Conan El Aventurero - Robert E. Howard

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Introducción

Robert Ervin Howard (1906-1936)nació en Peaster, Texas, y vivió la mayorparte de su vida en la ciudad de CrossPlains, situada en la zona central deTexas. A lo largo de su breve vidaescribió y publicó una gran cantidad derelatos de ficción menores de diversosgéneros: deportivo, de detectives, delOeste, historias de aventuras orientales,así como una serie de cuentos fantásticos.De todas las obras de fantasía heroica deHoward, las que han gozado de mayorpopularidad han sido las historias deConan. Éstas transcurren en unaimaginaria Edad Hiboria inventada porHoward y situada hace unos doce mil

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años, entre el hundimiento de Atlantis ylos albores de la historia escrita conocidapor todos. Howard fue un narrador natocuyos relatos no han sido superados encuanto a interés, intensidad, emoción ydinamismo de la acción. Las historias deConan son el summum de los cuentos deaventuras, con una fuerte dosis deelementos siniestros y sobrenaturales.Howard escribió unos treinta relatos deConan, cuya extensión oscila entre 3.000 y60.000 palabras. De éstos, dieciochofueron publicados en vida del autor. Enlos años siguientes a su muerte,aparecieron entre los papeles de Howarduna gran cantidad de manuscritoscompletos, así como bosquejos yfragmentos de cuentos. He tenido el gusto

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de preparar para su publicación la mayorparte de estos relatos, completando losque estaban inacabados y rescribiendoalgunos otros cuentos de Howard, a fin deincluirlos entre las aventuras legendariasde Conan.Uno de los cuentos que aparecen en estelibro, «Los tambores de Tombalku», fuedescubierto por Glenn Lord, el agenteliterario de las obras de Howard. Setrataba de un esquema general de lahistoria y de un borrador de la primeramitad del relato. He completado el cuentosiguiendo este esquema. Los otros tresrelatos aparecen tal como fueronpublicados en Weird Tales a comienzosde la década del treinta, con excepción dealgunos cambios mínimos con carácter de

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corrección.En la medida en que se puede calculareste tipo de datos, se supone que Conanvivió hace unos doce mil años. En esaépoca, según Howard, la parte oeste delcontinente principal estaba ocupada porlos reinos hiborios. Éstos eran unaconstelación de pequeños estadosfundados por invasores del norte (esdecir, los hiborios) tres mil años antes,sobre las ruinas del imperio maligno deAquerón. Al sur de los reinos hiborios seencontraban las belicosas ciudades-estadode Shem. Más allá de Shem dormitaba elantiguo y siniestro reino de Estigia. Másal sur, allende los desiertos y las sabanas,se hallaban los salvajes reinos negros.Al norte de los hiborios estaban las

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tierras bárbaras de Cimmeria,Hiperbórea, Vanaheim y Asgard. Al oeste,a lo largo del océano, vivían los crueles yviolentos pictos. Hacia el este florecíanlos reinos hirkanios, entre los quedestacaba Turan, el más poderoso detodos.Conan, un gigantesco aventurero de labárbara Cimmeria, llegó de joven al reinode Zamora, que se hallaba entre las tierrashiborias y Turan. Durante dos o tres añosse ganó la vida como ladrón en Zamora,Corintia y Nemedia. Cansado de suexistencia precaria, se alistó comomercenario en el ejército de Turan.Durante los años siguientes viajó mucho yperfeccionó sus conocimientos comoarquero y jinete.

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Algún tiempo después, Conan tuvo queabandonar Turan como consecuencia deuna pelea con un oficial superior. Despuésde un intento frustrado de hacerse con untesoro en Zamora y de una breve visita asu Cimmeria natal, se embarca en lacarrera de soldado mercenario en losreinos hiborios. Las circunstancias(violentas, como de costumbre) loconvierten en pirata de las costas deKush, donde los nativos lo llaman Amrael León. Cuando su compañera, la piratashemita Belit, es asesinada, él seconvierte en jefe de una de las tribusnegras. Después sirvió como mercenarioen Shem y en los reinos hiborios del sur.Más tarde, Conan aparece como jefe delos kozakos, una horda de proscritos que

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asola las estepas que se encuentran entrelas tierras hiborias y Turan. Se convierteen jefe pirata de un grupo de corsarios enel gran mar interior de Vilayet y en jefe delos nómadas zuagires de los desiertos delsureste. Después de una temporada comocapitán de mercenarios en el ejército delrey de Iranistán, llega a los alrededoresde los montes Himelios, una vastaextensión de tierras inhóspitas que seencuentran entre Iranistán, Turan y elreino tropical de Vendhia. Aquí es dondecomienza este libro.L. SPRAGUE DE CAMP

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El pueblo del Círculo Negro

Después de rechazar la oferta deArshak, el sucesor de Kobad Sha, paravolver al servicio de Iranistán y defenderel reino contra las incursiones del reyYezdigerd de Turan, Conan cabalgahacia el este, en dirección a los montesHimelios, situados en la fronteranoroeste de Vendhia. Allí se convierte enjefe de los salvajes afghulis. El cimmeriotiene ahora unos treinta y tres años, estáen la cima de su potencia física y esconocido en todas partes, tanto en elmundo civilizado como en el bárbaro,desde la tierra de los pictos hasta Khitai. 1. La muerte de un rey

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El rey de Vendhia se estaba

muriendo. La noche era cálida y sentíaque la cabeza estaba a punto de estallarle.El terrible latido de sus sienes creaba undébil eco en la habitación de cúpuladorada. El rey Bhunda Chand luchabacontra la muerte en una tarima recubiertade terciopelo. Su piel estaba perlada debrillantes gotas de sudor. Sus dedos secrispaban sobre la tela bordada con hilosde oro en la que descansaba su cuerpo.Era joven. Nadie le había lanzado unaflecha, ni había vertido veneno en su vino.Pero sus venas azuladas resaltaban comocuerdas en sus sienes y sus ojos estabandesorbitados ante la proximidad de lamuerte. Al pie de la tarima había varias

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temblorosas esclavas arrodilladas, y a sulado se hallaba su hermana, la DeviYasmina, inclinada sobre él,contemplándolo con apasionadaintensidad. La acompañaba el wazam, unnoble que había envejecido en la corte delrey.La joven levantó la cabeza con un gestode ira y desesperación, mientras oía eldistante redoble de los tambores.-¡Esos sacerdotes y su algarabía! -exclamó-. ¡No valen más que lassanguijuelas! Mi hermano se estámuriendo y nadie sabe por qué. Sí, semuere, y aquí estoy yo, que tampoco sirvopara nada... yo, que sería capaz deincendiar toda la ciudad y de derramar lasangre de miles de hombres para salvarlo.

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-Nadie en Ayodhya puede hacer nada porél, Devi -dijo el wazam-. Este veneno...-¡Te digo que no se trata de veneno! -gritóla joven-. Mi hermano estuvo tancelosamente protegido desde que nacióque no pudieron llegar hasta él ni los máshábiles envenenadores de Oriente. Loscinco cráneos de la Torre de los Cautivosconstituyen una clara prueba de losintentos que ha habido en ese sentido.Todos fracasaron. Como sabes muy bien,hay diez hombres y diez mujeres cuyaúnica obligación consiste en probar sucomida y su bebida, y cincuenta guerrerosarmados custodian sus aposentos. No, nose trata de veneno. Es brujería..., esespantoso..., es magia negra.La joven guardó silencio y el rey habló.

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Sus pálidos labios apenas se movieron ysus ojos vidriosos no reconocían a nadie.Pero su voz se alzó en una pavorosallamada, confusa y distante, como si lallamara desde allende los abismosbarridos por el viento.-¡Yasmina! ¡Yasmina! Hermana, ¿dóndeestás? No te encuentro. Todo es oscuridady sólo oigo el rugido de vientos terribles.-¡Hermano! -gritó Yasmina, sosteniendosu mano inerte convulsivamente-. Estoyaquí. ¿No me reconoces...?No hubo respuesta. El rostro del reyreflejaba el vacío más absoluto. De suslabios surgió un murmullo confuso eininteligible. Las esclavas que estabanarrodilladas a los pies de la tarimasollozaron gimiendo de miedo y Yasmina,

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arrebatada por la angustia, se golpeó elpecho con los puños.En otro lugar de la ciudad, había unhombre asomado a un balcón enrejado quedaba a una larga calle. En ésta brillabannumerosas antorchas que daban relieve alos rostros de piel oscura y blancos ojosque miraban hacia arriba. De la multitudpartía ocasionalmente un lamento queparecía un canto fúnebre.El hombre se encogió de hombros y sevolvió hacia una habitación llena dearabescos. Se trataba de un individuo altoy corpulento, lujosamente ataviado.-El rey aún no ha muerto, pero ya suenanlos cantos fúnebres -le dijo a otro hombreque estaba sentado sobre una esterilla, enun rincón.

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Este último llevaba una túnica de pelo decamello de color marrón, calzabasandalias y tenía un turbante verde en lacabeza. Su expresión era tranquila y sumirada impersonal.-El pueblo sabe que el rey no verá otroamanecer -repuso. El primero le dirigióuna mirada prolongada e interrogante.-Lo que no entiendo -dijo- es por qué hetenido que esperar tanto tiempo hasta quetus maestros atacaran. Si ahora hanpodido asesinar al rey, ¿por qué no lohicieron hace meses?-También las artes de lo que se llamamagia negra están gobernadas por leyescósmicas -respondió el hombre delturbante verde-. Al igual que en otrosasuntos, las estrellas rigen estos actos. Ni

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siquiera mis maestros pueden alterarlo.No podían llevar a cabo esta nigromanciahasta que el cielo y las estrellas fueranpropicios.El hombre se detuvo y trazó un diagramade las constelaciones sobre el suelo demármol con una larga uña manchada denegro. Luego dijo:-La inclinación de la luna presagiabamales para el rey de Vendhia. Lasestrellas están en desorden, y la Serpientese encuentra en la Casa del Elefante.Durante esa yuxtaposición desaparecenlos guardianes invisibles en el espíritu deBhunda Chand. Se abre un sendero en losreinos ocultos y una vez que se estableceun punto de contacto, se ponen enfuncionamiento terribles poderes.

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-¿Punto de contacto? -preguntó el otrohombre-. ¿Te refieres a ese bucle decabellos de Bhunda Chand?-Sí. Todas las partes desechadas delcuerpo humano siguen perteneciendo a él,unidas por lazos intangibles. Lossacerdotes de Asura tienen vagasnociones acerca de esto. Por ello losrecortes de uñas, cabellos y algunaspartes del cuerpo de la familia real sereducen cuidadosamente a cenizas, queluego se esconden. Pero ante losinsistentes ruegos de la princesa deKosala, que amó en vano a Bhunda Chand,éste le regaló un bucle de sus largoscabellos negros como recuerdo. Cuandomis maestros decidieron condenarlo amuerte, el bucle, guardado en un estuche

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dorado incrustado de piedras preciosas,fue robado de debajo de su almohadamientras ella dormía y sustituido por otrotan parecido al primero que jamás notó ladiferencia. Luego, el auténtico bucle viajóen una caravana de camellos por la largaruta que conduce a Peshkhauri y despuéshasta el desfiladero de Zhaibar, hastallegar a manos de los interesados.-¡Tan sólo un bucle de cabellos! -murmuró el noble.-Por medio del cual un alma se aparta desu cuerpo para atravesar enormes abismossiderales -repuso el hombre de laesterilla. El noble lo miró con curiosidad.-No sé si eres un demonio o un hombre,Khemsa -dijo finalmente-. Muy pocos denosotros somos lo que parecemos. Yo

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mismo, a quien los kshatriyas conocencomo Kerim Sha, príncipe de Iranistán,soy tan falso como la mayor parte de loshombres. Todos son traidores de una uotra forma, y la mitad de ellos no saben aquién sirven. En ese sentido, al menos, yono tengo dudas porque sirvo al reyYezdigerd de Turan.-Y yo a los Adivinos Negros de Yimsha -dijo Khemsa-, y mis amos son máspoderosos que los tuyos, ya que hanlogrado con sus artes lo que Yezdigerd nopudo hacer con cien mil espadas.Afuera, el lamento de miles de personasparecía ascender hacia las estrellas quetachonaban la calurosa noche vendhia.Todos los guerreros nobles de Ayodhyase hallaban reunidos en el gran palacio o

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en sus alrededores, y en todas las puertasde entrada había cincuenta centinelasarmados con arcos. Pero la muerte entróen el palacio real y nadie pudo impedirleel paso.El rey volvió a gritar desde la tarima,sacudido por un terrible espasmo. Se oyóuna vez más su voz débil y lejana, y unavez más, la Devi se inclinó sobre él,temblando a causa de un miedo másoscuro que la muerte.-¡Yasmina! ¡Ayúdame! ¡Estoy lejos de micasa mortal! Los brujos se han llevado mialma a través de la oscuridad azotada porlos vientos. Están intentando cortar elcordón de plata que me une a mi cuerpomoribundo. Me rodean. Sus manos seciernen sobre mí y sus ojos son rojos

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como llamas en la oscuridad. ¡Sálvame,hermana! ¡Sus dedos de fuego me estántocando! ¡Destrozarán mi cuerpo ycondenarán mi alma! ¿Qué es esto que secierne sobre mí? ¡Ay!Al oír aquel desesperado grito de terror,Yasmina se arrojó sollozandoconvulsivamente sobre el cuerpo de suhermano, impulsada por la angustia. Losespasmos se apoderaban del cuerpo delrey. De sus labios surgió una espumablanca y los crispados dedos del hombredejaron su huella en los hombros de lajoven. Pero en ese preciso instantedesapareció súbitamente el velo quecubría los ojos del rey y éste levantó lacabeza para mirar a su hermana, a quienreconoció.

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-¡Hermano! -sollozó la muchacha-.Hermano...-¡Rápido! -exclamó el rey jadeando, perohablando con claridad-. Ya sé qué es loque me lleva a la pira. He hecho un largoviaje y ahora lo comprendo. He sidoembrujado por los hechiceros himelios.Me arrancaron el alma del cuerpo parallevársela muy lejos, a una habitación depiedra. Allí lucharon por romper elcordón plateado de la vida y meter mialma en el cuerpo de un ave nocturna demal agüero que su hechicería conjuró delinfierno. ¡Ahora siento que tratan delevantarme! Tu llanto y la presión de tusmanos me hicieron regresar, pero me voyrápidamente. Mi alma trata de aferrarse alcuerpo, pero muy débilmente. ¡Pronto...!

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¡Mátame antes que atrapen mi alma parasiempre!-¡No puedo!-exclamó la muchachagolpeándose el pecho con los puños.-¡Pronto, te lo ordeno! -gritó el moribundocon tono imperioso-. Jamás me hasdesobedecido... ¡Obedece mi últimaorden! ¡Que mi alma parta limpia haciaAsura! ¡Date prisa! De lo contrario, mecondenarás a una eternidad tenebrosa.¡Pronto! ¡Obedece!Sollozando sin cesar, Yasmina extrajo unaenjoyada daga de su vaina y la hundióhasta la empuñadura en el pecho de suhermano. El rey se agitó y luegopermaneció inmóvil, con una sonrisa ensus labios muertos. Yasmina profirió ungrito de dolor y se arrojó al suelo,

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golpeando las alfombras con los puños.Afuera se oían las campanas... 2. El bárbaro de las colinas

Chunder Shan, gobernador dePeshkhauri, dejó a un lado su pluma deoro y leyó cuidadosamente lo que acababade escribir sobre el pergamino quellevaba su sello oficial. Gobernaba enPeshkhauri desde hacía mucho tiempo,debido a que en todo momento habíacalculado cada una de sus palabrashabladas o escritas. El peligro engendraprecaución, y sólo un hombre sagaz logravivir largo tiempo en un país salvaje en elque las ardientes mesetas vendhias seencuentran con los riscos de los himelios.

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A una hora de caballo de allí seencuentran las montañas en las que loshombres viven según la ley del cuchillo.El gobernador se hallaba solo en suhabitación, sentado ante la mesa demadera tallada, con incrustaciones deébano. Por la ventana abierta se veía unpequeño cuadrado azul de noche himeliasembrado de grandes estrellas blancas. Elparapeto cercano se había convertido enuna línea borrosa, y las almenas yalféizares apenas se distinguían a lo lejosbajo la tenue luz de las estrellas. Lafortaleza del gobernador era muy sólida yse encontraba fuera de las murallas de laciudad. La brisa movía los tapices quehabía en las paredes y traía los débilessonidos de las calles de Peshkhauri.

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El gobernador estaba leyendodetenidamente lo que había escrito, conuna mano delante de los ojos paraprotegerlos de la luz de la lámpara debronce que había en la habitación.Mientras leía, moviendo ligeramente loslabios, oyó el golpe seco de los cascos delos caballos en el exterior de la barracanay luego escuchó la voz de los centinelas.El gobernador, profundamente inmerso enla lectura de su carta, apenas prestóatención. La misiva iba dirigida al wazamde Vendhia, de la corte de Ayodhya, y,después del encabezamiento de protocolo,decía:«Tengo el honor de comunicar a SuExcelencia que he cumplido fielmente susinstrucciones. Los siete nativos están bien

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custodiados en prisión y envíanconstantemente mensajes a las montañaspara que su jefe venga personalmente anegociar su libertad. Pero éste aún no seha presentado, si bien ha enviado enrespuesta otro mensaje en el que declaraque a menos que se libere a losprisioneros, incendiará Peshkhauri ycubrirá la silla de su caballo con mipellejo, si Su Excelencia me permite talexpresión. Estoy convencido de que esmuy capaz de hacerlo, y por ello hetriplicado el número de lanceros de laguardia. El hombre no es un nativo delGhulistán. No puedo prever cuál será supróximo paso. Pero puesto que ése es eldeseo de la Devi...»Al cabo de un segundo el gobernador se

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levantó de su silla de marfil y se acercó ala puerta. Tomó rápidamente la espadacurva que se encontraba sobre la mesa, yluego se detuvo en la entrada de lahabitación.Acababa de entrar una mujer sinanunciarse. Vestía una diáfana túnica degasa que dejaba ver la belleza de sucuerpo alto y esbelto. Un transparentevelo caía sobre su pecho desde un tocadosujeto a su cabeza por una triple trenza deoro, adornada con una media luna dorada.Sus ojos oscuros contemplaban alasombrado gobernador por encima delvelo, y a continuación descubrió su rostrocon un imperioso movimiento de sublanca mano.-¡Devi!

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El gobernador se arrodillóinmediatamente. Tanto su sorpresa comosu confusión desmerecieron su dignaobediencia. La Devi le ordenó que selevantara con un gesto de la mano, y elgobernador se apresuró a conducirla haciala silla de marfil, haciendo reverenciassin cesar. Pero sus primeras palabrasfueron de reproche.-¡Majestad, esto es muy poco prudente!Hay peligro en la frontera. Los ataquesdesde las montañas son constantes.¿Habéis venido con un gran séquito?-Sí, me acompañaron varias personashasta Peshkhauri. Alojé a mi gente allí yvine hasta el fuerte con mi doncellaCitara. Chunder Shan palidecióhorrorizado.

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-¡Devi! No acabáis de comprender elpeligro que hay en todo esto. A una horade caballo de aquí, las colinas hierven debárbaros profesionales del robo y delasesinato Muchas mujeres han sidoraptadas y los hombres son acuchilladosentre el fuerte y la ciudad. Peshkhauri noes como vuestras provincias del sur...-Pero me encuentro aquí sana y salva -interrumpió la muchacha con un dejo deimpaciencia-. Enseñé mi sortija con elsello al centinela de la entrada y al queestá en la puerta de vuestra habitación, yme dejaron entrar sin anunciarme y sinconocerme, pero suponiendo que setrataba de un correo secreto de Ayodhya.No perdamos el tiempo. ¿No habéisrecibido ningún mensaje del jefe de los

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bárbaros?-Ninguno, a no ser maldiciones yamenazas, Devi. Es un hombre astuto ydesconfiado. Considera que puede ser unatrampa, y quizá ello sea comprensible.Los kshatriyas no siempre han cumplidosus promesas con los montañeses.-¡Debe negociar! -exclamó Yasmina conlos puños crispados.-No lo entiendo -repuso el gobernadormoviendo la cabeza-. Cuando capturé aesos siete hombres informé al wazam,como es costumbre, y luego, antes que yopudiese ahorcarlos, llegó la orden de quelos retuviera para que se comunicaran consu jefe. Eso hice, pero el hombre no havenido. Estos bárbaros pertenecen a latribu de los afghulis, pero su jefe es un

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extranjero de Occidente y se llama Conan.Amenacé con ahorcarlos mañana alamanecer si no se presenta aquí.-¡Muy bien! -exclamó la Devi-. Has hechobien. Y ahora te diré por qué he dado esasórdenes. Mi hermano...Yasmina se detuvo, ahogada por laemoción, y el gobernador inclinó lacabeza con el acostumbrado gesto derespeto hacia un soberano fallecido.-El rey de Vendhia fue destruido por lamagia -dijo finalmente Yasmina-. Desdeese momento he decidido dedicar mi vidaa destruir a sus asesinos. Al morir meproporcionó una pista y la he seguido. Heleído el Libro de Skelos y he hablado conun sinfín de ermitaños de las cuevas quehay debajo de Jhelai. Ahora sé cómo y

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quién lo ha asesinado. Sus enemigos eranlos Adivinos Negros del monte Yimsha.-¡Por Asura! -exclamó Chunder Shanpalideciendo. Los ojos de Yasminaparecieron atravesarlo, y a continuaciónpreguntó:-¿Les temes?-¿Quién no les teme, Majestad? -repuso elgobernador-. Hay diablos negros vagandopor las desiertas colinas de más allá delZhaibar. Pero la leyenda dice que muyrara vez intervienen en las vidas de losmortales.-No sé por qué asesinaron a mi hermano -dijo Yasmina-. ¡Pero he jurado ante elaltar de Asura que los destruiría a todos!Y necesito la ayuda de un hombre deallende la frontera. Un ejército kshatriya,

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sin ayuda, jamás llegaría a Yimsha.-Sí -musitó Chunder Shan-. Es cierto.Sería preciso luchar a cada paso delcamino contra miles de bárbaros, que sedescolgarían de cada roca para hacernosfrente con sus largos cuchillos. En unaocasión los turanios se abrieron pasoentre los montes Himelios, pero ¿cuántosregresaron de Khorusún? Muy pocoshombres, que escaparon de las espadas delos kshatriyas después de que el rey,vuestro hermano, derrotara a sus huestesen el río Jhumda, volvieron a verSecunderam.-Por eso debo conducir a esos hombres através de la frontera -dijo Yasmina-.Tienen que ser individuos que conozcanbien el camino hacia el monte Yimsha...

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-Pero las tribus temen a los AdivinosNegros y evitan la montaña infernal -repuso el gobernador.-Y ese jefe Conan, ¿también les teme?-Dudo que ese diablo sienta temor pornada -musitó el gobernador.-Eso me han dicho. Por lo tanto, es elhombre con el que necesito tratar. Éldesea liberar a sus siete guerreros. Muybien, pues su rescate será... ¡la cabeza delos Adivinos Negros!La voz de Yasmina rezumaba odio alpronunciar estas palabras. Sus manos secrisparon con fuerza sobre sus caderas.Parecía la imagen de la ira mientrasmantenía la cabeza erguida y jadeabaintensamente.El gobernador se arrodilló una vez más.

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Sabía que una mujer en ese estadoemocional era más peligrosa que unacobra ciega.-Se cumplirán vuestros deseos, Majestad -dijo el gobernador. Luego, cuando lamujer pareció calmarse, agregó:-No puedo prever cómo reaccionaráConan. Las tribus siempre están en pie deguerra, y tengo razones para creer que losemisarios de los turanios las estánincitando para que ataquen nuestrasfronteras. Como Vuestra Majestad sabe,los turanios se han establecido enSecunderam y en otras ciudades del norte,aun cuando las tribus de las montañas nohayan sido reducidas todavía. El reyYezdigerd hace tiempo que mira hacia elsur con codicia y es posible que busque,

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mediante la traición, lo que no pudoconseguir por la fuerza de las armas.Incluso he pensado que Conan podría seruno de sus espías.-Lo veremos -repuso Yasmina-. Si sientealgún afecto por sus hombres, sin dudaalguna al amanecer estará ante las puertasde la ciudad para negociar. Pasaré lanoche en la fortaleza. Llegué disfrazadahasta Peshkhauri y alojé a mi séquito enuna posada en lugar de hacerlo en elpalacio. Además de mi gente, sólo túsabes que estoy aquí.-Majestad, os escoltaré hasta vuestrosaposentos -dijo el gobernador.Cuando atravesaron el umbral de lahabitación, el gobernador hizo una señalal guerrero que estaba allí de guardia, que

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saludó rápidamente, sosteniendo entre susmanos una larga lanza.La doncella esperaba cubierta con unvelo, al igual que su señora, en el exteriorde la habitación. El grupo recorrió unancho y tortuoso pasillo iluminado porhumeantes antorchas y finalmente llegó alos aposentos reservados para las visitasimportantes, generales y virreyes, en sumayor parte. Nunca un miembro de lafamilia real había honrado aquellashabitaciones de la fortaleza. Chunder Shantenía la molesta sensación de que aquellugar no era el más idóneo para unpersonaje como la Devi, y aun cuandohizo un verdadero esfuerzo por sentirsecómodo en su presencia, sintió un granalivio cuando la Devi lo despidió. Todos

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los sirvientes del fuerte recibieron laorden de servir a su invitada real -aunqueno se divulgó su identidad- y elgobernador colocó un pelotón de lancerosante sus puertas, entre ellos el guerreroque siempre vigilaba la suya. Pero, en supreocupación, olvidó reemplazar a sucentinela particular.Hacía poco que el gobernador se habíaretirado cuando Yasmina recordósúbitamente que deseaba discutir otroasunto con él. Se refería al pasado de untal Kerim Sha, un noble de Iranistán quehabía residido durante cierto tiempo enPeshkhauri antes de establecerse en lacorte de Ayodhya. En Yasmina se habíadespertado una vaga sospecha respecto aese hombre al verlo en Peshkhauri aquella

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misma noche. Se preguntó si la habríaseguido desde Ayodhya. Como era unaDevi de carácter poco corriente, Yasminano llamó al gobernador a sus aposentos,sino que fue a su habitación.Al entrar en su cuarto, Chunder Shan cerróla puerta y se dirigió hacia la mesa. Tomóla carta que había escrito y la rompió enpedazos. En ese preciso instante oyó unsuave ruido en el parapeto cercano y viouna silueta recortada contra la luz de lasestrellas. El hombre que había allí se dejócaer en el interior de la habitación. La luzse reflejó en una larga hoja de acero quesostenía en la mano.-¡Silencio! -advirtió-. ¡Si haces un soloruido te enviaré a hacerle compañía aldiablo!

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El gobernador interrumpió el movimientoque acababa de iniciar para coger laespada que estaba apoyada sobre la mesa.Pero comprendió inmediatamente que sehallaba al alcance del largo cuchillozhaibar que brillaba en la mano delintruso. En seguida se dio cuenta de quese trataba de un habitante de las montañas.El hombre era alto, fuerte y ágil. Estabavestido como un bárbaro de las montañas,pero su rostro oscuro y sus ojos azules noconjugaban con el resto. Chunder Shanjamás había visto un hombre como ése.No se trataba de un oriental, sino más biende un bárbaro de Occidente. Pero suaspecto era indomable y feroz como el delos miembros de las tribus que habitabanen las montañas de Ghulistán.

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-Vienes como un ladrón nocturno -dijocon serenidad el gobernador recuperandosu compostura, aun cuando en ese precisomomento recordó que en el exterior nohabía ningún guardia. Pero el intruso nopodía estar al tanto de ese detalle.-Subí por un bastión -gruñó el hombre delas montañas-. Un centinela asomó lacabeza por una almena, justo a tiempopara que pudiera golpearlo con laempuñadura de mi daga.-¿Eres Conan?-¿Qué otro podría ser? Enviaste mensajesa las montañas en los que decías queviniese a negociar contigo. ¡Pues ya estoyaquí, por Crom! Apártate de esa mesa sino quieres que te abra las entrañas.-Simplemente deseo tomar asiento -repuso

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el gobernador dejándose caer con todocuidado sobre su silla de marfil, queinmediatamente apartó de la mesa. Conanse movía delante de él, inquieto, mirandocon recelo hacia la puerta y tocando conla yema de un dedo el filo de su cuchillode un metro de largo. No caminaba comoun afghuli y actuaba abiertamente,mientras que cualquier oriental lo hubierahecho con más sutileza.-Tienes a siete de mis hombres -dijo derepente-. Rechazaste el rescate que teofrecí. ¿Qué diablos quieres?-Discutamos las condiciones -repusoChunder Shan con calma.-¿Condiciones? -preguntó Conan con untono de peligrosa indignación-. ¿Quéquieres decir? ¿No te he ofrecido oro?

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Chunder Shan se echó a reír.-¿Oro? Hay más oro en Peshkhauri delque puedas haber visto en toda tu vida.-"-Eres un embustero -repuso Conan-. Hevisto el mercado de orfebres deKhorusún.-Bien, pues entonces más que el que hayapodido ver en su vida un afghuli -rectificóChunder Shan-. Y ésa es solamente unaparte del tesoro de Vendhia. ¿Para quéquerríamos oro? Para nosotros seríamucho más ventajoso colgar a esos sieteladrones.Conan profirió un terrible juramento y lalarga hoja de su sable tembló durante unsegundo en su mano, al tiempo que todoslos músculos de sus brazos se ponían entensión.

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-¡Te voy a abrir la cabeza como si fueraun melón maduro! En los ojos de Conanbrillaba la indignación, pero ChunderShan se encogió de hombros sin dejar demirar la hoja de acero.-Puedes matarme fácilmente y luegoescapar por ese muro. Pero eso nosalvaría la vida de tus siete hombres. Losmíos seguramente los ahorcarían. Y esoshombres son jefes de los afghulis.-Lo sé -repuso Conan-. La tribu no hacemás que vociferar a mis espaldas porqueaún no he conseguido su libertad. Dimeclaramente lo que deseas, porque, ¡porCrom que si no hay más remedio,conduciré a toda una horda de salvajeshasta las mismas puertas de Peshkhauri!Chunder Shan miró al hombre que se

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hallaba de pie ante él, sosteniendo ellargo cuchillo en una mano, al tiempo quelo miraba con expresión salvaje, y nodudó de que sería capaz de cumplir suamenaza. El gobernador no creía queninguna horda de las montañas pudieseconquistar Peshkhauri, pero tampocodeseaba que aquellos bárbaros arrasaranla campiña.-Hay una misión que debes llevar a cabo -repuso midiendo escrupulosamente suspalabras-. Hay que...Conan saltó hacia atrás y se dio mediavuelta para mirar hacia la puerta,enseñando los dientes como un animalsalvaje. Su fino oído había captado unleve ruido de pisadas al otro lado de lapuerta. En ese preciso instante ésta se

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abrió y entró apresuradamente en lahabitación una mujer con túnica de seda,que cerró la puerta a sus espaldas... Alver al bárbaro de las montañas, se detuvo.Chunder Shan se puso en pie de un salto.Su corazón latía aceleradamente.-¡Devi! -exclamó involuntariamente,perdiendo la calma por un momento.-¡Devi! -exclamó Conan como si fuera uneco de las palabras del gobernador.Shan comprendió que Conan se habíadado cuenta de todo, y que en sus fogososojos azules brillaba una chispa maliciosa.El gobernador gritó con desesperación ycogió su espada, pero Conan se moviócon la velocidad de un huracán. Dio unsalto y derribó a Shan con un golpesalvaje aplicado con la empuñadura de su

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cuchillo, asió con violencia a la Devi porun brazo y luego se encaramó a la ventana.Chunder Shan luchó por ponerse en pieapresuradamente y vio que en el alféizarde la ventana se agitaban los blancosbrazos y las faldas de seda de la Devi.Luego oyó el grito fiero y desafiante deConan:-¡Y ahora atrévete a ahorcar a mishombres!Entonces Conan saltó el muro, sin soltar asu presa, y desapareció. Hasta los oídosde Shan llegó el grito salvaje del bárbarode las montañas.-¡Guardias! ¡Guardias! -gritó elgobernador, que se dirigió hacia la puertatambaleándose. La abrió y salió al ampliovestíbulo. Sus gritos resonaron con mil

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ecos por los corredores, y variosguerreros acudieron corriendo. Quedaronperplejos al ver la sangre que manaba dela cabeza del gobernador.-¡Que salgan inmediatamente los lanceros!-bramó-. ¡Acaba de producirse unsecuestro!Aun en medio de su agitación, de su dolorfísico y de su desesperación, elgobernador tuvo suficiente sentido comúncomo para ocultar la verdad. De repente,oyó en el exterior el súbito galope de uncaballo, un grito femenino y un alaridobárbaro de triunfo.El gobernador corrió hacia la escalera,seguido por los asustados guardianes. Enel patio del fuerte siempre había unpelotón de lanceros junto a sus caballos,

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dispuestos a salir galopando al primeraviso. Chunder Shan condujo a suescuadrón de lanceros a galope tras elfugitivo, aun cuando tenía que asirse conambas manos a la silla a causa del terribledolor que sentía en la cabeza. No divulgóla identidad de la víctima. Sólo dijo quela mujer noble que mostraba el sello realhabía sido raptada por el jefe de losafghulis. El secuestrador se había perdidode vista, pero no cabían dudas acerca delcamino que seguiría: el que conducíadirectamente a la boca del Zhaibar. Nohabía luna. Bajo la luz de las estrellasapenas se distinguían las cabañas de loscampesinos. Pronto quedaron tras ellos eltétrico bastión del fuerte y las torres dePeshkhauri. Delante de ellos se alzaban

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los negros muros de los montes Himelios. 3. Khemsa emplea su magia

En medio de la confusión reinanteen el fuerte mientras la guardia recibía laalerta, nadie advirtió que la muchacha quehabía acompañado a la Devi se deslizabaa través de la enorme puerta abovedada yluego desaparecía en la oscuridad. Corriódirectamente hacia la ciudad,recogiéndose las faldas. No siguió la rutanormal, sino que atravesó los campos ylas colinas, eludiendo vallas y saltandopor encima de los canales de riego con lamisma seguridad que si fuese pleno día ycon la misma agilidad que un entrenadovarón. El ruido de los cascos de los

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caballos de la guardia ya se habíaapagado en las montañas antes de que lamuchacha alcanzara los muros de laciudad. No se acercó a la puerta deentrada, en la que siempre había lancerosde guardia. Siguió caminando a lo largodel muro hasta llegar a cierto lugar desdeel que se divisaba la aguja de una torrepor encima de las almenas. Luego se llevóambas manos a la boca y lanzó un gritogutural que sonó extrañamente.Inmediatamente se asomó una cabeza en elalféizar de la ventana y cayó una sogadesde lo alto. La muchacha colocó un pieen el lazo que había en su extremo y luegolevantó un brazo. En seguida unos fuertesbrazos tiraron de la soga y la jovenascendió apresuradamente. Un momento

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después se hallaba de pie sobre lasalmenas y encima de un tejado plano quecubría una casa construida en el mismomuro. Allí había una trampilla abierta, yjunto a ella se encontraba un hombrevestido con una túnica de pelo decamello, que comenzó a enrollar la largasoga en silencio, sin dar la menor muestrade cansancio después de haber jalado a lamujer desde una altura de diez metros.-¿Dónde está Kerim Sha? -preguntó lamuchacha, jadeando por el esfuerzo.-Durmiendo aquí abajo, en la casa. ¿Haynovedades?-Conan acaba de raptar a la Devi en lafortaleza y se la ha llevado a las montañas-contestó la joven apresuradamente.El rostro de Khemsa no denotó la menor

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emoción. Se limitó a asentir con unmovimiento de la cabeza y dijo concalma:-A Kerim Sha le alegrará saber eso.-¡Espera!La muchacha le rodeó el cuello con susbrazos. Jadeaba intensamente, pero nosólo por el esfuerzo realizado. Sus ojosbrillaban como azabaches a la luz de lasestrellas. Su rostro estaba muy cerca delde Khemsa, pero éste, aunque se sometía asu abrazo, no le correspondió.-¡No se lo digas al hirkanio! -dijo ella-.¡Aprovechemos esto para nosotros! Elgobernador se ha ido a las montañas consus jinetes, pero es como si intentaracazar a un fantasma. No ha dicho a nadieque se trata de la Devi. Sólo nosotros lo

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sabemos.-Pero ¿qué beneficio puede reportarnos? -preguntó el hombre-. Mis amos me hanordenado que vaya a donde está KerimSha para ayudarlo en todo lo que pueda...-¡Ayúdate a ti mismo! -exclamó la jovenfogosamente-. ¡Sacúdete ese yugo deencima!-¿Quieres decir que... desobedezca a mismaestros? -preguntó asombrado elhombre, al tiempo que su cuerpo secongelaba entre los brazos de lamuchacha.-¡Sí! -repuso la joven mientras le sacudía,impulsada por la emoción-. ¡Tú tambiéneres un mago! ¿Por qué emplear tuspoderes sólo para elevar a otros? ¡Empleatus artes en tu propio beneficio!

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-¡Eso está prohibido! -repuso Khemsa,jadeando y temblando-. No pertenezco alCírculo Negro. Solamente bajo lasórdenes de mis amos me atrevería a usarlos conocimientos que me han transmitido.-¡Sí que puedes hacerlo! -replicó lamuchacha apasionadamente-. Te lo ruego.Conan se ha llevado a la Devi como rehénpor los siete hombres que el gobernadortiene en prisión. Destrúyelos a fin de queChunder Shan no pueda emplearlos pararecuperar a la Devi. Luego iremos a lasmontañas y se la quitaremos a losafghulis. Nada podrán hacer con suscuchillos frente a tu magia. El tesoro delos reyes vendhios será nuestro, comorescate... y luego, cuando lo tengamos ennuestras manos, podremos engañarlos y

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vender a la Devi al rey de Turan. Seremosmás ricos de lo que jamás podríamossoñar. Entonces compraremos guerreros,tomaremos Khorbhul, expulsaremos a losturanios de las montañas y enviaremosnuestras huestes al sur. ¡Seremos reyes detodo un imperio!Khemsa temblaba como la hoja de unárbol bajo el viento. Su rostro se habíavuelto gris bajo la luz de las estrellas ypor su frente se deslizaban unas gruesasgotas de sudor.-¡Te amo! -exclamó la muchachafieramente, apretando su cuerpo contra eldel hombre, casi ahogándolo con susbrazos-. ¡Haré de ti un gran rey! ¡Por tuamor he traicionado a mi señora! ¡Túdebes traicionar a tus maestros por amor a

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mí! ¿Por qué temer a los AdivinosNegros? ¡Ya has violado una de sus leyesamándome! ¡Eres tan fuerte como ellos!Ni siquiera un hombre de hielo habríapodido soportar el calor de la pasión dela joven. Khemsa emitió un gritoinarticulado y la apretó contra sí, luego seinclinó hacia ella y cubrió conapasionados besos sus ojos, su rostro, suslabios.-¡Lo haré! -murmuró con voz ronca, altiempo que se tambaleaba como unborracho-. Utilizaré las artes que me hanenseñado en mi propio beneficio y no enel de mis maestros. Seremos los dueñosdel mundo.-¡Entonces, ven...!La joven se apartó de él, lo cogió de la

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mano y lo condujo hacia la trampillaabierta, al tiempo que agregaba:-Primero debemos asegurarnos de que elgobernador no cambiará a esos sieteafghulis por la Devi.Khemsa se movía como en un sueño.Luego descendieron por una escalera y lamuchacha se detuvo delante de unahabitación. Kerim Sha yacía sobre undiván, inmóvil. La joven le apretó elbrazo a Khemsa y luego hizo un rápidogesto atravesando su propia garganta.Khemsa levantó una mano. Luego, suexpresión cambió y dio un paso haciaatrás.-He comido su pan y su sal -musitó-.Además, no será un obstáculo paranosotros.

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A continuación, condujo a la muchacha através de una puerta orientada hacia unaescalera exterior. Cuando se apagó elsonido de sus pasos volvió a reinar elsilencio y el hombre del diván sedespertó. Kerim Sha se enjugó el sudorque perlaba su frente. No le asustaba elcuchillo, pero temía a Khemsa igual que aun reptil venenoso.-Las personas que conspiran sobre lostejados deberían cuidarse de bajar el tonode voz -murmuró el hombre-. Pero dadoque Khemsa se ha rebelado contra susmaestros y puesto que él era mi únicocontacto con ellos, en lo sucesivo nopodré contar con la ayuda de aquellos. Deahora en adelante jugaré la partida a mimanera.

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Se puso en pie y se acercó rápidamente auna mesa, sacó de su cinto una pluma y unpergamino y garrapateó unas líneas:«A Khosru, gobernador de Secunderam:Conan el cimmerio se ha llevado a laDevi Yasmina a la aldea de los afghulis.Es una buena oportunidad para que laDevi caiga en nuestras manos, tal comodesea el rey desde hace tanto tiempo.Envía de inmediato tres mil jinetes. Mereuniré con ellos en el valle de Gurashahcon guías nativos.»Firmó la nota con un nombre que,evidentemente, no era Kerim Sha.A continuación extrajo una palomamensajera de una jaula dorada y sujetó lanota en forma de pequeño cilindro a unade sus patas, empleando un hilo de oro.

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Después se acercó a una almena y soltó lapaloma en el aire de la noche. El animalrevoloteó intentando orientarse, hasta quefinalmente se alejó como una sombra.Luego Kerim Sha tomó su casco, suespada y su capa, salió apresuradamentede la habitación y descendió por laescalera exterior.La prisión de Peshkhauri estaba separadadel resto de la ciudad por medio de ungrueso muro en el que se destacaba unaenorme puerta de hierro debajo de unarco. Sobre éste ardía una antorcha y juntoa la puerta había un guerrero armado conescudo y lanza, sentado en cuclillas, deguardia.El hombre, que estaba apoyado sobre sulanza y bostezaba, se puso en pie de un

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salto cuando advirtió a su lado lapresencia de un hombre al que no habíaoído llegar. Éste vestía una túnica de pelode camello y llevaba un turbante verde enla cabeza.-¿Quién eres? -preguntó el centinelaadelantando su lanza.El extraño no pareció perturbarse en lomás mínimo, aun cuando la punta de lalanza estaba apoyada en su pecho. Sumirada sostuvo la del guerrero con unaextraña y serena intensidad.-¿Cuál es tu obligación? -preguntó a suvez el recién llegado.-Vigilar la puerta -repuso el guerrero enforma mecánica, manteniéndose rígidocomo una estatua, con los ojoscentelleantes.

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-¡Mientes! ¡Tu obligación es obedecerme!Has mirado a mis ojos y tu alma ya no tepertenece. ¡Abre esa puerta!Con movimientos mecánicos y el rostropetrificado, el centinela se dio mediavuelta, extrajo una enorme llave de sucinto y abrió rápidamente la puerta. Luegose puso firme, mirando fijamente al vacío.De las sombras surgió una mujer que tomóansiosamente al hipnotizador por el brazo.-Ordénale que vaya a buscar caballos,Khemsa -musitó.-No es necesario -repuso el rakhsha.Luego levantó ligeramente la voz y sedirigió al centinela.-Ya no te necesito. ¡Mátate!Como un hombre en trance, el guerreroapoyó el extremo inferior de su lanza

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contra la base del muro y la punta afiladadebajo de sus costillas. Luego se dejócaer lenta e imperturbablemente sobre elarma, hasta que ésta le salió por laespalda.La muchacha lo miró fascinada, con unaexpresión morbosa, hasta que Khemsa latomó por un brazo y la condujo a través dela puerta. Las antorchas iluminaban unestrecho espacio que había entre el muroexterior y uno interior más bajo, en el quese veían unas puertas en forma de arcosituadas a intervalos. Un guerrero vigilabael lugar, y al ver que la puerta se abría, seacercó despacio, absolutamente seguro dela inviolabilidad de la fortaleza, hasta queKhemsa y la muchacha entraron. Elrakhsha no perdió tiempo en hipnotizar al

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hombre. Mientras tanto, la muchachaobservó toda la escena atónita, pensandoque aquello era pura magia. El centinelabajó su lanza amenazadoramente y abrióla boca para dar la alarma que haría salira numerosos guardias que se encontrabanal final del pasillo. Khemsa apartó a unlado la lanza como si fuera una paja ymovió su mano derecha como si estuvieraacariciando el cuello del guerrero. Éstecayó hacia adelante sin emitir un solosonido. Su cabeza se balanceaba de formaimpresionante en el cuello fracturado.Khemsa ni siquiera lo miró. Se dirigiódirectamente a una de las puertas en formade arco y apoyó la mano sobre la enormecerradura de bronce. La puerta se abriócon un chirrido siniestro. La muchacha,

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que iba detrás de Khemsa, vio que lapuerta de madera se había hecho astillas,que las cerraduras de bronce estabanarrancadas y las enormes bisagras rotas yseparadas de los marcos. Un ariete de milkilos accionado por cuarenta hombres nohubiera podido destrozarla tanperfectamente. Khemsa estaba ebrio delibertad y de poder, y sembraba a sualrededor demostraciones de fuerza, aligual que un joven gigante que derrocharaun vigor innecesario impulsado por elorgullo de su poderío.La destrozada puerta daba a un pequeñopatio iluminado por otra antorcha. Frentea la puerta había una ancha reja de hierro.Una mano peluda se crispaba sobre losbarrotes, y la oscuridad del fondo

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constituía un marco idóneo para el fulgorde unos ojos blancos.Khemsa permaneció inmóvil y en silenciopor un momento, mirando las sombras,desde donde unos ojos le devolvieron lamirada con ardiente intensidad. Entoncesbuscó algo debajo de su túnica. De sumano salió una suave nube de finísimopolvo que cubrió todo en un segundo. Unfuego de color verde iluminó el lugar.Bajo el suave fulgor se destacaron connitidez las siluetas de siete hombres depie, inmóviles tras los barrotes. Se tratabade individuos altos, peludos, vestidos conharapos. No hablaron, pero en sus ojosbrilló el fuego de la muerte y sus peludosdedos se crisparon una vez más sobre lasrejas.

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El fuego se desvaneció, pero permanecióel fulgor verdoso. Era como una bola decolor esmeralda que temblaba a los piesde Khemsa. Los ojos de los guerrerosestaban fijos en ella. La bola se movía yse alargaba. Luego se convirtió en unafina columna de humo verde, que ascendiósuavemente en espiral. Se agitaba comouna sombría serpiente que aumentaba detamaño, adquiriendo constantementenuevas formas. Luego adoptó la forma deuna nube y se extendió por el suelo,avanzando lentamente hacia los barrotes.Los hombres la miraban con los ojosdesorbitados. Las rejas temblaron bajo lapresión de sus manos. Abrieron la boca,pero eran incapaces de emitir un solosonido. La nube verde llegó hasta los

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barrotes y por un segundo ocultó a lossiete hombres. Entonces se extendió comosi fuera una espesa niebla y formó unmuro impenetrable. Desde el otro ladosurgió un sonido ahogado, como el de unhombre que se arroja súbitamente al agua.Khemsa tocó con suavidad el brazo de lamuchacha, que se hallaba a su ladocontemplando la escena con los ojosdesorbitados y con la boca abierta por elasombro. Se alejó mecánicamente encompañía de Khemsa, mirando porencima de su hombro. La verde neblina seestaba desvaneciendo. Cerca de losbarrotes vio unos pies calzados consandalias, con los dedos hacia arriba, yluego las borrosas siluetas de otroshombres tendidos en la misma posición.

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Mientras tanto, Khemsa decía:-Y ahora, iremos en busca del caballomás rápido que haya habido jamás en unestablo. Estaremos en Afghulistán antesdel amanecer. 4. Encuentro en el desfiladero

Yasmina no recordaba claramentelos detalles de su secuestro. Loinesperado y violento de la acción lahabía aturdido. Sólo tenía la confusasensación de haber experimentado unverdadero torbellino de acontecimientos...la fuerza de un poderoso brazo, los ojosbrillantes de su raptor y su fogoso aliento,que parecía abrasarle la carne. Recordabael salto desde la ventana hasta el

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parapeto, la loca carrera a través dealmenas y tejados, cuando sintió un temorespantoso de caer, y luego el rápidodescenso por una soga hasta otra almena.El hombre había bajado por la cuerda consu prisionera tendida sobre uno de sushombros. Luego la subió a un magníficocorcel que parecía volar. Todo estoformaba un caos de recuerdos en la mentede la Devi.A medida que se fueron aclarando lasideas de la joven, sus primerassensaciones fueron de rabia y vergüenza.Estaba atónita. Los gobernantes de losdorados reinos situados al sur de losmontes Himelios eran considerados casidivinos, y ella era la Devi de Vendhia. Elmiedo quedó ahogado por la ira. Gritó

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con furia y comenzó a luchar. ¡Ella,Yasmina, transportada sobre el caballo deun jefe de las montañas, como si fuera unaramera del mercado! El hombresimplemente apretó el brazo de la joven yésta experimentó, por primera vez en suvida, el poder de una fuerza físicasuperior. Los brazos del hombre erancomo de hierro. Luego la miró y sonriócon picardía. Sus blancos dientesbrillaron bajo la luz de las estrellas. Lasriendas colgaban flojas sobre la crin delfogoso caballo, y todos los músculos delenorme animal se ponían en tensióncuando galopaba haciendo temblar elsendero. Pero Conan cabalgaba con totalindiferencia, casi descuidadamente, comoun centauro.

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-¡Perro de las montañas! -dijo lamuchacha jadeando y temblando devergüenza, cólera y desamparo-. ¡Cómo teatreves! ¡Cómo te atreves a...! ¡Pagarásesto con tu vida! ¿Adonde me llevas?-A las aldeas de Afghulistán -repusoConan, mirándola por encima del hombro.Detrás de ellos comenzaban a encenderselas antorchas en los muros de la fortaleza.De repente distinguió un fulgor mucho másintenso, lo que significaba que se habíaabierto la enorme puerta de entrada.Conan lanzó una sonora carcajada yexclamó:-El gobernador envía a sus jinetes trasnosotros. ¡Por Crom que le vamos a darun poco de trabajo! ¿Qué opinas tú, Devi?¿Crees que pagarán siete hombres por una

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princesa kshatriya?-Enviarán a un ejército para ahorcarte a tiy a tu banda de diablos -repuso la jovencon absoluta convicción.Conan se echó a reír y colocó a lamuchacha más cómoda entre sus brazos.Pero la joven consideró aquello como unaafrenta más y renovó su lucha inútil, hastaque comprendió que sus esfuerzos sólolograban divertir al hombre, y procurótranquilizarse.Incluso sintió que su ira se desvanecíaante el espanto cuando entraron por laboca del desfiladero, situada en lasoscuras murallas que se alzaban como ungigantesco bastión que impedía avanzar.Era como si un gigantesco cuchillohubiera cortado el Zhaibar en la sólida

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roca. A ambos lados se alzaban lasabruptas pendientes a miles de metros dealtura, y la boca del desfiladero estabacompletamente oscura. Conan no veíabien, pero conocía el camino a laperfección. Sabiendo que bajo la luz delas estrellas cabalgaban tras él varioshombres armados, no refrenó al caballo.El fuerte animal aún no daba muestras decansancio. Galopó desesperadamente porel sendero que había en el centro delvalle, luego subió por la ladera de unamontaña y, después de pasar condificultad por el risco cuyos bordesestaban formados por pizarra resbaladiza,tomó un camino que pasaba por el ladoizquierdo del muro.Ni siquiera Conan pudo distinguir en

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aquella oscuridad la emboscada que letendían los indígenas zhaibar. Cuandoatravesaron la negra boca de una gargantaque se abría al desfiladero, una jabalinapasó silbando a su lado y se hundió en losflancos del caballo. El animal relinchó dedolor y cayó hacia adelante, después dehaber amainado el paso. Pero Conanhabía reconocido el silbido de la jabalinay actuó con fantástica rapidez.Cuando el caballo se cayó, Conan saltó enel aire sosteniendo a la joven entre susbrazos para protegerla y evitar que segolpeara contra las rocas. Se puso en piecon la agilidad de un felino, depositó a lamuchacha en una grieta abierta en lasrocas y se lanzó a la oscuridaddesenvainando su daga.

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Yasmina, aturdida por la rapidez de losacontecimientos, no entendía muy bien loque había ocurrido. De repente vio unaforma vaga que surgía de las sombras,unos pies descalzos que emitían un sonidoahogado sobre la piedra y unos haraposque flotaban bajo la brisa nocturna. Luegodistinguió el brillo del acero contra elacero, y acto seguido el espantoso crujidode huesos cuando el largo cuchillo delcimmerio le partió el cráneo a uno de susenemigos.Conan saltó hacia atrás y se agachódebajo de unas rocas. Los hombresseguían moviéndose a oscuras, y en esemomento se oyó una voz tronante quedecía:-¿Qué sucede, perros? ¿Os acobardáis?

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¡Adelante, malditos, cogedlos!Conan se movió, miró en la oscuridad ygritó:-¡Yar Afzal! ¿Eres tú?Se oyó una maldición y la otra vozrespondió:-¿Conan? ¿Eres tú, Conan?-¡Sí! -respondió el cimmerio echándose areír-. ¡Adelante, viejo perro guerrero! Hematado a uno de tus hombres.Hubo un movimiento entre las rocas, unaluz brilló tenuemente y luego Conan vioavanzar una llama en dirección a él. Bajosu fulgor se recortó un fiero rostrobarbudo. El hombre levantó la antorcha yalargó el cuello para examinar las rocas.En la otra mano sostenía una enormeespada curva. Conan dio un paso adelante,

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envainando su cuchillo, y el otro hombrebramó un alegre saludo.-¡Vaya, si es Conan! ¡Salid de vuestroescondite entre las rocas, perros! ¡EsConan!Los demás hombres se apiñaron alrededordel círculo de luz. Eran individuosbarbudos, de aspecto salvaje, con los ojosde lobo y largos cuchillos en la mano. Novieron a Yasmina porque estaba ocultadetrás del voluminoso cuerpo de Conan.Pero desde su escondite, por primera vezen esa noche, la joven sintió verdaderoterror. Aquellos hombres parecían lobosmás que seres humanos.-¿Qué estás cazando por la noche en elZhaibar, Yar Afzal? -preguntó Conan alcorpulento jefe, que sonrió como un

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vampiro.-¿Quién sabe lo que puede ocurrir en eldesfiladero después del anochecer? Loswazulis somos halcones nocturnos. Pero¿qué haces tú aquí, Conan?-Tengo una prisionera -repuso elcimmerio.Se apartó a un lado y dejó a la joven aldescubierto. Luego extendió una mano y laempujó hacia adelante. La muchachatemblaba de pies a cabeza.El imperioso porte de Yasmina habíadesaparecido. Miró tímidamente elcírculo de rostros barbudos y sintió unprofundo agradecimiento hacia el brazoque la sostenía posesivamente. Laantorcha se acercó más a ella y surgió unaexclamación de admiración de los labios

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de todos los hombres allí presentes.-Es mi prisionera -advirtió Conanmirando significativamente al hombre queacababa de matar y cuyo cadáver erailuminado por la luz de la antorcha-. Mela llevaba a Afghulistán, pero ahorahabéis matado a mi caballo, y loskshatriyas me están pisando los talones.-Ven con nosotros a nuestra aldea -sugirióYar Afzal-. Tenemos caballos escondidosen la garganta de la montaña. No podránseguirnos en la oscuridad. ¿Dices que tesiguen de cerca?-Tanto que ya oigo el ruido de los cascosde sus caballos -repuso Conan con gestolúgubre.De inmediato, los hombres se pusieron enmovimiento. Se apagó la antorcha y las

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andrajosas figuras se fundieron comofantasmas en la oscuridad. Conan tomó ala Devi en brazos. La joven no se resistió.El terreno rocoso le hacía daño en lospies, que iban calzados con finaszapatillas de seda. Se sentía pequeña ydesamparada en aquella terribleoscuridad.Al notar que la joven temblaba a causadel viento helado que soplaba en losdesfiladeros, Conan arrancó la capa de unguerrero y cubrió a Yasmina con ella.También le ordenó en voz baja que nohiciera el menor ruido. Yasmina no oía eldistante sonido de cascos que alertaba alos hombres de las montañas, pero sesentía demasiado atemorizada como paradesobedecer.

