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    MARA CONDENANZA

    Naci en Dolores (Uruguay) el 23 de juliode 1949.

    Vivi, luch muri en Montevideo. Fueestudiante avanzada de Medicina; militante

    juvenil en el liceo, la Asociacin de Estudiantesde Medicina y la Unin de las JuventudesComunistas, donde la llamaban Mahuer.Estuvo cinco anos presa en distintas crcelespolticas de la dictadura.

    Fue dirigente sindical en el comercio y entre losfuncionarios judiciales. Militante comunista desiempre, integr el Comit Central del PCU pordos periodos hasta 1992, cuando se retir araz de su divisin.

    Escribi artculos periodsticos; La espera(que en 1991 present a Casa de las Amricasen la categora Testimonios); y El naufragio (obra de teatro publicada en el 2000 yrepresentada por Teatro para Todos con direccin de Mary Vzquez).

    Estudio Letras en Facultad de Humanidades. Muri el 16 de agosto del 2001 a los 52aos de edad.

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    AGRADECIMIENTOS

    A Gustavo Lorenzo, Henry Segura.

    Al Departamento de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo.

    RECONOCIMIENTO

    La Habana, 7 de febrero de 1991.

    Para Mara Condenanza

    Querida Mara:

    Finalizada la labor de este jurado queremos hacerte llegar nuestras felicitaciones por tuconmovedor libro.

    Como t sabrs, el reglamento del Premio obliga a premiar un solo libro y, en este ao (por la

    especial situacin que atraviesa Cuba) no es posible sealar menciones especiales.

    Ello nos ha impedido destacar como se merece tu obra...

    Recibe nuestro carioso y admirador saludo.

    Tus amigos Orlando Contreras, MaraSeoane, Nela Martnez y EleuterioFernndez.

    Jurado del Premio Casa de las Amricaspara el Gnero Testimonio.

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    PRESENTACIN

    Memoria para armar es una iniciativa del Taller de Gnero y Memoria ex-presas polticasuruguayas con el fin de trabajar en la reconstruccin de la memoria de nuestro pasado reciente.En este marco lanzamos, en noviembre de 2000, la Convocatoria de testimonios escritos demujeres que vivieron la dictadura uruguaya. Esta convocatoria cristaliz en un libro,Memoria para armar - uno, que rene una seleccin de 51 testimonios publicado ennoviembre de 2001.

    Conocamos el material de Mara a travs de una publicacin solidaria que circulaba entre lascompaeras y que haba deambulado por algunas editoriales sin xito. Su trabajo encajabaperfectamente en nuestra bsqueda y le pedimos que nos permitiera leer un trozo delmismo en el lanzamiento de la Convocatoria.

    Quien haya estado en la Sala Zitarrosa aquella noche recordar sin duda el estremecedorrelato que Mara escribi sobre la tortura. La recuerdo de pie, al lado del pasillo, delgadita yplida, sonriendo. Guardo en mi pecho aquel abrazo lleno de vida y mi intil deseo deprotegerla del pasado y del futuro.

    Mara, militante de la vida y de la memoria nos deja su testimonio. Con el mismo amor conque ella lo comparti con nosotras queremos compartirlo con ustedes.

    Taller de Gnero y Memoria ex-presas polticas

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    PRLOGO

    Puedo verla de muchas maneras, siempre con su cara sonriente y su empuje y no lograrnunca pensar del todo a esta persona clida y vital, llena de propuestas e iniciativas, de la quesiempre se pueden descubrir nuevas facetas. (Como si alguien supiese, en realidad, algo demi! deca Len Felipe).

    Su amor por los otros la llev de los estudios de medicina al trabajo en el Juzgado deMenores, donde cobijaba con cario maternal a los nios marginados. Pero porque a losdesheredados no alcanza con amarlos la militancia poltica en la Juventud Comunista y lasindical en Fueci y Judiciales, dieron un cauce a sus inquietudes sociales en las que sinembargo, no se agotaba su ansiedad de futuro. Escribir, aprender a escribir, para dar forma a

    ideas y sentimientos de justicia y belleza, eso quera.Nombro a Mara Condenanza, la entraable Mahuer, ante todo madre de Luca; esposa deFernando y hermana de sus hermanas queridas; hija de Antonio al que vel con custodiamilitar y de Maruja, que tuvo la dicha de festejarle la libertad el mismo da en que losuruguayos dijimos no a los militares; amiga de sus muchos amigos, enemiga de los opresores,compaera.

    De su empe literario tenemos solo dos obras: El naufragio, obra de teatro llevada a escena porel grupo Teatro Para Todos en 2000 y La espera relato testimonial de su vida carcelaria, editadoen el 2000 por la Universidad de North Dakota EEUU.

    Esta nueva edicin de La espera es la primera que accede al ancho pblico, ofrenda deamor de su compaero e hija, Fernando y Luca Olivari, que Memoria para armar acogeen su seno con emocin.

    Una produccin tan limitada e incipiente nos muestra sin embargo una escritora encrecimiento con cosas que decir, nica condicin para escribir segn Rulfo.

    Mara escribi .este libro en 1986; lo imagin ensimismada, casi en secreto y solo se lo dio aconocer a su compaero ya terminado y despus a los dems. La recreacin de la intimidad

    profunda exige ese recogimiento en uno mismo que recuerda, salvando las distancias, a PrimoLevi aislndose de su familia para revivir el campo de concentracin, como socavndose, diceLizcano. Mara se inici en un oficio que amaba, aos despus de la experiencia de la crcel, lo

    que nos dice de la mujer de proyectos que era, de mirar lejos. El tema de su trabajo sinembargo habla de la compulsin de la memoria, que la llev a recrear historias propias y deotras luchadoras contra la dictadura, con tanta vivacidad y frescura.

    He reledo este libro con la intencin de analizarlo distanciadamente, pero su poder evocadorrompi las barreras y ante mis ojos, casi como una pelcula, se present mi propio pasado de

    prisionera en Punta Rieles; no mi historia personal, sino la que compart con las compaeras,amigas del alma, la humillacin del sometimiento y tambin la alegra y hasta la picarda dela resistencia: veo a Mahuer con su uniforme de presa, las mejillas pintarrajeadas y una granmoa de papel en la cabeza, para bailar el pericn disfrazada de china.

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    Hay formas y formas del recuerdo. Se puede recordar sin revivir como si uno contara cosasajenas, vindose desde afuera tal vez para no sufrir o introducirse en la piel de la experienciay experimentar de nuevo el vejamen, la solidaridad, la rebelda.

    Al desplegar la tela de nuestros das en el Penal de Punta Rieles, con hermosa veracidad,

    Mara convoca sensaciones, sentimientos, pensamientos imborrables que integran la vida dequienes estuvimos all.

    Cuenta en primera persona hechos personales, deforma tal, que trasciende lo individual y nospermite reencontrarnos en lo escrito. Extraordinario texto para visualizar en detalle laoperativa diaria del sistema represivo en Punta Reles, no hace oratoria, muestra hechos.

    Mara no dice que en Punta Rieles se hacan trabajos forzados pero, cmo llamarle si no altrabajo que describe prolijamente de la construccin de caminos, apisonando tierra conmquinas pesadsimas y viejas y con carretillas cargadas hasta el tope de piedras; cmo altrabajo en cocina, lidiando con tachos enormes desproporcionados a las fuerzas de las mujeres,resbalando en la mugre; qu del trabajo de quinta, con azadas inservibles y hostigadas

    continuamente. Las mujeres resistieron el trabajo a desgano, una forma de concebir lamilitancia. Lo hermoso del relato es que no dramatiza, describe, presenta, impone.

    En su artculo La crcel una experiencia feminista? Ivonne Trias se preguntaba como fuela convivencia entre mujeres y sealaba la solidaridad y afectividad muy fuertes. Mara afirmalo mismo sin declararlo al describir muchas situaciones, por ejemplo, cuando cuenta el deliriode Ana sentido en carne propia por el grupo que la rodea o al reflexionar sobre un traslado ymostrar los sentimientos de las compaeras a las que separaban.

    El libro se llama La espera, porque el tiempo del preso es esperar. Cada etapa en laprisin empieza y termina en una espera; espera que siempre depende de ajenos, deenemigos, solo la libertad la cancela.

    En treinta y tres apartados de poca extensin y nueve cartas intercaladas elabora la ancdota,testimonio propio y episodios de otras vidas que se anudan en el personaje Luda, su alter ego.Las cartas, tpica forma de la comunicacin ntima, privilegiada adems por la costumbre de sufamilia de relacionarse por escrito, dan la voz del amor, el afuera de la prisin y el fracasosentimental que en tantos casos impuso la falta de libertad.

    Para m son imgenes memorables, entre tantas, la gaseada en el encierro del Fusna, unacompaera moribunda, la tropa enmascarada, una tortura, la punzante nostalgia de un cantoen el atardecer. Todava hoy veo, con los ojos de aquellos tiempos, el globo rojo de luz querecorre el cielo una noche de fin de ao, esperanza y augurio, como ella lo describe.

    Mara surge entera desde sus pginas: la alegra de vivir, a pesar de todo, tan suya, laconfianza, la firmeza, el compaerismo, el amor por la msica, la sensibilidad que se eleva sobrelo cotidiano, en la expresin literaria por momentos conmovedora.

    Este libro es un trozo de vida, de esa vida tan particular de la prisin, en donde la aventuracotidiana juega una pulseada continua con reglas caprichosas y cambiantes y mantiene unesfuerzo sin pausas para salvar en el interior de cada una los valores por los que se haluchado.

    martha valentini

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    Esta es una historia real de mujeres,tal cual la viv.

    Quiero dedicrsela a todas lasmujeres de mi pas que hicieron algo

    por derrotar la dictadura del 73.Algunas dieron su vida. Muchas lededicaron sostenidos esfuerzos ysacrificios de varias naturalezas, porlargos aos.

    Pero tambin quiero brindar estehumilde homenaje a todas aquellasque, sin ataduras partidarias,venciendo ese terrible aguijn delmiedo, tal vez a escondidas de lossuyos, entregaron un peridicoclandestino o abrieron una vez,aunque haya sido una sola vez, las

    puertas de sus casas a unperseguido. Solo por amor a la gentey a la libertad.

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    Cuando levantaron la capucha, me ceg la luz del medioda.

    Sobre mi falda han puesto una bandeja con una milanesa y un huevo frito arriba. Hace

    dos das que estamos sentadas en el mismo sitio, con la capucha puesta, noche y da.Solo se permiten tres visitas rigurosas al bao: al despertar, al medioda, antes dedormir. Siempre a la misma hora. Solo se puede caminar alrededor del colchn.Exactamente cinco pasos. Cinco de ida y cinco de vuelta. Lo dems es espaciodesconocido, seguramente grande y vaco a juzgar por el eco de las voces. Tal vez un patiointerior. En algn extremo estn los dos colchones y como atadas nosotras, Carmen y yo,siempre vendadas. En el otro extremo estn ellos. La guardia tiene siempre una mujer yvarios hombres. De da silenciosos, en la noche dicen obscenidades y se ren. Ayer seacerc uno de ellos, muy cerca, lentamente. Poda sentirle el aliento. Probaba la eficienciade nuestras capuchas que cubren totalmente cabeza y cuello, con refuerzo acolchonadosobre los ojos. Un guardia del cuartel de donde venamos nos haba contado que era un

    invento de un oficial joven. Un da apareci y lo vimos, pavonendose e inspeccionando losresultados de su obra. En medio de todo es divertido ver la sombra del guardia acercarse eimaginar mi aspecto de verdugo de la Inquisicin mientras simulo y me quedo tiesa, comosi durmiera, como si estuviera muerta y es gozoso comprobar que lo burlo.

