El jardín de Reinhardt

73

Transcript of El jardín de Reinhardt

Page 1: El jardín de Reinhardt
Page 2: El jardín de Reinhardt

EL JARDÍN DE REINHARDTMARK HABER

Page 3: El jardín de Reinhardt
Page 4: El jardín de Reinhardt

Edición en formato digital: febrero de 2021

Título original: Reinhardt's GardenEn cubierta: grabado de INTERFOTO / Banco de fotografías de Alamy

Diseño gráfico: Gloria Gauger© Mark Haber, 2019

First published in the United State byCoffee House Press, Minneapolis, MN, USA© De la traducción, Carlos Jiménez Arribas

© Ediciones Siruela, S. A., 2021

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicaciónpública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,

salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de DerechosReprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.www.siruela.com

ISBN: 978-84-18436-93-2

Conversión a formato digital: María Belloso

Page 5: El jardín de Reinhardt

Para Ülrika

Page 6: El jardín de Reinhardt

«Incomparable deleite es melancolizar y construir castillos en el aire, andarsonriéndose para sí, actuar en una variedad infinita de papeles, que los melancólicos seimaginan y creen a pies juntillas que representan, o ven como cosa hecha o cumplida».

ROBERT BURTON, Anatomía de la melancolía «La displicencia y la tristeza que caracterizan al melancólico no son solo la vivencia

pasiva y letárgica de la existencia, sino su recreación activa: el melancólico vive en elmismo mundo que los otros y, sin embargo, no ve el mismo mundo».

LÁSZLÓ F. FÖLDÉNYI, Melancolía «Estaba parado encima, lo estaba pisando desde hacía un buen rato y seguiría

pisándolo de allí en adelante, y tomar conciencia de la inesperada proximidad del objetoexplicaba su tardío descubrimiento, a pesar de estar a la vista, y de que había ignorado lasolución precisamente por su tangible o, mejor dicho, pisable inmediatez».

LÁSZLÓ KRASZNAHORKAI, Melancolía de la resistencia

Page 7: El jardín de Reinhardt

1907

El Río de la Plata es una gruesa sierpe, dijo Ulrich pensando en alto; ovillada al cuello, teestrangula para robarte la cartera o el anillo de boda, lo que tengas de valor, dijo; ¿quién sale vivode ahí? No se lo decía a nadie en particular, ni esperaba respuesta, y menos de mí, que a duraspenas lo escuchaba y tenía el cerebro embotado por los efluvios de la fiebre o la enfermedad o loque fuera que me estaba asolando, convencido de que me moría, de que tenía que estarmuriéndome, de que ni los temblores, ni los dolores, ese sentirme en carne viva, nada de ellopresagiaba una pronta recuperación. En su fuero interno, Ulrich lo sabía, y yo sospechaba que mehablaba por pura camaradería, porque sentía que me encaminaba al reino de los muertos y, siendoun alma sensible en lo más hondo, quería darle a la mía el consuelo de una voz amiga.

Ya habíamos enterrado a diez hombres, tanto guías indígenas como blancos, pero no era el míoun mal corriente; sentía el universo entero dentro del cráneo, las latitudes cambiantes del mundocuando atraviesa con un temblor el espacio sideral. Y tenía a Jacov a apenas metro y medio, unJacov ajeno a todo que lamía la punta de un cabo de lápiz y garabateaba en el cuaderno, no parabade trabajar en su tratado sobre la melancolía, obra de toda una vida, y ayer mismo dijo que estabamás cerca que nunca, más cerca de la esencia de la melancolía, los fundamentos de la melancolía,la semilla de la melancolía, y aseguraba, delante de quien quisiera oírlo, que el suyo sería elprimer apellido ilustre que diera al mundo Knin, aquel pueblo agazapado en los confines deDalmacia como un niño asustado. Jacov, que no hacía ni tres días había dicho una y otra vez que lahabía visto con sus propios ojos. ¿La melancolía?, pregunté. No, imbécil, la fuente. Y, después dehartarse a fumar cigarrillos, procedió a medir la base del gomero contra el que cinco indiosencogían la apática figura a la espera de instrucciones.

Empezaron a sospechar que Jacov se había vuelto loco hacía semanas, cuando mandó a tresindios guaraníes dar vueltas alrededor del campamento mientras dormíamos; uno en sentido de lasagujas del reloj; dos, en sentido contrario. Los guaraníes eran los que más lo odiaban y ya no semolestaban en disimularlo, sino que daban muestras de su malestar mediante sutiles actosintencionados: cambiar la pólvora de sitio, o el charqui, o los calcetines secos; mojar las puntasde las lanzas en agua, para diluir el veneno y hacerlas menos efectivas, incluso detener las mulasen cuanto avanzábamos un trecho. Jacov veía traidores por todas partes, y esto no hacía más queconfirmar sus sospechas. En un estado parecido al delirio, me paraba a contemplar a Jacov y lalabor de su vida, que me había llevado a seguir sus pasos los mejores años de mi juventud, onceen total si hacía bien la cuenta; once años en los que él dictaba y yo copiaba y acataba ideas que

Page 8: El jardín de Reinhardt

excedían el ámbito de mis entendederas, desde Croacia hasta Hungría, de Alemania a Rusia, yahora en las Américas, perdidos en el culo del mundo en aquella jungla odiosa. Maldita fuera susalud de hierro y los alardes que hacía cada vez que uno de nosotros, incluidos los indígenas,mostraba el más mínimo achaque: una tos amortiguada con la mano, un ojo crispado, un estómagoquejumbroso. Jacov se aprovechaba de ello, puede que hasta lo buscase, hacía gala de sucomplexión perfecta (dando muestras de falta de decoro y despiadada soberbia) y, de paso,sacaba a relucir la condición extraordinaria de su propio cuerpo, haciendo mofa, a costa de susdebilidades, de la pesada carga que llevaban otros a todas horas.

La gente es débil y traicionera, lamentó, un hato vomitivo, abominable; luego, ebrio de supropio vituperio, pasó revista a los semblantes de aquella tropa: mestizos, guaraníes y más de unoy más de dos de origen indeterminado. Y yo debo contarme también entre ellos, concluyó, y seseñaló con un deje de tristeza. Abominaba tanto de la sociedad como del individuo y se esforzabapor dejar clara su postura; aun así, Jacov había dedicado su vida entera a la melancolía, condenodado empeño por ayudar a una especie que detestaba. Y lo hacía, en gran medida, a cuenta delas recónditas profundidades de su alma, insistía en que su afán de mejorar al prójimo no era másque un reflejo de su propio carácter, parecido, según él, a una «fuente de benevolencia».

En Stuttgart, donde empecé a servirlo de manera oficial como su hombre de confianza, solíadespotricar contra el progreso humano, esa higa perversa. La humanidad y sus engaños, maldecía,la gente y su idea del conocimiento. ¡Qué bien que Yásnaia Poliana me haya curado a mí de todoeso! En verdad que lo hizo. Después del gatuperio y la vergüenza que hubo de pasar en Rusia conTolstói y sus seguidores, estaba claro que Jacov tendría que emprender camino en solitario. ¿Quéotra cosa podía hacer más que cambiar de continente, decidió, cambiar Europa por las Américas?Vámonos a ver la jungla, anunció a los cuatro vientos, mientras esnifaba una raya de cocaína deuna bandeja en precario equilibrio sobre el brazo del sofá. Europa es un cementerio, dijo, unpedazo de tierra negra, minado de callejones sin salida y pésimos finales, sin vuelta de hoja,salmodió. Además, hay que encontrar a Emiliano Gómez Carrasquilla, el filósofo malogrado de lamelancolía, que vive, según he tenido noticia, en las selvas de Colombia, o quizá de Brasil, en lasAméricas, vale decir; todo esto pronunciado con el desparpajo de un loco, como si las Américasestuvieran a las afueras de una ciudad cualquiera.

Sí, apremió, mirándome a los ya temblorosos ojos, la melancolía hay que buscarla en lassagaces palabras de Emiliano Gómez Carrasquilla, en sus divinas obras y textos sagrados, susensayos filosóficos, y, por supuesto, hablando con él en persona, teniéndolo delante en carne yhueso, valorando la certidumbre de sus creencias cara a cara, y jamás en la mediocridad de estecontinente. Vámonos a ver la jungla, donde, sospecho, la melancolía, como la propia yedra,recorre, verde y despreocupada, el paisaje.

Me reí para mis adentros, pues sentía que Europa era la cuna de la melancolía; o, si no lacuna, por lo menos que allí la melancolía alcanzó perfección, allí floreció la melancolía, lamelancolía se extendió por doquier y, de suyo, alcanzó más vigor y enjundia. ¿Quién sino Europapodía jactarse de tener los inviernos más tristes e interminables? ¿Dónde surgían los vastospaisajes salpicados de tumbas sino en Europa, paisajes caracterizados por una desolación solo ala altura de los cielos más desolados del mundo? Y ¿por qué me angustiaba tanto cuando Jacovesnifaba su amada cocaína? ¿Por qué me afectaba a mí la droga como por ósmosis? Me echaba atemblar al ver los enormes bodegones que cubrían las paredes, el Goya descollante en la salacontigua, el único cuadro, según sus propias palabras, que acaso estaba a la altura de los

Page 9: El jardín de Reinhardt

trastornos de su alma. Paré la vista entonces en cuatro cuadros que me habían cautivado desde queJacov los adquirió en un viaje a Holanda, cuadros que me tentaban el subconsciente con sustupidas vetas de azul lustroso y vivo rojo: una serie titulada El temblor del alma que representabaun grupo de soldados en un campo yermo, con nieve hasta las rodillas, hombres que eran símbolosy heraldos de la muerte, o puede que de la brevedad de la vida, o quizá del abismo que se le abrea una existencia vacía de significado, Jacov no estaba seguro, pero los cuatro cuadrosconversaban entre sí y, de hecho, solo tenían cabal sentido si se los exhibía juntos, pues separadosvalían menos, según insistía, que el tronco de un hombre separado de sus piernas.

Fue tal el embeleso de Jacov que compró toda la serie, así como un tríptico de gitanas romanísdesnudas. Mandó empaquetar todos los cuadros y enviarlos a su castillo de Stuttgart, ocupado ensu ausencia por Sonja, una prostituta retirada que solo tenía una pierna, examante de Jacov einestimable ama de llaves. Era, de hecho, la única persona a la que confiaba el cuidado de suspropiedades, dado que Jacov exigía todo tipo de rutinas de limpieza, a cada cual más excéntrica,basadas sobre todo en su afán de aislamiento, el pavor que les tenía a los gérmenes y su obsesióncon el polvo, no con la eliminación del mismo, sino con su conservación, siendo el polvoemblema de la melancolía y puede que presagio de una melancolía más honda y divinal que seacercase a la estela prístina de la melancolía libérrima, algo parecido al hallazgo de un planetanuevo.

Jacov adoraba el polvo, confesó una vez; yo oficio en el altar del polvo, dijo; el polvo no soloes divino, afirmó, es más importante que la propia tierra. Jacov se podía pasar horas exponiendosu visión del polvo: que el polvo era el elemento más importante del universo; que la mayor partede la gente creía que se trataba de millones de partículas aisladas, pero era un todo en sí mismo,algo que es uno y múltiple, como la niebla. Un hogar cargado de polvo, explicaba, invita a que lamelancolía campe a sus anchas; el polvo no insiste ni exige, solo hace señas, decía, y anima alalma a la ponderación de ideas más oscuras y sustanciales, ya que el polvo, en una ventana, porejemplo, crea una capa que distorsiona el mundo natural. Igual que la melancolía le oscurece a unola visión del mundo, seguía diciendo, no para alterar la realidad, sino para trasponer la realidad,para elevar la realidad, ¡para mejorar la realidad!, eso mismo hace el polvo. Todos esosimpostores filosóficos, como los llamaba Jacov, esos donnadies vulgares e insignificantes, hervíade ira, que consideran la melancolía una aflicción del alma, esos mismos cretinos de tres al cuartoven también el polvo como una aflicción; exigen que sea barrido, erradicado, olvidado.

Jacov iba por el estudio esquivando desplantes imaginarios, tironeándose de la bata; y mepreguntaba que por qué no me paraba yo a pensar en algo tan milagroso como el polvo,reflexionaba, algo que vuelve en cuanto te has deshecho de ello, aunque no haya habido taldeshacerse de ello, claro está, pues nada hay más perverso, nada más tonto, nada más repugnanteque creer que has erradicado el polvo. No hay nada más terco, de hecho, más irrecusable, enverdad, más ubicuo y más caído a conciencia que el polvo. El polvo y la melancolía. Y, así, Jacovpasó mucho tiempo estudiando la relación entre el polvo y la melancolía, y luego, entre lamelancolía y el polvo, más de dos años, a decir verdad, en los que estudiaba el polvo variassemanas seguidas y después la melancolía. El tercer capítulo de su tratado estaba dedicado alpolvo, examinaba el espíritu melancólico, el cual, aunque fuera frágil en apariencia, era tan fuertecomo las partículas que respiramos y a las que invitamos a formar parte de nuestra vida. Yo,desde luego, no había llegado a ese capítulo, porque no había leído ni una sola página impresa dela obra maestra que transcribía para él, en su mayor parte, porque no había pasado a máquina su

Page 10: El jardín de Reinhardt

monumento a la melancolía, pues estaba, como a él le gustaba decir, en la fase de instigación, o enla fase de promoción, o, si se sentía especialmente frívolo, decía ¡en la fase de seducción!, aunqueyo estaba convencido de que, cuando la acabara, su obra cambiaría el mundo, pues llevaba añosviendo a Jacov garabateando en aquellos cuadernos, con una expresión de fervor religiosodibujada en el cráneo pálido de pelo ralo, exultante en demasía, en exceso radiante, demasiadoeufórico como para no tomarlo por un hombre erudito en grado sumo, parecido a la famosaescultura de Séneca que me mostró una vez, de cuya existencia no habría yo tenido el más mínimoconocimiento si no le fuera grato a Jacov compararse con aquel profeta de la Antigüedad.

Por espacio de más de una década transcribí las palabras de un intelectual de primer orden, unhombre que, llamado a una misión casi santa, denostaba, proclamaba y explicaba las ideas mássutiles y originales sobre la más esquiva de las emociones: la melancolía, que no es unsentimiento, sino un estado de ánimo; no es un color, sino un matiz; no es la depresión, pero lafelicidad tampoco, un ámbito enigmático sin filiación porque, según dijo Jacov, su esplendor ibamás allá de todo nombre. Cuando quedaba demediada como sentimiento, relegada a ser unsentimiento espurio, un sentimiento desleído, a Jacov lo llevaban los demonios. La melancolía, medijo una vez, afectando la más absoluta seriedad en la voz, es lo más importante que hay en elmundo; nadie se da cuenta de ello, pero la melancolía es el motor del progreso humano. Aumentóel número de sus cuadernos, como es lógico: pasó de ocupar una sola balda a no caber en unaestantería, y de ahí, a ser una venerable biblioteca que ya requería almacenamiento fuera delcastillo, para lo cual, Jacov contó con la ayuda de Ulrich, conocedor de toda clase de gente en losbajos fondos alemanes, dentro y fuera de la ley, y, dado que a Ulrich le era grata la posesión defincas y veneraba el hecho de ser propietario, el único activo de fiar, como afirmaba a menudo,fue cosa de niños, al menos para Ulrich, procurar varios inmuebles para el buen recaudo de laobra maestra de Jacov.

Antes de partir para Hispanoamérica, Jacov estuvo semanas separando sus diarios paraguardarlos en un sinfín de apartamentos y almacenes vacíos desperdigados por Berlín, Salzburgo yhasta en la finca de Stuttgart, donde los protegería Sonja, mientras renqueaba y recogía el polvopor los rincones. Este sistema alejaría su obra de las manos de los eruditos envidiosos, creía él, y,además, en caso de que dieran con ella, sería más difícil unir las distintas piezas. Los libros másimportantes, el núcleo de sus estudios, los Libros del origen, según los llamaba, los llevabasiempre encima, y eran los dictados que yo había ido tomando desde que entré a trabajar comosecretario suyo, abreviados, como es lógico, pero la esencia de su obra maestra, aun así. Fuedespués, dos semanas más tarde, con su obra ya separada y guardada bajo llave en variasciudades, Varsovia, Odesa y Berlín, entre otras, cuando confirmamos los preparativos para viajara Montevideo a bordo del vapor Unerschrocken, un viaje que me lanzó de lleno a un mundo detormento y desdicha como no ha conocido jamás ser humano, presiento.

Está el que se marea en el mar y está el que bordea la muerte, la línea imperceptible a la quese aferra el optimista y que el suicida ansía cruzar. Hastiado de la vida, el anciano ve esa linde yla celebra; a mí se me apareció en el horizonte convulso del Atlántico, subía y bajaba como lasevoluciones de un lunático, un océano sin trabas, desquiciado, que me obligó a echar los bofes porun tercio del planeta, una sensación de la que creía que me había librado hasta que apareció esafiebre del demonio; primero vinieron los escalofríos, luego, el pánico, y, finalmente, la dificultadpara respirar. Ahora, tumbado en el suelo de la jungla, oigo que Jacov suelta improperios contralos guías para que me suban a la parihuela, ya que volvemos a Montevideo, no en retirada, hay que

Page 11: El jardín de Reinhardt

decir, ni en abandono, insistía él, sino solo para aprovechar y conseguir medicinas, que a mí losindígenas no me dan miedo ni me lo han dado nunca. Volvemos, exigió, no para escapar a unataque inminente, eso que, como algunos habéis dado a entender, es seguro que va a pasar, sinopara aliviarle los síntomas a mi ayudante. Escaso consuelo para mí, pues la llegada a Montevideofue como mirarse en el espejo después de sobrevivir a un violento accidente. La ciudad, si sepuede llamar así, tenía todas las señas de identidad de un sitio que la gente, presa de laexasperación o la renuncia, toma como parada y fonda y poco más; pero que, con los bohíos delpuerto, el español vulgar y caótico que más parecía bramado que hablado, el montón de cerros enla neblinosa distancia, y hasta los barcos, a flote en el agua parda y sucia, era, según exclamóJacov, más bien provinciana pocilga, culo sudado de caballo. Pero no el culo de un caballo deprimera clase, ni el de un caballo pasable, ni siquiera el culo de un caballo capaz todavía de ararlos campos. No, era el culo de un decrépito caballo de tres al cuarto, el culo de un caballosegundos antes de ser sacrificado.

El capitán del barco, que era uruguayo, oyó esos comentarios y se ofendió. Perdóneme, dijoJacov, pero ¿va usted a comparar la ciudad de la que partimos, Bremen, una ciudad romántica,histórica, una ciudad de amplitudes, con esto? Usted estaba a bordo cuando partimos, ¿no escierto? Vio lo que yo vi, y esto, Jacov pasaba ahora la mano por el horizonte, ¿cómo explica esto?Contemplé los chamizos, las paupérrimas plazas, apiñadas como niños el primer día de escuela,llenos de nervios y escasos de preparación.

La cosa no mejoró en tierra. Álvaro Diego Astillero, el oficial que nos asignaron para ayudaren la contratación de guías indígenas, intérpretes y mulas para el viaje, empapaba de sudor eluniforme, aunque hay que reconocer que su dominio del alemán era admirable. Nos dio labienvenida al patio de un armazón de palos cubierto con mosquiteras, precaución necesaria,explicó, debido a un brote reciente de dengue, aunque, aseguró enseguida, no era nada que debierapreocuparnos. Después de ofrecernos unos mates, se interesó por nuestro objeto de estudio. ¿Lasplantas?, preguntó. ¿La geografía?, quiso saber. ¿Los indios? Negamos con la cabeza en respuestaa las tres preguntas. La melancolía, dijo Jacov, y escupió en el suelo.

Álvaro, un treintañero de pelo azabache aplastado con brillantina o por el sudor, quedópreocupado al oír esa respuesta. Es una palabra, como ha demostrado constantemente Jacov, queda miedo, una palabra disuasoria, una palabra de mal encaje con el resto de la frase. Lamelancolía, que nada dice y todo lo sugiere, con un poder de penetración que puede hacer que losmás grandes de entre los hombres, Jacov, por ejemplo, abandonen todo tipo de variopintasdedicaciones para poner el alma en su estudio y discernimiento y, quizá, cuando todo haya sidodicho y hecho, en la cabal comprensión de tan singular angustia. Una persona bajo el azote de lamelancolía no es azotada por la pena o la depresión, solía reflexionar Jacov, sentimientos queemergen de lances concretos y tangibles como la pérdida de un miembro o de un ser querido, o acausa de una larga enfermedad contra la que se ha luchado largo tiempo. No, insistía, lamelancolía es un estado de ánimo ligado de forma inexorable a la naturaleza antojadiza de unapersona. Como tal, todos los grandes artistas, filósofos y músicos, de hecho, todos los grandesmodelos históricos, como su amado Wagner, han padecido melancolía, contra la cual resistieron,ganando en fuerza y singularidad. Un melancólico, al menos por dentro, no ama la naturalezalánguida que le es propia, insistía Jacov, pero tiene que aceptarla igual que uno acepta serpelirrojo o tener hendidura del paladar.

Álvaro empapaba de sudor el uniforme caqui y alcanzaba de algún modo a comprender,

Page 12: El jardín de Reinhardt

porque caló la mosquitera con la mirada y soltó un suspiro. ¿Era él mismo acaso, inquirió Jacov,quizá un melancólico? Álvaro no entendió la pregunta, o quiso cambiar de tema, y pasó avendernos el Montevideo más deleitoso, el encanto de sus tabernas y las peleas de gallosvespertinas. Jacov mostró su escepticismo, y yo no era persona, ladeado aún después de noventadías de navegación, noventa días que me habían zarandeado el alma en lo más hondo; nunca anteshabía perdido de tal forma el equilibrio; era como estar subido encima de un globo que no dejabade dar vueltas y no poder pararlo. Lanzado a la travesía del Atlántico, sentía que arrastraba elcuerpo en pos de mi aniquilación. Jacov venía a verme a menudo al camarote, mientras yoimploraba a Dios que acabara su obra y me llevara, me librara de las cuitas de este mundo, con loque solo lograba arrancarle una risa a Jacov, volcado sobre mí como si me estuviera exorcizando,con su insistencia en que ahondara más, en que nunca me había acercado tanto a la melancolía enestado puro, en que estaba a mi alcance la cúspide, la cumbre, el manto de la melancolía. El barcohendía las olas, y el mundo se escoraba, y Jacov no hacía más que decir que yo era preso de mipropia alma, que mi miedo a sufrir era irracional; que debía, dijo, penar por los años mozos quehabían quedado atrás y aceptar mi desdichada existencia. Lo que hice fue vomitar.

Afortunadamente, desde que puse pie en tierra, sentí que el globo terráqueo había reducido ala mitad su velocidad de crucero, y ahora nos tocó a todos calar la mosquitera por turnos y ensilencio. Poco prometían las calles polvorientas, y Jacov, que parecía impaciente con los Librosdel origenabultados debajo del chaleco, preguntó por el paradero de Ulrich. En el muelle, a cargode los baúles, dije. Jacov chasqueó la lengua, y Álvaro, presa de un sudor más copioso,incomodado por el porte sereno y encorvado de Jacov, dijo que sería recomendable llevar un curatierra adentro, a lo que Jacov respondió con un cacareo. ¿Para qué?, preguntó Jacov. No nos hacefalta ni cura ni Dios mientras tenga estos, dijo, rascándose el chaleco en el punto en el queguardaba los Libros del origen como antiguos manuscritos, y, parando más sus mientes en Álvaro,lo apuró a que revelara su origen y nacionalidad. ¿Uruguayo?, preguntó. ¿Argentino? Veo que tienelos ojos verdes, ¿antepasados europeos, quizá? ¿Su poco de holandés o inglés que lleva dentro?

De nuevo, Álvaro se mostró confundido, ofendido quizá, pues puede que fuera raro, o hasta demala educación, preguntarle por la parentela a alguien que acabas de conocer, pero a Jacov era loúnico que le importaba, y lo que cimentaba algunas de sus decisiones más importantes. Yo, porejemplo, era su mano derecha, y Ulrich, la izquierda, debido, no a ningún talento extraordinariopor nuestra parte, sino porque a Jacov le costaba lo mismo fiarse de un alemán como Ulrich quede un paisano croata como yo; mi comprensión innata de la melancolía, afirmaba, por poco quehablara y mucha que fuera mi reticencia, calaba más hondo que la de un alemán, dado que lamelancolía de un alemán quedaba confinada al ámbito de una mente alemana y un corazón alemán,propios, claro está, de un alma alemana. Un alemán, aseguraba Jacov, siente un deseo constante desuperar su melancolía o de enfrentarse a su melancolía o, a cierto nivel, ¡de devorar sumelancolía!, algo carente de sentido, ridículo y motivo por el que los alemanes jamás aceptarándel todo la amplitud de un alma melancólica. Un húngaro es el mejor melancólico que hay despuésde un croata, como bien señalaba; ya sabemos todos que, aparte de un croata, no hay nadie sobrela faz de la tierra que entienda, intuya o comprenda la melancolía mejor que un húngaro, aunque uncroata raya a mayor altura, ya que un croata lleva la melancolía en el corazón, pero también encada fibra de su ser, pues, incluso en los momentos más felices y de celebración, a un croata lodetendrá, lo golpeará en la cara y lo silenciará su naturaleza melancólica, el súbito caer en lacuenta de que todo es fútil, de que ser una persona con conciencia le veda a uno la felicidad de

Page 13: El jardín de Reinhardt

manera cruel, veda esta que es, desde luego, la linde omnipresente e infranqueable de laexistencia, y, aunque un húngaro se acerca a un croata, el húngaro está uno o dos niveles pordebajo, pues yo he visto, sostenía Jacov, a húngaros en total estado de abatimiento echarse aperder en bautismos y bodas, hasta en la celebración de la victoria de su equipo de fútbol, aunquefuera uno de mala muerte, sí, olvidarse de sí mismos y de la triste suerte que es la vida y disfrutara manos llenas, y, al cabo, esto los inhabilita del todo. Los bosnios son melancólicos prudentes,apuntó, melancólicos que ejercen, añadió, melancólicos responsables, remató, pero quedan lejosdel segundo lugar que ocupan los húngaros melancólicos, quienes, en el ocaso, cuando la escasaluz les cae sobre la frente en el ángulo más propicio, forman una de las visiones más hermosas queJacov había presenciado nunca. La melancolía judía era en sí misma tema aparte, afirmó, y algo enlo que se negaba a entrar, dado que el sufrimiento de un judío era un cisma, una grieta en el hielo,un enigma sin solución en el que solo osaría adentrarse cuando hubiera madurado más susexperimentos. Un ruso era un magnífico melancólico a carta cabal, pero estaba enamorado de supropia melancolía, de manera que daba vergüenza ajena presenciarlo por su sensiblería, y sumelancolía se convertía en puro teatro, casi en una pantomima de la verdadera melancolía, ya quela melancolía en estado puro, sin distorsión, no mueve al llanto ni exhibe teatreros gestos, y, desdeluego, no exige nada del otro.

La melancolía, declaraba, es un himno, una hoja que cae, un arroyo helado en la calma muertadel invierno. La melancolía es el canto del ruiseñor y la muda armonía de un prado, dijo, y seabrazó el pecho. Estos sentimientos, pronunciados en un alemán vehemente y presuroso, que, contoda certeza, Álvaro no podía entender, se parecían a las mismas palabras que oí hacía once años,nada más conocer a Jacov. Me acordaba de su voz, profunda y resonante, que retumbaba en elsolárium del balneario y sanatorio Holstooraf, donde me habían recluido para tratarme de lospulmones, el solárium al que tantos acudían a tomar baños y deleitarse con el sol tibio de agosto,suspendido en el cielo de la tarde como si atendiera al ruego de los grupos de turistas pálidos yrollizos. Subí los escalones de madera en busca de ese mismo sol y oí el acento croata que tancaro les era a mis oídos, un acento que fustigaba todas las melancolías de pacotilla apiñadas en elbalneario, todas aquellas melancolías amarillentas, bramaba él, todas aquellas falsas melancolías,exclamaba, que allí se congregaban como gordas anguilas. A él le daban náuseas. Náuseas medais, decía, mientras veo cómo os «hacen la cura», y os arrastráis embutidos en esos trajes debaño sin que os dé vergüenza, sin sentido de la decencia ni respeto por los que os rodean; trajesde baño, dijo más tarde, que mostraban a las claras la mediocridad que eran, porque ¿cómo podíael alma vérselas con su naturaleza melancólica si no paraban de untarse aceites en los biencebados cuerpos, cuerpos, señalaba, que albergaban melancolías mucho más endebles y de menordistinción que la suya? De menor relumbre también, y, con toda franqueza, dijo, menos heroicas yespirituales que su distinguida tristeza. Melancolías abominables, gritaba, pérfidas melancolías,vociferaba, flagrantes melancolías que mancillaban la suya propia, más veraz y virtuosa, sumelancolía santa entre las santas; melancolías que tiraban por tierra la melancolía legítima pegadaa su sombra desde que fuera un joven pálido y afligido en aquel pozo gélido que tenía por hogar,con unos padres severos y nada cariñosos y una hermana achacosa, melliza para más inri, lealconsorte, la única que alcanzaba a vislumbrar en toda su hondura el alma de Jacov, una hermanamelliza a la que ayudó a cuidar como pudo hasta que murió, lo que añadió una pátina, un brillo, unlustre a su propia melancolía, mientras pasaba los siguientes cinco años ingeniando la forma deescapar de Knin, esa mácula horrible, ese bochorno para Croacia y toda Europa, una mancha

Page 14: El jardín de Reinhardt

negra eterna en su alma otrora inmaculada, pues, incluso después de escapar hacía ya tantos años,no había mañana que no despertara con la sensación de que había vuelto al mismo sitio o, másbien, de que no había salido nunca de allí.

Estaba maldiciendo a los bañistas, haciendo inventario de sus agravios, cuando posó la vistaen mí. Yo acababa de llegar, desconocía por completo qué había disparado sus diatribas y, almirarlo a la cara, vi el temblor de sus ojos azules, unos ojos presa de una manía casi carnal, y notenía idea de qué estaba mirando, pues era joven e inexperto y no había visto todavía muchomundo y, en su conjunto, la humana me parecía una especie de lo más tranquila. Por aquelentonces, Jacov todavía no estaba del todo calvo, pero el pelo de los lados parecía en llamas,rubio y ralo, con vetas de un naranja encendido; recordaba a un payaso enfadado, con elmaquillaje derretido, o borrado por la inclemencia del tiempo, o a un payaso, si cabe, que llevaraaños sin trabajo y representara su papel por pura lealtad o cabezonería. Me oyó pedirle una toallaa uno de los celadores y reconoció en el acto mi acento dálmata, un acento, explicó luego,empapado para siempre de la tristeza inexplicable inherente a la región, una tristeza singular einimitable y lograda solo después de una vida pasada en Croacia, con sus chozas de campesinos,su mala alimentación, sus empinados roquedales y, por supuesto, esas colinas perversas que leconferían al lugareño la sensación de estar perpetuamente desquiciado, de experimentar un mareoque, según él, no tenía cura conocida.

¡Un paisano croata!, gritó, con un tono que solo podía pasar por un insulto a los turistasfranceses y alemanes y rumanos que disfrutaban del sol, se hacían una cura en el sanatorio ybalneario Holstooraf para deleitarse con las profusas vistas y el mimo en el detalle de lasinstalaciones, así como con las puestas de sol interminables, con las que hasta a la más fría de lasalmas le entraba un sentimiento de nostalgia. Jacov insistió en que me sentara a su lado, y asíempezó nuestro vínculo. Fue allí también donde Jacov conoció a Sonja, que acababa de retirarsede la prostitución, una judía que trabajaba en el servicio de Holstooraf por aquel entonces, teníatodavía las dos piernas, faltaban años para que perdiera una y adoptara, por tanto, esa cojerareconocible al instante cuando recorría, con un golpeteo al caminar, la finca de Jacov en Stuttgart,y el peso y la cadencia daban idea de hasta dónde llegaba su mal humor, por no hablar de lamanía, ingeniosa y desasosegante a la vez, de prender una cerilla en la pata de palo para encendersus cigarrillos holandeses.

Jacov preguntó de qué parte de Croacia era yo, y cuál era el mal que me aquejaba. ¿Esperassobrevivir o morir aquí? Sobrevivir, dije con timidez, sobre todo porque era joven y tenía el almavirgen cubierta todavía del plumón del optimismo, y, para ser honestos, no estaba muy enfermo,aunque el diagnóstico de tuberculosis que apenas si se había dibujado en los labios del médico,que apenas si se le había escapado por la boca al médico, que apenas si le había oído decir enalto, era más que suficiente para mandarme al galope a casa y empaquetar el baúl a toda prisa.Solo de pensar que pudiera ser un diagnóstico de tuberculosis, ya me echaba a correr, porquepuede que no me sintiera mal del todo, pero tampoco estaba lo que se dice bien, y puede que,como insinuaba mi abuelo, yo fuera un miserable neurótico, pero él no era médico, sino solo unquesero frustrado e infeliz, ¿y quién era él para decir qué enfermedad padecía y cuál no? Al final,me diagnosticaron un brote leve de bronquitis, pero eso lo descubrieron solo después, cuando yase había sellado mi destino, es decir, después de que visitara Holstooraf y conociera a Jacov y laspestes e insultos que echaba por la boca, lo nunca visto para mí, con eyección de escupitajos y losojos como dos canicas fuera de control, y así se fijó mi destino, mientras Jacov maldecía las

Page 15: El jardín de Reinhardt

miserables y falsas melancolías que nos rodeaban, melancolías repelentes que lo asfixiaban y lodeprimían y lo alejaban de su propia melancolía.

