es lamentada entonces hondamente y se vituperacon acritud semejante modo de pensar.

    Cuntos, no obstante, se habrn hecho la pregunta sobre cules eran las causasde tener ellos "mejores" sentimientos? Sin embargo, cuntos son los que poseenrecuerdos personales sobre la grandeza de la Patria, de la Nacin, en todas lasmanifestaciones de la vida artstica y cultural y que les inspiren el legtimo orgullo depoder formar parte de un pueblo as capaz?

    Reflexionan acaso nuestras gentes burguesas en qu mnima escala se le dan alpueblo los elementos inherentes al sentimiento de orgullo nacional?

    Cuntos piensan que la fuente de ese orgullo est en relacin directa con elconocimiento de las grandezas de la Patria en todos los dominios?

    Nadie se disculpe con el argumento de que "en otros pases las cosas suceden deigual manera" y que, no obstante, el trabajador siente orgullo de su nacionalidad. Aunqueeso fuera as, no podra servir como excusa para nuestra propia negligencia. Lo quenosotros siempre pintamos como una educacin "chauvinista" de los franceses, porejemplo, no es ms que la exaltacin de las grandezas de rancia, en todos los mbitos dela cultura, o de la "civilizacin", como la denominan nuestros vecinos.

    El joven francs no es educado para la objetividad, sino para las opinionessubjetivas, que la gente slo puede valorar cuando se trata de la significacin de lasgrandezas polticas o culturales de su Patria.

    Esa educacin tendr que estar siempre restringida a los grandes y generalespuntos de vista que, si fuere necesario, por medio de una incansable repeticin, se grabenen la memoria y en los sentimientos del pueblo.

  • Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edicin electrnica, 2003.Jusego-Chile. 24

    Entre nosotros, en cambio, a los errores por omisin se aade incluso la des-truccin de lo poco que el individuo tiene la suerte de aprender en la escuela. Elenvenenamiento poltico de nuestro pueblo elimina aun de la memoria de las grandesmasas todo aquello que la necesidad y los sufrimientos no hayan hecho ya.

    Reflexinese sobre lo siguiente:En un stano, compuesto por dos habitaciones oscuras, vive una familia proletaria

    de siete miembros. Entre los cinco hijos, supongamos que hay uno de tres aos. Es sta laedad en que la conciencia del nio recibe las primeras impresiones. Entre los ms dotadosse encuentran, incluso en la edad adulta, huellas del recuerdo de esa edad. El espaciodemasiado estrecho para tanta gente no ofrece condiciones favorables para laconvivencia. Slo por este motivo surgirn frecuentes rias y disputas. Las personas noviven unas con otras, sino que se comprimen contra otras. Todas las divergencias, sobretodo las pequeas, que en las habitaciones espaciosas pueden ser resueltas en voz baja,conducen en estas condiciones a repugnantes e interminables peleas. Para los nios eso esan soportable, pues en tales circunstancias, si pelean entre ellos, olvidan todo deprisa ycompletamente. Si, no obstante, la ria se trasplanta a los padres, de forma cotidiana, enun recinto pequeo y groseramente, el resultado se har sentir entre los hijos. Quiendesconoce tales ambientes difcilmente puede hacerse una idea del efecto de esa leccinobjetiva, cuando esa discordia recproca adopta la forma de groseros abusos del padrepara con la madre y hasta de malos tratos en los momentos de embriaguez. A los seisaos, ya el joven conoce cosas deplorables, ante las cuales incluso un adulto slo puedesentir horror. Envenenado moralmente, mal alimentado, con la pobre cabeza llena depiojos, ese joven "ciudadano" entra en la escuela.

