Republica Aristocratica

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28/09/08: La República Aristocrática: la expansión del capital nacional Durante este período se produce un notable desarrollo en la economía urbana. Se inició en la década de 1890 cuando la mayor parte de la agricultura y minería de exportación estaban controladas por peruanos y las ganancias se invertían directamente a la economía local. Por estos años, en Lima el sector industrial, el de servicios y el financiero experimentaron una rápida expansión. En 1900 había casi 7 mil obreros entre los 100 mil habitantes que albergaba nuestra capital. De otro lado en América Latina, Lima era la única capital cuyos servicios básicos (luz, agua, teléfono) pertenecían en su integridad al capital local. En este proceso destacaron tanto importantes figuras de la oligarquía como inmigrantes extranjeros, especialmente los italianos que llegaron a Lima a finales del siglo XIX. Nuevamente queda demostrado como los empresarios locales no se inhibieron en fomentar el desarrollo económico nacional. Muchos peruanos utilizaron técnicas modernas de manejo empresarial y diversificaron sus actividades invirtiendo en comercio, agricultura, bancos e industria. De esta manera, al igual que en Estados Unidos o Europa, se formaron grupos económicos de inversión que colocaron el dinero ganado en la exportación (agricultura y minería) a los negocios urbanos y a la ampliación del mercado interno. En este proceso tuvo enorme importancia el ejemplo recibido de las compañías extranjeras asentadas en Lima. Esto permitió que los métodos empresariales de los extranjeros influyeran sobre la élite local. Igualmente muchos peruanos estudiaron administración y negocios en universidades del exterior, o fueron empleados por las compañías extranjeras que operaban en el país. 21/09/08: La República Aristocrática: el populismo de Guillermo Billinghurst Por ello, en 1912, resultó electo Guillermo Billinghurst, un acaudalado salitrero de Tarapacá y miembro del clan pierolista. Pero este paréntesis dentro de la era civilista no significó la quiebra del "orden oligárquico" a pesar del discurso de Billinghurst, un populista precoz, orientado a las demandas de los sectores populares (los obreros a lo largo de la campaña lo llamaron el "Pan Grande"). Durante su breve y accidentada gestión, Billinghurst se enfrentó con la mayoría civilista del Congreso, con los demás partidos, con el ejército y hasta con la opinión pública. Desterró a Leguía y amenazó con disolver al Congreso para convocar nuevas elecciones parlamentarias. Quería reformar el sistema electoral incorporando a la Corte Suprema, entidad muy prestigiosa en aquella época. Sus medidas no eran del agrado de la oligarquía. Este contexto hizo que irrumpieran dos nuevos protagonistas políticos: los obreros y los militares. Los primeros habían sido manipulados por el propio Billinghurst desde 1909 en su época de alcalde de Lima; se preocupó por mejorar sus viviendas, enseñanza y sus condiciones de vida. Ahora en el poder garantizó toda huelga que estuviera respaldada por las tres cuartas partes de los trabajadores afectados. También concedió a los obreros del puerto del Callao la jornada de ocho horas y apoyó manifestaciones de comités de obreros para intimidar a sus opositores y presionar al Congreso. Esto era intolerable para la oligarquía que veía amenazado su monopolio en el control político. Los militares, por su lado, no veían con buenos ojos la actitud pasiva de Billinghurst frente al problema de Tacna y Arica; además, el Presidente había intentado reducir el

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28/09/08: La República Aristocrática: la expansión del capital nacional

Durante este período se produce un notable desarrollo en la economía urbana. Se inició en la década de 1890 cuando la mayor parte de la agricultura y minería de exportación estaban controladas por peruanos y las ganancias se invertían directamente a la economía local. Por estos años, en Lima el sector industrial, el de servicios y el financiero experimentaron una rápida expansión. En 1900 había casi 7 mil obreros entre los 100 mil habitantes que albergaba nuestra capital. De otro lado en América Latina, Lima era la única capital cuyos servicios básicos (luz, agua, teléfono) pertenecían en su integridad al capital local.

En este proceso destacaron tanto importantes figuras de la oligarquía como inmigrantes extranjeros, especialmente los italianos que llegaron a Lima a finales del siglo XIX. Nuevamente queda demostrado como los empresarios locales no se inhibieron en fomentar el desarrollo económico nacional. Muchos peruanos utilizaron técnicas modernas de manejo empresarial y diversificaron sus actividades invirtiendo en comercio, agricultura, bancos e industria. De esta manera, al igual que en Estados Unidos o Europa, se formaron grupos económicos de inversión que colocaron el dinero ganado en la exportación (agricultura y minería) a los negocios urbanos y a la ampliación del mercado interno. 

En este proceso tuvo enorme importancia el ejemplo recibido de las compañías extranjeras asentadas en Lima. Esto permitió que los métodos empresariales de los extranjeros influyeran sobre la élite local. Igualmente muchos peruanos estudiaron administración y negocios en universidades del exterior, o fueron empleados por las compañías extranjeras que operaban en el país.

21/09/08: La República Aristocrática: el populismo de Guillermo Billinghurst

Por ello, en 1912, resultó electo Guillermo Billinghurst, un acaudalado salitrero de Tarapacá y miembro del clan pierolista. Pero este paréntesis dentro de la era civilista no significó la quiebra del "orden oligárquico" a pesar del discurso de Billinghurst, un populista precoz, orientado a las demandas de los sectores populares (los obreros a lo largo de la campaña lo llamaron el "Pan Grande"). Durante su breve y accidentada gestión, Billinghurst se enfrentó con la mayoría civilista del Congreso, con los demás partidos, con el ejército y hasta con la opinión pública. Desterró a Leguía y amenazó con disolver al Congreso para convocar nuevas elecciones parlamentarias. Quería reformar el sistema electoral incorporando a la Corte Suprema, entidad muy prestigiosa en aquella época. Sus medidas no eran del agrado de la oligarquía. Este contexto hizo que irrumpieran dos nuevos protagonistas políticos: los obreros y los militares. 

Los primeros habían sido manipulados por el propio Billinghurst desde 1909 en su época de alcalde de Lima; se preocupó por mejorar sus viviendas, enseñanza y sus condiciones de vida. Ahora en el poder garantizó toda huelga que estuviera respaldada por las tres cuartas partes de los trabajadores afectados. También concedió a los obreros del puerto del Callao la jornada de ocho horas y apoyó manifestaciones de comités de obreros para intimidar a sus opositores y presionar al Congreso. Esto era intolerable para la oligarquía que veía amenazado su monopolio en el control político. 

Los militares, por su lado, no veían con buenos ojos la actitud pasiva de Billinghurst frente al problema de Tacna y Arica; además, el Presidente había intentado reducir el presupuesto de las fuerzas armadas. Por ello, los militares fueron llevados por el civilismo al juego político para deponer a un presidente que amenazaba el orden oligárquico y la seguridad nacional. 

Guillermo Billinghurst

23/09/08: La República Aristocrática: el retorno de Pardo y la crisis del civilismo

Tras la caída de Billinghurst, el civilismo volvía a controlar el proceso electoral y una convención de partidos designó al ex-presidente José Pardo y Barreda como candidato presidencial común. Su triunfo estaba descontado. A Benavides sólo le quedó llamar a elecciones en 1915 y convertirse en aquel tipo de militar que encabeza un golpe para preservar los intereses de la oligarquía, anticipo de lo que serían luego Sánchez Cerro, Benavides y Odría. 

El segundo gobierno del hijo del fundador del civilismo (1915-19) no pudo repetir las buenas intenciones del primero pues ahora el proyecto de su partido se había agotado como opción política, además, las repercusiones de Primera Guerra Mundial ocasionaron un malestar social por el derrumbe de los precios de las exportaciones afectando toda la economía latinoamericana. La situación pudo estabilizarse uno o dos años más tarde, sin embargo, el costo de vida se había duplicado entre 1914 y 1918, mientras los salarios se mantenían estancados. 

Por ello, estos años estuvieron marcados por la violencia política y uno de los hechos más visibles fue la presión del movimiento obrero apoyado por los estudiantes universitarios. En 1919 una ola de paros laborales culminó en una huelga general que 

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paralizó Lima. Las demandas eran la jornada general de las 8 horas de trabajo y la reducción del costo de vida. Las calles de la capital se convirtieron en un sangriento campo de batalla entre los huelguistas y la policía. Incluso ciertos sectores de la clase media simpatizaron con los huelguistas y se unieron a ellos en las calles. Mientras el civilismo se tambaleaba en el poder, Leguía se preparaba para darle la estocada final. Los demás partidos acusaban también una crisis muy seria al no interpretar los sentimientos de los nuevos actores sociales. El edificio elitista y antidemocrático diseñado por el civilismo se desmoronaba.

José Pardo y Barreda

13/06/08: Los años 20: sociedad y mentalidades

Podemos decir que los años 20 fueron de “resaca” y “recapitulación”. El mundo, tras haber experimentado el mayor conflicto nunca antes visto, la Gran Guerra (1914-1918), que había desmantelado no sólo buena parte de la economía europea sino diezmado su población, vio que la recuperación económica de esta década permitía augurar la llegada de "días felices". Existía la ilusión, tanto en Europa y como en los Estados Unidos, de que un conflicto tan devastador no podría repetirse, y que la propia racionalidad occidental, plasmada en la Paz de Versalles (1919), sería capaz de establecer los mecanismos necesarios para ello. En el Perú, la caída de la República Aristocrática, acompañada por una serie de huelgas obreras y marchas estudiantiles, quedaba atrás con el advenimiento al poder del carismático Augusto Bernardino Leguía, también en 1919. Su discurso optimista, su énfasis en promover las exportaciones y su política de endeudamiento externo convencieron a muchos peruanos de que el país estaba encarrilado, por fin, al tren del progreso. 

El crecimiento económico hizo que los sectores medios y altos, especialmente en Lima, comenzara a buscar fórmulas de escape y evasión, en la conciencia de que el placer y la diversión podían acompañar eternamente sus vidas. Los progresos técnicos (el fonógrafo, la radio o el automóvil) permitían vislumbrar un mundo dominado por el ocio y la carencia de problemas, al mismo tiempo que se era consciente de estar viviendo tiempos de apertura en muchos terrenos, sobre todo con respecto a una sociedad de laRepública Aristocrática que se percibía como menos permisiva. Por ejemplo, el cine y los deportes se convierten en espectáculos de masas, llenando los tiempos de las conversaciones y los intereses populares. Al mismo tiempo, parece llegada una época en la que poco a poco irán, si no desapareciendo, por lo menos aminorando las distancias sociales y económicas. Los pedidos del sufragio universal, la participación de las masas en la política, el acceso más o menos generalizado a un empleo (sobre todo en la creciente clase media) permitieron alcanzar un estado de confianza y relativo bienestar.

Sin embargo, buena parte de los intelectuales no comulgaron de ese optimismo. Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, asì como los escritores indigenistas, fueron muy críticos del modelo creado por la Patria Nueva. El malestar por un país (¿nación?) en crisis, reforzado e incrementado en 1929 con el crack económico, desveló la realidad de un país donde la miseria nunca dejó de estar presente. 

Los años veinte registraron también una progresiva liberalización de costumbres y, sobre todo, de la sexualidad. Ello se reflejó, por ejemplo, en el cine, que desde pronto comenzó la fabricación de "sex symbols" (Rodolfo Valentino y Douglas Fairbanks crearon los primeros arquetipos cinematográficos del héroe romántico). Por su lado, las mujeres empezaron a fumar en público y a frecuentar -no acompañadas- bares y lugares similares. Se generalizó el empleo de maquillajes faciales y de lápices de labios; las faldas se acortaron hasta la rodilla; la ropa interior femenina se simplificó y estilizó; los trajes de baño se redujeron de forma notable; el cuerpo pasó a ser objeto de atención especial para lograr su mantenimiento esbelto y bello. En fin, la sociedad “descubrió” la sexualidad femenina. La llegada de las imágenes a través del cine -o las revistas- introdujeron nuevos comportamientos. Las nuevas actitudes amorosas, por ejemplo, que los peruanos pudieron ver en el cinematógrafo, afectaron profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Si hasta 1900 las mujeres llevaban vestidos muy largos y los hombres trajes muy pesados, poco a poco la gente se va a despojar de todo lo que es indumentaria inútil, inadecuada para establecer una mejor relación el tipo de clima de la costa. Se inicia una especie de racionalización de la vida cotidiana, es decir, la gente quiere comportarse de manera más práctica. 

Pero a pesar de estos cambios, muy urbanos y mesocráticos, la moral seguía siendo sumamente tradicional. Una moral machista, donde el espacio público (la calle o la política) estaba reservado para los hombres; el espacio privado (la casa), en cambio, era el reino de la mujer. La mujer era una especie de “objeto sagrado” que se conservaba al interior de las paredes del hogar y representaba la virtud y la moral de una familia.

La imagen que publicamos corresponde a una postal de Lima hacia 1920 (cgi.ebay.es)

19/09/08: La República Aristocrática: los grupos políticos

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La política dependió básicamente de las relaciones entre el Partido Civil y la oposición representada por el Partido Demócrata, de Piérola. Los civilistas fueron mayoría en el Congreso y controlaron el Poder Judicial, la Junta Electoral Nacional y los periódicos más influyentes; coparon, además, otras instituciones como la Universidad de San Marcos. Su dominio era total y el núcleo de su élite lo constituyó un grupo informal conocido como los 24 amigos que se reunía semanalmente en el exclusivo "Club Nacional" para discutir los asuntos de gobierno.

Pero a pesar de este dominio aparentemente monolítico, el civilismo tuvo dos rupturas claves a su interior. La primera se produjo debido a una diferencia generacional entre los fundadores y los más jóvenes (encabezados por José Pardo y Augusto B. Leguía) quienes quisieron escalar rápidamente dentro del partido. La segunda pugna tuvo un matiz más personal ligado a la figura de Leguía, quien durante su primer mandato se mostró muy personalista contrariando el "orden legal". 

Por su parte, los demócratas de Piérola terminaron enarbolando un discurso populista y siempre hostil al Partido Civil, especialmente cuando se acercaban las elecciones y denunciaban intentos de fraude. Siempre dependieron de la figura y trayectoria de Piérola, a pesar del triunfo de Billinghurst en 1912. Como todo partido caudillista, el demócrata languideció a partir de la muerte de su fundador en 1913. Otros partidos de menor peso fueron el Constitucional de Cáceres, el Liberal de Augusto Durand, la Unión Nacional de Gonzáles Prada y la Unión Cívica de Mariano Valcárcel. Todas estas agrupaciones, incluyendo al Partido Civil, terminaron su ciclo durante la dictadura de Leguía a partir de 1919. Esto se debió no sólo al recorte de las libertades ciudadanas practicadas por el Oncenio, sino a la falta de fuerza y cohesión de estas agrupaciones por mantener el juego democrático y saber interpretar las demandas de los populares quienes deseaban transformar el perfil oligárquico del Estado. 

Estación del tren a Chorrillos (1907)

22/11/08: Los años 40: los ensayos democráticos

Luego del "Tercer Militarismo" republicano, representado por Sánchez Cerro y Benavides en los años 30, se intentó, desde el Poder Ejecutivo, designar al candidato a la Presidencia de la República. Así fue elegido, en 1939, Manuel Prado a su primer gobierno (1939-1945); pero este éxito también se debió al tácito apoyo del APRA y del Partido Comunista, en tanto que Prado era el representante de la tan buscada burguesía progresista, interesada en democratizar la vida del país. Se equivocaron. 

En 1945, sin embargo, José Luis Bustamante y Rivero no fue "designado" por Prado para ocupar la primera magistratura de la nación; su triunfo se inició con el nacimiento del Frente Democrático Nacional. El régimen de Prado respondió al esquema conservador de los anteriores; esto es, mantuvo fuertes vínculos con la oligarquía, gobernó dictatorialmente, reprimió al APRA, limitó fuertemente la actividad sindical e implantó una política económica de laissez faire orientada a la exportación. Bustamante, en cambio, no encajó en este patrón. Su breve gobierno (1945-1948), representó el primer esfuerzo para ofrecer una alternativa reformista al APRA, aunque para llegar al poder necesitó el apoyo electoral del partido de Haya de la Torre. Por ello, la oligarquía conspiró con los genrales que les eran adeptos para llevar un golpe que eliminara a Bustamante y restaurara una dictadura militar de derecha con el general Manuel A. Odría a la cabeza. 

La figura de Prado: Era Manuel Prado y Ugarteche (Lima 1889- París 1967) miembro de una de las familias más acaudaladas del país. El llamado "imperio Prado" se había formado desde finales del siglo XIX con inversiones urbanas en los sectores industrial, servicios públicos y financiero. Parte de él eran la fábrica textil de Santa Catalina, acciones en las empresas eléctricas y de teléfonos, y el Banco Popular. De otro lado, los hermanos Prado y Ugarteche eran hijos del presidente Mariano I. Prado, héroe de la Guerra con España de 1866 y presidente cuestionado durante la Guerra con Chile. De ellos, los más representativos eran Mariano (el empresario), Javier (el intelectual), y Jorge y Manuel (los políticos). Durante la República Aristocrática, el poder económico llevó a los Prado a la política siendo dirigentes importantes del Partido Civil. 

Manuel Prado estudió en la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos y en la Escuela Nacional de Ingeniería, donde se graduó de Ingeniero Civil. Se inició en la política cuando participó en la revuelta militar contra el gobierno de Billinghurst acompañando al general Benavides en su asalto a Palacio de Gobierno. Fue diputado por Huamachuco (1919) y luego desterrado, como muchos civilistas, por el régimen de Leguía (1921) y permaneció en Europa hasta 1932. A su regreso ocupó la presidencia de la Compañía Peruana de Vapores y la dirección del Banco Central de Reserva. 

25/09/08: La República Aristocrática: la exportación de lanas en la sierra sur

En esta zona del país se producían lanas de ovinos y camélidos en las haciendas y estancias ubicadas en las punas, quebradas y valles del llamado “sur andino”. Su exportación se llevaba a cabo por intermedio de sólidas casas comerciales arequipeñas y extranjeras establecidas en la ciudad de Arequipa. Entre las de origen extranjero estaban "Ricketts", "Gibson", "Forga", "Emmel", 

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"Weis" y "Sarfaty"; las nativas eran "Muñoz-Nájar", "López de Romaña", "Rey de Castro" e "Iriberry"; y, finalmente, los comerciantes “turcos” como Said, Salomón y Abugattás. 

A nivel nacional, de todos los sectores de exportación el de la lana fue el menos importante ya que solo representó el 10% de los ingresos por exportación entre 1890 y 1920. A nivel regional, sin embargo, fue el principal sector productivo de la sierra sur hasta el descubrimiento de las minas de Toquepala en la década de 1960. Entre 1916 y 1930, de los 80 millones de dólares en exportaciones que pasaron por el puerto de Islay, no menos del 73% correspondió a la lana.

Un aspecto importante es que mientras otros sectores de exportación, como la caña y el algodón, se desarrollaban dentro de empresas con relaciones “capitalistas” de producción, el de la lana se estableció integrando a pequeños productores al mercado mediante el “trueque” o por la expansión de la producción de lana en las grandes haciendas que absorbían las tierras de las comunidades indígenas generando no pocos conflictos y eventuales rebeliones. 

En este mundo básicamente “tradicional” se desarrolló una estructura triangular de gran importancia donde, según Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram: Los tres polos eran los productores en pequeña escala, los productores en gran escala (haciendas) y los comerciantes que se encargaban de la exportación de la lana. El primer grupo, es decir, el que siempre ha producido lana de alta calidad proveniente especialmente de la alpaca, es el de los pastores indígenas de la sierra, mientras que la lana de oveja, de menor calidad (aunque también producida por el sector de pequeña escala) ha sido el producto principal de las grandes haciendas del sur. Los grandes terratenientes y comerciantes, quienes formaban el núcleo de la elite económica del sur, fueron relativamente independientes del resto del perú y los vínculos entre estos grupos y las empresas que operaban en el centro y norte se encontraban escasamente desarrollados. 

Mollendo (Islay) a principios del siglo XX

10/10/08: Notas sobre las mentalidades durante la República Aristocrática, 1895-1919

Durante estos años, las elites miraban a Europa en la vida cotidiana, especialmente hacia París. Lima, por ejemplo, empezaba a transformarse y las avenidas principales, La Colmena y el Paseo Colón, terminaron irradiando una fisonomía francesa que era signo y norte de un modo de existir. De otro lado, el auge de la riqueza generada por la exportación del caucho y el mito del “imperio” pionero de Carlos Fermín Fitzcarrald, que acababa de morir, estaban en su cúspide.

La cultura de la República Aristocrática, entonces, estaba totalmente europeizada o, en otras palabras, afrancesada. En este sentido, la llegada del cinematógrafo, con sus imágenes, trasladaba imágenes del Viejo Mundo a las mentes urbanas, limeñas y de otras ciudades de la costa. Esas imágenes en movimiento hacían posible que la gente pudiera saber cómo eran los países europeos o los Estados Unidos. Podían ver cómo se vestían sus gentes, cómo calzaban, cómo caminaban, qué tipo de sombrero llevaban, cómo eran sus bares o restaurantes y es bastante probable que fue de esta forma como la elite asimiló costumbres y comportamientos. El cinematógrafo, en síntesis, cumplió, una eficaz función -como ahora podrían ser los noticieros y los documentales de televisión- de vehículo de transmisión de estas influencias foráneas, más modernas o “civilizadas”.

El Perú de esa época estaba viviendo lo que Europa había vivido entre los siglos XVIII y XIX. Existía un retraso de los comportamientos sociales respecto de Europa, a pesar de que nuestro orden político, una República "democrática", era un sistema muy moderno. En otras palabras: las costumbres de las personas, la forma de pensar o la vida cotidiana más bien pertenecían a una sociedad de antiguo régimen. Pero frente a estos esquemas tradicionales, llegaban el cinematógrafo, el automóvil, el teléfono, el aeroplano o las vacunas que fueron lo que la computadora, un producto de punta de la tecnología moderna, representa para el momento actual. Todos estos “avances” o inventos se incorporan aquí como algo postizo, como ocurrió con los ferrocarriles que construyó Henry Meiggs en el siglo XIX.

De otro lado, las élites ejercían sobre los demás grupos de la sociedad una suerte de tolerancia paternalista fruto de la educación y la moral de su tiempo. Asistían a las procesiones, a las corridas de toros, a los paseos por las lomas de Amancaes, a ciertos espectáculos deportivos y también al cine. Eran actitudes típicas de principios de siglo donde los grupos superiores se entremezclaban con el pueblo para obtener legitimidad y consenso.

La moral por esos años era sumamente tradicional. Una moral machista, donde el espacio público (la calle o la política) estaba reservado para los hombres; el espacio privado (la casa), en cambio, era el reino de la mujer. La mujer era una especie de “objeto sagrado” que se conservaba al interior de las paredes del hogar y representaba la virtud y la moral de una familia. Sin embargo, poco a poco, la llegada de las imágenes a través del cine o las revistas introdujeron nuevos comportamientos. Las nuevas 

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actitudes amorosas, por ejemplo, que los peruanos pudieron ver en el cinematógrafo afectaron profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Si hasta 1900 las mujeres llevaban vestidos muy largos y los hombres trajes muy pesados, poco a poco la gente se va a despojar de todo lo que es indumentaria inútil, inadecuada para establecer una mejor relación el tipo de clima de la costa. Se inicia una especie de racionalización de la vida cotidiana, es decir, la gente quiere comportarse de manera más práctica. 

LA "belle epoque".- Nacida en Europa, fue una expresión nostálgica, retrospectiva. Los europeos echan de menos la época anterior a los horrores de la Primera Guerra Mundial. Evoca el período entre 1890 y 1914 de una Europa próspera que todavía conserva la paz. Y la época es “bella” porque la civilización del Viejo Mundo es todavía la más refinada e influyente del planeta. Un tiempo donde los aristócratas vacacionaban y buscaban placer en Niza o Biarritz. La burguesía, por su lado, vive en sus edificios señoriales de las grandes ciudades; compra los primeros automóviles, descubre los baños de mar y la emoción en los casinos. Fue también la época de los pintores vanguardistas que encarnan la creación lúdica. A las muchedumbres urbanas, por último, la sociedad le propone los primeros ocios de masas (como la práctica del deporte). Sin embargo, esta época no fue “bella” para todos. Cientos de barcos repletos de inmigrantes seguían la ruta hacia el gran sueño americano. Eran personas a quienes la “prosperidad” les negaba un lugar. Los menos afortunados, los que se quedaron, tuvieron que sobrevivir en medio de las hambrunas campesinas de la Europa oriental o trabajar, como topos, en los centros mineros. El Perú, especialmente Lima, vivió, a su manera, labelle epoque. Fue una locura, sobre todo entre los jóvenes de la élite y la clase media quienes sentían inconformidad ante esa sociedad aburrida y sin emociones. Por ello los automóviles, los cafés, una vida nocturna más prolongada -desde que se instaló la luz eléctrica-, y los nuevos vicios como los fumadores de opio en el barrio chino, le dieron a la Capital una nueva vida.

Frontis del famodo "Palais Concert" de Lima

30/09/08: La República Aristocrática: las primeras industrias

Durante este período, se produce un notable desarrollo en la economía urbana pues buena parte de las ganancias de los exportadores revertieron directamente a la economía local. Es la época que en Lima la industria, los servicios públicos (agua, luz y teléfono) y la banca experimentaron una rápida expansión. Lima era la única capital latinoamericana cuyos servicios básicos pertenecían en su integridad al capital nacional. En este proceso destacaron tanto importantes familias de la oligarquía como inmigrantes extranjeros, especialmente los numerosos italianos que llegaron desde finales del siglo XIX. Es la época en que se formaron grupos económicos de inversión siguiendo el "efecto demostrador" recibido de las compañías extranjeras. Esto permitió que las técnicas empresariales de los extranjeros influyeran sobre los miembros de la élite nacional. Igualmente, muchos peruanos estudiaron métodos empresariales británicos, franceses y norteamericanos en el exterior, o fueron empleados por compañías extranjeras que operaban en el país. En este sentido queda demostrado que la élite fomentó el desarrollo económico nacional y promovió un proceso de industrialización autónomo. 

Fábrica de helados D'Onofrio

En 1896 se creó la "Sociedad Nacional de Industrias" y el "Instituto Técnico e Industrial del Perú" para servir al gobierno como órgano consultivo y al público como centro de información en técnicas industriales. De las diversas ramas, la textil fue la que alcanzó mayor desarrollo y progreso, especialmente la industria manufacturera de tejidos de algodón. En Lima se encontraban las principales fábricas como "Santa Catalina" (1888) y "San Jacinto" (1897). De otro lado, inmigrantes italianos fundaron las fábricas de helados "D'Onofrio" en 1897 y de elaboración de harina como "Nicolini Hermanos" en 1900. En 1906 había en Lima 7 fábricas de fideos y 12 en provincias. La producción de galletas estuvo monopolizada por Arturo Field. La industria cervecera, establecida desde mediados del siglo XIX, estaba representada por "Backus y Johnston" en Lima; en el Callao, "Fábrica Nacional de A. Kieffer", que luego pasaría a la familia Piaggio. Las fábricas de bebidas gaseosas incluían a "La Higiénica", "Las Leonas", "Nosiglia" y "La Pureza", de R. Barton; en 1902, Manuel Ventura introdujo la "Kola Inglesa". En Arequipa estaban las de "Yura" y 

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"D. Gutiérrez". De otro lado, en 1898, se establecieron dos fábricas de fósforos: "El Sol" y "La Luciérnaga". 29/09/08: La República Aristocrática: el resurgimiento del sistema bancrio

El sistema bancario fue sobreponiéndose tras su prácticamente desaparición durante la Guerra del Pacífico. El "Banco Italiano" (hoy "Banco de Crédito") se inició en 1889 como una asociación de comerciantes italianos. En 1897 el "Banco de Londres, México y Sudamérica" se asoció al "Banco del Callao" dando origen al "Banco del Perú y Londres", que financiaba exportaciones agro-azucareras del norte y de Lima. En 1899, la familia Prado fundó el "Banco Popular" como mecanismo para financiar las actividades empresariales del grupo familiar. El capital bancario más importante era movido por el "Banco del Perú y Londres" y el "Banco Italiano"; cada uno colocaba alrededor de un millón de libras peruanas.

