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Publicado en: Historia y fundamentos de la bioética. En camino hacia la biopolítica, varios autores, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2006, pp. 1-110; capítulo:
pp. 85-105
BIOETHICS, BIOPOLITICS AND THE PROBLEMS OF ACTION
BIOÉTICA Y BIOPOLÍTICA Y LOS PROBLEMAS DE LA ACCIÓN
Carlos Eduardo Maldonado Profesor Titular de Carrera
Universidad del Rosario [email protected]
Abstract:
While the standard work on bioethics has no knowledge of biopolitics, it reduces almost always bioethics as an applied ethics. I claim that, properly understood, bioethics is a shorter scale and should be enlarged and enriched with biopolitics. The central argument for such a claim is based on the problems of action, namely collective action. At its best, bioethics is a matter of individual action or attitudes. Biopolitics confronts questions related to large scale action. The very core for that distinction as well as for my claim centers around the idea that what is truly at stake are not just principles or ideas, but life. Hence, bioethics and biopolitics are reunited thanks to the importance and meaning of life, at large.
I
La biopolítica, en el sentido más amplio y desprevenido de la palabra, puede entenderse
como el conjunto de temas y problemas referidos a las relaciones entre política y bios.
Así, la biopolítica tiene un doble interés. De un lado, para quienes se interesan por la
política propiamente dicha y que en el estudio del pensamiento político contemporáneo
se encuentran con algunas interpretaciones e incluso aplicaciones de la biopolítica a
campos que el pensamiento político normal no ha considerado de manera directa o
necesaria, se trata de la biopolítica como un campo de trabajo eminentemente político.
Este grupo atraviesa por la obra de M. Foucault, y descansa, fundamentalmente, en una
serie de autores contemporáneos, en un esfuerzo, seguramente sincero, por repensar la
política y lo político, generalmente a partir del reconocimiento, explícito, de la crisis de
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las organizaciones, las instancias y los idearios políticos. De otra parte, al mismo
tiempo, y mucho más recientemente, se encuentran quienes han estado interesados en la
bioética y que, generalmente para sorpresa suya, se topan con el concepto mismo de
biopolítica. Ahora bien, dado que en el tratamiento generalizado de la bioética –
mainstream- las consideraciones de tipo político han ocupado un lugar secundario, se
hace dificultoso transitar por la biopolítica. En verdad, la corriente principal de trabajo
en bioética puede ver, sin dificultad alguna, los nexos entre la bioética y la ética, pero
no así, aquellas entre la bioética y la política y lo político. Para ellos se requiere trazar
puentes entre la bioética y la biopolítica y no simplemente entre bioética y política,
puesto que la biopolítica no se identifica, en manera alguna, con la política sin más.
En otros lugares me he ocupado de la biopolítica, y de las relaciones entre la bioética y
la biopolítica. En Maldonado (2003) presento la biopolítica con un doble énfasis:
conceptual y temático, referido, ulteriormente, a la situación de la sociedad y del estado
colombianos. Posteriormente, en Maldonado (2004) presento, en un marco ortodoxo
relacionado con la bioética, las relaciones entre bioética y biopolítica como relaciones
de tensión. En Maldonado (2005a) retomo la línea de trabajo de dos libros anteriores
míos y de algunos textos menores, y presento la biopolítica como política de vida. En
Maldonado (2005b) considero las relaciones entre política y complejidad como el tema
mismo de la biopolítica y preciso de qué manera y por qué razón la biopolítica y la
política son conceptos, dimensiones y temas distintos. Posteriormente, en Maldonado
(2005c) me ocupo de la forma en la que, en la formación investigativa de los
profesionales de la salud, se entrecruzan la bioética, el derecho y la biopolítica. El
presente texto no exige, con todo, el conocimiento de los anteriores. En este sentido,
este texto es independiente y autocontenido.
Quisiera sugerir aquí otra línea de trabajo que no está presente en ninguno de los
trabajos anteriores, a saber: mostrar de qué manera hay una implicación fuerte entre la
bioética y la biopolítica. Con ello, intento superar una dificultad entre quienes trabajan
bioética y que es el hecho de que la bioética tiene serias implicaciones políticas que ella
misma, sin embargo, no puede abordar y frente a los cuales, en realidad, es altamente
limitada. De esta suerte, con este texto me propongo defender una tesis. La biopolítica
es una hija de la bioética, y por ello mismo, contiene motivos bioéticos pero, a la vez,
supera inmensamente las posibilidades y las capacidades de la bioética. Sin embargo,
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gracias precisamente a esta superación, la bioética logra realizarse de una manera más
plena y amplia. Pero distinta de ella misma. En esto consiste, exactamente, la
biopolítica.
A fin de argumentar esta tesis, me propongo avanzar a través de tres momentos, así: en
primer lugar, se trata del hecho de que no existe una única comprensión de biopolítica,
sino, dos acepciones, por completo diferentes. Discuto, así, en el primer argumento, los
orígenes y los significados de ambas comprensiones sobre la biopolítica, para
concentrarme en aquella que tiene una vinculación directa y necesaria con la bioética.
En segunda instancia, una vez dilucidado el sentido de la biopolítica en relación con la
bioética, presento el modo como la bioética implica y da lugar a la biopolítica y las
razones por las que esto sucede. Esta circunstancia implica el reconocimiento de los
límites de la bioética gracias a esa hija que ha producido; se presenta aquí, una vez más,
la paradoja de teorías y campos que nacen de otros, pero a los cuales les cae la carga de
la demostración acerca de su validez, legitimidad y posibilidades. Una vez precisado
esto, en el tercer argumento afirmo que la biopolítica es la política de la sociedad civil,
así como las razones y las implicaciones de esta idea. Al final elaboro una breve
conclusión.
II
La biopolítica tiene dos orígenes y, por tanto, dos significados. Ambos orígenes son
completamente distintos y sus significados, diametralmente opuestos, puesto que
denotan temas, campos y problemas diferentes.
Históricamente, el primer origen se remonta a la obra de Foucault, notablemente en los
cursos que dicta en el College de France en los años 1976-77, y que se publican con el
título: Defender la sociedad. El concepto mismo de biopolítica aparece pocas veces en
la obra de Foucault, y sí, más bien, en muchas ocasiones, el de “biopoder”. El biopoder
es el resultado de la biomedicina, la sociedad panóptica y todas sus herramientas como
política sobre el cuerpo y como política de control sobre la vida humana. El marco de
esta comprensión es rigurosamente antropológico. Así, el biopoder es un concepto
eminentemente reactivo, cuyo valor consiste en la crítica y la denuncia de las políticas –
micro y macro-, de sumisión de los placeres (Eros), el control sobre el cuerpo y la
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medicalización de la vida humana y de toda experiencia humana en general. Mucho
antes que el trabajo fundamental de T. Engelhardt (XYZ), la obra de Foucault es pionera
en lo que constituye, sin dudas, en uno de los leitmotiven de la bioética, a saber: la
crítica de la medicalización de la vida humana en general.
