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    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Herrera, Paloma; Lizcano, EmmnuelComer en Utopa

    Reis. Revista Espaola de Investigaciones Sociolgicas, nm. 137, enero-marzo, 2012, pp. 79-97Centro de Investigaciones Sociolgicas

    Madrid, Espaa

    Cmo citar? Nmero completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Reis. Revista Espaola de InvestigacionesSociolgicas,ISSN (Versin impresa): [email protected] de Investigaciones SociolgicasEspaa

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  • Paloma Herrera: Universitat Politcnica de Valncia | [email protected] Lizcano: Universidad Nacional de Educacin a Distancia | [email protected]

    Reis 137, enero-marzo 2012, pp. 79-98

    Comer en UtopaEating in Utopia

    Paloma Herrera y Emmnuel Lizcano

    doi:10.5477/cis/reis.137.79

    INTRODUCCIN: COMER BIEN, UNA UTOPA?Los principales estudios sobre la situacin alimentaria actual constatan con preocupa-cin una curiosa paradoja: los espaoles sa-bemos cmo debemos comer pero no come-mos como debemos. Efectivamente, nunca hemos tenido tanta informacin sobre la co-mida (los alimentos, sus componentes, sus formas de preparacin) como ahora: reco-mendaciones alimentarias, libros sobre nutri-

    cin, folletos divulgativos, programas de te-levisin son ampliamente conocidos por todos. A pesar de ello, la interpretacin y puesta en prctica por parte de los comen-sales y las familias distan bastante de suje-tarse a ese aparente conocimiento. As, la Sociedad Espaola de Nutricin Comunitaria revela que cerca de un 40% de la poblacin espaola apenas cumple algunos aspectos bsicos de las recomendaciones y un 10% no las sigue en absoluto. Los indicadores biomdicos parecen confi rmar tambin esta

    Palabras claveHbitos alimentarios Utopas Modernidad Preparacin alimen-taria Conocimiento experto

    ResumenLos estudios sociales sobre alimentacin y las autoridades respon-sables de este campo coinciden en resaltar la situacin paradjica del comensal actual: se sabe cmo se debe comer pero no se come como se debe. Enfrentarse con xito a las paradojas suele requerir un cierto distanciamiento lingstico y disciplinar que ofrezca la sufi ciente perspectiva. Aqu se propone hacerlo desde la perspectiva histrica que una sociologa de la utopa puede aportar al confl icto entre imaginarios alimentarios. Para ello, este artculo revisar los elementos comunes del pensamiento utpico/distpico en orden a extraer las categoras de mayor inters para un anlisis sociolgico de las polticas y comporta-mientos alimentarios. Despus, recorreremos los modos en que algunas de las utopas clsicas han enfocado o desenfocado la cuestin de la comida e intentaremos sacar algunas conclusiones.

    Key wordsEating habits Utopias Modernity Food preparation Expert knowledge

    AbstractSocial studies on food and nutritional authorities coincide in emphasi-zing the paradoxical situation of the modern eater: people know how they should eat but do not eat as they should. Dealing with paradoxes successfully usually requires a certain linguistic and disciplinary distance to gain suffi cient perspective. We suggest this should be done from the historical perspective that a sociology of utopia offers on the confl ict between food imaginaries. To this end, we outline the common elements of utopian/dystopian thought in order to extract the categories of major interest for a sociological analysis of food policies and eating behaviours. Subsequently, we trace the ways in which some classical utopias and dystopias have focused on or blurred the question of food and we try to draw some conclusions.

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    imagen: las caloras ingeridas por los espa-oles sobrepasan en un 17% las cantidades recomendadas, las protenas lo hacen en un 71% y las grasas en un 82%, mientras que el aporte de carbohidratos y fi bra es insufi ciente1.

    En una reciente investigacin (Herrera, 2010), distintos responsables de nutricin comunitaria se expresan en trminos seme-jantes: La alimentacin ha empeorado mu-cho, realmente comemos muy mal, estamos muy alejados de la tan famosa dieta medite-rrnea. Lo curioso es que la gente cuando hacemos estudios cualitativos la gente co-noce lo que se debe comer y dice adems que lo hace regularmente. Pero con los estu-dios epidemiolgicos, que se centran ya en los productos determinados, en la frecuen-cia sale todo. Comemos muy mal. Es una paradoja que no se sabe cmo solucionar. Cmo puede explicarse que la gente sepa cmo y qu debe comer y, sin embargo, coma tan mal; tan mal que sea precisamente la comida la que le haga enfermar2?

    Esta paradoja del comensal moderno ha sido analizada en muchos estudios (Fischler, 1980, 1995; Poulain, 2002a y 2002b; Cor-beau y Poulain, 2002; Gracia, 1996; Bear-thswoth y Keil, 1997; Lambert, 1987). Sus intentos por explicarla apelan a diversos fac-tores: la incoherencia observada entre nor-mas asumidas y prcticas declaradas; pro-blemas metodolgicos, especialmente los instrumentos usados para la obtencin del material emprico, como la encuesta; los di-ferentes signifi cados que adquiere la percep-cin del comer y de lo que se come, en fun-cin de variables sociales; o el dcalage

    1 Valoracin de la dieta espaola, Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, 2008.2 As se revela tambin en investigaciones como la lle-vada a cabo por el Observatorio de la Alimentacin (ODELA), La alimentacin y sus circunstancias: placer, conveniencia y salud (Contreras y Gracia, 2005: 185 y ss.), o en el estudio de Daz Mndez (2005). En ambos se constata que las personas conocen la norma pero, en sus prcticas reales, la transforman, la reestructuran, la negocian, la transgreden o la ocultan.

    entre la rapidez de los cambios cientfi co-tecnolgicos y la lentitud del cambio simb-lico de la alimentacin3.

    Si nos preguntamos cmo vive y diag-nostica el comensal espaol este escenario crtico, las respuestas de los informantes que se recogen en P. Herrera (2010) nos han suministrado las hiptesis que orientan la in-dagacin que aqu se presenta. Llama la atencin la frecuencia con que las perso-nas entrevistadas aluden a las recomenda-ciones alimentarias de mdicos, expertos, polticos y programas televisivos califi cn-dolas de utpicas, en el sentido ms des-pectivo del trmino: algo imposible de llevar a cabo, cuando no directamente indeseable. Ante la pregunta de qu es para ti comer bien, las informantes dan contestaciones como: Una utopa! (ibd.: 209) o Si es lo que dicen los mdicos, algo imposible! (ibd.: 209). En los grupos de discusin, don-de la expresin es ms espontnea, podan orse manifestaciones como: Ni puedes gastar de esa manera, ni puedes llevar al pie de la letra todo ese tipo de alimentacin, yo no puedo, imposible! (ibd.: 236). Esa im-posibilidad es causa de numerosas frustra-ciones, sufrimientos y autoculpabilizaciones (ibd.: 202-210). No obstante, autoridades y expertos, en lugar de enfrentar estas diso-nancias y aporas, insisten en mantener un ideal alimentario abstracto, refi nndolo in-cluso en todos y cada uno de los aspectos relacionados con la comida: adquisicin, al-macenaje, salubridad, composicin y pre-paracin de los ingredientes, limpieza, hi-giene y educacin de los agentes

    Este trabajo parte de tomarse en serio este tipo de apreciaciones de los propios co-mensales entrevistados y ensaya, en conse-cuencia, traducirlas en hiptesis a contrastar a travs de los propios textos de la literatura utpica. Puede considerarse utpico el

    3 Estos y otros acercamientos se recogen y discuten en Contreras y Gracia, 2005 o en Herrera, 2010.

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    ideal alimentario que orienta las sociedades modernas? Si es as, en qu sentido lo es? Qu pueden aportar entonces a una socio-loga de la alimentacin los estudios sociol-gicos sobre la mentalidad utpica y las din-micas sociales que refl ejan y/o desencadenan? Esta regresin en el tiempo de la historia aca-so nos permita enfrentar la paradoja del co-mensal contemporneo con la suficiente perspectiva como para poder reenmarcarla en un contexto ms amplio desde el cual ad-quiera otros perfi les o, incluso como argu-mentaremos al fi nal resolverla, disolvin-dola. Tal acercamiento histrico al problema podra haberse ensayado, ciertamente, acu-diendo a otro tipo de evidencias, como otras fuentes documentales o investigaciones es-pecfi cas. Hemos optado por hacerlo desde los imaginarios que se expresan en las uto-pas y distopas, no solo por la riqueza de la informacin que se acumula en ellas, sino tambin por acudir a un registro inatendido cuya puesta en juego acaso revele aspectos que otros enfoques ms transitados dejan desenfocados4.

