FOCAULT El Orden Del Discurso

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  l

ffilllllllllll I

l

M0463

66

En el diecurso que h oy debo pronunciar ,

y

en t

odos

aque ll os

que, quizás

du rante años, h ab r é de pronunciar aqu í, hubi era prefo·

ri

do poder deslizarm e sub rep t ici am ente. Más que t

omar

la

palabra,

h ub

ie

ra

pref

eri do ve rme em t1elto por el la

y tr

ansp

or

ta

do

más allá

de todo

posible

in

icio . Me hubiera gus tado .darme cuenta de que

en

l mo mento

de

ponerme a

hablar

ya me d í a

una

voz sin n om·

Lre

desde

hacía mucho tiempo: me

habría ba

st

ado

en tonces con

cadenar prosegmr la frase, j

nt r

oducirme

in

s

er

ad vertido en

sus

intersticios, como si ella me l uh

ie

ra hecho seña  > que

dá n

dose, u n

mo mento, interrumpida . No bsbr   a habido por tanto in icio :

en

lugar de

ser aquel de quien pr ncecle el di s

cu r

so,

yo

se ría

más

b ien

un a pequeña laguna en el azar de ' su a r r o l l o

el punto

de

su

des a·

, pari

ci

ón posible.

Me

h ab r

ía gus

t ado que hubi

ese

detrás de mi (ha b

ie

n

do

tomado

des de ha ce tiempo la palabr a, repit ien d o de

an

te

ma no

todo cuanto

voy a decir)

una

voz qu e h ablase así : H ay que continuar, no pu edo

contim

ia

  ',. h< y

que d

eci

r pal abr as m ien tras la s h

aya

, hay que decir·

las ha sta que me encuentren, h

asta l

mo mento

en

que me d

igan

xtraña: pena, extraña falta , hay que

con

t inu ar, qu izás

es

t á ya

hech

o, quizás

ya me

han dicho, quiz

ás

me

ha n ll

evado

hasta el

umbral de mi h istoria, ante la p

ue

rta que se ab re ant e m i historia :

me extrañar ía si se

abrier

an .

Pi enso que

en mucha

g

ente

existe

un

dese o se

mejan

te de no

tener qu e empezar, un

de

seo semeiante de encontrarse,

ya

desde el

comienz

o del ju ego, al otro la do del disc

ur

so, en h aber tenido que

considerar

desde

el exterior

cuá

nto pod ía te ner de singular,

de

temible, incluso quizás de ma léfico . A es te deseo tan común, la

insti

t

ució

n respo

nd

e de

un

a m

aner

a

irón

ic

a,

da

do

que devuelv

e

lo

s

comienzos

s

olemne

s, los r odea

de

un

círculo de atenc

ión

y

les

impone, como querie

nd

o dist in gui rl os desde lejos, unas formas ri -

tualizadas

.

El

deseo dice:

No quer

r ía t

ener

que en trar yo m ismo en este

orden

azaroso

del discurso : no querría

tener

relación con cuanto

hay en él de

tajante

y d

ecisivo

; querría que me rodeara

como una

transp

ar encia apaci

ble, pr

ofun

da, indefinidamente abier ta, en la

qu e

.otros re sponderían a mi

espera,

y de la que

brotarían

las

ve,r·

dades,

una a una: yo no tend r ía má s que dejarme arrastrar, en

él

y

por

él,

como

algo abandonado,

fl

otan te y dichoso. Y la

institu·

·

3

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cion responde: ..No hay

por

qué t ~ n ~ ~ miedo empezar;

todos

estamos

aquí

para

mostrarte

que

el

t.H§C rso esta en

el orden

de

las leyes,

que

desde

hace mucho tiempo se

vela por

su ap.arici'

ón;

que

se

le

ha

preparado

un lugar que

le

honra pero que

le

< 1 € ~ a n n a

y

que, si

consigue algún

poder, es

de nosotros

y únicamente

de

nosotros de

quien

lo obtiene .

Pero quizás

esta

institución y

este deseo

no son otra

cosa

que

dos

réplicas opuestas

a

una misma

inquietud:

inquietud con respecto

a lo que es

el discurso en su

realidad material

de

cosa

pronunciada

o escrita; inquietud

con respecto

a

esta existencia

transitoria des

tinada sin duda a desaparecer, pero según una duración que no nos

pertenece,

inquietud

al sentir bajo esta actividad, no obstante coti

diana

y gris, poderes y peligros difíciles de

imaginar; inquietud

al

sospechar la existencia de luchas, victorias, heridas, dominaciones,

servidumbres,

a

través de

tantas palabras

en las

que

el

uso,

desde

hace tanto tiempo, ha reducido las a_ perezas.

Pero, ¿qué hay de peligr >so en

el

hecho

de

que

las gentes

hablen y de que

sus discursos

proliferen indefinidamente? ¿En

dónde está

por

tanto l peligro?

• • •

He aquí la hipótesis que querría emitir, esta tarde, con el fin

de establecer

el

lugar

o

quizás

el

muy provisional t ea t ro del

trabajo que estoy realizando; yo supongo que en

toda

sociedad la

producción del

discurso está

a la vez controlada,

seleccionada

y re·

distribuida

por un cierto

número

de procedimientos

que tienen por

función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento

aleatorio

y

esquivar su pesada y temible materialidad.·

En

una

sociedad como la nu

estra

son

bien C2:_nocidos

los pro·

C'edimientos de exclusión _El más eviden te, y el más familiar tam·

bién, es

lo

prohibido Se sabe

que

no se- tiene derecho a

decirlo

todo,

que no

se

puede hablar de todo en cualquier circunstancia,

qüé'

cualquiera, en fin

,

no

p

ue

de h ab

lar

de

cualquier

cosa.

Tabú

del objeto,

ritual

de l a circunstancia, de recho exc_usivo o privile

giado del

sujeto que

habla:

h e

ahí

el juego de tres

tipos

de prohi·

biciones

que se cruzan, se refue

rz an

o se compens

an,

formando

una

c:ompleja malla

que

no cesa

de mo

difi cars

e. Re

saltaré únicamente

que, en nuestros días, l as regiones en las que la malla está más

apret8ila, en la que se

multip

l

ican

los

com

partimientos

negros,

son

las

r e g i ~ n e s de

la sexualidad

y

las de la política;

como

si

el dis·

curso, lejos de

ser ese elemento tran

spar

en

te

·o neutro en el que

la

sexualidad se desarma y la políti

ca

se pacifica fuese más bien uno de

é"

sos fug.arcs en que se ejercen,

de

manera

privilegiada, algunos

de

Süs más temibles poderes.

El

discurso, -

por

más

que

en

apariencia

.

4

sea poca

t•osa, las prohibiciones que

recaen

sobre él, revelan muy

pronto. rápidamente,

su vinculación con el deseo

y

con

el poder.

Y e .tu

no

tiene

nada

de extraño; ya que

 

u r s o e l ,_Esicoaná·

lisis

nos

lo ha

moBtrado-

no es simP-lemente lo que manifiesta (o

ellCunr

e deseo; es

también

lo que es

l

o jeto del eseo; Y ya

que e s t o

la

iistoria no cesa de enseñárnoslo-- el discurso no

es

simplemente aque o que traduce las luchas o

los sistemas

e ilom1•

'ñilción, sino aquel

o

por

o

que

, y

por

medio de lo cual

se

lucha,

o d e r del ie i

uno

ad eñ rs

x1ste en nuestra sociedad otro principio de exclusión: no se

trata

ya de una

prohibición

sino de una separación y

un rechazo.

Pienso en la oposición razón y locura. Desde

la

más

alejada

Edad

Media, el loco es aquél cuyo discurso no puede circular como el de

los otros; llega a

suceder que

su palabra es considerada como nula

y sin

valor, no

conteniendo ni verdad ni importancia, no pudiendo

testimoniar ante

la justicia,

o pudiendo autentificar

una partida

o un

contrato,

o-

pudiendo siquiera,

en

el

sacrificio

de la misa, p ~ r ~

mitir la transubstanciación y hacer rlel

pan

un

cuerpo;

un

cambio

~ u e l e

ocurrir

también que se le confiere, opuestamente a

cualquier

otra, extraños

poderes, como el de

enunciar

una

verdad

oculta, el

de

predecir

el

porvenir,

el

de

ver

en

su

plena ingenuidad

lo

que

la

11abidnría de

los otros

no

puede

percibir. Resulta

curioso

constatar

que

en

Europa,

durante siglos, la

palabras

del loco o bien nó

era

- -es<:-uchada o bien si

lo

era, recibía la

acogida

de una palabra de

verdad. O bien

caía

en el

olvido - rechazada

tan pronto como era

proferida ,

-

-o bien era decifrada

como una

razón ingenua o astuta,

una razón más razonable que la de las

gentes

razonables.

De

todas

formas, exduida

o secretamente investida por

la

razón, en

un sen

tido estricto, no existía. A través de

sus

palabras era cómo se reco·

nocfa

la loc_ ra del loco;

ellas

eran el lugar

en

que

se

ejercía la

separaci

,

ón, pero nunca eran recogidas

o

escuchadas.

Nunca,

antes

de

finales del siglo XVIII,

se

le había

ocurrido a

un

médico

la idea

de

querer

saber lo que

decía (cómo se decía, por

qué

se decía) en

estas palabras que, sin embargo originaban

la

diferencia.

Todo

ese

inmenso discurso

del

loco regresaba al ruido;

y

no se le

concedía

la palabra

más que simbólicamente, en el

teatro

en

que

se le expo·

nía, desarmado

y reconciliado,

puesto que en él

jugaba

el papel de

verdad enmascarada. Se me puede objetar que todo. esto actual·

mente ya está acabado o está acabándose; que la palabra del loco

ya no está

del

otro

lado

de la línea de separación; que ya no es

considerada

como algo

nulo y sin valor; que más bien al contrario,

nos

pone en

disposición vigilante; qµe buscamos en ellas un

sen·

ti

do,

o el

esbozo

o

las

ruinas de una obra; y que hemos llegado a

sorprender, esta palabra del loco, incluso en lo que nosotros mismos

articulamos, en

ese

minúsculo desgarrón

por donde se nos e s c p ~

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que

decimos. Pero

tantas

consideraciones no prueban que la.

antigua separación ya no actúe; basta

con pensar

en todo el

armazón

de

saber, a

través

del

cual

desciframos

esta palabra;

basta

con

pen•

i;ar en toda la red de instituciones que permite al que

sea

-médico,

psicoanalista-- escuchar esa palabra y que permite al

mismo

tiempo

al paciente manifestar, o retener desesperadamente, sus pobres pala

bras; basta con

pensar

en todo esto para sospechar

que la

línea de

separación, lejos

de

borrarse, actúa de

otra

forma, según líneas

d:iferentes a través

de

nuevas instituciones y con efectos que no

son los mismos. Y aun

cuando

el

papel

del médico no fuese sino el

escuchar una

palabra

al fin

libre, la escucha, se

ejerce

.

siempre man•

teniendo

la cesura.

Escucha de

un discurso que

está investido

por

el deseo

que

se

supone

--para

su

mayor exaltaci1ón

para

su

mayor

angustia- cargado de

terribles

poderes. Si

bien

es neces1:.trio

el

silen· .

cio de la razón para curar los monstruos,

hasta

<fl e el silencio esté

a erta ara ue a senaracion permanezca.

uizás es

un tanto aventurado

·considerar

la

oposición

entre

lo

verdadero y lo falso con

un

tercer

sistema de exclusión

junto

a

aquello de los

que

acabo de hablar. ;.Cómo van a poder

compararse

razonablemente

la coacción de la verdad con separaciones como

ésas

separaciones

que

son

arbitrarias

desde

el

comienzo

o

que

cuando menos se organizan en torno a contingencias históricas; que

no

sólo son modificables sino que

están

en perpetuo desplaza·

miento: que

están

sostenidas por todo un sistema

de

instituciones ·

que las

imponen y

las

acompañan en su vigencia y

que

finalmente

no se

ejercen

sin coacción y sin una cierta violencia?

Ciertamente,

si uno se

sit4a

al nivel

de

una proposición, en el

nt.erior de

un

discurso

la

separación entre

lo verdadero

y lo falso

no es ni arbitraria; ni

modificable,

ni

institucional, n violenta.

Pero si uno se sitúa en otra escala si se p l a n t ~ a la

s a ~ ~ ~ -

ct'.-iál

ha sido

y

cuál

es

constantemente,

a

través

de

nuestros

disour·

sos esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos .

nuetra

historia

o cual es en su forma general el tipo de separac10n

que

rige

nuest;a

voluntad de

saber,

es entonces .

~ i z á ~ ,

cuand?

s.e

ve dibu.jarse algo así como un ~ e . exclus10n (sistema hi¡¡to·

rico. modificable, institucionalmente coactivo).

