William Ospina - En Busca de Bolivar

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    William Ospina

    En busca de Bolvar

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    Vivo mi vida en crculos abiertos

    Que crecen sin cesar sobre las cosas,El ltimo tal vez no lo complete,Pero quiero intentarlo.

    Rainer Mara Rilke

    Por calles que tienen nombres de batallasVoy solitario y vano.

    Jos Manuel Arango

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    Bast que muriera para que todos los odios seconvirtieran en veneracin, todas las calumniasen plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto,ya no era un hombre sino un smbolo. La Amrica

    Latina se apresur a convertir en mrmol aquellacarne demasiado ardiente, y desde entonces no huboplaza que no estuviera centrada por su imagen, civily pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre losAndes. Por fin en el mrmol se resolva lo que enla carne pareci siempre a punto de ocurrir: que elhombre y el caballo se fundieran en una sola cosa.

    Aquella existencia, breve como un meteoro, habailuminado el cielo de su tierra y lo haba llenado noslo de sobresaltos sino de sueos prodigiosos.

    Nunca en la Amrica hispnica se haba soadoas. El relato dorado anterior a la conquista acunabaotro tipo de sueos: el barro desnudo y ritual vivaen el mito, no haba emergido a la individuali-

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    dad y a la historia. Aquellos reyes que eran el Sol,aquellas diosas que eran la Tierra, aquellos poetasde Tenochtitln que suspiraban ante la brevedad dela vida, aquellos dibujantes de Tikal y de Palenqueque trazaban con arte exquisito las estelas mgicas delos templos, vivieron en un orden casi inconcebiblepara nosotros: vean en la tierra otra tierra y en el

    cielo otro cielo. Y los guerreros de conquista, quearrasaron y profanaron por cien aos un mundomucho ms vasto que Europa, no entendan desueos: slo de delirios y pesadillas.

    Bolvar saba todo eso. Conoca el relato de loslagos de sangre en que fueron ahogadas la noblezainca y la nobleza azteca, saba de los llanos de osa-

    mentas que prodigaron las espadas y los caones yque despus dispersaron los buitres. Saba del mantonegro de alas de murcilago que los artfices hicie-ron para Atahualpa y no me extraara que supieratambin de las esferas de piedra que padres antiguosenterraron en las florestas de Centroamrica, quizpara que sobre su perfeccin crecieran mundos ar-

    moniosos. Y saba tambin de la dulzura de frica,porque una de sus madres, y tal vez la ms entra-able, haba sido esa esclava Hiplita que le dio loque tal vez no sabra darle su blanca madre criolla:elemental ternura humana. Hiplita dijo es lanica madre que he conocido.

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    Como todos los americanos del sur, era un mes-tizo, sin que para ello importara la raza. Hlderlinhaba escrito poco antes, comparando la vida delhombre con la vida de los ros, que la ms grandeporcin de lo que somos se debe al nacimiento, ya ese rayo de luz que golpea la frente de los recinnacidos. Es grande el poder de ese rayo de luz natal

    sobre nuestra conciencia: nadie nacido en Colombiadejar de ser colombiano, aunque pase la vida enSamarcanda o en Tananarive, y Bolvar mismo es-cribi: La tierra del suelo natal, antes que nada,ha moldeado nuestro ser con su sustancia. Nuestravida no es otra cosa que la esencia de nuestro pobrepas.

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    Por su origen, perteneca a la aristocracia; pocoscriollos tuvieron como l privilegios. Verlo ac-tuar en sus primeros tiempos es ser testigos de lagestacin de una tempestad. En l estaban la fuerza,

    la indignacin, la rebelda. Y en el mundo que lorodeaba, el germen mismo de las revoluciones.

    Su propio padre, hombre poderoso y verdadera-mente acaudalado, ya senta la incomodidad de vivircomo un husped de segunda en la tierra de la queera dueo. Lleg a escribir a Francisco de Miranda,ofreciendo su apoyo para la causa de la emanci-pacin: A la primera sea que nos haga, estamosdispuestos a seguirle como nuestro jefe hasta el fin,y a derramar la ltima gota de nuestra sangre enesta empresa grande y honrosa. Tena demasiadoque defender para dejar que su incomodidad setradujera en rebelin, o no le alcanz la vida paracumplir su promesa.

