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‘LA RAZA ENTRA POR LA BOCA’: EUGENESIA, ENERGÍA Y ALIMENTACIÓN
EN COLOMBIA, 1890-1940. O DE UN INTENTO POR SUPERAR LA SEPARACIÓN
NATURALEZA/CULTURA EN LOS ESTUDIOS DE RAZA
[Texto en elaboración, por favor no circular ni citar sin autorización]
Stefan Pohl-Valero
Universidad del Rosario
INTRODUCCIÓN
Además del papel del evolucionismo en la articulación de una mirada medicalizada de la
sociedad colombiana a finales del siglo XIX que la entendió como “un organismo sujeto a las
mismas leyes de la evolución de los organismos vivos”,1
existieron otras metáforas que
permearon la forma de entender el funcionamiento de la sociedad y diagnosticar sus problemas.
Una de ellas, indudablemente, fue la del cuerpo social e individual como una máquina térmica
transformadora de energía.2 Si en 1892 el abogado y economista Ramón Vanegas aseguraba que
la sociedad debía ser entendida como un “organismo” compuesto por diferentes órganos todos
ellos interconectados y que, por lo tanto, para legislarla era necesario conocerla “más
perfectamente aún de lo que el médico conoce el cuerpo humano cuyas dolencias está encargado
de aliviar”,3 en la misma época el médico Manuel Cotes señalaba que el cuerpo debería
1 Carlos Ernesto Noguera, Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del
siglo XX en Colombia (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2003), 108-109. Sáenz, Saldarriaga y Ospina
reflejan muy bien esta versión canónica de cómo se empezó a entender la sociedad colombiana en términos
evolutivos: “Desde 1860 las teorías del evolucionismo social del filósofo y pedagogo inglés Herbert Spencer, con sus
nociones de lucha por la vida, supervivencia del más fuerte y selección natural y social, dominaron las
interpretaciones de los fenómenos sociales en el país.” Javier Sáenz; Óscar Saldarriaga y Eduardo Ospina, Mirar la
infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946 (Bogotá: Uniandes, 1997), 80. Para otros países
de América Latina, ver, por ejemplo, Dain Borges, “Puffy, Ugly, Slothful and Inert: Degeneration in Brazilian Social
Thought, 1880-1940”, Journal of Latin American Studies 25 (1993): 235-256. 2 Sobre la influencia que generó, en el contexto europeo, una imagen de la naturaleza articulada por las leyes de la
termodinámica en la concepción moderna del cuerpo, la sociedad, la cultura y la economía, ver, entre otros, Stephen
Brush, The temperature of History. Phases of Science and Culture in the Nineteenth Century (New York: Burt
Franklin, 1978); Bruce Clarke, Energy Forms. Allegory and Science in the Era of Classical Thermodynamics (Ann
Arbor: The University of Michigan Press, 2001); Phillip Mirowski, More Heat than Light: Economics as Social
Physics: Physics as Nature's Economics (Cambridge: Cambridge University Press, 1989); Greg Myers, “Nineteenth-
Century Popularizations of Thermodynamics and the Rhetoric of Social Prophecy”, en Energy & Entropy. Science
and Culture in Victorian Britain, ed. Patrick Brantlinger (Bloomington: Indiana University Press, 1989), 307-338;
Stefan Pohl-Valero, Energía y cultura. Historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX
(Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2011); Stefan Pohl-Valero, “Termodinámica, pensamiento social
y biopolítica en la España de la Restauración”, Universitas Humanística 69 (2010): 33-58; Anson Rabinbach, The
Human Motor: Energy, Fatigue, and the Origins of Modernity (Berkeley: University of California Press, 1992);
Michel Serres, Hermes: Literature, Science, Philosophy (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982). Para el
contexto latinoamericano, este tipo de estudios son todavía muy incipientes. Ver, por ejemplo, Diego P. Roldán.
“Discursos alrededor del cuerpo, la máquina, la energía y la fatiga: hibridaciones culturales en la Argentina fin-de-
siècle”, História, Ciências, Saúde – Manguinhos 17, no. 3 (2010): 643-661; Stefan Pohl-Valero, “Energy,
productivity and nutrition: the making of a science of work for the human body optimization in Colombia, 1870-
1920”. [En elaboración]. 3 Ramón Vanegas Mora, Estudio sobre nuestra clase obrera (Bogotá: Imprenta de Torres Amaya, 1892), 5.
2
entenderse como una máquina destinada a ser regulada para mantener un balance contable entre
sus ingresos y sus egresos y así evitar su “bancarrota”:
Resulta, pues, que todo lo que sirve para el sostenimiento del cuerpo, debe proceder del exterior, y
que todo gasto económico debe ser compensado por un ingreso oportuno, para evitar de este modo
la bancarrota de la máquina viviente, porque la actividad del organismo vive necesariamente de un
trabajo de transformaciones de las sustancias en él introducidas; de trasposiciones y sustituciones de
moléculas, por medio de las cuales se producen combinaciones admirables.4
Estas metáforas biológicas e industriales/económicas de finales del siglo XIX estaban
íntimamente interconectadas y ayudaron configurar en Colombia un campo de saber sobre el
trabajo que, articulando nociones de la termodinámica, la física médica, la economía política y la
fisiología de laboratorio, resignificó el concepto de cuerpo desde el punto de vista de
optimización de su productividad. Los trabajos de Cotes y Vanegas fueron investigaciones
incipientes que reflejaron la emergencia de este campo de saber para la regulación energética del
cuerpo humano. Ambos se preocuparon por conocer las condiciones laborales de diferentes
trabajadores de Bogotá y por definir, de “forma científica”, las ideales para maximizar su
productividad. En el centro de estos análisis se encontraba la alimentación, la cual se empezó a
entender fundamentalmente como la fuente de energía –medida en la unidad termodinámica de
las calorías– necesaria para accionar la máquina humana. 5
A partir de esta rejilla interpretativa que entendía el funcionamiento individual y social
fundamentalmente como un proceso de transformación de energías, ideas recurrentemente
invocadas a la hora de hablar de los problemas sociales nacionales como la “vitalidad del
pueblo”, o la “degeneración de la raza” entraron en los confines del laboratorio para su análisis y
medición en unidades termodinámicas. El objetivo principal de este artículo consiste en mostrar
el papel que desempeñó esta conceptualización energética del cuerpo productivo –y la definición
de una alimentación racional para su optimización y su salud– en la forma como la noción de raza
adquirió nuevos significados en el pensamiento social de las élites y en las estrategias que se
instauraron para lograr lo que ellos llamaron la regeneración del pueblo, entre 1890 y 1940.6
Adicionalmente, es un intento de proponer una vía de investigación que supere la férrea
4 Manuel Cotes, Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá: estudio presentado al Primer
Congreso Médico Nacional de Colombia (Bogotá: Imp. de La Luz, 1893), 6. 5 Al respecto, ver, Pohl-Valero, “Energy, productivity and nutrition”.
6 La idea de “regeneración” de la población se inscribió inicialmente en un contexto político y cultural de corte
conservador, centralista en lo administrativo y proteccionista en lo económico que sus mismos protagonistas
llamaron justamente el periodo de la Regeneración. Aunque por lo general se ha indicado este periodo de las dos
últimas décadas del siglo XIX como de una profunda preocupación de las élites políticas conservadoras en el poder
por regenerar la moral del pueblo frente a los esgrimidos “estragos” del periodo liberal anterior, acá se destaca su
preocupación de regenerar también los cuerpos en términos productivos. Sobre el periodo político de la
Regeneración y la forma como ha sido interpretado por la historiografía, ver Leopoldo Múnera Ruiz y Edwin Cruz
Rodríguez, eds., La Regeneración revisitada. Pluriverso y hegemonía en la construcción del Estado-nación en
Colombia (Medellín: La Carreta Editores, 2011).
3
separación entre naturaleza y cultura presente en muchos de los estudios sobre la historia del
racismo científico.7
Diversas investigaciones que han abordado la medicalización de la sociedad, la noción de
raza y la eugenesia en el contexto colombiano de principios del siglo XX, le han prestado
especial atención a una serie de debates públicos que realizaron médicos y pedagogos en el
Teatro Municipal de Bogotá en 1920 y que luego se publicaron bajo el nombre de Los problemas
de la raza en Colombia.8 Varios de estos análisis históricos han identificado una y otra vez, y a
partir del mencionado debate de 1920, dos posturas generales entre los intelectuales involucrados:
una mirada “biologicista”, basada en un determinismo hereditario y geográfico que comprendía
que para mejorar la raza colombiana era necesario instaurar fundamentalmente políticas de
fomento de inmigración de “raza blanca europea” (además de leyes prenupciales y campañas de
esterilización), y una mirada “culturalista” que veía en la implementación de reformas y políticas
sociales como campañas educativas e higiénicas la solución a lo que las élites entendían como el
“problema” de cómo lograr que Colombia entrara al escenario de las naciones civilizadas y
modernas. Esta separación entre los biologicistas y los culturalistas, ha sido entendida desde
posturas bipartidistas tradicionales colombianas (unos corresponderían a una mirada más
conservadora y los otros a una más liberal, unos serían más racistas y los otros menos), teorías
hereditarias diferentes (eugenesia dura informada por el mendelismo y eugenesia blanda
informada por el neo-lamarckismo), hasta posturas teóricas foucaultianas: un bando reflejaría una
estrategia de disciplinamiento sobre el individuo mientras el otro una estrategia de regulación
sobre la población. De forma diacrónica, también se ha señalado que en términos generales la
mirada biologicista fue la imperante en el pensamiento social de las élites durante los gobiernos
7 Para un panorama general de la historia del racismo científico de finales del siglo XIX y principios del XX en
Europa y América, ver, entre otros, Allan Chase, The legacy of Malthus: the social costs of the new scientific racism
(New York: Knopf, 1977); Frank Dikötter, ''Race Culture: Recent Perspectives on the History of Eugenics,'' The
American Historical Review 103 (1998): 467-478; Waltraud Ernst y Bernard Harris, eds., Race, science and
medicine, 1700-1960 (New York: Routledge, 1999); Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre (Barcelona:
Crítica, 2003 [1981]); Max S. Hering Torres, '''Raza': Variables históricas,'' Revista de Estudios Social 26 (2007): 16-
27; Jonathan Marks, ''Scientific racism, History of,'' en Encyclopedia of Race and Racism. Volumen 3, ed. John
Hartwell Moore (Detroit: Thomson/Gale, 2008), 1-16; Diane Paul, ''Darwin, social Darwinism and eugenics,'' en The
Cambridge companion to Darwin, ed. Jonathan Hodge y Gregory Radick (Cambridge: Cambridge University Press,
2003), 214-239; Nancy Stepan, The Hour of Eugenics: Race, Gender, and Nation in Latin America (Ithaca: Cornell
University Press, 1991). 8 Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920). Algunos de los
trabajos que han abordado este debate son, Alien Helg, “Los intelectuales frente a la cuestión racial en el decenio de
1920: Colombia entre México y Argentina”, Estudios Sociales 4 (1989): 36-53; Zandra Pedraza, “El debate
eugenésico: Una visión de la modernidad en Colombia”, Revista de Antropología y Arqueología 9 (1996): 115-159;
Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia; Noguera, Medicina y política; Andrés Klaus Runge y Diego
Alejandro Muñoz, “El evolucionismo social, los problemas de la raza y la educación en Colombia, primera mitad del
siglo XX: El cuerpo en las estrategias eugenésicas de línea dura y de línea blanda”, Revista Iberoamericana de
Educación 39 (2005): 127-168; Eduardo Restrepo, “Imágenes del “negro” y nociones de raza en Colombia a
principios del siglo XX”, Revista de Estudios Sociales 27 (2007): 46-61; Santiago Castro-Gómez, “Razas que
decaen, cuerpos que producen. Una lectura del campo intelectual colombiano (1904-1934)”, en Biopolítica y formas
de vida, ed. Rubén A. Sánchez (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2007), 197-142; Jason McGraw,
“Purificar la nación: eugenesia, higiene y renovación moral-racial de la periferia del Caribe colombiano, 1900-1930”,
Revista de Estudios Sociales 27 (2007): 62-75.
