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  • FRICA EN DISPORA

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  • Editor:

    FERRAN INIESTAProfesor de Historia de frica, Universitat de Barcelona

    Contribuciones de:

    RAFAEL CRESPOCentre dEstudis Africans

    ALIOU DIAOFons Catal de Cooperaci

    ELVIRA DYANGANICentro Atlntico de Arte Moderno, Las Palmas

    ALBERT FARRCEA-ISCTE, Lisboa

    FERRAN INIESTAUniversitat de Barcelona

    ADRIANA KAPLAN MARCUSNUniversitat Autnoma de Barcelona

    KEITA KAROUNGAUniversitat Autnoma de Barcelona

    YEJIDE OJOComentarista poltico del diario nigeriano Tribune

    ALBERT ROCAUniversitat de Lleida

    REMEI SIPIEwaiso Ipola

    PAPA SOWGerfrica

    Interrogar la actualidadSerie Migraciones

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  • FERRAN INIESTA (ed.)

    FRICA EN DISPORAMovimientos de poblacin y polticas estatales

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  • Los trabajos de este libro han recibido la colaboracin del:Consorcio Universidad Internacional Menndez y Pelayo (Barcelona) y Centro Ernest Lluch

    2007 para cada uno de los trabajos:Rafael Crespo, Aliou Diao, Elvira Dyangani, Albert Farr, Ferran Iniesta, Adriana Kaplan

    Marcusn, Keita Karounga, Yejide Ojo, Albert Roca, Remei Sipi, Papa Sow. 2007 Fundaci CIDOB

    Elisabets, 12, 08001 Barcelonahttp://www.cidob.org

    e-mail: [email protected]

    Distribuido por Edicions Bellaterra, S.L.Navas de Tolosa, 289 bis, 08026 Barcelona

    www.ed-bellaterra.com

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del copyright,bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por

    cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico,y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler o prstamo pblicos.

    Impreso en EspaaPrinted in Spain

    ISBN: 978-84-87072-79-6Depsito Legal: B. 17.807-2007

    Impreso por Romany Valls. Capellades (Barcelona)

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  • ndice

    Presentacin, Ferran Iniesta, 9

    PRIMERA PARTECausas de una dispersin

    frica y las disporas civilizadoras, Ferran Iniesta, 13

    Causas de los movimientos poblacionales africanos, Albert Roca, 29

    Codesarrollo y democracia: el papel sociopoltico de los inmigrantes,Aliou Diao, 43

    SEGUNDA PARTEMovimientos poblacionales

    Migraciones, linajes y estados en frica austral, Albert Farr, 53

    Reflexiones en torno a los funambulistas: dispora africana y arte con-temporneo, Elvira Dyangani, 87

    Redes migratorias entre frica y Catalua, Rafael Crespo, 99

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  • TERCERA PARTEPoblacin y globalizacin

    Migracin poscolonial en Europa, Keita Karounga, 127

    Disporas africanas y mundializacin: de la representacin histrica a latoma de conciencia, Papa Sow, 135

    CUARTA PARTEMujer y migracin

    Las migraciones senegambianas en Espaa: una mirada desde la pers-pectiva de gnero, Adriana Kaplan Marcusn, 153

    Reflexiones en torno a la participacin de las mujeres inmigrantes,Remei Sipi, 169

    AnexoDocumento

    Cmo viajan los africanos, Yejide Ojo, 183

    8 frica en dispora

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  • Presentacin

    De no haber existido en el pasado otras grandes disporas desde el con-tinente africano, sin duda nuestras culturas modernas seran hoy ine-xistentes. Afortunadamente, los antiguos humanos emigraron reiterada-mente, asentaron una pujante demografa en todo el planeta y dieron elltimo impulso al expandir la actual humanidad por Eurasia hace unos40.000 aos. Y entonces, todos ramos negros.

    Con todo, ese reconocimiento cientfico de unos orgenes repetida-mente africanos no parece relacionarse con la ltima emigracin que nosviene del viejo continente matriz. Esta es una oleada considerada moles-ta e incluso carente de virtudes civilizadoras. Pues bien, como dicen mu-chos de los autores de esta obra, los africanos y africanas que llegan aEuropa son mucho ms que simples refugiados econmicos: en cada unode ellos es visible la huella de las ms nobles y antiguas culturas de nues-tra especie. Al igual que hace aos la cancin gitana reivindicaba queen la palma de mi mano/llevo sangre de reyes, la juventud africana quese incorpora a las sociedades del Norte es mucho ms que una estadsti-ca fra o un motivo para la conmiseracin: una vez ms, frica aportacultura, inteligencia, fuerza y vitalidad. Hablamos, pues, de personas, deculturas vivas.

    Los autores que hoy reunimos en este volumen trabajaron juntos enun curso de la Universidad Internacional Menndez y Pelayo (UIMP) enjulio de 2006, bajo el ttulo frica en dispora. En estos escritos, ha-remos un breve recorrido por las causas de las disporas africanas denuestros das (Iniesta, Roca, Diao), nos ocuparemos de sus flujos inter-nos en frica y de sus redes hacia otros continentes (Farr, Dyangani,Crespo), analizaremos las polticas estatales y las estrategias migratorias

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  • (Keita, Sow), y veremos algunos aspectos descollantes de los problemasde las mujeres africanas dentro y fuera de sus pases de origen (Kaplan,Sipi). Los datos que se ofrecen aqu parciales pero honestos son unainvitacin a la reflexin. Los textos aqu reunidos se esfuerzan por teneramplitud de miras y no estar pendientes de resultar polticamente co-rrectos: en ellos no se silencian ideas, no se disimulan hiptesis ni seocultan temores (vase el documento anexo de un diario de Nigeria),sean de naturaleza econmica o poltica. El objetivo es coadyuvar al ad-venimiento de unas sociedades mejores en Europa y en frica.

    FERRAN INIESTA

    10 frica en dispora

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  • PRIMERA PARTE

    CAUSAS DE UNA DISPERSIN

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  • frica y las disporas civilizadorasFerran Iniesta

    Los africanos? Civilizados hasta el tutano!

    (LEO FROBENIUS, La civilizacin africana)

    Disporas del pasado

    El ser humano ha sido un curioso aventurero, muy dado desde sus orge-nes remotos a adentrarse en zonas desconocidas en las que hallar nuevasposibilidades de existencia. Esa tendencia radical no ha variado desdeque australopitcidos y habilis se diseminaron por el este y el sur delcontinente africano, hace ya varios millones de aos. El riesgo siemprevali la pena, o al menos eso es lo que nuestros predecesores pensaron.

    Cuando el Homo erectus, provisto de un rudimentario y revolucio-nario utensilio el hacha bifaz de slex dej frica para adentrarse enlas fras tierras euroasiticas, tuvo que adaptarse al clima y termin porcontrolar el fuego. No lo haban hecho en origen, pero s en las durascondiciones de sus recorridos por regiones septentrionales. Har mediomilln de aos, el fuego domstico se expansion por los grupos de la es-pecie, como adquisicin benfica para cualquier segmento de la especie,y desde entonces esa fue una conquista general. Fronteras? Ni conti-nentes ni climas pudieron establecerlas de forma concluyente.

    Doscientos mil aos atrs, mientras los neandertales poblaban unaEurasia castigada por las glaciaciones, una mujer genticamente peculiarEva mitocondrial o Eva negra, la llama Lucotte inici una nuevaruta para la humanidad, la que lleva directamente a nosotros, ocupemosla regin que ocupemos y dispongamos de la apariencia fsica que nosdistingue. Los genetistas dudan de si atribuir la maternidad de nuestra ac-tual especie a una mujer de tipo bosquimano o de tipo pigmeo, pero encualquier disyuntiva el rastreo gentico de la Eva mitocondrial nos llevaal frica ecuatorial o austral. Y como nos recuerdan los bilogos, esa

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  • abuela directa de todos los pueblos actuales rigurosamente de todos,incluidos australianos, europeos o esquimales era negra, como toda laespecie que le sigui durante casi 180.000 aos. La emigracin definiti-va se gest, una vez ms, en frica.

    Suele olvidarse que la palabra civilizacin aunque problemticapor sus connotaciones de pretendida superioridad sobre cultura incor-pora el sentido de despliegue, de cambio, de fusin urbana, de irradia-cin, y esa realidad ha sido as desde tiempos ancestrales, mucho antesde que los asentamientos pudieran ser etiquetados de poblados o ciudades.Pues bien, la ms antigua humanidad se gest en frica e irradi desdeella, pero la humanidad actual tambin sigui esa misma ruta, desde laRift Valley en el este africano hacia los estrechos de Gibraltar, Mesina yla franja palestina, hace apenas 40.000 aos. Tal vez el trmino resulteexcesivo para especialistas, pero se puede hablar de una segunda y defi-nitiva oleada civilizadora, la del Homo sapiens sapiens africano que seexpandi por Europa, Asia y que hace 30.000 aos ya estaba en Austra-lia y en ambas Amricas.

    En apariencia, la nueva humanidad resulta poco espectacular: algoms grcil que el neandertal, incluso con menor capacidad craneana depromedio, pero con un formidable despliegue de utillaje ltico y con unno menos sorprendente hbito de pintar paredes rocosas y tallar estatui-llas de opulentas mujeres, la civilizacin del Sur se impuso de forma ina-pelable desde los abrigos tanzanos hasta las grutas siberianas y cantbri-cas. Si el erectus fue la primera experiencia humanizadora en el mundo,el sapiens sapiens fue la segunda y definitiva, ms compleja y completa,y cubri todas las regiones de la Tierra. Definitivamente, por retomar eltrmino de Davidson, la civilizacin se propag desde la Madre Negra,el frica de todos los orgenes humanos.

    No obstante, los hijos septentrionales de esa Eva mitocondrial,africana y negra, se han esforzado en los ltimos siglos de ideologa he-gemnica y racista en negar la evidencia, rechazando no slo los orge-nes ancestrales africanos sino incluso sus fundamentales aportacionescivilizadoras. Desde la Ilustracin, el mundo occidental se ha esforzadopor borrar cualquier huella del pasado meridional de la humanidad, re-moto o prximo, aceptando como un mal menor el ex Oriente lux (todaluz civilizadora viene de Oriente) y ocultando obsesivamente cualquierpista que pudiera conducir al Gran Sur, el de las sabanas y los bosquesen los que la humanidad creci y se aprest, durante 160.000 aos, para

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  • saltar hacia todos los continentes. A la bblica maldicin de Cam (de he-cho, el maldito fue su hijo Canan), se sum la moderna maldicin de laesclavitud de millones de negroafricanos en las plantaciones de Amri-ca. Para esa Europa ilustrada y esclavista, el negro no poda tener la pa-ternidad de civilizacin alguna, ni en el presente ni en el pasado. La lin-gstica, la antropologa o la historia aplicaron as la negacin racista defrica con un furor que todava hoy asombra a cualquier mente despier-ta y libre.

