Clanes 12 - Tremere - Eric Griffin

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    World of Darkness -- Mundo de Tinieblas:

    TREMERE(Grupo: Vampiro. Saga: Clanes, vol.12)

    Eric Griffin

    "Clan Novel: Tremere"Traduccin: Manuel Mata varez-Santullano

    PRIMERA PARTE:LA TUMBA DEL DRAGN

    _____ 1 _____

    Domingo, 18 de julio de 1999, 2:00 AM

    Paisaje de Manhattan, Ciudad de Nueva YorkAisling Sturbridge caminaba chapoteando por las empapadas

    calles. A su alrededor, por todas partes, la ciudad se erguaformando colosales glifos de acero picado y crepitante nen. Elrevoltijo de seales y signos arcanos que asaltaba sus sentidospareca fortuito. Las calles de la ciudad estaban llenas hasta granaltura con ambiciones medio olvidadas cristalizadas en hormign yaltitud.

    sta era la Tumba del Dragn: el lugar en el que los torpes

    colosos de la desenfrenada industria iban a morir. Sturbridge podasentir el peso de las viejas osamentas cernindose sobre ella.

    Pas bajo una arcada baja y se encontr en mitad de unacolumnata abovedada de sobresalientes costillas. Cada uno deaquellos monolitos suavemente curvos haba sido amarilleado ycarcomido por una exposicin prolongada a los elementos. Pas deforma ausente una mano sobre el ms prximo de los pilares de

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    marfil. Su superficie estaba envuelta por una pelcula casi invisible deagua fra, que la recorra formando docenas de fuentes, cascadas ycataratas en miniatura. Como si estuvieran dotados de vida propia,sus dedos buscaron y dibujaron las letras de la ensea, el sagradonombre que los fieles haban grabado en el obelisco tantos aosatrs.

    El Plaza.Sonri al recordar una imagen lejana, el vestbulo del tamao de

    una catedral, poblado por las luminarias de la aristocracia americanaque resplandecan entre los mrmoles incomparables. Despus deun breve contacto, su mano cay de forma ausente a un lado y ellasigui su camino.

    En los rigores de la caza apenas quedaba espacio para lanostalgia.

    Tras un cuidadoso escrutinio, empez a darse cuenta de que lassuyas no eran las nicas seales de vida presentes entre las ruinas.Le asombraba que los desechos de doscientos aos de avaricia yambicin no se contentasen con yacer inmviles y permanecermuertos. A su alrededor, por todas partes, la ciudad se elevaba conun clamor, se abra camino desgarrndolo todo, apoyndose sobresus propios hombros en su apresuramiento. Las torres de cristalparecan ondear como el lquido bajo su mirada, fluyendo hacia algnmar oculto en la oscuridad del cielo nocturno. Con ansias de

    experimentar, extendi una mano y rompi la superficie acristaladadel ms cercano de los edificios.El tintineo no fue el rpido y agudo rumor del agua fresca que

    haba esperado, sino algo diferente... algo como centenares dediminutas patas escabullndose sobre su piel.

    El toque de la hechicera del Sabbat.La visin cambi abruptamente mientras el ataque enemigo

    estallaba a su alrededor. El inslito paisaje mental palpit como unamigraa de destellantes luces rojas. De la cegadora luz brotaronmotores de fuego que, acto seguido, se lanzaron aullando hacia el

    Ro Harlem, donde una gran pira funeraria se liber de un tirn delabrazo de los bajos edificios. Crepit hacia el cielo como un latigazo.Haba figuras entre las llamas. Figuras altas, giles, que hablabancon un farfullar ininteligible. Honraban con su danza la primaca delas llamas: el legado de Herclito.

    Al principio era la llama. Y la llama estaba con Dios y la llama

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    era Dios. Lo mismo ocurri al principio con Dios.Por medio de ella todas las cosas fueron hechas; sin ella no

    pudo hacerse nada. En ella estaba la vida y esa vida era la luz delhombre. La luz brill en la oscuridad y la oscuridad no la comprendi.

    Sturbridge poda sentir cmo se alargaban las llamas para

    abrazarla, para engullirla. Se tambale y se cubri los ojos con unbrazo para protegerse de la luz y el calor. Se abrieron camino haciael interior de su crneo. Retrocedi dando un traspi hacia el edificioms prximo, pero su cambiante superficie no la acogera.

    En vez de las intactas y calmadas torres de agua que habacontemplado antes, los edificios hervan ahora, convertidos encaparazones rebosantes de insectos. Sturbridge retrocedi, dio untraspi. Poda sentir cmo la oleada de diminuta y rpida vida se

    abalanzaba sobre ella. Sinti que su cuerpo ceda bajo el peso deinnumerables patas que se aferraban a ella, reptaban, la picaban.Dobl la rodilla.

    Al instante hubo manos bajo sus brazos, sostenindola. Elantiguo canto que formaba la columna vertebral del ritual se reafirm.Las voces distantes se alzaron para convertirse en un crescendoatribulado. Aunque los cantantes estaban a kilmetros de distancia,recluidos tras los muros de la Capilla de los Cinco Distritos, las vocesse impusieron sobre la visin.

    Ella poda ver cada una de las voces, distintas y radiantes, comohebras de luz coloreada. Se enroscaron a su alrededor,sostenindola, acaricindola. All donde se posaban, los insectosaferrados a su cuerpo ardan y desaparecan.

    Sturbridge extendi la mano hacia el fragmento de cancin mscercano y se aferr a l. Con fuerza.

    Reconoci algo familiar en la brillante pero insegura hebra de luzmbar: era Eva. Sturbridge sonri. Sinti que la novicia setambaleaba a causa de aquel inesperado tirn que no provena deninguna fuente discernible. Casi poda verla agitando alocada los

    brazos, tratando de recuperar el equilibrio y perdiendomomentneamente el ritmo del canto.

    La luz mbar parpade y se desvaneci, pero de inmediato hubootra decena de ellas para reemplazarla. Sturbridge ya no poda ver loque la rodeaba a causa de su brillo.

    Estaba exultante, baada en su luz. Las adeptas, Jacqueline yHelena, eran sendos pilares de humo y fuego que reunan y guiaban

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    a los elegidos. Pastoreaban a los novicios que destellaban de formaincierta como frgiles tubos fluorescentes. Sturbridge no pudoreprimir por completo una sonrisa de jbilo y orgullo al percibir a sus

    jvenes protegidos.Pero, dnde estaba Foley? Rpidamente, realiz un recuento

    mental de sus fuerzas. Era imposible que hubiera olvidado el ritual.El secundus sola jactarse ante los novicios de la infalibilidad de suspoderes mnemnicos.

    A su mente acudieron pensamientos de traicin y los desechcon rapidez. No, Foley era ambicioso pero no tan necio como paraintentar acabar con su superior de una manera tan torpe, imprecisa ypblica.

    Eso significaba probablemente que haba algn problema en lacapilla. Poda tratarse de algo tan inocente como un husped

    inesperado o un extrao que haba traspasado inadvertidamente suslmites. O poda significar un intruso, un ladrn, un grupo dereconocimiento del Sabbat o incluso un ataque a escala total.

    Realiz otro recuento rpido para asegurarse de que ningn otromiembro de sus fuerzas estaba siendo retirado del ritual paraenfrentarse a la crisis de la capilla. No, todo el mundo parecaencontrarse en su lugar con la curiosa excepcin de Jacqueline. Yall, al fin, estaba tambin Foley. Su brillo, afectado y de un prpuraregio, estaba enrojecido y palpitaba como si acabase de realizar un

    gran esfuerzo.Sturbridge lo sujet y le impidi tomar el lugar que lecorresponda a la cabeza de los adeptos. Era una forma sutil dehacerle notar que su ausencia no haba pasado inadvertida y querecibira una reprimenda no bien el ritual hubiese concluido. Foley nose encogi bajo su examen. Su luz se volvi ms estable. Bien, almenos no estaba herido. Tampoco intent atraerla de regreso a lacapilla. La situacin estaba bajo control.

    Sturbridge atrajo las variadas y multicolores hebras hacia ella.Acarici cada una de ellas para tranquilizarlas, al mismo tiempo que

    absorba su fuerza y se la devolva duplicada. Ella era el conducto.Su cuerpo entero vibraba como una cuerda tirante. Girando.

    Afinndose.All. De nuevo se haba unido perfectamente a la meloda de las

    palpitantes esencias vitales y condujo el canto hacia la mismaesencia de la ciudad.

    Las cumbres de los rascacielos vecinos se precipitaron

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    furiosamente hacia ella, tratando de inmovilizarla, serpenteandocontra el cielo de la noche.

    Pero mientras caan sobre ella, ya estaba conjurando susdefensas. Su armadura estaba forjada con los materiales que habaa mano en abundancia, los desechos de las calles de la ciudad. Seenvolvi con los cubos de basura volcados, los cochesabandonados, los edificios de apartamentos destripados, las rejillasde hierro oxidado, los cuerpos (algunos de ellos todava se agitaban,otros no) que languidecan en los callejones: los detritos de la ciudad,abandonados por sta en su desenfrenada carrera hacia el cielo.

    Una vasta pirmide de escombros y basura estaba tomandoforma a su alrededor. La vengativa estocada de los rascacieloschoc contra los costados de la pirmide, pero no pudo prevalecerfrente a ella. La basura cay sin causar dao para alimentar la

    maraa de ruinas que haba a sus pies.Sturbridge quebr la presin de los voraces edificios como un

    ave de presa que se alzase sobre el dosel de un bosque. De prontoera capaz de ver en kilmetros a la redonda. En cualquiermomento... All.

    Avist el enclave principal de las fuerzas del Sabbat junto alardiente ro y plane en su direccin. Su presa estaba all, entreellas. El Koldun. El engendro del Dragn.

    El hechicero Tzimisce tena el aspecto de un espejo roto, con un

    cuerpo que era una confusin de ngulos crueles y dentados. Alverlo, Sturbridge crey que sus movimientos seran tortuosos ypesados, pero en cambio el demonio era inhumanamente gil.Pareca fluir sin el menor esfuerzo, entrando y saliendo de lassiniestras pausas que se extendan entre los zarcillos deparpadeante luz del fuego. El menor de sus movimientos venaacompaado por la msica de un delicado cristal.

    El demonio sinti su proximidad. Levant la mirada y la apuntcon un dedo acusador. Sturbridge sinti el impacto del golpe a pesarde la distancia que los separaba. Se trastabill en el aire y se escor

    sin control hacia los expectantes brazos del infierno que la esperabaall abajo.

    El Koldun cerr la mano que haba alzado con el chirrido deldiamante al cortar el cristal. Sturbridge caa a plomo, como unapiedra.

    Luch por enderezarse mientras las llamas se alzaban rugiendohacia ella. Deba recuperar el control de la direccin de su descenso.

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    Por lo menos para arrojar su cuerpo contra el Koldun como si fueraun proyectil. No lo logr. Daba vueltas y vueltas sobre s misma,incapaz ya de saber dnde se encontraba el cielo.

