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Revista Alma Histórica ¿Liberadas o Reconquistadas? ISSN: 0719-1537 Página | 1 ¿Liberadas o reconquistadas? Guayaquil, Charcas y las provincias de las pampas, ante el proceso de metropolización de Lima, Colombia y Buenos Aires (1760-1840) Freed or reconquered? Guayaquil, Charcas and the pampas provinces in the process of ‘metropolization’ of Lima, Colombia and Buenos Aires (1760- 1840) Armando Cartes Montory♦ Doctorando Universidad Católica de Valparaíso Resumen Las regiones andinas y de las pampas, en un arco que se extiende desde Quito al Río de la Plata, tuvieron un desarrollo paralelo, en el período tardo colonial. Este fue marcado por su conformación social y económica peculiar, así como por la relación con los Virreinatos bajo cuya jurisdicción se hallaban. Las reformas borbónicas influyeron en su evolución, determinando la forma en que enfrentan el período de las independencias, al igual que ciertas continuidades que exhibe su temprano desarrollo republicano. Los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, durante el período que transcurre entre la creación de las Intendencias y mediados del siglo XIX, ilustran los desenlaces posibles, en materia de configuración estatal. Así resulta de la revisión de su evolución común y particular, de sus alianzas y pretensiones autonómicas. La comprensión de sus acciones e intereses, en efecto, aporta claves sobre la estructura geopolítica que finalmente adoptan la región andina y la nación argentina. Palabras clave: reformas borbónicas, provincias, intendencias, autonomía Summary Andean and the pampas regions, in an arc stretching from Quito to the Río de la Plata, had a parallel development in the late colonial period. This was marked by its peculiar social and economic structure, as well as the relationship with the Viceroyalties under whose jurisdiction they were. The Bourbon reforms influenced their evolution, determining how to cope with the period of independence, as well as certain continuities that exhibits its early Republican development. Cases of Guayaquil, Charcas and the Argentine provinces, during the period that elapses between the establishment of the Intendencias and mid-19th century, illustrate the possible outcomes in the field of State configuration. Thus appears from the revision of its common and particular evolution, its alliances and regional claims. Understanding of their actions and interests, in effect, provides clues about the geopolitical structure that finally adopt the Andean region and Argentina. Keywords: Borbonic reforms, provinces, intendencies, autonomy

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Revista Alma Histórica ¿Liberadas o Reconquistadas? ISSN: 0719-1537

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¿Liberadas o reconquistadas? Guayaquil, Charcas y las provincias de las pampas,

ante el proceso de metropolización de Lima, Colombia y Buenos Aires (1760-1840)

Freed or reconquered? Guayaquil, Charcas and the pampas provinces in

the process of ‘metropolization’ of Lima, Colombia and Buenos Aires (1760-1840)

Armando Cartes Montory♦ Doctorando Universidad Católica de Valparaíso

Resumen

Las regiones andinas y de las pampas, en un arco que se extiende desde Quito al Río de la Plata, tuvieron un desarrollo paralelo, en el período tardo colonial. Este fue marcado por su conformación social y económica peculiar, así como por la relación con los Virreinatos bajo cuya jurisdicción se hallaban. Las reformas borbónicas influyeron en su evolución, determinando la forma en que enfrentan el período de las independencias, al igual que ciertas continuidades que exhibe su temprano desarrollo republicano.

Los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, durante el período que transcurre entre la creación de las Intendencias y mediados del siglo XIX, ilustran los desenlaces posibles, en materia de configuración estatal. Así resulta de la revisión de su evolución común y particular, de sus alianzas y pretensiones autonómicas. La comprensión de sus acciones e intereses, en efecto, aporta claves sobre la estructura geopolítica que finalmente adoptan la región andina y la nación argentina.

Palabras clave: reformas borbónicas, provincias, intendencias, autonomía

Summary

Andean and the pampas regions, in an arc stretching from Quito to the Río de la Plata, had a parallel development in the late colonial period. This was marked by its peculiar social and economic structure, as well as the relationship with the Viceroyalties under whose jurisdiction they were. The Bourbon reforms influenced their evolution, determining how to cope with the period of independence, as well as certain continuities that exhibits its early Republican development.

Cases of Guayaquil, Charcas and the Argentine provinces, during the period that

elapses between the establishment of the Intendencias and mid-19th century, illustrate the possible outcomes in the field of State configuration. Thus appears from the revision of its common and particular evolution, its alliances and regional claims. Understanding of their actions and interests, in effect, provides clues about the geopolitical structure that finally adopt the Andean region and Argentina.

Keywords: Borbonic reforms, provinces, intendencies, autonomy

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Introducción

Durante los siglos coloniales, las regiones americanas fueron configurando una

estructura económica y social peculiar, así como una identidad propia, favorecida por

las difíciles comunicaciones y el aislamiento. Normalmente, las relaciones eran más

cercanas con los funcionarios imperiales en América, que con las autoridades de la

península. El Virreinato o la Capitanía General representaban la realidad del poder

para vastas provincias. Los grandes procesos del siglo XVIII y XIX, como las

reformas borbónicas o las independencias, fueron enfrentados por los súbditos

americanos desde múltiples perspectivas, según su particular situación étnica, regional

o social. El enfoque provincial, en especial, en base a ciertos espacios regionales,

aplicado a las grandes transformaciones transcurridas en el período que analizamos, de

1760 a 1840, puede explicar, por similitud o diferencia, la evolución experimentada por

otras regiones del subcontinente.

En el período tardo colonial, el desarrollo análogo, aunque con naturales

particularidades, de las provincias y regiones sudamericanas, fue fuertemente influido

por las reformas borbónicas. La creación de nuevas unidades administrativas, las

intendencias, la imposición de tributos y, en general, una nueva relación de la

Monarquía con sus posesiones americanas tuvo consecuencias profundas, que se

proyectan incluso más allá de la emancipación, a pesar de los pocos años en que

pudieron aplicarse. Las independencias de los actuales países de la región estuvieron

marcadas por aquellas diferencias regionales y los Estados que resultan de este proceso

reflejan los conflictos incubados en los años previos.

Con la desintegración del poder español, se produce un proceso que algunos han

llamado de “balcanización”, en las posesiones americanas de la Corona española. La

idea de la retroversión del poder a los súbditos no resuelve, por si misma, la cuestión

de la reconfiguración del poder estatal. Los antiguos virreinatos intentan aprovechar la

instancia para recrear o acrecentar el poderío que alcanzaron en el antiguo régimen,

sustituyendo el poder imperial; un proceso que hemos llamado de metropolización.

Algunas provincias, en cambio sintiéndose sojuzgadas, vieron la emancipación como

una oportunidad de obtener autonomía o, a lo menos, una participación equitativa en

el proyecto de construcción de un nuevo Estado nacional.

