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Modernidad y Holocausto

Zygmunt Bauman

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Índice

Prólogo 11

1. Introducción: la sociología después del Holocausto 21

El Holocausto como prueba de modernidad 26

El significado del proceso civilizador 33

Producción social de la indiferencia moral 40

Producción social de la invisibilidad moral 46

Consecuencias morales del proceso civilizador 50

2. Modernidad, racismo y exterminio (I) 53

 Algunas singularidades del extrañamiento de los judíos 56

La incongruencia judía desde la cristiandad hasta la modernidad 59

 A horcajadas sobre las barricadas 63

El grupo prismático 64

Dimensiones modernas de la incongruencia 69

La nación no nacional 75La modernidad del racismo 80

3. Modernidad, racismo y exterminio (II) 85

De la heterofobia al racismo 86

El racismo como ingeniería social 90

De la repugnancia al exterminio 97

Una mirada hacia delante 102

4. Singularidad y normalidad del Holocausto 108

El problema 110

Genocidio extraordinario 113

La peculiaridad del genocidio moderno 119

Efectos de la división jerárquica y funcional del trabajo 124

Deshumanización de los objetos burocráticos 128

La burocracia en el Holocausto 131

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La bancarrota de las salvaguardas modernas 133

Conclusiones 137

5. Solicitar la cooperación de las víctimas 144

"Aislar" a las víctimas 150

El juego de "salva lo que puedas" 156

La racionalidad individual al servicio de la destrucción colectiva 163

La racionalidad de la propia conservación 171

Conclusión 178

6. La ética de la obediencia (lectura de Milgram) 180

La inhumanidad como función de la distancia social 184

La complicidad después de los propios actos 186

La tecnología moralizada 189

La responsabilidad flotante 191

El pluralismo del poder y el poder de la conciencia 193

La naturaleza social del mal 196

7. Hacia una teoría sociológica de la moralidad 199La sociedad como fábrica de moralidad 201

El desafío del Holocausto 206

Las fuentes pre-sociales de la moralidad 210

Cercanía social y responsabilidad moral 215

Supresión social de la responsabilidad moral 219

Producción social de la distancia 224

Comentarios finales 230

8. Addendum: racionalidad y vergüenza 233

 Apéndice - Manipulación social de la moralidad:

actores moralizadores y acción adiaforizante

Notas 256

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 A Janina y a todos los que sobrevivieron para contar la verdad.

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Mientras escribo, seres humanos muy civilizados vuelan sobre micabeza con la intención de matarme. No sienten ninguna enemistad haciamí como persona ni yo tampoco hacia ellos. Simplemente "cumplen con sudeber" como suele decirse. La mayoría de ellos, no me cabe ninguna duda,son hombres de buen corazón y temerosos de la ley, que nunca soñarían concometer un asesinato en su vida privada. Por otro lado, si uno de ellosconsigue volarme en pedazos con una bomba certera, tampoco le quitará elsueño. Está al servicio de su país, que tiene poder para absolverle del mal.

George Orwell, England your England (1941)

Nada es tan triste como el silencio.

Leo Baek, Presidente de Reichsvertretung der deutschen Juden, 1933-43

Importa que la gran pregunta histórica y social... ¿Cómo pudosuceder?... conserve todo su peso, toda su espantosa desnudez, todo suhorror.

Gershom Scholem oponiéndose a la ejecución de Eichmann

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PRÓLOGO

Después de escribir su historia personal, tanto en el ghetto  como

huida, Janina me dio las gracias a mí, su marido, por soportar suprolongada ausencia durante los dos años que invirtió en escribiry recordar un mundo que «no era el de su marido». Lo cierto esque yo escapé de ese mundo de horror e inhumanidad cuando seexpandía por los rincones más remotos de Europa. Y, comomuchos de mis contemporáneos, nunca intenté explorarlodespués de que se desvaneciera de la tierra y dejé quepermaneciera entre los recuerdos obsesionantes y las cicatricessin cerrar de aquéllos a los que hirió y vistió de luto.

Evidentemente, tenía conocimiento del Holocausto. Compartíaesta imagen del Holocausto con muchas personas, tanto de migeneración como más jóvenes: un asesinato horrible que losmalvados cometieron contra los inocentes. El mundo se dividió enasesinos enloquecidos y víctimas indefensas junto con algunaspersonas que ayudaban a esas víctimas cuando podían, aunquecasi nunca fuera posible. En ese mundo los asesinos asesinabanporque estaban locos, eran malvados y estaban obsesionados conuna idea loca y malvada. Las víctimas iban al matadero porqueno podían competir con un enemigo poderoso y fuertementearmado. El resto del mundo sólo podía observar, perplejo yagonizante, sabiendo que solamente la victoria final de losejércitos aliados en la coalición antinazi pondría fin alsufrimiento humano. Con todos estos conocimientos, mi imagendel Holocausto era como un cuadro convenientemente enmarcadopara distinguirlo de la pared y subrayar su diferencia del restodel mobiliario.

Cuando leí el libro de Janina, empecé a pensar en todo lo que nosabía o, mejor dicho, en todas las cosas sobre las que no habíarecapacitado debidamente. Empecé a comprender que noentendía realmente lo que había sucedido en «ese mundo que noera el mío». Lo que había ocurrido era demasiado complicadocomo para que se pudiera explicar de esa manera sencilla eintelectualmente consoladora que yo ingenuamente suponíasuficiente. Me di cuenta de que el Holocausto no sólo era siniestroy espantoso, sino que además era un acontecimiento difícil de

entender con los términos al uso. Para poder comprenderlo había

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que describirlo con un código específico que, previamente, sedebía establecer.

 Yo deseaba que los historiadores, los científicos sociales y lospsicólogos lo establecieran y me lo explicaran. Exploré los

estantes de las bibliotecas y los encontré repletos de meticulososestudios históricos y de profundos tratados teológicos. Tambiénhabía algunos estudios sociológicos, hábilmente documentados yescritos con agudeza. Las pruebas que habían acumulado loshistoriadores eran abrumadoras en volumen y contenido. Susanálisis, profundos y sólidos demostraban más allá de cualquierposible duda que el Holocausto es una ventana, no un cuadro. Almirar por esa ventana se vislumbran cosas que suelen serinvisibles, cosas de la mayor importancia, no sólo para losautores, las víctimas y los testigos del crimen, sino para todos losque estamos vivos hoy y esperamos estarlo mañana. Lo que vi poresa ventana no me gustó nada en absoluto. Sin embargo, cuantomás deprimente era la visión más convencido me sentía de que sinos negábamos a asomarnos todos estaríamos en peligro.

 Y, no obstante, yo no había mirado por esa ventana antes, y eneso no me diferenciaba del resto de mis compañeros sociólogos. Aligual que muchos de mis colegas, daba por sentado que el

Holocausto había sido, como mucho, algo que los científicossociales teníamos que aclarar, pero en absoluto algo que pudieraaclarar las actuales preocupaciones de la sociología. Creía, porexclusión más que por reflexión, que el Holocausto había sido unainterrupción del normal fluir de la historia, un tumor cancerosoen el cuerpo de la sociedad civilizada, una demencia momentáneaen medio de la cordura. Así, podía crear para mis estudiantes unretrato de una sociedad cuerda, saludable y normal y dejar lahistoria del Holocausto a los patólogos profesionales.

Nuestra suficiencia, la mía y la de todos mis colegas, se apoya,aunque a excusa, sobre ciertas maneras en las que se ha utilizadoel recuerdo del Holocausto. Con demasiada frecuencia, se hasedimentado en la opinión pública como una tragedia que lesocurrió a los judíos y sólo a ellos y que, en consecuencia, requeríade todos los demás remordimiento, conmiseración y acasodisculpas, pero poco más. Una y otra vez, tanto los judíos comolos no judíos lo habían narrado como propiedad única y exclusiva

de los primeros, como algo que había que dejar para los queescaparon de los fusilamientos o de las cámaras de gas y para sus

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descendientes, quienes lo guardarían celosamente. Las dosactitudes, la «externa» y la «interna», se complementaban.

 Algunos (autoproclamados) portavoces de los muertos llegaron alextremo de avisar contra los ladrones que se confabulaban para

arrebatar el Holocausto a los judíos, para «cristianizarlo» osimplemente para disolver su carácter genuinamente judío enuna «humanidad» tristemente indiferenciada. El Estado judíointentó utilizar los recuerdos trágicos como el certificado de sulegitimidad política, como salvoconducto para todas susactuaciones políticas pasadas y futuras y, sobre todo, como pagopor adelantado de todas las injusticias que pudiera cometer.Todas estas actitudes contribuyeron a que el Holocausto seafianzara en la conciencia pública como un asunto

exclusivamente judío y de poca importancia para todos los demás(los judíos individualmente considerados también) que nos vemosforzados a vivir nuestro tiempo y a pertenecer a la sociedadmoderna. Un amigo mío, muy culto y reflexivo, me descubrió hacepoco, en un destello, lo peligrosamente que se había reducido elsignificado del Holocausto a trauma personal y reivindicación deuna nación. Estábamos hablando y yo me quejaba de que en elcampo de la sociología no había encontrado muchas referencias alas conclusiones de importancia universal que se derivan de la

experiencia del Holocausto. «Es realmente sorprendente», mecontestó mi amigo, «sobre todo, si tenemos en cuenta la grancantidad de sociólogos judíos que hay».

Se lee sobre el Holocausto con ocasión de los aniversarios, que seconmemoran con un público fundamentalmente judío y sepresentan como acontecimientos propios de las comunidades

 judías. Las universidades han programado cursos especialessobre la historia del Holocausto que, sin embargo, se imparten

desgajados de los cursos de historia general. Muchas personasdefinen el Holocausto como un asunto específico de la historia judía. Tiene sus propios especialistas, profesionales queperiódicamente se reúnen y disertan entre ellos en simposios yconferencias especializadas. Sin embargo, su trabajo,impresionante y de crucial importancia, raramente acabavertiéndose sobre la línea central de las disciplinas académicas nien la vida cultural en general, como suele ocurrir con los otrosintereses especializados en este nuestro mundo de especialistas y

especializaciones.

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En las pocas ocasiones en que encuentra una salida, se le suelepermitir salir al escenario público de forma aséptica, es decir,amable y desmovilizadora. Puede llegar a sacudir al público ysacarlo de su indiferencia ante la tragedia humana, porque se

hace eco de su mitología, pero no le sacará de su complacenciacomo en Holocausto , la serie de televisión estadounidense en laque se veía a médicos bien alimentados y con buenos modales y asus familias, igual que los vecinos de Brooklyn, erguidos, dignos ymoralmente incólumes, conducidos a las cámaras de gas porunos nazis degenerados y repugnantes a los que ayudabancampesinos eslavos sedientos de sangre. David G. Roskies,estudioso perspicaz y empático de las reacciones judías ante el

 Apocalipsis, ha observado el trabajo silencioso e inexorable de

autocensura. Las «cabezas inclinadas hacia el suelo» del poeta delghetto se han sustituido, en ediciones posteriores, por las«cabezas levantadas por la fe». Roskies concluye diciendo:«Cuantas más zonas grises se eliminen, más claros serán loscontornos del Holocausto en cuanto arquetipo. Los judíos muertoseran todos buenos y los nazis y sus colaboradores absolutamentemalos»[1]. A Hannah Arendt la abuchearon coros de sentimientosofendidos cuando se atrevió a decir que las víctimas de unrégimen inhumano debieron perder algo de su humanidad en el

camino hacia la perdición.El Holocausto sí fue una tragedia judía . Aunque los judíos nofueran el único grupo sometido a trato especial” por el régimennazi (los seis millones de judíos se contaban entre los más deveinte millones de personas aniquiladas por orden de Hitler),solamente los judíos estaban señalados para que se procediera asu destrucción total y no tenían sitio en el Nuevo Orden queHitler se propuso instituir. Pero, a pesar de ello, el Holocausto no

fue simplemente un problema judío ni fue un episodio sólo de lahistoria judía. El Holocausto se gestó   y se puso en práctica en  nuestra sociedad moderna y   racional, en una fase   avanzada denuestra  civilización y en un momento  álgido de nuestra cultura y, 

 por esta razón, es un    problema de esa sociedad, de   esacivilización y de esa  cultura . Por esta razón, la autocuración de lamemoria histórica que tiene lugar en la conciencia de la sociedadmoderna no sólo constituye una negligencia ofensiva para lasvíctimas del genocidio, también es el símbolo de una ceguera

peligrosa y potencialmente suicida.

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Este proceso de autocuración no implica necesariamente que elHolocausto se desvanezca de la memoria por completo. Existenmuchas señales de lo contrario. Aparte de las pocas vocesrevisionistas que niegan la realidad del suceso (y que parece que,

sin percibirlo, incrementan la conciencia pública sobre elHolocausto por medio de los titulares sensacionalistas queprovocan) parece que la crueldad del Holocausto y su impactosobre las víctimas, especialmente los supervivientes, ocupa unlugar cada vez mayor en el interés del público. Los temas de estetipo han pasado a ser casi obligatorios, aunque con una funciónauxiliar, como tramas secundarias en películas, series detelevisión y novelas. Y, sin embargo, no cabe ninguna duda deque la autocuración sigue produciéndose por medio de dos

procesos entrelazados.Uno de ellos es convertir la historia del Holocausto en un empeñoespecializado confinado en sus propias instituciones científicas,fundaciones y circuitos de conferencias. Uno de los efectosfrecuentes y sabidos de esta separación de las especializacionesacadémicas es que el vínculo entre el nuevo ámbito de estudio yel campo principal de la disciplina se va haciendo cada vez mástenue. Los intereses y conclusiones de los nuevos especialistas y

el nuevo lenguaje e imaginería que crean apenas inciden sobre elgrueso de la disciplina. Con frecuencia, la división implica que losintereses académicos encomendados a las institucionesespecializadas se eliminan de la línea principal de la disciplina.Por decirlo de alguna manera, se particularizan y marginan y,en la práctica, aunque no necesariamente en teoría, pierden susimplicaciones más generales. De esta manera, la corrienteacadémica principal puede obviar esos intereses, de suerte que,aunque aumenta a velocidad impresionante el volumen, la

profundidad y la calidad académica de las obras especializadasen el Holocausto, no lo hace ni el espacio ni la atención que se lededica en el relato de la historia moderna. Si acaso, resulta ahoramás sencillo pasar por alto el análisis sustantivo del Holocausto,escudándose tras una oportunamente engrosada lista dereferencias bibliográficas.