Separación históricamente constituida, sin

duda

alguna. Pues,

todavía, en los poetas griegos del siglo VI, el discurso

verdadero

--en el más intenso y valorizado

sentido

de la palabra-, el dis·

curso verdadero por el cual se tenía respeto y terror, aquel al que

era necesario someterse porque

reinaba,

era

el

discurso

pronunciado

por

quien

tenía

·el derecho y según el ritual requerido; era el discurso

que decidía

la

justicia

y

atribuía

a cada uno

su parte;

era

el dis·

curso que, profetizando

el

porvenir,

no

sólo

anunciaba

lo que

iba

6

__ _

a pasar ·sino que cnntribuia a

su

realización, arrastraba consigo la

a d h e s i ó ~

de

los hombres y se engarzaba así con el destino. Ahora

bien,

he aquí que un siglo

más tarde

la

verdad

~ u p e . r i o r no r e s ~ d ~ a

ya más en lo que

era

el discurso o en lo

que hacia smo q?e

res1d1a

en

lo

que decía: l l e ~ ó un día

en

que la verdad se

desplazo del acto

ritualizado eficaz y 1

usto de enunciación, hacia

el enunciado

mismo:

f •

hacia

su sentido su forma, su objeto, su relación

con

su re

erenc1a.

Entre

Hesiodo

y Platón se establece una cierta s e p a r a c ~ ó n , disociimdo

el

discurso

verdadero

y

el

discurso falso:

separación nueva,

ya que

en lo sucesivo el discurso verdadero no

será

más el discurso pre·

cioso y deseable,

ya

que ·no

será

más el discurso

ligado

al

ejercicio

del poder.

El

sofista ha sido expulsado.

Esta

separación

histórica ha dado sin duda su

forma

general a

nuestra voluntad de saber. Pero sin embargo

no

ha cesado

de

des·

plazar

en las grandes mutacioÓes c i e n t í ~ i c ~ s quizás puedan a veces

leerse como consecuencias

de

un descuhnmiento, pero pueden leerse

también

como

la

aparición

de formas nuevas

de

la voluntad

de

ver•

dad.

Hubo sin duda una

voluntad

de verdad en el siglo XIX que

coincide

ni por

las formas

que

pone en juego,

ni por los

tipos de

objetos a los que se dirige, ni

por

l a ~ técnicas en q ? ~ se apoya, con

la voluntad

de saber

que

caracterizo

la cultura clasica. Retroceda·

mos

un

poco:

en

ciertos momentos del

siglo

XVI

y

XVII

(y

. e ~

Inglaterra ~ o b r e todo)

apareció

una. vol.untad

de

saber q ~ e a n t i c ~ :

pándose a sus contenidos actuales dibujaba planes de objetos posi

bles, ··observables, medidahles, c l a s i f i c a h l e ~ ; una voluntad de saber

que imponía al

sujeto

conocedor (y en.

cierta

forma a n t ~ s de toda

experiencia) una cierta posición; una c i t ? r ~ a f o m ~ a

de

mirar

Y

u n ~

cierta

función

(ver

más

que mirar, venficar

mas

que c?mentar)

una voluntad de

saber que

prescribía

(y

de

un mo.do m ~ s ~ e n e r a l

que . u a l q u i e ~ otro . n s t r ~ ~ e n . t o ~ e t e r m _ m a d o el mvel t ~ ~ m ~ o _del

que ·los conocimientos dehenan investirse para ser ~ ~ n f i c a b ~ e ~ Y

útiles. Todo

ocurre

como si a partir de

la

gran separacion platomca,

la

voluntad

de saber tuviera

su

propia

historia, <Jl 1e

no es la de

las

· verdades coactivas: historia de los planes de

objetos

por

co" 1-oce.r,

historia de las

funciones

y

posiciones

del

sujeto

conocedor,

histon:i-

de las

inversiones

materiales,

técnicas e instrumentales

del

conoc1•

miento.

Pues esta

voluntad

de verdad, como los otros sistemas de exclu· l

sión se

apoya en

un sop9rte

institucional: está

a la vez r e f o r z a ~ a

y acompañada

por una densa s ~ r ~ ~ de

p r á ? t i ~ a s

como la p e d a g o g ~ a :

como

el

sistema de libros, la edic10n

las

bibliotecas, como

las

socie

dades de sabios de

antaño,

los laboratorios actuales. Pere> es acom•

pañada también,

más profunaamerite

sin

duda,

P.ºr la forma que

tiene

el saber

de ponerse

en práctica

en una

sociedad, en ~ u e

; a l o r i z a d o distribüido, repartido y en cierta forma atnhmdo.

7

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Recordemos,

y a título simbólico únicamente,

el viejo

principio

griego:

que la aritmética puede

muy

bien ser objeto de

las socie·

.dades democráticas, pues enseña las relaciones de igualdad, pero

que

la

geometría sólo debe ser

enseñada

en las oligarquías

ya que

demuestra

. las proporciones

en la

desigualdad.

Finalmente, creo que esta voluntad de verdad basada en un

1 ~ o r l y una distribución institucional,

tiende

a

ejercer

sobre· los

otros discursos hab lo

siempre

de

nuestra

sociedad- una especie

de presión como

un poder

de coacción. Pienso en como

la litera·

tiiñl'Occiílental

ha

debido buscar apoyo desde

hace

siglos sobre lo

natural,

lo verosímil, sobTe la sinceridad, y también sobre

la

ciencia

en resumen sobre el discurso verdadero. Pienso igualmente en

cómo las

prácticas

económicas, codificadas como

preceptos o rece·

tas, eventualmente como moral, han

pretendido

desde el siglo

XVI

fundarse, racionalizarse y justificarse sobre

una teoría

de las rique•

zas y de

la producción:

pienso además en como

un conjunto tan

prescriptivo como el sistema

penal

ha buscado sus cimientos o su

.iustificación,

primero naturalmente, en

una

teoría

del derecho,

después a partir del siglo

XIX n

un

saber

sociolóµ:ico, psicológiCo,

médico, psiquiátrico: como si la

palabra

misma de la

ley no pudie·

~ r to ·zada e uestra sociedad, m á s que por un

d i s c u r ~ o

de

verdad.

·

De

los

tres

grandes sistemas de

exclusión que afectan al dis·

curso, alabrai

rohibida, la separación

de

la locura

y

la voluntad

de verdad, es de tercero del que he· hablado más extensamente. Y

el motivo es, porque, desde hace siglos, no han cesado los· primeros

de derivar hacia

él. Y

porque

cada vez más

él intenta recuperarlos

a

su

cargo, para modificarlos y a la vez

fundamentarlos.

Y porque

los dos primeros no cesan de hacerse cada vez más frágiles, más

inciertos,

en

la

medida en

que, al ~ n c o n t r a r s e

ahora

atravesados

por la voluntad de saber, ésta por el contrario no cesa de reforzal Se

y de hacerse

más profunda

y más insoslayable.

Y, sin embargo, es de

ella

de

la que

menos se

habla.

Como si

para

nosotros la

voluntad

de

verdad

y sus peripecias estuviesen

en·

mascaradas

por la

verdad misma en

su

necesario despliegue.

Y

la

r azón ·

puede

que sea ésta: que si

el

discurso

verdadero no

es

ya

ep efecto,_desde

los

griegos? e <J le responde al

deseo

o el

que

ejerce el _eoder;

en

la voluntad de verdad, en la voluntad

de decir,

ese discurso verdadero ;, qué es por t a n t ~ _ l o que está en juego

sino

e eseo y el po er? El discurso verdadero, que

la

necesidad de su

forma exime

el deseo y libera del

poder, no puede

reconocer

la

voluntad de verdad que le atraviesa; y la voluntad, ésa que se

nos

ha impuesto

desde hace

mucho

.

tiempo,

es de tal manera

que

la

verdad

que

quiere

no

puede no e n m ~ s c a r a r l a

B\BLlO

TE

C . \

E

L S

ARTES \

a n ~ c c ante nuestros o 'os más ue una verdad que sería

ri ueza, -fecun 1 a ,

uerza

suave e insidiosamente universa . 1 •

ooramos por el contrario la ve unta e

ven

a1 , como prodi ·osa

maqumaria destinada a exd mr. Todos aquel os, que pun 0

1

por

punto

nuestra h istoria han intentado soslayar esta voluntad de verdad

v en frentar la contra la verdad justamene allí en donde la verdad

pr o

pone justificar

lo

prohibido, definir

la

locura,

todos esos

de

Nietzsche a Art

aud

y a

Bataille, deben ahora

servirnos <le signos,

altivos sin du

da.

para

el

trabajo

de cada día.

t O Q . ~ P i ~ \tnWJp,s. i>E

E . ~ c . w s

ªÑ

E x i ~ t e n ,

e v i d e n t e m e ñ i e

otros

mu chos procedimientos ile con·

trol y

delimitación del

discurso. Esos a los

que he aludido

antes se

ejercen en cierta manera desde el

exterior;

funcionan como sistC:

-nr: s Cle exclusión: conciernen sin duda la parte

del

discurso que

}}O

ne en juego el poder y

el

deseo.

Creo

que

se

puede también aislar otro grupo. Procedimientos

internos, puesto que son los

discursos

mismos

los

que ejercen su

p ropio control;

J? .

Ocedimientos

que juegan un tanto

a

títulos

de

(. .

inciP.ios de

clasificación,

de or.denación, d i s t ~ ~ b u c i ó n , ~ o m o si

1>e

tratase en este

caso

de

dommar otra dunenswn del

discurso;

a

uélla

de o que acontece y del azar. e\. CDM

l t J i l ~ \

En primer

lugar, el

comentario. Supongo

aunque

sin

estar

muy

seguro,

que

apenas

hay

sociedades

en

las

que no existan relatos

importantes

que se cuenten, que se

repitan

y se

cambien;

fórmulas,

textos,

conjun

ciones

ritualizadas

de discursos

que

se

recitan

según

circunstancias bien determinadas; cosas que han sido dichas una vez

y que se conservan porque se

sospecha

que esconden

algo

como un

secreto o un a ri qu

eza.

En resumen, puede sospecharse que hay

regµl armen te en

las s o c i

d a d e ~ una

especie de

nivelación entre

dis:

cur sos ; los d iscu rsos ue se dicen s días

de

l¡g;

conversaciones, y ue desa arecen con el acto mismo que los ha

ronunciad

o:

y los discursos

que están

en el oti.ge de u cierto

/

núm

ero

de actos nu evos d.e ,palabras _gue

los

reanudan,

los

transfo:i;:· -

ma

n o a an e e os,

en resüñi'eñ

,

oiscursos que

,

indefinidamente,

e su orm

ül

ación, son dichos

ermanecen

dichos

están

toda

vía or deci1< Los conocemos en

nuestro

sistema de cultura:

son os textos

re l

igioso ' o

jurí

dicos, son tamb ién esos textos curio·

11

l 'te .

sos, c

ua

nd o

S

C conside ra su estatuto, y

que

se aman i

ranos

;

y

también en

un a c

ierta

medida

los

textos científicos.

Es

ci

e

rto

q

ue

este desfase

no

es

ni

estable, n i constante,

ni

absolu to. No exis te, por

un

lado, la ' categoría.

dada

ya de una vez

para siem pre , discursos fundamentales o creadores; y

después

por

otro, la masa de aquellos que sólo repiten. glosan o

cementan.

Bas·

9

Page 6: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 6/17

 

l

v e

· ~ ~ - L

tantes textos importantes se oscurecen y desaparecen, y ciertos

co

mentarios toman

el lugar

de los primeros. Pero por más que

sus

puntos de

aplicación

cambien , la función permanece; y el principio

de un cierto desfase no deja de· ponerse continuamente en juego.

La desaparición radical de este de sniveJ no puede ser nunca más que

juego,

utopía o angnstia,.

Juego al estilo de Borges,

de

un comen

tario .que no

fuese

otra

cosa más

que

la reaparici·ón

palabra a

pala

bra (pero

esta Yez

solemne

y

esperada) de lo que comenta; juego

también de una crítica

que

hablase infinitamente de

una

obra que

no existiese.

Sueño lírico

de

un

discurso

que

renacjese absoluta

mente

nuevo

e

inocente en cada

uno

de

sus puntos

y que reapareciese

sin cesar, en

toda

su frescura

, partiendo de

les pensamientos, de

los

pensamientos o de

las

cosas. Angustia de

ese

enfermo de Janet para

quien el mejor enunciado era _como una palabra del Evangelio

que

encerraba

inagotables tesoros de sentidos

y

que merecían

ser

indefinidamente

reconsiderados, reanudados, comentados:

Cuando

pienso4 decía en el momento en que se ponía a leer o a escuchar,

cuado

pienso

en

esta frase

que

va

a irse hacia la eternidad y que

quizá todavía no

he

comprendido completamente .

Pero,

;,

quién no observa que se trata de anular cada vez uno de

Jos

términos de

la

relación y no

de

suprimir la relación misma?