La melancolía falsa de esta gente, decía, obliga a una melancolía verdadera a oscurecerse, aescabullirse y enmascararse. Yo pensaba que la ausencia de melancolía era algo a lo que habíaque aspirar, dije, dando a entender que una vida pasada en la búsqueda de la felicidad parecía elcolmo de la bien vivida existencia; Jacov no pudo aguantar la risa, remedo del ruido que hacíanlos pequeños y enigmáticos murciélagos en su revoloteo desde el solárium de Holstooraf hasta losroquedos, cada vez más en sombra. Dijo que eso y otras cosas que él ya había observadoconfirmaban lo poco que yo sabía. La melancolía, afirmó, la tristeza implícita y espiritual delalma, es trascendental, divina; no es nada de lo que una persona bien avisada deba huir, sino algoa lo que tirarse de cabeza, algo digno de aspiración. Una vida perfecta, dijo, una vida plena, unavida de radiante esplendor, añadió, era la vivida en melancolía constante, y aquí, y se removióinquieto, señalando a los orondos turistas, tanto a los sanos como a los enfermos, había almas enconstante alejamiento de la melancolía, ¡en huida constante de la melancolía!, lo que equivalía adecir, en otras palabras, almas en la búsqueda constante de la felicidad, y eso, remataba, era tanestúpido como tratar de huir del propio destino, un destino que me halló, once años más tarde,dándole una propina a Álvaro Diego Astillero en marcos alemanes, propina que rechazó conamabilidad, y a Jacov, cambiando de sitio los Libros del origen una vez más, pues le irritaban elabdomen, y pesquisando el segundo objeto de su afán, que era, claro está, la cocaína, y si era fácilconseguirla en Montevideo.

La cantidad que ingirió en la travesía del Atlántico lo había dejado casi sin provisiones. Ladroga fue, en muchos aspectos, la fuente de nuestra primera crisis tierra adentro, pues el deseoimplacable de Jacov por el polvo blanco agravó la escaramuza que tuvimos con los indígenasyaros cuando apenas llevábamos unas semanas de marcha. No se había hecho con suficientecantidad en Montevideo, y, en un breve espacio de tiempo, tuvimos que vérnoslas con un Jacovcolérico en grado sumo, un Jacov apático y abatido, un Jacov que ora se mostraba irascible, orataciturno, sin ganas de caminar ni de dar conversación, al que irritaban los árboles, el airehúmedo, el coro polifónico de ruidos ecuatoriales que nos salían al paso por doquier, fragor queles parecería una sinfonía a los seres humanos primitivos, pero que a nuestros oídos europeosresultaba quejilloso e irritante y una violación del buen gusto. Todavía no nos habíamosacostumbrado a la jungla, y, como siempre, la voz retumbante de Jacov hablaba por mí y porUlrich. Esta selva vil, tronaba, esta jungla monstruosa, maldecía, ¡esta jungla inescrutable y suimpenetrabilidad insultante y vomitiva! Era imposible acercarse a él cuando estaba de semejantehumor, a mitad de camino entre la hosquedad y la ira; los árboles y el barro, la niebla que flotabaa la altura de los ojos; la misma existencia se hizo insoportable. La amenaza de quedarse sincocaína se cernía sobre los ojos de Jacov como un destino funesto que avanza inexorable. Sedetenía a menudo a mitad de zancada y obligaba a toda la expedición a pararse, solo para pasarrevista a los talegos que le quedaban, obsesionado con la disminución de su contenido y, comopara torturarse todavía más en un acto de sabotaje a sí mismo, con esnifar más polvo.

Los yaros abordaron nuestro campamento a primera hora de la mañana; fue Ulrich el que losvio primero. Madrugador, Ulrich llevaba horas despierto, liaba cigarrillos en el tocón de un árboly daba vueltas a las cosas, como era su costumbre, con un brillo que le velaba los ojos, y elcuerpo, situado en una postura de máxima concentración, como si meditara sobre la naturaleza dela existencia, un hombre de pocas palabras, pero de gran hondura, honduras a las que yo no me

Page 16: El jardín de Reinhardt

había asomado con mis propios ojos, pero que Jacov me aseguró existían, y, al final, fue la bondadde Ulrich, así como la lealtad mutua a nuestro amo, lo que cimentó nuestro vínculo. Ulrich teníados pistolas, que disparó para alertar al campamento; la confusión consiguiente empujó a tresguías a huir despavoridos selva adentro, y no volvimos a verlos nunca más. Un yaro tiró unaflecha que al principio parecía inofensiva, por el arco que trazó en el trecho de cielo abierto,pendida en el aire lo que pareció un minuto entero, antes de caer con inocencia e ir derecha aclavarse en el muslo de un guía joven, nada grave, pero para almas como las nuestras, nohabituadas a la violencia, un espectáculo desgarrador. Sin embargo, Ulrich conservó la calma,Ulrich, cuyo pasado había sido siempre un bosquejo vago de formas nebulosas, pues uno sepercataba al instante, nada más conocer a Ulrich, prognato y dotado de una abstracta simetría en lagenerosa frente, por no hablar de la cicatriz de diez centímetros que iba en el mismo lote y loanunciaba, de que «este, este de aquí», era un hombre peligroso, «este» era un hombre paraandarse con cuidado, y es que Ulrich, además de inteligente, era temible, y, cuando se ponía depie, parecía una maniobra de propagación por niveles, como si su cuerpo se extendiera más alláde donde llegaría la altura de una persona normal, ¡de una persona de tamaño razonable! El casofue que seis o siete yaros se acercaron con la lanza en ristre, el cráneo coronado por una plétorade plumas temblorosas, así como perforaciones y pinturas en la cara, a la vez elaboradas yespeluznantes.

Ulrich consiguió calmar a los asaltantes a base de gestos y ruidos inarticulados, aunque losguaraníes, nuestros guías, llevaban tiempo enemistados con los yaros a causa del comercio de lacaña de azúcar o de la soja, o puede que fuera por el arroz, y una de las dos tribus, no sé cuál, sesintió engañada, aunque puede que fuera el matrimonio de la hija de un jefe y su dote lo que causóla discordia, nadie lo sabía a ciencia cierta. Sin embargo, la providencia, tan rara e inescrutable,nos sonreía, porque las lanzas apuntaban al suelo, y la tensión se había evaporado. Pregúntales sitienen cocaína, apremió Jacov, quien no sentía la más mínima curiosidad por saber qué enemistó alos yaros y a los guaraníes, qué espesó el aire de la jungla a base de resentimiento, ya que lacapacidad de concentración que Jacov ponía en la obra de su vida la ponía también en la cocaína,y la necesidad que tenía de consumir el polvo iba más allá del deseo de cualquier otra cosa, y,cuando Jacov se ponía así, se disipaban del todo sus meditaciones sobre la melancolía, su amorpor la melancolía, su fervor por la melancolía.

Por fortuna, los yaros tenían cantidades ingentes de cocaína, aunque en una forma diferente, yapenas la utilizaban, salvo para las ceremonias religiosas o para celebrar la muerte de un diosmalo, creo, aunque es posible que emplearan la cocaína con fines medicinales y en los ritosfúnebres; todo era desconcertante, debido, en gran parte, a nuestro intérprete, Javier, un españolque recomendó encarecidamente Álvaro Diego Astillero por su conocimiento de las costumbreslocales y su supuesto dominio de las lenguas habladas en el interior de la jungla, pero cuyo niveloral no le alcanzaba para mantener el peligro a raya. Ulrich lo apuró, y Javier dio un paso alfrente, pero era de natural nervioso, tenía un tic en el ojo izquierdo y una incapacidad pasmosapara inspirar confianza. De hecho, al enterarse de su origen español, Jacov anduvo de la ceca a lameca un día entero para dar con otro guía, apenas unas horas antes de que saliéramos a pie para laselva de Gualeguaychú, y es que no había cosa más miserable que un español, despotricaba Jacovrecorriendo a pie las calles de Montevideo conmigo a su rebufo, nada más abominable y falso eirrisorio que un español y su relación con la melancolía, nada más insultante y vil que un españolintentando explicar su relación con la melancolía, porque, decía Jacov, era como el que explica la

Page 17: El jardín de Reinhardt

relación que tiene con un espíritu o un fantasma, es decir, algo que no existe, dado que elconocimiento que un español tenía de la melancolía y nada eran lo mismo. He visto cómo losespañoles se encomiendan a la melancolía, y es repugnante, dijo, es una farsa, reprobó, un bofetónen pleno rostro, maldita sea su estampa. En la esquina de Andes con Río Negro, la diatriba subióde tono, y me di cuenta de que no desentonaba con el eco funesto de las calles, el caos implacable,el entablillado de calamina que coronaba todas las construcciones y amenazaba con venirse abajode forma inminente. Hace al caso que una vez pasé una semana en Madrid, escupió, Madrid, ¿loconoces? Claro que lo conozco, respondí. Bueno, dijo Jacov, pues estaba dando una conferencia,debatiendo cómo prolifera la angustia en la mitología griega, y vi con mis propios ojos, dijo, sí, viel típico desconocimiento que tiene un español de la melancolía, el típico desprecio de un españolpor la melancolía, el típico empeño alicorto, superficial y mundano de un español por lamelancolía, y el tufo no se me ha ido de la nariz desde entonces; luego, al cruzar Artigas, llegandoal barrio de la Aguada, Jacov, que ya estaba en vena, afirmó: en España, me sentí rodeado debárbaros, y salí del país muerto de asco. Ya solo con tanto amor como se tienen a sí mismos y consus aspiraciones a la felicidad, se le revuelve el cuerpo a uno, dijo, y es algo que nunca heolvidado porque su incapacidad para entender los detalles o puntos más delicados y los elementosefímeros de la melancolía se opone de manera frontal a nuestra causa y a mis estudios y a mipropia obra maestra, dijo mientras soltaba una queja repentina por la erupción cutánea que leestaba produciendo la vitela de los Libros del origen, que había llevado apretados contra elabdomen lo que duró la travesía por mar, más los dos primeros días que pasamos en Uruguay;cada vez que los sacaba para anotar otra teoría o anécdota, se le irritaba la piel, y a mí me turbabaver cómo apretujaba su obra maestra otra vez en el sanctasanctórum debajo del chaleco ajustado,un chaleco que, tiempo ha, cuando Jacov fuera más joven, le habría quedado holgado, pero queahora se apretaba contra la cada vez más abultada panza, una panza que se anunciaba, cuandoentraba entre cuatro paredes, por ejemplo, segundos antes que el resto de su persona. Horasdespués de contratar a Javier, nuestra última noche en Montevideo, le pedí una y otra vez que sequitara los Libros del origen para dormir. Bien que te gustaría, ¿a que sí?, dijo con una muecadesdeñosa, acusándome poco menos que de traición.

Y, sin embargo, no habían pasado ni tres semanas, y nos había cambiado del todo la vida;teníamos la vista puesta en Javier, quien, boquiabierto y torpón, intentaba razonar con las trestribus, se esforzaba por hallar el punto de unión entre tres lenguas de ninguna de las cuales sabíagran cosa, como era evidente. Crecía la preocupación con el afán del lingüista por dar con algoque se asemejara al lenguaje humano; mientras, Jacov y yo nos dábamos la vez para maldecir aÁlvaro Diego Astillero, un hombre apacible que no aceptaba propinas, pero que, quedaba claro,pedía más alta soldada. Al final, al que hubo que dar gracias fue a Ulrich; quien apartó al ineptodel español, logró decir unas palabras en pidgin y se efectuó una transacción: dos talegas depólvora y una garrafa de aluminio llena de whisky irlandés a cambio de lo que resultó ser una grancantidad de cocaína, o coca, como ellos lo llamaban. Fue esta operación en concreto lo queofendió a los yaros, sin querer, desde luego, pero los ofendió, a fin de cuentas, ya que, nada másefectuarse el canje, notamos su presencia constante en los alrededores de la ruta que seguíamos.No había tarde que alguno de nosotros —al montar el vivac, recoger leña, atar los burros a unárbol— no sintiera los ojos de estos indígenas observándolo en silencio, lanza en ristre, porque lapaciencia, aseguraba Ulrich, era algo más que una técnica que habían perfeccionado, era el no vamás de sus habilidades. Su impecable paciencia, insistía después Ulrich, su paciencia

Page 18: El jardín de Reinhardt

imperturbable, comentaba luego, el ejercicio de una paciencia que no se debe solo a laobservación o a la curiosidad, decía al cabo, con la cara cenicienta y comedidas y llanaspalabras, sino en aras del más profundo conocimiento de sus víctimas, buscando el punto máspropicio y ventajoso para atacar a sus víctimas, las cuales, no cabe duda, somos nosotros. Sí,seguía diciendo Ulrich, se puede admirar, cierto, su avance a hurtadillas y en silencio, pero sobretodo su paciencia, y su paciencia es lo que más debería preocuparnos, porque solo tienen queestar una hora observándonos, dos como mucho, para darse cuenta de que no tenemos ni idea deadónde nos dirigimos, una hora, dos como mucho, para darse cuenta de que nos hemos perdido, deque deambulamos como acémilas, un clan de mastuerzos que va dando vueltas.

Sin embargo, en aquel momento, pareció que el canje aplacaba los ánimos entre las partesimplicadas, y Jacov sufrió una transformación, aliviado al ver que tenía más cocaína a sudisposición; se animó y volvió a ser el coloso del pensamiento original que conocí y tanto quise,mi maestro milagroso, salvador de mi existencia, la luz que más brillaba, irradiada de la montañamás alta, y enseguida la jungla pasó de albergar la melancolía imposible a ser el ámbito de lamelancolía posible, y yo alcancé a ver la chispa en los ojos azul cobalto de Jacov, la mismachispa que recordaba haber visto once años atrás, cuando tiré por tierra el destino de quesero queme había endilgado mi padrastro y le dije a este bien a las claras que me iba de Croacia parasiempre, que había hallado mi destino en el sanatorio y balneario Holstooraf. Un impaciente Jacovesperaba afuera en un carruaje, con Sonja, pues habían empezado una apasionada relación en elsanatorio, donde pasaron noches sin término haciendo el amor con violencia, se jactaba él, encontorsiones inverosímiles y posturas animales que llevaban la imaginación erótica al límite de laquebrazón; no en vano, revelaba tan contento, los apetitos carnales de las mujeres bohemiasestaban bien documentados, y, aunque el sexo, «follar», como él lo llamaba, parecía algo enextremo alejado de la melancolía, era, según insistía, una de las formas más refinadas y cultivadasde sacar a flote ese noble sentimiento, así que, repetí, me iba de Croacia para siempre. Parece quete has curado, murmuró mi padrastro, y le expliqué que, de hecho, me sentía mejor, aunque notabael inicio de una crisis en el bazo y en las lumbares; sentía pinchazos en la zona que augurabanclaramente el avance de alguna dolencia, y tendría que vigilarla, pues puede que fuese, Dios no loquisiera, un primer brote de «tos tártara», ya que estamos siempre a un paso de contraer unaenfermedad grave, le recordé. También había empezado a tener una serie de migrañas, «dolores decabeza fantasmas», los llamaba, y le pedí a mi padrastro que me palpara los nódulos linfáticos, loque le arrancó una airada risa gutural. Estamos todos, lo previne, danzando con la muerte, losepamos o no; solo que hay almas que están más acordadas con los delicados pasos de la muerte,con el leve avance de la muerte por los predios de la vida. Y almas hay, gruñó, que tienen el papelprincipal en una obra sin público. No importa, me dije; afuera me esperaba el futuro, Jacov ySonja, visiblemente magullados después de tanto hacer el amor, con unas ansias voraces en laexpresión de la cara.

Una de las mayores puertas de acceso al desvelamiento, estudio y cabal comprensión de lamelancolía, y una de las que menos salta a la vista, es el acto de hacer el amor, dijo Jacov, sentadoenfrente de mí, mientras se colaba en el carruaje el halo frío de un madrugador otoño croata, unfrío que toma asiento en los huesos, y yo sentía que el hogar de mis ancestros se hacía máspequeño según iba alejándose, el mismo hogar en el que había visto a mi madre casarse ensegundas nupcias y morir poco después, hasta acabar enterrada a diez pasos del padre que noconocí, el mismo pueblo en el que luché contra una colección de males variopintos que me

Page 19: El jardín de Reinhardt

llevaron a preguntarme, agradecido ahora, cómo había llegado vivo a la edad de veinticuatroaños. Jacov y Sonja se acurrucaban debajo de una manta de cachemira, y Sonja, que no tenía unpelo de tonta, abría poco la boca mientras Jacov maldecía la tierra que atravesábamos, lainsignificante tierra croata, renegaba, la tediosa tierra croata que le había envenenado laexistencia, la agotadora tierra croata que albergaba las semillas y la escoria de la condenacióneterna, y, de hecho, lo único que convenció a Jacov para que se desviara tanto de su ruta con el finde recoger mis pertenencias fue mi juvenil promesa de ser su secretario, ya que Croacia y la tierracroata le traían a la mente los recuerdos más espantosos e inextricables de su juventud. Maldigoesta repugnante tierra croata, despotricaba, esta tierra me da urticaria, bramaba, esta tierra, que esmás endeble y descompuesta y cruel que otras tierras. Deseando estoy cruzar la frontera, porqueno hay país que tenga una tierra tan fea, tan remisa ni tan despiadada; solo con mirar al suelo ya seve su repelencia, murmuró, y, en cuanto entremos en Austria, me bajaré del carruaje y besaré latierra austriaca, no porque sea tierra austriaca, que no es diferente de la serbia, la húngara o laeslovena, ¡sino solo porque no es tierra croata!, y, aunque la latitud geográfica, en teoría, tienepoco que ver con la melancolía, en la práctica, la geografía lo tiene todo que ver con lamelancolía, y el cielo, cada vez más oscuro, desmentía un optimismo que yo sentía en lo máshondo de mi alma, pues estaba abandonando un hogar y un pueblo y un padrastro que me habíandado escasas muestras de afecto; solo una obsesión pasmosa y miope con la fabricación delqueso; mientras tanto, el carruaje seguía camino en pos de un futuro incierto; la costa dálmata sealejaba, y Jacov denostaba la tierra que nos vio nacer a ambos.

No me aguantaré ni a mí mismo hasta que no crucemos la frontera, siguió diciendo, porqueCroacia es el origen de mi aflicción. A Croacia solo le tengo que agradecer que me instruyera dejoven en la melancolía, el íntimo conocimiento de la melancolía que cultivó en mí. Jacov le pusola mano en la mejilla a Sonja y soltó el suspiro de las cosas imposibles. Hacer el amor, opinó,mientras inspeccionaba el ojo morado de Sonja, el ayuntamiento entre dos cuerpos, siguiódiciendo, el deseo de conectar con otra alma, es una de las grandes promesas que ofrece la vida y,por tanto, uno de los mayores desencantos que la vida tiene. La búsqueda del amor es undisparate, y hacer el amor revela siempre, cuando menos, que no podemos escapar a la soledad, ladistancia insalvable que media entre unos y otros. Sí, supe de la melancolía desde temprana edad,dijo, y Jacov se pasó al alemán, una lengua que compartíamos los tres, porque quería asegurarsede que Sonja entendiera dónde empezó su labor de toda una vida y, de suyo, su melancolía. Miquerida hermana melliza, Vita, confesó, la mejor mitad de mí mismo, mi reflejo mejorado, murióde tifus cuando tenía solo nueve años, nueve años en los que supe lo que era la felicidad, como unfalso consuelo, nueve años de incursiones por las empinadas colinas de mi tedioso e infernalKnin, aunque entonces no era tedioso, no, no era un Knin que yo odiara y aborreciera; eso no fuehasta que se llevó a mi Vita, mi Vita, con su cara de querube, que perseguía mariposas o pájaros,corría detrás de su enclenque hermano mellizo menor, yo, hasta el agotamiento. Nuestro dialectosecreto, nuestro código privado, nuestros besos esquimales al ponerse el sol, el lenguajeexclusivo que solo nosotros comprendíamos, conjugado a base de susurros y expresiones, notasque metíamos en los libros o símbolos escritos en la tierra con un palo, mientras los lugareños sesentían cada vez más turbados por la renuncia que nos impusimos a participar en la vida delpueblo; se paraban a pensar en nuestra alteridad, no sabían por qué éramos tan raros e intratables,por qué torcíamos la cara cuando se nos acercaban otros niños y teníamos a todos los sereshumanos, incluidos nuestros padres (¡sobre todo nuestros padres!), por vulgares y aterradores. Los

Page 20: El jardín de Reinhardt

ancianos del pueblo querían que Vita y yo fuéramos a misa todos los días hasta ser lo que ellosconsideraban asiduos y así hacernos, en una palabra, menos repelentes. Querían dividirnos,darnos clase a los dos por separado, que fuéramos a escuelas distintas, para así romper el vínculode nuestro amor, ya que la conexión que teníamos entre los dos menguaba cuando estábamosseparados y, por lo mismo, se reforzaba en la proximidad uno del otro. Nada les habría hecho másfelices que separarnos, demediar la fuerza que teníamos entre los dos, una fuerza que, aunque nosaltaba a la vista, era evidente en cómo nos cogíamos de la mano cuando paseábamos por elpueblo o en la jerga prohibida que inventamos y que hablábamos en alto siempre que se acercabaalguien.

Los lugareños eran unos catetos de andar por casa, dijo Jacov, con creciente apasionamiento,unos catetos atrapados en un pueblo atrapado por una geografía atrapada en la mediocridad de supropia existencia. El pueblo y su enfermiza obsesión con la forma de abrazarnos el uno al otro queteníamos Vita y yo, de darnos de comer el uno al otro, una forma no muy distinta a la que tiene lapájara de dar de comer a sus polluelos, eso y que habláramos en nuestro propio idioma, quenegáramos la existencia de los otros; creían que era obra del diablo. En el fondo, queríandescodificar, o quizá destruir, la lengua que ella y yo nos habíamos inventado. A ellos les echo laculpa de su muerte, a los malditos ancianos y a la indiferencia de mis padres, que hincaron larodilla delante de un pueblo plagado de suposiciones sobre quiénes éramos. Nos escapábamos encuanto había ocasión, corríamos hasta el arroyo de detrás de nuestra casa solariega para estarsolos, para ser nosotros mismos, hablar nuestro propio idioma, pues ninguno de los dos se sentíainclinado a utilizar la lengua vulgar de los croatas, y, cuando nos pedían que recitáramos elalfabeto croata en la escuela, torcíamos el gesto, y, muchas veces, Vita escupía, y parece que laestoy viendo, llena de vida, con las mejillas sonrosadas, remangándose la falda para atrapar saposo sostener renacuajos en el hueco de la mano, despatarrarse, agotada, en la espesa hierba junto amí, o, de igual manera, dar la voltereta y susurrarme al oído, «ughf dün stlpt», que quería decir, ennuestro idioma particular, que me amaba y siempre me amaría, y los cabeza de chorlito tanmediocres que alababan los domingos a un Dios mediocre y colmaban sus mediocres hogares enKnin de asado de conejo y empalagosos guisos y del abominable ricˇet, toda la cocina croata, queno le desearía ni al peor de mis enemigos, la dieta croata, que no es apta para el consumo; es más,se trata de una dieta reñida con el consumo; no, jamás nos entenderían porque, en lo esencial, asus almas no les era dado entender, pero es que además el idioma que Vita y yo habíamosinventado era impenetrable. El valor de Vita, decía, su alma elemental, confesó, su pelo rojo comoel vino, expuso, su fe incuestionable en nuestro vínculo, eso era lo que me daba la vida.

Y entonces murió, dijo; pasó menos de una semana desde la primera tos tifoidea de Vita hastala última oración que le dediqué a su pequeño ataúd, y su ausencia de mi vida fue completa. Comosi me hubieran arrancado una pierna o un brazo, o, a decir verdad, el corazón. Me partieron endos. Jacov se rascaba las ralas hebras de pelo cobrizo que cubrían su cráneo, y, según lo veíamirar el paso del paisaje afuera, yo pensaba que su perfil era la imagen más hermosa del mundo,un melancólico que sondea las profundidades de su propio corazón melancólico. Tenía la muertemetida en la cabeza, siguió diciendo, la muerte cruel, cruel. Sonja asintió, ya fuera porque estabaextasiada o aburrida, o porque sintiera algo entre ambos extremos, pues tenía una cara que nodesvelaba nada, y cuánto comprendía del alemán castizo de Jacov, de su hablar sincopado y lainsistencia en palabras crípticas, nadie podía saberlo. La cara seductora de Sonja, una cara bonita,una cara segura de su belleza, que podía cautivar a cualquier hombre, si le iba ese rollo, una cara

Page 21: El jardín de Reinhardt

que llegué a conocer bien, pero que se hizo más misteriosa con el tiempo, como mirar algo hastaque escuecen los ojos y la imagen se disuelve, porque, cuanto más conocía a Sonja, menoscomprendía, su semblante era la superficie de un mar cuyas simas albergan secretos que ellarehusaba compartir, y por eso, mientras Jacov confesaba la fuente de su labor de toda una vida,ella se limitaba a asentir.

Los fantasmas visitaban mi corazón, reflexionaba Jacov, yo vagaba por los aposentos denuestra casa solariega dándome contra las paredes. No sé cuántas contusiones me hice en mispaseos solitarios, de madrugada, en total apatía, despojado de mi otra mitad, malogrado parasiempre. Era un ángel con un ala cortada, rebotaba contra las paredes negras, llamaba a laspuertas de la sepulcral cámara que era nuestra finca, y es que mi familia ostenta un apellido derancio abolengo en Knin: Reinhardt, ¿lo conoces? ¿Como la marca de tabaco Reinhardt? Unacompañía que extiende sus sucursales desde Europa del Este a Belfast y llega hasta Estocolmo, asícomo a los insignificantes puertos de Aberdeen y Reyðarfjörður; seguro que has fumadocigarrillos liados con tabaco que crece en la mismísima tierra que mató a mi Vita; de ahí que miapellido, y mi herencia, me haya brindado cierto privilegio: la posibilidad de vivir una vida quealgunos llamarían ociosa, aunque te aseguro que queda más alejada de la ociosidad de lo que cabeimaginar, y, cuando Jacov guardó silencio, me puse a pensar en tanto como abarcaba el hombreque me había embrujado hasta dejarme sin palabras, ya que yo provenía de un entorno querespetaba la armonía y la contención y, por eso mismo, un entorno que sospechaba de la pasión,que, de hecho, despreciaba la pasión y veía con aprensión el más mínimo asomo de un sentimientoapasionado por algo, la música, la poesía, hasta la cría de animales, pues se veía la pasión comouna forma de locura, cosas de lunáticos, siendo la pasión la puerta de acceso a una especie depesadilla; por eso, la entrada Jacov en mi vida, con sus improperios contra los exultantes lerdosque se soleaban en Holstooraf, fue para mí algo más que una novedad, fue un canto de sirena.

Ay de mí, siguió diciendo, que huérfano me quedé; lo que en su día era una casa a la que dabavida mi hermana melliza, mi guía espiritual, mi mejor reflejo, se convirtió en una tumba; los malosespíritus retumbaban en mis oídos, susurraban insultos hasta el infinito, y mis padres casi ni sedaban cuenta, agobiados por la sequía de aquel año y la obsesión de no perder la cosecha detabaco, lo que creían sería el fin de su prosperidad. Yo sufría alucinaciones, insomnio, y en mivigilia punitiva soñaba con ninfas y querubines flotando en la luz diáfana, mi doble de pelo rojoque nadaba en mi imaginación. En aquella época sombría, sentía que me rodeaba el fantasma demi Vita; hablaba con ella en nuestro idioma secreto, una lengua que se diría inventada en ellíquido amniótico, ese tiempo bucólico antes de que nos arrojen a este mundo sin retorno, y leprometí que la llevaría dondequiera que fuese, que siempre estaría conmigo, y fue en las mismasganas de morir que tenía donde me hallé en comunión con la angustia; esto es, tuve unailuminación o una premonición, un momento de lucidez, y descubrí, en toda su gloria inmarcesible,la melancolía. Cuando se retiraron las aguas, y fui caminando por la playa de mi congoja, descubríalgo de una profundidad enternecedora: el estado natural del ser humano. Desafiando a las buenaso malas noticias, a las falsas esperanzas, al flujo y al reflujo de la vida de todos los días, me dicuenta de que, si me olvidaba de todo ello, si hacía oídos sordos al apresurado latido de lahumanidad y sus cien mil sandeces, entonces quizá podría expresar con palabras ese estado deluto perpetuo que sentíamos todos, fuéramos o no conscientes de ello. La melancolía. El almamelancólica. Todos y cada uno de nosotros somos unos melancólicos, de tal manera estamosconstruidos en lo más íntimo; sin embargo, nos pasamos la vida negándolo, intentamos esquivar el

Page 22: El jardín de Reinhardt

estado natural que más propio nos es; aun así, con que estemos un rato solos, aflora la melancolía;siempre está ahí, inagotable, incólume. Los filósofos han tildado la melancolía de enfermedad,aseguran que es una tristeza sin razón, pero yo estaba convencido de que era la tristeza de larazón. Cuando uno está melancólico, ve la realidad con total lucidez. Bienaventurados son losmelancólicos en este mundo, los videntes y visionarios, y, según hablaba de su melancolía, Jacovse tornaba menos melancólico, porque, para estudiar esta emoción, comprendí, había que dejarlaatrás, ya que la melancolía nos chupa la fuerza, debilita nuestro espíritu, erosiona el talento, y unade las ironías más crueles de la melancolía es la fuerza que hay que tener para estudiarla.

Fue mi salvación, confesaba Jacov, y, cuando tuve edad, hui de Croacia, primero a un colegiointerno y luego a varias universidades, y pronto me hallé en Berlín, bajo la tutela del filósofo OttoKlein, el ilustre Klein, el eminente Klein, tres imponderables años hasta que le acabé cogiendomanía a Klein. Tres años hasta renunciar a Klein, hasta darle la espalda a su flagrante anatemacontra la melancolía, su falta de seriedad en lo tocante a la melancolía, su autoproclamación comoenemigo de la melancolía, tres años viendo cómo Klein se cagaba en la melancolía, cómopostergaba la melancolía hasta que llegué yo y me eché a la espalda la pesada carga de lamelancolía, la melancolía y sus múltiples ramificaciones, un debate sostenido a un nivel más alto,y me quedo corto, ya que nunca se le había dedicado un estudio concienzudo a la melancolía, sinosolo en cuanto enfermedad, pues ¿quién iba a estudiar a conciencia algo si el propio tema deestudio era considerado el enemigo? No, hay que cortejar el objeto de estudio, entablar amistadcon él y hacerse íntimo suyo si uno espera resultados de calado. Otto Klein, escupió, quería nadamenos que curar y abolir la melancolía, mientras que mi ferviente deseo era celebrar y hacer queproliferara la melancolía, y tardaría años en sacudirme de encima la influencia kleiniana, unainfluencia kleiniana tan fuerte que estaba como adherida a cada una de nuestras ideas, era algo queemulábamos e imitábamos y, por tanto, algo que atrofiaba cualquier pensamiento extraordinarioque uno pudiera tener, hasta los propios estudiosos kleinianos, borregos que inclinaban la cabezadelante del trono de Klein en kleiniana adoración e idolatría, kleinianos seguidores que sepropagaban por minutos y salían de los sitios más insidiosos, de cafés y cervecerías al aire libre,de los gélidos vestíbulos de la mala educación superior, entre codazos y empellones, siempre conpropuestas, siempre con cerveza en el aliento y manchas de café en los dientes, como un gorjeo depájaros idiotas: «¿Has leído el último artículo de Klein?»; «¿Te has enterado de la últimacalaverada de Klein?»; «¿Sabes en qué anda metido Klein ahora?». Charlatanes, eruditos a lavioleta, todos imbéciles, despotricaba Jacov, porque, para ser kleiniano, es decir, un seguidor, uncreyente, un devoto de todo lo de Klein, había que oponerse a la verdad y al conocimiento yrenunciar a tener un dominio pasable del pensamiento lúcido, y, por eso mismo, un verdaderokleiniano es, desde un punto de vista moral, esquivo; en sentido psicológico, desaliñado, y unaruina en lo tocante a la originalidad de pensamiento; iría más lejos, dijo Jacov, yendo más lejos, ydiría que un kleiniano es un enemigo de todo pensamiento que se tome en serio. Pero perseveré,dijo, escapé de Klein y de la teoría kleiniana, y, aunque di algún rodeo sin importancia, confesó,acabó finalmente en el balneario y sanatorio Holstooraf, donde logró algo de calma, puso en ordensus ideas y se fortaleció para la tempestad que se cernía, meses antes de haber empezado siquierasus primeras reflexiones serias sobre la melancolía; de hecho, por aquel entonces, solo contabacon un puñado de notas y apuntes reunidos en tropel en su equipaje, y no pude contener la risa,según me llevaban los indígenas cuesta arriba en unas parihuelas, debajo del techo de palmas cuyasombra me daba en la cara, me reía de la fiebre en mis entrañas, me reía de mis años mozos sin

Page 23: El jardín de Reinhardt

malicia, ya pasados, la juventud que le había confiado, no, que le había legado a Jacov para quedispusiera de ella a su antojo, una década perdida, entregada a Jacov para que la moldeara y lediera forma como si fuera arcilla para, quizá un día, ser reflejo de su radiante imagen.

