La Idea Imperial en Don Pedro de Valdivia

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CARLOS KELLER LA IDEA IMPERIAL EN DON PEDRO DE VALDIVIA (PUBLICADO EN EL «BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA» TOMO CLXVIII. CUADERNO I, PP 59-94) MADRID IMPRENTA Y EDITORIAL MAESTRE NORTE, 25 - TEL. 2 21 56 20 1971 Digitalizado por www.centroestudios.cl

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Carlos Keller Rueff

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CARLOS KELLER

LA IDEA IMPERIAL EN DON PEDRO DE VALDIVIA

(PUBLICADO EN EL «BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA»

TOMO CLXVIII. CUADERNO I, PP 59-94)

MADRID IMPRENTA Y EDITORIAL MAESTRE

NORTE, 25 - TEL. 2 21 56 20 1971

Digitalizado por www.centroestudios.cl

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Ha ocurrido un singular fenómeno en lo referente a los orígenes de la historia chilena. Estábamos informados acerca de ellos por once cartas conservadas del propio conquistador del país, las crónicas de Pedro Marino de Lovera y Alonso de Góngora Marmolejo, el poema de don Alonso de Ercilla y documentos contemporáneos. (1)

Desgraciadamente, las cartas de Valdivia, aun cuando valiosísimas para

conocer su voluntad y espíritu, son escuetas y fragmentarias; los dos cronistas llegaron al país en 1551, o sea, once años después de emprendida la conquista; el eximio vate llegó aun más tarde, en 1557, y regresó al Perú a fines del año siguiente; y la documentación conservada es por demás parca.

Tales deficiencias han sido suplidas, sin embargo, por la reciente publicación

de una tercera crónica, cuyo autor es Jerónimo de Vivar y que estuvo perdida desde 1558, año en que fue terminada. La poseía el historiador don José Chocomeli Galán, de Valencia, quien huyó a Francia cuando los republicanos ocuparon la zona de Levante. A su fallecimiento fue ofrecida en venta y adquirida por la Newberry Library, de Chicago, haciendo la transcripción paleográfica el profesor Irving A. Leonard, de la Universidad de Michigan. El original fue puesto a disposición del Pondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, de Santiago, que publicó los origínales en facsimil y la transcripción, con una magnifica ilustración, orgullo de la imprenta chilena. Está en preparación, por el que este ensayo escribe, una edición popular destinada a divulgar ampliamente esa obra.

En realidad, bien lo merece. Su autor nació en 1525, fue educado hasta los

13 o 14 años en su patria, en la ciudad de Burgos, donde nació, y se vino en seguida a Indias. Estuvo primero en Santa Marta (Colombia) y se incorporó en 1540 en el Cuzco a la expedición de Valdivia, a quien acompañó en su marcha a Chile, presenciando casi todos los hechos hasta antes de terminar su gobierno don García Hurtado de Mendoza. Al parecer regresó a España a fines de 1558 o principios del año siguiente. Dedicó su obra al infante heredero del trono, don Carlos, probablemente con motivo de su designación como Príncipe de Asturias en 1560. Se ignora el transcurso posterior de su vida.

En Chile, Vivar fue simple arcabucero y no se destacó en ningún cargo

público. Como llegara al país a la edad de 15 años y permaneciera en él hasta la de 33, cuando ya era un hombre maduro, puede considerársele como producto de los campamentos de este país, lo que trasmite a su obra un doble valor. Comprende ésta 214 páginas de tamaño grande, habiéndose extraviado dos del original. Equivalen en extensión a más del doble del tamaño de un libro corriente.

Es un observador acucioso, preocupado de cuanto existía y ocurría en sus

contornos: el paisaje, sus recursos naturales, los pueblos indígenas, los acontecimientos, el desarrollo económico, el orden social y político y, en fin, toda la época. Es absolutamente realista destacando tanto los factores positivos como los negativos. No está predispuesto en contra de nadie. Aplica un método absolutamente moderno, pues nos afirma que «he recopilado esta relación de lo

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que por mis ojos vi, por mis pies anduve y con la voluntad seguí» y que «no me alargué más de lo que vi y por información cierta de otras personas de crédito me informé».

En verdad, su obra ha venido a modificar substancialmente mucho de lo que

hasta ahora se consideraba verdad, no escapando de esta rectificación ni un Barros Arana o un Encina. Además, ha llenado numerosas lagunas. Pero fuera de todos estos méritos, le corresponde haber humanizado a los protagonistas, desmontándolos de sus pedestales, para hacerlos actuar sobre esta tierra. Por cierto, las figuras más importantes de su época, don Pedro de Valdivia, don Francisco de Villagrán y don Diego Hurtado de Mendoza, no han sufrido por ello un empequeñecimiento, sino que se han agrandado. Adicionalmente, su «Crónica y relación Verdadera y Copiosa», ha revalorizado la «Crónica» de Pedro Marino de Lovera, tenida en menos por los historiadores chilenos por no haber llegado hasta nosotros en su forma original, sino en la versión encargada por don Diego Hurtado de Mendoza, cuando era virrey (1588-94), al padre jesuíta Bartolomé de Escobar. Vivar confirma los hechos relatados en ella y, por otra parte, la obra de Marino complementa en muchos aspectos la de Vivar.

Para dar cuenta del valor y de la importancia de la crónica de Vivar, se

abordará cómo se analiza e interpreta en ella la idea imperial por don Pedro de Valdivia. (2)

Juventud de don Pedro de Valdivia

Las novedades que nos ofrece comienzan con los datos biográficos acerca

de la juventud del conquistador de Chile, afirma rotundamente que nació en Castuera (Extremadura), en la comarca de La Serena, y este testimonio de un autor que estaba en constante contacto con don Pedro, nos parece fehaciente (3). Como se sabe, hasta ahora se disputaban el honor de ser hijo de ellos, también Campanario y Villanueva. Nació por el año de 1500.

Agrega Vivar que era hidalgo y que sirvió al rey a igual que sus antepasados.

Precisamente, Extremadura, provincia limítrofe tanto con el Portugal como con los estados árabes de Andalucía, era como las marcas orientales del imperio alemán (Brandeburgo-Prusia, Sajonia y Austria). En tales territorios limítrofes, en que las guerras se sucedían, se formó una población de vigoroso espíritu militar y grandes condiciones políticas. Fue por ello no una casualidad que en Extremadura nacieran, además de Cortés, Pizarro, Valdivia, Núñez de Balboa, Belalcázar, Orellana y Hernando de Soto, toda una plétora de conquistadores menores, muchos de los cuales actuaron también en Chile 4. En este país, a su vez, el establecimiento de la frontera con un ejército permanente a lo largo del Bio-Bio, desde principios del siglo XVII, formó un estrato social de iguales características, que transmitió estabilidad a la joven república en el XIX y que explica los grandes éxitos militares que Chile logró en sus guerras.

La juventud de don Pedro de Valdivia fue especialmente significativa. Vivar

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nos informa que se incorporó a los ejércitos reales a los 21 años y que participó en las dos guerras desencadenadas por Francisco I de Francia contra Carlos V, es decir, en las de 1521-26 y 1526-29. Su primera acción de guerra ocurrió en presencia del propio emperador, en Flandes, con motivo del sitio de Valenciana (Valenciennes) por el rey de Francia, plaza que reconquistaron los españoles y que quedó en su poder hasta 1677, cuando fue conquistada por Luis XIV.

Gróngora informa que Valdivia pertenecía a la compañía del capitán Herrera,

en la que llegó a ser alférez (5); Lovera agrega que en ella fue también soldado el más tarde famoso Francisco de Carvajal, maestre de campo de Gonzalo Pizarro (6).

Conforme a los detalles que proporciona Vivar, Valdivia participó en todas las

campañas de Italia, combatiendo al mando de los más célebres jefes militares de la época. Fueron ellos Próspero Colonna y el marqués de Pescara, que conquistaron Milán en 1521 y derrotaron el año siguiente a Lautrec en Bicocca, cuando trató de reconquistar la plaza. Para mayor desgracia de los franceses, el condestable de Borbón se pasó al campo del emperador. Una nueva tentativa emprendida por Bonnivet para recuperar Milán fue desbaratada en 1523. Al año siguiente, Antonio de Leiva defendió Pavía con sólo 6.000 hombres, entre los cuales figuraba Valdivia, y si bien Francisco I reconquistó Milán en 1525, fue derrotado completa mente en Pavía el 24 de febrero, en que Pescara y Leiva vencieron a Lautrec. Leiva fue designado gobernador del Milanesado y elevado al rango de príncipe de Ascoli. Francisco I, hecho prisionero, fue llevado a Madrid y firmó la paz. Apenas recuperada la libertad, revocó, sin embargo, su firma, y la guerra se reinició. Los éxitos del emperador habían suscitado los celos de casi todas las potencias europeas, y así se constituyó una «Liga Santa» encentra de España, en que participaron Francia, el Papa (con sus estados territoriales). Enrique VIII de Inglaterra, Venecia, Florencia, y el duque de Milán. Esta segunda guerra no fue menos exitosa para los españoles. En 1527 ellos conquistaron Roma y la saquearon durante tres días. Al año siguiente, los franceses sitiaron Nápoles. Estalló la peste, de la que murió Lautrec, y pronto los franceses fueron desbaratados, como lo fue también un ejército que trató de conquistar Milán. Agotados sus recursos, Francisco I se vio obligado a pedir la paz, concertada en 1529 en Cambrai. Francia cedió Tournai a España y pagó una fuerte indemnización.

Son éstos los principales hechos de armas que cita Vivar, indicando que

Valdivia participó en ellos (7). No señala el grado militar a que fue ascendido, ni se indica en otras fuentes, pero tiene que haber sido a lo menos el de capitán, como luego se verá.

