Avión y Otras Volanderas Notas Arqueoibéricas

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13 X. BALLESTER Universitat de Valéncia AVIÓN Y OTRAS VOLANDERAS NOTAS ARQUEOIBÉRICAS ABSTRACT: Collection of works about paleohispanic themes. First of all, there is a pos- sible relation between gallic ASSU and basque asto ‘donkey’. Afterward is mentioned the denomination with diminutives of river affluents. It is studied the case of iberic nasals sonantes, there would be a weak palatal n and other alveolar strong, but /m/ is unknowed. Callaeica or Gallaecia region name would have original G-. Iberic word eFiar would be too ekiar with r/g alternation. Durius river name would be originated by an iberic adaptation *dur[i]e of celt *dubr[i]a. Finally, it is exposed problems about sonantes groups of iberic sonant + d and it is postulating reductions mb > m, nd > n and rd > d. The unexpected case of iberic ildi pass to basque iri ‘town’ is produced because a dialectal phenomenom by a gasconish *illi. KEY WORDS: Paleohispanic languages, Iberic phonology, gallic ASSU, river names RESUMEN: Colección de trabajos sobre temas paleohispánicos. En primer lugar se menciona la posible relación entre galo ASSU y vasco asto ‘burro’. Después la denomi- nación mediante diminutivos de los afluentes de ríos. Se estudia el caso de las sonantes nasales en ibérico, de las que habría una n débil palatal y otra fuerte alveolar, siendo /m/ desconocida. El nombre de región Callaecia o Gallaecia tendría G- originaria. La palabra ibérica e5iar sería también ekiar con alternancia r/g. El nombre del río Durius se originaría de una adaptación ibérica *dur[i]e del celta *dubr[i]a. Finalmente se expone el problema de los grupos de sonantes o sonante + d en ibérico, postulándose reducciones del tipo mb > m, nd > n y rd > r. El caso del paso de ibérico ildi a vasco iri ‘ciudad’ en vez del esperado *ili sería debido acaso a un fenómeno de dialectalismo, por un gascón *Illi. PALABRAS CLAVE: Lenguas paleohispánicas, fonología ibérica, galo ASSU, hidro- nimia.

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X. BallesterUniversitat de Valéncia

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ABSTRACT: Collection of works about paleohispanic themes. First of all, there is a pos-sible relation between gallic assU and basque asto ‘donkey’. Afterward is mentioned the denomination with diminutives of river affluents. It is studied the case of iberic nasals sonantes, there would be a weak palatal n and other alveolar strong, but /m/ is unknowed. Callaeica or Gallaecia region name would have original G-. Iberic word eFiar would be too ekiar with r/g alternation. Durius river name would be originated by an iberic adaptation *dur[i]e of celt *dubr[i]a. Finally, it is exposed problems about sonantes groups of iberic sonant + d and it is postulating reductions mb > m, nd > n and rd > d. The unexpected case of iberic ildi pass to basque iri ‘town’ is produced because a dialectal phenomenom by a gasconish *illi.

KEY WORDS: Paleohispanic languages, Iberic phonology, gallic ASSU, river names

RESUMEN: Colección de trabajos sobre temas paleohispánicos. En primer lugar se menciona la posible relación entre galo assU y vasco asto ‘burro’. Después la denomi-nación mediante diminutivos de los afluentes de ríos. Se estudia el caso de las sonantes nasales en ibérico, de las que habría una n débil palatal y otra fuerte alveolar, siendo /m/ desconocida. El nombre de región Callaecia o Gallaecia tendría G- originaria. La palabra ibérica e5iar sería también ekiar con alternancia r/g. El nombre del río Durius se originaría de una adaptación ibérica *dur[i]e del celta *dubr[i]a. Finalmente se expone el problema de los grupos de sonantes o sonante + d en ibérico, postulándose reducciones del tipo mb > m, nd > n y rd > r. El caso del paso de ibérico ildi a vasco iri ‘ciudad’ en vez del esperado *ili sería debido acaso a un fenómeno de dialectalismo, por un gascón *Illi.

PALABRAS CLAVE: Lenguas paleohispánicas, fonología ibérica, galo ASSU, hidro-nimia.

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ATiASSv y el latinocéltico Reburro

en su loable Dictionnaire de la langue gauloise (2003: 57 s. assu–) Xavier Delamarre presenta para el bien reconocible segmento gálico assu– un «sens inconnu» recordando su frecuente emergencia en la onomástica personal, así en formas, entre otras, cuales muy probable-mente ASSORENVS, ASSVIVS, ASSVPA[RIS], ASSVTALOS y ASSVTALVS, ASVCIVS, ASVNNA, ASVRIO, ASVS, ASVVIVS o ATIASSV y añade aún, suponiendo que se trata de la misma raíz con preservación del anti-guo grupo /st/, los testimonios de ASTVCIS y ASTVVS así como el del teónimo ASTOILVNNVS, y todo ello, pues, dentro de una variancia /ss/ ~ /st/ para la que no faltarían otros ejemplos en la lengua gálica, como verbigracia diastu–/ diassu– (Delamarre 2003: 144 s.u.)

ese último término de ASTOILVNNO (C.I.L. XIII 31) podría, por cierto, ser una buena pista a la hora de inquirir el significado de aquel segmento, una vez que remite claramente al mundo de los antiguos aqui-tanos donde encontramos formas cuales ILLVNA (¡en Iruña!, C.I.L. II 5815), los teónimos ILVNI (C.I.L. XIII 374), ILVNNI (C.I.L. XIII 11013a) o ILVNNO (C.I.L. XII 4316) y el antropónimo ILVNNOSI (C.I.L. XIII 106; uide Gorrochategui 1984: 227s y 333–6). De hecho la inscripción con aquel ASTOILVNNO apareció en Burgalays, en pleno territorio aquitá-nico y es, al menos en su segundo componente –ILVNNO, un nombre en principio plenamente aquitánico, pero ¿y ASTO–?

Por una antigua propuesta de Vittorio Bertoldi para la Revista Por-tuguesa de Filologia en 1948 (non uidi) y que relacionaba tal segmento con el moderno término asto ‘asno – burro’ del vascuence, se decantaba Gorrochategui (1984: 310) recordando que dicha propuesta «tiene a su favor el vocalismo de la segunda sílaba y el hecho de pertenecer al campo semántico de los nombres de animales, que proporciona apoyos comparativos en el mismo panteón aquitano» y remitiendo a posibles paralelos como la probable presencia de los vascónicos akher ‘cabrón’ y herauts ‘verraco’ en los aquitánicos AHERBELSTE (C.I.L. XIII 174) y en HERAVSCORRITSEHE (C.I.L. XIII 409) respectivamente. la cues-tión, pues, que aquí planteamos es si ese aquitánico ASTO– ‘asno’ de Bertoldi y Gorrochategui no pueda ser el mismo que el gálico ASSV– o ASTV–.

Ciertamente y no de pasada hay que comenzar comentando que la zoonimia está muy presente también en la onomástica personal

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gálic a como sin duda manifestarían ejemplos cuales los muy probables ARTVLA o ARTVS sobre ‘oso’, BANVILLVS o BANNVVS sobre ‘lechón’, BEBRVX sobre ‘castor’, BLEDINVS sobre ‘lobo’, BOMARVS o BOVALVS sobre ‘vaca’, BODVOGENVS o BODVOS sobre ‘corneja’, BROCAGNOS o BROCCVS sobre ‘tejón’, CABALLOS o ROCABALVS sobre ‘caballo’, CALIAGA sobre ‘gallo’, CARMANOS sobre ‘comadreja’, CARVANIVS, CARVILLIVS, CARVIVS o CARVVS sobre ‘ciervo’, CATILA, CATTA, CAT-TIVS, CATTO, CATTOS o CATTVS sobre ‘gato’, CAVANNVS o CAVANOS sobre ‘lechuza’ y otros muchos más, de modo que no puede sorprender que un valor como ‘asno – burro’ resulte aceptable en un antropónimo gálico.

tampoco, nos parece, cabe objetar nada contra el empleo de una forma foránea en un antropónimo formando incluso híbridos etimoló-gicos como en la hipótesis planteada sería, por ejemplo, ASSVTALOS. Ya en muchos lugares hemos defendido, en efecto y contra la corriente lingüística tradicionalista, la frecuencia de los fenómenos de hibridismo lingüístico, muy comunes, por cierto, en todo lo relativo a la cirioni-mia. Ya, por ejemplo, para la toponimia Galmés (1996: 23) recordaba testimonios del tipo río Guadalupe y donde convivirían tres registros lingüísticos, el español (río), el árabe (guad) y lo que él llamaba preindo-europeo (lupe), los tres, por cierto, probablemente con igual significando de ‘río’ y con seguridad los dos primeros. entrando ya en el concreto terreno de la antroponimia, digamos que, por ejemplo, la mayoría de los antropónimos documentados para los antiguos macedonios consiste simplemente en onomástica helénica adaptada (Bednarczuk 1986: 481). Muy mezclada ofrecíase también, por ejemplo, la antroponimia en la antigua armenia con nombres de procedencia foránea, cuales helénica con Agathangelos, hitita con Mušel, irania con Vardan, semítica con Sanasar o urartia con Bagratuni (Pisowicz 1986: 390s). en fin, no cree-mos necesario recurrir a nuestros actuales Carmen Vanesa o Kevin Pepe para apuntalar el dato de que precisamente en la antroponimia se dan muchas interferencias aloglóticas. en esa misma línea de hibridismo podría, por cierto, ir también un ibérico aIUNIN (e.12.3) en un sello sobre pondus, pues podría contener la tan común raíz antroponímica celtibérica aIU (K.1.1.B–3; K.1.3,I–43) o en versión latinizada AIO (K.3.13a) sólo que con morfología ibérica, en concreto con probable marca –UNI[N] de femenino (Untermann 1990: I 205).