Otro proceso es la ya mencionada asepsia de la imaginería delHolocausto sedimentada en la conciencia popular. Condemasiada frecuencia, la información pública sobre el Holocaustose ha asociado con ceremonias conmemorativas y con las

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solemnes homilías que estas ceremonias suscitan y legitiman.Las ocasiones de este tipo, aunque sean importantes desdemuchos puntos de vista, dejan poco espacio para hacer unanálisis profundo de la experiencia del Holocausto y, en especial,

de sus aspectos más inquietantes y ocultos. De estos ya de por sítímidos análisis, escasos son los que llegan a una concienciapública alimentada por no iniciados y medios de comunicación demasas.

Cuando se pide a la gente que se plantee las preguntas másterribles: «¿cómo fue posible tal horror?», «¿cómo pudo suceder enel corazón de la parte más civilizada del mundo?», no se sueleperturbar ni su tranquilidad ni su equilibrio mental. El examende las culpas se disfraza de investigación sobre las causas. Lasraíces del horror, nos dicen, se deben buscar y se encuentran enla obsesión de Hitler, en el servilismo de sus partidarios, en lacrueldad de sus seguidores y en la corrupción moral de sus ideas.

 Ahondando en la etiología, acaso también se encuentren causasen algunos reiterados aconteceres de la historia de Alemania o enla especial indiferencia moral del alemán medio, actitud que erade esperar a la vista de su antisemitismo patente o latente. Todolo cual suele ser consecuencia de la insistencia en considerar que

«intentar entender cómo fueron posibles esas cosas sólo seconsigue mediante una letanía de revelaciones sobre un Estadoodioso llamado Tercer Reich, sobre la bestialidad de los nazis osobre otros aspectos de la “enfermedad alemana” que,  segúncreemos y nos animan a creer, indican la presencia de algo que«va contra los principios del planeta»[2]. Se dice también que unavez que conozcamos con detalle las bestialidades del nazismo ysus causas «entonces será posible, si no curar, al menos sícauterizar la herida que el nazismo ha causado a la civilización

occidental» [3]. Estas y semejantes actitudes puedeninterpretarse en el sentido (no siempre pretendido por susautores) de que, una vez establecida la responsabilidad moral de

 Alemania, de los alemanes y de los nazis, habrá concluido labúsqueda de estas causas. Como el propio Holocausto, sus causasse encontraban en un espacio reducido y en un tiempo limitadoque, afortunadamente, ha terminado.

Sin embargo, el ejercicio de centrarse en la alemanidad   delcrimen considerándola como el aspecto en el que reside laexplicación de lo sucedido es al mismo tiempo un ejercicio que

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exonera a todos los demás y especialmente todo lo demás.Suponer que los autores del Holocausto fueron una herida o unaenfermedad de nuestra civilización y no uno de sus productos,genuino aunque terrorífico, trae consigo no sólo el consuelo moral

de la autoexculpación sino también la amenaza del desarmemoral y político. Todo sucedió «allí», en otro tiempo, en otro país.Cuanto más culpables sean «ellos», más a salvo estará el resto de«nosotros» y menos tendremos que defender esa seguridad. Y si laatribución de culpa se considera equivalente a la localización delas causas, ya no cabe poner en duda la inocencia y rectitud delsistema social del que nos sentimos tan orgullosos.

El efecto final consiste, paradójicamente, en quitar el aguijón delrecuerdo del Holocausto. El mensaje que contiene el Holocaustosobre la forma en que vivimos hoy, sobre la calidad de lasinstituciones con las que contamos para nuestra seguridad, sobrela validez de los criterios con los que medimos la corrección denuestra conducta y las normas que aceptamos y consideramosnormales se ha silenciado, no se escucha y sigue sin comunicarse.

 Aunque los especialistas lo hayan sistematizado y se discuta enel circuito de conferencias, raramente se oye hablar de él en otrositio, y sigue siendo un misterio para las personas ajenas al

asunto. Todavía no ha penetrado, por lo menos seriamente, en laconciencia contemporánea. Peor todavía, aún no ha afectado a loshábitos contemporáneos.

Este estudio quiere ser una contribución pequeña y modesta a loque parece ser una empresa de una formidable importanciacultural y política que debió hacerse mucho tiempo antes: laempresa de que las lecciones psicológicas, sociológicas y políticasdel episodio del Holocausto logren incidir sobre la conciencia y laactuación de las instituciones y de los miembros de la sociedad

contemporánea. Este estudio no ofrece ningún relato nuevo de lahistoria del Holocausto, sino que se remite plenamente a losnotables logros de las recientes investigaciones especializadasque he intentado estudiar minuciosamente y con las cuales tengouna deuda infinita. Este estudio se centra en las revisiones quede los distintos asuntos fundamentales de las ciencias sociales (yposiblemente también en las costumbres sociales) deben hacersea la vista de los procesos, tendencias y potenciales ocultos quesalieron a la luz en el transcurso del Holocausto. El propósito de

las  diferentes investigaciones de  este estudio no es aumentar  los

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conocimientos  especializados y enriquecer  ciertas preocupaciones  marginales de los científicos   sociales, sino trasladar las  conclusiones de los   especialistas al uso general   de la cienciasocial,  interpretarlas de manera que   muestren su relevancia

 para   las cuestiones principales de   las investigaciones  sociológicas, transmitirlos a   la corriente principal de   nuestradisciplina y, de esta manera, conseguir que, desde su actualmarginalidad, pasen al campo central de la teoría social y de lapráctica sociológica.

El capítulo 1 es un estudio general de las respuestas sociológicas,o mejor dicho, de su manifiesta insuficiencia, a ciertas cuestionesteóricamente fundamentales y vitales en la práctica que planteanlos estudios sobre el Holocausto. Algunas de estas cuestiones seanalizan por separado y con mayor profundidad en capítulosposteriores. En los capítulos 2 y 3 se estudian las tensiones queprovocaron las tendencias a trazar límites propios de las nuevascondiciones de modernización, el hundimiento del ordentradicional, el afianzamiento de los Estados nacionales modernos,los vínculos entre ciertos atributos de la civilización moderna (elmás importante de todos, la función de la retórica científica en lalegitimación de las ambiciones de la ingeniería social), el

nacimiento del racismo como forma de antagonismo comunal y laasociación entre el racismo y los proyectos genocidas. Al sostenerque el Holocausto fue un fenómeno típicamente moderno que nose puede entender fuera del contexto de las tendencias culturalesy de los logros técnicos de la modernidad, en el capítulo 4 intentoplantear el problema de la combinación auténticamentedialéctica de singularidad y normalidad que distingue alHolocausto de otros fenómenos modernos. En la conclusiónsugiero que el  Holocausto fue el resultado  del encuentro único de  

factores que, por sí mismos,  eran corrientes y vulgares. Y   quedicho encuentro resultó    posible en gran medida por   laemancipación del Estado    político — de su monopolio   de laviolencia y de sus  audaces ambiciones de   ingeniería social —  del  control social, como   consecuencia del progresivo  desmantelamiento de las  fuentes de poder y de las   institucionesno políticas de  la auto-regulación social .

En el capítulo 5 emprendo la dolorosa e ingrata tarea de analizaruna de esas cosas que, con denodado empeño, «preferimos dejarsin expresar» [4]: los mecanismos modernos que permitieron que

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las víctimas cooperaran en su propio sacrificio y que, al contrariode lo que se afirma de los efectos dignificantes y moralizadoresdel proceso civilizador, indican el impacto progresivamentedeshumanizador de la autoridad. El tema del capítulo 6 es uno de

los «vínculos modernos» del Holocausto: su relación íntima con elmodelo de autoridad desarrollado hasta la perfección en laburocracia moderna. Es un comentario detallado sobre losimportantes experimentos sociopsicológicos realizados porMilgram y Zimbardo. En el capítulo 7, que sirve de síntesisteórica y conclusión, se estudia el lugar que ocupa la moralidaden las versiones dominantes de la teoría social y aboga por unarevisión radical que tome en consideración la demostradaposibilidad de manipular socialmente la distancia social, física y

espiritual. A pesar de la diversidad de asuntos, tengo la esperanza de quetodos los capítulos apunten en la misma dirección y refuercen laidea central. Todos ellos  son argumentos para que  incluyamos laslecciones del  Holocausto en la línea   principal de nuestra teoría  dela modernidad y del   proceso civilizador y sus  efectos . Todos ellosproceden de la convicción de que la experiencia del Holocaustocontiene información fundamental sobre la sociedad a la que

pertenecemos.El Holocausto fue un encuentro singular entre las antiguastensiones que la modernidad pasó por alto, despreció o no suporesolver, y los poderosos instrumentos de la actuación racional yefectiva que crearon los desarrollos modernos. Aunque esteencuentro fuera singular y exigiera una peculiar combinación decircunstancias, los factores que se reunieron eran, y siguensiendo, omnipresentes y «normales». No se ha hecho lo suficientepara desentrañar el pavoroso potencial de estos factores, y menos

todavía para atajar sus efectos potencialmente horribles. Creoque se pueden hacer muchas cosas en ambos sentidos y quedebemos hacerlas.

Mientras escribía este libro, pude sacar provecho de las críticas yconsejos de Bryan Cheyette, Shmuel Eisenstadt, Ferenc Fehér,

 Agnes Heller, Lukasz Hirszowicz y Victor Zaslasvsky. Espero queencuentren en estas páginas algo más que restos marginales desus ideas y su inspiración. Estoy especialmente en deuda con

 Anthony Giddens por sus atentas lecturas a las sucesivas

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versiones del libro, meditadas críticas y valiosos consejos. ParaDavid Roberts, mi gratitud por su paciencia y quehacer editorial.

Nota al lector

Esta edición incluye un  apéndice titulado  «Manipulación social dela  moralidad: actores  moralizadores, acción  adiaforizante». Es eltexto de  la conferencia que pronunció  el autor cuando a esta obra  le fue concedido el Premio  Europeo Amalfi de  Sociología y TeoríaSocial en  1989 .

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1.

Introducción: la sociología después del Holocausto

En la  actualidad, la  civilización incluye  los  campos  de muerte   y  Muselmänner entre sus   productos  materiales   y  espirituales .

Richard Rubenstein y John Roth, Approaches to   Auschwitz

Para la sociología, en cuanto teoría de la civilización, de lamodernidad y de la civilización moderna, existen dos formas de

minimizar, juzgar erróneamente o negar la importancia delHolocausto.

Una de ellas es presentar el Holocausto como algo que les sucedióa los judíos, como un acontecimiento que pertenece a la historia

 judía . Esto convierte al Holocausto en algo único, cómodamenteatípico y sociológicamente intrascendente. El ejemplo máscorriente de este enfoque es presentar el Holocausto como elpunto culminante del antisemitismo europeo y cristiano, en símismo, un fenómeno único que no se puede comparar con el

amplio y denso repertorio de prejuicios y agresiones étnicas oreligiosas. El antisemitismo destaca entre todos los otros casos deantagonismos colectivos por su sistematicidad sin precedentes,por su intensidad ideológica, por su difusión supranacional ysupraterritorial y por su mezcla única de fuentes y afluentesnacionales y universales. Mientras se defina al Holocausto como,por decirlo de alguna manera, la continuación del antisemitismopor otros medios seguirá pareciendo un «conjunto de un soloelemento», un episodio aislado que acaso arroja alguna luz sobrela patología  de la sociedad donde se produjo, pero que no aportacasi nada al entendimiento que podamos tener del estado normalde esa sociedad. Y menos aún reclama una revisión significativadel entendimiento ortodoxo de la tendencia histórica de lamodernidad, del proceso civilizador o de las cuestiones de interéspara la investigación sociológica.

La otra vía, que aparentemente apunta en la dirección opuesta,aunque, en la práctica, conduce al mismo punto de destino,

consiste en presentar el Holocausto como un caso extremo dentrode una amplia categoría de fenómenos sociales habituales, una

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categoría odiosa y repelente con la que, sin embargo, podemos ydebemos convivir. Debemos convivir con ella debido a sucapacidad de adaptación y a su omnipresencia, pero, sobre todo,porque la sociedad moderna ha sido desde siempre, es y seguirá

siendo, una organización diseñada para reducirla e incluso paraeliminarla por completo. En consecuencia, se clasifica alHolocausto como un elemento más, aunque importante, de unaclase muy amplia que abarca muchos casos «semejantes» deconflicto, prejuicio o agresión. En el peor de los casos, se atribuyeel Holocausto a una predisposición «natural», primitiva yculturalmente inextinguible de la especie humana lo mismo quela agresión instintiva de Lorenz o el fracaso del neocórtex paracontrolar la parte antigua del cerebro que rige las emociones

descrito por Arthut Koestler [1]. Los factores responsables delHolocausto, en tanto que presociales e inmunes a lamanipulación cultural, se han eliminado de forma efectiva delámbito del interés sociológico. En el mejor de los casos, elHolocausto se sitúa entre los genocidios más pavorosos ysiniestros, categoría que resulta teóricamente abordable. O biense desvanece en la categoría amplia y conocida de opresión ypersecución étnica, cultural o racial [2].

Se tome el camino que se tome, los efectos son muy parecidos. ElHolocausto forma parte de la corriente de la historia por todosconocida:

Cuando se examina de esta manera y se acompaña haciendo adecuadareferencia de otros horrores históricos (las cruzadas religiosas, lamatanza de los herejes albigenses, la de los armenios a manos de losturcos o incluso la invención británica de los campos de concentracióndurante la guerra de los Bóers) resulta fácil considerar el Holocaustocomo un caso «único», pero normal después de todo. [3]

O bien se integra en la relación, conocida por todos, de los cientosde años de ghettos, discriminación legal, pogroms y persecucionesde los judíos en la Europa cristiana y entonces se revela comouna consecuencia especialmente monstruosa, aunquecompletamente lógica, del odio étnico y religioso. De cualquiermanera, la bomba queda desactivada. Ya no es necesario hacerninguna revisión importante de nuestra teoría social. Nuestrasvisiones de la modernidad, de su potencial no manifestadoaunque siempre presente o de su tendencia histórica, no precisan

otro examen ya que los métodos y conceptos que acumula lasociología son totalmente adecuados para acometer esta empresa,

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para «explicarla», para «hacer que tenga sentido» y paraentenderla. El resultado global es la autosatisfacción teórica. Enrealidad, no sucedió nada que justifique que se tenga que volver acriticar el modelo de sociedad moderna que ha resultado tan útil

como marco teórico y como legitimación pragmática de losmétodos sociológicos.