    Luego empiezan las amenazas. No directamente. Hablan entre ellos, murmurando lo que nosvan a hacer, en voz baja, como s lo planificaran. Tal vez siguen probndonos o se divierten asu manera. Hago un esfuerzo para dormirme. Pase lo que pase, lo mejor es estar biendescansada y dormir mientras se pueda.

    Y ese da la milanesa y el huevo frito. Pens en la sopa y los tallarines fros del ao anterior. Almenos sobre estos no puede haber sospecha de que lo hayan orinado antes de servir. Cmo

    estaran los compaeros que dejamos. No poder contarles de este magnfico huevo frito,dorado y calentito, el primer festn en ms de un ao de crcel con que los Fusileros Navalesnos reciben. Tener que devorarlo sin comentario.

    Carmen me tose, est disfrutando del suyo.

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    Finalmente nos renen con las dems presas, unas veinte mujeres.

    Nos retiran las capuchas. Las sustituyen por unas vendas de uso obligatorio cada vez que se

    traspasa las rejas del celdario. Estn hechas por las presas con telas que ellas mismassuministran. Nos dan un nmero, como a las dems, que sustituir totalmente al nombre.

    El Fusna es una unidad militar de la marina, enclavada en un estratgico extremo del puerto deMontevideo. Ahora tambin es nuestra crcel.

    El celdario tiene forma de U: hay una celda-dormitorio, llena de cuchetas a la cual solo se va adormir y una celda-comedor, donde transcurre el resto de nuestras horas. En el medio est elbao, el nico lugar sin reja delante.

    La celda de estar es grande, tiene vidrios esmerilados y de color que dan mucha luz cuando elsol le da de lleno. Su lujo, con uso reglado por el permiso de la guardia, es la ventana abierta,una gran ventana de cara al mar, que puede desbordarse de luminosidad.

    Ver el mar desde aqu es maravilloso. Mar de verano, sosegado, superficie iridiscente; o marinquieto y marrn del invierno; o mar de tormenta, desasosegado, violento, tumultuoso, confuga de gaviotas; mar fuente de vida, .u cesible solo a los ojos pero que evoca lo que estms all: la playa, la gente, la calle. La libertad. Los barcos van y vienen por la abertura que lesdejan las escolleras, salpicadas a veces de pescadores solitarios. Tanto los vemos en sudeslizamiento lento que ya reconocemos cada tipo: los barcos petroleros, los de carga, loscientficos. A veces hasta su tripulacin desfila a distancia, annima e indiferente, bajonuestros ojos curiosos.

    El Vapor de la Carrera, viajando diariamente desde Montevideo a Buenos Aires, es partedel paisaje habitual de la baha. Le llamamos "la torta" y nos da la hora, a falta de relojes. A las

    nueve, suspendido en medio de la noche y con todas sus luces encendidas partelnguidamente y distante ya parece realmente una torta de cumpleaos.

    Descubrimos las banderas, reconociendo la vastedad del mundo que sigue su curso y nosevoca sus matices y toda la gama de signos que hay en cada diseo, temblorosas de viento y talvez, vaya a saberse, qu tiempos y qu historias. Como la nuestra. En ese mar que va y viene, queno separa sino que une a los pueblos, somos un punto perdido de Amrica, aislado, silenciado,nosotros que siempre hemos estado con los brazos extendidos y las puertas abiertas. Pero lasangre fluye vigorosa en nosotras y nos trae, a oleadas, ansias, recuerdos, certezas,esperanzas y destino aceptado como un precio, puesto a prueba cada da. Algn da ms queotro.

    Pareca reinar la tranquilidad en esas celdas del Fusna, luego del vendaval de losinterrogatorios, de los cuales venamos todas. Pareca. En realidad eran tiempos deacechanza, vigilantes, alertas. Visitas semanales, horas de manualidades, intercambio de libros,festejos de cumpleaos, las rutinas que se repiten como ritos, las cartas que van y vienen,compartidas con una fraternidad indita, la individualidad reducida a su mnimaexpresin. Todo parece ser de todas. Las cartas solo trasmiten noticias familiares. Las demsestn expresamente prohibidas, bajo amenaza de suspensin de visita, de correspondencia, bajoamenaza.

    Hay hasta cierto acostumbramiento a esta vida. Es natural dado que algunas de mis compaerasllevan aos en esto. La perspectiva es incierta para todas. Algunas ignoran hasta los delitos

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    que penan y nada hace sospechar que sus siniestros jueces se tomarn el trabajo de buscarlosen sus siniestros cdigos.

    Comparo este espacio con las celdas tristes y subterrneas que dejamos y hasta lindo meparece. Al menos hay luz, luz de da. Pienso en los compaeros que dejamos en Prefectura,

    en este mismo puerto, agobiados de oscuridad, de humedad, de silencio, viviendo como ratasatrapadas, todos hombres, algunos muy jvenes, otros viejos y enfermos, da y nocherespirando bajo la tierra.

    Anoche sentimos, como para no olvidarlo, el odio del enemigo. No s qu hora sera. Nosdespert la estridencia de una bocina que son y son sin parar. Pareca que el mundo dabaun giro violento. Los guardias corran hacia nuestras rejas gritando: al suelo! al suelo!pnganse las vendas! que nadie se mueva!

    Se oye una sucesin de rejas que se abren y cierran con estrpito, el ruido metlico de las armasque se entrechocan. No se puede hablar, no sabemos qu pasa, no podemos preguntar nimirar. Solo quietas y en silencio.

    Afuera del edificio hay gran conmocin tambin, se oyen camiones que arrancan, corridas,voces de mando, gritos, aqu cerca, ms all. Cuntos hombres habr afuera. Se oyenmuchos.

    Abren nuestras celdas y entran. Caminan casi corriendo entre nuestros cuerpos tirados en elpiso con desorden, boca abajo, las manos cruzadas sobre la nuca. Medio dormidas yensordecidas por la bocina estridente, aguda, que no ha dejado un instante de sonar, nadie semueve, se siente el fro de las baldosas bajo la tela de los piyamas.

    Lo peor es que no dicen nada, solo se oyen gritos desde afuera y algn murmullo cercanuest ro. Imposible descifrarlo. Hay un grupo que se ubica en la pared del fondo. Estn portodas partes alrededor de nosotras. De pronto se siente el ruido de los seguros que se sueltan

    en coro metlico. Algunos estn tan cerca que, de tener ojos en la nuca, podramos ver elnegro vientre del cao mirndonos fijo. Es un minuto largo, largusimo, que bien puede ser laantesala de la muerte. Todos los ruidos sugieren que lo sea, al menos desde las inermesrigideces de nuestros cuerpos, amontonados entre la reja abierta y la fila de soldados que nosapuntan desde todos lados con exquisita precisin. Pero el minuto pasa. Vuelven a colocar losseguros y tan rpidos como entraron corren por los claros del piso y salen cerrando la reja.

    La bocina se calla. Todo se silencia de golpe sin una voz que lo ordene. Los pasos de la guardiase acercan a la reja con el ritmo lento de siempre. Aunque todava no ha llegado la orden delevantarnos y continuar, el zafarrancho est concluido. De aqu en ms ser rutina.

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    Si hubiera que establecer el da del cambio, sin duda fue aquella maana.

    Muchas veces nos haban hecho cumplir la misma ceremonia. Debamos formar en la lnea

    blanca trazada en el piso de la celda-comedor que la cruzaba de lado a lado, como unafrontera interior. Posicin de firmes, mirada al frente, o sea a la pared, manos a la espalda.Puestas as, la reja se abra y una comitiva de algunos o muchos galones, presidida por elcomandante Mrquez entraba e inspeccionaba. Las mesas, las cuchetas, las manualidadesy las presas pasaban bajo sus atentas miradas. Sin pronunciar palabra y uno tras otro,marcaban un trayecto envolvente en torno nuestro y salan. A veces nos llegaba algnmurmullo ininteligible, dicho al salir. Muchos permanecan a nuestras espaldas sin quepudiramos verlos. Eran oficiales. Al igual que la guardia masculina permanente que vigilabadesde el otro lado de la reja, se cubran el rostro con caretas de tela camuflada y la cabeza conla gorra militar. Solo la guardia femenina llevaba la cara descubierta y eran nuestro enlace conla unidad, trayendo rdenes y llevando peticiones. A los hombres -oficiales o clases- no les

    veamos las caras. Solo los ojos. Los diferencibamos por las voces, que reconocamos adistancia.

    Por eso aquel da nos llam la atencin aquel oficial que,repitiendo la ceremonia paso apaso, borde nuestra formacin en la lnea blanca, y se ubic entre la pared y nosotras,encarndonos. No llevaba mscara ni gorra. Casi sonriendo dijo suavemente:

    -Buen da.

    Maana tras maana volvi a repetirlo. Nos haca formar. Se paraba siempre en el mismo sitio,mostrndonos su cara, nos daba el buen da en el mismo tono y se iba, sin hacer ni decir msnada.

    Le pusimos Aureliano Buenda, nombre desacertado al que la costumbre impidi corregir comodeba haberse hecho hasta por un mnimo rigor histrico. Qu lejos estaba del buen Aurelianoy qu cerca de todo lo que nos pasara ms adelante cuando supimos que en realidad erael capitn Ricardo Dupont.

    A los pocos das nos trajeron una lista con las cosas que podamos conservar de todo lo quetenamos: un juego de sbanas, dos mantas, un pantaln, un buzo, un par de zapatos, dos

    juegos de ropa interior, una taza, un plato, un juego de cubiertos. Todo lo dems debadevolverse. El escueto mensaje resuma el carcter de nuestra vida en el futuro. No haba librosni material de manualidades ni mate. No haba ponchos ni gorras ni guantes. No habagalletitas ni chocolate ni ningn otro comestible.

    Preguntamos, protestamos, llamamos mil veces sin respuesta, todo fue intil. Lassacrosantas resoluciones militares no se discuten, se obedecen. A quin se le ocurrecuestionarlas, ni siquiera sobre la cuenta bsica del sentido comn.

    No se poda hacer manualidades: quedaba claro. Era la actividad que ocupaba la mayor partede nuestro tiempo, la que le daba al da su sentido, la que lo diferenciaba uno de otro. Lo demsera rutina: levantarse a la misma hora, acostarse a la misma hora, ir y venir de una celda a otra.

    Pero adems eran expresin de sentimientos: lo que se hace para regalar, para sustituir loshechos y actos de amor a la familia, a los que veamos y a los que no veamos. Eran formas de

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    conversar, de abrazarse, de esperarse, objetos desde los cuales compartir la esperanza, eldolor, la inquietud, el esfuerzo.

    Tampoco se poda leer ni estudiar. Por cierto que los libros eran seleccionados pero an la peoreleccin poda dejar lugar al estudio y a las horas llenas de historias y al goce de las buenas

    palabras. Era demasiado tiempo disponible para tantas cosas buenas. Por suerte la situacindur solo algunos meses.