    As, aqu revisaremos, en un primer mo-mento, los principales acercamientos teri-cos a la cuestin de la utopa, en orden a extraer las categoras de mayor inters para un anlisis sociolgico de las polticas y com-portamientos alimentarios. Despus, recorre-remos los modos en que las utopas clsicas han enfocado o desenfocado la cuestin de la comida. Finalmente, intentaremos sacar algunas conclusiones y, a su luz, ensayar al-gunos acercamientos plausibles a la parado-ja mencionada que permitan enfrentarla.

    4 Salvo raras excepciones, como Gottwald et al., 2010. Madden y Finch (eds.), 2006, tambin ensayan un acer-camiento a la alimentacin desde las utopas, si bien se cien a su realizacin en movimientos o comunidades particulares de los EE.UU. (slow food, comunidades de judos e hindes, de catlicos y puritanos) y no desde la amplia perspectiva que aqu planteamos.

    SOCIOLOGA Y UTOPAEn todas las pocas, pero con singular ener-ga en momentos de crisis o cambio radical, los imaginarios colectivos exploran sus lmi-tes, el cerco que acota lo pensable y lo posi-ble (Castoriadis, 1988; Lizcano, 2006). En estos periodos de especial ebullicin social y cultural, la imaginacin colectiva indaga con-fi guraciones alternativas que dejen atrs lo viejo, al tiempo que evala ya con nostal-gia, ya con desdn lo que parece que va a perderse sin remisin. Son tiempos en los que algunas de las mentes ms lcidas se aventuran a disear tanto utopas como anti-utopas o distopas. Las primeras indagan nuevas posibilidades de vida en comn o ex-ploran virtudes desatendidas de formas de sociabilidad anteriores, ofreciendo as indi-rectamente una nueva perspectiva desde la que mirar crticamente la sociedad del mo-mento (Ricoeur, 1989). Las segundas, ms complejas tanto en su intencin como en los recursos literarios empleados, siguen dos ca-minos principales, ambos mediante el empleo de estrategias retricas como la irona, la hi-prbole o la paradoja, distorsionando exage-radamente ciertos rasgos y tendencias que se quieren criticar. Una de estas vas amplifi ca aspectos presentes en ciertas utopas en jue-go, con nimo de alertar sobre los peligros que pudieran derivarse de su realizacin efec-tiva y mover a discusin; tal es el caso, como ejemplo paradigmtico, de la isla de Laputa, donde Swift ridiculiza la propensin cientifi sta que impregna bien el sueo empirista baco-niano de una Nueva Atlntida, bien el raciona-lismo matematizante de utopas continentales como La Ciudad del Sol. La otra orientacin dirige sus dardos directamente contra la pro-pia realidad social del momento, cuya carica-tura es presentada como una fi ccin utpica con intencin de advertir ante aquellos as-pectos que se consideran ms negativos o peligrosos; tal ocurre en distopas tambin paradigmticas como 1984 de Orwell o en Nosotros de Zamiatin.

    AldyResaltado

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    Los estudios sociales sobre la utopa es-tn llenos de desacuerdos, contradicciones y paradojas, no siendo la menor de ellas la que, ya en sus propios comienzos, concluye la imposibilidad misma de una sociologa de la utopa. En el que quiz sea el mejor acerca-miento sociolgico a la cuestin, Neusss (1971: 17) sita La revolucin (1907) de Lan-dauer en los orgenes de una sociologa de la utopa que ambos, aunque por distintas ra-zones, concluirn imposible. Para Neusss esta imposibilidad se cifra, en lo que se refi e-re a su objeto, en lo controvertido y difuso que este se ha revelado: una sociologa de la utopa tendra casi todo como objeto. En lo que atae a sus fundamentos, estos seran necesariamente paradjicos, pues la utopa sirve de impulso a la sociologa, no se le pre-senta como objeto concreto (1971: 22). Su utilidad como instancia que mantiene vivo el proceso de autorrefl exin de las ciencias so-ciales es precisamente la que incapacita a estas, en una suerte de bucle autorrefl exivo, a hacer de su impulso original tambin un objeto de estudio.

    La refl exin sistemtica sobre la utopa5 arranca de una generacin de intelectuales nacidos en el ltimo cuarto del s. XIX en Euro-pa central y unidos entre s por una fuerte afi nidad electiva. Precedidos por Landauer, a ella pertenecen Buber, Kafka, Bloch, Lukcs, Benjamin, Scholem, Fromm, Lwenthal En su excelente estudio sobre el pensamiento y la confi guracin de este grupo, Lwy obser-va en l la irrupcin de una nueva concep-cin de la historia, de una fi losofa de la tem-poralidad en ruptura con el evolucionismo y el progreso, una nueva concepcin que emerge en un campo magntico polarizado por el romanticismo libertario y el mesianis-mo judo (1997: 7). En este contexto, estimu-lado por la ebullicin social e intelectual que

    5 No consideramos tal el tratamiento que Marx y Engels dan a la utopa, pues es ms una descalifi cacin de la misma por irracional y precientfi ca que un intento de analizarla.

    agit la Repblica de Weimar, se construye lo esencial del pensamiento actual sobre la uto-pa, incluida la obra de Mannheim, nacido en 1893, judo l mismo y en estrecho contacto con el grupo mencionado. A esta generacin pertenece tambin el norteamericano Mumford, cuyo estudio sobre las utopas de-riva de sus trabajos pioneros en sociologa urbana. Ser otro momento de singular efer-vescencia colectiva, como son los aos se-senta del pasado siglo, el que alumbre un renacimiento tanto del pensamiento utpico como de los estudios sobre el mismo, bien con las aportaciones de nuevos autores, como es el caso de Neusss, bien con la eclosin de otros que pertenecen a la primera genera-cin, aunque ahora con unas afi nidades elec-tivas que les acercan ms al marxismo que al aliento libertario de los orgenes, como son Horkheimer, Marcuse y Adorno. De la elabo-racin terica posterior destacan algunas contribuciones singulares, como la de Lwy (1985, 1997), con un enfoque desde la socio-loga del conocimiento, la ms hermenutica de Ricoeur (1989) y la de la sociloga inglesa Levitas (1990).

    No es este el lugar para apuntar siquiera toda la riqueza de pensamiento que estos autores y tantos otros elaboraron sobre nuestro tema. Nos limitaremos aqu a extraer de sus obras algunos conceptos, sugeren-cias o hiptesis que nos sern de particular utilidad.

    1) Ante las difi cultades de todo orden en la defi nicin del trmino utopa, partimos de la doble intencin del propio Moro en la elec-cin del nombre (Manuel y Manuel, 1984, I: 13-14). En la u de u-topa se funden los sufi -jos griegos ou, que denota carencia o nega-cin (de donde su signifi cado de no hay tal lugar), y eu, que indica atributos como bue-no, ideal o perfecto. Las posibles o imposi-bles condiciones de su existencia, el tipo de actividad propio de lo imaginario social y la dependencia personal, social y cultural de valores como lo bueno o lo deseable son, pues, rasgos y puntos de discusin inscritos

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    en el propio trmino. De ellos haremos las precisiones siguientes.

    2) El concepto de utopa no es un con-cepto absoluto, defi nible por s mismo de una manera clara y distinta. Toda utopa lo es siempre en relacin a:

    Una topa o estado de cosas actual en cada momento. Cada utopa se esboza, por tanto, desde una topa de la que no puede dejar de contaminarse y contra esa misma topa que la posibilita, presen-tando su contra-imagen de manera posi-tiva. Por tanto, cada utopa est tambin siempre en relacin de confl icto con la ideologa dominante en ese momento, orientada a conservar tal estado de co-sas. Por otra parte, la califi cacin de algo como utpico no puede hacerse sino desde una ideologa determinada (Mann-heim, 1987: 172 ss.). Y, viceversa, la apre-ciacin de algo como ideolgico siempre se hace desde una cierta utopa, que est ms o menos implcita (Ricoeur, 1989; Neusss, 1981).

    El momento histrico que se considere. Lo que en cierto momento puede tenerse por utopa puede ser la ideologa domi-nante en otro momento dado, como el trnsito que estudia Lwy (1985: 18-33) de las utopas positivistas (Condorcet, Saint-Simon) a la ideologa positivista (Comte, Durkheim). Es posible que las utopas de hoy se conviertan en las reali-dades de maana (Mannheim, 1987: 178). Y, recprocamente, las cosmovisio-nes o ideologas dominantes en un mo-mento dado pueden retomarse como pro-puestas utpicas en un momento posterior, como es el caso de las utopas medievalistas del romanticismo (Lan-dauer, 1961) o de las utopas quilisticas y milenaristas (Mannheim, 1987: 188-198) que propugnan la recuperacin de un pa-raso perdido.

