La Jornada Semanal

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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 11 de marzo de 2012 Núm. 888 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Conmemorando a Mafalda RICARDO BADA y ANTONIO SORIA PISTORIUS y el sprint vital T OMÓCHIC o la victoria de la realidad El ATELIER BRAMSEN, museo vivo

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Conmemorando a

MafaldaRicaRdo Bada y Antonio SoriA

PiStoriuS y el sprint vital • Tomóchic o la victoria de la realidad • El Atelier BrAmSen, museo vivo

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Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Portada: Debo estar creciendo, tengo la cabeza más lejos del ombligo

Collage de Marga Peña

bazar de asombros 11 de marzo de 2012 • Número 888 • Jornada Semanal

El dragon franquista

Pocos personajes de ficción

merecen tan claramente un

adjetivo como “entrañable” y ser

considerados iconos –palabra ésta

bastante abaratada en los tiem-

pos recientes–, como el que hace

cuarenta y ocho años (no cincuen-

ta como pretenden algunos

despistados) surgió de la pluma de

Quino, el caricaturista argentino

que obtuvo celebridad internacio-

nal precisamente gracias a Mafal-

da, personaje de alcances legen-

darios. Si de Gardel suele decirse

que “cada día canta mejor”, de la

pequeña bonaerense podemos

afirmar que “cada día piensa

mejor”, a juzgar por su capacidad

para seguir siendo interlocutora

de una generación tras otra,

mucho tiempo después de haber

nacido y muchos años después de

que su autor cesara de dibujarla.

Los textos de Ricardo Bada y

Antonio Soria incluidos en este

número celebran el aniversario de

la icónica, entrañable y siempre

vigente Mafalda. Publicamos

además un ensayo de Ignacio

Padilla sobre el Tomóchic de

Heriberto Frías, un poema de José

Pascual Buxó, así como un artículo

de Norma Ávila sobre Oscar

Pistorius, atleta australiano de

alto rendimiento amputado en

ambas piernas.

El gran dramaturgo ruso Yevgeni Schwartz escribió, en los años terribles de la segunda guerra mundial, una trilogía de obras de enorme valor teatral y moral: El dragón, Sombra y El rey desnudo. Mí compañera Lu­cinda y yo tradujimos del italiano y del inglés El dra-gón. La excelente obra de Schwartz fue estrenada en México por Xavier Rojas y, unos años más tarde, fue respuesta por los animosos alumnos de la academia que lleva el nombre de Andrés Soler, uno de nuestros actores más talentosos y solventes.

La historia de El dragón es muy sencilla: domina­ba una comarca un dragón de tres cabezas. Tenía tan­tos años en el poder que la gente estaba ya acostum­brada y lo vitoreaba en sus escasas y bien planeadas apariciones. El alcalde y su pícaro hijo eran sus testa­ferros y voceros. Todos los años el dragón recibía el obsequio de una hermosa doncella. A cambio de esa ofrenda, el monstruo protegía a los ciudadanos y man­tenía la paz. El año en el que se le iba a entregar a Elsa, la hija del anciano bibliotecario, llega a la ciudad un caballero andante, Lancelote. El gato, personaje fun­damental de la trama, informó al caballero sobre lo que iba a suceder y le dio todos los datos históri­cos pertinentes. Lancelote, héroe profesional, de­cidió combatir al dragón y así lo anuncia.

El viejo “lagartijón” estaba fuera de forma pero no se atrevió a reconocerlo y aceptó el desafío de mala gana. Todo el pueblo se reunió en la plaza principal para ver la batalla. El dragón hizo sus maniobras de vuelo y Lancelote, armado con la poderosa espada que le habían forjado los herreros de la región, sentado en la alfombra voladora que le habían obsequiado los tejedores y llevando en las manos el sombrero que tenía el poder de hacerlo invisible, se lanzó a la lucha. El hijo del alcalde, con la credibilidad de un locutor de Televisa, narró las incidencias del combate. Pron­to fueron cayendo, con gran estruendo, las tres cabe­zas del dragón y el pueblo vitoreó a Lancelote, pero éste no apareció para recibir los aplausos. Estaba muy mal herido y tuvo que irse a la cueva mágica para cu­rarse de sus heridas. El alcalde y su hijo (Schwartz nos advierte que el alcalde sufría frecuentes ataques de cleptomanía) se hicieron pasar oficialmente como los vencedores del dragón y se nombraron caudillos de la revolución triunfante. Pasó el tiempo y el día en que se celebraba en el palacio uno de los frecuentes banquetes a los que asistían los contlapaches, los ali­cuijes, los paniaguados, los turiferarios y los guaruras de los impostores, se escucharon en el pasillo del pa­lacio los pasos decididos de Lancelote.

El alcalde y su junior se llenaron de miedo y cayeron de rodillas ante el héroe para pedir perdón. El caballe­ro los encarceló, se nombró un consejo de gobierno y Lancelote fue aclamado por el pueblo. El orador del acto de homenaje fue el viejo bibliotecario, quien agra­deció al paladín haberlos librado del dragón. El reflexi­vo caballero andante le contestó: “Yo maté físicamen­te al monstruo, pero no se ha ido. Está vivo en las almas deformes, temerosas y corruptas del pueblo que gober­nó y pervirtió durante tantos años. Se necesitan muchos años más para que el dragón muera de verdad.”

En la España actual está pasando algo parecido a lo descrito teatralmente por Schwartz: el franquismo no ha desaparecido. Está vivo en las almas deformes de una buena parte de la población que sufrió los ri­gores de una dictadura astutamente perversa, pues se cubrió con el manto de una religiosidad manipula­da por la jerarquía eclesiástica (los sacerdotes pro­gresistas eran perseguidos con saña especial) y por los poderes fácticos que gritaban consignas contra los rojos y los masones (la conspiración judeo masóni­ca decía el dragón peninsular). Recuerdo la fotografía del cardenal arzobispo de Toledo bendiciendo las ar­mas de los espadones sublevados contra el gobierno legítimo y me hundo en la perplejidad y en la náusea.

Ahora estas almas deformes en las que habita el dragón (gobernantes recién electos y miembros de la judicatura) se han lanzado contra el juez Garzón y han demostrado, al condenarlo por haber intentado hacer justicia con los muchos crímenes de la dictadura del dragón rociado de agua bendita, que el monstruo sigue vivo en sus almas dañadas. Hubo en España una inte­ligente transición a la democracia y todo indicaba que el pasado autoritario estaba ya superado. No fue así, pues el dragón fascista está vivito y coleando.

El pueblo vota por los conservadores, los socialis­tas, en buena medida, se han olvidado de sus prin­cipios, Izquierda Unida tiene un limitado poder de convocatoria y el dragón sigue volando dentro de las almas que deformó y marcó por muchos años. Así es, todo suena a desesperanza, pero (y este pero ha sido clave de muchos cambios en la historia española) la Plaza del Sol y otras muchas plazas españolas están llenas de indignados resueltos a derrotar, primero en sus almas y después en las estructuras sociales, al dra­gón. No olvidemos que Schwartz veía en Lancelote la personificación de la humanidad socialista.

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museo vivo

atelier Bramsen,

rca de Noé, legendario galeón, nave in­dómita, el Atelier des lithographies Clot, Bramsen et Georges ha lindado en álgidos momentos su transfiguración en barco

fantasma. Por fortuna, la mano férrea del capitán Peter Bramsen al timón mantuvo firme la embarca­ción de este danés errante durante más de treinta años, antes de que pasase el timón, sin necesidad de motines a bordo, a su hijo Christian. Nada más lejos de esta nave, a pesar de la triste desaparición

de muchos marinos de la vieja tripulación, que un barco fantasma, por más que, a semejanza del ho­landés, Peter provenga de las brumas fantasmagó­ricas del norte europeo. Pero, Dinamarca, ¿no es el sur del norte? Quizás esta pertenencia al Sur haya facilitado el encuentro con tantos pintores mexica­nos desembarcados ahí: Toledo, Coronel, Gironella, Parra, Soriano, Cuevas, Rojo, en la época del capi­tán Nemo, como Saura nombró a Peter en un texto impreso en las máquinas humeantes del taller.

Antonio Saura, marino de este velero, pintor de talento y escritor, por momentos, de genio, descri­bió la vida en esta nave en la gloriosa era de Nemo, con la precisión que sólo tiene la metáfora: “No to­dos los días se nutre a la tripulación con carne sala­da. El ventrudo velero de los sueños de fuga, sali­tre y viento fuerte, mentalmente encerrado en el os cilante y en apariencia frágil hangar de cristal donde la rueda de la imprenta evoca, ligera, la rue­da del timón, es ahora impulsado por las frágiles mariposas de papel coloreado bajo los consejos del gigante barbudo.” En ese acuario submarino, Sau­ra bautiza con nombres legendarios a los tripulan­tes, casi todos hoy desparecidos: El Calamar Gi­gante, el misterioso Oriente­Express, el Holandés Errante, el Corsario Negro, el Sauriano con la Pata

Vilma Fuentes

de Palo, el Gitano Señorito, nombres más reales que los de pila de la tripulación de Peter. A cada quien toca adivinar quién corresponde a cada apodo: Gi­ronella, Alechinsky, Soriano, Carmen Parra, Topor, Coronel, Huftier, Toledo, Olivier, Matta, Mi chaux,Van Velde, Jorn, Ting, Dietman, Segui, Voss, Wyckaert y tantos otros artistas emanados de ese crisol. Sau­ra, con su vieja sabiduría, agrega: “profetizamos el saber calcinado del futuro”.

Abordé por vez primera ese galeón un verano de 1975. Había conocido los hornos negros y temibles de la imprenta rugiente de un viejo diario de Méxi­co. Debía pasar por una escalinata sudorosa de ho­llín para acceder al infierno de las rotativas, donde nacían los papeles calientes de noticias envejecidas al aparecer: dura labor la del periodismo. Las temi­bles imprentas de Peter, sobre todo la legendaria

máquina transportada, en 1968, del muelle de Cher­che­midi al misterioso puerto de la Vieille du Tem­ple, parecen dragones rugientes que escupen, glo­riosos, bellos papeles que van adquiriendo sus vivos colores y desafían al tiempo.

Cuando Gironella me invitó a abordar ese bar­co, no pude imaginar que me esperaba un viaje que aún no termina. Con escalas, cierto, pero donde se vive la inminencia de la muerte cuando la nave se des­liza en las cimas de las murallas de agua levantadas por la tempestad o atraviesa el tifón cuyo ojo ofrece el espejismo de la calma chicha, cuando no se lucha contra piratas sanguinarios y pulpos gigantes.

Alberto me presentó con Bramsen, “amo a bordo después de Dios”, y me abandonó a mi suerte en el taller. Peter me adoptó y Soriano emprendió, no sé por qué, mi educación parisiense. Me provocó di­ciéndome que los mexicanos no somos exportables y me enseñó a reír de mí con bromas donde se burla­ba de él para empezar. Toledo, tan silencioso, habló durante una eterna noche en vela en casa de Peter, con Bellefroid y conmigo, de Rulfo: su sombra pare­cía soplarle las voces de otros fantasmas. Carmen Parra, generosa, me propuso escribir un poema, el único que, obligada por ella, he escrito, para un ál­bum de tres litografías suyas de la Paulina Bonapar­

te de Antonio Canova. Me fui instalando en ese taller donde encontré una familia. Imaginaria y por eso más real: la familia que nos escoge y uno escoge.

La convivialidad reina en la nave bajo las mira­das implacables del cocodrilo errante, que repta entre vidriera y máquinas, y del comandante. No hay alcurnias entre pintores. Ni diferencias entre artistas y artesanos. Ay del intruso que creyere en privilegios: se vería arrastrado hasta la puerta por Nemo si no se expulsase antes él solo. Sin florile­gios, se admiran las litografías al salir del horno. Se observan los trazos de los otros, nadie se copia.

Christian Bramsen empuña, ahora, el timón del velero modernizado con computadoras, internet, sistemas de impresión digital. Se utiliza por vez primera una aleación técnica entre la impre­sión digital y la litografía. La Colección Zig/Zag,

libros­objeto en forma de acordeón, utiliza el sis­tema numérico para imprimir la obra de artistas como Erró, Alechine, Klasen, Nicolas Topor, Pari­sicilia, lo cual permite un precio accesible de edi­ciones limitadas y firmadas por el autor.

El ritual método de la litografía sigue fascinando a artistas y público. Gao, Premio Nobel de Litera­tura, decidió vivir esta experiencia. Un ensayo so­bre la piedra, que no estaba destinado a tirarse, fue el resultado de un acto de magia del escritor chino: L’autre rire, círculo de luz, su hondura imanta con vértigo hacia el abismo donde aparece un hombre. Manuella Ferré, española, ha realizado una serie de litos de una fuerza sorprendente. Morgana, consi­dera a Christian y Nicolás un ejemplo del dédéisth­mo, pinta sexos femeninos que desacraliza con humor. Guillermo Arizta enciende velas sin mecha. Jenz, Jacob y Rasmus, “tres personas con un solo ego”, según Christian, dibujan en una sola piedra. El jazzista Humair pinta notas musicales.