    -La 5, la 42 y la 33. Con sus colchones salgan!

    La lnea de presas en la raya blanca se estremece. La guardia habl desde la reja. Salir?Adonde? Por qu tres?

    Una mano aprieta la ma antes de salir de fila y me dirijo a la cucheta. Al lado de la guardiaest Aureliano, mirndonos. Su rostro no dice nada.

    La salida de la celda sin destino conocido siempre es cosa mala. Puede ser la vuelta alprincipio, la mquina y el interrogatorio. Fantasma de cada da, no hay razn ni lgica en su

    desencadenamiento. Siempre puede haber razones y ninguna es realmente valedera. La causaest en el pasado o en lo que est pasando ahora vaya a saber en qu sala de interrogatorio.Una casualidad, una debilidad extrema, un hilo de informacin que desemboca en lugaresimpensados, o en nombres impensados o previsin o castigo o alerta. Telaraa siniestra, enparte perceptible y en parte transparente pero desconocida y rampante siempre.

    Yo salgo primero y me llevan vendada por el corredor. Camino apenas unos pasos y me hacenentrar en una celda. La puerta se cierra, oigo el cerrojo. Espero un momento y luego subo unpoco la venda para tantear lo que pasa. No pasa nada. Estoy sola en la celda, mi colchn yyo. Empiezan a transcurrir las horas. Esas horas de espera se convierten siempre en unaexploracin de la geografa circundante: las paredes con sus puntos, sus excoriaciones, susmanchas, huellas de dedos, de pies, de suciedades de todo tipo, grafismos extraos, que

    sugieren nombres, fechas, palabras sueltas, historias, tal vez gritos ahogados. En la noche me traen la cena, me llevan al bao. Ni una palabra, ni una explicacin. Yotampoco la pido. S que no puedo alterar nada de lo que est ya determinado y solo deboesperar para averiguarlo.

    Aqu la lucha no es hacia fuera sino dentro nuestro. El enemigo nos apunta desde nuestravacilacin, desde el miedo. Ah damos el combate y ganamos o perdemos. Lo de afuera sersolo un eco de lo que nos pase.

    A la maana siguiente se abre la celda y entra Aureliano.

    -Buen da.

    -Buen da.

    -Cmo est?

    -Bien.

    -Y en el celdario, cmo est?

    -Bien.

    -Qu hace durante el da?

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    mara condenanza 13 LA ESPERA

    -Leo. Hago manualidades.

    -Qu manualidades hace?

    -De cuero, de telas, tejo, de todo. Trabajo en el telar. De todo.

    -Y las dems hacen lo mismo?

    -S. Algunas hacen una cosa y otras otra, depende.

    -Por ejemplo, cose a mquina?

    -S, a veces.

    -Y cmo se arreglan con una sola mquina? Cmo eligen a la que cose primero?

    -Y bueno, no todo el mundo cose. La usa quien la necesita.

    -Cmo se lleva usted con sus compaeras?

    -Bien.

    -Explqueme cmo es un da en el celdario.

    -Un da... bueno, nos levantamos y formamos para bandera. Luego desayunamoscuando viene la leche. Despus hacemos las manualidades hasta que llega elmedioda. Almorzamos. De tarde lo mismo, trabajamos o leemos. Tomamos mate oel t hasta la hora de bandera. Luego la cena y ya nos tenemos que acostar denuevo.

    -Por qu cay presa?

    -...por ser de la juventud comunista.

    -Bueno y cunteme, cmo hacen para repartir los libros? Si todas quieren leerlo mismo cmo se las arreglan?

    -Hacemos una lista y seguimos el orden. Cuando alguien quiere leer un libro seanota y cuando le llega el turno, lo lee.

    -Muy bien. Hasta maana.

    Se pone de pie, me mira y golpea la puerta para que le abran la celda. Para qu me habrsacado? Las preguntas son muy idiotas. Es lo mismo que nos ven hacer todos los das. El

    guardia mira da y noche, sabe de memoria todo lo que me pregunt. El mismo puede verlo sise pone su careta y va a mirarnos. Tal vez lo haga. Por qu pregunt por las dems?

    Para qu me sac? Me llevarn a otro lado? Me trasladarn? Qu se propone saber?Quiere hacerse el simptico. No oigo nada desde aqu. Qu habr sido de las otras?Estarn preguntndoles por m? Qu pasar? Voy a recordar poemas para que el tiempo pasems rpido. O mejor tangos, letras de tangos, as me concentro en la letra. No, mejor pienso.Qu puede pasar? Qu me harn?, Cundo lo harn? Lo horrible es esperar. Para qume habrn sacado?

    Entra de nuevo al da siguiente y a la maana. Casi sonriente.

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    mara condenanza 14 LA ESPERA

    -Buen da.

    -Buen da.

    De pronto me mira fijamente.

    -Qu le pasa?-Nada.

    -Algo le pas, usted est distinta hoy.

    -No me pas nada,

    -A ver, cunteme de nuevo como pasa su da en el celdario.

    -Ayer ya se lo dije. Adems lo puede ver usted mismo desde la reja.

    -Pero lo que pasa ah adentro no s, qu problemas tienen, cmo se llevan.

    -No tenemos problemas. Fuera de los obvios, por supuesto.

    -Cules son los obvios?

    -Bueno, estamos presas.

    Se re.

    -Cmo se lleva con las tupas?

    -...bien.

    -Vamos a hablar de las manualidades que usted hace. Los materiales son suyos o

    los comparte con sus compaeras?

    Al otro da me devuelven al cedario. Y al rato llevan a las dems. Abrazos, alivios, preguntas,cuentos minuciosos. El mundo de las conjeturas. Los interrogatorios son parecidos, con losmatices propios de la historia de cada una. La militancia anterior, el procesamiento, algunosnombres rescatados del pasado y del dolor de los interrogatorios pero nopreguntados sino hacindolos sobrevolar sobre las palabras, como una mosca que rompeel silencio de la siesta entrando y saliendo por la misma ventana abierta. Ah est. Puedevolver a entrar o pasar el resto de la tarde volando sobre nuestra cabeza con su zumbidopertinaz. O nada, perderse, no volver ms.

    Mucho y nada. Sin duda, algo raro como dicen que sucede con la tierra antes deestremecerse con los terremotos.

    La vida vuelve a su curso. Las compaeras estn preparando el cumpleaos deCristina. Ella en su rincn lee, al margen de la intensa actividad dedicada al regalo. Le vana hacer un juego de sobre y portalpices para las cartas de su compaero y una boina quele tejer Xenia, de esas que ha hecho para los peladitos. Para l, su peladito. Tempranosern los saludos, las bromas, las risas del desayuno por un da de fiesta. En la tarde sepondr sus mejores galas. Nos sentaremos alrededor de la mesa. Habr t y mate y una tortahecha con galletitas pisadas y crema de leche en polvo, decorada con chocolate ycaramelos. Despus de comer nos sentamos en crculo en el piso para presenciar la

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    mara condenanza 15 LA ESPERA

    evocacin de un da de clase. Es parte de los festejos. Cristina es maestra y Xenia, quetambin lo es, se disfrazar y har la representacin de su mejor repertorio de historias demaestras. Risueas, tiernas, con la ingenuidad de los nios campesinos y la frescurade su propia alma, clida y evocadora. Hay nios que, en mal disfraz y peorrepresentacin, hacen ms graciosas las escenas. Todo termina en aplausos, abrazos,

    risas.

    Al final llegan los regalos, de a uno, con palabras tibias cada uno.

    Es una manera tambin de traer al peladito con nosotras y hablar un poco de l y con l sevienen los dems. Hay un momento de intimidad profunda, como si todo lo exterior seesfumara y el recuerdo tiene la fuerza de la vida y all estamos todos, con lo que cada unopone cerca suyo. Los recibimos con ternura, son todos nuestros.

    El da cae lentamente. Llega la hora de los cuentos, de ratos largos, gozosos. Rueda de matecon fondo azul del cielo y estras prpuras de un atardecer. Xenia dice que las nubesrosadas sobre el horizonte anuncian buen tiempo. Nos golpean la reja.

    -Bandera. Vamos. Formen!

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    mara condenanza 16 LA ESPERA

    No haban pasado tres das cuando al terminar nuestro desayuno la guardia nos golpe lareja.

    -Formen. Vamos! Rpido!

    Un poco ms atrs, en la sombra del corredor, un grupo de uniformes se arracima. Solouno no lleva careta. Inmvil, silencioso, mirando persistentemente hacia nosotras. Es

    Aureliano.

    -La 56, la 45, y la 11. Vayan a buscar sus colchones y salgan!

    La reja se abre, solo se oye el ruido de los pasos lentos de las compaeras que salen de lafila. Estn lejos, no puedo verles la cara.

    El tiempo que pasa entre la salida de la fila y el cierre de la reja tras ellas es largusimo, en el

    medio un silencio ms largo an.La guardia sonre cuando dice

    -Pueden continuar.

    Todo se repite nuevamente. Y otra vez. Y otra vez. Dura semanas ya esta calesita absurda.Se llevan a dos o a tres, las tienen unos das. A veces las interrogan. A veces las dejan allnoms, consumindose por das, esperando en soledad, sin saber qu viene despus, aqu obedece esto, si en algn momento adquirir matices ms violentos.

    Las dems esperamos todos los das en el celdario. Todas creemos que seremos lasprximas. Nos preparamos. Planificamos nuestra ausencia. Un nuevo ingrediente se ha

    sumado a nuestra rutina y le ha cambiado el signo. La inquietud se hace-costumbre, elesperar a las compaeras que vuelven, el sacar conclusiones de los interrogatorios, elatisbar el vaco que hay ms all del celdario. Es tan silencioso, tan insondable, tanhermtico nuestro entorno que recuerda al mundo plano concebido por los antiguos. Traslos bordes del plano donde la humanidad vive y muere nada, el abismo, el espaciodesconocido.

    La nueva situacin ha hecho zozobrar nuestros hbitos. La turbacin es insoslayable siuno no sabe si va a estar con las dems, compartiendo una forzada normalidad o si sersometida al aislamiento o a las preguntas, stas u otras preguntas, sondeando vaya asaber qu cosas en nosotras, reabriendo siempre heridas ms o menos frescas, cicatrices

    retorcidas invisibles a los ojos. Y siempre la incertidumbre de saber qu hay ms all, el porqu de las cosas, qu buscan, a qu conducen, qu plan perverso estn cumpliendo.

    Porque de eso no hay duda, plan existe.

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    mara condenanza 17 LA ESPERA

    Querida Luca:

    Te escribo desde un boliche, en una maana hermosa,- con mucho sol, donde tu ausencia se

    hace mayor todava. Tu paquete est aqu, frente a m, ocupando tu lugar en la silla. Psimosucedneo. Te mando lo que pediste. No te preocupes tanto por los cumpleaos. Tus regalosson motivo de alegra y se los guardan con enorme cario pero me parece que te exigsabsurdamente. La familia est bien, te manda muchos besos, preguntan todas las semanas

    por ti. Tu ta Gloria me llama todos los das. Ya le expliqu veinte veces que con suerte te veocada quince, pero no lo entiende. Los chiquilines de al lado tambin me preguntan mucho porvos. Quieren ir a verte y el chiquito me dice todava no te dieron permiso para llevarme a lacasa de Luca? La ta Gloria repite solo dos tardes pasas con ella? Y me ro. Qu quers quehaga? Pero a veces la risa se me hace una mueca. Una hora en el mes. Es demasiado poco

    para sobrellevar los veintinueve das con veintitrs horas siguientes. Te amo. Nunca pens quete amara tanto.