    Apenas aprender a leer y escribir. Eso es casi todo. En cuanto a estudiar en casa,ni hablar de ello. En presencia de los hijos, madre y padre hablan de la escuela de talmanera que no se puede ni siquiera repetir y estn siempre ms preparados a soltargroseras que a poner a los hijos en las rodillas y darles consejos. Lo que las criaturasoyen en casa no conduce a fortalecer el respeto hacia las personas con las que van aconvivir. All nada de bueno parece existir en la Humanidad; todas las instituciones soncombatidas, desde el profesor hasta las magistraturas ms elevadas del Estado. Ya se tratede religin o de moral en s, del Gobierno o de la sociedad, todo es igualmente ultrajadode la manera ms torpe y arrastrado al fango de los ms bajos sentimientos. Cuando elmuchacho, apenas con catorce aos, sale de la escuela, es difcil saber lo que es msfuerte en l: la increble estupidez de lo que dice respecto a los conocimientos reales, o laimprudencia de sus actitudes, unida a una inmoralidad que, en aquella edad, hace ponerlos pelos de punta.

    Ese hombre, para quien ya casi nada es digno de respeto, que nada grandeaprendi a conocer, que, por el contrario, slo sabe de todas las vilezas humanas, talcriatura, repetimos, qu posicin podr ocupar en la vida, en la que l est marginado?

    De nio, con trece aos, pas a los quince aos a ser un opositor a cualquierautoridad.

    Suciedad y ms suciedad es todo lo que aprendi. se no es el camino deestmulo para las aspiraciones ms elevadas.

    Ahora entra, por vez primera, en la gran escuela de la vida.Entonces comienza la misma existencia que durante los aos de la niez conoci

    de sus padres. Va de ac para all, vuelve a casa Dios sabe cundo, para variar golpea

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    incluso a la sufrida criatura que fue antao su madre, blasfema contra Dios y el mundo y,en fin, por cualquier motivo concreto, es condenado y conducido a una correccional demenores. All recibir los ltimos retoques.

    Y el mundo burgus se admira, sin embargo, de la falta de "entusiasmo nacional"de este joven "ciudadano".

    La burguesa ve tranquilamente cmo en el teatro y en el cine, y mediante laliteratura obscena y la prensa inmunda, se echa sobre el pueblo da a da el veneno aborbotones. Y sin embargo se sorprenden esas gentes burguesas de la "falta de moral" yde la "indiferencia nacional" de la gran masa del pueblo, como si de esas manifestacionesasquerosas, de esos filmes canallescos y de tantos otros productos semejantes, surgiesepara el ciudadano el concepto de la grandeza patria. Todo esto sin considerar la educacinya recibida por el individuo en su primera juventud. Pude entonces comprender bien lasiguiente verdad, en la que nunca antes haba pensado:

    El problema de la "nacionalizacin" de un pueblo consiste, en primer trmino, encrear sanas condiciones sociales como base de la educacin individual; porque slo aquelque haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la grandeza cultural y, antetodo, la grandeza poltica de su propia Patria, podr sentir y sentir el ntimo orgullo deser sbdito de esa Nacin. Slo se puede luchar por aquello que se ama. Y se ama slo loque se respeta, pudindose respetar nicamente aquello que se conoce.

    Apenas se despert mi inters por la cuestin social me dediqu a estudiar a fondoel problema. Y descubr un mundo nuevo.

    En los aos de 1909 y 1910 se haba producido tambin un pequeo cambio en mivida. Ya no necesitaba ganarme el pan diario ocupado como pen. Por entonces trabajabaya independientemente como modesto dibujante y acuarelista. Continuaba ganando muypoco -lo esencial para vivir-, pero en compensacin tena tiempo para perfeccionar laprofesin que haba elegido. Ya no volva a casa por la noche, como antiguamente,cansado hasta el extremo, incapaz de echar un vistazo a un libro sin quedarme dormido alpoco tiempo. Mi trabajo actual corra paralelo a mi profesin artstica. Poda, entonces,como dueo de mi tiempo, distribuirlo mejor que antes.

    De este modo me fue posible tambin lograr el complemento terico necesariopara mi apreciacin ntima del problema social. Estudiaba con ahnco casi todo lo quepoda encontrar en libros sobre esta compleja materia, para despus recrearme en mispropias meditaciones sobre el particular.

    Creo que los que convivan conmigo en aquel tiempo me tomaron por un tipoextrao.