En un texto conocido como el “Nacimiento de la biopolítica”, resultado de las lecciones
que imparte Foucault en el Collège de France en el año 1978-1979, encontramos la
definición básica de biopolítica en el sentido foucaultiano de la palabra:
[La biopolítica designa] la forma en que, a partir del siglo XVIII, se han intentado racionalizar los problemas que planteaban a la práctica gubernamental fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos como población: salud, higiene, natalidad, longevidad, razas, etc. Sabemos el lugar creciente que estos problemas han ocupado a partir del siglo XIX y los retos económicos y políticos que han supuesto hasta hoy”1.
Pues bien, el motivo de reflexión política por parte de Foucault consiste en lo que
denomina como la inclinación –esto es, la tendencia natural dados los supuestos de la
modernidad hasta nuestros días- a “gobernar demasiado”. El gobierno en demasía –que
dará como resultado la exaltación del derecho (= ley positiva) como el garante mismo
de la gobernabilidad –y con ello, el complemento de la medicalización, que es la
juridización de la acción social y, ulteriormente, la penalización de la protesta social-,
no es, sencillamente, otra cosa, que la circunscripción de control y dominio sobre
cualquier experiencia humana, desde las esferas más íntimas y privadas, hasta las
públicas y sociales. Asistimos, por este camino, al triunfo del consecuencialismo ético,
algo que, sin embargo, no se encuentra en el foco mismo de la mirada Foucaultiana
sobre el biopoder. En uno de los textos más conocidos del filósofo francés, el biopoder
se instaura como “microfísica del poder”, esto es, el poder (= control) interiorizado, los
dispositivos de poder y control, la mirada panóptica, en fin, el encerramiento, la
exclusión y la anatematización de lo humano por lo público. A través de este camino,
asistimos al imperio de lo público sobre lo privado, garantía última de las democracias
modernas y contemporáneas.
1 “Nacimiento de la biopolítica”, en: M. Foucault, Estética, ética y hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1999, pág. 209.
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A partir de la obra de Foucault, y en muchas ocasiones en directa herencia o deuda con
su pensamiento, varios otros autores han venido desarrollando la idea de biopolítica a
partir del sentido foucaultiano del concepto. Los autores más destacados son: Arendt,
Heller, Agamben, Negri, Hardt, si bien el pensamiento de H. Arendt no se deriva
directamente de la obra de Foucault, sino a partir del eco heideggeriano y de la
reminiscencia de la Grecia Antigua. Los demás autores sí responden de manera directa a
la idea foucaultiana de biopolítica; esto es, mejor dicho, de biopoder.
Desde este punto de vista, cabe compilar estas distintas lecturas de la biopolítica en una
dirección bien precisa, particularmente cuando se atiende a los seguidores o herederos
de Foucault, o por lo menos, de los motivos foucaultianos para ocuparse con temas de
biopolítica y de biopoder. De acuerdo con la mayoría de las lecturas (Agamben Negri,
Hardt), se trata del esfuerzo del marxismo contemporáneo, después de la caída del Muro
de Berlín en 1989, por incorporar nuevos motivos y temas de trabajo en su crítica al
capital, a los regímenes opresivos. Un referente claro, en este sentido, es el concepto de
trabajo subjetivo de Marx. Como con acierto lo ha señalado A. Borón, se trata de una
incorporación de motivaciones biológicas y particularmente ecológicas a la tradición
marxista, motivaciones que nunca habían estado en el primer plano en el pensamiento
marxista. En todo caso, es preciso decir que el uso del concepto de biopolítica por parte
de los autores mencionados es, en realidad una interpretación amañada del concepto de
biopoder que se encuentra originariamente en Foucault. Este marxismo busca incorporar
nuevos motivos de reflexión para el discurso y la acción políticos, notablemente, el
medioambiente y el cuerpo, y por tanto los temas que conexos con ellos. Un lugar
intermedio, esto es, menos radical, lo ocupa, sin embargo, G. Agamben, notablemente a
partir del concepto de vida nuda, y que en el contexto de la bioética debe ser asimilado
al concepto de zoe, antes que al de bios, que son las dos formas originarias como el
concepto de vida se designaba entre los griegos2.
Este primer origen de la biopolítica no sabe nada de bioética, y demasiado poco de
derechos humanos. Al respecto, es fundamental atender al hecho de que la bioética y los
derechos humanos comparten una comunidad de problemas y una comunidad de
2 Al respecto, véase Maldonado, C. E., “Acerca del estatuto epistemológico de la bioética” en: Ius et Vita, Bogotá, Universidad Externado de Colombia (en prensa).
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esencia. Se trata de dos caras de una misma moneda. Son numerosos los textos y los
autores que han trabajado este aire de familia, por así decirlo, entre bioética y derechos
humanos. Hay que señalar que el principal interés en el trabajo en esta línea se
concentra en los desarrollos y posibilidades de los derechos sociales, económicos y
culturales, y en la posibilidad de hablar de derechos de cuarta generación. Pues bien,
dado el hecho de que la biopolítica, en el sentido que se menciona inmediatamente a
continuación es una hija de la bioética, entonces cabe, sin ninguna dificultad, señalar
que la biopolítica que sabe de bioética es aquella que, justamente, se encuentra en una
misma longitud con los derechos humanos. Esta aclaración conduce a la otra acepción
de biopolítica.
El segundo origen de la biopolítica nace en estrecha relación con la bioética en un libro
publicado en 1998, de G. Hottois: Bioética, biopolítica y derechos humanos. Es decir,
este segundo origen tiene lugar veinte años después del formulado por Foucault. En
verdad, lo que aparece en el libro sobre biopolítica de G. Hottois se reduce a unas pocas
páginas (alrededor de siete). Puede decirse que, en rigor, hay allí una intuición que,
desafortunadamente, el propio Hottois no ha explorado, para nada, posteriormente; por
lo menos hasta la fecha3. De acuerdo con la acepción primera de la biopolítica entendida
en este segundo sentido, la biopolítica consiste en el estudio de las consecuencias
sociales y políticas de las nuevas tecnologías (en especial, de la biotecnología). Esta es
una idea seminal que habrá que explorar más en lo que sigue.
Al interior de la comunidad de bioeticistas la idea de la biopolítica no ha sido
considerada con suficiente interés. Hay varias razones fundamentales para ello. En
primer lugar, es el hecho de que el libro de Hottois no ha sido traducido aún al español
el original está en francés). Este libro es en realidad un conjunto de reflexiones a partir
de la experiencia de Hottois al mismo tiempo como miembro y asesor de la Comisión
Europea de Bioética ante la Comisión Europea (en Bruselas), y como recientemente
nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias de Bélgica. Este primer factor es,
en realidad, muy circunstancial.
3 Conversación personal con Hottois los días 4 y 5 de Septiembre del 2005.
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Mucho más determinante es, en segunda instancia, la creencia, a mi modo de ver
errónea, según la cual la bioética es una ética, y por consiguiente, por definición, la ética
poco y nada sabe de política. En verdad, en la corriente principal de trabajo en bioética
en el mundo existe una fácil propensión a confundir la bioética con la ética en general,
incluso con éticas deontológicas, o también como parte integrante de las lamadas éticas
aplicadas (a la manera, por ejemplo, como se habla de ética ambiental, ética de los
negocios, y otras). En el trabajo de fundamentación de la bioética es esencial trazar las
diferencias –aunque no necesariamente las oposiciones- entre la bioética y las demás
comprensiones de “ética”. Esto es, se trata de determinar la especificidad de la bioética
en la economía del conocimiento, pues si la bioética puede lo mismo que pueden otras
áreas del conocimiento, aquella, sencillamente, no es necesaria.