Oficinas del Banco Italiano

También en Lima, esta vez en el plano económico, empezaron a funcionar varias sociedades anónimas: la "Compañía de Seguros Rímac", la "Compañía Internacional de Seguros", el "Banco del Perú y Londres", el "Banco Internacional" (hoy llamado "Interbank"), el "Banco Popular", la "Sociedad de Alumbrado Eléctrico" y la "Compañía de Fósforos El Sol", entre otras. 

Durante el Oncenio se quiso crear un "Banco de la Nación" para emitir cheques circulares y regular el circulante, labor que hasta entonces era realizada por los bancos comerciales o privados. También se ocuparía de regularizar el servicio del presupuesto (pagos y cobros) y financiar diversas obras públicas. El proyecto no prosperó. 

Recién el 9 de marzo de 1922 se aprobó el funcionamiento de un "Banco de Reserva" para organizar el sistema crediticio y la emisión monetaria. Es a partir de este momento que recién se puede hablar de una moneda nacional en el Perú. Su capital inicial fue de 2 millones de libras peruanas y su directorio lo formaban siete miembros: tres elegidos por los bancos, uno como defensor de los intereses extranjeros y tres nombrados por el gobierno. Además de tener total independencia del Ejecutivo, debía emitir billetes respaldados por oro físico, fondos efectivos en dólares y en libras esterlinas, no menores del 50% del monto de dichos billetes. Por último, debía atender imposiciones de cuenta corriente de los accionistas y del gobierno, actuaría como Caja de Depósitos, podría aceptar depósitos del público pero sin intereses y negociar en moneda extranjera de oro u oro físico, además establecer los tipos de descuento. 

El Oncenio también inauguró en el país la llamada "banca de fomento" fiel al nuevo papel asignado al Estado por la Patria Nueva. De esta forma, en 1928, inició sus funciones el "Banco de Crédito Agrícola" que debía impulsar la producción agropecuaria en el país. Lamentablemente sus créditos estuvieron destinados a los barones del azúcar y del algodón, no así a los pequeños propietarios o a las comunidades campesinas de la sierra. Ese mismo año se fundó el "Banco Central Hipotecario" para facilitar el crédito a los pequeños y medianos propietarios.

Local del Banco del Perú y Londres ocupado por la Municipalidad del Callao

31/10/08: Notas sobre la clase alta peruana (2)

La antigua oligarquía, vinculada en su mayoría al Partido Civil, recibió un duro golpe político durante el "Oncenio" de Augusto B. Leguía, al ser desplazada del gobierno. Sin embargo, el líder de la Patria Nueva no afectó mayormente su influencia social y económica. El asunto fue que durante los años 20 nuevas familias, que se enriquecieron bajo los negocios del leguiísmo, tocaron la puerta para ingresar a los círculos de la clase alta. Algunos de estos nuevos ricos fueron aceptados, otros no. 

A partir de los años 30 la élite estuvo conformada por personajes vinculados a la agricultura y minería de exportación, y aquellas familias que empezaron a invertir en la industria y la banca conformando un germen de burguesía empresarial. Estos nuevos grupos estuvieron mejor dispuestos a la negociación política y a la apertura democrática, pero no vacilaron en provocar respuestas represivas y antipopulares a fin de mantener su dominio sobre el resto de la sociedad. Si bien este grupo no dio en un inicio ningún presidente, se escudó en militares como Luis M. Sánchez Cerro u Óscar R. Benavides (eltercer militarismo), y luego 

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Manuel A. Odría, para seguir controlando el país. Entre 1930 y 1956, la oligarquía recortó las libertades públicas y sindicales y no dudó en perseguir a los partidos considerados “subversivos” o fuera del orden, como el APRA y el Partido Comunista. 

En suma, la clase alta estuvo integrada por familias antiguas y modernas que tuvieron como elemento común el acceso al poder económico. Este grupo, además, ha ido dejando algunos valores tradicionales al incorporar nuevas ideas hábitos de consumo de influencia no tanto ya europea, como en la República Aristocrática, sino norteamericana debido a la hegemonía mundial de los Estados Unidos. Dentro de este grupo hay, además, muchos extranjeros de primera o segunda generación (italianos, sobre todo) ya muy identificados con el país y que tienen acceso a cargos públicos e inclusive aspiraciones presidenciales.

Este grupo empezó a variar moderadamente durante la dictadura del general Odría, en los años 50, debido al enriquecimiento de quienes resultaron beneficiados por el comercio de exportación en los años de la Guerra de Corea y de la reconstrucción de Europa, luego de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la ayuda norteamericana del Plan Marshall. Algunos de estos empresarios, como los vinculados a la venta de harina de pescado, no habían pertenecido anteriormente a este grupo. Lo cierto res que ahora el ingreso económico se fue perfilando como el factor determinante en la ordenación de la sociedad. Se aceptó a estos nuevos ricos en este primer estrato, aunque con algunas restricciones, pues instituciones como el Club Nacional no estuvieron dispuestas a admitir en su seno a quienes no poseían ciertas calidades sociales, más allá del simple factor económico. 

El Club Nacional, Plaza San Martín de Lima

10/05/11: Manuel González Prada: el primer peruano moderno

Entrevista a Juan Luis Orrego en Biblioteca Imprescindibles Peruanos publicada por el diario El Comercio

La obra en prosa de González Prada es una consecuencia de la guerra con Chile. ¿Se puede decir que con la derrota nace tanto el Perú contemporáneo como su primer pensador moderno?

Históricamente sí, pues el Perú moderno nace después del fracaso de la primera república, marcado por el caudillismo, el derroche del guano y la derrota contra Chile. Horas de lucha se termina de escribir, a pesar del criticismo de su autor, cuando nacía lo que Basadre llamó la “República Aristocrática”, un periodo marcado por el consenso político, la estabilidad institucional y un crecimiento y desarrollo autónomos. Ahora, si bien es cierto que antes de la Guerra del Pacífico hubo algunos políticos e intelectuales que denunciaron la decadencia o la inmoralidad (Fernando Casós, por ejemplo), Gonzáles Prada se presenta como un “libre pensador” convertido al anarquismo, al anticlericalismo e, incluso, al ateísmo; no hay duda que es tributario de una pensamiento que le era ajeno a cualquier crítico precedente. Es también moderno porque se perfiló en uno de los intelectuales de mayor trascendencia en el desarrollo de las ideas políticas del siglo XX peruano. Influyó notablemente en el pensamiento de la Generación del 900 y en las ideas de Haya de la Torre y Mariátegui. 

José Carlos Mariátegui escribió: “González Prada no interpretó este pueblo, no esclareció sus problemas, no legó un programa a la generación que debía venir después. Mas representa, de toda suerte, un instante –el primer instante lúcido– de la conciencia del Perú”. ¿Considera que esta es una apreciación correcta?

Si tenemos en cuenta que el estilo de Gonzáles Prada se quedó en el discurso, el ensayo o el estilo panfletario, la opinión de Mariátegui se ajustaría a lo correcto. No hay en el autor de Páginas libres un libro orgánico, una investigación sólida y documentada sobre un tema en particular o un programa político integral y de largo aliento para el país. El libro que comentamos aparece en 1908 y, aun año antes, en Francia, Francisco García Calderón ya había publicado Le Pérou contemporain, primer libro de interpretación de la realidad peruana desde la óptica del civilismo más “progresista”. Para algunos, su figura tampoco calzaría en el perfil de maestro, pues su espíritu libre le impidió formar un grupo o una generación de discípulos. Sin embargo, sus ideas, que eran como latigazos a la conciencia nacional, su espíritu hipercrítico, casi incendiario, y su lucidez para captar lo que otros no veían o no querían poner por escrito, lo colocan como referente del intelectual que es percibido como la “reserva moral” de un país. 

A través de su vida González Prada fue positivista, liberal, librepensador y anarquista. ¿De él se puede decir que legó una

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ideología o de un espíritu de denuncia?Más que una ideología, nos legó un espíritu de denuncia, una voz de alarma, por ejemplo, ante la mediocridad y la corrupción públicas. De allí su ascendencia, especialmente en los jóvenes (como en el caso del joven Haya de la Torre), por ese espíritu de rebeldía ante el orden establecido. 

Es notoria su influencia en la obra de Mariátegui y Haya de la Torre, sobre todo en lo que respecta al problema del indio. ¿Cómo se puede evaluar la importancia de Páginas Libres y Horas de Lucha en el derrotero del siglo XX peruano?En efecto, para nuestro autor el Perú estaba formado, básicamente, por una multitud de indios diseminados en la Cordillera. El problema del indio –añadió- había sido creado por la Conquista por la crueldad y la ambición de los invasores. El indio, sin embargo, no era inferior al blanco o al mestizo. Su problema se resolvería dándole educación de calidad e independizarlo de las tres “autoridades” que lo explotaban (el gamonal, el prefecto y el cura) para que logre mejores condiciones sociales y económicas en la vida nacional. La república criolla, concluyó Gonzáles Prada, no había cambiado el estado de postración del hombre andino. Estas ideas tuvieron enorme influencia no solo en Haya o Mariátegui sino también en la generación de intelectuales indigenistas de la década de 1920. Asimismo, al afirmar que los grandes problemas del Perú, provenían del legado de España, una nación atrasada a la que había que olvidar si queríamos construir un país moderno, fue uno de los precursores, también a nivel intelectual, de lo que luego las ciencias sociales, en la segunda mitad del siglo XX, llamó la “herencia colonial” para explicar la realidad peruana. 

Nada escapa del fuste de Horas de Lucha. ¿Cómo encajó la sociedad peruana este ataque contra ella?A corto plazo, en casi nada. La “República Aristocrática”, dominada por el civilismo, siguió su curso, sin grandes sobresaltos, hasta 1919. El modelo económico, orientado a la exportación, y la situación del indio, a pesar de la rebelión de Rumi Maqui (Puno, 1915), se mantuvieron casi inalterables. Por su lado, la Generación del 900, encabezada por José de la Riva-Agüero y los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, si bien en un inicio se entusiasmó con las ideas del ilustre librepensador, no encontró sitio en el Partido Civil. Los García Calderón se fueron del país antes de la publicación de Horas de lucha y Riva-Agüero, luego de la creación de un partido que no tuvo arraigo popular y del golpe de Leguía, se autoexilió y, de su liberalismo inicial, emigró a posturas más conservadoras. En todo caso, las luchas obreras que se dieron durante estos años sí estuvieron teñidas por las ideas anarquistas defendidas por Gonzáles Prada y algunos inmigrantes europeos, especialmente italianos, asentados en Lima. 

Luis Alberto Sánchez señala que la obra de González Prada ha pasado por diversos procesos de apreciación y negación. ¿No es una ironía de la historia hacer de él un autor “oficial”? ¿Ha terminado siendo más importante para la literatura que para la política?Desde muy joven, Luis Alberto Sánchez fue admirador de las ideas de Gonzáles Prada y, cuando escribió su historia de la literatura peruana, lo incluyó en un lugar protagónico. Para bien o para mal, sabemos que la obra de Sánchez estableció el canon de los autores y las obras que debían formar parte de la literatura nacional. De allí que aparezca un escritor tan contestatario (y solitario) formando parte de la lista “oficial” de autores peruanos. 

En Horas de Lucha se aprecia el germen de varias corrientes que no aflorarían sino hasta varias décadas después, como el feminismo, el vegetarianismo, el laicismo y hasta incluso un indigenismo más sociológico que romántico, por llamarlo de alguna forma. ¿Qué tan adelantado estaba González Prada a su época?No sé si “adelantado”, aunque por lo menos bastante “actualizado” con las corrientes ideológicas e intelectuales de su época. Su formación académica, su estancia en Europa y el deseo de estar al día con las nuevas ideas hicieron de él también un hombre cosmopolita. Cuando leemos Horas de lucha constatamos su gran dominio de la historia, de los autores clásicos y los pensadores de su tiempo. 

¿Por qué un peruano debería leer Horas de Lucha ahora? ¿Cuál es su vigencia más de cien años después?Porque nunca debe perderse el horizonte crítico, la capacidad de rebelarse o de indignarse frente al atropello, la corrupción la explotación o la inoperancia. Esa es, en el fondo, su vigencia. Frente al acomodamiento, a la mirada al costado o a la contemplación pasiva, Horas de lucha es un llamado a la reflexión y a la acción. También es un llamado a la honestidad intelectual, a la coherencia entre el pensamiento y la vida práctica. 

13/09/10: Plazuela Federico Elguera

Esta plazuela, ubicada entre la avenida Wilson y el jirón Quilca, tiene una antiquísima historia. Según antiguos testimonios, era punto de intercambio comercial el Callao y Lima, ya que los pescadores acudían aquí, luego de entrar por la puerta de San Jacinto (una de los ingresos de la antigua Muralla), a intercambiar sus productos. Esta función, que se remonta a los tiempos del Virreinato, casi no se alteró en los años republicanos. En una esquina de la plazuela hay una cruz de madera que recuerda a los 

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limeños fusilados durante la ocupación chilena. Con la trasformación de la ciudad en los años de la República Aristocrática, la plazuela (llamada “Plaza de la Salud” por estar ubicada aquí la Estación de la Salud del ferrocarril al Callao) se refaccionó y, a principios de la década de 1950, cuando era alcalde de nuestra ciudad Luis T. Larco, se inauguró el monumento en homenaje a Federico Elguera, burgomaestre de Lima entre 1901 y 1908. Hoy, esta pequeña plazuela, está adornada con flores y se encuentra rodeada por enormes edificios. 

Según Pedro Benvenuto, en la esquina de la cruz había antiguamente una pulpería, propiedad de un genovés, don Bartolo, quien decoró su local con dos óleos, uno de Garibaldi y el otro del rey Víctor Manuel, artífices de la Unificación Italiana. Prosigue Benvenuto: la plazuela –de trágicos recuerdos en los días de la ocupación chilena –tiene la forma de un triángulo y está rodeada de casas de un solo piso, salvo la estación de la Salud del F.C. Inglés de Lima al Callao. Durante la invasión chilena ciertos barrios como los de San Isidro y la Cruz se hicieron célebres por la encarnizada persecución que hacían sus vecinos a todo soldado chileno que caía por allí en tardes horas de la noche. Habiéndose repetido los asesinatos el Gobernador militar Patricio Lynch quiso suprimir esas manifestaciones de la indignación popular contra los invasores, de una manera radical; para esto se apresó a varios sospechosos de estos barrios, se les quintó y fueron fusilados junto a la tontería de don Carlos el alemán, y otros en la pared fronteriza, ya para entrar en la calle de Bravo. Clavadas en al pared dos cruces –que empéñanse los pintores ramplones en cubrir con pintura al temple, color amarillo del rey-recuerdan tan luctuosos sucesos. 

El busto de bronce, con pedestal de granito, de Elguera, ubicado en la parte central de la plazuela, fue obra es el escultor peruano don Luis F. Agurto. Recordemos que durante Elguera, durante su administración, hizo su gran “esfuerzo civilizador” en la ciudad. Entre sus obras más importantes, figuran:

1. La modernización de la Plaza de Armas2. La inauguración del monumento a Bolognesi3. La construcción del mercado de la Aurora y del Baratillo4. La pavimentación y el asfaltado de las calles de Lima. 5. La iluminación eléctrica de la capital.6. La promoción del transporte con tranvías eléctricos.7. En el aspecto sanitario, canalizó las aguas servidas, inauguró baños públicos, dotó de agua potable al Parque de la Exposición, creó el instituto de bacteriología y el lazareto para leprosos. 8. En el ámbito cultural, inauguró la pinacoteca Ignacio Merino e impulsó la construcción del hoy Teatro Segura, inaugurado como teatro municipal el 14 de febrero de 1909. 

(skyscrapercity.com)

Mañana, plazuela de Las Nazarenas.

27/09/08: La República Aristocrática: el "boom" del caucho

La explotación del caucho, también llamado “jebe” o shiringa por los nativos de la  selva, tomó importancia a finales del siglo XIX y significó el despertar de ciudades amazónicas como Iquitos en Perú (en 1851 era un modesto pueblo de pescadores  con menos de 200 personas convirtiéndose, en 1900, en una pujante ciudad de 20 mil habitantes) o Manaos en Brasil. 

La demanda del comercio internacional impulsó la extracción de este recurso natural que trajo importantes beneficios al tesoro público entre 1882 y 1912. Un nuevo mito de “El Dorado” se elaboraba en la selva, aunque para las poblaciones de aborígenes representó la quiebra de su organización social, de su vida económica y de sus creencias. Esto sin contar el problema demográfico. De esta forma se escribía una nueva página del eterno choque entre las necesidades de Occidente y el modo de vida de los indígenas americanos. 

Para el país la explotación cauchera representó un importante, aunque violento, paso en la ocupación, bajo criterios nacionales, del espacio amazónico. En este sentido se exploró la Amazonía reiniciándose importantes estudios geográficos a cargo de la Junta de Vías Fluviales, creada en 1901, que continuó a los de la Comisión Hidrográfica que funcionara desde 1860. 

Los nativos de la selva usaban el caucho para sus juegos (hacían pelotas con él) o para impermeabilizar bolsas. El mundo occidental comenzó a necesitarlo desde 1823 cuando Macintosh logró patentarlo para la manufactura de productos impermeables. Más adelante, en 1839, Charles Goodyear descubrió que si el caucho se mezclaba con azufre y se calentaba se obtenía un producto más fuerte, elástico y resistente tanto al frío como al calor. 

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A raíz de ese descubrimiento, el "vulcanizado", la producción del caucho en Brasil, por esos años el primer productor mundial, se incrementó notablemente para subir de 338 toneladas en 1840 a 2,673 en 1860. A finales de siglo, el caucho se convirtió en un producto imprescindible para la industria automotriz cuando, en 1888, se patentó el procedimiento para fabricar llantas inflables. 

El auge cauchero atrajo a la amazonía a numerosos migrantes que trabajaron en su explotación (como los casi míticos Carlos Fermín Fitzcarrald o Julio César Arana) y en los servicios vinculados a la misma. 

Como cualquier industria extractiva, no consideraba útil la conservación del medio ecológico ni la del árbol productor del jebe, pues se pensaba que el recurso era inagotable (como antes parecía serlo el guano). De esta manera, los árboles eran talados indiscriminadamente y los caucheros pronto se ganaron una siniestra fama frente a la población nativa. Eran los portadores del mal, además de ser transmisores de enfermedades, como el tifus o la malaria, que diezmaron seriamente a la población nativa. Se calcula que unos 40 mil nativos murieron de estas enfermedades durante el "boom cauchero".

Si miramos algunas cifras, en 1897 el caucho representaba el 9.3% del total de las exportaciones del país. En 1884 se exportaron 540,529 kilos mientras que, entre 1900 y 1905, salieron por el puerto de Iquitos más de 2 millones de kilos de caucho por año. De otro lado, en 1900 el monto en libras esterlinas por su exportación fue de 378,318 y en 1905 fue de casi un millón. A partir de ese momento, le salieron competidores de otras partes del mundo. Exploradores británicos habían exportado plantas a la India y a Ceylán donde se desarrollaron extensas plantaciones. El precio del caucho empezó a disminuir en el mercado. Luego aparecería el jebe sintético. La era del caucho estaba finalizando para el país. 

20/09/08: La República Aristocrática: la sucesión presidencial

Como habíamos mencionado, en 1899 Piérola y los civilistas se unieron para poner a Eduardo López de Romaña, un hacendado azucarero, en el gobierno para el período 1899-1903. Durante su administración, aparte de quebrarse en definitiva el compromiso político entre civilistas y demócratas, se deterioraron las relaciones con Chile debido a la persecución contra los peruanos en Tacna y Arica. Al término de su mandato una nueva alianza, ahora entre los civilistas y el Partido Constitucional de Cáceres, llevó a Manuel Candamo, ex-alcalde de Lima y exitoso hombre de negocios, al poder (1903-04). Candamo no pudo culminar su mandato debido a una grave enfermedad que lo llevó a la muerte prematura. A pesar de ello, dio cabida en el Consejo de Ministros a miembros de la nueva generación de civilistas como Leguía y Pardo.

A la muerte de Candamo se producen al interior del civilismo discusiones en torno al candidato ideal del partido, y luego de una polémica generacional el designado fue José Pardo y Barreda, hijo del fundador del civilismo. Pardo fue Presidente de la República durante el periodo 1904-1908. Durante su administración se apoyó la instrucción convirtiendo las escuelas públicas, que eran municipales, en escuelas fiscales o del Estado; asimismo, de acuerdo al objetivo educacional se creó el Instituto Histórico (hoy Academia Nacional de Historia), se fundó la Escuela Normal de Varones (hoy Universidad Enrique Guzmán y Valle), se abrió la Escuela Nacional de Artes y Oficios (ahora Politécnico José Pardo) y se inauguró el Museo Nacional de Historia. 

Al culminar su gobierno Pardo apoyó a Leguía. Ya en el poder, el futuro líder del Oncenio mostró, entre 1908 y 1912, una clara tendencia personalista y autoritaria que lo llevó a distanciarse de su propio partido. Muchos jóvenes intelectuales, como José de la Riva-Agüero y Víctor Andrés Belaúnde, lo combatieron. Los pierolistas tampoco lo toleraron y varios de sus miembros, el 29 de mayo de 1909, lo apresaron en Palacio y a empujones lo quisieron obligar a renunciar en la Plaza del Congreso; la asonada de la oposición fracasó y Leguía recuperó su libertad. Fortalecido entonces, Leguía, el “hombre hecho a sí mismo”, resolvió a llevar la gestión gubernamental a su modo y hubo dos temas que lo inquietaron: el manejo presupuestario y la política exterior. 

En cuanto al primero, cuestionó el histórico laissez faire de los civilistas y propuso sustanciales aumentos en el gasto público. En el segundo campo, su gobierno quiso resolver temas fronterizos aún pendientes, especialmente el diferendo con Chile producto del Tratado de Ancón. En efecto, la ciudadanía reclamaba una solución digna ante el plebiscito de Tacna y Arica. Esos años habían sido de intensa represión contra los peruanos con la llamada "chilenización" por parte de las autoridades de la ocupación. El conflicto quedó sin resolverse hasta 1929. Con Bolivia hubo peligro de guerra al no haber aceptado el gobierno de La Paz el fallo argentino; finalmente se firmó el Tratado Polo-Bustamante en 1909. Ese mismo año se firmó con Brasil el Tratado Velarde-Río Branco por el cual se acordaron políticas de desarrollo en la extensa región de la Amazonía; también fijaron límites definitivos entre ambos países en la zona del río Ucayali. De otro lado Colombia y Ecuador reclamaban derechos sobre Maynas. Con el primero hubo serias escaramuzas en los ríos Caquetá y Putumayo. Con Ecuador, tras la redacción del polémico Tratado García-Herrera (1890) se decidió llevar el diferendo al arbitraje del Rey de España. En 1910 la situación se complicó cuando el gobierno de Quito supuso que la mediación española sería favorable al Perú. Lógicamente el árbitro se abstuvo de dictar su fallo. Las pretensiones ecuatorianas quedaron en suspenso hasta la firma del Protocolo de Río de Janeiro. 

Su estilo arbitrario de gobernar llegó a su clímax cuando trató de manejar las elecciones al Congreso disolviendo la Junta 

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Electoral Nacional. Muchos civilistas entonces, formaron un bloque anti-Leguía en el Congreso ("El Bloque") y, luego, al conseguir Leguía mediante esa maniobra mayoría parlamentaria, formaron el Partido Civilista Independiente. Dividido el civilismo por acción de Leguía y por las cada vez mayores presiones de los obreros, el control civilista del país se tambaleó momentáneamente.

Manuel Candamo y José Pardo y Barreda

11/03/09: Hoteles en Lima durante la República Aristocrática, 1895-1919

Entre finales del XIX y comienzos del XX, una extensa colonia europea, especialmente inglesa y norteamericana, muchos de ellos trabajadores de empresas mineras foráneas de nuestra serranía, llegaban por tren a la estación de Desamparados. Se hospedaban en el Grand Hotel Maury, en el Hotel France e Ingleterre (en 1880 estaba en la Plazuela de Santo Domingo, posteriormente ocupó el anexo del Maury, en la esquina de Bodegones con Judíos 204, la misma calle del Maury, mirando hacia la Plaza de Armas y al Palacio de Gobierno), en el Hotel Santa Apolonia (calle Santa Apolonia 355, jirón Lampa, atrás de la Catedral de Lima), o en la sucursal de la calle Coca, jirón Huallaga, a media cuadra del local principal. Las minas de Cerro de Pasco dieron importancia a Lima.

Según la Guía Mignon de Lima (1913), de Carlos B. Cisneros: En Lima no hay hoteles que ofrezcan el confort de aquellos de primer orden en estados Unidos o Europa, a pesar que cada hotelero da título de primera clase al suyo. Los de la ciudad recuerdan por su organización lo de segundo orden de Francia o Italia; sus propietarios se esfuerzan por colocarlos a nivel de las exigencias modernas. En ellos se paga aun por solo un día, el precio de pensión, que comprende: la habitación, la luz, el servicio, el almuerzo y la comida. El desayuno a menudo se cuenta aparte. El alimento, por lo general, es bueno y abundante, sobre todo la comida, compuesta por un menú en que se mezclan guisos de la cocina criolla, italiana y francesa. El personal, aunque nacional, habla o comprende el francés e inglés. El mobiliario de las habitaciones y limpieza dejan mucho que sedear. El personal, frecuentemente, es negligente y poco servicial no comprende las exigencias del extranjero, fuera de las costumbres del país. Hay que soportar con resignación la costumbre peruana de fumar en todas partes. Las casas de huéspedes y posadas son albergues menos que mediocres. El precio de la pensión varía según esté situada la habitación; si se halla al interior o con vista a la calle fluctúa entre Lp. 1 y $6.

El almuerzo se sirve por lo general de 11 am. a 1 pm. Y la comida de 7 a 9 pm. El vino se paga aparte. Hay algunos vinos nacionales regulares pero muy alcoholizados. En el salón de lectura se encuentran periódicos ingleses, americanos, alemanes, italianos y franceses. Hay que tener cuidado con la lencería fina y de color, pues toda la ropa se leva por lo general mecánicamente. En Lima no hay Boarding Houses ni Pensions de Familles.

Según esta Guía, los hoteles de Lima se dividían de la siguiente manera:

1. Primer orden: Hotel Maury (calle Bodegones con excelente restaurante y Jardín Camal); Hotel Francia e Inglaterra (calle Judíos con sucursales en Portal de Botoneros y calle Santa Apolonia); Gran Hotel (calle Melchormalo con restaurante); y Gran Hotel Cardinal (calle Mercaderes).