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No veía nada en absoluto, con excepcióndel pálido fulgor de las estrellas, pero sedio cuenta de que acababan de entrar en laprofunda garganta montañosa cuandoaumentó la oscuridad. Al cabo de un ratose oyó el inquieto movimiento de unoscaballos. Murmuraron unas palabras yConan montó en el corcel del hombre alque había matado. Colocó a la jovensobre la silla de montar, delante de él. Elgrupo subió silenciosamente por lasombría garganta. Sólo se oía el ruido decascos de caballos. Dejaron al animal y alhombre muertos en medio del camino, quemedia hora después fueron hallados porlos jinetes de la fortaleza. Reconocieronque se trataba de un wazuli y llegaron asus propias conclusiones.

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Yasmina, acurrucada en brazos de suraptor, se estaba durmiendo a pesar suyo.El movimiento del caballo, aunque erairregular, tenía un cierto ritmo que,combinado con la lasitud y el agotamientoemocional, la impulsaron al sueño. Habíaperdido todo sentido del tiempo y de laorientación.Percibió vagamente que habían cesadotodos los ruidos y que luego la levantarony se la llevaron. Después sintió que sucuerpo descansaba sobre unas suaveshojas susurrantes. Colocaron una prendadoblada bajo su cabeza, tal vez unatúnica, y tendieron la capa que la habíaenvuelto durante el viaje sobre su cuerpo.Luego oyó reír a Yar Afzal.-Magnífico premio, Conan. Digno de un

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jefe de los afghulis-No es para mí -musitó Conan-. Con estamujer compraremos la vida de mis sietehombres, ¡maldita sea su alma!Fueron las últimas palabras que oyó lajoven antes de sumirse en un profundosueño.Mientras Yasmina dormía, hombresarmados cabalgaban por las oscurasmontañas y se decidía el destino de losreinos. Las estrellas lanzaban destellossobre sus cascos y espadas.Una de estas bandas se hallaba en la negraboca de un desfiladero cuando los velocescascos se perdieron a lo lejos. Su jefe, unhombre corpulento que llevaba un cascosobre la cabeza y una capa bordada en orosobre los hombros, levantó una mano y

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permaneció así hasta que los jinetesdesaparecieron. Luego se echó a reírsuavemente.-¡Han debido perderse! O de lo contrariose han dado cuenta de que Conan llegó alas aldeas de los afghulis. Seránnecesarios muchos jinetes para desalojaresa colmena. Al amanecer habráescuadrones enteros cabalgando por elZhaibar.-Si hay lucha en las montañas,seguramente habrá botín -susurró una vozdetrás de él en el dialecto de los irakzai.-Habrá botín -repuso el hombre delcasco-. Pero antes tendremos que alcanzarel valle de Gurashah y esperar a losjinetes que galoparán hacia el sur, desdeSecunderam, antes del amanecer.

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El individuo tomó las riendas de sucaballo y salió del desfiladero. Sushombres lo siguieron de cerca. Erantreinta fantasmas harapientos bajo la luzde las estrellas. 5. El caballo negro

El sol estaba ya muy alto cuandoYasmina se despertó. No se sobresaltó; nisiquiera preguntó dónde estaba. Sedespertó con pleno conocimiento de todolo que había ocurrido. Sus esbeltos brazosy piernas estaban entumecidos por ellargo viaje, y su firme carne todavíaparecía sentir el contacto del musculosobrazo que la había llevado tan lejos.Estaba tendida sobre una piel de cabra

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que había encima de un jergón de hojassecas en el suelo de tierra apisonada. Unachaqueta de piel de cordero le servía dealmohada y una andrajosa capa hacía lasveces de manta. La habitación era grande.Tenía una enorme puerta de bronce, queseguramente había sido robada en algunaciudad de la frontera vendhia. Frente aella había una abertura hecha en el muro ycerrada con varios barrotes de madera. Alotro lado del enrejado, Yasmina vio unmagnífico corcel negro masticando sobreuna pila de heno seco. El edificio erafuerte, y tenía la vivienda y el establo enuna misma pieza.En el otro extremo de la habitación, unamuchacha ataviada con la túnica y losanchos pantalones de las mujeres de las

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montañas estaba agachada junto a unpequeño fuego, asando trozos de carnesobre una parrilla de hierro sostenida porunos bloques de piedra. La salida dehumo se encontraba a poca distancia delsuelo y parte de él ascendía hacia allí. Elresto flotaba por toda la habitación.La muchacha de las montañas miró aYasmina por encima del hombro. Tenía unrostro agradable de rasgos muy marcados.Luego siguió cocinando. Se oyeron unasvoces en el exterior. La puerta se abrióviolentamente, de un puntapié, y por ellaentró Conan. Parecía más grande quenunca con el sol de la mañana a susespaldas, y Yasmina notó algunos detallesque había pasado por alto la nocheanterior. Las ropas que llevaba Conan

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estaban limpias y sin rasgar. El anchocinto bakhariota que sostenía la daga devaina ornamentada era digna de unpríncipe, y bajo su camisa se veía una finacota de malla turania.-Tu prisionera está despierta, Conan -dijola muchacha wazuli.El cimmerio gruñó algo ininteligible, seacercó al fuego con dos largas zancadas ydejó caer los trozos de carne en un platode piedra.La joven lo miró y rió con picardía, yConan sonrió con gesto lobuno. Introdujoun pie debajo del vestido de la muchachay la tiró al suelo. La joven pareciódivertirse enormemente con aquellabroma ruda, pero Conan no le prestó másatención. Tomó un trozo de pan y una jarra

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de vino de un rincón de la habitación y selos llevó a Yasmina, que acababa deponerse en pie sobre el jergón y lo mirabacon expresión dubitativa.-Un poco ordinario para una Devi,muchacha -dijo Conan-, pero es lo mejorque tenemos. Al menos, llenará tuestómago.Dejó el plato en el suelo, y en esemomento Yasmina se dio cuenta de quetenía hambre. Se sentó sobre el jergón sinhacer el menor comentario, cruzó laspiernas y luego colocó el plato sobre suregazo. Empezó a comer con los dedos, yaque no disponía de ningún utensilio.Después de todo, la adaptabilidad es unade las características de la verdaderaaristocracia. Conan se quedó mirándola

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durante un rato. Él nunca se sentaba conlas piernas cruzadas al estilo oriental.-¿Dónde estoy? -preguntó Yasminaabruptamente.-En la cabaña de Yar Afeal, el jefe de loswazulis de Khurum -contestó Conan-.Afghulistán está a muchas leguas dedistancia hacia el oeste. Nos quedaremosaquí algún tiempo. Los kshatriyas batenlas colinas buscándote, y varios grupos deellos ya han sido aniquilados por lastribus.-¿Qué piensas hacer? -volvió a preguntarla muchacha.-Tenerte conmigo hasta que Chunder Shanesté dispuesto a negociar la libertad demis siete hombres -repuso Conan con ungruñido-. Las mujeres de los wazulis

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están haciendo tinta con hojas de shoki, ydentro de un rato podrás escribir una cartaal gobernador.Yasmina se sintió invadida por la cóleraal pensar en el desastroso resultado de susplanes, entre los que contaba con dominaral hombre que la había hecho prisionera.Dejó violentamente el plato en el suelo yse puso en pie de un salto, presa de la ira.-¡No escribiré ninguna carta! Si no medevuelves, colgarán a tus siete hombres ya mil más.La muchacha wazuli se echó a reírirónicamente. Conan dijo algo que la hizocallar, y en ese preciso instante se abrióla puerta y por ella entró Yar Afeal. Eljefe wazuli era tan alto como Conan y talvez más corpulento, pero estaba gordo y

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fofo en comparación con la compactadureza del cimmerio.Miró a la muchacha wazuli al tiempo quese acariciaba la barba. La joven se pusoen pie y desapareció inmediatamente de lahabitación. Entonces Yar Afeal se volvióhacia su invitado.-Esta condenada gente murmura, Conan -dijo-. Quieren que te mate y me quede conla joven como rehén. Dicen quecualquiera puede adivinar por sus ropasque se trata de una dama noble. Sepreguntan por qué los perros afghulis hande aprovecharse de ella cuando es estaaldea la que corre el riesgo de tenerla.-Préstame tu caballo -replicó Conan-. Mela llevaré de aquí. Yar Afzal soltó unasonora carcajada y luego dijo:

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-¿Crees que no soy capaz de manejar a migente? Puedo hacerlos bailar en la puntade sus lanzas durante una noche entera sise me antoja. No te quieren... ni a ti ni aningún otro forastero... pero me salvastela vida una vez y no lo olvido. Sal unmomento, Conan. Acaba de regresar unode mis exploradores.Conan se ajustó mecánicamente el anchocinto y siguió al jefe hasta el exterior.Cerraron la puerta a sus espaldas yYasmina atisbo a través de una agujero.Vio una gran extensión de terreno llanodelante de la cabaña. En el extremo másalejado había un grupo de cabañas debarro y piedra, junto a las cuales vio aunos niños desnudos que jugaban entre lasrocas y a las bien formadas mujeres de las

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montañas dedicadas a sus tareas.Frente a la misma puerta de la cabaña,había un grupo de hombres con largasmelenas, barbudos y harapientos,formando un círculo. Estaban todossentados en el suelo. Conan y Yar Afealse hallaban de pie ante la puerta, y entreellos y el grupo de guerreros había otrohombre sentado con las piernas cruzadas.Este último hablaba con su jefe con elduro acento wazuli que Yasmina apenasentendía, aunque como parte de sueducación real le habían enseñado laslenguas de Iranistán y los dialectos afinesy tribales del Ghulistán.-Hablé con un dagozai que vio a losjinetes anoche -dijo el explorador-. Sehallaba oculto en las cercanías cuando

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ellos llegaron al lugar en el que letendimos la emboscada a Conan. Escuchólo que decían. Chunder Shan estaba conellos. Encontraron el caballo muerto, yuno de los hombres reconoció que era elde Conan. También hallaron al hombreque mató Conan y se dieron cuenta de quese trataba de un wazuli. Pensaron queConan había muerto y que los wazulis sehabían llevado a la mujer, y por esoabandonaron su propósito de llegar hastael Afghulistán. Pero no sabían de quéaldea era el hombre muerto, y no dejamosninguna huella que los kshatriyas pudiesenseguir.»Por ello cabalgaron hasta el pobladowazuli más cercano, el de Jugra, loincendiaron y mataron a mucha gente.

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Pero los hombres de Khojur los atacaronen la oscuridad, mataron a algunos deellos e hirieron al gobernador. Lossobrevivientes se retiraron al Zhaibar enplena oscuridad, antes del amanecer, peroregresaron con refuerzos antes de quesaliera el sol y hubo escaramuzas y peleasen las colinas durante toda la mañana. Seasegura que llegará un gran ejército parabarrer las montañas que rodean alZhaibar. Las tribus afilan sus cuchillos ytienden emboscadas en todos losdesfiladeros que hay desde aquí hasta elvalle de Gurashah. Además, Kerim Sha haregresado a las montañas.Del círculo de hombres partió un gruñidoy Yasmina se acercó más al agujero al oírese nombre, del que empezaba a

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desconfiar.-¿Adonde fue? -preguntó Yar Afzal.-El dagozai no lo sabía. Con él habíatreinta irakzais de las aldeas más bajas.Se perdieron a caballo entre las montañas.-Estos irakzais son como chacales quesiguen a un león para recoger sus migajas-dijo Yar Afzal con un gruñido-. Estánlamiendo las monedas que Kerim Shareparte entre las tribus fronterizas paracomprar hombres como si fuesencaballos. Ese individuo no me gustaaunque sea un pariente nuestro deIranistán.-Ni siquiera es eso -repuso Conan-. Loconozco desde hace tiempo. Es hirkanio yespía de Yezdigerd. Si le pongo las manosencima, colgaré su pellejo de un

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tamarisco.-Pero ¿y los kshatriyas? -clamaron loshombres del semicírculo-. ¿Vamos a estaraquí sentados hasta que nos maten atodos? Acabarán sabiendo en qué aldeawazuli está la mujer. Los zhaibar no nosquieren. Ayudarán a los kshatriyas adarnos caza.-Que vengan -repuso Yar Afzal-. Podemosdefender los desfiladeros en honor de uninvitado.Uno de los hombres se puso en pie de unsalto y levantó un puño en dirección aConan.-¿Hemos de correr todos los riesgosmientras él cosecha recompensas? -bramó-. ¿Acaso debemos pelear por él?En un par de largas zancadas, Conan se

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acercó al lugar que ocupaba el hombre yse inclinó para mirar de cerca su barbudorostro. El cimmerio no sacó su cuchillo,pero tomó la vaina que lo guardaba y laadelantó diciendo:-Nunca le he pedido a nadie que pelee pormí. ¡Desenvaina tu cuchillo si te atreves,perro asqueroso!El wazuli retrocedió gruñendo como unfelino.-¡Atrévete a tocarme -dijo- y aquí haycincuenta hombres que te harán pedazos!-¡Cómo! -exclamó Yar Afzal enrojeciendode ira-. ¿Eres tú el jefe de Khurum? ¿Loswazulis reciben órdenes de Yar Afzal ode un perro de baja estofa?El hombre se encogió ante su invenciblejefe, y Yar Afzal se acercó a él, lo cogió

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por la garganta y lo sacudió violentamentehasta que su rostro adquirió un tonoceniciento. Luego arrojó al hombre contodas sus fuerzas al suelo y lo miró, altiempo que se veía brillar en su mano lahoja curva de su largo cuchillo. Entoncespreguntó:-¿Hay alguien más que ponga en duda miautoridad?Los guerreros agacharon la cabeza,cuando la belicosa mirada de Yar Afzalbarrió el semicírculo. Yar Afzal gruñódespreciativamente y envainó el arma conademán insultante. Luego le dio variospuntapiés al hombre caído hasta que learrancó gritos de dolor.-Ve hasta el valle y habla con los vigías -le ordenó-. Luego regresa y dime si han

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visto algo.El hombre se alejó temblando de miedo yapretando los dientes con furia.Yar Afzal tomó asiento pomposamentesobre una roca y se acarició la barba.Conan se quedó de pie cerca de él, conlas piernas separadas y los pulgaresapoyados en el ancho cinto, observandodetenidamente a los demás guerreros.Éstos lo miraron hoscamente, sinatreverse a despertar otra vez la cólera deYar Afzal, pero odiando al forasterocomo sólo sabían odiar los hombres delas montañas.-Y ahora escuchadme, hijos de perrosbastardos. Conan y yo hemos planeadoengañar a los kshatriyas...La voz tronante de Yar Afzal llegó incluso

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a oídos del guerrero que se alejaba. Elhombre pasó junto al grupo de cabañas,donde las mujeres que habíancontemplado su derrota se rieron de élhaciendo jocosos comentarios, y luego seapresuró a tomar el camino queserpenteaba en dirección a la entrada delvalle entre enormes formaciones rocosas.Cuando tomó la primera curva y perdió devista la aldea, se detuvo asombrado.Nunca había creído que un extranjeropudiese entrar en el valle de Khurum sinser localizado de inmediato por los vigíasde las alturas, esos hombres con ojos dehalcón. Aun así, había un hombre sentadocon las piernas cruzadas sobre unpequeño rellano de piedra, junto alcamino. Estaba vestido con un túnica de

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pelo de camello y llevaba un turbanteverde.El wazuli abrió la boca para lanzar ungrito de alarma, al tiempo que su manoderecha aferraba la empuñadura de sucuchillo, pero en ese preciso momento susojos se encontraron con los del forastero yel grito murió en su garganta, a la vez quesu mano se paralizaba. Permanecióinmóvil como una estatua, con los ojosbrillantes y mirando al vacío.Durante unos minutos la escena quedócongelada. Luego, el hombre sentado en elrellano rocoso trazó un símbolo crípticosobre la tierra con el dedo índice. Elwazuli no le vio colocar nada dentro delcírculo, pero inmediatamente observó quealgo brillaba allí... Era una bola redonda,

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negra, que parecía azabache pulido. Elhombre del turbante verde la tomó con unamano y la arrojó hacia el wazuli, que lacogió con gesto mecánico.-Lleva eso a Yar Afzal -dijo el hombre.El wazuli se dio media vuelta como unautómata y retrocedió por el sendero,sosteniendo la negra bola en su manoextendida. Ni siquiera volvió la cabezaante los comentarios jocosos de lasmujeres cuando volvió a pasar al lado delas cabañas. No parecía oír nada.El hombre del turbante lo vio alejarse yesbozó una sonrisa enigmática. Detrás delrellano surgió la cabeza de una joven, quelo miró con admiración, pero con uncierto temor que no había sentido la nocheanterior.

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-¿Por qué has hecho eso? -preguntó.El hombre acarició los negros rizos de lamuchacha y contestó:-¿Acaso todavía estás mareada por tuviaje en el caballo volador que pones enduda mi sabiduría?Después de decir esto se echó a reír yagregó:-Mientras Yar Afzal viva, Conan estará asalvo entre los guerreros wazulis. Suscuchillos están muy afilados y sonmuchos. Lo que planeo será más seguro,incluso para mí, que matarlo y arrebatar ala Devi de sus manos. Porque no hay queser adivino para predecir lo que harán loswazulis y Conan cuando mi víctimaentregue el globo de Yezud al jefe deKhurum.

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Yar Afzal, que estaba delante de lacabaña, se detuvo en medio de una frase,sorprendido y disgustado al ver que elhombre que había enviado al valle estabade regreso.-¡Te ordené que fueras a ver a los vigías!-bramó el jefe-. Ni siquiera has tenidotiempo de ir hasta allí.El guerrero no contestó. Permanecióinmóvil, mirando con gesto inexpresivo elrostro de Yar Afzal. En la mano extendidallevaba la bola negra. Conan, mirando porencima del hombro de su amigo, murmuróalgo y extendió una mano para tocarle unbrazo. Pero al hacerlo, Yar Afzal,impulsado por un ataque de cólera, le dioun golpe en la cara al guerrero con elpuño cerrado y lo tiró al suelo. Cuando el

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hombre cayó, la negra esfera rodó hastalos pies de Yar Afzal y éste, que alparecer la veía por primera vez, seinclinó y la recogió. Los demás hombresmiraron perplejos a su camarada, queyacía sin sentido. Observaron que su jefese inclinaba, pero no vieron lo que ésteacababa de recoger del suelo.Yar Afzal se incorporó, miró la esfera ehizo un movimiento como paraguardársela en el cinto.-Llevad a ese loco a su cabaña -dijo conun gruñido-. Tiene el aspecto de uncomedor de loto. Ni siquiera me hacontestado. Yo...Yar Afzal profirió un grito de dolor.Había sentido un súbito movimiento en sumano derecha. Su voz se apagó

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repentinamente y sus ojos se quedaronmirando al vacío. Dentro de su puñoapretado sentía el pulso del cambio, delmovimiento, de la vida. Ya no sosteníaentre sus manos la brillante esfera negra.No se atrevía a mirar. La lengua se lepegaba al paladar y no podía abrir lamano. Los atónitos guerreros vieron quelos ojos de su jefe se dilataban y su rostrose puso lívido. Luego surgió de sus labiosun grito de dolor. Se tambaleó y cayó alsuelo boca abajo como derribado por unrayo, y de sus dedos extendidos salió unaenorme araña negra, horrible y peluda,que brillaba como el azabache. Loshombres, con un grito, retrocedieron, y elespantoso animal se ocultó rápidamenteentre unas rocas cercanas

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Entonces se produjo una violentaagitación entre los guerreros, y porencima del clamor se alzó una potente vozde mando que nadie supo de dóndeprovenía. Ninguno de los hombres quequedaron con vida pudo explicarlo, perotodos la habían oído:-¡Yar Afzal ha muerto! ¡Matad alextranjero!Aquel grito unió todas las mentes en unasola. La duda, el temor y el asombrodesaparecieron en un segundo, y de todaslas gargantas surgió al unísono unfantástico clamor que pedía sangre. Elfurioso grito ascendió al cielo comorespuesta de los bárbaros de lasmontañas. Atravesaron rápidamente ladistancia que los separaba con las capas

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flotando al viento, los ojos centelleantes ylos cuchillos levantados.Conan actuó con más rapidez que ellos.Al escuchar aquel grito saltó en direccióna la puerta de la cabaña. Pero los hombresde las montañas estaban más cerca de éstaque el cimmerio. Cuando ya había pisadoel umbral, se vio obligado a dar mediavuelta para evitar la terrible hoja deacero. Esquivó un golpe mortal y, despuésde deshacerse de un guerrero con el puñoizquierdo, apuñaló a otro en el vientre.Luego se acercó a la puerta y apoyó supoderosa espalda sobre ella. A sualrededor, las afiladas hojas arrancaronastillas de la puerta, pero ésta cediófinalmente bajo el fuerte impacto de sucuerpo, abriéndose repentinamente. Conan

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entró en el interior de la cabaña,tambaleándose. Un barbudo guerrerotambién logró entrar en la habitación, peroConan cerró rápidamente la puerta en lasmismas narices de los hombres quetrataban de entrar. Se oyó el crujido delos huesos bajo el impacto, y un segundodespués Conan corría los cerrojos y dabamedia vuelta para enfrentarse con elhombre que se incorporaba del suelo yentraba en acción como un poseído.Yasmina, encogida en un rincón,contemplaba horrorizada cómo luchabanlos dos hombres, recorriendo lahabitación de un lado a otro, hasta elpunto de que en más de una ocasiónestuvieron a punto de aplastarla.El sonido metálico del acero llenaba el

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cuarto, y en el exterior la multitud aullabacomo una manada de lobos, golpeando lapuerta con sus largos cuchillos yarrojando piedras contra ella. Alguienencontró un tronco de árbol y la puertacomenzó a temblar bajo el fuerte impacto.Yasmina se tapó los oídos, mirando haciaadelante con los ojos desorbitados. En elestablo un caballo relinchaba y luegocomenzó a dar coces contra la pared. Elanimal se dio media vuelta y asomó laspatas entre los barrotes cuando elguerrero, al retroceder bajo el ataque deConan, se encontró con ellas. Su espinadorsal se fracturó por tres puntos comouna rama seca. Las pezuñas del animal loarrojaron contra el cimmerio y amboscayeron al suelo.

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Yasmina gritó horrorizada y corrió haciaadelante. La joven pensaba que amboshombres habían muerto. Conan apartó elcadáver a un lado y se puso en pie. Lamuchacha lo aferró por un brazo,temblando de pies a cabeza.-¡Oh, vives! Pensé que... ¡creí que estabasmuerto! Conan la miró y vio el pálidorostro de la muchacha y sus grandes ojosdesorbitados, que lo miraban llenos deterror.-¿Por qué tiemblas? -preguntó Conan-. ¿Ati qué puede importarte que yo muera oviva?La joven trató de recuperar su composturay se retrajo, realizando un penosoesfuerzo por comportarse como la Devi.-Eres preferible a esos lobos que aúllan

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ahí fuera -repuso señalando la puerta,cuyo dintel comenzaba a moverse demanera alarmante.-No aguantará mucho tiempo -susurróConan dirigiéndose al establo donde seencontraba el caballo.Al ver que Conan apartaba a un lado losdestrozados barrotes y entraba en elestablo donde se hallaba la bestiaenloquecida, Yasmina enlazónerviosamente las manos y contuvo larespiración. El caballo se puso en dospatas, relinchando ferozmente, con losojos brillantes y las orejas echadas haciaatrás. Pero Conan saltó a un lado, cogió alanimal por la crin con un increíblederroche de fuerza y logró que el animalse arrodillara. El caballo resopló y

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tembló, pero permaneció inmóvil mientrasel hombre lo ensillaba, echándole sobre ellomo la silla trabajada en oro con losanchos estribos de plata.Conan obligó a la bestia a dar mediavuelta en el establo y llamó rápidamente aYasmina. La muchacha se acercótemerosa y eludió las patas traseras delanimal. Conan tanteaba el muro con susmanos y hablaba apresuradamente.-Aquí hay una puerta secreta que nisiquiera los wazulis conocen. Yar Afzalme la enseñó una vez que estaba borracho.Da a la boca del barranco que hay detrásde la cabaña. ¡Aquí está!Al hacer presión sobre un saliente, todauna sección de la pared giró sobre susgoznes engrasados. La joven miró a través

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de la abertura y vio un estrechodesfiladero que se abría en un riscocortado a pico, a poca distancia de lapared posterior de la cabaña. Entonces,Conan saltó sobre la silla del caballo ycon un solo brazo colocó a la muchachadelante de él. Detrás de ellos, la puertacrujió como una cosa viva y se oyó untremendo alarido simultáneo cuandoaparecieron en el hueco de la puerta unoshombres de rostros barbudos concuchillos en las manos. De inmediato, elenorme corcel dio un tremendo salto haciaadelante, como arrojado por unacatapulta, y entró en el desfiladerogalopando velozmente mientras la espumade su boca era arrastrada por el viento.Aquel movimiento fue una verdadera

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sorpresa para los wazulis. Y también paraquienes galopaban por el desfiladero.Todo sucedió tan rápidamente... Eseataque del caballo, como si fuera unhuracán... El hombre del turbante verdeque había allí no tuvo tiempo de apartarsedel camino. Cayó bajo los cascos delfrenético animal, y luego se oyó un gritode mujer. Conan sólo pudo verla por unadécima de segundo, al pasar como unvendaval a su lado. Era una jovendelgada, morena, con pantalones de seda yuna tela bordada con piedras preciosascubriéndole los senos. La muchacha seapretó rápidamente contra el muro. Loshombres que salieron por la puerta secretadel desfiladero, persiguiéndolos, seencontraron con aquella pareja, lo que

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convirtió sus aullidos de sed de sangre enpenetrantes gritos de miedo y de muerte. 6. La montaña de los Adivinos Negros

-¿Adonde vamos ahora? -preguntóYasmina, intentando mantenerse erguidaen la silla y aferrándosedesesperadamente a su secuestrador.La muchacha advirtió avergonzada que nole resultaba desagradable sentir lospoderosos músculos del hombre bajo susdedos.-A Afghulistán -contestó el cimmerio-. Elcamino es peligroso, pero el caballo nosconducirá sin problemas, a menos quetropecemos con algunos de tus amigos ocon tribus enemigas mías. Ahora que Yar

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Afzal ha muerto, esos malditos wazulisnos perseguirán. Me sorprende que noestén ya detrás de nosotros.-¿Quién era ese hombre que atropellaste?-preguntó la joven.-No lo sé. Jamás lo había visto. No esghuli, de eso estoy seguro. No sé quédiablos estaría haciendo allí. Había unamuchacha con él.-Sí -repuso la Devi con una expresiónsombría en sus ojos-. No lo entiendo. Esamuchacha era mi doncella Gitara. ¿Creesque venía a ayudarme? ¿Ese hombre eraun amigo? Si es así, los wazulis los debende haber capturado a ambos.-Bueno -repuso Conan-, no podemoshacer nada por ellos. Si regresamos, nosarrancarán el pellejo. No acabo de

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comprender cómo una muchacha como ésapudo adentrarse tanto en estas montañasen compañía de un solo hombre... yademás, de un erudito con túnica, ya queeso es lo que parecía. Lo cierto es que entodo esto hay algo diabólicamenteextraño. Yar Afzal, muerto, y ese hombreque se movía como Un sonámbulo. Hevisto a los sacerdotes de Zamora llevandoa cabo abominables ritos en sus templosprohibidos, y sus víctimas tenían la mismamirada de ese hombre. Los sacerdotesmiraban fijamente a sus ojos ymurmuraban palabras mágicas, y entonceslos hombres se comportaban comoautómatas y hacían todo lo que se lesordenaba, con los ojos vidriosos.»Y entonces vi lo que ese individuo tenía

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en la mano -siguió diciendo-; lo que YarAfzal recogió del suelo. Era como unabola negra, muy brillante, parecida a laque usan las sacerdotisas del templo deYezud cuando bailan ante su dios, esdecir, la araña negra. Yar Afzal la sostuvoen la mano y no recogió nada más delsuelo. Sin embargo, cuando cayó muerto,una araña similar al dios de Yezud, peromás pequeña, escapó de entre sus dedos.Y entonces, cuando los wazulis semostraron temerosos e inseguros, una vozlos incitó a que me mataran. Y yo sé queesa voz no salió de la garganta de ningúnguerrero, ni de las mujeres que mirabandesde las cabañas. Parecía venir desdearriba.Yasmina no dijo nada. Miró hacia el

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oscuro perfil de las montañas que losrodeaban y se estremeció. Todo su sertembló ante la sobrecogedora naturaleza.Aquella era una tierra en la que todopodía suceder.El sol estaba alto y calentaba ferozmente.Sin embargo, el viento que soplaba enráfagas intermitentes parecía arrastrarconsigo trozos de hielo. En un momento,la joven oyó un extraño sonido encima deellos que no era causado por el viento y, ajuzgar por la forma en que Conan levantóla cabeza, Yasmina pensó que se habíanublado momentáneamente un trozo decielo, como si algún objeto invisible sehubiera interpuesto entre ella y elfirmamento, pero no estaba segura.Tampoco hizo ningún comentario, pero

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Conan aflojó el cuchillo en la vaina.En ese momento iban por un senderodébilmente marcado, que entraba engargantas tan profundas que el sol jamásllegaba al fondo. A trechos se extendíasobre abruptas pendientes cuyo suelo depizarra suelta amenazaba desplomarsebajo sus pies, y otras veces seguían por elborde de terribles precipicios que seabrían a ambos lados.El sol había sobrepasado el cenit cuandocruzaron un estrecho sendero queserpenteaba entre grandes formacionesrocosas. Conan dirigió su caballo hacia elsur, casi en ángulo recto con la direcciónque habían seguido hasta ese momento.-En un extremo de este camino hay unaaldea galzai -explicó-. Sus mujeres

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caminan por este sendero cuando van alpozo en busca de agua. Necesitas ropasnuevas.Yasmina miró su vestido y asintió con unmovimiento de la cabeza. Sus zapatillasde seda bordada en oro estaban deshechasy la ropa interior de seda no era más queun conjunto de harapos que apenas semantenía en su sitio.Al llegar a un amplio rincón abierto en laroca, Conan desmontó, ayudó a hacer lomismo a Yasmina y luego se quedó enactitud de espera. El cimmerio hizo unmovimiento con la cabeza, pero lamuchacha no oía nada.-Viene una mujer por el camino -dijoConan. Yasmina, presa de pánico, seaferró a su brazo.

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-¿No... no la matarás? -preguntó en vozbaja.-Normalmente nunca mato a mujeres -repuso Conan con un gruñido-, aunquealgunas de las que viven en estasmontañas y colinas son verdaderas lobas.No, nada de eso, ¡por Crom!, le pagarésus ropas. ¿Qué te parece eso?Conan le enseñó a la joven un puñado demonedas de oro, entre las cuales eligió lamás grande. La muchacha asintió ensilencio, profundamente aliviada. Tal vezera natural que los hombres pelearan ymurieran. Pero Yasmina sintió unescalofrío ante la idea de ver cómo semataba a una mujer.Al cabo de un rato apareció una muchachaen una esquina de la garganta. Se trataba

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de una joven galzai, alta y delgada, muyerguida, que cargaba un enorme pellejo deagua vacío. Hizo un movimiento como siintentara echar a correr, pero luego se diocuenta de que Conan se encontraba muycerca de ella como para permitir queescapara, y entonces se quedó inmóvil,mirándolos con una mezcla de temor y decuriosidad.Conan le enseñó la moneda de oro.-Te daré este dinero si le das tus ropas aesta mujer -dijo.La respuesta fue inmediata. La muchachasonrió con sorpresa y delicia y, con eldesdén típico en una mujer de la montañapor las pudorosas convenciones, se quitórápidamente su túnica bordada, los anchospantalones y luego la camisa de mangas

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anchas, al tiempo que se deshacía de sussandalias. Hizo un bulto con la ropa y selo entregó a Conan que, a su vez, se loalcanzó a la atónita Devi.-Vete detrás de aquella roca y ponte todoesto -dijo, demostrando con su actitud queno era ningún salvaje-. Haz un paquetecon tus ropas y dámelo cuando salgas deallí.-¡El dinero! -exclamó la otra jovenextendiendo ansiosamente la mano-. ¡Eloro que me prometiste!Conan le arrojó la moneda. La muchachala cogió en el aire, la mordió y la ocultórápidamente entre sus cabellos. Luego seagachó, tomó el pellejo de agua y reanudósu marcha sin darle la menor importanciaa su desnudez. Conan esperó con cierta

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impaciencia mientras la Devi, por primeravez en su vida, se vestía sola. Cuandosalió de detrás de la roca, Conan lanzóuna exclamación de sorpresa. Lamuchacha sintió que en su interior ardíaun conjunto de emociones mezcladas alver la fiera admiración que brillaba en losojos azules del cimmerio. Éste apoyó unamano en el hombro de la muchacha, altiempo que la contemplaba ávidamentedesde todos los ángulos.-¡Por Crom! -exclamó-. Con las otrasropas tan místicas parecías fría, lejana...sí, remota como una estrella. ¡Ahora eresuna mujer de carne y hueso! Cuando tefuiste detrás de esa roca eras la Devi deVendhia, y ahora has salido de allí comouna muchacha de las montañas... ¡aunque

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mil veces más hermosa que cualquier otramujer de Zhaibar...! Eras una diosa...,¡ahora eres una mujer real!Conan le dio una fuerte palmada a lajoven en las nalgas, como expresión de suadmiración, y la muchacha lo entendió así,sin sentirse ultrajada en lo más mínimopor esa actitud. Era como si el cambio deropa hubiera dado lugar a unatransformación de su personalidad.Pero Conan, a pesar de todo, no olvidóque el peligro seguía rondando. Cuantomás se alejaran de Zhaibar, había menosposibilidades de que se encontraran consoldados kshatriyas. Por otro lado,durante todo el camino había oído ruidosque le advertían, sin ninguna duda, de quelos vengativos wazulis de Khurum le

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pisaban los talones.El bárbaro subió a la Devi a la silla,luego montó él y dirigió el caballo haciael oeste. Después, arrojó el paquete deropa de la Devi a un precipicio queseguramente medía miles de metros deprofundidad.-¿Por qué has hecho eso? -preguntó ella-.¿Por qué no le diste esa ropa a lamuchacha?-Los jinetes de Peshkhauri están peinandoestas montañas y colinas -replicó Conan-.Seguramente les tenderán emboscadas ylos atacarán en todas las curvas delcamino, pero en represalia ellosdestruirán todas las aldeas que encuentrena su paso. Puede que en cualquiermomento giren hacia el oeste. Si

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encuentran a una muchacha con tus ropas,la torturarán hasta hacerla hablar, y en esecaso tendrían una buena pista._¿Y qué hará esa joven?-Regresará a su aldea y le dirá a su genteque la atacó un desconocido. Los hombresnos perseguirán. Pero antes tendrá que ir abuscar agua, porque si se atreve apresentarse sin ella le darán latigazoshasta arrancarle el pellejo. Eso nos darábastante tiempo. Jamás nos cogerán.Hacia la noche cruzaremos la fronteraafghuli.-En este lugar no hay el menor rastro deviviendas humanas -dijo la Devi-. Estaregión parece especialmente desierta,incluso tratándose de los montesHimelios. No hemos visto un solo camino

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desde que dejamos aquel por el que veníala joven.Como respuesta, Conan señaló hacia elnoroeste, donde Yasmina distinguió unpico que sobresalía por encima de losenormes riscos.-Yimsha -dijo Conan con un gruñido-.Todas las tribus construyen sus aldeas lomás lejos posible de esa montaña. Lamuchacha se fijó con más atención.-¡Yimsha! -exclamó-. ¡La montaña de losAdivinos Negros!-Eso dicen. Jamás he estado tan cerca deella. Siempre he girado hacia el nortepara evitar a los grupos de soldadoskshatriyas que vigilaban las montañas. Elcamino habitual de Khurum a Afghulistánestá más al sur. Éste es muy antiguo y está

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muy poco transitado.La joven miró fijamente el remoto pico yse clavó las uñas en sus rosadas palmas.-¿Cuánto tiempo se tardaría en llegar aYimsha desde aquí?-El resto del día y toda la noche -repusoConan, haciendo una mueca-. ¿Quieres irhasta allí? ¡Por Crom! No es un lugar paraseres humanos, según dice la gente de lasmontañas.-¿Por qué no se reúnen y matan a losdiablos que la habitan?-preguntó la muchacha.-¿Matar a hechiceros con espadas? Detodos modos, nunca molestan a nadie, amenos que la gente los moleste a ellos.Jamás he visto a uno, aunque he habladocon unos hombres que aseguraban

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haberlos visto. Cuentan que vieron a unosindividuos muy silenciosos, vestidos contúnicas negras, al salir el sol y alatardecer.-¿Tendrías miedo de atacarlos?-¿Yo?Ésa era una idea nueva para Conan.Guardó silencio durante unos segundos yluego dijo:-Si intentaran atacarme, estarían en juegomi vida y la suya, pero no tengo ningúninterés en atacarles yo. He venido a estasmontañas para reunir a un grupo dehombres y no a luchar contra brujos.Yasmina no aceptó de inmediato larespuesta. Miró hacia el pico como si setratara de un enemigo, sintiendo unaextraña sensación de cólera en el pecho.

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En su interior comenzaba a nacer un nuevosentimiento. Había pensado enfrentar alhombre que en ese momento la llevaba enbrazos con los maestros de Yimsha. Talvez hubiera otro camino, además delmétodo que había planeado, para lograr supropósito No se equivocaba al calibrar lamirada que le dirigía aquel salvaje cadavez que sus ojos se posaban en ella.Cuando las blancas manos de una mujertiran de las cuerdas del destino, sederrumban reinos. Súbitamente, Yasminase puso en tensión y dijo señalando a lolejos:-¡Mira!Sobre el distante pico colgaba una nubede aspecto extraño. Era de color carmesí,con algunas manchas doradas. La nube se

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movía, giraba y se contraía. De repente,pareció despegarse del pico cubierto denieve, flotó como una pluma y luego sevolvió invisible contra el cielo azul.-¿Qué era eso? -preguntó la muchacha,preocupada cuando un gran saliente deroca ocultó por un momento la montaña;incluso ese fenómeno natural, a pesar desu belleza, era inquietante.-Los hombres de las montañas lo llamanla Alfombra de Yimsha, aunque no sé quépuede significar eso -repuso Conan-. Hevisto a quinientos hombres corriendocomo si los persiguiera el mismísimodiablo para ocultarse en cuevas y grietasde las rocas, porque veían flotar esa nubesobre la montaña. ¿Qué diablos...?En ese momento avanzaban a través de

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una estrecha garganta entre altos muros ysalieron a un amplio rellano flanqueadopor una serie de abruptas pendientes porun lado y un gigantesco precipicio por elotro. El pequeño sendero seguía elrellano, giraba alrededor de unaformación rocosa y reaparecía aintervalos mucho más abajo, siempreserpenteando. Pero al salir de la gargantaque daba al rellano, el caballo se detuvosúbitamente, relinchando y resoplando.Conan le golpeó los flancos con ambostalones, y el animal volvió a relinchar yagitó la cabeza, vacilando y temblandocomo si se encontrara ante una barrerainvisible.Conan maldijo entre dientes y desmontó.Luego bajó a Yasmina de la silla. Acto

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seguido avanzó con una mano extendida,como si esperara hallar algún obstáculo ouna resistencia imprevista, pero no hubonada que lo detuviera, si bien cuandocogió al caballo por las riendas el animalse negó a dar un solo paso, relinchando yponiéndose sobre dos patas. EntoncesYasmina gritó y Conan dio media vuelta,llevándose una mano a la empuñadura delcuchillo.Ninguno de los dos lo había visto llegar,pero allí estaba, con los brazos cruzados.Se trataba de un hombre con una túnica depelo de camello y turbante verde. Conangruñó sorprendido cuando reconoció almismo individuo que había atropellado sucaballo al salir disparado de la cabañapor la puerta secreta, en la aldea wazuli.

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-¿Quién diablos eres? -preguntó elcimmerio.El hombre no contestó. Conan vio que susojos estaban desorbitados, que tenía lamirada fija y que ésta mostraba unaextraña luminosidad. Los ojos deldesconocido le sostuvieron la miradacomo si fuesen un imán.La hechicería de Khemsa se basaba en elhipnotismo, como ocurría con casi toda lamagia oriental. Muchas generacioneshabían vivido firmemente convencidas dela realidad y el poder del hipnotismo. Sufuerza aumentó mediante la práctica y elpensamiento, hasta formar una atmósferaintangible contra la cual el individuo,abrumado por las tradiciones de esatierra, se sentía absolutamente

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desamparado.Pero Conan no era oriental. Esastradiciones no significaban nada para él.El hipnotismo no existía ni siquiera comomito en Cimmeria Él no había recibido laherencia cultural que preparaba al orientalpara someterse a los hipnotizadores.Sabía perfectamente lo que intentabahacer Khemsa con él, pero aun así, sentíael impacto de la fuerza de aquel hombrecomo un vago impulso, como un tira yafloja del cual él podía deshacerse de lamisma manera que un hombre se sacudeuna tela de araña de la ropa.Puesto que conocía la magia negra, Conandesenvainó el largo cuchillo y atacó conla velocidad de un león de las montañas.Pero el hipnotismo no era la única ciencia

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que practicaba Khemsa. Yasmina, quecontemplaba la escena asombrada, nopudo ver mediante qué truco demovimientos o arte el hombre del turbanteverde esquivó el terrible golpe dirigido asu vientre. Pero la ancha hoja del cuchillopasó a un lado de su cuerpo. Yasminatuvo la impresión de que Khemsasimplemente había acariciado la nuca deConan con la palma de la mano. Lo ciertoes que el cimmerio cayó al suelo como unbuey apuntillado.Sin embargo, Conan no estaba muerto.Amortiguó la fuerza de la caída con lamano izquierda y atacó en dirección a laspiernas de Khemsa mientras caía al suelo.Pero el rakhsha esquivó el cuchillo dandoun increíble salto hacia atrás. Gitara salió

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de entre las rocas y se acercó a Khemsa.Yasmina, al reconocerla, soltó un agudogrito. El saludo murió en la garganta de laDevi al ver la expresión maligna que sereflejaba en el rostro de la bellamuchacha.Conan se incorporó lentamente, aturdidopor la cruel habilidad de aquel golpe que,aplicado con un arte olvidado muchoantes del hundimiento de Atlantis, hubieraquebrado como una rama seca el cuello deun hombre más débil que Conan. Khemsalo miró con cautela, un tantodesconcertado. El rakhsha había hechofrente con éxito a los cuchillos de losenloquecidos wazulis en el desfiladero,detrás de la cabaña de Khurum. Pero laresistencia del cimmerio había minado un

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poco su confianza en sí mismo. La magiasiempre se fortalece con los éxitos y nocon los fracasos.Dio un paso hacia adelante con una manolevantada... y luego se detuvo, comocongelado, con la cabeza echada haciaatrás y los ojos desorbitados. A pesar desí mismo, Conan siguió la dirección de sumirada y lo mismo hicieron las mujeres:la muchacha que se hallaba junto altembloroso caballo y la que estaba al ladode Khemsa.En ese momento se vio una nube de colorcarmesí descendiendo por la ladera de lamontaña como un remolino de polvobrillante. El oscuro rostro de Khemsa sevolvió de color ceniciento, su manocomenzó a temblar y la dejó caer a un

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lado de su cuerpo.La nube se separó de la ladera de lamontaña y descendió trazando un amplioarco en el aire. Tocó el borde del rellanoque había entre Conan y Khemsa, y elrakhsha retrocedió con un grito ahogado.Dio unos pasos hacia atrás e hizoretroceder a Gitara, protegiéndola conambas manos.La nube de color carmesí se balanceódurante unos instantes, luego desapareciócomo una pompa de jabón y estalló en elaire. En el rellano había cuatro hombresde pie. Era milagroso, increíble,imposible, pero real. Allí no habíaespectros ni fantasmas. Eran cuatrohombres altos, con las cabezas rapadas,parecidas a la de un buitre. Llevaban

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túnicas negras que les cubrían los pies.Sus manos quedaban ocultas por lasanchas mangas de las túnicas. Estaban ensilencio y sus cabezas se movían alunísono, como asintiendo. Se encontrabanfrente a Khemsa, y Conan, situado detrásde ellos, sintió que se le helaba la sangreen las venas. Al levantarse del suelo,retrocedió tambaleándose hasta que sintióla temblorosa piel de su caballo contra laespalda; la Devi corrió hacia él y loaferró por el brazo. Nadie dijo una solapalabra. Reinaba un silencio de muerte enel lugar.Los cuatro hombres vestidos de negromiraban a Khemsa. Sus rostros de buitredenotaban la más absoluta impasibilidad ysus ojos miraban fijamente al vacío, en

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actitud contemplativa. Khemsa temblabacomo un hombre atacado por la malaria.El sudor inundaba su oscuro rostro. Sumano derecha se cerraba sobre algo quehabía debajo de su túnica con taldesesperación que la sangre desaparecióde sus dedos y éstos se volvieroncompletamente blancos. Su manoizquierda se apoyó sobre un hombro deGitara y se crispó como en plena agonía,como la mano de un hombre que se ahoga.La joven no hizo el menor gesto de doloraun cuando aquellos dedos se hundieroncomo garras en su carne.Conan había visto cientos de batallas a lolargo de su vida, pero jamás habíacontemplado un enfrentamiento comoaquél, en el cual cuatro voluntades

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diabólicas intentaban derrotar a otra másdébil que la suya, pero igualmentedemoníaca, que se les oponía. Elcimmerio percibió lo monstruoso deaquella lucha. Con la espalda hacia lapared, cercado por sus antiguos maestros,Khemsa luchaba por su vida con todo suoscuro poder, con todos los terriblesconocimientos que ellos le habíanenseñado a través de largos años desumisión y vasallaje.Era mucho más fuerte de lo que él mismohabía imaginado, y el libre ejercicio desus poderes en su propio beneficio habíadesencadenado fuerzas insospechadas. Ladesesperación y el terror que sentía leproporcionaban en ese momento unaenergía increíble. Retrocedió ante el

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impacto de aquellos ojos hipnóticos, peroaun así se mantuvo firme en su terreno. Ensu rostro se dibujó una mueca bestial dedolor. Era una lucha de espíritus, depoderosos cerebros que participaban deun conocimiento negado al resto de loshombres durante millones de años, unalucha de mentes que habían cruzado todoslos abismos y explorado las oscurasestrellas donde reinan las sombras.Yasmina lo comprendía mucho mejor queConan. Y también entendía vagamente porqué Khemsa podía soportar la fuerzaconcentrada de esas cuatro voluntadesinfernales que podrían haber hechopedazos la misma roca en la que seapoyaban los pies del hombre. Susalvación era la joven a la que se aferraba

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desesperadamente. Ella era como un anclapara su alma temblorosa, que comenzabaa derrumbarse bajo las olas de aquellasemanaciones psíquicas. Su debilidad eraen ese momento su fuerza. Su amor por lajoven, por muy violento y maligno quefuese, era todavía un lazo que lo manteníaunido al resto de la humanidad, unaligadura terrenal para su voluntad, unacadena que sus enemigos sobrehumanosno podrían romper, al menos no a travésde Khemsa.Los cuatro hombres vestidos de negro sedieron cuenta de ello antes que él.Entonces, uno de ellos dejó de mirar alrakhsha y posó sus ojos en Gitara. Allí nohubo batalla. La joven se encogió y semarchitó como una hoja. Empujada

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irresistiblemente hacia la nada, se separódel brazo de su amante antes de darsecuenta de lo que estaba sucediendo.Entonces ocurrió algo espantoso. Lamuchacha comenzó a retroceder hacia elprecipicio, mirando a sus verdugos conlos ojos desorbitados, en los que parecíahaber desaparecido toda luz deinteligencia, Khemsa soltó un gruñido y,al tratar de avanzar hacia la muchacha,cayó en la trampa preparada para él. Unamente dividida no podía librar una batallatan desigual. Estaba derrotado. Era comouna pluma en sus manos. La muchachasiguió retrocediendo igual que unaautómata y Khemsa caminó hacia ellatambaleándose como un borracho, con lasmanos extendidas, sollozando, al tiempo

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que sus pies se movían como si estuvieranmuertos.La joven se detuvo en el mismo borde delprecipicio, rígida, con los talones en elborde. Khemsa cayó de rodillas y searrastró hacia ella, tratando de alcanzarlapara evitar su destrucción. Poco antes deque sus temblorosos dedos la tocaran, unode los brujos se echó a reír. La espantosacarcajada resonó como el repicar de unacampana del infierno. La muchacharetrocedió aún más, y súbitamente laexpresión de inteligencia volvió a susojos, que en aquella décima de segundoreflejaron el más espantoso de loshorrores. Gritó y trató de coger lasextendidas manos de su amante, yentonces, incapaz de salvarse, cayó al

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abismo con un terrible alarido de dolor.Khemsa llegó hasta el borde y miró haciaabajo, moviendo los labios como simurmurara algo para sí. Desde allí sevolvió y miró a sus verdugos durante unmomento, con unos ojos que carecían detoda luz humana. Y entonces, súbitamente,estallando en un alarido que casi reventólas rocas, se lanzó sobre ellos con elcuchillo en la mano.Uno de los rakhshas dio un paso haciaadelante y golpeó el suelo rocoso con elpie. Al hacerlo se oyó un repentino tronarque fue aumentando de intensidad. En elpunto de la sólida roca en el que acababade golpear con el pie, se abrió una enormegrieta y entonces cedió toda una seccióndel rellano con un crujido ensordecedor.

