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núm. 15, mayo-agosto, 2013, pp. 129–175 Resumen Apuntes para la historia de la ciencia y la tecnología nuclear en México Notes on the history of science and nuclear technology in Mexico David J. Sarquís Ramírez - [email protected] El trabajo hace un breve recorrido histórico para revisar y comentar la experiencia que buscó desarrollar las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear en México. El camino inicia con los primeros pasos, en el mundo de la academia, por incorporar algunos de los avances que se estaban dando en esta área en otras latitudes durante la primera mitad del siglo XX y continúa con una revisión del proceso que llevó, a partir de mediados de la década de los cincuenta, a institucionalizar el desarrollo del estudio y las aplicaciones de la energía nuclear en nuestro país, incluidos los procesos de regulación correspon- dientes. Aproveando la experiencia laboral direa del autor dentro del seor nuclear por espacio de unos 15 años, se analizan las diversas vicisitudes, políticas, económicas, laborales, etc. por las que ha atravesado el seor nuclear mexicano, donde la proporción entre recursos invertidos y logros obtenidos arroja a la fea resultados considera- blemente pobres, independientemente de la existencia de algunas muy prominentes figuras que en lo individual son merecedoras del más grande reconocimiento por sus destacadas contribuciones al desarrollo general de la ciencia en México. Palabras clave: energía nuclear, aplicaciones pacíficas, desarrollo institucional, políticas públicas. Abstract is article includes a brief historical insight to analyze and discuss the efforts to develop peaceful implementations of nuclear energy in Mexico. Refleion begins with an overview of the first steps in the academic world to incorporate the advances that were starting to develop in this area in other parts of the world during the first half of the 20th century and continues with an analysis of the process that helped to institutionalize the development of the study and implementation of nuclear energy

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núm. 15, mayo-agosto, 2013, pp. 129–175

Resumen

Apuntes para la historia de la ciencia y la tecnología nuclear en México

NotesonthehistoryofscienceandnucleartechnologyinMexico

David J. Sarquís Ramírez - [email protected]

El trabajo hace un breve recorrido histórico para revisar y comentar la experiencia que buscó desarrollar las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear en México. El camino inicia con los primeros pasos, en el mundo de la academia, por incorporar algunos de los avances que se estaban dando en esta área en otras latitudes durante la primera mitad del siglo XX y continúa con una revisión del proceso que llevó, a partir de mediados de la década de los cincuenta, a institucionalizar el desarrollo del estudio y las aplicaciones de la energía nuclear en nuestro país, incluidos los procesos de regulación correspon-dientes. Aprovechando la experiencia laboral directa del autor dentro del sector nuclear por espacio de unos 15 años, se analizan las diversas vicisitudes, políticas, económicas, laborales, etc. por las que ha atravesado el sector nuclear mexicano, donde la proporción entre recursos invertidos y logros obtenidos arroja a la fecha resultados considera-blemente pobres, independientemente de la existencia de algunas muy prominentes figuras que en lo individual son merecedoras del más grande reconocimiento por sus destacadas contribuciones al desarrollo general de la ciencia en México.

Palabras clave: energía nuclear, aplicaciones pacíficas, desarrollo institucional, políticas públicas.

Abstract

This article includes a brief historical insight to analyze and discuss the efforts to develop peaceful implementations of nuclear energy in Mexico. Reflection begins with an overview of the first steps in the academic world to incorporate the advances that were starting to develop in this area in other parts of the world during the first half of the 20th century and continues with an analysis of the process that helped to institutionalize the development of the study and implementation of nuclear energy

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in our country, including the corresponding regulation processes that started during the second half of the 50´s. Using the author´s 15- year experience as a reference within the nuclear sector, different political, economical and labor difficulties that the Mexican nuclear sector has gone through- where the proportion between the invested resources and the obtained achieve-ments throw considerably poor results, regardless of the existence of some prominent figures that individually deserve the biggest recognition for their distinguished contributions to the general development of science in Mexico- are analyzed.

Keywords: Nuclear energy, peaceful implementations, institutional development, public policies.

La hisoria de cómo nace en un país joven el impulso por explorar lo desconocido, cómo al principio es sólo una llama mortecina que puede apagarse en cualquier momento y cómo

requiere atención cuidadosa e inteligente hasta que por fin parece prenderse y promete iluminar todo el porvenir, es siempre una historia fascinante.

Manuel Sandoval Vallarta

Introducción

La historia integral de la ciencia y la tecnología nuclear en México es una obra que aún está por escribirse. La trama es ya larga y sumamente compleja, aunque no por ello menos interesante; sin embargo, es todavía

un guión esencialmente fragmentario al que aún falta por dedicar el esfuerzo de análisis y de síntesis necesarios para poder vincular de manera significa-tiva todas las piezas sueltas relacionadas con los momentos aislados o con los protagonistas sobresalientes en este acontecer, cuyas obras ya han sido revisadas y cuya integración permitirá apreciar mejor la visión del conjunto en el proceso.

Próximo a cumplir ya siete décadas de haberse iniciado el intento oficial por promover su desarrollo, a estas alturas el área nuclear cuenta, sin lugar a dudas, con un valioso cúmulo de experiencias que bien valdría la pena relacionar para analizar en detalle, de manera ordenada y sistemática, con

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objeto de aprovechar mejor los aciertos y, en su caso, cuando sea posible, por lo menos tratar de enmendar los errores.

No es este el espacio para abordar ese estudio detallado, que seguramente requeriría de varios volúmenes para hacer justicia a la magnitud del empeño que por más de seis décadas hemos estado invirtiendo como país para tener un sector nuclear propio, como aval y soporte de un desarrollo tecnológico nacional siquiera relativamente autónomo.

No obstante, justamente en ocasión de la cercanía del septuagésimo aniversario de la creación del primer organismo gubernamental que tuvo a su cargo el desarrollo del esfuerzo inicial para introducir a nuestro país en la era nuclear, quisiera aprovechar este espacio para hacer una breve reflexión en torno al destino de las primeras acciones encaminadas en esta dirección.

Quisiera empezar por recordar un casi angustioso llamado de alerta emitido hace casi 40 años por el entonces Director del Instituto de Física de la UNAM, al hacer un somero recuento de lo que había sido el desarrollo de la energía nuclear en México hasta ese entonces. Decía Don Jorge Flores:

En unas cuantas décadas…que los mexicanos miramos pasar de largo tranquila-mente, se llegó del descubrimiento del núcleo a su utilización masiva. Hicimos, aunque tardíos, esfuerzos considerables por engancharnos al progreso nuclear, pero el esfuerzo resultó vano, porque los investigadores carecieron de su apoyo apreciable en el momento oportuno.

Añadía luego ominosamente: Si no se concreta pronto una política de investigación en energéticos, corremos el peligro de que la historia vuelva a repetirse y que a principios del próximo siglo, alguien escriba otro artículo como éste, contando una vez más de las penurias de la ciencia y la tecnología mexicanas.1

El plazo se ha cumplido y la voz de Don Jorge se ha tornado profética. Es precisamente porque existe esta impresión de que, a pesar del tiempo transcu-rrido y de los recursos tanto humanos como materiales y financieros invertidos, el sector parece no haber alcanzado aún la mayoría de edad (y, en consecuencia, el nivel de resultados obtenidos, en comparación con la magnitud del esfuerzo invertido es más bien escaso) que, a partir de una experiencia laboral de 15 años en un cargo cercano a los niveles de toma de decisión en este campo, quisiera matizar mis reflexiones en torno a la forma como evolucionaron

1 Flores Valdés, Jorge. La investigación y los energéticos. Suplemento del XV Aniversario de El Día. La Energía Nuclear. México, Junio de 1978. p.13

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algunos de los acontecimientos que dieron su perfil característico al desarrollo de la energía nuclear en México.

Estoy consciente de las limitaciones que me impone mi propia posición como observador y no pretendo que mi análisis haya dado con las causas

“reales” y “verdaderas” para explicar el rezago o el bajo rendimiento de los resultados de los 60 años de esfuerzo, o más aún, de las pobres perspectivas que a la fecha parecen marcar el destino de este tipo de actividades en nuestro país y que, en cierto sentido, no son del todo ajenas a la experiencia interna-cional en la materia.

Durante una conversación con mi jefe y amigo, el Ing. Fernando Iturbe sobre el proyecto de escribir esta breve reflexión sobre el curso de los aconte-cimientos en el sector, hace ya casi 20 años, me dijo:

A mi juicio, el entusiasmo inicial fue importante para dar impulso a una actividad científica promisoria, lamentablemente los gobiernos subsecuentes no dieron apoyo suficiente al desarrollo científico en general, permitiendo el rezago de toda la investigación y de la nuclear dentro de ella, los gobiernos de esa época mantuvieron una visión de muy corto plazo, la cual llegó a su máxima expresión en la época de Echeverría y de López Portillo. Dos anécdotas que recuerdo muy bien lo ejemplifican. Cuando López Portillo nombró como director del INEN a Francisco Vizcaino Murray y le preguntaron por qué, contestó: ‘a ese lugar no mando a un amigo’. Recién que tomó posesión Vizcaino convocó a todo el personal de confianza a una reunión en la que expresó: ‘Debemos hacer planes de corto, mediano y largo plazos, hasta seis años’, yo estuve presente en esa reunión. Quien sí tenía visión de futuro, en cambio era Don Adolfo Ruiz Cortines, pues creó la CNEN para que el Estado tuviera el control de los recursos nucleares, previendo la voracidad de los vecinos del norte para acaparar el uranio en su beneficio. También lo muestra el hecho de que el proyecto de Laguna Verde estuvo suspendido un sexenio completo.2

Por una parte resulta innegablemente cierto que, al parecer, el pecado de origen bajo el que nació la energía nuclear ante la opinión pública mundial (las explosiones de las bombas atómicas que destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945) hubiesen marcado irremediablemente el futuro de este tipo de tecnología a nivel internacional, dificultando su desarrollo por doquier, al causar un rechazo casi automático contra su utilización por parte de la conciencia colectiva universal, a pesar del promisorio potencial con el que las ciencias nucleares ofrecen resarcir su negativo impacto inicial. Pero,

2 Entrevista con el Ing. Fernando Iturbe Hermann, (1994) entonces Director del área de Sistemas de Información y Capacitación.

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por otro, tampoco se podría negar que, a pesar de lo negativa que pudiera resultar la imagen de la energía nuclear ante la opinión pública, su desarrollo ha ofrecido considerables ventajas a los países más seriamente abocados a este esfuerzo y que, en México no han faltado ni recursos ni talento para su desarrollo, lo que, sin lugar a dudas nos invita a reflexionar en las otras causas que han obstaculizado su desarrollo y que irremediablemente tienen que ver con el diseño e implementación de políticas públicas adecuadas.

Con seguridad habrá quien pueda ver las cosas con mayor optimismo y pensar que en nuestro país sí hemos alcanzado logros sustantivos que justifican o, por lo menos compensan los esfuerzos de una comunidad bien orientada y decidida de técnicos y científicos locales que incluso tienen ante sí un panorama promisorio, pues efectivamente existen algunos afortunados (que no fortuitos) ejemplos para avalar este punto de vista.

También habrá de hecho quien vea un panorama todavía más sombrío que el que esta breve presentación parece sugerir y que niegue hasta los logros más evidentes. No creo que la elección tenga que darse necesariamente entre el entusiasmo de los primeros y el pesimismo de los segundos. Como en la realidad en términos generales, la historia del sector nuclear nacional está matizada por claro-obscuros entre los que definitivamente pueden encontrarse tanto motivos para sentir orgullo, como razones para buscar reorientar el rumbo.

Es pues la intención de este ensayo, por lo menos sugerir algunos de los lineamientos que pueden contribuir a sacar un mejor provecho del debate en torno a la trayectoria de nuestro sector nuclear. No creo que una actitud reduc-cionista y maniquea nos ayude a entender lo que ha sucedido con el desarrollo de la ciencia y la tecnología nuclear en el país; entendimiento que, por otra parte, resulta indispensable para poder trazar las líneas de acción sobre las cuales se pretende decidir el futuro próximo de la energía nuclear en México.

Algunos antecedentes

La última década del siglo XIX fue un época de grandes acontecimientos para el mundo de la física. Sucesos que obligarían a una cuidadosa revisión de los principios mismos en los que se sustentaba esta gran ciencia y de los cuales, en gran medida, había surgido la cosmovisión propia de los hombres de esa época.

En 1895, William Roentgen descubrió los famosos rayos X, en el 96, los esposos Curie aislaron por primera vez el radio y Henri Becquerel puso de manifiesto el fenómeno de la radiactividad natural. En 1897, Thompson formuló

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su célebre teoría sobre los electrones, con la cual empezaba a confirmarse la noción de que todo en el Universo, incluso la materia, está íntimamente relacionada con la energía. En 1902, Marie Curie recibió el Premio Nobel de Química por su trabajo sobre la radiactividad y en 1905 Albert Einstein presentó su celebérrima Teoría de la Relatividad. Se había iniciado “la era atómica” y el trabajo continuo incluso a un ritmo más acelerado durante el resto del turbulento siglo XX, dando paso no sólo a una nueva forma de concebir la realidad, sino incluso de interaccionar con ella, fundada en los conocimientos recién adquiridos sobre la estructura de la materia y su inte-rrelación con la energía como elementos definitorios de todo cuanto podemos percibir en el Universo.3

Dada la difícil situación social que se vivía en México por aquella época, nuestro país estuvo más bien al margen (aunque no en total desconocimiento) de estos nuevos desarrollos que estaban forjando la cosmovisión del hombre del siglo XX.

Tenemos evidencia de que, por ejemplo, desde finales de la década de los veinte se conocían y se intentaban aplicar en nuestro país las supuestas propiedades curativas del radio. Obra en poder de la actual Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias el original de un certificado de auto-rización de uso de agujas de radio otorgado por Madame Curie a un Doctor Labastida aquí en nuestro país. El documento está fechado el 16 de junio de 19274, y fue donado a la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) por el Dr. Adalberto Molina Calderón en agosto de 1981.