El dédéisthmo de Nicolas Topor ha encontrado su lugar en este atelier que termina de imprimir sus textos e ilustraciones de dos ediciones: Clandestines y L’étrange voyage de Mr. Muppin.

Degas, Renoir y Cézanne siguen vagando en un taller que fue el suyo el siglo antepasado •

A

Roland Topor, Max sisters

Alberto Gironella, Edna Peter Bramsen y Pierre Alechinsky trabajando en el Atelier...

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uiere un lugar común de la crítica que, en materia de narrativa latinoamericana, la novela de la Revolución mexicana lo sea to­do, o casi todo. Sin ella, en efecto, arduo se­

ría entender las obras de Juan Rulfo, Carlos Fuentes o Jorge Ibargüengoitia, que la continúan y defenes­tran la tradición narrativa revolucionaria. Tampoco comprenderíamos la llamada novela de la dictadura, que tantos y tan notables frutos dio en la década de los setenta. Más cerca todavía, el eco de aquella épica guerrera que inauguró la ambigüedad se reaviva con péñola de sangre en la reciente novela de la violencia, en la que participan tanto los novelistas colombianos como los narradores del norte mexicano con sus ban­doleros, sus satrapías y sus sicarios.

Tomóchic, del queretano Heriberto Frías, no es es­trictamente una novela de la Revolución, pero la anuncia revolucionariamente. Tampoco es una no­vela de dictadores ni de dictaduras, pero se adelan­ta con bríos a las obras de Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y Augusto Roa Bastos. En sus pági­nas penan ya los fantasmas de la crónica­ficción de Martín Luis Guzmán, los tumultos de sangre de Ma­riano Azuela, la desolada y ríspida subversión re­ligiosa que inundaría el Canudos de Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo.

En un siglo que para nosotros comenzó con el al­zamiento zapatista, y que se afianzó con la masacre de Acteal y con la conciencia al fin generalizada del olvido del indio y del mestizo mexicano aindiado, Tomóchic exige ser releído. Ya en su prólogo a la edi­ción celebratoria de 2006, Antonio Saborit señala­ba que en nuestro tiempo la novela de Frías había per di do los signos de admiración al adquirir la in­so por table levedad del documento histórico. El comentario me parece atinado, si bien requiere una

ignacio Padilla

o la victoria de la realidad

Tomóchic

coda: sin matices, Tomóchic es ante todo una novela de la violencia, y en cuanto tal trasciende hoy las l imitaciones del testimonio y aun de la novela his tórica.

Si acaso, es un texto intrahistórico, en el más tols­toiano sentido de la palabra. La intención del autor, cualquiera que haya sido, es hoy rebasada por la in­tencionalidad del texto: distanciado del periodismo registral y denunciante que habría marcado el tex­to cuando se publicó por entregas en El Demócrata, el libro ahora excede la frontera de la obligación del recuerdo y sirve más al reconocimiento de las mise­rias siempre presentes de la condición humana.

Tomóchic, aseguró cierta vez el editor Clausell, pretendía seguir con el modelo de La debacle, de Emile Zola, quien por entonces se había convertido en paladín del naturalismo y de la literatura realis­ta puesta al servicio de la justicia social. Hoy, La de­bacle es considerada una obra menor del gran francés, acaso porque sacrificó demasiado la ética a la estéti­ca. Su Germinal, en cambio, florece y se mantiene an­te la vigencia de la barbarie en las minas del mundo entero, particularmente en las de los países menos desarrollados, que asisten cotidianamente a aconte­cimientos como los de Pasta de Conchos, que parecen escritos todavía por Zola. Aun contra el propósito declarado por el propio autor, me parece que To­móchic está más cerca de Germinal que de La debacle: su protagonista es, como Ethiene, un testigo a pesar suyo, un pretendido cronista que pretexta retratar hechos brutales para contarnos su entrada en la con­ciencia, o la entrada de una sociedad en la conciencia, o la entrada de cualquiera en la conciencia. La guerra y la injusticia son también para Miguel una brutal educación sentimental, como lo sería para Occiden­te la Gran guerra. Lo que importa en el relato del jo­ven soldado no es sólo ni principalmente el hecho bélico; lo que importa es su transformación y la del punto de vista del escritor, una sensibilidad que a su vez se encuentra en el vórtice de una civilización que asimismo se transforma. Miguel, antes que muchos personajes enormes de la novela del siglo xx, al fin se atreve a abandonar el romanticismo para introducir­nos en un mundo ambiguo, sin héroes ni villanos, un mundo fieramente humano.

En este sentido, Frías echa raíces en una literatura remota espacial y temporalmente, y al mismo tiempo se adelanta al desencanto de la segunda década del siglo xx. Miembro lúcido de una época y un statu quo que se aproxima a la debacle, Frías tiene la visión de los escritores del Finis Austriae, con la singularidad de que él, a diferencia de Roth y Musil, no tuvo que vivir el cataclismo de su siglo para poder contarlo. Tomóchic se hermana asimismo con la literatura an­

tibélica de Remarque y de Owen, pero Frías y su gue­rra son anteriores, suficientes para que, en pleno porfiriato, el poeta­soldado ponga el dedo en la llaga de una visión herderiana de la guerra que por enton­ces comenzaba a diluirse merced a acontecimientos como el Tomóchic. Escribe Frías: “¡Ah! ¿Con que ésa era la guerra? Necia, ciega, formidable, vergonzosa, eri zada de mezquindades, de detalles atroces, incon­cebiblemente trágica ... Y ¿quién tenía la culpa de aquella catástrofe? ¿Para quién las posibilidades tre­mendas de la derrota?... ¡Un puñado de bárbaros y estúpidos hijos de las rocas de Chihuahua desbara­tando una hermosa brigada del ejército nacional...!”

Hoy, después de Broch y de Levi, esas palabras nos parecen familiares, pero en su momento debieron ser una anticipación escandalosa. Frías se atrevió con su crítica de la guerra y de los heroísmos románticos y maniqueos como nadie lo había hecho antes en nues­

QHeriberto Frías

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¡Qué darían por ser tan sólo un árbol!

José Pascual Buxó

¡Qué darían por ser tan sólo un árbol,una erguida dulzuradonde cantara el viento,un río vertical, un estallidoen los ojos de Dioso una piedrade corazón sombrío y de miel íntima, fortalezasdonde labios de sal, de lluvia viva,resbalaran en tanta mansedubre!

Darían todo, eso que fue su vida,ese montón inerte de palabrasque alguna vez se dicen con dulzura.

Un árbol o una piedra, una corteza firme a las heridaso heridas como manos,dulce niebla.

De Memoria de la poesía, Difusión Cultural unam

tra lengua, y como sólo lo habían hecho los rusos para la literatura universal. Sus reflexiones están más cerca de los monólogos de Pierre Bezuchov y Andrei Volkonsky, de Guerra y paz, que de los Episodios na­cionales, de Galdós. Hay en Miguel un relente indis­cutible de la narrativa de Lermontov, y quizá un tan­to más de la narrativa breve de Pushkin: arrojados en la periferia de un imperio a punto de automatizar­se, confrontados con una tribu tan agreste como he­roica, los soldados­poetas del Cáucaso van sobre la espalda del soldado­poeta en Chihuahua. Lejos de todo, confrontados con la fatiga y el hambre, estos soldaditos que tanta ternura provocarán luego en José Revueltas, estos muchachos que luchan en una campaña en la que no creen, descubren el amor, la esencia de la vida, las paradojas de la existencia donde van “en la tiniebla y el frío, despejado por ig­notos derrumbaderos ásperos, escurriéndose, re­botando por entre erizadas y retorcidas gargantas negras, trotando, galopando a veces entre los pedre­gales invisibles, sin haber dormido, famélico, sedien­to, temiendo ser fulminado de súbito por el trueno de una descarga enemiga”.

Cierto, Frías es siempre, ante todo, un periodista, y como tal, se ve con frecuencia traicionado por las muletillas de su oficio. Lucha en la propia novela por alcanzar la objetividad naturalista de sus modelos, pero lo traiciona, por fortuna, su espíritu literario, ése que le permite hablar de “un hielo de muerto, un lúgubre horror tenebroso [que] congelaba la sangre, apretaba el corazón, adoloría el vientre vacío y po­blaba de pesadillas rojas el cerebro anémico”.

En buena medida, los alzados de Tomóchic son nuestros cátaros. Su rebelión no es sólo social, como acaso habrían querido decirnos el autor y el editor. Es una rebelión religiosa, cultural, social, política. En el cósmico desencuentro de Tomóchic, no sólo están la guerra y la injusticia, sino las paradojas del sincre­tismo que bien supo destacar Rulfo, y que aún se destacan en la santería del narcotráfico. La Santa de Cabora y el San José de Tomóchic –acaso también el ogresco Bernardo y esa trágica Andrómeda que es Julia– tienen en su descarnada humanidad la tras­cendencia de todos los hombres: el padre devorador, el santón victimizado, la princesa cautiva. En este mundo, la realidad termina por devorarlo todo, in­cluido el idealismo del protagonista. Frías parece decirnos que la realidad nos ha vencido: en la moder­nidad, las quijotadas están destinadas a terminar así: arrasado el utopismo por la cruda realidad, muerta ya “la poesía solemne de la guerra”, sangrante en un páramo o en un roquedal donde los hombres riñen como “se disputan los perros y cerdos por un cadáver en la siniestra soledad tenebrosa de Tomóchic” •

José Guadalupe Posada, Los sucesos de Tomóchic, 1892

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a de ajedrezMafalda juega con Felipe al ajedrez y a cada movida agarran la tortuga con la mano. La mamá le pregun­ta a gritos a Mafalda si se llevó la cinta métrica del costurero, y ella mira a la tortuga junto a la cinta mé­trica y se resigna: “Sonamos, una vez que nos había­mos acostumbrado a jugar con reloj, tenemos que desarmarlo.”

B de BeatlesViñeta única: Felipe, Miguelito y Susanita están le­yendo en el cuarto de Mafalda, mientras ella agita en el aire la carátula del LP de los Beatles que gira en el tocadiscos. En la carátula a los Beatles les han cor­tado el pelo... que está a medio camino del suelo. Y Mafalda grita “¿Quién fue el gracioso?”, mirando de reojo a Manolito, que les da la espalda y mira para fuera haciéndose el loco.

c de cineSusanita se pregunta por qué los adultos se la pasan diciendo y haciendo cosas que uno no entiende. Ma­falda le pregunta si ella entiende la peli cuando llega al cine y ya la están dando. Susanita: “No.” Mafalda: “Con los adultos ocurre lo mismo. ¿Cómo vamos a entenderlos? ¡Si cuando nosotros llegamos, ellos es­taban todos empezados!”

ch de chuipLa temprana libido de Guille. Están Felipe y Mafalda leyendo revistas y Guille hojeándolas y sorbiendo del chupete, un “Chuip chuip chuip” que de repente se convierte en “CHuiP CHuiP CHuiP”. Felipe interroga a Mafalda con la mirada y ella le contesta lapidaria: “Brigitte Bardot.”

d de diosMafalda lee en casa que “todos somos iguales a los ojos de Dios”, mira a lo alto y se pregunta: “¿Y qué oculista lo atiend...? digo... no... esteeee... nada... [una nueva mirada aprensiva a lo alto y concluye:] ¡Qué se va a enojar! ¡¡Si nos tiene una paciencia!!”

e de esperantoUn transeúnte ”normal” viendo a un melenudo: “Es­to es el acabose.” Mafalda: “No exagere, sólo es el continuose del empezose de ustedes.” Amén de ello

ricardo Bada

El abecedario

Mafalda

no menos de cuatro neologismos (problemólogos, solucionólogos, sanseacabarse y horripirmosísimo) y uno de Manolito: superfluosidades. Además de lo que hablan los personajes extraterrestres en los sue­ños de Mafalda, algo así como un sefardí macarróni­co: “¿Sapisti ka uñi bestiaplaneteartefakte posavi in luneta suprafizie?”

f de felipeMafalda le lee la frase “Es más digno morir de pie que vivir de rodillas” y él se pregunta ruborizado si será muy deshonroso subsistir sentado.

g de guilleMafalda pone un par de cubitos de hielo en un vaso y después de llevárselo a Guille, que “lee” sentado en el suelo, se aleja diciendo: “Chupete on the rocks, ¡lo que hay que aguantarle!”

h de honestidadMafalda le confiesa a su Diario Íntimo que se portó muy mal con su mamá, que es muy buena pero ella la hace rabiar, y que la culpa es suya y sólo suya. Des­pués de pensarlo en silencio durante una viñeta, aña­de: “La Dirección de este Diario Íntimo aclara que sólo se limita a publicar estas notas, sin compartir por eso el criterio de su autora.”

i de iglesiaMafalda y Susanita ven pasar a unas monjas y Susa­nita reflexiona que qué pobres las monjas, y que ella, en vez de vivir para la religión, prefiere vivir pa­ra un marido, aunque luego se dice: “Claro que a Dios nunca se le va a ocurrir salirte con que su mamá co­cina mejor.”