    Era natural tambin que satisficiese con ardor mi pasin por la Arquitectura. Allado de la Msica, la Arquitectura me pareca la reina de las artes. Mi actividad, en talescondiciones, no era un trabajo, sino un gran placer. Poda quedarme a leer o a dibujarhasta bien entrada la noche, sin sentir absolutamente cansancio. As se fortaleca laconviccin de que mi bello sueo, despus de largos aos, se transformaba en realidad.

    Estaba completamente convencido de llegar un da a alcanzar fama comoarquitecto.

    Me pareca muy lgico tambin que tuviese el mximo inters por todo lo que serelacionase con la poltica. Eso era, en mi opinin, un deber natural de cada ser pensante.

    Quien nada entiende de poltica pierde el derecho a cualquier crtica y a cualquierreivindicacin.

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    Tambin sobre este tema le y aprend mucho.Bajo el concepto de lectura, concibo cosas muy diferentes de lo que piensa la gran

    mayora de los llamados intelectuales.Conozco individuos que leen muchsimo, libro tras libro y letra por letra, y sin

    embargo no pueden ser tildados de "lectores". Poseen una multitud de "conocimientos",pero su cerebro no consigue ejecutar una distribucin y un registro del material adquirido.Les falta el arte de separar, en el libro, lo que es de valor y lo que es intil, conservar parasiempre en la memoria lo que en verdad interesa, pudiendo saltarse y desechar lo que noles comporta ventaja alguna, para no retener lo intil y sin objeto. La lectura no debeentenderse como un fin en s misma, sino como medio para alcanzar un objetivo. Enprimer lugar, la lectura debe auxiliar la formacin del espritu, despertar las inclinacionesintelectuales y las vocaciones de cada cual. Enseguida, debe proveer el instrumento, elmaterial de que cada uno tiene necesidad en su profesin, tanto para simple seguridad delpan como para la satisfaccin de los ms elevados designios. En segundo lugar, debeproporcionar una idea de conjunto del mundo. En ambos casos, es necesario que elcontenido de cualquier lectura no sea aprendido de memoria de un conjunto de libros,sino que sea como pequeos mosaicos en un cuadro ms amplio, cada uno en su lugar, enla posicin que les corresponde, ayudando de esta forma a esquematizarlo en el cerebrodel lector. De otra forma, resulta un bric--brac de materias memorizadas, enteramenteintiles, que transforman a su poseedor en un presuntuoso, seriamente convencido de serun hombre instruido, de entender algo de la vida, de poseer cultura, cuando la verdad esque con cada aumento de esa clase de conocimientos, ms se aparta del mundo, hasta quetermina en un sanatorio o como poltico en un parlamento.

    Nunca un cerebro con esta formacin conseguir retirar lo que es apropiado paralas exigencias de determinado momento, pues su lastre espiritual est encadenado no alorden natural de la vida, sino al orden de sucesin de los libros, cmo los ley y por lamanera que amonton los asuntos en su mente. Cuando las exigencias de la vida diaria lereclaman el uso prctico de lo que en otro tiempo aprendi, entonces mencionar loslibros y el nmero de las pginas y, pobre infeliz, nunca encontrar exactamente lo quebusca.

    En las horas crticas, esos "sabios", cuando se ven en la dolorosa contingencia deencontrar casos anlogos para aplicar a las circunstancias de la vida, slo descubrenremedios falsos.

    Quien posee, por esto, el arte de la buena lectura, al leer cualquier libro, revista ofolleto, concentrar su atencin en todo lo que, a su modo de ver, merecer serconservado durante mucho tiempo, bien porque sea til, bien porque sea de valor para lacultura general.

    Lo que se aprende por este medio encuentra su racional ligazn en el cuadrosiempre existente de la representacin de las cosas, y, corrigiendo o reparando, aplicarcon justeza la claridad del juicio. Si cualquier problema de la vida se presenta a examen,la memoria, por este arte de leer, podr recurrir al modelo de percepcin ya existente.

    As, todas las contribuciones reunidas durante decenas de aos y que dicen algosobre ese problema son sometidas a una prueba racional en nuestra mente, hasta que lacuestin sea aclarada o contestada.

