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Stevenson
RobertIngpen
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LA ISLADEL TESORO
Robert Louis Stevenson
Ilustrado por Robert Ingpen
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ISBN 84-9801-117-5
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LA ISLADEL TESORO
Robert Louis Stevenson
Ilustrado por Robert Ingpen
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Dedicatoria de Robert Louis StevensonA Lloyd Osbourne, caballero norteamericano, cuyo gusto clásico ha guiado el desarrollo
de la presente narración. En agradecimiento por las innumerables y agradables horas pasadas y con mucho cariño, a él dedica este libro su afectuoso amigo, el autor.
Dedicatoria de Robert Ingpen (realizada en la edición anterior de 1992)La isla del tesoro fue escrita para niños, aunque normalmente eran los padres y abuelos
quienes lo leían primero. Robert Louis Stevenson dedicó el relato a su hijo adoptivo, Lloyd Osbourne, en 1883.Esta edición, con sus ilustraciones, está dedicada al nieto del ilustrador.
Para Peter James Arch
Título original: Treasure Island
Traducción:Julio César Santoyo
José Torroba
Coordinación de la edición en lengua española:Cristina Rodríguez Fischer
Primera edición en lengua española 2006Reimpresión 2010, 2012
© 2006 Art Blume, S.L. Av. Mare de Déu de Lorda, 20. 08034 Barcelona
Tel. 93 205 40 00 Fax 93 205 14 41 E-mail: [email protected]
© 1992, 2005 de las ilustraciones Robert Ingpen © 2005 Palazzo Editions Ltd, Bath
© 2005 de la cubierta The Templar Company plc, Surrey
I.S.B.N.: 978-84-9801-117-3
Impreso en China
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.
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Preservamos el medio ambiente. En la producción de nuestros libros procuramos, con el máximo empeño, cumplir con los requisitos medioambientales que promueven la conservación y el uso sostenible de los bosques,
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cuya fabricación esté libre de cloro elemental (ECF) o de metales pesados, entre otros.
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Robert Louis StevensonRobert Louis Stevenson nació en Edimburgo ennoviembre de 1850. Empezó los estudios de ingenieríaen la Universidad de Edimburgo, pero cambió más tarde a Derecho. Sin embargo, resultó que su pasión eraescribir y, a pesar de la oposición de sus padres, persiguiósu sueño. Fue un apasionado viajero y publicó relatos de sus viajes por Francia y Bélgica en la década de 1870.
Stevenson empezó a escribir La isla del tesoro en 1881,durante unas vacaciones en las Highlands escocesas consus padres, su mujer y su hijo adoptivo de doce años,Lloyd. La historia surgió como un simple entretenimientopara distraer al joven semiinválido, pero cautivó de tal manera a Lloyd y al padre de Stevenson que le convencieron para que siguiera escribiendo. A éstasiguieron después, con éxito, varias novelas, poemas y obras teatrales, en particular, El extraño caso del doctorJekyll y Mr. Hyde, Secuestrado y El señor de Ballantrae; sin embargo, es su relato sobre «un mapa, y un tesoro, y un motín, y un barco abandonado, y del viejo y refinado aristócrata Trelawney, y de un médico y de un cocinero con una sola pierna...» el que sigue siendo el más conocido y más apreciado de sus trabajos.
La salud de Stevenson fue desde su niñez muyprecaria y en 1888 abandonó Escocia para siempre en busca de climas más saludables. Se estableciófinalmente en Samoa, donde falleció a causa de underrame cerebral, a los 44 años, en diciembre de 1894.
Nota del ilustradorHay historias y personajes que superan la inspiraciónoriginal de sus autores y adquieren vida propia. Se convierten en clásicos con los que se comparantodos los libros posteriores. La isla del tesoro es, sin lugar a dudas, una de esas historias. John Silver el Largo, cocinero, es uno de esos personajes, junto con Jim Hawkins, el ciego Pew y Ben Gunn.