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    Porque muy pocos de aquellos que lo tienentodo saben sentir lo que les falta. Esos mantuanosopulentos sentan los tacones de la metrpoli enla nuca; el aire que les faltaba era el aire de la au-tonoma, que empezaba a tener un nombre, quepronto slo cabra en la palabra independencia,pero el joven Bolvar tuvo que perder a sus padres

    para empezar a sentir la soledad engendradora dehazaas. Tena parientes en la vecindad de la coro-na, y por momentos los Bolvar podan engaarsediciendo que pertenecan a la nobleza reinante enlas Indias. Pero a los diecisis aos, en los patiosde Madrid, en la cercana de Godoy y de la reina,jugando con el joven prncipe como un miembro

    ms de la corte, Bolvar no dejaba de sentirse ajeno;haba una inquietud en l, una ansiedad.Esa cercana habra de servirle, sin embargo,

    para algo muy distinto de un envanecimiento: lsaba que no perteneca del todo al mundo de losamos. Ver la corona de cerca le permiti tempranoliberarse de la sumisin supersticiosa al poder de

    la realeza como se la padeci en Amrica durantesiglos. Todava hoy ciertos sectores privilegiadosde Amrica practican la ceremonia del besamanosante la ornamental aristocracia europea: cmo serahace dos siglos.

    Pero el muchacho al parecer escolt ms de unavez a la reina Mara Luisa en sus andanzas nocturnas

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    desde la casa de su protector hasta el palacio real, ytuvo suficiente roce con la corte para derribar, enuna rabieta de adolescente, el sombrero del jovenprncipe y ver que la reina le conceda la razn en suclera. Esos gestos casi insignificantes cobran algunamagnitud vistos a travs del lente de la distancia yreinterpretados en el contexto de los grandes dramas

    histricos. Muchos prceres americanos no podanimaginar siquiera esa corte que los dominaba desdeel otro lado del mar, y tenan cierta imposibilidadpsicolgica para asumir que ellos podan sustituir-la en los escenarios de la historia: Bolvar se librtemprano del temor reverencial, del respeto supers-ticioso por aquel mundo, gracias al azar de haberlo

    frecuentado en la edad en que se gesta la propialeyenda personal.Tuvo todava en la ilusin del amor la esperanza

    de vivir una vida dedicada a s mismo y a su fortuna.Quiz si Mara Teresa no hubiera muerto de fiebreamarilla en 1802, apenas llegada a Caracas, en con-tacto con esa tierra nueva, Bolvar habra sido otro

    mantuano ilustrado, dedicado a su hogar y a sushaciendas. Sobre eso nada puede decirse, porque eldestino se fragua siempre en la oscuridad, y si tardeo temprano salen a la luz sus gestaciones secretas,lo que s permanece oculto a nuestra mirada es loque pudo ser, lo que pudo modificar para siempreel azar.

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    La muerte de su esposa lo dej con todo su amorinsatisfecho, con una pasin ya intil llenandosus horas: un muchacho de diecinueve aos contodo el tiempo para s y para sus sueos. Sobre

    aquella tumba temprana jur no volver a casarse, ynunca traicion su promesa. Despus confesara queaquel duelo lo convenci de que no haba nacidopara ser feliz, y ello explica que, sin renunciar jamsa los placeres sensuales, dedicara la vida entera a unapasin distinta.

    Volvi a Europa, comprendiendo que lo que sehaba trado de all tal vez no era lo que haba ido abuscar. Y en Europa lo esperaba la revelacin de undestino. Pero ya no quiso anidar en Espaa, dondeun da, con el gesto romntico de un joven valiente yun poco salvaje, se haba resistido, espada en mano,por un callejn de Madrid, a una inspeccin policialacaso ordenada por el propio Godoy.

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    Viaj a Francia, que acababa de pasar por unaordala de ejecuciones, por las tempestades dela Asamblea Nacional, por la locura histrica de ladecapitacin de una monarqua, por las oleadas delos partidos sucedindose en el poder, cada vez mscidas las olas, cada vez ms radicales los discursos,de Mirabeau a Desmoulins, de Danton a Marat, de

    Robespierre a Saint-Just.Esas sombras recientes, clamorosas y trgicas,gravitaban sobre los jvenes de entonces, atentos ala historia, vidos de libertad y autonoma. Estabanaciendo la edad de las revoluciones: la ilusinredentora de que la voluntad humana poda opo-nerse a las fatalidades de la historia. Despertados

    de pronto por la Revolucin Francesa, los jvenesamericanos queran menos romper con Europa quecon el fardo medieval que Espaa haba descargadoen Amrica. El sueo de Rousseau les exiga accedera la modernidad, y no es de extraar que germinaraenseguida en su mente la semilla de libertad queestaban sembrando en el alma de Europa los enci-

    clopedistas y los filsofos ilustrados. Bolvar nacicon la revolucin, creci expuesto a sus fuegos, ycomo buen espaol de la periferia, reciba sin rece-los la influencia de Francia, que la Espaa centralsiempre se negaba a aceptar.