    Manuel

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    mara condenanza 18 LA ESPERA

    A medida que avanza el verano, el aire del celdario se hace ms asfixiante. Hace mucho quelas ventanas no pueden abrirse. Pedimos y lo niegan. Por excepcin toman ellos lainiciativa. La guardia se asoma y nos da, fra y cortante, la orden de abrirlas pero lo hacencon tiempo limitado. Puede ser media hora o una hora. El aire del mar nos envuelve,revivimos como las plantas agotadas de calor, de aire encerrado y espeso de oloresrancios. Pero eso puede repetirse a la semana o a los diez das. Nunca hay un ritmo que ledeje lugar al acecho y por supuesto siempre va a contramano de todas las gestiones que entodos los tonos se hacen para abrirlas.

    Una maana entraron algunos soldados al bao con herramientas y se instalaron all contoda la apariencia de abordar un trabajo. Nuevo, impecablemente pulcro bajo nuestrahigiene obsesiva, tal vez aquel bao haba sido construido para nuestro uso, por ciertosindicios que recogieron las primeras huspedes. Nos ordenaron no salir del dormitoriomientras estuvieran ellos. Permanecieron horas golpeando, martillando, se oa ruido de

    pedazos de pared que caan y el polvo del derrumbe se escapaba hasta nosotras,alimentando la curiosidad y la conjetura. Qu haran? Nada bueno, eso se descontaba.Pero, qu haran donde no haba nada roto ni nada insuficiente? Al mediodainterrumpieron el trabajo. Se nos comunic que no podamos usar el bao. Apenas salieronhusmeamos por la puerta viendo que el cambio consista en la remocin de unabaera. La baera en realidad era un objeto decorativo, sin posibilidad de uso, vaya asaber por qu extrao arbitrio colocado all, casi una tomadura de pelo, a pesar de lo cualla mantenamos blanca y lustrosa, tal vez por su sintona con la normalidad. Pero el resultadofue que tuvimos que hacer turno para salir de la celda y usar el bao de la guardia. De auna y con venda, aquello se pareca a usar el bao del vecino por parte de una familianumerosa. Lo mismo se repiti en la tarde y en la noche.

    Al da siguiente ellos establecieron horarios mientras un soldado retomaba su laborlentamente en nuestro bao. Extraer la baera de su lecho de cemento llev muchos das yel bao ms all de las rejas empez a complicarse. Las visitas se volvieron compulsivas yhubo que encontrar el tiempo necesario para las duchas. Ya no se pudo lavar la ropa yhaba que pensar cmo hacer para llegar con la ropa disponible hasta el fin de semana yla llegada del paquete y la ropa limpia. As, da a da, cada vez ms limitadas. El control deltiempo de permanencia en el bao se hizo estricto y estricto el cumplimiento de las tres visitasa las horas establecidas: despus del desayuno, despus del almuerzo, despus de lacena. Intil pedir a otras horas. Mientras tanto el soldado sigui en lo suyo y un polvo fino yspero invadi todas las cosas, las camas, los tiles de la comida, el pelo mal lavado por el

    apuro, la ropa sin posibilidades de recambio.La obra avanz sin apuros durante semanas. Haba das en que se interrumpa y allpasbamos a mirar el destrozo de los escombros sobre el bao antes blanco e impoluto,sometido sin piedad a nuestras manas higinicas. Nos pareca un sueo volver a verlocuidado y limpio y poder estar all a gusto, sin apremios, sin golpes frenticos en la puerta,sin mirillas que se abren con sigilo durante la ducha mostrando detrs una sombra espesa yun ojo solo que mira en silencio, indescifrable, annimo, hipersexuado, violento.

    Pasaron varios das en que nadie trabajaba. La baera qued depositada en un lecho deescombros y el agujero dejado por ella a medio llenar. Nada indicaba qu rumbo tomara

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    mara condenanza 19 LA ESPERA

    aquello. En realidad todo pintaba como una gran farsa montada para someternos al rgimenaquel de los baos controlados y la arbitrariedad ejercida sobre los humores de nuestroscuerpos. Fuera de las horas dedicadas a la obra, el resto del bao era perfectamenteutilizable y ms an los das en que no haba obra. Es ms, lo que en realidad usbamosno haba sido tocado y se encontraba a sobrada distancia de los destrozos. Qu otra

    explicacin caba?

    Lo ms sorprendente fue el desenlace. No s cuanto tiempo estuvimos as, con nuestras vidasgirando en torno al bao, a pedir que nos dejaran y a arreglarnos para resolver todos lospequeos y grandes problemas que se fueron generando da a da, en una espiral deansiedad y malestar que tambin nos fue ganando. Una tarde de calor agobiante, losgolpes rutinarios se acompaaron de ruido a vidrios rotos, cayendo en estruendo y luegoen lluvia fina. Al suspender el trabajo para el almuerzo y pasar frente a la puerta del baodestrozado, un aire fresco, marino, llen nuestros pulmones y nos invadi el olor a siesta yesto. Pudimos apilarnos sobre el piso a disfrutar de aquel inesperado goce.

    Todas las ventanas superiores del bao, las que daban de cara al mar, haban quedado sinvidrio. Solo el esqueleto de hierro herrumbrado se recortaba sobre un maravilloso cielo azulintenso. Bastaba mirarlo y aspirar aquel olor para imaginar el da de verano que hacaafuera, con esa luz del da que tiene solo enero y que a esa hora es dorada yresplandeciente.

    Disfrutamos de aquel placer tan natural y tan esquivo. Al menos respirbamos bien. El airede las celdas era otro y estaban aquellos magnficos rectngulos de cielo, como muestrasde eterna naturaleza viva, cambiante, formidable excusa para la fantasa y el sueo.

    Claro que si un cambio en la crcel es bueno, por mnimo que sea, nunca tiene el riesgo de larutina. Aquellas ventanas por donde entraba vivificante el aire permanecieron as, para

    contrarrestar nuestro encierro, los meses de verano. Luego, un da cualquiera, se retiraron losescombros y recuperamos el uso del bao. Nuestra ducha estaba justo en el centro deaquella corriente de aire que entraba a raudales por los marcos de hierro. Y lleg el otoo yse fue el otoo. Empezaron los vientos y los fros del invierno.

    Los meses pasaron y pasaron. El recuerdo del verano ya no daba ni para la broma.Aquellos agujeros de hierro siguieron as por siempre y lo que fue placer del verano setransform en agresin del tiempo, del viento, de la lluvia, del fro, de las tempestadesespecialmente rescatadas para nosotras, introducidas en nuestro ambiente en toda suplenitud, con todo el ahnco con que estas cosas se piensan y se hacen.

    Ms adelante, muchos aos despus, sabramos que eran los das ms sombros del

    perodo. Aqu y tras ese mar deslumbrante bajaba en flecha el valor de la vida humana.Miles de presos, castigados, mutilados, torturados hasta la muerte y luego desaparecidosen tumbas sin nombre, en lechos mudos de ros sin ojos, en huecos oscuros de la tierra,condenados a la extincin sin huella, destinados a la vida sin vida y a la muerte sinmuerte, sentenciados a todas las escalas de la locura, al aislamiento fsico y la enfermedad,hostigados con ciencia, tcnica y conviccin.

    Hace muchas noches que dormimos sobresaltadas, esperando la requisa, que se repite dapor medio y a veces a diario. Hay una nueva orden que nos ha trastrocado el da. La guardiase detuvo un momento en la reja, observndonos antes de comunicarla. A partir de ahorasern ustedes las encargadas de darle a las dems la orden de formar. Cada vez que alguien

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    vea acercarse algn guardia a la reja, debe decir en voz alta formen! Y las dems debenubicarse con la venda en la lnea blanca de inmediato, estn haciendo lo que estn haciendo. Yasaben cmo es esto. Si el guardia llega a la reja y no estn formadas, habr sanciones.Entendieron? Continen.

    Las visitas se suceden ininterrumpidamente. Pueden ser solo fugaces momentos en que unguardia se acerca y casi sin darse tiempo a detenerse, desaparece. Puede volver enseguida,l u otro (cmo saberlo detrs de aquellas mscaras?), pero lo cierto es que vuelven yvuelven en un pasaje sin fin. Y cada vez pararnos, dejar nuestras cosas y permanecer de piehasta que llegue la orden de continuar. Somos marionetas de un teatro loco, haciendo unejercicio permanente. Tratamos de no mirar para no tener que ser la que d la orden pero esotambin nos da el nerviosismo de no verlos y que estn all parados, mirndonosamenazantes. Luego viene la guardia y repite la monserga con voz airada y es peor orla quegritar aquella orden, pero todas salimos cada vez ms lentas hacia la lnea blanca. Apenascubiertas por la escueta venda, esa mnima excusa para la huida, el cuerpo est tenso deesperar la sombra verdinegra perfilndose en el corredor, tenso de esperar el disparo de

    la orden, tenso de no querer escucharla y de orla crecer en nuestra garganta hasta seruna flecha atragantada, tenso de pararse y sentarse, tenso de los minutos de espera sobrela lnea blanca, tenso de adivinar los ojos tras la mscara.

    A lo largo del da salimos y volvimos a nuestro lugar decenas de veces y si sumamosminutos son horas y horas de plantn. Es imposible concentrarse en nada, ni siquiera en unaconversacin de esas melanclicas que rescatan la vida usurpada. Nada durademasiados m inutos y sobretodo nunca puede preverse su fin.

    Los das siguen sin que algo permita sospechar el final de aquello. Han sido muchos. Al finaldel da nos desplomamos en la cucheta, nico momento para salir del torbellino.

    Estuvimos as cerca de un mes. En los ltimos das de aquel mayo las visitas de la guardia seespaciaron y todo se fue norm alizando pero igua l la fatiga de tantos das acumuladosnos dejaba el sueo pesado e inquieto. Fue entonces cuando comenzaron a reiterarselas requisas nocturnas. Ya no preocupa el da sino el poder dormir una noche con todassus horas de evasin y estar al da siguiente con las energas completas. Cuando nos llegala orden, no cabe duda que le ha llegado el turno de actividad a la noche:

    -A partir de ahora, no tienen que dar ms la orden de formar. Continen.

    A la noche, en el mismo tono suave y cuando apenas haca una hora que dormamos,escuchamos la orden de levantarnos y formar. Se trataba entonces del sueo de a ratos ydel desorden total de nuestras cosas. Da lo mismo si la ropa se revuelca en el piso, si

    perdemos algo en el revuelo, si el azcar derramado de su frasco queda decorando untarro de cemento volcado, si ni siquiera podemos encontrar para retomar el sueo la sbanaque nos cubra momentos antes hasta descubrirla hecha un ovillo aplastada bajo un colchndistante. La bsqueda de nada. La fractura cotidiana de las cosas. Las vallas salteando elfluir de las horas. Solo dormir, dormir y dormir.