Ya casi había alcanzado yo la edad que Jacov tenía cuando nos conocimos, y, aunque me habíasubido en igual medida la fiebre, todavía conservaba algo de fe, pues Jacov nos aseguraba que noíbamos en retirada, pese a que el grueso del clan original había desaparecido a manos de lossalteadores de caminos, la enfermedad o la renuncia, y nunca más se supo de ellos, quedando latriste estampa de unos pocos: una docena de indígenas; dos muleros; aquel intérprete inútil, Javier,por cuya muerte rezábamos todos; y una pareja de hoscos uruguayos, cuyos ojos llenos deresentimiento lo obligaban a uno a poner en duda su lealtad. No vamos en retirada, sentenciabaJacov, vamos siguiendo el Río de la Plata, volvemos a la capital en busca de medicinas yprovisiones, llegaba su voz diáfana a las parihuelas en las que me llevaba una pareja de indígenasa cada lado, y Dios sabía dónde andaría Ulrich, pues aquella mañana había anunciado que seadelantaría a pie para inspeccionar el Río de la Plata, fútil cauce de agua, ese río tan ancho que,en ocasiones, no se veía la otra orilla, como un océano, un golfo, un mar repugnante, un río quereflejaba el horror de nuestra travesía, el miedo constante a los yaros y sus envenenados dardos,las chozas desperdigadas que albergaban en igual medida a enemigos y fantasmas; se leemponzoñaba el alma a uno solo de pensarlo, y él volvía a insistir que no nos batíamos enretirada, que nadie nos estaba cazando, aunque esa era la sensación que teníamos; solo hacía faltaver el temblor de las hogueras de los yaros entre los árboles por la noche, y los ruidosdesasosegantes cuyo origen nos daba pánico imaginar. Seguimos el Río de la Plata, reiterabaJacov, volvemos a Montevideo para reagruparnos, para pensar bien las cosas, porque subestiméesta jungla caótica, confesó, esta jungla demoniaca, esta miserable masa forestal que palpita y noatiende a razones; esto no es una retirada, repitió, más airado, más ampuloso, más resuelto de loque lo había visto en semanas, y, aunque yo quería tener fe, no hacía más que pensar que noshabíamos perdido, o, peor aún, que avanzábamos en círculos, pasábamos por la misma ciénaga, lamisma cuenca, el mismo claro un día detrás de otro, ya que estaba seguro de que habíamos pasadopor Libertad y por Colonia, esos asentamientos sin término que apestaban a pobreza y brujería, yno era la fiebre, ni los «dolores de cabeza fantasmas», ni el tobillo roto, que Ulrich no hacía másque decir que no estaba roto, que ni siquiera era un esguince, sino que era más bien mi instinto,una profunda voz interior, lo que me decía que íbamos en retirada, que, cada vez que Jacovanunciaba que de ninguna manera íbamos en retirada, lo que en realidad estaba diciendo era que sínos retirábamos, y solo de tanto decir que no, que de ninguna manera íbamos en retirada, salía arelucir la vergüenza de estar batiéndose en retirada, aunque la retirada fuera el funesto destino quenos aguardaba, dadas las sospechas que tenía de que habíamos empezado un círculo sin término,de que, de hecho, no íbamos a ninguna parte, porque ¿acaso no pasamos ese mismo palmeral ayer?¿No habíamos parado la vista en ese cobertizo abandonado con tejado de paja a un agua apenashacía diez horas, ese malhadado cobertizo que simbolizaba toda Sudamérica, miserable,incivilizada, augurio de nuestra destrucción?

Todo se parecía a todo, y, al volver la cabeza, yo contemplaba a Jacov, tripudo y jadeante, másviejo que cuando nos conocimos, por mucho que su certidumbre, su concentración en un únicoobjetivo, no hubiera cambiado, fuera más fuerte quizá bajo los efectos de la cocaína que esnifabasin cesar, negándose a admitir lo que yo sabía: que nos habíamos perdido en aquel bosqueinfernal, y, ahora que lo pienso, ¿qué sabíamos de Ulrich? Se adelantó aquella mañana con el

Page 24: El jardín de Reinhardt

propósito de seguir el curso del río, de abrir camino a pie en busca de alguna amenaza que sepudiera cernir o, también, de seguir cualquier cosa que se asemejara a la civilización. Maldije suindependencia; lo quería a mi lado para que disipara mis temores, para que me dijera que no meestaba muriendo, aunque yo sabía que sí; jamás en la vida había estado tan seguro de que seacercaba la hora de la muerte. En Stuttgart, Ulrich desaparecía semanas enteras, pese a la ampliafranja de terreno que Jacov le había cedido en un extremo de su finca, más una cabaña construidasegún las indicaciones de Ulrich, sin que le faltara su porción de oteros y veredas dedicados a loque era su pasión: la cría de perros de presa que luego vendía a precios ventajosos a fascistasrebeldes y a la Policía secreta. Las tierras de Stuttgart, la finca de Stuttgart, donde me hicediscípulo oficial de Jacov y descubrí el único hogar que había conocido aparte del de mipadrastro, después de aquel viaje inaugural con Sonja rumbo a Zagreb, donde Jacov abandonó alpunto el carruaje para escupir, según había prometido, en suelo croata, ya que, había jurado, seríala última vez en su vida que pusiera un pie en tierra croata, una tierra que destruye lo que de buenohay en una persona, dijo, y clavó el dedo en el aire, pues si la tierra croata no destruye lo que debueno tiene una persona, por lo menos hace que lo bueno no aflore, suprime lo bueno, asordina lobueno y, al final, estrangula lo bueno hasta que muere; todo esto repetía delante de nosotros en eltren que nos llevó raudo hasta Viena y al final a Stuttgart y a la mansión de Stuttgart, de unavastedad colosal, tanto que Sonja y yo nos echamos a temblar en cuanto pusimos un pie dentro,con tantas habitaciones y salones y pasillos de alabastro, como un niño solitario que, el día de sucumpleaños, espera a unos amigos que nunca llegarán, pues éramos solo los tres, Jacov, Sonja yyo: yo, con mi virginidad de niño abandonado; Sonja, dueña todavía de sus dos piernas sanas; yJacov, pronto a coger el toro por los cuernos en su obra maestra sobre la melancolía, mientrasnuestras voces reverberaban en los suelos de mármol de tan modesto castillo, sin saber muy biencon qué cuarto quedarnos, pues había cerca de una docena de habitaciones, y, aunque Jacov ySonja eran, en cierto sentido, jóvenes amantes, él insistía en que tenía que dormir solo, ya que susestados de ánimo poscoitales, aseguraba, eran erráticos y, con frecuencia, violentos, y dormir solaencajaba bien con Sonja, dada la fuerte personalidad que poseían ambos, y, así como Jacovdesplegaba su personalidad con palabras, Sonja desplegaba la suya en silencio, un silencioesgrimido como una espada y subrayado, años después, por los golpes de la pata de palo,apóstrofo, exclamación y condena de la injusticia del mundo; además, Sonja no hacía más quedecir que eran solo unas vacaciones, un fin de semana largo en el campo, y que estaba decidida avolverse a Holstooraf a servir a los enfermos y a los que no lo estaban, a sanos y tuberculosos porigual, y a empujar el carrito de la cena por el suelo de la cafetería; un respiro, lo llamó, sin llegara imaginar que acabaría convirtiéndose en una excursión de varias décadas.

Al final, la finca de Stuttgart, el castillo de Stuttgart, terminaría siendo arrasado, reemplazadopor un segundo castillo de Stuttgart que crecía en relación directamente proporcional a laambición de Jacov; los vecinos se morían, o eran sobornados, y Jacov se hacía al instante con sustierras; añadía parcelas y amasaba hectáreas sin ton ni son, ya que él tenía una visión, no secansaba de repetir, y, siempre que pudiera anexionarse tierra y vincularla en el futuro, alcanzaríaesa visión, confesó una vez después de pasarse el día entero dictando, mi visión se haría realidadsi se iban muriendo los Möller hasta que no quedara ni uno, porque Jacov detestaba a los Möller,que eran los vecinos que teníamos más cerca. Los malditos Möller y su maravillosa tierra,escupía; le tengo echado el ojo a su huerto de árboles frutales y me gustaría comprarles todo elterreno, quedarme con la tierra entera de los Möller, a quienes, en teoría, no les debería tener

Page 25: El jardín de Reinhardt

envidia ni aversión, pero se las tengo, odio a los Möller y su esplendente tierra, que es mucho mássublime y atrayente y deslumbrante que mi tierra, y veo pasear a los Möller por su finca, o estirarlas piernas en el Schlossgarten, y quiero matarlos a esos Möller; diviso las figuras de los Möllercon mis prismáticos y me enciendo con la mediocridad de los Möller, con ese don que hanrecibido y no saben qué hacer con él; me llega el más mínimo tufillo a Möller, un indicio de lasombra de los Möller, y ya tengo el día echado a perder, y entonces miró por la ventana de suestudio, que daba a poniente, justo a la encantadora tierra de los abominables Möller. Ya hehablado con el hijo mayor, dijo; están redactados los contratos, solo hace falta que se mueran, y alfinal los Möller se murieron en buena hora y se les compró la tierra, el huerto de frutales fuearrasado, se contrató a agrimensores, así como a Pierre Cuypers, el célebre arquitecto holandés,famoso por la ilustre Sint Martinuskerk, en Groninga, una iglesia, afirmaba Jacov, que transformóla propia noción de arquitectura, con sus agujas y arcos y ventanas ojivales, un edificio,aseguraba, que conjugaba el idioma de la tristeza con total fluidez, y no había pasado día, desdeque fue a visitar la iglesia y se halló a los pies de Sint Martinuskerk, cara a cara con SintMartinuskerk, que no reflexionara sobre sus contornos inmaculados y sus sutiles curvas; SintMartinuskerk no era un edificio ni una iglesia, explicaba, sino un ejemplo de la lucha del serhumano por lograr la perfección.

Se contrató a Cuypers y le fue encargada la creación, en la finca, de un castillo nuevo y másgrande que sintetizara la melancolía del alma humana con la trascendencia de Dios. Quiero unhogar que evoque el ansia no colmada de vida, esas fueron las instrucciones que le dio a Cuypers,un hombre hosco que se quejaba del tiempo en Alemania, pues, según Cuypers, era mucho más fríoy nefasto que el de Holanda, y, aunque Stuttgart tenía mucho que ofrecer, admitía Cuypers, lodejaba lleno de morriña. A Cuypers se le encargó la construcción del castillo en un estilo que, enpalabras de Jacov, representaba a un Dios en perpetua mofa al contemplar nuestra insignificancia;por eso, los pasillos se construyeron en progresiva angostura, acabados en pasajes sin salida, yhabía tramos de escaleras que se empotraban directamente contra el muro; fue prodigioso elempleo de la luz indirecta y la mudez de la expresión, en todas las habitaciones, lo que les daba alas visitas, hasta a las más equilibradas, una sensación de vértigo inminente; todos los techos seabovedaban para transmitir el vacío y la desolación, simples trucos, afirmaba Cuypers, que notardó en presentar su renuncia a los seis meses y aseguraba que Jacov era peligroso y no daba subrazo a torcer, y llegó a decir más mientras hacía las maletas para volverse a Ámsterdam, yexplicaba que no era que el castillo que le habían mandado construir no fuera arquitectura, es queera la antítesis de la arquitectura y puede que hasta la némesis de la arquitectura; Jacov recibió lanoticia con indiferencia, ya que llevaba meses profundizando en su primera meditación seria sobrela melancolía, y no se lo podía molestar, había llenado ya cinco cuadernos, yo estaba a sus pies,apuntaba lo que me dictaba o le preparaba un café, le liaba un cigarrillo o ahuecaba su almohada,veía cómo le iba la mente a mil por hora, se aferraba a lo divino. Después, contrató a arquitectosmenos famosos y con menos experiencia para terminar el castillo, y diez años más duraron lasobras; una construcción más perversa, unos diseños más enigmáticos, que reproducían lasondulaciones del cerebro de mi maestro: las plantas de arriba y la de a pie de calle, también labodega, todas fueron construidas con un ángulo de inclinación sutil, apenas discernible, y, si ellose debió a la visión artística tan singular que tenía Jacov o a la falta de pericia de lostrabajadores, no sabría decirlo.

Ya cuarentón, Jacov era firme e infatigable, dueño de una energía propia de alguien con la

Page 26: El jardín de Reinhardt

mitad de años. Cuando no estaba preparando su obra maestra, Jacov recorría el perímetro enconstrucción, bramaba a los alarifes, exigía que alzaran el edificio en dirección a Dios, pero unDios que ni siente ni padece, les imploraba, un Dios cruel, exclamaba, un Dios, aullaba, cuya vozenmudecía el ensordecedor rugido de la estúpida humanidad. Los contornos vertiginosos delcastillo acabarían incomodando a los futuros invitados, revolviéndoles las tripas: ni que eledificio entero hubiera sido construido, dijo una de las visitas, en un ataque epiléptico. Los vanosconducían a trampillas o a puertas falsas, formaban laberintos enloquecedores, sin término, porlos que Sonja y yo tardábamos meses en abrirnos paso. Nada de ello, por supuesto, le restabasublimidad a la construcción en sí. Una vez acabado, el segundo castillo de Stuttgart seguía siendouna obra impresionante y visionaria de diseño neogótico que los lugareños escudriñaban en corrostres, cuatro, cinco veces a la semana. Los habitantes de Stuttgart se acercaban en tropel por laladera norte, fijaban la vista en los arcos y columnas y vidrieras del hogar de mi maestro, ydespués llegaron los turistas, de sitios tan lejanos como Grecia y el norte de África, ataviados contupidos abrigos y cámaras estereoscópicas. Sobrevolaban en globo con la esperanza de atisbar loque sucedía dentro. Y el paisaje no era muy distinto: se talaron las hayas, y en su lugar seplantaron otras hayas parecidas a las originales, pero que eran, según proclamaba Jacov, hayasdistintas, mucho más luctuosas. Jacov quería construir una réplica del hogar de su niñez recreandoel arroyo en el que habían retozado felices Vita y él; por eso se reclutó a paisajistas y seimplementaron planes para reproducir el arroyo en el que habían compartido sus más íntimossecretos, además de crear réplicas de las colinas y praderas en las que Vita y él comprendieronpor primera vez el desolado lugar que ocupaban en el mundo, donde luego se abrazaron y besarony se juraron lealtad eterna. Trajeron árboles de hoja perenne y espinos autóctonos de Croacia, losplantaron y cuidaron, copias exactas, juraba, de la abominada tierra de Knin, la misma tierra quehabía matado a su hermana melliza y le había arrebatado la más mínima probabilidad de ser felizen el futuro, una maldición, dijo, y también un regalo.

Todo ello —el segundo castillo, Pierre Cuypers, la intervención en el paisaje, las listasinterminables de alarifes contratados y despedidos todas las semanas, por no hablar de la almenade las meditaciones, un torreón de piedra anejo a la biblioteca donde Jacov pensó que recibiríasus visiones más sublimes— fue comprado con dinero del tabaco Reinhardt, el cual, asegurabaJacov, no tenía fin. El dinero del tabaco Reinhardt no tiene fin, alardeaba; llega sin cesar y encantidades inenarrables, infinitas, que no puedo concebir ni por encima porque hay tanto,demasiado para siquiera contarlo, y eso, de todas formas, es tarea del banquero y no mía, pero teaseguro que no tendrá fin, no tendrá fin, repetía, el dinero del tabaco Reinhardt, y, hasta cuando yomuera, la gente seguirá fumando, y, por ende, el dinero del tabaco Reinhardt será eterno y no seacabará nunca. Vivíamos los tres al abrigo del castillo original igual que polizones mientras elcastillo de Stuttgart, el segundo castillo, el castillo real, estaba en construcción, aquellos primerosaños en los que bullían las ideas y los sentimientos, las emociones que yo no podía comprender ycon las que todavía hoy me sigo batiendo. Mudo quedaba yo de observar a mi maestro y la rapideza la que escribía su obra.

Casi todas las mañanas dejaba vagar los pasos por las alfombras persas de su estudio mientraslas notas flexibles de Wagner ronroneaban en el gramófono, y es que Jacov adoraba a Wagner,aseguraba que Wagner le encendía la imaginación, afirmaba que compartía la misma alma queWagner, o un alma mutua, o un alma que imitaba a Wagner, y que solo Maupassant y Kierkegaard yVita eran merecedores de tamaño e insigne tributo, pues sus almas eran almas que se encontraban

Page 27: El jardín de Reinhardt

a sus anchas en la melancolía, que hallaron refugio en la melancolía, que no estaban en guerra conla melancolía, sino, más bien, en común y completo acuerdo con la melancolía. ¿Y yo, preguntéuna vez, se parece mi alma a la suya? Tú eres un donnadie, dijo Jacov, y una taimada sonrisabenévola le iluminó la cara, pero un donnadie encantador y leal y un donnadie que promete y undonnadie con un gusto como no lo hay, y yo te quiero, y supe que su amor era sincero y no habíaflaqueado nunca, por las atenciones y el tiempo que me dedicaba, y por cómo me instruía de lamanera más afectuosa en la elucidación de los matices más sutiles y delicados de la melancolía.

Cada nuevo día era distinto al anterior, y en las contadas ocasiones en que la inspiración sehacía de rogar, apoyado en una ventana, miraba el progreso de los alarifes o espiaba a losancianos Möller con unos prismáticos, ya que eran los días previos a la muerte de los Möller,antes de que Jacov les comprara la tierra. Son tan malos estos Möller como un kleiniano borracho,solía decir, o peores que un kleiniano borracho, porque no es que sean mediocres einsignificantes, es que están encantados con su mediocridad e insignificancia, y ganas me dan deescupir cada vez que veo a Herr Möller y a la bobalicona de su mujer de acá para allá por esatierra, ese huerto de árboles frutales que debería ser mío y no lo es, aunque, claro está, al final lofue. Después de estarse una hora recriminando a Klein o vilipendiando a los Möller, Jacov sedejaba caer en el sofá y empezaba a enunciar entre dientes sus pensamientos sobre la melancolía,pensamientos que al principio eran inconexos y confusos, pero que se hacían poco a pocoelegantes y esclarecedores, y en ese punto, en esa coyuntura entre lo irrelevante y lo relevante,Jacov me daba en el hombro con el dedo gordo del pie, me mandaba tomar notas, y, sentado a suspies, yo abría el cuaderno, y él empezaba a dictar.

Según hablaba, le descendía sobre la cabeza un bucle de luz, y, aunque jamás lo mencioné, lovi infinidad de veces, por mucho que el día estuviera gris y encapotado, esos días de obstinadagrisura que tanto abundan en Stuttgart, y, aunque no había ninguna razón científica para laexistencia de ese halo, que latía y temblaba como una estrella, quizá viniera a recordarme por quéme enamoré de la inmensidad de aquel gran hombre, mientras, sentado a sus pies, pasmado y sinpalabras, veía ascender sus pensamientos, enroscarse como anillos de humo, mientras todo se levolvía hablar entusiasmado de una nueva melancolía que algún día se extendería por todo elplaneta, una melancolía novedosa que vendría a reemplazar a la vieja melancolía y sus lúgubresasociaciones. Esta melancolía nueva, dijo, y yo apunté, transformaría las vidas de todos los sereshumanos, y despacio, según creciera el reconocimiento de esta nueva melancolía, dijo, y yoapunté, haría añicos los baluartes que nos separan de nuestros pensamientos elevados, que es lamelancolía que nos corresponde, dijo, y yo apunté, pero todavía no nos la hemos ganado a pulso, yJacov se rascaba el cráneo pelado, y las evoluciones de la luz, el aroma del café amargo, toda laatmósfera me resultaba tan cautivadora, a mí, que apenas había entrado en la edad adulta y era másjoven de lo que aparentaba, como observar a Jacov, al hermoso Jacov, mientras me dictaba ollevaba a cabo meditaciones budistas o dibujaba planos y redactaba notas y artículos, y eraconmovedor hasta decir basta, pues era imposible no sentir veneración por Jacov y adorar a Jacovy esperar con entrecortado aliento en deferencia a Jacov antes de entrar en su estudio, ya queJacov era siempre entusiasta y metódico, estaba siempre eufórico con su obra maestra porque, encierto sentido, pensar en la melancolía, estudiar la melancolía, hasta escribir sobre la melancolíalo llevaba, de puro júbilo, al delirio. Toda existencia es sufrimiento, solía decir, recitando laprimera de las cuatro nobles verdades, afirmando que era la frase más verdadera del mundo, lafrase más luminosa del mundo. La existencia es sufrimiento, decía; ya solo nacer es una invitación

Page 28: El jardín de Reinhardt

al sufrimiento, es estar abierto y expuesto y condenado con total descaro a sufrir; este y tantosotros principios del budismo, sostenía, eran las filosofías más verdaderas que la mente humanahabía enunciado nunca, y componían una religión que Jacov apreciaba tanto por su sencillasabiduría como por su máxima complejidad. Sí, repetía, toda existencia es sufrimiento, y eso es loque la magnifica. Allí donde otras religiones son incoherentes, solía decir, el budismo es lacoherencia; allí donde otras religiones están empapadas de error humano, el budismo está huerode error humano; allí donde otras religiones están saturadas de promesas, el budismo es lanegación. Soy budista en el fondo, afirmó una vez, con los prismáticos clavados en el huerto deárboles frutales de los Möller, y es que el Mahayana, el Gran Vehículo, me ha enseñado más queVoltaire o que Klein o cualquier otro filósofo moderno, y, aunque me criaron en la Iglesia católica,siempre me sentí un extraño, ya que eran los infelices más tediosos que pisan la tierra, y susufrimiento carecía de imaginación; le faltaba clase y estilo. Su sufrimiento era ridículo y, en vezde volverlos más entrañables o de humanizarlos, les daba la apariencia de bufones, pues ya deniños Vita y yo despreciábamos a los feligreses y su mal gusto escénico, y en vacaciones, quetemíamos como se teme la propia aniquilación, torcíamos el gesto en las ceremonias, los sombríosrituales que en realidad no tenían nada de sombrío, y los cánticos repugnantes que no eran cánticosen realidad; eran más bien sollozos de mal gusto elevados a un Dios indiferente; nada lograbanaquellos cánticos, sino solo que me salieran pústulas. Los únicos escritos más verdaderos, más sinpar que los libros sagrados budistas, sostenía, eran los que se debían a la insondable pluma deEmiliano Gómez Carrasquilla, el profeta inescrutable de la melancolía, que desapareció,aseguraba Jacov, en el interior de las junglas sudamericanas, en teoría, en un pueblo llamado SanRafael, donde no se perdió, ojo, sino que se retiró, decía Jacov: abrazó el olvido voluntario; SanRafael, un pueblo en todo el medio de la selva de Gualeguaychú, o, para ser más exactos, al límitede la selva de Gualeguaychú, o, si uno busca una precisión quirúrgica, lo que se dice adyacente ala selva de Gualeguaychú.

Las obras de Carrasquilla sobre la psique humana son impecables, dijo Jacov: se trata deobras que sobresalen por encima de los nimios logros de seres humanos más triviales. Es muyprobable que el propio Carrasquilla sea todo un budista, aseguraba Jacov, y miraba a menudo elretrato de Carrasquilla que había encargado, un retrato de lo que él creía que era el aspecto deGómez Carrasquilla, ya que solo había una fotografía suya, y ya habían pasado varias décadasdesde que se tomó, por lo que se habría perdido cualquier semejanza, siendo el tiempo el únicotestigo. El retrato mostraba a un hombre calvo y pensativo de toscos rasgos, luenga barba y unadesolada expresión en sus hundidos ojos castaños. Aparte de Carrasquilla o Aristóteles o Voltaire,o, si no, el batir de las pezuñas de Wagner en el gramófono, los libros sagrados budistas eran loque más inspiraba a Jacov, que solía dilucidar algún pasaje en concreto, atormentado por latraducción las más de las veces, y es que las malas traducciones, afirmaba, eran el mayor delitoque podían cometer un académico o un escritor, y un traductor no debería ser digno de tal nombrehasta que su traducción no la hubieran leído cientos de eruditos y a lo largo de cientos de años, demanera que un traductor, en resumidas cuentas, jamás sabría en su propia vida si su labor detraducción había sido lograda, y eso le parecía a Jacov de una lógica aplastante, porque, por esasmismas, un traductor no lo era en realidad hasta que no se moría, es decir, su obra solo se podíareconocer de manera póstuma. Un traductor vivo era una contradicción, decía, y un traductor,como un artista, no debería ser aclamado en vida, dado que su obra, su arte, su traducción, solo seestá probando y, de forma ostensible, tarda décadas en completarse, puede que siglos, antes de

Page 29: El jardín de Reinhardt

que la humanidad sepa si tiene, como tal obra, los ingredientes, los minerales, el marchamo pararecibir el marbete al que aspira.

El éxito y la alabanza en vida de uno dan asco, decía Jacov; no es más que un pavoneo delantede un espejo igual que un gallito: puede que sea divertido, pero es una pérdida completa detiempo, y lo que se cataloga como obra maestra en la vida de un autor debería ser desestimado,igual que la misma traducción de esa supuesta obra maestra debería considerarse un fracaso si nose le da el tiempo necesario para que se geste, la sometan a consideración y sea diseccionada, yentonces seguro que no se la tilda de obra maestra, porque los expertos, y, al decirlo, hacíahincapié en lo poco que le gustaban los expertos, con la pronunciación de la P en la propiapalabra, los expertos para nada son expertos en puridad, decía, porque, para ser experto, igual queun artista o un escritor o un traductor, uno ha de ser leído y llevar muerto al menos un siglo, lo quevenía a decir, pensaba yo al oírlo hablar, que todos los expertos y los traductores y los artistas noeran expertos, traductores ni artistas en vida, sino solo después de morir, y caí de repente en lacuenta de que estaba hablando de Otto Klein, aunque no dijera el nombre de Otto Klein, ya queOtto Klein era celebrado en toda Europa por sus investigaciones sobre la conciencia humana; nosolo eso: es que su nombre, en los pocos años pasados desde que Jacov renunciara a sumagisterio, se había hecho omnipresente en el campo de la psiquiatría, y Jacov, al negarse a decirel nombre de Klein, estaba subrayando el nombre de Klein en un intento de repudiar el nombre deKlein por su enorme popularidad, porque para Jacov la popularidad era sinónimo de suicidioprofesional y suponía la inhabilitación inmediata de lo escrito como obra seria. Se librabanbatallas en el mundo académico todos los días, dijo Jacov, y yo escribí; los simbolistas y losmodernistas, igual que yo, creen que los kleinianos son ridículos y se ríen de ellos, y la teoríakleiniana les parece abyecta e insoportable; y Otto Klein mismo, un absurdo de hombre con susestúpidos conceptos, y los únicos que apoyaban a Klein, no hacía más que decir Jacov, eran losrealistas y los estoicos, quienes, como todo el mundo sabía, se habían peleado con los simbolistas(que preferían que los llamaran eurofuturistas), una pelea por la interpretación de ciertaconferencia que Klein había dado y en la que defendía el valor de la serenidad, tanto enpsicología personal como en el conjunto de la sociedad, argumentos todos que a mí me veníangrandes, tribus académicas todas ellas que me resultaban del todo ajenas, algo que bien meguardaba de decir, aunque apenas si importara, ya que solo estaba transcribiendo las palabras demi maestro y me quedaba siempre la posibilidad de volver sobre las notas del día, lo que hacía amenudo: analizarlas y escudriñarlas hasta que acabaron escociéndome los ojos y ardiéndome lacabeza. Esas tribus, dijo, y yo apunté, asco me dan todas, y la obra buena, la obra auténtica, laobra que importa, solo se puede escribir en soledad con el propio pensamiento.

Entre esas tribus académicas, Jacov detestaba sobre todo a Klein, ya que había sido sudiscípulo y protegido. Y, en cuanto salía el nombre de Klein, le entraba como un tic en los ojos ypedía que lo dejaran solo, y fue el caso que, al poco de sentar sus reales en el primer castillo deStuttgart, Jacov tuvo la oportunidad de espiar a su viejo mentor y nueva bestia negra, porque Sonjatenía pensado ir a Praga, donde su hermana acababa de dar a luz, y Jacov, impaciente con el lentoavance de las obras en el segundo castillo, decidió acompañarla, haciendo hincapié en que notenía nada que ver con Klein, que por un casual estaba en la Academia de Bellas Artes de Pragaaquel invierno, donde su conferencia, «La tristeza inexplicable de Søren», una reflexión sobre loscambios de humor de Kierkegaard, había atraído a todo tipo de parásitos, explicó Jacov,incondicionales y aduladores de toda laya que se habían congregado para oír cómo el gran

Page 30: El jardín de Reinhardt

impostor lanzaba sus estúpidas teorías a los cuatro vientos, ¡y joder!, añadió, ahora ha metido enel ajo al pobre Kierkegaard, que resulta que está muerto y no tiene ni voz ni voto en el asunto; elpobre, Kierkegaard, ya muerto, que ni siquiera puede defenderse, pero no voy a Praga por Klein,repitió, no tiene nada que ver con ese falsario, ese farsante, ese impostor. Me encanta Praga, dijo:esa ciudad deprime que es una delicia, es una ciudad avezada en la melancolía, los puentesluctuosos y los trágicos cementerios, y el desconsuelo de su arquitectura, la plenitud sin paliativosde la melancolía y sus verosimilitudes no tienen rival; «sublime» es la palabra. Sí, siguiódiciendo, adoro Praga, y a la hermana de Sonja también, aunque todavía he de conocerla, pero nome cabe duda de que la adoraré, y a los recién nacidos y los viajes también, los adoro a todos, ySonja, pálida, estoica, tan bonita como silenciosa, mostró cierta reticencia hasta que Jacov sacó ala luz el dinero del tabaco Reinhardt, con el que se proponía pagar el viaje, Sonja, tan alta y deuna belleza exquisita, con la piel de porcelana y una mata de pelo castaño que partía los corazonesde los hombres si les iba ese rollo, pero es que, además, era una pragmática y, al oír que Jacov seofrecía a ir con ella, esbozó una sonrisa; una luz moteada de color morado caía de la vidriera ybailaba sobre su frente, dándole al salón una atmósfera de austeridad sin término, y rogaron quelos dispensara y se fueron a hacer el amor, algo obvio por las miradas que cruzaron y, minutos mástarde, por el temblor de las paredes, y no era ya que hicieran el amor de forma imprevisible ypoco convencional, sino de forma violenta también, una pasión que conocía en igual medida elacaloramiento y la frialdad; así, Jacov podía estar dictando, desgranando las ideas que tenía sobrela niebla en la costa dálmata, por ejemplo, cómo esa niebla, cuando parece que se estáevaporando, lo que sucede es que se eleva, adquiere una forma casi corpórea, roza lo tangible ypenetra en su deriva hasta el interior de Croacia, se asienta a menudo en pequeñas poblaciones, enKnin, sin ir más lejos, y allí reaparece, más densa a menudo, con más enjundia, hasta cambiar lamisma naturaleza de la gente del pueblo; sí, la niebla, un tema que atrapó a Jacov mucho antes deque empezara su amor por el polvo, y podía estar hablando de esto con gran vehemencia y fervor,y yo, a sus pies, tomando dictado, cuando, de repente, Jacov arrugaba la nariz y me pedía que lodispensara, no para ir al baño, ni para regañar a un arquitecto, ni siquiera para espiar a losMöller, sino para recorrer a pie toda la finca de Stuttgart en pos de Sonja, para hacerle el amor aSonja, y con la esperanza de que Sonja también se mostrara deseosa, ya que no tenía remilgos a lahora de mandar a paseo a Jacov, a menudo, con un puñetazo en el ojo si se mostraba implacable enel acoso, porque Sonja era capaz de enfrascarse en una riña, tal y como aprendió a hacer en lamedia docena de burdeles bohemios en los que trabajó desde que vivió de pequeña en la calle,una huerfanita abandonada a su suerte, pálido putón, según me confesó una vez en un alemán conacento checo que no había quien resistiera si te iba ese rollo, y, por lo mismo, no es que a Sonja lefaltara el apetito sexual tampoco, ya que, de nuevo, podía estar yo tomando dictado, puede quecontando el vello pelirrojo de las piernas angelicales de Jacov mientras él hablaba de latransmigración de las almas en el hinduismo, por ejemplo, o la melancolía de Belerofonte, o larara tristeza de los dioses mesopotámicos, cuando aparecía de pronto Sonja en el estudio,chasqueaba la lengua, y yo salía, pues sabía que quería, quizá necesitara, hacer el amor, y estacompulsión sin palabras había empezado para ellos en Holstooraf, cuando Sonja llevaba el carritodel pan a la mesa de Jacov en la cafetería del sanatorio, para preguntar si no le apetecería quizáotro bollito, y sus miradas se cruzaban, y, minutos después, estaban los dos devorándose en elcuarto de él o puede que en el escobero o, según contaba Jacov, en los dos sitios, y además en elala de los tuberculosos, detrás de los setos recortados con formas de animales, ocultos en ellaberinto del jardín de Holstooraf, y en otros sitios tanto privados como a la vista, dado que sus

Page 31: El jardín de Reinhardt

pasiones, cuando se encendían, eran implacables y a menudo pesaban más que la falta o el ansiade intimidad.

Sí, Sonja me explicó una noche, una noche de insomnio que nos halló a los dos en la cocinadel primer castillo, tuve conocimiento íntimo de las necesidades y deseos de los hombres cuandotodavía era joven, dijo, demasiado joven, pero es que nuestros padres eran unos borrachos yperdieron el trabajo que tenían, y enseguida acabamos en las calles de Písek, una puerca ciudadplagada de delincuentes y analfabetos, y, al poco tiempo, nos abandonaron a mi hermana y a mí.Un sabbat, nuestros padres salieron a buscar comida y nunca volvieron; teníamos que valernospor nosotras mismas, así que nos encaminamos a Praga, que no era mucho mejor, pero sí másgrande y distinta y tenía sus plenitudes, lo que se tradujo en que mi hermana encontró trabajo decosturera, y yo entregué mi cuerpo a los hombres. Lo que la atrajo de Jacov, apuntó, fue su manía,su empuje, la meticulosidad con la que se fijaba un objetivo, aunque ella no podía entender suobsesión, la fijación que tenía con la melancolía, apenas una forma de mal humor, una tristezapasajera, los malos vientos de un temperamento sombrío, parecido al halo primario que se respiraen una taberna checa, tan emponzoñado y basto y manchado de mierda, y yo, claro está, me quedépasmado, porque eran palabras sacrílegas; yo oficiaba en el altar de Jacov, quien oficiaba a su vezen el altar de la melancolía, más parecido a un santo o un mártir de la melancolía que a un serhumano de carne y hueso, y parecía ridículo, demencial casi, que ella le ofreciera la grupa a aquelauténtico serafín, un ser mítico, un oráculo del puro conocimiento, y no compartiera sus ansias deparaíso; a mí de siempre me cayó bien Sonja, aun así, y se lo perdoné, me guardé para misadentros su actitud para con la melancolía, ya que una parte de mí sentía que evitaba la melancolíaen un empeño por huir de la adusta naturaleza de su alma judía.