    Para la mayora de escolares del siglo XXI, en todo el planeta, Homosapiens sapiens y croman son sinnimos. Sin embargo, cientficamen-te croman es una forma reciente, euroasitica, del sapiens sapiens, unavariedad aparecida en los ltimos 25-20.000 aos Quin hubo antes dela aparicin del croman? Por los trabajos de Boule y Valois sobre elllamado Hombre de Grimaldi, confirmados con numerosos hallazgos si-berianos y europeos posteriores, sabemos que los sapiens sapiens, llega-dos a Europa y Asia hace exactamente 40.000 aos, eran negros en todossus rasgos y perfectamente comparables a los actuales habitantes delfrica subsahariana: esa humanidad nueva, que pobl Siberia y Europaoccidental, que desarroll la cultura auriaciense pintando en cuevas yesculpiendo las clebres Venus esteatopigias, esa humanidad fue ex-clusivamente negra (negroide dijo Valois) hasta hace unos 25.000aos, cuando aparecen los primeros individuos cromaones, antecesoresde los europeos actuales.

    En suma, hace entre 40 y 30.000 aos la humanidad era negra, ensu variedad africana original, la grimaldiense, y en absoluto cromag-noide. Nuestras escuelas, pese a todo, siguen enseando que el sapienssapiens fue siempre un croman y que el negro apareci en Asselarcentro sahariano hace apenas 7.000 aos, sin que se sepa cmo seprodujo ese raro evento negrificador de frica: una curiosa historia al re-vs. Lamentablemente para las certidumbres racistas, la paleoantropolo-ga explica que todo mamfero superior aparecido en la zona intertropi-cal debe necesariamente ser de pigmentacin oscura o negra paraprotegerse de los rayos ultravioletas (ley de Glogger), y que como afirmaRobert Leakey la humanidad es negra en origen y slo adaptaciones ul-teriores a su expansin por zonas fras prim la despigmentacin parapermitir el paso de los ultravioletas y el consiguiente procesamiento dela vitamina D, evitando as el raquitismo en reas de escasa insolacin.Eso explica el paso del grimaldiense al croman en Eurasia hace unos

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  • 25.000 aos, y nunca un trayecto a la inversa. Por qu interrogarse ansobre el origen del negro?

    Los rasgos del auriaciense generado por los grimaldienses euroa-siticos eran explcitos: unas estatuillas femeninas de grandes nalgasproyectadas hacia atrs (las llamadas Venus hotentotes), de grandes pe-chos alargados (Lespugue) y con unas cabezas frecuentemente punteadasen su parte superior emulando el pelo crespo de los sapiens sapiens gri-maldienses (Willendorf y Venus siberianas). Como Boule interpret ensu da, Diop ms tarde y Lucotte hoy, las estatuillas auriacienses lejosde ser simples exageraciones de la feminidad atemporal eran representa-ciones de la humanidad femenina real de hace ms de 30.000 aos. Lacultura del auriaciense fue negra, en todo su esplendor, y civiliz a trescontinentes.

    Contra toda evidencia cientfica, el moderno Occidente se opuso noslo al origen africano, sino tambin a cualquier aportacin civilizadoraulterior hecha por negros o por gentes africanizadas: Champollion des-cribi un Egipto nico, sin parentescos culturales con nadie, sorpresi-vo, cual verdadero hongo brotado en medio de un inmenso desierto cul-tural. Si Egipto no era asimilable ni a las culturas mesopotmicas ni a lashelnicas, entonces deba ser un exabrupto enorme, surgido de la nadahistrica para desvanecerse nuevamente en ella. Cuando, dcadas des-pus, el alemn Lepsius describi en sus Denkmler los templos y tum-bas egipcias, se rindi a la evidencia de que los antiguos egipcios erannegros. Quienes siguieron a Lepsius en lingstica Naville, Hombur-guer, Obenga en religin Amlineau, Frankfurt, Bilolo o en his-toria Petrie, Diop, Ndigi han sido marginados o silenciados por laegiptologa oficial que aplica an hoy el llamado cdigo negro esclavis-ta: Si es civilizado no es negro. Si es negro no es civilizado.

    No es posible detenerse en la polmica feroz que sigue aplicndoseentre universidades africanas y norteamericanas, por un lado, y universi-dades europeas (en particular francesas), por otro, sobre la africanidad ono del antiguo Egipto, que a s mismo se llamaba Kmit, literalmente elPas Negro. Slo indicaremos para quien mantenga la curiosidad de sa-ber y el espritu poco atenazado por las repeticiones hegemnicas queHerdoto habl de egipcios como negros, que igualmente lo hicieronDiodoro y Amiano Marcelino y que desde 1974, en las conclusiones delColoquio Unesco de El Cairo, se considera al antiguo Egipto una culturaafricana en su pensamiento, en su arte y en sus instituciones polticas.

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  • Tampoco debe sorprendernos que esas conclusiones de egiptlogos e his-toriadores no hayan tenido eco en los manuales, ni en los escolares ni enbuena parte de los universitarios. El cdigo negro sigue en aplicacinen la mayora de pases europeos, tal vez porque ellos fueron los coloni-zadores de frica en los dos ltimos siglos.

    Junto a los encubrimientos mayores Grimaldi, Kmit hay unsinfn de otros olvidos interesados, en lo concerniente a la africanidad demuchos personajes y hechos histricos. Cuando Tito Livio describe alcartagins Anbal, le atribuye rasgos negros. El dramaturgo Terencio noslo era africano por procedencia, era simplemente negro, si nos atene-mos a los insultos con que le obsequiaban los espectadores romanos. Larevuelta del prncipe absida Saib es Zandj que, a finales del siglo IX,mantuvo al califato de Bagdad en vilo durante veinte aos, que derrot acuatro ejrcitos rabes y tom la ciudad de Basora, estaba formada pornegros esclavos musulmanes procedentes de la costa oriental africana.Incluso la mitad de las tropas almorvides que se establecieron en las Ba-leares como agricultores libres en el siglo XII eran negros musulmanes,procedentes del reino aliado senegals del Tkrur. Imposible hacer aquun listado exhaustivo de la presencia africana en Europa en los ltimos3.000 aos, y no precisamente en condicin de esclavitud, que es con loque la arrogancia racista suele asimilarla.

    El primer gran movimiento de retorno al sur africano lo protagoni-z Europa hace poco ms de quinientos aos, cuando las naves portu-guesas sufragadas por capitales italianos y alemanes emprendieronla circumnavegacin de frica, en parte buscando su oro y en parte tra-tando de establecer una ruta martima hacia las especias y sedas del ndi-co. Durante cuatro siglos, los pueblos de frica impidieron la instalacincolonial europea, aunque aceptaron negociar el intercambio de productosen lo que se ha llamado la trata (trato en portugus clsico). Para des-gracia africana, el mayor volumen de oro extrado de Amrica mediantemineros esclavizados llev a una devaluacin relativa del oro obtenidoen frica y a la demanda europea de mano de obra para plantacionesatlnticas y americanas. Empez as la trata de esclavos a gran escala,con la complicidad criminal de los poderes africanos costeros, generan-do despoblamiento, violencia, ruina econmica y retroceso tecnolgico.Europa regresaba al frica materna con una curiosa manera de incre-mentar la civilizacin de la especie humana.

    Asombra descubrir que detrs de las plantaciones de esclavos, del

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  • trfico negrero y de la desolacin de las culturas negras no estaba slo lavoluntad de poder de los dirigentes europeos, sino algo tan peculiarcomo la prioridad estratgica de la buena mesa: ruta de las especias, re-finado de azcar, destilacin del ron. En un trayecto alucingeno, desdeparajes africanos diezmados y arruinados, en caravanas de dolor y alma-cenes de ganado humano, tras el sufrimiento de esclavos hacinados enbuques sobrecargados como tumbas (tumbeiros los llamaban en Portu-gal) y al final de los tres aos de vida que el africano tena en promedioen las plantaciones de caa americanas, se llegaba a las mesas de un Nor-te civilizado con su pimienta, su azcar y su alcohol.

    La Europa de la Razn, de las Luces, tuvo el descaro de compararsu luz civilizada con las tinieblas africanas, tal vez para encubrir quemientras frica aport civilizacin al mundo, el Norte devolvi horrorpara brillo de unos pocos privilegiados: por ello, ya en el siglo XX el po-laco Conrad denunci la llamada civilizacin colonial, en el Congo deLeopoldo II de Blgica, como El corazn de las tinieblas. Pero este he-cho fue interpretado como un simple exceso, que en nada poda enturbiarla obra civilizadora de Europa, la misma Europa que introdujo la tratanegrera en frica.

    Lo peor de la trata de esclavos no fue, con todo, los millones de se-res humanos perdidos por el continente, sino el rastro de violencia queesos siglos dejaron en la cotidianidad del continente original, una vio-lencia agravada por el ataque colonial y su sistema de Estado moderno,surgido del modelo occidental y en nada adaptado a los procesos histri-cos del Sur. La violencia, como en toda sociedad de humanos, exista en lahistoria africana anterior, pero sin la intensidad destructiva que le diola trata de esclavos. La vida se torn desde entonces inestable y la con-fianza entre grupos se redujo, porque el ataque y la traicin podan fal-sear cualquier acuerdo. Y con la colonizacin, otras finalidades socialesextraas irrumpieron en los pueblos de frica.

    Europa abati la frontera poltica de frica a finales del siglo XIX,y para su sorpresa, cuando quiso levantarla de nuevo para evitar que elfrica independiente y esquilmada tuviese la tentacin del Norte, descu-bri a finales del siglo XX que esa frontera ya no poda restablecerse. Ho-norables europeos y norteamericanos, descendientes de piratas, planta-dores y burgueses, ven hoy con temor cmo las vctimas de un pasadoreciente suben desde las profundidades ancestrales de frica hacia elcontinente que nuestros comunes antepasados civilizaron hace ya 40.000

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  • aos. Perplejidad, incluso pnico, se desprende de leyes de extranjera,decretos antirreligiosos y una xenofobia de opulentos que ayer saquearonel mundo con el pretexto de civilizarlo. Pero frica sube desde el conti-nente originario, de forma incontenible, con la fuerza y con el vitalismo quelo hizo siempre en el pasado y que explica que todos seamos hoy loque somos, con historias plurales pero siempre profundamente africanas.