    La disposicin e intencin subjetiva. Las ideologas no tienen autor, pero las uto-

    pas lo tienen siempre (Ricoeur, 1989: 46, 289). La intencin con que se escriben es determinante, pues, de su condicin ut-pica (Neusss, 1971: 23-26). En conse-cuencia, lo que es el sueo de la sociedad ideal para un autor, puede muy bien no serlo para otro. Cada utopa refl eja as las aspiraciones e intereses de ciertos gru-pos o mentalidades que se expresan a travs suyo.

    3) Aunque toda utopa tiene una formula-cin positiva (la descripcin de la sociedad ideal), tambin tiene, como reverso, un regis-tro negativo: la crtica, por contraste, de la sociedad o topa del momento.

    4) Pese a su ubicacin en ningn lugar, toda utopa al menos, las utopas clsi-cas tiene un carcter pedaggico y un pro-psito prctico (Imaz, 1966: 21). Mannheim (1987: 172, 179) llega a distinguir las utopas de los meros delirios o fantasas precisamente por la condicin de aquellas de estar en pro-ceso de realizarse. Buena muestra de ello es que la casi totalidad de los eslganes que expresaron las esperanzas de los movimien-tos obreros ingleses y franceses de la primera mitad del siglo XIX eran citas de libros de escri-tores utpicos (Manuel y Manuel, 1984, I: 25).

    5) Al situarse fuera del tiempo y del espa-cio, como manifi esta su habitual condicin insular, la foto fi ja que es cada utopa se pre-tende de validez eterna y universal. En esto coincide con la ideologa, que postula esas mismas caractersticas para el estado de co-sas presente.

    6) Aunque los modos de vida del mo-mento en que se escribe no pueden dejar de estar presentes en toda utopa, unas disean su modelo a partir del pasado (del que ex-traen su impulso motriz) y otras desde una ideacin abstracta y ex novo, que, preten-diendo hacer tabula rasa de todo lo anterior, se proyecta hacia un futuro del que obtienen su capacidad de atraccin.

    En lo que sigue limitaremos nuestro an-lisis al tratamiento que se da a todo lo rela-

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    cionado con la alimentacin en los textos de las utopas y distopas clsicas de los albo-res de la modernidad occidental6. Que esto suponga ceirse a cierto gnero literario bien caracterizado y elaborado por las cla-ses cultas no implica que se trate de meras creaciones individuales, pues a travs de estos textos se expresan los anhelos, temo-res y expectativas de ciertos grupos socia-les, diferentes en cada caso en compo-sicin, en extensin y en el grado de sintona con o penetracin en los imaginarios populares, como bien ha puesto de mani-fi esto Bajtin (1987) a propsito de la utopa/distopa de los Garganta y Pantagruel ra-belaisianos.

    El anlisis textual que llevaremos a cabo se har desde una perspectiva potica, que no atiende tanto a las funciones descriptiva y comunicativa del lenguaje cuanto a su fun-cin productiva, creadora de nuevos signi-fi cados y de sentidos emergentes. La que se ha llamado potica socio-cognitiva asume, en particular, los registros histricos y socia-les que permiten estudiar los textos literarios como procesos de creacin verbal produci-dos en el interior de ms amplios procesos histricos y sociales, reuniendo aportaciones que van desde la escuela histrico-cultural (L. Vigotski, A. R. Luria), el grupo bakhtiniano (M. Bakhtin, V. N. Volochinov, P. N. Medve-dev), o el grupo Tel Quel (R. Barthes, J. Derri-da, J. Kristeva), hasta las ms de recientes de J. Bruner, G. Lakoff, M. Johnson, M. Turner, D. Herman o E. Bernrdez.

    Esta aproximacin a los textos es espe-cialmente relevante para unos textos, como son los relatos utpicos, cuyo contenido e intencionalidad coincide precisamente con aquellos aspectos del lenguaje privilegiados

    6 Este estudio podra prolongarse con el anlisis de las signifi cativas variantes y bifurcaciones que introducirn las utopas y distopas decimonnicas en ese otro mo-mento crtico de la evolucin de la modernidad hacia su estado actual. No obstante, tal prolongacin excede el mbito de este trabajo.

    por la potica. En particular, destacaremos los siguientes registros:

    a) En el plano semntico, consideracin del signifi cado no como algo ya dado, sino como un incesante proceso de ge-neracin, reapropiacin y recreacin.

    b) As, la importancia de la polisemia lle-ga a alcanzar, en el enfoque dialgico bakhtiniano, a las varias voces que se expresan en la palabra y a la lucha por el signo que se juega en el texto.

    c) La dimensin performativa del lengua-je, que adquiere especial relevancia en unos textos como los utpicos, con vocacin de hacerse realidad.

    d) Articulacin de la prctica signifi cante que es el texto en el todo articulado del proceso social del que es expre-sin.

    e) Articulacin del texto en todos aque-llos otros de los que es absorcin, transformacin y negacin. Esta inter-textualidad es de especial inters en los textos utpicos, que mantienen un permanente dilogo entre s. La abun-dancia de citas que ofreceremos trata de poner de manifi esto este dilogo permanente de unas utopas y disto-pas con otras.

    EL IDEAL NUTRICIONISTA EN UTOPALos siglos XVI y XVII delimitan un periodo crti-co de la historia europea. Se agrietan y tam-balean la sociedad y el imaginario que duran-te siglos haban ahormado lo que despus se llamara la Edad Media, al tiempo que se apuntan, an de manera incierta y tanteante, las tendencias que habran de defi nir lo que, tambin solo ms tarde, se conocer como la Modernidad. Son aos en los que prolife-ran las utopas y, en menor medida, las disto-pas, pues apenas han dado an de s los modelos utpicos contra los que estas pue-dan alzarse.

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    El trnsito de la Edad Media a la Moder-nidad contempla la ebullicin de una literatu-ra utpica marcada por las grandes transfor-maciones del momento: incorporacin de Amrica a la cosmovisin europea, eclosin del humanismo renacentista, surgimiento de la fi gura del individuo, expansin de la im-prenta, emergencia de los fundamentos de lo que se llamar la ciencia moderna (raciona-lismo, naturalismo, experimentacin). En esta amplia produccin pueden distinguirse dos grandes grupos de utopas, de cada uno de los cuales examinaremos la visin del uni-verso de la comida en sus textos ms signi-fi cativos. Un primer grupo viene presidido por Utopa (1516) de Toms Moro, que pro-porcion el modelo a toda la recuperacin moderna de este gnero literario, e incluye el propio texto de Moro y el Somnium (1520) de Juan Maldonado7. Un siglo ms tarde, algu-nos de los rasgos principales de la obra de Moro tomarn, con la progresiva instituciona-lizacin de la ciencia, un sesgo marcadamen-te cientifi sta y tecnolgico, como muestra la segunda generacin de utopas, en la que destacan: La Ciudad del Sol (1623) de Toma-so Campanella, Reipublicae Christianopolita-nae (1619) de Valentn Andreae, Nueva Atln-tida (1627) de Francis Bacon, Macaria (1641) de Samuel Hartlib y la Sinapia8 espaola, de autor desconocido. A todas ellas nos referi-remos como utopas clsicas. A un segundo grupo perteneceran los pasajes sobre la

    7 No consideraremos aqu las numerosas utopas espa-olas del momento que, con un afn directamente prag-mtico, se orientan a ensayar variantes de la Utopa de Moro en las recin descubiertas tierras americanas, como los hospitales-pueblos de Vasco de Quiroga en Mxico o las reducciones jesuitas del Paraguay. Tambin exceden el marco de este estudio utopas mestizas, como la del Inca Garcilaso, pese a la profusin de ob-servaciones alimentarias incluidas en sus Comentarios Reales. 8 Los eruditos siguen debatiendo la autora (para la que barajan desde Quevedo hasta Campomanes) y la data-cin (entre mediados del siglo XVII y principios del si-glo XVIII) de esta utopa hispana. Nosotros la incluimos en esta primera constelacin por su similitud con las otras aqu consideradas.

    abada de Thelema, en Garganta (1535) de Franois Rabelais, y sobre la nsula Barataria, en El Quijote (1615) de Miguel de Cervantes, que ofrecen un sorprendente contrapunto respecto de las utopas anteriores. Posterior-mente justifi caremos en qu sentido pode-mos referirnos a ellas bien como utopas po-pulares, bien como distopas.