2. Segundo orden: Hotel Central (calle Palacio 48); Hotel Europa (calle Jesús Nazareno 7); Hotel París (Plaza del Teatro); Hotel Comercio (calle de la Pescadería) y Hotel Italiano (calle de Trujillo 216). 

Hotel Cardinal, calle Mercaderes (Jirón de la Unión)

Según la guía Lima en la mano (1922), esta era la lista de  los principales hoteles en Lima:Gran Hotel Bolívar (en construcción)Hotel Maury (Bodegones 387)Gran Hotel (Melchormalo 336)Hotel Francia e Inglaterra (Judíos 204)

Hotel Palais Concert (Baquíjano 1592)Hotel Cardinal (Mercaderes)Maisón Terné (Bodegones 354)Hotel Berlín (Plateros San Pedro)Pensión Suiza (Portal de Botoneros)

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Hotel Europa (Jesús Nazareno)Hotel Santa Apolonia (Santa Apolonia)

Antiguo Hotel Maury

07/12/08: Antonio López de Santa Anna (1)

El célebre caudillo mexicano (1794-1876) nació en Jalapa, Veracruz. Era un criollo de “clase media” que inició su vida como soldado del ejército realista. No tenía, entonces, buenos antecedentes para convertirse en un caudillo republicano, según John Lynch. De otro lado, no tenía la herencia aristocrática ni la base económica de Rosas o la trayectoria patriótica y la convicción republicana de Páez. Su gran problema era cómo superar a sus competidores por el poder. No dudó, entonces, en aplicar la violencia, el personalismo y el maltrato a lo poco de institucional que tenía el país para satisfacer sus apetitos. Por todo ello, el liberal José María Luis Mora lo calificó como el Atila de la civilización mexicana. 

Desde los inicios de su vida pública, Santa Anna se dio cuenta de que necesitaba una base personal y material para sus fines. Adquirió haciendas y sus dos matrimonios contribuyeron a multiplicar su patrimonio, casi todo ubicado en el estado de Veracruz, su cuartel general. Sus haciendas eran más que casas y propiedades. Eran, en realidad, su retiro político, sus fortalezas y el foco de atención del país. En ellas se escondía de sus enemigos y, desde ellas, se recuperaba y de nuevo arremetía para alcanzar el poder. Su personalidad, de otro lado, cautivaba o enardecía a la población. Lloraba en público, le gustaban las mujeres, las ferias, los juegos de azar y era aficionado a la gallística; cuando ocupaba la presidencia, dejaba Ciudad de México por días para asistir a las peleas de gallos. Jugaba al populismo. Sus aventuras políticas y esa afición por disfrutar de los escenarios de la cultura popular mexicana nutrían su curriculum vitae de caudillo. 

Actual sede del gobierno del estado de Veracruz en Jalapa (foto: Juan Luis Orrego)

El caudillo de Jalapa llegó al poder en 1833. Esta vez su vicepresidente, Valentín Gómez Farías, era un liberal. Fiel a su estilo, Santa Anna dejó el ejercicio del poder a su vicepresidente y se refugió en Veracruz esperando la reacción del país. Farías, muy influenciado por Mora, emprendió una amplia reforma liberal que incluía la abolición de una serie de privilegios del clero y la reducción del tamaño del ejército. No pasó mucho tiempo antes de que los oficiales le pidieran a Santa Anna que interviniera. Abandonó Veracruz, tomó directamente el poder, suspendió las reformas y expulsó del poder a Farías. Más adelante, un Congreso decidió implantar una república centralista y, en 1835, aprobó una constitución según la cual los estados serían sustituidos por departamentos y sus gobernadores serían designados por el presidente de la República. Pero una serie de acontecimientos, imprevistos e inoportunos, dieron un giro a su gestión. El más importante, quizá, fue la negativa de Texas en aceptar el centralismo y se levantó en armas. Luego de una rocambolesca campaña militar en la que Santa Anna fuera derrotado y tomado prisionero, se aceptó la independencia de Texas y reconoció a Río Grande como frontera entre ambos países. Pero la derrota en el Norte se vio atemperada por un acontecimiento circunstancial: la invasión francesa a Veracruz con el objeto de lograr una compensación por los daños sufridos por un francés (1838). Santa Anna avanzó sobre Veracruz y su victoria lo convirtió en héroe nacional. 

Sin embargo, la agitación política no cesaba. Eran años de frenética pugna entre conservadores y liberales, centralistas y federalistas, católicos y anticlericales y Santa Anna, desde su refugio de Veracruz, se las arregló para sostener en el poder al moderado Anastasio Bustamante. Pero el nuevo títere del caudillo pronto perdió apoyo, tanto de los centristas como de los federalistas. Ni siquiera satisfizo a Santa Anna quien desconfiaba de su propia constitución, la de 1836, que establecía un curioso “poder conservador supremo” en calidad de freno del poder del presidente. Además, el poder centralizado no se mostraba más capaz que el federal para mantener la unidad de México. Prueba de ello fue la declaración de la independencia de Yucatán. Había que recuperarla. De otro lado, el centralismo era incluso más caro que el liberalismo: los impuestos habían aumentado. Las condiciones estaban para que Santa Anna hiciera un nuevo golpe de estado. Esta vez, el camaleónico caudillo, tras una breve alianza con liberales, federales y anticlericales (1841), volvió con los centralistas y conservadores para lograr el apoyo de la Iglesia (1842). Gobernó por decreto y estableció impuestos al margen del Congreso. La extorsión fiscal liquidó su imagen y en 1844 fue depuesto, encarcelado y exiliado.

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Hacienda "El Lencero" en Jalapa (Veracruz), adquirida por Santa Anna en 1842 (foto: Juan Luis Orrego)

09/09/08: La Reconstrucción Nacional: el discurso radical de Manuel Gonzáles Prada

El 29 de julio de 1888, con ocasión del aniversario patrio, se organizó una velada en el Teatro Politeama para reunir fondos para el rescate de Tacna y Arica. Allí, Manuel Gonzáles Prada (Lima 1844-1918) inició su famoso discurso con estas palabras: Los que pisan el umbral de la vida se juntan hoy para dar una lección a los que se acercan a las puertas del sepulcro. La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo y algo de ironía: el niño quiere rescatar con el oro lo que el hombre no supo defender con el hierro. 

Estas palabras significaron una de las más severas críticas a una clase política peruana que en el pasado había llevado al país a un período de desaciertos y ocasiones perdidas, pese a la bonanza guanera, que culminó en catástrofe con la Guerra del Pacífico. Pero también este discurso anunciaba tiempos de cambio que culminarían con la derrota de Cáceres en la guerra civil de 1895 y el advenimiento al poder de Nicolás de Piérola donde se dieron las bases para la formación de la República Oligárquica. 

Nacido al interior de una familia aristocrática y muy conservadora, Gonzáles Prada fue educado en Valparaíso durante un destierro familiar por motivos políticos. De regreso a Lima fue matriculado en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo con la esperanza de consagrarlo al sacerdocio. Contestatario e insatisfecho con la carrera de seminarista, abandonó sus estudios teológicos y logró ingresar al Colegio de San Carlos donde destaca en los cursos de química, letras y filosofía

Entre 1870 y 1879 se retira a su hacienda Tutumo (en Mala) para dedicarse a la agricultura. Vivió muy cerca la tragedia de la guerra con Chile. Participó en la defensa de Lima y, destruidas las líneas de San Juan y Miraflores y ocupada la capital, optó por el encierro domiciliario para no ver, según sus propias palabras, la insolente figura de los vencedores. 

Consagrado como un escritor de verbo penetrante, sus frases fueron verdaderos latigazos de cólera dirigidos a la clase política que llevó al Perú al desastre de 1879:¿Qué fueron por lo general nuestros partidos en los últimos años? Sindicatos de ambiciones malsanas, clubs eleccionarios o sociedades mercantiles. ¿Qué nuestros caudillos? agentes de grandes sociedades financieras, paisanos astutos impulsivos que veían en la Presidencia de la República el último grado de la carrera militar. 

Por ello, en el Politeama decía a los estudiantes de Lima: Niños, sed hombres, madrugad a la vida, porque ninguna generación recibió herencia más triste, porque ninguna tuvo deberes más sagrados que cumplir, errores más graves que remediar ni venganzas más justas que satisfacer. 

Tampoco ocultó su odio a Chile: Si somos versátiles en amor, no lo somos menos en el odio: el puñal está penetrando en nuestras entrañas y ya perdonamos al asesino. Alguien ha talado nuestros campos y quemado nuestras ciudades y mutilado nuestro territorio y asaltado nuestras riquezas y convertido al país entero en ruinas de un cementerio; pues bien, señores, ese alguien a quien jurábamos rencor eterno y venganza implacable, empieza a ser contado en el número de nuestros amigos, no es aborrecido por nosotros con todo el fuego de la sangre, con toda la cólera del corazón. Si el odio injusto pierde a los individuos, el odio justo siempre salva a las naciones. 

Convertido al anarquismo, al anticlericalismo e incluso al ateísmo, Gonzáles Prada se definió como un "libre pensador" y se perfiló en uno de los intelectuales de mayor trascendencia en el desarrollo de las ideas políticas del siglo XX. Por ejemplo, influyó notablemente en el pensamiento de la Generación del 900 y en las ideas de Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.

En 1891 fundó un partido, la Unión Nacional, con una propuesta parecida a los planteamientos de la "Revista de Lima" pero cargada de sugerencias revolucionarias para la época: régimen federal de gobierno; sufragio directo extendido aún a los extranjeros; reforma del régimen tributario; devolución de tierras usurpadas a las comunidades indígenas; mejoramiento de la condición de vida a los obreros; reorganización de la Guardia Nacional, etc. Lo acompañaron en esta agrupación Abelardo Gamarra "El Tunante", Germán Leguía y Martínez, Luis Ulloa, Carlos Germán Amézaga y otros. 

Murió en 1918 cuando ocupaba la dirección de la Biblioteca Nacional. En vida publicó sólo dos libros de ensayos, Páginas libres (1894), Horas de lucha (1908) y tres versos. Luego, su hijo y su esposa reunieron y publicaron algunos de sus escritos en prosa y verso. Aún no se ha publicado una edición completa de sus obras.

Manuel Gonzáles Prada

16/09/08: La República Aristocrática: introducción

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A partir del gobierno de Nicolás de Piérola (1895-1899), la presencia de los civiles en el poder le dio un perfil distinto al país: hubo tolerancia a las nuevas ideas y un firme propósito de imponer el orden para impulsar el progreso. En este sentido, la aparente calma política y social del Segundo Civilismo permitía la continuidad en la recuperación institucional y material de la nación. Ahora la oligarquía, un grupo de familias que controlaba la agricultura, la minería y el sistema financiero, fue la que construyó un proyecto de desarrollo acorde a sus intereses; al igual que sus pares latinoamericanas, intentó consolidar el modelo exportador. 

Sin embargo, al interior de este panorama se desarrollaba una pugna entre la herencia del populismo pierolista y la opción desarrollista, tecnócrata y positivista de la oligarquía representada en el remozado Partido Civil que controló todos los resortes del poder. Los civilistas pensaban que el Estado debía ser pequeño, barato y pasivo, es decir, modesto en recursos y ajeno al intervencionismo. Se diseñó una reforma electoral y tributaria, y se dio eficacia a la administración pública. El gasto público debía ser muy reducido y la acción del Estado no debía interferir con la actividad privada. Por ello los servicios ofrecidos por el Estado eran pocos y se reducían a los relativos al orden (ejército, policía y justicia); la educación o la vivienda eran cubiertas por la iniciativa privada.

En este sentido, los impuestos debían ser lo más bajos posibles para no afectar a los grupos que generaban riqueza. Se impulsaron los impuestos indirectos que grababan a los artículos de consumo masivo (sal, fósforos, licor, tabaco). Si se quería realizar una obra en alguna provincia se aumentaban los impuestos sobre el consumo en la zona interesada. El Perú fue una suerte de “paraíso fiscal”, un escenario atractivo para los intereses de los civilistas vinculados a múltiples actividades empresariales.

Fue la época del "boom" del modelo exportador. La agricultura asumió el papel dinámico que el guano había ejercido antes; por ello, los hacendados se consolidaron como élite dominante hasta 1919. La industria azucarera se modernizó, especialmente en los valles de la costa norte. La producción del algodón le siguió en importancia en los valles de Ica y Piura, y el Perú se ubicó entre los mayores exportadores del mundo. Por último, desde la sierra sur se exportaban las lanas de ovinos y camélidos. A la minería, por su lado, se le dio un marco para fomentar su expansión. La sierra central fue la zona minera que más se desarrolló. Allí la Cerro de Pasco Mining Corporation, con un 70% de capital norteamericano, inició la explotación del cobre y otros minerales 

También se produjo un notable desarrollo en la economía urbana pues buena parte de las ganancias de los exportadores se invirtió en el país. Es la época que en Lima la industria, los servicios públicos (agua, luz, teléfono) y la banca alcanzaron un gran crecimiento. De otro lado, la industria textil fue la que alcanzó mayor desarrollo, especialmente la que manufacturaba tejidos de algodón. La industria alimentaria le siguió en importancia: fábricas de fideos, galletas, bebidas gaseosas, cerveza, etc. 

Hacia finales de la década de 1910, este modelo fue cuestionado por la clase media, los obreros y los estudiantes universitarios quienes demandaron la necesidad de transformar el Estado y apoyarlo en criterios más democráticos. Las repercusiones de la Primera Guerra Mundial ocasionaron un malestar general por el derrumbe de las exportaciones (inflación de precios y escasez de alimentos de primera necesidad). Esos años estuvieron marcados por la violencia política y uno de los hechos más visibles fue la presión de los obreros apoyados por los estudiantes universitarios. El civilismo, con José Pardo a la cabeza, se tambaleaba en el poder. 

Lima (calle Bodegones, 1910)

18/09/08: La República Aristocrática: el modelo del estado

Para los civilistas, tributarios del liberalismo decimonónico, el Estado debía ser pequeño, barato y pasivo, es decir, modesto en recursos y ajeno al intervencionismo. Por ello, diseñaron una minuciosa reforma del sistema tributario y dieron cierta eficiencia al sector administrativo de gobierno. 

En efecto, a partir de 1895 las funciones del Estado se tornaron más limitadas. Su intervención política era casi innecesaria y su principal tarea era garantizar el orden o, en todo caso, restablecerlo por medio de la fuerza. Según sus seguidores la existencia de un presupuesto equilibrado era síntoma evidente de la existencia de un gobierno decente y civilizado; por el contrario, el déficit era sinónimo de caos e inmoralidad. El gasto público debía ser muy reducido y la acción del Estado no debía interferir con la actividad privada ya que ésta generaba la riqueza y creaba puestos de trabajo. Por ello, los servicios o beneficios ofrecidos por el Estado eran muy pocos y se enfatizaban los relativos al orden (policía, ejército y justicia); la educación, la vivienda o el fomento eran rubros de menor importancia y su impulso quedaba a iniciativa del sector privado. 

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Asimismo, los impuestos debían ser lo más bajos posibles y no afectar a los grupos que generaban la riqueza. Según su lógica, gravar el impuesto a la renta era reducir el excedente que generaba más ahorro, es decir, atentar contra la inversión y las posibilidades de desarrollo futuro no sólo de los empresarios sino de todo el país. La idea, entonces, era favorecer los impuestos indirectos ( los “estancos”) que gravaban a los artículos de consumo masivo y de intensa demanda como el tabaco, el alcohol, la sal, el azúcar y los fósforos, entre otros. En 1915 las clases altas sólo participaban con el 5% o 6% de los ingresos totales mientras que el 95% de los impuestos pesaban sobre las clases medias y populares a través de sus gastos y consumo. En las aduanas se gravaban no tanto los artículos de lujo sino productos como el arroz, el trigo, la harina, las telas y los materiales de construcción. Si se quería levantar una obra en cualquier provincia o departamento aumentaban los impuestos sobre el consumo en la zona indicada. En 1914 los impuestos directos sólo representaban el 4.2% de los ingresos totales y el famoso impuesto a la renta apenas la ridícula cifra del 0.6%. En síntesis, el Perú fue una especie de "paraíso fiscal" para el sector exportador y de servicios, y una base material muy sólida para sus intereses políticos.

Sin embargo, pesar de todos sus esfuerzos este nuevo Estado civilista no logró ser un autentico Estado nacional. El país siguió dividido por lógicas regionales (costa norte, costa central, sierra central, sur andino y amazonía) y también su clase dirigente estaba regionalizada. Las elites locales se sentían mejor cohesionadas y poderosas que cualquier élite nacional. Salvo excepciones como los grandes hacendados Aspíllaga, Pardo y Leguía (costa norte) y López de Romaña (Arequipa) que pudieron sobresalir al ámbito nacional, otros como los mineros y ganaderos Olavegoya, Fernandini y Valladares (sierra central) y los grandes comerciantes de lana Gibson y Ricketts (Arequipa), permanecieron casi marginados de la élite “nacional” y consolidaron su dominio a un nivel regional. De otro lado, las numerosas haciendas del interior, con su gran poder local, eran otro gran obstáculo para la formación de un Estado oligárquico verdaderamente nacional. En las provincias, por ejemplo, los sistemas de control y represión de los grupos populares estaban a cargo de los gamonales y sus agentes. Por último, los enclaves azucareros y mineros bajo control de firmas extranjeras fueron de hecho “un Estado dentro de otro Estado”, es decir, espacios autónomos y ajenos a la autoridad del Estado civilista. 

 Mapa de las repúblicas andinas hecho en Leipzig (Alemania) por Geographisch-Artistische Anstalta (1905)

09/10/08: La mujer durante la República Aristocrática, 1895-1919

A nivel de la clase media y los grupos populares, a partir de 1900 ocurren dos fenómenos claves respecto a la ubicación de la mujer en el ámbito productivo. Uno fue su participación en la educación y el otro su incorporación al trabajo artesanal e industrial. En relación al primero, podríamos mencionar el creciente número de mujeres de clase media dentro del profesorado escolar. Un censo en Lima (1908) señalaba que el número de profesoras en la capital superaba el millar. Esto suponía, en primer lugar, haber acudido a la Escuela Normal para capacitarse y luego ejercer la docencia en algún colegio de la ciudad. De otro lado, las mujeres también ingresan a la vida universitaria, lo que derivó en la existencia de mujeres profesionales, especialmente en el campo del derecho, la medicina y las bellas artes. Sin embargo, debido a la mentalidad todavía tradicional y machista frente a llamado “sexo débil”, la presencia de la mujer en el campo profesional originó resistencias, censura y un velado hostigamiento que en muchos casos derivó en la deserción profesional, especialmente cuando llegaba la hora del matrimonio. 

Por su lado, dentro del campo productivo, la mayor presencia femenina no estuvo en la industria, como se cree, sino en las tareas que realizaban independientemente, como la costura. Si en 1876 hubo 1.461 costureras en Lima, en 1908 éstas llegaron a 7.021 (un incremento de 380%); en 1920 esta tendencia se acentuó pues se calculó en 9.538 el número de costureras y modistas en Lima. Este espectacular aumento no significó, necesariamente, un mayor progreso social o económico de la mujer. Muchas se vieron forzadas a trabajar para poder subsistir frente al sistemático aumento del costo de vida entre 1910 y 1920, especialmente. Finalmente, en los talleres de costura, por lo general, no se les respetaba la jornada laboral de 8 horas y percibían un jornal muy reducido, por debajo del que recibían los hombres.Esta no fue la única desventaja de la mujer frente al hombre. Otra derivó de la irresponsabilidad del padre de sus hijos. A principios del siglo XX, dos tercios de los niños de Lima eran “ilegítimos”, es decir, nacidos fuera del matrimonio. Cientos de ellas resultaron víctimas de la seducción, en un medio donde la conducta sexual fue variando y en el que no había mucho control sobre la reproducción. Abandonadas a su suerte, muchas mujeres tuvieron que trabajar y asumir el difícil papel de ser madre y padre de sus hijos. Según Joaquín Capelo: Exceptuando a unas cuantas de clase inferior que trabajaban en talleres públicos… la mayor parte de las 6.000 costureras… son personas que han tenido cierta posición en la sociedad y que después han debido abandonarla, descendiendo muchos grados en rango, una vez que la escasez de recursos las obliga a buscar trabajo en clase inferior a la que antes ocuparon… La costurera se ve privada de las consideraciones sociales a que ha estado acostumbrada; y a fuerza de un trabajo rudo y sin descanso, logra apenas un pedazo de pan amasado con lágrimas, humillaciones y vergüenzas, tal vez ocasionada por alguno que fue de su amistad, en los tiempos de su opulencia.

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Con respecto al feminismo y a la lucha por el voto, el avance del liberalismo influyó en la lucha por los derechos de la mujer en la vida política. Desde finales del siglo XIX, mujeres como Juana Manuela Gorriti, Teresa Gonzáles de Fanning, Mercedes Cabello de Carbonera y Margarita Práxedes, entre otras, reclamaron la participación de la mujer en la política nacional. Luego, muchos de sus planteamientos fueron recogidos por la primera feminista peruana, María Jesús Alvarado, quien hacia 1911 pidió el sufragio femenino al plantear que la supuesta “inferioridad” de la mujer se debía a factores históricos y no a la naturaleza femenina. Fundó "Evolución Femenina" en 1914, institución que logró el acceso de las mujeres a cargos públicos, como en los de las Sociedades de Beneficencia Pública (1915). La propia María Jesús Alvarado ocupó un puesto de concejal en la Municipalidad de Lima. Finalmente, sus luchas “feministas” la llevaron la deportación durante el Oncenio de Leguía. 

Juana Manuela Gorriti

03/10/08: La República Aristocrática: población y expansión urbana

Mientras la oligarquía civilista intentaba consolidar su modelo liberal-exportador, los cambios demográficos y el crecimiento de las ciudades colaboraban en alterar el perfil del país. Si en 1876 la población total fue calculada en 2,7 millones de personas, en 1908 fue de 3, 5 millones y en 1920, fue 

de 4,8; esto equivalía a un crecimiento anual de 0,9%.Hacia 1900 la población urbana era claramente minoritaria y las ciudades vivían en un entorno propio favorecido por la escasez de medios de comunicación. En ese escenario Lima intentaba modernizarse y sacudirse de sus aún fuertes rezagos virreinales. En 1896 los limeños eran 100 mil, en 1903 casi 140 mil, en 1908 poco más de 150 mil y en 1920 llegaron a 200 mil. Diez años después habrían aumentado a 100 mil limeños más para llegar, en 1940, a pasar el medio millón. En términos demográficos, la preponderancia de Lima era apabullante si tenemos en cuenta que en 1917 Arequipa tenía 30 mil habitantes, Trujillo 20 mil, Ica alrededor de 15 mil, Abancay apenas 5 mil y el Cuzco 25 mil. Por último, la expansión de Lima era indudable si añadimos, de otro lado, que a finales del siglo XVIII la capital ocupaba apenas 456 hectáreas; en 1908 se habían triplicado a 1,292 y en 1931, con las obras de urbanización emprendidas por el Oncenio, llegó a más de 2 mil hectáreas. 

Durante estos años, se continuó con la tarea de modernizar Lima, empresa iniciada por el gobierno de José Balta hacia 1870. Se construyó la avenida La Colmena (hoy llamada Nicolás de Piérola), se empezó a trazar lo que luego sería la avenida Brasil y se construyó el Paseo Colón. En el Callao se levantó el monumento a Miguel Grau (1897). También llega el cinematógrafo (1896) y por las calles de Lima empiezan a circular los primeros automóviles. La vida urbana se fue tornando más acelerada. La aparición del automóvil creó una idea distinta del espacio. El transporte público adquirió una dimensión más bien avasallante. En 1906 se puso en servicio el primer tranvía eléctrico con siete rutas. Los 40 kilómetros de vía conectaron distintos barrios y Lima quebró por fin los límites de su trazo colonial. 

Pero este acelerado crecimiento no estuvo acompañado de una mejora en la construcción de viviendas ni en los servicios urbanos. Las viviendas eran insuficientes e insalubres. Al lado de las mansiones de la oligarquía estaban los célebres callejones que fueron la expresión más viva del hacinamiento. En ellos se aglomeraban las familias y la suciedad. La mayoría de sus viviendas tenían silos poco profundos, paredes huecas, amplias cavidades entre el entablado de las habitaciones y el suelo, además de combinar muchas veces el adobe de la planta baja con la quincha en la planta superior. 

Respecto a los servicios de salubridad estos dejaban mucho que desear. Es cierto que se renovaron algunos básicos como el agua, desagüe y alumbrado público eléctrico. Pero, por ejemplo, las 60 toneladas de basura que producían los limeños a inicios de siglo eran depositadas en los muladares ubicados en las márgenes del Rímac. Allí se alimentaban los cerdos que luego eran sacrificados en un matadero cercano. No había un adecuado servicio de baja policía. Además casi no habían alcantarillas cerradas, la mayoría de las acequias eran abiertas y recorrían las estrechas calles. La situación no variaba sino empeoraba en las demás ciudades, especialmente en algunos puertos como Mollendo y Paita. Todas esto favoreció, por ejemplo, la multiplicación de las ratas. Entre 1903 y 1904 Lima fue castigada por una gran epidemia de peste bubónica. 

A pesar de estos problemas, Lima se consolidó como centro administrativo y financiero de una economía orientada a la exportación. Su crecimiento económico y su cada vez mejor comunicación con otras zonas del país, especialmente con la ampliación del Ferrocarril Central, atrajo un número cada vez mayor de provincianos. Muchos de ellos eran campesinos quienes llegaba empujados por un crecimiento demográfico en el mundo rural (entre 1876 y 1940, por ejemplo, la población de la sierra central se duplicó); llegaban a Lima con la esperanza de conseguir un empleo. Sin embargo, como hemos anotado antes, los servicios urbanos eran muy limitados como para cubrir la demanda no solo de los antiguos habitantes capitalinos sino, sobre todo, de los recién llegados. En 1903, por ejemplo, surgió la primera “barriada” en La Tablada de Lurín, a 21 kilómetros al sur de la capital. Esta constante migración rural aumentó el porcentaje de la población ciudadana que vivía en las afueras la ciudad que creció 37% en 1858, 58,5% en 1908 y 63,5% hacia 1920.

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Un acalle limeña a inicios del siglo XX

05/10/08: La República Aristocrática: campesinado y gamonalismo

Hasta principios del sioglo XX, más del 80% de la población estaba en el campo. Allí los indios seguían viviendo en un mundo arcaico y tradicional, y sometidos a la autoridad o al abuso de los hacendados y prefectos del lugar. Solo los indios que pudieron bajar a la costa a trabajar en una hacienda azucarera o algodonera pudieron tener contacto con la modernidad al integrarse al llamado “proletariado rural”. Si se quedaban en la sierra, podían vivir en una hacienda, en condiciones de trabajo servil, o al interior de sus comunidades. 

La hacienda, en efecto, era el eje de la vida social y económica. No contamos con cifras precisas pero es probable que hacia 1900 existieran casi 4 mil haciendas en el país con una población de medio millón de habitantes, en su mayoría indios analfabetos. Las cifras sobre el número de comunidades campesinas también son aproximadas: se calcularon casi 2 mil hacia 1920. Un detractor de estas comunidades fue Francisco Tudela y Varela, quien en su obra Socialismo peruano las condenaba por improductivas, debido a que allí se difundía el alcoholismo, la ociosidad y el fanatismo. Señalaba, además, que en ellas estaba concentrada gran parte de la población indígena y que constituían un germen de retraso en el país. A la postura de Tudela se contrapuso la de Manuel Vicente Villarán, quien sostuvo que la comunidad era la única protección del indio frente al blanco, la única manera de tener su propia organización, prescindiendo des su integración como trabajador en la hacienda del terrateniente.