    Acaso ninguna frontera fue tan firme y tan hoscacomo los Pirineos. Esas montaas se alzaban como

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    smbolo de la reticencia de Espaa a dejarse influirpor la nacin vecina. Si esa isla, Inglaterra, estabaunida a Francia por la historia, esa otra isla, Espaa,trataba de olvidar que estaba unida a Francia por lanaturaleza. Por el Mediterrneo llegaron Fenicia yRoma, los judos y los moros; por el Mediterrneolas puertas estuvieron abiertas mucho tiempo, pero

    Francia no se haba atravesado siglo a siglocomo una fuerza hostil entre Espaa y Europa?No era una barrera en el corazn del imperiocuando Espaa era tambin Flandes y Alemaniay los reinos de Italia? Esa Francia que no se habasometido cuando Espaa llevaba el cetro del mundoquera ahora imponer sus filosofas y sus sueos a

    una nacin orgullosa de su antigedad y ebria desus smbolos.Hispania haba sido uno de los corazones del

    imperio romano, mucho ms que las Galias. Eracuna del poder y del espritu, la tierra de Trajano yde Adriano, la tierra de Lucano y de Sneca. Qupoda mostrar Francia que fuera semejante? Despus

    de ser fiel a los manes de Roma, Espaa se hizo fieltambin a las columnas de Cristo: mientras Iberiaproduca papas defensores de la ortodoxia, Franciaera ms bien semillero de herejes, tierra de ctaros,cuna de antipapas, surco fecundo para el cisma. Ycuando Espaa decidi arrojar lejos a los moros

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    y a los judos, Francia guardaba sus judos y hastase aliaba con los turcos de curvas espadas contra elpoder del emperador Carlos V.

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    Bolvar se convirti en algo casi ms indeseableque un suramericano: un afrancesado. Un hom-bre de palco en la pera, que derrochaba en Parsuna fortuna amasada en las haciendas de cacao de

    Caracas. Pero tambin en Francia se senta ajeno, yeso habra de agravarse cuando la rebelin, la sus-tancia misma de su ser, se vio atemperada por unanueva monarqua.

    Ahora el mar de la revolucin se empozaba bajoel tricornio del poder absoluto; Napolen mismotomaba la diadema de las manos temblorosas delpapa para ponerla sobre sus propias sienes bajo elcristal de las rosas de Notre Dame, y Bolvar, quehaba recibido invitacin del embajador de Espaapara asistir a la ceremonia y la haba rechazado conindignacin, se desliz por su cuenta, casi furtiva-mente, aquel 2 de diciembre de 1804, y prefiri verla escena desde la multitud, no desde los estrados

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    de los invitados oficiales, como muestra de su ma-lestar.

    La sangre republicana arda en sus venas. Vio enel emperador un traidor a la causa de la libertad,aunque no dej de estremecerse viendo a un millnde personas rugir en las calles su admiracin poraquel teniente de artillera exaltado por sus mritos

    a la condicin de rey y de semidis. La integridadmoral de Napolen estaba en duda, pero su gloriaera indudable, y el muchacho caraqueo soaba conuna gloria semejante, aunque la prefera conquis-tada por una causa ms noble. En el fondo, hastapoda sentirse satisfecho de que Napolen hubieracedido a la ambicin: se haba apoderado del ttulo

    de emperador de los pueblos, pero quizs haba de-jado para otro el ttulo ms honroso de libertadorde las naciones.

    Bolvar iba indignado por las calles: tena la san-gre demasiado encendida de Rousseau y de Diderot,de Voltaire y de Spinoza. Acaso tambin demasiadollena de Montesquieu, para entusiasmarse con el

    cesarismo del corso. Ya llegara la hora que le impu-siera la necesidad de ser cesarista y hasta de intentarhacerse Csar: la vida a todos nos impone ciertasclaudicaciones. Sin embargo, todava su sueo dedar libertad a Venezuela era apenas una idea sinmucha sustancia, un sueo quijotesco surgido dela lectura de los filsofos ilustrados, el sueo de un

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    girondino de la rue Vivienne, de un revolucionariode saln contagiado de modas francesas, y por esofue tan importante aquel encuentro, que debi darseen casa de su querida Fanny, la prima exquisita quelo haba consolado en su viudez.

    El husped desconocido del saln era un barnalemn de unos treinta y cinco aos. Por lo que nos

    dicen sus retratos y sus libros, bien poda eclipsar aBolvar en aquella sala, porque tena su elegancia yun cierto brillo de predestinacin, pero lo superabaen toda clase de conocimientos y no era inferioren la capacidad de expresarse con conviccin y desubyugar al auditorio. Y algo ms desconcertante:aquel alemn, catorce aos mayor que l, saba ms

    de Venezuela y de la Amrica hispnica que todoslos hombres de su tiempo y, por supuesto, infini-tamente ms que Bolvar.