Pero no es sino hasta principios de la década de los treinta, cuando empieza a tratar de institucionalizarse en el país un proyecto educativo nacional sobre el cual sentar las bases para el desarrollo en esta área. Fue entonces cuando se empezó a intentar rescatar los adelantos científicos de la época e incorporarlos a nuestros programas de enseñanza superior.

En un interesante artículo sobre los orígenes y el desempeño de la Escuela de Post-graduados de la ESIME entre 1935 y 1947, el Dr. Onofre Rojo Asenjo relata algunas de las vicisitudes del Instituto Politécnico Nacional tratando de incorporarse al estudio de vanguardia en física nuclear.5 El trabajo ofrece,

3 Véase: Asimov, Isaac, (1992) Átomo: Viaje a través del cosmos subatómico. Plaza & Janés, Barcelona.

4 Información proporcionada por cortesía de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias.

5 Rojo Asenjo, Onofre. La escuela de post-graduados de la ESIME. Fotocopia de la versión original del autor.

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entre otras cosas, la llegada al IPN de la Dra. Marietta Blau, física austriaca de origen judío, directamente recomendada por Albert Einstein e inventora de un método para fotografiar la destrucción de átomos por rayos cósmicos.

La Dra. Blau, según nos cuenta el Dr. Rojo, es quien “aparece como Profesora de Física Superior del programa de estudios de post-graduados de 1940 y seguirá apareciendo durante los cuatro años siguientes impartiendo diferentes cursos de post y pre-grado en su especialidad y siendo miembro de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica para el año de 1943”6.

El trabajo de esta destacada investigadora en nuestro país incluyó la fabricación de algunos equipos que en ese entonces ni siquiera se podían conseguir en los propios Estados Unidos, para la realización de sus experi-mentos y algunos viajes a Chihuahua para hacer análisis y prospección de minerales que contenían uranio, todo ello avalado por el propio Don Manuel Sandoval Vallarta.

Aunque, como dice el Dr. Rojo, “no todo fueron facilidades las encontradas por la Dra. Blau para instalar su laboratorio y operarlo”7, pues el mismísimo Director de la EISME; en aquella época, el Ing. Valentín Venegas, con marcial criterio, digno del Cancerbero, contestaba mediante oficio a la solicitud del Departamento de Enseñanza Técnica para que la Doctora pudiese tener libre acceso a su laboratorio fuera del “horario normal” de trabajo que: “en beneficio del buen orden y disciplina del plantel”, pensaba que era mejor fijar un horario determinado, al cual “por su propio bien” tendría que sujetarse la profesora. No cabe duda que, aún sin proponérselo, la mentalidad burocrática puede constituirse en uno de los más serios obstáculos contra el desarrollo.

En realidad sería difícil precisar hasta qué punto el férreo concepto discipli-nario del Ing. Venegas haya podido influir en el ánimo de la Dra. Blau, pero si, como sabemos, esa brillante mujer venía huyendo de los sistemas de control impuestos por los nazis, es de pensarse que no se debió haber requerido de mucho estímulo para desanimarla.

La doctora Blau inició una interesante labor pionera que bien podría haber sido de mayor importancia para el desarrollo de la energía nuclear en México, lamentablemente, según el relato del doctor Rojo, la doctora pidió su baja del IPN en 1944 y emigró a los Estados Unidos; allá se incorporó al Brookhaven National Laboratory con el grupo de emulsiones, donde desarrolló técnicas

6 Ob. Cit. p.97 Ob. Cit. p.10

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especiales para la determinación semiautomática de la ionización en emulsiones y un dispositivo de barrido semiautomático de las mismas en el cosmotrón. Después de dejar el laboratorio continuó con sus investigaciones en la Universidad de Miami hasta 19608. De hecho, el mismo programa de post-graduados que nos refiere el doctor Rojo, a pesar de su impulso inicial y de sus prometedores auspicios, desapareció sin responder a las expectativas de sus fundadores.

Al analizar los logros de la escuela de post-graduados, puede sorprendernos el hecho de que no se encuentren graduados en los expedientes, aunque sí numerosas actas de examen de materias de especialización. Juzgada por esos patrones pudiese pensarse que no fue demasiado exitosa la empresa.9

Hay que cambiar entonces los parámetros de análisis a fin de encontrar un ángulo más positivo (que de hecho existe) para formular un juicio y encontrar que efectivamente, fue una época de auge para la ESIME. Me parece que es justamente por esto que más que simplemente una duda, la reflexión final del Dr. Rojo resulta una ominosa sentencia sobre el destino de la ciencia y la tecnología en el país: “¿Es el nuestro, como el de Sísifo, un ejercicio de siempre comenzar sin poder llegar a la cima?”10 Desafortunadamente, el caso de la energía nuclear también parece atestiguarlo.

El inicio

Al igual que muchos otros miembros de la comunidad de naciones de mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, nuestro país, atraído por la promesa de un impulso significativo para el desarrollo de su propia comunidad científica en el área nuclear con fines pacíficos11, se adhirió al esfuerzo interna-cional de la época, encabezado por los Estados Unidos a través del programa denominado “Átomos para la paz”12, supuestamente destinado a promover

8 ob. cit p. 119 ob. cit p. 1410 ob. cit p. 1511 De hecho esta es la única forma en que nuestro país ha entendido, desde siempre,

cualquier esfuerzo tendiente del desarrollo del potencial de la energía nuclear en el terri-torio nacional y la historia de la infatigable labor por sostener dicha postura en los foros internacionales constituye uno de los capítulos más honrosos de nuestra política exterior, que conduce a la firma del Tratado de Tlatelolco y, tiempo después, en justo reconoci-miento, al premio Nobel de la Paz otorgado a don Alfonso García Robles.

12 http://www.iaea.org/Publications/Magazines/Bulletin/Bull371/Spanish/37105862124_es.pdf Consultado el 3 de febrero de 2010

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un progreso ordenado, sistemático, garantizado y, sobre todo, seguro de la industria nuclear mundial, separada de cualquier esfuerzo belicista y, desde luego, debidamente supervisada por los norteamericanos (quizá algunos preferirían decir subordinada a sus intereses) naturalmente y mediante una instancia internacional específicamente creada para este fin.13

La polémica propuesta de compartir los secretos del átomo (y con ello, la responsabilidad que eso implicaba) fue presentada ante el pleno de la Asamblea General de Naciones Unidas por el entonces presidente de los Estados Unidos, General Dwight D. Eisenhower el 8 de diciembre de 1953, a escasos cuatro meses de que la Unión Soviética probara exitosamente su primera bomba H y, desde aquella época, la invitación del presidente norteamericano ha sido interpre-tada de diversas maneras, ya sea como un claro intento de manipulación de la comunidad internacional con el propósito de controlar el amenazante espectro de la proliferación de armamento nuclear (la confrontación con los soviéticos era ya de suyo bastante preocupante en este sentido en esos momentos14 ); mientras que otras sugieren la hipótesis de una actitud visionaria por parte del Ejecutivo norteamericano y su grupo de asesores, mediante el ofrecimiento de compartir los beneficios del recién descubierto potencial del núcleo atómico, a cambio de un compromiso generalizado de autorrestricción nacional en el sensible terreno del armamento nuclear.15

Independientemente de lo que hayan podido ser las intenciones originales en la mente del presidente Eisenhower, el hecho es que finalmente, la propuesta norteamericana provocó un entusiasmo casi generalizado (por lo menos entre el bloque de países que en ese momento se consideraban como zona natural de influencia de los Estados Unidos) y dio origen, luego de una

serie de conferencias internacionales celebradas en Ginebra en el transcurso de 1955, por una parte al surgimiento del Organismo Internacional de Energía Atómica, (OIEA)16 como instancia rectora de la promoción, supervisión y

13 En este sentido, la política exterior norteamericana siempre ha sido muy cuidadosa de promover y avalar sus intereses a través de una formalidad distintiva, que los haga parecer como portavoces de una decisión auténticamente colectiva; de ahí la importancia de sólo poner en marcha sus planes y proyectos cuando efectivamente han sido acogidos como proyectos de la comunidad de naciones, aunque sólo sea en apariencia.

14 Véase: Calduch Cervera, Rafael, Relaciones Internacionales. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991. Especialmente cap. 15 “Las Armas de Destrucción Masiva y la Disuasión en el mundo actual” pp. 365-409.

15 Véase: Atoms for Peace: an analysis after 30 years. Edited by Joseph L. Piltat et al, Westview Press, Boulder, 1985, 297 pp

16 Véase: Seara Vázquez, Modesto, Tratado General de la Organización Internacional, Fondo

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control de las actividades relacionadas con el aprovechamiento pacífico de la energía nuclear a nivel mundial y por otra, vinculados a dicho Organismo, a numerosos programas nacionales encaminados al desarrollo de la ciencia y la tecnología nucleares como promesa de un futuro en el que la disminución de las desigualdades sociales, sobre todo gracias a la superabundancia de recursos energéticos “tan baratos que ni siquiera valdría la pena medir para cobrarlos”17, contribuiría a cambiar el destino de la humanidad, hasta entonces condicio-nado por la rivalidad característica de un esquema de cruda competencia en todos los ámbitos del quehacer humano, tanto individual como colectivo, según la lectura de los pensadores inspirados por el materialismo histórico.

Aún cuando esa promesa de energía eléctrica súper-abundante no haya resultado más que una efímera quimera, sí puede decirse que la propuesta de átomos para la paz, por lo menos contribuyó de alguna manera a crear una infraestructura medianamente sólida, para la promoción de la ciencia y la tecnología nucleares en buena parte del mundo, como supuesto medio para impulsar el rezagado desarrollo de todos aquellos países cuyas condiciones socio-históricas les había mantenido a la zaga del esfuerzo científico en general, o cuando menos, para crear la apariencia de que podía hacerse.

En nuestro país, antes de que los norteamericanos ofrecieran abiertamente su apoyo para el desarrollo de programas nucleares nacionales por todo el mundo, Carlos Graeff, Nabor Carrillo y Alberto Barajas, en representación de la pequeña comunidad científica del país interesada en las cuestiones nucleares, que agrupaba sobre todo a los jóvenes egresados de la ESIME del IPN y la Escuela de Ingeniería de la UNAM que apoyaron y participaron en la creación del Instituto de Física y de la Facultad de Ciencias, ambas instancias universitarias, entre 1935 y 1939 habían llevado una propuesta que no prosperó, de creación de un Instituto de Física Atómica al presidente Miguel Alemán en 1950.18

El primer resultado patente del esfuerzo norteamericano por controlar el desarrollo pacífico de la energía nuclear a nivel internacional que se vio en México, fue la creación, siguiendo la moda internacional de la época, de la llamada Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEN), el primero de julio de

de Cultura Económica. Segunda Edición, México, 1982. pp. 601-612.17 Véase: Schlesinger, James R. Atoms for Peace revisited. En Atoms for Peace: An Analysis

after 30 years editado por Joseph L. Piltat et al. Westview, Boulder, 1985, p. 1018 Véase: Alba Andrade, Fernando. El Desarrollo en México de la Energía Nuclear. Suplemento

del XVI Aniversario del Día. “La Energía Nuclear”. México, junio de 1978. p. 9

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1956, a raíz de la promulgación de la Ley Reglamentaria de los Usos Pacíficos de la Energía Nuclear el 19 de diciembre del año anterior.19

Aunque, como hemos dicho, ya para entonces existían en nuestro país muy importantes antecedentes de la investigación relacionada con cuestiones nucleares realizada fundamentalmente en la Universidad Nacional (UNAM) y el Instituto Politécnico (IPN), esos antecedentes estaban más vinculados a la problemática académica del análisis de la estructura de la materia que a la proyección de las aplicaciones prácticas que eso pudiere tener.

A raíz de nuestra incorporación a la propuesta del programa de “átomos para la paz”, aunque ya ciertamente con una perspectiva orientada hacia un desarrollo propio, le tocó a la CNEN, por disposición legal, promover, por primera vez, la investigación y el desarrollo en este sensible terreno con recursos financieros y materiales proporcionados por el Estado específica-mente para la consecución de este fin.20

Según nos cuenta Don Fernando Alba, Los poderes que la Ley confirió a la CNEN le permitieron desarrollar una valiosa labor en los campos de recursos humanos, investigación básica, aplica-ciones de las radiaciones y radioisótopos en la industria, agricultura, medicina, biología, química y física; exploración del uranio, beneficio del uranio, estudios sobre reactores nucleares, seguridad radiológica y seguridad nuclear21.

En fin, en el papel, la gama de actividades era muy completa, quedaba por ver lo que podría lograrse en la práctica.

La pequeña, pero dignamente representada comunidad científica mexicana en la que figuraban personalidades tan destacadas como Don Manuel Sandoval Vallarta, Nabor Carrillo, Carlos Graef, Marcos Moshinski, Alberto Barajas, Marcos Mazari, Armando López Marín del Campo, por sólo mencionar unos cuantos, acogió el proyecto con gran entusiasmo y le brindó su más decidido apoyo. El Gobierno Federal, aunque con recursos relativamente limitados, construyó y equipó entonces un Centro Nuclear en las cercanías de la Ciudad de México, a nivel de los más avanzados de todo el mundo en desarrollo. En aquellos momentos las expectativas eran, a partir de estas experiencias

19 Para un análisis complemento de esta Ley y de las facultades que otorgó a la CNEN véase: Cardona, Salvador. La ley que crea la Comisión Nacional de Energía Nuclear. D-1 Num. 1. CNEN, México. Octubre de 1957.

20 También existían algunos importantes antecedentes jurídicos tendientes a fundamentar la posible participación del Estado en el futuro desarrollo nuclear del país. Cfr. Cardona, Salvador. La energía nuclear y el derecho. D-2- CNEN, México. Núm. 84. Enero de 1961.