Más importante que esos hechos fue, sin embargo, el contacto habido entre

el futuro conquistador de Chile y el emperador. Precisamente, en esos años éste desarrolló sus ideas acerca del imperio que pretendía establecer. Su primera manifestación ocurrió en 1519, cuando la tía de Carlos, Margarita, le insinuó que quizás serla preferible hacer elegir emperador de Alemania a su hermano

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Fernando. Carlos lo contestó el 5 de marzo que tal idea debía ser descartada por completo, pues Fernando no iba a disponer del poder necesario para realizar sus deberes de emperador (8). Fue elegido como tal el 28 de junio, y en abril de 1520, reunidas las Cortes en La Coruña, Mota expresó en su nombre que ya en los tiempos más remotos España había constituido uno de los territorios más valiosos del imperio romano, al que había proporcionado tres de sus grandes emperadores: Trajano, Adriano y Teodosio. Agregó que nuevamente España acababa de aportarle un cuarto emperador y que se transformaría en «el corazón» del imperio (9).

Por cierto, no se trataba de resucitar el paganismo, sino de constituir una

hermandad católica y propagarla hasta los confines de la tierra, venciendo a sus enemigos. En esta empresa, así se expresa Mota, el emperador «entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona», y en este reino España «es el fundamento, el amparo y la fuerza de todos los otros», por lo cual Carlos ha determinado «vivir y morir en este reino. El huerto de sus placeres, la fortaleza I para su defensa, la fuerza para ofender su tesoro, su espada, ha de ser España» (10).

En 1521, al celebrarse la Dieta de Worms, Carlos V se vio enfrentado al

problema político anti-unitario creado por los príncipes alemanes que apoyaban a Lutero. Pasó una noche de zozobra y redactó en ella, de su puño y letra, una declaración solemne que leyó al día siguiente ante aquella Dieta. Dice en ella estar dispuesto a emplear «mis reinos, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma» para cumplir con su deber imperial de restablecer la unidad religiosa cristiana (11).

Pero la rebelión no cundió solamente en Alemania sino también en la propia

España, en que las Comunidades se sublevaron y mantuvieron una horrorosa guerra civil, dominada finalmente por el partido realista y, en especial, por el condestable de Castilla. Remató esta situación con la gran victoria de Pavía, de 1525.

Tres años más tarde, en un discurso pronunciado en Madrid el 16 de

septiembre de 1528, Carlos V precisó el contenido de su misión en el sentido de que no anhelaba arrebatar a otros monarcas europeos lo que legítimamente les pertenece, pues solo pretende conservar lo heredado. Llama incluso tirano a un príncipe que conquista lo que no es suyo (12).

Desde Madrid se dirigió a Bolonia, donde fue coronado emperador por el

Papa. Llegó así a la cumbre de la gloria y de los honores humanos. En lo referente a América, Carlos V se consideró autorizado para cristianizar

y occidentalizar a este continente en virtud de la célebre bula de Alejandro VI, que encomendó esa misión a su abuela, doña Isabel la Católica, cuya política de unificación de las partes más o menos independientes que constituían su

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monarquía, fue para él una guía. De acuerdo con ella, estimó que esa tarea debía realizarse en beneficio de los propios indígenas y no sólo de los conquistadores.

Fue Cortés quien comprendió como el primero tal interpretación del papel de

los conquistadores. En efecto, al conquistar la ciudad de Tenochtitlán y pacificar la tierra de Moctezuma, escribió en abril de 1522 a Carlos V: «Vuestra alteza se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con título y no menos mérito que el de Alemania, que por gracia de Dios vuestra sacra majestad posee» (13).

Para los propósitos de este ensayo basta con recordar los hechos

precedentes, ocurridos todos cuando don Pedro de Valdivia se encontraba todavía en Europa y en que participó con todo entusiasmo. El orgullo de haber participado en gloriosos hechos de armas fue acentuado en él por la tarea que la idea imperial imponía a todos los vasallos de aquella «sacra majestad». La obra por realizar estaba revestida de esta manera de tintes divinos. Más allá de toda finalidad materialista, se trataba de realizar la unidad de todos los cristianos, propagando al mismo tiempo la salvadora idea hasta los confines del mundo.

Ha sido Ortega y Gasset quien ha destacado el vigoroso impulso que tal idea

unificadora tenía forzosamente que transmitir a todos sus realizadores (14).

Valdivia en América Terminadas las guerras con Francisco I, en las que don Pedro de Valdivia

había participado durante nueve años, ya no quiso abandonar las armas. En Castuera el solar hereditario era estrecho, y los magros pastos alimentaban rebaños insuficientes, para mantener una numerosa prole. Seguramente, había un hermano mayor en edad que don Pedro en la familia.

Brillaba la gloria de las Américas. El futuro conquistador se embarcó con

rumbo a La Española, estuvo en Santa Marta (donde puede haber conocido ya a Vivar), y pasó en seguida a Nombre de Diós, en Panamá. Siete años habían transcurrido desde el término de la guerra en Italia. «No habla hallado en qué emplear su persona» nos informa lacónicamente nuestro cronista. Contaba don Pedro 36 años de vida cuando escuchó la voz de su destino: Pizarro «enviaba por socorro, a causa de haberse los naturales del Perú rebelado. Oído esto, Valdivia ayuntó sus amigos y fue a Panamá, donde se embarcó al Perú» (15).

En el Callao saltó a tierra ansioso de novedades. La situación se había

complicado: al levantamiento incaico, encabezado por Manco Cápac, se había agregado la guerra civil entre Pizarro y Almagro. En efecto, regresado este último de Chile, se había apoderado del Cuzco, que reclamó como capital de su gobernación de Nueva Toledo, y habla hecho prisionero a Hernando Pizarro, hermano del marqués, quien se le había opuesto, sosteniendo —con razón— que le correspondía a la jurisdicción de éste.

Valdivia no conocía a ninguno de los dos rivales. Fue informado, sin

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embargo, que Almagro se había desistido de establecerse en Chile, de modo que aquella gobernación se encontraba acéfala. Analizando con su experiencia militar la situación de ambos bandos le pareció que el de Pizarro no sólo se identificaba mejor con la voluntad imperial y la justicia, sino que tenía mayor probabilidad de imponerse.

Por estos motivos se dirigió a Nazca, donde había establecido su real el

marqués. Se presentó en compañía de sus amigos, es decir con un grupo que representaba un poder. Desgraciadamente, el cronista no indica sus nombres, pero sin duda figuraban entre ellos algunos de los que más tarde le acompañaron en su expedición a Chile. No le pidió nada, sino que se limitó a ofrecerle sus servicios para imponerse en la guerra civil.

«Platicando (el gobernador) con él como hombre que entendía las cosas de

la guerra, y viendo que era persona a que se le podía dar y encargar cualquier cargo, por importante que fuese, le hizo su maestre de campo», informa Vivar (16).

Esta decisión del marqués, de encomendarle la dirección suprema de la

guerra, revela que don Pedro tiene que haber ocupado un rango de importancia en las guerras de Italia, pues Pizarro disponía de excelentes militares, que le habían acompañado desde que iniciara doce años antes (en 1526), en Panamá, sus expediciones hacia el Perú.

No es del caso relatar en este lugar los detalles de la campaña. Al final de

ella, el capitán Francisco de Echaves, del bando de Almagro, se había atrincherado con 150 hombres en la sierra de Huaytara, que es de muy difícil acceso. Valdivia — nos informa Vivar — se introdujo de noche en compañía de sólo 12 soldados en su línea con tanto estruendo que el adversario creyó tratarse de una fuerza muy superior, lo que motivó su fuga. Pudo así avanzar el ejército, que se enfrentó en Salinas, a la vista del Cuzco, con el de Almagro, el que fué vencido. Hernando Pizarro, que había recuperado la libertad, lo mandó estrangular.

Al mismo tiempo se habían sublevado los indios de Cochabamba, que tenían

cercadas las tropas comandadas por Gonzalo Pizarro, otro de los hermanos del marqués. Valdivia avanzó hasta allá y desbarató a los indígenas, salvando a Gonzalo. De este modo, reconquistó la provincia de Charcas.

El gobernador se mostró ampliamente reconocido por los servicios que le

prestó Valdivia: le concedió un gran repartimiento de indios y la mina argentífera «En Riqueza» en Porcotán, que era altamente rendidora (17)

. Don Pedro pudo haber disfrutado de esta manera de un porvenir tranquilo y

acomodado, como tantos otros. Pudo haber dispuesto que se viniera al Perú su esposa, doña Marina Núñez de Gaete, con quien habla contraído matrimonio en Salamanca, donde ella residía, ofreciéndole un hogar señorial. Quienes estiman que el móvil fundamental de los conquistadores de América era su afán de

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enriquecerse, no podrán encontrar argumentos para hacer comprensible que aquel conquistador rechazara las concesiones que le hizo Pizarro.

Actuando en contra de su interés material, hizo dejación de la encomienda y

de la mina y pidió —lo hizo sólo ahora, una vez prestados sus servicios— al gobernador lo más quimérico imaginable: que lo hiciera su teniente en la gobernación de Chile, repudiada por hostil y pobrísima por don Diego de Almagro. Es que don Pedro había nacido caudillo, gobernante, no encomendero, ni minero, ni lansquenete. Su mente ardía por prestar un servicio más al emperador, agregando a sus dominios un territorio, aunque fuera en los confines del mundo.