    Saba que la primera caricia de las llamas eliminara todaincertidumbre. Pens en caro, el muchacho que, a despecho de lasadvertencias de su padre, vol demasiado cerca del sol. En sumente, ella poda trazar hasta el menor detalle de las alas,intrincadamente fabricadas. Poda ver cmo la cera que las mantenaunidas se ablandaba, flua, se funda y caa mientras se aproximabaal ardiente orbe. Lanz un grito al tiempo que sus alas sedesplegaban. Haba estado muy, muy cerca. Incapaz de sostenerseen el cielo, Sturbridge se precipit sobre el suelo, lejos del celoso sol.

    El Koldun retrocedi tambalendose, incrdulo al ver queSturbridge haba logrado romper su presa y ascenda alejndose de

    las llamas. Volvi a extender el brazo hacia ella. Demasiado tarde.Una llamarada de un rojo incandescente estall en el cristal de

    su puo alzado. Con un chillido, el hechicero apart la mano delcegador brillo. La luz lata y parpadeaba como un pilar de fuego. Caside inmediato, se vio secundada por un haz de plata etrea. Un pilarde humo.

    El Koldun resplandeca como un prisma. Una docena de hebrasde luz de color brillaron a su travs. El aire estaba inundado delquida cancin. Daba vueltas y vueltas por su cuerpo.

    Poda sentir cmo el calor, la preocupacin y la responsabilidadse consuman y desaparecan frente a la pureza de esa luzdesgarradora. Sinti el tintineo del canto corriendo por sus dedos ynot que se perda en el pavimento, a sus pies. Con una inslita faltade pasin contempl cmo la piel de sus manos flua tras ella,persiguindola, y la dejaba mirndose los desnudos y brillantesnudillos.

    Presa de la curiosidad, flexion los dedos. A pesar de la certezade que aquellos iban a ser sus ltimos momentos, senta una calmaantinatural. El resto de su carne abandonaba sus huesos y flua

    suavemente sobre el suelo con un suspiro. No senta pesar. Habasabido que nunca abandonara aquel lugar. Haba ido all --a laTumba del Dragn-- a morir.

    Con gran cuidado, dio un paso para abandonar su vestimenta decarne. Si le quedaba siquiera un gesto, se liberara y bailara slocon sus huesos. Dio este paso y entonces su esqueleto se neg asostenerlo. La tierra la acogi.

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    Sturbridge se pos suavemente sobre el suelo. El chapoteo desus pies rompi las imgenes fantasmales que se haban reunido enlos charcos, desperdigando los reflejos en todas direcciones. Pusomucho cuidado en evitar las fuerzas mundanas de los Sabbat, quetodava se encontraban cerca, entregadas a su enfebrecida danzadel fuego.

    No saba en qu medida podran percibir el estrpito arcano,pero ahora distingui a varios de ellos observndola, guardando unarespetuosa distancia con el aparcamiento vaci y cubierto de malezaen el que yaca acurrucada la masa que haba sido el Koldun. No eraprobable que irrumpieran en la guarida del demonio sin ser invitados.Los Koldun tenan una reputacin bien merecida de ser fieramenteterritoriales.

    Sturbridge volvi su atencin hacia los novicios. Una tras otra,

    toc las tenues hebras de luz para asegurarse de que todas ellasestaban bien. Slo despus de que la ltima hubiera parpadeado yse hubiera apagado se volvi para encaminarse de regreso a lacapilla. Por alguna razn no poda sacudirse de encima la idea deque algo andaba mal. Escudri los alrededores en busca decualquier pista visible que pudiera anunciar una nueva amenaza. Porel momento, todo pareca normal.

    Bueno, casi todo. Al mirar hacia el suelo se dio cuenta con ciertaperplejidad de que pareca proyectar dos sombras diferentes. Un

    truco de la luz? Para asegurarse se dirigi en lnea recta hacia lafarola ms cercana que todava funcionaba. Ahora no haba la menorduda. Incluso bajo el brillo de una nica e intensa fuente de luz, tenados sombras diferentes.

    Su primer pensamiento fue que estaba siendo vigilada o, lo queera peor, seguida. Era reacia a regresar a la capilla mientras unhusped no deseado le estuviera siguiendo, literal o figuradamente,los talones. Asumi lo peor. Si esta nueva presencia era amistosa,por qu no se dejaba ver? Por supuesto, era posible que la sombrano representara una entidad consciente. Quiz no era ms que un

    efecto secundario e inofensivo del choque de las arcanas energas.ltimamente, incluso los rituales ms antiguos y mejor conocidosprovocaban resultados inesperados. Y las hechiceras del Sabbat alas que se haba enfrentado aquella tarde representaban unelemento todava ms voltil. Al enfrentarse con las inslitasconjuraciones del Koldun, era difcil discernir entre los propiosencantamientos y sus peligrosas consecuencias.

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    Contempl la sombra con una mezcla de curiosidad ydesconfianza. Casi haba esperado que se irguiera de prontonoventa grados en vertical y arremetiera contra su garganta. Sinembargo, al cabo de unos minutos de observacin logr quitarse deencima esta aprensin. La sombra pareca comportarse de maneranormal, si uno pasaba por alto el hecho evidente de que no parecareaccionar a la presencia, direccin o intensidad de la luz de la formaque hubiera podido esperarse. Y su silueta no corresponda del todocon la de su sombra normal. Era ms pequea y sus contornos noeran del todo como debieran. Los diminutos miembros eran msfinos y alargados, ms juveniles.

    La comprensin cay sobre Sturbridge, acompaada por ungrito de pura furia animal. Encolerizada, pate el charco como sipretendiera aplastar la cambiante sombra que haba bajo sus pies.

    sta oscil mientras las ondas se alejaban rodando del punto deimpacto, pero la pequea y frgil figura se aferr a ella contenacidad.

    Maldicin.Se revolvi con aire enojado, como si tratara de dejar tras de s,

    no slo la ahora conocida sombra, sino tambin el menorpensamiento referente a ella.

    Fue un gesto intil. El rostro de la nia pequea se extendifrente a ella sobre el pavimento, burlndose, mofndose de su

    prdida.Los hombros de Sturbridge se tensaron bajo el peso de lasfuerzas que se estaban reuniendo. Con un gesto brusco, sus brazosse precipitaron hacia delante y hacia abajo, como si estuvieranarrojando una gran roca sobre el pavimento. La clera brot de susmanos. El asfalto se quebr, hume y se fundi. Pero eso no lacalm.

    El acre humo negro la ceg. All donde tocaba su piel, secondensaba y se aferraba a ella, ardiendo como un fuego lquido. Seapart, retrocedi tambalendose mientras levantaba un brazo frente

    al rostro para protegerse. Pero cuando hubo logrado salir de la letalnube, la sombra segua all, frente a ella. Paciente, tenaz, acusadora.

    Los ojos le picaban con sal y humo y los odos le ardan con eleco de una risa distante.

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    unas aguas tranquilas. Infinitamente pacientes. Su mirada fueparalizada por el semblante del ms prximo de ellos, un nio de noms de siete aos. Nickolai traz la delicada curva de la suave einmaculada mejilla. Los glidos y azules ojos del nio eran tangrandes y tan perfectamente redondeados como sendos platos. Sucabello envolva en abanico el brillante rostro, como una red depesca arrojada sobre la superficie de unas aguas oscuras. Algunosrizos enmaraados laman con suavidad el resbaladizo borde delpozo.

    Los rostros no se movan ni hablaban. Los haban ahogado y,aparentemente, sus cuerpos haban pasado algn tiempo bajo elagua. Aunque los semblantes estaban tranquilos, casi serenos,Nickolai saba que sus muertes no eran resultado de un mal pasodado en la oscuridad.

    Los haban ahogado. Repiti la frase una segunda vez con unleve, pero significativo cambio en el nfasis. Los haban ahogado apropsito, los haban arrojado al pozo, los haban dejado all, presasdel pnico, para que se debatieran y se hundieran bajo las glidasaguas. Hurtados a la vista. Hurtados al recuerdo.

    Slo que no se haban quedado all (no iban a quedarse all!).Haban realizado la ltima y milagrosa transformacin.

    Eran como los alquimistas, esforzndose durante dcadas ensus hmedas celdas para conseguir la Gran Obra --la transmutacin

    del plomo en oro--, para liberarse de la carga de sus plomizoscuerpos fsicos y alcanzar el oro puro de la trascendencia espiritual.Pero eran los Nios quienes haban descubierto cmo se realizaba eltruco.

    Las aguas del pozo se los haban tragado por completo. Perolos nios... ellos haban obrado la Gran Transmutacin, tragndose asu vez las aguas del pozo. Se haban alzado, haban ascendido, sinohasta los cielos, al menos hasta la superficie del agua. Y allaguardaban, suspendidos como luminosas lunas, presidiendo sobrelas ignorantes aguas.

    Aquellos eran sus silenciosos acusadores, sus jueces. Comouna amante, las ondeantes aguas le susurraban al odo promesas ysuaves reproches.

    Nickolai ya no se levantaba contra sus recriminaciones. De unamanera extraa, haba empezado a considerar sus visitas nocturnascomo una especie de legado, como un derecho de nacimiento.

    Ciertamente, aquellos brillantes y jvenes rostros eran muy

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    viejos. Mucho ms viejos que Nickolai o que cualquiera mal que lhubiera podido cometer. Sin embargo, saba que formaba parte delcrimen cometido contra ellos, si no contra estos nios que sebalanceaban suavemente junto a las resbaladizas piedras del pozo,s contra centenares como ellos. Almas a las que haba arrojado, desbito y sin que estuvieran preparadas, al ro de la noche.

    Nickolai siempre haba sospechado (pero sin saberlo, y ahoranunca podra) que el pozo estaba lleno de jvenes, un hervidero deojos brillantes y dorados empujados cada vez ms cerca de lasuperficie por la masa de cuerpos que se acumulaba debajo de ellos.Imaginaba que cualquier noche, pronto (muy pronto ya), despertarapara descubrir que se haban desbordado. Imaginaba la inundacinde los ahogados extendindose por los campos, discurriendo comoun sinuoso ro entre los bosques, rompiendo contra las faldas de las

    montaas. Se pregunt qu podra, si es que algo poda, resistirfrente a tan inmensa crecida, si algn rompiente levantado contra ellatendra alguna oportunidad de prevalecer.

    No, al final triunfaran ellos, los Nios. La riada deresplandecientes vctimas. Tenan el peso del nmero a su favor.Contaban con la ventaja de la edad... de incontables edades. Yadems eran muy pacientes.

    Nickolai estaba tan seguro de que l iba a ser su vctima comode que ellos lo haban sido de l. Lo haban buscado especialmente,

    lo haban elegido, marcado. Cuando la oleada se alzase al fin,cuando su sueo se derramase sobre el mundo de la vigilia, lomataran, a l entre muchos otros. Nickolai no le tema a la muerte(la haba visitado ya por lo menos una vez). Tampoco le tema alolvido. Pero tena la honda conviccin de que era su deber seguirentre los vivos. Su deseo no derivaba de ningn sentido hipertrofiadode preservacin, ni del egosmo, y ciertamente no de unaconsciencia exagerada de su propia importancia. Nickolai eraconsciente, de una manera muy aguda, de lo que era. Era el ltimode su raza. Y sa era una grande y terrible responsabilidad. Haba

    presenciado algo que nadie hubiera debido ser obligado apresenciar: el sacrificio de sus hermanos, su orden, su casa, a unhombre. Cuando la muerte viniese por fin a buscarlo, no slo pondrafin a su forma fsica --una deuda que, justo era admitirlo, se habaaplazado durante demasiado tiempo-- sino que tambin borrara parasiempre ciertos recuerdos, ideas e ideales de los que su forma fsicaera el depositario ltimo.

