Arthur C Clarke - Secretos Del Futuro

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LOS SECRETOS DEL FUTURO Por ARTHUR C. CLARKE Versión española de MIGUEL JIMÉNEZ SALES 1964 EDICIONES TORAY, S. A. - BARCELONA TÍTULO ORIGINAL DE LA OBRA: PROFILES OF THE FUTURE AN ENQUIRY INTO THE LIMITS OF THE POSSIBLE EDITORES : VÍCTOR GOLLANZ LTD. - LONDON © para la edición española EDICIONES TORAY, S. A., 1964 © ARTHUR C. CLARKE, 1962 Núm. de Registro: 384 -1964 Depósito Legal: B. 18471 - 1964 Printed in Spain - Impreso en España Impreso por Gráficas Templarios, Peligro, 8 - Barcelona A mis colegas del Instituto de Estudios del siglo XXI, y especialmente a Hugo Gernsback, que pensó en todo.

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LOS SECRETOS DEL FUTURO

Por

ARTHUR C. CLARKE

Versión española de MIGUEL JIMÉNEZ SALES

1964

EDICIONES TORAY, S. A. - BARCELONA

TÍTULO ORIGINAL DE LA OBRA: PROFILES OF THE FUTURE

AN ENQUIRY INTO THE LIMITS OF THE POSSIBLE

EDITORES : VÍCTOR GOLLANZ LTD. - LONDON

© para la edición española EDICIONES TORAY, S. A., 1964

© ARTHUR C. CLARKE, 1962

Núm. de Registro: 384 -1964

Depósito Legal: B. 18471 - 1964

Printed in Spain - Impreso en España

Impreso por Gráficas Templarios, Peligro, 8 - Barcelona

A mis colegas del Instituto de Estudios delsiglo XXI, y especialmente a Hugo Gernsback,

que pensó en todo.

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ÍNDICE

INTRODUCCION

Riesgos de profetizar: La falta de nervio

Riesgos de profetizar: La falta de imaginación

El futuro del transporte

Cabalgando en el aire

Más allá de la gravedad

Búsqueda de la velocidad

El mundo sin distancias

Cohete al Renacimiento

No se puede llegar desde aquí

El inconquistable espacio

Acerca del tiempo

Épocas de abundancia

La lámpara de Aladino

Hombres invisibles y otros prodigios

La ruta de Liliput

Voces desde el cielo

Cerebro y cuerpo

La antigüedad del hombre

El largo crepúsculo

CARTA AL FUTURO

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INTRODUCCIÓN

Es imposible predecir el futuro, y todos los intentos para lograrlo, aunque sólosea en algún detalle, resultan inútiles a los pocos años. El presente volumen tieneun propósito más realista y, al mismo tiempo, más ambicioso. No trata de describirel futuro, sino de definir los límites dentro de los cuales está encerrado el posiblefuturo. Al observar las épocas que se abren ante nosotros como un país inexploradoy sin que sea conocida su situación exacta, lo que intento hacer es descubrir susfronteras y conseguir cierta idea de su extensión. La detallada geografía de suinterior tendrá que permanecer desconocida..., hasta que lleguemos al centro delimaginario país.

Con muy pocas excepciones, voy a limitarme a un solo aspecto del futuro, a sutécnica, y no a la sociedad que está basada en aquélla. Esto no es una limitación enmodo alguno, como puede parecer a primera vista, ya que la ciencia dominará en elfuturo mucho más aún que en el presente. Además sólo en cierto aspecto es posibleformular ciertas leyes generales que gobiernan las extrapolaciones científicas, lascuales, en cambio, no existen (pace Marx) en el caso de la política o de laeconomía.

También creo —y espero— que la economía y la política dejarán de tenerimportancia en el futuro, o que la tendrán mucho menos que en la actualidad;llegará una época en que la mayor parte de nuestras presentes controversias nosparecerán triviales, o sin el menor sentido, tal como hoy día nos lo parecen losdebates teológicos en los que disiparon y aun malgastaron sus energías las másesclarecidas mentes de la Edad Media. Los políticos y los economistas se preocupanpor el poder y la riqueza, pero ninguna de ambas cosas es la primordial, y aúnmenos la exclusiva, preocupación del hombre de la calle.

Naturalmente, muchos escritores han intentado describir las maravillas técnicasdel futuro, con distintos grados de suerte. Julio Verne es el ejemplo clásico, y jamásdebe recurrirse a él, ya que nació en un momento único de la historia de lahumanidad y se aprovechó de ello. Su vida (1828-1905) coincidió casi por completocon la aparición de la ciencia aplicada; cubre la mayor parte del intervalo existenteentre la primera locomotora y el primer avión. Solamente otro hombre ha excedidoa Verne en el número y seguridad de sus predicciones; me refiero al editor einventor americano Hugo Gernsback (nacido en 1884). Aunque sus dotes narrativasno llegan a las del famoso autor francés, y su fama no ha alcanzado la mismamagnitud, la influencia indirecta de Gernsback a través de sus diversas revistas hasido comparable a la de Verne.

Salvo escasas excepciones, los científicos parecen ser muy malos profetas, locual no deja de ser sorprendente, ya que la imaginación es una de las primerascualidades que debe poseer un buen hombre de ciencia. Sin embargo, repetidasveces, distinguidos astrónomos y físicos se han cubierto de ridículo al declararpúblicamente que tal o cual proyecto era imposible. En los dos capítulos siguientesdaré algunos clarísimos ejemplos de ello. El mayor problema, al parecer, es hallaruna persona que en sí misma combine un perfecto conocimiento científico —o almenos la intuición de la ciencia— con una imaginación verdaderamente flexible.Verne reunía ambas en grado sumo, y asimismo Wells, cuando quiso. Pero Wells, alrevés de Verne, fue también un gran literato (aunque a menudo pretendió locontrario) y, muy sensiblemente, no se dejó alucinar por los hechos si no estabanbien probados.

Habiendo evocado ya las dos grandes sombras de Verne y Wells, quiero llegar aproclamar que únicamente los lectores o escritores de las obras de ciencia-ficción sehallan realmente capacitados para enfocar las posibilidades del futuro. Hoy día ya

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no es necesario, como unos años atrás, defender este género literario de losataques de los críticos ignorantes o maliciosos; los trabajos de ficción editados en laactualidad pueden compararse con las mejores obras literarias de nuestra época1.Pero aquí no tenemos que ocuparnos de las cualidades literarias de la ciencia-ficción, sino solamente de su contenido técnico. Durante los últimos treinta años,decenas de millares de novelas han explorado todas las posibilidades del futuroconcebibles, y gran parte de las inconcebibles; existen muy pocas cosas quepueden ocurrir que no hayan sido ya descritas en un libro o en una revista. Unalectura crítica —el adjetivo es importante— de obras de ciencia-ficción es unadiestramiento esencial para cualquiera que desee echar un vistazo a los próximosdiez años. Los hechos futuros escasamente pueden ser imaginados ab initio paraquienes no se hallan familiarizados con las fantasías del pasado.

Esto puede producir cierta indignación, sobre todo entre aquellos científicos desegunda categoría que a veces se burlan de la ciencia-ficción (no he conocido nuncaa uno de primera fila que hiciera tal cosa, y en cambio conozco a varios que sededican a escribir obras de este tipo). Pero lo cierto es que cualquiera que poseasuficiente imaginación para encarar el futuro de manera realista se verá atraído,inevitablemente, por esta clase de literatura. No sugiero ni por un solo instante quemás de un 1% de los lectores de ciencia-ficción fuesen en realidad buenos profetas;pero sí quiero destacar que casi un 100% de los buenos profetas se cuentan entrelos lectores, o escritores, de ciencia-ficción.

En cuanto a mis calificaciones para este trabajo, me conformo con que sea lapropia lista de lo publicado la que hable por sí misma. Aunque, lo mismo que losdemás propagandistas de los vuelos espaciales, sobreestimé la escala del tiempo ysubestimé el coste, si bien no me hallo arrepentido en absoluto de este error. Dehaber sabido, en 1930 y años sucesivos, que la construcción y planeamiento de lasnaves espaciales costarían miles de millones de dólares, habríamos quedadodesanimados por completo; en aquellos días nadie podía creer que tales sumaspudieran conseguirse.

La rapidez con que progresa la exploración del espacio también hubiera parecidoimposible. Cuando el libro pionero de Hermann Oberth, Die Rakete Zu DenPlanetenraeumen, fue reseñado por la revista Nature, en 1924, el crítico señaló, congran atrevimiento: «En estos tiempos de consecuciones sin precedentes nadiepuede aventurarse a sugerir que el muy ambicioso proyecto de Hermann no llegaráa realizarse antes de que la raza humana se extinga.» En gran medida, ya ha sidorealizado antes de que quien se extinga sea el mismo profesor Oberth.

Yo puedo mostrar un récord ligeramente mejor que el del crítico de Nature. Alrepasar mi primera novela, Preludio al Espacio (escrita en 1947), me divierte verque aunque me apunté un buen tanto al señalar el año 1959 como la fecha delprimer cohete a la Luna, hablé de muchos satélites en 1970 y del aterrizaje2 en lamisma Luna en 1978. A la gente de aquel tiempo esto les pareció exageradamenteoptimista, pero ahora se ha demostrado mi innato conservadurismo. Una pruebamejor aún es la que proporciona el hecho de que, en 1945, no intenté obtener lapatente del satélite de comunicaciones. (Ver capítulo 16.) No hubiera podidohacerlo, pero al menos, de haberlo intentado, ¿hubiera podido soñar que losprimeros modelos experimentales estarían ya operando antes de cumplir yo loscincuenta años?

Sea como fuere, este libro no se ocupa de escalas de tiempo, sino de las metasfinales. Ante la rapidez del progreso actual, resulta imposible imaginarse que

1 Como guía simpática y detallada, ver la obra New maps of hell, de Kingsley Amis. (N. del A.)2 También se admite «alunizaje» (del nuevo verbo «alunizar»). (N. del E.)

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cualquier meta técnica no pueda ser alcanzada, si es que lo es, dentro de lospróximos quinientos años. Pero para los propósitos de la presente encuesta, es lomismo que las cosas que aquí se tratarán sean conseguidas en diez años o en diezmil. Mi única preocupación es estudiar el qué, no el cuándo.

Por este motivo, muchas de las ideas desarrolladas en este libro seránmutuamente contradictorias. Para dar un ejemplo, un sistema de comunicacionesperfecto debiera tener un efecto inhibitorio sobre el transporte. Lo contrario resultamenos obvio: si el viajar se torna algo instantáneo, ¿por qué nadie querrámolestarse en comunicar? El futuro tendrá que escoger entre muchas competenciassuperlativas; por ello he descrito cada posibilidad como si la otra no existiera.

De manera similar, el final de algunos capítulos posee una nota optimista y enotros pesimista. Según el punto de vista, tanto un optimismo ilimitado, como unpesimismo igual acerca del futuro, se hallan igualmente justificados. En el últimocapítulo, he tratado de conciliar ambos extremos.

Se ha dicho que el arte de vivir reside en el conocimiento de saber cuándo hayque detenerse, y seguir un poco más adelante. En los capítulos 14 y 15 heintentado hacerlo así exponiendo conceptos que casi con toda seguridad no sonhechos científicos, sino de pura fantasía científica. Algunas personas consideraránque temas como la invisibilidad y la cuarta dimensión son una pérdida de tiempo,pero en este caso se hallan por completo justificados. Tan importante es descubrirlo que no puede conseguirse como lo que puede lograrse, y en ocasiones estoresulta bastante más divertido.

Mientras pergeño la presente introducción, he leído la crítica de un libro rusosobre el siglo veintiuno. El distinguido científico inglés que ha hecho dicha críticahalla que la obra es en demasía razonable y las extrapolaciones del autor, muyconvincentes.

Deseo que no sea ésta la opinión que mi libro le merezca. Si esta obra pareceextremadamente razonable y todas mis extrapolaciones muy convincentes, seráseñal de que no he conseguido ver muy lejos en el futuro, pues un hecho del futurodel que podemos estar bien convencidos es que será altamente fantástico.

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RIESGOS DE PROFETIZAR: LA FALTA DE NERVIO

Antes de intentar convertirse nadie en profeta, resulta siempre muy instructivoestudiar el éxito que los demás han obtenido en tan peligrosa ocupación..., y aúnmucho más aleccionador es ver en dónde los otros han fallado.

Con una monótona regularidad, hombres en apariencia competentes han dado aconocer sus pronósticos sobre lo que técnicamente es posible o imposible...,resultando que se hallaban muy equivocados en sus asertos, a veces cuando casi nohabía tenido tiempo de secarse la tinta de sus plumas. Tras un análisis cuidadoso,parece ser que tales desastres pueden dividirse en dos clases, a las que denominaréfaltas de nervio y faltas de imaginación.

La más corriente parece ser la primera clase, y tiene lugar cuando «dados inclusotodos los factores importantes», el presunto profeta no llega a comprender que losmismos apuntan hacia una conclusión inevitable. Algunas de tales faltas son tanenormes que resultan casi increíbles, y formarían un tema asaz interesante para unanálisis psicológico. «Afirmar que no puede hacerse» es una frase muy conocida enel campo histórico de los inventos; ignoro si alguien se ha preocupado alguna vezde averiguar las causas de por qué lanzan esta sentencia esos «profetas», amenudo con una vehemencia por completo innecesaria.

En la actualidad resulta imposible para nosotros crear de nuevo, en nuestraimaginación, el clima mental que existía cuando se estaba construyendo la primeralocomotora, cuando los críticos aseveraban con toda seriedad que «los pasajerosmorirían de sofocación al adquirir los trenes la estremecedora velocidad de treintamillas por hora». Es igualmente difícil creer que sólo ocho años antes la idea dedisponer de luz eléctrica a domicilio fue ridiculizada por todos los «expertos»..., aexcepción del inventor americano de 31 años llamado Thomas Alva Edison. Cuandola luz de gas estaba ya en trance de desaparecer en 1878 debido a que Edison (a lasazón ya una conocida figura con sus acreditados fonógrafo y micrófono de carbón)anunció que estaba trabajando en la lámpara incandescente, el ParlamentoBritánico creó un comité para que investigase el asunto. (Westminster puedeapuntarse un tanto contra Washington en esa jugada.)

Los distinguidos parlamentarios informaron, para alivio de las compañías de gas,que las ideas de Edison eran «buenas para nuestros amigos transatlánticos..., peroinmerecedoras de la atención de los hombres científicos o prácticos». Y sir WilliamPreece, ingeniero jefe de correos en Inglaterra, declaró rotundamente que «lasubdivisión de la luz eléctrica es un verdadero ignis fatuus». Ahora se veclaramente que la fatuidad no residía en el ignis.

Debemos señalar que los absurdos científicos se han referido no ya a ciertossueños quiméricos como el movimiento continuo, sino a la humilde bombillaincandescente, a la que tres generaciones de hombres se hallan muy agradecidos,salvo cuando se funde y les deja en tinieblas. Pero si bien Edison, en este asunto,vio más allá que sus contemporáneos, en sus últimos años también fue culpable dela misma falta de visión que habían afligido a Preece y compañía, ya que se opuso ala introducción de la corriente alterna.

Las más famosas, y tal vez las más instructivas faltas de nervio, han tenido lugaren la historia de la aviación y de la astronáutica. Al comienzo del siglo veinte loscientíficos opinaron que volar con aparatos más pesados que el aire era cosaimposible y que cualquiera que intentase construir aeroplanos era un pobre loco. Elgran astrónomo americano Simón Newcomb escribió un ensayo muy celebrado que

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concluía así:

«La demostración de que ninguna posible combinación de substancias, clases demaquinaria y disposición de fuerzas conocidas, pueden unirse en la confección deuna máquina práctica en la que el hombre pueda volar a grandes distancias por elaire, le parece al que esto escribe tan completa como pueda serlo la posibledemostración de cualquier hecho físico.»

Aunque parezca extraño, Newcomb poseía una mente lo bastante despejada parallegar a admitir que algún descubrimiento inesperado —mencionó la neutralizaciónde la gravedad— tal vez pudiera dar practicidad a los vuelos. Sin embargo, nopuede acusársele de falta de imaginación; su error consistió en intentar analizarhechos de aerodinámica, siendo ésta una ciencia que no comprendía. Su falta denervio residió en no darse cuenta de que los medios necesarios para volar yaestaban al alcance de la humanidad.

El artículo de Newcomb obtuvo una buena publicidad precisamente en los díasque los desconocidos hermanos Wright, sin que tuvieran ningún ingenioantigravitatorio en su tienda de bicicletas, se hallaban construyendo una máquinacon alas, alimentada con petróleo. Cuando la noticia de su éxito llegó a oídos delastrónomo, se quedó momentáneamente confundido. Concedió que las máquinasvoladoras podían tener un margen de posibilidades, pero que no llegarían jamás aadquirir una importancia práctica, ya que era imposible que pudieran transportarmás peso que el correspondiente a un pasajero, además del piloto.

Tales actitudes negativas para enfrentarse con hechos que hoy día nos parecenobvios esmaltan de continuo la historia de la aviación. Permítame el lectormencionar a otro astrónomo, William H. Pickering, el cual hizo una declaración alpoco informado vulgo unos años después que los primeros aeroplanos hubieranempezado a volar.

«La imaginación popular muy a menudo se inflama con la imagen de gigantescasmáquinas voladoras que van a grandes velocidades a través del Atlántico,transportando innumerables pasajeros de manera análoga a nuestros modernostransatlánticos... Creo que no me equivoco al afirmar que tales ideas son porcompleto ilusorias, y que incluso aceptando el hecho de que una máquina pudieraconseguir transportar a uno o dos viajeros, el precio resultaría tan elevado quenadie, excepto los capitalistas que lograsen poseer su propio avión, podría volar.Otra tontería popular es esperar que llegue a obtenerse una enorme velocidad.Debe ser recordado a tal efecto que la resistencia del aire es proporcional alcuadrado de la velocidad y el trabajo, al cubo de la misma. Si con 30 HP podemosalcanzar actualmente una velocidad de 40 millas por hora, para poder lograr las100 millas por hora deberíamos emplear un motor capaz de obtener una potenciade 470 HP... Por ello resulta claro que nuestras máquinas actuales no tienen lamenor esperanza de poder competir jamás en velocidad con nuestras formidableslocomotoras o nuestros modernos automóviles.»

Y hay que tener en cuenta que la mayoría de sus colegas astrónomosconsideraban a Pickering excesivamente imaginativo, debido a que se inclinaba acreer que había vegetación, e incluso cierta forma de vida primaria, en la Luna. Mealegra poder contar que cuando falleció en 1938, a la avanzada edad de 80 años, elprofesor Pickering había visto aviones que volaban ya a gran velocidad con motoresde 400 HP y transportaban una cantidad mucho mayor de «uno o dos» pasajeros.

Más actual aún, el comienzo de la era espacial ha producido una vindicación (yrefutación) en masa de las profecías, a una escala y a una rapidez desconocidashasta el presente. Por haber tomado cierta parte en ello quien esto escribe, y nohallándose más inmune que otro hombre cualquiera al placer de exclamar «ya lohabía dicho», me complace recordar unas cuantas declaraciones sobre los vuelos

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espaciales que en el pasado fueron hechas por destacados hombres de ciencia. Paraciertas personas resultará necesaria esta revisión, así como para refrescar lasselectas memorias de los pesimistas. La rapidez con que aquellos que una vezdeclararon «¡es imposible!» volvieron a decir «ya había dicho yo que podíalograrse», es realmente asombrosa.

En cuanto se refiere al público en general, la idea de los vuelos espaciales comouna posibilidad a tener en cuenta apareció en 1920 en el horizonte, como resultadoprincipalmente de los informes periodísticos sobre los trabajos efectuados por elamericano Robert Goddard, y el rumano Hermann Oberth (ya que los anterioresestudios del ruso Ziolkovsky en aquel país comunista eran desconocidos fuera delmismo). Cuando las ideas de Goddard y Oberth, como es de suponer, muy amenudo deformadas por la prensa, se filtraron entre las masas y el mundillocientífico, fueron recibidos con burlas y chacotas. Como ejemplo de la clase decrítica con que los pioneros de la astronáutica tuvieron que enfrentarse, transcriboel artículo, verdadera obra maestra, publicado por el profesor A. W. Bickerton en unperiódico, en 1926. Debe ser leído con toda atención, ya que casi es imposiblehallar otro ejemplo mayor de ignorancia arrogante y engreída:

«La idea loca de un disparo a la Luna es un ejemplo de la absurda pérdida detiempo a que la vacua especialización llevará a los hombres de ciencia que trabajanen compartimientos estancos. Examinemos con ojo crítico esta propuesta. Para queun proyectil escape por completo a la gravedad de la Tierra, es necesario quealcance una velocidad de siete millas por segundo. La energía de un gramo de masaa esta velocidad es de 15.180 calorías. La energía de nuestro explosivo másviolento —la nitroglicerina— está por debajo de las 1.500 calorías por gramo. Enconsecuencia, aunque el explosivo no tuviera que transportar nada, sólo posee unadécima parte de la energía necesaria para escapar a la gravedad terrestre. Pordicha razón, tal idea resulta básicamente imposible.

Varios indignados lectores de la Biblioteca Pública de Colombo me indicaron,coléricos, el cartelito de SILENCIO cuando descubrí esta preciosa muestra de joyaliteraria. Importa analizarla con cierto detalle para ver adonde la «vacuaespecialización», si es que puede entenderse la frase, condujo al profesor tanmortalmente seguro.

Su primer error reside en la afirmación: «La energía de nuestro explosivo másviolento... —la nitroglicerina—». Debe resultar obvio que es energía y no violencialo que se necesita obtener del combustible de un cohete, y para dejar bien sentadaslas cosas, la nitroglicerina y otras substancias similares contienen mucha menosenergía, peso por peso, que mezclas como el keroseno y el oxígeno líquido. Esto yahabía sido bien señalado por Ziolkovsky y Goddard varios años antes.

El segundo error de Bickerton es aún de más bulto; para decirlo sin ambages, esdebido a su gran estupidez. ¿Qué importa que la nitroglicerina sólo posea un 10%de la energía necesaria para escapar de la Tierra? Esto significa únicamente quehabrá que emplear como mínimo diez libras de nitroglicerina para lanzar una solalibra de peso3.

El combustible no tiene que escapar de la Tierra; puede consumirse totalmentemuy cerca de nuestro planeta, y lo único que interesa es que comunique su energíaa la carga útil. Cuando el Lunik II se elevó en el espacio, treinta y tres añosdespués que el profesor Bickerton hubiese afirmado que era un sueño imposible derealizar, la mayor parte de sus varios centenares de toneladas de keroseno yoxígeno líquido mezclados no llegaron muy lejos de Rusia..., pero la media tonelada

3 El peso muerto del cohete (tanques propulsores, motores, etc.) torna en laactualidad mucho más alta la cantidad, pero esto no afecta para nada laargumentación. (N. del A.)

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de carga útil que era el vehículo lunar llegó a Mare Imbrium (Mar de las Lluvias).

En plan de comentario a cuanto antecede, puedo añadir que el profesorBickerton, que fue un activo propagador de la ciencia, contaba entre sus librospublicados con uno titulado Los peligros de un pionero. Uno de los peligros con losque tales pioneros tienen que encararse, entre todos ellos, y pocos son másdescorazonadores, es precisamente los muchos Bickerton que corren por el mundo.

Durante las décadas 30 y 40, los eminentes hombres de ciencia prosiguieronburlándose de los pioneros espaciales..., si es que se molestaban en ocuparse deellos. Cualquiera que tenga acceso a una biblioteca puede hallar, preservado para laposteridad, un ejemplar de la Philosophical Magazine de enero de 1941, corno unclaro ejemplo especialmente interesante de la eminencia de su autor.

Se trata de un artículo del distinguido astrónomo canadiense profesor J. W.Campbell, de la Universidad de Alberta, titulado El vuelo de un cohete a la Luna.Empezando con la declaración de un periódico de Edmonton en 1938 sobre que «loscohetes espaciales a la Luna parecen ahora mucho menos remotos que la televisiónhace un centenar de años», el profesor pasa a tratar de forma matemática elasunto. Después de varias páginas de análisis, llega a la conclusión de que serequerirían «un millón» de toneladas de empuje para transportar «una libra» decarga útil alrededor de la Luna.

La cifra correcta, refiriéndonos a los primitivos combustibles y técnicas de laactualidad, es en números redondos de una tonelada por libra..., cantidaddeprimente, pero ni con mucho tan pésima como la calculada por el profesor. Sinembargo, sus matemáticas eran impecables. ¿Dónde residía la equivocación?

Sólo en sus presunciones iniciales, que carecían de toda realidad. Eligió para elcohete un camino que resultaba fantásticamente extravagante en energía, ypropuso el empleo de una aceleración tan lenta que la mayor parte del combustiblese malgastaría a muy bajas altitudes, tratando de luchar contra el campo degravedad de la Tierra. Es lo mismo que si hubiera calculado el rendimiento de uncoche cuando está frenado. No es extraño que llegara a la siguiente conclusión:

«Aunque siempre es muy peligroso formular una predicción negativa, parececlaro que la declaración de que los vuelos con cohetes espaciales a la Luna sonmucho menos remotos que la televisión hace un centenar de años, es demasiadooptimista».

Estoy seguro de que cuando los suscriptores de la Philosophical Magazine leyeronestas palabras, en 1941, casi todos pensaron:

«¡Bueno, esto pone en su justo lugar todas estas zarandejas de los hombres-cohete!»

Y sin embargo, los correctos resultados ya habían sido dados a conocer variosaños antes por Ziolkovsky y Goddard, si bien era muy difícil que, en aquella época,los trabajos de los dos primeros pudieran llegar al conocimiento público; pero elartículo de Goddard Un método para alcanzar una altitud extrema se habíaconvertido ya en clásico, siendo muy editado por la acreditada corporación que es elInstituto Smithsoniano. Sólo con que el profesor Campbell (o cualquier competenteescritor sobre el asunto, y había ya algunos en 1941) lo hubiera consultado, nohabría engañado a sus lectores ni a sí mismo. Y tampoco hubiera tenido quetragarse el sarcástico análisis de su artículo efectuado por mí en el ejemplar deseptiembre de 1948 del Boletín de la Sociedad Interplanetaria Británica, que alaparecer le produjo ciertas amarguras. Si ahora lee estas líneas el inteligenteprofesor le ruego excuse mi rudeza, pero no mi crítica.

La lección que debe desprenderse de tales ejemplos es que éstos no deberían

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repetirse demasiado a menudo. Dicha lección es raramente comprendida por loslegos, los cuales comparten un temor casi supersticioso por las matemáticas. Perolas matemáticas no lo son todo, aunque resulten un arma muy poderosa. Ningunaecuación, por impresionante y compleja que sea, puede dar por resultado la verdadsi los datos iniciales son incorrectos. Asimismo resulta sorprendente por quéestrechos márgenes, hombres de ciencia competentes pero de ideas conservadoraspueden ser inducidos a error, cuando emprenden una investigación con lapreconcebida idea de que están investigando un imposible. Cuando tal cosa ocurre,los hombres mejor informados sufren una ceguera mental impuesta por susprejuicios y son incapaces de ver lo que tienen ante sus propios ojos. Lo quetodavía es más increíble, se niegan a sacar enseñanzas de la experiencia; una yotra vez continuarán cometiendo la misma equivocación.

Algunos de mis mejores amigos son astrónomos y lamento tener que echarpiedras sobre su tejado, pero es que los componentes de dicha profesión parecendetentar un desdichado récord como profetas. Si el lector lo duda, déjeme referirleuna historieta tan irónica que casi puede acusárseme de haberla inventado, tanincreíble es. Pero no soy ningún cínico y los hechos que relato están debidamentearchivados para quien desee verificarlos.

En la oscura época que era el año 1935, el fundador de la SociedadInterplanetaria Británica, P. E. Cleator, fue lo bastante valiente como para escribirel primer libro de astronáutica publicado en Inglaterra. Su Cohetes a través delEspacio daba cuenta (incidentalmente, de manera asaz entretenida) de losexperimentos que en astronáutica habían sido llevados a cabo por los pionerosalemanes y americanos, así como de los planes relativos a cosas hoy en día tancomunes como las gigantescas máquinas espaciales de varias fases y los satélites.De manera más bien sorprendente, el periódico científico Nature criticó el libro ensu ejemplar del 14 de marzo de 1936, resumiéndolo como sigue:

«Debemos decir acto seguido que todos los procedimientos esbozados en elpresente volumen presentan dificultades de naturaleza tan fundamental que nosvemos precisados a desecharlos por esencialmente impracticables, a pesar de losinsistentes ruegos del autor para dejar a un lado los prejuicios, recordando que lasupuesta imposibilidad de conseguir que volaran los objetos más pesados que elaire se ha superado en la actualidad. Esta analogía debe ser refutada por completo,ya que podría inducir a error y nosotros no queremos vernos en ese caso...»

Bueno, hoy día todo el mundo sabe ya si estaba o no desacertada dicha analogía,aunque el crítico, amparado en el anonimato de las iniciales «R. v. d. R. W.», seaferró, claro, por completo a su opinión.

Exactamente veinte años más tarde —después de haber anunciado el presidenteEisenhower a los Estados Unidos el programa satélite— llegó a Inglaterra un nuevoAstrónomo Real para hacerse cargo de su puesto. La prensa le rogó que diera suopinión sobre los vuelos espaciales, y al cabo de dos décadas el doctor Richard vander Riet Woolley no había visto razón alguna para cambiar de modo de pensar.

—Los viajes espaciales —profirió— son una tontería.

Los periódicos, sin embargo, no le permitieron que se olvidase de estecomentario despectivo cuando al año siguiente emprendió su vuelo el Sputnik I. Yahora —ironía sobre ironía— el doctor Woolley es, en virtud de su posición comoAstrónomo Real, un importante miembro del comité consultivo del Gobiernobritánico en las investigaciones del espacio. Es fácil imaginarse los sentimientos queanimarán a cuantos, durante toda una generación, habían estado intentandoconseguir que el Reino Unido se interesara por los asuntos del espacio.4

4 Con toda lealtad para el doctor Woolley, deseo recordar que su crítica de 1936

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Incluso aquellos que arguyeron que los cohetes podrían ser utilizados de maneramás modesta, pero también más censurable, se vieron fulminados por los hombresde ciencia de todo el mundo..., excepto en Alemania y en Rusia.

Cuando el mundo, asombrado, se enteró de la existencia de las V-2 con su radiode acción de 200 millas, se produjo una especulación muy considerable acerca delos cohetes intercontinentales. La misma fue ampliamente negada por el doctorVannevar Bush, director civil del esfuerzo científico de los Estados Unidos para laguerra, en su declaración ante un comité senatorial formulada el 3 de diciembre de1945. Oigámosle:

—Se ha hablado mucho acerca de un cohete de 3.000 millas de alcance. En miopinión, tal cosa será imposible en muchos años. Las personas que han escrito yhablado acerca de un cohete de 3.000 millas de radio, afirman que podrá serdisparado de uno a otro continente, transportando una bomba atómica y tanmatemáticamente dirigido, que caerá con exactitud sobre un blanco preestablecido,como una ciudad, por ejemplo.

»Yo afirmo que, técnicamente, no existe nadie en todo el mundo que puedalograr tal resultado, y tengo plena confianza en que tal cosa no podrá serconseguida en un período de muchos años. Creo que por ahora podemos alejartales cosas de nuestra imaginación. Y me gustaría que el pueblo americano dejarade preocuparse por tales simplezas», añadió.

Unos meses antes (en mayo de 1945) el consejero científico del primer ministroWinston Churchill, lord Cherwell, había expresado similares conceptos en un debateen la Cámara de los Lores. Esto debía haber sido esperado, ya que lord Cherwell eraun conservador furibundo y un científico con opiniones propias, que ya habíaasegurado a su Gobierno que las V-2 no eran más que un rumor de la propaganda5.

En el debate sobre la defensa del mes de mayo de 1945, lord Cherwellimpresionó a los Pares mediante un asombroso despliegue mental de aritmética,gracias al cual llegó a la correcta conclusión de que un cohete de largo alcancedebía consistir en más de un 90% de combustible, por lo que la carga útil seríamínima. Y la conclusión final a que arrastró a sus oyentes fue la de que un ingeniode tal naturaleza era prácticamente irrealizable.

Esto era bastante cierto en la primavera de 1945, pero ya no lo fue aquel mismoverano. Un rasgo asombroso del debate de la Cámara de los Lores es la formacasual en que los Pares mucho mejor informados emplearon la frase «bombaatómica», en una época en que éste era el secreto mejor guardado de la guerra.(Aún faltaban dos meses para que se celebrasen las pruebas en Alamogordo.) Laseguridad debió de quedar aterrada, y lord Cherwell —que como es natural conocíatodo lo referente al Proyecto Manhattan— estaba plenamente justificado al decirlesa sus inquisitivos colegas que no diesen crédito a nada de cuanto hubieran oído...,aun cuando en este caso concreto todo fuese absolutamente cierto.

Cuando el doctor Bush habló ante un comité senatorial en diciembre del mismoaño, el único secreto importante tratado sobre la bomba atómica fue que su pesoera de cinco toneladas. Cualquiera hubiese podido pensar entonces —tal comohabía hecho lord Cherwell— que un cohete que debiera transportarla a distancias

contenía la sugerencia — probablemente por primera vez expresada — de que loscohetes contribuirían a obtener conocimientos astronómicos, medianteobservaciones de rayos ultravioleta más allá de la cortina absorbente que es laatmósfera terrestre. La importancia de esto empieza en la actualidad a ser visible.(N. del A.)5 La influencia de Cherwell —nociva o buena— ha sido tema de un vigoroso debatea raíz de la publicación de Ciencia y Gobierno, de sir Charles Snow. (N. del A.)

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intercontinentales tendría que pesar unas 200 toneladas… en contra de lasmodestas 14 toneladas de las atemorizadoras V-2 de la época.

La consecuencia fue la mayor falta de nervio de toda la historia, que cambió elfuturo del mundo... y tal vez de muchos mundos. Enfrentados con los mismoshechos y los mismos cálculos, los técnicos americanos y rusos emprendieroncaminos distintos. El Pentágono —de cara a los contribuyentes— abandonóvirtualmente los cohetes de gran radio de acción casi durante media década, hastaque el desarrollo de las bombas termonucleares hizo posible la construcción decabezas de proyectil cinco veces más ligeras, si bien cincuenta veces más potentes,que el «petardo» anacrónico que había caído sobre Hiroshima.

Los rusos no tuvieron tales inhibiciones. Ante la necesidad de un cohete de 200toneladas, prosiguieron con sus estudios y lo consiguieron. Cuando empezaba aquedar perfeccionado, no resultó ser ya necesario para fines bélicos, pues la guerrahabía terminado. Pero sí habían sobrepasado a sus colegas americanos que poseíanla bomba de tritio «cul-de-sac» de mil millones de dólares, tras haber logrado labomba de litio, mucho más barata. Habiendo montado un caballo equivocado enbalística, los rusos se preocuparon de un acontecimiento mucho más importante… yganaron la carrera del Espacio.

De las diversas enseñanzas que se desprenden de esta parte de la historiamoderna, la que deseo subrayar en ésta: todo aquello que es teóricamente posible,debe ser conseguido en la práctica, sean cuales sean las dificultades que elproblema presente, si el trabajo se emprende con ardor. Decir «¡esta idea esfantástica!» no es una objeción a ningún problema. La mayoría de las cosas quehan ocurrido en los últimos cincuenta años de nuestra historia son cosasfantásticas, y debemos creer que lo mismo seguirá sucediendo en los años porvenir, sólo por presunción, ya que no poseemos ninguna esperanza de adivinar elfuturo.

Para conseguirlo —me refiero a eludir las faltas de nervio, para las que la historiano posee ninguna compasión— debemos tener el valor de seguir el hilo de todas lasextrapolaciones técnicas hasta su lógica conclusión. Ni siquiera esto es suficiente,como demostraré. Para predecir el futuro es necesario usar la lógica, pero tambiénnecesitamos fe e imaginación, que a veces pueden desafiar a la misma lógica.

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2

RIESGOS DE PROFETIZAR: LA FALTA DE IMAGINACIÓN

En el capítulo anterior he sugerido que muchas de las negativas sobre lasposibilidades científicas y los grandes fallos sufridos por los profetas a lo largo de lahistoria de los inventos al referirse a cosas que, sin embargo, casi podían habertocado con las manos, podían describirse como «faltas de nervio». Todos los hechosbásicos de la aeronáutica estaban ya al alcance de los científicos —gracias a losescritos de Cayley, Stringfellow, Chanute y otros— cuando Simón Newcomb«demostró» que el volar era imposible. Lo ocurrido fue, sencillamente, que lefaltaba valor para afrontar tales hechos. Todas las ecuaciones fundamentales y losprincipios de los viajes espaciales ya habían sido formulados por Ziolkovsky,Goddard y Oberth a lo largo de varios años, mejor diríamos décadas, en tanto quedistinguidos científicos se mofaban de los sedicentes astronautas. En este caso, elfallo en apreciar los hechos era más moral que intelectual. Los críticos carecían delvalor que sus convicciones científicas debieron haberles dado; no podían creer laverdad aun teniéndola ante sus ojos, expresada en su propio lenguaje dematemáticos. Todos conocemos este tipo de cobardía porque, una u otra vez, lahemos experimentado.

Este segundo tipo de fallo profético es menos censurable y más interesante.Ocurre cuando todos los factores se hallan ya a mano, siendo apreciados ycorrectamente interpretados, aun cuando los factores vitales siguen todavía sin serdescubiertos, y no se admite la posibilidad de su existencia.

Un famoso ejemplo de tal clase de fallos lo proporciona el filósofo AugustoComte, el cual, en su Curso de Filosofía Positiva (1835) intentó definir los límitescon que se enfrenta el conocimiento científico. En el capítulo sobre astronomía(tomo II, capítulo I) escribió estas frases referentes a los cuerpos celestes:

«Sabemos de qué manera podemos determinar sus formas, sus distancias, susmasas, sus movimientos, pero nunca sabremos nada sobre su estructura química omineral; y mucho menos, sobre los seres organizados que moran en su superficie...Debemos separar la idea de sistema solar y la de Universo, estando seguros de quenuestro verdadero interés debe residir en el primero. Sólo dentro de estos límites laastronomía es la suprema y positiva ciencia que los hombres hemos determinadoque sea... Las estrellas sólo deben servirnos, científicamente, para proporcionarnosposiciones con las que podamos comparar los movimientos internos de nuestrosistema.»

En otras palabras, Comte decidió que las estrellas nunca serían otra cosa quepuntos de referencia celestes, sin que llegaran jamás a constituir una preocupaciónintrínseca de los astrónomos. Solamente podríamos esperar obtener algúnconocimiento definido en el caso de los planetas, y aun éste se encontraría limitadopor la geometría y la dinámica. Comte había decido, de antemano, que una cienciacomo la «astrofísica» era imposible, a priori.

Sin embargo, antes del medio siglo de su muerte, casi todo el conjunto de laastronomía era «astrofísica», y muy pocos astrónomos profesionales mostraban yainterés por los planetas. La conclusión de Comte se ha visto altamente refutada conel invento del espectroscopio, que no sólo ha revelado la «estructura química» delos cuerpos celestes, sino que también nos ha hablado de las características delejanas estrellas, a las que conocemos casi mejor que a nuestros vecinosplanetarios.

Comte no puede ser censurado por no imaginarse el espectroscopio; nadie podía

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imaginárselo, como tampoco los instrumentos aún más sofisticados que hoy díaforman el bagaje del astrónomo moderno. Pero este hecho debe hacernos deduciruna enseñanza: incluso las cosas más fantásticas y sin duda imposibles, con ayudade la técnica ya existente o previsible pueden llegar a convertirse en una realidadcomo resultado de nuevas experiencias científicas. A causa de su misma naturaleza,estas experiencias jamás pueden ser anticipadas; pero en el pasado nos hancapacitado para vencer tantos y tan insalvables obstáculos, que si las ignoramos,ningún cuadro del futuro puede esperar tener validez.

Otra falta de imaginación muy notable fue la de lord Rutherford, el hombre quemás que otro cualquiera ha ayudado a desentrañar la verdadera naturaleza internadel átomo. Rutherford, con frecuencia, se burlaba de los sensacionalistas quepredecían que llegaría un día en que seríamos capaces de aprovechar la energíaacumulada en la materia, liberándola de la misma. Sólo a los cinco años de sufallecimiento en 1937, se consiguió en Chicago la primera reacción en cadena. Loque Rutherford, pese a su maravillosa percepción había dejado de tomar en cuenta,es que podía descubrirse una reacción nuclear que desprendiera más energía que lanecesaria para producir la reacción. Lo que se necesitaba para liberar la energía dela materia era un «fuego» nuclear análogo a la combustión química, y esto es loque proporcionó la fisión del uranio. Una vez descubierto esto, fue inevitable laliberación de la energía atómica, aunque de no haber sido por el apremio de laguerra podría haberse necesitado casi todo este siglo para conseguirlo.

El ejemplo de lord Rutherford demuestra que no es el hombre quien más sabesobre un tema, cuyo conocimiento maestro de su especialidad puede darle losmejores puntos de referencia para el futuro. Una carga excesiva de conocimientospuede enmohecer las ruedas de la imaginación; he intentado formular estaobservación en la ley de Clarke, que puede ser expresada como sigue:

«Cuando un distinguido pero ya maduro científico declara que algo es posible,tiene razón casi con toda seguridad. Cuando declara que algo es imposible,probablemente se halla equivocado.»

Tal vez el adjetivo «maduro» requiera una definición. En física, matemáticas yastronáutica, la palabra «maduro» significa por encima de los treinta años; en otrasmaterias la senilidad se cuenta a partir de los cuarenta. Claro está que existengloriosas excepciones, pero según saben bien los investigadores cuando acaban deabandonar la Universidad, los hombres de ciencia de más de cincuenta años apenassirven ya más que para presidir consejos y asambleas, debiendo ser mantenidos atoda costa fuera de los laboratorios.

Es más raro que se posea demasiada imaginación que muy poca; cuando estoocurre, usualmente su desdichado poseedor se ve asaltado por la frustración y elabandono..., a menos que sea lo bastante sensible para limitarse a escribir sobresus ideas, sin intentar llevarlas a la práctica. En la primera categoría encontramos atodos los autores de obras de ciencia-ficción, los historiadores del futuro, loscreadores de utopías... y los dos Bacon, Roger y Francis.

Friar Roger (1214-1292) imaginó instrumentos ópticos, buques a propulsiónmecánica y máquinas voladoras... es decir, una serie de ingenios que quedabanmás allá de lo existente o lo previsible por la técnica de su época. Resulta difícilcreer que las siguientes frases fuesen escritas en el siglo XIII:

«Pueden construirse ingenios mediante los cuales los barcos de grandesdimensiones, con un solo hombre al frente, podrán ser conducidos a mayoresvelocidades que si estuvieran llenos de marinos. Podrían construirse carros cuyarapidez de movimiento fuese enorme sin la ayuda de animales. Pueden crearseaparatos voladores, de tal forma, que un hombre sentado y entregado a sus propiasmeditaciones, bata el viento con unas alas artificiales, al modo de los pájaros... y

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asimismo, máquinas que permitan al hombre bajar hasta el fondo de los mares.»

Este pasaje es un triunfo de la imaginación sobre los hechos conocidos entonces.Todo ello ha llegado a ser verdad, aunque en la época que se escribió fuese más unacto de fe que de lógica. Es probable que toda predicción a largo plazo, si tiene queser ajustada, deba ser de esta naturaleza. El futuro real no es lógicamenteprevisible.

Un ejemplo espléndido de hombre cuya imaginación voló muy por encima de suépoca fue el matemático inglés Charles Babbage (1792-1871). Ya en 1819,Babbage había establecido los principios en que se apoyan las máquinasautomáticas calculadoras. Comprendió que todos los cálculos matemáticos podíanbasarse en una serie de operaciones separadas «paso a paso», las cuales, en teoría,podían ser realizadas por una máquina. Con la ayuda de una subvención estatal,consistente en 17.000 libras, suma muy sustanciosa de dinero en 1820, comenzó aconstruir su «ingenio analítico».

Aunque al proyecto dedicó el resto de su vida y gran parte de su fortunaparticular, Babbage no pudo completar su máquina. Lo que le derrotó fue el hechode que, en ingeniería, la clase de precisión que necesitaba para construir sus ruedasdentadas y sus palancas no existía en aquel tiempo. Gracias a sus esfuerzos ayudóa crear los útiles para máquinas de uso industrial, lo que a la larga le hizo ganar alGobierno mucho más dinero que las 17.000 libras prestadas, y hoy día sería unasunto muy interesante completar la máquina calculadora de Babbage que seexhibe como una pieza curiosa en el Museo de la Ciencia de Londres. Sin embargo,a lo largo de su existencia, Babbage no consiguió demostrar más que la posibilidadde una parte relativamente pequeña de su máquina. Unos doce años después de sumuerte, su biógrafo escribió:

«Este extraordinario monumento de genio teórico sigue siendo, y sin duda asícontinuará eternamente, una posibilidad teórica.»

De este «sin duda» casi no queda nada en la actualidad. En estos momentosexisten miles de calculadoras que trabajan según los mismos principios deBabbage, con claridad formulados hace más de un siglo, pero con una eficacia yrapidez que ni él mismo pudo soñar. Lo que hace tan interesante el caso de CharlesBabbage —y tan patético al mismo tiempo—, es que no provocó una, sino dosrevoluciones técnicas para el futuro. De haber existido en su tiempo losinstrumentos industriales de precisión, habría podido construir su «ingenioanalítico», y hubiera empezado a trabajar mucho más deprisa que una calculadorahumana, pero muy despacio según las necesidades de hoy en día, ya que habríatenido que adaptarse —literalmente— a la velocidad a que las ruedas, las palancas,tuercas y tornillos podían operar entonces.

Las calculadoras automáticas no han podido cumplir con su obligación hasta quela electrónica ha hecho posible la rapidez de las operaciones miles y millones deveces más de prisa que la conseguida con instrumentos puramente mecánicos. Estenivel de la técnica se logró en los alrededores de 1940, y Babbage no tardó en servindicado. Su falta no fue de imaginación, sino el haber nacido un siglo antes deltiempo que le correspondía.

Sólo puede lograrse un ensayo de anticipación intentando mantener la menteabierta a todas las ideas y sin prejuicios, lo cual es en extremo difícil de conseguir,incluso para los cerebros mejor dotados del mundo. Por otra parte, una mente porcompleto abierta sería una mente vacía, y la carencia de toda clase de prejuicios eideas preconcebidas es un ideal inalcanzable. Pese a ello existe una forma deejercicio mental que puede procurar una excelente base de adiestramiento para loseventuales profetas: cualquiera que desee asomarse al futuro debe regresar con laimaginación a una época determinada —digamos al 1900— y preguntarse hasta qué

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punto la técnica moderna resultaría, no ya meramente increíble, sinoincomprensible para los más destacados cerebros científicos de aquel tiempo.

El año 1900 es una fecha magnífica a estos efectos, ya que fue entonces cuandoempezó a liberarse la ciencia de todas sus ataduras. Como J. B. Conant hapuntualizado:

«En cierto momento de 1900 la ciencia dio un giro totalmente inesperado. Conanterioridad se habían dado a la luz varias teorías revolucionarias, y se habíaproducido más de un descubrimiento sensacional en la historia de la ciencia, pero loque ocurrió entre 1900 y, digamos, 1930 fue algo diferente; se produjo una falta depredicción general acerca de todas las cosas que, confiadamente, podían esperarsede la experimentación.»

P. W. Bridgman todavía fue más lejos:

«Los físicos han pasado por una crisis intelectual, como consecuencia deldescubrimiento de unos factores experimentales que no habían sido previstos conanterioridad, y que ni siquiera se había pensado pudieran producirse.»

El colapso de la ciencia «clásica» empezó con el descubrimiento de los rayos X,efectuado por Roentgen en 1895; ésta fue la primera y clara señal, en forma quetodo el mundo pudo apreciar, de que la imagen del sentido común aplicada alUniverso no era sensible, después de todo. Los rayos X —su nombre refleja eldesconcierto de los sabios así como el de los ignorantes— podían pasar a través dematerias sólidas, de igual manera que la luz a través de un panel de cristal. Nadiepodía haber imaginado o pronosticado nada semejante; que alguien fuera capaz dever en el interior del cuerpo humano —lo cual iba a revolucionar la medicina y lacirugía— era algo que ni el profeta más atrevido hubiera osado sugerir.

El descubrimiento de los rayos X fue el primer gran paso dentro de ignotos reinospor donde ningún cerebro humano se había aventurado antes. Y sin embargo, ellono hizo más que insinuar ligeramente los acontecimientos aún más asombrosos queestaban por venir, como la radiactividad, la estructura interna del átomo, laRelatividad, la teoría cuántica, el Principio de incertidumbre...

Como resultado de todo esto, los inventos y los ingenios técnicos del mundomoderno pueden dividirse en dos clases altamente definidas. A un lado están lasmáquinas cuyo trabajo habría sido bien comprendido por cualquiera de los sabiosde los tiempos pasados; al otro, se hallan aquéllas que habrían desconcertado a lasmentes mejor dispuestas de la Antigüedad. Y no sólo de la Antigüedad, puesto queexisten en la actualidad una serie de inventos cuyo uso habría podido llevar a lalocura a un Edison o a un Marconi, al tratar de penetrar su manera de operar.

Permitidme que exponga algunos ejemplos para resaltar este extremo. Sipudiéramos mostrarle un moderno motor diesel, un automóvil, una turbina devapor, o un helicóptero a Benjamín Franklin, a Galileo, a Leonardo da Vinci, o aArquímedes— la lista abarca unos dos mil años de la humanidad— ninguno habríatenido la menor dificultad en comprender la manera de actuar de tales inventos.Incluso Leonardo habría reconocido varios de los mismos, latentes ya en su libretade notas. Los cuatro sabios habrían quedado asombrados ante los materialesempleados y el trabajo realizado, pero una vez familiarizados con todo ello —queles habría parecido de una mágica precisión— y recobrados de la sorpresa, lohabrían aceptado como muy natural, en tanto no ahondaran demasiado en lossistemas de control auxiliar y eléctricos.

Pero ahora supongamos que les enfrentásemos con un televisor, una calculadoraelectrónica, un reactor nuclear, o una instalación de radar. Dejando aparte lacomplejidad de tales ingenios, los elementos individuales de que se componenserían incomprensibles para cualquier hombre nacido antes del presente siglo.

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Fuera cual fuese su grado de educación o inteligencia, no poseería la necesariapreparación mental para comprender qué cosa son los haces electrónicos, lostransistores, la fisión atómica, las ondas-guía y los tubos de rayos catódicos.

La dificultad, dejadme repetirlo, no reside en la complejidad; algunos de losingenios actuales más sencillos resultarían dificilísimos de explicar. Un ejemploparticularmente bueno es el de la bomba atómica (al menos, sus primerosmodelos). ¿Puede hallarse algo más sencillo que golpear dos pedazos de metal? Sinembargo, ¿de qué manera podríamos hacerle comprender a Arquímedes que suresultado causaría una devastación mayor que la producida por todas las guerrashabidas entre troyanos y griegos?

Supongamos que nos dirigimos a cualquier científico del siglo pasado y ledecimos:

—Aquí hay dos pedazos de una sustancia llamada uranio 235. Si los dejamosseparados no sucederá nada. Pero si de repente los juntamos, liberaremos tantaenergía como la que puede obtenerse de la combustión de diez mil toneladas decarbón.

Por muy imaginativo y de amplia visión que fuera, esesabio ochocentistaexclamaría:

—¡Esto carece de sentido! Esto no es ciencia, sino magia. Tales cosas no puedenocurrir en el mundo de la realidad.

Hacia 1890, cuando (al parecer) ya se habían puesto los cimientos de la física yla termodinámica, dicho sabio habría respondido, explicando con toda exactitud porqué aquello carecía de sentido.

—No puede crearse energía de la nada —habría dicho—. Por tanto, debe tratarsedel resultado de reacciones químicas, de baterías eléctricas, de muelles elásticos,de gas concentrado, de hélices, o de cualquier otra fuente de energía biendeterminada. Y en el caso del uranio todas esas fuentes son inexistentes, y auncuando así no fuera, la cantidad de energía es absurda. ¡Vaya, si es más de unmillón de veces la resultante de la más potente reacción química!

Lo más fascinante que tiene este particular ejemplo es que, incluso cuando laexistencia de la energía atómica ya había sido apreciada en su totalidad —o sea,hacia 1940— casi todos los hombres de ciencia se habrían echado a reír ante la ideade liberarla juntando pedazos de metal. En efecto, se creía entonces que la energíade los núcleos debía ser liberada mediante unas máquinas eléctricascomplicadísimas— «trituradoras de átomos» y otras por el estilo— que ejecutasenla labor. (A la larga, parece ser, de todos modos, que tal será el caso, ya que por lovisto necesitaremos semejante clase de maquinaria para fusionar a gran escala losnúcleos de hidrógeno con fines industriales. Pero aquí también hay que preguntar,¿quién sabe?)

Todo el inesperado descubrimiento de la fisión del uranio, en 1938, hizo posibleartilugios tan absurdamente sencillos (en principio, si no en la práctica) como labomba atómica y el reactor nuclear en cadena (o pila atómica). Ningún sabio podíahaberlo previsto; y de haberlo hecho, sus colegas se habrían mofado de él.

Resulta muy instructivo y estimulante para la imaginación esbozar una lista delos inventos y descubrimientos que han sido anticipados, y de los que no lo hansido. Por lo que sé, ninguno fue previsto mucho antes de su revelación. A laderecha se hallan los conceptos que han estado latentes durante cientos o miles deaños. Algunos han sido conseguidos, otros lo serán, y el resto puede que seaimposible de lograr, pero, ¿cuáles?

Lo Inesperado Lo esperado

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Rayos X Automóviles

Energía nuclear Aviones

Radio, TV Motores a vapor

Electrónica Submarinos

Fotografía Teléfonos

Cintas magnetofónicas Naves espaciales

Sumadoras Tobots

Relatividad Rayos de la muerte

Transistores Transmutación

Maser-Laser Vida artificial

Superconductores superfluidos Inmortalidad

Relojes atómicos Efecto Mossbauer Invisibilidad

Determinación de la composición de loscuerpos celestes

Levitación

Fechar el pasado carbono 14, etc) Teletraslación

Detectar planetas invisibles Comunicación con los muertos

La ionosfera Observar el pasado, el futuro

Los cinturones Van allen Telepatía

La lista de la parte derecha es deliberadamente provocativa; incluye a la parextrañas fantasías y especulaciones científicas rigurosamente serias. Pero la únicamanera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco hasta lasfronteras de lo imposible. En los capítulos siguientes, es esto lo que espero hacer;y, sin embargo, mucho me temo que de vez en cuando también yo caeré en algunafalta de imaginación o, quizá, de nervio. Y lo temo más aún al contemplar lacolumna de la izquierda en la que veo varias partidas que, sólo diez años atrás,habría considerado imposibles...

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3

EL FUTURO DEL TRANSPORTE

La mayor parte de la energía empleada en la historia del mundo se ha usadopara trasladar las cosas de un lugar a otro. Durante miles y miles de años elpromedio del movimiento fue muy bajo, menos de 2 ó 3 millas por hora, lo cual esel paso de un hombre al andar. Incluso la domesticación del caballo no elevó demanera apreciable dicha cifra, ya que, aunque un caballo de carreras puede llegar ahacer más de cuarenta millas por hora en períodos de tiempo relativamente cortos,el caballo se ha empleado siempre y con preferencia como animal de carga o paraarrastrar vehículos. Los más rápidos de esta clase —las diligencias inmortalizadaspor Dickens— difícilmente podían viajar a más de diez millas por hora en lascarreteras y caminos que existían antes del siglo XIX.

Casi durante toda la prehistoria y la historia de la humanidad, sin embargo, lasideas y la forma de la vida del hombre estuvieron restringidas a la estrecha franjade la escala de la velocidad existente entre una y diez millas por hora. En cambio,en el transcurso de muy pocas generaciones, la rapidez de viaje ha sidomultiplicada por ciento; además, existen serios fundamentos para pensar que laaceleración emprendida a mediados del siglo XX no será de nuevo igualada.

La velocidad, sin embargo, no es la única finalidad del transporte, e incluso hayocasiones en que resulta por completo incómoda, sobre todo cuando carece deseguridad, confort o economía. En lo que atañe al transporte por tierra, es posibleque hayamos ya alcanzado (si no superado) el límite práctico de velocidad, por loque las futuras mejoras deben buscarse en otras direcciones. No hay nadie quedesee viajar por Oxford Street a la velocidad del sonido, y en cambio muchoslondinenses se sentirían muy felices si pudiesen hacerlo al paso de una antiguadiligencia pero con toda seguridad.

Existen muchas maneras de clasificar los medios de transporte, siendo la másobvia la de: tierra, mar, aire o espacio. Pero tales divisiones van siendo cada vezmás arbitrarias, ya que en la actualidad hay vehículos que igual pueden operar coneficiencia en dos o más de ellas. Para el presente propósito resulta el másconveniente el esquema basado en la distancia; en nuestro planeta, de 8.000 millasde diámetro, sólo hay que tener en cuenta cuatro extensiones.

Longitud(Millas)

Radio de acción Modo

Pasaje Flete

1 1—10 Muy reducido (local,urbano)

A pie. A caballo. Enbicicleta. En scooter(motos). En coche. Enautobús. En metro. Cintas odeslizadores pedestres

Camión. Coches-cisternas. Cintas odeslizadores

2 10—100 Reducido(Suburbano, rural)

Coche. Autobús. Tren.Barco. Carretera móvil oanisotrópica

Camión. Coche-cisterna.Tren

3 100—1.000 Medio (Continental) Coche. Autobús. Tren.Barco. Avión. GEM (1) VTOL(2)

Camión. Tren. Avión.GEM. VTOL

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4 1.000—10.000 Largo(Intercontinental)

Tren. Avión. Buque. GEMAvión a chorro. Cohete

Tren. Buque. Avión detransporte. GEM.Submarino

(1) GEM=Máquina de efecto campo terrestre.

(2) VTOL=Avión de despegue y aterrizaje vertical.

En la primera categoría —distancias muy cortas— sólo la policía, los médicos ylos bomberos tienen necesidad de viajar a más de cincuenta millas por hora, o elderecho de hacer sufrir a la comunidad tales velocidades. Para esta distancia, yosugeriría que el medio de transporte individual «ad hoc» fuese la moto, o el cocheutilitario muy pequeño. Además me gustaría mostrarme reaccionario y sugerir queel casi olvidado hábito de andar todavía se recomienda para conservar la salud,tanto física como mental, así como para trasladarse con cierta rapidez de un lugar aotro, como debe admitir cualquiera que se haya visto embotellado en una calleconcurrida a las horas punta. Tal vez la única excusa para no andar, cuando setrata de cortas distancias, sea el tiempo reinante, e incluso esta excusa sedesvanecerá eventualmente. En las ciudades, por supuesto, se controlará enabsoluto el tiempo mucho antes de que haya transcurrido otro siglo; y fuera deellas, aun cuando no podamos controlarlo, sí seremos capaces de predecirlo contoda certeza y hacer los planes de acuerdo con los pronósticos climatológicos.

En tanto nos hallamos tratando de este medio tan antiguo de transporte,permitidme que formule otra sugerencia aún más sorprendente. El mejor vehículopersonal de transporte que el hombre ha poseído, sólo para distancias cortas y si eltiempo es bueno, es el caballo. Fácil de gobernar, se reproduce sin esfuerzo, nopasa de moda, y solamente un autobús de dos pisos puede ofrecer una visión igualdel paisaje. Admito que ofrece algunos inconvenientes; los caballos son demanutención costosa, prestos a mantener una conducta embarazosa y, en realidad,no son demasiado inteligentes. Pero éstas no son limitaciones fundamentales, yaque algún día podremos aumentar la inteligencia de nuestros animales domésticos,o desarrollar otros nuevos de valores mucho más altos que los ahora existentes.

Cuando tal ocurra, gran parte del transporte para cortas distancias —al menos enlas zonas rurales— podrá volver a ser no-mecánico, aunque no sea necesariamenteequino. A largo plazo, es posible que el caballo no sea ya la mejor elección; tal vezalgo como un «compacto» elefante pudiera ser preferido, a causa de su destreza.(Es el único cuadrúpedo que puede llevar a cabo operaciones manuales y seguirsiendo un cuadrúpedo.) En cualquier caso, debería ser un animal hervíboro; loscarnívoros cuestan mucho de mantener, y podrían encapricharse de susconductores.

Lo que sugiero es un animal lo bastante grande para llevar a un hombre a buenavelocidad, y lo bastante inteligente para alimentarse por sí mismo sin originar unamolestia o una pérdida sensible. Podría cumplir sus deberes a intervalos regulares,o dentro de un circuito dado, y ejecutar ciertos recados por sí mismo, sinsupervisión humana directa. Opino que existiría una enorme demanda de tal clasede seres, y, cuando existe demanda, hay también un suministrador.

Volviendo de este ser «semi-pensador» al mundo de la maquinaria, la únicanovedad en la categoría de las distancias cortas es el transportador. Por este mediome refiero a todos los sistemas de movimiento continuo, como escaleras mecánicas,o las «calzadas deslizantes», descritas por H. G. Wells en The Sleeper Wakes.

En Nueva York y en Londres se han realizado unos cuantos experimentos apequeña escala de sistemas de transportes pedestres, a fin de suprimir los enormes

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embotellamientos entre Grand Central Station y Times Square, y entre elMonumento y el Banco, respectivamente. Una ciudad perfecta, diseñada desde unprincipio para la comodidad de sus habitantes, debería estar cruzada porpavimentos lentamente deslizables a diferentes niveles; quizá los de la direcciónnorte-sur se hallarían al mismo nivel, y los de este-oeste a otro, con frecuentespuntos de paso entre sí.