Por otra parte, es sabido que precisamente los nombres de córceles y demás equinos pasan —y con la celeridad, diríase, propia de estos

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cuadrúpedos— de una lengua a otra. Basta aludir al intereuropeísimo término viajero caballo y afines sobre cuya procedencia aún se discute o, en otro orden pero de modo igualmente muy ilustrativo, a nuestro término palafrén, el cual seguramente se generó como copia del catalán palafré y este a su vez del antiguo francés palefrei y este a su vez del antiguo alto alemán parafrid, procediendo este, por su parte, de un híbrido grecolatino paraueredus ‘caballo de repuesto [para la posta]’ compuesto del griego pará ‘junto’ y de ueredus ‘caballo de posta’, resul-tando a su vez este último otra copia de un término gálico (ernout & Meillet 1979: 723 s. paraueredus). De modo que nuestra voz palafrén cuenta directa o indirectamente con abolengo etimológico gálico, helé-nico, latino, alemanote, francés y catalán. en suma, si incluso en los nombres comunes —y máximamente en campos semánticos como este de la cuadrupedante locomoción— encontramos tanto hibridismo, nada podría, nos parece, objetarse en sede teorética a considerar la posibilidad de que en una forma como ASSVTALOS hubiese un primer componente aquitánico (ASSV–) y un segundo gálico (–TALOS).

tampoco la circunstancia de que aquitano y con más seguridad vas-cuence presenten una forma terminada en –o frente a una mayoritaria terminación en –u por parte gálica parece, aun siendo quizá la mayor de las objeciones posibles, una dificultad explicativa insalvable, habida cuenta de que no sabemos la concreta habla [intermedia] o dialecto desde donde habría procedido a verificar su copia el gálico, y habida cuenta de que tampoco puede excluirse simplemente se trate de un caso de adaptación morfológica ya propiamente concerniente al gálico.

Por último a favor de aquella ecuación vascuence asto ‘asno – burro’ y gálico ASTV–, ASSV– estaría sobre todo, nos parece, la congruencia en la interpretación semántica que tal hipótesis proyectaría, con-gruencia semántica que permitiría, en efecto, interpretar compuestos cuales ASSORENVS como ‘río de asnos’ —cf. los topónimos franceses La Blaise, La Bléone, La Blies explicados por Delamarre (2003: 79 s. bledinos) como «rivières où viennent boire les loups»— ASSVPA[RIS] como quizá ‘cráneo de asno’ o ASSVTALOS como ‘frente de asno’. ahora bien, especialmente resulta muy sugestiva la posibilidad de equiparar semánticamente aquel ATIASSV con el común andrónimo latinocéltico Reburrus con un elemento gálico ATI– (Delamarre 2003: 57 s. ate–, at–) como equivalente al re– latino y –ASSV como –burrus, y en una suerte de traducción onomástica para las que podrían presentarse otros pa-ralelos también en gálico. así, por ejemplo, se ha propuesto que los en

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zona celtofónica tan frecuentes antropónimos latinos del tipo Æternalis, Æternus, Æualis, Perennis o Perpetuus vendrían en realidad a ser la traducción del andrónimo gálico —y celtibérico— Aiu y afines (uide Delamarre 2003: 36 s. aiu).

Ciertamente todo este cúmulo de congruencias no demuestra ni garantiza los origen y valor propuestos para los segmentos gálicos ASTV–, ASSV–, ciertamente que no, pero no dejan de representar una congruencia objetiva de datos que difícilmente resultarían explicables por una mera suma de coincidentes casualidades.

Avión y los invasores de la edad del bronce[ado] en la edición anterior de este seminario razonábamos nuestra pro-

puesta de que el curioso diminutivo hispánico en –ón (así cáñamo mas cañamón, rata mas ratón...) podría ser de origen céltico, teniendo ade-más su probable correlato celtibérico documentado en algunas formas en –U con un genitivo en –UNOs donde apréciase mejor la presencia de la nasal. Nos parece ahora interesante, por ilustrativo, añadir aquí el testimonio del potamónimo Avión, uno de los tres brazos que cons-tituyen el Avia, afluente orensano del Miño. al Avión ya agudamente lo veía Moralejo senior (1980: 166) «derivado a manera de diminutivo» del Avia, recordando además que un afluente del Pisuerga, el Valdavia —donde, evidentemente no es difícil segmentar otro antiguo [Vald]Avia— «curiosamente tiene también un afluente llamado Avión» (1980: 166 n43).

siempre teniendo en cuenta la posible emergencia de fenómenos

de antiguo betacismo o confusión entre [w] y [b], perfectamente ads-cribibles al contacto anindoeuropeo (o cántabro–pirenaico para Guiter 1984: 208–10) tan frecuentes en esta zona —baste aducir los numerosos NABIA por NAVIA (elenco en Prósper 2002: 190–2)— en lo referente a la documentación antigua de la raíz en Hispania y en concreto en esos territorios, recordemos que Mela (3,1,10), tras —si se nos permite un comentario malicioso— aquel “toda la región la habitan los célticos” (totam Celtici colunt) nos deja testimonio de un Auo. Hay asimismo una ciudad Aouía mentada por Ptolomeo (geogr. 2,6,49). también un río Auia comienza ya a dejarse documentar desde el año 1218 (Álvarez & al. 2004: 240–3) y, por citar un más recientemente descubierto testimonio de presencia de aquella raíz ya en la época en que se hablaban lenguas

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célticas en Hispania, mencionemos una inscripción o cipo de granito y con un texto legible, una vez desarrolladas sus ligaduras y complexio-nes, como NABIA, por una cara y ABONE por otra; casi, pues, nuestro moderno Avión y más aún si se sigue la lección de los editores, quienes leerían ABIONE (Álvarez & al. 2004: 240–3). el texto fue encontrado en san Cibrán (Orense), lugar situado precisamente al oeste del curso del avia. acertadamente, por cierto, comentan los editores que «Prósper ha creído ver coincidencia del latín y del lusitano en el mantenimiento del tema abn– frente a la innovación céltica *ab–e/o–n–, pero la hipó-tesis no encuentra ningún apoyo en este nuevo teónimo que, según la propuesta de Prósper, estaría paradójicamente más cerca del celta [...] es más, la lectura de la inscripción de san Martinho do Campo [...] que sirve de fundamento a Prósper, probablemente debamos corregirla a la luz de esta nueva inscripción [...] en las fotos puede apreciarse un nexo BI que lleva a leer Abine, no Abne» (Álvarez & al. 2004: 241).

Cumple, en efecto, recordar la importancia que para Prósper tendría aquel único [supuesto] testimonio de ABNE (sin referencia en la autora), la cual compone incluso un parágrafo “aBNe y la clasificación dialectal del lusitano” (2002: 95s) sugiriendo incluso «la idea de que lusitano y latín hayan conocido una innovación común» (2002: 96), de modo que la equiparación del latín amnis ‘río’ con el lusitano ABNE «hablaría de un relación prehistórica entre ambas lenguas» (2002: 96), sería, en fin, este otro más de los «numerosos indicios que permiten relacionar el lusitano–galaico con las lenguas itálicas y separarlo de las celtas» (2002: 429) y a plantear «la entrada en la Península Ibérica de una o varias oleadas de los antepasados de los autores de las inscripciones [...] probablemente paralela a la entrada de gentes indoeuropeas en Italia al menos desde la edad de Bronce. es decir, gentes que hablaban lenguas emparentadas y que se movían probablemente de este a Oeste atravesaron cordilleras diversas y se introdujeron en lo que ahora son diversos países» (2002: 29). Con tantas paralelas oleadas de invasores de este a Oeste pero hacia la soleada europa meridional «al menos desde la edad de Bronce», el continente debió de acabar llenándose de surfistas ¡a ver si en vez de la edad del Bronce aquello no sería más bien la edad del Bronceado!

Ha de notarse que este tipo de relación entre dos potamónimos con-tiguos por el cual uno —usualmente el correspondiente al río menor o al afluente— se presenta en diminutivo o eventualmente en aumen-tativo, es muy frecuente al menos en la hidronimia de la Península

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Ibérica. a esta clase debe de corresponder, por ejemplo, dobletes cuales Arlanza – Arlanzón, ríos contiguos y de los que tradicionalmente se ha discutido sobre cuál sería en realidad el afluente de cuál. Desde luego, no cabe discutir la existencia de parejas de potamónimos donde uno de los nombres representa el diminutivo del otro y estando habi-tualmente ambos ríos en una relación de contigüidad o al menos de cercanía, así Guadalope – Guadalopillo, Lóuzara – Louzarela o Sar – Sarela. testimonialmente también sería de interés aducir aquí el Ebrón, pequeño río a comparar nominalmente con el enorme río Ebro. aunque no poseemos datos concretos, hay indicios de que este tipo de correlatos hidronímicos se dan también al menos en otros lugares de europa, así, por ejemplo, en relaciones cuales Garonne – Garonette en Francia (Jordán 2002: 226).