Hasta aquí, los historiadores y los teólogos han sido los que sehan mostrado más en desacuerdo con esta actitud deautosatisfacción y autofelicitación. Los sociólogos han prestadomuy poca atención a esas voces. Las aportaciones de lossociólogos profesionales a los estudios sobre el Holocausto,cuando se comparan con la enorme cantidad de trabajo que hanrealizado los historiadores y el volumen del examen de concienciallevado a cabo por los teólogos, tanto cristianos como judíos,parecen marginales e insignificantes. Estos estudios sociológicosvienen a demostrar más allá de cualquier duda razonable que elHolocausto tiene más  que decir sobre la situación  de la sociologíade lo que la   sociología, en su estado   actual, puede añadir a  nuestro conocimiento de lo  que fue el Holocausto . Los sociólogostodavía no se han enfrentado a este hecho tan alarmante, ymucho menos han respondido a él.

La manera en que la profesión sociológica percibe su labor conrespecto al hecho denominado «Holocausto» la ha explicado muyatinadamente uno de sus representantes más eminentes, EverettC. Hughes:

El gobierno nacional socialista de Alemania realizó el «trabajo sucio»más colosal de la historia de los judíos. Los problemas fundamentalesrelacionados con este acontecimiento son 1) ¿quiénes son las personasque realmente hicieron este trabajo?, y 2) ¿cuáles son lascircunstancias en las que otras «buenas» personas les permitieron

realizarlo? Lo que necesitamos es conocer mejor las señales de suascenso al poder y la mejor manera de mantenerlos alejados de él. [4]

Hughes, fiel a los sólidos principios del método sociológico, partedel principio de que el problema consiste en descubrir lacombinación característica de factores psicosociales que sepueden relacionar de forma razonable (en cuanto variabledeterminante) con las tendencias de comportamientocaracterísticas de los que llevaron a cabo el «trabajo sucio», enenumerar otra serie de factores que relativicen la (esperable,

aunque no efectiva) resistencia contra estas tendencias por partede otras personas y en conseguir, finalmente, algún conocimiento

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aclaratorio y prospectivo que, en este mundo organizado de formaracional, regido por leyes causales y probabilidades estadísticas,permita evitar a quienes posean estos conocimientos que lastendencias «sucias» vean la luz, que se expresen en

comportamientos reales y que logren sus nocivos efectos «sucios».Este último cometido se logrará, según cabe suponer, aplicando elmismo modelo de acción que ha hecho que nuestro mundo estéorganizado racionalmente y sea manipulable y «controlable». Loque nos hace falta es una tecnología más avanzada paraproseguir con la antigua, aunque en ningún caso desacreditada,actividad de ingeniería social.

En la que, hasta la fecha, es la aportación sociológica claramentemás importante al estudio del Holocausto, Helen Fein [5] haseguido fielmente el consejo de Hughes. Fein establece que suobjetivo es explicar en detalle ciertas variables psicológicas,ideológicas y estructurales que tienen más relación con losporcentajes de víctimas judías o supervivientes de las distintascolectividades nacionales de la Europa dominada por los nazis.Siguiendo todas las normas ortodoxas, Fein presenta unainvestigación impresionante. Tanto las propiedades de lascolectividades nacionales y la intensidad del antisemitismo del

país como los grados de aculturación y asimilación, así como lasolidaridad dentro del país, aparecen cuidadosa y correctamenteclasificadas de forma que se puedan calcular adecuadamente lasrelaciones y comprobar su importancia. Se demuestra quealgunas correspondencias hipotéticas no existen o, al menos,estadísticamente no son válidas. Algunas otras quedanconfirmadas estadísticamente, como la relación entre la ausenciade solidaridad y la probabilidad de que la gente «quedaradesvinculada de las obligaciones morales». Precisamente debido a

la impecable habilidad sociológica de la autora y a la competenciacon que la aplica, en el libro de Fein queda de manifiestoinadvertidamente la debilidad de la sociología ortodoxa. Si no serevisan algunas de las suposiciones esenciales y, sin embargo,tácitas del discurso sociológico, no se puede hacer otra cosa que loque ha hecho Fein, es decir, formar un concepto del Holocaustocomo un producto único, aunque completamente determinado deuna concatenación concreta de factores sociales y psicológicos quedesembocaron en la suspensión temporal del dominio de la

civilización en el que se mantiene el comportamiento humano.Según esta opinión, lo que surge, implícita si no explícitamente,

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de la experiencia del Holocausto, intacto e ileso, es el impactohumanizador o racionalizador (los dos conceptos se pueden usarcomo sinónimos) de la organización social sobre los impulsosinhumanos que rigen la conducta de los individuos pre o

antisociales. Cualquier instinto moral que se pueda hallar en laconducta humana es un producto social. Esto hace quedesaparezcan los fallos de la sociedad. «En una situación en laque las normas morales no existen, libre de reglas sociales, lagente puede responder sin tener en consideración la posibilidadde hacer daño a su prójimo» [6]. De lo que se deduce que lapresencia de reglas sociales efectivas hace que sea improbableesta falta de consideración. La idea clave de las reglas sociales y,en consecuencia, de la civilización moderna que destaca por

llevar las ambiciones reglamentarias hasta límites que no sehabían visto con anterioridad, es imponer restricciones moralesal egoísmo desenfrenado y al salvajismo innato del animal quehay en todos los hombres. Una vez procesados los hechos delHolocausto en el molino de la metodología que lo define como unadisciplina erudita, lo único que puede hacer la sociología ortodoxaes comunicar una idea más ligada a sus presuposiciones que a los«hechos del caso». La idea es que el Holocausto fue un fallo, no unproducto, de la modernidad.

En otro notable estudio sociológico sobre el Holocausto, NechamaTec intenta examinar el otro lado del espectro humano: lossalvadores, las personas que no permitieron que se realizara el«trabajo sucio», que dedicaron su vida a los que sufrían en unmundo de egoísmo universal. Las personas que, en resumen,conservaron su moralidad en condiciones inmorales. Tec, fiel a lospreceptos de la sabiduría sociológica, intenta con todas susfuerzas encontrar los determinantes sociales de lo que, de

acuerdo con todas las normas de la época, fue un comportamientoaberrante. Una por una, somete a prueba todas las hipótesis quecualquier sociólogo respetable y entendido incluiría con todaseguridad en su proyecto de investigación. Calcula las relacionesentre la buena voluntad para ayudar, por un lado, y los diversosfactores de clase, educación, confesión o lealtad política, por otro,y descubre que no había ninguna. En contra de sus propiasexpectativas, y de las de sus lectores con preparación sociológica,Tec llega a la única conclusión posible: «Esos salvadores actuaron

de una forma que les resultaba natural. De forma espontánea,fueron capaces de enfrentarse resueltamente a los horrores de su

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época» [7]. En otras palabras, los salvadores deseaban salvar a suprójimo debido a su naturaleza. Provenían de todos los rinconesy sectores de la «estructura social» y por esta razóndesenmascararon la falacia de que existieran «determinantes

sociales» del comportamiento moral. Si acaso, la contribución deestos determinantes se expresó en su fracaso para apagar elansia de los salvadores de ayudar a otros en su aflicción. Tec seacercó más que la mayor parte de los sociólogos aldescubrimiento de la cuestión no es «¿qué podemos decirnosotros, los sociólogos, sobre el Holocausto?», sino «¿qué tieneque decir el Holocausto sobre nosotros, los sociólogos, y sobrenuestros métodos?».

 Aunque la necesidad de plantear esta pregunta parezca ser laparte más urgente y también más vilmente abandonada dellegado del Holocausto, debemos tomar cuidadosamente enconsideración sus consecuencias. Es demasiado fácil tener unareacción exagerada ante la aparente bancarrota de las visionessociológicas sólidamente arraigadas. Una vez que se ha hechopedazos la esperanza de constreñir la experiencia del Holocaustodentro de los límites teóricos del funcionamiento defectuoso (lamodernidad incapaz de suprimir los factores de irracionalidad

esencialmente ajenos, las presiones civilizadoras incapaces dedominar los impulsos violentos y emocionales y el fracaso de lasocialización incapaz desde ese punto de crear el volumennecesario de motivaciones morales), nos podemos sentir tentadosde enfilar la salida «evidente» del punto muerto teórico, que esproclamar que el Holocausto es un «paradigma» de la civilizaciónmoderna, su producto «natural» y «normal», quién sabe sitambién corriente , y su «tendencia histórica». De acuerdo conesta versión, se elevaría al Holocausto al rango de verdad de la

modernidad en vez de identificarlo como una de las posibilidadesde la modernidad. Una verdad que se oculta sólosuperficialmente, bajo la fórmula impuesta por aquéllos que sebenefician de la «gran mentira». De una forma perversa, estecriterio, que trataremos con más detalle en el capítulo cuatro yque supuestamente confiere mayor relieve al significado históricoy teórico del Holocausto, lo único que hace es minimizar suimportancia, ya que los horrores del genocidio son prácticamenteindistinguibles de los otros sufrimientos que la sociedad moderna

genera cotidianamente y en abundancia.

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El Holocausto como criterio de modernidad

Hace algunos años, un periodista de Le Monde   entrevistó avarias víctimas de secuestros aéreos. Una de las cosas másinteresantes que descubrió fue la tasa anormalmente alta dedivorcios entre parejas en las que ambos habían sufrido juntos laagonía de esta experiencia. Intrigado, preguntó a los divorciadossobre las razones de su decisión. La mayor parte de losentrevistados le dijeron que nunca habían pensado en laposibilidad de un divorcio antes del secuestro. Sin embargo,durante este episodio espantoso, «se les abrieron los ojos» y

«vieron a su pareja de forma diferente». Los que habíandemostrado ser buenos maridos «demostraron ser» sólo seresegoístas que se preocupaban únicamente de su estómago, lososados hombres de negocios se comportaron con una asquerosacobardía y los «hombres de mundo», con tantos de recursos, sevinieron abajo y no hicieron nada aparte de lamentar suinminente perdición. El periodista se planteó una pregunta: ¿cuálde las dos caras que estos Janos eran realmente capaces deencarnar era la cara verdadera y cuál la máscara? Concluyó quela pregunta estaba mal planteada. Ninguna de las dos era «másverdadera» que la otra. Ambas eran posibilidades contenidas enel carácter de la víctima y que simplemente se ponían demanifiesto en diferentes momentos y distintas circunstancias. Lacara «buena» parecía normal sólo porque las condicionesnormales la favorecían por encima de la otra. Sin embargo, laotra estaba siempre presente, aunque por lo general invisible. Noobstante, el aspecto más fascinante de su descubrimiento fue que,si no hubiera sido por el secuestro, la «otra cara» probablementehabría permanecido oculta toda la vida. Las parejas habríanseguido disfrutando de su matrimonio y gustándoles lo queconocían, ignorantes de las cualidades tan poco atractivas queunas circunstancias inesperadas y extraordinarias les haríandescubrir en personas a las que parecían conocer tan bien.

El párrafo que hemos citado antes del estudio de Nechama Tectermina con la siguiente observación: «Si no hubiera sido por elHolocausto, la mayor parte de estos salvadores habría continuado

su propio camino, algunos harían obras de caridad y otrosllevarían vidas sencillas y modestas. Eran héroes en estado

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latente, a menudo indistinguibles de los que los rodeaban». Unade las conclusiones de este estudio que más se ha discutido y deforma más concluyente ha sido la imposibilidad de «descubrir poradelantado las señales, síntomas o indicaciones de la

predisposición individual para el sacrificio o para la cobardíafrente a la adversidad. Es decir, decidir fuera de contexto lo quelas hace nacer o simplemente las “despierta», la probabilidad deque se manifiesten posteriormente.

John R. Roth plantea el mismo asunto de potencialidad frente arealidad, siendo la primera una modalidad todavía nodescubierta de la segunda y la segunda una modalidad yadescubierta y, en consecuencia, empíricamente accesible de laprimera. Su planteamiento tiene relación directa con nuestroproblema:

Si el poder nazi hubiera prevalecido, la autoridad para decidir lo quedebe ser habría determinado que no se había violado ninguna leynatural y que no se habían cometido crímenes contra Dios ni contra lahumanidad en el Holocausto. Sí se habría planteado la conveniencia ono de proseguir con las operaciones del trabajo de esclavos, ampliarlaso terminar con ellas. Las decisiones se habrían tomado en función decriterios racionales.[8]

El terror no expresado sobre el Holocausto que impregna nuestramemoria colectiva, relacionado con el deseo abrumador de nomirar el recuerdo de frente, es la sospecha corrosiva de que elHolocausto pudo haber sido algo más que una aberración, algomás que una desviación de la senda del progreso, algo más queun tumor canceroso en el cuerpo saludable de la sociedadcivilizada; que, en resumen, el Holocausto no fue la antítesis dela civilización moderna y de todo lo que ésta representa o, almenos, eso es lo que queremos creer. Sospechamos, aunque nosneguemos a admitirlo, que el Holocausto podría haberdescubierto un rostro oculto de la sociedad moderna, un rostrodistinto del que ya conocemos y admiramos. Y que los doscoexisten con toda comodidad unidos al mismo cuerpo. Lo queacaso nos da más miedo es que ninguno de los dos puede vivir sinel otro, que están unidos como las dos caras de una moneda.

Con frecuencia nos detenemos justo en el umbral de esta verdadpavorosa. Y por eso Henry Feingold insiste en que el episodio delHolocausto, de hecho, forma parte de la evolución de la larga y,

en conjunto, irreprochable historia de la sociedad moderna. Esuna faceta de la evolución que no se podía esperar ni predecir de

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ninguna manera, lo mismo que un nuevo y maligno linaje de unvirus que supuestamente estaba controlado:

La Solución Final señaló el punto en el que el sistema industrialeuropeo fracasó. En vez de potenciar la vida, que era la esperanza

original de la Ilustración, empezó a consumirse. Este sistemaindustrial y la ética asociada a él hicieron que Europa fuera capaz dedominar el mundo.