Re.

a

ción que

·

no

cesa

de modificar

se a

través de tiempos; relación

'l

ue en una época dada adquiere formas múltiples y divergentes; la

.xégesis jurídica es muy

diferente (y esto desde

hace bastante

tiem•

p

o) del comentario religioso; una sola y misma obra

literaria

puede

ar

lugar

simultáneamente,

a

tipos de dis

·

cursos

muy

diferentes:

la

Odisea como primer texto es repetida , en la m ~ s m ~ p e c en la tra·

d

ucción de

Berard ,

en infinitas explicaciones

de textos,

en el

Ulises

1

le

Joyce.

Por el momento

,

quisiera

limitarme a

indicar

aue

en lo que

se

ll

ama globalmente

un

com

e

ntario,

el

desfase entre el.primer y

el

s e ~

gundo texto jueg;a cometidos qu e ~ n n

solidarios.

De

una

parte, per·

mite construir

(e

indefinidamente )

nuevos discur

s

os:

el

desplome

1

el

primer

tex-to, su

permanencia, su estatuto de discurso siempre

r

eactualizabl

e,

el

s

en

t i.

do

múltiple u

oculto del cual parece ser posee·

rlor,. la . reticencia y la riqueza esencial que se le supone, todo eso

funda una posibilidad abierta _ ar a hablar. Pero por otra parte, el

comentario

no

tiene

por

come

t i

<l

o

rnalesquiera

oue s

ean

)as tP.cniraR

utilizadas, m á ~

que el <lecir por

ffri

lo

TUe

e ~ t b art;culado E=;}endo·

samente allá lejos

según

una paradoja que siempre desplaza

pero

a

la cual nunca

es

capa, decir por

primera vez .aquelJ01

que sin

em ar

o

ha ía

s l ~ o

va dicho. El cabrilleo indefinido de

los

comen·

anos

es

activarlo

rlcsde

el

in

te

ri or por

el sueño de

una

repetición

enmascarada: en su

ho

·rizonte, no hay

quizás

nada

más

que, lo que

era su punto

de

partida, la simple

recitación. El

comentario conj_ura

10

el

azar

del discurso al tenerlo

en cuenta: permite d

ec

ir otra cosa

· aparte

del texto mismo, pero con la condi

c

ión

de

que

s

ea

ese

mism

_o

texto

el que se

diga,

y

en

cierta

forma

, el

que

se

realice

.

La

multipli

cidad

abierta, el azar son

transferidos de

spr ovistos, por el p r

inci p

io

del comentario, de aq uello que hab rá peligro si se dijiese, sobre el

/

úmero,

la fo

rm a, la más

cara, la

ci rc

uns

tan cia de l a rep

etición. Lo

nu

ev

o no está en lo q_ue

se dice, sino

en el aco nt ecim

ie

nt o de

su

re·

·

torn

o.

t=

L

w

T O ~

Creo que ex i

ste

otro prin

cipi

o

de

enrareci miento

de

un dis

curso. ' '\.

Y h

asta

cier to p

unto

es

compl

em

en t

a

rio del

prime

ro.

Se refiere al

a

ut

or .

Al

autor no

con

s

iderado

, de

sde

lu ego,

como el ind

i

vidu

o

qu

e

ha bla y

que

ha p

ro

n un ciado o es

crito

un t

exto,

si

no

, -

au

tor como

pr in

cipio

de ag

ru

pación del di

scurs

o, c

om

o unidad y

or i

gen de sus

sign ifi

cacione

s, como foco

de su coh

ere n

cia. Es

te principio no actúa

en todas

par tes

ni

de forma co

ns

tante : al

re

dedor

de

nos

otros

, exis

ten b

as t

a

ntes

dis

curs

os que circula n, sin que su sentido o su e

fic

acia.

tengan

que

ven

ir

avalados

por un au tor al

cu

al se les at r ihuirfa : por

ejemplo,

conversaci

ones cotidianas, in me diatamente olvidadas; de ·

cre tos o con t rat os que tienen n ecesidad de fi rm as pe ro no de au tor,

fórmulas t

écn

icas que

se

transmiten en el an on imato . Pe ro, en

l os

te

rrenos

en

los q

ue

la

atribuci.ión a

un

au

tor es

indisp

ens

ab l

e - l

it

e

ra

tu ra,

filosofía,

ciencia-

,

se perci

be

que

no ju

ega siempre

l a m

ism

a

fonción; en

el orden

de

l

discurs

o

cientí

fico, la atr

ibución

a un au

to

r

era, duran

te

la

Ed

ad Media,

un

indicador de

su

vera

c

id

ad . Se

con

sideraba

que

un a p

ropos

i

ción

venía

justificad

a por su au tor

in

cluso

para

su valoración científica

.

Desde

el siglo

XVII,

esta

fu

n

ción

n o

ha de oscurecerse en

el

discurso científico : ap enas funcion a

más que para dar el nombre a un teorem a, a un efecto , a un e

jemp

lo,

a un síndrome. P or el contrario, en el or den

del

dis

curso

l it er ario , y

a p

artir de

esa

misma

fecha,

la

funci ón de

l au

to

r

no

h

a.

ce

sado de

reforzarse:

todos

aquellos relatos ,todos aquell os poema s, todos aqu e·

llos

dramas

o

comedias que se

dejaban circu

lar

du rante

la Ed a

d Me

dia en un

anonimato

al menos relativo,

he aqu í

que

ah ora,

se

l

es

pide

y se exige de ellos

que

digan) de

dón

de

proceden , qu ién los

ha

escrito; se

pi de

que el

autor

rinda cu

e

nt

a de

la

un

id a

d del texto

que se pone

a

su nombre;

se

le pide que re

v

el e

, o al men os

qu

e m a·

nifieste

ante él, el sentido

oculto

que

lo

r

ec

or re ; se le· p ide que• lo

articule, con

su

vida

personal y

con

sus ex per iencias

vivid

as,

co

n

la

historia

real que

lo

vio

nacer. El autor

es

qu

i

en da al

inquietan te

len ua ·e de la

ficción

su·s unidades sus n u dos de coherencia, su in ·

e r c i ó n

en lo real.

bien

que

se me

va

a

decir: Pero

u

sted

ha bl a del au

to

r , t al

como la crítica lo reinventa después

,

ºcuando

ya le

h a

llegad

o

la

mu

er·

te y

que

de él

no queda más que una

masa

enm ar

ada

de

g

al i

ma·

tías;

entonces

se hace

necesario poner

un

cier

to orden en t

odo eso:

Page 7: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 7/17

.')\Y.\rllN

i m a g . i n : a ~ un o erencia, una te

mática

que se pide a la

conciencia o a la vida de

un

autor, quizás

en

efecto

un tanto

ficticio

Pero

esto

no impide que haya

existido, este autor real, ese hombr;

que hace

irrupción

en medio de tedas las palabras

usadas, proyec

tando en

ellas su genio o su desorden".

Sería absurdo,

desde

luego, negar la

existenci

a

de

l individuo

que

escribe

e inventa. Pero

pienso que a l

menos

desd

e

hace

un

cier

to ~ i e m p o   el individuo ~ u e se pone a escribir un. text o,

en

cuyo

horizonte merodea

una

posible obra, vuelve

a asu

mi

r

la

función del

aut.or: lo e escribe l? .

ue no

escribe,

lo

que Eerfila, incluso en

; ahdad de borrador

ro '?

s10nal,

~ o ~ o bosquejo

de a o

ra

,

0

qu e

~ J ª c a como. eclaraciones cotidianas.

toao

ese juego de dife

re

n

cias esta

presento

para

la

función de autor, tal como él la r

eci

be de

su e oca. o ta c o m ~ su vez a modifica. Pues pue e muy bien a

l:

terar

a n ~ ~ ~ n trad1c10nal que se

tiene

del

autor:

es a par tir de un a

n u e v ~ p o s 1 ~ 1 0 n

d e ~ autor

como

podrá

ha cer resaltar , de to do lo qu e

habna

podido

decir, de

todo cuanto

dice todos

lo

s días.

en

todo ins·

tante

el

perfil todavía vacilante

de

su obra.

·

t a r i o limitaba

el

azar del

discurso

por medio del juego

de una

identzda

que tendría

la

forma de

la

repet

ición y

de

lo mismo.

. l

n.incipio

e auto

limita

ese

mismo

azar

por el

j

uego

de una

identid

_d

que tiene la forma de

la¡

i

ndividu l

id d

y

de

l

yo.

Sena

necesario reconocer

también

, en

lo qu

e se

ll ama

no l as

ciencias sino las

disciplinas ,

otro principio de

limi

tación.

Principio

. tam_bién relativo y .móvil. Principio que permi te cons tr u ir , pero sólo

segun

un estrecho Juego. La

organización de las

disci lin as se ºl

on

e

tanto al rincipio

del

comentario

como al

del autor. A del   po r ·

e u?ª 1sc1p ma

se

e ine por un amfoto de on jetos, un conjun to

ele metodos, un corpus de proposiciones consideradas como ve rda

deras, U. ,1 juego de reglas y de definiciones de técnicas y deo Ínst ru

n;ie.i:tos: t c d ~ esto c?nstituye una especie de sistema an ónimo a dispo·

s1cion de

qwen quiera

o de

quien pueda

servirse de él,

sin que

su

sentido o su validez estén ligados a aquel

que

se

ha

concentrado con

ser el inventor. Pero

el

princi,pio de la disciplina se opone también

al del comentario; en

una

disciplina

, a

diferencia

del com

entario, lo

ue

se su one al comienzo

no

es

un

sentido gue debe ser descubi

erto

de nuevo, ni

una identidad

que debe seri rqpetida: es lo que se re

. i ~ r e .Eara

la

construcción de nuevos enunciados. P ara que ha ya dis·

c1p

~ n a

es ~ e c e s a : i o ' ~ u e haya posibilidad

de

formul

ar,

y de formu

ar m<fefinicda.mente,

nuevas proposiciones.

ero aún hay

más, sin

duda, para que ha

va menos:

una

di sci·

p l _ i ~ a no es la suma de todo lo que

puede

ser dicho de cierto a pro·

yos1to de

al

ma cosa _y

no

es

ni siquiera

el conjunto de todo

lo

que

J U e d ~

ser,

a propósito de

un mismo

tema, aceptado en virtud de · un

rincipio de coherencia o de sistematicidad. La medicina no está

constituída¡ por el total de cuanto puede

decirse de

cierto sobre la

12

•·

nfer

.rnedad: Ja

botánica

no puede ser definida

por la

suma rle todas

lai- Vf nlade;. quf' 1

onriernen

a la;: plantas. Y eHto por dos razonf' : pri·

mero

pon¡111· la

botánica o la

medicina.

romo cualquier <lisciplina,

están construídas tanto sobre errores 1·<1mo sobre verdades, erro r.es

~

que no son residuos

O

cuer lOS extraños, sino Ue

ejercen

funciones f?

positivas y

tienen

una eficacia histórica

y

un

papel

frecuentemente ó

inseparalJle e e las ver a es.

ero

a em.as,

para

que una propo· :

;;Íc10n

pertenezca

a

la otámca

o a

la patología

, es

neces

a

rio

q

ue

'

responda a

condiciones,

en un sentido más estrictas y más complejas

que la pura y simple

verdad:

en todo caso, a otras

condiciones.

Debe

2

dirigirse

a

un

determinado plan de objetos: a partir

de f i ~ a l e s del

¡;;

Higlo

XVII,

por ejemplo, para que una

proposición fuese

"botánica",

era

necesario

que

concerniese la

estructura

visible de

la planta, el

sistema de similitudes próximas y lejanas, o

la

mecánica de sus fluí- 'S

dos

(y no podía

conservar más, como sucedía

todavía

en

el

siglo XVI, P

US valores simbólicos, o el

conjunto

de virtudes o propiedades qu e

se

le

reconocían

en

la

Antigüedad). Pero, sin pertenecer

a una disci

plina, una proposición debe utilizar instrumentos

concep

tuales o téc

nicos de un tipo bien

clefinido;

a partir del siglo XIX, una propo

si·

ción

dejaba

de

ser

mégica, caía, "fuera de

la medicina"

y cobr

aba

el

valor de

un

fantasma individual

o

de imaginería

popular

si e

mp]

e

aha

nociones a

la

vez metafóricas, cualitativas

y

sustanciales (como las de

obstrucción, de

líquidos

recalentados o de sólidos desecados) ;

podía

,

de

bía

recurrir por el

contrario

a nociones

también

metafóricas,

pero

·debían

estar

construídas según otro modelo, funcional o fisiológico

en

este caso (como

en

la irritación, la inflamación; o la degeneración

una p r o p o s i c ~ ó n debe poder inscribirse en un cierto tipo

de

horizonte

de los

tejidos). Hay más todavía

para

pertenecer a una disciplina,

teórico:

baste

con recordar que

la

investiiración de la lengua primi-

tiva, que fue un tema perfectamente admitido hasta el siglo

XVIII,

era

suficiente,

en la segunda mitad del

siglo

XIX, para hacer caer no

importaba qué

discurso

no digo en el error, pero sí en la i quimera,

en el

ensueño,

en la

pura y simple

monstruosidad

lingüística.