Los primeros capítulos de La isla del tesoro siguensiendo los de lectura más cautivadora en la literatura de aventuras. Los expertos en literatura infantil siempre han afirmado que si un niño puede leer y sentir el dramatismo de los sucesos transcurridos en la posada «Admiral Benbow» tal y como los imaginóStevenson, entonces será lector para siempre.
Pero la isla en la que posteriormente se desarrolla lamayor parte de la obra es la creación más duradera. SegúnStevenson, se halla seguramente en la parte occidental delocéano Pacífico, en la misma latitud que las Bermudas,pero más cerca de la costa este de Estados Unidos y no en el Caribe, como algunas veces se ha supuesto.Vista desde el mar, la isla del Tesoro tiene un aspectodesalentador y de mal augurio para los navegantes. Un fuerte oleaje azota las playas abruptas a lo largo de su escarpada costa. La isla tiene aproximadamentequince kilómetros de largo y ocho de ancho, y en ellacrecen pinos altos, de hasta seis metros de altura.
Los aspectos dominantes de la isla son tres extrañascolinas, la Colina del Trinquete, la Colina del Catalejo y la Colina de Mesana, a lo largo de la costa oeste.
La Colina del Trinquete tiene un cerro con dos picos y una cueva que había servido de refugio a Ben Gunn, un pirata abandonado en la isla desdehacía tres años. Hay tres anchas ensenadas, pero el mejor puerto es el conocido como Fondeadero del Capitán Kidd. Se encuentra en la costa sur de la isla entre el Cabo de la Bolina y la Peña Blanca.
Los capitanes de los barcos han de acercarse al fondeadero por el sur de la Isla del Esqueleto, unida a la isla principal por un brazo de arena que sobresale cuando baja la marea, y después han de cambiar el rumbo para entrar en el fondeadero.
Es el territorio más rico que pueda imaginar un ilustrador.
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Contenido
El viejo bucanero 8
Capítulo 1 El viejo lobo de mar en el Almirante Benbow 10
Capítulo 2 Perro-negro llega y se va 16
Capítulo 3 La marca negra 22
Capítulo 4 El cofre 27
Capítulo 5 El fin del ciego 31
Capítulo 6 Los papeles del capitán 36
El cocinero del barco 40
Capítulo 7 Viaje a Bristol 42
Capítulo 8 En El Catalejo 47
Capítulo 9 Pólvora y armas 52
Capítulo 10 La travesía 57
Capítulo 11 Lo que oí en el barril de manzanas 61
Capítulo 12 Consejo de guerra 66
Mi aventura en tierra 70
Capítulo 13 Cómo me lancé a la aventura 72
Capítulo 14 El primer golpe 77
Capítulo 15 El hombre de la isla 82
La empalizada 88
Capítulo 16 El doctor continúa la narración de cómo se abandonó la Hispaniola 90
Capítulo 17 El último viaje del esquife. Prosigue el relato del doctor 94
Capítulo 18 El final del primer día de lucha. Prosigue el relato del doctor 99
Capítulo 19 La guarnición de la empalizada. Jim Hawkins reanuda la narración 103
Capítulo 20 La embajada de Silver 109
Capítulo 21 El ataque 114
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
CUARTA PARTE
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Contenido
El viejo bucanero 8
Capítulo 1 El viejo lobo de mar en el Almirante Benbow 10
Capítulo 2 Perro-negro llega y se va 16
Capítulo 3 La marca negra 22
Capítulo 4 El cofre 27
Capítulo 5 El fin del ciego 31
Capítulo 6 Los papeles del capitán 36
El cocinero del barco 40
Capítulo 7 Viaje a Bristol 42
Capítulo 8 En El Catalejo 47
Capítulo 9 Pólvora y armas 52
Capítulo 10 La travesía 57
Capítulo 11 Lo que oí en el barril de manzanas 61
