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Dialogos Borges/Sabato

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A fines de 1974 Orlando Barone tuvo la iniciativa de reunir a Jorge Luis Borges y

Ernesto Sabato para que intercambiaran sus ideas. Con el minucioso registro de los

encuentros realizados entre ambos escritores, compaginó luego los “Diálogos” que

integran este volumen.

En esas largas y lúcidas conversaciones dejaron en claro sus raras coincidencias y sus

numerosas diferencias acerca de los temas que atarearon su quehacer literario. La

realidad y los sueños, la idea de Dios, el amor, el arte de traducir, el tango, el teatro y el

cine; entre personas y personajes, ideas y obsesiones, componen un vasto collage.

"Dialogos: Borges/Sabato" es un libro que reúne las conversaciones entre Ernesto

Sabato y Jorge Luis Borges, quizás, los dos escritores más importantes de la literatura

argentina. Esos encuentros se realizaron entre 14 de diciembre de 1974 y el 15 de marzo

de 1975. A instancias de Orlando Barone se produjo el reencuentro de los dos escritores,

en bares y en el departamento de una amiga en común. "...En esas largas y lúcidas

conversaciones Borges y Sabato dejaron en claro sus raras coincidencias y sus

numerosas diferencias acerca de los temas que atarearon su quehacer literario. La

realidad y los sueños, la idea de Dios, el amor, el arte de traducir, el tango, el teatro y el

cine; entre personas y personajes, ideas y obsesiones, componen un vasto collage".

14 de diciembre de 1974

Creo que se tocaron las manos. Y un brazo o el hombro tal vez. Suelo imaginar más que

lo que veo. Se deben de haber dicho, no obstante, esas cosas comunes y triviales de

todos: Hola,

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Borges; Qué dice, Sábato...

Mi obligación de testigo es registrar las palabras exactas. Pero ese momento cualquiera

puede haberlo soñado siempre (cualquier escritor, cualquier artista) y es mejor hacer

compartir las sensaciones, no las palabras. Sé que venían por el pasillo de la casa,

tomados del brazo, lentamente. El bastón era un péndulo en las manos de Borges.

Entreví dos sombras y detrás a dos hombres y, dentro de las sombras y los hombres,

entreví el amor y la muerte, la lucha y el arte, es decir: la vida.

No me importó que apenas me saludaran (puedo soportar la idea de que por ese rato, de

haberme ido, no se hubiesen dado cuenta).

La cinta empezó a girar.

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Dialogos Borges/Sabato

Borges: ¿Cuándo nos conocimos? A ver... Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo

que fue en casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el Universo.

Sábato: No, Borges. Ese libro salió en 1945. Nos conocimos en lo de Bioy, pero unos

años antes, creo que hacia 1940.

Borges: (Pensativo) Sí, aquellas reuniones... Podíamos estar toda la noche hablando

sobre literatura o filosofía... Era un mundo diferente... Ahora me dicen, sé, que se habla

mucho de política. En mi opinión les interesan los políticos. La política abstracta, no. A

nosotros nos preocupaban otras cosas.

Sábato: Yo diría, más bien, que en aquellas reuniones hablábamos de lo que nos

apasionaba en común a usted, a Bioy, a Silvina, a mí. Es decir, de la literatura, de la

música. No porque no nos preocupara la política. A mí, al menos.

Borges: Quiero decir, Sábato, que no se hacía ninguna referencia a las noticias

cotidianas, fugaces.

Sábato: Sí, eso es verdad. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana, en

general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día

siguiente.

Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un

diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.

Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo

verdaderamente importante: "El señor Cristóbal Colon acaba de descubrir América".

Título a ocho columnas.

Borges: (Sonriendo) Sí... creo que sí.

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Sábato: ¿Cómo puede haber hechos transcendentes cada día?

Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue

importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo jamás he leído un diario, siguiendo el

consejo de Emerson.

Sábato: ¿Quién?

Borges: Emerson, que recomendaba leer libros, no diarios.

Barone: Si me permiten. . . aquel tiempo en que se encontraban en lo de Bioy...

Borges: Caramba, usted se refiere a aquel tiempo como si fueran épocas muy lejanas.

(Pareciera evocarlas). Sí, claro, cronológicamente son lejanas. Sin embargo siento,

pienso en aquello como si fuera contemporáneo. Además, nos reuníamos pocas veces.