La disposición de una ciudad con calzadas deslizantes sería un poco triste ymecánica, por motivos obvios de ingeniería, aunque no debía ser por necesidad tanmonótonamente rectilínea como Manhattan. Sospecho que las mayores dificultadespara una realización de esta clase no serían las técnicas o económicas, sino lassociales. La idea de un transporte público libre, aunque sea de sentido común,provocaría el anatema de muchas personas. Puedo ya imaginarme la violentacampaña que emprenderían las asociaciones de taxistas en favor del individualismo,y en contra de los horrores del transporte socializado.

Y sin embargo, está bien claro que los vehículos —salvo los de utilidad pública—no pueden ya permitirse por más tiempo en las zonas urbanas. Enfrentarnos coneste hecho nos ha costado cierto tiempo; han transcurrido más de dos mil añosdesde que el aumento de la congestión del tranco en Roma impelió a Julio César aprohibir durante las horas diurnas la circulación de todos los carros, y desdeentonces la situación no ha hecho más que empeorar. Si los autos particularesdeben continuar circulando por las ciudades, no quedará más remedio que colocarlos edificios sobre pilastras a fin de dejar todo el suelo libre para ser usado comocarreteras y aparcamientos..., e incluso ni esta medida solucionaría por completo elproblema.

Aunque parece muy improbable que los deslizadores pedestres lleguen a serempleados más que para cortas distancias, hay ciertas posibilidades de que puedantener mayores aplicaciones. Hace unos veinte años, en una novelita corta tituladaLas carreteras deben rodar, Robert Heinlein sugirió que los viajes efectuados inclusosobre distancias ya considerables se basarían un día en el sistema de «cintastransportadoras», aun cuando no fuese más que debido a la incesante sangría de laGuerra del Petróleo que imposibilitaría el empleo continuo de los automóviles.Heinlein desarrolló, con su usual y meticuloso detallismo, tanto la sociología comola técnica de la aplicación de la Carretera Rodante. Imaginó grandes carreterasmulticintas, con sectores centrales rápidos moviéndose a 100 millas por hora, todoello completado con restaurantes y albergues.

Los problemas de ingeniería de tal sistema serían enormes pero no insuperables(difícilmente podrían ser comparados con los que se han tenido que resolver aldesarrollar las armas nucleares, aunque las sumas de dinero a invertir serían quizámayores). De todos modos, tengo la impresión de que las dificultades mecánicasserían tan grandes que su solución «según la técnica moderna» no valdría lamolestia; el mismo Heinlein tuvo buen cuidado en señalar lo que podría ocurrir siuna cinta de alta velocidad descarrilaba con varios millares de pasajeros a bordo...

El problema fundamental de los deslizadores pedestres de movimiento continuoes: ¿cómo lograr su seguridad? Cualquiera que haya podido observar a una señoranerviosa agarrada al pasamanos de una escalera mecánica se dará cuenta de ello, ycreo que no habría la menor diferencia cuando se tratara de personas ordinarias,posiblemente cargadas con paquetes o bebés, cruzándose a velocidades superioresa las 5 millas por hora. Esto significa que un buen número de cintas adyacentesserían necesarias si deseamos construir cintas centrales rápidas viajando acincuenta o más millas por hora.

La carretera móvil ideal sería aquélla que fuese aumentando suavemente elgrado de velocidad desde el borde al centro, de forma que no se produjesen súbitos

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saltos de velocidad. No hay materia sólida que pueda actuar de este modo, por loque a primera vista el concepto parece ser por completo irrealizable. ¿Pero lo es?

La corriente de un río ofrece precisamente esta clase de conducta. Junto a laorilla, el líquido está casi quieto por completo; luego se va incrementando lavelocidad de las capas superiores hacia el centro, para ir disminuyendo casi hasta laparalización al llegar a la orilla opuesta. Esto puede probarse echando una línea decorchos a través de un río de corriente uniforme; no tardará la línea en adoptar unaforma curva al moverse los corchos del centro con más rapidez que los de losextremos. La naturaleza ha proporcionado el prototipo del camino móvil perfecto...,pero sólo para los pequeños insectos que pueden caminar sobre el agua.

En una de mis primeras novelas6 sugerí, aunque no muy en serio, que algún díaquizá llegásemos a inventar o perfeccionar un material que sería lo suficientementesólido en dirección vertical para soportar el peso de un hombre, pero lo bastantefluido en la dirección horizontal para permitirle moverse a velocidades variables. Ungran número de substancias son en cierto grado «anisotrópicas», esto es, suspropiedades varían en distintas direcciones. El ejemplo clásico es la madera: comosaben todos los carpinteros, su forma de conducirse a lo largo del nódulo estotalmente distinto del de los ángulos rectos al mismo, ofreciendo una mayor omenor resistencia a su tallado y moldeamiento.

Quizá la electricidad local, el magnetismo u otras fuerzas, actuando sobre polvoso líquidos densos, pudieran producir el efecto anisotrópico deseado; recordemos loque ocurre con las limaduras de hierro en presencia de un campo magnético. Loque trato de visualizar (y debo admitir que esto es un esperanzador silbato deatención en la oscura técnica) es una fina capa de substancia X, mantenida sobreuna base sólida fija dentro de la cual se generen los necesarios campospolarizadores. Estos campos le darán a X su rigidez en la dirección vertical, y almismo tiempo comunicarán la deseada velocidad gradual a través de la cinta. Sepodrá caminar con toda confianza por el borde, debido a que éste se hallará casiestacionado. Pero al andar hacia el centro, se experimentará un suave y continuoaumento en la velocidad hasta que se llegue al sector «Express». No existirán lossaltos súbitos, como es inevitable en un sistema de cintas paralelas.

Una variación continua de velocidad a través de la carretera resultaría muymolesta, ya que sería imposible estarse fijo, pues un pie se adelantaría siempre alotro. La solución sería instalar amplias cintas de velocidad uniforme, que podríanestar señaladas con luces de distintos colores, separadas por estrechas fajas detransición, en las que la velocidad se incrementaría rápida pero suavemente. Lasfranjas podrían variar con facilidad de anchura y dirección según el flujo del tráfico,sólo alterando la composición del campo que las produjese. Al extremo de lacarretera, el campo quedaría cerrado, la substancia X volvería a su estado normal,líquido o polvo, y a través de unos conductos podría ser bombeada hacia elcomienzo del circuito.

Toda la concepción de esta idea es tan bella, y mejora de tal forma los esquemasconvencionales de las cintas deslizantes, que sería una verdadera lástima queresultara imposible.

Por otra parte, todavía pueden existir otras soluciones más avanzadas para elproblema del tráfico pedestre. Si se llega a descubrir un método para controlar lagravedad (posibilidad que será examinada con más detalle en el capítulo 5), ellonos ofrecerá un poder todavía mayor que el de la neutralización del peso. Seremoscapaces de producir no sólo la levitación, sino los movimientos dirigidos encualquier dirección: arriba, abajo, horizontal o verticalmente.

6 Contra la caída de la noche (incorporada luego a La ciudad y las estrellas). (N. delA.)

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Como nuestra generación ya se ha familiarizado con la «ingravidez» en el mar yel espacio, no deberíamos hallar fantástica en absoluto la idea de una ciudad llenade peatones flotando sin esfuerzo..., si es que entonces podrá llamárseles así. Casipone los pelos de punta imaginar cuál sería el transporte vertical en una estructuradel tamaño del Empire State Building. No habría ascensores en cajas, sinoúnicamente conductos, en forma de pozos, arriba y abajo, de un millar de pies dealtura. Pero sus ocupantes, bajo la influencia de un campo de gravedad que,artificialmente, se habría hecho girar en unos noventa grados, parecería queestuvieran en túneles horizontales a lo largo de los cuales irían siendo barridoscomo las hojas de los cardos caídas ante una suave brisa, y no volverían a larealidad más que si el campo de gravedad artificial fallaba.

Resulta obvio que cualquier persona de nuestro tiempo no resistiría mucho enuna ciudad de esta clase. ¿Pero cuánto tiempo sobreviviría un hombre de 1800 enlas nuestras?

Aun cuando estén destinados a desaparecer de las ciudades, los vehículos amotor están llamados a dominar durante mucho tiempo aún en el transporte dedistancias medias y cortas (10-100 millas). Pocos de los hombres que viven hoy díapuedan recordar cuándo fue de otro modo; hasta tal punto el automóvil forma partede nuestra existencia, que parece difícil concebir que no sea más que un hijo denuestro siglo.

Mirándolo sin pasión, se trata de un artilugio increíble, que ninguna sociedadsana toleraría. Si alguien, antes de 1900, hubiera podido entrever los alrededoresde una ciudad moderna un lunes por la mañana o un sábado por la tarde (en lospaíses sajones el éxodo se produce los viernes) hubiera podido creer que se hallabaa las puertas del infierno..., y no estaría muy equivocado.

Hoy día nos hallamos en una situación en la que millones de vehículos, de losque cada uno es un milagro de complicaciones (a menudo innecesarias), vandanzando en todas direcciones bajo el impulso de hasta más de doscientos caballosde fuerza. Muchos tienen el tamaño de casas en miniatura y contienen un par detoneladas de metales sofisticados..., aunque no tengan capacidad más que para unsolo pasajero. Pueden viajar a 100 millas por hora, si bien su conductor es muy felizcuando logra llevar una media de veinte. En su existencia consumen máscombustible que el que ha sido usado en toda la historia de la humanidad hasta losumbrales del presente siglo. Las carreteras y calles que les soportan, pese aresultar inadecuadas para ello, cuestan tanto como el mantener una pequeñaguerra, y la analogía es valedera, ya que los accidentes se hallan en la mismaproporción.

Sin embargo, pese al asombroso gasto de los valores tanto espirituales comomateriales (¡hay que ver lo que ha hecho Detroit de la estética!), nuestracivilización no sobreviviría ni diez minutos sin el automóvil. Aunque sin duda puedeser mejorado, parece difícil creer que pueda llegar a ser reemplazado por algocompletamente distinto. El mundo lleva seis mil años moviéndose sobre ruedas, yno existe solución de continuidad entre la carreta de bueyes y el Cadillac.

Pero un día cualquiera esta continuidad se verá rota, tal vez por los vehículos deefecto campoterrestre, que correrán sobre almohadas de aire7, tal vez por el control

7 El «Hovercraft» británico (del cual se trata más adelante) y que se desliza amenos de 1 metro de la superficie del agua es un buen ejemplo de ello.

Recientemente se ha divulgado que la Compañía «Denny's Hovercraft Ltd.» haterminado los planes para un nuevo Hovercraft de 130 toneladas, capaz detransportar a 500 pasajeros. Reemplazará en su día al modelo D-2, que entrará enservicio a través del Támesis el próximo verano (1964). — (N. del E.)

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de la gravedad, o quizá por otros medios más revolucionarios. En otro lugar trataréde esas posibilidades; mientras tanto, echemos un vistazo, aunque breve, al futurodel automóvil tal como lo conocemos en la actualidad.

Se convertirá en más ligero —y por ello más eficiente— a medida que se mejorenlos materiales. Su complicado y tóxico motor de gasolina (que probablemente hamatado a tantos hombres por envenenamiento del aire como por choque directo)será reemplazado por un motor eléctrico, limpio y silencioso, construido dentro delas mismas ruedas, con lo que se ahorrará mucho espacio. Esto implica el desarrollode un sistema realmente compacto y de poco peso para almacenar o producirelectricidad, al menos en más cantidad que nuestras actuales baterías. Un inventopor ese estilo ha estado olvidado durante cincuenta años, pero puede llegar a serposible introduciendo mejoras en los tanques del combustible o por medio de unproducto físico en estado sólido.

Estas mejoras, sin embargo, serán de mucha menor importancia que el hecho deque el coche del mañana no será conducido por su propietario, sino por sí mismo;incluso puede llegar a constituir una grave ofensa conducir un automóvil en uncamino público. No me importa asegurar que se tardará bastante tiempo enintroducir por completo los motores computadores, pero ya se están desarrollandotécnicas que apuntan hacia esta idea en las líneas aéreas y en los ferrocarriles. Lasbarreras automáticas, las señales electrónicas de las rutas, los detectores deobstáculos por radar..., todos podemos darnos cuenta hoy día de cuáles son suselementos básicos. Un sistema de carreteras automáticas será, claro está,fabulosamente caro de instalar y mantener, pero a la larga resultará mucho másbarato, en función del tiempo, impedimentos y vidas humanas, que los presentes.

El automóvil del futuro hará honor en realidad a la primera mitad de su nombre;su dueño no tendrá más que decirle el destino —mediante un código al marcar unacifra como en el teléfono, o incluso verbalmente— y por la ruta más práctica elcoche se dirigirá al lugar indicado, después de haber consultado el sistema deinformación de carreteras, para averiguar los obstáculos y los embotellamientos detráfico previstos. De manera incidental, esto también solucionará el problema delaparcamiento. Una vez el coche haya dejado a su dueño en la oficina, éste podrádarle instrucciones para que se dirija a las afueras de la ciudad. Después, coninstrucciones radiadas, podrá volver a llamársele al atardecer, o bien se le habrándado ya órdenes para ello al despedirle por la mañana. Ésta es sólo una de lasventajas de tener coche y chófer a la vez.

Sé que a ciertas personas les encanta conducir, por motivos sencillos yfreudianos, aunque no por otros peores. Su deseo podrá verse cumplido enmomentos y lugares dados, pero no en caminos públicos. Por mi parte, me niegopor completo a tener nada que ver con vehículos en los que no puedo leer cuandoestoy viajando. Para mí es imposible, por tanto, poseer un coche; en este estadoprimario de su desarrollo técnico, sería un coche el que me poseería.

El más revolucionario —e incluso el más increíble desde el punto de vista denuestros abuelos— acontecimiento de la historia del transporte, ha sido el auge dela aviación. Eventualmente, todo el tráfico de pasajeros se efectuará por el airecuando los viajes tengan la longitud de más de un par de cientos de millas; lospropios ferrocarriles reconocen este aserto, como lo demuestran sus esfuerzos, amenudo muy poco disimulados, para desanimar a los parroquianos del aire. Perosería preferible que se concentrasen en la cuestión de las mercancías, que son másprovechosas y producen muchos menos problemas, ya que casi nunca necesitanservirse de la rapidez y no presentan objeción a quedar aparcadas durante variashoras en los almacenes. Ni insisten tampoco en que sus pies sean calentados y susmartinis enfriados..., como en la famosa historieta de Peter Arno.

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La historia de los ferrocarriles, que durante un siglo y medio han estado alservicio de la humanidad, está entrando en su capítulo final. A medida que laindustria se descentraliza, que disminuye el empleo del carbón como combustible yque la fuerza nuclear capacita a las fábricas para trasladarse más cerca de susfuentes de suministro, la necesidad de transportar millares de toneladas dematerias primas a miles de millas de distancia va también decayendo. Con ello vaterminando la principal función del ferrocarril, que siempre ha sido el traslado demercancías y no de viajeros.

Algunos países jóvenes, como Australia, por ejemplo, ya han superadovirtualmente la edad del ferrocarril y sus transportes se basan casi por completo enlas carreteras y las líneas aéreas. Dentro de unas cuantas décadas más, losPullmans, coches restaurantes y coches camas, serán piezas de museo como losbarcos de ruedas del río Mississippi, que se evocan siempre con nostalgia.

Sin embargo, por una extraña paradoja, es muy posible que la era heroica delferrocarril siga subsistiendo aún. En los mundos sin aire, como la Luna, Mercurio yla mayoría de satélites de los planetas gigantes, puede que sean impracticablesotros sistemas de transporte, mientras que la ausencia de atmósfera permitirágrandes velocidades incluso al nivel del suelo. Una situación de esta clase exigeferrocarriles..., si es que usamos el vocablo para designar un sistema que empleeraíles fijos. En los mundos de superficie rugosa y débil gravedad tendrán sumautilidad los monorraíles o las vagonetas suspendidas de cables, que podránatravesar impunemente los valles, los abismos y los cráteres, con la más completaindiferencia por la geografía desarrollada a sus pies. Dentro de un siglo, es posibleque la superficie de la Luna se halle cubierta con una red de transporte de esaclase, enlazando las febriles ciudades de la primera colonia extraterrestre.

Mientras tanto, aquí en la Tierra, la anuencia de pasajeros por el aire irá cadavez en aumento cuando los aviones VTOL (despegue y aterrizaje en vertical) vayansiendo perfeccionados. Aunque el helicóptero, pese a su importancia en aspectosmás especializados, ha tenido poca influencia en el transporte público, esto no leocurrirá a sus sucesores, los autobuses aéreos de cortas y medias distancias, queaparecerán en un futuro próximo. Por ahora nadie puede predecir qué formaadoptarán, o sobre qué principios actuarán, pero nadie duda de que no tardarán enser desarrolladas nuevas versiones de las máquinas que tan horribles nos parecenen la actualidad y que son movidas o impulsadas a despegar del suelo mediante elempleo de la propulsión a chorro, los rotores o los planos inclinados. Noconquistaremos por completo el aire hasta que seamos capaces de subir o bajar porél... con tanta lentitud como nos plazca.

En cuanto se refiere al transporte intercontinental, la batalla ya ha terminado yha sido adoptada la decisión. Donde hace falta la rapidez, las líneas aéreas notienen competencia. Pero en la actualidad se ha creado la ridícula situación de queviajar hacia y desde un aeropuerto, y pasar desde los Telones de Papel al otroextremo, requiere más tiempo que cualquier vuelo transatlántico.

Pese a todo, la rapidez aumentará de manera muy substancial dentro de lasprimeras décadas siguientes, y las restricciones que existirán serán más de ordeneconómico que técnico. (Las líneas aéreas tienen que hacer frente al coste de lamoderna generación de aviones a propulsión, y es natural que aún deberán sentirsemucho más desdichadas si de repente se ven enfrentadas con los transportessupersónicos, que ya esperan tener que adquirir por la década de los años 70.) Lacreencia de que los avances más grandes aún están por aparecer es unaconsecuencia del período 1945-55, en que surgieron los aviones a propulsión y loscohetes, período en el que todos los precedentes que existían fueron tan porcompleto arrumbados que el conservadurismo al tratar del futuro parecía risible.

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No ha sido siempre éste el caso, como demuestran los ejemplos expuestos en elcapítulo 1. Quisiera ofrecer uno más, porque es fácil olvidar cuan lejos de la verdadestán a veces los puntos de vista de las autoridades técnicas y científicas. Sinembargo, los «expertos» continúan cometiendo los mismos errores, y muchos deellos seguirán con la misma rutina durante mucho tiempo.

En 1929, un jefe ingeniero en astronáutica, actualmente muy conocido en otrarama distinta del saber (no tardaré en nombrarle) escribió un artículo sobre elfuturo de la aviación, empezando con estas palabras:

«Se predice con toda libertad que dentro de muy pocos años los aviones depasajeros viajarán a más de 300 millas por hora, que es el récord de velocidadactual.»

Esto, según él estableció pontificalmente, era una enorme exageraciónperiodística, ya que «el avión comercial tendrá un definido límite de desarrollo másallá del cual ya no pueden preverse mayores avances».

Echemos un vistazo a los avances que el profeta anticipó, para cuando el aviónhubiera llegado al límite de sus posibilidades, probablemente hacia el año 1980:

Velocidad: 110-130 millas por hora

Alcance: 600 millas

Carga: 4 toneladas

Peso total: 20

Pues bien, cada una de estas cifras había sido multiplicada por más de cincoveces cuando el profeta falleció en 1960, llorado por miles de lectores en muchospaíses, ya que en 1929 no era más que N. S. Norway, jefe calculador de laoperación aérea R. 100; pero en 1960 era famoso como Nevil Shute. Lo único quecabe esperar, como él ya había hecho, es que On the Beach8 (1) resulte ser tanequivocada como esta predicción anterior, menos conocida.

En la próxima generación, no hay que dudar que seremos capaces de construiraviones «convencionales» de transporte a propulsión, que volarán a velocidades deuna a dos mil millas por hora. Esto significará que ningún recorrido sobre la Tierradurará más de seis horas, y que muy pocos pasarán de las dos o tres horas deduración. Esta clase de transporte en masa a tales velocidades terminaría, muchomás que con los autocares y ferrocarriles, con todo lo que ahora ofrecen las líneasaéreas. Las comidas y las azafatas resultarían tan inadecuadas como en el IRT o enel metro de Londres; la analogía puede ser muy grande, ya que ciertos expertoshan sugerido que los coches aéreos ultra-baratos podrían volar sobre la base de irtodo el mundo de pie. Aquellos que ya han experimentado las ventajas de un vueloeconómico transatlántico en compañía de una docena de bebés se alegrarán alsaber que el futuro les reserva delicias aún mucho mayores.

Para competir con el aire, las líneas mercantes se han dedicado sabiamente aofrecer comodidad y placeres. Aunque en ciertas rutas se viaja ya más por el aireque por el mar, el tráfico marítimo no ha sido vencido gracias a los grandestransatlánticos. Por el contrario, al menos en Europa, se ha estado desarrollando unextenso programa naviero que ha producido la botadura de buques tan magníficoscomo el Oriana, el Leonardo da Vinci y el Canberra. Algunos de éstos sonúnicamente buques para pasaje, o sea, que la carga no forma parte en absoluto desus ingresos. Sea lo que sea lo que nos traiga el futuro, tales buques seguirán

8 Famosa novela traducida al castellano y filmada bajo el nombre de «La horafinal», que relata el trágico fin de la humanidad después de una guerra atómica. —(N. del

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surcando los océanos en tanto que los hombres continúen siendo hombres y sientanla llamada de su antiguo hogar, el mar.

El fin de los buques mercantes —las barcazas, las pinazas, los galeones y loscargueros, que durante seis mil años han transportado mercancías por todo elmundo— se halla ya a la vista; dentro de un siglo no quedarán más que unoscuantos exhibidos en lugares adecuados para dar fe de su antigua existencia.Después de varias épocas sin haber tenido rivales, los barcos de carga se ven ahoraretados al mismo tiempo en tres frentes.

Uno de los retos procede de debajo del agua. El submarino resulta un vehículomucho más eficiente que un buque de superficie, el cual tiene que malgastar grancantidad de energía en abrirse paso entre las olas. Con el advenimiento de laenergía nuclear, el submarino de gran velocidad y largo alcance, tal como lo previoJulio Verne hace ya muchos años, ha llegado a poder ser llevado a la práctica, sibien hasta el presente sólo ha sido construido para fines militares. Lo que ya resultaotra cuestión es si su enorme coste inicial y los problemas inherentes a las rutassubacuáticas harán económico el mercante submarino.

Un ingenio interesante y que casi con toda certeza resultará económico es eldepósito flexible remolcado, que en la actualidad se está probando para cargaslíquidas en el Reino Unido. Estas gigantescas salchichas de plástico (que pueden serenrolladas y embarcadas —o incluso aerotransportadas— muy económicamente deun punto a otro cuando no se usan), se construyen hoy día en longitudes superioresa los sesenta metros, y por supuesto no existe límite para su tamaño. Como puedenser remolcadas completamente sumergidas, poseen la eficacia de un submarino, sinsus complicaciones mecánicas y de navegación. Y pueden construirse muy ligeras ybaratas, ya que su fricción estructural resulta en extremo baja. Al revés del barcorígido, no ofrecen resistencia a las olas, sino que se entregan a las mismas. Inclusopodrán saltar en ángulos agudos, cuando sus remolques giren con brusquedad.

Con toda honestidad, el inventor del «Dracone» (nombre comercial del tanqueflexible submarino) ha admitido:

—Tomé la idea de una novela de ciencia-ficción.

Según toda probabilidad, se trata de la excelente novela de Frank Herbert Eldragón en el mar9, que trata de un peliagudo viaje en tiempo de guerra en unsubmarino atómico que remolca por debajo del agua una serie de balsas depetróleo. Naturalmente, tales ingenios submarinos podrán ser en especialempleados como tanques de esencia: los productos del petróleo constituyen lamitad de los recursos mundiales que viajan por mar, llegando en la actualidad aalcanzar la cifra de mil millones de toneladas anuales. Ciertos armadores griegos noverán con muy buenos ojos el reemplazo de sus hermosos petroleros por botellasde plástico.

Otras mercancías (grano, carbón, minerales y materias primas, sobre todo)podrán ser transportadas del mismo modo. En la mayoría de los casos, la rapidezno es importante, lo que interesa es que se mantenga un tráfico constante. Dondela velocidad es vital se empleará el transporte de mercancías por vía aérea paratodos los usos excepto para cargas muy voluminosas, y algún día incluso paraéstas.

El transporte aéreo se halla en los comienzos de su evolución; y es

9 Publicada originalmente en Astounding Science Fiction, con el título de Bajopresión, y también, en plan de libro de bolsillo, como El submarino del siglo XXI.Esta novela es muy original, no sólo por sus estupendos detalles técnicos, sinotambién por su contenido filosófico-religioso, tal vez en exceso cultivado para lasrevistas «al uso corriente».

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completamente necio querer establecer sus límites, como demuestran los ejemplosque he reseñado. Aunque hoy día viaja por el aire menos del 0,1 por ciento de lacarga mundial, llegará el momento en que toda viajará por este sistema. Tal vezgran parte de la misma volará a gran altitud, pero la otra parte no se elevará másque a unas pulgadas del suelo, ya que la Némesis de los mercantes marítimospuede que no sea ni el submarino ni el aeroplano, sino la Máquina de efecto Campoterrestre, cabalgando cortinas de aire sobre la tierra o el mar.

Este nuevo e inesperado invento puede resultar muy importante, no sólo en símismo, sino apuntando hacia el futuro. Por primera vez nos permitirá flotar deveras y que floten en el aire cargas muy pesadas. Esto puede o no revolucionar eltransporte, pero con toda seguridad hará que los hombres piensen seriamentesobre un genuino control de la gravedad, una aplicación más bien trivial que ya hemencionado.

El control de la gravedad —«anti-gravedad», como lo llaman los autores deciencia-ficción— puede que sea imposible, pero la Máquina de efecto Campoterrestre ya está aquí. Veamos ahora lo que la misma, y sus hipotéticos sucesores,pueden llevar a cabo en nuestra civilización.

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CABALGANDO EN EL AIRE

Nuestro siglo ha visto dos grandes revoluciones en el transporte, cada una de lascuales ha transformado de modo profundo la pauta de la sociedad humana. Elautomóvil y el avión han creado un mundo que ningún hombre de cien años atráshubiera concebido ni en sus más quiméricos sueños. Sin embargo, ambos en laactualidad están siendo objeto de competencia por algo tan nuevo que ni siquieratiene nombre, algo que puede tornar el futuro tan extraño y ajeno a nosotros comonuestro mundo de supercarreteras y aeropuertos gigantes lo sería para un hombredel 1890. Esta tercera revolución puede traer la muerte o cuando menos ladecadencia de la rueda, nuestra fiel servidora desde el alborear de la historia.

En muchos países —Estados Unidos, Inglaterra, la URSS, Suiza, etc.— losmayores esfuerzos de la ingeniería se proyectan en la actualidad hacia el desarrollode vehículos que literalmente floten en el aire. Varios de éstos —como el Curtis-Wright «Airear» y el Saunders-Roe SR-N1 «Hovercraft»— ya han sido mostrados alpúblico, y los últimos modelos se hallan en el mercado. Todos ellos se apoyan parasu marcha en lo que se conoce con el nombre de «Efecto Campo», y por esta razónse les ha llamado «Máquinas de efecto Campo terrestre», o G. E. M.10.

Aunque los GEM, dado que son mantenidos por corrientes de aire, tienen ciertasemejanza con los helicópteros, operan de muy distinta manera a éstos, y sobreprincipios diferentes. Si a uno le agrada flotar a unas cuantas pulgadas del suelo,también le es posible soportar, con el mismo caballo de fuerza, varias veces lacarga que un helicóptero puede elevar al cielo. En el hogar es factible efectuar unexperimento demostrativo de este principio.

Suspended un ventilador eléctrico en medio de la habitación, de forma quepueda moverse atrás y adelante, y luego ponedlo en marcha. Veréis que elventilador retrocede un cuarto de pulgada, aproximadamente, debido a la corrientede aire que produce. Este retroceso no es muy grande, aunque se trata del mismoefecto que mantiene y conduce los aviones y helicópteros a través de la atmósfera.

Ahora tomemos el mismo ventilador y colguémosle de cara a la pared, tan cercade la misma como lo permita su cable. Esta vez, cuando se le ponga en marcha, sedescubrirá que el retroceso es dos o tres veces mayor que el anterior, a causa deque la corriente de aire queda atrapada en una especie de bache entre el ventiladory el muro. Cuanto más efectivo sea el bache, mayor será el retroceso. Si se poneuna manta o capucha alrededor del ventilador, para impedir que el aire se proyecteen todas direcciones, todavía se aumentará el retroceso.

Esto nos dice lo que se debe hacer si se quiere cabalgar sobre un almohadónaéreo. Necesitamos una superficie lisa, con una pequeña plataforma ligeramenteahuecada en su parte superior..., algo así como una salsera boca abajo. Sisoplamos con fuerza suficiente dentro de la salsera, ésta se elevará hasta que elaire se desparrame alrededor de su borde circular, y permanecerá flotando unoscentímetros sobre el suelo.

En debidas circunstancias, incluso una pequeña cantidad de aire puede producirun notable aumento de elevación. Los científicos del Centro Europeo deInvestigación Nuclear (CERN) recientemente llevaron este efecto al uso práctico. Sehabían visto enfrentados con el problema de mover equipos que pesaban más detrescientas toneladas y, aún más difícil, de situarlos en el laboratorio dentro de unafracción de milímetro.

10 En inglés, Ground Effeet Machines. — (N. del E.)

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Para ello emplearon discos en forma de salseras, de un metro de diámetro, conllantas de goma alrededor de sus bordes. Cuando se sopla el aire a una presión de4,250 kg por centímetro cuadrado dentro de tales discos, éstos pueden levantar confacilidad de diez a veinte toneladas. Igualmente importante, existe tan escasafricción que con la simple presión de los dedos se puede arrastrar la carga por ellaboratorio.

Es obvio que la industria y la ingeniería pesada hallarán diversos usos para estasSalseras Flotantes, y que una trivial aunque divertida aplicación ya ha sidointroducida en los hogares. En el mercado se encuentra una escoba «de vacío» queavanza sin esfuerzo sobre el suelo, mantenida por su propia fuerza, de modo que laatareada ama de casa puede seguir viendo la televisión, sin molestias.

Pero todo esto, ¿qué tiene que ver, puede pensarse, con el transporte engeneral? No existen carreteras tan lisas como los suelos de los laboratorios, nisiquiera alfombrados comedores, por lo que parece que la rueda al estilo antiguotodavía tiene mucho que hacer por el mundo.

Sin embargo, ésta es una visión muy pobre, tal como pronto descubrieron loshombres de ciencia que empezaron a investigar sobre el efecto Campo terrestre.Aunque los pocos artefactos que acabo de mencionar sólo pueden operar sobresuperficies muy lisas y tersas, cuando se construyan de mayores tamaños lasituación variará por completo, cambiando rápidamente la ingeniería del transporte.

Cuanto mayor sea el GEM, a más altura volará sobre el suelo y, por lo tanto, másáspero será el terreno que podrá cruzar. El Saunders-Roe SR-N1 se eleva a unaaltitud máxima de treintiocho cm, pero sus sucesores más grandes flotarán a laaltura del hombro humano sobre la cortina de aire que formará su invisiblealmohadón.

Como no posee contacto físico con la superficie que tiene debajo, el GEM puedeviajar con la misma facilidad sobre el hielo, la nieve, la arena, los camposcultivados, los cenagales y los ríos de lava; el GEM podrá atravesarlo todo. Todoslos demás vehículos de transporte no son más que objetos especializados,adecuados sólo para una o dos clases de terreno, y todavía no se ha inventado nadaque pueda viajar lisa y suavemente sobre una sola de las superficies que acabo demencionar. Pero para el GEM, todas serán iguales... y una superpista no leresultaría mejor.

Se tarda cierto tiempo en hacerse a esta idea, y comprender que las inmensasredes de carreteras sobre las que dos generaciones de hombres han malgastadouna muy substancial fracción de su salud pueden llegar a ser algo por completoanticuado. Naturalmente, los pasajes de cierta clase todavía serán necesarios paraguardar los vehículos fuera de las zonas residenciales y evitar el caos que resultaríasi cada conductor se dirigiese a su destino por la línea más recta que le ofrece lageografía del suelo. Pero las carreteras ya no necesitarán estar pavimentadas, sinoúnicamente formadas de grava, de forma que se vean libres de obstáculos,digamos, a unos quince cm de altura. Ni siquiera tendrán que afirmarse sobrebuenos cimientos, ya que el peso de un GEM se extiende sobre varios metroscuadrados, sin concentrarse sobre unos cuantos puntos de contacto.

Las pistas actuales pueden durar aún varias generaciones sin grandes gastos sino tienen que soportar más que vehículos aerotransportados; y aunque el hormigónse resquebraje y se cubra de musgo, ello no importará en absoluto. Queda patenteque se reducirá enormemente el coste de las carreteras —que cada año asciende amiles de millones de dólares— una vez que se haya abolido el empleo de lasruedas. Pero se producirá, y es natural, un período de transición muy difícil, antesde que el cartel característico de 1990 se convierta en universal:

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EN ESTA CARRETERA NO SE PERMITEN VEHÍCULOS DE RUEDAS...

Como los GEM o aviones del futuro sólo necesitarán apoyarse en el suelo cuandolo deseen sus conductores, lo que mayormente perseguirán y multarán losmotoristas de servicio no será la velocidad, sino las contravenciones. Sería esperardemasiado que los refugiados de las ciudades, con el poder de moverse librementecomo nubes a lo largo y ancho de la Tierra, se abstuvieran de entrar y explorarcualquier atractivo paisaje que se ofrezca a su fantasía. En el Lejano Oeste puedeser que vuelva a instaurarse el reinado de las alambradas, por parte de losiracundos granjeros, para impedir que los conductores de los «picnics» de fin desemana invadan sus tierras con sus mochilas. Rocas colocadas estratégicamentesobre el suelo serían mucho más eficaces, pero deberían estar situadas muy cercaunas de otras, de otro modo el invasor podría deslizarse entre ellas.

Existen pocos lugares que un diestro conductor aéreo no pueda alcanzar, y lasdestruidas caravanas del futuro recibirán llamadas de socorro de familiasextraviadas por los lugares más extraños. El Gran Cañón, por ejemplo, presenta unmagnífico reto a los nuevos conductores del aire. Podría ser posible construir unaforma especializada de GEM que trepara por las montañas; el conductor iríadespacio, anclando incluso sobre el terreno cuando fuera necesario, mientras conprecaución se abría paso eludiendo los amontonamientos de rocas, nieve o hielo.Pero ésta no sería, desde luego, una tarea de principiantes.

Si tales ideas nos parecen muy lejanas de la realidad es porque todavíapertenecemos a la era de la rueda, y nuestras mentes no pueden liberarse de sutiranía, resumida perfectamente en el anuncio RESPALDOS SUAVES. Ésta es una frase quepara nuestros nietos no tendrá ningún significado; para ellos, si una superficie esbastante plana, no importará que esté compuesta de hormigón o barrizal.

Lo que sí hay que hacer constar es que el empleo en gran escala de GEMparticulares o familiares tal vez no sea una propuesta muy práctica en tanto quedependamos del motor de gasolina. El aéreo Curtis-Wright necesita 300 HP paracorrer sólo a 60 millas por hora, y aunque en su desarrollo se introduciránindudablemente grandes mejoras, parece ser que hasta el momento actual los máspequeños tipos de GEM sólo presentan interés para las fuerzas armadas, losgranjeros que tienen que luchar con terrenos quebrados o cenagosos, los directoresde cine en busca de planos desusados, y otros interesados de similaresespecializaciones que pueden burlarse del precio de la gasolina. Pero los motores deesencia están ya muriendo, como cualquier geólogo puede asegurarnos. Sin quepase mucho tiempo, impelidos por la imperiosa necesidad, debemos encontraralguna otra fuente de energía motriz, tal vez un tipo sofisticado de batería eléctrica,que posea al menos una capacidad varios centenares de veces mayor que loshorrorosos monstruos modernos. Sea cual sea la respuesta, dentro de pocasdécadas existirán motores de alguna clase, de poco peso y gran resistencia, listospara ser puestos en uso cuando los pozos de petróleo se agoten. Y éste será elpoder que impulsará a los aviones particulares del futuro, del mismo modo que elmotor de gasolina habrá llevado a todos los automóviles sobre la Tierra en elpasado.

Con la emancipación del tráfico rodado de las carreteras, adquiriremos al menosuna movilidad real y efectiva sobre la faz de la Tierra. La importancia de estaemancipación para países como África, Australia, Sudamérica, la Antártida y todoslos que carecen (y ya no los podrán poseer) de sistemas de pistas bienacondicionadas, no puede ser echada en olvido. Las pampas, las estepas, laspraderas africanas, los ventisqueros, las ciénagas, los desiertos..., todo ello serácapaz de soportar un tráfico más veloz y tal vez más pesado, de forma más suave yquizá más económica, que las mejores carreteras existentes en la actualidad. Laapertura de las regiones polares puede depender de la rapidez con que se

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construyan los GEM de carga.

Más adelante insistiremos sobre este tema, pero ya es hora de que nos fijemosen el mar. Naturalmente, el GEM puede viajar con la misma facilidad sobre la tierraque sobre el agua. Esto lo ha demostrado ya el Saunders-Roe SR-N1, que se hadeslizado a ras de agua desde Inglaterra a Francia en una demostración tal vez tanimportante como la de Bleriot.

El SR-N1 Hovercraft pesa cuatro toneladas y su motor de 435 HP lo desplaza auna «altitud» máxima de treintiocho cm. Tendrá sucesores mucho mayores,incluyendo un «ferry» a través del canal que llevará 1.200 pasajeros y 80 cochesentre Inglaterra y el Continente, casi a cien millas por hora. Debido a semejantetamaño, este vehículo podrá flotar a dos metros por encima del agua, estando asalvo por completo de las olas ordinarias. Todos los que ya han viajado en elHovercraft cuentan maravillas de la suavidad y comodidad del viaje, por lo queantes de mucho el mareo marino será un recuerdo del pasado en la ruta Dover-Calais. Por favor, hay que construir más «ferris» como éste sobre el mar.

Estos vehículos más grandes pueden tener un efecto revolucionario sobre elcomercio, la política internacional, e incluso la distribución de la población. Nonecesitamos ninguna hipotética fábrica potencial para ponerlos en práctica; cuandoempezamos a pensar en términos de miles de toneladas, las turbinas de gasactuales son perfectamente adecuadas, y los reactores nucleares del mañanatodavía serán mejores. Tan pronto como poseamos más experiencia que la quetenemos en los presentes modelos, podremos construir un GEM gigante,transoceánico, capaz de transportar cargas intercontinentales a velocidades querocen al menos las 100 millas por hora.

Al revés de los buques actuales, los transatlánticos y los mercantes soportadospor aire de las nuevas generaciones, serán barcos planos y lisos de fondo. Seránmuy manejables —el GEM puede moverse hacia atrás o a los costados alterandosimplemente la dirección de su corriente de aire— y flotarán con normalidad a unaaltitud de más de tres metros. Esto les capacitará para flotar suavemente sobre lasaguas, salvo cuando el océano esté muy encrespado; incluso el pequeño SR-N1puede capear las olas de un metro de altura. Consecuencia de esto es que podráconstruirse muy ligero, y sin embargo ser mucho más eficaz que los buquesactuales, los cuales han de ser construidos para contender con enormes peligros ytormentas.

Su velocidad les capacitará para eludir o desviarse de todas las tempestades;además, cuando su manejo empiece a extenderse por el mundo, los satélitesmeteorológicos nos procurarán un conocimiento climatológico de todo el orbe, ycada capitán sabrá con exactitud lo que haya de suceder durante el tiempo de supermanencia en el mar. En caso de huracán, un enorme GEM podrá incluso ofrecermayores garantías de seguridad que un buque convencional de igual tamaño, yaque se hallará por encima de la acción del oleaje.

Como un «hovership» es en absoluto indiferente a los rompientes, los arrecifes ylos bajíos, podría operar en aguas donde ningún otro tipo de embarcación lograríahacerlo. Esto puede proporcionar a los pescadores comerciales y deportivos unaenorme cantidad de millas cuadradas de territorio marítimo absolutamente virgen,revolucionando al mismo tiempo la vida de las comunidades isleñas. Vastas áreasde la Gran Barrera de Arrecifes —la muralla de coral de 1.200 millas de extensiónque preserva la costa noroeste de Australia— son casi inaccesibles salvo en los díasde calma chicha, y muchas de sus islitas más pequeñas jamás se han visto holladaspor la planta del hombre. Un servicio de autobús por GEM convertiría, pordesgracia, estas joyas de soledad y paz paradisíaca en una sucesión de haciendas ycasas de recreo.

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Como el GEM es el tipo de vehículo que ofrece menos puntos de contacto para lafricción entre los inventados, puede viajar con toda seguridad mucho más deprisaque cualquier otro tipo de embarcación existente en la actualidad, incluyendo loshidroaviones a propulsión a chorro y a 300 millas por hora. Esto significa que laslíneas aéreas pueden sufrir asimismo una fuerte competencia, ya que hay muchosviajeros deseosos de pasar unos días —no semanas— en el mar, sobre todo si se lespuede garantizar un viaje suave. Un aparato que logre viajar a la modestavelocidad de 150 millas por hora, desde Londres llegaría a Nueva York en un solodía, con lo que vendría a obtener una media de rapidez fluctuante entre el QueenMary y el Boeing 707.

Lo que hace tan atractivo el GEM para vehículo de pasajeros es el factor de suseguridad. Cuando fallan los motores de un avión, o se desarrolla cualquier otrodefecto en su estructura, existen pocas esperanzas de salvación para quienes sehallan a bordo. Pero a un GEM casi no podrá ocurrirle nada, salvo una colisión, cosaharto improbable, y aun en tal caso podría posarse con suavidad sobre susflotadores, sin que ni una sola gota de líquido se derramara sobre el mostrador desu cantina. No tendría necesidad de los retículos de navegación tan inmensamenteelaborados y demasiado caros, esenciales para el transporte aéreo; en caso deemergencia, el capitán podría tomarse las cosas con toda calma, sin tener quepreocuparse por las reservas de combustible. Desde este punto de vista, el GEMparece combinar las mejores ventajas de los buques y los aviones, con una notabledisminución de sus inconvenientes.

Las implicaciones más desastrosas de los GEM no se derivan, pese a todo, de suvelocidad o de su seguridad, sino del hecho que pueden ignorar las divisiones entretierra y mar. Un GEM marítimo no necesitará detenerse en la línea costera; podráproseguir hacia el interior de la tierra con suprema indiferencia a los grandespuertos y radas comerciales que han sido las metas del comercio marítimo desdehace cinco mil años. (El SR-N1 ha sobrevolado una playa con veinte marines abordo, totalmente armados; ello nos lleva a imaginar la clase de flota de asaltomarino que podrían haber representado unos cuantos en el célebre día D.)

Cualquier faja costera que no se viese amurallada por altos promontorios (tal losacantilados blancos de Dover) sería una puerta de libre paso para los GEMmercantes o de pasaje. Continuarían hacia el interior del continente sin hacer unasola parada en mil millas si fuese necesario, para depositar a los pasajeros y lasmercancías en el corazón de la tierra firme. Todo lo que requerirían sería ampliospasos o pasajes, limpios de obstáculos, con raíles situados a uno o dos metros dealtura; los viejos raíles de tranvías, de los que existen hoy día grandes cantidadesalmacenadas y aun en tendidos en desuso ya, servirían de manera excelente parael caso. Y estos pasos tampoco necesitarían estar sólidamente fijados al suelo,como les ocurre a los tendidos actuales para ferrocarriles o tranvías. Podrían serempleados para una amplia variedad de proyectos agrícolas, aunque he de admitirque no servirían para hacer crecer el trigo. Las corrientes de aire que provocaría elhombre tal vez serían un poco fuertes para que los tallos de hierba pudieranresistirlas.

Todo esto no es nada agradable para el porvenir de puertos como los de SanFrancisco, Nueva Orleans, Londres, Los Angeles, Nápoles, Marsella y otros similares.Pero todavía es noticia mucho peor para Egipto y Panamá.

Precisamente, los «buques» del futuro no tendrán necesidad de arrastrarse a lolargo de estrechos canales de cinco millas, a 1.000 dólares la hora de travesía, yaque podrán flotar sobre tierra a una velocidad veinte veces superior y podránescoger y seguir sus rutas casi con la misma libertad que en el mar abierto.

Las consecuencias políticas de este estado de cosas serán, y es lo menos que se

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puede decir, en extremo interesantes. Toda la situación del Oriente Medio sería muydistinta si Israel (o para el caso otra media docena de países) pudiera dejar fueradel comercio el Canal de Suez, ofreciendo para el paso de los «buques» un desiertoa precios fuertemente competitivos. Y en cuanto a Panamá..., prefiero dejar estacuestión a la sosegada meditación de la Marina y el Departamento de Estado de losEstados Unidos.

Es un ejercicio muy instructivo y bueno para el cerebro examinar un mapa-mundi en relieve e imaginar dónde podrían estar enclavadas las futuras rutas de losGEM. Dentro de medio siglo, ¿sería Oklahoma un puerto mucho mayor queChicago? (No hay que olvidarse de los millones de toneladas de mercancías quepodrían maniobrar sobre las Grandes Llanuras.) ¿Cuál sería el mejor camino paratrasladar una carga de cien mil toneladas, a través de las Rocosas, los Andes o elHimalaya? ¿Se convertiría Suiza en una gran nación armadora? ¿Sobrevivirían a lacatástrofe las embarcaciones ideadas exclusivamente para el océano, cuando latierra y el mar se tornasen en algo sin solución de continuidad?

Éstas son cuestiones a las que no tardaremos en dar respuesta. La súbita einesperada aparición del GEM requiere que nos enfrentemos con cierta gimnasia deagilidad mental; preocupados con los mercantes aéreos que pueden atravesar laatmósfera a la velocidad del sonido, nos hemos olvidado por completo de unarevolución mayor que está a punto de producirse al nivel del mar.

Una revolución que puede, literalmente, llevarnos a la liquidación de lascarreteras y rutas conocidas.

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MAS ALLÁ DE LA GRAVEDAD

De todas las fuerzas de la naturaleza, la gravedad es la más misteriosa y la másimplacable. Controla nuestras vidas desde el nacimiento hasta la muerte,matándonos o mutilándonos al menor descuido. No es extraño que, consciente dellazo que le mantiene ligado al suelo, el hombre siempre haya contemplado conansia los pájaros y las nubes, e imaginado que el cielo es la morada de los dioses.La frase «ser celeste» implica la liberación de la gravedad que, hasta el presente,sólo hemos conocido en nuestros sueños.

Ha habido muchas explicaciones de tales sueños, ya que algunos científicos hanintentado descubrir su origen en nuestro pasado presumiblemente arbóreo, aunquesea muy improbable que muchos de nuestros antecesores se hayan pasado la vidasaltando de rama en rama. Puede argüirse de forma convincente que el sueñofamiliar de la levitación no es una reminiscencia del pasado, sino una premonicióndel futuro. Algún día la «ingravidez» o la gravedad reducida será un estado de lahumanidad muy corriente y, tal vez, incluso normal. Puede llegar un día en quehaya más personas viviendo en estaciones espaciales y mundos de escasa gravedadque en este planeta; además, cuando se haya escrito por completo la historia de laraza humana, los 100.000 millones de hombres que han pasado toda su vidaluchando contra la gravedad pueden convertirse en una minúscula minoría. Tal veznuestros descendientes, amos del espacio, se preocuparán tan poco de la gravedadcomo nuestros más remotos antecesores, cuando flotaban sin esfuerzo en el senodel boyante mar.

Incluso ahora, la mayoría de los seres de este planeta están escasamenteenterados de que exista la gravedad. Aunque domina la existencia de animales yseres tan grandes como elefantes, caballos, hombres y perros, así como la de otrostan minúsculos como un ratón, con toda la gama intermedia, la gravedad no espara todos ellos más que un inconveniente muy nimio. Para los insectos ni siquieraes esto; las moscas y los mosquitos son tan ligeros y frágiles que el mismo aire leseleva y sostiene, y la gravedad les molesta tanto como a los peces.

Pero a nosotros sí nos molesta en grado sumo, sobre todo ahora que estamosdecididos a escapar a su influencia. Aparte de nuestro actual interés por los vuelosespaciales, el problema de la gravitación siempre ha preocupado mucho a loshombres de ciencia. Parece ser algo absolutamente aparte de las demás fuerzas—luz, calor, electricidad, magnetismo— que pueden ser generadas de muy distintosmodos y son libremente interconvertibles. Además, la mayor parte de la técnicamoderna se basa en tales conversiones, del calor a la electricidad, de ésta a la luz,etc.

Sin embargo, la gravedad es general para todos, pareciendo ser por completoindiferente a todas las influencias que podamos emplear para anularla. Por cuantosabemos, la única manera de producir un campo gravitacional es en presencia de lamateria. Cada partícula material posee una atracción hacia otra partícula demateria del Universo, y la suma total de estas atracciones, en cualquier punto dado,forma la gravedad local. Naturalmente, esto varía de mundo a mundo, ya que unosplanetas contienen grandes cantidades de materia y otros, muy poca. En nuestrosistema solar, los cuatro planetas gigantes: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno,todos poseen gravedades mayores que la Tierra... siendo en el caso de Júpiter dosveces y media más intensa. Por otra parte, hay lunas y asteroides en los que lagravedad es tan débil que habría que estar mirando con suma atención desde elprincipio de estar cayendo un objeto sobre ellos para darse cuenta de la caída.

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La gravitación es una fuerza increíblemente débil, casi inimaginable. Esto puedeparecerle contradictorio al sentido común y a la experiencia diaria, pero siconsideramos atentamente el aserto resulta absolutamente exacto. Se requierencantidades realmente gigantescas de materia —los seis mil trillones de toneladas dela Tierra— para producir el más bien modesto campo de gravedad en que vivimos.Podemos generar fuerzas eléctricas o magnéticas centenares de veces máspoderosas con unas cuantas libras de hierro o de cobre. Cuando se levanta unpedazo de hierro con un sencillo imán en forma de herradura, la cantidad de metalque contiene el imán está atrayendo hacia sí a toda la Tierra. La extremadadebilidad de las fuerzas de gravitación hace que nuestra completa impericia paracontrolarlas o modificarlas resulte aún más intrigante y exasperante.

De vez en cuando se oyen rumores sobre equipos de investigación que estántrabajando en el problema del control de la gravedad, o «antigravedad», pero talesrumores casi siempre carecen de fundamento. Ningún científico competente, ennuestro presente grado de ignorancia en tal asunto, admitiría a sabiendas que sehalla buscando el modo de vencer la gravedad. No obstante, lo que cierto númerode físicos y matemáticos está llevando a cabo es menos ambicioso; sencillamente,están tratando de descubrir algún dato básico sobre la gravedad. Si esta tareaagotadora y fundamental conduce a cierta forma de control de la gravedad, serámaravilloso; pero dudo mucho que los interesados en este problema juzguen estoposible. La opinión de la mayoría de los hombres de ciencia, probablemente, quedaresumida en una observación efectuada hace poco por el doctor John Pierce, de losLaboratorios Telefónicos Bell.

—La antigravedad —dijo— es sólo para las aves.

Pero las aves no la necesitan..., y nosotros sí.

Existe cierta evidencia, aunque en verdad sorprendente, de que los industriales ylas compañías ejecutivas son menos escépticos que los científicos acerca de losmecanismos anti-gravitatorios. En 1960, la Harvard Business Review efectuó una«Encuesta sobre el Programa Espacial» y recibió casi 2.000 respuestas a sudetallado cuestionario de cinco páginas.

Cuando se les pidió que opinaran sobre el grado de probabilidad de variosproyectos relativos a la investigación del espacio, los ejecutivos votaron por laantigravedad como sigue: casi cierta, 11%; muy probable, 21%; posible, 41%;muy improbable, 21%; jamás ocurrirá, 6%. En conjunto, votaron con tantaseguridad a favor de su existencia como si de extraer minerales o colonizar losplanetas se tratara; me sentiría muy confiado si los científicos llegasen aconsiderarla mucho menos posible. Sin embargo, en el momento actual, el criteriode los hombres de negocios de Harvard sobre el tema es casi tan bueno, o tanmalo, como el de los físicos profesionales.

Conocemos aún tan poco sobre la gravitación que ni siquiera sabemos si viaja através del espacio a una velocidad determinada —como las ondas de radio y de laluz— o si «siempre está ahí». Hasta la época de Einstein, los científicos pensabanque éste era el caso, y que la gravitación se propagaba instantáneamente. Hoy laopinión general es que viaja a la velocidad de la luz, y que, también como la luz,está formada a base de ondas de alguna clase.

Si la «onda gravitacional» existe, será fantásticamente difícil de detectar, graciasa la escasa energía que propaga. Se ha calculado que las ondas de gravedadradiadas por toda la Tierra poseen una energía de un millón de caballos de fuerza, yla emisión de todo el Sistema Solar —el Sol y el conjunto de planetas— es sólo demedio caballo. Todo generador de ondas gravitaciones forjado por el hombre seríatodavía miles de millones de veces aún más débil.

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Sin embargo, en la actualidad se están haciendo experimentos para producir ydetectar tales ondas. En varios de tales experimentos, se ha proyectado utilizartoda la Tierra como una «antena»; las ondas radiadas por ella tendrían sólo unafrecuencia de un ciclo por hora. (Las ondas ordinarias de radio y TV tienen unafrecuencia de millones de ciclos por segundo.) Incluso, si tales delicadosexperimentos tuvieran fortuna, ha de pasar mucho tiempo antes de que puedanesperarse aplicaciones prácticas de los mismos. Y a lo mejor, o a lo peor, esto noocurre jamás.

Pese a ello, cada cierto tiempo, algún inventor esperanzado construye, al menospara su propia satisfacción, un artilugio antigravitario, y realiza con éldemostraciones. Siempre hay laboratorios modernos que producen (más bienaparentemente) una muy pequeña elevación. Algunas de las máquinas soneléctricas, otras puramente mecánicas, basadas en lo que podría llamarse el«principio del cordón de zapato», conteniendo hélices desequilibradas, cigüeñales,muelles y pesos oscilantes. La idea en que se funda la construcción de talesaparatos es que la acción y la reacción no siempre pueden ser iguales y opuestas,sino que a veces una pequeña fuerza puede actuar en una dirección sobre la otra.Así, aun cuando todo el mundo está de acuerdo en que ninguna persona puedesepararse del suelo por el sencillo procedimiento de tirar hacia arriba por loscordones de los zapatos, se piensa que tal vez una serie de tirones apropiadospodría obtener un resultado diferente.

Expuesta de este modo, la idea parece completamente absurda, pero no es fácilrefutar a un inteligente y sincero inventor que con docenas de piezas ha construidouna hermosa máquina que se mueve en todas direcciones, y sostiene que suscontracciones oscilatorias producen una limpia elevación de media onza y que unmodelo mayor llevaría a un ser humano a la Luna. Uno puede tener un 99,999 porciento de seguridad de que está equivocado, pero no es posible demostrárselo. Sialguna vez llega a descubrirse el control de la gravedad, puede afirmarse que sedeberá a técnicas mucho más sofisticadas que tales artefactos mecánicos, y casicon toda probabilidad será encontrado gracias a un producto descubierto de formapor completo inesperada en el campo de la física.

También es probable que no hagamos muchos progresos en la comprensión de lagravedad hasta que seamos capaces de aislar de ella a nosotros mismos y anuestros instrumentos, mediante el establecimiento de laboratorios espaciales.Intentar estudiarla desde la Tierra misma es más bien como querer probar unequipo de alta fidelidad en una fábrica de calderas; los efectos que estamosbuscando quedan absorbidos por el ruido de fondo. Sólo en un laboratorio-satéliteseremos capaces de investigar las propiedades de la materia bajo condiciones deingravidez.

La razón por la que los objetos son —usualmente— ingrávidos en el espacio esuna de estas engañosas simplicidades que casi siempre es mal comprendida.Muchas personas, dejándose engañar por periodistas incompetentes, se hallantodavía bajo la impresión de que los astronautas son ingrávidos porque se hallan«más allá de la fuerza de la gravedad».

Esto es por completo falso. En cualquier lugar del Universo —ni siquiera en lagalaxia más remota aparecida como una simple manchita en el observatorio deMonte Palomar— se estaría literalmente más allá del campo de gravedad de laTierra, aunque a unos cuantos millones de millas casi no se observe. Con ladistancia va disminuyendo lentamente, de modo que en las modestas alturasalcanzadas por los astronautas terrestres es casi tan potente aún como al nivel delmar. Cuando el mayor Gagarin contempló la Tierra desde una altura de casidoscientas millas, el campo de gravedad en que se estaba moviendo aún tenía un90% de su valor normal. Sin embargo, y pese a ello, Gagarin no pesaba

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absolutamente nada.

Si esto parece confuso, es en gran parte debido a la pobre semántica. Lo malo esque los habitantes de la superficie de la Tierra nos hemos acostumbrado a emplearlas palabras «gravedad» y «peso» casi como equivalentes. En las situacionesordinarias terrestres, esto es cierto; dondequiera que existe peso hay gravedad, yviceversa. Pero en realidad son entidades por completo distintas, y pueden tenerlugar independientemente una de la otra. En el espacio, ocurre así por lo general.

En ocasiones, también puede ser así en la Tierra, como demostrarán lossiguientes experimentos. Es mejor que el lector lo piense bien ante de formularalguna objeción, pero si mi lógica no le convence, siga adelante. Se hallará en eltremendo precedente de Galileo, quien también se negó a aceptar laargumentación, apelando a la prueba experimental. Claro que declino cualquierresponsabilidad por los posibles daños.

Usted, lector, necesitará una trampilla de muelle rápido (como las usadas en lasejecuciones sería ideal) y un par de balanzas de baño. Coloque las balanzas sobrela trampilla y póngase sobre las mismas. Por supuesto, acusarán su peso.

Ahora, mientras mantiene los ojos fijos en el registro de la balanza, avise a unode sus conocidos («—Este no es oficio para un amigo, gran Señor»— comoVolumnius le dijo a Bruto en una ocasión similar) para que haga saltar la trampilla.Al instante, la aguja señalará el cero; usted carecerá de peso. Y sin embargo, ustedno se encontrará más allá de la acción de la gravedad, sino que se hallará un 100%bajo su influencia, como descubrirá una fracción de segundo después.

¿Por qué es usted ingrávido en tal circunstancia? Bueno, el peso es una fuerza, yuna fuerza no puede actuar si no tiene un punto de apoyo..., si no hay nada que lereplique en contra. Usted no puede sentir ninguna fuerza cuando está empujandocontra una puerta con la hoja abierta; ni puede sentir ningún peso cuando no tienesoporte y está cayendo con libertad. Un astronauta, salvo cuando está disparandosus cohetes, siempre está cayendo libremente. La «caída» puede ser hacia arriba ohacia abajo, o hacia los costados, como en el caso de un satélite en órbita, que estácayendo siempre alrededor de un mundo. La dirección no importa; mientras lacaída sea libre y sin restricciones, cualquier objeto o persona que la experimenteserá ingrávida.

Por lo tanto, usted puede carecer de peso, aun cuando se halle plenamentedentro del campo terrestre de gravedad. Lo contrario también es cierto: no senecesita gravedad para tener peso. Un cambio de velocidad —en otras palabras,una aceleración— sirve para el caso.

Para probarlo, imaginemos un experimento todavía más improbable que el yadescrito. Tomemos las balanzas de baño y llevémoslas a un punto situado cabe lasestrellas, donde la gravedad es, a todo propósito, igual a cero. Flotando en elespacio, volveremos a sentirnos sin peso; pese a estar sobre las balanzas, éstasmarcarán el cero.

Ahora pongamos un motor cohete en la parte inferior de las balanzas, ydisparémoslo. Mientras las balanzas vuelven a apretarse contra nuestros pies,sentiremos una sensación muy convincente de que volvemos a pesar. Si el impulsodel motor cohete está bien ajustado, puede darnos, en virtud de nuestraaceleración y con exactitud, el mismo peso que teníamos en la Tierra. Para todoslos efectos, a menos que los demás sentidos nos revelasen la verdad, podríamossentirnos como si todavía nos halláramos sobre la superficie de la tierra, notando sugravedad, a pesar de estar viajando entre las estrellas.

Esta sensación de «peso» producida por la aceleración es muy familiar; lanotamos en un ascensor cuando empieza a moverse en dirección ascendente, y—

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en la dirección horizontal, no en la vertical— en un coche que da de súbito un saltohacia delante o frena de improviso. Es posible producir artificialmente peso de casiilimitada magnitud mediante el simple procedimiento de la aceleración, y en la vidadiaria se hallan sorprendentes casos. Un niño jugando en un columpio, por ejemplo,puede con facilidad llegar al cero de su peso en el límite superior de su oscilación,cuando el columpio queda en suspenso un instante, y experimentar tres veces supeso normal al llegar al límite inferior del arco. Y cuando se salta sobre una silla oun muro, el choque al herir el suelo puede darnos varias docenas de veces nuestropeso normal.