j de japonesesFelipe le cuenta a Mafalda que vio por la tele una peli de guerra y cuando ella le pregunta qué guerra y él contesta que la última, una con japoneses, Mafal­da le replica que ésa no es la última. Miguelito vio la misma peli y está convencido de que eran chinos y no japoneses, porque lo primero que te encajaban era un balazo y no una grabadora.

k de kuarenta y cinko minutenCamino de la escuela Felipe imagina a la maestra con uniforme de las SS y gritándole: “¡¡Aaaah!! ¡¡Gu­ten Morgen, Felipen!! ¡¡Kuarenta y cinko minuten tarrrrde!! ¿Hein?” mientras él se acerca a ella rapa­do y vistiendo uniforme de preso en campo de con­centración y le entrega un papel diciendo: “¡Ja, se­ñoriten, pero ich traigo der justifikativen von meine mama.” Luego, ya en la escuela, Felipe entra en la clase y le entrega el papel a la maestra y ella le aca­ricia el pelo mientras lee la disculpa de su madre, y le dice: “Bien, ve a sentarte, querido”, y Felipe ca­mina a su pupitre exhalando un suspiro de alivio y ruborizado, bajo las miradas interrogativas del “malevaje extrañao” que, como en el tango, lo mira sin comprender.

l de liBertadLibertad le explica a Mafalda que su mamá traduce y lo que gana es para la comida, porque lo que gana el papá es para pagar el alquiler, y añade que ahora tradujo un libro de un tal Yanpol Belmon... no, Yanpol ¿Sastre?... Mafalda le sugiere si no será Sartre, y Li­bertad: “¡Ése! El último pollo que comimos lo es­cribió él.”

ll de llantoSusanita proclama que quiere tener muchos vesti­dos, Mafalda que mucha cultura. “¿Te llevan presa si vas por la calle sin cultura?”, pregunta Susanita. “No”, responde Mafalda desconcertada. “Prueba a hacerlo sin ir vestida” argumenta victoriosa Susa­nita. Y en la última viñeta, mientras Susanita llora sin consuelo, Mafalda se aleja diciéndose más bien apenada: “Es muy triste tener que pegarle a alguien que tiene razón.”

m de murielLa historieta mil 611, de una sola viñeta, recuerda las mejores secuencias fotográficas cinéticas de Muy­bridge:

En ella vemos a Muriel (el amor platónico de Felipe) sentada a la derecha, leyendo en un banco de un par­que, y Felipe aparece avanzando hacia ella desde el

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fondo, detrás del árbol a la izquierda: primero andan­do normal, luego la ve y echa a correr alegre y decidi­do, pero a las cuatro zancadas disminuye la marcha y se va como difuminando hasta que queda frente a ella (que no lo ve porque sigue leyendo y tiene la cara lige­ramente vuelta hacia la derecha), Felipe es ya todo un rubor y se aleja cabizbajísimo hacia el primer plano de la izquierda “¡no sin volverse hasta cinco veces!” y fi­nalmente se sienta desolado en el césped que rodea el tronco del árbol. Una obra de arte.

n de nervo-calmMafalda pide Nervo­calm en la farmacia y el botica­rio le pregunta si es para ella y ella contesta que no, que es para su padre, quien no supo decirle qué dia­blos es el erotismo. En casa, Mafalda le entrega el paquete a la mamá y dice que faltan 20 gotas que se tomó el farmacéutico.

ñ de ñoñeríasEl papá se pone de rodillas para estar a la altura de Guille, y le habla diciéndole esas ñoñerías que él cree que constituyen el lenguaje infantil, y al cabo de tres viñetas Guille le pregunta a la italiana, mudamente, mirándolo fijo a los ojos y con un gesto inequívoco

de la mano, juntando las yemas de los dedos y mo­viendo de arriba abajo la higa así formada [= “Ma che cosa stai dicendo, stupido?”]

o de omBligoAl papá de Mafalda siempre se le van los ojos detrás de las chicas atractivas, sobre todo cuando están en la playa, pero también en Buenos Aires. Esta vez se cruza en la calle con una joven de las primeras que debieron salir a la calle luciendo la pancita al aire, y luego, al llegar a casa se encuentra en el ascensor con una vecina que le da recuerdos para los suyos. Des­pués, cenando, pero con la mente en otro lugar, le dice a su gente: “Recién en el ombligo me encontré con la señora de arriba, me dio ombligos para us­tedes.”

p de padrenuestroHistorieta mil 892: En la primera viñeta una señora que reza: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”; en la segunda Dios que escucha, atento; en la tercera un señor que reza: “Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deu do­res”; en la cuarta Dios que escucha, atento; en la quin ta Susanita que reza: “Y no nos dejes caer en la ten tación más líbranos del mal no nos vayas a me­ter en líos como el que tiene la gordita de la panadería que vino a enterarse de que su novio es también no­

vio de la prima casada con el flaco que anduvo antes con la herm...”, y sigue la retahíla de su chisme, para un Dios es­tupefacto cuyos Divinos Ojos se le salen de las Órbitas.

q de quinoLa maestra dicta un problema donde un hacendado posee una estancia de 50 hectáreas de ancho por 60 de largo. Y mejor que Quino no lo hubiera hecho. Según Mafalda es una bestialidad del grado 17 en la escala de Manolito (que sólo alcanza hasta el 10), y Susanita se burla diciéndole: “Dale, Quinito, ¿cuántos litros tiene una legua?”, mientras Libertad se solidariza con él y alega que como las hectáreas se usan en el campo, el pobre Quino quiso hacer su pro­pia reforma agraria: “Sería un pionero estúpido, pe­ro un pionero.”

r de regreso de las vacaciones......y el padre se alegra gritando a voz en cuello que uno vuelve del veraneo sintiéndose otro, pero Ma­falda recoge del suelo el correo acumulado y le dice: “Mirá vos, y estos ingenuos han seguido mandando facturas al que eras antes.”

s de sopaMafalda: “Si él dijera que es buena, acá dirían que es mala y la prohibi­rían. ¡¿Por qué ese cretino de Fidel Castro no dice que la sopa es buena?!”

t de tratarMafalda y Miguelito discuten leyen­do si una noticia en el diario se trata de alguien que nunca juega al ajedrez con las negras. Mafalda arguye que no, que es una noticia policial, y acu­den a preguntarle a la madre, que tiene visita: “Mamá, ¿qué es un tra­

tante de blancas?” Cuando vuelven a sus cuarteles de invierno tras haber hecho que la mamá y la visita se atraganten y espurreen el café por el susto que se llevan, Mafalda dice: “¿Viste cómo el ajedrez no tie­ne nada que ver?”

u de unicef

Comisionada por Unicef, Mafalda presenta la Decla­ración con los diez Derechos Fundamentales de los Niños, y concluye con una severa admonición a la esfera del mundo: “Y estos derechos... a respetar­los ¿eh? ¡No vaya a pasar como con los diez man da­mientos!”

v de victoryGuille grita “¡Dije no me voy a bañad y no me voy a bañad!”, y en la siguiente viñeta sale arrastrado por la madre camino del baño... pero le hace a Mafalda con los dedos el signo de la V.

w de weB (= red = telaraña en este caso)Miguelito saca con un palito a una araña de su red y luego deja el palito en el suelo y corre a esconderse detrás de un árbol mientras la araña [no lo dice Qui­no, pero sabemos que se llama Clotilde] regresa a su red. Y Miguelito le grita desde allí: “¡Pero a que en mi lugar no tendrías el coraje de afrontar el pape­lón de que sos un cobarde!” [Sólo que eso, en reali­dad, nos lo está diciendo a nosotros, los lectores de la historieta].

x como las incógnitas en matemáticasHablando de las incógnitas irresueltas en la saga de Mafalda (¿por qué Mafalda nunca muestra los dien­tes, ni siquiera cuando auspició la campaña de salud dental; por qué nunca aparecieron en las historietas sus abuelos; por qué tampoco aparece nunca Men­doza, la ciudad natal de Quino?), el humorista Mi­guel Rep se pregunta asimismo: ¿Cómo sería “el cuadrito después?” Un ejemplo. ¿Qué harían los papás de Guille luego de que éste los viera abraza­dos, y gritase “Eta e mi mujed”? Pensando en ello, recordemos el diálogo entre Mafalda y su madre en la tira mil 232:

–”Pero... ¿por qué tengo que hacerlo? – ¡¡Porque te lo ordeno yo, que soy tu madre!! – Si es cuestión de títulos, yo soy tu hija! ¡Y nos

graduamos el mismo día! ¿o no?” La mamá, conviene subrayarlo, no contesta.

¡Aaaaah! Tomando en cuenta lo que son y cómo son los padres de Mafalda, aventuro la posibilidad de que no lo hizo... porque pudiera ser que Mafalda fuese una niña adoptada. Tarea les dejo a los mafaldólogos.

y de yogurA una clienta que viene a reclamar, Manolito le expli­ca que ese tarro de yogur no está vencido en abril de 65: “Es un documento histórico de cuando debuta­mos en el diario El Mundo.”

z de zapatos (con la suela agujereada)Felipe ve muy pensativa a Mafalda, le pregunta qué le pasa y ella contesta que tiene un agujero en la suela de los zapatos, pero no pueden reparárselos porque se atrasó el pago del sueldo al padre; Felipe pregunta si se lo atrasan muchas veces, Mafalda responde que hay meses que sí; Felipe quiere saber si no tiene su papá nada de plata, y Mafalda dice que justo para la cuota del auto; y Felipe que si no tiene ella otro par de zapatos, y Mafalda que dice sí, pero son los de salir y no quiere arruinarlos; y Felipe: “¿Te puedo ayudar de alguna manera?”, y Mafalda: “Yéndote al cuerno con tu reportaje a la clase media.” •

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a década de los años sesenta del siglo pasa­do fue testigo, entre muchos otros, del es­plendor de la variante caricaturística cono­cida como tira cómica, misma que formaba

parte –y en algunos, pocos rotativos actuales aún lo hace– de innumerables diarios impresos en todo el mundo. Ya se tratara del hiperconocido Snoopy, o de sus imitadores tipo Garfield, específicamente creados para contar una suerte de microcuento de tono có­mico, autosuficiente en términos dramáticos, o de series­personajes como Fantomas, Mandrake el Ma­go, Tarzán de los Monos o El Fantasma, entre muchos otros, que a diferencia de aquéllos consistían en una serie de “capítulos” pertenecientes a un continuum narrativo –el cual, por otro lado, parecía nunca lle­gar a su conclusión–, uno de los comunes denomina­dores de las tiras era, desde luego aparte de las di­mensiones más bien reducidas dentro de las cuales debían ser solucionados, su procedencia de nacio­nalidad: hablando en particular de las tiras ase­quibles en el México de los años sesenta, los setenta y los ochenta, dicha procedencia era preponderan­te mente estadunidense. A los arriba mencionados se sumaban –y aquí los nombres con los que eran rebau­tizados variaba de país en país, al menos latinoamericano– Lorenzo y Pepita, Maldades de dos pilluelos –o El Capitán y los Cebollitas, según–, Edu­cando a papá, Serapio –es decir Bugs Bunny–, El Ratón Mickey, Calvin y Hobbes, Olafo el Amargado, Trucutú, más un etcétera nutrido que excede a la memoria.

Mientras el avasallamiento en la categoría contigua de cultura po­pular, es decir en el cómic, era prácti­camente total a consecuencia de los jamás abandonados –y muy pronto saqueados y vueltos a saquear por el cine– Supermán, Batman, El sor­prendente Hombre Araña y demás “superhéroes”, pe­ro también a causa de una constelación con menos suerte a la hora de la evocación, como Archie, La Pe­queña Lulú, Periquita, Sal y Pimienta, El Pato Donald, Gasparín el Fantasma Amigable, Riqui Ricón, El Pájaro Loco… mientras esa aplanadora de cuadernillos ta­maño media carta engrapados medraba a sus anchas en los puestos de revistas –acompañados, con diver­sas debilidades y/o fortalezas, siempre entre varios otros por ejercicios locales como El Payo; Susy, His­torias del Corazón; Lágrimas, Risas y Amor; Capulini­ta, Kalimán, Rarotonga, así como el notable por atípico y desabrochado Chanoc–, la tira cómica contaba con

antonio soria

una ventaja comparativa nada despreciable, consis­tente en venir incluida como una sección más de un diario y, por lo tanto, no implicar un desembolso eco­nómico aparte ni tampoco una búsqueda específica para su consumo. Es decir que, si bien el cómic –el tebeo en España, o “los cuentos”, como se les llegó a conocer en aquel México de dólares a doce cincuenta viejos pesos cada uno– tenía una más que demostra­da popularidad, verificable en tirajes que hoy se an­tojan fantásticos o fantasiosos, en todo caso envidia­bles; y si bien dicha popularidad no estaba de ningún modo amenazada por la facilidad y la virtual gratui­dad de la tira cómica en los periódicos, esta última formaba parte de algo que, sin regateos, debe ser considerado como una tradición –se insiste, hoy casi extinguida–: la de abrir el diario y saber que, en cier­ta página, habrían de hallarse los personajes de Ca­cahuatitos, o séase Peanuts, o séase Snoopy, o cualquier otro de los ya referidos.