    Slo as la lectura tiene sentido y finalidad.Un lector, por ejemplo, que por ese medio no provea a su razn los materiales

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    necesarios, nunca estar en situacin de defender sus puntos de vista en una controversia,aunque correspondan los mismos mil veces a la verdad. En cada discusin la memoria leabandonar desdeosamente. No encontrar razonamientos ni para la firmeza de susaseveraciones, ni para la refutacin de las ideas del adversario. En cuanto esto sucede,como en el caso de un orador, el ridculo de la propia persona todava se puede tolerar; depsimas consecuencias es, sin embargo, que esos individuos que saben "todo" y no soncapaces de nada, sean colocados al frente de un Estado.

    Muy pronto me esforc por leer con mtodo y fui, de manera feliz, auxiliado porla memoria y por la razn. Observadas las cosas bajo ese aspecto, me fue fecundo yprovechoso sobre todo el tiempo que pas en Viena. La experiencia de la vida diaria meserva de estmulo, siempre para nuevos estudios de los ms diversos problemas. Cuando,por fin, estuve en situacin de poder fundamentar la realidad en teora, y sacar la pruebade la teora en la prctica, estuve en condiciones de evitar el exceso de apego a la teora, odescender demasiado en la realidad.

    De esta forma la experiencia de la vida diaria en ese tiempo, en dos de los msimportantes problemas, aparte del social, se volvi definitiva y me sirvi de estmulo parael slido estudio terico.

    Quin puede saber si yo algn da me habra inclinado por profundizar en lateora y en la prctica del marxismo, si en otro tiempo no me hubiese roto le cabeza conese problema? Era poco y muy errneo lo que yo saba en mi juventud acerca de laSocialdemocracia.

    Me entusiasmaba entonces que la Socialdemocracia proclamase el derecho alsufragio universal secreto. Mi razn me deca ya, por esto, que esa conquista deberallevar a un debilitamiento del rgimen de los Habsburgos tan odiado por m.

    Con la conviccin de que l "Estado Danubiano" nunca se mantendra sin elsacrificio del espritu alemn, y que una paulatina eslavizacin del elemento germnicoen modo alguno ofrecera la garanta de un gobierno verdaderamente viable, pues lafuerza creadora del Estado de los eslavos es muy hipottica, vea con regocijo todoMovimiento que, en mi imaginacin, pudiera contribuir al desmembramiento de eseEstado con diez millones de alemanes, inviable y condenado a muerte. Cuanto msdominara la palabrera en el Parlamento, ms prxima debera estar la hora de la ruina dedicho Estado babilonio, y, con ella, tambin la hora de la liberacin de mis compatriotasaustro-alemanes. Slo de esta manera se podra volver a la antigua unin con la MadrePatria.

    Por eso, la actividad de la Socialdemocracia no me era antiptica. Adems, miingenua concepcin de entonces me haca creer tambin que era mrito suyo empearseen mejorar las condiciones de vida del obrero, por lo que me pareci ms oportuno hablaren su favor que en contra. Pero lo que me repugnaba era su actitud hostil en la lucha porla conservacin del germanismo, la deplorable inclinacin a favor de los "camaradaseslavos", los que slo aceptaban ese apelativo cuando iba acompaado de concesionesprcticas, repelindolo arrogantes y orgullosos cuando no vean inters personal alguno.Daban, as, al rastrero mendigo la paga que se mereca.

    Hasta la edad de los 17 aos la palabra "marxismo" no me era familiar, y lostrminos "socialdemocracia" y "socialismo" me parecan idnticos. Fue necesario que elDestino obrase tambin aqu, abrindome los ojos ante un engao tan inaudito para laHumanidad.

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    Si antes haba yo conocido el Partido Socialdemcrata slo como simpleespectador en algunos de sus mtines, sin penetrar en la mentalidad de sus adeptos, o en laesencia de sus doctrinas, bruscamente deba ahora ponerme en contacto con los productosde aquella "ideologa". Y lo que quizs slo despus de decenios hubiese ocurrido, serealiz en el curso de pocos meses, permitindome comprender que bajo la apariencia devirtud social y amor al prjimo se esconda una podredumbre de la cual ojal laHumanidad libre a la Tierra cuanto antes, porque de lo contrario posiblemente ser lapropia Humanidad la que de la Tierra desaparecer.