Capítulo 12 Consejo de guerra 66
Mi aventura en tierra 70
Capítulo 13 Cómo me lancé a la aventura 72
Capítulo 14 El primer golpe 77
Capítulo 15 El hombre de la isla 82
La empalizada 88
Capítulo 16 El doctor continúa la narración de cómo se abandonó la Hispaniola 90
Capítulo 17 El último viaje del esquife. Prosigue el relato del doctor 94
Capítulo 18 El final del primer día de lucha. Prosigue el relato del doctor 99
Capítulo 19 La guarnición de la empalizada. Jim Hawkins reanuda la narración 103
Capítulo 20 La embajada de Silver 109
Capítulo 21 El ataque 114
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
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Mi aventura en el mar 118
Capítulo 22 Cómo empezó mi aventura en el mar 120
Capítulo 23 El reflujo 125
Capítulo 24 La expedición del coraclo 129
Capítulo 25 Cómo llegué a arriar la bandera negra 134
Capítulo 26 Israel Hands 139
Capítulo 27 ¡Piezas de a ocho! 146
El capitán Silver 152
Capítulo 28 En el campo enemigo 154
Capítulo 29 Otra vez la marca negra 161
Capítulo 30 Bajo palabra de honor 166
Capítulo 31 La búsqueda del tesoro. La señal de Flint 172
Capítulo 32 La búsqueda del tesoro. La voz entre los árboles 178
Capítulo 33 La caída de un jefe 183
Capítulo 34 Y último 188
QUINTA PARTE
SEXTA PARTE
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–Livesey, ha tenido que ser usted o Hawkins –gritó el caballero.–No importa mucho quien haya sido –replicó el doctor; y pude comprobar que ni él ni el capi-
tán hacían mucho caso de las protestas del señor Trelawney. Tampoco yo se lo hacía, porque la ver-dad era que tenía la lengua muy suelta; sin embargo, creo que en este caso tenía razón y que a nadiele había dicho la situación de la isla.
–Bueno, caballeros –prosiguió el capitán–, no sé quién tiene el mapa, pero es esencial que sea unsecreto para mí y para el señor Arrow. De no ser así, les pido que me permitan renunciar a mi puesto.
–Ya veo –dijo el doctor–. Quiere usted que mantengamos este asunto en secreto y que convirta-mos la popa del barco en un fuerte, protegido por los servidores de mi amigo y provisto con todaslas armas y pólvora que haya a bordo. En otras palabras, que teme usted una rebelión.
–Señor –dijo el capitán Smollett–, no se dé por ofendido, pero no tenéis derecho de poner en mislabios palabras que no he dicho. No existe ningún capitán que, con motivos para creer algo así, se hi-ciera no obstante a la mar. En cuanto al señor Arrow, lo creo completamente honrado; algunos de lostripulantes también lo son y, por lo que de ellos sé, pudieran serlo todos. Pero yo soy el responsablede la seguridad del barco y de la vida de todos los de a bordo. Veo cosas que no marchan, según creo,como debieran, y les pido que tomen ciertas precauciones o que acepten mi dimisión. Eso es todo.
–Capitán Smollett –dijo el doctor con una sonrisa–, ¿no ha oído alguna vez la fábula de la mon-taña y el ratón? Perdóneme que se lo diga, pero usted me la recuerda. Apuesto la peluca a que,cuando usted entró aquí, pensaba decir algo más que esto.
–Doctor –dijo el capitán–, es usted un hombre agudo. Cuando entré aquí me proponía renunciara mi puesto. No creí que el caballero Trelawney consintiera en escucharme.
–Tampoco yo –contestó el caballero–. De no haber estado aquí Livesey, lo habría enviado a us-ted al diablo. El caso es que lo he escuchado. Haré lo que desea; pero tengo peor opinión de ustedque antes.