Pizarro —que era de la misma pasta— accedió a su petición, y Vivar escribe

que lo despidió con estas palabras: "Seréis amado de los soldados por vuestras buenas costumbres y ser varón prevenido, solícito y cauto en la guerra" (18)

La expedición a Chile

Fue por cierto sumamente difícil para don Pedro realizar la expedición a

Chile. La anterior de Almagro había dejado el país en el más completo desprestigio: no había allá templos, palacios ni huacas que saquear. La población indígena era primitiva y belicosa en grado sumo. Le faltaban al teniente de gobernador, además, recursos suficientes. Estos eran, sin embargo, indispensables: había que adquirir todo lo necesario para iniciar una vida civilizada y había que equipar a los soldados, pues gran parte de éstos también carecían de recursos para hacerlo. De este modo, don Pedro tuvo que contraer deudas.

Aun así no fué posible conseguir suficientes soldados en el Cuzco (donde se

organizó la expedición), y hubo que enviar capitanes a Porco, Arequipa, Huamanga y Los Reyes. Finalmente, le fue posible adquirir un navío, que cargó con los equipos y mercancías indispensables, a fin de transportarlas por mar a la nueva gobernación. Como los efectivos eran insuficientes, despachó a don Alonso de Monroy al Collao para contratar más soldados.

Se puso en marcha por Arequipa a Tacna y Arica, donde recibió el primer

desengaño: el capitán de su barco lo había estafado, dirigiéndose al norte, a las costas de Colombia, para vender las mercaderías en tierras conquistadas por don Pascual de Andagoya: tuvo que prescindir de aquellos equipos y mercaderías. En Tarapaca se le unió Monroy, a la cabeza de 70 hombres, 50 de ellos a caballo. Pudo informarle que don Francisco de Aguirre estaba reuniendo más tropa en el Alto Perú y que don Francisco de Villagrán, quien había participado en una expedición de don Pedro de Candia al territorio de los chiriguanos, fracasada, también se incorporaría en la de don Pedro. Finalmente, lo hizo —en San Pedro de Atacama— también don Pedro Sancho de Hoz, con 23 hombres. De este modo, Valdivia llegó a reunir en ese lugar a 153 soldados, 2 clérigos y 1 española, doña Inés de Suárez. Le acompañaban, además, algunos millares de yanaconas, ocupados como acémilas en los transportes y como guerreros.

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Vivar nos describe, paso a paso, con mucho detalle y novedosos e interesantísimos datos, las peripecias de la marcha hasta el valle del Mapocho, donde don Pedro fundó el 12 de febrero de 1541 la ciudad de Santiago, capital de su gobernación. Durante todo ese trayecto, la expedición sufrió una espantosa hambre, y varios de los soldados murieron Por agotamiento físico. Por la misma causa huyeron en una sola noche 400 yanaconas (19).

No es éste el lugar para entrar en su análisis, pero sea permitido relatar dos

episodios relacionados con el tema de este ensayo. En primer lugar, veamos cómo se realizaba una toma de posesión. El 24 de

octubre de 1540, encontrándose en el valle de Copiapó (sin duda cerca de Paipote) en la jurisdicción de su tenencia, don Pedro de Valdivia llamó al "escribano del rey" que formaba parte de su hueste y "tomó posesión en nombre de su majestad" de su territorio. "Hizo las diligencias que en tal caso se requerían —agrega Vivar—, que son ciertas ceremonias hechas en esta forma: armado el general (Valdivia) de todas armas y su adarga embarazada en el brazo siniestro y la espada en su mano derecha y alta, cortando ramas y levantando ciertas piedras, moviéndolas de una parte a otra, diciendo en alta voz que emprendía, y emprendió, y tomaba, y tomó, posesión de aquel valle de Copiapó en nombre de su majestad, ansí de aquel valle e indios de él como de toda la gobernación que de allí en adelante tenían; y que si alguna persona o personas había que se lo contradijese o defendiese, que él se mataría (en duelo) con la tal persona o personas y, para efectuarlo, salió a un campo que vecino tenía a esperar al que quisiese salir, diciendo que lo defendería lo que decía con su persona y armas, a pie y a caballo, como demandárselo quisiesen. Si necesario fuese, perdería la vida en servicio de Dios y de su majestad, y pidiólo por fe y testimonio del escribano, el cual así se lo dio” (20).

Esta toma de posesión comprendía tanto la tierra como los habitantes. A

estos últimos no se les había consultado si estaban de acuerdo con ella, ni se consideraba necesario hacerlo, pues se interpretaba la bula de Alejandro VI en el sentido de corresponder las Indias al rey de España. Ello no implicaba, sin embargo, que se pudiera entrar a sangre y fuego en un territorio para someter los indios a la esclavitud o para exigirles trabajos desmedidos. Los escándalos ocurridos en las Antillas y la América Central, las elocuentes reclamaciones del padre Las Casas y de otros ya habían dado origen a una frondosa legislación a favor del indio, reconocido como ser humano integral y vasallo del rey. Fue por eso que tan pronto don Pedro de Valdivia pudo reunir un contingente considerable de indígenas en el mismo valle de Copiapó, les explicó los fines que perseguía su expedición. Habló en castellano, y su discurso fue traducido a la lengua quechua —según informa Vivar— y ésta por un segundo lenguaraz a la mapuche, que era la de Copiapó y que estaba propagada hasta la península de Taitao, es decir, a lo largo de 2.200 kms.(21). Al ser informado el "capitán (toqui) de los indios" que el jefe español les quería hablar "mandó parar toda la gente que iba huyendo por las sierras... y púsose sobre una sierra alta y muy fuerte... serranía..., en parte que podía estar bien seguro. Allí esperó la plática del general". Preguntó éste en

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primer lugar al toqui "cómo se llamaba" y qué gente lo acompañaba. "Respondió el indio que él era capitán general de los señores Aldequin (nombre mapuche, de ldu, muy y quim, entendido) y Gualenica (en mapuche de hualün, nacer y ücañ, fugitivo) y a él le llamaban Ulpar (en mapuche, de uln, loco y pal, estrella: meteoro). Y preguntó que ¿para qué le llamaban y qué quería? El general Valdivia le dijo que enviase a llamar a aquellos dos señores, que él los quería ver y hablar". Cabe advertir que Vivar nos informa que en Chile los incas habían designado en cada valle a dos curacas, dignidad que correspondía a aquellos, gobernando Hualenica en la parte superior y Aldequin en la inferior del valle.

Ulpar respondió "que le dijese lo que quería, que él se los diría. El general

Pedro de Valdivia dijo que les quería decir cómo su majestad le había enviado a poblar aquella tierra y a atraerlos a ellos y a su gente al conocimiento de la verdad, y que venía a aquel efecto con aquellos caballeros que consigo traía, y a decirles y a darles a entender cómo habían de servir a Dios, y habían de venir al conocimiento de nuestra Santa Fe Católica y devoción de su majestad, como lo habían hecho y hacían todos los indios del Perú, y que entendiesen que si salían de paz y les servían y les daban provisión de la que tenían..., los tendría por amigos y por hermanos y nos les haría daño ninguno en su tierra ni en sus indios y mujeres e hijos, ni en sus haciendas, ni los llevaría contra su voluntad; y que si se ponían en arma y le defendían el camino y el bastimento, que los matarían y robarían la tierra.

"Respondió el capitán indio, oída la plática, como hombre de mucha razón,

como demostró, que... estaba escarmentado de lo que había visto hacer a don Diego de Almagro y a su gente, porque les había llevado mucha gente en cadenas (al regresar desde Chile al Perú), y que en el Despoblado (de Atacama) habían visto los cuerpos de los indios muertos que allí habían perecido, creyendo que "tú y tus hermanos que contigo vienen son así como los otros que se habían ido con Diego de Almagro, porque os parecéis en los rostros y en la disposición, y antes moriremos que conceder en lo que pedís" y que bien lo conocía en ver que no estaban en su tierra de asiento..., sino en las sierras y ásperas montañas.

"A esto respondió el general Pedro de Valdivia que supiesen que su

majestad el rey de España, cuyo vasallo él era y cuantos allí estaban, así cristianos como indios (los yanaconas del Perú que lo acompañaban), ...no le enviaba a (hacer) aquello que don Diego de Almagro les había hecho, sino a poblar un pueblo y a tenedlos por hermanos para que fuesen cristianos como ellos lo eran. Y les prometió que si de paz viniesen, que él ni ninguno de aquellos cristianos no les tocarían, ni harían más de lo que allí le prometía, y que cumpliría enteramente, que no tuviese miedo...”

"Demandóle el capitán indio que qué seguridad tendrían los señores y él de

aquello que allí les decía y prometía. El general Valdivia le dio en señal un sombrero que en la cabeza tenía, con una medalla de oro y una pluma. Esto le envió en señal de paz, (lo) que era mucho para un indio, el cual lo recibió y, tomándolo en las manos, lo besó y lo puso en su cabeza y lo dio (en seguida) a un

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indio que traía sus armas para que se lo guardase. Vuelto a su gente de guerra que consigo tenía, les hizo (aquel toqui) un parlamento y (después de haberse) informado con algunos indios, volvió al general Pedro de Valdivia, y le dijo 'apo' en alta voz, que quiere decir en lengua del Cuzco 'señor', 'yo entiendo que eres bueno, y de esto soy informado por... los indios que contigo han venido con cargas desde Atacama, (quienes me informaron) cómo los trataste muy bien a todos por donde has pasado. Por esto creo cumplirás lo que has prometido. Por tanto digo ya de parte del señor Aldequin, cuya es esta tierra donde tú tienes tu gente, que doy la paz y que él te vendrá a servir con todos sus indios dentro de cuatro días. Oído esto, le hizo venir el general Pedro de Valdivia a comer consigo, y el capitán de paz hizo venir otro capitán consigo, los cuales bajaron y comieron con él aquel día" (22).

