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    Estudios Pblicos,66 (otoo 1997).

    ENSAYO

    HUMBERTOGIANNINI. Profesor titular de la Facultad de Filosofa, Universidad de Chile.Autor, entre otras publicaciones, de La experiencia moral; Tiempo y espacio en Aristteles y

    Kant; Desde las palabras.

    *Texto de la conferencia pronunciada el 28 de mayo de 1996 en el marco del cicloLas virtudes de la vida, organizado por el Centro de Estudios Pblicos. En este volumen seincluyen tambin las conferencias de scar Godoy A. y Agustn Squella. Las exposiciones dePedro Gandolfo, Martn Hopenhayn y Jorge Pea Vial fueron publicadas, a su vez, en el N 65deEstudios Pblicos.

    HOSPITALIDAD Y TOLERANCIA*

    (O DE LA TOLERANCIA)

    Humberto Giannini

    La capacidad de entrar en comunicacin con lo otro aparece en estameditacin sobre la tolerancia como uno de los primeros sentidos en que

    la misma es una virtud y no mero aguantar. Se trata, pues, de la virtudo potencia que permite la crisis y el enriquecimiento del propio sujeto quela practica, mediante la incorporacin de lo ajeno. En el concepto y en laetimologa de hospitalidad el autor encuentra la forma de hacer visiblela acepcin positiva de la tolerancia, como cualidad activa que tiene unparalelo en el quehacer de la inteligencia: comprender.

    n nuestros das la prctica de la tolerancia parece una condicinesencial para la paz entre los individuos y los pueblos. Hay, pues, razones,aunque diversas de las que tuvo la Edad de las Luces, para ensalzarla. Y laprimera dificultad que se le presenta al hombre de hoy es la de poderevaluar cundo y hasta qu grado se trata de una virtud y cundo se hace

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    ella misma intolerable. Queda patente as, y de partida, que ya estamosrenunciando a pensarla como una virtud incondicional. Sobre todo cuando

    recordamos nuestra propia experiencia lingstica del trmino, y el empleoagotado de ste, sin lustre, al que se asocian las ms de las veces lasconnotaciones de aguante y de soportacin.

    Antes de intentar un replanteo positivo de la tolerancia, quisieramostrar de modo sucinto las paradojas y desencantos con que se encuentrael hombre de nuestros das para proclamar con un mnimo de entusiasmoque la tolerancia es una virtud universal, recomendable ticamente a todos,y en toda ocasin, como es recomendable la justicia, en el campo de las

    virtudes ticas, y el amor, en el campo de las virtudes teologales. Recomen-dables siempre; inderogables.

    Una primera paradoja, elegida al azar: si por virtud se entiende elpoder que hacemos crecer en nosotros a fin de volvernos mejores, humana-mente mejores, entonces nos ser muy difcil llamar virtuoso a aquel que haaprendido a soportar a los otros o un asunto penoso; simplemente a sopor-tarlos. Difcil imaginar que por el hecho de soportarlos potencie sus propiasposibilidades. Se dira ms bien que, al reprimir stas, las maltrata y las

    sofoca. De lo que resulta que, en trminos clsicos, y curiosamente tambinnietzscheanos, es ms un vicio y una impotencia que una virtud.

    Otra paradoja: si, escudado en el fcil precepto de vivir cada cual asu amao, alguien permite que los otros, incluso los ms prximos elprjimo se debatan en el error, en la ignorancia, en el vicio, este tolerar,este dejar hacer, no es ms que insensibilidad por la suerte ajena. El peor delos vicios, el ms srdido.

    Otras ms: supongamos que repentinamente enfrentamos una situa-

    cin intolerable objetivamente intolerable. Entonces, si alguien nos pideque seamos tolerantes con ella, es como si nos pidiera hacernos cmplicesdel mal. Evidentemente, tolerar el mal es un mal. Y de esto resulta, si somosconsecuentes, que la tolerancia cabe slo para las cosas tolerables, para loliviano e inesencial.