21 Véase: Alba Andrade, Fernando. ob cit, p. 9

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(hablamos de la primera mitad de la década de los sesenta), justificadamente elevadas.

El proyecto de construcción de este centro de investigación tuvo una duración de cinco años y medio comprendidos entre 1964 y fines de 1969. El gobierno federal negoció la adquisición de 150 hectáreas para la instalación del Centro Nuclear. En él se invirtieron inicialmente 160 millones de pesos, de los cuales casi 96 millones correspondieron a la obra civil y urbanización del predio localizado a la altura del km 36.5 de la carretera México-Toluca, frente al poblado de Salazar en el Estado de México, y poco más de 64 millones en la compra de aparatos, instrumentos y maquinaria. De ellos, 25 millones se invirtieron en la adquisición del Reactor Triga Mark III y un acelerador tipo Tandem Van de Graaf de 12 millones de electrón-volts.22

Octave J. du Temple, Secretario Ejecutivo de la American Nuclear Society, escribía para la revista Nuclear News luego de una visita a nuestro país a finales de 1965: En breve, los planes de largo alcance en México indican toda la intención de dar a la energía nuclear un papel preponderante para la promoción del desarrollo, por lo menos tan importante como el que se le ha asignado a este tipo de energía en Canadá23.

Por otra parte, la insistencia del Dr. Marcos Moshinski en su informe de actividades de 1960 en el sentido de que debía enfatizarse el hecho de que la investigación básica que se realizaba en su grupo de trabajo de ninguna manera representaba una duplicación o repetición de otros trabajos que estuviesen realizándose en otros países, sino que representaban contribu-ciones originales al nivel de lo más serio y avanzado que se hacía en el mundo24. Además consideró que era la expresión más clara del optimismo imperante entre los pioneros del sector nuclear mexicano.

No obstante, como ya hemos dicho, a más de medio siglo de iniciado el esfuerzo y, en función de los recursos, tanto humanos como materiales y financieros invertidos hasta la fecha, los resultados observables sólo pueden-describirse como notablemente modestos, sobre todo si hacemos el análisis

22 Ver: Comisión de Trabajo para el estudio del desarrollo de la energía nuclear en México. IEPES del PRI. México, 1975. p.5

23 Du Temple, Octave J. Mexico´s Nuclear Program: Its current status. Nuclear News. January, 1966 Vol.9 No.1 p.19

24 Moshinski, Marcos. El programa de Investigación Científica. Reporte Anual de la Comisión Nacional de Energía Nuclear. México, 1960.

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comparativo frente a otros países que de hecho iniciaron su propio esfuerzo en materia nuclear tiempo después que el nuestro.25

La falta de experiencia en la conducción de un proyecto de la magnitud que representaba instaurar un programa nacional en ciencia y tecnología nuclear proyectado a largo plazo propició en nuestro país, el tipo de situaciones que al paso del tiempo se revelarían como costosos errores y obstáculos difíciles de superar.

Uno de los aspectos más importantes a considerar es, desde luego, el lamentable hecho de que “largo plazo” en nuestro país es un término que nunca ha llegado a rebasar un máximo de 6 años; ni siquiera el margen de tiempo suficiente para preparar a un investigador competente y calificado a nivel internacional en cuestiones nucleares, mucho menos para pretender resultados provechosos de su labor.

Imbuidos, por una parte, del ideal de la ciencia como una supuesta búsqueda objetiva y desinteresada de la verdad y la promoción del conoci-miento encaminado al logro de la justicia social y además carentes, por otra, de una tradición de pensamiento de orientación empresarial, es decir de una perspectiva que permitiese ver la creación de la CNEN con criterio para relacionar los principios básicos de costo-beneficio en relación con el cúmulo de actividades que se pretendían desempeñar, para así poderlas organizar como proyectos susceptibles de ser administrados en función de sus ganancias, las autoridades de nuestro país se preocuparon más por la forma (constitución jurídica, declaración de principios, etc.) que por el fondo del propósito que perseguía la creación de la Comisión.26

De esta manera, como ya indicamos, incluyeron entre las responsabili-dades de la Comisión, todo lo relacionado con la energía nuclear, desde la

25 Pueden mencionarse casos como el de Brasil y Argentina, que hoy en día nos llevan una clara delantera, o incluso el de Chile, que aún sin contar con un programa nucleoeléctrico nacional vigente tiene uno de los programas regionales más avanzados y mejor organi-zados en el área de aplicaciones no-energéticas de la energía nuclear. También destacan los casos de España, Corea y, en cierto modo, India y Pakistán, aun cuando la orientación que estos últimos dos países han dado a sus programas nucleares resulte muy controver-tida.

26 Como “error”, difícilmente podríamos imputarle esta “falla” a los directivos o planifi-cadores de la CNEN: las supuestas bondades del criterio empresarial no eran del todo auto-evidentes para la mayor parte de la población mundial de aquella época. Aun hoy día son todavía una incorporación muy reciente –hablando en términos históricos,- a nuestra idiosincrasia nacional y, en definitiva, aún está por constatarse la autenticidad de los beneficios que promete.

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prospección del uranio por el territorio nacional, la explotación de yacimientos con materiales nucleares, la posesión y utilización de los mismos, tanto básicos como fisionables especiales, el estudio de los reactores de potencia para la producción de electricidad, análisis de los campos de aplicación de los radioi-sótopos, así como las medidas de protección contra los posibles efectos perju-diciales de las diversas fuentes de radiación, hasta la reglamentación de todo este abigarrado conjunto de actividades.

El resultado fue un cúmulo heterogéneo de propósitos, pautas e incluso de profesionistas, a los cuales tampoco se les fijaron metas y objetivos claramente delineados mediante un programa específico que plasmara el perfil de nuestras pretensiones nacionales en materia de desarrollo nuclear.

Salvador Malo lo relataba para la sección de Ciencia de la revista Tiempo en los siguientes términos, en abril de 1977:

Es razonable suponer que la creación de la institución en cuestión (se refiere a la CNEN), obedeció al propósito del gobierno de apoyar en forma clara y directa una actividad que consideraba de importancia y que sin embargo estaba descuidada o ignorada hasta entonces. Esa era efectivamente la situación existente en materia nuclear al fundarse la Comisión Nacional de Energía Nuclear en 1955 (de hecho su inicio efectivo data, como ya dijimos, de julio de 1956), México no tenía los conocimientos mínimos necesarios para aprovechar esta gran fuente de energía en dirección alguna. Ello explica el que la Ley asignara a la Comisión muy diversas tareas, entre otras: incrementar el know-how nacional en lo relativo a la ingeniería nuclear, la utilización de radioisótopos, la fabricación de equipo e instrumental etc.; llevar a cabo actividades de investigación básica y aplicada en temas pertinentes; explorar y explotar los recursos uraníferos del territorio nacional, preparar recursos humanos para esas y otras tareas afines y legislar en lo relativo a los usos de la energía nuclear27.

Desde el punto de vista de su estructura legal, la CNEN estaba integrada por tres miembros, nombrados y removidos libremente por el Presidente de la República, de quien dependían directamente. El designado en primer término fungía como Presidente de la Comisión. Este honor correspondió inicialmente al Lic. José Ma. Ortiz Tirado para el primer periodo de la Comisión; luego fue sucedido en el cargo por Don José Gorostiza, durante el segundo. El último presidente de la Comisión, Fernando Alba Andrade, pasaría de hecho a ser el primer director de una nueva institución heredera de la experiencia acumulada de la CNEN.

27 Malo, Salvador. La energía nuclear en México. Tiempo, 25 de abril de 1977, p.46

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La Ley contemplaba además, la creación de un Consejo Consultivo integrado por tantos miembros como a juicio del Ejecutivo fuese conveniente. También estos integrantes eran nombrados y removidos libremente por el señor presidente de la república, sobre la supuesta base de las opiniones de los especialistas de la UNAM y del IPN, o de cualquier otra instancia de educación superior que se estimara conveniente consultar.

En opinión del Dr. Vinicio Serment28, la designación presidencial directa de este grupo de consejeros propició -en la práctica- ciertas rivalidades entre especialistas de diferentes ramas, quienes se toparon con severas dificultades incluso para fijar las prioridades en el ejercicio del presupuesto institucional29, para ya no hablar del establecimiento de metas y objetivos, lo cual ha sido siempre tema de controversia para quienes no creen que la ciencia deba o pueda planificarse30.

En el contexto de la misma entrevista, el Dr. Serment añadió que al hacer el balance de los resultados obtenidos por la CNEN durante sus 15 años de existencia no puede dejar de observarse que, a pesar de las dificultades, fue gracias a su concurso que quedaron asentadas las bases para la investiga-ción y la aplicación de la energía nuclear en todos los campos ya referidos, especialmente en materia de capacitación para los recursos humanos que habría de requerir el país si se vislumbraba un porvenir para esta área a largo plazo. Gracias al apoyo gubernamental se logró formar un cuadro altamente calificado de técnicos y profesionistas, muchos de ellos incluso entrenados en el extranjero, que dieron importantes satisfacciones a la Comisión, entre ellascabe destacar la fabricación de equipos electrónicos de detección y prospección de minerales radiactivos31.

28 Entrevista concedida al autor en noviembre de 1988 a raíz del inicio de un programa promovido por el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares orientado a promover la aceptación pública de la energía nuclear. El Dr. Serment fue el primer físico expe-rimental egresado de la Facultad de Ciencias. En 1955 se fue becado para estudiar su doctorado en ingeniería nuclear en la Universidad de Michigan donde convivió con el grupo de mexicanos pioneros en esta área: Carlos Vélez, Bruno de Vecchi, Arnulfo Morales, Antonio Magaña, Luis Gálvez, Miguel Ángel Barberena, Marcos Rosembaum, entre otros. http://www.inin.gob.mx/publicaciones/documentospdf/33_VINICIO.pdf

29 Véase: De la Rosa Castro, Jorge Raúl. La Comisión Nacional de Energía Nuclear: su naturaleza jurídica. Tesis profesional para obtener el grado de licenciado en derecho. UNAM, 1968

30 Para una interesante reflexión sobre este particular, véase: Sandoval Vallarta, Manuel. Ciencia y Política en Obra Científica. Editada por la UNAM y el INEN. México, 1978 pp.526-534

31 Actualmente obran en poder del Centro de Información y Documentación Nuclear del ININ, y están disponibles para consulta pública los 15 informes anuales de labores que presentó la CNEN durante su existencia (1956-1971) ante las autoridades gubernamentales correspondientes.

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En este mismo orden de ideas, merece especial mención la creación y el desempeño del Centro de Información y Documentación Nuclear (CIDN) que llegaría a constituir un verdadero motivo de orgullo para el sector nuclear del país. Bajo la entusiasta conducción del Profesor Pedro Zamora, el CIDN llegó a ser considerado como la mejor biblioteca en materia de ciencia y tecnología nuclear que se tenía en América Latina, con un importante acervo que incluía las publicaciones más recientes en todo lo relacionado con el sector y la colección más grande de diarios, revistas, y toda clase de documentos al servicio de la comunidad científica nacional.

Sin embargo, debe hacerse notar que, debido a la ya mencionada ausencia de una política nacional claramente establecida al respecto, buena parte del esfuerzo se disipó en cuanto su promotor personal en cada área cambiaba de escenario laboral, pues no se trataba de un empeño conjunto, encaminado en una sola dirección y bajo el ojo supervisor de algún “project manager” experi-mentado a quien se pudiese responsabilizar por el desarrollo del trabajo y exigir cuentas por los resultados. Este, desde luego, no ha sido sólo el caso particular de la investigación en ciencia y tecnología nuclear, lamentablemente ha sido una práctica generalizada en la historia de la ciencia y la tecnología en nuestro país, la cual ha sido descrita: “más como un conjunto de hechos aislados y poco interconectados que como un esfuerzo conjunto”32.

Es un hecho notable que la propia Comisión de Trabajo para el Estudio del Desarrollo de la Energía Nuclear en México del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES) del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ya hemos citado con anterioridad, remarcara en su análisis de 1975 que:

Examinada la labor de la CNEN desde el año de 1956 en que su personal fue de 27 trabajadores, incluyendo al de responsabilidades científicas, técnicas y ejecutivas, hasta el año de 1970 en que alcanzó la cifra de 869 trabajadores, de los cuales 354 fueron profesionales, 216 técnicos, 178 administrativos y 121 de servicios, se advierte un creciente proceso de integración aún cuando, en sus comienzos, no se hubiese dispuesto de un programa propio de desarrollo. Hubieron de ajustarse la creación de dependencias, unidades de trabajo, programas y laboratorios a las posibilidades en cada caso existentes, materiales y humanas.Se tiene cada vez la impresión de que un orden de prioridades que hubiera seguido los propósitos que formaron el objeto de la CNEN, conforme a la ley que la creó, tuvieron que posponerse ante la inexistencia de unos y otros. Fue

32 Álvarez, L.E. et al, Desarrollo de la ciencia y la tecnología en México. Revista de Ciencia y Tecnología No.45, año VII, julio-agosto, 1982.

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una labor de aproximación, aprendizaje y formación en el pleno sentido de estas palabras33.

Para la estadística, vale la pena recordar que: “desde la fecha de su fundación en 1956 hasta 1970, la CNEN dispuso de un total de recursos por $632,590,000.00, o sea en un lapso de 15 años da un promedio anual de $42,172,000.00. De la anterior cifra, se destinaron a gastos corrientes $304,882,000.00 (48.19%) y a inversiones $327,707,000.00 (51.82%)”34

Cambios estructurales

Durante la segunda mitad de la década de los sesenta se presentó un fenómeno muy importante a nivel mundial, cuando empezaron a rendir frutos muchos de los trabajos de investigación iniciados por diversas “Comisiones Nacionales” encargadas de fomentar las actividades relacionadas con el aprovechamiento de la energía nuclear, particularmente entre los países más avanzados y, sobre todo, en el terreno de la nucleoelectricidad, que para ese entonces empezaba a perfilarse como altamente promisorio, aunque todavía inviable en términos económicos para la mayor parte de los países en vías de desarrollo.