Como si las técnicas necesarias y que se utilizaron para dominarel mundo fueran cualitativamente diferentes de las queaseguraron la efectividad de la Solución Final. Y, sin embargo,Feingold da con la verdad cara a cara:

[Auschwitz] fue también una extensión rutinaria del moderno sistemade fábricas. En lugar de producir mercancías, la materia prima eran

seres humanos, y el producto final era la muerte, tantas unidades aldía consignadas cuidadosamente en las tablas de producción deldirector. De las chimeneas, símbolo del sistema moderno de fábricas,salía humo acre producido por la cremación de carne humana. La redde ferrocarriles, organizada con tanta inteligencia, llevaba a lasfábricas un nuevo tipo de materia prima. Lo hacía de la misma maneraque con cualquier otro cargamento. En las cámaras de gas, las víctimasinhalaban el gas letal de las bolitas de ácido prúsico, producidas por laavanzada industria química alemana. Los ingenieros diseñaron loscrematorios, y los administradores, el sistema burocrático que

funcionaba con tanto entusiasmo y tanta eficiencia que era la envidiade muchas naciones. Incluso el plan en su conjunto era un reflejo delespíritu científico moderno que se torció. Lo que presenciamos no fueotra cosa que un esquema masivo de ingeniería social. [9]

Lo cierto es que todos los «ingredientes» del Holocausto, todas lascosas que hicieron que fuera posible, fueron normales.«Normales» no en el sentido de algo ya conocido, de ser uncomponente más de la larga serie de fenómenos que hace muchotiempo ya se han descrito, explicado y clasificado en detalle,

porque, por el contrario, el Holocausto representó algo nuevo ydesconocido, sino en el sentido de que se acomodaba por completoa todo lo que sabemos de nuestra civilización, del espíritu que laguía, de sus órdenes de prioridad, de su visión inmanente delmundo y de las formas adecuadas de lograr la felicidad humana

 junto con una sociedad perfecta. En palabras de Stillman y Pfaff,existe algo más que una relación fortuita entre la tecnología que seutiliza en una cadena de producción y su visión de la abundanciamaterial universal, y la tecnología aplicada en los campos de

concentración y su visión de un derroche de muerte. Puede que nuestrodeseo sea negar esta relación, pero Buchenwald era tan occidental

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como el río Rouge de Detroit. No podemos considerar Buchenwald comouna aberración fortuita de un mundo occidental esencialmente cuerdo.[10]

Recordemos también la conclusión a la que llegó Raúl Hilberg al

final de su estudio magistral y todavía no superado por nadiesobre el Holocausto: «La maquinaria de la destrucción no eraestructuralmente diferente de la organizada sociedad alemana ensu conjunto. La maquinaria de la destrucción era la comunidadorganizada en una de sus funciones especiales» [11].

Richard L. Rubenstein ha sacado lo que en mi opinión es lalección definitiva del Holocausto. Escribe: «Da testimonio del

 progreso de la   civilización  ». Progreso, añadimos, en un doblesentido. En la Solución Final, el potencial industrial y losconocimientos tecnológicos de los que se jactaba nuestracivilización escalaron nuevas alturas al enfrentarse con éxito auna tarea de tal magnitud que no tenía precedentes. Y en laSolución Final nuestra sociedad nos ha revelado que tenía unacapacidad que no habíamos sospechado hasta entonces. Como noshan enseñado a respetar y admirar la eficiencia técnica y losbuenos diseños, no podemos hacer otra cosa que admitir, comoalabanza del progreso material que ha traído nuestra civilización,que hemos subestimado mucho su auténtico potencial.

El mundo de los campos de la muerte y la sociedad que engendradescubre el lado cada vez más oscuro de la civilización judeocristiana.Civilización significa esclavitud, guerras, explotación y campos demuerte. También significa higiene médica, elevadas ideas religiosas,arte lleno de belleza y música exquisita. Es un error suponer que lacivilización y la crueldad salvaje son una antítesis […] En  nuestraépoca, las crueldades, lo mismo que otros muchos aspectos de nuestromundo, se han administrado de forma mucho más efectiva queanteriormente: no han dejado de existir. Tanto la creación como la

destrucción son aspectos inseparables de lo que denominamoscivilización. [12]

Hilberg es historiador y Rubenstein teólogo. He investigado enprofundidad las obras de los sociólogos intentando encontrartanto afirmaciones que expresaran una conciencia parecida sobrela urgencia de la tarea postulada por el Holocausto comotestimonios de que el Holocausto supone, entre otras cosas, unaprueba para la sociología como profesión y como cuerpo deconocimiento académico. Cuando se compara con el trabajo

realizado por los historiadores y los teólogos, la aportación de lasociología académica se parece más a un ejercicio colectivo de

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olvido y ceguera. Por lo general, las lecciones del Holocausto handejado pocas huellas en el sentido común sociológico, que cuenta,entre otras cosas, con artículos de fe tales como las ventajas de larazón sobre las emociones, la superioridad de la racionalidad

sobre (¿qué más?) la acción irracional o el enfrentamientoendémico entre las demandas de eficiencia y las inclinacionesmorales. Las voces de protesta contra esta fe, aunque altas yconmovedoras, no han logrado penetrar todavía los muros de lacamarilla sociológica. No tengo conocimiento de que haya habidomuchas ocasiones en las que los sociólogos, como tales, se hayanenfrentado públicamente con la evidencia del Holocausto. Una deestas ocasiones, aunque a pequeña escala, la ofreció el simposiosobre La  sociedad occidental después  del Holocausto que convocó

en 1978 el Instituto para el Estudio de los Problemas SocialesContemporáneos [13]. Durante el simposio, Richard L.Rubenstein presentó una propuesta imaginativa, aunque quizáexcesivamente emocional, para realizar una nueva lectura, a laluz de la experiencia del Holocausto, de algunos de los másconocidos diagnósticos de Weber sobre las tendencias de lasociedad moderna. Rubenstein quería saber si las cosas quenosotros sabemos, y que Weber naturalmente desconocía, laspodían haber anticipado Weber y sus lectores, al menos como

posibilidad, partiendo de lo que Weber sabía, percibía o teorizaba.Pensó que había encontrado una respuesta positiva a estacuestión o, al menos, eso insinuó: que en la exposición de Webersobre la burocracia moderna, el espíritu racional, el principio deeficiencia, la mentalidad científica, la relegación de los valores alreino de la subjetividad, etc., no se hace referencia a ningúnmecanismo capaz de excluir la posibilidad de los excesos nazis yque, además, no hay nada en los tipos ideales de Weber que exijacalificar la descripción de las actividades del Estado nazi comoexcesos . Por ejemplo, «ninguno de los horrores perpetrados porlos miembros de la profesión médica alemana o por lostecnócratas alemanes era inconsecuente con la opinión de que losvalores son inherentemente subjetivos y la ciencia esintrínsecamente instrumental y no tiene valores». GuentherRoth, el eminente erudito weberiano y sociólogo de alta ymerecida reputación, no intentó ocultar su disgusto y aseguró:«Mi desacuerdo con el profesor Rubenstein es total. No hay ni

una sola frase en su exposición que pueda aceptar». GuentherRoth, posiblemente indignado por el posible daño a la memoria

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de Weber, un daño agazapado en el mérito mismo de la«anticipación», recordó a los miembros de la reunión que Weberera liberal, amaba la constitución y estaba de acuerdo con que laclase trabajadora tuviera derecho al voto, por lo que, según cabe

imaginar, no se le podía recordar en asociación con una cosa tanabominable como el Holocausto. Sin embargo, se abstuvo derefutar la esencia de la sugerencia de Rubenstein. Del mismomodo, se privó de la posibilidad de examinar las «consecuenciasno anticipadas» del creciente imperio de la razón que Weberidentificaba como la cualidad clave de la modernidad y a cuyoanálisis hizo una contribución fundamental. No aprovechó laocasión para enfrentarse a quemarropa al «otro lado» de laspenetrantes visiones legadas por este clásico de la tradición

sociológica, ni para reflexionar sobre si nuestro tristeconocimiento del Holocausto, inasequible para los clásicos, nospermitiría descubrir en sus intuiciones cosas de cuyasconsecuencias no podían ser conscientes.

Con toda probabilidad, Guenther Roth no es el único sociólogoque se aprestaría a la defensa de las verdades sagradas denuestra tradición colectiva, aun en contra de los hechos. Lo quesucede es que la mayoría de los sociólogos no se han visto

forzados a hacerlo de una manera tan abierta. Por lo general, notenemos por qué molestarnos con el problema del Holocausto ennuestra práctica profesional cotidiana. Como profesión, casihemos conseguido olvidarlo o arrinconarlo dentro de la zona delos «intereses especializados», donde no tiene ningunaoportunidad de llegar a la línea central de la disciplina. Y,cuando los textos sociológicos sí lo tratan, lo ponen como ejemplode lo que puede llegar a hacer la innata e indomada agresividadhumana y luego lo utilizan como argumento para aconsejar las

virtudes de domesticarla incrementando las presionescivilizadoras y acudiendo al consejo de los expertos. En el peor delos casos, se recuerda como una experiencia particular de los

 judíos, como un asunto entre los judíos y los que los odian (una«privatización» a la que han contribuido en gran medida muchosportavoces del Estado de Israel guiados por preocupaciones noexactamente religiosas). [14].

Esta situación es preocupante no sólo, y no fundamentalmente,por razones profesionales, por muy perjudicial que pueda serpara la capacidad de análisis y para la relevancia social de la

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sociología. Lo que hace que esta situación resulte especialmenteinquietante es la conciencia de que, si «pudo suceder a escala tanmasiva en algún sitio, puede suceder en cualquier sitio. Formaparte del espectro de las posibilidades humanas y, nos guste o no,

 Auschwitz expande el universo de la conciencia tanto como llegara la luna [15]. Es difícil calmar esta angustia si pensamos que noha desaparecido ninguna de las condiciones sociales que hicieronque Auschwitz fuera posible y no se ha tomado ninguna medidaefectiva para evitar que esas posibilidades y principios generencatástrofes semejantes a la de Auschwitz. Como recientementeconcluyó Leo Kuper, «el Estado territorial reclama, como parteintegrante de su soberanía, el derecho a cometer genocidios o adesencadenar matanzas genocidas contra las personas sometidas

a su autoridad y […] en la práctica las Naciones Unidasdefienden este derecho»[16].

Uno de los servicios póstumos que nos puede prestar elHolocausto es proporcionarnos una oportunidad para comprenderlos «otros aspectos», que si no pasarían desapercibidos, de losprincipios sociales inherentes a la historia moderna. Propongoque se considere la experiencia del Holocausto, una experienciasobradamente documentada por los historiadores, como un

«laboratorio» sociológico. El Holocausto ha desvelado y sometido aprueba características de nuestra sociedad que no se ponen demanifiesto en condiciones «fuera del laboratorio» y que, enconsecuencia, no son abordables empíricamente. En otraspalabras, propongo  que tratemos el Holocausto  como una pruebarara,  aunque significativa y fiable, de las posibilidades ocultas  dela sociedad moderna .

El significado del proceso civilizador

El mito etiológico profundamente asentado en la conciencia denuestra sociedad occidental es la historia, moralmente edificante,de la humanidad surgiendo de la barbarie presocial. Este mitoestimuló y popularizó algunas teorías sociológicas y narracioneshistóricas influyentes que, a su vez, le proporcionaron un apoyoerudito y refinado; un vínculo recientemente ilustrado por elrepentino éxito y la relevancia adquirida por la exposición deElias sobre el «proceso civilizador». Algunos teóricos sociales

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contemporáneos mantienen opiniones contrarias (véanse, porejemplo, los concienzudos análisis de los diversos procesoscivilizadores: histórico y comparativo a cargo de Michael Mann;sintético y teórico a cargo de Anthony Giddens) y destacan que el

crecimiento de la violencia militar y el uso ilimitado de lacoacción son las características más importantes del nacimiento yconsolidación de las grandes civilizaciones. Pero estas opinionesopuestas aún tienen un largo camino que recorrer antes de poderdesplazar ese mito etiológico de la conciencia pública o incluso deldifuso folklore de la profesión sociológica. Por lo general, laopinión profana se ofende si se pone ese mito en tela de juicio.Esta resistencia viene refrendada, además, por una ampliacoalición de opiniones respetables y eruditas entre las que se

cuentan argumentos tan autorizados como la «visión Whig» de lahistoria, según la cual ésta es una lucha victoriosa entre la razóny la superstición; la visión de Weber de la racionalización, comomovimiento que tiende a conseguir cada vez más con cada vezmenos esfuerzo; la promesa psicoanalítica de desenmascarar,arrancar y domesticar al animal que hay en el hombre; lagrandiosa profecía de Marx de que la vida y la historia pasarían aestar bajo el control de la especie humana una vez que ésta seliberase de su estrechez de miras; la descripción de Elias de la

historia reciente como eliminación de la violencia en la vidacotidiana; y, por encima de todo, el coro de expertos que nosaseguran que los problemas humanos tienen su origen en laspolíticas inadecuadas y su solución con políticas adecuadas.Detrás de esta coalición, se mantiene firme el moderno Estado«jardinero» que toma a la sociedad que dirige como un objeto pordiseñar y cultivar y del que hay que arrancar las malas hierbas.

Según este mito, desde antiguo osificado en el sentido común de

nuestra era, sólo cabe entender el Holocausto como un fracaso dela civilización (es decir, de las actividades humanas guiadas porla razón) en su contención de las predilecciones naturalesenfermizas de lo que queda de naturaleza en el hombre. ElHolocausto demuestra que el mundo hobbesiano no ha sidocompletamente domeñado y que el problema hobbesiano no se haresuelto totalmente. En otras palabras, no tenemos todavíabastante civilización. El inconcluso proceso civilizador todavíatiene que llegar a su término. Si la lección de los asesinatos en

masa nos enseña algo es que para prevenir semejantes problemasde barbarie se requieren todavía más esfuerzos civilizadores. No

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hay nada en esta lección que pueda arrojar una sombra de dudasobre la efectividad futura de estos esfuerzos y sobre susresultados finales. Lo cierto es que nos movemos en la direccióncorrecta, pero acaso no lo hacemos con la suficiente rapidez.