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Los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, durante el período

que media entre la creación de las Intendencias y mediados del siglo XIX, ilustran los

procesos señalados. Su historia común y en particular, en el contexto del surgimiento

del Estado argentino y las tensiones provinciales con la Gran Colombia, Lima y el Río

de la Plata, reflejan tres desenlaces posibles. Sucesivas dependencias, conflictos

armados, períodos de alianza y “anarquía”, dan cuenta del accionar de estos territorios,

en la búsqueda de un nuevo orden, que reconozca su identidad histórica, sus intereses

económicos y sus aspiraciones políticas. Mientras Guayaquil es absorbido por la Gran

Colombia y terminará integrado a un naciente Estado unitario y Charcas logrará su

independencia, las provincias argentinas vivirán largas décadas de precarias alianzas,

hasta integrarse en un Estado federal, a mediados del siglo XIX. Aunque los

desenlaces difieren, la revisión de sus desarrollos paralelos muestra que son las

regiones históricas, impulsadas por sus intereses de diverso orden, la base en que se

configura la estructura estatal y la identidad nacional de los actuales Estados-Nación.

Concluimos que, como se ha ido develando en múltiples estudios, las

independencias no representaron una verdadera ruptura en la evolución

socioeconómica de las futuras naciones. Fueron, más bien, el catalizador de una

evolución de la cultura política, compuesta de continuidades coloniales y diferencias

provinciales, que explican la estructura geopolítica que finalmente adopta la región

andina y la nación argentina. Estas continuidades y diferencias, sobre las que se fundan

los actuales Estados, se proyectan, en muchos casos, hasta el presente.

Las reformas borbónicas: una relectura

Durante siglos, las posesiones españolas en América formaron parte de una

Monarquía “universal”, es decir, una especie de confederación de reinos y territorios

dispersos en varios continentes. Si bien la subyugación era también política y militar, la

verdad es que, durante la mayor parte del Antiguo Régimen la Monarquía española no

mantuvo un ejército regular en América, ni tuvo los recursos para dominar el Nuevo

Mundo por la fuerza. La lealtad de los pueblos de la región fue, en buena medida,

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producto de una cultura política compartida y de lazos sociales y económicos1. Los

funcionarios imperiales se involucraban en actividades comerciales y se relacionaban

socialmente con las familias patricias al punto que, en la práctica, cumplían un rol de

mediación entre la Corona y los intereses locales. En forma creciente, las plazas

funcionarias eran llenadas con criollos y en sus mismas regiones. Para la década de

1760, la mayoría de los oidores de las audiencias de Lima, Santiago y México eran

hispano-criollos, conectados por lazos de amistad o de interés con la élite de los

terratenientes, así que la venta de cargos dio lugar a una especie de “representación

criolla”2.

Hacia 1750, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar y el gobierno imperial

comenzó a reafirmar su autoridad. La participación criolla se redujo en la iglesia y en la

administración los más altos cargos se reservaron para los europeos. Acabó la venta de

cargos de la audiencia y los criollos no fueron ya designados en sus zonas de origen3.

Fue, entonces, sólo en forma tardía, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), que

la corona intentó centralizar la monarquía. Son las llamadas reformas borbónicas, en

virtud de las cuales se crearon intendencias, nuevos tributos y una serie de otras

medidas modernizadoras, tendientes a crear un verdadero imperio con España como

su metrópoli. El absolutismo ilustrado fortaleció la posición del Estado a expensas de

la sociedad criolla dominante. En todas partes, los americanos se oponían a las

innovaciones, que las élites locales interpretaban como un ataque a los intereses

locales.

La historiografía suele señalar a estas reformas como causa mediata de las

revoluciones independentistas. No sólo en razón de la mayor “opresión” que habrían

supuesto, sino que también, paradójicamente, a causa de su éxito en generar mayor

crecimiento, modernidad, consciencia de sí y expectativas de bienestar entre los

americanos4. La imposición del absolutismo como causa de la emancipación, por lo

demás, fue una idea introducida por los mismos criollos, para legitimar los gobiernos

autónomos que se instalaron durante la crisis de la monarquía hispánica. Más tarde fue

retomada y reforzada por las historiografías patrias, durante la segunda mitad del siglo

1 Jaime E. Rodriguez O., La revolución política durante la independencia. El reino de Quito 1808-1812, (Quito: Corporación Editora Nacional, 2006), ps. 35 y 36. 2 John Lynch, “Los orígenes de la independencia americana”, en: Bethell, Leslie, Historia de América Latina, La Independencia, vol. 5, (Barcelona: Cambridge University Press, Editorial Crítica, 1991), p. 21. 3 Entre 1751 y 1808, de 206 nombramientos en las audiencias americanas, sólo 62 (23%) recayeron sobre criollos. 4 Magnus Mörner, “La reorganización imperial en Hispanoamérica. 1760-1810”, Iberoromansk (Asociación Hispania), Estocolmo, Vol. IV, Nº1, Biblioteca e Instituto de estudios Ibero-Americanos de la Escuela de Ciencias Económicas de Estocolmo, (1969) 19.

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XIX. Hace algunas décadas, la tesis de John Lynch sobre el “neoimperialismo”, a partir

de estudios sobre el caso argentino, llevó a retomar este argumento como explicación

de las independencias5. Últimamente, no obstante, ha sido cuestionado por estudios

empíricos, que demuestran que las reformas carolinas fueron más permeables de lo

que se creía6. Las tesis basadas en la evolución de la cultura política, como la que

plantea Francois-Xavier Guerra, parecen haberse impuesto7. En la misma línea, Jaime

Rodríguez, revisando los estudios sobre la independencia de Hispanoamérica, concluye

que ésta no había sido un movimiento anticolonialista, sino parte de una revolución

política del mundo hispano y de la disolución de la monarquía española8. Para 1808,

por lo demás, las reformas borbónicas, no habían sido implementadas por completo;

de manera que los dirigentes criollos aún mantenían un grado significativo de

autonomía y control sobre sus regiones.

La Intendencia, que fue la reforma central en el proyecto de construcción de un

nuevo tipo de Estado, produjo una redistribución del poder y, en todo caso,

contribuyó a reducir el prestigio de audiencias y virreyes. Para muchas provincias,

como ocurrió en Salta, Santa Cruz de la Sierra o Córdoba, la instalación de la

intendencia significó la catalización de una identidad política y una vigorización

económica, que tendría luego consecuencias. En definitiva, medidas adoptadas para

recentralizar o recapturar el poder “terminaron en la atomización del sistema”, pero

también dieron lugar a nuevos espacios y nuevos centros9.

El paradigma absolutista ha sido también cuestionado en el plano municipal.

Según Federica Morelli, en la época que va de las reformas borbónicas a la crisis de la

monarquía española, tiene lugar un proceso de refuerzo y de consolidación política de

los cabildos americanos. Es, dice Morelli, “la victoria de los cuerpos intermedios del

Antiguo Régimen sobre el Estado moderno”10. Es su constitución histórica colonial la

que explica su papel durante el liberalismo español y el período republicano.