En general, los temas relacionados con las proximidades y las diferencias entre ética y
política constituyen uno de los motivos más sensibles de reflexión del mundo
contemporáneo. Paradójicamente, no son muchos los trabajos en esta dirección. Este es
un tema que define, de un modo general, a toda la tradición liberal, cuya característica
central consiste en la creencia según la cual todos o buena parte de los problemas del
mundo pueden ser resueltos con la ayuda de la ética, incluso sin necesidad de recurrir a
acciones políticas. El autor y el momento en que el que se consagra esta creencia es J.
Rawls, en A Theory of Justice (Teoría de la justicia). A partir de la obra de Rawls se ha
difundido y se ha fortalecido la idea según la cual los temas y problemas del mundo
contemporáneo pueden y deben ser resueltos en términos éticos o, por decir lo menos,
en función de criterios, actitudes y valores éticos. Esto significa, en pocas palabras, que
la acción política cede su lugar a las actitudes, los compromisos y los comportamientos
éticos. De esta suerte, la ética ha entrado a formar parte de la razón práctica y se
consolida en éste ámbito con fuertes y sólidas raíces.
Pues bien, dicho en el lenguaje de una teoría de la acción, lo que se encuentra aquí en
entredicho, es la creencia que le da preeminencia a la acción individual sobre la(s
posibilidades de la) acción colectiva. Al respecto, un rasgo característico de la
comunidad de bioeticistas es la creencia, no siempre pública ni consciente pero muy
arraigada, de acuerdo con la cual los temas y problemas de bioética pueden y deben ser
resueltos en la esfera de la ética, que es la de la acción individual. Pues bien, en este
sentido pueden aportarse algunas razones por la cuales el primero de los conceptos de
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biopolítica es el más extendido y popular, particularmente al interior de la comunidad
académica.
La bioética tiene de magnífico el llamado al cuidado –¡ético, justamente!-del paciente,
del individuo, en cada caso. El lenguaje de la bioética es principalmente normativo,
acerca del deber ser. Como quiera que sea, gracias a la bioética nace en la historia de la
humanidad el paciente, gracias a tres criterios fundamentales:
i) El paciente tiene derecho al consentimiento informado;
ii) El paciente tiene derechos, expresados, de manera puntual en torno a la
beneficencia, la no-maleficencia, la autonomía y la justicia;
iii) El médico no puede ya imponer su saber (= poder) sobre el paciente de manera
impune, pues debe atender a factores tales como: el estado de alerta del
paciente, el estado consciente del mismo, sus decisiones libres y racionales, en
fin, a la familia o los responsables del mismo.
Antes de la bioética no había, en el sentido ético de la palabra, pacientes; tan sólo
cuerpos sobre los cuales los médicos decidían; punto. Este tema de los derechos del
paciente se expresa como la discusión en bioética acerca de los métodos; esto es,
literalmente, los modos de acceder al paciente, supuesta las relaciones salud-
enfermedad, tratamiento-consecuencias, paciente-entorno familiar y social, en fin,
tratamiento-políticas administrativas, económicas, financieras y otras que limitan o
facilitan las relaciones, los debates, los problemas y las ejecuciones de las tomas de
decisiones en salud. Para decirlo en otros términos, gracias a la bioética la salud no
existe ya, como antes y por fuera de la bioética, del lado del médico o de la sociedad, y
al enfermedad del lado del paciente o de la eventual comunidad de afectados o
infectados. La salud-enfermedad es un continuo vago sin fronteras fijas, estables ni
impermeables que implica por igual a los agentes de salud, al paciente, tanto como a las
instancias administrativas, económicas y políticas en todos los órdenes y escalas. No en
vano, el origen de la bioética fue la clínica, y su campo principal de trabajo ha sido la
medicina y las ciencias de la salud. Esta característica ha primado fuertemente hasta la
fecha y tiene el defecto de reducir la bioética a la medicina en general. Esta constituye
la bioética normal, en clara analogía a como desde T. Kuhn hablamos de ciencia
normal.
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En contraste con esta comprensión, mayoritaria, ciertamente, hay que decir que la
bioética, bien entendida, implica una perspectiva biocéntrica o ecocéntrica, y no ya
únicamente antropocéntrica4. En la bioética, todas las preocupaciones, los
conocimientos, las adquisiciones y las sensibilidades por lo humano no se erosionan en
absoluto, sino, quedan inscritas en un marco más amplio que las comprende y las hace
posibles. Se trata de la preocupación por el cuidado, el posibilitamiento y la exaltación
de la vida en general sobre el planeta, y con ella, entonces, claro, en la vida humana; de
la vida tal y como es, tanto como de la vida tal-y-como-podría-ser, en fin, de la vida
conocida tanto como de la vida posible en el futuro. La verdad es que las eventuales
consideraciones sobre la vida humana en el planeta siempre, en Occidente, tuvieron
lugar a expensas de la vida en general de la naturaleza y de la biota en general. Esas
consideraciones condujeron finalmente al conjunto de problemas medioambientales que
conocemos suficientemente, pero ante los cuales no parece haber una acción eficaz, a
largo plazo y de gran escala.
Los temas y problemas de salud –salud e higiene-, atraviesan por los individuos, pero
no comienzan ni terminan allí. La forma genérica como en bioética se tematizan estos
problemas, es con el concepto de justicia sanitaria, o también, el de políticas de salud.
Se trata de la conciencia, el tratamiento y las prevenciones de pandemias, epidemias,
etc. La bioética alcanza a ver estos temas y otros afines y conexos, pero no puede hacer
mucho, dados su alcance, sus pretensiones, su historia y sus posibilidades. Es
exactamente en este punto en el que entra la biopolítica, esto es, mejor, la biopolítica en
el segundo sentido, que es, de cara a las preocupaciones por el cuidado, el
posibilitamiento y la exaltación de la vida, biopolítica en sentido primero y fuerte de la
palabra.
La biopolítica consistiría, a partir de la intuición de Hottois, en el estudio de las
consecuencias sociales de la biotecnología y de las tecnologías aplicadas a los sistemas
vivos. Desde este punto de vista, la bioética y la biopolítica pueden decirse que son ética
y política de la tecnociencia, una expresión cara a los ojos de Hottois. Esto quiere decir,
4 Soy consciente de la dificultad del sufijo “céntrico” en la expresión biocéntrico o ecocéntrico. La idea, sencillamente, es aquí la de una perspectiva que incluye el antropocentrismo o el antropologismo.
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ética y política centradas en torno a los temas y problemas de la investigación y el
desarrollo (I & D).
Quisiera decirlo de manera franca y directa: el problema central que plantean las nuevas
tecnologías aplicadas a los sistemas y fenómenos vivos consiste en los tipos de
decisiones y acciones de largo plazo, decisiones y acciones eficaces y eficientes,
decisiones y acciones en gran escala. Pues bien, estos son temas eminentemente
políticos y no únicamente éticos.