Por añadir ya sólo una última cuña publicitaria, recordemos que

también por dicha razón, entre otras muchas, propusimos en su día que la variantes de tema en –i documentadas para parte de la hidronimia paleoeuropea serían también explicables de la misma manera, de modo que, por ejemplo, los diversos hidrónimos Naves peninsulares (elenco en Prósper 1997: 144s) representarían, desde un antiguo *naui[s], la versión diminutiva de hidrónimos como Navia o afines. talmente tam-bién hidrónimos galaicos representando «un puñado de formaciones no habituales de tema en –i» cuales Bainis, Ducanaris, Lambris, Nebis o Tamaris (Moralejo 2001: 505) podrían, por tanto, simplemente consistir en originales diminutivos.

biM – baM: una explosiva nota arqueoibérica en nuestra gandiense cita de julio del 2003 dábanos amable noticia

el colega Velaza de dos nuevos plomos ibéricos, de los cuales ofrecería poco después la información escrita correspondiente (2004a, 2004b). Con la mayor cautela el editor señalaba que ambos documentos «podrían proceder de tierras catalanas» (2004a: 93) o bien «pudieran proceder de espejo (Córdoba)» (2004b: 252). tanto en la —así establecida— cara a cuanto en la B del —así establecido— primer plomo resultaba fácilmente legible una forma BilOseBaM, esto es, Cl~Z&Bm, con, como puede observarse, un tipo de grafías más bien arcaico para la mayoría de los signos (C~Z&B). la forma además resultaba perfectamente aisla-ble, merced al empleo de una barrita vertical como separador léxico, algo que sería absolutamente novedoso para la escritura con signario

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levantino si bien este procedimiento sí está alguna vez testimoniado en la de signario meridional (Velaza 2004b: 253 n4). Pues bien, junto al fácilmente segmentable componente BilOs– no se le escapaba entonces al editor la inevitable posibilidad de equiparar el segundo segmento –eBaM con el ubicuo eBaN, si bien le parecía que aquel «verosímilmente no corresponde a tal término» (2004a: 97).

en realidad este último doble testimonio se añade a otros ya de antaño conocidos y donde igualmente encontramos <m> para formas o segmentos otramente muy bien documentados con <n>, cuales, entre los enumerados por Correa (1999: 383s), –BaM por BaN en un BortolOICe-BoBaM (C.2.19), BiM en ligadura (e.5.5.) por BiN, eM (e.1.444) por eN, –IltuM por IltuN en un laCuIltuM de colección privada (Quintanilla 1998: 194 n12), IUMstir (F.13.5) por IUNstiR o bien –tiCeM por tiCeN en un aCitiCeM (C.2.9). recordaba además Correa (1999: 382s) la fo-calización del empleo de <m> en tres zonas principales —básicamente en o en torno a azaila, liria y Ullastret— y su uso bien prisco, pues al menos ya desde el s. IV a.C. en Ullastret.

es claro que en principio dobletes tan perspicuos cual IUNstiR y

IUMstiR apenas podrían representar otra cosa que una y la misma palabra, de modo que para dicha alternancia la hipótesis de partida difícilmente podría ser otra que la de algún proceso de naturaleza asi-milatoria —del tipo, por ejemplo, tan bien pero también o afines— lo que ciertamente es muy frecuente para el caso de las nasales. ahora bien, el tipo de presunta alternancia documentado en pares cuales BaM – BaN, BiM – BiN o la en principio indiscutible alternancia IltuM – IltuN mucho más difícilmente, cabe reconocer, pueden deberse a la misma razón.

en efecto, resulta que en numerosas lenguas y también precisamente en nuestro ámbito europeo opera una restricción tocante a las nasales y según la cual no todas las que se dan, por ejemplo, en posición inicial o intervocálica, pueden aparecer asimismo en posición final, sino que suelen existir neutralizaciones fonemáticas y por las cuales el número de nasales presentes en esta posición es inferior. ejemplo significativo y bien conocido de ello sería la antigua muy probable desinencia *–m indoeuropea, la cual se conservó en lenguas como el latín, donde su otro fonema nasal /n/ no era permitido en posición final; inversamente la lengua helénica y otras muchas aceptaron sólo /n/ y no /m/ en esa misma posición. similar es la situación del español, que sólo admite

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/n/ final frente al portugués patrimonial, que sólo admite /m/. resulta en principio, por tanto, bastante probable que el ibérico conociera una restricción de este tipo y además, por otro lado y junto al argumento tipológico, está el contundente dato estadístico de la enorme diferen-cia de frecuencia de /n/ en posición final en ibérico, de suerte que la presencia allí de /m/ sólo parecería suponer una excepción. ahora bien, una excepción ¿de qué tipo? Veamos.

el claro valor de /m/ que para <m> encontramos en el celtibérico ci-

terior ha sido tradicionalmente esgrimido como el principal argumento a favor de ese mismo valor /m/ en ibérico; así, por ejemplo, Quintanilla (1998: 191) señala: «sólo a partir de su uso en la vecina Celtiberia [...] se puede afirmar que la realización de este signo era m, porque ni los epígrafes ibéricos ni las transcripciones [...] permiten determinar con seguridad ese valor», o parecidamente rodríguez (2004: 240) «No hay ningún testimonio que avale que el signo m represente efectivamente la sonante oclusiva nasal labial /m/, asignación que sólo está justificada para el signario celtíbero tipo Botorrita».

al margen de la posibilidad de una cierta esperable incoherencia ortográfica ante litteram —por cuanto al concepto de ortografía es, recuérdese, modernísimo— o de una aquí poco probable variante dia-lectal, la única explicación razonable parece ser esta: no hay explicación para tal variancia fonemática porque en realidad no se produce dicha variancia fonemática, es decir, se trata sí y sólo de una variancia pero grafemática. el corolario de esta hipótesis, a saber, la de que <m> re-presenta en realidad también /n/ y no /m/ puede sobresaltar a algunos. Intentaremos tranquilizarlos con algunos otros argumentos y —lo que no será menos significativo— con alguna otra aplicación.

en primer lugar a favor de esta hipótesis está la segura ausencia de un grafema propio para el fonema /m/ o, quizá mejor, para la alofona [m] en el alfabeto grecoibérico, así como la probabilísima ausencia de un grafema también para el mismo valor en el hemialfabeto meridional.

en segundo lugar estaría el más que posible parcial correlato de la escritura celtibérica ulterior y donde, como es sabido, falta el grafema <m> que en la escritura epicórica del celtibérico citerior representa sin duda /m/, apareciendo en lugar del mismo <n>, curiosamente el signo empleado por el modelo citerior para la /n/. se entendería ahora mejor el hecho «incomprensible de que en media Celtiberia se haya preferido

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usar el signo de n para [m]» (Correa 1999: 385). Ciertamente no dispo-niendo de un grafema para /m/ en ibérico, los celtiberos, cuyas hablas sí contaban con /m/, habrían tenido que ingeniárselas, recurriendo unos, como vemos, a rescatar quizá el arcaico o al menos más raro grafema ibérico <m> para [n]. en verdad, si hubiese habido en la escritura ibérica levantina un grafema con valor unívoco de /m/, hubiese sido de esperar que los celtiberos lo hubiesen tomado de consuno.

en tercer lugar, se explicaría por qué cuando los iberos necesitaron reproducir /m/ en copias, nunca recurrieran a <m> sino a digramas sin <m>, de modo que para posición inicial emplearon otra nasal, mayori-tariamente <N>, seguida de silabemograma labial oral y para posición intervocálica emplearan simplemente los silabemogramas para las labiales [orales] o bien el grupo <NB> (Correa 1999: 393). así, por una parte, unos CatuBare (B.1.373) y CoBaCie (B.1.5.3) para unos antropó-nimos gálicos del tipo representado en latín por Catumarus y Comagius respectivamente, mientras que, por otra parte, un ÑBasCe (B.1.269) debe de responder probablemente a un Mascus y un CaNBulO (B.7.34) podría representar un Camulo. así, quizá el ÑBarCusBaNÑBarCus de un vaso de liria (F.13.8) recoja simplemente un[o o dos] Marcus latino[s]. De modo que, mientras al menos en el sur de Francia utiliza-ban el grupo ÑB para representar la /m/ inicial de antropónimos forá-neos, para la misma nasal labial presente en dichas formas en interior de palabra era regularmente empleado un silabemograma labial, ya que la [m] «en esa posición no sería para los iberos sino una variante de la oclusiva labial», es decir, de /b/, como dice Quintanilla (1998: 217 n116), quien recuerda además (1998: 217; item Correa 1999: 383) que en posición inicial sólo se documenta <m> en la leyenda monetal Ma-sONsa (a.15), de ceca desconocida, pero que para Untermann podría provenir de la costa catalana (1975: 199; uide ítem rodríguez 2004: 128) territorio iberofónico por tanto, de suerte que la leyenda podría convertirse ahora en una más regular forma con inicial en /n/. a favor del empleo del grupo <ÑB> cabría aducir también el probable cambio ibérico [mb > m] (uide Ilti– infra).

Nótese que empleamos <Ñ> para la transliteración del grafema ibérico frente al tipográficamente tan incómodo signo <m> empleado en los Monumenta untermannianos; tampoco rodríguez (2004: 308 n4) descartaba el empleo de la «acomodaticia ñ» frente al «tipográficamente problemático signo m», tan problemático que en realidad aparece, como vemos, con el diacrítico cambiado. Pero ya no por razones tipográficas

´

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Correa (1999: 385 n57) sugería que en vez de la transliteración unter-manniana «tal vez fuera más adecuada una transcripción n».

en cuarto lugar, se explicaría también el escaso uso de <m> al compe-tir este con el grafema <n> o al verse quizá suplantado históricamente al menos en una parte de los territorios por este grafema o bien por <N>, como propuso Untermann (1990: I 137) al afirmar que este último signo «Falta en las inscripciones que testimonian una fase antigua de la escritura levantina (Ullastret, Palamós) y para las cuales en su lugar se encuentra la letra m». Ya en su día Correa (1999: 382) señalaba para textos no monetales sólo «24 ocurrencias seguras en veinte inscripciones diferentes» frente a las numerosísimas ocurrencias de <n>.

si, en la senda de Untermann (1990: II 43) al equiparar –Me de un eBarICaMe (C.2.3,a–2; nótese la probable marca de sordez para la velar) con el conocido segmento –ÑI, tiene razón Quintanilla (1999: 137) al cotejar más específicamente y explícitamente el mismo segmento con el grecoibérico –NaI, ciertamente una lectura como eBarICaNe simplificaría el paralelismo, máxime teniendo en cuenta la posibilidad —mismamente documentada en griego— de la monoptongación en /e/ de una secuencia /ai/.