5 John Lynch, Spanish Colonial Administration, 1782-1810: the Intendant System in the Viceroyalty of Río de la Plata, (Londres, 1958). 6 Manuel Chust, y José Antonio Serrano, Debates sobre las independencias iberoamericanas, editores (España: Ahila, 2007), 19. 7 Cfr., Francois-Xavier Guerra, Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, (México: Fondo de Cultura Económica, 1992). 8 Jaime Rodríguez, “La independencia de la América Española: Una reinterpretación”. En Historia Mexicana, 42, N°176, enero-marzo, (1993) 571-620. 9Eduardo Cavieres, El comercio chileno en la economía-mundo colonial, (Valparaíso: Ediciones Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2008), 16. 10 Federica Morelli, “Entre el antiguo y el Nuevo Régimen: el triunfo de los cuerpos intermedios. El Caso de la Audiencia de Quito, 1765-1830”, Procesos, n° 21, II semestre, 2004, págs. 90 y 91. Cfr., además, Gabaldón Márquez, Joaquín, El municipio, raíz de la república, (Caracas: Academia Nacional de Historia, 1977).

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En años recientes, el análisis de las intendencias y los municipios en el siglo

XVIII, así como la utilidad de las reformas en la dinamización de nuevos espacios

regionales, ha llevado a revisar el modelo de monarquía absolutista y centralizadora.

Las articulaciones e interdependencias entre la esfera estatal y la privada fueron más

complejas, en especial en áreas periféricas, como la América Española, donde la

integración de las élites locales en el tejido político-administrativo resultaba necesaria

para la supervivencia de la misma monarquía11.

La revisión de la interpretación tradicional, conduce a una relectura de

importantes episodios de la historia americana. Así, John Fisher, por ejemplo, que

estudió el establecimiento de las intendencias en el Perú a finales del siglo XVIII,

interpretó los levantamientos del Cuzco de 1780 y los de inicios del XIX, como

rebeliones anticentralistas que no se oponían al control español, sino de Lima12. El

regionalismo provincial, más que el nacionalismo peruano, era la fuerza que impulsaba

la dinámica política de esos años. Fisher proponía no confundir regionalismo

anticentralista con posturas contrarias al vínculo colonial con España13. Aun cuando es

evidente que, para la población, estar contra el poder español y contra Lima era la

misma cosa, puesto que Lima era a la vez un enclave del imperio español y cabeza del

virreinato.

En términos comerciales, el mundo hispánico se caracterizaba por la rivalidad y

no por la integración; la metrópoli no promovió de manera consistente el comercio

intercolonial. La oposición de Chile contra Perú, la de Lima contra el Río de la Plata o

la de Montevideo contra Buenos Aires anticipaban, como colonias, las divisiones de las

futuras naciones14. En el Río de la Plata, en virtud del creciente regionalismo, unos

pedían protección para los productos locales y otros la libertad de comercio. En

cualquier caso, las disensiones igualmente alimentaban la convicción de que la

respuesta debía buscarse a través de decisiones autónomas.

Estos y otros debates han llevado a cuestionar los límites del paradigma

absolutista en el caso hispanoamericano. Sus conclusiones se proyectan hacia las

independencias y abren espacio a lecturas regionales.

11 El tema ha sido estudiado muy bien, para el caso chileno, por Barbier, Jacques Armand, “Elites and cadres in Bourbon Chile”, en Hispanic American Historical Review 52 (agosto 1972; ps. 416-435). 12 Cfr. John Fisher, El Perú borbónico 1750-1824, (Lima: IEP, 2000). 13

Carlos Contreras, “La independencia del Perú. Balance de la historiografía contemporánea”, en: Chust, Manuel y

Serrano, José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, editores Ahila, España, 2007, p. 109. Del mismo autor, con Marcos Cueto, cfr., Historia del Perú contemporáneo, (Lima: IEP, cuarta edición). 14 John Lynch, “Los orígenes de la independencia americana”, op. cit., p. 14.

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Hacia 1810, los súbditos americanos aspiraban a la igualdad y la autonomía, más

que a la independencia. Era también el anhelo de las provincias y regiones. En aquellos

lugares en que las capitales del reino se arrogaron el derecho a representarlo

enteramente, hubo enconadas reacciones. Así ocurrió en el Reino de Quito, en

Venezuela, Nueva Granada, Río de la Plata o en Chile. Las capitales de provincia

afirmaron su derecho a representar a los pueblos de su zona. En el actual Ecuador,

Popayán, Cuenca, Guayaquil y otras capitales de provincia rechazaron el movimiento

quiteño, tanto en defensa de los derechos del monarca, cuanto en defensa del principio

según el cual sólo la capital de una provincia tenía el derecho de representar a toda la

región15. Por las mismas razones, la mayoría de las principales capitales de provincia de

la capitanía general de Venezuela crearon sus propias juntas, que eran semiautónomas,

pero aceptaban la primacía de la de Caracas16. A la vista de las numerosas críticas a los

libertadores, María Luisa Soux sostiene, en fin, que al parecer Bolivia se independizó

más de Argentina y de Perú que de la misma España17.

Una visión de continuidad, en consecuencia, exige examinar el período 1760-1840

que es, en el fondo, “tiempo de permanencia de la sociedad tradicional”18. Lo cual nos

lleva a concluir, con Juan Marchena y a la luz de la más moderna historiografía19, en la

necesidad de estudiar y conocer las contradicciones del sistema colonial, en la medida

en que éste sobrevivió durante décadas en las estructuras políticas, sociales y

económicas de los países.

Guayaquil, del reino de Quito a la república

En el Ecuador del siglo XIX, como en otras regiones de Sudamérica, hubo tres

cuestiones que cruzaron la construcción estatal: la regionalización, “entendida como el

conflicto entre las fracciones terratenientes regionales”, según Rafael Quintero, pero

15 Cfr. Jaime E. Rodríguez O., La independencia de la América Española, ps. 132-203, (México: Fondo de Cultura Económica, México 1996), y del mismo autor, La revolución política…, op. cit., p. 33. 16 David Bushnell, “La independencia de la América del Sur española”, en: Bethel, Leslie, Historia de América Latina, La Independencia, vol. 5, (Barcelona: Cambridge University Press, Editorial Crítica, 1991), 15. 17 Juan Marchena Fernández, “Los procesos de independencia en los países andinos: Ecuador y Bolivia”, en: Chust, Manuel y Serrano, José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, (España: editores Ahila, 2007), 198. 18 Eduardo Cavieres, El comercio chileno…, op. cit., p. 17. 19 Marchena, op. cit., p. 198.

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que nosotros sostenemos que se extendía a segmentos muy amplios de la sociedad; el

conflicto étnico-cultural y la cuestión limítrofe, a nivel provincial y estatal20.

Revisaremos solamente la cuestión regional.

Un rasgo distintivo de la Real Audiencia de Quito de fines de la Colonia fue la

diferenciación en tres regiones. Estas tenían por centros neurálgicos a Quito, Cuenca y

Guayaquil y presentaban marcadas diferencias étnicas, geográficas, económicas y

sociales, las cuales determinaron las relaciones interprovinciales y con el mundo

exterior. Durante todo el siglo, a partir de la separación de la Gran Colombia, la

atomización del poder político se profundizó todavía más, acentuando los conflictos

regionales. Veamos sus orígenes, desde la perspectiva de la provincia de Guayaquil.