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Durante una décima de segundo se vio aKhemsa alzando los brazos aterrorizado,desapareciendo después entre el terriblefragor de la avalancha de rocas que caíanal abismo.Los cuatro brujos contemplaron con calmael quebrado borde del sendero queformaba el nuevo límite del precipicio yluego se volvieron. Conan, que se habíacaído al suelo a causa del temblor de lamontaña, se puso en pie junto conYasmina. Sus movimientos eran tan lentoscomo sus pensamientos. Se sentíaabsolutamente aturdido y desorientado.Tenía plena consciencia de la necesidadde ponerse en pie, de subir a la Devi a lasilla y de salir galopando con lavelocidad del viento, pero una

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inexplicable torpeza mental y física leimpedía todo movimiento.En ese momento, los cuatro brujos sevolvieron hacia él. Levantaron los brazosy Conan vio aterrorizado cómo suscuerpos se esfumaban y se convertían enuna nebulosa, al tiempo que una débilhumareda de color carmesí les rodeabalos pies y los envolvía poco a poco. Alcabo de un segundo desaparecieron en unanube que giraba como un torbellino, yConan advirtió que él también estabaenvuelto en una bruma de color carmesí.Oyó los gritos de Yasmina y los gemidosdel caballo, que parecían los de una mujerdolorida. La Devi le soltó el brazo, ycuando Conan atacó ciegamente con sucuchillo, una formidable ráfaga de viento

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tormentoso lo lanzó contra las rocas.Estaba aturdido y veía una nube de colorcarmesí que giraba, elevándose por laladera de la montaña. Yasmina habíadesaparecido, al igual que los cuatrohombres vestidos de negro. Sobre elrellano rocoso de la montaña solamentequedaba su aterrado caballo junto a él. 7. A Yimsha

La nebulosa se disipó del cerebrode Conan, al igual que la bruma sedesvanece ante un fuerte viento. Saltó a lasilla del caballo profiriendo una terriblemaldición, y el animal retrocediórelinchando. Miró hacia la ladera de lamontaña, dudó durante un momento y

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luego avanzó en la misma dirección queseguía antes de ser detenido por Khemsa.Pero ahora ya no avanzabacautelosamente. Aflojó las riendas, y elcorcel saltó hacia adelante como unaflecha, como si tratara de aliviar sutensión mediante un violento ejerciciofísico. Al otro lado del rellano de piedra,el hombre y el caballo se lanzaron confuria en una carrera desenfrenada por elestrecho sendero. El camino seguía unpliegue de la roca, serpenteandointerminablemente hacia abajo, y hubo unmomento en el que Conan pudo ver lo quequedaba del trozo de rellano desprendidode la montaña: un enorme montón de rocassituado al pie del gigantesco risco.Todavía había que descender bastante

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para llegar hasta el fondo del vallecuando Conan encontró un barranco queparecía una salida natural. Siguiócabalgando entre dos precipicios.Distinguía perfectamente el sendero quedebía seguir, que más adelante trazaba unacurva cerrada y retrocedía hasta el lechodel río, que estaba a la izquierda. Conanmaldijo la necesidad de tener que recorrertantas leguas, pero era el único camino.Intentar descender hacia el borde quehabía mas abajo del sendero seríaimposible. Sólo un pájaro podría llegarhasta el lecho del río sin romperse elcuello.Espoleó a su animal hasta que llegó a susoídos el ruido de los cascos de otrocaballo que venía desde mucho más

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abajo. Conan frenó a su corcel y se acercóhasta el borde del risco para observar elseco lecho del río que corría al pie de lamontaña. En la garganta se veía una largacolumna de jinetes... unos hombresbarbudos sobre caballos semisalvajes.Eran aproximadamente unos quinientoshombres armados. Conan lanzó un grito yse inclinó sobre el abismo, a cien metrosde altura.Los jinetes se detuvieron y quinientosrostros barbudos lo miraron. Un repentinoclamor llenó el cañón. Conan no malgastópalabras.-¡Cabalgaba hacia Ghor! -bramó desde lasalturas-. No esperaba encontraros en micamino, perros. ¡Seguidme tanrápidamente como puedan hacerlo

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vuestros viejos caballos! Voy a Yimshay...-¡Traidor!El unánime bramido fue como un jarro deagua fría arrojado a su rostro.-¡Cómo!Conan miró en dirección a la columna dehombres, incapaz de pronunciar una solapalabra más. Vio una cantidad de ojos quelo observaban con furia, rostroscongestionados por la ira y manosempuñando armas.-¡Traidor! -dijeron los jinetes con odio-.¿Dónde están los siete jefes cautivos dePeshkhauri?-Supongo que en la prisión delgobernador.Un alarido sanguinario surgió de cientos

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de gargantas. El clamor y el ruido de lasarmas fue tan fuerte que Conan no pudocomprender lo que decían.Entonces el cimmerio gritó con todas susfuerzas:-¿Qué diablos significa todo esto? ¡Quehable uno solo y así en tenderé lo quequeréis decir!Un viejo jefe enjuto, cuya enorme barba lellegaba hasta la cintura, agitó su espadacurva en dirección a Conan, comopreámbulo, y gritó:-¡No nos dejaste ir a Peshkhauri pararescatar a nuestros hermanos!-¡No, estúpidos! -repuso Conanexasperado-. Aun cuando hubieraissalvado el muro, lo que es poco probable,los habrían colgado a todos ellos antes de

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que llegarais allí.-¡Y tú te fuiste solo para negociar con elgobernador! -gritó el afghuli furioso.-¿Y bien?-¿Dónde están los siete jefes? -bramó elanciano agitando su espada curva-.¿Dónde están? ¡Muertos!-¡Cómo! ¿Qué dices? -preguntó Conanestupefacto.-¡Sí, todos muertos! -gritaron a coroquinientas voces sedientas de sangre. Y elanciano jefe vociferó:-¡No fueron ahorcados! ¡Un wazuli queestaba en otra celda los vio morir! Elgobernador envió a un brujo para matarloscon sus artes mágicas.-Eso no puede ser verdad -exclamóConan-. El gobernador no se hubiera

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atrevido a hacer eso. Anoche hablé conél...Lo que acababa de decir había sido muypoco acertado. Un alarido de odio y deacusaciones se elevó al cielo.-¡Sí! ¡Fuiste a verlo completamente solo!¡Para traicionarnos! Es verdad. El wazuliescapó por la puerta que el brujo abriópara entrar y se lo contó todo a nuestrosexploradores, con los que se encontró enZhaibar. Fueron a buscarte al ver que noregresabas. Cuando oyeron el relato delwazuli volvieron apresuradamente aGhor, y nosotros ensillamos nuestroscaballos y cogimos nuestras espadas.-¿Y qué deseáis hacer, estúpidos?-¡Vengar a nuestros hermanos! -gritaronlos hombres, al unísono-. ¡Muerte a los

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kshatriyas! ¡Matadlo, hermanos, es untraidor!Las flechas comenzaron a caer a sualrededor. Conan se puso de pie sobre losestribos, luchando por hacerse oír porencima del tumulto, y entonces, con unaexclamación de cólera, desafío y asco,comenzó a galopar sendero arriba. Detrásy debajo de él galopaban los afghulis confuror, demasiado encolerizados comopara advertir que para alcanzar alcimmerio era preciso atravesar el lechodel río en dirección opuesta, tomar luegoel sendero en forma de herradura y subirdespués por el serpenteante camino delrisco. Cuando recordaron esto yretrocedieron, su repudiado jefe ya casihabía alcanzado el punto en el que el

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rellano se unía al risco.Una vez arriba, Conan no tomó el caminopor el que había descendido, sino que giróen otra dirección, hacia un sendero sinmarcar, por el cual el caballo apenaspodía pasar. Aun así, al mirar haciaarriba, comprobó que debía recorrer untrayecto bastante largo para alcanzar ellugar desde donde se habían despeñadoGitara y el hombre del turbante verde.No había avanzado mucho cuando elcaballo relinchó y retrocedió ante algoque se interponía en su camino. Conan violos restos de un hombre; era un montón decarne y huesos, algo que se parecía yamuy poco a un cuerpo humano, pero queaún conservaba la vida.Sólo los oscuros dioses que gobiernan los

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siniestros destinos de los brujos sabíancómo Khemsa había podido arrastrar sudestrozado cuerpo desde aquel caos derocas hasta el sendero.Impulsado por una misteriosa fuerza,Conan desmontó y contempló durante unmomento el horrible cuerpo desfigurado,consciente de que estaba siendo testigo dealgo milagroso, contrario a las leyes de lanaturaleza. El rakhsha levantó sudestrozada cabeza, y sus extraños ojos,que brillaban de dolor ante la cercanamuerte, se posaron en Conan y loreconocieron.-¿Dónde están? -preguntó.Su voz no era humana. Era una especie degruñido de ultratumba.-Han regresado a su maldito castillo de

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Yimsha -respondió Conan en voz baja-.Se han llevado con ellos a la Devi.-¡Iré hacia allí! -murmuró el hombre-.¡Los seguiré! Mataron a Gitara. ¡Losmataré... a los acólitos, a los Cuatro delCírculo Negro y al mismo Maestro! ¡Losmataré a todos!Khemsa intentó arrastrar su mutiladocuerpo un poco más, pero ni siquieraaquella indomable voluntad pudo moverese amasijo de carne y huesos que semantenía con vida.-¡Síguelos! -susurró Khemsa vomitandosangre-. ¡Síguelos!-Eso pienso hacer. Fui a buscar a misafghulis, pero se han vuelto contra mí. Iréa Yimsha solo. Recuperaré a la Deviaunque tenga que destruir toda esa

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montaña con mis manos. No pensé que elgobernador se atrevería a matar a mishombres cuando me llevé a la Devi, peroparece que lo hizo. Eso le costará lacabeza. Ella ya no me sirve como rehén,pero...-¡Que caiga sobre ellos la maldición deYizil! -murmuró el rakhsha-. ¡Vete! Yo...Khemsa... me estoy muriendo. Espera...toma mi cinturón...El moribundo intentó hurgar entre susharapos con manos temblorosas, y Conan,comprendiendo lo que trataba de hacer, seagachó y le quitó un cinto de aspectoextraño.-Sigue la veta dorada a través del abismo-musitó Khemsa, sin que Conan entendierael significado de sus palabras-. Usa el

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cinturón. Me lo regaló un sacerdoteestigio. Te ayudará, aunque a mí me fallóal final. Rompe el globo de cristal con lascuatro granadas doradas. Ten muchocuidado con las transmutaciones delMaestro... Yo me voy con Gitara..., meestá esperando en el infierno.¡Ya Skelosyar!Khemsa murió con un último grito.Conan contempló el cinturón. El pelonegro con el que había sido tejido no erade caballo. El cimmerio estabaconvencido de que eran cabellos demujer. Entre el pelo había unas joyasdiminutas que jamás había visto. Lahebilla dorada tenía una forma extraña;parecía la cabeza afilada de una serpiente.Conan se estremeció y se volvió,

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dispuesto a arrojar el cinturón alprecipicio, pero tuvo un momento de duday por último lo ciñó a su talle bajo elcinto bakhariota que usaba normalmente.A continuación, montó en su caballo yreanudó la marcha.El sol se había ocultado tras los riscos.Conan siguió subiendo por el sendero,bajo la enorme sombra que arrojaban laspendientes rocosas como un manto azulsobre los valles y barrancos. No faltabamucho para llegar a la cima cuando, alaproximarse a la arista de un risco, oyó elruido de cascos de caballos. No dio lavuelta. El camino era tan estrecho que elanimal no hubiera podido hacerlo. Siguiócabalgando y, al bordear la arista,desembocó en un sendero un poco más

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ancho. Un coro de alaridos amenazadoresestalló en sus oídos, al tiempo que unbrazo que sostenía una cimitarra sedisponía a caer sobre su cabeza. Conandetuvo el brazo levantado del jinete,mientras que su corcel hacía retroceder alcaballo del otro.-¡Kerim Sha! -exclamó Conan con losojos centelleantes.El turanio no luchó. Los dos individuos seencontraban sobre los caballos, casihombro con hombro. Los dedos de Conanse crisparon sobre el brazo armado.Detrás de Kerim Sha había un grupo deenjutos irakzais a caballo. Tenían miradade lobo, pero parecían inseguros a causade lo estrecho del sendero y de laproximidad del precipicio que había a sus

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espaldas.-¿Dónde está la Devi? -quiso saber KerimSha.-¿Qué te importa a ti eso, espía hirkanio?-dijo Conan con un gruñido.-Sé que tú la tienes -repuso Kerim Sha-.Me dirigía hacia el norte con algunos demis hombres cuando unos enemigos nostendieron una emboscada en eldesfiladero de Shalizah. Muchos de losmíos murieron, y los otros huimos comochacales por las montañas. Cuandologramos deshacernos de nuestrosperseguidores, giramos hacia el oeste,hacia el desfiladero de Amir Jehun, y estamañana nos tropezamos con un wazuli queerraba por las montañas Estaba loco, peroobtuve datos importantes de su cháchara

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incoherente antes de que muriera. Supeque era el único sobreviviente de ungrupo que siguió a un jefe afghuli y a unamujer kshatriya cautiva hasta una gargantasituada detrás de la aldea de Khurum.Habló mucho acerca de un hombre deturbante verde al que derribó el afghuli,pero cuando fue atacado por los demáswazulis que lo perseguían, los aplastó consu magia en forma tal que cayeron como sifueran nubes de langostas derribadas porla tormenta.»No sé cómo escapó ese hombre -agregó-,y tampoco él lo sabía, pero por lo quedijo supe que Conan de Ghor había estadoen Khurum con su real prisionera. Luego,cuando cabalgamos a través de lasmontañas, nos encontramos con una

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muchacha galzai que llevaba un pellejo deagua y nos contó que había sidodesnudada y violada por un giganteextranjero vestido con ropas de jefeafghuli. Dijo además que había entregadosus ropas a una mujer vendhia que loacompañaba. Y finalmente agregó que osdirigíais hacia el oeste.Kerim Sha no consideró necesarioexplicar que se dirigía a su cita con lasesperadas tropas de Secunderam cuandoencontró el camino bloqueado pormontañeses hostiles. La ruta del valle deGurashah, a través del desfiladero deShalizah, era más larga que la deldesfiladero de Amir Jehun, pero estaúltima atravesaba parte del país afghuli,que Kerim Sha deseaba evitar hasta que

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contara con un ejército. Sin embargo, alencontrar bloqueado el camino deShalizah, había seguido la ruta prohibidahasta que tuvo noticias de que Conan aúnno había llegado a Afghulistán con suprisionera. Esto le obligó a girar hacia elsur y a avanzar apresuradamente, con laesperanza de tropezarse con el cimmerioen las montañas.-De manera que será mejor que me digasdónde está la Devi -sugirió Kerim Sha.-Si uno de tus perros dispara una solaflecha, te arrojaré de cabeza por eseabismo -amenazó Conan-. De todosmodos, matarme no te serviría de nada.Me siguen quinientos afghulis, y si seenteran de que los has engañado, tearrancarán el pellejo a tiras. Por otro

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lado, la Devi no está en mi poder. Está enmanos de los Adivinos Negros deYimsha.-¡Por Tarim! -maldijo Kerim Sha en vozbaja, perdiendo por un momento suaplomo y su porte elegante-. Khemsa...-Khemsa ha muerto -dijo Conan con ungruñido-. Sus maestros lo han enviado alinfierno. Y ahora, apártate de mi camino.Me gustaría matarte si tuviera tiempo,pero tengo prisa por llegar a Yimsha.- Iré contigo -dijo el turanio súbitamente.Conan se echó a reír.- ¿Acaso crees que confío en ti, perrohirkanio?-No te pido que lo hagas -repuso KerimSha-. Los dos queremos a la Devi.Conoces mis razones. El rey Yezdigerd

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desea anexionar el reino de la Devi a suimperio, y tenerla a ella misma en suharén. Yo te conocí cuando eras atamán enlas estepas kozakas, por lo que conozcotus ambiciones. Quieres saquear Vendhiay obtener un buen rescate por Yasmina.Bien, dejemos de lado de momentonuestro problema personal, unamosnuestras fuerzas y tratemos de rescatar ala Devi de manos de los Adivinos. Sitenemos éxito y vivimos, pelearemos paraver quién se queda con ella.Conan asintió con la cabeza, al tiempoque soltaba el brazo del turanio.-De acuerdo -dijo-. ¿Y tus hombres?Kerim Sha se volvió hacia los silenciososirakzais y les habló brevemente:-Este jefe y yo vamos a Yimsha a luchar

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contra los brujos. ¿Venís con nosotros uos quedáis aquí para ser exterminados porlos afghulis que persiguen a este hombre?Los guerreros lo miraron y en sus ojos sereflejó un tremendo fatalismo. Estabancondenados, y lo sabían. Lo sabían desdeque las flechas de sus atacantes dagozailos habían expulsado del desfiladero deShalizah. El grupo era demasiadopequeño como para abrirse paso desdelas montañas hasta las aldeas de lafrontera sin la ayuda del hábil turanio.Puesto que ya se consideraban perdidos,respondieron de la única manera en quepuede hacerlo un moribundo:-Iremos contigo y moriremos en Yimsha.-Entonces partamos ya, en nombre deCrom -gruñó Conan, impaciente,

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contemplando la débil luz del crepúsculo-. Hemos perdido un tiempo precioso.Kerim Sha hizo retroceder su caballosaliendo de donde se encontraba, entre elmuro rocoso y el caballo de Conan,envainó su espada e hizo dar la vueltacuidadosamente a su corcel. El grupo dehombres comenzó a avanzar lo más rápidoque pudieron por el estrecho sendero.Llegaron a la cima situada a un kilómetroal este del lugar en el que Khemsa habíadetenido al cimmerio y a la Devi. Elcamino que habían recorrido erapeligroso, incluso para los hombres de lasmontañas, y por esta razón Conan lo habíaevitado cuando iba con Yasmina, aunqueKerim Sha, que lo seguía, lo tomó,suponiendo que el bárbaro también lo

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había hecho. Incluso Conan suspiróaliviado cuando los caballos se alejarondel bordedel precipicio. Los hombres avanzaroncomo fantasmas a través del reino de lassombras. 8. Yasmina conoce el terror sin límites

Yasmina no tuvo tiempo más quepara soltar un grito cuando se sintióenvuelta por el remolino de color carmesíy separada de su protector con una fuerzasorprendente. Gritó una vez y después yano tuvo fuerzas para volver a hacerlo.Tenía la impresión de estar ciega, sorda ymuda, y de carecer de cualquier otrosentido a causa de la terrible corriente de

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aire que la rodeaba. Tenía la terriblesensación de hallarse a una alturaimpresionante, ascendiendo a una enormevelocidad, y que todos sus sentidos habíanenloquecido Luego vino el vértigo y elolvido.Al recuperar el conocimiento todavíaexperimentaba un vestigio de talessensaciones. Gritó desesperadamente,sintiendo que su cuerpo estaba realizandoun vuelo involuntario al infinito. Susdedos tocaron una suave tela y al cabo deun rato tuvo la agradable sensación deestabilidad. Entonces, lanzó una mirada asu alrededor.Estaba tendida sobre una tarima cubiertade terciopelo negro. La tarima seencontraba al fondo de una enorme

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habitación llena de tapices con dibujos dedragones de un realismo repelente.Aparentemente, allí no había ventanas nipuertas, aunque podían estar ocultas bajolos tapices. Yasmina no pudo distinguir dedónde procedía la tenue luz quealumbraba el salón. Allí parecía reinar elmisterio, las sombras y extrañas formas enlas que la muchacha no percibió el menormovimiento, aunque le produjeron unterror infinito.Sus ojos se posaron en algo tangible. Setrataba de un hombre sentado en otratarima más pequeña, situada a pocosmetros de distancia, que la mirabafijamente. Su larga túnica de terciopelonegro bordada en oro lo envolvía,enmascarando todo su cuerpo. Tenía las

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manos ocultas en las anchas mangas.Llevaba un gorro de terciopelo en lacabeza. Su rostro reflejaba calma yplacidez, y sus ojos brillantes eranligeramente oblicuos. No movió ni un solomúsculo mientras contemplaba a la joven,y su expresión no se alteró al ver queYasmina recobraba el conocimiento.Yasmina sintió que el terror le helaba lasangre. Se incorporó apoyándose enambos codos y miró con aprensión aldesconocido.-¿Quién eres? -preguntó, sintiendo que eltono de su voz sonaba metálico y extraño.-Soy el Maestro de Yimsha.La voz del hombre era pictórica yestridente como el sonido de la campanade un templo.

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-¿Para qué me has traído aquí? -preguntóYasmina.-¿No me buscabas?-Si eres uno de los Adivinos Negros... ¡sí!-repuso rápidamente ja joven, convencidade que el hombre podía leer suspensamientos.-¡Querías que los salvajes hijos de lasmontañas se volvieran contra losAdivinos de Yimsha! -dijo el Maestro conuna sonrisa-. Lo he leído en tu mente,princesa. En tu mente humana llena demezquinos sueños de odio y venganza.-¡Mataste a mi hermano! -gritó Yasminacon una mezcla de cólera y horror-. ¿Porqué lo perseguiste? Nunca te ha hechodaño. Los sacerdotes dicen que losAdivinos están muy por encima de los

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asuntos humanos. ¿Por qué has destruidoal rey de Vendhia?-¿Cómo puede entender un ser humanocorriente los motivos de un Adivino? -repuso con calma el Maestro-. Misacólitos de los templos de Turan, que sonlos sacerdotes en segundo grado despuésde los de Tarim, me pidieron que actuaraen favor de Yezdigerd. Por motivospersonales, me presté a ello.«¿Cómo podría explicar mis razonesmísticas para que las comprendiera tupobre intelecto? Jamás lo entenderías.-Sólo entiendo esto: ¡que mi hermano hamuerto! Por las mejillas de la joven sedeslizaron lágrimas de rabia y de dolor.Se puso de rodillas y miró al Maestro conojos centelleantes.

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-Tal como lo quiso Yezdigerd -repuso elMaestro con la misma calma-. Durante untiempo fue mi deseo satisfacer susambiciones.-¿Acaso Yezdigerd es tu vasallo?Yasmina trataba de mantener inalterableel tono de su voz. Acababa de sentir queuna de sus rodillas tocaba algo duro ysimétrico bajo un pliegue de terciopelo.Cambió cuidadosamente de posiciónmoviendo una mano bajo el pliegue.-¿Acaso el perro que lame un huesopodrido en el patio del templo es vasallode los dioses? -preguntó a su vez elMaestro.El hombre no parecía darse cuenta de loque estaba haciendo Yasmina. Ocultos porel terciopelo, los dedos de la joven

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aferraron lo que estaba segura que era laempuñadura de una daga. Luego inclinó lacabeza para que no se viera la expresiónde triunfo que brillaba en sus ojos.-Estoy cansado de Yezdigerd -dijo elMaestro-. Ahora me dedico a otrosentretenimientos... ¡Ah!Yasmina saltó como un gato de la selvamientras profería un grito feroz, y atacósalvajemente al hombre, con la daga en lamano.Luego se tambaleó y se deslizó al suelo,desde donde miró al hombre de la tarima.Éste no se había movido. La sonrisaenigmática no se había borrado de surostro. Yasmina, temblando, levantó unamano y lo miró asombrada. La muchachavio que sus dedos no sujetaban una daga,

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sino un ramo de lotos dorados, cuyosaplastados capullos colgaban marchitosdel tallo.Yasmina dejó caer el ramo al suelo comosi se tratara de una serpiente y se alejóinmediatamente de donde se encontraba suverdugo. Regresó a su propia tarimaporque consideró que era más digno deuna reina colocarse en aquel lugar quearrastrarse por el suelo ante los pies de unhechicero. Lo miró con aprensión desde latarima, esperando la reacción delMaestro. Pero éste no se movió.-Toda la sustancia es una para quiénposee la llave del cosmos -dijo elMaestro enigmáticamente-. Para un adeptonada es inmutable. Los capullos de aceroflorecen en jardines innominados y las

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espadas-flores brillan a la luz de la luna avoluntad.-Eres un demonio -dijo la muchachasollozando.-¡Yo no! -repuso el Maestro sonriendodiabólicamente-. Nací en este planetahace mucho tiempo. Alguna vez fui unhombre normal, pero no he perdido todosmis atributos humanos en mis infinitossiglos de existencia. Un ser humanoiniciado en la magia negra es superior aun diablo. Soy de origen humano, perogobierno sobre los demonios. Has visto alos Señores del Círculo Negro y teasombraría enormemente saber desde quéreino remoto han acudido a mi llamada yde qué condena los protejo con un cristalmágico y con serpientes doradas.

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Hizo una pausa y luego agregó, sinabandonar su diabólica sonrisa:-Pero sólo yo gobierno sobre ellos. Eseestúpido de Khemsa se creyó poderoso...,¡pobre imbécil...!, rompiendo puertasmateriales y atravesando el aire con suamante, de colina en colina. Sin embargo,de no haber sido destruido su poder, talvez hubiera llegado a igualar el mío.El Maestro volvió a reír y continuó:-¡Y tú, pobrecilla! ¡Planeando enviar a unpeludo jefe de las colinas a invadirYimsha! Pero desde que caíste en susmanos las cosas ocurrieron como si yomismo las hubiera pensado. Y leí en tumente infantil la intención de seducirlocon tus encantos femeninos y lograr así tuspropósitos. No obstante, y aun teniendo en

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cuenta tu estupidez, eres una mujerhermosa. Deseo conservarte comoesclava.La hija de mil orgullosos emperadoresabrió la boca, asombrada y furiosa por ladeclaración del Maestro.¡No te atreverás!La carcajada burlona del hombre leprodujo el mismo efecto que un latigazosobre sus desnudos hombros.-¿Acaso no se atreve el rey a pisar a ungusano en el camino? Pequeña estúpida.¿No comprendes que para mí tu orgulloreal no es más que una paja arrastrada porel viento? ¡Yo, que he conocido los besosde las reinas del infierno! ¡Ya has vistocómo trato a los rebeldes!Asustada y aturdida, la muchacha se

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acurrucó en la tarima cubierta deterciopelo. La luz se debilitó y elambiente adquirió un aspecto másfantasmagórico. El rostro del Maestro sevolvió sombrío.-¡Jamás me someteré a ti! -exclamó lajoven con voz temblorosa, pero resuelta.-Lo harás -respondió el Maestro, conterrible convicción-. El miedo y el dolorte enseñarán. Te castigaré con unacrueldad que hará temblar cada partículade tu cuerpo hasta que te conviertas encera moldeable en mis manos. Conocerásuna disciplina que no ha conocido jamásmujer alguna, hasta que la más trivial demis órdenes sea para ti como lainalterable voluntad de los dioses. Y enprimer lugar, para castigar tu orgullo,

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viajarás a través del tiempo y serástestigo de todas aquellas formas por lasque has pasado. ¡Yil la khosa!Después de que el Maestro pronunciaraestas palabras, la habitación comenzó agirar ante los ojos aterrados de Yasmina.Se le pusieron los pelos de punta y sintióla lengua pegada al paladar. En algúnlugar sonó un terrible gong. Los dragonesde los tapices brillaron con un fuegoazulado y después se esfumaron. ElMaestro en su tarima no era más que unasombra informe. La tenue luz dio paso auna profunda oscuridad, espesa, casitangible, que latía con extrañasradiaciones. Yasmina ya no veía alMaestro. No veía nada. Tenía la extrañasensación de que las paredes y el techo se

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habían alejado de ella.En algún lugar algo comenzó a brillarcomo una luciérnaga que cobrabamovimiento rítmicamente. Pronto seconvirtió en una bola dorada y, alagrandarse, su luz se volvió más intensa yardió como una llama blanca. De repenteestalló, llenando la oscuridad con blancaschispas que no iluminaban las sombras.Pero había una débil luminosidad, comosi hubiera quedado una impresión en lahabitación, que reveló un esbelto tallo quenacía del suelo en sombras. Bajo lahorrorizada mirada de la muchacha, eltallo se extendió y cobró forma.Aparecieron brotes, hojas anchas ygrandes flores negras y venenosas quecolgaban sobre su cabeza. Yasmina se

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encogió más sobre la tarimaaterciopelada. En el ambiente había unperfume sutil. Era el loto negro que crecíaen las selvas prohibidas de Khitai.Las anchas hojas estaban llenas de vidamaligna. Las flores se inclinaron haciaella, como cosas vivas. Parecían cabezasde serpiente recortadas contra la espesaoscuridad, que se cernían sobre ella, enforma dantesca. Yasmina trató deretroceder al percibir el aromaembriagador y realizó un esfuerzo poralejarse de la tarima. Luego se aferró aésta como si fuese su único medio desalvación. Gritó aterrada y asió elterciopelo, pero sintió que éste se rasgabaentre sus dedos. Tuvo la sensación de quela estabilidad y la cordura la abandonaban

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por completo. Era como un átomosensible arrastrado hacia un vacío heladopor un fuerte viento que amenazabaextinguir la poca vida que le quedaba,como si se tratara de una vela apagadabajo la tormenta.Entonces se mezcló con una miríada deátomos de vida por medio de impulsos ymovimientos ciegos, y luego volvió aemerger como individuo consciente,girando en una espiral infinita dediferentes vidas.En medio de una bruma de terror, reviviótodas sus vidas anteriores y volvió aencarnarse en todos los cuerpos quehabían transportado a su ego a través deltiempo. Se volvió a lastimar los pies en ellargo camino de la vida que la llevaba al

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doloroso pasado inmemorial. Más allá delos albores del tiempo Yasmina seencogió, temblando, en selvasprimordiales, perseguida por terriblesanimales de presa. Se hundió desnuda enarrozales y pantanos y luchó contraenormes aves acuáticas por capturar elprecioso grano. Trabajó junto a losbueyes arando la tierra y vivió en cabañasprimitivas terriblemente incómodas.Vio estallar en llamas ciudadesamuralladas y huyó gritando de losverdugos. Caminó desnuda,desangrándose sobre las arenas ardientes,impulsada por el látigo del mercader deesclavos, y conoció el contacto de manosbrutales sobre su carne atormentada. Gritóbajo el restallido del látigo y trató de

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resistirse, loca de horror, a las manos quela forzaban inexorablemente a apoyar sucabeza sobre el cepo del cadalso.Conoció el dolor del nacimiento y laamargura del amor traicionado. Sufriótodas las humillaciones e injusticias queel hombre infligió a la mujer a través delos siglos, y soportó el desprecio y lamaldad de otras mujeres. Pero en eseviaje a través del tiempo Yasmina eraconsciente de que era la Devi. Era todaslas mujeres que había sido y al mismotiempo seguía siendo Yasmina.Su vida se mezclaba con otras vidas en uncaos espantoso, cada una de ellas con sucarga de vergüenza y de dolor, hasta queoyó débilmente su propia voz gritando,como un doloroso lamento que resonaba

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con mil ecos diferentes a través de lostiempos.Entonces despertó. Se hallaba sobre latarima cubierta de terciopelo que había enla misteriosa habitación.Bajo la grisácea luz fantasmagóricavolvió a ver la tarima y la enigmáticafigura sentada sobre ella. La cabezaencapuchada estaba inclinada y loshombros apenas se distinguían en laoscuridad. Yasmina no percibíaclaramente todos los detalles, pero lacapucha, que había sustituido al gorro deterciopelo, despertó en ella una extrañainquietud. Al mirar al Maestro se quedóhelada de horror. Tenía la sensación deque no era el Maestro quien ocupaba latarima en esos momentos.

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La figura se puso en pie. Se inclinó sobreella y extendió los largos brazos cubiertospor las amplias mangas. Yasmina luchócontra esos brazos, incapaz de pronunciaruna sola palabra, sorprendida por la duradelgadez de aquellos miembros. Lacabeza encapuchada también se inclinósobre ella y Yasmina soltó un grito dehorror. Unos brazos huesudos rodearon suhermoso cuerpo. Desde la capucha seasomaba un rostro muerto y desintegradoque la miraba..., un rostro que parecía unpergamino podrido adherido a un cráneodestrozado.Yasmina volvió a gritar, y entonces lasenormes y espantosas mandíbulas seacercaron a sus labios y ella perdió elconocimiento...

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9. El castillo de los brujos

El sol se levantaba ya sobre losblancos picos de los montes Himelios. Ungrupo de jinetes se detuvo al pie de unaenorme pendiente y miró hacia arriba.Allí, encima de ellos, se veía una torre enla ladera de la montaña. Más arribabrillaban los muros de un edificio másgrande, cerca de la línea donde la nievecomenzaba a cubrir la cima del Yimsha.El paisaje parecía irreal... las laderas decolor púrpura subían hacia el fantásticocastillo y la blanca cima resplandecientese recortaba contra el cielo azul.-Dejaremos los caballos aquí -dijo Conancon un gruñido- Es más seguro subir esa

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traicionera ladera a pie. Además, estosanimales están agotados.El cimmerio bajó del caballo de un salto.El negro corcel se mantenía en pie con laspatas delanteras separadas y la cabezagacha. Habían cabalgado durante toda lanoche, y comieron lo poco que lesquedaba en las alforjas. Sólo se habíandetenido para dar de comer a los animaleslos pocos restos de comida que lesquedaban.-Esa primera torre es la de los acólitos delos Adivinos Negros -dijo Conan-. Almenos, eso dice la gente. Perros de presade sus amos... brujos menores. No dejaránde vigilarnos mientras escalamos esacolina.Kerim Sha miró hacia la montaña y luego

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en dirección al camino por el que habíanvenido. El turanio buscó en vano algúnindicio o movimiento que denunciara lapresencia de seres humanos en aquelloslaberintos rocosos. Evidentemente, losafghulis habían perdido el rastro de sujefe durante la noche.-En marcha.Ataron los caballos e iniciaron el ascensosin más comentarios. No había lugaresdonde ponerse a cubierto. La pendienteestaba sembrada de rocas que no eransuficientemente grandes como para ocultara un hombre. Pero, aun así, servían encierto modo de protección.El grupo aún no había dado cincuentapasos cuando una silueta que gruñíafuriosa saltó desde una roca. Era uno de

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los delgados perros salvajes queinfestaban las aldeas de las montañas. Elanimal tenía los ojos rojos y lasmandíbulas llenas de espuma. Conanavanzaba delante del grupo, pero elanimal no lo atacó. Pasó a su ladovelozmente y se abalanzó sobre KerimSha. El turanio lo esquivó y el perro cayósobre el irakzai que venía detrás de él. Elhombre gritó y levantó un brazo, que deinmediato fue destrozado por loscolmillos de la fiera. En una décima desegundo, una docena de espadas curvasmataron a la bestia. Sin embargo, hastaque no estuvo completamente destrozado,el espantoso animal no dejó de morder ydesgarrar a los hombres.Kerim Sha vendó la herida del guerrero,

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lo miró fijamente durante un momento yluego se dio media vuelta sin pronunciaruna sola palabra. Luego se acercó aConan y ambos hombres reanudaron elascenso en silencio.Al cabo de un rato, Kerim Sha dijo:-Resulta extraño encontrar a un perro dealdea en este lugar.-Por aquí no hay desperdicios de ningunaclase -dijo Conan con un gruñido.Ambos volvieron la cabeza para mirarhacia el guerrero herido que avanzaba trasellos junto con sus camaradas. El sudor leperlaba el oscuro rostro, en el que sedibujaba una mueca de dolor. Luego, losdos hombres miraron en dirección a latorre de piedra que se alzaba por encimade ellos.

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Una extraña quietud reinaba en las alturas.Ni la torre ni el extraño edificio en formade pirámide que había más arribamostraban señales de vida. Pero loshombres subían como si estuvierancaminando sobre el borde de unprecipicio.Se encontraban a un tiro de flecha de latorre cuando algo cayó repentinamente delcielo. Pasó tan cerca de Conan que éstesintió el viento que producían sus enormesalas, pero fue un irakzai quien se tambaleóy cayó con la yugular rajada. Un halcóncon alas que parecían barnizadas en aceropasó con el pico ganchudo lleno desangre, al tiempo que Kerim Sha lelanzaba una flecha. El pájaro cayó enpicado, pero nadie vio dónde.

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Conan se inclinó sobre el guerrero heridopor el pájaro, pero el hombre ya estabamuerto. Nadie dijo nada. Era inútil decirque jamás se había visto que un halcónmatara a un hombre. La cólera comenzó adespertar en el alma salvaje de losfatalistas irakzais. Unos dedos peludos secrisparon sobre los arcos y los hombresmiraron con ansias de venganza hacia latorre cuyo silencio les inquietaba.Pero el siguiente ataque llegó muyrápidamente. Todos lo vieron... Era unablanca nube de humo de forma redonda,que osciló sobre la torre y luego rodópendiente abajo en dirección a ellos.Otras bolas de humo siguieron a laprimera. Parecían simples e inofensivosglobos de espuma, pero Conan se apartó a

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un lado para evitar el contacto con laprimera. Detrás de él, un irakzai dio unsalto hacia adelante y hundió su espada enla extraña bola. Inmediatamente unaexplosión sacudió la montaña. Se produjouna llama cegadora y la bola desapareció,pero del curioso guerrero sólo quedó unmontón de huesos calcinados. Su crispadamano todavía aferraba la empuñadura dela espada, pero la hoja de acero habíadesaparecido, se había fundido, destruidapor aquel terrible calor. Sin embargo, loshombres que estaban al lado de la víctimano habían sufrido ninguna herida, exceptola ceguera momentánea producida por elrepentino brillo de la explosión.-¡El acero las hace estallar! -gritó Conan-.¡Cuidado... ahí vienen!

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La pendiente que había encima de ellosestaba cubierta casi por completo deesferas rodantes. Kerim Sha tensó su arcoy lanzó una flecha hacia la masa, queexplotó en llamas. Los hombres siguieronsu ejemplo, y durante los minutossiguientes fue como si uña tormentainundara la ladera de la montaña,llenándola de rayos y de llamas. Cuandotodo cesó, quedaban pocas flechas en lasaljabas de los guerreros.Siguieron ascendiendo por el terrenocalcinado y ennegrecido En algunospuntos, la roca se había convertido enlava a causa de la explosión de aquellasbombas diabólicas.Se hallaban a un tiro de flecha de lasilenciosa torre y se desplegaron en línea,

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con los nervios en tensión, preparadospara hacer frente a cualquier horror quedescendiera sobre ellos.En la torre apareció una figura con uncuerno de bronce de tres metros de largo.Su estridente bramido resonó en lasmontañas con mil ecos, como si se tratarade las trompetas del Juicio Final.Inmediatamente rué contestado desde lamisma tierra. El terreno tembló bajo lospies de los invasores y desde lasprofundidades subterráneas surgieronsonidos extraños.Los irakzais gritaron retrocediendo comoborrachos sobre la abrupta ladera yConan, con los ojos centelleantes, corrióadelante, cuchillo en mano, y fuedirectamente hacia la puerta que había en

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el muro de la torre. Por encima de él, seoyó una vez más el enorme cuerno, quesonó como una burla cruel. Kerim Shatensó el arco y lanzó una flecha.Sólo un turanio era capaz de efectuar undisparo así. El rugido del cuerno cesóinmediatamente y en su lugar se oyó unprolongado grito de dolor. La figuravestida de verde que estaba en la torre setambaleó aferrando el largo dardo quesobresalía de su pecho y acto seguidocayó del otro lado del parapeto. Elenorme cuerno se quedó colgando delbordillo, y otra figura vestida de verdecorrió para cogerlo, gritando con horror.El turanio lanzó otra flecha y se oyó unaullido de muerte. Al caer el segundoacólito, empujó el cuerno con el codo y el

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largo instrumento se estrelló contra lasrocas que había más abajo.Conan había recorrido la distancia que loseparaba de la torre a tal velocidad que,mucho antes de que se apagaran los ecosde la caída del cuerno, ya estabaintentando derribar la puerta. Advertidopor su instinto salvaje, retrocediósúbitamente en el preciso instante en quecaía desde arriba una enorme cantidad deplomo derretido. Pero un segundo despuésvolvió a atacar los paneles con renovadafuria. Lo incitaba el hecho de que susenemigos hubieran tenido que recurrir aarmas terrenales. La brujería de losacólitos era limitada. Sus recursosmágicos tenían que agotarse en cualquiermomento.

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Kerim Sha subía apresuradamente por laladera mientras sus hombres lo seguíancon gran entusiasmo. A medida queavanzaban seguían tirando flechas.La enorme puerta de teca cedió bajo elfurioso ataque del cimmerio, que miróhacia el interior esperando lo peor. En esemomento, estaba contemplando unahabitación circular en la que había unaserpenteante escalera. Del otro lado de lasala había otra puerta desde la que se veíala ladera de la montaña... y las espaldasde media docena de siluetas verdes quehuían despavoridas.Conan lanzó un grito y entró en la torre,pero una vez más su instinto lo hizoretroceder justo cuando caía al suelo unenorme bloque de piedra, en el mismo

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lugar en el que había estado él un segundoantes. Luego corrió alrededor de la torre,dando órdenes a su seguidoresLos acólitos habían evacuado su primeralínea de defensa. Cuando Conanfinalmente rodeó la torre, vio sus verdestúnicas flotando al viento en la montaña.Inició la caza, jadeando con sed desangre, mientras Kerim Sha y los irakzaislo seguían.La torre se alzaba en el borde inferior deuna estrecha planicie cuya inclinaciónapenas era perceptible. A unos cientos demetros de distancia, la planicie terminabaabruptamente en un precipicio que no seveía desde la parte baja de la montaña.Los acólitos habían saltado al interior deaquel abismo sin reducir aparentemente la

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velocidad de su carrera. Susperseguidores vieron flotar las verdestúnicas, que desaparecieron rápidamenteen aquel lugar.Pocos minutos después, Conan, Kerim Shay los irakzais se hallaban sobre el bordedel abismo que los separaba del castillode los Adivinos Negros. Se trataba de unbarranco cortado a pico que se extendíaen todas direcciones, al parecer rodeandola montaña. Mediría aproximadamenteunos cuatrocientos metros de ancho porciento cincuenta metros de profundidad. Yde borde a borde flotaba una neblinaextraña, translúcida y brillante.Conan miró hacia abajo y soltó ungruñido. A sus pies, moviéndose sobre elreluciente fondo que brillaba como la

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plata, vio las siluetas de los acólitosverdes. Éstas estaban un tantodifuminadas, como si estuvieran en elfondo del agua. Avanzaban en columna dea uno en dirección a la pared de enfrente.Kerim Sha colocó una flecha en su arco ydisparó. Pero cuando el dardo penetró enla extraña neblina que llenaba el abismo,pareció perder fuerza y dirección, y sedesvió de su curso.-¡Si ellos han bajado, también nosotrospodremos hacerlo! -dijo Conan mientrasKerim Sha miraba su flecha con asombro-. Los vi hace un momento en este mismolugar..Aguzando la vista, distinguió a lo lejosalgo brillante; era como una hebra doradaque cruzaba el cañón. Los acólitos

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parecían seguir aquella senda. Conanrecordó inmediatamente las extrañaspalabras de Khemsa: «¡Sigue la vetadorada!». Al agacharse descubrió una finaveta de oro brillante sobre el borde, queiba desde una formación rocosa hasta elextremo y continuaba hasta el fondo plateado de la hondonada. Y descubrió algo másque antes no había podido ver a causa dela refracción de la luz. La veta doradaseguía una estrecha rampa que se hundíaen el barranco, con peldaños paradescender.-Deben de haber bajado por aquí -le dijoConan a Kerim Sha-. ¡No son pájaros! Losseguiremos...En ese momento, el hombre que habíasido mordido por el perro lanzó un grito

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terrible y saltó sobre Kerim Sha,enseñando los dientes como un animalrabioso. El turanio, rápido como unfelino, saltó a un lado y el loco cayó decabeza en la hondonada. Los demáscorrieron hacia el borde y lo miraronatónitos. El loco no cayó normalmente.Descendió con suavidad, como si flotaraen aguas profundas. Sus miembros semovían como los de un hombre queintentara nadar y su rostro estabacompletamente azul. Por último, su cuerpotocó levemente el brillante fondo delprecipicio.-En este abismo reina la muerte -dijoKerim Sha-. ¿Qué hacemos ahora, Conan?-¡Oh! -repuso el cimmerio haciendo unamueca-. Esos acólitos son seres humanos.

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Si la bruma no los ha matado a ellos,tampoco me matará a mí.Se ajustó el cinturón y sus manos tocaronel que le había dado Khemsa. Conanesbozó una sonrisa. Había olvidado esecinto. Sin embargo, la muerte habíapasado tres veces a su lado y tocadofinalmente a otra persona.Los acólitos ya habían alcanzado la paredopuesta y subían por ella como enormesmoscas verdes. Conan comenzó adescender cautelosamente por la rampa,apoyando un pie en el primer escalón. Lanube rosada tocó sus tobillos y fueascendiendo a medida que él bajaba. Labruma le llegó a las rodillas, muslos ycintura. Conan la sentía como si fuera lapesada niebla de una noche cargada de

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humedad. Al tocar su barbilla, dudó, yluego siguió descendiendo. Su respiracióncesó súbitamente. Sintió que una extrañapresión gravitaba sobre sus costillas,ahogándolo. Con un esfuerzo frenético porconservar la vida volvió a subir. Asomóla cabeza a la superficie y tragó aire agrandes bocanadas.Kerim Sha se inclinó hacia él y le habló,pero Conan no lo escuchó ni le hizo caso.Obstinadamente y recordando todo lo quele había dicho Khemsa al morir, elcimmerio buscó la veta dorada ydescubrió que se había desviado de ellaal descender. En la rampa había una seriede huecos para apoyar las manos.Colocándose directamente sobre la veta,comenzó a descender una vez más. La

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rosada bruma lo rodeó. Ahora su cabezase hallaba bajo la nube, pero podíarespirar aire puro. Por encima de él vio asus compañeros, que lo miraban. Susrostros aparecían borrosos a causa delhalo que flotaba sobre su cabeza. Les hizouna seña para que lo siguieran ydescendió rápidamente sin esperar a versi le obedecían.Kerim Sha envainó su espada sin hacer elmenor comentario y lo siguió. Losirakzais, que tenían más miedo dequedarse solos que de los horrores quepudieran encontrar allí abajo, tambiénfueron detrás de su jefe. Todos loshombres siguieron la veta dorada, talcomo había hecho el cimmerio.Una vez en el fondo del barranco,

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avanzaron sobre un terreno nivelado ybrillante, siempre siguiendo la vetadorada. Era como si caminaran por untúnel invisible. Sentían que la muerte secernía sobre ellos desde arriba y desdelos lados, pero no los tocaba.La veta dorada ascendía por una rampasimilar que había en la pared por la quehabían desaparecido los acólitos, y actoseguido Conan y su grupo los siguieroncon todos los nervios en tensión, sin saberqué les esperaba entre los salientesrocosos que marcaban el borde delprecipicio.Allí los esperaban los acólitos vestidosde verde con cuchillos en las manos. Talvez habían alcanzado los límites a loscuales podían retirarse. Quizá el cinto

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estigio que rodeaba la cintura de Conanfuera la causa de que la magia de aquellasgentes hubiera fracasado tanestrepitosamente. O tal vez fuera tambiénel conocimiento de una muerte imposiblelo que los había hecho saltar desde lasrocas con los ojos brillantes y loscuchillos en la mano, recurriendo, en sudesesperación, a armas materiales.Allí, entre los colmillos rocosos delborde del precipicio, no se libraba unalucha contra la magia. Era una batalla deacero, en la cual éste hería y se derramabasangre de verdad.Un irakzai murió desangrado entre lasrocas, pero todos los acólitos cayeron,decapitados o con las entrañas al aire, alsuelo plateado que brillaba a sus pies.

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Entonces los conquistadores sesacudieron la sangre y el sudor que lescubría los ojos, y se miraron unos a otros.Conan y Kerim Sha se mantenían en pie,junto con cuatro irakzais.Estaban entre las rocas que formaban elserrado borde del precipicio, y desde allípartía un sendero en suave declive haciauna ancha escalera formada por mediadocena de escalones, situada a treintametros de distancia y fabricada con unextraño material de color verde jade. Losescalones, a su vez, conducían a unaespecie de galería sin techo construidacon la misma piedra, y sobre esta galeríase alzaba el castillo de los AdivinosNegros. Parecía estar tallado en la mismaroca de la montaña. La arquitectura era

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impecable, pero carecía de adornos. Susventanas enrejadas estaban encubiertaspor cortinas desde dentro. Allí no había lamenor señal de vida.Ascendieron cautelosamente por elsendero, como si estuvieran pisando laguarida de una serpiente. Los irakzaisiban en silencio, convencidos de que seencaminaban a una muerte segura. InclusoKerim Sha mantenía un absoluto mutismo.Sólo Conan no parecía advertir queaquella invasión significaba unamonstruosa violación de todas lastradiciones de ese lugar sagrado. Él noera oriental y pertenecía a una estirpe queluchaba contra diablos y hechiceros con lamisma furia que contra enemigoshumanos.

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Conan subió rápidamente las brillantesescaleras, atravesó la galería y se dirigiódirectamente hacia la enorme puerta deteca con herrajes dorados que teníadelante. Echó una rápida mirada a lapirámide que se alzaba por encima de él.Luego extendió una mano, la apoyó sobrela manilla de bronce de la puerta y sedetuvo sonriendo diabólicamente. Lamanilla tenía la forma de una serpientecon la cabeza levantada sobre un cuelloarqueado. Conan sospechó que aquellacabeza de metal podría cobrar vida encuanto entrara en contacto con su mano.La golpeó una sola vez, y el ruidometálico que produjo al caer al suelobrillante no hizo disminuir susprecauciones. La apartó a un lado con la

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punta de su largo cuchillo y se volviónuevamente hacia la puerta. En la torrereinaba un silencio absoluto. Las laderasde la montaña se perdían en la brumapurpúrea, y a lo lejos se veía un buitreque parecía estar suspendido en el azuldel cielo. Los hombres que había ante lapuerta parecían pequeñas manchas negrassobre el fondo verde de la galería de jade.El helado viento les azotaba el rostro. Elcuchillo de Conan despertó ecosdormidos al golpear los paneles de teca.Golpeó una y otra vez, astillando la pulidamadera y arrancando las bandas de metal.A través de la destrozada madera miróhacia el interior, alerta y cauteloso comoun lobo. Vio una amplia habitación conpulidos muros de piedra sin tapices y un

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suelo de mosaico sin alfombras. Elmobiliario consistía en unas sillas deébano y una enorme tarima de piedra. Nohabía nadie en la habitación. Al fondo dela sala se veía otra puerta.-Deja a un centinela en el exterior -dijoConan con un gruñido-. Yo voy a entrar.Kerim Sha nombró a un guerrero para queocupara el puesto, y los demás hombresretrocedieron hasta el centro de la galeríacon sus arcos preparados. Conan entró enel castillo, seguido del turanio y de losotros tres irakzais. El hombre que habíaquedado de centinela escupió al suelo ygruñó algo ininteligible. De repente sintióun sobresalto al escuchar una carcajadaburlona que llegó a sus oídos.Levantó la cabeza y vio una ventana

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encima de él, en la que había una siluetaalta, vestida de negro, cuya cabezadescubierta asentía ligeramente almirarlo. Todo en ese hombre sugeríaburla y malevolencia. Rápido como unrayo, el irakzai tensó su arco y disparó. Laflecha ascendió y se clavó en el pechocubierto por la túnica negra. La sonrisaburlona no se borró de su rostro. ElAdivino se arrancó el dardo del pecho ylo arrojó en dirección al arquero, no comoagresión sino con un gesto de desprecio.El irakzai se agachó instintivamente ylevantó un brazo. Sus dedos se cerraronsobre la flecha.Entonces soltó un alarido. El dardo seretorció en su mano. Se volvió flexiblecomo si fundiera con ella. Trató de

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soltarlo, pero era demasiado tarde. Sumano sostenía una serpiente que ya sehabía enrollado en la muñeca. La terriblecabeza atacó el brazo musculoso delhombre. Éste volvió a gritar con los ojosdesorbitados, como si estuvieracontemplando una espantosa visión, y surostro enrojeció. Cayó de rodillassacudido por terribles convulsiones y alcabo de unos segundos se quedócompletamente inmóvil.Los hombres que habían entrado en elcastillo se dieron media vuelta al oír elgrito. Conan se dirigió hacia la puerta yluego se detuvo en seco. Aunque no podíaver nada, sintió como si ante él hubiera unduro cristal colocado en el mismo umbralde la puerta. Entonces vio al irakzai

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tendido en el suelo con una flecha clavadaen el brazo.El cimmerio levantó su cuchillo y atacó.Los demás hombres se quedaron atónitosal ver que daba golpes en el aire, altiempo que su hoja sonaba contra unasustancia dura. Conan no desperdició másesfuerzos. Sabía que ni siquiera lalegendaria espada curva de Amir Khurumhubiera podido destrozar aquella cortinainvisible. Le explicó en pocas palabras alturanio lo que sucedía, y Kerim Sha seencogió de hombros, diciendo:-Bien, si tenemos la salida bloqueada,debemos encontrar otra. Mientras tanto,nuestro objetivo está por delante, ¿no esasí?El cimmerio gruñó algo y cruzó la

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habitación dirigiéndose hacia la otrapuerta, con la sensación de estarcaminando hacia el umbral de la muerte.Al levantar su cuchillo para destrozar lapuerta, ésta se abrió silenciosamentecomo si lo hiciera por sí sola. Entró en unenorme salón flanqueado por altas ybrillantes columnas. A unos treinta metrosde distancia de la puerta estaban losanchos escalones de color verde jade deuna escalera que parecía el lado de unapirámide. Pero entre él y el comienzo dela escalera había un curioso altar brillantede color negro. Cuatro enormes serpientesdoradas enroscaban sus colas alrededordel altar, con las cabezas en el aireorientadas hacia los cuatro puntoscardinales como si fueran guardianes de

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un fabuloso tesoro. Pero en el altar, entrelos curvados cuellos de los animales,solamente había un globo de cristal llenode una extraña sustancia que parecíahumo, en la que flotaban cuatro granadasdoradas.Al ver aquello, Conan recordó algo.Luego se detuvo, porque en los escalonesinferiores vio cuatro figuras vestidas denegro. No los había visto venir. Eran altosy enjutos, y sus cabezas de buitre semovían al unísono.Uno de ellos levantó su brazo derecho y lamanga se deslizó dejando al descubiertola mano..., pero no era una mano. Conanse detuvo, pese a su deseo de seguiradelante. Acababa de tropezar contra unafuerza muy diferente de la magia de

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Khemsa y no podía dar un solo paso,aunque comprobó que, si lo deseaba,podía retroceder. Sus compañerostambién se detuvieron y parecían aún másdesamparados que él, incapaces demoverse en ninguna dirección. El Adivinoque había levantado el brazo hizo unaseña a uno de los irakzai, y el hombreavanzó hacia él como en trance, con losojos fijos y sosteniendo débilmente laespada en la mano. Al pasar junto aConan, éste extendió un brazo y le tocó elpecho para impedir que avanzara más.Conan era mucho más fuerte que elirakzai, hasta el punto de que encircunstancias normales le hubieraresultado muy sencillo partirle el espinazocomo si fuese una rama. Pero en ese

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momento el musculoso brazo delcimmerio fue apartado a un lado con todafacilidad, y el irakzai siguió avanzandorígida y mecánicamente. Llegó hasta losescalones, se arrodilló y entregó suespada con una inclinación de la cabeza.El monje tomó el arma. La hoja brillócomo un relámpago. Un segundo después,la cabeza del irakzai cayó al suelo demármol en medio de un charco de sangre.La deforme mano volvió a moverse en elaire, y otro irakzai avanzó rígidamentehacia su muerte.Cuando el tercer irakzai pasó junto aConan en su camino hacia la muerte, elcimmerio, con las venas de las sienes apunto de estallar por el esfuerzo deromper la invisible barrera que lo retenía,

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advirtió de repente la presencia deinvisibles fuerzas aliadas, que cobrabanvida en su interior. Era una revelacióninesperada, pero tan poderosa que Conanno dudó de su instinto. Su mano izquierdase deslizó involuntariamente bajo su cintobakhariota y aferró el cinturón estigio. Alhacerlo, sintió que una nueva fuerzainvadía todo su cuerpo. El ansia de vivirlatía intensamente en él, acompañada deuna cólera sin precedentes.El tercer irakzai ya se había convertido enun cadáver decapitado, y el dedo delhombre vestido de negro se levantaba unavez más cuando Conan sintió que serompía la barrera invisible. Un gritoinvoluntario y feroz surgió de sus labiosal saltar hacia adelante con furia. Su mano

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izquierda asió el cinturón del brujo de lamisma manera que un hombre se aferra aun madero para no ahogarse. En su manoderecha brilló la hoja de acero del largocuchillo. Los hombres que estaban en losescalones no se movieron. Contemplabanel espectáculo con una expresión cínica.Si sentían alguna sorpresa, no laexteriorizaban en absoluto. En esemomento, Conan no se permitió el lujo depensar en lo que podría suceder si sepusiera al alcance de sus cuchillos. Lasangre latía en sus sienes y una nube decolor carmesí le oscurecía la vista. Sentíaunas ansias terribles de matar, de hundirsu cuchillo en la carne y en los huesos desus enemigos.Unos pasos más, y llegaría a los escalones

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en los que se hallaban de pie aquellosdemonios. Respiró profundamente y sufuria aumentó, al igual que la velocidadde su ataque. Ya estaba a punto de pasarjunto al altar de las serpientes doradascuando súbitamente cobraron vida en sucerebro las palabras pronunciadas porKhemsa: «¡Rompe la bola de cristal!».Su reacción fue casi involuntaria. Laejecución siguió al impulso de modo tanespontáneo que el mago más grande de laépoca no habría tenido tiempo de leer suspensamientos o de evitar su acción. Girósobre sus talones como un felino y dejócaer su cuchillo sobre el cristal. Deinmediato, el aire vibró con un espantosoclamor, aunque Conan no alcanzó a darsecuenta si procedía de las escaleras, del

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cristal o del altar. Unos terribles siseosllenaron sus oídos cuando las serpientesdoradas cobraron vida, se retorcieron yatacaron. Pero Conan actuó con la rapidezy la cólera de un tigre enfurecido. Unformidable remolino de acero cayó sobrelos abominables animales que se movían asu alrededor, y golpeó el globo de cristaluna y otra vez; la esfera estalló con unruido tremendo, esparciendo por el suelode mármol miles de trozos diminutos devidrio. Al mismo tiempo las granadasdoradas, como liberadas de su cautiverio,se elevaron hacia el cielorraso ydesaparecieron.En el enorme salón se oyeron alaridosbestiales. Sobre los escalones se retorcíancuatro figuras vestidas de negro,

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sacudidas por espantosas convulsiones, yuna asquerosa espuma colgaba de suspálidas bocas. Entonces, con unformidable crescendo de aullidoshumanos, las figuras se fueroninmovilizando hasta exhalar un últimoestertor. Estaban muertos. Conan miróhacia el altar y vio trozos de cristal.Cuatro serpientes doradas sin cabeza sehallaban junto a aquél, pero en el brillantemetal ya no había vida.Kerim Sha se incorporó lentamente. Unafuerza invisible lo había arrojado alsuelo. Movió la cabeza para aclarar susideas.-¿Has oído ese ruido cuando se rompió elcristal? -preguntó-. Fue como si hubieranestallado mil paneles de vidrio en todo el

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castillo. ¿Serían las almas de los brujoslas que estaban aprisionadas dentro deesas bolas doradas? ¡Cuidado!Conan se dio la vuelta rápidamente yKerim Sha desenvainó su espada.Otra figura se hallaba de pie en la partealta de la escalera. Su túnica también eranegra, pero de terciopelo lujosamentebordado, y llevaba un gorro del mismomaterial. Su rostro expresaba una grancalma, y no era del todo desagradable.-¿Quién diablos eres? -preguntó Conan,mirándolo, con el cuchillo en la mano.-¡Soy el Maestro de Yimsha!La voz del hombre sonaba como lacampana de un templo, aun cuando en ellase percibía cierto tono de crueldad.-¿Dónde está Yasmina? -quiso saber

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Kerim Sha.El Maestro se echó a reír mirándolofijamente a la cara.-¿Y a ti qué te importa, cadáver? ¿Acasohas olvidado ya mi fuerza, la que una vezte enseñé, que vienes a mí armado, pobreestúpido? ¡Creo que te arrancaré elcorazón, Kerim Sha!Extendió su mano como para recibir algo,y el turanio profirió un grito agudo, comoel de un hombre agonizando. Retrocediótambaleándose como un borracho y sucorazón, rasgando su pecho, fue a parar ala mano extendida del Maestro, como sifuera un trozo de hierro deslizándosehacia un imán. El turanio cayó al suelo,donde permaneció inmóvil, y el Maestrose echó a reír, arrojando el corazón a los

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pies del cimmerio.Conan soltó un rugido y una maldición yavanzó en dirección a la escalera. Elcinturón de Khemsa le daba fuerza y sesentía invadido por un odio mortal haciaaquella terrible emanación de poder quese enfrentaba a él. El aire se llenó de unabruma acerada a la que Conan se arrojóde cabeza, con el brazo izquierdoprotegiéndole el rostro y empuñando elformidable cuchillo en la mano derecha.Sus ojos medio ciegos miraron porencima de su codo, y vio la odiada figuradel Adivino. La silueta de aquella negrafigura se movía delante de él como si setratara de un reflejo sobre aguas agitadas.Se sentía vapuleado y torturado porfuerzas que escapaban a su comprensión,

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pero a pesar del poder del brujo y de supropio dolor se sentía impulsado haciaadelante por una fuerza inexorable.Ya había alcanzado la parte superior delas escaleras, y el rostro del Maestroseguía flotando entre la oscura bruma quehabía delante de sus ojos. Sin embargo, enaquellos ojos inescrutables se reflejaba unextraño temor. Conan atravesó la bruma ysu cuchillo se levantó velozmente, comosi tuviera vida. La afilada punta rasgó latúnica del Maestro en el momento en queéste saltaba hacia atrás con un grito.Luego, el mago desapareció ante los ojosde Conan... simplemente se esfumó comouna voluta de humo, y una cosa larga yondulante ascendió rápidamente por lasescaleras más pequeñas que partían a

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derecha e izquierda desde el rellano.Conan corrió tras esa cosa, en dirección ala escalera de la izquierda, sin estar muyseguro de qué se trataba.Entró en un ancho pasillo cuyo suelo yparedes desnudas eran de jade pulido. Lacosa alargada se deslizó rápidamentedelante de él por el corredor y entró poruna puerta cubierta por una cortina. Delinterior de aquella habitación surgió ungrito espantoso de terror. El grito prestóalas a los pies de Conan, que en un par deformidables saltos entró en la sala.Entonces sus ojos contemplaron unaescena terrible. Yasmina, encogida en elextremo más alejado de una tarimacubierta de terciopelo negro, gritabaaterrada, protegiéndose el rostro con el

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antebrazo, mientras que delante de ella sebalanceaba la cabeza de una gigantescaserpiente con el brillante cuello arqueado.Conan, con una maldición, arrojó sucuchillo.El animal se dio media vueltainstantáneamente y se abalanzó sobre élcomo un vendaval. El largo cuchillo aúnvibraba en el cuello de la bestia. Laempuñadura sobresalía por uno de suslados, mientras que por el otro se veía lahoja acerada. Pero eso no hizo más queenfurecer al reptil. La enorme cabeza dela gigantesca serpiente se balanceó porencima de Conan y luego descendió en unrápido ataque, abriendo las mandíbulas ymostrando los terribles colmillos llenosde veneno. Pero Conan ya había extraído

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una daga de su cinto y golpeó de abajoarriba cuando la cabeza de la serpientedescendió. La punta de la daga atravesósu mandíbula inferior y se clavó en lasuperior, uniendo a ambas. Un segundodespués, el enorme tronco del animalestaba enrollado en el cuerpo de Conan;al no poder usar los colmillos, empleabaotra forma de ataque.El brazo izquierdo de Conan estaba sujetoentre los potentes anillos del animal, perole quedaba libre el derecho. Separandolos pies para conservar mejor elequilibrio, extendió la mano, que aferró laempuñadura del largo cuchillo, y con unfuerte tirón lo sacó del cuello de laserpiente, empapándose el brazo desangre. Como si adivinara sus intenciones

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con algo más que una inteligencia animal,la serpiente se retorció, tratando deatrapar entre sus anillos el brazo derechode Conan. Pero el largo cuchillo subió ybajó con la velocidad de la luz y cortó endos el tronco del repugnante animalAntes que pudiera atacar de nuevo, losgrandes anillos se aflojaron sobre elbrazo de Conan y el monstruo se arrastrópor el suelo dejando un reguero de sangre.Conan saltó hacia adelante con el cuchillolevantado, pero su golpe cortó el airecuando la serpiente se alejó de él y sucabeza chocó contra un panel de maderade sándalo. El panel giró hacia adentro yel semidestrozado cuerpo del animaldesapareció por la aberturaConan atacó instantáneamente el panel y

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lo deshizo con unos cuantos golpes. Luegomiró hacia la alcoba tenuementeiluminada que había más allá. No se veíaninguna serpiente. Había sangre en elsuelo de mármol y las huellas llegabanhasta una puerta en forma de arco. Perolas huellas de sangre pertenecían a unospies humanos descalzos.. .-¡Conan!El cimmerio corrió hacia la habitaciónpara recibir en sus brazos a la Devi deVendhia. La muchacha cruzó corriendo lasala y rodeó el cuello de Conan con susbrazos, medio histérica de terror, gratitudy alivio.A Conan le hervía la sangre por todo losucedido. Apretó a la muchacha contra sucuerpo en un abrazo que la hubiera hecho

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gemir de dolor en otras circunstancias, yapretó sus labios contra los de la joven.Yasmina no opuso la menor resistencia.Cerró los ojos y bebió sus besos fieros yardientes con todo el abandono de supasión.-Sabía que vendrías a buscarme -susurróella-. Estaba segura de que no meabandonarías en esta guarida de diablos.Ante las palabras de la muchacha, Conanpareció recordar súbitamente todo lo quelos rodeaba. Levantó la cabeza y escuchócon atención. Un silencio amenazadorreinaba en el castillo de Yimsha Se sentíaun peligro invisible agazapado en todoslos rincones.-Será mejor que nos vayamos de aquímientras podamos hacerlo -dijo Conan-.