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    Con la muerte de Nickolai pasara a mejor vida para siempre elconocimiento del funesto ritual llevado a cabo bajo las calles deCiudad de Mxico, la masacre que haba destruido a sus hermanos.Con su muerte pasara a mejor vida el recuerdo de las multiformes einslitas maravillas, los arcanos, las contraseas, los milagros, lossignos secretos, los nombres ocultos de Dios: los tesoros obtenidoscon tantas tribulaciones a lo largo de los siglos. El legado y elderecho de nacimiento de los suyos.

    Y con esa muerte pasara tambin a mejor vida el ltimorecuerdo viviente de aquellos ojos inolvidables, de su terribleresplandor, que ni siquiera el peso de la muerte y las negras aguasque los cubran podan enturbiar. En su victoria, los Nios debannecesariamente morir con l y los tremores de la noche --lestremeres-- habran tocado a su fin de una vez por todas.

    Cerr el agua y sali empapado de la ducha, dolorosamenteconsciente de que se encontraba una noche ms cerca de ese fin ysin saber cmo detener o siquiera demorar su llegada.

    _____ 3 _____

    Jueves, 15 de julio de 1999, 1:10 AM

    Capilla de los Cinco Distritos, Ciudad de Nueva YorkLa sensacin de la plumilla de latn de la pluma al araar el

    papel calmaba la tensin de Johnston Foley. Resultaba muy gratosentir cmo se agarraba el metal a la rugosa superficie. Ninguno deesos resbaladizos papeles modernos poda ni remotamente aspirar aparecrsele. Artesana, tradicin: en ellas radicaba la esencia delarte. Para Foley, la humilde magia de la pluma y la tinta representabaun rito espiritual. Cada hoja de aquel pergamino prensado a mano,cada pluma tallada a mano era una herramienta ceremonial

    especialmente consagrada.Su mano se mova con destreza y confianza, corriendo entre las

    cinco grandes letras miniadas que ya decoraban el margen izquierdodel pergamino. El fruto del trabajo de la pasada semana. Ledas dearriba abajo, rezaban HPVSY, un nombre que no esconda ningnsignificado especial para Foley.

    No dej de escribir hasta haber llegado al fondo de la pgina.

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    Con un ademn ostentoso, espolvore generosamente la tintahmeda.

    Entonces esper.Dej que el momento se prolongara, lo sabore. Una semana

    entera consumida en la costosa preparacin de aquellas letrasminiadas poda haber sido culminada o echada a perder con aquelsimple minuto de garabateo enloquecido. Era algo sublime. Era, enmuchos aspectos, el legado y el derecho de nacimiento de losTremere. Las dcadas (siglos algunas veces) que sus hermanospasaban urdiendo pacientes planes, maniobrando para conseguiruna posicin, conducan a la apuesta de una sola noche, al juego delpoder y del prestigio. Todo o nada.

    Foley levant la pgina y le dio unos suaves golpecitos contra elescritorio. Una cascada de fino polvo azulado cay sobre el secante.

    Con creciente impaciencia, devor las palabras que acababan deaparecer.

    Hay una sombra silenciosa Entre la pluma y la pgina Las ms antiguas guardas dispuestas Acaso para proteger el arte De la mano inconsciente

    Pero aun ahora, tras aos De aprender las fintas, las paradas Las formas deacometida, no veo Un oponente, sino cientos de ellos Vivos y muertos: lectores Amantes, rivales Viejas obras y maestros Y titubeo

    Si de veras es la pluma Ms poderosa que la espada, quin Es herido? Quiz No vuelva a escribir Ya la sangre

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    De gente que nunca conocer Ha brotado de las sombras Manchando esta pgina De palabras y dudasFoley escudri cada rabillo, cada curva, cada uno de los

    veintin puntos que coronaban sus correspondientes es. Perfecto.Abri uno de los cajones superiores del escritorio y sac dos

    pauelos de papel y un sobre manila. Se dirigi rpidamente hastaun archivador muy atestado que descansaba contra una pared yguard el conjunto --el pergamino dentro del papel y ste dentro delsobre-- en la H, por "HPVSY".

    Para cualquier otra persona, este sistema de clasificacinhubiera resultado frustrante, si no sencillamente enloquecedor.

    Foley, no obstante, no necesitaba un "sistema". Su memoria erainfalible. Igualmente podra haber archivado el sobre en la "P" o la"Q", a su capricho. No hubiera supuesto diferencia alguna.

    Pero el alfabeto supona una disciplina. Foley apreciaba el ordenen todas sus formas. A lo largo de los aos, se haba ido convirtiendoen una criatura de listas. Al principio, las listas le habanproporcionado un medio para instaurar el orden en un mundo en elque la entropa estaba ms que ansiosa por irrumpir al menor lapsode vigilancia. Un mundo demente, un mundo dado la vuelta. Un lugar

    en el que las pesadillas eran reales, los muertos caminaban bajo laluna y los hroes trazaban pentagramas con sangre robada.Incluso dcadas ms tarde, despus de que sus facultades

    hubiesen progresado ms all del punto en el que las listas erantodava necesarias, haba continuado, y de hecho los habaredoblado, con sus esfuerzos por tabular, por enumerar, por imponerese orden perfecto que es el reflejo de una mente y un esprituverdaderamente disciplinados. Y su inquebrantable perseverancia nohaba pasado inadvertida para sus superiores.

    Tras volver a tomar asiento frente al escritorio, Foley cogi otra

    hoja de pergamino del montn que haba a su derecha y la colocsobre el secante, frente a s. Reflexion un momento antes deseleccionar uno de sus instrumentos de escritura favoritos delexpositor en el que descansaban, a su izquierda. Una pa sinninguna pluma decorativa. Su anterior propietario haba sido unpuercoespn.

    Su mano se volvi rpidamente hacia la pgina. Palabras,

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    nmeros y frmulas empezaron a manifestarse, trazadas, se dira,por puntillismo.

    Foley se enorgulleca grandemente de su atencin por losdetalles. Su mesa de escritura estaba completamente vaca,excepcin hecha del secante, el tintero y el papel. Su compactoestudio estaba lleno hasta el lmite de su capacidad por estanteras,

    jarros de pigmentos, maderas raras, delicados especmenes del artede la taxidermia y otras curiosidades. Sin embargo, resultaba a lavista distintivamente difano.

    Cada libro, cada frasco, cada uno de aquellos ojos de cristalciegos tena su lugar, que slo abandonaban cuando Foley as lorequera y al que eran invariablemente devueltos.

    Un fuerte golpe en la puerta quebr el ordenado silencio de lahabitacin.

    --Pase --dijo, dejando que su desagrado se hiciera evidente ensu voz. La llamada se demoraba diez minutos.

    Jacqueline, Aprendiz Tertius, entr con aire vacilante en lahabitacin. Era una mujer madura, una antigua profesora cuyosrasgos revelaban constantemente el tormento de alguienacostumbrado en vida a hablar de forma autoritaria con estudiantes.

    En su nueva familia "adoptiva" haba descubierto que debaacostumbrarse a recibir instrucciones y directivas de la prcticatotalidad de los miembros de la comunidad. Era evidente que el

    brusco cambio no la haba sentado bien.No obstante, su contento (o ms bien la falta de ste) nopreocupaba a Foley.

    --Llegas tarde --dijo l con brusquedad.--Estaba ayudando a Aarn con... --empez a decir ella.--Acaso te he pedido una explicacin?--No.Foley entorn la mirada.--Y es as como te diriges a tus superiores?Jacqueline se puso rgida.

    --No, Secundus.Foley se detuvo, dej la pluma sobre el tintero y cruz las manos

    deliberadamente.--Quiero decir... no, Regente Secundus --se apresur a

    corregirse ella.Foley suspir con fingida exasperacin. La novicia pareca lo

    bastante contrita, aunque una Iniciada del Tercer Crculo debiera

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    haber estado ms all de tales lapsos en el decoro.Era una situacin difcil, cuando las capacidades de un aprendiz

    excedan claramente su comprensin de la situacin en la que seencontraba. Jacqueline haba demostrado su potencial, pero losTremere no podan tolerar la menor grieta en la armadura dedisciplina que haba permitido al clan sobrevivir durante tantsimotiempo a despecho de una oposicin resuelta.

    Foley tom nota mental de que debera reprender pblicamentea la novicia a la menor oportunidad. El ritual de aquella nocheresultara una ocasin apropiada. Si el problema persista, se veraobligado a informar a la Regente Quintus Sturbridge de queJacqueline no estaba haciendo progresos. Y de que se haba vistoobligado a acabar con ella.

    --No pienso tolerar familiaridades en un subordinado --dijo al fin,

    y entonces hizo de nuevo una pausa significativa.--S, Regente Secundus.Una vez que Foley estuvo satisfecho, empuj hacia ella la lista

    que haba sobre el escritorio.--stos son los materiales que necesitar para un determinado

    ritual la semana que viene --dijo--. Encrgate de que sean llevados ami sanctum la madrugada del da veintids.

    Jacqueline estudi la lista. Despus de un momento, Foleyalarg la mano. Al comprender lo que pretenda, ella le devolvi el

    papel de mala gana.--Eso es todo. --Foley la observ mientras retroceda yabandonaba la cmara. El breve destello de alarma que haba vistoen sus ojos mientras le devolva la lista lo haba gratificado. Le habaconcedido tiempo ms que suficiente para memorizar el pedido. Sino haba conseguido hacerlo era culpa de ella y podra ser castigada.

    Por supuesto, Foley no estaba dispuesto a permitir que suincompetencia potencial interfiriera con el ritual. Desde el amanecerdel veintids tena tiempo ms que de sobra para inspeccionar eltrabajo y realizar cualquier ajuste que fuera necesario.

    Foley no ignoraba que, en ltimo caso, la responsabilidad porlos errores de sus subordinados recaera sobre l.

    Se puso en pie con la lista en la mano y se dirigi hacia susanctum. La habitacin contigua estaba, si cabe, ms llena inclusode rarezas que el estudio exterior. El efecto se exageraba por elhecho de que el sanctum era slo un poco ms grande que un cuartode la limpieza. se era un punto sujeto a discusin. Era consciente

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    de que el alojamiento no supona ninguna afrenta personal. Pero lasolucin segua fastidindole.

    Ahora que se estaba librando una guerra abierta entre lasfuerzas de la Camarilla y del Sabbat --y que los frentes de batallaavanzaban y retrocedan sobre sus mismas cabezas-- haba pocotiempo y poco espacio para preocuparse por las comodidadesmateriales. La energa y los recursos de cada Tremere debanaprestarse para la defensa. Haba sido as durante muchos aos y lasituacin no daba seales de ir a mejorar en un futuro prximo.

    Foley supona que deba dejar pasar la cuestin. Despus detodo, haber sido enviado a una capilla tan prestigiosa no era cosabalad. La Capilla de los Cinco Distritos --o "C5D", como se laconoca en los memorandos que se intercambiaban las capillas entres-- gozaba de renombre por las oportunidades nicas que ofreca.

