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Industria, crisis y urbanismo en la Villa Colonial de Potosí (S. XVI-XVII) Gary Leggett Cahuas

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Industria, crisis y urbanismo en la Villa

Colonial de Potosí (S. XVI-XVII)

Gary Leggett Cahuas

INDUSTRIA, CRISIS Y

URBANISMO EN LA

VILLA COLONIAL DE POTOSÍ

(S. XVI-XVII)

Primera edición

Enero, 2012

Lima - Perú

© Gary Leggett Cahuas

PROYECTO LIBRO DIGITAL

PLD 0407

Editor: Víctor López Guzmán

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Lima - Perú, enero del 2011

“El conocimiento es útil solo si se difunde y aplica” Víctor López Guzmán Editor

ur[b]esRevista de ciudad, urbanismo y paisaje

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g e c u pGrupo de Estudios de Ciudad, Urbanismo y Paisaje

Facultad de Arquitectura, Urbanismo y ArtesUniversidad Nacional de Ingeniería

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Abstract

This article approaches the urbanistic history of mining in Peru. It primarily focuses on the case of Potosi, resulting paradigmatical in the discusion of the development of the principal mining towns in the Colonial period. The investigation is divided in four parts: the first one presents a general panorama of the worldwide fame Potosí adquired in the 16th century, the second describes its develpment in relation to the growth of the mining industry, the third is an account of the gradual decline the city experienced during the 17th century, and finally, the fourth presents a parallel between Potosi´s regional role in America (as the center of extraction and distribution of riches) and Spain´s mercantil condition in relation to the development of capitalism in Europe.

Key words: Potosí, colonial mining in Latin America, mining towns, colonial industry, mita.

Resumen

Este artículo postula un análisis urbanístico de la historia minera del Perú. Se ocupa, prin-cipalmente, del caso de Potosí, que resulta paradigmático al discutir la evolución de los principales centros mineros de la época colonial. La investigación se divide en cuatro partes: la primera esboza un panorama general de la fama mundial que adquirió Potosí entre los siglos XVI y XVIII, la segunda describe el desarrollo de Potosí con relación al crecimiento de su industria, la tercera habla del proceso de fenecimiento paulatino que experimentó la urbe a partir del siglo XVII, y la cuarta hace un paralelo entre la posición regional de Potosí en América (como centro de explotación y repartición de riquezas) y la condición mercantil de España con respecto al desarrollo del capitalismo europeo.

Palabras claves: Potosí, urbanismo colonial, ciudades mineras, industria y colonialismo, mita.

* El presente artículo es una parte de la investigación desarrollada en la Universidad de Princenton. El tema del estudio aborda el proceso de desarrollo urbano de las ciudades mineras en el Perú. Los dos casos de análisis conciernen a Potosí, como un caso emblemático del período colonial, y Caja-marca, un especial caso contemporáneo. La tesis obtuvo el premio a la mejor investigación en temas latinoamericanos en el año 2003.

** Bachiller en Arquitectura de la Universidad de Princeton. Candidato a la maestría en Planificación Urbana de la Universidad de Harvard. E mail: [email protected]

INDUSTRIA, CRISIS Y URBANISMO EN LA VILLA COLONIAL DE POTOSÍ (S. XVI-XVII)*

Gary Leggett Cahuas**

ur[b]esVol. 3, Lima, enero-diciembre 2006, pp. 37-52

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La ciudad minera, como piedra de toque de la colonización en el Perú, resulta esencial para comprender las dinámicas de explotación –mineral y humana– que patrocinó la Co-rona española durante su estadía en el continente americano. Gran parte de los adelantos urbanísticos (así como parte de los grandes retrocesos culturales) que propugnaron los colonizadores durante los siglos XVI y XVII se dieron primero en estas ciudades, cuyo papel en la construcción del Nuevo Mundo –a pesar de las condiciones geográficas que pudieron a veces marginarlas– fue central e imprescindible. Resulta imposible, en reali-dad, narrar la historia de las grandes capitales de América sin primero hacer mención a las ciudades mineras que enmarcaron su crecimiento y por cuya primacía pasajera pudieron, en principio, erigirse. Al estudiar la morfología y desarrollo de estos centros mineros, descubrimos entonces no sólo un recuento veraz de los cimientos de la vida urbana en América Latina, sino también una fuente inagotable de información acerca del modo en que los españoles (y luego los criollos) concebían las tierras y a los habitantes del Perú. Sin caer necesariamente en de-terminismos, podemos dilucidar ciertas tendencias y proyecciones culturales en la manera en que muchas de estas ciudades se fundaron y luego expandieron. El estudio de este tipo de asentamientos es, además, especialmente atractivo para el teórico o historiador urbano desde el momento en que reconoce en su breve existencia un atributo metodológico. Es decir, ningún otro modelo de ciudad –salvo quizás las ciudades industriales del siglo XIX, y algunos centros de explotación actuales– traducen con tanta legibilidad, y dentro de un marco temporal y espacial tan reducido, las diversas fuerzas sociales y económicas que dan forma (o deforman) a una comunidad. En este sentido, una ciudad minera ofrece una visión acelerada –y a la vez, “miniaturizada”– de un proceso de expansión que tomaría años en curtirse bajo otras circunstancias. Partiendo de esta premisa, quizás el caso más representativo de la ciudad minera colonial, como ya lo ha sugerido José Luis Romero, sea la Villa Imperial de Potosí en la región de Charcas (hoy Bolivia). Ninguna urbe acarreó tal riqueza y despilfarro como Potosí, y ningu-na, desde luego, pudo convertirse –según su historiador más conocido (y sospechosamente entusiasta), Bartolomé de Arzáns de Orsúa y Vela– en “la muy celebrada, siempre ínclita, augusta, magnánima, noble y rica Villa de Potosí; orbe abreviado; honor y gloria de la América; centro del Perú; emperatriz de las villas y lugares de este Nuevo Mundo […] columna de la caridad; espejo de liberalidad; [...] protectora de pobres […] a quien todos desean por refugio, solicitan por provecho, anhelan por gozarla y la gozan por descanso” (Arzáns, 1965: I, 3).