4
conservadores de las primeras tres décadas del siglo XX, mientras que a partir de la llegada de los
liberales al poder en la década de 1930 se generó un desplazamiento en la forma de entender a la
población articulada ahora por saberes que comprendían que el problema era más de orden social
y cultural que biológico.9
Es mi intención proponer en este artículo que abordar la historia de la eugenesia –y en
general de la forma como se configuraron modelos particulares de gobierno sobre la población–
desde una perspectiva que centra su análisis en los saberes, los discursos y las prácticas que
intentaron regular las condiciones alimenticias y capacidades fisiológicas de la población,
implica, por lo menos, una matización a la periodización que propone el paso de una mirada
biológica de la población durante la Regeneración y la Hegemonía conservadora a una social y
cultural durante la Republica Liberal. Y que al tener en cuenta en la historia de la eugenesia la
construcción cultural de un campo de saber fisiológico sobre el trabajo y la alimentación
articulado por la metáfora del cuerpo máquina, la misma distinción entre una mirada biologicista
y una mirada culturalista se vuelve mucho más difusa. Acá, en vez de asumir que la realidad se
deja compartimentar de forma nítida entre aspectos culturales y aspectos naturales10
y que los
conocimientos producidos para dar cuenta de estos aspectos son fácilmente separables, se
propone un enfoque que entiende que los saberes científicos y el orden social se producen de
forma conjunta y que el estudio de la naturaleza y de la sociedad es performativo toda vez que
ayuda a configurar las realidades (biológicas y sociales) que intenta estudiar.11
Como han señalado historiadoras de las ciencias de la vida como Donna Haraway y Nelley
Oudshoorn, problematizar la división moderna entre cultura y naturaleza permite, por un lado,
entender esta separación ontológica como una construcción cultural particular que justamente ha
impuesto formas de conocimiento diferenciadas (disciplinas científicas separadas) para abordar
estos aparentemente irreconciliables ámbitos (por ejemplo la diferencia creada por las mismas
ciencias sociales entre sexo (natural) y género (cultural)), y por el otro, abordar las teorías
científicas sobre lo natural no simplemente como un reflejo transparente de lo que está allá afuera
(organismo, sexo, genes, hormonas, etc.), sino como una serie de discursos y prácticas mediadas,
entre otras cosas, por estereotipos culturales sobre el hombre y la mujer y en general por
relaciones asimétricas de poder.12
Siguiendo algunos de estos planteamientos, estudiosos de la
raza como Peter Wade proponen que esta vía teórica puede aportar poder explicativo en el marco
9 Ver, por ejemplo, Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia, 90; Castro-Gómez, “Razas que decaen”, 137;
Daniel Díaz, “Razas, pueblo y pobres”, en Genealogías de la colombianidad, ed. Santiago Castro-Gómez y Eduardo
Restrepo (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008), 42-69. 10
Sobre la diferenciación ontológica entre lo natural y lo cultural como una construcción propia del pensamiento
occidental moderno, ver Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica (Buenos Aires:
Siglo XXI, 2007); Phillipe Descola, Más allá de naturaleza y cultura (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2012). 11
Sheila Jasanoff, “Ordering knowledge, ordering society”, en States of knowledge: the co-production of science and
social order, ed. Sheila Jasanoff (London: Routledge, 2004), 13-45; Stefan Pohl-Valero, “Perspectivas culturales
para hacer historia de la ciencia en Colombia”, en Historia cultural desde Colombia: categorías y debates, ed. Max
S. Hering Torres y Amada Carolina Pérez (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia / Pontificia Universidad
Javeriana / Universidad de los Andes, 2012), 399-430. 12
Donna Haraway, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991); Nelly
Oudshoorn, Beyond the natural body: An archeology of sex hormones (London: Routledge, 1994).
5
de una historiografía anglosajona que tradicionalmente ha producido una noción histórica de raza
muy rígida en la que se pasa de un racismo biológico a uno cultural. Como menciona Wade, esta
periodización historiográfica del racismo (del biológico del siglo XIX y principios del XX al
cultural de mediados del XX en adelante)
involucra la naturalización de la cultura y la culturización de la naturaleza: esta dinámica dual hace
que no sea claro de qué se está hablando cuando se menciona lo natural y lo cultural en un contexto
determinado y por lo tanto permite la posibilidad de ver lo natural como cultural y lo cultural como
natural. […] Adentrarse en lo que significa lo natural (y la sangre, los genes y la biología) en un
determinado contexto nos ayuda a ver las formas flexibles de cómo funcionan los discursos
raciales.”13
Así, en el presente texto se aborda la analogía de cuerpo máquina como un artefacto
anclado en un contexto cultural particular que permitió ensamblar una serie de saberes, prácticas
e instituciones que en conjunto ayudaron a producir una realidad determinada de la naturaleza
humana y por lo tanto estrategias particulares de gobierno sobre la población.14
La alimentación
de la población se convirtió así en un campo de investigación e intervención articulado por el
lenguaje, a la vez natural y cultural, de la fisiología energética de la nutrición y por una
concepción particular de la herencia que entendió que la máquina humana optimizada podía
heredar esa condición.
En la primera parte de este artículo se mostrará cómo la alimentación –y la nutrición como
el campo científico para su intervención–, se volvió un problema social justamente cuando se
convirtió en un objeto de investigación científica y cómo el abordaje de esta, a la vez, “cuestión
obrera” y “problema fisiológico” desdeñó las fronteras que las ciencias sociales han asumido
tradicionalmente entre lo natural y lo cultural. Se argumenta que los discursos y proyectos de
reformas sociales relacionados con esta regulación fisiológica/energética del cuerpo trabajador,
no sólo buscaron producir una clase obrera eficiente, sino que ayudaron a generar, aunque de
forma contradictoria, clasificaciones étnicas y regionales jerárquicas y reduccionistas. Aunque el
13
Peter Wade, Race, Nature and Culture (London: Pluto Press, 2002), 15 [la traducción es mía]. Max S. Hering
Torres señala algo similar sobre la problematización de lo natural a la hora de definir el concepto de racismo como
categoría analítica: “The adjective ‘biological’ becomes an element which enables one to restore the specificity of
racisms. However, it can also be a source of confusion with respect to the historical study of racism, insofar as there
is no clarity about the meaning of the term ‘biological’. For some academics, ‘the biological’ may imply a modern
referent, understood as a reference to a nineteenth-century discipline or body of scientific knowledge. Nevertheless,
when one uses the term ‘biological’, one may also refer to an idea about ‘difference’ as something which is inherited
through the body, blood or spirit.” Max S. Hering Torres, “Purity of Blood. Problems of Interpretation”, en Race and
Blood in the Iberian World, ed. Max S. Hering Torres; María Elena Martínez y David Nirenberg (Berlin: Lit Verlag,
2012), 31. Ver también Julio Arias y Eduardo Restrepo, “Historizando raza: propuestas conceptuales y
metodológicas”, Crítica y Emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales 3 (2010): 54-56. 14
El concepto de “artefacto cultural” como vía metodológica de análisis para la historia de la ciencia se desarrolla en
Pohl-Valero, “Perspectivas culturales”. Peter Wade también propone abordar la noción de biología como un artefacto
cultural que difumina la frontera entre cultura y biología y que destaca que el lenguaje biológico es en sí mismo un
lenguaje cultural. Peter Wade, “Afterword. Race and Nation in Latin America. An Anthropological View”, en Race
and nation in modern Latin America, ed. Nancy Appelbaum; Anne S. Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt
(Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2003), 272.
6
apoyo del gobierno para este tipo de campañas se incrementó a partir de la década de 1930, se
destaca que esta conceptualización energética de la raza estuvo presente en el pensamiento social
tanto de las élites conservadoras como liberales desde finales del siglo XIX. En la segunda parte,
se mostrará cómo el saber biológico de la nutrición, que ayudó a agregarle una capa significante
adicional a los discursos de raza en el contexto colombiano de finales del siglo XIX y primeras
cuatro décadas del XX, giró en torno a la construcción cultural del cuerpo como una máquina
térmica transformadora de energía, cuestión que dista mucho de ser un reflejo transparente de lo
que solemos denominar como la naturaleza humana. Posteriormente se analizarán algunas de las
campañas educativas e instituciones que estuvieron involucradas en lograr que la población
empezara a concebir sus cuerpos como máquinas térmicas que debían estar en óptimas
condiciones para transformar la energía de los alimentos en trabajo productivo. La población
infantil se convirtió en uno de los principales objetivos de estas campañas de ingeniería social,
siendo la ciencia de la puericultura y su concepción neo-Lamarckiana de la herencia, la que
ayudó a consolidar la idea de que la condición del cuerpo máquina optimizado para la producción
se podía heredar. En la última parte del texto se destaca el componente energético presente en los
debates de la época sobre la degeneración racial hereditaria causada por el alcoholismo y en
particular por la chicha.
NUTRICIÓN, HIGIENE MODERNA Y RAZA
En las dos primeras décadas del siglo XX, se empezó a reflejar el incipiente interés de los
médicos colombianos por conocer los hábitos y cualidades alimenticias de las poblaciones de las
diferentes regiones del país y por intentar que el Estado regulara su alimentación de acuerdo a la
moderna ciencia de la nutrición. Como lo comentara en 1911 el médico e higienista conservador
Pablo García Medina, presidente en ese momento del Consejo Superior de Sanidad y director de
la Revista de Higiene, “la defectuosa alimentación de nuestra clase obrera debe hacernos meditar
sobre las funestas consecuencias que ella tiene no solamente sobre la salud individual y colectiva,
sino sobre el porvenir de la raza; y si algún papel importante desempeña la higiene moderna en
los pueblos es, ciertamente su relación con los problemas sociales que en la hora actual
preocupan a la mayor parte de los Gobiernos del mundo, y a cuya solución puede contribuir de
una manera eficaz”.15
García Medina, quien jugaría un papel fundamental en la consolidación y
centralización de la higiene pública en Colombia,16
destacaba por tanto la relación entre
alimentación y problemas sociales como un campo de estudio e intervención fundamental de la
“higiene moderna”, a la vez que reflejaba una conceptualización energética del funcionamiento
del cuerpo humano:
15
Pablo García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera en relación con el alcoholismo”, Revista de
Higiene. Órgano del Consejo Superior de sanidad de Colombia 6, no. 88 (1914): 161-176, 161. Este artículo se
publicó originalmente en 1911 en la Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de Medicina. 16
García Medina fue secretario, en pleno inicio del periodo político conservador de la Regeneración, de la recién
creada Junta Central de Higiene, posteriormente fue el creador del Consejo Superior de Sanidad, de la Dirección
Nacional de Higiene (1918) y del Departamento Nacional de Higiene (1931). Emilio Quevedo et al., Café y gusanos,
mosquitos y petróleo. El tránsito de la higiene hacia la medicina tropical y la salud pública en Colombia, 1873-1953
(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004), 167.
7
En el hombre como en todo organismo en actividad, se desarrolla constantemente energía, la cual se
manifiesta en los movimientos que ejecutamos, en el calor que produce nuestro cuerpo, en la
electricidad que se desarrolla en los tejidos, etc. etc. Los órganos toman del exterior los alimentos
necesarios para producir esta energía. El oxígeno, las sustancias como el azúcar y el almidón,
llamadas hidratos de carbono, y compuestas de hidrógeno, oxígeno y carbono, y las formadas de
estos tres elementos, pero en otras proporciones, suministran al organismo la energía.17
Gracias a esta concepción del funcionamiento del cuerpo, apuntaba García Medina, la
ciencia moderna tenía la capacidad de “contribuir a mejorar la situación de la clase obrera” a
través del estudio de su alimentación y la definición de dietas adecuadas energéticamente de
acurdo al tipo de trabajo que realizaban, así como debería establecer la vestimenta necesaria y las
características de habitaciones higiénicas que ayudaran al balance energético de sus actividades.
Uno de los trabajos pioneros que mencionaba García Medina sobre estos temas era el del médico
Manuel Cotes, que en 1893 presentó en el Primer Congreso Médico Nacional un estudio sobre el
“Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá”. En su trabajo, la comida era
entendida como el conjunto de elementos químicos que la componían y cuyas propiedades
jugaban diferentes papeles en el funcionamiento metabólico del organismo. En el centro de su
análisis se encontraba el objetivo de aumentar la “potencia productiva del país” en la medida que
se pudieran realmente “restaurar las fuerzas aniquiladas por el trabajo” a través de lo que se
empezó a llamar la alimentación racional.18
Como lo comentaba al inicio de su trabajo, era
sorprendente la “despreocupación [de los “abnegados jornaleros”] en lo tocante al pan de cada
día para restaurar las fuerzas perdidas por la fatiga muscular de nueve o diez horas de trabajo,
para lo cual sólo cuentan con un pedazo de pan negro y una totuma de chicha mal preparada”19
.
Cotes, que en el futuro sería presidente de la Junta Departamental de Higiene del Magdalena,
realizó un estudio minucioso sobre más de 200 trabajadores, categorizando a tres tipos de obreros
y estableciendo el salario promedio y régimen alimentario de cada uno de ellos. A partir de esto,
estableció que la alimentación que tenían era insuficiente para suplir su gasto energético en el
trabajo y propuso una ración alimentaria racional, de acuerdo al trabajo realizado y tratando de
adaptarse a sus ingresos laborales. Cotes instaba a los participantes del Primer Congreso Médico
Colombiano en reconocer la importancia de inculcar en los escolares y trabajadores una higiene y
régimen alimentario que les enseñara a cómo convertirse en máquinas eficientes para el progreso
de la nación y que el estado vigilara y regulara el salario de los jornaleros para que fuera
suficiente para suplir sus “necesidades vitales” de alimentación, habitación y abrigo.20
Una de las preocupaciones de Cotes, que compartía con varios médicos de la época, era el
papel de la alimentación para el “porvenir de la raza”. El concepto de raza utilizado en estos
discursos era ambiguo, aludiendo algunas veces a la población colombiana en general y otras
17
García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 172. 18
Cotes, Régimen alimenticio, 41-42. 19
Cotes, Régimen alimenticio, 5 20
Cotes, Régimen alimenticio, 47-48.