Normalmente los hombres atractivos me dejan fría, siguió diciendo, y encendió uno de suscigarrillos holandeses; he pasado semanas, meses quizá, en cama redonda con los distintosequipos de regata de Praga, hombres gráciles conocidos por su afición a los burdeles, hombresguapos y esbeltos que se mueven con soltura y tienen músculos bien definidos, que están a gustocon el sitio que ocupan en el mundo y que, por lo tanto, no tienen que demostrarle nada a nadie,hombres a los que les mueve el propio placer como principio y que no se paran ni un instante apensar en las necesidades de una mujer, mis necesidades, vamos, aunque ellos sean el cliente, yyo, el producto de consumo. Frente a ellos, añadió, los hombres como Jacov tienen algo quedemostrar, no hay más que verle el pelo rojo y el cuerpo deforme como una pera podrida, y micuerpo, para él, es un campo de batalla, una montaña a la que escalar, un país enemigo en el queclavar su bandera, y, mientras Sonja seguía contando, su voz se hizo más débil, y, casi sinesfuerzo, me imaginé a los equipos de regata de Praga, el sube y baja de sus torsos, susminúsculas cinturas, puede que tan guapos o más que los equipos de remo de Dalmacia, cuyosanuarios ordenaba yo todas las primaveras, más para apoyar a la organización que para mirar lasfotografías que había dentro, con datos sobre la altura de cada remero, su peso y el pueblo dondehabía nacido, el pelo rapado y las mejillas sedosas de esos atletas viriles, con el perpetuo amagode sonrisa que no acababan de esbozar nunca, hombres a cuyas bien marcadas espaldas dio formael ansia de victoria. Yo siempre he atraído a los hombres, dijo Sonja, pero son criaturas simples;llénales la tripa y provócales un orgasmo, y dejarán las cosas como están, aunque, añadió,siempre hay excepciones, y Sonja levantó la vista al techo, a la segunda planta, donde nuestroamado Jacov dormía y soñaba con su obra maestra que en menos de un año llenaría una estanteríaentera, una estantería llena de las ideas radicales de mi maestro, ideas trascendentales sobre los

Page 32: El jardín de Reinhardt

orígenes y beneficios de la auténtica melancolía, libros que cuajarían un día en su aspecto másconcentrado y rudimentario en los Libros del origen.

Pero aquella noche, en la cocina, alcancé a ver la inteligencia y la ternura en los ojos deSonja, la buena voluntad que rezumaba en el silencio de sus pensamientos, así como suclarividencia, de lo que daba buena muestra su amor por la poesía inglesa, en especial por la deWordsworth, y pronto surgió entre nosotros un hondo afecto, porque ella nunca cuestionó mifidelidad a Jacov, siendo Sonja de las que no cuestionan la forma de ser de una persona siempre ycuando no chocase con la suya, y aquella noche llegamos al acuerdo de que ninguno de los dosquería hacerle daño al otro; de hecho, lo que queríamos era ayudarnos, y, cuando Sonja perdió lapierna izquierda, aquella pierna bien torneada que casaba a la perfección con la derecha, unapierna de lujo, una pierna despampanante, una pierna seductora, si te iba ese rollo, fue como si yomismo hubiera perdido una pierna, aunque todavía quedaban años para tan funesto día, envuelto enlas brumas del futuro borroso; así, tenía todavía pegadas al tronco las dos piernas, fluía sangre porlas venas de las dos, tenían las dos vello que había que depilar, piernas que se cruzaron la unasobre la otra en el suelo de la cocina del primer castillo de Stuttgart, pues Jacov no habíacomprado todavía ni una sola silla, ni mesa; vivía en un mausoleo más que un hogar, un hogar queprometió amueblar en cuanto Sonja y él volvieran de Praga, viaje al que mi maestro me animó aacompañarlo, dado que oficialmente era su discípulo y hombre para todo, a cargo de laorganización de sus ideas en cuadernos, y ¿quién iba a saber qué teorías podrían materializarse endicho viaje?

Sin embargo, mi cuerpo no era cuerpo de estar mucho tiempo libre de dolencia alguna, y losdolores de cabeza fantasmas que había sufrido en los últimos tiempos volvieron, así como loscalambres en el pie izquierdo, indicio de la aparición de la peste o la tuberculosis, o hasta de laaterradora ciática lumbar que desde hacía tiempo me temía, y, aunque se me podía echar en caraque fingía brotes y falsos achaques y entumecimiento en los muslos cuando el aire venía frío,también cuando el calor apretaba, y, aunque ya se me había prevenido antes contra elautodiagnóstico, sí que es verdad que quien lo hizo no era más que un médico de pueblo, casi unanalfabeto, un amigo de mi padrastro, a decir verdad, por lo que me pareció prudente quedarme enStuttgart convaleciente, para tomar fuerzas de cara al trabajo que me esperaba y que, a la vuelta deJacov, tal y como prometió, empezaría en serio, y, cuando se fueron, me quedé solo, salvo por elsombrío repicar de los martillos que ocupaban el segundo castillo de Stuttgart, un edificio quecrecía día a día, devoraba el solar en el que se levantaba, tomado por hombres fibrosos ymusculados, desnudos de cintura para arriba, enfrascados en su labor, y yo me regodeaba en mismales igual que otro se regodearía en la buena salud, dado que siempre me había sentido más amis anchas en la enfermedad, e, igual que la mayor parte de la gente ve la enfermedad como unainvasión, muy relacionada con la histeria, en mi caso, por el contrario, era seguramente el sustentoy el socorro que me hacía falta, hasta que una vez más me hallé rodeado de bosques, mientrasUlrich me miraba los ojos para ver mi estado de salud, y decía que había recuperado el resuello,pues yo, de hecho, me encontraba mejor, de vuelta una vez más a la jungla, pasmado una vez másal ver el techo que formaban las copas de los árboles, oyendo de nuevo el canto de los tucanes ode los guacamayos o de aquellas aves del demonio que proliferaban en dichos lares.

¿Cuándo has vuelto?, pregunté, pues se había hecho ya de noche, y alcanzaba a ver nuestrocampamento, la pequeña hoguera allí encendida, y mi cuerpo echado en la alfombra de tierra,bajado en algún momento de las parihuelas. Bailaban delante de mí las siluetas oscuras de los

Page 33: El jardín de Reinhardt

guías, como demonios de apariencia humana o quizá fantasmas, y pregunté por el paradero deJacov, y también si no era cierto que nos habíamos perdido. Dime que no estamos avanzando encírculos, supliqué, y Ulrich confirmó que, en efecto, íbamos en círculos, llevábamos avanzando encírculos casi una semana, según calculaba él, lo que hacía de nosotros blanco fácil para losasesinos o las lanzas envenenadas y las armas de fuego que los cazadores de cabezas de la zonano dudaban en blandir, y Ulrich dijo que, por la noche, bastaba con adentrarse en el claro menosde media legua para ver el campamento de los yaros, las hogueras encendidas, lo que venía arecordarle lo lejos que estábamos de casa y lo cerca que estábamos de cortejar a la muerte,hogueras a las que se sientan tribus depravadas, dijo, sin habla ni razón, indignadas después de taninfausto intercambio comercial, y, por primera vez, ansié encontrarme en la fosa séptica yprovinciana de Montevideo, con sus peleas de gallos nocturnas y sus bares de mala muerte, yentonces Ulrich hizo algo que no había hecho nunca antes, y fue maldecir a Jacov, explicar queJacov se mostraba más intratable, más inflexible, más inquebrantable que nunca, que cuanto máscerca creía estar del paradero de Emiliano Gómez Carrasquilla y, por tanto, de la melancolía, másse atrincheraba en su postura, decidido a seguir adelante, lo cual, en tamaña situación, no era másque avanzar dando vueltas, y, cada vez que Jacov decía que no nos estábamos batiendo enretirada, que volvíamos a por provisiones, estaba mintiendo, y puede que llegue el momento, dijoUlrich, muy serio, entre susurros ahora, un momento que se cierna sobre nosotros como estosmismos árboles, en el que habrá que llevarle la contraria, y me harás falta entonces y, entre másbajos susurros todavía, no digas nada, porque Jacov está entre la maleza evacuando, y ¿estás demi parte?, preguntó, y yo asentí, por mucho que sintiera que era un sabotaje y estaba traicionando anuestro maestro, sobre todo, viniendo de Ulrich, que era el ser más contenido y pragmático ysensato que había conocido nunca, mucho más dolía viniendo de él, ya que la idea de ir contraJacov no me cabía en el alma de lo pérfida que era, y, según me explicaba Ulrich la forma dellevarlo a cabo, de emplear sogas de cáñamo para someter a nuestro maestro como último recurso,solo como último recurso, solo si podía más su obstinación que todos los argumentos en aras delsentido común, me sentía peor, porque eran palabras pronunciadas con la cadencia serena yapegada a la vida que Ulrich había perfeccionado, la voz calma con acento difícil de detectar quesonaba ora alemán, ora húngaro, un acento que apuntaba a tres países distintos en una única frase yque oí por primera vez en el andén de la estación de Tula, Rusia, cerca de la finca de Tolstói,Yásnaia Poliana, cuando Jacov y yo dejábamos atrás Yásnaia Poliana y a aquellos malditostolstoyanos, aquellos miserables tolstoyanos que nos perseguían, según Jacov, para darnos muerte.

Ulrich llevaba meses en la finca, según contó, con aquel acento tan difícil de ubicar, alservicio de la mujer de Tolstói, la condesa Sofía, en calidad de cazador de perros, el mástalentoso y admirado de toda Europa, el cazador de perros más imponente y temible de todaEuropa, capaz de seguir la pista y atrapar perros salvajes con cerca, trampa o veneno, y luego deliberarlos o deshacerse de ellos, dependiendo de los deseos del cliente. La finca de los Tolstóiestaba infestada de manadas de perros salvajes, explicaba Ulrich en el andén de la estación deTula, chuchos engendrados por los perros mestizos de los siervos y sus camadas de chuchos y loschuchos de esas camadas, tal fue así que hubo un momento que se remontaban a seis generaciones,y estas bestias salvajes estaban atacando en grandes manadas a campesinos y a hacendados sindistinción y sin que mediara provocación alguna; llevaban décadas en la finca cuando de repentealgo pasó, como si los perros hubieran decidido levantarse en armas contra la jerarquía de lanaturaleza. Ulrich había recibido un telegrama en su acuartelamiento de la base de Jungfrau, y,

Page 34: El jardín de Reinhardt

nada más ver el apellido Tolstói adjunto, salió para Rusia. A Ulrich le encargaron que reuniera lasperras de los siervos, como las llamó la condesa Sofía. La raíz del problema, en resumidascuentas, era la servidumbre de Tolstói, sus más de trescientos siervos, que tenían un cariñoinmenso a los perros y dejaban que procreasen sin ningún control, orden ni disciplina; por eso,generaciones de perros de estos siervos, asilvestrados en apariencia, recorrían el campo enmanadas, creando el caos, birlando las cosechas, atacando a los niños y follándose unos a otroscon total descaro.

Se aprende mucho observando a esos animales, dijo Ulrich en un tono de gran contención, queera el único tono que Ulrich empleaba. Esos perros sin un sentido del orden que aniquilan lascosechas y atacan a los niños y los dejan malheridos, haciendo escarnio de la belleza de YásnaiaPoliana, tal era así que el conde Tolstói podría estar a punto de posar la pluma en el papel cuandoun tropel de estos perros del demonio daba la vuelta a la esquina justo debajo de su ventana,gruñendo, aullando, ladrando y cagándose, puede que follándose unos a otros o persiguiendo a unama de llaves o lanzando dentelladas a los talones de uno de sus hijos, algo que cuesta imaginar,pero que se puede intentar, conminaba: intentad tan solo imaginaros aquellas bestias salvajes enplena cópula debajo de la ventana del estudio de Lev Tolstói mientras trabaja en una de susnovelas o en sus obras religiosas o quizá en Iván Ilich, una obra extraordinaria, ya que, paraempezar, ese libro fue la razón de que Jacov hubiera ido a Yásnaia Poliana, el catalizador quearrancó a Jacov de su crisis de la mediana edad, lo que él llamaba su «periodo gris», lainterrupción más larga y cruel que había conocido nunca su obra sobre la melancolía, cuando pasósemanas él solo en la «almena de las meditaciones», mirándole a los ojos a la depresión, aseguró,y solo Tolstói y La muerte de Iván Ilich lo habían sacado de lo que él llamaba un estado propensoal suicidio, solo Tolstói y Lamuerte de Iván Ilich le habían reanimado el alma, solo Tolstói y Lamuerte de Iván Ilich habían convencido a Jacov de que no estaba solo en el mundo, de que habíahabido otro hombre que había rozado y tocado y quizá acariciado la luz radiante de la melancolíay vivido para escribir sobre ella, aunque fuera mediante el artificio de la narrativa, la cual, comoJacov no se cansaba de repetir, era la más baja e impura de las artes, seguida de cerca por lapoesía, género que disfrutaba censurando, ya que sabía la alta estima en la que Sonja y yoteníamos lo poético, y a menudo me echaba en la cama, ya fuera en el primero o en el segundocastillo de Stuttgart, a releer la poesía de Goethe o los sonetos de amor de Karl Metzler, miembrofundador de los Tres de Dresde, cuando se presentaba de repente Jacov, insistiendo en que leíademasiado. Lees demasiado, decía, sobre todo poesía, esos versos tan sosos, escritos pordonnadies que se miran el ombligo, pero es que Jacov aborrecía la literatura con todas las letras:toda la vida le tuvo una manía atroz, sobre todo a Las desventuras del joven Werther, lo queparecía impío y depravado e inexplicable, dado que toda Europa estaba embelesada con El jovenWerther, pero Jacov creía que la poesía más honesta y pura de la humanidad era la poesía de lapsicología y la ciencia y, por supuesto, las cuatro nobles verdades del budismo, de las cuales, laprimera era la más alta y cristalina enunciación de la mente humana, y cualquiera que se pasearaal azar por el primer y después por el segundo castillo de Stuttgart podría oír los cánticostibetanos o las toscas grabaciones de los cantos armónicos mongoles que Jacov había reunido ensus múltiples viajes.

Sin embargo, la inquina de Jacov tenía sus excepciones, y, en literatura, era La muerte de IvánIlich, y así nos vimos en Yásnaia Poliana una temporada, antes de que todo se torciera ysaliéramos corriendo literalmente de Yásnaia Poliana hasta alcanzar la estación de Tula, adonde

Page 35: El jardín de Reinhardt

nos siguió Ulrich, acostumbrado a seguir los rastros de las perras de los siervos. He tardado tresmeses, explicó Ulrich, pero he reunido casi todas las perras de los siervos y los cachorros de lasperras y hasta las chuchas preñadas y, sin duda, los machos que engendraron a todos estos canesmiserables; esto dijo en el andén de la estación de Tula, donde Jacov y yo habíamos llegadohuyendo no solo de Tolstói, sino también de sus pícaros discípulos, una hueste de fanáticos sinsentido de la decencia ni independencia de pensamiento, a todo correr para salvar la vida de lasgarras de los tolstoyanos, y daba la sensación de que Jacov y yo llevábamos una eternidadesperando que llegara el tren y nos sacara de Tula y de Yásnaia Poliana y, por último, de Rusia,porque, después de horas de espera, cuando apareció Ulrich, todavía no había tren, ni pasajeros:todo desierto, salvo por el jefe de estación, con sus enormes patillas y un abrigo talar, y no setrataba solo de que los trenes no fueran puntuales; es que parecía que no existían, como si hubieranconstruido la estación de Tula en un punto al que no llegaban y del que no salían trenes, en untiempo quizá anterior a la invención del tren, una idea abandonada, un falso comienzo, aunquesabíamos que no era el caso, pues Jacov y yo habíamos llegado puntualmente a la estación de trende Tula hacía semanas, antes de la audiencia que Jacov tuvo con el mismísimo Tolstói, para quepudiera mirar al profeta a los ojos y ver con los suyos el patetismo de la verdadera melancolía.

Así que reuní los perros mestizos de los siervos, explicaba Ulrich con un acento que podríahaber sido tanto belga como austriaco o búlgaro, porque la condesa, dijo, era la que manejaba elcotarro a todos los efectos, viniendo a decir que llevaba las riendas de la casa, y buen cotarro era,de hecho, con su venerable plantel de peregrinos religiosos y parásitos y escritores en ciernes y sumedia docena de hijos, sin olvidar a las amas de llaves, ni a los siervos y sus manadas sin términode chuchos feroces, los cuales, cada vez que aparecían, hacían que pusieran pies en polvorosa lasvisitas y los Tolstói, y aquello era de verdad un cotarro pasmoso, y yo iba circunvalando la finca,matando perros mestizos, enterrando perros mestizos, a gatas en el bosque por la noche paracomprobar que seguían puestas las trampas, porque la condesa había dejado claro que no queríaque quedara ni un solo perro: hizo voto de que no quedara perro vivo, ni un maldito perro; fuecategórica, sin gastar saliva en balde, en que no quería ver ni una sola chucha o perra mestiza másvagabundeando por Yásnaia Poliana cual puta rabiosa, usted perdone la franqueza, dijo lacondesa, pues hablábamos en el idioma que se acabó hablando en tierra de los francos, y, claro,yo la perdoné, pues no es ya que fuera condesa, sino nada menos que la condesa Tolstói, y,además, era la que me pagaba el trabajo, la que firmaba el cheque por así decir, y, aunque losperros enfurezcan a mi marido, le contó la condesa a Ulrich, aunque él oiga los aullidos de lasmanadas por la noche, sienta su merodeo en grupos más pequeños, y cómo pisotean la tierra negray se atacan los unos a los otros, a él la religión le prohíbe matar a estos perros, y yo le dije a lacondesa que tenía los medios para reunir a los chuchos y llevármelos de allí, ya que estaba al díade los métodos que ponían en práctica los señuelos y trampas más modernos y científicos, peroella se limitó a sonreír, una sonrisa resignada que expresaba una vida entera de callada diligencia;luego, con un movimiento de cabeza, dijo simplemente: no, mátelos a todos; insistiendo en que nodebía decirle una sola palabra de ello a Lev, ni una sola palabra de qué era lo que me habíallevado a Yásnaia Poliana, un sitio de una paz y una belleza sublimes, con plácidas praderas ycolinas onduladas y pastos verdes y, por supuesto, los magníficos abedules, un sitio más en calmaque la calma misma, siempre y cuando, claro está, se tuviera en cuenta a los perros, porque, comoestuvieran al acecho los perros, la finca se transformaba, y el horror campaba a sus anchas, y esoque yo he seguido la pista y cazado los perros rabiosos del centro de Múnich, de Sarajevo y de

Page 36: El jardín de Reinhardt

París, dijo Ulrich, y de otras muchas capitales, pero nada comparado con las perras de YásnaiaPoliana, que, aseguraba Ulrich, eran más agresivas y osadas que ninguno de los perros que élhabía conocido. Los perros ya no pertenecen a la servidumbre de Tolstói, sino que no tienendueño: se pertenecen solo a sí mismos; eso ya lo dejaron claro tiempo ha cuando salieron enmanada de las chozas de los siervos, donde la vida era un caos, pero era buena; en pocaspalabras, los perros dijeron «anda y que os jodan, que ya nos las apañaremos solos». Y eso hanhecho: manadas de perros mestizos y otros cruzados con perros de pura raza, perros esquimales ypastores y nerviosos schnáuzeres, por no hablar de los infernales dóberman; toda clase de perroslos unos contra los otros, viendo cómo les salía lo peor que tenían dentro, porque yo llevo veinteaños haciendo esto, dijo Ulrich en el andén de la estación de Tula, una estación que parecía unaexcavación arqueológica, como un sueño cavernoso; les he seguido la pista a estos perrosmestizos y he visto el comportamiento más diabólico, y es que rehabilito los perros que misclientes no quieren y los voy vendiendo por ahí, para la caza y como perros guardianes y algunoque otro como perro de compañía, pero estas criaturas no valen para llevármelas a la perrera enla base de Jungfrau, ni al campo de entrenamiento canino de Berlín; no: se comportan de maneraque piden a gritos que los sacrifiquen, porque les he mirado a los ojos a estas bestias y he vistolas tinieblas de una pesadilla, una oscuridad sin reflejo; he visto hundirse a Europa en los ojos deestos chuchos.

Había sido, de hecho, el «periodo gris» de Jacov y La muerte de Iván Ilich lo que nos habíallevado a Rusia y a Yásnaia Poliana, y, en dos ocasiones ya, a la estación de Tula; el «periodogris» de Jacov, en el que vi cómo el hombre al que veneraba caía en una gruta sin salida, unsanctasanctórum sin paredes y sin escapatoria, por lo tanto, y Sonja y yo hicimos cuanto estuvo ennuestra mano para cuidar a Jacov lo que duró ese «periodo gris», el interminable preámbulo a sucrisis de la mediana edad en la que no había quien lo apaciguara, perdido en la desesperación desu propia mente, encerrado en la finca de Stuttgart seis meses, negándose a salir, dando vueltaspor el sinuoso segundo castillo de Stuttgart, un abismo tortuoso, una sima de piedra y mármol, porno hablar de las paredes inclinadas, que no llevaban a ninguna parte, llenas de máscaras africanasy estatuas hindúes, Vishnus y deidades de tamaño real, así como alfombras persas de un valorincalculable, comprado todo con dinero del tabaco Reinhardt, que pagó asimismo los honorariosde los artistas cuyas pinturas y retratos, situados en planos inclinados para coincidir de formaexacta con el declive de las paredes, aumentaban en número día a día, y, si había que saltarse unamañana de dictado, lo más seguro era que fuera porque Jacov tenía que posar para un falsificador,ya que había encargado docenas de retratos suyos que, una vez acabados, colgaban sin orden niconcierto en todas las galerías de la segunda mansión de Stuttgart, y ocupaban los salones y losbaños; retratos en una miríada de tamaños y estilos, clásicos algunos; otros, del PrimerRenacimiento o del Renacimiento pleno; ofensivos varios de ellos; otros, de arrebatadora belleza,y más de uno y más de dos, sencillamente sorprendentes en su experimentación, hasta el punto deque alguien podría contemplar el retrato y pensar que no estaba mirando a mi amado maestro, sinola explosión de un barco a vapor o un granero rojo con las puertas abiertas por una deflagración;parecía que los claroscuros de espeso trazo radiaran, parecía que poseyeran poderessobrenaturales, y yo no llegaba a entender cómo Jacov se había hecho con los servicios de todosaquellos artistas, falsificadores a escala mundial que emulaban a Caravaggio con la mismafacilidad que a Bernini o a Delacroix; todo ello antes del «periodo gris», ya que, en cuanto afloróel «periodo gris», sobrevino un tiempo de desintegración y aflicción, y su descubrimiento de La

Page 37: El jardín de Reinhardt

muerte de Iván Ilich fue toda una anomalía, pues Jacov se negaba a leer literatura, y, aun así, dealguna manera adquirió Iván Ilich, y leyó Iván Ilichy la casa cambió de la noche a la mañana,como si hubieran mandado una corriente eléctrica por todos los aposentos, porque antes de leerIván IlichJacov andaba perdido en lo más intrincado de una melancolía larvada.

Jacov era de una generación anterior a la mía, y fue como si los primeros indicios de sumediana edad mostraran lo que yo debía esperar cuando llegara la mía; vi la reflexión serena queembarga cuando ya se han escrito los primeros capítulos de la vida de una persona, cuando eloptimismo que informaba mañanas más nuevas y luminosas es solo un vago recuerdo, reemplazadopor una lástima callada y las patas de gallo, la espalda dolorida y unas piernas que se cansan deestar de pie; no se está cómodo en ninguna postura, uno ya no encaja en su propio cuerpo, y laenergía necesaria para ponerse de buen humor lo deja a uno agotado y merece la pena solo lamitad de las veces; el mero hecho de la existencia y lo que conlleva parecían una tarea ingente.Miraba a Jacov y me veía a mí mismo en quince años, ya que Jacov, en su «periodo gris», entró agatas dentro de sí mismo y cerró los postigos; la energía, la histeria esplendorosa, habíadesaparecido; dejó de poner el Parsifal de Wagner, preludio de mis dictados, y, casi siempre,cuando lo esperaba impaciente en el vestíbulo, Jacov se limitaba a despacharme con un gruñido.Una o dos veces, al azar, puso el grito en el cielo por lo mucho que odiaba la melancolía. Nosoporto pensar en la melancolía, exclamaba, es un castigo, un horror. La sola palabra ya me irrita.Reniego de la melancolía y de todos sus jaeces, ya que la flor se ha desintegrado en mi alma,decía, mis ideas no brotan más, no entran en erupción ya, y me veo obligado a sacarlas a rastrasde sus sepulturas, donde solo quieren tenderse a esperar la muerte. Dejó de citar a Aristóteles yempezó a dar largos paseos para reflexionar sobre la naturaleza de la existencia, lo cual, entiempos, era el pistoletazo de salida de sus meditaciones, pero más parecía ahora verdaderadesesperación por aferrarse con uñas y dientes a una luz lejana. La atmósfera de la casa revelabala pesadumbre de su depresión larvada, que él achacaba al abandono de la melancolía pura, unamelancolía que no creía haber merecido todavía, ya que toda la melancolía que había sentidohasta entonces no era sino la práctica para esta melancolía pura que puede que llegara o no,porque yo te pregunto, me preguntaba a mí: ¿qué pasaría si no llegase nunca? ¿Qué pasaría sitantas fueran las ganas de la melancolía pura e inmaculada, la melancolía sin mácula, que, de puraangustia, hicieran que perdiera fuelle y no me dejaran abrazarla, y, por ende, cuanto más meconcentrase, cuanta más furia pusiera yo en mi cruzada, más la espantara de mí?

Y es que Jacov lo llamaba así, una cruzada, y yo le aseguraba que no fracasaría; era imposibleque fracasara, porque era un agraciado, un santo en vida, por lo menos a mis ojos, y no habríatraspiés ni flaqueza, sino un periodo de intensa labor que culminaría en una obra sin parangón deuna gracia divina desgarradora que sacudiría los cimientos del planeta y le mostraría a lahumanidad, por fin, la belleza y la naturaleza divinal de la melancolía, y Jacov, tembloroso ya, meagarraba, suplicante, del brazo. Su «periodo gris» había hecho mella en él; parecía frágil, habíasufrido menoscabo, y aquella racha o crisis lo había asolado; el «periodo gris» fue una úlcera queengulló su alma. Las palabras que le dirigí con ánimo de disipar sus temores habían tenido escasoefecto. Un inconsolable Jacov creía que había sobrevenido un periodo mortecino, algoindescriptible; él temía que la desolación del abismo, algo permanente, lo hubiera engullido. Yo,desde luego, estaba más avisado; había visto su alma desnuda y, sin decir palabra, supe lo que élno sabía: el patetismo innato que era propio de su naturaleza, más incrustado en su persona que losmismos huesos, no sabía de sustos e intimidaciones, ya que era más inamovible, más leal a él que

Page 38: El jardín de Reinhardt

su propia sombra.Aun así, había mañanas que, al despertar, hallaba a Jacov a los pies de mi cama con la cara

empapada de lágrimas, y parecía un ángel, o un recién nacido que ha envejecido de repente. Dejóde recorrer el castillo buscando a Sonja para hacer el amor, ya que las puertas del eros,aseguraba, se habían cerrado, y, en vez de eso, lo que buscaba era la soledad y el aislamiento,muchas veces en la «almena de las meditaciones», donde escuchaba grabaciones de músicasagrada en hindi o se perdía en las crecientes dependencias del segundo castillo de Stuttgart,aquellos pasillos innumerables que llevaban Dios sabía adónde, las nuevas alas del edificio queconstruía anualmente, amuebladas, acrecidas y pagadas con dinero del tabaco Reinhardt. Jacov sepuso sentimental y lloraba a la más mínima provocación. En un paseo en concreto, pasamos juntoa una réplica del arroyo de su niñez en Knin, una imitación tan precisa que las aguas bullían concarpas criadas de la misma familia de las de aquel arroyo. Se me hizo presente su silencio y, alencararlo, vi que estaba llorando. ¿Qué pasa?, pregunté. Esas ramas, murmuró. ¿Cuáles? Esas deahí, dijo, en esa haya; no sé por qué, pero son la cosa más triste que he visto nunca, y lloró comoun hombre al que lo come la ira por dentro, alguien que busca a tientas la redención, pero cuyosintentos marra la mala fe, y yo miré las ramas temblorosas, que parecía que contuvieran de algunamanera la respuesta, o puede que fuera la pregunta, de por qué se le abría una sima a mi maestroen las entrañas, pues, de hecho, se le había abierto un agujero, no muy distinto a un vacío o unaoquedad, parecido a esos descubrimientos recientes en el cosmos, una masa negra que ocupa elespacio en el que en su día hubo una estrella, algo que devora al parecer lo que está a la vista,incluso, al final, a ella misma, aunque, antes de devorarse a sí mismas, las estrellas engullen gente,aceras y ciudades, planetas enteros, de manera que devorar el alma de Jacov era bien poca cosa,algo de lo más sencillo, y quizá, pensé, con un estremecimiento, era eso lo que se le había abiertodentro a él también.

Jacov daba innumerables paseos por la finca de Stuttgart, entre el primer castillo y losandamios sin fin del segundo castillo de Stuttgart, que, después de seis años o más, todavía estabaen construcción, y, en esos paseos, Jacov volvía a recordar a Vita, y a veces, en su «periodo gris»,murmuraba cosas en su idioma malogrado, y a mí me entraban escalofríos; era un dialecto quetenía toda la pinta de haber sido inventado por el diablo, ya que, cuando hablaba en esa lenguaextraña, buscaba con los ojos una distancia más allá del mundo físico, más allá del horizonte de lafinca, en pos de los dominios en los que ella yacía. En su «periodo gris», Jacov perdió el hilo dela vida. He perdido el hilo de mi vida, confesaba a la hora del té, con la música de Wagner en elgramófono tan baja que apenas si era discernible su melodía. Me ofrecí a frotarle los pies, perohizo caso omiso, insensible, por lo visto, a mis palabras, y hasta se puso de pie. El hilo que me haacompañado el tiempo que llevo solo en el mundo, decía, desde el momento en el que a Vita leentró aquella tos y la acostaron, aquella tos que marcó el final de su vida y el principio de misufrimiento, perdido es para mí el hilo flexible y maleable de la melancolía, pues el cansancio, laanemia o la indolencia, o puede que las tres cosas, me impiden dar con ese hilo y aferrarme a él.

Jacov se paraba muchas veces a contemplar el día del entierro, y recordaba el momento en elque la bajaron a la tierra, o, si no, el día anterior, cuando estaba tan blanca y quebradiza como unaramita, boqueaba sin aire, y le sonaba el pecho como el traqueteo de una moneda en una hucha. Yoquería susurrarle al oído a Vita, decía Jacov, para decirle en nuestro idioma (una lengua que solohablaban dos personas; por lo que su muerte acabaría con la mitad de los hablantes) que yo jamáslo superaría, que mi lealtad a ella cuajaría en una vida de aflicción eterna, y, aunque no lo

Page 39: El jardín de Reinhardt

formulase así en mi cerebro de niño, admitía Jacov, de alguna manera mi alma de nueve añosentendía la futilidad de toda esperanza y la recompensa de la melancolía. Sonja y yo quedamosparalizados, temíamos que Jacov nunca volviera a ser el mismo, que el Jacov exultante, el Jacovhistérico, el Jacov que perdía la cabeza por la melancolía hubiera desaparecido para siempre.

Sigo sin saber cómo adquirió La muerte de Iván Ilich, dado que el responsable de comprarlos libros de las listas que él me daba era yo, los incontables títulos garabateados en un chorreode tiras y trozos de papel, signos apenas coherentes con los títulos y autores de los libros quenecesitaba, en ocasiones, dos o tres veces al día. Los libreros de Schlossplatz me tuteaban, ya que,a mi llegada a Stuttgart, siguieron al cabo mis pesquisas con el fin de hallar a los mejores médicosy especialistas para que se ocuparan de la inquietud sin término que yo tenía a causa de mi frágilconstitución, los muchos médicos y enfermeras de Stuttgart que llegué a conocer bien debido a mismuchos trastornos: el doctor Krüger, por ejemplo, un especialista pulmonar, y, todos los martes,tenía cita fija con el doctor Guesenstach, un hematólogo, y, cada dos viernes, le pedía a toda costaque me hiciera sangrías, pues sentía que tenía la sangre demasiado espesa o demasiado diluida; enfin, que me parecía que no estaba bien, que nunca lo había estado, y así visitaba yo a estosmédicos y a un puñado más todas las semanas o cuandoquiera que acabara de recoger los librosde Jacov, o estuviera libre de tomar dictado o de ver a Jacov mientras dormía, y a veces iba averlos solo para presentarles mis respetos, puede que para pedirles que me tomaran el pulso, puesla enfermedad es el estado perpetuo del ser humano, y todo día de buena salud exige su devengo.En cualquier caso, a Jacov lo fiaban sin tasa en estas librerías, y los libros eran siempre defilosofía y de psicología y ciencia, nunca de literatura, así que La muerte de Iván Ilich era uncompleto misterio, apareció con un golpetazo ensordecedor entre la rutinaria pila que guardabasiempre, y, aunque se parecía a los otros libros, lo que contenía dentro le arrancó el alma a Jacov,puesto que, una vez descubierto, el cambio fue inmediato.

Una mañana oí el temblor del Parsifal de Wagner detrás de su puerta y salté de la cama y mevestí con gran alivio, ya que siempre he dormido desnudo, solo con medias, porque, en el sueño,la carne desnuda se cura de los esfuerzos del día, y la ropa dificulta y retrasa la renovación delcuerpo, pero es que, además, tiene efectos negativos en algunos casos, motivo de discusiónrecurrente entre mi padrastro y yo, y también con Jacov, que se mostró dubitativo cuando lo animéa que echara su camisón al fuego, pero aquella mañana distinguí a Wagner y, para ser más exactos,el Parsifal, y supe que había saltado un gozne, se había abierto una compuerta. Jacov leía una yotra vez La muerte de Iván Ilich, en su estudio, daba vueltas por la cocina, o rodeos alinvernadero del segundo castillo de Stuttgart, y, en su «almena de las meditaciones», recitabalíneas y pasajes, y, una vez que le dio fuerte por la lectura, cosa rara en él, empezó a copiar Lamuerte de Iván Ilich a mano, con la esperanza, dijo, de que su sabiduría se le transmutara a él delpersonaje de Iván Ilich o del mismo Tolstói, lo cual, en cierto sentido, era una y la misma cosa.Iván Ilich es el mejor ejemplo de melancolía que he visto, me contó. Iván Ilich es en sí mismo lamelancolía, solía proclamar, entusiasmado, la menos diluida, la más melódica, la melancolía másmeliflua, cuajada en palabras, al lado, por supuesto, de los escritos melancólicos del estimadoEmiliano Gómez Carrasquilla, lo cual no es decir nada en realidad, decía, pero yo lo digo detodas formas.