Los avances tecnológicos y administrativos trajeron consigo requeri-mientos de cambios estructurales en la organización de los sectores nucleares de varios países, ya que la importancia económica y la complejidad de las aplicaciones energéticas de la fuerza del núcleo atómico traían aparejados problemas para los cuales, aparentemente, las estructuras administrativas anteriores no estaban debidamente preparadas; quizá el más relevante de ellos era el de tratar de darle un matiz industrial a las actividades que, hasta ese momento, habían sido básicamente de investigación.

Esta cuestión no deja de causar polémica. Argentina, por ejemplo, mantuvo unificadas todas las labores nucleares en el seno de su Comisión original e incluso, puso en marcha su proyecto nucleoeléctrico a cargo de ésta.

De este modo logró establecerse una retroalimentación muy útil entre las diversas actividades de investigación, planificación y desarrollo que se fueron impulsando, unas a otras; de hecho esto generó recursos económicos para la Comisión gracias a la venta de electricidad para la red nacional.

33 Comisión de Trabajo para el Estudio del Desarrollo de la Energía Nuclear en México. Síntesis de las tres etapas. IEPES del PRI. México, 1975. p. 3 Énfasis añadido.

34 Ibídem p. 6

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También es cierto que muchas de las grandes empresas transnacionales funcionan precisamente combinando los esfuerzos de sus áreas de producción con los de sus áreas de investigación: Bayer, DuPont, Shell, Westinghouse, Lockheed, serían sólo algunos de los ejemplos más notables.

En función de lo anterior resultaba difícil pronunciarse a favor o en contra de un sector nuclear integrado bajo una sola administración para nuestro país, ya que para ambos casos podría vislumbrarse tanto ventajas como desventajas. No obstante, lo que sí puede señalarse es que fue precisamente en el seno de esa disputa que nacieron los antagonismos sectoriales que propiciaron un grave estancamiento del sector durante varios años, como veremos a conti-nuación.

Siguiendo la tendencia internacional que se puso de moda desde fines de la década de los sesenta, en nuestro país la CNEN se convirtió en Instituto Nacional de Energía Nuclear (INEN), mediante la promulgación de la Ley Orgánica respectiva del 12 de enero de 1972. Una de las principales caracte-rísticas de la nueva organización era precisamente la adición de funciones productivas asociadas ya a una vaga idea de “industria nuclear” mexicana.

El flamante director de la nueva institución, Dr. Fernando Alba Andrade, anunciaba orgulloso ante el pleno de la XVI Conferencia General de OIEA, celebrada por primera ocasión en un país latinoamericano:

El Instituto tiene elaborado un primer programa de trabajo hasta el año de 1976. En él se destaca, naturalmente, el desarrollo de combustibles nucleares. Se realiza un trabajo intensivo de laboratorio y el diseño, construcción y operación de tres plantas piloto para el beneficio de minerales de uranio, refinación y concentrados de este mineral y la metalurgia, encamisado y control de calidad de los combustibles que se produzcan. De igual manera se ha iniciado el diseño de tres fábricas asociadas para la producción de combustibles nucleares que llevarán a escala industrial los procesos que resulten favorables en las plantas piloto que se mencionan .35Lamentablemente, por diversas razones, aparentemente más de índole

política que técnica, ninguno de estos deslumbrantes proyectos se logró concretar durante la existencia del INEN.

Este cambio estructural que tenía por objeto reorientar el esfuerzo tendiente a aprovechar la energía nuclear con fines pacíficos en México fue bastante tímido comparado con los que instrumentaron otros gobiernos, ya

35 Véase: Intervención del Señor Doctor Fernando Alba Andrade, Director General del INEN y Presidente de la Delegación de México en el debate general de la XVI reunión de la Conferencia General del OIEA celebrada en la Cd. de México el 29 de septiembre de 1972.

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que el conjunto de las actividades nucleares (incluyendo tanto las funciones de investigación y desarrollo como las normativas y, ahora las productivas) seguía siendo manejado por una misma institución, que además de los logros, también pasaría a heredar gran parte de las deficiencias tanto organizativas como laborales que ya para entonces arrastraba la CNEN36.

Los resultados, por lo tanto, pueden calificarse de poco afortunados ya que bajo el mandato unívoco del nuevo organismo no se logró dar el impulso que se preveía a las áreas de producción y sí, en cambio, se entorpeció el desarrollo de las actividades de investigación básica que acertadamente había venido desarrollado la CNEN, a pesar de la ostensible limitación de no tenerlas direc-tamente vinculadas a la problemática de la industrial nacional.

Por otra parte, como hemos dicho, en esa desafortunada conjunción de funciones productivas y de investigación, y en ausencia de un programa de trabajo que les diese orientación, se encuentran los antecedentes específicos de la complejidad con la que posteriormente evolucionaron los acontecimientos (particularmente en el ámbito de las relaciones laborales) en el sector nuclear del país.

Con la Ley Orgánica del Instituto Nacional de Energía Nuclear, se creó un órgano del Ejecutivo Federal con personalidad jurídica y patrimonio propios para conducir las cuestiones relacionadas con el aprovechamiento de la energía nuclear con fines pacíficos. Mediante esta Ley, y como había sido política del Gobierno Mexicano, el control de los yacimientos de minerales radiactivos permaneció total y absolutamente bajo control del Estado. También quedaba abierta la opción para permitir la participación del INEN en la crucial tarea de la generación de energía eléctrica para el país por medio de reactores nucleares, lo cual permitió la creación de las secciones nucleares en el sindicato de los electricistas, justo en el momento que la famosa “Tendencia Democrática” del SUTERM pretendía hacer frente al sindicalismo oficial en nuestro país.

En ausencia de un liderazgo firme, creativo, capaz de establecer metas a largo plazo para un aprovechamiento efectivo de los recursos invertidos en este esfuerzo, esa facultad monopólica del Estado en torno a las actividades nucleares en el país se convirtió en fuente de garantía de poder para la conso-lidación de una organización sindical que durante casi una década (entre 1974 y 1983) virtualmente se apoderó del proceso de toma de decisiones en la institución.

36 Véase: Medrano Delgado, Carlos. El Instituto Nacional de Energía Nuclear. Tesis profe-sional para la obtención del grado de licenciado en derecho. UNAM, 1974.

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Creado desde la época de la antigua Comisión como una organización de profesionistas del área nuclear interesados en proteger sus intereses y considerado como un “sindicato blanco” durante toda la primera etapa de su existencia, el Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN) se vio sustancialmente fortalecido gracias a una decisión presidencial en mayo de 1974, cuando el entonces Presidente de la República, Lic. Luis Echeverría Álvarez decide (sin un fundamento legal debidamente contemplado) otorgar graciosamente “a los muchachos” un Contrato Colectivo de Trabajo (CCT) para regular la relación laboral del Instituto, aún cuando ello representaba una flagrante violación al régimen jurídico que hasta ese momento lo normaba.

Al amparo del CCT, los trabajadores del INEN lograron una serie de concesiones y privilegios prácticamente sin precedente en la historia del movimiento obrero nacional, sobre todo en función del tiempo tan breve en el que se alcanzaron estos logros. Ciertamente otros sectores del movimiento obrero en el país contaban ya con muchas concesiones que hacían ver a las del SUTIN como una pálida caricatura de la lucha laboral, pero la historia de sus movimientos se contabilizaba en décadas y no en meses como en este caso37.

El fortalecimiento del SUTIN a partir de la creación del INEN resultaría prácticamente inexplicable fuera del contexto de la lucha más amplia del movimiento obrero en el país a principios de los años setenta. El escenario era sumamente complejo en ese momento y no es este el sitio para analizarlo, basta con recordar que, por un lado, había una especie de entendimiento histórico del sindicalismo oficial con el gobierno que había alcanzado niveles críticos de desgaste y deterioro que el régimen de Echeverría intentó aprovechar apoyando a sectores independientes para debilitar al sindicalismo institucional, por lo que se fomentó el surgimiento de tendencias democráticas (que no fuesen a escapar totalmente del control gubernamental). Raúl Trejo Delabre hacía notar sobre el particular que:

Nunca ha faltado disidencia sindical, aun en los momentos en que las centrales obreras oficialistas, pilar básico del Estado mexicano, han sido más fuertes. Pero los últimos años, particularmente desde 1972, han estado señalados por la proli-feración de sindicatos independientes e intentos de sindicalización democrática. Ante esas experiencias, el gobierno ha asumido diferentes posiciones, desde la

37 Véase como ejemplo los cinco ejemplares del Contrato Colectivo de Trabajo con los que se rigió la relación laboral del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) durante toda la década de los ochenta. Publicación bianual del ININ.

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tolerancia combinada con los intentos de asimilar tales movimientos hasta la oposición abierta, sustentada en la represión38.

Puesto que al sindicato de los trabajadores del INEN se les había fortalecido con la intención de crear un contrapeso al poder del sindicalismo oficial, en el contexto de la llamada “Tendencia Democrática” que arrancó en el sector eléctrico nacional, la gente del SUTIN estuvo entre los consentidos del sistema durante toda la segunda mitad de la década de los setenta y alcanzaron niveles de poder verdaderamente inusitados.

No obstante, los miembros del sindicato tenían una visión propia de su futuro y seguramente una conciencia de clase de las más avanzadas de su época, por lo cual trataron de consolidar al sector nuclear precisamente en función de sus intereses, no siempre coincidentes con los del Gobierno Federal (y a los que no necesariamente habría que prejuzgar negativamente. A la luz de los cambios posteriores, bien valdría la pena reevaluar, por lo menos en parte, aquel nacionalismo “exacerbado” del que se les acusó en algún momento dado). Cuando, al inicio de los ochenta cambió de giro nuestro “proyecto nacional”, la ruptura con el SUTIN fue prácticamente inevitable y, en gran medida, radical.

Con una relación laboral desgastada y un nivel de injerencia sindical sin precedentes en la administración del Instituto, los resultados de su labor fueron más bien magros. En el periodo de 1972 a 1978, sin una definición clara de propósitos, y como en el caso de la CNEN, sin vinculación alguna con las necesidades reales del país, el INEN canalizó sus recursos mayoritariamente hacia el área del ciclo del combustible nuclear, sin haber rebasado jamás la fase de exploración, en la que ni siquiera logró superar los avances de su predecesora (la CNEN), a pesar de haber incrementando sensiblemente tanto su plantilla de personal como su presupuesto.

Uno de los propios líderes del sindicato sostenía al respecto: La causa de su ineficiencia, fundamentalmente, es la falta de presupuesto junto a la de dirección y de un programa general adecuado. Así en el Instituto sólo crecieron algunos proyectos y la labor de algunos grupos de técnicos y científicos, pero en un estado general de desmadejamiento y alarmante carencia de política (…) Tal vez aquí cabría agregar, como motivo histórico del atraso, a la fractura existente entre diversas tendencias del aparato estatal, las cuales, en ciertas áreas se neutralizan mutuamente en un marco de ineficiencia39.

38 Trejo Delabre, Raúl, en Cuadernos Políticos número 8, México D.F., Editorial Era abril-junio 1976 pp.76.

39 Véase: Hernández, Agustín, La batalla nuclear de México, en Sábado, suplemento del UNO MAS UNO. 28 de octubre de 1978 p. 2

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El director de la institución, por su parte, justificaba al fracaso en los siguientes términos:

El éxito obtenido por un pequeño organismo del Estado al descubrir a un costo muy bajo una riqueza nacional, que de acuerdo con la ley en vigor le corresponde administrar, produjo de inmediato presiones externas que se mani-festaron en el INEN como importantes conflictos gremiales que se iniciaron en mayo de 1974 y culminaron dos años después. (…) Las consecuencias más importantes fueron un frenamiento en el desarrollo tecnológico del ciclo del uranio, principalmente en las áreas de la purificación de uranio y producción de hexafluoruro de uranio, que son básicos para el desarrollo de un programa nuclear y la pérdida de parte del valioso personal científico y técnico con que contaba la institución.40

Como puede apreciarse, la batalla de recriminaciones entre administración y sindicato no daba tregua y cada cual imputaba a la contraparte la respon-sabilidad por la carencia de logros más sustantivos en el área. Es claro que ya para entonces cada una de las partes tenía su propia visión de lo que debía ser el desarrollo del sector nuclear del país, pero faltaba consenso entre ellas para ejercer acción conjunta capaz de generar progreso. No obstante, la investiga-ción básica en el INEN permitió continuar con los programas de formación de recursos humanos. Paralelamente, no muy desligado de la investigación básica en la institución, venían desarrollándose los siguientes proyectos: diseño y construcción de aceleradores de electrones, espectrometría de rayos X, química de las radiaciones, estudios sobre métodos para la obtención de uranio y aplicaciones industriales de las radiaciones del cobalto 60.

Existía también un pequeño grupo que logró la fabricación de radioisótopos de vida media corta, diluidos o fácilmente obtenibles para su aplicación, prin-cipalmente en medicina. Se avanzó en la técnica de activación con neutrones, y se iniciaron estudios para definir la factibilidad de diseñar y construir reactores en México.

Como se dijo antes, la exploración del uranio recibió un fuerte impulso; se mejoraron los métodos de búsqueda, tanto con la utilización en equipos de vuelo, como con instrumentación de mayor sensibilidad, y de estudios geológicos computarizados; sin embargo, como ya se apuntó, a pesar del incremento en los recursos, no se logró superar el trabajo realizado por la CNEN. Pero peor aún, el desarrollo del esfuerzo tampoco correspondía con lineamiento alguno planeado por una política federal. Es decir, se estaba

40 Alba Andrade, F. ob cit p. 11

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buscando uranio, porque aparentemente era algo importante, pero no había perspectivas claras respecto de lo que se pretendía hacer con él cuando se le hubiese encontrado, por lo menos no fueron plasmadas en ningún documento oficial capaz de guiar el esfuerzo administrativo institucional.