8
veces a grupos regionales, p.ej. la “raza antioqueña”, o a comunidades indígenas. El mismo Cotes
se preguntaba por las capacidades físicas, morales e intelectuales de los “indios de la Sabana de
Bogotá”, o la “tribu chibcha”, recalcando que “las fuerzas físicas y morales de un pueblo se
desarrollan ventajosamente en razón directa y precisa de los alimentos que usa”. Para Cotes los
“chibchas” habían tenido en épocas de la conquista y durante la colonia una alimentación
“sustanciosa y reparadora, prueba de lo cual es la robustez e inteligencia de esta raza poderosa y
rica”.21
Haciendo una fuerte crítica al periodo republicano y en particular a las políticas del
liberalismo económico de mediados del siglo XIX que “tuvieron la increíble decisión de suprimir
los resguardos indígenas”, se lamentaba de que se hubiera truncado la configuración de una raza
mestiza ideal para el trabajo en las condiciones atmosféricas y climáticas de las alturas. Para
Cotes, el freno de su progreso se desprendía de la combinación de elementos políticos
(liberalismo económico: desaparición de los resguardos), sociales (mala instrucción y bajos
salarios) y fisiológicos (desgaste de la máquina humana por la mala alimentación):
Y si dichos gobiernos [republicanos] hubieran atendido a la instrucción de aquellas gentes, y
adoptado medidas positivas para que el salario hubiera sido suficiente a compensar el gasto de
trabajo prestado, ese pueblo, libre, inteligente y laborioso, rodeado de los afectos entrañables del
hogar, habría sido la sólida base de una nueva raza formada por cruzamiento y selección con las
mejores condiciones físicas para vencer las acciones atmosféricas y climáticas de estas alturas,
mejor que ninguna otra raza inmigrante.22
Con respecto a los trabajadores de otras regiones, la clasificación de sus capacidades
laborales y morales también se supeditaba al tipo de alimentación que tenían y por tanto a la
cantidad de energía que ingerían. De acuerdo a estadísticas del consumo de carne en las
diferentes regiones del país, Cotes destacaba el “absurdo fisiológico” de que su consumo
disminuía en la medida que aumentaba la altitud. Era ésta una de las razones por las cuales los
obreros de “la Costa y los antioqueños tengan mayor resistencia al trabajo que los boyacenses y
los sabaneros, puesto que su alimentación de aquellos es superior a la de éstos, lo que, por lo
mismo, los hace ser más robustos y más inteligentes”.23
Igual argumento esgrimía García Medina
en un estudio sobre los peones de los llanos del Casanare. Aunque su alimentación, aseguraba
este médico, era limitada y poco variada (principalmente arroz, yuca, plátano y gran cantidad de
carne y café), era lo suficientemente nutritiva, lo que repercutía en que tuvieran gran fuerza
muscular, resistencia a la fatiga, y fueran “inteligentes, locuaces y valientes”. En contraste, los
habitantes de la cordillera eran “débiles, anémicos y perezosos”, dado que comían mucha menos
carne que los llaneros.24
Por su parte, el ingeniero y viajero naturalista Miguel Triana señalaba en 1913 las claves
para lograr el progreso de la sociedad y la “regeneración” de la población colombiana, desde una
21
Cotes, Régimen alimenticio, 24. 22
Cotes, Régimen alimenticio, 25. 23
Cotes, Régimen alimenticio, 39. 24
Citado en Cotes, Régimen alimenticio, 45-46.
9
perspectiva igualmente energética. Este ingeniero destacaba que en la altiplanicie andina, a pesar
de que era donde “la locomoción es fatigosa, donde el corazón invierte mayor cantidad de
esfuerzo para distribuir la sangre en las diversas regiones del organismo humano y donde la
temperatura gélida impone al labriego para la producción agrícola mayor suma de trabajo”, era
justamente el lugar donde mejor se podían aprovechar la “multitud de fuerzas que la montaña
esconde”25
. Las condiciones climáticas y fisiológicas de las alturas, aseguraba Triana, eran las
que habían formado en los serranos sus amplias capacidades de trabajo y un carácter “valiente,
parsimonioso, perseverante y pensador”, a diferencia de los “hijos de la llanura” que “son más
débiles en todo sentido que éstos” ([primera página del artículo]). Esta “sociología de la
montaña”, como él mismo la nombró, indicaba el camino para que los “compatriotas de sangre
indígena”, a lo largo de toda Colombia, salieran de la “clasificación de las razas inferiores”,
cuando supieran aprovechar y optimizar sus recursos energéticos y cuando “abra[n] sus ojos a la
luz de la ciencia positiva y no a la sofisticada y presuntuosa de Salamanca que todavía se deletrea
en nuestros Liceos clásicos” ([segunda página del artículo]). La sociología que proponía Triana
reflejaba en toda su extensión el paradigma energético en que se inscribía:
Tener fuerza debe ser para hombres y naciones la suprema, la primordial aspiración; no porque la
muscular de los unos, en bruto, y la militar de las otras, por sí sola, aseguren la felicidad, sino
porque la salud, el intelecto, y el carácter tienen su origen común en las energías físicas. Los
hombres como los pueblos, toman la fuerza que transforman en nutrición, labores, comodidades,
instrucción, etc., de las variadas fuentes de energía que les ofrece la naturaleza en el rayo del sol, en
el abrigo de la tierra, en la hulla o en las cascadas, manifestaciones todas de la energía térmica
universal. Así, el grado de civilización y cultura podría medirse en unidades mecánicas de
termodinámica. La vida psíquica y los progresos sociales representan, en último análisis, puros
consumos de calor ([primera página del artículo]).
Imagen que acompañaba el artículo de Triana de 1913
25
Miguel Triana, “Sociología de la montaña”, El Gráfico, 4, n.123 (1913): s.p. [primera página del artículo].
10
En pleno periodo político conservador de finales del siglo XIX y principios del XX,26
las
palabras de estos higienistas e ingenieros reflejaban los complejos e interconectados aspectos
fisiológicos, sociales y morales con los que las élites buscaban producir una población idónea en
términos energéticos para lo que ellos entendían que debía ser el progreso y civilización de la
nación.27
La idea de forjar una “nueva raza”, tal como lo comentaba Cotes, captaba en toda su
dimensión este proyecto de reformas sociales que en su aspecto fisiológico/energético, no sólo
buscaba producir una clase obrera eficiente, sino que ayudaba a generar, aunque de forma
contradictoria, clasificaciones étnicas y regionales jerárquicas y reduccionistas. El proceso de
integración económica que las elites criollas habían llevado a cabo a lo largo del siglo XIX para
convertir a los indígenas, negros y mestizos en participantes efectivos para una economía de
mercado y en mano de obra eficiente –aunque manteniéndolos al margen de la vida política y
reproduciendo un orden colonial jerárquico y excluyente–,28
en los albores del siglo XX se estaba
convirtiendo, a la vez, en un proyecto de optimización y de mantenimiento tanto preventivo como
correctivo al interior de los cuerpos-máquinas, enmarcado en un proceso de incipiente
industrialización y de creciente preocupación por aumentar la productividad del país.
Esta forma de conceptualizar e intentar regular el cuerpo de la población trabajadora no
tendría mayores modificaciones con la llegada del periodo liberal en la década de los 30’s. La
idea de que el estado debería intervenir en aspectos sociales tales como la regulación de sueldos y
precios de la alimentación, las condiciones higiénicas laborales y la enseñanza en materia de
higiene y regímenes alimentarios fue una constante en la primera mitad del siglo XX por parte de
la élite científica nacional y que poco a poco se iría materializando en acciones y políticas
concretas, aumentando eso sí su institucionalizando y apoyo gubernamental durante la república
liberal.29
26
Como ha señalado Marco Palacios, la Regeneración “debe enfocarse como un movimiento complejo que
empobreceríamos al reducirlo a un estereotipo conservador” y en el que existieron claras continuidades con el
periodo liberal anterior, por lo menos en lo referente a sus concepciones sobre la modernización económica del país
y sobre los “valores centrales de lo que solemos llamar la civilización occidental.” Marco Palacios, “La
Regeneración ante el espejo liberal y su importancia en el siglo XX”, en Miguel Antonio Caro y la cultura de su
época, ed. Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 269-270. 27
Como comenta Hayley Frosyland para el periodo de la Regeneración, “la salud pública, la caridad y la instrucción
moral fueron primordiales en la lucha por mejorar la raza colombiana y por formar la cultura común y los valores
comunes que son tan frecuentemente considerados como esenciales para la formación de una identidad nacional.”
Hayley Froysland, “The regeneración de la raza in Colombia”, en Nationalism in the New World, ed. Don H. Doyle y
Marco Antonio Pamplona (Athens and London: The University of Georgia Press, 2006), 165. 28
Para el proceso de integración económica, de exclusión política y de construcción de una ética del trabajo de los
grupos raciales subordinados desde finales de la colonia hasta la mitad del siglo XIX, ver Frank Safford, “Race,
Integration, and Progress: Elite Attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870”, The Hispanic American
Historical Review 71 (1991): 1-33. Sobre el mismo tema de racialización, exclusión, capacidades laborales y
producción de sujetos económicos, en el contexto del liberalismo económico de la segunda mitad del siglo XIX, ver
Larson Brooke, Indígenas, élites y estado en la conformación de las repúblicas andinas 1850-1910 (Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2002), cap. 1; Julio Arias, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden
nacional, racialismo y taxonomías poblacionales (Bogotá: Uniandes, 2005), parte II, cap. 2. 29
Desde una historia institucional y socioplítica de la salud pública en Colombia, Mario Hernández ha caracterizado
el sistema de salud nacional entre 1910 y 1929 como uno guiado por instituciones de beneficencia regidas por el
ideal católico de la caridad, aunque con la creciente presencia de una comunidad de médicos con intenciones de
modernizar la salud a través de una Higiene pública y privada de corte estatal. Este proceso se vería intensificado en
11
Así, si en 1920 los agricultores colombianos leían con interés que la termodinámica y la
nutrición estaban permitiendo “calcular el combustible necesario al trabajo de la máquina
hombre”, y por lo tanto definir el jornal del obrero de forma científica,30
años después, en 1935
aparecía en la misma revista de agricultura una conceptualización de la alimentación y el cuerpo
muy similar y que reflejaba en toda su extensión los interconectados aspectos naturales y
culturales que articulaban el horizonte conceptual para abordar y solucionar la “cuestión social”:
Cuando las cuestiones de debilitamiento de la raza, de la disminución de los nacimientos,
mejoramiento de la suerte de los trabajadores, salarios, pensiones, obreros, leyes de asistencia a los
viejos, a los enfermos y a los incurables, ocupan la opinión pública; cuando los socialistas dicen que
la cuestión social es una cuestión de estómago, hay que enseñar cuál es el rendimiento que mejor se
puede obtener de la máquina humana. Los mecánicos, electricistas, agrónomos, no ignoran el
manejo de las máquinas, pero no conocen las necesidades alimenticias.31
Este campo de saber para lograr el rendimiento de la máquina humana y evitar sus
debilitamiento racial se vio reflejado de forma institucional en las labores realizadas por el
Ministerio de Higiene, Trabajo y Previsión Social, creado a finales de la década de 1930. Una de
las primeras cartillas que publicó dentro de su campaña educativa, fue un estudio sobre la
alimentación de la clase obrera en Bogotá que incluía, entre otros, tipos de familia, niveles de
ingreso, alimentos ingeridos y sus precios en el mercado, así como la composición química de sus
nutrientes, valores calóricos y vitamínicos. Estos trabajos, aseguraba en Ministerio, debían ser
ampliamente divulgados para “hacer comprensible al público las bases de la política biológica”
que el gobierno intentaba desarrollar y para “formar una clara conciencia sanitaria en todas las
clases sociales del país.”32
El mismo ministerio publicó en 1940 una cartilla sobre Higiene
integral y alimentación del niño que desde el campo de la “puericultura” –que se entendía como
un movimiento eugenésico, como veremos más adelante– les sirviera a los “médicos que trabajan
el contexto de una incipiente consolidación de la “clase obrera” durante la década de 1920, aunque el gobierno
seguiría con una política de poca intervención estatal. La década de 1930 es caracterizada por Hernández como un
periodo en el que tanto liberales como conservadores coincidían en darle al estado un papel protagónico en la gestión
de obreros, desempleados y pobres. Es en este periodo que se empieza a consolidar un proceso de transformación de
la beneficencia a la asistencia pública comandada por el estado, aunque regionalmente el modelo de beneficencia
siguió operando en gran medida. Con la creación del Ministerio de Higiene, el Seguro Social, la Caja Nacional de
Previsión y otras instituciones, en la década de 1940, se parece consolidar un sistema de salud pública estatal que, no
obstante, estuvo estructuralmente fragmentado al dividir sus servicios e instituciones para pobres, los trabajadores
por sectores de presión y ricos. Mario Hernández Álvarez, “La fractura originaria en la organización de los servicios
de salud en Colombia, 1910-1946”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 27 (2000): 7-26. 30
R. G. C., “Modo de obtener la eficiencia del trabajador”, Revista Nacional de Agricultura 13, no. 187 (1920): 226-
229, 227-28. 31
Alberto Borda Tanco, “Ciencia de la alimentación. Motor humano y motor animado o de sangre”, Revista
Nacional de Agricultura 26, no. 367 (1935): 12-15, 14. 32
Socarrás, Alimentación de la clase obrera, 3. Este trabajo había sido publicado originalmente en la revista Anales
de Economía y Estadística, órgano de difusión de Contraloría General de la República, que había sido creada en
1923 como resultado de una de las recomendaciones de la misión norteamericana en asuntos económicos que el
gobierno contrató en ese mismo año (Misión Kemmerer). El Ministerio de Higiene decidió publicarla como cartilla
dentro de su campaña educativa.