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    mara condenanza 21 LA ESPERA

    Una noche, previo al acostarnos, sobrevino un silencio ms profundo que el de siempre.Mala seal. Se suceden las revistas fugaces tras la reja con sus minutos deobservacin intensa. Son una alerta para nuestro olfato experto. Son los matices de laanormalidad.

    Es intil escuchar los ruidos: hay menos que nunca. Tampoco los movimientos son loshabituales, estn cargados de gestos de alerta, de vigilia, de nerviosismo tal vez. No hayduda. Algo preparan.

    Llega la orden de acostarnos. Se instala el largo silencio de la noche que apenasinterrumpe el susurro de Graciela desde la cucheta de arriba.

    -Hoy seguro que hay zafarrancho.

    No s cuntas horas dorm hasta que la estridencia de la sirena me sacudi como

    siempre. No solo la sirena. Tambin una violencia musitada en los movimientos de laguardia. Corren de un lado para otro. Se oyen muchos pasos afuera tambin, como sifueran cientos de personas las que se mueven alrededor del edificio. Al estruendo de losmotores de los camiones se agregan ruidos de motos, ladridos y muchos gritos poniendoritmo a todo ese movimiento, voces de mando. No distingo qu dicen pero se sucedenespasmdicamente y llegan con fuerza hasta las celdas, con las ventanas cerradas desdehace mucho tiempo.

    Abren las rejas con fuerza y con torpeza, mientras gritan sin cesar que nos levantemos,que formemos, rpido, rpido, rpido!, y el milico golpea las rejas con su arma frentica ylas milicas entran y se ubican a lo largo de la celda, estn todas, las que estn de guardia y

    las que se fueron hoy de tarde, casi gritndonos una a una, como si nos pasaran revistaarriba! vamos! rpido! a formar! a la lnea blanca! vamos, rpido! qu hace usted? nooye? es sorda?, el milico de afuera que grita que formen enseguida! qu hace?,aprelas, golpea la reja todo el tiempo y atrs suyo viene otro y otro. Todos corriendo, nosmiran y se alejan corriendo, la milica qu hace que no se levanta?, 45,17, vamos siemprelo mismo con usted? qu espera?, ya tendran que estar sobre la lnea, vamos, no se vista,no hay tiempo, as noms, tiene fro? paciencia!, y el milico de la reja, que grita ahoradesde la otra reja pero golpeando siempre, hace tanto ruido, con el estruendo que llegadesde afuera y la sirena penetrante golpeando siempre sonando sonando sin parar, por unminuto se apaga la luz y entonces queda todo igual solo que ms fuerte, parece msfuerte, gritando y golpeando la reja cada vez ms fuerte, dira que hay como diez milicos oms en el corredor pero van y vienen, no se paran en un lugar, vienen en silencio de gritospero se oyen los pasos fuerte fuerte, ya volvi la luz - qu suerte- y Cristina dice guardia yoestoy enferma no puedo levantarme, tengo fiebre y la milica le pregunta al de la reja quhace? se levanta?, la otra milica grita desde la punta se tienen que levantar todas! vamosrpido! el milico de la reja contesta pero no se oye ms que el final, ya en la lnea blanca,vamos boca abajo acustense rpido boca abajo no levanten la cabeza vamos rpidorpido las mlicas salen de la celda y vuelven a cerrar las rejas tras ellas siguen corriendocorriendo y gritando desde la calle no uno sino varios a la vez son como gritos de guerraentre muchos y desde el corredor llega como un tropel de soldados y recin entonces elmilico de la reja se aparta y deja de golpear con su arma en la reja y el tropel que llegaest llegando usted pngase la venda con la cabeza hacia la pared vamos rpido rpido y el

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    mara condenanza 22 LA ESPERA

    tropel llega con las botas haciendo un tremendo ruido contra el piso adentro ya nadie gritasolo corren y corren hasta llegar a la reja y de pronto se detienen y un minuto de silencio, unsilencio largusimo, como si el mundo se detuviera y ese ruido sobre el piso nadie correnadie grita solo suena otra otra vez luego dos ms sobre la reja que vibra apenas es elruido de una caja que cae al piso y se parte ruido seco breve y solo silencio afuera en la calle

    sigue el estruendo pero distante adentro nada se mueve hasta que llega la voz de Juliaclara altsima en medio del silencio me sube desde la garganta el aire se hace denso depronto irrespirable y ese olor a azufre qu pasa qu es esto me ahogo qu es esto Juliagrita es gas nos tiraron gas guardia abra las ventanas y Carmen llora ahora Marta tambiny empiezan a gritar y a llorar las oigo Julia dice es gas no puedo respirar guardia y Gracielatambin grita por favor la ventana no puedo respirar y la garganta se cierra y bajo la vendala piel arde como una quemadura y me dan ganas de vomitar y no se oye nada del otrolado de la reja y entonces solo Julia que se para y algunas lloran y gritan y Julia se para ycorre y nadie le dice nada y dice nos tiraron una bomba de gas asesinos y corre hacia laventana y ahora son muchas las que gritan asesinos y lloran y no s si puedo seguirrespirando y Julia corre hacia la ventana y va gritando del otro lado solo es silencio y me

    saco la venda y no hay nadie y sobre el corredor un polvo amarillo como si fuera arena perocolor azufre se esparce por todo el corredor y una nube densa de gas entra hacia lasceldas y las compaeras se levantan y gritan sin moverse como si estuvieran ciegas y Juliacorre hacia la ventana y grita sin parar asesinos y nadie le contesta y una niebla espesase corre por las celdas por el corredor y del otro lado de la reja ya no se ve nada solo elpolvo amarillo en los barrotes de abajo y la niebla y Julia corre hacia la ventana y la alcanzapor fin y la abre y todas corremos hacia la ventana tragando el aire a bocanadas y llorandodespacito ahora como los nios cuando terminan de llorar solo se oye el llanto despacitodespacito despus nada.

    Nos preguntbamos qu haba desencadenado aquello. Tal vez lo que pasaba afuera y no

    sabamos nada. O un gran experimento. O el odio noms que se soltaba como un caballodesbocado.

    No haba cambiado nuestra conducta. An no habamos aprendido lo suficiente para llegara una posicin que le diera otro contenido a nuestras penurias.

    Pero la situacin no cambi, ms bien se acentu. Del otro lado de la reja era notorio unnerviosismo exacerbado, una agresividad que desencadenaba pequeos conflictos a cadamomento.

    De pronto las requisas y los zafarranchos pararon, como por arte de magia. Ni siquiera seproducan de vez en cuando. Pensamos errneamente en un afloje. La respuesta lleg sin

    demora.Una tarde la guardia se acerc a la reja y pidi jabn y toalla. Era seal que tenan un presonuevo o varios presos nuevos, porque si se trataba del traslado de otra unidad como habasido el nuestro, vendran con su equipo de higiene. Era para alguien al que no lepermitan recibir paquete de su familia pero s le permitan lavarse. Era posible que fuese elfinal de su interrogatorio o tal ve/, un descanso para fortalecerlo y poder continuar latortura.

    Afinamos el odo intilmente. Eran expertos en silencios y secretos. No hubo el ms mnimoindicio que nos dijera, si era uno o varios, si era hombre o mujer.

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    mara condenanza 23 LA ESPERA

    Pasaron varios das y el pedido se reiteraba. A veces queran ropa interior, lo que hacapensar que el permiso era de baarse. Poda indicar la culminacin de una etapa. El baoabre un perodo en el que se deja de ser detenido -annimo- perdido, punto, nmero sinrostro, despojo, para adquirir la categora siguiente, la de preso, en el umbral delprocesamiento, casi con dotacin humana, que puede comer y tomar agua, puede dormir,

    puede baarse. Hay un cuerpo completo tras el nmero. Esta transformacin mgica seproduce cuando se pasa del territorio vedado e inescrutable de los S2 a otros ojos, otrosodos, otras voces. Tal vez a las fotos de los registros. Tal vez a un juez no menos avieso yamenazante. Tal vez a otros presos.

    Otra noche, cuando haca rato que dormamos, nos despert el sonido inconfundiblede los gritos de un torturado. Se oan muy cerca, sin duda a unos pocos metrosnuestros. La noche se prolong, eterna, entre silencios profundos y los aullidos de aquelhombre. El grito de dolor, largo, agnico, a veces llanto y a veces lamento largo, largo, largo,pobl la noche de nuevo, nos llen de sombras. All estbamos, impotentes ante el dolorcercano, sin poder hacer ni saber nada, ni siquiera movernos en nuestras camas calientes

    pero sabiendo que el dolor era nuestro. Un compaero nos devolva al abismo quellevamos dentro, como un torrente, como una sacudida.

    Durante el da regresaba de nuevo el silencio. Nuestra vida se haba convertido en un atisbarpermanente de lo que pasaba ms all de las rejas, sin la mnima posibilidad de sabernada, pero crispadas sobre el ms pequeo signo de vida.

    Cuntos compaeros haba ms all de la reja? Nuestra celda era el trayecto terminal detodo, una calle sin salida. Imposible saber qu quedaba unos metros antes, cuntos platosde comida, cuntos colchones tirados sobre el piso, cuntos vendados silenciosos y quietostendan en ellos su angustia, su espera o su desesperanza. Cmo ayudarlos. Cmo hacerlesllegar un aliento, una palabra. Cantando, no haba otra, cantando.

    El canto dur el tiempo en que la milica demor en llegar a la celda y all nos ordencallarnos. No se poda cantar, no se poda hablar ni rerse fuerte, ni decir nombres en vozalta. Un final sugerente.

    -A veces les viene bien a ustedes recordar. En cualquier momento podemosrefrescarles la memoria.

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    mara condenanza 24 LA ESPERA

    Querida Luca:

    Cmo ests? Ayer estuvimos de cumpleaos. Fui a la casa de tu hermana y estaba toda la

    familia. Por supuesto que al final el tema fuiste t. Primero me preguntaron por todo, cmoests, qu haces. Tus sobrinas te haban hecho dibujitos, que no s si pasarn. Van con estacarta. La ta Gloria te teji un buzo. Dice que eligi el color que te haga alegre la cara. Nosremos mucho con sus comentarios cuando le expliqu lo que se te iba a ver del buzo. Los tosCarlos y Susana me dieron plata para que te compre lo que necesitas. Los que ms me

    preguntaban son los chiquitos y me vi en letrillas para explicarles porque no creas que seconforman con cualquier cosa. Despus de cada respuesta viene otra pregunta y me miran fijo consus grandes ojos, que me hacen acordar tanto a los tuyos y no encuentro las palabrasadecuadas para decrselo sin deformar la verdad. Lo que ms les interesa es por qu ests ah.Enrique me lo pregunta cada tanto tiempo y me taladra con los ojos. A veces la contestacinlo satisface pero las ms se queda mirndome un rato largo y despus arremete de nuevo. Me

    parece que la respuesta est creciendo con l. Cuando me despide me aprieta fuerte y medice en el odo, bien bajito, dale muchos besos a la ta Luca. El polica te deja que le des misbesos? La ta Gloria se despide y cuando te manda su mensaje se pone a llorar. Mi amor, ya seacaba mi espacio. Sabes que estoy leyendo? Te vas a rer. Geografa. Pero el mundo cambiatanto, que si no me pongo al da, quedo a veces sin saber dnde pasa lo que pasa. Total: tiempolibre sobra. Un abrazo grande. Te amo.