1. Vale un Potosí

“Soi el rico Potosí / Del mundo soi el tesoro / soi el rey de los montes / y embidia soi de los reyes.”(Escudo de armas conferido por el rey Carlos V a la Villa Imperial de Potosí)

Las descripciones de Arzáns en el siglo XIX –tras la amarga estela del auge potosino– po-drían tildarse de ilusas o hasta nostálgicas, pero lo cierto es que más allá del tono edulcorado que adopta, su testimonio echa luz sobre una verdad ineluctable: Potosí, con todos sus bemoles, logró convertirse en el eje económico de América y España, y de todo el occidente europeo. Pese a las duras condiciones geográficas1, que bajo otras circunstancias hubiesen disuadido a cualquiera de fundar una ciudad allí, el Cerro Rico –símbolo sagrado de la riqueza potosina– convocó sobre sus faldas a tal masa de inmigrantes que, en muy poco tiempo, la villa harapienta que se alzó sobre los ranchos de Kantumarca pasó a ser una de las ciudades más grandes y opulentas del mundo occidental (Fig. n° 1). Se dice que en

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1610, durante el apogeo de la extracción minera, Potosí contaba ya con más de 120 000 habitantes, cuando Lima apenas tenía unos 15 000 y muchas de las ciudades capitales de Europa no pasaban de 100 000. El mapa chino del padre Ricci incluso situaba a “Pei-tu-hsi” entre las urbes más destacadas del mundo: era, como diría Mumford, la utopía que le daba sentido al mapa.2

El poder de la plata, aunado a la avaricia atrevida de los que la añoraban, no sólo implicó un explosivo crecimiento demográfico en Potosí, sino que también atrajo –como era natural– todo tipo de lujos y productos que, según José de Acosta (padre jesuita que vivió allí en 1598), podían satisfacer cualquier deseo concebible en abundancia. Y es que Potosí, sin duda, lo tenía “todo”: 14 escuelas de baile, 4 academias de esgrima, 36 casas de juego y 400 prostitutas reconocidas:

“Habían sedas de todo tipo […] espadas de Toledo; vestidos de España […] tejidos de Portugal; textiles, bordados con seda, oro y plata […] alfombras, espejos, escritorios tallados; telas de Holanda; espadas de Alemania; seda de Calabria; textiles de Nápoles; satén de Florencia; telas y bordados finos de Toscaza […] mar-fil y piedras preciosas de la India; diamantes de Ceilón y perfumes de Arabia...etc.” (Hanke, 1965: 37)

Ninguna ciudad colonial podía, además, jactarse de tener tantas iglesias por metro cua-drado como Potosí: la religión era el andamiaje perfecto para conciliar y hasta olvidar las culpas que arrastraba la riqueza. Como lo sugiere Juan Marchena Fernández, la lógica

Fig. nº 1. Primer grabado de la ciudad de Potosí, realizado por Pedro Cieza de León, en la Crónica del Perú, Madrid, 1553 (Mar-chena Fernández, 2000: 41).

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minera iba de la mano con la lógica cristiana; todo minero pecaminoso (la mayoría, sin duda) encontraba en el purgatorio la oportunidad de redimirse tras la muerte y librarse de tanto pecado que pudo cometer como parte de su oficio en vida. La Iglesia –o en este caso, la hermandad de las Benditas Ánimas– se convertía entonces en el espacio preferido para financiar, literalmente, la “salvación” de estas almas, ya que era necesario solicitar, a punta de miles de misas y pesos, la intercesión de los santos para liberarlas del castigo celestial. Las misas para difuntos terminaron siendo así uno de lo ingresos más estables y abundantes para las cofradías potosinas que gozaron de “rentas más que suficientes para intentar redimir a tanto azoguero como murió sin posibilidad –¿o sin deseo?– de arrepen-tirse” (Marchena, 2000: 63). Antonio Vásquez de Espinosa, en 1629, se refirió a Potosí como toda una Babilonia: híperreligiosa, pero pendenciera al fin y al cabo.

2. Avances tecnológicos y morfología urbana

Aquí no entraremos en detalle sobre el tráfago social que caracterizó a Potosí en esos días –ello implicaría dar cuenta de ciertas luchas pandilleras, un padre levitante y un sinnúmero de historias y debacles–, pero basta con decir que la ciudad era tan rica como conflictiva, y que cuanta plata se extrajo del cerro resultó en una pérdida proporcional de civismo y buenas formas. Nuestro enfoque, en realidad, va dirigido hacia un campo más concreto, aunque no por ello menos lábil: la naturaleza del escenario que dio abasto a tal escoria. ¿Hasta qué punto podría relacionarse la estructura urbana con los fenómenos sociales que en ella se explayaron? ¿Sería posible trazar una causalidad entre estos dos conceptos?

2.1 Los huayras

Para lograr una comprensión cabal de las dinámicas urbanas de Potosí, es necesario, en primer término, enfocar nuestra atención sobre el desarrollo de la trama vis-a-vis, la evo-lución de las tecnologías mineras. Una ciudad fundada con el propósito de explotar un recurso natural estará siempre, por definición, sujeta a las tecnologías que habilitan dicha explotación, pues son finalmente éstas las que, en menor o mayor grado, van a determinar la naturaleza y calidad del tejido urbano. Partiendo de esta premisa, será entonces evidente que la estructura morfológica de Potosí no podía ser sino un reflejo de su industria, y que al decaer una, la otra le seguiría indefectiblemente. La primera etapa del desarrollo de Potosí (1545-1570) se dio bajo la impronta de una antigua tecnología precolombina llamada huayra u horno de viento (Fig. n° 2). Estos hornos depen-dían de los fuertes vientos de la región para avivar el fuego durante la fundición del mineral extraído de las vetas del Cerro Rico. Cuenta Reginaldo de Lizárraga en 1570 que:

“…los indios llevaban el metal a sus casas, y lo beneficiaban, y fundían […] El metal cernido y lavado echábanlo a boca de noche en unas hornazas que llaman guairas, agujereadas, del tamaño de una vara, redondas, y con el aire que entonces es más vehemente, fundían su metal; de cuando en cuando lo limpiaban y añadían carbón, como veían era necesario, y el indio fundidor para guarecerse del aire estábase al reparo de una paredilla sobre la que asentaba su guaira, sufriendo el frío harto recio; derretido el metal y limpio de la escoria, sacaba su tejo de plata y veníase a su casa muy contento. Había a la sazón...más de 4,000 guairas, que por la mayor parte cada noche ardían, y verlas de fuera, y aun dentro del pueblo no parecía sino que el pueblo se abrasaba […] Los indios fundidores ganaban plata, y los señores de las minas no perdían.” (Lizárraga, 1987: 226-227)

Evidentemente, dicha técnica era manejada exclusivamente por la población indígena3, lo cual hacía que la plata pasara siempre por manos nativas antes de llegar a los barcos y bolsillos de los españoles. Vemos, entonces, por primera vez, la conexión que surgía entre la tecnología y la estructura social de la población potosina. El boom del Cerro Rico atrajo

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intempestivamente a un sinnúmero de indígenas que, llegando a Potosí con empeño e ilusión, se convirtieron en los verdaderos amos de la fundición argentífera: “los indios poseían la riqueza del reino” diría el minero Luis Capoche a fines del siglo XVI. La pre-valencia del huayra como único método para procesar la plata devino, así, en una ciudad –si es tolerable el término– donde las casas nativas eran tan abundantes e improvisadas como los mismos hornos; la relación entre tecnología, estructura social y trama urbana, de pronto y desde entonces, se tornó evidente. El hombre indígena, así como el español aventurero, no tenía ningún interés en construir una ciudad habitable; sólo le importaba la plata que se extraía del Cerro Rico y de qué modo se engañaba a (o tranzaba con) los supuestos “señores de las minas”. Sin duda, el vínculo entre industria y vivienda que se fue forjando a lo largo de estos años determinó el tipo de ciudad en que se convertiría Potosí. Las casas indígenas, apiñadas sobre las laderas del Cerro Rico, se extendieron poco a poco hacia el arroyo que cruzaba la ciudad, delimitando así lo que luego se conocería como La Ranchería, distrito oscuro y tortuoso que reunió, a lo largo de la historia potosina, toda la mano de obra indígena. Al otro lado del río, se afincaron los españoles con casas no menos desordenadas, pero algo más dispersas, ya que era una población mucho más pequeña que la indígena (el número de nativos siempre constituyó cerca de un 70% de la población total). Desde entonces, la línea divisoria del arroyo se trazó como el eje central y laboral de Potosí; hacia el lado del Cerro Rico yacía la mano de obra indígena, y hacia el otro se alzaba la llamada Villa de los Españoles como sede administrativa de la explotación. Claro está que la administración de la plata no cayó enteramente en manos españolas hasta que los hornos de viento pasaron a un segundo plano. Y esto, en efecto, sucedió cuando las vetas superficiales del Cerro Rico se agotaron (1565) y el grado del mineral extraído fue decayendo poco a poco. Los huayras no podían procesar minerales de tan baja ley, así que de pronto, y como era de esperarse, la producción entró en declive y la bonanza se detuvo en pleno vuelo.

2.2 La amalgamación

Cuando el virrey Francisco de Toledo llegó a Potosí en 1569, enviado especialmente por el rey Felipe II para supervisar la extracción de la plata, lo que encontró entonces no es pre-cisamente una Villa Rica; por el contrario, la ciudad atravesaba una grave crisis económica y la trama de sus calles era lo primero en indicarlo.

Fig. nº 2. Huayra u horno de viento. Tomado de Arte de los Metales de Alonso Barba (Madrid, 1640) (Marchena, 2000: 28).

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Al ver esto, y sentirse buenamente facultado por el rey para ponerle coto a dicha crisis, Toledo dividió sus esfuerzos en dos direcciones (cuyo fin, sin duda, era el mismo): por un lado, se ocupó de reorganizar, en la medida de lo posible, la estructura indescifrable del tejido urbano; y por otro, propició cambios en la industria argentífera que garantizaran una mayor explotación del Cerro Rico. Potosí, después de todo, sólo existía para producir riqueza, así que cualquier cambio debía necesariamente conducir a una mayor extracción de plata para poder justificarse. En este sentido, tanto el reordenamiento de la trama urbana como la reestructuración de la industria eran claves para asegurar un mayor beneficio en la explotación del Cerro Rico; si la Corona deseaba tomar riendas sobre el desarrollo de Potosí, debía encontrar alguna forma de controlar, o mejor dicho encauzar, la ambición desaliñada de los potosinos. El ostensible esfuerzo de Toledo por reorganizar la trama potosina no pudo, sin embargo, hacerle frente a la magnitud del caos que ya ensombrecía a la ciudad. La Ranchería, por su parte, era inabordable –una “chingana”4 según Arzáns– y ninguna reforma pudo encami-narla hacia el orden soñado que sostuvo la Corona. Toledo se limitó, entonces, a intervenir la Villa de los Españoles, cuya trama fue retroactivamente estructurada para cumplir con los cánones renacentistas que dictaban Las ordenanzas de nuevos descubrimientos, poblaciones y pacificaciones (promulgadas por Felipe II en 1573). Para empezar, el terreno potosino no era idóneo para la fundación de una villa española (quizás los portugueses hubiesen hecho un mejor trabajo en adaptarla a la topografía local), pero el damero, pese a todo, fue trazado derribándose cuantas casas confligían con los mandatos rectilíneos del virrey.5 Según Arzáns, la ciudad quedó dividida en 20 calles de oriente a occidente y 24 de norte a sur. Muchas de ellas, como en tantas otras ciudades de la Colonia, recibían su nombre de la actividad o costumbre que albergaban. Así, había la calle de Mercaderes, de La Co-media, del Azogue y del Matadero, de La Oreja (nombrada en honor a la oreja que perdió un alguacil durante un enfrentamiento), de La Chicha y de La Coca, de Las Tabernas, de La Lechuga, de La Pelota (donde jugaban al frontón los vascos), la calle de La Ollería y la esquina de La Horca. Luego, estaba la plaza de Regocijo que, como indica Marchena, “podía perder su nombre festivo en las ocasiones [tan frecuentes] en que en ella se llevaban a cabo los ajusticiamientos” (Marchena, 2000: 56); y también la plaza del Qhatu (o del Gato), que pasó de ser el mercado indígena más importante de Potosí a convertirse en la afamada Casa de la Moneda del siglo XVIII. Hacia un lado del río imperaba, entonces, el orden “divino” de los españoles, y hacia el otro cundía el caos infernal de la población indígena (inesperada convivencia de las ciudades del Cielo y del Infierno que retrata Guamán Poma en sus crónicas (Fig. nº 3). Y aunque la realidad no fuera tan maniquea como aquí se pinta, la estructura general de la sociedad –si podemos hablar en esos términos– rendía culto y pleitesía a dichas distinciones. Decir, sin embargo, que La Ranchería carecía enteramente de un orden implicaría ignorar que el orden –como conjunto de patrones y estructuras comprensibles– no siempre es visible ni agradable. Más adelante veremos por qué. Por ahora, basta subrayar que los grandes cambios que experimentó la urbe a partir de la visita de Toledo no fueron consecuencia de una explícita reforma urbana, sino más bien de una reforma industrial que implicó, a su vez, una nueva política laboral cuya escala produjo cambios perdurables en la lógica del espacio potosino. Hemos dicho ya que además del desorden urbano que caracterizaba Potosí en 1570, ha-bía un grave crisis económica asolando la industria minera y sus partícipes. La solución a esta crisis productiva –causada, en gran parte, por las limitaciones tecnológicas de los huayras– la dio Toledo con la introducción de una técnica europea, usada ya en México, para el procesamiento de la plata. En breve, esta técnica –conocida como la amalgama-