Tales fuerzas las medimos en términos de muchas «gravedades», o «ges»,significando que una persona que experimenta, digamos, 10 G notaría diez veces supeso ordinario. Pero la gravedad de la Tierra no se halla envuelta para nada en elcaso de que el peso-fuerza se produzca por la aceleración, y no es muy afortunadoque se emplee la misma palabra para describir un efecto que puede muy bien tenerdos causas distintas.

La forma más conveniente de producir peso artificial no es la aceleración en línearecta —que pronto le llevaría a uno sobre el horizonte— sino el movimiento circular.Como bien sabe cualquiera que haya subido a un carrusel, un suave movimientocircular puede originar substanciales fuerzas; éste fue el principio del separador decremas que algunos todavía recordarán de sus tiempos de granjeros. Las versionesmodernas de estas máquinas son las centrifugadoras gigantes usadas ahora en lainvestigación de la medicina espacial, que pueden darle a un hombre diez o veinteveces su peso normal.

Los pequeños laboratorios modelos pueden actuar aún mucho mejor. El BeamsUltracentrifuge, girando a la increíble velocidad de 1.500.000 revoluciones porsegundo (no por minuto) produce fuerzas de más de mil millones de gravedades.En esto hemos sobrepasado a la propia Tierra; parece casi imposible que existancampos gravitacionales, en cualquier lugar del Universo, más de unos cuantoscentenares de miles de veces más poderosos que el de la Tierra. (Aunque un díapueden existir; ver capítulo 9.)

Por lo tanto, resulta bastante sencillo producir peso artificial, y es lo quedeberemos hacer en nuestras naves espaciales o en las estaciones del espaciocuando estemos ya cansados de flotar en su interior. Un leve movimiento derotación nos dará una sensación que es inseparable de la gravedad, salvo que«arriba» es en este caso hacia el centro del vehículo, y no alejarse del mismo, comoocurre en la Tierra.

Podemos imitar la gravedad..., pero no podemos controlarla. Y por encima detodo, no podemos anularla ni neutralizarla. La verdadera levitación todavía es unsueño. La única forma en que podemos sostenernos en el aire es flotando, conayuda de balones de aire, o por reacción, como con los aviones, los helicópteros, loscohetes y los artefactos a propulsión. El primer método es muy limitado en suspropósitos y exige una gran cantidad de volúmenes de gases caros e ininflamables;el segundo, no sólo es caro, sino demasiado ruidoso, y muy expuesto a dejarle caera uno desde las alturas. Lo que necesitamos y deseamos es algo bello, limpio,probablemente de naturaleza eléctrica o atómica, que pueda abolir la gravedad conel solo giro de un conmutador.

A pesar del escepticismo ya mencionado de los hombres de ciencia, parece queno existen imposibilidades fundamentales para la invención de tales aparatos,puesto que ello obedece a ciertas leyes naturales bien establecidas. La másimportante es el principio de conservación de la energía, que puede enunciarse así:

«No puede conseguirse algo de la nada.»

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La conservación de la energía trae en seguida a la mente la deliciosamentesencilla «pantalla de gravedad» empleada por H. G. Wells en Los primeros hombresen la Luna. En ésta, que es la mayor de todas las fantasías del espacio (¿cuándo unDisney o un George Pal se decidirán a hacer una obra maestra de esta joya delperíodo eduardino?), el científico Cavor manufacturó un material que era opaco a lagravedad, como lo es un pedazo de metal a la luz, o un aislador a la electricidad.Una esfera revestida de «Cavorita» era capaz, según Wells, de flotar, alejándose dela Tierra con todo su contenido. Mediante el procedimiento de abrir y cerrar losporticones, los viajeros del espacio podían moverse en cualquier dirección deseada.

La idea parece factible —sobre todo cuando es Wells quien la preconiza—, peropor desgracia no es así. La Cavorita comporta una contradicción física, como lafrase «Una fuerza inamovible y un objeto irresistible». Si la Cavorita existiese,podría utilizarse como una ilimitada fuente de energía. Se la podría emplear paralevantar un gran peso, y luego dejarlo caer de nuevo bajo la fuerza de la gravedadpara hacer un trabajo. El ciclo podría repetirse indefinidamente, dando así forma alsueño de todos los conductores: un motor sin combustible. Esto, para todo elmundo, salvo para los inventores de máquinas de movimiento continuo, es unaclara imposibilidad.

Aunque una pantalla de gravedad de un tipo tan sencillo deba ser descartada, nohay nada absurdo en la idea de que puedan existir substancias que poseangravedad negativa, de forma que al caer lo hagan hacia arriba en vez de hacerlohacia abajo. Dada la naturaleza de las cosas, casi no debemos esperar hallar talesmateriales en la Tierra; deben de estar flotando en el espacio, evitando los planetascomo si se tratase de una plaga.

La materia con gravedad negativa no debe ser confundida con la «anti-materia»—igualmente hipotética— cuya existencia defienden algunos físicos. Se trata de unamateria formada de partículas fundamentales con cargas eléctricas opuestas a lasde la materia normal; así, los electrones son reemplazados por los positrones, etc.Una substancia de tal naturaleza caería hacia abajo, y no hacia arriba, en un campogravitacional ordinario; pero tan pronto como entrara en contacto con la materianormal, las dos masas se aniquilarían una a otra con un desprendimiento deenergía más catastrófico que el de la bomba atómica.

La materia antigravitatoria puede no ser tan difícil de manejar, aunque tambiénplantea problemas. Para hacerla bajar a la Tierra se requeriría tanta energía comopara elevar la misma cantidad de materia desde la Tierra al espacio. Así, unasteroide-minero, la carga de cuyo «jeep» espacial se llenase de materiagravitacionalmente negativa, emplearía mucho tiempo y esfuerzo para regresarjunto a la Tierra. Ésta la repelería con todas sus fuerzas, por lo que aquél tendríaque luchar a cada paso en su bajada.

Por eso, las substancias con gravedad negativa, caso de existir, tendrían unaaplicación muy limitada. Podrían ser empleadas como materiales de construcción;los edificios que contuviesen cantidades iguales de materia normal y materia congravedad negativa no pesarían nada, por lo que su altura podría ser ilimitada. Elprincipal problema del arquitecto, en tal caso, sería el de protegerlos contra losgrandes vendavales.

Es concebible que mediante cierto tratamiento podamos llegar a «desgravitizar»substancias ordinarias, de igual forma aproximadamente como un pedazo de hierrolo transformamos en un imán permanente. (Menos conocido es el hecho de quepuedan hacerse cuerpos cargados siempre, o «electropermanentes».) Estorequeriría un gran desgaste de energía, ya que desgravitizar una tonelada demateria equivale a elevar por completo la misma de la Tierra. Cualquier ingenieroen balística asegurará que esto requiere la misma energía que levantar 4.000

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toneladas de peso a la altura de una milla. Estas 4.000 toneladas-milla de energíaes el precio de la ingravidez, la entrada de pago al Universo. No hay concesiones niprecios más baratos. Tal vez se tenga que pagar más, pero nunca menos.

En conjunto, una substancia permanentemente desgravitizada o ingrávida parecemenos plausible que un neutralizador de la gravedad, o gravitador. Debería ser uningenio, cuya energía le fuese suministrada desde alguna fuente de fuerza exterior,y que pudiese anular la gravedad al ponerse en marcha. Es importante comprenderque tal clase de máquina no sólo proporcionaría la ingravidez, sino algo mucho másvalioso: la propulsión.

En efecto, si neutralizásemos con exactitud el peso, nosotros flotaríamos enmedio del aire sin movernos, pero si lo sobreneutralizásemos, nos veríamosdisparados hacia arriba con constante e incesante velocidad. Por esto, cualquierforma de controlar la gravedad sería también un sistema de propulsión, y esto yadebía ser esperado, puesto que la gravedad y la aceleración están unidasíntimamente. Esto constituiría una nueva forma de propulsión, y es difícil imaginarcuál sería el «contraempuje». Cada móvil exige determinada reacción; incluso elcohete balístico, el único ingenio conocido capaz de dar un empuje en el vacío, esimpulsado por la combustión de sus gases.

El término «navegación espacial», o simplemente «navegación», ha sidoinventado para tales sistemas inexistentes, pero altamente deseados, depropulsión, mas no para ser confundidos con las superastronaves preconizadas porDetroit. Entre los escritores científicos es un acto de fe, igual que entre un crecientenúmero de personas relacionadas con los asuntos de astronáutica, que debe existiralgún medio más seguro, más pausado, más barato y por lo general menosdesordenado para llegar a los planetas que los cohetes. Dentro de pocos años, losmonstruos que hay en Cabo Kennedy en sus tanques de combustible contendrántanta energía como la primera bomba atómica, y será mucho más difícil controlarla.Más pronto o más tarde ocurrirá un desdichado accidente; por ello necesitamos unnuevo «propulsor espacial», no sólo para la exploración del sistema solar, sino paraproteger el Estado de Florida.

Puede parecer algo prematuro especular sobre los empleos de un ingenio que talvez jamás llegará a ser una realidad, y que ciertamente se halla más allá del actualhorizonte de la ciencia. Pero es regla general que, cuando existe una necesidadtécnica, siempre viene algo a satisfacerla... o a superarla. Por esta razón, estoyseguro de que se descubrirá algún medio de neutralizar la gravedad o de superarlapor la fuerza bruta. En cualquier caso, ello nos proporcionará la levitación y lapropulsión, en cantidades determinadas sólo por la fuerza disponible.

Si las máquinas antigravitatorias tienen que ser grandes y caras, su uso quedarálimitado a instalaciones fijas y vehículos voluminosos, tal vez de medidas desusadashasta ahora en nuestro planeta. Gran parte de la energía de la humanidad seemplea en mover de un punto a otro vastas cantidades de aceite, carbón, mineralesy otras materias primas, cantidades que se miden por cientos de millones detoneladas anuales. Muchos depósitos de minerales del mundo están fuera de usodebido a su inaccesibilidad; tal vez podamos ser capaces de abrirlos a través delaire, usando para ello cargueros antigravitatorios de movimientos relativamentelentos que cada vez arrastren unos cuantos centenares de miles de toneladas através del firmamento.

Incluso puede ser imaginado el gran movimiento de carga o de materias primasa lo largo de «pasillos gravitacionales»..., especie de campos de gravedad dirigidosy enfocados en los que los objetos permanecerían y se moverían como el hierro vahacia el imán. Nuestros descendientes tal vez se hallarán ya acostumbrados a verque sus productos y sus bienes se trasladan de un sitio a otro sin medios de

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transporte visibles. En mayor escala, los campos de gravedad y sus pasillos podríanemplearse para controlar y dirigir los vientos y las corrientes oceánicas; si algunavez debe tener practicidad la modificación del clima, será necesario utilizar algo deeste estilo.

El valor del control de la gravedad para los vehículos espaciales, tanto para lapropulsión como para la comodidad de sus ocupantes, no necesita ser encomiado,pero todavía existen otros usos astronáuticos que no son tan obvios. Júpiter, elmayor de nuestros planetas, por su intensa gravedad, dos veces y media la de laTierra, queda fuera del alcance de la directa exploración humana. Este mundogigante posee otras características también altamente desagradables (unaatmósfera muy densa, turbulenta y venenosa, por ejemplo), por lo que pocaspersonas tomarían en serio la idea de intentar su exploración humana; según todaslas presunciones tendremos que valernos siempre para ello de los robots.

Yo me permito dudarlo; sea como sea, siempre habrá ocasiones en que losrobots se encuentren en situaciones apuradas y sean los hombres quienes tenganque sacarlos de las mismas. Antes o después habrá requerimientos científicos yoperacionales para la exploración humana de Júpiter; incluso, algún lejano día,desearemos establecer allí una base permanente. Para ello será necesario haberdescubierto alguna clase de control de la gravedad..., a menos que hayamos dado aluz una clase especial de colonizadores jovianos con las facultades físicas de losgorilas. (Para más información sobre la exploración de Júpiter, consultar el capítulo9.)

Si esto parece un poco remoto y fantástico, me permitiré recordar al lector queexiste un ejemplo mucho más importante y próximo de planeta de alta gravedadque, quizás antes de cincuenta años, los hombres no puedan visitar. Este planeta esnuestra misma Tierra.

Sin un control de la gravedad, los viajeros del espacio y los colonos del futuropueden quedar condenados a un exilio perpetuo. Un hombre que haya vivido unoscuantos años en la Luna, donde no ha tenido más que una sexta parte de su pesoterrestre, sería un ser inútil al volver a la Tierra. Le llevaría varios meses depenosas prácticas volver a andar, y los niños nacidos en la Luna (como los habrádentro de otra generación) tal vez serían incapaces de lograr el reajuste11). Y pocascosas pueden resultar más desagradables que una discordia interplanetariapromovida por una «expatriación gravitacional».

Para evitar esta molestia, necesitamos poseer un artilugio individual controladorde la gravedad, tan sencillo que un hombre pueda llevarlo sujeto alrededor de sushombros o arrollado a su cintura. Además incluso podría formar parte permanentede sus ropas, lo mismo que un reloj de pulsera, o un transistor. Podría usarse parareducir la sensación de ingravidez, o para proporcionar propulsión.

Todo aquel que se halle dispuesto a admitir que es posible el control de lagravedad no debe vacilar ni dudar ante este desarrollo de la maquinaria. Laminiturización es uno de los diarios milagros de nuestra época, para bien o paramal. La primera bomba termonuclear era tan grande como una casa; las cabezasde proyectil de tamaño económico de hoy día tienen la medida de las papeleras..., yde una de tales papeleras se obtiene la energía necesaria para poder llevar eltransatlántico Queen Elizabeth a Marte, si fuera preciso. Este factor diario de labalística moderna es, a mi modo de ver, mucho más fantástico que la posibilidad dellegar a controlar la gravedad.

El gravitator individual, caso de poder fabricarse bastante barato, se contaría

11 En efecto, los planes de la NASA prevén el nacimiento de los primeros niños delos colonos terrestres en la Luna para. 1985. — (N. del E.)

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entre los inventos más revolucionarios de todos los tiempos. Como los pájaros y lospeces, habríamos escapado de la tiranía de la verticalidad..., habríamos vencido latiranía de la tercera dimensión. En la ciudad no tendríamos que servirnos delascensor mientras dispusiésemos de una conveniente ventana. El grado demovilidad sin esfuerzo que podría obtenerse necesitaría una reeducación casipajaril. Cuando esto ocurra, nos será ya familiar, puesto que incontables filmes dehombres del espacio en órbita nos habrán acostumbrado a la idea de la ingravidez ynos dispondrán a gozar de sus placeres. Tal vez el levitador logre hacer para lasmontañas lo que el «Aqualung» ha hecho para el mar. Los sherpas y los guíasalpinos, claro está, estarán indignados, pero el progreso es inexorable. Sólo escuestión de tiempo que los turistas floten sobre el Himalaya y que la cumbre delEverest se vea tan llena de gente como las playas de Cannes o los cayos de Florida.

E incluso, dado que resulta imposible la levitación natural, tal vez seamoscapaces de fabricar pequeños vehículos en los que podamos lograr ascensioneslentas y silenciosas (ambas cosas son importantes) a través del cielo. La idea desurcar el espacio, hace tan sólo una generación, era absurda y fantástica, hasta queel helicóptero nos abrió los ojos. Ahora que las máquinas de efecto Campo terrestreestán flotando en todas direcciones sobre cojines de aire, no estaremos satisfechoshasta que podamos flotar sobre la faz de la Tierra, con una libertad de movimientosque ni el automóvil ni el avión nos han podido dar.

Cuál pueda ser la última consecuencia de esta libertad, nadie puede sospecharla,pero tengo una sugerencia final por hacer. Cuando pueda controlarse la gravedad,nuestras casas podrán ser llevadas por el aire. Los edificios ya no tendrán que estarsiempre fijos en un mismo sitio, pues serán mucho más móviles que los remolquesde hoy día, libres de moverse por la tierra y por el mar, de continente a continente.Y también de clima a clima, ya que podrán seguir el sol con el cambio de lasestaciones, o encaminarse hacia las montañas para los deportes de invierno.

Los primeros hombres fueron nómadas; lo mismo puede ser el último, aunquecon una técnica mucho más avanzada en su nivel. La casa completamente móvilrequeriría, aparte del sistema de propulsión, por entero inalcanzable en laactualidad, unos servicios de fuerza, comunicación y demás, por encima de toda latécnica moderna, pero no, como pronto veremos, más allá de la del mañana.

Esto significaría el fin de las ciudades, que muy bien pueden ser desmoronadaspor otras razones. Y significaría el final de todos los intereses regionales ygeográficos existentes, al menos en la forma tan intensa que se conocen hoy día. Elhombre se convertiría en un vagabundo sobre la faz de la Tierra..., untranshumante conductor de una caravana con fuerza nuclear de oasis a oasis, através de los desiertos del firmamento.

Sin embargo, cuando este día llegue, no se sentirá como un exilado sin raíces alque ningún lugar atrae. Un globo que pueda ser circunnavegado en noventaminutos jamás significará para él lo que para sus antepasados. Para los que vengandespués que nosotros, la única verdadera soledad residirá en las estrellas.Dondequiera que los hombres entonces puedan volar o flotar en esta pequeñaTierra, siempre será su hogar.

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6

LA BÚSQUEDA DE LA VELOCIDAD

Ésta, a menudo, ha sido llamada la Era de la Velocidad, y por una vez, la vozpopular es por completo correcta. Nunca hasta ahora la velocidad del transportehabía aumentado en una proporción tan abrumadora, ni volverá a hacerlo otra vez.

Ambas declaraciones se verán claramente si trazamos una tabla de valoresmostrando todos los posibles alcances o «bandas» de velocidad, clasificadas por elorden de magnitud, anotando la década en que se logró cada alcance. El resultadoes muy sorprendente.

Banda(millas por hora)

Alcance de velocidadFecha aproximada de su

logro

1 1—10 1.000.000 (a. C., aprox.)

2 10—100 Ídem

3 100— 1.000 1880

4 1.000— 10.000 1950

5 10.000— 100.000 1960

6 100.000— 1.000.000

7 1.000.000— 10.000.000

8 10.000.000— 100.000.000

9 100.000.000— 1.000.000.000

Después de pasar toda la prehistoria y casi toda la historia en las dos primerasbandas de velocidad, casi en un instante la humanidad se disparó hacia la tercera.(Ignoro la fecha exacta en que la primera locomotora alcanzó las cien millas porhora, pero con toda probabilidad fue hacia 1880. El «Empire State Express» llegó alas 112 millas por hora en la línea New York Central, en 1893.) Aún más asombrosoes el hecho de que hayamos saltado por toda la cuarta banda en una sola década;el período 1950 a 1960 cubre (y ahora sí tengo toda la seguridad) el salto de losvuelos supersónicos en la atmósfera a los vuelos orbitales fuera de ella.

Esto, claro está, fue el resultado de la perfección de la balística, que haproducido lo que los matemáticos llaman una discontinuidad en la curva develocidad. Es difícil esperar que esta aceleración continúe en la misma proporción,ya que ello implicaría, por ejemplo, que se ha llegado a las 100.000 millas por horaantes de 1970. Esto es posible, pero muy improbable. Aún más inverosímil es elresultado obtenido continuando esta ingenua extrapolación..., o sea quealcanzaríamos la Banda Novena, y la velocidad límite del Universo, antes del año2010.

La última partida de la tabla es imaginaria; la Banda Novena, en realidad,debería decir: «100.000.000-670.615.000 millas por hora». Y más allá de esta cifraya no existe velocidad; es la de la luz.

Dejemos sin contestar la pregunta de por qué ésta es la velocidad límite y quépodríamos hacer con ella, si es que nos servía para algo, y concentrémonos en elextremo más bajo de la secuencia de la velocidad. Las bandas de la Uno a la Cuatrocubren todas las velocidades necesarias para nuestros propósitos terrestres; mejor

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aún, muchos de nosotros estaríamos muy contentos de permanecer en la Tercera, yconsiderar que los actuales aviones a propulsión ya vuelan a suficiente velocidad.

Para los servicios de velocidad ultrarrápida, a varios miles de millas por hora,será necesario emplear cohetes, y parece improbable que los mismos puedanresultar económicos sobre la base de propulsores químicos. Aunque ahora podemosenviar a un hombre alrededor de la Tierra en noventa minutos, para ello debeconsumirse un centenar de toneladas de combustible. Aun cuando los coheteslleguen a estar plenamente desarrollados, es dudoso que la cifra pueda reducirse amenos de diez toneladas por pasajero. Esto es algo como veinte veces la yaimpresionante media tonelada de keroseno por pasajero consumida por los grandes«jets» de hoy en día en los vuelos de larga distancia. (Naturalmente, el cohetetambién tiene que llevar oxígeno..., y éste es el tributo que se tiene que pagar porviajar en el exterior de la atmósfera.)

Como quiera que los cohetes que han dado la vuelta a la Tierra han sidofabricados sólo con fines militares, quizá pronto se harán intentos para construirlosadaptándolos al transporte de pasajeros. Toda la aviación civil le debe mucho a lostipos militares, aun cuando no proceda de ellos directamente, y los contribuyentes amenudo tienen la impresión de que con su dinero deben conseguir algo, además deinsoportables ruidos.

Hay dos clases de desarrollo que podrían hacer muy grande la velocidad deltransporte y sus posibilidades económicas. La primera es un sistema de propulsiónnuclear barato, seguro y limpio, que reduciría enormemente la carga de propulsión.Por ahora, un sistema de tal naturaleza se halla fuera de nuestros medios, porqueno podría basarse en la fisión, lo cual es hoy día el solo medio de desprender laenergía del átomo. Aun a riesgo de ser tomado por un reaccionario, no creo quedeba permitírseles a los aparatos movidos por la combustión del uranio y el plutonioque se aparten del suelo. Los aviones (y ésta es una aventurada predicción)siempre se estrellarán; y ya es bastante malo ser rociado con keroseno ardiente,aunque tal desastre es al menos local y temporal. Pero no así la lluvia radiactiva.

Las únicas fábricas movibles de fuerza nuclear que pueden tolerarse en el aire yen el espacio más próximo deben verse libres de la radiactividad. En este momentono podemos construir tales sistemas, pero debemos ser capaces de hacerlo cuandohayamos conseguido controlar las reacciones termonucleares. Entonces, con unascuantas libras de litio e hidrógeno pesado como combustible, podremos hacer volarcargas substanciales de mercancías alrededor del mundo a velocidades orbitales...,quizás 18.000 millas por hora.

También se ha indicado —y ésta es una de esas ideas que suenan demasiadobien para ser ciertas— que llegarán a inventarse unos aviones sin combustible quepodrán volar indefinidamente por la atmósfera superior, alimentados por las fuentesde energía naturales que allí existen. Dichas fuentes ya han sido detectadas en unnúmero de experimentos espectaculares. Cuando el vapor de sodio se descarga deun cohete a la altura correcta, da lugar a una reacción entre los átomoselectrificados existentes en las fronteras de la atmósfera con el espacio. Comoresultado de ello puede extenderse a través de muchas millas de cielo una visibleluminosidad. Es la energía de la luz solar, recolectada por los átomos durante el díay soltada cuando reciben el debido estímulo.

Por desdicha, aunque la cantidad total de energía acumulada en la atmósferasuperior es muy grande, también se halla muy diluida. Volúmenes enormes de gasrarificado tendrían que ser recogidos y colocados bajo ese proceso para que diesenalgún resultado útil. Si cualquier clase de astronave pudiera servirse del aire másrarificado y desprender bastante cantidad de su energía en forma de calor paraproducir un adecuado impulso, podría seguir volando eternamente sin gasto de

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combustible. En la actualidad esto parece improbable, ya que el dragado del airesería mayor que el impulso que proporcionaría, pero la idea no debe ser rechazadade plano. Unos años atrás, no teníamos idea de que existiesen tales fuentes deenergía; puede haber por descubrir otras aún más poderosas.

Después de todo, en esta idea no hay nada fundamentalmente absurdo. Durantemiles de años hemos estado recorriendo los mares en buques sin combustiblealguno, impulsados por la energía del viento. Y esta energía, al fin y al cabo,procede también del Sol.

Sin embargo, aun cuando el combustible fuese libre e ilimitado, habríaobstáculos para los vuelos a grandes velocidades. El vuelo circular tolera que loscohetes sean disparados como quien dice desde un cañón, pero los pasajeros quepagasen tendrían mucho que objetar a tales aceleraciones, que serían inevitables siqueríamos lograr excesiva rapidez.

Incluso en la actualidad, el despegue de un cohete parece mantenerle a uno porlargo tiempo pegado a su asiento, y eso que la aceleración lograda no es más queuna fracción de una gravedad, y la velocidad eventualmente alcanzada, muymodesta comparada con las que estamos examinando.

Repasemos otras cifras. Una aceleración de 1 G significa que a cada segundo lavelocidad aumenta en la proporción de 22 millas por hora. A tal proporción setardarían casi catorce minutos en alcanzar la velocidad orbital (18.000 millas porhora), y durante todo este tiempo los pasajeros sentirían la impresión de llevar aotro hombre sentado en la boca de su estómago. Luego (en el vuelo más largoposible, o sea la mitad de la circunferencia de la Tierra) habría veinte minutos devuelo en completa ingravidez, que posiblemente aún resultaría más desconcertante.Y, por fin, otros catorce minutos, un período de 1-G, en que la velocidad quedaríareducida a cero. En ningún momento del viaje la gente se sentiríaconfortablemente, y durante la parte ingrávida del vuelo incluso los famosos«saquitos» papeleras serían inutilizables. Puede no ser muy educado decir que enun transporte satélite alrededor del mundo, la mitad del tiempo el lavabo quedafuera de alcance, y la otra mitad fuera de uso.

Una órbita satelitaria representa una clase de velocidad límite natural alrededorde la Tierra; una vez un cuerpo se halla instalado en ella, sin esfuerzo da vueltas encírculo a 18.000 millas por hora, tardando unos 90 minutos en completar cadarevolución. Si viajásemos con tanta rapidez; nos hallaríamos enfrentados con otraserie de problemas.

Todo el mundo ha experimentado la «fuerza centrífuga» resultante de un viraje agran velocidad en coche o aeroplano. Lo he entrecomillado porque lo que se sienteentonces no es en realidad una fuerza, sino el resentimiento natural del cuerpo alserle negado su indiscutible derecho a continuar viajando en línea recta a unavelocidad uniforme. La única fuerza que entonces se manifiesta es la que tiene queser ejercida por el asiento del vehículo para impedir la caída.

En un vuelo alrededor del mundo, o durante cualquier movimiento sobre la fazde la Tierra, se viaja en un círculo de cuatro mil millas de radio. A la velocidadnormal, jamás se da uno cuenta de la fuerza extra negligible que se necesita paramantenerse pegado al suelo, ya que el peso humano se basta a sí mismo para ello.Sin embargo, a 18.000 millas por hora, la fuerza hacia dentro o hacia fuerarequerida igualaría exactamente el peso del individuo. Ésta, claro está, es lacondición para el vuelo orbital; el empuje de la Tierra es sólo suficiente parasostener un cuerpo moviéndose a su alrededor a esta velocidad orbital.

Si viajáramos más deprisa que a 18.000 millas por hora, para mantenernos enórbita deberíamos proveernos de una fuerza adicional; la Tierra sola no podría

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hacerlo. Una situación de este estilo tiene lugar —y los pioneros de la aviaciónpodían con dificultad haberla imaginado cuando peleaban para despegarse del suelo— cuando un aparato volador debe ser empujado hacia abajo para conservarlo en ladebida altitud; sin esta fuerza de compensación, volaría hacia el espacio, como unapiedra al salir de la onda.

En el caso de un vehículo dando vueltas a la Tierra a 25.000 millas por hora, lafuerza de compensación para mantenerle en órbita sería exactamente de 1 G. Éstapodría ser proporcionada por cohetes que llevasen la nave espacial hacia el centrode la Tierra con una aceleración de 1 G. Sin embargo, no se lograría acercarlo, y laúnica diferencia entre esta trayectoria impulsada y una órbita de satélite normal esque sería más rápida —una hora en vez de noventa minutos— y que los ocupantesdel vehículo ya no se sentirían ingrávidos. En efecto, tendrían su peso ordinario,pero su dirección quedaría invertida. «Abajo» sería hacia las estrellas; la Tierracolgaría sobre los inquietos astronautas, rodando sobre su eje cada sesentaminutos.

A velocidades más grandes, deberían emplearse fuerzas aún mayores paramantener el vehículo en su órbita artificial. Aunque parece imposible llegar a taleshazañas, que requerirían enormes desgastes de energía, el amor del hombre por losrécords le conducirá presumiblemente a los circuitos de ultra-super-velocidadalrededor del Globo, tan pronto como la técnica los haga hacederos. Es interesantecalcular las aceleraciones y los tiempos que tales vuelos comportarían; veámoslosen la tabla siguiente:

Velocidad (millaspor hora)

Tiempo de unaórbita a la Tierra

(en minutos)

Fuerza experimentadapor los pasajeros

(gravedades)

18.000 90 0

25.000 60 1

31.000 48 2

36.000 42 3

40.000 37 4

44.000 34 5

60.000 25 10

100.000 15 30

Dar la vuelta alrededor del mundo en menos de treinta minutos es unaproposición bastante desagradable, así como muy cara. Hacerlo en quince minutosnecesitaría que se emplearan treinta gravedades; esto podría ser posible si elocupante— el cual, por otra parte, tendría muy poco interés por los procedimientos— estuviera por completo inmerso en el agua. Sugiero, sin embargo, que talexperiencia sobrepasaría el grado de sensatez humana. Es impracticable dar vueltastan rápidas y astronómicas alrededor de una cabeza de alfiler tan pequeña como esla Tierra. Aunque los hombres podrán viajar alrededor del mundo en ochentaminutos, jamás podrán hacerlo en ocho con cualquiera de los métodos depropulsión conocidos hoy.

Esta última afirmación no es una idea de precaución. Un día poseeremos mediosde propulsión fundamentalmente distintos de los que hayan existido en el pasado.Todos los vehículos conocidos, sin excepción, aceleran a sus ocupantes dándoles unempuje físico que ellos sienten a través de sus botas o del fondillo de suspantalones. Esto es cierto desde las carretas de bueyes a las bicicletas, desde losautomóviles a los cohetes. Esta necesidad no siempre lo será y ello viene sugerido

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por la curiosa conducta de los campos gravitatorios.

Cuando se cae por efecto de la gravedad de la Tierra, la velocidad aumenta en22 millas por hora, a cada segundo, aunque no se experimente la menor sensación.Esto es verdad sea cual sea la intensidad del campo de gravedad; si se cayese haciaJúpiter, la aceleración sería de 60 millas por hora cada segundo, ya que la gravedadde Júpiter es dos veces y media mayor que la de la Tierra. Cerca del Sol lavelocidad aumentaría a las 600 millas por hora cada segundo, y de nuevo dejaríade notarse fuerza alguna actuando sobre el cuerpo. Hay estrellas —las EnanasBlancas— con campos de gravedad más de mil veces más fuertes que los deJúpiter; en la proximidad de una estrella así, un cuerpo podría añadir cien mil millaspor hora de velocidad cada segundo sin el menor trastorno... hasta que,naturalmente, fuese hora de vomitar...

El motivo por el que no se experimenta ninguna sensación o molestia físicacuando se acelera la intensidad de un campo gravitatorio, es que actúasimultáneamente sobre cada átomo del cuerpo. El empuje no es transmitido porzonas a través del cuerpo desde el asiento o el suelo del vehículo.

Sin duda, el lector habrá visto a dónde conduce esta argumentación. Si, como hesugerido en el capítulo anterior, llegamos a controlar y a dirigir los campos degravedad, esto nos proporcionará la habilidad para flotar al estilo de las nubes. Noscapacitará para acelerar en cualquier dirección, a una frecuencia sólo limitada por lafuerza disponible, sin sentir ninguna fuerza ni molestia mecánica. Tal método depropulsión podría ser llamado un «paseo sin inercia», término que tomo prestado(con mucho más) del veterano escritor de ciencia-ficción, doctor E. E. Smith,aunque él lo empleó en un sentido muy distinto.

Con tal paseo, nuestros vehículos podrían pararse y arrancar casiinstantáneamente. Y lo que tal vez sea más importante, virtualmente se hallarían aprueba de accidentes. Protegidos por sus campos de gravedad artificiales, podríancorrer uno contra otro a cientos de miles de millas por hora sin daño para nadiesalvo para el sistema nervioso de sus ocupantes. Podrían girar en ángulos rectos odar vueltas completas de muy pequeños diámetros, y aunque las reacciones de unpiloto humano serían demasiado lentas para manejarlos, los hombres sedesplazarían con perfecta seguridad y bienestar. Podría lograrse que, fuese cualfuese la aceleración bajo lo que actuasen en un momento dado, habría una fuerzasin compensar de 1 G actuando sobre los pasajeros, de forma que se sintieran consu peso normal.

Aunque aquí en la Tierra podemos arreglárnoslas bastante bien sin talessofisticados métodos de propulsión, éstos tendrán que ser conseguidos como unproducto de la investigación espacial. El cohete —encaremos el hecho— no es unmétodo práctico para dar vueltas, como reconocerá cualquiera que haya estadosufriendo una prueba estática de una milla en el vacío. Debemos hallar algo mássosegado, limpio y conseguido, algo que nos capacite para llegar a las actualmenteinalcanzables bandas de velocidad 6, 7, 8 y, por fin, 9.

Ya que a la larga —y tal vez me estoy refiriendo a siglos— habremos empleado ydescartado todos los vehículos que hemos estado utilizando en nuestro ascenso porel dominio de la velocidad, llegará una época en que el cohete balístico nosparecerá tan lento como los carros de guerra asirios. Los tres mil años transcurridosentre ambos no son más que un instante en el panorama de la historia, entre elpasado y el futuro, y, durante la mayor parte de este tiempo, los hombres sólo sesentirán interesados por los dos extremos de la banda de velocidad.

El hombre, y así lo espero, siempre experimentará alegría al poder viajar por elmundo a dos o tres millas por hora, gozando de su belleza y sus misterios. Perocuando no lo haga así, lo hará a gran rapidez; y entonces no le satisfará más que

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llegar a lograr las 670.615.000 millas por hora finales.

Incluso esta velocidad, es natural, será por completo inadecuada para vencer elreto del espacio interestelar, si bien en lo tocante a la Tierra será suficiente paraobtener un traslado instantáneo. Una onda lumínica daría la vuelta al globo en unséptimo de segundo; veamos ahora si el hombre tiene alguna esperanza de poderllegar a hacer lo mismo.

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7

UN MUNDO SIN DISTANCIAS

La idea del traslado instantáneo —«teletraslación»— es muy antigua, y ya sehalla en muchas religiones orientales. En este momento debe de haber millones deseres vivos que creen que ya ha sido conseguido por los yogas y sus adeptos,mediante el dominio de la voluntad. Cualquiera que haya contemplado una buenarepresentación de «andar sobre el fuego», como yo he hecho12, debe admitir que lamente posee poderes casi increíbles sobre la materia... pero en este caso particularpermitidme que sea escéptico.

Una de las pruebas mejores de que la teletraslación mental no es posible fuedada, aunque irónicamente, en una novela que describe una sociedad basado sobreella. Las estrellas, mi destino, de Alfred Bester, empieza con la interesante idea deque un hombre amenazado por una muerte súbita podría, inconscientemente y demanera involuntaria, teletransportarse a sí mismo a la seguridad. El hecho de queno existan sucesos reales iguales, pese a los millones de oportunidades previstascada año para someter el asunto a prueba, parece un excelente argumento a favorde su imposibilidad.

Consideremos la teletransportación como una ciencia conocida y previsible, nocomo un poder mental hipotético y desconocido. La única manera de abordar elproblema parece ser mediante la electrónica; hemos aprendido a enviar sonidos eimágenes alrededor del mundo a la velocidad de la luz, entonces ¿por qué no poderhacer lo mismo con los objetos sólidos... con el hombre?

Es importante comprender que la frase anterior contiene una mala interpretacióndel hecho fundamental, aunque dudo que muchas personas se den cuenta. Porradio, TV u otros medios, nunca hemos enviado sonidos e imágenes a parte alguna.Todo ello continúa en su lugar de origen donde, al cabo de una fracción de segundo,perece. Lo que enviamos es información —una descripción o plano que producimosen forma de ondas eléctricas— de las vistas y sonidos originales que vuelven a sercreados.

En el caso del sonido, el problema es relativamente sencillo y puede yaconsiderarse como resuelto, ya que con equipos de verdad buenos es imposibledistinguir la copia del original. La tarea es simple (con mis excusas para las variasgeneraciones de científicos e ingenieros de sonido que se han quebrado los cascosen el asunto) porque el sonido es unidimensional. Es decir, cualquier sonido —noimporta cuan complejo sea— puede representarse como una cantidad que en todoinstante posee un solo valor.

Resulta, cuando se piensa en ello, por completo extraordinario que los poemassinfónicos orquestales de Wagner o Berlioz puedan estar contenidos en una solalínea circular que surca un disco de plástico. Pero ésta es la verdad, si las líneasestán lo bastante detalladas y surcadas. Como el oído humano no puede percibirsonidos de frecuencias que pasen de las 20.000 vibraciones por segundo, estosienta un límite a la cantidad de detalles que un canal de sonidos necesitatrasladar, o la banda de sonido, para usar el término apropiado.

Respecto a la visión, la situación es mucho más complicada porque tenemos queoperar con un modelo bidimensional de luz y sombras. Allí donde por un soloinstante un sonido puede poseer no más que un nivel de volumen, una escenaposee miles de variaciones de brillantez. Y todo ello tiene que ser trasladado siqueremos transmitir una imagen.

12 Ver Capítulo 17

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Los ingenieros de televisión solucionaron el problema no operando con elconjunto, sino con fragmentos del cuadro total. En la cámara de TV una escena esdiseccionada en un cuarto de millón de elementos pictóricos, de igual forma queuna fotografía es grabada para su reproducción en el periódico. En efecto, lo que lacámara hace es presentar una vista increíblemente rápida o muestra de los valoreslumínicos sobre la escena, y reportarlos al extremo receptor del equipo, que actúasobre la información y reproduce los correspondientes valores de luz sobre lapantalla del tubo de rayos catódicos. En un instante dado, un sistema de TVtransmite la imagen de un solo punto, pero como un cuarto de millón de talesimágenes se fijan sobre la pantalla en la fracción de un segundo, nos da la ilusiónde una imagen completa. Y como todo el proceso se repite treinta veces porsegundo (veinticinco en los países con canales de 50 ciclos) el cuadro aparececontinuo y en movimiento.

En un solo segundo, por lo tanto, tiene que pasar a través de un canal de TV unacantidad casi astronómica de información sobre luz y sombra. Treinta veces uncuarto de millón significa 7.500.000 señales separadas por segundo; en la práctica,una banda de 4.000.000 de ciclos por segundo proporciona el adecuado peroescasamente brillante promedio de definición procurado por nuestros televisoresdomésticos. Si alguien opina que son buenos, que compare sus detalles algún díacon una fotografía de excelente calidad e igual tamaño que su pantalla.

Vayamos ahora al encuentro de algunos sueños quiméricos técnicos, siguiendolos pasos de los grandes autores de ciencia-ficción. (Quizá sea mejor empezar porConan Doyle; consultar una de sus menos conocidas historias del profesorChallenger, La máquina de desintegrar, publicada en los años 20.) Imaginemos uningenio de superrayos X que pudiese atravesar un objeto sólido, átomo por átomo,como una cámara de TV recoge una escena en el estudio. Produciría una sucesiónde impulsos eléctricos ajustados al efecto; aquí habría un átomo de carbono; unabillonésima de centímetro más a la derecha no habría nada; otra billonésima unpoco más allá habría un átomo de oxígeno, y así siguiendo, hasta que todo el objetohubiera sido descrito completa y explícitamente. Aceptando la posibilidad de talmaquinaria, no parecería mucho más difícil invertir el proceso y construir, gracias ala información transmitida, un duplicado del original, idéntico en todo a éste. A talsistema podríamos llamarle «transmisor de materia», aunque el término induciría aerror. No transmitiría más materia que una estación de TV transmite luz;transmitiría la información gracias a la cual una disponible cantidad de materiadesorganizada en el receptor podría ser dispuesta en la forma deseada. En efecto,el resultado podría ser un instantáneo traslado o, al menos, un traslado a lavelocidad de las ondas de radio, que pueden rodear el mundo en un séptimo desegundo.

Sin embargo, las dificultades prácticas son tan gigantescas, que, tan prontocomo la idea queda expuesta, parece absurda. No hay más que comparar las dosentidades involucradas en ello; existe un universo de diferencia entre una imagenlisa de definición más pobre, y un cuerpo sólido con su infinita complejidad dedetalle microscópico átomo por átomo. ¿Pueden las palabras o la descripción salvarel abismo entre la fotografía de un hombre... y el hombre en persona?

Para indicar la naturaleza del problema, supongamos que se nos ha pedido hacerun duplicado exacto de la ciudad de Nueva York, con cada ladrillo, panel de vidrio,acera, cerradura, conducto del gas, canal de agua y cable eléctrico. Lo últimoespecialmente, ya que no sólo la réplica de la ciudad tendría que ser perfecta entodos sus detalles físicos, sino que sus circuitos multitudinarios de fuerza y telefoníatendrían que tener exactamente las mismas corrientes como si fueran los originalesen el momento de la reproducción.

Como es obvio, se necesitaría un ejército de arquitectos e ingenieros para

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compilar la necesaria descripción de la ciudad, para conseguir el proceso demedición, si hablamos en términos de televisión. Y al terminar, la ciudad habríaexperimentado ya tantos cambios que el trabajo tendría que volverse a empezar;en efecto, jamás podría quedar completado.

Sin embargo, un ser humano no es menos de un millón, y quizás un billón deveces más complejo que un simple amontonamiento de piedras y personas como esNueva York.

(Por el momento preferimos ignorar la diferencia que existe entre una criaturaviviente y un objeto inanimado.) Por lo tanto, podemos dar por sentado que elproceso de copia tardaría largo tiempo. Si se tardara un año en medir Nueva York—tiempo altamente optimista— efectuar el mismo proceso con un ser humano quizárequeriría más tiempo del que se necesita para que las estrellas fenezcan. Y pasarla información resultante a través de los canales de comunicación posiblementecostaría más tiempo aún.

Podemos darnos cuenta de esto con sólo dar un vistazo a las cifras quecomporta. En un cuerpo humano, muy aproximadamente hay unos 5 x 1027 átomos,comparados con los 250.000 elementos pictóricos de una imagen de TV. Un canalde TV tarda un treintavo de segundo para fijarse en la pantalla; la simple aritméticanos muestra que un canal de la misma capacidad tardaría 2 x 1012, ó20.000.000.000.000 de años transmitir la «imagen material» de un sitio a otro.Creo que es más rápido ir andando.

Aunque el análisis anterior es angelicalmente ingenuo (cualquier ingeniero decomunicaciones puede pensar en diversos modos de restarle cinco o seis ceros aesta cifra), indica la magnitud del problema, y la imposibilidad de solucionarlo conlas actuales técnicas imaginables. Ello no demuestra que jamás logre hacerse, sinosólo que se halla fuera del alcance de la ciencia moderna. Para nosotros elintentarlo sería como si Leonardo da Vinci hubiera tratado de construir un sistemade televisión puramente mecánico (o sea, no eléctrico).

Esta analogía es tan exacta que vale la pena desarrollarla un poco más. ¿Cómohabría encarado Leonardo el problema de enviar una exacta definición (250.000elementos pictóricos) de una imagen de un punto a otro?

Nos sorprenderemos al descubrir que podía haberlo hecho, aunque ello habríaconstituido un inútil «tour-de-force». Así es como hubiera procedido:

Una gran lente habría proyectado la imagen a transmitir dentro de unahabitación oscura, sobre una pantalla blanca. (La cámara oscura, que hace estoprecisamente, le era ya familiar a Leonardo, quien la describió en sus cuadernos denotas.)

Sobre el cuadro habría colocado una criba o cedazo rectangular, con quinientosfilamentos por lado, de forma que la imagen estuviera dividida en 250.000elementos separados. Cada hilo iría numerado, para que cada par de coordenadasde tres cifras, como 123:456, identificase cada punto del campo.

Entonces hubiera sido necesario que un individuo de ojos muy agudos hubieseexaminado el cuadro elemento por elemento y dijera «sí» o «no» según que cadaelemento estuviese o no iluminado. (Si nos imaginamos recorrer una foto deperiódico con una lente de aumento, tendremos una buena idea del procedimiento.)Si «0» significaba oscuridad y «1», luz, todo el cuadro hubiese podido describirse,dentro de estos límites de definición, por una serie de números de siete cifras.«1:111:111» significaría que el elemento del extremo superior izquierdo estabailuminado; «0:500:500», que el último del fondo derecha estaba a oscuras.

Ahora Leonardo se enfrentaría con el problema de transmitir esta serie de

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250.000 números de siete cifras a un punto distante. Esto podría lograrse de variosmodos: semáforos, haces de luz, etc. En el extremo receptor, la imagen podría sersintetizada colocando puntos negros en los lugares apropiados sobre un cedazoblando de 500 x 500, o teniendo un cuarto de millón de pequeños porticones quefuesen abiertos y cerrados frente a una sábana blanca, o por otra docena demedios.

Y ¿cuánto tiempo se tardaría en todo esto? Lo peor sería probablemente elsemáforo; Leonardo sería feliz pudiendo enviar un dígito por segundo, y tendría quebatallar con 1.750.000. Por lo tanto, ello le costaría veinte días, sin mencionar unafantástica cantidad de esfuerzo y mal de ojos, para transmitir esta sola imagen.

Leonardo habría podido acortar el tiempo, a costa de una complicación mecánica,teniendo un número de hombres trabajando en paralelo, si bien pronto se veríaobligado a disminuir las transmisiones. Veinte operadores, escudriñando todos laimagen y enviando su información sobre semáforos separados, ciertamente secruzarían unos en el camino de otros; e incluso así, en menos de un día no podríancompletar su tarea. Que esto pudiera ser logrado en una treintésima de segundo lehabría parecido a Leonardo, tal vez el hombre de mayor visión de todos los siglos,una absoluta e incuestionable imposibilidad. Sin embargo, quinientos años despuésde su nacimiento, gracias a la electrónica, es una cosa que ocurre en la mayoría delos hogares de todo el mundo civilizado.

Es posible que existan técnicas que sobrepasen la electrónica como éstasobrepasa la lenta maquinaría de la Edad Media; dentro de los ámbitos de talestécnicas, incluso la disección, transmisión y reconstrucción de un objeto tancomplejo como un ser humano puede llegar a ser posible..., y en un período detiempo razonablemente corto, digamos en asunto de pocos minutos. Claro que estono significa que estemos capacitados para enviar a un hombre vivo, con suspensamientos, recuerdos y su sentido inequívoco de la identidad, por el equivalentede un circuito de radio. Un hombre es más que la suma de sus átomos; al menosesto, además de la inimaginable cantidad de estados de energía y configuracionesespeciales en que dichos átomos actúan en un momento dado del tiempo. Losmodernos físicos (sobre todo Heisenberg con su Principio de la Incertidumbre)mantienen que es fundamentalmente, imposible medir con absoluta seguridadtodos estos estados y configuraciones y que, en efecto, la creación exacta carece desentido. Igual que una copia al carbón, el duplicado tendría alguna borrosidad,debido a la naturaleza de las cosas. La borrosidad podría ser tan nimia que noimportase (como el ruidito en una grabación de alta fidelidad), o podría ser tan fatalque toda la copia quedase irreconocible, como una plancha de imprenta demasiadorayada. Tomen nota los productores de películas de miedo: ocurrirán, tal vez, cosaspeores que La mosca.

No me excuso por el planteo puramente mecánico de este análisis; ya tenemosbastantes problemas técnicos para tener que preocuparnos ahora del alma y delespíritu. Se nos puede argüir que aunque lográsemos reproducir un hombre hastaen sus menores átomos, el resultado no sería un ser vivo, o si lo era, no el ser quenosotros animaríamos. Sin embargo, tal reproducción tendría un mínimum deexigencias; sin duda tendríamos que hacer mucho más, pero ciertamentedeberíamos hacer esto.

Sin embargo, éste es un punto filosófico que no puedo ignorar y que sin duda yase le ha ocurrido al lector. Si este tipo de traslado fuese posible después de todo,tendría algunas consecuencias como para poner los pelos de punta.

Una materia transmisora no es «sólo» un transmisor; potencialmente es unmultiplicador, que podría dar un número indefinido de copias indistinguibles deloriginal. Existirían tantas copias como televisores; o quizá la «señal» pudiera ser

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grabada y pasada una y otra vez en el mismo receptor. A este respecto, esinteresante señalar que el coste de las materias primas de un cuerpo humano es deun par de dólares...

Un día todos los procesos de manufacturación se basarán en esta idea, que es enverdad práctica con objetos sencillos e inanimados, e incluso con materiales máscomplejos aunque no vivos. No ponemos ninguna objeción a millares de idénticosceniceros, tazas de té o automóviles; pero la sociedad caería en una confusión depesadilla al verse confrontada con centenares de hombres asegurando cada uno —con toda verdad— ser la misma persona. Incluso dos o tres réplicas de un hombrede Estado «clave» podrían originar un caos, y las posibilidades de cometer uncrimen, una intriga o una guerra son tan asombrosas que, sin duda, se ve queresultaría un invento mucho más mortal que el de la bomba atómica. Pero el hechode que algo sea horrible no lo torna imposible, como descubrieron los habitantes deHiroshima. Esperemos que un transmisor-duplicador de materia que puedatransmitir seres humanos quede sin llegar a su consecución, pero sospecho quealgún día tendremos que enfrentarnos con los problemas que planteará.

También sospecho que la fuerza bruta, la solución tipo televisión, insinuado conjusticia, no sería el mejor medio para lograr el traslado instantáneo; la verdaderarespuesta (si es que hay una) puede ser mucho más sutil. Y puede estarrelacionada con la misma naturaleza del Espacio.

El Espacio, como alguien observó con gran agudeza, es lo que impide que todoesté en el mismo sitio. Pero supongamos que deseamos que dos cosas estén en elmismo lugar ¿o, mejor aún, que dos lugares estén en el mismo lugar?

La idea de que el Espacio es fijo, invariable y absoluto, ha sido muy rebatidadurante los últimos cincuenta años, gracias en particular a Einstein. Pero inclusoantes de que la Teoría de la Relatividad nos hiciese mirar de otro modo las ideasque siempre nos habían parecido de sentido común, el concepto del espacio clásico,o de Euclides, ya había sido discutido por cierto número de filósofos y matemáticos.(Especialmente Nikolai Ivanovich Lobachevski, 1793-1856, cuyo indignadofantasma está ahora esperando sostener unas cuantas palabras con Tom Lehrer.)

Hay, al menos, dos formas de que el espacio posea propiedades más complejasde las descritas en geometría, que la mayoría de nosotros recuerda con muchavaguedad de los días de la escuela. Puede que ello desobedezca los principios másfundamentales de Euclides; y puede que existan más de tres dimensiones.Modernos geómetras han apuntado la idea de posibilidades aún más aterradoras,siendo su lema: «Si puede ser visualizado, no es geométrico»..., pero nosotrospodemos, por fortuna, descartarlos.

La cuarta dimensión ha estado pasada de moda durante cierto tiempo; fue muypopular al doblar el siglo, y tal vez volverá a estar de moda algún día. No hay nadaparticularmente difícil en la idea de que podría haber algo muy «superior» al cubo,como el cubo lo es con respecto al cuadrado, y es muy fácil deducir las propiedadesde figuras de cuatro o de ene dimensiones, por analogía con las de menos; esto eslo que se verá en el capítulo 14.

Aunque deseo (francamente, lo deseo) estar en la línea correcta en este asunto,no creo que el espacio multidimensional de Euclides permita la posibilidad deinterrupciones entre puntos de nuestro familiar mundo de tres dimensiones. Dospuntos con una cierta separación en un espacio-3 seguirían teniendo, al menos,esta misma separación en un espacio de orden superior. Si, pese a ello,imaginamos que el espacio puede estar inclinado o ser curvo, de forma que elaxioma de Euclides no tenga ya aplicación, entonces se ofrecen interesantesposibilidades.

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Una vez más, éstas sólo pueden ser apreciadas por analogía. Pensemos en estafamiliar pero misteriosa figura, la cinta Mobius, formada encolando los dosextremos de una tira de papel después de haberle dado media vuelta. Como es biensabido, el resultado es una «superficie de una sola cara», hecho que puedecomprobarse fácilmente haciendo correr los dedos por encima. (Ahora le sugiero allector que haga una cinta de Mobius, en lo que no tardará más que treintasegundos, y vale el esfuerzo.)

Sostenga la cinta entre el pulgar y el índice. Con un lápiz trace una líneacontinua desde su pulgar a su índice, rodeando una vez la cinta. (¿O es sólo lamitad del circuito? Pero esto es otra historia.) Si el lector fuese un «Flatlander»,sólo capaz de volar sobre la superficie de la tira, ésta podría ser una distancia muyconsiderable.

Por otra parte, si el lector pudiera moverse a través de la espesura del papel —lalínea directa entre el pulgar y el índice— la distancia sería muy corta. En vez dediez pulgadas, sería unas cuantas milésimas de centímetro.

Este sencillo experimento sugiere algunas posibilidades muy complejas. Puedenimaginarse tipos de espacio en los cuales dos puntos, A y B, pudieran recorrer unagran distancia en una dirección, apartándose, y hallarse muy juntos en otra.

Aunque imaginemos esta situación, no quiere decir que sea físicamentehacedera, o que hay «agujeros en el espacio» a través de los cuales podemos verinterrupciones del Universo. Creemos, sin embargo, que la geometría del espacio esvariable, hecho que les había parecido absurdo a todos los matemáticos que hanvivido dos mil años a la sombra del gran Euclides.

El espacio puede ser alterado por la presencia de campos de gravitación...,aunque esto sea lo mismo que poner el carro delante del caballo; los campos degravitación, así llamados, son el resultado, y no la causa, de las curvaturas en elespacio.

Un día, quizá, conseguiremos el control de campos o fuerzas que nos permitiránalterar la estructura del espacio de manera útil, posiblemente atándolo en nudoscon propiedades aún más notables que las de la cinta de Mobius. La antigua idea deciencia-ficción del «espacio-mar» puede no ser pura fantasía; un día puede formarparte normal de nuestras vidas, capacitándonos para ir de uno a otro continente (¿ode un mundo a otro?), con tanta facilidad como de una estancia a la otra.

O la respuesta puede llegar en forma por completo nueva e inesperada, comotan a menudo ha ocurrido en el pasado. Debemos presumir que la velocidad detraslado continuará aumentando hasta los límites de las posibilidades técnicas, y enla actualidad, no estamos en situación de decidir dónde terminan dichos límites. Lasseñales pueden viajar a la velocidad de la luz, y los objetos materiales no muy lejosde ella. Algún día podremos nosotros hacer lo mismo.

Hay, sin embargo, una circunstancia que puede combatir el establecimiento deun transporte global virtualmente instantáneo. A medida que las comunicacionesmejoren hasta que todos los sentidos —no sólo la vista y el oído— puedan serproyectados a cualquier lugar de la Tierra, los hombres tendrán cada vez menosincentivos para viajar. Esta situación ya fue tratada hace más de treinta años por E.M. Forster en su famoso cuento corto, La máquina de parar, en el que pintó anuestros remotos descendientes viviendo en celdas solitarias, sin dejarlas casinunca, pero pudiendo establecer rápido contacto por TV con otro lugar cualquierade la Tierra, u otro cualquier individuo, estuviera donde fuere.

Durante su existencia, Forster previo una TV mucho más allá de lo que podía serimaginado hace treinta años, y su visión del futuro puede estar, en sus líneasesenciales, no muy lejos de la verdad. La telecomunicación y el transporte son

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fuerzas opuestas, que nunca han podido equilibrarse. Si ganase la primera, elmundo de la historia de Forster sería el resultado.

Por otra parte, un invento en el transporte como el que llevaría consigo a lascomunicaciones la mejora de la electrónica, conduciría a un mundo de movilidad sinlímites ni esfuerzos. Viajar sería poder vencer todas las barreras que han separadoal hombre del hombre, a un país de otro país. La transformación que el teléfono hallevado a la vida social y comercial no sería nada comparada con la que el«teletransportador» introduciría en nuestra civilización. Para dar en pocas palabrasuna idea de esta posibilidad que revolucionaría (si no abolía) la mayor parte delcomercio y la industria, imaginemos lo que sucedería si pudiéramos transmitirmaterias primas o productos manufacturados instantáneamente alrededor de la fazdel planeta. Esto sería billones de veces menos difícil, técnicamente, que transmitirentidades tan frágiles y complejas como seres humanos, y casi no dudo que seráconseguido dentro de pocos siglos.

A través de todas las edades, el hombre ha luchado contra dos grandesenemigos: el Tiempo y el Espacio. Nunca ha conseguido conquistar por completo elprimero, y la inmensidad del Espacio puede también derrotarle cuando se aventurea más de unos cuantos años-luz del Sol. Sin embargo, al menos en nuestrapequeña Tierra, algún día podrá proclamar su victoria final.

No sé cómo se logrará, y tal vez cuanto acabo de escribir sirva sólo para que ellector se convenza de su impracticabilidad. Pero creo que llegará un día en quepodremos movernos de Polo a Polo en el espacio de tiempo de un latido.

Será una de las bromas de la historia si, cuando alcancemos esta fuerza, ya nonos interesa utilizarla.

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COHETE AL RENACIMIENTO

La civilización europea, hace cuatro siglos y medio, empezó a penetrar hacia loignoto, en una lenta pero irresistible explosión impulsada por las energías delRenacimiento. Después de miles de años de vegetar cabe el Mediterráneo, elhombre occidental había descubierto una nueva frontera más allá del mar. Sabemoscuál fue el día exacto en que la descubrió..., y el día en que la perdió. La fronteraamericana se abrió el 12 de octubre de 1492; se clausuró el 10 de mayo de 1869,cuando se puso el último tornillo en el ferrocarril transcontinental.

En toda la larga historia del hombre, la nuestra es la primera época sin nuevasfronteras en tierra ni en mar, y muchos de nuestros problemas provienen de talhecho. Es cierto que, incluso ahora, existen vastas zonas de la Tierra inexploradas yotras sin explorar, si bien el ocuparse de ellas no sería más que una especie deoperación de barrido. Aunque los océanos nos tendrán ocupados durante variossiglos, la última parte ya empezó para ellos cuando el batiscafo Trieste descendió ala máxima profundidad abisal de las Marianas13.

No hay ya continentes que descubrir; si tendemos la vista por todo el horizonte,en cualquier parte hallaremos a alguien esperando para verificar nuestrospasaportes y nuestros certificados de vacunación...

Esta pérdida de lo desconocido ha sido un golpe muy amargo para todos losrománticos y aventureros. Según las palabras de Walter Prescott Webb, elhistoriador del Sudoeste de América:

«El final de una época siempre está lleno de tristeza... La gente echará de menosla frontera más de lo que pueden expresar las palabras. Durante siglos escucharonsu llamada, sus promesas, y apostaron sus vidas y fortunas sobre sus ingresos. Yano hay ninguna llamada…»

El lamento del profesor Webb, me satisface decirlo, se anticipa en unos millonesde años. Incluso mientras lo estaba redactando en el pequeño estado de Tejas, ni amil millas a su oeste los rastros de vapor sobre White Sands estaban apuntandohacia una frontera inimaginablemente más extensa que cualquier otra de las quehaya conocido el mundo: la frontera del Espacio.

El camino a las estrellas no ha sido descubierto demasiado pronto. La civilizaciónno puede existir sin nuevas fronteras; las necesita tanto física comoespiritualmente. La necesidad física es obvia: nuevas tierras, nuevos recursos,nuevos materiales. La necesidad espiritual es menos aparente, pero a la larga másimportante. No sólo vivimos de pan; necesitamos la aventura, la variedad, lanovedad, el romance. Tal como los psicólogos han demostrado con susexperimentos sobre la falta de sentidos, un hombre puede volverse rápidamenteloco si se halla por completo aislado en una habitación obscura y silenciosa, sinningún lazo con el mundo exterior. Lo que es cierto para los individuos también loes para las sociedades; pueden volverse locas sin el debido estímulo.

Quizá parezca excesivamente optimista proclamar que la próxima salida delhombre de la Tierra, y el atravesar el espacio interplanetario, traerá consigo unnuevo Renacimiento y comportará un nuevo molde en el que pueda inspirarsenuestra sociedad y nuestro arte. Y sin embargo es esto lo que me propongo hacer;primero, no obstante, es necesariodiestruir algunos conceptos equivocados.

13 10.916 metros, el 23 de enero de 1960. Actual récord absoluto. — (Nota delEditor.)

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La frontera del espacio es infinita, más allá de toda posibilidad de agotamiento;pero la oportunidad y el desafío que presenta son por completo distintos de los quehemos hallado hasta ahora. Todas las lunas y planetas de este Sistema Solar sonlugares desconocidos, hostiles, que jamás podrán albergar más que a unos pocosmiles de habitantes humanos, que tendrán que elegir sus moradores, al menos contanto cuidado como la población de Los Alamos. La época de la colonización enmasa se ha terminado para siempre. El Espacio tiene sitio para muchas cosas, perono para «nuestras agotadas, nuestras empobrecidas, nuestras desbaratadas masasque ansían respirar con libertad...». Una estatua de la Libertad sobre el suelomarciano deberá llevar en su base la inscripción:

«Dame tus físicos nucleares, tus ingenieros químicos, tus biólogos y tusmatemáticos.»

Los inmigrantes del siglo XXI tendrán en común mucho más con los del sigloXVII que con los del XIX. Y es bueno recordar que el Mayflower iba lleno porcompleto de gente adecuada para la conquista de América del Norte.