    Quin podr contener al ser humano? Slo Maat, por supuesto, elorden divino del cosmos, pero no otro humano, por poderoso que sea co-yunturalmente. La globalizacin del modelo moderno recuerda a unagangrena ms que a una oleada civilizadora, pero en esa multiplicacinde caminos y redes, el centro del sistema no puede alzar nuevos muros deBerln o nuevas murallas chinas, porque eso nunca detuvo a nadie de for-ma indefinida. Hace miles de aos frica civiliz al mundo, y hoy nadapodr excluir a sus hijos ms directos de las sendas que salvan barreras yenlazan pueblos. De aquella gesta esclavista de Europa vinieron estosincontenibles vientos meridionales del presente. Nunca cesaron las dis-poras africanas, las ms voluntarias, algunas trgicamente forzadas, perotodas cargadas de civilizacin. Como dijo Frobenius a inicios del pasadosiglo: Los africanos? Civilizados hasta el tutano!.

    Mitos y caminos

    La prensa, siempre ansiosa por narrar tragedias y descubrir realidadessensacionales para un pblico instalado en una confortable cotidianidad,se afana en describir con todo lujo de detalles la emigracin de jvenesafricanos a Europa, a comienzos del tercer milenio. Ni siquiera se reparaen que quienes cruzan el Shara a pie y el Atlntico en barcas de pescason apenas un 10% del total de negroafricanos que en la ltima dcadahan llegado a la Unin Europea. Las preguntas pertinentes, ante este datoque afecta tambin a asiticos y latinoamericanos masivamente, son qules impulsa, de qu huyen y qu esperan. Se olvida que, hace cien aos,los europeos iban en pos de mejor fortuna a hacer las Amricas, y queapenas hace medio siglo, millones de portugueses y espaoles trabajaronen Alemania o Francia. Acaso esas migraciones no existieron? Pareceraque slo los africanos fuesen hoy pueblos de dispora.

    Europa invadi frica en el ltimo tercio del siglo XIX, despus de

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  • un comercio esclavista que enriqueci a los poderes occidentales y arrui-n a los pueblos de frica. Los gobiernos coloniales incluso se vanaglo-riaron cnicamente de haber establecido la paz gracias a la bayonetay el progreso con la ayuda de los trabajos forzados en redes ferro-viarias, minas y plantaciones. En las escuelas misionales y estatales seadoctrin a una lite de occidentalizados a los que se inculc la idea desuperioridad blanca y los valores de igualdad y progreso: nunca se les ex-plic que la igualdad era ms un bien deseado que una realidad tangible,ni que el progreso poda llevar a la destruccin del planeta y al empobre-cimiento de la mayora de pueblos. La historia pica de la modernidadomiti los horrores de la trata de esclavos, de la explotacin obrera, de laopresin colonial y de unas guerras cada vez ms destructivas: los occi-dentalizados acabaron aceptando las guerras mundiales y regionalescomo meros incidentes en la imparable marcha del progreso moderno.

    La realidad colonial result menos seductora. Los mismos jvenesque aprendieron en las escuelas los ideales modernos comprobaron quela igualdad no les alcanzaba, porque su negritud era excusa para situarlospor debajo en funciones y en salarios. Durante siglos, los trabajadoresoccidentales haban ido aprendiendo que esa misma proclamada igualdadse desvaneca ante la ley cuando reclamaban una parte ms justa en lasganancias, o simplemente que la burocracia estatal se burlaba de la pre-tendida igualdad en el estado proletario. No obstante, el pujante discursoigualitario sigui haciendo adeptos en la castigada frica.

    El progreso fue presentado por los colonizadores como un creci-miento incesante de artefactos y bienes materiales, sin limitacin alguna,natural o social. Muy pronto la deforestacin, el empobrecimiento desuelos frgiles por el uso de tractores y abonos qumicos se vieron acom-paados de migraciones hacia reas urbanas, donde las posibilidadesde vida eran an menores, preparando as una masa creciente de mano deobra disponible para el estado colonial primero y para los pases del Nor-te ms tarde. Los cultivos de exportacin introdujeron el hambre al redu-cir las superficies destinadas al consumo local o regional, y la distanciaentre un frica esquilmada y una Europa enriquecida aument de formaescandalosa. Finalmente, muchos han acabado pensando que la pobrezaes algo gentico en el continente meridional, a despecho de sus mltiplesdisporas civilizadoras, a pesar de su rica historia clsica antes del co-mercio de esclavos que Europa desarroll hace quinientos aos.

    Se produjo entonces el peor escenario posible: a la irresponsabili-

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  • dad de unos dirigentes que durante cuatrocientos aos vendieron a suspueblos y corrompieron a las sociedades supervivientes, hubo que aadirla grave defeccin de la nueva lite occidentalizada, ya que esta menos-preci cualquier rasgo tradicional africano y prefiri la ms burda imita-cin del modelo colonial. Al filo de las independencias, los nuevos lde-res africanos disponan de un apoyo popular que buscaba el fin de lashumillaciones y de la explotacin coloniales, pero los dirigentes inter-pretaron errneamente ese sostn al creer que haba comunin popularcon el ideal de progreso que los anticoloniales modernos proclamaban.frica se acostumbr pronto, con las primeras independencias, a discur-sos de igualdad y desarrollo carentes de realidad sobre el terreno.

    Prudentemente, muchos gobiernos independientes se limitaron ahacer declaraciones dominicales para uso internacional, mientras semantenan inactivos socialmente, al darse cuenta de que los regmenesms odiados por la poblacin fueron los ms intervencionistas con pro-gramas desarrollistas que incrementaban las diferencias y arruinaban aamplios sectores. Slo en el aspecto represivo contra los occidentaliza-dos opositores coincidieron todos los gobiernos, fuesen de derechas o deizquierdas. Aquellos regmenes que intervinieron ms activamente bus-cando introducir sistemas sociales occidentales generaron reaccionespopulares, primero en Ghana o Sudn y ms tarde en Etiopa o Mozam-bique. Durante dcadas, el frica independiente vivi la paradoja deunos gobiernos de discurso moderno con unas sociedades cansadas de si-glos de dejacin, primero esclavista y luego progresista. Se sentaron aslas bases de un doble rechazo a esas lites de escaso arraigo africano: elgrueso social fa su presente en prcticas tradicionales, la minora buscasu alternativa en el Norte.

    En el pasado clsico, los pueblos del imperio de Mal usaban el tr-mino manding de mansaya para definir el poder legtimo, aquel que au-naba la capacidad coercitiva con la autoridad moral: el mansa o empera-dor no slo era temido por sus ejrcitos, sino tambin por la autoridadque emanaba de su origen y de su respeto por las instituciones y prcti-cas de los pueblos del imperio, como ha explicado Niane. Pero en el si-glo XVII, en pleno paroxismo de captura de esclavos en el Nger Medio,la mansaya fue sustituida por la idea de fanga, el poder que emana de lapura fuerza coercitiva: el rey o Faama ya no era una autoridad moral,sino quien dispusiera de la fuerza represiva. Durante siglos de trata de es-clavos, de crispacin militar de atacantes y atacados, la fanga se genera-

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  • liz en los estados africanos, creando corrupcin, violencia y disgrega-cin a su alrededor. La ocupacin colonial aadi, a esa amoralidad delpoder, sus propios parmetros de desprecio por las prcticas popularesafricanas. Infortunadamente, la nueva lite occidentalizada de frica re-cibi aspectos de ambas herencias.

    No son cuatrocientos aos de dejacin de responsabilidad en losncleos rectores de frica, sino quinientos, puesto que la lite moder-nizante durante el pasado siglo XX ha combinado prcticas estataleseuropeas con usos propios de la fanga de tiempos africanos predadores.El resultado nos es bien conocido: un divorcio relevante entre esos gru-pos y sus poblaciones, entre los anhelos de los pueblos y los proyectosextrovertidos de los gobiernos. Los medios de comunicacin actualescine, prensa, televisin, telefona mvil han posibilitado una mayorreflexin popular sobre la incuria general de los nuevos estados, sobretodo en comparacin con la sociedad occidental de la abundancia queaparece en pantalla o en las informaciones.

    Unos jvenes se reorientan hacia las antiguas tradiciones, hacia elcristianismo o hacia el islam, los tres sectores que han cobrado un ex-traordinario vigor en los ltimos veinte aos, y desde ellos desplieganprcticas sociales que son ms propias del bazar que del mercado capita-lista, como indica Latouche. Otros sectores juveniles, menores en nme-ro pero relevantes por su impacto, toman el camino de la emigracintranscontinental, instalndose en Europa y, en menor medida, en Amri-ca del Norte. La juventud emprende el viaje, hacia la renovacin socialen la propia frica o hacia el xito en Europa, que permita ayudar a sugente en el Sur. En ambos casos, reconstructores y viajeros, los jvenesindican con sus firmes opciones que la va del Estado moderno est trun-cada y por ella frica no puede circular: se agot el tiempo de fanga,pero tambin el tiempo del Estado neocolonial. Los poderosos movi-mientos retradicionalizadores y la ltima dispora inauguran otra pocapara frica.

    La nueva Roma

    La historia nunca se repite, pero en sus ciclos largos hay fases que tienenun innegable parecido. La globalizacin del modelo moderno, a inicios

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  • del siglo XXI de la era cristiana, no es una repeticin del paradigma im-perial romano, pero no cabe duda de ciertas analogas que no han esca-pado a numerosos analistas polticos. Como en el pasado romano, hoy elcentro del sistema Amrica del Norte y Europa atrae con fuerza laszonas que la propia expansin del modelo moderno ha deprimido. Eneste aspecto, los inmigrantes no acuden a Europa buscando slo nuevasposibilidades, sino, ante todo, huyendo del desbarajuste en que se ven su-midas sus poblaciones de origen: entre el grimaldiense y el navegante depatera hay una distancia temporal, pero sobre todo una diferencia en laviabilidad del rea abandonada por uno y otro.

    Durante siglos, Roma atrajo gentes de todos los pueblos situados ensu periferia, adems de acelerar la movilidad en el interior del limes ofrontera imperial: los judos o los griegos, los celtas o los hispanos sedesplazaban de uno a otro extremo del Mare Nostrum, mientras germa-nos o eslavos se establecan en tierras imperiales y rabes o britanos seincorporaban a las legiones del imperio. El saqueo militar y econmicode los pueblos circundantes acumul recursos y posibilidades en el centroimperial, no slo en el plano econmico sino asimismo en mbitos comoel pensamiento y las artes. En los ltimos cinco siglos, Occidente ha reali-zado tal expolio fuera de su limes original que ha concentrado en su centroun inmenso poder y un asombroso nivel de intercambios. frica, Asia yAmrica Latina no envan nicamente mano de obra sin cualificar al nor-te, sino tcnicos, artistas, universitarios y cientficos de alta preparacinque pronto sern decisivos en el esquema global de los prximos aos.