Pero dicha tradición, son menester el énfasis y la insistencia, solía implicar que el desaprensivo lector iría a toparse con una tira casi omnímodamente made

in usa, víctima o beneficiaria, según cada caso, de traducciones buenas y malas de sus regularmente escuetos parlamentos; pero sobre todo iría a encon­trarse, cómo si no, con el flashazo dibujado de un estilo de vida, unas preocupaciones, un carácter, una idiosincrasia intensamente sajones­clasemedia­analfabeta funcional, como puede verificarse con facilidad en la hemeroteca: por citar sólo un ejemplo prototípico, ahí está Lorenzo, el de Pepita, un em­pleado de oficina cuyas mayores o exclusivas preo­cupaciones son conseguir un aumento de sueldo de su cejijunto jefe, cenar sabroso todos los días, así como flojonear a gusto los fines de semana.

una ExcEPción con (Ma)falda

Es en ese contexto donde surge, por más de un con­cepto volviéndose inmediata excepción, la argentina Mafalda. De nuevo circunscribiendo el tema al ámbi­to espaciotemporal del México de hace unas cuatro décadas y media, poco más o menos, debe decirse que Mafalda llegó a este país integrándose a las pá­ginas del hoy extinto diario Novedades, y debe tam­bién decirse que en principio no causó –y nada pare­cía sugerir que lo haría entonces ni después– mayor revuelo ni celebridad notable.

Lo relevante, desde luego, era su procedencia: por fin una tira cómica que no era gringa, que es tanto como decir por fin la presencia de un personaje –me­jor dicho, y como todo mundo sabe, un grupo nume­roso de ellos– nacido, desplegado, puesto a “vivir”, originalmente en un contexto bastante más afín al nuestro de lo que jamás podrían ser el aséptico su­burbio de Charly Brown, el chabacanísimo Riverda­le de Archie, ni mucho menos la Metrópolis de Clark Kent o la Gotham City de Bruce Waine.

Oriunda de Buenos Aires y nacida, periodística­mente hablando, en 1962 o 1964 (hay un malenten­dido sobre este tema) , Mafalda se erigió –de seguro sin el concurso de su voluntad y quién sabe si tam­bién en ausencia de la de Quino, su igualmente cé­lebre autor– en excepción, como es evidente por lo

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Izquierda: 29 de septiembre de 1964. La tira Mafalda comienza a publicarse (dos veces por semana) en la revista Primera Plana. Aparecen como personajes Mafalda y su papá

Derecha: Joaquín Salvador Lavado (Quino) en 2009, inagurando una escultura de Mafalda, a pocos metros del edificio donde vivía en el barrio de San Telmo, Buenos Aires; donde se inspiró para ambientar la historieta

En1995 se inauguró la Plaza Mafalda, barrio de Colegiales; ciudad de Buenos Aires

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Jornada Semanal • Número 888 • 11 de marzo de 20129 Jornada Semanal • Número 888 • 11 de marzo de 20129

dicho hasta este punto, pero también en partea­guas, y no sólo en el primer ámbito de su naturale­za, es decir el correspondiente a ser una tira cómica, parte de un diario, cuyo cometido básico e ineludi­ble consiste en “entretener”, atendiendo en todo caso a las infinitas interpretaciones que el vocablo entrecomillado convoca.

La condición excepcional de Mafalda en tanto ele­mento de una tradición, que la antecedía con mucho y que por eso mismo la determinaba, pero a la que llegó a contradecir con el simple hecho de ser lo que era: no estadunidense, para empezar, y no mori­gerante, para acabar; dichas excepcionalidad y es­píritu contradictorio, pues, quizá expliquen, así sea en parte al menos, el salto trascendental –o cualita­tivo, si se le tiene repeluz al otro término— que muy pronto y sin lugar a dudas dio hasta hacerse de un sitio propio en el imaginario colectivo, lo cual se hizo asaz evidente en su traslado, poco más adelante tan definitivo como definitorio, de las páginas papel re­volución del diario a las hojas bond del librillo­reco­pilación que para muchísimos lectores son, y no sin paradoja, el único soporte en el que han accedido a las tiras de Mafalda.

Volviendo a los tiempos idos, pero fundacionales en este tema, del primer boom mafaldesco mexicano, es preciso mencionar la multiplicación gráfica de la

que se hizo objeto a la galería entera de los personajes mafaldeanos: los finales de los años setenta y prác­ticamente todos los ochenta, con sus pósters –afiches, carteles–, sus llaveros, sus estampas y pegotitos, sus separadores de libros, bolsas y bolsos de todos ta­maños, playeras… convirtieron a Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito, Guille y Libertad, pero sobre todo a la propia Mafalda, en iconos verdaderamen­te dignos de ser considerados como tales, en tanto fueron útiles para dar testimonio lo mismo de una estética que de una ética que, por decirlo en esos tér­minos, del espíritu de una generación que hablaba y pensaba como Mafalda et al., que escuchaba lo mismo que ella, que vivía en un departamento muy similar al habitado por ella; que se preocupaba, en fin, por asuntos afines o idénticos a los de ella.

Más de una vez asignándoles palabras que en rea­lidad Quino jamás les puso en la boca –se habla aquí de nuevo de esa eclosión icónica que multiplicó la melena negra y abundante y la boca amplísima de la porteñita quinesca–, estos personajes­niños aca­baron siendo emblemas generacionales, en particu­lar de quienes, por esas épocas, contaban grosso modo entre los diez y los veinte años de edad.

la PiBa dE todas PartEs

Al autor de estas líneas le consta: tener treinta o más años de edad no es condición sine qua non para no solamente conocer, sino también gustar de Mafalda, o lo que es lo mismo, para que ella pueda todavía comunicarle algo –mucho en realidad– a generacio­nes tan benjaminas como las nacidas en la década de los años noventa del siglo pasado y que hoy no tienen siquiera veinte. Más claro: un personaje de caricatu­ra que está cumpliendo cuarenta y ocho años de vida,

concebido a partir de la inmediatez intrínseca de la prensa diaria y por lo tanto signado por la amenaza de un potencial desleimiento progresivo, ha dialo­gado al menos con las tres generaciones más recien­tes y, en algo que pareciera juego de espejos respecto de la forma en que comenzó su camino –en México al menos–, nada parece sugerir que dejará de dialogar.

¿Cómo se explica la vigencia de un discurso así de claramente inserto –como sin lugar a dudas es el que Quino despliega en las tiras mafaldeanas– en una época concreta, de la cual versa, sobre la cual borda, en torno a la cual reflexiona, en función de la cual

Mafaldaasiente, discrepa, celebra o se queja? Y no sólo eso, pues debe añadirse la ya referida ubicación cronoló­gica precisa y, por lo tanto, de/limitada, y a esas dos condicionantes súmese una clara voluntad de loca­lía, lo mismo geográfica que cultural que social: se trata de Argentina o, para ser tan específico como el propio Quino, de Buenos Aires –puntuado apenas con las bien conocidas tiras­secuencias correspon­dientes a las vacaciones de Mafalda y su familia, sea a la playa o a las montañas–; y no por cierto de la mí tica urbe en su totalidad sino, cabe deducir, de alguno de sus innúmeros barrios, obvio es apuntarlo, aquel donde transcurre la cotidianidad mafaldesca.

Mas no paran ahí las condiciones de crasa especi­ficidad quinesco­mafaldeanas, ya que deben incor­porarse –y puede que ubicándolas mejor a la cabeza de todas las anteriores– varias otras cuya naturale­za es innegablemente ideológica y cultural: Mafalda es clase media­media; también es, como el Feo Bra­domín, “católica y sentimental”; es anticomunista –o por lo menos antiMao y antiFidel–; es buena argen­tina que se pone su cinta albiceleste en la cabeza en las fechas patrias…

Pero Mafalda es, igual y naturalmente, todo aquello que más encomian sus bien­querientes: crítica, pacifista, demócrata, solidaria, buena amiga de sus amigos, feminista avant la lettre, amorosísima hi­ja y hermana, beatlemaniaca y, en fin, dueña de una personalidad clara, bien definida y mejor defendida.

Acompañada principalmente del ava­ro codicioso –Manolito–, del atribulado laborioso –Felipe–, del ingenuo buenazo –Miguelito–, de la cursi esnob –Susani­ta–, de la radical minorista –Libertad–, del aprendiz avezado –Guille–, eso sí, todos ellos en última instancia poseedo­res de un humanismo que, dado el caso, es antepuesto a sus defectos­cualidades particulares, Mafalda es, con ellos y por su propia cuenta, actor y testigo, prota­gonista y narradora de su propia historia;

es, para decirlo en una sola idea, conciencia actuan­te o actor consciente, en términos absolutos, de su tiempo y su circunstancia, dibujados­dialogados por Quino con la minuciosidad y la profundidad indis­pensables, como bien se sabe, para que una historia –en este caso una larga serie– de vocación claramen­te local acabe convertida en una suerte de paradigma de alcance universal.

Debe ser por eso que, casi medio siglo después, Mafalda sigue pugnando con las mismas fuerzas por la paz mundial, la proscripción de las armas nuclea­res y la abolición de la sopa •

Imagen de Mafalda con leyendas de apoyo a la democracia durante la celebración del nuevo mandato de la presidenta Cristina Fernández, en la Plaza de Mayo

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El poder de la música

leer 11 de marzo de 2012 • Número 888 • Jornada Semanal

Ciudades,

Ramón Xirau,

fce,

México, 2011.

BRÚJULA PARA EL VIAJE

RAÚL OLVERA MIJARES

Metafísica y delirio. El Canto a un dios mineral

de Jorge Cuesta,

Evodio Escalante,

Ediciones Sin Nombre,

México, 2011.

ESCALANDO CUESTAS

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Las ciudades, ese concepto que en las letras evoca de manera casi irremediable el nombre de Italo Calvino, no las suyas también ciudades antiguas aunque todas ellas enclavadas en una geografía imaginaria, sino otras ciudades de su patria, Ita-lia, dan título a un breve y no por ello menos am-bicioso opúsculo desprendido de la pluma de Ra-món Xirau, filósofo y poeta. En ese preciso orden, concediendo la preeminencia a la trabazón inter-na del discurso y no al revestimiento de la expre-sión, el autor publicó sus notas de viaje en 1969, originalmente en la casa editora propiedad de Alberto Dallal, realizadas mediante el apoyo de-clarado de una beca Guggenheim. Florencia, Sie-na, Amalfi, Capri, Venecia y Verona son las ciuda-des que en poco más de un centenar de páginas recuerda Xirau en virtud de sus ilustres pensa-dores y artistas, unas veces y, otras, mediante la descripción pormenorizada y llena de figuras del lenguaje con relación al ambiente y las memo-rias que suscitaron en él aquellos lugares.

Al abordar Florencia, la primera estación del recorrido, Xirau no puede evitar caer en una larga digresión acerca de Maquiavelo, a quien incluso cita en versión libre y propia, al igual que a Platón, Plotino y Marsilio Ficino. Por un momento el lec-tor tiene la impresión de hallarse ante la valiosa y elemental Introducción a la historia de la filosofía (1964) que el profesor Xirau pergeñara años antes. El empeño en dar con la expresión más justa y más tersa viene a compensar el engolosinamiento con los conceptos. No habría que olvidar que Xirau es destacado poeta en su lengua madre, el cata-lán, y prosista bastante discreto en castellano. El valor primordial de la obrita consiste precisa-mente en el estilo. No deja de sorprender, por consiguiente, toparse en el mismo capítulo ini-cial con erratas en toscano.

Anda por la cuarta edición este libro (la origi-nal ya mencionada, otra de la unam en 1985, otra de El Colegio Nacional en 1990, y la presente) y sigue ostentando estas y otras peculiaridades co-mo redundancias, repeticiones y esos dilatados pasajes donde en versión propia se citan autores editados en un más que didáctico recuadro. El vo-lumen aparece exornado con una serie de graba-dos en una tipografía ejemplar, la propia de la co-lección Centzontle, la cual abarca desde autores consagrados hasta otros escasamente conoci-dos, con un carácter misceláneo que oscila en-tre la prosa, el verso, la crónica y el ensayo, con obras intachables y otras menos dignas de enco-mio. La lectura de Ciudades puede deparar toda

una revelación al lector novel, no familiarizado con otras facetas del quehacer escriturario del autor, sin extrañar al poeta sutilísimo ni al pensa-dor más afortunado de otros escritos, sino que-darse con este “cronista de las cosas fútiles”, un título por cierto que Octavio Paz –gran amigo de Xirau– atribuyera a un auténtico estilista de la lengua, Fernando Pessoa. Hay quien pueda ver igualmente en estas páginas un Baedecker o moderna guía Lonely Planet, brújula imprescin-dible para el viaje •

No es un libro de divulgación, porque difícilmen-te una obra de esa ralea adquiere la apariencia de estudio serio (whatever that means) acerca de la poesía de nadie, y menos a propósito de Jorge Cuesta. No se trata de un trabajo estrictamente académico, tampoco, porque textos de ese jaez jamás escalan los muros de los claustros univer-sitarios con el fin de alcanzar al gran público –pa-ra beneficio de ambas partes. El que encabeza esta nota es, más bien, un libro híbrido donde cla-ridad y slang de investigador, soltura y aparato crítico conviven en contenciosa contigüidad.