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Esas heridas habrían sido más quesuficientes para matar a una bestiacorriente... o a un hombre..., pero losbrujos tienen una docena de vidas. Hieresa uno de ellos e inmediatamente se alejacomo una serpiente para obtener venenofresco de alguna fuente mágica.Cogió a la joven en brazos como si fuerauna niña, salió al corredor de jadebrillante y bajó las escaleras con todoslos nervios en tensión, alerta antecualquier sonido o señal.-Me encontré con el Maestro -murmuró lajoven, temblando y apretando más elcuello del cimmerio con sus brazos-.Trató de doblegar mi voluntad empleandosu magia. Pero lo más terrible fue uncuerpo monstruoso que me tomó entre sus

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brazos...; entonces me desmayé y estuvemucho tiempo como muerta. Poco despuésrecobré el sentido y oí ruidos de peleaque llegaban desde abajo, después gritos,y luego esa serpiente se deslizó bajo lostapices. Sabía que no se trataba de unailusión, sino que era de verdad unaserpiente que intentaba matarme.-Al menos no era una sombra -repusoConan enigmáticamente-. Sabía que estabaderrotado y pensó en matarte antes quealguien te rescatara.-¿A quién te refieres? -preguntó lamuchacha, inquieta.Luego se acurrucó contra Conansollozando y olvidando su pregunta.Había visto los cadáveres al pie de lasescaleras. No resultaba nada agradable

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ver los cuerpos muertos de los Adivinos.Retorcidos, con los pies y manos aldescubierto, constituían un espectáculoverdaderamente repugnante. Yasmina sepuso lívida y ocultó su rostro en elpoderoso hombro de Conan. 10. Yasmina y Conan

Conan atravesó rápidamente elvestíbulo y la habitación exterior y seacercó a la puerta que daba a la galería.Entonces vio el suelo sembrado dediminutos trozos de vidrio. El panel decristal que cubría el umbral se habíahecho pedazos, y recordó el fuerte ruidoque había acompañado al estallido delglobo de cristal. Conan pensó que todas

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las piezas de vidrio que había en elcastillo se habrían roto, y el instinto lesugirió la verdad de la monstruosarelación existente entre los Señores delCírculo Negro y las granadas doradas.Sintió que se le erizaba el cabello y tratóde no pensar más en el asunto.Respiró profundamente aliviado cuandosalió a la galería de jade verde. Todavíatenía que cruzar la garganta deldesfiladero, pero al menos veía brillar lospicos de la montaña bajo el sol y lasladeras de la colina que se perdían a lolejos entre las azuladas brumas.Los irakzais yacían en el suelo en elmismo lugar en el que habían caído,formando un desagradable montón decadáveres sobre la pulida superficie.

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Mientras descendía por el serpenteantecamino, Conan se sorprendió al ver que elsol aún no había rebasado el cenit. Elcimmerio tenía la sensación de que habíantranscurrido muchas horas desde queentrara en el castillo de los AdivinosNegros.Sintió que debía darse prisa, no sólo porel pánico que sentía, sino por la sensaciónde que acechaba el peligro. No le dijonada a Yasmina. La muchacha parecíacontenta y segura en sus brazos de hierro,con su morena cabeza apoyada en elamplio pecho del cimmerio. Conan sedetuvo un instante al borde del precipiciocon el ceño fruncido. La bruma que habíaantes en la estrecha garganta deldesfiladero ya no tenía aquel tono rosáceo

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y brillante. Ahora era más bien gris, sutil,fantasmagórica. Conan pensó que en ciertaforma la magia de los brujos debía dehaber cambiado el paisaje.Pero allí abajo el suelo brillaba como laplata y la veta de oro seguíaresplandeciendo. Conan cargó a Yasminasobre un hombro. La joven se dejó llevardócilmente. El cimmerio descendiódeprisa por la rampa, y a continuaciónatravesó el fondo a toda velocidad. Teníala convicción de que estaban luchandocontra el tiempo, de que sus posibilidadesde salvación dependían de cruzar prontoaquella garganta de horrores, antes de queel herido Maestro del castillo recuperasefuerzas para lanzar sobre ellos algunanueva maldición.

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Cuando por fin Conan ascendió la rampa yllegó a la cima, respiró hondo y dejó aYasmina de pie sobre el suelo.-Hay que caminar desde aquí -dijo Conan-colina abajo sin parar.La muchacha lanzó una mirada hacia labrillante pirámide que se alzaba al otrolado del precipicio. El extraño castillo serecortaba contra la nevada ladera de lamontaña como una ciudadela de silencio yde mal eterno.-¿Acaso eres un mago? ¿Cómo hasvencido a los Adivinos Negros deYimsha? -preguntó la joven al descenderpor el sendero, mientras Conan rodeaba lafrágil cintura con su musculoso brazo.-Fue el cinto que me entregó Khemsaantes de morir -repuso Conan-. Sí, lo

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encontré en el sendero. Se trata de uncinto muy extraño que te enseñaré cuandotenga tiempo. Era ineficaz contra algunasprácticas de brujería, pero poderosocontra otras, y un buen cuchillo es un armaque sirve siempre bien a quien lo sabeemplear.-Pero si el cinto te ayudó a vencer alMaestro, ¿por qué no ayudó a Khemsa? -preguntó la muchacha.Conan movió la cabeza y respondió:-¿Quién sabe? Khemsa había sido esclavodel Maestro. Tal vez e s o debilitó sumagia. El Maestro no tenía el mismodominio sobre mí que sobre Khemsa. Sinembargo, no puedo decir que lo derroté.Él se retiró. Pero tengo la sensación deque lo volveremos a ver. Quiero poner la

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mayor cantidad de leguas de distanciaentre nosotros y su guarida.Conan se sintió más aliviado aún alcomprobar que los caballos estabanatados entre los tamariscos, tal como loshabía dejado. Los soltó rápidamente.Montó sobre el negro corcel y colocó aYasmina delante de él. Los demásanimales los siguieron con renovadasfuerzas gracias al descanso que habíantenido.-¿Y ahora qué? -preguntó la muchacha-.¿A Afghulistán?-¡Todavía no! -replicó Conan con unaextraña sonrisa-. Alguien, quizá elgobernador, mató a mis siete hombres.Esos estúpidos que me siguen creen queyo he tenido algo que ver con ello, y a

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menos que pueda convencerlos de locontrario, me darán caza como a un chacalherido.-¿Y qué será de mí? Si los jefes hanmuerto ya no te sirvo como rehén. ¿Mematarás para vengarte?Conan miró a la Devi con ojos brillantes yse echó a reír.-Entonces cabalguemos hacia la frontera -dijo ella-. Allí estarás a salvo de losafghulis.-Sí, para caer en una trampa vendhia.-Soy la reina de Vendhia -le recordó lajoven con su antiguo orgullo-. Me hassalvado la vida y recibirás unarecompensa por ello.La muchacha no había tenido intención dedarle ese tono a sus palabras, pero Conan

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gruñó algo ininteligible, un pocoindignado.-¡Guarda tus tesoros para tus perros,princesa! ¡Si tú eres la reina de los llanos,yo soy el jefe de las montañas, y no daréni un solo paso más para llevarte a lafrontera!-Pero estarías a salvo... -comenzó a decirYasmina, perpleja.-Y tú serías de nuevo la Devi -lainterrumpió Conan-. No, muchacha, teprefiero como eres ahora: una mujer decarne y hueso cabalgando junto a mí sobreeste caballo.-¡Pero no me puedes retener! -exclamó laDevi-. No puedes...-¡Espera y lo verás!-Te daré una buena recompensa...

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-¡Que el diablo se lleve tu recompensa! -repuso Conan bruscamente.Luego la apretó con más fuerza contra sucuerpo y agregó:-El reino de Vendhia no podría darmenada que desee tanto como a ti. Arriesguémi vida por salvarte. Si tus cortesanosquieren recuperarte, que vengan a Zhaibary que peleen por ti.-¡Pero ahora no tienes partidarios! -protestó la joven-. ¡Te persiguen! ¿Cómopuedes defender tu vida, y mucho menosla mía?-Todavía tengo amigos en las montañas -repuso-. Hay un jefe khurakzai que tecuidará mientras yo discuto con losafghulis. Si no quieren saber nada de mí,¡por Crom!, cabalgaré hacia el norte

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contigo, hasta las estepas de los kozakos.Fui jefe de los Compañeros Libres antesde venir al sur. ¡Te haré reina del ríoZaporoska!-¡Pero no puedo! -protestó la muchacha-.No debes retenerme...-Si la idea te resulta tan repulsiva -dijoConan-, ¿por qué me has besado con tantapasión?-Una reina también es un ser humano -repuso Yasmina ruborizándose-. Pero miobligación es pensar en mi reino, ¡ Ven aVendhia conmigo!-¿Me harías tu rey? -preguntó Conanirónicamente.-Bueno, hay costumbres... -tartamudeó lamuchacha. Conan soltó una sonoracarcajada.

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-Sí, costumbres civilizadas que no tepermitirían hacer lo que deseas. Tecasarás con algún rey decrépito de lasllanuras, y yo tendría que seguir micamino con el recuerdo de algunos besosrobados a tus labios.-¡No!-¡Debo regresar a mi reino! -repitió lajoven.-¿Para qué? -preguntó Conan furioso-.¿Para apoyar las nalgas sobre tronos deoro y escuchar los aplausos de unosestúpidos vestidos de terciopelo? ¿Paraqué? Escucha: Yo nací en las montañascimmerias, donde todos son bárbaros. Hesido soldado mercenario, corsario,kozako y otras cien cosas más. ¿Qué reyha viajado por tantos países, peleado en

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tantas batallas, amado a tantas mujeres yconquistado la fama que yo tengo?Conan hizo una pausa y luego agregó:-He venido a Ghulistán para conseguirhombres y conquistar los reinos del sur...entre ellos el tuyo. Ser jefe de los afghulisera sólo un comienzo. Si puedoconvencerlos, dentro de un año contarécon una docena de tribus. De lo contrario,regresaré a las estepas y saquearé lasfronteras turanias con los kozakos. Y túme acompañarás. ¡Al diablo con tu reino!Sus habitantes se las arreglabanperfectamente bien antes de que túnacieras.La muchacha estaba en sus brazos,mirándolo. En su interior, sentía algo quela impulsaba hacia ese hombre. Pero mil

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generaciones de soberanía pesaban sobreella.-¡No puedo! -exclamó-. ¡No puedo!-No te queda otra alternativa -afirmóConan-. Tú... ¿Pero qué diablos?Habían dejado Yimsha muy atrás yavanzaban a lo largo de un elevado riscoque separaba dos profundos valles. Seencontraban en una cima desde la quepodían divisar perfectamente el valle quehabía a la derecha. Allí abajo se librabauna batalla. Soplaba un fuerte viento queles impedía oír bien, pese a lo cualpercibían el sonido del metal y de loscascos de los caballos.Vieron el reflejo del sol sobre la punta delas lanzas y de los cascos en espiral. Tresmil guerreros protegidos por cotas de

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malla empujaban delante de ellos a ungrupo de harapientos jinetes que huíandefendiéndose como lobos.-¡Turanios! -exclamó Conan-.Escuadrones de Secunderam. ¿Quédiablos están haciendo aquí?-¿Quiénes son los hombres a los quepersiguen? -preguntó Yasmina-. ¿Y porqué retroceden? No pueden enfrentarse auna caballería tan organizada.-Quinientos de mis estúpidos afghulis -gruñó Conan mirando hacia el valle-.Están en una trampa y lo saben.El valle, evidentemente, era un callejónsin salida. Se estrechaba formando unagarganta de altos muros y se abría despuésen un redondo cuenco sin salida,flanqueado por paredes imposibles de

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escalar.Los harapientos jinetes tocados conturbantes eran empujados hacia lagarganta porque no había otro lugaradonde ir, y en consecuencia retrocedían,contraatacando fieramente entre unaverdadera lluvia de flechas y un torbellinode espadas. Los jinetes con cascos losatacaban, pero sin demasiada fuerza.Conocían la furia desesperada de lastribus de las montañas, y sabían tambiénque tenían a su presa cogida en una trampade la que era imposible escapar. Sehabían dado cuenta de que los montañeseseran afghulis y deseaban capturarlosvivos, hacer que se rindieran, puesnecesitaban rehenes para conseguir susobjetivos.

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Su emir era un hombre de decisión einiciativa. Cuando llegó al valle deGurashah y vio que no lo esperaban guíasni emisarios, siguió avanzando, confiadoen sus propios conocimientos del terreno.Durante el camino desde Secunderam sehabían entablado luchas, y algunas tribusse lamían sus heridas en las aldeas de lasmontañas. Sabía que existía la posibilidadde que ni él ni sus hombres volvieranjamás a Secunderam, ya que en esemomento las tribus de las montañas losperseguirían, pero estaba firmementedecidido a cumplir las órdenes que habíarecibido. Éstas consistían en arrebatar ala Devi Yasmina de manos de los afghulisy llevarla prisionera a Secunderam o, siesto era absolutamente imposible, cortarle

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la cabeza antes que él mismo, jefe detodas aquellas tropas, muriese.Por supuesto, los que contemplaban elespectáculo desde la cima del risco nosabían nada de esto. Pero Conan jugueteócon las riendas de su caballo con ciertonerviosismo.-¿Por qué diablos se habrán dejadoatrapar de esa manera? -preguntó en vozalta-. Sé lo que estaban haciendo aquí.¡Esos perros intentaban atraparme! Semetieron en todos los valles hasta que loshan encerrado en éste. ¡Estúpidos! Por elmomento aguantan en esa garganta, perono podrán hacerlo por mucho tiempo.Cuando los turanios los hagan entrar enese callejón sin salida, no quedará un soloafghuli vivo.

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El fragor de la batalla aumentó deintensidad. En la boca de la estrechagarganta los afghulis resistíandesesperadamente contra los armados yprotegidos turanios que no se decidían alanzarse contra ellos con todas susfuerzas.Conan frunció el ceño, se movió inquietoacariciando la empuñadura de su cuchilloy dijo:-Devi, tengo que bajar junto a esoshombres. Encontraré un lugar para que teescondas hasta que regrese. Hablaste de tureino... bien, no pretendo cuidar de esosdiablos peludos corno si fueran mis hijos,pero después de todo son mis hombres.Un jefe jamás debe abandonar a susseguidores, aun cuando ellos hayan

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desertado primero. Creen que tuvieronrazón al expulsarme... ¡Diablos, no lopermitiré! Todavía soy el jefe de losafghulis y lo demostraré. Puedo bajar apie hasta la garganta.-¿Y qué será de mí? -se quejó la joven-.Me apartaste a la fuerza de mi pueblo. Yahora me dejas morir sola en las montañasmientras tú bajas ahí para sacrificarteinútilmente.Las venas de Conan estaban a punto deestallar por el conflicto de sus emociones.-Es cierto -murmuró el cimmerio-. Cromsabe lo que yo puedo hacer.La muchacha volvió la cabezaligeramente, con una extraña expresión ensu bello rostro, y luego dijo:-¡Escucha! ¡Escucha!

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Hasta los oídos de ambos llegó un fuertesonido de trompetas. Miraron hacia elprofundo valle de la izquierda y en suextremo más alejado distinguieron elbrillo del acero. Una larga línea de lanzasy de pulidos cascos avanzaba por el valle,brillando bajo la luz del sol.-¡Los jinetes de Vendhia! -exclamó lajoven, contenta.-¡Son miles! -dijo Conan-. Hace mucho,mucho tiempo que un kshatriya no haentrado en estas montañas.-¡Me están buscando! ¡Dame tu caballo!¡Me uniré a mis guerreros! Este risco noes tan abrupto en la ladera izquierda ypuedo llegar con facilidad al fondo delvalle. Tú puedes ir con tus hombres yhacer que resistan un poco más, y yo

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conduciré a mis jinetes hasta el valle porel otro extremo, para atacar a los turanios.Los aplastaremos en un abrir y cerrar deojos. ¡Rápido, Conan! ¿Serías capaz desacrificar a tus hombres en aras de tusdeseos?La ardiente pasión de las estepas y de losdensos bosques brilló en los ojos delhombre, pero negó violentamente con lacabeza al tiempo que desmontaba yentregaba las riendas del caballo a lajoven.-¡Tú ganas! ¡Corre como el mismísimodiablo!Yasmina descendió por la laderaizquierda y Conan corrió a lo largo delrisco hasta que llegó a la entrada de lagarganta en cuyo extremo se libraba la

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batalla. Bajó por la pared como un mono,aferrándose a grietas y salientes, paracaer al fin de pie en medio del combate,cuyos ecos llenaban cada resquicio de lasmontañas.Al poner pie en tierra gritó como un lobo,cogió un caballo por sus riendas bordadasen oro y, esquivando el terrible golpe deuna cimitarra, atacó con su cuchillo haciaarriba, en dirección a las entrañas de unjinete. Un segundo después se encontrabasobre la silla del caballo impartiendoórdenes a los afghulis. Por un momento,todos lo miraron estúpidamente. Después,al ver la brecha que su acero estabaabriendo entre el enemigo, se pusieron denuevo a su lado, aceptándolo sin hacer unsolo comentario. En aquel infierno de

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espadas y sangre no había tiempo parahacer preguntas ni para contestarlas.Los jinetes, con sus cascos y sus cotas demalla bordadas en oro, se apiñaban en laentrada de la garganta. El desfiladeroestaba abarrotado de caballos y dehombres, y los guerreros luchaban a brazopartido, atacando mortalmente cuandohabía tiempo suficiente para emplear lasespadas. Cuando un hombre caía, ya nopodía levantarse porque lo pisoteaban loscascos de los caballos. La importancia dela fuerza era decisiva, y el jefe de losafghulis realizaba la labor de diez. Enmomentos como ése la costumbre une alos hombres, y los guerreros, que estabanhabituados a ver a Conan en lavanguardia, redoblaron sus esfuerzos a

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pesar de seguir desconfiando de él.Pero también contaba el número. Lapresión de los hombres de retaguardiahizo que los jinetes turanios penetraranmás y más en la garganta. Poco a poco losafghulis fueron retrocediendo, dejando elsuelo del desfiladero cubierto decadáveres. Mientras su cuchillo hacíaestragos, Conan no dejaba de pensar y depreguntarse si Yasmina cumpliría supromesa. Si se unía a sus guerreros ygiraba hacia el sur, él y sus afghulis seríananiquilados.Pero finalmente, cuando los minutos debatalla transcurridos parecían siglos, seescuchó otro clamor fuera del valle, quese alzó por encima del choque del acero yde los gritos de dolor. Y entonces, con un

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sonido de trompetas que hizo temblar losmuros de piedra, cinco mil jinetes deVendhia atacaron a las huestes deSecunderam.El repentino ataque dividió a los turanios,y al cabo de un rato los hombres sedispersaban por el valle, destrozados, yse produjo un choque caótico en el que semezclaron la sangre, los gritos y elrelinchar de los caballos. El emir cayócon el pecho atravesado por una lanza, ylos jinetes de casco en espiral espolearonfuriosamente a sus caballos buscando lamanera de salir del valle entre losvendhios. A medida que se dispersaban,los perseguidores seguían acosándolos, yambos grupos llenaron el valle, lasladeras de las montañas y las cimas de los

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riscos. Los afghulis que aún quedaban acaballo salieron de la garganta y seunieron a sus enemigos, aceptando lainesperada alianza, al igual que habíanaceptado el regreso de su repudiado jefe.El sol se ocultaba ya detrás de los lejanospicos cuando Conan, con sus ropasdestrozadas y la cota de malla manchadade sangre, caminó cuchillo en mano sobreel suelo lleno de cadáveres hasta donde seencontraba Yasmina en su caballo, entresus nobles, cerca de un profundoprecipicio.-¡Has cumplido tu promesa, Devi! -exclamó-. ¡Por Crom! Aunque paséalgunos malos momentos en esa garganta...¡Cuidado!En ese preciso instante un gigantesco

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buitre descendió del cielo batiendo susalas y derribó a varios hombres de suscaballos.El pico del ave, en forma de cimitarra, sedirigió hacia la garganta de la Devi, peroConan fue más rápido... Echó una cortacarrera, dio un salto de tigre y le clavósalvajemente el cuchillo. El buitre soltóun terrible aullido y acto seguido cayórodando por la pendiente del risco endirección al río que pasaba trescientosmetros más abajo. Mientras caía, susnegras alas azotaron el aire, y aldescender adoptó aspecto humano yextendió sus brazos y piernas.Conan se volvió hacia Yasmina, con elcuchillo manchado de sangre en la mano.Sus fogosos ojos azules brillaban con un

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terrible fulgor, y de las heridas de susmusculosos brazos y piernas manabaabundante sangre.-Eres otra vez la Devi -dijo.Sonrió fieramente mientras contemplabala túnica bordada en oro que la muchachase había echado sobre el vestido demontañesa, sin mostrar el menor asombropor el brillante cortejo de nobles que larodeaban. Luego agregó:-Tengo que darte las gracias por habersalvado la vida a mis trescientoscincuenta hombres, que finalmente se hanconvencido de que no los habíatraicionado. Has puesto mis manos unavez más sobre las riendas de la conquista.-Todavía te debo mi recompensa -dijoYasmina mirándolo con los ojos brillantes

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por la emoción-. Te pagaré diez milpiezas de oro.-Recibiré tu recompensa a mi manera,cuando llegue el momento. La cobraré entu palacio de Ayodhya e iré hasta allí concincuenta mil hombres para asegurarme deque la balanza esté equilibrada.La joven se echó a reír, cogió las riendasdel caballo y replicó:-¡Te recibiré a orillas del Jhumda concien mil hombres!Los ojos de Conan brillaron conadmiración cuando retrocedió y levantó lamano en un gesto de aceptación, al tiempoque indicaba a la joven que tenía elcamino libre.

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La sombra deslizante

Después del fracaso de sus planespara unir a las tribus de las montañas enun solo ejército, Conan regresa aHirkania y a Turan, evitando laspatrullas del rey Yezdigerd ycompartiendo las tiendas de sus antiguoscompañeros kozakos. En Occidente selibran grandes batallas, por lo queConan regresa a los reinos hiborios enbusca de pastos más verdes y mejorbotín. Almuric, príncipe de Koth, se harebelado contra el rey Strabonus. Éstecrea un formidable ejército y Conan seune a él. Los vecinos de Strabonustambién acuden en su ayuda. La causarebelde fracasa y el ejército de Almuric

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tiene que retirarse al sur. Pasan por lastierras de Shem y cruzan la frontera deEstigia hasta llegar a las praderas deKush. Allí, el ejército es derrotado porlas fuerzas negras y estigias unidas, quelos hacen retroceder al desierto que seencuentra al sur. Conan es uno de lospocos sobrevivientes.

El desierto brillaba bajo lasoleadas de calor. Conan el cimmerio miróa su alrededor y contempló el formidableyermo; luego se pasó involuntariamente eldorso de la mano por su labiosennegrecidos. Estaba de pie sobre laarena, como una estatua de bronce,aparentemente inmune al sol abrasadoraunque sólo llevaba un taparrabos de

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seda, sujeto por un ancho cinturón conhebilla de oro, del que colgaban un sabley una daga de hoja ancha. En sus músculosy piernas había huellas de heridas malcicatrizadas.A sus pies descansaba una muchachaabrazada a sus rodillas, sobre las queapoyaba su rubia cabellera. Su blanca pielcontrastaba con las piernas bronceadas deConan. La joven vestía una túnica de sedaescotada y sin mangas y llevaba uncinturón que ponía aún más de relieve suhermoso cuerpo.Conan movió la cabeza, parpadeando. Elfuerte brillo del sol casi lo cegaba. Tomóuna pequeña cantimplora de su cinto y laagitó para comprobar el agua quequedaba.

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La muchacha se movió inquieta y dijo entono de queja:-¡Oh, Conan, moriremos aquí! ¡Tengomucha sed!El cimmerio gruñó algo ininteligiblemirando con gesto lúgubre a su alrededor.Adelantó la mandíbula y sus ojos azulesardieron con un brillo salvaje bajo larebelde melena negra, como si el desiertofuese un enemigo tangible.Luego se inclinó y acercó la cantimplora alos labios de la joven.-Bebe agua hasta que yo te diga, Natala -ordenó.La muchacha bebió a grandes sorbos, peroConan no la detuvo. Sólo cuando lacantimplora estuvo vacía, ella se diocuenta de que Conan le había permitido

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deliberadamente beber la poca agua quequedaba. Las lágrimas acudieron a susojos.-¡Oh, Conan! -exclamó retorciéndose lasmanos-, ¿por qué me has dejado bebertoda el agua? Yo no sabía..., ¡y ahora noqueda nada para ti!-¡Calla! -ordenó el cimmerio-. Nomalgastes tus fuerzas llorando. -Seincorporó y arrojó la cantimplora lejos.-¿Por qué has hecho eso! -preguntó lamuchacha.Conan no respondió. Permaneció inmóvil,con los dedos crispados sobre laempuñadura del sable. No miraba a lajoven. Sus ojos fieros parecían taladrar lamisteriosa bruma de color púrpura que seveía a lo lejos.

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Dotado de un salvaje amor a la vida y delinstinto de conservación de los bárbaros,Conan el cimmerio sabía, no obstante, queen ese momento había llegado al final desu camino. Todavía no había alcanzado ellímite de su resistencia, pero teníaconsciencia de que otro día en aqueldesierto interminable, bajo ese solterrible, acabaría con él.En cuanto a la muchacha, ya había sufridobastante. Sería mucho mejor un rápidosablazo que la espantosa agonía que leesperaba. Por el momento, la sed de lajoven estaba saciada. Era falsa compasióndejarla sufrir hasta que el delirio y lamuerte le brindaran el alivio deseado.Desenvainó lentamente el sable.De repente se detuvo, y todos los

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músculos de su cuerpo se pusieron entensión. A lo lejos, hacia el sur, algoresplandecía entre las terribles oleadas decalor.Al principio pensó que se trataba de unespejismo que se burlaba de él en aquelmaldito desierto. Haciéndose sombrasobre los ojos con una mano distinguiótorres y minaretes rodeados de blancasmurallas. Natala había dejado de llorar.Se puso de rodillas con dificultad y luegosiguió la mirada del cimmerio.-¿Es una ciudad, Conan? -musitó,demasiado amedrentada como para teneresperanzas-. ¿O sólo un espejismo?El bárbaro permaneció en silencio duranteunos segundos. Luego, cerró y abrió losojos varias veces. Después miró en otra

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dirección y volvió sus ojos hacia laciudad.Ésta continuaba en el mismo sitio.-Sólo el diablo lo sabe -dijo con ungruñido-. Bueno, de todos modos vale lapena probar.Envainó la espada. Se inclinó y levantó aNatala en brazos como si se tratara de unaniña. La muchacha se resistió débilmente.-No desperdicies tus fuerzas de estamanera, Conan -dijo-. Puedo caminar.-El terreno es mucho más rocoso aquí -explicó el cimmerio-. Tus sandaliaspronto quedarían destrozadas. Además, sihemos de llegar a la ciudad, debemoshacerlo rápidamente. Así puedo caminarmás deprisa.La posibilidad de seguir viviendo había

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inyectado nuevas fuerzas a los miembrosde acero del cimmerio. Comenzó acaminar sobre la abrasadora arena comosi acabara de comenzar la jornada. Conan,bárbaro entre los bárbaros, tenía unaresistencia física a toda prueba, que lepermitía sobrevivir en condiciones quehubieran acabado con cualquier hombrecivilizado.Él y la joven eran los únicossobrevivientes del ejército del príncipeAlmuric, aquella horda que, siguiendo alderrotado príncipe de Koth, barría lastierras de Shem como una terribletormenta de arena y anegaba en sangre lasfronteras de Estigia. Los estigios loseguían de cerca, y al atravesar el reinonegro de Kush se encontró con el camino

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bloqueado. Su única alternativa era entraren el peligroso desierto. Conan se dirigióentonces hacia el sur, hasta que de repentese encontró con el desierto. Los cuerposde sus hombres -mercenarios, proscritos ytodo tipo de delincuentes- yacíandestrozados a lo largo de las tierras altasde Koth, hasta las dunas del desierto.Después de aquella masacre final, cuandolos estigios y los kushitas atacaron a loshombres acorralados que aún quedaban enpie, Conan logró huir con la muchachamontado en un camello. Detrás de ellos, latierra estaba plagada de enemigos. Elúnico camino posible era el desierto alsur. Y así habían penetrado en aquellainmensa y abrasadora desolación.La joven era una brithunia que Conan

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había encontrado en el mercado deesclavos de una arrasada ciudad shemita,de la cual se apropió. No cabía duda deque su nueva situación era mejor que la decualquier mujer de un harén shemita, y enconsecuencia lo aceptó agradecida.Después, había compartido las aventurasde las hordas de Almuric.Avanzaron durante varios días por eldesierto, perseguidos por los jinetesestigios. Luego, al cesar la persecución,Conan y la muchacha no se atrevieron aretroceder. Continuaron avanzando ybuscando agua hasta que el camellomurió. Después siguieron a pie. Losúltimos días, sus sufrimientos habían sidoatroces. Conan protegió a Natala en todolo que pudo. La dura vida del campamento

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había desarrollado en la joven una fuerzasuperior a la que poseía una mujercorriente. Pero aun así, la muchacha noestaba muy lejos del agotamiento total.El sol golpeaba con fuerza sobre lacabeza de Conan. Sentía conatos de mareoy náuseas, pero apretó los dientes y siguiócaminando. Estaba convencido de que laciudad era una realidad y no unespejismo. Sin embargo, no tenía la menoridea de lo que encontrarían allí. Loshabitantes podían mostrarse hostiles. Peroal menos, allí había posibilidad de lucha,y eso era todo cuanto podía pedir Conan.El sol estaba a punto de ocultarse cuandollegaron frente a la enorme puerta y sesintieron protegidos a su sombra. Conandejó a Natala de pie sobre la arena y

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distendió los músculos de sus doloridosbrazos. Por encima de ellos veían lastorres de unos diez metros de altura,construidas con un material suave yverdoso casi como el cristal. Conan miróhacia los parapetos, temiendo lo peor,pero no vio a nadie. Gritó y golpeó conimpaciencia la puerta con la empuñadurade la espada, pero sólo le contestaronunos ecos burlones. Natala se acercó mása Conan, atemorizada por el silencio. Lapuerta se abrió sola y el cimmerioretrocedió, desenvainando la espada.Natala ahogó un grito.-¡Oh, Conan, mira!En el interior, cerca de la puerta, había uncuerpo humano tendido en el suelo. Conanlo contempló fijamente y luego miró en

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todas direcciones. Entonces vio una granextensión de terreno, como si fuera unpatio, rodeado por las arcadas de lascasas, que estaban construidas con elmismo material verdoso de las murallas.Estos edificios eran altos eimpresionantes y estaban coronados porbrillantes cúpulas y minaretes. Allí nohabía señales de vida. En el centro delpatio había un pozo. Su presencia excitó aConan, que tenía la boca pegada a causadel fino polvillo del desierto. Tomó aNatala por una muñeca y cerró la puerta.-¿Está muerto? -preguntó la joven en vozbaja, señalando al hombre que se hallabatendido junto a la puerta. El cuerpo delindividuo era grande y fuerte, de pielamarillenta y ojos ligeramente rasgados.

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Difería del tipo hiborio. Llevabasandalias con correas atadas a laspantorrillas y vestía una túnica de sedaroja. De su cinto colgaba una espada conuna vaina de tela bordada en oro. Conanlo tocó y notó que estaba frío. El cuerpono mostraba el menor indicio de vida.-No tiene ni una sola herida -gruñó elcimmerio-. Pero está tan muerto comoAlmuric, atravesado por cuarenta flechasestigias. ¡En nombre de Crom! Veamos elpozo. Si hay agua en él, beberemos, conmuertos o sin muertos.En el pozo había agua, pero no podíanbeber. El nivel de agua se hallaba a unosquince metros de profundidad y no teníancon qué extraerla. Conan gruñó unamaldición al ver el líquido que estaba

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fuera de su alcance, y comenzó a buscaralgún medio de obtenerlo. Entonces oyó elgrito de Natala y se volvió.En ese momento, el hombre queaparentemente estaba muerto se abalanzósobre él. Sus ojos brillaban con auténticavida y su corta espada centelleaba en sumano. Conan profirió otra maldición, perono perdió tiempo en hacer conjeturas. Seenfrentó al peligroso atacante con unformidable golpe de su sable, que leatravesó la carne y los huesos. El cuerpose tambaleó y después cayó al suelopesadamente.Conan lo contempló murmurando para sí.Luego dijo:-Este individuo no está más muerto ahoraque hace unos minutos. ¿En qué casa de

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locos nos hemos metido?Natala, que se había tapado los ojos conlas manos, pero que miraba por entre losdedos, exclamó:-¡Oh, Conan! ¿No nos matará la gente dela ciudad a causa de esto?-Bueno -gruñó Conan-, este individuo noshabría matado si no le arranco la cabeza.El cimmerio miró hacia las arcadas queabrían sus bocas oscuras desde las verdesmurallas que había encima de ellos. Novio ningún movimiento ni oyó ningúnruido.-No creo que nadie nos haya visto -musitó-. Ocultaré esto... Levantó elcadáver por el cinturón con una mano, conla otra cogió la cabeza por los pelos yllevó ambas partes del cuerpo hasta el

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pozo.-Puesto que no podemos beber de estaagua -masculló vengativamente elcimmerio-, impediré que nadie masdisfrute de ella. ¡Maldito pozo!Levantó el cuerpo hasta el brocal y lodejó caer dentro del pozo, arrojandoluego la cabeza. Desde el fondo llegó elruido del cadáver al caer en el agua. -Hay sangre en las piedras -murmuróNatala. -Y habrá más, a menos que encuentreagua pronto -repuso el cimmerio, cuyapaciencia estaba llegando al límite. La muchacha casi se había olvidado de lased y del hambre a causa del temor, peroConan no. -Entraremos por una de esas puertas -

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dijo-. Seguramente encontraremos aalguien. -¡Oh, Conan! -exclamó la jovenapretándose con fuerza contra él-. ¡Tengomiedo! ¡Ésta es una ciudad de fantasmas yde muertos! ¡Regresemos al desierto!¡Será mejor morir allí que pasar por todosestos horrores! -Iremos al desierto cuando nos echende aquí -respondió el cimmerio con ungruñido-. En algún lugar de esta ciudadhay agua, y la encontraré aunque tenga quematar a todos los hombres que vivan enella. -Pero... ¿y si resucitan? -¡Entonces los volveré a matar hastaque no resuciten más!Miró a su alrededor y agregó súbitamente:-¡Vamos! Esa puerta que hay allí es tan

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propicia como cualquier otra. Caminadetrás de mí, pero no corras a menos queyo te lo diga. La joven asintió con la cabeza y lo siguiótan de cerca que tropezó con los talonesdel bárbaro, el cual se puso furioso.Acababa Me caer el crepúsculo, quecolmó la extraña ciudad de numerosassombras de color púrpura. Atravesaron elumbral de la puerta y se encontraron enuna amplia habitación, cuyas paredesestaban cubiertas de tapices bordados conextraños dibujos. El suelo, las paredes yel cielorraso estaban construidos conpiedra de color verde brillante y losmuros estaban decorados con frisosdorados. El suelo estaba cubierto decojines de terciopelo y seda. Había varias

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puertas que conducían a otras estancias.Conan y la muchacha pasaron por otrashabitaciones casi iguales a la primera. Novieron a nadie, pero el cimmerio gruñó,sospechando algo. -Alguien ha estado aquí hace muy pocotiempo. Este diván todavía está tibio porel contacto con un cuerpo humano. Esecojín de seda tiene huellas de caderas yhay un ligero perfume en el aire.La atmósfera del lugar era fantástica yextraña..., parecía irreal. Entrar en aquelpalacio silencioso era como sumirse en unsueño provocado por el opio. Conan y lajoven evitaron algunas habitaciones noiluminadas. Otras estaban alumbradas poruna tenue luz que parecía proceder de lasjoyas incrustadas en las paredes, que

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formaban extraños diseños. De repente,cuando entraban en una de aquellashabitaciones, Natala soltó un grito yaferró a su acompañante por un brazo.Conan maldijo en voz alta y se dio mediavuelta, buscando a un enemigo. Seasombró de no ver a nadie allí.-¿Qué sucede? -preguntó-. Si vuelves acogerme así por el brazo, te arrancaré elpellejo. ¿Por qué gritaste?-Mira eso.Conan gruñó. Sobre una mesa de ébanopulido había unos recipientes dorados queaparentemente contenían comida y bebida.La habitación estaba desierta.-Bueno, fuera quien fuese la persona queiba a gozar de todo esto, ya puede buscarotro lugar para disfrutar esta noche.

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-¿Podemos comer eso, Conan? -aventuróla joven nerviosamente-. Podría llegaralguien y...-¡Lir an mannanam mac lir! -bramóConan, cogiendo a la joven por la nuca yobligándola a tomar asiento en una silladorada situada en un extremo de la mesa-.¡Estamos muertos de hambre y te atreves ahacer objeciones! ¡Come!El cimmerio se sentó en el otro extremode la mesa y tomó una jarra de jade verde,que vació de un trago. Contenía un líquidoparecido al vino, de sabor extraño, peroagradable, desconocido para él, aunquepara su reseco gaznate era como néctar.Una vez saciada su sed, atacó con fruiciónla comida que tenía delante. El sabor deésta también le resultó extraño. Había

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frutas exóticas y carnes desconocidas. Losplatos eran de una artesanía exquisita, ylos cuchillos y tenedores eran de oro.Conan ignoró los cubiertos, comió con lasmanos y trinchó la carne con los dientes.Los modales del cimmerio eran bastanterudos. Su civilizada acompañante comíacon más elegancia, pero con la mismafruición. Conan pensó que la comidapodía estar envenenada, pero esa idea nodisminuyó su apetito. Prefería perecerenvenenado que morirse de hambre.Una vez satisfecho su apetito, Conan seechó hacia atrás en su silla exhalando unprofundo suspiro de alivio. A juzgar poraquella comida fresca, era evidente quehabía seres humanos en la silenciosaciudad, y quizá un enemigo agazapado en

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cada rincón. Pero Conan no sentía lamenor aprensión ante tal idea, ya que teníauna enorme confianza en su habilidad paraluchar. Comenzó a sentirse somnoliento ypensó en echarse a descansar un ratosobre un diván.Natala ya no tenía hambre ni sed, pero nosentía deseos de dormir. Sus maravillososojos miraban tímidamente en dirección alas puertas, fronteras de lo desconocido.El silencio y el misterio del extraño lugarla abrumaban. La habitación parecía másgrande y la mesa mucho más larga que alprincipio, y tuvo la sensación de queestaba demasiado lejos de su protector.Se levantó rápidamente, se acercó a él yse sentó en sus rodillas. Luego volvió amirar con inquietud hacia las puertas en

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forma de arco. Algunas de ellas estabaniluminadas y otras no, pero sus ojos seclavaron más intensamente en las queestaban a oscuras.-Hemos comido, bebido y descansado -dijo la muchacha-. Vayámonos de aquí,Conan. Tengo la sensación de que esto esel infierno.-Bueno, pero hasta ahora nadie nos hahecho daño -repuso el cimmerio.En ese preciso momento un siniestrocrujido hizo que se diera media vuelta.Apartó a la joven de sus rodillas y sepuso en pie con la rapidez de una pantera,desenvainando el sable y mirando hacia lapuerta, de donde había provenido elruido. Éste no se repitió. Conan avanzósigilosamente, y Natala lo siguió

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atemorizada. Sabía que el cimmerio olíael peligro. Con la cabeza hundida entresus gigantescos hombros, Conan caminóagachado, como un tigre al acecho. Nohacía más ruido que el que hubiera hechoun felino avanzando hacia su presa.Se detuvo en el umbral de la puerta.Natala iba detrás de él, mirando en todasdirecciones. La habitación no estabailuminada, pero la oscuridad no eraabsoluta debido a la luz que había a susespaldas y que incluso alumbraba, aunquetenuemente, otra estancia más. Y en estahabitación había un hombre tendido sobreuna tarima. La tenue luz les permitió verque se trataba de un individuo muyparecido al que habían visto en la puertaexterior, con la diferencia de que sus

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ropas eran más lujosas y estabanadornadas con joyas que brillaban con unextraño fulgor. ¿Estaría muerto osimplemente dormido? Una vez más seoyó el mismo ruido siniestro de antes,como si una mano hubiera corrido algunacortina. Conan retrocedió y pasó un brazopor encima de los hombros de Natala.Luego le tapó la boca con la mano, atiempo de impedir que la joven lanzara ungrito.Desde donde se encontraban no veían latarima, pero pudieron percibir una extrañasombra proyectada sobre la pared quehabía detrás. Luego vieron otra sombrarecortada contra la pared. A Conan se leerizó el cabello. Aquella sombrafantástica era absolutamente deforme. No

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recordaba haber visto jamás semejantereflejo de ningún hombre o animal. Estabaconsumido por la curiosidad y, sinembargo, el instinto le hizo permanecerinmóvil. Oyó el rápido jadeo de Natala,que miraba la escena con los ojosdesorbitados. Ningún otro sonidointerrumpía el tenso silencio. La enormesombra cubrió la que proyectaba la tarimasobre la pared. Por un instante casi todoel muro quedó sumido en la oscuridad.Luego, la sombra se fue esfumandolentamente y una vez más la tarima seproyectó nítidamente contra el panel. Peroel hombre dormido ya no estaba allí.Un histérico gorgoteo surgió de lagarganta de Natala. Conan la sacudióenérgicamente. Sin embargo, el cimmerio

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sintió que la sangre se le helaba en lasvenas. No temía a los enemigos humanos,ni tenía miedo a nada que pudieraentender, por espantoso que fuera. Peroaquello rebasaba todos los límites.Al cabo de un rato, no obstante, lacuriosidad prevaleció sobre su inquietudy volvió a entrar en la habitacióniluminada, dispuesto a cualquier cosa.Miró en dirección a la otra habitación yvio que estaba vacía. La tarima estaba enel mismo sitio, pero allí no había ningúnser humano. Sólo una gota de sangre, queparecía una gema de color carmesí, sobrela cubierta de seda. Natala la vio y soltóun grito. Esta vez, Conan no la castigó. Elcimmerio sintió la mano helada delhorror. Sobre aquella tarima, hacía unos

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momentos, había un hombre. Alguienhabía entrado en la habitación y se lohabía llevado.Conan no entendía lo que ocurría, pero unaura de horror sobrenatural se cerníasobre aquellas habitaciones maliluminadas.Estaba dispuesto a irse. Tomó a Natala dela mano y se dio media vuelta. De repentedudó. Desde algún lugar de lashabitaciones que habían atravesado llegóun ruido de pasos. Un pie humanodescalzo o con algún calzado ligero habíaproducido aquel sonido, y Conan, con lacautela de un lobo, se volvió rápidamentea un lado. Pensaba que podría volverfácilmente al patio exterior e inclusoevitar la habitación de la que había

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partido aquel sonido extraño.Pero no habían cruzado la primerahabitación, cuando de repente les llamó laatención el murmullo de un tapiz de seda.Delante de una alcoba cuya entrada estabacubierta por una cortina, había un hombrede pie, mirándolos fijamente.Era exactamente igual a los otros quehabía visto antes. Era alto y corpulento,vestía ropas de color azul y llevaba uncinto adornado con piedras preciosas. Ensus ojos ambarinos no se reflejabasorpresa ni hostilidad. Se tratabasimplemente de la mirada onírica de uncomedor de loto. Tampoco desenvainó laespada que le colgaba del cinto. Despuésde un momento de tensión, habló con tonosoñador, lejano, en una lengua que Conan

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no entendía.Conan dijo algo en estigio, y eldesconocido le repuso en la mismalengua.-¿Quién eres?-Soy Conan de Cimmeria -contestó elbárbaro-. Ésta es Natala, de Brithunia.¿Qué ciudad es ésta?El hombre no respondió. Su miradasensual y soñadora se fijó en Natala, ydijo:-¡Ésta es la visión más extraña que hetenido jamás! ¡Oh, muchacha de doradoscabellos! ¿De qué tierra de ensueñovienes? ¿De Andana, Tothra o Koth?-¿Qué locura es ésta? -preguntó Conan.El desconocido no le prestó la menoratención.

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-He soñado con bellezas másextraordinarias -musitó-, con hermosasmujeres de cabellos negros como la nochey ojos llenos de misterio. Pero tu piel esblanca como la leche y tus ojos claroscomo el alba. Tienes la frescura y ladulzura de la miel. ¡Ven a mi diván,muchacha de ensueño!El hombre avanzó hacia la joven con unamano extendida, pero Conan la apartó conuna fuerza que hubiese fracturado el brazode cualquiera. El desconocido retrocediócon los ojos entornados, frotándose lamano dolorida.-¿Qué rebelión de fantasmas es ésta? -musitó-. ¡Bárbaro, te ordeno que tevayas...! ¡Desvanécete! ¡Esfúmate! ¡Vetede aquí!

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-¡Te haré desaparecer la cabeza! -exclamó Conan, furioso, empuñando susable- ¿Es ésta la bienvenida que das alos forasteros? ¡Por Crom! ¡Empaparétodos estos tapices de sangre!La ensoñación había desaparecido de losojos del desconocido, dando paso a unamirada de asombro.-¡Thog! -exclamó en voz alta-. ¡Eres real!¿ De dónde vienes? ¿Quién eres? ¿Quéhaces en Xuthal?-Venimos del desierto -respondió Conancon un gruñido-. Entramos en la ciudad alatardecer, muertos de hambre.Encontramos una mesa servida paraalguien y comimos. No tengo dinero parapagar la comida. En mi país no le nieganalimentos a un hombre hambriento, pero

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vosotros, los civilizados, siempre deseáiscobrarlo todo, si eres como todos los quehe conocido hasta ahora. No hemos hechodaño a nadie y ya nos íbamos de aquí.¡Por Crom! ¡No me gusta nada este lugardonde los muertos resucitan y losdormidos se esfuman en las sombras!El hombre se sobresaltó ante las últimaspalabras de Conan y su rostro amarillentose puso lívido.-¿Qué dices? ¿Sombras?-Bueno -repuso el cimmeriocautelosamente-, sombras... o lo que seaeso que se lleva a un hombre dormido desu tarima y sólo deja en su lugar una gotade sangre.-¿Lo has visto?El hombre temblaba como una hoja. El

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tono de su voz se volvió más agudo.Entonces, Conan dijo:-No vi más que a un hombre dormidosobre una tarima, y después una sombraque se lo llevó misteriosamente.El efecto de estas últimas palabras fueterrorífico. El hombre se volvió con unalarido espantoso y salió corriendo de lahabitación. Conan lo miró sorprendido,con el ceño fruncido. La joven se aferrótemblando a su brazo. No veían al hombreque huía, pero seguían oyendo susterribles alaridos a lo lejos, cuyo ecorepetían las habitaciones abovedadas. Derepente se oyó un grito más fuerte que losdemás, y a continuación reinó el silencio.-¡Por Crom! -exclamó Conan, enjugándoseel sudor que le perlaba la frente con una

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mano que le temblaba ligeramente-. ¡Éstaes una ciudad de locos! ¡Vámonos deaquí, antes que nos encontremos con otrodemente!-¡Es una pesadilla! -gimió Natala-.¡Estamos muertos y condenados! Hemosmuerto en el desierto y estamos en elinfierno. Somos espíritus incorpóreos...¡Oh!La joven se quejó por la fuerte palmadaque Conan acababa de darle.-No serás ningún espíritu, si chillas así -dijo sonriendo el cimmerio, que a menudodaba muestras de humor en los momentosmás inoportunos. Luego agregó:-Estamos vivos, aunque no por muchotiempo si nos quedamos en esta casa delocos. ¡Vamos!

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Atravesaron una habitación y sedetuvieron. Algo o alguien se acercaba.Se volvieron hacia el umbral de dondeprovenían los ruidos, en espera de lodesconocido. Entonces apareció unasilueta en la puerta. Conan maldijo entredientes, al tiempo que su fino olfatopercibía el mismo perfume que habíaolido antes. Natala abrió la bocaasombrada.Allí había una mujer que los mirabasorprendida. Era alta, esbelta, tenía elcuerpo de una diosa y vestía una túnicabordada con piedras preciosas. Unacascada de cabellos negros como la nochehacía destacar la blancura de su cuerpomarfileño. Los ojos oscuros, de largaspestañas, tenían un extraordinario misterio

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sensual. Conan contuvo la respiraciónante semejante belleza, y Natala la mirócon los ojos desorbitados. El cimmeriojamás había visto una mujer como ésa.Sus rasgos eran estigios, pero su tez no.Sus brazos y piernas parecían dealabastro.Pero cuando habló, con un tono profundo,rico y musical, lo hizo en estigio:-¿Quién eres? ¿Qué haces en Xuthal?¿Quién es esta joven?-¿Y tú quién eres? -preguntó a su vezConan, a quien no le gustaba que lehicieran preguntas.-Soy Thalis, la estigia -repuso ella-.Debes estar loco para atreverte a veniraquí.-Creo que lo estoy -dijo el cimmerio con

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un gruñido-. ¡Por Crom, si estuvieracuerdo estaría fuera de lugar porque aquíestán todos locos! Llegamos del desiertohambrientos y sedientos, y nosencontramos con un hombre muerto queluego intentó apuñalarme por la espalda.Entramos en un palacio rico y lujoso,aparentemente deshabitado. Encontramosuna mesa bien servida, pero sincomensales. Después vimos una sombraque devoró a un hombre dormido...Conan notó que el rostro de la mujercambiaba de color al oír sus últimaspalabras. Luego agregó:-¿Y bien...?-Bien, ¿qué? -preguntó la mujer,dominándose perfectamente.-Pues que esperaba que salieras corriendo

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y aullando como una salvaje. Eso hizo elhombre al que le conté lo de la sombra.La mujer se encogió de hombros.-Entonces, ésos fueron los gritos queescuché. Cada hombre tiene su destinomarcado y es inútil chillar como una rata.Cuando Thog me desee, vendrá abuscarme.-¿Quién es Thog? -preguntó Conan conrecelo. La mujer lo miró, estudiándolo dearriba abajo en forma tal que hizoruborizar a Natala.-Toma asiento en ese diván y te lo diré.Pero primero decidme vuestros nombres.-Yo soy Conan el cimmerio y ésta esNatala, de Brithunia. Somos refugiados deun ejército derrotado en las fronteras deKush. Y no deseo sentarme de espaldas a

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las sombras.La mujer tomó asiento en el diván con unarisa musical, y extendió sus grácilesmientras con un felino abandono.-Tranquilo -murmuró-. Si Thog te desea,te llevará consigo, estés donde estés. Elhombre que mencionaste, el que saliócorriendo y gritando... ¿No le oíste soltarun tremendo alarido y luego callarrepentinamente? En su frenesí debió deencontrar su propia muerte, una muerte dela que deseaba huir. Ningún hombre puedeescapar a su destino.Conan gruñó y tomó asiento en el bordedel diván, con el sable cruzado sobre lasrodillas y mirando a su alrededor condesconfianza. Natala se sentó a su lado yse acurrucó en sus brazos. Miraba a la

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extraña mujer con recelo y resentimiento.Se sentía pequeña e insignificante anteaquella extraordinaria belleza. No seequivocó al valorar las ávidas miradasque los enormes ojos negros de ellalanzaban al gigantesco cimmerio.-¿Qué es este lugar y quiénes son estasgentes? -preguntó Conan.-Esta ciudad se llama Xuthal. Es muyantigua. Se construyó en un oasis quehallaron los fundadores de Xuthal en suconstante vagar por estas tierras. Llegarondel este hace tanto tiempo que ni siquierasus descendientes recuerdan cuándo fue.-Seguramente no habrá muchos. Estospalacios parecen vacíos.-No. Hay mucha más gente de lo quesupones. La ciudad es en realidad un

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enorme palacio. Todos los edificios estándentro de una muralla y se comunicanunos con otros. Podrías caminar a travésde estas habitaciones durante horas sinver a nadie. Pero hay momentos en los quepodrías encontrar a cientos de personas.-¿Cómo se entiende esto? -inquirió Conan.-Esta gente duerme durante la mayor partedel tiempo. El sueño es para ellos tanimportante y tan real como su vida devigilia. ¿Has oído hablar alguna vez delloto negro? Crece en algunos lugares de laciudad. Lo han cultivado durante muchosaños y lograron que su jugo, en lugar deproducir la muerte, proporcione sueñosagradables y fantásticos. La gente se pasala mayor parte del tiempo soñando. Susvidas son vagas, impredecibles y carecen

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de objeto. Sueñan, despiertan, beben,aman, comen y vuelven a soñar. Rara vezterminan lo que comienzan porqueinmediatamente vuelven a sumirse en elsueño del loto negro. La comida queencontrasteis... seguramente era de algúnhombre que la preparó cuando estabadespierto porque tenía hambre. Luego laolvidó y se volvió a dormir.-¿Dónde consiguen su comida? -preguntóConan-. No he visto campos ni viñedosfuera de la ciudad. ¿Acaso hay huertos yestablos dentro de estos muros?La mujer negó con un movimiento de lacabeza.-Se manufacturan sus propios alimentoscon materias primas. Cuando no estándrogados, son todos grandes científicos.