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ción– consistía en utilizar el mercurio (o azogue) para amalgamar y separar la plata de los minerales burdos que se extraían del Cerro Rico. El proceso era, desde luego, mucho más complejo y laborioso que el que requerían los huayras, pero las ventajas sopesaban los excesos: por un lado, la tecnología era administrada exclusivamente por los españoles, lo cual permitía que la Corona ejerciera un mayor control sobre la producción de la plata, y por otro, se podía explotar minerales de baja ley, lo cual expandió significativamente el nivel de extracción argentífera del Cerro Rico.6 Esta revolución implicó, a su vez, un cambio drástico en las tipologías industriales de la urbe. La segunda etapa del desarrollo de Potosí se marcaba entonces a partir de este momento. Los huayras pasaron a suplir un oficio marginal (insignificante, desde luego) y se adoptó, en su lugar, los ingenios de molienda y amalgamación, cuya función –como lo sugiere el nombre– consistía en moler y amalgamar el mineral extraído. De inmediato, entonces, se sumó dos recursos indispensables al procesamiento de la plata: el agua para activar los molinos del ingenio y el mercurio para amalgamar la plata. Naturalmente, las condiciones climatológicas de la puna potosina no le aseguraban al minero un acceso constante al agua requerida por la industria: las lluvias eran escasas gran parte del año, y cuando llovía, el descenso era incontrolable. Este hecho motivó al virrey Toledo –como preclaro ingeniero que era– a concebir un sistema de lagunas y canales artificiales que abasteciera Potosí con toda el agua necesaria para el funcionamiento continuo de su industria. La escala de este proyecto, en realidad, no tenía precedentes en América, como tampoco lo tenía el nivel de angurria que la fomentó. Sea cual fuere la fuente de tal visión ingenieril, la obra se inició en 1573, y en 1585 ha-bía ya 7 lagunas, llegando a 32 en 1621. (Marchena, 2000: 29). El lugar elegido para la construcción de este complejo fue la sierra de Kari-Kari, cuya altura y pendiente la hacían

Fig. nº 3. Ciudades del Cielo y el Infierno. Grabados realizados por Guamán Poma de Ayala.

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óptima para suministrar con la fuerza necesaria el agua a Potosí. De allí, se trazó un canal de más de cinco kilómetros de longitud que atravesaba la ciudad de un extremo al otro, encauzando el caudal de las lagunas hacia los troncales de cada ingenio. A esta obra, se le llamó la Ribera de los Ingenios del Santo Cristo de la Veracruz: espina dorsal de la industria y trama potosina.La Ribera, de este modo, convirtió lo que antes era una delimitación natural –el hético arroyo de Potosí– en una frontera maciza e impenetrable. La separación porosa que existía entre La Ranchería y la Villa de los Españoles se volvió así en una barrera que demarcó, de buena vez, el límite de cada lado. A lo largo de La Ribera, se fundó los ingenios –que según Capoche, llegaban a los 108 en 1595 (Capoche, 1959: 118)– y, poco a poco, la ciudad se fue ordenando a partir de estas construcciones. Podría decirse que el “ingenio de molienda y beneficio” se convirtió entonces en el principio ordenador, o módulo urbano, que le dio a Potosí su insigne rostro industrial. “En torno a los ingenios”, dice Juan Mar-chena Fernández:

“…vivía una nutrida población, compuesta por mitayos y mingas que trabajaban como indios morteros, repasires o mezcladores (amalgamadores de la mezcla con los pies), lavadores o tinadores, leñateros, carboneros, horneros, laguneros, maes-tros azogueros, propietarios y sirvientes (esclavos o mestizos), y sus respectivas familias. Como algunos de ellos estaban dentro de la ciudad –ya que la Ribera la atravesaba de parte a parte– los ingenios de molienda y beneficio pertenecieron plenamente al Potosí urbano, dotando a la ciudad de un carácter industrial que

nunca perdió.” (Marchena, 2000: 33)