    Manuel

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    mara condenanza 25 LA ESPERA

    Hemos inaugurado una nueva modalidad de visitas de nios. Ya estamos prontas parasalir de la celda, rumbo a nuestros nios, con nuestras mejores ropas y toda la alegrareservada para ellos, para sus juegos y sus conversaciones. Solo falta la venda que nosponemos rpidamente cuando la milica nos llama. Abre la reja y solas nos alineamos parabajar la rampa, recorrer el trayecto que nuestros pies conocen de memoria, en cadatramo aunque jams lo hayamos visto.

    Llegamos al galpn de la visita. Este s lo conocemos bien con los pies, los ojos y elcorazn. Hay solo enormes y grises muros. En un rincn, como suspendido, un guardia conametralladora en su mangrullo y tras la mscara que le esconde el rostro a nuestros ojosidentificadores, sus ojos vigilantes como los de una lechuza.

    -Sintense en el banco y no se saquen las vendas hasta que les d la orden.

    Un gran silencio. Los pies de Julia golpetean el piso suavemente. Al final se oye el ruidodel portn de hierro que destraba sus cerrojos y la voz de Cristina.

    -Guardia, podemos sacarnos la venda?

    Silencio. La puerta ya no tiene cerrojos y tras ella se oye el murmullo tumultuoso de losnios.

    -Guardia, van a entrar los nios, me puedo sacar la venda?

    -Silencio 24, porque la subo y se queda sin visita.

    -Pero, guardia, van a entrar los nios y estamos con venda.

    La puerta de hierro cruje al correr sobre sus rieles y sentimos entonces los rpidos ypequeos pasos de los nios. Ahora se han callado aunque algunos corren y detrsvienen las botas de las milicas trayendo despacio a los ms pequeos. El grupo se acercahasta nosotras y ninguno habla. La puerta de hierro se cierra con el mismo estruendo. Diegose acerca y se me sube a la falda trepando. Lo abrazo y le hablo como si no pasara nada.

    -Ahora s se pueden sacar la venda.

    Los nios nos miran, en silencio. Tienen algo de flor marchita en los ojos.

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    mara condenanza 26 LA ESPERA

    Quin pudiera pensar que pese a la calma que todas parecamos tener, la situacin increscendo, sin explicacin alguna que pudiera prever un desenlace, que la volva eterna enperspectiva, inmutable, no iba a horadar el nimo de cualquiera de las compaeras.

    El problema no son las que pelean ni gritan ni lloran de vez en cuando, desembarazndose departe de su carga. Los peligros son los ros subterrneos, corriendo sin desembocaduravisible por un cauce acrecido da a da, los rostros impasibles, las serenidades superficiales,que conviviendo con la inalterable marcha del plan del enemigo, son una bomba a punto deestallar.

    Al final de una de esas noches donde parecamos dormir como muriendo, comoatravesando otro ro por lo profundo, del que no se quiere salir porque afuera el aire asfixia,cuando el toque de diana termin de orse, la voz trmula de Silvia balbuce.

    -Miren a Valentina, est muerta!

    Se hizo un largo silencio y algunas corrieron hacia la reja, gritando.

    -Guardia, guardia!, est muerta!, por favor, est muerta!

    Cristina se puso a llorar y a mirar desde la cucheta de arriba donde un crculo cada vezms grande de compaeras rodeaba a Valentina, observndola entre dormidas yespantadas, mientras Silvia se trepaba a la cucheta ms prxima y la miraba, sin atreversea tocarla, rozando apenas el rostro palidsimo vuelto hacia un lado. Pareca ms exhaustaque muerta. Desde all grit:

    -Luca, ven a ver, tmale el pulso. A m me parece que respira.

    El crculo se abri y me trep tambin a la cucheta de al lado. Retir las sbanas hastadescubrir el cuerpo de Valentina. Los brazos se juntaban hacia un costado del cuerpo enmedio de una enorme mancha de sangre que empapaba las sbanas y el piyama.

    El brazo derecho, cruzado por diez o doce finos cortes, desde el codo hasta la mueca,revelaba un intento reiterado, prolongado. All la sangre se concentraba en lneasdesencontradas. Sobre la sbana, cerca de la palma abierta haba una hoja de afeitar, de lasque usbamos para cortar cuero.

    Apart el brazo que cruzaba el cuerpo y tena tambin sobre el pulgar un corte punteadode sangre seca. Le tom el pulso. Luego palp las cartidas y baj de la cucheta de un salto.

    -Basta! No griten ms. No est muerta.

    Corr hasta la reja.

    -Guardia! Rpido, un mdico, guardia!

    Ya nadie gritaba, solo Cristina lloraba con accesos fuertes, incontenibles.

    -Guardia, un mdico! Hay una compaera herida.

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    mara condenanza 27 LA ESPERA

    Las milicas llegaron todas juntas. Era la hora del cambio de guardia. Abrieron la reja yentraron bramando.

    -Vamos! Pasen todas a la otra celda. Todas, 24, dije! Pasen y formen all.

    De a una fuimos saliendo. Desde el otro lado omos la voz del enfermero que venaarrastrando algo y entraba al celdario. Nadie hablaba. Tratbamos de adivinar lo quepasaba por los ruidos que llegaban apagados, a veces alguna palabra. Sonidosmetlicos, ruedas arrastrndose por la celda y luego por el corredor. Una camilla, sin duda.Despus murmullos ininteligibles. La reja que se cierra y la milica que se acerca y dicedespacio. -Vstanse y arreglen la celda.

    Pasamos en tropel. La cucheta de Valentina estaba vaca, ni siquiera dejaron el colchn.Sus ropas seguan intactas en el cajn.

    Nos vestimos sin hablar, casi sin mirarnos. Aquello nos ha golpeado tan arteramente quetememos a las palabras. Una solemnidad triste nos gana los gestos y una ternura inusitada

    hacia las dems, que no se habla pero se siente, en una abrazo breve o en un gesto trivial.Solo Cristina rompe el fuego, ya sin llanto en la voz.

    -Qu hacemos?, preguntamos o esperamos?

    Nos juntamos en la mesa como todos los das y empezamos a darle vueltas a lo queharamos. No habra pasado una hora cuando la milica se acerca a la reja.

    -Vamos, rpido, formen en la lnea blanca.

    Cuando estuvimos ordenadas, sentimos el cerrojo y varias botas llegando hasta la reja,detenindose detrs nuestro. Mirando hacia la pared, no podamos ver quienes eran. Un

    par de ellos atraves nuestra lnea y se par delante con las manos en la espalda. Era elcomandante Jausolo. Apareca por primera vez y estaba sin mscara. Fue el segundorostro que conocimos all. A su lado y un paso atrs se ubic Aureliano.

    Nos mir en silencio, casi una por una a lo largo de la fila. No pude impedir mirar hacialos rostros de mis compaeras. Necesitaba hacerlo. Tendra yo tambin la miradaespesa y directa que pareca salir no solo de los ojos sino desde las sombras de losprpados, del rictus de las comisuras, de la frente alzada?

    -He venido aqu a decirles que su compaera est bien y no corre peligro. Tambininvitarlas a reflexionar sobre lo que pas. Ustedes saben bien lo que son y por questn aqu, as que no es momento de lamentos. Les advierto que no vamos a retirar

    ningn objeto que permita que esto vuelva a repetirse. Ustedes tienen cuchillos,tijeras y otras herramientas cortantes, nada de eso les ser retirado. Son grandes ysaben lo que hacen. Por otra parte, sus vidas no nos interesan. Buenos das.

    Volvi a atravesar la fila, ya sin mirarnos y sali, seguido de Aureliano y de todas las botasque, detrs nuestro, lo imitaron una a una. La reja se cerr casi simultnea con la voz de lamilica.

    -Continen.

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    mara condenanza 28 LA ESPERA

    Por fin lleg Navidad. Por qu diablos uno espera que las Navidades traigan treguas no s.Pero se espera. Es difcil o ingenuo tal vez atribuir esos sentimientos a quienes poblaronlos das y las noches de sombras y parecen estar pensando siempre nuevas formas deconvertir en locura lo que no pueden transformar en cadveres.

    Lo cierto es que, por aquello de tratar siempre de ganarles una y pensando en lo quesucediera en otros aos ms tranquilos solicitamos permiso para quedarnos hasta lasdoce a esperar el minuto final. Tenemos la expectativa de una noche de paz, de ventanaabierta derrochando luz de estrellas y fresco nocturno estival.

    Esperamos la guardia y acercndonos a la reja solicitamos la autorizacin. La guardiaescuch y antes de contestar advirti.

    -Bien saben que no pueden pedir nada as. Tienen que presentar una solicitudescrita.

    Nos disponamos a hacerla cuando volvi y agreg.

    -Pero maana. Por hoy ya pueden prepararse que pronto ser la bandera y hora deacostarse.

    Al otro da, al traer el desayuno, entregamos la peticin escrita. Pas la maana y alpromediar la tarde volvi la milica con el mismo papel que habamos entregado.

    -Esta solicitud no puede ir as. Estn prohibidas las solicitudes colectivas. Que lapresente una sola.

    Otro da perdido. Y solo quedaba un da para la contestacin. El mismo da de Navidad, elcuartel quedara desierto, silencioso como una tumba, dando ilusoriamente la idea de que todosse haban ido y estbamos solas.

    Escribimos rpidamente el pedido en los mismos trminos, solo que hacindolo en primerapersona. Al final qued mi firma, contenta casi de haber logrado cumplir todos los requisitos.

    No hay mejor antdoto para todos los males que nos pasaban que la alegra. Habamospreparado una pequea representacin que nos evocara la fuerza de la vida, los sentimientoscomunes, la familia, los hijos, todo lo que pudiera sustituir las ausencias. Tambin canciones,las del cancionero popular, que evocaban nuestra lucha sin nombrarla, porque las omoscon los compaeros, porque las cantamos en crculos de mate, poltica y esperanza.

    Era una forma de recordar sin decir nombres, de retomar los hilos desflecados de un pasadopersonal desdibujado en esta realidad de bordes tan abruptos y cortantes. Ademsestaban los regalos que nuestras familias han enviado expresamente. Ropas nuevas y tortashechas con la ternura de manos que no pueden expresarse de otra manera.

    En la maana, luego del desayuno, se acerca la milica a la reja y suavementepronuncia mi nmero. Me acerco, esperando la respuesta al petitorio.

    -45, salga. Con su colchn y su ropa de dormir.

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    Era una sancin. Sin duda era una sancin. Las compaeras me rodearon, hablandotodas a la vez intentando explicar aquello. No haba sancin menor de tres das.Significaba la Navidad encerrada y sola.

    Cuando llegu a la celda de castigo pregunt sin demasiada esperanza de tener una

    explicacin.-Me puede decir si estoy sancionada?

    - Y qu le parece? Que la sacamos a dar un paseo?

    -Puede decirme la causa de la sancin?

    Saca un papel del bolsillo, lo desdobla despacio y lee con su voz sibilina.

    -Tres das de sancin por hacer solicitudes improcedentes.

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    Es un da gris, con la luz neblinosa de las maanas de invierno. Nos dan la orden deempacar todas nuestras cosas. Eso tiene un solo significado: traslado. Qu haran connosotras. Nos repartiran en otros cuarteles. Nos llevaran al penal. Qu sera eso, peoro mejor de lo que estbamos. Se sabe que hay movimientos de ese tipo, que estndesalojando los cuarteles y concentrando los presos en los penales.