La idea expresada tan a menudo de que los planetas pueden solucionar elincremento excesivo de nuestras poblaciones es completamente falsa. Lahumanidad va aumentando a razón de unas 100.000 unidades diarias, y no existeningún lugar del espacio que con tanta rapidez pueda albergar dicha cifra.

Con las actuales técnicas, los presupuestos combinados de los ejércitos de todaslas naciones podrían ser suficientes para enviar cada día diez hombres a la Luna.Pero aun cuando el transporte espacial fuese mucho más barato, en lugar de serfabulosamente caro, de poca ayuda serviría, ya que no existe un solo planeta en elque el nombre pueda vivir y trabajar sin una complicada ayuda mecánica. En todosellos necesitaremos una gran cantidad de trajes espaciales, fábricas de airesintético, cúpulas a presión, granjas hidropónicas por completo cerradas. Un día,nuestras colonias de la Luna y de Marte podrán vivir por sí solas, pero si lo queestamos haciendo es tratar de resolver el problema de nuestra habitación, nosresultará mucho más barato ir a buscarla al Antártico... o, incluso, al fondo delOcéano Atlántico.

No; la batalla por la población debemos librarla aquí, en la Tierra, y cuanto mástardemos en hacerle cara al inevitable conflicto, más horribles serán losinstrumentos que necesitaremos emplear para conseguir la victoria. (El aborto y elinfanticidio, las legislaciones antiheterosexuales —con sus reversos— pueden no sermás que medidas blandas.) Pero aunque los planetas no puedan salvarnos, es ésteun asunto en el que la lógica no cuenta para nada. El peso del número en aumento—la agobiante sensación de presión como ocurre con las paredes de loshormigueros atestados, cada vez más estrechos— ayudará a llevar el poder delhombre al espacio, aunque sólo pueda ir allí una millonésima parte de lahumanidad.

Quizá la batalla aquí, en el planeta, ya se haya perdido. Como Sir George Darwinsugirió en su deprimente librito, El próximo millón de años, la nuestra puede seruna Edad Dorada comparada con las interminables vistas de hambre y miseria quedeberán seguir cuando los hombres del futuro peleen contra la falta de recursos dela Tierra. Si esto es cierto, es vital que intentemos establecer colonias que sesustenten por sí mismas en los planetas. Allí tendrán la oportunidad de sobrevivir,preservando nuestra cultura, aun cuando la civilización se pierda por completo en latierra madre.

Aunque los planetas no puedan proporcionar alivio físico a la congestionada yempobrecida Tierra, su contribución intelectual y emocional puede ser enorme. Losdescubrimientos de las primeras expediciones, los apuros de los pioneros paraestablecerse en otros mundos..., todo esto inspirará un sentimiento de propósitos y

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consecuciones entre los hombres que se queden en la Tierra. Comprenderán,cuando observen sus pantallas de TV, que la Historia, con H mayúscula, estáempezando de nuevo. El sentido de lo maravilloso, que casi hemos perdido, volveráa vivir, y con él el espíritu de la aventura.

Es difícil subestimar la importancia de esto, aunque es fácil hacer broma con ellohablando cínicamente del «escapismo». Sólo unas cuantas personas pueden serpioneros o descubridores, pero todo aquel que vive, aunque sea en malascondiciones, siente la necesidad de la aventura y la excitación. Si hacen faltapruebas, no hay más que mirar las innumerables películas de cowboys que correnpor el mundo. El mito de un Oeste que jamás existió ha sido creado para llenar elvacío de nuestras modernas existencias, y lo llena bastante bien. Antes o después,no obstante, nos cansaremos de los mitos (ya hace mucho que algunos se hancansado de éste) y entonces habrá llegado el momento de ir en busca de nuevosterritorios. Existe un simbolismo estremecedor en el hecho de que los cohetesgigantes ahora se hallen al borde del Pacífico, en el mismo lugar donde hace algomás de un siglo sólo estuvieron los carromatos de los colonizadores del Oestelegendario.

En realidad, se halla ya a la vista una lenta pero profunda reorientación denuestra cultura, a medida que las ideas de los hombres se van polarizando hacia elespacio. Incluso antes de que el primer ser viviente dejara la atmósfera de la Tierra,el proceso había dado principio en la zona de más influencia: la juguetería. Losjuguetes del Espacio hace ya años que son muy corrientes; lo mismo ocurre con laspelículas e historietas de dibujos y los chistes «lléveme a su jefe» que habrían sidoincomprensibles hace sólo una década. El creciente interés por el Universo hacontribuido también, por desdicha, a nuestra psicopatología. Podría establecerse unparalelo fascinante entre el culto de los Platillos Volantes y la manía por la brujeríadel siglo XVII. Las mentalidades son las mismas, y esta idea se la ofrezco desdeaquí a cualquier profesor en busca de una tesis14.

A medida que tenga lugar la exploración del Sistema Solar, la sociedad humanairá adquiriendo nuevas ideas, con los descubrimientos y las experiencias de losastronautas. Naturalmente, aquéllas obrarán los mayores efectos sobre los hombresy mujeres que salgan al espacio para establecer bases temporales o coloniaspermanentes en los planetas. Como ignoramos lo que allí hallarán, es pocoprovechoso especular acerca de las sociedades que pueden desarrollarse, dentro decien o mil años, en la Luna, Marte, Venus, Titán y los otros cuerpos sólidos, de mástamaño, del Sistema Solar (podemos dejar de mencionar a Júpiter, Saturno, Uranoy Neptuno, que carecen de superficies estables). La consecuencia de nuestrasaventuras espaciales debe aguardar el veredicto de la historia; ciertamente,nosotros atestiguaremos, en una medida que su autor jamás imaginó, la prueba delas leyes de Desafío y Respuesta, de Toynbee. En su texto, estas frases delabreviado Estudio de la Historia son dignas de reflexión:

«Las civilizaciones afiliadas... causan sus manifestaciones más sorprendentes enlugares fuera del ámbito ocupado por la civilización «paterna». La superioridad dela respuesta evocada por nuevas tierras está más asombrosamente ilustradacuando la nueva tierra ha tenido que ser alcanzada por un paso marítimo... Lagente que ocupa posiciones en la frontera, expuesta a los ataques constantes,consigue un desarrollo más brillante que sus vecinos instalados en posiciones másresguardadas.»

Cambiemos «mar» por «espacio» y la analogía es completa; en cuanto a los«ataques constantes», la Naturaleza los proporcionará más completos y furiosos

14 No obstante, los «Platillos Volantes», científicamente conocidos por «FenómenoArnold», son objeto de estudio por una minoría de eminentes científicos. (N. del E.)

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que los desencadenados por adversarios humanos. Ellsworth Huntington haresumido la misma idea en una frase memorable, señalando que la marcha de lacivilización ha sido «enfriada y barrida». Ha llegado el momento en que debemosusar nuestra destreza y resolución contra climas y paisajes más hostiles que los quela Tierra puede mostrar.

Como tan a menudo ha ocurrido en el pasado, el reto puede llegar a serdemasiado grande. Podemos establecer colonias en los planetas, pero éstas puedenser incapaces de mantenerse por sí solas a más de un marginal nivel de existencia,sin energías para contribuir a ningún logro cultural. La historia posee unparalelismo tan sorprendente como ominoso, ya que hace mucho tiempo lospolinesios consiguieron un «tour de forcé» técnico que muy bien podría compararsecon la conquista del espacio. «Al establecer un tráfico marítimo regular a través delmayor de los océanos —escribe Toynbee— consiguieron establecerse en los picos detierra firme que se hallan esparcidos por el Pacífico casi tan separados como loestán las estrellas en el espacio.» Pero el esfuerzo les derrotó al final, y volvieron asu vida primitiva. Jamás nos habríamos enterado de su asombroso logro en las islasorientales de no haber quedado un monumento que nos lo dijese. Puede habermuchas Islas Orientales del espacio en los próximos años, planetas abandonados nocon monolitos, sino con restos igualmente enigmáticos de otras técnicas derrotadas.

Sea cual fuere el eventual resultado de nuestra exploración del espacio, podemosestar razonablemente seguros de algunos beneficios inmediatos, y estoy ignorandoa conciencia provechos «prácticos» tales como las ganancias de multi-billones dedólares en la predicción del tiempo y las comunicaciones, que pueden poner el viajeespacial sobre una base de pago. La creación de la riqueza no debe ser, por cierto,despreciada, pero a largo plazo las únicas actividades humanas que tienen valorson la búsqueda del conocimiento y la creación de la belleza. Esto se halla más alláde toda argumentación; el único punto a debatir es qué vendrá antes.

Sólo una pequeña parte de la humanidad se emocionará al descubrir la densidadelectrónica alrededor de la Luna, la composición exacta de la atmósfera de Júpiter,o la potencia del campo magnético de Mercurio. Aunque un día la existencia detodas las naciones pueda venir determinada por tales factores, y otros aún másesotéricos, hay asuntos y problemas que conciernen a la mente y no al corazón. Lascivilizaciones son respetadas por sus logros intelectuales; son amadas —odespreciadas— por sus obras de arte. ¿Quién puede adivinar en la actualidad quéarte saldrá del Espacio?

Consideremos primero la literatura, ya que la trayectoria de toda civilizaciónqueda trazada con más seguridad por sus escritores. Citemos de nuevo al profesorWebb, según su obra La gran frontera:

«Hallamos que, en general, la Edad Dorada de cada nación coincide más omenos con la supremacía de la nación en la actividad fronteriza... Parece quecuando el estallido de la frontera está a flor de suelo en cualquier país, el genioliterario de la nación se libera…»

El escritor, por más que quiera, no puede escapar a la influencia de sus paisajes.(Si Lewis Carrol viviera hoy día, nos habría dado Lolita en vez de Alicia.) Cuando lafrontera está abierta tenemos a Homero y a Shakespeare, o, para escoger ejemplosmenos olímpicos y más próximos a nuestra era, a Melville, Whitman y Mark Twain.Cuando está cerrada, ha llegado la época de Tennessee Williams y los Beatniks..., yde Proust, cuyo horizonte era una estancia de corchos alineados.

Es demasiado ingenuo imaginar que la astronáutica restaurará la épica y laleyenda en formas parecidas al original; los vuelos espaciales se hallarándemasiado bien documentados, y el nuevo Homero tendrá la enorme ventaja detener en su posesión casi todos los hechos. Pero con toda seguridad, los

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descubrimientos y las aventuras, los triunfos y las inevitables tragedias quedeberán acompañar el camino del hombre hacia las estrellas, un día inspirarán unanueva literatura heroica y proporcionará los equivalentes al Vellocino de Oro, LosViajes de Gulliver, Moby Dick, Robinson Crusoe o El Antiguo Marino.

El hecho de que la conquista del aire no haya hecho nada parecido no debeconfundirnos. Es verdad que la literatura del vuelo es muy limitada (Lindberg ySaint-Exupery son los únicos ejemplos que acuden a mi mente), pero la razón esobvia. El aviador pasa sólo unas horas en su elemento, y viaja a lugares que son yaconocidos. (En los pocos casos que vuela sobre territorios inexplorados raramentepuede aterrizar en ellos.) El viajero espacial, por otra parte, podrá estar en caminosemanas, meses y años, hacia regiones que ningún hombre habrá visto jamás,excepto a través del telescopio. El vuelo espacial tiene, por lo tanto, muy poco encomún con la aviación; en espíritu se halla mucho más cerca de los viajesoceánicos, que han inspirado gran parte de nuestra mejor literatura.

Es quizá demasiado pronto para especular sobre el impacto de los vuelosespaciales en la música y en las artes visuales. No podemos hacer otra cosa queesperar, y la espera es necesaria cuando se contempla la serie de telas sobre lasque los pintores contemporáneos expresan con excesiva minuciosidad sus«psiquis». La perspectiva para la música moderna es algo más favorable; ahora quelas máquinas electrónicas han sido enseñadas a componer, podemos esperarconfiadamente que pronto algunas de ellas aprenderán a disfrutar de esta música, yasí nos ahorrarán tamaña molestia.

Tal vez estas antiguas formas de arte estén llegando al final de sus vidas, y másallá de la atmósfera nos aguarden nuevas experiencias que inspiren otras formas deexpresión. Por ejemplo, la débil gravedad o la ingravidez, sin duda, darán origen auna arquitectura extraña, como propia de otro mundo, frágil y delicada como unsueño. Y me pregunto cómo será el equivalente de «Swan Lake» (El Lago de losCisnes) en Marte, cuando los danzarines no tengan más que un tercio de su pesoterrestre, o en la Luna, donde su peso será únicamente de un sexto.

La ausencia absoluta de gravedad —sensación que ningún ser humano haexperimentado desde el principio del mundo, aunque sea algo misteriosamentefamiliar en sueños15—, causará un profundo impacto sobre cierto tipo de actividadhumana. Hará posible toda una constelación de nuevos deportes y juegos,transformando muchos de los existentes. Esta predicción final podemos formularlacon confianza, aunque con impaciencia; la ingravidad abrirá unos nuevos einsospechados caminos a la erótica. Y asimismo al tiempo.

Todas nuestras ideas y pautas estéticas se derivan del mundo natural que nosrodea, pudiendo afirmar que muchas de ellas son peculiares de la Tierra. Ningúnplaneta tiene cielos y mares azules, verde hierba, bajas colinas redondeadas por laerosión, ríos y cascadas, una brillante y solitaria Luna. En ningún lugar del espaciopodremos contemplar las familiares formas de los árboles y las plantas, ni de losanimales que comparten nuestro suelo. En donde haya vida, ésta será tandesconocida y ajena a nosotros como los seres de pesadilla de las simas abisales delos océanos, o del imperio de los insectos cuyos horrores nos quedan por lo generalocultos gracias a su tamaño microscópico (¡recordemos La mosca!). Incluso esposible que los contornos físicos de los otros planetas sean parajes inhóspitos; esigualmente posible que nos hagan experimentar nuevos y más universalesconceptos de la belleza, menos limitados por nuestra educación terrestre.

La existencia de vida extraterrestre es, por supuesto, la mayor de las incógnitasque nos aguardan en los planetas. Casi estamos seguros de que existe cierta forma

15 Los astronautas americanos y rusos, a pesar de hallarse ingrávidos, siempreestuvieron sometidos a la influencia de la Tierra. — (N. del E.)

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de vegetación en Marte; los cambios de color con las estaciones, puestos deevidencia recientemente con el espectroscopio, da a ello un alto grado deprobabilidad. Como Marte es un mundo viejo y quizá moribundo, la lucha por laexistencia puede haberle conducido a resultados desastrosos. Será mejor quetengamos sumo cuidado al aterrizar en él.

Donde hay vegetación puede haber más altas formas de vida; dándole tiemposuficiente, la Naturaleza explota todas las posibilidades. Marte ha tenido muchotiempo, por lo que pueden existir los parásitos del reino vegetal conocidos con elnombre de animales. Serán animales muy peculiares, ya que carecerán depulmones. No hay por qué respirar en una atmósfera prácticamente desprovista deoxígeno.

Más allá de esto, toda especulación biológica no sólo carece de fundamento sinoque es por completo inútil, pues la verdad la conoceremos dentro de otros diez oveinte años, y quizá antes. Se acerca el momento en que descubriremos, de unavez para siempre, si existen los marcianos.

El contacto con una civilización contemporánea y no humana será lo másexcitante que le haya sucedido jamás a la raza humana; las posibilidades para elbien y para el mal son interminables. Dentro de una década, aproximadamente,algunos de los temas clásicos de la ciencia-ficción pueden alcanzar el reinado de lapolítica práctica. Sin embargo, es mucho más probable que si Marte ha producidoalguna vez vida inteligente, no la hallemos ya por la diferencia de edadesgeológicas. Como todos los planetas llevan al menos cinco mil millones de años deexistencia, la probabilidad de que en dos de ellos florezcan dos culturas a la vez esextremadamente pequeña.

Sin embargo, hasta el impacto de una civilización extinguida puede serarrollador; el renacimiento europeo fue impulsado por el redescubrimiento de unacultura que había florecido más de un milenio antes. Cuando nuestros arqueólogoslleguen a Marte, pueden hallar esperándonos herencias tan grandes como las queles debemos a Roma y a Grecia. El profesor chino Hu Shih ha observado:

«El contacto con civilizaciones desconocidas acarrea nuevos tipos de valor, conlos que la cultura nativa es reexaminada y revalorizada, y cuyas consecuenciasnaturales son la reforma y la regeneración conscientes.»

Hu Shih estaba refiriéndose al renacimiento de la literatura china, hacia 1915.Tal vez estas palabras puedan aplicarse al Renacimiento Terrestre, dentro de unsiglo.

Sin embargo, no debemos cifrar grandes esperanzas en Marte ni en los demásplanetas del Sistema Solar. Si existe vida inteligente en cualquier lugar delUniverso, debemos buscarla en los planetas de los otros soles. Están separados denosotros por un golfo millones —repito, millones— de veces más grande que el quenos separa de nuestros más cercanos vecinos, Marte y Venus. Hasta hace pocosaños, incluso los científicos más optimistas juzgaban imposible que pudiera salvarseese abismo espantoso, que la luz tarda años en cruzarlo a 670.615.000 millas porhora16. Pero ahora, gracias a uno de los más extraordinarios e inesperadosdescubrimientos en la historia de la técnica, existe la oportunidad de poder entraren contacto con la inteligencia exterior al Sistema Solar antes de que descubramoslos más humildes musgos o líquenes de su interior.

Este descubrimiento ha sido la electrónica. Parece posible que la mayor parte denuestra exploración del espacio se haga por radio. Podemos ponernos en contactocon mundos que jamás podremos visitar..., incluso con mundos que hace ya muchohan dejado de existir. El radiotelescopio, y no el cohete, puede ser el instrumento

16 300.000 kilómetros por segundo.

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que establezca el primer contacto con la inteligencia existente más allá de la Tierra.

Hace sólo una década, la idea habría parecido absurda. Pero ahora poseemosreceptores de tal sensibilidad y antenas de tan enormes tamaños, que podemosesperar captar señales por radio procedentes de las más cercanas estrellas..., si esque allí hay alguien para enviarlas. La búsqueda de tales señales empezó en 1960en el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Greenbank, Virginia, y otrosmuchos observatorios le seguirán en estos experimentos cuando posean los equiposnecesarios. Tal vez ésta sea la investigación más azarosa en la que los hombres sehayan nunca embarcado; más pronto o más tarde tendrá éxito.

Desde el trasfondo del ruido cósmico, los estallidos y los gemidos de las estrellasal estallar y las galaxias al entrar en colisión, algún día se nos filtrará el leve yrítmico latido que es la voz de la inteligencia. Al principio solamente (¡solamente!)sabremos que hay otras mentes, aparte de las nuestras, en el Universo; más tardeaprenderemos a interpretar sus señales. Algunas de ellas, es fácil presumirlo, nostraerán imágenes..., el equivalente al cine telegráfico, o a la televisión. Será muyfácil deducir el código y reconstruir estas imágenes. Un día, tal vez no muy lejano,alguna pantalla de rayos catódicos nos mostrará la película de otro mundo.

Quiero repetir que no se trata de una fantasía. En este momento, millones dedólares convertidos en equipos electrónicos se hallan invertidos en esta búsqueda.Es posible que no se obtenga ningún éxito hasta que los radioastrónomos no seanpuestos en órbita, en algún lugar donde puedan construir antenas a miles de millasde distancia, apartándolas del incesante ruido provocado por la Tierra. Puede serque tengamos que aguardar diez —o cien— años para los primeros resultados; noimporta. Lo que deseo señalar es que, si bien jamás nos será posible abandonar demanera física el Sistema Solar, podremos al menos aprender algo respecto a lascivilizaciones que se han desarrollado en torno a las demás estrellas, y aquéllaspodrán saber de nosotros. Tan pronto como detectemos mensajes del espacio,intentaremos contestarlos.

En eso reside una base fascinante e interminable de especulación y cálculo;consideremos unas cuantas de las posibilidades. (Y en un próximo universo de cienmil millones de soles, casi cualquier posibilidad es una certidumbre... en cualquiersitio, en cualquier momento.)

Hace escasamente sesenta años que conocemos la radio, y la TV no más de unageneración; por lo tanto, todas nuestras técnicas de comunicación electrónicadeben ser asaz primitivas. Y, sin embargo, ahora ya podemos enviar todo lo que demejor tiene nuestra cultura impulsándolo a través de los años-luz. (Tal vez yahemos enviado mucho de lo peor.)

La música, la pintura, la escultura, incluso la arquitectura, no presentanproblemas, ya que ofrecen pautas fácilmente transmitibles. La literatura planteamayores dificultades; será factible transmitirla, pero ¿podría ser comunicada,aunque fuese precedida por la radio más elaborada equivalente a la Piedra Rosetta?El hecho de que en la Tierra muchos escritores y la mayoría de los poetas hayandejado de comunicarse en la actualidad con sus contemporáneos indica algunas deestas dificultades.

Pero al entrar en contacto dos culturas algo debe perderse; más importante es loque se gana. En las edades del futuro podremos ver con nuestras mentes muchosseres extraños, y estudiar con incredulidad, deleite u horror, civilizaciones quepueden ser mucho más antiguas que nuestra Tierra. Algunas de ellas pueden haberdejado de existir durante los siglos que sus señales han estado atravesando elespacio. Los radioastrónomos serán los auténticos arqueólogos interplanetarios,leyendo inscripciones y examinando obras de arte cuyos creadores se habránextinguido antes que los arquitectos de las pirámides. Hasta ésta es una estimación

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muy modesta; una onda de radio que llegue ahora desde una estrella situada en elcorazón de la Vía Láctea (el conjunto estelar local, en la soledad de cuya fronteraexterior gira nuestro Sol) debe de haber empezado su trayecto unos 25.000 años a.de J. C. Cuando Toynbee definió el Renacimiento como «contactos entrecivilizaciones en el tiempo», escasamente debió de sospechar que esta frase, algúndía, podía tener una aplicación astronómica.

La radio-prehistoria —la arqueología electrónica— puede tener consecuencias almenos tan grandes como los estudios clásicos del pasado. Las razas cuyosmensajes interpretemos y cuyas imágenes reconstruyamos serán, por supuesto, deun nivel muy alto, y el impacto de su técnica y de su arte sobre nuestra culturaresultará enorme. El redescubrimiento de la literatura griega y latina en el siglo XV,la avalancha de conocimientos cuando el Proyecto Manhattan fue revelado, lasglorias descubiertas al abrirse la tumba de Tutankhamón, la excavación de Troya, lapublicación de los Principios y El origen de las especies..., estos ejemplos tandistintos pueden darnos una ligera idea del estímulo y la excitación que nossobrecogerá cuando hayamos aprendido a interpretar los mensajes que desdetiempos remotos están cayendo sobre la faz de la Tierra.

No todos estos mensajes —ni muchos, quizá— nos traerán consuelo. Lademostración —que sólo es cuestión de tiempo— de que nuestra joven especie estámuy abajo en la escala de la inteligencia cósmica, será un fuerte golpe para nuestroorgullo. Muy pocas de nuestras actuales religiones sobrevivirán, contrariamente alas optimistas previsiones de algunos filósofos. El aserto de que «Dios hizo alhombre a imagen y semejanza Suya», está latente como una bomba de relojería enlos cimientos del Cristianismo. A medida que la jerarquía del Universo se vayadescubriendo ante nosotros, tendremos que enfrentarnos con este hechosobrecogedor: si hay algunos dioses cuya principal preocupación sea el hombre, nopueden ser dioses muy importantes.

Los ejemplos que he dado y las posibilidades que he subrayado deberían sersuficientes para demostrar que es mejor intentar la exploración espacial que ponerhombres en órbita, o tomar fotos del otro lado de la Luna. Éstos no son más quepreliminares triviales de la edad del descubrimiento que ahora está en su aurora.Aunque esta edad proporcionará los ingredientes necesarios para un Renacimiento,no podemos asegurar qué es lo que éste nos aportará. La presente situación notiene ningún paralelo en la historia de la humanidad; el pasado puede darnosciertas insinuaciones, pero no una guía firme. Para hallar algo comparable connuestras próximas aventuras en el espacio, deberíamos volver a los tiempos deColón, a los de la Odisea..., incluso más allá del primer hombre-mono. Deberíamoscontemplar el momento, ahora irrevocablemente perdido entre la bruma deltiempo, en que nuestro primer antepasado salió arrastrándose del mar.

Ya que es así como empezó la vida, y donde la mayor parte de la vida delplaneta sigue aún hoy día, atrapada en un ciclo de vida y de muerte, sin significadoalguno. Sólo los seres que osaron desafiar la hostil y extraña tierra pudierondesarrollar la inteligencia; ahora esta inteligencia tiene que enfrentarse aún con unreto. Incluso es posible que nuestra hermosa Tierra no sea más que el lugar de unbreve reposo entre el mar salado en el que nacimos y el mar de las estrellas en elque ahora debemos aventurarnos.

Naturalmente, hay muchas personas que lo negarán, con diversos grados deindignación... o de temor. Consideremos el siguiente fragmento de Latransformación del hombre, de Lewis Mumford:

«El ansia de vivir del hombre posthistórico debe alcanzar su punto culminante enlos viajes interplanetarios... Bajo tales condiciones, la vida volverá a limitarse a lasfunciones fisiológicas de respirar, comer y excretar... Por comparación, el culto a la

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muerte de los egipcios estuvo saturado de vitalidad; una momia en su tumba aúnpermite recoger la mayor parte de los atributos de un ser humano mejor que unhombre espacial.»

Temo que la visión del viaje espacial del profesor Mumford sea ligeramentemiope, y condicionada por el actual estado primitivo del arte. Pero cuando escribió:

«Nadie puede pretender que la existencia en un satélite espacial o en la caraoculta de la Luna tenga ninguna semejanza con la vida humana», pudo expresaruna verdad mayor de la que intentó.

«La existencia en tierra firme —pudo decirles el pez más conservador a susparientes anfibios, hace mil millones de años— no tendrá ninguna semejanza con lavida piscícola. Nos quedamos donde estamos.»

Así lo hicieron. Y todavía son peces.

Casi no puede negarse que la visión del profesor Mumford está sostenida,conscientemente o no, por un gran número de americanos, sobre todo por los másancianos y más influyentes en la determinación de su política. Esto trae consigociertas conclusiones sombrías, que vienen reforzadas por los éxitos rusos en susesfuerzos espaciales. Tal vez los Estados Unidos han sufrido aquella falta de nervioque es uno de los primeros síntomas de que una civilización está perdiendovitalidad.

Cualquiera lo bastante cínico, y además bien informado, puede obtener ampliaevidencia de esto gracias a los archivos del programa espacial de los EstadosUnidos. Es notoria la rivalidad entre los distintos servicios, y la fantástica historiadel Pentágono en su lucha con el Departamento de Cohetes Balísticos del Ejército(que sentía repugnancia a lanzar el primer satélite americano) es casi un ejemplode libro de texto del proverbio: «A quien los dioses quieren destruir, hacen primeroenloquecer.» No existe indicio de que, en este caso, los dioses tuvieran que obrarindebidamente.

Toda la estructura de la sociedad americana podría muy bien quedardesencajada por los esfuerzos de las exigencias de la conquista del espacio.Ninguna nación puede permitirse el lujo de emplear a sus hombres más capacitadosen ocupaciones tan poco creadoras, y parásitas, como la ley, la propaganda y labanca. Tampoco puede permitirse el lujo de desdeñar indefinidamente el potencialtécnico y humano que posee. No hace mucho, Life publicó una fotografía que era unhorroroso documento social: mostraba a 7.000 ingenieros agrupados detrás delcoche que sus esfuerzos combinados, más varios centenares de millones de dólares,habían producido. Llegará una época en que los Estados Unidos, si deseanproyectarse al espacio, tendrán que considerar el abandono por unos años de susdiseños automovilísticos, o mejor aún, volver a los últimos modelos que eranbastante buenos, y que algunas autoridades fechan en 1954.

De esto no se sigue por necesidad que la Unión Soviética pueda obrar muchomejor; si espera hacerse dueña del espacio por sus propios esfuerzos, no tardará endescubrir que ha cogido un bocado mayor del que puede engullir. Los recursoscombinados de la humanidad son inadecuados para esta tarea, y siempre seráigual. Podemos contemplar con cierta satisfacción los esfuerzos de los rusos para«ir solos», y tener paciencia cuando hagan ondear su bandera, plantando la hoz y elmartillo sobre el suelo de la Luna. Todos sus entusiasmos de patriotismo vivirán pornecesidad muy poco. Los mismos rusos destruyeron el concepto de nacionalismocuando enviaron el Sputnik I volando a través de cien fronteras. Pero como esto esperfectamente obvio, tendrá que transcurrir un poco más de tiempo hasta que estosea interpretado con exactitud, y todos los Gobiernos descubran que el único quecuenta en la carrera del espacio es el hombre.

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Pese a los problemas y peligros de nuestro tiempo, debemos dar gracias porestar viviendo en esta época. Cada civilización es como un esquí acuático,arrastrado hacia la cresta de una ola. Ésta nos sostiene con dificultad cuandoescasamente ha empezado su recorrido; quienes pensaron que estaba ya aflojandosu ímpetu, hablaron demasiado pronto de siglos. Ahora estamos colocados en laprecaria pero estimulante balanza que es la esencia de la verdadera existencia, laantítesis del mero vegetar. A nuestras espaldas gimen los arrecifes que ya hemosatravesado; debajo de nosotros, la gran ola, cubierta de espuma, alza su lomo porencima del encabritado mar.

¿Adónde va?

No podemos decirlo; estamos demasiado lejos para entrever la desconocidaplaya. Ya es bastante ir cabalgando la ola.

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9

NO SE PUEDE LLEGAR ALLÍ DESDE AQUÍ

Existe una frase sorprendente y poco sutil de la autobiografía del escritor delsiglo XIX, Richard Jeffries, que durante muchos años ha estado presente en mimemoria:

«El inalcanzable azul de las flores del firmamento.»

Inalcanzable: he aquí una palabra pocas veces empleada en la actualidad, ahoraque los hombres han alcanzado las mayores alturas y abismos de la Tierra y seestán preparando para viajar hacia otros planetas. Sólo un siglo atrás los Polos erancompletamente desconocidos, la mayor parte de África todavía era tan misteriosacomo en tiempos del rey Salomón, y ningún ser humano había descendido a más detreinta m en el mar o había subido a más de una milla en el aire. En muy pocotiempo hemos llegado mucho más lejos, y es natural que lleguemos aún muchomás allá si nuestra especie sobrevive a su adolescencia, por lo que deseo plantearuna cuestión que les hubiera parecido muy extraña a nuestros antepasados:

—¿Existe algún lugar que deba permanecer siempre inaccesible a nosotros, seancuales fueren los avances científicos que el futuro nos traiga?

Al momento acude a la mente un candidato. Sólo a cuatro mil millas de donde yoestoy sentado existe un lugar mucho más difícil de alcanzar que el lado oculto de laLuna —o, para este— que el otro lado de Plutón. También se halla a 4.000 millasdel lector; como posiblemente ya ha sido adivinado, me refiero al centro de laTierra.

Con todas mis excusas para Julio Verne, no es posible llegar a punto taninteresante descendiendo por el interior del cráter del Monte Sneffels17. En efecto,es imposible descender a más de un par de millas a través de cualquier sistema decráteres, cuevas o túneles, naturales o artificiales. La mina más profunda no llegamás que a 7.000 pies.

Igual que en el mar, la presión bajo la superficie de la Tierra aumenta con laprofundidad, debido al peso del material de arriba. La superficie rocosa de nuestroplaneta es tres veces más densa que el agua; por tanto, a medida que nosadentramos hacia el interior la presión se eleva tres veces más rápidamente que enel mar. Cuando el batiscafo Trieste llegó a la sima Challenger, a siete millas bajo elPacífico, había una presión de algo más de mil toneladas sobre cada cm2 desuperficie, y los muros de la esfera de observación tuvieron que ser construidos conacero de doce centímetros de espesor. La misma presión tendríamos que soportar asólo dos millas en el interior de la Tierra, y esto no es más que un simple arañazoen la superficie del Globo. En el centro de la Tierra, la presión se calcula en más detres millones de toneladas por cm2, es decir 3.000 veces la que soportó el Trieste.

Bajo tales presiones, las rocas y los metales corren como líquidos. Además latemperatura se eleva continuamente hacia el interior, llegando quizás a unos 3315°C en el centro. Es obvio, por tanto, que no podemos esperar hallar con facilidad unaruta trazada hacia el corazón de nuestro planeta, y la antigua idea de un «CorazónHueco» (planteado una vez como una teoría científica) debe ser descartada sintardanza, junto con toda la gama de fantasías subterráneas, como las de Edgar RiceBurroughs en En el núcleo de la tierra.

Las mayores profundidades a que las compañías petrolíferas —que son los más

17 Referencia del autor a la obra de Julio Verne Viaje al centro de le Tierra. (N. delT.)

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enérgicos exploradores subterráneos— han taladrado, llegan a algo más de cincomillas. Esto significa un cuarto del camino a través de la corteza sólida de la Tierra,que tiene unas veinte millas de espesor debajo de los continentes; bajo los océanosla corteza es más fina y en la actualidad se está planeando horadar a su través (elProyecto Mohole) para obtener muestras de los materiales desconocidos sobre losque flotamos.

La técnica del taladro convencional tiene como finalidad hacer girar un berbiquíal extremo de cientos de m de taladro, que está en rotación merced a un motorinstalado en la superficie. A medida que el taladro va profundizando, más energíase pierde contra el agujero, llevando horas elevar y abatir las millas de taladro cadavez que un berbiquí debe ser cambiado.

Los métodos más nuevos suprimen el taladro de rotación y colocan la fuente defuerza en el mismo berbiquí, moviéndolo eléctricamente o por presión hidráulica.Los rusos, que han sido los pioneros en este aspecto, también han desarrollado loque en la práctica es un cohete-taladro, que deja quemado el suelo a su paso trasun chorro de oxi-petróleo a 3000° C. Empleando una u otra de estas técnicas, seríaposible taladrar un pozo de diez millas al coste de varios millones de dólares. Estonos llevaría a la mitad de la corteza de la Tierra..., o a cuatro centésimas delcamino del centro.

Un agujero horadado de quince cm no es en absoluto la idea que tiene la gentecuando se habla de la exploración subterránea, por lo que tendamos la vista haciaotras posibilidades más excitantes. Los ingenieros en minería rusos han creado yauna mole mecánica con un hombre para construir túneles a grandes profundidades;son bastante similares a los ingenios empleados por el héroe de Burroughs parallegar a Pellucidar, el mundo interior de la Tierra. Estas máquinas solucionan elproblema de disponer el suelo de igual manera que lo hace la corriente, o mola dejardín, que fue el prototipo en que se basó el diseño original; la tierra aflojada porla cabeza taladradora es apartada y taponada en forma compacta para construir lapared del túnel.

Incluso en un suelo muy blando, la mola mecánica se mueve muy lentamente.Su velocidad queda limitada a una milla por día, según la fuerza disponible (laelectricidad es suministrada a través de un cable de arrastre) y por el desgaste ydesgarro del mecanismo de taladro. Una «sonda terrestre» que de verdad esperaseconseguir algo debería poseer un tipo fundamentalmente nuevo de técnica deexcavación, y un suministro muy considerable de energía.

Las reacciones nucleares podrían proporcionar la energía subterránea, como yalo han hecho bajo el mar. En cuanto al método de excavación, también los rusos(que parecen hallarse tan interesados en las exploraciones subterráneas como enlas astronómicas) han sugerido la respuesta. Ahora emplean corrientes eléctricas dealta frecuencia para abrir un camino a través de las rocas mediante el calor, y unarco subterráneo podría quemar el paso a través de la Tierra tan de prisa como sele pudiera suministrar la energía. Las vibraciones ultrasónicas también podríanconseguirlo; ahora están siendo empleadas en pequeña escala para abrir paso através de materiales demasiado duros para lograrlo con las herramientas ordinarias.

Un ingenio «subterráneo» llevando a un hombre y movido por fuerza nuclear esun agradable concepto para que cualquier claustrófobo medite sobre ello. En cuantoa otros propósitos, poco se lograría con un hombre puesto en tal máquina; tendríaque confiar por completo en los instrumentos de tal artilugio, y sus propios sentidosen nada contribuirían a la consecución de la empresa. Todas las observacionescientíficas y las colecciones de muestras podrían hacerse automáticamente segúnun programa ya previsto. Además, sin tener que sustentar ninguna tripulaciónhumana, el vehículo podría ir más despacio. Lograría pasar semanas o meses

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paseando por las raíces del Himalaya o bajo el lecho del Atlántico, antes de volver acasa con su carga de conocimientos.

La profundidad que una sonda terrestre de esta naturaleza lograra alcanzarquedaría limitada por la presión que sus paredes pudieran resistir. Claro que podríaser muy alta, si el aparato estuviera diseñado como un cuerpo sólido y los espaciosvacíos de su interior estuvieran llenos de un líquido para proporcionarle fuerzaadicional. (Otro argumento para que vaya sin tripulación.)

En el laboratorio, las presiones continuas de un cuarto de millón de toneladas porcada cm2 han sido ya producidas; ésta es una presión equivalente a la decuatrocientas millas en el interior de la Tierra. Esto no significa que podamosconstruir vehículos capaces de ir teóricamente a cuatrocientas millas hacia elinterior, sino que una décima parte de esta cifra no parece estar en exceso alejadade los límites de tal posibilidad. La temperatura es un problema menos serio;aparte de los ocasionales lugares cálidos que son los volcanes, las temperaturas enla corteza no exceden los 315-370° C. Parece ser, por lo tanto, que eventualmentepodremos explorar la mayor parte del caparazón de la Tierra, si en realidaddeseamos hacerlo, con máquinas construidas según las técnicas de ingenieríaexistentes en la hora actual.

Por difíciles que puedan ser los problemas que presenta la exploración de lascapas menos profundas de la Tierra, son por completo triviales comparados con losque tendremos que afrontar si queremos adentrarnos hacia el manto (las primeras1.800 millas) o el núcleo (desde 1.800 millas hasta el centro). Ahí no existeninguna técnica que pueda ayudarnos; todos los materiales y fuerzas disponibleshoy día resultan desesperanzadoramente inadecuados para actuar contra losesfuerzos combinados de 3000° C y tres millones de toneladas por cada cm2. Bajotales condiciones sólo durante la fracción de un segundo conseguiríamos mantenerabierto un agujero no mayor que la cabeza de un alfiler; nuestros más resistentesmetales no serían sólo líquidos acuosos, sino que se convertirían en materialesnuevos y más densos.

No puede efectuarse ninguna exploración del interior profundo de la Tierra, portanto, con nuestros actuales medios físicos, hasta y a menos que hayamosconseguido el control de fuerzas de varios órdenes de magnitud más poderosas quelas que poseemos hoy día. Pero si no podemos viajar, sí podemos observar.

Ver en el interior de la Tierra con la precisión y la definición con que podemosexplorar el interior de nuestros cuerpos sería una maravillosa consecución delmayor valor práctico y científico. Una fotografía por rayos X había sido algoimpracticable para un médico en 1860; sin embargo, hoy día estamos construyendolo que virtualmente son fotos de rayos X de la Tierra, gracias a la serie de ondasproducidas por los terremotos naturales o las explosiones. (En la actualidad,podemos producir golpes suficientes para estremecer nuestro planeta; no es sabidogeneralmente que la mayor explosión que se recuerda —la del Krakatoa en 1883—podría ser igualada por una gran bomba de fusión.)18.

Las fotografías aún son muy simples y faltas de detalles; virtualmente, nada nosdicen, en particular, sobre la densidad del núcleo central, que casi es de cuatro milmillas de diámetro. Ni siquiera sabemos de qué se compone; la antigua teoría deque estaba formado de hierro hace ya mucho que quedó desacreditada, para darpaso a la creencia de que allí existen rocas convencionales comprimidas porenormes presiones hasta adoptar una forma más densa que el plomo.

Lo que necesitamos a fin de poder explorar estas regiones son ondas que pasen

18 Por «grande» hay que leer «pequeño». Tal ha sido el progreso desde que seescribió este capítulo. (N. del A.)

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a través de la sólida Tierra con la misma facilidad que los rayos X pasan a través deun cuerpo humano, o las ondas lumínicas a través de la atmósfera,suministrándonos información reunida durante su trayecto. Pero tal idea esclaramente absurda; sólo hay que pensar en las ocho mil millas de roca y metalimpenetrables que nos separan de las antípodas.

Bueno, volvamos a pensar. Si no ondas, hay entidades para las que la macizaTierra resulta tan transparente como una burbuja de jabón. Una es la gravitación;aunque jamás he hallado un físico que me diera una respuesta directa a lapregunta: «¿Se propaga por ondas la gravitación?», no hay duda de que así sepropaga a través de la Tierra.

También es por igual penetrante la más peculiar y activa de las partículasatómicas, el neutrino. Todas las otras partículas quedan detenidas a unosmilímetros o en su mayoría a unos cm de materiales como el plomo. Pero elincreíble neutrino, que no tiene masa ni carga19, puede ser disparado sin la menormolestia a través de una pantalla de plomo de cincuenta años-luz de espesor. Eneste mismo momento torrentes de neutrinos están pasando a la velocidad de la luza través de la llamada capa sólida de la Tierra, y sólo uno entre un billón nota lainsignificante obstrucción.

No estoy sugiriendo que podamos aprovechar las ondas de la gravedad o de losneutrinos para obtener una fotografía exacta del núcleo de la Tierra; probablementeserían ambos demasiado penetrantes para esta tarea, ya que no se puede observarun objeto con unos rayos que lo atraviesen por completo. Pero si en la Naturalezaexisten entidades tan extraordinarias, puede haber otras que posean laspropiedades que necesitamos, para poder emplearlas en hacer un mapa del interiorde nuestro planeta, como el radiólogo hace un mapa del interior de nuestro cuerpo.

Podemos descubrir, cuando se inicie tal investigación, que no hay nada enrealidad interesante en el interior de la Tierra, más que amontonamientoshomogéneos de rocas y metal, más densos cada vez al acercarse al centro. Casiinvariablemente, sin embargo, el Universo tiende a complicarse y a ser mássorprendente de lo que se había pensado; consideremos la manera como se hallóque el espacio «vacío» estaba lleno de ondas de radio, polvillo cósmico, partículasatómicas y cargadas de electricidad, y una porción más de cosas, tan pronto comose empezó su exploración. Si la Naturaleza sigue fiel a su pauta, descubriremostales maravillas en el interior de la Tierra que no nos contentaremos concontemplarlas a distancia. Desearemos llegar hasta ellas.

Podemos desear ir allá, como ya sugerí hace unos años en una corta historiatitulada El fuego interno. Estaba basada en el hecho de que existen formas demateria, bajo altas presiones, tan densas que por comparación las rocas ordinariasparecerían algo más tenues que el aire. Por otra parte, esto no tiene nada deextraordinario; el granito es unas dos mil veces más denso que el aire, pero la«materia comprimida» en el corazón de una estrella enana lo es cien mil veces, yen algunos casos diez millones más densa que el granito. Aunque incluso laspresiones en el interior de la Tierra son demasiado pequeñas para aplastar losátomos hasta esta inconcebible densidad, presumo, a propósitos puramente deficción, que los seres formados de materia comprimida podrían estar nadandoalrededor del interior de la Tierra como un pez nada en el mar. Espero que nadie setome esta idea muy en serio, tal como yo lo hice, pero puede servir como leyendapara prepararnos a verdades por igual sorprendentes, y mucho más sutiles.

Si nuestros descendientes —o sus maquinarias— logran penetrar muy adentro enel interior de la Tierra, puede ser que lo hagan mediante el empleo de técnicas muy

19 Para ponerse al abrigo de su desdicha, gira rápidamente sobre sí mismo. (N. delA.)

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raras y especializadas en fines muy distintos. Para considerarlas, volvamos denuevo al espacio, al planeta gigante Júpiter, al que nuestras primeras sondasautomáticas estarán rodeando y vigilando durante la década de 1970.

Ya me siento algo cansado de leer en las obras sobre viajes espaciales queJúpiter es un planeta sobre el que los hombres jamás «aterrizarán», aunque nopretendo estar muy ansioso de ir allá personalmente. Es un mundo de un diámetroonce veces mayor que el de la Tierra, y con un centenar de veces su área; sinuestro planeta se aplastase sobre la cara de Júpiter, semejaría una mancha deltamaño de la India en el globo terrestre. Pero nunca hemos trazado ningún mapade Júpiter porque jamás hemos vislumbrado su superficie; como la de Venus, sehalla oculta eternamente por nubes, o por lo que, a falta de mejor vocablo,llamamos nubes.

Éstas son arrastradas en bandas paralelas por la rápida rotación del planeta, y através de 600.000.000 de kilómetros de espacio podemos contemplar el progresode sus terribles tormentas o perturbaciones, muchas de las cuales son mayores quelas de la Tierra. La meteorología de Júpiter es una ciencia cuyos cimientos exactosaún no han sido echados; en aquella oscura frialdad, tan lejos del Sol, una enormeatmósfera de hidrógeno y de helio es desgarrada por fuerzas ignotas. Pero a pesarde estas convulsiones, en un instante algunos detalles se las ingenian parasobrevivir durante años; el más famoso de ellos es la Gran Mancha Roja, un objetoovalado, inmenso, de unas 25.000 millas de longitud, que ha sido observado, porsobre y por fuera, durante 120 años y, quizá, tres siglos.

Debido al tamaño de Júpiter, y a la escala de los acontecimientos que allí tienenlugar, es natural presumir que su atmósfera es mucho más profunda que lanuestra..., tal vez mil millas de espesor. Pero éste no es el caso; como la gravedadde Júpiter es dos veces y media la de la Tierra, la atmósfera del planeta estácomprimida en una capa que puede ser sólo de cincuenta millas de profundidad.

En la parte más baja de esta capa, la presión debe ascender a unas cifrassolamente conocidas en la profundidad de nuestros océanos. Para penetrar en laatmósfera de Júpiter, necesitaríamos no ya una nave espacial, sino un batiscafo. Allíno existe ninguna superficie sólida definida en la que un vehículo pudiera aterrizar;el hidrógeno puede llegar a ser tan denso que se convierta en un líquido espeso, yluego —cuando la presión llegue a mil veces la del fondo de la sima Challenger— enun sólido metálico.

Pero algún día los hombres irán a visitar este mundo; la exploración de Júpiterpuede ser una de las mayores empresas del siglo XXI. Júpiter será el laboratorio enque aprenderemos a soportar, controlar y emplear realmente las altas presiones, yde ello pueden derivarse grandes nuevas industrias en los años del porvenir. (Nohabrá escasez de materias primas en un mundo que pesa trescientas veces lo quela Tierra.) Cuando hayamos aprendido a sobrevivir en los más bajos estratos de laatmósfera joviana, estaremos mejor preparados para adentrarnos en el interior denuestro planeta.

Nuestro principal problema en Júpiter será la presión, y quizá la violencia de lasgalernas que allí soplan a cientos de millas por hora. No tendremos que contendercon las altas temperaturas; las capas exteriores de la atmósfera están a unos 120°por debajo del cero C, pero al «nivel del suelo» el clima puede ser algo tropical,aunque ahora nadie lo sospeche. Si hay lugares del Sistema Solar que seaninalcanzables únicamente por tu temperatura, debemos buscarlos mucho más cercadel astro rey.

El planeta Mercurio es la buena elección. Este pequeño mundo —que sólo cuentatres mil millas de diámetro— no sabe nada del día y la noche, puesto que una desus caras está vuelta siempre al Sol, y la otra yace en eternas tinieblas. En el centro

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del hemisferio iluminado, en aquel mediodía interminable donde el astro solar brillaverticalmente, la temperatura debe de ser de 370 a 425°. Y en el lado oscuro,donde el único calor recibido es el ligerísimo procedente del resplandor de lasestrellas, debe de ser al menos de doscientos grados bajo cero.

Estas temperaturas, muy extremas para las pautas ordinarias, entran dentro dela línea de las técnicas científicas e industrias modernas. La conquista de Mercuriono resultará un proyecto fácil, y no serán pocos los hombres y las máquinas que sedestruyan en su logro. Pero tendremos que hallarnos más cerca —mucho más cerca— del Sol para estar en un verdadero apuro.

La temperatura se eleva con mucha lentitud al principio, cuando nos movemoshacia el horno central del Sol; a continuación van unas cifras que muestran lo quele ocurriría a una nave espacial cuya quilla estuviese a unos confortables 65° F enla vecindad de la Tierra.

A medida que la nave pasase cerca de Venus, a 67.000.000 de millas del Sol, laquilla llegaría a los 70° C; en la órbita de Mercurio, a 36.000.000 de millas del Sol,alcanzaría los 204° C. Si nos acercábamos al Sol a menos de 10.000.000 de millasde distancia, la temperatura pasaría de los 537°.

A cinco millones de millas de su superficie, nos aproximaríamos a los 1093°; a1.000.000 de millas, a 2482° C. La última distancia, o sea, medio millón de millasdel Sol, daría una temperatura de 4960° C.

Materiales que son conocidos por permanecer sólidos a temperaturas por encimade los 3.000° C —como el grafito, que empieza a evaporarse a los 3.740° C y elhafnio, que resiste los 4130° C— marcan el récord, según mi memoria. Por lo tanto,podríamos enviar un objeto cuyo cono protector estuviera compuesto de hafnio, amenos de un millón de millas del Sol —una centésima de la distancia desde laTierra— y esperar que volviera entero. Unas sondas exploradoras, transportandoinstrumentos, bien protegidos con capas de material refractario que lentamentefuese calentándose, podrían incluso llegar a la superficie del Sol antes dedesintegrarse.

Pero ¿hasta qué distancia del Sol podría acercarse una nave transportando conseguridad a un hombre? La respuesta a esta cuestión descansa sobre la destreza eingenio de los expertos en refrigeración: mi sospecha es que 5.000.000 de millas esuna distancia alcanzable incluso con un vehículo tripulado.

Existe un truco muy útil que se puede emplear para aproximarse bastante cercadel Sol en, casi, perfectas condiciones de seguridad. Es el empleo de un asteroide ocometa, usado a propósito como sombra protectora, y el mejor conocido hasta elmomento actual sería la pequeña montaña voladora llamada con toda justicia Icaro.

Este planeta menor viaja en una órbita que cada trece meses le lleva a unos17.000.000 de millas del Sol. Ocasionalmente, pasa también bastante cerca de laTierra; en 1968 pasará a 4.000.000 de millas.

Ícaro es un amontonamiento irregular de rocas de una o dos millas de diámetro,y en el perihelio, bajo un Sol que aparece treinta veces mayor en el firmamento quedesde la Tierra, la superficie de este pequeño mundo puede alcanzar temperaturasno menores de 537° C. Pero proyecta un cono de sombra al espacio; y en el refugiode frialdad de esta sombra, una nave podría navegar impunemente alrededor delSol.

En una breve historia titulada Verano en Icaro20, describí cómo los científicos

20 Publicada, con gran sorpresa por mi parte y por mis lectores, en «Vogue», lacual la rebautizó muy poco románticamente: El lugar más cálido de la finca delSistema Solar. — (N. del A.)

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podrían embarcar para un viaje tan espeluznante, aproximándose junto con susinstrumentos al Sol, que sería incapaz de tocarles mientras permaneciesen alresguardo de su refugio rocoso, de una milla de espesor. Aunque sería posibleconstruir refugios artificiales contra el calor, pasará mucho tiempo antes de quepodamos proporcionarnos una protección mejor que la que Icaro nos procuraría sinesfuerzo. Por pequeño que sea, este planeta menor debe de pesar unos10.000.000.000 de toneladas.

Puede haber otros asteroides que lleguen más cerca del Sol; si no es así,podemos traerlos a esa distancia, desviándoles en el punto preciso de su órbita. Yluego, bien protegidos bajo su superficie, los científicos podrán investigar laatmósfera del Sol, rodeándolo desde el espacio exterior en una curva agudísima.

Es interesante calcular cuánto tardaría el viaje. Por ser una estrella de tipo másbien pequeño, el Sol sólo mide tres millones de millas de circunferencia. Un satéliteque estuviera fuera de su atmósfera se movería alrededor de 1.000.000 de millaspor hora, rodeándole cada tres horas.

Un cometa o un asteroide que orbitara hacia el Sol desde la distancia de laTierra, se movería algo más de prisa al llegar al punto de su mayor vecindad.Brillaría sobre la superficie del Sol a 1.250.000 millas por hora, y le daría la vueltaen poco más de una hora, antes de volver a encaminarse hacia el espacio exterior.Aun cuando se quemasen en el proceso unos cuantos millones de toneladas deroca, los instrumentos y los observadores en el interior del asteroide se hallarían asalvo, a menos, claro está, de sufrir un error navegacional y pasasen demasiadocerca de la atmósfera solar, cuya fricción les desintegraría como ya ha ocurrido conmuchos satélites de la Tierra.

¡Vaya viaje!... Hay que figurarse el relampagueo sobre el centro de unagigantesca mancha solar, un cráter de cien mil millas, surcado por puentes de fuegosobre los cuales nuestro planeta Tierra podría rodar como el aro de un niño sobre elpavimento. La explosión de la más poderosa de las bombas de hidrógeno ni senotaría en aquel infierno, donde continentes enteros de gas incandescente saltanhacia el firmamento a centenares de millas por segundo, escapando, a veces porcompleto, hacia el espacio.

Ray Bradbury, en su corta historia Las doradas manzanas del Sol, describió eldescenso de una nave espacial dentro de la atmósfera solar para obtener unamuestra del Sol (que ahora, incidentalmente, sabemos compuesta por un 90% dehidrógeno, un 10% de helio, más una leve traza de todos los demás elementos). Laprimera vez que leí dicha obrita, la rechacé como una encantadora fantasía; ahoraya no me hallo tan seguro. En un sentido, ya hemos alcanzado y tocado el Sol, yaque en 1959 trabamos contacto por radar con él, ¡y cuan inverosímil les hubieraparecido esto a una generación anterior! Incluso un mayor acercamiento físico noparece estar por completo fuera de cuestión, gracias al desarrollo de la nuevaciencia del plasma físico, nacida en los últimos diez años.

El plasma físico, conocido a veces con el difícil nombre de magneto-hidrodinámico, trata del manejo de los gases muy calientes en los camposmagnéticos. Nos ha capacitado ya para producir en los laboratorios temperaturas dedecenas de millones de grados, y en última instancia puede conducirnos a la metadel poder ilimitado de la fusión del hidrógeno. Sugiero que, cuando hayamosadquirido una verdadera experiencia en esta ciencia infantil aún, también serácapaz de proporcionarnos refugios magnéticos o eléctricos que nos procuraránprotección mucho más eficaz tanto contra la temperatura como contra la presión,de la que puede obtenerse de los muros de metal. La antigua idea ciencia-ficcióndel refugio impenetrable de fuerza, puede dejar de ser un sueño; podemos vernosforzados a descubrirlo, como respuesta a los cohetes balísticos. Cuando lo

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poseamos, tal vez habremos adquirido una llave que nos conduzca, no sólo alinterior de la fierra, sino quién sabe si también al interior del Sol.

Esta búsqueda de lo inalcanzable nos ha llevado, en imaginación, a varioslugares extraños y hostiles. El centro de la Tierra, las profundidades de la atmósferajoviana, la superficie del Sol..., y aunque todos estos sitios se hallan, hoy por hoy,más allá de nuestra técnica actual, ya he aducido razones para probar que no seencuentran fuera de todo alcance, si en realidad deseamos visitarlos. Pero estamoslejos de haber agotado la capacidad que posee el Universo para depararnossorpresas ingeniosas; y si el lector todavía me sigue, vamos a realizar una nuevavisita.

Ya he mencionado las estrellas enanas, que no son más que pequeños soles enlos últimos estados de la evolución estelar. Algunas de ellas son tan pequeñas omás que la Tierra, aunque dentro de sus pocas millas de radio contienen tantamateria corno la que constituye una estrella normal. Los átomos de que estáncompuestas se hallan comprimidos en sus partes internas bajo enormes presiones,a densidades que pueden elevarse a muchos millones de veces la del agua. Unosdieciséis cm3 de materia de una estrella así pueden pesar más de un centenar detoneladas.

Aunque la mayoría de las enanas son rojas o blancas, por el calor, las frías«Enanas Negras» son una posibilidad teórica. Éstas se hallarían en el término de sulínea evolutiva, y resultaría muy difícil detectarlas porque, como los planetas, noirradiarían luz propia, sino que deberían ser observadas por reflexión, o cuandofuesen eclipsadas por otro cuerpo. Dado que nuestra galaxia es muy joven aún, notiene más de 25.000.000.000 de años de antigüedad, es probable que ninguna desus estrellas haya aún alcanzado el estado final de Enana Negra; pero llegaráalguna vez.

Estos cuerpos estelares se cuentan entre los más fascinantes (y siniestros)objetos del Universo. Su combinación de grandes masas y pequeños tamaños lesdará campos gravitacionales enormes, por encima del millón de veces más que laTierra. Un mundo de tal gravedad tendrá que ser perfectamente esférico; sobre susuperficie no podrán existir colinas o montañas de más de unos milímetros y suatmósfera no tendrá más de unos cuantos centímetros de altura.

A un millón de gravedades, todos los objetos —incluso los fabricados con losmetales más resistentes— se aplastarían bajo su propio peso hasta no ser más queuna película delgada. Un hombre pesaría tanto como el Queen Elizabeth, y seaplastaría con tanta rapidez que su desintegración no podría ser seguida por el ojohumano, ya que tardaría menos de una milésima de segundo. Una caída desde ladistancia de unos «ocho milímetros» equivaldría a la caída, en la Tierra, desde lacima del monte Everest al nivel del mar.

Pese, empero, a este enorme campo gravitacional, sería posible acercarse a pocomás de unos centenares de cm de un cuerpo tal. Una nave espacial o una sondaespacial apuntada con precisión a una cierta órbita podría, al menos en teoría,llegar a sus cercanías como un cometa cerca del Sol. Si un hombre iba en tal naveno experimentaría ninguna sensación, ni siquiera en el momento de másproximidad. A una aceleración de un millón de gravedades, se sentiría por completoingrávido, ya que se estaría en caída libre. La nave alcanzaría una velocidadmáxima de 25.000.000 de millas por hora, cuando corriese sobre la superficie de lamoribunda estrella; luego volvería de nuevo al espacio, huyendo de su alcance.

Pero, ¿qué decir de un «aterrizaje» en una Enana? Bueno, tal logro es concebiblesi nos apoyamos en dos presunciones, ninguna de las cuales viola alguna ley físicaconocida. Necesitaríamos unos sistemas de propulsión varios millones de veces máspoderosos que los conocidos hoy día, y unos medios de neutralizar la gravedad

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absolutamente completos y seguros, de manera que los campos externos depresión gravitacional pudieran ser anulados en sus seis décimas partes. Sólo conque un 0,001% de esta espantosa gravedad «se filtrase» en la nave, sus ocupantesquedarían pulverizados. No llegarían a sentir nada, claro está, si fallaban loscampos de compensación; todo pasaría con tal rapidez que las fibras nerviosas notendrían tiempo de reaccionar.

El mundo de una Enana Negra pesaría casi más allá de lo que podemosimaginar; la geometría del espacio se vería afectada por el campo gravitacional, yla misma luz no viajaría en línea recta, sino que sufriría apreciables curvaturas. Enla actualidad no podemos imaginar qué otras distorsiones del orden natural de lascosas podrían ocurrir en un mundo tal; lo que es una razón para que deseemosllegar hasta una de ellas, si alguna vez llega a ser posible.

En nuestra época, los hombres han llegado a atisbar a través de los ojos de bueyde un batiscafo dentro de una región, sólo con la separación de unos milímetrosdonde podían haber quedado aplastados en la fracción de un segundo por la presiónde un millar de toneladas de agua sobre cada cm2 de sus cuerpos. Éste fue unsuceso maravilloso, un triunfo del valor y de la habilidad de la ingeniería. Dentro devarios siglos en el futuro, y a muchos años-luz de la Tierra, puede ser que hayahombres que a través de otros ojos de buey investiguen por los alrededores aúnmás feroces de una Estrella Enana.

Y resultará asaz extraño contemplar la lisa y geométricamente perfecta superficiedesde el otro lado del campo de compensación de la nave, y darse cuenta de que,en términos de la débil gravedad de la Tierra, el hombre tendrá más de mil millasde estatura.

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10

EL INCONQUISTABLE ESPACIO

El hombre jamás conquistará el espacio. Después de cuanto se ha dicho en losdos capítulos precedentes, esta afirmación parecerá risible. Sin embargo, expresauna verdad que nuestros antepasados ya conocían, que nosotros hemos olvidado, yque nuestros descendientes tendrán que aprender de nuevo, con el corazónlastimado y en completa soledad.

Nuestra época es, en muchos sentidos, única, llena de acontecimientos yfenómenos que jamás habían ocurrido y que no volverán a suceder. Esto hadistorsionado nuestro cerebro, haciéndonos creer que lo que ahora es ciertosiempre lo será, si bien, quizás, en mayor escala. Como hemos aniquilado lasdistancias de nuestro planeta, imaginamos que podremos hacerlo una vez más.Pero los hechos son muy distintos, y podremos verlos con mayor claridad si nosolvidamos del presente y volvemos nuestras mentes al pasado.