Completada la descripción del Holocausto por parte de loshistoriadores, aparece una interpretación alternativa y máscreíble del mismo como un suceso que desveló la debilidad y lafragilidad de la naturaleza humana (la fragilidad delaborrecimiento del asesinato, de la falta de predisposición a laviolencia, del miedo a la conciencia culpable y la fragilidad de laasunción de responsabilidad ante el comportamiento inmoral)cuando esa naturaleza se vio involucrada en la patente eficienciadel más precioso de los productos de la civilización: su tecnología,sus criterios racionales de elección, su tendencia a subordinar elpensamiento y la acción al pragmatismo de la economía y laefectividad. El mundo hobbesiano del Holocausto no emergió desu escasamente hondo sepulcro revivido por un tumulto deemociones irracionales. Llegó (de una forma impresionante quecon toda seguridad Hobbes habría repudiado) sobre un vehículoconstruido en una fábrica, empuñando armas que sólo la cienciamás avanzada podía proporcionar y siguiendo un itinerario

trazado por una organización científicamente dirigida. Lacivilización moderna no fue la condición suficiente para elHolocausto. Sin embargo, casi con seguridad, fue su condiciónnecesaria. Sin ella, el Holocausto sería impensable. Fue el mundoracional de la civilización moderna el que hizo que el Holocaustopudiera concebirse. «El asesinato en masa de la comunidad judíaeuropea perpetrado por los nazis no fue sólo un logro tecnológicode la sociedad industrial, sino también un logro organizativo dela sociedad burocrática» [17]. Piensen simplemente qué es lo que

convirtió al Holocausto en algo único de entre todos los asesinatosen masa que han jalonado el avance histórico de la especiehumana.

La administración infundió al resto de las organizaciones su firmeplanificación y su burocrática meticulosidad. El ejército le confirió a lamáquina de la destrucción su precisión militar, su disciplina y suinsensibilidad. La influencia de la industria se hizo patente tanto en elhincapié sobre la contabilidad, el ahorro y el aprovechamiento como enla eficiencia de los centros de la muerte, que funcionaban comofábricas. Finalmente, el partido aportó a todo el aparato el «idealismo»,

la sensación de estar «cumpliendo una misión» y la idea de estarhaciendo historia. (…) 

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Fue, en efecto, la sociedad organizada en una de sus facetas especiales.Este ingente aparato burocrático, a pesar de dedicarse al asesinato enmasa a escala gigantesca, demostró su preocupación por la correcciónen los trámites burocráticos, por las sutilezas de la definicióndetallada, por los pormenores de las regulaciones burocráticas y por la

obediencia a la ley [18].El departamento de la oficina central de las SS encargado de ladestrucción de los judíos europeos se denominaba oficialmente«Sección de Administración y Economía». Sólo era mentira enparte; sólo en parte se explica remitiéndolo a las célebres«normas de lenguaje» concebidas para despistar tanto a losobservadores casuales como a los menos resueltos de entre loscriminales. Esta denominación reflejaba fielmente, hasta un

extremo que produce malestar, el significado organizativo de sucometido. Si prescindimos de la repugnancia moral de su objetivo(o, para ser más precisos, de la gigantesca magnitud del oprobiomoral) esta actividad no difería, en sentido formal (el únicosentido que el lenguaje burocrático sabe expresar), de las otrasactividades organizadas concebidas, controladas y supervisadaspor las secciones administrativas y económicas «normales». Aligual que cualquier otra actividad susceptible de someterse a laracionalización burocrática, encaja en la sobria descripción de la

administración moderna que hizo Max Weber:En la administración estrictamente burocrática, los siguientes aspectosalcanzan el punto óptimo: precisión, rapidez, falta de ambigüedad,conocimiento de los expedientes, continuidad, discreción, unidad,estricta subordinación y reducción de las fricciones y de los costosmateriales y de personal. La burocratización ofrece sobre todo unaposibilidad óptima para poner en práctica el principio de crecienteespecialización de las funciones administrativas siguiendoconsideraciones puramente objetivas […] El cumplimiento «objetivo» delas tareas significa principalmente que estas tareas se llevan a cabo

según unas normas calculables y «sin tener en cuenta a las personas»19].

Nada en esta descripción da pie a desautorizar la definiciónburocrática del Holocausto, una definición que no es ni unaparodia de la verdad ni una manifestación de una formaespecialmente monstruosa de cinismo.

 Y, sin embargo, el Holocausto sigue siendo fundamental para quepodamos entender el modo en el que la burocracia moderna

racionaliza, no sólo y no fundamentalmente porque nos recuerde(como si necesitáramos recordatorios) lo formal y éticamente

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poder derrotar a la Unión Soviética en cuestión de semanas, sepensó que las vastas extensiones de Rusia situadas tras la línea

 Arcángel-Astracán podrían ser el vertedero donde trasladar atodos los judíos que vivieran en la Europa unificada bajo el

dominio alemán). Como no se producía la caída de Rusia y lassoluciones alternativas no avanzaban al mismo ritmo que elproblema, el 1 de octubre de 1941 Himmler ordenó que sedetuviera la emigración de judíos. Se habían encontrado otrosmétodos más efectivos para cumplir la tarea de «librarse de los

 judíos»: el exterminio físico fue el método escogido, era el másviable y eficaz para conseguir el inicial pero ampliado objetivo.Tomada la decisión, el resto fue un asunto que debían coordinarlos distintos departamentos de la burocracia del Estado. Se

realizó una cuidadosa planificación, se diseñaron la tecnología ylos equipos técnicos adecuados, se presupuestó, se hicieroncálculos y se movilizaron los recursos necesarios: la habitualrutina burocrática.

La lección más demoledora del análisis de «la carretera tortuosahasta Auschwitz» es que, finalmente, la elección del  exterminiofísico como medio  más adecuado para lograr el  Entfernung fue elresultado  de los rutinarios   procedimientos burocráticos , es decir,

del cálculo de la eficiencia, de la cuadratura de las cuentas, de lasnormas de aplicación general. Peor todavía, la elección fueconsecuencia del esforzado empeño por dar con solucionesracionales a los «problemas» que se iban planteando a medidaque iban cambiando las circunstancias. También tuvo que ver latendencia burocrática a agrandar los objetivos  — un defecto tanpropio de las burocracias como lo pueden ser sus rutinas — . Lamera presencia de funcionarios desempeñando sus funciones dioorigen a nuevas iniciativas y a una continua expansión de los

objetivos originales. Una vez más, la competencia demostró sucapacidad para impulsarse a sí misma, su tendencia a ampliar ycomplicar el objetivo que le confirió su raison d’étre .

La simple existencia de un cuerpo de expertos en la cuestión judíaproporcionó un determinado ímpetu burocrático a la política judía nazi.En 1942, cuando ya se estaban produciendo deportaciones y asesinatosen masa, aparecieron decretos prohibiendo a los judíos alemanes quetuvieran animales domésticos, que les cortaran el pelo peluqueros ariosy ¡que llevaran la insignia deportiva del Reich! No hacían falta órdenessuperiores para que los expertos en la cuestión judía siguieran

inventado medidas discriminatorias, lo garantizaba la simpleexistencia de la función. [23]

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En ningún momento de su larga y tortuosa realización llegó elHolocausto a entrar en conflicto con los principios de laracionalidad. La «Solución Final» no chocó en ningún momentocon la búsqueda racional de la eficiencia, con la óptima

consecución de los objetivos. Por el contrario, surgió de un   proceder auténticamente   racional y fue generada por   unaburocracia fiel a su  estilo y a su razón de ser . Sabemos de muchasmatanzas,  pogroms y   asesinatos en masa, sucesos no muyalejados del genocidio, que se han cometido sin contar con laburocracia moderna, con los conocimientos y tecnologías de queésta dispone ni con los principios científicos de su gestión interna.El Holocausto no habría sido posible sin todo esto. El Holocaustono resultó de un escape irracional de aquellos residuos todavía no

erradicados de la barbarie premoderna. Fue un inquilino legítimode la casa de la modernidad, un inquilino que no se habríasentido cómodo en ningún otro edificio.

No pretendo decir que la intensidad del Holocausto fueradeterminada por la burocracia moderna o por la cultura de laracionalidad instrumental que ésta compendia, y mucho menosque la burocracia moderna produce necesariamente fenómenosparecidos al Holocausto. Lo que quiero decir es que las normas de

la racionalidad instrumental están especialmente incapacitadaspara evitar estos fenómenos, que no hay nada en estas normasque descalifique por incorrectos los métodos de «ingeniería social»del estilo de los del Holocausto o que considere irracionales lasacciones a las que dieron lugar. Insinúo además que el únicocontexto en el que se pudo concebir, desarrollar y realizar la ideadel Holocausto fue la cultura burocrática que nos incita aconsiderar la sociedad como un objeto a administrar, como unacolección de distintos «problemas» a resolver, como una

«naturaleza» que hay que «controlar», «dominar», «mejorar» o«remodelar», como legítimo objeto de la «ingeniería social» y, engeneral, como un jardín que hay que diseñar y conservar a lafuerza en la forma en que fue diseñado (la teoría de la jardineríadivide la vegetación en dos grupos: «plantas cultivadas», que sedeben cuidar, y «malas hierbas», que hay que eliminar). Ytambién insinúo que el espíritu de la racionalidad instrumental ysu institucionalización burocrática no sólo dieron pie a solucionescomo las del Holocausto sino que, fundamentalmente, hicieron

que dichas soluciones resultaran «razonables», aumentando conello las probabilidades de que se optara por ellas. Este

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incremento en la probabilidad está relacionado de forma más quecasual con la capacidad de la burocracia moderna de coordinar laactuación de un elevado número de personas morales paraconseguir cualquier fin, aunque sea inmoral.

Producción social de la indiferencia moral

El doctor Servatius, abogado defensor de Eichmann en Jerusalén,resumió de forma inequívoca su línea de defensa: Eichmann llevóa cabo acciones por las cuales uno recibe una condecoración sigana y va a la horca si pierde. El mensaje más inmediato de estaafirmación — con toda seguridad una de las más conmovedoras deun siglo en el que no han faltado ideas sorprendentes —  es trivial.Sin embargo, hay otro mensaje, no tan evidente aunque no menoscínico y mucho más alarmante y es que Eichmann no hizo nadaesencialmente diferente de las cosas que se hicieron en el bandode los vencedores. Las acciones no tienen ningún valor moralintrínseco y tampoco son inmanentemente inmorales. Lavaloración moral es algo externo a la acción, algo que se establecesiguiendo unos criterios distintos de los que guían e informan la

acción.Lo más alarmante del mensaje del Dr. Servatius es que  — si sedesvincula de las circunstancias en que se pronunció y seexamina en términos universales y despersonalizados —   nodifiere de forma significativa de lo que la sociología ha venidodiciendo, ni tampoco difiere del — casi nunca cuestionado y raravez atacado —   sentido común de nuestra moderna, y racional,sociedad. Precisamente por esta razón, la afirmación del Dr.Servatius resulta escandalosa. Pone sobre el tapete una verdad

que preferiríamos que hubiera permanecido inexpresada:mientras se acepte como evidente esta verdad del sentido común,no existe ningún camino sociológicamente legítimo para noaplicarla al caso de Eichmann.

Todo el mundo sabe hoy en día que los intentos iniciales deinterpretar el Holocausto como una atrocidad cometida porcriminales natos, sádicos, dementes, bellacos sociales y otraspersonas moralmente retrasadas fracasaron porque los datos

recogidos nunca lo confirmaron. Las investigaciones históricashan hecho que, en la actualidad, esta refutación sea casi

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definitiva. La tendencia actual del pensamiento histórico la hanresumido con acierto Kren y Rappoport:

De acuerdo con los criterios clínicos al uso, no se puede considerar«anormal» a más de un diez por ciento de los miembros de las SS. Esta

observación se ajusta al sentido general de los testimonios de lossupervivientes que indican que en la mayor parte de los campos habíapor lo general un miembro de las SS, o como mucho unos pocos, temidopor sus intensas explosiones de crueldad sádica. Los otros no eransiempre personas decentes, pero los prisioneros consideraban que sucomportamiento era, por lo menos, comprensible. (…) Nuestro pareceres que la abrumadora mayoría de los hombres de las SS, tanto losdirigentes como los de rango inferior, habrían superado con facilidadtodos los exámenes psiquiátricos a los que se somete a los reclutas delejército de los Estados Unidos o a los policías de Kansas City[24].

Sin embargo, el hecho de que la mayor parte de los autores delgenocidio fueran personas normales, que pasaríantranquilamente por cualquier cedazo psiquiátrico, por tupido queéste fuera, resulta moralmente perturbador. También resultateóricamente incomprensible, en especial cuando se combina estaconstatación con la «normalidad» de las estructuras organizativasque coordinaban las acciones de estos individuos normales parallevar a cabo un genocidio. Ya hemos visto que las institucionesresponsables del Holocausto, aunque criminales, no eran en un

sentido estrictamente sociológico ni patológicas ni anormales. Ahora vemos que las personas cuyas acciones estas institucionesencuadraban tampoco se desviaban de las pautas de lanormalidad. No queda, por lo tanto, más remedio que volver aanalizar, con los ojos aguzados por el conocimiento de estefenómeno, las supuestamente conocidas pautas normales de laacción racional moderna. Es en estas pautas donde podemosesperar descubrir esa posibilidad que de forma tan dramáticareveló la época del Holocausto.

Según la famosa frase de Hannah Arendt, el problema másimportante con que se encontraron (y que con «espectacular»éxito resolvieron) los que pusieron en marcha la Endlösung fue«cómo vencer… la piedad  animal que sienten todos los hombresnormales en presencia del sufrimiento físico» [25]. Sabemos quelas personas pertenecientes a las organizaciones másdirectamente involucradas en el asesinato en masa no eran nianormalmente sádicas ni anormalmente fanáticas. Podemos dar

por sentado que experimentaban esa aversión humana casiinstintiva ante la aflicción del sufrimiento físico y también el

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rechazo, mucho más universal, a quitarle la vida a un semejante.Sabemos incluso que cuando se alistaba, por ejemplo, a losmiembros de los Einsatzgruppen y de otras unidades igualmentecercanas a la escena de las matanzas, se tenía un cuidado

especial en descartar, excluir o dispensar a las personasespecialmente perspicaces, con una gran carga emocional oexcesivamente entusiastas ideológicamente. Sabemos que sedesaprobaban las iniciativas individuales y que se dedicabamucho esfuerzo a mantener el conjunto de la tarea dentro de unmarco estrictamente impersonal y semejante al de una empresa.El provecho personal y, en general, los motivos personales erancensurados y penalizados. Los asesinatos cometidos por deseo oplacer, a diferencia de los que se perpetraban siguiendo órdenes

y organizadamente, podían terminar, por lo menos en principio,en un juicio y una condena, lo mismo que cualquier otro asesinatoo matanza. En más de una ocasión, Himmler expresó su profunday, por lo que parece, sincera preocupación por mantener lacordura mental y las normas morales de sus subordinados, quediariamente realizaban actividades inhumanas, y expresó suorgullo porque, en su opinión, tanto la cordura como la moralidadsalían incólumes de la prueba. Citando a Arendt de nuevo, «pormedio de su ‘objetividad’ ( Sachlichkeit ), los hombres de las SS se

desligaban de los tipos ‘emocionales’ como  Streicher, de los‘tontos poco  realistas’ y también de  ciertos ‘peces gordos del Partido Germano-Teutónico que se comportaban como si fueranvestidos de guerreros medievales’»[26]. Los  dirigentes de las SScontaban (acertadamente, por lo que parece) con la rutinaorganizativa y no así con el celo individual, con la disciplina y noasí con la entrega ideológica. La lealtad a la sangrienta tareadebía derivar, y derivó, de la lealtad a la organización.