No estamos, pues, frente a una lectura filosófi-ca del poeta de Contemporáneos, si por ello se en-tiende la aplicación inflexible de un determinado método al texto creativo o el estudio del célebre canto a la luz de lo que de él percibe un pensador. Pero sí, en todo caso, ante un trabajo empeñado en desentrañar el sentido de uno de los poemas

más intrincados de nuestra modernidad a partir del irracionalismo objetivo de Nietzsche, a quien el propio Cuesta leyó con denuedo. ¿Lo consigue? Desafortunadamente sí: Escalante no es el prime-ro en atisbar el asunto desde esa perspectiva, pero ha proferido una lectura provechosa; el infortunio consiste en que el traje es tan perfecto que el cuer-po en que se ensarta, esto es, el poema en sí, corre entonces el riesgo de desaparecer.

¿Tendría razón Villaurrutia cuando afirmaba que “todo poeta que se respete debe tener un filó-sofo de cabecera”? Entiendo que no, que la archi-sabida noción de Heidegger acerca de que poesía y filosofía dicen lo mismo, por distintos medios, es a medias eficaz. Tal atrocidad equivaldría a su-poner que sólo la lectura de Nietzsche faculta un cabal acercamiento a la poesía de Cuesta. Y en es-to reside el quid de la lectura de Evodio: desde las notas preliminares de su ensayo sentencia que “para disfrutar de un producto artístico se precisa entenderlo”. He aquí un presupuesto peligroso, por decir lo menos. Si fuera cierto que “sin inte-lección no puede haber fruición”, como categóri-camente afirma Escalante, habría que destituir del canon a Góngora, fulminar a Gerardo Deniz, hacer papilla del Finnegans Wake y, por lo menos, deshabitar las vanguardias y postvanguardias y desaconsejar la pintura abstracta y la música ex-perimental, mientras no las entendamos. No, no creo que “la verdad del goce” resida “sin dilación alguna, en la verdad de la comprensión”, como se desboca diciendo el ensayista. Más bien, resulta mejor amueblado el texto, cuando mucho, o más cómodamente alfombrado el poema, si se puede decir así, cuando “media” una plausible asimila-ción de lo que dice; pero –por cierto– nada mejor para, más que penetrar, sentirse penetrado por un poema (un lector de poesía, en efecto –con y sin Cortázar–, es el lado hembra de la ecuación lite-raria) que permitirle más irracionalidad que ob-jetividad a nuestra intuición ya que, después de todo, y visto como el ser que es, un poema, como una persona, no necesita ser entendido para ser amado entrañablemente. Prueba de ello, para no ir más lejos, es el propio crítico, que declara en la nota inicial haber gustado de estos versos sin ha-berlos comprendido.

En fin, se sabe que no está mal ni de más enten-der un poema. La sospecha reside en una pregun-ta: ¿Se habrá entendido de verdad? Y aun en otra: dicha comprensión, ¿reporta un placer mayor o sólo un placer de otro tipo? El encefalograma al que Escalante somete el “Canto a un dios mine-ral”, por cierto, no altera la infinita, saludable, ma-ravillosa ininteligibilidad del texto. Arroja, eso sí, una piedra al canto (si se vale la tautología) más hermético escrito por los poetas de Contempo-ráneos, tiro que no necesita dar en el blanco para evidenciar la lucidez de las treinta y siete liras que lo componen. No en balde lo escribió el autor más inteligente del “grupo sin grupo” (pero con harta grupa, si se permite la sinuosa alusión), el ensa-yista determinante de “El clasicismo mexicano”, el mejor lector de Nietzsche entre los poetas na-cionales anteriores y posteriores a él.

El crítico espiga, penetra, descifra mineral-mente el texto, pero aguza sus herramientas con

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próximo número

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11 leerJornada Semanal • Número 888 • 11 de marzo de 201211

Xopancuicatl cantos de lluvias, cantos de verano,

Miguel Figueroa Saavedra,

Universidad Veracruzana,

México, 2011.

CANTOS DE LLUVIAS Y DE VERANO

HERLINDA FLORES BADILLO

LOS 45 DE CIEN AÑOS DE SOLEDADLuis Rafael Sánchez

Este es un libro que nos lleva a conocer nuestras raíces profundas. Figueroa Saavedra, doctor en antropología social, compila doce piezas de la poética antigua náhuatl. La importancia del libro

no reside en la antologación de las piezas, sino en el profundo estudio que el autor realiza sobre ca-da canto. Desde la introducción del libro se nos explican concepciones de la tradición náhuatl que, para un lector poco conocedor y de orienta-ción occidental, resultarán de gran importancia para poder leer la obra de lo que fue y es ese otro México: el México profundo, como lo denominó Bonfil Batalla. La introducción permite al lector reconocer la estilística de esos poemas, discute la métrica y la musicalidad observada en ellos. Andrés Hasler, en la presentación del libro, reco-noce que en “Mesoamérica los xopancuicatl son el equivalente a la Ilíada griega que dio soporte a la mitología, a la historia y –sobre todo– a la iden-tidad de los Griegos”.Para Hasler, los cantos de verano proveyeron de esplendor “a los dioses aztecas, a las grandes hazañas bélicas y a los más destacados jefes militares y estadistas que cohe-sionaron la identidad de cada una de las comuni-dades nahuas en el altiplano de México.

Los conceptos que Saavedra expone son reco-nocidos por un experto en el campo, pero también por un lector poco conocedor de la estilística ná-huatl. Lo que sorprende, en primer lugar, es la sen-cillez con la que Saavedra muestra significaciones como el difrasismo y, en segundo plano, las ano-taciones que realiza sobre traducciones y deduc-ciones hechas por algunos otros autores a esos doce poemas. Para él, las traducciones y las expli-caciones de esos autores son acertadas, a veces, pero resultan poco convincentes bajo la lupa de un experto antropólogo conocedor del náhuatl antiguo. Saavedra manifiesta que el mismo título de esta obra, Xopancuicatl, es un difrasismo que al ser explicado en castellano, pierde todo el sen-tido que posee en su origen. In xochitl, in cuicatl son las dos frases que se unen para formar un solo concepto: la flor, el canto; Saavedra menciona que “podría traducirse como ‛canto poético’, ‛canto cortesano’, o ‛canto lírico’, pero todas estas se quedan cortas para comprender el amplio sentido del ‛canto de flores’ o ‛canto florido’“. En este valioso compendio se comenta que estos poemas no fueron hechos para su lectura tranquila o para ser recitados sin acompañamiento musical o re-presentación coreográfica.

Esta obra es una aportación al campo del estu-dio de los poemas náhuatl antiguos, pero sobre todo es la base para cualquier crítico literario de las obras de los escritores actuales de los pueblos originarios de México. En ella podemos entender por qué y cómo se han transculturado sus obras •

tan celosa probidad que necesariamente excluye cierta bibliografía (pienso en los trabajos de Frank Dauster, Merlin Forster, Edgard Mullen, Guiller-mo Sheridan y los propios poetas de Contempo-ráneos) que hubiera podido ayudarlo a elucidar con mayor alcance el enigma del poema, donde tan apretadamente configuró el autor los lúcidos desvaríos de su pensamiento con la madeja inex-tricable de su vida personal. El mayor mérito de Escalante, Sísifo moderno, consiste, según me pa-rece, en haber subido la enorme piedra que signi-fica este canto sin arribar a la cima, es cierto, pero también sin dejar que rodara Cuesta abajo •

Una canción para la noche nigerianaFin de la migración mexicana

Migajas, Miguel Ángel Nogueda Ramos, Miguel Ángel Porrúa, México, 2011.

Cada uno de los primeros doce –en total son trece– capítulos de los que esta novela se compone, abre con títulos que fun-cionan a manera de grata invitación: así “Encontrará el amor a la vuelta de la esquina”, que es el capítulo iii; “Sólo necesita un buen empujón para empezar a ganar dinero”, que es el vi; o bien “El mayor placer en la vida es hacer lo que otros dicen que no se puede hacer”, el x. Ingenioso, Nogueda toma como punto de partida ese tipo de frasecillas-consejas populares-re-franes-premoniciones que todos, alguna vez, hemos extraído de una “galleta de la suerte” en un restaurante de comida china, para dar estructura a una historia que entremezcla, em-pata, distingue, acepta, rechaza y reordena conceptos como destino, fatalidad, azar y otros aledaños.

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arte y pensamiento ........ 12

Orlando Ortiz

11 de marzo de 2012 • Número 888 • Jornada Semanal

La familia de Godofredo Olivares

Todos tenemos un álbum de familia o varios, guardados en algún ropero o en un cajón especial. Perdido o atesorado, el álbum de fa-milia ve la luz en momentos especiales, durante una Navidad por ejemplo, cuando los hijos o los nietos demuestran curiosidad por conocer las historias que circulan en su sangre. Aparece así, entre risas, la foto de la abuela vestida de china poblana, o aquella que le tomaron a un tío en el Ajusco donde parece estar parado en una mano gigantesca. Foto tras foto, cada imagen es como una especie de portada o acertijo del que brotan, ante un público asombrado en una tarde de lluvia, toda clase de historias y dudas morbosas: ¿de verdad el abuelo tenía otra novia?, ¿y de veras la tía Ricarda era un señor? Y en realidad son pocas las historias que no sufren cambios paulatinos e incluso radicales a lo largo del tiempo, según qué miembro de la familia explica la foto, pues todos tienen su versión personalísima y distinta de ciertos hechos. Además, la memoria es frágil y tramposa: arregla las cosas para redondear el cuento y, si es necesario, se aleja de las verdades aburridas para darles un co-lorcillo inusitado. En realidad, si lo pensamos bien, todos los álbu-mes de familia son libros de cuentos, muchas veces de cuentos dis-tintos cada vez que se los contempla.

Esta es la premisa del libro Re/cuentos familiares (Ficticia, 2012), de Godofredo Olivares, un álbum de retratos familiares abierto a la fabulación, quizá lejanamente inspirado en Marcel Shwob, y al mis-mo tiempo lo suficientemente entrañable como para suscitar equí-vocos y jugar con nuestra suspicacia: ese tío Felisberto, por ejemplo, pianista de cine, ¿no se parece al gran Felisberto Hernández, el autor de Las hortensias? ¿Y aquel otro que fue el lado de sombra de Juan Rulfo que aunque no escribió escuchó también los susurros? Y aquella tía que aparece en la escalerilla del avión de British Airways

en el que llegan Los Beatles, ¿es adopti-va? Porque está claro que no sólo uno escoge qué historias quiere contar cuan-do le toca ser el intérprete del árbol fa-miliar, sino que, en cierto modo, uno pue-de también escoger a su familia, y en eso se aprecia el gusto de , pariente de ex-céntricos entrañables, mujeres hechi-ceras o solteronas, grandes maniáticos, escritores o personajes deseados de fotografías.

Hilos fantásticos se entreveran en lo que se asemejaría a la remembranza costumbrista de unos parientes: así, la abuela Ifigenia desaparece entre las nu-bes; entre el humo del tabaco de unos parientes galos se conoce la inquietan-te tradición de que al nacer un niño de la familia se planta un árbol con cuya madera se construirá el ataúd que lo res-guarde cuando muera. Su hermano, por otra parte, pierde el pelo de todo el cuer-po a causa de la química maligna de una novia despechada. En esta especie de selección exquisita y juguetona de pa-rientes se amarran de manera sorpresi-va hechos de la vida real, como las fotos de desnudos multitudinarios de Spen-cer Tunick, o historias lánguidas, como la del abuelo Bernardino que viaja dis-tancias larguísimas para arrepentirse e ir de regreso; el viaje es en realidad el trayecto, pero el pobre nieto que lo acompaña no lo puede ver así.

En estos Re/cuentos familiares no hay tragedias; algunos misterios se tra-tan con gozosa curiosidad y otros que-dan para el lector: ¿quién es, por ejem-plo, la abuela Carmen, tan citada a la hora de aclarar quién era Ifigenia la nu-bosa, o Ángel el que era igualito a Cary Grant y Próspero el acumulador de li-bros? Varios de ellos usan a la muerte de utilería: además del cuento de los árbo-

les, tenemos un tío abuelo que dedica su vida al obituario y que se llama Ramón, en homenaje a Gómez de la Serna, otra tía que pule y da esplendor a su propio catafalco a lo largo de su vida. Su coma-dre Miranda, cuenta, fue capaz de que-darse encerrada en un ataúd y eso que sufría de claustrofobia, sólo para com-prarlo a precio de ganga.