    La comida, ciertamente, no se cuenta en ninguna de las utopas clsicas entre los asuntos principales que imagina la ensoa-cin utpica, como s lo son la planifi cacin urbana, la forma de gobierno, el sistema edu-cativo, la organizacin de la familia y del tra-bajo, o incluso el vestido, en los que se va prefi gurando lo que ser el ncleo del proce-so modernizador. No obstante, desde una mirada actual tiene singular inters observar cmo, ya desde un comienzo, esa nueva ideacin del mundo incluye tambin todos los aspectos relacionados con una actividad tan vulgar y cotidiana como es el comer (He-rrera, 2010: 16-20). As mismo cabe resaltar que, tambin ya desde un comienzo, se vive ese confl icto entre comer como se debe y comer lo que se quiere que est en el ori-gen de la mencionada paradoja alimentaria actual, como discutiremos al fi nal de este tra-bajo.

    Estas utopas comparten, salvo signifi ca-tivos matices o excepciones, un conjunto de rasgos fundamentales en lo que atae a la produccin y distribucin de alimentos, sus cualidades, las maneras de mesa y los com-portamientos alimentarios, y la autoridad y responsabilidad culinarias.

    a) Produccin de alimentos: abundancia y artifi cio

    En todas ellas destaca el ideal de abundan-cia en la produccin de alimentos, si bien inmediatamente atemperado, tambin en todas ellas, por hbitos de moderacin o incluso austeridad en su consumo. El ham-bre, para los utopistas, no es tanto conse-cuencia de desastres naturales cuanto de la

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    mala gestin de la tierra, que deja grandes extensiones de terreno improductivas, tanto para la agricultura como para la ganadera. Por contraste, en las repblicas utpicas no hay ni un palmo de tierra sin cultivar (Campanella, 1966: 177). En Macaria, si un hombre posee ms tierra de la que es capaz de explotar al mximo rendimiento (Hartlib, 1986: 73) y no lo remedia en breve plazo, ser expropiado y hasta expulsado del Rei-no. Salvo excepciones, como esta drstica propuesta del puritano discpulo de An-dreae, la optimizacin de la produccin agr-cola se alcanza por dos vas principales. Una, la dedicacin prioritaria de todos a la agricultura, con la consiguiente supresin de parsitos y gente ociosa, entre los que Moro incluye a nobles y caballeros y sus servidores, sacerdotes y clrigos, mujeres, ricos propietarios, mendigos As, hay una ocupacin, la agricultura, comn a hombres y mujeres y que nadie ignora. En-sasela a todos desde la infancia, en parte por medio de reglas aprendidas en la escue-la y en parte llevndolos, como por entrete-nimiento, a los campos prximos a la ciu-dad (Moro, 1966: 81). En La Ciudad del Sol todos los habitantes se ejercitan en la tcnica militar, la agricultura y el pastoreo (Campanella, 1966: 175) y en Sinapia para que todos se ocupen igualmente y aprendan la agricultura, se saca a la mitad de las fa-milias de las ciudades, cada dos aos, y se reparten por las villas (p. 122). De otro modo, qu lustre van a tener unos cam-pos que se cultivan a costa del malpagado trabajo de unos obreros? (Maldonado, 1980: 158).

    El otro impulso a la produccin de alimen-tos lo proporciona la mejora de los cultivos a partir del estudio racional de las faenas del campo: No abonan la tierra; sin embargo, la trabajan bien usando para ello procedimien-tos secretos, mediante los cuales las semillas nacen rpidamente, se reproducen y no se pierden (Campanella, 1966: 177). Y, al igual que en Utopa, es de los libros (y, para el ita-

    liano, de la astrologa) de donde se obtienen los conocimientos necesarios: las Gergicas para los alimentos vegetales y las Buclicas para los de origen animal. En la segunda ge-neracin mencionada, ser la ciencia la que haya arrancado ya estos secretos a la natu-raleza mediante la experimentacin y el an-lisis: Tenemos grandes y variados huertos y jardines, donde ms que de la belleza nos pre-ocupamos de la variedad de la tierra y de los abonos apropiados para los diversos rboles y yerbas. () Hacemos, artifi cialmente, que rboles y fl ores maduren antes o despus de su tiempo, y que broten y se reproduzcan con mayor rapidez (). Y a muchos de ellos los hacemos tambin adquirir virtudes medi-cinales (Bacon, 1966: 265)9.

    b) Distribucin y equidad

    En lo que respecta a la distribucin, el equi-librio se logra mediante una integracin co-herente del campo y la ciudad. Ya sea proce-diendo a una rotacin meticulosamente programada en las faenas especfi cas de uno y otro medio, como ocurre en Utopa o en Sinapia, ya sea por una distribucin racional a cargo de los expertos, como en La Ciudad del Sol, donde la distribucin depende del triunviro Amor, o en Cristianpolis, donde la gestiona Achitob, ecnomo de la ciudad, cuyo cometido es distribuir el producto p-blico y el abasto de los almacenes de tal ma-nera que ninguno reciba menos de lo justo (Andreae, 1619: 79). La equidad distributiva es la nota dominante en todas las utopas: Cada uno tiene sus propias cosas pero to-das parecen ser comunes, pues nadie es po-bre y los que tienen de sobra no niegan a los dems lo que necesitan (Maldonado, 1980:

    9 La Nueva Atlntida se limita a describir la Casa de Salomn, residencia de los gobernantes-cientfi cos-sacerdotes-guardianes, omitiendo toda referencia al resto de las clases sociales y a la vida cotidiana, bien sea porque a Bacon solo le interesaran los primeros, bien porque esta obra quedara inacabada (Bernieri, 1975: 150; Manuel y Manuel, 1984, II: 72-76).

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    176). El reparto sufi ciente de vveres queda as garantizado en el interior de cada repbli-ca, reservndose su comercio solo con los pases extranjeros.

    c) Los alimentos: ciencia y poder experto

    Si algo dista de ser utpico en estas socieda-des son los alimentos en s mismos, que ape-nas requieren mencin especial y, salvo por los adjetivos que ensalzan su excelencia, se limi-tan a reproducir los ingredientes y platos co-munes. Arroz, maz, carne, verduras, pesca-do son los alimentos que se mencionan en estas utopas, y las precisiones solo apuntan a la abundancia en su produccin y a la mode-racin en su consumo. La comida se reduce a tortillas de maz o arroz (que les sirve de pan), un plato de carne o pescado, una menestra y un postre o principio de fruta o de lacticinio (Avils, 1976: 103). El sabor, el olor y otras fuentes de placer sensible habitualmente aso-ciadas a la comida pasan en general a un se-gundo plano respecto a sus cualidades nu-tritivas y salutferas, cuando no son explcitamente despreciadas: Casi todos es-tn de acuerdo en que la salud es uno de los primeros, si no el primero, de los placeres (). Y aunque ese bienestar es evidentemente me-nos sensible que los embrutecedores placeres de la mesa y la bebida, son muchos quienes lo consideran como el supremo placer y los ut-picos, por su parte, lo tienen por fundamento y base de la felicidad (Moro, 1966: 103). El desdn por las cualidades secundarias de la experiencia sensible, que Galileo est legando a la ciencia en ese mismo momento, se extien-de as por sus contemporneos utopistas a las cualidades culinarias mismas.

    La comida y la bebida solo adquieren im-portancia, pues, en relacin con la salud. Sus cualidades nutritivas, su capacidad de alargar la juventud y la vida, y su papel en la formacin de cuerpos fuertes, esbeltos y grciles son las virtudes gastronmicas ms apreciadas en las utopas: Tenemos una

    porcin de fuentes y manantiales artifi ciales (). Y entre estos, tenemos uno de agua a la cual llamamos del Paraso, porque es un me-dio soberano para la salud y prolongacin de la vida (Bacon, 1966: 265). En la prepara-cin de la comida son muy hbiles. Para condimentarlas, les echan nuez moscada, miel, manteca y otros muchos aromas forti-fi cantes. Corrigen con cidos la excesiva gordura (). [Y en consecuencia] entre ellos es frecuente llegar a vivir cien aos, pero muchos alcanzan incluso los doscientos (Campanella, 1966: 182, 180). La comida se convierte, por tanto, en un mero medio para conservar o recuperar la salud: De entre los placeres que proporciona el cuerpo conce-den la palma a la salud, pues si bien consi-deran apetecibles el comer, el beber y otras satisfacciones semejantes, es solo en aten-cin a la salud y no por estimarlas agrada-bles en s mismas (Moro, 104). La salud pasa as a presidir la nmina de los placeres, hasta el punto de desbancar a los que ve-nan siendo habituales placeres sensibles, ahora considerados groseros y embrutece-dores.