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Sus antepasados fueron verdaderosgenios, y aunque la raza cayó esclava desus propias pasiones, todavía prevalecenalgunos de sus extraordinariosconocimientos. ¿No te has preguntado aúncómo se consiguen estas luces? Pues sonjoyas fundidas con radio. Se frotan con elpulgar para hacerlas brillar y se vuelven afrotar, pero en sentido contrario, paraapagarlas. Éste es sólo un ejemplo de susabiduría. Sin embargo, han olvidadomuchas cosas. Tienen muy poco interés enpermanecer despiertos.-Entonces el hombre muerto que estaba enla puerta...-Seguramente, dormía profundamente. Lossoñadores del loto están como muertos.Carecen de todo movimiento. Es

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imposible detectar en ellos la menor señalde vida. El espíritu ha abandonado elcuerpo y vaga a placer por otros mundosexóticos. El hombre de la entrada era unbuen ejemplo de la irresponsabilidad deesta gente. Estaba de guardia en la puerta,ya que la costumbre exige la presencia deun centinela aun cuando jamás hayavenido ningún enemigo del desierto. Enotros lugares de la ciudad encontrarasotros guardianes durmiendo tanprofundamente como el que has visto en laentrada.Conan guardó silencio un rato. Luegopreguntó:-¿Dónde están todos ahora?-Dispersos en diferentes lugares de laciudad. Tendidos en divanes, sobre

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lechos, en alcobas con cojines, sobretarimas tapizadas con pieles, pero todosellos están sumidos en el profundo sueñodel loto negro.Conan sintió un escalofrío. En esemomento recordó algo más.-¿Y esa cosa... esa sombra que atravesólas habitaciones y se llevó al hombre dela tarima?Un ligero temblor agitó los grácilesmiembros de la mujer antes de responder:-Se trata de Thog, el Anciano, el dios deXuthal, que habita en la cúpula hundidadel centro de la ciudad. Siempre havivido en Xuthal. Nadie sabe si llegó conlos antiguos fundadores o si ya estabaaquí cuando se construyó la ciudad. Perola gente de Xuthal lo adora. Casi siempre

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duerme bajo la ciudad, pero a veces, aintervalos, siente hambre, y entonces vagapor los corredores secretos y por lashabitaciones mal iluminadas buscando unapresa. Por lo tanto, nadie está seguro. Natala gimió de horror y rodeó elcuello de Conan con los brazos, como sitratara de impedir que la apartaran de suprotector.-¡Por Crom! -exclamó el cimmerioasombrado-. ¿Quieres decir que toda estagente duerme tranquilamente pese a laamenaza que constituye ese demonio?-Sólo en algunas ocasiones siente hambre-repuso la mujer-. Un dios debe recibirsacrificios. En Estigia, cuando yo eraniña, el pueblo vivía bajo la sombra de unsacerdote. Nadie sabía cuándo sería

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arrastrado hacia el altar. Entonces, ¿quédiferencia hay entre ser víctima de losdioses por intermedio de un sacerdote oque el mismo dios acuda en busca de supresa?-En mi pueblo no existe esa costumbre -dijo Conan-, y tampoco en el de Natala.Los hiborios no sacrifican seres humanosa su dios Mitra, y en cuanto a mi pueblo,¡por Crom!, me gustaría ver a unsacerdote arrastrando a un cimmerio alaltar. Se derramaría mucha sangre, perono según los deseos del sacerdote.-Tú eres un bárbaro -dijo Thalis riendo-.Thog es muy viejo y muy terrible.-Estos individuos deben de ser tontos ohéroes -murmuró Conan- para echarse asoñar sus imbéciles sueños sabiendo que

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pueden despertar en el vientre de esedios.La mujer volvió a reír.-No conocen otra cosa. Desde hacemuchas generaciones, Thog se haalimentado de ellos. Ésta es una de lasrazones por las que su número se hareducido de varios miles a unos pocoscientos. Se extinguirán dentro de unaspocas generaciones y Thog tendrá que irpor el mundo en busca de nuevas presas oregresar a las tinieblas de las que vinohace siglos.»Se dan cuenta de que están condenados -agregó-, pero su fatalismo les impideoponer resistencia o huir. Ni una solapersona de esta generación ha salido deestas murallas. Hay un oasis a un día de

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marcha hacia el sur... Lo he visto en losantiguos mapas que sus antepasadosdibujaron sobre pergaminos..., pero desdehace tres generaciones, ningún hombre deXuthal lo ha visitado ni tampoco se hanhecho esfuerzos por explorar los fértilescampos que muestran los mapas a otra díade camino desde el oasis. Se trata de unaraza en vías de extinción, ahogada porsueños provocados por el loto, mientrasque sus horas de vigilia son estimuladaspor el vino dorado que cura heridas,prolonga la existencia y da fuerzas a loslibertinos.»Sin embargo -prosiguió-, todos ellosprocuran aferrarse a la vida y temen aldios al que adoran. Si ahora mismoestuvieran despiertos y se enterasen de

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que Thog anda por aquí, saldríancorriendo desesperados.-¡Oh, Conan! -exclamó Natala-.¡Vayámonos de aquí en seguida!-Todo a su tiempo, muchacha -musitóConan, clavando los ojos en las esbeltaspiernas de la mujer-. ¿Y qué hace unaestigia aquí?-Vine cuando era muy joven -repusoThalis con calma mientras se tendía sobreel diván de terciopelo y cruzaba lasmanos debajo de la nuca-. Soy la hija deun rey y no una mujer corriente, comohabrás podido observar por el color de mipiel, que es tan blanca como la de esajoven que está contigo. Fui raptada por unpríncipe rebelde que fue hacia el sur conun ejército de arqueros para conquistar

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nuevas tierras. Él y sus guerrerosperecieron en el desierto, pero antes demorir uno de ellos me colocó sobre uncamello y caminó a mi lado hasta que nopudo más y cayó muerto. El animal vagóde un lado a otro y finalmente perdí elconocimiento a causa de la sed y elhambre, hasta que desperté algún tiempodespués en esta ciudad. Me dijeron -agregó la joven- que me habían visto alamanecer desde las murallas, sin sentido,junto al camello muerto. Me ayudaron arecuperar fuerzas con el vino dorado.Sólo el hecho de tratarse de una mujer losimpulsó a aventurarse tan lejos de lasmurallas. Por supuesto que se interesabanpor las mujeres, especialmente loshombres. Puesto que yo no sabía hablar su

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idioma, aprendieron el mío. Tienen unaenorme capacidad intelectual yentendieron mi lengua mucho antes que yola suya. Pero se sentían mucho másatraídos por mí que por mi idioma. Hesido y soy la única cosa por la que algunode estos hombres olvida sus sueños deloto durante algún espacio de tiempo.La mujer se echó a reír, fijando su miradaprovocativa en Conan.-Naturalmente, las demás mujeres tienencelos de mí -continuó diciendo contranquilidad-. A su manera, y con su pielamarillenta, son bastante atractivas, perotan soñadoras e inseguras como loshombres, y a éstos les gusto no por mibelleza sino por mi realidad. ¡Yo no soyun sueño! Aunque algunas veces he estado

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bajo los efectos del loto, soy una mujernormal, con emociones y deseosterrenales.«Creo que sería mejor que le cortaras elcuello a esta joven con tu espada, antesque los hombres de Xuthal despierten y larapten. De lo contrario, la harán pasar porcosas con las que jamás ha soñado. Es unamuchacha demasiado débil para soportartodo lo que yo he aguantado. Soy hija deLuxur, y antes de cumplir quince años mecondujeron a los templos de Derketo, laoscura diosa, para ser iniciada en losmisterios. ¡Y no es que mis primeros añosaquí hayan estado exentos de nuevosplaceres! Los hombres y las mujeres deXuthal poseen, en ese terreno,conocimientos que ignoran las

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sacerdotisas de Derketo. Sólo viven parasus placeres sensuales. Soñando odespiertos, sus vidas están llenas deéxtasis exóticos, muy superiores a los delresto de los hombres.-¡Malditos degenerados! -exclamó Conan.-Es cuestión de opiniones -repuso Thaliscon ironía.-Bueno -murmuró el cimmerio-, creo queestamos perdiendo el tiempo. Veo queéste no es un lugar adecuado para simplesmortales. Nos iremos antes que tusdegenerados despierten o Thog nosdevore. Sospecho que el desierto es unlugar mucho más acogedor.Natala, cuya sangre hervía en las venasante las últimas palabras de Thalis,asintió con un movimiento de la cabeza.

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Hablaba mal el estigio, pero lo entendía ala perfección. Conan se puso en pie yayudó a la joven a hacer lo mismo.-Si nos enseñas el camino más corto parasalir de esta ciudad -dijo-, nos iremosahora mismo.Sin embargo, sus ojos no se apartaban delos esbeltos miembros marfileños de laestigia.La mujer lo notó y sonrió enigmáticamenteal ponerse en pie como una gata perezosa.-Sígueme -murmuró, segura de que lamirada del gigantesco cimmerio seguíaclavada en su cuerpo.No tomó el camino por el que habíanllegado, pero antes de que Conansospechara algo, la mujer se detuvo enuna amplia habitación en cuyo centro

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había una pequeña fuente, sobre un suelode marfil.-¿No quieres lavarte la cara, niña? -lepreguntó a Natala-. Está llena de polvo, aligual que tus cabellos.Natala enrojeció de odio y resentimientoante la malicia de las palabras de laestigia, pero aun así aceptó la sugerenciapreguntándose si el sol y el polvo deldesierto le habrían estropeado la piel, quetodas las mujeres de su raza cuidabanespecialmente. Se arrodilló junto a lafuente, echó hacia atrás sus cabellos, sebajó la túnica hasta la cintura y comenzó alavar no sólo su rostro sino también susblancos brazos y hombros.-¡Por Crom! -exclamó Conan-. Lasmujeres se detienen a pensar en su belleza

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aunque el mismísimo diablo les estépisando los talones. Date prisa, muchacha.Estarás otra vez llena de polvo antes deque salgamos de esta ciudad. Thalis, teagradecería mucho que nosproporcionaras un poco de comida ybebida.Como respuesta, Thalis se apretujó contrasu cuerpo y pasó su blanco brazo por losbronceados hombros. Conan percibióinmediatamente el perfume de loscabellos de la mujer.-¿Por qué partir hacia el desierto? -murmuró Thalis en voz baja-. ¡Quédateaquí! Te enseñaré cómo se vive en Xuthal.Te protegeré. ¡Te amaré! Eres un hombrede verdad. Estoy harta de esos idiotas quesueñan y despiertan, y luego vuelven a

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dormirse una vez más. Deseo la pasiónlimpia y recia de un hombre de la tierra.El fuego de tus ojos me hace latiraceleradamente el corazón y el contactode tu brazo de hierro me enloquece.¡Quédate aquí! ¡Te haré rey de Xuthal! ¡Teenseñaré todos los antiguos misterios ylos más exóticos caminos del placer! Yo...La mujer le había rodeado el cuello conambos brazos y se había puesto depuntillas para apretujar su cuerpo vibrantecontra el de Conan. Al mirar por encimadel hombro de la mujer, el cimmerio vio aNatala y notó que la muchacha, al echaratrás sus mojados cabellos, se detenía amirarlo, y abrió la boca y los ojos con ungesto de profundo asombro. Conanmurmuró algo ininteligible y se deshizo de

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Thalis, apartándola con una mano. Lajoven miró a la muchacha brithunia ysonrió enigmáticamente, mientras parecíaestar asintiendo de manera misteriosa conun movimiento de su espléndida cabeza.Natala se incorporó y se ajustó la túnica.Sus ojos brillaban de indignación y en surostro se reflejaba una mueca de dolor.Conan maldijo entre dientes. No era másmonógamo que cualquier aventurero, peroen él había una decencia innata queconstituía la mejor protección paraNatala.Thalis no insistió más. Les hizo una señacon la mano para que la siguieran, luegose volvió y atravesó la habitación. Sedetuvo cerca de la pared cubierta detapices. Mientras la miraba, Conan se

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preguntó si no estaría oyendo los sonidosproducidos por el monstruo que sepaseaba furtivamente por el palacio. Elcimmerio sintió un escalofrío ante esaposibilidad.-¿Qué estás escuchando? -quiso saberConan.-Estoy mirando esa puerta -respondióThalis, señalando con una mano hacia otrolado.Conan se dio media vuelta con la espadaen la mano, pero no vio nada. Deinmediato oyó un ruido a sus espaldas ygiró sobre sus talones. Thalis y Natalahabían desaparecido. En ese precisomomento, el tapiz caía de nuevo sobre lapared como si alguien lo hubieralevantado un segundo antes. Mientras el

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cimmerio contemplaba la pared,asombrado, desde el otro lado del murose oyó el grito ahogado de la muchachabrithunia.Cuando Conan se volvió para mirar haciala puerta que le señalaba Thalis, Natala sehallaba exactamente detrás de él y a unlado de la estigia. En el mismo momentoen que el cimmerio les volvió la espalda,Thalis cubrió con una mano la boca deNatala con la rapidez de una pantera,ahogando el grito de la muchacha.Simultáneamente, el otro brazo de laestigia rodeó la estrecha cintura de lajoven y la empujó contra la pared, quecedió cuando un hombro de Thalispresionó sobre ella. Una sección del murogiró hacia adentro, y Thalis se deslizó con

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la prisionera a través de una abertura deltapiz, en el momento en que Conan sevolvía.Al cerrarse la puerta secreta, reinó la masabsoluta oscuridad. Thalis se detuvo porun instante para palpar el panel y correrun cerrojo, y cuando apartó la mano de laboca de Natala, la brithunia comenzó agritar con todas sus fuerzas. La carcajadade Thalis fue como miel envenenada en laoscuridad.-Grita todo lo que quieras, pequeñaestúpida. Lo único que conseguirás seráacortar tu vida.Natala guardó silencio. Todo su cuerpotemblaba.-¿Por qué has hecho esto? -preguntó-.¿Qué te propones?

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-Recorreremos una corta distancia através de este corredor y te dejaré allípara alguien que vendrá a buscarte tarde otemprano.-¡Ooooh! -sollozó Natala aterrada-. ¿Porqué quieres hacerme daño? ¡Yo no te hehecho nada!-Quiero a tu guerrero. Y tú te interponesen mi camino. Él me desea; lo leí en susojos. De no ser por ti, hubiera aceptadoquedarse y ser mi rey. Cuando túdesaparezcas, él me seguirá.-Te cortará el cuello -aseguró Natala conconvicción, ya que conocía a Conan mejorque Thalis.-Lo veremos -agregó la estigia con laconfianza que le proporcionaba su podersobre los hombres-. De todos modos, tú

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nunca sabrás si me está cortando el cuelloo me está besando, porque serás la esposadel habitante de las tinieblas. ¡Ven!Natala, aterrada, luchó como una salvaje,pero de nada le valió. Con una fuerza queella jamás hubiera imaginado en unamujer, Thalis la transportó por el oscuropasillo como si se tratara de una niña.Natala no volvió a gritar, porquerecordaba las siniestras palabras de laestigia. Los únicos sonidos que se oíaneran su desesperado jadeo y la suave risalasciva de Thalis. Entonces la mano de labrithunia aferró algo en la oscuridad... Erala empuñadura de una daga que sobresalíadel cinturón de Thalis, lleno de piedraspreciosas incrustadas. Natala desenvainóel arma y atacó ciegamente, con todas las

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fuerzas de que era capaz en esosmomentos.De la garganta de Thalis surgió un grito dedolor y furia. Retrocedió unos pasos yNatala se liberó de sus brazos y cayósobre el pulido suelo de piedra. Se pusoen pie, corrió hacia la pared más cercanay se quedó allí, temblando. No veía aThalis, pero la oía.Evidentemente la estigia no estaba muerta.Maldecía sin cesar, y su furia era tanterrible que Natala sintió que se le helabala sangre en las venas.-¿Dónde estás, pequeño diablo? -preguntóThalis jadeando-. Deja que ponga mismanos sobre ti de nuevo y te...La brithunia se estremeció de espanto antela descripción del daño que pensaba

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hacerle su rival. El lenguaje de la estigiahubiera avergonzado al ciudadano másordinario de Aquilonia.Natala oyó que la estigia andaba a tientasen la oscuridad, y a continuación seencendió una luz. Evidentemente, el miedoque Thalis pudiera sentir en aquel oscuropasillo quedaba ahogado por la cólera. Laluz procedía de una de las gemas conradio que adornaban los muros de Xuthal.Thalis había frotado una de ellas y en esemomento la estigia estaba iluminada porsu resplandor rojizo, diferente a la luz quetenían las demás. Se apretaba un costadocon una mano y la sangre se deslizabaentre sus dedos. Pero a pesar de ello noparecía debilitada. Era evidente que noestaba herida de gravedad. Sus ojos

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relampagueaban con furia. El poco valorque le quedaba a Natala se esfumó cuandovio a la estigia de pie bajo aquel extrañoresplandor, con su bello rostro deformadopor un odio verdaderamente infernal.Thalis avanzó con paso de pantera,sacudiendo con impaciencia la sangre desus dedos. Natala vio que no había heridode gravedad a su rival. La hoja de acerohabía resbalado por el enjoyado cinturónde Thalis, y luego arañó superficialmentesu piel, lo suficiente como para aumentartodavía más la cólera de la estigia.-¡Dame esa daga, estúpida! -masculló,avanzando hacia la asustada joven.Natala sabía que era preciso lucharmientras pudiera hacerlo, pero se sentíaabsolutamente incapaz de reunir las

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fuerzas y el valor necesarios. Su falta deespíritu combativo, la oscuridad, laviolencia y el horror de su aventura lahabían dejado inerme física ymentalmente. Thalis arrancó la daga desus manos y la arrojó a un lado conademán despreciativo.-¡Pequeña zorra! -murmuró entre dientes,abofeteando furiosamente a la joven-,¡Antes de arrastrarte por el pasillo paraarrojarte a las fauces de Thog, te harésangrar un poco! ¡Has osado herirme!¡Pagarás cara tu audacia!Thalis cogió a la joven por los pelos y laarrastró a través del corredor, hasta elborde del círculo de luz. En la paredhabía un grueso anillo de metal situado ala altura de la cabeza. De él colgaba una

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soga de seda. Como en una pesadilla,Natala sintió que le arrancaban la túnica yun segundo después Thalis ataba susmuñecas al anillo de la pared, del quequedó colgada, completamente desnuda.Sus pies apenas tocaban el suelo. Natalavolvió la cabeza y vio que Thalisdescolgaba de la pared un látigo con elmango enjoyado. Estaba formado por sietesogas de seda, redondas y mucho másduras que el cuero.Thalis lanzó un grito de venganza altiempo que levantaba el brazo, y Natalasoltó un alarido cuando el látigo golpeósus caderas. La joven se retorciódesesperadamente, con la impresión deque en pocos segundos su cuerpo iba aquedar completamente destrozado. Cada

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golpe de látigo arrancaba de sus labiosalaridos de angustia.Cuando Natala giró su cabeza parasuplicar a Thalis que se apiadara de ella,algo congeló sus gritos en la garganta. Eldolor dio paso a un tremendo horror quese reflejó en sus bellos ojos.Sorprendida por la expresión de su rostro,Thalis detuvo su mano levantada y se diomedia vuelta con la agilidad de un felino.¡Demasiado tarde! Un terrible grito surgióde sus labios cuando se tambaleó haciaatrás, levantando los brazos. Natala la viodurante un segundo; era una blanca siluetapresa de pánico, recortada contra unaenorme masa negra que se abalanzabasobre ella. Luego la figura blanca dejó detocar el suelo con los pies, la sombra

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retrocedió con ella y Natala quedó sola enel círculo de tenue luz, medio desmayadade horror.Desde las negras sombras llegaron hastaella unos sonidos incomprensibles que lehelaron la sangre. Oyó la voz de Thalissuplicando desesperadamente, pero nadierespondió. No se oía otro sonido que elde la voz aterrada de la estigia, que derepente estalló en alaridos de dolor ydespués en carcajadas histéricasmezcladas con sollozos. Al cabo de unossegundos, Natala oyó un jadeoconvulsivo. Luego cesaron los ruidos yreinó un terrible silencio en el pasillosecreto.Natala sintió náuseas a causa del horror ehizo un esfuerzo por volverse a mirar

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hacia el lugar por el que habíadesaparecido la negra sombra de Thalis.No vio nada, pero tuvo la sensación de unpeligro latente, de una amenaza que noacababa de comprender. Luchó contra lahisteria que empezaba a apoderarse deella. El dolor de sus muñecas heridas y desu cuerpo torturado quedó relegado antela proximidad de aquella amenaza que nosólo ponía en peligro su cuerpo, sinotambién su alma.Aguzó la vista para intentar ver más alládel círculo de luz, con todos los nerviosen tensión por temor a lo que pudieraocurrir. Ahogó un grito. La oscuridadestaba tomando forma. Algo enorme yabultado surgía del negro vacío. Vio unacabeza deforme y gigantesca que entraba

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en el círculo luminoso. Al menos eso lepareció a Natala, aunque no era la cabezade un ser normal. Vio un enorme rostroparecido al de un sapo, cuyos rasgos erantan borrosos como los de un espectrovisto en un espejo de pesadilla. Vio unosgrandes haces luminosos que podían serunos ojos que parpadeaban y la miraban, yentonces la joven tembló ante la lujuriacósmica que se reflejaba en ellos. Nopodía ver el cuerpo de la criatura. Susilueta parecía alterarse y difuminarsesutilmente cada vez que lo miraba. Sinembargo, la sustancia de que estaba hechoparecía ser bastante sólida. No había nadade nebuloso ni fantasmagórico en él.Cuando se acercó más a ella, Natala nopudo ver si se arrastraba, caminaba o

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flotaba en el aire. Su forma delocomoción era incomprensible para ella.Y cuando salió por completo de lassombras, Natala todavía no estabacompletamente segura de qué se trataba.La luz de la gema no lo iluminaba comopodría haberlo hecho con una criaturanormal, porque por imposible quepareciera aquel ser era inmune a la luz.Sus rasgos seguían siendo oscuros eimprecisos, a pesar de haberse detenidotan cerca de ella que casi podía tocarlo.Sólo el enorme rostro de sapo parecíatener cierta claridad. Lo demás era unborrón, una negra sombra que la luznormal no iluminaría ni disiparía.Natala pensó que se había vuelto locaporque no podía decir si aquella cosa la

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miraba desde arriba o desde abajo. Eraincapaz de distinguir si el repugnanterostro la contemplaba desde las sombrasque había a sus pies, o la observaba desdeuna enorme altura. Pero si su vista lahabía convencido de que, fueran cualesfuesen sus cualidades, estaba hecho desustancia sólida, su sentido del tactoconfirmó ese hecho. Un miembro queparecía un oscuro tentáculo se deslizóalrededor de su cuerpo y Natala gritócuando sintió ese contacto en su carnedesnuda. No era frío ni caliente, ni ásperoni suave. Jamás la había tocado una cosasemejante. Y en ese instante supo que,fuera cual fuese la forma de vida querepresentaba aquello, no se trataba de unanimal.

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Comenzó a gritar sin control mientras elmonstruo tiraba de ella como si quisieraarrancarla brutalmente de sus ligaduras. Yentonces algo sonó sobre sus cabezas, yuna forma humana cruzó el aire y cayósobre el suelo de piedra.Cuando Conan se dio media vuelta,alcanzó a ver que el tapiz volvía a sulugar y oyó el ahogado grito de Natala.Entonces se arrojó contra la pared,rugiendo como un león. Al retroceder porel potente impacto, que hubiera fracturadolos huesos de un hombre normal, arrancóel tapiz dejando al descubierto lo queparecía ser una pared lisa. Dominado poruna furia terrible levantó el pesado sablepara golpear el mármol, pero entoncesotro ruido lo hizo girar sobre sus talones.

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Delante de él había un grupo deindividuos amarillentos, con túnicasazules y espadas cortas en la mano. Alvolverse, los hombres se abalanzaronsobre él profiriendo gritos hostiles.Enloquecido por la desaparición de lamuchacha, el bárbaro contraatacó.Al saltar hacia adelante sintió una terriblesed de sangre, y entonces el primeratacante, cuya espada saltó por los airesal chocar con su sable, cayó pesadamenteal suelo. Conan detuvo un brazo quedescendía sobre él, y la mano que sosteníala otra espada saltó lejos chorreandosangre. Pero el cimmerio no se detenía nidudaba. Con otro movimiento de panteraacorralada eludió el ataque de doshombres, y la espada de uno de ellos, al

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fallar su objetivo, se hundió en el pechodel otro.De las otras gargantas surgió un clamor desorpresa, y Conan se permitió entoncessoltar una carcajada al derribar a otro delos hombres de Xuthal, que rodó por elsuelo con las entrañas al aire.Los guerreros de Xuthal aullaban comolobos enloquecidos. Poco habituados a lalucha, eran ridículamente lentos y torpescomparados con el bárbaro, cuyosmovimientos eran de una rapidez sóloposible para alguien perfectamenteentrenado para la batalla. Los hombrestropezaban entre sí y atacaban demasiadopronto o con excesiva lentitud, y de estamanera sus golpes se perdían en el aire.Sin embargo, y a pesar de sus defectos

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evidentes, los hombres de Xuthal nocarecían de valor. Lo rodeaban gritando yatacando, y surgían más y más individuospor las puertas cercanas, despertados porel clamor de la batalla.Conan, sangrando por una herida que teníaen la frente, despejó el campo por unmomento con un giro mortal de sable, yluego echó una rápida mirada a sualrededor, buscando una salida. En esemomento vio que el tapiz que había en unade las paredes había sido corrido ydejaba al descubierto una estrechaescalera. En esta última se hallaba unhombre lujosamente ataviado,parpadeando perezosamente, como siacabara de despertar. La visión y laacción de Conan fueron simultáneas.

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Saltó como un tigre por encima delcerrado círculo de espadas sin que lotocaran, y luego corrió hacia la escaleracon los demás hombres detrás de él. Tresde ellos se enfrentaron con él en losprimeros escalones de mármol y Conanlos atacó con la furia de un león. Hubo unmomento en que las hojas de acerorelampaguearon como rayos en unatormenta de verano. Luego el grupo sedeshizo y Conan subió a toda velocidadpor la escalera. Los demás hombres lopersiguieron, saltando por encima de trescuerpos que se retorcían en el suelo.Cuando Conan subía por la escalera demármol, el hombre que se hallaba en laparte superior de ésta pareció despertarpor completo de su estupor y desenvainó

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una espada, que resplandeció con unbrillo helado bajo la luz de radio.Extendió la hoja hacia abajo, pero Conanla esquivó con rapidez, y la punta le rozóla espalda. El cimmerio se incorporó deinmediato y golpeó con su sable haciaarriba, como un carnicero, a la vez que seayudaba con toda la poderosa fuerza desus hombros.El golpe fue tan terrible que el hecho dehundir el arma hasta la empuñadura en elvientre del enemigo no detuvo a Conan.Tropezó con la pared opuesta, al tiempoque el individuo de la escalera, con elcuerpo casi partido en dos, rodabaescaleras abajo arrastrando consigo avarios hombres.Conan se apoyó aturdido contra la pared

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durante un momento y los miró. Luego,empuñando el ensangrentado sable, entróen una habitación vacía. Detrás de él, lahorda gritaba con tanta furia y horror queConan inmediatamente pensó que habíamatado a algún hombre importante, quizáal rey de aquella fantástica ciudad.Corrió al azar, sin ninguna meta. Tratabadesesperadamente de encontrar a Natala,ya que estaba seguro de que la muchachanecesitaba ayuda con urgencia. Pero enesos momentos, perseguido por losguerreros de Xuthal, lo único que podíahacer era correr, confiando a la suerte laposibilidad de eludirlos y de hallar a lajoven. Entre aquellas estancias maliluminadas pronto perdió todo sentido dela orientación, y no resultó extraño que

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entrara en una habitación en la que en esepreciso momento también entraban susenemigos.Al verlo, gritaron vengativamente y seabalanzaron sobre él. Conan soltó ungruñido y se dio media vuelta para huir enotra dirección, por el mismo camino quehabía recorrido antes. Al menos, eso eralo que él suponía. Pero cuando entró enuna habitación ocupada, se dio cuenta desu equivocación. Todas las habitacionesque había atravesado después de subir lasescaleras estaban vacías. En aquellaúltima había alguien que al verlo entrar sepuso en pie gritando.Conan vio a una mujer de piel amarillenta,cubierta de joyas, que lo miraba con losojos desorbitados. La mujer extendió una

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mano con rapidez y tiró de una soga deseda que colgaba de la pared. El suelocedió bajo los pies de Conan y ni siquierasu formidable instinto pudo librarlo decaer en la negra boca que se abrió debajode él.Conan cayó como un gato sobre sus pies ysobre una mano, y apoyó instintivamentela otra en la empuñadura de su sable. Ungrito familiar llegó hasta sus oídos cuandose dio media vuelta como un linceacorralado que enseña sus colmillos enactitud amenazadora. Conan, mirando pordebajo de su larga melena, vio el blancocuerpo de Natala que se retorcía entre elabrazo lascivo de una forma negra depesadilla que sólo podía haber nacido enlas mismísimas fosas del infierno.

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En otro momento, ver aquellamonstruosidad le habría helado la sangreen las venas a Conan. Pero al ver a suamiga en aquella situación dramática,sintió que el furor lo cegaba y atacó almonstruo. Éste soltó a la muchacha paraocuparse de su atacante. El enloquecidosable de Conan cortó el aire con lavelocidad del rayo y atravesó el enormebulto negro, esa masa extrañamenteviscosa, para golpear después el suelo depiedra, del que arrancó una miríada dechispas. Conan cayó de rodillas al suelopor el impacto del golpe. No habíaencontrado la resistencia que esperaba.Cuando se incorporó, el monstruo yaestaba encima de él.Se cernía sobre su cabeza como una nube

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negra y viscosa. Parecía flotar a sualrededor en hilos casi líquidos,envolviéndolo y ahogándolo. El sablegolpeó una y otra vez, y Conan sintió elcontacto de un líquido espeso semejante ala sangre. Aun así, no cejó en su furia.Conan no podía asegurar si estabacercenando los brazos del monstruo o siestaba hundiendo el arma en su cuerpo. Elgigantesco cimmerio salió despedido a unlado y a otro por la violencia de labatalla, con la impresión de que no estabaluchando con un solo ser vivo, sino contraun ejército. Aquella cosa mordía,arañaba, aplastaba y golpeaba, todo almismo tiempo. Sintió que unos colmillos yunas uñas largas se clavaban en su carne.Le pareció que unos tentáculos como

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cables de acero ceñían sus miembros y sutorso y, lo que era peor aún, que unaespecie de látigo formado porescorpiones caía una y otra vez sobre sushombros y su pecho, arrancándole la piely llenando sus venas con un veneno queera como fuego líquido.En medio del torbellino de la batalla, losdos rodaron de un lado a otro del pasillo,cada vez más lejos. El cerebro de Conanse nubló por el castigo que estabarecibiendo, y su respiración se hizodificultosa. De repente, por encima de sucabeza, vio un rostro parecido al de unsapo, iluminado por una tenue luz queparecía emanar de él mismo. Lanzando unalarido que en realidad era una maldición,Conan saltó y atacó con todas sus fuerzas.

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El sable se hundió hasta la empuñadura enalgún lugar debajo de aquel rostroespantoso, tal vez en el cuello, einmediatamente un temblor convulsivoagitó la masa negra que envolvía alcimmerio. Con un estallido volcánico decontracciones y expansiones, la cosa setambaleó, retrocedió y rodó con fantásticavelocidad por el pasillo. Conan lopersiguió, sin dejar de atacar, invencible,apretándose contra el monstruo como unperro de presa, sin soltar la empuñaduradel sable, que no lograba arrancar de lamasa viscosa.En ese momento, la cosa brilló con unresplandor fosforescente que cegó aConan, a la vez que sentía que la enormemasa negra se separaba de él dejando su

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sable en libertad. El arma y la mano quela sostenía golpearon en el vacío porúltima vez. El brillante cuerpo delmonstruo cayó como un meteoro y Conan,completamente aturdido, notó que sehallaba al borde de un pozo de boca muyancha, de una superficie resbaladiza. Elcimmerio se quedó apoyado sobre éstedurante un momento, contemplando cómola cosa brillante desaparecía en el fondohasta tocar una superficie resplandeciente,que durante un segundo pareció ascendercasi hasta el mismo borde del pozo. Elfantástico brillo duró unos segundos, hastaque desapareció totalmente. Conan mirópor última vez hacia el negro abismo en elque reinaba el más absoluto silencio.Luchando en vano por librarse de sus

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ligaduras de seda, Natala trató de taladrarla oscuridad con sus ojos, mucho más alládel círculo de luz que la rodeaba. Sulengua parecía estar pegada al paladar.Había visto que Conan desaparecía en lassombras, en un combate mortal con eldemonio desconocido, y los únicossonidos que llegaron a sus oídos habíansido los terribles jadeos del bárbaro, elimpacto de los cuerpos que luchaban y lossalvajes golpes que se daban en laoscuridad. De repente todo cesó; Natalase balanceaba en sus ligaduras casi sinconocimiento.El ruido de unos pasos la sustrajo de suapatía y vio a Conan, que surgía de laspenumbras. La joven reconoció su propiavoz en un grito que se repitió en cien ecos

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a lo largo del túnel. Resultaba penosocontemplar el castigo físico que habíarecibido el cimmerio.-¡Oh, Conan! -sollozó la joven-. ¿Qué hasucedido?El cimmerio no tenía fuerzas ni parahablar, pero sus labios laceradosesbozaron una leve sonrisa al acercarse ala muchacha. Su pecho peludo, brillantepor el sudor y la sangre, jadeabaintensamente. Levantó los brazos con granesfuerzo y cortó las ligaduras quemantenían atada a la joven en la pared.Luego cayó de espaldas contra ésta, conlas temblorosas piernas separadas, que yano lo sostenían por más tiempo. La jovense incorporó de donde había caído y loabrazó sollozando histéricamente.

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-¡Oh, Conan, estás gravemente herido!¡Oh! ¿Qué haremos?-No se puede luchar contra un demonio delos infiernos y salir bien librado de lalucha -dijo el cimmerio jadeando.-¿Dónde está? -musitó Natala-. ¿Lomataste?-No lo sé. Cayó en un pozo. Estaba hechopedazos sanguinolentos, pero no puedoasegurar que el acero lo haya matado.-¡Oh, tu pobre espalda!-Me dio una infinidad de latigazos conuno de sus tentáculos -dijo Conan,maldiciendo entre dientes al moverse-.Cortaba como si fuera un alambre yquemaba como el veneno. Pero lo que másdaño me hizo fue la fuerza con la que meaplastó. Era peor que una serpiente pitón.

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Me parece que tengo la mitad de las tripasfuera de su sitio.-¿Qué haremos?Conan la miró. La trampilla del techoestaba cerrada. Hasta ellos no llegabaningún ruido.-No podemos retroceder por la puertasecreta -murmuró el cimmerio-. Esahabitación está llena de hombres muertosy seguramente habrá guerreros vigilandoallí. Deben de haber creído que midestino estaba sellado cuando caí por esatrampilla, porque de lo contrario mehubieran seguido hasta aquí. Ahora cogeesa gema con radio de la pared... Cuandovenía hacia aquí, vi algunas arcadas quedaban paso a otros túneles. Entraremospor el primero que veamos. Quizá

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conduzca a alguna fosa exterior o al airelibre. Tenemos que guiarnos por el azar.No podemos pudrirnos aquí dentro.Natala obedeció y Conan, sosteniendo elpequeño punto de luz en la mano izquierday el sable ensangrentado en la derecha,comenzó a caminar por el pasillo. Lo hizolenta y rígidamente, puesto que lo únicoque lo sostenía en pie era su vitalidadanimal. En sus ojos inyectados en sangrehabía una expresión vacía. Natala vio queel cimmerio se pasaba la lengua de vez encuando por los labios heridos. Sabía quesus sufrimientos eran terribles. PeroConan, con el estoicismo propio de losbárbaros, no profirió ni una sola queja.Al cabo de un rato la tenue luz iluminóuna negra arcada, y Conan penetró en un

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nuevo túnel. Natala se estremeció ante laidea de lo que podría esperarles allí, perola luz puso de relieve la presencia de untúnel casi igual al que habían dejado.La joven no tenía la menor idea delcamino que había recorrido hasta llegar auna puerta de piedra con un cerrojodorado.Miró a Conan dubitativa. El bárbaro setambaleaba y la luz, inestable en susmanos, producía sombras fantásticas enlas paredes y en el suelo.-Abre esa puerta, muchacha -murmuró convoz cansada-. Nos estarán esperando loshombres de Xuthal y no los decepcionaré.¡Por Crom, que esta ciudad jamás ha vistoun sacrificio como el que verán ahora!Natala se dio cuenta de que el cimmerio

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empezaba a delirar. Del otro lado de lapuerta no se oía ningún ruido. La joventomó la gema de radio de manos deConan, corrió el cerrojo y abrió la puerta.Vio la parte posterior de un tapiz y loapartó para mirar hacia el interior de lahabitación, conteniendo la respiración. Laestancia estaba desierta y en el centro seveía una fuente.La mano de Conan cayó pesadamentesobre uno de sus hombros.-Apártate, muchacha -musitó-. Ahoraviene la fiesta de las espadas.-No hay nadie en la habitación. Pero hayagua...-Sí, oigo el ruido -repuso el cimmeriohumedeciendo sus labios resecos con lalengua-. Beberemos antes de morir.

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Parecía estar ciego. Natala lo tomó poruna mano y lo condujo con cuidado,caminando de puntillas y esperando versurgir de un momento a otro, bajo lasarcadas, a muchos hombres de pielamarillenta.-Bebe tú mientras yo vigilo -dijo Conanen voz baja.-No, yo no tengo sed. Tiéndete junto a lafuente para lavarte las heridas.-¿Dónde están las espadas de Xuthal?Conan se pasaba constantemente elantebrazo por los ojos, como tratando deaclarar su visión.-No oigo nada. Todo está en silencio.Conan se puso de rodillas junto a lafuente, hundió el rostro en el ampliocuenco de cristal y bebió como jamás lo

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había hecho en toda su vida. Cuandolevantó la cabeza, sus ojos tenían unaexpresión más normal. El cimmerio setendió en el suelo tal como le habíasugerido la joven, aunque sin soltar elsable que sostenía en la mano ni apartarsus ojos de las arcadas. Natala lavó lapiel lacerada de Conan y luego vendó susheridas más profundas empleando paraello una cortina de seda.Al terminar su tarea, Natala se quedóhelada por la sorpresa. Debajo de unostapices que cubrían parcialmente laentrada de una alcoba, acababa de ver unamano de piel amarillenta.Sin decirle nada a Conan, la joven seincorporó y cruzó la habitación concalma, aferrando la empuñadura de la

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daga del cimmerio. El corazón le latíaaceleradamente cuando apartó la cortinacon sumo cuidado. Sobre la tarima dormíauna joven desnuda de piel amarilla,aparentemente muerta. Junto a su manohabía una jarra de jade casi llena de unextraño líquido del elixir descrito porThalis, que proporcionaba vigor yvitalidad a la degenerada Xuthal. Seinclinó sobre el cuerpo de la joven y seapoderó de la jarra, al tiempo queapoyaba la punta de su daga sobre elpecho de la muchacha. Pero ésta no sedespertó.Natala dudó. Pensó que sería muchomejor matar a aquella joven y eliminar asíel peligro de que despertara y gritara.Pero no se decidía a hundir el puñal del

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cimmerio en aquel pecho inmóvil. Porúltimo, corrió la cortina y regresó junto aConan.Se inclinó sobre él y apoyó el borde de lajarra en sus labios. El cimmerio bebió, alprincipio mecánicamente, y luego conavidez. Ante el asombro de Natala, Conanse sentó y tomó la jarra de sus manos.Cuando levantó el rostro, el cimmeriotenía los ojos claros y una expresiónnormal. Gran parte del enorme cansanciofísico había desaparecido de su cara, suvoz era firme y ya no deliraba.-¡Por Crom! ¿Dónde conseguiste esto?La muchacha señaló con una mano yrespondió:-En esa alcoba en la que hay una jovenamarilla durmiendo. Una vez más, Conan

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bebió el dorado líquido.-¡Por Crom! -exclamó exhalando unprofundo suspiro-. Siento que por misvenas corre nueva vida y una fuerzasemejante al fuego. ¡Debe ser el elixir dela vida!Se puso en pie y recogió su sable delsuelo.-Será mejor que volvamos al corredor -sugirió Natala nerviosamente-. Si nosquedamos aquí mucho tiempo, nosdescubrirán. Podemos escondernos allíhasta que curen tus heridas...-¡Yo no! -gritó el cimmerio-. No somosratas que se escondan en la oscuridad.Ahora mismo abandonaremos estaendiablada ciudad y no permitiremos quenadie nos detenga.

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-¡Pero tus heridas...! -se quejó la joven.-No las siento. Puede ser que este elixirme haya proporcionado una fuerza falsa,pero te juro que no siento dolor nidebilidad. Con súbita decisión, Conancruzó la habitación y se dirigió a unaventana que la joven no había visto.Natala miró hacia el exterior por encimadel hombro del cimmerio. Una frescabrisa agitó unos rizos que le caían sobrela frente. Más arriba se veía elfirmamento, que parecía de terciopelonegro sembrado de estrellas. Debajo deellos se extendía lo que parecía ser eldesierto.-Thalis dijo que la ciudad era un enormepalacio -musitó Conan-. Evidentemente,algunas de las habitaciones están

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construidas como torres en las murallas.Ésta es una de ellas. La casualidad nos haguiado bien.-¿Qué quieres decir? -preguntó Natalamirando con aprensión por encima de suhombro.-Hay una jarra de cristal sobre esa mesade marfil. Llénala de agua y ata a sucuello una tira de seda para hacer un asamientras yo rasgo este otro tapiz.La joven obedeció sin hacer ningúncomentario, y cuando terminó su tarea vioque Conan unía con rapidez largas tiras deseda para hacer una soga, uno de cuyosextremos sujetó a una pata de la enormemesa de marfil.-Probaremos de nuevo en el desierto -dijoConan-. Thalis habló de un oasis que

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había a un día de marcha hacia el sur, y deverdes praderas. Si llegamos a ese oasis,podremos descansar hasta que se curenmis heridas. Este vino es magia pura.Hace poco estaba casi muerto, y ahoraestoy preparado para cualquier cosa. Aquíqueda suficiente seda como para que tehagas un vestido.Natala había olvidado su desnudez. Elhecho en sí no la preocupaba en absoluto,pero su delicada piel necesitabaprotección contra el sol del desierto.Mientras la joven sujetaba una pieza deseda a su cuerpo, Conan se dio mediavuelta y con un gesto desdeñoso separólos frágiles barrotes de oro de la ventana.Luego rodeó la cintura de Natala con elextremo suelto de la soga y le dijo que se

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sujetara a ella con ambas manos. Entoncesla subió hasta la ventana y le hizodescender los diez metros que losseparaban del suelo. Una vez en tierra,Natala se liberó de la soga, que Conanrecogió. Después tomó las jarras de aguay vino para enviárselos a la joven ydescendió rápidamente.Cuando el cimmerio llegó a su lado,Natala exhaló un suspiro de alivio.Permanecieron inmóviles al pie de la granmuralla durante unos instantes, con laspálidas estrellas sobre su cabeza y eldesnudo desierto delante de ellos. Natalaignoraba los peligros que aún lesesperaban, pero estaba contenta dehallarse fuera de aquella ciudad irreal yfantasmagórica.

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-Puede que encuentren la soga -gruñóConan cargándose las jarras sobre loshombros, que encogió ligeramente cuandoéstas tocaron sus heridas-. Incluso puedenperseguirnos, pero a juzgar por lo quedijo Thalis, lo dudo. Por aquí se va haciael sur. Por lo tanto, en algún lugar en esadirección está el oasis. ¡Vamos!Tomando a la joven de la mano con unacortesía poco habitual en él, Conancomenzó a caminar sobre la arena,ajustando su ritmo al paso corto y brevede la muchacha. No se volvió a mirar lasilenciosa ciudad que quedaba a susespaldas sumida en el sueño.-Conan -murmuró Natala finalmente-,cuando regresaste por el pasillo despuésde luchar con el monstruo... ¿viste a

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Thalis? Conan negó con la cabeza y dijo:-El pasillo estaba muy oscuro, perotambién vacío. Natala se estremeció.-Me torturó..., pero la compadezco.-Fue una calurosa bienvenida la que nosdieron en esa maldita ciudad -gruñóConan, recuperando su buen humornatural-. Bueno, recordarán nuestra visitadurante mucho tiempo. Hay sangre paralimpiar durante días, y si su dios no hamuerto, seguramente tendrá más heridasque yo. Después de todo, hemos salidobien librados. Tenemos vino y agua, ytambién buenas posibilidades de llegar aun país habitable, aunque yo parezcahaber pasado por la piedra de un molino ytú también...-Todo fue culpa tuya -interrumpió Natala-.

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Si no hubieras mirado tanto y con tantaadmiración a esa gata estigia...-¡Por Crom y todos sus diablos! -exclamóConan-. Aun cuando los océanos inundenla tierra, las mujeres encontrarán tiempopara ponerse celosas. ¿Acaso yo le pedí aesa estigia que se enamorara de mí?¡Después de todo, era humana!

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Los tambores de Tombalku

Con el tiempo, Conan regresa a lastierras hiborias. Busca otro empleo ytermina por unirse a un ejércitomercenario que un zingario, el príncipeZapayo de Kova, está formando paraArgos. Argos y Koth están en guerra conEstigia. El plan consiste en que Kothinvada Estigia por el norte mientras queel ejército de Argos entra en ese reinopor el sur y por el mar. Sin embargo,Koth firma una paz por separado con elenemigo, y el ejército mercenario esatrapado en el sur de Estigia entre dosfuerzas hostiles. Una vez más, Conan seencuentra entre los pocos sobrevivientes.Mientras huye a través del desierto en

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compañía de un joven soldado aquiloniollamado Amalric, es capturado por losnómadas del desierto. Su compañeroAmalric logra escapar.

Había tres hombres sentados juntoal pozo de agua bajo el sol del atardecer,que teñía el desierto de color oro viejo ycarmesí. Uno de ellos era blanco y sellamaba Amalric. Los otros dos eranghanatas. Sus túnicas harapientas apenascubrían sus cuerpos negros y enjutos. Sellamaban Gobir y Saidu, y tenían aspectode buitres.Cerca de allí, dos cansados caballosrumiaban ruidosamente y olisqueaban envano la desnuda arena. Los hombrescomían dátiles secos. Los negros sólo

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estaban atentos al trabajo de susmandíbulas, mientras que el blancomiraba de vez en cuando hacia el cielorojizo o hacia el monótono desierto en elque se profundizaban las sombras. Fue elprimero en ver al jinete, que llegó a sulado galopando velozmente y frenó contanta fuerza a su caballo que éste se alzósobre dos patas.El jinete era un gigante cuya piel, másnegra que la de los otros dos, así comosus gruesos labios y su ancha nariz,indicaban el predominio de la sangrenegra. Sus anchos pantalones de seda,atados a los desnudos tobillos, estabansujetos a la cintura por una ancha faja quedaba varias vueltas sobre su enormevientre. La faja también sostenía una

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cimitarra que muy pocos hombreshubieran podido manejar con una solamano. Con aquella cimitarra, el hombrehabía adquirido fama entre los hijos deldesierto. Era Tilutan, el orgullo deGhanata.Atravesado sobre la silla vacía, o másbien colgando, un cuerpo inerte. Losghanatas silbaron al ver su piel blanca. Setrataba de una muchacha que iba acostadaboca abajo sobre la silla de Tilutan. Suscabellos caían en negra cascada sobre unode los estribos.El gigantesco negro sonrió enseñando sublanquísima dentadura mientrasdepositaba a su prisionera sobre la arenacon gesto indiferente. Gobir y Saidu sevolvieron instintivamente hacia Amalric,

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mientras Tilutan lo miraba fijamentedesde su caballo. Tres negros contra unblanco. La presencia de la mujer habíaproducido un cambio sutil en el ambiente.Aparentemente, Amalric era el único queno se daba cuenta de la tensión quereinaba en la atmósfera. Echó hacia atrássus rubios rizos con gesto mecánico, ymiró con absoluta indiferencia la inertefigura de la mujer. Si hubo en sus ojosgrises un brillo momentáneo, los demás nose dieron cuenta.Tilutan bajó del caballo y tendió lasriendas con desdén a Amalric.-Cuida mi caballo -dijo-. ¡Por Jhil que noencontré un antílope en el desierto, pero sía esta potranca! Caminaba por la arena yse cayó cuando yo llegaba a su lado. Creo

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que perdió el conocimiento a causa delcansancio y la sed. Largaos de aquí,chacales, y dejadme que le dé de beber.El enorme negro acostó a la joven junto alpozo de agua, comenzó a lavarse el rostroy las muñecas, y luego dejó caer unascuantas gotas de agua entre sus labiosresecos. Al cabo de un rato la muchachasoltó un gemido y se movió. Gobir ySaidu, en cuclillas, con las manosapoyadas sobre las rodillas, miraban a lajoven por encima de los fornidos hombrosde Tilutan. Amalric estaba un pocoapartado del grupo y su actitud denotabauna absoluta displicencia.-Está recobrando el conocimiento -anunció Gobir.Saidu no dijo nada, pero humedeció sus

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gruesos labios con la punta de la lengua.Los ojos de Amalric se posaron conindiferencia en la postrada figura y larecorrieron de arriba abajo, desde lasdestrozadas sandalias hasta la magníficamata de negros cabellos. La joven llevabapor toda vestimenta una breve túnica deseda sujeta a la cintura. Dejaba susbrazos, cuello y parte de sus senos aldesnudo, y la falda terminaba varioscentímetros por encima de las rodillas.Amalric se encogió de hombros.-Después de Tilutan, ¿quién? -preguntócon tono indiferente.Ante esta pregunta, dos delgadas cabezasse volvieron y unos ojos inyectados ensangre se posaron sobre él. Luego losnegros se miraron. De repente, estalló una

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eléctrica rivalidad entre ellos.-No os peleéis -dijo Amalric-. Quedecidan los dados.Introdujo una mano entre los pliegues desu rasgada túnica y extrajo un par dedados que arrojó delante de los hombres.Una mano en forma de garra se apoderóde ellos.-¡De acuerdo! -dijo Gobir-. ¡Los dadosdirán... a quién le toca después de Tilutan!Amalric lanzó una mirada hacia el negrogigante que todavía estaba inclinado sobresu prisionera, ayudándola a reanimarse.En ese momento se levantaron las largaspestañas de la joven. Unos ojos profundosde color violeta miraron con espanto elcercano rostro del hombre negro. De losgruesos labios de Tilutan escapó una

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exclamación de placer. Extrajo un frascode su faja y lo llevó a los labios de lamuchacha. Ésta bebió el vino con gestomecánico. Amalric evitó su mirada. Eraun hombre blanco contra tres negros...todos tan fuertes como él.Gobir y Saidu se inclinaron sobre losdados. Saidu los colocó en su manoderecha, sopló sobre ésta conjurando a lasuerte, los agitó y los lanzó. Dos cabezasde buitre se inclinaron sobre los pequeñosdados, que rodaron bajo la tenue luz delatardecer. Con un rápido movimiento,Amalric desenvainó su espada y atacó. Lahoja de acero atravesó el delgado cuello yle cortó la yugular. Gobir, con la cabezacolgando de un tendón, cayó encima delos dados en medio de un charco de

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sangre.Simultáneamente, Saidu, con ladesesperada rapidez de un hombre deldesierto, se puso en pie, desenvainó susable y atacó con ferocidad al hombreblanco. Amalric apenas tuvo tiempo deparar el golpe con la espada levantada. Lacimitarra chocó con la espada del blancoy le hizo tambalearse, al tiempo que elarma saltaba fuera de su alcance. Amalricse recuperó y extendió los brazos endirección a Saidu para luchar con él abrazo partido. El delgado cuerpo delhombre del desierto era duro como elacero.Tilutan comprendió inmediatamente loque ocurría. Dejó a la muchacha y seincorporó con un rugido. Corrió hacia los

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dos hombres como un toro enfurecido,empuñando su enorme cimitarra. Amalriclo vio llegar y la sangre se le heló en lasvenas. Saidu se retorcía y trataba de girar,pero la cimitarra que en vano intentabavolver hacia su enemigo entorpecía susmovimientos. Los pies de ambosluchadores estaban firmemente apoyadosen la arena mientras trataban dederribarse mutuamente. Amalric aplastóviolentamente el empeine del pie delghanata con el talón de su sandalia, ysintió que los huesos del hombre crujían.Saidu soltó un grito de dolor y redobló laviolencia de su ataque. En ese precisomomento atacó también Tilutan, haciendogirar la cimitarra con un impulso de suspoderosos hombros. Amalric sintió que el

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acero se deslizaba por la parte baja de subrazo y luego se hundía en el cuerpo deSaidu. Éste lanzó un grito de agonía ysoltó el brazo de Amalric.Tilutan profirió un juramento y tiró delsable para liberarlo del cuerpo inerte.Pero antes que pudiese atacar de nuevo,Amalric, aterrado al ver la enorme hojade acero, saltó sobre él.La desesperación hizo presa de Amalriccuando sintió la fuerza del negro. Tilutanera mucho más prudente que Saidu. Dejócaer la cimitarra y cogió a Amalric por lagarganta con ambas manos, al tiempo quelanzaba un grito. Los enormes dedos delnegro se cerraron como tenazas de hierro.Amalric, que luchaba en vano por librarsede él, cayó al suelo, inmovilizado por el

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peso del ghanata. El hombre más pequeñofue sacudido como una rata entre lasmandíbulas de un perro. Su cabeza fuegolpeada con una violencia terrible sobrela arena. Sus ojos, cubiertos por una nuberoja, vieron el rostro feroz del negro y losgruesos labios que esbozaban una sonrisade odio.-¡La quieres para ti, perro blanco! -gruñóel ghanata enloquecido por la ira y lalujuria-. ¡Te romperé el cuello! ¡Te voy aabrir la garganta! ¡Te cortaré la cabeza yharé que esa potra te la bese!Después de golpear la cabeza de Amalriccontra la arena, Tilutan, obedeciendo a supasión asesina, levantó a medias a sucontrincante y luego lo dejó caer una vezmás sobre la arena con una fuerza terrible.