No se podía buscar y encontrar la «forma de vencer la piedadanimal» dejando que otros instintos animales básicos seexpresaran. Esto provocaría, con toda probabilidad, unadisfunción en la capacidad de acción de la organización. Unamultitud de individuos vengativos y sanguinarios no encajaríacon la efectividad de una burocracia pequeña pero disciplinada yrígidamente coordinada. Ni tampoco podía esperarse queafloraran instintos asesinos en los miles de empleados yprofesionales corrientes que, a causa de la magnitud de la

empresa, tomaron parte en las diversas fases de la operación. Enpalabras de Hilberg,

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organización lo cual quiere decir estar dispuesto a destruir laidentidad individual y a sacrificar los intereses personales (losintereses que no coincidan con las tareas de la organización). Enla ideología de la organización, esta disponibilidad para un

sacrificio personal tan extremado se considera una virtud moral;de hecho, como la virtud moral que dispensa de toda otraexigencia moral. La desinteresada observancia de esta virtudmoral es lo que viene a constituir, en palabras de Weber, el honordel funcionario: «El honor del funcionario reside en su capacidadpara ejecutar a conciencia las órdenes de las autoridadessuperiores, exactamente igual que si las órdenes coincidieran consus propias convicciones. Esto ha de ser así incluso si las órdenesle parecen equivocadas y si, a pesar de sus protestas, la autoridad

insiste en que se ejecuten». Este tipo de comportamiento supone,para el funcionario, «una elevada disciplina moral y la negaciónde uno mismo» [29]. Por medio del honor, la disciplina sustituye ala responsabilidad moral. La deslegitimación de todo lo que nosean las reglas organizativas internas, en tanto que fuente ygarantía de corrección y, en consecuencia, la negación de laautoridad de la conciencia personal, se convierte en la virtudmoral más elevada. El desasosiego que puede llegar a producir lapráctica de estas virtudes queda eliminado por la insistencia del

superior en que él y sólo él es responsable de las acciones de sussubordinados, siempre y cuando, claro está, obedezcan susórdenes. Weber terminaba su descripción del honor delfuncionario subrayando «la responsabilidad personal exclusiva»del dirigente, «responsabilidad que no puede ni rechazar nitraspasar». Cuando le presionaron para que explicara, durante el

 juicio de Nuremberg, por qué no había dimitido de la jefatura delEinsaztgruppe cuyas actuaciones, como persona, no aprobaba,Ohlendorf invocó este sentido de la responsabilidad. Siarriesgaba las acciones de su unidad con objeto de conseguir quele dispensaran de unas obligaciones con las que no estabaconforme, habría hecho que sus hombres fueran injustamenteacusados. Es evidente que Ohlendorf esperaba que sus superiorespracticaran con él la misma responsabilidad paternalista que élobservaba con sus hombres. Esto le eximía de preocuparse de laevaluación, moral de sus acciones, preocupación que podíatraspasar a quienes las ordenaban. «No creo que esté en situación

de juzgar si sus medidas […] eran morales o  inmorales […]Supedito mi conciencia moral al hecho de que yo era un soldado

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y, por lo tanto, una pieza situada en una posición relativamentebaja de una gran máquina» [30].

Si la mano de Midas lo transformaba todo en oro, laadministración de las SS transformaba todo lo que caía dentro de

su órbita, incluyendo a sus víctimas, en parte integrante de lacadena de órdenes, un sector sometido a estrictas reglas dedisciplina y exento de todo juicio moral. El genocidio fue unproceso compuesto. Como Hilberg observó, incluía cosas hechaspor los alemanes y cosas hechas —  bajo órdenes alemanas y, sinembargo, a menudo con una entrega que rozaba con el abandonode uno mismo —   por sus víctimas judías. Aquí reside lasuperioridad técnica de un asesinato en masa diseñado con unaintención clara y racionalmente organizado sobre las explosionesdesordenadas de las orgías de asesinatos. Es inconcebible que lasvíctimas de un  pogrom puedan llegar a cooperar con susagresores. La cooperación de las víctimas con los burócratas delas SS sí se produjo; era parte integrante del plan y fue, de hecho,una condición esencial de su éxito. «Gran parte del procesodependía de la participación de los judíos, tanto de los actosindividuales como de la actividad organizada de los consejos […]Los supervisores alemanes se dirigían a los consejos para recabar

información, dinero, mano de obra o agentes del orden, y losconsejos se los proporcionaban todos los días de la semana». Estaasombrosa capacidad de extender con éxito las normas de laconducta burocrática, junto con la deslegitimación de laslealtades alternativas y en general de las motivaciones morales,con objeto de cercar a las víctimas de la burocracia y lograr queaporten su propia capacidad y trabajo para llevar a cabo supropia destrucción, se consiguió de dos maneras. En primerlugar, el escenario externo de la vida del ghetto se diseñó de tal

forma que las acciones de sus dirigentes y de sus habitantesseguían siendo objetivamente «funcionales» para los propósitosalemanes. «Todo lo que se proyectaba para mantener suviabilidad [la del ghetto] favorecía al mismo tiempo un objetivoalemán […] La eficacia de  los judíos por lo que se refiere a ladistribución del espacio o de las raciones era una extensión de laeficacia alemana. El rigor de los judíos por lo que se refiere a larecaudación de los impuestos o a la utilización de la mano de obraera un refuerzo de la severidad alemana. Incluso la

incorruptibilidad de los judíos era una herramienta útil para laadministración alemana». En segundo lugar, se tuvo un cuidado

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especial en que todas las víctimas, en todas las etapas de esacarretera, estuvieran en una situación donde poder elegirsiguiendo criterios y acciones racionales y en la cual la decisiónracional venía a coincidir con el planteamiento general de la

gestión pretendida. «Los alemanes tuvieron un éxito notable aldeportar a los judíos por etapas, porque los que quedaban atráspodían llegar a pensar que era necesario sacrificar a unos pocospor el bien de la mayoría» [31]. De hecho, a los deportados aún lesquedaba la oportunidad de hacer uso de su racionalidad hasta elfinal. Las cámaras de gas, tentadoramente denominadas«duchas», ofrecían una imagen agradable después de varios díasen vagones de ganado inmundos y atestados. Los que ya conocíanla verdad y no albergaban esperanzas todavía podían elegir entre

una muerte «rápida e indolora» y otra precedida por lossufrimientos adicionales reservados para los que seinsubordinaban. Por lo tanto, no sólo se manipulaban lasarticulaciones externas del ghetto, sobre las cuales las víctimasno tenían ningún control, con el fin de transformar el ghetto enuna extensión de la máquina de la muerte. También se conseguíahacer que los «funcionarios» de esta extensión hicieran uso de susfacultades racionales y provocar en ellos un comportamientomotivado por la lealtad y la cooperación en la consecución de los

objetivos definidos por la burocracia.

Producción social de la invisibilidad moral

Hasta ahora hemos intentado reconstruir el mecanismo socialpara vencer la piedad animal, una producción social de conductascontrarias a las inhibiciones morales innatas, capaces de

convertir a personas que no son degenerados morales en ningunade las acepciones «normales» en asesinos o colaboradoresconscientes en el proceso de asesinato. Pero la experiencia delHolocausto también sirve para destacar otro mecanismo social.Este mecanismo tiene un potencial mucho más siniestro, el deimplicar en la perpetración de un genocidio a un número muchomás amplio de personas y sin que durante el proceso estaspersonas lleguen a enfrentarse conscientemente ni con difícilesopciones morales ni con la necesidad de sofocar la resistencia de

sus conciencias. Nunca se produce un conflicto de orden moral,porque los aspectos morales de las acciones no son

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existen verbalmente o en la imaginación. Nunca los reclamará comosuyos porque nunca los ha vivido. Por otro lado, el hombre que los hallevado a cabo siempre los considerará como imputables a otra persona,siendo él mismo nada más que el instrumento inocente de unavoluntad ajena.

Sin un conocimiento de primera mano de sus acciones, incluso el mejorde los seres humanos se mueve en un vacío moral: el reconocimientoabstracto del mal no es ni una guía fiable ni un motivo adecuado […] No nos debería sorprender la crueldad enorme, y en gran medidainvoluntaria, de los hombres de buena voluntad. (…) Lo notable es que no somos incapaces de reconocer los actos erróneos olas injusticias graves cuando los vemos. Lo que nos deja estupefactos escómo pueden haber sucedido cuando ninguno de nosotros ha hechonada más que cosas inofensivas […] Es difícil de  aceptar que, confrecuencia, no hay ninguna persona ni ningún grupo que lo haya

planificado todo. Más difícil todavía es aceptar que nuestras propiasacciones, a través de sus efectos remotos, hayan contribuido a provocarsufrimientos [33].

El aumento de la distancia física y psíquica entre el acto y susconsecuencias tiene mayores efectos que la suspensión de lasinhibiciones morales: invalida el significado moral del acto y, porlo tanto, anula todo conflicto entre las normas personales dedecencia moral y la inmoralidad de las consecuencias sociales delacto. Como casi todas las acciones socialmente significativas se

transmiten por una larga cadena de dependencias causales yfuncionales muy complejas, los dilemas morales desaparecen dela vista, al tiempo que cada vez se hacen menos frecuentes lasoportunidades para realizar un examen de conciencia y que laselecciones morales sean más conscientes.

Se logra un efecto parecido, aunque a una escala todavía másimpresionante, cuando se hace que las víctimas seanpsicológicamente invisibles. De todos los factores responsables

de la escalada de costos humanos en la guerra moderna, éste esuno de los fundamentales. Como ha observado Peter Caputo, elethos de la guerra «parece ser un asunto de distancia y detecnología. Nunca puedes hacer el mal si matas de lejos a lagente con armas ultramodernas» [34]. Con el asesinato «adistancia», lo más probable es que el vínculo entre la matanza ylos actos completamente inocentes, como apretar un gatillo,poner en marcha la corriente eléctrica o pulsar una tecla delordenador, se quede en una noción puramente teórica (a esto le

ayuda mucho la simple diferencia de escala entre el resultado ysu causa inmediata, una desproporción tal que desafía fácilmente

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la comprensión que se basa en la experiencia racional y lógica).Por lo tanto, es posible ser piloto y arrojar una bomba sobreHiroshima o Dresde, ser el mejor en las tareas asignadas a unabase de misiles guiados, crear ejemplares todavía más

destructores de cabezas nucleares y todo sin perder la propiaintegridad moral y sin aproximarse al derrumbamiento moral (lainvisibilidad de las víctimas fue uno de los factores importantesen los infames experimentos de Milgram). Teniendo presenteeste efecto de la invisibilidad de las víctimas, resulta más fácilentender las sucesivas mejoras en la tecnología del Holocausto.En la fase de los Einsatzgruppen , se llevaba a las víctimasacorraladas frente a las ametralladoras y se las mataba aquemarropa. Aunque se hicieron intentos para mantener las

armas a la mayor distancia posible de las fosas a las que iban acaer los asesinados, era sumamente difícil para los quedisparaban pasar por alto la relación entre disparar y matar. Poresta razón, los administradores del genocidio decidieron que elmétodo era primitivo y poco eficaz, a la vez que peligroso para lamoral de los autores. En consecuencia, se buscaron otrastécnicas de asesinato, técnicas que separarían ópticamente a losasesinos de sus víctimas. La búsqueda tuvo éxito y llevó a lainvención de las cámaras de gas, las primeras de las cuales

fueron móviles y, posteriormente, fijas. Las últimas — las másperfectas que les dio tiempo a inventar a los nazis —  redujeron elpapel del asesino al de «oficial de sanidad» al que se le pedía quevaciara un saco de «productos químicos desinfectantes» por unaabertura del tejado de un edificio cuyo interior no se leaconsejaba visitar.

El éxito técnico y administrativo del Holocausto se debió en partea la experta utilización de las «pastillas para dormir la

moralidad» que la burocracia y la tecnología modernas habíanpuesto a su disposición. Los más importantes de todos estossomníferos eran los que producían la invisibilidad natural queadquieren las conexiones causales dentro del sistema complejo deinteracciones y el «distanciamiento» de los resultadosrepugnantes o moralmente repelentes de la acción, hasta el puntode hacerlos invisibles para el actor. Sin embargo, los nazisdestacaron especialmente en un tercer método, que tampocohabían inventado ellos pero que perfeccionaron como nunca se

había hecho. Este método consistía en hacer invisible lahumanidad de las víctimas. El concepto de Helen Fein del

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universo de   las obligaciones , es decir, el círculo de personas conobligaciones recíprocas de protegerse mutuamente y cuyosvínculos surgen de su relación con una deidad o con una fuentede autoridad sagrada [35], permite aclarar los factores

sociopsicológicos que hicieron que este método fuera tanpavorosamente efectivo. El «universo de las obligaciones» señalalos límites exteriores del territorio social dentro del cual sepueden plantear las cuestiones morales con sentido. Más allá deesta frontera, los preceptos morales no tienen validez y lasvaloraciones morales carecen de sentido. Para que la humanidadde las víctimas pase a ser invisible, lo único que hay que hacer esexpulsarlas del universo de las obligaciones.