Por penúltimo, en cuanto al origen gráfico de <m> hay cierto consenso en torno a la idea de un desdoblamiento de <n>, de que, por decirlo con Correa (1999: 382), «el origen más probable del signo levantino [...] está en una geminación especular del signo de n y con los datos actuales se puede pensar que se trata de una creación específica de este sistema». también, más hipotéticamente, la frecuentísima emergencia de la secuencia <nN> podría ser contemplada como una equivalencia de <m>, como una especie de redoblamiento de la nasal <n>. tampoco nos parece a priori descartable que <m> se creara, desde luego, a partir de <n> sólo que en el marco de la probable innovación que llevó a notar la diferencia de sonoridad entre las oclusivas mediante la adición de un trazo extra para las sordas o fuertes. Hay que recordar que en el caso de <n> la variante con trazo extra esperable de modo natural habría podido resultar prácticamente idéntica a la <i>, es decir, al grafema para /i/, de modo que con aquella proyección especular quizá pretendió dotarse de una marca distintiva de fortición, ya que no de sordez, a aquella nasal. todo esto apoyaría, pues, ese valor de «nasal geminada o, mejor, una nasal fuerte» que ya veía Correa (1999: 385). ahora bien, no existiendo /m/ ¿de qué nasal fuerte podría tratarse?

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sabido es que para una fase del vascuence previa a su documenta-ción histórica quedó tempranamente establecida la existencia de una oposición entre una nasal lene y una nasal fuerte, usualmente repre-sentadas *n y *N respectivamente, así ya Michelena (1995: 123) junto a la lene *n proponía «más bien que una nasal geminada, un fonema fuerte *N, que era indudablemente distinguido del primero por su ma-yor energía articulatoria». Cabe recordar que una oposición de igual o muy parecida naturaleza parece vislumbrarse también para el antiguo aquitano (Gorrochategui 1984: 375s). así pues, este continuo lingüístico habría contado en épocas pretéritas, como también en época moderna, con una oposición de sólo dos nasales hasta la posterior incorporación, al menos en vascuence, de /m/ (Michelena 1990: 299).

Ya en otros lugares hemos expuesto las razones por las que sostene-mos que la dicotómica notación abstracta prudentemente propuesta de Michelena podía materializarse fónicamente en un contraste entre la nasal palatal o débil —nuestra ñ para entendernos— y la más común nasal alveolar o fuerte —nuestra n para entendernos— resultando además que históricamente la primera en posición intervocálica ha-bría frecuentemente pasado en el discurrir tanto hasta el vascuence cuanto hasta el gallego a [j] para después desaparecer, de modo que la desaparición de una antigua nasal en ambos continuos lingüísticos se debería a un proceso [≠ > j > 0]. en el continuo lingüístico aquitánico aquel contraste entre nasal palatal y alveolar se neutralizaría en varias posiciones, pero se daría sí al menos en posición intervocáli-ca, quedando además en el caso de la fuerte o /n/ registrada —con la falible regularidad que cabe esperar— en la escritura latina practi-cada para el aquitano como una geminada <NN> y representando, en cambio, <N>, también con pareja falible regularidad, tanto el fonema débil o palatal cuanto —más económicamente— la neutralización de ambos.

Condicionalmente aceptada también aquí la inexistencia de un antiguo fonema /m/, esta misma vía nos parece asimismo la mejor hi-potésis —mera hipótesis y sólo eso a falta de una aplicación productiva de la misma— para el ibérico caso, de modo que resultaría legítimo considerar la posibilidad de que de alguna forma el ibérico pretendiera reflejar también una misma oposición, relevante al menos en posición intervocálica, entre una débil nasal palatal y una fuerte nasal alveolar mediante el doble registro, a la aquitana, de <N> y de <NN> respectiva-mente en la práctica escrituraria latina y mediante <n> y <m> también

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respectivamente. acaso sólo entonces la presencia para <m> de aquella marca extra para consonante fuerte cobraría pleno sentido.

Callæcia o la bella callega

el tema de si el antiguo nombre de Galicia era originalmente Galicia o Calicia, es decir, si, por ejemplo era para helenos y romanos Kallaikía y Callæcia o bien Gallaikía y Gallæcia parece haber suscitado un de-bate por encima del que en principio podría esperarse para tan leve y banal alternancia. Naturalmente, cuando este tipo de situaciones se producen, ello suele muy frecuentemente deberse al hecho de que en realidad aquí entran en liza otras importantes cuestiones, digamos, colaterales y de que, por tanto, polémica y debate no son tan inocuos como aparentan ser. Ciertamente y aunque «en la documentación más antigua son constantes el fonema velar sordo [k] en posición inicial y la geminación del fonema líquido [l] intervocálico» (Moralejo 2002: 92), teniendo en cuenta tanto la constancia en la documentación oral de una Galicia y su correspondiente gallego cuanto los buenos paralelos que en el mundo céltico encontraríanse para una base *gall–, nada en principio induce a negar veracidad a la aceptación que la variante con /g/ sea la antigua, sea la genuina, sea la legítima.

¡ay, pero casi sin querer queriendo dijimos mundo céltico! Y con esto, nos tememos, hemos llegado quizá al verdadero núcleo de la po-lémica colateral. sabido es, en efecto, que un buen número de autores tradicionalistas —o hiperortodoxos, si se prefiere decir asá— niegan resueltamente la pertenencia del galaico al conjunto de lenguas célti-cas, y ello preferentemente en razón de su manifiesta afinidad con el lusitano y la también consecuente presencia en una y otra entidades lingüísticas de la anticéltica consonante /p/. Posiciones más moderadas, permiten observar, sin embargo y sin complejerías laringaleras, que en época clásica existía un indudable componente céltico, por ejemplo, en la toponimia de la zona; así lo ve, por ejemplo, el nada sospechoso de herejía colega luján (2000: 58–62), quien, no obstante, sistemáti-camente registra Callæcia —y no Gallaikía— en su estudio sobre los nombres de lugar que para esta región nos preserva Ptolomeo.

Mas el detalle que parece haber escapado a tantos investigadores es el de que potencialmente la forma con la sorda /k/ podría, a oídos helénicos, contener una falsa etimología, una caricatura si se quiere,

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asunto capital y frecuentísimo en toponimia y sobre el que nos hemos ocupado en otros lugares. en efecto, hay que contar en la lengua de los griegos con la común raíz representada en formas cuales kállos ‘belleza’ y kalós ‘bello’. Mientras, pues, un Gallaikós poco podía decir a los griegos, un Kallaikós ofrecía, en cambio, una base léxica en su propia lengua y con la cual relacionar el etnónimo, resultando, por tanto, éste así más memorizable. De similar y económico modo han operado históricamente tantísimas lenguas, de suerte que, por ejemplo, un Cuernavaca pudo decir mucho más a los españoles que el nombre indígena de Cuauhnahuac ‘junto a la arboleda’, o un Brujas para la ciudad de Bélgica que un flamencón Brugge ‘puentes’. Había, pues, al menos una buena razón para que los antiguos galaicos se convirtieran en fermosos y más mnemotécnicos calaicos, para que los gallegos se convirtieran en ‘bellos’ callegos, operación esta a la que seguirían, cual era la tónica, respetuosamente los romanos hasta que con el directí-simo contacto con estos tan célticos pueblos se restituyera la original /g/. en cambio, no vislúmbrase cabal razón por la que se abandonara la supuestamente original y tan significante /k/ que precisamente esa razón de la genuinidad y originalidad de /g/.

eriar y la vibrante a la portuguesa

en tres fragmentos de cerámica pintada procedente de liria do-

cuméntase una secuencia erIaR en el contexto de tres sintagmas bien afines, así en erIaR BaNCurs (F.13.10), erIaR BaN (F.13.19) y erI aRBaN (F.13.20), amén de un posible testimonio de lo mismo en ]rIarBaN (F.25.1). en nuestra propuesta de explicar los dos grafemas ibéricos para vibrantes —<R> y <r> en ibérico levantino— como repre-sentantes de una oposición fonemática entre vibrante palatal o simple (£) y vibrante múltiple (¨) respectivamente, ya advertíamos de cómo his-tóricamente podría haberse producido en algunas hablas el fenómeno, tipológicamente banal y hasta previsible, de conversión de la vibrante múltiple en una vibrante uvular, es decir, en una r “a la francesa” o, mejor, “a la portuguesa”. Desde esa perspectiva es, naturalmente, muy tentadora la idea de relacionar este erIaR con el tan común eCiaR, lo que supondría que una similar evolución de la vibrante múltiple se habría producido en algún ámbito, registro o dialecto ibérico, abocando aquella consonante finalmente, como mostrábamos en el mencionado trabajo, a un elemento velar de fácil confusión con la oclusiva velar so-nora /g/. ello indirectamente comportaría un valor /gi/ y no /ki/ para el

ˇ

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silabemograma ibérico Ci, algo, en teoría, perfectamente plausible. No deja, en todo caso, de suponer una incómoda circunstancia a la hora de refrendar el valor sonoro /g/ de la oclusiva en eCiaR la lección UNsCel-teCiaR BaN —siempre que se dé verdaderamente aquí heterografía de sonoridad y no un «estilo barroco edetano» (rodríguez 2004: 245)— que presenta un muy afín fragmento cerámico también de liria (F.13.21) y donde es difícil sustraerse a la posibilidad de ver en aquel [t]eCiaR BaN los mismos erIaR BaN de tan afines contextos.