A principios del siglo XIX, la Audiencia o Reino de Quito estaba en decadencia.

Otrora la Audiencia con el territorio más grande del subcontinente, nunca pudo

obtener el estatus de capitanía general independiente. Mientras Buenos Aires y Caracas

ganaban mayor autonomía, al convertirse en sedes de un nuevo virreinato y una nueva

capitanía general, respectivamente, Quito perdía el control eclesiástico, jurídico y

financiero sobre algunas provincias. El golpe más duro fue perder el control militar

sobre Guayaquil, su provincia más próspera, en 1803, a manos del Virreinato del Perú.

El declive económico en la Sierra acompañó a la decadencia política. La creación del

Virreinato de la Plata, en 1776, que desvió el comercio de Quito y competencia cada

vez mayor de Europa afectaron su comercio, lo que se vio agravado por la

reorganización administrativa y la política impositiva del régimen borbónico. En los

años previos a la independencia, estos eventos provocaron un gran descontento y

tensiones políticas y sociales21.

En la misma época, cuando casi toda la Sierra decaía, la provincia de Guayaquil

prosperaba gracias a la producción de cacao y otros productos agrícolas, además de la

construcción de barcos, la manufactura de sombreros de paja y el comercio. La

ubicación de la ciudad portuaria de Guayaquil, que contaba con cerca de 15 mil

habitantes, en una de las principales rutas comerciales de la costa sudamericana del

Pacífico, atrajo a muchos extranjeros, al comercio y al masivo contrabando. Allí, las

oportunidades económicas fomentaban la movilidad social y hacían menos rígidas las

20 Rafael Quintero López, “El Estado terrateniente del Ecuador (1809-1895)”, en: Deler, J.P., y Saint-

Geours, Y., Estados y Naciones en los Andes, Hacia una historia comparativa, 2, (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos, 1986), 401. 21 Rodríguez, La revolución política…, op. cit., ps. 61, 62,125 y 126.

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jerarquías sociales coloniales, según comentan varios viajeros22. Durante los años

coloniales, además, no existieron lazos económicos fuertes entre las tres provincias

principales del actual Ecuador. Las difíciles comunicaciones conspiraban contra

cualquier integración. De esta forma, ya a finales del periodo colonial no sólo sus

élites, sino también gran parte de su gente, sentían identidades distintas.

Con las reformas borbónicas, que habían dañado a la Sierra, la provincia, en

cambio, se vio beneficiada23. Bajo el nuevo sistema, comparecía ante Quito en materia

política y judicial, ante Cuenca en temas religiosos y ante Lima en cuestiones de

comercio y militares. Las múltiples jurisdicciones dieron a los guayaquileños una

oportunidad para extender aún más su autonomía. En Guayaquil, la familia y los

grupos poderosos competían por el control de la producción y el comercio, en alianza

con los empleados reales. Buena parte de los altos funcionarios imperiales se integró a

la economía y la sociedad locales.

Cuando se forma la junta de Quito, en los albores de la revolución, la capital fue

incapaz de convencer a las otras provincias de seguir sus pasos. Se inició, así, una

guerra civil en el reino, que duraría hasta finales de 1812. Según hemos visto,

Guayaquil no estaba en contra de la “revolución quiteña”, sino sólo de la pretensión

albergada por la ciudad capital para representar al Reino entero24.

Irónicamente, la emancipación tuvo como resultado la conquista del Reino de

Quito por parte de las fuerzas colombianas. El 17 de diciembre de 1819, el congreso

de Angostura estableció la república de Colombia, que reclamó el territorio del antiguo

Virreinato de Antigua Granada, incluido el reino de Quito. La nueva república no

reconocía la transferencia de la provincia de Guayaquil al Perú. Los dirigentes de

Guayaquil, por su parte, tomaron acciones para proteger la autonomía del Reino de

Quito. El 9 de octubre de 1820, una junta de notables que actuaban en nombre de sus

conciudadanos declaró la independencia como el primer paso para el establecimiento

del Estado de Quito. El gobierno de Guayaquil conformó un ejército para liberar el

22 Describen la ciudad Basil Hall (Extracts from a Journal written on the coasts of Chili, Peru and Mexico, in the years 1820, 1821, 1822, third edition, 1824-1825, Edinburgh: Archibald Constable and Co.), 109 y William B. Stevenson, (Historical and descriptive narrative of twenty years residence in South America, Longman, Rees, London, 1829, II, p. 226). 23 Sobre los efectos de las reformas borbónicas en la Audiencia de Quito, cfr., Borchart de Moreno, Christiana, La Audiencia de Quito. Aspectos económicos y sociales (siglos XVI-XVIII), (Quito: Ediciones Banco del Ecuador, 1998), 299-322. 24 Rodriguez, La revolución política…, op. cit, ps. 129, 169 y 191. Sobre la independencia ecuatoriana, cfr., Demetrio Ramos Pérez, Entre el Plata y Bogotá, cuatro claves de la emancipación ecuatoriana, (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1978.

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resto del reino. Cuenca, Machachi, Latacunga, Riobamba, Ambato y Alausí se unieron;

Quito, sin embargo se mantuvo fiel al régimen realista.

El ejército de Bolívar derrota a los españoles y el general Sucre fuerza al

ayuntamiento de la ciudad de Quito a reconocer la soberanía de Colombia, aunque

aquel cuerpo carecía de la autoridad para obrar por todas las provincias. Bolívar

declaró al reino como departamento de Quito, nombrando a Sucre su primer

intendente. Aparecieron carteles en la ciudad que decían: “Último día de despotismo y

el primero de lo mismo”. En Guayaquil, la situación fue más compleja, pues los

peruanistas, los colombianistas y el grupo autonomista se disputaban el control de la

provincia. Aunque estos últimos eran los más fuertes localmente, Bolívar, habiendo

obtenido Quito, “no pensaba permitir que su punto de salida al mar pudiera decidir

por su cuenta”25.

En consecuencia, en 1822 la región llegó a ser una parte subordinada de la

República de Colombia. Ocho años más tarde, los dirigentes del antiguo “Reino de

Quito” se retiraron de la unión y proclamaron la independencia de la nación

ecuatoriana. Había sido privada de algunas provincias norteñas y de su histórico

nombre de Quito. Ahora tenía el nombre artificial que le había sido dado por sus

“liberadores”: Ecuador. Una denominación geográfica que venía, sin embargo, a

obviar los conflictos entre las provincias.

Junto a la cuestión simbólica del nombre, desde el nacimiento del nuevo Estado

se manifestaron los equilibrios y diferencias: en la delimitación territorial y la

organización departamental fijadas por el Congreso Grancolombiano de 1824; en la

constitución de un Consejo de Gobierno, formado por los Gobernadores de Cuenca,

Guayaquil y el Presidente y, especialmente, en la mantención de un sistema de

representación política eminentemente regional26. La regionalización marca la vida

política ecuatoriana, en el siglo XIX y explica las permanentes crisis del Estado en

constitución, en especial para la fase 1830-1859. Generó un vacío de capacidad estatal,

al concentrar a las fracciones en la lucha por el control del gobierno, con prescindencia

del interés general.