Dentro de la visión nazi del mundo, en la que predominaba elvalor superior e incontestado de los derechos de los alemanes,para excluir a los judíos del universo de las obligacionessimplemente había que despojarles de su derecho a pertenecer ala nación y Estado alemanes. Según otra de las conmovedorasfrases de Hilberg, «cuando, a principios de 1933, el primerfuncionario escribió la primera definición de no ario’ en undecreto civil, el destino de los judíos europeos estaba decidido»[36]. Se necesitó algo más para conseguir la cooperación o,

simplemente, la inacción o la indiferencia de los europeos que noeran alemanes. Despojar a los judíos de sus derechos comoalemanes era suficiente para las SS, pero no para las otrasnaciones, por mucho que hubieran compartido las ideas quepromovían los nuevos dominadores de Europa, ya que sentíanmiedo y se sentían ofendidas por sus afirmaciones de que teníanel monopolio de la virtud humana. Una vez que el objetivo de una

 Alemania judenfrei se transformó en una Europa judenfrei habíaque suplantar la expulsión de los judíos de la nación alemana por

su total deshumanización. De aquí viene la asociación favorita deFrank de «judíos y piojos», el cambio de retórica que se expresaen el trasplante de la «cuestión judía» desde el contexto de lapureza racial hasta el de «limpieza» e «higiene política», loscarteles de aviso sobre el tifus en las paredes de los ghettos y,finalmente, el pedido de productos químicos para el último acto ala Deutsche  Gesellschaft für  Schädlingsbekämpung , la Compañía

 Alemana de Fumigación.

Consecuencias morales del proceso civilizador

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 Aunque existen otras imágenes sociológicas del procesocivilizador, la más usual es la que implica, como sus dos puntosfundamentales, la supresión de los impulsos irracionales y

esencialmente antisociales y la eliminación gradual peroimplacable de la violencia de la vida social (o, para decirlo conmás precisión, la concentración de la violencia bajo el control delEstado, donde se utiliza para salvaguardar los perímetros de lacomunidad nacional y las condiciones del orden social). Lo queune estos dos puntos y los convierte en uno solo es la visión de lasociedad civilizada  — por lo menos en el modelo occidental ymoderno —   principalmente como una fuerza moral, como unsistema de instituciones que cooperan y se complementan unas aotras para imponer un orden normativo y un Estado de derechoque, a su vez, salvaguardan las condiciones para la paz social yla seguridad individual que las sociedades precivilizadasdefendían bastante mal.

Esta visión no es necesariamente incorrecta. Sin embargo, sipensamos en el Holocausto, resulta bastante parcial. Aunque dapie para examinar algunas tendencias importantes de la historiareciente, anula el debate sobre otras tendencias no menos

fundamentales. Si nos concentramos en una faceta del procesohistórico, esta visión traza una línea divisoria arbitraria entre lanorma y lo anormal. Al deslegitimizar algunos de los aspectosmás persistentes de la civilización, insinúa equivocadamente quese trata de aspectos de carácter fortuito y transitorio, al tiempoque oculta la sorprendente vinculación existente entre losmismos y los presupuestos normativos de la modernidad. Enotras palabras, desvía la atención de la persistencia de laalternativa, del potencial destructivo del proceso civilizador y

consigue silenciar y marginar las críticas que insisten en laduplicidad del orden social moderno.

En mi opinión, la lección más importante del Holocausto es lanecesidad de enfrentarse a estas críticas con seriedad y, enconsecuencia, ampliar el modelo teórico del proceso civilizadorcon el fin de incluir su tendencia a degradar y deslegitimizar lasmotivaciones éticas de la acción social. Debemos tomar enconsideración que el proceso civilizador es,  entre otras cosas, un

 proceso   por el cual se despoja de  todo cálculo moral la  utilización y despliegue de la   violencia y se liberan las   aspiraciones de

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racionalidad   de la interferencia de las   normas éticas o de las  inhibiciones morales . Hace ya tiempo que se reconoció que una delas características constitutivas de la civilización moderna es eldesarrollo de la racionalidad hasta el punto de excluir criterios

alternativos de acción y, en especial, la tendencia a someter eluso de la violencia al cálculo racional. Debemos aceptar,entonces, que fenómenos como el del Holocausto son resultadoslegítimos de la tendencia civilizadora y una de sus constantesposibilidades.

 Al leer de nuevo, con la perspectiva del tiempo transcurrido, laaclaración de Weber sobre las condiciones y el mecanismo de laracionalización, podemos descubrir estas importantes aunquehasta ahora infravaloradas relaciones. Podemos ver con másclaridad que las condiciones de la gestión racional del comercio — como, por ejemplo, la notoria separación entre el hogar y laempresa o entre la renta privada y el erario público —  funcionanal mismo tiempo como factores poderosos para detraer la acciónracional y finalista de todo entrecruzamiento con otros procesosregidos por otras (y, por definición, irracionales) normas,haciéndola de este modo inmune a la incidencia de los postuladosde asistencia mutua, solidaridad y respeto recíproco que se

manifiestan en los usos de las formaciones no comerciales. Estelogro general de la tendencia racionalizadora ha quedadocodificado e institucionalizado (como no podía ser menos) en laburocracia moderna. Si se somete a la burocracia a la mismarelectura retrospectiva, aparece que su mayor preocupación es lade silenciar la moralidad, al tratarse de la condición fundamentalde su éxito como instrumento de coordinación racional de lasacciones. Y también aparece su capacidad para generarsoluciones como la del Holocausto, mientras se dedica, de forma

impecablemente racional, a realizar su cotidiana actividad deresolver problemas.

Cualquier reelaboración de la teoría del proceso civilizador quesiga las líneas mencionadas traería necesariamente consigocambios en la propia sociología. El carácter y el estilo de lasociología se han armonizado con la sociedad moderna queteoriza e investiga. Desde su nacimiento, la sociología se haentregado a una relación mimética con su objeto o, más bien, conla imaginería de ese objeto que ella misma construyó y aceptócomo marco para su propio discurso. Por lo tanto, la sociología

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promovió, como su propio criterio de pertinencia, los mismosprincipios de la acción racional que consideró constitutivos de suobjeto de estudio. También promocionó, como reglas obligatoriasde su propio discurso, que la problemática ética es inadmisible en

otra forma que no sea la de una ideología sostenida por lacomunidad y, en consecuencia, diferente del discurso sociológico,científico y racional. Expresiones como «la   santidad de la vidahumana»   o «los deberes morales»   suenan tan ajenas en un  seminario de sociología   como en los despachos   asépticos y sinhumo de una  oficina burocrática .

La sociología, al observar estos principios en su prácticaprofesional, lo único que ha hecho ha sido participar en la culturacientífica. Como parte integrante del proceso de racionalización,esta cultura no puede escapar a un segundo examen. Después detodo, el silencio moral que la ciencia se ha impuesto a sí mismaha revelado algunos de sus aspectos más ocultos, por ejemplo,cuando el problema de la producción y recogida de los cadáveresen Auschwitz se planteó como un «problema médico». No es fácilpasar por alto las advertencias de Franklin M. Littell sobre lacrisis de credibilidad de la universidad moderna: «¿Qué tipo defacultad de medicina educó a Mengele y a sus asociados? ¿Qué

departamentos de antropología prepararon al personal del‘Instituto de la  Herencia Ancestral’ de la  Universidad deEstrasburgo?» [37]. No hay que preguntarse por quién dobla estacampana en concreto. Para evitar la tentación de restarleimportancia a estas preguntas y considerar que tienensimplemente un significado histórico, podemos remitirnos alanálisis de Colin Gray sobre la fuerza que impulsa la carrera delarmamento nuclear: «Necesariamente, los científicos y lostecnólogos de los dos bandos ‘compiten’ para minimizar su propia

ignorancia. El enemigo no es la tecnología soviética sino loshechos físicos desconocidos que atraen la atención de loscientíficos […] Los equipos de científicos dedicados a lainvestigación, altamente motivados, tecnológicamentecompetentes y provistos de los fondos adecuados, generaráninevitablemente una serie sin fin de ideas con las que construirnuevas y más refinadas armas» [38].

Una primera versión de este capítulo sepublicó en The  British Journal of Sociology  en

diciembre de 1988. 

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2. Modernidad, racismo y exterminio I)

Pocos vínculos causales más transparentes que los que existen

entre el antisemitismo y el Holocausto. Los judíos de Europafueron asesinados porque los alemanes que lo hicieron y todos losque les ayudaron odiaban a los judíos. El Holocausto representóel clímax espectacular de una historia de siglos de resentimientoreligioso, económico, cultural y nacional. Esta explicación delHolocausto es la primera que se nos ocurre. «Resulta razonable»,si se nos permite la paradoja. Y, sin embargo, la aparenteclaridad del vínculo causal no resiste un examen más profundo.

Gracias a las minuciosas investigaciones históricas realizadas en

las últimas décadas, ahora sabemos que antes de que los nazisllegaran al poder y mucho después de que se afianzara sudominio sobre Alemania, el antisemitismo popular alemán eramodesto si se compara con el odio hacia los judíos que existía enotros países europeos. Mucho antes de que la República deWeimar culminara el largo proceso de la emancipación judía, los

 judíos de otros países consideraban a Alemania como el refugiode la igualdad y de la tolerancia, tanto religiosa como nacional.Cuando Alemania entró en este siglo, tenía muchos más judíosuniversitarios y de profesiones liberales de los que había en lasmismas fechas en los Estados Unidos o Gran Bretaña. Elresentimiento popular contra los judíos no estaba profundamentearraigado ni era general. Casi nunca se manifestó en forma deestallidos de violencia pública, tan habituales en otras partes deEuropa. Los intentos de los nazis de sacar a la superficie elantisemitismo popular por medio de manifestaciones públicas deviolencia antijudía fueron contraproducentes y hubo queabandonarlos. Uno de los historiadores más importantes delHolocausto, Henry L. Feingold, ha llegado a la conclusión de quesi hubiera habido encuestas de opinión pública para medir laintensidad de las actitudes antisemitas «durante Weimar,probablemente se habría descubierto que la aversión de losalemanes por los judíos era menor que la de los franceses» [1]. Elantisemitismo popular no fue nunca, durante el proceso dedestrucción, una fuerza activa. Como mucho, contribuyóindirectamente a que se cometieran asesinatos en masa porque

produjo la apatía con la que la mayor parte de los alemanescontempló el destino de los judíos, cuando lo conocían, o bien se

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resignó a ignorarlo. Según palabras de Norman Cohn, «la genteno deseaba moverse a favor de los judíos. La indiferencia casigeneral y la facilidad con que la gente se disociaba de los judíos yde su destino era en parte consecuencia de una vaga sensación de

que […]  los judíos eran, de un modo u otro, misteriosos ypeligrosos» [2]. Richard L. Rubenstein va un poco más allá einsinúa que la apatía alemana  — la cooperación pasiva alemana,por decirlo de alguna manera —  no se puede llegar a entender amenos que se plantee esta cuestión: «¿Consideraba la mayoría delos alemanes que la eliminación de los judíos sería beneficiosa?»[3]. Sin embargo, hay otros historiadores que han explicado deforma convincente que la «cooperación de no ofrecer resistencia»se debe a factores que no incluyen necesariamente una creencia

sobre la naturaleza y la esencia de los judíos. Por ejemplo, WalterLaqueur subraya el hecho de que a muy poca gente le interesabael destino de los judíos. La mayor parte de las personas seenfrentaba con problemas mucho más importantes. Era unasunto desagradable, las especulaciones eran infructuosas y sedesaprobaban las discusiones sobre el destino de los judíos. Estacuestión no se tuvo en cuenta y se dejó de lado mientras duró [4].

Existe otro problema que la explicación de que la causa del

Holocausto fuera el antisemitismo no puede resolver. Durantemiles de años, el antisemitismo, religioso o económico, cultural oracial, virulento o suave, ha sido un fenómeno casi universal. Y,sin embargo, el Holocausto es un hecho sin precedentes en lahistoria. Prácticamente en todos y cada uno de sus diversosaspectos es único y no se pueden hacer comparaciones válidas conotras matanzas, por muy sangrientas que hayan sido, contragrupos previamente definidos como extranjeros, hostiles opeligrosos. Es evidente que no se puede considerar que el

antisemitismo, al ser un fenómeno perpetuo y ubicuo, esresponsable de la singularidad del Holocausto. Para complicarlomás todavía, está lejos de ser evidente que la presencia delantisemitismo, condición necesaria de la violencia antijudía, sepueda considerar como condición suficiente. En opinión deNorman Cohn, la causa material y operativa de la violencia es laexistencia de un grupo organizado de «asesinos profesionales de

 judíos», lo que, en sí mismo, es un fenómeno relacionado con elantisemitismo pero en absoluto idéntico a él. Sin él, es casi

imposible que la aversión hacia los judíos, por intensa que fuera,

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hubiera estallado en forma de agresiones contra el vecino judío dela casa de al lado.

Parece que los pogroms , estallidos espontáneos de furia popular, son unmito y, de hecho, no existe ningún caso comprobado en el que los

habitantes de un pueblo o de una ciudad sencillamente se hayanabalanzado sobre sus vecinos judíos y los hayan asesinado. Esto esválido incluso para la Edad Media […] En  la época moderna, lainiciativa popular está todavía menos demostrada, ya que los gruposorganizados solamente han sido efectivos cuando llevaban a la prácticala política de un gobierno y disfrutaban de su protección. [5]

En otras palabras, la acusación de que la violencia antijudía, engeneral y en el caso del Holocausto en particular, es «laculminación de sentimientos antijudíos», «el antisemitismo

llevado al límite» o «la erupción de la aversión popular contra los judíos» es bastante endeble y tiene unas bases muy poco sólidaspor lo que se refiere a pruebas históricas o contemporáneas. Porsí solo, el antisemitismo no nos ofrece ninguna explicación delHolocausto. De forma más general, podemos argüir que laaversión no es en sí misma una explicación satisfactoria deningún genocidio . Si bien es cierto que el antisemitismo erafuncional y acaso indispensable para la realización delHolocausto, no es menos cierto que el antisemitismo de los

diseñadores y de los administradores del asesinato en masa debíadiferenciarse en aspectos importantes de los sentimientosantijudíos, si es que existían, de los ejecutores, colaboradores ytestigos serviciales. También es cierto que para que el Holocaustofuera posible, el antisemitismo, de la clase que fuera, tenía queamalgamarse con ciertos factores de carácter totalmente distinto.En lugar de investigar los misterios de la psicología individual,debemos aclarar qué mecanismos sociales y políticos son capacesde producir estos factores adicionales y estudiar su reacción

potencialmente explosiva con las tradiciones de los antagonismosque se producen dentro de un grupo.