    Hay dos ocasiones particulares en que se presta atencin al hedonismo gastron-mico, y ambas son signifi cativas tanto por su carcter excepcional como por su inten-cionalidad. En el vuelo a esa Luna utpica a la que le lleva a Maldonado su Somnium, el disfrute en el comer y las delicias de los co-mestibles s se traen a colacin, pero nica-mente para destacar su prdida por los te-rrcolas, vidos tan solo de hacer dinero y obtener benefi cios. As, Mara, su gua sele-nita, espeta al viajero: Acaso, por hermo-sos que estn [vuestros campos y huertos], os producen algn placer que no sea el de calibrar las ventajas y benefi cios que podis sacar del esplendor y el sabor que apreciis, de pasada, en los frutos? () Los nicos huertos y campos que lucen [en vuestra Tie-rra] son los rentables (Maldonado, 1980: 159-160). La segunda excepcin se dar en Nueva Atlntida. Si el inters de Campanella

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    88 Comer en Utopa

    por los aromas de los platos se cifraba en su virtud fortifi cante, en su capacidad de pro-ducir salud, Bacon tambin tiene en cuenta otras propiedades sensibles, pero ahora para subrayar la potencia de unos artifi cios capaces de llegar a producir incluso las mis-mas sensaciones que produciran de forma natural las cualidades secundarias propias de los alimentos tradicionales, a los que vendran a sustituir engaando a los senti-dos, en una suerte de trampantojo culinario que se suma as a los trampantojos visuales y lingsticos tan del gusto de la poca: [Tenemos] fbricas de perfumes, con los cuales hacemos a su vez ensayos de sabo-res (). Hacemos imitaciones de sabores que son capaces de engaar el paladar de cualquier hombre (Bacon, 1966: 269). En una larga enumeracin de experimentos que prefi guran el sueo omnipotente de la actual biologa gentica, se incluye la produccin por artifi cio expresin que Bacon reitera como si la saborease con fruicin de r-boles y fl ores ms grandes y sus frutos ms sabrosos, dulces y de diferente gusto, olor, color y forma (ibd: 265).

    No es extrao, entonces, que cuanto afecte a la gestin de la comida se ponga bajo la direccin de expertos, nicos capaci-tados para elaborar y distribuir las raciones racionalmente10: los mdicos en La Ciudad del Sol (Campanella, 1966: 158), los despen-seros en Utopa (Moro, 1966: 88), los mdi-cos-sacerdotes en Macaria (Hartlib, 1986: 74)11, los despenseros y almaceneros del sabor y del gusto en Cristianpolis (An-dreae, 1619: 64), o los padres de la salud

    10 Sobre la comn etimologa de racin y razn, vase el Diccionario etimolgico de la lengua castellana de Co-rominas.11 En Macaria, como en Nueva Atlntida, las fi guras del mdico y del sacerdote llegan a fundirse bajo la comn funcin de cura animorum y cura corporum, anticipando as el papel crucial que Comte dar al nuevo clero cien-tfi co en la persuasin de los comensales para que in-corporen nuevos hbitos de alimentacin saludables (Herrera, 2010: 117).

    en el caso de los sinapienses (Avils, 1976: 88). Solo dos eslabones escapan al rediseo utpico de la cadena alimentaria. Poner y atender la mesa, que suele reservarse a in-fantes y doncellas, y la preparacin de la co-mida, que queda en manos de las mujeres, para quienes se da por supuesto su papel natural como cocineras, buenas madres y esposas: Las mujeres sirven a los maridos, los hijos a sus padres y, en una palabra, los de menor edad a los mayores. () Las muje-res, alternndose por familias, se ocupan de cocinar, aderezar los alimentos y disponer todo lo necesario para la comida (Moro, 1966: 87-88); Lo ordinario son cuatro platos que las mujeres se encargan de preparar ex-quisitamente y que se aderezan con charlas piadosas y discretas (Andreae, 1619: 67). Solo en el sueo de Maldonado nico caso donde es una mujer, Mara, quien gua al via-jero por el respectivo pas de utopa se pone en cuestin el general monopolio mas-culino de la racionalidad: vosotros, los varo-nes, mientras llevis encima el fardo del cuer-po, os creis los nicos que lo saben todo y juzgis a las mujeres absolutamente incapa-ces de sobresalir en ciencia (Maldonado, 1980: 152). Es cierto que Mara no extiende esta crtica hasta incluir explcitamente la ra-cionalidad alimentaria masculina; pero no sera abusivo suponerlo dado que ella es tambin la nica utopiana que, como vimos, realza la importancia gastronmica de los sa-bores de ciertos alimentos y ensalza, frente al experimentalismo baconiano, el gozo de sentir cmo la tierra va alumbrando, sin arti-fi cios ni urgencias, la que ser nuestra co-mida12.

    12 A quin no deleita la lozana de unas mieses que maduran lentamente? Quin no contemplar compla-cido cmo las vides se plantan, retoan y echan sar-mientos? (Maldonado, 1980: 160). Esta plcida contem-placin de los procesos naturales en la generacin de alimentos contrasta vivamente con la actitud intervento-ra y productivista de la ciencia baconiana. Para el con-traste de ambas actitudes en el momento fundacional de la ciencia moderna (vase Fox Keller, 1989: 51-74).

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    d) Maneras de mesa: razn y orden

    La constante preocupacin por asociar co-mida y salud pone de manifi esto la reduc-cin, comn en todas estas utopas, de la comida a una actividad meramente fi siol-gica que no hay ms remedio que satisfa-cer. El ideal culinario general parece ser el expresado por el viajero que es recibido en Cristianpolis: qu grandsimo sera el peso de que podramos librarnos si se nos descargara de los muchos inconvenientes que trae consigo el comer y el beber y de la incertidumbre o preocupacin cotidiana de saciar nuestro estmago (Andreae, 1619: 67). Como mera ingestin de nutrientes que es la comida para este fi lsofo alemn, aun-que la toman del bien pblico, la hacen todos en privado. Ello tiene, adems, vir-tudes higinicas: viendo, en efecto, que es casi imposible evitar la suciedad y el ruido cuando se juntan muchos comensales, op-taron por comer cada uno en su casa (ibd.). Anloga desvalorizacin de la comi-da es la que lleva a Moro a optar por la so-lucin opuesta, esa comida en comn que es habitual en las restantes utopas: aun-que no est vedado comer en los domicilios particulares, nadie lo hace por su gusto, ya que no se considera decoroso y sera necio adems tomarse el trabajo de preparar una comida inferior, teniendo otra magnfi ca y oppara dispuesta en un comedor tan cer-cano (Moro, 1966: 88). La bulla y alboroto que tanto molestan a Andreae, y que tan indisociables venan siendo de una buena comida popular, tambin son expulsados de las restantes utopas del momento. En los comedores colectivos de La Ciudad del Sol, al igual que ocurre en los comedores de los monjes, el silencio es completo. Du-rante la comida, un joven lee un libro con voz clara y sonora desde una elevada tribu-na (Campanella, 1966: 158). En Utopa y en Sinapia tambin el comer es una actividad colectiva, pero el bullicio y el desorden que-dan ahora ahogados por el complejo proto-colo que distribuye los puestos en la mesa,

    donde se alternan jvenes y ancianos para estimular as entre ellos conversaciones honestas y, a la vez, amenas e ingeniosas (Moro, 1966: 90).

    El ms meticuloso orden preside no solo la disposicin de los comensales o la se-cuencia y cantidad de los platos, sino tam-bin el nmero de comidas diarias y sus res-pectivos horarios. En Utopa, a las horas fi jadas para la comida y la cena acude a los citados edifi cios toda la Sifograncia13, a to-que de trompeta (Moro, 1966: 88). Los sina-pienses dan al trabajo seis horas; para dor-mir, siete; en comer, cenar y almorzar, una14; en el oratorio, dos; y les quedan libres ocho (Avils, 1976: 103). Para los habitantes de La Ciudad del Sol el ordenamiento horario inclu-ye tambin la ordenacin por la edad, de modo que los ancianos comen tres veces al da (); dos veces, la comunidad y cuatro, los nios, segn las rdenes del mdico (Campanella, 1966: 180).

    BARATARIA Y THELEMA, ANTIUTOPAS O UTOPAS POPULARES?

    Si en todas las utopas anteriores, considera-das clsicas, ya se esbozan con nitidez mu-chos de los rasgos que, como veremos, ha-brn de caracterizar la modernizacin alimentaria, tambin se da en la misma po-ca otra orientacin utpica disonante cuan-do no en abierta oposicin con la corriente dominante que se manifi esta en las primeras. Las ms conocidas de estas ltimas utopas son los relatos referentes a la abada de The-lema en Garganta de Rabelais y a la nsula Barataria en El Quijote.

    13 Conjunto de treinta familias presididas por un mismo Sifogrante.14 El despachar en una hora las tres comidas del da abunda en la poca importancia que sealbamos se concede a esta actividad.