En

el

interior

de

sus

líml\es ,cada disciplina reconoce proposi

ciones verdaderas y alsas;

pero

rechaza, al

otro

lado de sus márge

nes,

toda

teratolo ía del saber.

El exterior

de una ciencia está más

y

menos

oh a o de

lo

que se cree: naturalmente,

existe la

experien

cia

inmediata,

os temas

imaginarios

c:¡ue

llevan

y acom

anan

sm cesar

as creencias sin

memoria;

pero no

hay

quizás errores en el sen i o

es ne o, ues el

error no uede surgir

y

ser decidido más que en

el

mterior de una práctica

definida;

poi; e

cont

ra r

10, mero ean

mons·

.. }los cuya orma caro ia con lq. historia del saber. En resumen, una

proposici 'ón debe

cumplir

complejas y graves

exigencias

para poder

-pertenecer

ar

conjunto de

una

disciplina;

antes

de

poder

ser Jlamada

verdadera

o falsa, debe estar, como diría Canguilhen,

en la

"verdad"

f' f.dwJJ.{J

e '

. . ~ W i a . l l Q . J y

~ t M s f >

3

Page 8: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 8/17

Freeuentemente

surge

la pregunta de qué

habían

podido hacer

los

b<>tánicos o los biófogos

del s i ~ d o

XIX para

no ver

lo que Men<lel

decía

era

verdadero.

Pero e ' q_

ue Mendel hablaba. de objetos, emplea

ba método ', situaba f'n un horizonte te·órico, que

eran

extraños pa,·

ra

la

biología clc la época. Sin duda, Naudin, antes que él, había

expuesto la t t ~ s s

de

que los rasgos hereditarios eran

discretos; sin

embargo, por nuevo o

extraño

que fuese este principi.o, podía

formar

Jlarte -

-cuando menos

a título

de

enigma- - del_

discurso biológico.

Mendel,

por

su parte, constituye el

rasgo

hereditario como obieto

biológico

absolutanwnte.

nuevo, gracias

a una

filtración de

la e ~ p e ·

cie,

lo

separa del sexo que

lo

transmite; y el dominio en que lo obser·

va

es

el

<le

la serie

indefinidamente abierta

de

las

generaciones en

la

que aparece

y

desaparece según regularidades

esta.flístiras.

objeto que pide nuevos instrumentos conceptuales y nuevos funda

mentos teor1cos. en e f er1a a ver a , pero no esta a en

la

ver·

dad del discurso

b i o l ó

1 c o

e e

su

eqoca: no esta a

según

la

regla

que

· se

formaban

de los objetos

y

de os conceptos biológicos, fue nece

sario

todo un cambio de escala, el despliegue de un nuevo plan de

objetos en

la

biología para que Menflel entrase en

la

verdad y para

que sus

proposiciones

apa.rccie 'en

entonces

en una buena parte)

exactas. Mendel

era un monstruo verdadero, lo

< lle

producía que

la

ciencia

,

no pudiese

hablar;

sin embargo, Schleiden, por ejemplo,

una

treintena

de años antes, al

negar en

pleno siglo XIX

la

sexuali·

dad vegetal,

pero

según las reglas del di-Scurso biológico,

no

formu·

laba

más que un error de disci lina.

e

pue

e ec1r a

ver ad

siempre que se diga

en

el espacio

de

una

exterioridad

salvaie; pero no se está

en

la verdad más

que

obe

deciendo a

las

reglas de una

policía

discursiva

que se debe reacti·

var en cada uno de sus discursos.

a

1sc1p

ma es un prmc1p10 e contro e e la producción del

dis·

curso

. Ella le fija sus límite<;

por

el juego

de una

iflentidad que tie·

ne

la forma de

una

reactualizac;ón per:rnanente de las reglas.

Se

tiene

el

hábito

de

ver en la f e c u n d i d a ~

de

un autor, en la mul·

~ f tiplicidad

de

sus

comentarios, en el

.

desarrollo de una

rlisciplina,

co·

mo otras tantas fuentes infinitas

para la

creación de los

discursos.

~ Quizás,

pero no

son

por

ello menos

orincipios

de coacción.

Y

es

nro·

d.t.. hable que

no

se pueda

dar

cuenta

de sn

papel

positivo y

multiplica·

rlor,

sino

se toma en

c o n ~ i d e 1 · a c i ó n

i-n

función restrictiva

v coactiv11.

x1ste, creo, un :te.rcer ~ l procedi1mentos que

permite

el

control de los discursos. se trata esta vez de

dominar

los

pode·

res

que conllevan, ni de

conjurar

los

.azares de su aparición; se trata

de determinar

las condiciones de su

utilización, rle imponer a los

in

1viCfuos que

los dicen

un cierto núinero

de reglas y

no permitir

Cle

esta

forma el acceso a ellos. a todo

el

mundo. Enrarecimiento,

esta

vez,

de los sujetos

eme

hablan;

nadie

entrará en el

orden del

....--

-

14

.

2fscurso

si no

satisface dertas exigencias

o si no

está,

de entrada,

calificado para

hacerlo. Más preciso: torlas

las regiones del discurso

no

están i almente abiertas y penetrables; algunas están altamente

definidas ( d i f ~ r e n c i a d ª - y d" e 1antes ientras que otras á are·

cen

casi

abiertas a todos los vientes y se 1mnen sin restricción previa

a isposición de

cualquier

sujeto que hable.

Me

gustaría recordar una anécdota sobre este

tema

que

es tan

bella que uno

se

estremece de

que

sea verdadera. Concentra en una

sola figura todas las

coacciones

del discurso: las que

limitan

los po·

deres, las

que dominan

las

apariciones aleatorias,

las

que

seleecionan

a os sujetos

que pueden

hablar. A comienzos del siglo

XVII,

el

taicún

había oído hablar de que

la

superioridad de

los

europeos

e n

cuanto

a la navegación,, el comercio,

la

política, el arte militar- se debía

a su conocimiento de las matemáticas.

Deseó ampararse

de

un

tan

preciado

saber.

Como le

habían

hablado de

un marino inglés

que

poseía el secreto de esos discursos maravillosos, le hizo llevar a su

palacio

y

allí lo

retuvo.. A solas

con él

tomó

lecciones.

Aprendió

las

matemáticas. Mantuvo, en efecto, el

poder, y

vivió

largo tiempo.

Y

hasta el siglo

XIX

no existieron matemáticos

japoneses. Pero la anéc·

dota

no finaliza

allí: tiene su vertiente europea. La historia quiere

que

ese

marino

inglés.

Will

Adams, fuese un

autodidacta:

un cai:pin·

tero que, por

haber trabajado en

un

astillero naval,

había

aprendido

·

la

geometría. ¿Es necesario

ver

en este relato la e x p ~ e s i ó n de uno de

los

grandes mitos de la cultura

europea?

Al

saber

monopolizado

y

secreto de la tiranía oriental, Europa opondría

la

comu:nicación uni·

versal del

conocimiento, el

intercambio indefinido y

libre

de

los dis·

cursos.

t:.

L t t \ T \J

A \

h o ~ a hlen. este tem·a,

naturalmente,

no

resiste un

examen. fil

.

intercambio

y

l a

comunicación

son

tiguras positivas

que juegan

en

el

interior de sistemas complejos de

restricción;

y,

sin- duda,

no SIJ•

hrían

funcionar independientemente

de éstos. La

forma

más

superfi·

·

cial y más

visible

de estos

sistemas

de restricción la constituye lo que

se puede

reagrupar

bajo el nombre de ritual:; el ritual define la ¡

cualificación

que deben _

poseer los

individuos

que

líablan (y que, en

et

juego de

un

diálogo, de

la

interrogación, de

la

recitación, deben

ocupar

tal posición y formular tal

tipo

de enunciados) ; define los z

_g

estos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el conjunto de

signos que ~ e b e n acompañar

el

discurso;

fija

finalmente

la

eficacia

supuesta o impuesta de

las

palabras, su efecto sobre

aquellos

a

los

cuales

se

dirigen, los

límites

de

su valor

coactivo.

Los discursos reJ.i.

giosos, judiciales, terapéuticos, y en una cierta parte también polí·

ticos, no son apenas

disociables de esa

puesta en

escena

de

un

ritual

que determina a la vez para

los sujetos

que

hablan

las propiedades

singulares y

los

papeles ~ o n v e n c i o n a l e s . $OC.iE \ ~ t E. 'tHSc l>t.>05

Un funcionamiento en parte

diferente tienen as

sociedades

de

d i s . 1 < µ r s o s ~ cuyo

cometido

es

cdservar o producir discursos, pero para.

- . . n

--

. -· ,

Page 9: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

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} J ~ ( C ~ r j ¡ . , . _

( ' i Í f ' l l far f ' l l   1111 l ' ' l ' ª ( ' jH

;•( ' f°í

atfo, .li,.;trihttVf'U<(o Oi< lla;fa ffiH;l

·1ue '

'

¡ UII r e ~ l a , . c:-rrif'fas ~ 1 1 1 lo,.,

1lekntadon

·, . ean rle"poseídoi<

rlf' la f11m·ión

d1·

di,.trih11ríú11 l In

modelo

arca¡, . ,

no

» vi1•ne <llj t'rido

por l'so,., g r u p o ~ . f' rap,.oda;.; 1¡uf'

i a n

d conoci111iento de los

poe  

mas para rP1·itarlo,.,. o rv1 'nt11almf'nW para

variarlos

v

tram1formarlos;

e: e

<·onocimiento.

aunque

t u v i • 1·omo fin · una recitación

que

perf

manecía

ritual.

sf' protegía, ddemlia )' conservaba

t ~ n un

grupo

_de-

terminado,

debido

a loR ejercici_s de

memoria

, a mr,nudo complejos,

que implif'aba;

el

a

rendiza

"e

uermitía

entrar

a

la

ez

en

un

ru

o '

en un ser.reto,

ue

la

rccitac·

'n manifestaba

ero no

divulgaba; en-

re

e

abla

a

audición

les

papel

s

no

se

intercambiaban.

laro

que ya apenas

quedan

semejantes "sociedades de discur

~ o s , con ese juego ambiguo del ser.reto y de

la

divulgación.

Pero

que

nadie se engañe; incluso

en

el

orden

del

discurso

verdadero,

incluso

en

el

orden del

discurso

publicado y libre de todo ritual, todavía se

ejercen formas

de

apropiación

del

secreto y de

la no

intercambiabili

dad.

Puede tratarse muy

bien que el acto de escribir,

tal

como está

institucionalizado actualmente en el libro, el sistema de la edición y

el. personaje del escritor, se de lenvuelva en una "sociedad de

discur-

1

so", quizás difusa.,

pero

seguramente

coactiva.

La

diferencia del es

critor ,opuesta sin cesar por él mismo a la actividad de

cualquier otro

sujeto que hable

o

escriba, el carácter intransitivo que concede

a

su

discurso, la singularidad fundamental que acuerda

desde

hace ya

mucho tiempo a

la

"escritura", la disimetría afirmada entre la "crea

ción" y no

importa

qué otra utilización

del sistema

linglÜÍstico, todo

esto manifiesta

en la formulación

(y

tiende

además a

continuarse en

el

juego de la

práctica)

la existencia de

una

cierta "sociedad de dis

curso". Pero existen aún bastante& otras,

que

funcionan según

otro

modelo, según otro régimen de exclusivas y de divulgación:

piénsese

en el secreto

técnico

o

científico, piénsese

en las formas de difusión o

de circulación

del discurso

médico;

piénsese

en

aquellos

que se han

a ropiado el discurso económico o político.

D OC: Wt.I '>A primera vista,

las

doctrinas (religiosas, políticas, filosóficas)

constituyen el

inverso de

una "sociedad

de

discurso":

en

esta última,

el

ntÍmero

e

individuos que hablaban si

no

estaba incluso fijado

'

tendía a ser

limitado;

y era

eritre

ellos entre

quienes

el

discurso

po·

día circular y transmitirse. La doctrina, por

el

contrario, tiende a

la

difusión; y

es

por

la

aprehensión

en

común de

un

solo y mismo con·

junto de

discursos

cúmo individuos, tan numerosos

como

se quiera

imaginar,

definen

suQ dependencia recíproca.

En

apariencia, Ia sola

condición r e q u e r ~ d es el

reconocimiento de las mismas verdades

y

la aceptación de

una

cierta regla -má s o meno&

flexible-

de con·

·formidad con dos discursos válidos; si no fueran más que esto, las

doctrinas

no serían hasta

tal

punto

diferentes de las disciplinas

cien

tíficas, y el control

discursivo

versaría solamente sobre

la forma

o

1

6

el

contenido del enunciado, no sobre el .;ujeto que habla . Ahora bien.

la de

endencia doctrinal denuncia

a

la

vez

el enunciado

d

sujeto

ue a la,

el uno

a través del otro.