Los hacendados o gamonales buscaron expandir sus propiedades con la finalidad de incorporar tierras, rebaños y hombres, siempre a costa de las comunidades. Una familia común de campesinos trabajaba en su comunidad, en las tierras de su hacendados, tenía un pequeño rebaño y, por último, tejía. De preferencia eran las mujeres las que cumplían la tarea de hilado y tejido. Podríamos decir que la vida de los campesinos en la sierra casi no había variado desde la época virreinal; solo sabemos que los campesinos habitantes del Valle del Mantaro gozaron de cierta independencia económica, y de una muy tenue “occidentalización”, gracias al comercio lanero. 

Gamonal y gamonalismo han formado parte del habla cotidiana en el Perú. El primero alude a un individuo y el segundo a un sistema. El sistema se basó en una explotación con rasgos feudales de los campesinos ubicados dentro o fuera de las haciendas, especialmente en las ubicadas en los departamentos de la sierra sur. El panorama estas haciendas se caracterizaba por la pobreza y la casi total exclusión cultural de sus peones agrícolas. En este sentido la hacienda andina se caracterizó por su escasa productividad, baja rentabilidad y derroche de fuerza de trabajo. La explotación del gamonal sobre sus peones era una mezcla de autoritarismo (relaciones de subordinación y servidumbre) con paternalismo. Incluso los propios gamonales -en su mayoría mistis o mestizos- podían hablar quechua y compartir muchas de las costumbres ancestrales andinas. 

De este modo, los gamonales terminaron ostentado un apreciable poder local (muchos llegaron a ser senadores o diputados, alcaldes o prefectos) y dirigieron fuerzas "paramilitares" para imponer su dominio sobre los campesinos y aún enfrentar las amenazas del Estado central. Asimismo trataron de legitimarse siendo exageradamente católicos y piadosos con la Iglesia y sus representantes (el párroco local). Durante muchos años desafiaron el centralismo y en ocasiones apoyaron el federalismo. En todo caso se trató de un fenómeno exclusivamente republicano y criollo gestado a lo largo del siglo XIX.

Según Alberto Flores Galindo, los mistis ejercían su poder en dos espacios complementarios: dentro de la hacienda, sustentados en las relaciones de dependencia personal, en una suerte de reciprocidad asimétrica; fuera de ella, en un territorio variable que en ocasiones podía comprender, como los Trelles en Abancay, la capital de un departamento, a partir de la tolerancia del poder central. El Estado requería de los gamonales para poder controlar a esas masas indígenas excluidas del voto y de los rituales de la democracia liberal, que además tenían costumbres y utilizaban una lengua que las diferenciaban demasiado de los hábitos urbanos… El racismo era un componente indispensable en la mentalidad de cualquier gamonal: existían razas, unas eran superiores a otras, de allí que el colono de una hacienda debiera mirar desde abajo al misti, tratarlo con veneración, hablarle como si estuviera siempre suplicando, mientras que el gamonal debía mantener un tono estentóreo y de mando en la voz. Hombres de a pie y hombres de a caballo; hombres descalzos y hombres con altas botas. Algunos gamonales se encariñaban con esos hijos desvalidos que eran los indios, se emborrachaban con ellos, participaban en sus fiestas; otros, por el contrario, estaban dispuestos a cualquier violencia: abusos sexuales, marcas con hierros candentes por ejemplo. Pero la combinación de racismo con paternalismo hacía que las relaciones entre mistis e indios fueran siempre ambivalentes. Se podía pasar fácilmente de un

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situación a otra teniendo la garantía de la impunidad. Estos rasgos del mundo rural no quedaban confinados a las haciendas; a través de la servidumbre urbana llegaban a las casas de las ciudades.

Fiesta en una hacienda cuzqueña (foto de Martín Chambi)

02/05/10: Historia de los Alcaldes de Lima: los años de la República Aristocrática

Postal de Lima con el retrato del alcalde Federico Elguera (fuente: limadeayer.comli.com)

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La ley electoral de 1896 estableció que las elecciones edilicias se hicieran por votación directa de los vecinos, peruanos o extranjeros, de 21 años o casados, y que supieran leer y escribir. Así, los municipios emanados del sufragio popular revolucionaron la administración urbana, especialmente la de Lima. Esta ley le dio a nuestra ciudad una serie de buenos alcaldes, como Juan Martín Echenique, Federico Elguera, Guillermo Billinghurst, Nicanor Carmona (bisabuelo de Alberto Andrade Carmona), Luis Miro Quesada de la Guerra y Manuel Irigoyen Diez Canseco. De esta lista, destacamos tres administraciones edilicias, las de Elguera (cuya administración fue la más larga y activa), Billinghurst (futuro presidente del Perú) y Miro Quesada (con quien los limeños consumieron, por vez primera, agua potable).

Federico Elguera Seminario (1901-1908).- Nació y murió en Lima (1860-1928), fue escritor, se educó en París y estudió Letras y Derecho en San Marcos. Durante la guerra con Chile, integró la “Legión Carolina” de San Marcos y participó en la batalla de Miraflores. Fue diputado por Yauyos y, en 1899, viajó a Buenos Aires, urbe cosmopolita y de notable adelanto metropolitano, factores que influyeron en su visión drástica de la modernización de nuestra capital; también hizo un viaje por Europa, donde se dio cuenta, una vez más, de lo rezagada que estaba Lima en materia de infraestructura y vida cultural. Como alcalde de Lima, en su gran “esfuerzo civilizador”, entre sus obras más importantes, figuran:

1. La modernización de la Plaza de Armas2. La inauguración del monumento a Bolognesi3. La construcción del mercado de la Aurora y del Baratillo4. La pavimentación y el asfaltado de las calles de Lima. 5. La iluminación eléctrica de la capital.6. La promoción del transporte con tranvías eléctricos.7. En el aspecto sanitario, canalizó las aguas servidas, inauguró baños públicos, dotó de agua potable al Parque de la Exposición, creó el instituto de bacteriología y el lazareto para leprosos. 8. En el ámbito cultural, inauguró la pinacoteca Ignacio Merino e impulsó la construcción del hoy Teatro Segura, inaugurado como teatro municipal el 14 de febrero de 1909. 

Escribió en El Comercio con el seudónimo de “Barón de Keef”; junto a Federico Blume, escribió Letrillas satíricas para diferentes medios y tradujo varias obras al castellano. Como destacado intelectual, ejerció en forma exitosa cargos diplomáticos. Posteriormente, fue designado presidente de la Comisión Centenario de la Independencia. 

Guillermo Billinghurst (1909-1912).- Desde la alcaldía de Lima, Billinghurst se consagró como el “benefactor de los pobres”, ganando un indiscutible apoyo popular al realizar obras de canalización y agua potable que mejoraron el pobre saneamiento urbano, construir viviendas para los obreros y abaratar los precios de las subsistencias. Fue la primera autoridad “populista” del Perú moderno. En su Memoria de 1910 como alcalde escribió: “Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando al noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos un pueblo culto”. En efecto, durante toda su administración mostró preocupación por la situación en que vivían los sectores más pobres de Lima. En tal sentido, una de sus medidas más dramáticas ocurrió en 1911 cuando, con el pretexto de mejorar la ciudad y sus calles, mandó derribar el célebre callejón de Otaiza (muy sucio y hacinado), donde vivía una gran cantidad de chinos, y abrió la calle que viene a ser la actual séptima cuadra del jirón Andahuaylas. Dicha calle no existía en antes de 1911 y se conoce con el nombre de Billinghurst. La calle Capón quedó cortada con la construcción de esta calle (el famoso callejón Otayza quedaba en donde es la esquina del jirón Andahuaylas con el jirón Ucayali), pero esta medida no sirvió para que los chinos pudieran salir del centro (como algunos querían) sino que se quedaron en las inmediaciones creando el “barrio chino” que perdura hasta nuestros días. 

Luis Miro Quesada de la Guerra (1916-1918).- Hasta 1917, los limeños no consumían “agua potable”, pues el agua proveniente de La Atarjea era producto de filtraciones, buena parte de la cual tenía su origen en acequias de regadío y, desde su captación, hasta su destino final, no tenía ningún tipo de tratamiento que la hiciera apta para el consumo humano. Para colmo de males, entre la población ni siquiera se había generalizado la costumbre hogareña de “hervir agua”. Bajo la administración municipal de esta época fue que, después de casi 400 años, la población de Lima por fin pudo usar y beber agua realmente potable. En mayo de 1917, gracias al impulso y gestiones del alcalde Luis Miró Quesada en materia de sanidad, se instaló en la Caja de Aforos, a la entrada de La Atarjea, una “Planta de Clorinación”, la primera de su género en el Perú. De esta manera, el agua llegaba purificada al reservorio de Ansieta antes de su distribución en la capital. Al poco tiempo también se comenzó a aplicar alúmina al agua para eliminar su turbidez. 

Luis Miro Quesada de la Guerra

18/06/08: Los años 20: Leguía y la Patria Nueva

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Augusto Bernardino Leguía y Salcedo nació en 1863 en el pueblo de Lambayeque. A los 13 años, fue enviado a Valparaíso, donde inició estudios mercantiles en un colegio inglés. Al estallar la guerra con Chile, se enroló en el ejército de reserva y participó en la defensa de Lima durante la batalla de Miraflores. Luego de la guerra, siguió dedicándose al comercio ingresando a la Compañía de Seguros "New York Life Insurance Company". Cuando la empresa retiró sus negocios en el Perú, don Augusto se dedicó al comercio azucarero como representante de la Testamentería Swayne y celebró, en Londres, un contrato, en 1896, con la casa "Lockett" para formar la "British Sugar Company Limited"; esta entidad era propietaria de las más ricas plantaciones azucareras en los valles de Cañete y Nepeña. A su regreso, en 1900, formó la compañía de seguros "Sud América". 

Leguía no nació al interior de la oligarquía pero con el tiempo se ganó el ingreso a ella. Era un burgués halagado por la fortuna y con un sólido prestigio por su actividad financiera. No estudió en San Marcos ni ostentaba grados académicos. Su matrimonio con la aristocrática Julia Swayne y Mendoza y sus negocios agrícolas le abrieron las puertas de la oligarquía. Ingresó al Partido Civil y formó parte del exclusivo grupo de los 24 amigos. Ya en el poder, entre 1908 y 1912, mostró una clara tendencia personalista y autoritaria que lo llevó a distanciarse del sector oligárquico; el pierolismo y el joven grupo de intelectuales de entonces (José de la Riva-Agüero, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón y Víctor Andrés Belaúnde, entre otros) tampoco lo toleraron. 

Poco después de culminar su primer gobierno, rompió con el civilismo. Fue desterrado por Billinghurst a Panamá; pasó luego a Estados Unidos y, finalmente, a Inglaterra. Vivió en Londres hasta 1918 dedicado a los negocios y retornó como candidato a la Presidencia enfrentándose al civilista Antero Aspíllaga. Su campaña electoral estuvo apoyada por los constitucionalistas de Cáceres y los estudiantes de San Marcos quienes lo proclamaron, en un arranque inusual, "Maestro de la Juventud". De este modo, Leguía "interpretaba" los anhelos juveniles por cambiar las estructuras del país y aprovechaba el cansancio de muchos sectores ante el monopolio político que había ejercido el Partido Civil desde finales del siglo XIX. 

Leguía demostró en todo momento ser un hombre pragmático, no un doctrinario. Vio a la política con mentalidad empresarial, tuvo una tendencia natural hacia el autoritarismo y supo aprovechar el desgaste de los viejos partidos políticos para vencer en 1919. Luego desmanteló políticamente al civilismo exiliando a sus principales líderes e intimidando sus órganos de prensa. Su preocupación central era el progreso material e iniciar la "democratización" del Estado. De esta forma, Leguía se presentaba como un Nuevo Mesías capaz de resolver todos los problemas del país, por ello en un discurso se le oyó decir: todo el tiempo que duró mi ausencia, el Perú se debatió en la angustia de sus crisis políticas, económicas y financieras, y cuando volví, sólo dos cosas eran visibles: la ruina que había dejado la incapacidad, a pesar del reguero de oro traído por la guerra mundial, y el entusiasmo del pueblo que me pedía remediarlo. Mi presencia del año 1919 es, por eso el acto de una voluntad que quiso obedecer al pueblo para realizar su salvación.

En las elecciones de 1919, Leguía fue el legítimo vencedor. Sin embargo, organizó un golpe de estado alegando que el presidente José Pardo y el civilismo trataban de impedir su llegada al poder, algo que nunca pudo demostrar. Luego, reunió a una Asamblea Nacional que lo proclamó Presidente de la República el 12 de octubre de 1919. Al régimen, que duraría once años, se le llamó la Patria Nueva e intentaba modernizar el país a través de un cambio de relaciones entre el Estado y la sociedad civil.

Leguía orientó su acción hacia los grupos medios y se vio obligado a justificar el poder por medio del éxito. Este reformismo dio origen a nuevas instituciones estatales y paraestatales, dejando decisiva huella en la estructura del Estado. Se esbozó la idea del Estado benefactor y ello se tradujo en el crecimiento de la administración pública. Todo esto eran instrumentos para alcanzar el tan ansiado “progreso”. 

Esto suponía, en primer lugar una ruptura fundamental con el pasado, concretamente con los "partidos tradicionales" o con la oligarquía que, según Leguía, con sus errores o claudicaciones no había convertido al Perú en un país moderno. A partir de allí surge el problema. Dentro del rótulo “Patria Nueva” podríamos encontrar muchos significados: el protagonismo de la clase media en manos de un ex-civilista como Leguía aficionado a las carreras de caballos y a la influencia anglo-sajona; la realización milagrosa del progreso a través del dominio norteamericano; la necesidad de resolver los viejos problemas limítrofes; la urbanización, la irrigación de la costa y la construcción de carreteras; el establecimiento de un Estado fuerte que asegure la paz pública; la reincorporación del indio a la vida nacional; en fin, tantas ideas que terminan convirtiendo a la “Patria Nueva” en un proyecto casi hueco, sin una ideología coherente que lo respalde. Por eso, para muchos la Patria Nueva era simplemente Leguía, una suerte de superhombre capaz por sí mismo de inaugurar en el Perú un nuevo futuro. 

22/09/08: La República Aristocrática: la generación del 900

Para entender a los miembros de este brillante grupo de jóvenes intelectuales (José de la Riva-Agüero y Osma, Víctor Andrés Belaúnde, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, José Gálvez, Julio C. Tello, Felipe Barreda y Laos, Juan Bautista de 

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Lavalle, Fernando Tola y Luis Fernán Cisneros, entre otros) es necesario recordar las dramáticas consecuencias morales y materiales que dejó el conflicto con Chile, la guerra civil que enfrentó a Cáceres e Iglesias y la imposibilidad del país en conseguir recursos foráneos para iniciar la Reconstrucción Nacional. Todos ellos nacieron y crecieron en ese difícil contexto. 

Si bien algunos de ellos habían nacido en el seno de familias aristocráticas (como Riva-Agüero) no podían evadirse del marco de un país sumido en la postración. La idea que dominaba entonces entre la juventud es que el país había entrado en una nueva etapa: era necesario sacudirse de aquel ingrato pasado y construir una verdadera nación. 

Esta generación buscó sus maestros de evocación histórica y literaria en Ricardo Palma y en el legado político de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola. Sus miembros querían introducir nuevas ideas que agitaran el marasmo de la sociedad peruana, inspirados en los grandes maestros del nacionalismo francés y español que reaccionaron radicalmente luego del desastre de Sedán (derrota francesa frente a Prusia en 1871) y de Cavite (cuando España perdió, en 1898, sus últimos dominios coloniales: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas). 

Sus maestros fueron Taine, Renán, Michelet, entre los franceses; Gavinet, Joaquín Costa y Miguel de Unamuno, entre los españoles; y, sobre todo, el uruguayo José Enrique Rodó, cuyo libro Ariel le dio el nombre a esta generación ("arielista") que preferimos llamarla del "Novecientos" para no encasillarla en la influencia de un solo autor, a pesar que muchos de sus miembros tenían al Ariel como libro de cabecera. El legado de Rodó, especialmente la idea que la unidad espiritual del continente se traducía en el camino de las juventudes universitarias, propósito que coincidía con los ideales de esta generación: solidaridad continental, idealismo, latinismo y gobierno de las élites. Por ello, Francisco García Calderón, acuñaría la frase: El Perú se salvará sólo bajo el polvo de una biblioteca(1910). No hay que olvidar, de otro lado, la influencia de ciertos profesores de San Marcos por aquel entonces, especialmente la del filósofo Alejandro Déustua, introductor del bergsonismo -es decir, del neoidealismo francés- y la de Javier Prado, ex-positivista y precoz maestro, convertido ahora al bergsonismo por Déustua. 

Entre sus miembros más representativos, José de la Riva-Agüero (Lima, 1885-1944), pensador profundo y escritor de una sólida erudición, se destacó precozmente con dos tesis en San Marcos: "Carácter de la Literatura del Perú Independiente" (1905) y "La Historia en el Perú" (1910). En 1912, cargado de libros y mapas, recorrió durante tres meses la sierra peruana, viaje que le serviría para redactar cinco años después un libro al que daría el título de Paisajes Peruanos. 

José de la Riva-Agüero y Osma

Riva-Agüero supo combinar su afán intelectual y su formación académica para estudiar las obras e ideas de las figuras cumbres del pensamiento peruano. Admiró a Gonzáles Prada y rescató el pensamiento conservador de Bartolomé Herrera. En el campo político valoró el legado de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola, cuyos ideales hizo suyos, transformándolos luego en un ideario propio y representativo de su generación. Entendió a la "nación" como síntesis: unión y encuentro entre las tradiciones culturales que habían hecho la historia del Perú alrededor de una nueva clase dirigente -no como aquella nobleza colonial boba e incapaz de todo esfuerzo, como meditó en la pampa de la Ayacucho en su viaje de 1912- que asumiera su pasado y fuera capaz de afrontar los desafíos de un país poco integrado y, menos aún, desarrollado.

Para Riva-Agüero si bien no existía la "nación" peruana, sí estaban sentadas sus bases, una de ellas el mundo andino, al que dedicó libros, cartas, ensayos, artículos periodísticos y constante obsesión. La "nación" era para él un alma colectiva cuyo rasgo en el Perú debía ser mestizo: esa alma existía, aunque aletargada y adormecida. 

Por su parte Francisco García Calderón (Valparaíso 1883-Lima 1953), hijo del Presidente de la Magdalena, en 1906, a los 23 años, partió a Europa y no regresaría en definitiva sino hasta 1947. Toda su trayectoria intelectual la desarrolló en París donde escribió varias obras en francés y un libro de inusitado éxito, Las democracias latinas de América (1912), prologado por Raymond Poincaré. Sin embargo, su libro más célebre, "El Perú contemporáneo" (París 1907 y Lima 1981), fue el primer intento moderno por ofrecer una visión global -síntesis e interpretación- del Perú y, de hecho, podríamos considerarlo como el principal punto de referencia cultural de la élite criolla occidentalizada del país.

Francisco García-Calderón Rey

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Allí reclamaba la existencia de una clase dirigente que reclutara a sus miembros no sólo por su riqueza y abolengo, sino también por su inteligencia (una clara evocación de Bartolomé Herrera). Una oligarquía abierta e ilustrada que entendiera la necesidad de reformar el país para modernizarlo y ubicarlo en el camino del progreso. Pero el destino del país no era quedar al remolque de los Estados Unidos, sino había que reconocer el carácter latino del Perú y aproximarlo más a Francia e Italia. Por ello era preciso fomentar una política de inmigración atrayendo a europeos para que poblaran el país que, teniendo entonces 4 millones de habitantes, requería nuevos brazos para su agricultura. Paralelamente había que ampliar la frontera agrícola impulsando las irrigaciones. Estas tareas debían ser emprendidas por un Estado eficiente en el que esa oligarquía supiera incorporar a los grupos marginados. De esta manera el indio tenía que ser transformado, de siervo o campesino sumiso, en obrero moderno o en propietario respetando sus costumbres. Este colosal proyecto, si fuera preciso, debía ser guiado por un líder excepcional, una suerte de “César democrático” .

Por último, Víctor Andrés Belaúnde (Arequipa 1883-Nueva York 1966), que llegó a ser, en 1959, Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, consideró en su libro Peruanidad (1942) al país como una “síntesis viviente”: síntesis biológica, que se refleja en el carácter mestizo de nuestra población; síntesis económica, porque se han integrado la flora y la fauna aborígenes con las traídas de España, y la estructura agropecuaria primitiva con la explotación de la minería y el desarrollo industrial; síntesis política, porque la unidad política hispana continúa la creada por el Incario; síntesis espiritual, porque los los sentimientos hacia la religión naturalista y paternal se transforman y elevan en el culto de Cristo y en el esplendor de la liturgia católica. No concebimos oposición entre hispanismo e indigenismo... los peruanistas somos hispanistas e indigenistas al mismo tiempo. Antes había publicado "La realidad nacional" (París, 1931) como respuesta a los "7 Ensayos de Mariátegui" y, en el campo religioso, no se inspiró en el liberalismo laico sino en el fermento dinámico y social que vive al interior del cristianismo, planteando así los fundamentos de una nueva actitud para los católicos inteligentes en una "ofensiva" de carácter social-progresista por transformar el país. Su figura marcaría un renacimiento en el pensamiento católico peruano. 

En 1915 Riva-Agüero fundó en Partido Nacional Democrático con un grupo de universitarios de su generación entre los que figuraban Víctor Andrés Belaúnde, Constantino Carvallo, José María de la Jara, Oscar Miró-Quesada y Julio C. Tello. En el Manifiesto de Fundación subrayaron: No somos ni seremos instrumentos de nadie; no pretendemos formar una efímera organización electoral sino un partido serio y permanente. Como el documento pecaba de buenas intenciones el diario "La Prensa" los calificó de idealistas, de estar demasiado lejos de la realidad. En suma, de ser, sin habérselo propuesto, seguidores del ultrismo intelectual del futurismo literario europeo. Por ello fueron llamados "futuristas". 

Pero más allá de estos epítetos, el nuevo partido quiso representar una opción liberal-aristocrática frente a la crisis del civilismo y los partidos tradicionales. Pero pese a los esfuerzos de sus miembros por organizar a nivel nacional el partido, éste tuvo una vida muy breve. El golpe de Leguía en 1919 terminó con las pretensiones de sus miembros y el propio Riva-Agüero se autoexilió en Europa terminando en un conservadurismo reaccionario y combativo. En síntesis, a pesar de su escaso peso político, el Partido Nacional Democrático representó, entre 1915 y 1919, un intento frustrado de la llegada al poder de una personalidad excepcional y renovadora (Riva-Agüero) al lado de una generación académicamente bien formada y comprometida con los destinos del Perú.

26/09/08: La República Aristocrática: la minería y el petróleo

Respecto a la minería, hubo seria preocupación por dotarla de un marco legal capaz de fomentar su desarrollo. El 8 de noviembre de 1890, por ejemplo, se exoneró por 25 años a la industria minera de todo gravamen e impuesto con excepción de la contribución de minas instaurada en 1877. Esta ley benefició la explotación de oro, plata, cobre, cobalto, plomo, fierro, níquel, estaño, antimonio, azufre, carbón de piedra, cinabrio y petróleo. También se liberó de derechos aduaneros la importación de maquinarias, útiles, herramientas y demás productos necesarios para su explotación (dinamita, carbón, madera y azogue, entre otros). 

Además, en 1892, el Ferrocarril Central llegó a Casapalca y, al año siguiente, a La Oroya; en 1904 la Peruvian Corporation lo hizo funcionar hasta Cerro de Pasco, y en 1920 hasta Huancayo y Huancavelica. De otro lado, en 1896, se fundó la Sociedad Nacional de Minería para representar y fomentar los intereses de la industria minera; su primer directorio estuvo conformado por Elías Malpartida, Federico Gildemeister y Alejandro Garland. Finalmente, para sancionar este esfuerzo nacional, en 1901 empezó a regir el nuevo Código de Minería que, inspirado en principios liberales, garantizó la sorprendente inversión del capital privado en este sector. Sólo entre 1896 y 1899, por ejemplo, se invirtieron casi 13 millones de dólares. Parte de este capital provenía de los propios mineros que habían alcanzado éxito y el resto se reunió entre los hacendados y comerciantes limeños. 

La zona que más se desarrolló fue la Sierra Central (Casapalca y La Oroya, principalmente), donde la "Cerro de Pasco Mining Corporation" inició la explotación a gran escala del cobre y de otros minerales; de capitales norteamericanos, esta empresa 

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poseía el 70% de las minas de Cerro de Pasco. De otro lado, en 1890 se descubrieron los boratos de Arequipa; en 1904 se inició la explotación de bismuto en la mina de San Gregorio y se fundó la Azufrera Sechura (Piura) para explotar el azufre de esa región; ese mismo año Antenor Rizo-Patrón descubrió en el yacimiento de Minasranga el sulfuro de vanadio (llamado rizopatonita en su honor), mineral del cual el perú llegó a ser primer productor mundial; Federico Fuchs, en 1906, encontró el hierro de Marcona (Ica), que se llegó a explotar y exportar recién a partir de la década de 1950. 

Hasta 1900 se puede hablar de una “pequeña minería” donde destacan los esfuerzos personales de Eulogio Fernandini (Vinchos), Wertheman (Ancash), Antenor Rizo-Patrón (Cajamarca), Federico Fuchs (Ica), así como los de Pedro de Osma, Lizardo Proaño y Fermín Málaga Santolalla; fue la época heroica de las exploraciones, los estudios y los experimentos arriesgados financiados con un pequeño porcentaje del ahorro nacional. Una segunda etapa, la de la “desnacionalización”, empieza a partir de 1901 y está marcada por el auge cuprífero donde destacan el establecimiento de grandes empresas (norteamericanas en su mayoría), la inversión de grandes capitales, la tecnificación y la explotación a gran escala; hacia 1915, por ejemplo, el capital norteamericano llegó a controlar el 92% del cobre. Su producción, estimulada por la continua subida de precios en el mercado mundial desde 1895, aumentó entre 1897 y 1903 hasta las 10 mil toneladas por año. En suma, es la época en que el Perú se consolida, nuevamente, como país minero a nivel mundial.

El petróleo, por su lado, era conocido ya desde los tiempos coloniales. A finales del siglo XVII el padre José de Acosta informaba que existía un manantial de brea al que se le llamaba copé y era utilizado por los marinos para alquitrar sogas y aparejos, o para pintar sus embarcaciones. Luego, en 1863, A.E. Prentice realizó la primera perforación en un lugar llamado Caña Dulce en la zona de Zorritos (Piura). Al siguiente año se fundó la Peruvian Petroleum Company organizada por el ingeniero norteamericano E.P. Larkin, quien convirtió al Perú en el pionero de la explotación petrolera en América Latina. Luego se perforaron pozos con relativo éxito y, en 1870, se creó la Compañía Peruana de refinar petróleo. Por ello , en 1873, se invirtieron 150 mil soles en trabajos de exploración en la zona de Pariñas, también en Piura.

Luego de la guerra con Chile, a partir de 1890, se explotó sistemáticamente en Piura donde la "Lobitos Oil Company" y la "International Petroleum Company" (compañía que surgió en 1913 producto de la compra de la "London and Pacific Petroleum Company" por la "Standar Oil"), desarrollaron la extracción sobre los yacimientos de la Brea y Pariñas. También en ese sector el país vive un proceso de “desnacionalización” que demostraría falta de firmeza por parte del Estado y de los inversionistas locales frente al capital extranjero.