    Una invasin de inmigrantes o de brbaros? Si seguimos con laanaloga, la nueva Roma global carece de inmigrantes, porque todos lospueblos del planeta se hallan en su seno, si no poltico al menos s mer-cantil. Se puede considerar que quienes se desplazan al centro del siste-ma son ms o menos brbaros en funcin de la mayor o menor occiden-talizacin de sus comportamientos e ideologa. Los brbaros actuales loson por su escasa y breve romanizacin modernizacin aunque yahay signos precursores de la funcin descollante que tendrn que asumiren las dcadas futuras: algunos hispanos y afroamericanos son persona-jes significativos de la poltica en Estados Unidos, y aunque Europa semuestra ms conservadora en este campo, en el propio mbito europeoya son frecuentes los alcaldes de origen turco, rabe o negroafricano. Losneobrbaros se neorromanizan.

    Este hecho cuestiona para la globalizacin el trmino desmesurado

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  • de invasin o infiltracin pacfica que precedera un ataque militar ul-terior, que es el gran temor de las cancilleras occidentales (agobiadaspor el sndrome islamista que ellas mismas han azuzado). El problema esque, en la hiptesis de que ese desplome militar occidental llegara a pro-ducirse, sera sustituido una vez ms por modelos polticos que no ten-dran otra referencia que la globalizacin moderna, aunque tal vez conuna moral de sharia: algo semejante ocurri cuando la vieja Roma secuarte, y fue durante siglos remedada por pueblos mal romanizadospero voluntariosamente reconstructores de lo que a su juicio fue el impe-rio. El problema de un sistema-mundo como el romano antes y el globalhoy es que su depredacin material es tal y la fascinacin que ejerce enlos brbaros de tamaa envergadura que, necesariamente, los modelossucesores resultarn ms pobres y mimticos de las formas imperiales.

    La modernidad ha eliminado las fronteras econmicas, ha debilita-do las polticas y ha socavado las ideolgicas a lo largo de cinco siglos.Ahora el exterior est dentro, como demostr el ataque a las Torres Ge-melas, y todo ataque preventivo es interno. En esas circunstancias, hablarde inmigrantes en Occidente es un error de apreciacin grave. Puede talvez hablarse de nuevos brbaros, de nuevos extranjeros segn su gradode asimilacin del modelo moderno, pero por su voluntad de inscribirseen el sistema global esos xenoi o extranjeros son occidentalizados quebuscan instalarse en la estructura de las sociedades del Norte: y eso, paraOccidente, es un regalo histrico inmerecido

    Europa no est haciendo esfuerzos significativos hacia esos extran-jeros dispuestos a occidentalizarse, pese a ser previsiblemente los nicosque pronto mantendrn la productividad, que sostendrn la seguridad so-cial cubriendo a una poblacin envejecida y que acabarn asumiendola gestin poltica a todos los niveles ante el apoltronamiento crecientede la juventud occidental. Un socilogo norteamericano comentaba en2006: El desastre de Europa es que no puede funcionar con tantos vie-jos y sin integrar a los inmigrantes. Hablemos, pues, de xenoi (extranje-ros), pero no de inmigrantes, porque ellos sern el ncleo impulsor delOccidente de maana, si el modelo global no se desploma antes en uncaos generalizado. Si la Unin Europea apenas vislumbra en los xenoique llegan a ella a simples inmigrantes econmicos, doblados de amena-za cultural, entonces su futuro se har insostenible, porque a medio pla-zo slo esas fuerzas de la nueva dispora pueden sostener el modelo mo-derno, basado en la riqueza de algunos centros y en la depresin de

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  • muchas periferias. La modernidad no tiene garantizada su continuidadindefinida, pero su xenofobia puede acelerar su crisis en las prximas d-cadas.

    El Occidente de la expansin empieza a transformarse ahora en elOccidente de la reversin, cuando las fuerzas que aparentemente fue-ron dominadas ayer empiezan hoy masivamente a llamar a sus puertas.Estados Unidos intenta resolverlo repartiendo ciudadana y aceptando lamultiplicacin de guetos culturales asiticos, latinos, o afroamericanos.Europa ha optado por el encastillamiento conservador, intentando prote-ger el limes de la Unin Europea con drsticas leyes de extranjera y conmedidas legales contra culturas afroasiticas: su actitud ante turcos,magrebes y negroafricanos expresa temor ideolgico, pnico a la di-ferencia y escasa confianza en la fuerza de las propias identidades. Dehecho, el miedo europeo expresa la conviccin de que todava existenelementos que hay que preservar que no son los puramente econmicos,pero ese es un rasgo antiguo que la modernidad ms avanzada no consi-dera y en el que, en este escrito, no podemos detenernos pese a su rele-vancia.

    Pero si el desconcierto occidental particularmente el europeoes notorio, tambin lo es el africano, cuya occidentalizacin no deja deser escolar, breve y superficial. Entre la mitologa progresista aprendi-da en las aulas y refrendada en el cine o la televisin y la dura recep-cin que el Norte hace de quienes llaman a su torre de marfil, hay no unosino varios ocanos de separacin. El joven occidentalizado lo es in-cluso siendo analfabeto que suea con una vida de xito moderno po-see una identidad cultural africana mucho ms arraigada de lo que l mis-mo cree: sus actitudes hacia la familia, hacia su religin, ante la muerteo ante el mundo son marcadamente tradicionales, y cuando rompe conellas entramos en el movedizo terreno de la delincuencia, y eso todavaes muy minoritario. Por ello, el choque cultural del negroafricano enEuropa provoca casi siempre un movimiento ideolgico de autodefensaen la primera generacin: el sueo del retorno a casa, de la vuelta a fri-ca, aunque ese sueo pocas veces se realiza salvo en la construccin decasas, como tampoco volvan la mayora de quienes, en Espaa, iban ahacer las Amricas.

    Por esa razn, el contraste entre un frica pobre, pero acogedora, yun Norte rico, pero hostil, hizo cantar a Osibisa en los aos setenta del pa-sado siglo su popular You are welcome home!, en referencia a toda la

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  • especie humana y no exclusivamente a los africanos. Tampoco los afro-americanos pueden regresar a esa frica imaginada, a esa Madre Negraancestral que recorre la santera, el gospel e incluso el reggae, pero quees indispensable para seguir soando en unas sociedades mercantilizadasy endurecidas. Incluso los negros norteamericanos han pasado, en me-nos de un siglo, del Back to Africa (Volvamos a frica) del jamaica-no Marcus Garvey a la afrocentricidad del profesor Molefi K. Asante,como ideologa de la manera negra de estar en el mundo, sea en el con-tinente original, sea en la dispora de los esclavos o en la ms recientede la globalizacin. Para Garvey, hace un siglo, la vuelta a frica era lanica salida digna; para Asante hoy, la afrocentricidad es la forma vital,especficamente negra, de aportar armona y equilibrio a un mundo des-quiciado en lo social y en lo ecolgico por las desmesuras de la hege-mona moderna.

    Surge, ineludible, el interrogante: hay una manera black de estar enel mundo? Peter Tosh as lo cantaba en la mejor de sus piezas sobre per-sonalidad africana, poco antes de ser asesinado: Blackman, You are anAfrican!. Tosh, pese a ser un rasta, como Marley, no pens ya en esta-blecerse en frica, pero la referencia del continente ancestral le sirvi desostn y le dio nimo. Incluso un africano tan afrancesado como Sen-ghor, el lrico poeta de la negritud, demostraba en sus teoras toda lahuella clida de la Madre frica, defendiendo la sensibilidad especficadel negro y su genialidad artstica. Cheikh Anta Diop, el fsico e histo-riador oponente de Senghor, no crey que ese rasgo fuera racial, peroacept que las culturas africanas tuvieron mayor conexin ideolgica conel entorno natural y menos agresividad social que las europeas. Puedeque no haya respuesta concluyente para la pregunta anterior, pero tal vezlos grimaldienses hayan preservado mejor la relacin humana con lanaturaleza, si debemos atenernos a los procesos histricos que cono-cemos.

    En este sentido, cuando un sector de la globalizacin ensalza elmestizaje universal saludado ya antes por Senghor habra que re-cordar con el antillano Aim Csaire que cada cultura debe proteger sulegado, su personalidad, porque de esa diversidad nacen las riquezas dela especie humana, esa que apareci en frica y se expandi por el mun-do hace 40.000 aos. Y como se ha repetido infinidad de veces, cada cul-tura que muere es una ventana al mundo que se cierra y una prdida paratoda la humanidad. Que la modernidad no lo haya visto as y haya desea-

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  • do extirpar la raz de diversidad, en frase de Csaire, dice mucho de sumiedo fbico al extranjero, al brbaro y a todo lo diferente.

    El mestizaje no puede seguir siendo, ante la nueva dispora, la ex-cusa del miedo republicano a la diversidad: la belleza del negro no esten su edulcoracin, sino en su identidad ancestral y en su creatividad pre-sente. El mestizaje fsico es simplemente un hecho colateral de la globa-lizacin, pero en s mismo no tiene ningn valor cultural, como tampocotiene ningn valor el mito moderno de la juventud, que slo es unaedad inevitable de la vida. De hecho, la confusin moderna indica la ex-trema profundidad de la globalizacin. Un ciudadano de Roma nuncaperdi su nacin, su cultura, y tampoco puede perderla un ciudadano dela nueva Roma, salvo en mentes y legisladores confusos.

    La dispora de la globalizacin est iniciando su andadura en unOccidente aterrado y perplejo. La sabidura tradicional europea en lasantpodas de las banalidades modernas indica que los pueblos tienensentido, que la diversidad es riqueza y que la homogeneidad forzada esesterilizante. Pero para que la xenofilia occidental pueda actuar, urge re-cuperar el amor a la propia cultura, y eso se ha difuminado peligrosa-mente en los pases del Norte. Cmo se va a ejercitar una acogida eficazy fraterna de los extranjeros que alcanzan la Unin Europea, si los pue-blos receptores carecen de identidad y de valores distintivos? La dispo-ra africana plantea a frica numerosos problemas, pero muchos ms aeste lado del ocano.