A partir de 1830, coincidiendo con su éxito económico, las élites cacaoteras

guayaquileñas exigen una participación cada vez mayor en el poder político

25 Bushnell, op. cit., p. 113. 26 Quintero, op. cit., ps. 401 y 403.

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ecuatoriano instaurado en 1830. Los sentimientos liberales de Guayaquil contrastaban,

desde los primeros días de la república, con el conservadurismo de Quito.

Aunque Quito continúa siendo sede del poder político, el auge económico y el

predominio de los políticos costeños, se consolida como un fenómeno característico

en la historia del Ecuador. La oposición de las provincias era fuerte, con lo cual

cualquier hegemonía tenía una duración y unas posibilidades limitadas. La

preponderancia comercial y financiera de la costa y el aumento continuo del peso

demográfico de esta zona, se proyecta a lo largo del siglo XX, debido a las

emigraciones procedentes de la sierra27. En el primer cuarto de este siglo, por ejemplo,

todos los presidentes constitucionales que logran terminar sus mandatos son costeños

-Alfaro, Plaza, Baquerizo Moreno y Tamayo- y representan fundamentalmente los

intereses guayaquileños28.

Charcas, entre dos virreinatos

Un buen ejemplo de una situación conflictiva regional, más que de antagonismo

con España, es el caso de Charcas. La antigua audiencia andina estuvo en tensión

permanente con las cabeceras virreinales, a las que sucesivamente estuvo adscrita. Pese

a la riqueza que le daba ser la dueña del Potosí, Charcas estuvo siempre sometida a un

poder vecino, vicario del peninsular. Su posición a horcajadas de los Andes, con un pie

en el Pacífico y otro en el Atlántico, convirtió a Charcas en el epicentro de un forcejeo

geopolítico entre Lima y Buenos Aires29. Cuando llegó la hora de la emancipación,

ambas capitales aspiraron a convertirse en potencias regionales sudamericanas. La

rivalidad entre las elites de Charcas y Buenos Aires, en especial, se remontaba a la

creación del Virreinato, en 1776, que los potosinos consideraban como “un

mecanismo de succión de sus riquezas y una amenaza permanente a sus seculares

27 Deas, Malcolm, “Venezuela, Colombia y Ecuador, en: Bethel, Leslie, Historia de América Latina, América Latina independiente 1820-1870”, vol. 6, Cambridge University Press, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 199. Los problemas de la historiografía ecuatoriana han sido enunciados por A. Szászdi, “The historiography of the Republic of Ecuador”, HAHR, 44/4 (1964). 28 Jorge Salvador Lara, Quito, (Madrid: Editorial Mapfre, 1992), 214 y 273. 29 Para los años de dependencia peruana de Charcas, cfr., Pease G. Y., Franklin, Del Tawantisuyu a la Historia del Perú, (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1989).

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prerrogativas”30. Se explica, así, porqué, desde el comienzo del proceso emancipador,

las quejas se dirigen contra la jurisdicción virreinal antes que contra la metrópolis31.

La gente de Charcas pensaba que el principal agravio que sufría del régimen

colonial era el vasallaje económico al que estaba sometido por el virreinato platense.

Ahora, que la coyuntura peninsular le daba la oportunidad, se negaba a continuar con

él. Los azogueros, situadistas, comerciantes, burócratas y militares del Alto Perú, que

administraban la Casa de Moneda, el Banco de San Carlos o las cajas reales, vivían

enemistados con las autoridades del Consulado de Buenos Aires. Eran los mismos -

Manuel Belgrano, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes- que ahora aparecían

encabezando la revolución.

Hay que considerar que, aparentemente, las reformas borbónicas habían

impactado más a los territorios que contaban con mayor población indígena, como es

el caso de Charcas. La articulación previa con la sierra y el espacio peruano se vio

dislocada por iniciativas fiscales como la implantación de aduanas. Estas y otras

medidas administrativas, que redujeron la autonomía de las comunidades indígenas,

aumentaron el descontento popular, dando lugar a sublevaciones indígenas que

abarcaron desde el Cusco a Chuquisaca32.

Con estos elementos de trasfondo, el Alto Perú enfrenta la crisis imperial. En las

Cortes reunidas en Cádiz, los intereses de las sedes virreinales de México, Bogotá o

Lima no fueron los mismos que los de las Reales Audiencias de Chiapas, Quito,

Panamá o Charcas. Los representantes americanos de provincias y audiencias,

buscaron asegurarse alguna forma de autogobierno. En los casos de Chiapas, Panamá

y Quito, en primera instancia, ello no pudo lograrse, puesto que fueron incorporadas a

las repúblicas de México y Colombia, respectivamente. Quito, según hemos visto,

logró su independencia en 1830 y Panamá en 1903. Chiapas, en cambio, continúa

como un área rebelde, dominada por indígenas mayas, que cuestionan su sujeción a

México. Charcas, por su parte, con la desintegración del imperio español, optaría por

ser dueña de su destino.

30 José Luis Roca, Ni con Lima ni con Buenos Aires. La formación de un Estado nacional en Charcas, Bolivia, Plural editores, 2007), 20, 24 y 199. 31 Así, la principal reivindicación del Plan de Gobierno de la Junta Tuitiva de la Paz, de julio de 1809, era “no enviar más numerario a Buenos Aires”, a la vez que proclamaba su lealtad a Fernando VII. 32 Eduardo Araya y María Luisa Soux, “Independencia y formaciones nacionales”, en: Cavieres, Eduardo

(editor), Chile–Bolivia, Bolivia–Chile: 1820-1930, (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2008), 14.

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La derrota de los realistas abrió la cuestión del destino del Alto Perú. Aunque

antes de la guerra formaba parte del virreinato del Rio de la Plata, había fuertes razones

culturales, económicas e históricas, para considerar unirlo a Perú. La idea de Bolívar de

crear una Confederación Andina y luego de concretar una liga o alianza de todos

pronto se abandonó. Lo mismo ocurrió con la posibilidad de establecer un solo

Estado- nación, por razones geográficas y de “los conflictivos intereses o sentimientos

regionales de identidad que existían”33. Entre la pequeña minoría de los habitantes con

consciencia política, sin embargo, predominaba el sentimiento de constituir una

república separada.

Apenas Sucre convoca a la asamblea del Alto Perú, Buenos Aires se apresuraba a

respaldarlo, para sorpresa de Bolívar, quien pensaba que equivaldría a una provocación

de Colombia a las Provincias Unidas, pues rompía la unidad del antiguo virreinato

platense. La actitud argentina se explicaba, en primer lugar, porque a partir de 1817, en

razón del apogeo del comercio con Inglaterra, Buenos Aires perdió interés en la

conquista de Potosí y de su casa de moneda. Por consiguiente, su inminente

segregación no afectaba los intereses económicos porteños. Por otro lado, una

república independiente, en base a las provincias de la antigua Audiencia de Charcas,

evitaría que ellas pudieran reanexarse al Perú, algo que argentinos y colombianos

miraban con aprensión34. Hay que tener presente que Charcas, a partir de 1810, se

había reincorporado al Perú, a cuyo lado transcurrió toda la guerra de independencia.