Según algunas cifras, en 1892 eran 30 los pozos abiertos ubicados todos en la zona de Negritos; su producción era de 500 mil litros de petróleo diarios. En 1890, por su lado, los yacimientos de la Brea y Pariñas rindieron poco más de 8 mil barriles al año, mientras que 10 años más tarde su producción anual superaba los 200 mil barriles; en 1915, en este mismo yacimiento, se obtuvieron casi 2 millones de barriles. Como es sabido, estos yacimientos generaron serios conflictos en la década de 1920 que culminaron con un laudo arbitral sumamente polémico. En efecto, en 1924 durante el Oncenio, los británicos, propietarios de la Brea y Pariñas, vendieron sus derechos a la "International Petroleum Company Ltd". de accionistas norteamericanos. Esta empresa empezó desde entonces a realizar grandes inversiones y a emplear las técnicas más sofisticadas de perforación y explotación. Para 1930 la producción se había elevado a más de 10 millones de barriles. Lo cierto es que la producción y exportación de petróleo fue creciendo llegando a contabilizar el 10% de las exportaciones totales peruanas en 1915 y nada menos que el 30% en 1930.

17/09/08: La República Aristocrática: el significado del pierolismo

La Coalición Nacional.- Poco antes de la muerte del presidente Remigio Morales Bermúdez se había formado la Coalición Nacional (marzo de 1894) entre civilistas y demócratas en previsión a cualquier intento de fraude electoral. Ambas agrupaciones respaldaban la candidatura de Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata. Éste partido, fundado en 1889, era esencialmente antimilitarista, favorable a la Iglesia, antiliberal (aunque no anticapitalista) y mostraba un discurso nacionalista. Contaba con el apoyo de los terratenientes del sur (con base en Arequipa), de la jerarquía eclesiástica y representaba, por último, a los sectores sociales conservadores de las tradiciones hispánicas y católicas. 

Retomando los hechos, a la muerte de Morales Bermúdez, el vicepresidente Justiniano Borgoño convoca a elecciones y el general Cáceres se convierte en candidato único. La oposición, es decir, la Coalición Nacional, no participa y se organiza para poner punto final al militarismo en el país. Cáceres “triunfa” y asume su segundo mandato en agosto de 1894 pero ya no representa la reconciliación nacional que tanto se necesitaba. Al interior del país se empiezan a formar tropas de guerrilleros que no aceptan la legitimidad del nuevo gobierno por considerarlo producto de una serie de intrigas políticas y fraude electoral.

Remigio Morales Bermúdez

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Esto hizo que Nicolás de Piérola, quien se encontraba exiliado en Chile, se embarcara en Iquique en una pequeña embarcación y tomara tierra cerca de Pisco. Desde ese momento asumió el mando de la revolución y avanzó por Chincha, Cañete y Lurín hacia Lima. Mientras tanto en el norte se alzaban los hermanos Seminario y en la sierra central Augusto Durand, todos partidarios de "El Califa", como llamaban a Piérola. 

El 17 de marzo de 1795 los revolucionarios empezaron a entrar a Lima por la calle Malambito. Piérola lo hizo por el barrio de Cocharcas y Durand por el de Santa Ana, en lo que ahora llamamos los Barrios Altos. Finalmente en la Plazuela del Teatro (frente al actual Teatro Segura) los pierolistas establecieron su cuartel general. La lucha fue sangrienta para controlar la Plaza de Armas y asaltar Palacio de Gobierno. Incluso tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, es decir el representante del Vaticano, para lograr que se enterraran los cientos de cadáveres que se encontraban en las polvorientas calles de la capital. 

En medio de este dramático panorama de repudio al militarismo, Cáceres no tuvo otro remedio que renunciar para evitar más violencia y entregó el poder a una Junta de Gobierno. Ésta fue presidida por Manuel Candamo y debía convocar elecciones limpias. Cáceres toma el camino del exilio y Piérola, con una popularidad y un carisma pocas veces vistos en la política peruana, triunfó y sentó las bases para garantizar la Pax Andina y el desarrollo material para el período 1895-1919. 

Piérola en el gobierno.- Piérola recibía el país en situación precaria y dio inicio a un gobierno en busca de lo que llamó el "Estado en forma": quería un sistema político estable que inspirara respeto. Por ello siempre buscó la consenso y el respeto a la Ley. Esto le dio suficiente margen de maniobra para emprender reformas de largo aliento. Esta nueva forma de hacer política sentó las bases del Estado peruano hasta 1919 en que Leguía preparó su golpe de estado quebrando su institucionalidad. Piérola se esforzó en desterrar el caudillismo en todas sus formas, alentó la disminución de la participación del Estado en la vida nacional, especialmente en el manejo de la economía, y evitó la demagogia en su discurso. 

La otra cara del pierolismo se reflejó en sus las leyes electorales. Estas sancionaron una participación política muy reducida que permitieron luego el monopolio casi exclusivo del gobierno por parte del Partido Civil de 1899 hasta 1919. La nueva ley electoral, promulgada en 1896, dio el voto a los varones mayores de edad (21 años) y a los casados menores de edad que supieran leer y escribir. La ley abolió, entonces, el derecho nominal que había permitido antes el voto de los analfabetos. Se decretó también el voto directo y público. Como base del mecanismo de sufragio se utilizó la “matrícula de contribuyentes”, es decir, la lista de los principales pagadores de impuestos del país. En síntesis, se utilizaron criterios de tipo económico y social en la legislación electoral que contrastaron con la teórica situación de igualdad que existía en las disposiciones de este tipo a lo largo de la época inicial de la República. 

Retomando la política interna de Piérola, su mandato restableció el patrón oro en la moneda para impulsar la vida económica del país. En este sentido la creación de la llamada Libra Peruana de Oro, que reemplazó al Sol de Plata, dio solvencia al sistema monetario. Esta crucial medida estimuló la actividad financiera privada, permitió la reducción del déficit fiscal y elevó el nivel de vida de la población, especialmente de la naciente clase media. Se creó, asimismo, la Asociación Recaudadora de Impuestos (una especie de SUNAT de la época) para mejorar la recaudación fiscal. Se suprimió la ingrata "contribución personal" de los indios y se estableció el “estanco de la sal” para reunir fondos y financiar la recuperación de las provincias cautivas de Tacna y Arica. Se evitó en lo posible pedir préstamos del exterior y se apostó por fomentar el ahorro interno. Esa era, según Piérola, la fórmula para que el Perú se convierta en un país moderno con un desarrollo económico sano: los peruanos debían aprender las lecciones que había dejado la ilusa bonanza guanera del pasado.

Oficinas de la Casa Grace

La defensa nacional fue otro asunto que debía abordarse con seriedad, ya que respondía a la idea de desmilitarizar la política y orientar al ejército hacia su profesionalización, despolitización y subordinarlo al control del Estado civil. Tarea muy delicada dado el peso que habían tenido las fuerzas armadas en la política desde la Independencia. Piérola redujo el número de sus efectivos y su cuota en el presupuesto nacional; asimismo obligó al retiro a numerosos oficiales leales al derrotado Cáceres. Más adelante, se creó la Escuela Militar de Chorrillos que se organizó bajo el modelo francés gracias a la labor de una misión militar que comandó el coronel Paul Clement. En Chorrillos los franceses trataron de inculcar que la esencial y única tarea de los militares era el sagrado ideal de la protección de la patria. La intromisión en los asuntos políticos era inapropiada y su patriótica misión en defender a la nación estaba muy por encima de las vulgares y sórdidas preocupaciones políticas. Por último, se introdujo códigos específicos para cada una de las armas (se mejoraron los salarios y los méritos 

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sustituyeron al linaje en los ascensos de los oficiales) y se dieron instrucciones para la promulgación del primer Código de Justicia Militar (1896) y la Ley del Servicio Militar Obligatorio (1998). 

Alumnos de la Escuela Militar de Chorrillos (1889)

Hubo, sin embargo, un hecho militar y político inédito hasta entonces. En mayo de 1896 se produjo un levantamiento federalista en el departamento de Loreto dirigido por el coronel Mariano José Madueño, militar que hasta entonces tenía una distinguida foja de servicios. Esta rebelión enmarcada en el repentino despertar económico de la zona por la explotación del caucho y la difícil situación de los aborígenes que eran utilizados brutalmente para la explotación del nuevo recurso. Las dificultades de comunicación impidieron que el gobierno tuviera noticia del alzamiento. Piérola se enteró semanas después. El gobierno de Lima debió enviar hasta dos expediciones a Loreto, una fue por mar, en el navío Constitución, y la otra cruzó los Andes, desembarcando en el puerto de Salaverry e internándose por Cajamarca y Moyobamba. Los insurgentes, al no lograr el apoyo popular, reconocieron el gobierno de Piérola, y llegaron a decir que las ideas del Partido Demócrata alentaban el federalismo. Al final, ante la cercanía de las tropas gobiernistas Madueño y su colaborador, Ricardo Seminario, optan por la fuga antes de defender "su" estado federal. 

Pasando a otros temas, la diversificación de las funciones del Estado llevaron al gobierno a crear el Ministerio de Fomento (enero de 1896) encargado de la ejecución de obras públicas, de saneamiento, crecimiento de la ciudad, etc. Por primera vez hubo preocupación por la salud y salubridad en el país. De allí la difusión de los servicios de agua, desagüe, agua potable y el uso obligatorio de vacunas (enero de 1896). Incluso se fomentó la investigación científica en este campo.

Se dieron también leyes para la colonización de tierras en la selva y se favorecieron las expediciones a la amazonía (noviembre de 1898). Para ello fue necesario seguir con la construcción de vías de penetración como la de Tarma a Chanchamayo. Luego se exploró el Gran Pajonal y se colonizaron las zonas del Pichis y San Luis de Shuaro. Por último se estableció, por primera vez, la navegación comercial por los ríos Talambo, Urubamba y Ucayali. 

En su política internacional Piérola se preocupó en afianzar las relaciones con varios países como los Estados Unidos, México, Brasil, Rumania y España. Las relaciones con Chile, sin embargo, no prosperaron debido a la imposibilidad de realizarse el plebiscito para decidir el futuro de Tacna y Arica. En este sentido, la firma del Protocolo Billinghurst-Latorre (1898) puso en manos de la Reina de España la decisión de los puntos en disputa entre el Perú y Chile. El documento fue un triunfo de nuestra diplomacia al aceptar Chile la mediación de un país imparcial, en este caso España, que determinaría quiénes tendrían derecho a voto en la región plebiscitada: si los residentes, como sostenía Chile, o los nacidos en la zona, como lo creía el Perú. 

El plebiscito se celebraría de inmediato al conocerse el fallo arbitral y, quince días después, el país vencido debería abandonar sus pretensiones y el vencedor pagar la indemnización de 10 millones de pesos o soles de 1883. El Congreso peruano aprobó inmediatamente los términos de este tratado internacional, no así el de Chile que lo consideró inaceptable. Sin embargo el Perú pudo seguir presionando a nivel internacional, pues era la oportunidad de recuperar por la vía pacífica parte del territorio perdido. ¿Por qué no lo hizo? La razón de esta actitud fue la seguridad de que Argentina y Chile irían a una guerra antes de terminar 1899 por una cuestión de límites en la zona austral de ambos países. Aunque Piérola y otros eran partidarios de la neutralidad por parte del Perú, temían el fervor popular en favor de Argentina. En una eventual derrota chilena, Perú recuperaría no sólo Tacna y Arica, sino todo Tarapacá. Al final argentinos y chilenos resolvieron su problema por la vía diplomática, y el plebiscito siguió en suspenso. 

Los últimos meses del gobierno de Piérola no fueron de mucha tranquilidad. El periódicoLa Opinión Nacional, de clara tendencia cacerista y dirigido por el brillante periodista Andrés Avelino Aramburú, mantenía una oposición bastante crítica al pierolismo. Por su lado Gonzáles Prada había regresado luego de un periplo por Europa y publica Germinal, periódico vocero de su partido, la Unión Nacional, donde desató la más implacable crítica al régimen. 

Fue en este ambiente, algo agitado, que se convocaron a las elecciones en 1899. Piérola intentaba mantener una postura unitaria y convoca a una convención civil-demócrata para presentar una fórmula común en el proceso electoral. De este modo, los demócratas quedaron facultados a elegir al candidato presidencial y optan por una figura independiente, el ingeniero arequipeño Eduardo López de Romaña. Los civilistas nombran como primer vice-presidente a Isaac Alzamora, ocupando la segunda vice-presidencia Federico Bresani. Verificados los comicios, López de Romaña logra la Presidencia de la República con relativa facilidad.

En síntesis, si en 1895 Piérola asumió el poder en medio de enormes expectativas, especialmente entre los sectores populares, ahora estos sentían que había hecho poca cosa para ellos. Por ello, Basadre opinó que "El Califa" perdió una brillante 

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oportunidad de integrar paulatinamente a las masas a la vida política nacional. Esto quizás se explica por la mentalidad aristocrática, elitista y paternalista de Piérola quien solía decir: Cuando la gente está en peligro viene a mí. Huelga decir, entonces, que cualquier cambio verdaderamente estructural estaba fuera del alcance el caudillo arequipeño.

Nicolás de Piérola

24/09/08: La República Aristocrática: la agricultura de exportación

El 22 de mayo 1896, por iniciativa de un grupo de agricultores, se fundó la Sociedad Nacional de Agricultura; entre ellos estuvieron Manuel Moscoso Melgar, los hermanos Aspíllaga, Francisco Moreyra y Riglos, Olivo Chiarella, Francisco Tellería, Sebastián Salinas, Adriano Bielich, Federico Palacios y Augusto Gutiérrez. Con esta medida, se quiso orientar al Estado en favor del desarrollo agrícola y canalizar las demandas de los hacendados. Desde este momento, las actividades del nuevo gremio fueron ininterrumpidas. Gracias a sus gestiones se introdujo, por ejemplo, la enseñanza agrícola al fundarse, en 1902, la Escuela Nacional de Agricultura; además, se iniciaron los estudios para combatir las pestes y enfermedades en los cultivos de la costa a través del Instituto de Parasitología Agrícola que luego se convertiría en la Estación Experimental Agrícola de La Molina.

Un buen ejemplo de esta política fueron las gigantescas plantaciones azucareras que dominaban el valle de Chicama (La Libertad) que terminaron concentrando la tierra en pocas manos. La historia es algo simple. Las haciendas de los plantadores nacionales fueron absorbidas dentro de tres grandes empresas agrícolas: "Casagrande" (de la familia Gildemeister), "Roma" (de los Larco) y "Cartavio" (de la Casa Grace). Sus propietarios simbolizaban la nueva era marcada por la inyección del capital extranjero y el trabajo de los indios "enganchados" que formaron el proletariado agrícola. La coyuntura internacional, además, favorecía las exportaciones, especialmente durante los años de la Primera Guerra Mundial. Otra hacienda importante del valle fue "Laredo", propiedad de Ignacio Chopitea. El mapa azucarero se completaba con Lambayeque. Las dos familias más importantes de la región eran los Pardo, en la hacienda "Tumán", y los Aspíllaga en "Cayaltí". 

Hacienda "Roma", propiedad de la familia Larco (Chicama)

En 1889 se exportaron 45 mil toneladas de azúcar y en 1905 poco más de 134 mil por un valor de un millón y medio de libras esterlinas. Sin embargo, durante estos años la industria azucarera experimentó una crisis debido a la sobreproducción mundial y a la consiguiente baja de su precio en el mercado; en 1902, por ejemplo, su precio llegó a 5 chelines y 3 penques el quintal de 100 libras, su punto más bajo. Según Peter Klaren, esto originó un ciclo de bancarrotas entre los pequeños y medianos propietarios y la consolidación de las grandes plantaciones que pudieron defenderse mejor del mercado externo. Cerca de cinco mil familias debieron vender sus haciendas que terminaron absorbidas por las grandes plantaciones azucareras. Esta difícil coyuntura obligó a éstas tecnificarse con maquinaria moderna. 

Hacia 1904 unas 50 mil hectáreas estaban dedicadas al cultivo de caña, pero en 1912 solo 37 mil se dedicaban a este fin (igual que en 1884). Esto se debió a que los agricultores de Piura, Camaná e Ica dejaron de cultivar caña debido al complicado panorama. A partir de entonces la producción nacional dependió de las plantaciones de La Libertad, Lambayeque y Lima; solo en los dos primeros la producción aumentó en un 60% hacia 1912. En este sentido, la industria azucarera norteña se encontraba en buenas condiciones para afrontar el incremento sin precedentes de la demanda mundial por la guerra entre 1914 y 1918, época de oro de los barones del azúcar. Estos lograron acumular en aquella feliz coyuntura por lo menos 10 millones de dólares, los cuales fueron invertidos en compra de tierras e instalación de nuevos ingenios. Hacia 1920, la capacidad productiva se había elevado a 320 mil toneladas aproximadamente, el doble al nivel anterior de la guerra. Por ello, al año siguiente se destinaron 50 mil hectáreas para el cultivo en los valles del norte. 

En resumen, como lo anotan Rosemay Thorp y Geoffrey Bertram: El monto retornado a la economía nacional derivado de las exportaciones de azúcar fue bastante elevado en las décadas de 1890 y 1900, con una alta proporción de excedente económico que fue empleado para promover el esfuerzo de desarrollo nacional en aquellos años. Durante la primera guerra mundial, el valor retornado disminuyó, al elevarse los precios por las ganancias inesperadas que no se remitieron al país, las que fueron gastadas en parte en la importación de equipos que resultaron de limitado rendimiento económico. En la década de 1920, los bajos precios mundiales virtualmente eliminaron al azúcar como generador importante de excedente y los fondos disponibles que eran obtenidos tendieron a salir al extranjero de tal manera que, aunque el sector permaneció prácticamente libre de control extranjero, su desempeño económico se volvió similar al que se podía esperar de una industria extranjera de exportación. 

La exportación del algodón siguió en importancia a la del azúcar. Las zonas de mayor producción fueron Piura, Ica y los valles del 

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norte de Lima (Santa, Pativilca, Supe, Huaura, Chancay y Chillón). Los tipos de algodón que se cultivaban eran los siguientes: peruano, egipcio y, en menor cantidad, argeliano, mitafifí, y sea island. Según Alejandro Garland, el cultivo de algodón cubría, en 1905, cerca de 20 mil hectáreas, daba ocupación a 16 mil personas y su rendimiento anual no bajaba de 400 mil libras peruanas. Pero los cultivos del "oro blanco" estaban casi siempre expuestos a la enfermedad del Wilt hasta que, en 1908, luego de infatigables esfuerzos, Fermín Tangüis (1851-1932) halló una planta resistente a la plaga que luego se hizo famosa en el mundo por su gran calidad. De este modo el Algodón Tangüis permitió a los agricultores obtener excelentes beneficios colocando al Perú como productor del mejor algodón en el mundo. Su exportación se hizo por los puertos de Paita, Callao y pisco, siendo sus mayores mercados Estados Unidos e Inglaterra. 

Fermín Tangüis en su hacienda "Urrutia" (Pisco)

Al finalizar el siglo XIX, la exportación llegaba a las 6 mil toneladas; antes de la Primer Guerra Mundial éstas llegaron a más de 20 mil y hacia 1923 casi duplicaron su volumen. Por ello tanto en Piura, Ica y el norte de Lima el algodón fue desplazando a la caña y a otros cultivos de panllevar. Además, los pequeños y medianos propietarios se dedicaron a su siembra ya que no requería de grandes costos fijos.

El arroz, finalmente, era cultivado en Lambayeque donde existían haciendas con molinos propios para su pilado como "Tumán", "Talambo", "Cultambo", "Facla", "Lurificio" y "Masanca"; otros centros de pilado se hallaban en las zonas de Jayanca, Túcume, Ferreñafe, Éten, Pacasmayo, Chongoyape, San Pedro, Guadalupe, Pueblo Nuevo y Montevideo. El cultivo del arroz se orientaba básicamente al mercado interno y una pequeña parte era exportada a Chile, Ecuador y Bolivia a través de los puertos de Éten y Pacasmayo.

Antiguo ingenio de la hacienda "Talambo" (Chepén)

28/05/08: El alcoholismo en Lima durante la República Aristocrática

El domingo 30 de marzo de 1902, el diario El Comercio publicaba la siguiente nota: "las clases obreras, principalmente, son víctimas de una plaga social que 

más mortífera que el cólera, el vómito negro, o la peste bubónica, tiende a la degeneración visible e inmediata de la raza. A tal extremo en toda la República, comprendida la capital y el Callao, ha llegado el abuso de las bebidas alcohólicas, que uno de los mejores negocios emprendidos por los extranjeros es abrir tabernas exclusivas o bajo la forma de pulperías que tienen un apéndice o salón donde termina el expendio y principia la taberna… Es menester proceder con sumo rigor, desde luego, si no se quiere ver perdida la generación actual y comprendidas las venideras con la absorción de ese veneno insidioso que se llama el alcohol, que los maestros de la medicina consideran, con razón, como una de las causas del embrutecimiento y destrucción de la raza humana". Con estas frases, el articulista de entonces constataba un hecho que, por razones obvias, preocupaba a la sociedad y a sus autoridades. 

El peligroso incremento en el consumo de alcohol podríamos situarlo, al menos en el caso de Lima y el Callao, luego de la guerra con Chile. Razón tuvo en este sentido el médico y antropólogo alemán Ernst Middendorf, por esos años en Lima, que, después de la guerra, la aflicción, el desempleo y el forzado ocio habían conducido a la bebida a muchos que antes fueron sobrios. Por ello, en enero de 1885 el diario El Comercio, la Academia Libre de Medicina y la Prefectura de Lima iniciaron una campaña, como tantas otras en nuestra historia, para combatir ese vicio pernicioso. Una de las medidas adoptadas fue prohibir que en las pulperías y chinganas se consuma licor en los mostradores antes de las seis de la tarde. La multa era de 50 soles de plata, la primera vez, y la clausura del local si reincidía. La medida no tuvo éxito. En diciembre de 1885, un estudio estadístico levantado por el hospital de Guadalupe, informó que el alcoholismo era la tercera causa de mortandad en la ciudad, precedido por la tuberculosis y la neumonía.

Otra medida adoptada fue la dictada por Cáceres. En 1887, su gobierno creó un fuerte impuesto sobre el consumo de licor. Esta 

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medida, presuntamente represiva, tampoco tuvo éxito. Como lo apuntó Víctor Andrés Belaunde en Meditaciones Peruanas, el mencionado estanco regaló durante varios años cuantiosas sumas de dinero al fisco, llenando prácticamente el vacío que en la economía nacional había dejado el tributo personal. 

Siguiendo el testimonio de Middendorf, sabemos que el consumo de alcohol era moderado entre la población costeña, destacándose a las clases altas por ser las menos adictas. En cambio, alcanzaba límites preocupantes en las clases bajas, especialmente en la población indígena. En este sector el consumo de la chicha y el aguardiente de caña causaba muchas muertes. Basadre nos recuerda, por ejemplo, que una de las consecuencias de la construcción del ferrocarril de Mollendo a Arequipa y Puno fue la generalización del consumo del cañazo fabricado en la costa norte llevando abajo la venta del aguardiente de uva (pisco) fabricado en el sur.

De alguna manera, es explicable el mayor consumo de alcohol entre los más pobres. Sabemos que la miseria produce una serie de mecanismos “reconfortantes” y de “escape”. El sentimiento religioso, por ejemplo, ayuda a soportar la indigencia con la promesa de algo mejor en el más allá. Pero hay otras formas de soportar la miseria: la fiesta y la bebida. En 24 de junio de cada año se celebraba la fiesta de San Juan en las Pampas de Amancaes y los pobres invadían el recinto con sus bailes y excesos. Como vemos, frecuentemente religión, bebida y fiesta iban de la mano. No resulta sorprendente pues que algunos médicos y observadores de la época responsabilizaran a la Iglesia como incitadora del alcoholismo entre los pobres, especialmente en la sierra con las fiestas patronales.

Si hubiéramos caminado por la Lima de 1900, la ubicación de los lugares de venta de bebidas alcohólicas variaba según la calidad del producto ofertado. En los alrededores de la Plaza de Armas estaban los locales mejor presentados, a la “americana”, donde se vendían las bebidas decentes: cerveza y vino. Un poco más allá estaban la pulperías o bodegas donde se vendía cerveza o ron para llevar. En los lugares más apartados del centro se situaban las tabernas donde servían bebidas alcohólicas solas o mezcladas de diversas formas, ya sea con jarabes amargos o gaseosas. Finalmente situamos las célebres chinganas; en ellas se ofrecía, para el consumo directo, pisco y alcohol de caña. Estas se contaban por cientos. Las más famosas estaban en los Barrios Altos, el Barrio Chino, el callejón Otaiza y Abajo el Puente.

Uno de los fenómenos que estuvo relacionado al consumo de alcohol, fue la cultura del ocio. El ya citado Middendorf observó esto cuando recorrió la sierra. En Ancash el viajero alemán vio que en la zona había condiciones favorables para la tranquilidad económica: la tierra era fecunda y daba toda clase de frutos. Señala que aún los más pobres tenían lo suficiente para su sustento. Por ello señala: en el tiempo que corre entre la siembra, en diciembre, y la cosecha, que dura de julio a setiembre, los hombres no tienen nada que hacer y se entregan a la bebida. En Caráz, Middendorf vio a muchos indios que paseaban por las calles totalmente borrachos y gritando estrepitosamente. En Carhuáz: parecía que todo el pueblo estuviera dominado por la chicha, pues por todas partes había grupos de bebedores con el mate en las manos, delante de las casas. También constataba que, al igual que hoy, mucho dinero se ahorraba para las fiestas patronales, momento en que el alcohol era el principal protagonista: en Huaylas me hablaron de varios jóvenes que como mozos de hoteles en Lima, habían ganado muchos miles de soles y de regreso a su tierra habían sido designados mayordomos de la fiesta y habían gastado todo su capital. 

Durante aquellos años la cultura del ocio y la irresponsabilidad en el trabajo se extendieron. Una de esas manifestaciones fue el culto a “San Lunes”, es decir, no asistir al trabajo aquel día para completar la juerga del domingo o asistir a ceremonias religiosas. Digamos que era una tradición universal pues se combatió en Inglaterra, Prusia o México, y en el Perú desde mediados del XIX. Lo que prevalecía en el “San Lunes” era, lógicamente, el consumo de alcohol. No había remedio, pero felizmente esta costumbre fue desapareciendo con el siglo XX (fue el gremio de zapateros el que mantuvo la tradición hasta el final). Una medida fue, por ejemplo, prohibir las corridas de toros los días lunes.

Todo lo dicho nos permite entender la preocupación de las autoridades por reprimir el alcoholismo. Era un problema que impedía convertir al Perú en un país moderno y civilizado. Lo situaríamos en un esfuerzo que algunos han llamado como la "utopía controlista", es decir, en el intento obsesivo de transformar el ambiente nacional, y especialmente el urbano, en un espacio puro y a sus habitantes en dóciles y eficientes trabajadores. En otras palabras: había un persistente esfuerzo por fomentar la disciplina laboral y mantener el orden público mediante la sanción de las conductas desviadas. La represión al alcoholismo así como a la vagancia, a la prostitución, a la delincuencia y al carnaval- refleja esta actitud. En las ciudades se intentaba perseguir a todo aquel que no encajara en este orden ideal. Borrachos, prostitutas y locos debían ser erradicados del paisaje urbano. El problema es que los borrachos eran los que más abundaban. 