Para nuestros antecesores, la inmensidad de la Tierra era un factor dominanteque controlaba sus ideas y sus vidas. En todas las edades anteriores a la nuestra, elmundo era muy vasto, y ningún hombre consiguió ver más de una ligera fracción desu inmensidad. Unos cuantos centenares de millas —un millar, a lo sumo— era elinfinito, Grandes imperios y florecientes culturas podían desenvolverse sobre elmismo continente, sin que unos supiesen algo de otros, salvo algunas fábulas yrumores tan leves como de un planeta exterior. Cuando los pioneros y losaventureros del pasado dejaban sus hogares en busca de nuevas tierras, sedespedían para siempre de los lugares de su nacimiento y de los compañeros dejuventud. Sólo sesenta años atrás, los padres les daban el último adiós a sus hijosemigrantes, con la certeza de no volver a verlos jamás.

Y ahora, en el pequeño espacio de una sola generación, todo ha cambiado. Sobrelos mares por los que Ulises vagabundeó durante una década, el «Comet» Roma-Beiruth susurra su paso en una hora. Y aún más arriba, los satélites más próximoscubren la distancia entre Troya e Ítaca en menos de un minuto.

Psicológica y físicamente ya no hay lugares remotos en la Tierra. Cuando unamigo se marcha a lo que antaño era un apartado lugar, aun cuando no tengaintención de regresar, no podemos ya sentir el mismo sentimiento de separaciónirrevocable que entristecía a nuestros abuelos. Sabemos que se hallará sólo a unashoras de vuelo en un «jet», y que no tenemos más que coger el teléfono paraescuchar su voz. Y dentro de muy pocos años seremos capaces de ver a nuestrosamigos desde el otro lado de la Tierra, con la misma facilidad con que ahora leshablamos desde el otro lado de la misma ciudad. Entonces, el mundo dejará deencogerse, ya que se habrá convertido en un punto sin dimensiones.

Pero el nuevo escenario que se está abriendo para el drama humano nunca seencogerá como lo ha hecho el viejo. Hemos abolido el espacio de la Tierra, perojamás aboliremos el Espacio que se extiende entre las estrellas. Una vez más, comoen los tiempos que cantó Homero, nos enfrentamos con la inmensidad y debemosaceptar su grandeza y sus espantos, sus inspiradoras posibilidades y susrestricciones aterradoras. De un mundo que se ha hecho demasiado pequeño, nosestamos acercando a otro que siempre será demasiado grande, cuyas fronterassiempre se irán alejando de nosotros con mayor velocidad de la que nosotrosalcanzaremos para tocarlas.

Consideremos primero las distancias de nuestro modesto Sistema Solar, oplanetario, que ahora estamos intentando cubrir. El primer Lunik produjo una

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impresión substancial sobre las mismas, viajando a más de 200.000.000 de millasde la Tierra, seis veces la distancia a Marte. Cuando hayamos aplicado la energíanuclear a los vuelos espaciales, el Sistema Solar se contraerá hasta que sumagnitud sea como la actual de la Tierra. Los planetas más remotos tal vez no sehallarán a más de una semana de viaje de la Tierra, mientras que Marte y Venusestarán sólo a unas horas.

Este logro, del que seremos testigos dentro de un siglo, puede hacer que hasta elSistema Solar se nos muestre confortable, y en el que los planetas gigantesSaturno y Júpiter representarán el mismo papel misterioso de nuestra África ynuestra Asia actuales. (Sus cualitativas diferencias de clima, atmósfera y gravedad,aunque muy fundamentales, no nos conciernen en este momento.) Hasta ciertopunto esto puede ser verdad, aunque tan pronto como sobrepasemos la órbita de laLuna, a sólo un cuarto de millón de millas de distancia, nos hallaremos con laprimera de las barreras que separarán a la Tierra de sus hijos tan distanciados.

El maravilloso teléfono y la red de televisión, que pronto poblarán el mundoentero, tornando vecinos a todos los hombres de la Tierra, no pueden extendersehacia el espacio. «Jamás será posible conversar con cualquier habitante de otroplaneta.»

No hay que equivocarse sobre esta afirmación. Incluso con los equipos de radiomodernos, el problema de enviar la voz a los demás planetas es trivial. Pero losmensajes tardarán minutos —y a veces horas— en su trayecto, porque las ondas deradio y de luz viajan a la velocidad límite de 186.000 millas por segundo. Dentro deveinte años podremos escuchar a un amigo de Marte, pero las palabras que oiremoshabrán salido de su garganta al menos tres minutos antes, y nuestra respuestatardará el mismo tiempo para llegar hasta él. En tales circunstancias, es posible unintercambio de mensaje verbales, pero no una conversación. Incluso en el caso dela más cercana Luna, serán una molestia los dos segundos y medio de intervalo. Adistancias de más de 1.000.000 de millas, será intolerable.

Para una cultura que ya ha aceptado como algo natural la comunicacióninstantánea, como parte de la estructura de la vida civilizada, este «tiempoobstáculo» puede tener una gran repercusión psicológica. Será como un recuerdoperpetuo de las leyes universales y de las limitaciones contra las que no puedeprevalecer nuestra técnica, ya que es tan seguro como lo que más pueda serlo, queninguna señal —y aún menos un objeto material— podrá viajar nunca más deprisaque la luz.

La velocidad de la luz es la velocidad límite, como parte de la estructura delespacio y del tiempo. Dentro de los estrechos confines del Sistema Solar, no es unobstáculo demasiado insalvable, una vez aceptado el retraso en las comunicacionesque lleva consigo. Poniéndonos en lo peor, la demora será de diez horas… el tiempoque tarda una señal en llegar a la órbita de Plutón, el más exterior de nuestrosplanetas. Entre los mundos interiores, Tierra, Marte y Venus, nunca se tardará másde veinte minutos, lo cual no es bastante para interferir seriamente el comercio o laadministración, pero más que suficiente para alterar los vínculos personales desonido o visión que pueden darnos la sensación de un contacto directo con losamigos de la Tierra, se hallen donde se hallen.

Es al movernos más allá de los límites del Sistema Solar cuando tenemos queenfrentarnos con otro nuevo orden de realidad cósmica. Incluso hoy, muchoshombres por otra parte educados —como los salvajes que pueden contar hasta tres,pero se saltan limpiamente todos los números después del cuatro— no puedencomprender la profunda distinción entre espacio solar y estelar. El primero es elespacio que encierra a nuestros vecinos, los planetas; el segundo es el que abarcalos distantes soles, las estrellas. «Y es literalmente millones de veces mayor.»

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En los asuntos terrestres no hay brusquedad de cambio de proporciones. Pero,para obtener una pintura mental de la distancia a la estrella más cercana, encomparación con la que nos separa del planeta más próximo, debemos imaginar unmundo en el que el objeto más cercano a nosotros se halle a cinco pies dedistancia, y que luego ya no haya nada más que ver hasta que hayamos atravesado1.000 millas.

Muchos científicos conservadores, derrotados por estos océanos cósmicos, hannegado que puedan llegar a ser cruzados jamás. Algunas personas no aprendennunca; los que sesenta años atrás se reían ante la posibilidad de los vuelos, y diez(¡y sólo cinco!) años atrás se burlaron de la idea de viajar hacia los planetas, ahorase hallan por completo seguros de que las estrellas se encuentran fuera de nuestroalcance. Y de nuevo están equivocados, ya que no han conseguido aprender la granlección de nuestra época: que si algo es posible en teoría y ninguna ley científica seopone a su realización, más pronto o más tarde se logrará.

Un día —puede ser en este siglo, o puede ser dentro de un millar de años—descubriremos un medio realmente eficaz para la propulsión de nuestros vehículosespaciales. Cada avance técnico se desarrolla siempre hasta sus límites (a menosque sea superado por algo mejor), y la velocidad final para las naves espaciales esla de la luz. Nunca se conseguirá esta meta, pero se llegará muy cerca de ello. Yentonces, la estrella más cercana estará a menos de cinco años, viajando desde laTierra.

Nuestras naves exploradoras se extenderán desde nuestro mundo sobre unaesfera del espacio siempre en expansión. Es una esfera que crecerá a casi —aunqueno por completo— la velocidad de la luz. Cinco años al triple sistema de Alfa delCentauro, diez a la doble Sirio A y B, extrañamente emparejadas, once al tantálicoenigma de la 61 del Cisne, la primera estrella en la que se sospecha la existencia deun planeta. Estos viajes serán largos, pero no imposibles. El hombre siempre haaceptado el precio que ha sido necesario pagar para sus exploraciones ydescubrimientos, y el precio del Espacio es el Tiempo.

Llegarán a intentarse incluso los viajes que pueden durar siglos o milenios. Lahibernación, una indudable posibilidad, puede ser la clave para el viaje interestelar.Arcas de contenido cósmico, que serán pequeños mundos viajeros en sí mismos,pueden ser otra solución, ya que harían posibles los viajes de extensionesilimitadas, durando generación tras generación. El famoso efecto de la Dilación delTiempo pronosticado por la Teoría de la Relatividad, en el que el tiempo parecepasar con más lentitud cuando el viajero marcha a casi la velocidad de la luz, puedeser una tercera solución. Y aún puede haber otras.

Con tantas posibilidades teóricas para los vuelos interestelares, podemosasegurar que, al menos, una será puesta en práctica. Recordemos la historia de labomba atómica; existían tres modos distintos para fabricarla, y no se sabía cuál erael mejor. Así que se ensayaron los tres… y todos sirvieron.

Mirando hacia el futuro lejano, por lo tanto, debemos figurarnos una lenta(¡aunque a más de medio millón de millones de millas por hora!) expansión de lasactividades humanas al exterior del Sistema Solar, entre los soles esparcidos por laregión de la galaxia en que nos encontramos. Estos soles se hallan alejados a unamedia de cinco años-luz; en otras palabras, nunca conseguiremos ir de uno al máscercano en menos de cinco años, viajando a la velocidad de la luz.

Para hacer comprender lo que esto significa, empleemos una analogía terrestre.Imaginemos un vasto océano, salpicado de islotes, algunos desiertos y otros quizáshabitados. En una de dichas islas, una raza enérgica acaba de descubrir el arte deconstruir buques. Se preparan para la exploración del océano, pero tienen queenfrentarse con el hecho de que la isla más cercana se halla a cinco años de viaje, y

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que ninguna mejora en su técnica podrá reducir este tiempo.

En tales circunstancias (que son las mismas en que pronto nos encontraremos),¿qué podrían lograr los isleños? Después de unos siglos, conseguirían establecercolonias en algunas de las islas próximas, y habrían podido explorar brevementeotras. Las colonias filiales podrían, a su vez, haber enviado pioneros a otras islas, yasí se lograría extender una especie de colonización por reacción en cadena quellevaría la cultura original sobre una creciente área del océano.

Pero ahora consideremos los efectos de la inevitable e ineludible laguna detiempo. Sólo podrían existir los contactos más tenues entre la isla madre y suscolonias. Los mensajes de vuelta podrían informar lo que había sucedido en lacolonia más cercana... cinco años atrás. Nunca conseguirían comunicar informaciónanterior a esta fecha, y los despachos desde las más distantes partes del océanoaún tardarían más tiempo... tal vez siglos enteros. Nunca habría noticias de lasotras islas, sólo historia.

Ningún Alejandro o César oceánico establecería un imperio más allá de suarrecife de coral; estaría muerto antes de que sus órdenes llegasen a manos de susgobernadores. Cualquier forma de control o de administración de las demás islassería imposible por completo, y todo paralelismo con nuestra propia historiaquedaría sin significado. Es por esta razón que las populares historias de ciencia-ficción de los imperios y las intrigas no son más que pura fantasía, sin la menorbase de realidad. Tratemos de imaginar cómo se habría desarrollado la Guerra de laIndependencia Americana, si las noticias de Bunker Hill no hubiesen llegado aInglaterra hasta que Disraeli hubiera sido el Primer Ministro de la reina Victoria, ysus urgentes instrucciones para afrontar la situación hubieran llegado a Américadurante el segundo mandato del presidente Eisenhower. Planteado de esta forma,todo el concepto de una administración o cultura interestelar pasa a ser un absurdo.

Todas las colonias nacidas en las estrellas del futuro serán independientes, loquieran o no. Su libertad será inviolablemente protegida por el Tiempo, así comopor el Espacio. Deberán seguir su propio camino y trazarse su propio destino, singuía ni ayuda de la Madre Tierra.

A este punto, trasladaremos la discusión a un nuevo nivel y tropezaremos conuna obvia objeción. ¿Podemos estar plenamente seguros de que la velocidad de laluz es un factor limitativo? En el pasado se han salvado tantos obstáculos«insalvables», que tal vez éste seguirá el mismo camino que los demás.

No discutiremos sobre este punto, no daremos razones por las cuales loscientíficos creen que la luz jamás podrá ser superada por alguna forma de radiacióno por cualquier objeto material. En vez de ello, presumiremos lo contrario yveremos adónde nos lleva esto. Tomaremos el más optimista de los casos, eimaginaremos que la velocidad del transporte puede, eventualmente, convertirse eninfinita.

Imaginemos una época en que, gracias al desarrollo de técnicas tan alejadas denuestra presente ingeniería, como el transistor lo está del hacha de piedra,podremos llegar instantáneamente a cualquier lugar, sin más esfuerzo que marcarun número. Esto recortaría el tamaño del Universo y reduciría a la nada suinmensidad física. ¿Qué quedaría?

Todo lo que realmente importa. Ya que el Universo tiene dos aspectos: suproporción y su complejidad sobrecogedora, estremecedora. Habiendo abolido elprimero, ahora tendremos que enfrentarnos con el segundo.

Lo que ahora tratamos de visualizar no es el tamaño, sino la cantidad. Lamayoría de las personas hoy día se hallan familiarizadas con la sencilla cantidadque los científicos emplean para describir grandes cifras; consiste simplemente en

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potenciar los ceros, de manera que cien se convertirá en 102; un billón, en 1012, yasí sucesivamente. Este útil truco nos capacita para trabajar con cantidades decualquier magnitud, e incluso sirve para defender presupuestos cuyo total parecemás modesto expresado por 5,76x109 que por 5,760.000.000 dólares.

El número de los demás soles de nuestra galaxia (esto es, el conjunto deestrellas y polvillo cósmico del cual nuestro Sol es un miembro bastante externo,ocupando uno de los más remotos brazos espirales) se calcula en unos 1011, oescrito extensamente, en 100.000.000.000 de unidades. Nuestros actualestelescopios pueden observar como unas 109 galaxias más, y no muestran signos deespaciarse ni siquiera en el límite extremo de la visión. Hay probabilidades de queen todo el Universo existan al menos tantas galaxias como soles hay en la nuestra,pero ciñámonos a las que podemos ver. Deben de contener un total de 1011 deveces 109 estrellas, o sea, 1020 estrellas en conjunto.

Uno seguido por otros 20 dígitos es, claro está, un número más allá de todacomprensión. No hay esperanza de llegar a captarlo, pero hay formas de lanzarinsinuaciones sobre sus implicaciones.

Ahora presumamos que puede llegar una época en que cuando marquemos enun dial, por algún milagro de transmisión de la materia, nos comuniquemos sinesfuerzo e instantáneamente con cualquier lugar del Cosmos, como ocurre hoy díacuando marcamos un número de nuestro teléfono local. ¿Qué parecería la Guía deTeléfonos del Cosmos, si su contenido quedaba restringido a los soles, sin alistar losplanetas individuales, y menos aún el millón de lugares de cada planeta?

Las guías que se emplean para ciudades como Londres y Nueva York en laactualidad ya no pueden manejarse cómodamente, y no alistan más que un millón—106— de números. La Guía Cósmica sería 1014 veces mayor, para contener sus1020 de números. Debería contener más páginas que todos los libros que se hanimpreso desde la aparición de la imprenta en la Tierra.

Llevando nuestra fantasía un poco más adelante, hay otra consecuencia delteléfono de 20 números dígitos. Pensemos en las posibilidades de un caos cósmicosi al marcar 27945015423811986385 en vez de 27945015243811986385, nosdaban línea con el otro extremo de la Creación... No es un ejemplo tonto;contemplemos bien y cuidadosamente esta serie de números dígitos, apreciando supeso y significado, recordando que podemos necesitarlos todos para contar la sumatotal de estrellas, e incluso muchos más para numerar los planetas.

Ante tales números, incluso los espíritus más bravos para enfrentarse con eldesafío de los años-luz retroceden. El examen detallado de todos los granitos dearena de todas las playas del mundo es una tarea más pequeña que la exploracióndel Universo21.

Y con ello volvemos a nuestra declaración del principio. El Espacio podrá sercoordenado, cruzado y ocupado sin límites definidos; pero jamás será conquistado.Cuando nuestra raza haya conseguido su último logro, y las estrellas se hallenpobladas no más ampliamente que la semilla de Adán, incluso entonces seremoscomo hormigas arrastrándonos sobre la faz de la Tierra. Las hormigas han atestadoel mundo, pero no lo han conquistado, pues, ¿qué saben sus incontables colonias,una de la otra?

Así ocurrirá cuando nos extendamos más allá de los confines de la Madre Tierra,aflojando los nudos de amistad y comprensión, escuchando leves rumores desegunda, tercera o milésima mano de una fracción siempre más disminuida de todala raza humana. Aunque la Tierra intentará mantenerse en contacto con sus hijos,

21 Nos parece que el autor no tiene en cuenta el progreso de los códigos declasificación, ni los milagros de la cibernética. — (N. del E.)

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al final de todos los esfuerzos de sus archiveros y sus historiadores será derrotadapor el tiempo y la distancia, y la impresionante masa de material. Y es que lacantidad de sociedades o naciones distintas, cuando nuestra raza sea tan sólo dosveces como la de la era actual, puede ser mucho mayor que el número de hombresque han vivido hasta nuestros días.

Hemos dejado el reino de la comprensión en nuestro vano esfuerzo de alcanzarla escala del Universo; y así será siempre, antes o después.

Cuando os halléis fuera de casa en una noche de verano, volved la vista al cénit.Casi verticalmente sobre vuestras cabezas brillarán las más resplandecientesestrellas del cielo boreal... Vega de La Lira, a veintiséis años de distancia a lavelocidad de la luz, lo bastante cerca para ser un lugar de viaje sin retorno paranosotros, seres de corta existencia. Más allá de este poderoso faro, cincuenta vecestan brillante como nuestro sol, podremos enviar un día nuestros cerebros y nuestroscuerpos, pero jamás nuestros corazones.

Porque ningún hombre volverá, si se marcha más allá de Vega, a saludar denuevo a los que conoció y amó en la Tierra.

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ACERCA DEL TIEMPO

El hombre es el único animal que pasa apuros por el Tiempo, y de estapreocupación proviene casi lo mejor de su arte más acabado, gran parte de sureligión, y casi toda su ciencia, puesto que fue la regularidad temporal de lanaturaleza —la salida del sol y las estrellas, el ritmo más lento de las estaciones—lo que le llevó al concepto de las leyes y el orden, y a la astronomía, la primeraentre las ciencias. Los paisajes sin cambios apreciables como el profundo océano, ola superficie rodeada de nubes de Venus, no proporcionan ningún estímulo a lainteligencia, y en tales lugares ésta jamás podrá darse a conocer.

No es sorprendente, por tanto, que las culturas humanas que existen en regionesde escasa variación climática, como la Polinesia y el África tropical, sean primitivasy tengan muy poca concepción del Tiempo. En otras culturas, obligadas por sugeografía a enterarse del paso del tiempo, éste llegó a ser para ellas una obsesión.Tal vez el clásico ejemplo sea el antiguo Egipto, donde la vida estaba regulada porla anual crecida del Nilo. Ninguna otra civilización, antes o después, ha hechotantos determinados esfuerzos para retar a la eternidad, e incluso para negar laexistencia de la muerte.

El tiempo ha sido un elemento básico en todas las religiones, donde ha estadocombinado con ideas tales como la reencarnación, la previsión del futuro, laresurrección y la adoración de los cuerpos celestes, como sabemos por el calendariomonolítico de Stonehenge, el Zodíaco del Templo de Dendera y la arquitecturaeclesiástica de los Maya. Algunas creencias (el Cristianismo, por ejemplo) hancolocado la Creación y el principio del Tiempo en fechas no muy lejanas del pasado,y han anticipado el final del Universo para un futuro próximo. Otras religiones,como el hinduismo, han llevado la vista hasta muy atrás en el tiempo y haciadelante, aún a mayores lejanías. Fue con frecuencia que los astrónomosoccidentales comprendieron que el Oriente tenía razón, y que la edad del Universodebía ser medida en billones y no en millones de años... si es que podía medirse.

Y ha sido solamente en los últimos cincuenta años cuando hemos aprendido algosobre la verdadera naturaleza del Tiempo, habiendo llegado incluso a influir en suprogreso, aunque sólo fuese en una millonésima de segundo. La nuestra es laprimera generación, desde que las ruedas de equilibrio y los péndulos empezaron aoscilar, que ha llegado a comprender que el Tiempo no es absoluto ni inexorable, yque la tiranía del reloj puede no ser eterna22.

Es difícil no pensar en el Tiempo como en un adversario, y en cierto sentido,todos los logros de la civilización humana son los trofeos que el hombre haconquistado en su lucha contra el Tiempo. Sean cuales hayan sido sus motivos, lacueva de artistas de Lascaux fue la primera en conseguir algún bien para lahumanidad. Unas mil generaciones atrás, cuando el mamut y el oso de las cavernastodavía merodeaban por la Tierra, descubrieron una forma de enviar hacia el futurono sólo sus huesos, sino incluso algunos de sus sentimientos y pensamientos.Podemos ver a través de sus ojos, a lo ancho del golfo del Tiempo, los animales quecompartieron su mundo. Pero no es factible contemplar algo más que esto.

La invención de la poesía, quizá como parte de los rituales de la religión, fue elsiguiente adelanto. Las palabras y las frases ordinarias vuelan y se olvidan tanpronto son pronunciadas. Sin embargo, una vez han sido ordenadas según ciertas

22 El autor se refiere a la relativa Dilatación del Tiempo observada a bordo de losvehículos espaciales. — (N. del E.)

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reglas, sucede algo mágico. Como Shakespeare (el escritor más obsesionado por elTiempo) observó certeramente:

Ni el mármol, ni los dorados monumentos

de los príncipes, sobrevivirán a esta poderosa rima.

Los bardos y los juglares como Homero llevaban en sus mentes el único recuerdode prehistoria que poseemos, y hasta el invento de la escritura siempre corrió elriesgo de distorsionarse o perderse para la eternidad.

La escritura —quizá la invención más importante de cuantas ha hecho o hará lahumanidad— lo cambió todo. Platón y César nos hablan a través de las edades conmás claridad que la mayoría de nuestros contemporáneos. Y con la invención de laimprenta, la palabra escrita llegó a hacerse inmortal. Los manuscritos, lospergaminos y los papiros son vulnerables y fácilmente destruidos, pero desde laépoca de Gutenberg, pocas frases de valor permanente han caído en el olvido o sehan desvanecido.

Hace poco más de un siglo, la escritura y el arte visual se vieron reforzados porla maravillosa máquina de grabar que es la cámara. La fotografía se ha convertidoen algo tan corriente que ya hemos olvidado por completo lo maravillosa que es; siresultase tan difícil y caro tomar una fotografía como, por ejemplo, lanzar unsatélite, le concederíamos a la cámara el valor que tiene en realidad.

Ningún otro artefacto creado por el cerebro o la mano del hombre ha sido jamástan evocador como una fotografía. Sólo ella puede hacernos retroceder al pasado,puede hacernos sentir —con alegría o con tristeza —:

—Así es como yo era, en tal sitio y en tal época.

Una cámara barata puede darnos a cada uno de nosotros lo que los mayoresescultores del mundo tardaron años en ofrecerle al emperador Adriano: la imagenexacta de un amor perdido. Con el invento de la fotografía, algunos aspectos seconvirtieron por vez primera en directamente accesibles, con un mínimum deintervención selectiva y de distorsión efectuadas por la mente humana. No es enuno de los aspectos más pequeños donde la Guerra Civil Americana difirió de todoslos anteriores conflictos armados, gracias a la presencia de Matthew Brady.

La cámara —y sobre todo la cámara de cine, que llegó cincuenta años después—nos dio poder no sólo para recapturar el tiempo, sino para diseccionarlo ydistorsionarlo. Imágenes demasiado rápidas o lentas para el ojo humano fueronhechas de repente visibles gracias a la fotografía de gran velocidad o retardada.Cualquiera que haya contemplado la feroz batalla a muerte entre dos enredaderas,desgarrándose una a la otra con las cuchilladas lentísimas de sus tentáculos, nopodrá sentirse jamás de igual manera que antes acerca del reino vegetal. Losmovimientos de las nubes, el chapoteo de una gota de lluvia, el paso de lasestaciones, el batir de las alas de un pájaro mojado... Antes de nuestro siglo loshombres sólo podían sospechar o adivinar tales cosas, o darles un independientevistazo, como a unos clisés sin relación.

Cuando el fonógrafo irrumpió en el mundo en 1877, el Tiempo perdió su absolutocontrol sobre el sonido, así como lo había perdido sobre la visión. Como la cámara,el fonógrafo fue por completo inesperado, aunque el ingenioso Cyrano de Bergerac,en una de sus novelas científicas, había ya mencionado «libros que hablasen». Sinembargo, al revés de la cámara y las modernas invenciones, el fonógrafopermanece en una clase aparte, debido a su extrema simplicidad. No es despreciarla victoria de Edison decir que, con las necesarias instrucciones, cualquier artíficegriego hubiera podido construir un instrumento que hubiese captado las voces deSócrates o Demóstenes para nosotros. En el Museo de Atenas existen los restos de

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un computador astronómico mucho más complejo que un fonógrafo acústico, y aveces me pregunto...

Por impresionantes que hayan sido las consecuciones de los últimos cien años,no son nada en comparación con lo que nosotros haríamos con el Tiempo situviésemos ese poder. Los filósofos, los científicos y los poetas se han devanado suscerebros con el problema del Tiempo; un hombre que combinó los tres papelesexpresó un sentimiento universal cuando se lamentó, casi mil años atrás:

—El dedo móvil escribe, y habiendo escrito, sigue moviéndose...

Toda nuestra piedad e ingenio son impotentes para alterar el pasado, o inclusopara cambiar la frecuencia con que avanzamos hacia el futuro. Pero es posible queno siempre sea así.

Si hacemos una lista de los poderes que nos gustaría tener sobre el Tiempo, sinmirar su posibilidad, creo que sería como sigue:

Ver el pasado

Reconstruir el pasado

Cambiar el pasado

Viajar en el pasado

Acelerar o retardar el presente

Viajar en el futuro

Ver el futuro

No encuentro más posibilidades (o lo que es lo mismo, imposibilidades) que nose hallen cubiertas por estas partidas; veamos lo que podemos esperar de cadauna.

En lo que toca a la primera, es bueno recordar que nunca vemos oexperimentamos algo que no sea el pasado. Los sonidos que escuchamos procedende una milésima de segundo atrás en el tiempo por cada pie de distancia que hanviajado hasta llegar a nuestros oídos. Esto se demuestra mucho mejor en unatormenta con acompañamiento de truenos, cuando la crepitación de un relámpagoa doce millas de distancia no es oída sino al cabo de un minuto. Si alguna vez veisun relámpago y oís el trueno simultáneamente, podréis dar gracias si seguís convida. A mí me ocurrió una vez y no recomiendo la experiencia.

Lo que es verdad para el sonido también lo es para la luz, aunque a una escalacasi un millón de veces menor. El sonido de un trueno procedente de un relámpagoa doce millas de distancia puede tardar un minuto en llegar a nosotros, peronuestros ojos se enteran en menos de una diez milésima de segundo. Para todos losfines ordinarios de la Tierra, por lo tanto, la velocidad de la luz es infinita. Es sólocuando miramos el espacio que vemos acontecimientos que ocurrieron cientos, oincluso millones de años atrás.

Ésta es una clase muy limitada de penetración en el pasado; en particular, noofrece posibilidad de ver dentro de nuestro pasado. Ni podemos esperar que,cuando hayamos alcanzado los mundos de los soles más cercanos, encontremosrazas avanzadas que nos hayan estado contemplando y hayan investigado ennuestra perdida historia a través de super-telescopios… idea que ha sido sugeridapor algunos escritores de ciencia-ficción. Las ondas de luz de cualquieracontecimiento sobre la faz de la Tierra quedan destruidas al pasar a través de laatmósfera… aunque las nubes les permitiesen escapar. Y, además, quedan tansumamente debilitadas por la distancia, que no podría existir ningún telescopio, nien teoría, que permitiese observar los más pequeños objetos de la Tierra ni desde

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la distancia de Marte. Ningún ser de un sistema estelar a 900 años-luz de distanciaestá ahora contemplando la batalla de Hastings. Los rayos que salieron de la Tierraen 1066 son, en la actualidad, demasiado débiles para mostrar una imagen de todala Tierra.

Por lo tanto, existe un límite a la amplificación de la luz, impuesto por lanaturaleza de las ondas luminosas, que ningún adelanto científico puede orillar. Porlo mismo, no podemos esperar volver a captar los sonidos desvanecidos, una vezque se han fundido dentro del nivel general del ruido de fondo. A veces se ha dichoque el sonido nunca muere, sino que se torna demasiado débil para que pueda seroído. Esto no es cierto; las vibraciones de cualquier sonido se tornan tansumamente débiles que a los pocos segundos dejan de existir en un sentido físico.Ningún amplificador puede volver a captar las palabras que acabamos depronunciar un minuto antes; incluso siendo infinitamente sensible, reproduciría sóloel siseo de las moléculas del aire al colisionar unas con otras.

Si existe algún medio por el que podamos observar el pasado, tiene quedepender de técnicas aún no nacidas hoy día, ni siquiera imaginadas. Sin embargo,la idea no comporta ninguna contradicción lógica ni absurdo científico, y en vista delo que ha sucedido con las excavaciones arqueológicas, sólo un hombre muy locoproclamaría que ello es imposible. Lo cierto es que hemos obtenido conocimientosdel pasado que, según parecía obvio, se habían perdido para siempre, más allá detoda esperanza de recuperación. ¿Cómo era posible que esperásemos conocer lacantidad de lluvia caída en el año 784 antes de Cristo? Pues esto pudo saberseexaminando el grosor de los círculos de los árboles (sus troncos). ¿Cómo somoscapaces de descubrir la edad de un pedazo de hueso de origen desconocido? Elcarbono 14 nos da la fecha exacta. ¿Hacia qué punto exacto se orientaba la agujade la brújula 20.000 años atrás? La orientación de las partículas magnéticas de laarcilla antigua nos lo dice. ¿En cuánto ha variado la temperatura de los océanosdurante el último medio millón de años? En la actualidad poseemos —y éste es talvez el logro más sorprendente de todos— un «termómetro del tiempo» que sigue elcomienzo y el término de los Períodos Glaciales, por lo que podemos afirmar contoda seguridad que 210.000 años atrás la temperatura media del mar era de 29° C,y que 30.000 años después bajó a 21°. Casi es imposible sospechar de qué maneraha sido esto descubierto; el truco consiste en saber que las conchas calcáreas deciertos animales marinos tienen una composición que depende de la temperaturadel agua en la que se han formado, por lo que aquélla puede deducirse mediante undelicado y sofisticado análisis. Así, el profesor Urey pudo afirmar que un moluscofósil que habitó el mar que cubría Escocia hace 1506 años había nacido en elverano, cuando la temperatura del agua era de 21° F, vivido cuatro años y muertoen primavera.

No hace mucho, tal conocimiento del pasado habría parecido clarividencia y nociencia. Ello ha sido conseguido gracias al desarrollo de instrumentos de mediciónmuy sensibles (usualmente, productos de la investigación atómica) que puedendetectar los increíbles trazos que el paso de la historia deja sobre los objetos. Nadiepuede predecir hasta dónde llegarán estas técnicas. Puede existir un sentido por elque todos los acontecimientos dejen alguna huella en el Universo, a un niveltodavía no alcanzado por nuestros instrumentos. (Pero posiblemente, bajocircunstancias muy anormales, por nuestros sentidos: ¿es ésta la explicación de losfantasmas?) Puede llegar un momento en que podamos leer tales marcas, taninvisibles ahora como las huellas de un rastro lo son para un explorador indio opara un rastreador aborigen. Y entonces el telón se alzará sobre el pasado.

A primera vista, la habilidad de lograr ver hacia atrás en el Tiempo parece elpoder más maravilloso que se le pueda conceder al hombre. Todo el conocimientoperdido podría ser recuperado; todos los misterios, explicados; todos los crímenes,

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solucionados; todos los tesoros ocultos, hallados. La historia ya no sería unconjunto de leyendas y conjeturas; todo lo que hoy adivinamos lo sabríamos. Yquizás incluso pudiéramos llegar al estado tan poéticamente descrito por Wells ensu historia corta El espantoso mundo.

«Tal vez llegue un tiempo en que estos recuerdos recobrados sean tan vívidoscomo si nuestras propias personalidades estuviesen allí y compartiesen la emocióny el temor de aquellos días primitivos; puede llegar un tiempo en que losmonstruosos animales del pasado salten de nuevo a la vida en nuestra imaginación,en que volvamos a caminar por lugares ya desvanecidos, en que podamos distendermiembros que ya creíamos convertidos en polvo, y sentir de nuevo el brillo del solde hace un millón de años.»

Con tales poderes seríamos igual que dioses, capaces de retornar a épocaspasadas, a tenor de nuestra voluntad. Pero sólo los dioses, con seguridad, estáncapacitados para poseer esos poderes. Si el pasado se abriera de repente a nuestracuriosidad, nos quedaríamos sobrecogidos no sólo por la enorme cantidad dematerial, sino por la brutalidad, el horror y la tragedia de los siglos que yacendetrás de nosotros. Una cosa es leer acerca de las matanzas, las batallas, las plagaso la inquisición, o verlas en acción en las películas. Pero ¿qué ser humano resistiríaver la inmutable maldad del pasado, sabiendo que lo que estaba viendo era real ymás allá de todo remedio? Mejor es, claro está, que el bien y el mal permanezcanmás allá de todo detallado escrutinio.

Y hay otro aspecto del asunto. ¿Qué efecto nos causaría la idea de que, en algúnmomento desconocido del futuro, unos hombres iguales a nosotros, excepto por suciencia superior, podrán atisbar en nuestras vidas, contemplar todas nuestraslocuras y vicios, así como también nuestras más raras virtudes? La próxima vez quevayáis a cometer alguna acción inconveniente, deteneos a considerar la idea de quepodéis ser un espécimen ante una clase de psicología primitiva, dentro de mil años.Una posibilidad aún peor es que los voyeurs de una decadente edad futura puedanemplear su pervertida ciencia para espiar en nuestras vidas. Sin embargo, quizásincluso esto es mejor que la perspectiva de que nosotros podamos ser demasiadosimples y arcaicos, y no les ofrezcamos ningún interés.

La reconstrucción del pasado es una idea aún más fantástica que su observación,porque la incluye y va aún más allá. Es nada menos que el concepto de laresurrección, mirado en un sentido científico más bien que religioso.

Supongamos que en algún momento del futuro los hombres adquieren el poderde observar el pasado con tanto detalle que puedan recordar el movimiento de cadaátomo que haya existido. Supongamos que reconstruyen, sobre la base de estainformación, personas, animales y lugares selectos del pasado. Por lo tanto, aunqueuno muera en el siglo XX, otro «uno», con todos los recuerdos que tuviera en elmomento de la observación, podría de pronto encontrarse en un futuro lejano,prosiguiendo la existencia a partir de entonces.

El hecho de que esto no sea más que una fantasía casi inconcebible para lamente humana no significa que deba ser descartado como ridículo. Se ha sugerido—creo que por un filósofo francés— que por algún medio la gente del futuro podráintentar corregir los errores del pasado. Naturalmente, esto no serviría de nada.Aun cuando alguna superciencia volviera a crear a las víctimas de las injusticias yalargamente olvidadas, o de los crímenes, permitiéndoles continuar sus vidas encircunstancias más felices, esto no cambiaría en lo más mínimo los sufrimientos delas vidas originales.

Esto —alterar el pasado y hacer que el dedo borre su inscripción— es un temamuy bueno para la fantasía, pero no para la ciencia. Cambiar el pasado acarreatantas paradojas y contradicciones que estamos justificados, con toda seguridad, al

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mirarlo como un imposible. El clásico argumento contra la marcha del tiempo esque le permitiría a un hombre regresar al pasado y matar a uno de sus antepasadosdirectos, haciéndose a sí mismo —y probablemente a una considerable fracción de

Algunos escritores ingeniosos (sobre todo Robert Henlein y Fritz Leiber) hanaceptado este reto y han declarado, en efecto:

—Muy bien, supongamos que tal paradoja ocurre. Entonces ¿qué?

Una de sus respuestas es el concepto de los indicios de tiempos paralelos.Presumen que el pasado no es inmutable, sino que se podría, por ejemplo, volver a1865, y desviar la puntería de John Wilkes en el Teatro de Ford Booth23. Pero alobrar así, se aboliría nuestro mundo y se crearía otro cuya historia diferiría tanto dela nuestra que, eventualmente, sería por completo diferente.

Quizás en cierto sentido todos los universos posibles tengan una existencia real,como las vías en un infinito y arreglado patio, pero nosotros sólo nos movemossobre un raíl a la vez. Si pudiéramos viajar hacia atrás, y cambiar algúnacontecimiento clave del pasado, lo que realmente estaríamos haciendo, seríavolver a un cambio de vías y pasar a otro raíl.

Pero puede que no sea tan simple, si se me permite la expresión, como esto.Otros escritores han desarrollado el tema de que, aun cuando pudiéramos cambiarlos acontecimientos individuales del pasado, la inercia de la historia es tan enormeque no habría ninguna diferencia. Así, podríamos salvar a Lincoln de la bala deBooth… para que otro simpatizante confederado estuviera aguardando con unabomba en el vestíbulo del teatro. Y así, en todo.

El argumento más convincente contra el viaje a través del tiempo, es la notableescasez de viajeros en el tiempo. Por desagradable que nuestra época puedaparecerle al futuro, seguramente esperaríamos que los profesores y los estudiantesnos visitasen, si tal cosa pudiera ser posible. Aunque lograran tratar de disfrazarse,ocurrirían accidentes… como sucederían si volvían a la Roma Imperial con cámarasy magnetófonos ocultos bajo las togas de nylon. Viajar en el tiempo nunca podráser mantenido en secreto durante mucho; una y otra vez, al correr de las edades,los argonautas cronistas (para emplear el original y singularmente poco inspiradotítulo de Wells, La máquina del tiempo) se verían en apuros e inadvertidamente sedescubrirían ellos mismos. De todos modos, la principal evidencia de un derramedel futuro aparece ya en las notas de Leonardo da Vinci. Su relación de inventospara los siglos del futuro es asombrosa, pero no deja ninguna prueba concluyentede que la Italia del siglo XV tuviera visitantes de otras épocas.

Algunos escritores de ciencia-ficción han tratado de soslayar esta dificultadsugiriendo que el Tiempo es una espiral; aunque no seamos capaces de subirla deuna vez, tal vez podamos ir ascendiendo peldaño a peldaño, visitando así puntosapartados en tantos millones de años que no hay peligro de embarazosas colisionesentre las culturas. Los grandes cazadores del futuro pueden haber barrido ya losdinosaurios, pero la edad del Homo Sapiens puede yacer en una región cegada queno pueden alcanzar.

De esto el avispado lector deducirá que no me tomo muy en serio el viajar através del Tiempo; ni creo que lo haga nadie, ni siquiera los escritores que a ellohan dedicado más esfuerzo y habilidad. Pero el tema sigue siendo uno de los másfascinantes —y a veces de los más filmados— de toda la literatura, habiendoinspirado obras como Jurgen y Berkeley Square. Es que apela al más profundo detodos los instintos de la humanidad, y por este motivo jamás morirá.

Una idea más real y menos imposible que viajar por el pasado es que seamos

23 John Wilkes Booth fue el asesino del presidente Lincoln. (N. del T.)

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capaces de variar la frecuencia de tiempo a que nos movemos —o parecemosmovernos— por el futuro. Hasta cierto punto, las drogas ya lo logran. Para unhombre anestesiado, el tiempo pasa a una velocidad infinita. Cierra los ojos para unsegundo, y los abre quizás horas más tarde. Los estimulantes pueden tener unligero efecto en otras direcciones, y ya ha habido muchos informes de aceleraciónmental, real o imaginada, producida por la mescalina, el haxix y otros narcóticos.Aunque estos efectos que llamaremos laterales no fueran indeseables, tal distorsióndel sentido del tiempo tendría que ser muy limitada. Sin que importe cuan de prisaoperase la mente de un hombre, la gran inercia de su cuerpo le impediría moversus extremidades a mayor velocidad de la normal. Si se coloca un super-combustible en un tanque de gasolina de un coche, el motor quedará destrozado...y el cuerpo humano es un organismo infinitamente más delicado y mejorequilibrado que el motor de un coche.

Podemos ser capaces de retardarlo hasta un punto casi ilimitado, haciendoposible el antiguo sueño de la suspensión vital (hibernación) y un viaje de una solavez al futuro como el experimentado por Rip van Winkle. Pero no podemosacelerarlo mediante las drogas, de manera que un hombre pueda correr a razón deuna milla por minuto, o ejecutar en una hora el trabajo de un día.

Sin embargo, tal vez esto se consiga por otros medios, si hacemos una distinciónentre el tiempo subjetivo y el objetivo. El primero es el tiempo experimentado ocaptado por la mente humana, que parece ir más de prisa o con mayor lentitudsegún el estado de variación mental… dentro de los límites que acabamos deexaminar. El segundo es el tiempo medido por objetos inanimados como los relojes,los cristales oscilantes y los átomos vibrátiles, y hasta el presente siglo fue un actode fe entre los científicos que, fuera cual fuese nuestro pensamiento, el tiempoobjetivo corría a una velocidad fija, segura, inmutable. No fue el menor de loschascos ocasionados por la Teoría de la Relatividad, de Einstein, haber descubiertoque esto no era cierto.

De forma bastante curiosa, los antiguos egipcios pudieron haber hallado muyfácil aceptar la relatividad del tiempo. Sus primitivos relojes de sol tenían carasgraduadas en arcos iguales, por lo que las extensiones de sus horas,necesariamente, variaban durante el día. Cuando, unos siglos después,descubrieron los relojes de agua que corrían a una frecuencia constante, estaban yatan acostumbrados a la idea del tiempo variable que dedicaron muchos esfuerzos ala calibración de sus relojes, de manera que estuvieran de acuerdo con los de sol.

—En la corriente del agua —dice Rudolf Thiel en su libro, Y la luz se hizo— teníanuna imagen directa del constante fluir del tiempo. Pero con extraordinaria destrezay habilidad producían irregularidades en un fenómeno natural y regular, a fin delograr que el Tiempo corriese del único modo que a ellos les parecía exacto; con lainconstancia de sus relojes de sol.

La variabilidad del Tiempo es una consecuencia natural e inevitable deldescubrimiento de Einstein, según el cual el Tiempo y el Espacio no pueden serestudiados por separado, sino que son aspectos de una sola entidad que él llamó«Espacio-Tiempo». Contrariamente a la opinión popular, los argumentos que llevana esta conclusión no son tan abstrusos y matemáticos que se hallen más allá dellego; en realidad son tan elementales como para sorprender por su mismasimplicidad. (Me pregunto cuántas veces Einstein se sentiría enfurecido ante lafrase: ¡Y esto es todo!) El problema de explicar la Relatividad es como el convencera un antiguo egipcio que su reloj de agua era superior a su reloj de sol, o persuadira un monje medieval de que la gente no tenía por qué caer por necesidad desde elotro lado de la Tierra esférica. Una vez la mente ha quedado limpia de ideaspreconcebidas, el resto es sencillo.

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No tengo intención de explicar aquí la Relatividad, ya que pueden hallarse grancantidad de libros sobre este tema (uno de los mejores La Relatividad Legible, deClement V. Durell, ha sido publicado hace poco, después de treinta y cinco años dehaber sido escrito. Y es gran coincidencia que el más célebre relativista literario dehoy día tenga un apellido casi idéntico). Sin embargo, me propongo examinar unaanalogía muy útil.

En la vida ordinaria, estamos acostumbrados a dividir el espacio en tresdimensiones o direcciones, que llamamos ancho, largo y alto. Una de estasdirecciones no se halla por completo a la par con las otras, como cualquieradescubrirá si se tira desde la ventana de un décimo piso, pero la longitud y lalatitud son completamente arbitrarias («relativas»). Dependen sólo del punto devista del observador; si se pone a girar, giran con él.

Cuando observamos más de cerca el asunto, hallamos que incluso la dirección ala que llamamos altitud no es tan absoluta como pensábamos. Cambia a cadainstante sobre la faz de la Tierra, hecho que ha perturbado hondamente a losprimeros teólogos que intentaban localizar el Cielo. Incluso un mismo punto puedetener direcciones diferentes en apariencia. Cuando se va en un avión a chorrodurante el despegue, se nota la inclinación vertical al acelerar por la pista, y si elasiento pudiera girar quedaría alineado con una nueva serie de ejes. La latitud y lalongitud ya no son las mismas que para un hombre situado en el vestíbulo delaeropuerto; ambas ocupan la misma región del espacio, pero ahora se hallandivididas de modo algo distinto. Parte de su horizontal ha pasado a ser algo de suvertical.

En un modo comparable, observadores que se muevan a distintas velocidadesdividen el Espacio-Tiempo en proporciones ligeramente diferentes, de forma queuna, para expresarlo con llaneza, consiga un poco más de tiempo y un poco menosde espacio que la otra... aunque la suma total siga siendo la misma. (Sumar tiempoy espacio puede parecer algo parecido a sumar manzanas y naranjas, pero nodebemos preocuparnos de la estratagema matemática empleada para lograrlo.) Así,la frecuencia a que el tiempo corre en cualquier sistema —dentro de una naveespacial, por ejemplo— depende de la velocidad con que se mueva dicho sistema, ytambién de los campos gravitatorios en que esté experimentando.

A velocidades normales, y en campos gravitatorios ordinarios, la distorsión deltiempo es por completo nula. Incluso en un satélite artificial girando alrededor delglobo a 18.000 millas por hora, un reloj perdería sólo una pulsación de cada tresmil millones. Un astronauta que hiciera una sola órbita alrededor de la Tierraenvejecería una millonésima de segundo menos que sus compañeros de Tierra; losotros efectos del vuelo más bien equilibrarían éste.

Sólo desde 1959 ha sido posible demostrar esta increíble distorsión del tiempo alas modestas velocidades de los cuerpos terrestres. Ningún reloj construido por elhombre podría lograrlo, pero gracias a la brillante técnica desarrollada por el físicoalemán Mossbauer, podemos utilizar las vibraciones atómicas para medir el tiempocon una seguridad considerablemente mejor que una unidad en un millón demillones. Tomen nota, por favor: no una unidad en un millón, sino una unidad enun millón de millones.

Hagamos una leve pausa para considerar lo que esto significa, ya que es otravictoria sobre el Tiempo, una victoria métrica que los fabricantes de los primitivosrelojes de sol y de agua podían escasamente haber imaginado. Un relojacompasado a una unidad en un millón de millones, que es el que nos ha dado eldoctor Mossbauer (para ciertas aplicaciones), perdería sólo un segundo en 30.000años... un solo latido entre los primeros pintores rupestres de la cueva de Lascaux ylos primeros colonos de Marte. Tal seguridad en la medición de la distancia nos

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capacitaría para ver si el diámetro de la Tierra aumentaba o disminuía por el grosorde una bacteria.

Aunque este efecto de distorsión o de dilatación del Tiempo es tan nimio a lavelocidad ordinaria, se torna mayor cuando se trata de velocidades considerables, ymuy grande cuando nos acercamos a la velocidad de la luz. En una nave espacialviajando al 87% de la velocidad de la luz, o sea, a 580.000.000 de millas por hora,el tiempo pasaría a sólo la mitad de frecuencia que en la Tierra. Al 99,5% de lavelocidad de la luz —667.000.000 de millas por hora—, la proporción quedaríarebajada en diez veces; un mes en una nave espacial sería casi un año terrestre.(Espero que los relativistas me perdonarán ciertas simplificaciones y presuncionesdisimuladas en estas declaraciones; los demás, por favor, ignoren el paréntesis.)

Lo importante es observar que no habría absolutamente nada raro en todo ello,de forma que los viajeros del espacio no podrían decir que les estaba pasando algoextraño. A bordo del vehículo todo aparecería por completo normal... y es que losería. Hasta su regreso a la Tierra no descubrirían que había transcurrido muchomás tiempo en ésta que a bordo de la nave. Esto es lo que se llama Paradoja delTiempo, que parece permitirá, al menos en principio, que un hombre volviera a laTierra siglos o milenios después de haberla dejado, mientras que él no habríaenvejecido más que unos cuantos años. Para cualquiera que se halle familiarizadocon la Teoría de la Relatividad, sin embargo, no es ninguna paradoja; es sólo unaconsecuencia natural de la estructura del Espacio y del Tiempo.

La principal aplicación de este efecto distorsionador del Tiempo está en el vuelo alas estrellas, si es que se logra alguna vez. Aunque tales vuelos podrían durarsiglos, no les parecería tal cosa a los astronautas. Por lo que un subproducto de losviajes espaciales a largas distancias será el viajar en el futuro... claro está, viajarde una vez, es decir, sin retorno al pasado. Un viajero interestelar podría volver asu propia Tierra, pero nunca a su misma edad.

Tal asombroso resultado habría sido llanamente negado cincuenta años atrás,pero en la actualidad es aceptado como un axioma de la ciencia. Esto nos lleva aconsiderar si no pueden existir otros medios para distorsionar o alterar el Tiempo...medios que eludan el inconveniente de viajar varios años-luz.

Debo apresurarme a declarar que la perspectiva no parece muy prometedora. Enteoría, la oscilación o la vibración podrían tener un efecto similar sobre el tiempo...pero las proporciones deberían ser tan enormes que ningún objeto material podríaresistir tales tensiones. Puesto que la gravedad, igual que la velocidad, afecta elpaso del tiempo, esta línea de acercamiento parece ligeramente más prometedora.Si llegáramos a controlar la gravedad, podríamos asimismo aprender a controlar eltiempo. Una vez más, empero, se requerirían fuerzas titánicas para producir unminuto de distorsión del tiempo. Incluso en la superficie de una estrella EnanaBlanca, donde la gravedad es miles de veces más potente que en la Tierra, senecesitarían relojes muy equilibrados para revelar que el tiempo corría con mayorlentitud.

Está comprobado que los pocos medios conocidos para distorsionar el tiemposon, no sólo demasiado difíciles de aplicar, sino que también actúan en la menosútil de las direcciones. Aunque existen ocasiones en que nos gustaría retrasarnoscon respecto al resto del mundo, de modo que el tiempo pareciese volar, el procesocontrario sería mucho más valioso. No hay nadie que, en uno u otro momento, nohaya sentido una desesperante necesidad de tiempo; a menudo unos minutos —incluso unos segundos— pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.Trabajar contra reloj no sería problema en un mundo donde pudiera hacersedetener el reloj, aunque sólo fuera por un rato.

No tenemos la menor idea de cómo podría lograrse esto; ni la Teoría de la

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Relatividad ni nada, nos da una pista siquiera. Pero una real aceleración del tiempo—no la subjetiva y limitada producida por las drogas— sería de tan gran valor, quees muy posible que un día queramos descubrir la forma de conseguirla y utilizarla.Una sociedad en la que las Naciones Unidas pudieran tener una sesión de todo undía en el tiempo en el que el resto de Nueva York toma su desayuno, o en que unautor pudiera entresacar una hora del tiempo general para escribir una obra de80.000 palabras, es difícil imaginar y quizá, más bien, atacaría el sistema nervioso.Puede que no sea deseable y, ciertamente, no es agradable, pero no me atrevo aafirmar que sea imposible.

Viajar en el futuro es la única clase de viaje en el tiempo que nos está permitida,a la velocidad sostenida de 24 horas cada día. Que seamos capaces de alterar estaproporción no envuelve, como hemos visto, ningún absurdo científico. En adición alos viajes espaciales a gran velocidad, la hibernación puede también permitirnosviajar por los siglos del porvenir y ver lo que el futuro mantiene en reserva, másallá de la normal expectación de la vida.

Pero, al referirse a los viajes a través del tiempo, la mayoría de la gente quieredecir algo considerablemente más ambicioso que esto. Quieren decir adentrarse enel futuro y «volver de nuevo al presente», sobre todo con una lista completa deanotaciones. Esto, claro está, implica viajar en el pasado... ya que desde el puntode vista del futuro nosotros somos (¿o éramos?) el Pasado, y esto, ya lo hemosdecidido, es por completo imposible.

Me gustaría afirmar que ver en el futuro —un proyecto claramente menosambicioso que visitarlo— es por igual imposible, de no ser por la impresionantecantidad de evidencias en contra. Siempre ha habido, claro, profetas y oráculos quehan proclamado la habilidad de predecir el futuro; «El rescate de los Idus de Marzo»es quizá la más famosa de tales predicciones. En años más recientes, el trabajo delprofesor Rhine en la Duke University, y el doctor Soal y sus colegas en Inglaterra,han producido muchas pruebas concretas de «preconocimiento», aunque todo hayasido en forma de estadísticas, hacia las que la mayoría de la gente siente unaprofunda aversión. En este caso, la aversión puede hallarse justificada; quizás hayaalgo fundamentalmente equivocado en el análisis matemático de los experimentosadivinatorios de cartas sobre los que se basan la mayoría de las precogniciones.Todo el tema es tan complicado y tan cargado de prejuicios y emociones, quepropongo salir de él y alejarnos de puntillas; para quien desee más información,busque las obras de Rhine, J. B., en el índice de la biblioteca local.

Si el futuro puede ser conocido, incluso en principio, es una de las cuestionesmás sutiles de la filosofía. Un siglo y medio atrás, cuando la mecánica newtonianahubo alcanzado sus mayores triunfos al predecir el movimiento de los cuerposcelestes, la respuesta hubiera sido un calificado «sí». Dadas las posiciones inicialesy las velocidades de todos los átomos del Universo, un gran matemático podíacalcular todo lo que sucedería hasta el fin del tiempo. El futuro estabapredeterminado hasta en el más mínimo detalle, por lo que, en teoría, podía seranticipado.

Ahora sabemos que este punto de vista es demasiado ingenuo, ya que se basaen una falsa presunción. Es imposible especificar las posiciones iniciales y lasvelocidades de todos los átomos del Universo, al menos hasta el grado de seguridadque tal cálculo requiere. Existe un intrínseco «embrollo» o incertidumbre acerca delas partículas fundamentales, lo que significa que jamás podremos conocerexactamente lo que están haciendo en este momento... y menos aún dentro de uncentenar de años. Aunque algunos sucesos —eclipses, estadísticas de población,quizás algún día incluso el tiempo— puedan ser predichos con considerableseguridad, la ruta matemática hacia el futuro es muy estrecha y eventualmente sehunde en el cenagal de la indeterminación. Si algún brujo o sibila ha obtenido en

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realidad cierto conocimiento del futuro, ha sido por cualquier medio no sólodesconocido por la ciencia actual, sino en contraposición flagrante con la mismaCiencia.

Sin embargo, sabemos tan poco sobre el Tiempo y hemos realizado tan nimiosprogresos para comprenderlo y controlarlo, que no podemos descartar posibilidadestan aleatorias como el acceso limitado al futuro. El profesor J. B. S. Haldaneobservó una vez muy diplomáticamente:

—El Universo no sólo es más extraño de lo que imaginamos, sino que es másextraño de lo que podemos imaginar.

Acaso la Teoría de la Relatividad puede insinuar sólo la más elemental de lasrarezas del Tiempo.

En su poema El futuro, Matthew Arnold describió al hombre como un vagabundo«nacido en un buque. Sobre el seno del río del Tiempo». En todo el relato, estebuque ha estado derivando sin timón ni control alguno; ahora, quizás, estáaprendiendo a hacer funcionar sus motores. Nunca serán lo bastante potentes comopara sobreponerse a la corriente; a lo sumo, podrán retrasar su partida, y conseguiruna mejor vista del paisaje que le rodea y de los puertos que debe abandonar parasiempre. O puede acelerar su progreso, y correr por encima de la corriente a másvelocidad que la misma corriente que le sostiene. Lo que nunca podrá hacer esvolver atrás y tornar a visitar los lugares superiores del río.

Y al final, como premio a todos sus esfuerzos, será barrido con todas susesperanzas e ilusiones, y arrastrado hacia el desconocido océano...

«Mientras la pálida inmensidad se agranda ante él,

Mientras las orillas disminuyen en la lejanía

Mientras aparecen las estrellas, y el viento de la noche lleva hasta la corriente

los murmullos y perfumes del infinito Mar.»

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12

EPOCAS DE ABUNDANCIA

Las materias primas de la civilización, como la vida misma, son materia yenergía, que ahora sabemos que no son más que las dos caras de una mismamoneda. Durante toda la historia humana, y toda la prehistoria, sólo se han usadode ambas por los hombres cantidades muy modestas. Durante el curso de un año,uno de nuestros remotos antepasados consumía un cuarto de toneladas de comida,media tonelada de agua y casi nulas cantidades de piel, palos, piedras y arcilla. Laenergía que gustaba era creada por sus propios músculos, más una pequeñacontribución ocasional en forma de fuego de madera.

Con la elevación de la técnica, este cuadro tan sencillo ha cambiado hasta no serya reconocido. La consumición anual del ciudadano americano de término mediopasa de media tonelada de acero, siete toneladas de carbón y centenares de librasde metales y productos químicos cuya existencia era desconocida para la ciencia dehace un siglo. Cada año, se extraen de la Tierra más de veinte toneladas dematerias primas para proporcionarle al hombre moderno todas sus necesidades —ylujos— de la vida. No importa que de vez en cuando escuche avisos sobre escasecescríticas, y que se le diga que dentro de unas cuantas generaciones el pobre o elplomo tendrán que ser añadidos a la lista de los metales raros.

La mayor parte de nosotros no hace caso de tales alarmas, porque ya las hemosoído antes... y no ha ocurrido nada. El inesperado descubrimiento de enormespozos de petróleo en el Oriente Medio ha silenciado, por mucho tiempo, a losCassandras de la industria petrolífera, que habían pronosticado que a finales delpresente siglo se agotarían las reservas terrestres del oro negro. Esta vez estabanequivocados... aunque a la larga tendrán razón.

Sean cuales sean las nuevas reservas que podemos descubrir, los «combustiblesfosilizados» como el carbón y el petróleo solamente pueden durar para unascuantas centurias más; después, se habrán agotado para siempre. Habrán servidopara lanzar la cultura técnica del hombre a su trayectoria, procurándole fuertes deenergía de fácil alcance, pero no pueden sostener a la civilización durante miles deaños. Para esto, necesitamos algo más permanente.

Hoy día existen muy pocas dudas de que la respuesta a largo (y quizás a corto)plazo al problema del combustible es la energía nuclear. Las armas que se hallan yaalmacenadas por las potencias decisivas de la Tierra, podrían hacer funcionar todaslas máquinas del planeta durante varios años, si sus energías pudieran usarseconstructivamente. Sólo las cabezas de proyectil de los arsenales americanos sonequivalentes a miles de millones de toneladas de petróleo o carbón.

No es agradable que las reacciones de fisión (las que emplean elementos talescomo el torio, el uranio y el plutonio) jueguen más que un papel temporal en losasuntos terrestres; hay que esperar que no sea así, ya que la fisión es la más suciay desagradable de las invenciones que el hombre haya podido descubrir para eldesprendimiento de la energía. Algunos de los radioisótopos de los reactoresactuales aún provocarán trastornos y quizás herirán a arqueólogos desprevenidos,dentro de un millar de años.

Pero más allá de la fisión existe la fusión, la soldadura de los átomos ligeros,como el hidrógeno y el litio. Ésta es la reacción que se opera en las mismasestrellas; nosotros la hemos reproducido en la Tierra, pero aún no la hemosperfeccionado. Cuando lo hayamos hecho, nuestros problemas de energía se habránsolucionado para siempre... y no existirán subproductos venenosos, sino sólo laslimpias cenizas del helio.

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La fusión controlada es el supremo reto de la física nuclear aplicada; algunoscientíficos creen que se conseguirá en diez años; otros, en cincuenta. Pero casitodos aseguran que habremos conseguido domesticar la fuerza de fusión muchoantes de que se hayan agotado las reservas de petróleo y carbón, y que del marpodremos sacar combustible (hidrógeno) en cantidades ilimitadas.

Quizás —y por ahora parece muy probable— las fábricas de fusión únicamentepuedan ser construidas en grandes tamaños, de forma que sólo unas cuantaspuedan proporcionar fuerza a todo un país. Ya parece más improbable que puedanconstruirse pequeñas y portátiles, por ejemplo, para poder ser empleadas en losvehículos. Su principal función será la de producir ingentes cantidades de energíatérmica y eléctrica, y tendremos que enfrentarnos con el problema de llevar estaenergía a los millones de lugares donde se necesitará. Existirán sistemas de fuerzaque podrán suministrarse a nuestras casas, pero ¿qué será de nuestros automóvilesy aviones en la Era Postpetrolífera?

La solución deseada sería algún medio de electricidad almacenada que fuese almenos diez, y preferiblemente cien veces más concentrada, que las bateríasanticuadas que no han mejorado en lo fundamental desde los tiempos juveniles deEdison. Esta urgente necesidad ya ha sido mencionada en el Capítulo 3, en relacióncon los automóviles eléctricos, pero hay otros muchos, casi incontables,requerimientos para la energía portátil. Tal vez la influencia de la técnica espacialnos conducirá rápidamente a unas células de fuerza de poco peso, que contendrántanta energía por libra como el petróleo; cuando consideramos algunas de las otrasmaravillas de la técnica moderna, esta suposición nos parece con exceso modesta.