Denuncia

. al

sujeto que

habla

cuan o e

sujeto que

a ila a or

iii""ulado

uno o varios enunciados

a través y a partir

del

enunciado, como

lo

prueban los procedimien

tos

de

~ x c l u s i ó n

y

los mecanismos de

rechazo

que

entran en

juego

inasimilables; la herejía y la ortodoxia no responden a una

exagera

ción

fan'i1tica

de

los

mecanismos doctrinales; les incumben fundamen

talmente.

Pero inversamente

doctrina denuncia

los e n u n ~ i a d o s a

partir

de los sujetes

que

hablan

en

la medida en que la doctrma vale

:'iempre

como

el signo, la

manifestación

y el

instrumnto de

una adhe·

sión propia -dependencia de clase, de·

estatuto

social o de raza, de

ñacionalldaél o de interés, de

lucha, de

revuelta, de resistencia o de

ac

ep

tación. La

doctrina

vincula los individuos a ciertos tipos

de enun

ciación y como consecuencia les prohíbe

cualquie

otro; ero sirve,

en reci rocidad, de ciertos ti os

de

enunciación para1

vincular

a os

in

1vi

uos

entre ellos, y diferenciarlos

por

ello mismo de los otros

restantes.

La doctrina

efectúa .

una

doble sumisión: la

de

los sujetos

que a an a los discursos, y

la

de los discursos al grupo, cuando me· -

:ciOs

virtual,

de

los

individuos que hablan.

A'>

e 1 A

c.. \

()

N

-

Finalmente,

en

una

escala más

amplia,

se hace necesario recono-

cer grandes hendiduras

en

lo que

podría

llamarse

la

adecuación. so·

cial del

discurso.

La

educación, or más e sea, de derecho

el

ms- m

trumento

racias

a cua to o in ivi uo en una

sociedad como la

uede

acce er a

no

importa

qué tipo

de discurso, se sa e "

ue

s1

e en su distribución

en lo

e ermite y

en

lo

ue im

ide, ~

las líneas

que

le vienen marcadas

por

las

distancias, las o osiciones o

v as uc as

socia

es. o o sistema e e<lucaci§n es una forma poli· Z.

· 1ca e mantener o

de

m

odificar

la adecuación

de

los discursos,

con

os

sa

li e

res y los poderes

que implican.

Me

doy cuenta que es muy abstracto separar,

como

acabo de ha

cer,

los rituales del habla,

las sociedades

de discursos,

los grupos

doc

trinales

v las adecuaciones sociales.

La mayor arte ru.,1. iempo

;

se

vincuÍan con otros constitu ene s e c fes de gr.ande

edificios

e

.

1stn

uci.ón

de

los

su

"etos .

ue

hablan en

los

diferentes

1pos e 1scursos a a

ecuacrn

s discursos a c"

l

categ9ría

i:íe

su·

etos. Digamos

en una palabra que ésos son

los

grandes

proce-

imientos de

sunúsión

del discurso.

;,

Qués es, después

de

todo un

sistema de enseñanza, sino una ritualización de habla; sino una

cua-

~

lificac"'ón una fi

·ación

de las

funciones

para

los

sujetos que hablan; j

sino la constitución

de un grupo doctrinal cuando

menos

difuso; sino .G

una distribución y una adecuacjón

del

discurso con sus poderes y

sa res? ;. Qué

es

la

"escritura"

(la· de les "escritores") sino un sis

tema similar de

sumisión,

que toma quizás formas un poco

diferen

tes,

pero

cuyas grandes escansiones ·son análogas? ;. Acaso el sistema

..

Page 10: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 10/17

M

A

5

j ~ ~ i c 1 a l

y

el

sistema institucional de

la

medicina no constituyen

tam·

b ~ e n ,

al

menos en algunos

de

sus

aspectos,

similares de

sumisión

del

discurso?

·

.

Me

pregunto si un cierto número de temas de la

filosofía no

sur·

g.er?n para responder a

estos juegos

de

las

limitaciones y de

las

ex·

rlus10nes, y quizá también para reforzarlos.

. Primeramente, para responderlos, proporcionando una verdad

1 ~ e ? 1 como ley del disucrso y una ·racionalidad

inmanente

como prin·

c1p10

.rie. sus

desarrollos, acompañándolos también de

una

ética del

c o n o c 1 ~ 1 1 . 1 e n t o

que

no promete

la

verdad más que al deseo de la

ver-

dad nusma

y

al solo poder de pensarla.

.

Después,

para reforzarlos por medio de una; denegación que

es·

tnha esta vez en la

realidad

específica del discurso en generaf.

Desde

que fueron

excluidos los juegos y el comercio de

los sof'is·

tas, ~ e s d e que se

ha

amordazado, con J lás o menos seguridad, sus pa·

radoJas'. parece

que

el pensamiento occidental

haya

velado para que

en el

discurso

haya el menor espacio posible entre el pensamiento y

e a

a,

parece que haya velado para que discurrir aparezca única·

mente .com una cierta aportación entre pensar y hablar; de eso re·

su

tarua

un p e ~ s a m i e n t o revestido de sus signos y hecho visible por

las

palabras, o mversameJ .te, de eso

resultarían

1as mismas estructu·

ras de

la

lengua utilizadas

y

produciendo

un

efecto de sentido.

. , ~ t a antigua e 1sión e a realidad del

discurso

en el pensamiento

f ~ l o s o f 1 c o ha tomado bastantes formas en el curso de la historia. Re-

cientemente ha vuelto a aparecer bajo

el aspecto.

de

varios

temas

que

nos

resultan

familiares.

P ~ d i e r a dars.e que el tema sujeto fundador permitiese eludir

la ~ e a h d a . d del d1scQrso. El sujeto un a or, en e

ecto,

se encarga de

~ m m a 1 :

d i r ~ c t a m e n t e

con sus objetivos las formas vacías

del lengua·

Je; es

el

qmen, atravesando

el

espesor o

la

inercia

de las

cosas

vacías.

r e c u p ~ r a

de

n u ~ v o ~ en la intuición, el sentido

que allí

se e n c o n t r a b ~

dep?s1taclo; es 1 ? ~ a l ~ e n t e , quien del otro

lado

del tiempo, funda

h o n z o n t ~ .

de s1gn1f1cac1ones que la historia no tendrá después más

que

e x p l i c ~ t a r , y

en

los

que

las

proposicione,l',

las ciencias, los

conjun·

tos deductivos encontrarán

en

resumidas cuentas su fundamento

·

En

su relación . c m ~ sentido, el

sujeto

fundador: dispone de signo;,

de

marcas,

de md1c1os,

de

letras. Pero no tiene

necesidad para

manifes·

tarlos de pasar por la instancia singular del

discurso.

E : ~ pt.i\ellC.lf. tema que está

frente a éste, el tema

de

la experiencia

origina-

O'c\q\ r i a , J l ~ e g a un

papel

análogo Supone que, a ras de la experiencia,

J antes incluso de que ha a odido recu erarse nuevamente en as for-

as de

cogito

s i ~ i f i c a c i o n e s revias, ya

aiclias

e algun; mane-

ra,

recorrian

el u n d o lo disponían

alrededor

nuestro y

daban

acce- ·

so

es

.e el comrenzo

a una

especie

de primitivo reconocimiento.

Así

u?a primera complifai.lai con el

mundo fundamentaría

para nosotros

¡ + a _ ~ ( 2 t \ I d \ \ J ~ \ C I r \ .

la

posibilidad de hablar

de él,

de designarlo y

nombrarlo, juzgarlo y

finalmente

conocerlo en la forma de la verdad

. Si

hav discurso,

; qué

puede ~ e r

entonces,

en

su

legitimidad,

sino

una d i s c r ~ t a lectura? .

Las

cosas murmuran

va

un sentido que nuesh·o lengua ie no tiene más f llH

acer brotar; y

este

lenguaje, desde

su

más rndimcntario proyecto,

b l a ya de un

ser

del que él es como

la nervadura.

M ~ d l t U t O I ) UfllVefl

El

tema

de

la

meaiación universal es to avía,

creo,

una forma de

elidir la realidad del

discm;so . Y esto a

pesar de la apariencia. Pues

parece,

a primera vista,

que

al encontrar nuevamente por

todas par·

tes

el movimiento de un

logos

que eleva las singularidades

hasta

el

concepto y que permite a la

conciencia

inmediata desplegar finalmen·

te

toda la racionalidad del

mundo, es el

discurso mismo lo que

se

coloca en el centro de

la

especulación.

Pero

este logos; a decir v ~ r d a d

no es, en realidad,

más

que

un discurso ya

tenido, o más bien

son las

inismas cosas o los acontecimientos los que insensiblemente hacen

discursos desplegando el secreto de su

propia

esencia.

El

discurso

no

es apenas más ue la reverberación de

una

verdad nac1end

o ru

1te

sus

pro 10s ojos; y: cuando todo puede finalmeñte   la forma del

discurso,

cuando todo puede

decirse

y cuando se puede decir el dis·

curso -¡ propósito de todo es porque todas las cosas,

habiendo mani·

esta

o e intercambiado

sus sentidos,

pueden

volverse

a la interio·

ridad

-.sl

lenciosa

de

la

ccnciencia de sí. ..

Bien

sea pues en una filoso.fía <lel sujeto

fundador, en

una filo·

sofía de la ex_eerifncia orf

gi;al

,

o n

una

filosofía

de la mediaCiOñ

universal, el

discurso

no es nada más que un juego, e escritura en el

prii:ner c a ~ o ,

de

lectura en el segundo,

de

i n t e

  m b i o

eñ el tercero; y

ese

intercambio, esa lectura, esa escritura no ponen nunca nada más

en juego que

los

signos. El

discurso

se anula así, en su realidad, si·

tuándose en el

orden

del significante. - .,...e.

l

d

1

$

rs é'.)

'i:':" l · • · · h

·d

,. '1

<M

·¿

ue

c1v1

1zac1on,

en

apariencia, a s1 o,

mas

que a nuestra,

respetuosa del discurso? ;,Dónde se le ha

honrado

mejor? ;.Dónde

aparece más radicalmente liberado

de sus coacciones

y universaliza-

do? Ahora bien, me

arece

ue ha

o

esta a arente veneración del

discurso,

ha ·o esta a a.rente

logofilia,

se ocu ta

una

especie eteñiO r.

o o

asa como

si pro

ii iciones

,barreras, urrilira es, limites, se

d i ~ -

pusieran de

manera

que se domine, al menos

en

arte,

la

gran proli-

ferac1on ael

discurso,

de manera gue

su

riqueza se aligere d

la

ar·

te

mas pe

1grosa ue

su desorden

se

organice

se ún fi

ras

le

es·

'Uivan o más incontrolable; todo

 

si  e hubiese guerido ho·

rrar asta as marcas de su irrupción en

los

'uegos del pensamiento

y

e la lengua.

Hay

sin auda en nuestra

sociedad ,y

me imagino que

también en todas las otras,

pero

según

un pe il

y escansiones dife-

rentes, una

profunda

logofilia, uña especie de sordo

temor contra

esos acontecimientos,

contra

esa masa de cosas dichas, contra la

apa·

rición de

todos

esos enunciados, contra todo lo que puede haber allí

19

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7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 11/17

de

violento, de discontinuo.

dt• batallador. v

tanrhién

de desorden y de

peligroso. contra *' ' p;ran niurmnllo i n c r ~ , a n k y desordenado dí' dis-

curso. f

-1 (\U?' 'Ot

c&

tJ-i) \C.4)N

E.«:> J

\}E

40

j

;.F f.t,f'O 1)(

Y

s1

' quterf':

..

.-·

qo

<

1¡¡;0 onar estt> temor ·, smo ana izar

o

en

su " 1onrlfrione1<,

1<U

.iue o . v RIII'

efrctos.

es nec.esa rio, l'reo, re

ucinw

a tre¡;:. 1 ¡ ~ ¡ o

w : : - ¡ ¡

las

cua f'¡.; n u e ~ t r o

p e n s a m i t ~ n t o actualmente, se

resistt' un

J>O< •

v que correspcnden a los tres grupos

de

funciones

que

ac·abo

ck

1·vm•ar:

poner en duda nuestra voluntad de verdad;

restituir al disuu·so su

'";7ai:

ácter de acontecimiento· le

vantar

final-

~ c n t ~ la soberanía del significante. '

- - Tales son las tareas, o antes bien, algunos de los temas,

que

rigen el trabajo que quisiera

hacer

aquí en los próximos años. Se

pueden señalar en

seguida ciertas

exigencias

de método que t raen con·

sigo. TflftSTOU.,"f

1 11

Primeramente, un ¡>rincipio de trastocamiento: allí

donde,

se

gún

la tradición,

se

cree

reconocer la

fuente

de los discursos,

el prin

cipio de l U

abundancia

y de su

continuidad, en

esas figuras que

pa·

recen jugar

una

función positiva, cerno

la del

autor, la dfrciplina, la

voluntad

de

verdad,

se hace necesario, antes

bien

, reconocer el juego

negativo

de

un corte y

de

un

enrarecimiento del dl;curso.