La estructura interna del ingenio fue, quizás, el ejemplo más legible de esta reestructuración socioespacial. Cada paso en el proceso de la fundición era divido por una sucesión de patios o paredes internas, cuya relación espacial nacía, a saber, de la lógica minera (Fig. n° 4). Ninguna tipología urbana ilustró como el ingenio el impacto urbanístico de la industria sobre Potosí; cada complejo, según Bakewell, “consistía en una amplia plaza cercada por un muro, donde había almacenes, establos, una capilla, alojamiento para los amos y los trabajadores, maquinaria para triturar el mineral, tanques o patios pavimentados para amalgamarlo y cisternas para lavarlo” (Bakewell, 1990: 56). No sería insólito, entonces –aunque sí probablemente espurio–, asumir que fue el modelo claustral que sirvió de base para el desarrollo de dicha morfología. La vida en Potosí se daba, como en tantas otras ciudades de la América colonial, casi siempre tras los muros (de allí, que las festividades hayan sido tan frecuentes y pomposas: cualquier oportunidad para salir a la calle y gozar de una riqueza impersonal era siempre bienvenida). Por último, debe subrayarse también que el ingenio –contrario al horno de viento– era una obra notablemente cara, de modo que su construcción negaba, de entrada, la participación de la población indígena en las inversiones mineras, sometiéndola, en cambio, a un régimen laboral marcadamente coercitivo.

2.3. La mita

La instauración del ingenio como base productiva de la industria requirió, de arranque, un cuerpo laboral mucho más copioso ya que no sólo hacía falta varios operarios durante el proceso de molienda y amalgamación, sino que al poderse procesar minerales de tan baja ley, el terreno de explotación minera –y por ende, la demanda laboral requerida para explo-tarlo– se expandió considerablemente (se sabe incluso que las gangas, o desmontes, de las exploraciones anteriores fueron socavadas al igual que el Cerro Rico del cual provinieron). Obviamente, tras el beneficio que extrajeron de los huayras, ningún nativo estaba dispues-to a acudir a Potosí bajo el régimen del ingenio; el trabajo era duro y el control laboral

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Fig. nº 4. Estructura del ingenio de molienda y amalgamación. Esquema realizado por Arzáns (Marchena, 2000: 35).

resultaba excesivo. Aunque sí existían voluntarios –o mingas– que recurrían a Potosí para ganarse la vida a sueldo, ninguno lo hacía con pretensiones de acumulación larvada ni veloz. Además, los mingas no eran suficientes (ni suficientemente rentables) para dar abasto a una expansión productiva. Es por ello, en buena cuenta, que se reinstauró la infame mita7: un sistema de reclutamiento forzado que los incas habían utilizado con fines diversos y que ahora los españoles aprovecharían como mecanismo de soporte laboral para la extracción de la plata potosina. En realidad, como lo apunta Tristan Platt, la mita minera ya existía bajo la supervisión de los mallku aimaras durante los primeros años de la invasión de Charcas. No obstante, fue bajo el mandato de Toledo y a través de los convenios que entabló con los mallku, que se instauró y extendió su uso sistematizado (Platt, 2000: 192).Así como los españoles se asentaron, en repetidas ocasiones, sobre la trama urbana de ciertas ciudades incaicas, en Potosí hubo entonces una yuxtaposición –menos patente, pero igual de violenta– de las exigencias industriales de la Corona sobre la estructura laboral de la población nativa. En esta “adaptación”, radicaría el poder –tan ingenioso cuan oportunis-ta– de España sobre Potosí, pues fue gracias a esto que pudieron aprovechar al máximo los recursos que les deparaba la población indígena. Siguiendo nuestra aproximación morfológica al tema, bastará apreciar el efecto que tuvo la mita sobre la trama potosina para corroborar el carácter funesto de su implementación. A partir del influjo avasallador de mitayos a Potosí, el espacio más afectado fue, por le-jos, la Ranchería. Si antes de la mita este conjunto era impenetrable, fue a partir de ella que asumió su estampa infernal. En cada casa, “vivían 20 ó 30 indios, en aposentos muy pequeños, tabicados de adobe, en los que sólo cabía una cama, un fogón, y desde luego, botijas para la chicha, que no podía faltar” (Marchena, 2000: 46). En respuesta a dicha saturación poblacional –y la ingobernabilidad que resultó de ella–, se construyó catorce parroquias indígenas que, a su vez, dividieron La Ranchería en catorce distritos parroquiales, luego denominados “barrios” (Fig. n° 5). La parroquia, desde luego, no cumplía una función de asilo espiritual o escape religioso, sino que fue concebida para

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reunir, organizar y convertir a los mitayos y entrenarlos para el trabajo en los ingenios (Bakewell, 1984: 144). Basándose probablemente en las agrupaciones que ya existían en pos del período de los huayras, La Ranchería se convirtió, de este modo, en un mapa urbano de la mita: cada distrito reunía un tipo de actividad y etnia distinta, conservando así las costumbres, comidas, vestimentas y festividades de cada provincia.8 Este hecho, sin duda, ayudó a paliar el desgaste físico y emocional que arrastraba el trabajo en las minas, pues en medio del enajenamiento que implicaba la labor minera existían, por lo menos, rastros de familiaridad y comunión en torno a la vivienda. Pero no hay que pensar, sin embargo, que el propósito de este esquema era dar cobijo a la desesperanza. En realidad, la función que desempeñaban los llamados “capitanes de mita” al recolectar la fuerza laboral para el trabajo diario en las minas, se facilitaba tremendamente si todos los mitayos asignados a su mando eran reunidos en un mismo barrio. Ya cuando a principios del siglo XVII decayó el número de mitayos en los territorios de origen, los capitanes se vieron obligados a llenar los cupos de trabajo con cualquier in-dígena disponible, ocasionando así que no se respetara los horarios ni las afiliaciones de los mismos y que, irónicamente, se terminara por reducir –dada la frecuencia de muertes por abusos laborales– la mano de obra congregada por la mita.9 En La Ranchería, según Marchena Fernández:

“…la cantidad de abusos que este método acarreó (al estar la Ranchería tan pobla-da, el acopiador enviaba a la fuerza a mitayos de huelga, o acaso ni eran mitayos de ese año), llevaron al motín a los indios libres, de tan molestados como eran (con la amenaza de incendiar los barrios, el terror de los blancos potosinos). Por eso se decidió construir un cercado, cerca de la Ranchería, donde los jefes de la mita llevaban a sus indios, y allí se repartían entre los patrones...” (Marchena Fernández, 2000: 49)

A diferencia del Cercado de Lima de 1571, este mecanismo funcionaba como un corral diurno y no como una comunidad amurallada. El problema de la convivencia ya se había “resuelto” años antes con la demarcación de La Ranchería, así que esta versión del cercado, más que un estatuto de exclusión, era un artificio de la propia industria.