Sábato: El tiempo no existe, ¿no?

Borges: Quiero decir... Como yo sigo mentalmente en esa época... y además la ceguera

me ayuda.

Se produce una larga pausa.

Borges: Recuerdo la polémica Boedo-Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Y sin

embargo fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio.

Sábato: Bueno, Borges, pero aquel tiempo no fue el mío.

Lo dice con sarcasmo.

Borges: Sí, lo sé, pero recordaba esa broma de Florida y Boedo. A mí me situaron en

Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha

la distribución (Sábato se divierte) y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné.

Hubo otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos.

Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian

eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica. Ernesto Palacio

argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá

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había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en programa de la literatura

argentina.

Sábato: ¿Recuerda, Borges, que, aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy

sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La cuarta dimensión, el tiempo...

aquellas discusiones sobre Dunne y el Universo Serial...

Borges: (Aprieta el bastón con las dos manos, se yergue un tanto, casi con entusiasmo)

¡Caramba! Claro... los números transfinitos, Kantor...

Sábato: El Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui...

Borges: Y, siglos antes, ¡los pitagóricos, o los estoicos!

Sábato: Las aporías, Aquiles y la tortuga... Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando

Bioy leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina no le

gustaban, permanecía muy seria.

Borges: Bueno, Silvina solía leer esos textos con indulgencia y gesto maternal. A mí, sin

embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia.

Sábato: Recuerdo que también hablábamos mucho de Stevenson, de sus silencios. Lo

que calla, a veces más significativo que lo que expresa.

Borges: Claro, los silencios de Stevenson... y también Chesterton, Henry James... no,

creo que de James se hablaba menos.

Sábato: Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.

Borges: Sí, él había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. Otra

vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca ¿no?

Sábato: Representa con más claridad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de

Saint-Exupéry llamado Terre des Homme que aparece traducido como Tierra de

hombres. Como quien dice "Tierra de machos". Si hasta parece un título para Quiroga o

Jack London. Cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente)

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es Tierra de los Hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No

sólo ese traductor no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry ni de su

obra entera. Pero a propósito, Borges, recuerdo algo que me llamó la atención hace un

tiempo en su traducción del Orlando, de Virginia Woolf...

Borges: (Melancólico) Bueno, la hizo mi madre... yo la ayudé.

Sábato: Pero está su nombre. Además, lo que quiero decirle es que encontré dos frases

que me hicieron gracia porque eran borgeanas, o así me parecieron. Una cuando dice,

más o menos, que el padre de Orlando había cercenado la cabeza de los hombres de "un

vasto infiel". Y la otra, cuando aquel escritor que volvió hacia Orlando y "le infirió un

borrador". Me sonaba tanto a Borges que busqué el original y vi que decía, si no

recuerdo mal, algo así como presented her a rough draft.

Borges: (Riéndose) Bueno, sí, caramba...

Sábato: No tiene nada de malo. Sólo muestra que casi es preferible que un autor sea

traducido por un escritor medio borroso e impersonal ¿no? Recuerdo que hace mucho

tiempo vi una representación de Macbeth. La traducción era tan mala como los actores y

la pintarrajeada escenografía. Pero salí a la calle deshecho de pasión trágica.

Shakespeare había logrado vencer a su traductor.

Borges: Es que hay ciertas traducciones espantosas... Hay un film inglés cuyo título

original The Imperfect Lady lo tradujeron aquí como La cortesana o La ramera. Perdió

toda la gracia. Precisamente alterar de esa forma el título, que es donde más ha trabajado

el autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe

creerse con derecho a cambiarlo.

Sábato: ¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse

lo que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una

metáfora central: El Río de Heráclito, La Esfera de Parménides...

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Borges: Claro, suponiendo que los títulos no sean casuales. Bueno, y que los libros

tampoco ¿no?

Borges parece buscar algo en el pasado. Sábato debe intuir esa búsqueda de la

evocación y también el inminente monólogo. Quedan muchas horas, mucho tiempo

delante.

Borges: Hablando de libros, los primeros que se ocuparon aquí de "promover" sus libros

fueron José Hernández y Enrique Larreta. Después, Girondo. De él todos recuerdan

cuando se publicó El espantapájaros y desfiló en un coche con uno de esos muñecos por

la calle Florida... En cambio, en un tiempo anterior, el de Lugones y de Groussac,

cuando editaban sus libros sólo trascendían en el ámbito de las librerías. Mi propia

experiencia no fue distinta. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir

trescientos ejemplares de mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y

regalarlos a los amigos? ¿A quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba

Borges?