    Podramos proponer otras, pero cerremos con esta ltima paradoja.Que sea una virtud liviana, insignificante, parece resultar tambin de estehecho palmario: si una sociedad responde a la intolerancia ajena con actos

    de intolerancia, negar eo ipsola seriedad de su discurso y la universalidaddel bien que dice defender. Si, al contrario, tolera la intolerancia de algunosde sus ciudadanos, no hay duda alguna de que esa sociedad ser desmante-lada, arrasada, por la minora intolerante. Lo documenta la historia. Pregun-tmonos honradamente: qu virtud es, entonces, aqulla incapaz de defen-der el bien en que cree y de defenderse a s misma?

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    Nos queda ahora la tarea de disolver estas paradojas si es que estoes posible con el fin de salvar un bien que, en verdad, a muchos nos

    parece consustancial a la vida.Por lo que quisiera preguntar, en lo que sigue, en qu sentido y

    cundo la tolerancia puede llegar a ser una virtud y no simple expresin deinsensibilidad y descompromiso.

    Por otra parte, y ya llegar el momento de dilucidarlo, esta bsquedame parece una magnfica ocasin para meditar sobre la condicin ltima dela tica, sobre su sentido y justificacin.

    Pues, si el concepto de tolerancia connota, como pareciera connotar,

    estados tales como los de paciencia y resignacin o, en ltimo caso, deinsensibilidad, estamos frente a una virtud espuria, armada sobre un deberser opresivo, que recae sobre la triste economa del aguante. Estado represi-vo que, ms que dejarnos ver la dignidad propia de la tolerancia, nos laestara escondiendo.

    Pienso, pues, que el examen que vamos a emprender no es una malaocasin para formularnos algunas preguntas sobre la experiencia tica quehemos heredado de la cultura iluminstica, la que ensalz sin reservas, pero

    muy unilateralmente tambin, este concepto crucial de la tolerancia.Nuestro proyecto inmediato ser el siguiente: indagar bajo qu con-

    diciones se podra considerar la tolerancia como una de esas cualidades quepotencian la vida humana, que la dignifican. En una palabra: bajo qucondiciones es una virtud.

    Para lo cual intentaremos levantar, suprimir, si esto resulta posible,aquel estado represivo1que constituye esa es nuestra hiptesis el agre-gado deformante, no-virtuoso, de la tolerancia. En otras palabras: levantar el

    estado de sitio del deber ser, a fin de que se nos muestre el lugar propio, elterreno en que la tolerancia corresponde a una potencia de la vida. (Que a suvez puede ser potenciada como virtud.)

    La pregunta es sta: qu es lo que permanece si suprimimos laimposicin represiva y atomizante de la tolerancia?

    Lo que debera quedar es una disponibilidad grande o pequea,un poder ser en estado salvaje, en estado de pureza. Es decir, la capacidadreal que tiene cualquier sistema, trtese de un organismo viviente, de una

    estructura econmica, de una sociedad o del flujo mismo de la conciencia,en cuanto sistema de fenmenos psquicos, para entrar en comunicacin conuna realidad externa a l.

    1 Marcuse ha escrito justamente sobre esto: Critique de la tolrance pure (Pars:Didier, 1969).

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    Algo positivo empieza, pues, a aparecer en el horizonte de nuestroproblema. La tolerancia como capacidad intrnseca de recepcin. Algo posi-

    tivo, pero complejo. Porque la idea de recepcin, facilsima de intuir, no sedeja apresar tan fcilmente en conceptos. Digamos, por ahora, que un actoreceptivo, realmente receptivo, va acompaado o seguido por una reordena-cin interna de la unidad que recibe o acoge.

    Y es justamente a la unidad del receptor, a ese ser organizado capazde acogida y alojamiento, a lo que llamamos sistema.

    Dicho de un modo elemental: sistema es un conjunto de elementoscuya interdependencia y cuyo sometimiento a ciertos principios vinculantes,

    hacen de los elementos algo uno, una identidad orgnica, histrica, psquica...Y aqu cabe hacer una distincin medular para nuestros fines: hay

    sistemas que son esencialmente abiertos: los organismos vivientes, por ejem-plo. O la ciencia, como ideal. Una ciencia puede ser conmovida en suscimientos por algo que hasta el momento pareca extrao a ella o eradesconocido por ella, y que ahora viene a falsificar sus principios constituti-vos y su modo habitual de abordar las cosas. Conmovida, pero no despeda-zada por aquella verdad que la conmueve. Y eso es lo que Husserl, me

    parece, caracterizaba paradjicamente como lo ms slido y confiable enuna ciencia: su capacidad de hacer crisis. Recordaremos ms adelanteesta capacidad, que asociamos a la virtud, propiamente a la riesgosa virtudde la tolerancia.