    Es curioso lo que pasa entonces en el alma de una presa. Tal vez tambin en la de unpreso. Quin no deseara abandonar aquello y> si nos dejamos guiar por las noticias, paraestar en un lugar ventilado, a disfrutar del sol del cual no tenamos ms que la visin deuna ventana, tal vez el trabajo, otra forma de vida. Sin embargo, hay algo interior que seremueve inquieto, que se resiste al cambio, que le terne a lo que parece mejor, porque sabeque siempre hay cosas peores detrs de cada desplazamiento. Hay un arraigo peculiar einexplicable por lo conocido, por terrible que sea, por rechazo que provoque el da a da.Nos debatimos entre la perspectiva de saber que abandonamos estas celdas de rigor,

    dudoso aposento humano, pero conocido, desarrolladas ya en nosotras los mecanismosde resistencia, los caminos hacia nuestro control interior y lo desconocido. Mejor? Tal vezahora mejor o tal vez las not icias con tradic tor ias revelan desconocimiento profundo delo que pasa all. Acaso nuestros familiares tenan una idea cabal de lo que vivamos?Miramos estas celdas espaciosas, con la luz multicolor que arrojan los vidrios de lasventanas, todo aseado, todo prolijo, con las mesas, los almohadones, los librosrecuperados despus de tanto tiempo, las compaeras sentadas en rueda en el piso.Nadie dira, de verdad, que aqu pasamos un ao de crcel con la intensidad de diez.Tambin se deca que all haba ms noticias de lo que pasaba afuera, que el hecho de sertantas haca ms difcil la vigilancia y entonces, la vida se filtraba. Eso s era una perspectivaalentadora. Son insospechables las hendijas que puede dejar el ms estrecho cerco

    carcelario para los ojos y los odos que se estiran infinitamente, inventan su lenguaje, sehacen planta o vaso y recuperan el dato valioso, tal vez deformado de atravesar recodos,pero viva y palpitante y con el efecto de la savia, circulan y abren canales de innumerablestravesas.

    Se saban muchas cosas pero inconexas y sobretodo contradictorias. Tendran tal vezla marca del nimo de nuestros familiares, que las transportaban impregnndoles su acento,su color, sus ganas o su desnimo, sin demasiado clculo del efecto que produciran ennosotras.

    Lo que no deja lugar a dudas es que la orden est y eso es un hecho. Nos vamos a otrolado. Sabemos que no habr explicacin alguna.

    Hicimos paquetes, ordenamos, pusimos carteles con los nombres, listado depertenencias hasta que aquello termin por tener todo el aspecto de una mudanzacualquiera. Al terminar ya era casi la noche. Nos hicieron acostar porque no sera ese el dadel traslado. Pero la diana siguiente lleg ms temprano que de costumbre. Solo nosquedaba nuestra ropa en uso y los mil objetos que habamos intercambiado y a losque nos aferrbamos previendo posibles distanciamientos y prolongando las huellas quenos llevbamos en algo material vaya a saber dnde y cmo.

    La despedida fue acorde a lo que haba sido nuestra vida all. Fueron llamando de a una a lareja papel y birome en mano. Cada compaera lea y el milico deca solamente:

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    -Firme abajo.

    "Recib buena comida. Recib atencin mdica. Recib buen trato. No tengo ningunaqueja que hacer a los superiores de esta Unidad"

    Corra el ao setenta y ocho y quedaba atrs la unidad de los Fusileros Navales.

    El Uruguay se sacuda en lo ms profundo de su herida fascista. La llaga de la torturaexpanda sus pestilencias ms all de fronteras. Solo una voz poda hablar y luego sereinventaba el terror cada da para ahogar las dems voces que se atrevieran a alzarse.Todo controlado, previsto, informado, sabido, corregido. Nada pareca escaparse a la refinadae hipertrofiada maquinaria de los servicios de seguridad del Estado.

    Y sin embargo, esos nmeros que ramos, pues ya ni nombre tenamos, que podamosexistir o dejar de existir sin dejar rastro y sin que nadie se animara a pedir explicacionesen voz alta bajo amenaza cierta y probada de correr la misma suerte, esos nmerostenamos de repente palabra. Debamos afirmar que todo estaba bien. Debamos dejar

    escrito que habamos sido bien tratadas.Caminando por ltima vez por aquella maldita rampa que demarcaba una frontera entrenuestro celdario y el resto de la unidad y a la que solo conocamos de pisar un suelo que depronto se hace descendente, como un abismo o un terreno hostil que por fin alcanza sutramo ascendente como un claro, pensaba.

    Pensaba en lo que nos estaba pasando, tristes presas. Difcil no imaginar la falibilidad de losinfalibles y el miedo que engendra el uso discrecional del miedo. Haba olor a futuro enaquello.

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    El viaje ha sido un hacinamiento interminable, tal vez por la proximidad extrema de guardias yfusiles y las sacudidas del vehculo militar, seguramente un camin. Subimos vendadas enun lugar que no s si era cubierto o al aire libre. Por lo dems, llegamos como unrelmpago. Al bajar sentimos un viento fuerte y enseguida nos entran a un local cerrado.

    Nos dan la orden de sacarnos las vendas. Nos encontramos en una gran barraca con pisode hormign y techo de chapa. Las compaeras hacen una fila a lo largo. Del otro ladoestn nuestros bultos de ropa sobre las mesas. Alrededor un oficial y varias milicas. Unade ellas, un cabo por su insignia, recorre nuestras filas, mirndonos detenidamente. Sustonos de voz suben y bajan y parecen acompasar el movimiento de las botas y la cabezaque se mueve observndonos de a una. Se frena de golpe y subraya lo que dice con ungiro del tolete.

    Nuestros guardias de tantos aos han desaparecido por completo. Hay otros guardias, otros

    uniformes, otro estilo. Nos llaman de a una para que manipulemos nuestras cosas y ellos lasrevisen. La presencia de las PM, polica militar femenina, es la seal de que estamos en elpenal de Punta de Rieles, la crcel que la dictadura destin para las mujeres. Nos corrigencuando las llamamos guardias, ellas son soldados. Estamos por tanto en un barrioperifrico de Montevideo, en una zona de transicin de la ciudad hacia el campo que lacircunda y casi en la frontera con el departamento de Canelones.

    El fro es terrible y cada vez que la puerta de la barraca se abre una corriente helada laatraviesa. Llevamos muchas horas esperando de pie, en medio de un movimiento febril deida y venida de paquetes, de botas, de ruidos desconocidos a los que es imposibleencontrarles sentido.

    -Ahora les van a traer uniformes y se sacarn el resto de ropa que les queda. Solopueden conservar la ropa interior y buzos para usar bajo el uniforme. Todo lo demssale.

    Alrededor de los paquetes las milicas abren y cierran bolsas. Miran todo, hacencomentarios en voz baja mientras el oficial revisa los libros, los cuadernos, hoja a hoja.Parece no tener ningn apuro.

    -Se les va a entregar dos uniformes. Uno para todos los das y otro para las visitas.Est prohibido usar el de visita para otro da que no sea se. Deben estar siemprecon el uniforme puesto, solo se lo sacan cuando se acuestan. Y sobre el uniformeno puede haber nada. Estn prohibidos los sacos. Si los tienen deben

    devolverlos, nada que tenga botones. Aqu no se usa poncho ni bufanda ni guantes,nada que pueda tapar el uniforme y sobretodo el nmero.

    Tulis aprieta contra s el poncho hecho por su compaero como si quisiera retener algo sobresu cuerpo. Los guantes que lleva puesto tambin vinieron del penal de Libertad, la crcel dehombres en San Jos, a muchos kilmetros de distancia. Se los haba regalado Miriamdespus de usarlos un ao. La ropa que viene de Libertad, hecha por los presos, es elcompaero que llega con sus horas absortas, sus recuerdos entretejidos a la urdimbre de lacharla, del amor y del dolor en otra celda. Es ms que quitarnos el abrigo. Nuestra piel sedesprende y queda all, inanimada, hecha un montn de lana y color sin vida, sin el calor de

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    nuestro cuerpo. Antes de enviarlo l lo us un da entero. Lo que dej en ella tuvo fuerza pararesistir el largo camino, las manos que sacan y revisan, las otras que doblan y guardan yeso una vez ms y otra y otra hasta llegar a las que reconocen olor y tibieza. Est ah,nadie puede usurparlo porque solo es perceptible a sus ojos y su piel.

    -El uniforme tiene que mantenerse siempre impecable, no puede estar descosido nisucio. Est prohibido ajustarlo, est prohibido usar la ropa apretada.

    Miriam le regal los guantes a Tulis antes de despedirse. Se da lo mejor que se tiene, lo msquerido, y se da cuando no se sabe si se estar unos das o unos meses o nunca ms sinverse, aunque vivan por aos separadas solo por un muro. Ac la vida empieza todoslos das. La continuidad del ser la dan esos gestos que unen todos los rostros como situviramos los mismos ojos y la misma voz y las mismas manos, si nos vemos desdeadentro.

    -Alguna de ustedes sabe cortar el pelo?

    Nadie responde. Ella se detiene un momento. Se pone de frente y nos mira desafiante.Entonces sonre y gritando desde la puerta, nos prueba.

    -A ver, soldado, cul de ustedes es la que sabe cortar el pelo?

    Ellas se ren y nos miran sin contestar. La milica mira hacia nosotras de nuevo y pregunta sinrerse.

    -Alguna de ustedes sabe cortar el pelo? Aqu est prohibido usar el pelo largo.

    Carmen toma las tijeras. Siempre nos cortaba el pelo; es decir, lo recortaba, lo cuidaba.Cuando Miriam se sienta frente a ella, le sonre (No pasa nada, adelante). Carmen toma ellargo cabello, perfumado todava por el bao de la maana y empieza a cortar las puntas.

    -Vamos, ms rpido. Corte de una vez. Tiene que quedar as.

    Seala a Marta, con su cara menuda y su corte de pllete, apenas una pelusa suave sobresu cabeza. Marta se turba. Carmen sigue cortando despacito, esta vez intentando dejar lamelena corta.

    -Dgame, usted es sorda? o no ve? Mire a su compaera, tiene que quedaras de corto. O prefiere que lo intente la soldado?

    Las milicas de la puerta ren de nuevo, sobretodo una muy grande que hay, gorda y con elpelo platinado, que est todo el tiempo diciendo ironas en voz alta y mirando de reojo al

    oficial que parece no verlas. Se agrupan en crculo alrededor de la secuencia del corte.El pelo cae haciendo una alfombra de varios tonos alrededor de la silla, ocupada poruna tras otra hasta completar la fila. No es solo Carmen la que corta, se le ha unidoGraciela.

    La puerta se entreabre y sin venda podemos ver donde estamos. La luz desfalleciente delcrepsculo marca un tringulo de campo verde tras un cerco y una vaca pastando. Elresto es cielo lila pursimo y enorme, como esos cielos de verano de mi infancia en FrayBentos, descolgados sobre el horizonte de ro y casas bajas. Algunas estrellas apenas iniciansu ascenso celeste. El aire es fro pero huele tan bien que todos los temores pasados

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    quedan relegados por una esperanza firme, por las certezas de siempre que se renuevanen estas circunstancias.