Antes de Iván Ilich, reinaban la confusión y el presentimiento, un Jacov enclaustrado en susideas sobre la muerte, la estridente imagen de su querida Vita muerta, alzándose del abismo.Después de Iván Ilich, vino la serenidad y la gracia, una visión clara alumbró su obra sobre la

Page 40: El jardín de Reinhardt

melancolía, una sensación de paz y euforia, porque, explicaba Jacov, para entender la melancolía,uno tiene que estar eufórico o, por lo menos, satisfecho, aunque ayudaba sentirse histérico, que sepalpara la histeria, añadía con una histeria harto palpable. La satisfacción, la histeria y laoscilación constante entre una y otra son los caminos que llevan al bosque de la melancolía, dijo;si uno no está satisfecho, no puede encontrar el camino que lleva al bosque donde reside lamelancolía y, sin histeria, uno se encontrará a sí mismo perdido para siempre en la maleza de laignorancia, donde mora el resto de la humanidad.

Volvía a sentirse la melancolía en el aire, y zumbaba el segundo castillo de Stuttgart. Faltabanunas semanas para que demolieran el primer castillo, vacío ya, y los tres nos habíamos mudado alsegundo castillo de Stuttgart, en el que amplios surcos ocupaban las proximidades del viejo huertode frutales de los Möller, o quedaban adyacentes a él o encima mismo, para que, en palabras deJacov, «se jodieran sus almas imperecederas», un Jacov que había hecho hincapié, para más inri,en que su estudio diera al trecho de tierra donde en su día se levantó el pomar de los Möller, esehuerto que cautivó y torturó a Jacov hasta el final de sus días, el huerto aquel que lo obsesionabapor razones que nunca logré determinar. Sonja ocupó un apartamento en la tercera planta, y, yafuera de modo intencionado o no, era el piso cuya existencia más costaba adivinar, accesible solopor un tramo de escaleras oculto en parte detrás de estanterías festoneadas y un retrato enorme deJacov a cargo de Ludwig Boch, un logro admirable que representaba a Jacov, con un aspectovagamente imperial, ataviado a la usanza de un soldado austriaco de infantería en las trincheras dela batalla, blandiendo la espada por lo alto del corro de usurpadores enemigos, todos ellos, conbastante probabilidad, kleinianos o, cuando menos, símbolos o motivos o peleles kleinianos,seguidores del loco aquel, aquel imbécil, el donnadie aquel, y todos enemigos de la melancolía;una obra adusta, hosca, salvo por el pelo rojo de Jacov, de un rojo tan violento que casi saltabadel lienzo. Fue por aquel entonces también cuando a Jacov le recetaron cocaína por primera vez,en un intento, dijo el doctor Schmidt, de equilibrar los cambios de humor de Jacov y, esperábamosnosotros, de levantar un tanto el telón que había caído sobre el escenario de la mente de mimaestro, y el renovado entusiasmo de Jacov por su obra, así como el descubrimiento de Iván Ilichcoincidieron con el consumo de la cocaína, lo que él llamaba una droga milagrosa.

La cocaína es una droga milagrosa, no hacía más que decir Jacov, una vía de acceso a losdioses. La cocaína ha vuelto a hacer que vea todo el alcance de la obra de mi vida; la cocaína hapropiciado el florecimiento de la melancolía dentro de mí como un campo de edelweiss, pero unamelancolía más suntuosa, impregnable y cósmica que ninguna de las que he conocido antes, y,mientras él clamaba entusiasmado, yo me quedaba sentado o de pie, extasiado por sus cambios dehumor, por la creencia vehemente en su propia habilidad sublime, y no me acuerdo de si lacocaína vino antes que Iván Ilich o si Iván Ilich vino antes que la melancolía, si la cocaína brindóuna lectura más honda de Iván Ilich, o si fue la lectura de Iván Ilich lo que lo llevó a una ingestamayor de cocaína, porque ambas cosas se influyeron profundamente la una a la otra, pero ambasunieron sus fuerzas, de manera que el consumo de cocaína por parte de Jacov y su lectura de IvánIlich parecían un solo acto auspiciado por el destino, y sus sermones iban de lo más elevado a lamedianía y la bajeza, arengas infinitas llenas de amenaza, bilis y rencor, salpicadas de abundantesinterrupciones sucesivas para tomar cocaína y así poder luego seguir con arengas de amenaza,bilis y rencor todavía más extensas.

Sus diatribas contra Klein y los kleinianos, sobre todo, se revestían del aspecto de un horror yuna demencia inmensos, acusaciones, sospechas y complots que eran pura conjetura, y que echaba

Page 41: El jardín de Reinhardt

por la boca de forma incontrolada hasta dar un tufo a paranoia, aunque apuntaran a una mínimaverdad, ya que yo no había conocido a Klein, pero sí, claro, conocía a mi maestro y hay quesuponer que conocía el alma de mi maestro, tenía un conocimiento profundo del alma de mimaestro, y, lo que es más, confiaba en el alma de mi maestro y, por eso, no paraba en mientes en elconsumo de cocaína, porque, si Jacov aseguraba que eran todos unos bestias, unos cabrones yunos «desechos intelectuales», entonces era que lo eran de todas todas, y ¿quién era yo paradesdecirlo? Por las mañanas, me paseaba de un lado para otro a la puerta de su estudio, con ganasde empezar a tomar dictado y volver a llenar los cuadernos de su biblioteca, que crecía cada vezmás, o deseoso quizá de poner por fin algo de orden en el conjunto de estanterías repletas de losestudios que me había dictado, millares de los más hermosos pensamientos, aforismos y filosofíassobre la más sombría de las emociones humanas. Wagner resonaba como las botas de un ejército alas puertas del castillo, y yo esperaba a la suya, en aquel vestíbulo de inclinación absurda yángulos inverosímiles, más acusados todavía al ser intencionados, el castillo nuevo, el segundocastillo de Stuttgart, grotesco hasta en su inacabado estado, pues se hacía uno idea del desordenreinante en la mente brillante de Jacov al verlo reflejado en el picudo trazo de los espaciosinteriores, en los pasillos que se iban estrechando, en los descansillos, a la vista, pero siempreinalcanzables, en los rincones que trabaron y torcieron más tobillos de los que pude llevar lacuenta; aun así, su mente y el amor que yo sentía por su mente superaban con creces cualquierconsideración arquitectónica, pues ¿qué son los bastos elementos de la tierra puestos cabe elinfinito?

No obstante, las ganas que tenía yo de volver a tomar dictado como antes quedaron enseguidaen agua de borrajas por las ideas de Jacov que la cocaína confundía, por su deseo de nadar en laréplica del estanque o de contratar a médiums para comunicarse con su hermana, o quizá de darseun paseo a la luz de la luna por la finca de Stuttgart o incluso de adentrarse en la ciudad, rumbo ala Schlossplatz o a la cervecería o a la taberna de Bruno Heinzl, donde los demócratas socialistas,instalados cómodamente en los bancos, se pasaban el día bebiendo espumosa cerveza ydiscutiendo, y es que nada le era más grato a Jacov que burlarse de los parroquianos, de burguesesy de proletarios por igual, pues a ninguno de ambos grupos pertenecía: no hacía más que decir queél era solo una mezcla de artista, psicólogo y científico; por eso, los burgueses y los proletarios leeran ajenos, meros rebaños de seres humanos con etiquetas inamovibles, no muy distintos de loskleinianos o de los eurofuturistas o de los marxistas, sobre todo de los marxistas, que searremolinaban últimamente en los cafés de la Schlossplatz para discutir y patear el suelo.

A Jacov le temblaban los ojos; los tenía húmedos a causa del frío, le resbalaban las lágrimaspor las mejillas, ya que prohibía el uso del abrigo, y ni siquiera me dejaba que yo le llevara uno,puesto que el frío, insistía, le hacía bien, el mismo frío gélido que daba vigor a Jacov cuando seentregaba a sus meditaciones budistas en el estudio con las ventanas abiertas y sin vestir ni unasola capa de ropa que no fuera su guardapolvo favorito; en verdad, algo dentro de Jacov se habíaliberado; puede que fuera bueno, puede que malo, y, si antes había sido ambicioso, más lo eraahora, aunque se trataba de una ambición temeraria que bordeaba el abismo y hacía que yo temierapor nuestro futuro.

Después de copiar a mano La muerte de Iván Ilich tres o cuatro veces, Jacov me dioinstrucciones para que comprara todas las copias disponibles en Stuttgart, en todas lastraducciones, al alemán y al polaco, así como el original ruso y, de paso, para que pasara por laconsulta del doctor Schmidt para recoger otra receta de cocaína, pues uno no debía sumergirse en

Page 42: El jardín de Reinhardt

su obra más brillante y quedarse a medias, ver el horizonte, por ejemplo, atisbar el propio triunfo,por ejemplo, apretarse los machos, por ejemplo, y luego tropezar en el último tramo. Al final,terminó haciendo lo que yo debía haber visto venir: tenía que visitar al propio Tolstói, y yo, porsupuesto, lo acompañaría, y quizá rezaría con Tolstói y compartiría ideas con Tolstói y quizáacabara comulgando con Tolstói, puesto que Tolstói era un espíritu afín capaz de comunicar loscaprichos de la melancolía a través del arte menor de la narrativa, y, aunque detesto la narrativa,dijo, aunque aborrezco leer narrativa, dijo, aunque la narrativa es cosa de adultos ya creciditosque juegan a la fantasía y los tiros largos, dijo, Tolstói ha captado el estado moderno de lamelancolía. La muerte de Iván Ilich cayó en mis manos por algo, afirmó, y, en cuanto se enteró deque Tolstói había dejado la literatura, llamado por una vocación espiritual, fue como si la finca deTolstói, Yásnaia Poliana, lo hubiera estado esperando todo el tiempo, pues renunciar a laliteratura era prueba, daba fe Jacov, de la conexión telepática que compartían ambos. Pero enYásnaia Poliana las cosas salieron mal, y, al huir de los seguidores de Tolstói, en el andén de laestación de Tula, Jacov ya no se consideraba un tolstoyano, sino un extolstoyano o un tolstoyanodesterrado, o, como mucho, un tolstoyano de dudosa reputación, y, en aquel andén, cuando solonos quedaba un trayecto en tren para estar a salvo, apareció Ulrich, de anchos hombros y firmezaen el empeño, diestro en rastrear perros y personas, y orgulloso de ello, a quien mandó en buscanuestra el propio conde Tolstói, como un episodio sacado de una novela mala.

Jacov desdobló un fajo de dinero del tabaco Reinhardt con la esperanza de que Ulrich nosdejara en paz. No nos has visto, apuntó Jacov, y guiñó primero el ojo derecho y luego el ojoizquierdo, luego metió los billetes en la enorme garra de Ulrich. El sinsentido, el fiasco, latontería de Yásnaia Poliana se debieron al orgullo de Jacov; cinco días y no pudo cerrar unaaudiencia con el conde Tolstói, nada más que dos asientos a la mesa del desayuno con loscampesinos. Recibieron nuestra llegada con indiferencia, puede que con desdén incluso, y esosolo vino a exasperar a Jacov, quien, irritado por el aburrimiento y sin poder conocer al maestro,decidió tirarse a Masha, una de las criadas, que resultó ser sobrina lejana de Tolstói, y lo quehabía empezado como una estancia de cuatro días sin ningún incidente, alojados en una cabañapara los invitados que había en la finca, después de vislumbrar brevemente al profeta en suconversación con los siervos, o en sus paseos solitarios entre las comidas, acabó con nuestrahuida a pie. En Yásnaia Poliana, Jacov no paraba quieto, lo atormentaban el insomnio y laansiedad, y, a lo tonto, a lo tonto lo bailo, añadía, empecé a flirtear con Masha, y bien pronto lehabía hecho el amor a Masha, y Tolstói se enteró, se quedó blanco, porque Masha era su criadafavorita, pero también porque era sobrina lejana suya, su preferida, la única, de hecho, a la queLev dejaba entrar en su estudio por la mañana para llevarle un té negro y fuerte, en una taza deporcelana con incrustaciones de oro y el escudo de Pedro el Grande, una vajilla que el condeTolstói, por razones políticas, miraba a la vez con afecto y repulsión. Siempre le llevaba al condeel té negro con dos galletas de mantequilla y un dedalito de mermelada de moras, le contó enconfianza a Jacov después de tirársela en la cabaña de invitados, detrás de los manzanos y en lavereda en sombra, a tres leguas del vecino más cercano, un tramo de estepa que tenía como un ecosin palabras de lo que es el sentido ruso de la pena, explicaba Jacov, la pena inconfundible, tanamplia y operística, una extensión de árboles muertos y tierra en barbecho en la que nada crece;de hecho, añadió, es una tierra que no parece madura para nada que no sea la hambruna, sin floresni hierba, ni trébol rojo; en resumidas cuentas, nada de vida, sino solo una especie de marismaenvuelta en neblina rusa y sombras rusas y rusa desesperación; de cualquier manera, Masha no era

Page 43: El jardín de Reinhardt

criada, afirmaba en el andén de la estación de Tula, sino una sierva de poca monta y una cotilla.Quería que yo le hiciera el amor para darle celos al viejo. ¿Su tío?, pregunté. Jacov encogió loshombros: ¿quién sabe? Estaba obsesionada con la mejora cultural y el sacrificio, y ¿hay mayorsacrificio que desear a tu famoso tío y hasta quizá tirártelo? A eso no supe qué decir.

La indignación de Tolstói al saber que un extraño, y encima croata, había seducido y le habíahecho el amor a su querida Masha lo dejó tambaleante, y el ambiente en Yásnaia Polianaenseguida se volvió siniestro. Vimos desde la cabaña de invitados que los tolstoyanos seapelotonaban en corros y organizaban pequeñas patrullas, así que recogimos rápidamente la ropay huimos a pie. Logramos parar un carruaje a unos dos o tres kilómetros de la finca, y nos dejó enla estación de tren, donde Jacov no paró de esnifar cocaína, ni yo de dar vueltas por el andén eimaginarme a una pandilla de indignados tolstoyanos que nos buscaban por el pueblo, armadoscon espadas y pistolas, una escena que, al final, no resultó muy alejada de la realidad. Que sevayan al infierno, dijo Jacov entre risas; son pacifistas, o sea que o vienen y me atacan ydemuestran que son unos hipócritas, o que se enfrenten a mí y se vea lo cobardes que son. Teníalos ojos tan rojos como el pelo, hacía erráticos y grandilocuentes gestos, parecía que sus propiosbrazos se fueran a volver en cualquier momento contra él mismo. Dos esnifadas más de cocaína, yJacov me llamó a su lado con una sonrisa taimada; me parece que también podrían andar buscandoesto, y, a continuación, sacó un caballo de oro del abrigo de sarga que llevaba puesto, un caballoencabritado sobre las patas traseras, en lo alto de un pedestal. ¿Qué es eso?, pregunté. Unpisapapeles, dijo, o eso creo al menos. Masha dejó caer que era una de las más preciadasposesiones de Lev, un recuerdo de su campaña en el Cáucaso, y, cuando el conde se unió a sussiervos en los campos, me metí en su estudio. ¿Lo robaste?, pregunté. No hizo falta respuesta, yvolvió a esconder el caballito de oro en el abrigo, un recuerdo, un pisapapeles, una reliquia quemás valía de arma que de motivo decorativo, y nos quedamos sin saber si Tolstói quería nuestrascabezas porque Jacov se había tirado a Masha o por el saqueo del pisapapeles.

Pero entonces llegó Ulrich, primero para prendernos, luego para liberarnos, pues, en elmomento en que sus ojos cayeron sobre el dinero, saltó a la vista de manera clamorosa cuál era lanaturaleza de Ulrich y el pragmatismo con el que miró el fajo de dinero del tabaco Reinhardt quele ofrecían, y Jacov dejó meridianamente claro que el fajo era apenas un pequeño adelanto, y secerró el trato sin necesidad de ceremonia: Ulrich recibiría un estipendio mensual o «salario» y seunió a nosotros directamente en calidad de secuaz o ejecutor, cómplice de la miríada dedesempeños, envidias y paranoias de Jacov, así como de los miles de ajustes de cuentas que teníapendientes, dado que una tregua con mis enemigos, afirmó Jacov en el andén de la estación deTula, y son legión, y su estupidez no tiene límites, es del todo inaceptable.

Jacov tenía en cuenta a todo el mundo, y les ponía etiquetas, no solo a los kleinianos, a los quellamaba la masa silenciosa y amenazadora, la masa informe y peligrosa, la masa artera, falaz yladina, lo mismo que los paletos de Knin, decía, esos advenedizos perezosos e ignorantes quellevan el mundo a la ruina y destruyen y corrompen lo que tocan, y no solo por el hecho de tocarlo;no, es que ya tan solo de pensar en ello lo arruinan. Este puesto me viene al pelo, dijo Ulrich,mientras contaba un fajo de billetes de un grosor capaz de obturar una chimenea; si le soy sincero,estoy hasta la coronilla de los chuchos de Yásnaia Poliana, que el demonio los confunda. Y que sequeden con mi baúl también; lo que es yo no pienso volver. Mi lealtad está con el dinero, dijo, yel chorreo de dinero del tabaco Reinhardt nunca tendría fin, caería en cascada en cantidades cadavez más generosas, un desprendimiento que le proporcionaba a Ulrich una libertad sin límite para

Page 44: El jardín de Reinhardt

entregarse a sus pasiones, ya fuera entrenar perros de presa o la compraventa de bienes inmueblespor toda Europa, sobre todo en las afueras de Minsk, donde había invertido fuerte hacía pocotiempo, en una hilera de bloques de apartamentos para compradores de bajo presupuesto, hogarescasi todos para trabajadores de fábricas y familias destrozadas. Yo soy terrateniente de barrio,confesó en cierta ocasión, ¿a qué negarlo? No me sale eso de darme aires. Es más, es que meaburro con facilidad. Aprendí de pequeño que no le tengo miedo casi a nada; de hecho, como notengo noticia de nada que me haya dado miedo, pues lo voy buscando por ahí. La violencia ayuda,pero me entra el aburrimiento y tengo que salir a buscar perros asilvestrados, que, por algunaabstrusa razón, me calman los nervios.

Sin embargo, en la selva de Gualeguaychú, unidos a la realidad por tenues hilos, veía ahora aUlrich enfrentado a lo que más miedo le daba, y era la traición, ya que se arrodilló a mi lado einsistió en que tomara partido, en que lo ayudara cuando llegara el momento, y me entró frío y mesentí molesto, y, aunque le imploraba con los ojos, Ulrich estaba decidido; pese a que notaba quese me llenaban los pulmones de flujo, señal, sin duda, de que por fin había cogido la tuberculosis,eso y el hormigueo en los dedos de los pies, que era o botulismo o la temible «tos tártara», Ulrichno quiso ni hablar de ello. Nos podían atacar en cualquier momento, dijo; mañana desviaré la rutalo mínimo posible; eso nos sacará, quiera Dios, de la selva de Gualeguaychú y nos llevará devuelta una vez más a San Rafael, y me acordé de las chabolas y chozas de San Rafael y de losproblemas que tuvimos con los lugareños nada más acercarnos entre la niebla, llenos de barro ydelirantes todos, como una santa compaña, pues, a decir verdad, no sabría decir cuánto tiempohabíamos estado a la intemperie, porque nuestra existencia había sido una repetición sin término,con la tierra húmeda pegada a cada arista de dicha existencia, desde las botas y la ropa a lascaras, lo que hacía que nos pareciéramos los unos a los otros, y ¿quién era capaz de contar lashoras y su división en días o semanas o meses?

Habíamos salido de Montevideo hacía lo menos cinco meses, y yo estaba casi seguro de quehabíamos abandonado el Uruguay; puede que hubiéramos cruzado la frontera con Argentina, opuesto rumbo al norte por error y entrado en Brasil. ¿Quién podía saberlo? Si era todo borroso enla selva con la niebla, semanas de búsqueda infructuosa de San Rafael y Carrasquilla, todo bajoamenaza de muerte, con las flechas camufladas de los yaros apuntándonos. San Rafael era elpueblo que habíamos estado buscando en vano hasta que, por pura y absurda casualidad, lohallamos, el pueblo en el que Emiliano Gómez Carrasquilla, el gran chamán de la melancolía,tenía su supuesta residencia, y cuando Javier, aquel intérprete de pacotilla, como lo llamabaJacov, les dirigió las primeras palabras a los lugareños, sobre todo, el nombre de EmilianoGómez Carrasquilla, pensamos que nuestra última hora era llegada, porque tres de ellosdesenfundaron las pistolas debajo de los ponchos. Eres el intérprete más detestable sobre la faz dela tierra, le dijo Jacov a Javier, el intérprete más execrable y peligroso, escupió, un intérprete quepreludia nuestra muerte con cada palabra que pronuncia, como si, en vez de llevarnos por la sendade la vida, quisieras acercarnos a la muerte.

Encontramos San Rafael cuando casi nos habíamos dado por vencidos; Jacov mascaba entrecuatro y cinco bolas de coca al día, y le hacía mucho menos efecto que el alijo de Stuttgart; eso yla plenitud de la selva tropical, con su tupido verde y la luz temblorosa, se habían convertido entormento de su persona. La perpetua neblina que colgaba en el aire y cubría la vida en todos susdetalles Jacov se la tomaba como una afrenta personal. Su abstinencia de la potente cocaína deStuttgart hacía que se tambaleara, y despotricaba contra la repugnancia de Sudamérica, una tierra,

Page 45: El jardín de Reinhardt

decía, un continente, insistía, que desvela su depravación escondiendo sus mejores mentes,verbigracia, Emiliano Gómez Carrasquilla, el más grande, el observador más sagaz de lamelancolía del siglo pasado.

Entonces nos dimos de bruces con San Rafael, no cabía duda por el letrero de madera querezaba «San Rafael», pero la fortuna de haber hallado el pueblo del gran filósofo nos la amargóJavier cuando intentó comunicarse, haciendo que un un Jacov que temblaba por la abstinencia dela cocaína, maldijera la incompetencia y la mala suerte de haber contratado a Javier para empezar,pues el español era tan inepto que gastábamos más energía en hacer que callara que él enchapurrear los crípticos dialectos hablados en la jungla. Jacov aprovechaba cualquier oportunidadpara denostar tanto a España como el idioma que había producido, un idioma estúpido, escupió;hasta los indígenas de la jungla saben que más les conviene no hablarlo. Que se vaya al carajoEspaña, decía un furioso Jacov, que se vaya al carajo esa nación que te engendró a ti y a Madrid,¡esa cloaca de ciudad, esa pústula de ciudad, esa auténtica herida que le salió a Europa y almundo! Madrid es lo que pasa cuando millones de idiotas procrean, y sus hijos, que son todavíamás idiotas, procrean también, que follar es lo único que puede que se os dé bien a vosotros, losespañoles, y, cuando estuve en Madrid, me dolía el alma, y el tiempo simplemente se detuvo,como si me hubieran mandado al infierno, porque Madrid es el arquetipo del infierno, Madrid esel simulacro del infierno: se parecen los dos hasta en el último detalle, hasta en la más mínimaarista imaginable, y, si estuviera en mi mano, ni siquiera te mataría, sino que valdría con que temandara de vuelta a esa tierra maldita, que es, en realidad, lo que te mereces, y eres tan estúpidoque hasta te gustaría, y esta pulla final fue seguida al cabo de la ingesta de una bola de coca.

En un principio, al dar con el letrero de «San Rafael», Jacov sintió que estábamos salvados.Estamos salvados, rugió para que lo oyéramos los doce que quedábamos, con una voz queatravesó la niebla igual que un espectro, y es que los últimos días los habíamos pasado a másaltura, y la neblina era tan espesa en aquellas elevaciones que solo alcanzábamos a ver retazosdispersos de unos y otros, cada día que pasaba nos dábamos cuenta de que otra persona habíadesaparecido, puede que hubiera desertado, aunque lo más probable era que hubiera caído por unprecipicio, pues la mula no tiene noción de dónde acaba la tierra y dónde empieza la muerte. SanRafael era casi con toda seguridad el sitio, sentía Jacov, donde encontraría a Emiliano GómezCarrasquilla, el profeta malogrado de la filosofía melancólica al que Jacov había descubierto porprimera vez cuando salió de Knin con catorce años para estudiar en el noble colegio de éliteHarmsgradt Institute y Gymnasium, a las afueras de Bucarest, un centro privado en el que habíanestudiado luminarias como el violinista Rolf Brâncoveanu, el dirigente comunista Mircea Bogdany el crítico teatral Andreea Antonescu. A los catorce años, Jacov era un ser marginado, un pariaautoproclamado que se empeñaba en renunciar al alfabeto croata y hablaba el idioma que habíacompartido con Vita, y no es ya que salpicara su habla de frases, sino que solo hablaba en suinventada lengua; en resumidas cuentas, hacía completo menoscabo del croata y ponía gran énfasisen articular las palabras inventadas, de manera que, cuanto más decía y con más pasión loenunciaba, más se convencían los lugareños de que Jacov estaba poseído por el demonio, y suspadres estaban deseando mandarlo lejos de casa, ya que habían pasado cuatro años desde lamuerte de Vita, y, en vez de pasar el luto y madurar, Jacov se había aislado más, devorado por laangustia, como si la muerte de su hermana melliza fuera una herida que acabara de infligirle lavida, y fue una noche sofocante de junio cuando abordó a sus padres, sentados delante de lachimenea vacía, y les explicó en el croata más claro y nítido que habían escuchado nunca, con una

Page 46: El jardín de Reinhardt

pronunciación como la de un gran orador o un actor recitando a Goethe, por no hablar de quellevaban tres años sin oír a Jacov expresándose en su idioma, que vaya si saldría de Knin, tal ycomo ellos y el pueblo y, de hecho, todas las partes implicadas querían, pero todo se le volviódecir que lo mandaran al instituto Harmsgradt Institute y Gymnasium, del que sus padres no teníanla más mínima noción, ni siquiera les sonaba el nombre, pero estuvieron de acuerdo, tan contentos,aliviados de que su hijo se largase del pueblo, aunque bastante horrorizados de la duplicidad desu naturaleza, que aparecía como el que se cambia de ropa, tal y como «una serpiente muda lacamisa».

A los catorce años, Jacov salió de Knin; con quince, ya había leído la primera obra deEmiliano Gómez Carrasquilla, el panfleto La salvación por la alegría, que alguien había dejadoen una mesa de la biblioteca de Harmsgradt, una obra que no hacía mención a la tristeza ni alpatetismo, de hecho, ni siquiera a la melancolía; pero un opúsculo filosófico que, según apuntabael título, era una guía para experimentar tanto la alegría como la importancia del arrobamiento enla vida de uno. Todas las obras de Carrasquilla, de hecho, desde sus tratados y aforismos hasta lasobras maestras más largas de la época final, eran testimonio de la gloria y la hondura y laverdadera importancia de la felicidad. Esto le chocó al joven Jacov, un Jacov deprimido y contendencias casi suicidas, vestido de negro, un Jacov que balbucía una lengua solitaria mientrasevitaba a sus compañeros de clase, pues prefería los trechos más remotos del campus, dondepodía darle vueltas a la cabeza entre las sombras, como la obra de un genio visionario en vida, ypercibió al instante que habría un antes y un después luego de descubrir la obra de Carrasquilla,ya que, dijo, y yo apunté, percibí la ironía en el tono de Carrasquilla, todo eso y mucho más medictó una mañana en el segundo castillo de Stuttgart, mientras yo miraba la coronilla de Jacovcomo si fuera un planeta radiante que anhelara habitar, no solo percibí la ironía, sino también unasutileza, un matiz, una agudeza de la que carecían todos los intelectuales europeos aburridos ysombríos, pues lo que decían y escribían, dijo, y yo anoté, ya hacía tiempo que lo había entendido,y lo redundante de sus escritos saltaba más a la vista con las obras exquisitas de Carrasquilla, querevelaban la estética de una mente original, pues Carrasquilla era un teólogo reformado, unmístico, y el misticismo informaba toda su obra; de eso se imbuían sus meditaciones sobre lafelicidad, de una originalidad a prueba de bombas. Carrasquilla había pasado por todas laspruebas, desde el estoicismo al sintoísmo y al hinduismo, hasta que encontró la dicha en el simpleacto del aislamiento, y una senda divina, la melancolía, se le abrió delante. En la campiña rumana,dijo Jacov, se me salió el alma a borbotones; en la campiña rumana, explicó, más que limitarme asentir la melancolía, lo que hice fue entender la melancolía; en la campiña rumana, siguiódiciendo, se cifró la existencia de mi querida Vita muerta, y, a través de las palabras de EmilianoGómez Carrasquilla, que yo asocio con la luminosidad de la campiña rumana, donde, cuando unose pone a especular sobre la existencia de lo divino, solo tiene que pasar una noche en el vallePrahova, asistir al maridaje de los riscos con el alma en la luz, para sentir el solaz y la armoníadel espíritu divino, allí hallé consuelo. En ese valle viví un momento de trascendencia del yo yentendí el propósito de mi vida. Fui capaz al fin de hablar de la melancolía a un nivel intelectualporque en la campiña rumana Carrasquilla me había brindado el vocabulario que necesitaba, y,cada vez que Carrasquilla empleaba las palabras «alegría», «felicidad» o «satisfacción», yo loque hacía era invertirlas. Todo cuanto escribió Carrasquilla, explicó Jacov, celebraba la vida ylos gozos de la existencia, desde el ritual diario de una comida caliente a la belleza de lacontemplación, y, en lo más profundo de mi alma, yo sabía que estaba ridiculizando y burlándose

Page 47: El jardín de Reinhardt

de los que persiguen la felicidad, y así, en una palabra, prestar atención a la felicidad y renunciara la melancolía no era más que una forma genial de renunciar a la felicidad y atender a lamelancolía.

Así que busqué todas sus obras y devoré todas sus obras y, mientras lo hacía, me limitaba atrasponer, esto es, a invertir todo cuanto escribió, lo cual, estoy seguro, era lo que queríaCarrasquilla, ya que, además de ser el filósofo melancólico más grande de la historia, es tambiénun sagaz humorista; por eso sus palabras de alegría eran en realidad palabras de patetismo ylamentación, y me di cuenta, a la edad de quince años, de que yo era la única persona que loentendía; ni siquiera su traductora al alemán, Elsa Weber, lo entendió ni valoró la circunstancia deque, con tanta adhesión y fidelidad a su obra, ¡lo que estaba haciendo era literalmente traduciendolo contrario, lo opuesto, la negación de las intenciones del autor! En el organigrama de la obra deCarrasquilla, dijo Jacov, comprendí que su negación de la melancolía era en realidad uncompromiso con la melancolía; su pasión por la alegría era en realidad una sospecha y unadesconfianza y un hastío de la alegría. Todo cuanto escribió, si se le da la vuelta, forma lafilosofía más radical y penetrante con la que me he topado nunca. Su obra más grande, ¿Por quévivimos?, en cuanto le di la vuelta a ¿Cómo morimos?, es el mejor ejemplo de una teoría deseiscientas páginas sobre la búsqueda de la felicidad, lo cual quiere decir una teoría deseiscientas páginas sobre la pérdida de la felicidad o, más bien, el hallazgo de la melancolía, ysegún hablaba, le corrían a Jacov lágrimas por la cara, pues, siempre que se pronunciaba elnombre de Emiliano Gómez Carrasquilla, apenas si podía contener la emoción, de lo fascinado yhechizado que estaba por su mentor, y a veces se retiraba a hacerle el amor a Sonja, ya que lamelancolía que acontece después de la copulación es una de las más grandes y serenasmelancolías que existen y debe ser siempre una de las más buscadas, y esto, decía, y yo anotaba,se puede hallar en muchos de los panfletos de Carrasquilla sobre la autocontención y suconvicción acerca de las bondades del celibato y la abstinencia, queriendo decir, su convicciónacerca de la angustia y la aflicción del sexo. Cada vez que Carrasquilla mencionaba laabstinencia, decía Jacov, yo la cambiaba por el sexo; cada vez que Carrasquilla mencionaba laalegría, revelaba Jacov, yo la reemplazaba por la melancolía, y, cuando Carrasquilla predicaba lamoderación, me entregaba al ejercicio de la depravación más absoluta; así que no tienes más quever, decía, y yo anotaba, que sus obras fueron el catalizador de mis visitas, y posteriores expolios,a las saunas y burdeles de Bucarest, donde las mujeres son tan baratas como bellas, mamíferos depiel sedosa que me enseñaron la tristeza inmutable que traspasa al alma inmediatamente despuésdel clímax. A partir de ese momento, opinaba Jacov, descubrí la violencia inherente al actosexual, y al cabo surgió de ahí mi predilección por la bofetada, el azote y el puñetazo, puesCarrasquilla es también un pacifista categórico, queriendo decir, un belicista nato.