Como se ve, la "plática" a los indios antes de entrar en su territorio no era

una mera fórmula y no consistía en pronunciar algunas frases que ningún indio entendía. En el ejemplo que nos presenta Vivar se reunió todo el ejército del valle frente al de don Pedro de Valdivia y se explicó por éste el objeto de su expedición. Hubo en seguida una discusión al respecto entre el jefe indígena y el español; deliberó aquél con otros indios; y finalmente se aceptaron formalmente las proposiciones de don Pedro. Cabe agregar que Aldequin cumplió lo pactado, conservando la paz, pero no Hualenica, quien resistió, siendo vencido por los españoles.

La resistencia de Michimalonco

Fundada finalmente la ciudad de Santiago, Valdivia tuvo un formidable

adversario en Michimalonco (Cabeza-Antorcha), cacique araucano que había desempeñado el cargo de curaca incaico de la parte superior del valle de Aconcagua, habiendo estado la inferior al mando de su hermano (o tío) Trangolonco (Cabeza Partida). El primero había sido educado en el Cuzco y había opuesto ya una tenaz resistencia a Almagro, cuando éste permaneció en 1536 durante siete meses en Quillota. Al regresar al Perú el adelantado, hizo cargos al gobernador incaico de Chile, el príncipe Quilicanta, quien fue obligado a abandonar Quillota, donde residía, para refugiarse en Colina (de coli, tierra colorada e ina, en la vecindad: topónimo mapuche), al norte de Santiago. El príncipe y los caciques araucanos del valle de Maipo se sometieron a don Pedro de Valdivia, pero Michimalonco puso sobre las armas el valle de Aconcagua y consiguió la adhesión de los promaucaes (enemigos sometidos, así llamados en mapuche por haber estado sujetos al dominio incaico), rama araucana (23) que ocupaba el territorio entre la Angostura de Paine y el río Maule.

Michimalonco, que se negó a aceptar el ofrecimiento de paz que le hiciera

Valdivia, fue atacado por éste en mayo de 1541 en Paidahuén (al norte de la ciudad de Los Andes), donde había transformado su parcialidad en una formidable fortaleza, la que fue conquistada. Para salvarse, el habiloso toqui le ofreció un riquísimo lavadero de oro: fue el de Marga-Marga. Para explotarlo, Valdivia se adjudicó el valle de Aconcagua como encomienda y empleó a sus indios para

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producir oro. En ese valle no fueron concedidas mercedes de tierras hasta fines del siglo XVI. Los placeres auríferos de Marga-Marga (situados en el curso superior del estero de Viña del Mar) permitieron al gobernador financiar la conquista del país (24).

El empleo de los indios en esas faenas fue la causa de un formidable

levantamiento, iniciado por Trangolonco y continuado por Michimalonco y los promaucaes. Michimalonco atacó e incendió Santiago con 10.000 guerreros mientras don Pedro de Valdivia atacaba a los indios del sur, pero los españoles resistieron y lograron imponerse. El levantamiento terminó finalmente en 1543 con la conquista de tres fuertes que Michimalonco mantenía en la cordillera andina del río Aconcagua. El toqui se vio obligado a huir a Cuyo, donde permaneció hasta 1549.

Entre tanto, Valdivia había consolidado totalmente su situación en la parte

central del país, y el propio Michimalonco se convenció de que una prolongación de la resistencia representaría un suicidio para su pueblo. Propuso a los demás caciques de la región central, pactar la convivencia con los españoles. Hubo oposición para hacerlo, pero la mayoría de los caciques se pronunció a favor de la proposición y autorizó a Michimalonco para negociar con el gobernador.

Vivar relata muy sucintamente estos hechos, pero Marino de Lovera informa

detalladamente al respecto. Concertada una audiencía en el palacio de don Pedro de Valdivia en Santiago (en el sitio que ocupa ahora el Correo Central , "Michimalonco juntó toda el oro que pudo haber, que serían más de 200 libras del muy fino, cantidad de ganado y otras cosas" y entró en la sala de audiencia., donde lo recibió el gobernador acompañado por "los más principales de los españoles... Hizo el acatamiento debido al capitán Valdivia y le ofreció su presente, suplicándole oyese sus razones, porque venía en nombre de toda la tierra y rogarle ...que la guerra... tuviese fin y los recibiese su señoría debajo de su amparo, que él y los demás prometían de serle leales sumisos y súbditos y servirles con toda obediencia. Estando ya en el fin de su plática, comenzó a alzar los ojos, mirando a todas partes... Estaba el general araucano en pie delante del capitán Valdivia, y el presente que trajo caído en el suelo, del cual mostró su señoría no hacer caso... y vuelto al general Michimalonco le respondió de esta manera:”

“’Mirad, hermanos míos, naturales de esta tierra: contento me ha dado, y

mucho, en ver que hayáis venido en conocimiento del error en que andábades, y vengáis en busca de nuestro remedio... Vuestras juntas y armas, y el haber dejado de sembrar, a nosotros poco daño nos ha hecho, y a vosotros mucho... Yo os quiero recibir a la paz... Y ahora que hay ocasión os quiero decir a qué hemos venido a vuestras tierras, aunque otras veces (ya) os lo tengo dicho. Ya sabéis y tenéis noticia que nosotros somos cristianos, y este es nuestro nombre porque ...adoramos a Jesucristo, hijo de Dios que se hizo hombre y murió en la cruz por nuestro remedio... Y para instruiros en el conocimiento de este universal criador y sacaros de las tinieblas de la ignorancia en que os tiene ciego el demonio... hemos

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tomado a pechos el pasar tantos trabajos... Y no penséis que venimos acá por vuestro oro, que nuestro emperador es tan gran señor y tiene tan gran tesoro que no cabría en toda esta plaza. Con todo esto, nos habéis de servir y dar de comer (conforme al régimen de encomiendas), y lo que más os pidiéramos de lo que hay en vuestras tierras, sin detrimento de vuestra salud y sustento ni disminución alguna: nos habéis de dar gente bastante que saque oro de nuestras minas, como lo sacábades para tributar al rey del Perú, y como lo sacábades antes y después que os rebelastes. Y asimismo habéis de venir en conocimiento de Dios nuestro Señor y tener su fe, como nosotros la tenemos. Si con estas condiciones que os he dicho, queréis ser nuestros amigos, desde aquí os recibo por tales debajo del amparo real como vasallos de nuestro rey".

"Con esto acabó su plática, habiendo mucho silencio en todos, a lo cual

respondió Michimalonco que en todas aquellas condiciones le querían servir y sujetársele... Y con esto se despidió del general y de los demás españoles, cuyo regocijo, aunque se disimuló en presencia de los indios, fue tal cual se puede presumir en gente que salía de tal abismo de trabajos" (25).

Lo convenido con Michimalonco en aquella ocasión no era una simple

rendición incondicional de parte de sus connacionales. El gobernador se comprometía, por su parte, a impedir que los indios sufrieran algún daño en su salud e intereses. Ellos siempre habían estado sujetos a prestar servicios, que constituían, en buenas cuentas, el pago del tributo que debían al Estado. Los incas los habían cobrado, haciéndolos trabajar gratuitamente a favor del Estado durante cuatro meses al año, de modo que su tributación equivalía al 33 por 100, tasa similar a la que obtienen actualmente las grandes potencias de la renta nacional. Los españoles se conformaban con servicios de menor duración. Lo que interesaba a Valdivia era que no sólo terminara la resistencia armada, sino que hubiera una cooperación para poder organizar la economía del país.

Debe destacarse a este respecto que el régimen español difería

sustancialmente del que aplicaban otras potencias, como Portugal, Holanda o Inglaterra: ellos establecían factorías, es decir, empresas económicas destinadas a obtener grandes utilidades mediante la explotación de los nativos. Las de Portugal pertenecían al propio rey, las de los holandeses y británicos a grandes sociedades coloniales.

Tal régimen no se conocía en los dominios castellanos. Los indios no eran

nativos, sino vasallos del rey, es decir, ocupaban una situación jurídica igual que los españoles. Desde un principio ambas naciones se unieron por vínculos matrimoniales: el propio don Francisco de Pizarro tuvo dos hijos con la ñusta (princesa) Inés Huaillas, hija del inca Huaina Cápac y hermana de Huáscar y de Atahualpa. Uno de ellos, doña Francisca, contrajo matrimonio con su tío Hernando Pizarro cuando éste estaba preso en el fuerte de La Mota (cerca de Medina del Campo).

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Desde este punto de vista, lo convenido con Michimalonco constituyó la hora de nacimiento del pueblo chileno, que resultó de la fusión del español con el araucano. En toda la parte boreal y central del país cesó por completo —y definitivamente— toda beligerancia y se facilitó esa fusión. Sólo al sur del Bio-Bio continuó hasta el siglo XIX la resistencia, y el proceso de amalgama vino a iniciarse después de incorporada la Araucanía a la nación en 1883. El genio de Michimalonco —educado en la escuela del imperio incaico— había reconocido la necesidad de la cooperación entre ambos pueblos pocos años después de la conquista.

Se trataba, por supuesto, en primer lugar, de cristianizar y europeizar a los

indígenas, tal como lo había señalado la Bula de Alejandro VI. El imperio que pretendía establecer Carlos V debía extenderse hasta los últimos confines de América. Los conquistadores —hombres renacentistas en muchos aspectos, pero por otra parte compenetrados al mismo tiempo de las ideas religiosas medievales— estaban absolutamente convencidos de que el cielo los favorecía por una intervención directa en los acontecimientos.