    Fue durante mi trabajo cotidiano donde tuve el primer roce con elementossocialdemcratas. Ya desde un comienzo me fue poco agradable aquello. Mi vestido eraan decente, mi lenguaje no vulgar y mi actitud reservada. Mucho tena que hacer con mipropia suerte para que hubiese concentrado mi atencin en lo que me rodeaba. Buscabanicamente trabajo a fin de no perecer de hambre y poder as, a la vez, procurarme losmedios necesarios a la lenta prosecucin de mi instruccin personal. Probablemente nome habra preocupado de mi nuevo ambiente ano ser que al tercer o cuarto da deiniciarme en el trabajo se produjera un incidente que me indujo a tener que asumir unaactitud. Me haban propuesto que ingresase en la organizacin sindical.

    Por entonces an nada conoca acerca de las organizaciones obreras, y me habrasido imposible comprobar la utilidad o inconveniencia de su razn de ser. Cuando se medijo que deba afiliarme, rechac de plano la proposicin, alegando que no tena idea dequ se trataba y que por principio no me dejaba imponer nada. Tal vez fuese por laprimera razn aludida por la que no me pusieron inmediatamente en la calle. Quizsesperasen que dentro de algunos das estuviese convertido, o por lo menos fuese msdcil. Se engaaban radicalmente.

    En el curso de las dos semanas siguientes alcanc a empaparme mejor delambiente, de tal forma que ningn poder en el mundo me hubiese compelido a ingresaren una organizacin sindical, sobre cuyos dirigentes haba llegado a formarme entretantoel ms desfavorable concepto.

    En los primeros das qued indignado.A medioda, una parte de los trabajadores acuda a las fondas de la vecindad y el

    resto quedaba en el solar mismo consumiendo su exiguo almuerzo. La mayora erancasados y sus mujeres, en pucheros abollados, les traan la sopa del medioda. En losfines de semana, el nmero de stos era siempre ms numeroso. La razn de ello lacomprendera ms tarde.

    Entonces se hablaba de poltica.Yo, ubicado en un aislado rincn, beba de mi botella de leche y coma mi racin

    de pan, pero sin dejar de observar cuidadosamente el ambiente y reflexionando sobre lamiseria de mi suerte. Mis odos escuchaban ms de lo necesario y a veces me pareca queintencionadamente aquellas gentes se aproximaban hacia m como para inducirme aadoptar una actitud. De todos modos, aquello que alcanzaba a or bastaba para irritarmeen grado sumo.

    All se negaba todo: la Nacin no era otra cosa que una invencin de los"capitalistas" -qu infinito nmero de veces escuch esa palabra!-; la Patria, uninstrumento de la burguesa, destinado a explotar a la clase obrera; la autoridad de la Ley,un medio de subyugar al proletariado; la escuela, una institucin para educar esclavos ytambin amos; la religin, un recurso para idiotizar a la masa predestinada a la

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    explotacin; la moral, signo de estpida resignacin. Nada haba, pues, que no fuesearrojado en el lodo ms inmundo.

    Al principio trat de callar, pero a la postre me fue imposible. Comenc amanifestar mi opinin, comenc a objetar; mas, tuve que reconocer que todo sera intilmientras yo no poseyese por lo menos un relativo conocimiento sobre los puntos encuestin. Y fue as como empec a investigar en las mismas fuentes de las cualesproceda la pretendida sabidura de los adversarios. Lea con atencin libro tras libro,folleto tras folleto. En el local de trabajo las cosas llegaban frecuentemente a laexaltacin. Da tras da pude replicar a mis contradictores, informado como estaba mejorque ellos mismos de su propia doctrina, hasta que en un momento dado debi ponerse enprctica aquel recurso que ciertamente se impone con ms facilidad que la razn: laviolencia. Algunos de mis impugnadores me conminaron a abandonar inmediatamente eltrabajo, amenazndome con tirarme desde el andamio. Como me hallaba solo, considerintil toda resistencia y opt por retirarme, adquiriendo as una experiencia ms.