Sábato: El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier

comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve ahora los estantes de las librerías y es como

una invasión de títulos. Debe haber más autores que lectores. Y otro fenómeno: el de los

kioscos. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en la calle.

Borges: (Lleno de asombro) ¿Libros en los kioscos?

Sábato: (Sonriendo) Sí, también los suyos: El Aleph, Ficciones y los clásicos.

Borges alza aún más la cabeza como para asombrarse de cerca, inquiere más con un

gesto.

Sábato: Sí, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, al paso de cada lector.

Borges: Pero... es que antes no era así, claro...

Sábato: Sin embargo, hubo un tiempo en que en los almacenes de campo, cuando hacían

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sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y aperos, pedían ejemplares

del Martín Fierro.

Borges: Esa noticia ha sido divulgada o imaginada por el propio Hernández. La

población rural era analfabeta.

Hay un silencio apenas fastidiado por el ruido de los vasos. Hace calor, pero creo que

todos lo hemos olvidado. Queda flotando la última palabra.

Borges: Martín Fierro... Un personaje que no es un ejemplo. Es admirable el poema

como arte, pero no el personaje.

Los ojos de Sábato, ahora escudriñan el rostro de Borges. Se le nota la ansiedad por

hablar, pero espera.

Borges: Fierro es un desertor que paradójicamente deleita a los militares. Pero si usted

le dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas en la Historia de la

Literatura Argentina lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve

la conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente nadie ha leído una sola

palabra de eso.

Sábato: Creo que Fierro es un iracundo, un rebelde ante el tratamiento de frontera, y

ante muchas de las injusticias de su tiempo.

Borges cierra y abre los ojos, se mueve un poco sin perder esa posición arrogante, pero

no agresiva.

Borges: No, no pienso así, Martín Fierro no fue un rebelde. Desertó porque no le

pagaban sus haberes y se pasó al enemigo, no sin esperanza de participar fructuosamente

en algún malón. Pero tampoco el autor fue rebelde. José Hernández Pueyrredón

pertenecía a la alta clase de los estancieros, era pariente de los Lynch y los Udaondo. Si

le hubieran dicho "gaucho" se habría indignado. Un gaucho era algo común, pero Martín

Fierro es una excepción en la llanura. Porque un matrero lo es y por eso recordamos a

unos pocos: Hormiga Negra, que murió por 1905 tal vez. Es que el gaucho matrero es

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una excepción como lo es el guapo entre los compadritos. Mi abuela en el 72 ó 73 vio a

los soldados en el cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó

mucho en el libro de su amigo Mansilla. Y por eso no acepto que Martín Fierro sea un

mensaje de protesta social; es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra

como le llamaban entonces. No creo que Hernández ansiara un nuevo orden social,

Sábato.

Sábato: Que Hernández perteneciera a la clase alta, no es un argumento. También

fueron aristócratas o burgueses Saint-Simon, Marx, Owen, Kropotkin. No sabía que

Hernández era pariente de los Lynch. Lo mismo que Guevara. En cuanto al Martín

Fierro, pienso que describe el exilio de los gauchos en su propia patria. Es un canto para

los pobres. No sé cual habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo y

eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra, cuando

se trata del arte. Quién recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievsky se propuso

escribir un librito titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia: le

salió Crimen y castigo.

Borges: Claro, si el Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería

no sería el Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se

propuso, la obra no vale nada.

Sábato: Tal vez los propósitos sirvan como trampolín para lanzarse después a aguas más

profundas. Allí empiezan a trabajar otras fuerzas inconscientes, poderosas y más sabias

que las conscientes. Las que en definitiva revelan las grandes verdades. Pero volviendo

al Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como

testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta.

Porque en este caso, cualesquiera fueran sus valores morales, no alcanzaría a ser una

obra de arte. Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a

esos altos niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier

hombre y en cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el

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tiempo.

Borges: (Que ha escuchado con atención. La cara orientada hacia el exacto lugar

donde está Sábato.) Reconozco que Fierro es un personaje viviente, que como pasa con

las personas reales puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire.