En 1877, por ejemplo, el motivo principal del total de arrestos en las comisarías de Lima fue la “alteración del orden público”. El 80% de esos detenidos fueron encontrados en estado de ebriedad y fueron calificados como “miserables e indigentes”. Otra estadística de detenidos en las comisarías en Lima en 1915 nos revela el mismo problema: entre enero y junio se detuvieron a 1.826 personas por robo, a 633 por vagos y a 3.082 por ebrios. 

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Otro problema relacionado con el alcoholismo es el que nos revela la mayoría de las memorias del Manicomio de Lima. Abundando en cifras y detalles nos informa el predominio de locuras que reconocen como causas el abuso del alcohol. Ya desde los tiempos de José Casimiro Ulloa, director del Hospital de Insanos, se establecía esa relación directa entre alcoholismo y alteraciones mentales. Todo esto sin mencionar la aparición de un nuevo actor que alteraba el orden y bienestar de la población de entonces: el suicida. Un informe estadístico elaborado por la Facultad de Medicina nos dice que entre 1889 y 1899 hubo 227 casos de suicidios en Lima, es decir un promedio de 22 por año. Nos atrevemos a creer que la cifra fue mayor si revisamos una fuente más confiable como las memorias de la Prefectura de Lima. Lo que sí sabemos es que la gran mayoría de los suicidas era de “condición humilde”. Para la Iglesia el suicidio era un pecado que urgía castigar privando de la sepultura al cadáver del suicida (felizmente ya había por esos años cementerios bajo la jurisdicción del Estado). En 1861 El Progreso Católico declaró a los suicidas “traidores a la patria”. También se relacionó al suicidio con el alcoholismo. El obispo de Lima proponía leyes contra el alcoholismo escandalizado por esta “epidemia aterradora”; también reclamaba la formación de instituciones moralizadoras para cubrir de infamia la memoria de los suicidas.

Toda esta lucha contra el alcoholismo se enmarca, como vimos, en un contexto donde las autoridades buscan una serie de caminos para alcanzar el progreso de la sociedad peruana. Este progreso ya no se alcanzaba con la importación de inmigrantes sino con la educación. Las “sociedades de temperancia”, formadas por esos años, buscaban la utopía de la sobriedad. Las autoridades, por su lado, buscaban la educación de la sociedad protegiéndola de sus enemigos, es decir de todo aquello reñido con la moral. Esta “utopía controlista”, entonces, intentó montar una eficaz vigilancia preventiva contra los borrachos, los vagos, los rateros, los aficionados al juego, las prostitutas… en fin. De otro lado, intentaba regular el comportamiento cotidiano de la gente común, imponiéndoles restricciones sobre sus horas, lugares y modos de diversión y hasta el libre tránsito por las calles. Todo sospechoso debía ser cargado para que las ciudades permanezcan libres de gente nociva: “vivir en policía” dirían algunos. Una Lima ordenada, civilizada, incluso puritana era el ideal de estos moralistas; una Lima lo más cercana posible a una polis repleta de ciudadanos ejemplares.

03/04/11: La avenida Leguía (hoy Arequipa)

La apertura de la avenida Leguía en 1921, llamada Arequipa desde 1930, ocupa uno de los capítulos más importantes en la historia de los cambios urbanos de Lima. Siempre en el centro de la polémica, ya sea por sus cambios arquitectónicos o por el terrible tránsito que debe soportar, ha sido –y es- uno de los paradigmas de los dramáticos cambios que ha sufrido nuestra ciudad, desde que rompió sus antiguos límites coloniales. Actualmente, la desidia e las autoridades y el mal gusto del sector privado han producido la imagen de abandono y deterioro de esta avenida que, en su momento, fue punto de referencia de los nuevos criterios urbanísticos y habitacionales a los que debía apuntar la Lima moderna.

Los antecedentes.- En 1921, a pesar de que 50 años antes ya se habían derrumbado sus murallas coloniales, Lima era todavía una ciudad pequeña. Se extendía sobre un área de poco más de mil hectáreas y albergaba a 170 mil habitantes. Durante los años de la República Aristocrática, la apertura de la avenida La Colmena y del Paseo Colón y la construcción de la Plaza Bolognesi habían sido de escasa utilidad, ya que los problemas de hacinamiento y escasez de vivienda continuaban. Como afirman Juan Bromley y Juan Barbagelata, “en estas condiciones los nuevos barrios no podían descongestionar la gran masa de población excedente, alojada en la parte antigua de Lima”. Además, los distritos del sur, como Miraflores y Barranco, experimentaban un crecimiento acelerado y necesitaban una nueva vía de comunicación con Lima, aparte del servicio del tranvía eléctrico que unía a Lima con Chorrillos. Miraflores, por ejemplo, contaba con más de 5 mil vecinos; Barranco, por su parte, ya rozaba los 10 mil habitantes. 

De esto se desprende la importancia de construir una avenida para unir Lima con los distritos del sur. Ya en el gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919) se hizo el primer proyecto, preparado por el urbanista Augusto Benavides, y alentado por los municipios de Lima, Miraflores, Surco y Chorrillos. Así, en 1918, por resolución suprema, se aprobó el proyecto al declararlo de “utilidad pública”. La apertura de la nueva avenida debía hacerse a través de los fundos Lobatón, Surquillo, Barboncito, Chacarilla, San Isidro y Santa Beatriz. Sin embargo, las observaciones y la oposición de los dueños de las haciendas afectadas hicieron fracasar la concreción del proyecto.

La construcción de la avenida.- El proyecto recién pudo llevarse a cabo durante el gobierno de Augusto B. Leguía, que promovió la modificación de una serie de leyes que facilitaban los procesos de expropiación para fines urbanísticos. De esta manera, por ley N° 4108 de 1920, se autorizaba la expropiación de hasta 100 metros a cada lado del trazo de las avenidas interurbanas declaradas de utilidad pública (es necesario aclarar que sin este marco legal no hubieran sido posibles muchos de los proyectos 

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urbanos del Oncenio). Todo estaba listo: la nueva legislación se aplicó para la construcción de la avenida Leguía. La concesión de la obra recayó en la empresa norteamericana The Foundation Company por resolución suprema del 11 de marzo de 1921; el monto de la inversión ascendió a 1’512,590 soles. El diseño original de la nueva avenida contemplaba un gran paseo central con franjas arboladas y pistas a los costados para ser utilizadas exclusivamente por vehículos de llantas neumáticas. 

En resumen, la avenida Leguía tuvo una doble finalidad:

1. Unir el centro de Lima antigua con los nuevos “suburbios” del sur que estaban experimentando un rápido crecimiento urbano y demográfico, y que se habían convertido en lugar de residencia permanente de cientos de familias de los sectores más pudientes de la población.

2. Servir de modelo y símbolo para las obras de Leguía. Esto iba ligado a la representación del nuevo estilo de vida que se quiso impulsar: las nuevas residencias, de corte norteamericano, se ubicaban en un eje donde estaba el hipódromo, diversos clubes deportivos, parques y otros lugares de esparcimiento de la elite limeña. 

Si embargo, toda la avenida no se construyó en 1921; se hizo por tramos y su apertura continuó hasta el final del Oncenio. Por ello, no tiene un trazo homogéneo en toda su longitud, especialmente a partir del bypass, donde presenta un paseo peatonal central y jardines a los costados. De otro lado, si en un primer momento, los dueños de los fundos se mostraron renuentes, pronto se dieron cuenta de que se verían favorecidos por el incremento del valor comercial de sus terrenos al abrirse las nuevas urbanizaciones. 

Urbanización y nuevos barrios.- Como la nueva avenida debía ser un paradigma de urbanismo, el gobierno de Leguía promulgó la resolución Suprema de Ordenanzas sobre tráfico y Construcciones en la avenida Leguía (28 de mayo de 1921). En estas ordenanzas, la Foundation Company y la Dirección de Obras Públicas debían calificar y otorgar las licencias de construcción de los nuevos edificios. Entre otros aspectos, la normativa estipulaba el alineamiento de la fachada en línea paralela al trazo de la vía y a una distancia no menor de 5 metros del límite interior de la acera; asimismo, se debían dejar áreas con jardines hacia los límites laterales; los cercos exteriores debían tener diseño uniforme; por último, se añadían algunos detalles sobre la construcción de entradas de carruajes y sobre las aceras. Como el trayecto de la avenida debía tener solo uso residencial, se prohibía la utilización de los edificios con fines comerciales. Finalmente, después de la compra del terreno, el propietario tenía un plazo máximo de 2 años para construir; de lo contario, el terreno sin edificar revertía al Estado que pagaría el precio original de la adquisición.

La primera urbanización que se formó fue SANTA BEATRIZ, planificada sobre los terrenos del fundo del mismo nombre, en un área de 153.97 hectáreas, de las cuales 61.62 debían servir para vivienda, 20.5 en áreas verdes, 70,97 en circulaciones y 1.23 en equipamientos. Al final, resultaron 652 lotes con una densidad bruta de 21 habitantes por hectárea. Como vemos, en Santa Beatriz se emplearon las últimas técnicas sanitarias y de pavimentación, y con gran preocupación por la ornamentación. Incluso hasta hoy, nos sorprende por su gran cantidad de parques y jardines y por su estilo que se desprende del urbanismo norteamericano. Se nota, además, la intervención del Estado, que quería una urbanización obrera y de clase media, ya que, en un principio, fijó en precios muy bajos la venta de los terrenos y con grandes facilidades de pago; además, el gobierno invirtió cerca de 2 millones de soles en trabajos de agua, desagüe, pavimento, jardinería y alumbrado (por la venta de lotes, obtuvo casi 4 millones de soles). El estado también se reservó el derecho dea signar la localización de las embajadas de Argentina, España, Brasil y Venezuela. 

Por su parte, MIRAFLORES venía convirtiéndose en el nuevo distrito residencial de la clase media limeña. Hasta 1910, era básicamente una zona agrícola, como la hacienda Surquillo, donde se empezaron a asentar viviendas en lo que es hoy la Plaza Marsano y los terrenos que están detrás de la demolida Casa Marsano (el escritor Ricardo Palma vivía en esta zona). En 1920, Miraflores tenía poco más de 5 mil habitantes; 10 años después, en 1930, su población se había casi quintuplicado. Todo fue cambio vertiginoso en la década de los 20, como lo señala Rafael Varón: “Mucho de los antiguo fue totalmente destruido por la actividad de la Urbanizadora Surquillo, en la arrasadora década de 1920. Se siguió un patrón ortogonal para la organización del espacio, destruyéndose todo aquello que se interpusiese en la cuadrícula de los planos. De esa manera, se mutiló repetidamente la huaca Juliana; numerosos paredones, acequias y pequeños bosques también desaparecieron ante el irracional avance de la urbanización”.

El caso de SAN ISIDRO fue distinto. Para su planificación, se buscó un modelo diferente de urbanización, más pintoresco y abierto, a cargo de Manuel Piqueras Cotolí, y que se nota en el diseño de la zona de El Olivar, ubicada en el antiguo bosque del mismo nombre. Como anota Elio Martuccelli: “En la zona de El olivar de San Isidro se ensayó un urbanismo de trazo libre, con lotes dispersos en medio de áreas verdes: una manera novedosa de plantear una urbanización, llena de luz, aire y distinción”. Por ello, san isidro se llenó de calles curvas y de lotes irregulares, donde se construyeron casas de tipo chalet, en medio de jardines y 

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con estilos diversos (tudor, vasco, neocolonial, etc). Sin embargo, esta disposición urbana no se extendió por todo el distrito. La zona que atravesó la avenida Leguía, por ejemplo, sí respetó la trama cuadriculada. De esta manera, San Isidro se convirtió en residencia de la clase media alta, que “escapó” del centro antiguo de Lima.

El cambio de nombre.- Luego de la caída de Leguía, por el levantamiento de Arequipa, el cambio de nombre fue impulsado por Luis Alberto Eguiguren, quien alcanzó la propuesta al Consejo Provincial de Lima. Así, el 16 de septiembre de 1930, el cambio de nombre fue aprobado por aclamación. El nombre de “Arequipa se escogió precisamente por se la Ciudad Blanca el foco de la sublevación que derrocó al jefe de la Patria Nueva.

Los usos y el ambiente urbano.- A lo largo de sus casi 90 años de existencia, la avenida Arequipa ha pasado por distintas tipos de uso. Si en un principio fue un corredor residencial, con el típico chalet, pronto aparecieron las embajadas y algunos colegios mesocráticos, como el Raimondi y el Villa María. Luego hicieron su aparición edificios de diverso tipo arquitectónico, además de institutos, más colegios, locales comerciales, oficinas, bancos, hoteles y edificios multifamiliares. Últimamente, los restaurantes de comida rápida, las discotecas, los centros comerciales y los supermercados también forman parte del paisaje urbano de una avenida que ha perdido la fisonomía aristocrática que tuvo en sus primeras décadas.

a. Uso residencial.- Esta fue la vocación principal e inicial de la avenida, acompañado por las embajadas, instituciones culturales (Teatro Leguía) y centros educativos (colegio Raimondi y Villa María). Lo que predominaba era el chalet, el nuevo tipo de residencia que se impuso a partir de los años 20. Como refiere José García Bryce, “cuando a principios de siglo los ranchos de balnearios comenzaron a construirse no ya pegados uno al otro y a la calle, sino en medio de un jardín, se inició la transformación del rancho tradicional en la ‘villa o el ‘chalet’´, es decir en la casa suburbana moderna”. Fue en las zonas de san isidro y Miraflores donde se construyeron las residencias más lujosas de este tipo; las más “mesocráticas” estuvieron en Santa Beatriz. Sin embargo, como señala Eugenio Farro Guerra, “la residencia como uso principal de la avenida fue desplazada progresivamente por los usos comerciales, que causaron un nuevo éxodo de los habitantes de la zona hacia nuevas urbanizaciones”.

b. Los cambios de uso.- Los cambios más profundos se hicieron a partir de los años ochenta, cuando las residencias se convirtieron en academias, colegios, universidades, locales comerciales, discotecas y pequeñas clínicas o consultorios médicos. En la mayoría de los casos, los nuevos usos se asentaron sobre las edificaciones presentes, modificándolas o adaptándolas y, en algunos casos, se construyeron nuevos edificios para albergarlos. Estas nuevas instituciones modificaron la vida de la avenida porque generaron nuevos sistemas y dinámicas, usos del espacio y atrajeron nuevos usuarios, en su mayoría estudiantes y trabajadores de estos centros educativos. Aquí es necesario mencionar el tema de la prostitución, que forma parte de la memoria colectiva de los limeños que identificó a la avenida con la presencia de esta actividad. En realidad, se instaló en los años 70 y le otorgó a la avenida una imagen muy ligada al meretricio; la aparición de discotecas, bares y hostales fue una consecuencia de esta actividad. Finalmente, sobre estos cambios dramáticos, un informe de El Comercio, en 2006, señalaba lo siguiente: a lo largo de sus 52 cuadras, había 5 universidades, 9 colegios, 56 academias e institutos superiores, 20 centros médicos, 4 clínicas, 4 farmacias, 10 centros de idiomas, 13 locales de cabinas de Internet, 6 estaciones de gasolina y 2 centros comerciales. 

Zonificación, adaptación, suplantación y demoliciones.- Como respuesta a las nuevas actividades que han invadido a la avenida, los municipios de los distritos implicados han ido aplicando cambios de zonificación muy diferenciados. En la zona de Lince, por ejemplo, predominan los locales comerciales mientras que en San Isidro o Miraflores aún podemos ver que predomina el uso residencial. De otro lado, en su mayoría, los nuevos usos han ocupado edificaciones existentes, transformándolas y adaptándolas a sus necesidades; en otros casos, has sustituido las edificaciones originales. Ejemplos de adaptación, que no afectaron el entorno o la arquitectura, son los locales de la Alianza Francesa, la Asociación Cultural Peruano-Británica y, en cierta medida, el ICPNA. Respecto a las demoliciones, éstas han sido numerosas por la presión inmobiliaria que, por necesidades demográficas, prefieren edificios de alta densidad o que, por presión del mercado, han construido centros comerciales o institutos. En el caso de las demoliciones, hubo dos que provocaron polémica: la de la Casa Marsano para dar paso a un a una galería de artículos informáticos, en lugar del hotel de lujo que se anunció, y la Casa Salcedo, que fue sede de la Orden de Malta (cuadra 46) y ahora es un supermercado.

Un ambiente urbano monumental.- A pesar de la degradación que sufrió la avenida en las últimas décadas, aún conserva varios inmuebles de cierta importancia. Por ello, el Instituto Nacional de Cultura la declaró “Ambiente Urbano Monumental” (2006). Según esta declaración, los tramos de la avenida que cuentan con protección son los que corresponden a la zona del Cercado, entre las cuadras 1 y 10, y el sector que corresponde a Miraflores, entre las cuadras 38 y 52. La salvaguarda no solo incluye a la avenida sino a los inmuebles ubicados en ella y al entorno cercano. Esta “monumentalización” ha sido muy criticada pues en la mayoría de los casos, en lugar de buscar la revalorización o buscar alternativas que vuelvan útil al monumento, los “congela”, es decir, limita cambios y modificaciones. Por ello, en 2007, se modificó la norma al tramo que corresponde a Miraflores. 

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Afortunadamente, en los últimos años, se ha incrementado el interés de las empresas inmobiliarias por intervenir en inmuebles de valor monumental para ser utilizados nuevamente. Con eso, el hecho de “monumentalizar” no bloque, necesariamente, el desarrollo y ofrece alternativas a la inversión, tanto estatal como privada. 

Recuerdos del presidente Leguía.- Actualmente existen en Lima 13 calles que llevan el nombre del líder de la Patria Nueva, todas ellas en barrios o distritos nuevos o "periféricos", ninguna en la zona histórica o tradicional de la ciudad. Y es que cuando cayó Leguía, en agosto de 1930, sus enemigos se dedicaron a destruir todo lo que era "Leguía"; en fin, trataron de borrar su recuerdo. El caso más emblemático fue el de esta avenida, rebautizada como "Arequipa", en honor a la ciudad donde se sublevó el coronel Luis M. Sánchez Cerro y que supuso el fin del Oncenio. Sin embargo, habría que hacer tres apuntes:

1. Sobre la puerta principal de la "Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores del 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria", en la cuarta cuadra de la avenida, existe un mural que representa la solemne ceremonia en la que Leguía le entregó al Héroe de la Breña, don Andrés A. Cáceres, el Bastón de Mariscal, en 1920.

2. Sobre el proscenio del que fuera el antiguo Teatro Arequipa (luego regresó a su nombre original: Teatro Leguía) existen entrecruzadas dos letras: T.L., que recuerda su nombre primitivo.

3. En la cuadra 20 (a la altura del edificio "El Dorado”) existe un pequeño obelisco que fue construido con motivo de la inauguración de la avenida. Allí también, en 1930, fue borrada la leyenda recordatoria y, empleando un pequeño camión Ford, modelo "T" (al que ataron unas sogas), se arrancó el busto del Presidente, que miraba hacia Lima. Recién hacia la década de 1970 reapareció, primero, la leyenda, y, luego, el busto, casi desapercibido para la mayoría de limeños. 

23/03/09: Recordando al maestro Raúl Porras Barrenechea

Un día como hoy, en Pisco, en 1897, nació uno de los historiadoras más influyentes del Perú en el siglo XX, Raúl Porras Barrenechea. A propósito de esta fecha, ensayamos unas breves ideas sobre su figura y obra. 

Raúl Porras Barrenechea se formó intelectualmente en una época crucial de nuestra vidarepublicana: la crisis del civilismo (la República Aristocrática) y el inicio de la Patria Nueva de Augusto B. Leguía. Fue una época muy rica, efervescente, en la vida política, social, económica e intelectual del país, así como en la del resto de América Latina. Como alumno de San Marcos, estuvo muy influenciado por el movimiento universitario que demandaba un mayor compromiso de la Universidad con los problemas nacionales. Fue una época, además, marcada por la presión del movimiento obrero en sus reivindicaciones laborales y los pedidos de la naciente clase media por conseguir mayor participación en los manejos del Estado. En fin, es una coyuntura en la que universitarios, obreros y grupos medios reclaman un Estado más democrático y redistributivo. Por último, se trata de una coyuntura en la que se consolida la economía de exportación, hay un proceso de expansión urbana en la costa y el país intenta resolver sus problemas limítrofes pendientes. 

Ese fue el ambiente que rodeó a la llamada Generación de la Reforma Universitaria (1919) o del Centenario, al conmemorarse en 1921 y 1924 los primeros 100 años de nuestra independencia del Imperio español. A ella pertenecieron, además de Porras, intelectuales de la talla de Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía, César Vallejo o Luis E. Valcárcel, entre otros; en el campo político, se suman a ella Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Como vemos, buena parte de la trayectoria política e intelectual del país en el siglo XX se debió a este grupo de jóvenes, quienes escribieron sus obras fundamentales en la década de 1920. El problema del indio, la existencia de la nación peruana o, simplemente, qué es el Perú fueron sus planteamientos básicos. No olvidemos, por último, que este grupo de intelectuales también se nutrió de las ideas de la generación anterior, la del Novecientos, especialmente de José de la Riva-Agüero y Osma, Francisco García-Calderón y Víctor Andrés Belaunde. 

Realmente hubo, por esos años, una vocación totalizadora; es decir, una preocupación por entender al Perú desde todos sus aspectos. Ello explica, en gran medida, la trayectoria intelectual de Porras quien fue más allá del oficio de historiador, y que puede ser resumida como la de formar o levantar conciencias. La verdad, hasta ahora nos sorprende su gran capacidad de trabajo que se desdoblaba en la cátedra universitaria, la investigación académica y la participación política. No cabe duda que su verdadera vocación fue el Perú. Influido por Riva-Agüero y Belaunde, defendió el carácter mestizo de la nación peruana. No fue ni hispanista ni indigenista. Sus libros y artículos demuestran su preocupación por comprender la influencia hispánica (sus estudios sobre la Pizarro, la Conquista, los cronistas, las instituciones virreinales) y andina (sus aproximaciones al Tawantinsuyo o su ensayo sobre el cronista indio Felipe Guamán Poma y Ayala). Porras, además, se preocupa por descubrir el origen del nombre del Perú y su vocación por el mestizaje queda demostrada por su brillante aproximación a la vida y la obra del Inca Garcilaso de la Vega, nuestro primer historiador. 

Su innegable preocupación por el Perú se extiende a la profunda investigación que hizo sobre la historia de nuestros límites 

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fronterizos. Para esa titánica empresa, enmarcada en los asuntos pendientes con los países vecinos, Porras tuvo que hurgar documentos que se remontaban a los años de la Conquista española. Los derechos territoriales del Perú, especialmente el tema de las provincias cautivas de Tacna y Arica, es algo que lo desveló y lo llevó no sólo a la investigación sino a la vida diplomática. Trabajó en el Ministerio de Relaciones Exteriores, integró varias misiones al exterior y, en plena madurez intelectual, a fines de los años cincuenta, fue nombrado Canciller de la República por el presidente Manuel Prado. Su nombramiento coincidió con una coyuntura internacional muy crítica: el triunfo de la Revolución Cubana y los intentos de los Estados Unidos por condenar el hecho y decretar el bloqueo a Cuba. Como historiador, como gran conocedor del pensamiento de los precursores y libertadores (manejaba al dedillo el pensamiento de Viscardo, de Bolívar, de Miranda, de Sánchez Carrión), no podía claudicar de las ideas de integración y solidaridad continental. Por ello, cuando representaba al Perú en una reunión de cancilleres convocada por la OEA, en la que Estados Unidos presionó para que todos los países del Hemisferio condenaran a Cuba, él, luego de un brillante discurso, votó en contra. Su voto consecuente, lamentablemente, no fue compartido por el presidente Prado quien, en una actitud que lindó con el maltrato, lo destituyó del cargo. Para muchos que lo conocieron, este episodio amargo le precipitó la muerte en setiembre de 1960.

Pero yendo a asuntos más gratificantes, Porras es recordado por sus brillantes clases. Su elocuencia, sus gestos, su gran erudición (recitaba en las aulas páginas enteras de los cronistas, por ejemplo) todavía son recordados por aquellos que lo escucharon en las aulas de San Marcos o la Universidad Católica. No quedaba ni un espacio vacío cuando se anunciaban las clases del maestro Porras. Al menos en el campo de las Humanidades, no hubo otro profesor universitario como él. Jorge Basadre recuerda que sabía Porras dar una amenidad muy propia a sus clases, sus conferencias y sus conversaciones. Logró en su aula escolar y universitaria algo muy raro en una época contestataria: que los alumnos lo aplaudieran entusiastamente y que las llenaran aunque solía escoger, como profesor, a veces, horas inverosímiles. Son muchos los que recuerdan, desafiando los años, sus conferencias admirables entre otras las que dedicó a Pancho Fierro y a la ciudad de Lima (donde acuñó la frase “Del puente a la Alameda”). Su aptitud para la frase rapidísima, ingeniosa, chispeante y certera, o sea para lo que cabe llamar la espontánea gracia vituperativa, infaliblemente causada gran impresión en su auditorio, cualquiera que él fuese. 

Su elocuencia también se trasladó al Parlamento en los años que le tocó representar al departamento de Lima en el senado de la República. Sus intervenciones eran piezas maestras de retórica y sabiduría. Con un castellano impecable (fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua), se desenvolvía en todos los temas que le tocaba defender u opinar. No por casualidad, hoy uno de los hemiciclos del Congreso lleva su nombre.

Esa misma brillantez se nota en cada página que escribió. Porras exhibió una de las prosas más impecables del siglo XX peruano. Además, a la pulcritud del idioma le añadió la solidez en el manejo de las fuentes y sus agudos comentarios. Cada dato y cada opinión eran respaldados por un vasto aparato bibliográfico y documental. Cuentan que, como erudito, extremaba su escrupulosidad y era capaz de de pasarse días enteros hasta encontrar la certeza de la exactitud en un dato. Como comenta Mario Vargas Llosa, escribió siempre como si el país al que pertenecía fuera el más culto e informado del mundo, exigiéndose un rigor y perfección extremos, como correspondería al historiador cuyas investigaciones van a ser sometidas al examen de los eruditos más solventes. Basadre, por su lado, anota lo siguiente: Muchas de sus páginas son de antología. Su prosa se revistió en determinados pasajes de atavíos clásicos; pero, en innumerables ocasiones, irrumpe de pronto en ella, con puntería certeza de cazador, el ingenio criollo para generar el adjetivo preciso, el detalle esclarecedor, la anécdota amena y también para volverse, cuando quería, demoledor e implacable. 

Pero quizá ese excesivo celo por la rigurosidad le impidió concretar, como muchos opinan, la gran obra para la que él estaba sindicado: una síntesis de la historia del Perú. Hasta 1960, Porras era, en el Perú, el historiador más capacitado para escribir la historia del Perú “total”, desde los primeros habitantes que poblaron el territorio peruano hasta nuestra trayectoria republicana. 