    Me fui enojado, pero al mismo tiempo tan impresionado, que ahora ya seracompletamente imposible para m abandonar el tema. No, despus de la explosin de laprimera revuelta, la obstinacin venci de nuevo. Estaba firmemente decidido a volver, apesar de todo, a otro trabajo en la construccin. Esta decisin fue reforzada por laprecaria situacin en la que me encontr algunas semanas ms tarde, despus de habergastado mis pequeos ahorros. No tena otra alternativa, lo quisiese o no. La escena sedesarroll de forma idntica, acabando de igual modo que la primera vez.

    Una pregunta me formul en lo ms ntimo de mi ser: Esta gente es digna depertenecer a un gran pueblo?

    Fue una pregunta angustiosa. Si la contestaba afirmativamente, la lucha por unanacionalidad merecera los trabajos y sacrificios que los mejores hacen. Si la respuestaera negativa, entonces nuestro pueblo estaba falto de hombres de verdad,Con inquietante desnimo vea, en aquellos das crticos y atormentados, a la masa, queya no perteneca a su pueblo, volverse un ejrcito enemigo y amenazador.

    Qu penosa impresin domin mi espritu al contemplar cierto da lasinacabables columnas de una manifestacin proletaria en Viena! Me detuve casi doshoras observando pasmado aquel enorme dragn humano que se arrastraba pesadamente.

    Lleno de desaliento regres a casa. En el trayecto vi en una tienda el diarioArbeiterzeitung, rgano central del antiguo partido socialdemcrata austraco. En un cafpopular, barato, que sola frecuentar con el fin de leer peridicos, se encontraba tambinesa miserable hoja, pero sin que jams hubiera podido resolverme a dedicarle ms de dosminutos, pues su contenido obraba en mi nimo como si fuese vitriolo.

    Aquel da, bajo la depresin que me haba causado la manifestacin que acababade ver, un impulso interior me indujo a comprar el peridico, para leerlo esta vezminuciosamente. Por la noche me apliqu a ello, sobreponindome a los mpetus declera que me provocaba aquella cantidad concentrada de mentiras. A travs de la prensasocialdemcrata diaria pude estudiar, pues, mejor que en la literatura terica, el verdaderocarcter de esas ideas.

    Qu contraste! Por una parte las rimbombantes frases de libertad, belleza ydignidad, expuestas en esa literatura locuaz, de moral hipcrita, aparentando a la vez una"honda sabidura" - en un estilo de proftica seguridad- y, por otro lado, el ataque brutal,capaz de toda villana y de una virtuosidad nica en el arte de mentir, en pro de la

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    "Doctrina Salvadora de la Nueva Humanidad"!Lo primero, destinado a los necios de las "esferas intelectuales" medias y

    superiores, y lo segundo, para la gran masa.Penetrar el sentido de esa literatura y de esa prensa tuvo para m la virtud de

    inclinarme ms fervorosamente hacia mi pueblo.Conociendo el efecto de semejante obra de envilecimiento, slo un loco sera

    capaz de condenar a la vctima. Cuanto ms independiente me volva en los aossiguientes, mayor amplitud alcanzaba para comprender las causas del xito de laSocialdemocracia. Por fin capt la importancia de la brutal imposicin a los obreros desuscribirse nicamente a la prensa roja, concurrir con exclusividad a mtines de filiacinroja y tambin de leer libros rojos. Vi muy claro los efectos violentos de eseadoctrinamiento intolerante.

    La psiquis de las multitudes no es sensible a lo dbil ni a lo mediocre.De la misma forma que las mujeres, cuya emotividad obedece menos a razones de

    orden abstracto que al ansia instintiva e indefinible hacia una fuerza que las reintegre, yde ah que prefieran someterse al fuerte antes que seguir al dbil, igualmente la masa seinclina ms fcilmente hacia el que domina que hacia el que implora, y se sienteinteriormente ms satisfecha con una doctrina intransigente que no admita dudas, que conel goce de una libertad que generalmente de poco le sirve. La masa no sabe qu hacer conla libertad, sintindose abandonada.