Sábato: De allí las muchas interpretaciones que permite: sociológicas, políticas,

metafísicas.

Borges: (Como disculpándose) Pero yo no he dicho una sola palabra en contra de la

obra...

Sábato: Es que ha habido reportajes donde usted aparece diciendo ciertas cosas... Me

parece útil que se aclare.

Borges: He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error.

Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico ¿no?

Como tragedia me parece admirable, como personaje de valores morales, no lo es.

Sábato: Lo que prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas. Ni

Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como buenas personas.

Casi nadie en la gran literatura.

Borges: Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoría que yo

creo errónea. él decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto.

Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo... él se basaba en el

concepto: "El arquetipo ideal de la épica".

Sábato: Parecería un chiste.

Borges: No. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela ¿no?

Sábato: Basta considerar los grandes protagonistas de novelas. Siempre marginados,

tipos casi siempre fuera de la ley outsiders.

Borges: Hay una frase de Kipling que escribió al final de su vida: "A un escritor puede

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estarle permitido inventar una fábula pero no la moraleja". El ejemplo que eligió para

sostener su teoría fue el de Swift, que intentó un alegato contra el género humano y

ahora ha quedado Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el

propósito del autor.

Sábato: Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y a la vez un libro de

aventuras para chicos. Esa ambigüedad es frecuente en la novela.

Borges: Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas.

Pero posiblemente le divertía más la idea de animales que hablan como hombrecitos que

las moralejas. Esas moralejas se agregaron después.

Sábato: Es que ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la

palabra. Si sirven al hombre es en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que

casi siempre son terribles. O las tragedias. Usted habló de Macbeth: es espantoso, pero

sirve. Y no sé si lo justo no sería suprimir ese "pero", o en su lugar poner "y por eso

mismo.

Borges: Sin duda. Uno de los libros que leí es Le Feu, de Barbusse. Lo escribió contra la

guerra y el resultado es casi una exaltación de la guerra.

Sábato: Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un

libro bárbaro. Porque Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento:

un bárbaro. El álter ego del Sarmiento de jacket.

Borges: Sí, es... el libro más montonero de nuestra literatura, según Groussac.

Sábato: Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de defectos

sociológicos e históricos, es un libro mentiroso, pero es una gran novela.

Borges: Solamente cuando una obra no vale es cuando cumple los propósitos del autor...

Sábato: En tiempos de la revolución francesa había libros que se llamaban cosas como

Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valdrían.

Pero todas las revoluciones son moralistas y puritanas. En Rusia se han escrito obras de

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teatro con títulos como La tractorista ejemplar... Las revoluciones son conservadoras en

el arte. La revolución francesa no tomó como paradigma a Delacroix, el de la pintura

pasional y rebelde, sino el académico David, el de los pompiers.

Borges: Cuando Bernard Shaw estuvo en Rusia les aconsejó que cerraran el museo de la

Revolución. Claro, no había que influir con el mal ejemplo...

Sábato: Es que el artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca

les va bien.

Borges: Recuerdo que en Rusia hicieron dos films sobre Iván el Terrible: uno, al

comienzo (el bueno) contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un

nuevo zar, en favor del zarismo...

Sábato: Sabemos que sólo puede hacerse arte grande en absoluta libertad. Lo otro es

sometimiento, arte convencional y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre.

Los sueños son útiles porque son libres

Barone: A propósito de esa libertad... ¿Es un obstáculo la fama? ¿La entorpece? Me

refiero al caso de un escritor reconocido por sus contemporáneos. . . Pienso que Van

Gogh y Kafka, que no fueron famosos, pudieron hacer su obra en total libertad...

Ustedes son famosos.

Borges: Lugones y Darío fueron famosos...

Sábato: Si un artista tiene algo importante que decir, lo dirá igual. No lo va a atrapar

nada. Ni la fama, ni la policía secreta, ni el Estado. Además la historia lo prueba:

Dostoievsky era muy famoso cuando escribió Los Karamazov y nadie se atrevería a

decir que con ese libro está coartado. Y también fueron famosos Tolstoi, Chejov,

Hemingway, Faulkner..

Borges: Y Mark Twain, y Bernard Shaw.

Sábato: Y el caso inverso: gente que jamás logró trascendencia sin que por eso su obra

necesariamente deba ser importante.

