Xochitl o la princesa flor Francisco Gavidia
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Xochitl o la princesa flor Francisco Gavidia
Xochitl o la princesa flor Francisco Gavidia
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Si a la empinada cresta
de la montaña altiva
se arroja una mirada,
¿sabéis lo que se mira?
Mírase un arrogante
palacio que domina
con atrevido aspecto
las comarcas vecinas:
tosca su forma osada,
sus torres atrevidas,
sus murallas robustas,
hechas de roca viva;
todo él parece un monstruo
que desde lo alto, atisba,
y amenaza los valles
que en torno se avecinan,
y que las hondonadas
y abismos escudriña
y que con osco ceño
mira las otras cimas.
¿Quién hasta aquella altura
se atrevería, osado,
a subir ofensivo,
ni a resistir su mando?
Xochitl o la princesa flor Francisco Gavidia
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A los alrededores
del salvaje palacio
escarpes eminentes
y gigantescos tajos,
declives atrevidos,
inaccesibles flancos,
y torrentes furiosos
que se arrojan, bramando,
de las heridas peñas
por entre los barrancos,
deshechos en espumas,
al golpear los peñascos;
guardan del enemigo
la ruda fortaleza,
en la altura confiada
de sus riscos y breñas,
y su escarpe en que el árbol
alza la copa enhiesta,
poblada por las sombras,
del monte a la cabeza,
mientras en los abismos
sus raíces entierra;
y no sólo su altura
tiene, que la defienda;
más de sus mil guerreros
las poderosas flechas
y de Jickab el tigre,
la osadía tremenda.
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Jickab tiene una niña
bella y enamorada
de Axopil el guerrero
terror de esas comarcas.
Es Xochitl, la morena
niña de dulce cara;
de ojos negros, ardientes,
mitigan sus pestañas
la mirada encendida
como el sol de su patria,
En el palacio vive,
por su padre guardada,
pagando en el encierro
con amorosas lágrimas
su cariño al valiente
que le ha robado el alma.
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Jickab es enemigo
de Axopil y le odia:
Axopil con sus armas
le acomete, le acosa,
y en su palacio, al cabo
le cerca, y le aprisiona,
mientras que le devasta
el reino; y le abandonan
los más valientes jefes,
pues Axopil los compra,
o bien les intimidan
sus armas poderosas;
y así, cuando sus armas
temibles no le abonan,
con astucia sus planes,
y con riquezas, logra.
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Es de noche. El guerrero
deja su campamento,
y se pierde en las sombras,
hundido en el silencio;
sus soldados descansan
en los brazos del sueño:
sólo los centinelas,
con grito soñoliento,
a sus lejanas grutas
van a turbar los ecos,
mientras los bravos sueñan
con guerra y con incendio.
Entre los matorrales
se va el jefe escurriendo,
sin que las hojas crujan
ni despierte el insecto.
Hacia el palacio avanza,
hasta que por fin llega,
ve hacia arriba y parece
juntar todas sus fuerzas.
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Xochitl está en la cumbre:
por él llora, en él piensa,
allí Jickab el tigre,
duerme sobre sus flechas;
allí todos sus bravos
ven, vigilan, husmean:
van a tener ahora
en sus manos la presa.
Axopil dice un nombre
que de audacia le llena,
y en el flanco escarpado
clava el puñal de piedra.
Sube de roca en roca,
de las yerbas se agarra
y en la tierra las uñas
desesperado clava:
del barranco a los árboles,
de la grieta a la rama,
de la rama al torrente
que le empuja, le arrastra,
le hunde, le arremolina,
le sofoca, le salva:
salta sobre el abismo
que por poco le traga;
se aferra, vuelve, sube,
se desliza, se arrastra,
sube más, y al fin toca
la robusta muralla.