Vale la pena reiterarlo: la biopolítica es política que sabe de bioética y se encuentra
exactamente en el mismo nivel –en la mismo sintonía, digamos-, que los derechos
humanos. Literalmente, la biopolítica es toda política centrada, definida y posibilitada
por el cuidado, la afirmación, el posibilitamiento y la exaltación de la vida; de la vida
humana, tanto como de la vida en general en la Tierra; de la vida en el planeta, tanto
como de la vida posible en general, pues, en rigor, no hay dos cosas: la vida humana y
otras formas de vida, sino, una misma cadena, por así decirlo. Análogamente a como
hemos aprendido, gracias a la ecología, que un organismo no sustenta ni hace posible
una especia, asimismo, una especie no sustenta ni hace posible un nicho ecológico o un
ecosistema. Por el contrario, son las diversas especies las que sustentan y hacen posible
a la vida misma en general, tanto como al medioambiente. La vida, como
originariamente lo afirmara F. Varela, es un sistema autorreferido (o autopoiético, H.
Maturana). Es decir, la vida es un fenómeno que sólo le interesa a la vida (la vida como
un sistema autoorganizado, I. Prigogine, S. Kauffman). Correspondientemente, la
biopolítica es toda acción, decisión y organización política fundada en el cuidado,
posibilitamiento y exaltación de la vida.
II
En sentido estricto, puede decirse que entre la bioética y la biopolítica existe una
tensión. Esta tensión es múltiple y diversa, pero la razón de la misma no se define por
razones puramente disciplinares o de conceptos o de matices al interior de la comunidad
de bioeticistas. Por el contrario, la razón de esta tensión estriba en las propias
capacidades y en el problema a los que cada una se aboca. De un lado, se trata de la
tensión, ya mencionada, entre la acción individual y la acción colectiva.
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Adicionalmente, es la tensión entre la ética y la política, por decirlo en términos clásicos
y genéricos. Pero, al mismo tiempo, en términos de historia y filosofía de la ciencia, se
trata de la tensión entre un campo originario del conocimiento, y otro que nace del
primero pero que lo desborda grandemente y por definición. La historia de la ciencia
está llena de casos similares. Y como ha sucedido tradicionalmente, la carga de la
demostración recae, en este caso, no ya sobre la bioética, sino sobre la biopolítica,
puesto que la bioética tiene ya una masa crítica de trabajo y numerosos textos, muchos
con una alta calidad. La biopolítica, por el contrario, aún no encuentra una bibliografía
sólida y básica, y en los eventos nacionales e internacionales dedicados a la misma son
mínimos. En fin, la comunidad de bioeticistas vería, como es efectivamente el caso, a la
biopolítica como un fenómeno dependiente de la bioética, o incluso extrínseco a ésta.
Vale la pena detenernos en la segunda tensión mencionada. Puede pensarse en ésta
como la tensión misma existente entre la ética y la política, incluyendo, incluso, a la
ética política. El punto de tensión tiene que ver con la acción colectiva. La ética no es,
por definición, un terreno de acciones, sino de actitudes o comportamientos y, por
consiguiente, por definición, su ámbito es el de la individualidad. La acción individual
se comprende, categorialmente hablando, en el marco de la filosofía moral, como
actitud. Esto quiere decir que, por así decirlo, el input y el output de la acción son
siempre, el individuo, y cada individuo en relación con otros. Pero cuando el input y el
output de la acción no son ya, simplemente, cada individuo, sino grupos, organizaciones
colectivas, y ulteriormente el estado, el concepto adecuado no es ya el de actitud, sino,
en sentido literal, el de acción. En otras palabras, la acción siempre desborda al
individuo y deja de pertenecerle, pues lo lanza al mundo, en donde al mismo tiempo se
realiza y se pierde. En contraste, la actitud pertenece y caracteriza a cada individuo y,
por definición, no se le escapa, sino define a cada quien como lo que es. La tensión del
individuo es siempre la de realizarse en el mundo sin perderse a sí mismo. Por lo menos
así ha sido el caso en la historia de la humanidad occidental, y tal ha sido la pulsión
misma de la ética. Pero la acción humana no es, definitivamente, un acto deductivo ni
lógico. Como hemos descubierto recientemente, la acción humana encuentra sus raíces
no tanto en la cultura, cuanto en la biología. La acción es, en efecto, es esencialmente un
acto de creación: origen primero, instauración de tiempos nuevos, vida, y si
anteriormente se creía que era un rasgo distintivo del ser humano, hemos aprendido a
reconocer hace poco, gracias por ejemplo a la biología evolutiva, que constituye un
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eslabón de unión con la acción misma de la vida; es decir, de otras especies, fenómenos
y sistemas que exhiben vida.
Asistimos a una paradoja5. Los problemas del mundo no pueden ser resueltos en
términos individuales, pero tampoco pueden resolverse sin los individuos.
Manifiestamente, se trata de problemas tales como la contaminación del
medioambiente, el agotamiento de los recursos naturales, los problemas de distribución
de la riqueza y los temas de equidad, la corrupción, el narcotráfico y las pandemias de
diversa índole, el respeto de los derechos humanos, y varios más. Lo que se encuentra
en el centro son, por tanto, las correspondencias entre la iniciativa, los intereses, las
necesidades y las motivaciones personales, y aquellas de mayor escala que van desde la
comunidad, hasta la nación y la cultura hasta las de la especie humana en general, y con
ella, las de toda la biota en general (Gaia).
Sin ambages ni dificultades, como se aprecia, el tema de base es el del tipo de
correspondencias reales o posibles conducentes a una acción efectiva, una acción
colectiva, en fin, una acción a largo plazo. Es por esta razón que la tensión surge entre
las capacidades y posibilidades de la acción individual y la acción colectiva –social, a
largo plazo-. Mucho más cuando el problema básico se formula, como es efectivamente
el caso, entre lo normal y lo patológico (Canguilhem), acerca de la trama de la vida
(Capra), en fin, alrededor de la salud como un tema que no conoce fronteras ni espacios
cerrados (Lovelock). Quiero sostener la tesis de que la tensión entre la bioética y la
biopolítica es la tensión misma entre las opciones o las preferencias por la acción
individual o pequeña escala, digamos, y la acción colectiva o gran escala.
Esto puede ilustrarse, de manera puntual, desde dos puntos de vista diferentes. De una
parte, atendiendo a los orígenes de cada una, la bioética nace de la clínica y permanece
atada, durante un tiempo muy largo definiendo, de hecho, a la corriente principal de
trabajo en bioética, como vinculada a y dependiendo de la clínica. Puede haber al
respecto matices y elaboraciones acerca de los alcances y relaciones entre la bioética
clínica y la bioética médica, por ejemplo, pero, en cualquier caso, permanece como un 5 He trabajado más ampliamente esta paradoja en otro lugar: véase, Maldonado, C. E., “Una paradoja del mundo contemporáneo: inevitabilidad e insuficiencia de la ética”, en: Autores varios, Ética, filosofía y derecho: Hacia la construcción ética de lo público, Bogotá, Procuraduría General de la Nación – Instituto de Estudios del Ministerio Público, 2004, págs. 93-114.