En este libro la muerte es una grieta para fantasear, al igual que los viajes, los libros, los devoradores ojos de tigre de la madrina, los dientes del tío Ángel, igualito a Cary Grant, la tacañería o el amor que provoca desdichas o despier-ta anónimas grandezas. Leyéndolo me doy cuenta de que los álbumes de fotos son como el libro de cuentos que uno de los tíos reales o imaginarios de este narrador que vive en Guadalajara lee a sus sobrinos, un gran libro que en reali-dad contiene páginas vacías para que uno las invente •

Cuestión de género

No es mi intención discurrir y reflexionar sobre eso que desde hace unos años denominan cuestiones de género, cuando su propósito es abordar la confrontación existente entre –según ellos– hombres y mujeres. Mi inquietud es más modesta y prosaica. No va más allá de lo literario.

Quienes por una razón u otra debemos ubicarnos frente a un grupo de estudiantes ávidos de averiguar los misterios de la lite-ratura –para pasar la materia, aunque sea de panzazo– o jóvenes empeñados en averiguar los secretos de la creación literaria para aplicarlos en la elaboración de sus textos; repito, quienes pasamos por esos trances, sabemos que una constante es la exigencia de definiciones, conceptos, reglas o “características” que faciliten la identificación del objeto de estudio.

De unos años a la fecha la idea de géneros literarios ha sido cues-tionada por académicos de alto nivel, por lo tanto, a un estudiante común y corriente esos temas no han llegado ni le quita el sueño. Es más fácil saber que hay géneros, mismos que responden a carac-terísticas definidas y específicas. De ahí que en numerosas ocasio-nes, y tal vez por ser también más fácil hacerlo, cuando se me pre-gunta qué diferencia hay entre un cuento y una novela, doy una explicación preceptista que, por así decirlo, elaboro con base en planteamientos académicos. Pero al salir del salón y sentarme a escribir me olvido de las ataduras académicas. O mejor dicho, las ignoro, o en ocasiones, para divertirme, me pongo a confrontar las diversas definiciones que existen al respecto y soslayo en el salón de clases porque considero que presentárselas a los alumnos o ta-lleristas los haría pelotas. Y la confusión es lo peor que puede haber si lo que uno busca es que avancen, ya sea en el ejercicio de la lec-tura o la escritura de textos. Siempre es bueno, cuando se empieza,

tener un horizonte. Ya más adelante ellos mismos sentirán la necesidad de cues-tionar, de poner en tela de juicio, de sentir que lo “aprendido” les queda cor-to, que las reglas y características as-fixian su creatividad... en fin, los obliga-rá a investigar por su cuenta si la tierra es plana o si hay otros horizontes.

Reduzcamos el tema a las diferen-cias entre cuento y novela. Por lo gene-ral se define al primero como una “na-rración breve en prosa”. La definición es tan amplia, tan general, que cabrían en ella muchas otras cosas, no solamente el cuento. A partir de ahí encontramos una multitud de definiciones, algunas de ellas tan complejas y ambiguas co-mo la primera. Los extremos se tocan. Los estudios más avanzados y recientes sobre este género hacen hincapié en las diferencias estructurales definitivas y definitorias, al grado de que es un peca-do confundir el cuento con la novela o cualquier otro tipo de relato.

Sin embargo hay dos ideas sobre el cuento que siempre me han llamado poderosamente la atención, pues fue-ron emitidas por dos autoridades en el género: Azorín y Horacio Quiroga. La primera está en “La estética del cuento” que escribió Azorín en una edición de sus cuentos que publicó Afrodisio Agua-do editores en 1956. La otra aparece en el tan denigrado “Decálogo del perfecto cuentista” de Quiroga. Lo de tan deni-grado es porque recordemos que lo han descalificado desde Silvina Bullrich has-ta Julio Cortázar, pasando por otros mu-chos autores. Cortázar, si mal no recuer-do, califica de válido sólo uno de estos “mandamientos”.

Azorín escribió: “todo verdadero cuento se puede convertir en novela, puesto que, en realidad, es un embrión

de novela”. Esa afirmación haría res-pingar a muchos, pues en la academia y entre algunos cuentistas, se subraya que el cuento nada tiene que ver con la novela, y como ejemplo ponen el caso de Maupassant, de quien aseguran que como cuentista era genial pero como novelista era pésimo. (Al respecto, el mismo Maupassant, en el prólogo a su novela Pedro y Juan escribió: (el crítico) que osa aún escribir: esto es una novela y aquello no lo es, me parece dotado de una especie de perspicacia que se aproxima sobremanera a la ineptitud”.)

La otra idea, la de Quiroga, es: “Un cuento es una novela depurada de ri-pios. Ten esto por una verdad absolu-ta, aunque no lo sea.” La última parte de este enunciado nunca la he com-prendido.

Por eso, cuando tengo la fortuna de hallarme frente a un grupo de talleristas excelentes, y me hacen la pregunta de qué diferencia hay entre una novela y un cuento, les respondo que se olviden de eso, que lo importante es escribir un buen texto, eficaz de cabo a rabo, sin pre-guntarse a qué género pertenece •

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........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 888 • 11 de marzo de 201213

Notas de Mali (i de iii)

Iniciamos nuestro viaje a Mali pisando París. Asunto: un par de va-cunas y el trámite de la visa en el consulado del país africano. Espe-rando pacientemente a que el responsable de ventanilla regrese de un muy largo almuerzo, el sonido de la lengua bambara empieza a rebotar en el oído. Numerosas articulaciones oclusivas y fricativas; pausas esporádicas; arrebato e interrupción entre animados inter-locutores. Mucho ritmo. Eso: ritmo. Algo que comprobaremos días después, tomando cerveza en el Camello Durmiente, hostal a la vera del río Níger en Bamako, cuando entre varios personajes loca-les trabamos plática con Tina, percusionista eslovaca que estudia djembe en el Instituto Cultural de Mali. Gracias a ella conoceremos a dos grandes maestros.

Madu toca el djembe mientras Lamin lo acompaña con el song-ba (hermano intermedio entre el más grave dundun y el más agudo kinkini), tambor largo con doble parche golpeado por un hueso curvo. Se nos pide repetir un patrón simple en el que se emplean tres tipos de contacto: bajo (con la palma al centro del cuero), toni-que (con la palma fuera del perímetro y los dedos en la orilla) y clique (como el anterior pero causando un rebote que provoca armóni-cos). A pocos metros de distancia, en pleno jardín del instituto, una mujer yace recostada sobre el pasto amarillento. Se ve enferma. Su hijo, que apenas camina, la rodea jugando. El olor de carne quema-da y heces también nos acompaña. Los restos de fogatas y cabras que nos circundan parecen no alterar el curso de la tarde. Comen-zamos a comprender este lado de las cosas.

A diferencia de mucha música europea y americana, la de África apuesta por los tresillos, las síncopas y las dislocaciones acentuales. Allí donde nosotros pensamos que vive el tiempo fuerte de un ritmo, los malienses escuchan un contratiempo débil; allí donde

sentimos que empieza la vuelta, ellos la van terminando. Con un solo tambor, como aprendemos hoy, la complicación no es tanto mecánica como sensorial. Las manos duelen y el centro de gravedad se mueve. Sudamos por el calor, pero también por la hipnótica frustración de un acto que pone a prueba nuestros años estudiando músicas aparentemen-te más complejas. Sólo a ratos sentimos que participamos del flujo y el maestro sonríe regalándonos su complicidad. Se trata, efectivamente, de comprender e imitar con una elevada conciencia sobre el pulso principal de la música llevado por el pie, pero sobre todo se trata de sentir y dejarse ir. Una rara combinación entre “teoría” y naturalidad.

Luego de que logramos tocar el pri-mer ritmo con alguna solvencia, pasa-mos a otro más difícil. De vuelta a las re-p et ic iones entre los b o c inazos de las –literalmente– miles de motocicletas chinas que a corta distancia cruzan el Puente de los Mártires despidiendo una nube de gas que se combina con la are-na traída por los vientos del norte. El niño sigue rodeando a su madre. Madu y La-min le gritan a alguien para que traiga té. Pasamos a una nueva combinación de patrones impulsada por extrañas ana-crusas. Han transcurrido casi dos horas. Entre un ejercicio y otro nos hemos de-

tenido para fumar, pues resulta incon-cebible que un hombre de estas tierras esté sin un cigarro en la mano (no las mu-jeres, pues la mayoría de las que fuman al sur del Níger son prostitutas, según se nos ha explicado).

La lección termina cuando Tina, la eslovaca, llega para tomar su clase. Nos enteramos entonces de que por la no-che habrá un concierto en el Wasamba, un bar para gente de Bamako en el que se presentará Saramba Kouyaté, con-tante griot que este año será parte del Festival Sur le Niger, al que nos traslada-remos en dos días. Nos dicen que es muy distinto escucharla en la intimi-dad. Queda acordada nuestra cita noc-turna, cuando todo cambia en este sitio donde la consigna es sobrevivir un día más hasta que llegue la noche y, con ella, sus cantos. Aquí las cosas tienen sentido viendo al pasado, a la historia de los ape-llidos y las familias notables que en voz de los elegidos vuelven a darle vida a un presente que no se ocupa del futuro.

Gente amable y sonriente, la de Mali no relaciona la basura ni su forma de conducir, talar árboles o contaminar con la buena educación. Es consecuen-cia inevitable de lo cotidiano y nada más. No guarda conexión con el porve-nir. Para la gran mayoría no existen ligas entre la desaparición de árboles y la

veloz desertificación que amenaza la v ida del Níger, frágil vena en la que diariamente se vierten desechos tóxi-cos . Pero esa es otra historia. Hay que alis-tarse. Lo que pasará en la noche será intenso, conmovedor •

(Continuará.)

Algunos (de)pendientes (II y última)

La dependencia deL discurso

Pocas naciones hay como ésta llamada México, tan dadas a la im-provisación, a la innecesaria y en el fondo siempre simulada rein-vención –cada seis años, al arribo de un tlatoani más– y, en paralelo, al olvido nocivo de viejas problemáticas, antiguos errores y sosla-yamientos varios, así como al escamoteo culposo de las taras pro-pias y el tramposo enmascaramiento de las mismas.

Por alguna (sin)razón diríase atávica y, para que la generalidad suprascrita toque tierra en la materia específica de estas líneas, di-cha tendencia a resolver las cosas siempre alvapor/sobrelasrodi-llas/alcuartoparalasdoce, suele beneficiarse de la fertilidad que es ley en el anchísimo campo del desconocimiento puntual de ciertos cómos y ciertos porqués, sin los cuales se está condenado a llevar a cuestas al menos tres imposibilidades, pesadas como grilletes: la imposibilidad de entender, la imposibilidad de explicar y, finalmen-te, la imposibilidad de transformar.

Póngase por caso el recurrente, irresuelto, gordiano y –sólo en apariencia– irresoluble problema de la exhibición de cine mexi-cano. Para el desaprensivo Lugarcomún, la cosa es bien sencilla: el cine mexicano no se exhibe porque, según esto, “nadie” o “casi nadie” quiere o se interesa en verlo –con un “casi” proveniente de Liliput–, y su triste condición al respecto viene a ser culpa suya y sólo suya, porque, de nuevo según Lugarcomún, ha sido incapaz de despertar el interés, la curiosidad y ni siquiera el morbo del público, en función de todo lo cual ha sido incapaz de “conectar” con éste, como sí lo ha hecho el cine producido en otras latitudes.

Innumerables veces se ha hablado aquí de las varias causas de que se reincida en la anterior falacia, pero convendría, ahora, enfo-carse en una de ellas: la que tiene que ver con el mencionado des-

conocimiento de los cómos y los por-qués, sin los cuales resulta imposible entender/explicar que las cosas sean como son, para luego estar en posibili-dades de transformarlas.

a quién Le toca qué

La sensatez mínima exigible impide ima-ginar que cada uno de los 190 millones de cineespectadores anuales promedio en México, tendrá tiempo y ganas de allegarse la documentación necesaria para desentrañar las causas por las cua-les nueve de cada diez filmes que le son ofrecidos no son mexicanos. Pero si ese cineespectador promedio claramente no está obligado a tanta especializa-ción, en esa misma medida y en sentido inversamente proporcional, tal obli-gación recae –por la simple fuerza del oficio que afirma estar ejerciendo– en aquello conocido como “prensa espe-cializada”.

Empero, la realidad verificable en el día-a-día del periodismo sobre cine –im-preso, radiado, televisado, blogueado, feisbuqueado y tuiteado– hace suponer que a una mayoría aplastante de quie-nes lo ejercen le da por creer que, para hablar pública y mediáticamente so-bre cine, basta y sobra con haber ido al cine a ver cine, dicho así para que se aprecie mejor la redundancia tauto-lógica del uroboro. En otras palabras, puede constatarse que, para el grueso de quienes cotidianamente viven el pri-vilegio de que su voz y su pluma sean atendidas por un público, pareciera que no hace ninguna falta tener –o incre-mentar, si alguno se tenía– sus conoci-mientos, ya no se diga teóricos e histó-ricos, sino cuando menos estadísticos, para discurrir, entre muchos otros te-mas y variantes, en torno a la presencia,

o mejor dicho a la ausencia casi perfecta del cine mexicano en las pantallas co-merciales mexicanas.