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    90 Comer en Utopa

    a) Anlisis formal y estructural

    La semejanza entre ambas utopas que es tambin diferencia respecto de las anterio-res estriba tanto en su forma como en su contenido, lo que permite califi carlas, segn la perspectiva y la intencin, ya de utopas atpicas, ya de anti-utopas o distopas. For-malmente, ninguna de ellas es objeto de una exposicin autnoma, sino que ambas se in-sertan como episodios de una obra ms am-plia, la cual, a su vez, altera el sentido que hubieran podido tener como obras indepen-dientes de ese contexto textual. Estilstica-mente, el humor y la irona omnipresentes en ambas, caractersticas a juicio de Bajtin de la cosmovisin grotesca popular de la Edad Media, contrasta con la sobriedad y linealidad expositiva de las utopas clsicas, cuando la descripcin de estas no es franca-mente desabrida. No son menos llamativas sus semejanzas estructurales, entre las cua-les destacan cuatro.

    Primero, el protagonista del relato utpico no es aqu el habitual nufrago o viajero que accede a esos lugares imaginarios para, a su regreso, dar cuenta detallada de ellos, sino dos personajes secundarios: un monje que se agrega, ya avanzado el relato, a las tropas de Garganta, en la primera, y, en la segun-da, un escudero de muy poca sal en la mo-llera (Cervantes, 1998: 91) reclutado, pese a su renuencia inicial, por el Ingenioso Hidalgo.

    Segundo, y como nota decisiva, ambas fi guras son de extraccin netamente popular y de rasgos explcitamente anti-heroicos. El hermano Juan es un monje sin fe, sanguina-rio y glotn que, al observar que [los ata-cantes] tambin saqueaban la despensa, decide abandonar el servicio di vino (Ra-belais, 1972: 77)15, mientras que Sancho Panza nos es presentado como un pobre

    15 Citamos la paginacin por la edicin mencionada en la bibliografa, si bien hemos subsanado las difi cultades de traduccin con nuestra propia versin del francs original (http://fr.wikisource.org/wiki/gargantua).

    villano, rstico y signifi cativamente no menos insaciable comedor.

    Tercero, ambos lugares utpicos, Thele-ma y Barataria, no haban sido fundados por hroes o sabios mticos, ya mucho antes de la llegada de los respectivos protagonistas, sino que son fundados por estos, pese a su carcter secundario y a su condicin popular y anti-heroica. El contexto de ambas narra-ciones y sus respectivos contenidos nos re-velarn que ese pese a es, bien al contra-rio, un precisamente por: se trata de lugares soados por el pueblo comn y, en consecuencia, no fundados por sabios o h-roes ilustres, sino por la costumbre, una cos-tumbre que no sabe de nombres propios, sino de juanes y sanchos y de la realizacin de sus aspiraciones y afanes cotidianos, en-tre los que ambas narraciones destacan el vivir y comer bien, exuberantemente y a pe-ticin del apetito.

    Cuarto, ese diferente modo de insercin en el tiempo no solo otorga a ambas antiuto-pas un comienzo, sino tambin un fi nal. As como ninguna de ambas se funda en el no-tiempo de los mitos, sino que emerge en un momento preciso del tiempo de la narracin, tampoco ninguna de las dos permanece con-gelada e idntica a s misma en el no-tiempo abstracto de un posible futuro en el que im-plcitamente aspira a cumplirse. Tanto el mundo al revs16 de Thelema como la falsa nsula Barataria encuentran su fi nal tambin en el propio tiempo interior al relato. La pri-mera se cierra con un enigma en profeca (Rabelais, 1972: 131) donde todo queda en-fangado por un diluvio del que, a su vez, aca-so renacern la concordia y la fertilidad. Ba-rataria la abandona el propio Sancho, no harto de pan ni de vino, sino de juzgar y de dar pareceres y de hacer estatutos y pragm-ticas (Cervantes, 1998: 1061), clamando por volver a su antigua libertad (ibd.: 1065).

    16 Garganta insta al monje a instituir su religin al con-trario de todas las dems (Cervantes, 1998: 262).

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    b) Anlisis temtico

    En consonancia con las anteriores caracters-ticas formales y estructurales, los respectivos contenidos, y en particular los alimentarios, presentan unos hbitos y valores sensible-mente divergentes o incluso opuestos de los que se observan en utopianos, macaria-nos, sinapienses o neoatlantes.

    El contexto de la obra total en que se in-sertan ambas utopas, decamos antes, mo-difi ca el sentido que pudieran tener como relatos autnomos. Aisladamente, Barataria admite dos lecturas complementarias. Por un lado es, claramente, una anti-utopa, donde se caricaturiza la que, anacrnicamente, pu-diramos llamar autoridad legal-racional que se presenta como ideal en las utopas clsi-cas, donde todo est regulado con pormenor mediante leyes y reglamentos que se legiti-man como exigencias de la nueva forma de razn emergente. Y la perspectiva desde la que se traza esta caricatura no es la facilitada por la extrapolacin pardica de tales ras-gos, como harn antiutopas posteriores, sino por su confrontacin con los modos po-pulares y tradicionales de vida an mayorita-rios, aqu representados por Sancho Panza. El hilo conductor de la trama lo constituye la lucha entre el buen comer que pretende San-cho17 y el comer bien, segn criterios racio-nales de salud, con que sin cesar le acosa el doctor Recio18, mdico de esa corte grotes-ca, que a juicio del escudero se concre-tan en que l me va matando de hambre, y yo me voy muriendo despecho (ibd.: 1051).

    17 Mirad, seor doctor: de aqu en adelante no os curis de darme de comer cosas regaladas ni manjares exqui-sitos, porque ser sacar a mi estmago de sus quicios, el cual est acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y cebollas (), estas que llaman ollas podridas, que mientras ms podridas son, mejor huelen (Cervantes, 1998: 1024).18 Yo, seor, soy mdico () y miro por su salud, () dejarle comer lo que me parece que le conviene y qui-tarle lo que le ha de hacer dao y ser nocivo para su estmago (Cervantes, 1998:1005).

    Pero, por otro lado, estos mismos argu-mentos nos permiten tambin catalogar Ba-rataria como una utopa popular, es decir, como un no-lugar que se regira segn unos valores y prcticas populares que en la Euro-pa del siglo XVII ya se estn viendo socavados por los nuevos grupos e ideas cuyos anhelos y valores se expresan, precisamente, en esas otras utopas cuyas aspiraciones se ven gro-tescamente invertidas en el sentido bajti-niano en Barataria, donde las burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados (ibd.: 1025). Mediante el recurso a esta inversin grotesca, tan caracterstica de la cultura popular medieval, utopa y anti-utopa se convierten la una en la otra segn la perspectiva, tradicional/popular o refor-mista/culta, desde la que se enfoquen.

    En Thelema, pese a las evidentes diferen-cias, ocurre algo semejante. Por un lado, se trata de una anti-utopa explcita, en la que tambin se desafa la misma nueva legitimi-dad legal-racional habitual en las utopas cl-sicas. As, frente al ordenancismo de estas, simbolizado en la estricta regulacin horaria de la comida y dems quehaceres, aqu se decret que no habra all reloj ni cuadrante alguno, sino que las labores se distribuiran segn las ocasiones y las oportunidades, pues deca Garganta la ms segura prdida de tiempo que conoca era la de con-tar las horas qu ventajas produce?, y la mayor locura del mundo era gobernarse a toque de campana, y no al dictado del buen sentido y de la razn (Rabelais, 1972: 263). En consecuencia, su vida entera se emplea-ba no segn leyes, estatutos o reglas, sino segn su voluntad y franco arbitrio. Se levan-taban del lecho cuando bien les pareca, be-ban, coman, trabajaban y dorman cuando les vena en gana; nadie les despertaba ni les forzaba a comer, ni a beber ni a hacer cosa alguna (). En su regla no haba ms que esta clusula: haz lo que quieras (ibd.: 279).

    Ms dudoso, sin embargo, es que este talante antiutpico pueda aqu identifi carse, sin ms, con los rasgos de una utopa popu-

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    lar, como es el caso de Barataria. De hecho, se ha dicho que en esta utopa Rabelais encarna el espritu renacentista mucho ms cabalmente que las utopas hasta ahora es-tudiadas. () Es la utopa de una nueva aris-tocracia basada en la inteligencia y la cultu-ra antes que sobre el poder y la riqueza (Berneri, 1975: 162). Y, ciertamente, Thele-ma tiene el aire, no de una sociedad ideal, sino de una corte ideal, de la que se re-chazara a santurrones hipcritas, jueces, abogados, magistrados y letrados devora-dores del pueblo y no se acogera sino a las [mujeres] bellas, bien formadas y bien nacidas y a los [varones] bellos, bien forma-dos y bien nacidos (Rabelais, 1972: 263). Pero entonces los fundadores mismos pare-cen no tener cabida en su propia fundacin. El hermano Juan, aunque bien parecido, es un monje comn, glotn y belicoso, y Gar-ganta, que le va asesorando en la consti-tucin de la abada, es hijo de Pantagruel, a quien una parodia de las genealogas mti-cas hace proceder de la hinchazn produci-da por la ingestin de un nspero de los que tantos se dieron en cierto ao fertilsimo a causa del riego de la tierra con la sangre que de Can derram Abel.