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atributo de los profesionales de la salud. De otro lado, desde el punto de vista de las
capacidades de la bioética, con buenas intenciones pero sin mayor elaboración
argumentativa, el propio Renselar ha abogado, recientemente, por el llamado a una
“bioética global” o también, una “bioética puente”. Del lado de la biopolítica, ésta nace
a partir de la preocupación por las consecuencias sociales –y à la limite- políticas e
históricas de las nuevas tecnologías aplicadas a la vida. Y, correspondientemente, desde
el punto de vista de sus capacidades, toda su carga recae del lado de cuestiones tales
como: racionalidad colectiva, acción colectiva, conciencia y sensibilidad colectiva, etc.
Como se aprecia sin dificultad, las tensiones no pueden ser más claras.
Vale la pena precisar esta consideración. El aspecto significativo de la bioética consiste
en que trabaja con el individuo –por ejemplo, el paciente-, y sabe siempre, todo el
tiempo, de individuos. En este sentido, la bioética encuentra sólidos nexos con la ética
en general. La dificultad, sin embargo, surge en el momento en el que desde el
individuo se hace el tránsito hacia escalas meso y macro: desde grandes grupos de
individuos, comunidades y sociedades hasta culturas y grandes unidades geográficas
(geografía humana). Debido a las limitaciones de la bioética, la biopolítica sí puede
ampliar los horizontes y avanzar en esta dirección. Algunos motivos que permiten trazar
este tránsito son: los temas y problemas de salud pública, los de justicia sanitaria, los de
salud del medioambiente, los de las relaciones entre el individuo, la sociedad, el Estado
y, sobre todo, la historia.
Pues bien, exactamente en este sentido es preciso hacer una precisión puntual: en su
sentido primero, la bioética se caracteriza porque el tema a partir del cual se define y
adquiere sentido es el bios. La bioética aborda el bios en términos del ethos, lo cual no
quiere decir, en manera alguna, que la bioética sea una ética de la vida, sino, más
exactamente, que su lugar en la economía del conocimiento está signado por el estudio
de ese bios al que le va el ethos, por así decirlo. Ahora bien, la mejor comprensión y
explicación de lo que sea el bios la suministra la teoría de la evolución, no obstante el
hecho de que, como incluso el propio Darwin lo afirmara, se trata de una teoría
incompleta. Esto quiere decir exactamente que el estudio, la explicación y la
comprensión del bios exige, de plano a plano, un enfoque evolutivo o evolucionista. En
verdad, la teoría de la evolución es la mejor teoría existente acerca de fenómenos
cambiantes, dinámicos, históricos.
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Pero si ello es así, y dado el hecho de que el ethos es la forma misma como explicamos,
cuidamos, hacemos posible y exaltamos al bios, correspondientemente, el ethos mismo
requiere una comprensión evolutiva. Afirmar lo contrario no solamente es desconocer la
especificidad de la bioética, y con ello, reducirla a o confundirla con la ética, sino, lo
que es aún más grave, equivale a ignorar la fuerte y, sin embargo, dinámica unión que
configura el bios y el ethos en la expresión bioética. Pero si ello es así, por extensión
cabe sostener lo mismo con respecto a la biopolítica.
La bioética debe poder incorporar una perspectiva evolutiva o evolucionista en sus
temas, conceptos, problemas, métodos y enfoques, algo que no ha sucedido
suficientemente hasta la fecha. Por el contrario, seguramente por su dependencia de la
ética, quienes trabajan bioética no han incorporado una mirada evolutiva cuando se
ocupan de temas y problemas de bioética. Por el contrario, lo que ha primado es, más
bien, un enfoque esencialista, traducido en términos de principialismo –más o menos
amplio o restringido-. Incluso entre los clásicos de la bioética –Potter, Engelhardt,
Hottois, Beauchamp & Childress, Gracia, Singer o Jonas-, la incorporación de la teoría
de la evolución, es decir, de un enfoque evolucionista, es prácticamente inexistente, o
cuando sucede, bastante lateral. (Quizás en quien mejor se encuentra incorporada una
visión evolutiva en sus reflexiones éticas o bioéticas, es en P. Singer; sin embargo,
cuando ello sucede, es siempre de manera muy tangencial).
Pues bien, quiero sostener que si la bioética tiene un carácter propio diferente –aunque
no indiferente- de la ética es justamente gracias a que puede y debe incorporar una
visión evolutiva al mismo tiempo del bios y del ethos, y en rigor de ambos, puesto que,
como se hace claro a la luz de una mirada reflexiva cuidadosa, en bioética no hay dos
cosas, sino una sola. A fortiori, también es preciso que la biopolítica incorpore esta
misma perspectiva evolutiva. De este modo no solamente la bioética puede diferenciarse
–que no oponerse- de la ética, sino, además, la biopolítica en el segundo sentido
mencionado puede distinguirse, de manera precisa, de la biopolítica en el primer
sentido, que es, en rigor, el biopoder, pero con ello, al mismo tiempo, puede
diferenciarse también de la política (a secas).
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Con respecto a las posibilidades de incorporar un enfoque dinámico, es decir, evolutivo
en sus comprensiones, explicaciones y tematizaciones acerca del bios, hay que decir, sin
embargo, que la biopolítica cuanta con mayores ventajas que la bioética; esto es, con
mayores flexibilidades y posibilidades de adaptación. La razón para ello se encuentra en
el sufijo politeia en la expresión “biopolítica”, relativamente al sufijo ethos en la
expresión “bioética”. Este reconocimiento exige una consideración puntual y fuerte,
relativamente hacia la bioética.
En dos palabras, la biopolítica entra cuando, por ejemplo en términos de salud, se
consideran las redes de quien padece una enfermedad: redes familiares, redes sociales,
etc. La biopolítica es bioética de redes, pero la bioética de redes es mucho más que
bioética; es, en el sentido exacto de la palabra, biopolítica.
En efecto, la bioética no sabe, y si llega a saber, de relaciones –por ejemplo, en la
identificación del paciente cero de una epidemia o pandemia y desde allí la
reconstrucción de las trayectorias y derivas de una enfermedad-, poco y nada puede
hacer, pues debe ceder su terreno a otras instancias; notablemente, a instancias y escalas
que implican consideraciones económicas, políticas, sociales, incluso históricas. O bien,
para decirlo de un modo cuidadoso, la bioética sabe de la historia del paciente, pero
cuando logra ver la historia del paciente que se cruza con otras historias, formas y
estilos de vida, comportamientos y patrones sociales de conducta, la bioética cede, de
manera natural y necesaria, su voz y su voto a otras instancias. La limitación de la
bioética se encuentra en el sufijo ethos, y en el apego al mismo.
Vale la pena reiterar el rasgo distintivo de la biopolítica. Esta consiste en toda política
que cuide, afirme, posibilite y exalte la vida. Pero dado que la vida misma es,
fundamentalmente, una red, o también, una red de redes, la biopolítica encuentra en los
temas y motivos de la acción colectiva el mejor de sus sustentos. Pues bien, en estos
términos, es posible traducir la tensión entre bioética y biopolítica en el lenguaje de la
(teoría de la) acción colectiva. Análogamente a como la teoría de la acción colectiva
pone suficientemente de manifiesto que lo es individualmente racional puede ser
colectivamente irracional, asimismo, lo que es bioéticamente aceptable se convierte en
un obstáculo desde el punto de vista de la biopolítica. En verdad, el vector decisor de la
biopolítica no es, sencillamente, otro que la búsqueda del resultado que sea
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colectivamente mejor. Exactamente en éste punto surgen todos los límites al sentido y
las posibilidades de los principios bioéticos.