Durius y la ibérica interpretatio Durius (Plin. nat. 4,34,112), el nombre general del río Duero para

romanos o el correspondiente para helenos Doúrios (strab. 3,3,2) pre-senta, como el antiguo nombre del tajo, Tagus (Plin. nat. 4,34,115), y algún otro antiguo potamónimo peninsular, la singularidad de un final masculino asaz insólito para la potamonimia indoeuropea, donde lo normal son formas que históricamente se presentan en las lenguas respectivas como femeninas, así mismamente los Areva (Plin. nat. 3,4,27) o Astura (Isid. et. 9,2,112) de nuestra península. la hipótesis más simple para explicar esta divergencia consistiría en suponer que la forma no es indoeuropea —o céltica en este caso— sino anindoeuro-pea o al menos que llegó a oídos grecorromanos —la primera mención conservada parece ser la de estrabón (3,3,2) a quien siguen Mela (3,1,10) y Plinio (nat. 4,112)— trámite una lengua de tal condición. Por supuesto, en esa hipótesis, la lengua de mejor candidatura es la ibérica, cuya función de intermediaria, de intérprete para advenidos helenos y romanos es asunto sobre cuya importancia hemos insistido en otros lugares. la cosa es que además la raíz de Durius se dejaría cotejar estupendamente con términos célticos tan precipuos cuales bretón dour, córnico dur, galés dwfr y dwr o antiguo irlandés dobur, todos significando ‘agua’ y tras los cuales es restituible una antigua raíz probablemente prototocéltica *dubr–. Más y a más: esa misma raíz está abundosamente documentada como base de potamónimos, así (con ejemplos de Delamarre 2003: 152 s. dubron, dubra) en los británicos Dour y Dubris hoy Dover, los franceses Dèvre, Dubra hoy Douvres, el germánico Tauber, el holandés Dubridun hoy Doeveren, y asimismo en el galaico Dubra (Moralejo 2001: 505).

Intentaremos ahora organizar congruentemente esta diversidad de datos desde una hipótesis básica: si partimos, en efecto, de una forma

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hispanocéltica, como mayoritariamente correspondería en lo territorial por su curso fluvial, cual *dubria o algo similar, cabe conjeturar que en bocas de lengua ibérica —donde, como será sabido, no se toleran los grupos de muta cum liquida— la forma apenas podría haber sido adaptada de dos maneras: o bien con una inserción de vocal epéntica, como —por citar un malicioso paralelo— hace el vascuence, intoleran-te también con dicho grupo consonántico, al transformar unos latines libru– ‘libro’ o lucru– ‘ganancia’ en unos liburu o lukuru, o bien, como hace igualmente el vascuence eliminando la muta u oclusiva y trans-formando, por ejemplo, una grecolatina ecclesia ‘iglesia’ en una eliza o una latina flore– ‘flor’ en lore. en esta segunda opción aquel banal céltico *dubr[i]a se habría transformado en un *dur[i]e sin género, lo que en romana boca podría haber sido adaptado a su vez y de modo natural con un masculino Durius.

Hiber y el problemón de la /h/ en [h]ibérico No nos consta, por sorprendente que pudiere parecer, que nadie haya

reparado debidamente en el doblete con el que el río más emblemático de los estudios arqueoibéricos, el ebro, es reflejado en los escritos de grie-gos y romanos; al menos dicho, en principio, enigmático doblete no ha llamado la atención o no suficientemente la atención de los iberólogos. Quizá esa desatención débase a que la presencia de la fricativa /h/ en formas latinas como Hiber o Hiberia frente a las formas helénicas sin dicha consonante parece explicarse sin mayor dificultad atribuyendo la ausencia de /h/ a la suposición de que son psilóticos —es decir, sin aspiración— los dialectos helénicos correspondientes. De hecho tal tipo de dobletes se da también en otros casos, así notoriamente en el nombre del [curso inferior] del Danubio, que regularmente es Hister para los romanos e Ístros para los griegos.

ahora bien, el detalle que verdaderamente pueda ser interesante

es la razón por la que los latinolocuentes, apartándose de lo que era la norma convencional más extendida —siempre supuestamente psilóti-ca— de los helenofonos para nuestro río, estimaron conveniente reflejar regularmente con /h/ todo lo concerniente a la iberería. Pues bien, habi-da cuenta del directísimo contacto que ya tempranamente, en el s. III a.C., tuvieron romanos con iberos, parece que la razón más primaria no puede ser otra que esta: los romanos se apartaron de los griegos porque escucharon esa /h/ en la lengua vernácula de los iberos.

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el detalle, anticipábamos, podría ser de alguna trascendencia al menos en lo tocante a la debatida relación entre aquitano e ibérico, habida cuenta de que, como es sabido, la aspiración constituye un rasgo idiosincrático muy importante y además relativamente frecuente para el antiguo aquitano y ello, pues, en claro contraste —siempre se ha dicho— frente a las demás antiguas lenguas peninsulares. De modo general y, desde luego, no arbitrariamente se ha operado con la premisa de que el ibérico no disponía de /h/, no disponía de aspiración, si bien resulta obvio que para los partidarios de alguna relación de origen entre aquitano e ibérico la hipótesis más sencilla y casi inevitable implica contar con que hubo de existir en una época previa a la documentación histórica al menos un fonema /h/ en ibérico y que, como en tantas otras lenguas, se habría perdido.

Firme es, en todo caso, la evidencia —aunque ciertamente siempre adscribible al contacto aloglótico, sea púnico o sea aquitánico— que encontramos en términos o testimonios que, por lo demás, hay que considerar ibéricos. se trata ciertamente de registros esporádicos pero aparentemente significativos cuales el CHADAR (C.I.L. I 709) del do-cumento ausculano, un VRCHATETELLI (C.I.L. II 2967) —«un nombre claramente ibérico» (Gorrochategui 1984: 288)— en Muruzábal de an-dión (Navarra) y ya en territorio meridional, en alcalá del río (sevilla), un VRCHAIL (C.I.L. II 1087). Detalle a tener en cuenta podría ser la circunstancia de que el comparable segmento que en el hemialfabeto ibérico encontramos para el VRCHA[IL]– de esos dos últimos testimo-nios, a saber, UrCa–, así en UrCaIltu (a.100) o UrCaraIlUR (F.21.1), presenta un silabemograma velar en el lugar donde correspondería una aspiración.

Mucho menos segura sería la pérdida fónica o ya meramente gráfica de antigua /h/ en otros eventuales testimonios, pero, en todo caso, en esa misma línea de alternancia entre aquitano con /h/ e ibérico sin /h/ podría ir, si se acepta la propuesta de De Faria (2006: 117), la equi-paración entre formas aquitánicas cuales HANNA (C.I.L. XIII 174), HANNABI (C.I.L. XIII 288), HANNAC (C.I.L. XIII 87) y HANNAS (C.I.L. XIII 195 y 201), por un lado, y el posible segmento ibérico aNa– ais-lable en formas cuales aNaIOŠar (en un aNaIOŠareNÑI B.1.36) por otro, si bien al respecto ya advertía Quintanilla (1998: 212 n92) de que pudiera tratarse más bien del nomen romano Annæus. acaso también la posible derivación moderna de Guisona (Untermann 1975: 189) desde verosímilmente una forma documentada en ibérico como IeŠO

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(a.10) testimonie la presencia de una antigua aspiración disfrazada, como sucede en tantas lenguas sin /h/, con una /g/ (cf. ruso Gitler para el alemán Hitler o las alternancias en las hablas vascónicas del tipo beharri y begarri para ‘oreja – oído’; Michelena 1990: 221).

Operando desde aquella perspectiva de ausencia por pérdida de /h/ en ibérica también, por ejemplo, siles (1985: 129s s. b.i.o.s.i.l.d.u.n con bibliografía) o silgo (2000: 518) pudieron en su día equiparar el [greco]ibérico BIOsIlDUN (G.1.3) con el aquitano BIHOXVS (C.I.L. XIII 321) o afines y con el vascuence bihotz ‘corazón’. será oportuno mencionar que aquel fácilmente segmentable elemento BIOs– no había hasta entonces sido documentado, de modo que cabía la posibilidad de que se tratara de un error gráfico por el entonces ya bien documentado componente –BIlOs– (así Untermann 1990: I 218 n39 y II 572; ítem Quintanilla 1998: 113 n11); dándose, sin ir más lejos, un BIlOsG* en aquel mismo texto. sin embargo, la aparición más reciente de un plomo continente de tanto un setiBiOs cuanto de un BarCaBiOsBaIte[ y donde resulta de nuevo aislable un segmento –BiOs– excluyen la interpretación como errata gráfica (Velaza 2004a: 101), y más aún si tenemos en cuenta la presencia de un par de no defectivos BilOs– (en BilOseBaM; uide BiM – BaM supra) en ese mismo documento.

ahora bien, concedido un significado metafórico a partir de ‘corazón’ —quizá ‘centro – medio’ (cf. paralelos tipo el apellido Michavila ‘mitad [de la] villa’)— al primer componente de BIOsIlDUN para hacer posi-ble una conexión en el mismo compuesto con el significado más seguro del segundo componente –IlDUN ‘villa – ciudad’ y sin entrar ahora en el análisis de las implicaciones del orden con el cual se presentarían en principio tales dos substantivos, sí cabe llamar la atención sobre el hecho de que, a partir de la consolidada analogía entre el frecuente segmento ibérico –BeleŠ, por una parte, y el aquitano BELEX (C.I.L. XIII 167) o afines y vascuence beltz ‘negro’, por otra, para postular la verosimilitud de una equivalencia etimológica entre BIOs[IlDUN] y BIHOXVS – bi[h]otz esperaríamos más bien la sibilante [greco]ibéri-ca que transliteramos con <Š> (½) —es decir, habríamos esperado un *BIOŠIlDUN (y eventualmente un levantino *BiOŠIltuN)— antes que esta otra sibilante [greco]ibérica <s> (S) que, por lo demás y como se habrá apreciado, es constante en los testimonios para –BiOs–.