    No obstante, si se lee este episodio en el contexto del conjunto de la obra, puede apre-ciarse cmo Thelema, sin dejar de ser una antiutopa, aparece atravesada por todos los valores que hacen de los cinco libros de Gar-ganta una autntica utopa popular. Por ejemplo, aunque de planta rigurosamente hexagonal, la abada posee un nmero de ha-bitaciones tan poco armnico como 9.332. Bajtin (1987: 419) seala que esta profanacin del nmero, tan sagrado en la Antigedad y la Edad Media como aunque por distintas ra-zones en el racionalismo de las utopas cl-sicas, es una profanacin festiva y carnava-lesca; y, aade Bajtin (p. 17), debemos sealar especialmente el carcter utpico y de cosmovisin de esta risa festiva, dirigida con-tra toda concepcin de superioridad. Todo Garganta, incluido el episodio de Thelema,

    puede entenderse as tambin como una uto-pa popular, como vimos que lo es la nsula Barataria. Lo cual no contradice sino, al contrario, se compagina con la interpreta-cin de Thelema como el ideal de una nueva aristocracia, ahora de la cultura y no de san-gre. Pueblo y aristocracia son, precisamente, esos estados sociales amenazados por la mo-dernidad que en la utopa rabelaisiana se ofre-cen regenerados al incorporar los nuevos va-lores renacentistas. All donde el legalismo, el racionalismo y el experimentalismo de las uto-pas clsicas pretenden hacer tabula rasa de los valores heroicos de la nobleza y de los va-lores festivos y hedonistas de la cultura popu-lar, Rabelais los rescata, depurndolos a tra-vs de los nuevos aires de libertad.

    A parecida conclusin nos lleva ahora la lectura del episodio de Barataria en el con-texto global de El Quijote. Tambin aqu la nostalgia de los mundos popular y caballe-resco resulta regenerada, a travs de la pa-rodia festiva que no puramente satrica que los insufl a con los nuevos valores de libertad y rechazo de toda forma de sumi-sin. Si la obra cervantina deja de leerse como una mera burla de los libros de caba-lleras19 y la analizamos desde una lectura bajtiniana, las parejas Quijote/Garganta y Sancho/Juan ofrecen poderosas y signifi ca-tivas analogas, lo que nos permite hablar en ambos casos de dos anti-utopas, o utopas populares, netamente contrapuestas a las que hemos llamado utopas clsicas20.

    19 Lectura, adems, insostenible a la luz de recientes investigaciones (Maravall, 1976: 17 y ss.). Para Maravall, El Quijote integra dos planos de utopa: la utopa qui-jotesca del viejo ideal de la caballera, contra el Estado moderno y sus ejrcitos disciplinados y sus armas de fuego, y la utopa del buen sentido, encarnada por San-cho Panza (). Ambos planos aparecen articulados hasta el punto de sostenerse que el objetivo de la pri-mera empresa enunciada no era otro que el de hacer posible el paso a la segunda (Ibd.: 11).20 Aunque ampliamente fundamentada, como hemos visto, esta contraposicin no deja de ser un artefacto conceptual cuya justifi cacin se cifra en su capacidad heurstica.

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    LA COMIDA DISTPICA O LA UTOPA CULINARIA POPULAR

    Esta confrontacin se refl eja de modo es-pecial en sus respectivos tratamientos de la comida. Veamos cmo en las utopas clsi-cas el mundo de la alimentacin, aunque afectado ya de lleno por los valores moder-nos, no merece sino una atencin muy se-cundaria. En las utopas populares, por el contrario, la comida y la bebida e incluso la defecacin no solo juegan un papel cru-cial, sino que son una constante que vertebra buena parte de sus relatos, al tiempo que de-fi ne de modo caracterstico a sus protagonis-tas. El efmero paso de Sancho por el gobier-no de la nsula se hilvana en torno a sus sencillas aspiraciones gastronmicas; la aba-da de Thelema qued abastecida con la entrega que hizo Garganta de 2.700.831 carneros (Rabelais, 1972: 123); Pantagruel nace con ocasin de un atracn de nsperos, y su padre Garganta vio la primera luz con-fundido con la hermosa materia fecal [que] se debi elaborar en el vientre de su madre, Gargamella, despus de haber comido una gran cantidad de callos, es decir, de tripas grasientas de bueyes cebados (ibd.: 27-28). Y estos son solo los comienzos.

    La comida, adems, tiene valor por s misma, por el placer que proporciona, no por los efectos que pudieran seguirse de ella, como la salud o el estatus social. En las uto-pas clsicas, como vimos, apenas se apre-cian los sabores, los olores o las sensaciones ligadas al acto de comer; cualquier mencin a la comida se acompaa indisociablemente con referencias a sus efectos salutferos y medicinales; y se rechazan las connotacio-nes de distincin social que pudieran aso-ciarse a diferentes tipos de alimentos, para resaltar sistemticamente el igualitarismo tanto en su produccin como en su consu-mo. Con ocasin de partir al gobierno de su nsula, Sancho toma buena nota de los con-sejos de su seor, centrados a menudo en esa subordinacin de la comida a otros valores:

    No comas ni ajos ni cebollas, porque no sa-quen por el olor tu villanera. () Come poco y cena ms poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la ofi cina del estmago. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos ca-rrillos ni de eructar delante de nadie (Cer-vantes, 1998: 973-974). Sancho toma buena nota, y hasta indaga por el signifi cado del cultismo eructar, pero antepone su autoes-tima a la esclavitud que le pueda suponer el nuevo estatus: Seor replic Sancho, si a vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aqu le suelto (); y as me sustentar, Sancho, a secas, con pan y cebolla, como gobernador, con perdi-ces y capones; () y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, ms me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infi erno ibd.: 978). El hermano Juan, por su parte, est dispuesto a comer en cualquier momento, pues tiene el estmago siempre abierto, como la bolsa de un abogado (Rabe-lais, 1972: 99), y hasta su fi sonoma se explica por su placer y avidez en el comer: el gran ta-mao de su nariz, por ejemplo, se debe a que mi nodriza tena las tetas mollares y, al mamar, mi nariz se hunda all como en manteca, y as aumentaba y se creca como la pasta en la artesa () Yo nunca como confi turas. Mojan-do, paje! item, tostones! (ibd.: 102).

    Sera ocioso continuar con los ejemplos, pues casi no hay pgina en que estas im-genes [las del banquete rabelaisano] no fi gu-ren, al menos en estado de metforas y ep-tetos relacionados con los campos del beber y del comer (Bajtin, 1987: 251)21. Tanto en sus usos metafricos como en los literales, la continua referencia a la alimentacin popular es el eje en torno al cual se articula la con-cepcin del cuerpo grotesco medieval, un cuerpo caracterizado por ser abierto, estar inacabado y en interaccin con el mundo

    21 Todo el captulo 4 del texto de Bajtin est dedicado al anlisis de las fi guras de la alimentacin popular en los cinco libros de Garganta y Pantagruel.

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    (ibd.: 252) y con los otros, un cuerpo que no corresponde a un ser biolgico aislado o a un individuo econmico privado y egosta, sino a una especie de cuerpo popular, colec-tivo y genrico (ibd.: 24). Estos rasgos son, casi punto por punto, los opuestos del cuer-po que se alimenta en las utopas clsicas, prefi guracin del cuerpo moderno, un cuerpo biolgico individual y aislado, al que se nutre calculada y racionalmente, que solo interac-ta con el mundo y con los otros en la medi-da en que ello pueda aportarle benefi cios personales. Esta concepcin del cuerpo fes-tivo popular como cuerpo colectivo y en in-cesante interaccin se pone de manifi esto y se refuerza, en particular, en la continua tra-ma que tanto Cervantes como Rabelais ur-den entre alimentacin y palabra, entre co-mer y charlar. Esos dos modos de insertarse en el mundo y en los otros que son el comer y el charlar son actividades que no solo se entrelazan entre s, sino que tienen sentido en s mismas: comer por comer, charlar por charlar. Su centralidad en el imaginario popu-lar medieval, muchos de cuyos hbitos gas-tronmicos perduran en nuestros das, exime a ambas actividades de tener que justifi carse en funcin de otras supuestamente ms im-portantes, como s ser el caso en las otras utopas analizadas.