Pero, una

vez

señalados

estos

principios de enrarecim:lento,

una

vez que se ha

cesado

de considerarlos como instancia fundamental y

creadora, ¿qué es

lo que descubre

debajo de

ellos?

;, Es

necesario

admitir la

plenitud virtual

de

un mundo de discursos ininterrumpi

dos? Es

aquí donde

se hace necesario

recurrir

a los principios de

método. ) I SGS l\ lt/l l t V1t

()

Un principio de

discontinuidad:

que existan sistemas .de

enrare-

>

cill iento no quiere decir

que,

por debajo de ellos,

más

allá de ellos,

reinaría

un gran

discurso

ilimitado, contínuo y silencioso, que se

ha11aría, debido a ellos, reprimido o

rechazado,

y que tendríamos por

tarea que

levantar

restituyéndole

finalmente el habla.

No es

nece-

sario imaginar, recorriendo el mundo v enlazando

con todas

sus for-

mas y

todos

s ~ s

acontecimientos, algo

.no dicho o impensado, que se

trataría

de articular

o

de pensar finalmente.

Los discursos

deben ser

tratados

como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se

yuxta·

ponen pro qu también

se

ignoran

o se excluyen.

/(_f;-

(11(/J...¡f/

;e/

P/I

)

- un

r i n ~ i p i o de

especificidad: no

resolver

el d i s c u r ~ o en un jue-

go

de

significaciones previas,

no

imaginarse que el

mundo

vuelve

liacia

n o s o t r o ~ una cara

legible

que no tendrÍan;os más que descifrar:

él

no es cómplice

de

nuestro conocimiento; no hay providencia

pre

discursiva

que le

disponga a

nuestro

favor

1

Es necesar io concebir el

discurso · como

una

violencia que ha cemos a- las cosas,

en todo

caso

como

una

práctica que

les

imponemos; e

; ; .

esta práctica donde

los acontecimientos del discurso

encuentran el

princ1p10 de su regu

lar

1Clad.

2 0

f.;x. TE/V-OA / )

Cuarta

regla, la de

exteriori' ad: no ir del

discurso

hacia su

cleo interior y   hacia el c o r a z ó n   ~ un pensamiento o de

una

s1gn1 1cac10n que se manifestarían en él;

sino,

a partir del

discurso

mismo, de su

aparición

y de su

regularidad, ir hacia

sus condiciones

externas de P.osibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleato r ia

d

eeso

s acontecimieñtos y que fija

l<:>s

límites.

Chatro

nociones

deben servir

pues

de

principio

regulador en el

análfai s :

la

eT

acontecimiento,

la

de la serie,

la

de la

r

eaula

r

idad

v

Ja

de la condición de

posibilidad

.

Se o

onen como

se

v e ~

término a

termino: e1

acontecimiento a la creación, la serie a

la unid

ad,

la

re ·

g . ~ l a i ? a d a a onginaliClad y la condición de posibilidad a

la

signi

r1cac10n.

Estas

cuatro últimas

nociones

(si{:,rnificación, originalidad,

uni

ad,

creac:ilón)

han,

de una manera bastante

general,

dominando

la historia tradicional

de las ideas,

donde,

de

común acuerdo se @s ·

caba el P  º de

la

creación,

la

unidad de a o ra, e una

épo_ca

o

ei

un

tema,

la marca

de

la

originalidad

individual

y el tesoro: inde-

mido

de

las

significaciones

disRersas. fr2AQ.. ,

\ ) l ~ l \ N V A

1 ~ 1 4 f 1 f E 1 2 J

· 'mcamente os adve"t' encias ; Ona de ellas concierne a LI Oql

historia. Se considera contri ucrnn e e a

historia contemporánea

el

haber

retirado

los privilegios acordados

anteriormente

al acontecí·

miento singular

y

haber

hecho aparecer las estructuras que

se

extien-

den sobre un amplio margen

de

tiempo. Ciertamente. No est

oy

se-

guro sin embargo

de

que

el

trabajo de los historiadores

se

haga pre

cisamente en

esta dirección.

O

más

bien, no

pienso

qu e: haya

como

una razón

inversa entre localización del acontecimiento y

el an

álisis

que

se

extiende

sobre un amplio margen de tiempo.

Me

parece, por

el contrario, que bien sea estrechando

en

su

límite el tono del acon

te

cimiento,

bien impulsando el poder

de resolución

del

análisis

his

-

tórico

hasta

las mercuriales,

las actas

notariadas, los registros de pa ·

rroquia, los

registros

portuarios comprobados año tras año, semana

tras

semana,

es

como

se

ha

visto perfilarse n ~ s allá

de las

batallas,

lecretos, dinastías o asambleas, fenómenos· masivos de alcance secu·

far o plurisecular. La historia, tal

cerno

se practica actualmente, no

;e

aleja

de

los

acontecimientos, extiende por el contrario su campo

o;

in cesar; descubre sin cesar nuevas capas, más superficiales o más

profundas;

aisla sin cesar conjuntos nuevos, que a veces son nume-

rosos, densos e intercambiables, a veces raros y decisivos: de las va

riaciones casi cotidianas

e

los

precios,

se llega a las inflacfones

~ e c u ·

lares. Pero lo jmpprtante

es

que la historia no considere un aconte·

~ i m i e n t o sin

de · · ~ : d e de la gue

forma parte,

sin especificar la

orma

de análisis

de la que depende, sin intentar conocer la

regulari

·

a e os f

e' ñ

óm e

nos

v los límites de

robabilidad

de su emergen

cia,

sm

mterrogarse

so

re las variaciones, las inflexiones y el ritmo

ele la

curva,

sin querer determinar

las condicions

ae las que <lepen·

den. e aro

esta

que

a istoria desde ace muclio

tiempo

no busca ya

-

21

Page 12: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 12/17

comprender

los -acontecimientos por

un juego

de causas y efectos en

la unidad informe

de un

gran

devenir, vagame

nte

homogéneo

o dura·

mente

jerarquizado;

pero

eso

no

es pa

ra encontrar estructuras an·

teriores, ajenas, hóstiles

al

acontecimiento. Es p

ara

establecer series

s a s

· entrecruzadas, a menu

do divergentes

, pero- no--aurü

nomas,

que permiten

circunscrib ir el lugar del acontecimiento, los márge·

nes e su azar, las condiciones de su

aparición.

- Las nociones fundamentales que se imponen actualmente no son

más

que

las de la conciencia y de

la cont

i

nuidad

(con los problemas

que

le

son correlativos de

la lib

e

rtad

y de

la

causalidad) , no son

tam·

poco ~ a s

del

sign? y de

la estructura.

Son las del acontecimi

ento

y de

l

~ e r i e con

el

Juego .

de

. nociones

que

les

están relacionad

as; r

egu·

lan<l.ad, azar, d 1 ~ c o n t m m d a d dependencia, transformación ; es po r

medi? de un C O ~ J u n t o tal c?mo este análisis

de los discurso

s en c¡Ue

yo pienso se ar ticula, no, ciertamente, sobre la temática tradicional

que

lo

s fil ósofos de ayer tomaban todavía por la historia viva'', sino

sobre

el trabajo efectivo de los historiadores. 4> .J°- dL(A.(.J) tf.t J M J t r ¡ ~ d . ~

P ~ r o

por ello

t ~ m b i é n

por lo

que

este análisis plant

ea proble·

mas f1losof1cos o

teoncos, verdaderamente

graves. Si los discursos

deben tratarse primeramente

como

conjuntos de acoiiie'cimientos

discursivos,

;, qué estatuto

es necesario

conceder

a

esta noción

de

a c o n ~ e ~ i m i e n t o

que tan

.

raramente fue tom

a

da

en

co

nsid

e

ra ción por

los

filosofos?

Claro es ta que el acontecimiento no es ni

sus

t an cia · ni

accidente,

ni

c a l i d a ~ ni proceso ; el acontecimiento no

pe r

ten

ec;

al

•orden de

los

cuerpos. Y

sin

embargo no es inmaterial ; es al nivel

de

la

~ a . t e r i a l i d a d cómo

cobra siempre

efecto y, como es

efect

o,

tiene

su

sillo,

y

consiste

en la re l

ació

n, la

coexistencia

, la d

ispers

ión la in·

te

rsección,

la

acumulación,

la

selección de elementos

materi

ales;

no

es el acto ni

la

propieda d de un

cuerpo;

se produce como efecto de y

en una dispersión mater ial. Digamos que

la

filosofía

dl acontecimien·

debería

avanza_ en l a dirección

pa;adójica,

a

primera

vista, de

un

materialismo e

lo

incorporal.

Por

otra parte, si

los

acontecimientos discursivos deben t ratarse

según series homogéneas , pero <liscontinuas unas con re lación a

Otras,

¿qué

estatuto

es ne

cesario

dar

a ese

discont

i

nu

o? No

se

trata

en .absoluto ni

d_e

s u c e s i ó de los

instante

s del t i

empo

,

ni

de la pl

rahdad

de los dive

rsos sujetos

que piensan; se trata de

censuras

que

rompen el

.

instante y

dis ersan

el sujeto en una

p ura1ida

de posi·

. osic10nes y

funcio

nes. Una discontinuidad tal que golpetea e

mvahda as mejores

un

ia ades

tradicionalmente

reco

no

cidas o_ as

me·

~ o s

fácih:nente

p u ~ t a s

en

duda

: el instante y el su jeto . Y, po r debajo

ae

ellos,

mdependientemente

de ellos, es necesario concebir

entre

esas

series

discontinuas de las

rela

cio

nes

que

no

son de l

orden

de la suce

sión

(o de

la simultaneidad) en

una (o varias) conciencia· es .nece·

sario elaborar fuera de las filosofas del suje

to

y del tiem,po-- una

~ r í de las sistematicidades discontinuas.

Finalmente,

si es v e r d ~ d

que

esas series

discursivas

y discontinuas tienen, cada una, entre cier·

tos límites, su regulaeridad, sin

duda

ya no

es

posible establecer,

entre

los

elementos que

las

constituyen,

vínculos de

causalidad me·

cánica o de necesidal ideal.

Es n e c e ~ a r i o

aceptar la introducc\ón

del

 

t e g o r í a

en la proqucción de

los

acontecimientos. Ahí

se

experimenta

también la

ausencia de una teoría que

permita

pensar

en las relaciones del

azar

y del pensamiento.

n e

 

el diminuto desfase que

se

pretende utilizar en la

historia

de las ideas y

que

consiste en tratar,

no

las representaciones

que puede haber detrás de los

discursos,

sino

los discursos

como se•

ries regulares y distintas de acontecimientos, c:ste

diminuto

desfase,

temo reconocer en él

algo así· como una

pequeña

(y quizás odiosa)

ma umaria que permite

introducir

en

la

misma raíz del pensamien

co, e azar el lliscontinuo

y

la materialidad Triple peligro que una

c1er a orma Cle historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo

continuo de una necesidad ideal. Tres

nociones

que

deberían per•

mitir vincular

a

la práctica

de los historiadores,

la historia

de los sis·

temas de pensamiento. Tres

direcciones

que deberá seguir el trabajo

de

elaboración

teórica.

Siguiendo estos principios y refiriéndome a este horizonte, los

análisis que me propongo hacer

se

disponen según

dos

conjuntos.

Por

una

parte el conjunto

crítico

que utiliza el principio

de trastoca·

miento:

preten

e cercar

las

formas de

exclusión,

de delimitación, de

a ropiación, a las que

aludía anteriormente; muestra

cómo se han

ue necesiaa es, cómo se

han

modifica·

do

y

desp azado coaccio i a ejerci o efectivamente, en -

medida

se han

alterado. Por

otra

parte, el conjunto

genealógico

que

uh iza os o ros tres

prmci

ios: como se han formado,

dio, a pesar o con e apoyo e esos sistei:nas ge coacciór:t, de

las

s e r i e ~

iscursos;

cuál ha sido la norma

específica de

cada una y

cuá·

es sus con iciones e a aricion, e crecimiento

_

e variacion .

P'rimeramente el conjunto

crítico. Un primer

grupo

de análisis

versaría sobre lo que lle designado como funciones d e exclusión. En

otra

ocasión estudié una

y

por un

período determinado;

se

trataba

de

la

separac.on entre locura Y

razón

en

la época clásica. Más ade·

]ante

se

podría

intentar analizar

nn

sistema de prohibiciones del len·

guaje. d

que concierne la sexualidad

desde el siglo

XVI hasta el

XIX; se trataría

de

ver

no

,cómo, sin

duda,

se

ha

progresiva y afortu·

nadamente

desdibujado, sino cómo se ha desplazado y rearticulado

desde una

práctica

de confesión

en

-

la que

las conductas

prohibidas

se

nombraban,

clasificaban,

jerarquizaban,

y de

la manera

más ex·

plícita, hasta la aparición, primeramente bastante tímida

y

retardada,

de

l

temática

sexual en

la medicina y en la psiquiatría

del siglo

XIX;

ello no es todavía,

naturalmente,

más

que

indicaciones un tan·

3

Page 13: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

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to

simbólicas, pero se puede ya

apostar

que las escanciones

no

son

aqullas e se cree y

ue

as prohibiciones no

ocupan siempre el

}u.

ar

que se tiene ten

encia a imaginar.

e momento, quisiera dedicarme al

tercer

sistema

de exclusión.