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El negro corrió hacia donde estaba sucimitarra. El arma parecía una brillantemedia luna de acero sobre la arena. Conun furioso alarido, el negro se volvió yatacó nuevamente empuñando el arma.Amalric, aunque todavía aturdido yextenuado por el castigo que acababa derecibir, tuvo fuerzas para levantarse yhacerle frente.La faja de Tilutan se había soltado durantela pelea y uno de sus extremos, quearrastraba por la arena, se lió con suspies. Tropezó, se tambaleó y cayó debruces con los brazos extendidos. Lacimitarra voló de sus manos.Amalric tomó la cimitarra con ambasmanos y dio un paso hacia atrás. Veía muymal, pero aun así distinguió delante de él

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el rostro de Tilutan, descompuesto por lapremonición de la muerte. Abrió la bocapara gritar. El negro se quedó inmóvil,apoyado sobre una rodilla y una mano,como si fuera incapaz de realizar ningúnmovimiento. Entonces la cimitarra cayósobre él. Amalric vio vagamente un rostronegro dividido por una ancha línea rojaque luego se desvanecía en las sombras.Después lo invadió una oscuridad total.Algo frío y suave acariciaba el rostro deAmalric con delicadeza. Tanteó a ciegas ysintió una cosa firme, cálida y suave.Cuando su vista se aclaró, vio un rostrode rasgos delicados, enmarcados por unabrillante cabellera negra. Miró sinpronunciar una sola palabra, comohechizado, devorando cada detalle de los

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labios llenos y rojos, de los ojos colorvioleta y del cuello de alabastro. Sesobresaltó al advertir que la visiónhablaba con una voz suave y armoniosa.Las palabras eran extrañas, pero aun asíraramente familiares. Una mano pequeña yblanca que sostenía un húmedo trozo deseda acariciaba suavemente su rostro y sudolorida cabeza. Todavía aturdido,Amalric se incorporó y se sentó sobre laarena.Había caído la noche y el cielo estabasembrado de estrellas. El camellorumiaba pacientemente. Un caballorelinchaba inquieto. Cerca de allí se veíaun enorme cuerpo con la cabeza abierta enmedio de un charco de sangre.Amalric miró a la joven que estaba

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arrodillada junto a él y le hablaba conacento suave en una lengua desconocida.Poco a poco comenzó a entenderla. Alrecordar lenguas semiolvidadas que habíaaprendido en otras épocas, Amalric se diocuenta que ésa era la lengua empleada porla clase culta en una provincia del sur deKoth.-¿Quién eres, muchacha? -preguntólentamente, con dificultad, al tiempo quetomaba entre sus dedos una mano de lajoven.-Me llamo Lissa -respondió la muchachacon un tono armonioso que a Amalric lesonó como el canto de un arroyocristalino-. Me alegra que hayasrecuperado el conocimiento. Temía queestuvieras muerto.

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-Me salvé por poco -musitó Amalricmirando el siniestro bulto de carne yhuesos que había sido Tilutan.La joven se estremeció y se resistió aseguir la mirada de Amalric. Su manotembló, y el hombre creyó oír los latidosde su corazón.-Fue horrible -murmuró la joven-. Comouna terrible pesadilla. Cólera..., golpes...,sangre.-Pudo haber sido peor.La joven parecía sensible a cualquiercambio en la inflexión de la voz o en laactitud del hombre. Su mano libre tomótímidamente la de Amalric.-No quería ofenderte. Has sido muyvaliente al arriesgar tu vida por unadesconocida. Eres noble como los

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caballeros del norte, sobre quienes heleído tantas cosas.Amalric la miró. Los claros ojos de lamuchacha miraban fijamente los suyos, yen ellos se reflejaba un sentimiento deadmiración. Comenzó a hablar, pero luegocambió de idea y dijo otra cosa:-¿Qué haces en el desierto?-Vengo de Gazal -repuso la muchacha-.Yo... huía. Ya no soportaba más. Perohacía mucho calor, estaba sola y lo únicoque veía era arena y más arena... y uncielo abrasador. La arena quemaba mispies y mis sandalias estaban casidestrozadas. Tenía mucha sed. Micantimplora se vació en seguida. Entoncesquise regresar a Gazal, pero no sabía quécamino tomar porque todos me parecían

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iguales. Estaba terriblemente asustada ycomencé a caminar hacia donde suponíaque se hallaba Gazal. Después no meacuerdo de casi nada. Sólo que corrí hastaque no pude más.»Debí de permanecer acostada en la arenadurante algún tiempo -prosiguió-, porqueno recuerdo haberme levantado y haberseguido caminando. Finalmente creíescuchar un grito y vi un caballo quegalopaba hacia mí. Entonces ya no supenada más, hasta que desperté con lacabeza apoyada sobre las rodillas de esehombre que me dio de beber. Luego hubouna pelea y gritos... y cuando todoterminó, me arrastré hasta donde teencontrabas tú como muerto, e intenté querecobraras el sentido.

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-¿Por qué? -preguntó Amalric.La joven vaciló, como si no supiera quécontestar.-¿Por qué? -murmuró-. ¿Por qué...?Porque estabas herido y creo... que es loque hubiera hecho cualquier otra persona.Además, me di cuenta de que peleastepara protegerme de esos negros. La gentede Gazal siempre ha dicho que los negrosson malvados y que hacen daño a laspersonas indefensas.-Ésa no es una característica exclusiva delos negros -musitó Amalric-. ¿Dónde estáGazal?-No puede estar lejos. Caminé durante undía entero... y luego no sé qué distanciame hizo recorrer el negro desde que meencontró. Pero debió de encontrarme al

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atardecer; por eso digo que Gazal nopuede estar muy lejos.-¿En qué dirección?-No lo sé. Cuando abandoné la ciudad,caminé hacia el este.-¿Ciudad? -susurró Amalric-. ¿A un díade viaje de aquí? Creí que sólo habíaarena en mil leguas a la redonda.-Gazal está en el desierto -dijo lamuchacha-. Está construida entre laspalmeras de un oasis.Amalric apartó a la joven y se puso en piemaldiciendo entre dientes, al tiempo quese tocaba la garganta, cuya piel estabalacerada y herida en varios lugares.Examinó a los negros uno por uno ycomprobó que estaban muertos. Luego losarrastró uno a uno más lejos. En algún

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lugar aullaban los chacales. Regresó alpozo de agua en el que se encontraba lamuchacha, y maldijo nuevamente alcomprobar que no disponía mas que delnegro caballo de Tilutan y del camello.Los otros caballos habían roto susataduras y habían huido durante la pelea.Regresó junto a la joven y le entregó unpuñado de dátiles secos. Ella comió conavidez, mientras Amalric la contemplabaimpaciente.-¿Por qué te escapaste? -preguntósúbitamente-. ¿Acaso eres una esclava?-En Gazal no hay esclavos. ¡Oh, estabamuy aburrida! Mi vida era una eternamonotonía. Quería conocer el mundoexterior. Dime, ¿de dónde vienes tú?-Nací en las montañas occidentales de

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Aquilonia. La joven aplaudió como unaniña contenta.-¡Sé dónde está eso! Lo he visto en losmapas. Es el país hiborio que se encuentramás al oeste, y su rey es Epeus elEspadachín.Amalric dio un respingo. Levantó lacabeza y miró a la muchacha.-¿Epeus? -preguntó-. ¡Pero si Epeus murióhace novecientos años! El nombre delactual rey es Vilerus.-¡Oh, desde luego! -repuso la joventurbada-. Soy una tonta. Por supuesto queEpeus fue rey hace novecientos años,como dices. Pero cuéntame..., cuéntamecosas acerca del mundo.-¡Vaya! Eso no es fácil -respondióAmalric sonriendo-. ¿No has viajado

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nunca?-Ésta es la primera vez que me alejo delas murallas de Gazal.En ese momento la mirada de Amalric seposó sobre la suave curva de sus senos.No le interesaban en absoluto susaventuras. Y Gazal le importaba menosaún.Amalric comenzó a hablar y luego tomó ala joven en brazos, rudamente, con todoslos músculos de su cuerpo en tensión,preparado para contrarrestar laresistencia que ella seguramenteofrecería. Pero no encontró la menorresistencia. El suave cuerpo de lamuchacha estaba tendido sobre susrodillas y ella lo miró con sorpresa, perosin temor. En ese momento era como una

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niña que se entregaba a una nueva clasede juego. Su mirada directa y francadesconcertó a Amalric. Si la muchachahubiera llorado, gritado, luchado osonreído, habría sabido cómo tratarla.-Pero, ¡en nombre de Mitra! ¿Quiéndiablos eres, muchacha? -preguntóbruscamente-. No estás loca, ni juegasconmigo. Tu forma de hablar demuestraque no eres una simple campesinainocente e ignorante. Y sin embargo, nosabes nada acerca del mundo y de suscostumbres.-Soy de Gazal -repuso la joven con tonode desamparo-. Si conocieras Gazal,quizá lo comprenderías.Amalric levantó a la muchacha en brazosy la sentó sobre la arena. Luego fue en

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busca de una manta que había en la sillade montar y la extendió para que ella seacostara encima.-Duerme un poco, Lissa -dijo con un tonoáspero a causa de los sentimientoscontradictorios que lo embargaban-.Mañana pienso conocer Gazal.Al amanecer partieron hacia el oeste.Amalric había colocado a Lissa en elcamello y le había enseñado a mantener elequilibrio. La joven se aferraba al asientocon ambas manos, dando la sensación deque jamás había visto un camello. Estosorprendió al joven aquilonio. Eraincreíble que una joven criada en eldesierto jamás hubiera visto uno de esosanimales, y que hasta la noche anteriortampoco hubiera montado a caballo.

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Amalric había hecho una especie de capapara ella. La joven se la puso sin hacerninguna pregunta y sin averiguar de dóndeprocedía... Amalric no le dijo que la sedaque la protegía en esos momentos del solhabía cubierto el negro pellejo de suraptor.Mientras cabalgaban, la muchacha le rogóuna vez más que le contara algo acercadel mundo, como si fuera una niñapidiendo que le contaran un cuento.-Sé que Aquilonia está lejos de estedesierto -dijo-. Estigia, las tierras deShem y otros países están en el centro.¿Por qué estás aquí, tan lejos de tu patria?Amalric siguió cabalgando en silencio,con una mano sobre las riendas delcamello. Luego dijo abruptamente:

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-Argos y Estigia están en guerra. Kothcomplicó las cosas. Los kothiosconvencieron a Argos para realizar unainvasión simultánea de Estigia. Argosorganizó un ejército de mercenarios quenavegaron hacia el sur, a lo largo de lacosta. Al mismo tiempo, un ejército kothiodebía invadir Estigia por tierra. Yo erauno de los mercenarios del ejército deArgos. Nos encontramos con la flotaestigia, a la que derrotamos e hicimosretroceder hasta Khemi. Teníamos quehaber desembarcado, saqueado la ciudady avanzado más tarde a lo largo del ríoStyx, pero nuestro almirante era unhombre cauteloso. Nuestro jefe era elpríncipe Zapayo de Kova, un zingario.»Seguimos avanzando hacia el sur hasta

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que alcanzamos las costas selváticas deKush -prosiguió-. Allí desembarcamos ylos buques anclaron mientras el ejércitoavanzaba hacia el este, por la fronteraestigia, saqueando e incendiando todo loque encontrábamos a nuestro paso.Nuestra intención era girar hacia el norteen cierto lugar y atacar desde allí aEstigia, con el objeto de unirnos con loskothios que bajaban del norte.»Entonces nos enteramos de que habíamossido traicionados -siguió diciendo-. Kothhabía firmado un tratado de paz porseparado con los estigios. Un ejércitoestigio avanzaba hacia el sur paracortarnos el camino, mientras que otro yanos lo había bloqueado en la costa.»E1 príncipe Zapayo, impulsado por la

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desesperación -continuó-, concibió laloca idea de marchar hacia el este ybordear la frontera estigia para llegarhasta las tierras orientales de Shem. Peroel ejército del norte nos atacó. Dimosmedia vuelta y peleamos.»Luchamos durante todo el día yconseguimos hacerlos retroceder hasta sucampamento -agregó-. Pero al díasiguiente, el otro ejército que nosperseguía nos atacó desde el oeste.Cogido entre dos fuegos, nuestro ejércitofue aniquilado. Pocos pudieron huir.Cuando cayó la noche, huí con uncompañero, un cimmerio llamadoConan..., un hombre gigantesco con lafuerza de un toro.»Cabalgamos hacia el sur y entramos en el

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desierto porque no podíamos seguir otradirección -prosiguió Amalric-. Conanhabía estado antes en ese lugar y pensóque allí podríamos sobrevivir. Muchomás hacia el sur encontramos un oasis,pero los jinetes estigios nos atacaron.Volvimos a huir, de oasis en oasis,muertos de hambre y de sed, hasta queencontramos una tierra desconocida ydeshabitada, con un sol abrasador einterminables dunas de arena. Seguimoscabalgando hasta que nuestros caballos setambalearon y nosotros comenzamos adelirar.»Una noche vimos unos fuegos y nosacercamos con la esperanza de encontraramigos -dijo el hombre-. En cuantoestuvimos a tiro, cayó sobre nosotros una

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lluvia de flechas. Hirieron al caballo deConan y el animal se encabritófuriosamente, arrojando a su dueño de lasilla. Su cuello debió de quebrarse comouna rama, porque se quedó inmóvil. Huícomo pude en la oscuridad, aunque micaballo también murió. Vi vagamente anuestros atacantes..., eran altos, delgados,con atuendos bárbaros."Vagué a pie a través del desierto y caí enmedio de esos buitres que viste ayer -concluyó-. Eran chacales... ghanatas,miembros de una tribu de ladrones consangre mezclada: negra y sabe Mitra quéotras. La única razón por la que no measesinaron fue que no tenía nada que ellosdesearan. Durante un mes estuve vagandode un lado a otro y robando junto con

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ellos, porque no podía hacer otra cosa.-No sabía que la realidad fuera así -musitó la joven-. Decían que habíaguerras y crueldad en el mundo, y a mítodo eso me parecía como un sueñolejano. Pero ahora, al oírte hablar detraiciones y batallas, me parece que loestoy viendo.-¿Gazal no tiene enemigos? ¿Nunca habéissido atacados? -preguntó Amalric.La joven movió la cabeza negativamente.-Los hombres no se acercan a Gazal.Algunas veces he visto siluetas negrasmoviéndose en el horizonte, y losancianos decían que eran ejércitos queiban a la guerra, pero jamás se acercarona Gazal.Amalric sintió que lo invadía una extraña

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inquietud. Por ese desierto sin vidamerodeaban las tribus más feroces de latierra: los ghanatas, que llegaban hastamuy lejos por el este; los enmascaradostibus, que habitaban más al sur, y, enalgún lugar lejano al suroeste, el casimítico imperio de Tombalku, gobernadopor una raza salvaje y bárbara. Eraextraño que una ciudad situada en mediode aquella tierra salvaje estuviera tanaislada, hasta el punto de que uno de sushabitantes ni siquiera conocía elsignificado de la guerra.Mientras miraba en otra dirección, loasaltaron ideas extrañas ¿Acaso aquellamuchacha había enloquecido a causa delsol? ¿Sería un demonio en forma de mujerllegado al desierto para conducirlo a la

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muerte? Amalric la miró y la vio aferradacomo una niña a la silla del camello. Enseguida desechó tales pensamientos. Alcabo de un rato lo volvió a asaltar laduda. ¿Acaso estaría embrujado? ¿Lohabría hechizado aquella joven?Siguieron avanzando hacia el oeste y sólose detuvieron para comer dátiles y beberagua a mediodía. Amalric hizo unaespecie de tienda de campaña con suespada, la vaina y las mantas paraproteger a la joven del intenso sol. Lamuchacha tenía el cuerpo entumecido porel movimiento del camello, por lo queAmalric tuvo que cogerla en brazos.Cuando sintió una vez más la voluptuosadulzura de su cuerpo, lo invadió una olade pasión. Permaneció inmóvil durante

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unos segundos, como intoxicado por laproximidad de la joven, y luego la acostóa la sombra de la precaria tienda.Amalric sintió que lo invadía la cóleracuando la mirada ingenua de la muchachase encontró con la suya, y sintió ladocilidad con que abandonaba su cuerpojoven entre sus brazos. Parecía ignorartodo aquello que pudiera dañarla. Sesentía terriblemente avergonzado por lainocencia de la mujer, que despertaba ensu interior una ira incontenible.Amalric no probó los dátiles. Sus ojosardían al contemplar con avidez cadadetalle del esbelto cuerpo de la joven. Sinembargo, ella era inocente e inconscientecomo una niña. Cuando la volvió alevantar para sentarla sobre la silla del

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camello, los brazos de la muchacharodearon instintivamente su cuello, yAmalric tembló de la cabeza a los pies.Haciendo un terrible esfuerzo porcontenerse, Amalric la depositó en la sillay continuaron el viaje.Poco antes de la puesta del sol, Lissaseñaló con una mano y gritó:-¡Mira! ¡Las torres de Gazal!Amalric vio algunas torres y minaretes enel horizonte que se alzaban creando unconjunto de color verde jade contra elazul del cielo. A no ser por la muchacha,hubiera pensado que se trataba de unespejismo. Miró a Lissa con curiosidad.Ésta no demostraba la alegría natural delretorno. Sólo suspiró hondo y sus esbeltoshombros se inclinaron levemente.

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A medida que se acercaban, veían laciudad con más nitidez. Desde la mismaarena del desierto se alzaba la murallaque rodeaba las torres. Amalric vio queaquélla estaba semiderruida, al igual quelas torres. Los tejados estaban rotos, lastroneras de las defensas demasiadoabiertas por la erosión y las agujas de lastorres inclinadas. Lo invadió el pánico.¿Se trataría de una ciudad de muertoshacia la cual cabalgaba conducido por unvampiro?Miró a la muchacha y se tranquilizó. Nopodía haber ningún demonio en esecuerpo divinamente moldeado. Ellatambién lo miró, pero en sus ojosprofundos había una expresióninterrogante. Luego fijó la vista en el

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desierto y a continuación exhaló unprofundo suspiro y echó una mirada a laciudad, como si se sintiera atrapada por lafatalidad y la desesperación.A través de las brechas abiertas en lasmurallas, Amalric vio unas figuras que semovían dentro de la ciudad. Nadie losdetuvo ni los saludó cuando entraron poruna abertura de la derruida muralla ysiguieron su camino por una calle ancha.Desde más cerca, bajo el sol poniente, ladecadencia era más evidente. La hierbacrecía en las calles abriéndose paso entrelas grietas del pavimento. También crecíalibremente en las pequeñas plazas. Lascalles y los patios estaban llenos deescombros. En algunos lugares se habíanlimpiado los restos de las casas derruidas

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y el lugar había sido convertido en unhuerto o un jardín. Las cúpulas de laciudad estaban descoloridas y agrietadas.Los portales no tenían puertas. Por todaspartes se veían ruinas.Amalric vio una torre en perfecto estadoque brillaba entre las ruinas. Eracilíndrica y se alzaba en el extremosureste de la ciudad. El hombre señaló enesa dirección y preguntó:-¿Por qué esa torre está en mejorescondiciones que las demás? Lissapalideció, tembló y aferró una de susmanos convulsivamente.-¡No hables de ella! -musitó-. No lamires... ¡Ni siquiera pienses en ella!Amalric frunció el ceño. Las palabras dela muchacha y lo que ellas implicaban

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habían cambiado de alguna manera elaspecto de la misteriosa torre. Ahoraparecía la cabeza de una serpiente que sealzaba entre las ruinas y la desolación. Unconjunto de diminutas motas negras, comomurciélagos alados, salió de una de susoscuras aberturas.El joven aquilonio miró a su alrededorcon recelo. Después de todo, no teníaninguna seguridad de que el pueblo deGazal lo recibiera amistosamente. Viogente que avanzaba por las calles con una•extraña calma. Cuando se detenían amirarlo, a Amalric se le erizaba elcabello. Eran hombres y mujeres conrostro amable y sus miradas eran suaves.Pero su interés parecía tan ligero, tanvago e impersonal... No hicieron el menor

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movimiento por acercarse a él o hablarle.Parecía la cosa más normal del mundoque un jinete armado entrara en la ciudadprocedente del desierto. Sin embargo,Amalric sabía que éste no era el caso, y laindiferencia con la que lo recibía la gentede Gazal le producía un extrañodesasosiego.Lissa habló con algunas personasseñalando a Amalric y tomando su mano,como una niña afectuosa.-Éste es Amalric de Aquilonia, que merescató de los negros y me ha traído acasa.Un cortés murmullo de bienvenida partióde los labios de la gente, y variaspersonas se acercaron para darle la mano.Amalric

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pensó que jamás había visto rostros tanamables, pero tan indiferentes, casicarentes de expresión. Parecían los ojosde gentes envueltas en sueños.La mirada de esos individuos le transmitíauna sensación de irrealidad. Apenasprestaba atención a lo que decían. Sumente estaba ocupada en pensamientosextraños. ¿Estarían moviéndose en elilusorio paraíso del loto? Esa siniestratorre roja era perturbadora.Uno de los hombres de rostro suave ycabellos plateados preguntó:-¿Aquilonia? El rey Bragorus de Nemediahabía atacado ese país. ¿Cómo terminó laguerra?-Fue derrotado -repuso Amalric con unescalofrío.

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Eso había ocurrido hacía novecientosaños.El hombre no preguntó más y se alejó.Lissa le cogió la mano. Amalric se diomedia vuelta y la miró con deleite. En esemundo de ilusión y de ensueño, su cuerposuave y firme era como un ancla. Ella noera un sueño; era real; su cuerpo eratangible, y dulce como la miel. -Ven -dijo la muchacha-. Vamos acomer y a descansar. -¿Y esta gente?¿No piensas contarles tus experiencias? -Sólo prestarían atención durante unminuto. Escucharían un rato y despuéspensarían en otra cosa. Casi no se hanenterado de que me he ido de aquí. ¡Ven!Amalric condujo el camello y el caballohasta un patio cercano donde crecía la

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hierba, y el agua manaba de una fuenterota y caía en un cuenco de mármol. Allíató a los animales. Luego siguió a Lissa.La joven lo tomó de una mano y lo llevó através del patio hasta una puerta en formade arco. Había caído la noche y lasestrellas titilaban a lo lejos.Lissa atravesó una serie de oscurashabitaciones, moviéndose con seguridad.Amalric caminaba detrás de ella, tomadode su pequeña mano. La ventura no leresultaba placentera. En aquella espesaoscuridad había olor a polvo y adecadencia. Sus pies pisaban quebradaslosas y desgastadas alfombras. Su manolibre tocó unos puros desconchados. Através de un techo roto brillaban lasestrellas y pudo ver un salón, en el que

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colgaban unos tapices podridosque se agitaban bajo la suave brisa. A continuación entraron en unahabitación tenuemente iluminada por laluz de las estrellas que se filtraba por lasventanas abiertas, y Lissa le soltó lamano. La muchacha tanteó en lasemioscuridad y luego encendió una luzmuy débil. Era una especie de globo decristal que brillaba con un resplandordorado. Lo dejó sobre una mesa demármol y le hizo una señal a Amalric paraque se reclinara sobre un diván cubiertode seda. Lissa, después de buscar enoscuros rincones, apareció con una jarrade vino y con una bandeja que conteníacomidas extrañas. Había dátiles, pero losdemás frutos, pálidos e insípidos, le

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resultaban desconocidos. El vino tenía unsabor agradable, pero no era más fuerteque el agua.Sentada sobre un taburete de mármol,frente a él, Lissa comenzó a comerdelicadamente.-¿Qué clase de lugar es éste? -preguntóAmalric-. Tú eres como ellos, y al mismotiempo diferente.-Dicen que soy como nuestrosantepasados -repuso Lissa-. Llegaron hacemucho tiempo al desierto y construyeronesta ciudad en medio de un enorme oasisen el que había varios manantiales.Utilizaron las piedras de unas ruinas deotra ciudad mucho más antigua... sólo laTorre Roja...Al decir estas últimas palabras, la joven

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bajó la voz y miró inquieta hacia laventana. Luego agregó:-Era lo único que había quedado en pie.Estaba vacía...Nuestros antepasados, los ghazalis -continuó-, vivieron en otra época al sur deKoth. Eran conocidos por su sabiduría.Pero intentaron reavivar el culto a Mitraque los kothios habían abandonado hacíamucho tiempo, y el rey los expulsó de susdominios. Entonces vinieron al sur encompañía de sus esclavos shemitas.Muchos de ellos eran sacerdotes,eruditos, profesores y científicos.»Construyeron Gazal -prosiguió la joven-,pero los esclavos se rebelaron en cuantoestuvo construida la ciudad, y huyeronpara mezclarse más tarde con las tribus

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del desierto. No los trataban mal, perooyeron una vez en la noche... una palabraque los impulsó a abandonar la ciudadapresuradamente.»Mi pueblo vivió aquí y aprendió aproducir su comida y su bebida con lospocos recursos de que disponían -agregó-.Su sabiduría era extraordinaria. Cuandohuyeron los esclavos se llevaron todos loscamellos, asnos y caballos que había en laciudad. Desde ese momento se suprimiótoda comunicación con el mundo exterior.En Gazal hay muchas habitaciones llenasde mapas, libros y escritos, pero todostienen por lo menos novecientos años deantigüedad, que es el tiempo quetranscurrió desde que mi gente huyó deKoth. Desde entonces ningún hombre de

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fuera ha pisado Gazal. El pueblo estádestinado a extinguirse. Se han convertidoen seres tan soñadores que incluso hanperdido sus pasiones y apetitos humanos.La ciudad se desmorona y se convierte enuna ruina y nadie hace nada por repararla.Horror... cuando el horror llegó a ellos nopudieron huir ni luchar.-¿Qué quieres decir? -preguntó Amalricen voz baja, sintiendo un escalofrío.El siniestro murmullo que producían lostapices al moverse despertaba en su almaoscuros terrores.La joven movió la cabeza y se puso enpie. Se acercó a Amalric y apoyó susmanos sobre los hombros del aquilonio.Los ojos de la muchacha estaban húmedosy brillaban de espanto, al tiempo que

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ahogaba un grito en su garganta. Amalricle rodeó instintivamente la cintura con unbrazo y sintió que Lissa temblaba.-¡Abrázame! -exclamó la joven-, ¡Tengomiedo! ¡Oh, he soñado tanto con unhombre como tú! No soy como mi pueblo.Son muertos que caminan por callesolvidadas, pero yo estoy viva. Soy cáliday tengo sentimientos. Tengo hambre y sedy amo la vida. No puedo vivir entre callessilenciosas, habitaciones en ruinas ygentes como las de Gazal, aunque nuncahaya conocido otra cosa. Es por eso queescapé. Deseo vivir...Lissa sollozaba incontroladamente entresus brazos. Los negros cabellos caían ensuave cascada sobre su rostro y superfume lo mareaba. El firme cuerpo de la

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joven estrechaba el suyo. Estaba sentadasobre sus rodillas, rodeándole el cuellocon sus brazos. Amalric la apretó máscontra su pecho y la besóapasionadamente en la boca, ojos, labios,mejillas, cabellos, garganta... El jovenaquilonio llenó todo su cuerpo con besosardientes, hasta que los sollozos de lajoven cesaron. En la pasión de Amalric nohabía violencia. La pasión que latía en lajoven estalló súbitamente como una ola.El globo dorado que los alumbraba,empujado por los dedos temblorosos deAmalric, cayó al suelo y se apagó. Sólo laluz de las estrellas se filtraba a través delas ventanas.Tendida sobre el diván cubierto de sedaen brazos de Amalric, Lissa abrió su

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corazón y le contó susurrando sus sueños,esperanzas y aspiraciones... infantiles,patéticas, terribles.-Te llevaré lejos de aquí -murmuróAmalric en su oído-. Mañana. Tienesrazón. Gazal es una ciudad de muertos.Buscaremos la vida en el mundo exterior.Es violento, duro, brutal, pero es mejorque esta muerte en vida.Un espantoso grito de dolor, horror ydesesperación rompió el silencio de lanoche. La piel de Amalric se cubrió de unsudor frío. Comenzó a incorporarse en eldiván, pero Lissa se apretó a él condesesperación.-¡No, no! -suplicó-. ¡No vayas! ¡Quédate!-¡Están asesinando a alguien! -exclamóAmalric buscando su espada.

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Los gritos parecían llegar desde un patioexterior. Mezclado con éstos se oyó unruido indescriptible y desgarrador. Losgritos crecieron hasta hacerse intolerablesy luego se convirtieron en un largo sollozoconvulsivo.-He oído gritar así a hombres que moríanen el patíbulo -dijo Amalricestremeciéndose-. ¿Qué diablos significaesto?Lissa temblaba violentamente, en unataque de terror. Amalric podía oír losfuertes latidos de su pecho.-¡Es el horror del que te hablé! El horrorque habita en la Torre Roja. Vino hacemucho tiempo. Algunos dicen que vivióallí durante los años perdidos y queregresó después de la construcción de

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Gazal. Devora seres humanos. Nadie sabequé es, puesto que nadie lo ha visto, y silo vio, no vivió para contarlo. Es un dioso un demonio. Ésa fue la razón por la cualhuyeron los esclavos y la gente deldesierto abandonó Gazal. Muchos denosotros han ido a parar a su vientre. Conel tiempo todos terminaremos allí, y luegoel monstruo gobernará sobre una ciudaddesierta, como dicen que gobernó en otrostiempos sobre las ruinas de la ciudadanterior a ésta.-¿Por qué la gente se quedó aquí sabiendoque sería devorada?-No lo sé. Sueñan...-Hipnosis -dijo Amalric-, hipnosis ydecadencia. Lo vi en sus ojos. Estedemonio los ha hipnotizado. ¡Por Mitra,

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qué secreto más terrible!Lissa apoyó la cabeza sobre su pecho y loabrazó con fuerza.-Pero, ¿qué vamos a hacer nosotros? -preguntó Amalric.-No hay nada que hacer. Tu espada noserviría de nada. Quizá no nos haga daño.Esta noche ya se ha llevado una víctima.Debemos esperar como corderos en elmatadero.-¡Que el diablo me condene si lo hago! -exclamó Amalric indignado-. Noesperaremos hasta mañana. Nos iremosesta noche. Prepara un paquete concomida y bebida. Iré a buscar el camello yel caballo y los traeré hasta el patio quehay ahí fuera. ¡Te esperaré allí!Puesto que el monstruo desconocido ya

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había atacado, Amalric pensó que no seríapeligroso dejar a la muchacha soladurante unos minutos. Sin embargo, alatravesar el oscuro pasillo y las derruidashabitaciones en las que colgaban losviejos y susurrantes tapices, sintió unescalofrío de terror. Encontró a los dosanimales moviéndose nerviosamente en elpatio en el que los había dejado. Elcaballo relinchó al oler su llegada, comosi presintiera algún peligro en la quietudde la noche.Amalric ensilló y preparó a los animales.Luego los condujo hasta la calle. Pocodespués se encontraba en el patioiluminado por la luz de las estrellas. Alentrar en él, se quedó helado por un gritoterrible que cortó como un cuchillo el

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silencio de la noche. Procedía de lahabitación en la que había dejado a Lissa.Amalric respondió al alarido con un gritosalvaje. Desenvainó la espada, atravesórápidamente el patio y saltó por la ventanaabierta al interior de la habitación. Elglobo dorado brillaba de nuevo,produciendo sombras negras en losmisteriosos rincones. Había sedasdesparramadas por el suelo. El taburetede mármol estaba volcado. Pero lahabitación estaba vacía.Amalric sintió que se mareaba y se apoyósobre la mesa de mármol. Sus ojosdistinguían vagamente la luz que habíadelante de él. Al cabo de unos segundosse sintió invadido por una furiaincontenible. ¡La Torre Roja! ¡El

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monstruo llevaba a sus víctimas allí!Volvió a cruzar corriendo el patio,atravesó las calles y se dirigió corriendohacia la torre, que brillaba con una luzinfernal bajo las estrellas. Las calles noeran rectas. En el camino se vio obligadoa cruzar silenciosos edificios negros ypatios cuyas plantas se mecían bajo lasuave brisa nocturna.Delante de él, apiñadas alrededor de laTorre Roja, se alzaba una montaña deruinas donde la decadencia era máspatética que en el resto de la ciudad.Aparentemente nadie vivía en ellas. Setrataba de una masa de escombros que semantenía en pie milagrosamente, y enmedio de ellas se alzaba la Torre Roja,como una flor venenosa que crece entre

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los desperdicios.Para llegar hasta la torre se veía obligadoa atravesar aquellas ruinas. Poseído porla cólera, Amalric buscó la puerta entre lamasa negra. La encontró y entró en elinterior con la espada desenvainada.Entonces vio un espectáculo de pesadilla.Delante de él había un largo corredortenuemente iluminado. De sus negrasparedes colgaban extraños tapices condibujos fantásticos. Al fondo vio unafigura que se alejaba... era una figurablanca y encorvada que arrastraba algo.Al verlo, Amalric quedó empapado ensudor. Entonces la aparición se esfumó ycon ella la poca luz que había allí. Eljoven aquilonio permaneció inmóvil en laoscuridad, sin ver ni oír nada, pensando

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solamente en aquella figura blanca yencorvada que arrastraba un cuerpohumano por el largo y oscuro corredor.Mientras avanzaba casi a tientas, un vagorecuerdo acudió a su mente: el de unaterrible leyenda que le había contado unbrujo negro en la puerta de su cabaña,junto a una hoguera... Era la leyenda de undios que habitaba en una casa de colorcarmesí de una ciudad en ruinas.., un diosadorado en las selvas y en las riberas delos ríos mediante cultos esotéricos. Y enese momento recordó también la palabramágica que el brujo había murmuradoaquella noche a su oído, mientras élcontenía la respiración, los leonesdejaban de rugir a lo largo del río y lashojas de los árboles se quedaban

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inmóviles en las ramas."Ollam-onga", susurró un oscuro vientoen el oscuro pasillo "Ollam-onga",murmuró también el polvo que hollabansus pies El sudor le cubrió el cuerpo y laespada tembló en su mano. Acababa deentrar en la casa de un dios, y el miedo sehabía apoderado de él. La casa del dios...se sintió abrumado por el terror. Loinvadieron todos los miedos ancestralesevocados por su memoria racial. Se sintióasqueado por un horror cósmico...inhumano. Estaba aterrado por laconsciencia de su débil humanidad Siguióavanzando en la oscuridad, horrorizado,por la casa del dios.A su alrededor brillaba una luz tan tenueque apenas se percibía. Sabía que se

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estaba acercando a la torre. Al cabo de unrato atravesó una puerta en forma de arcoy tropezó con unos anchos escalonesirregulares. Los subió lentamente, ymientras iba ascendiendo, la terrible furiaque constituye la última defensa de lahumanidad contra lo diabólico y contralas fuerzas hostiles del universo volvió asurgir en él. Olvidó por completo supánico. Subió ardiendo de impaciencia enla oscuridad, hasta que llegó a unahabitación iluminada por un extrañoresplandor dorado.En el extremo más alejado de lahabitación había un corto tramo deescaleras que conducía a una especie detarima o plataforma sobre la cual habíaalgunos objetos de piedra. Encima de la

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tarima se hallaban los restos de lavíctima, uno de cuyos brazos colgabasobre los escalones de mármol,manchados de sangre reseca y salpicadosde gotas frescas, húmedas y brillantes.Delante de Amalric, al pie de aquellosescalones, había una figura blanca ydesnuda. El joven se detuvo con la lenguapegada al paladar. Se trataba de unhombre blanco que lo miraba fijamente,con sus poderosos brazos cruzados sobreun pecho de alabastro. Sus ojos eran comobolas de fuego en los que Amalric viosombras siniestras e infernales. Después,la forma comenzó a difuminarse y aperder su contorno. Haciendo un esfuerzotitánico, el aquilonio rompió las ligadurasdel silencio y pronunció en voz alta la

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palabra mágica. Cuando la temiblepalabra rompió el silencio, el giganteblanco se detuvo... paralizado. Sucontorno se volvió más visible y nítidocontra el fondo de luz dorada.-¡Ahora cae, maldito! -gritó Amalrichistérico-. ¡Te ordeno que vuelvas a tuforma humana! ¡El brujo negro dijo laverdad! ¡Me dio la palabra clave! ¡Cae,Ollam-onga! ¡Hasta que se rompa tuenvoltura diabólica! ¡Eres un hombrecomo yo!Con un rugido que resonó como una ráfagade viento, la extraña criatura atacó.Amalric saltó hacia un lado apartándosede la tenaza de aquellas manos, cuyafuerza era superior a la de un tifón. Sinembargo, una mano del monstruo logró

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rasgar su túnica, que se convirtió en unharapo. Pero Amalric, paradójicamente,redobló su rapidez, giró sobre sus talonesy le clavó el sable en la espalda, que leatravesó el pecho.Un alarido de dolor sacudió la torre. Elmonstruo se revolvió para atacar aAmalric, pero el joven volvió a saltar aun lado y subió velozmente las escalerasque conducían a la plataforma. Una vezallí cogió una silla de mármol, se volvió yla arrojó sobre la cosa que subía por lasescaleras. La pesada silla golpeó almonstruo en la cara y lo tiró escalerasabajo. Luego se levantó. Su aspecto eramás terrible aún que antes. Chorreandosangre por todas partes, trató de subirnuevamente las escaleras. Amalric

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levantó un banco de jade realizando unesfuerzo increíble y lo arrojó con laspocas fuerzas que le quedaban.Ollam-onga cayó hacia atrás bajo elimpacto y quedó tendido entre fragmentosde mármol empapados en sangre.Haciendo un último esfuerzo desesperado,logró ponerse de rodillas, con los ojosvidriosos y, echando hacia atrás lacabeza, lanzó un grito espantoso.Amalric se estremeció al oír ese alarido,que fue contestado. Desde algún punto delaire, por encima de la torre, descendió unclamor de gritos extraños que vibraroncon mil ecos. Entonces la figura blancacayó definitivamente entre los mármolesmanchados de sangre, y Amalric supo quehabía desaparecido uno de los dioses de

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Kush. Al darse cuenta de ello, lo invadióun terror ciego e irracional.Bajó los escalones de la tarima presa depánico y se alejó de la cosa que yacía enel suelo y que parecía mirarlo con losojos desorbitados. Tuvo la sensación deque la noche gritaba contra él por elsacrilegio cometido, y sintió un horrorcósmico. Cuando llegó al final de laescalera se detuvo repentinamente. Lissacorría hacia él desde la oscuridad, con losbrazos extendidos y una expresión deespanto en los ojos.-¡Amalric! -gritó ella arrojándose en susbrazos-. ¡Lo vi! -musito-. Lo viarrastrando a un hombre muerto por elpasillo. Grité y huí. Entonces, cuandoregresé, te oí gritar y supe que habías ido

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a buscarme a la Torre Roja.-Y ahora has venido a compartir midestino -repuso Amalric con una vozapenas audible.A continuación, cuando la joven trató demirar, fascinada, lo que había detrás deél, Amalric le tapó los ojos con una manoy le hizo dar media vuelta. Era mejor queno contemplara lo que había en el suelo.Cogió su rasgada túnica, pero no seatrevió a tocar su espada. Cuandoconducía a Lissa por las oscurasescaleras, una mirada hacia atrás loconvenció de que entre los fragmentos demármol ensangrentado ya no yacía ladesnuda figura blanca. La palabra mágicahabía hecho que Ollam-onga adoptara suforma humana en vida, pero no había

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muerto! Una momentánea ceguera ofuscó aAmalric, y luego, acuciado por unarepentina prisa, obligó a la joven a bajarrápidamente por las escaleras que daban alas ruinas del exterior.Amalric no redujo la velocidad de sumarcha hasta que los dos alcanzaron lacalle, donde los esperaban el camello y elcaballo. Colocó rápidamente a la jovensobre el camello y saltó sobre la silla desu negro corcel. Tomó las riendas y sedirigió hacia la derruida muralla. Despuésrespiró hondo. El aire puro del desierto lerefrescó la sangre, que se había libradodel aroma de decadencia y de espantosaantigüedad que había entre las ruinas.De su silla colgaba un pequeño pellejo deagua. No tenían comida, y su espada había

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quedado en la habitación de la TorreRoja. Se enfrentaban al desierto sincomida y sin armas, pero los peligros deéste les parecían menos terribles que elhorror de la ciudad que dejaban.Cabalgaron hacia el sur, sin pronunciaruna sola palabra. En esa dirección, enalgún punto ignorado, había un pozo deagua. Al amanecer, cuando remontabanuna duna de arena, Amalric miró haciaatrás en dirección a Gazal, que tenía unaspecto irreal bajo la rosada luz del alba.El joven tensó todos los músculos de sucuerpo y Lissa lanzó un grito. Por unaancha abertura de las murallas salían sietejinetes. Sus caballos eran negros y loshombres estaban vestidos de negro de lacabeza a los pies. En Gazal no había

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caballos. El horror se apoderó deAmalric. Se volvió y espoleó a losanimales.El sol se volvió rojo, más tarde secoloreó de oro viejo y finalmente seconvirtió en una bola de fuego casiblanca. Los fugitivos continuaronavanzando, luchando contra el cansancio yel calor, cegados por el reflejo del solsobre la arena. Y detrás de ellos,avanzando constantemente, cabalgaban lassiete manchas negras.Poco a poco fue cayendo la tarde. El solvolvió a enrojecer y comenzó a descenderhacia el horizonte.Amalric se sintió desasosegado. Losjinetes se aproximaban.A medida que se acercaba la oscuridad,

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también se acercaban los perseguidores.Amalric miró a Lissa y ahogó unaexclamación al ver que su caballo setambaleaba y se caía de rodillas. El sol sehabía puesto y la luna quedó súbitamenteoculta por una sombra con forma demurciélago. Las estrellas brillaban contonos rojizos en la oscuridad, y Amalricoyó un fuerte susurro detrás de ellos,como de un viento terrible. Unas alasnegras como la noche y un pico ganchudosobre el que brillaban dos puntosfosforescentes se acercaron tanto queAmalric le gritó con desesperación a lamuchacha:-¡Sigue, Lissa! ¡Continúa! ¡Sálvate! ¡Es amí a quien quieren capturar!Como respuesta, la muchacha se deslizó a

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tierra desde el lomo del camello y lorodeó con sus brazos.-¡Moriré contigo!Siete sombras se recortaron contra elcielo estrellado, cabalgando como elviento. Bajo sus capuchas centelleaban laschispas de un fuego infernal. Susmandíbulas sin carne golpeabansiniestramente.Entonces hubo una interrupción. Uncaballo pasó como una exhalación junto aAmalric, como una forma sin sombra enaquella extraña oscuridad. Sonó un fuerteimpacto cuando el animal atacó a lassombras que se acercaban. Un caballorelinchó frenéticamente y una voz queparecía un bramido de toro gritó en unalengua extraña. Desde algún lugar replicó

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un clamor de alaridos.Algo estaba ocurriendo. Los cascos de loscaballos sonaban estrepitosamente sobrela arena. Hubo un ruido de golpessalvajes, y la misma voz de antes maldijorepetidas veces. Entonces, súbitamentesalió la luna e iluminó una escenafantástica.Un hombre montado encima de ungigantesco caballo luchabafrenéticamente, asestando terriblesmandobles, aparentemente al aire. Desdeotra dirección llegó una salvaje horda dejinetes cuyas espadas curvas brillaban ala luz de la luna. Más lejos, sobre la cimade una duna, se desvanecían siete figurasnegras con sus capas flotando al viento,como si fueran alas de murciélago.

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Amalric fue rodeado de inmediato porunos hombres de aspecto salvaje quesaltaron de sus caballos y se acercaron aél. Varios brazos lo pusieron en pie,sujetándolo firmemente. Unos rostros dehalcón se acercaron al suyo. Lissa gritó.Entonces, los atacantes se apartaron aderecha e izquierda para dar paso alhombre que montaba el enorme caballo.Éste se inclinó un poco desde la silla paramirar a Amalric.-¡Diablos! -bramó-. ¡Amalric, elaquilonio!-¡Conan! -exclamó a su vez Amalric,terriblemente asombrado-¡Conan! ¡Vivo!-Mas vivo que tú -repuso el cimmerio-.¡Por Crom, amigo! Tienes el aspecto dehaber sido perseguido durante toda la

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noche por los diablos de este desierto.¿Quiénes eran esos tipos que teperseguían? Estaba cabalgando por losalrededores del campamento quemontaron mis hombres para comprobarque no había enemigos por aquí, cuandode pronto salió la luna y oí los cascos delos caballos. Corrí hacia ellos, y ¡porMacha!, me encontré entre esos demonioscasi sin darme cuenta. Tenía la espada enla mano y empecé a atacar a diestra ysiniestra... ¡Por Crom, sus ojos brillabancomo el fuego del infierno! Sé que miespada los hirió, pero luego la luna sevolvió a ocultar y desaparecieron comouna ráfaga de viento. ¿Eran hombres odiablos?-Demonios enviados por el infierno -

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repuso Amalric con un estremecimiento-.No me preguntes, hay cosas de las que nose debe hablar.Conan no hizo más preguntas. No parecíaincrédulo. Entre sus creencias se incluíandiablos, fantasmas, gnomos y toda clasede brujerías.-Veo que has encontrado una mujer,incluso en pleno desierto -dijo elcimmerio mirando a Lissa.La joven se había acercadoapresuradamente a Amalric y se apretujótemerosa contra él.-¡Vino! -bramó Conan-. ¡Traed vino!Tomó uno de los pellejos de cuero queacababan de arrojarle y se lo entregó aAmalric.-Dale un trago a la muchacha y bebe tú

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también -aconsejó-. Luego oscolocaremos sobre los caballos y osllevaremos al campamento. Es evidenteque necesitáis comer, descansar y dormir.Trajeron un caballo lujosamenteenjaezado. Varias manos levantaron aAmalric sobre la silla e hicieron lo mismocon la joven. Luego avanzaron hacia el surrodeados por los peludos y oscurosjinetes ataviados de manera pintoresca.Muchos de ellos llevaban pañuelos en lacabeza, con los que cubrían sus rostroshasta la altura de los ojos-¿Quién es ese hombre? -preguntó Lissarodeando con sus brazos el cuello de suamante, que la sostenía en la silla delantede él.-Conan el cimmerio -musitó Amalric-. El

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hombre con el cual erré por el desiertodespués de la derrota de los mercenarios.Los que lo acompañan son los que loabatieron. Lo dejé medio muerto por lasflechas y ahora lo encontramos al mandode estas gentes, que al parecer lo respetanmucho.-Es un hombre terrible -murmuró la joven.Amalric sonrió.-Supongo que jamás has visto a unbárbaro blanco. Es vagabundo y guerreropor naturaleza. Además, es un hombre quese ciñe a un particularísimo código moral.No creo que tengamos nada que temer deél.Sin embargo, en su interior, Amalric noestaba demasiado seguro de esto último.En cierto sentido se podía decir que él

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había traicionado a Conan al irse, dejandoal cimmerio sin sentido sobre la arena.Pero entonces ignoraba que Conan aúnvivía. La duda asaltó a Amalric.Salvajemente leal a sus compañeros, elprimitivo cimmerio no veía ninguna razónpor la cual el resto del mundo no debieraser saqueado. Vivía según la ley de laespada. Amalric sintió un escalofrío alpensar en lo que podía suceder si Conandeseaba a Lissa.Más tarde, después de comer y beber enel campamento de los jinetes, Amalrictomó asiento junto al fuego delante de latienda de Conan. Lissa, cubierta con unacapa de seda, apoyaba su cabeza sobre lasrodillas de su amante. Frente a éste, la luzdel fuego arrojaba sombras sobre el

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rostro del gigantesco cimmerio.-¿Quiénes son esos hombres? -preguntó eljoven aquilonio.-Los jinetes de Tombalku -contestó elcimmerio.-¡Tombalku! -exclamó Amalric-.¡Entonces no es ningún mito!-¡No! -dijo Conan-. Cuando cayó mimaldito caballo, perdí el conocimiento, yal recobrar el sentido vi que estos diablosme habían atado de pies y manos. Me pusefurioso y rompí varias de las sogas conlas que me habían atado, pero estoshombres volvían a atarme con la mismarapidez con la que yo me liberaba, hastael punto de que en ningún momento tuveuna mano libre. Sin embargo, mi fuerzafísica les pareció realmente

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extraordinaria...Amalric miró a Conan sin pronunciar unasola palabra. El cimmerio era tan alto yfuerte como Tilutan, pero no gordo, comoéste. No cabía ninguna duda de que Conanpodría haberle partido el cuello al ghanatacon las manos.-Decidieron llevarme a su ciudad en lugarde matarme en el acto -dijo Conan-.Creyeron que un hombre como yo debíamorir torturado lentamente, para que sedivirtieran. Entonces me ataron a uncaballo sin silla y nos dirigimos aTombalku.-Hay dos reyes en Tombalku -prosiguió elcimmerio-. Me llevaron ante ellos..., untipo delgado y negro como la piel deldiablo llamado Zehbeh y otro negro gordo

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que dormitaba en su trono de marfil.Zehbeh le preguntó a un sacerdote negrollamado Daura qué hacer conmigo, y éstelanzó unos dados hechos con huesos decordero y dijo que debían despellejarmevivo ante el altar de Jhil Entonces todosgritaron de alegría, y el rey negro sedespertó."Escupí y maldije a Daura y a los reyes -agregó-. Les dije que si pensabandespellejarme vivo, ¡por Crom!, antesquería beberme un trago de vino, y que losmaldecía por ladrones, cobardes e hijosde perra.Entonces se incorporó el rey negro y memiró. «¡Amra!», gritó. Lo reconocí deinmediato. Era Sakumbe, un suba de laCosta Negra, un gordo aventurero al que

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conocí en mis épocas de pirata por esascostas. El bribón traficaba con marfil,polvo de oro y esclavos, y era muy capazde engañar al mismísimo diablo si se loproponía. Cuando se dio cuenta de quiénera yo, el viejo diablo descendió deltrono, me abrazó con alegría y después élmismo me quitó las ligaduras. Acontinuación anunció pomposamente queyo era Amra el León, amigo suyo y que,por lo tanto, nadie me podía hacer daño."Después hubo tremendas discusiones,porque Zehbeh y Daura querían mi pellejo-continuó Conan-. Pero Sakumbe llamó agritos a su brujo, Askia, que se presentórápidamente lleno de plumas, campanillasy pieles de serpiente. Se trataba de unbrujo de la Costa Negra y un hijo del

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diablo como había pocos.»Askia inició sus danzas y encantamientosy anunció que Sakumbe era el elegido deAjujo el Oscuro y que lo que él decía erala única verdad -prosiguió el cimmerio-.Todos los negros de Tombalku lovitorearon y Zehbeh se desdijo.«Los negros de Tombalku representan allíel auténtico poder -dijo Conan-. Hacevarios siglos los aphakis, un puebloshemita, avanzaron hasta el desierto delsur y establecieron el reino de Tombalku.Se mezclaron con los negros y elresultado fue una raza morena de cabelloslisos, más blanca que negra, que dominaen Tombalku. Pero son minoría, y siemprehay un rey de pura sangre ocupando eltrono junto al gobernante aphaki.

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»Los aphakis conquistaron a los nómadasdel desierto suroeste y a las tribus negrasde las estepas que habitan más al sur -prosiguió el bárbaro-. La mayor parte deestos jinetes, por ejemplo, son tibus, gentede sangre mezclada de estigios y negros.Otros son bigharmas, mindangas y bornis.»Sakumbe, a través de Askia, es elverdadero gobernante de Tombalku -continuó diciendo el cimmerio-. Losaphakis adoran a Jhil, pero los negrosveneran a Ajujo el Oscuro. Askia llegó aTombalku con Sakumbe y reivindicó laadoración de Ajujo, que estabadesapareciendo por culpa de lossacerdotes aphakis. Sakumbe tambiéntiene un culto privado, y adora a quiénsabe qué dioses abominables. Askia se

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dedicaba a la magia negra y por medio deellas derrotó a los aphakis. Los negros loaclamaron como profeta enviado por losdioses de piel oscura. Sakumbe y Askiaestán prosperando y ganando la estima detodos, mientras que Zehbeh y Daurapierden poder.«Como soy amigo de Sakumbe y Askiahabló en mi favor, los negros merecibieron con grandes aplausos -agregó-.Sakumbe hizo envenenar a Kordofo, elgeneral de la caballería, y me concedió supuesto, lo que agradó a los negros yexasperó a los aphakis.»¡Te gustará Tombalku! -concluyó elcimmerio-. Es una ciudad hecha parahombres como tú y yo. Hay una mediadocena de grupos poderosos que intrigan

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unos contra otros. Se producen constantespeleas en las tabernas y en las calles,asesinatos secretos, mutilaciones yejecuciones. Y hay mujeres, oro, vino... ¡ytodo cuanto un mercenario puede desear!¡Además, yo disfruto de favores y depoder! ¡Por Crom, Amalric, no podíashaber llegado en mejor momento! Pero,¡cómo!, ¿qué te pasa? No pareces tanentusiasmado con estas cosas como antes.-Perdón, Conan -dijo Amalric-. No es queno tenga interés, pero el cansancio y lafalta de sueño me vencen.Sin embargo, no era en el oro, las mujeresy la intriga en lo que estaba pensando elaquilonio, sino en la muchacha quedormitaba sobre sus rodillas. No era nadaagradable la idea de meterla en semejante

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red de intrigas y sangre como la quedescribía Conan. Amalric había cambiadosutilmente, hasta el punto de que ni élmismo se daba cuenta de ello. Agregó consumo cuidado:-Acabas de salvarnos la vida, por lo quete estoy muy agradecido. Pero no tengoningún derecho a tu generosidad, puestoque huí a caballo y dejé que te capturaranlos aphakis. En realidad, creí que habíasmuerto y...Conan echó atrás la cabeza y soltó unasonora carcajada. Luego le dio unapalmada en la espalda al joven, con tantafuerza que casi lo hizo rodar por el suelo.-¡Olvida eso! Por supuesto que en esosmomentos tenía que estar más que muerto,y ten en cuenta que los aphakis te habrían

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atravesado como una rana si hubierasintentado rescatarme. Ven a Tombalku connosotros. Allí serás útil. Mandaste unatropa de jinetes zapayos, ¿verdad?-Sí.-Bien, yo necesito un ayudante queinstruya a mis muchachos. Luchan comofieras si llega la ocasión, pero lo hacencada uno por su cuenta. Entre nosotros,Amalric, creo que podremos convertirlosen buenos soldados. ¡Más vino!Transcurrieron tres días desde queencontraron a Amalric hasta que losjinetes de Tombalku se acercaron a lacapital. El joven aquilonio cabalgabadelante de la columna junto a Conan, yLissa viajaba sobre una yegua, detrás deAmalric. Tras ellos trotaba la compañía

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formada en doble fila. La mayor parte delos jinetes eran tibus, pero también habíacontingentes de otras tribus del desierto.Las blancas túnicas de los jinetes flotabanal viento, mientras el sol del atardecerarrojaba destellos rojizos sobre las puntasde sus lanzas.Todos hablaban, además de sus dialectoslocales, el simplificado dialecto shemitaque servía de lengua común a los pueblosde piel oscura desde Kush hastaZimbabwe y desde Estigia hasta el reinocasi mítico de los atlaianos, situadobastante más al sur. Muchos siglos antes,los comerciantes shemitas habían unidoaquella vasta zona mediante sus rutascomerciales y también habían difundidosu lengua y sus productos. Amalric

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conocía lo suficiente bien el shemita comopara poder comunicarse con los fierosguerreros de aquellas tierras.Cuando el sol se ocultó en el horizontecomo una enorme gota de sangre,aparecieron ante los ojos de los jinetesunos puntos luminosos. El terreno seinclinaba suavemente delante de ellos yluego se volvía a nivelar. Sobre la llanuras e alzaba una gran ciudad con casasbajas. Estaban construidas con ladrillosde color ocre, por lo que la primeraimpresión que recibió Amalric fue que elenorme conjunto de viviendas era unaformación natural de tierra y de rocas...,un conjunto de cañadas y desfiladeros... yno una ciudad.Al pie de la suave colina se alzaba una

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gruesa muralla de ladrillo sobre la queasomaban algunas casas. Las lucesbrillaban en un espacio abierto en elcentro de la ciudad, desde la que llegabaun extraño clamor debilitado por ladistancia.-Tombalku -dijo Conan inclinando lacabeza a un lado para escuchar conatención-. ¡Por Crom! Algo ocurre. Serámejor que nos demos prisa.El cimmerio espoleó a su caballo, Lacolumna emprendió inmediatamente elgalope detrás de él.Tombalku estaba situada sobre un risco enforma de cuña, entre huertos de palmerasy mimosas. El risco daba a la curva de unrío de poco caudal, donde se reflejaba eloscuro azul del cielo del atardecer. Más

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allá del río, la tierra se extendía como unverde manto de hierba.-¿Qué río es ése? -preguntó Amalric.-El Jeluba -repuso Conan-. Desde aquífluye hacia el este. Algunos dicen queatraviesa Darfar y Keshan para unirse alrío Styx, y otros aseguran que gira hacia elsur y desemboca en el Zarkheba. Tal vezalgún día siga su curso para saber laverdad.Las enormes puertas de maderapermanecieron abiertas mientras lacolumna entró en la ciudad. En el interior,algunos hombres vestidos de blanco semovían por las estrechas calles. Detrás delos hombres blancos, los demás jinetessaludaban en voz alta a conocidos yamigos, y se jactaban de sus hazañas.