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Borges: Conozco a alguien que se consuela pensando que también fueron ignorados los

artistas A, B y C, que ahora son famosos. No piensa que también fueron ignorado

escritores pésimos.

Sábato: Kafka no fue conocido por la simple razón de que no quiso publicar. Tomemos

el caso de Borges que es un escritor bastante hermético, y sin embargo es famoso.

Borges: (Tímidamente) ¿Yo?.

Sábato: (Irónico) Vamos, Borges. Piense también en la fama que tuvieron artistas tan

herméticos como Mallarmé y Rimbaud. Para no hablar de Joyce.

Borges: Y Víctor Hugo y Byron...

Sábato: Byron quizá debió su fama a la vida que hizo.

Borges: Sí, Byron dejó un personaje vivido por él... ¡Ah! y famosos también fueron los

filósofos franceses: Voltaire y Rousseau.

Sábato: A propósito, ¿conoce la traducción alemana del Neveu de Rameau? Borges

niega con la cabeza.

Sábato: Usted sabe que lo tradujo Goethe, ¿no?

Borges: Sí, sí, claro.

Sábato: Pero, ¿sabía que la versión francesa es traducción de esa traducción alemana?

Borges: (Con profunda sorpresa) ¿Cómo? No, no lo sabía realmente. . .

Sábato: Sí, creo que la versión original se perdió y no sé si luego se recuperó. Pero

durante mucho tiempo, al menos, la versión francesa que circuló fue la retraducida desde

el alemán. Dicho sea de paso, esa obra de Diderot es otro ejemplo de lo que decíamos

antes, sobre la pluralidad de las interpretaciones. Lo admiraron a la vez Goethe y Marx,

aunque no por los mismos motivos.

Borges: El siglo XVIII francés tuvo la mejor prosa de la historia de la literatura de

Francia. Voltaire es admirable.

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Sábato: Tenían una gran precisión.

Borges: Y también una gran pasión. Es un siglo estupendo. Yo ahora estoy leyendo

bastante literatura francesa de esa época: los cuentos de Voltaire por ejemplo. Leí con

entusiasmo Carlos XII, un libro épico.

Sábato: Es curioso lo que pasa con esos enciclopedistas. De nuevo la duplicidad del

escritor, entre lo que se proponen y lo que les sale. Diderot, nada menos. Sus obras de

ficción son terribles. Es decir, que los demonios, esos demonios que la ilustración

proscribe o ridiculiza aparecen en las novelas como una especie de venganza

inconsciente de las furias. Cuando más racional se volvía el pensamiento, más se

cobraban venganza.

Borges: Ahí está, sin ir más lejos, la Revolución Francesa.

Sábato: Sí. Decapitan a media Francia en nombre de la Razón. Cada vez que los

teóricos invocan al hombre con H mayúscula hay que ponerse a temblar: o guillotinan a

miles de hombres con minúscula o los torturan en campos de concentración.

Borges: No sé qué escritor dijo: Les idées naissent douces et vieillisent féroces. "Las

ideas nacen dulces y envejecen feroces."

Sábato: Hermosa frase! Además son siempre los pensadores los que mueven la historia.

Borges: Pienso que toda la historia de la Humanidad puede haber comenzado en forma

intranscendente, en charlas de café, en cosas así ¿no?

Sábato: Perdone pero me quedé tocado por esa frase que usted citó. Recordemos las

cosas feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades que hizo Stalin

en nombre del Manifiesto Comunista.

Borges: ¡Qué extraño! Nada de eso ha ocurrido con el Budismo.

Sábato: (Con tono escéptico) Pero dígame, Borges, ¿a usted le interesa el budismo en

serio? Quiero decir como religión. ¿0 sólo le importa como fenómeno literario?

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Borges: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno,

quizá crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.

Sábato: En todo caso, si existen, deben ser dos establecimientos con una población muy

inesperada. Por un instante las risas se confunden con las palabras. Los dos se divierten.

Barone: ¿Y que opina de Dios, Borges?

Borges: (Solemnemente irónico) ¿Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo

que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la

teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.

Sábato: Sí, pero podría ser un Dios imperfecto. Un Dios que no pueda manejar bien el

asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se duerme y tiene

pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes..

Borges: O nosotros. (Se ríen.) No sé si fue Bernard Shaw que dijo: God is in the

making, es decir: "Dios está haciéndose".