    Bibliografa

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  • Causas de los movimientos poblacionales africanos

    Albert Roca

    Esos no han llegado hasta aqu ms que paramatar el hambre

    (Opinin de un congoleo del siglo XVI sobrelos portugueses, recogida por un cronista europeo

    contemporneo)

    Cuando los expertos reflexionan sobre las causas de las migraciones y delos movimientos poblacionales, los listados resultantes pueden variar enfuncin del foro en que son confeccionados. Aunque la preponderanciaestadstica de las motivaciones econmicas ha alcanzado un gran con-senso, la adscripcin de los especialistas, su experiencia y los objetivosque les han reunido les llevan a insistir en tal o cual condicionante eco-nmico, o a dar mayor relevancia a factores polticos o incluso psicol-gicos, hasta tal punto que un inventario completo de causas se podraestirar y hacer ms complejo casi indefinidamente. Sin embargo, los me-canismos que engarzan dichas causas en un escenario coherente o, si seprefiere, la estructura profunda sobre la que se levanta ese mismo esce-nario, la que encauza todo movimiento, es objeto de un consenso tcitoque tiende a entenderla como algo natural. Y no lo es.

    La falsa va regia de las migraciones africanas

    Ese escenario ineludible que se presume para la migracin se suele con-cebir como un sistema peculiar de vasos comunicantes. Son personas,mujeres y hombres, quienes fluyen entre los vasos, es decir, entre so-ciedades distintas, reducibles por mor de claridad explicativa a esquemasduales como el de frica y Europa (o Espaa, o Catalua o). La fuer-za que genera el flujo sera una especie diferencial de desarrollo: basta-ra poner en comunicacin los colectivos para que los individuos se des-

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  • plazaran de las zonas menos desarrolladas a las ms desarrolladas. Enese movimiento general se insertan todas las causas particulares que pue-dan distinguir los connaisseurs y que parecen caber en eso que se suelellamar desarrollo, siempre que no se restrinja el vocablo a la esferaeconmica.

    La ruta del flujo migratorio se puede describir con mayor detalle,ya que la misma diferencia de potencial desarrollista acta no slo entrecontinentes y pases, sino entre regiones o localidades de la misma fri-ca. Dentro de sta, los polos de atraccin han ido variando en funcin desu estabilidad poltica, de los precios del mercado internacional o de lapuesta en valor de nuevos productos y territorios (los llamados frentespioneros, que abarcan desde el coltn hasta la gamba o las maderas pre-ciosas, por no hablar de la biodiversidad y del eco-etno-turismo). As elinflujo de Surfrica, ha crecido al instaurarse la democracia, mientrasque el de Costa de Marfil ha mermado a medida que el pas se hunda enel caos poltico; el petrleo ha frenado el exilio ecuatoguineano pese a lafalta de libertad, mientras que la excepcional productividad de la reginde los lagos en su conjunto ha atenuado el efecto expulsor de la te-rrible violencia desencadenada en la zona desde principio de los noven-ta. Aun con esta diversidad, los analistas han credo detectar algunas ten-dencias duraderas. Sin duda, la que se seala ms a menudo es el xodoa las ciudades, con la consiguiente urbanizacin del tejido social. Losmismos frentes pioneros se articulan en este gran cambio, ya que, si seperpetan, suelen dar lugar a entornos urbanos; recurdese que si bienhay ciudades centenarias al sur del Shara, la mayora de las urbes ac-tuales son de nueva planta y, en cualquier caso, desde la colonizacin nohan dejado de aumentar en su escala ni de homologar internacionalmen-te sus estructuras y dinmicas.

    Esta etapa urbana siempre a favor del diferencial desarrollistasera la antesala ms frecuente antes de poner rumbo hacia Europa, cata-lizando todo el proceso de migracin transnacional. Esa funcin de cat-lisis se entronca en el carcter nodal de las ciudades en la aldea global,por mucho que un rol como ste suene a paradoja de saln. De hecho, sonlegin los cientficos sociales y los gures ticos al norte y al sur delShara o del Mediterrneo que confan en la expansin de una culturaurbana universal como el soporte necesario para un desarrollo sosteniblehay quien hablara de modernizacin de las sociedades africanas, enparticular de las subsaharianas. Las migraciones africanas que afluyen a

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  • los foros internacionales de desarrollo no seran sino un vehculo ms enel intercambio de informacin y energa que est materializando estenuevo cosmopolitismo planetario (como Internet, televisin va satlite,el comercio o el turismo). Dado que las ciudades africanas estn crecien-do aceleradamente desde las independencias en los sesenta, y que la glo-balizacin se considera un fenmeno imparable, las migraciones tambinseran inevitables, y no slo porque sean un fenmeno consustancial a lanaturaleza humana, sino porque tambin son un signo de los tiempos.

    Esta visin es ampliamente compartida tanto por aquellos que estnen contra como por aquellos que estn a favor de la inmigracin enlos pases desarrollados. Remitindonos al estado espaol basta evocar lapolmica inacabada sobre la iniciativa legalizadora del actual gobierno ola llamada crisis de los cayucos del 2006, con su correspondientegabinete de crisis. Volviendo al smil de los vasos comunicantes: unosdefienden que el flujo de inmigrantes har desaparecer el diferencial de-sarrollista a costa de menguar el nivel de desarrollo de los pases ricoshasta llegar a un equilibrio a la baja (anunciado a menudo entre elegascatastrofistas dedicadas a la vieja Europa o arengas ms o menos ca-mufladas al choque de civilizaciones); los otros postulan que los inmi-grantes son un factor imprescindible para mantener el diferencial desa-rrollista (el smil es el combustible de la mquina de bombeo queestabiliza el nivel de los vasos comunicantes de un sistema como lasaguas de una ciudad), apelando a nuevas solidaridades planetarias o apo-yando una vaga alianza de civilizaciones. Posturas tan opuestas enapariencia no pueden esconder que la interpretacin del movimiento mi-gratorio es muy semejante en todos los bandos. Lo que se dirime en laarena pblica es el modelo de sociedad anfitriona, que trata de captar vo-tantes de distintos lugares del espectro poltico (incluyendo a inmigran-tes y descendientes de inmigrantes). Con independencia de las declara-ciones altisonantes y tpicas, nadie se atreve de verdad a cerrar la entradade fuerza laboral externa (excepto quizs, desde medios muy afectadospor el desempleo y con una capacidad de decisin muy baja en tal co-yuntura), ni tampoco a abrirla sin ninguna condicin. Las divergencias serefieren a la regulacin de esos flujos: las formas de calcularlos y losagentes que deben intervenir en dicho clculo (excluyendo o incluyendoa los inmigrantes y a sus sociedades de origen).

    Las regulaciones de los movimientos de poblacin no datan deayer, pero en general han sido unilaterales y forzadas desde intereses par-

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  • ciales. Lo novedoso es que dicha regulacin se pretenda global y con-sensuada por todas las partes. Habr quien dudar con razn de la since-ridad de esta aspiracin denunciando los poderes fcticos que actanen toda negociacin internacional, pero esto no le resta novedad entanto que proyecto poltico. Lo que se plantea es una reforma participa-tiva de la ecumene. Lo que se anticipa es que el patrn bsico de esa re-forma ya se est ensayando con xito en los pases desarrollados: demo-cracia, liberalismo econmico, cultura del bienestar, aplicacin efectivade los derechos humanos universales Ahora bien, si alguien se preo-cupa en contrastar los perfiles ntidos de los modelos con los vericuetosde la realidad en lugar de intentar imponerlos sobre ella como insistenen hacer, con tozudez generalizada e inocencia dispareja, polticos, ex-pertos y ciudadanos de a pie occidentales aumentan las dudas. Ycmo! Ya no se cuestiona simplemente el carcter participativo de la glo-balizacin o la preponderancia occidental en su seno, sino su propia con-sistencia. En consecuencia, para el observador crtico lo que s resultainevitable es poner en la picota la universalidad del modelo de vasos co-municantes para las migraciones africanas.

    Un botn de muestra de los indicios que levantan tanta suspicacia:desde los campos ms diversos y con acentos y objetivos tambin distin-tos, numerosos observadores han dado testimonio de las peculiaridadesde las urbanizaciones africanas. Ms all de la presencia de factores ho-mologadores como son el surgimiento de culturas de la burocracia y dela pobreza muy internacionales, con frecuencia los analistas coincidenen apuntar cierta ruralizacin de la vida urbana. Y no se refieren a la apa-ricin de prcticas agrcolas o ganaderas en entornos ciudadanos, sino ala influencia de estructuras sociales e ideologas procedentes del campo,locales y a veces muy alejadas del supuesto nuevo patrn ecumnico. Escierto que esta persistente contaminacin rural se imbrica con otros fac-tores en un proceso de creacin social: para unos es una rmora colonialque congela la desigualdad del tejido social prisionero de la jerarqua tra-dicional; para otros es el nico seguro posible contra la desestructuracinaniquiladora del capitalismo y la modernidad, experimentada trgica-mente en contextos tan voluntariamente desarraigados como los town-ship surafricanos. Lo que queda en entredicho en todos los casos es el pa-pel de la urbanizacin como piedra de toque para entender las causas delas migraciones africanas.

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  • Algunas tesis para colgar en la entrada de un ministerio, en eltabln de anuncios parroquial o en la puerta de un local degentes de buena voluntad

    Una Reforma con maysculas exige manifiestos, declaraciones y forospblicos. No cabe duda de que ni estas pginas constituyen el plpito pri-vilegiado ni mi persona puede, ni pretende, ser un nuevo Lutero. Contodo, los cambios ligados a la globalizacin requieren la participacin deabundantes y distintos interlocutores, con lo que las lneas que siguenslo quieren contribuir a indagar qu est ocurriendo y cmo est ocu-rriendo en lugar de establecer sin ms lo que debera ocurrir. En otraspalabras, sugiero algunos elementos de reflexin para aprender de lasmigraciones africanas, en lugar de querer domesticarlas o suprimirlas:

    Los negroafricanos que llegan a Espaa son pocos y no suponenni una amenaza ni una panacea para un mundo laboral y eco-nmico que, hoy por hoy, no puede prescindir de la inmigra-cin. Los negroafricanos instalados en Espaa, legales o ile-gales, apenas suman unas decenas de miles de personas, unaporcin nfima de la poblacin inmigrante. As pues, la crisisde los cayucos del verano de 2006, como la cuestin de las pa-teras anteriormente, constituye una emergencia humanitaria y deninguna manera se puede ver como una espada de Damoclespendiendo sobre el sistema econmico espaol o europeo. Dehecho, todos los indicadores sealan que, a medio plazo, la in-migracin est siendo un revitalizador de la economa espaolamucho ms que lo contrario: flexibiliza el mercado laboral talcomo piden los expertos, da un respiro al sistema de pensiones ycontribuye a las arcas del estado en mayor medida de lo que re-clama de estas (en contra de la imagen popular tan alegrementeesgrimida en las sobremesas de los cafs o desde los escaosparlamentarios). La inmigracin impulsa ajustes y cambios en lanormalidad social y econmica, pero lo que los cayucos ponenen cuestin no es la capacidad de absorcin de la sociedad es-paola, sino las posibilidades de sus instituciones para gestionarlas necesidades sociales que desbordan el reino puro de la ofertay la demanda.