Vivar nos ofrece al respecto magníficos ejemplos. Así, cuando Michimalonco

atacó con 10.000 guerreros la ciudad de Santiago, fundada siete meses antes, el 11 de septiembre de 1541, sin doblegar la resistencia de 54 soldados y algunas centenas de yanaconas, se pudo constatar que al atardecer los indios comenzaron a retirarse repentinamente, siendo perseguidos de inmediato. "Prendiéronse muchos —nos informa el cronista— y, preguntádoles que por qué huían tan temerosos, respondían porque un Viraconcha viejo en un caballo blanco, vestido de plata, con una espada en la mano, los atemorizaba y que, por miedo de este cristiano, huyeron. Entendido (por) los españoles tan gran milagro, dieron muchas gracias a Nuestro Señor y al Bienaventurado Apóstol Señor Santiago, Patrón y Luz de España. En esta batalla murieron 800 indios, y los indios mataron dos españoles y 14 caballos", más un número indeterminado de yanaconas (26).

Valdivia, por su parte, escribió al emperador con fecha 15 de octubre de

1550 que el fuerte de La Concepción, terminado nueve días antes, fue atacado por más de 40.000 indios el 12 de marzo de aquel año, explicando el triunfo logrado sobre ellos de esta manera: "Según dicen los indios naturales, el día que vinieron sobre este nuestro fuerte..., cayó en medio de sus escuadrones un hombre viejo en un caballo blanco, y les dijo: "¡Huid todos, que os matarán estos cristianos", y que fue tanto el espanto que cobraron, que dieron a huir. Dijeron más: que tres días antes, pasando el río Bio-Bio para venir sobre nosotros, cayó un cometa entre ellos, un sábado a medio día, y desde este fuerte donde estábamos lo vieron muchos cristianos ir para allá con mayor resplandor que otros cometas, y que, caído, salió de él una señora muy hermosa, vestida también de blanco, y que le dijo: "¡Servid a los cristianos, y no vais contra ellos, porque son muy valientes y os matarán a todos!" (27).

Es inoficioso discutir estos relatos a más de cuatro siglos de los hechos, pero

cabe insistir en que ellos constituyeron al menos una verdad subjetiva absoluta

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para los españoles y que fue precisamente esa seguridad la que les dió el inmenso impulso necesario para realizar hechos que requirieron inaudita energía y valentía, como los dos indicados.

En la misma carta, el conquistador explica al emperador los fines que

persigue: "Lo que principalmente yo deseo es poblar cosa tan buena (como lo es el territorio chileno) por el servicio que se hace a Dios en la conversión de esta gente y a V. M. en el acrescentamiento de su real corona" (28).

Ya antes, en carta dirigida al monarca el 4 de septiembre de 1545, le expresó

que consideraba como su función la de ser "gobernador en su real nombre para gobernar sus vasallos con autoridad y capitán para los animar en la guerra, y ser el primero en los peligros, padre para los favorecer con lo que puedo y dolerme de sus trabajos, ayudándoselos a pasar como de hijos, y amigo en conversar con ellos; zumétrico en trazar y poblar; alarife en hacer acequias y repartir aguas; labrador y gañán en las sementeras; mayoral y rabadán en hacer criar ganados; y, en fin, poblador, criador, sustentador, conquistador y descubridor" (29).

Agrega: "Y si Dios es servido que yo haga este servicio a V. M. no será tarde;

y donde no, el que viniere después de mí, a lo menos halle en buena orden la tierra, porque mi interés no es comprar un palmo de ella en España, aunque tuviese un millón de ducados, sino servir a V. M. con ellos, y que me haga en esta tierra mercedes, para que de ellas, después de mis días, gocen mis herederos y quede memoria de mí" (30).

Era el gran enamorado de Chile: "Esta tierra —le explica al monarca— es tal,

que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo: dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento; tiene cuatro meses de invierno no más", en que llueve algo, siendo los días restantes de "tan lindos soles, que no hay para qué llegarse al fuego. El verano es tan templado y corren tan deleitosos aires, que todo el día se puede el hombre andar al sol. Es la más abundante en pastos y sementeras, y para darse todo género de ganado y plantas que se puede pintar, mucha y muy linda madera para hacer casas, infinidad de leña para servicio de ellas y minas riquísimas de oro, y toda la tierra está llena de ello, y dondequiera que quisieren sacarlo, allí hallarán en qué sembrar y con qué edificar, y agua, leña y yerba para sus ganados, que parece la crió Dios a posta para poderlo tener todo a la mano" (31).

Quien conozca la historia posterior del país, tendrá que reconocer que el

ejemplo que dio su conquistador se perpetuó realmente y que fue su espíritu, precisamente, el que se impuso también después de la separación de la Madre Patria, inspirando a los gobiernos republicanos hasta el día de hoy. De este modo se cumplió una de las grandes verdades expresadas por el genio de Goethe: "Todo en este mundo se realiza de acuerdo con la ley que determinó sus inicios".

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La hora de prueba

El desarrollo de la gobernación encomendada a don Pedro de Valdivia estuvo expuesta a las contingencias de los acontecimientos ocurridos en el Perú, pues desde allá le llegaban los refuerzos en hombres, los inmigrantes europeos, los pertrechos de guerra, los abastecimientos de origen europeo y, en fin, todo lo que era menester importar. La gobernación del Nuevo Extremo era una fundación del virreinato.

Pedro de Valdivia, como hombre renacentista, estaba caracterizado por su

afán de crecer hasta donde se lo permitiera la naturaleza. La Gasca le había fijado como límites el paralelo de 41 grados al sur, de 27 grados al norte y una anchura de 100 leguas geográficas (634 kms.), de modo que la gobernación se extendía desde Copiapó hasta la orilla norte del lago Llanquihue y comprendía toda la cordillera andina hasta su vertiente oriental, ahora de Argentina.

Cuando realizó su expedición a Chile, don Francisco Pizarro lo había

inducido a celebrar una sociedad con don Pedro Sancho de Hoz, conquistador del Perú, que había sido agraciado por el emperador con una gobernación que se extendía al sur del Estrecho de Magallanes a lo largo de 300 leguas llegando por lo tanto hasta la bahía Margarita, en la Antártida. El socio no cumplió lo pactado e intentó, adicionalmente, traicionar a don Pedro, tratando de apoderarse en San Pedro de Atacama de la jefatura de la expedición. Sin mayor despliegue de fuerza, don Pedro se impuso y perdonó al rival bajo la condición de cederle aquella concesión y de renunciar a la sociedad celebrada, para participar como soldado raso de la expedición. De este modo, en 1540 Chile ya era —al menos teóricamente— dueño de la ahora llamada por nosotros Tierra de O'Higgins y que los británicos llaman Tierra de Graham, debiendo llamarse con más propiedad Tierra de Sancho de Hoz, pues fue él su primer concesionario.

En todas sus cartas, don Pedro insiste al monarca en que le amplíe su

gobernación hasta el Mar del Norte (Atlántico) y el Estrecho de Magallanes. En la última, del 26 de octubre de 1552r le explica cómo desde 1550 se había acercado al Estrecho de Magallanes, fundando sucesivamente las ciudades de Concepción, La Imperial, Valdivia y Villarrica, agregando que "así iré conquistando y poblando hasta ponerme en la boca del Estrecho, y siendo V. M. servido y habiendo oportunidad de sitio donde se pueda fundar una fortaleza, se hará para que ningún adversario entre ni salga (al Mar del Sur) sin licencia de V. M.” (32). Informa que estaba despachando a don Francisco de Villagrán desde Villarrica al Mar del Norte, "porque los naturales que sirven a la dicha villa dicen estar hasta cien leguas de él", indicación exacta, pues el golfo de San Matías queda a esa distancia, de modo que Chile, con anchura de 100 leguas, limitaba en su parte austral con aquel océano (33). En su carta a Carlos V del 15 de octubre de 1550 le había manifestado que "tenemos noticia que la costa del Río de la Plata, desde 40 grados (o sea, al sur de Bahía Blanca) hasta la boca del Estrecho, es despoblada" (lo que correspondía a la realidad, pues sólo esporádicamente llegaban hasta la costa grupos nómadas de patagones). y que, en cambio, se sabía que las tierras

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al sur del Estrecho de Magallanes estaban densamente pobladas (34). Por otra parte, don Pedro había despachado al capitán Francisco de Riveros a Cuyo y a don Francisco de Aguirre a Tucumán, a fin de ocupar el territorio de su gobernación en toda su extensión.

Este programa expansionista se vio trabado por los acontecimientos del

Perú: el asesinato de don Francisco Pizarro por Diego Almagro el Mozo; la usurpación de la gobernación por éste; la guerra civil de Vaca de Castro y derrota de Almagro; la llegada del primer virrey don Blasco Núñez Vela con orden del rey de hacer cumplir estrictamente las leyes protectoras de los indígenas y la sublevación de los encomenderos contra el virrey, encabezados por Gonzalo Pizarro, quien logró vencerlo a las puertas de Quito y decapitarlo (35).

Todos estos hechos obstruyeron en todo sentido el cumplimiento del

programa que se había trazado don Pedro, pues no podía conseguir los refuerzos y pertrechos que necesitaba.

Una solución habría significado para él poder comunicarse directamente con

España por el Estrecho de Magallanes. En la última de las cartas que envió al emperador le destacaba la importancia de "que se navegue el Estrecho de Magallanes, por tres causas: la primera, porque toda esta tierra y Mar del Sur la tendrá V. M. en España y ninguno se atreverá a hacer cosa que no deba (como Almagro el Mozo y Gonzalo Pizarro); la segunda, porque tendrá muy a la mano toda la contratación de la especería (o sea, el comercio con el Lejano Oriente); y la tercera, porque se podrá descubrir y poblar esa otra parte del Estrecho, que según estoy informado, es tierra muy bien poblada" (36).