    El descaro del terrorismo espiritual le pasa desapercibido, de la misma maneraque los crecientes atentados contra su libertad. No se apercibe, de ninguna manera, de loserrores intrnsecos de ese adoctrinamiento. Ve tan slo la fuerza incontrarrestable y labrutalidad de sus manifestaciones exteriores, ante las que siempre se inclina.

    Si frente a la Socialdemocracia surgiese una doctrina superior en veracidad, perobrutal como aqulla en sus mtodos, se impondra la segunda, bien es cierto despus deuna lucha tenaz.

    En menos de dos aos pude apreciar con toda nitidez no slo la doctrina de laSocialdemocracia, sino tambin su funcin como instrumento prctico.Comprend el infame terror espiritual que ese Movimiento ejerce especialmente sobre laburguesa.

    A una seal dada, sus propagandistas lanzan una lluvia de mentiras y calumniascontra el adversario que les parece ms peligroso, hasta que se rompen los nervios de losagredidos que, para volver a tener tranquilidad, se rinden.

    Como la Socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia de lafuerza, cae con furor sobre aquellos en los cuales supone la existencia de ese raroelemento e, inversamente, halaga a los espritus dbiles del bando opuesto, cautelosa oabiertamente, segn la cualidad moral que tengan o que se les atribuye.

    La Socialdemocracia teme menos a un hombre de genio, impotente y falto decarcter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque hurfano de vuelo intelectual.

    La Socialdemocracia adula sobretodo a los dbiles de espritu y de carcter.Este partido sabe aparentar que slo l conoce el secreto de la paz y la

    tranquilidad, a medida que, cautelosamente pero de una manera decidida, conquista unaposicin tras otra, ya por medio de una discreta presin, ya a travs de exquisitosescamoteos, en momentos en los que la atencin general est orientada hacia otros temas,no siendo por ello despertada. Logra as hacer pasar desapercibida su accin, sin provocar

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    la reaccin del adversario.sta es una tctica que responde a clculo y conocimiento preciso de todas las

    debilidades humanas y que tiene que conducir casi matemticamente al xito, si es que elPartido opuesto no sabe que el gas asfixiante se contrarresta slo con el gas asfixiante; esdecir, con las mismas armas del agresor.

    Es preciso que se explique a las naturalezas dbiles que se trata de una lucha devida o muerte.

    No menos comprensible para m se volvi la significacin del terror material conrelacin a los individuos y a las masas.

    Aqu tambin tenan un clculo exacto de la actuacin psicolgica. El mtodo delterror en los talleres, en las fbricas, en los locales de asamblea y en las manifestacionesen masa, ser siempre coronado por el xito mientras no se le enfrente otro terror deefectos anlogos.

    Cuando acontece esto ltimo, la Socialdemocracia, acostumbrada como est adesobedecer a la autoridad del Estado, sin embargo pedir ahora a gritos su auxilio, para,en la mayora de los casos, y en medio de la confusin general, alcanzar su verdaderoobjetivo; esto es: encontrar autoridades cobardes que, en la tmida esperanza de poder enel futuro contar con el temible adversario, le ayuden a combatir a su enemigo.

    La impresin que un xito tal ejerce sobre el espritu de las grandes masas y desus adeptos, as como sobre el vencedor, slo puede evaluarla quien conoce el alma delpueblo, no a travs de los libros, sino por el examen de la propia vida. Mientras, en elcrculo de los vencedores, el triunfo alcanzado se considera como una victoria delderecho de su causa, el adversario vencido, en la mayora de los casos, pasa a dudar dexito de cualquier resistencia futura.

    Cuanto mejor conoca los mtodos de esa violencia material y moral, tanto msme inclinaba a disculpar a las centenas de millares de proletarios que cedan ante lafuerza bruta.

    La comprensin de este hecho la debo principalmente a mis viejos tiempos desufrimiento, que me hicieron entender a mi pueblo y establecer la diferencia entre lasvctimas y sus conductores.

    Como vctimas deben ser considerados los que fueron sometidos a