Expresado en forma de preguntas el asunto luce cuan triste es: ¿cómo podría cambiar la percepción que de tal pro-blemática tienen esos 190 millones de cineespectadores, si aquellos respon-sables de hacerla visible y comprensi-ble tampoco la entienden y hasta pare-ce que la desconocen, a pesar de que su oficio los obliga a carecer de tal inopia? ¿Cómo, si además de desconocerla –co-mo no sea en los términos dictados por el renunciamiento a la lectura investi-gativo-reflexiva, sumado a la pseudoa-grafía tan propios de Lugarcomún–, ade-más de distorsionarla con dichos y comentarios sin más sustento que el “yo creo que…”, tampoco dan muestra de querer abandonar la comodidad paté-tica que dicha ignorancia les conce-de? ¿Cómo si, reactivos a más no poder, son felices l imitándose a regurgitar aquello de lo que sus pares están hablan-do, todos al unísono?

¿Cómo, en fin, si el discurso colectivo sobre cine en México, y salvo naturales excepciones, se apoya casi de manera preponderante sobre los pilares fofos de algo demasiado cercano al analfabe-tismo funcional? •

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Naief Yehya

Enrique López Aguilar

LA JORNADA VIRTUAL

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arte y pensamiento ....... 11 de marzo de 2012 • Número 888 • Jornada Semanal

LA JORNADA VIRTUAL

Fastidio preelectoral

De nuevo los días, las vísperas ominosas donde el dinero de los contribuyentes se vuelve contra ellos convertido en ba-sura multiplicada por la radio, la televisión, los espacios ci-nematográficos, los espams telefónicos, los pegotes en paredes, las pintas en bardas, los letreros de plástico, los llamados “espectaculares”, el volanteo, las encuestas y en-trevistas que, con la venia del ife, no dejan en paz a nadie. El cometido: persuadir a la resignada ciudadanía de que no es posible carecer de credencial de elector, de que no es posi-ble renunciar al derecho de votar, de que hay que votar por Fulano o Perengano, por el Partido x o el Partido y, como si no hubiéramos visto ya el desfile de corruptelas, mapache-rías, fraudes y compadrazgos pintados de tricolor, de blan-co y azul, de amarillo, de verde y de todas las gamas cromá-ticas imaginables.

Antes del escepticismo: Uno escucha la antes invulne-rada Radio Universidad en el coche; son las 6 de la mañana. De pronto, una voz cavernosa no exenta de estulticia repite: “te lo dije” y, claro, lo que viene es el regaño para quienes no han cambiado su credencial de elector. Cambio a Opus, don-de fatalmente se escucha: “en este país ya no hay solucio-nes”. Nuevo cambio a Radio Universidad, a cualquier es-tación y, como si se tratara de un proyecto ideado para imbecilizar a la gente entre las 6:15 y las 6:30, todas las es-taciones que Uno escucha con agrado repiten y barajan (porque también repiten el mismo anuncio con tres minu-tos de diferencia) la misma retahíla propagandística.

Uno apaga la radio con la esperanza de que en diez mi-nutos más volverá la música, o los comentarios sensatos de alguien sensato. Tira la mirada por la ventanilla en busca

de algo que rescate el tedio de la hora. Desde las azoteas de los edificios varias sonrisas babosas de personas que pare-cen la mar de confiables y amistosas tienden manos y mira-das para persuadirnos de que ellos no son los mismos que ayer nomás, en los periódicos, aparecían echando mierda sobre todos sus contrincantes, sospechosos de trampas y alianzas nunca confesadas con tal de llegar a la jefatura de-legacional, a la diputación, a la senaduría, a la Grande. “ Yo prometo acabar con el Mal”, “conmigo tendrán trabajo”, “soy respetuoso de las leyes”, “tengo las manos limpias”, “yo sí sé”. Y todos esos graznidos silenciosos desde los “espec-taculares” hacen suponer que cada promesa se cumplirá de manera inversamente proporcional en cuanto la persona de la fotografía alcance la silla (siempre hay una) y Uno ve al candidato acudiendo a sólo dos de cada doscientas se-siones de su trabajo en cualquiera de las Cámaras.

Sigue un alto. Ha regresado la música en la radio. La pa-red de la esquina está pintada de blanco y sobre ella hay un

lema de campaña que ya se ha leído en los “espectaculares” que repiten lo cacareado en los anuncios radiofónicos y televisivos que se sintetizan en volantes recibidos en la ca-lle. Cada poste de luz se encuentra tapizado con papeles que no anuncian peleas de box sino campañas políticas. De lado a lado de la calle, como si papel picado de las ferias y las fiestas, cruzan plásticos impresos atados en las alturas con las mismas sonrisas de los mismos personajes que ya se han visto en los “espectaculares”, en los volantes, en la tele y cuyas voces aburren en la radio. Uno no ha llegado ni a la mitad de su recorrido y ya le da urticaria la cantidad de basura propagandística que lo rodea y lo cubre, sin tregua.

No faltará la “suerte” de que alguna empresa encuesta-dora telefonee a casa para conocer la autorizada opinión de Uno en torno a cuestion arios sesgados, o irrumpan gra-baciones que llaman a toda hora para, ¿por qué no?, cono-cer de viva voz y en el teléfono de la sala las grandes ideas con que cada candidato –que sólo aspira al poder y a no quedar fuera del presupuesto– pretende convencernos de que él es el preciso, quien luchará personalmente por ti cuando sea delegado, diputado, senador, presidente. Hoy por mí, mañana por ti: vota y mandaré pavimentar tu calle.

Nada que hacer. En temporada preelectoral (que ya es todo el tiempo transcurrido entre elección y elección) mejor apagar la radio y la tele, atender el identificador de llamadas telefónicas, no mirar la propaganda ni la publi-cidad en las calles y conservar las ideas personales hasta la llegada de las elecciones. Al cabo de tanto dispendio Uno votará, pero sobrevendrán nuevos fraudes, “haiga sido como haiga sido”.

Y falta la campaña postelectoral, donde el ife se felicita-rá a sí mismo por su enorme labor altruista •

La debacle de la quema de Coranes

Mentes, corazones y beisboL

Una de las grandes frustraciones de eu como potencia co-lonial es que, después de invadir y ocupar Haití, desde el 28 de julio de 1915 hasta el 1 de agosto de 1934, los nativos nunca fueron capaces de aficionarse al beisbol. Lawrence Pezzullo, el enviado especial estadunidense en Haití escri-bió: “Me sigue sorprendiendo que es el único lugar en el Caribe donde no se juega beisbol. En todos los demás luga-res dejamos algo. En Haití no dejamos nada.” La conquista de las mentes y los corazones haitianos fue en gran medida un fracaso. Resulta difícil sorprenderse, ya que la invasión tuvo por motivo “proteger intereses estadunidenses y ex-tranjeros” y reemplazar una constitución que prohibía a los extranjeros ser dueños de tierras. En esa ocasión, como en todas las guerras de agresión colonialistas, el pretexto ofi-cial fue civilizar, restablecer la ley y el orden en una nación en caos. Entre aquella aventura y la ocupación de Afganis-tán del 7 de octubre de 2001, eu ha tratado de conquistar mentes y corazones por el mundo con resultados variados. Así, desde la segunda guerra mundial hasta la guerra contra el terror, pasando por las guerras de Corea, Vietnam, Grena-da, Serbia y tantas otras más, el ejército estadunidense ha tenido tiempo y oportunidades suficientes para aprender a conquistar la voluntad de los pueblos invadidos. Sin em-bargo, parecería que cada nueva guerra es una oportuni-dad para explorar niveles desconocidos del oprobio y la humillación colectiva.

Fahrenheit 451: edición afganistán

El último capítulo de la cadena de torpezas morales, insul-tos culturales y atropellos a la decencia cometidos por las

fuerzas de ocupación contra los afganos fue la reciente quema de Coranes en la base militar de Bagram. Un camión cargado con materiales religiosos llegó a un tiradero de basura. Tres personas con uniforme militar estadunidense (durante semanas el Pentágono insistió en que se trataba de tropas de la otan o quizás de mercenarios), una mujer (¿para enfatizar la provocación?) y dos hombres, comenza-ron a echar al fuego bolsas con materiales impresos. Por lo menos cuatro trabajadores afganos los vieron y trataron de detenerlos y rescatar los ejemplares del Corán. La justifica-ción del ejército fue que estos Coranes provenían de prisio-nes donde aparentemente habían sido usados para pasar mensajes entre reos. Este fiasco llega menos de un mes después del estrepitoso escándalo del video de cuatro sol-dados estadunidenses orinando sobre cadáveres de su-puestos insurgentes afganos. La primera reacción de los altos mandos del ejército fue que darían entrenamiento a sus tropas sobre cómo manejar los libros del Corán. Uno se pregunta si también habría que darles cursos para enseñar-les lugares apropiados para orinar.

de huMiLLación en huMiLLación

La quema de Coranes desató una oleada de ataques en con-tra de las fuerzas de ocupación y numerosas manifestacio-nes sangrientas que han costado por lo menos treinta vidas afganas, así como cuatro estadunidenses: dos oficiales que fueron ejecutados en el Ministerio del Interior, uno de los edificios más seguros del país, y otros dos soldados. Los me-dios estadunidenses se preguntan: ¿cómo puede ser que después de invertir tanto y durante tantos años, los ingratos afganos los traten así? Si quisieran recordar, verían que eu invadió Afganistán en represalia contra el gobierno talibán por haber permitido operar en su territorio a Osama bin

Laden y su red Al Qaeda, quienes fueron responsables de los ataques del 11 de septiembre de 2001, que a su vez su-puestamente fueron represalias por las humillaciones su-fridas por los musulmanes a manos estadunidenses. ¿Res-ponderá esto a la pregunta de los medios estadunidenses?

La debacLe anunciada

Es prácticamente imposible defender cualquier quema de libros, pero también es muy difícil comprender la pa-sión desenfrenada que provoca la fantasía religiosa que sostiene que un producto editorial está imbuido de un poder sobrenatural. Es inaceptable la incitación al asesina-to o cualquier otro acto de locura criminal iluminada bajo pretexto de la quema de un libro. Sin embargo, es muy fácil entender que una invasión nunca es una misión de buena voluntad, y que diez años y cuatro meses de ocupación de Afganistán no han modernizado al país, no han resuelto los necesidades más básicas de la población ni han pacificado a las facciones políticas en disputa, como tampoco han crea-do oportunidades o han mejorado el entendimiento entre culturas; no han pavimentado la más elemental estabili-dad para “proteger los intereses estadunidenses y extranje-ros”, ni han establecido al beisbol como deporte nacional. Pero sería erróneo decir que Estados Unidos no ha dejado nada en Afganistán o en Irak; lo que ha quedado son ce-menterios repletos de víctimas de las armas de la “otan”, así como de las condiciones provocadas por esta infame y ab-surda guerra •

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Germaine Gómez Haro

Jorge Moch CABEZALCUBO

ARTES VISUALES

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....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 888 • 11 de marzo de 201215

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Los cuerpos-árbol de Sandra Pani

Conocí el trabajo de Sandra Pani en 1993, en una de sus primeras exposiciones titulada Subsistir, en el Museo del Chopo. En esa ocasión llamó mi atención el hecho de que una pintora tan joven centrara su creación en el oficio de la

pintura-pintura, cuando la mayor parte de los artistas de su generación mostraba una ac-titud de rechazo ante las artes “tradicionales” y el neoconceptualismo dominaba la escena del fin del siglo xx. Sandra Pani ha sido fiel a la pintura y al dibujo como medios idóneos para plasmar sus obsesiones que, desde sus inicios, han estado ligadas al estudio de la anatomía humana y el mundo vegetal. Re-cuerdo que en esa exposición Sandra pre-sentaba unos cuerpos de volúmenes sólidos que evocaban el universo telúrico de las dio-sas primigenias relacionadas con la fertilidad. Esa recia corporeidad que la artista imprimió a sus figuras tempranas con el tiempo se fue desvaneciendo sigilosamente, hasta dar lu-gar a siluetas y formas evanescentes que ape-nas se vislumbran entre las delicadas capas de pintura que cubren sus lienzos en los que predominan las tonalidades blanquecinas. Sandra ha alcanzado un lenguaje casi mini-malista que le permite moverse libremente entre la figuración y la abstracción, y sus cuer-pos simbólicos trasminan un poder numino-so que atrae y seduce.