12
en la Higiene Nacional” para la “solución de los numerosos problemas médico-sociales que a
diario se les presentan.”33
Sus autores, los médico Rubén Gamboa y Héctor Pedraza, dedicaban el
segundo capítulo de su obra al “problema social” de la alimentación –el primero estaba dedicado
a explicar la ciencia de la eugenesia–, cuyo campo de investigación debía incluir análisis sobre
“producción, transporte, consumo, educación, valor energético y biológico de los alimentos y de
sus mezclas, fijación del salario vital, de tal manera que se establezca una correlación justa entre
el poder adquisitivo del trabajo y el costo de las necesidades biológicas (alimentación, habitación,
vestido, diversiones).” 34
Su propósito último era optimizar lo que no dudaron en llamar la
“energía social” del país:
Si el organismo no recibe alimentos suficientes y apropiados en cantidad y calidad, no podrá
desarrollarse normalmente ni reparar sus tejidos, ni defenderse de las infecciones por falta de
inmunidad [...], ni mucho menos estará en capacidad de desarrollar la energía necesaria para el
trabajo. Este último aspecto del problema es el más importante y el que presenta mayores
dificultades, pues para conseguir que el pueblo pueda nutrirse correctamente en cantidad y calidad,
se necesita la intervención directa del Estado sobre los factores industriales de la producción,
transporte, distribución y consumo de los alimentos, y también sobre la educación, que
naturalmente debe ocupar el primer plano. Todos los gobiernos, en defensa de la salubridad pública,
intervienen para suministrar agua potable a las poblaciones; con mayor razón deben intervenir para
normalizar los múltiples factores que atañen a la alimentación, ya que ella es la fuente de la energía
social y base de la defensa de la salud individual y colectiva.35
En general, aprovechando estándares europeos y norteamericanos que permitían traducir en
calorías los contenidos nutritivos de los alimentos locales –carbohidratos, grasas y proteínas– y
definir los requerimientos calóricos mínimos para diferentes personas (lactantes, niños, etc.) y
actividades (jornaleros, obreros, etc.), desde finales del siglo XIX se empezaron a realizar
encuestas de los hábitos alimenticios de la “clase obrera” (de adultos y niños), análisis de la
composición nutricional de estos alimentos y su precio en el mercado, de las características
metabólicas de diferentes poblaciones y recomendaciones de raciones mínimas y sueldos
mínimos necesarios para suplirlas, así como incipientes campañas de higiene alimentaria y
conocimiento nutricional.36
Este ámbito de investigación e intervención, que transitaba entre lo
33
Rubén Gamboa Echandía y Héctor Pedraza, Higiene integral y alimentación del niño (Bogotá: Imprenta Nacional,
1940), 4. 34
Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 51. 35
Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 50. 36
Además de los trabajos ya mencionados, ver, entre otros, Liborio Zerda, “Estudio químico, patológico e higiénico
de la chicha”, Anales de la instrucción pública en la República de Colombia 14, no. 78 (1889): 3-51; Andrés
Carrasquilla, Atrepsia (Bogotá: Imprenta la Luz, 1889); Carlos Michelsen Uribe, “Carnes. Su consumo en Bogotá”,
Revista de Higiene. Órgano de la Junta Central de higiene 3, no. 29 (1891): 227-229; Miguel Arango M.,
Observaciones sobre la leche y el régimen lácteo (Bogotá: Imprenta de Medardo Rívas, 1893); Rafael Zerda Bayón,
Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia (Bogotá: Imp. del
Comercio, 1917); Calixto Torres Umaña, “Influencia de la chicha sobre el metabolismo azoado”, en Proceedings of
The Second Pan American Scientific Congress. Section VIII Part 2, ed. Glen Levin Swiggett (Washington:
Government Printing Office, 1917), 105-110; Calixto Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado en Bogotá (Bogotá:
13
natural y lo cultural, entre políticas biológicas y políticas sociales, se enfocó en lograr la
“vigorización racial” de la población, ayudando justamente a darle un nuevo sentido a la noción
de raza. Pero además de este continuo tránsito entre los aspectos biológicos y sociopolíticos
presente en los discursos de médicos e ingenieros sobre regeneración racial, la misma concepción
energética del organismo y, como veremos a continuación, la idea de que el organismo
optimizado podía heredar esa condición se pueden entender como un lenguaje construido en un
contexto cultural particular y no simplemente como la porción biológico del pensamiento social.
Dicho de otra forma, no es que existieran saberes claramente diferenciados y acotados para los
compartimentos naturales y culturales de la realidad que se intentaba aprehender y gestionar, sino
que esa realidad adquirió una forma particular cuando se ensamblaron una serie de saberes,
prácticas e instituciones.
INGENIERÍA SOCIAL, HERENCIA Y PUERICULTURA
Uno de los discípulos del higienista García Medina fue el pediatra Calixto Torres Umaña quién
en su tesis de grado de medicina realizó una detallada investigación sobre las capacidades
metabólicas de los habitantes de Bogotá y Tunja. En este trabajo de 1913, Torres realizaba un
repaso del desarrollo histórico de la nutrición, destacando que esta ciencia había logrado su
máximo desarrollo al lograr integrar efectivamente en su concepción del metabolismo el
principio de la conservación de la energía. En el centro conceptual de esta nueva ciencia de la
alimentación, se encontraba, como ya hemos mencionado, la analogía del cuerpo humano como
una máquina térmica:
El organismo sirve para la transformación de la energía, y él no la retiene, como no la crea. En un
cuerpo adulto, en equilibrio de peso, la energía llevada por los alimentos es equivalente a la gastada
por el individuo […] el principio de la conservación de la energía se aplica pues al animal tan
Ed. Arboleda & Valencia, 1913); Remigio Díaz Valenzuela, Apuntes sobre la alimentación de los niños normales
durante los primeros meses de la vida (Bogotá: Tip. de El Voto Nacional, 1922); Calixto Torres Umaña, Problemas
de nutrición infantil (París: Eds. Franco-Ibero-Americana, 1924); Luis E. Ferro Latorre, Contribución al estudio de
la alimentación del niño normal en su primer año (Bogotá: Tip. Italia, 1927); Alonso Jaramillo Arango, Química
sanguínea, ración alimenticia y metabolismo (Medellín: s.n., 1932); Laurentino Muñoz, La tragedia biológica del
pueblo colombiano. Estudio de observación y de vulgarización (Cali: Editorial América, 1935); Carlos García
Mayorga, Problemas de la Alimentación en la Clase Obrera Colombiana (Bogotá: Editorial Santafé, 1935);
VV.AA., Nuestros alimentos (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935); Aristides Paz Viera, Insuficiencia de la ración
Alimenticia del Obrero en Cartagena (Cartagena: Tipografía Di Costa, 1935); Alberto Borda Tanco, “Ciencia de la
alimentación. Motor humano y motor animado o de sangre”, Revista Nacional de Agricultura 26, no. 367 (1935): 12-
15; Juan B. Arias, “Las hortalizas y su valor alimenticio”, Revista Nacional de Agricultura 32, no. 395 (1937): 1046-
1066; Leonidas Hurtado M., “Informe que rinde al señor ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, el subjefe
de Sanidad doctor Leonidas Hurtado M., de la visita practicada al sector de trabajo Puerto Sagoc”, Revista de
Higiene 19, no. 10 (1937): 5-40; José Francisco Socarrás, Alimentación de la clase obrera en Bogotá (Bogotá:
Imprenta Nacional, 1939); Francisco Abrisqueta, “Las condiciones y el costo de vida de la clase obrera en Medellín”,
Anales de Economía y Estadística 3, no. 6 (suplemento) (1940): 1-56; Miguel Arango R., “Notas sobre algunas
raciones alimenticias”, Revista Nacional de Agricultura 35, no. 436 (1940): 13-17; Jorge Bejarano, Alimentación y
nutrición en Colombia (Bogotá: Editorial Cromos, 1941).
14
exactamente como a la máquina de vapor. […] la nutrición se reduce a una transformación de la
energía.37
Esta analogía, que empezaba a estructurar la forma de estudiar e intervenir la alimentación
de la población, no debe ser considerada como un reflejo o explicación transparente de la
naturaleza humana encarnada en el discurso biológico de la fisiología de la nutrición. Como bien
lo ha señalado Donna Haraway, fue en el contexto industrial de la segunda mitad del siglo XIX
que “los científicos constituyeron materialmente el organismo como un sistema laboral,
estructurado a través de una división jerárquica del trabajo y de un sistema energético”.38
El ya
clásico trabajo de Anson Rabinbach sobre los vínculos entre economía salud y productividad, es
un estudio detallado del proceso de cómo se construyó la naturaleza humana en la Europa de la
segunda mitad del siglo XIX en torno a la concepción moderna del cuerpo como un motor
termodinámico.39
Como he analizado en otro lugar, en el contexto colombiano de finales del siglo
XIX esta analogía sufrió un complejo proceso de apropiación, donde elementos culturales,
religiosos y económicos jugaron un papel en la forma como el pensamiento social de la época,
tanto de las elites liberales como conservadoras, terminó por integrar en su horizonte de verdad
una interpretación del cuerpo humano que, aunque materialista, permitió cuantificar las
potencialidades de trabajo de la población mientras reducía su existencia real –física e
intelectual– a una mera condición de optimización energética.40
Si a mediados del siglo XIX se
destacaba el “doloroso” error de “algunos escritores que han equiparado al hombre con una
máquina”,41
en los primeros años del siglo XX la concepción de que “todo trabajador es una
máquina que sufre deterioros y que necesita continuamente repararse [y que] la fuerza con que
actúa esta maravillosa máquina humana es la energía”42
se había convertido en un elemento
estructurador en la forma de abordad la realidad social.
El estudio de Torres Umaña era un fiel reflejo de cómo esta concepción energética del
organismo, profundamente relacionada con la representación de una sociedad industrial y
productiva,43
ayudó a su vez a definir algunos de los “problemas sociales” que se percibían como
los más apremiantes de la nación colombiana. De hecho, la investigación de este médico fue
presentada en el segundo Congreso Científico Panamericano que se realizó en 1916-17 en
37
Calixto Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado en Bogotá (Bogotá: Ed. Arboleda & Valencia, 1913), 14-15. 38
Donna Haraway, Modest Witness@Second Millennium. FemaleMan Meets OncoMouse: Feminism and
Technoscience (London: Routledge, 1997), 97. [La traducción es mía]. 39
Rabinbach, The Human Motor. 40
Pohl-Valero, “Energy, productivity and nutrition”. 41
Así lo aseguraba un manual de economía política con el que se estudiaba esta ciencia en la Colombia de la década
de 1850. Gorgonio Petano y Mazariegos, Manual de economía política (París: Rosa y Bouret, 1859), 110. 42
Sz, “El ahorro de energía”, Cromos 9, no. 196 (1920): 33. 43
En esa época se empezaba a producir en algunas ciudades de Colombia, como Medellín y Bogotá, un lento proceso
de industrialización y urbanización que poco a poco iría cambiando el modelo de producción colonial al moderno.
Para académicos como Santiago Castro-Gómez, no sólo fue la implementación de una nueva forma de producción la
que generó políticas para producir sujetos modernos, sino justamente el deseo y la virtualidad de esa
industrialización, lo que aún antes de sus condiciones materiales estructuró esas políticas y gobierno de la vida.