Pero tales proyecciones se adelantaban en mucho a las realidades de la

época. Consolidado el dominio español en la zona situada al norte del río Maule y

lograda una importante producción de oro en los lavaderos de Marga-Marga, estimó don Pedro de Valdivia poder conseguir en el Perú soldados, armamentos, caballos y "otras cosas que acá tenía necesidad", como informa Vivar (37). Para ese fin despachó al Callao desde La Serena el galeón de Juan Bautista Pastene (su lugarteniente en el mar), con el capitán Alonso de Monroy (su lugarteniente en tierra) y Antonio de Ulloa. El primero debía cargar el navío con las mercaderías compradas; el segundo, regresar por tierra con los soldados contratados y los caballos adquiridos; y el tercero había sido autorizado para regresar a España, y se había ofrecido para informar al emperador sobre el estado de la gobernación, llevándole despachos de Valdivia. Se estimó que en medio año los dos primeros estarían de regreso.

Habían transcurrido, sin embargo, más de dos años, sin que el gobernador

recibiera la menor información desde el Perú. Por fin, encontrándose a principio de noviembre de 1547 en Quillota (que era su propia encomienda), llegó apresuradamente un grupo de jinetes, entre quienes estaba Pastene. Había

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dejado su galeón a 30 leguas al norte, a fin de apresurar su llegada. En realidad, la premura se justificaba ampliamente. La expedición había

llegado en 24 días al Callao, encontrando al país convulsionado por el levantamiento de Gonzalo Pizarro. Monroy había fallecido a los pocos días. Ulloa era primo de Lorenzo de Aldana, teniente de Pizarro, y se adhirió a los revoltosos, desistiéndose de realizar el viaje a España. Abrió y se mofó de los despachos que le había entregado Valdivia. Aldana secuestró el galeón de Pastene y otro navío que este había adquirido en el Callao, como también todo el oro enviado por Valdivia al Perú para contratar soldados y hacer compras. De este modo, los dos buques y los recursos financieros fueron empleados para combatir al representante del rey. Ulloa participó en la campaña de Quito y luchó a favor de Pizarro en la batalla decisiva. Pizarro lo autorizó para levantar tropas y regresar a Chile, donde pensaba asesinar a Valdivia y apoderarse de la gobernación. En atención a todos estos hechos, Pastene había logrado conseguir otro navío, en que se embarcó, sin cargarlo, con rumbo a Chile, para dar cuenta a don Pedro de lo ocurrido.

A los pocos días llegó a Santiago el capitán Diego Maldonado, quien informó

haber marchado con las tropas de Ulloa hasta San Pedro de Atacama. Al llegar a ese poblado, Ulloa había recibido, de parte de Alonso de Mendoza, teniente de Pizarro en Charcas, la orden de regresar, pues había llegado a Panamá un nuevo virrey, La Gasca, a quien se había entregado la armada de Pizarro y quien se aprestaba para invadir el Perú. Maldonado y 22 soldados exigieron a Ulloa que les permitiera continuar la marcha a Chile, a lo que aquél accedió, pero quitándoles las armas y entregándoles los caballos menos útiles. Debido a ello, perdieron la vida en ataques de los indios de Copiapó 14 soldados, llegando sólo 9 a Santiago, todos heridos (38).

Don Pedro de Valdivia se encontraba ante una disyuntiva trágica. Por una

parte, le unían a los Pizarro sólidos lazos de amistad que perduraban más de un decenio. Don Francisco le había designado su maestre de campo; junto con don Hernando había realizado la campaña contra Almagro; había venido a Chile como lugarteniente de don Francisco; y a don Gonzalo le había conocido al libertarlo del cerco en que se encontraba en Charcas.

Al saber el asesinato de don Francisco Pizarro, había escrito a don Gonzalo

una carta con fecha 20 de agosto de 1545, en que le dice: "De la muerte del marqués, mi señor, no hay qué decir, sino que la sentí muy dentro del alma, y cada vez que me acuerdo, lloro con el corazón lágrimas de sangre y tengo una pena que mientras viviera durará, por no me poder haber hallado a la satisfacción de la venganza... Nos es gran consuelo saber que fue martirizado por servir a S. M., a manos de sus deservidores, y que la fama de sus hazañas, hechas en acrecentamiento de su real patrimonio y cesárea autoridad vive y vivirá en la memoria de los presentes y por venir, y (consuela) saber que su muerte fue tan bien vengada por el ilustre señor gobernador Vaca de Castro, cuando lo fue por Octaviano la de César... A S. M. escribo un capítulo en mi carta, suplicándole haga

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las mercedes a esos huerfanitos (los de don Francisco) para que se sustenten en su servicio como hijos de quien eran" (39).

Gonzalo Pizarro contestó esa carta con motivo del viaje de Ulloa al Perú,

pero Valdivia no recibió la respuesta (40). En todo caso, es de capital importancia para conocer los móviles de la rebelión de los encomenderos. Afirma en ella que el rey nombró virrey a Núñez Vela "contra lo que tenía capitulado con el marqués" y que gobernaba con gran desprecio de los encomenderos, a quienes llamaba "porqueros" y "arrieros", no admitiendo intervención alguna en su gobierno. Derogó las encomiendas, prohibió los tambos (mantenidos gratuitamente por los indios en beneficio de los españoles que viajaban) y anunció que cortaría la cabeza a Gonzalo y a todos los sediciosos. Como consecuencia, él, Gonzalo, se habría hecho procurador de los vecinos españoles, a fin de que fueran oídos. Como consecuencia de esta discusión resultó la guerra y perdió la cabeza el virrey.

Al regresar a Los Reyes, Pizarro supo que había llegado a Nombre de Dios

un nuevo virrey con dos oidores, quien "dice que tiene grandes Poderes y dicen que viene con buenas intenciones". Aldana fue enviado para entrevistarse con él.

Informa a Valdivia que despachará a Ulloa a Chile con socorros tan pronto lo

permita la coyuntura y que debido a la situación bélica "no quisieron que saliera de aquí el navío de Pastene, por ser buena pieza". Le dice que su hermano Hernando se encuentra detenido en España, recluido en la prisión de La Mota y que "no cree que saldrá" de ella, "porque ahora lo tienen más aprisionado que nunca, que ni ve el sol ni la luna, ni aún tiene quien le dé un jarro de agua".

Termina su carta, expresando a Valdivia que también Vaca de Castro fue

castigado por el rey (por haber abusado de sus poderes), "y este es el producto que el rey da a quien le sirve". "Ahora que yo tenía puesta esta tierra en sosiego" —decapitando al virrey Núñez Vela— "envía de su parte al de La Gasca, que, aunque dicen que es un santo, es el hombre más mañoso que había en toda España, y (el) más sabio". "Viene por Presidente (de la Real Audiencia) para poder enviarme a mí a España: quería el rey darme este pago. Mas yo, con todos los caballeros de este reino, le enviamos a decir que se vaya; si no, que haremos con él como con Blasco Núñez, y así se le envió decir" (41).

Como se ve, le confirma que se trataba de una rebeldía de los

encomenderos contra el rey. Al escribirle esta carta, Gonzalo Pizarro estaba sin duda convencido de que don Pedro de Valdivia se consideraba como uno de ellos y que se plegaría a su causa.

Era, sin embargo, un profundo error. Justamente, en esa hora de prueba

quedó de manifiesto hasta qué grado el conquistador de Chile estaba compenetrado de la idea imperial de Carlos V, de la que se consideraba simple realizador en los lejanos confines chilenos.

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Ya en su carta al emperador del 4 de septiembre hizo alusiones inequívocas a ella. "No deseo sino descubrir y poblar tierras a V. M. —le escribe—, y no por otro interés —junto con la honra y mercedes que será servido de me hacer por ello para dejar memoria y fama de mí, que la gané por la guerra como pobre soldado— (que), sirviendo a un tan esclarecido monarca, que exponiendo su sacratísima persona cada hora en batallas contra el común enemigo de la cristiandad y sus aliados, ha sustentado con su invictísimo brazo, y sustenta, la honra de ella y de nuestro Dios, quebrantándoles siempre las soberbias que tienen contra los que honran el nombre de Jesús" (42). En pocas, pero muy densas palabras expresa el contenido cabal de lo que pretendía Carlos V.

Tales expresiones no tenían, sin embargo, un sentido sólo abstracto y

general, sino que don Pedro comprendía también perfectamente la situación política y la oposición que encontraban aquellos propósitos, pues dice al monarca: "Escribióme el gobernador Vaca de Castro, entre otras muchas cosas (acerca de) los ejércitos que el rey de Francia había puesto contra V. M. por diversas partes y (sobre) la confederación (que pactó) con el turco... y que la provisión de V. M. fue tal que no sólo le fue forzado retirarse, pero perder ciertas plazas en su reino. De creer es que el temor de no perder el renombre de Cristianísimo (a no irle a la mano) no fuera parte para que dejara de llegar a ejecución su dañada voluntad. También me envió el pregón real de la guerra contra Francia, de que me holgué por estar avisado, aunque podemos vivir bien seguros en estas partes de franceses, porque mientras más vinieran, más se perderían" (43).

Producida más tarde la rebeldía de Gonzalo Pizarro, recuerda don Pedro de

Valdivia en su carta de 15 de octubre de 1550 que "después de haber servido a V. M., como era obligado, en Italia en el adquirir el estado de Milán y prisión del rey de Francia, en tiempo de Próspero Colona y del marqués de Pescara, vine a estas partes de Indias (el) año de 1535" (44).

Más adelante, refiriéndose al alzamiento de Gonzalo, le dice: "Parecióme tan

feo y abominable esto, que tapé los oídos y no amé oírlo, y me temblaron las carnes que un tan soez hombrecillo y poco vasallo hubiese, no dicho, pero imaginado, cuanto más intentado, tan abominable traición contra el poder de un tan católico monarca, rey y señor natural suyo".