3. La destrucción de Potosí

“No hay prosperidad que no sea principio y aun el medio de un fin, de una adversidad y de una ruina.”

(Bartolomé de Arzáns de Orsúa y Vela)

El fenecimiento de la urbe se dio naturalmente cuando la extracción de la plata entró en declive. Sin embargo, si fuéramos a trazar una causalidad tan directa entre dicha escasez y el destino de la urbe, correríamos el riesgo de caer en argumentos excesivamente simplistas. Por un lado, dejaríamos de apreciar la manera en que la misma industria –por la manera en que había sido concebida– jugó en contra del desarrollo de la urbe, y por otro, ignoraríamos el papel que desempeñó el propio terreno en el desarrollo póstumo de Potosí. Evidentemente, la mano de obra potosina era, junto con el agua y el mercurio, el recurso más preciado del quehacer minero. Al no poder involucrar a la población indígena en la administración de la plata –pues, como ya hemos dicho, los costos de la amalgamación eran prohibitivos–, la Corona se aseguró la ruina de su gema preferida. La naturaleza del bregar indígena en Potosí, aunque fuese generalmente remunerado, no permitía que los nativos acumulen el capital necesario para poder invertir, por cuenta propia, en la extracción de la plata (algo que, de haber sucedido, hubiese solucionado el problema de la escasez de mano de obra y hubiera beneficiado, sobre todo, a la Corona). La relación entre los criollos y el Rey quizás también explique por qué no fue factible involucrar a los nativos

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en el menester minero: el quiebre comunicativo que se fue ahondando entre la Corona y sus colonias no hizo más que entorpecer el control real de la producción y entregarlo a manos de empresarios (o rentistas) cuyas aspiraciones y exigencias eran mucho más indi-vidualistas y abusadoras que aquellas que pudo propugnar la Corona. El nuevo sentido de “americanismo” que afloraba en los criollos no condujo, así, a un esfuerzo concertado de administración, sino que sometió a Potosí a un laissez-faire prematuro (y ciertamente racista) que la terminó por cancerar. Por otro lado, la mita no tardó en convertirse en un sistema autodestructivo, pues la fama que la ensombrecía terminó por ahuyentar a quienes no había, por defecto, ya matado. Las regiones sujetas a la mita sufrieron una grave depresión demográfica y esto, aunado al hecho de que casi el 50% de la población indígena había perecido por guerras y epidemias, hicieron que Potosí se viera desprovista de su recurso más elemental. Los cupos que la mita no pudo completar en dichos términos fueron entonces suplidos casi enteramente por los mingas, que llegaron a constituir más de la mitad de la mano de obra empleada en Potosí (Marchena, 2000: 51). Este hecho cambió radicalmente la lógica productiva de la industria minera. Cuando un curaca (o cacique indígena) no podía llenar el cupo de mitayos que debía entregar al patrón, optaba en cambio por pagarle el equivalente en plata para que éste luego contratara suficientes mingados para completar los puestos requeridos por la industria. Sin embargo, si dicho monto excedía el valor final de la extracción y refinamien-to de minerales de baja ley –lo cual era típico en esos días–, los patrones simplemente se apropiaban el pago del curaca para utilizarlo con otros fines. Así, poco a poco, se montó una red fraudulenta de tráfico laboral que supuso, al mismo tiempo, un declive productivo en los ingenios. Los costos aumentaban y el acceso al mineral era cada vez más limitado. Como resultado, a fines del siglo XVII, el número de ingenios se redujo notablemente (de 140 en 1610, a 68) y a mediados del XVIII, la mayoría estaba ya en ruinas.

3.1 Fuerzas naturales

Claro que la ruina de Potosí no se dio tan paulatinamente como podría pensarse a partir de estas observaciones. La ciudad también sufrió percances esporádicos que aceleraron la

Fig. nº 5. Reconstrucción del mapa del cuadro de Gaspar Miguel de Berrío (primera mitad del siglo XVIII), (Marchena, 2000: 55).

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consumación de su muerte prolongada. El mejor ejemplo de esto, sin duda, nos lo ofrece la Ribera de los Ingenios, obra magna de Toledo, que pasó de ser la columna vertebral de la ciudad, a convertirse en el tajo que expuso, por primera vez, la vulnerabilidad morfológica de su trama. En marzo de 1626, a causa de excesivas lluvias, estalló el dique de la laguna de San Ildefonso en el complejo lacustre de Kari Kari, lanzando a la Ribera un torrente concentrado de agua, lodo y piedras que arrasó con gran parte de la urbe. Según Vásquez de Espinosa, “se vieron venir montañas de agua que sobrepujaron las más altas casas, y algunas se llevó por delante gran trecho” (Vásquez de Espinosa, 1969: 421). Usando el acueducto como vector, el aluvión destruyó de este modo 32 ingenios y dejó 34 dañados. La Ribera sobrevivió al desastre y algunos ingenios incluso se reconstruyeron; pero, la industria había sufrido ya un golpe del cual nunca pudo realmente recuperarse. La ciudad también tuvo que enfrentarse a los achaques que arrastró el exceso demográfico y la variedad poblacional. Como cualquier centro minero de la época que atraía y desplazaba a tanta gente, la población fue víctima de varias epidemias que mermaron el funcionamiento de la industria. La más catastrófica de las pestes comenzó en 1718 y duró dos años, dejando a Potosí desprovista de casi el 50% de su población. Naturalmente, las condiciones urbanas en La Ranchería, así como la intrínseca vulnerabilidad de la población indígena ante los patógenos europeos, ocasionó que el mayor porcentaje de víctimas fueran nativos. Lejos de paliar estos desastres, entonces, la estructura urbana de Potosí exacerbó las con-secuencias de los mismos. La ubicación y constitución morfológica de La Ranchería, por su parte, hacía que las casas –que en muchos casos estaban situadas en quebradas– fueran constantemente derribadas por huaicos durante la época de lluvias. Arzáns habla de once huaicos y varios terremotos que destruyeron un sinnúmero de casas y dejaron incontables muertos. Todo ello, sin duda, contribuyó con el descenso demográfico que empezó durante el siglo XVII y se agravó en el XVIII.Y así como la industria no podía funcionar sin una mano de obra estable, cualquier fuerza que limitara el ingreso de agua o mercurio a la ciudad ocasionaba una parálisis total de la actividad económica en Potosí. La situación era aun más crítica cuando los caminos a la urbe se bloqueaban con nieve, pues la ciudad quedaba aislada de sus abastecedores y la gente pasaba hambre (Arzáns, 1965: I, 102).10