Yo llevaba seis otoños en Stuttgart cuando Jacov me dictó su descubrimiento de Carrasquilla:los largos y tristes años en el Harmsgradt Institute y Gymnasium, donde recorrió a pie el vallePrahova, un valle impregnado de la belleza más concentrada de la tierra, una atmósfera que espura dicha, lo que, como era inevitable, produjo una tristeza sin término, y donde el único solaz deJacov fueron las obras de Emiliano Gómez Carrasquilla, y, al final, dejó el instituto sin sacartítulo alguno, recorrió a pie la mayor parte de Europa, fornicando para vivir, de Viena aEstocolmo y Belfast, representando, dijo, lo opuesto de todo cuanto escribió Carrasquilla, y, concada nueva obra, con cada nueva traducción, se sentía más cerca de Carrasquilla o, más bien, dela melancolía, lo que venía a ser lo mismo. Se detuvo en La secuencia de la abstinencia, una

Page 48: El jardín de Reinhardt

serie de panfletos publicados en 1893 y que Jacov rebautizó como La secuencia de lafornicación, dichosa en grado sumo, y sí, dijo, me enamoré y me desenamoré, y sí, dijo, hubodocenas, puede que cientos, de mujeres con las que me puse melancólico, pero la única constante,dijo, mi norte y mi guía inamovible era Carrasquilla, cuyas obras leía y daba la vuelta cada vezque me veía confinado en un piso barato o en alguna sombría pensión, pues estaba en la indigenciay no había heredado todavía el dinero del tabaco al que tan buen uso daría después, ya que mimadre aún vivía, aunque mi padre no, pues murió al poco de escaparme de Knin; mi madre solíamandarme pequeños cheques con notas muy breves y flores secas porque la pobre mujer se habíavuelto sentimental y cursi con la edad y echaba la vista atrás con cariño a un tiempo en el quefuimos lo que tienen que ser madre e hijo, vale decir, a un tiempo que nunca existió, y por eso, alvivir en la pobreza, recorría yo a pie el camino entre las grandes y no tan grandes ciudades delcontinente.

Copulé con mujeres gordas, delgadas, viejas, viudas y solteronas, con todas por igual,forniqué con mujeres ricas todo para desenterrar la melancolía de entre la raíz del júbilo, o puedeque el júbilo de entre la raíz de la melancolía, porque el orden de los factores, dijo, jamás alteróel producto. Cuantas más vías se abrían a la euforia en los escritos de Carrasquilla, más fornicabayo para encontrar lo patético; cuanto más iluminadora era su filosofía sobre la dicha, másdecidido estaba yo a tirarme a tantas como hiciera falta para caer en la tristeza. La amplitud queabarcaban todos aquellos culos y pechos níveos, reflexionaba Jacov, todos aquellos miembrosflexibles, toda aquella copulación de Leipzig a Brístol y hasta las costas del mar Negro, hizo demí un mártir en el trono de la melancolía, donde bien pronto me hice hombre. Me uní a lossimbolistas por un tiempo, luego a los estoicos, un clan detestable, pues eran peores que losrealistas, que aborrecían a los kleinianos, a los que me uní más tarde para luego renunciar a ellos,un asunto bastante escandaloso que recorrió los mentideros de las mejores universidades enambas orillas del Danubio. Pero estaba evolucionando. Descubrí la ópera, sobre todo a Wagner, y,si Wagner era el sonido de la melancolía, el color de la melancolía era Caravaggio, el pintor másvisceral y brutal que jamás he contemplado, cuyas obras visionarias flotaban delante de mis ojoscomo luz divina: esos arcángeles de generosas carnes, esas heridas pías, el juego de luces ysombras, y entonces entendí de repente qué había movido a Jacov a encargar tantas imitaciones deCaravaggio como adornaban las paredes del segundo castillo de Stuttgart, la mayoría de las cualeslo representaban a él bajo una luz celestial, visitado por los ángeles, y una, en concreto, quesaltaba a la legua que era una copia de El éxtasis de María Magdalena, lo que exhibía era eléxtasis de Jacov, que hendía con su frente grácil un denso claroscuro, mientras alados querubes lerodeaban los tobillos, y comprendí que las reproducciones de su ídolo habían hallado su sitio enlas paredes de su hogar, ya que cualquier cosa que acercara a Jacov a lo que experimentabacuando leía a Carrasquilla o escuchaba a Wagner o contemplaba a Caravaggio, en una palabra,cualquier cosa que lo acercara a la melancolía, mi maestro se haría con ello de maneracompulsiva.

Por otra parte, siguió diciendo, me convertí en un ser refinado. Sabía si un burdel merecía lapena solo por el bies del toldo o el tipo de letra del cartel. Comprendí la cadencia sin fin de unaciudad, pues, así como Emiliano Gómez Carrasquilla era un asceta que practicaba la abnegaciónen las poblaciones atrasadas de Sudamérica, yo le di la vuelta a eso, y viví en los centrosbulliciosos de Europa como un libertino irredento, no por el placer, dijo, ni por el gozo, insistió,sino por la emoción más elevada e imponente que cualquier criatura terrenal y terrestre puede

Page 49: El jardín de Reinhardt

lograr: la trascendencia siempre oferente de la melancolía, y Jacov rompió a llorar, y yo meagarré a su muslo y no lo habría soltado nunca.

Dos veces al año, aparecía de repente una traducción nueva de Carrasquilla, y, dos veces alaño, Jacov se hallaba a sí mismo encerrado en un piso barato de Múnich, o en el tugurio de algunaprostituta de Graz, leyendo y descifrando las palabras de su modelo, mentor y profetamelancólico, y lo que sentía Jacov por Emiliano Gómez Carrasquilla era exactamente lo mismoque yo sentía por Jacov, con la diferencia de que, mientras que Jacov expresaba esas emocionesde manera clara y precisa, cuando yo intentaba expresar esta semejanza, Jacov ponía un dedoregordete encima de mis labios, como diciendo: «Ya lo sé, hijo mío, ¿cómo no me vas a querer yvenerar? Pero ahora no es el momento». Afuera, ya estaba casi acabado el derribo del primercastillo de Stuttgart, y, por encima del fragor de la demolición, Jacov me dijo que tomara nota, yempezó a ilustrar los primeros años de la década de 1890, una época en la que se consumaba ycelebraba el hedonismo sin tasa, y, aunque por aquel entonces yo solo era un niño, sentí nostalgiade los primeros años de la década de 1890 porque, dijo Jacov, los primeros años de la década de1890 fueron un tiempo de la mayor depravación y exceso, una época para sumergirse en lastumultuosas e insondables aguas de los primeros años de la década de 1890, dijo, fueron untiempo de copulación sin fin, casi siempre con extraños, para encontrar una vía de acceso a lamelancolía, una melancolía hallada en las tórridas saunas de Rumanía, Alemania y el Imperioaustrohúngaro y una melancolía hallada en las obras masturbadoras de Carrasquilla, cuyosmejores análisis de léase la melancolía, los más brillantes y penetrantes, fueron un emblema delos primeros años de la década de 1890, pero sobre todo de 1894, porque, señaló Jacov, 1894 fuecomo una orgía de sexo ilimitado, de no constreñida melancolía y de poco más. El año 1894,ilustró Jacov, lo formaron trescientos sesenta y cinco días de sexo anárquico, sin trabas,incomprensible, y, añadió, una melancolía sin parangón si sabías dónde mirar. Fue una época, dijoJacov, en la que estuve recogiendo los cimientos de mi obra posterior, y es que acababa deconocer a Otto Klein y me había asomado a la «teoría kleiniana» para pasar más tarde a refutar la«teoría kleiniana», siendo la «teoría kleiniana» tanto acicate como obstáculo para mi crecimiento,pero por aquella época yo estaba madurando, estaba echando cuerpo, se iba consolidando miestructura ósea, y estaba más concentrado que nunca, y, de repente, Jacov lo dejó ahí porqueapareció Sonja en el vano de la puerta, ya que todavía no había perdido la pierna y aparecía sinanunciarse y con gran sigilo.

Ella y yo habíamos estado intercambiando libros de poetas ingleses, algo que enfurecía a mimaestro y fascinaba a Sonja, quien, en aquel momento, me devolvía un libro de Tennyson que yo lehabía dejado, siempre con anotaciones en los márgenes, ya que Sonja era, además de lectoraincisiva y traductora del verso, una poeta de talento, y luego, después de perder la pierna, cuandosus poemas se volvieron predeciblemente más oscuros, hubo gran belleza en su obra, ya que Sonjaveía la superficie de la vida, pero también percibía los mecanismos internos del alma, y, sin quelo supiera Jacov, sus traducciones de las Baladas líricas de Coleridge, así como de Kubla Khan,habían encontrado el favor de editoriales pequeñas, tuvieron reconocimiento y eran muysolicitadas, aunque solo estaban disponibles en recónditas librerías de provincias. Sus primerospoemas contenían de manera sorprendente un elemento pastoral, un amor por los prados y lascolinas y el entusiasmo lírico de la cría de ganado, sorprendente en el caso de Sonja, una criaturaurbana, una chica de ciudad, y ni siquiera cuando ejerció tanto de amante como de ama de llavesde Jacov se abstuvo de buscar consuelo cultural en los bistrós y cafés que frecuentaba en Stuttgart,

Page 50: El jardín de Reinhardt

donde se hizo amiga tanto de artistas como de revolucionarios y subversivos, pues a Sonja leencantaban los decadentes, y sentía especial predilección por las obras de Swinburne y Verlaine,aunque la melancolía le resultara aburrida, un callejón sin salida, mientras que, para Jacov y paramí, la melancolía era motivo de fascinación sin término, una puerta abierta al espíritu humano y,con toda probabilidad, la palabra más bella y poética que puede salir por boca humana, y es queestudiar la melancolía, aseguró una vez Jacov, era como un estado de gracia intelectual, y ya, solocon pronunciar la palabra despacio, «me-lan-colía», evocaba una visión tangible de una Vita desonrosadas mejillas corriendo por los campos ocres de Knin, lo que no difería gran cosa,aseguraba Jacov, de ver el rostro de Dios.

En el año de 1894 cundió la depravación como un azote, maldijo Sonja, quien, obviamente,nos había oído, y fue tu búsqueda de la tristeza, fue tu viaje a lo más hondo de la melancolía, loque dejó ciudades como Praga y a mujeres como yo mutiladas y sifilíticas. Jacov les quitóimportancia a sus palabras con un manotazo. Sonja dio un sorbo al chupito de aguardiente y medevolvió mi Tennyson. Hasta yo, dijo al salir, que soy un animal sexual, reconozco mis límites, y1894 es un baldón en la historia del planeta. Echó una bocanada de humo y se retiró a suapartamento, donde es más que probable que la estuviera esperando un joven, dado que surelación con Jacov siempre había sido abierta, y, lo que es más, Jacov se había mostradoindiferente al sexo últimamente, y la fuente de tanta indiferencia era un misterio que Sonja no teníaintención de sondear.

Lo que más le gustaba a Sonja era subir a su apartamento a jóvenes de Stuttgart, despertar losdeseos más carnales de esos chicos, y vi a varios de ellos cuando habían acabado, perdidos en lasintrincadas alas del segundo castillo de Stuttgart, buscando una salida, y yo hacía lo que estaba enmi mano para ayudarlos a salir, hombres jóvenes, viriles, cubiertos por una capa de sudor, con laspupilas dilatadas, y no sé lo que hacían con Sonja, pero me lo podía imaginar, igual que meimaginaba a Jacov en las distintas posturas que un hombre de tal belleza adoptaba en reposo oquizá en plena cópula o, si apuraba aún más la imaginación, trepando a un árbol, ya que, ¿por quéno, por qué no iba Jacov a ponerse calzones de montar y salir de excursión, dejar que el solenvolviese sus rechonchos muslos y pálidas espinillas según se aferraba a las ramas bajas de, esun suponer, un pino o un haya o un abeto joven, elevándose, con un jadeo, del suelo? Aquellosjóvenes, mancillados y maltrechos, huían del segundo castillo de Stuttgart, y jamás vi al mismodos veces, aunque, si he de ser del todo sincero, no siempre eran jóvenes, dado que había visto aSonja encerrarse tanto con hombres de baja estofa como con hombres disolutos y con borrachos,hombres que demostraban que los gustos de Sonja no eran tan exigentes, y si era que disfrutabaazotando y dando esos puñetazos que eran el deleite de Jacov, eso lo ignoro, pero su gusto encuestión de hombres, igual que el de Jacov en cuestión de mujeres, abarcaba toda la gama, y yo amenudo me preguntaba si Sonja llevaría a la cama la misma pasión e inventiva con que seentregaba a la poesía, pero no tuve tiempo de darle más vueltas, que ya tenía a Jacov en pie a milado; el pelo que rodeaba sus orejas parecía que estuviera en llamas, y me puso la palma de lamano en la frente, sin parar de decir que ya no tenía fiebre. Ya no tienes fiebre, afirmó; nos vamos.

Volví la cabeza, vi las pezuñas de los burros y los pies de nuestros guías y regresé de nuevo ala maldita tierra de Sudamérica, la tierra cruel de la selva de Gualeguaychú, la misma tierra querecé que me envolviera con su manto, y es que ¿cuántas veces le es dado a uno cortejar a lamuerte?, ¿cuántas veces ha de sufrir el alma solitaria las fiebres y humillaciones de la existencia?Jacov tenía un machete en la mano izquierda, y en la derecha, los Libros del origen, pues, por lo

Page 51: El jardín de Reinhardt

visto, acababa de tomar unas notas o puede que hubiera estado haciendo unos bocetos del paisaje,como tenía por costumbre últimamente. No nos batimos en retirada, murmuró dirigiéndose a mí, oquizá a la niebla o a sí mismo; no, insistió, encontraremos el camino de regreso a Montevideopara hacer acopio de provisiones, sobre todo de cocaína, y yo no sabía si Montevideo quedaba adías o a meses de distancia, porque el paisaje de aquel continente era infernal e infinito, se habíafundido en un único instante demorado y, si me apuraban, hubiera jurado que nos repetíamos,reeditábamos los acontecimientos, subíamos las mismas pendientes, pasábamos al lado del mismocobertizo, estábamos condenados a cruzar esta maldita tierra por los siglos de los siglos.

Me senté. Jacov retrocedió y, al cabo de un minuto, tenía a Ulrich a mi lado; es hora de quevayas por tu propio pie, dijo; ya no podemos retrasarnos más a causa de tu enfermedad. Haré quenos desviemos un poco para llegar a San Rafael, susurró, donde, si Dios quiere, podremosapaciguar a los lugareños y dar aviso de dónde estamos. Una mula defecó a mi lado. Un pájaromuy viejo cacareó en lo alto. La niebla era un objeto sólido, intratable en su permanencia, y noreconocí la tierra del entorno, sino una región ajena que pertenecía a una tierra empeñada enrepelernos, y, de pronto, había un guía uruguayo al lado de Ulrich que insistía en que ya noquedaba cerca ni San Rafael ni el Río de la Plata, y ¿por qué, le preguntó Ulrich, por qué teobsesionan tanto esos sitios? Esto dio pie a una discusión entre Ulrich y el guía uruguayo porsaber qué río teníamos a un lado, porque Ulrich insistía en que era el Río de la Plata, y el guíauruguayo le aseguraba que de ninguna de las maneras era el Río de la Plata, que ni nos habíamosacercado al Río de la Plata en los últimos meses, lo que se dice meses, y el guía uruguayo se riodelante de las impasibles barbas de Ulrich porque nos separaba una distancia enorme de tiempo yespacio del Río de la Plata, y tú pareces un hombre razonable, le dijo el guía a Ulrich, pareces unhombre culto, le dijo el guía a Ulrich; sin embargo, crees de alguna manera que hemos estadocerca del Río de la Plata, nada menos que bordeando el Río de la Plata, nada menos que tocandoel Río de la Plata todo el tiempo.

Palabras, claro está, vertidas en la mala traducción de Javier, que no pudo aguantar la risacuando vio el descaro del guía uruguayo, todo lo cual llevó a Ulrich a apretar todavía más lamandíbula. Nos separamos del Río de la Plata hace casi sesenta días, le dijo el guía a Ulrich, yJavier tradujo, sesenta días en los que la vegetación se ha ido haciendo más tupida, y las colinas,más empinadas, dijo, y Javier tradujo; en verdad, estamos en las mismísimas entrañas de la selvade Gualeguaychú, esas fueron las palabras exactas que tradujo Javier, «en las mismísimasentrañas»; sesenta días en los que, si hubieras prestado atención, te habrías dado cuenta de que elestuario paralelo a nosotros ahora no se puede ni comparar con el Río de la Plata, dijo el guía, yJavier tradujo; de hecho, me acuerdo perfectamente de haberte explicado la diferencia entre esterío y el Río de la Plata, acabó diciendo el guía uruguayo, y Javier tradujo, ilustrándolo todo con elmarcado y profundo contraste tanto de la flora como de la fauna entre ambos ríos, por no darmuchos otros detalles, y Jacov apareció como una visión, insistiendo en que nada de esoimportaba.

Nada de eso importa, dijo a todos los presentes, una audiencia que, debido a la niebla,constituía un misterio, dado que podían haber quedado diez o doce de nosotros, lo mismo quecuatro o cinco, porque la niebla, al impregnarse, hacía que las caras aparecieran y desaparecieran,llegaran o partieran, vinieran o se fueran a su antojo, y ello sucedía de forma espontánea además,creando un espectáculo digno del ensayo de una tragedia de medio pelo. Todo es irrelevante, dijoJacov: los ríos y sus nombres, el clima nefando, hasta la dirección que se siga; no, lo que importa

Page 52: El jardín de Reinhardt

es encontrar a Emiliano Gómez Carrasquilla y, de suyo, dar con la melancolía pura y dura,impecable, inexpugnable, y solo la congruencia que guardan entre sí estas cosas nos llevará máscerca del destino, y, si Carrasquilla ha vuelto a San Rafael, volveremos a San Rafael y lorecuperaremos, pero no antes de recalar en Montevideo y hacernos con más cocaína, y me eché atemblar de asco, pues recordaba San Rafael y al curandero de dientes limados que le echó el humoen la boca a Jacov para desentrañarle el alma. A nuestra llegada, nos dijeron que a EmilianoGómez Carrasquilla lo habían echado del pueblo hacía apenas unas semanas, y Jacov estaba fuerade sí al ver lo cerca que había estado de su mentor. Cayó de rodillas y rompió a llorar; se dabagolpes y pateaba el aire, y, fuera cual fuera la amenaza que los lugareños habían creído ver ennosotros, se desvaneció en el acto, salvo, como es lógico, la que vieron en Jacov, cuyohistrionismo llamó la atención del curandero o brujo o persona venerable del pueblo, que insistióen leerle el alma a Jacov, porque estaba seguro de que era el alma de un hombre enfermo, despuésde asegurar que el ritual no era un exorcismo, sino un examen del vigor de la persona y de susintenciones; por lo menos, eso fue lo que tradujo Javier, aunque en el pasado, admitió Javier,había confundido palabras como «exorcismo» con «río» o «mono», palabras intrincadas de raracomplejidad, explicó en alemán, pero con un acento español tan fuerte que escapaba a cualquierescrutinio.

Al echar el humo a la nariz y a la boca del sujeto, el curandero o brujo o anciano venerableobservaría el contenido, bueno o malo, que llevaba dentro; al menos eso fue lo que tradujo Javier,aunque había ciertas palabras, confesó Javier, espinosas y delicadas, que planteaban problemas,palabras como «comida» y «sol» y, sobre todo, «Dios», y es que, apuntó un sorprendido Javier,¡tienen tantas palabras para Dios! Nada de ello le importaba a Jacov, que no veía la hora de quellegara la ceremonia, feliz de ingerir cualquier cosa que pudiera emular, aunque fuera de lejos, asu amada cocaína, la droga que canalizaba, según afirmaba él, la veta más audaz de melancolíaque ha conocido nunca el ser humano. Se trataba del mismo ritual que le habían hecho a EmilianoGómez Carrasquilla semanas antes de que lo expulsaran del pueblo, ya que el curandero o brujo oanciano venerable había percibido el mal en un grado máximo de concentración dentro deCarrasquilla, tradujo Javier. Obligamos a Carrasquilla a irse, explicó una mujer de piel oscuracon los miembros pintados, pese a que había vivido años entre nosotros y era un hombre de edadprovecta, un hombre al final de sus días, dijo ella, y Javier tradujo, porque empezó a dar muestrasde violencia y agresión, y ya no era el ser pacífico que un día se unió a nosotros, ya no era elmismo, ya no era aquel hombre, dijo ella, y Javier tradujo, que un día enseñara a leer a nuestroshijos y, entre ellos, a mí, y Javier dio muestras de estar exhausto después de tanta traducción, sinduda, la que más tiempo le llevó de todo el viaje, y recuerdo que miré las chozas de adobe y lascabras hambrientas y, por último, al brujo o curandero o venerable anciano, que tenía los dienteslimados como los de un tiburón o un murciélago.

Y ahora Ulrich quería volver a San Rafael, como si no hubiera otro sitio, pues juraba que lehabía parecido ver un telégrafo. Me pareció ver un telégrafo, dijo, pero, que funcione o no, esohabrá que verlo. Y ¿cómo nos recibirían?, pensé, mirando a Jacov, de quien el brujo o curandero ovenerable anciano había decretado que supuraba tanta maldad como Emiliano GómezCarrasquilla, el primer hombre que habló al alma de mi maestro y que vagaba ahora sin rumbo porla jungla, casi con toda seguridad lisiado y enfermo, puede que en las últimas. Emiliano GómezCarrasquilla, el mismo hombre que le inspiró a Jacov el ansia de viajar por media Europabuscando la melancolía a través de la fornicación y el descifre de sus obras sobre el gozo y la

Page 53: El jardín de Reinhardt

alegría. Después de estar seis años de la ceca a la meca y leyendo, o leyendo y de la ceca a lameca, dejaron de llegar más libros.

Sí, explicó Jacov una noche mientras se calentaba los pies al fuego en el segundo castillo deStuttgart, de repente, ya no hubo más libros, cesaron de llegar o de publicarlos o, en últimainstancia, de traducirlos, y dejé que pasara un año, y luego dos años, pero, cuando pasaron tres,me entró el pánico, pues temí que Carrasquilla estuviera muerto. Y me pregunté, dijo Jacov:¿habrá muerto? Me dije a mí mismo que no en el acto, Carrasquilla no había muerto, pues yo lohabría sentido, habría notado que el planeta mudaba en su órbita, habría sentido las legiones depájaros negros que levantaban el vuelo, como hicieron cuando murió mi querida Vita, y Jacovpronunció una plegaria en su idioma perdido, de sonidos guturales y fieros que parecían el berrearde una oveja, esos balidos que oía de niño cuando el soso de mi padrastro, el quesero, teníaobsesión por el queso de Pag perfecto, y se despertaba en mitad de la noche para ordeñar lasovejas y hacer el queso más puro e impecable; innúmeras ovejas poblaron mi infancia de maneraridícula, y todo solo para hacer queso, el queso de Pag perfecto de mi pésima niñez, y metemblaba todo el cuerpo cuando, ya de adulto, pasaba delante de una tienda de queso, de cualquiertienda de queso, y veía allí reflejada mi propia niñez lastimera.

Estaba a punto de cumplir los treinta, dijo Jacov, y contemplaba la segunda década de mi vidacomo un capítulo que por fortuna había dejado atrás, pues los primeros años de la década de 1890me habían marcado para siempre y, sobre todo, 1894, unos años que fueron, los primeros años dela década de 1890 y sobre todo 1894, el peaje que tuve que pagar para comprender lasresponsabilidades, obligaciones y cargas de la melancolía. Pasada la viudez, como el resto de suvida, cierto es, en Knin, mi madre al final expiró, dijo Jacov, y yo anoté, y, una vez adquirido,heredado, en realidad, todo el dinero del tabaco Reinhardt, me establecí por un tiempo en Zúrich,mas, temeroso de las tentaciones sin límite de esa ciudad, salí rumbo a Belgrado, donde alquiléuna casa y contraté a un ama de llaves. Construí un estudio en el que, por una vez, no me concentréen la melancolía, la cual había dejado de mala gana en suspenso, sino en averiguar lo que pude deEmiliano Gómez Carrasquilla, pues tenía que conocer el origen de ese hombre y saber por qué sehabían dejado de publicar sus libros o, peor aún, por qué había dejado él de escribirlos. EmilianoGómez Carrasquilla era, dijo Jacov, y yo anoté, un misterio, pero, más que eso, sus mismas obraseran misterios: ¿cómo había sido posible que se tradujeran?, y, lo que es más, ¿cómo se habíanabierto paso hasta llegar a mí en los remotos pasillos del Harmsgradt Institute y Gymnasium?Carrasquilla, un fantasma, un místico y un visionario, y mi amado guía espiritual, todo contenidoen una sola persona. Un hombre cuyas obras ya brillaban con toda certeza por sí mismas; noobstante, sin libros nuevos, yo me moría de ganas de encontrar por mi cuenta el carácter y laenjundia de Carrasquilla, pues ¿qué había sido de él y de su críptico legado? Entre las muchascargas que nos entrega el mundo, dijo, y yo anoté, con tantos impedimentos, tanto visibles comoinvisibles, buenos y trágicos, endebles, fornidos y crueles sin sonrojos, dijo, y yo anoté, a esehombre lo habían traducido y publicado como fuera y, como fuera, sus libros se habían abiertopaso hasta mi joven corazón.

Esto me lo dictó apenas unos días después de regresar de Praga con Sonja, donde ella habíaconocido a su sobrina recién nacida, y Jacov se había camuflado entre el público, y luego habíaabordado y atacado a Otto Klein a la salida de su conferencia «La tristeza inexplicable de Søren»,resultando Klein herido de poca consideración salvo, aseguraba Jacov, en lo más hondo de suorgullo, pues Otto Klein no pudo por menos que ver, dijo Jacov, y yo anoté, que el discípulo había

Page 54: El jardín de Reinhardt

adelantado al maestro; fue un hecho tan obvio, dijo, tan flagrante, afirmó; en resumidas cuentas,fue algo tan innegable que habría resultado ridículo pasarlo por alto, y le exigí que me mirarabien: mírame bien, grité según lo soltaba de las solapas, ¡mira qué se hizo de tu docto suplente! Yapreté el filo romo de mi espada contra su gaznate mientras se acercaba un grupo de kleinianos,esos arribistas deleznables, esos donnadies, esos bufones sin sangre y tan tediosos, y hasta yo dejéde escribir, sorprendido y perplejo ante la violencia de Jacov y el curioso recurso a la espada,sobre la que renuncié a preguntar, por no hablar, en sus propias palabras, de su extraordinariahuida, perseguido por los seguidores de Klein y, horas después, su huida de Praga con Sonja,quien, aseguraba Jacov, no sabía nada del incidente.

Sí, los kleinianos empezaron a rodearme, siguió contando Jacov, pero yo no quería descargarmás violencia contra mi exmaestro, sino solo que reconociera que había elegido el caminoequivocado, es decir, el camino que se alejaba de la melancolía en lugar del camino a lamelancolía, y que su exdiscípulo había descubierto el camino sagrado a la montaña santa cabe elluminoso arroyo que lleva a la melancolía, y, aunque luego me enteré de que Klein había llamadoa la policía, dijo Jacov, y yo anoté, huimos antes de que las autoridades pudieran dar con nosotros.

No obstante, años atrás, con sus padres muertos y una nueva inyección de dinero del tabacoReinhardt, Jacov se retiró a su finca de Belgrado, y allí dejó en paréntesis sus investigacionessobre la melancolía para ponerse a indagar en la figura de Emiliano Gómez Carrasquilla, labor deinvestigación que había puesto buen cuidado en evitar por pura deferencia al hombre que habíarescatado él solo a Jacov de la soledad del Harmsgradt Institute y Gymnasium gracias al panfletitoLa salvación por la alegría, y después con las obras filosóficas mayores, contempladas confingida indiferencia por la mayor parte de los académicos europeos, si acaso se dignaban aconsiderarlas dignas de atención o a tomarlas en serio, dando por sentada su superioridad frente aun sudamericano de baja estofa cuyas ideas tenían por incultas e irracionales; y, sin embargo,¿cómo es posible, se preguntaba Jacov, y yo escribía, cómo es posible que una mente que se tomea sí misma en serio no haya leído La secuencia de la abstinencia, que Jacov había traspuestoluego a La secuencia de la fornicación, o En la senda de la satisfacción, que también traspuso aPor los bulevares de la aflicción, y no apreciar la obra de una mente de primer orden que lidiacon la noción de felicidad y, de suyo, con la melancolía? Era mi deber averiguar qué había sido deaquel hombre, dijo, cuyas obras habían conocido un declive a partir de mediados de los añosnoventa del siglo XIX, hasta desaparecer por fin del todo con el siglo.

Esto me lo dictó mientras crepitaba el fuego en la chimenea del segundo castillo de Stuttgart, yyo sentí una dicha y un apego que no había sentido nunca en el solitario pueblo de mi niñez, y,cada vez que Jacov hacía una pausa y, con ella, paraba el dictado, yo contemplaba a mi maestro depelo rojo, que me había sacado de la mediocridad, cuyas pálidas piernas de ralo vello cobrizoparaban quietas un instante, para entrar en frenesí después, allí donde años más tarde oímos loslejanos aullidos de lo que primero creímos sería un animal caído en una trampa, o uno de losperros de presa de Ulrich que se había escapado, pero que Jacov en última instancia identificócomo Sonja, perdida y malherida en algún rincón del segundo castillo de Stuttgart. Basta por hoyde dictado, rugió Jacov, poniéndose de pronto en pie para calzarse las zapatillas, al percibir quelos gritos eran de su amante, ama de llaves y consorte gran parte de su vida, por la que, aunque yahacían menos el amor, Jacov sentía un afecto y una lealtad y un cariño que no era capaz deexpresar con palabras, ya que apenas hacía unos días me había dicho, en un arranque desentimiento que no era muy común en él: no hay palabras para expresar lo que siento por Sonja;

Page 55: El jardín de Reinhardt

solo diré que es una parte de mi cuerpo, que no podría vivir sin ella, y, cuando me miento a mímismo, dijo, y, de suyo, al mundo, ella es la primera en darse cuenta y no tiene nunca reparo endecírmelo.

El ala del castillo en concreto en la que había caído Sonja estaba todavía en construcción: unaantecámara inverosímil, emanada de la parte de atrás del teatro que sobresalía más allá de «laalmena de las meditaciones»; de ahí lo mucho que nos costó dar con ella, que había caído en unagujero del suelo, en el cual estaba metida de cintura para abajo; en vano, pobre Sonja, dabarienda suelta a sus sentimientos, y maldecía a Jacov y su locura y los innúmeros pasillos y planosinclinados y la construcción sin término que había caído sobre nosotros como una plaga desde quenos mudamos al segundo castillo de Stuttgart, y, cuando los improperios de Sonja se hacían másaudibles, más nos íbamos acercando a la fuente, y, cuando más débiles eran, nos dábamos lavuelta y buscábamos en otra dirección, siguiéndole el rastro al reguero de obscenidades y gritoscuya precaria fuente parecía a la vez recóndita y omnipresente.

Miré en el patio elevado al lado del invernadero y, como no encontré nada, entré en elinvernadero propiamente dicho, que parecía un espacio irreal, en medio de la nieve silenciosa deun enero gélido, lleno de palmeras y orquídeas y vibrantes azaleas, mientras, afuera, se congelabala campiña alemana en completo silencio, igual que un ataúd. Como ya no oía los gritos de Sonja,volví dentro, primero a la sala de fumadores junto al segundo salón de invitados, pegado a latercera biblioteca, y, como quiera que no hallé nada, me uní a Jacov en el «pabellónCarrasquilla», donde él estaba dando alocadas vueltas y le llegaban los insultos de Sonja; vi cómose sonreía apenas, disimulando la risa, como si los improperios fueran un acto de autoflagelación,y, cuanto más sarcástico y mordaz resultaba el escarnio de ella, más lo disfrutaba él, y es queimploraba a Dios con un rugido que lo castigara, pero perdonara a Sonja: castígame, gritaba; yosoy el culpable a causa de mi orgullo y el que no tiene la fortaleza y el aguante para llegar a ti porla melancolía, y entonces Jacov echó mano del idioma muerto de su hermana melliza muerta, que amí me ponía siempre histérico.

Avisé a Ulrich, que llegó en cuestión de minutos, acompañado de dos mastines bordeleses deaspecto inmaculado. Ulrich, que, pronto al quite y seguro de sí mismo, me envalentonó, pero aJacov lo puso hecho una furia, olisqueó el aire y soltó un chasquido con la lengua. Guiado por elinstinto, fue al apartamento de Sonja y cogió una de sus bragas, hizo que los perros la olieran,luego los soltó, y empezaron a dar botes por toda la finca. Los perros abrieron un abanico en surastreo, llegaron a rincones, desvanes y campanarios jamás visitados desde que fueronconcebidos, sacaron a relucir cuartos y pasillos y hasta tabiques que ninguno conocíamos, puesJacov había contratado y despedido a tantos carpinteros y arquitectos y decoradores, tantosrostros al cabo de los años, rostros de hombres financiados por Jacov con dinero del tabacoReinhardt, muchos de los cuales se tomaron libertades artísticas que iban contra el espíritu tantode los contratos como de los planos, y como resultado había incontables triforios y enfiladas, porno hablar de corredores y vestíbulos y pórticos que, en teoría, no existían, pero era obvio que sí,salones velados por trampillas y falsos muros y estanterías y hasta una cocina americana que nohabía sido hollada por pie humano hasta aquella noche de desesperación.

La frecuencia y el volumen de los ladridos fueron la prueba nítida de que los mastinesbordeleses, adoptados hacía poco en un criadero de Gante, habían encontrado a Sonja sin ningunadificultad. La han encontrado sin ninguna dificultad, se jactó Ulrich. Pero los perdidos éramosnosotros, ya que los perros no dejaban sola a Sonja y no podían llevarnos hasta ella, y entonces

Page 56: El jardín de Reinhardt

nosotros tres, más los mastines bordeleses y Sonja entonamos un lamento de agonía como no sehabía visto, nosotros tres los buscábamos a ellos, que también eran tres, y no fueron unos minutos,sino varias horas, horas en las que Ulrich ordenaba a los perros que volvieran, y los mastinesbordeleses no solo no hacían caso de las llamadas de su amo, sino que aullaban todavía más altocon Sonja, cuyos quejidos lastimeros solo vinieron a confirmar lo que ya sabíamos, que lasheridas eran graves, pues, después de llamar a Jacov un puto canalla, un erudito a la violeta, y unpésimo amante, describió sus heridas como graves.