Por pensar así, "me determiné a la hora (de inmediato) de ir al Perú, por

tener confianza en Dios y en la ventura de V. M., que con sola la fe de la fidelidad y obligación que tengo a su cesáreo y real servicio, había de ser instrumento para le abajar (a Pizarro) de aquella presuntuosa frenesí, causada de (alguna) enfermedad y falta de juicio y superba luciferina" (45). "Y esta manera de servir a V. M. me mostraron mis padres y deprendí yo de los generales de V. M., a quien he seguido en la profesión que he hecho de la guerra" (46).

Ahora bien, un viaje realizado al Perú en ese momento, en que sabía que

Pizarro estaba preparando un ejército para resistir a La Gasca y estaba por ver si este nuevo mandatario, de profesión sacerdote, es decir, aparentemente inexperto

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en la administración y conducción de la guerra, estaba en condiciones de imponerse a los veteranos de la conquista del imperio incaico: un viaje en esas condiciones podía prestarse a interpretaciones equívocas.

Don Pedro estaba, sin embargo, resuelto a excluir toda duda acerca de su

determinación. Por tal motivo, llamó al escribano mayor de la gobernación, Juan de Cárdenas, y le pidió —conviene citar sus palabras textuales en la carta ya indicada, al emperador— "me diese por fe y testimonio para que pareciese en todo tiempo ante V. M. y señores de su Real Consejo, Cancillería y Audiencias de España e Indias, o ante cualquier caballero que viniese con su real comisión a las provincias del Perú, como dejaba en estas provincias de la Nueva Extremadura el mejor recado que podía para que la sustentasen en servicio de V. M. (dejando a don Francisco de Villagrán como su teniente) y me hacía a la vela en el navío llamado Santiago para ir al Perú a servir a V. M. y al tal caballero (de La Gasca) contra Gonzalo Pizarro y los que le seguían y estaban rebelados de su cesáreo servicio y contra todas las personas que lo tal presumiesen e intentasen, y hacerles a todos, en general y particular, con las armas en la mano la guerra a fuego y sangre, hasta que depusiesen las suyas y viniesen por fuerza o de grado a la obediencia, sujeción y vasallaje de V. M. y fuesen justificados (ajusticiados) todos conforme a sus deméritos con la verga de justicia. Y pedí a las personas que iban en mi compañía y a otros diez o doce caballeros e hijosdalgo vecinos de la ciudad de Santiago que allí estaban para se despedir de mí (en Valparaíso) y volverse a sus casas, que me fuesen testigos, y que así lo declaraba, para que se supiese en todo tiempo que yo era servidor y leal súbdito y vasallo de V. M. sin cautela sino a las derechas" (47).

Este reto público —que tiene sabor medieval inconfundible— fue conocido

por todos los españoles de Chile, y Vivar lo confirma así (48), como también otras fuentes contemporáneas.

Para ser útil al virrey, estimó indispensable llevar consigo a "diez hijosdalgo",

que estaban constituidos por algunos de sus mejores capitanes de la guerra araucana: Jerónimo de Alderete, Juan Jufré, Diego García de Cáceres (su mayordomo), Diego Oro, Antonio Beltrán, Alvar Martínez, Vicencio del Monte, Juan de Cárdenas y otros. Ellos iban a constituir la plana mayor para contratar en Los Reyes un pequeño ejército, a cuya cabeza pensaba presentarse ante el virrey. Para ello necesitaba, por supuesto, recursos de dinero. Todos los fondos disponibles y llevados al Perú por Pastene, Monroy y Ulloa, habían sido empleados por los rebeldes. Disponía de sólo 60.000 pesos. Invitó a los comerciantes de Santiago que deseaban abandonar el país, para que lo hicieran «n el mismo navío, y 10 ó 12 aceptaron el ofrecimiento, embarcando otros 40.000 pesos. Don Pedro los dejó, sin embargo, en tierra y confiscó esa suma, dando orden a Villagrán de pagarla con el futuro producto de los placeres auríferos de Marga-Marga. Obtuvo en el Perú a crédito otros 86.500 pesos, de modo que gastó en el servicio del rey en el Perú la suma total de 186.500 pesos (según su carta al emperador del 15 de octubre de 1550) (49).

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Al llegar a Los Reyes, el virrey La Gasca ya estaba en marcha contra Gonzalo Pizarro, cuyo cuartel general se encontraba en el Cuzco. Valdivia formó su ejército particular en Los Reyes y le siguió. "Como el Presidente me vio —escribe al emperador en la carta que se acaba de citar— dijo (en) público que estimaba más mi persona que a los mejores 800 hombres de guerra que le pudieran venir (en) aquella hora... Luego me dio la autoridad toda que traía de parte de V. M. para en los casos tocantes a la guerra, y me encargó todo el ejército, y le puso bajo mi mano, pidiendo a todos aquellos caballeros, capitanes y gente de guerra... me obedeciesen... y a mí me dijo que me encargaba la honra de V. M. Yo me humillé y le besé la mano en su cesáreo nombre y le respondí que yo tomaba su cesárea y real autoridad sobre mi persona y la emplearía en servicio de V. M. y en defensa de su fielísimo ejército con toda la diligencia, producencia y experiencia" de que disponía. "Y así el ejército todo se holgó y regocijó mucho conmigo y yo con él" (50).

No es del caso entrar en este lugar en los detalles de la campaña, descrita

por el propio Valdivia (51) y por Jerónimo de Vivar (52) con lujo de pormenores. Todos estaban conscientes de que no era fácil vencer a Gonzalo Pizarro, que acababa de aniquilar y decapitar a Núñez Vela. Los encomenderos rebeldes se mantenían en la sierra, y era preciso subir a ella por senderos trabajosos y cruzando ríos cuyos puentes habían sido destruidos. Además, Pizarro había designado maestre de campo a Francisco de Carvajal, considerado como el mejor capitán del Perú. Este oficial había luchado en Italia —como ya se señaló— en la misma compañía que Valdivia (53).

A pesar de todo, Valdivia prometió al virrey que el aniquilamiento de los

rebeldes no costaría al ejército real más de 30 muertos. Muchos interpretaron tal promesa como jactancia, pero don Pedro operó aplicando en grado máximo la táctica y estrategia que había aprendido en el decenio de las guerras italianas. Dirigió personalmente las operaciones de 460 arcabuceros de que disponía y encomendó a don Jerónimo de Alderete (su capitán predilecto en Chile) el comando de la artillería.

Logró un movimiento envolvente, que puso a Carvajal en tai aprieto que éste

—ignorando en absoluto que Valdivia se encontraba en el Perú y creyéndolo en Chile— exclamó lleno de rabia: "¡O en el campo del rey anda Valdivia, o el diablo!", según informa Marino de Lovera (54).

Finalmente, bastó que Alderete disparara algunos tiros con su artillería para

que se produjera el desbande completo de los encomenderos: el ejército real sufrió la pérdida de un solo muerto. Fue ésta, sin duda, una de las victorias más decisivas que se lograron con el menor número de bajas.

"Concluido este negocio y presos los principales —así termina Valdivia la

descripción de la batalla— fui al Presidente (La Gasca), y en presencia del mariscal Alvaro de Alvarado, del general Pedro de Hinojosa y de tres obispos y de todos los capitanes y caballeros del ejército díjele estas palabras: 'Señor y

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señores, yo soy fuera de la promesa de mi fe y palabra que daba cada día a V. S. y mercedes, y de la que ayer di al mariscal, que rompería a los enemigos sin perder 30 hombres". A esto (me) respondió el Presidente: '¡Ah, señor gobernador, que S. M. os debe mucho!', porque hasta entonces no me había nombrado sino capitán" (55).

Los jefes rebeldes fueron condenados a muerte y otros recibieron diversos

castigos. Se restableció el orden en el virreinato, iniciándose un régimen administrativo basado en las órdenes reales, empeñadas en hacer justicia a todos, tanto a los encomenderos como a los indígenas e impidiendo que éstos fueran explotados por aquéllos.

Curiosamente, los historiadores europeos estiman que Carlos V renunció a la

corona y se retiró a Yuste por haber fracasado en su intento de restituir la unidad de la Europa cristiana.

Sin duda, el surgimiento del nacionalismo (al menos dinástico) en diversos

estados se opuso a aquella idea unitaria, y la historia de Europa se transformó en una lucha de estados nacionales que se combatían constantemente, sin preocuparse de la unidad religiosa.

Dentro del imperio español, en el que no se ponía el sol, la idea imperial de

Carlos V encontró, en cambio, una realización plena. La conquista de América se llevó a cabo mediante asientos con

conquistadores que la realizaron por su propia cuenta. La corona les exigía, sin embargo, que lo hicieran dentro del marco fijado en las Leyes de Indias y cumpliendo la voluntad real.

Don Pedro de Valdivia es uno de los conquistadores y gobernadores que

comprendieron así su función; posiblemente, fue el más destacado de todos. La idea imperial de Carlos V se había transformado en él en el agente esencial que lo inspiraba.

Ni Cortés en México ni don Francisco Pizarro en el Perú encarnaron aquella

idea con igual pureza. Aquél fue reemplazado ya en 1534 por el primer virrey, don Antonio de Mendoza. En el Perú, los encomenderos lograron una preponderancia muy peligrosa para realizar los propósitos reales, ya antes que se sublevaran con Gonzalo Pizarro. Fue La Gasca quien inició, una vez lograda por don Pedro de Valdivia la victoria de Jaquijahuana, un gobierno ordenado.