    Nada ms abandonar Sancho el gobier-no de Barataria, y as recobrada su antigua libertad, tiene lugar su encuentro con los peregrinos. Tras darles la mitad del medio pan y medio queso que eran las nicas pre-bendas que adems de un poco de ceba-da para el rucio sac de la que haba sido su nsula, al descubrir entre ellos a un antiguo vecino suyo, deciden todos hacer manteles de las hierbas y vaciar sobre ellos sus alfor-jas para compartir la comida, contarse sus sucedidos, rer y beber juntos y recostarse a reposar. Tambin en Rabelais es omnipresen-te este vnculo entre la comida festiva popu-lar y la conversacin jocosa, pues solo el simposium grotesco es la ocasin paradig-mtica de expresin de la palabra libre y fran-

    ca, de los sabios decires, de la alegre ver-dad (Bajtin, 1987: 255).

    La contraposicin sugerida por Rabelais (1980: 19) entre el discurso del vino y el dis-curso del aceite caracteriza dos tipos de con-versaciones de mesa. El primero, fragante, jovial e incitante como el vino, es propio de las charlas desordenadas, ruidosas y de-sinhibidas de las comidas populares; el se-gundo, transido de la seriedad pa y ofi cial de la Cuaresma de la que es smbolo el aceite, es el que caracteriza, precisamente, las co-midas de sinapienses, ciudadanos del sol, cristianopolitas y dems comensales utpi-cos. En estas, bien se come en privado (Christianopolis), bien se hace colectivamen-te pero en silencio (Ciudad del Sol), bien se permite hablar solo si la conversacin es ho-nesta, est regulada y cumple objetivos for-mativos. La asociacin tradicional entre co-mer y charlar que suele incluir tambin el cantar, rer y otras manifestaciones de rego-cijo popular es aqu y ahora cuando empie-za a verse socavada, y lo ir siendo progresi-vamente, a travs, primero, de la imposicin culta de normas de educacin y buenos mo-dales de mesa (el que come y canta, no se habla con la boca llena, etc.) y, ms tar-de, aunque ya tambin avanzado por An-dreae, por criterios higinicos que fuerzan a asociar charla, bullicio, exceso y desorden con saliva, grmenes y contaminacin.

    No podemos dejar de sealar que el ca-rcter casi absoluto de esta contraposicin entre utopas culinarias clsicas/modernas y populares/tradicionales resulta, en parte, de haber seleccionado aquellos pasajes que ms la ponen de relieve, aun cuando estos sean decisivos y sobreabundantes. Sin em-bargo, no es menos cierto que, aunque sea como excepciones, en cada uno de ambos tipos pueden encontrarse rasgos del otro. As, por ejemplo, la Mara del Somnium es todo un smbolo de la relacin popular tradi-cional con la naturaleza y la comida que esta proporciona y, recprocamente, aspectos t-picos de las utopas clsicas, como el iguali-

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    tarismo o la abundancia de alimentos, estn tambin presentes en las utopas populares.

    (IN)CONCLUSIONESAquella paradoja del comensal moderno que se expresaba en saber cmo se debe comer pero, de hecho, no comer como se debe puede resultar desconcertante solo si se en-frenta como una situacin novedosa, que irrumpe por sorpresa. Pero, si se enfoca a la luz del anterior anlisis, puede verse como la manifestacin actual de una tensin entre dos modos de relacionarse con el mundo y, en particular, el mundo de la comida que, ya desde el arranque de la modernidad, arrastran fuertes inercias y, tambin desde entonces, han ido siendo objeto de diferen-tes compromisos y confl ictos.

    Para el primer modo, la actitud principal parte del diseo de un ideal que, proyectado hacia un futuro sin tiempo, lleva a cabo una crtica del presente y se supone con capaci-dad para moverlo hacia su realizacin. Para el segundo, se trata de extraer, directamente del presente, todas las posibilidades que ya se albergan en cada situacin concreta. Am-bas lneas de fuerza tratan de dinamizar un poder ser y, en particular, un poder co-mer: en un caso, trascendente; en el otro, inmanente. En el primero, moderno, el cono-cimiento experto es el motor al que se confa el poder de desplegar esas virtualidades; en el segundo, popular, ese papel se otorga a los modos comunes de saber-hacer, unos modos que la tradicin y la costumbre ponen al alcance de todos y cada uno.

    Las utopas clsicas dispararon la prime-ra actitud hacia aspiraciones hoy en parte ampliamente cumplidas aunque, por su pro-pia constitucin, siempre en estado perma-nente de perfectibilidad (as, la dieta medi-terrnea cumplira hoy un papel anlogo a aquel otro ideal alimenticio que esbozaron estas utopas). Tal es el caso, como hemos podido observar respecto de la comida, de la

    produccin artifi cial de unos alimentos cuyas abundancia y propiedades nutritivas enton-ces solo podan ser objeto de deseo, la ge-neralizacin de unos modales de mesa (mo-deracin, maneras, etc.) que entonces solo practicaban grupos muy restringidos, la pro-liferacin gracias a la qumica y a la inge-niera gentica de aquellas imitaciones imaginarias de sabores y texturas capaces de engaar el paladar, la delegacin en nutri-cionistas y otros expertos de las orientacio-nes alimenticias ms convenientes y tantas otras que el lector mismo puede constatar en los textos aportados.

    El carcter distpico respecto de las anteriores de las utopas populares mues-tra, junto a la seguridad en los propios sabe-res-haceres y la intuicin de la amenaza que se cierne sobre ellos, la mezcla inestable de sospecha y confi anza con que los anhelos y logros de las utopas clsicas son per-cibidos por el comn de la gente. Tal es el caso del dilema de Sancho entre la autoridad gastronmica que concede al doctor Recio y la confi anza en sus propios hbitos y apetitos culinarios, dilema que hoy reviven tantos co-mensales, como aquellos con cuyos juicios inicibamos estas pginas. Tambin lo es la insistente pervivencia de usos y costumbres exaltados reiteradamente en estas utopas, como la asociacin de la comida con el bu-llicio, la charla o el mero placer del comer por el comer.

    El confl icto entre los imaginarios culinarios que ambos tipos de utopas ponen de mani-fi esto (culto y moderno el uno, popular y tradicional el otro), y que aqu hemos ob-servado en sus oposiciones textuales (forma-les, semnticas, retricas y temticas), no es difcil seguir rastrendolo en la tensin que continuarn manteniendo entre s las utopas y distopas posteriores, aunque no hayamos podido detenernos en ello. Lo que s es paten-te es su reaparicin en la oposicin que tensa la paradoja del comensal contemporneo: saber cmo se debe comer y/pero, de he-cho, comer como no se debe. El comensal

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    de hoy sabe cmo se debe comer y ese se impersonal exhibe hasta qu extremo el ideal culinario moderno se ha impersonalizado y generalizado: se trata del saber racional al que apuntan las utopas clsicas. Lo sabe, pero de hecho, come como no se debe. Y en ese comer de hecho emerge una inercia gastronmica secular22, comer como siem-pre se ha hecho, comer como Dios manda: comer como se narra en las distopas cervan-tina y rabelesiana. Los dos polos de la para-doja se corresponden, respectivamente, con los ideales y prcticas alimentarios de cada uno de ambos imaginarios.

    Ahora bien, al traducir la tensin de la pa-radoja en trminos de confl icto de imagina-rios, la paradoja deja de ser tal, se resuelve. Y se resuelve del nico modo en que se re-suelven las paradojas: disolvindose. Efecti-vamente, el enunciado saber cmo se debe comer y/pero, de hecho, comer como no se debe es un enunciado que solo tiene senti-do en uno de los dos imaginarios en confl ic-to, el moderno. Esos deber y no deber apuntan a un ideal que es la comida racional, diseada y regulada por expertos. Es ms, el propio hablar del comer en trminos de deber, el actuar y, en particular, el co-mer en funcin de un ideal proyectado ha-cia el futuro es algo tpicamente moderno, frente a la inmanencia de los modos popula-res de hacer y de comer. Tan solo ese refi na-miento de la racionalidad moderna que tiene lugar con la Ilustracin dar por descontado que el saber cmo debe hacerse algo llevar de modo automtico a hacerlo as, que si la gente sabe cmo debe comer, comer como debe. Que no lo haga, solo es una paradoja dentro de los presupuestos implcitos en este imaginario. Y esa paradoja lo que revela son precisamente sus lmites y carencias. Enten-dida no como paradoja, sino como confl icto

    22 Ciertamente distorsionada por la confusin y gastro-nomia (Fishler, 1992) inducidas por siglos de convivencia e hibridacin de ambos imaginarios.

    entre dos imaginarios, su permanencia actual lo que revela es la todava vigente lucha por los signos que se inaugur con el juego de utopas y distopas que hemos estudiado.

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