Por otra parte, están también los eventuales testimonios de levísi-mo valor indiciario a favor de una fonotípica evolución [s > h > 0], a la

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g riega, es decir, en posición inicial en territorio peninsular, especial-mente en ámbito ibérico —tipo Sedetanoì (strab. 3,4,14) y Edetanoí (Ptol. geogr. 2,6,62)— con, entre otras, la importante objeción de que, como quedó sugerido, siempre podría adscribirse al influjo helénico. en ese sentido resulta también tentador relacionar SVISETARTEN (C.I.L. I 709) con VISERADIN (C.I.L. II 4450), máxime teniendo en cuenta la excepcionalidad de esa /ui/ inicial en ibérico, si bien aquí siempre que-da la mucha mejor posibilidad de relacionar VISER– con unos OIsOR (F.13.13,36 y F.13.36).

Importará, por último, mencionar un dato fonotipológico que, aun-

que bastante conocido, pudiera ser aquí de alguna relevancia por mor de su contundencia, a saber, la documentada caducidad de la laríngea /h/, prácticamente la primera fricción posible —esto es, en la zona más baja posible del aparato fonador humano— para el aire pulmonar, y su consecuente caducidad o tendencia a la desaparición en muchas lenguas. Fue este, desde luego, como está bien documentado el caso del griego, fue el caso del latín ya tempranamente, con el cambio de milenio, fue el caso de la mayoría de las hablas del vascuence, sobre todo de las cispirenaicas, está siendo el caso de algunos dialectos del inglés, por lo que cabe preguntarse si en época histórica pudo también ser este el caso del ibérico.

a falta, pues, de otra más plausible explicación y siempre sin olvidar

que ni una golondrina hace primavera ni un ejemplo hace teoría, sí cabe, con todo, dejar abierta la posibilidad de la existencia de /h/ en ibérico para fase anterior a la documentada, existencia de la que, junto a un magro número de frágiles testimonios directos (CHADAR, VRCHAIL, VRCHATETELLI) o indirectos y muy dudosos (aNaIOŠar, BIOsIlDUN, Edetanoí, Guisona, VISERADIN), podría haber quedado también algún indicio directo en el emblemático nombre del Hiber.

ilti– y el ‘pocholo’ gascón en sus diversas variantes —sobre todo Iltir e IltuN— la raíz co-

rrespondiente al segmento Ilt– resulta ser probablemente la de más seguro significado de cuantas podrían darse para términos ibéricos; diríase casi la única con bastante seguro significado, a saber, ‘localidad – villa – pueblo – ciudad’ (ya Untermann 1990: I 187; últimamente Pérez 2001), pues, en efecto, desde antiguo, se impuso la reconstrucción de

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ese valor a tenor de su frecuente aparición en topónimos designando ciudades ibéricas o iberizadas, así, por ejemplo, en verosímilmente Ilarkourís (Ptol. geogr. 2,6,56), Ilérdan (strab. 3,4,10) o Iltirta (a.18), Ilergetum (Plin. nat. 3,4,21) o IltirCesCeN (a.19), Ildum (It. Anton. 399,6), Iliberri (Plin. nat, 3,3,10), Illiberis (Plin. nat. 3,5,32) ILIBERRI-TANARVM (C.I.L. II 2070), Ilikís (Ptol. geogr. 2,4,61), Iliturgi (Plin. nat. 3,3,10), ILITVRGICOLENSI (C.I.L. II 1648), Ilorci (Plin. nat. 3,3,9), Ílounon (Ptol. geogr. 2,6,60), Iloúrbida (Ptol. geogr. 2,6,56), IltiraCa (a.98), IltuCoIte (a.20), IltuRO (a.11), Iluberitanos (Plin. nat. 3,4,24), ILVGONENSES (C.I.L. II 3239), Ilurco (Plin. nat. 3,3,10), ILV[REN]SIVM (C.I.L. II 1946), Iluro (Plin. nat. 3,4,22), y quizá, como nota Pérez (2001: 31), en el etnónimo correspondiente a la serie de Ilergaonum (Plin. nat. 3,4,21) o Ilerkáones (Ptol. geogr. 2,6,63).

Igualmente desde antiguo surgió la posibilidad de relacionar este segmento con el término histórico del vascuence iri– ‘localidad – villa – pueblo – ciudad’, dadas la igualdad de significado y la enorme similitud fónica que ambos términos ofrecen, equivalencia, además, a la que invitarían también otros datos como el magnífico parangón que en prin-cipio presentarían pares cuales los diversos Il[l]iberris ibéricos o afines —así, los Elimberrum Ausciorum Augusta hoy auch, Iliberri o elvira actualmente, Illiberri y hoy elna, Ilumberris u hodierna lombez— y los varios testimonios que procediendo del común —o unificado— iri ‘localidad’ y berri ‘nuevo’, como Iriberri, Irunberri (roncalés Urunbe-rri) hoy Lumbier (cf. los Iluberitanos de Plinio, nat. 3,4,24; Michelena 1990: 312) o bien Uribarri, encontramos con el valor de ‘villa nueva’ en las diversas hablas vascónicas. Una equivalencia, por tanto, de lo más inquietante por lo reveladora que podría ser de la afinidad entre ambas entidades lingüísticas.

sin embargo, no es menos cierto que asimismo desde antiguo se ha impugnado dicha equivalencia afirmándose que, de proceder ambos lexemas —el del ibérico Ilti, que se toma como la forma básica, y también la otra variante principal, IltuN–, y el del iri o el toponímico Irun del vascuence— de una preforma común, entonces el resultado esperable de acuerdo a las leyes de evolución fonética para el vascuence habría sido no iri sino *ili. así, en palabras de Quintanilla (1999: 249s): «el parecido formal y la adecuación del significado [...] invita a identi-ficar iltiŕ con la palabra vasca iri ‘ciudad’ e iltu como base de nombres de lugar como Irún, Iruñea. sin embargo esta identificación no está exenta de dificultades, pues para el sistema fonológico del protovasco

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se postulan [...] dos fonemas laterales L y l [...] l pasó a realizarse como r y el fonema fuerte L como l. era pues de esperar que la lateral fuerte ibérica hubiera dado l y no r en su evolución vasca». según tovar (1979: 473) incluso el paso en vascuence de /l/ intervocálica a la vibrante se habría dado ya en época romana a juzgar por testimonios como OlCaI-rUN (a.60) y donde el segmento –IrUN equivaldría, pues, para tovar, al análogo encontrable en topónimos cuales Irún o Iruñea.

Hay que hacer constar que, como vemos, se parte —lo que ciertamen-te parece muy razonable— de la premisa de una eventual equivalencia del segmento representado en ibérico por <lt> con la denominada late-ral fuerte del prevascuence —habitualmente representada como L— y no con la lateral no fuerte —habitualmente representada como l— pues en el último caso no habría, desde luego, objeción alguna para homologar etimológicamente ambos fonemas y consecuentemente los respectivos lexemas. está, por otro lado, el detalle de la presencia de aspiración inicial en el término —esto, es, hiri— para algunos dialectos vascónicos (Michelena 1990: 205 y 206), objeción mínima, habida cuenta de la au-sencia —o pérdida— de /h/ en ibérico y además de la circunstancia de que en un cierto de número de voces vascónicas la aspiración aparece a veces no sólo por razones etimológicas sino también espontáneamente (harea ‘arena’ del latín arena–, hira ‘ira – rencor’ del latín ira–), de modo que «cuando la etimología de la palabra vasca es desconocida, no se puede pasar de una simple opinión acerca del carácter primario o adventicio de la aspiración» (Michelena 1990: 209).

Pues bien, lo que aquí nos proponemos es revisar aquella antigua opinión a la luz y de algún presupuesto teorético más novedoso y del aporte de algún nuevo dato. en efecto, ya en más de un lugar hemos impugnado el sacrosanto principio de la lingüística tradicional en lo referente a la regularidad ciega —así suele apostillarse— de los cambios fonéticos, principio en lo metodológico acaso práctico pero en lo empírico absolutamente falaz y mucho más si aplicado a los nombres propios o ciriónimos, otra reivindicación esta —scilicet la de la importancia que en los estudios lingüísticos deba concederse a la cirionimia— sobre la que también hemos venido insistiendo no poco en los últimos años. Un tercer principio teorético y también un tercer tópico nuestro cual es el de la consideración general de las lenguas no como una aséptica familia o unidad patrimonial sino como una concatenación de dialectos, nos lleva también a proponer, desde las dichas perspectivas teoréticas, un replanteamiento —y en principo sólo eso— de la cuestión.

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en efecto —y se aceptará sin duda el ejemplo como alevosamente pertinente tanto por su significado como por su ubicación— según los postulados tradicionales, esos mismos postulados que valen para im-pugnar toda vinculación etimológica entre Ilti– e iri, resultaría bien posible, en el marco de esa mucho más exigua documentación que posee-mos para lenguas antiguas como el aquitano o el ibérico, no reconocer el origen del valenciano vila ‘localidad – villa – pueblo – ciudad’ en el latín uilla de igual significado, una vez que el tratamiento regular para los nombres comunes del grupo latino /ll/ es /l/ en valenciano, así la latina gallina– ‘gallina’ evolucionó hasta nuestra vernácula gallina y el antiguo ualle– ‘valle’ a nuestra vall.