3.2 Condición regional

Claro que la dependencia que desarrolló Potosí con sus abastecedores era, en gran parte, inevitable: las condiciones geográficas que enmarcaban la urbe hacían imposible que la industria se diversificara para reducir sus dependencias mercantiles (la actividad agrícola, por su parte, era impensable a esas alturas). La plata, irónicamente, no podía ser capitalizada en el lugar de su producción, pues no sólo resultaba mucho más rentable ser minero en Potosí, sino que las opciones disponibles para invertir en sectores alternos eran casi nulas. Todo giraba en torno a la producción de la plata y nada resultaba viable que no estuviera relacionado, de algún modo, con dicha actividad. Este hecho, desde luego, benefició tremendamente a los pueblos aledaños, pues todo aque-llo que Potosí no pudo (ni quiso) producir, era importado de las regiones y países que la orbitaban. De modo que la centralidad de Potosí, como veremos en seguida, supuso una periferia que eventualmente sobrevivió al fracaso de la empresa minera, y que en algunos casos inclusive se benefició directamente de la implosión de la industria argentífera.

4. Potosí y el modelo mercantilista

El urbanismo, como campo de análisis morfológico-social, no puede limitarse a estudiar ciudades en un ámbito local; debe reconocer tanto sus dinámicas más íntimas como aquellas

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que la vinculan con una región o incluso con el resto del mundo. En el caso de Potosí, es necesario enfocarnos en su condición regional para así elucidar la magnitud del impacto económico que engendró la plata potosina sobre la construcción del Nuevo Mundo. Como hemos dicho ya, Potosí se había convertido en el centro de consumo y repartición de bienes para toda la región de Charcas; “tanto el traslado de poblaciones como de mer-cancías se efectuaba por una red caminera [basada generalmente en los caminos del Inca] cuyo nudo central era Potosí” (López, 2000: 148). Según R.C. Padden, lo típico era que los abastecedores de Potosí tuvieran ganancias de 1 000% o más, lo cual, sin duda, propició la formación acelerada de una red de abastecimiento en torno a la ciudad (Fig. n° 6).Por el noroeste, se formó una cadena de ciudades que iba desde La Plata (hoy Sucre) hasta Lima –pasando por Oruro, La Paz, Puno, Cusco, Huamanga y Arequipa– y a través de la cual se abastecía a Potosí de mano de obra; lana; vinos; ganado vacuno, equino, porcino y ovino; y charque. Hacia el oeste, el tráfico de la plata encontró eventualmente una salida por Arica, lo cual resultó en la integración económica de otros centros mineros de la zona –como Oruro– e impulsó la navegación por la costa peruana y la gobernación de Chile. El puerto de Arica también recibía el mercurio huancavelino que se enviaba desde Chincha, para luego llevarlo a Potosí –vía Oruro– en un viaje de más de 500 kilómetros de distancia y 5 000 metros de desnivel. Por el este, se estableció un vínculo agrícola con la zona de Santa Cruz de la Sierra, y por el sudeste, el tráfico de la plata hiló la región que comprendía Tarija, Tupiza, Jujuy, Tucumán y Córdoba, atravesando las pampas argentinas en camino al puerto de Buenos Aires (López, 2000: 149-150).Habría que recalcar aquí que la conexión entre Potosí y Buenos Aires era de suma impor-tancia en esos días, pues los controles portuarios del Atlántico eran relativamente laxos y resultaba sencillo incurrir en el contrabando de mercancías y plata “no quintada”.11 Los

Fig. nº 6. Vías de comunicación terrestre a partir de Potosí (López, 2000: 149).

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diversos impuestos a las transacciones comerciales –el almojarifazgo, la avería, la alcabala, etc.– podían ser evitados con mayor facilidad aquí, pues contrario a Lima, no había un control minucioso por parte de las autoridades virreinales. Es así que Buenos Aires, poco a poco, se convierte en el nodo económico de la costa sudatlántica: la plata y contraban-do de Potosí le otorgaron el cimiento necesario para su futuro desarrollo como la capital portuaria del sur americano. El efecto cohesivo que tuvo el tráfico de la plata y mercurio sobre dichos centros fue, no obstante, contrapuesto por el efecto disgregador que tuvo la mita sobre las regiones circundantes a Potosí. Si bien se revitalizaron muchos pueblos aledaños, el reclutamiento forzado de la mano de obra potosina “obligó a muchos [nativos] a migrar o esconderse para convertirse en forasteros asentados en comunidades ajenas, renunciando a sus derechos como originarios. Estos forasteros fueron elemento importantísimos en la formación de la sociedad indígena colonial” (López, 2000: 147). De esta manera, los desplazamientos de poblaciones que acarreó la industria minera en Potosí reconfiguraron por completo el continente sudamericano, sentando así las bases para la construcción (o bien, el continuo nombramiento) de las naciones republicanas.