Santiago Castro-Gómez, Tejidos Oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) (Bogotá:
Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009).
15
Washington, como un ejemplo de los intereses de investigación nacional más relevantes.44
Por
iniciativa de la delegación norteamericana, se le pidió al gobierno colombiano que escogiera a los
ponentes locales para este congreso, siendo el médico Carlos Esguerra, presidente de la
Academia de Medicina de Bogotá, el que sentó los criterios para escoger los trabajos científicos
que se presentarían: “de acuerdo con la Academias y Facultades científicas, [que el Gobierno]
abriera un concurso sobre temas que, inscritos en el programa del Congreso, tuvieran interés
nacional y correspondieran a las ciencias que cultivan nuestras Academias y que el Gobierno
enseña en las Facultades que forman la Universidad.”45
El hecho de que un trabajo inscrito en la
fisiología energética de la nutrición fuera elegido para representar los intereses investigativos de
Colombia, demostraba la percepción de que este campo de saber era central para afrontar –pero a
la vez definir–, como el mismo Torres lo señalara, “nuestros más trascendentales problemas”.46
El director de la tesis de Torres, el mencionado higienista García Medina, no dudó en señalar que
este trabajo era “uno de los estudios de mayor mérito, de más trascendencia científica y social y
más inteligentemente desarrollados que se han presentado a esta facultad.”47
Su trabajo partía de mediciones fisiológicas y químicas realizadas en Bogotá y Tunja que,
una vez comparadas estadísticamente con la media europea, adquirían significado social sobre las
capacidades de progreso de la población colombiana y sobre la superioridad o inferioridad racial
de diferentes fisiologías regionales y nacionales. Esta cuantificación de la diferencia se basó en
las mediciones promedio de la temperatura corporal, de la capacidad torácica, del número de
glóbulos rojos y de la composición química de la orina que Torres obtuvo de muestras
poblacionales catalogadas como “clase obrera” y “clase acomodada”. Al comparar estos
resultados con los obtenidos en estudios similares realizados en poblaciones europeas y al
comprobar que “nuestro suelo es suficientemente rico en materiales nutritivos y que nuestros
productos alimenticios nada tiene que envidiar a los de las zonas templadas”, Torres concluía que
“nuestra raza […] está atacada de un principio de degeneración fisiológica [un retardo
nutricional] que la incapacita para defenderse contra las agresiones de la altura.”48
Así, aunque los
alimentos locales eran suficientemente nutritivos, la capacidad metabólica de su asimilación por
parte de la población de la altiplanicie, incluso de las clases acomodadas, era inferior a la
población europea, lo cual repercutía en una mayor disposición a adquirir ciertas enfermedades y
a una menor capacidad de trabajo físico.
Parecía ser que la máquina humana local era menos eficiente en su capacidad de
transformar la energía de los alimentos en trabajo físico e intelectual que la ubicada en otras
latitudes. Aunque la altitud era una de las causas inmediatas de esta disminución de la eficiencia
44
Calixto Torres Umaña, “La nutrición en la altiplanicie de Bogotá, en Proceedings of The Second Pan American
Scientific Congress. Section VIII Part 2, ed. Glen Levin Swiggett (Washington: Government Printing Office, 1917),
52-104. 45
Citado en, Ministerio de Instrucción Pública, República de Colombia, “Undécima parte. Segundo Congreso
Científico Panamericano de Washington”, en Memoria del Ministro de Instrucción Pública al Congreso de 1916
(Bogotá: Imprenta Nacional, 1916), 149. 46
Torres Umaña, “La nutrición”, 52. 47
Pablo García Medina, “Concepto del presidente de tesis”, en Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado, 8. 48
Torres Umaña, “La nutrición”, 64.
16
humana, Torres señalaba que era muy probable que si se hicieran las mismas mediciones en
habitantes de otras regiones del país, se obtendrían resultados similares, ya que, además de la
altura, el hecho de encontrarse Colombia en la zona tropical ecuatorial, sin estaciones y con
características atmosféricas particulares, podía repercutir en esta inferioridad biológica. Una
generalización de esta visión energética y jerárquica de las razas la resumía muy bien unos años
después un reportero de la revista cultural Cromos en los siguientes términos:
¿Qué es lo que nos subyuga en el extranjero? Indudablemente la energía de que todos ellos, cual
más, cual menos, presentan rasgos pronunciados. Es esa energía lo que provoca en nosotros
reverencia, temor, sumisión. El europeo y el norteamericano que establecen aquí empresas de
cualquier índole triunfan casi siempre porque viven desarrollando una energía que en ocasiones
podríamos calificar de prodigiosa si no supiéramos de cuánto es capaz el hombre que ha aprendido
a disciplinarse y que sabe templar sus fuerzas físicas y morales. Con nuestra dejadez característica,
con nuestra flojedad, con nuestra quietud contrasta bárbaramente esa energía exultante, invencible,
siempre alerta, y hétenos ahí rendidos ya ante el extranjero […], y brota en muchas mentes el
pensamiento pesimista de que la pujante energía de las razas rubias acabará fatalmente por
dominarnos y mermar nuestra condición de hombres cabales y pueblo libre.49
Al igual que los higienistas que vimos en la sección anterior, Torres señalaba la
importancia de inculcar en el pueblo las nociones de una alimentación adecuada regida por la
ciencia de la nutrición, así como fomentar la educación física y aumentar el consumo de carne–
que las estadísticas locales mostraban como muy inferior al de países como Francia– y regular su
precio como las medidas necesarias para compensar las deficiencias metabólicas de la población
local. La consolidación de esta ciencia de la nutrición y su incipiente papel en las políticas de
estado para el gobierno de la vida, se vio reflejado de forma patente en la educación que recibían
los maestros de escuela. En 1917, en respuesta a las demandas de una mayor educación de la
higiene para la población, el gobierno designó como texto oficial para la enseñanza de la
nutrición en las Escuelas Normales de Colombia, un tratado escrito por el médico y químico
Rafael Zerda Bayón (1850-1920) y titulado Química de los alimentos, adaptada a las
necesidades económicas e higiénicas de Colombia. El Ministerio de Instrucción Pública compró
tres mil ejemplares del libro para distribuirlas en estos centros educativos que tenían como
función formar a los futuros maestros de las escuelas públicas de toda Colombia (Consejo de
Estado, 1917). Con esto, se pretendía asegurar que los maestros tuvieran los conocimientos
suficientes para transmitirles a la niñez colombiana las bases de una higiene alimentaria que
mantuviera la salud y que lograra un equilibrio energético entre lo que consumían y lo que
gastaban en el trabajo, así como aprender a aprovechar de la mejor forma los alimentos locales.
En el texto, Zerda Bayón definía la ciencia de la alimentación como un análisis termodinámico
para optimizar la capacidad productiva del cuerpo:
49
Gonzalo París, “Energía”, Cromos 5, no. 132 (1918): 161.
17
Termoalimentación es el estudio de la naturaleza de los alimentos necesarios para sostener un
número de calorías compatible con la buena salud durante el trabajo. [...] La alimentación racional
es la cantidad rigurosamente necesaria para sostener la vida en la más completa salud. […] La
alimentación completa debe satisfacer las necesidades orgánicas y ser de buena calidad y en
cantidad relacionada con los trabajos a que está sometido el hombre.50
En esos primeros años del siglo XX se publicaron también diversos manuales de higiene
destinados a escolares y madres que le prestaban especial atención al régimen alimenticio de los
niños. Como uno de ellos señalaba en 1905, “atribuida la degeneración visible de nuestra raza a
la acción del medio, a la vaga e indefinida del tiempo, no hemos fijado la atención en los
verdaderos agentes de nuestra debilidad y decadencia.”51
Su autor, el médico José Ignacio
Barberi en conjunto con Torres Umaña y otros médicos, fundaron años después, en 1917, la
Sociedad de Pediatría de Bogotá como una iniciativa para atacar esos “agentes de debilidad y
decadencia”. El objetivo de la sociedad era
Desarrollar y perfeccionar entre nosotros el estudio de las enfermedades de los niños, favorecer su
crianza y atenderlos con sus enfermedades; con tal fin propondrá por fundar consultorios gratuitos
en los distintos barrios de la ciudad, tratará de establecer la institución conocida con el nombre de
“Gotas de Leche” y se preocupará por divulgar por todos los medios posibles la manera de criar los
niños de acuerdo, con las ideas higiénicas modernas, para lo cual, sus miembros dictarán
conferencias periódicamente a las madres que desean mejorar la salud de sus hijos. Será pues, ésta
una Sociedad científica y docente a la vez que de beneficencia.52
La creación de la “Gota de Leche”, se llevó a cabo en Bogotá un año después. Aunque esta
institución, destinada a proporcionar leche a los niños pobres cuyas madres no tenían la
capacidad de atender adecuadamente su lactancia, ha sido generalmente entendida como un
programa de beneficencia social propio del ideal católico de la caridad,53
su existencia se
enmarcaba también en un campo científico sobre la alimentación y la higiene pública. De hecho,
se designó a la Sociedad de Pediatría para que dirigiera la “parte científica de la institución”, la
cual definió en términos calóricos las raciones de leche que deberían consumir los críos de
acuerdo a su edad y peso. Varios médicos de la época realizaron pasantías en estas instituciones y
realizaron sus tesis de medicina sobre análisis químicos y calóricos de la alimentación que
recibían estos niños, así como sobre la reconstrucción estadística del “tipo racial exacto [del niño
colombiano] en las distintas edades”.54
Esta institución, de iniciativa privada pero que contó cada
50
Rafael Zerda Bayón, Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia
(Bogotá: Imp. del Comercio, 1917), 15. 51
José Ignacio Barberi, Manual de higiene y medicina infantil al uso de las madres de familia (Bogotá: Imp.
Eléctrica, 1905), iii. 52
AGN. República, Ministerio de Gobierno, sección 4ta Personerías Jurídicas, tomo 6, ff. 131-132. 53
Beatriz Castro, Caridad y beneficencia, en el tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá:
Universidad Externado de Colombia, 2007). 54
Jorge Andrade, Contribución del estudio del recién nacido (Bogotá: Editorial Minerva, 1922), 10-11. Ver, además,
Enrique Pardo Calderón, Consideraciones sobre las Gotas de Leche (Bogotá: Tip. Minerva, 1920); Tiberio Rojas,
18
vez más con apoyos gubernamentales y departamentales, fue presentada en 1919, tal como lo
comentara el higienista liberal Jorge Bejarano, como un espacio para formar “bellos ejemplares
de raza y vigor” y para lograr la “renovación de los pueblos.”55
Las mismas imágenes que
acompañaban el artículo de Bejarano, representaban a la Gota de Leche más como un laboratorio
de ingeniería social en el que a través de la ciencia y la enseñanza se estaba regenerando
fisiológicamente a la población, que como un simple espacio de asistencia benéfica. En 1933, al
inicio de un periodo liberal tras más de cuarenta años de gobiernos conservadores, existían unas
30 Gotas de Leche y Salas Cuna en 17 ciudades de Colombia, que preparaban un promedio de
150.000 teteros al mes.56
Imágenes que acompañaban el texto de Bejarano de 1919
Tanto las Gota de Leche como los comedores escolares, que se establecieron en diferentes
ciudades de Colombia en la década de 1930,57
buscaban inculcar en madres y niños los principios
de una alimentación racional basada en la nutrición y que aprendieran a concebir sus cuerpos
como máquinas térmicas que debían estar en óptimas condiciones para transformar la energía de
“Mortalidad infantil. Gota de leche”, Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de Medicina 36,
no. 429-432 (1918): 246-285; Remigio Díaz Valenzuela, Apuntes sobre la alimentación de los niños normales
durante los primeros meses de la vida (Bogotá: Tip. de El Voto Nacional, 1922). 55
Jorge Bejarano, “Las Gotas de Leche. Su significado y valor social”, Cromos 8, no. 181 (1919): 189-190. 56
Para los datos estadísticas de esta institución entre los meses de octubre y noviembre de 1933, ver “Gota de Leche
y Salas Cunas: Movimiento en el mes de Noviembre de 1933”, Revista de Higiene, Órgano del Departamento
Nacional de Higiene, 3, no.3-4 (1934): 162-163. 57
Según el informe de Calixto Torres Umaña en la Décima Conferencia Sanitaria Panamericana y la Tercera
Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura, realizadas conjuntamente en Bogotá en 1938, en Colombia
existían 638 “restaurantes escolares, destinados a procurar comida gratuita a escolares mal alimentados”,
distribuyendo alimentación a 100.000 niños. Calixto Torres Umaña, “Alimentación”, en Oficina Sanitaria
Panamericana, Actas de la décima Conferencia Sanitaria Panamericana (Bogotá: Oficina Sanitaria Panamericana,
1938), 468.