Actualmente se presenta en la galería An-drea Pozzo de la Universidad Iberoamericana

(campus Santa Fe) la exposición De ser árbol que reúne una serie de treinta y seis dibujos sobre papel de gran formato (300×110 cm) iniciada en 2007, parte de la cual se mostró en el pasado Festival Cervantino. Esta galería universitaria es un espacio majestuoso que dio pie a una museografía espectacular, en la que los dibujos se presentan suspendi-dos del plafón y distribuidos a lo largo y ancho del recinto, incitando al espectador a hacer un recorrido entre las pie-zas como si se tratara de un bosque arbolado. Y la analogía no es gratuita: el tema de esta serie de dibujos es la inte-rrelación y correspondencia simbólicas entre la figura hu-mana y los árboles, un diálogo plástico, conceptual y filosó-fico que apasiona a la autora, y que la ha llevado por los vericuetos de la investigación en temas de anatomía y bo-tánica, tomando como inspiración el trabajo del ilustre naturalista sueco del siglo xviii, Carlos Linneo, autor del compendio titulado Systema naturae. Así lo plantea la pin-tora: “Esta serie de dibujos fue emergiendo de una profun-da experiencia personal de la interrelación entre mi mundo interno y el mundo externo, entre lo simbólico y lo concre-to. La experiencia de las similitudes –en la esencia– entre lo que experimentamos como cuerpo y árbol, a nivel concre-to, y la realidad psíquica de ‘cuerpo– y ‘árbol–, a nivel de su representación simbólica, fue la semilla que dio fruto a esta colección de dibujos.” Se presenta también un video muy interesante en el que se registra el proceso de realización de estas piezas, en el que vemos a la autora recostada sobre la superficie de un papel de 3 m de largo, esbozando libre-mente su silueta con lápiz o carboncillo a manera de huella simbólica que marca el punto de partida en la ejecución del dibujo. Quizás el trazo inicial de su propia figura le permita percibir los limites de su yo para unir la percepción de su cuerpo al universo en la creación de estos árboles-cuerpo

representados en un sinfín de variaciones. La creación de esta serie de dibujos se complementa con la partitura rea-lizada ex profeso y en íntima colaboración con el músico Mario Lavista, su compañero desde hace once años, quien se aventuró a desarrollar esta sutilísima música atmosféri-ca que ofrece una correspondencia directa con la obra plástica en cuanto a su expresión de recogimiento y ensi-mismamiento.

En meses pasados Pani participó en un proyecto en el Centro de las Ar-tes de San Agustín Etla (casa) con bor-dadoras indígenas de Oaxaca en la elaboración de unos lienzos de algo-dón teñidos con tintes naturales, en los que las artesanas “tradujeron” los dibujos a lápiz de la pintora en finísi-mas puntadas bordadas siguiendo su tradición milenaria. Estas piezas se exhibieron en la exposición arte/sano entre artistas 2.0 en el Museo de Arte Popular. También está realizando una serie de dibujos pequeños que dialo-gan con objetos encontrados en la naturaleza, como semillas, nidos o ra-mas, contenidos en cajas de acrílico que conforman un políptico, y este trabajo se muestra actualmente en el recién inaugurado Museo de la Canci-llería (República del Salvador 47, Cen-tro Histórico). La aparente fragilidad de sus obras no es más que el reflejo de su búsqueda ontológica: la evanes-cencia para alcanzar la esencia •

Ausencias

La televisión mexicana se concibe universal y cosmopoli-ta, pero adolece de graves ausencias. En términos sociales la televisión abierta del duopolio Televisa-tv Azteca propi-cia huecos insultantes. Ejemplo señero de esto es la ausencia de temática abiertamente homosexual. Habitan desde lue-go en parrilla una pléyade de estereotipos homofóbicos, escarnio insultante en forma de chistes vulgares, caricatu-rizaciones del varón homosexual y (en menor grado) de lesbianas, pero programas que aborden la temática homo-sexual de manera ecuánime o simplemente informativa son ocasionales rarezas. Salvo algunas producciones mar-ginales y de bajo impacto, como Diálogos en confianza (Once t v) o producciones extranjeras donde la temática lésbico gay y transgénero se trata de manera abierta –el show de Graham Norton, en la bbc, Modern family, de la ca-dena abc o Guau y Qué show con la Bogue, en Telehit, que es de paga–, del tema homosexual se habla poco y la mayo-

ría de las veces, mal. En alguna ocasión el asunto surge, pe-ro como tópico “caliente”, es decir, que cocina opiniones de una resonancia tal que generan un interés mediático; un caso claro es la discusión, por cierto tan necesaria, que en diversos programas de análisis y opinión o en comentarios editoriales de espacios noticiosos ocasionó la iniciativa del gobierno del Distrito Federal de elevar al rango de derechos de dominio conyugal las sociedades de convivencia entre parejas homosexuales o su derecho a adoptar hijos. Enton-ces sí, el caldero, el vocerío donde brotan flamígeros dedos acusadores invariablemente ligados a la derecha palurda que dice gobernar y a su clero atrabiliario y virulento. No recuerdo intentos serios y respetuosos de llevar la temática homosexual a la televisión abierta para teleaudiencias de todas las edades; quizá el efímero lanzamiento de la serie Diseñador de ambos sexos, protagonizada por Héctor Suárez Gomís y cuyas buenas intenciones como proyecto de tele-visión propositiva se estrellaron en la llaneza de sus ar-gumentos, y sobre todo en el agostamiento de unos recur-sos actorales y dramatúrgicos más bien escasos.

Otra ausencia televisiva meritoria de reclamos –y que quizá en el territorio de la jurisprudencia debería ser com-petencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discrimi-nación, cuyo presidente, Ricardo Bucio, afirma que “es necesario sancionar la discriminación, ya sea por la vía ad-ministrativa o penal, debido a que los actos de exclusión no se combaten por mera convicción”, es la de nuestros pue-blos originarios.

¿Cuántos conductores indígenas de programas o de no-ticieros hay? Nuestra Constitución establece claramente que “queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapaci-

dades, la condición social, las condiciones de salud, la reli-gión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”, es decir, todas las razones por las que millones de mexica-nos son excluidos de manera cotidiana de las produccio-nes televisivas, como no sea para someterlos a alguna clase de escrutinio con su previsible cauda de prejuicios nacidos en racismo y clasismo ancestrales.

Los arquetipos físicos que la televisión, profundamente hipócrita como entidad empresarial, impone como atribu-tos estéticos son extranjeros, ajenos a la fisonomía del co-mún denominador indígena en México. La manera de ha-blar el castellano de nuestros pueblos originarios es ridiculizada en la televisión mexicana desde sus albores; la palabra “indio”, en esta sociedad nuestra de natural racista, es considerada un insulto. Y para más vergüenza, cuando las televisoras necesitan en sus producciones personajes indígenas, acuden al recurso lamentable de la suplantación cosmética. Las “heroínas” de las machacadas historias de la muchacha pobre –o indígena– que triunfa en el amor y la vida nunca han sido actrices mijes, rarámuris o tzeltales, sino criollas pequeñoburguesas que, por única vez en sus vidas, aceptan oscurecer su piel, pero no para congraciarse con los pueblos originarios tradicionalmente excluidos, sino con el rating…

Contraria a cualquier retórica de utilería de las empre-sas del duopolio en materia de convivencia, inclusión y tolerancia, sus innobles, racistas omisiones y deliberadas exclusiones de las minorías, son una constante de discrimi-nación flagrante que cuenta, según se ve, con la complici-dad de quienes, al menos en la teoría, deberían regular sus procedimientos y transmisiones •

Page 16: La Jornada Semanal

galería15 de enero de 2012 • Número 884 • Jornada Semanal 16

E

Pistorius y el sprint vital

Norma Ávila Jiménez

n los pasados Juegos Olímpicos de Bei-jing, el cierre entre Michael Phelps y Milorad Cavic en la prueba de los 100 metros mariposa detonó el alarido del

público, al igual que los últimos 25 metros del relevo cuatro por 100 estilo libre. Ese estruendo acompañado de adrenalina muy probablemente se escuchará en Londres 2012, entre otras prue-bas, en los 400 metros en pista, cuando al corre-dor –si logra su calificación, que es lo más segu-ro– se le admire competir junto con atletas convencionales.

La tenacidad ha sido una de las constantes en la vida del sudafricano, quien desde los once me-ses fue amputado de ambas piernas debajo de las rodillas porque nació sin el peroné. Como mues-tra basta señalar que cuando asistía a la secunda-ria, con todo y las prótesis se involucró en parti-dos de rugby, tenis y waterpolo.

Ya acompañado de las Cheetah Flex-Foot, pró-tesis manufacturadas especialmente para ampu-tados que quieren correr a nivel competitivo o por divertimento, en 2004 participó por primera vez en unos Juegos Paralímpicos.

Su naturaleza lo empujó, en 2007, a solicitar a la Federación Internacional de Asociaciones de Atletismo (iaaf, por sus siglas en inglés), autori-zación para competir en Beijing 2008. Este orga-nismo acababa de introducir una enmienda a la regla 144.2 (e), que prohíbe el uso de cualquier tecnología que dé ventaja a quien la utilice sobre otros atletas, y para evaluar si las prótesis bene-ficiaban a este competidor de veinticinco años, encargó a Peter Brüggemann, profesor del Insti-tuto de Biomecánica y Ortopedia de Colonia, que realizara las mediciones correspondientes.

Con base en el estudio del citado biomecánico, quien asegura que Pistorius gasta veinticinco por ciento menos oxígeno que los corredores “norma-les”, en enero de 2008 el consejo de la iaaf dicta-minó que correr con las prótesis equivale a un menor esfuerzo corporal por el almacenamiento y retorno de la energía, y por lo tanto, le prohi-bió competir con los convencionales. Por supues-

to que esa decisión no apagó el entusiasmo del citado atleta; un mes después apeló la sentencia en el Tribunal de Arbitraje Deportivo (tas, por sus siglas en inglés).

Apoyados en el Reporte Houston, los expertos que presentó Pistorius ante ese tribunal demos-traron que utilizaba la misma cantidad de oxígeno que los atletas convencionales y demostraron que la energía supuestamente “perdida” en la zanca-da de los corredores “normales”, probablemente se transfiere a otra parte del cuerpo humano: a és-te “no le gusta perder energía”, aseguraron.

La decisión del iaaf fue revocada y para el Mun-dial de Atletismo 2011 celebrado en Daegu, Corea del Sur, el corredor calificó a las semifinales en los 400 metros. Entre sus sueños ahora se mezclan los sonidos del Big Ben, con el que marca la salida de los competidores durante una prueba.

La historia de este atleta sin duda alguna des-ata polémica. Al mexicano Josué Sandoval, segun-do lugar en la carrera de 400 metros en pista en los pasados Juegos Parapanamericanos, le toca com-petir contra Pistorius en otras justas. “Tiene ven-taja al correr con dos prótesis porque no pierde el centro de gravedad. Cuando se es amputado de una sola pierna, este centro, que reside en la co-lumna, se inclina hacia el lado de la extremidad que queda y el desgaste es mayor. Asimismo, acu-mula menos ácido láctico porque no tiene la par-te de abajo del cuerpo.”

Para Jeshua Ortiz, jefe de Medicina del Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento, las prótesis de Pistorius “ha-cen un muelleo, se contraen y estiran, lo que le da un mayor ímpetu. Las extremidades natura-les no logran hacer eso, no son un resorte.” Ade-más, “no podemos esperar a que nuestras extre-midades evolucionen más, mientras que las prótesis sí pueden mejorarse conforme avanza la tecnología.” El objetivo de las competencias es demostrar que “eres mejor que tu compañero, pero sin basarte en soportes tecnológicos o sus-tancias, porque se pierde el espíritu deportivo”, subraya.

Juan José Reyes, atleta convencional que nos representa en los 100 y 200 metros, puntualiza: “Si bien tiene ventajas, también tiene desventa-jas, como el no poder aprovechar la fuerza, la potencia y el equilibrio que los pies y las panto-rrillas proporcionan. No estoy ni a favor ni en contra de que compita con los convencionales, sin embargo, considero que es un atleta excep-cional dado que traspasó las fronteras de su dis-capacidad.”

Eso es innegable. El velocista sudafricano ha mostrado tener más espíritu de lucha que mu-chos de los “normales”; al tas declaró que nunca se vio a sí mismo como un discapacitado. Cabe subrayar que este tribunal enfatizó, en el punto 56 de las evidencias, que el caso Pistorius debe considerarse como uno de los cambios que con-lleva la vida del siglo xxi. Esto es importante, porque la institución está aceptando el peso que tiene en nuestra vida el avance tecnológico. Y eso podría desembocar, en un futuro no lejano, en discusiones que involucren al deporte, la me-dicina, la física, la filosofía y la antropología, entre otras áreas.

En el campo del arte, Sterlac, un artista del per-formance, valora el uso de la tecnología para mejo-rar el cuerpo humano, y en su ensayo Prótesis, ro-bots y existencia remota: estrategias postevolutivas, cuestiona la conformación del “blando y húmedo” cuerpo. Sugiere la idea de introducir microchips en el organismo y, durante sus representaciones, se coloca prótesis que parecen alargar sus brazos; proyecta lo que denomina el hombre posthumano capaz de desafiar a la fuerza de gravedad.

En el terreno de la astrofísica, Stephen Haw-king ha manifestado que para los futuros viajes interestelares lo ideal sería enviar máquinas que con el tiempo suplan al adn.

Todavía no sabemos qué camino tomará la uti-lización de la tecnología en el organismo para su beneficio. Lo que sí es claro es que la mayoría apoyamos que Pistorius compita contra los atle-tas convencionales. Verlo correr motiva a hacer ese sprint que la vida exige •