    Su nombre sola encabezar las listas de candidatos parapromocionarse en el seno del clan. No obstante, tras un examen mscuidadoso, Foley se vio forzado a admitir que la mayora de talespromociones tenan por escenario el campo de batalla.

    Cinco Distritos era uno de los pocos lugares en los que loshalcones que vivan en el palomar podan jugar abiertamente susbazas. Foley haba tenido que soportar las pretensiones de unnmero incontable de supuestos hechiceros de guerra, piromantes,guerreros astrales y otras abominaciones que no eran ms que carne

    de can para arrojar frente a las victoriosas fuerzas del Sabbat. Sinembargo, despus de las recientes conquistas del Sabbat en elSureste, cada vez eran ms los halcones del clan que estabansiendo enviados hacia Washington D.C. Algunos de los recinllegados a C5D haban sido tentados por el rumor persistente de queesta capilla se mostraba, a causa de su posicin ligeramenteprecaria, ms indulgente en lo que se refera a la Tercera Tradicin:la concesin de permiso para Abrazar a otros y abrirles las puertasdel clan.

    Ridculo, pens Foley. Se preguntaba cmo era posible que se

    diera pbulo a un cuento tan poco verosmil. Supona que la frmulaestaba compuesta por una parte de buenos deseos y dos partes deno haber conocido nunca a Aisling Sturbridge. La verdad,generalmente ignorada --y no estaba en la naturaleza de Foleydistribuir un bien tan voltil como la verdad sin mediar unacompensacin adecuada--, era que durante todo su mandato en losCinco Distritos nadie haba recibido permiso para engendrar

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    progenie. Ni una sola vez.A pesar de esta curiosa --perversa, podran decir algunos--

    tradicin, la capilla segua disfrutando de un continuo fluir de noviciosnuevos transferidos desde sus casas hermanas en todos los EE.UU.

    Foley supona que deba sentir gratitud. Era este mismodesorden lo que haca necesaria su presencia all.

    Cinco Distritos era una especie de curiosidad, la reliquia de unaera anterior. A Foley siempre le recordaba a una casa monsticamedieval, en el cnit del poder temporal de la orden, cuando el abadde un monasterio influyente ostentaba poder feudal sobre las tierrascircundantes. Probablemente era la ms poderosa capilla de losEE.UU. que no era al mismo tiempo el refugio personal de algndignatario del clan: un gran seor o un pontifex. En ningn otro lugardel pas podra un mero regente contar con tanta libertad.

    Un mero regente. Foley solt un bufido. l era un mero regente.No importaba que de haber sido asignado a cualquier otra capilla,ahora mismo la estara gobernando. Cinco Distritos era una de laspocas capillas que contaba con dos regentes: l mismo comosecundus y su superior, Aisling Sturbridge. No era algo normal en lapoltica del clan, pero, como Sturbridge sola sealar a sussuperiores --y con un xito que no por no ser reconocido resultabamenos exasperante--, C5D no era una capilla normal. Aqu las cosasfuncionaban de manera diferente.

    Despus de todo, ser un regente subalterno no era algo tanindigno. La propia Sturbridge haba sido regente subalterno en sumomento. Decan que su superior haba sido sorprendida por elSabbat ms all de la proteccin de las defensas de la capilla. Unalstima.

    No hubiera sido ninguna locura decir que una desgracia comoaquella poda ocurrirle a la propia Sturbridge... alguna noche, cuandoestuviera sola y lejos de los muros de la capilla. Alguna noche comosa. Foley no era ajeno a la posibilidad de que una bien ganadapromocin recayera de forma muy conveniente sobre sus propios

    hombros. As que trat, si bien no con pleno xito, de devolver a suresentimiento al nicho que le corresponda. Posiblemente losaposentos de Sturbridge no fueran ms espaciosos que los suyos.Por supuesto, no poda hablar con autoridad sobre esta materia.Nunca haba sido invitado a la cmara privada de su superior.

    Lo limitado de la propiedad real no hubiera sido asunto tanimportante de no ser por la creciente presin poblacional. Ahora que

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    las fuerzas del Sabbat estaban araando las puertas, se requeraque todos los aprendices, oficiales, maestros y adeptos asignados ala capilla vivieran dentro de sus lmites.

    Desgraciadamente, esto supona que Foley tena que trabajar ycoexistir en incmoda proximidad con meros novicios comoJacqueline, Aarn y los dems.

    La opinin generalizada pareca ser que la capilla, arropada enmedio de la fraccin de la ciudad que perteneca a la Camarilla,compensaba con su valor estratgico lo que le faltaba en espacio.

    --Hay mucho espacio entre Barnard College y el Ro Harlem --lehaba contestado Sturbridge la nica ocasin en que se habaaventurado a mencionarle la estrechez de sus aposentos. Aquellaforma peculiar y sumaria de restarle importancia a su preocupacinlo haba disuadido de preguntarle por qu la capilla no se expanda

    en otras direcciones.De entre las estanteras cubiertas hasta arriba de curiosidades,

    Foley haba extrado un modesto cofre de madera --no mayor que unjoyero-- que contena el objeto de su actual obsesin.

    Los preparativos que haba encomendado a Jacqueline no eranms que una parte menor del esfuerzo que iba a realizar paradesentraar los secretos de este pequeo enigma. A Foley no legustaban los misterios.

    El cofre no tena otro ornamento que una diminuta flor de lis de

    madreperla taraceada sobre la tapa. Foley cubri la caja con susmanos. En la sombra creada por ellas, la imagen despeda una tenueradiacin lechosa.

    Excelente, pens. Sigue activa.Con mano firme, abri la tapa. En el interior tapizado de fieltro

    descansaba una piedra semi-preciosa no mayor que una canica. Eraun cuarzo finamente tallado, de forma aproximadamente esfrica. Sucolor era un rojo turbio y uniforme a excepcin de un crculo negro acada lado. El lado superior era suave y no tena el menor defecto. Elinferior era levemente rugoso. Las reas en relieve que recorran la

    superficie de la piedra no conformaban patrn alguno que Foleypudiera discernir.

    Nunca hubiera esperado que la piedra pudiera resultar taninteresante.

    Sturbridge se la haba entregado varios aos antes, junto con elencargo de que experimentara con ella. La naturaleza exacta de esteexperimento nunca haba sido especificada. La piedra despeda una

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    tenue resonancia, pero, claro, lo mismo ocurra con un incontablenmero de baratijas, chucheras y autnticas falsificaciones quehaban terminado en las manos del clan Tremere.

    Foley haba realizado algunos experimentos preliminares, perocon poco xito. No haba tardado demasiado en perder inters por lagema. Desde entonces haba pensado en ella en muy rarasocasiones y la mayora de ellas en trminos no muy favorables: unapiedra semi-preciosa que ocupaba un precioso espacio en susestantes.

    Todo ello haba cambiado tres semanas atrs.Foley haba entrado en su sanctum y haba descubierto que el

    precario sello que colocara en la caja estaba roto y que habanabierto la tapa.

    La misma idea de que alguien hubiese estado manipulando sus

    cosas...! Era algo sucio. Era una violacin. Vaya, era un ultraje!Ya haba azotado a tres novicios por su contumacia cuando el

    hecho se repiti a la noche siguiente. Nadie en la capilla hubiera sidotan necio como para burlarse de l despus de tan sealada ypblica expresin de descontento. De modo que se haba vistoobligado a asumir una rutina de vigilante espera. Haba comprobadoel estado de la piedra varias veces por noche, renovando los sellosde la caja al cabo de cada una de estas inspecciones. Durantesemanas, nada cambi, excepto la degradacin natural de las

    energas residuales. Entonces, la pasada noche, la gema habavuelto a cobrar vida sbitamente y hoy, como indicaba el brillo de lamadreperla, todava rebosaba de poder.

    A simple vista, por supuesto, la gema no daba seal alguna deello. Pero Foley haba terminado por confiar de forma implcita en supequea caja. Saba de buena tinta que la caja haba sido sacada deVersalles justo antes de que los acontecimientos dieran unirreversible giro hacia lo sangriento y lo miserable.

    Dej la lista que haba enseado a Jacqueline sobre un platohondo de cobre que descansaba sobre su mesa de laboratorio.

    Encendi una cerilla y la sostuvo contra el pergamino hasta que susbordes se arrugaron y ennegrecieron. Ya no necesitaba la lista; lahaba recuperado slo como una cuestin de principios.

    Antes de que la hoja se hubiera consumido por completo,recogi una vela puntiaguda de color prpura de una estanteracercana y la coloc sobre el fuego. Esta vela era otra de lascreaciones de Foley. Para un observador lego, la nica seal visible

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    de que la candela haba sido fabricada cuidadosamente a mano eraque la mecha la recorra en toda su longitud hasta asomar por elextremo romo.

    La llama se encendi y la cera liber al empezar a arder untenue aroma a miel. Un momento ms tarde, de forma inexplicable,el extremo inferior de la vela solt una llamarada y cobr vida. Foleyle dio la vuelta con lentitud y permiti que la llama inferior ablandaseel extremo romo antes de clavarla abruptamente sobre una afiladaescarpia de hierro que sobresala de la esquina noroeste de la mesade laboratorio. Un montculo de cera endurecida --el legado de variasnoches de estudiosa vigilia-- yaca desparramado alrededor de laescarpia.

    Foley le dio la espalda al cofre mientras empezaba a pronunciarlas primeras slabas del encantamiento que necesitaba. Introdujo la

    mano en un nicho y extrajo una delgada lanceta de plata.Lentamente, pas los dedos de su mano izquierda sobre la llama dela vela. No lo quem, pero dudaba que su trabajo mostrase idnticaconsideracin hacia cualquier otro lo bastante necio como paraintentar imitar la hazaa.

    Con un movimiento hbil, se atraves la yema de su dedo mediocon la aguja de plata y contempl cmo una sencilla gota de sangrebrotaba, tomaba forma, se hinchaba y por fin caa sobre lachisporroteante llama que haba debajo. El fuego bebi con avidez y

    liber una bocanada de humo negro y oleoso que era ms denso queel aire. El vapor descendi arrollndose y dando lnguidas vueltasalrededor de la vela. Indecisos zarcillos reptaron sobre la mesa delaboratorio y cayeron en cascada por su borde.

    Foley coloc el pequeo cofre en el centro exacto de la mesa y,con los dos ndices, abri la tapa.

    La vela chisporrote y sise. La llama pareci arquear laespalda en respuesta a la presencia de la piedra rojiza y sin vida.

    Foley tom un par de largas y delicadas tenazas de plata ylevant con todo cuidado la piedra de su lugar de descanso. Con

    gran paciencia, la aproxim a la llama.Veinte centmetros de distancia. Ningn cambio. Diecinueve.

    Dieciocho. Diecisiete. Diecisis.La llama trepid como si hubiera sido azotada por una rfaga de

    viento. Pero se neg a apagarse.La vela estaba menguando a ojos vista y la cera se derramaba

    por sus costados a causa del calor de su esfuerzo. Quince. Catorce,

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    trece...All.Foley haba estado esperando que la llama de la vela se rindiera

    repentinamente con el indicador pop de una pequea implosin.Haba llevado a cabo el mismo experimento durante muchas nochescon casi idntico resultado. La nica variacin en el tema era ladistancia exacta a la que la piedra aplastaba la frgil llama. Esadistancia y, por asociacin, la funesta influencia de la piedra, seestaba incrementando noche tras noche.