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    Era Alejandro de Humboldt, y acababa de regre-sar de un viaje de cinco aos que lo llev porVenezuela y por Cuba, por la Nueva Granada, laprovincia de Quito y el virreinato del Per; despus

    haba pasado un ao entero en Mxico, la NuevaEspaa, y acababa de cruzar el territorio norteame-ricano y de conversar con los grandes hombres quehaban logrado la independencia de los EstadosUnidos.

    Al otro lado de la frontera, Guillermo de Hum-boldt reciba las cartas de su hermano y las compar-ta con su crculo de amigos ilustrados. Goethe ySchiller seguan en un mapa las rutas del joven. Sullegada a Francia fue un acontecimiento: los salonesse abran para el viajero que acababa de descubrirun mundo, y el propio Bonaparte lo recibi con unbanquete para escuchar el relato de sus exploracio-nes. Esto alentara tambin la tentativa del empe-

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    rador de apoderarse no slo de Espaa sino de susminas populosas al otro lado del Atlntico.

    Pero ms definitivo para la historia fue el en-cuentro de Humboldt con Bolvar: la versin dela Amrica equinoccial que pregonaban sus labiosfue una revelacin para el joven. l crea saber aqu mundo perteneca, pero los ojos de Humboldt

    eran los ojos de la Ilustracin y del romanticismo:Hlderlin no habra hablado con ms veneracin,con un sentimiento ms spinozista y pantesta deaquellas selvas pululantes de vida, de aquellos rosdonde los caimanes parecan bostezar mariposas, deaquellos rboles blancos de garzas, de aquella profu-sin de ramas que agitan alegres monos diminutos,

    de aquellas lianas que en realidad son serpientes,flores que al saltar son ranas venenosas, jaguaresque son la corona de las selvas voraces.

    El propio Bolvar dijo que Humboldt haba vistoen tres aos en el nuevo continente ms de lo quehaban visto los espaoles en tres siglos. El sabioalemn combinaba lucidez y pasin, haba sido ca-

    paz de asombrarse con Amrica en tanto que otrosslo la haban codiciado, y acababa de ver con ojoscasi espantados un mundo virgen, un mundo exu-berante, el milagro de la vida resuelto en millonesde formas, flores inverosmiles, selvas inabarcables,ros indescriptibles, de modo que lo que Bolvarvio surgir ante l no fue la Amrica maltratada por

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    los espaoles sino la Amrica desconocida y des-aprovechada por los propios americanos, el bravomundo nuevo que sera su destino liberar de lascadenas del colonialismo y despertar al desafo deuna nueva edad.

    Si alguien lo hubiera hecho beber de pronto laspociones que los indios de la llanura preparan con

    bejucos sagrados o con cortezas milagrosas, quizno habra alucinado mundos ms increbles que losque le descubri Humboldt en un francs erudito ycadencioso, y la imaginacin de Bolvar debi sentirfollajes desconocidos bajo la msica de los sueosde Rousseau, debi de or la clera de los puebloscondenados a vivir su purgatorio en el paraso.

    Soaba con la emancipacin pero no acababade concebirla, y tal vez el momento ms decisivode aquel encuentro fue cuando Humboldt, oyn-dole exclamar que el Nuevo Mundo slo podracumplir su destino si lograba sacudirse del dominioespaol, le asegur al joven, que segua pensativoluego de escucharlo, que las colonias americanas

    estaban en condiciones de independizarse. Despus,Humboldt, con el rostro resuelto y la mirada dequien lo ha visto todo, aadi, sin imaginar acasoqu fuego estaba encendiendo con esa mirada: Supas est maduro para la independencia, pero yofrancamente no veo quin podra encargarse dedirigir esa empresa.

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    No sabemos cules fueron las palabras precisasque pronunci, en aquel aire lleno del fuego de larevolucin, de esa capacidad de pedir imposiblesque era el espritu de la poca, pero el mensaje deHumboldt se qued clavado sin duda en su car-ne como una espina irremediable, y desde aquelmomento Bolvar slo so con la libertad de su

    tierra, y empez a presentir que sera l ese hom-bre que Humboldt reclamaba y que no crea haberencontrado. Bonpland, el compaero de viaje deHumboldt, que estaba presente, pronunci enton-ces la sentencia: Las mismas revoluciones producengrandes hombres dignos de realizarlas.