19
los alimentos en trabajo productivo. Las colonias de vacaciones escolares, iniciadas al final de
esa década, representaron un excelente ejemplo de estos laboratorios de ingeniería social en
donde se congregaban adolescentes campesinos de diferentes regiones del país por periodos de
tres meses para su “restablecimiento fisiológico” a través de un régimen higiénico que incluía
educación física y una alimentación racional.58
Tanto los comedores como las colonias eran
coordinados por el Ministerio de Educación, que a su vez inició en 1935 una importante campaña
de difusión cultural popular denominada la Biblioteca Aldeana. El contenido de estas bibliotecas,
que deberían llegar a cada uno de los municipios del territorio nacional, incluía, en primer lugar,
una serie de cartillas técnicas con conocimientos prácticos para la población campesina. El
conocimiento energético de la alimentación y del funcionamiento del cuerpo-máquina fue un
tema central en varias de estas cartillas.59
Tal como lo expresaba uno de estos texto, Nuestros
Alimentos,
Nuestro cuerpo es una máquina preciosa que necesita de especial solicitud. Sus varias piezas deben
funcionar en perfecta armonía. […] Como toda máquina, el cuerpo necesita de alimento para
trabajar. Este alimento, sin embargo, debe estar de acuerdo con la naturaleza de cada máquina. […]
Cuando el alimento es adecuado y tiene en cada órgano su conveniente desarrollo, la máquina
produce buen trabajo. Pero si el alimento no es adecuado, o está mal preparado en cualquiera de sus
varias fases, sobreviene la enfermedad.60
Así, el mismo cuerpo, además de las Gotas de leche, los comedores escolares y las colonias
vacacionales, e incluso las cocinas de los hogares colombianos deberían ser entendidos como
laboratorios de regeneración fisiológica. Otra de las cartillas de la Biblioteca Aldeana lo
expresaba de forma elocuente: “si de las sustancia que un individuo ingiere como alimentos no
puede el laboratorio de su cuerpo tomar lo que necesita para todos los fines mencionados [para
construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su salud
y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo]”61
,
se arruinaría su salud y su resistencia vital, mientras que la preparación científica de las
sustancias nutritivas debería hacer que
la cocina [sea] un laboratorio donde las materias primas que son los alimentos crudos o en estado
natural, deben ser transformados en comida sana y digerible y no en tósigos tanto más perniciosos
en cuanto más agradables pudieran resultar al gusto. El lema de la buena cocinera debe ser nutrir
agradando y no deleitar intoxicando. De muy poco servirán los preciosos descubrimientos de los
58
Norberto Solano Lozano, “Colonia escolar de vacaciones”, en Educación Nacional. Informe al Congreso 1938.
Anexo I (Bogotá, Editorial ABC, 1938), 34. 59
VV.AA., Nuestros alimentos (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935); VV.AA., Las doce plagas mayores (Bogotá:
Ministerio de Educación Nacional, 1935). 60
VV.AA., Nuestros alimentos, 7-8. 61
Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de
Educación Nacional, 1935), 5.
20
sabios en materia de higiene de los alimentos si las amas de casa y las cocineras siguen
ignorándolos en lo que les corresponde saber.62
Imágenes de la revista Salud y Sanidad de 1937
Dentro del campo de saber fisiológico y de higiene pública que informaba este tipo de
instituciones y campañas, se encontraba también la moderna ciencia de la puericultura, como una
rama de la pediatría que no separaba en su enfoque lo biológico y lo social. Uno de sus
principales promotores en Francia, Adolphe Pinard, tuvo gran repercusión en Colombia,
traduciéndose su libro La puericultura (crianza de los recién nacidos) en 1907 por una editorial
62
Bonilla, “Alimentación defectuosa”, 15. [Las cursivas son mías].
21
bogotana.63
Esta ciencia, que los seguidores de Pinard en Colombia definían como aquella que
“trata de la investigación de todos los conocimientos concernientes a la reproducción,
conservación y mejoría de la especie humana”64
, se entendió como una fuente fundamental para
el “porvenir de la raza”. Varios médicos colombianos destacaban la idea de Pinard de que se
podría evitar las taras de los niños antes y después de su procreación a través de medidas
adecuadas y que eran entendidas como eugénicas:
La puericultura antes de la procreación no es sino una medida profiláctica que se toma para impedir
el número considerable de taras que hacen o pueden hacer del individuo una carga para la sociedad,
en lugar de un elemento activo y útil. Eso se propone la eugenesia, y preservando en sus esfuerzos,
llegará un día a hacer de la herencia, no la fuerza ciega que transmite males, sino la encargada de
rodear de dones la cuna del niño.65
Una de las concepciones fundamentales que informaban la puericultura y que permitió
concebir la alimentación de padres y niños como una campaña eugénica era la idea neo-
lamarckiana de la herencia de características adquiridas. Como lo explicaba el médico José
Salazar en su tesis de grado de 1921, las células germinativas podían degenerarse por acción
directa de ciertas enfermedades e intoxicaciones de los padres. Estas degeneraciones actuaban
sobre “los gérmenes que aún no se han conjugado, por intermedio de sus portadores, creando, en
su origen, lo que se ha llamado ‘defectos hereditarios’”. El alcoholismo de los padres, por
ejemplo, aunque fuera reciente antes de que naciera el niño, podían generar alteraciones en el
protoplasma de las células germinativas, produciendo “generaciones patológicas que continúan
amenazando a varias generaciones sucesivas, en forma de vicios o defectos hereditarios”.66
Como
ha señalado Nancy Stepan, para el caso de Brasil, Argentina y México, los fuertes vínculos
culturales de América Latina con Francia (en especial en la educación médica) así como algunos
valores católicos de estos países (que condenaban prácticas como la esterilización) fueron
factores importantes en la forma como fue apropiada y articulada una eugenesia “blanda” que fue
asociada “en el plano teórico con “nociones flexibles neo-Lamarckianas de la herencia (en las
que no se establecieron claras fronteras entre lo natural y lo cultural [nature and nutrure] y en el
plano práctico con un intervencionismo en salud pública.”67
63
Adolphe Pinard, La puericultura (crianza de los recién nacidos) (Bogotá: Lib. Americana, 1907). El movimiento
eugenésico en Francia se basó en la “regeneración” de la nación a través de la puericultura, en un contexto donde las
teorías hereditarias neo-lamarckianas dominaron el pensamiento científico sobre el darwinismo y el mendelianismo
hasta bien entrado el siglo XX. Los eugenistas franceses defendían por lo tanto la idea de que se lograría un
mejoramiento de la raza a través de la higiene y un entorno doméstico adecuado. Los padres eugénicos, criando a los
niños en estas condiciones, producirían beneficios hereditarios a la sociedad. Esta perspectiva positiva de la
eugenesia reflejaba a su vez el optimismo nacionalista de la Francia de la Tercera República. James Moore, “The
Fortunes of Eugenics”, en Medicine transformed: health, disease and society in Europe, 1800-1930, ed. Deborah
Brunton (Manchester: Manchester University Press, 2004), 278; W. H. Schneider, Quality and Quantity: The Quest
for Biological Regeneration in Twentieth-Century France (Cambridge: Cambridge University Press, 1990). 64
José Ignacio Vernaza, Higiene escolar (Bogotá: Arboleda & Valencia, 1912), 11. 65
Herman Gartner, Notas sobre puericultura pre-natal (Bogotá: Ed. Colombia, 1922), 11. 66
José Salazar Estrada, Mortinatalidad (Bogotá: Imprenta del comercio, 1921), 8. 67
Stepan, The Hour of Eugenics, 17. [La traudcción es mía].
22
El propio Torres Umaña, seguidor de los postulados neo-Lamarckianos, no dudaría en
afirmar que “fuera de la generación y de la herencia no hay en la biología un problema tan
trascendental como el de la nutrición.”68
Además de su papel como fundador de la Sociedad de
Pediatría y promotor de la puericultura, dedicaría numerosos trabajos al estudio de la nutrición
infantil, tratando de definir los requerimientos calóricos necesarios para los niños de acuerdo a
peso y edad y calculando el valor calórico de los alimentos más usados en Bogotá. En medio de
este creciente interés por el estudio científico de la alimentación para el mejoramiento y porvenir
de la raza, no sorprende que tanto Torrres Umaña, como el anteriormente mencionado higienista
Jorge Bejarano –que sería figura central en la creación del Instituto Nacional de Nutrición a
principios de la década de 1940– fueran dos de los invitados a discutir durante ocho viernes
consecutivos de 1920 los “problemas de la raza en Colombia” ante un público abarrotado en el
Teatro Municipal de Bogotá.69
La presentación de Torres fue, de hecho, un resumen de los
resultados de su investigación nutricional de 1913, y en la que volvía a asegurar que era “un
hecho experimentalmente comprobado que existen en nosotros [los habitantes de la altiplanicie
cundiboyacense] signos de debilidad biológica”, pero a la vez que la ciencia y la higiene podían
“suplir lo que la naturaleza no ha alcanzado a realizar en su proceso de adaptación.”70
Poniendo
como ejemplo a los trabajadores de Puerto Rico, destacaba cómo la higiene moderna los había
logrado transformar en “hombres robustos”, cuyo cambio favorable “se va acentuando más en sus
descendientes porque si heredan los caracteres adquiridos en sentido desfavorable, con mayor
razón los que son fruto de un restablecimiento en virtud de la fuerza biológica que tiende a llevar
a los individuos hacia sus tipos ancestrales.”71
Como bien señala Catalina Muñoz, estos debates no eran nuevos y ya habían interesado a
la élite de mediados del siglo XIX en su búsqueda del progreso económico de la nación. Pero
ahora, señala Muñoz, bajo el nuevo contexto económico y social de principios del siglo XX, se
volvían a formular inquietudes similares relacionadas con las capacidades de la población para
avanzar en la modernización del país. En medio de una incipiente industrialización, construcción
de infraestructura comercial tecnológica y de incursión en mercados internacionales, así como
por la emergencia de tensiones sociales protagonizadas por diversos actores (clase obrera,
mujeres, estudiantes), las élites se enfrentaron al “reto de dar sentido a una realidad social
cambiante”, apoyándose en teorías geográficas y médicas que “les brindaban herramientas que
usaron creativamente para entender y ordenar su realidad.”72
Lo importante acá, es señalar que el
campo de saber sobre la alimentación, enmarcado en la representación del cuerpo humano como
68
Calixto Torres Umaña, Problemas de nutrición infantil (París: Eds. Franco-Ibero-Americana, 1924), 9. 69
Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920). Sobre el proceso
de creación del Instituto Nacional de Nutrición, ver Orlando Chacón Barliza y Dary Ruiz Rojas, Historia de la
formación del nutricionista dietista en Colombia. Los primeros cinco programas, 1952-1971 (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2007), 28-42. 70
Calixto Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa
(Bogotá: El Espectador, 1920), 176 y 180. 71
Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, 178. 72
Catalina Muñoz, “Estudio introductorio. Más allá del problema racial: el determinismo geográfico y las ‘dolencias
sociales’”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa (Bogotá: Editorial Universidad del
Rosario, 2011), 16.
23
una máquina térmica –símbolo a su vez del ideal de modernización al que Colombia intentaba
incursionar–, supuso desde inicios del siglo XX uno de los elementos fundamentales para
asignarle una dimensión energética a la noción de raza. El cuerpo máquina podía ser regulado a
través de la alimentación –esto es, su combustible–, para lograr su optimización productiva y
luego heredar esta condición para encaminar el ingreso de la nación en la tan ansiada
modernidad. Si en 1911 el higienista conservador García Medina aseguraba que con una
alimentación adecuada el pueblo trabajador colombiano podría producir en el futuro generaciones
que “en vez del germen de la decadencia que hoy llevan, tendrían el vigor fisiológico necesario
para salvar la raza de la degeneración que la abate”,73
en 1935 una de las cartillas sobre nutrición
del proyecto cultural liberal de la Biblioteca Aldeana, indicaba que las deficiencias causadas por
el descuido alimentario del niño en su periodo prenatal y posnatal eran incorregibles
posteriormente, siendo así que “se hace necesario, pues, aplicar a los niños desde ahora mismo
los conocimientos que hoy tenemos sobre alimentación, para ir estructurando sus cuerpos y
fomentando su salud y vigor de modo tal que las generaciones que vienen superen a la nuestra.”74
CHICHA, PRODUCTIVIDAD Y RAZA
En general, las élites percibían que uno de los principales obstáculos en la producción de cuerpos
modernos y de una raza acorde con esa modernidad era el alcoholismo en tanto que revertía los
valores de trabajo y productividad propios de ese sujeto deseado y degeneraba, aún antes de su
procreación y en su estado prenatal, a las futuras generaciones de trabajadores. Tal como lo
comentaba el médico José María Lombana Barreneche al iniciarse el siglo XX, el alcoholismo, y
en particular el constante consumo de chicha –una bebida indígena extraída a partir de la
fermentación del maíz y muy popular entre campesinos y obreros– era la principal fuente de que
se levantaran “generaciones hambreadas y degeneradas física y moralmente; porque es necesario
no perder de vista que la raza entra por la boca; pueblo bien alimentado, pueblo vigoroso,
trabajador, independiente, altivo; nación de porvenir por sus adelantos en la industria, las artes y
las ciencias.” La degeneración racial causada por el alcoholismo, afirmaba Lombana, se
heredaba, siendo un grave peligro que los padres ignoraran que podían transmitir a sus hijos la
herencia similar de la beodez [embriaguez] o alguna similar.”75
Dentro de esta visión de la alimentación como elemento fundamental para la regeneración
de la raza, una tensión fundamental con la que se enfrentaron todos aquellos que emprendieron
estudios sobre los hábitos alimenticios de la “clase obrera” fue el hecho de que la chicha era la
principal fuente de alimentación energética de los obreros y la idea de que esta bebida era nociva
para la salud y fuente de degeneración racial hereditaria. El trabajo pionero del médico
conservador Liborio Zerda sobre los componentes químicos de la chicha realizada a finales del
73
García Medina, “la alimentación”, 170. 74
Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de
Educación Nacional, 1935), 16-17. En esta cartilla los alimentos eran definidos como “todas las materias de que el
cuerpo hace uso para construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su
salud y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo.” (5). 75
José María Lombana Barreneche, “Prevención del alcoholismo”, Revista Médica de Bogotá 23, no. 277 (1903):
804 y 808.