    Los que Foley no esperaba era que la llama, repentina einesperadamente, rotase noventa grados. El tenaz zarcillo de fuegose estir a lo largo de toda la mecha, como si hubiese recibido ungolpe feroz. Tendida de costado, la titubeante lgrima de llama nopareca otra cosa que un diminuto ojo ardiente. Foley parpade dos

    veces a fin de disipar tal ilusin, pero fue en vano. Por el contrario,tuvo la impresin de que el vacilante orbe le devolva el parpadeo.

    Ahora el interior de la piedra estaba lleno de oscuridad. Unaastuta pupila entornndose. Foley se encontr inclinndose de formainvoluntaria hacia la vela. Cada vez ms cerca. Ms cerca.

    La llama ya no se encoga frente ala piedra que llevaba en lamano. Por el contrario, pareca expandirse como si estuvieseanticipando su contacto, su reunin tanto tiempo frustrada. El ojoamarillo crepit y verti viscosas lgrimas de cera. Foley se senta

    como si estuviera siendo tragado, consumido por aquel funestoescrutinio. No poda apartar la mirada. Su mano derecha, olvidada,penda de un lado a otro con torpeza, como si su cuerpo hubieseperdido el control de esa extremidad. Se mova a tientas, en buscade pluma y pergamino.

    Tras encontrar, se dira que casi por azar, la pluma que andababuscando, la mano de Foley descendi, desesperada y casiparalizada sobre la herramienta de escritura. Empez a escribir sincontrol. Las enloquecidas lneas se tambalearon al llegar al borde dela pgina. La delicada plumilla de latn se hinc de manera

    agonizante en la madera de la mesa de laboratorio.

    _____ 4 _____

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    Domingo, 18 de julio de 1999, 3:45 AMMorningside Heights, Ciudad de Nueva York

    Sturbridge caminaba como una furia en medio de lo quequedaba de la visin mientras sta se disolva. A su alrededor, portodas partes, elaboradas construcciones arcanas volaban y corrancomo acuarelas. Las vividas imgenes y encantamientos que habansostenido el ritual cayeron sobre ella como una delicada llovizna yformaron charcos alrededor de sus pies. Los pisote, enfadada,mientras cada paso la conduca de forma instintiva a un lugar msfamiliar. La topografa de aquel paisaje en fusin dio pie a unescenario de arcos iris callejeros y charcos manchados de aceite.

    En medio de la llovizna del temprano amanecer, MorningsideHeights estaba en calma a excepcin del grave zumbido de actividad

    proveniente de los bares que cerraban a ltima hora. Sturbridgepoda sentir cmo se deslizaban las puntas de sus delicados y letalescolmillos en respuesta a este zumbido.

    En algn lugar de su interior, el apetito abri un ojo sooliento,se estir y se apoy sobre su correa. Sturbridge lo apart a un ladosin miramientos. Estaba mucho ms enfurecida que hambrienta.

    Mucho ms enfurecida, repiti para sus adentros, como sipretendiera reforzar su conviccin.

    Ya no tardara mucho. Ya poda ver el contorno familiar de la

    residencia de Barnard College alzndose en medio de la brumosalluvia. Pronto estara en casa. Estaran, sin duda, esperndola.Ojal no fuera as.En aquel preciso momento poda habrselas con casi cualquier

    cosa salvo las miradas de preocupacin en sus ojos. Hubo un tiempo--s, admiti, incluso un centenar de aos era poco para atenuar laviveza del recuerdo-- en el que hubiera dado la bienvenida a losrostros de preocupacin de sus familiares. Cuando trataba de

    provocarlos. Cuando se hubiera demorado justo esas pocas horas dems slo para ver el destello momentneo en el rostro de su madre.

    Antes de que la presin se fundiese en medio de la dureza de laclera y la indignacin.

    Pero haba pasado mucho tiempo desde entonces, se record.Toda una vida.

    Ahora tena una nueva familia. Una familia cuya "preocupacin"era (con mucha razn) temida incluso en los concilios de losinmortales. No se sometera a esa preocupacin.

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    No, ella era su regente. Ella sera fuerte. Sera reservada. Serainasequible.

    Estara enfurecida. Slo tengo que seguir enfurecida, pens.

    * * *

    Antes de que la puerta se hubiera cerrado tras ella, ya estabanall. El aleteo de su chchara la envolvi como si estuviera hecha demantas calientes. El flujo de su preocupacin se apret contra ellacomo la calidez de una taza de humeante cacao apretada contra susmanos. Habra sido muy fcil sumergirse en el solaz que ofrecaaquella bienvenida preocupada.

    No. Concntrate. Tienes que permanecer enfurecida. Esosbastardos del Sabbat. Cmo se atreven?!

    Agit los brazos, dispersando a los novicios como si fueran unabandada de aves carroeras.

    --Jacqueline, dnde demonios estabas? Hemos estadotrabajando en este ritual todas las noches de la ltima quincena,desde que logramos aislar la localizacin de la madriguera de esemaldito Koldun. Y esta noche, cuando llega el momento de destruirlo,de pronto te acuerdas de un compromiso anterior? Cuando salimosa enfrentarnos con algo como eso, vamos todos. El que yo estfuera, en la lnea de fuego, no significa que tengis la tarde libre.

    Comprendes?--S, su Regencia, pero el Secundus Foley me hizo llamar...--Foley!--Con permiso, su Regencia. --El secundus se abri camino

    hasta las primeras filas de la multitud--. Es exactamente tal como ellaha contado.

    Foley se sujet el dobladillo de la tnica con aire incmodo.Estaba irritado, despeinado, absorto en otra cosa. Sturbridge advirtique la manga de camisa que asomaba por detrs de ese dobladilloestaba manchada hasta el codo en tinta derramada. Su otra mano

    estaba gravemente quemada, casi ennegrecida.--No ests bien. --No era una pregunta.Foley escondi las manos en el hueco de la manga.--No es nada. Hablaremos ms tarde. Ha habido...progresos.--Hablaremos de ellos ahora. Dejas que los novicios acudan

    solos a la batalla. Les debes una explicacin. Me debes unaexplicacin.

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    --Aunque podra cuestionar la conveniencia de elegir este lugary este momento para discutir tan delicada, tanpersonal, materia, sigosiendo el leal y humilde servidor de mi regente. Me encontraba en misanctum, ocupado con determinadas actividades de rutina, crucialespara el bienestar de esta casa. Los novicios no estaban solos.Johanus y Helena estaban sin duda ms que capacitados paraguiarlos a travs de las fases preparatorias del ritual hasta elmomento en que yo pudiera reunirme con ellos. Tengo la mayorconfianza en sus habilidades. Honestamente, mi seora, los mimisdemasiado. Al fin y al cabo, todos ellos son adepti...

    --Estaba siendo atacada la capilla?La paciencia de Foley se increment para igualar la impaciencia

    de ella.--No debis temer tal cosa, mi seora. Los edificios estn...

    --Un incendio? Un derrumbamiento? Un terremoto?--Los edificios son seguros.--Entonces es que algo no lo es. Un espa, quiz. Es que has

    encontrado a un espa entre nuestras filas?Una risa nerviosa se escap de algn lugar entre las filas de

    novicios. Foley se volvi a medias, enarc un ojo, tom una notamental.

    --Por supuesto que no, mi dama. Todos los que estn aqu sonincuestionablemente leales. A vos. A esta casa, a Viena, a la

    pirmide. Descansad tranquila --la apacigu--. Estis fatigada, nadams. Y nosotros os entretenemos aqu, de pie en la entrada. Esvergonzoso.

    Se volvi hacia el novicio ms prximo.--Es vergonzoso. Regresad al domicilium. Todos --hizo un

    amplio gesto que inadvertidamente volvi a mostrar su mano. Seapresur a esconderla de nuevo.

    --Secundus --el afilado tono de voz de Sturbridge detuvo enseco a los novicios, que ya haban empezado a retroceder--. Cules la naturaleza de la crisis que te ha obligado a demorarte esta

    noche?Foley se volvi con aire incmodo. Replic, en voz baja:--Mi seora est al corriente de la delicadeza de la tarea que

    consume mis noches ltimamente. Esperara, por tanto, que fueraconsciente de la razn de que sea tan imperativo que no hablemosde tales asuntos aqu.

    --No recuerdo la naturaleza de esa tarea.

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    --Ruego a mi regente que me perdone. Es culpa ma. Siempreasumo que todos cuantos me rodean comparten mi fascinacin porel arte de la memoria. Mi seora recordar que no slo autoriz miactual investigacin sobre --su voz se convirti en un susurroconspirativo-- el objeto del que hablamos, sino que dijo que el asuntodeba recibir la mayor prioridad.

    Foley estaba muy complacido consigo mismo. Estabafacilitndole mucho la tarea a Sturbridge. El hombre gozaba de untalento nico para resultar absolutamente irritante. Ella le haba vistohacer esa misma jugada en varias ocasiones. Poda arruinar el planms cuidadosamente construido en cuestin de segundos,empujando a su rival sobre el borde en el momento preciso.Sturbridge haba reconocido este til talento en los primeros tiemposde su regencia y, como consecuencia, Foley haba ascendido

    rpidamente a la importante posicin de segundo en el mando.--Te dije yo que tu... proyecto deba tener prioridad sobre mi

    seguridad personal, o sa fue una prioridad establecida por timismo?

    Foley balbuci.--Mi seora! No he querido... No he querido decir que...--Dejaremos a un lado el hecho de que has puesto en peligro mi

    persona. Por el momento. --Incluso el novicio ms inexpertoreconoci en aquellas tres palabras el difano mensaje de que aquel

    fallo tendra todava su reprimenda. Una reprimenda personal yprivada.--Mi regente es de lo ms generosa --contest Foley mientras

    agachaba la cabeza en gesto de sumisin.--Pero resta el hecho de que has llevado a esta novicia por el

    mal camino. Un asunto que me tomo muy en serio. El Pacto de laProvidencia es bastante especfico en lo que se refiere al castigo detales infracciones.

    Muy raras veces estaban los miembros de una capillafamiliarizados con el corpus de la ley. Sturbridge dudaba que siquiera

    dos de los maestros presentes hubieran odo hablar del Pacto de laProvidencia, y mucho menos que hubieran puesto alguna vez losojos sobre sus disposiciones. Slo un regente o un eruditoespecializado en derecho hubieran tenido siquiera una familiaridadpasable con su contenido.

    Pareci reflexionar por un momento.--Hay tres sentencias apropiadas --no se discuta la posibilidad

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    de que existiera juicio, defensa o apelacin. Slo la naturaleza delcastigo. El regente era el nico responsable de interpretar lacompleja red de ordenanzas, disposiciones, convenios y precedentesque conformaban el enmaraado cuerpo de la ley Tremere. En elseno de la capilla, ella se ocupaba de forma rpida y decisiva decualquier infraccin percibida como tal. El regente no serva a la ley;haca justicia.

    Sturbridge enumer las posibles suertes con los dedos de sumano izquierda.