Por último, Porras es también recordado por haber formado un nutrido grupo de discípulos. Sus clases en la Universidad se trasladaban a su casa de la calle Colina, en Miraflores, donde acudían sus alumnos más destacados y una pléyade de intelectuales, tanto nacionales como extranjeros, para investigar en su biblioteca y a conversar o discutir, con tasas de chocolate caliente incluidas, temas académicos o de interés nacional. Por allí desfilaron alumnos como Pablo Macera, Mario Vargas Llosa, Carlos Araníbar, Waldemar Espinoza, Hugo Neyra, Luis Jaime Cisneros, Raúl Rivera Serna o Féliz Álvarez Brun, e intelectuales consagrados como Víctor Andrés Belaunde o el poeta José Gálvez. Dice Vargas Llosa que en esas tertulias se aprendía más que en las aulas de San Marcos: no sólo era entretenido pasarse esas tres horas consultando las crónicas; además, con motivo de una averiguación cualquiera, había la posibilidad de escuchar una disquisición de Porras sobre personajes y episodios de la Conquista. 

Por todo lo expuesto, el lector puede estar seguro de tener ahora en sus manos dos de los textos más emblemáticos preparado por el maestro Porras, “Pequeña Antología de Lima” y “El nombre del Perú”, en los que quedan demostradas las calidades académicas de un conocedor sin par, en este caso, de la historia de Lima y del origen mestizo del nombre del Perú. 

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BREVES DATOS BIOGRÁFICOS.- Raúl Porras Barrenechea, quien fue historiador, catedrático universitario, político y diplomático, nació el 23 de marzo de 1897 en Pisco en el seno de una familia de “clase media” de la época. Sus padres fueron Guillermo Porras Osores y Juana Barrenechea y Raygada. Cuando era muy niño, su familia se traslada a Lima donde realiza sus estudios escolares y universitarios. Pasó por las aulas de los colegios San José de Cluny en Lima (1900-1905) y La Recoleta (1906-1911). En 1912, ingresa a la Universidad de San Marcos en la que se gradúa de Bachiller y Doctor en Letras (1928).

Su trayectoria como docente se inició como profesor de Historia en los colegios Anglo Peruano (1923-34) y Antonio Raimondi (1932-34); luego, en San Marcos, lleva la cátedra de Historia de la Conquista y la Colonia (1931). Asimismo, es director del Colegio Universitario (1931), profesor del curso Fuentes Históricas Peruanas en la Universidad Católica (1933-58), Director del Instituto de Historia de la Facultad de Letras en San Marcos, organizador del I Congreso Internacional de Peruanistas, y miembro del Instituto de Historia del Perú y de la Academia Peruana de la Lengua. 

Su trayectoria política se inicia muy joven siendo uno de los animadores de la Reforma Universitaria (1919) y como miembro del Congreso Nacional de Estudiantes (Cusco, 1920) en el que presentó propuestas innovadoras para la organización de la Federación de Estudiantes. De otro lado, su vida diplomática se inicia cuando es incorporado al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores como secretario del ministro Melitón Porras (1919); también trabajó en el Archivo de Limites (1920) y la Biblioteca de Torre Tagle (1922). Luego, asumió la jefatura del Archivo de Limites (1926) y redacta la Exposición presentada a la Comisión Especial de Limites sobre las fronteras norte y sur del territorio de Tacna y de Arica (1926-27). Cabe destacar que, como intelectual, fue uno de los miembros más destacados de la llamada Generación de 1920 o Generación del Centenario, quizá la más ilustre del Perú del siglo XX, junto a personajes de la talla de Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez y Jorge Guillermo Leguía. 

En 1935, viaja a España en calidad de Ministro Consejero e integra la delegación acreditada ante la Liga de las Naciones como Ministro Plenipotenciario (1936-1938). Asimismo, asistió a las conferencias peruano-ecuatoriano, en Washington, para negociar el diferendo limítrofe (1938). Residió varios años en Europa dedicado a investigar en los archivos españoles (1940). 

Se reencontró con la política activa en 1956 cuando fue electo senador por Lima y ejerció la presidencia de su Cámara. Debido a su talla intelectual, el presidente Manuel Prado lo nombra Ministro de relaciones Exteriores, cargo que ejerció de 1968 a 1960. En dicho cargo, en una reunión de cancilleres en la OEA, cuando los miembros de este organismo votaron la exclusión de Cuba de la Comunidad Americana, Porras votó en contra de esa medida. En represalia, el presidente Prado, siempre alineado a los intereses norteamericanos, lo separa de su cargo. Esta amarga experiencia lo lleva a la muerte, en Lima, el 27 de setiembre de 1960.

El maestro Porras fue autor de casi un centenar de obras fundamentales para la historia de nuestro país. Entre ellas, destacan Alegato del Perú en la cuestión de limites de Tacna y Arica (1925), Historia de los limites del Perú (1926-1930), El Congreso de Panamá, 1926 (1930), Cuadernos de Historia del Perú (1936), Pizarro, el fundador (1940),Pequeña antología de Lima (1961), Mito, Tradición e Historia del Perú (1951), Cronistas olvidados sobre el incario (1941).

A MODO DE CONCLUSIÓN.- Raúl Porras Barrenechea fue, sin lugar a dudas, una de las figuras cumbres de la intelectualidad peruana del siglo XX. Quienes lo conocieron, reconocen en él no sólo al gran erudito sino al agudo crítico del pasado peruano. En sus libros podemos apreciar no sólo su rigor científico sino una prosa impecable. En sus clases, hacía gala de una erudición que no conocía límites así como de una elocuencia que encandilaba al auditorio. Durante los años cuarenta y cincuenta, con toda seguridad, era el que más conocía nuestro pasado, desde los tiempos prehispánicos hasta la dura experiencia republicana. Por ello, muchos esperaron de él el gran libro que sintetizara las tres grandes etapas de nuestra historia. Lamentablemente, no lo hizo, quizás, por las múltiples responsabilidades que le toco asumir, tanto en la universidad como en la vida diplomática y la arena política. Sin embargo, a pesar de no habernos dejado esa gran síntesis, nos legó un conjunto de estudios monográficos que nos abren surcos imprescindibles para conocer temas tan variados como la vida de Pizarro, las crónicas y los cronistas, las instituciones del virreinato, los ideólogos de la Emancipación, la historia diplomática o la literatura virreinal y republicana. Su compromiso académico, además, queda consolidado al ver cuántos intelectuales de primera importancia en nuestro país se consideran discípulos del maestro Porras. Por último, no podemos olvidar su más profundo americanismo, de solidaridad continental, cuando le tocó ejercer, al final de su vida, el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. 

11/10/08: Vida cotidiana durante la República Aristocrática, 1895-1919

El automóvil.- El primer automóvil que circuló en el Perú no lo hizo en Lima. Llegó a Huaráz en 1899 y lo trajo desde Europa, en cajas para ser armado, el minero Arturo Wertheman; era un “Gardner Serpollet” a vapor que tuvo un notable desempeño al circular a más de 4 mil metros de altitud, sin duda un récord mundial. En 1903 paseó por Lima el primer automóvil; fue un Locomobil a vapor de origen europeo, importado por Ricardo L. Florez. El primer auto a gasolina llegó en 1904 y, en 1905, llegó el 

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primer auto norteamericano marca Reo, traído por Abraham y Miguel Elguera quienes se convirtieron en los primeros comerciantes de venta de autos en Lima. Un hecho sin precedentes ocurrió en 1907 cuando 25 autos y una moto, casi todos los que existían en Lima por esos años, realizaron un rally desde el Paseo Colón hasta el balneario de La Punta; el segundo gran rally, cubrió la ruta de Lima a Ancón. Un hecho histórico ocurrió en 1908 cuando el ingeniero Alberto Grieve diseñó y construyó el primer auto en el Perú; el modelo llevó su nombre. 

La importación cada vez mayor de automóviles permitió la realización de algunas “proezas”. En 1914 Carlos Olavegoya, quizá el primer fanático del automovilismo, ascendió al Morro Solar y luego, en julio, batió el récord mundial de altura al llegar al punto más alto del Ferrocarril Central. A su llegada familiares, amigos y numerosos curiosos lo esperaban en la Estación de Desamparados. En 1917, otro “corredor”, Octavio Espinoza ascendió al Cerro San Cristóbal en siete minutos, toda una hazaña para la época. Lógicamente con la circulación de los primeros automóviles se desataron los primeros accidentes. La gente pedía seguridad y se quejaba por el ruido ensordecedor de estas máquinas rodantes; ni qué decir del olor que despedían los motores. La población solicitaba que antes de seguir importando vehículos había que reglamentar el tránsito en favor de la seguridad de los peatones. Por último, un hecho importante ocurrió en 1917: la Municipalidad de Lima importó de Estados Unidos el primer camión para el servicio de baja policía; se trataba de un camión Moreland, de dos toneladas y media, que recogía la basura del Mercado Central superando en eficacia a las antiguas carretillas. Con los años llegarían más camiones para los nuevos barrios de la ciudad. 

El tranvía.- En 1877 se inauguró en Lima el tranvía con tracción animal. Ahora, en 1903, ese viejo tranvía se trasformó en eléctrico y facilitó el transporte de la población capitalina. El primer “eléctrico” comenzó construirse en 1903 y unía a Lima con Chorrillos (14 kilómetros que atravesaban Miraflores y Barranco); la velocidad máxima que alcanzaba era de 40 a 60 kilómetros por hora. Al año siguiente otro tranvía unió a Lima con el Callao. Por esos años, el alcalde de la capital era Federico Elguera, de notable gestión pues durante su administración (1901-1908) la ciudad se trasformó al modernizarse todos sus servicios públicos. Sin embargo, el entusiasmo por el nuevo sistema de transporte quedó ensombrecido por un temprano accidente. En febrero de 1904 un coche que cubría la ruta a Chorrillos sufrió un desperfecto a la altura de la Bajada de Armendariz, en Miraflores, cuando el vehículo se desconectó del cable de electricidad y quedó detenido a oscuras con todos sus pasajeros a bordo. Pocos minutos después, un segundo coche de tranvía de la misma ruta, colisionó con el averiado sin saber, obviamente, que se encontraba detenido. Cuentan que las rápidas maniobras del conductor evitaron una tragedia mayor. Por ello, felizmente solo hubo heridos y pérdidas materiales en ambos coches. Este accidente obligó a los responsables del tranvía a tomar medidas de seguridad y se construyeron teléfonos en determinados tramos de la ruta para avisar inmediatamente de cualquier situación de emergencia. 

El cine.- El sábado 2 de enero de 1897 se llevó a cabo la primera función pública de cine en el “Jardín de Estrasburgo”, célebre confitería ubicada en la Plaza de Armas de Lima. El aparato usado fue el Vitascope, patentado por Thomas Alva Edison en 1896. La función, a la que asistieron el presidente Piérola, ministros e invitados, duró dos horas y se inició a las 9 de la noche. Dos días después el cine fue mostrado al público; los limeños pagaron entonces, por primera vez, para asistir a un espectáculo cinematográfico.

Un anónimo operador filmó, hacia 1899, las primeras vistas del Perú y el 23 de abril de 1899, en el teatro Politeama de Lima, se proyectaron veinte vistas entre las que se encontraban tres llamadas La catedral de Lima, Camino a La Oroya y Chanchamayo. Fueron tal vez las primeras imágenes de la geografía peruana proyectadas por un aparato cinematográfico. 

De otro lado, la proyección de películas nacionales en estos años fue escasa, sin embargo, a pesar de que el cine era un oficio muy nuevo, esto no impidió que se lograra realizar algunos films como Las salidas de misa de 11 am. De la iglesia de San Pedro (1904), Corridas de toros en la Plaza de Acho (1904), Ejercicios de fuego de la batería de Alfonso Ugarte del Callao (1904), Los centauros peruanos (1911), Negocio del agua (1913), del manicomio al matrimonio (1913) y otros más. El cine, sin embargo, no estaba todavía en condiciones técnicas para competir con el teatro y la ópera porque era un cine mudo, con muchas imperfecciones, un espectáculo que demandaba ciertos gastos de instalación. 

Finalmente, si los limeños miraban a Europa no fue difícil la excepcional acogida que dio la ciudad al curioso aparato, proveniente del soñado París, que mostraba los cafés de los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo o la Torre Eiffel. Como sostiene Giancarlo Carbone, el cine ayudó a ensanchar el horizonte visual local, introdujo nuevas costumbres, trastocó y rompió antiguas morales sociales, presentó noticias sobre flamantes rumbos políticos y sobre todo inyectó una modernidad en una sociedad que a pesar de haber entrado a un nuevo siglo parecía aún estancada en los moldes sociales coloniales. Es, pues, bajo el signo del cine que hemos ido modelando nuestra cultura y construyendo nuestro imaginario y nuestros sueños.

Las carreras de caballos y el hipódromo de Santa Beatriz.- Tenemos noticias que la colonia inglesa introdujo la afición por las 

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carreras de caballos desde la década de 1860. La primera carrera de caballos de la que hay registrado se realizó el 29 de febrero de 1964 en el Callao, en la cancha de Bellavista. La carrera estuvo bien concurrida y estuvo presidida por el prefecto del Callao. También sabemos que existía un club hípico y los caballos eran peruanos o chilenos cruzados con sementales ingleses. En 1869 se abandona Bellavista y, con el objeto de acercar el deporte a la capital, se inaugura un "hipódromo" en la Pampa del Pino, o sea, en una extnsión plana, entre las faldas del cerro de El Agustino y los terrenos de la urbanización Manzanilla. . A partir de la década de 1870 se construyó un nuevo "hipódromo", a mitad de camino entre Lima y el Callao, cerca de la estación del ferrocarril trasandino, donde era más fácil que el público pudiera asistir, cerca de la actual Plaza Dos de Mayo. Se trataba de un terreno donado por los herederos de Henry Meiggs, por ello era llamada la Cancha Meiggs. La inauguración fue el 15 dea gosto de 1877. Las carreras de gala se celebraban los 29 y 30 de julio con motivo de la fiesta de la Independencia. Lamentablemente, la guerra con Chile truncó, por el momento, la actividad hípica. 

Antiguo hipódromo de Bellavista

Pero, como hemos visto, si bien la afición por la hípica había crecido a lo largo del último tercio del siglo XIX, Lima no contaba con un recinto lo suficientemente moderno, como otras capitales latinoamericanas, para albergar a todos los entusiastas por las carreras de caballos. Por ello, El jueves 11 de junio de 1903 se inauguró, gracias al esfuerzo del Jockey Club de Lima, el nuevo hipódromo de Santa Beatriz, ubicado en el actual Campo de Marte. El hipódromo fue durante muchos años una de las construcciones más hermosas y modernas que pudo exhibir la capital. Su elegante arquitectura, una curiosa mezcla de estilos afrancesados y arabescos, y su perfecta ubicación, en un inmenso campo verde, ofrecieron el marco adecuado para que los altos círculos limeños lo tomaran como uno de sus lugares favoritos de reunión. Memorables fiestas y eventos se celebraron en sus instalaciones. Una de las más recordadas fue la carrera de gala con motivo de la visita del general argentino Roque Sáenz Peña, futuro presidente de su país, en 1905. Los domingos y feriados sus tribunas de madera se abarrotaban de público por lo que fue necesario luego abrir la avenida Guzmán Blanco para facilitar el acceso desde el elegante Paseo Colón y la novísima Plaza Bolognesi. 

El vuelo de Juan Bielovucic sobre el hipódromo de Santa Beatriz

Los inicios de la aviación.- El 15 de enero de 1911 Juan Bielovucic realizó el primer vuelo que se vio en Lima. Lo hizo en un improvisado aeródromo en el hipódromo de Santa Beatriz. Ante numeroso público, entre el que se encontraba el propio presidente Leguía, Bielovucic elevarse a un altura de 40 metros con la duración de un minuto. Catorce días después, el 29 de enero, cruzó el cielo de Lima con un monoplano modelo “Farman” que alcanzaba una velocidad de 50 caballos de fuerza. Luego, en 1913, Bielovucic emprendió la misma travesía en la que Jorge Chávez perdió la vida años antes. En 1914 se enroló formalmente en el ejército francés como voluntario, siendo nombrado subteniente infantería y destacado al servicio de aviación. Se distinguió en los vuelos de reconocimiento de gran distancia y obtuvo la Legión de honor y la Cruz de Guerra con Palma, en mérito a su desempeño.

Juan Bielovucic

12/11/10: Arquitectura y arquitectos en Lima: Fernando Belaunde Terry

Foto de Caretas

Fernando Belaunde Terry (Lima, 1912-2002).- En 1924, su familia se fue del país, pues tanto su padre (Rafael) como su tío (Víctor Andrés) eran opositores del régimen de Leguía. Por ello, FBT culminó sus estudios escolares en Francia y luego viajó a los Estados 

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Unidos, en plena época del New Deal de Roosevelt, a estudiar arquitectura en la Universidad de Texas. Regresó al Perú cuando tenía 24 años. Como anota Miguel Cruchaga, Había regresado al Perú en 1936. Encontró apenas un puñado de arquitectos; la mayoría de ellos venidos de estudiar fuera. La Universidad, hasta hace poco Escuela de Ingenieros, agregaba un curso adicional a los estudios de ingeniería civil, para otorgar el titulo de “Ingeniero–Arquitecto”. Era insuficiente. Había que ofrecer una formación más completa y convertirla en una profesión independiente, como ocurría en Europa y en los EE UU. Además, promover entre los graduados el espíritu de cuerpo e introducir la nueva profesión al país. Sus primeras iniciativas, orientadas a responder a estos desafíos, fueron: publicar una revista de arquitectura, incorporarse a la enseñanza universitaria y contribuir a la creación de una asociación profesional. Las tres con un claro sesgo institucional. Belaunde estaba convencido que la mejor manera de promover el desarrollo consiste en amalgamar dos factores complementarios: el espíritu de emprendimiento de la iniciativa privada y la capacidad reguladora y subsidiaria del Estado. Estaba convencido que no es posible alcanzar un progreso verdadero sin la interacción concertada de ambos.

La revista El Arquitecto Peruano (en adelante EAP), fundada por Belaunde en 1937, es la publicación más importante en temas urbanos en el Perú en el siglo XX (EAP no fue la primera revista especializada en temas urbanos; durante los años veinte, circuló Ciudad y Campo). Bajo la dirección de FBT (1937-1963), EAP publicó un total de 202 números. Hasta 1950, fue una publicación mensual; luego, apareció cada dos meses y, desde 1958, cada cuatro. Como sostiene Antonio Zapata (El joven Belaunde: historia de la revista El Arquitecto Peruano. Lima, 1995), esta publicación no solo fue una revista especializada en urbanismo, sino también un órgano de expresión política, en la cual el joven arquitecto fue construyendo su carrera política. En efecto, Belaunde, durante sus dos mandatos presidenciales pudo realizar varias de las ideas urbanísticas que EAP había discutido en los años previos a los triunfos presidenciales de su fundador. 

Los años que FBT dirigió la publicación coinciden con la primera fase de las grandes migraciones internas, el hecho demográfico más importante de la historia de nuestro país (y de Lima), que modificó el patrón histórico de ocupación del territorio. El Perú, básicamente rural y serrano hasta el censo de 1940, pasó a ser un país urbano y costeño. Según Zapata, EAP fue completamente consciente de este fenómeno y de sus enormes repercusiones para el desarrollo urbano en el Perú. Por lo tanto, la importancia de la revista radica en su intento por elaborar soluciones para conducir la explosión urbana por la vía de la planificación, ciencia que apenas se conocía en nuestro medio. 

La planificación implica la noción de una autoridad que impone prioridades que se hallan por encima de los intereses económicos individuales y por encima también de las reglas del libre mercado. 

EAP abogó por la modificación de la norma liberal que había guiado al estado peruano desde los años de la “República Aristocrática”. La revista defendió la tesis de promover el desarrollo a través de un crecimiento hacia adentro; fue partidaria, por lo tanto, del proceso de “sustitución de importaciones” y contraria al modelo exclusivamente exportador. EAP llamaba a los empresarios a impulsar la inversión de capital para la ampliación del mercado interno. En este sentido, para FBT había que producir en el Perú fierro, cemento, vidrio y madera, ya que un país sin industrias básicas no podía aspirar al desarrollo. 

En las elecciones de 1945, en las que triunfó la opción reformista de Bustamante y Rivero, FBT salió elegido diputado por Lima. En esta primera responsabilidad política, el joven arquitecto impulsó, desde el Congreso, e inspirado en las ideas de EAP, cuatro importante leyes:

1. La propiedad horizontal del suelo.- De acuerdo a la ley vigente, solo podía haber un dueño por edificios, por lo que los departamentos solo podían alquilarse (por ello, había pocos en Lima). La nueva ley autorizaba al propietario de un departamento a inscribir su propiedad en forma independiente y compartir el suelo con los dueños de los otros departamentos de su edificio. Esta norma fue un mecanismo indispensable para estimular los edificios por departamentos en nuestra ciudad.2. La constitución de la Oficina Nacional para la Planificación Urbana (ONPU).- Era la oficina del estado encargada de la formulación de los planes de desarrollo urbano de todas las ciudades del país, empezando por Lima; así, el estado se involucraba directamente en el desarrollo nacional. Esta institución fue el antecedente del Instituto Nacional de Planificación. 3. La creación de la Corporación Nacional de Vivienda (CNV).- Tenía como propósito la construcción de viviendas para los sectores medios y populares. La principal obra, en estos años, de la CNV fue el proyecto global de las unidades vecinales. 4. Los centros climáticos de invierno.- Bajo esta ley se construyó la colonia vacacional de Huampaní.

Como vemos, Belaunde lideraba una generación de arquitectos que, aparte de diseñar residencias particulares (tema que no hemos tocado), centró su visión de Lima sobre dos pilares:

a. La planificación urbana.- La elaboración de un plan de desarrollo urbano se apoyaba sobre dos herramientas técnicas: la zonificación y los reglamentos de construcción. La primera separa espacialmente las distintas partes de la ciudad, distinguiendo las zonas residenciales de las industriales y comerciales. En el caso de las zonas residenciales, había que construir barrios o 

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distritos socialmente homogéneos; esto último separó a los ricos y a las clases medias de los pobres. De igual manera, el reglamento de construcción termina sancionando la división socio-económica de la ciudad, ya que impone normas diferentes para la construcción en cada lugar de la ciudad, con costos diferenciados lo que obliga a cada familia elegir su barrio de residencia según sus posibilidades económicas. Sin ser este el deseo de esta generación de arquitectos, como la mayor parte de las urbes latinoamericanas, Lima, también logró separar al máximo a los pobres de los ricos. Finalmente, los que más se favorecieron con este proceso fueron los dueños de las haciendas del valle de la antigua ciudad de los virreyes, quienes realizaron un gran negocio urbano vendiendo lotes sin invertir mucho dinero.

b. La arquitectura social.- Durante los años 40 y 50, FBT concentró buena parte de su atención a proyectos urbanos para los sectores populares, teniendo en cuenta el agudo problema de vivienda como consecuencia de las migraciones internas. La idea era dar soluciones masivas a este problema, abandonando un poco la arquitectura de casas para los grupos pudientes. Para este tema, como vimos, FBT impulsó la Corporación Nacional de Vivienda que se encargó de construir las famosas unidades vecinales para las clases medias y populares. Ya desde EAP, se pensó que las viviendas para los sectores populares debían estar en edificios por departamentos, ya que no había otro medio para abaratar el costo del suelo urbano. Teniendo en cuenta proyectos de viviendas que venían funcionando en México y Brasil, se aportó por la unidad vecinal: un superblock de edificios de cuatro pisos como parte de un proyecto global que incluía áreas de servicios, tanto sociales (educación y salud), comerciales (todo tipo de tiendas pequeñas) y estatales (correos y policía). Como anota Zapata, Así, se trataba de un diseño integral que incluía la vivienda y su equipamiento, pero que no consideraba el trabajo. En ella, la circulación sería básicamente a pie. La idea era crear unidades de vivienda casi autodependientes, en las cuales el niño durante todo el día y el adulto después de trabajar, encontrarían todo lo que requiriesen sin necesidad de automóvil. La unidad vecinal quería que todos disfrutaran de la condición de peatón, presentada por la revista como la condición por excelencia del ser humano. 

Como sabemos, la primera unidad vecinal fue la número tres (UV3), diseñada por un equipo de arquitectos en el que no estaba FBT. Belaunde participó como miembro del directorio de la CNV, comprometido en una labor de promoción de la idea. Ese fue su rol habitual: más que diseñador de proyectos fue un urbanista de gran iniciativa. Tras esta primera obra, la CNV nombró a Santiago Agurto como arquitecto jefe de la institución. Así, Agurto (egresado de la Universidad de Cornell y más cercano al modelo mexicano de vivienda popular) fue responsable de las unidades vecinales posteriores a laUV3: Matute, Mirones y Rímac, entre otras. Como concluye Zapata, En esta época quedó entonces definido el esquema de crecimiento que los urbanistas preveían para Lima. Este esquema se resume en la ciudad-jardín para los más acomodados, quienes vivirían en chalets unifamiliares situados en barrios de baja densidad.. Por otro lado, el esquema de crecimiento de la capital preveía que los sectores populares ocuparían distritos con densidades más altas, ya que vivirían básicamente en edificios. 

Según Miguel Cruchaga Belaunde, Las ‘unidades vecinales’, se inspiraron en una idea británica: la ‘ciudad jardín’. En la versión peruana, conjuntos de mediana altura, apostados en el perímetro de un gran terreno, cuentan con parques, campos deportivos, escuela, centro comunitario, iglesia, etc., Es el caso de la UV 3, San Felipe, Angamos, Santa Marina, Mirones, Matute, Torres de San Borja, Limatambo, Julio C. Tello y Santa Rosa, en Lima e infinidad de conjuntos similares en las ciudades más importantes del país. Al quedar el automóvil limitado al estacionamiento periférico, las familias y los niños recorren el vecindario libres de peligro. Producen un habitat agradable en el que las áreas verdes compensan adecuadamente la densidad de los multifamiliares. Cabe comparar la diferencia que existe entre esos conjuntos y los densos edificios que se construyen ahora, saturando de cemento la integridad de los terrenos y cargando el panorama urbano de un aspecto crecientemente agobiante.

Lo paradójico de todo esto que, 50 años después, a finales del siglo XX, el resultado fue inverso: mientras la inmensa mayoría de los pobres viven en pequeñas viviendas unifamiliares, los edificios se multiplican en los antiguos barrios residenciales para las clases altas y medias. Por otro lado, lamentablemente, como sabemos, la proliferación de las barriadas, producto de las migraciones, hizo fracasar las soluciones urbanísticas que propuso Belaunde y EAP.

12/11/11: Notas sobre la Lima industrial y obrera

Fábrica Arturo Field

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A diferencia de lo que ocurrió en otras ciudades latinoamericanas (como México, Buenos Aires o Sao Paulo), la industria limeña no tuvo una implantación masiva ni de gran proyección. Esto se debió, básicamente, como sostiene Wiley Ludeña, al carácter dependiente del proceso de industrialización del Perú y su debilidad para constituirse en un factor de desarrollo estructural. Se trató de una industria ligera y mediana de bienes de consumo (tejidos, alimentos y bebidas, etc.); no produjo bienes de capital ni otras industrias.

El siglo XIX.- La primera señal de “industrialización” se dio a mediados de esta centuria, durante el primer gobierno de Castilla. En aquel momento, a finales de la década de 1840, algunos hombres de negocios trataron de aprovechar el renacimiento del mercado de consumidores de la capital. El precursor fue el mercader Jorge Moreto, quien abrió una fábrica de cristalería y utensilios en 1841; luego, los hermanos Bossio la revivieron en 1847, la mudaron al Callao y ampliaron la gama de productos e, incluso, contrataron administradores europeos para llevar adelante el negocio. José de Sarratea, hacendado y sobreviviente de las guerras de Independencia, incursionó en la industria de la seda con la importación de máquinas a vapor. También fue abierta una fábrica de papel por los propietarios del diario El Comercio, Manuel de Amunátegui y Alejandro Villota, quienes invirtieron unos 50 mil dólares en maquinaria importada. Otro empresario, Eugenio Rosell, abrió una fábrica de velas y una amplia gama de productos derivados de la ballena. Incluso, el mismo gobierno de Castilla invirtió en la fundición naval de Bellavista (1846), perteneciente a la Escuela Naval, que debía preparar mecánicos para la empresa privada y mantenerse mediante contratos con particulares para la fabricación y reparación de maquinaria sofisticada. 