Cabe destacar que, aunque en forma modesta, se contrató y capacitó a profe-sionistas nacionales en esta área para el desarrollo de las tareas programadas, quintuplicándose el número con relación al que se tenía al inicio del periodo. La estadística correspondiente al INEN señala que “los recursos humanos pasaron de 871 trabajadores en 1971 a 1533 en 1975, de los cuales, 466 eran profe-sionistas (el 30.4%), 584 técnicos de diferentes niveles (38.1%), 244 del sector de administración (15.9%) y 239(el 15.6%) en servicios”.41

Un nuevo marco legal

La evolución de las actividades nucleares en México no se distingue sustancial-mente de la experiencia acumulada en el resto del mundo en desarrollo; por todos lados se cometieron errores semejantes en términos de falta de precisión respecto a metas y objetivos a largo plazo y en cuanto a mezcla indiscriminada de todo tipo de actividades. Cuando empezó a detectarse el problema, la tibieza con la que se trataron las reformas necesarias en 1971 en nuestro país obligó, a escasos 6 años, a una nueva revisión del marco legal del sector nuclear del país, de tal suerte que en 1977 se hicieron nuevas reformas.

Una de las principales fallas que se trató de corregir fue la ocasionada por el hecho de que al INEN le tocaba desempañarse como juez y parte en los aspectos referentes a la energía nuclear, es decir, por un lado, tenía asignadas las responsabilidades operativas para hacer las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear una realidad en nuestro país y, por otro, debía ocuparse, al mismo tiempo, de fungir como organismo regulador de este tipo de actividades.

Además, desde un punto de vista administrativo, la institución se encontraba fincada sobre una estructura funcional de cinco niveles jerárquicos, sin que de hecho existiera justificación real motivada por las cargas de trabajo, lo cual contribuyó a despertar recelos y rivalidades entre los responsables de las distintas áreas.

Si bien es cierto que existían algunas políticas escritas para cada unidad administrativa, ninguna de ellas marcaba criterios específicos para la

41 Comisión de trabajo para el estudio del desarrollo de la energía nuclear en México. IEPES-PRI. México 1975 p.7

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consecución de objetivos. La ausencia de un solo proceso de planeación se veía parcialmente suplida por planes diversos, en su mayoría espontáneos de cada una de las unidades laborales; lamentablemente la interrelación entre ellas era mínima y estaba socavada por la presencia de grupos antagónicos.

Por otro lado, la falta de normas y metas específicas para cada área impedía evaluar objetivamente el supuesto grado de avance que reportaban los proyectos y el nivel de eficacia en la utilización de los recursos. Durante toda esta época se careció de un sistema contable único, lo que traía como consecuencia la imposibilidad de un criterio uniforme en el registro de las operaciones, causando serias deficiencias en los mecanismos de control; el resultado, en términos de cada una de las áreas, era un retraso permanente en la elaboración de los informes contables, estadísticas y de interpretación financiera; mientras que el resultado general era un manejo virtualmente inde-pendiente de los programas de trabajo que no estaban sujetos a control para el cumplimiento de metas específicas.

Es nuevamente la atinada pluma de Salvador Malo la que nos recuerda lo difícil de la situación y las características del análisis que se hacía poco antes de fragmentar al INEN en un nuevo intento por dar sentido y orientación al sector nuclear en el país: a pesar de lo largo del texto, su visión es tan certera que bien vale la pena reproducirlo en su integridad:

La discusión sobre las funciones y orientación de la Comisión de Energía Nuclear se hizo todavía más notoria al transformarse en el Instituto Nacional de Energía Nuclear. En la Ley de la transformación, una de las primeras del pasado gobierno (se refiere a la administración de José López Portillo, 1976-1982), sólo se confiere al instituto una función realizadora: la de explorar y explotar el uranio de nuestro suelo. Sus funciones restantes son, todas ellas, de promoción, coordinación, impulso, fomento, asesoría, etc. En resumidas cuentas, el INEN, bajo la dirección de Alba Andrade, deja de tener actividades concretas a realizarse por y dentro de la propia institución, salvo por lo mencionado en relación al uranio.

Lo anterior no significó, sin embargo, que éstas dejasen de ser realizadas, sino tan sólo que el debate sobre las supuestas funciones de esta institución y posibles fines se incrementó y le trajo serias críticas, tanto internas como externas, así como graves trastornos en las actividades que venía realizando. Los grupos académicos criticaban el poco apoyo a la investigación y la baja productividad científica del instituto comparada con sus posibilidades, y, los no académicos, el que se realizara investigación básica dentro de él y que existiesen asesores con ese propósito. Unos más insistían en la conveniencia de dedicarse

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a la fabricación de combustible nuclear y otros buscaban que los esfuerzos del INEN se destinasen a lograr la producción de electricidad mediante el uso de reactores nucleares. Es este último punto el que introdujo a la institución en un área de posible conflicto con la Comisión Federal y, de paso, con los sindicatos electricistas y sus pugnas. Finalmente, algunos más insistían en reducir al INEN ya sea en un organismo regulador o bien, en una empresa comercial.

Es ese conflicto de funciones y objetivos lo que ha acarreado muchos de los problemas por los que ha pasado el INEN en los últimos años, problemas que motivaron la salida de un alto número de sus mejores científicos y que reper-cutieron finalmente en que, en un lapso de seis meses el instituto haya contado con tres directores generales: Alba Andrade, Vélez Ocón y Vizcaíno Murray. No se ve factible que esta institución cumpla con sus labores mientras éstas sigan tan confusas, discutibles, y discutidas como hasta ahora42.

La situación no puede plantearse de manera más clara; sin embargo, hay cosas que la mera relación objetiva de los hechos sencillamente no puede reflejar y que, al paso del tiempo van dejando huecos en la explicación que impiden entender cabalmente los procesos Por ejemplo, en este caso, sin pretender demeritar la figura del Dr. Fernando Alba, es absolutamente necesario reconocer que a pesar de su prestigio académico, definitivamente no resultó la elección más afortunada para dirigir una institución tan compleja como llegó a ser el INEN, sobre todo a partir de sus pretensiones de incursionar en el terreno de la producción industrial, lo cual hubiese requerido de mayor experiencia ingenieril.

A pesar de su innegable don de gente, el Dr. Alba fue una figura carente del liderazgo indispensable para impulsar este magno esfuerzo. Empujado al marasmo del juego político sin contar con la debida experiencia, Alba Andrade se convirtió en blanco fácil de la contienda sindical y prácticamente perdió el control administrativo de la Institución desde antes de terminar oficialmente su gestión.

Cuando llegó por primera ocasión al cargo de Director General del INEN, el Dr. Carlos Vélez intentó corregir este estado de cosas, limitar la influencia sindical en los procesos institucionales de toma de decisión y brindar al instituto el prestigio propio de un Centro de investigación. Sin embargo, dado el contexto político de la segunda mitad de la década de los sesenta, el Dr. Vélez no contó con el apoyo suficiente por parte de la cabeza de sector (que aparen-temente simpatizaba más con la postura del sindicato), para reestablecer el

42 Malo, Salvador, ibídem.

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orden e imponer nuevas reglas de juego para el desempeño institucional y se vio virtualmente obligado a renunciar a escasos seis meses de haber sido designado.

Su reconocido prestigio más allá de nuestras fronteras le llevó a ocupar exitosamente el cargo de Director Adjunto del Organismo Internacional de Energía Atómica entre 1980-1985. En 1987 el Dr. Vélez regresó al cargo, ya como director del ININ y estuvo al frente de la Institución hasta fines de 1994.

El último Director del INEN fue el CPT Francisco Vizcaíno Murray, quizá mucho más avezado que sus predecesores en los avatares del juego político dentro de nuestro sistema, pero definitivamente no por ello más calificado para conducir el esfuerzo nacional en materia de ciencia y tecnología nuclear.

En el contexto de un álgido debate, intensamente matizado con tonos políticos, se inició en 1977 la revisión de la iniciativa de Ley tendiente a modificar la situación estructural del sector nuclear en México; el proceso, en el cual afloraron todas las divergencias y contradicciones que venían afectando al sector desde la creación del INEN, culminó dos años más tarde con la publicación en el diario oficial de la Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional en Materia Nuclear, el 26 de enero de 1979.

La crónica periodística de la época nos relata que: “Durante sus interven-ciones, sencillas, técnicas y a veces apasionadas, propusieron los científicos el establecimiento de un programa nacional de reactores, una política nuclear bien definida y un impulso serio y planeado a la energía nuclear”43.

Es necesario recalcar aquí que, bajo el calificativo de “científicos”, la autora se refiere esencialmente al personal sindicalizado de la institución así como a simpatizantes en el exterior, no por ello carentes, desde luego, de experiencia en el quehacer de la ciencia. Sin embargo, es importante observar el marcado antagonismo que ya para entonces separaba el punto de vista del sindicato con respecto al de las autoridades:

El Fis. Dalmau Costa Alonso, subdirector del INEN afirmó en su intervención que el desarrollo nuclear en México es deficiente desde todos los puntos de vista. En 22 años, dijo, no ha sido posible establecer un programa coherente para el desarrollo nuclear. Actualmente, las instalaciones para el desarrollo nuclear están siendo subutilizadas; ‘estamos muy lejos de equilibrar nuestra tecnología con la de los países avanzados’. A esta situación se agregan los constantes conflictos en el INEN, que llegaron al clímax al detener prácticamente sus actividades44.

43 Lovera, Sara. 18 horas de debate. Suplemento del XV1 Aniversario de El Día. “La Energía Nuclear”, México, junio de 1978. p. 14

44 Lovera. Ibíd.

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La imagen de caos, ineficiencia y desesperanza que se proyectaba hacia el exterior, era sólo un resultado natural de esta situación. No obstante, en aquellos momentos el problema del sector nuclear estaba inmerso dentro de un conflicto mucho mayor que pocos trabajadores del sector alcanzaban a percibir claramente en toda su magnitud. Era el momento de definición sobre el modelo para el desarrollo del país. Estaban en pugna aquel llamado nacio-nalismo “exacerbado” versus el modelo de apertura e integración al modelo neoliberal internacional.

Una nueva fisonomía para el sector nuclear

Finalmente, mediante la Ley de 1979, las funciones que había tenido el INEN se repartieron entre tres organismos de nueva creación: Uranio Mexicano (URAMEX), el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) y la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS). Sus principales atribuciones fueron: para URAMEX, todo lo relativo al ciclo del combustible nuclear y su comercialización; para el ININ, la investigación y desarrollo de la tecnología nuclear y para la CNSNS, los aspectos normativos y de supervisión en las aplicaciones de la energía nuclear con fines pacíficos en nuestro país.

Con esta nueva estructura, se supuso que se abriría una nueva etapa para el desarrollo nuclear mexicano una vez superados los viejos escollos. Para fortalecer al sector, incluso se pensó por vez primera en la elaboración de planes a largo plazo. De hecho, al cierre del régimen lopezportillista se hablaba de un ambicioso plan nacional de energía con una proyección a 20 años, de conformidad con el cual deberíamos contar con 20,000 megawatts eléctricos de capacidad instalada de origen nuclear para el año 2000. Pero el plan resultó poco realista, en primer lugar, porque todo parece indicar que se basó en un cálculo erróneo de la relación entre lo que habrían de ser las necesidades del país en términos de generación de electricidad para fines de siglo y los recursos disponibles para satisfacerla, independientemente de la magnitud de la crisis económica en que empezó a hundirse nuestro país a partir de 1982 y, al poco tiempo se tuvieron que cancelar la mayoría de los planes forjados durante la etapa en la que “íbamos a administrar la abundancia” según la célebre expresión del presidente López Portillo.

A pesar de haber contado con un decidido apoyo inicial y con presupuestos bastante generosos (de 1979 prácticamente hasta mediados del 82), el ININ y

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URAMEX no lograron despegar. Ciertamente un factor decisivo para ello fue la constante injerencia del sindicato, (que fue heredado íntegramente por el INEN a dos de las tres instituciones nacientes, el ININ y URAMEX) en las cuestiones administrativas, principalmente en lo relativo a la contratación de personal, lo cual, entre otras cosas, condujo en primer término a un continuo empobrecimiento cualitativo de la plantilla de personal y eventualmente a la desaparición misma de URAMEX a raíz de una prolongada confrontación laboral con más pretensiones de confrontar la política económica del nuevo gobierno que proponer alternativas novedosas para el sector nuclear45. Sin embargo, un análisis objetivo de los acontecimientos en el sector entre 1979 y 1982 no puede exentar de responsabilidad a las autoridades de ambas insti-tuciones, quienes tampoco mostraron la habilidad para disponer provechosa-mente de los cuantiosos recursos que tuvieron a mano para traducirlos en un desarrollo institucional sano.

El conflicto de URAMEX, por su parte, puso claramente al descubierto todas las deficiencias que arrastraba el sector desde la década anterior. En un escandaloso desplegado periodístico durante el transcurso de la huelga, las autoridades anunciaban que, a pesar de todos los recursos invertidos, URAMEX no había producido un solo kilogramo de uranio para el país; denunciaban además todo el cúmulo de prebendas que favorecían a los trabajadores sindi-calizados, cuyo costo hacía virtualmente inoperable a la institución, con el evidente propósito de responsabilizar al sindicato por el fracaso. Los traba-jadores, por su parte, intentaban una movilización de carácter general por parte del movimiento obrero en contra de la política económica de Miguel de la Madrid y denunciaban la intención estatal de desmantelar a la incipiente industria nuclear comprometiendo de esa manera el principio mismo de la soberanía nacional.