    --Uno, la Expiacin del Silencio. El secundus se someter a laseparacin, por el fuego, de la lengua que condujo al novicio por elmal camino. --Levant un segundo dedo para acallar cualquierinterrupcin--. Dos, la Expiacin del Servicio. El secundus asumir laresponsabilidad de instruir y guiar a tres nuevos iniciados a travs de

    los siete crculos del noviciado. Y tres, la Expiacin del Sacrificio. Elsecundus ceder el objeto de su obsesin, se que lo ha alejado dela comunidad de sus hermanos y le ha hecho arrostrar peligros ensolitario, la bagatela que esta congregacin, quiz de forma pocosabia, le haba confiado.

    Al escuchar la mencin a la piedra, la cabeza del acusado sealz como impulsada por un resorte. No pudo controlarse con lasuficiente rapidez como para ocultar una mirada desafiante quetodos pudieron ver. Se recuper de inmediato, murmur algo sobre la

    sabidura de la regente y retrocedi medio paso.--Jacqueline, como parte agraviada, te corresponde a ti decidir elcastigo que se impondr al secundus.

    Una mirada muy prxima al terror cruz el semblante de lanovicia. Sturbridge la ignor.

    --Pero, su Regencia --balbuce Jacqueline--. No soy ms queuna novicia. Cmo iba yo a tener la pretensin de juzgar alsecundus?

    --Pronunciars la sentencia in loco regenti, en mi lugar--esbozuna sonrisa benigna destinada a la joven novicia. S, tambin esta

    pequea debe recibir esta noche una leccin difcil. Una leccinsobre la cadena de mando--. Silencio, servicio o sacrificio? Elige.

    Hay que decir en su favor que Jacqueline slo vacil unosmomentos antes de reunir coraje.

    --Me... me gustara elegir la clemencia, si eso place a mi muyjusta seora.

    Sturbridge sonri. Tendra que mantener a sta vigilada.

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    --Nada me complacera ms. Pero la indulgencia no satisfar ala ley. Elige. Ahora.

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    la pesadilla que lo persegua.Irnico, pens. Slo tras la estela de aquellas depredaciones

    salvajes haba empezado a elevarse por encima de las demandas delos instintos puramente bestiales. Slo tras satisfacer aquellasnecesidades animales, primarias, los ms civilizados y racionalesprocesos mentales haban podido empezar a emerger.

    Irona. Un concepto humano. Era la primera vez desde lacatstrofe que sus pensamientos lograban elevarse sobre el nivelbsico de huida y alimentacin. Nickolai se senta como si estuvieraregresando a casa. Como si de alguna manera pudiera todavasobrevivir a todo aquello.

    Lentamente, como si tuviera miedo de provocar a la bestia,empez a frenar su peligrosa fuga. Por vez primera prest atencin acuanto lo rodeaba. Se encontraba en alguna parte de los desiertos

    del sudoeste de los EE.UU.Conforme la razn regresaba gradualmente, y para su horror,

    Nickolai se encontr entre los lugares familiares de su no-vida. Concreciente consternacin advirti que sus pasos lo haban conducidohasta los puntos de reunin que tan bien conoca, las capillas, losescondrijos secretos, los lugares de poder que conformaban ellegado de los suyos. Eso casi bast para devolverlo a las garras dela bestia. Huy, ciego. Ahora mismo nada era tan peligroso para lcomo lo familiar. Lo que quiera que hubiese destruido a sus

    hermanos buscara sin duda a los supervivientes. Uno de losprimeros lugares en los que lo hara sera aquel, asumiendo que losrezagados regresaran a casa.

    Despus de varias noches de huida, mirando siempre porencima de su hombro en busca de alguna seal de persecucin,Nickolai se sinti lo suficientemente seguro como para detenerse porvez primera. La habitacin del hotel de Cincinnati estaba porcompleto alejada de su concepto del confort, pero posiblemente esaera la razn que ms le haba atrado.

    Pero, incluso all, a medio continente de distancia de la causa de

    su huida, no se encontraba lo bastante lejos. Se pregunt si algunavez lo estara. Sacudiendo la cabeza, expuls tales pensamientos desu mente. Tena que concentrarse en lo pragmtico.

    Lo primero que tena que hacer era determinar con exactitud aquin deba evitar. Sin duda, cualquier encuentro con un miembro dela Casa Tremere significara una sentencia de muerte. Los esclavosde la pirmide no albergaban amor alguno por los taumaturgos de la

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    casa Goratrix.Nickolai reflexion. Poda haber otros, no obstante, a quienes

    pudiese recurrir. Otros que compartiesen la sangre, pero que noperteneciesen a la pirmide. Refugiados, rebeldes, parias,renegados.

    Una vez ms, sus pensamientos regresaron al legado de lossuyos. Si poda encontrar un aprendiz, un sucesor, entonces eraposible que el conocimiento de su casa no desapareciera por enterode la faz de la Tierra.

    Con extremada precaucin, empez a reunir sus herramientas.

    _____ 6 _____

    Domingo, 18 de julio de 1999, 10:45 PMCapilla de los Cinco Distritos, Ciudad de Nueva York

    Los preparativos de Foley eran minuciosos. Con mucho cuidado,orden la eclctica coleccin de instrumentos que descansaba frente

    a l, sobre la mesa de trabajo. Pero su mente no lograbaconcentrarse en lo que sus manos estaban haciendo.Sus pensamientos todava estaban repasando la humillacin

    sufrida la pasada noche en el Grande Foyer. Las palabras deSturbridge resonaban en su mente. Silencio? Servicio?Sacrificio?

    "Represalia" hubiera sido una descripcin ms apropiada. Nohaba nada ms frustrante e irritante que el que tu superior inmediatono te respaldase... y de una manera tan pblica. Los ojos le ardieronal recordarlo.

    No importaba. Reestablecera la disciplina rpida ycerteramente. El mero pensamiento de que esa novicia --una simplenovicia-- se hubiera atrevido a imponerle a l una sentencia...!

    Se encargara de que aprendiera cul era su lugar. De unaforma o de otra.

    Tres nuevos novicios, pens consternado. Conducir a un solonefito a lo largo de los siete crculos del noviciado le costara como

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    mnimo un centenar de aos. Y si el estudiante no contaba ya conuna slida base en magia practica, el tiempo se aproximara msbien a los dos siglos. Y no quisiera Dios que lo encadenaran a unpupilo que contase con un historial en el mundo de las cienciasocultas: tardara tres siglos slo en deshacer el dao.

    Siglos perdidos, desperdiciados. Si poda encontrar algnconsuelo en su actual situacin era que no poda recordar cul habasido el ltimo iniciado en la capilla de los Cinco Distritos que hubierasobrevivido lo suficiente como para pasar por los siete rangos delnoviciado y ganarse el codiciado ttulo de oficial.

    El principal beneficio que acarreaba tan elevada condicin, talcomo Foley lo vea, era que el oficial recin nombrado era asignadode inmediato a otra capilla. La justificacin oficial para esta polticaera que eso permita a cada estudiante la oportunidad de gozar de

    muchos tutores diferentes en el difcil camino que conduca hasta lamaestra. La razn no oficial, sospechaba Foley, era que esoimpeda que los regentes desarrollasen grupos demasiado fuertes departidarios leales.

    Entonces lo asalt un pensamiento, un pensamiento astuto yplacentero. Era un aspecto de su actual condicin que hastaentonces no haba considerado. Se maldijo y se llam necio por nohaber reparado antes en ello.

    Con tres novicios confiados por completo a su cuidado, se le

    haba concedido una oportunidad preciosa, la materia primanecesaria para forjar una faccin, un bloque de poder. S, ya contabacon aliados y agentes por toda la capilla, pero la relacinmentor/novicio creaba un lazo mucho ms formidable. Era la cosams prxima al lazo mstico que una a un sire con su progenie quese permita entre los estrechos confines de la capilla.

    Los planes empezaban ya a decantarse, a destilarse, asublimarse. Dara comienzo de inmediato. Lo primero que hara aprimera hora de la siguiente noche sera pedirle a Sturbridge elprimero de sus nuevos pupilos. Ella no se lo negara.

    De inmediato, sus pensamientos regresaron a Jacqueline. S,pens, sera una excelente eleccin. No importaba que lapresuntuosa cachorra ya hubiese pasado unas pocas dcadas deinstruccin bajo la tutela de otro maestro. El rango, despus de todo,tena que tener sus privilegios.

    Se asegurara de que su nueva pupila fuese convenientementerecompensada por la difcil eleccin que haba hecho.

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    Foley canturre en voz queda para s mientras regresaba a suspreparativos.

    Esa noche ardan cinco velas sobre la mesa de laboratorio. Otrade sus creaciones de doble mecha estaba clavada en la escarpia dehierro que sobresala de la esquina noroeste de la mesa. Cada unode los cuatro puntos cardinales ostentaba una achaparrada velavotiva: dorada al este, roja al sur, azul al oeste y verde en el norte.En el mismo centro, la caja con la flor de lis yaca abierta, revelandola enigmtica canica de color rojo turbio.

    Un lpiz negro aguardaba en la mano derecha de Foley. Laizquierda, envuelta cuidadosamente en un prstino vendaje de linoblanco, logr coger las delicadas tenazas de plata. Esta vez noestaba dispuesto a dejarse sorprender. Haba revisado conexhaustivo detalle el recuerdo del malogrado ritual de la pasada

    noche. Al menos una docena de veces.No haba estado preparado. El experimento haba escapado de

    su control. Todava no estaba del todo seguro de qu era lo quehaba interrumpido la reaccin mstica en cadena que comunicaba lallama de la vela y la piedra, desterrando con ello al funesto ojoamarillo al que en su temeridad haba invocado.

    Era posible que, sencillamente, el llameante orbe se hubieraquedado sin combustible. Cuando hubo recuperado el dominio desus sentidos, haba visto que la vela se haba consumido hasta la

    misma superficie de la mesa. La escarpia de acero sobresala conaire desafiante del grumo de cera prpura veteado de amarillo.Tambin era posible que l mismo hubiera interrumpido el lazo

    al soltar la piedra. Tras una bsqueda frentica haba encontrado superdido premio bajo la mesa, en donde haba terminado tras caer porel borde y rodar hasta detenerse contra una de las patas talladas enforma de patas de len.

    Esa noche, Foley no iba a correr riesgos. Haba protegido lospuntos cardinales con los cuatro elementos. Con el lpiz de sebo enla mano, dio comienzo a la invocacin de los cuatro arcngeles

    protectores. Como si estuviera impulsada por una voluntad propia, sumano garabate, uno tras otro, cada uno de los cuatro nombres enfinas y arcnidas letras rabes. Al este, la leyenda bajo la llamadorada revel Rapha-el, el sanador. El sur ostentaba el nombreMicha-el, el guardin. El oeste proclamaba, Gabri-el, el heraldo. Y elnorte rezaba simplemente, Uri-el, el recolector.

    Especficamente, el epitafio de esta ltima vela no haca

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    mencin alguna al "ngel de la muerte". Foley era lo bastantesupersticioso para saber que poner por escrito la palabra "muerte"era una forma de atraer la mala suerte, y mucho ms utilizarla en unainscripcin ritual.