Lo enfocaré de dos

rndneras. Por una

parte, quisiera intentar señalar

cómo

se

hiz

o,

pero

también cómo se

repitió, prorrogó,

desplazó esa

elección de la verdad en cuyo interior estarnos prendidos

pero

que

renovamos sin cesar;

me situaré primeramente

en

la época

de

la

' so·

físt

íca

y

de su comienzo con Sócrates

o

al

ment1s

con

la

filosofía

pla·

tonica, para ver cómo el discurso eficaz,

el

discurso rotual, el discurso

/ car ado

de

oderes

de

e i ros se

or

ena a J OCO

a

P-oco acia una

separación entre

el

discurso verdadero y el discurso falso. Me situa•

ré después

en

los momentoti decisivos de os si los

XVI

v

XVII, en

l a é oca en ue a a o.lnglakl:ra sobre to o, una ciencia e la

<.... vista, e a observación

de

la

atesti

ación, u_na cierta fi osofía na·

tural inseparable sin

duda

de

la

instauración

de

nuevas estructuras

políticas,

inseparable

también de la

ideología religiosa: nueva forma,

seguramente, de

la

voluntad

d.e

saber.

Finalmente,

el

tercer

punto

de

referencia será el comienzo del siglo XIX, con los randes actos

f

undadores

de la ciencia

mo

erna, la

formación

de una socieilad in·

ustna a i eo og1a positiva acompana. res cortes en la

rnorfolo ía de nuestra

vo

unta r; tres

etaJ as

de nuestro fi.

~ i s t e i s m o . _ _ ___

Me

gustaría

también

repetir

la

misma cuestión pero

desde un

ángulo

diferente:

medir el efecto de un discurso de retensió

tífica -discurso mé ico_¡W.qyiátrico socioló ico

también-

sobre

ese conjunto de prácticas de discursos rescri tivos ue constitu) .;

el sistema J ena .

estu io

de los

ictámenes psiquiátricos

y

su

fun·

ción en a pena idad

serviría

de punto de

partida

y de material de

h ase para esos análisis .

También -

en esta

perspectiva, pero a otro nivel, es como debería

ha

cerse el análisis de los procedimientos

de limitación de

los discur·

sos, entre los cuales he designado antes el principio de autor, el del

comentario, el de la disciplina. Desde

esta

perspectiva pueden pro·

gramarse un cierto número de estudios. Pienso, por

ejemplo,

en un

análisis que versa

ría

sobre la

historia

de la

medicina del

siglo

XVI

al

XIX;

se

trat

aría no

tant

o de

señalar

los descubrimientos hechos o los

concepto

s

utilizad

os, como de asir

nuevamente,

en la constitución del

discur

so médico, pero también en

to d

a la

institución

que lo soporta,

la refu

er

za ,

de

qu é manera

se

utilizaron el principio

de

autqr, el del

comentario, el de

la

disciplina; intentar saber

de qué manera

se

ejer·

ció el principio

de

gran

autor: Hipócrates,

Galeno, naturalmente,

pero ta m

bién Paracelso,

Sydenham

o BO 'rhaave; de

qué

manera se

ejerció,

y todavía en el siglo XIX, la práctica del aforismo y del co·

me

ntario;

de qué

manera fue sustituida

poco

a poco

la

práctica del

24

caso, de la colección de casos; según qué

modelo

ha intentado ~ n l -

inente

la

medicina

constituirse como disciplina, apoyándose prnne·

ramente en la historia natural, a continuación en

la

anatomía Y la

biología.

Se podría también considerar de é. manera la crítica .

toria literaria

han

constituido al personaje del

autor

a figura

de

_

la

obra, utili mo i ican o esp azan .º os . étodos e x ~ :

gesis re igiosa, de la crítica bíblica, de la .

a g i o ~ a f i a

de las. vidas .

istoricas

0

egen arias,

e a

auto

iografia

y

de

as

memorias.

Sera

necesario am

1

en estuchar un

ía el

papel que

tuvo Freud

en

el

saber

psicoanalítico, muy

diferente,

seguro,

del

de

Ne'":ton en física.

_ Y

del

de todos los

fundadores

de

disciplina),

muy difernte tamb1en del

que puede tener un autor en el

campo del

discurso

f i ~ o s ó f i c o

(que

estuviese como Kant en el origen de otra manera de filosofar)·

He

aquí pues algunos proyectos

para

el a s p e c ~ o c r í ~ i c o

de

la

ta·

rea, para

el análisis

de

las

instancias del

c o n t r ? ~ d i s c u r ~ i v o

En

c u a ~ -

to

al as ecto genealógico, concierne la formac10n

e f e c ~ i v a

de los dis·

cursos bien

en

e mterior de

lo

límites

de

control, bien

en

el.

e ~ t e ·

rior, bien, más frecuentemente, de una parte. r t r a de la d e h m ~ t 1 ·

ción.

La crítica

analiza Jos procesos de enrarecimiento, ro

t ~ m b 1 e n

el reagrupamiento y

-unificación e

os iscurs

; 1a

genea

ogia

est ; ·

ia

su

ormacion

1

spersa, discontinua

y

regular

a

la

vez. A

decir

verdad estas dos tareas no son nunca

separables; no

hay, por

una

parte, ias formas de rechazo, de

la

exclusión, del. e a g ~ p a m i e n t o o

de

la

atribución; y después, por otra parte, a

un

mvel mas profundo,

el brote

espontáneo de

los discursos

que,

i n m d i ~ t a m e n t e

antes

~ _ d e s ·

pués

de

su

manifestación, se encuentr.an sometidos la seleccion Y

al

control

La formación natural del disc)USo puede cier·

tas

c o n d i ~ i o n e s

O.asta cierto unto

los

rocedimientos

de

ntrol

es

lo

que pasa,

por

ejemplo, cuando una disciplina orna forma Y

estatuto

de discurso cientíico) ; e inversamente, las figuras.

de

c?n·

trol

pueden tomar cuerpo en t;l interior de. u n ~ formacion

~ s c ? r s ~ v a

- asi a

ñ

ica

íteraria

como iscurso constitutivo del autor) . si bien

toda tarea crítica, que pcnga en duda las i n s t a ~ c i a s ~ e l control, _debe

analizar

al

mismo tiempo

las regularidades

discursivas a traves de

las cuáles se forman; toda dscripción

g e n e a l ó g i ~ a

debe tener

en

cuen·

ta

los límites

que

intervienen en

las

formaciones reales. Entre

la

f'rnpresa

crítica

y la empresa g e n e a ~ la d i f e r ~ n c i a es . anto

'

cle

_9hjeto o de domlnlo cómo de punto

ele

ataqüé, de perspectlva y clé

deli._mitación. . . .

Evocaba antes un posible estudio:

el de

las prohibiciones

que

afectan al discurso de

la

sexualida4. Sería difícil y abstracto, todo

·caso realizar

un

estudio sin analizar al mismo

tiempo los

con.Juntos

de discursos, literarios, religiosos o éticos, biológicos. o médicos, e

igualmente jurídicos, en los que se

trata

de la sexualidad, Y en los

25

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7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

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que ésta se nombra, describe, metaforisea, explica,

juzga.

Estamos

muy lejos de haber constituido un discurso unitario

y regular

de la

sexualidad,

quizás

no

se consiga

nunca,

quizás no es en esa dirección

en la que vamos. Poco importa. Las

prohibiciones

no tienen la mis·

ma forma, ni intervienen de

la

misma manera en el discurso

lite·

rario

y

en

el de la

medicina, en el de:

la psiquiatría o

en el de

la

dirección de

la

conciencia. E, inversamente, esas diferentes regula·

ridades

discursivas

no refuerzan,

no rodean o .no

desplazan las prohi·

bicioncs de

la

misma

manera.

El s t u < l i o no podrá pues hacerse más que según pluralidades de

series en las

que intervienen

prohibiciones que, para una parte

al

menos, son diferentes en cada una.

Se

podría también considerar las

series

de

discursos

que. en el

siglo XVI y

XVII, conciernen

la

riqueza

y

la pobreza,

la m c n ~ d a

la

producción y

el comercio.

Entrarán

en

relación conjuntos de

enun·

ciados

muy

heterogéneos, formulados por los ricos y los pobres, lm1

sabios y los

ignorantes,

los

protestantes

o los católicos, los oficiales

reales, los

comerciantes

o los

moralistas.

Cada

uno tiene su forma

de regularidad, igualmente

sus sistemas

de

coacción.

Ninguno de

ellos prefigura

exactamente

esa otra

forma de

regularidad discursiva

que tomará el aspecto de una disciplina y que se llamará análisis de

la

riqueza ,

y

después economía política . Sin embargo,

es a

partir

de

ellos que se

forma

una

nueva regularidad,

recuperando o

excluyen·

do

,

justificando

o

separando

tales o

cuales de

sus

enunciados.

Se puede también pensar en un estudio que versaría sobre los

discursos

que conciernen

la

herencia,

tales como pueden

encontrarse,

repartidos

o dispersos hasta comienzos

del

siglo

XX

a través de las

disciplinas.

de

observaciones, de técnicas

y de

diversas

fórmulas;

se

trataría

entonces de mostrar por

medio

de q:ué juego de articulacio·

nes esas serLes, se han, en resumidas cuentas,

reorganizando

en

la f j

gura, epistemológicamente coherente

y

reconocida

por la

institu·

ción,

de la

genética.

Este

trabajo lo

acaba de realizar Francois

J acob

con una

brillantez

y

una

ciencia

difícilmente

igualables.

Así deben alternarse, apoyarse

las unas

en las otras, y

comple

tarse las

descripciones

críticas

y

las

descripciones genealógicas.

La

parte crítica del

análisis se

refiere

a los sistemas

de desarrollo

ael

clii>cu rso;   n f a señalar, cercar, esos

principio

s de libramiento, de

exc usion, ae rareza del

discurso. Digamos,

para jugar

con

las pala

bras,

que

practica

una desenvchura

aplicada. La parte

genealógica

se

refiere

1

por el contrario

a

las

s

eries

de la

formación efectiva

del

c u r s o : intenta

captarlo

en

su

poder

de afirmación,

y entiendo

por

esto no un

poder

que

se

opondría al de

negar,

sino el poder de

cons·

d o m i n i o s

de

objetos. a

propósito de

los cuales se podría afirmar

o negar propos iciones

verdaderas

o falsas. Llamemos positividades

esQS-dominios de objetos y digamos, J>ara

jugar

una segunda vez con

p r \ JC . dL S

6

las

palabras,

·

que,

si el estilo

crítico

es el

de

la desenvoltu-..:a

estudiosa.

el humor genealógico

será

el de un positivismo alegre.

En todo caso,

una

cosa

al menos debe señalarse: el

análisis del

discurso así entendido no revela la universalidad de un senti o, saca

a relucir el juego de

la

rareza

impuesta

con

un

poder fundamental

- e afirmación..

Rareza

v

afirmación, rareza, finalmente, de

la

afir·

mación no generosidad

·

continua del

sent_ido,

ni monarquía del

i C a n t e

- - . . .

ahora,

que los

que tienen

lagunas de vocabulano digan --qui·

zás porque les

suena bien

que se trata

de estructuralismo.

Estas investigaciones,

de

las que he intentado presentaros el di·

seño, sé

bien que

no hubiera

podido

emprenderlas si no hubiera

contado

para

ayudarme con modelos

y apoyos. Creo que

debo

mu·

cho

a

Dumézil,

puesto que fue

él

quien me

incitó

al

trabajo

a

una

edad en

la

que yo creía todavía que

escribir era un

placer.

Y

debo

también mucho a

su obra;

que me perdone si me he

ale·

jado de su

sentido o

desviado del

rigor

de

esos

textos

suyos y

que

actualmente nos

dominan;· él me

enseñó

a analizar la

economía

interna

de un discurso de muy

distinto

modo que por los

métodos

de la exégesis

tradicional

o los del

formalismo

lingiiístico; él me

enseñó

a

localizar de

un

discurso

a

otro,

por el juego

de las

compara·

ciones,

el sistema de las correlaciones funcionales; él me enseñó

a

describir las transformaciones de un discurso

y

las relaciones con

la

institución. Si he

querido

aplicar

un

método

similar a discursos

distintos de

los

relatos legendarios

o míticos, la idea me

vino

sin

du·

da

de

que tenía ante mis ojos los trabajos de los

historiadores de

las

cincias, y

sobre

todo de Canguilhem; a

él

debo

haber

comprendido

que la historia de la ciencia no está prendida forzosamente en la

al·

ternativa:

crónica

tle los descubrimientos, o descripciones

de las ideas

y

opiniones

que

bordean la ciencia

por

el

lado

de su

génesis

indecisa

o

por el

lado

de

sus

caídas exteriores; sino

que se podía,

se

debía,

hacer la

historia

de

la

ciencia

como un conjunto a

la

vez colierente y

transformable de

modelos

teóricos e instrumentos

conceptuales.