De ahí que, cuando en agosto de 1825 la asamblea altoperuana convocada por Sucre

declaró la plena independencia, Bolívar y los rioplatenses aceptaron la decisión.

Comienza, así, Bolivia un camino propio, plagado de graves conflictos y de desafíos,

muchos todavía pendientes, como la cuestión de su plurinacionalidad35.

Argentina y la cuestión federal

Pocas regiones de América sufrieron cambios tan dramáticos, durante el siglo

XVIII, como el territorio de la actual Argentina. Comenzó la centuria como apenas un

conjunto de ciudades salpicadas en el desierto: Buenos Aires, Santiago del Estero,

Córdoba, Salta, Mendoza, Corrientes, Santa Fe. Las unían inciertos caminos, dibujados

33 Bushnell, op. cit., p. 115. 34 Roca, op. cit., p. 709. 35 Cfr., Gonzalo Vargas Rivas, Los desafíos del Estado plurinacional boliviano, 2011, en: http://www.constituyentesoberana.org.

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apenas a través de una tierra extensa. Fue la creación del Virreinato, resuelta en 1776,

con motivo de la expedición de don Pedro de Cevallos contra los portugueses, lo que

dio unidad política a una amplia región. A las gobernaciones de Buenos Aires y el

Paraguay se agregó toda la extensión que caía bajo la jurisdicción de la Audiencia de

Charcas, con el Tucumán, Potosí y Santa Cruz de la Sierra y se hizo cabeza del

Virreinato a la ciudad de Buenos Aires. Se creaba con ello un nuevo ámbito político,

incluyendo a zonas que antes se orientaban hacia el Perú. El virreinato se caracterizó

por su heterogeneidad y por un rápido crecimiento demográfico y económico, en

especial en la zona rioplatense. A finales del siglo, Buenos Aires, que en 1744 tenía

poco más de 10 mil habitantes, llega a tener 40 mil36.

Apenas unos pocos años después de la creación del virreinato, la repartición del

territorio en 7 intendencias y una superintendencia general, en 1782, dinamizó

nuevamente la región37. El gobernador intendente, suprema autoridad regional,

asumió, como funcionario ejecutivo, los ramos de hacienda, guerra, justicia y policía.

Las nuevas unidades administrativas y políticas pronto acuñarían cierto espíritu

localista. Los habitantes de las provincias, ante el hecho de su subordinación a Buenos

Aires, forjaron identidad y una incipiente conciencia política. El reformismo liberal de

los Borbones, a su vez, contribuyó a formar una conciencia emancipadora y

revolucionaria. La burguesía criolla se hizo liberal con fervor, porque el liberalismo

ofrecía, a la vez, solución a los problemas más inmediatos y una doctrina inspiradora

para los espíritus más audaces38.

El comercio se vio estimulado por la supresión de algunas trabas que pesaban

sobre él. Con el Reglamento del Comercio Libre, de 1778, al que siguieron luego otras

medidas parciales, el tráfico con los puertos españoles y coloniales adquirió mayor

intensidad39. Todas estas circunstancias contribuyeron notablemente a transformar el

Río de la Plata en una colonia de cierta importancia. Los criollos crecieron

rápidamente en cantidad y constituyeron el compacto núcleo de la masa colonial y aún

36 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1992),

50. 37 Fueron Buenos Aires, Asunción del Paraguay, Salta, Córdoba, Santa Cruz de la Sierra, La Paz, la Plata y Potosí. 38 Para una mirada actual del liberalismo argentino en la época en estudio, cfr. el estudio de Paula Alonso y Marcela Ternavasio “Liberalismo y ensayos políticos en el siglo XIX argentino”, en: Jaksic, Iván y Posada Carbó, Eduardo, Editores, (Santiago: Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, 2011). 39 Cfr., Burgin, Miron, Aspectos económicos del Federalismo Argentino, (Buenos Aires: Ediciones Solar, 1982). Enfatiza el conflicto existente entre los diferentes intereses económicos regionales. Cfr., además, de Villalobos, Sergio, Comercio y Contrabando en el Río de la Plata y Chile, (Buenos Aires: Editorial Eudeba, 1986).

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de la clase acomodada. Los animaba un espíritu progresista y antiaristocrático, en

razón de las peculiares condiciones en las que se desarrolló la colonización española en

la región rioplatense: una sociedad más igualitaria, en una zona desprovista de plata u

oro; sin una gran población indígena, ni inicialmente esclavos, lo cual exigió un intenso

trabajo de los propios colonos; un puerto influyente que conectaba el territorio con las

potencias europeas y permitía el comercio directo con ellas; y un espíritu democrático

que residía en los cabildos. Son las características que atribuye Mitre a la nación

argentina, en su Historia de Belgrano y que explicarían su actitud en 1810, así como las

bases de su identidad como nación40.

El gobierno de Buenos Aires, después de aquel año, siguió como un régimen de

hecho, “como una continuación del orden virreinal, como un fruto de la revolución”41.

El resto del país le restó cada vez más su apoyo hasta que, principios de 1820, el

ejército de las provincias litorales lo disolvió por las armas. En adelante, dice Romero,

las Provincias Unidas, serían un “conjunto de provincias desunidas”. Las provincias

periféricas, por su parte, Uruguay, Paraguay y la misma Bolivia, rechazaron cualquier

asociación y buscaron sus propias soluciones políticas42. Su éxito en constituirse como

Estado fue consecuencia de su aislamiento detrás de ríos, desiertos o montañas y de la

incapacidad de Buenos Aires de subyugarlos militarmente. Pero la razón de fondo,

dice John Lynch, es que sus intereses sólo podían resolverse con autodeterminación43.

En Buenos Aires, tal como había ocurrido en Caracas, en Santiago de Chile o en

México, en 1808, la legitimidad de la ciudad capital para formar un gobierno autónomo

fue impugnada, al no haber participado los otros pueblos del territorio. Según la

invocada doctrina de la reasunción de la soberanía, todos los pueblos eran sujetos

morales en igualdad de derechos. En el caso rioplatense, la primera etapa del conflicto

quedó rápidamente atrás, cuando los diputados de las ciudades del interior forzaron su

incorporación a la Junta de Gobierno. De inmediato se dibujaron las dos tendencias

40 Gabriel di Meglio, “La guerra de independencia en la historiografía argentina”, en: Chust, Manuel y Serrano,

José Antonio, Debates sobre las independencias iberoamericanas, op. cit. ps. 30 y 31. La Historia de Belgrano, cuya cuarta edición ampliada es de 1887, sumada a los tres volúmenes de la Historia de San Martín (1887, 1888, y 1890), del mismo Mitre, son consideradas obras fundadoras de la “historiografía oficial”, de la emancipación americana. 41 José Luis Romero, Las ideas políticas…, op. cit., p. 93. 42 Para el caso uruguayo, cfr., Petit Muñoz, Eugenio, Artigas. Federalismo y soberanía, (Universidad de la República, Uruguay); respecto a Paraguay, v., Azara, Félix de, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata (Buenos Aires, 1943) y de Acevedo, Edberto Oscar, La intendencia del Paraguay en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires: Ciudad Argentina, 1996). 43 John Lynch, The Spanish American Revolutions 1808-1826, W. W. Norton & Company, EE.UU., 1986, p. 89.