Una idea más exagerada, quizás, es que podamos radiar fuerza desde algunacentral generadora y captarla en cualquier punto de la Tierra por medio de algúnartefacto, como un receptor de radio. A escala limitada, esto ya es posible, aunquecon grandes dificultades y enormes dispendios.

Ondas de radio bien dirigidas, llevando 1.000 HP de energía continua podrían serproducidas y parte de esta energía ser interceptada por un gran sistema de antenasa varias millas de distancia. Debido a la inevitable expansión de las ondas, sinembargo, la mayor parte de esta energía se perdería, por lo que la eficiencia delsistema resultaría escasa. Sería igual que usar un faro, a diez millas de distancia,para iluminar un edificio; la mayor parte de la luz se derramaría, perdiéndose sobreel paisaje intermedio. En el caso de una onda de radio de alto poder, la energíaperdida no tan sólo se perdería sino que sería peligrosa, como ya lo han descubiertolos constructores de radar a largas distancias.

Otra objeción fundamental a la fuerza radiada es que el transmisor tendría queirradiar la misma cantidad de energía, fuera o no usada en el otro extremo. Ennuestros actuales sistemas de distribución, la central generadora no produceelectricidad hasta que giramos el conmutador de una derivación; hay «pedido» delconsumidor al generador. Sería en extremo difícil, si no imposible, arreglar estoigual mediante un sistema de fuerza radiada.

La fuerza mediante ondas de radio parece impracticable, por lo tanto, salvo paraaplicaciones especiales; podría ser usada entre satélites y vehículos espaciales siestuvieran muy juntos y sin cambiar sus posiciones relativas. Pero, como esnatural, no hay esperanza de que pueda mover vehículos... que es lo queprecisamente más falta hace.

El poder irradiado, si alguna vez se logra, tendrá que depender de algún principioo técnica desconocidos en el presente. Por fortuna, no es algo que debamos poseer,sino sólo algo que nos sería útil. Si es necesario, nos pasaremos sin ello.

Como pura especulación, debemos mencionar la posibilidad de que existan otras

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fuentes de energía en el espacio que nos rodea, y que algún día podamos llegar adescubrirlas. Varias ya lo son, pero todas son en extremo débiles, o sufren dealguna limitación fundamental. La más poderosa es la radiación solar —o sea, la luzdel sol— y ya la empleamos para mover nuestros vehículos espaciales. Eldesprendimiento del reactor de hidrógeno solar es gigantesco, unos500.000.000.000.000.000.000.000 HP, pero cuando llega a la Tierra la corriente deenergía ha quedado drásticamente diluida en la distancia. Una cifra aproximada yfácil de recordar, es que la energía de la luz solar al nivel del mar es de 1 HP pormetro cuadrado claro está, varía ampliamente con las condiciones atmosféricas. Silográsemos convertir en electricidad sólo una décima parte de esta energía (¡a uncoste tan enorme como 100.000 dólares por caballo de fuerza de las células solaresactuales!), un coche de 100 HP necesitaría 1.000 metros cuadrados de superficiecolectora, incluso en un día de sol muy brillante. Es una proposición escasamentepracticable.

No podemos aprovechar el flujo de la energía solar a menos que nos traslademosmás cerca del Sol; incluso en Mercurio, sólo podríamos producir 1 HP de energíaeléctrica por metro cuadrado de superficie colectora. Es posible que un día podamosinstalar colectores de luz muy cerca del Sol24, y que radiemos la energía conseguidaa los puntos donde se necesite. Si la fuerza de fusión no acaba de ser lograda,tendremos que lanzarnos a drásticas medidas como ésta, impelidos por lanecesidad. Pero las naves espaciales harán bien en evitar estas ondas de fuerza;para ellas serían efectivos rayos de la muerte.

Las demás fuentes de energía conocidas son millones de veces más débiles quela del Sol. Los rayos cósmicos, por ejemplo, llevan tanta energía como la luz de lasestrellas; resultaría mucho más beneficioso construir un motor movido por lasondas lunares que por radiación cósmica. Esto puede parecer una paradoja, en vistadel hecho bien conocido de que estos rayos a menudo poseen tanta energía quepueden infligir severos daños biológicos. Pero los rayos de alta energía(actualmente partículas) son tan pocos y tan separados entre sí que su porcentajeenergético casi es nulo. De ser de otra manera, no estaríamos ya aquí.

Los campos magnético y gravitatorio de la Tierra son mencionados a veces comopotenciales fuentes de energía, pero poseen serias limitaciones. No puedeobtenerse energía de un campo gravitatorio sin dejar que un objeto pesado —colocado ya a una conveniente altura— caiga hacia él. Ésta, claro está, es la basede la fuerza hidroeléctrica, que resulta un modo indirecto de usar la energía solar.El Sol, evaporando el agua de los océanos, crea los lagos montañosos cuya energíagravitacional aprovechamos en nuestras turbinas.

La fuerza hidroeléctrica no puede proporcionar más que un pequeño porcentajede la total energía que necesita la raza humana, aunque todas las cascadas (que elcielo me perdone) del planeta cayesen dentro de los embalses. Los demás mediosde aprovechar la energía de la gravedad traerían consigo el movimiento de lamateria en mucha mayor escala: allanar las montañas, por ejemplo. Si alguna vezemprendemos tales proyectos, será con propósitos muy distintos de la generaciónde fuerza, y la operación total, casi con certeza, nos dejará con una enorme pérdidade energía. Antes de poder apartar una montaña habrá que desmenuzarla.

El campo magnético de la Tierra es tan débil (un juguete magnético es miles deveces más potente) que ni siquiera puede tomarse en consideración. De vez encuando se oyen habladurías optimistas sobre «propulsión magnética» paravehículos espaciales, pero éste es un proyecto comparable al de escaparse de laTierra mediante una escalerilla hecha de hilos de telaraña. Las fuerzas magnéticas

24 En la superficie solar hay 65.000 HP de energía para ser recogida en cada metrocuadrado. — (N. del A.)

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terrestres son tan duras como los mencionados hilos.

Claro que gran parte del Universo no es detectable para nuestros limitadossentidos, y muchas de sus energías han sido descubiertas sólo en los últimosmomentos del tiempo histórico, por lo que no puede descontarse la idea de fuerzascósmicas desconocidas. El concepto de la energía nuclear parecía algo sin sentidohace unos sesenta años, e incluso cuando se demostró su existencia, la mayoría delos científicos negaron que pudiera ser nunca aprovechada. Hay una evidenciaconsiderable de que a través de todas las estrellas y planetas corre un flujo deenergía bajo la forma conocida por radiación neutrino (estudiada con más detalle enel Capítulo 9), que hasta ahora ha desafiado prácticamente todos nuestros poderesde observación. Igual podía Sir Isaac Newton, con todo su genio, haber fallado aldetectar algo que emergiera de una antena de radio.

Para los proyectos terrestres, no importa mucho si el Universo contiene o nofuentes de energía desconocidas y descubiertas. El hidrógeno pesado del mar puedehacer funcionar todas nuestras máquinas y calentar todas nuestras ciudades, hastala época más inimaginable. Si, como es perfectamente posible, dentro de dosgeneraciones nos hallamos escasos de energía, será por nuestra incompetencia. Nosparecemos a los hombres de la Edad de Piedra, que morían de frío mientras estabanacostados sobre un lecho subterráneo de carbón.

En cuanto a nuestras materias primas, como a nuestras fuentes de energía,hemos estado viviendo sobre un capital. Hemos estado explotando los recursosfácilmente disponibles, los filones de alto grado, las vetas más ricas donde lasfuerzas naturales han concentrado los minerales y metales que necesitamos. Estosprocesos han tardado mil millones o más de años, pero en unos pocos siglos hemosgastado tesoros almacenados en grandes cantidades. Cuando se hayan agotado,nuestra civilización no podrá reemplazarlos, teniendo que aguardar unos centenaresde millones de años hasta que haya nuevo almacenamiento.

Una vez más, nos veremos obligados a emplear nuestros cerebros en lugar denuestros músculos. Como Harrison Brown ha observado en su libro El desafío delfuturo del hombre, cuando todos los filones se hallen agotados tendremos quevolver a las rocas y la arcilla ordinaria.

«Un centenar de toneladas de roca ígnea ordinaria, como el granito, contiene 8toneladas de aluminio, 5 toneladas de hierro, 1.200 libras de titanio, 180 libras demanganeso, 70 libras de cromio, 40 libras de níquel, 30 libras de vanadio, 20 librasde cobre, 10 libras de tungsteno y 4 libras de plomo.»

Extraer estos elementos requeriría no sólo unas técnicas químicas muyavanzadas, sino considerables cantidades de energía. La roca tendría primero queser aplastada, tratada luego por el calor, la electrólisis y otros medios. Sinembargo, como Harrison Brown también apunta, una tonelada de granito contienebastante uranio y torio para proporcionar la energía equivalente a cincuentatoneladas de carbón. Toda la energía que necesitamos, pues, para el proceso, estáen la misma roca.

Otra fuente casi ilimitada de materias primas básicas es el mar. Una sola millacúbica de agua salada contiene en suspensión o disueltas unos 150.000.000 detoneladas de materiales sólidos. La mayor parte (120.000.000 de toneladas) es salcomún, pero los restantes 30.000.000 de toneladas contienen en cantidadesimpresionantes casi todos los elementos existentes en la naturaleza. El másabundante es el magnesio (casi 18.000.000 de toneladas) y su extracción en granescala del mar durante la Segunda Guerra Mundial fue un enorme y muysignificativo triunfo de la ingeniería química. No fue, sin embargo, el primerelemento que se obtuvo del agua del mar, ya que la extracción de bromuro encantidades comerciales comenzó a principios de 1924.

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La dificultad de «minar» el mar es que los materiales que deseamos conseguir sepresentan en concentraciones muy bajas. Los 18.000.000 de toneladas demagnesio por milla cúbica es una cifra enorme (cubriría las necesidades mundiales,a la proporción presente, durante varios siglos), pero está dispersa en cuatro milmillones de toneladas de agua. Considerado como un filón, por tanto, el agua delmar sólo contiene cuatro partes de magnesio por cada millón; en tierra, casi no esbeneficioso trabajar con rocas que contengan menos de una unidad entre ciento delmás común de los metales. Mucha gente se dejó hipnotizar por el hecho de que unamilla cúbica de agua de mar contiene unas veinte toneladas de oro, pero con todaseguridad hallarían un tesoro más productivo en su propio jardín.

De todos modos, el gran desarrollo en los procesos químicos que han tenidolugar en recientes años —sobre todo como resultado del programa de energíaatómica, en el que es necesario extraer muy pequeñas cantidades de isótopos degrandes cantidades de otros materiales— sugiere que podemos ser capaces dededicarnos al mar mucho antes de que se hayan agotado los recursos de la Tierra.De nuevo, el problema es principalmente de fuerza... fuerza para bombear, para laevaporación, para la electrólisis. El suceso puede obtenerse como parte de unaoperación combinada; los esfuerzos de muchos países para obtener agua potabledel mar producirán salmuera enriquecida como subproducto, y éste podría ser lamateria prima para las fábricas del proceso.

Puede imaginarse, quizá para antes del final de este siglo, la existencia degrandes instalaciones de utilidad pública, empleando la fuerza barata de losreactores termonucleares para extraer del mar agua pura, sal, magnesio, bromuro,estroncio, rubidio, cobre y otros metales. Una excepción notable de la lista sería elhierro, ya que es mucho más raro en los océanos que bajo los continentes.

Si el minado del mar parece un proyecto improbable, bueno será recordar quedurante más de cincuenta años hemos estado «minando» la atmósfera. Una de lasgrandes, si bien ahora olvidadas preocupaciones del siglo XIX, fue la escasez denitratos como fertilizantes; las fuentes naturales se iban agotando, y era esencialhallar alguna forma de «fijar» el nitrógeno en el aire. La atmósfera contiene unos4.000 billones de toneladas de nitrógeno, o más de un millón de toneladas por cadapersona de la Tierra, por lo que podría ser utilizado directamente si alguna veznotamos escasez de ese elemento.

Esto ya fue conseguido, por distintos métodos, en los primeros años de estesiglo. Un proceso se apoyaba en la fuerza bruta «quemando» aire ordinario en unarco eléctrico de alta tensión, ya que a muy altas temperaturas el nitrógeno y eloxígeno de la atmósfera se combinan. Éste es un ejemplo de lo que puedeconseguirse cuando la fuerza barata está al alcance (los noruegos fueron lospioneros de este proceso, gracias a sus prístinas instalaciones de generaciónhidroeléctrica), y es quizás un recurso del futuro.

El uso en realidad pródigo de las fuentes de energía concentrada para la mineríaapenas ha empezado, si bien, como ya ha sido mencionado en el Capítulo 9, losrusos han estado experimentando con arcos de alto voltaje y cohetes de propulsióna chorro para quebrantar o taladrar las rocas demasiado duras para ser trabajadasde otro modo. Y últimamente, claro está, existe la perspectiva de usar lasexplosiones nucleares para la minería en gran escala, si puede ser eludido elproblema de la contaminación radiactiva.

Cuando consideramos que nuestras minas más profundas (que en la actualidadpasan de los 2.000 metros) no son más que simples arañazos sobre la superficie denuestro planeta, de 8.000 millas de diámetro, resulta muy absurdo que se hable defundamentales escaseces de algún elemento o mineral. A cinco millas, tal vez adiez, de nosotros yacen todas las materias primas que podemos llegar a emplear

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por los siglos de los siglos. No necesitamos ir detrás de ellos; la minería con obrerosestá, y no demasiado pronto, desapareciendo de bajo de la faz de la Tierra, pero lasmáquinas pueden operar muy felizmente a temperaturas de varios centenares degrados y a presiones de varias atmósferas, y esto es lo que las muelas robot delpróximo futuro harán, a varias millas bajo nuestros pies.

Todo esto es muy difícil de realizar, y resultaría muy caro, con las actualestécnicas. Muy bien, tendremos, sencillamente, que descubrir nuevos métodos, comolo han hecho los buscadores de petróleo y los mineros clásicos. Los proyectosexaminados en el Capítulo 9 tendrán que ser puestos de alguna manera en práctica,ante la necesidad, más que por la curiosidad científica.

Pero ampliemos un poco nuestro horizonte. Hasta ahora sólo hemos estadoconsiderando este planeta como una fuente de materias primas, pero la Tierra sólocontiene una tres millonésima de la materia total del Sistema Solar, Es cierto quemás del 99,9 por ciento de esta materia se halla en el Sol, donde a primera vistaparece fuera de alcance, pero los planetas, satélites y asteroides contienen entreellos la masa de 450 Tierras. Gran parte de dicha masa está en Júpiter (318 vecesla masa de la Tierra), pero Saturno, Urano y Neptuno son, asimismo, contribucionesde no poca importancia (95, 15 y 17 Tierras, respectivamente).

En vista del astronómico coste presente de los viajes espaciales (casi 1.000libras de empuje por libra de carga útil para la más sencilla de las misionesorbitales), puede parecer fantástico sugerir que intentemos minar y traer a la Tierramegatoneladas de materias primas, a través del Sistema Solar. Incluso el oro casino valdría la pena de ser adquirido a tal precio, y sólo los diamantesproporcionarían un beneficio.

Esto, sin embargo, es debido al primitivo estado del arte actual, que se apoya entécnicas muy deficientes. Es muy chocante darse cuenta de que, si pudiéramosemplear la energía de forma realmente efectiva, se requeriría sólo un chelín decombustible químico para elevar una libra de peso completamente fuera de laTierra... y tal vez uno o dos peniques para llevarla de la Luna a la Tierra. Pormuchas razones, estas cifras representan ideales inalcanzables, pero indicancuántas mejoras pueden hacerse en este sentido. Algunos estudios de los sistemasde propulsión nuclear sugieren que, incluso con técnicas que hoy ya podemosimaginar, el vuelo espacial precisa no ser más caro que el transporte a chorro poraire, pero en lo que atañe a las mercancías podría ser mucho más barato.

Consideremos primero la Luna. Nada sabemos todavía de sus recursosminerales, pero deben de ser enormes, y quizás algunos únicos. Como la Lunacarece de atmósfera y tiene un campo de gravedad más bien débil, sería porcompleto hacedero proyectar material de su superficie «hacia» la Tierra, mediantecatapultas de fuerza eléctrica, o tubos de lanzamiento. No se necesitaría ningúncombustible de cohete, sino sólo unos pocos céntimos de energía eléctrica por librade carga. (El capital de coste del lanzamiento sería, claro está, muy grande, peropodría ser empleado un indefinido número de veces.)

Así sería posible teóricamente, tan pronto como empiecen en la Luna lasoperaciones industriales en gran escala, traer los productos lunares en grandescantidades, a bordo de mercantes robots que podrían deslizarse hacia zonas deaterrizaje ya asignadas previamente después de amortiguar sus 25.000 millas porhora de velocidad de reingreso en la atmósfera superior. El único combustible decohete empleado en todo el proceso sería una cantidad casi nula para el gobierno yel control de altitud; toda la energía sería proporcionada por la fábrica de fuerzafijada en la base de lanzamiento de la Luna.

Yendo aún un poco más lejos, sabemos que existen enormes cantidades demetal (la mayoría del más alto grado de pureza) de hierro y níquel, flotando

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alrededor del Sistema Solar en forma de meteoritos y asteroides. El mayor de éstos,Ceres, tiene un diámetro de 450 millas, y puede haber varios millares condiámetros de una milla solamente. Es interesante observar que un solo asteroide dehierro, de 275 metros de diámetro, durante un año procuraría al mundo susnecesidades de hierro actuales.

Lo que hace que los asteroides sean una fuente de materias primas muyprometedora es su microscópica gravedad. Prácticamente, no se requiere ningunaenergía para escapar de ellos; un hombre podría marchar con toda facilidad de unode los más pequeños asteroides. Cuando se hayan perfeccionado los sistemas depropulsión nuclear, puede resultar práctico desviar de sus órbitas a los asteroidesmenores e inducirles a otras que, al correr de unos años, les llevaran a la vecindadde la Tierra. Entonces, podrían ser dejados aparcados en órbita hasta poder sercortados en fragmentos de debidas proporciones; alternativamente, podríanpermitírseles que sin desviarse cayeran a la Tierra.

Esta última operación requeriría muy poca consumición de combustible, ya queel campo de gravedad de la Tierra ejecutaría todo el trabajo. Sin embargo, senecesitaría una guía muy atinada y ajustada, ya que las consecuencias de un errorserían demasiado terribles para exponerse a ellas. Aun un asteroide pequeñísimopodría aplastar una ciudad, y el impacto de uno que contuviese el suministro dehierro de un año sería equivalente a una explosión de 10.000 megatones. Haría unagujero al menos diez veces mayor que el Cráter Meteroro25, por lo que quizá seríapreferible que usáramos la Luna, y no la Tierra, como base receptora.

Si alguna vez descubrimos medios de controlar o dirigir los campos de gravedad(problema estudiado en el Capítulo 5) tales operaciones de ingeniería astronómicaresultarían mucho más atractivas. Entonces, podríamos ser capaces de absorber laenorme energía de un asteroide descendente y utilizarla con provecho, comoempleamos la energía del agua al caer. La energía tendría un beneficio adicionalque debería ser añadido al valor de la montaña de hierro que tan gentilmentedescendía a la Tierra. Aunque esta idea es pura fantasía, no debe descartarse comoimposible ningún proyecto que obedezca a las leyes de la conservación de laenergía.

Extraer materiales de los planetas gigantes es una proposición mucho menosatrayente que «minar» los asteroides. Los enormes campos de gravitación la hacenmuy difícil y costosa, aun dadas unas ilimitadas cantidades de fuerza termonuclear,y sin esta presunción no hay forma de discutir el asunto. Además, los mundos tipoJúpiter parecen estar compuestos casi exclusivamente de elementos ligeros sinvalor, como el hidrógeno, el helio, el carbón y el nitrógeno; los demás elementosmás pesados habría que ir a buscarlos en el interior de sus núcleos.

Los mismos argumentos pueden ser aplicados, aún a mayor escala, al Sol. Eneste caso, sin embargo, hay un factor que algún día puede ser empleado como unaventaja. La materia en el Sol está en estado de plasma, es decir, está a tan altatemperatura, que todos sus átomos se hallan electrizados o ionizados. El plasmaconduce la electricidad mucho mejor que los metales, y sus manipulaciones porcampos magnéticos constituyen la base de la importante y nueva ciencia magneto-hidrodinámica, llamada, por razones obvias, por lo general, la MHD. En laactualidad se emplean muchas técnicas MHD en la investigación y la industria, paraproducir y contener gases a temperaturas de millones de grados, y podemosobservar procesos similares que tienen lugar en el Sol, donde los camposmagnéticos alrededor de las manchas solares y las fáculas son tan intensos que

25 El «Meteor Crater», de Arizona, es el mayor cráter de origen meteórico existenteen nuestro planeta. Mide 1.200 metros de diámetro y 175 m de profundidad. — (N.del E.)

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dejan escapar nubes del tamaño de la Tierra formadas por gases a miles de millasde distancia, desafiando la gravedad solar.

Barrenar el Sol puede sonar a concepción fantástica, pero ya hemos sondeado suatmósfera con nuestras ondas de radio. Tal vez un día seremos capaces de hacerdesprender o disparar las titánicas fuerzas que allí trabajan, y selectivamente reunirlo que necesitamos de su substancia incandescente. Pero antes de que intentemostales explotaciones dignas de Prometeo, será mejor que sepamos con exactitud loque estamos haciendo.

Habiendo, en imaginación, recorrido el Sistema Solar en busca de materiasprimas, regresemos a la Tierra y exploremos una línea de pensamiento porcompleto diferente. Nunca será en realidad necesario ir más allá de nuestro propioplaneta para todo cuanto necesitamos, ya que llegará un momento en quepodremos crear cualquier elemento, en indiferente cantidad, por transmutaciónnuclear.

Hasta el descubrimiento de la fisión del uranio en 1939, la transmutaciónpráctica era un sueño igual que en la época de los antiguos alquimistas. Desde quelos primeros reactores empezaron a funcionar en 1942, cantidades substanciales(para ser medidas en toneladas) del metal sintético plutonio se habían yamanufacturado, habiendo sido asimismo creadas grandes cantidades de otroselementos, como los subproductos radiactivos, tan enojosos y desagradables.

Pero el plutonio, que ha obtenido una importante aplicación en el aspecto militar,es un caso muy especial, y todo el mundo se halla enterado del coste y lacomplejidad de las fábricas necesarias para manufacturarlo. El oro, en comparación,es muy barato, y el sintetizar metales corrientes como el plomo, el cobre o el hierroparece tan probable como «minar» el Sol.

Debemos recordar, sin embargo, que la ingeniería nuclear está en la mismaposición que la ingeniería química a principios del siglo XIX, cuando las leyes quegobernaban las reacciones entre los compuestos estaban empezando a sercomprendidas. Ahora sintetizamos, en mayor escala, drogas y plásticos que losquímicos del ayer ni siquiera habían producido en sus laboratorios. Dentro de unasgeneraciones, seremos, con mucha seguridad, capaces de hacer lo mismo con loselementos.

Empezando con el más simple de los elementos, el hidrógeno (un electrón dandovueltas alrededor de un protón), o su isótopo, el deuterio (un electrón alrededor deun núcleo de un protón más un neutrón) podemos «fusionar» átomos para hacerelementos cada vez más pesados. Éste es el proceso que se opera en el Sol, igualque en la bomba H; por diversos medios, cuatro átomos de hidrógeno se combinanpara formar uno de helio, y en esta reacción se desprenden enormes cantidades deenergía. (En la práctica, el tercer elemento de la tabla periódica, el litio, también seemplea). El proceso resulta en extremo difícil de poner en funcionamiento, y aún esmás difícil controlarlo... pero esto sólo en el primer paso podría ser bautizado«química nuclear».

Incluso a más altas presiones y temperaturas que las producidas por lasexplosiones termo-nucleares o las maquinarias de fusión, los átomos de helio secombinarán para formar elementos más pesados; esto es lo que ocurre en losnúcleos de las estrellas. Al principio, estas reacciones sueltan energía adicional,pero cuando llegan a elementos tan pesados como el hierro o el níquel, los cambiosde equilibrio y la energía extra deben ser suministradas para crearlos. Esto esconsecuencia del hecho de que los elementos más pesados tienden a ser inestablesy a separarse con más facilidad que a fundirse. Fabricar elementos es como formaruna columna de ladrillos; la estructura del principio es estable, pero al cabo de pocosiempre está presta a derrumbarse de repente.

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Esto es, claro está, un esquema muy superficial de la síntesis nuclear; unadescripción detallada de lo que sucede al interior de las estrellas puede leerse enLas fronteras de la astronomía, de Fred Hoyle. En esta obra se hallará que lastemperaturas oscilan entre 1.000 y 5.000 millones de grados, y las presiones abillones de atmósferas, lo que hace que esta línea de ataque sea muy pocoprometedora.

Pero hay otros medios de poner en movimiento las reacciones, aparte del calor yla presión. Los químicos hace años que las conocen; emplean la catálisis queprovoca reacciones, o las hace tener lugar a temperaturas más bajas que por otrossistemas. Gran parte de la moderna química industrial se funda en la catálisis (videlos «gatos destructores» de las refinerías de petróleo), y su actual composición sehalla, a menudo, guardada como el mayor de los secretos.

¿Hay catálisis nucleares como las hay químicas? Sí, en el Sol, el carbono y elnitrógeno desempeñan este papel. Puede haber muchas otras catálisis nucleares,sin necesidad de elementos. Entre las legiones de partículas fundamentalesinnominadas que están dejando perplejos a los físicos —los mesones, los positronesy los neutrinos— puede haber entidades que logren llevar la fusión a temperaturasy presiones que podamos manejar. O es factible que haya otros medios muydiferentes de conseguir síntesis nucleares, tan impensadas hoy como el reactor deuranio lo era hace sólo treinta años.

Los mares de este planeta contienen 100.000.000.000.000.000 de toneladas dehidrógeno y 20.000.000.000.000 de toneladas de deuterio. No tardaremos enaprender a utilizar los más simples de todos los átomos para que desprendan unafuerza ilimitada. Más adelante —tal vez mucho más adelante— daremos el pasosiguiente, y construiremos nuestro edificio nuclear con bloques uno encima del otropara crear cualquier elemento que nos plazca. Cuando llegue ese día, el hecho deque el oro, por ejemplo, pueda llegar a ser ligeramente más barato que el plomo,no tendrá particular importancia.

Esto sería suficiente para indicar —aunque no para probar— que nunca debehaber una escasez permanente de materias primas. Aunque la predicción de SirGeorge Darwin (capítulo 8) respecto a que la nuestra podría ser una Edad de Oro encomparación con la enorme miseria de las venideras, puede ser muy cierta. En estepor completo inconcebible Universo podemos no estar nunca faltos de energía omateria. Pero con facilidad sí podemos estarlo de cerebros.

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LA LAMPARA DE ALADINO

Los hombres, al revés de los planetas, no pueden desarrollarse sólo con energíapura y unos cuantos compuestos químicos simples. Ya desde que la entrada delParaíso se le cerró con deprimente totalidad, la raza humana se ha visto obligada auna incesante batalla por el alimento, el refugio y las necesidades materiales de lavida. Más de un millón de años ha durado esta larga lucha contra la Naturaleza, ysólo en las últimas cuatro o cinco de las 50.000 generaciones con que cuenta lahumanidad ha dado señales de aligerarse un tanto la pesada carga.

Los éxitos de la ciencia moderna, y en particular el advenimiento de laproducción en masa y el automatismo son, naturalmente, los responsables de ello;pero incluso estas técnicas no son más que los fundamentos de otros métodosultrarrevolucionarios de manufactura. Puede llegar una época en que los problemasgemelos de la producción y la distribución se solucionen tan por completo que cadahombre, casi literalmente, posea todo lo que le plazca.

Para comprender cómo puede conseguirse esto debemos abandonar todasnuestras ideas presentes sobre los procesos de fabricación y volver a losfundamentos. Cualquier objeto del mundo físico está por completo especificado odescrito por dos factores: su composición y su forma o modelo. Esto resulta obvioen un caso muy simple como un cubo de una pulgada de hierro puro. Las dos frases«hierro puro» y «un cubo de una pulgada» dan una definición completa del objeto,sin que haya más que añadir. (Al menos para una primera aproximación; uningeniero querría conocer las tolerancias dimensionales; un químico, el gradopreciso de pureza; un físico, su composición isotópica.) Con esta breve descripcióncualquiera con el debido equipo y la suficiente habilidad puede hacer una copiaperfecta del objeto especificado.

Esto es cierto, en principio, para objetos mucho más complicados, como aparatosde radio, automóviles o casas. En tales casos es necesario poseer no sólo lasdescripciones verbales, sino los planos o los diseños, o sus equivalentes másmodernos, las pulsaciones almacenadas en magnetófonos. La cinta que controlauna producción automática, en forma de código descifrable, lleva una completadescripción física del objeto que debe ser fabricado. Una vez ha sido hecha la cintamaestra, el acto de creación ha concluido. Lo que sigue es un proceso mecánico derecreación, como imprimir una serie de copias cuando la matriz ya está hecha.

Durante los últimos años, se han producido artefactos cada vez más complicadosde esta manera automática, aunque el coste inicial del equipo (y la habilidad) estan alto que el proceso sólo tiene valor si existe una demanda enorme de copias. Senecesita para ello una maquinaria especializada para producir un objeto de un tipoparticular; una máquina de hacer botellas no puede fabricar cabezas de cilindro.Una producción de líneas por completo generales, capaz de producirlo todo con unsencillo cambio de instrucciones, es inconcebible dada la técnica de hoy día.

Parece inconcebible con cualquier técnica porque muchos (tal vez la mayoría) delos artefactos que empleamos y los materiales que consumimos en la vida diariason tan complicados que es imposible especificarlos con todo detalle. Cualquieraque lo dude debe tratar de reseñar una descripción completa de un traje, un litro deleche o un huevo, de forma que una entidad omnipotente que nunca haya vistoninguno de estos objetos pueda reproducirlos con perfección.

Tal vez podría hacerse en la actualidad la especificación para un traje, si fuesehecho de materia sintética, pero no si lo era de materiales orgánicos como el

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algodón o la seda. El litro de leche es un reto que los biólogos del futuro pueden sercapaces de aceptar, pero mucho me sorprenderé si, en este siglo, tenemos unanálisis completo de todas las grasas, proteínas, sales, vitaminas y Dios sabe quémás, que forma el más completo de todos los alimentos. Y en cuanto al huevo...representa ya un orden mucho más alto de complejidad, tanto en su química comoen su estructura; la mayoría de la gente negaría que haya la menor posibilidad decrear tal objeto, salvo por los métodos tradicionales.

Sin embargo, no debemos desanimarnos. En el Capítulo 7, cuando vimos laposibilidad del transporte instantáneo, consideramos una máquina que pudieraescudriñar átomo por átomo los objetos sólidos para hacer una «reconstrucción»que luego pudiera ser «recordada», bien en el mismo lugar o a distancia. Aunquetal máquina no pueda realizarse, ni remotamente pensar en ella con la técnicaactual, no existe ninguna contradicción o absurdo filosófico, si suponemos que susoperaciones pudieran quedar limitadas a los objetos simples e inanimados. Buenoserá recordar que una cámara ordinaria puede, en una milésima de segundo, haceruna «copia» de un cuadro que contenga millones de detalles. Esto, para un artistade la Edad Media, habría sido un verdadero milagro. La cámara es una máquina depropósitos generales, para reproducir, con un considerable aunque no completogrado de seguridad, cualquier forma de luz, sombra y color.

Hoy día tenemos máquinas que pueden hacer algo mejor, aunque sus nombresno sean aún conocidos del público en general. Los analizadores de neutrones poractivación, los espectrómetros por rayos X e infrarrojos, los cromatógrafos de gaspueden hacer, en cuestión de segundos, análisis detallados de materialescomplejos, análisis con los que los químicos de una generación anterior habríantrabajado en vano durante semanas enteras. Los científicos del futuro poseeráninstrumentos aún más complicados, que pondrán al descubierto todos los secretosde cualquier objeto que se les presente, y automáticamente reconstruirán todas suscaracterísticas. Incluso un objeto de gran complejidad podrá ser totalmenteespecificado con una modesta cantidad de medios recordatorios; podemos poner laNovena Sinfonía en unos pocos metros de cinta, y esto necesita o produce muchamás información o detalle que, por ejemplo, un reloj.

El playback (reproducción), desde el diseño ideal a la realidad física, es más biendifícil de visualizar, pero para mucha gente puede ser una sorpresa saber que ya seha conseguido para ciertas operaciones en pequeña escala. En la nueva técnica dela micro-electrónica, se construyen circuitos sólidos por bombardeo de átomoscontrolados, literalmente capa a capa. Los componentes resultantes son a menudodemasiado pequeños para ser vistos por el ojo (algunos incluso son invisibles bajoel más potente de los microscopios) y el proceso de fabricación está controladoautomáticamente. Quisiera sugerir que esto representa uno de los primerosadelantos hacia el tipo de producción que hemos estado tratando de imaginar. Igualque la cinta taladrada del telar de Jacquard controla el tejido de las más complejasfabricaciones textiles (y lo viene haciendo desde hace 200 años), también algún díapodremos poseer máquinas que podrán formar una urdimbre y trama de tresdimensiones, organizando materia sólida en el espacio desde el átomo para arriba.Pero para intentar el esquema de tales máquinas hoy día tendríamos queimaginarnos los esfuerzos de Leonardo da Vinci (capítulo 7) para construir unsistema de TV.

Saltando ligeramente a través de algunos siglos de intenso desarrollo ydescubrimientos, consideremos cómo operaría el aparato que llamaremosMultiplicador. Consistiría en tres partes básicas, que se podrían denominar almacén,memoria y organizador. El almacén contendría o tendría acceso a todas las materiasprimas. La memoria comprendería las instrucciones recordadas especificando lafabricación (palabra que entonces aún podría ser peor comprendida que hoy día) de

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todos los objetos dentro de las limitaciones de tamaño, masa y complejidad de lamáquina. Dentro de tales límites, podría hacerlo todo, lo mismo que un tocadiscospuede interpretar toda la música envasada que se le presenta. El tamaño físico dela memoria podría ser muy pequeño, aun cuando contuviese una especie debiblioteca bastante capaz para las instrucciones de los objetos más comúnmentenecesitados. Puede pensarse en una especie de catálogo Sears-Roebuck, en el quecada partida indicaría un número codificado que podría ser marcado segúnrequerimientos.

El organizador aplicaría las instrucciones a las materias primas, presentando eltrabajo terminado al mundo exterior, o señalando su fallo si carecía de algúningrediente esencial. Tampoco podría ocurrir esto en ninguna circunstancia, si latransmutación de la materia llega a convertirse en una operación en pequeñaescala, segura, ya que el Multiplicador podría actuar sólo con agua o aire.Empezando con los más simples elementos, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, lamáquina sintetizaría otros más complicados, y luego los organizaría según lasnecesidades. Sería necesario un equilibro por completo delicado y exacto, pues deotra manera el replicador podría producir, como subproducto poco grato, másenergía que una bomba H. Claro que ésta debería ser absorbida en la producción dealgún «residuo» fácilmente disponible, como plomo u oro.

Pese a lo que antes se ha manifestado sobre la enorme dificultad de sintetizarestructuras orgánicas más complejas, es absurdo suponer que las máquinas nopuedan eventualmente crear ningún material formado por células vivas. Cualquieraque aún esté aferrado a esta suposición, debe consultar el Capítulo 8, por qué losartefactos inanimados pueden ser fundamentalmente más eficientes y versátilesque los vivos, aunque en el estado actual de la técnica estamos muy lejos todavíade haber llegado a este grado de perfección. No hay razón para suponer, por lotanto, que el Multiplicador no sería capaz de producir cualquier alimento que loshombres deseasen o imaginasen. La creación de un excelente solomillo no llevaríamás de unos segundos, sin necesitar más materiales que un perno, pero el principiosería el mismo. Si esto parece asombroso, hoy día nadie se sorprende de que untocadiscos de alta fidelidad pueda reproducir una pieza de Stravinsky con la mismafacilidad que un solo golpe de timbal.

El advenimiento del Multiplicador significaría el final de todas las fábricas, yquizá de todo el transporte de materias primas y de todas las granjas. Toda laestructura del comercio y la industria, tal como ahora están organizados, dejaría deexistir. Cada familia podría producir todo lo que necesitara en un momento dado...tal como, por otra parte, ha tenido que hacer durante toda la historia de lahumanidad. La actual era de la maquinaria para la producción en masa se miraríaentonces como un breve interregno entre dos largos períodos de autosuficiencia, yel único cambio valioso serían las matrices o recordatorios que tendrían que serinsertados dentro del Multiplicador para controlar sus creaciones.

Nadie que haya leído hasta aquí, argüirá que el Multiplicador sería tan caro queno podría ser adquirido. El prototipo, cierto es, no costaría menos de1.000.000.000.000 de libras esterlinas durante unos cuantos siglos. El segundomodelo sería gratis, pues el primer trabajo del Multiplicador sería producir otro igualy muchos más. Tal vez sea conveniente señalar que en 1951 el gran matemáticoJohn von Neumann estableció el importante principio de que podría llegar adiseñarse una máquina destinada a construir cualquier máquina describible...incluyéndose a sí misma. La raza humana tiene buenas pruebas de esto más decien mil veces diarias.

Una sociedad basada en el Multiplicador sería tan fundamentalmente distinta dela nuestra que el actual debate entre Capitalismo y Comunismo quedaría sin elmenor significado. La posesión de los materiales sería tan barata como la nada. Los

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pañuelos de seda, tiaras de diamantes, Mona Lisas por completo indistinguibles deloriginal, estolas de visón algo desgastadas, botellas de campaña exquisito a medioconsumir... todo volvería a la tolva cuando no hiciese ya falta. Incluso el mobiliariode las casas del futuro podría cesar de existir cuando no hubiese que usarlo.

A primera vista parece que no haya nada de valor real en esta utopía de infinitariqueza... este mundo más allá del más quimérico sueño de Aladino. Ésta es unareacción superficial como la que podría haberse esperado de un monje del siglo X sise le hubiera dicho que algún día el hombre poseería todos los libros queposiblemente pudiera leer. La invención de la imprenta no ha hecho los librosmenos valiosos, o menos apreciados, porque en la actualidad son la cosa máscorriente, en vez del más raro de los objetos. Ni la música ha perdido su encantoahora que puede ser obtenida tanta como se desee con sólo girar un botón.

Cuando todos los objetos materiales carezcan intrínsecamente de valor, quizásentonces se apreciará un exacto sentido de sus valores. Las obras de arte seránencomiadas por su belleza, no por su rareza. Nada —ninguna «cosa»— sería tandespreciada como la artesanía, la destreza personal, los servicios profesionales. Unode los cargos hechos a menudo contra nuestra cultura es que es materialista. Estoresultará muy irónico si la ciencia nos proporciona un control seguro y absolutosobre la materia universal, de tal forma que sus productos ya no nos tienten porquepodrán ser obtenidos con toda facilidad.

Es en verdad una circunstancia afortunada que el Multiplicador, si alguna vez selogra construir, lo será en un futuro muy lejano, al término de muchas revolucionessociales. Confrontado con él, nuestra cultura se desmoronaría rápidamente,cayendo en un sibarítico hedonismo, seguido de inmediato por el cansancio de lasaciedad absoluta. Algunos cínicos pueden dudar de que cualquier sociedad deseres humanos pudiera ajustarse a una abundancia ilimitada y al término de lamaldición de Adán... maldición que puede no ser más que una bendicióndisimulada.

Sin embargo, en cada edad, unos cuantos hombres han conocido esta libertad yno se han dejado corromper por ella. Al contrario, yo definiría al hombre civilizadocomo el que puede estar ocupado felizmente durante toda su existencia, auncuando no tenga necesidad de trabajar para vivir. Esto significa que el granproblema del futuro es civilizar a la raza humana; pero esto ya es bien sabido.

Por tanto, podemos esperar que algún día nuestra época de fábricas humeantesy atestados almacenes pasará, como el molino de viento y el telar a mano y lamantequera pasaron antes. Y entonces, nuestros descendientes, no teniendo queluchar ya por la posesión, recordarán lo que muchos de nosotros hemos olvidado:que las únicas cosas de este mundo que de verdad importan son los imponderablescomo la belleza y la sabiduría, la risa y el amor.

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HOMBRES INVISIBLES Y OTROS PRODIGIOS

Aunque esta confesión me haga aparecer algo ridículo o atrasado, volviendo a lostiempos de Rintintin o Mary Pickford, para mí uno de los grandes momentos del cinefue cuando Claude Rains se quitaba de la cabeza los vendajes... y dentro de losmismos no había nada. La idea de la invisibilidad, con todos los poderes que ledaría a quien la lograse, es siempre fascinante; sospecho que es uno de los sueñosmás acariciados por la mayoría de los seres humanos. Pero ya hace mucho tiempoque apareció en la ciencia-ficción, debido a que es demasiado ingenua para estaépoca sofisticada. Es una idea procedente de la magia, y hoy en día la magia estápasada de moda.

Pero la invisibilidad no es uno de estos conceptos que envuelva una flagranteviolación de las leyes de la naturaleza; al contrario, hay muchos objetos que nopueden ser vistos. La mayoría de los gases son invisibles; asimismo lo son algunoslíquidos y unos cuantos sólidos, en debidas circunstancias. Nunca he tenido elprivilegio de buscar un gran diamante en un pantano, pero he tenido que buscaruna lente de contacto en un baño, y la lente estaba tan cerca de la invisibilidadcomo yo quisiera conseguirla. La mayoría de nosotros ha visto esas fotos de obrerosque arrastran grandes paneles de vidrio; cuando el vidrio está bien limpio y provistode una capa anti-reflectora, es casi tan imposible de ver como el aire.

Esto proporciona a los escritores de fantasías (y El hombre invisible, de Wells,era una obra de fantasía, no de ciencia-ficción) una fácil salida. Su héroe no tienemás que inventar una droga que le dé al cuerpo las mismas propiedades que elaire, y se tornará invisible. Por desdicha —o por suerte— esto no puede hacerse, yes fácil comprender el porqué.

La transparencia es una de las propiedades menos usuales y la poseen muypocas substancias, debido a la disposición interna de sus átomos. Si sus átomosestuvieran dispuestos de forma diversa, no serían transparentes... y las substanciasdejarían de ser las mismas. No puede cogerse al azar un compuesto y torturarlohasta lograr su transparencia. Y aunque pudiera conseguirse en algún casoparticular, esto no nos ayudaría a lograr el Hombre Invisible, ya que en el cuerpohumano hay miles de millones de complejos compuestos químicos separados eincreíbles. Dudo de que la especie humana dure lo bastante para llegar a recorrertodo el necesario programa de investigación de cada uno de estos componentes.

Además, las propiedades esenciales de muchos compuestos (si no de la mayoría)dependen del hecho de no ser transparentes. Esto resulta obvio en el caso de loscuerpos químicos sensibles a la luz residentes en la parte posterior del ojo humano,y en los que nos apoyamos para ver. Si no pudiesen atrapar la luz, no podríamosver, y si nuestra carne fuese transparente, el ojo sería incapaz de funcionar porquequedaría inundado por la radiación. No se puede construir una cámara fotográficacon cristal transparente.

Menos obvio es el hecho de que miríadas de reacciones bioquímicas sobre lasque la vida se apoya quedarían desequilibradas o paralizadas por completo si lasmoléculas que en las mismas intervienen fuesen transparentes. Un hombre quegracias a las drogas consiguiera la invisibilidad, no sólo sería un ciego, sino quemoriría.

Necesitamos un modo más sutil de abordar el problema, y pueden sugerirsevarias posibilidades. Algunas ya han sido exploradas por la Naturaleza. Si algopuede ser hecho, más pronto o más tarde lo hace. Hay muchas circunstancias en

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que el camuflaje casi es tan bueno como la invisibilidad, e incluso mejor. ¿Por quéacudir al logro genuino y molesto de la invisibilidad, si es posible persuadir a losdemás de que se es otra cosa? La carta robada, de Poe, y El hombre invisible, deChesterton, son interesantes variaciones sobre este tema. En el relato deChesterton, menos conocido, un hombre es asesinado en una casa en la que todoslos observadores juran que no ha entrado.

«—Entonces, ¿quién ha dejado estas huellas en la nieve? —pregunta el padreBrown, con su inefable inocencia. Nadie ha visto al cartero... aunque todos le hayanvisto...»

Muchos insectos y animales terrestres han desarrollado notables poderes decamuflaje, pero su disfraz sólo es eficaz en los sitios debidos; puede ser peor queinútil en los demás. Los mayores maestros del camuflaje, que pueden cambiar suapariencia para casar con el fondo que les rodea, deben buscarse no en la tierra,sino en el mar. Muchos peces poseen un control casi increíble sobre el colorido y lasformas de sus cuerpos, siendo capaces de cambiar de color en pocos segundos,cuando de ello tienen necesidad. Una platija posada sobre un tablero de ajedrezreproducirá el mismo modelo de cuadros blancos y negros en su superficie superior,e incluso está capacitada para hacer una buena demostración en un tartán escocés.

La habilidad para fundirse con el escenario que hay a nuestras espaldas seríauna clase de pseudo-transparencia, pero es obvio que sólo podría engañar a losobservadores que estuvieran mirando desde una sola posición. Con el lenguadotiene éxito porque es liso y trata, de ocultarse de sus enemigos nadando sobreellos. El mismo truco no tendría tanto éxito en el mar abierto, aunque podríaintentarse; he aquí por qué muchos peces muestran colores obscuros en la partesuperior de sus cuerpos, y colores ligeros en la inferior. Esto minimiza su visibilidaddesde arriba y desde abajo. Ningún sistema concebible de óptica o TV podríatransmitir una película del fondo a través de un cuerpo sólido de tal forma queresultara invisible desde más de un número muy limitado de ángulos de visión. Estopuede probarse llevando a cabo —mentalmente— un experimento complicado quenadie puede intentar en la práctica. Es el equivalente electrónico de lo que ellenguado intenta hacer cuando es colocado sobre un tablero de ajedrez.

Imaginemos a un hombre colocado entre dos maderos que sean en realidadgrandes pantallas de TV. También posee dos cámaras, una apuntando al frente y laotra hacia atrás. La cámara que mira adelante lanza una vista a la pantalla dedetrás, y viceversa.

Si los circuitos de TV (¡a todo color!) estuvieran perfectamente ajustados, elhombre sería invisible desde dos puntos de vista, uno directamente detrás suyo, yotro enfrente. Los observadores desde ambos puntos pensarían que se hallabanmirando a un fondo distante, pero parte de éste —la zona que cubriera al hombre—sería una imagen que necesitaría imitar la realidad. El menor cambio del punto devista malograría la ilusión; el cuadro de la TV aparecería demasiado grande odemasiado pequeño, o no casaría con el fondo, procurando un efecto como el de unpanel del cinerama cuando está desencajado.

Es obvio que este tipo de invisibilidad por «transmisión de imagen» sería muylimitado, y creo que sólo ha sido empleado en una novela. Las Amazing Stories de1930 publicaron un cuento describiendo una caja de cristal del tamaño de un ataúdcompuesto de prismas que refractaban el escenario de detrás, y contenía unacavidad interior en la que podía ocultarse un hombre. Quien observara la cajapensaría que estaba mirando a través de una caja de cristal vacía, cuando larealidad es que lo hacía a través de una ocupada. La idea es ingeniosa, y podría darbuenos resultados en pequeña escala, a la conveniencia de los espías y ladrones.Claro que sería imposible transmitir una imagen a través de una caja así, ya que

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aparecería distorsionada a los observadores de los distintos ángulos de visión,distorsión que en este caso debería ser esperada y aceptada. Me permito sugerireste problema a los expertos en óptica, aunque ello no nos ayuda mucho en lainvestigación de la invisibilidad general.

Otro método ficticio de lograr la invisibilidad es por el intermedio de vibraciones.Hoy se sabe mucho más sobre las vibraciones que una generación atrás cuando,con V mayúscula, formaban parte del aprovisionamiento comercial de cualquiermédium o espiritista. La radio, el sonar, los asadores infrarrojos, las lavadorasultrasónicas y lo demás las ha sujetado firmemente a la Tierra, y no esperemos queproduzcan milagros.

La invisibilidad por vibraciones es, sin embargo, poco más plausible que laingenua variedad química preconizada por Wells. Se basa en una analogía familiar;todo el mundo sabe cómo se desvanecen las hojas de un ventilador eléctrico cuandoel aparato está en marcha a gran velocidad. Bueno, supongamos que todos losátomos de nuestro cuerpo pudieran vibrar u oscilar a una frecuencia lo bastantealta...

La analogía, claro está, es engañosa. Nosotros no vemos a través de las hojasdel ventilador, sino por detrás de las mismas; cada momento deja al descubiertoalgo del fondo, y esta persistencia de visión a gran rapidez nos da la impresión deque gozamos de una visión continua. Si las hojas del ventilador se sobreponensiguen siendo opacas sea cual sea la velocidad a la que giren.

Y existe aún otra complicación desafortunada. La vibración significa calor —enefecto es calor— y nuestras moléculas y átomos trabajan ya lo más de prisa quepodemos resistir. Mucho antes de que un hombre lograra la invisibilidad porvibración quedaría cocido.

La situación no resulta muy prometedora; la Capa de Invisibilidad parece ser unaquimera más allá de toda realidad científica. Sin embargo, ahora llegamos a unasorpresa; tal vez hemos abordado el problema desde un ángulo equivocado. Lainvisibilidad objetiva puede ser imposible... pero es posible la invisibilidadsubjetiva, como ha sido públicamente demostrado a menudo.

Un hipnotizador experto puede persuadir a un sujeto de que no ve a ciertapersona, y es tal el poder de la mente humana que el sujeto llegará a extremosextraordinarios para «alejar» de sí al hombre invisible, aunque éste último trate deprobar que se halla presente; el individuo bajo hipnosis puede, eventualmente,tornarse histérico si, por ejemplo, ve lo que él cree que son partes del mobiliariomoviéndose por la habitación.

Esto es casi tan sorprendente como una invisibilidad genuina, y sugiere que enlas debidas circunstancias y bajo las influencias apropiadas (drogas evanescentes,sugestión, diversión de la atención... para no mencionar más que unas ideas) unapersona u objeto podría efectivamente quedar invisible para un gran grupo depersonas que estuvieran seguras de hallarse en la plena posesión de todos sussentidos. Adelanto esta idea con cierta confianza, pero temo que si alguna vez seconsigue la invisibilidad, lo será bajo estas directrices. No se logrará con drogasquímicas, instrumentos ópticos ni vibraciones.

Hay, no obstante, un substituto más que adecuado para la invisibilidad, al menosen ficción. Un hombre invisible podría ser detectado y atrapado de muchasmaneras; no así ¿lo diremos? uno impalpable. Puestos a escoger entre lainvisibilidad y el poder de pasar a través de los muros, sé muy bien lo que lamayoría elegiría.

Varios escritores de ciencia-ficción (sobre todo Will Jenkins, alias MurrayLeinster) han hecho valiosos esfuerzos para sentar sobre bases racionales el asunto

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de la penetración; el argumento es como sigue:

La materia llamada «sólida» es en realidad casi todo el espacio vacío...únicamente puntos de electricidad en un enorme vacío. Los espacios internos de losátomos son, en proporción, tan grandes como los existentes entre los planetas y lasestrellas. Igual que dos sistemas solares, o incluso dos galaxias pueden pasar una através de otra sin que tenga lugar una sola colisión física, así dos sólidos podríaninter-penetrarse, si supiéramos cómo hacerlo.

Más de veinte años atrás, el ingenioso Murray Leinster empleó una analogía quedesde entonces no se ha apartado de mi mente. Dos juegos de cartas pueden serpasados uno a través de otro con pocos apuros y menos resistencia, si semantienen bien paralelos. Mezclémoslos de forma que las cartas apunten en todasdirecciones y ya será imposible. Lo que necesitamos, por tanto, es un campopolarizante que alinee u oriente todos los átomos de un cuerpo; si lo conseguimos,dos sólidos podrán deslizarse uno a través de otro con los juegos de cartasparalelos.

El argumento fue bastante bueno para una historieta de las Astounding Stories,de 1935, pero temo que no llegue a convencer a esta nueva generación. Es ciertoque el sistema solar y las galaxias pueden interpenetrarse sin ninguna colisiónfísica, pero la experiencia deja una marca indeleble en ambos participantes. Aunquelos soles y los planetas que intervienen en la operación se hallen a millones ybillones de millas unos de otros, sus fuerzas gravitacionales les llevarían a órbitaspor completo diferentes. Y cuando dos galaxias chocan, la reacción entre sus tenuesnubes de gas interestelar produce los mayores estallidos de energía que hayanpodido descubrirse jamás en este Universo... explosiones titánicas de fuerza irradiaque hemos podido detectar a diez mil millones de años-luz de distancia.

De igual forma, sí dos objetos pasan uno al través del otro, las fuerzas entre susátomos y moléculas producirían tantos cambios que quedarían alteradas lasmaterias hasta ser irreconocibles. Los gases y los líquidos pueden interpenetrarseporque no tienen (o casi) estructura interna; son amorfos y ningún cambio en ladisposición de sus átomos causa en ellos la menor diferencia. El caos siempre siguesiendo caos por mucho que se lo agite. Pero todos los sólidos poseen una estructurainterna que puede ser muy compleja, y existe al menos en dos niveles:microscópico y molecular. Esta estructura es mantenida por la fuerza eléctrica yotras; si éstas se alteran, el cuerpo se convierte en otra cosa, y el proceso no puedeser cambiado. Cualquiera que lo dude puede tratar de reconstruir un huevo roto; yesto no sería más que un problema muy nimio en comparación con la restauraciónde dos cuerpos sólidos que se hubiesen interpenetrado.

Existe, no obstante, otra ruta posible a través de la materia... una ruta tortuosay sin carteles indicadores, ya que nos lleva a la cuarta dimensión. Hagamos acopiode valor e, ignorando los miedos y gemidos del otro lado, atravesemos este pasotan dudoso.

Todo el ocultismo y la falta de sentido común puede ser apartado del temamediante un sencillo truco de semántica. En este texto, «dimensión» no significamás que «dirección», por lo que emplearemos este último vocablo, que no molestanuestro subconsciente ni alza recuerdos de H. P. Lovecraft, Arthur Machen o laseñora Blavatsky.

Todos sabemos lo que significa «dirección», y es un hecho experimentado que ennuestro mundo normal de cada día cualquier posición o localización puede quedarcompletamente especificada por las tres direcciones, o coordenadas, como lasllaman los matemáticos. Podemos, de manera conveniente aunque por completoarbitraria, etiquetarlas así: la norte-sur, como la «primera dirección»; la este-oeste,«segunda dirección», y la «arriba-abajo», «tercera dirección». Aunque se alterase

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el orden, no tendría importancia con respecto a qué dirección es la primera, lasegunda o la tercera; lo importante es que sólo sean tres. Nadie ha descubiertoningún lugar que no pueda ser alcanzado (en principio, al menos) moviéndose enuna o más de las direcciones primera, segunda o tercera.

Aunque nuestro Universo no consta más que de tres dimensiones, es posibleimaginar que hay más, pero que por alguna razón nuestros sentidos son incapacesde percibirlas. Entonces es concebible una geometría mucho más compleja, o más«alta» o «superior» que la geometría de los sólidos, como ésta lo es mucho másrespecto a la geometría plana. Podemos hablar, aunque no podamos verlo, de lasecuencia de la línea recta en una sola dirección, del cuadrado de dos direcciones,del cubo de tres direcciones... y del hipercubo de cuatro direcciones. Laspropiedades de esta figura son fascinantes y fácilmente comprensibles (sus carasconstan de ocho cubos, como las caras de un cubo constan de seis cuadrados), peroinvestigarlas con ciento detalle sería una argumentación que debo abandonar. Sinembargo, tengo una buena razón para no hacerlo: mi primer contacto con la TV fueuna vívida lectura de veinte minutos sobre sus propiedades, ilustrada con modeloshechos en el hogar. Después de este bautismo de fuego, todos los demásprogramas de la TV han sido juegos de niños.

El mejor modo de tener algunos atisbos de la cuarta dirección es dar un pasohacia abajo por el mundo de las dos direcciones. Es difícil concebir un universoplano en el que la altura no existiera... un mundo plano, como aplastado entre doscapas de vidrio infinitamente juntas una a la otra. Llamémoslo «Flatland»26, y sitenía habitantes racionales, éstos estarían familiarizados con la geometría plana —líneas, círculos, triángulos— pero no estarían capacitados para imaginarseentidades tan increíbles como las esferas, los cubos o las pirámides.

En Flatland, cualquier curva cerrada —por ejemplo, un círculo— encerraría porcompleto un espacio. No se podría penetrar en el mismo más que rompiéndolo openetrando la curva. Los cofres del Banco de Flatland podrían ser simplescuadrados y estar su contenido perfectamente seguro.

Sin embargo, para seres como nosotros, capaces de movernos en la terceradirección (o altura), dichos cofres bancarios estarían por completo al alcance de lamano. No sólo podríamos verlos, sino que lograríamos cogerlos y vaciar sucontenido, izándolos por encima del «muro» y dejándolos caer de nuevo enFlatland, presentándole así a la policía local un problema turbador e impresionante.Una habitación sellada que había sido robada... pero nadie ni nada habíaatravesado sus muros.

La analogía es obvia cuando la extendemos a nuestro Universo. No existiríanespacios cerrados en nuestro mundo tridimensional para un ser capaz de moverseen cuatro direcciones. (Observen que sólo necesitaría viajar la mínima fracción deuna pulgada en esta dirección, igual que nosotros sólo necesitaríamos saltar porencima del espesor de un cabello para pasar sobre los muros de Flatland.) Podríallevarse el contenido de un huevo sin dejar ni un arañazo, no andar a través, sinopasar los muros de una estancia cerrada. Todo ciudadano que eluda las leyes podráimaginarse una interminable serie de posibilidades a cuál más sugestiva.

No creo que carezca de lógica esta argumentación, aun cuando el mismo Flatlandofrezca ciertas dudas al investigar su física. Puede existir una cuarta dirección delespacio aunque sea muy difícil de hallar. (Aquí no debemos preocuparnos por el

26 Para un estudio definido de este interesante universo, consultar la obra clásicaFlatland, de «A. Square» (E. A. Abbott) fácilmente comprensible en El Mundo de lasMatemágicas, de James Newman. Es una fantasía muy entretenida, aunque a losmás modernos lectores el pseudónimo Victoriano del autor les parecerá aún másapropiado de lo que él sonó. (Flatland significa tierra plana.)

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hecho de que el Tiempo a menudo se cita como cuarta dimensión. Sólo estamosexaminando dimensiones espaciales; cualquiera que desee complicarseinnecesariamente la vida a este respecto puede llamar al Tiempo la quintadimensión, para conservarla apartada de la cuarta que estamos estudiando.)

Otra posibilidad es que, aunque no exista en la Naturaleza una cuarta dirección odimensión del espacio, podamos llegar a crearla artificialmente. Después de todo senecesita muy poco: ¡Lo lograría una millonésima de milímetro! Cada vez quegeneramos un campo magnético o eléctrico, inclinamos el espacio en cierta medida.Tal vez algún día seremos capaces de inclinar un trozo del mismo en los ángulosdebidos.

Si se considera que todo esto no es más que mera especulación, sin base real ysin hechos de observación para mantenerla, será cierto en un 99%. Pero deseotomar la cuarta dimensión con un poco más de seriedad de lo que lo he hechodurante muchos años debido a una reciente y alarmante catástrofe nuclear, que hadejado a todo el mundo muy pensativo. Envuelve uno de los conceptos másfundamentales aunque menos observados de la vida diaria... la diferencia entre laderecha y la izquierda.

Por un instante volvamos a Flatland. Imaginemos un rectángulo en aquel mundobidimensional, y presumamos que está cortado en dos alas, al ser dividido endiagonal. (Sugiero que el lector parta en dos una hoja de papel para seguir estademostración. El papel debe ser rectangular, de lados desiguales... no uncuadrado.)

Ahora, las dos alas triangulares del rectángulo dividido son idénticas en todos losaspectos. Esto puede ser probado colocando un pedazo sobre el otro y viendo cómoel superior cubre por completo al de abajo. Los habitantes de Flatland, claro, nopueden llevar a cabo este experimento, dada la naturaleza de su universo, peropueden hacer algo equivalente. Pueden poner señales en los tres ángulos de untriángulo, quitarlo de su sitio, y ver cómo su gemelo ocupa el mismo espacio. Portanto, en todos los aspectos, los triángulos son iguales; o como diría Euclides,congruentes.

(¿Pero qué tiene que ver todo esto con andar a través de las paredes y llevarseunos cuantos «recuerdos» de los cofres de Fort Knox? Paciencia, por favor; no hayuna ruta de fácil éxito, ni siquiera vía cuarta dimensión.)

Al llegar a este punto les daremos algo en qué pensar a los habitantes deFlatland. Levantaremos uno de los triángulos, le daremos la vuelta y volveremos aponerlo en su sitio.

Al momento se podrá ver que ha sucedido algo extraño. Aunque siguen teniendoel mismo tamaño, los dos triángulos ya no tienen la misma longitud. Ahora sonimágenes de un espejo: una diestra y otra siniestra. Nada que los de Flatlandpuedan hacer con ellos les hará ocupar espacios idénticos. Difieren uno del otrocomo un par de zapatos o de guantes, o de tornillos de distinta graduación.Enfrentado ante el milagro de un cuerpo invertido ante el espejo, un habitante deFlatlander bastante inteligente deduciría la única explicación posible: que el objetoha dado una «rotación» a través de un espacio en ángulos rectos para su propiouniverso, la mítica tercera dimensión. De la misma manera, si nos encontramos concasos de cuerpos sólidos convertidos en sus propias imágenes, ello será una pruebade que existe la cuarta dimensión27.