Pero

p i e n s

 

e

sc o

n

Jean

Hypolite

con

quien me

liga

una ma·

yor

deuda. Sé bien que

su

obra, a los ojos

de

muchos,

está

acogida

bajo

el reino

de

Hegel, y que toda nuestra época,

bien

sea

por la.

ló·

gica o

por la epistemiología, bien sea

por

Marx

o por

Nietzche, inten·

ta

escapar

a Hegel: y

todo lo

que

he intentado decir anteriormente

a p

ropósito del

discurso es bastante

infiel

al logos hegeliano.

Pero

escapar

realmente a Hegel

supone

apreciar exactamente lo

que cuesta separarse de éJ; ésto supone sa·her hasta qué punto Hegel,

insidiosamente

quizás, se ha aproxi1?1ado a

nosotros; esto supone

sa•

her lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite\ pensar

contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro

recurso

contra 

él

es

quizá todavía

una astucia que nos opone y al término

de

la cual

nos espera, inmóvil

y

en otra

parte.

27

Page 15: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 15/17

Pues

si más

de uno

estamos en

deuda

con J.

Hypolite

es

porque

infatigablemente

ha

recorrido

para nosotros, y antes

que

nosotros,

ese camino

por medio del cual

uno

se

separa de

Hegel, se distancia,

y por

medio

del cual

uno

se

encuentra

llevado de

nuevo

a él

pero

de

otro

modo, para

después verse· obligado a

dejarle

nuevamente.

Primeramente, J. Hyppolite había cuidado de dar una presen·

cia a

esa

sombra

un poco

fantasmal de Hegel que merodeaba

desde

el siglo XIX y con

la que oscuramente se luchaba.

Fue con

una

tra·

duccióu, la

de

la

Fen ome nología

del espíritu

como dio

a

Hegel esa

presencia;

y

que

Hegel mismo e ltuvo

bien presente en

ese texto

fran·

cés, la pmeha está en que se ha llegado a

que

los alemanes. lo consul·

ten

para

comprender mejor lo que, por un instante al menos, deve·

nía Ja versión alemana.

Pues, de este texto, J. Hyppolite

ha

buscado y recorrido todas

las salidas, como- si su inquietud fuese: ; se

puede

todavía filosofar

allí donde Hegel ya no es

posible?;

;

puede

existir todavía una filo·

sofía que ya

no

sea

hegelaiua? ; ; aquello que no

es

hegeliano en

nuestro prmamiento

es

necesariamente no filosófico?; ;

y

aquello

que

es antifilosófio es forzosamente

no

hegeliano? De

maera

que

esta presencia-

de

Hegel

que él

nos había dado,

no pretendía hacer

solamente la descripción histórica y meticulosa:

quería hacer

un es·

quema de experiencia de la modernidad

(;,es

posible pensar según

el

modelo

hegeliano, las ciencias, la

historia, la política y

el

sufri·

,

miento

de todos los

días?)

y

quería hater,

inversamente, de nuestra·

modernidad

la prueba del hegelianismo y, como consecuencia, de

la

filosofía. Pal'8. él,

la

relación con Hegel, era el

lugar

de una expe·

riencia, de

su

enfrentamiento

en

el que no se estaba nunca seguro de

que la filosofí:i

saliese

vencedora.

No se

servía del sistema hegeliano

como de un universo

tranquilizador; veía

en él el riesgo extremo asu·

mido

por

}¡¡¡

filosofía.

De

ahí

resultan, creo, los desplazamientos

que operó, no

digo en

el

interior

de la filosofía

hegeliana

sino sobre

ella

y sobre

la

filosofía

tal

como Hegel la concebía; de ahí

también toda

una inversión

de

temas.

La

filosofía,

en

lugar

de concebirla como la totalidad final

mente capaz

e

pensarse

y

de rehacen·e

en

el movimiento del con

c

ep·

to J. Hyppclite realizaba sobre el fondo de un horizonte- infinito una

tarea

isin

término: siempre de,.,pierta

pronto,

su filosofía no estaba

nunca

dispu ta a acabarse.

Tarea

sin término, tarea por

tanto

siem·

pre

recomenzada, dedicada a

la

forma y a

la

paradoja de

la repeti·

ción: la

filosofía

como pensamiento

inaccesible

de la totalidad era

para

J. Hyppolite lo

que

podía

haber de

repetible en

la

extrema

irre·

gularidad

de

la cxperlecia; era

lo

que

se

cla

y

lo que

se

escurre como

cuestión, sin cesar recuperada en

la

vida,

en

la muerte,

en

la

memo·

ria: así el tema hegelianOI

de

la terminación sobre la conciencia de

sí,

él

lo transformaba en un tema

de

la

interrogdión

repetitiva. Pero,

8

vuesto que era repetición,

la

filosofía

no era ulterior al concepto; no

tenía

que proseguir al edificio de la abstracción, debía m ~ t ~ n e r s e

siempre

en suspensión, romper con

sus

g e n e ~ a l i d a ~ e s a d ~ m r i d a s

'

exponerse nuevameiit<O al contacto de no f1losofia; deb1a aprox1·

marse lo más cerca, no a lo

que

acaba, smo a lo. que precede, a aque·

llo q u ~ no

ha despertado todavía

de

su i n q u i e ~ u d ; debería

.recu.perar

para pensarlos,

no para

reducirlos,

la

smgulandad .de la

historia,

las

racionalidades regionales

de

la

ciencia

,la

p r o f u n d i ~ a d

la memo·

ria en la conciencia; aparece así. el tema de una f1losof1a J?resen,te,

inquieta, móvil a lo largo

de

su línea de contacto con la n o - f i l o s o f ~ a

no existiendo sin;

embargo más que por ella

y r e v e l a n ~ o el

sentido

que esa

no-filosofía

tiene

para

nosotros . Pues, si .ella esta en ~ s e c ~ n ;

tacto repetido

con

la

no-filosofía,

; cuál

es

el

comienzo de la f1losofia ·

Está ya

secretamente

presente

en lo que no

es ella,

comenzando

a

formularse

a media-voz

en

el

murmullo de

las cosas? Pero,. entonces,

el

discurso filosófico

no tiene quizá

más

razón de

ser; o bien ;,

debe

ella comenzar con una fundación arbitraria y absoluta a

la

ve.z?

Se

ve

así

sustituir

el

tema hegeliano del movimiento propio de lo mme·

diato por el del fundamento. d ~ l discurso

filosófico y

de su

estruc•

tura formal. i·

'

Finalmente

el

último

desplazamiento

que

J. Hyppo

ite opero

en

la

filosofía:

la

filosofía

debe comenzar

como.

discurso

abso.lut?,

·qué es la

historia

y

qué

es ese comienzo

que

com1.enza con ese ?ndd·

~ d u o

singular, en una

sociedad,

en una

clase social¡

Y en medio

e

luchas?

d

Estos cinco

desplazamientos que conducen al borde extremo e

la

filosofía hegeliana y que la hacen sin

duda

pasar del

otro

l a ~ o de

sus propio ' J í ~ i t e s

convocan,

una por una,, a l ~ s grandes,

f11?1iras

mayores

de

la

filosofía

moderna que

Jean H y p ~ o h t no .ceso de en¡

frentar con Hegel: Marx con las cuesticnes de histori a,

F1chte

con e

problema

del

comienzo

absoluto

lle la fiJosofía,

Berg

s

on con el

ten¡a

del

contacto con la no-filosofía,

Kierkegaard

con el p r . o b l e ~ a de

ª

repetic.ión y de la

verdad,

Husserl con el

tema

de la 1 l c s ~ f i c ~ m o

tarea

infinita

a

la histeria

de

nuestra racionalidad.

Y, ma '

alla de

esas

figuras

filosóficas, se

advierten todos los

d o m i n i o ~

del sabe

r

J Hyppolite

invocaba

alrededor de sus propias

cue

stione:<: el psico•

a ~ á l i s i s con

la extraña

lógica del deseo, las m ~ t . e m á t i c a v .

la

? ~ m a ·

lización del

discurso,

la teoría de la informac1on y

su

. ª ~ h c a b 1 h d

en el

análisis

sobre lo vivo; en resumen

todos los

d o ~ u . m o s a pa r

tir

de

los

cuales se

puede plantear

la

cuestión ds un a _ o g 1 c a

y

de

u ~ a

·existencia que no cesan de anudar

y

desanudar .sus

lazos.

Pienso que esta obra, articulada

en algunos

libros

m a y ~ r e s p e ~ o

presente

todavía más en

sus investigaciones, en una e n s e ~ ~ n ~ a d

una

cr etua atención,

en un estar alerta

y

en

t ~ n ~ gen.eros1 a

ia

·

epn

u na

responsabilidad aparentemente

adnumstrahva

pedago·

ria, .

Page 16: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

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gica (es

decir en realidad doblemente política) ha cruzado, ha

for

mulada los p r o b l e m ~ § . más f u n d a m e 1 1 t { l } Jluestra época. Somos

num

erosos

los.

que

llé.mos

q u e d a J o ~ i { { l , . i i h ; f l l l e i í f o

d e u d a

con él

Porque he lo mado de él, sin duda,, ~ t ~ d o } , : > o s i b i l i d a d de

lo que hago, porque

cuando

yo e n ~ ~ y ~ b . ¡[ c:i;e:g_a.S;,.e& por lo

qu

e he

querido co

lo

car mi

trabajo bajo su

: .J.9.

que

he

termin a

do , invocá

nd

olo, la presentación

· i ñ . Í ~

p,i;>ye¿té(S ?JiJs hacia él, ha cia

su falta - e n l que experimen to :

Ja

su n c i a , y

mi

propia

carencia-

hacia

donde se cru

zan

las cuestfones que me

pl

an

teo

ac-

tualmente

..

r   . ' •

 

:

.

 

. .

»  

Puestq ·gue le ·de

bo

t anto,

comp

rend o

bas ta

li te

·q u

e la elecc

ión

que han hecho

invitándome

a ense.iíar es, eñ buena parte, un

homenaje que

u_stedes le han

rendido qitedo_

reconoc

ido

,

profun·

·

damente,

del honor ·que me ·hacéist ·. r . n

-:

os,.qiii'do menos recono

cido por lo que a. él le atañe en esia elección. ·Si ·;hien no me siento

.igualado a la

,tarea

de sucederle, sé por el contrario

que,

si todavía

contáramos con

la dicha

de·

sui

presencia,

yo ha.hría sido

esta

tarde,

alentado

por

su indulgencia

. ·

Y comprendo mejor por qué experime

ntaba tanta dificultad

al

comenzar antes. Ahora

bien cuál era l

voz que hubiera querido

me

precediera, que

me

llevara,

, q e invitara a hablar y que se

introdujera·

en

mi

propio discurse . Sé lo .

que

hab

ía

de temible al

tomar

la

palabra,

puesto

que

la

tomaba en

es

te lug

ar

en

el

qu

e

le

he

escuchado

y donde ·él

ya

m:i° es

para e

sc

1:1charme  .

3

"l

~

[

S'dl"'.m-=-=-

D I D l _ l n T ~

O - , ,

1

,

2

B

SEP 2 1

5

Page 17: FOCAULT El Orden Del Discurso

7/23/2019 FOCAULT El Orden Del Discurso

http://slidepdf.com/reader/full/focault-el-orden-del-discurso 17/17

1

A t r ~ v é s del Archivo de Filosofía , el Grupo de Püblicacio

nes de

la

Facultad de Filosofía

y

Letras de

la UNAM

pretende

cre r

un canal

que

permita publicar una serie

efe

trabajos

q u ~ ,

a pesar de

que

podrían llegar a

c ~ n s t i t u i r

un importan-

te material para estudi r y -desarrollar

la

,FHosofía, se vuel

ven, en

el

mejor de los casos,

de

difícil acceso, cuando no

se extravían dt;finitivamente o se pierden.en

el

olvido.

Conferncias; ar:tkulos publicados en revistas de difícil

ac-

ceso; reseñas, resúmenes o síntesis

de

cursos dictados en

nuestra Facultad; trabajos

 .

c::ie alumnos que por su conte

nido rrierezcan ser editados; . reproduc,

ci r:i

r i b r ~ agota .

dos; etc. Serán los materiales que el Archivo

de F i l o s o f í ~

est rá

p r e ~ e n t a n d o

periódicamente. .

EDI IONES

IPULI IS