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principales que, posteriormente, conducirían a la formación de los famosos partidos

unitario y federal. En Buenos Aires se afirmó la disposición a organizar un Estado

centralizado con los restos del dominio hispano, fundado en el dogma de la

indivisibilidad de la soberanía44. En los demás pueblos, en cambio, fue creciendo la

tendencia a una confederación, incluso en aquellas ciudades que inicialmente parecían

haber estado dispuestas a aceptar un Estado centralizado, con Buenos Aires como

capital, a condición de un estatuto de cierta autonomía.

Desde 1820 hasta principios de 1826 no existió un gobierno nacional. Las

provincias ordenaron sus vidas según sus tendencias espontáneas. Buenos Aires

intentó llevar a la práctica la política de progreso y modernización, que alentaban los

grupos liberales; las demás provincias, por su parte, salvo excepciones, perpetuaron sus

modos de vida tradicionales. Tras una breve unión frente a la amenaza externa de la

guerra con Brasil, la Constitución centralista que se proyectó en 1826 promovió la

resistencia y el gobierno nacional volvió a desaparecer.

La organización definitiva del Estado nacional argentino sólo se logra con la

Constitución de 185345. Hasta el llamado “Acuerdo de San Nicolás” del año anterior,

suscrito por los gobernadores de todas las provincias argentinas, estas integraban una

confederación y, por lo tanto, según Chiaramonte, eran en realidad Estados

independientes y soberanos. Así resultaba de la aplicación del Derecho de Gentes

vigente de la época y de las actuaciones de las provincias, sin que importara su tamaño

o población relativa46. Las dos caras del país, la urbana y la rural, la “civilización y

barbarie”, en palabras de Sarmiento, por fin confluían. Urquiza logró que esa nación

esencial, preexistente, que había vislumbrado Mitre, se plasmara en la Constitución de

1853, “federal pero representativa, progresista sin olvido de las tradiciones y

equidistante de los intereses de Buenos Aires y del interior”47.

La presidencia de los provincianos Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás

Avellaneda, que culmina en 1880, simboliza la progresiva conquista de Buenos Aires

44 José Carlos Chiaramonte, “En torno a los orígenes de la nación argentina”, en: Carmagnani, Marcello, Hernández Chávez, Alicia y Romano, Ruggiero, coordinadores, Para una Historia de América II. Los Nudos, (México: Fondo de Cultura Económica, 1999) 297. 45 Sobre el desarrollo constitucional, en esta etapa, cfr., de Bosch, Beatriz, “La organización constitucional, la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires (1852-1861)”, en: Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo IV, la configuración de la república independiente (1810- c.1914), (Buenos Aires: Editorial Planeta, 2000. 46 Ídem, ps. 286 y 300. Entre varios ejemplos que podrían citarse de ejercicio concreto de la soberanía estatal, mencionemos la suscripción, en 1851, por Entre Ríos y Corrientes, de sendos tratados con el Imperio del Brasil y la República Oriental del Uruguay destinados a poner fin a la hegemonía de Buenos Aires. Ellos permitieron la formación del ejército conjunto, que en la batalla de Caseros derrotó al de la Confederación Argentina. 47 Romero, La experiencia…, op. cit., p. 95.

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por las provincias. En ese año, la capital se federaliza y los mecanismos administrativos

e institucionales del nuevo Estado comienzan a ponerse en funcionamiento. La

justicia, los correos, las aduanas, el ejército, la educación, la salud pública, en fin, todo

debió organizarse, venciendo dificultades técnicas, pero también prejuicios y temores48.

Surge, así, el Estado argentino moderno, bajo la premisa, nunca plenamente cumplida,

de la equidad interprovincial y del equilibrio con el nivel central.

De provincias a países

Las provincias y regiones americanas se configuraron, social y

geoeconómicamente, en el tiempo largo de la colonia, con tal fuerza, que muchas

sobreviven a la coyuntura crítica de la independencia y se proyectan, porfiadamente,

en los Estados republicanos. En las independencias, las “singularidades” locales o

provinciales, en la expresión de Mónica Quijada, fueron ya elementos recurrentes.

Surge el concepto de “patria” a diversas escalas geográficas, para finalmente fijarse,

con ayuda de símbolos, fiestas y efemérides, en el nivel de los incipientes Estados.

No era la única opción posible, ni la más probable, en las postrimerías coloniales49.

Luego de las independencias, los Estados nacionales se embarcan en la tarea de

construir una nación homogénea, eliminando la superposición de identidades

culturales, que caracterizaban a gran parte del mundo colonial50.

Es difícil sintetizar la política hispanoamericana, durante el medio siglo que siguió

a la independencia. La composición étnica nos permite avanzar una caracterización: los

países andinos, como Bolivia, Perú y Ecuador, con mucha población indígena solo

parcialmente asimilada a la cultura hispánica dominante, eran en general menos

propensos a participar activamente en política51. Asimismo, los países alejados de la

costa, privados de ingresos aduaneros, tuvieron menos estabilidad política que los que

contaban con población y recursos en esa zona. En este sentido, las guerras de

independencia produjeron impactos económicos y demográficos dispares. Junto con

españoles y criollos realistas, del territorio salieron capitales en metálico; los ganados se

48 Para estos años de la historia argentina, cfr., Halperín Donghi, Tulio, Proyecto y construcción de una Nación (1846-1880), (Buenos Aires: Emecé editores, 2007). 49 Juan Marchena Fernández, “Los procesos de independencia…”, p. 163. 50 Cfr., Francois-Xavier Guerra, “Las mutaciones de la identidad en la América Hispánica”, en Guerra, Francois-Xavier (editor), Inventando la Nación, (México: Fondo de Cultura Económica, 2003). 51 Frank Safford, “Política, ideología y sociedad”, en: Bethell, Leslie, Historia de América Latina, América Latina independiente 1820-1870, vol. 6, Cambridge University Press, Editorial Crítica, Barcelona, 1991, p. 42. En el mismo sentido, José del Pozo, según el cual las diferencias étnicas contribuían a la inestabilidad (Historia de América Latina y del Caribe 1825-2001, (Santiago: LOM Ediciones, 2002), 46.

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diezmaron y se redujo la agricultura. Se afectaron, también, las rentas fiscales, en forma

de impuestos y monopolios. Lo anterior dio lugar a Estados nacionales débiles, sin

ejércitos suficientes para controlar a las provincias, que tenían sus propias milicias,

muchas veces manejadas por los terratenientes. La supervivencia de los gobiernos –y

su pretendida legitimidad- solía depender de su capacidad militar.