    A medio plazo, la famosa relacin-propuesta mayor desarrollo

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  • local en frica, menor emigracin hacia Europa es una fala-cia. Esta es una de las primeras correcciones del modelo estn-dar de explicacin de las migraciones que se coligen de la cons-tatacin anterior y de su comentario. Lejos an del presuntopunto de saturacin de las sociedades espaola y europea, y conlos mecanismos globalizadores a pleno rendimiento, un mayordesarrollo al sur del Shara facilitara la entrada de personas des-de tal procedencia. Los contraejemplos recientes de los ecuato-rianos o de los europeos del este que en apenas un lustro hancambiado radicalmente el paisaje migratorio en nuestros laresson bien ilustrativos en este sentido. Luego, el horizonte previsi-ble es el de ms contacto con las sociedades africanas.

    La mayor parte de los emigrantes africanos se mueve y se fija enel continente africano. Este hecho, constatable estadsticamen-te, reubica a Europa en la periferia del sistema de migracionesafricanos. Y ello es as porque, para los africanos, el atractivopragmtico de muchas sociedades continentales puede ser supe-rior o ms accesible que el de las europeas. Pero hay ms. Lascomunidades de emigrantes/inmigrantes dispersas por frica searticulan en red entre s, con las que se han establecido en Euro-pa u Occidente y con las comunidades de origen, con lo cualcualquier visin dicotmica es demasiado simplista. Aunque losinmigrantes tomen decisiones individuales, estas se ven condi-cionadas, facilitadas o acompaadas por criterios y relacionescolectivas, que afectan a muchos sistemas sociales distintos a lavez (institucionales, informales, culturales en el sentido amplio).Semejante complejidad debera suscitar prudencia en los analis-tas ortodoxos y alternativos, relativizando nuevas panaceascomo el codesarrollo. Aunque este concepto plantea posibilidadesinteresantes (y obliga a reconstrucciones de las redes migrato-rias en su conjunto), con frecuencia parece que se est desple-gando como una limpieza de cara del modelo de vasos comu-nicantes, donde occidentalizados de raz africana asumen lastareas que los expertos occidentales de raz pueden ya con-fiarles tras recibir la formacin conveniente (sustitucin que sepuede observar en otras estrategias de discriminacin positiva ode correccin poltica).

    El problema con el que tropiezan el codesarrollo u otras dis-

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  • posiciones semejantes es que las redes migratorias son ms mul-tifocales y multidireccionales que el binomio al que las reducenmuchos analistas, lase jvenes prometedores con deseos demodernizarse y experiencia en Occidente frente a ancianos tra-dicionales perdiendo las bases econmicas y cognitivas de suautoridad. Hay muchas ms situaciones interactuando en redy, aun con conflictos generacionales, estatutarios u otros, inclu-so con individuos y facciones excluidas o autoexcluidas, dichassituaciones se nutren necesariamente las unas de las otras. Y lacombinatoria de dichas situaciones tampoco se solapa con unaoposicin simple entre rural y urbano, entre otras cosas por-que en frica el crecimiento de las ciudades no implica en ge-neral un despoblamiento paralelo del mundo rural: en muchasregiones de frica la roturacin de nuevas tierras es un conti-nuo, con la consiguiente inmigracin. As pues, sera errneauna identificacin automtica de ese mundo rural con un enfo-que social en extincin (con sus valores y estructuras languide-ciendo a medida que se agota su componente juvenil, expulsadohasta el suicidio) frente a una irradiacin urbana cosmopolita.

    La direccin de los movimientos de los africanos dentro y fue-ra del continente ha variado en la historia, siempre bajo elefecto de estmulos ms o menos facciosos. No hay nada natu-ral ni constante en el flujo entre zonas ms desarrolladas yzonas menos desarrolladas. As nos lo recuerda la cita queencabeza estas reflexiones. En diferentes momentos de la his-toria (y el colonialismo es un ejemplo excelente, pero tambinlo es la puesta en valor poscolonial de zonas yermas o pocoexplotadas en el interior del frica) la corriente discurra ensentido contrario. Y en todos los casos, el movimiento se havisto mediatizado por condicionamientos polticos asociables aintereses concretos y casi nunca generales (ni mucho menosconsensuados entre las partes). A menudo se ha demostradoque las dinmicas generadas en el pasado son duraderas. Y enmuchos casos resulta irrefutable la responsabilidad causal deexpertos, polticos o incluso de las sociedades occidentales ensu conjunto. El trabajo forzado en las colonias o la contratacinde extranjeros sin derechos sindicales en la Surfrica del apar-theid generaron dinmicas de ocupacin temporal muy vlidas.

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  • An ms estructurales han sido los efectos de la insercin diri-gida de las economas africanas en la economa-mundo desde lacolonizacin, especializndolas en la produccin bruta de ma-terias primas, con el consiguiente balance negativo respecto ala informacin, tecnologa y productos manufacturados. Tam-bin fueron los expertos occidentales y sus gobiernos quienesalentaron la subvencin a las poblaciones urbanas medianteel control de los precios de los productos rurales o quienespermitieron la corrupcin de los administradores poscolonialesal igual que en Extremo Oriente como un ajuste informalde un sistema en crecimiento rpido. Por no hablar del drenajede diamantes, cobre o petrleo que ha financiado tantas guerrasy provocado tantos desplazamientos masivos y trgicos. O de lacreacin de una verdadera cultura de la asistencia que ha hechoposibles alucinantes campos de refugiados desde Etiopa a laregin de los Lagos.

    Ahora bien, esa insistencia en los factores externos de los movimientosde las poblaciones africanas se arriesga a infantilizarlas, acercndose alas posiciones que justificaron la tutela de colonizadores o cooperantes,con sus decepcionantes logros. Al mismo tiempo, la tendencia actual adesresponsabilizar a Occidente del naufragio de los nuevos estados afri-canos proclama que los influjos externos, occidentales, habran remado afavor del viento: la especializacin africana en el sector primario es muyanterior a la colonizacin y la corrupcin de muchos dirigentes africanosy la permeabilidad social de muchas prcticas corruptas es algo muy real.Ms de uno invoca el fantasma de la trata o del trfico negrero, con afri-canos vendiendo a otros africanos (en el sentido propugnado por el mo-delo estndar de migraciones!). En realidad, la trata es un buen punto departida para la reflexin. Pese a adaptarse a demandas mercantiles exter-nas, sus efectos sobre muchas sociedades africanas (militarizacin, pr-dida de peso de las mujeres, trivializacin de la vida, etc.) fueron unacreacin puramente local, que responda sobre todo a lo que podramosllamar la termodinmica histrica propia de las sociedades subsaharianas(una caracterstica que he tratado en otros lugares y que se puede distin-guir estadsticamente y a grandes rasgos del patrn de progreso occiden-tal asentado sobre el crecimiento). En realidad, para entender las causasde la trata y aquilatar la hipottica persistencia de sus consecuencias

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  • en las sociedades actuales hay que profundizar en las culturas africa-nas concretas, en lugar de aplicar una plantilla explicativa como la delmodelo de vasos comunicantes:

    La resonancia social de las migraciones africanas y su interscomo objeto de estudio se debe en gran medida a la distanciacultural que se percibe respecto al patrn global. Si los cayucossimbolizan el fracaso extremo algo difcil de explicar trasms de un siglo de gua tcnica y espiritual! del desarrollismo,el exotismo que evocan los africanos resulta difcil de integrar enlas sociedades de acogida, excepto en sus aspectos ms superfi-ciales. La matrilinealidad, las mutilaciones genitales femeninas,el culto a los antepasados, la pertinencia y presencia social de lamagia y la brujera, el holismo exacerbado o el colectivismoconsuetudinario son algunos de los rasgos desigualmente com-partidos por las sociedades subsaharianas, pero que ponen aprueba la elasticidad y la inclusividad del cacareado vecindarioglobal. Cierto es que la Iglesia catlica no se antoja el paradig-ma ms actual del nuevo cosmopolitismo, pero, dada la signi-ficacin mundial que tuvo el Concilio Vaticano II, y dada la po-lmica que ha levantado la hipottica mencin de una razcristiana de la cultura europea en el proyecto de Constitucin dela UE, tal vez sea bueno recordar que dos de las ms enrgicasmedidas disciplinarias del flamante Benedicto XVI se hacen ecode esta irreductibilidad africana. Frente a la tolerancia de JuanPablo II (y del propio Ratzinger, en su calidad de guardin de ladoctrina) ante el rigorismo lefevrista o el matrimonio de sacer-dotes en algunas iglesias orientales, sorprende la excomuninfulminante (aunque anunciada) del arzobispo emrito de Lusaka,Milingo. Acaso asustan su extroversin y su profunda conexinsocial en un medio religioso tan plural y exuberante como es elafricano? Tampoco deja de ser significativo el desencadenantede la reintegracin de la congregacin fundacional de los fran-ciscanos a la dicesis de Ass (negndoles, pues, su anteriorautonoma): el sacrificio de animales en el templo de Ass, porparte de oficiantes africanos, en el curso de ceremonias interre-ligiosas auspiciadas durante los aos ochenta, en un esfuerzopara construir un ecumenismo en verdad global (no hay declara-

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  • cin oficial al respecto, claro est, pero se considera un rumorseguro, segn los vaticanistas).