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Conan se volvió sobre" su silla y dio unaorden a un guerrero de piel oscura, queinmediatamente condujo la columna haciasus cuarteles. El cimmerio, seguido deAmalric y de Lissa, se dirigió al trote a laplaza central.Tombalku despertaba de su siesta. Portodas partes se veían hombres de pieloscura vestidos de blanco, caminandosobre la arena que cubría las calles.Amalric se sorprendió del tamaño deaquella metrópoli del desierto, así comopor la incongruente mezcla de civilizacióny barbarie que se observaba por todaspartes. En los espaciosos patios de lostemplos danzaban y sacudían sus sagradoshuesos unos brujos pintados y adornadoscon plumas, mientras que unos lúgubres

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sacerdotes entonaban los cantos de suraza, y en otros lugares oscuros filósofosdiscutían acerca de la naturaleza delhombre y de los dioses.Al acercarse a la plaza central, los tresjinetes se encontraron con muchas máspersonas que corrían en la mismadirección. Cuando la calle se llenó degente, Conan comenzó a bramar órdenespara que cedieran paso a los caballos.Desmontaron en la plaza, y Conan entrególas riendas de los caballos a un hombreque eligió entre la multitud. Luego elcimmerio se abrió paso hacia los tronosque se alzaban en el extremo más alejadode la plaza. Lissa cogió a Amalric por elbrazo y siguieron a Conan de cerca.Alrededor de la plaza había regimientos

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de lanceros negros formando un cuadrado.El fuego iluminaba las esquinas de laplaza, y su dorada luz se reflejaba en losescudos ovalados hechos con piel deelefante, en las hojas de acero de laslanzas y en las plumas de avestruz de sustocados. Los ojos de los hombrescentelleaban y sus blancas dentaduraslanzaban destellos desde sus rostrososcuros.En el centro del cuadrado formado por lastropas había un hombre atado a un poste.Estaba cubierto tan sólo por untaparrabos. Era corpulento y musculoso,tenía la piel oscura y una cabeza enorme.Hacía terribles esfuerzos por deshacersede sus ligaduras, mientras frente a éldanzaba un individuo delgado de aspecto

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fantástico. Éste era negro, pero la mayorparte de su piel estaba pintada. En sucabeza rapada había un cráneo dibujado.Sus múltiples adornos de plumas y de pielde mono se agitaban mientras el hombrebailaba frenéticamente frente a unpequeño trípode, bajo el que ardía unfuego del que ascendía al cielo una ligeranube en forma de espiral.Más allá del poste, a un lado delcuadrilátero, se alzaban dos tronos deyeso y ladrillo pintado, adornados convidrios de colores, cuyos brazos estabanhechos con colmillos de elefante enteros.Los tronos se hallaban encima de unatarima a la que se subía por unos cuantosescalones. En el que estaba a la derechade Amalric había un enorme individuo

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negro. El hombre vestía una larga túnicablanca y en su cabeza llevaba un extraño ycomplicado tocado con varias plumas deavestruz y un cráneo de león.El trono de al lado estaba vacío, pero elhombre que debía ocuparlo estaba de piejunto al otro. Se trataba de un individuodelgado, con rostro de halcón y pieloscura; también vestía una túnica blanca,pero en su cabeza llevaba un turbantelleno de piedras preciosas. El hombredelgado agitaba un puño ante las naricesdel gordo, al tiempo que gritaba, mientrasque un grupo de guardias realescontemplaba contrariado la discusión desus dos reyes.Cuando Amalric, que seguía a Conan, seacercó más, oyó lo que decía el rey más

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delgado:-¡Mientes! El mismo Askia envió eseregalo de serpientes, como tú lo llamas,con el fin de darle una excusa paraasesinar a Daura. Si no detienes estabufonada, habrá guerra. ¡Te asesinaremospoco a poco, negro salvaje!Hubo un breve silencio y el hombredelgado agregó, levantando el tono de suvoz:-¡Haz lo que te digo! Detén a Askia o delo contrario te juro por Jhill el Cruel...El hombre se llevó una mano a lacimitarra. Los guardias del tronolevantaron sus lanzas. Pero el rey negro seechó a reír ante el encolerizado rostro quese inclinaba sobre él.Conan, después de haber apartado a los

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lanceros, subió los escalones de ladrillode la tarima y se colocó entre los dosmonarcas.-Será mejor que apartes la mano de esaespada, Zehbeh -dijo con un gruñido, altiempo que se volvía hacia el otro-. ¿Quésucede, Sakumbe?El rey negro sonrió irónicamente.-Daura quiere deshacerse de mí y meenvió unas serpientes de regalo. ¡Vaya!Había víboras en mi cama, entre misropas, y otras se dejaban caer de las vigasdel techo. Tres de mis mujeres murieron acausa de las mordeduras, además devarios esclavos y ayudantes. Askia seenteró por adivinación de que el culpableera Daura, y mis hombres losorprendieron en medio de sus rituales

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mágicos. Mira hacia allí, general Conan:Askia acaba de sacrificar la cabra. Susdemonios llegarán de un momento a otro.Amalric siguió la mirada de Conan yvolvió sus ojos en dirección a la víctimaatada al poste, frente a la cual expiraba lacabra. Askia estaba muy cercano alclímax de su magia. Su voz adquirió untono agudo cuando comenzó a dar saltos ya hacer sonar sus huesos. El humo deltrípode creció y formó una retorcidacolumna, hasta que de pronto comenzó abrillar con un resplandor propio.Ya era noche cerrada. Las estrellas quehabían comenzado a brillar en el aire purodel desierto se tornaron opacas y rojizas;un velo de color carmesí parecía ocultarla faz de la luna. Los fuegos ardían

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débilmente. Desde arriba llegaba unrumor de palabras desconocidas para loshumanos. Luego se oyó un sonido similaral batir de unas alas.Askia permaneció rígido e inmóvil, conambos brazos extendidos y la cabezaemplumada echada hacia atrás, mientraspronunciaba palabras mágicas y extrañosnombres. A Amalric se le erizó elcabello, ya que entre aquel chorro desílabas incoherentes oyó tres veces elnombre de Ollam-onga.Entonces, Daura gritó con tanta fuerza quesilenció las palabras de Askia. Debido ala oscilante luz del fuego, Amalric nopodía ver con claridad. Algo parecíaestarle sucediendo a Daura, que luchaba ygritaba desesperadamente.

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Alrededor de la base del poste al queestaba atado el brujo, se vio de repente uncharco de sangre que se agrandaba. En elcuerpo del hombre aparecieron unastremendas heridas, aunque era imposibleadvertir qué era lo que las provocaba. Losgritos de Daura se convirtieron en undébil sollozo y por último cesaron deltodo, pero el hombre seguía moviéndoseen el poste como si alguna presenciainvisible tirara de él con fuerza. Luegoapareció un débil resplandor blanco en lanegra masa que había sido Daura. Luegohubo otro, y otro más. Amalric se diocuenta con horror de que aquellaspinceladas blancas eran huesos...La luna recobró su habitual esplendor deplata. Las estrellas brillaron una vez más

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como piedras preciosas. Los fuegosencendidos en el centro del cuadradoformado por las tropas brillaron másintensamente. La luz iluminó el esqueletoatado al poste, en medio de un charco desangre. El rey habló en voz alta, con tonoarmonioso.-Ese bribón de Daura ya ha pagado. Y encuanto a Zehbeh... ¡Por las narices deAjujo! ¿Dónde se ha metido ese villano?Zehbeh había desaparecido mientras todoscontemplaban aquella dramática escena.-Conan -dijo Sakumbe-, será mejor quellames a los regimientos, pues no creo quemi hermano rey desaproveche laoportunidad esta noche.Conan empujó a Amalric delante de sí ydijo:

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-Rey Sakumbe, éste es Amalric, elaquilonio, que en otra época fue micompañero de armas. Lo necesito comoayudante. Amalric, será mejor que tú y tumujer os quedéis con el rey, ya que noconocéis la ciudad y probablemente osmatarían si tratarais de mezclaros en lalucha que va a estallar.-Me alegra mucho conocer a un amigo delpoderoso Amra -dijo Sakumbe-. Quefigure en la nómina, Conan, y que entrenea los guerreros... ¡por Derketo, ese bribónno ha perdido el tiempo! ¡Mira!En ese momento se oyó un clamor en elextremo más alejado de la plaza. Conansaltó al suelo desde la tarima y comenzó adar órdenes a los jefes de los regimientosnegros. A lo lejos se oía el redoble de los

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tambores. Por una esquina de la plazaapareció un grupo de jinetes vestidos deblanco que atacaron con lanzas ycimitarras a los negros que había delantede ellos. Ante el repentino ataque, laslíneas de lanceros rompieron filas y seconvirtieron en grupos desorganizados.Uno tras otro fueron cayendo bajo elacero. La guardia real de Sakumbe rodeóla tarima de los tronos, uno vacío y el otroocupado por el enorme cuerpo del reynegro.Lissa, temblando, estrujó el brazo deAmalric.-¿Quién pelea contra quién? -preguntóatemorizada.-Ésos son los aphakis de Zehbeh -repusoAmalric-, que tratan de asesinar a este rey

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negro para que Zehbeh sea el únicogobernante.-¿Podrán llegar hasta el trono? -volvió apreguntar la joven señalando con unamano la masa de figuras negras queluchaban al otro lado de la plaza.Amalric se encogió de hombros y miró aSakumbe. El rey negro seguía sentado ensu trono, sin preocuparse demasiado porlo que ocurría. Se llevó una copa de oro alos labios y bebió un sorbo de vino.Luego entregó a Amalric una copaparecida a la suya.-Debes de tener sed, hombre blanco,después de hacer un viaje tan largo, sintiempo para lavarte o descansar. ¡Bebe untrago!Amalric compartió la bebida con Lissa.

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Desde el lugar más lejano de la plazallegaba hasta ellos el clamor de la luchaferoz. Levantando la voz para que looyeran bien, Amalric dijo:-Su Majestad debe de ser muy valientepara estar tan poco preocupado, o de locontrario muy...Amalric se interrumpió sin poder terminarla frase.-O muy estúpido, quieres decir, ¿verdad?El rey se echó a reír y agregó:-No, soy simplemente realista. Estoydemasiado gordo para correr. Además, sicorro, mi gente creerá que todo estáperdido y huirá, dejando que me capturenmis perseguidores. Mientras que si mequedo aquí, hay una buena oportunidadde... ¡Ah, ahí llegan!

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En ese momento llegaban más guerrerosnegros, que se incorporaban a la batalla.La fuerza montada aphaki comenzó aceder. Los caballos se encabritaban yderribaban a sus jinetes, y éstos eranarrancados de sus sillas por fuertes brazosnegros o derribados de sus caballos por elcertero impacto de las jabalinas. Derepente sonó una trompeta. Los restantesaphakis hicieron dar vuelta a sus caballosy salieron de la plaza a todo galope. Lalucha fue calmándose.Entonces reinó el silencio, sólo alteradopor los lamentos de los heridos, cuyoscuerpos cubrían casi todo el suelo de laplaza. Muchas mujeres negras comenzarona salir de las calles laterales para buscara sus hombres entre los caídos, atenderlos

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si aún vivían, y llorar por ellos si habíanmuerto.Sakumbe siguió sentado plácidamente ensu trono, bebiendo, hasta que Conan, conla espada ensangrentada en la mano yseguido por un grupo de oficiales negros,cruzó la plaza.-Zehbeh y la mayor parte de sus aphakishan huido -dijo-. Tuve que matar aalgunos de tus muchachos para evitar queasesinaran a niños y mujeres aphakis. Lospodremos necesitar como rehenes.-Está bien -musitó Sakumbe-. Bebe untrago.-Buena idea -repuso Conan respirandohondo. Luego miró hacia el trono vacío.El rey negro siguió su mirada y sonrió.-Bien -dijo Conan-. ¿Qué te parece? ¿Lo

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ocupo? Sakumbe rió entre dientes ycontestó:-Siempre lo mismo, Conan. ¡Golpeasmientras el hierro está caliente! No hascambiado nada.Entonces el rey habló en una lengua queAmalric no entendió. Conan gruñó unarespuesta y luego hubo un intercambio depalabras. Askia subió los escalones queconducían a la tarima e intervino en laconversación. Hablaba con vehemencia,dirigiendo miradas de desconfianza aConan y a Amalric.Por último Sakumbe silenció al brujo conuna palabra y se puso en pie con granesfuerzo.-¡Pueblo de Tombalku! -gritó.Todos los que se encontraban en la plaza

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volvieron sus ojos hacia la tarima real.Sakumbe continuó:-Puesto que el falso traidor de Zehbehhuyó de la ciudad, uno de los dos tronosde Tombalku está vacante. Habéis podidocomprobar que Conan es un poderosoguerrero. ¿Lo aceptáis como rey?Tras un momento de silencio, se oyeronunos cuantos gritos de aprobación.Amalric notó que los hombres quegritaban parecían ser los jinetes tibus alos cuales había conducido Conanpersonalmente. Luego los gritos seconvirtieron en un clamor general deaprobación. Sakumbe empujó a Conanhacia el trono vacío. Un fuerte alarido dealegría resonó en todo el lugar. En laplaza, que estaba siendo desalojada de

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cadáveres y heridos, se encendieronnuevamente las hogueras. Se volvió a oírel redoble de los tambores, pero ya no enson de guerra, sino para celebrar lacoronación del nuevo rey durante toda lanoche.Horas más tarde, aturdido por la bebida yel cansancio, Amalric caminaba junto aLissa por las calles de Tombalku. Conanlos guiaba hacia la modesta casa que leshabían destinado. Antes de separarse,Amalric le preguntó a Conan:-¿Qué dijo Sakumbe, en esa lenguadesconocida, antes de entregarte el trono?Conan rió de buena gana y respondió:-Hablamos en un dialecto de la costa queestas gentes no entienden. Sakumbe meestaba diciendo que todo irá bien siempre

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y cuando yo no olvide el color de mi piel.-¿Qué quiso decir con eso?-Que no sería nada beneficioso para míintentar arrebatarle el poder porque aquíla mayoría está compuesta de negros yjamás obedecerían a un rey blanco.-¿Por qué no?-Porque han sido asesinados yperseguidos por los hombres blancos deEstigia y de Shem demasiadas veces.-¿Y el brujo Askia? ¿Qué le decía aSakumbe?-Le advertía que tuviera cuidado connosotros. Aseguraba que sus diosesparticulares le habían dicho que nosotrosseremos la causa del infortunio y de ladestrucción de esta ciudad. Pero Sakumbelo hizo callar diciéndole que me conocía

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mucho mejor que él y que confiaba más enmí que en cualquier hechicero.Conan bostezó como un león somnoliento.-Llévate a tu pequeña a la cama antes quecaiga dormida a tus pies.-¿Y tú?-¿Yo? Regreso a mi puesto. ¡Apenas hancomenzado las fiestas!Un mes más tarde, Amalric, cubierto desudor y de polvo, contemplabaatentamente desde la silla de su caballocómo sus escuadrones pasaban delante deél a todo galope, desplegados para ungran ataque. Todos los días, por lamañana, instruía a los jinetes en lastácticas empleadas por la caballeríacivilizada: «¡Al paso! ¡Al trote!» «¡Alto!»«¡A la carga!» «¡Retirada!», y así

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sucesivamente.Aunque todavía eran algo inexpertos, lososcuros halcones del desierto comenzabana hacer progresos. Al principio habíanprotestado y dirigían miradas de odiohacia aquel extranjero que pretendíaenseñarles a luchar. Pero Amalric,apoyado por Conan, había doblegado suresistencia mediante una combinación deabsoluta justicia y dura disciplina. Eljoven aquilonio estaba logrando formaruna extraordinaria fuerza de combate.-Toca formación en columna de a cuatro -ordenó al trompeta que se hallaba a sulado.Cuando sonó el instrumento, los jinetes sedetuvieron y formaron correctamente encolumna, entre maldiciones y juramentos.

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Trotaron hacia las murallas de Tombalku,pasando junto a los campos donde lasnegras campesinas desnudas interrumpíansu labor para contemplar a los guerreros.De regreso en Tombalku, Amalric llevósu caballo a los establos y se dirigió a sucasa. Al acercarse a ella se sorprendió dever a Askia, el brujo, de pie frente a lacasa y hablando con Lissa. La sirvienta deésta, una mujer suba, estaba en la puerta,escuchando.-¿Qué ocurre, Askia? -preguntó Amalricacercándose, con tono poco amistoso-.¿Qué haces aquí?-Me preocupo por el bienestar deTombalku. Y para lograrlo, tengo quehacer preguntas.-No me gusta que hombres extraños

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interroguen a mi esposa en mi ausencia.Askia sonrió con una mueca siniestra.-El destino de la ciudad es mucho másimportante que lo que pueda agradarte a tio no, hombre blanco. ¡Hasta la vista!El brujo se alejó y Amalric, frunciendo elceño, entró con Lissa en la casa.-¿Qué te estaba preguntando?-¡Oh!, acerca de mi vida en Gazal y cómote había conocido.-¿Qué le dijiste?-Le dije que eras un héroe y le conté cómohabías matado al dios de la Torre Roja.Amalric reflexionó durante un momento.-Hubiera preferido que no le revelaraseso. No sé por qué, pero estoy seguro deque trata de hacernos daño de algunamanera. Debo ir a ver a Conan ahora

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mismo... ¡Lissa, estás llorando!-¡Yo... soy tan feliz!-Bueno, pero ¿a qué se debe esto?-¡Me has reconocido como tu esposa!Al pronunciar estas últimas palabras, lajoven rodeó el cuello de Amalric con susbrazos y luego susurró a su oído palabrascariñosas.-Bueno, está bien -dijo el aquilonio-, teníaque haber pensado antes en ese detalle.-¡Esta noche tenemos que celebrar unafiesta de bodas!-¡Desde luego! Pero ahora tengo que ir aver a Conan...-¡Oh, eso puede esperar! Además, estássucio y cansado. Come, bebe y descansaantes de enfrentarte con esos hombresterribles.

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El buen criterio de Amalric le aconsejabair a ver a Conan de inmediato. Pero sentíacierto rechazo ante aquella reunión. Auncuando estaba seguro de que Askiaplaneaba algo sucio, en realidad no teníaun motivo justificado para acusarlo.Finalmente se dejó convencer por Lissa.Comieron, bebieron, hicieron el amor yluego descansaron. El sol ya estaba muybajo cuando Amalric partió en direcciónal palacio.El palacio del rey Sakumbe era un grancomplejo construido con ladrillos decolor ocre, al igual que toda la ciudad deTombalku, y estaba ubicado cerca de laplaza central. Los guardias reales, queconocían a Amalric, lo dejaron entrar. Enel interior había finas láminas de oro que

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cubrían las paredes y reflejaban la rojizaluz del sol poniente. Amalric cruzó unamplio patio abarrotado de gente en elque se encontraban las esposas del rey ysus numerosos hijos, y después entró enlas habitaciones privadas del soberano.Encontró a los dos reyes de Tombalku, elblanco y el negro, tendidos sobremontañas de cojines dispuestos encima deuna gran alfombra bakhariota que cubríaun suelo de mosaicos. Frente a cada unode los reyes había una gran pila demonedas de oro de diferentes países y asu lado una gran copa de vino. Un esclavose encargaba de llenar las copas cada vezque éstas se vaciaban.Los dos hombres tenían los ojosinyectados en sangre a causa del alcohol.

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Era evidente que llevaban muchas horasbebiendo. Sobre la alfombra, entre ambos,había un par de dados.Amalric se inclinó solemnemente.-Señores...Conan lo miró, aturdido por el alcohol.Llevaba un turbante cubierto de piedraspreciosas, que había pertenecido aZehbeh.-¡Amalric! Recuéstate sobre estos cojinesy juega con nosotros. Tu suerte no podráser peor que la mía esta noche.-Señor, realmente no puedo permitirme...-¡Oh, al diablo con esos modales! Te hagouna apuesta.Conan tomó un puñado de monedas de supila y las depositó sobre la alfombra.Mientras Amalric se inclinaba para tomar

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asiento, Conan, como si acabara deocurrírsele repentinamente una idea, mirófijamente a Sakumbe.-Te diré una cosa, hermano rey.Tiraremos los dados una vez cada uno. Sigano, ordenarás que el ejército marchecontra el rey de Kush.-¿Y si gano yo? -preguntó Sakumbe.-Entonces se hará lo que tú quieras.Sakumbe movió la cabeza negativamente,al tiempo que reía socarronamente.-No, hermano rey, a mí no se me pilla contanta facilidad. Partiremos sólo cuandoestemos preparados, no antes. Conangolpeó sobre la alfombra con un puño.-¿Qué diablos te pasa, Sakumbe? Ya noeres el hombre de otros tiempos. Antesestabas siempre dispuesto a cualquier

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aventura. Ahora lo único que te importa esla comida, el vino y las mujeres. ¿Qué eslo que te ha cambiado?Sakumbe hipó y dijo:-En aquellos tiempos, hermano, yo queríaser rey, con muchos hombres a misórdenes, abundante vino, mujeres ycomida. Ahora tengo todas esas cosas.¿Por qué he de arriesgarlas en aventurasinnecesarias?-Debemos extender nuestras fronterashacia el océano occidental para dominarlas rutas comerciales que parten de lacosta. Sabes tan bien como yo que lariqueza de Tombalku depende de eso.-Y cuando hayamos conquistado el reinode Kush y llegado hasta el mar, ¿quéharemos?

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-Entonces avanzaremos con nuestrosejércitos hacia el este para conquistar atodas las tribus ghanatas e impedir susincursiones.-Y después, sin duda, querrás atacar porel norte o por el sur y así constantemente.Dime, amigo, supongamos que hemosconquistado todas las naciones que seencuentran dentro de un radio de milleguas de Tombalku y que poseemosriquezas mucho más grandes que las delos reyes de Estigia, ¿qué haríamosentonces?Conan bostezó y se estiró perezosamente.Luego dijo:-Pues gozar de la vida, supongo. Gozar denuestro oro, cazar todos los días, beber yhacer el amor durante toda la noche. Y de

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vez en cuando nos podemos contarmutuamente mentiras sobre nuestrasaventuras.Sakumbe volvió a reír.-Si eso es todo lo que deseas, estamosdisfrutando de ello ahora mismo. Siquieres más oro o comida, vino o mujeres,pídemelo y lo tendrás al instante.Conan sacudió la cabeza, gruñó algoinaudible y frunció el entrecejo,desorientado. Sakumbe se volvió haciaAmalric y agregó:-Y tú, mi joven amigo, ¿has venido adecirnos algo?-Señor, vine para rogar a Conan que visitemi casa y confirme mi matrimonio con miesposa. Después me gustaría que mehiciera el honor de quedarse allí a comer

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algo con nosotros.-¿Comer algo? -preguntó Sakumbe-.¡Nada de eso, por las narices de Ajujo!Celebraremos una gran fiesta. Habrábueyes asados enteros, ríos de vino,tambores y bailarinas. ¿Qué dices a eso,hermano rey?Conan eructó y sonrió.-Estoy de acuerdo contigo, hermano rey.Celebraremos tal fiesta de bodas en honorde Amalric que no podrá levantarse entres días.-Había otro asunto -dijo Amalric un pocoatemorizado ante la perspectiva de otrofestejo como los que solían hacer aquellosreyes bárbaros, pero sin saber cómonegarse. Acto seguido relató como Askiahabía interrogado a Lissa.

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Cuando terminó, los dos reyes fruncieronel ceño y Sakumbe dijo:-No temas a Askia, Amalric. Todos losbrujos necesitan ser vigilados, pero éstees un valioso sirviente. Y en cuanto serefiere a su magia...Sakumbe miró hacia la puerta y bajó eltono de voz:-¿Qué pensáis?Un guerrero que estaba de centinela en lapuerta dijo:-¡Oh, reyes! Un explorador de los jinetestibus quiere hablar con vosotros.-Que pase -dijo Conan.Un negro enjuto vestido con una blancatúnica desgarrada entró en la habitación yse prosternó. Al tenderse en el suelosobre su vientre, se levantó una nube de

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polvo de sus ropas.-¡Mis señores! -exclamó jadeando-.¡Zehbeh y los aphakis avanzan hacia aquí!Los vi ayer en el oasis de Kidessa y hecabalgado toda la noche para traeros lanoticia.Tanto Conan como Sakumbe, súbitamentesobrios, se pusieron en pie. Conan dijo:-Hermano rey, esto significa que Zehbehpodría estar aquí mañana. Ordena que lostambores toquen sones de guerra.Mientras Sakumbe llamaba a un oficial yle daba órdenes, Conan se volvió haciaAmalric.-¿Crees que podrías sorprender a losaphakis en su camino hacia aquí yaplastarlos con tus jinetes?-Tal vez lo consiga -repuso Amalric con

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cautela-. Serán más numerosos quenosotros, pero en el norte hay algunascañadas profundas, excelentes para tenderuna emboscada...Una hora más tarde, cuando el sol seponía tras las murallas de Tombalku,Conan y Sakumbe subieron a los tronosque había en la tarima de la plaza. Cuandosonaron los tambores en son de guerra,todos los negros en edad militar acudierona la plaza. Se encendieron hogueras.Oficiales emplumados dieron órdenespara que los guerreros formaran en línea,y pasaron revista a las puntas de suslanzas para asegurarse de que todasestaban bien afiladas.Amalric cruzó la plaza para informar a losreyes de que sus jinetes estarían

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preparados para salir a medianoche. Sumente hervía pensando en planes tácticosy estratagemas. En caso de que losaphakis resistieran el primer ataque, élsuspendería el asalto y se retiraría, paravolver a atacar cuando los aphakis sehubieran dispersado y desmontado de suscaballos a fin de atacar las murallas deTombalku...Subió los escalones y llegó hasta donde seencontraban los reyes, rodeados deoficiales negros, a quienes impartíanórdenes.-Señores... -comenzó a decir.Una exclamación lo interrumpió. Askiaapareció junto al trono señalado aAmalric y gritando a los reyes.-¡Ahí está! -gritó-. ¡El hombre que mató a

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un dios! ¡El hombre que mató a uno de misdioses!Los negros que rodeaban los tronosvolvieron sus rostros sorprendidos endirección a Amalric. En sus caras sereflejaba el temor y el asombro.Evidentemente, les resultaba inconcebibleque un hombre pudiera matar a un dios. Elque lo hiciera debía de ser, por lo tanto,otro dios.-¿Qué castigo sería suficiente para talblasfemia? -siguió diciendo Asida-.¡Exijo que el asesino de Ollamonga y sumujer me sean entregados paratorturarlos! ¡Dioses, van a recibir elcastigo más grande que haya sufrido jamásun ser humano...!-¡Cállate! -bramó Conan-. Si Amalric

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mató al bribón de Gazal, el mundo haganado algo. Ahora vete de aquí y deja demolestarnos. Estamos muy ocupados.-Pero Conan... -murmuró Sakumbe.-Estos diablos de piel blanca siempre seayudan unos a otros -agregó Askia-.¿Acaso no sigues siendo el rey, Sakumbe?¡Si aún lo eres, ordena que los detengan ylos aten! Si no sabes qué hacer con ellos ..-Bueno -dijo Sakumbe.-¡Escucha! -exclamó Conan-. Si Gazal yano está acosada por ese llamado dios,podremos conquistar la ciudad, poner atrabajar a sus habitantes y conseguir quenos enseñen su ciencia. Pero primeroordena a este brujo que se largue de aquíantes que pruebe el filo de mi espada enél.

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-¡Pido...! -gritó Askia.-¡Ordénale que se vaya! -bramó elcimmerio apoyando una mano en laempuñadura de su espada-. ¡Por Crom!¿Crees que yo abandonaría a un viejoamigo como Amalric en manos de unhechicero adorador del diablo?Finalmente Sakumbe se puso en pie yordenó:-¡Vete, Askia! Amalric es un buenguerrero y no le harás daño. Debesemplear tu magia para derrotar a Zehbeh.-Pero yo...-¡Vete! -repitió Sakumbe.Askia, furioso, murmuró entre dientes algoininteligible y luego dijo:-Muy bien, me voy, ¡pero vosotros dostendréis pronto noticias mías!

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Después de pronunciar su última amenaza,el hechicero se retiró apresuradamente.Amalric presentó su informe sobre losjinetes tibus. Entre el constante ir y venirde mensajeros y de oficiales queinformaban sobre las fuerzas a su mando,pasó algún tiempo antes de que Amalricpudiera explicar su plan al rey. Conanhizo unas cuantas sugerencias y acontinuación dijo:-A mí me parece bien; ¿tú que piensas,Sakumbe?-Si a ti te gusta, hermano rey, debe de serbueno. Vete, Amalric, y reúne a losjinetes... ¡Ohhhh!Un grito terrible surgió de los labios deSakumbe, cuyos ojos parecían saltárselede las órbitas. Se puso en pie y se

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tambaleó, aferrándose la garganta.-¡Estoy ardiendo! ¡Estoy ardiendo!¡Salvadme!En el cuerpo de Sakumbe se estabaproduciendo un terrible fenómeno.Aunque no se veía fuego por ningún lado,ni emanaba calor de él, era evidente queel hombre ardía como si lo hubieran atadoa una pira encendida. Su piel se cuarteó,se abrió y luego se chamuscó, llenando elaire de olor a carne quemada.-¡ Verted agua sobre él -gritó Amalric-.¡O vino! ¡Lo que tengáis más a mano!El rey negro gritaba desesperadamente.Alguien vertió sobre él un cubo lleno delíquido. Hubo un siseo y una nube devapor, pero los gritos de dolorcontinuaron.

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-¡Por Crom e Ishtar! -exclamó Conan,mirando con furia a su alrededor-. Debíhaber matado a ese brujo cuando lo tuve ami alcance.Los gritos cesaron poco a poco. Losrestos del rey..., una cosa negruzca,informe, sin ningún parecido con lo quehabía sido Sakumbe... yacían sobre lasuperficie de la tarima en medio de unoscuro charco de grasa humana. Algunosoficiales emplumados salieron corriendopresa del pánico; otros se prosternaron ytocaron el suelo con sus frentes,invocando a sus dioses.Conan tomó a Amalric por una muñeca yle dijo en voz baja y con tono tenso:-Tenemos que salir de aquíinmediatamente. ¡Vamos!

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Amalric sabía que el cimmerio eraconsciente de los peligros que debíanenfrentar. Siguió a Conan y bajó losescalones de la tarima. En la plaza todoera confusión. Los emplumados guerrerosiban de un lado a otro gritando ygesticulando. Entre ellos acababan deestallar algunas peleas.-¡Muere, asesino de Kordofo! -gritó unavoz desde la tarima.Justo enfrente de Conan, a muy pocadistancia, un hombre alto levantó el brazopara arrojar una jabalina. Sólo su instintosalvaje pudo salvar al cimmerio. Elbárbaro se dio media vuelta y se agachó.La larga jabalina pasó a dos centímetrosde la cabeza de Amalric y se hundió en elpecho de otro guerrero.

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El agresor movió el brazo para lanzar otrajabalina, pero antes que pudiera arrojarla,Conan desenvainó su espada. Ésta reflejóun destello de color escarlata a la luz delfuego y dio en el blanco.El hombre de Tombalku cayó al suelo conel sable clavado en el pecho.-¡Corre! -gritó Conan.Amalric obedeció, abriéndose paso entrela multitud que llenaba la plaza. Loshombres gritaron y lo señalaron. Algunoscorrieron tras él.Amalric corrió, haciendo un tremendoesfuerzo con las piernas y los pulmones, yentró por una callejuela detrás de Conan.A sus espaldas gritaban susperseguidores. La calle se estrechaba ytrazaba una curva. Conan desapareció

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delante de Amalric.-¡Aquí, rápido! -exclamó el cimmerio, quese había ocultado en el espacio estrechoque quedaba entre dos casas de adobe.Amalric se introdujo en ese sitio queapenas mediría un metro y se quedó ensilencio, tratando de respirar máscómodamente, mientras que los hombresque los perseguían pasaban de largo.-Quizá sean parientes de Kordofo -dijoConan en voz baja-. Han estado afilandosus cuchillos para matarme desde queSakumbe se deshizo de Kordofo.-¿Qué haremos ahora? -preguntó elaquilonio. Conan volvió la cabeza haciala estrecha franja de cielo estrellado quese recortaba encima de ellos y respondió:-Creo que podré trepar a esos tejados.

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-¿Cómo?-De la misma manera que solía ascenderpor una grieta en las rocas cuando era másjoven, allá en Cimmeria. Verás. Quédateun momento con esto.Conan le dio a Amalric una jabalina, yéste se dio cuenta de que pertenecía alhombre que había matado el cimmerio. Elarma tenía una cabeza afilada de hierroque medía un metro de largo, con formade sierra. Un poco más abajo del asa, unpeso de hierro equilibraba el de lacabeza.Conan soltó un gruñido, apoyó la espaldacontra un muro y los pies contra el otro, ycomenzó a subir en esa extraña posición.En seguida se convirtió en una negrasilueta que se recortaba contra las

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estrellas, y luego desapareció. Al cabo deunos segundos dijo desde arriba:-Alcánzame esa jabalina y sube.Amalric le dio el arma y luego subió de lamisma forma que Conan. Los tejadosestaban hechos con una espesa capa dehojas de palmera, y sobre ellas otra dedura arcilla. Algunas veces, la arcillacedía bajo sus pies y oían el crujido delas hojas secas que había debajo.Amalric siguió a Conan y cruzó variostejados, saltando los espacios que habíaentre ellos. Por último llegaron a unedificio bastante grande situado casi en elmismo borde de la plaza.-Tengo que sacar a Lissa de aquí -dijoAmalric con ansiedad.-Cada cosa a su tiempo -repuso Conan-.

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Antes tenemos que saber lo que estáocurriendo.La confusión en la plaza habíadisminuido. Los oficiales hacían formarfilas a sus hombres. Sobre la tarima de lostronos, al otro lado del cuadrado, sehallaba Askia en pie con sus adornos dehechicero, hablando y gesticulando.Aunque Amalric no podía oír lo quedecía, era evidente que el brujo trataba deconvencer a los hombres de Tombalku desus cualidades de sabio gobernante.Un ruido a la izquierda del lugar en el quese encontraban llamó su atención. Alprincipio fue un murmullo parecido alsonido de la multitud, pero luego seconvirtió en clamor. Un hombre llegócorriendo a la plaza y le dijo a Askia:

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-¡Los aphakis atacan la muralla este!Entonces estalló el caos. Sonaron lostambores de guerra. Askia dio órdenes aderecha e izquierda. Un regimiento delanceros negros comenzó a desfilar endirección al lugar de la batalla. EntoncesConan dijo:-Será mejor que nos vayamos deTombalku. Sea cual sea el bando quegane, querrán nuestro pellejo. Sakumbetenía razón: estas gentes jamásobedecerán a un hombre blanco. Vete a tucasa y saca de allí a la muchacha.Procurad ensuciaros la cara y las manoscon el hollín de la chimenea, y asípasaréis desapercibidos por las calles.Procura coger todo el dinero que puedas.Yo te esperaré allí con los caballos. Si

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nos damos prisa, podremos salir por lapuerta oeste antes que la cierren o ataqueZéhbeh. Aunque antes de irme tengo algoque hacer.Conan observó a Askia, que se hallabamás allá de las filas de guerreros negros.El brujo gritaba sus oraciones sobre latarima. Conan levantó la jabalina.-Hay mucha distancia, pero creo quepodré lograrlo -musitó.El cimmerio retrocedió hasta el extremoopuesto del tejado y luego corrió haciaadelante, en dirección a la plaza. Pocoantes de llegar al borde del tejado, alzó elarma con un fuerte impulso del brazo y desu enorme torso. Amalric perdió de vistala jabalina debido a la oscuridad que losrodeaba. Durante unos segundos se

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preguntó adonde habría ido a parar.Súbitamente Askia gritó y se tambaleó, altiempo que la jabalina, que sobresalía porsu espalda, vibraba con fuerza. El brujose agitó en violentas convulsiones y luegocayó sobre la tarima. Entonces, Conangruñó:-¡Vámonos!Amalric saltó velozmente de tejado entejado. Hacia el este aumentaba el ruidode la batalla, en el que se confundíangritos de guerra, el redoble de lostambores, llamadas de trompeta, alaridosy el inconfundible sonido metálico de lasarmas.Aún no era medianoche cuando Amalric,Lissa y Conan frenaron sus caballos enuna loma arenosa situada a una legua de

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distancia de Tombalku. Miraron haciaatrás y vieron a lo lejos el fragor de labatalla. Cuando los aphakis atacaron lamuralla oriental y se enfrentaron con loslanceros negros en plena calle, estallaronincendios por todas partes. Aunque losnegros eran más numerosos, la falta dejefes suponía una desventaja que su valorbárbaro no podía compensar. Los aphakisfueron penetrando más y más en la ciudad,mientras los incendios parecían convertirla metrópoli del desierto en un auténticoholocausto.El clamor de la batalla llegaba hasta lostres fugitivos como un murmullo. EntoncesConan dijo:-¡Al diablo con Tombalku! Gane quiengane, tendremos que buscarnos la vida en

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otro lugar. Yo me iré a la costa de Kush,donde tengo amigos, y también enemigos,y donde puedo tomar un barco para Argos.Y vosotros, ¿qué haréis?-Aún no lo he pensado -dijo Amalric.-Tienes contigo a una hermosa potranca -exclamó Conan sonriendo.Hubo un prolongado silencio y elcimmerio agregó:-No puedes arrastrarla detrás de ti através del mundo.Amalric se sobresaltó por el tono de laspalabras de Conan. Se acercó más a Lissay pasó un brazo por su cintura, con gestoprotector, al tiempo que apoyaba su manolibre en la empuñadura de la espada.Conan sonrió.-No temas -dijo-. Jamás me han gustado

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las mujeres de mis amigos. Si venísconmigo, podréis regresar a Aquilonia.-No puedo volver a Aquilonia -repusoAmalric.-¿Por qué?-Mi padre fue asesinado durante unadisputa con el conde Terentius, favoritodel rey Vilerus. Por esta razón, toda mifamilia tuvo que huir de allí. De locontrario, los agentes de Terentius noshubieran matado.-¿Pero no lo sabías? -preguntó Conan-.Vilerus murió hace seis meses. El actualrey es un sobrino. Dicen que todos losparásitos que rodeaban al viejo rey hansido destituidos, y que todos los exiliadoshan vuelto. Supe todo esto por uncomerciante shemita. Yo, en tu lugar, me

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iría corriendo a casa. El nuevo reyencontrara un buen puesto para ti. Llévatea tu pequeña Lissa y conviértela encondesa o algo por el estilo. En cuanto amí, ya lo sabes, me largo a Kush y al marazul.Amalric miró nuevamente en dirección alresplandor rojo que procedía deTombalku.-Conan -dijo-, ¿por qué Askia mató aSakumbe si en realidad tenía más motivospara acabar con nosotros? Conan seencogió de hombros.-Quizá tenía problemas más graves conSakumbe y por ello empleó la magiacontra él. Nunca he entendido lamentalidad de los brujos.-¿Y por qué te molestaste en matar a

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Askia? Conan lo miró fijamente antes deresponder:-¿Es que quieres mofarte de mí, Amalric?¿Yo, dejar sin vengar a un amigo?Sakumbe, ¡maldito sea su negro pellejo!,era amigo mío. Aun cuando en estosúltimos años engordó y se volvióperezoso, era mucho mejor que la mayoríade los hombres blancos que he conocido.El cimmerio suspiró hondo y movió lacabeza como un león agitando la melena.Luego agregó:-Bueno, él ha muerto y nosotros estamosvivos. Pero si queremos seguir viviendo,será mejor que nos larguemos de aquíantes que Zehbeh envíe una patrulla enbusca de nosotros. ¡Vámonos!Los tres jinetes avanzaron por la ladera

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occidental de la loma arenosa y acontinuación cabalgaron al trote hacia eloeste.

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El estanque del negro

Conan atraviesa las praderas delsur de los reinos negros. Allí lo conocendesde hace mucho tiempo, y por esoAmra el León no encuentra dificultadespara dirigirse a la costa que asoló juntocon Belit en el pasado. Pero ahora Belites sólo un recuerdo en la Costa Negra.El barco que se aleja de tierra, en el queviaja Conan afilando su espada, estátripulado por piratas de las islasBarachas, que se encuentran cerca de lacosta de Zingara. Ellos también han oídohablar de Conan y le dan la bienvenidaporque aprecian su experiencia y sudestreza con la espada. El cimmeriotiene unos treinta y cinco años de edad

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cuando se une a los piratas barachanos,a quienes acompaña durante bastantetiempo. Sin embargo, a Conan,acostumbrado a los ejércitosperfectamente ordenados de los reyeshiborios, la organización de los gruposbarachanos le resulta tan endeble que vemuy pocas posibilidades de alcanzar lajefatura y sus beneficios. En Tortagelogra escapar de una situaciónrealmente difícil, consecuencia de unacontienda entre piratas, y entiende quepara salvar el pellejo lo mejor es cruzara nado el Océano Occidental, lo quelleva a cabo con absoluta confianza yperfecto aplomo.

Desde la creación del mundo

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los barcos navegaron hacia el occidentedesconocido para el hombre.

Leed, si os atrevéis, lo que escribióSkelos

tocando su levita de seda con manosinertes,

y seguid a los barcos a través de latormenta...

Seguid a los barcos que no regresaránjamás.

1

Sancha, nativa de Kordava, bostezó

delicadamente, estiró perezosamente susgráciles miembros y luego se acomodómejor en el lecho de piel de armiño yseda montado en la cubierta de popa.

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Sabía perfectamente que la tripulación lamiraba con avidez y también sabía que lacortísima túnica que llevaba, típica de supaís, dejaba al descubierto gran parte desu cuerpo Sin embargo, sonrió coninsolencia y se dispuso a dormitar un ratoantes de que el sol, que ya estabaasomando sobre el océano, le hiriera losojos.Pero en ese momento llegó a sus oídos unruido muy diferente del que producía elcrujido de los maderos y cordajes, o lasembestidas de las olas contra laembarcación. Se incorporó y clavó sumirada en la borda, por la que en esemomento trepaba un hombre chorreandoagua. Sus negros ojos se abrieron conasombro y tuvo que hacer un esfuerzo para

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ahogar una exclamación de sorpresa. Elintruso era un perfecto desconocido paraella. El agua le chorreaba desde loshombros a lo largo de sus musculososbrazos. Su simple vestimenta, unospantalones de seda roja, estaba empapada,al igual que el ancho cinturón con hebillade oro y la vaina con la espada quecolgaban de éste. Cuando se puso en piesobre la borda, el sol naciente dibujó susilueta; parecía una estatua de bronce. Sepasó la mano por los cabellos empapadosy sus ojos azules se iluminaron cuando vioa la muchacha.-¿Quién eres? -preguntó ella-. ¿De dóndevienes? El hombre señaló hacia el vastoocéano, sin apartar los ojos de ella.-¿Acaso eres un dios que surge de las

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olas? -preguntó nuevamente la joven,confundida por la franqueza de su mirada,a pesar de que estaba acostumbrada a quela admiraran.Antes que el hombre pudiera responder,sonaron unos pasos rápidos sobre lacubierta y se detuvieron junto a él. Elcapitán de la nave miró al extraño, altiempo que apoyaba la mano en laempuñadura de su espada.-¿Quién diablos eres? -preguntó con vozde pocos amigos.-Soy Conan -repuso el recién llegado conserenidad. Sancha prestó más atención.Jamás había oído hablar el zingario conese acento.-¿Y cómo has llegado a bordo de mibarco? -preguntó nuevamente con

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desconfianza.-Nadando.-¡Nadando! -exclamó el capitánindignado-. ¡Perro! ¿Te estás burlando demí? Estamos muy lejos de tierra, nisiquiera se divisa la costa. ¿De dóndevienes?Conan señaló con una mano hacia el este.-Vengo de las islas.-¡Oh!El capitán lo miró con interés. Frunció elceño y adelantó la mandíbula con gestopoco complaciente.-Así que tú eres uno de esos perrosbarachanos. Los labios de Conanesbozaron una leve sonrisa.-¿Sabes quién soy? -preguntó el capitán.-Este barco es el Holgazán. De modo que

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tú debes de ser Zaporavo.-¡Sí!El patrón del barco se sintió halagado ensu vanidad al ver que el hombre sabíaquién era. Se trataba de un hombre tan altocomo Conan, aunque mucho más delgadoy menos corpulento. Bajo el morrión deacero, su rostro oscuro de rasgosaguileños tenía aspecto saturnino, por loque lo llamaban el Halcón. Su lujosavestimenta estaba a tono con la moda ycon los hábitos zingarios. Su mano nuncase apartaba demasiado de la empuñadurade la espada.El capitán observaba a Conan con gestode pocos amigos, pues los renegadoszingarios y los proscritos que infestabanlas costas del sur de Zingara, cerca de las

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islas Barachas, no se estimabandemasiado. La mayoría de los proscritoseran marineros de Argos mezclados conhombres de otras nacionalidades.Atacaban los barcos y asolaban la costazingaria y sus ciudades, al igual que lohacían los piratas zingarios, pero éstosdespreciaban a los bucaneros barachanosy dignificaban su profesión llamándose así mismos filibusteros, palabra mucho máshonorable, y calificando a los barachanosde piratas. No eran los primeros ni losúltimos que darían prestigio a la palabraladrones.Estos pensamientos pasaron por la mentede Zaporavo mientras su mano jugueteabacon la empuñadura de la espada yobservaba con el ceño fruncido a su

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entrometido huésped. En ese momentoConan no exteriorizó en absoluto suspensamientos. Permaneció en pie,inmóvil, con los brazos cruzados sobre elpecho, tan tranquilo como si se hallara ensu propio barco. Sonreía, y en sus ojos sereflejaba una extraña expresión de calma.-¿Qué haces aquí? -preguntó Zaporavosúbitamente.-Consideré necesario abandonar mi cargoen Tortage ayer por la noche, antes de quesaliera la luna -repuso Conan-. Partí enuna lancha vieja y remé hasta el amanecer.Entonces vi las velas superiores de tubarco y dejé que se hundiera la miserableembarcación en la que viajaba, porquenadando iba a avanzar más rápidamente.-Hay tiburones en estas aguas -dijo

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Zaporavo.El hombre se sintió vagamente irritadocuando Conan, por toda respuesta, seencogió de hombros. Dirigió una mirada ala cubierta inferior y vio un conjunto derostros ansiosos que miraban hacia arriba.Una sola palabra haría subir a todosaquellos hombres, que con sus espadassofocarían en el acto cualquier acometidade un buen luchador como parecía ser elrecién llegado.-¿Por qué he de cargar con todovagabundo vomitado por el mar? -bramóZaporavo, con una mirada y un tono másinsultantes que sus palabras.-Un capitán siempre puede dar empleo aun buen marinero -repuso Conan sinresentimiento.

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Zaporavo frunció el ceño y guardósilencio. Sabía que eso era verdad. Tuvoun momento de duda que más tarde lecostaría el barco, el mando, la muchacha yla vida. Pero no podía adivinar el futuro,y para él Conan no era más que otrobribón vomitado, como había dicho, porel mar. No le gustaba nada ese hombre,pese a que no lo había provocado enabsoluto. Sus modales no eran insolentes,pero a Zaporavo le molestaba sumanifiesta seguridad en sí mismo.-Trabajarás para mantenerte -dijofinalmente el Halcón-. ¡Y fuera de estacubierta! Recuerda que aquí mi voluntades ley.Conan esbozó una amplia sonrisa. Sinpausa, pero sin prisa, se dio media vuelta

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y descendió a la cubierta inferior No sevolvió para mirar a Sancha, que durante labreve conversación lo miró con avidez.Cuando llegó a la cubierta inferior, lorodeó la tripulación... Eran todoszingarios, medio desnudos, con susescasas ropas de seda sucias de alquitrán,y brillantes joyas en las orejas y en lasempuñaduras de sus dagas. Todos loshombres estaban ansiosos por la diversiónque prometía el tradicional «bautizo» delforastero. Allí lo pondrían a prueba y sedecidiría su futura posición entre latripulación. En la cubierta superior,Zaporavo parecía haber olvidado porcompleto la existencia de Conan, peroSancha vigilaba con sumo interés. Estabaacostumbrada a presenciar tales escenas,

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y sabía que el célebre «bautizo» podía serbrutal y probablemente sangriento.Pero su familiaridad con tales situacionesera mucho menor que la de Conan. Ésteesbozó una suave sonrisa cuando llegó ala cubierta inferior y vio las figuras que lorodeaban amenazadoramente Se detuvo yexaminó a los hombres sin alterar supostura en lo más mínimo. En esassituaciones regía un código determinado.Si Conan hubiera atacado al capitán, todala tripulación se habría abalanzado sobreél, pero le darían carta blanca contra elque habían seleccionado para iniciar lalucha.El hombre elegido para esa tarea avanzódos pasos. Se trataba de un individuocorpulento y peludo, que llevaba una faja

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de color carmesí enrollada en la cabeza amodo de turbante. Había adelantado lamandíbula inferior en un gesto de desafío.Tenía el rostro lleno de cicatrices yparecía la encarnación del mal. Cada unode sus movimientos y miradas fue en esosmomentos una verdadera afrenta. Sumanera de iniciar el «bautizo» fueprimitiva y cruel como él mismo.-Barachano, ¿eh? -dijo en tono de burla-.Allí es donde se crían perros en lugar dehombres. Nosotros, los Camaradas,escupimos sobre ellos... ¡así!El rufián escupió en el rostro de Conan yluego se llevó una mano a la espada.El movimiento de Conan fue demasiadorápido como para que lo pudiera captar lamirada humana. Su enorme puño chocó

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con terrible fuerza contra la mandíbula desu contrincante, y el zingario saliócatapultado por los aires hasta caer hechoun guiñapo junto a la borda.Conan se volvió hacia los demás. Exceptoun suave brillo que se reflejaba en susojos, su compostura y serenidad eran lasmismas de antes.Pero el «bautizo» había terminado con lamisma rapidez con la que habíacomenzado. Los marineros levantaron a sucompañero. Su fracturada mandíbulacolgaba fláccida y su cabeza oscilaba deforma poco natural.-¡Por Mitra..., tiene el cuello roto! -exclamó un pirata de barba negra.-Vosotros, los filibusteros, sois gente muyfloja -dijo Conan con una sonrisa-. Los

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barachanos no tomamos en cuenta a tiposcomo vosotros. ¿Queréis jugar a lasespadas conmigo? ¿No? Entonces todoestá bien y somos amigos, ¿verdad?La mayoría de los hombres asintieron.Unos brazos bronceados arrojaron por laborda el cadáver del hombre, y cuando elcuerpo desapareció bajo las aguas sevieron varias aletas negras y brillantes,acercándose rápidamente. Conan se echóa reír y extendió sus brazos como un tigreperezoso. Luego echó una mirada a lacubierta superior. Sancha, apoyada en labarandilla, tenía la boca abierta deasombro. En sus ojos había un brilloespecial. El sol que la iluminaba por laespalda delineaba su esbelto cuerpo, quese transparentaba a través de la ligera

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túnica que llevaba. En ese momentoapareció detrás de ella la sombra deZaporavo y su pesada mano se apoyó enel hombro de la muchacha con ademánposesivo. Le dirigió una miradaamenazadora al gigante, a la que Conanrespondió con una sonrisa.Zaporavo cometió un error habitual entrelos autócratas. Solitario en la sombríagrandeza de la cubierta superior,subestimó al hombre que estaba a susórdenes. Abstraído en sus propiospensamientos, había dejado pasar laoportunidad de matar a Conan. Noconcebía que los perros que se hallaban asus pies pudieran constituir una amenazapara él. Había ocupado durante tantotiempo puestos importantes y había

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pisoteado a tantos enemigos que,inconscientemente, se sentía muy porencima de toda maquinación de rivalesinferiores.Conan no lo provocó en absoluto. Elpirata se mezclaba con la tripulación yvivía tan alegremente como los demás.Demostró ser un excelente marinero y, porsupuesto, el más fuerte de todos. Hacía eltrabajo de tres hombres y siempre era elprimero en real i zar las tareas máspesadas y peligrosas. No discutía con suscompañeros, que a su vez se cuidabanmucho de no hacerlo con él. Cuandojugaba con ellos, apostaba su cinturón y suvaina, les ganaba el dinero y las armas yluego les devolvía todo lo que habíanperdido, con una carcajada. La tripulación

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lo consideraba, instintivamente, como eljefe de la segunda cubierta. Conan jamásles contó por qué había abandonado a lospiratas barachanos, pero la posibilidad deque se pudiera deber a un hechosangriento aumentaba el respeto quesentían hacia él. Había adoptado unaactitud imperturbablemente cortés tantohacia Zaporavo como hacia suscompañeros, y nunca tenía un gestoinsolente ni servil.Hasta el marinero más torpe se sentíaimpresionado por el contraste entre eltaciturno, áspero y pensativo capitán y elpirata que reía estrepitosamente, entonabacanciones en una docena de idiomas,bebía por diez y, aparentemente, no sepreocupaba en absoluto del futuro.