Ciertamente suele aquí aducirse y en razón precisamente de la evo-lución de uilla a vila y poco más que aquel general cambio de latina /ll/ a /l/ valenciana no se produce tras i latina larga, por lo que, desde esta óptica, este cambio también sería regular. ahora bien, se notará que no poseemos una información tan precisa y minuciosa para cambios fonéticos en ibérico o en aquitano, de modo que una sutilidad equiva-lente a la precedencia de una /i/ larga latina, necesariamente se nos habría pasado por alto. De hecho ni en castellano (villa como gallina), gallego y portugués (vila como galinha) o provenzal y occitano (vila como galina) se dan tratamientos diferenciados en estos casos. De hecho incluso nuestra forma vernácula vila podría también, aunque forzadamente, ser explicada como un provenzalismo, ya que la evidencia es que muchas veces precisamente los topónimos escapan a las pautas fonéticas regulares también por esta razón, como debe de ser el caso del nombre de la localidad de Vilaflor y que, aunque en el interior de tenerife y con probabilidad por influencia galaica o portuguesa sigue evidentemente siendo una ‘Villaflor’.

ahora bien, como en el aislado caso de la canaria Vilaflor un posible origen foráneo —provenzal— para el caso de nuestra vila no parece vero-símil, dada la extraordinaria frecuencia con la que el término aparece en ciriónimos —sea en el genérico topónimo y correspondiente antropónimo Vila sea en los numerosos topónimos y correspondientes antropónimos con dicho componente— así, por ejemplo, Michavila, Vila, Vilagrasa, Vilalba, Vilallonga, Vilalta, Vilanova, Vilaplana, Vilar, Vilardebo, Vilarrasa, Vi-larreal, Vilaseca etc., frecuencia que confirmaría un origen autóctono.

Yendo aún un poco más lejos y por poner en práctica aquel tercer principio teorético–práctico —pero sobre muy práctico— y conducente

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a la relevancia que debe darse a los dialectos y a su capacidad para entremezclarse, podríamos aun proponer una ulterior explicación y que habrá de llevarnos a lo que más bien es el verdadero quid de la cuestión, pues, en efecto, pasando ahora la pelota al lado vascónico, en lo que pocos parecen haber reparado es en que, si /l > |/ es típico tratamiento vascónico, /ll > r/ es un característico tratamiento del gascón en posición intervocálica, es decir, del latín chapurreado por los antiguos aquitanos, cuyos herederos territoriales más directos son sin duda los gascones, como en su conocida monografía sobre el antiguo aquitano viera ya Gorrochategui (1984: 41) al reconocer que «prácticamente en todo el ámbito geográfico objeto de nuestro estudio se habla el gascón» así como más expresamente que «la coincidencia entre los límites geográficos de la antigua aquitania etnográfica y los límites lingüísticos del gascón permiten relacionar ambos fenómenos, de tal manera que el estado de cosas moderno sea considerado como consecuencia del estado de cosas más antiguo» (1984: 42), de modo que los gascones se presentan en lo etnográfico y en lo lingüístico como continuadores naturales de los aquitanos o habitantes de la antigua Vasconia. Más reciente y entusiásticamente se manifestaba al mismo respecto Núñez (2003: 109): «todo el territorio [...] coincide como un guante con la extensión de la lengua gascona [...] cuyas características propias muestran un indudable substrato vasco y que [...] se extiende con toda exactitud por el territorio de la antigua aquitania». en todo caso, lo bien cierto es que en gascón la antigua gallina latina acabó en garia, forma donde hay que tener en cuenta además la desaparición en gascón, igualito que en vascuence, de la /n/ intervocálica. Consecuen-temente si nuestra vila hubiese podido hipotéticamente proceder de un dialecto llamémosle periférico ¿no podría proceder el iri vascónico de un *illi gascónico y fortalecido además por una relativamente alta frecuencia en ciriónimos?

la pista más gascónica que vascónica podría además conducirnos al

verdadero meollo de la cuestión o al menos a su aspecto, nos parece, más trascendente. en efecto, aquel *illi gascónico supondría la existencia antigua de un segmento fuerte —si se nos permite la malicia— /ll/ latino como equivalente de y en el lugar del segmento escrito <lt> ibérico. Un condicionante que, desde luego, no es nada difícil de superar, pues —esta vez sí podría decirse— regularmente la dicha secuencia ibérica es transliterada en latín y griego sin resto de la dental, tan regularmente que incluso, de no ser por la existencia de grafías grecoibéricas cuales BIOsIlDUN (G.1.3) o IlDUNIRa (G.1.1) y latinas cual GALDVRIAVNIN

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(C.I.L. II 5922) o TANNEGALDVNIS (C.I.L. II 4040), podría para el ibérico dudarse de la existencia de una secuencia /ld/ (o /lt/), dándose además la circunstancia de que el ibérico no parece especialmente afecto a hacer seguir las sonantes de oclusivas sordas, punto en el que, una vez más, se deja parangonar con la mayoría de las hablas del vascuence, donde «menos en roncalés y suletino [...] sufijos de declinación que [..] tras vocal tienen una oclusiva sorda inicial, presentan una sonora tras nasal y l» (Michelena 1990: 352), fenómeno que, en cualquier caso, no es exclusivamente morfológico (aldare frente a nuestro altar, Andoni frente a nuestro Antonio). ahora bien, la existencia de series cuales las leyendas monetales latinas ILITVRGI e ILDITVRGENSE (De Faria 1998: 238) plantea la hipótesis alternativa de que, al menos en algunos casos, la secuencia latina <LD> no represente más que un iberismo gráfico para marcar probablemente una lateral velar ([K]), como también lo pretendería el uso, este ya puramente latino, de emplear la geminación de la lateral, esto es, <LL>.

en todo caso, debe quedar establecido que /l/ o —nota benissime— /ll/, sobre todo ante /u/, es la transcripción más común en latín [o griego] para la secuencia que en el hemialfabeto ibérico aparece registrada como <lt> (tal, entre otros, Velaza 1996: 44; Pérez 2001: 23), como ya hubo ocasión de comprobar a propósito de nuestro Ilt–, así Ilérdan (strab. 3,4,10) frente a Iltirta (a.18), las dos primeras sílabas del ausculano ILLVRTIBAS (C.I.L. I 709) frente a las dos primeras de IltuRatiN (e.1.1) o Iluro (Plin. nat. 3,4,22) frente a IltuRO (a.11), pero transcripción que encontraríamos también para otras raíces como SALLVITANAM en el bronce ausculano (C.I.L. I 709) frente a saltuIe (a.24).

Pues bien, a la hora de interpretar este tipo de equivalencias dos hipótesis se imponen, nos parece, como las más elementales, hipótesis ambas no excluyentes: o bien que hemos asistido a un proceso fónico por el que un antiguo grupo de lateral más dental se ha simplificado eliminándose el segmento dental, o bien que la secuencia ibérica <lt> pretende reflejar una lateral distinta a la habitualmente registrada en ibérico sólo con <l>. Ya, por ejemplo, en su monográfico sobre la fonología ibérica Quintanilla (1998: 247–54) opera desde la convicción de que <lt> representa antes una lateral que un grupo consonántico. anticipando un poco los resultados de nuestro examen, digamos que pa-rece verosímil suponer, al menos para una parte de las hablas ibéricas, aquel proceso fonológico y que precisamente se habría materializado en

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la realización de una lateral, probablemente velar [K], fonética o incluso fonemáticamente distinta de la otra /l/.

llamativo y congruente con la suposición de ese proceso /ld > l(l)/ o más concretamente /Kd > K(K)/ —nota bene: /ld/ y no /lt/, como además refrendarían los testimonios con heterografía de sonoridad— es que este resulta[ría] perfectamente congruente con otros más seguros procesos para la lengua ibérica y el general entorno aquitánico así como en el de sus continuidades históricas, procesos tras los cuales puede dibujarse una más general y básica tendencia por la que un grupo de sonante [en posición implosiva] —lateral o nasal sobre todo— ante oclusiva [sonora] evoluciona a simple sonante seguramente por absorción de la oclusiva, y ello haya habido o no una previa asimilación.

tal proceso parece claro en ibérico y así ha sido siempre interpretado en el caso de la secuencia [mb] cuyo resultado [m] parece garantizado a partir de testimonios como el SOSIMILVS ausculano (C.I.L. I 709) y que no debe de ser otra cosa que la versión latina de un deducible levantino *sOsINBilOs (cf. verbigracia sOsINBiUrU F.6.2 y eteNBilOs F.17.1; parecidamente ORDVMELES en C.I.L. I 709 para un bien reconstruible *OrtuN–BeleŠ). el cambio parece verificado al menos para una parte de las hablas ibéricas —pues hay mantenimiento a veces del grupo, como NEITINBELES (C.I.L. II 6144)— a juzgar por la frecuencia con la que los grupos ibéricos con <NB> son vertidos en latín con simple <M>. es de notar que el mismo cambio se da tanto en el territorio de substrato ibérico, como hicimos notar en su día (latín columba ‘paloma’ y valenciano coloma), como de modo general en la parte menos occi-dental del territorio peninsular (latín lumbu: castellano lomo, fablas lomo, valenciano llom[ello] pero bable lombu, leonés llombo, mozárabe lumb[ill]o, portugués lombo). así pues, la reducción de [mb] a [m] se presenta en nuestra Península en dos grandes áreas, la «zona occiden-tal se corresponde con la extensión primitiva de la lengua castellana; la zona oriental, con los dominios del catalán y del aragonés» (Guiter 1984: 207 con mapa en 213).