Es interesante que la mentalidad del conquistador de Chile se transmitiera a

toda su hueste. El testimonio más valioso al respecto —que podríamos calificar como el Monumento al Soldado Desconocido de la conquista— es la Crónica de Vivar, quien describe esa comunidad lograda con estas palabras:

"Era un tiempo bueno, un tiempo sano y un tiempo libre y amigable: digo,

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bueno sin codicia, sano sin malicia y libre de avaricia. Todos (éramos) hermanos, todos compañeros, todos (estábamos) contentos con lo que sucedía y con lo que se hacía. Llamábale yo a este tiempo, tiempo dorado".

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Notas (1) Estas obras están citadas al final, en la Bibliografía. (2) Un análisis y juicio crítico detallado de la obra de Vivar se encuentra en

los N°18-21 de la revista «Mapocho», Santiago, siendo el autor el de este ensayo. (3) Obra citada, p. 3. También Góngora (obra citada, p. 39) indica Castuera

como lugar de nacimiento; Marino de Lovera señala Campanario (obra cit., p. 158), pero ese era el lugar de que provenía su madre.

(4) En su obra sobre Extremadura, Muñoz de San Pedro describe detalladamente el paisaje y la cultura y proporciona en la p. 424 una fotografía del solar hereditario de la familia Valdivia, en que nació el conquistador de Chile.

(5) Obra citada, p. 5. (6) Obra citada, p. 91. (7) Obras citadas, p.3. Como se verá más adelante, el propio Valdivia

confirma, en parte, estas informaciones, pero Vivar señala mayor acopio de detalles.

(8) Rassow, obra citada, p. 17. (9) Menéndez Pidal, obra citada, p. 14 y ss. Altamira, obra citada, p. 121 y ss. (10) Citado por Menéndez Pidal, Obra citada, p. 15. (11) Citado por Menéndez Pidal, Obra citada, p. 17. (12) Véase la obra de Menéndez Pidal, pp. 19-21 y 24-32. (13) Véase al respecto la obra citada de Menéndez Pidal, pp. 32-35. (14) El ilustre filósofo ha desarrollado estas ideas en su conocida obra

«España Invertebrada». (15) Vivar, obra citada p. 4. El mismo cronista informa en la p. 164 que en

Santa Marta él habló con uno de los compañeros del famoso César que «salió de la fortaleza de Gaboto con 11 compañeros y vino atravesando toda esta tierra en busca del Mar del Sur», lo que fue uno de los orígenes de la leyenda de la Ciudad Encantada de los Césares. Esta conversación puede haber ocurrido, sin embargo, también cuando estaba de regresó a España (lo que no indica).

(16) Obra citada, p.4 (17) Vivar, obra citada, p.5 y ss. (18) Obra citada, p. 7. (19) Vivar dedica a la descripción de la marcha de la expedición las pp. 13 a

38 de su «Crónica». (20) Vivar, obra citada, p. 19 y P. (21) Basado en lo observado en otras partes de las Indias, Vivar afirma que

en ellas «cada 20 o 30 leguas difieren los lenguajes unos de otros». Al llegar al valle de Huasco, a 80 leguas al sur del de Copiapó, agrega que la lengua de sus indios «difiere de la de Copiapó como (la de) vizcaínos y navarros». (Obra citada, pp. 21 y 29). Más al Sur, al referirse al valle de Coquimbo dice que en el se hablaba una «lengua por si» (p. 37). Afortunadamente, señala numerosos topónimos y patronímicos, de los que se desprende con absoluta seguridad que desde Copiapó hasta Taitao se hablaba una sola lengua, la mapuche, con diferencias dialécticas sorprendentemente pequeñas. Así lo dejó establecido también más tarde, en 1606, al padre Luis de Valdivia al publicar en Lima la primera gramática y vocabulario de «la lengua que corre en todo el reino de

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Chile». (22) Vivar, obra citada, pp. 21-23. (23) Los términos de mapuche y araucano se usan hoy día como sinónimo,

por la amplia aplicación que Alonso de Ercilla dio al segundo. A la llegada de los españoles se refería solamente a los contornos de Arauco, paraje sobre la bahía homónima. El topónimo no ha sido por Ercilla, sino que ya aparece en la carta de Valdivia al emperador, del 15 de octubre de 1550 (véase la obra citada, p. 146).

(24) El autor de este ensayo publicará próximamente una obra sobre el particular bajo el titulo de «Michimalonco, Pedro de Valdivia y el nacimiento del pueblo chileno».

(25) Marino de Lovera, obra citada, pp. 70-74. (26) Obra citada, p. 56. (27) Valdivia, obra citada, p. 150 (28) Obra citada, p. 151. (29) Obra citada, p. 33. (30) Obra citada, p. 34. (31) Obra citada, p. 36. La descripción se refiere, naturalmente, a la parte

central del país (entre los ríos Choapa y Maule), que era la dominada por los españoles en aquel año.

(32) Obra citada, pp. 178 y 179. Como se ve, la idea de fortificar el Estrecho de Magallanes para cerrar la entrada al Mar del Sur no tiene como autor a Sarmiento de Gamboa, sino a Valdivia. Ella se basaba en la suposición —errónea— de que al sur del Estrecho de Magallanes se extendía hasta el polo austral una Tierra Austral Ignota. Este error sólo fue aclarado en 1616 cuando Schouten y Le Maire descubrieron el Cabo de Hornos y la existencia de un Mar Austral al sur de él. De acuerdo con la prioridad en la denominación debería llamársele así en vez de Estrecho de Drake, pues este pirata inglés ni lo descubrió ni estuvo jamás allá. En la p. 153 sostiene Valdivia que los mapas de la parte austral del continente confeccionados en España son erróneos, atribuyendo una anchura mayor que la real y que enviará a la corona un nuevo mapa rectificado por Pastene.

(33) Carta del 26 de octubre de 1552. Véase la obra citada, p. 177. (34) Obra citada, p. 153 y 181. (35) En su carta de octubre de 1550 precisa don Pedro la influencia

retardataria sobre la ocupación y población de Chile en estos términos: «Yo certifico a V. M. que, a no haber sucedido las cosas en el Perú después que Vaca de Castro vino a él..., con el oro que he gastado (allá para defender los intereses del rey y el que perdió en manos de emisarios que lo traicionaron, como luego se verá) me persuado hubiera descubierto conquistado y poblado hasta el Estrecho de Magallanes y Mar del Norte, aunque las 200 leguas o poco más (que comprendía la gobernación en el sentido longitudinal) es de tanta gente, que hay más que yerbas. Y tuviera 2000 hombres más en la tierra para lo poder haber efectuado». Obra citada, p. 152.

(36) Obra citada, p. 181. La experiencia demostró más tarde que el Estrecho de Magallanes no ofrece condiciones favorables para la navegación a la vela en el sentido de oriente a occidente, pues reinan casi siempre vientos contrarios; aún en el sentido inverso la navegación a la vela es sumamente peligrosa. La cita

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corresponde a la p. 181 de la obra citada. (37) Vivar, obra citada, p. 95. (38) Valdivia relata extensamente estos acontecimientos al emperador en su

carta del 15 de octubre de 1550. Véase la obra citada, p. 119-25. Vivar da una información similar, en algunos puntos aún más detallada. Véase su «Crónica», pp. 100-03.

(39) El rey ordenó enviar a España a doña Francisca Pizarro, hija del gobernador, que contrajo después matrimonio con su tío, don Hernando, cuando éste se encontraba preso en La Mota.

(40) Una copia (o el original), que cayó en manos de sus adversarios fue entregada por éstos al virrey La Gasca, para probar las relaciones de Valdivia con el jefe del alzamiento de los encomenderos. Aquel mandatario investigó esos vínculos, llegando a la conclusión de haberse comportado correctamente don Pedro. La cita se encuentra en la obra citada' p.12 y s.

(41) La carta se encuentra en la Colección de Historiadores de Chile tomo II, pp. 226-38, Santiago 1862.

(42) Obra citada, p. 33. (43) Obra citada, p. 29. (44) Obra citada, p. 111. (45) Obra citiada, p. 125. (46) Obra citada, p. 152. (47) Obra citada, p. 128-29. (48) Vivar no cita la escritura, sino lo que declaró Valdivia, que pone aún más

énfasis en el objetivo de su viaje: «Yo digo y declaro que parto de esta tierra por el servicio de S. M... Voy con determinación de ir a buscar (a) un caballero que dicen está en Panamá y que viene de parte de S. M., para le seguir en su real nombre. Hallándole o no, haré toda la gente que pudiere e iré al Perú y procuraré desbaratar a Gonzalo Pizarro y matarle y restituir aquella tierra en servicio de S. M. Para dar a entender a todos en general cuan leal vasallo soy a la corona real de España, quiero con las obras demostrarlo, por lo cual me declaro y lo digo, para que lo entienda Gonzalo Pizarro de mi, que él y cualquiera que no estuviese bajo la obediencia de S. M. y del menor de sus ministros que S. M. enviase para la sustentación de aquellas provincias, lo mataré y destruiré». Crónica, p. 105. Esta cita comprueba que el reto de Valdivia llegó al conocimiento de todos los vecinos de la Nueva Extremadura.

(49) Estas cifras las indica el propio Valdivia, obra citada, pp. 129 y 152 Vivar confirma los datos, pero precisa la información, diciendo que del dinero llevado al Perú sólo 40.000 pesos eran de Valdivia. Crónica, p. 104.

(50) Obra citada, pp. 150-51. (51) Obra citada, pp. 127-43. (52) Vivar describe la estada de Valdivia en el Perú con más detalles y

informaciones que el propio Valdivia, describiendo episodios que habían quedado ignorados. Crónica, pp. 104-27.

(53) Crónica, p. 91. (54) Crónica, p. 96. (55) Obra citada, p. 137.

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Bibliografía

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