URAMEX desapareció oficialmente en mayo de 1985 a raíz de los nuevos cambios en la legislación nuclear del país, promulgados precisamente el día 5 de ese mes. Los trabajadores no se cansaron de denunciar una virtual traición a la Patria que, de hecho, vendría a significar la renuncia a desarrollar un sector nuclear propio y subordinarnos a la dependencia tecnológica externa. De entonces a la fecha, el gobierno mexicano no ha llevado a cabo ninguna acción significativa

45 La prensa nacional reportó ampliamente sobre este conflicto, sobre todo durante los meses de abril y mayo de 1983, cuando los entonces dirigentes de SUTIN explicaron públicamente sus motivos para ir a la huelga a poco menos de un mes después de haber negociado el CCT para el bienio 83-85

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que dé indicios de una voluntad real por reactivar el trabajo tendiente al aprove-chamiento de nuestros recursos uraníferos, más bien relegados al olvido desde hace ya casi 3 décadas, quizá por tener otras prioridades más apremiantes.

En este sentido, es claro que también ejerció una influencia marcadamente negativa en la suerte de URAMEX la magnitud de la crisis económica derivada del peso de nuestra deuda externa, lo mismo que el giro radical que se planteó con el gobierno de Miguel de la Madrid en materia de política nacional para el desarrollo. Todo ello, sin lugar a dudas tiene que ser cabalmente tomado en cuenta para explicar integralmente la naturaleza de esa “década perdida” para el sector nuclear mexicano.

La suerte del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) no fue mucho mejor. Como en el caso de URAMEX, el nuevo formato legal no pudo convertirse en garantía de una nueva mentalidad y visión de las cosas. Administrativamente, persistió la desmedida injerencia sindical, al grado de llegarse a hablar de “una administración en paralelo” dentro de la institución. Aunque empezaron a formularse planes a partir de 1980, también éstos resultaron poco realistas y virtualmente impracticables. La crisis económica del cierre del periodo de López Portillo dejó un salto terrible que semiparalizó al Instituto desde finales de 1981.

En función de lo anterior, al cambio de Administración Federal a fines del 82, más que diseñar una política nuclear, se puede decir que el objetivo central de las nuevas autoridades era recuperar el control administrativo de la Institución; esto llevó, como en el caso de URAMEX a un ambiente de confrontación que también estuvo a punto de propiciar el cierre definitivo del ININ. Sin embargo, un inesperado conflicto inter-sindical rompió la unidad del gremio a favor del esfuerzo de las autoridades; los trabajadores del ININ limitaron entonces su parti-cipación en aquella famosa huelga iniciada en el 83 que ocasionó el cierre de URAMEX dos años después y, gracias a ello, la Institución sobrevivió, aunque sus problemas seguían siendo abrumadores.

Ya para entonces, más del 90% del presupuesto se iba en nómina, sin que eso constituyese la más mínima garantía de que se contaba con el personal idóneo para el desempeño de lo que debía constituir las funciones sustantivas de la institución; persistía el peso agobiante de un Contrato Colectivo excesi-vamente generoso que, por otra parte, dificultaba en extremo la posibilidad de ejercer el mando efectivo de la Institución. Ahí estaba, por ejemplo, el caso del tristemente célebre Centro de Ingeniería de Reactores (CIR) que, de la manera más improvisada que uno pueda imaginar, se había instalado en Sonora (con

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apoyo del gobierno local), sin contar siquiera con el estudio de sitio necesario para validar su establecimiento. Reflejo claro del conflicto sindical y de la voluntad de una de las facciones en pugna por fortalecer su posición, el CIR fue un costoso proyecto de resultados prácticamente nulos para el sector nuclear del país.

Como ese, en 1984 había muchos proyectos, algunos con cerca de veinte años de antigüedad y pocas posibilidades de concreción, “proyectos sobre los cuales el control administrativo era virtualmente inexistente. Aunque se estaban desarrollando actividades, sus objetivos no eran del todo claros, la mayoría de ellos carecían de planeación seria y casi ninguno estaba vinculado con actividades externas al Instituto que estuviesen orientadas a resolver necesidades industriales o prioridades nacionales”46.

Aunque el panorama suena bastante sombrío y parece existir un consenso amplio en torno a la ineficiencia y el alto costo del ININ, sería definitivamente injusto no hacer mención de algunos de sus logros significativos durante este periodo. En este sentido, hay que recordar que no sólo se instrumentó el mecanismo institucional para revisión y evaluación de proyectos, lo cual permitió una mejor asignación de los escasos recursos disponibles, sino que además, se llevaron a feliz término algunos proyectos de un gran potencial: la fabricación del generador de Tecnecio para uso en medicina nuclear, el cual llegó a competir muy favorablemente con los de importación y a controlar hasta un 80% del mercado nacional; el diseño y construcción de un acelerador tipo Pelletrón, la fabricación de ensambles de combustible nuclear para el reactor de Laguna Verde, la creación de un centro de metrología de radiaciones ionizantes y la optimización en la explotación comercial de la planta de irradiación con gammas, son quizá los ejemplos más significativos.

También vale la pena recordar que de este mismo periodo data la creación de la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias, la cual llegó a ser considerada por el propio OIEA como modelo de organización en lo tocante a la reglamentación de las actividades nucleares a nivel nacional. Por primera vez en México se estableció un orden en cuanto a uso de materiales radiactivos creándose el primer inventario nacional de usuarios y fijando las reglas pertinentes para garantizar la seguridad de la población mediante

46 Sarquís, David, The Mexican experience in the establishment of a national program on nuclear science and technology. Proceedings of an international symposium on the significance and impact of nuclear research in developing countries, organized by the International Atomic Energy Agency, held in Athens, Greece, 8-12 September, 1986, IAEA.SM-291/12 p. 114

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un control adecuado para la obtención, uso y disposición final de materiales radiactivos. Adicionalmente, el personal de la Comisión concluyó satisfactoria-mente el análisis de los informes de seguridad de la segunda etapa de la central nucleoeléctrica de Laguna Verde a fin de entregarle su respectiva licencia de operación. Esta Comisión continúa desempeñándose satisfactoriamente hasta la fecha a pesar de que la notable ausencia de un programa nuclear nacional ha limitado la necesidad de su expansión.

Sin embargo, incluso por encima de todo lo anterior, convendría ponderar muy seriamente el peso de la ausencia de una política nacional clara en materia de energía nuclear para el país, como causa de fondo para explicar el devenir de los acontecimientos. Y es que, como señalábamos al inicio de este ensayo, resulta verdaderamente lamentable que, a pesar de los notables esfuerzos realizados por las diferentes instituciones creadas en su oportunidad por el gobierno federal para lograr un aprovechamiento armónico de las aplicaciones básicas de la energía nuclear en nuestro país y a pesar de los éxitos aislados que se han obtenido a lo largo de estos cincuenta y cinco años en algunas de las áreas de especialización, desafortunadamente no es posible afirmar que se haya alcanzado el nivel científico y tecnológico al que tendría derecho a reclamar nuestro país en función de la cantidad de recursos que le ha invertido al sector.

Desde finales de la década de los ochenta, el ININ entró en una suerte de limbo en el que la mera sobrevivencia ha sido su característica más distintiva. Carente de la voluntad de eliminarlo de manera tajante, como de hecho llegaron a sugerir funcionarios de la Secretaría de Hacienda, el gobierno federal parecía más bien determinado a dejarlo morir de inanición o de muerte natural. Durante prácticamente toda la década de los noventa, la constante administra-tiva en el instituto fue el recorte creciente de presupuesto, de personal (con la correspondiente cancelación de plazas), el reajuste de funciones, la necesidad de generar recursos propios para gastos de operación y los intentos por debilitar al sindicato. Es realmente poco lo que podría decirse en relación con el desarrollo institucional referente a la materia de trabajo propia del instituto, es decir, la investigación nuclear47.

Esa desafortunada ausencia de políticas energéticas realistas del gobierno federal plasmadas en programas concretos de coordinación para el sector se

47 El Dr. Vélez Ocón, director del Instituto entre fines de 1987 y 1994 cuenta parte de la historia en Cincuenta años de energía nuclear en México: 1945-1955, UNAM, 1997, especial-mente pp. 67-72

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traduce a su vez, en una definición nebulosa de objetivos institucionales que sólo facilita el bamboleo sexenal. Ahora que está iniciando la tercera admi-nistración federal del siglo XXI bien vale la pena reconsiderar esta penosa situación que no mejora al paso del tiempo.

Ciertamente que el proceso de análisis para remediar esta deficiencia es complejo y multidimensional y hay numerosos factores, tanto externos como internos que lo complican aún más, pero es claro que mientras esta situación no se comprenda cabalmente y no se corrija, la suerte del sector nuclear en México continuará sujeta a la expresión volitiva de autoridades que van y vienen con los ajustes correspondientes al cambio de administración federal.

Nucleoelectricidad

Antes de concluir con este recorrido a través de la experiencia mexicana en materia de desarrollo de la ciencia y la tecnología nuclear, es necesario abrir un apartado especial para mencionar el caso de la nucleoelectricidad, sin el cual, la visión que estamos tratando de esbozar, aunque sólo sea en forma panorámica, quedaría incompleta.

Su enorme potencial la hace una de las áreas más promisorias en lo tocante a las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear, aunque, por su alcance y magnitud así como por su propio historial es también la más afectada por la mirada crítica de la opinión pública.

Se entiende por “nucleoelectricidad”, el proceso tendiente a la generación de corriente eléctrica a partir de las reacciones nucleares y que podrían ir desde la desintegración espontánea del núcleo atómico o la fragmentación de un núcleo pesado ocasionada por el impacto de una partícula sub-atómica, hasta la formación de un nuevo núcleo a partir de la fusión de dos ligeros48.

A la fecha, ni la desintegración espontánea de los átomos, ni la fusión nuclear ofrecen aún posibilidades reales para la generación de electricidad a nivel industrial, de tal suerte que centraremos nuestros comentarios en torno a la nucleoelectricidad a partir del proceso de fisión, como ocurre en la mayoría de los reactores contemporáneos.

Desde principios de los años cuarenta del siglo pasado, cuando las primeras investigaciones pusieron de manifiesto la posibilidad de practicar una fisión controlada del núcleo atómico y de liberar una cantidad muy importante

48 Véase: The New York Public Library Science Desk Reference. MacMillan U.S.A., 1995 pp.299-300

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de energía en el proceso, algunos científicos empezaron a especular con el significado que esto podía tener para la historia de la humanidad.

Para ilustrar el resultado de esta inquietud, a mediados de la década de los cincuenta, Don Manuel Sandoval Vallarta escribía el siguiente considerando:

En el uranio y el torio el hombre tiene a sus disposición una fuente de energía más potente, más abundante, más accesible y, con el tiempo más barata que los combustibles fósiles: el petróleo y la hulla. No pasarán muchos años sin que grandes y pequeños países pongan en servicio reactores de alta potencia para generación de energía eléctrica industrial. Desaparecerá el problema del transporte del combustible y grandes regiones del mundo dispondrán de energía barata y abundante. Entra en escena la era de la energía nuclear pacífica49

Esa idea de la energía nuclear como una panacea universal, seguramente compartida por muchos de los miembros de la comunidad científica interna-cional de esa época, contribuyó, sin lugar a dudas a generar un gran número de expectativas en torno al potencial de la nucleoelectricidad y de hecho contribuyó también a consolidar toda una visión del mundo; añade Don Manuel en el mismo texto:

Todas las formas de organización social que conocemos a través de la historia, se distinguen una de otras por la manera como han sabido aprovechar las fuentes de energía, desde la muscular hasta la eléctrica. De hecho se puede afirmar, sin pecar de exageración que nuestra manera de vivir contemporánea depende de las peculiaridades del aprovechamiento de la energía50.

Sin lugar a dudas, uno de los indicadores actuales más confiables del nivel de desarrollo en la comunidad de países que conforman la sociedad internacional contemporánea es justamente la capacidad de cada uno de ellos para generar y disponer de la energía con la que satisfacen sus necesidades y definen la calidad de vida de su población. No es en forma alguna casual que los mayores productores de energía en el mundo sean, al mismo tiempo los países más desarrollados del planeta y que sus niveles de consumo sean sustancialmente mayores que los del resto de los miembros de la comunidad internacional.

Sobre la base de su convicción en el sentido de que un incremento en nuestra capacidad para generar energía conllevaría a un mejoramiento de nuestras condiciones de existencia, desde finales de los cuarenta expresaba Don Manuel su deseo de que:

49 Sandoval Vallarta, Manuel. Dos descubrimientos científicos de nuestro siglo, en Obra Científica. Editada por la UNAM y el INEN, México, 1978. p. 519

50 op. cit. p. 520

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Algún día, los actuales problemas políticos relacionados con el control de la energía atómica puedan ser resueltos, de tal suerte que podamos hacer nuestra contribución al estudio de las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear, parti-cularmente a la generación de energía con fines industriales. La economía de grandes regiones completas de México cambiaría radicalmente si la energía nuclear estuviese disponible51.A mediados de 1960, al hablar de las actividades de la CNEN, don Manuel

informaba que: Con el propósito de averiguar en qué región del país convendría instalar la primera planta electronuclear, se están llevando a cabo actualmente estudios energéticos en la región noroeste del país, que incluye la península de Baja California, los estados de Sonora, Chihuahua, Durango y parte de Coahuila y, particularmente el triángulo definido por las ciudades de Chihuahua, Durango y Torreón.52

En una de sus últimas memorias de labores, la CNEN reportaba haber mantenido una estrecha colaboración con la Comisión Federal de Electricidad en los estudios iniciados por esta última (ya que la competencia legal así lo determinaba) para estimar, en cuanto a costos de instalación y operación, la conveniencia de adquirir una primera planta nucleoeléctrica de una potencia nominal de 600 megawatts eléctricos, en relación con los costos de las plantas eléctricas convencionales. Según este reporte.

A solicitud de la propia CFE, desde el 24 de octubre de 1966 se mantuvo una constante relación entre el personal técnico de ambas instituciones y represen-tantes de la CNEN y de PEMEX, quienes colaboraron en el estudio que realizó la CFE con el Stanford Research Institute, en febrero de 1967, para analizar el desarrollo de los sistemas eléctricos, con inclusión de plantas nucleoeléctricas, que se terminó en diciembre de 196853.