El problema fundamental en el cuidado, el posibilitamiento, la afirmación y la
exaltación de la vida consiste, sencillamente, en el reconocimiento de que los individuos
no son el fin mismo de la acción humana, sino nodos de la acción humana, y que como
tales, los individuos son redes sociales. Mejor aún: el individuo es el resultado de
conexiones, acciones, decisiones y sucesos sociales, todos los cuales atraviesan a los
individuos mismos y los constituyen de tal suerte que ellos deciden y actúan en función
de la manera como experimentan dichos sucesos, decisiones, acciones y conexiones
sociales. Desde este punto de vista, quiero sostener que la vida de los individuos es el
resultado de la forma en que viven e interpretan las redes en las que están inscritos y los
atraviesan. Esto es lo que, en otro contexto, se ha llegado de entender como “historias
de vida”. Pues bien, las historias de vida son, sin más, vivencias individuales de tramas
sociales, culturales e históricas. En esto, sin más dilaciones, consiste la tensión entre la
bioética y la biopolítica. Aquella hace abstracción de los entramados sociales o los
supedita a los dramas y las tragedias personales; ésta entiende que la existencia
individual es el punto de encuentro y de resolución de fuerzas, tendencias, acciones,
ruidos, sonidos y vacíos colectivos. En esta tensión consiste la grandeza de la existencia
humana.
III
El tercer momento de este texto se concentra en las relaciones entre biopolítica y
sociedad civil – a partir de una tesis: las políticas de vida son políticas de y para la
sociedad civil y no tanto políticas única o prioritariamente estatales (públicas). En
verdad, la política en general ha llegado a ser identificada con las políticas públicas, y
éstas, por definición, con el Estado. Mediante esta identificación, no solamente se
excluye la posibilidad de cualquier otra acción, organización y pensamiento político
distinto de las políticas públicas, sino, adicionalmente, se niega la opción de cualquier
otra forma de política que no sea relativa al Estado. Sin embargo, en contextos y en
momentos en los que el Estado se convierte, por acción o por omisión, en el principal
violador de los derechos humanos, pensar el Estado y preocuparse, en rigor, por temas y
problemas de gobernabilidad y de institucionalidad, no necesariamente equivale a
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pensar, cuidar y hacer posible la vida. Por consiguiente, debe ser posible otra forma de
“política”. Quiero sugerir la idea de que esta otra clase de política es la biopolítica.
En efecto, mientras que toda la política ha sido recudida a políticas públicas, y por tanto
a políticas centradas en torno al Estado, la biopolítica sostiene que la política no puede
ni debe reducirse al Estado, sino, fundamentalmente al cuidado, al posibilitamiento y a
la gratificación y dignificación de la vida. De la vida humana, tanto como de la vida en
general en el planeta. Este es el rasgo más importante de la biopolítica: se trata de una
comprensión y acción biocéntrica o ecocéntrica (con todo y el reconocimiento explícito
de las dificultades lingüísticas que plantea el sufijo). En verdad, dicho en términos
sencillos, la biopolítica es, literalmente, política de vida –esto es, de dignificación,
cuidado y posibilitamiento de la vida; de la vida humana, pero con ella también,
entonces, de la vida en general sobre el planeta; de la vida conocida, tanto como de la
vida por conocer; en fin, de la vida tal y como es, tanto como de la vida tal y como
podría ser (life-as-it-could-be)-. Como se aprecia sin dificultad, la biopolítica es un
asunto que compete directa y necesariamente a la gente y, por extensión, a la sociedad
civil.
De este modo, si tiene sentido o es necesaria la identificación de la política con las
políticas públicas, y por tanto, la identificación de la política con el poder y el Estado, la
biopolítica puede ser entendida como toda política que no es indiferente, pero sí
independiente del Estado. Hay varias formas de entender a una política semejante: por
ejemplo, las formas de resistencia, las formas de autoorganización, las formas de
insurrección civil, y otras. De una forma general, se trata de políticas de la sociedad
civil (Maldonado, 2002). En Colombia, el mejor ejemplo de política de este tipo –
autoorganizativas, emergentes, de resistencia pero también de creación y consolidación
de comunidad, políticas en las que el individuo no se pierde, sino, se realiza en la
sociedad (= comunidad); en fin, políticas no indiferentes, pero sí independientes del
Estado-, son las comunidades de paz. (En el mundo existen varios ejemplos de políticas
semejantes: por ejemplo las cooperativas del país vasco, los movimientos políticos y los
nuevos agentes en la Argentina, etc.).
Dicho de una manera puntual: mientras que la política, en el sentido tradicional y
normal de la palabra pivota esencialmente en torno a temas y problemas de
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gobernabilidad y de institucionalidad, la biopolítica se define como el conjunto de
acciones, decisiones, organizaciones e ideales que pivotan en torna a la gente (“las
gentes”, como se suele decir en México).
Hay varios problemas que merecen, por tanto, ponerse a plena luz del día, sobre la
mesa, cuando se habla de biopolítica. El primer problema que se debe considerar es el
de la participación de la sociedad civil en la formulación, seguimiento y evaluación de
las políticas públicas. Este problema abre la visión hacia políticas de resistencia de
diversa índole, en las que la preocupación determinante son las acciones y decisiones de
la gente misma por cuidar, mejorar, proteger, exaltar su propia vida en la búsqueda de
“armonías discordantes” con el medio ambiente. Vale subrayar que el término
“resistencia” no debe ser asimilado a “reacción”, sino, mejor aún, a participación activa
y emergente. De esta suerte, el ámbito de las políticas de la sociedad civil no se
restringe ya simplemente a las esferas, clásicas, entre los bienes privados y los bienes
públicos, sino, mejor aún, a los bienes comunes. Ejemplos de bienes comunes son: el
medioambiente, la paz, la solidaridad, el cuerpo, la vida, el conocimiento.
El caso de Colombia es particularmente ilustrativo, pues la política gira mucho, si no
íntegramente, en torno a temas y problemas de gobernabilidad y de institucionalidad,
debido a varios factores: la inexistencia del Estado en general, y tan sólo de formas
estatales, algunas de las cuales funcionan mejor que otras; la crisis del estado-nación,
puesto que Colombia es, sociológica, económico y antropológicamente, un país de
regiones en el que las políticas de centralismo y descentralización no son, en manera
alguna, simétricas ni isomórficas; el largo conflicto armado con orígenes, dinámicas,
historias, justificaciones e incluso metas que han ido variando, necesariamente, en la
historia del país; el atraso del ingreso de Colombia a la modernidad y su inscripción en
las nuevas dinámicas mundiales, internacionales, y regionales (en el Continente y en el
subcontinente); la existencia de economías a varios ritmos y las consecuencias
culturales que ello entraña (un país que depende aún, grandemente, del sector primario;
con un incipiente y pujante sector secundario, y un sector terciario hipertrofiado que
muchas veces choca con los dos anteriores; en fin, el reciente y tímido ingreso de
Colombia a la sociedad de la información y los atisbos seminales de lo que,
probablemente, podría ser un cuarto sector de la economía en el país). Estas y otras
circunstancias le confieren a la política en Colombia un tono y un carácter que se
19
diferencia mucho de la política en curso en los países desarrollados, e incluso de países
con un grado de desarrollo económico, social, cultural y político análogo al de
Colombia en América Latina y en el mundo.