La tendencia general, en Sudamérica, en la primera década independiente, fue a la

centralización y la constitución de gobiernos fuertes. Fue una exigencia de la guerra,

pero también una forma de mejorar el crédito nacional, frente a las potencias europeas

y alcanzar el reconocimiento diplomático. Fue también la manera de evitar la anarquía,

de ahí que la centralización se acentuó sobre todo entre 1826 y 184552. En este

contexto, la situación argentina constituye una excepción local, que se explica por las

peculiaridades que hemos examinado.

El extendido debate entre la adopción de la estructura federal o unitaria, en el caso

argentino, admite varias lecturas. Más que producto de una influencia externa, como el

ejemplo de Estados Unidos, resulta de la particular correlación de fuerzas, de la

debilidad del gobierno central y de la desconfianza que había en las provincias hacia la

capital. Se consideraba al federalismo como una barrera contra la tiranía, pero había

dudas sobre la madurez política del pueblo, en términos de responsabilidad cívica, para

practicarlo. El sistema, además, suponía altos costos, que la joven república no podía

sufragar. En ocasiones, la causa federalista se enarbolaba, más que por principio, en

defensa de los intereses económicos de la región o aún de una fracción de la oligarquía

regional o de un caudillo, para justificar sus intentos de controlar la provincia. En Perú

y Bolivia, en cambio, la cuestión principal, más que la defensa de los intereses

regionales, giró en torno al dominio del Estado.

Reflexiones finales

Los nuevos países que surgen de las independencias, aún antes de consolidar la

nación, la paz interior o las fronteras, debieron tomar decisiones claves para la

orientación de su vida futura. En busca del orden y de la identidad, había que

reconfigurar el Estado colonial y construir una nación. A nivel político, se planteaban

muchas interrogantes: ¿Qué tipo de gobierno adoptar? ¿Cómo distribuir

52 De hecho, todas las constituciones de la época, a excepción de la mexicana, establecieron funcionarios provinciales designados desde el poder central, con el nombre de intendentes, prefectos o gobernadores. Ídem, p. 55.

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territorialmente el poder, concentrarlo o compartirlo con las provincias? En sociedades

pluriétnicas y pluriculturales ¿quiénes debían ser considerados ciudadanos? Las

respuestas no debían buscarse en el vacío, pues los nuevos países no se formaron de

manera arbitraria: reflejaban divisiones territoriales, instituciones, tradiciones y

prácticas del pasado.

El camino hacia el autogobierno comienza a construirse varias décadas antes de

1800. Es el reflejo de una evolución social y cultural, que atraviesa todo el mundo

occidental. Las reformas borbónicas, según pone de manifiesto la más moderna

historiografía, rompen un consenso central: la organización pactista, negociada, del

poder, entre las élites locales y la monarquía53. Desintegrado el poder imperial, éste se

recompone no a partir de un Estado preexistente, sino de la mano de la única base

sociopolítica legítima de la época: la ciudad-provincia. A partir de ellas, se construyen

alianzas y proyectos nacionales y se levanta la organización político-estatal. Esta recoge

múltiples elementos de la herencia colonial y de la administración borbónica. Así, la

descentralización de las estructuras políticas de la primera etapa de la república, ha sido

relacionada con la introducción del sistema de intendencias efectuada en el periodo

colonial. Lo mismo se señala respecto a la incorporación de castas previamente

discriminadas, a partir de la época borbónica.

Antes de que se iniciara el movimiento de independencia, los territorios

americanos avanzaban hacia el desarrollo de una conciencia protonacional. Roto el

consenso historiográfico en torno a las independencias, dice Chust, “emergen los

sujetos sociales y los grupos regionales ocluidos durante demasiado tiempo por el

manto nacional”. El estudio de la región suele emprenderse, por lo mismo, desde

parámetros antagónicos al nacionalismo triunfante, casi siempre de la capital. Así

ocurre en los procesos autonomistas de algunas partes de América, como Santa Cruz

en Bolivia o Guayaquil en Ecuador, que el mismo autor destaca.

Paralelamente a esta evolución política, a nivel social se produjo una gran

movilidad territorial de los criollos. Muchos emigraron a las capitales nacionales, por

trabajo o estudio, contribuyendo al desequilibrio interprovincial y drenando a las

provincias de sus élites profesionales. Según Halperín, el comercio cayó bajo el control

de los extranjeros, en tanto que los propietarios adquirieron mayor poder; se habría

53 Una revisión de las actuales tendencias historiográficas, en materia de independencia y construcción de nación, puede leerse en Gelman, Jorge, Director, Argentina, Crisis imperial e independencia, (Lima: Taurus, 2010); y en Pinto Vallejo, Julio y Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), (Santiago: LOM Ediciones, 2009).

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producido, a la vez, una militarización y una ruralización del poder54. En la práctica, se

traducía en que muchas cuestiones de importancia local eran planteadas por las élites

provinciales, sin que el gobierno nacional interviniera de forma significativa.

Al margen de las estructuras políticas formales, las ciudades capitales, con su

natural concentración de poder político, que influye en el desempeño económico

público y privado, tienen una inercia centrípeta, que con los años cambió el cuadro de

los Estados que estudiamos. Las capitales nacionales han terminado cooptando

socialmente a buena parte de las élites provinciales, hasta alcanzar una gravitación

mayor a la que proporcionalmente a su población les corresponde. Para el Centenario

de las repúblicas, la centralidad de Buenos Aires, Quito y La Paz se había acentuado

intensamente y no dejó de aumentar en las décadas siguientes. En los últimos años, sin

embargo, con la decadencia del Estado-Nación y la recuperación de las identidades

regionales, étnicas y socioculturales, en especial en el caso boliviano, pero también en

Ecuador, la tendencia expuesta puede alterarse. Asistimos, en efecto, a una revisión y,

quizás, a una reversión, del camino que conduce de las provincias al Estado-Nación.

En los casos de Guayaquil, Charcas y las provincias argentinas, si bien el desenlace

institucional es diverso, en cuanto constituyen o se incorporan a estructuras estatales

distintas, hay elementos comunes. Una identidad geohistórica propia determina sus

intereses económicos y, finalmente, una demanda de autonomía política. Los años

transcurridos muestran la pervivencia de su vocación regional. Es innegable, por otra

parte, que la pertenencia a una unidad política mayor crea realidades, sobre todo

cuando es apoyada por la deliberada voluntad estatal de homogeneizar y construir

identidad nacional. En el caso de las provincias que estudiamos, puede sostenerse que,

hoy por hoy, conviven la identidad “natural” o de origen y la identidad “imaginada”,

que propicia el Estado-Nación. Desde el punto de vista de los actuales Estados de

Perú, Ecuador o Argentina, que “heredaron” al imperio español, su tarea quedó

también incompleta y ya parece que no podrá completarse. Transitamos, en efecto, de

un paradigma que valora la integración y la homogeneidad, a uno que reconoce las

singularidades regionales.

54 Tulio Halperin Donghi, Hispanoamérica después de la Independencia, (Buenos Aires: Paidos, 1972), 142 y ss. Y, cfr., del mismo autor, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1982).

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BIBLIOGRAFÍA

LIBROS

Edberto Oscar, Acevedo, La intendencia del Paraguay en el Virreinato del Río de la Plata,

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