De conformidad con el mismo relato de la CNEN y como resultado de esos trabajos, durante 1969, la CFE puso en marcha las recomendaciones generadas y solicitó formalmente a un grupo de posibles proveedores de reactores de potencia, la presentación de ofertas para así determinar la viabilidad económica de la generación de electricidad por medios nucleares en nuestro país.

51 Sandoval Vallarta, Manuel, Notes from abroad: Mexico en Physics Today, March 1949 pp. 26-27. Énfasis añadido.

52 Sandoval Vallarta, Manuel. Perspectivas del uso de la Energía Nuclear para usos pacíficos en México, en Obra Científica editada por la UNAM/INEN. México, marzo de 1978 p. 543

53 Comisión Nacional de Energía Nuclear. Memoria de Labores del 1o. de septiembre de 1969 al 32 de agosto de 1970. México, 1970 p. 28

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Ese mismo año se presentaron conclusiones que hablaban de la conve-niencia de contar con una capacidad instalada de unos 15 000 megawatts eléctricos de origen nuclear para 1990 a fin de poder satisfacer las necesidades del país y reducir nuestra abrumadora dependencia de los hidrocarburos: en esa época, del orden de un 90% de la electricidad nacional se generaba quemando petróleo.

Aun cuando el trabajo de elaboración de las especificaciones de la planta nuclear, así como la evaluación de las ofertas presentadas por los proveedores y la selección misma del sitio que se consideró como el más conveniente para la instalación de la central nucleoeléctrica, se concluyó satisfactoriamente todavía durante la gestión administrativa del Presidente Díaz Ordaz, se estimó que la magnitud del proyecto era tan grande y trascendental, que se prefirió dejar las cosas un tanto “en el aire”, para que fuese la siguiente administración federal la encargada de tomar la decisión correspondiente.

El recién inaugurado gobierno de Luis Echeverría puso el asunto en manos de una comisión intersecretarial, que de hecho lo aprobó, dando paso de este modo a la autorización formal del Ejecutivo en 1971. Por razones administra-tivas, que en realidad no han sido satisfactoriamente explicadas, la CFE volvió a solicitar a los proveedores la presentación de ofertas para la adquisición de su reactor a finales de ese mismo año, lo cual dio pie a toda una gama de espe-culaciones sobre irregularidades y favoritismos que propiciaron el retiro de los proveedores canadienses y una fuerte polémica en el sector nuclear mexicano en torno al tipo de tecnología de reactores que sería más conveniente para nuestro país.

La polémica no era del todo nueva en realidad. De hecho, desde principios de la década de los sesenta, aún cuando la incipiente tecnología del uranio natural no estaba debidamente probada, ya se planteaba supuestamente como la mejor alternativa para los países en vías de desarrollo, según se decía, por ser más sencilla, pero sobre todo, porque se pensaba que no iba a comprometer la soberanía nacional al evitar la dependencia de la tecnología del uranio enriquecido dominada y promovida comercialmente en ese entonces princi-palmente por los Estados Unidos. Imbuida de ese optimismo, que el tiempo no ha llegado a justificar, en su trabajo de tesis de licenciatura, Elena Jeannetti planteaba en 1963: “México va a iniciar ya su programa de nucleoelectrifica-ción a base de uranio natural. Este tipo de combustible se produce ya en escala de laboratorio, con amplias posibilidades de producción industrial”.54

54 Jeannetti Dávila, Elena. La Energía Nuclear: México frente al átomo. Tesis para obtener la

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Lo cierto es que la gente del INEN se mostraba muy claramente favorable hacia la tecnología del uranio natural (que era la que ofrecían los proveedores canadienses), mientras que el grupo de CFE se inclinaba más por la tecnología del uranio enriquecido por considerarla económicamente más ventajosa y tecnológicamente mejor probada.

A raíz del segundo concurso entre proveedores (del cual de hecho se retiraron los canadienses) se determinó que la mejor oferta para proporcio-narnos el sistema nuclear de suministro de vapor era la presentada por la General Electric, en tanto que la del turbogenerador era la de Mitsubishi. En función de lo anterior, los compromisos respectivos se formalizaron en agosto de 1972 y a partir de ese momento se iniciaron los trabajos para la construcción de la planta nucleoeléctrica de Laguna Verde en el estado de Veracruz.

Pero las diferencias de punto de vista entre los grupos del INEN y la CFE habrían de persistir en perjuicio del desarrollo de la energía nuclear en el país, ya que el conflicto se fue agravando progresivamente entre 1973 y 74, al tomar tintes políticos de graves implicaciones, vinculados con esa historia del Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN) que ya hemos referido y que en gran medida condujeron a la desaparición del INEN y a la virtual exclusión de sus técnicos (incluyendo a los que luego pasaron a formar parte del ININ) del proyecto de Laguna Verde, por lo menos hasta mediados de 1985.

Justamente allá por la época del debate sobre la Ley Nuclear en las Cámaras, un grupo de trabajadores del INEN, en su mayoría miembros activos del sindicato prepararon un texto en el que denunciaban:

Cuando se inició el proyecto nucleoeléctrico de Laguna Verde, Veracruz se tuvo la intención de que el Estado, a través de la Comisión Federal de Electricidad se encargara de la administración total del proyecto. La falta de programas, de capacidad técnica y de experiencia en la materia llevó a que todo quedara en eso, en una buena intención. El proyecto ha sufrido múltiples retrasos y paso a paso ha ido quedando en manos de extranjeros, sin que deje ninguna enseñanza a los científicos y técnicos nacionales55. (La referencia es desde luego a la exclusión ya referida del personal de INEN fincada esencialmente en diferencias políticas).

En ese mismo documento se reconoce, al mismo tiempo:

licenciatura en Ciencias Diplomáticas. Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. 1963. p. 153

55 Cordova F. Joaquín et al. La Energía Nuclear en México. INEN. Febrero de 1978 p.27

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Es claro también que el INEN no ha cumplido con muchas tareas que le corres-ponden, aún cuando a su amparo se han formado los únicos científicos y técnicos nucleares con que cuenta nuestro país. (El Instituto) fue creciendo y desarrollándose sin objetivos ni programas, con muy escasos recursos, en muchas ocasiones dirigido por personas que no tenían o no tienen conoci-miento alguno en la materia. El resultado de todo esto es un organismo que creció sin coordinación ni planificación, en el que cada programa actúa por su propia cuenta56.

En respuesta a las críticas que se le habían formulado a la existencia de un solo organismo aglutinador de toda la actividad nuclear del país, los sindicali-zados sostenían que:

Las fallas no se deben a que estén mezcladas funciones de producción y de investigación en un solo organismo, el problema ha sido que la investigación y el desarrollo tecnológico que se realiza en el INEN, sólo excepcionalmente ha servido de apoyo al trabajo productivo que ahí mismo se realiza o que por falta de recursos se ha dejado de realizar57.

Para ellos resultaba bastante claro que el desarrollo de un programa nuclear en general y del proyecto nucleoeléctrico nacional en particular, estaría íntimamente asociado con las posibilidades de un desarrollo económico y social relativamente autónomo del país y que, en consecuencia, por un lado, tendría que pensarse en términos de una política anti-imperialista y naciona-lista, tendiente a fortalecer al Estado mexicano como rector de la vida políti-co-económica de nuestro país y que al hacerlo, estaría convirtiéndose en una seria amenaza para los intereses hegemónicos de nuestro vecino del norte.

Esta visión de las cosas vinculó inexorablemente a la gente del SUTIN con las políticas y la suerte del movimiento obrero internacional que pretendía, por aquella época, confrontar al modelo de economía liberal abanderado por los países desarrollados. En aras de un eficientismo tecnocrático que debía conducirnos (de hecho, no sólo a México, sino a la totalidad del mundo en desarrollo que constituye la inmensa mayoría de la humanidad) a la modernidad por la “vía rápida”, el Estado mexicano de hecho ignoró esa propuesta del

“nacionalismo exacerbado” de los miembros del SUTIN. Más aún, desapareció al INEN y, aunque se cuidó de mantener el formalismo del respeto irrestricto a los derechos laborales de los trabajadores, virtualmente los dejó fuera de la jugada en el desarrollo del programa nucleoeléctrico nacional.

56 Ibídem.57 Ibídem.

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Incluso después de 1985, cuando a raíz de un convenio interinstitucional se volvió a permitir el acceso de la gente del ININ al proyecto nucleoeléctrico de Laguna Verde, siempre ha sido de manera limitada y sin abandonar del todo el recelo derivado de la vieja pugna entre los dos sindicatos, lo cual, como fácilmente puede apreciarse, limitó la participación de técnicos del sector nuclear formal en el único proyecto de esta naturaleza que se ha manejado en el país. Ello, desde luego no demerita en lo más mínimo la experiencia técnica recabada por la CFE, libre de interferencias políticas matizadas por opiniones en contra de las decisiones gubernamentales, que sin lugar a dudas tendrá que ser de gran importancia si nuestro país decide, como muy proba-blemente tendrá que hacerlo en algún momento, por lo menos en el mediano plazo, reactivar el programa nucleoeléctrico nacional.

La historia de la construcción de la central nucleoeléctrica de Laguna Verde hasta su puesta en marcha es ciertamente una historia sumamente accidentada y marcada por costosos errores. Ello se explica, en gran medida por la virtual ausencia de experiencia nacional en el manejo de este tipo de proyectos en aquel momento (el aprender siempre tiene sus costos); por las pugnas intersectoriales de los trabajadores que debían estar involucrados en él y por la complejidad misma inherente a un proyecto de esta naturaleza. Su desarrollo exige la partici-pación coordinada de la más variada gama de especialistas y constituye uno de los ejemplos más acabados de lo que hoy en día llamamos interdisciplinariedad.

Desde una perspectiva externa resulta verdaderamente difícil imaginar siquiera la magnitud misma del proyecto; la cantidad de áreas involu-cradas y de especialidades requeridas para poder llevarlo a feliz, oportuno y redituable término; desde negociadores experimentados para la contrata-ción de los servicios necesarios hasta supervisores debidamente capacitados en las diversas áreas para verificar la calidad de los productos entregados a cada paso en el proceso, amén de los operarios a los que se les va a exigir un nivel de desempeño y calidad muy elevado en comparación con los estándares habituales de la industria nacional. Es literalmente un mundo de personas y de actividades que requieren de una coordinación decidida, calificada y eficiente.

En los primeros meses de actividad, la CFE contrató diversos asesores externos: Bufete Industrial junto con una empresa llamada Burns & Roe para el desarrollo de la ingeniería y coordinación de la construcción; a la Nuclear Services Corporation como consultor en garantía de calidad y asesor de gestión del proyecto y a la NUS Corporation como consultor en lo relacionado con la cuestión del combustible.

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Al mismo tiempo, se gestionaron los contratos relacionados con el combustible, se iniciaron los trabajos en el sitio con la excavación para la primera unidad, se concursaron y adquirieron algunos de los equipos principales como el condensador, el transformador principal y equipos de la subestación; también se prepararon las especificaciones para la obra civil, se calificó a los proveedores nacionales para suministro de la primera etapa que, de conformidad con la Ley, habría de ser evaluado por personal del INEN y se empezó a preparar la primera versión de un manual del proyecto. Todos estos datos constan en el informe anual de la CFE correspondiente a 1972 y atestiguan claramente las dimensiones de las responsabilidades que, como país, nos habíamos echado encima.

En mayo del siguiente año hubo cambio en la dirección general de la CFE y el proyecto mismo fue cuestionado desde dentro en su concepción integral, aunque a menos de seis meses del cambio ya se estaban formalizando los compromisos correspondientes a la segunda unidad, lo cual era el mejor indicativo de que el trabajo seguiría adelante. Luego vinieron toda una serie de problemas derivados de los cambios administrativos, las pugnas políticas y la falta de experiencia en general. Se pidieron auditorías administrativas, contables y técnicas, lo cual obstaculizó aún más el desarrollo del proyecto.

A pesar de que la obra civil inició en 1974, supuestamente bajo la admi-nistración de la CFE, los trabajos se detuvieron varias veces e incluso llegó a cancelarse provisionalmente el proyecto. Hasta febrero de 1977 hubo diversos contratistas externos que debían realizar distintas fases del trabajo para la CFE; su coordinación era tan incierta que, por ejemplo, en un momento dado, a principios de 1976 encontramos a un grupo de 10 ingenieros de la CFE con otros 6 de Bufete Industrial trabajando en las actividades de diseño para nuestra central nucleoeléctrica en las oficinas del contratista Burns & Roe en Nueva York. Las críticas de los trabajadores sindicalizados del INEN no se hacían esperar.

El impulso decidido y sistemático no llegó al proyecto sino hasta fines de los setenta. A pesar de las dudas que había sobre el proyecto en diversos ámbitos del país y posteriormente del terrible peso opresivo de la crisis económica nacional que alcanzó niveles asfixiantes en 1982, el trabajo continuó, lento pero seguro. Año con año, a partir de esa fecha se hablaba del ya cercano momento de carga de combustible para la Unidad I y año con año había que posponerlo; quizá más por razones económico-administrativas que por razones técnicas, sin embargo, a los ojos de la opinión pública, la puesta en marcha del reactor

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parecía meramente como un sueño que jamás llegaría a realizarse. Los costos crecientes, las noticias sobre equipo obsoleto o abandonado en los almacenes y la filtración de datos relacionados con incidentes reales o imaginarios en el trabajo, iban creando un ambiente de desconfianza entre el público respecto de la posibilidad real de concretar un programa nucleoeléctrico en este país.

En abril de 1986, cuando el avance en los trabajos de la Unidad I andaban ya cerca de un 90%, se dio aquel desafortunado accidente de Chernóbil en la ahora extinta Unión Soviética. El impacto negativo para el desarrollo de la industria nuclear mundial fue tremendo y en México no dejó de sentirse. Incluso, podemos afirmar sin temor a exagerar, que fue precisamente a raíz de ese accidente que muchas personas en nuestro país se enteraron por vez primera que teníamos un reactor nuclear en construcción.