Pero el proyecto industrial más ambicioso de estos años fue, sin duda, la fábrica de telas de algodón de “Los Tres Amigos”. El nombre provino de los tres socios que decidieron montar el negocio: Juan Norberto Casanova, José de Santiago y Modesto Herce; además, ellos contaron con el apoyo financiero de Pedro Gonzáles Candamo (el capitalista más rico y conectado del país) y de Domingo Elías (otro capitalista y el hacendado más importante de Ica). Importaron maquinaria desde Paterson (New Yersey), llegarían a emplear 500 trabajadores y empezaron a producir 10 millones de yardas al año, equivalente a todo el monto de telas importadas por el país. Impulsada con agua, la fábrica estuvo ubicada en al legendaria casa colonial de Micaela Villegas, “La Perricholi”, en el Paseo de los Descalzos. La inversión inicial alcanzaba los 200 mil dólares, una suma importante para la época. Cabe destacar que, en octubre de 1848, en solemne ceremonia, los dueños de las fábricas de Lima le entregaron al presidente Castilla un valioso obsequio: la primera pieza de algodón limeña, envuelta en papel limeño y atada con una cinta de seda limeña. 

Lamentablemente, este primer impulso “industrial” fracasó muy pronto cuando el país se alejó del proteccionismo alentado por el dinero fácil de la exportación del guano. Vino una fiebre por la importación de artículos europeos y norteamericanos que arruinó no solo la producción de estas fábricas sino también afectó la de los pequeños artesanos. 

La República Aristocrática y el Oncenio de Leguía.- Luego del desastre de la Guerra del Pacífico, el primer ciclo visible de industrialización se produce entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. En la década de 1920, por el impulso de Leguía, vendría un ciclo de modernización industrial y expansión económica. En efecto, entre 1890 y 1930, se produce un notable desarrollo en la economía limeña, pues buena parte de las ganancias de los exportadores revertieron directamente a la economía urbana. En este proceso destacaron tanto importantes familias de la oligarquía como inmigrantes extranjeros, especialmente los numerosos italianos que llegaron desde finales del siglo XIX. Es la época en que se formaron grupos económicos de inversión siguiendo el "efecto demostrador" recibido de las compañías extranjeras. Esto permitió que las técnicas empresariales de los extranjeros influyeran sobre los miembros de la élite nacional. Igualmente, muchos peruanos estudiaron métodos empresariales británicos, franceses y norteamericanos en el exterior, o fueron empleados por compañías extranjeras que operaban en el país. En este sentido queda demostrado que la élite fomentó el desarrollo económico nacional y promovió un proceso de industrialización autónomo. 

En 1896 se creó la Sociedad Nacional de Industria, que tuvo entre sus directivos a Primitivo Sanmarti, H. Abrahamson, Juan Revoredo, Enrique Trujillo, Federico Pezet y Tirado, José Payán, Gio Batta Isola, Ricardo Tizón, Roberto Wakehan, Augusto Maurer, Reginald Ashton, Carlos Díaz Ufano, Alfonso Montero y Pablo Carriquiry. Ese mismo año, también se formó en Lima el Instituto Técnico e Industrial del Perú para servir a los gobiernos como órgano consultivo y al público como centro de información en técnicas industriales. De las diversas industrias, la textil fue la que alcanzó mayor desarrollo y progreso, especialmente la que manufacturaba tejidos de algodón. En Lima se encontraban las principales fábricas:

Santa Catalina (1888), propiedad de la familia Prado. Trajo al país la maquinaria más moderna y dio ocupación a 300 operarios, entre ellos 160 mujeres.San Jacinto (1897), propiedad de la familia Isola. Trajo expertos desde Italia que formaron la primera escuela de químicos en el arte del tinte.La Victoria (1898), propiedad de la familia Pardo. Con maquinaria muy moderna, en 1929 se fusionó con la fábrica Vitarte y 

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formaron las “Compañías Unidas Vitarte y Victoria SA”.El Progreso (1900), propiedad de los inmigrantes alemanes Tomás Schofield y John Bremmer.La Bellota (1900), propiedad de Américo Antola.El Inca (1903), propiedad de “Inca Cotton Mill” y ubicada en el Rímac.La Unión (1914)El Pacífico (1915), que hacía tejidos de lana y de seda artificial (rayón).Los Andes (1926)

Las condiciones de trabajo en casi todas estas fábricas eran muy deplorables, como el empleo masivo de niños trabajadores; asimismo, se laboraba más de 12 horas diarias.

Luego estuvieron las industrias dedicadas al rubro alimenticio, como la fábrica de helados D'Onofrio (1897), la de elaboración de harina Nicolini Hermanos (1900) y la de galletas y caramelos, fundada por Arturo Field (1902). En 1906 había en Lima 7 fábricas de fideos y 12 en provincias. La industria cervecera, establecida desde mediados del siglo XIX, estaba representada por Backus y Johnson en Lima; en el Callao, Fábrica Nacional de A. Kieffer que luego pasaría a la familia Piaggio. Las fábricas de bebidas gaseosas incluían a La Higiénica, Las Leonas, Nosiglia, La Pureza, de R. Barton; en 1902, Manuel Ventura introdujo la Kola Inglesa. De otro lado, en 1898, se establecieron dos fábricas de fósforos: El Sol y La Luciérnaga. 

También se instalaron aserraderos y fábricas de muebles, como el aserradero Batchelor y el aserradero o la carpintería Sanguinetti, ambos de 1922. La curtiembre Olivari, por su lado, fue un buen ejemplo de la industria del cuero. Finalmente, también en la década de los 20 se introdujo la industria del cemento, que tuvo un rápido crecimiento por la expansión urbana de lima impulsada por Leguía; en 1925 produjo casi 12 mil toneladas de cemento y, en 1927, 50 mil. 

Los restos de este patrimonio industrial.- Como Lima nunca tuvo una verdadera Revolución Industrial, carece de una arquitectura industrial de gran factura. Según Ludeña, las fábricas construidas durante este periodo ya casi han desaparecido totalmente. No han sobrevivido, por ejemplo, la planta de la Cervecería Nacional en Barrios Altos (1899), la planta del aserradero Cuirliza (1914), la planta del Molino Santa Rosa (1924) y el local de la fábrica de tejidos La Victoria (1922). En este sentido, el complejo industrial del Frigorífico Nacional (1929) resulta un ejemplo extraordinario por su envergadura y proyección. Cabe destacar, además, que las primeras industrias se instalaron al borde del área central de la ciudad y, específicamente, en las primeras cuadras de la avenida La Unión (hoy avenida Argentina). Pero, como sabemos, eran fábricas de pequeño o mediano formato y, en su mayoría, se trataba de instalaciones readaptadas. Desafortunadamente, tampoco existe una catalogación, ni mucho menos un ejemplo destacado de puesta en valor y conservación. La demolición de las fábricas más antiguas de Lima revela el desinterés que ha habido sobre el tema. 

Como apunta Willey Ludeña, “es necesaria una enorme tarea de reconocimiento y salvaguarda de este ingente conjunto de fábricas, ingenios y campamentos mineros que forman parte del trabajo que forjó una nación”. Lamentablemente, hasta el momento, la conservación y defensa del patrimonio industrial en el Perú no ha conseguido constituirse aún en tema de la agenda cultural y política del país. Habría, en primer ligar, dos razones autoimpuestas para explicar esta situación: 

1. Al no ser el Perú un país industrializado, la conservación del patrimonio industrial resulta una exigencia prácticamente innecesaria, casi exótica. 2. Otra razón, más subjetiva, es que la sociedad no desea recordar ni recrear historias difíciles como las vividas en los campamentos mineros de miles de trabajadores muertos sin llegar siquiera a los 40 años; o haciendas agroindustriales donde miles de culíes chinos fueron esclavizados; o las primeras industrias limeñas, con niños trabajadores y cientos de obreros muertos por las inhumanas condiciones de trabajo. 

Estos prejuicios, sin embargo, no deberían prosperar. No se trata de cuánto fuimos industrializados, sino que todo aquello que corresponda a una sociedad en términos de producción y cultura productiva no debe quedar al margen de recrearla en términos de memoria viva. De otro lado, pensar que hay cuestiones de la vida de una nación que no deberían hurgarse ni ser representadas como recuerdo ominoso, también carece de sentido. Convertirlas en objetos y situaciones de recuerdo permanente son el mejor medio no sólo para exorcizarlas, sino también para asumirlas como parte de una historia que nos exige su corrección y superación (como el caso de los campos de concentración o de los locales de la Inquisición, por ejemplo). Estos espacios deben convertirse en memoria viva. Todavía hay fábricas surgidas desde mediados del siglo XIX y complejos agroindustriales o mineros que se encuentran relativamente bien conservados. También hay miles de piezas y máquinas de la época de indudable valor cultural y tecnológico, así como toda la infraestructura de servicios que acompañó a los primeros ciclos de industrialización del país, como el transporte ferroviario, marítimo o automotriz.

14/04/11: Barrios obreros y vivienda popular en Lima

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Unidad Vecinal de Matute (La Victoria)

En LIma, hasta la década de 1930, los barrios obreros serían la solución de vivienda masiva para dar alojamiento a este sector de la población. Su origen sería diverso: planificado o no, así como en las modalidades de gestión (pública, cooperativa, privada, o simplemente ilegal).

a. En el caso de la iniciativa pública o cooperativa: los barrios tuvieron una edificación unifamiliar seriada y contaron, desde sus inicios, con los servicios domiciliarios básicos. b. En el caso de la iniciativa privada: se forman a través de urbanizaciones o ‘parcelaciones’ que carecen de toda infraestructura urbana, y son gestionados por promotores privados. La edificación se lleva a cabo mediante iniciativa individual por parte de los compradores de los lotes. Este tipo de barrios son los que terminan adquiriendo una presencia abrumadora durante las primeras décadas del siglo XX y se pueden observar en algunas zonas de Rímac, Barrios Altos, La Victoria o Surquillo. c. En el caso de origen espontáneo o no planificado: surgieron, a partir de la década de 1940, en las faldas de los cerros que bordean la ciudad o por la invasión de antiguos terrenos de cultivo. En el primer caso, están los emblemáticos ejemplos de los cerros San Cristóbal y El Agustino; en el segundo, la ocupación masiva de los terrenos que dieron origen a San Martín de Porres, en los años 50.

Los inicios de esta historia.- Una perspectiva amplia sobre el tema nos remontaría a las viejas rancherías de las haciendas coloniales y republicanas y a los campamentos de algunos complejos agroindustriales, como fue el caso de la company town de la hacienda Casa Grande (valle de Chicama) que diferenció los sectores de empleados, obreros y campesinos. En Lima, según el arquitecto Juan Günther, los “barrios obreros” fueron los primeros conjuntos de viviendas económicas que se construyeron y su origen estaría en las concesiones que se hicieron, a los comerciantes del guano, durante los gobiernos de Castilla y Balta, para formar los “callejones” y “casas de vecindad”. En este sentido, los “callejones” se remontaban al Virreinato, como vivienda para los esclavos de una “industria”: eran dos filas de cuartos a lo largo de un pasaje central. Se construían en forma perpendicular entre la “fábrica” (ubicada sobre un canal de irrigación para aprovechar su fuerza hidráulica) y la calle más cercana. Las “casas de vecindad”, por su lado, eran edificios de 2 a 4 pisos en que se ubicaban pequeños departamentos de 1 ó 2 habitaciones, a los que se accedía por callejones y balcones corridos utilizados para la construcción. 

Pero fue entre 1874 y 1876 que el empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs construyó 24 casas-tienda en una estrecha manzana de la calle Artesanos, al costado del cuartel de Santa Catalina, con el objetivo de beneficiar a obreros limeños; este fue el primer proyecto de viviendas económicas en Lima y así empezó el proceso de diferenciación social espacial en nuestra ciudad. Otro importante proyecto fue el realizado por los ingenieros Basurco y Cartry quienes, luego de una intensa investigación sobre las condiciones de la vivienda en Lima, proyectaron un conjunto de casas en las inmediaciones del Jardín Botánico.

Vitarte y el primer barrio obrero del Perú.- Muchos sabemos que, en la historia del movimiento obrero peruano, el nombre del de Vitarte tiene un significado especial. Recordemos que las jornadas más valientes de lucha por la defensa de la dignidad de los trabajadores y el fomento de una cultura obrera moderna, así como la puesta en práctica de una cultura cotidiana alternativa, tienen que ver con la actitud de estos trabajadores. ¿Cómo empezó esta historia? Según el historiador norteamericano Paul Gootenberg, después de que la fábrica de “Los Tres Amigos” cerrara, en agosto de 1852, sus maquinarias quedaron olvidadas en un almacén limeño durante casi dos décadas. En 1869, con casi ninguna esperanza de apoyo gubernamental, Carlos López Aldana (el anterior capataz) mudó los equipos río arriba para fundar la primera fábrica de algodón moderna del Perú en Vitarte; era 1871. Esta fábrica funcionó espectacularmente bien a pesar de estar basada en una tecnología que, para esos años, era anticuada. Esta fábrica, que fue reduciendo la cuenta peruana de telas importadas, fue la base del “renacimiento industrial” del país en la década de 1890. Pero Vitarte es también importante porque allí se construyó el primer barrio obrero urbano del Perú. Su aparición fue espontánea y allí se ubicaron las casas de los operarios que trabajaban en la fábrica. Este barrio fue declarado patrimonio cultural, pero no tanto por su importancia urbanística o arquitectónica sino por su significado social y político. 

Uno de los asuntos que los trabajadores y sus líderes sindicales plantearon insistentemente ante los distintos gobiernos fue la escasez de vivienda adecuada para los obreros. Todos sabemos que Lima, a inicios del siglo XX, a pesar de que experimentó un 

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gran desarrollo urbano, el déficit y la precariedad del alojamiento obrero fue una de los problemas sociales más apremiantes. Lima no estaba preparada para alojarlos y esto contribuyó a agudizar cada día los problemas de escasez de viviendas, hacinamiento e insalubridad que ya acusara la ciudad desde el siglo XIX, con consecuencias devastadoras, como las que generó la epidemia de peste bubónica entre 1903 y 1904. 

Estas circunstancias obligaron al Estado a proponer una serie de medidas sobre higiene y construcción de vivienda para mejorar las condiciones habitacionales de los sectores populares de la población. Asimismo, indujo al resto de la sociedad a cuestionarse acerca de los mecanismos más eficaces que permitiesen reorientar el desarrollo urbano y responder a las demandas de los trabajadores con la construcción de los llamados “barrios obreros”. Se trató de una denominación que comienza a ser acuñada, por contraposición a la de “barrios residenciales” (identificados con la residencia burguesa, como el Paseo Colón, primero, y Santa Beatriz, después) y con la que se asocia, de manera peyorativa, una serie de desarrollos urbanos periféricos y generalmente disgregados espacialmente con respecto a la Lima histórica (el “damero” no los puede absorber) y a los nuevas zonas residenciales. En estos “barrios” se comienza a alojar esta población pobre, integrada también por migrantes, compuesta por obreros de la construcción o de las primeras fábricas que se instalan en Lima, junto con artesanos y pequeños comerciantes. 

De la República Aristocrática al “Oncenio” de Leguía.- A inicios del siglo XX, la condición de los obreros en Lima era muy precaria. Al encarecimiento de las subsistencias se sumaba la falta de vivienda. Una editorial de El Comercio (17 de febrero de 1906) comentaba, con preocupación, lo siguiente: Y en realidad, el problema de la habitación se hace cada día más grave para el pobre. De dos años a esta parte ha subido aquí en un 50 por ciento el precio de os arrendamientos, y hoy las viviendas más modestas y menos higiénicas se hallan casi fuera del alcance del obrero, que apenas puede satisfacer la urgente necesidad de encontrar techo, que cobije a él y a los suyos… No basta para la vida comer; se necesita, a la vez, un hogar, por pobre, por miserable que sea, donde satisfacer las exigencias primordiales de la familia y de la sociedad; y si es doloroso para el proletario que los artículos de consumo escapen en ocasiones a sus facultades económicas y le impongan sacrificios el día en que no baste su salario para procurarle el alimento a que está acostumbrado, tratándose de la casa, ni siquiera le queda este duro recurso de las privaciones voluntarias, porque no se puede dejar de habitarla si el jornal escasea. El arrendamiento corre siempre, exigente, implacable, sin sujetarse a los vaivenes del salario, como las otras necesidades que pueden restringirse en los momentos críticos, ya que, por fortuna se requiere bien poco para mantener las fuerzas y con ellas la vida… Lo cierto es que la reciente carestía de la habitación en Lima, exige ya que se adopte alguna medida, de las que son el resorte de los poderes públicos, para impedir a tiempo los graves inconvenientes que pudieran derivarse de tal estado de cosas; y el momento de intentarlo es éste, en que se procura remediar la ingrata situación del proletariado, motivada por el alza de subsistencias. 

En medio de esta difícil situación, las sociedades de beneficencia impulsaron las llamadas “quintas de obreros” en varias ciudades. En Lima, las primeras fueron La Riva y Los Huérfanos, ambas en 1908 (luego, vendrían 22 más construidas en el Centro durante las décadas de 1920 y 1930. Pero, en realidad, fue hacia 1909, cuando el Estado participa en la edificación de viviendas populares, bajo el impulso de la Municipalidad de Lima. En efecto, el entonces alcalde, Guillermo Billinghurst, en su Memoria de 1910 alertaba sobre el tema: Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando el noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos pueblo culto. Antes que nada necesitamos higienizar la habitación del pueblo; hacer más alegre y sana la casa donde nacen y crecen los que trabajan en la paz y defienden la patria en la guerra. 

Por ello, a pesar de los escasos recursos, Billinghurst inició en la zona de Santa Sofía, en La Victoria, un conjunto de viviendas, que paulatinamente se fue convirtiendo en un barrio obrero. El ejemplo fue seguido por la Beneficencia Publica de Lima que le encargó al destacado arquitecto Rafael Marquina la construcción de casas para obreros en los jirones Cusco y Miró Quesada, en Barrios Altos, en la avenida Pizarro en el Rímac y en el Jirón Junín del Cercado. Marquina combinó los estilos de los callejones y las quintas para la construcción de estas viviendas.

Cuando accedió a la presidencia de la República, Billinghurst, dedicó a la vivienda obrera un especial interés. Por ejemplo, en su mensaje a la nación del 28 de julio de 1913, declaraba: Uno de los problemas que más directamente atañen a las colectividades obreras es el que se refiere ala construcción, con material conveniente, de viviendas sanas, alegres y baratas para reemplazar, cuanto antes, las habitaciones insalubres, desprovistas de ventilación y sol, caras y de lúgubre aspecto en que actualmente se hacinan los desheredados de la fortuna; albergue que es causa directa o inmediata de la alta cifra de mortalidad en nuestras ciudades y especialmente en esta capital.

En este sentido, su gobierno compró en el populoso barrio de Malambo un amplio terreno bien ubicado, con mucha ventilación, luz, agua y desagüe, para construir un barrio obrero. La idea era construir unas 40 casas bajo un modelo que debía extenderse a otros proyectos similares:

1. El obrero que deseara comprar alguna vivienda debía ser aportante de la Caja de Ahorros y tener en depósito una cantidad igual al 15% del precio que debía pagar.

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2. El comprador debía tener una familia formalmente constituida y comprometerse a ocupar con ella la casa adquirida y no darla en alquiler.3. La transferencia a una tercera persona solo podía realizarse previa autorización del gobierno.4. Solo el 15% del precio de la propiedad debía abonarse al contado.

Asimismo, una ley de 1913, dada por el gobierno de Billinghurst, autorizó al ejecutivo ceder al Municipio del Callao 4 lotes de terrenos en Chucuito y La Punta para que se construyeran casas para obreros. Lamentablemente, toda esta política a favor de los obreros se vio truncada por el golpe de 1914 que puso fin al régimen populista de Billinghurst.

Años más tarde, durante la “Patria” Nueva de Leguía se construyó, en 1925, el barrio de Empleados y Obreros del Callao de 1925, el primero concebido a escala urbana construido en la capital. Asimismo, el barrio obrero Leguía, ubicado en la Mar Brava (Parque Leguía), inaugurado el 3 de junio de 1927, con 72 casas, fue otro ejemplo por encarnar una serie de innovaciones desde el punto de vista tipológico en la historia urbanística del país. 

Pero fue el barrio obrero del complejo del Frigorífico Nacional del Callao, inaugurado en 1928, el primer conjunto habitacional en registrar los atributos del llamado urbanismo moderno. Según Ludeña, es una especie de grado cero. En su momento fue la instalación más moderna de América Latina. Cabe destacar que, desde 1997, se produjo una campaña para declararlo patrimonio histórico (ver diarios La República, 6 y 8 de mayo de 1998, y El Comercio, 30 de abril y 6 de junio de 1998). Lamentablemente, la reacción fue contundente: nada justificaba que una fábrica y mucho menos un barrio obrero pudieran ser objeto de una declaración de patrimonio cultural y monumento sujeto de puesta en valor. 

Los años 30: gobierno del general Benavides.- En 1933 se propuso una política sistemática para construir “barrios obreros” siguiendo las más modernas técnicas urbanísticas: viviendas amplias, de material noble, bien distribuidas, con jardines y comodidades tipo chalet, agrupadas en complejos urbanos dotados de campos deportivos, piscinas, diversos servicios y medios de recreación. 

Para ser más precisos, estas “viviendas económicas” contaban con una cocina, una sala, de 2 a 4 habitaciones y jardines comunes. Se obtenían mediante sorteos entre los hombres casados, sin antecedentes penales, con trabajo estable y un mínimo de dos hijos. Como parte del contrato, los obreros debían aceptar que trabajadores del Ministerio Salud realizaran inspecciones periódicas a sus casas para asegurarse que los estándares de higiene de las viviendas se mantengan y que sus habitantes reciban atención médica cuando la necesiten. Los barrios que se construyeron fueron:

a. El Barrio Obrero Modelo del Frigorífico (Callao), inaugurado el 7 de marzo de 1936. Fue el primer barrio obrero “moderno” del país. Eran 118 casas construidas sobre un área de 36 mil metros cuadrados con sistema de agua propio por medio de un pozo artesiano. Tenía una escuela para 300 alumnos; un puesto de policía; un cine para 400 espectadores y una piscina de 8x18 metros; varios parques que sumaban 8 mil metros cuadrados; un centro cívico; y un mercado de abastos, con farmacia y consultorio médico incluidos.

b. El Barrio Obrero de La Victoria tenía 60 casas en un terreno situado en las inmediaciones de la Escuela de Artes y Oficios (Hoy Politécnico José Pardo), entre los jirones Andahuaylas, García Naranjo, 28 de Julio, Obreros y el antiguo callejón de la Huerta de Mendoza. Contaba con campos deportivos, piscina, agua potable y parques.

c. El Barrio Obrero del Rímac, con 44 casas en las tierras de la Huerta Samar, sobre la margen derecha del río Rímac, vecino de la Alameda de los Próceres, arteria principal de la nueva urbanización del Rímac. También tenía campos deportivos y pileta de natación, calzadas con alumbrado y jardines circundantes. 

Respecto a los barrios obreros de los años 30, cabe destacar un par de puntos:

1. Todas estas obras fueron financiadas por la Junta de Pro Desocupados de Lima que, en 1931, se estrenó construyendo 48 pequeñas viviendas en terrenos que habían sido el Camal, cerca de la actual plaza Castilla. La Junta se dedicó a construir los “comedores populares”, los “barrios obreros”, mercados, hospitales, centros escolares, pavimentos, canalizaciones, caminos, puentes y las llamadas “colonias climáticas de Ancón” para que los hijos de los trabajadores pasaran sus “vacaciones útiles”. La mayor parte de estas obras fueron diseñadas por el ingeniero Enrique Rivero Tremouille en estilo “modernista”, de líneas verticales, y “buque”, con sus ventanas redondas en forma de 2ojo de buey”.2. Alfredo Dammert, primer Decano del Colegio de Arquitectos, fue quien diseñó los barrios obreros del Rímac y La Victoria en esta década; luego, en los 40, lanzó la propuesta arquitectónica de las unidades vecinales, influidas por la corriente del Bauhaus.

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Los años 40 y las unidades vecinales.- En esta década, se dejó el concepto de “barrios obreros” a otro más complejo y totalizador, el de las “unidades vecinales”. Estas fueron concebidas como complejos habitacionales autónomos. Por ello, contaban con mercado, posta médica, comisaría, centro cívico o local comunal, oficina de correos, escuelas primarias para niños y niñas, cine-teatro, cancha de fútbol, piscina e iglesia; además tenían un sistema de circulación peatonal y vehicular propio.

En 1940, ya cuando gobernaba Manuel Prado, se inauguraron los barrios obreros N° 4 (374 viviendas) y N° 5 (146 viviendas) en la avenida Caquetá, iniciados por Benavides. Luego, según el arquitecto Juan Günther, la mayor parte de los profesionales que participaron en el diseño y la construcción de los barrios obreros de la década anterior formó parte de la Dirección de Vivienda del Ministerio de Fomento. 

Esta oficina proyectó la Unidad Vecinal n° 3, construida en 1946 sobre el antiguo fundo Aramburú, en la avenida Colonial, a mitad de camino entre Lima y Callao. Este conjunto, con un total de 1,096 departamentos, contaba con todos los servicios urbanos para una población de 5,440 personas (teóricamente, tenía 2 árboles por persona). Las viviendas o departamentos eran de varios tipos: las había para solteros, matrimonios sin hijos, familias pequeñas y familias numerosas. Para estas últimas, estaban destinados los chalets de dos pisos, en los que había departamentos de hasta cuatro dormitorios. Pero la mayoría de viviendas se encontraban en los “blocks” de cuatro pisos, en los que los departamentos contaban con dos dormitorios. Cuentan los que vivieron allí que la iglesia, el cine, el mercado y los colegios hicieron que, en los primeros años, los residentes pasaran la mayor parte del tiempo en la Unidad Vecinal. La mayoría dejaba sus puertas abiertas y los vecinos se conocían por lo que toda una generación de niños se crío libremente en las calles de esta Unidad Vecinal, diseñada por un equipo de arquitectos conformado por Alfredo Danmert, Carlos Morales, Manuel Valega, Luis Dorich, Eugenio Montagne y Juan Benítez. Ese mismo año (1946), se creó la Corporación Nacional de Vivienda que usó esta Unidad Vecinal como modelo para diseñar otras 6, en beneficio de los obreros (como Mirones, Matute y Rímac), y 4 “agrupamientos urbanos”, destinados a empleados, para los próximos 15 años. 

Los barrios obreros ¿patrimonio urbanístico? Como sabemos, con excepción del barrio obrero de Vitarte, ninguna de estas quintas o barrios obreros han sido declarados patrimonio urbanístico, así como tampoco toda la serie de locales que estuvieron destinados a la clase trabajadora de Lima (comedores populares, teatros o espacios de recreación de la época), que formaban parte de la vida cotidiana de los obreros.