    Una vez completadas sus protecciones, Foley extrajocautelosamente la gema, cuidndose mucho de que no entrara encontacto con su piel. Empez a aproximarla con suma lentitud a lallama de la vela:

    Veinte centmetros. Diecinueve. Dieciocho. Calma ahora.Diecisiete. Ningn cambio. Diecisis...

    La llama de la vela chisporrote un instante y entonces estallhacia arriba. Foley retrocedi medio paso. Como si estuviesesintiendo su debilidad, la llama se precipit hacia delante, restallandocomo un ltigo. Alz la mano izquierda para escudarse los ojos y, a

    mitad del golpe, la gota de llama cambi de direccin y sigui a lagema.

    Advirtiendo el verdadero peligro un momento antes de que lasdos entrasen en contacto, Foley apart apresuradamente la gema yla coloc dentro de la proteccin del diagrama grabado con luz develas y lpiz de sebo sobre la mesa de laboratorio.

    La viscosa llama se detuvo frente a la invisible barrera y el airecrepit ante su repentina detencin. La gnea emanacin sebalance momentneamente, como una serpiente, antes de regresar

    al lugar que le corresponda en lo alto de la vela prpura.Se arroll sobre s misma, retorcindose, sacudindose... antesde transformarse en un ardiente ojo amarillo.

    Se miraron el uno al otro a travs del diagrama de proteccinque los separaba. El ojo pareca enfurecido por la frustracin. La velaestaba casi consumida por completo a causa de la intensidad delgotern de fuego. Foley saba que no tena demasiado tiempo.

    Su mano derecha encontr el lpiz de sebo y, de forma convulsa--como la mano de una torpe marioneta--, empez a garabatearmarcadas letras rabes.

    Repentinamente, las cinco velas se apagaron.Foley se puso tenso, esper el inminente ataque.Nada. Silencio. Oscuridad.Se oblig a inhalar profundamente, a exhalar. Un ritual de

    purificacin. Haban pasado muchos aos desde la ultima vez que elhbito de la respiracin le reportara beneficios prcticos. El meroacto se haba transformado en una de sus herramientas

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    ceremoniales.Invoc una luz utilizando la magia ms humilde que conoca. El

    Zippo gorje, solt una chispa, se encendi.En cuestin de segundos caminara hasta el interruptor de la luz,

    recogera sus herramientas, borrara de forma metdica toda sealdel experimento de aquella noche. Pero an no.

    Con creciente impaciencia sostuvo el encendedor sobre la cruelescarpia de la esquina noroeste de la mesa.

    All, en su base, oscurecida parcialmente por un charco de ceraque se coagulaba a toda prisa, haba una sencilla palabra: Hazima-el.

    El embustero.

    _____ 7 _____

    Lunes, 19 de julio de 1999, 1:00 AMCapilla de los Cinco Distritos, Ciudad de Nueva York

    Los tres golpes fueron ms suaves esta vez, ms contenidos ypuntuales al segundo.

    --Pase --respondi Foley con voz imperativa. Jacqueline entr

    en la habitacin con la solemnidad de una condenada. Permanecide pie y en silencio frente al secundus, los ojos cautos, la posturadefensiva. Foley no levant la mirada del expediente de aspectooficial que tena delante. Permiti que el incmodo silencio sealargase. De tanto en cuanto, atacaba el texto con una rpida notaen el margen.

    Jacqueline descubri que aguzaba la vista tratando de distinguirlo que decan sus anotaciones. Se maldijo en silencio y asumi unapose de calculado desinters. Foley le estaba ofreciendo un cebo.

    --Su Regencia me ha dicho que deseabais hablar conmigo

    --Sturbridge haba dicho mucho ms, pero Jacqueline no vea raznalguna para facilitarle la entrevista a Foley.

    ste levant la mirada y la observ sin expresin alguna, comosi estuviese tratando de desenfocar su rostro.

    --No recuerdo haberme dirigido a ti, novitia.--No, Secundus... Regente Secundus --se enmend.Foley devolvi la atencin al expediente. Jacqueline estaba

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    inquieta e incmoda. Se encontr contemplando un paisaje pocoinspirado, una escena campestre de principios de siglo que colgabatras la mesa del secundus. Eran los colores lo que ms ladesagradaba, descubri tras unos momentos de reflexin. Erandemasiado brillantes para el tema. Y por alguna razn haba algoerrneo en la textura.

    La comprensin cay sobre ella y se le eriz la piel. No era unapintura; era un collage. El cuadro estaba minuciosamente elaboradocon centenares de alas de mariposa arrancadas una a una.

    --Algo va mal, novitia? --Foley dej la pluma a un lado y cruzlas manos sobre el escritorio, frente a s.

    Con esfuerzo, Jacqueline apart la mirada de la macabra obrade arte.

    --No, Regente Secundus.

    --He estado revisando tus progresos.--Es muy amable de vuestra parte. Estoy segura de que mis

    humildes logros no se merecen vuestra atencin.--Cierto. No son tus logros, sino ms bien tu lugar en el seno de

    esta orden lo que est en cuestin aqu. Ser breve. He discutido tucaso con la Regente Sturbridge y ella coincide por completo con mianlisis. Demuestras gran potencial, Jacqueline, pero sin disciplinaformal y una instruccin estructurada, este potencial slo conducir ala frustracin, el fracaso y la autodestruccin. Es una senda bien

    conocida y no me gustara ver cmo te pierdes por ella.El tono de Jacqueline fue tirante y formal.--Os agradezco vuestros esfuerzos en mi favor.--Consecuentemente --continu l sin prestar atencin a la

    interrupcin--, se me ha ofrecido asumir la responsabilidad personalde guiarte a salvo a travs de las complejidades del Cuarto Crculodel noviciado. Tu nuevo curso de estudios comenzar de inmediato.

    --Eso es muy generoso por vuestra parte, Regente Secundus.Pero estoy segura de que no es necesario cargar a alguien devuestro estatus con tan humilde y poco gratificante tarea. El maestro

    Ynnis es bien capaz de...--Ya no ests bajo la tutela del Maestro Ynnis. Pero no te

    confundas. Tu nuevo aprendizaje no te excusar en modo alguno detus actuales lecciones o responsabilidades. Continuars recibiendolas lecciones rudimentarias en el Ars Sanguine junto con el resto detus compaeros. Aqu nos dedicaremos a perfeccionar... otras artes.Me has entendido?

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    --Creo que s, Regente Secundus.--Excelente. Tengo la intencin de empezar de inmediato.

    Puedes hacerlo recitando la conversacin que hemos mantenidohasta el momento.

    Jacqueline reflexion durante un momento.--Dijisteis que habais revisado mis progresos y discutido mi

    caso con la Regente. Dijisteis que, sin disciplina y orden, mis talentosnaturales se arruinaran. Con efecto inmediato, asumiris laresponsabilidad de mis estudios hacia el Cuarto Crculo. Responderantes vos en vez de ante el Maestro Ynnis. Continuar con mislecciones y mis responsabilidades en las salas de los novicios. Hayalgo ms?

    Era evidente que la paciencia de Foley se estaba agotando.--Te dar la entrada. Yo dije, "Pase".

    --Queris decir la conversacin entera, al pie de la letra? No larecuerdo palabra por palabra. Habis dicho algo as como "Sintate,he estado revisando tus progresos".

    Foley suspir de forma exagerada y empez a frotarse lassienes.

    --No. No sigas, por favor. Slo conseguirs demostrar an mstus limitaciones. No sabes. De ahora en adelante, habrs de saber.Tienes que recordar. Estoy siendo lo bastante claro? Veo quetendremos que empezar con las artes mnemnicas.

    La voz de Jacqueline fue desapasionada, formal.--Debo saber. Debo recordar. Estis siendo lo bastante claro.Veis que tendremos que empezar con las artes mnemnicas.

    --Mejor. Todava yerras, pero al menos pareces comprender loque se espera de ti. Dime, de dnde crees que dimana nuestropoder?

    --El poder reside en la sangre --Jacqueline recit de formaautomtica la respuesta tal como la expresaba el catecismo delPrimer Crculo.

    --Ah, veo que al menos recuerdas algo de tu instruccin. Puede

    que todava no est todo perdido. Dime, y en cuanto a este poder,ests segura de que no proviene de la voluntad?

    --La sangre observa el mundo a travs de la voluntad.--Y no de la mente?--La mente es el conducto de la sangre.--Entonces, me est diciendo que la sangre fluye a travs de la

    mente?

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    --La sangre no fluy. Ni caer. Se engendr en el corazn delPadre.

    --Tu sangre no fluye? Si te corto, no sangrars?--No soy yo quien fluye, sino slo el Padre.--Y cmo es eso?--Mi mente es una vena abierta. A travs de m, el Padre

    derrama la vida en el mundo.--A qu forma, entonces, debe aspirar la mente? Debo

    convertirme en un estrecho y recto canal? Un canaln? Unaartesa?

    --La mente es una pirmide con siete escalones. Siete, elnmero de los Fundadores. Siete, el nmero del Concilio. Siete, elnmero de los rdenes del misterio. Siete, el nmero de los crculosdentro de cada orden. Siete, el nmero de las artes que se alzaron

    de las cenizas de aquellos que se perdieron. Siete, el nmero de losdas de la hechura del mundo. Siete, el nmero de la completitud.

    --Precisamente. La mente es una pirmide de siete escalones,Jacqueline, una jerarqua ordenada de forma estricta. Del mismomodo, el clan Tremere se ordena en una pirmide de sieteescalones. Sin esa disciplina, el centro no puede sostenerse. Debesponer en orden tus pensamientos, tus miedos, tus deseos. Esoaportar estructura a la pirmide de tu mente y reforzar la pirmidede tu clan. Comprendes estas cosas?

    --S, Regente Secundus.--La prxima vez que nos encontremos, me recordars elcontenido de esta conversacin. Su contenido exacto. Adems,leers y memorizars un pequeo tratado que tengo aqu para ti. Esel de Memoria de Aquinas. S, ya imagino que no estarsfamiliarizada con la obra. Nunca disfrut de lo que podramos llamaruna difusin generalizada. Podemos dedicarnos ahora a asuntosms prcticos? Excelente.

    El secundus cerr el expediente y lo dej a un lado.--Ahora realizaremos un sencillo y pragmtico examen de tus

    progresos. Este tintero nos servir a las mil maravillas --lo colocdirectamente frente a ella--. Utilizars tus artes para moverlo por lamesa. Debo advertirte, no obstante, que esta pieza en particular fueun regalo y le tengo bastante cario. No tolerar que le causes elmenor dao.

    Una mirada de aprensin cruz el rostro de la novicia. Empez aprotestar.

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    --Puedes empezar--la interrumpi l.Jacqueline contempl la mirada en el rostro de Foley: imperiosa

    y ansiosa por tener una discusin. Abandon toda objecin. Seresign y se encar con su delicado oponente tallado en cristal.