Sábato: Es un poco la idea de Strindberg, la idea de un Dios histórico. De todas maneras

las cosas malas no prueban la inexistencia de Dios, ni siquiera la de un Dios perfecto.

Usted acaba de insinuar que cree más bien en los budistas. Si un niño muere, de modo

aparentemente injusto, puede ser que esté pagando la culpa de una vida anterior.

También es posible que no entendamos los designios divinos, (que pertenecen a un

mundo transfinito), mediante nuestra mentalidad hecha para un universo finito.

Borges: Eso coincide con los últimos capítulos del libro de Job.

Sábato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias

teológicas?

Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del

género.

Sábato: Entonces, suponiendo que fuera el Gran Bibliotecario Universal, ese

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bibliotecario que toda la vida soñó ser, Borges pondría en el primer lugar la Biblia ¿no?

Borges: Y sobre todo un libro como la Summa Teologica. Es una obra fantástica muy

superior a las de Wells. (Sonríe.)

Sábato: Claro, Wells es demasiado mecanizado. Un poco la literatura fantástica de la

Revolución Industrial.

Borges: Sí, tengo discusiones con Bioy Casares sobre eso. Yo le digo que es más fácil

creer en talismanes que en máquinas.

Sábato: Tiene razón. La invención de Morel es una obra magnífica Pero personalmente

la habría preferido sin maquinarias ni explicaciones.

Borges: Habría sido mejor que eso ocurriera. Uno acepta un talismán, digamos un anillo

que hace invisibles a los hombres; en cambio Wells tiene que recurrir a experimentos

químicos, y eso es menos creíble. El anillo sólo exige un acto de fe, lo otro, todo un

proceso.

Sábato: Por otra parte la ciencia progresa. Einstein es superior a Newton, de algún modo

refuta a Newton. Un talismán siempre es el mismo, siempre sigue valiendo. Wells era en

el fondo un positivista de la literatura fantástica. Suena el teléfono. Alguien pregunta por

Sábato. Hay una breve pausa y retomamos la charla.

Barone: Les voy a proponer saltar a otro tema, si el salto no les molesta.

Borges: He venido saltando desde hace setenta y cinco años.

Sábato: Todos. ¿Qué le parece como salto eso del despertar cada mañana?

"Recuérdenme a las nueve". Así se decía antes, en el campo, cuando yo era chico.

"Recordarlo", como quien se ha olvidado de la existencia. Cuando dormimos el alma

viaja fuera del espacio y del tiempo. Borges se ha quedado pensativo. Inmóvil, parece

evocar algo. Hay un silencio en Sábato, esperando.

Borges: Todas las mañanas cuando me despierto, pienso: "Soy Borges, estoy viviendo

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en la calle Maipú, mi madre está en la pieza contigua, muy enferma, y vuelvo..."

Sábato: De los dos Borges, seguramente el que sueña es el más auténtico. Porque lo que

escribe debe representar más ese mundo de la noche. Además, recuerdo que usted

comenzó a escribir los cuentos fantásticos después de ese golpe en la cabeza... La mano

de Borges señala en la cabeza un rastro. Me hace que lo toque para que compruebe que

existe. Explica que fue contra una persiana de "fierro".

Borges: Recuerdo que en el sanatorio no podía dormir, porque si lo hacía tenía

alucinaciones. Cuando estuve mejor y me dijeron que había estado a punto de morir, me

puse a llorar. Todo esto fue allá por 1945 creo. O antes. Estaba empleado en la

Biblioteca de Almagro.

Sábato: Sí, antes de que lo ascendieran a inspector de gallinas.

Borges: Fíjese que me dieron ese puesto para humillarme y renuncié el mismo día.

Recuerdo que a un amigo mío le pregunté, por qué habiendo cuarenta empleados en la

Biblioteca me echaban a mí, que era escritor. Me preguntó si yo no había estado con los

aliados durante la guerra. Le respondí que sí. Y entonces ¿qué quiere?, me dijo. Me di

cuenta de que esa lógica era irrefutable.

Barone: Creo que hay un tema que les interesa a los dos. El del lenguaje. Usted, Sábato,

dijo en una oportunidad que uno de los grandes peligros que corremos nosotros, los

escritores de lengua castellana, es el verbalismo. Y citó a Borges en favor de su tesis.