    Imaginemos ahora el otro extremo, el ejemplo sencillo de un minisistema absolutamente cerrado. Un sistema en el que cada individuo quedadefinido exclusivamente por los movimientos que le son permitidos por leyy dentro de un espacio impenetrable a todo acontecer externo.

    Puede darse un sistema as? De hecho, todos conocemos uno: elajedrez, sistema absolutamente cerrado a cuanto no es l mismo. Pero, parahacerle justicia, habra que agregar que se trata de un sistema cerradoinofensivo, por cuanto no pretende decir cmo son las cosas del mundoexterno a l, ni decidir sobre ellas ni imponer leyes ni reglas ms all de supequeo espacio de exclusividades.

    La intolerancia, en cambio, pertenece a los sistemas cerrados llama-dos devoradores. Aquellos que estn armados de tal manera que toda

    pretensin de falsificar alguna de sus afirmaciones o de tocar con la crticaalguno de sus principios, est condenada de antemano a ser devorada poruna explicacin descalificadora con la que el sistema responde a cualquiercrtica. Es lo que suceda, en el orden terico, con el psicoanlisis msextremo: rozar sus juicios con alguna crtica fue por mucho tiempo hacersesimultneamente candidato al manicomio. En el orden prctico polticosobran los ejemplos. Por ahora nos basta con subrayar cmo un sistema

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    cerrado se vuelve degenerativo e internamente violento, sofocado por supropia identidad.

    Por el contrario, es la elasticidad ganada en el ejercicio de la convi-vencia, la capacidad de dar y recibir, la que llamaremos tolerancia. Y es stala que puede, humanamente, llegar a ser una virtud.

    Pero, ya lo advertamos, este concepto de receptividad, de apertura,es difcil, y nada tiene que ver con el hecho de dejarse contener propio delespacio inerte, vaco. En primer trmino, es esencial la idea de unidad. Elreceptor es uno, esto es, una estructura de ser identificable, subsistente entreotras. Y la idea de sistema no apuntaba sino a eso.

    Volvamos un momento a esa idea: un sistema es receptivo, abierto,cuando permite que algo externo ingrese a l y le comunique algo de supropia virtud, de su propia eficacia. Cuando, por decirlo as, al interior de supropio domicilio hace espacio a lo otro, a lo que le era extrao y externo, sinperder por ello su propia unidad de ser. Su identidad.

    Estas consideraciones me han sugerido una expresin bastante feliz,a mi parecer2: la de hospitalidad. La conciencia es hospitalaria tanto cuandoacoge lo extrao, como tambin y en esto se diferencia de la hospitalidad

    domiciliaria cuando suelta, cuando dejar ir lo que tena como suyo:lo que sola llamar sus propias ideas, lo que llama sus principios intransa-bles. Dejarlos ir hasta el extremo de conmover la vieja identidad laidentidad de Saulo. Capacidad de mutacin, de crisis, como la que record-bamos a propsito de la ciencia. Sin prdida de la unidad de s.

    Tal vez sea ya el momento de que meditemos sobre esta antigua ynoble institucin de los pueblos: la de la hospitalidad con el perseguido,con el peregrino, con el viajero; y que examinemos hasta qu grado es

    legtimo analogarla con el ejercicio de una tolerancia virtuosa. No tortuosa.Es curioso comprobar cmo algunas palabras que usamos ganan su

    significado en una oscura, larga, cotidiana confrontacin con otras pala-bras, disputndose palmo a palmo zonas de significacin, trozos de reali-dad. Y esto sucede de modo espectacular, me parece, con el trminohospitalidad.

    Como sabemos, la palabra clave viene del latn arcaico: de hostis.Por un largo perodo, hostis signific tanto husped como enemigo.

    Imaginamos cul sera el conflicto de fijacin que tuvo este trmino entresignificados a tal punto antagnicos.Se ha querido explicar, digmoslo as, la tolerancia del trmino para

    albergar cosas tan distintas, por el hecho de que tanto el husped como elenemigo son extranjeros.