Con el fin de que se unieran a nuestra causa, metimos dentro dos galgos que tenían comomisión guardar los terrenos adyacentes al castillo; en cuestión de minutos, sus ladridos se sumaronal coro y, al igual que sus hermanos, los mastines bordeleses, se negaban a volver con nosotros.¿Será acaso que estén cayendo en un agujero negro?, maldijo Jacov, pateando el suelo de mármolcon sus zapatillas. Y es que en las dos horas que siguieron, los mastines bordeleses, a una con losgalgos y Sonja, elevaron un acordado lamento en el que Sonja intercalaba sus insultos, su llamarlea Jacov un cabrón, un desgraciado y un intelectual de pacotilla, entre otras cosas mucho peores,pero, al final, Sonja guardó silencio, y fue ese silencio lo que más nos preocupó, y Jacov intentósubirle la moral animándola a que se aferrara a la vida.

Aférrate a la vida, gritaba, no pierdas la esperanza, exclamaba, y Ulrich, con un quinto par debragas de Sonja ya en la mano, propuso que soltásemos una pareja de esbeltos y fibrosos perrosde trineo con cruce de perdigueros recientemente adquiridos a un chalán de Düsseldorf, a lo queJacov se negó en redondo, convencido de que se había desatado un agujero negro o, cuandomenos, otra dimensión en su finca, y es que había estudiado las dimensiones alternativas y losuniversos paralelos cuando tenía veinte años, una fase que no le duró mucho, pero fue intensa en elestudio aun así, y eso tenía todos los indicios de ser un agujero, confirmó, abierto a un universonuevo, y solo el afán de los perros y de Sonja por no soltarse de este mundo permitía quesiguieran todavía aferrados a nuestra dimensión. La hora del alba era casi cuando le vino a lamente a Jacov la alcoba que había mandado construir a toda costa hacía poco, en plena alegría devivir, en plena euforia de cocaína, una alcoba que había quedado a medias y era de difícil acceso,pero que Jacov juró podría encontrar.

La alcoba estaba detrás del teatro, junto a una hornacina, encima de un camerino sin acabar, enun intrincado y aislado corredor del castillo, donde un estrafalario fresco de Jacov a lomos de ungarañón zaíno adornaba la pared, constituyendo la pintura un ejercicio de ostentación, pues elprotagonista, Jacov, claro está, ofrecía marcado contraste con el paisaje circundante: un mundo devertiginosos riscos, angustia existencial y olvido; un relámpago iluminaba el cielo; inanespastizales, no muy distintos de los inhóspitos pastizales de Croacia, se extendían detrás de laimagen de mi maestro, entre densas vetas de gris ceniza y gélido nazareno, y a uno no le quedabamás remedio al contemplar el fresco que atisbar un mundo sin esperanza. Ya cerca de lahornacina, crecieron al instante los ladridos en volumen, y Ulrich, que abría la comitiva con velasen una mano, trepó por un muro a medias de construir, encaramándose a un sinfín de materiales deconstrucción, hasta encontrar a Sonja inconsciente en un charco de sangre tan densa que supusimosque había muerto, pues la pobre Sonja se había caído por un agujero en el suelo, pero es que,además, también se le había ensartado en la pierna izquierda por el otro lado, es decir, debajo deella, una vara de acero, y, aunque debía de tener una cantidad inconcebible de sangre debajo, esdecir, en la primera planta, también había una cantidad ingente a la altura de su torso, lo que hizoque me mareara, pues el cuerpo humano y su miríada de componentes no ha sido nunca santo de mi

Page 57: El jardín de Reinhardt

devoción, ya que hay algo endeble y enfermizo en su crudeza elemental, esa forma que tiene lacarne de enfermar con gran facilidad y de envejecer, por no hablar de las enfermedades que larodean y se agazapan, invisibles, a la espera; tanto es así que un solo día sanos sobre la tierraparece casi un milagro en sí mismo, y entonces Jacov me devolvió de nuevo a la escena con unaullido que me heló la sangre, porque el espectáculo que teníamos delante era sin duda truculento;aun así, pasados unos segundos, fui testigo de la plegaria más entrañable según apretaba la cabezade Sonja contra su pecho y le cubría la cara de fervientes besos, y todo mientras Ulrich evaluabala situación, la pérdida de sangre, la herida en sí, y se ponía manos a la obra para hacer untorniquete con su camisa, agarrar un serrucho y llevar a cabo el acto impensable que al final lasalvó, acto que luego, es decir, después de volver del Hospital de Stuttgart, nos llevó a los tres,esto es, a Jacov, a Ulrich y a mí, a comprobar de golpe que la pérdida de un miembro no soloaltera a la persona, sino que da pie a una persona completamente nueva.

La Sonja que volvió del Hospital de Stuttgart con una pata de roble era, en teoría, la mismaSonja de siempre, puede que una Sonja un poco alterada o mutilada sin remedio, o una Sonja patade palo, pero ese no fue el caso en realidad, pues volvió por completo recolocada, una Sonja conun conjunto de creencias y puntos de vista sobre la vida del todo diferentes, pues sus expresionesy maneras de comportarse, su actitud y su alma llevaban la impronta de aquella noche, las horasque pasamos llamándola con un clamor y buscándola y maldiciendo los canes que Ulrich tantoamaba, y Jacov pensó que Sonja se enfrentaba a su propia aniquilación, pues, me dijo luego, me laimagino enfrentada a su propia aniquilación, y, cuando me paro a pensarlo, dijo, mi dulce Sonjaradiante, enfrentada a su propia aniquilación, me obsesiono, esto es, destierro cualquier otropensamiento y me atormento imaginando la agonía de esa noche interminable y que ella sabía,aunque la llamáramos a voces, que la muerte, tan intrépida, se hallaba cerca, con un repicar dededos. La pierna de Sonja, o la falta de la misma, incomodaba sobremanera a Jacov, y, al darsecuenta, Sonja llevaba siempre la pierna, o la falta de la misma, a un primer plano, prendía unfósforo en el miembro ortopédico para encender un cigarrillo o se rascaba la prótesis con las uñasy lo achacaba a un picor fantasma, de manera que, cuanto más se incomodaba Jacov con la pierna,o con la falta de la misma, más veces se la rascaba Sonja, o se la soltaba, o daba golpes con ellacontra el suelo de mármol; en resumidas cuentas, más llamaba la atención de forma intencionadasobre la pata de palo, y, ya fuera la pierna lo que más desquiciaba a Jacov, o la falta de la misma,o la culpa que llevaba adherida, o la falta de la misma, eso nunca se dijo, y, sin embargo, elcambio en Sonja fue absoluto, pues no se trataba ya de que Jacov o yo mismo o Ulrich viéramos aSonja con nuevos ojos, sino que Sonja había vuelto transformada del Hospital de Stuttgart, puesera sin duda una mujer completamente distinta, que se reía de cosas que la Sonja de antes, la Sonjacon dos piernas, no habría hallado divertidas en lo más mínimo, y sus ojos intimaban matices másoscuros de color a la vez que contenían una ausencia casi tangible de luz, y, aunque la belleza desu cara seguía siendo irrefutable, con su lustroso palor y su brillo pálido, había huellas tenues deterrores innombrables, huellas dejadas por los monstruos que la visitaban cada noche.

También su voz cambió unas octavas, se hizo más grave y rasposa, y hablar de amargura nohacía justicia a las sombras que ahora le surcaban la frente, y es que tramaba planes en sus ojos,redactaba teorías, y, si no le echaba la culpa a Jacov, y ella insistía en que no se la echaba,culpaba al propio destino, un destino que maldeciría y aborrecería y del que haría escarnio elresto de su vida, y yo le noté otros cambios más pequeños, en el gusto por la poesía, sin ir máslejos, y una tarde vi que echaba al fuego su colección de poetas lakistas, la primera y segunda

Page 58: El jardín de Reinhardt

edición de Wordsworth y Coleridge, llena de esforzadas notas en los márgenes, reducida primeroa cenizas, y luego a humo que salió por la chimenea y coronó el segundo castillo de Stuttgart hastadisiparse despacio por los prados que circundaban la propia ciudad de Stuttgart.

Como es lógico, yo no estaba cuando Sonja volvió, pues la noche trágica también había dejadohuella en mí, e ingresé por mi propio pie en una clínica de Degerloch, a escasa distancia de lafinca, ya que me había diagnosticado a mí mismo una nueva dolencia nerviosa que no había sidodocumentada hasta la fecha, del todo original, la primera de esa índole, y, por eso, al no tenernombre, yo constituía un verdadero dilema para los médicos, aunque el que no tuviera nombre nola hacía menos real en absoluto, algo que algunas de las enfermeras dejaron caer tan panchas, sinoque era una dolencia aguda, más tangible que una ciruela en la palma de la mano, por la absolutanitidez del trauma y la violencia vivida aquella noche: recordar cómo Sonja volvía en sí, los ecostétricos de cuando Ulrich le estaba serrando la pierna, el espasmo de dolor al darse cuenta de loque estaba pasando, el temblor oscuro de sus ojos, el cinturón que Ulrich la obligó a morder, loscírculos delirantes que hacía Jacov con sus pasos, recitando mantras y koans zen en vez de ir abuscar ayuda; estamos todos perdidos, gritaba, y repasaba las cuentas de su rosario budista,estamos todos perdidos, se lamentaba con un sufrimiento agónico que, de hecho, contradecía eltenor del mantra tonglen del Sutra del diamante que no paraba de recitar, y yo no estaba segurode si eran en realidad mantras tibetanos o el idioma de su hermana muerta, pues los dos sonabanviscosos e infernales; yo lo miraba horrorizado mientras él imploraba a los reinos celestiales y lesuplicaba al cosmos, y se tiraba de las hebras rojas de pelo que le salían, sin peinar, por los ladosde la cabeza. Estamos todos perdidos, desvariaba, perdidos a manos de esta muerte codiciosa quenos rodea, una muerte que no se sacia nunca, nunca acaba y es infernal, una muerte que jadea comoestos malditos chuchos, y Jacov les lanzó a los galgos una zapatilla tinta en sangre.

Aquello fue demasiado. Sí, me puso los nervios a flor de piel, y ni siquiera los médicos sabíanqué hacer conmigo, aunque insistían en que yo estaba bien de salud, en perfecto estado de salud,«una salud casi envidiable», dijo el doctor Gerthoffer, si no fuera, claro está, por mis nervios, alos que les vendrían bien unas vacaciones, un descanso de Jacov y del segundo castillo deStuttgart, que, con el paso de los años, había alcanzado mala fama en las lindes de la ciudad deStuttgart y más allá, dado que el estado en construcción sin término le daba la impresión acualquier turista o dominguero o bobo ignorante; en resumidas cuentas, a quien no tuviera idea denada le daba la impresión de falta de cuidado e imprudencia, la impresión de que era la empresade un lunático en toda regla, y estas creencias falsas dieron pie a rumores de rituales de culto yadivinación, a todo tipo de dudosos proyectos, entre los que se contaban ceremonias satánicas, yhay que reconocer que los recados constantes a los que yo salía para agenciarme cocaína en lasconsultas de los médicos y, últimamente, entre los matones callejeros de Stuttgart, no caían muybien, aunque yo estaba convencido de que fueron los mismos arquitectos y paisajistas los queairearon los rumores, pues es bien sabido que los arquitectos y los paisajistas son unos cotillasdescarados y unos difamadores, y, además, los numerosos de ellos que Jacov despidió teníandeudas que saldar, y el doctor Gerthoffer preguntó en tono neutral, mientras agachaba la cabezapara mirarme a los ojos: «Entonces, ahí dentro, ¿qué pasa?».

Mi estancia en Degerloch no duró mucho, ya que el médico fue incapaz de dar con nada, yafuera un diagnóstico minucioso o algo que apuntara vagamente a una aflicción de más calibre, yello se sumó a que no hacía más que elogiar lo vigoroso de mi constitución, algo que tuvo elefecto de convencerme más todavía de que estaba enfermo, hasta el punto de que, cuanto más

Page 59: El jardín de Reinhardt

argumentaban que mi salud era perfecta, más seguro estaba yo de la inminencia de la muerte;aquella insistencia me chocó por la ineptitud o la falta de honestidad de los médicos; ninguna deambas cosas era aceptable, así que volví al segundo castillo de Stuttgart, donde, por lo menos, lesdaban un mínimo grado de consideración a mis males.

Total, que me recuperé. Y total, que siguió un periodo de reajuste en el que, mayormente,Jacov y yo, desde el piso de arriba, escuchábamos el traqueteo de la pata de palo de Sonja en laplanta de abajo, y era esa cadencia lo que delataba su grado de mal humor y nos alertaba ademásde en qué cuarto se encontraba en cada momento: iba cojeando a la cocina para remover un guiso,o puede que arrastrara la pata por las diversas bibliotecas para recoger y guardar el polvo del queJacov era tan fanático y sobre cuyo valor acababa de dictar una carpeta entera de teorías; «elpolvo, el polvo, el polvo», murmuraba entre el traqueteo del miembro de madera de Sonja, y esque se negaba a mitigar el ruido de su prótesis con ningún adorno, ya fuera media o zapatilla, nopensaba en los demás, y el golpeteo machacón, la cadencia afligida, nos había empujado a Jacov ya mí a la segunda planta, donde nos habíamos convertido en rehenes de alguna actuación macabramontada por un dramaturgo pata de palo que todavía no había escrito el acto final. Jacov le decíauna y otra vez que descansara, que era su amiga y amante e invitada de por vida, y, además, dijo,el segundo castillo de Stuttgart era inmenso, demasiado desalentador y abstracto para que lollevara solo un ama de llaves, «sobre todo, un ama de llaves con una sola pierna», murmuróconteniendo la respiración, ya que tanto él como yo compartíamos un miedo intrínseco a queestallara una tempestad, una explosión largo tiempo anunciada y aun así desoída, y, cuanto mástiempo esperáramos a que Sonja montara en cólera, peor sería, y me da más miedo así, en calma,que airada, confesó Jacov, porque, cuando está calmada, algo que, admitámoslo, es su estado desiempre, eso quiere decir que todavía le bulle la ira por dentro, el enfado todavía no ha hallado sucénit, y ¿quién sabe qué aspecto tendrá y qué forma acabará tomando?

Con todo, Sonja se negaba a parar, repetía que el trabajo le venía bien a su temperamento, y yocreo que una parte de Jacov apreciaba la soledad de los tres, con alguna aparición ocasional deUlrich, cuando no estaba en las Ardenas o en la Selva Negra poniéndoles trampas a los perroscruzados que luego iba recogiendo, y, además, decía Jacov, si algo no lo puede limpiar Sonja, esoes que no hace falta limpiarlo; el polvo me aporta un placer innegable, dijo, el cristal biselado consus capas de mugre, decía, y los muebles que languidecen de no usarlos: todo me es infinitamentegrato; total, que nos escondíamos arriba, y Sonja arrastraba la pata de una pieza a otra, y Jacov sedaba el gusto de esnifar coca más a menudo y en mayor cantidad, un hábito que ya era rutina, loayudaba a dar síntesis a sus estudios y dictaba los puntos álgidos, bajos e intermedios de lamelancolía. Y sucedió así que no pasó mucho tiempo hasta que Jacov cayó en la cuenta de la laborde toda su vida, sobre todo a través de la meditación y la cocaína, o a través de la cocaína y lameditación, el orden de los factores no alteraba el producto, y pronto se le metió en la cabeza laidea de viajar a Sudamérica y encontrar a Emiliano Gómez Carrasquilla en persona, pues habíaaparecido un artículo en una revista académica de escasa tirada y menor importancia, lo que letrajo de nuevo a Carrasquilla a la mente a Jacov, un artículo que especulaba con la desapariciónde Carrasquilla en 1901 y llamaba la atención sobre la negativa de Carrasquilla a escribir nadamás después de su último libro, El hallazgo de la dicha, invertido más tarde por Jacov en favorde La localización del desespero.

El artículo describía la obra de Carrasquilla en términos más bien poco halagüeños, lo tildabade autor de segunda fila, un segundón, y bastante soso; se centraba más en su vida, tan poco

Page 60: El jardín de Reinhardt

corriente y nómada; veía más interés en su historia que en cualquier cosa que hubiera escrito; aunasí, el artículo le recordó a Jacov que había abandonado a su maestro. He abandonado a mimaestro, dijo una tarde mientras le seguíamos el rastro al ruido de la pierna de Sonja en la plantade abajo, de la segunda sala de estar a la cocina principal, donde, por el traqueteo, se hallaba deun humor de perros. He perdido tanto tiempo, confesó Jacov, al caer bajo el hechizo de Klein, alhacerme kleiniano, tal y como después me hice tolstoyano y luego me borré; sea como sea, perdítanto tiempo buscando las respuestas en mí mismo, en vez de buscar a Carrasquilla, y entoncesJacov esnifó varias rayas de cocaína antes de lamentarse de no haber acudido a la fuente. Nuncase me pasó por la cabeza acudir a la fuente, dijo, ya fuera por miedo o por cobardía, aunque elmotivo no importa, pues estamos en las mismas, dado que me negué a tomar cartas en el únicoasunto que me lleva llamando desde que descubrí a Carrasquilla, y que es mi encuentro cara acara con Carrasquilla, porque Carrasquilla me lleva llamando todo este tiempo, y lo único quehará que avance mi trabajo sobre la melancolía será el contacto directo con Carrasquilla. Elloserá lo que me permita, así, completar mi labor de toda una vida, ya que Carrasquilla es laconexión que me hace falta y la conexión que me ha hecho falta siempre para dar con el camino ala verdadera melancolía, y Carrasquilla vive ahora en la selva, en San Rafael si no recuerdo mal,más viejo ya que el tiempo, puede que extraviado y sin norte y necesitado de nuestra ayuda; asíque, en pie, ordenó Jacov, y lo miré a los ojos, que temblaban y estaban inyectados de sangre.

Los uruguayos habían cargado las mulas, y me di cuenta de que todo el mundo esperaba queme pusiera en pie, que echara a andar por fin después de ir en parihuelas una semana, y quizá mehabía curado, y quizá la fiebre había remitido, pero ¿qué importaba? Me daba miedo ponerme depie. Caminar me daba miedo. Todo en el mundo me daba miedo, y, pese a ello, no hizo falta másque el que Jacov se arrodillara a mi lado, en un momento de rara serenidad, y me contara que sulabor de toda una vida había llegado hasta aquel punto solo por mí; ha sobrevivido hasta ahora,dijo, por ti, y solo por ti seguirá hasta que esté completa, porque tú, dijo, eres mi leal servidor ydiscípulo y factótum, y, si no eres la fuerza que me mueve en la labor de toda una vida, eres,cuando menos, el apoyo y el sostén del asidero necesario para mi labor de toda una vida, y lodébil de tu constitución lo compensa con creces tu devoción, y me eché a llorar mientras mesusurraba al oído palabras de ánimo más contundentes y enjundiosas, palabras que noté como unadescarga eléctrica en las piernas, de manera que, cuando me puse de pie, me sentí, si no renacido,sí parcialmente renovado, y, fuera cual fuera la enfermedad o el clima o la amenaza de los clanesindígenas, nada de ello se interpondría entre nosotros y Carrasquilla y, de suyo, la melancolíapura, no adulterada, y llevaba siglos sin ver a Jacov tan lúcido, tan «restaurado» a su ser primero,y era el padre y el amigo que nunca tuve, y mi amor por él era insondable y no tenía fin, loimpregnaba todo, y así me puse en pie por fin, y seguimos camino: Ulrich, obsesionado con SanRafael y el telégrafo; y Jacov, obsesionado, o bien con volver a Montevideo a por cocaína, o conencontrar a Carrasquilla, lo que más prisa le corriera, y yo, obsesionado con la felicidad deJacov, la cual, en puridad, era, o bien volver a Montevideo a por cocaína, o encontrar aCarrasquilla, que podía estar en cualquier punto de la selva de Gualeguaychú, y ya solo quedabancon nosotros los guías uruguayos, así como aquel lingüista del demonio, Javier, al que se le habíaprohibido abrir la boca, y las mulas que llevaban la carga también, a las que se les notaba elcostillar por los flancos, como los fuelles de un acordeón, y todos estábamos cubiertos de barro,parecíamos una tribu perdida en los confines de la tierra, una especie de aparición; caminamostoda la mañana, y el sol reverberaba entre la fronda, y bailaban nuestras sombras, a través de

Page 61: El jardín de Reinhardt

densos matorrales infestados de yaros, y Ulrich confesó que estaba convencido de que nos seguíanlos yaros, de que era muy probable que los yaros llevaran días siguiéndonos, puede que mástiempo aún, y, si sus coordenadas eran de fiar, caminábamos por todo el medio del territorio yaro,una tribu que llevaba meses empeñada en matarnos, desde aquel absurdo intercambio, y cómoecho de menos a mi lado a mis amados perros de presa, dijo Ulrich, y yo no había visto nunca aUlrich tan medroso, una emoción para la que lo creía negado.

El camino se fue empinando, y la pendiente animó a Ulrich, que susurró: esta pendiente daánimos, porque estoy seguro de que es la mismísima pendiente que pasamos el día antes de darnosde bruces con San Rafael la primera vez. Pero a mí ya no me importaba lo que le diera ánimos aUlrich, pues había observado su alma escurridiza y lo rápido que traicionaría a nuestro maestrocon tal de volver a la civilización, por lo que me concentré en el estado de ánimo de mi maestro ylo que adelantábamos de camino a Montevideo a por cocaína o quizá a un encuentro conCarrasquilla, lo que él quisiera, ya que las palabras de Jacov me habían rejuvenecido, peroademás habían servido para fomentar mi lealtad, una lealtad que no había vuelto a sentir desdeque escapé de la pesadilla a bordo del vapor Unerschrocken, un viaje que habría puesto a pruebala firmeza de los hombres más fuertes. Jacov me había acariciado el alma cuando yo más lonecesitaba, y me recordó, así, por qué amaba cada fibra de ese hombre, desde su pasión de santoal pálido montículo de su panza prominente, y le perdoné todo, desde su ensimismamiento a lomediocre de sus promiscuidades, ¿o acaso no asola siempre al genio la ordinariez de sus malaselecciones? Yo amaba a Jacov, y la única forma de dar expresión a ese amor era seguir buscandoa Emiliano Gómez Carrasquilla, el profeta que él había estudiado y analizado de joven enBelgrado, hasta el punto de viajar a Colonia a conocer en persona a Elsa Weber, la traductora alalemán de Carrasquilla, para averiguar qué había sido de su guía espiritual y maestro desabiduría.

Elsa Weber, una mujer cuya inquietante inteligencia y piel blanquecina habían seducido aJacov, quien, a su vez, había intentado seducir a Weber y no lo había logrado. Intenté seducir aElsa Weber, dijo, y no lo logré; aunque había una atracción física muy fuerte entre nosotros, esoera innegable, le molestaba cómo interpretaba yo, o, según ella, cómo malinterpretaba, los librosde Carrasquilla. Viajé a Colonia y hablé con Elsa Weber, me dictó Jacov un día de bochorno enStuttgart con las ventanas abiertas y el olor de la segada hierba que entraba en el estudio; hablécon ella de la belleza y de la divina gracia de la verdadera melancolía, pero después de estar tresdías hablando con ella de la belleza y la divina gracia de la verdadera melancolía, tres días en losque me hallé a mí mismo denostando a Elsa Weber por su falta de comprensión de la belleza y dela gracia divina de la verdadera melancolía, me harté, pues, igual que Otto Klein, Elsa Webertomaba al pie de la letra la filosofía y la teología y las ciencias; por ello, ella creía que había quetomar las obras de Carrasquilla al pie de la letra; de ahí que tradujera sus obras de manera literal,y yo le decía que, de tomar los escritos de Carrasquilla al pie de la letra, esto es, literalmente, suautor sería el bobo y el falso más grande que ha habido, y yo, un bobo y un falso todavía másgrande por leerle, porque ¿quién, le pregunté a la traductora, se pasa la carrera intelectualdedicado al estudio de la felicidad? ¿Un niño?, le pregunté. ¿Un cabeza de chorlito y undesequilibrado mental?, exigí saber. No, le dije, Emiliano Gómez Carrasquilla es un humoristafilosófico, el más singular de los pensadores en ese combate solitario, solitario porque en toda lahistoria de la humanidad solo ha habido hasta ahora un humorista filosófico, y ese es Carrasquilla,y uno no estudia la felicidad y la dicha y la satisfacción en los albores de su carrera intelectual,

Page 62: El jardín de Reinhardt

pues la felicidad y la dicha y la satisfacción son el destino mismo de la carrera intelectual de uno,y, hasta que no se han transitado los oscuros y amenazadores senderos del patetismo, los pasillosde la angustia, infestados de zarzas, no se aprende que la felicidad y la melancolía son dospalabras para una misma cosa.

Y le enseñé a Elsa Weber en su pequeño apartamento que daba casi al mismo Rin que lamelancolía era la emoción más elevada que se podía sentir y la más cara al alma humana, yelucidé para Elsa Weber en su diminuto piso, en el que casi no cabía un mosquito ni un ratón,como para albergar a un ser humano, que las obras de Carrasquilla son respuesta a esosintelectuales indolentes y superfluos que creen que vivir la vida es una perita en dulce. No, le dijea Elsa Weber, a la que al final até con cuerda a una silla en aquel apartamento suyo desde el quese vislumbraba apenas un trozo del Rin, no para torturarla ni tenerla presa, no, sino solo paraobligarla a avenirse a razones, de manera que pudiera entender que Carrasquilla, igual que yo,había sufrido una tragedia horrible, muy posiblemente de joven, y pasé a contarle a Elsa Weber lapérdida de mi hermana melliza y la muerte de nuestro idioma y cómo nos marginaban en Knin, loque fue tanto una tragedia como un regalo, pues con la muerte de Vita contemplé la tristeza que lees inherente a la vida, una tristeza que se expande como el vapor y no se puede, por tanto,contener, que llega a todos los rincones ignotos del corazón, una tristeza que uno comprende si,como yo, tiene los ojos abiertos, una tristeza que se le pega a uno a la piel de la existencia, y esome levantó el ánimo, pues me di cuenta de que la vida es portadora solo de promesas pasajeras yescasa esperanza si no es mediante la comprensión del patetismo, y Emiliano Gómez Carrasquillalo vio también, ya que existe, rememoró él, y yo escribí, una agonía tangible que impregna y animatodos los libros de Carrasquilla por dentro, y Elsa Weber ahí estaba, atada a una silla en su piso,que ofrecía la visión más escueta del Rin, una vista como una patada en el estómago, una vista quesolo engañaba al ojo, una tortura perpetua sin duda por la ínfima panorámica del Rin, ya que elRin es un río espléndido y caudaloso que atraviesa Colonia como un fémur doblado, dijo Jacov, yyo escribí, y que le den a uno una esquirla del Rin, pero no una vista completa del Rin, es peorque estar ciego y no ver nada del Rin, peor que ignorar la existencia del Rin, pues imagínate vivirtan cerca de un cauce tan loado como el del Rin, tan cerca del amado estuario en el que uno podríacasi zambullirse, y quedarse con tres palmos de narices por la tontería de un arquitecto o laavaricia del casero, o puede que por ambas cosas, y una parte de mí se moría de ganas depreguntarle cuánto pagó por aquella birria de piso tan repugnante, pero no había espacio para lasdigresiones, porque el viaje y el plan se habían debido a una sola cosa, dijo, y yo escribí, y eradescubrir el destino de Emiliano Gómez Carrasquilla.

Así que le dije a Elsa Weber: si no eres capaz de ver en las obras de Carrasquilla la sátira queencierran, eres incapaz de ver al hombre que has traducido, la parodia filosófica que hace que susobras sean del todo originales, y poca esperanza veo para ti, y en este punto, como ya se habíapuesto el sol, Elsa Weber parecía aletargada, pues las ataduras la habían agotado y pedía,suplicaba, de hecho, agua, así que le di dos vasos, y luego rebusqué en su piso de Colonia,atestado hasta los topes, cualquier carta que guardara del gran oráculo sudamericano, y, comonada hallé que no fueran transcripciones y libros y diminutas estatuillas de conejos de porcelanade las que hacía colección, después de dormitar penosamente en su cama, que emulaba alapartamento en lo abominables que eran ambos, nos hice un té y le dije que quería saberlo todo deCarrasquilla, y Elsa Weber, una treintañera de pelo trigueño y ojos verdes, piel blanquecina ylabios diminutos que solo invitaban a una cosa, por fin cedió, y, aunque le había perdido el

Page 63: El jardín de Reinhardt

respeto a la labor de Elsa Weber como traductora y ya no veía a Elsa Weber como a alguiendotado de una rara inteligencia, ella sabía cosas, y me pasé los dos días que siguieronpreguntándole sobre multitud de temas, que giraban, claro está, en torno a uno solo, y era, paraempezar, cómo había recibido las transcripciones de Carrasquilla, la dirección de sus editoresalemanes, las notas y sugerencias que Carrasquilla no tuvo más remedio que darle y, por último, lomás importante, por qué había dejado él de escribir, aunque no era lo más importante, sino losegundo en importancia, porque lo que más quería saber era dónde vivía una persona comoCarrasquilla, y Elsa Weber, aflojadas las cuerdas de las muñecas y los tobillos para que tuvieraalivio, explicó que el profundo despertar religioso de Carrasquilla lo había obligado a abdicar dela escritura en aras de una vocación sagrada o espiritual o sublime, porque con cada nuevo librohabía sentido «en sus carnes los turbios dedos de la hipocresía», una expresión que la traductorano había olvidado, y que, según explicó, él le escribió en la única carta que ella había recibido deCarrasquilla, carta en la que Carrasquilla le daba las gracias a Elsa Weber por la fidelidad de sustraducciones y pasaba a decir que se veía impelido a vivir una vida física de gozo en vez de unavida escribiendo sobre la práctica del gozo, y yo miraba los ojos verdes de Elsa Weber, dijoJacov, y yo escribí, mientras ella explicaba lo poco que recordaba de aquella carta tiempo harecibida: cómo Carrasquilla había querido vivir una vida de paz con la tierra, abandonar porcompleto el pensamiento, desechar del todo el intelectualismo, y en aquella única cartamencionaba de pasada su deseo de abandonar el monte bajo y la maleza de Uruguay, y ponerrumbo al oeste, entrando de lleno en la selva de Gualeguaychú; puede que hiciera mención de unpueblo, San Luis, o San Miguel o puede que San Rafael, aunque no estaba segura del nombreexacto, ni siquiera del país, pues la carta la había escrito Carrasquilla hacía años, y ella la metióen un cajón y la olvidó y al final la tiró a la basura, y no hubo debate ni trastorno ni esplendorcuando Carrasquilla se retiró, dijo la traductora, ya que la traducción de sus obras al alemán fuecasi de chiripa, una casualidad no más, pura obsesión de los editores, dos viejos excéntricos,veteranos de la guerra austro-prusiana, ya largo tiempo ha muertos, y mis traducciones de susobras al alemán fueron algo que no despertó ni la más mínima atención en la comunidadintelectual, siguió diciendo, y yo, como no era más que una estudiante cuando empecé el proyecto,al final me olvidé por completo de su obra, dado que tenía que abrirme camino en el mundo.

En cuanto a por qué la eligieron a ella para traducir a Carrasquilla, Elsa Weber explicó que nofue cuestión de que la eligieran, sino de que se propuso ella para el encargo, ya que nadie estabainteresado en la traducción de aquel autor sudamericano, y no sabía cómo llamarlo, si un enigma oun cero a la izquierda; en cualquier caso, un donnadie tanto para los alemanes como para lossudamericanos. Pero yo dominaba el español, explicó, tanto hablado como escrito, porque, depequeña, en mi casa se hablaba español, dado que mi madre se crio en Granada, y por casualidadvi de refilón un anuncio en alguna revista de poca monta en el que pedían los servicios de untraductor y contesté, es decir, dije que sí, porque, ¿sabe usted?, había querido ser traductora,aunque, admitió, ahora he dejado lo de la traducción y trabajo en la biblioteca cerca deLindenthalgürtel, pero los libros de Carrasquilla pasaron completamente desapercibidos y luegolos pasaron a cuchilla, le contó a Jacov, y yo anoté, y hasta los editores, le contó a Jacov, estánmuertos y enterrados, y ¿cómo es que diste con esos libros en Belgrado?, empezó a decir latraductora, pero, antes de que acabara la frase, Jacov la interrumpió para señalar que había dadocon las obras de Carrasquilla por un azar del destino, el destino, aulló, el destino, escupiómientras daba vueltas en torno a Elsa Weber, paseándose por aquella mierda de piso en el que el

Page 64: El jardín de Reinhardt

círculo era la única figura o forma o recorrido que permitía el limitado espacio, y el destino, lerecalcó a una Elsa Weber muy asustada, era su segunda palabra favorita en cualquier idiomahablado o escrito, después de la palabra más ilustre, noble y encantadora, la cual era, porsupuesto, «melancolía».

En aquella única carta, Carrasquilla le explicó a Elsa Weber que ansiaba vivir una vidamonástica, una vida libre de las cargas y el agotamiento de la escritura, libre no solo de losdesvelos de escribir, sino también de pensar y después escribir, que son dos actos completamentediferentes, pues pensar es una cosa, y escribir, otra, aunque son actos que sin duda dependen unode otro y no suceden el uno sin el otro, pues mucha gente cree que escribir es un acto aislado,había escrito en aquella única carta a Elsa Weber, un ejercicio en y para sí mismo, pero no es asíen absoluto, sino que son tres o cuatro, puede que hasta seis, actos distintos, porque está la idea,desde luego, y luego hacen falta las palabras para llevar adelante la idea, porque, sin las palabras,la idea se hunde y se asfixia, sin más; en pocas palabras, se muere, pero nadie habla de ladisciplina o de la motivación necesaria y la confianza en uno mismo, ni de la energía y la agoníade tener que sentarse y escribir sobre lo que, al menos para él, era en esencia la vida, pero,cuando estás haciendo eso, no solo estás evitando la vida, había escrito Carrasquilla, sino que nocuentas para la vida, estás ciego a la vida; puede que escribir sea la negación de la vida misma, y,en cierto sentido, escribir es una forma de muerte, y es que, además, le había escrito a Elsa Weber,mi alma clama por el silencio, por acabar con la avalancha de palabras, esa fue la palabra exactaque empleó, dijo Elsa Weber, «avalancha».