    Llaman a un primer grupo. Son diez o doce que apartan y llevan hacia la puerta. En la ltimamesa, una milica les va dando los uniformes grises, un rectngulo de tela blanca y otro de

    color rojo. Es un bolsillo identificatorio del sector al cual las destinan. Otras llevarn azul,otras amarillo.

    -Esto es para el nmero -dice mostrando el rectngulo blanco. Maana se lo tienenque pintar a primera hora. Les vamos a dar el molde. El nmero debe verse bien.Tiene que cubrir toda la espalda, as que lo hacen con el molde y una buenaseparacin entre cada nmero. Maana les entregamos la pintura. El bolsillo se locosen a primera hora tambin y el nmero del bolsillo debe ocupar todo el ancho. Unconsejo, no se hagan las vivas ni se dejen llevar por lo que les digan las otras. Mirenque aqu se aprende a obedecer o la pasarn muy mal. No busquen sanciones.

    Las compaeras miran desde la puerta antes de partir, se vuelven para hacerlo. Nadie

    habla, solo se oye el ruido de las tijeras. El portn se abre y la milica grita.-A ver, soldado, llvelas. Ustedes, formen en silencio!

    El primer desprendimiento. Luego viene otro y otro.

    Traen una escoba y barremos los montones de pelo sobre el piso. Nos vemos extraas,todas vestidas iguales, con los rostros cansados y ansiosos. Cuando queda el ltimo grupoya las milicas se han puesto a hablar entre ellas. Le hacen bromas al oficial, que apenas siles contesta.

    Cuando salimos por fin, la noche fresca nos envuelvo.

    Potentes luces de mercurio iluminan nuestra ruta.

    Tomamos un camino de pedregullo y enfilamos hacia un edificio de ladrillos iluminado que aunos cien metros de distancia se levanta alto en medio de un infinito campo pelado. Uncerco lo rodea, bordeando por delante un jardn y geomtricos espacios de csped entrecaminos que van y vienen.

    Avanzamos flanqueadas por una milica a cada lado que, de trecho en trecho, se detienepara controlarnos. Luego sigue. Al fin llegamos a la puerta del edificio que tiene tres pisos yentramos.

    Lo primero que vemos es una pared totalmente cubierta por la foto de los cuatro soldados

    muertos en el jeep en abril del 72. Abajo una leyenda: "Siempre habr un pelotn de soldadosque salve la Patria. 14 de abril de 1972".

    Subimos la escalera y antes de tomar el recodo, ya omos los cerrojos de una reja que sedestraba. Al llegar al ltimo escaln nos encontramos con un descanso ligeramentetriangular, ocupado por una mesa larga y tras ella varias milicas que nos miran conatencin: es una mesa de guardia. Hay dos rejas cerrando sendos corredoresdesiertos y una que clausura una puerta de madera en dos hojas. Es esta ltima la queabrieron. Ahora lo hacen con la puerta. Observo que la escalera que usamos sigue haciaun piso superior y que una de las paredes tiene una suerte de baranda a la altura del

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    pecho y desde ah hasta el techo es de vidrio. Las milicas sentadas cuchichean entre ellas yse ren. Son la guardia interna permanente del penal.

    La puerta se abre y nos indican que entremos.

    Un barracn desmesurado con ventanales de vidrio a los lados, densamente ocupado porcuchetas dispuestas en semicrculo ms una fila central. Hay una mesa larga de caballeteocupando el espacio libre, ligeramente ovalado, entre las cuchetas y la reja. Por todaspartes, compaeras y compaeras. Sonren, hablan a la vez, nos abrazan, preguntan. Haycomo cincuenta mujeres all recibindonos. Tengo la sensacin de caer en un regazo.

    Desde arriba de una cucheta distante oigo una voz conocida que grita mi nombre y sedescuelga. No puedo creerlo. Es Miriam, estudiante de medicina y comunista como yo. Meabraza, me aprieta tan fuerte que casi no respiro. Nos abrazamos y nos remos. Es laprimera persona conocida que veo en tres aos. Mi pasado vuelve como un torrente, meinunda desde el rostro alegre de Miriam.

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    Ya estamos al filo del da. Tras la reja que se cierra, se reorganiza la vida: una carga losbultos, otra ofrece un mate. Nos llevan a las cuchetas libres para elegir la nuestra. Una al ladode la otra, un conjunto abigarrado que los paneles de tela de las cabeceras, demanufactura casera, con sus grandes bolsillos cargados acenta todava ms. All estn lascosas propias personales? Fotos, manojos de cartas, muecos, objetos menudos ysingulares.

    Primitivamente el penal fue un monasterio y ese barracn, su capilla. Mi cucheta viene aocupar un espacio de lo que fuera el altar, tarima y piso de mrmol.

    Muestran la despensa, a un lado del altar.

    -Aqu hay yerba, caf, azcar, fruta. Hacemos fondo comn con lo que nos mandanporque no todas reciben lo mismo, incluso hay gente que no recibe paquete ni visita.Y a esto los milicos le llaman funcionamiento poltico. Qu te parece? Quisieran quecada una se las arreglara con lo que tiene. La que no tiene, paciencia. Decime cmoes tu familia.

    Nos conducen mostrndonos cada lugar de lo que ha de ser nuestra vida aqu mientraspreguntan sobre nuestras vidas personales y nos cuentan las suyas.

    En el fondo estn los baos compuestos por filas de duchas, un espacio en medio paracambiarse y piletas de hormign a lo largo de la pared. Todo est pulcramente limpio,parece recin lavado.

    -Ves all arriba, aquello que parece una puerta, con vidrio pintado? Curioso unapuerta en la parte de arriba de una pared no? a cuatro metros del piso! No es para

    que pasen los ngeles. Aqu no los hay. El vidrio es un espejo. Desde all vigilan alsector por dentro.

    Algunas se han apartado y cuando volvemos a la mesa del frente, la encontramos tendidapara la cena. Delante de cada plato, una manzana.

    -Manzana! qu maravilla! Hace tres aos que no comemos una manzana. Nonos dejaban entrar frutas.

    Los comestibles eran galletitas.

    -Bueno, ac podes comer manzana pero no vas a comer galletitas.

    -Solo fruta dejan entrar?

    -Solo fruta. Y eso si no te sancionan y te sacan el paquete que te enva tu familia. Por esoles molesta que hagamos fondo comn ya que de esa manera las sanciones notienen efecto. No te va a faltar tu fruta diaria aunque no te la manden de tu casa.

    A veces hay muchas sanciones y la fruta escasea pero igual nos arreglamos.

    Adaptamos la racin a lo que haya entrado en la semana. Hemos llegado a hacerensalada de fruta, en buenas pocas.

    -Hay paquete todas las semanas?

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    -Cada quince das, pero como unas tenemos una semana y otras la siguiente,terminamos recibiendo todas las semanas. Tambin se puede comprar aqu si lafamilia te deja dinero: dulce, leche en polvo, caf, poca cosa. El dinero que te puedendejar tambin es limitado.

    -A vos quin te viene a ver?De pronto un estruendo de tachos anuncia la comida. Se oyen abrir los cerrojos. La puertase abre bruscamente y la soldado grita desde la puerta.

    -Vamos, rpido, rancho. A ver, las fajineras!

    Dos compaeras se adelantan y salen. Alcanzo a ver por la puerta entreabierta los grandesrecipientes de comida que se trasladan desde la cocina del penal hasta el celdario. Los llamanbebotes. Las dos compaeras entran doblndose sobre l y rindose. La soldado les grita.

    -Qu milagro la 302. Siempre hacindose la viva. Se est buscando calabozo denuevo. Ella siempre extraa, no puede pasar mucho que extraa.

    La reja se cierra y la puerta detrs. -Qu pas?

    -Estaban las gurisas del B entrando la comida y la milica nos sac antes de cerrarles lareja a ellas y nos vieron y se arm un alboroto brbaro. Tiraban besos, gritaban desdedentro de las celdas, se amontonaban para mirarnos a todas a la vez.

    -No entiendo.

    -Claro, en este piso hay tres sectores pero ellos no qu ieren que hayacomunicacin entre nosotras. Entonces est prohibido mirar siquiera a unacompaera de otro sector. Tens que darte vuelta.

    -Nosotras esperamos que nos den la orden. Pasar al lado o cerca de unacompaera sin saludarla no puede ser no te parece? dice con una sonrisacmplice.

    -Cmo la saludas? le podes decir algo?

    -No, nos pasamos la mano por el pelo. Eso es saludar.

    -Y se miran?

    -No, si ests de espalda podes toser tambin y es otro saludo.

    -Y las milicas no se dan cuenta?-Claro, ellas saben pero qu pueden hacer. Nosotras somos rpidas paraencontrar el momento del saludo o para ver una compaera a la distancia. Claro quete curten a gritos.

    ~Y no te sancionan?

    -Ah, s. Pero mira que te sancionan igual aunque no hagas nada, suponiendo quesaludar a una compaera fuera delito. Y a veces haces algo que est prohibidocomo saludar y no te pasa nada. Otras veces te inventan que hiciste algo para

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    mara condenanza 38 LA ESPERA

    sancionarte. La sancin no se corresponde necesariamente con la supuestainfraccin.

    Vas a ver cmo funciona esto.

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    mara condenanza 39 LA ESPERA

    La puerta se abre y entra la coordinadora del sector con una milica de tolete.

    -Zcate!, nos sacan a trabajo, oigo bajito a mi lado.

    La coordinadora viene con un papel. Dicta quince nmeros en voz alta. Todo el barracndetiene sus labores y escucha. Por supuesto, dos de las recin llegadas estamos en la lista.Solo dos, de las cuatro que quedaron aqu. Casualidad? No. Prctica rigurosa de creardiferencias que permitan desarrollar situaciones de divisin. Demasiado reiterado paratomarnos de sorpresa. Esto es igual aqu y en cualquier parte. Principio de conductaenemiga.

    -Las que nombr se preparan para salir a quinta.

    Salen las dos soldados y las sealadas se dirigen cada cual a su armario. Se abrigan bajo eluniforme. Se ponen botas de lluvia y varios pares de medias debajo. A las nuevas nos

    alcanzan equipo de abrigo para salir. Unas revisan si estamos bien protegidas del fromientras otras sirven mate hasta que terminemos de vestirnos. nimos, consejos, alientos.Enseguida entra nuevamente la soldado de tolete para conducirnos. Se forma una fila ymarchamos.

    Al bajar la escalera debemos atravesar el hall de entrada. Todo est tranquilo y desierto. A laintemperie, el aire fro del campo golpea la cara y las manos. Es la primera vez, en aos,que permaneceremos en un espacio sin paredes de encierro por unas horas para las queacabamos de llegar al penal. Disfruto el aire puro del campo y la ondulada superficie de ladistancia. No hay una nube. El sol suave de invierno hace ms brillante el celeste del cielo.Solo se ve campo pelado. No hay un rbol visible. All lejos, haciendo el recorrido sinuoso

    de la tierra, las alambradas. Alcanzo a ver una torre en esa lnea. Hacia el otro lado hayotra, muy pequeita. Debe estar muy lejos. Es una segunda lnea de alambres.

    Del edificio central, donde