Como quiera que sea, dadas las falencias del Estado, las dependencias de poderes
externos, etc., la política en Colombia ha sido tradicionalmente aquella que se define, de
manera necesaria, por temas y problemas de gobernabilidad y de institucionalidad. (En
otros ámbitos, los temas más relevantes son, por ejemplo, los de soberanía, los del
multiculturalismo, o también, desde otro punto de vista, los del nacionalismo. En la
historia de Colombia estos y otros temas semejantes se aproximan, cuando mucho,
como referentes académicos, sin claros anclajes culturales, territoriales, étnicos, y otros
parecidos). Esta situación quizás puede extenderse a la mayoría de los países de
América Latina. Pues bien, en tales circunstancias, un tema central de trabajo de la
biopolítica en Colombia es, en el actual estado de cosas, el de la inviabilidad de la
gobernabilidad y, por derivación, la inviabilidad de la institucionalidad. Este es un serio
motivo de reflexión bioética y biopolítica, tanto más cuanto que el principal problema
colombiano –el narcotráfico- es un asunto de salud pública, y así, de competencia
estrictamente bioética (aun cuando entre la comunidad de bioeticistas tal situación no
haya sido percibida de esta manera hasta la fecha).
Un segundo problema que merece destacarse a la luz de la biopolítica es el
reconocimiento de que, dentro del marco general esbozado, la política y los problemas
de salud pública (los ejemplos más notables son: droga, corrupción, impunidad, salud
mental, epidemias y pandemias, el maltrato infantil e intrafamiliar, el acoso laboral)
deben y pueden ser estudiados y comprendidos con las herramientas de la bioética y de
la biopolítica. Los referentes necesarios, entonces, son los temas y problemas de justicia
sanitaria, salud pública, medioambiente, cohesión social, gratificación de la vida,
felicidad (Bután y el trabajo sistemático que se adelanta, por ejemplo en la LSE, en
Londres), higiene, conocimiento, capital humano y capital social. Sin ambages,
exactamente en este punto cabe apreciar las limitaciones de la bioética, pero entonces, al
mismo tiempo, las posibilidades mismas de la biopolítica.
Si bien es cierto que la bioética comparte con los derechos humanos una comunidad de
esencia y de problemas, es tanto más cierto que la biopolítica comparte con los derechos
20
humanos, adicionalmente, una comunidad de horizontes, de acciones y de posibilidades,
cuando se tiene en cuenta que el fundamento de los derechos es la vida, y que todos los
demás derechos se derivan de ella. Así, por ejemplo, la biopolítica trabaja en la misma
sintonía que el derecho internacional de los derechos humanos (DIDH), y en el
reconocimiento explícito y constante de que el orden del desarrollo histórico de los
derechos humanos es inversamente proporcional al orden de su fundamentación, y que
por ello, la discusión acerca de la consolidación de los derechos humanos de tercera
generación permite anticipar la plausibilidad y la verosimilitud del estudio y las
acciones tendientes a los de cuarta generación. En todos los casos, de lo que se trata es
de la defensa de todas las garantías y posibilidades para que la vida humana se haga
posible y cada vez más posible, pero entonces, con ella, toda forma en general de vida
que contribuya a la dignidad y la calidad de la vida humana de tal modo que ésta no
violente ni rebaje otras formas de vida.
Pues bien, exactamente en este sentido, un tercer problema relevante a la luz de la
biopolítica es la integración, la fluidez y la robustez de las relaciones con campos como
la biología evolutiva, la ecología, la nueva biología, las ciencias de la vida y las ciencias
de la tierra, en el estudio, la explicación, la comprensión, el cuidado y el
posibilitamiento mismo de la vida. El denominador común de de esta integración es el
reconocimiento explícito, de entrada, de la fragilidad de la vida y de las cadenas de la
vida, y la responsabilidad absoluta que la acción política tiene de cara a superar el cuello
de botella en el que ha entrado la humanidad, y con ella, el planeta entero, acerca de los
problemas medioambientales. La biopolítica puede contribuir, de manera significativa, a
implementar planes, programas y políticas que beneficien el medioambiente en general
y hagan posibles horizontes de vida amplios, generosos, abiertos. La razón para ello es
básica: mientras que la política en el sentido tradicional y usual de la palabra forma
parte, en el mejor de los casos, de las ciencias sociales y humanas, la biopolítica se
encuentra en la interfase entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias de la vida,
las ciencias de la salud, las ciencias de la tierra. En términos epistemológicos, el estatuto
de la biopolítica es el de ser ciencia de frontera, y no ya simplemente ciencia social (y
humana) como es el caso de la política (ciencia política). Esta característica le otorga un
aire nuevo y distinto, pero también un lenguaje más rico y actual a la biopolítica sobre
la política pero también con respecto a la bioética.
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Finalmente, un cuarto problema que merece la pena ponerse de manifiesto de manera
abierta y directa con respecto al sentido, el significado y las posibilidades de la
biopolítica tiene que ver con el espíritu mismo de la biopolítica, las exigencias que
planeta de entrada tanto como las consecuencias que tiene, de salida. Este problema
hace referencia al carácter práxico (praxis) de la biopolítica.
Establezcamos una diferencia práxica fundamental. Una cosa es hablar de bioética, y
otra, muy distinta, hacer bioética. En el primer caso, se trata del estudio de autores que
contribuyan al cuerpo de la bioética, análisis de casos, en fin, la aplicación de principios
y criterios que pueden ser llamados como de bioética. Dejando de lado la primera,
puede decirse que, a la hora de hacer bioética, los dos motivos de escándalo mayor, por
así decirlo, son el paternalismo y el confesionalismo. Por el paternalismo cabe hacer
referencia naturalmente a la práctica de la medicina con criterios malentendidos que
disminuye la capacidad de autonomía de los pacientes. La contraparte del paternalismo
es, en el orden teórico, la medicalización del cuerpo, de la sociedad y en general de toda
experiencia humana. El confesionalismo se refiere a la idea, muy difundida, según la
cual la bioética es una ética de la vida, y que es la comprensión fundamental desde el
punto de vista del catolicismo, cuya expresión más puntual se encuentra en un
documento del Vaticano dirigido a los agentes de salud. El confesionalismo significa la
defensa de sólidos principios y criterios católicos y cristianos, de acuerdo con los
cuales, la bioética es un tema esencial y distintivamente humano y se funda en el
carácter sagrado de la vida y como crítica y límite a la investigación científica,
específicamente en relación con los dilemas del comienzo y del final de la vida. En
contraste con esta interpretación de la bioética, una corriente importante de trabajo en
Colombia y en el mundo defiende la idea de la bioética como una ética civil.