    2 Manuel Levinas, Totalidad e infinito(Barcelona: Sgueme, 1977), p. 173.

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    Uno de los ms insignes lingistas contemporneos, Emile Benve-niste, ha afirmado que esta explicacin resulta demasido sumaria y glo-

    bal3, y que no seala el punto preciso que dara cauce a la ambigedad.Segn esto, parece haber un estrato lingstico ms hondo que

    dara cabida a los significados en pugna. Y este es el significado deigualdad. Hostio, hostire, era propiamente igualar en derecho. Deesta noticia arguye Benveniste se deduce que hostis no era simple-mente el extranjero ni el enemigo. A diferencia del viandante, que atravie-sa los lmites del territorio, hostis era el extranjero al que se le llegan areconocer iguales derechos de los que goza el ciudadano romano. En fin,

    se refiere a aquel que est en igualdad y en reciprocidad de derechos, quees el fundamento de la institucin de la hospitalidad. Pero, agreguemospor nuestra cuenta, esta misma hospitalidad es causa o al menos ocasinde hostilidad y xenofobia.

    Es preciso anotar estos contrastes subterrneos porque la institu-cin de la hospitalidad, como la llama Benveniste, desde aquella conflicti-va formacin lingstica, apunta a una de las acepciones, tal vez la msreprimida, del trmino tolerancia que ahora nos ocupa. Aptitud de recep-

    cin, de acogida.Cabe que nos preguntemos, pues, al margen del empleo metafrico

    de los trminos, cul es el parentesco real entre hospitalidad y tolerancia?La capacidad de recepcin, de asimilacin4, es un hecho, un rasgo

    esencial de los sistemas vivientes, uno de los aspectos ms asombrosos de lacomunicacin universal. Pero, tambin, la condicin que define la espiritua-lidad del hombre; que la define abstractamente cuando se habla de suracionalidad. Esta virtud propiamente humana que tambin, y con cierto

    cuidado, puede llamarse inteligencia, es su receptividad, su hospitalidadpara lo inteligible que hay en las cosas, para lo que hay de uno y esencial enlo mltiple y disperso. Este es el hecho, el punto de partida que hace posibley legtimo un deber ser cual gozosa potenciacin de aquello mismo que sees; como esa virtud a la que incitara Pndaro: Llega a ser lo que eres.

    La hospitalidad, tanto la de abrir nuestra casa como la de abrirnuestro espritu, es por cierto una virtud. Y si la tolerancia es una virtud,tiene que ser un modo de esa receptividad por la que el hombre dignifica su

    propia condicin.Quisiera expresar en pocas palabras por qu este acto acogedor, propiode la humanidad del hombre, es dignificante para la vida personal y colectiva.

    3 Emile Benveniste, Vocabulario de las instituciones indoeuropeas (Madrid: Taurus,1983), p. 61.

    4 Assimilatio,igualacin entre lo diverso.

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    Si el dar algo, si la generosidad es una virtud, el darse a s mismo esla mxima expresin de la entrega; all donde la eticidad de un acto toca lo

    sublime. Porque se pueden entregar hasta la toga y el bculo despus dehaberse desprendido de todo. Sin embargo, se pueden dar justamente paramantener una distancia infinita entre quien da y quien recibe la distanciade la gratitud. Darse a s, en cambio, eso es definitivo y absoluto.

    Ahora bien, la hospitalidad representa una de las manifestaciones msplenas del darse a s mismo. Yo no creo que haya que detenerse mucho para

    justificar que esto es as. El punto crucial es ste: no se es hospitalario concualquier cosa sino con aquella que es como el primer lmite, el lugar fronteri-

    zo de la intimidad. La casa, que es lo que se abre y se ofrece, es, por una parte,como la inmediata segregacin protectora de nuestra intimidad en el espaciocerrado, organizado, de nuestros dominios (el domicilio del dominus). Porotra parte, es el lugar del recogimiento desde lo otro, desde la dispersin de lopblico e inesperado. El lugar de la reunificacin diaria de s.

    Abrir el domicilio es exponerse a la intimidad del extranjero y a lootro desconocido que puede traer oculta aquella intimidad.