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Vuelve a subir. Entonces
ruge la tempestad
y se arroja al espacio
aullando el huracán
el torrente redobla
su furioso caudal
y los árboles braman
sintiéndose azotar;
arrancados de cuajo
por agua y vendaval,
los enormes peñascos
en los abismos dan;
el trueno estrepitoso
maldice, estalla, y va
a hundirse en las tinieblas;
Axopil va a rodar…
Sube, sube; al fin llega
a la azotada altura;
de repente redobla
la tempestad su furia,
y los vientos se agitan,
gimen, silban, aúllan;
y las ramas tronchadas
de lo alto se derrumban,
y salen alaridos
de cavernas y grutas,
mientras que aquel estrago
la luz del rayo alumbra.
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Axopil se estremece,
luego se descoyuntan
sus dedos, desfallece,
y… una mano le ayuda.
Asido por los hombros;
ya su ánima revive
y a su amada que en lo alto
por él padece y gime,
agradece la vida,
que él le dedica y rinde
entre ayes desolados
y entre suspiros tristes.
Sale de una ventana
la mano que le sirve:
a la ventana sube,
dejando que lo guíe
en el escalamiento
la mano por quien vive.
-¡Xochitl, amada mía!,
con emoción le dice;
y una voz le responde:
-¡Yo soy Jickab el tigre!.
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¡Al arma mis grerreros!
rugió en salvaje tono,
y falanges armadas
se regaron en torno;
y entre flechas y picas,
y las mazas al hombro,
era de ver el ceño
y aquel aspecto hosco
que daba la alegría
a los airados rostros,
a la luz del relámpago
y al son del trueno ronco.
¡Al arma mis guerreros!
y aullando como lobos,
subieron los soldados
hasta reunirse todos.
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Jickab dijo: -¡Insensato!
Si tu poder infiere
a mi poder ultrajes,
a mi honra, no lo debe;
castigo de tu audacia
que a tu nación afrente,
cuando el sol de mañana
al horizonte llegue,
te verán tus soldados
de mis torres pendiente,
en tanto que los míos
te insulten y te befen.
¿Qué castigo ha de darse
al que así nos ofende
si no la muerte? Y todos
repitieron: -¡La muerte!
-¡Ea, flecheros!, dijo
Jickab, con imperiosa
voz que hacía rugido
sed de venganza y cólera;
atadle pronto, y luego
dadle una muerte pronta
aquí en el mismo sitio
que buscó a mi deshonra,
y llevad el cadáver
al rayar de la aurora
a la torre más alta
que el palacio corona.
Los guerreros al punto
sus flechas acomodan
y cruje el arco haciendo
un espantable comba…
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Axopil maniatado,
y en un ángulo oscuro,
aguarda de la muerte
el aspecto sañudo;
Jickab espera ansioso:
ávido, alto y brusco,
impele a sus soldados
hacia aquel hombre mudo;
que, aunque lo ven sin armas,
no dominan el susto,
porque el miedo a aquel jefe
fue siempre grande y mucho.
Va a morir; mas de pronto
salta Jickab, y a un punto
estuvo de ser víctima
por ponerse de escudo.
De la abierta ventana
en el dintel sombrío
Xochitl ya se inclinaba
para caer al abismo.
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Jickab la ve: -¡Silencio
y atrás! Levantó el grito
la doncella; matadle
y al punto yo no vivo.
Se miran con asombro,
bajan la flecha, el tiro
se queda helado; y Muerte
se aleja a sus dominios.
-¿Cómo, dice un anciano
con voz que era alarido,
Jickab por salvar su hija
no mata al enemigo?
él, pues, más que a la patria
se prefiere a sí mismo.
-Dijiste bien, anciano,
el jefe responde;
pronto, tirad guerreros;
matad; nadie se opone;
se cubre con las manos
el rostro, y ni ve ni oye.
Y al fulgor tembloroso
que arrojan los hachones
mientras afuera el rayo
va descuajando robles,
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Axopil cae herido,
rueda Xochitl del borde,
y Jickab el cadáver
del guerrero recoge.
Sube de su palacio
a la más alta torre,
lo cuelga, y azotado
del huracán, sentose
a llorar vigilado
por la tremenda noche.
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