Pues bien, del lado de la biopolítica se trata de los mismo escándalos con conceptos
algo distintos: asistencialismo y confesionalismo. La bioética se diferencia de la ética en
general por el hecho de que es una ética cívica. La complejidad de la bioética estriba en
la civilidad de la ética. Pues bien, correspondientemente, la biopolítica se diferencia de
la política por la defensa absoluta de la diversidad como el fundamento mismo de la
vida. Se trata, desde luego, de la diversidad genética, la diversidad biológica o natural y
la diversidad cultural, cuya separación o clasificación es puramente metodológica o
epistemológica. En bioética, tanto como en biopolítica, las tres constituyen una sola y
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férrea unidad. De este modo, la complejidad de la biopolítica consiste en el
reconocimiento y la defensa de la diversidad de la vida como de la libertad misma. Por
esta razón, la biopolítica toma distancia con respecto a toda forma de clericalismo,
confesionalismo, verticalismo. Para decirlo en términos de Kant: la biopolítica es la
crítica de toda autoridad que no provenga del uso libre y autónomo de la propia razón –
y debemos agregar, de la propia razón en sociedad, lo cual implica tanto consenso como
disenso, y las dinámicas y los equilibrios dinámicos que resultan entre ambos.
El lugar en el que confluyen y del que surgen los consensos y los disensos como una
dialéctica es, naturalmente, la sociedad civil. Desde este punto de vista, el sentido de la
biopolítica no consiste, como en muchos casos en bioética, a propósito de la discusión
sobre los principios, en arribar a consensos, sino, por el contrario, en garantizar la vida
en general como el resultado de tensiones derivadas de la diversidad. Por esta razón,
cabe afirmar, sin dificultad, que la biopolítica entraña una fortaleza ética a partir del
reconocimiento de la diversidad de estilos y contenidos de pensamiento, la diversidad
de historias, y la no reducción de éstas a una única tradición dominante, en fin, a partir
del reconocimiento de la importancia de la libertad como dínamo de la vida, por así
decirlo. Si el Estado –o también, más puntualmente, un régimen político o un sistema
político, tomados en el sentido más amplio y generoso de la palabra- contribuyen a
afirmar, cuidar y hacer posible la vida, son aceptados y reconocidos, en fin, validados
por la sociedad civil; pero en caso contrario, se revelan como no siendo más necesarios,
puesto que lo único que es fin en sí mismo es la vida misma. Este, que es el límite de
toda política entendida en el sentido usual de la palabra, es, al mismo tiempo, el
comienzo de la biopolítica. En este plano, la bioética ha ganado un terreno ya amplio; la
biopolítica, por su parte, debe aún adquirir su propia ciudadanía, por así decirlo, y
ulteriormente la mayoría de edad. Pero esto es algo que no depende únicamente de ella;
además, depende de las líneas de análisis, estudio e investigación de parte de la
comunidad de quienes se interesan y se preocupan vivamente por los sistemas y los
fenómenos vivos. La bioética como la biopolítica no son sino herramientas,
importantes, ciertamente, cuyo sentido se adquiere a partir de un fin: la vida misma.
Podemos vivir sin estas herramientas; pero culturalmente hablando, en el sentido al
mismo tiempo más fuerte y amplio de la palabra, aún debemos poder conocerlas y
usarlas al máximo.
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IV
En este texto no se han establecido oposiciones entre la bioética y la biopolítica. Por el
contrario, a partir de la identificación de algunos orígenes y rasgos comunes, se han
destacado diversos tipos de contraste entre ambas. Estos contrastes han sido definidos
en términos de tensiones. La tensión fundamental entre la bioética y la biopolítica,
derivada de las capacidades mismas de los conceptos que cada tiene y puede, se
expresa, ulteriormente, como la tensión entre formas de acción en el mundo.
La bioética se diferencia de la ética por cuanto ésta es y será hasta el final un asunto
eminentemente humano. La ética, por definición, es una preocupación por lo humano,
de allí su dignidad y necesidad. La bioética, en contraste, es una preocupación por la
vida en general, uno de cuyos componentes es el ser humano. En esta misma dirección,
la biopolítica es bioética que sabe de derechos humanos y que gira no en torno al
Estado, sino a la gente. La categoría con la que se expresa, políticamente por lo pronto,
a la gente es la de sociedad civil. De esta suerte, mientras que la política en el sentido
usual y clásico de la palabra pivota en torno al Estado, la biopolítica se define en
función de la vida en general y, políticamente hablando, a partir de y en función de la
sociedad civil. Son problemas propios de la sociedad el conocimiento, la cohesión, el
capital social y humano, los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, entre
otros.
Hacia atrás en el orden del tiempo, la preocupación por el ser humano dio lugar a la
ética, y el problema de convertir a la ética en una fuerza pública configuró a la política.
Actualmente, y hacia futuro, la preocupación por lo humano no es ya posible, en
absoluto, a expensas de las otras formas de vida en el planeta y posibles en el futuro. De
este modo, hacia futuro, la preocupación por lo humano implica, de manera absoluta e
irremisible, la preocupación, al mismo tiempo y en paralelo, por la vida en general. Por
esta razón, la bioética es el tema actual y hacia el porvenir. La historia de la acción
humana en gran escala, a largo plazo y de tipo eficiente es la historia misma por la
acción en función de la vida; esto es, por hacerla posible y cada vez más posible. Y en
cuanto tal, la historia de esta clase de acción es, hacia el futuro, la de la biopolítica.
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Por decir lo menos, encontramos en la bioética y la biopolítica escalas teóricas, de
sensibilidad y de acción humana. La llave que estas escalas desde la dimensión
puramente humana hacia una dimensión biótica en general está, actualmente, en clave.
Se trata de la combinación de la biología evolutiva, las ciencias de la vida, la ecología y
las ciencias de la tierra. Tenemos aquí un escenario de magnífica complejidad. El tema
y el problema de base no es otro que la complejidad misma de lo viviente. Un tema que
la historia de la humanidad ha descubierto recientemente.
Referencias
Engelhardt, H. T., (1995). Los fundamentos de la bioética. Barcelona: Paidós
Hottois, G., (1999). Essais de philosophie, bioétique et biopolitique. Paris : Vrin Maldonado, C.E., (2003a). Biopolítica de la guerra. Bogotá: Siglo del Hombre Editores --------------------, (2003b). “Tensión entre la bioética y la biopolítica”, en: Autores varios, Horizontes de la bioética. Salud y realidad. Bogotá: Academia Nacional de Medicina de Colombia, págs. 27-46 --------------------, (2005a). CTS + P. Ciencia y tecnología como políticas públicas y sociales. Bogotá: Universidad Externado de Colombia-Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología --------------------, (2005b). “Política y complejidad: la biopolítica”, en: Autores varios, Teoría y práctica de la política en América Latina. Bogotá: Universidad Externado de Colombia (en prensa) Pinzón, A. M., Gómez, A. I., Maldonado, C. E., (2005c). “Bioética, derecho y biopolítica en la investigación formativa de los profesionales en las ciencias de la salud”, en: A. I. Gómez, y C. E. Maldonado (compiladores), Bioética y educación. Investigación, problemas y propuestas. Bogotá: Centro Editorial Universidad del Rosario, págs. 40-64