Sábato: Sí, dije que cierta pompa estilística, que fue combatida por hombres como

Borges, parecía entrar ahora en algunas formas de la vanguardia. Siempre recuerdo

aquella parte tan graciosa de Machado. Juan de Mairena hace pasar al pizarrón al mejor

alumno y le hace escribir: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa".

Luego le pide que ponga eso en forma poética, el chico piensa un momento y luego

escribe: "Las cosas que pasan en la calle." Mairena lo felicitó. Claro, se podrá decir que

una frase como "Las cosas que pasan en la calle" no es poesía. Pero la otra variante

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tampoco es poética: sólo es abominable.

Borges: La otra es vanidad. El error de Lugones.

Sábato: ¿No le parece que La guerra gaucha es absolutamente ilegible?

Borges: Desde luego. Pienso que lo hizo un poco para probar que él también podía jugar

a ese juego.

Sábato: Yo pienso que lo hizo de veras, quizá movido por un oscuro sentimiento de

inferioridad. El deseo de probar que el podía escribir como ciertos clásicos. Y aun peor.

Pero claro, Lugones tiene también versos hermosos y austeros.

Borges: Aunque a veces le ocurren cosas espantosas, como aquel soneto que termina así:

Poblóse de murciélagos el combo cielo, a manera de chinescos biombos... Su voz parece

deleitarse en la repetición irónica grandilocuente de estos versos. Poblóse de

murciélagos el combo cielo, a manera de chinescos biombos...

Sábato: Parece una letra de tango de la época modernista. Pero Lugones tiene poemas

muy lindos. ¿tPor qué no recita alguno, usted que tiene tanta memoria?

Borges: (No titubea, se abstrae un momento y luego recita) Nuestra tierra quiera

salvarnos del olvido por estos cuatro siglos que en ella hemos servido Y este otro: Yo

que soy montañés sé lo que vale la amistad de la piedra para el alma Y también éste: Al

promediar la tarde de aquel día, cuando iba mi habitual adiós a darte, fue una vaga

congoja de dejarte... lo que me hizo saber que te quería. La voz de Borges, la mirada

vaga, los poemas, me han emocionado. Veo que Sábato quiere acompañar ese silencio

con un poco de whisky Borges se ha quedado callado.

Barone: Sábato, usted acaba de decir que los vanguardistas entraban por la ventana con

su verbalismo. ¿Por qué no lo explica?

Sábato: Dije "ciertas" formas de vanguardismo. Por el momento sólo quiero recordar

que en aquellas reuniones de que hablábamos al comienzo, uno de los temas que nos

apasionaban era ese del lenguaje. La necesidad de un lenguaje preciso. Bioy Casares era

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partidario de un idioma desnudo, que él maneja admirablemente bien.

Borges: Adolfo decía que yo soy propenso a lo sentencioso. Lo cual es cierto.

Sábato: No sé qué alcance le quiere dar a esa calificación. Quizá se refiera más bien a

frases pretenciosas. Porque los aforismos son sentenciosos y tienen una enorme fuerza,

reúnen eficacia y belleza. Creo, no confío demasiado en mi memoria, que Wilde dijo

algo como: "Todos los hombres nacen reyes y mueren en el destierro". Extraordinaria

frase.

Borges: Es que Wilde era ciertamente ingenioso, pero no todos nacen reyes.

Sábato: O esa frase de La Rochefoucauld: "Todos tenemos bastante fuerza para soportar

los males ajenos". Ese assez de force es lo más perversamente exacto de todo ¿no? Por

eso no se puede rechazar lo sentencioso en si: hay que negarlo cuando es malo. Y porque

es malo, no porque sea sentencioso.

Borges: (Asintiendo) Una vez le pregunté a Henríquez Ureña si le gustaban las fábulas.

Y me contestó: "No soy enemigo de los géneros". Fue una respuesta muy sabia. Algo

marcha mal en el grabador. Nunca confié en el mecanismo. En este momento reniego.

Sábato y Borges siguen conversando indiferentes a mis denodados esfuerzos por reparar

lo que no entiendo. Al fin un golpe seco lo hace andar. Han pasado tres o cuatro minutos.

Retomo la charla sobre la voz de Borges, quien parece haber percibido mi combate

mecánico.