4.1 La implosión mercantilista

Como secuela inevitable del modelo mercantilista, el declive productivo de Potosí perjudicó principalmente a los mismos potosinos. Aquellos pueblos y ciudades de la misma región que capitalizaron el flujo de la plata durante más de un siglo habían logrado, en cambio, cierta autonomía productiva (y exportadora) que les permitió sobrevivir la implosión de la industria argentífera. Este modelo regional –de centralidad y dependencia periférica– resume, a grandes trazos, lo que ocurrió también en Europa bajo la tutela de España. La Corona se ocupó de extraer riquezas de las colonias sin desarrollar una industria local que garantizara su crecimiento económico a largo plazo. Como el influjo constante de riquezas coloniales bastaba para dar sostén a la economía imperial, los españoles no vieron la necesidad de producir sus propios bienes: el papel, el hierro y los textiles, por ejemplo, eran importados de los países vecinos (principalmente de Francia, Inglaterra y Holanda), cuyos productos abastecían el 90% de las importaciones a España y sus colonias. De modo que el modelo mercantilista hundió a España, mientras que los países aledaños –como productores del consumo español y colonial– se establecieron como regentes de la industria europea. Según Wallerstein, sin el sostén del oro y la plata “Europa hubiera carecido de la confianza colectiva para desarrollar un sistema capitalista, en el cual, la ganancia se basa en diversos aplazamientos del valor realizado” (Wallerstein, 1991: 66). Se dice, incluso, que el famoso botín que sir Francis Drake (con el apoyo de la reina Isabel) hurtó de los españoles y llevó a Inglaterra en el siglo XVI, sirvió de base para el nacimiento del capitalismo europeo. Aunque la situación haya sido mucho más compleja de lo que aquí se infiere, el debilita-miento de la Corona española, aunado al fortalecimiento de los países vecinos, hizo que España finalmente fracasara en su intento de frenar las invasiones napoleónicas de 1805, perdiendo así su hegemonía sobre el continente.

* * * “De pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron 300 años el erario de España, yo estimo en nada su opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas del Orinoco para fijarlo

aquí en el piso de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del Universo.” (Simón Bolívar, Palabras en Potosí, 1825)

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Con el tiempo, las palabras de Bolívar habrían sufrido el mismo destino que el Cerro Rico de Potosí: el estaño remplazaría finalmente a la plata, y la ciudad pasaría de ser el centro de Europa a convertirse en un pueblo más (o un pueblo menos) de “nuestra” gran Amé-rica. El fracaso del “milagro potosino” nos habla entonces de un momento quebradizo en la historia del Perú, donde las realidades coloniales, los ideales criollos y las necesidades nativas se enfrentaron dentro de un laberinto burocrático del cual nadie salió realmente victorioso (o nadie salió, y punto). Si bien hemos observado el desarrollo de Potosí a través del lente morfológico del urbanis-mo, queda claro que el declive de la urbe fue, ante todo, un producto del impasse político que se produjo entre la Corona, los criollos y la población indígena (aunque para ser más exactos tendríamos que añadir que el conflicto se produjo también entre los mismos criollos y entre los mismos nativos).13 La ciudad no fue, entonces, más que un testimonio físico del terrible desencuentro de intereses que envolvía a Potosí desde sus albores; la trama urbana se hizo a la imagen de la industria y, por lo tanto, encarnó las divisiones culturales y políticas que al fin y al cabo llevaron a la ruina a esa “siempre ínclita y magnánima” Villa Rica de Potosí.

Notas

1. Potosí está ubicada a 4 100 msnm.2. Lewis Mumford: “A map of the world that does not include Utopia is not worth even glancing at...”3. Tanto los yanaconas (sirvientes incaicos heredados por los conquistadores) como los indios de enco-

mienda (enviados a Potosí por sus jefaturas étnicas para obtener la plata con que pagaban el tributo encomendero) conformaban la población indígena en estos años (Mira, 2000: 110).

4. Término quechua que significa (o bien implica) “un laberinto”. 5. No hay que pensar, claro, que dichas reformas embellecieron la ciudad: en realidad, Potosí nunca

tuvo un legado arquitectónico/urbanístico, pues salvo la Casa de la Moneda, gran parte de las cons-trucciones no ostentaban la opulencia de sus propietarios (algo comprensible en vista del nivel de envidia y violencia –o bien la falta de cultura– que arrastró consigo la riqueza espontánea).

6. Entre 1580 y 1605, se registró niveles de extracción próximos a los 800 000 marcos de plata anuales (los más altos de toda la historia potosina), (Mira, 2000: 117).

7. Mi’ta significa “turno” en quechua. La labor compulsiva de cada mitayo no debía superar las dieciséis semanas, divididas luego en tres turnos rotativos de una semana de trabajo forzado y dos de trabajo “libre” (Garavaglia, 2000: 139). Este concepto inicial no se respetó por mucho tiempo y el mitayo terminó siendo sujeto de abusos constantes por parte de los patrones mineros.

8. Como también observa Tristan Platt, “Paradójicamente, fue la organización de la mita la que con-tribuyó a prolongar la existencia de varios pueblos y grupos étnicos andinos a lo largo del período colonial” (Platt, 2000:129).

9. Se dice, incluso, que no sólo los mitayos, sino también sus familias, eran obligados a “llenar las tareas” (Tandeter, 1992).

10. Según el virrey Melchor de Navarra y Rocoful, la ruta al puerto de Arica sólo era transitable cuatro meses al año, lo cual intensificó notablemente las relaciones con el incipiente puerto de Buenos Aires.

11. Es decir, la plata que no había sido deducida (el quinto real) y que, según Padden, constituía un tercio, si es que no la mitad, del total extraído.

12. Habría que preguntarse, como corolario a esta investigación, cuánto de ello ha cambiado en nuestros días y si, pese a los avances tecnológicos que se han forjado con los años, no seguimos reproduciendo la misma torpeza comunicativa y ambición rentista que hundió en su momento a Potosí. Sin ne-cesariamente aludir a circularidades históricas –que son, además de trilladas, un tanto especiosas–, podríamos utilizar el referente potosino para encontrar paralelos que nos muestren si, en efecto, he-mos evolucionado o si hemos simplemente camuflado nuestra centenaria mediocridad con artilugios democráticos y ademanes de una apócrifa responsabilidad social.

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