    Por qu, entonces, hablamos de virtud y no ms bien de impruden-

    cia, de la ms osada y criticable de las imprudencias?Hay aqu un grueso asunto que elucidar a propsito de la institucin

    de la hospitalidad en el mundo antiguo, especialmente medieval, y queacaso d alguna respuesta a esta nueva inquietud nuestra.

    Decamos: no se es hospitalario con cualquier cosa. Muy cierto. Perotampoco la institucin de la hospitalidad se traduce en dar lugar y asilo a lodesconocido en cuanto desconocido5.

    El acoger es un acto ms bien gozoso. Y esto no hay que olvidarlo o

    tenerlo como un rasgo secundario. Quien abre su puerta cree saber queacoge a un ser digno de amor, a un ser amable en s, digno tambin deproteccin, si es perseguido o ha sufrido despojo en el camino. La idea dehospitalidad es inseparable de la idea de prjimo: aquel que est prximo,pero en el sentido de que su vida me concierne.

    Por eso, el acoger al otro es un acto que trasciende incluso a lahospitalidad domiciliaria. Y tiene que ver, ante todo, con esa capacidad deacogida que se llama comprensin.

    Y es aqu donde empieza estrictamente la lnea divisoria entre tole-rancia y aguante.Volvamos pues a la proposicin de partida.

    5Como lo expresa el pensamiento medieval,Ignoti, nulla cupido.

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    Si eliminamos el elemento represivo propio del aguante, la toleran-cia, ahora como recepcin, es acogida del otro, de lo extrao, pero y este

    pero es importantsimo en cuanto eso extrao viene a m como un bienque me solicita.

    Lo que, en ltimo trmino, habra que examinar, y ya lo hemosanunciado, es de qu manera el hombre llega a poseer del modo mshumano esa virtud de la receptividad.

    Capacidad de acogida lo es, y no metafricamente, el acto de entender.Es curioso: la lengua francesa nombra con un mismo trmino (entendre) tantoel acto de or como el que nosotros llamamos propiamente entender.

    Y es que resulta que el primero es como la condicin inmediata delsegundo: hay que or lo que el extranjero dice; ser todo odos si queremoscomprender lo que dice o lo que la realidad misma nos est diciendo desdesu propia profundidad. A este escuchar se refera Herclito como lo mspropio del sabio.

    Es este or escuchando el presente tico de la disponibilidad paraescuchar, el vestbulo de la hospitalidad. Es all mismo donde se inaugu-ra el acto de comprender, que deja manifestarse el ser del otro en mi

    propio dominio.Comprender es posibilitar en m simplemente dejar manifestar-

    se la posibilidad ajena. Significa, entonces, dejar que otras ideas desplie-guen sus posibilidades su eficacia, su virtud entre nuestras propiasideas y sus eventuales resistencias. Significa probar hasta qu punto estasideas que he venido llamando mas son realmente mas, hasta qu puntoestn adheridas a la piel o son toleradas por la proposicin o el hecho que,repentinamente, viene a redimensionarlas. Capacidad de crisis o, como

    deca Unamuno, agona de la fe.Lo incomprensible no es lo absolutamente cerrado a nuestra inteli-

    gencia pura, como lo sera para un inexperto una complicada ecuacinmatemtica. Incomprensible es aquello que, concebido, no nos cabe en lacabeza que alguien lo pueda pensar o hacer. Lo incomprensible en ciertamedida importante, lo intolerable tiene que ver con lo que no vemoscmo podra ser alguna vez una posibilidad nuestra. Es el territorio de lasintolerancias reales (y de la tolerancia como mero aguante del otro), territo-

    rio que slo se hace transitable a travs de un dilogo continuo y veraz.Para resumir: slo como disponibilidad para escuchar al otro (enten-dre), con el riesgo de crisis que esto supone siempre, la tolerancia es unavirtud, una potencia solidaria con la vida. Potencia que, ejercitada, es com-patible ms con el gozo que con el dolor; ms cercana al bien que se anhela

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    que al bien que simplemente y ya no sabemos por qu se debe alextranjero, al otro, al vecino.

    Esta proposicin est muy cerca de lo que dijera Spinoza respecto dela felicidad: La felicidad no es el premio de la virtud, sino la virtudmisma6.

    6 Spinoza,Etica V, prop. XLII.