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Si Zaporavo se hubiera enterado deaquellas comparaciones, probablementese habría quedado mudo de cólera. Peroel capitán estaba siempre enfrascado ensus propios pensamientos, que se hacíanmás lúgubres a medida que iban pasandolos años, y gozabacon sus vagos sueños de grandeza y con lamuchacha, cuya posesión era un placeramargo, al igual que todos sus placeres.La joven miraba con creciente interés algigante de negra cabellera, que superaba asus compañeros tanto en el trabajo comoen los juegos Jamás había hablado conella, pero era evidente la naturalidad quese reflejaba en la mirada del hombre. Lamuchacha no se equivocaba en esesentido, y se preguntaba si sería peligroso

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permitirle que se acercara.Hacía poco tiempo que había dejado lospalacios de Kordava, pero le parecía queun mundo entero la separaba de la vidaque había llevado antes de que Zaporavola arrancara de la carabela en llamas quesus lobos habían abordado. Ella, quehabía sido la hija mimada del duque deKordava, pronto aprendió lo quesignificaba ser un juguete de placer enmanos de un bucanero. Puesto que era unamujer de gran fortaleza, seguía viviendoen una situación en la que otras mujereshabrían muerto y, dado que era joven yestaba llena de vida, había logrado hallarplacer en su existencia.La vida era incierta como un sueño, conagudos contrastes de batallas, pillajes,

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asesinatos y huidas, y las rojas visionesde Zaporavo la hacían más incierta aúnque la de los demás filibusteros. Nadiesabía de antemano lo que el capitánplaneaba. En esos días habían dejadoatrás todas las costas que figuraban en losmapas y avanzaban hacia lo desconocido,hacia aquellos lugares por los cuales sehabían aventurado muchos barcos paraperderse definitivamente. Todas lastierras conocidas quedaban atrás, y díatras día seguían teniendo ante sus ojos lainmensa soledad del mar. Allí no habíaningún botín, ninguna ciudad que saquearni barcos que incendiar. Los hombresmurmuraban, aunque no permitían que susmurmuraciones llegaran a oídos de suimplacable capitán, que se pasaba los

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días y las noches paseando por el castillode proa, o inclinado sobre antiguos mapasy cartas de navegación amarillentos por eltiempo, o leyendo pergaminos casidevorados por los gusanos. A veceshablaba con Sancha en forma demencialacerca de continentes perdidos y de islasfabulosas que había en medio de golfosdesconocidos, donde los dragonescuidaban los tesoros reunidos por reyesprehumanos hacía mucho, mucho tiempo.Sancha lo escuchaba sin comprender,abstraída en sus propios pensamientos,que se centraban siempre en el gigante debronce cuyas carcajadas eran tanestrepitosas y elementales como el vientodel mar.Al cabo de varias semanas divisaron

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tierra hacia el oeste, y al amanecerarrojaron el ancla en una bahía pocoprofunda. Vieron una playa que parecíauna franja blanca que bordeaba una granextensión de hierba, donde crecíannumerosos árboles. El viento traíaconsigo el aroma a plantas y a especias.Sancha aplaudió con gesto infantil ante laperspectiva de pisar tierra. Pero su ansiase convirtió en amargura cuandoZaporavo le ordenó que permaneciera abordo hasta que él la llamara. Zaporavonunca daba explicaciones acerca de susórdenes, pero tenía la sensación de quemuchas veces tenía por objeto hacerledaño sin motivo alguno.Entonces la muchacha se tendióperezosamente en el castillo de proa y

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contempló cómo los hombres remabanhacia tierra sobre las serenas aguas, queparecían jade líquido bajo el sol de lamañana. Los vio reunirse en la playa,alertas, con las armas preparadas,mientras algunos de ellos se internabanentre los árboles que bordeaban la playa.Notó que entre estos últimos se hallabaConan. No podía equivocarse, viendo laalta y bronceada silueta que caminabacomo una pantera. Los hombres de latripulación decían que no era un hombrecivilizado, sino un cimmerio, un miembrode las tribus salvajes que vivían en lasgrises montañas del norte y quesembraban el terror entre sus vecinoscada vez que atacaban. Ella sabía quehabía algo especial en él, que tenía una

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supervitalidad o una barbarie que lodistinguía de sus rudos compañeros.Sonaron fuertes voces en la playa y elsilencio que reinó a continuacióntranquilizó a los bucaneros. Luego loshombres se dispersaron en busca defrutas. Sancha los vio trepar a los árbolesy sintió que el apetito la consumía. Sepuso en pie y maldijo con una habilidadadquirida en el trato diario con susblasfemos compañeros.Los hombres de la playa habíanencontrado frutas y las comían condeleite. Se trataba de una variedaddesconocida, de piel brillante y dorada,especialmente sabrosa. Pero Zaporavo semostraba indiferente ante el hallazgo. Alenterarse de que sus exploradores no

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habían encontrado nada que indicara lapresencia de hombres o animales,permaneció inmóvil mirando hacia elinterior de la isla, en dirección a laspendientes cubiertas de hierbas y deárboles. Luego dio una orden, se ajustó elancho cinturón que sostenía su espada ycomenzó a internarse entre los árboles. Suayudante más cercano le aconsejó que nofuera solo y como recompensa recibió unfuerte golpe en la boca. Zaporavo teníasus razones para desear ir solo. Quenasaber si ésa era la isla que se mencionabaen el misterioso Libro de Skelos, en laque había unos monstruos extraños quecuidaban celosamente criptas llenas deoro. Y si lo que pensaba era verdad, no leinteresaba compartir su secreto con nadie,

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y muchísimo menos con su tripulación.Sancha, que contemplaba la escena desdeel puente, lo vio desaparecer entre losárboles. Al cabo de un rato pudo observarque Conan se daba media vuelta, miraba alos hombres dispersos por la playa yluego se encaminaba rápidamente en lamisma dirección que Zaporavo. Elgigantesco pirata pronto desapareció entrela arboleda.La maniobra despertó la curiosidad deSancha. Esperó a que ambos hombresreaparecieran, pero no lo hicieron. Losmarineros todavía andaban de un lado aotro, por toda la playa, al parecer sinobjetivo alguno. Algunos de ellos sehabían internado tierra adentro. Otros sehallaban tendidos durmiendo a la sombra.

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El tiempo pasó y la joven comenzó aponerse nerviosa Allí, a bordo, todoestaba en silencio, pero era una paz quepesaba. A pocos metros de distanciahabía una franja de agua poco profunda, yel fresco misterio de una playa rodeada deárboles la atraía enormemente. Por otrolado, también la tentaba el misterio deaquellas maniobras de Zaporavo y deConan.Sancha conocía perfectamente bien elcastigo que le aplicaba su implacable amocada vez que lo desobedecía, y por ello sequedó un rato sentada, indecisa. Porúltimo, decidió que valía la pena soportarunos azotes de Zaporavo y, sin pensarlomás, se quitó las sandalias de cuero, lafalda corta y la blusa Trepó sobre la

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borda, descendió por las cadenas delancla, se tiró al agua y nadó hacia tierra.Permaneció un momento en la playasintiendo el cosquilleo de la arena en lasplantas de los pies, mientras buscaba conla mirada a la tripulación. Vio sólo a unoscuantos hombres a poca distancia, queparecían dormir bajo los árboles. En susmanos había restos de aquel extraño frutodorado. La joven se preguntó por quédormirían tan profundamente a aquellatemprana hora del día.Nadie la detuvo cuando cruzó la blancafranja de arena y penetró en las sombrasque proyectaban los árboles. Notó queéstos estaban distribuidos en gruposirregulares y que entre ellos habíapequeñas y grandes extensiones de hierba

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verde en terreno inclinado. Al continuaren la misma dirección que había tomadoZaporavo, la muchacha se asombró por elmaravilloso paisaje que veía. Habíasuaves colinas verdes con árboles yreinaba un silencio onírico, comoencantado.Al cabo de un rato llegó a la cima de unacolina rodeada de altos árboles, yentonces aquella maravillosa sensación depaz y encanto que antes la habíaembargado se desvaneció súbitamente porculpa de lo que acababa de ver sobre lahierba pisoteada y manchada de sangreSancha lanzó un grito involuntario yretrocedió Luego avanzó con los ojosdesorbitados y temblando de pies acabeza.

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Zaporavo yacía sobre la pradera, mirandofijamente hacia el cielo con una enormeherida en el pecho Cerca de su manoinerte estaba su espada. El Halcón habíarealizado su último vuelo.Sancha contempló el cadáver de su amocon cierta emoción. No tenía motivos paraamarlo, y sin embargo sentía lo mismoque habría experimentado cualquier jovenal contemplar el cuerpo del hombre que lahabía poseído por primera vez. No lloróni sintió la necesidad de hacerlo, pero sucuerpo comenzó a temblarconvulsivamente y se le heló la sangre enlas venas. No obstante, logrósobreponerse y resistir la ola de histeriaque estaba a punto de invadirla.Miró a su alrededor, esperando ver al

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hombre en quien estaba pensando en esemomento. Pero sólo vio el círculo deárboles gigantescos y las azuladas laderasde la montaña que se alzaban más allá.¿Acaso Zaporavo se habría arrastradohasta ese lugar mortalmente herido? Peroalrededor del cadáver no se veía ningunahuella de sangre.Sancha vagó desorientada entre losárboles, tensando todos los músculos desu cuerpo cada vez que oía el susurro delas hojas que de cuando en cuando agitabala brisa.-¿Conan? -preguntó con extraño tono devoz, debilitada por el terrible silencio quede repente se había vuelto tenso.Un pánico inesperado hizo presa de ella ysus rodillas comenzaron a temblar.

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-¡Conan! -gritó desesperadamente-. Soyyo... ¡Sancha! ¿Dónde estás? Por favor,Conan...Su voz se ahogó en su garganta. Lin terrorincreíble le dilató los ojos. Entreabrió susrojos labios para gritar. Una extrañaparálisis se apoderó de todos susmiembros cuando más necesidad tenía dehuir. No podía moverse. Lo único quelograba hacer era gritar sin que surgieraun solo sonido de su garganta atenazada.

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Cuando Conan vio que Zaporavo seinternaba solo en el bosque, pensó queacababa de presentarse la ocasión quetanto esperaba. No había comido fruta ni

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participado en los juegos de suscompañeros. Toda su atención se centrabaen vigilar al jefe pirata. Habituados a lascostumbres de Zaporavo, sus hombres nose asombraron de que el capitán partierasolo a explorar una isla desconocida yprobablemente hostil. Se dedicaron, pues,a divertirse, y no se dieron cuenta de queConan se deslizaba tras el jefe como unapantera al acecho.Conan no dudaba de la influencia queejercía sobre la tripulación, pero no sehabía ganado el derecho, mediante lalucha o la provocación, de retar a unduelo a muerte al capitán. En aquellosdesiertos mares no tenía la oportunidad deprobarse a sí mismo, según la ley queimperaba entre los filibusteros. La

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tripulación apoyaría a su jefe en caso deque Conan lo matara abiertamente. Perosabía que si mataba al capitán sin que sushombres se enteraran, aquella tripulaciónsin jefe no permanecería fiel a la memoriade un hombre muerto. Para aquellamanada de lobos, sólo contaban los vivos.Siguió ansioso a Zaporavo con la espadadesenvainada hasta llegar a una cimarodeada de árboles. Por entre dos troncosdivisó el verde paisaje de las colinas, queparecían confundirse en la distancia. Allí,Zaporavo, intuyendo la persecución, sevolvió con la espada desenvainada en lamano.El pirata profirió una maldición y luegopreguntó:-¿Por qué me sigues, perro?

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-¿Y cómo se te ocurre hacer esa estúpidapregunta? -repuso Conan echándose a reíry avanzando rápidamente hacia su jefe.A continuación sonrió. Sus ojos azulescentelleaban con un brillo salvaje.Zaporavo espetó un juramento, y suespada chocó contra el sable de Conancuando el barachano atacó. La ancha hojaera como una llama azul encima de sucabeza.Zaporavo era veterano de mil combates entierra y mar. No había un hombre en elmundo más versado que él en el manejode la espada. Pero jamás había cruzado suacero contra el de un hombre casiprimitivo y criado más allá de losconfines de la civilización. Su formidablemaestría en el terreno de las armas se

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enfrentaba con una velocidad y una fuerzafísica inconcebibles en un hombrecivilizado. La forma de luchar de Conanera completamente heterodoxa, peroinstintiva y natural como la de un lobosalvaje. Las sutiles complejidades de laesgrima eran tan inútiles contra suprimitiva furia como la habilidad de unboxeador contra los ataques de unapantera.Peleó como jamás lo había hecho en suvida, e hizo esfuerzos desesperados pordetener la hoja que centelleaba sobre sucabeza como un relámpago. Pero derepente la espada de Conan golpeó laempuñadura de su sable, y sintió que subrazo se quedaba paralizado por elterrible impacto. El golpe fue seguido

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instantáneamente por una embestida tanfuerte que la hoja de acero atravesó sucota de malla y sus costillas como sifueran de papel, y después se clavó en sucorazón. Los labios de Zaporavo seretorcieron durante su breve agonía, perosonrió hasta el final; de su garganta nosurgió ni una sola queja. Antes de que sucuerpo quedara tendido sobre la pisoteadahierba, donde las gotas de sangrebrillaban como rubíes bajo el sol, yaestaba muerto.Conan sacudió la sangre que manchaba suespada, sonrió satisfecho y se estiróperezosamente... De repente, tensó todoslos músculos de su cuerpo. La expresiónde satisfacción que se reflejaba en surostro dio paso a una mirada de asombro.

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Permaneció inmóvil como una estatuadurante algunos segundos, con la espadaextendida a medias hacia adelante.Al apartar la mirada de su vencidoenemigo, la fijó en los árboles que lorodeaban y en el paisaje que resplandecíaa lo lejos. Y entonces vio una cosafantástica..., algo increíble e inexplicable.Sobre la ladera de una distante colina serecortaba una alta figura negra quecargaba a otra figura blanca sobre unhombro. La aparición se desvaneció conla misma rapidez con la que se habíapresentado, dejando a Conan con la bocaabierta por la sorpresa.El pirata miró a su alrededor, luegoobservó inquieto el camino que habíarecorrido momentos antes y soltó una

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maldición. Se sentía profundamentemolesto, desasosegado, si es que esetérmino podía aplicarse a un ser como él,con nervios de acero. En medio de unpaisaje real y fantástico a un tiempo, sehabía introducido una imagen depesadilla. Conan no dudaba de su vista nide su cordura. Pero acababa de ver algoextraño e increíble, estaba seguro de ello.Una figura negra que se deslizabarápidamente cargando una cautiva blancaya era motivo de sorpresa, pero aquellafigura negra era asombrosamente alta.Movió la cabeza con incredulidad y sedirigió rápidamente hacia el lugar dondehabía visto aquello. No cuestionaba laprudencia de su acto. Estaba tentado porla curiosidad y sentía el impulso

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irresistible de obedecer a sus instintos.Cruzó una colina tras otra, cada una deellas con sus gigantescos árboles. Elcamino era ascendente, aunque a veces,con monótona regularidad, también teníaleves descensos. La asombrosadisposición de pequeñas cimas y declivesparecía interminable. Pero finalmenteConan alcanzó lo que creía que era lacima más alta de la isla y se detuvo al verunas brillantes murallas verdes y unastorres del mismo color, que hasta esemomento se habían confundido tanperfectamente con el paisaje que elcimmerio no las había divisado a pesar desu vista de águila.Conan dudó, acarició la empuñadura de suespada y luego siguió adelante impulsado

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por la curiosidad. No vio a nadie alacercarse a una alta arcada que había enla muralla sin puertas Atisbando por entreunas grietas percibió lo que parecía ser unamplio patio abierto, tapizado de hierba yrodeado por un muro circular de unasustancia verde semitransparente. En élhabía varios arcos. Avanzando depuntillas y con la espada preparada, entrópor una de aquellas arcadas y salió a otropatio similar. Por encima de otra murallainterior vio asomar los pináculos de unasextrañas estructuras que parecían torres.Una de estas torres estaba construida enparte en el patio en el que él seencontraba. Una ancha escalera conducíaa ella Conan subió, preguntándose si todoaquello era real o si seria un sueño

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provocado por el loto negro.Al final de la escalera se encontró en unrellano amurallado o quizá en un balcón.No estaba seguro. En ese momentodistinguía más detalles de las torres, perocarecían de significado para él. Se diocuenta con cierta inquietud de que nopodían haber sido construidas por manoshumanas. Había simetría en suarquitectura, pero era una simetríademencial; se trataba de un sistema ajenoa la mente humana. En cuanto al plano dela ciudad, castillo o lo que fuera, veía losuficiente como para pensar que había ungran número de patios, en su mayor partecirculares, y cada uno de ellos estabarodeado por un muro y conectado con losdemás por medio de arcadas abiertas.

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Todo el conjunto parecía estar agrupadoalrededor de las fantásticas torres delcentro.Al volverse para mirar hacia otro lado,Conan tuvo una terrible sorpresa y seagachó rápidamente detrás del parapetodel balcón, con la mirada fija enfrente y laboca abierta de asombro.El balcón o rellano era más alto que elmuro de enfrente, y en ese momento Conanveía por encima de esa pared otro patio.La curva interior del muro de aquel patiodifería de las que había visto en que, enlugar de ser continua, parecía tener largasfilas de anaqueles abarrotados depequeños objetos cuya naturaleza Conanno pudo determinar.Sin embargo, en ese momento prestó muy

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poca atención a la muralla Su curiosidadse centraba en el grupo de seres que seencontraban agachados alrededor de unestanque verde que había en medio delpatio. Se trataba de unos individuosnegros que, pese a tener aparienciahumana, eran gigantes comparados con elalto pirata. Eran tipos más bien delgados,pero bien formados, sin rastros dedeformidad, excepto su talla anormal.Pero incluso a distancia Conan percibiólo diabólico de sus rostros.En el centro se hallaba, temblando, unmuchacho al que Conan reconoció comoel marinero más joven del HolgazánSeguramente era el prisionero que elcimmerio vio que llevaban por la laderade la colina. Conan no había oído ruido

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de pelea y no veía heridas ni manchas desangre en los delgados miembros deébano de los gigantes. Evidentemente eljoven se había internado desde la playa,alejándose de sus compañeros, y habíasido capturado en una emboscada tendidapor un negro. Conan supo instintivamenteque aquellos tipos gigantescos y oscurosno eran hombres.A sus oídos no llegaba ningún ruido. Losnegros asentían con movimientos decabeza y hacían gestos, pero no hablaban.Uno de ellos, agachado delante delmuchacho, sostenía un objeto parecido auna gaita en la mano. Se lo llevó a loslabios y al parecer sopló, aunque Conanno oyó ningún sonido. Pero el jovenzingario oyó o sintió algo. Tembló y se

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retorció como si estuviera agonizando;había una cierta regularidad y un ritmo enla convulsión de sus miembros. Lasconvulsiones dieron paso a violentassacudidas y luego a movimientosregulares. El joven comenzó a bailar de lamisma forma en que lo hacían las cobrasbajo la flauta del faquir. En la extrañadanza había un cierto abandono carente degozo y desagradable a la vista. Era comosi la muda melodía de las invisibles gaitastocara el fondo del alma del joven condedos lascivos y le arrancara todaexpresión involuntaria de su secretapasión por medio de una tortura brutal.Era como contemplar un almacompletamente desnuda con todos susoscuros y vergonzosos secretos al

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descubierto.Conan siguió observando la escena conrepulsión. Aun cuando era tan elementalcomo un lobo salvaje, no ignoraba losperversos secretos de las civilizacionesdecadentes. En su vagar por las ciudadesde Zamora había conocido a las mujeresde Shadizar la Maldita. Pero en esemomento percibía una vileza cósmica quetrascendía la simple degeneraciónhumana... Era una rama perversa delÁrbol de la Vida, que se habíadesarrollado fuera de toda comprensiónhumana. No sentía asombro por lascontorsiones agónicas ni por las posturasdel joven, sino más bien por laobscenidad cósmica de aquellos seres quehacían poner de manifiesto los secretos

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insondables yacentes en los entresijos delalma humana, y hallaban placer enaquellas voluptuosidades propias de unapesadilla.De repente el torturador negro dejó suinstrumento en tierra y se puso en pie,levantándose por encima de la retorcidafigura blanca. Aferró brutalmente almuchacho por el cuello y las caderas, y leintrodujo la cabeza en el estanque verde.Conan distinguió el brillo de su blancocuerpo en el agua verdosa, mientras elgigante negro lo retenía bajo la superficiedel agua. Luego hubo un movimiento deinquietud entre los demás negros, y Conanse agachó rápidamente bajo el parapeto,sin atreverse a levantar la cabeza.Al cabo de un rato la curiosidad lo venció

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y volvió a mirar con suma cautela. Losnegros salían en fila de una arcada y sedirigían a otro patio. Uno de ellos colocóalgo sobre un anaquel que había en elmuro más alejado; Conan vio que eraprecisamente el que había torturado aljoven. Era más alto que los demás yllevaba un turbante cubierto de piedraspreciosas. No había rastros del muchachotorturado. El gigante siguió luego a suscompañeros, y al cabo de unos momentosConan los vio salir por la arcada a travésde la cual él mismo había entrado en elcastillo del horror. Segundos despuéspudo observar que se encaminaban a lasverdes laderas, por donde él habíallegado. No llevaban armas, y sinembargo Conan presentía que planeaban

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un ataque contra el resto de la tripulación.Pero antes de partir para avisar a losfilibusteros, deseaba averiguar cuál habíasido el destino del joven. El silencio eraimpresionante. El pirata pensaba que tantoen los patios como en las torres no habíanadie, salvo él. Bajó deprisa por lasescaleras, cruzó el patio y atravesó unaarcada para entrar en otro patio,precisamente el que acababan deabandonar los gigantes negros. Fueentonces cuando vio la muralla estriada.Tenía varias filas de estrechos anaquelesen los que había miles de diminutasfiguras, en su mayor parte de colorgrisáceo. Estas figuras, que no eran másgrandes que una mano humana,representaban hombres y estaban

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realizadas con una perfección tal queConan pudo reconocer las característicasraciales de diferentes pueblos: los rasgostípicos de los zingarios, argoseos, ofireosy corsarios kushitas. Estos últimos eran decolor negro, al igual que sus modelosreales. Conan sintió un cierto desasosiegoal contemplar aquellas figuras mudas y sinojos. En todas se percibía un toque derealidad que resulta sorprendente y a lavez perturbador. Tampoco podía discernirde qué clase de material estaban hechas,aunque parecían de hueso petrificado.Pero no entendía cómo podía existir enaquel lugar tal cantidad de sustanciapetrificada como para hacer tantasimágenes.Notó que algunas imágenes representaban

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tipos humanos que él conocía, pero éstasocupaban los anaqueles más altos. Losmás bajos estaban llenos de figuras cuyosrasgos le resultaban desconocidos. Quizáfueran producto de la imaginación dealgún artista o tal vez representaban razasdesaparecidas y olvidadas.Conan sacudió la cabeza con impacienciay se volvió hacia el estanque. En el patiocircular no había dónde ocultarse, ypuesto que no se veía el cuerpo del jovenpor ningún lado, lo más lógico era queaún estuviera en el fondo del estanque.Se acercó al sereno círculo verde yobservó la brillante superficie. Era comomirar a través de un grueso cristal, nítido,pero a la vez extrañamente ilusorio. Elestanque, que no tenía grandes

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dimensiones, era redondo como un pozo yestaba rodeado por un brocal de verdejade. Miró hacia abajo y vio el fondo,también redondo, pero no pudo calcularsu profundidad, aunque daba la impresiónde ser increíblemente hondo, ya que leprodujo el mismo vértigo que hubieraexperimentado al contemplar el fondo deun abismo.Se sintió desconcertado cuando se diocuenta de que podía ver el fondo, pero allíestaba, debajo de sus ojos, remoto,ilusorio, sombrío, pero visible. Por unmomento le pareció ver una raraluminosidad en el fondo, aunque no estabamuy seguro de ello. Pero lo que podíaasegurar era que el pozo estaba vacío,excepto el agua brillante que contenía.

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Entonces, ¿dónde podría estar elmuchacho que él había visto ahogar tanbrutalmente en aquellas aguas? Conan seincorporó, acarició la empuñadura de suespada y observó nuevamente el patio. Sumirada se fijó en un punto situado en unode los anaqueles más altos. Había visto algigante colocando algo allí... y en el actoun sudor frío cubrió la piel morena deConan.Dudando, pero como arrastrado por unimán gigantesco, el pirata se acercó a labrillante pared. Aturdido por la sospecha,demasiado monstruosa como paraatreverse a expresarla siquiera en sumente, miró la última figura colocada enaquel estante. En seguida se hizo evidentela espantosa familiaridad. El rostro

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pétreo, inmóvil, diminuto, peroinequívocamente suyo, del muchachozingario, lo miraba fijamente. Conanretrocedió, profundamente conmovido. Laespada tembló en su mano al mirar haciaarriba, con la boca abierta, aturdido poruna realidad demasiado abismal yespantosa como para que la mente pudieraaprehenderla.Pero el hecho era evidente. Quedabarevelado el secreto de las imágenesdiminutas, aunque detrás de éste yacía elmisterio más oscuro y complejo de suexistencia.

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Conan nunca supo el tiempo que

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permaneció inmóvil, aturdido por aquellaespantosa visión. Un ruido lo sobresaltó.Era una voz femenina que gritaba como sila mujer estuviera acercándose Conanreconoció la voz, y su parálisisdesapareció en el acto.Dio un tremendo salto hasta los anaquelesmás altos, a los que se aferró con ambasmanos, y apartó las pequeñas figuras conlos pies para poder apoyarse. De otrosalto llegó en unos segundos al borde delmuro, y miró por encima de éste. Setrataba de una muralla exterior desde laque se veía la enorme pradera querodeaba el castillo.Un gigante negro atravesaba en esemomento la enorme extensión de hierba,llevando bajo un brazo, sin ningún

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esfuerzo, a la prisionera que se agitabaviolentamente entre sus brazos. Se tratabade Sancha, cuyos negros cabellos caían encascada. Su piel aceitunada contrastabacon el negro pellejo de su raptor. Elgigantesco individuo no hacía el menorcaso de sus gritos y movimientosdesesperados por liberarse mientras seencaminaba hacia la arcada exterior.Al desaparecer en el interior, Conan seacercó de un salto al arco que daba alpatio. Agazapado allí, vio entrar algigante en el patio del estanque, cargandotodavía a su furiosa prisionera. En esemomento, Conan pudo distinguirclaramente los detalles de aquella extrañacriatura.La soberbia simetría de su cuerpo y de sus

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extremidades era mucho másimpresionante de cerca. Bajo la piel deébano brillante se movían unos músculostremendamente desarrollados. Conan notenía la menor duda de que ese individuoseria capaz de destrozar a cualquierhombre. Las uñas de sus dedos constituíanun arma, ya que eran largas como lasgarras de un animal salvaje. Sus ojosbrillaban con reflejos dorados. El rostroera una especie de máscara de ébano, derasgos absolutamente inhumanos. Cadalínea de su cara estaba teñida de unaextraña expresión de maldad, quetrascendía toda maldad humana. No setrataba de un ser humano... Era unacreación blasfema..., una perversión de lanaturaleza.

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El gigante arrojó a Sancha a tierra, y lamuchacha se encogió, gritando aterrada.El negro miró a su alrededor como si nose sintiera seguro y entornó los ojos alcontemplar las figuras volcadas yderribadas de los anaqueles. Entoncesaferró a su cautiva por el cuello y la ingley caminó con ella directamente hacia elestanque. Pero en ese preciso momentoConan salió de la arcada y atravesó elpatio como si fuera una ráfaga de vientoinfernal.El gigante se dio media vuelta y sus ojoscentellearon al ver que el vengador seacercaba. El negro aflojó por un instantela presión que ejercía sobre su víctima acausa de la sorpresa, y Sancha se retorcióviolentamente entre sus brazos y cayó

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sobre la hierba del patio. El gigantescoindividuo extendió sus manos terminadasen garras hacia adelante, pero Conan lasesquivó agachándose con la velocidad deun tigre, y atacó con la espada la ingle delgigante. El negro cayó como un árbolcortado de raíz, y Conan sintió que Sanchalo rodeaba con sus brazos, aterrada.Conan maldijo entre dientes. Su enemigohabía muerto. Los ojos del gigante estabanvidriosos y los movimientosespasmódicos de sus largos miembros deébano habían cesado.-¡Oh, Conan! -dijo Sancha sollozando yaferrándose con fuerza a su salvador-.¿Qué va a ser de nosotros? ¿Quiénes sonestos monstruos? ¡Oh, seguramente esto esel infierno y ese negro era el diablo!

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-Entonces el infierno tendrá necesidad deun nuevo diablo -dijo él sonriendofieramente-. Pero, ¿cómo te capturó?¿Acaso se han apoderado del barco?-No lo sé -dijo la muchacha tratando deenjugar sus lágrimas-. Yo nadé hasta laplaya. Vi que seguías a Zaporavo y osseguí a los dos. Luego encontré aZaporavo... y estaba... ¿Fuiste tú quien lohizo?-¿Qué otro podría ser? -gruñó Conan-.Continúa.-Percibí algo que se movía entre losárboles y creí que eras tú. Te llamé... ydespués vi a esa cosa negra agazapadacomo un mono entre las ramas,mirándome. Fue como una pesadilla. Mesentía incapaz de correr. No pude hacer

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otra cosa que gritar. Entonces se dejó caerdesde el árbol y me cogió... ¡Oh..., oh!La muchacha ocultó el rostro entre lasmanos y se puso a temblar al recordar loshorrores pasados.-Tenemos que salir de aquí -gruñó Conan,tomando a la muchacha por una muñeca-.Vamos, debemos volver a donde seencuentra la tripulación...-La mayor parte de los hombres estabandormidos en la playa cuando me internéen el bosque.-¿Dormidos? ¡Por Crom! ¿A qué diablosobedece todo esto...?-¡Escucha!La joven quedó paralizada como unamuda imagen del horror.-¡Lo oí! ¡Es una queja! ¡Espera!

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Conan corrió de nuevo hacia losanaqueles. Miró una vez más hacia elexterior y maldijo con tanta furiaconcentrada que hasta Sancha sesorprendió. Los negros regresaban, perono venían solos ni con las manos vacías.Cada uno de ellos cargaba con un cuerpoinerte. Algunos llevaban dos. Susprisioneros eran los filibusteros delHolgazán. Colgaban fláccidamente de losbrazos de sus captores y, a no ser poralgún vago movimiento de sus cuerpos,C o n a n habría pensado que estabanmuertos. Los habían desarmado, perotodavía conservaban sus ropas. Uno delos negros llevaba las espadas debrillante acero. De cuando en cuando unode los marineros gritaba débilmente como

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un borracho llamando a alguien en sueños.Conan miró a su alrededor como un loboacorralado. Tres de las arcadas conducíanal exterior del patio del estanque. Losnegros habían abandonado el patio por lasarcadas del este, y seguramente entraríande nuevo por allí. Sin embargo, Conanhabía entrado por el arco que daba al sur.Se ocultó en la arcada oeste y no tuvotiempo de observar lo que había más allá.A pesar de ignorar completamente elplano del castillo, se vio obligado a tomaruna rápida decisión.Saltó a tierra desde la pared y volvió acolocar rápidamente las imágenes en susitio. Luego arrastró el cadáver del negrohacia el estanque y lo arrojó al agua. Elcuerpo se hundió de inmediato, y Conan

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vio claramente que el cadáver se contraíade un modo extraño, luego se encogía y seendurecía. Conan sintió un escalofrío y sedio media vuelta. Luego tomó a suacompañante por un brazo y la condujohacia la arcada sur, mientras la jovensuplicaba que le explicara lo que ocurría.-Han atrapado a la tripulación -dijo elcimmerio-. No tengo ningún plan, peronos esconderemos en algún lugar yvigilaremos. Si no miran hacia elestanque, tal vez no sospechen nuestrapresencia.-¡Pero verán la sangre que hay sobre lahierba!-Es probable que piensen que la vertióuno de sus propios diablos -repuso-. Detodos modos, tendremos que correr ese

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riesgo.Se encontraban en el patio, desde dondeConan había contemplado la tortura delmuchacho. El pirata condujo rápidamentea la joven hasta la escalera que subía porla muralla sur, y allí la obligó a agacharsetras la balaustrada del balcón. Elescondite no era bueno, pero no teníanotro mejor.Apenas habían ocupado su sitio cuandolos negros entraron en el patio. Hubo unruido al pie de las escaleras, y Conan sepuso en tensión, empuñando la espada.Pero los negros pasaron de largo a travésde una arcada situada en el lado suroeste.A continuación se oyeron una serie delamentos y quejidos. Los gigantes estabandejando caer a sus víctimas al suelo. Un

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sollozo histérico se ahogó en la gargantade Sancha en el momento en que Conan letapó la boca con la mano para evitar queel ruido los delatara.Al cabo de un rato oyeron las pisadas demuchos hombres sobre la hierba, y luegoreinó el silencio. Conan miró por encimade la muralla. El patio estaba desierto.Los negros se encontraban una vez másreunidos alrededor del estanque, en elpatio cercano, sentados sobre sus talones.No prestaban la menor atención a lasenormes manchas de sangre que habíatanto sobre la hierba como sobre el brocaldel pozo. Evidentemente, las manchas desangre no debían de ser algo anormal allí.Tampoco miraron hacia el estanque.Estaban enfrascados en un extraño

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cónclave. El negro alto estaba tocando lagaita dorada y sus compañerosescuchaban inmóviles como estatuas deébano.Conan tomó a Sancha por una mano y bajórápidamente por las escaleras,agachándose para que su cabeza nosobresaliera por encima de la muralla. Lamuchacha lo siguió con dificultad,mirando aterrada hacia la arcada que dabaal patio del estanque, pero desde eseángulo no se veía el estanque, ni losextraños individuos. Al pie de lasescaleras se encontraban las espadas delos zingarios. El ruido que habían oídomomentos antes se debía a las armas queel negro había dejado caer al suelo.Conan condujo a Sancha hacia la arcada

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suroeste, cruzaron en silencio la extensiónde hierba y entraron en el patio que seencontraba un poco más lejos. Allíestaban los miembros de la tripulación enun montón informe. Algunos se movían ogruñían entre dientes. Conan se inclinósobre ellos y Sancha se arrodilló a sulado.-¿Qué será ese aroma tan dulce? -preguntó-. Se percibe en el aliento detodos.-Es de esa maldita fruta que estabancomiendo -repuso Conan en voz baja-.Recuerdo perfectamente su olor. Debe deser algo parecido al loto negro, que hacedormir a los hombres. ¡Por Crom! Estáncomenzando a despertar..., pero no tienenarmas, y estoy seguro de que esos diablos

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negros no tardarán mucho en aplicar sumagia sobre ellos. ¿Qué posible salidahabrá para estos muchachos desarmados ydrogados?Conan quedó profundamente sumido ensus pensamientos por un instante. Luegoapoyó una mano sobre el blanco hombrode Sancha, con tanta brusquedad que lajoven se sobresaltó.-¡Escucha! Me llevaré a esos cerdosnegros hacia otro lugar del castillo y allílos tendré ocupados durante un rato.Mientras tanto, tú despertarás a estosestúpidos y les traerás sus armas... Es unaoportunidad de salvarse. ¿Podrás hacerlo?-No lo sé -repuso Sancha, sacudiendoaterrada la cabeza, casi sin saber lo quedecía.

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Conan cogió a la joven por los cabellosmientras soltaba un juramento, y lasacudió hasta que Sancha sintió que lasmurallas daban vueltas a su alrededor.-¡Tienes que hacerlo! -dijo el pirata-. ¡Esnuestra única posibilidad!-¡Haré lo que pueda! -musitó Sancha.Conan se alejó gruñendo algo ininteligibley dando una palmada de aliento a la jovenen la espalda, que casi la hizo rodar porel suelo.Poco después se encontraba agazapado enla arcada que daba al patio del estanque,mirando a sus enemigos Todavía estabansentados tal como los había visto antes,pero empezaban a mostrar una malignaimpaciencia. Conan oyó gruñidos ymaldiciones, mezclados con palabras

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incoherentes provenientes del patio en elque se encontraban los hombres. Elcimmerio tensó todos los músculos de sucuerpo y se agachó un poco más, comouna pantera dispuesta a atacar.El enjoyado gigante se puso en pieapartando la extraña gaita de sus labios...y en ese preciso instante, Conan, con unfantástico salto de tigre, cayó entre ellos yatacó como una fiera salvaje. Su espadacentelleó tres veces como un relámpagoantes que los sorprendidos negrostuvieran tiempo de levantar una mano paradefenderse. Luego se alejó y corrióvelozmente por el patio. Detrás de élquedaban tres gigantescas figuras negras.Pero aunque su inesperada furia habíatomado por sorpresa a los gigantes, los

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sobrevivientes se recuperaron deinmediato. Cuando Conan atravesó laarcada oeste, los negros ya lo estabanpersiguiendo de cerca con una velocidadde vértigo. Sin embargo, Conan tenía unagran confianza en sí mismo en lo tocante avencerlos en cualquier carrera a pie. Aunasí, ésa no era su intención. Su propósitoera arrastrarlos a una larga carrera con elfin de darle tiempo a Sancha de despertara los zingarios.Cuando Conan corrió hacia el patio quehabía más allá de la arcada oeste profirióun juramento. Este patio era diferente delos demás porque no era redondo, sinooctogonal, y el arco por el que habíaentrado era a su vez la única salida.Conan se dio media vuelta y vio que lo

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estaban siguiendo todo el grupo degigantes. Algunos de ellos obstruían laarcada y el resto se había desplegado enuna amplia línea al acercarse a él. Elcimmerio les hizo frente al tiempo queretrocedía lentamente hacia la murallanorte Entonces, la línea de negros formóun semicírculo a fin de acorralarlo. Conansiguió retrocediendo, cada vez máslentamente, adviniendo que seensanchaban los espacios que había entrelos gigantes. Temían que su presa huyerapor un extremo del semicírculo, y por ellose extendían todo lo posible.Conan observaba todos los detalles con laatención de un lobo acorralado y, cuandoatacó, lo hizo con la devastadora rapidezde un huracán... en el mismo centro del

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semicírculo. El gigante que le impedía elpaso cayó con el pecho abierto y el piratase encontró fuera del círculo que secerraba antes que los negros pudieranacudir en ayuda de su camarada. El grupoque se encontraba en la arcada se preparópara recibir su agresión, pero Conan noatacó. Se había dado media vuelta ycontemplaba a sus perseguidores sinninguna emoción ni temor.Esta vez no se desplegaron en línea.Habían aprendido que era fatal dividir susfuerzas contra semejante encarnación dela furia. Formaron una masa compacta yavanzaron hacia él lentamente,manteniendo su formación.Conan sabía que si llegaba a ser presa deaquella masa de garras, músculos y

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huesos no tendría ninguna posibilidad desalvarse. Si lograban arrastrarlo hacia unlugar en el que pudieran emplear el pesode sus cuerpos con mayor ventaja, nisiquiera la primitiva ferocidad del pirataserviría de nada.Miró hacia la pared y vio un saliente enun rincón. No sabía qué era, pero leserviría. Comenzó a retroceder haciaaquella esquina y los gigantes avanzaroncon más rapidez. Era evidente quepensaban que muy pronto lo acorralarían,y Conan tenía la certeza de que aquellosindividuos lo consideraban mentalmenteinferior a ellos. Tanto mejor. No habíanada más desastroso que subestimar a unenemigo.Cuando se encontraba a pocos metros de

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distancia de la muralla, los negroscomenzaron a acercarse más deprisa, conla intención de cercarlo antes que pudieradarse cuenta de su situación. El grupo dela entrada había abandonado sus puestos ycorría a unirse a sus compañeros. Losgigantes avanzaban agachados, con losojos brillantes como un fuego infernal ylos dientes resplandecientes, y extendíansus manos provistas de garras como sitrataran de impedir un ataque. Esperabanun golpe repentino y violento por parte desu presa, pero cuando éste se produjo, losvolvió a coger desprevenidos.Conan levantó la espada, avanzó haciaellos y luego se dio media vuelta y corrióen dirección a la muralla. Con unincreíble esfuerzo de sus músculos de

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acero saltó en el aire y extendió un brazo,logrando aferrar con sus dedos el saliente.En seguida se oyó un crujido y todo elsaliente de la muralla cedió e hizo que elpirata cayera al patio.Conan cayó de espaldas. A no ser por latupida hierba que cubría la tierra, en laque rebotó como un gato, se hubierafracturado la columna vertebral, a pesarde la formidable musculatura que protegíasus huesos. Entonces se dispuso aenfrentarse con sus enemigos. De sus ojoshabía desaparecido toda expresión decalma o cautela. Ahora brillaban como losde una fiera salvaje, y enseñaba losdientes a través de sus labios abiertos. Enun instante la situación había cambiado yhabía dejado de ser un simple juego para

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convertirse en una batalla de vida omuerte. Entonces, Conan respondió contoda la furia salvaje de los bárbaros.Los negros, que se habían detenido por unmomento ante la rapidez de losacontecimientos, iniciaron su avance paraabalanzarse sobre él, pero en ese precisoinstante un grito rasgó el silencio. Losgigantescos negros se dieron media vueltay vieron que por la entrada del patioaparecía un grupo de hombres de aspectohorrible. Los piratas se tambaleaban comoborrachos y gritaban maldicionesincoherentes. Parecían atemorizados, perosostenían con fuerza sus espadas yavanzaban con una ferocidad que revelabaque sabían lo que estaba ocurriendo.Los negros los miraron asombrados y

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Conan lanzó un grito atronador al tiempoque atacaba con la velocidad del rayo.Los negros comenzaron a caer como frutosmaduros bajo su espada, mientras loszingarios, gritando con una furia terrible,atravesaron corriendo el patio y cayeronsobre sus enemigos con odio bestial. Loshombres de la tripulación seguíanaturdidos. Habían sentido las violentassacudidas que les propinó Sancha paraobligarlos a empuñar las espadas y habíanoído las palabras que les incitaban aentrar en acción. No lograron entendertodo lo que les decía, pero la vista deextraños y el derramamiento de sangre eraun acicate que jamás fallaba en ellos.En un segundo, el patio se convirtió en uncampo de batalla que pronto tuvo el

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aspecto de un matadero. Los zingarios setambaleaban, pero manejaban la espadacon firmeza y seguridad, ignorando porcompleto sus heridas, excepto las queeran fatales. Eran mucho más numerososque los negros, pero éstos tenían unafuerza increíble. Sus hombros y suscabezas sobresalían por encima de susenemigos y sembraban la muerte conmanos y dientes, mordiendo las gargantasde los hombres y dando golpes con elpuño cerrado sobre los cráneos, quequedaban aplastados en un santiamén.Mezclados en aquella barahúnda, losbucaneros no podían usar su mayoragilidad en su ventaja y muchos de ellostodavía se encontraban bajo los efectos dela droga, y no podían esquivar a tiempo

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los golpes que recibían. Luchaban con unaferocidad ciega, demasiadofamiliarizados con la muerte como paraevitarla. El ruido de las espadas erasemejante al del hacha de un carnicero.Los alaridos y los gritos de dolorresultaban estremecedores.Sancha, agazapada en la arcada del patio,estaba aturdida por el ruido de la batalla,y tenía la impresión de estarcontemplando un cuadro dantesco en elque aparecían y desaparecían rostroscontorsionados, brazos levantados,espadas manchadas de sangre y cuerposque parecían bailar una danza, demencial.Todos estos detalles se veían muybrevemente, como pinceladas sobre unfondo de sangre. Sancha vio a un marinero

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zingario que, ciego de furia, apoyaba lospies en el suelo y hundía la espada en unnegro vientre. La muchacha oyóclaramente el salvaje gruñido delmarinero al atacar. El negro moribundoaferró la hoja con sus manos y el marinerose tambaleó. Una mano negra se posó conuna fuerza titánica sobre la cabeza delzingario y acto seguido éste sintió unarodilla sobre la espalda. La cabeza delmarinero fue echada hacia atrás y sequebró como la rama de un árbol. Elnegro arrojó al suelo el cuerpo de suvíctima... y al hacerlo, algo parecido a unrayo de luz azul brilló a sus espaldas, dederecha a izquierda. Luego se tambaleó ycayó pesadamente al suelo.Sancha sintió náuseas. Hizo un esfuerzo

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por huir de aquel espectáculo, pero laspiernas no la obedecieron. Tampoco pudocerrar los ojos. Incluso los abrió más.Estaba completamente asqueada, perosentía, pese a todo, la fascinación quesiempre experimentaba al ver sangre. Porotro lado, jamás había presenciado unalucha semejante entre seres humanos, nisiquiera en los ataques de los piratas aciudades o puertos de la costa, ni en lasbatallas en el mar. Entonces vio a Conan.Separado de sus compañeros por elenemigo, el cimmerio se había vistoenvuelto en una negra ola de brazos ycuerpos, y le habían zarandeado de unlado a otro a pesar de sus esfuerzostitánicos. Se había caído al suelo, dondeseguramente lo hubieran matado, pero

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había arrastrado consigo a uno de losgigantescos negros que en esos momentoslo protegía. Los demás negros intentaronpisotearlo y apartar a su compañero, peroConan mantenía sus dientes clavados en lagarganta del gigante, aferradodesesperadamente a su escudo de carne yhueso.La carnicería que llevaban a cabo loszingarios contuvo el ataque de losenemigos, por lo que Conan arrojó a unlado el cuerpo del negro y se puso en pie,cubierto de sangre, con un aspectolamentable. Los gigantes se alzabanencima de él como sombras negras ydaban golpes terribles en el aire. Era tandifícil capturar o golpear al pirata como auna pantera enfurecida, y a cada golpe de

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su espada saltaba la sangre a sualrededor. Conan había recibido golpescapaces de matar a tres hombres, pero suvitalidad de toro lo mantenía en pie.Su grito de guerra se oyó por encima delfragor de la batalla, y los furiososzingarios redoblaron su ataque hasta queel sonido ahogado de la carne que serasgaba y de los huesos que se fracturabancasi ahogó los alaridos de dolor y decólera.Los negros vacilaron y corrieron hacia lasalida. Sancha gritó al verlos llegar, y seapartó rápidamente de su camino. Losgigantes se apelotonarondesordenadamente en la salida y losfuriosos zingarios los atacaron por laespalda con golpes mortales. La salida al

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patio se convirtió en un matadero antes deque los pocos sobrevivientes negroshuyeran cada uno por su lado.La batalla se convirtió en unapersecución. Los gigantes huían por lospatios, por las brillantes escaleras, porencima de los tejados de las fantásticastorres, e incluso por los anchos bordes delas murallas, vertiendo sangre a cada pasoy perseguidos por los marineros. Al versecercados, muchos de ellos daban mediavuelta y mataban a algún zingario. Pero elresultado final era siempre el mismo: unenorme cuerpo negro retorciéndose sobrela hierba, en los parapetos o en un tejado.Sancha se había refugiado en el patio delestanque, donde se agazapó temblando dehorror. En el exterior resonaban alaridos

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feroces. Entonces oyó unos pasos pesadosy vio entrar en el patio, a través de laarcada, a una figura inmensa; se tratabadel negro del turbante enjoyado. Unmarinero lo perseguía de cerca, y el negrose volvió en el mismo borde del estanque.Allí recogió una espada que habíaperdido algún zingario, y cuando elmarinero que lo perseguía se acercó más,lo atacó con ese arma poco familiar paraél. El bucanero cayó al suelo con elcráneo aplastado. Pero el golpe habíasido aplicado con tanta fuerza y torpezaque la hoja de la espada se quebró.El gigante arrojó la empuñadura a losindividuos que en ese momentoatravesaban la arcada, y luego corrióhacia el estanque con una terrible

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expresión de odio reflejada en el rostro.Conan se abrió paso entre los hombres ycorrió sobre la espesa hierba del patio.Entonces el gigante extendió los brazos aambos lados, y de sus labios surgió ungrito inhumano..., el único sonido emitidopor un negro durante toda la batalla.Parecía gritar al cielo todo su odio. Eracomo una voz que bramara desde losfosos del infierno. Al oír aquel gritofantástico, los zingarios dudaron y sequedaron inmóviles. Pero Conan no sedetuvo. Avanzó silenciosamente, con unaexpresión siniestra en el rostro, endirección a la figura de ébano que estabade pie junto al brocal del pozo.Pero cuando su espada centelleó en elaire, el negro se dio media vuelta y saltó.

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Durante una décima de segundo lo vierondetenerse en el aire, por encima delestanque. Luego lanzó un bramido quesacudió la tierra. Las aguas verdes selevantaron para recibirlo y lo envolvieroncomo un volcán de color esmeralda.Conan retrocedió a tiempo para no caer enel estanque, empujando a sus hombreshacia atrás con sus poderosos brazos.El rugido del agua parecía haber anuladolas facultades de los marineros Sanchaestaba completamente paralizada, mirandocon ojos desorbitados en dirección a lacolumna de agua. Conan la obligó aretroceder con un grito que a la vez lahizo reaccionar. La muchacha se abalanzósobre él con los brazos extendidos. Elcimmerio la tomó por un brazo y corrió

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desesperadamente hacia la salida.En el patio que se abría al mundo exterior,se habían reunido los sobrevivientes,desarrapados, heridos, extenuados ymanchados de sangre. Todos mirabanhacia la enorme columna de agua verdosaque se elevaba hacia el azul del cielo. Eltronco de la columna parecía pintado deblanco, y la espuma de su corona formabauna circunferencia tres veces más grandeque la de su base. Daba la impresión deque en cualquier momento la imponentecolumna de agua iba a estallar en unformidable torrente, y sin embargocontinuaba ascendiendo.La mirada de Conan recorrió el grupoensangrentado y extenuado, y al ver quesólo uno de los marineros estaba algo

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menos herido y magullado que los demásgritó una maldición. Lo cogió por elcuello y lo sacudió con fuerza.-«Dónde están los demás hombres? -preguntó el cimmerio levantando la vozpor encima del ruido del agua.-¡No quedamos más aquí que los queestamos! -exclamó el individuo-. Esosmalditos negros los han matado a todos...-¡Entonces sal de aquí! -bramó Conan,empujándolo con tanta violencia que elmarinero salió catapultado por la arcadade salida-. Esa fuente va a reventar de unmomento a otro.-¡Nos ahogaremos todos! -se lamentó otromarinero que se dirigía cojeando hacia lasalida.-¡Nos ahogaremos en el infierno! -gritó

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Conan-. ¡Nos convertiremos en huesospetrificados! ¡Fuera de aquí, imbécil!Conan corrió hacia la salida del patio,mirando a la vez la enorme columna deagua verdosa y a los hombres. Aturdidospor la reciente pelea y por el ruidoensordecedor del agua, algunos zingariosse movían como si estuvieran en trance.Conan los animó con un método muysimple. Aferraba a los rezagados por elcuello y los empujaba violentamente haciala salida, aumentando el impulso conpuntapiés en las nalgas, al tiempo quemaldecía a toda la familia del rezagado.Sancha trató de permanecer a su lado,pero Conan se deshizo de sus brazosblasfemando con furia y luego le dio unapalmada en las posaderas con tanta fuerza

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que la muchacha se encontró en el exteriorde la arcada casi sin darse cuenta.Conan no abandonó el patio hasta queestuvo seguro de que todos los hombresque seguían vivos habían salido delcastillo. Se volvió para mirar la enormecolumna de agua que empequeñecía lastorres del extraño lugar, y huyó de aquelcastillo del horror.Los zingarios ya habían cruzado el bordede la llanura y bajaban por las laderas dela montaña. Sancha esperó a Conan en lacima de la primera colina, que se alzabaun poco más allá. El cimmerio se detuvojunto a ella para mirar por última vez endirección al castillo. Parecía que unagigantesca flor verde con bordes blancoscubriera las torres, al tiempo que el

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rugido del agua llenaba el aire. Entoncesla columna se rompió, produciendo unruido semejante al de un poderoso trueno,y las murallas y torres quedaron cubiertaspor un torrente atronador.Conan tomó a la muchacha de la mano yhuyó. Delante de ellos se alzabannumerosas colinas y detrás se oían lasaguas de un río. Echó una mirada porencima de su hombro y vio una anchacinta verde que subía y bajaba en surecorrido a través de las colinas. Eltorrente no se había extendido ni disipado.Fluía como una gigantesca serpiente porencima de los declives y las redondeadascimas. Mantenía un curso constante... y losestaba siguiendo.Cuando se dio cuenta de lo que estaba

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sucediendo, Conan se sintió invadido poruna fuerza sobrenatural. Sancha tropezó ycayó de rodillas, gritando dedesesperación y agotamiento. Conan lacogió en brazos, la cargó sobre uno de sushombros y echó a correr a toda velocidad.Su pecho parecía a punto de estallar y susrodillas temblaban. Apretó las mandíbulasy vio que los marineros corrían delante deél, impulsados por el mismo horror.De repente apareció ante sus ojos elocéano. En sus aguas tranquilas flotaba elHolgazán, intacto. Los hombres corrieronatropelladamente hacia los botes. Sanchase cayó al fondo de uno de ellos ypermaneció inmóvil allí. Conan, aunque lasangre le zumbaba en los oídos y veía elmundo a través de una nube roja, tomó un

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remo para ayudar a sus jadeantesmarineros.Remaron todos juntos en dirección albarco, a punto de estallar por elagotamiento. El río verde surgía entre losárboles y éstos caían como si fueranarrancados de cuajo, para desaparecerluego bajo el líquido de color jade. Lasaguas verdosas inundaron la playa ytocaron el océano. Las suaves olas de ésteadquirieron un matiz más profundo, uncolor verde más oscuro y siniestro.Los piratas seguían corriendo, sin pensar,animados por un miedo instintivo, queimpulsaba a sus agotados cuerpos arealizar un esfuerzo supremo. En realidadno sabían qué temían, pero intuían queaquella terrible franja verde encerraba

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una amenaza para el cuerpo y para elalma. Conan también lo intuyó, y cuandovio que la franja verde surcaba las aguasdel océano y se dirigía hacia ellos sinalterar su curso, recurrió a sus últimasfuerzas físicas con tanta fiereza que elremo se rompió en sus manos.Por fin las proas de los botes tocaron elcasco del Holgazán. Los marinerosdejaron los botes a la deriva y subieronrápidamente por las cadenas del ancla.Sancha, cargada sobre un hombro deConan, inerte como un cadáver, fuearrojada sobre la cubierta sin ceremonias,y el pirata se puso al timón y comenzó adar órdenes a la diezmada tripulación.Conan se hizo cargo del mando y nadie selo discutió. Los hombres lo seguían

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instintivamente. Manejaron comoborrachos las maromas y las brazas. Selevaron anclas y se hincharon las velas. ElHolgazán tembló unos segundos y luegose dirigió majestuosamente hacia el marabierto. Conan miró en dirección a laplaya. La franja verdosa brillaba sobre elagua como una llama de color esmeralda,a un remo de distancia de la quilla delHolgazán. No avanzó más. Desde eseextremo de la franja, los ojos de Conanfueron recorriendo poco a poco toda suextensión hasta que llegó a la playa yluego a las colinas, y finalmentedesapareció a lo lejos.El pirata, recuperando su buen humor,sonrió a la jadeante tripulación. Sancha seencontraba cerca de él. Por sus mejillas

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se deslizaban unas lágrimas de histeria.Los pantalones de Conan colgaban comoharapos sucios manchados de sangre. Elcinturón y la vaina de su espada habíandesaparecido. El sable, que habíaarrojado a bordo desde el bote, estabamellado y cubierto de sangre. Sus brazos,piernas, pecho y hombros parecían habersufrido las mordeduras de una pantera.Pero el pirata sonrió, al tiempo queseparaba sus poderosas piernas y hacíagirar la rueda del timón exhibiendo sufantástica musculatura.-¿Y ahora qué? -preguntó la muchacha envoz baja.-¡El lobo de los mares! -exclamó Conanlanzando una carcajada-. Con una escasatripulación hecha pedazos. Pero bueno,

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los hombres aún pueden trabajar a bordo,y siempre se pueden encontrar másmarineros. Ven aquí, muchacha, y dame unbeso.-¿Un beso? -gritó Sancha histéricamente-.¿Cómo puedes pensar en besos en unmomento como éste?Las carcajadas de Conan ahogaron elruido de las velas al tomar viento Luegolevantó a la joven con un solo brazo yapretó con fiereza sus labios contra los deella.-¡Sólo pienso en la vida! -bramó-. ¡Losmuertos, muertos están, y lo que hapasado, ya no existe! Tengo un barco,hombres que saben pelear y una muchachacuyos labios son como la miel. Eso estodo lo que deseo ahora. ¡Lamed vuestras

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heridas, muchachos! ¡Y abrid una barricade vino! Vais a trabajar en este barcocomo jamás lo habéis hecho. ¡Malditos,bailad y cantad hasta que no podáis más!¡Al diablo con los mares desiertos!¡Navegaremos rumbo a lugares dondehaya puertos y barcos mercantes queabordar!