27 H. G. Wells empleó esta idea en La historia Plattner, en la que un hombre queregresa de un viaje a la cuarta dimensión, experimenta la misma confusión que siun cirujano hubiese tenido que operarle. En Error técnico, yo señalé que podíahaber otras complicaciones; un hombre «revertido» podría morir de hambre en

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Algo casi tan malo, o peor, que esto ha ocurrido en la física nuclear, y losteorizantes aún no se han recobrado del impacto. En 1957, una de las leyes másantiguas de la física quedó desbaratada: el principio de la paridad. La misma, enefecto, establece que no hay distinción real entre la izquierda y la derecha, y que encuanto concierne a la Naturaleza tan buena es una como la otra. Durante décadas,el principio ha sido tenido por evidente en sí mismo, porque cualquier otrapresunción parecía absurda.

Bien, ahora se ha descubierto que en algunas reacciones nucleares la Naturalezaes zurda, mientras que en otras es diestra. Esto ofende a todas las ideas de lasimetría y la ordenación de las cosas, y a mí me parece (aunque me estoyprecipitando por un lugar en el cual los ángeles con grado de maestros en cuánticamecánica dudarían antes de visitarlo), que una manera de salvar la situación esinvocar la cuarta dimensión. Ya que entonces, la zurdez y la destreza dejarán demolestarnos, pues serán idénticas. En un universo de cuatro dimensiones ladistinción se desvanece, lo mismo que la paradoja que ahora preocupa a los físicos.El comité del Premio Nobel puede entrar en contacto conmigo a través de miseditores.

En el caso de que alguien crea que los efectos cuatridimensionales en la escalanuclear, si es que existen, serán demasiado pequeños para el uso práctico, deborecordarle que hasta hace poco la fisión del uranio sólo afectaba a unos cuantosátomos, no a toda la raza humana. El principio es lo que importa; el problema de sumagnitud lo dejaremos para más adelante.

Debo admitir que cuando empecé el estudio de la invisibilidad, unas miles depalabras atrás, no tenía idea de que llegaría al terreno de la cuarta dimensión. Peroesto es típico de la ciencia: el abordamiento obvio y directo es a menudo una cosaerrónea; el programa apuntado hacia un objetivo obtiene casi siempre resultadosmuy distintos. Durante siglos los alquimistas mezclaron sin cesar pociones en buscadel oro; no lo consiguieron, pero descubrieron la química. La transmutación de loselementos reside, no en la retorta y el alambique, sino en una ruta que empezó conel plasma brillante de un tubo de vacío. Y llevará a metales más preciosos, y aúnmás mortales, que el oro.

La invisibilidad, la interpenetración de la materia, la cuarta dimensión... sonsueños y fantasías de la ciencia, y hay una abrumadora probabilidad de que así losigan siendo. Pero cosas muy extrañas han ocurrido en el pasado y estánsucediendo ahora. Mientras escribo estas cuartillas, esta habitación y mi cuerpoestán siendo bombardeados por una miríada de partículas que no puedo ver nisentir; algunas van hacia arriba como una galerna silenciosa a través del sólidonúcleo de la misma Tierra. Ante tales maravillas, la incredulidad debe enmudecer, ysería algo muy prudente ser escéptico incluso del escepticismo.

medio de la mayor abundancia, ya que muchos productos químicos orgánicosposeen un espejo simétrico, y podría ser incapaz de digeiír los esencialesingredientes de alimento.

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LA RUTA DE LILIPUT

Cuando se inventó el microscopio a principios del siglo XVII, se reveló a lahumanidad un nuevo orden de la creación. Bajo la capa de lo visible había ununiverso insospechado de seres vivientes, disminuyendo, disminuyendo,disminuyendo hasta una pequeñez inimaginable. Este descubrimiento, llegando almismo tiempo que las revelaciones del telescopio en el extremo opuesto de laescala, hizo pensar a los hombres acerca de la cuestión del tamaño.

Uno de los primeros, y con toda seguridad el más famoso resultado de laimaginación, fue Los viajes de Gulliver. El genio de Swift (inspirado por sus propiasobservaciones de principiante, compró un microscopio para Stella) se volcó sobre elcambio de perspectiva provocado por la magnificación como un medio de sátira, yLiliput y Brobdingnag han pasado a formar parte de nuestro lenguaje corriente.Como también, aunque invariablemente mal escrito, el cuarteto de Swift sobre elmismo tema:

Así — observa el naturalista—, una pulga

tiene pulgas más pequeñas en su botín;

y éstas aún tienen otras más pequeñas que morder,

y así... ad infinitum.

Aunque se descubrió en seguida, para alivio general, que el Brobdingnag deSwift no existía en la Tierra, la más atractiva idea de las diminutas o microscópicasrazas de hombres continuaron fascinando a los escritores. (Es más atractiva, claroestá, porque los gigantes nos asustan, mientras que todos creemos que podemoscontender con los enanos. En realidad, debiera ser al revés). La clásica historietadel micromundo es La lente de diamante, de Fitz James O'Brien, publicada en 1858,cuando el autor contaba poco más de veinte años, con sólo cuatro de vida pordelante de una brillante carrera, ya que murió en la Guerra Civil. La lente dediamante describe lo que tal vez sea el romance más dramático de la literatura; esla tragedia de un microscopista que se enamora de una mujer demasiado pequeñapara ser visible al ojo humano, y que vive en el mundo de una gota de agua.

Escritores posteriores no hallaron obstáculos para el tamaño de susprotagonistas en sus argumentos; inventaron drogas que contraían oexpansionaban a aquéllos según sus deseos o necesidades. La inmortal Alicia fue,tal vez, la primera en gustar una de tales pócimas, que no se halla incluida en lafarmacopea; y ninguna posee las dificultades que debieron de causar para ser tanvívidamente descritas.

La idea del micro —y del sub-micro— mundo recibió una bocanada de vida en1920, cuando la obra de Rutherford y otros descubrió la naturaleza nuclear delátomo. El pensamiento expresado por la cuarteta de Swift revivió con mucho másimpulso. Cada átomo podía ser un sistema solar en miniatura, con electronesdesempeñando el papel de planetas habitados y, al revés, nuestro sistema solarpodía ser tan sólo un átomo en un super-universo.

Este tema fue adoptado con entusiasmo por el prolífico autor de ciencia-ficción,Ray Cummings, que poseía un entrenamiento que muchos colegas le hubieranenvidiado, ya que durante cinco años había sido secretario de Edison. En La jovendel átomo dorado (1919) y otras historias posteriores, Cummings disminuye a untamaño subelectrónico una serie de héroes, pasando con volubilidad sobreproblemas, tales como la navegación por el espacio internuclear y la localización del

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debido átomo (y la debida joven) entre los muchísimos millones de millones demillones de átomos distintos... que existen en unas cuantas onzas de oro.

Recientemente, Hollywood nos ha sorprendido haciendo una buena película sobreel tema de la pequeñez; me refiero a The incredible shrinking man (El increíblehombre encogido), que un 90% de inteligentes aficionados al cine, probablementeaconsejados por su poco afortunado título, decidieron perderse. Lo más increíble delhombre que se encoge (y me figuro que por esto debemos darle las gracias a suautor y guionista, Richard Matheson) era el hecho de ser tan creíble, y la evitacióndel convencional «happy end», ya que tenía un final conmovedor y extrañamenteinspirado. Pero quizás es que soy fácil de contentar; es tan raro hallar un átomo deinteligencia entre los productores de cine cuando se deciden a rodar películas de lasque llaman de ciencia-ficción, que mi gratitud tiende a ser excesiva.

Estas historias de micromundos y de mundos en miniatura plantean doscuestiones distintas: ¿podrían existir tales mundos (no necesariamente en nuestroplaneta), y de ser así, podríamos observarlos o entrar en ellos?

En lo que toca a la primera pregunta opino que puede darse una respuestadefinida, basada en las leyes familiares a todos los ingenieros y biólogos, pero no alos periodistas que gustan de publicar tonterías tales como: «Si una hormiga fuesetan grande como un hombre, podría llevar una carga de diez toneladas». Lo ciertoes que no podría llevarse ni a sí misma.

A cualquier nivel de tamaño, unas cosas son posibles y otras no. Todo el mundode los seres animados con toda su maravillosa riqueza y variedad está dominado ycontrolado por el elemental factor geométrico que establece: si se duplica eltamaño de un objeto, se multiplica cuatro veces su área... y su volumen (y de aquísu peso) ocho veces. De este cálculo matemático surgen extrañas consecuencias.Implica, por ejemplo, que un ratón no puede ser tan grande como un elefante, o unelefante tan pequeño como un ratón... y que un hombre no pueda tener el tamañode ninguno de ambos.

Consideremos el caso del hombre. En realidad, ya es un gigante... uno de losanimales mayores que existen. Esto será una verdadera sorpresa para mucha genteque olvida que los animales más grandes que el hombre podrían escribirse en unahoja de papel, mientras que los más pequeños llenarían volumen tras volumen.

El Homo Sapiens muestra una considerable gama en su tamaño, aunque seanmuy raros los extremos. El hombre más alto que haya vivido nunca ha tenido quizácinco veces la estatura del más pequeño, pero habría que buscar entre un millón decasos para hallar una proporción de cuatro a uno... a menos que nos dirijamos a uncirco donde exhiban a la vez a un gigante y a un enano. Y de hacerlo, posiblementeveríamos que los dos son seres desdichados y enfermos, con muy pocasoportunidades de alcanzar el límite normal de una existencia.

El cuerpo humano es una pieza de arquitectura dispuesta para actuar de la mejormanera posible, dando el máximo rendimiento con una estatura de 1'5 a 1'80metros. Doblemos su estatura y hallaremos que pesa ocho veces más, mientras quelos huesos que sostienen el cuerpo han visto aumentada su área en sólo cuatroveces. Por lo tanto, la fatiga que pesa sobre los mismos se doblaría en intensidad;un gigante de 3,5 metros es posible, pero se estaría rompiendo continuamente sushuesos, y tendría que tener mucha precaución al moverse. Para hacer una versiónde 3,5 metros del Homo Sapiens, práctica, sería preciso hacer un nuevo boceto y noaumentar el existente. Las piernas, proporcionalmente, tendrían que ser muchomás gruesas, como lo demuestra el caso del elefante. El caballo y el elefante tienenel mismo boceto cuadrúpedo, ¡pero comparemos el grosor relativo de sus patas! Elelefante debe de llegar casi al límite sensible de tamaño para un animal terrestre;éste fue alcanzado (si no excedido) por el brontosaurio de cuarenta toneladas, y el

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más grande de todos los mamíferos, el increíble rinoceronte Baluchitherium, que depie medía 5'5 metros de altura. (La cabeza de una jirafa sólo mide 4'80 metrosdesde el suelo.)

Más allá de este tamaño, ninguna estructura de carne y huesos podríasostenerse contra la gravedad; si existen verdaderos gigantes será en otro lugar delUniverso, sus huesos estarán hechos de metal, lo cual planteará varios problemasdifíciles a la bioquímica. O tendrán que vivir en mundos de muy baja gravedad,posiblemente en el mismo espacio, donde el peso deja de existir. Una de lascuestiones más interesantes de la zoología extraterrestre es si la vida puedeadaptarse al espacio por un proceso puramente evolucionista. Casi todos losbiólogos exclamarían:

—¡Ciertamente, no! —pero creo que es poco prudente desdeñar a la Naturalezaen nuestro presente grado de ignorancia.

En la dirección de la pequeñez, los problemas que se plantean no son tan obvios,aunque sí son por igual fundamentales. A primera vista no parece existir ningunarazón de por qué no puede existir un hombre de 30 cm de altura. Hay muchosmamíferos de este tamaño, basados incluso en el mismo boceto general; porejemplo, algunos monos de los más pequeños son como hombrecitos, en realidad.

Sin embargo, un examen más minucioso revela que sus proporciones son porcompleto distintas, y sus miembros mucho más finos que los del hombre. Así comoun hombre alargado a una altura de 6 metros sería impracticablemente frágil y sinfuerza bajo su peso, al revés, uno disminuido a la estatura de 30 cm seríarechoncho y supermusculado. Los animales pequeños necesitan miembros muchomenores, como lo demuestran con patetismo los insectos con sus tenues patas yalitas. Cuando el increíble hombre que se encoge empezó a medir su altura pormilímetros sus músculos super-forzudos le hubieran desgarrado en pedazos.

Pero ya mucho antes las cosas le habrían ido tan mal en su interior que habríamuerto por una docena de causas distintas. Todo el elaborado mecanismo de sucuerpo —respiración, circulación sanguínea, control de la temperatura, para noseñalar sino las más obvias— le habrían fallado. Al llegar a una décima parte de sutamaño original, el ISM28 tendría una milésima de su peso inicial. (No nos interesasaber a dónde se ha ido el 99,9% restante; de poseerlo aún, sería cincuenta vecesmás denso que el platino y ya ha caído al suelo). Sin embargo el área de lasuperficie de sus pulmones, las paredes del estómago, las secciones de sus venas yarterias, todo ha disminuido no en la proporción de mil, sino de ciento. Todo sumetabolismo avanzaría diez veces la anterior proporción por unidad de masa;probablemente moriría por ataque cardíaco provocado por una superproducción deenergía.

Esta argumentación puede ser seguida a la misma reductio ad absurdumconclusión para cada una de las funciones corporales, dejando muy claro que aunde existir un hombre que se contrajera o se expansionase, sería un incapacitado yse vería asesinado por un modesto cambio de escala de proporciones29. No hay lamenor probabilidad de que un hombre sea capaz de rondar a las hormigas-guerreros a través de la jungla de la hierba, y aún menos de casarse con unaprincesa en un átomo dorado.

Habiendo dejado esto bien sentado, me gustaría añadir una ligera reserva. Puedecitarse un caso para demostrar que el hombre es considerablemente mayor de lo

28 Iniciales de El increíble hombre que se encoge, en inglés.29 Se hallará todo un tratado sobre este tema en On being the iíght size, de J. B. S.Haldane, y en On magnitude, de D'Arcy Thompson, ambas en el volumen núm. 2 deEl Mundo de las Matemáticas, de James Newman.

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que necesita ser. Y la fuerza física y el tamaño que por necesidad le acompañancada vez serán menos necesarios en el futuro. Al contrario, el tamaño será unobstáculo —sobre todo en los reducidos habitáculos de los vehículos espaciales— yse ha sugerido ya seriamente que un modo de detener las futuras escaseces decomida y materias primas es criar gente pequeña. Incluso un 10% de reducción enla estatura media de la raza humana produciría considerables efectos, ya que lagente más pequeña necesita casas menores, y menores coches, muebles,vestidos... todo en la misma proporción.

Nadie sería un enano, claro está, si todo el mundo tuviera tres pies de estatura,y el mundo podría mantener confortablemente dos veces su actual población. Pocosfuturos, sin embargo, parecen menos probables que éste, ya que gracias a unamejor alimentación y cuidados médicos, los hombres tienden a desarrollarse en vezde encoger. (Los graduados de Harvard, admitiendo a una clase privilegiada, hanganado 25 milímetros por generación... asombrosa proporción que sugiere que porel año 3.000 se hallarán en un verdadero apuro.) Sólo una dictadura mundialantirreglamentaria y todopoderosa podría cambiar esta marcha; los dictadoressiempre son personas de poca talla, y podemos figurarnos algún futuro Hitler oMussolini decididos a eliminar su complejo de inferioridad haciendo que sussúbditos sean más pequeños que ellos... aunque ello casi no daría ningún resultadopráctico durante su existencia.

Aunque las criaturas animadas no puedan ser como el hombre, y ningún hombrepudiera continuar funcionando si drásticamente se redujera su tamaño, esto noimpide que haya la posibilidad de que seres en extremo pequeños, perointeligentes, puedan existir caso de ser concebidos según los modelos no-humanos.Alterando sus bocetos, la Naturaleza puede administrar, en un grado considerable,las limitaciones impuestas por el cambio de escala. Consideremos, por ejemplo, ladiferencia entre el albatros y el mosquito más pequeño, escasamente visible al ojohumano. Ambos son seres aéreos que vuelan moviendo sus alas... y aquí cesa todasemejanza. Cualquiera que sólo conociera el mosquito consideraría el caso muyconvincente para la imposibilidad del albatros... y viceversa. Sin embargo, ambosexisten, y ambos vuelan, aunque uno pesa mil millones de veces más que el otro.Representan los dos extremos del espectro evolucionista, cuando los recursos de losmateriales y mecanismos biológicos han sido distendidos hasta el límite. Ningúnpájaro mayor que el albatros podría volar; como lo demuestra el avestruz y losgigantescos animales de la prehistoria, terribles como el dinosaurio. Ningún insectomás pequeño que el mosquito podría controlar sus movimientos en el aire; aunquepueda flotar como los seres que forman el plancton de los mares, a merced de lacorriente, no podría volar.

Incluso un bosquejo nuevo permite solamente una limitada, y no indefinida,reducción del tamaño. Antes o después, nos hallaremos ante el hecho de que loselementos básicos estructurales de los seres vivientes —los cánones biológicos— nopueden hacerse menores de lo que ya son. Todos los animales están formados decélulas, y éstas tienen todas el mismo tamaño. Las de un elefante no son más quedos veces mayores que las de un ratón.

Es como si todos los seres vivos fuesen como casas, construidas con ladrillos quevariasen muy poco de tamaño entre sí. De esto se sigue, por tanto, que losanimales muy pequeños también deben ser animales muy simples, porque nopueden contener más que un número reducido de componentes. No puedeconstruirse una casa de muñecas con ladrillos normales.

La inteligencia, sea lo que sea, es al menos parcialmente una consecuencia de lacomplejidad celular. Los cerebros pequeños no pueden ser tan complejos como losgrandes porque contienen pocas células. Podemos imaginarnos el cerebro humanodando todavía un buen rendimiento a la mitad de su tamaño actual... pero no

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reducido a una décima parte. Si en los planetas con potentes campos de gravedadlos seres vivos están reducidos a una estatura de pocos milímetros, no pueden serinteligentes, a menos que equilibren su peso perdido incrementando su área, paradarle a su cerebro un adecuado volumen. Podría haber animales como muñecos enmundos de 50 G, pero algo que fuese capaz de pensar racionalmente no pareceríaun hombrecillo, sino un buñuelo.

No sólo la inteligencia, sino la misma vida es imposible cuando se siguedescendiendo por la escala del tamaño. Sólo más allá del límite del microscopio dehoy, hace su aparición la esencial granularidad de la Naturaleza. Mientras la célulaes la base edificadora de todos los seres vivos, los átomos y las moléculas lo son dela célula. Algunas minúsculas bacterias no son más que un conjunto de unas pocasmoléculas: los virus, que marcan la frontera entre la vida y la no-vida, son aún máspequeños. Pero ninguna casa puede ser más pequeña que un ladrillo, nada que vivapuede ser menor que una sola molécula de proteína, que es la base química de lavida. Las proteínas mayores miden una millonésima de centímetro de longitud; éstaes una cifra redonda muy fácil de recordar, como el último mojón en la ruta cuestaabajo del mundo de la existencia.

Aunque es concebible que en otros planetas pueden existir tipos de organismosmás eficientes (incluso es inmodesto presumir lo contrario) parece muy improbableque logren ser tan eficientes que lleguen a poder alterar estas conclusiones.Podemos, por lo tanto, rechazar estas ingeniosas historias de enanas (inclusomicroscópicas) naves espaciales, como pura fantasía. Si nos sentimos molestos porel continuo zumbido de un extraño objeto metálico que parece un escarabajo, esque se trata de un escarabajo.

No se puede decir mucho sobre las teorías del sub-Universo y la sugerencia deque los átomos puedan ser sistemas solares en miniatura. Las novelas basadas eneste tema están ya virtualmente agotadas; quedaron barridas cuando se descubrióque los electrones se conducían de una manera menos planetaria, siendo ondas enun momento y partículas en el siguiente. El átomo tan agradable y fácilmentepintado por Rutherford-Bohr duró unos cuantos años, e incluso en este modelo loselectrones habrían estado saltando con vertiginosidad de órbita a órbita, lo quehabría resultado muy incómodo para sus habitantes. La mecánica de las ondas, elPrincipio de Incertidumbre y la detección de partículas tan asombrosas como losmesones y los neutrinos sentaron bien claro que los átomos no son sistemassolares, ni nada que la mente humana hubiera imaginado con anterioridad.

Puedo mencionar, encogiéndome ligeramente de hombros, que en las AmazingStories, desde 1932-35, un tal J. W. Skidmore escribió una serie de cuentos sobreun romance subatómico entre un electrón, Nega, y un protón, Posi. No puedocomprender cómo un autor en el pleno disfrute de sus facultades pudo pergeñarmás de cinco relatos (ni uno siquiera) sobre tal tema; su éxito debe juzgarse delhecho de que aunque leí toda la serie de Posi y Nega en la época de su publicación,no he podido jamás recordar si el chico eventualmente encuentra a la chica y, si esasí, qué más sucede. El asunto empieza a atormentarme, pero me hallo a 10.000millas de la biblioteca del Congreso y no puedo hacer nada.

Casi de modo invariable, los relatos de universos microcósmicos ignoraron elhecho de que un cambio de tamaño siempre trae consigo un cambio en laproporción del tiempo. Las pequeñas criaturas viven vidas cortas y activas; para lospájaros y las moscas, nosotros debemos de ser seres que se mueven muy despacio.Si recurrimos al caso límite del átomo y suponemos que los electrones en susórbitas son en efecto mundos en sí mismos, deben de tener unos «años»fantásticamente cortos. En el modelo del átomo de hidrógeno de Rutheford-Bohr, elúnico electrón orbital efectúa cada segundo un billón de revoluciones alrededor delnúcleo. Si esto corresponde al año de 88 días de Mercurio, el planeta más interior

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de nuestro sistema solar, significaría que el tiempo en el átomo de hidrógeno pasaunos 10.000 trillones de veces más de prisa que en nuestro macroscópico Universo.

Ningún héroe de ciencia-ficción, por tanto, podría hacer dos visitas al mismomundo subatómico. Si regresase a su propio universo sólo por una hora, y volvieraal átomo, encontraría que en él han pasado cientos de miles de millones de años. Y,al revés, todo viaje alrededor del micro-mundo sería casi instantáneo en nuestrotiempo; de otro modo, el viajero moriría de vejez entre los átomos. Recuerdo unrelato en que un científico envía a su hija y a su ayudante a una breve visita aluniverso subatómico, y queda desconcertado al tener que dar la bienvenida a varioscentenares de tataranietos un par de minutos más tarde; incluso así, temo que elautor, aunque estaba en la buena línea, subestimó grandemente la magnitud delproblema. No sería cuestión de unas cuantas generaciones humanas... sino laexistencia de muchos soles.

El Tiempo puede ser un obstáculo mucho menos condescendiente que el Espacio;esto será cierto sobre todo si descubrimos alguna vez e intentamos comunicarnoscon entidades en extremo inteligentes. Cierto número de autores ha explotado estaidea, que no se halla en conflicto con mis primeras observaciones sobre laimposibilidad de los gigantes. Entonces me refería a espacios planetarios... y puedehaber seres más grandes que los planetas.

Un escritor que trató este tema fue Fred Hoyle, y sea cual sea el punto de vistaque tome el profesor Hoyle en su cosmología, nadie duda de que conoce su física.En La nube negra describió, con gran plausibilidad y convicción, un invasor gaseosodesde el espacio interestelar, de unos cien millones de millas de diámetro... algo asícomo una clase de cometa inteligente.

Aun cuando los «pensamientos» de una criatura así fuesen propagados porondas de radio, como sugirió Hoyle, se tardarían diez minutos para que un soloimpulso viajase de un extremo al otro. Un impulso nervioso puede viajar a travésdel cerebro humano en unas milésimas de segundo, por lo que las operacionesmentales referentes a toda la Nube Negra tardarían en realizarse tal vez un millónde veces más de tiempo que los de una mente humana. Creo que nos cansaríamosaguardando sus respuestas; una corta frase tardaría un par de meses en serenviada.

Sin embargo, la Nube Negra podría hablarnos a nuestra velocidad, o incluso conla rapidez de los más veloces teletipos, si dedicase una mínima y localizada fracciónde sí misma a ocuparse de problema tan trivial. En tal caso, no podríamos esperarponernos en comunicación con ella como un todo, como una hormiga no puedeafirmar estar en contacto con un hombre porque su dedo se haya estirado al pasearella sobre el pie.

Éstos son pensamientos más bien humildes, pero no creo que sean por necesidadfantásticos. Si consideramos el átomo veremos, unas cuantas magnitudes pordebajo de nosotros, primero el fin de la inteligencia y luego el término de la vida.No existe tal final en la otra dirección, ni nosotros tenemos aún el menor atisbo denuestra posición en la jerarquía del Universo. Puede haber intelectos entre lasestrellas tan vastas como mundos, o soles... o sistemas solares. Por otra parte, todala galaxia, como sugirió hace mucho tiempo Olaf Stapledon, puede irdesarrollándose o progresando hacia la conciencia, si es que ya no lo ha hecho.Después de todo, contiene diez veces tantos soles como células tiene el cerebrohumano.

La ruta a Liliput es corta y a nada conduce. Pero la ruta de Brobdingnag es otracosa; de su longitud sólo acertamos a divisar un mínimo trecho, a medida queserpentea entre las estrellas, y no podemos sospechar qué extraños viajeros lasiguen. Sería bueno para la paz de nuestra mente que nunca lo supiéramos.

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VOCES DEL CIELO

En los cercanos días de 1958, una voz humana habló por primera vez desde elespacio. Fue el presidente de los Estados Unidos, radiando un mensaje de Navidadal mundo. Sin embargo, aquel amable saludo desde el satélite Atlas en órbita,saltando por encima de todas las barreras geográficas y de nacionalidad, fue unsonido especial como ninguno en la historia de la humanidad. Marcó el alba de unanueva era en las comunicaciones, que transformará las líneas de cultura, depolítica, de economía e incluso de lenguaje, de nuestro mundo.

Resulta bastante sencillo demostrar esto lógicamente —como espero hacerlo—,pero es muy difícil comprender su pleno significado. Tan maravillosas son en laactualidad las técnicas de comunicación, tan integradas dentro de la fábrica denuestra sociedad, que olvidamos sus grandes limitaciones, y hallamos difícilimaginar cualquier mejora substancial. Somos como los primeros Victorianos que noapreciaron la valía del telégrafo eléctrico; los semáforos o los faros siempre habíansido bastante buenos para quienes deseaban algo más rápido que el correo...

Podemos reírnos ante esta actitud, aunque, pese a toda nuestra habilidad paracaptar desde el aire el sonido y la visión, escasamente hemos salido de la edad deltelégrafo morse. Dentro de unos años los satélites de comunicaciones harán quenuestras actuales facilidades nos parezcan tan anticuadas como las señales dehumo de los indios sioux, y nosotros mismos tan ciegos y sordos como nuestrosabuelos antes del descubrimiento del tubo electrónico.

Todas estas revolucionarias consecuencias proceden de un hecho tan simple yobvio que casi se duda en mencionarlo. Las ondas de radio que ahora son nuestrosprincipales transmisores, viajan, en línea recta, como la misma luz. Pero el mundo,por desgracia, es redondo.

Sólo el curioso accidente de que la Tierra se halle rodeada de una capa reflectora—la ionosfera— torna posibles las ondas de radio a larga distancia. Este espejoinvisible del firmamento refleja las ondas de radio en las bandas de onda corta,pero su actuación es bastante limitada y no funciona en absoluto sobre las ondasmuy cortas. Éstas se propagan en línea recta a través de la capa reflectora,escapándose al espacio, por lo que no pueden ser empleadas para comunicacionesa larga distancia. (Larga distancia para los tipos terrestres. Sirven muy bien parahablar con los planetas y las naves espaciales..

La televisión es la más afectada por este estado de cosas. Por razones técnicas,la TV está confinada a las ondas muy cortas —extracortas— precisamente las queno son reflejadas a la Tierra. Los programas de TV salen, sin desviarse, al espacio;podrían ser captadas muy bien en la Luna, pero no en el país vecino.

Éste es el motivo por el que centenares de estaciones de TV son necesarias paracubrir grandes zonas como Europa o los Estados Unidos. Peor aún, es imposible queatraviesen el océano; el mar es un obstáculo tan invencible para la TV como lo fuepara la voz humana antes de inventar la radio. Intercambiar programas de TV entreEuropa y América requeriría una serie de islotes electrónicos en cadena, o tal vezcincuenta buques puestos en línea a través del Atlántico, pasando las señales deuno a otro. Y no es ésta ninguna solución práctica.

Hay una respuesta más simple. Una estación relevo hará el trabajo... si estásituada en un satélite a unos cuantos miles de millas sobre la Tierra. Todo lo que senecesitaría es un receptor para captar las señales de un continente, y un transmisorpara radiarlas a otro.

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Pero la TV transatlática está en sus modestos inicios. Si el satélite relevoestuviera lo bastante lejos —unas 10.000 millas— su radiación llegaría a mediomundo. Y dos o tres satélites iguales, espaciados simétricamente alrededor denuestro planeta, podrían proporcionar programas de TV de polo a polo. Las señalesclaras y diáfanas procedentes del cielo, sin interferencias de fondo y sin ecosfantasmagóricos captados por reflexión desde los edificios próximos, permitiríanuna cualidad de la imagen muy superior a la que tenemos que tolerar en laactualidad.

Quizá me será permitido al llegar aquí lo que ha sido llamado la modesta tos delpoeta menor. Según mis mejores conocimientos, el uso de satélites artificiales paraprocurar una TV global fue propuesta la primera vez por mí mismo en octubre de1945, en la revista Mundo Inalámbrico, de la radio inglesa. El artículo, queostentaba el título restallante de Relevos extra-terrestres, preveía el empleo de tressatélites a 22.000 millas sobre el Ecuador. A esta altura, un satélite tardaexactamente veinticuatro horas en completar su órbita, con lo que quedaría fijosobre un mismo sitio de la Tierra, para siempre. Las leyes de la mecánica celestepueden proporcionarnos con ello el equivalente de invisibles torres de TV de 22.000millas de altura. Mientras escribo las presentes palabras, se están haciendopreparativos en la «Hughes Aircraft Company» y en el ejército de los EstadosUnidos para lanzar satélites de comunicaciones en órbita de 24 horas30.

A primera vista, la TV global parece que no sea una fuerza capaz de revolucionarnuestra civilización. Miremos, por tanto, con más detalle las consecuencias de ello.

En pocos años, toda nación de categoría será capaz de establecer (o alquilar) supropio sitio del espacio para su radio y sus transmisores de TV, y estará capacitadapara radiar a todo el planeta programas de verdadera calidad. No habrá escasez delongitud de onda, como la hay ahora incluso para los servicios locales. Una de lasventajas incidentales del satélite televisor es que podrá aprovechar nuevas bandasdel espectro de la radio, proporcionando «éter espacial» para al menos un millón decanales de TV simultáneos, o un billón de circuitos de radio.

Esto significará el final de todas las barreras que obstaculizan el sonido y lavisión, a la vez. Los neoyorquinos y los londinenses podrán sintonizar Moscú o Pekíncon la misma facilidad que su estación local. Y, claro está, viceversa.

Pensemos lo que esto significará. Hasta hoy, incluso la radio ha sido limitada,salvo la onda corta que ha tenido que captarse soportando los ruidos, gemidos ysiseos de la ionósfera. Pero ahora el gran camino del éter nos abre las puertas delancho mundo, y todos los hombres seremos vecinos prácticamente... tanto si nosgusta como si no. Será imposible toda clase de censura política o de otro estilo;obstruir las señales que vienen del cielo es más difícil casi que bloquear la luz de lasestrellas. Los rusos no podrían hacer nada para impedir que su pueblo viese elmodo de vida americana; por otra parte, las agencias de Madison Avenue y losComités de Vigilancia estarían igualmente preocupados, aunque por diferentesrazones, al contemplar los telerreportajes sin inhibiciones desde Montmartre...

Esta libertad de comunicaciones tendrá su magnífico impacto en la cultura, lapolítica y el clima moral de nuestro planeta. Es tan peligroso como prometedor. Sialguien lo duda, que considere la siguiente extrapolación por completo desprovistade imaginación y fantasía, que podría titularse: Cómo conquistar el mundo sin quenadie se dé cuenta.

En 1970 la URSS habrá establecido sobre Asia el primer satélite «enlace» de TV

30 En efecto, hasta la fecha —después del pionero «Telstar»— los satélites de TVtipo «Syncom» y «Relay» han iniciado, con bastante éxito, las primerasexperiencias en la órbita de 24 horas. — (N. del E.)

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de alta potencia, radiando en varias lenguas, por lo que más de mil millones deseres humanos podrán comprender los programas. Al mismo tiempo, una campañade ventas bien organizada con demostraciones permitirá a los rusos inundar elOriente con receptores provistos de transistores. No habrá un poblado que no puedaadquirir uno, y a Rusia no le costará prácticamente nada; incluso le dejará unpequeño beneficio en su favor...

Y así, millones de personas que no habrán aprendido a leer, que jamás habránvisto una película, que carecerán de distracciones reales, caerán bajo la influenciahipnótica que incluso las naciones más educadas no han logrado resistir. Buenentretenimiento, rápido (si es dirigido) informador de noticias, lecciones en lenguarusa, programas culturales del tipo «Hazlo por Ti Mismo», útiles para comunidadesretrasadas, programas de concursos en que los primeros premios serán viajes a laUnión Soviética... hace falta poca imaginación para ver la muestra. Con pocos añosde diestra propaganda, las naciones desconfiadas se tornarían crédulas31.

Puede no ser una exageración afirmar que la prioridad en establecer el sistemade comunicación por satélites puede determinar si, dentro de cincuenta años, elruso o el inglés será el principal idioma de la humanidad. El satélite de TV es másimportante que los cohetes balísticos, y la TV intercontinental puede ser la últimaarma.

Pero dejemos aparte los aspectos políticos de los satélites de la TV y estudiemoscon más detalle sus efectos domésticos. Uno será excelente; ya nos parece estarviendo la desaparición de todas las antenas que han arruinado las techumbres denuestras ciudades y hecho burla de la arquitectura de los últimos años. Las antenasdel futuro serán pequeñas salseras limpias o sistemas de lentes como los familiaresradio-telescopios. En tanto permanezcan sobre sus espaldas, apuntando al cielo,podrán ser alojadas en buhardillas o áticos, y no necesitarán balanceantes torrespara sostenerlas erectas. Este dividendo estético, aunque pequeño, no es para sermenospreciado.

El efecto, el contenido cultural de nuestros programas de radio y TV locales,cuando tuvieran que enfrentarse con la competencia directa de todo el mundo, estema que se presta a grandes especulaciones. Algunos cínicos sostienen que elsistema de TV vía satélite es el mejor argumento contra los viajes espaciales; seestremecen ante la idea de cientos de «westerns» simultáneos y miles de discos derock y de twist, Sin embargo, la abundancia de canales disponibles, capaz cada unode estar al alcance de la raza humana, hará posibles los servicios de una calidad ynaturaleza especializada, por completo fuera de cuestión hoy en día. Con todaprobabilidad, hay suficientes televidentes en la Tierra para lograr que los canales noden más que obras griegas, discursos de lógica simbolista, o partidas decampeonato de ajedrez, y que económicamente salgan bien parados.

Muchos van más lejos, con cierta mirada malévola, ante los efectos de lacompetencia exterior sobre los programas comerciales. Al menos, 100.000.000 de

31 Puedo añadir una interesante nota. Mientras dirigía una discusión parcial en elNew York Coliseum, en octubre de 1961, como parte del Informe para la nación delos vuelos espaciales, de la American Rocket Society, señalé que sería una ideaexcelente que los Estados Unidos establecieran un sistema global de TV a fin detransmitir a todas las naciones los Juegos Olímpicos de 1964. Al día siguiente, estasugerencia (no sé por quién) había sido pasada al entonces vicepresidente Johnson,que estaba hablando en el banquete del Waldorf Astoria que clausuraba losprocedimientos. El vicepresidente quedó tan impresionado con la idea que la incluyóen su discurso, preparado con antelación; y ahora quiero hacer una pequeñaapuesta, asegurando que habrá pocas ciudades del mundo que no sintonicen conTokio en 1964. (N. del A.)

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subprivilegiados americanos no han conocido nunca las alegrías de la radio o la TVsin anuncios; son como los lectores que ya se han reconciliado con la idea de que laquinta página de cada guión consiste en avisos sobre lo que no les está permitidoomitir. Si los rusos son lo bastante diestros para aprovecharse de su oportunidad,pueden obtener un vasto auditorio por el solo hecho de omitir los anuncios de lamejor sopa o el recomendado laxante.

El advenimiento de la TV y la radio globales terminará, para mal o para bien, conel aislamiento cultural y político que aún existe en todo el mundo, salvo en lasgrandes ciudades. Para quien ha viajado bastante como yo por los Estados Unidos,es una enorme sorpresa el vacío intelectual en que queda uno hundido tan prontocomo abandona Nueva York, San Francisco, Boston, Chicago, y algunos otros oasis.Esto debe aplicarse tanto a los periódicos como a la radio y a la TV; cuántas veceshe perdido horas en sitios como Skunksville, Ugh., buscando un ejemplar del NewYork Times para enterarme de lo que estaba sucediendo en el planeta Tierra. Y enlo que atañe a las ondas del éter, hay pocas experiencias más desalentadoras queuna carrera por las bandas de la radio en el Deep South, sobre todo un domingo porla mañana. En Inglaterra, al menos, no se está nunca lejos de la civilización (porejemplo, con el tercer programa de la B.B.C.).

La abolición de todas las barreras para el libre intercambio intelectual y culturalcompletaría la revolución empezada con el automóvil hace medio siglo, continuadatímidamente con la electrónica de corto alcance actual. Significaría el eventual finalde la mentalidad limitada, de pequeña ciudad, que, es cierto, posee su encanto(sobre todo para los novelistas nostálgicos, y más aún a cierta distancia). Cuandotodos los hombres —estén donde estén— tengan igual acceso a la misma red decomunicaciones, serán inevitablemente Ciudadanos del Mundo, y uno de losgrandes problemas del futuro será la preservación de las características regionalesde valor e interés. Existe un grave peligro de carácter global; los baches de laherencia cultural del hombre no deben ser rellenados al precio de demoler los picos.

El sistema de comunicación universal causará un profundo impacto sobre ellenguaje. Como ya he sugerido, llevará a una sola lengua dominante, no siendo lasrestantes más que meros dialectos. Probablemente, quedarán dos o tres lenguas entodo el planeta; a este respecto, Suiza puede ser el prototipo del mundo demañana. Por muy alto que lleguemos sobre la Tierra, al menos no se abatirá sobrenosotros la maldición que cayó sobre los constructores de la torre de Babel.

Todo esto que se ha descrito con extensión, hasta su último desarrollo, resultaráde la aplicación de técnicas ya existentes en la actualidad, sólo con hacer másancho el mundo gracias al establecimiento de los satélites televisores. Ahora es elmomento de considerar algunos de los servicios por completo nuevos que seránhacederos, si es que deseamos explotarlos.

El más obvio es el transistor personal, tan pequeño y condensado que todo elmundo podrá llevarlo con la misma facilidad que un reloj de pulsera. Éste, claroestá, es un viejo sueño, y quien dude de su realización es que no está enterado delos logros conseguidos por la electrónica. Los receptores de radio pueden yaconstruirse tan pequeños que hacen que los transistores portátiles parezcan tener eltamaño de los modelos de 1925. El más pequeño revelado por los expertos enmicrominiaturismo, tiene el tamaño de un terrón de azúcar.

Sin entrar en detalles técnicos (de gran interés para quienes pueden haberpensado ya todas las respuestas) llegará un momento en que seremos capaces dellamar a una persona desde cualquier lugar de la Tierra, sólo marcando un número.El sujeto será localizado automáticamente, tanto si se halla en medio del océanocomo en el centro de una gran ciudad, o cruzando el Sahara. Esta sola máquinapuede cambiar la pauta de la sociedad y el comercio como su primitivo antecesor, el

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teléfono, ya lo hizo.

Son obvios sus peligros y desventajas; no hay inventos por completo benéficos.Sin embargo, hay que pensar en las innumerables vidas que salvaría, las tragediasy quebrantos que remediaría. (Recordemos lo que el teléfono ha significado entodas partes para la soledad del hombre).

Nadie se perdería, ya que podría añadirse al receptor un artilugio sencillo parahallar la posición y la dirección, basado en el principio de ayuda del radar denavegación de hoy en día. Y en caso de peligro o accidente, la ayuda podríabuscarse apretando sencillamente un botón de «emergencia».

Si se piensa que esto haría del mundo un imperio de la claustrofobia, en el queno se podría jamás huir de los amigos o de la familia, o donde jamás podríancorrerse riesgos estimulantes, todo esto es cierto. Pero no hay que preocuparse;bastante peligro y distancias nos esperan en los abismos sin fondo del Espacio. LaTierra es ahora nuestro hogar; hagámoslo bello, confortable y seguro. Los pionerosque vayan a otra parte.

A medida que mejoren las comunicaciones, decrecerán las necesidades deltransporte. Nuestros nietos casi no creerán que millones de seres hayan perdidotantas horas diarias luchando para llegar al trabajo, en donde, muy a menudo, nohacían nada que no pudieran haber conseguido por enlaces telecomunicativos.

El teléfono y los servicios de visión globales capacitarán al hombre paraconferenciar con su semejante en cualquier lugar del planeta, pero esto no serámás que el principio. Incluso ahora poseemos ya sistemas para manejar datos queunen fábricas y oficinas situadas a muchas millas de distancia unas de otras,controlando grandes imperios industriales. La electrónica permite ya ladescentralización, que cada año se anima más ante las rentas elevadas, los costesdel transporte... para no citar la amenaza de la nube radiactiva.

Los negocios del futuro podrán ser llevados a cabo por ejecutivos que casi no severán nunca entre sí. Ni siquiera se necesitará una dirección o una oficina central,sino el equivalente de un número telefónico. En cuanto a los archivos yexpedientes, tendrán espacio alquilado en las unidades memoriales de loscomputadores, que podrán ser localizados en cualquier lugar de la Tierra; lainformación almacenada en ellos podrá ser leída por los transmisores de altavelocidad dondequiera que la necesiten las empresas.

Llegará una época en que la mitad de los negocios del mundo se harán a travésde vastos Bancos de memoria bajo el desierto de Arizona, la estepa de Mongolia, lapenínsula del Labrador, o cualquier otro lugar de la Tierra que sea barato e inútilpara otros propósitos. Todos los lugares de la Tierra, naturalmente, serán por igualaccesibles a las ondas de los satélites relevos; una carrera de polo a polo significarásólo girar diecisiete grados la antena direccional.

Así, los capitanes de la industria del siglo XXI podrán vivir donde les guste,dirigiendo sus negocios a través de los mandos de un computador y manejandodesde sus hogares las máquinas de información. Sólo en raras ocasiones tendránnecesidad de establecer contacto personal, que también podrá ser obtenido pormedio de la amplia pantalla a todo color de la TV. Los almuerzos de negocios delfuturo podrán ser llevados a cabo perfectamente, estando las dos alas de la mesaseparadas por 10.000 millas; todo lo que se perderá serán los apretones de manosy los cigarros puros.

Los administrativos y los ejecutivos no serán los únicos que vivirán con plenaindependencia de la geografía. La distancia ya ha sido abolida para los tres sentidosbásicos de la vista, el oído y el tacto... este último gracias al desarrollo de losingenios de control remoto en el campo de la energía atómica. Cualquier actividad

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que dependa de estos sentidos puede, por tanto, ser llevada a los circuitos de radio.Llegará con seguridad una época en que los cirujanos podrán operar a muchasleguas de sus pacientes, y cada hospital estará capacitado para llamar a su servicioa los mejores médicos del mundo, se hallen donde se hallen. En los dos próximoscapítulos habrá algo más que decir sobre la relación de los sentidos humanos conlas redes de comunicación.

Una aplicación que ya ha sido considerada con cierto detalle por los ingenierosen astronáutica es lo que se ha llamado Correo Orbital, que probablemente en unfuturo próximo tornará anticuado el correo. Los sistemas modernos de facsímilpueden transmitir y reproducir en menos de un minuto el equivalente de un libroentero. Empleando estas técnicas, un solo satélite podría manejar toda lacorrespondencia transatlántica de hoy en día.

Dentro de unos años, cuando deseemos enviar un mensaje urgente,compraremos una carta de tipo «standard» en la que escribiremos lo que tengamosque decir. En la oficina local de correos el papel será metido dentro de una máquinaque registrará las marcas y las convertirá en signos eléctricos. Éstos serán radiadosal satélite de enlace más cercano, convenientemente orbitando sobre la Tierra, yserán captados en su destino, donde serán reproducidos sobre un papel idéntico alescrito con anterioridad por el remitente. La transmisión no tardará más que unafracción de segundo; la entrega a domicilio puede extender este tiempo a variashoras, pero las cartas, en cualquier caso, nunca tardarán más de un día en llegar asu destino. Claro está que existen problemas particulares, sobre asuntos secretos,que podrían solucionarse con robots en todos los aspectos de la operación. Sinembargo, incluso los carteros al estilo antiguo se permitían a veces leer el correo.

Tal vez una década más allá del Correo Orbital haya algo aún más asombroso...el Periódico Orbital. Esto será logrado por los descendientes aún más sofisticados delas máquinas reproductoras que ahora hallamos en la mayoría de las oficinasmodernas. Una de éstas, operando en conjunción con un televisor, será capaz, apetición, de dar una información permanente del cuadro que se proyecte en lapantalla. Así, cuando se desee el diario, habrá que apretar la clavija del canaladecuado, y captar la última edición a medida que emerja del aparato. Puedetratarse meramente de una hoja de noticias; las editoriales estarían en otro canal,como los deportes, las críticas de libros, los dramas, los anuncios, etc.Seleccionaremos lo que necesitemos e ignoraremos el resto, ahorrando a laposteridad montañas inmensas de papel. El Periódico Orbital tendrá en común conlos diarios actuales muy poco más que el nombre.

No terminará aquí el asunto. En los mismos circuitos podremos obtener, desdelas bibliotecas centrales y los Bancos de información, copias de cualquierdocumento que deseemos, desde la Carta Magna a los boletines de pasajeros delcorreo «Tierra-Luna». Hasta los libros pueden ser distribuidos de esta forma,aunque su formato tendrá que ser modificado por completo para hacer posible esto.

Todos los editores harán bien en estudiar estas perspectivas en verdadcomprometedoras. Los más afectados serán los diarios y los libros de bolsillo; losvolúmenes de arte y las revistas de calidad quedarán prácticamente intocados porla futura revolución. Los diarios pueden temblar; los magníficos mensuales tienenpoco que temer.

De qué modo la humanidad se las entenderá con la avalancha de información ydiversión que descenderá desde los cielos, sólo el futuro puede saberlo. Una vezmás la Ciencia, con su usual irresponsabilidad, ha dejado otro bebé llorón a lapuerta de la civilización. Puede crecer hasta ser un problema tan grande como elque nació entre los ruidos de los contadores Geiger bajo el patio de la Universidadde Chicago, en 1942.

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¿Habrá tiempo para hacer algún trabajo en un planeta saturado de polo a polocon grandes distracciones, música de primera categoría, conferencias brillantes,juegos atléticos finamente ejecutados, y todo tipo concebible de información?Incluso ahora ya hay quejas de que nuestros hijos pierden una sexta parte de susvidas ante el tubo de rayos catódicos. Nos estamos convirtiendo en una raza demirones, y no de ejecutores. Los poderes milagrosos que están al llegar puedenprobar mayormente lo que nuestra autodisciplina logra resistir.

Si ello es así, el epitafio de nuestra raza podrá proclamar con letrasfluorescentes:

«A quienes los dioses quieren destruir, les entregan antes la TV».

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CEREBRO Y CUERPO

El cerebro humano es la estructura más complicada del Universo conocido, perocomo prácticamente nada del Universo es conocido, quizá está muy bajo en lajerarquía de los computadores orgánicos. Sin embargo, contiene fuerzas y potenciasaún sin descubrir, y tal vez incluso insospechadas. Uno de los hechos más extraños,que toda mente sensible no puede contemplar sin melancolía, es que al menosdurante 50.000 años ha habido hombres en nuestro planeta que habrían dirigidouna orquesta sinfónica, descubierto teoremas de matemáticas puras, actuado comosecretarios de las Naciones Unidas, o pilotando una nave espacial... si se leshubiera dado la oportunidad. Probablemente, un 99% de la habilidad humana se hamalgastado por completo; incluso hoy, aquellos de nosotros que nos consideramoscultos y educados, operamos la mayoría de las veces como máquinas automáticas,y sólo atisbamos en los más profundos recursos de nuestras mentes una o dosveces en nuestra existencia.

En las especulaciones que siguen, ignoré todos los fenómenos paranormales ydel psiquismo. Si existen, y pueden ser controlados, podrían dominar todo el futurode la actividad mental y cambiar de manera impredecible la forma de la culturahumana. Pero en el estado actual de nuestra ignorancia, tales suposiciones noconducen a nada, a no ser a las lagunas poco esclarecedoras del misticismo. Lospoderes conocidos de nuestra mente son ya tan asombrosos que no hay necesidadde invocar otros nuevos.

Consideremos primero la memoria. Nadie ha sido capaz de realizar un cálculoaproximado del número de hechos o impresiones que el cerebro puede almacenardurante su existencia. Hay una evidencia considerable de que nunca olvidamosnada; sólo somos incapaces de recordarlo en un momento dado. En nuestros díaspocas veces hallamos hechos de memoria de verdad impresionantes, porque haypoca necesidad de recurrir a ella en nuestro mundo de libros y documentos. Antesde la invención de la escritura, toda la historia y la literatura tenía que seralmacenada en la cabeza y transmitida de boca en boca. Aún hoy, hay hombres querecitan toda la Biblia o el Corán, como antes recitaban a Homero.

El trabajo del doctor Wilder Penfield y sus socios en Montreal ha demostrado, demanera dramática, que los recuerdos perdidos hace tiempo pueden revivir por elestímulo eléctrico de ciertas zonas del cerebro, casi como si pasara por el mismouna cinta rememorativa. El sujeto revive, con vividos detalles (color, olor, sonido)alguna experiencia pasada, pero sabe que es un recuerdo y no un suceso actual.Las técnicas hipnóticas pueden producir efectos similares, hecho que fueaprovechado con ventaja por Freud en el tratamiento de los desórdenes mentales.

Cuando descubramos cómo se las arregla el cerebro para filtrar y almacenar laavalancha de impresiones que sentimos en cada segundo de nuestras vidas,conseguiremos el control consciente o artificial de la memoria. Ya no sería unproceso ineficiente, de paso; si deseásemos releer la página de un diario quehubiéramos visto en un momento dado treinta años atrás, podríamos hacerloestimulando las apropiadas células cerebrales. En un sentido, sería una especie deviaje en el tiempo hacia el pasado, quizás la sola forma en que será posible hacerlo.Sería un maravilloso poder de posesión, y, al revés que muchos grandes poderes,parecería ser un caso benéfico por completo.

Revolucionaría los procedimientos legales. Nadie podría responder:

—Lo he olvidado —a la pregunta clásica:

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—¿Qué hizo usted la noche del veintitrés...?

Los testigos ya no se confundirían sobre lo que ellos pensasen que habían visto.Esperemos que el estímulo de la memoria no sea compulsorio en los tribunales,pero si alguien aboga por esta futura versión de la Quinta Enmienda, las obviasconclusiones deberán ser extraídas.

Cuan maravilloso sería volver al pasado, revivir los antiguos placeres y, a la luzde los últimos conocimientos, mitigar los antiguos pesares y aprender de laspasadas equivocaciones. Se ha dicho, falsamente, que un hombre que se ahoga vetoda la vida delante de sus ojos, como en un relámpago. Sin embargo, tal vez undía, ya en una edad extrema, a aquéllos que ya no tengan ningún interés por elfuturo se les podrá dar la oportunidad de revivir su pasado, y saludar a los queconocieron y amaron en su juventud. Incluso esto, como se verá después, podría noser una preparación para la muerte, sino un preludio para un nuevo nacimiento.

Tal vez aún más importante que el estímulo de los viejos recuerdos, fuese loinverso... la creación de nuevos. Es difícil imaginar una invención más valiosa queel artefacto que los autores de ciencia-ficción han denominado un EducadorMecánico. Descrito por los autores y los artistas, este notable invento se parece a lamáquina de ondulación permanente de las peluquerías de señoras, con unfuncionamiento bastante similar, si bien en el interior de los cráneos. No debe serconfundido con la máquina de enseñanza, ahora de uso muy extendido, aunque enalgún tiempo por venir ésta pueda ser reconocida como su antepasada remota.

El Educador Mecánico imprimiría al cerebro, en cuestión de minutos, losconocimientos y habilidades que de otro modo podría tardar toda una existencia enaprender y adquirir. Una analogía bastante buena es la fabricación de un discogramofónico; la música puede haber tardado una hora en ser interpretada, pero eldisco es imprimido en la fracción de un segundo, y el plástico «recuerda»perfectamente la interpretación. Esto les habría parecido imposible, incluso enteoría, hasta a los más imaginativos científicos de hace sólo un siglo.

Imprimir información directamente sobre el cerebro, de forma que podamossaber cosas sin haberlas aprendido, parece también hoy algo imposible y enrealidad debe quedar fuera de cuestión hasta que nuestra comprensión del procesomental haya avanzado muchísimo más. Sin embargo, el Educador Mecánico, u otratécnica que realice funciones similares, es una necesidad tan urgente que lacivilización no puede continuar muchas décadas más sin él. La sabiduría en nuestromundo se duplica cada diez años... y la proporción va en aumento. Veinte añosescolares ya son insuficientes; no tardaremos en morirnos sin haber aprendido avivir, y toda nuestra cultura sufrirá un colapso por culpa de su inmensacomplejidad.

En el pasado, cuando surgía una necesidad, se llenaba siempre con granpresteza. Por este motivo, aunque no tengo idea de cómo se realizará, y sugieroque más puede ser un conjunto de técnicas que un artefacto mecánico, estoyconvencido de que el Educador Mecánico se inventará. Si no, la línea de laevolución examinada en el siguiente capítulo será pronto una dominante, y eltérmino de la cultura humana ya está a la vista.

Existen otras muchas posibilidades, y algunas certezas, sobre la manipulacióndirecta del cerebro. Ya se ha demostrado que la conducta de los animales —y de loshombres— puede quedar modificada profundamente si se imprimen impulsoseléctricos mínimos en ciertas regiones de la corteza cerebral. Puede alterarse porcompleto la personalidad, de forma que un gato quede aterrado ante la sombra deun ratón, y un mono impertinente se torne amigable y colaboracionista.

Quizás el más sensacional resultado de esta experimentación, que puede causar

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más consecuencias sociales que los primeros trabajos de los físicos nucleares, es eldescubrimiento del sedicente placer, o centros de recompensas del cerebro. Losanimales con electrodos aplicados a estas zonas aprenden con rapidez a manejar elinterruptor que controla los estímulos eléctricos de la inmensa alegría, y danmuestras de no interesarles nada más. Se han visto monos que durante dieciséishoras han oprimido tres veces por segundo el botón de la recompensa,completamente indiferentes a la comida o al sexo. También hay zonas de dolor ocastigo en el cerebro; un animal actuará con igual premura para detener cualquiercorriente que las estimule.

Las posibilidades, para el bien o para el mal, son tan obvias que no hay por quéexagerarlas o descontarlas. La posesión electrónica de robots humanos controladosdesde una estación emisora central es algo en lo que incluso George Orwell nuncapensó, pero puede ser técnicamente posible antes de 1984.

Uno de los hechos más sorprendentes revelados por la hipnosis son recuerdosfalsos, pero en absoluto convincentes, que pueden ser administrados a un sujeto, elcual más tarde jurará que tales cosas le ocurrieron en realidad. Todos hemos tenidosueños tan vívidos que, al despertar, los hemos confundido con la realidad; duranteveinte años me he visto preocupado por el «recuerdo» de un espectacular accidentede un Spitfire32, que jamás he podido clasificar como un suceso real o unaalucinación.

Los recuerdos artificiales, si pudieran ser fabricados, grabados y luegoadministrados por la electricidad, u otros medios al cerebro, serían como unaexperiencia substituta, mucho más vívida (porque afectaría a todos los sentidos)que todo lo que pueda ser producido por los recursos amasados en Hollywood. Claroestá que serían una forma de entretenimiento, una ficticia experiencia más real quela misma realidad. Se ha formulado la pregunta de si después de todo la mayoríade la gente desearía vivir otras vidas estando despierta, si las fábricas de sueñospodrían llenar todos los deseos al escaso coste de unos peniques de electricidad.

No debemos olvidar que todo el conocimiento del mundo que nos rodea lo hemosadquirido por unos pocos sentidos, de los que la vista y el oído son los másimportantes. Cuando se han superado estos canales sensoriales, o se interfieren susconductos normales, experimentamos ilusiones que no tienen realidad externa. Unade las formas más simples de probarlo es sentándose durante cierto tiempo en unahabitación por completo a obscuras, y luego con los dedos apretar los párpados.Entonces se «ven» las formas y los colores más fascinantes, aunque la luz no actúesobre la retina. Los nervios ópticos han sido engañados por la presión; siconociéramos el código electro-químico donde las imágenes se convierten ensensaciones, podríamos hacer ver a hombres sin ojos. En cuanto al más simple,aunque aún en extremo complejo sentido del oído, ya se ha logrado algo similarpero en forma experimental. Los «pulsos» eléctricos desde micrófonos ya han sidoaplicados, tras un necesario proceso, directamente sobre los nervios auditivos dehombres sordos, que han podido así captar sonidos. Empleo la palabra «captar» enlugar de «oír», ya que tendrá que pasar mucho tiempo antes de que podamosimitar el sistema de señales usado por el oído; y el empleado por el ojo es aúnmucho más complicado.

Es bueno mencionar aquí un experimento llevado a cabo una vez por el granfisiólogo lord Adrián. Mejor aún que las brujas en Macbeth, cogió el ojo de un sapoy lo conectó a un amplificador y a un altavoz. Al moverse por el laboratorio, el ojomuerto le retrataba en su retina, y el cambio de luz y sombras fue convertido enuna serie de «clics» audibles. El científico estaba, de manera simple, usando su

32 Avión (caza de combate inglés) que ganó la célebre Batalla de Londres e impidióel desembarco alemán durante la II Guerra Mundial. — (N. del E.)

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sentido del oído para ver a través del ojo de un animal.

Pueden imaginarse casi ilimitadas extensiones de tal experimento. En principio,las impresiones sensoriales desde otro ser vivo —animal u hombre— podrían sersuministradas directamente a las apropiadas zonas del cerebro. Y así podría mirarsea través de los ojos de otro hombre, e incluso tener alguna idea de lo que debe serhabitar un cuerpo no-humano.

Aceptamos que nuestros sentidos familiares nos dan un cuadro completo de loque nos rodea, pero nada está más alejado de la verdad. Somos sordos y ciegos enun universo de impresiones más allá de la gama de nuestros sentidos. El mundo deun perro es un mundo de olores; el de un delfín, una sinfonía de latidos ultrasónicostan significativos como la vista. Para la abeja, en un día nublado, la difusa luz solarle da un sentido de la dirección mucho más allá de nuestro poder de discriminación,ya que puede detectar el plano de vibración de las ondas de la luz. La serpiente decascabel golpea en plena obscuridad hacia el resplandor infrarrojo de su presaviva... como han aprendido a hacer nuestros proyectiles dirigidos, en los últimosaños. Hay peces ciegos en los ríos fangosos que sondean su opaco universo concampos eléctricos, el natural prototipo del radar; y todos los peces poseen unórgano curioso, la línea lateral, que corre a lo largo de sus cuerpos para detectarvibraciones y cambios de presión en el agua que les rodea.

¿Podríamos interpretar tales impresiones sensoriales, aunque nos lassuministraran a nuestro cerebro? Indudablemente, sí, pero sólo después de un granentrenamiento. Hemos aprendido a emplear nuestros propios sentidos; un niñorecién nacido no puede ver, ni un hombre cuya vista acaba de serle devuelta,aunque el mecanismo visual en ambos casos funcione a la perfección. La mentedetrás del cerebro debe antes analizar y clasificar los impulsos que le llegan,comparándolos con otra información del mundo exterior... hasta haber forjado uncuadro consistente. Hasta entonces no «vemos»; tal integración debe tener lugarasimismo respecto a los demás órganos, aunque tendremos que inventar nuevosverbos para la experiencia.

El piloto de un avión, que recoge datos de sus contadores y controles, realizauna hazaña similar. Se identifica con su vehículo, intelectual y quizásemocionalmente. Un día, mediante máquinas telemensurables, seremos capaces dehacer lo mismo con cualquier otro animal, y no con un simple aparato. Al finsabremos la forma de actuar un águila en el cielo, una ballena en el mar, o un tigreen la jungla. Y volveremos a conquistar nuestro mando en el reino animal, cuyapérdida es una de las más dolorosas privaciones del hombre moderno.