La coyuntura no podía ser menos favorable. El peso de la crisis económica, la inflación, la creciente de deuda externa y la progresiva eliminación de fuentes de trabajo en el sector paraestatal orillaban a una crítica cada vez más abierta de la política económica del régimen de Miguel de la Madrid. El accidente de Chernóbil, que efectivamente propagó un cuestionamiento internacional en contra de la energía nuclear (que algunos llegaron a considerar de manera muy prematura como definitivo en contra del desarrollo de la nucleoelectri-cidad a nivel mundial) fue un excelente pretexto para impugnar, no sólo la política nuclear del régimen mexicano, sino su modelo económico en general. Por primera vez en nuestra historia un incipiente movimiento antinuclear se convirtió en factor de fuerza dentro del escenario político nacional.

Esta situación llevó a continuar con el trabajo de Laguna Verde dentro de la más marcada reserva; con el sigilo propio de quien siente estar haciendo algo que, aun cuando no es del todo “malo”, sí está sujeto al duro escrutinio y la desaprobación prejuiciada del público.

Cuando finalmente inició la operación comercial del reactor de la primera unidad, ya durante el régimen de Carlos Salinas, en lugar del festejo con bombo y platillo que tal realización hubiera merecido, las notas periodísticas fueron de lo más escueto. Las voces de alarma de los anti-nucleares eran mucho más estridentes y, quizá por eso, la desconfianza popular más genera-lizada. El propio gobierno prefirió minimizar el logro antes que confrontar a una opinión pública adversa al desarrollo de la nucleoelectricidad en el país.

Ciertamente los tiempos y costos originalmente previstos para el desarrollo del proyecto se habían excedido sustancialmente y aunque existían todas las razones del mundo para justificarlo, los críticos del sistema se ensañaban

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señalándolo. La experiencia acumulada, los técnicos capacitados y, sobre todo, la presencia de 650 megawatts eléctricos añadidos a la red eléctrica nacional no parecían suficiente logro para justificar todo el esfuerzo invertido y, en esos términos, el gobierno mexicano prefirió callar. Prácticamente nada se dijo cuando a principios de 1991 la planta alcanzó un factor de operación del 98% y un factor de capacidad del 86% que le valió un amplio reconocimiento inter-nacional.

En más de 20 años de exitosa operación comercial, con la Unidad II ya incorporada a la red, el sector nucleoeléctrico ha sido noticia de escasa relevancia para la más bien escéptica opinión pública nacional58, situación que vino a exacerbarse aún más a raíz del trágico accidente de la central nuclear japonesa de Fukushima en marzo de 2011, que al igual que en 1986 ha puesto en severa tela de juicio las posibilidades de desarrollo para el sector nuclear, por lo menos en el corto y mediano plazo, no sólo en México sino en el resto del mundo.

A pesar de la gravedad de este nuevo accidente nuclear, sigue siendo prematuro, incluso ingenuo pensar que se puede sencillamente prescindir de la contribución de la nucleoelectricidad al desarrollo mundial (aproximada-mente 17% de la electricidad que se producía en el mundo en 2012 era de origen nuclear, con notables diferencias de producción entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo). Este es, desde luego un debate vigente que sin duda merece atención aparte, pero en el que difícilmente se podrá participar de manera significativa si se desconoce su historia.

La industria nuclear mundial ha avanzado mucho y se ha modernizado notablemente en el curso del último cuarto de siglo, pero el gobierno mexicano se ha negado sistemáticamente a considerar siquiera la ampliación de su programa nuclear nacional a pesar del balance altamente positivo que arroja la experiencia acumulada de más de dos décadas de operación de Laguna Verde y a pesar también de las evidentes necesidades que tiene nuestra economía nacional en materia de garantizar el suministro de electricidad para el desarrollo industrial.

58 Diversos sectores de la opinión pública nacional siguen pensando que Laguna Verde es una planta insegura, obsoleta y definitivamente riesgosa para la seguridad ambiental, por lo menos del estado de Veracruz; muchos incluso se sorprenden de saber que de hecho continúa en operación.

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Conclusiones

Realmente es difícil extraer conclusiones definitivas a partir de un análisis tan somero como el aquí presentado. Como señalé desde un principio, no ha sido mi intención escribir una historia ni definitiva ni exhaustiva del sector nuclear en México, sino contribuir modestamente en el proceso de reflexión sobre la suerte del sector nuclear a partir del análisis de su trayectoria evolutiva desde mediados del siglo pasado.

La experiencia de poco más de medio siglo en el sector oficial para el desarrollo de la ciencia y la tecnología nuclear, muestra con claridad las vicisitudes de toda índole que tiene que enfrentar un país que aspira a la promoción de su propia soberanía y desarrollo mediante el crecimiento de sus sectores científicos. Los modestos resultados obtenidos hasta la fecha en el país, son al mismo tiempo una invitación a reflexionar con detenimiento sobre las causas que han frenado nuestro avance en esta área, y repensar las estrategias más convenientes para el sector.

No cabe duda que ésta es una historia que todavía está por examinarse con mucho mayor detalle, incorporándole la gran cantidad de aspectos que, sin temor a equivocarnos, brotarán de una revisión más cuidadosa de los hechos, en cada una de las diversas áreas en las que nuestra comunidad científica y técnica ha pretendido incursionar en materia nuclear59, desde los aspectos vinculados con la física teórica hasta las aplicaciones prácticas en el uso de las radiaciones y los radioisótopos. Sin embargo, si hay por lo menos algunas lecciones resultantes del análisis anterior que son suficientemente claras y que vale la pena destacar:

En primer término podría señalarse el hecho de que, contrario a la visión idealizada de la ciencia como una búsqueda moralmente neutra de la verdad, objetiva, desinteresada e incluso distanciada de la problemática social, el análisis de la experiencia científica en nuestro país nos enseña convincentemente que la actividad científica, como cualquier otra actividad social, está coyunturalmente condicionada y no puede en forma alguna separarse de las vicisitudes del resto de la sociedad. Al igual que el resto de los seres humanos, los científicos contribuyen

59 La reflexión que incluyen estos apuntes está centrada primordialmente en lo que sería el sector nuclear oficial del país que arranca con la creación de la CNEN en 1956. No contempla los esfuerzos realizados en el ámbito universitario (los institutos de física, química o ciencias nucleares de la UNAM), por ejemplo, o el programa de maestría en ingeniería nuclear que tuvo en su momento el IPN o que intentó establecer la Universidad de Zacatecas y que, sin lugar a dudas merecen consideración aparte.

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con su labor a crear, mantener y/o modificar el entorno en que habitan, de ahí su ineludible responsabilidad moral para con el resto de sus congéneres.

Lo dijo con mucha precisión Don Manuel Sandoval Vallarta como resultado de sus años de experiencia en la materia:

Mientras que la ciencia sea utilizada como el principal soporte del poder político y mientras las rivalidades nacionalistas determinen las políticas nacionales, no hay forma de evitar el impacto de la política en la ciencia. Por tanto, debemos ver hacia delante, con aprehensión, hacia un periodo de interferencia política con los objetivos fundamentales de la ciencia60.

Sólo que lamentablemente ese “periodo” al que se alude parece ser algo más permanente que temporal.

En segundo lugar, la experiencia nacional también muestra fehacientemente cuán riesgosa puede resultar la postura de evitar cualquier forma de control, incluida la planeación de la actividad científica. Ciertamente que no pretendemos sugerir la imposición de férreos ordenamientos burocráticos que den paso a una interminable exigencia de presentación de informes o a rígidos controles evaluados por burócratas ajenos a la investigación científica, pero es claro que tampoco puede avanzarse como nación exhibiendo sólo un esfuerzo desordenado, caótico y confuso que permita al supuesto científico vivir cómodamente en su torre de marfil, gastando recursos sin restricción y sin supervisión alguna mientras la mayoría de la población se ubica en la pobreza de algún tipo.

La búsqueda del delicado punto de equilibrio en este terreno, es tarea conjunta que requiere tanto de la sensibilidad del analista social como de la intuición del científico. En consecuencia, también puede decirse que, el éxito en la implanta-ción de un programa nacional en materia de ciencia y tecnología, en cualquier área del saber humano, no depende solamente de buenas intenciones o de una suficiente disponibilidad de recursos;61 bien decía Don Manuel Sandoval Vallarta con su agudeza característica:

Lo que se necesita es un cerebro de primera clase imbuido en el deseo ardiente de explorar lo desconocido y en un absoluto respeto por la verdad, y de estos

60 Sandoval Vallarta, Manuel. The Impact of Politics on Science, del libro: “Ideological diffe-rences and World Order”. Reproducido en: Obra Científica, editado por la UNAM y el INEN. México, marzo, 1978 p.503

61 En un interesante artículo relacionado con el desarrollo de la energía nuclear, Don Jesús Silva Herzog parece sugerir precisamente que sólo se requiere de fuertes sumas de capital para promover el progreso científico y tecnológico del país. La experiencia nacional demuestra cuán trágico puede ser este enfoque. Véase: Silva Herzog, Jesús. ¿Quién se aprovechará? Suplemento del XVI Aniversario de El Día. “La Energía Nuclear”. México, junio de 1978, p.6

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requisitos, ninguna nación, sin que importe su grandeza y poderío, puede jamás poseer el monopolio exclusivo62.

No son recursos monetarios lo único indispensable; el desarrollo de la ciencia más bien exige de un esfuerzo pertinente y pertinaz para una identifi-cación oportuna y precisa tanto de los fines que se persiguen como de la ruta crítica más adecuada para alcanzarlos.

Esto, a su vez, desde un punto de vista institucional tiene que quedar plasmado de manera clara y contundente en programas de trabajo debidamente especi-ficados, avalados por especialistas y apoyados con una adecuada asignación de recursos, pero al mismo tiempo, con mecanismos apropiados para hacer el seguimiento y la detección de desviaciones con respecto a los parámetros originalmente establecidos, así como con los instrumentos que permitan la corrección verificable del rumbo.

Ciertamente, el gran reto es impedir que esto asfixie el talento natural del investigador o que lo abrume al punto de hacer imposible otra labor que no sea llenar formatos y presentar informes. En ese sentido, no pueden establecerse el mismo tipo de criterios de control que los que se usarían en una fábrica, por ejemplo. En otras palabras, el éxito de un programa de trabajo en ciencia y tecnología sólo puede derivarse de una orientación acertada del esfuerzo que se pretende realizar, acorde con un cúmulo de necesidades específicas que se desea resolver: la ciencia requiere pues, en primer término de una buena filosofía de trabajo y luego de los medios adecuados para ponerla en marcha y supervisar su desempeño.

Adicionalmente, se puede señalar el hecho de que, efectivamente, ningún país es una ínsula que pueda apartarse cómodamente de la influencia que ejerce el resto de la comunidad de naciones, particularmente aquellas que gozan del poder hegemónico, al incidir en el devenir de los acontecimientos. En este sentido, es claro que la idea de un programa nacional autónomo sólo puede ser relativa y, además, el producto de un continuado e incansable esfuerzo de negociación con los poderes fácticos del escenario internacional63.

Finalmente, no debemos responsabilizar del rezago en el sector nuclear solamente a los actores nacionales, es claro que la dinámica internacional ha

62 Sandoval Vallarta, Manuel. El desarrollo contemporáneo de las ciencias matemáticas y físicas en México. Discurso pronunciado ante la Asamblea de la UNESCO celebrada en la Ciudad de México el 14 de noviembre de 1947. Publicado en: Obra Científica, editada por la UNAM y el INEN. México, marzo 1978 p. 467

63 Ver: Goldschmidt, Bertrand, The atomic complex: a worldwide political history of nuclear energy, American Nuclear Society, Le range Park, Illinois, 1982.

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ejercido en todo momento una gran influencia en el desarrollo de los aconte-cimientos a nivel interno; así por ejemplo, a finales de los ochenta, la industria nuclear mundial había entrado en un impasse generado por el accidente de Chernóbil, que impuso medidas de seguridad adicionales para las centrales nucleares, lo que vino a incrementar significativamente el costo de generación (que era uno de los supuestos atractivos de la nucleoelectricidad) y que además predispuso gravemente a la opinión pública internacional en contra de las supuestas bondades de la energía nuclear.

El impacto de las relaciones internacionales en nuestras actividades como nación, particularmente en el terreno de la ciencia y la tecnología, es algo que todavía tenemos pendiente de comprender cabalmente en este país.

Por último, no puede dejar de observarse que, como cualquier otra empresa social, el desarrollo de la ciencia y la tecnología no puede ser sino producto de un esfuerzo claro, contundente y decidido de colaboración total. No basta con tener genios, incluso ellos requieren de un buen apoyo administrativo, de infraestructura y de recursos en ausencia de los cuales hasta las mejores ideas se pueden desvanecer sin la menor trascendencia. No se gana realmente nada evadiendo responsabilidades y repartiendo culpas; si el beneficio que se busca con el desarrollo del sector nuclear es para el país, entonces es la sociedad en su conjunto la que debe estar involucrada en el esfuerzo.

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DAVID JAMILE SARQUÍS RAMÍREZ es licenciado, maestro y doctor en relaciones internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Tiene además el grado de maestría en ciencias, con especialidad en filosofía de la ciencia por el IPN y es también doctor en Historia por la UAM. Es profesor invitado del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Queens en Herstmonceux, Inglaterra y de la Universidad Tecnológica de Dresden en Alemania, donde imparte el curso Energía y Sociedad, diseñado especialmente para abordar temas ambientales. El Dr. Sarquís es miembro del SNI con nivel 1.

Laboró durante más de 15 años para el sector nuclear mexicano, con diversos cargos, tanto en la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias como en el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares.

Actualmente se desempeña como Docente Investigador de tiempo completo para el Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales del ITESM en el campus Estado de México.