Borges: Enrique Amorim, que era oriental, cuando algo andaba mal decía: "Uruguayo y

basta". Y aquí cuando chico se solía decir: "Más criollo que el olor feo". Ahora no se

diría eso ¿no? En aquel tiempo parece que el país era más sensato... Había un negocio en

la Avenida de Mayo con un cartelito que aseguraba: "Argentino, pero bueno". (Sonríe)

Barone: Cuando estaba preocupado por el grabador alcancé a oír algo sobre el lenguaje

francés y las traducciones. Escuché un nombre: Federico el Grande.

Sábato: Le estuve diciendo a Borges que el prestigio de Francia en los siglos XVII y

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XVIII fue tan grande que Federico II leyó la metafísica de Christian Wolff en francés, no

en alemán, su lengua de origen.

Borges: Es que Federico II tenía un conocimiento rudimentario del alemán. Lo

consideraba una lengua bárbara.

Sábato: Sí, el alemán no tenía aún suficiente prestigio como lengua culta. Pero hubo

algo más impresionante todavía. El romanticismo alemán se impuso gracias al impulso

desde Francia y sin embargo es un movimiento esencialmente germánico. Es la

dialéctica de ciertos procesos espirituales: nos conocemos a través de otros. Aquí

Echeverría introdujo los románticos europeos y así Alberdi pudo darse cuenta de la

belleza del ceibo. Nada menos.

Barone: Disculpen, me perdí esa parte cuando hablaban de Baudelaire y Poe.

Borges: Decía que si Baudelaire no traduce a Poe, quizá mucha gente en América no

habría leído sus poesías.

Sábato: Hay que reconocer que lo mejoró.

Borges: Sí, es cierto, El cuervo es sencillamente espantoso.

Borges: Parece extraño, Borges, pero ¿por qué, entonces, ese poema pasó a ser tan

conocido?

Borges: Poe dice que quiso hacer un poema que fuera popular. Explica que se propuso

cierto número de líneas... también debe haber influido el hecho de que el cuervo es un

animal prestigioso... Con un loro no habría podido, ¿no? De todas maneras sé que en

Estados Unidos lo consideran un mal poeta. Los cuentos en cambio son muy buenos.

Tampoco Omar Kahyyam es considerado buen poeta en Persia, pero su traductor inglés

lo hizo famoso.

Barone: Siempre me pregunté como será eso de traducir a otros idiomas como el chino

por ejemplo.

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Sábato: Eso nunca se podrá comprobar (risas). Si ya con lenguas indoeuropeas es

imposible la traducción, podemos suponer lo que será el pasar a lenguas como el chino.

En rigor, cualquier traducción es falsa, no hay equivalentes exactos.

Borges: Eso es culpa de los diccionarios, que han hecho creer que hay equivalentes y no

los hay. Y también de los traductores que no comprenden que no es lo mismo traducir

una obra de la que han transcurrido centenares de años y otra contemporánea. Cuando

Poe o Lawrence tradujeron La Odisea pudieron recrearla con plena libertad porque era

una lengua muerta. En cambio cuando se trata de un idioma contemporáneo, como por

ejemplo el de Whitman, no veo otra posibilidad que la de una versión como la mía, un

tanto personal y a la vez con un rigor resignado.

Sábato: "Amar" en castellano no es lo mismo que en francés. En francés "se ama" un

bife o el arroz. Creo, Borges, que ni siquiera podría decirse que se puede pasar del

castellano al castellano: desde el momento en que el primer conquistador pisó América

la palabra "llanura" tuvo otro significado que en España.

Borges: Por supuesto, es lo mismo que pasa con el inglés y el americano.

Sábato: Bernard Shaw dijo: "Una lengua común nos separa". Un aforismo casi

hegeliano.

Ahora reímos. Es el final de la charla. Ha llegado Anneliese a buscar a Borges. Y Renée

Noetinger, la dueña de casa, insiste en la última vuelta de whisky, que Sábato y yo

aceptamos. Borges, contento, recuerda que en la escuela había aprendido algunas

nociones de "lunfardo básico". ¿Cuáles? pregunta Sábato. "Biaba" y "Biaba con caldo"

cuando venia con sangre contesta Borges levantándose lentamente. Se han ido por el

pasillo. Me quedo un momento solo en la sala. Solo no. En mi mano, la cinta grabada es

un símbolo.