    El metro de mesa que mediaba entre Foley y ella se le antoj depronto una distancia enorme. Desesperada, se aferr al borde de lamesa, como si quisiera inmovilizarla para impedir que se alejasems. Frunci el ceo y su rostro adopt una expresin deconcentracin intensa. Murmur lo que podran ser fragmentos deversos en un griego quebrado. Todo su cuerpo estaba tensamenteerguido. Poda sentir la presin de la tabla de madera de la sillaapretndose contra la columna vertebral. Eso la ayud a mantenersecon los pies en la tierra, centrada. Todas las dems impresionesestaban remitiendo a toda velocidad. Ya no pensaba en Foley, ni en

    el fracaso, ni en la humillacin.Su austera figura era un ardiente crisol de arcilla y temblaba

    ligeramente por el esfuerzo de tener que contener las crecientesenergas que se acumulaban en su interior. Sus ojos se volvieronvidriosos, su mirada vaca no enfoc a nada al principio y luego sevolvi hacia lo alto. Incluso sus rasgos parecieron borrarse mientrassu rostro se volva plido, suave, quebradizo... cobrando el aspectode una fra e implacable porcelana.

    Foley, por su parte, no dedic una sola mirada al tintero,

    supuesto objeto de su experimento. Estaba interesado ms bien enestudiar las lneas del rostro de Jacqueline. Ya empezaba a distinguirlas finas grietas que recorran su compostura. Las fallas por las quebrotaran en tropel las furias, los miedos y los deseos que la noviciano haba logrado dominar, haciendo aicos la delicada mscarachina.

    Sacudi la cabeza ante lo absurdo que resultaba. Era evidenteque a la novicia le faltaba disciplina, autoconocimiento, instruccinformal. Ni siquiera haba logrado dominar las artes mnemnicas. Deverdad pensaba que podra mover el tintero slo con pensarlo muy

    fuerte? Era como observar los primeros y torpes esfuerzos de unbeb. Aunque a la mayora de los bebs, admiti Foley, no se lespermita trastear con tan voltiles juguetes.

    Acababa de decidir intervenir cuando un sonido lo distrajo. Unburbujeo hmedo, pesado.

    Baj la mirada hacia el tintero, justo a tiempo de ver cmo unasegunda burbuja sucia se alzaba hasta la superficie del tintero y

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    reventaba, derramando una gota sobre el labio de la abertura. Lacuenta de intenso color rojo pendi en equilibrio un instante,resplandeciendo de forma hmeda contra el cristal. Entonces resballentamente hacia abajo.

    --Basta!Jacqueline se sobresalt, como si acabara de recibir un golpe.Foley alarg una mano para llevarse el tintero, para esconderle

    los fallidos resultados de sus esfuerzos. Lo pens mejor y la apart.Con toda calma, pregunt:--Debo medir la distancia?Jacqueline mir con aire preocupado el tintero. Segua

    exactamente en el mismo sitio en que Foley lo haba dejado. No sehaba movido un pice. Su desilusin inicial dio paso a la perplejidad.

    La superficie de la tinta pareca hervir de actividad. Vetas

    viscosas de color rojo se abran camino entre la masa de tinta, negracomo el azabache. Estallaban en la epidermis de su superficie y seextendan... jadeando, filtrndose, coagulndose. Ella lo observmientras capa tras capa de vida derramada trepaba por las paredesdel tintero hasta que su mero peso ahog las nuevas burbujas queestaban tratando de formarse. Al cabo de unos momentos, todovolvi a estar en calma.

    --No entiendo --susurr Jacqueline--. Qu ha pasado? Qu haido mal?

    --No lo entiendes? Toma. Lo has mancillado con tu sangre. Am ya no me sirve de nada.--Pero cmo?

    Ahora Foley estaba enfadado.--Debes pensar. Y debes cuestionarte las cosas antes de actuar.

    El poder reside en la sangre. La voluntad es la ventana de la sangreal mundo. Pero la mente es el conducto. Si la mente no estdisciplinada, enfocada y entrenada, el poder de la sangre se libera,pero carece de forma. Golpea donde le place. Los resultados detales esfuerzos sin propsito son monstruosidades... actos que no

    slo ofenden a la naturaleza, sino tambin a la razn. Crees queeso ha sido magia? Esos torpes y ciegos tanteos de la voluntad sindireccin ni propsito? Esto contiene ms magia que tus patosos einfantiles esfuerzos.

    Foley extendi una mano y levant el tintero. Lo sostuvo conaire desafiante frente a su rostro un momento antes de volver adejarlo en el mismo sitio con un fuerte golpe.

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    --Poder. Voluntad. Enfoque. Resultados --alz un dedo paraacallar la rplica de Jacqueline--. Acaso esto no ha sido magia?Porque he levantado el tintero con algo tan mundano como losmsculos, los huesos, los tendones? Qu crees que esprecisamente la magia? No, ahrrame ms demostraciones de losterribles vacos de tu entendimiento. Yo te lo dir. Es utilizar lavoluntad para imponer un reflejo del perfecto orden del mundointerior a la entropa del mundo exterior. Al principio, la Tierra carecade forma y era el vaco. La magia es el perpetuo y continuo acto dela creacin.

    Jacqueline no pudo contenerse ms.--Pero esto --levant el tintero y volvi a dejarlo frente a s con

    un golpe--, no es magia. Por esto hemos sacrificado tanto?Nuestras vidas, nuestras familias, nuestros amigos? O acaso es

    demasiado abstracto para vos? Despus de todos estos aos, estisun poco hastiado, un poco cansado. Ideas, principios, ya no logranpenetrar la endurecida piel. Bueno, qu hay de las cosas queimportan, lo concreto, lo real? El tirn de la pegajosa mano de unnio? El sabor del chocolate? El brillo de la luz del sol a travs deun cristal tintado? Yo no abandon todo eso slo para que medijerais que lo mismo podra haber levantado el maldito tintero.

    --Haras bien en recordar que te ests dirigiendo a un superior--Foley ech la silla hacia atrs y camin con lentitud hasta

    encontrarse exactamente detrs de ella--. Pero s, resulta bastantems eficiente mover el tintero con la mano. La naturaleza te haprovedo de herramientas deliciosamente apropiadas para la tarea.

    Un fro toque acarici su mejilla. Su primer instinto fueencogerse y rehuirlo, pero se mantuvo inmvil. Ni se apart ni sevolvi para demostrar que haba reparado en aquella caricia nodeseada.

    --Entonces, no es ms que eso? La magia consiste tan sloen tomar el camino ms fcil? Un protocolo de ahorro de energa?Un mecanismo pintoresco y arcaico?

    --No entiendo por qu debera eso enfurecerte tanto. Si tienesque mover el tintero con la mano, debes entrenar tu mano. Si quieresmoverlo con la mente, debes entrenar tu mente.

    Lo primero que registr la mente de Jacqueline fue el sonidoproducido por el tintero al apartarse de ella sobre la superficie demadera. La visin, o quiz la aceptacin de esa visin, tard ms enllegar. Se demor un poco ms all de la sensacin deprimente que

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    se haba formado en el fondo de su estmago.Desde detrs, Foley pos ambas manos sobre sus hombros. No

    era un gesto que la confortase. Se inclin hacia ella y le susurr a unodo:

    --Te gustara aprender a mover el tintero slo con la mente? Yopodra ensearte, sabes? Eso te gustara? Qu yo te enseara?

    Ella se estremeci.--Piensas que sera difcil? Arduo? Las largas noches de

    estudio. Meses, aos quiz? Estaras dispuesta a hacer losnecesarios... sacrificios? O preferiras lamentarte con absurdossentimentalismos... dedos pegajosos, chocolate fundido, bonitoscolores?

    Foley sinti que se pona tensa. Sonri y se aproxim paracobrarse la presa.

    --Te sorprendera, me pregunto, descubrir que podraensearte a mover al tintero en poco ms de un centenar de horasde estudio concentrado? Casi el mismo tiempo que se tarda enensear a leer a un nio mortal. Eso te sorprendera? T mismafuiste profesora una vez. Seguramente has enseado a algn nio aleer. Qu podra ser ms sencillo? Qu podra ser ms natural?Te gustara eso? Te gustara que te lo enseara?

    Un cambio se haba producido en Jacqueline. Su voz era msgrave. Sonaba como si llegara desde una gran distancia. Como un

    eco surgido del fondo de un profundo pozo.--Me... me gustara.--Bien. Esperaba que dijeras eso. Estoy seguro de que nos

    divertiremos mucho juntos. S, estoy impaciente por disfrutar de losaos venideros.

    --Aos? Pero vos dijisteis...--Oh, s, aos. Quiz dcadas. Pero no te preocupes, no hay

    prisa. Literalmente, tenemos todo el tiempo del mundo.--Cien horas --repiti ella, obstinada. Parte del fuego estaba

    regresando a su mirada--. Eso habis dicho, cien horas. Incluso con

    una sola hora por noche, apenas llega a los cuatro meses.--Me temo que me has malinterpretado. Dije quepodra

    ensearte en cien horas. Cualquiera podra hacerlo, en realidad. Elpoder ya est en ti... en la sangre. Sin embargo, a pesar de tuentusiasmo, no tengo la menor intencin de liberar el poder en tuinterior con tamao apresuramiento. No me lo agradeceras, puedesestar segura. Eres ambiciosa y eso es una ventaja. Pero debes

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    templar tu ambicin con paciencia. Tendras poder, s. Eso es obvio.Pero tendras muchas ms debilidades. Es la falta de disciplina. Tehace vulnerable.

    --Pero me habais prometido...--No te he prometido nada, excepto que te enseara. No nos

    apresuraremos en tu entrenamiento. Seremos mucho ms...concienzudos. La instruccin de los novicios es algo en lo que metomo un gran inters. Quieres que empecemos por el principio?

    La inesperada oferta de comenzar inmediatamente socav lasobjeciones de Jacqueline. Todava quera discutir, enfrentar a Foleycon sus imprecisas promesas, arrojarle sus transparentesmanipulaciones a la cara. Pero ninguno de sus insultos, ninguna desus manipulaciones posea el peso de aquella imperativa llamada, elsonido hecho por el tintero al deslizarse, aparentemente por propia

    voluntad, sobre la mesa de laboratorio.--Estoy preparada, Regente Secundus.Foley no dio seal alguna de recrearse en su victoria.--El problema es precisamente que no ests preparada. Te

    faltan los cimientos adecuados para comprender incluso losfundamentos de lo que voy a ensearte. Te falta la disciplinanecesaria para memorizar mis palabras, para revisarlas cuando, conel tiempo, hayas logrado dominar los aspectos bsicos. No puedopermitir que tomes notas por escrito por razones obvias, as que

    debes arreglrtelas lo mejor que puedas. Son siete las lecciones queyo imparto: las siete grandes verdades de la pirmide Tremere. Si noests preparada para recibirlas, tu esfuerzo est condenado alfracaso desde el principio y te vers relegada al reino de lafrustracin y la derrota. Las siete lecciones de la pirmide sonDiscontinuidad, Jerarqua, Apata, Favor, Autoridad, Documentaciny Vigilancia. Naturalmente, la prxima vez que nos encontremos lashabrs olvidado todas.

    De modo que esta noche slo nos referiremos a la primera. Laprimera leccin que le enseo a cada uno de mis estudiantes es la

    de la discontinuidad. Descargo sobre ellos una tormenta formada porfragmentos de astrologa, cabalstica, quiromancia, teoras de laconspiracin, mitos griegos, ritos catlicos, el Tarot, cristales,drudicos, Gehena, demonologa, teora de la evolucin, alquimia, elLibro de los Muertos, Lovecraft,