Volviendo a conceptos más terrenales, no hay duda de que el alcance y ladelicadeza de nuestros sentidos puede ser muy ampliado por medios en extremosencillos, como un adiestramiento o las drogas. Quien haya contemplado a unhombre invidente leyendo en Braille, o localizando objetos por el sonido, estará deacuerdo sin vacilación. (Una vez vi a un arbitro ciego arbitrando una partida deping-pong, hazaña que yo jamás hubiera creído posible. ¡Hasta hubiera arbitradolos campeonatos del mundo!) Aunque la ceguera proporciona los casos mássensacionales de sensitividad, hay otros muchos ejemplos. Los catadores de té, losvinateros, los perfumistas, los sordos que leen en los labios, acuden al instante alrecuerdo; igual que estos «clarividentes» que pueden localizar objetos ocultosmediante la detección de intenciones premanifestadas y otros movimientos casiimperceptibles por parte de sus ayudantes.

Estos hechos son el resultado de un intenso entrenamiento, o compensación porla pérdida de algún otro sentido. Pero como es bien sabido (quizá demasiado bien),drogas como la mescalina y el ácido lisérgico hacen que el mundo aparezca másreal y vívido que en la vida ordinaria. Y aunque esta impresión sea por completo

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subjetiva —como la convicción de un conductor borracho de que está controlandosu auto con la destreza de un gran premio— el fenómeno es interesante en extremoy puede tener importantes aplicaciones prácticas.

Un poder mental inapreciable que es en verdad alcanzable, porque ya se haconseguido varias veces, sería el control personal sobre el dolor. La famosaafirmación de que «el dolor no es real», es, claro está, literalmente cierta, aunquede nada nos sirva cuando tenemos dolor de muelas. La mayoría de los dolores (perono todos) desempeñan una valiosa función al actuar como síntoma preventivo, yaquellas pocas personas que no pueden experimentarlo se hallan en peligroconstante. No hay que desear, claro, que llegue a abolirse el dolor, pero sería enextremo útil poder superarlo cuando ha servido a su finalidad, oprimiendo un botónmental.

En el Oriente éste es un truco muy corriente que no sorprende a nadie. Yo hevisto, y fotografiado, hombres y niños caminando hasta los tobillos sobre brasas alrojo vivo. Algunos se quemaban, pero no sentían dolor alguno; se hallaban en unestado de hipnosis debido al éxtasis religioso33.

El reciente desarrollo de la analgesia demuestra que el misterioso Oeste tambiénconserva algunos trucos en su manga. En esta técnica, usada con éxito por muchosdentistas, el paciente escucha por un par de audífonos y debe mantener ajustadoun control de volumen, a fin de poder seguir oyendo la música en presencia delruido de fondo. Mientras atiende a esto, es incapaz de sentir dolor; es como si todossus conductos de ingreso estuvieran demasiado atareados para aceptar otrosmensajes. Probablemente esto, como la actuación de los andadores sobre el fuego,sea una forma de autohipnosis, pero nosotros sólo podemos lograrlo con la ayudade máquinas. Quizás un día, como los yogas y los faquires, no necesitemos estasmuletas mentales.

De la hipnosis hay un corto trecho al sueño, este estado misterioso en el queconsumimos un tercio de nuestras lastimosamente breves vidas. Nadie ha podidodemostrar que el sueño sea esencial, aunque no hay duda de que no puede pasarsesin él más de unos días. Parece ser el resultado del acondicionamiento, a través deltiempo, al ciclo diurno de la luz y de las sombras. Debido a la falta de iluminaciónse hace difícil llevar a cabo de noche alguna actividad, y la mayoría de los animaleshan adquirido el hábito de dormir hasta la salida del Sol. De igual forma, otrosanimales adquieren la costumbre de dormir todo el invierno; pero esto no significaque todo el mundo tenga que meterse en cama desde octubre hasta febrero. Nitampoco necesitamos estar en cama desde las 10 de la noche a las 7 de la mañana.

Algunos animales marinos nunca duermen, aunque descansen. Por ejemplo, lamayoría de los tiburones tienen que mover continuamente sus aletas, o la corrientede agua a través de las mismas cesaría y la falta de oxígeno les mataría. Losdelfines se enfrentan con el mismo dilema; deben volver a la superficie cada dos otres minutos para respirar, por lo que no pueden permitirse ni un instante deinconsciencia. Sería muy interesante saber si el sueño tiene lugar entre los seres delos abismos oceánicos, donde no hay el menor cambio de luz, sino que las másgrandes tinieblas han reinado durante más de 100.000.000 de años.

La reciente prueba del hecho largamente sospechado de que todo el mundosueña ha llevado a la teoría de que el sueño es más una necesidad psicológica quefisiológica; como ha observado un científico, el sueño nos permite volvernos locos,

33 Uno de mis amigos, mientras conversaba con el jefe de los andadores sobre elfuego de un poblado hindú, dejó caer la colilla encendida de un cigarrillo. Elandador sobre fuego se plantó sobre ella, y de repente saltó en el aire. A tierra conla teoría de las «duras suelas de los nativos»; lo importante es la actitudpsicológica, la preparación mental.

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con la máxima seguridad, durante unas horas cada día. Esto parece una explicaciónmuy poco verosímil, y es mucho más probable que los sueños sean un casual yaccidental subproducto del cerebro dormido, ya que es difícil esperar que un órganotan complejo quede por completo fuera de funcionamiento. (¿En qué sueñan loscomputadores electrónicos?)

En ciertos casos, algunos seres prodigiosos, como Edison, han sido capaces devivir unas activas existencias sin más que dos o tres horas diarias de sueño,mientras que la ciencia médica ha atestiguado casos de individuos que no handormido nada durante años, y en apariencia no lo han notado. Aunque no podamosabolir el sueño, sería un inmenso bien si pudiéramos concentrarlo en unas pocashoras de inconsciencia realmente profunda, elegida a la propia conveniencia.

Parece muy verosímil que el desarrollo de la TV global y las baratas redes deteléfonos pasando a través de todos los husos horarios llevarán inevitablemente aun mundo organizado sobre una base de veinticuatro horas. Esto sólo ya tornaráimperativo minimizar el sueño, y parece que los medios para lograrlo ya están alalcance de la mano.

Varios años atrás, los rusos lanzaron al mercado un pequeño «aparato eléctricode dormir», del tamaño de una caja de zapatos y sólo cinco libras de peso.Mediante electrodos que se apoyaban sobre los párpados y la nuca, se aplicabanlatidos de baja frecuencia a la corteza cerebral, y el sujeto caía pronto en un sueñoprofundo. Aunque este aparato fue diseñado en apariencia para usos médicos, se hasabido que los ciudadanos soviéticos lo están empleando para acortar su tiempo dedormir a unas pocas horas diarias. Los científicos de la base antártica de Mirny,durante la invernada, se equiparon con uno, que ha de tener obvias aplicacionesdurante una noche de seis meses34.

Tal vez siempre necesitaremos el «bálsamo de la mente fatigada», pero notendremos que pasar un tercio de nuestras vidas aplicándonoslo. Por otra parte,hay ocasiones en que la inconsciencia provocada sería muy valiosa; por ejemplo,sería muy bien recibida por los convalecientes al recuperarse tras las operaciones,y, por encima de todo, por los viajeros espaciales en sus largas misiones.Relacionado con esto, se ha pensado en la posibilidad de la hibernación, quenecesitaremos aplicar si queremos llegar a las estrellas, o viajar a más de unospocos años-luz de la vecindad del Sol.

Una forma práctica y segura de hibernación —que no encierra ningunaimposibilidad médica y puede, en cambio, ser considerada como una extensión dela anestesia— podría tener los mejores efectos sobre la sociedad. Los hombres quesufren enfermedades incurables podrían enfriarse (para mantener al ralenti sumetabolismo) durante diez o veinte años, con la esperanza de que la ciencia médicahubiera dado un paso adelante. Los dementes y los criminales más allá de nuestrospoderes de redención también podrían ser enviados al tiempo futuro, esperandoque éste pudiera salvarles. Nuestros descendientes podrían no apreciar mucho estelegado, claro está, pero al menos no podrían devolvérnoslo.

Todo esto hace presumir —aunque nadie lo haya probado— que la leyenda deRip van Winkel es científicamente posible, y que el proceso de envejecer deberetrasarse, o detenerse durante la animación suspendida, o hibernación. Así, unhombre dormido podría viajar por los siglos, deteniéndose de vez en cuando paraexplorar el futuro, como hoy exploramos el espacio. Siempre hay inconformistas en

34 He dudado en citar esta máquina, ya que cuando me referí a ella en unacomunicación presentada al Duodécimo Congreso de Astronáutica Internacional enWashington, en 1961, durante semanas fui bombardeado con preguntas. Por favor,no me escriban sobre el «aparato portátil de dormir», háganlo a V/O :Sojuzchimexport, Moscú. — (N. del A.)

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cada época que podrían preferir obrar así, si se les diera la oportunidad, de maneraque pudieran ver el mundo que existirá mucho más allá de la normal extensión desus vidas.

Y esto nos lleva a lo que es, tal vez, el mayor de todos los enigmas. ¿Hay unaextensión normal de vida, o mueren todos los hombres, en verdad, por accidente?Aunque ahora se vive, por término medio, más que nuestros antepasados, el límiteabsoluto no parece que haya sido alterado desde hace muchos siglos. Las tresveintenas de años más diez de la Biblia, aún son válidas hoy día, como lo fueronhace 4.000 años.

No se sabe de ningún ser humano que haya tenido una vida prolongada más alláde los 115 años; otras cifras más altas suelen ser errores de cuenta... o fraudes. Elhombre, al parecer, es el animal mamífero de más larga vida, pero algunos peces ylas tortugas pueden llegar a su segundo siglo. Y los árboles tienen una existenciaincreíblemente dilatada; el más viejo de los organismos vivos conocido es unpequeño pino de la falda de Sierra Nevada (EE.UU.). Ha crecido, aunqueescasamente haya florecido, durante 4.600 años35.

La muerte (aunque no por la edad) es obviamente esencial para el progreso,tanto social como biológico. Aunque no pereciésemos por la superpoblación, unmundo de inmortales no tardaría en quedar pronto inactivo. En cada esfera de laactividad humana pueden hallarse ejemplos de la embrutecedora influencia de loshombres que han sobrevivido a su utilidad. Pero la muerte —como el sueño— noparece ser biológicamente inevitable, aunque sea una necesidad evolutiva.

Nuestros cuerpos no son como las máquinas; nunca se desgastan porque decontinuo se reconstruyen con materiales nuevos. Si este proceso fueseuniformemente eficiente, seríamos inmortales. Por desdicha, después de unasdécadas algo parece ir mal en el departamento de reparación y entretenimiento; losmateriales son tan buenos como siempre, pero los viejos planes se pierden o seignoran, y los servicios vitales no se restauran apropiadamente cuando seinterrumpen. Es como si las células del cuerpo no pudieran recordar las tareas queun día cumplieron con tanta eficacia.

La forma de eludir una falta de memoria es guardar mejor los archivos, y paraayudarles quizás un día podremos hacer lo mismo con nuestros cuerpos. El inventodel alfabeto hizo que el olvido mental ya no fuera inevitable; los instrumentos mássofisticados de la medicina del futuro pueden curar el olvido físico, permitiéndonospreservar, en algún aparato dispuesto como almacén, los prototipos ideales denuestro cuerpo. Entonces, de vez en cuando, podrían investigarse las desviacionesde lo normal, y corregirlas antes de que haya complicaciones.

Como la inmortalidad biológica y la conservación de la juventud son señuelos tanpoderosos, los hombres no cesarán de buscarlas, atormentados por el ejemplo delos seres que viven durante siglos, y acuciados por la desdichada experiencia deldoctor Fausto. Sería una tontería imaginar que esta búsqueda no tendrá nuncaéxito en las edades que yacen en el futuro. Si el éxito será deseable es otro asunto.

El cuerpo es el vehículo del cerebro, y éste es el asiento de la mente. En elpasado, este trío ha sido inseparable, pero no será siempre igual. Si no podemosimpedir que nuestros cuerpos se desintegren, podemos reemplazarlos cuandoestamos a tiempo.

Esta sustitución no necesitaría ser otro cuerpo de carne y sangre; podría ser unamáquina lo que puede representar el próximo estado en la evolución. Aunque elcerebro no sea inmortal, podría vivir mucho más que el cuerpo, al que lasenfermedades y los accidentes eventualmente destruyen. Hace muchos años, en

35 Ver la «National Geographic Magazine», marzo 1958. (N. del A.)

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una famosa serie de experimentos, los cirujanos rusos conservaron viva unoscuantos días, por medios puramente mecánicos, la cabeza de un perro. No sé sihubieran tenido éxito con un hombre, pero mucho me sorprendería que no loensayaran.

Si se piensa que un cerebro inmóvil llevaría una vida muy triste, es que no se hacomprendido lo que ya se ha dicho sobre los sentidos. Un cerebro conectado porhilos, o conductores de radio a órganos al efecto, podría participar en cualquierexperiencia concebible, real o imaginaria. Cuando tocamos algo, ¿estamosenterados de que nuestro cerebro no se halla en la punta de nuestros dedos, sino a1 metro de distancia? ¿Y se notaría la diferencia, si los tres pies fuesen 3.000millas? Las ondas de radio pueden viajar mucho más rápidamente que los impulsosnerviosos lo hacen a lo largo del brazo.

Puede imaginarse una época en que los hombres que habiten todavía cuerposorgánicos sean mirados con lástima por los que hayan pasado a un modo deexistencia mucho más cómodo, capaz de arrojar su consciencia o esfera de atencióna cualquier punto de la Tierra, del mar o del aire, instantáneamente, donde haya unórgano sensorial al alcance. En la adolescencia dejamos atrás la infancia; un díatendremos una segunda y más perfecta adolescencia, cuando le digamos adiós a lacarne.

Pero aunque indefinidamente podamos conservar vivo el cerebro, con seguridadal final quedará cargado de recuerdos, abrumado como un palimpsesto con tantasimpresiones, sin tener sitio para más. Es posible que así sea, aunque debo repetirque no tenemos idea de la verdadera capacidad de una mente bien entrenada,incluso sin la ayuda mecánica que ciertamente llegará a estar disponible. Como unabuena cifra en números redondos, mil años parecen ser el límite final de lacontinuada existencia humana, aunque la hibernación pudiera extender este milenioa cantidades más exorbitantes.

Claro que puede haber aún una forma de saltar también esta barrera, comosugerí en la novela La ciudad y las estrellas36. Fue un intento de describir unasociedad virtualmente eterna, en la cerrada ciudad de Diaspar dentro de milmillones de años. Me gustaría terminar transcribiendo las frases del viejo tutorJeserac, con las que mi héroe aprende los factores de la vida:

«Un ser humano, como otro objeto cualquiera, está definido por su estructura...su molde. El molde de un hombre es increíblemente complejo; pero la Naturalezafue capaz una vez de embutir este molde en el interior de una diminuta célula,demasiado pequeña para ser vista por el ojo.

»Lo que la Naturaleza puede hacer, también pudo hacerlo el Hombre, a sumanera. Pero no sabemos cuánto tiempo duró la tarea. Tal vez un millón de años,¿pero qué es esto? Al final nuestros antepasados aprendieron a analizar yalmacenar la información que definiría a cualquier ser humano específico... y aemplear esta información para volver a crear el original.

»No importa la manera en que la información es almacenada; lo que interesa esla información en sí misma. Puede contenerse en forma de palabras escritas en unpapel, en campos de variación magnética, o en moldes de cargas eléctricas. Loshombres han empleado todos estos métodos de almacenamiento, y otros muchos.Basta decir que hace mucho tiempo pudieron almacenarse a sí mismos, o, para sermás preciso, los desencarnados moldes desde los que podían ser llamados de nuevoa la existencia.

«Dentro de poco estaré preparado para abandonar esta vida. Regresaré junto a

36 Recientemente publicada en la antología, Desde el océano, desde las estrellas(Harcourt, Brace & World). — (N. del A)I

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mis recuerdos, redactándolos y destruyendo los que no desee conservar. Luego,caminaré hacia el Salón de la Creación, pero a través de una puerta que nunca hasvisto. Este viejo cuerpo dejará de existir, y tendrá consciencia de sí mismo. Noquedará nada de Jeserac más que una galaxia de electrones helados en el corazónde un cristal.

«Dormiré sin sueños. Luego, un día, tal vez dentro de cien mil años, me hallaréen un nuevo cuerpo, junto a los que hayan sido elegidos para ser mis guardianes...Al principio no sabré nada de Diaspar, ni tendré ningún recuerdo de lo que fuiantes. Estos recuerdos volverán con mucha lentitud, al término de mi infancia, y yome iré perfeccionando sobre ellos a medida que vaya adelantando en mi nuevo ciclode existencia.

«Ésta es la pauta de nuestras vidas... Todos hemos estado aquí antes muchas,muchas veces, aunque como los intervalos de la no-existencia varían según leyescasuales, esta actual población nunca se repetirá. El nuevo Jeserac tendrá nuevos ydistintos amigos e intereses, pero el viejo Jeserac —o lo que deseo salvar de él—seguirá existiendo.

»Así, en todo momento, sólo una centésima parte de los ciudadanos de Diasparviven y caminan por sus calles. La inmensa mayoría duerme en los Bancos dememoria, esperando la señal que volverá a llamarles de nuevo al estado deexistencia. Y así tenemos una continuidad... un cambio... a la inmortalidad, pero noal estancamiento...»

¿Fantasía? No lo sé; pero sospecho que las verdades del lejano futuro aún seránmás inverosímiles. En el próximo capítulo, intentaremos entrever algunas de ellas.

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LA ANTIGÜEDAD DEL HOMBRE

Hace un millón de años, aproximadamente, un hombre descubrió que susextremidades podían ser empleadas para otros propósitos, aparte de la locomoción.Los objetos como palos y piedras podían ser asidos... y, una vez agarrados, eranútiles para el juego de matar, desenterrar raíces, defenderse, atacar, y cien tareasmás. Los instrumentos habían aparecido en el tercer planeta del Sol, y el lugar yano volvió a ser el mismo.

Los que primero usaron instrumentos no fueron hombres —hecho que sólo hasido apreciado hace uno o dos años— sino los antropoides prehumanos; y con sudescubrimiento se extinguieron a sí mismos, ya que incluso el más primitivo de losinstrumentos, como una piedra naturalmente afilada que por casualidad cayó en sumano, proporciona un tremendo estímulo físico y mental a usarla. Tuvo quecaminar erguido, ya no necesitó colmillos largos, puesto que las hojas afiladascumplían mejor la tarea, y pudo desarrollar destreza manual de orden más alto.Éstas son las especificaciones del Homo sapiens; tan pronto como empezaron adesarrollarse todos los primitivos modelos cayeron en un rápido desuso, quedaronanticuados. Según el profesor Sherwood Washburn del Departamento deAntropología de la Universidad de California:

«—Fue el éxito de los más sencillos instrumentos lo que puso en marcha toda lacadena de la evolución humana y condujo a la civilización actual.

Subrayemos esta frase, «toda la cadena de la civilización humana». La antiguaidea de que el hombre había inventado los instrumentos es, por tanto, una verdad amedias, que llama a error; sería más apropiado afirmar que los instrumentosinventaron al hombre. Eran instrumentos muy primitivos en manos de seres queresultan poco más que monos. Sin embargo, nos condujeron hasta nosotros... y a laeventual extinción de los hombres-monos que los empuñaron.

Ahora el ciclo está a punto de volver a empezar; pero ni la historia ni laprehistoria se repiten jamás con exactitud, y esta vez habrá un fascinante cambioen la trama. Los instrumentos que los hombres-monos inventaron les condujeron asu sucesor, el Homo sapiens. El instrumento que hemos inventado es nuestrosucesor. La evolución biológica ha cedido ante un proceso mucho más veloz... laevolución técnica. Para decirlo clara y brutalmente, la máquina va a arrollarnos.

Esto, claro está, es una idea muy poco original. Que la creación del cerebro delhombre podría un día amenazar y tal vez destruirle es un cliché tan usado queninguna revista de ciencia-ficción que se respete osaría emplear. Es regresar, através de R.U.R., de Capek, de Erewhon, de Samuel Butler, del Frankenstein, deMary Shelley, y la leyenda de Fausto a la misteriosa, pero quizá no por completomítica, figura de Dédalo, el hombre del Departamento de Investigaciones Científicasdel rey Minos. Por tanto, al menos durante 3.000 años, una minoría de lahumanidad ha expresado graves dudas sobre el último hallazgo de la técnica.Desde el humano punto de vista, estas dudas se hallan justificadas. Pero esto, loadmito, no será el único —o incluso el más importante— punto de vista por muchotiempo.

Cuando aparecieron los primeros computadores electrónicos en gran escala, haceunos quince años, fueron apodados rápidamente «cerebros gigantes», y lacomunidad científica, a la vez, sacó una triste impresión de la designación. Pero loscientíficos objetaron que el vocablo estaba equivocado. Las calculadoraselectrónicas no eran cerebros gigantes; eran cerebros enanos y lo siguen siendo,

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aunque vayan a crecer cien veces más dentro de una generación de la humanidad,o tal vez antes. Incluso en su actual estado de evolución, han hecho ya cosas quehace poco se habrían creído imposibles, como la traducción de un idioma a otro, lacomposición de música, y el jugar una buena partida de ajedrez. Y mucho másimportante que todos estos jeux d'esprit infantiles, es el hecho de que han roto labarrera entre la máquina y el cerebro.

Éste es uno de los más grandes —y quizá de los últimos— adelantos en lahistoria del pensamiento humano, como el descubrimiento de que la Tierra semueve alrededor del Sol, que E=mc2, o que el hombre forma parte del reino animal.Todas estas ideas tardaron bastante en ser captadas, y fueron con insistencianegadas cuando se formularon. De igual modo los hombres tardarán en comprenderque las máquinas no sólo pueden pensar, sino que pueden un día pensar enborrarles de la faz de la Tierra.

A este punto puede hacerse la siguiente y razonable pregunta:

«—Sí, pero ¿qué se entiende por pensar?»

Propongo orillar la cuestión, empleando un aparato ideado por el matemáticoinglés A. M. Turing. Éste imaginó una partida jugada por dos operadores de teletipoen habitaciones separadas, empleando este enlace impersonal para suprimir todaslas pistas dadas por la voz, la apariencia y demás. Supongamos que un operadorfue capaz de hacerle al otro todas las preguntas que quiso, y que éste dio todas lasrespuestas adecuadas. Si, después de varios días u horas de esta conversación, elpreguntante no pudiera decidir si su interlocutor telegráfico era humano opuramente mecánico, entonces casi no podría negar que fuese capaz de pensar. Uncerebro electrónico que pasara esta prueba tendría, con seguridad, que ser miradocomo una entidad inteligente. Cualquiera que piense de otro modo demostrará sóloque es menos inteligente que la máquina; se trataría en realidad de una fruslería,como el profesor que demostró que la Odisea no había sido escrita por Homero...sino por otro ser de igual nombre.

Estamos todavía a décadas —pero no a siglos— de fabricar tal clase demáquinas, aunque ya nos encontremos seguros de que pueden ser una realidad. Siel experimento de Turing no se lleva a cabo nunca, será porque las inteligentesmáquinas del futuro tendrán otras cosas mejores que hacer, que perder su tiempoen conversaciones con los hombres. A menudo hablo con mi perro, pero no pormucho rato.

El hecho de que los grandes computadores de hoy en día no sean aún más quemáquinas de gran rapidez, incapaces de hacer nada más allá del programa deinstrucciones que se les ha asignado cuidadosamente, ha dado a mucha gente uncierto sentido de seguridad.

«—Ninguna máquina —arguyen— puede quizá ser más inteligente que susconstructores, los hombres que la han planeado y han programado sus funciones.Puede realizar una operación un millón de veces más de prisa, pero esto no pruebanada. Todo lo que un cerebro electrónico pueda hacer debe estar también dentro delas posibilidades de un cerebro humano, si tuviera suficiente tiempo y paciencia. Ypor encima de todo, ninguna máquina puede mostrar originalidad o poder creador,o los otros atributos que llevan la etiqueta «humano».

El argumento es por completo falso; y aunque fuera cierto, no proporcionaríaningún consuelo, como demuestra una atenta lectura de estas observaciones deldoctor Norbert Wiener:

«—Esta actitud —la presunción de que las máquinas no pueden poseer ningúngrado de originalidad— en mi opinión debe ser rechazada de plano. Mi tesis es quelas máquinas pueden trascender y trascienden las limitaciones impuestas por sus

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constructores... Es muy posible que en principio no podamos hacer ningunamáquina el comportamiento de cuyos elementos no podamos comprender máspronto o más tarde... Pero esto no significa en modo alguno que estaremoscapacitados para comprenderla en menos tiempo del que tarda la máquina enrealizar sus operaciones, ni siquiera dentro de un cierto número de años o degeneraciones... Lo que no implica que, aunque teóricamente las máquinas se hallansujetas a la crítica humana, tal crítica puede ser ineficaz hasta mucho después deser aplicada.

En otras palabras, incluso las máquinas menos inteligentes que los hombrespodrían escaparse de nuestro control por la enorme velocidad de sus operaciones. Yen efecto, existen muchos motivos para suponer que las máquinas llegarán a sermás inteligentes que sus constructores, así como incomparablemente más rápidas.

Hay unas pocas autoridades que rehusan conceder a las máquinas algún gradode inteligencia, ahora o en el futuro. Esta actitud muestra un paralelo sorprendentecon la adoptada por los químicos a principios del siglo pasado. Entonces se puso demanifiesto que todos los organismos vivos están formados por unos pocoselementos comunes, sobre todo carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, pero secreía firmemente que los materiales de la vida no podían estar hechos sólo deproductos químicos. Debía haber algún otro ingrediente, alguna esencia o principiovital, que jamás estaría a la disposición del hombre. Ningún químico podría jamástomar carbono, hidrógeno y otros elementos y combinarlos para formar alguna delas substancias sobre las que se basa la vida. Había una barrera insalvable entre losmundos de la química «inorgánica» y la «orgánica».

Esta mística fue barrida en 1828, cuando Wohler sintetizó la urea, y demostróque no existía en absoluto diferencia entre las reacciones químicas que tienen lugaren el cuerpo y las que tienen lugar en el interior de una retorta. Fue un tremendochoque para aquellas almas pías que creían que el mecanismo de la vida siempredebía estar más allá de la comprensión o la imitación humanas. Muchas personas sehallan sorprendidas igualmente hoy por la sugerencia de que las máquinas puedanpensar, pero su disgusto ante esta situación no la alterará en lo más mínimo.

Como éste no es un tratado sobre diseños de computadores, nadie esperará quevaya a explicar cómo se construye una máquina pensante. En efecto, es dudoso queningún ser humano sea nunca capaz de hacerlo en detalle, pero sí pueden indicarsela serie de sucesos que conducirán del Homo sapiens a la Máquina sapiens. Los doso tres primeros pasos ya han sido dados; existen en la actualidad máquinas quepueden aprender por experiencia, aprovechándose de sus equivocaciones y —alrevés de los seres humanos— no volviéndolas a repetir. Se han construidomáquinas que no tienen que estar pasivamente sentadas esperando instrucciones,sino que exploran el mundo a su alrededor en una forma que podemos llamarinquisitiva. Otras buscan las pruebas de teoremas de lógica o de matemáticas, y aveces dan sorprendentes soluciones que nunca se les habrían ocurrido a susconstructores.

Estos ligeros destellos de inteligencia original están por el momento confinadosen unos pocos laboratorios modelos; éstos carecen de computadores gigantes, quepueden ser adquiridos por cualquiera que posea unos cientos de miles de pesetasde sobra. Pero la máquina inteligente crecerá, y se colocará más allá de los límitesdel pensamiento humano tan pronto como aparezca la segunda generación decomputadores... la generación que habrá sido diseñada, no por los hombres, sinopor otros computadores «casi inteligentes». Y no sólo diseñados, sino tambiénconstruidos... ya que poseerán muchos componentes para ensamblarlos.

Incluso es posible que las primeras verdaderas máquinas pensantes puedancrecer en vez de ser construidas; algunos primitivos pero estimulantes

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experimentos ya han sido llevados a cabo en tal sentido. Se han construido variosorganismos artificiales que son capaces de rehacerse a sí mismos para adaptarse alas mudables circunstancias. Más allá de esto existe la posibilidad de loscomputadores que empezarán, desde relativamente simples principios, a serprogramados con miras a metas específicas, buscando que se construyan suspropios circuitos, quizá mediante redes de hilos que crecerán en un medioconductor. Tal crecimiento puede no ser más que una analogía mecánica de lo quenos ocurre a todos nosotros en los primeros nueve meses de existencia.

Todas las especulaciones sobre máquinas inteligentes se hallan supeditadas —omejor, inspiradas— a nuestro conocimiento del cerebro humano, el único aparatopensante corriente en el mercado. Nadie, claro está, pretende comprender toda laforma de trabajar del cerebro, ni espera que tal conocimiento sea asequible en unfuturo previsible. (Es un punto netamente filosófico saber si el cerebro puede, nisiquiera en principio, llegar a comprenderse a sí mismo.) Pero sabemos ya bastantesobre su estructura física para sacar muchas conclusiones sobre las limitaciones delos «cerebros», sean orgánicos o inorgánicos.

Existen unos diez mil millones de mandos separados —o neuronas— en elinterior del cráneo, «unidos» en circuitos de inimaginable complejidad. Diez milmillones es una enorme cantidad que, hasta muy recientemente, fue empleadacomo un argumento contra el logro de la inteligencia mecánica. Unos diez añosatrás, un famoso neurofisiólogo hizo una declaración (aún aplicada como unencantamiento protector por los defensores de la supremacía cerebral) al respectode que un modelo electrónico del cerebro humano tendría que ser tan grande comoel Empire State Building, y necesitaría las cataratas del Niágara para mantenerlofrío cuando estuviese trabajando.

Esto, ahora, debe ser catalogado junto a declaraciones tales como «Jamás podrávolar ninguna máquina más pesada que el aire», ya que el cálculo se hizo en losdías del tubo de vacío (¿lo recuerdan?) y el transistor ahora ha alterado porcompleto el cuadro. En cambio —tal es la rapidez del progreso técnico actual— eltransistor está siendo reemplazado por aparatos aún más pequeños y más veloces,basados en abstrusos principios del cálculo físico. Si el problema fuese sólo deespacio, las técnicas electrónicas actuales nos permitirían disponer un computadortan complejo como el cerebro humano en un solo piso del Empire State Building.

Interludio para una agónica revalorización. Es una tarea pesada estar encontacto con la ciencia, y desde que escribí el último párrafo, la MarquardtCorporation's Astro Division ha anunciado un nuevo aparato de memoria electrónicaque puede almacenar dentro de un cubo de 0,170 m3 toda la información obtenidadurante los últimos 10.000 años. Esto significa no sólo cada libro impreso, sino todolo que se ha escrito en cualquier idioma, sobre papel, papiro, pergamino o piedra.Representa una capacidad inaudita de millones de veces más que la sola memoriahumana, y aunque hay una enorme diferencia entre la información meramentealmacenada y el pensamiento creador —la Biblioteca del Congreso no ha escrito unsolo libro— ello indica que los cerebros mecánicos de enorme poder podrían ser detamaño físico muy reducido.

Esto no debe sorprender a nadie que recuerde cómo han disminuido los aparatosde radio desde el voluminoso modelo de los años 30, a los de bolsillo (aunquemucho más sofisticados) con los transistores actuales. Y el encogimiento vaganando impulso, si puedo emplear esta frase, temerosa para la mente. En laactualidad se construyen receptores de radio del tamaño de un terrón de azúcar;antes de mucho, tendrán el tamaño, no de un terrón, sino de un grano de arroz, yaque el «slogan» de los expertos en microminiaturización es:

«—¡ Si puede verse, es demasiado grande!

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Para probar que no exagero, ahí van algunas estadísticas que el lector puedeusar ante el primer fanático en «hi-fi» (alta fidelidad) que le lleve a dar una vueltapor su instalación de pared a pared. Durante la década de 1950, los ingenieroselectrónicos aprendieron a colocar 100.000 componentes en veintiocho dm3. (Paradar una base de comparación, un buen aparato dé «hi-fi» puede contener de dos atrescientos componentes y una radio doméstica unos ciento.) Al comienzo de ladécada 60, la cifra alcanzable era un millón de componentes en cada 28 dm3; en1970, cuando las técnicas experimentales de la ingeniería microscópica hayanempezado a desaparecer, pueden llegar a 100.000.000.

Por fantástica que resulte esta cifra, el cerebro humano la supera mil veces,encajando diez mil millones de neuronas en una décima de dm3. Y aunque lapequeñez no es necesariamente una virtud, puede que esto ya se halle muy cercadel límite posible de la estrechez.

Las células que componen nuestros cerebros son de actuación lenta, grandes ygastadoras de energía comparadas con los elementos del tamaño de un átomo deun computador como los que, en teoría, son posibles. El matemático John vonNeumann calculó una vez que las células electrónicas podían ser diez mil millonesde veces más eficientes que las protoplasmáticas; ya son un millón de veces másrápidas en la operación, y la velocidad a menudo puede ser dada por el tamaño. Sillevamos estas ideas a su última conclusión, parece que un computador equivalenteen poder al cerebro humano no necesitaría ser mayor que una caja de cerillas.

Este pensamiento estremecedor se torna más razonable cuando echamos unvistazo a la carne, la sangre y los huesos como materiales de ingeniería. Todas lascriaturas vivas son seres maravillosos, pero guardemos nuestro sentido de laproporción. Tal vez lo más maravilloso de la vida es que trabaja a la perfección,cuando emplea materiales tan extraordinarios, y tiene que solventar sus problemasde tan extrañas maneras.

Como perfecto ejemplo de esto, consideremos el ojo. Supongamos que nosdieran el encargo de diseñar una cámara, ya que esto es lo que es un ojo... y quetuviese que ser construida enteramente de agua y gelatina, sin usar nada de vidrio,metal o plástico. Claro, es imposible...

De acuerdo, es imposible. El ojo es un milagro de la evolución, pero es unacámara pobre. Esto puede ser probado mientras se lee el siguiente párrafo.

Aquí hay una palabra de longitud mediana: fotografía. Cierre un ojo y mantengael otro fijo —repito, fijo— en la «g» central. Le sorprenderá descubrir que. a menosque se altere la posición de la mirada, no puede leer con claridad toda la palabra.Se desvanecen las tres o cuatro letras de la derecha y de la izquierda.

Ninguna cámara —ni siquiera las más baratas— actúa de tan triste maneraóptica. En cuanto a la visión en color, el ojo humano tampoco puede ufanarse, yaque sólo es capaz de operar sobre una gama muy pequeña del espectro. Es porcompleto ciego a los mundos del infrarrojo y del ultravioleta, visibles a las abejas yotros insectos.

No somos conscientes de estas limitaciones porque hemos crecido con ellas, y sifuesen corregidas el cerebro sería por completo incapaz de manejar el alud deinformación excesiva que recibiría. Pero no hagamos una virtud de una necesidad;si nuestros ojos tuvieran la perfección óptica de la más barata y pequeña de lascámaras, viviríamos en un mundo inimaginablemente mucho más rico en colorido.

Estos defectos naturales son debidos al hecho de que los instrumentos deprecisión científica no pueden ser fabricados con materiales vivos. Con el ojo, eloído y la nariz —y todos los órganos sensoriales— la evolución ha obrado un trabajoverdaderamente increíble contra la fantástica desigualdad. Pero esto no será

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bastante bueno en el futuro; al contrario, no es ya bastante bueno en el presente.

Hay algunos sentidos que no existen, que quizá nunca serán creados por lasestructuras vivas, y que necesitamos indiscutiblemente. En este planeta, segúnnuestro conocimiento, ningún ser ha desarrollado nunca órganos que puedandetectar ondas de radio, o la radiactividad. Aunque detesto despreciar la ley yproclamar que en ningún lugar del Universo pueden existir contadores Geiger otelevisores vivos, lo creo muy improbable. Hay algunos trabajos que sólo se hacencon tubos de vacío o campos magnéticos u ondas electrónicas, y se hallan, por lotanto, más allá de las capacidades de las estructuras puramente orgánicas.

Existe otra razón fundamental para que las máquinas vivas como nosotros nopuedan esperar competir con las no-vivas. Por completo al margen de nuestrospobres materiales, nos vemos obstaculizados por una de las más difícilesespecificaciones de la ingeniería. ¿Qué clase de función puede esperarse de unamáquina que tiene que crecer varios miles de millones de veces durante el curso defabricación, y que debe ser completa y continuamente reconstruida, molécula amolécula, cada pocas semanas? Esto es lo que nos sucede a nosotros; uno no es elmismo hombre que era el año anterior, en el verdadero sentido de la palabra.

La mayor parte de la energía y esfuerzo requeridos para regular el cuerpo sepierde en una perpetua destrucción y reconstrucción... ciclo completo en variassemanas. Las ciudades como Londres o Nueva York, que son de estructuraciónmucho más sencilla que un hombre, tardan cientos de veces más en rehacerse.Cuando se intenta describir las miríadas de contratistas de la construcción ycompañías de utilidades del cuerpo trabajando furiosamente, desgarrando arterias yvenas y hasta huesos, es asombroso que aún les quede energía para pensar.

Ahora sé bien que muchas de las «limitaciones» y «defectos» mencionados comotales no lo son, mirados desde otro punto de vista. Los seres vivos, debido a sumisma naturaleza, pueden desarrollarse desde simples a organismos complejos.Pueden ser el único sendero por el que se logre la inteligencia, ya que es un pocodifícil ver cómo un planeta sin vida puede progresar directamente y por sus propiosesfuerzos desde las vetas de metal y los depósitos de minerales a los computadoreselectrónicos.

Aunque la inteligencia no pueda surgir más que de la vida, puede tambiéndescartarla. Quizás en un estado final, como han sugerido los místicos, tambiénpueda descartarse la materia, pero esto nos llevaría a los reinos de la especulaciónque una persona poco imaginativa como yo prefiere eludir.

Una ventaja, a menudo violenta, de las criaturas vivas es que se reparan a símismas y se reproducen con facilidad... incluso con entusiasmo. Esta superioridadsobre las máquinas tendrá corta vida; los principios generales que yacen bajo laconstrucción de máquinas que se reparen y se reproduzcan por sí mismas ya hansido establecidos. Hay, por incidencia, algo irónicamente apropiado al hecho de queA. M. Turing, el brillante matemático que inició este aspecto de la técnica indicandoel primero cómo podían ser construidas las máquinas pensantes, se mató pocosaños después de publicar los resultados. Es difícil no sacar una consecuencia moralde esto.

El mayor estímulo para la evolución de la inteligencia mecánica —como opuestaa la orgánica— es el reto del espacio. Sólo una parcial y pequeñísima fracción delUniverso es directamente accesible a la humanidad, en el sentido de poder vivir enella sin protección elaborada o ayuda mecánica. Si presumimos con generosidadque el potencial lebensraum de la humanidad se extiende desde el nivel del mar auna altura de tres millas, sobre toda la Tierra, ello nos da un total de quinientosmillones de millas cúbicas. A primera vista es una cifra impresionante, sobre todocuando se recuerda que toda la raza humana podría muy bien ser metida en una

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milla cúbica. Pero no es nada en absoluto cuando se compara con el Espacio, con Emayúscula. Nuestros actuales telescopios, que por cierto no son la última palabraen la materia, captan un volumen al menos de un millón de millones de millones demillones de millones de millones de millones de millones de millones de millones(1.000.00054) de veces mayor.

Aunque tal número queda, claro está, mucho más allá de toda concepción, puededar una idea aproximada. Si reducimos el Universo conocido al tamaño de la Tierra,la porción en la que vivimos sin trajes espaciales ni cabinas de presión tiene eltamaño de un solo átomo.

Es cierto que algún día exploraremos y colonizaremos muchos átomos delvolumen de la Tierra, pero será a costa de tremendos esfuerzos técnicos, ya que lamayor parte de nuestras energías estarán dedicadas a proteger de las temperaturasextremas, la presión y la gravedad halladas en el espacio y otros mundos, nuestrosfrágiles y sensibles cuerpos. Dentro de límites muy amplios, las máquinas soninsensibles a estos extremos. Aún más importante, pueden esperar con pacienciadurante años y siglos, que serán los que se necesiten para viajar hasta los confinesdel Universo.

Los seres de carne y huesos como nosotros pueden explorar el espacio yconseguir el control sobre fracciones infinitesimales del mismo. Pero sólo los seresde metal y plástico podrán conquistarlo, como ya han empezado a hacer. Losreducidos cerebros de nuestros «Rangers» y «Prospectors» se parecen muy poco alas inteligencias mecánicas que un día serán enviadas a las estrellas.

Es posible que sólo en el espacio, al ser confrontada con ambientes más duros ymás complejos que cualquier otro de este planeta, la inteligencia logre su completodesarrollo. Como otras cualidades, la inteligencia se desarrolla con la lucha y elconflicto; en los tiempos por venir, los estúpidos podrán quedarse en la plácidaTierra, y el genio auténtico florecerá en el espacio... el reino de la máquina, no dela carne y de los huesos.

Un sorprendente parecido con esta situación ya ha ocurrido en nuestro planeta.Hace millones de años, el más inteligente de los mamíferos se apartó de la batallaen la seca tierra y retornó a su hogar ancestral, el océano. Todavía está allí, concerebro más grande y potencialmente más poderoso que el nuestro. Pero (por loque sabemos) no lo usa; el estático ambiente del mar no actúa sobre suinteligencia. Los puercos marinos y las ballenas, que podían haber sido nuestrosiguales y tal vez nuestros superiores de haberse quedado en tierra, corren ahora enun estado de mente simple y éxtasis inocente junto a los nuevos monstruosmarinos que transportan dieciséis megatoneladas de muerte. Quizás ellos, nonosotros, hicieron la debida elección, pero ya es demasiado tarde para unirnos aellos.

Si me han seguido hasta aquí, el computador protoplásmico del interior de sucráneo debe ahora poder aceptar la idea —al menos en gracia al argumento— deque las máquinas pueden ser más inteligentes y más versátiles que los hombres, yque ello puede ocurrir en un futuro muy próximo. Por lo que es cuestión de tiempoenfrentarse con la pregunta:

—¿En qué lugar queda el hombre?

Sospecho que ésta no es una cuestión de suma importancia... salvo para elhombre. Quizá los hombres de Neanderthal hicieron similares protestas, unos100.000 años antes de Cristo, cuando apareció en escena el Homo sapiens, con sucabeza erguida y su ridícula barbilla adelantada. Un filósofo del Paleolítico que leshubiera dado a sus colegas la adecuada respuesta, quizás hubiera terminado en laolla de cocer; yo estoy dispuesto a correr ese riesgo.

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La respuesta a corto plazo puede ser animadora en vez de deprimente. Puedehaber una breve Edad de Oro cuando los hombres se glorifiquen en el poder y elalcance de sus nuevos compañeros. Si terminamos con las guerras, esta Era yacerádirectamente frente a nosotros. Como señaló hace poco el doctor Simón Ramo:

—La extensión del intelecto humano por la electrónica se habrá convertido ennuestra mayor ocupación dentro de una década.

Esto es cierto sin lugar a dudas, si recordamos que en algún momento más tardela palabra «extensión» puede ser reemplazada por «extinción».

Una de las formas en que podrán ayudarnos las máquinas pensantes esterminando con las más humildes tareas de la vida, dejando al cerebro humanolibre para concentrarse en altos pensamientos. (Claro está que no existe garantíade que sea así.) Quizá durante unas cuantas generaciones, cada hombre viviráacompañado de un computador electrónico, que podrá no ser mayor que lostransistores actuales. «Crecerá» con él desde la infancia, estudiando sus hábitos,sus negocios, tomando sobre sí todas las tareas menores como la rutina de lacorrespondencia, el pago de los impuestos y las citas. En ciertas ocasiones, inclusoocupará el lugar de su amo, yendo a citas que éste prefiera esquivar, y luegoinformando de las mismas con todo detalle. Podría sustituirle en el teléfono tan porcompleto que nadie fuera capaz de decir si estaba hablando el hombre o lamáquina; dentro de un siglo, el juego de «Turing» puede haber pasado a formarparte integral de nuestras vidas sociales, con complicaciones y posibilidades quedejo a la imaginación del lector.

Seguramente alguien recordará aquel delicioso robot, Robbie, de la películaForbidden Planet (en español, Ultimátum a la Tierra), una de las tres o cuatro cintasque los aficionados a la ciencia-ficción han podido contemplar sin rubor; el hecho deque el asunto fuera tomado de Shakespeare influyó indudablemente. Admito, contoda seriedad, que la mayoría de las habilidades de Robbie, junto con las másconocidas de Jeeves, el mayordomo creado por Woodehouse, un día quedaránincorporadas a una especie de criado-secretario-compañero electrónico. Será mejory más limpio que las latas andantes o los trajes mecanizados presentados porHollywood, con típica carencia de imaginación, cuando quiere describir un robot. Ytendrá un talento extremado, con conexiones velocísimas que permitirán seraplicadas a una variedad ilimitada de órganos sensoriales y miembros. En efecto,sería una especie de inteligencia desencarnada y de propósito general, que podríaunirse al instrumento que nos hiciera falta. Un día podría utilizar micrófonos ymáquinas de escribir eléctricas o televisores; otro, automóviles o aviones... o loscuerpos de los hombres y de los animales.

Y éste es, quizás, el momento de aceptar el concepto que mucha gente halla aúnmás horrible que la idea de que las máquinas pueden reemplazarnos o superarnos.Es la idea ya expresada en el capítulo anterior, de que podrían combinarse connosotros.

No sé quién fue el que primero pensó en ello; probablemente el físico J. D.Bernal, que en 1929 publicó un extraordinario libro de predicciones científicastitulado El mundo de la carne y el diablo. En este volumen (a veces me pregunto loque ahora piensa de sus indiscreciones de juventud el viejo camarada de sesentaaños de la Royal Society, si es que las recuerda), Bernal decidió que las numerosaslimitaciones del cuerpo humano sólo podían ser superadas con el uso de ayudasmecánicas, o sustitutos, hasta que, eventualmente, todo lo que como útil pudieraser dejado del hombre no fuese más que el cerebro.

Esta idea es ahora mucho más plausible que cuando Bernal la lanzó, ya que enlas últimas décadas hemos visto el desarrollo de los corazones, los riñones, lospulmones y otros órganos mecánicos, y los aparatos electrónicos directamente

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unidos al sistema nervioso humano.

Olaf Stapledon desarrolló este tema en su maravillosa historia del futuro Losúltimos y los primeros hombres, imaginando una era de inmortales «cerebrosgigantes», de muchos metros de extensión, viviendo en células en forma desolmena, sustentadas por fábricas químicas y bombas de inducción. Aunque porcompleto inmóviles, sus órganos sensoriales podían estar donde quisieran, por loque su centro de sabiduría —o de conciencia, si se prefiere— podía hallarse encualquier sitio de la Tierra, o en el espacio exterior. Éste es un punto importanteque nosotros —que llevamos nuestro cerebro sobre la misma estructura quenuestros ojos, oídos y demás órganos sensoriales, a menudo con efectos muydesastrosos— podemos con facilidad apreciar. Dada la telecomunicación perfecta,un cerebro fijo no es una molestia, sino al revés. El actual cerebro, por completoaprisionado tras sus paredes de hueso, comunica con el mundo exterior y recibe susimpresiones por los cables telefónicos del sistema nervioso... cables que varían enlongitud desde una fracción de pulgada a varios pies. Jamás notaríamos ladiferencia si estos «cables» tuvieran centenares o millares de millas de longitud, oconectados enlaces móviles de radio, si el cerebro no se movía en absoluto.

De manera cruda ya hemos extendido nuestros sentidos visuales y táctiles lejosde nuestros cuerpos. Los hombres que ahora trabajan con radioisótopos,manejándolos con dedos mecánicos de control remoto y los observan por televisión,han conseguido una separación parcial entre el cerebro y los órganos sensitivos.Éstos se hallan en un sitio; sus mentes, en otro.

Recientemente la palabra «Cyborg» (organismo cibernético) es la encargada dedescribir los animales-máquinas del tipo que hemos estado estudiando. Losdoctores Manfred Clynes y Nathan Kline, del Hospital Rockland State, Orangeburg,Nueva York, que inventaron el nombre, definen un cyborg con estas palabrasprometedoras:

—Un complejo orgánico exógenamente extendido funcionando como un sistemahomeostático.

Traducido al lenguaje corriente, significa un cuerpo que tiene máquinas unidas almismo, construidas dentro del mismo, para reemplazarle o modificar algunas desus funciones.

Supongo que a un hombre con un pulmón de acero se le puede llamar un cyborg,pero el concepto tiene implicaciones mucho más amplias. Un día podremosestablecer uniones temporales con máquinas bastante complicadas, siendo capacesno ya de controlar, sino de convertirse en una nave espacial, un submarino o unared de TV. Esto nos dará mucho más que satisfacción puramente intelectual; laemoción que puede obtenerse de conducir un coche de carreras o un aeroplano seráun pálido fantasma ante la excitación que nuestros tataranietos conocerán, cuandola conciencia individual humana se libere para vagar a voluntad de máquina amáquina, a través de todos los confines del mar, del cielo y del espacio.

Pero ¿cuánto durará este compañerismo? ¿Puede la síntesis del hombre y lamáquina ser estable eternamente, o el componente orgánico se convertirá en unelemento digno de verse descartado? Si tal ocurre —y ya he dado buenas razonespara pensar que así será— no tendremos nada que lamentar, y menos aún quetemer.

La idea popular, apoyada por las caricaturas y las novelas baratas de ciencia-ficción, de que las máquinas inteligentes serán malévolas entidades hostiles alhombre, es tan absurda que no vale la pena refutarla. Casi estoy tentado de argüirque sólo las máquinas no inteligentes pueden ser malévolas; los que describen lasmáquinas como enemigos hostiles están proyectando sus instintos agresivos,

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heredados de la jungla, a un mundo donde tales cosas no existirán. Cuanto másalta es la inteligencia, mayor será el grado de cooperación. Si hay alguna guerraentre los hombres y las máquinas, es fácil sospechar quiénes la empezarán.

Pero por muy amigables que sean y por mucha ayuda que puedan prestar lasmáquinas del futuro, la mayoría de la gente sentirá que es una negra perspectivapara la humanidad que termine como un espécimen disecado en cualquier museobiológico... aunque el museo sea toda la Tierra. Ésta, sin embargo, es una actitudque no puedo compartir.

Ningún individuo existe para siempre, ¿por qué debemos esperar que nuestraespecie sea inmortal?

—El hombre —dijo Nietzsche— es una cuerda tensada entre el animal y elsuperhombre... una cuerda a través del abismo. Habrá servido a un noblepropósito.

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19

EL LARGO CREPÚSCULO

Volviendo la vista hacia los capítulos precedentes hallo numerosasinconsistencias y omisiones. En cuanto a las primeras, no estoy arrepentido por lasrazones aducidas en la introducción. Al intentar explorar posibilidades rivales ycontrarias, en cada caso he tratado de llegar al final de la línea; a veces esto hallevado a un sentido de orgullo en el pasado del hombre y en sus futuros logros... aveces a la convicción de que representamos un grado muy bajo en la historia de laevolución, destinado a pasar sin dejar huellas en el Universo. Cada lector deberáelegir su propio punto de vista; pero adopte la postura que adopte, seráaconsejable que deje una línea de retirada.

Respecto a las omisiones, unas son debidas a una franca falta de interés por miparte; las otras, al sentimiento de que carezco de las necesarias calificaciones paraexaminarlas. La última razón pesa en el hecho de que los temas médicos ybiológicos no estén desarrollados con más detalle. Parece muy posible que muchoslogros futuros de producción, sensación, recolección de datos y fabricación puedanestar basados en los seres vivos o casi-vivos, en lugar de en aparatos inorgánicos.La Naturaleza proporciona, sin coste, mecanismos tan maravillosos que parecelocura no emplearlos. No dudo que nuestros descendientes usarán muchos animalesinteligentes para tareas que de otro modo sólo podrían ser realizadas por robotsmuy caros y complicados.

En relación con esto, podía haber examinado los intentos hechos ahora por eldoctor Lilly y otros para establecer comunicación con los delfines37. Podía haberdicho mucho más sobre la posibilidad de entrar en contacto con inteligenciasextraterrestres, por ondas de radio o láser (luz coherente o concentrada). Uno oambos objetivos se lograrán, más pronto o más tarde, pero los dos abren un campotan ilimitado que es innecesario especular sobre ellos; aquí no hay postes quelimiten la frontera entre la ciencia y la fantasía.

Siguiendo con el tema de la comunicación, también podía haber estudiado elurgente problema de la comunicación entre los seres humanos. El desarrollo de las«máquinas de idiomas» en computadores es, sin duda, tema para controversiaslingüísticas. Algunos profesores ya han intentado desarrollar lenguajes lógicos,libres de las ambigüedades y defectos de los existentes. Éste es un proyecto másambicioso que inventar otro esperanto o interlingua, ya que va hasta la misma raízdel pensamiento. (Un esfuerzo tal está descrito en el artículo Loglan, de ScientificAmerican, de junio de 1960.) Aunque sospecho que un lenguaje lógico no sería aptopara escribir poesías o cartas de amor, su desarrollo deberá ser bien recibido. Talvez el futuro tendrá dos idiomas, uno para pensar y otro para sentir. El segundopodría ser específico de la raza humana, mientras que el primero tendríaaplicaciones universales.

El control del clima es otro tema que podría haber sido discutido con másextensión. Aparte de su obvia importancia terrestre, esto conducirá eventualmentea lo que se ha dado en llamar «ingeniería planetaria»... la modificación a granescala de los otros cuerpos celestes para hacerlos habitables. La consecución detales actividades, en cualquier lugar del Universo, puede ser un gran proyecto paralos astrónomos del futuro. Por otra parte, ya lo ha sido en menor escala en elpasado; el debate aún no resuelto concerniente a los famosos «canales» de Martees buena prueba de ello.

37 Véase El hombre y el delfín, de John C. Lilly. — (N. del A.)

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Ciertos tipos de estructuras ordenadas y simétricas, algunas clases dedesprendimiento de energía, son tan anormales que apuntan hacia una inteligenciade origen. Cuando la energía equivalente a varios megatones aparece en un área depocas millas de diámetro, puede ser un volcán; cuando aparece en un solo punto,únicamente puede ser una bomba.

Los radioastrónomos ahora están descubriendo nuevos fenómenos en otrasgalaxias; la Virgo A (Messier 87), por ejemplo, tiene un brillante chorro que sale desu núcleo, como un faro de luz a centenares de años-luz de distancia. Lo que tienede peculiar este chorro es la concentración de energía que guarda, quizásequivalente a la de millones de supernovas o a la radiación de billones de estrellasordinarias. En realidad, con el poder de este chorro, quedaría por completoaniquilada una masa equivalente a cien soles.

Esto es por completo inexplicable sobre la base de cualquier proceso naturalconocido; es como comparar la bomba H a un geiser. Hay buenas posibilidades deexistir una explicación natural, que aún no haya sido descubierta, pero es unintento de especular con la alternativa. Con tiempo suficiente, los seres racionalespodrían lograr el poder de manipular no ya meros planetas, ni estrellas, sino lasmismas galaxias. Si el chorro de la M.87 es artificial, ¿cuál es su propósito? ¿Es unintento de señalización a través del espacio galáctico? ¿Un instrumento de laingeniería cósmica? ¿Un arma? ¿O algún subproducto de una incomprensiblereligión o filosofía... como en nuestro planeta, la Gran Pirámide es un gigantescosímbolo de una mentalidad que ahora nos parece casi alienada?

Tales proyectos exigen lapsos de tiempo, y continuidad de culturas, a una escalainconcebible para nosotros. El tiempo está allí, de esto no hay duda. Cadageneración de astrónomos multiplica por diez la edad del Universo; el cálculocorriente parece ser de 25.000 millones de años. Decir que la civilización humanaha existido durante una millonésima de tiempo de la edad de esta galaxia no estámuy equivocado. Pero también parece que la pasada duración de la galaxia es unrelámpago de tiempo comparado con los billones de años que quedan al frente. Asu presente grado de radiación, estrellas como el Sol pueden continuar quemándosedurante miles de millones de años; luego, tras varias vicisitudes internas, bajarán aun nivel de existencia más modesto, convirtiéndose en estrellas enanas. Lasestrellas envejecidas podrán entonces brillar débilmente por períodos de tiempomedidos no en miles de millones, sino en billones (millones de millones) de años.Los planetas de tales estrellas, situados a la misma distancia que antes de su foco(ahora mucho más débil), planetas como la Tierra e incluso Mercurio, se helarían atemperaturas de centenares de grados bajo cero. Por la época que estamosconsiderando, los planetas naturales o artificiales podrían haber sido trasladadoshacia el Sol para batallar contra la futura Edad Glacial como, hace ya muchotiempo, nuestros salvajes antepasados debieron haberse reunido alrededor de susfogatas para protegerse del frío y de los seres nocturnos.

En un famoso y elegiaco pasaje, Bertrand Russell observó una vez:

«...todas las obras de las edades, toda la devoción, toda la inspiración, todo elbrillo esplendoroso del genio humano, todo está destinado a la extinción en la vastamuerte del sistema solar, y todo el templo de las consecuciones del hombre debeinevitablemente ser enterrado bajo los restos de un Universo en ruinas... todasestas cosas se hallan más allá de cualquier discusión, y son tan verdaderas queningún filósofo que las rechace puede ser escuchado».

Esto puede resultar cierto; pero la ruina del Universo está tan lejos que no puedetener ninguna relación con nuestra especie. O, quizás, con ninguna de las especiesque ahora existen, en cualquier lugar de la masa de estrellas que llamamos VíaLáctea.

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Nuestra galaxia se halla ahora en la breve primavera de su vida, una primaveragloriosa merced a las brillantes estrellas blanquiazules como Vega y Sirio, y, enmás humilde escala, nuestro propio Sol. Y no será hasta que estos astros hayanflameado a través de toda su incandescente juventud, en unos brillantes miles demillones de años, cuando empezará la verdadera historia del Universo.

Será una historia iluminada por las estrellas resplandecientes con colores rojos einfrarrojos, que resultarían casi invisibles a nuestros ojos; pero la sombra coloristade este Universo casi eterno puede estar pleno de color y belleza para cualquier serextraño que se adapte a él. Estos seres sabrán que ante ellos yacen, no los millonesde años en que nosotros medimos las eras geológicas, no los miles de millones deaños que se extienden entre las pasadas vidas de las estrellas, sino años quedeberán ser contados por billones. Tendrán bastante tiempo, en estos billones deaños, para intentar todas las cosas, de reunir todos los conocimientos. No seráncomo dioses, porque los dioses imaginados por nuestras mentes nunca han tenidoestos poderes que ellos poseerán. Pero, pese a todo esto, podrán envidiarnos,mientras se calienten (como puedan) al brillante resplandor de la Creación, ya quenosotros hemos conocido el Universo cuando era joven.

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CARTA DEL FUTURO

La carta que sigue no es, por supuesto, para ser tomada demasiado en serio,pero es divertido e instructivo interpolar la escala del tiempo de los pasados logroscientíficos por los del futuro. Si más no, representa un resumen de lo que haocurrido en los últimos 150 años, el cual debe convencer a cualquiera de queninguna imaginación actual puede esperar «ver» más allá del año 2100. Yo nisiquiera he intentado profundizar más allá.

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Fecha Transporte ComunicaciónInformación

Materialesmanufacturados

QuímicaBiología

Física

1800 Motores a vapor Química inorgánica Teoría atómica

Locomotoras

Cámara

Calculador Instrumentos demaquinaria

Síntesis de la Urea

Babbage

Buque

1850 Telégrafo

Espectroscopio

Conservación de laenergía

Teléfono Electromagnetismo

Fonógrafo Evolución

Automóvil Máquinas de oficina

1900 Motores Diesel

Avión Motores de petróleo Tintes Rayos X

Electrón

Tubo de vacío Producción en masa Genética Radiactividad

Vitaminas

1910 Fijación del Nitrógeno Plásticos Isótopos

Radio

1920 Cromosomas Teoría cuántica

Genes

1930 Relatividad

Lenguaje de lasabejas

Estructura atómica

TV Hormonas

1940 Jet (Avión A Chorro) Indeterminación

Cohete Ondas mecánicas

Helicóptero Radar Neutrón

Magnetófonos Magnesio del mar Plásticos Fisión del uranio

Calculadoraselectrónicas

Antibióticos Aceleradores

Silicones Radioastronomía

Cibernética Energía atómica

Transistores Automatización

Maser Laser

GEM Bomba de fusión Tranquilizntes IGY

Satélites Principio de Paridad

1960 Nave espacial Comunicación víasatélite

Estructura de laproteína

Estructura del núcleo

Código genético

Alunizaje

1970 Laboratoriosespaciales

Máquinas traductoras Eficiente almacenajeeléctrico

Idiomas de loscetáceos

Cohete nuclear

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1980 Aterrizajes planetarios

Radios individuales Fuerza de fusión Exobiología Ondas de gravedad

Cyborgs

1990

Inteligencia artificial

2000 Colonización deplanetas

Energía inalámbrica

Tiempo pronósticosmuy anticipados

Estructura subnuclear

Biblioteca global Minería marítima

2010 Sondas interestelares Aparatos telesensores Control del tiempo Catálisis nuclear

Idiomas lógicos Control de la herencia

2020 Sondas terrestres

Robots

2030 Minería del espacio

Contactos con seresextraterrenales

Bio-ingeniería

2040 Control de la gravedad Animales inteligentes

Transmutación

2050 Hibernación

Memorizador

Navegacióninterestelar

2060 Educador mecánico Ingeniería planetaria Distorsión del Espacioy del Tiempo

Código de artefactos Vida artificial

2070 Velocidadessublumínicas

2080 Vuelo interestelar Máquinas deinteligencia superior alhombre

Control del clima

2090 Transmisor de materia Multiplicador

Cerebro mundial Ingenieríaastronómica

Inmortalidad

2100 Encuentro con seresextraterrestres