24
siglo XIX influyó a varias generaciones de médicos sobre la idea de que en el proceso de
fermentación de la bebida popular, se generaba una toxina que podía llegar a “embrutecer” al
pueblo.76
Pero la supuesta enfermedad del “chichismo” y el consiguiente esfuerzo para reducir el
consumo de la bebida, se enfrentaban a la realidad irreductible de que ésta era la principal fuente
de alimentación de un amplio sector de la población.
De acuerdo al ya mencionado estudio de Cotes de 1893, los carreteros de la Sabana de
Bogotá consumían en promedio al día 3575 gramos de chicha (que equivalían al 76% del total de
gramos de comida que consumían por día), los canteros 1300 gramos (50%), los jornaleros
hombres 3575 gramos (78%) y los jornalero mujeres y muchachos 2275 (77%). Incluso en la
dieta que recomendada para que la clase obrera sufriera el menor desgaste posible de acuerdo a
sus trabajo corporal y teniendo en cuentas sus muy limitados ingresos, la chica era irremplazable,
recomendando un consumo de 1625 gramos (41%).77
La misma municipalidad de Cundinamarca
establecía que el régimen alimenticio de los presos del Panóptico de Bogotá, en esa misma época,
debía incluir tres vasos de chicha diarios por persona.78
Por su parte, García Medina mencionaba
casi 20 años después, en 1911, que el consumo de chicha seguía siendo escandalosamente alto,
con un promedio de 3000 gramos al día. Tanto Cotes como García Medina mencionaban que
aunque los estudios de Liborio Zerda sobre los componentes químicos de la chicha demostraban
que tenía elementos tóxicos, esta bebida preparada de forma higiénica contenía principios
nutritivos y estimulantes que eran indispensables para que los trabajadores, en sus precarias
condiciones, pudieran suplir sus gastos energéticos. Como comentara el abogado Ramón Vanegas
en un estudio similar al de Cotes y realizado en la misma época, los trabajadores con menores
ingresos consumían por lo menos tres vasos de chicha al día, mientras que los que ganaban un
poco más, se alimentan mejor, “sin dejar por eso la chicha, bebida favorita, que si bien mantiene
las fuerzas, tal vez por las sustancias que la componen, también, al decir de algunos, origina el
embrutecimiento más triste; quizá a ella se deba la gran diferencia que se nota comparando la
vivacidad de inteligencia emprendedora del muchacho, con el carácter sumiso y casi nula
iniciativa del adulto.”79
El mismo Lombana Barreneche reconocía que la chicha “como alimento
tiene cualidades importantes, es la base de la alimentación de nuestros humildes trabajadores, que
apenas la acompañan de un pan negro y algún plato de mazamorra, para transformarla en la
energía con la que cultivan nuestros campos o en labores de otro orden.”80
En el marco de un debate que llevaba más de 100 años sobre las medidas de regulación que
se deberían adoptar sobre el consumo de la chicha para la buena moral, la salud y el orden
público de la población, a principios del siglo XX el registro de los argumentos se había
76
Liborio Zerda, “Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha”, Anales de la instrucción pública en la
República de Colombia 14, no. 78 (1889): 3-51. 77
Cotes, Régimen alimenticio, 27-30. 78
Salomón Higuera, Observaciones sobre la alimentación suministrada a los presos / hechos por el ex-médico del
panóptico Salomón Higuera; desde fines de 1888, hasta principios de 1892 (Bogotá: Imprenta de Torres Amaya,
1892), 6. 79
Vanegas Mora, Estudio sobre nuestra clase obrera, 23. 80
Ricardo Tirado Macías y Ricardo Lombana Barreneche, “Correspondencia sobre la chicha”, Revista médica de
Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de medicina 27, no. 327 (1907): 360.
25
transformado notoriamente.81
Apelando a una especie de sociología energética espontánea por
parte de los trabajadores, García Medina explicaba las razones por las cuales estas personas
consumían la famosa bebida. La debilidad moral o las malas costumbres se habían desplazado a
favor de una explicación de equilibrio energético condicionado por los requerimientos de trabajo:
Una de las causas del abuso de la chicha es, sin duda, la alimentación insuficiente de la clase
trabajadora; y lo que se dice de esta bebida se aplica también al abuso del aguardiente en los lugares
donde ella no se consume. Uno y otra conducen al alcoholismo por una misma causa. En todo
tiempo y en toda zona el hombre siente necesidad instintiva de usar estimulantes del sistema
nervioso, y de ahí el empleo de las bebidas fermentadas y de otras más o menos excitantes como el
té y el café, todas las cuales se han tenido erróneamente por alimentos. Cuando la alimentación es
escaza o deficiente en ciertos principios, en relación con el esfuerzo que hay que emplear para la
ejecución de un trabajo y reparar las pérdidas de los tejidos, hay necesidad de hacer uso de esos
estimulantes cuya excitación pasajera engaña al organismo. Acostumbrase así el trabajador a buscar
en los productos alcohólicos la energía que le falta, y de aquí pasa fácilmente al abuso, cada días
más creciente, de una sustancia que, usada moderadamente, puede serle útil, pero que luego lo
conduce a la ruina completa. Llega entonces el alcoholismo, no por placer sino por una necesidad
de su organismo, que puede satisfacer mejor por otros medios; en tanto que otras clases sociales,
colocadas en mejores condiciones higiénicas y con una educación superior, llegan a él por una
vulgar satisfacción, tanto más censurable cuanto que, convertido en costumbre y propagado por el
ejemplo, el vicio individual se transforma en la más peligrosa de las enfermedades sociales.82
Desde la perspectiva del productivismo energético, la solución no era simplemente prohibir
el consumo de chicha, lo cual equivaldría a vaciar el tanque de la máquina social productora, sino
prepararla debidamente, bajar su grado de alcohol y combinarla con otros principios alimenticios,
o por lo menos encontrarle un sucedáneo. Así, con la consolidación de la alimentación racional,
la chicha, preparada debidamente, fue considerada por varios químicos y médicos, ya no como la
bebida que “embrutecía el pueblo”, sino como el combustible más barato que podía poner en
acción a la máquina humana.83
Por ejemplo, Zerda Bayón en su ya mencionado manual sobre
Química de los alimentos para las Escuelas Normales destacaba la importancia de bebidas como
el café y la chicha, dado que sus características químicas propiciaban en el organismo una buena
disposición para el trabajo y el ejercicio y desarrollaban más energía, disminuyendo el sentido de
fatiga. Aunque las bebidas alcohólicas eran presentadas como peligrosas para el hombre en la
sociedad (generaba violencia, indolencia y pereza al trabajo), la chicha era presentada por Zerda
Bayón como “la primera bebida alimenticia con que cuentan gran número de poblaciones de la
81
Para el debate sobre el consumo de chicha a finales de la colonia, ver Adriana Alzate Echeverri, Suciedad y orden.
Reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810 (Bogotá: Editorial de la Universidad del Rosario,
2007), cap. 3. Sobre la historia de la chicha y los debates médicos en torno a ella a finales del siglo XIX y principios
del XX, ver Noguera, Medicina y política, 150-169; Óscar Iván Calvo Isaza y Marta Saade Granados, La ciudad en
cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002). 82
García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 170-171. 83
Esto no quiere decir que existiera un consenso entre los médicos nutricionistas al respecto. Tanto Calixto Torres
Umaña como Jorge Bejarano fueron fieros detractores de esta bebida.
26
República”. Su uso era fundamental como fuente de energía barata para los cuerpos trabajadores,
y una vez producida de forma higiénica bajo parámetros científicos, aseguraba Zerda Bayón,
sería la bebida “más sana, agradable y nutritiva de las conocidas, perfectamente adaptable a las
condiciones físicas de la organización humana en estas alturas.” En varios trabajos de la época, se
hicieron cálculos del consumo calórico de un obrero durante un día de trabajo, destacándose
cómo la chicha aportaba la cantidad de carbohidratos necesarios para suplir esa cantidad de
energía, y a un muy bajo costo.
Aunque en la década de 1930 se intensificó la campaña contra la chicha y la cerveza
empezó a desplazarla como la nueva bebida popular –en 1948, después de los disturbios por la
muerte del político liberal y reformador social Jorge Eliécer Gaitán, se estableció una ley
nacional que prohibió su consumo–, todavía en 1939 las estadísticas indicaban que los obreros de
Bogotá consumían una media de 2250 gramos diarios de chicha. Para el médico liberal Francisco
Socarrás, era justamente gracias a la chicha –y al hecho de que en las estadísticas alimentarias se
incluyera su consumo– que los obreros de Bogotá lograban tener un consumo calórico
medianamente similar a los obreros de otros países. De hecho, la bebida popular, según el estudio
de Socarrás, aportaba el “50% del régimen calórico”84
, y sin ella, “nuestra clase obrera estaría
imposibilitada para subsistir.” Su análisis de la cuestión era muy similar al de García Medina: su
consumo se derivaba de un requerimiento fisiológico de balance energético:
De los datos anteriores [sobre la chicha y otros alimentos] surge una consideración más. Está visto
que los alimentos, en general, no son suficientes para mantener el gasto energético diario. Mucho
menos para acumular disponibles. ¿Qué ocurre entonces? Se trata de organismos que
fisiológicamente viven a debe. Al confrontar, a cada momento, la necesidad de gastar calorías han
menester suplirlas al instante. No poseen reservas a las cuales recurrir, ni pueden esperarse a un
largo proceso de elaboración digestiva para obtenerlas, cuando urge, especialmente, dar un
rendimiento de trabajo. El único elemento que suministra la energía en forma instantánea es el
alcohol. A él apelan. Pero haciéndose víctimas de un círculo vicioso. Sus calorías no permiten
reservar nada. Tan pronto como son ingeridas, se queman. Es necesario gastarlas. De lo contrario,
se pierden.85
Socarrás, recordando el debate de dos décadas atrás sobre los “problemas de la raza en
Colombia”, mantenía la idea de qué la población colombiana estaba sujeta a una “degeneración
étnica” causada principalmente por una “pobreza en la alimentación.”
CONCLUSIONES
Si a finales del siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant sistematizaba la idea de que la
humanidad se podía dividir y jerarquizar de acuerdo a su capacidad de ilustración, liderazgo y
emancipación en una escala cromática en cuya cúspide estaba la raza blanca y debajo de ella la
84
José Francisco Socarrás, “Alimentación de la clase obrera en Bogotá” Anales de Economía y Estadística 2 no. 5
(1939): 32. 85
Socarrás, “Alimentación de la clase obrera”, 33.