Y, cuanto más hablaba de aquella única carta que había recibido y que acabó en la basura, másganas le entraban a Jacov de leerla y, por eso, más alterado se ponía, y Elsa Weber resumió lo querecordaba de la carta de Carrasquilla, que no era más que el que Carrasquilla había llegado a laconclusión de que escribir era de por sí una enfermedad, que ansiaba curarse de ella dándoleaquel bandazo a su vida, adentrándose en aquel continente en apariencia sin término, y que, aunquesus obras influyeran más tarde en Rubén Darío o en Horacio Quiroga y en una retahíla demodernistas, ¿él cómo iba a saberlo?

Y Jacov miró por la ventana, llevó la vista más allá, a algo que casi podía ser un atisbo delRin, pero en realidad solo ofrecía la promesa del Rin, los ruidos y aromas del Rin, pero nunca elRin mismo, nunca aquel cauce opulento que cortaba la respiración, ya que la solitaria ventana deElsa Weber no daba más que al otro lado del callejón, a la fachada de enfrente, una vista que eramás una falta de vista, pues, cuanto más miraba uno, más se daba cuenta de lo poco que veía, y elque miraba tendría que asomar el cuerpo hasta un ángulo de noventa grados para ver siquiera lamás mínima esquirla del Rin, una esquirla como un insulto, una esquirla como un chiste que sehace a costa de uno, y, si esta caja, dijo, este agujero de mierda, soltó con un tartamudeo, si lasciudades modernas se estaban convirtiendo en estas moradas absurdas, entonces él aborrecía yrechazaba con todas sus fuerzas la inminente catástrofe de la civilización, que menuda palabra,dijo mientras bullía por dentro, una palabra que no tenía nada de civilizado, y Elsa Weber, atada auna silla en un piso que Jacov no le desearía ni al mismísimo Otto Klein, un piso como un armarioo una caja de zapatos, pero una caja de zapatos pensada para guardar los zapatos de los niños o delos enanos y de ninguna de las maneras zapatos pensados para adultos bien crecidos y de tamañonormal, siguió explicando que casi nadie leía las obras de Carrasquilla ni debatía sobre ellas, yque no le importaban a nadie; de hecho, añadió, ni a un solo ser humano, salvo quizá en algunacríptica nota a pie de página o para hacer un chiste, pero un chiste muy rebuscado.

Page 65: El jardín de Reinhardt

A nadie le sonaba ni de lejos el nombre de Carrasquilla, y la labor la hice, dijo, es decir, lastraducciones, por razones filantrópicas, y también porque lo hallaba edificante para mí misma,pero sobre todo por caridad mientras me sacaba la carrera, sin cobrar jamás ni un céntimo, y, ajuzgar por aquel apartamento infinitesimal, dijo Jacov, la traducción estaba igual de mal pagadaque el trabajo en bibliotecas, y qué buena idea fue heredar el dinero del tabaco Reinhardt,reflexionó, y más gente tendría que hacer lo mismo, pues le da a uno tiempo y margen parareflexionar sobre las mil zozobras de la existencia. Elsa Weber le contó a Jacov que nadie, apartede los editores, ya desaparecidos, le había hablado nunca de Carrasquilla, y se había olvidado deltodo de él, como si no hubiera existido nunca o fuera uno de esos fantasmas con los que una sueñade niña y que vuelven décadas más tarde, una fantasía ridícula, una ilusión óptica que jamáshabría ocurrido si no hubiera vuelto a levantar la cabeza una vez más; sí, lo había olvidado deltodo y por completo hasta que Jacov apareció en el descansillo de lo que Jacov creía que era elapartamento más minúsculo de la historia de la humanidad, y Emiliano Gómez Carrasquilla, acabópor decir la traductora, no ha tenido influencia en el mundo intelectual, y esta frase dejó helado aJacov, esta frase bastó para que Jacov saliera corriendo del antro microscópico de Elsa Weber sinvolver la vista atrás, huyera de Colonia y se recogiera, una vez más, en el balneario y sanatorioHolstooraf, con el fin de recuperarse y reunir fuerzas, y de recomponer la figura, sin saber nuncadel todo a ciencia cierta si había desatado a Elsa Weber de la silla en la fosa séptica que tenía porpiso, y poco más tarde, a saber, tres semanas después, Jacov halló consuelo en el balneario ysanatorio Holstooraf, tanto en mi amistad como hincando los lomos contra los lomos de Sonja enel escobero, en el laberinto del jardín, en el ático del ala de tuberculosos, detrás del seto configuras de animales y, según contaba Jacov, en muchos otros emplazamientos, y, aunque no sé quéfue primero, todo ello, el orden de sucesos, la serena maravilla que es la vida en su despliegue,también me llevó a mí a creer en el destino, pues ¿qué otra cosa si no podía haber llevado a quecoincidiéramos allí los tres y nos hiciéramos amigos íntimos y, de suyo, a que nos halláramosviviendo en el primer castillo de Stuttgart, y tuviéramos por vecinos a los Möller y su odiosohuerto de frutales?

Y pensé en el destino, según arrastrábamos los pies en silencio entre la niebla sempiterna, conla grupa de la mula de Javier por todo horizonte, porque la niebla le quita al mundo su dimensióny les da proporciones equivalentes a todos los objetos, lanza una pátina sobre la existencia deángulos contrahechos y evanescentes, y de repente tenía al lado a Ulrich, con la cara hasta elsuelo, que me urgía a detenerme. Detente, susurró, y entonces le dijo lo mismo a Javier, ydesapareció despacio entre la niebla para decirles a todos los demás que formaban la comitivaque hicieran lo propio, esto es, que se detuvieran, y que, al hacerlo, cerraran el pico también, y noera yo de aquellos a los que les preocupara gran cosa sufrir un ataque, que ya tenía bastantemotivo de preocupación nada menos que con un tobillo malo y la perpetua amenaza de los«dolores de cabeza fantasmas», pero algo en el semblante de Ulrich me llevó de vuelta a laamputación de Sonja y, más atrás todavía en el tiempo, al andén en la estación de Tula; elsemblante de Ulrich tenía algo de la expresión que hallé en su cara cuando nos encontró, quierodecir a Jacov y a mí, y ahora entendía que a Ulrich se le ponía esa cara solo en las circunstanciasmás terribles y acuciantes, no ya circunstancias, sino crisis, y que estábamos, de hecho, a punto deser atacados o quizá siendo sometidos ya a un ataque, porque, con aquella niebla del demonio,¿quién podía decir lo que sucedía a apenas un palmo de nosotros?

Podía muy bien estar sucediendo en ese mismo instante, pues no era yo experimentado en la

Page 66: El jardín de Reinhardt

violencia del mundo físico, y ya tenía bastante con estar al quite de mis múltiples males, despuésde pasar temporadas enteras encamado mientras me reconcomía la angustia, preguntándome cuálsería la próxima epidemia que no me habían diagnosticado, agazapada en un rincón, a la espera deque llegara su hora, o merodeando junto a mi cama; no, poco sabía yo de batallas; solo de lasinvasiones que sufre el cuerpo humano a manos de sí mismo, y lo siguiente que vi fue a Ulrich,salido de la niebla, que me mandaba echarme al suelo. Nos tienen rodeados, dijo, y jamás se meocurrió pensar qué nos tenía rodeados, pues no hubo momento en aquel continente en que noestuviéramos rodeados por algo vil, impenetrable, algo innombrable, pero todavía más malo porel mero hecho de no tener nombre, algo que nos seguía y nos acogotaba, nos ahogaba, buscabadoblegarnos con la fiebre y con la muerte; solo que esta vez estábamos rodeados por los yaros, yllevaban semanas siguiéndonos, meses quizá, alcanzó a decir Ulrich, los yaros, que van armados yson intrépidos, se habían despertado esa mañana con la sola intención de matarnos, y yo maldijenuestra ignorancia, la poca sangre de nuestros guías, la ineficacia del intérprete, que carecía deldiscernimiento y sentido común necesarios siquiera para hablar su lengua materna sin funestasconsecuencias.

Seguidme hasta el río, ordenó Ulrich con un susurro, y todos nosotros, con el pecho pegado atierra, fuimos siguiendo a Ulrich entre la maleza, y bien pronto íbamos arrastrándonos por el barroen pos del ruido del agua, y yo estaba convencido de haber visto un revoloteo entre los árbolesque nos rodeaban, y quedé a la espera de que empezara la lluvia de dardos o de flechas odisparos, y yo era el tercero detrás de Ulrich, formábamos ahora una patrulla, como los anillos deuna serpiente, pero una serpiente que no está acostumbrada a moverse a ras de tierra y se dacuenta de repente de su propia extinción inminente, y tuve deseos de volver la cabeza y ver el pelorojo de Jacov llameando en la niebla, pero pegué la cara a la tierra húmeda en nuestro precarioreptar tembloroso, maniobras estas del todo ajenas a los bípedos, animales tristemente conscientesde la tragedia que se les viene encima, y habíamos abandonado las mulas y las provisiones sinpensárnoslo, pues las cosas en la jungla se ponían serias por momentos, no ya por momentos, sinoen el tiempo inmisericorde que media entre dos segundos, ese tiempo sin nombre de lo breve quees que separa un segundo de aquel que lo sigue, y me paré a contemplar la locura que fue nuestraexpedición, la incompetencia del intérprete, la falta de rumbo fijo, pues habíamos atravesado unocéano y aterrizado en un continente solo con un nombre, Emiliano Gómez Carrasquilla, y un sitio,San Rafael, y paré mientes también en los tontos círculos que habíamos estado haciendo, habíamosestado andando en círculos, y en nuestras retiradas de cabeza de chorlito y en la circunstancia deque no supiéramos nunca si íbamos o veníamos, si habíamos llegado a salir de la selva deGualeguaychú, si seguíamos en Uruguay o habíamos pasado a Argentina o incluso a Brasil, ypensé de repente en Sonja, que nos dijo al salir que éramos imbéciles, imbéciles por partir, pero,lo que era más importante, imbéciles por el mero hecho de ser hombres, ya que en nuestranaturaleza estaba el ser imbéciles y, por lo tanto, no lo podíamos evitar, y esto lo dijo a los piesdel segundo castillo de Stuttgart cuando partíamos, y lo pronunció, no con malicia ni rencor, sinocon pena, lo cual es siempre peor, porque le dábamos pena nosotros y nuestros planes, como sisupiera algo que iba más allá de nuestra comprensión.

Sonja nunca quiso impedir nuestra partida: solo aceptó nuestro viaje como algo en lo que noteníamos más remedio que regodearnos, y, según arrastraba yo el cuerpo entre la alta hierba,recordé la insistencia con la que Sonja se aferró a sus libros y papeles cuando le quitaban lapierna, cuando se la serraban literalmente; miró con depredadores ojos al espacio abovedado en

Page 67: El jardín de Reinhardt

el que estaba claro que había pasado miles de horas, un espacio diseñado a medida para meterse arastras y dedicarse sobre todo a leer y escribir, y recuerdo que volví la cabeza y vi las resmas depapeles y notas y la estantería en precario equilibrio que contenía los libros de sus amados poetas,y hasta una fotografía en blanco y negro de Alva Belmont y un boceto de Annette von Droste-Hülshoff clavado en la pared, poetas y sufragistas, y es que aquel espacio recóndito, aquella alamedio olvidada del segundo castillo de Stuttgart, era donde Sonja hallaba solaz, era el sitio en elque se escondía para escribir y quizá para traducir, y recuerdo cómo insistía en que le devolvieransu obra a su regreso del hospital, en que se le rindieran cuentas de todos sus libros y papeles,dado que había honduras de Sonja que ni Jacov ni yo nos habíamos parado nunca a escrutar, puesno se había retirado y recogido allí para alejarse de nosotros, sino para estar a solas y bien asolas con sus pensamientos, y en aquella hornacina colmada de pilas sin término de libros,escondidos cual botín, y cual botín atesorados, comprendí que Sonja veía los libros y las palabrasde la misma manera que veía las relaciones sexuales: recibía idéntico placer voluptuoso tanto deltacto como de las palabras que describen el tacto, pues era una sensualista y, por lo tanto, no hacíadistingos entre la carne de un hombre y los versos de un poema, contenedores ambos de uncorazón que latía y unos órganos vitales y, viceversa, merecedores todos de ser conservados yprotegidos, y, si había alguien con un alma igual a la de Carrasquilla, era Sonja, pues lo que losdos deseaban no era otra cosa que hallarse en soledad con el propio pensamiento, no era otra cosaque no fuera el espacio oculto al que se accedía arrastrándose para convertirlo en un hermososalón literario solo para uno, y Sonja, como muchos de nosotros, puede que como todos nosotros,nació en el sitio equivocado en el momento equivocado, y me confesó una vez que había escritocinco libros de poesía, todos inéditos, pues he ahí lo que pasa cuando nacemos a un destino falso,y para nosotros ya era tarde, pues había llegado la hora de nuestra muerte, pero para Sonja,inmersa en el segundo castillo de Stuttgart, con el ajetreo de la recolección del polvo y latraducción de poemas, testigo de cómo se completaba la construcción del ala final del segundocastillo de Stuttgart, había futuro todavía.

Mientras tanto, íbamos gateando con el pecho pegado al suelo, a punto de ser asesinados, y oíunos pasos en la alta hierba, y qué caprichosa e irracional es la muerte, que avanza siempre, peronunca por donde uno la espera. Vi que una flecha se clavaba en el barro a mi lado, oí un silbidoagudo y constante, inocuo, no muy distinto al zumbido de un mosquito junto a la oreja, y luego,dardos por doquier, una lluvia de dardos, y los gritos de Javier con su ridículo acento, que hastaen la muerte me costaba tenerle lástima, y deslicé mi cuerpo por un lado del suyo, más rápido enel barro, una ráfaga de flechas pasó silbando por el aire, flechas que muy posiblemente habíansido mojadas en curare, a lo que se sumaban ya los aullidos de los yaros y los chillidos de losmiembros de nuestra expedición, y ¿dónde estaba Jacov o, lo que era más importante, cómo podíaJacov ir a gatas?, cargado como estaba con los Libros del origen apretados contra el vientre, elobjeto más precioso y preciado que había sobre la faz de la tierra, dijo Jacov, el compendio másaudaz y destilado sobre la naturaleza humana, dijo Jacov, la formulación más original de nuestrascapacidades, añadió Jacov, y, por lo tanto, yo tenía que proteger los Libros del origen a todacosta. Si perezco, me había ordenado apenas el día anterior, si me sucede una desgracia, tienesque llevártelos de vuelta a Europa, porque los Libros del origen son la salvación del mundo y larespuesta a la pregunta que nadie se ha parado a hacerse, y, aunque, añadió, están escritos en miidioma y el de la querida Vita, hay un código, una clave que he hecho para descifrar los libros,solo que entonces surgió una disputa entre Javier y un guía, que no se ponían de acuerdo con la

Page 68: El jardín de Reinhardt

técnica adecuada para asar la carne de las piezas cobradas en la jungla, de modo que eldesciframiento de los Libros del origen, el código, la clave, como las propias ideas y teorías,estaba solo en la cabeza de Jacov, nunca se conoció, y ni tuve oportunidad ni se me ocurriópresionar a Jacov acerca de su paradero, con lo atareado que estaba yo con la fiebre y otrosmales.

Gateé hasta que la hierba se hizo más rala y me hallé al borde de la orilla, y tuvimos la fortunade que empezara a llover, lo que dificultaba la visibilidad, aunque aquellos indios no eran de losque se amilanaban, y apreté el cuerpo contra Ulrich, a la espera de los demás, y Ulrich tenía en elsemblante la expresión más rara que le había visto nunca, hasta que me di cuenta de que era laexpresión de alguien que había recibido varios flechazos en la espalda, y las flechas le salíanahora por el pecho y la tripa. Ulrich hizo acopio de valor e intentó arrancárselas, pero habíademasiadas, por lo menos seis, que yo contara, y lloré con un jadeo apagado según se le ibaextendiendo la sangre por la camisa en grandes círculos espesos, tan anchos y despiadados que,cuando volví a mirar, ya había expirado, y así Ulrich dejaba de existir, dejaba de cobraralquileres ridículos de incontables inmuebles, dejaba de atrapar perros por media Europa y deentrenarlos, y miré la cicatriz protuberante que le cruzaba la frente, una cicatriz de cuyo origensiempre quedaría el misterio, y recordé la repentina aparición de Ulrich en el andén de la estaciónde Tula como un cazador de cabezas, un malhechor, y cómo había empezado nuestro vínculo en loque parecía el pasado remoto, fábula o sueño todo ello ya, pues ¿qué es el pasado sino un sueñocolectivo compartido por los personajes del sueño?

Llegaron de cerca los gritos de nuestros guías; intenté dar con el grito de Jacov, arropado porlos otros gritos, mas nada hallé, y me pregunté en medio de aquel caos: ¿debería dar la vuelta e ira por mi maestro, o saltar al acrecido río, o quizá quedarme quieto bocabajo en el barro y fingirque estoy muerto? Como es lógico, opté por esto último, y hasta me embadurné la ropa con lasangre de Ulrich por si acaso, pegué la cara al lodo, y me entraron ganas incluso de gatear máshondo hasta el vientre de la tierra. Así fue pasando el tiempo, siguió lloviendo y cesaron los gritosde mis compañeros; noté después los pasos de los miembros de la tribu, que vinieron a examinarsu labor y hablaban un idioma que me recordó el de Jacov y Vita, el dialecto de la muerte, y selimitaron a patear de mala gana nuestros cuerpos, es decir, el de Ulrich y el mío, y desaparecieronpronto bajo la lluvia.

Al caer la noche, me di la vuelta para ver el manto que formaban las copas de los árboles enlo alto, vi la luna temblar entre las hojas. La lluvia había remitido, y, haciendo acopio de miingenio, volví a ponerme bocabajo y repté entre la hierba, dejando atrás los cuerpos sin vida delos integrantes de la expedición, a Javier y a Ulrich, y habían desaparecido las mulas, casi contoda seguridad, cobradas por los agresores, y gateé más aprisa, busqué a mi querido maestro,hasta que llegué a una extensión de hierba corta y tierra lisa. Estaba a punto de dejar de reptar yponerme en pie, cuando mi cabeza golpeó contra la de Jacov. Yacía bocarriba, y el bulto queformaban los Libros del origen se elevaba al cielo acompañado de las cabezas de dos flechas queparecía que hubieran brotado disparadas desde la misma tierra. Tenía los ojos cerrados, perorespiraba, y yo pronuncié su nombre y, por toda mecánica respuesta, volvió la cabeza y empezó adesabotonarse la camisa, y me eché a llorar, porque yo sabía que con ello él me convertía en ellegatario de los Libros del origen, y fuimos los dos conscientes de la inminencia de su muerte, y¿cómo, me pregunté, cómo era posible que, de entre todos, fuera yo el único que habíasobrevivido?

Page 69: El jardín de Reinhardt

A Jacov le rondaba idéntico pensamiento, ya que sonrió y murmuró: ¿cómo, cómo es que hassobrevivido, tú, con tus fiebres y migrañas y ese tobillo del demonio? Negué con la cabeza, puesno tenía respuesta a su pregunta. Quizá escapé de la muerte, dije, porque era el que más la temía, yJacov sonrió, soltó tres botones más, y ninguno de los dos tuvo la lucidez de caer en lo másapremiante, el código o clave necesarios para traducir su obra maestra, pues, si los Libros delorigen estaban escritos, según aseguraba Jacov, en el idioma único inventado por él y por suhermana muerta, ¿cómo iba yo a desentrañarlo? Antes de llegar a tal punto, sin embargo, Jacovhabía dejado de respirar para siempre, con la mano en el quinto botón, y lloré, pues yo vivía, y élno, y la muerte, tan serena, no había supuesto novedad alguna y era bien distinta a lo que uno leeen las novelas, la muerte cruel que es materia de tanta poesía y tanto arte no era aun así mucho másque un parpadeo o un carraspeo, pues estaba vivo hacía un instante y ya dejaba de estarlo luego.Jacov se había ido para siempre; solo quedaba de él apenas un trozo de carne que quizá, comocreían sus queridos budistas, regresaría reencarnado, aunque quién sabía cuándo y en qué animal,y ¿acaso iba yo a reconocer sus ojos turbulentos en los ojos de una vaca o de una perdiz, o avislumbrar su cara en la cara de un primate? Y quizá, según fue siempre su esperanza, Jacov sehabía reunido con su hermana melliza en la otra vida, y corrían de nuevo por el pasto de una tierramás verdadera y verde que la de Knin. Ya no resonaría el genio de parte a parte en mi existencia,no habría ya vida que le diera vida a mi vida, ni esperanza a mi esperanza. Había acabado unaépoca. La vida sería ahora como el boqueo anodino, monótono, ininterrumpido, de un ancianocansado; vendría cada nuevo día con el eco del que lo había precedido, preámbulo del día porvenir, y así sería mi vida si, por obra de milagro, lograba sobrevivir.

Y recordé la descripción más lúcida de la melancolía que me había brindado Jacov:paseábamos por Stuttgart en los albores de su «periodo gris», y, al volver la esquina deKriegsberg con Ossietzky, explicó que la melancolía, en su forma más pura, era solo un darsecuenta de lo insignificante que uno era, y darse cuenta de esta insignificancia era, de suyo,significativa, y era un sentimiento plácido la melancolía, un sentimiento de la más honda alegría,escondida, incrustada quizá, en el caos del corazón humano, y cuando uno comprendía su propiatristeza inherente y no intentaba derrotarla ni ahogarla o convertirla en su enemigo, cuando noentablaba con ella una batalla constante y sin sentido, podría llegar a ser, con todas las letras,civilizado y, con algo de práctica, hasta una persona culta. Eran los últimos días del invierno, ylos ventisqueros, mudos, descomunales, se elevaban a ambos lados. Yo veía cómo se deshacíanlas nubes de vapor que Jacov soltaba al respirar, y me preguntaba si la respiración de cualquierotro tendría menos fuerza, dado que las ideas de los otros eran inferiores, porque Jacov, en elletargo de su «periodo gris», se estaba poniendo poético, con aquella explicación de losignificativo que era uno cuando se daba cuenta de su propia insignificancia, y, al volver laesquina con Wilhelmstraβe, explicó que la depresión y la abulia que seguían a la aceptación de lapropia insignificancia no eran más que un ápice del esplendor electromagnético de la melancolía,una puntada del dobladillo de la melancolía, un mero reflejo de los repulsivos suburbios o de lasdesangeladas afueras cuando se acerca uno a la ciudad resplandeciente de la melancolía. Pero esque, añadió, esta insignificancia y el caer en la cuenta de esta insignificancia son algo puro en suintegridad, algo honesto, y no lo mancilla el mundo en general, y, por tanto, a su muy modestomodo, es un sentimiento de tal magnitud que lo marca a uno para siempre. Eso es la melancolía,dijo en aquel entonces, el mal que aqueja a artistas y visionarios por igual, y sí, dijo, lo vacía auno por dentro, y sí, dijo, es lenta y tediosa y muchas veces parece algo común y corriente, pero la

Page 70: El jardín de Reinhardt

humillación que sigue solo se puede entender como un milagro, pues, si el mundo fuera un sitiomás triste y reflexivo, y la gente mirara dentro de sí en vez de mirar afuera, ¿no vas a admitiracaso que el mundo sería mejor? Y de ahí pasó a decir que la melancolía era nada menos que lasalvación del mundo, un humillarse a los pies de la mortalidad, y lo poco que atisbó de ellocuando murió su querida hermana melliza era lo que llevaba buscando desde entonces. Tener lalasca de un sentimiento, había dicho aquel día, el resplandor de una luz más elevada, había dichoaquel día, y todo para ver cómo se desvanece, así que claro que fui tras ello, y me he pasado lavida en pos de ello.

Y tomé la cabeza de Jacov entre mis manos, le besé la frente, y lloré, quién sabe el tiempo, ycuánto más luto no le habría guardado, y cuánto más verdadero no habría sido ese luto si unaflecha me hubiera atravesado el corazón en vez de haber sobrevivido, pero no fue ese el caso, y lanoche era sobria y silenciosa, y, con los Libros del origen en mi poder, lo dejé en se había idopara siempre, y regresé alelado a la jungla, y podría haber transcurrido o un día o una semanaporque noté el paso del tiempo, lo que noté fue que un momento era de noche, y el siguiente, dedía, y, por mucho que durmiera, por fin desperté y vi la cara marchita de un viejo que tenía puestaen mí la mirada inquisitiva de un niño, y temblé de pies a cabeza cuando lo reconocí, pues ¡eraEmiliano Gómez Carrasquilla! Al menos se parecía a los mosaicos y retratos que Jacov habíadispuesto en los salones y pasillos del segundo castillo de Stuttgart, imágenes inspiradas en laúnica fotografía que había encontrado Jacov, una foto que tenía grano y salía en la contra de sulargo ensayo La energía de la alegría, que Jacov invirtió en favor de La fatiga de la desgracia;estaba más mayor, como es lógico, pero no había margen de error en aquellos ojos insondables decolor castaño y en los labios carnosos del gran sabio tan caro a mi maestro, aunque los ojos deeste hombre, por lo menos de cerca, parecían verdes o, cuando menos, de color avellana, peroello no importaba: tenía que ser Carrasquilla, pues ¿quién si no andaría vagando en solitario poraquellas selvas?

Carrasquilla andaba encorvado, como si le costara mucho caminar, y lucía una expresión deloco, de maniaco, en los ojos; llevaba ramitas y trozos de hojas enredados en la barba; tenía enuna mano un cayado, y, en la otra, un saco de arpillera. Ataviado con un manto descolorido y unpar de gastadas sandalias, no parecía que lo perturbara lo más mínimo el hallazgo de un hombreblanco dormido contra el tronco de un árbol. Abrí las manos para dar a entender con ese gesto quevenía en son de paz, pero Carrasquilla estaba de vuelta ya de todo eso, se mostraba indiferenteante la amenaza de una muerte terrenal, ya que era libre, sin lugar a dudas, en su sabiduría, y esposible que mi gesto le pareciera primitivo e innoble. Zarandeó el saco, que hizo un ruidometálico, y me indicó que lo siguiera. Me levanté y acompañé a aquella criatura frágil, ycaminamos algo menos de un minuto hasta un claro entre los árboles en el que Carrasquilla habíamontado su campamento, apenas un fuego rodeado de unas cuantas piedras gordas dispuestas amodo de un fuerte en miniatura, en mitad del espacio que le abrían los tupidos árboles colosales.Había palabras y símbolos escritos en las piedras con pintura o tiza, aunque era un idioma de supropio cuño, formas y dibujos extraños que se diría plasmaban cierto mensaje indescifrable, elcódigo de una profecía, o de una locura.

Carrasquilla se sentó en una piedra y sacó algo del saco, esbozó una sonrisa mellada, café,murmuró, a modo de explicación, y preparó un cazo pequeño de latón con agua para hacer café.¿Carrasquilla?, acerté a decir, y aquel extraño anciano que se parecía a Carrasquilla, aunqueCarrasquilla tuviera los ojos de otro color, que con toda certeza era Carrasquilla si Carrasquilla

Page 71: El jardín de Reinhardt

hubiera vivido nada menos que cien años y puede que algo más, aquel hombre que sin duda algunatenía que ser Carrasquilla, respondió mostrándome las encías, tengo familia en estos árboles, dijoentre dientes; estos árboles susurran sabios consejos, y luego se echó a reír con la risa más tiernae inocente que yo había oído nunca, aunque, a fuer de ser sincero, sonó también como la risa másgrave y vulgar que había escuchado nunca, un poco perturbada también, pero se lo perdoné, pues,sin Carrasquilla, no habría Jacov, y, sin Jacov, ¿quién era yo, para ser exactos?

También le perdoné la locura, ya que la soledad deja su huella en el ser humano, y, comomuestra, yo mismo era un botón; llevaba completamente solo un día, dos a lo sumo, y ya sentía loscallosos nudillos de la demencia llamando a la puerta. Aquel hombre, que con toda certeza eraCarrasquilla si a Carrasquilla le hubiera crecido de alguna manera el pelo donde antes calvaslucía, y que puede que fuera algo menos de medio metro más alto de lo que creía Jacov, no es yaque fuera viejo; es que parecía que se hubiera eclipsado de la misma edad, ese punto en el que unser humano pasa ciertas apreturas y sale a la superficie más fuerte y con más vitalidad, como sihubiera derrotado por un instante al tiempo y a la edad, y, en su añosa carne traslúcida y en lotupido de sus verdes ojos, supe que todo aquello se disolvería, pues mirar a aquel hombre medaba fe. En sus ojos de demente, acariciado por el hedor de su manto, volví a considerar laposibilidad de vivir. Gracias a la compañía de otra persona, mi fe en la vida fue restaurada.Saldría de aquella. De alguna manera, encontraría la civilización, y me imaginé a mí mismoechando los bofes otra vez por medio Atlántico con los Libros del origen apretados contra elestómago, los Libros del origen, que contenían un futuro repleto de desciframientos y atisbos de lavisión de Jacov, y, de suyo, una Europa del nuevo siglo en la que todo era posible, donde hombresy mujeres alcanzarían a saber qué es la piedad y la comprensión y la empatía gracias al mundanalhastío de la melancolía, aquellas sombrías melancolías vienesas y opulentas melancolías húngarasy aquellas áridas y ominosas melancolías alemanas, por no hablar de las austeras melancolíasjudías, todas las cuales Europa acogería con los brazos abiertos en la inmensidad de su corazón,pues la melancolía era la emoción de la piedad y la reflexión, la melancolía contenía nada más ynada menos que lo mejor de nosotros mismos, y me imaginé un siglo de paz y comprensión enEuropa, galvanizado por los escritos de Jacov, sede de la melancolía croata más elevada einmaculada que había existido nunca, y es que, en cuanto el código fuera quebrado o descifrado odesentrañado, el conocimiento de la labor de toda su vida se derramaría en cascada por toda latierra. Jacov resucitaría, y sentí cómo me crecía el siglo XX en las entrañas y me colmaba, unsiglo que se las prometía más plácidas y menos turbulentas que ningún otro siglo antes en lahistoria, y, si oía yo cómo desfilaban las botas, eran las botas del progreso, e imaginé una Europallena de optimismo y entusiasmo, y la muerte de Jacov puede que fuera la liberación que yosiempre había necesitado y nunca había conocido, y, según me pasaban el café, sentí laresponsabilidad inherente a los Libros del origen, que ya habían empezado a rasparme elabdomen, tal y como se lo habían raspado a mi maestro. Pobre Jacov, que no vivió para ver elsiglo al que daría forma, y, según sorbía el café, más amargo y mucho mejor que ninguno quehubiera probado antes, paladeé el futuro como quien paladea la esperanza que queda después deun sueño feliz.

Europa y el siglo XX y la obra maestra de Jacov bien arriba en los estantes de las librerías delviejo continente, y puede que Sonja ayudara a traducir las ediciones inglesas, ¿por qué no? Y todoesto parecía verdadero y bueno y me llenó de infinito contento, y me paré a pensar en quédirección quedaría Montevideo, ¿no tendría quizá Carrasquilla una brújula o la capacidad de

Page 72: El jardín de Reinhardt

orientarme? Sin embargo, cuando le pregunté, se limitó a soltar entre dientes unas palabras quesonaban de lejos a español, pero igual podría haber sido portugués o puede que su propiajerigonza, luego de echar unos palos al fuego. Cruzó las piernas y empezó a tararear y a mecersedespacio, y, sin saber ni por qué ni cuándo, yo me había unido a él, en el tarareo, se entiende, y,según tarareábamos, el viejo sabio se sonrió para sí, una sonrisa cómplice, una sonrisa sagaz, unasonrisa de paz y benevolencia que invocaba al cosmos, y, de alguna manera, supe que sobreviviríay que el mundo mismo avanzaría, y que ninguno de nosotros tendría que vérselas nunca más con undía triste el resto de su vida.

Page 73: El jardín de Reinhardt

Quiero expresar un agradecimiento inmenso y eterno a Chris Fischbach, que creyó en mí y le diovida a mi libro.

Gracias a Chris Cander, que me apretó las clavijas cuando había que hacerlo.Gracias también a Carla Valadez, Daley Farr, Nica Carrillo, Lizzie Davis, Zeena Yasmine

Fuleihan, Annemarie Eayrs, Timothy Otte y al equipo completo de Coffee House: sois todos lacaña.

Ningún libro se escribe solo, y siempre estaré agradecido a la generosa labor, como lectoras yguías, de mis editoras, Carla Valadez y Anitra Budd.

Gracias a mi padre, Richard, y a mi madrastra, Jan, por vuestro amor y apoyo en todo.Gracias a mi madre, Judy, por tu amor y apoyo en todo.Gracias a Erra Davis (el Guisante) por tu amor inagotable y por tu ánimo.Gracias a los primeros lectores del manuscrito: Rodrigo Hasbún, Veronica Esposito, Keaton

Patterson, Philip Boehm, Augusta Bartis (descanse en paz), Sara Balabanlilar, Richard Haber,Mary Allen, Garreth Boresche y Eduardo Cárdenas.

Gracias a David Cundar, amigo, poeta y mentor.Gracias a la editorial Argonáutica.Gracias a Pablo y a Barbara Ruiz, por vuestra amistad y apoyo.Gracias a Efrén Ordóñez (mi primer traductor), Daniel Peña, Taylor Davis-Van Atta, Philip

Boehm, Marco Antonio Alcalá, Bryan Washington, Kent Wascom, Maureen McDole, KeatonPatterson, Ben Rybeck, Mandy Medley, Cameron Dezen Hammon y Tobey Blanton Forney porvuestra amistad y apoyo literario.

Por último, gracias a Lina Murane, Lisa Dillman, Antonio Ruiz-Camacho, Heather Cleary,Sophie Hughes, Hernán Díaz, Caroline Casey, Bruno Ríos y Danielle DuBois, que se tomó lamolestia de leer mi obra previa.