    Las migraciones africanas no anuncian ni la apoteosis (paraunos) ni el apocalipsis (para otros) del mestizaje: su persis-tencia se asienta sobre un utilitarismo que a su vez depende enbuena medida de la solidez identitaria. En esto los africanos noestn solos. Cualquier colectivo que se despliega en disporasea por la razn que sea debe acudir al refuerzo de sus sig-nos de identidad para sobrevivir como grupo. Ya se sabe que esacontinuidad no es la nica opcin y los etnocidios ms o menoscivilizados o las aculturaciones individuales han estado a la or-den del da durante siglos, pero hay mil y un ejemplos histricosen los cuales la preservacin del sentido de grupo diferenciadoha optimizado las posibilidades de supervivencia material de susmiembros. Ah estn los judos, que se asocian con el concepto,cuando no con el trmino mismo de dispora, desde hace dosmil aos, pero tambin los gallegos, los gitanos, los armenios,los chinos El mundo poscolonial ha multiplicado las listasclsicas de pueblos en dispora (ms o menos parcial), dandouna nueva dimensin al significado que hasta entonces tena esapalabra en frica (tan relacionado con la esclavitud). Las iden-tidades negroafricanas son muchas y diversas, pero surgen de unmismo continuum histrico subsahariano, a menudo identifica-do personalmente por algo tan superficial como el aspecto fsico.Es pronto para saber si sern tan duraderas en dispora como al-gunas de las mencionadas anteriormente, pero, en contra de lasapariencias, durante centurias la historia de frica ha sido unahistoria de autonoma y singularidad en el Viejo Mundo: el S-hara, los ocanos y posteriormente el subdesarrollo han confor-mado una membrana semipermeable que permita a los africa-nos absorber elementos ajenos sin tener que abandonar lospropios. De ah que para instrumentalizar sus africanidades norequieran un exclusivismo tan feroz como el de los hebreos olos indostanes, de ah que se puedan mezclar (hacerse cris-tianos, musulmanes, establecer matrimonios mixtos) sin perdersu exotismo, de ah que inquieten a tantos ecumenistas y des-borden la concepcin multiculturalista limitada que hasta ahorase ha permitido el Primer Mundo, capitalista y occidental. Las

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  • limitaciones reales para la generalizacin de la oferta de opu-lencia de ese Primer Mundo tambin apuntan a la continuidad amedio plazo el tiempo de las mujeres y de los hombres, no delos dioses! de dichas africanidades.

    Corolario provisional: causas en red

    El modelo de los vasos comunicantes no funciona, es decir, no explicay no prev. Lo que falla es la premisa de una nica fuerza (por compues-to que sea eso que he llamado diferencial de desarrollo) que movera alas personas con independencia de la sociedad y de la(s) cultura(s) enla(s) que viven y medran. O visto desde otro ngulo: las migracionesafricanas no se pueden contemplar como el mero resultado de un cmu-lo de decisiones individuales producto de la aplicacin repetida de esoque los economistas han querido (mal) llamar teora de la eleccin racio-nal (o individualismo metodolgico).

    Nadie niega la bsqueda de bienestar por parte de los que migran;lo que se pone a prueba es que se les pueda considerar como elementosaislados e intercambiables sin ms (como no son intercambiables los lu-sos y los congoleos o sus descendientes citados al principio). Enrealidad con excepciones y grados los emigrantes africanos se co-nectan en dispora, conexin que determina una dimensin colectiva ine-ludible de su experiencia y su insercin en las sociedades de acogida(como Espaa, donde se les concibe como inmigrantes). Esa articulacinpuede ser muy distinta, con los autctonos en posiciones dominantes(Europa) o precarias (bosques tropicales africanos, zonas de pastoreo se-minmada, etc.), sin que haya manera de valorar las migraciones en smismas sin entrar en las subjetividades que estn en juego en cada pro-ceso histrico. Es decir, la consustancialidad del movimiento poblacio-nal en la experiencia humana no garantiza en absoluto su bondad tica,econmica o cualquier otra, que siempre se deriva de perspectivas par-ciales y distintas del fenmeno. Es probable que una de las principalesaportaciones del contacto derivado de las migraciones africanas (en ge-neral) sea el pluralismo en estructura profunda, es decir, su capacidadde permitir la convivencia de distintos sistemas integrales cognitivos,econmicos, culturales en una palabra, dentro de la misma sociedad

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  • (algo que desborda con mucho el cosmopolitismo de Occidente, que nodeja de imponer reglas comunes a los diferentes que acoge).

    Por eso las causas de las migraciones africanas no responden a la se-cuenciacin lineal que solemos asociar a tantos y tantos listados etiolgi-cos, que reposan sobre negaciones y ausencias (pobreza, falta de demo-cracia, dependencia), versiones especulares y facilonas de nuestrapropia cosmovisin. Las migraciones africanas tambin se explican enpositivo, a partir de lo que s poseen y viven las poblaciones implicadas,con lo cual las causas se establecen en red polidrica, amorfa, protei-ca interactuando desde cada nudo y tensionando cada fibra con intere-ses y componentes que no tienen por qu ser armnicos, que modifican asu vez la naturaleza e intensidad de las causas ejercidas desde otros nu-dos, aun compartiendo algunos aspectos. El cuadro que hacen aflorar lasdisfunciones aparentes, los desencuentros y las sorpresas suscitadas porlos movimientos poblacionales africanos es muy complejo. Una comple-jidad que desautoriza la premura pragmtica de tantos hombres y muje-res de accin en las ONG, agencias oficiales o empresas que buscan fr-mulas simples y fcilmente comprensibles. Si el estudio de algo tansimple como el comportamiento mecnico de los objetos inanimados haexigido niveles de abstraccin y de complicacin conceptual cada vezms elevados, por qu deberan ser sencillas las descripciones y expli-caciones de las sociedades humanas, con muchas ms variables en acciny ms difciles de medir?

    Hace falta escuchar pacientemente las propuestas y observar las ini-ciativas y aportaciones que los africanos ya estn haciendo a la ecumene,tal vez sin la repercusin meditica de algunos polticos y expertos occi-dentales, pero con efectos perceptibles en el tejido social, en la vivencia einstrumentalizacin de las fronteras y de las presuntas normas sociales, enel pluralismo que subyace en la slo aparente unificacin de las reglas deljuego de la aldea global y en la inesperada vigencia de las tradiciones.Mal que le pese a alguno y esto s que es inevitable, las tramas de lasmigraciones africanas son algo ms que consecuencias de procesos cau-sales: son tambin agentes, luego causas, en la reforma en curso de la ecu-mene. Y en contra de los augurios del fin de la historia, todo hace pensarque sus efectos no reincidirn en el monismo ideolgico y en el indivi-dualismo salvacionista y/o capitalista de anteriores propuestas.

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  • Bibliografa

    La documentacin relacionada directa o indirectamente con el tema del movi-miento poblacional en frica es enorme y muy heterognea. Incluye, por ejem-plo, toda la literatura sobre la trata negrera y la dispora (concepto que concibeen positivo las emigraciones africanas, casi al contrario que las connotacionesque se le suponen habitualmente al afrocentrismo), con autores tan variados y yaclsicos como Lovejoy, Klein, Curtin, Thornton, Asante, Koser y otros. El mis-mo concepto de camitismo (atribucin de toda innovacin en frica a inmigra-ciones de origen externo), as como su crtica, tambin se refiere a los desplaza-mientos humanos, y se puede rastrear en una infinidad de obras historiogrficas(vale la pena echar un vistazo a las polmicas que genera en los primeros vol-menes de la Historia general de frica de la UNESCO, por ejemplo). Tambin esfundamental entender la creatividad social del concepto de frontera, tan trabaja-do por la generacin de africanistas auspiciada por Ferran Iniesta en Barcelona;esta aproximacin se entronca en la clebre obra de I. Kopytoff, The AfricanFrontier (Indiana UP, Bloomington, 1987). Es necesario, pues, darse cuenta deque cualquier incursin en el campo de las migraciones nos llevar mucho mslejos que una bsqueda con un puado de palabras clave.

    De todas formas, para empezar a introducirse en la temtica desde un m-bito ms o menos restringido, se pueden recomendar algunas obras. Para el con-texto general de la influencia de las migraciones en la construccin social, sepueden consultar Migration in World History, de P. Manning (Routledge, NuevaYork, 2005), Cultures in contact. World Migration in the Second Millenium, deD. Hoerder (Duke UP, 2002), o la obra colectiva Global History and Migration(Westview Press, Boulder, 1997). Aunque todas adolecen de un dominio tal vezexcesivo de la perspectiva instrumentalista, deconstruccionista, son fuentes va-liosas de datos, contextualizaciones y reflexin, que incluyen apartados dedica-dos a frica.

    Por lo que se refiere a frica de forma especfica, la oferta es muy hetero-gnea. Por citar algunos ttulos: Diaspora within and without Africa, editada porL. Manger y A. Munzoul (NAI, Uppsala, 2003), la obra colectiva The migrationexperience in Africa (NAI, Uppsala, 1995) y tudes africaines de gographiepar le bas, de M. Ben Arrous y L. Ki Zerbo (CODESRIA, Dakar, 2000). Vale lapena tambin consultar on line la Migration Information Source, del MigrationPolicy Institute de Lagos.

    Respecto al estado espaol, la informacin es algo ms escasa, pero otravez variada. Destacara la labor editorial de casas como Bellaterra o La Catarata,as como invitara a acercarse al trabajo de especialistas como R. Crespo, A. Ka-plan o M. Jabardo, entre muchos y muchas. Buena suerte!

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  • Codesarrollo y democracia:el papel sociopoltico de los inmigrantes

    Aliou Diao

    Introduccin

    Los actuales acontecimientos en torno a los flujos migratorios en Europaponen de nuevo sobre la mesa el debate sobre la inmigracin, pero, comosiempre, bajo el prisma de la preocupacin. Los gobiernos europeos ma-nifiestan constantemente su sorpresa ante la llegada masiva de personasprocedentes de las costas africanas, que desembarcan en condiciones t-picas de las travesas atlnticas de los buques negreros de los siglos de laesclavitud. En el actual debate, dos temas se abordan de manera recu-rrente: la necesidad de garantizar la seguridad de las fronteras y los me-dios de represin. La cooperacin aparece siempre en ltima instancia.Abordaremos aqu prioritariamente la cuestin de la cooperacin y elpapel de la inmigracin en los cambios sociales, econmicos y polticosde las sociedades de origen. Para ello, estructuraremos la reflexin en tor-no a las experiencias del Fons Catal en materia de codesarrollo y en eltrabajo realizado con las asociaciones de inmigrantes desde hace aproxi-madamente una dcada.

    Qu es el Fons Catal

    El Fons Catal es una organizacin fundada en 1986 por los municipioscatalanes con el objetivo de implicarse de forma activa en la cooperacindescentralizada. Se trata de un organismo que agrupa, de forma federada,a unos 300 municipios que representan el 90% de la poblacin de la co-

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  • munidad autnoma de Catalua. Desde hace diez aos, el Fons Catalcolabora con las asociaciones de inmigrantes en materia de financiacin,seguimiento y ejecucin de proyectos en sus pases de origen. Trabaja-mos con asociaciones de senegaleses, gambianos, marroques, maurita-nos y ecuatoguineanos.

    Codesarrollo y participacin democrtica

    Desde la perspectiva del Fons, el trabajo de codesarrollo se basa en dosobjetivos fundamentales: la integracin en la sociedad de acogida y laconsolidacin del vnculo entre sociedades de origen y sociedades deacogida mediante programas de desarrollo local.