27
raza amarilla, negra y roja respectivamente,86
un siglo después el intelectual y político mexicano
Francisco Bulnes proponía una clasificación racial diferente: la raza del trigo, la raza del arroz y
la raza del maíz. Reproduciendo la jerarquización de Kant, Bulnes no dudaba en afirmar,
basándose en análisis nutritivos de estos alimentos, que los pueblos del maíz (los americanos)
tenían una incapacidad para la democracia dado que “el maíz ha sido el eterno pacificador de las
razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse”, mientras que los del
trigo (europeos) eran los “únicos verdaderamente progresivos.”87
Aunque lleno de ambigüedades,
con un lenguaje similar que articulaba nociones de raza y condiciones nutricionales y bajo un
horizonte conceptual que entendía el cuerpo humano como una máquina transformadora de
energía, la élite intelectual colombiana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX buscó
restaurar las fuerzas de una población pobre que insistentemente se pensó débil e inferior
racialmente pero susceptible de mejoramiento. Si la noción de raza de mediados del siglo XIX,
aunque polifónica,88
estaba fuertemente ligada a un climatismo que ubicaba en el exterior los
determinantes de las características físicas, morales e intelectuales de los cuerpos, en los albores
del siglo XX este concepto, todavía como categoría fenotípica diferenciadora y jerarquizadora,
empezaba a entenderse a la vez como un organismo que bajo ciertas condiciones de
funcionamiento tenía la capacidad de regularse constantemente para evitar lo que en ese
momento se empezó a llamar como su “degeneración”.
Desde esta perspectiva es posible problematizar en diversos aspectos la interpretación
histórica que se ha realizado sobre la configuración del pensamiento social de la época y la clara
distinción establecida entre elementos biológicos y elementos sociopolíticos. Por un lado, se ha
tendido a asumir que las campañas sanitaras, educativas y alimentarias desarrolladas en la
décadas de 1930 y 1940 por gobiernos liberales reflejaron una nueva forma de entender los
problemas nacionales que ya no se basaba en el evolucionismo y el determinismo hereditario y
geográfico. Según esta interpretación, la ciencia biológica, que articuló de forma predominante el
pensamiento social de las décadas anteriores, fue desplazada por saberes sociales como la fuente
de referentes conceptuales en el discurso y la acción política, con lo cual los obstáculos al
progreso nacional dejaron de pensarse exclusivamente en clave de inferioridad biológica.
Adicionalmente y como ha señalado Catalina Muñoz en una revisión historiográfica crítica
sobre los debates de la raza en Colombia en la década de 1920, no es para nada claro que
existiera un pensamiento social homogéneo cuyo referente principal fuera el lenguaje médico-
biológico, tal como se ha asumido en varios de los trabajos históricos sobre este debate.
Mencionando la posición de algunos de los participantes del debate menos estudiados, ella
86
Al respecto, ver Santiago Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva
Granada (1750-1816) (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005), 40-41. 87
Francisco Bulnes, El porvenir de las naciones Hispano-Americanas ante las conquistas recientes de Europa y
Norteamérica (México: Imprenta de Mariano Nava, 1889), 6-19. Sobre el papel de la ciencia de la nutrición en la
construcción de la identidad mexica de la primera mitad del siglo XX, ver Jeffrey Pilcher, ¡Que vivan los tamales!
Food and the making of mexican identity (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998), cap. 4. 88
Una mirada de las diferentes y heterogéneas concepciones de raza a mediados del siglo XIX en Colombia se
encuentra, entre otros, en Max Hering Torres, “Orden y diferencia a mediados del siglo XIX en Colombia”, en
Ensamblando Colombia. (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2013) [en prensa].
28
destaca que también existieron argumentos sociopolíticos para entender las causas del
“problema”, o que el “problema social colombiano” no era interpretado solamente como
hereditario sino también como educativo. El detallado trabajo sobre la historia de la educación en
Colombia de Sáenz, Saldarriaga y Ospina sintetiza muy bien estas dos tendencias historiográficas
al referirse al mencionado debate y su influencia en las prácticas pedagógicas:
Estas dos miradas sobre el pueblo –la biológica y la política– definirían el universo de las
prioridades en la reforma pedagógica y la formulación de los fines sociales de la educación pública
en el país hasta los años cincuenta. La de Jiménez López y la de López de Mesa, que a partir de la
biología y la medicina creían ver un estado de degeneración o de debilidad racial; la de Lucas
Caballero y Jorge Bejarano, más optimistas sobre las potencialidades de la masa y que consideraban
que los obstáculos al progreso nacional residían en su atraso político. El discurso racista de los
primeros predominó en las instituciones de saber pedagógico y en las políticas estatales hasta
mediados de los años treinta; y aunque comenzó a verse desplazado por una nueva concepción de la
población en los discursos estatales de la República Liberal y de los saberes sociales introducidos
en las instituciones de formación de docentes a partir de 1933, seguiría incitando la imaginación de
los pedagogos nacionales durante mucho tiempo.89
Mi intención en este artículo ha sido mostrar que, por lo menos en lo referente a la
alimentación, ambas tendencias historiográficas son problemáticas. En primer lugar el “problema
de la nutrición” se empezó a estructurar como un ámbito de investigación e intervención de la
población desde finales del siglo XIX. Aunque al principio era más un discurso que otra cosa,
hubo un consenso por parte de la élite de que una alimentación racional era una de las claves para
el ingreso de la nación en la modernidad en tanto que ayudaría a producir una población deseada
eficiente y productiva. La búsqueda de optimizar al hombre máquina ayudó a estructurar tanto un
campo de investigación sobre las condiciones laborales y alimenticias de la población, como
campañas higiénicas y educativas en materia nutricional, e instituciones como la Gota de leche,
los comedores escolares y las colonias vacacionales. E incluso, jugó su papel en la forma como se
debería definir y calcular el salario mínimo de los trabajadores. Desde un punto de vista
discursivo y conceptual, pero también teniendo en cuenta prácticas concretas de intervención
sobre la población, el “problema de la nutrición” en Colombia se enmarca mejor en una
periodización que va desde finales del siglo XIX hasta la década de 1940, cuando el contexto de
la guerra fría y el discurso del desarrollismo añadieron nuevos elementos en la forma de entender
y abordar este problema. 90
La misma forma de cuantificar la diferencia que se menciona en este texto se puede
relacionar con un proceso de ruptura epistémica o emergencia de un nuevo estilo de ciencia que
ocurre, en el contexto colombiano, a finales del siglo XIX y que permeó el pensamientos social
89
Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia, 90. 90
Al respecto, ver Arturo Escobar, Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World
(Princeton: Princeton University Press, 1995), cap. 4.
29
tanto de liberales como conservadores.91
Uno de los aspectos de esta nueva forma de abordar la
realidad y producir conocimiento sobre ella se enmarcó en una compleja red global metrológica
que permitió construir significado social en la medida que se comparaban datos estadísticos
estandarizados. La idea de una degeneración fisiológica de la raza local frente a la media europea
que defendía Torres Umaña, es un claro ejemplo de esto. También la capacidad de traducir los
alimentos en unidades energéticas de calorías gracias a estándares nutricionales permitió hacer
comparaciones globales y clasificaciones económicas (no libres de percepciones racializadas) de
la alimentación de diversas poblaciones.92
Las estadísticas elaboradas por Socarrás sobre la
cantidad de calorías ingeridas por la clase obrera colombiana fue una de las fuentes para que, ya
en la década de 1940, se clasificara a Colombia como un país “subdesarrollado” debido al “hecho
numérico” de tener una población que ingería menos de 2400 calorías diarias en promedio.93
Esto nos lleva al segundo aspecto que este artículo quiere problematizar. ¿En qué sentido
podemos construir una clara separación entre una mirada natural y una mirada cultural en el
pensamiento social de las élites científicas que intentaban aprehender y gestionar los problemas
nacionales? Aunque este artículo no entró en detalles sobre el aspecto cuantificar de la diferencia,
es un primer indicio de los inconvenientes de tratar de asignar saberes claramente acotados a la
forma como se definieron, identificaron, estudiaron y gestionaron esos problemas. Las llamadas
estadísticas vitales y la cultura de la cuantificación fueron un elemento absolutamente transversal
a las ciencias naturales, médicas y sociales tanto en su componente conceptual como disciplinar a
lo largo del periodo estudiado.94
Pero además de esto, la heterogeneidad del pensamiento social
de la época no solo apunta al hecho de que hubo personas con una mirada biológica y otras con
una mirada política a la hora de abordar los problemas de la población, sino que de forma más
fundamental, en ambas miradas lo natural y lo cultural estuvieron profundamente imbricados.
Este argumento apela tanto a la historiografía local acá mencionada como a la internacional que
ha propuesto el paso de un racismo biológico a uno cultural a lo largo del siglo XX. La forma
como se estructuró la conceptualización del organismo como una máquina transformadora de
energía, y su lenguaje de calorías, vitalidad del pueblo, energía social, capacidad laboral,
inferioridad racial y regeneración fisiológica, fue una construcción cultural y no simplemente un
reflejo transparente de la naturaleza humana.
91
Sobre las reglas epistemológicas y virtudes epistémicas de este estilo de ciencia de laboratorio en Colombia, ver
Stefan Pohl-Valero y Mónica García, “Entre la ciencia del viajero naturalista y la ciencia de laboratorio:
epistemologías de la naturaleza, el cuerpo y la sociedad en Colombia en el siglo XIX” [en preparación]. 92
Sobre la construcciones de estándares nutricionales, ver Paul Weindling, “The Role of International Organizations
in Setting Nutritional Standards in the 1920s and 1930s”, en The Science and Culture of Nutrition, 1840-1940, ed.
Harmke Kamminga y Andrew Cunningham (Atlanta: Rodopi, 1995), 319-332. 93
Ver, por ejemplo, Robert Morse Woodbury, Food Consumption and Dietary Surveys in the Americas. Results –
Methods (Montreal: International Labour Office, 1942). Para un análisis de la forma como las calorías articularon
políticas internacionales en la primera mitad del siglo XX, ver Nick Cullather, “The Foreign Policy of the Calorie”,
American Historical Review 112, no. 2 (2007): 337-364. 94
Para un panorama general de la cultura de la cuantificación en las ciencias naturales y sociales, ver Theodore
Porter, Trust in numbers: the pursuit of objectivity in science and public life (Princeton, New Jersey: Princeton
University Press, 1995).
30
Es en el marco de una incipiente industrialización y búsqueda de inserción en las lógicas
productivas del mundo capitalista moderno, donde la moderna máquina industrial era su mayor
símbolo de progreso, y en una cultura de la cuantificación estadística y global donde se inscribió
y se apropió esta mirada materialista y energética del cuerpo que redujo su existencia a aquello
que podía ser medido como una mercancía: un sistema contable energético-material de entrada de
combustible y salida de trabajo. Conceptualización que permeó el pensamiento social de las élites
conservadoras y liberales –durante la Regeneración y la República Liberal–, en tanto que
prometía lograr medir sistemáticamente las capacidades de trabajo de los individuos y así poder
restaurar las fuerzas de una población que por sus condiciones fisiológicas y nutricionales parecía
ser un obstáculo para la civilización y progreso del país.
Los proyectos, primero, y luego las reformas sociales y culturales – que incluían campañas
educativas, e higiénicas– necesarias para lograr superar este “obstáculo” no sólo repercutirían en
la construcción fisiológica de cuerpos sanos, productivos y elevados moral e intelectualmente,
sino que esas características podrían ser heredadas, tal como lo enseñaba la puericultura –ciencia
que tuvo un gran impacto en la comunidad médica colombiana de la época. La misma percepción
de que la ingeniería social necesaria para la regeneración fisiológica y optimización del cuerpo
máquina lograría producir a la larga mejores generaciones de trabajadores estaba articulada por
una noción de la herencia y la eugenesia que, también por elementos culturales, se inclinaba por
las ideas neo-lamarckianas de que ciertas características adquiridas –en este caso a través de la
alimentación– se podrían heredar y no por una genética dura que entendía que el plasma germinal
era inmodificable. Desde esta perspectiva ¿es posible distinguir claramente entre aquellos que
entendía que los problemas sociales eran hereditarios y los que entendían que eran educativos y
políticos? ¿O asegurar tajantemente que los discursos de diferenciación, jerarquización y
dominación se articularon fundamentalmente en las primeras décadas del siglo XX por saberes
biológicos y características fenotípicas y luego por saberes sociales y elementos culturales? Por lo
menos en el ámbito del problema social de la nutrición, con elementos “tan culturales” como las
tradiciones y hábitos alimentarios de la población, con elementos “tan políticos” como el sueldo
mínimo de la clase obrera y sus condiciones laborales, con elementos “tan caritativos” como la
asistencia alimentaria de niños pobres, con elementos “tan sociales” como la educación de la
población y con elementos “tan biológicos” como las capacidades metabólicas/energéticas y
condiciones hereditarias de las razas regionales y nacionales, se plantea la cuestión de proponer
marcos interpretativos alternativos al modelo tradicional que separa el orden natural del orden
cultural y social. La sorprendente afirmación del médico Lomaba Barreneche de que “la raza
entra por la boca” tal vez se deje explicar mejor desde una mirada co-produccionista como la
propuesta acá y nos indica que la noción de raza transitaba, ya desde el inicio del siglo XX, entre
lo biológico y lo social, entre lo hereditario, lo metabólico y productivo y el medio exterior
(elementos ambientales, condiciones y clases sociales y costumbres culturales) y que sus sentidos
eran múltiples y ambiguos.
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