–Como guste. Comprobará que cumplo con mi deber. Y con eso se despidió.–Trelawney –dijo el doctor–, en contra de todas mis previsiones, creo que ha conseguido traerse
a bordo dos hombres honrados: este hombre y John Silver. –De Silver, puede decirlo; pero en cuanto a este insoportable farsante, su conducta me parece
a todas luces impropia de un hombre, de un marinero y, sobre todo, de un inglés.–Bueno –dijo el doctor–, ya veremos.Cuando volvimos a cubierta, los marineros ya habían empezado a sacar la pólvora y las armas,
acompasando con gritos sus esfuerzos, mientras el capitán y el señor Arrow vigilaban de cerca.El nuevo arreglo era muy de mi gusto. Toda la goleta había sido reformada; se habían construido
seis camarotes a popa, en el espacio que había sido el extremo de la bodega principal, y sólo comuni-caban con la cocina y el castillo de proa por un pasaje construido a babor. En un principio se habíapensado que los ocupasen el capitán, el señor Arrow, Hunter, Joyce, el doctor y el caballero. Ahora,
PÓLVORA Y ARMAS
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sino también una leve agitación del follaje y el crujir de las ramas, lo que me indicaba que la brisa delmar se había levantado más fuerte que de costumbre. Pronto llegaron hasta mí bocanadas de airefresco, y unos pasos más allá salí a la orilla despejada de la arboleda y vi el mar todo azul y resplan -deciente de sol hasta el horizonte, y el oleaje que rompía y lanzaba espuma a lo largo de la playa.
Nunca conseguí ver el mar en calma en torno a la isla del Tesoro. Podía el sol brillar sobre nues-tras cabezas, no moverse un soplo de aire, estar la superficie del mar lisa y azul, pero las grandesolas arrolladoras seguían rompiendo en la costa día y noche con formidable estruendo, y no creoque hubiera un solo lugar en la isla adonde ese ruido no llegase.
Seguí adelante, bordeando todo aquel oleaje con gran contento, hasta que, pensando que ya ha-bía avanzado bastante hacia el sur, me arrastré cautelosamente escondido bajo unos espesos mato-rrales hasta subir al lomo de la punta de arena.
Tenía detras de mí el mar; enfrente, el fondeadero. La brisa marina, como agotada por su pro-pia e inusitada violencia, ya había cesado, y en su lugar se habían levantado unos vientos varia-bles y ligeros, del sur y sureste, que arrastraban consigo grandes bancos de niebla, mientras que el fondeadero, al socaire de la isla del Esqueleto, permanecía tranquilo y plomizo, como cuan-do por primera vez entramos en él. La Hispaniola se reflejaba nítidamente en la tersura de aquel espejo, desde la perilla del tope hasta la línea de flotación, con la bandera negra colgada en lo más alto.
A su lado estaba uno de los botes, con Silver en el tabloncillo de popa –a éste siempre me era fá-cil reconocerlo–, y en la goleta había dos hombres reclinados sobre la borda de popa, uno de elloscon un gorro rojo: el mismo canalla que unas horas antes había visto a horcajadas sobre la empali-zada. Al parecer, charlaban y reían, aunque a tal distancia –más de una milla– no podía, por su-puesto, oír nada de lo que decían. De pronto estalló allí el más horrible y espeluznante griterío, yaunque al principio me sobresaltó mucho, pronto recordé la voz del capitán Flint, y hasta me pare-ció distinguir al loro, con su brillante plumaje, posado en la muñeca de su dueño.
Poco después el bote soltó amarras y se dirigió hacia la costa, mientras que el hombre del gorrorojo y su compañero desaparecieron en la cámara.
El sol ya se había ocultado detrás del Catalejo, y como la niebla se iba haciendo cada vez más es-pesa empezó a oscurecer. Me di cuenta de que no tenía tiempo que perder si quería de encontrar elbote aquella tarde.
La roca blanca, que se distinguía muy bien por encima de los matorrales, se hallaba todavía auna buena distancia arenal abajo, y me llevó un buen rato llegar hasta ella, pues tuve que deslizar-me, algunas veces a gatas, por entre la maleza. Casi se había echado la noche encima cuando toquésu áspera superficie. Junto a ella había una pequeñísima hondonada de verde césped, oculta pormontones de arena y espesos arbustos, que por allí llegaban hasta la rodilla y crecían en abundan-cia; en el centro de la hondonada vi una diminuta tienda de piel de cabra, como la que usan los gi-tanos en Inglaterra.
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