Pues bien, en esa misma “zona oriental”, en ese mismo ámbito de substrato ibérico dase también característicamente un cambio /nd > n/ que responde, pues, en esencia al mismo tratamiento para sonante ante oclusiva sonora, así nuestro manar ‘mandar’ deriva del latín mandare ‘encomendar’. ahora bien, mientras en la historia del vascuence encon-tramos tanto /nd/ (vascuence andere ‘mujer’, cf. aquitano ANDERE) y

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/nt/ (suletino igánte ‘domingo’) con posible parcial reducción en época moderna (Gorrochategui 1984: 138), en el «gascón, continuador romá-nico del aquitano [...] el grupo –nd– ha pasado a –n–» (Gorrochategui 1984: 138), así, por ejemplo, en làno ‘landa’ o en préne ‘tomar’ (del latín pre[he]ndere). Más aún: en lo que respecta al aquitano, mientras lo normal es la presencia de /nd/, no faltan testimonios o indicios de una temprana asimilación en aparentemente /nn/, así, como señala Go-rrochategui (1984: 138), no puede dejar de compararse un ANNERENI (C.I.L. 13,1104) con ANDERENI (C.I.L. 13,169) ni quizá un [A]NOSS[ (C.I.L. 13,199) con el frecuentísimo ANDOSSVS o con un ANDOXVS (C.I.L. 13,26). asimismo en algunos dialectos del Pirineo aragonés en-contramos tanto el vascónico (y aquitánico) [nt > nd] —en el marco de una generalizada sonorización de sorda tras nasal o líquida (así aldo ‘alto’, blango ‘blanco’, cambana ‘campana’...)— cuanto el gascónico (y aquitánico) [nd > n], así tenemos tanto formas cuales candá ‘cantar’, fuande ‘fuente’, monde ‘monte’ (rohlfs 1984: 217) cuanto, ya en la alta ribagorza, aná ‘ir’, brená ‘merendar’ o redono ‘redondo’ (rohlfs 1984: 218). la reducción de [nd] a [n] presente en nuestra Península «ad-mite al este el mismo límite que la de mb a m; pero no aparece en la zona castellana» (Guiter 1984: 207 con mapa en 213). Digamos obiter y como indicio de que los cambios descritos suelen darse asociados, que también el noruego reduce paralelamente [mb] a [m] y [nd] a [n] (Guiter 1984: 211).

Por tanto, aunque con irregularidades esperables y algunos detalles excepcionales, podríamos proponer un general diseño del continuo lingüístico al que pertenece el vascuence y donde encontraríamos, casi como en un corrimiento de casillas, unos procesos paralelos del tipo:

[mb > m] [nd > n]

[mp > mb] [nt > nd]

así, por seguir con la sucinta síntesis de Guiter (1984: 205): «los préstamos que el vascuence tomó del latín, permiten seguir fácilmente la evolución de los cuatro grupos en aquella lengua: mp se vuelve mb (tempora > denbora); nt, nd (uoluntate > borondate); mb se reduce a m (imbutu > imutu, sembe de las inscripciones aquitanas [...] > seme ‘hijo’); nd a n (mandatu > manatu ‘mandar’». Bien refería Guiter (1984: 203) que «Cuando un substrato étnico produce efectos lingüísticos, gene-ralmente ocurre que una misma tendencia da lugar a m anifestaciones

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varias, cuyas áreas no concuerdan, sino que escalonan sus límites [...] alrededor de la zona en donde la acción del substrato ha sido más potente».

es claro que en este general ámbito ibero–aquitánico antiguo y moderno vascuence resulta[ría] igualmente congruente el cambio /rd > r/ con, otra vez, resultado no palatal[izado] de la sonante. al respecto Nebot (1984: 460s) propuso en su día una disimilación [r > rd] para explicar aragonesismos como mardano frente a marrano, aduciendo a rohlfs para recordar que la «alternancia –rr–, –rd– sólo casi exclu-sivamente se produce en voces de origen prerromano ibéricas». todo ello, pues, invita a replantear la cuestión en el sentido de proponer un más banal proceso asimilatorio —y no disimilatorio— del tipo [rd > r], congruente con la básica tendencia antes descrita de pérdida de la oclusión [sonora] tras sonante (C0C6 > C0), y que igualmente hundiría sus raíces en el substrato y adstrato anindoeuropeo prerromano. Un cambio [rd > r] se da en vascuence al menos para algunas variantes del nombre del hierro (Michelena 1990: 357 n18), si bien de modo ge-neral «a diferencia de lo que sucede detrás de n y l, las dos series de oclusivas se mantienen bien distintas tras r» (Michelena 1990: 355). Por su parte, /rd/ —al menos /rd/, es decir, con ibérica <r> fuerte y no con vibrante débil <R>— es también aparentemente estable en ibérico, así en Ilérdan (strab. 3,4,10) u ORDVMELES (C.I.L. I 709).

todo el cuadro emergente resulta, pues, de lo más congruente, pero aún vendría a añadirse un detalle de coherencia que hace, en nuestra opinión, verdaderamente difícil aceptar que aquí sólo tengamos una suma de casualidades para hechos inconexos. la pista que se nos abre para explorar es, una vez más, la pista gascónica. en efecto, si el gascón, se aparta del vascuence en que, como veíamos, /|/ en posición intervocálica es el resultado no de /l/ sino de una antigua /ll/, y por ello encontramos formas como era ‘ella’ (del latín illa ‘aquella’) o bera ‘bella’ (del latín bella– ‘linda – pochola’), resulta también que en el mismo gascón en posición final secundaria encontramos [t] o [th] para la antigua –ll latina, de modo que, por ejemplo, esta vez los latines bellu– ‘lindo – pocholo’, ille ‘aquel’ o valle– ‘valle’ han cambiado a beth ‘bello’, eth ‘el’ o vath ‘valle’.

Pues bien, aquel enigmático proceso que llevaría desde el latín ll al gascón th tendría ahora una aparatosamente fácil explicación si aceptamos que en el fondo de la cuestión subyace la consideración de

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que [ll] y [ld] constituyen secuencias alofónicas. así pues, mientras en posición intervocálica [ld] habría seguido el general discurrir ibérico en dirección a /|/ trámite unos intermediarios [ll] y [l], la misma secuencia en final habría evolucionado —en el marco de la misma tan singular tendencia del vascuence a un mayor cierre en final que en inicial (cf. el tipo gorputz frente al original latino corpus ‘cuerpo’)— hacia la solución inversa, es decir, a la pérdida no del segundo elemento sino del primero, resolviéndose, pues, [ld] final en [d] y esta deviniendo sorda —ergo aún más cerrada y tensa— en posición final, así un latino ill– ‘aquel’ habría sido interpretado o adaptado como [ild] resolviéndose después en [id] y en [it]. Dicho esto y volviendo a nuestro punto de partida, ya a nadie se le escapará por qué un iri sería precisamente el resultado esperable en gascón, por tanto, para un antiguo *[ildi] una vez resuelto en [illi] o en [ili] y con tal lateral frente al vascuence, donde es más probable la reconstrucción con [iKi].

será, por otra parte, sabido que la presencia de tantas geminadas en latín causó sin duda graves problemas de adaptación a los indígenas de Hispania, dándose a veces resultados contradictorios pero caracteri-zándose por la tendencia general de hacer proyectar la oposición latina de simples y geminadas en el caso de las laterales y sonantes como una oposición entre no palatalizadas y palatalizadas irrespectivamente, dándose precisamente gran variabilidad de las adaptaciones en la franja pirenaica. Como escribíamos hace unos pocos años: «muy pro-bablemente una misma causa principal —y que acaso se halle también en el origen de los cambios de las antiguas oclusivas intervocálicas—, la intolerancia a las geminadas, propició dos resultados antitéticos para /l/ y /n/ en las áreas lingüísticas galaica y castellana, la primera simplificando las geminadas y palatalizando las simples (/ll nn l n > l n *≠ * /), y la segunda palatalizando las geminadas (/ll nn l n > ≠ l n/). se utilizaron las mismas armas para combatir al enemigo pero con estrategias contrarias. en lo que respecta a la nasal el vascuence se comportaría como el gallego–portugués».

es decir, en la adaptación de las tan numerosas sonantes gemina-das latinas probablemente se siguió la pauta que marcaba la vibrante, la cual ciertamente en las áreas aquitánica e ibérica contaba con un fonema simple o palatal /|/ y otro múltiple no palatal /r/, de modo que ambos se impusieron de modo natural a los correspondientes latinos simple /r/ y geminada /rr/, lo que además parece corroborado por la pasmosa regularidad con la cual en las hablas peninsulares se produjo

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tal equiparación. Una consecuencia de esta interpretación afecta a la reconstrucción del prevascuence, pues, en efecto, si el modelo fonológico del que proceden las actuales hablas del vascuence «poseía dos fonemas fuertes, /N/ y /l/, que se oponían a los lenes /n/ y /l/ en posición inter-vocálica» (Michelena 1990: 325s), aquellos fonemas fuertes pudieron muy bien haber sido simplemente /K/ y /n/ y los lenes sido /l/ y /≠/. Ya en otro lugar, en efecto, hemos ponderado la posibilidad de que en antiguo aquitano una eventual consonante palatal[izada] /≠/ sea representada sólo por <N> mientras que <NN> intervocálica en principio sólo pueda representar /n/ (uide ítem BiM – BaM supra).

en todo caso, si nuestra vila de indudable procedencia en una ui-lla latina debe su [K], frente a la esperada palatal [l], a una sutileza fonotáctica y prosódica o, más hipotéticamente, a la expansión de un registro dialectal ¿no podría deberse también el iri ‘villa’ del vascuence a una minucia fonológica que no fuéramos hoy capaces de detectar? o ¿no podría representar un gasconismo? en tal caso, nada impediría considerar que ibérico Ilti– y vascónico iri contuvieran, como tantas veces se ha sospechado, un mismo e idéntico étimo.

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