    La integracin en la sociedad de acogida

    La integracin en la sociedad de acogida constituye un objetivo funda-mental que, por otra parte, afecta a un mbito de competencias impor-tante de los municipios. Los municipios gestionan de manera ms direc-ta los asuntos de los ciudadanos y representan el primer nivel de laAdministracin. En este mbito concreto, el primer requisito es la impli-cacin de los inmigrantes y de sus asociaciones en los espacios de parti-cipacin ciudadana creados por los municipios. En efecto, en la mayorade los municipios miembros del Fons existe un Consejo Municipal deCooperacin que agrupa al conjunto de las organizaciones de la locali-dad, para prestar asistencia al Ayuntamiento en la definicin de la polti-ca de cooperacin, los mbitos prioritarios de dicha poltica, sus ejes es-tratgicos y la distribucin de los recursos destinados a la solidaridadlocal e internacional. En estos consejos las asociaciones de inmigrantessiempre han estado ausentes. En realidad, se sabe que ms all de estosespacios la integracin de los inmigrantes siempre se ha abordado sin lacomplicidad del inmigrante; su opinin nunca se ha tenido realmente encuenta. Esto explica la manifiesta invisibilidad de sus estructuras y de lasacciones que desarrollan para facilitar la convivencia y permitir procesosde integracin y adquisicin de ciudadana.

    A este nivel, el trabajo consiste en identificar en primer lugar a las

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  • organizaciones de inmigrantes existentes en la localidad y la naturale-za de stas. A continuacin realizamos con ellas una labor de acompa-amiento en materia de consolidacin de la estructura organizativa, deformacin en gestin asociativa y de proyectos, de conocimiento de lalegislacin en materia de asociaciones y de solicitud. Tras este procesose integran inmediatamente en el Consejo Municipal de Cooperacin ySolidaridad local. Desde esta perspectiva, el codesarrollo es un instru-mento eficaz de visibilidad de la inmigracin, de participacin ciuda-dana y de integracin social, gracias a la multiplicidad de actores quepuede hacer que interacten (asociaciones de inmigrantes, ONG, insti-tuciones de cooperacin, comunidades y autoridades de los pases deorigen, administraciones de los pases de acogida, etc.). La dimensinpoltica del codesarrollo es, desde esta perspectiva, tan importantecomo la econmica.

    En Catalua, nuestras acciones en materia de codesarrollo estnfundamentalmente orientadas a la dimensin poltica e integradora, sin lacual ninguna accin de desarrollo tiene sentido. Reforzando las organi-zaciones de inmigrantes se facilita a la vez su proceso de participacinciudadana y democrtica. En la actualidad, los consejos municipales decooperacin son ms representativos del paisaje asociativo de las locali-dades catalanas que cuentan con ellos. Estos espacios de participacinciudadana se enriquecen con organizaciones de inmigrantes portadorasde iniciativas de cooperacin al desarrollo con una visin, procedimien-tos y objetivos diferentes. La inclusin del codesarrollo en las polticasde cooperacin local confiere, por lo tanto, una mayor pluralidad a estasinstancias, as como una oportunidad de enriquecimiento a partir de nue-vas contribuciones de diferentes visiones polticas de la cooperacin aldesarrollo. De este modo la participacin del inmigrante favorece unadiversificacin de las zonas geogrficas de intervencin de la coopera-cin local y, sobre todo, ampla los mbitos prioritarios de cooperacinal desarrollo. En el caso de frica, por ejemplo, las asociaciones de in-migrantes han permitido, por su voluntad de trabajar en sus pases, orien-tar los esfuerzos de solidaridad Norte/Sur hacia pases con una fuertepresencia de nacionales en Europa. En el caso cataln que nos ocupa,gracias a las asociaciones de inmigrantes la cooperacin local ha descu-bierto el frica subsahariana. En 1996, el Fons Catal no financiaba nin-gn proyecto en el frica subsahariana; diez aos ms tarde, gracias a laaccin de los inmigrantes, la cooperacin municipal catalana est pre-

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  • sente en cerca de 20 pases del continente con un volumen importante deproyectos. Las acciones de codesarrollo son, con mucho, las ms nume-rosas y tambin las ms importantes.

    Pero la implicacin de los inmigrantes en el desarrollo no slo fa-vorece su visibilidad sino que tambin permite trabajar ms fcilmenteen la dimensin intercultural de la cooperacin al desarrollo, el cambiode objetivos y de procedimientos de la cooperacin tradicional, lo queresulta ms necesario que nunca. La eficacia de la cooperacin radicaen el respeto de los beneficiarios, de sus ms profundas aspiraciones,de sus prioridades, de sus necesidades reales, de sus valores culturalesy de su visin y opinin respecto a los grandes conceptos tan trilladospor la cooperacin, como son la pobreza, el desarrollo, la inmigracin,el subdesarrollo, etc. Es necesario un consenso en la definicin de es-tos conceptos entre donantes y receptores que en lo sucesivo debenaprender a asumir el papel de beneficiarios, como reconocimiento de lalegitimidad de los pobres a la hora de participar en la formulacin delas soluciones a sus propios problemas de desarrollo. En esta bsquedade sentido y consenso, la inmigracin, al ser el cordn umbilical de dosmundos, a caballo entre culturas y civilizaciones diferentes, puedeaportar una importante contribucin. El inmigrante, tal y como lo defi-ne Abdelmalek Sayad,

    es atopos, sin lugar, desplazado, inclasificable. Ni ciudadano, ni extranje-ro, ni realmente del lado del mismo, ni totalmente del lado del otro, se si-ta en ese lugar bastardo al que tambin se refiere Platn, la frontera delser y del no ser social. Obliga a replantear completamente la cuestin delos fundamentos legtimos de la ciudadana y de la relacin entre el ciuda-dano y el estado, la nacin o la nacionalidad que adquiere una mayor im-portancia amplindose con el tiempo.

    En este sentido se puede decir que la inmigracin es un elemento de pro-vocacin y que por ello es vector de cambio social, es decir, de dinmicacultural. Es, por tanto, la reivindicacin de los inmigrantes para que seles considere actores del desarrollo y de la transformacin social.

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  • La consolidacin del vnculo entre sociedades de origen ysociedades de acogida

    Consolidar el vnculo entre las sociedades de origen y las de acogida, atravs de los programas de desarrollo local, es un elemento importante enla participacin de inmigrantes en el progreso de sus sociedades de ori-gen. Estas acciones, que se inscriben en el mbito del desarrollo local,permiten una gestin ms directa de las poblaciones que pasan del estadode simples beneficiarias al de protagonistas de las acciones. En la mayo-ra de los pases en los que trabajamos estn en marcha procesos de des-centralizacin a los que es necesario apoyar. El codesarrollo no se debedirigir contra estos procesos; por el contrario, debe contribuir a los mis-mos, aunque muy a menudo las asociaciones de inmigrantes tienen la ten-tacin de actuar por su cuenta. En el Fons insistimos en que las propues-tas de proyectos se integren en los ejes prioritarios de los municipios y delas comunidades rurales que, por otra parte, hoy en muchos casos dispo-nen de planes locales de desarrollo. Cabe mencionar que las iniciativas delos inmigrantes, si bien facilitan la apropiacin por parte de las poblacio-nes locales de las cuestiones de desarrollo de su tierra, a veces planteanproblemas por lo que respecta a los cargos locales electos. Los inmigran-tes confan poco en las autoridades de sus pases y en los cargos localeselectos de su tierra de origen, a los que asimilan a menudo con personajescorruptos e incapaces de aportar respuestas satisfactorias a las grandesdificultades con las que se enfrentan las poblaciones. A ello se suma, asi-mismo, el desconocimiento de la realidad administrativa del pas de ori-gen, al no haber sido testigos muchos de ellos del proceso de descentrali-zacin local, emprendido hacia finales de los aos ochenta.

    Por lo que respecta a esta descentralizacin, cabe observar los lmi-tes objetivos de los electos que la representan y, sobre todo, la falta demedios a la que se enfrentan. El estado no slo no dota a estas estructu-ras con los recursos necesarios para su funcionamiento, sino que ademsse enfrentan al analfabetismo de la mayora de los electos. Este estado dehecho explica que los inmigrantes, en la medida en que pueden benefi-ciarse ms fcilmente de recursos gracias al apoyo de las instituciones fi-nancieras occidentales de su pas de acogida, se posicionan como actoresms legtimos que los propios electos. En algunas experiencias de las quehemos sido testigos, los proyectos terminan siendo una fuente de con-flicto en lugar de una propuesta de solucin a la pobreza local. Los inmi-

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  • grantes gozan de cierto prestigio en su tierra; son escuchados, adulados yla poblacin local no duda en considerarlos por encima de sus propioselectos. Simplemente por este hecho, los proyectos de codesarrollo pue-den generar transformaciones polticas y sociales importantes en las so-ciedades, en cuanto surjan de iniciativas concertadas, de un dilogo en-tre los electos legtimos y de las asociaciones de inmigrantes. Creo queen la zona del valle del ro Senegal el GRDR (Groupe de recherche et deralisations pour le dveloppement rural) est trabajando para conciliarlas prioridades de los municipios locales y las intervenciones de las aso-ciaciones de inmigrantes. Ahora, existen asociaciones de inmigrantesque desarrollan una concertacin regular con comunidades rurales en Se-negal, con municipios de Mauritania y Mal para evaluar conjuntamentelas necesidades y prioridades de desarrollo local. Estos procesos se con-solidan cada vez ms, beneficiando a las poblaciones que se sienten in-volucradas en la gestin del poder. Como es bien sabido, durante muchotiempo los habitantes de las aldeas africanas han presenciado, impasi-bles, los procesos de desarrollo local implantados por organizaciones na-cionales o internacionales en su tierra. Rara vez se ha tenido en cuenta elsaber local de los campesinos de esas aldeas en las polticas de desarro-llo que les afectan; siempre se ha pretendido desarrollarlos a pesar suyo.Las intervenciones de los inmigrantes favorecen ms fcilmente la res-ponsabilizacin de las poblaciones locales. Parten de la confianza y de lavoluntad de contribuir al cambio de las condiciones de vida y, sobre todo,de la idea de que el inmigrante que retorna lleva consigo, adems de losrecursos imaginados, saber y experiencia. Gracias a los proyectos de lasasociaciones de inmigrantes en las aldeas se constituyen grupos y aso-ciaciones de desarrollo con proyectos en marcha que empiezan a susti-tuir, cada vez ms, a las tradicionales ASC (Asociaciones deportivas yculturales) cuya vocacin er