 Algunas singularidades del extrañamiento de los judíos

Una vez que se acuñó el término «antisemitismo» y pasó a ser deuso general a finales del siglo XIX, se reconoció que el fenómeno

que este nuevo término intentaba definir tenía un pasado muylargo que se remontaba hasta la antigüedad. Según las pruebas

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históricas, la aversión y la discriminación constante contra los judíos se remontan hasta hace más de dos mil años. Casi todoslos historiadores vinculan los comienzos del antisemitismo con ladestrucción del Segundo Templo (70 d. C.) y el comienzo de la

diáspora masiva, aunque también se han realizado unasinvestigaciones muy interesantes sobre, por decirlo de algunamanera, opiniones y costumbres proto-antisemitas que seremontan hasta el exilio en Babilonia. A comienzos de la décadade los años 20, el historiador soviético Salomo Luria publicó unestudio provocador y polémico sobre el antisemitismo «pagano».

Etimológicamente hablando, el término «antisemitismo» no esmuy feliz, ya que define mal a su referente (por regla general, deforma demasiado amplia) y pasa por alto el verdadero objeto delos métodos que intenta diferenciar. Los nazis, los quepracticaron el antisemitismo con más entrega en toda la historiaconocida, se fueron haciendo cada vez más indiferentes ante eltérmino, en especial durante la guerra, cuando la claridadsemántica del concepto se convirtió en un asunto políticamentepeligroso, ya que el término también se dirigía contra algunos delos más devotos aliados alemanes. Sin embargo, en lasaplicaciones prácticas, por lo general se ha evitado la

controversia semántica y se ha centrado inequívocamente en suobjetivo. La palabra «antisemitismo» representa la aversióncontra los judíos. Se refiere tanto al concepto de pueblo judíocomo grupo extraño, hostil y formado por indeseables como a lasprácticas que se derivan de este concepto y lo apoyan.

El antisemitismo difiere de otros casos de enemistad inmemorialentre grupos en un aspecto muy importante. Las relacionessociales, que pueden ser objeto de las ideas y las prácticas delantisemitismo, no son nunca las relaciones entre dos grupos

territorialmente establecidos que se enfrentan en pie deigualdad. Son, por el contrario, relaciones entre una mayoría yuna minoría, entre una población «anfitriona» y un grupo máspequeño que vive entre ella y sigue conservando su identidadindependiente, y, por esta razón, al ser la parte más débil, seconvierte en un miembro de la oposición, los «ellos» separados delos nativos «nosotros». Los objetos del antisemitismo pertenecen,como norma, a la categoría semánticamente confusa ypsicológicamente desconcertante de extranjeros en el interior. Poresta razón cabalgan sobre un límite vital que hay que delimitar

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con claridad y mantener intacto e inexpugnable. Por lo que serefiere a la intensidad del antisemitismo, lo más probable es quesea proporcional a la urgencia y la ferocidad del impulso paratrazar y definir este límite [6]. Con frecuencia, el antisemitismo

ha sido una manifestación exterior tanto del impulso paramantener el límite como de las tensiones emocionales y prácticasque esto provoca.

Es evidente que estas características únicas del antisemitismohan estado indisolublemente ligadas al fenómeno de la diáspora.Sin embargo, una vez más, la diáspora judía difiere de la mayorparte de otros ejemplos conocidos de migraciones y asentamientosde grupo. Una de sus características distintivas másespectaculares es la enorme longitud del tiempo histórico através del cual estos «extranjeros entre nosotros» han mantenidosu separación tanto en el sentido de continuidad diacrónica comode sincrónica identidad propia. A diferencia de la mayor parte delos otros casos de asentamiento, las respuestas para definir loslímites ante la presencia judía han tenido tiempo parasedimentarse e institucionalizarse como rituales codificados conuna capacidad intrínseca de reproducción, lo cual, a su vez,refuerza el poder de recuperación de la separación. Otra de las

características peculiares de la diáspora fue la universalidad desu situación, es decir, que no tenían hogar, rasgo que compartenacaso solamente con los gitanos. El vínculo original de los judíoscon la tierra de Israel se fue haciendo cada vez más tenue a lolargo de los siglos, aunque sin perder nunca su dimensiónespiritual. Esta última, sin embargo, la atacaron los miembros dela población anfitriona, ya que Israel se había convertido enTierra Santa y ellos también la reclamaban en nombre de susantepasados espirituales. Los anfitriones, aunque resentidos por

la presencia judía en su país, se hubieran sentido todavía másofendidos si este pueblo, al que consideraba un pretendienteilegítimo, hubiera vuelto a tomar posesión de Tierra Santa.

La situación permanente e irremediable de los judíos de carecerde hogar fue parte integrante de su identidad prácticamentedesde el principio de su historia, desde la diáspora. En efecto,este hecho se utilizó como uno de los argumentos principales enla acusación de los nazis contra los judíos y Hitler lo empleó para

 justificar la afirmación de que la hostilidad en contra de los

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 judíos es de una clase radicalmente diferente de la de losantagonismos corrientes entre razas o naciones rivales.

Como Eberhard Jäckel [7] demostró, la perpetua situación de los judíos de carecer de hogar fue la que, más que cualquier otra

cosa, los hizo distintos a los ojos de Hitler de todas las otrasnaciones a las que odiaba y deseaba esclavizar o destruir. Hitlercreía [8] que los judíos, al no tener un Estado territorial, nopodían participar en la lucha por el poder universal en su formahabitual, es decir, una guerra para conquistar tierras y, por lotanto, lo tenían que hacer utilizando métodos indecentes,subrepticios y turbios. Esto los convertía en un enemigoformidable y especialmente siniestro. Un enemigo, además, alque era improbable que se pudiera pacificar o saciar nunca y, enconsecuencia, condenado a la destrucción para que no pudierahacer daño.

 Y sin embargo, en la Europa premoderna, el sabor peculiar de laotredad de los judíos no les impidió encontrar su lugar en elorden social predominante. El que encontraran este lugar fueposible gracias a la intensidad relativamente baja de lastensiones y de los conflictos generados por los procesos dedelimitación y mantenimiento de los límites. Pero también lo

facilitó la estructura fragmentaria de la sociedad premoderna y elhecho de que fuera normal esta fragmentación entre lossegmentos sociales. En una sociedad dividida en rangos o castas,los judíos eran simplemente una más de entre las muchas quehabía. Se definía al judío por la casta a la que pertenecía y por losprivilegios de que disfrutaba o las cargas que soportaba. Peroesto se podía aplicar a cualquier persona de la sociedad. Se habíaapartado a los judíos, pero el hecho de estar separados no losconvertía en seres únicos. Su condición, lo mismo que la del resto

de los otros grupos considerados como castas, había sidoperpetuada, conformada y defendida de forma efectiva por lascostumbres generales destinadas a mantener la pureza y a evitarla contaminación. Aunque muy distintas, estas costumbrestenían un punto de unión, una función en común: la de crear unadistancia de seguridad y hacer que, dentro de lo posible, fuerainsalvable. La separación de los grupos se conseguíamanteniéndoles físicamente apartados, reduciendo al mínimotodos los encuentros, excepto los estrictamente controlados oconsagrados, marcando a los miembros individuales de los grupos

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para que fueran visibles por ser extraños o provocando laseparación espiritual entre los grupos con el fin de imposibilitarque se produjera una ósmosis cultural entre ellos y que se elevarael nivel de oposición cultural. Durante siglos, el judío había sido

alguien que vivía en un barrio aparte dentro de la ciudad yllevaba unas ropas muy extrañas, a veces prescritas por la ley, enespecial cuando la tradición comunal era incapaz de mantener launiformidad de la distinción. Sin embargo, la separación no erasuficiente, ya que, en muchos de los casos, las economías delghetto y de la comunidad anfitriona estaban entretejidas y, enconsecuencia, precisaban de contacto físico constante. Por lotanto, había que complementar la distancia territorial por mediode un ritual cuidadosamente codificado, cuyo fin sería hacer que

estas relaciones, ya que no podían evitarse, fueran formales yfuncionales. Por lo general, las relaciones que se resistían a estaformalización o a la reducción funcional estaban prohibidas o sedesaprobaban. Entre las que se respetaban en mayor medida oestaban más enérgicamente prohibidas se contaban los ritualescontra la contaminación, las prohibiciones de connubium y decompartir la mesa (así como de commercium , excepto ensupuestos estrictamente funcionales).

Una cosa que debemos recordar es que todas estas medidasaparentemente hostiles eran al mismo tiempo vehículos deintegración social. Porque eliminaban el peligro de que un«extranjero del interior» profanara la identidad y la reproduccióndel grupo anfitrión, establecían las condiciones para que los dosgrupos pudieran cohabitar sin fricciones y determinaban unasnormas de comportamiento, que, si se observaban estrictamente,garantizaban la coexistencia pacífica en una situaciónpotencialmente conflictiva y explosiva. Como Simmel explica, la

institucionalización de los rituales transformó el conflicto en uninstrumento de cohesión social. Mientras fueran efectivas, estasnormas de separación no precisaban el apoyo de actitudeshostiles. La reducción del comercio a los intercambiosestrictamente ritualizados exigía únicamente respeto a lasnormas y repugnancia aprendida si se desobedecían. Tambiénexigía, por supuesto, que los objetos de la separación aceptaranpertenecer a una categoría social inferior a la de la comunidadanfitriona y que admitieran que los anfitriones tenían potestad

para definir, reforzar o modificar esta categoría. Sin embargo, alo largo de la mayor parte de la historia de la diáspora judía, las

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leyes en general siguieron siendo una red de privilegios yusurpaciones y la idea de la igualdad, tanto legal como social, erainaudita o, en cualquier caso, no se consideraba unplanteamiento practicable. Hasta la llegada de la modernidad, el

extrañamiento de los judíos era poco más que uno de los ejemplosde la separación universal de los grupos en la preordenadacadena de la vida.

La incongruencia judía desde la cristiandad hasta la modernidad

Lo anterior no implica, por supuesto, que la separación de los judíos no se diferenciara de otros casos de segregación y que no seteorizara sobre ella como caso especial y con significado propio.Para las élites eruditas de la Europa premoderna, clérigos,teólogos y filósofos cristianos, ocupadas como todas las éliteseruditas en encontrar sentido en la aleatoriedad y lógica en laespontaneidad de la experiencia de la vida, los judíos eran unasingularidad, una entidad que desafiaba tanto la claridadcognoscitiva como la armonía moral del universo. No pertenecíanni al grupo de los paganos que todavía no se habían convertido ni

al de los herejes que habían perdido la gracia divina. Quedabanal margen de las dos fronteras de la cristiandad, celosamentedefendidas y defendibles. Los judíos, por decirlo de algunamanera, se sentaban tercamente a horcajadas sobre la barricada,con lo que ponían en peligro su carácter de inexpugnable. Eran almismo tiempo los venerables padres de la cristiandad y susdetractores más odiosos y execrables. Su rechazo de lasenseñanzas cristianas no se podía considerar como unamanifestación de ignorancia pagana sin que esto representara un

grave daño para la verdad de la cristiandad. Y tampoco se podíapasar por alto como si fuera, en principio, el error perdonable deuna oveja descarriada. Los judíos no eran simplemente infielesen una etapa anterior o posterior a la conversión, sino gentes queconscientemente se negaban a aceptar la verdad cuando se lesdaba ocasión de hacerlo. Su presencia constituía una amenazapermanente para la certeza de la evidencia cristiana. Estaamenaza sólo se podía repeler o, por lo menos, hacer menospeligrosa explicando que la obstinación judía se debía a una

malicia premeditada, a sus malas intenciones y a su corrupciónmoral. Añadiremos un nuevo factor que aparecerá repetidamente

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en nuestro argumento y que consideramos uno de los aspectosmás sobresalientes y fundamentales del antisemitismo: los judíoseran, por decirlo de alguna manera, la extensión y el final de lacristiandad. Por esta razón, eran distintos de otras partes

inquietantes y no asimiladas del mundo cristiano. A diferencia deotras herejías, no eran ni un problema local ni un episodio con uncomienzo claramente definido y, es de esperar, con un final. Porel contrario, constituían una constante ubicua y siempre unida ala cristiandad, un alter ego  virtual de la Iglesia cristiana.

Es decir, la coexistencia de la cristiandad y los judíos no erasolamente un caso de conflicto y enemistad, era más que eso. Lacristiandad no se podía reproducir a sí misma y evidentementeno podía reproducir su dominación universal sin salvaguardar yreforzar los fundamentos del extrañamiento judío, con suconcepto de heredera y vencedora de Israel. De hecho, laidentidad de la cristiandad residía en el extrañamiento de los

 judíos. Nació del rechazo  por parte   de los judíos y extrajo sucontinua vitalidad del rechazo de los judíos. La cristiandad podíateorizar su propia existencia solamente como oposición constantea los judíos. Su persistente testarudez demostraba que la misióncristiana todavía no había concluido. El modelo del triunfo final

de la cristiandad consistía en que los judíos admitieran su error,se doblegaran ante la verdad cristiana y se convirtieran en masa.Una vez más, la cristiandad les asignó a los judíos una misiónescatológica. Magnificaba su visibilidad e importancia. Conferíaa los   judíos una fascinación   poderosa y siniestra que de otramanera no habrían poseído.

La presencia de los judíos en el seno de la cristiandad, en sustierras y en su historia, no era, por lo tanto, ni marginal nicontingente. Su carácter distintivo no era como el de ningún otro

grupo minoritario, sino un aspecto de la identidad cristiana. Lateoría cristiana de los judíos iba más allá, por lo tanto, de lageneralización de los métodos de exclusión, era algo más que uninterno de sistematizar la vaga y difusa experiencia de sudiferencia, que informa y emana de los métodos utilizados paraseparar a las castas. La teoría cristiana sobre los judíos, en vezde una reflexión sobre la clase popular, de intercambios ofricciones entre vecinos, compete a una lógica diferente, la de lareproducción de la Iglesia y su dominación universal. De aquí larelativa autonomía de la «cuestión judía» con respecto a la

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experiencia popular, social, económica y cultural. De aquítambién la relativa facilidad con que esta cuestión se podía dejarfuera del contexto de la vida cotidiana y hacerla inmune a laprueba de la experiencia cotidiana. Para los anfitriones

cristianos, los judíos eran al mismo tiempo objetos concretos deltrato diario y ejemplares de una categoría definida conindependencia de este trato. Esta última característica de los

 judíos no era ni indispensable ni inevitable en el trato diario.Precisamente por esta razón podía apartarse con relativafacilidad y utilizarla como recurso en actividades que sólo teníanuna ligera relación, caso de tener alguna, con las costumbrescotidianas. En la teoría de la Iglesia, el antisemitismo adoptabauna forma en la cual «puede existir casi con indiferencia de la

situación real de los judíos en la sociedad […] Lo más sorprendente es que se puede dar entre personas que nunca hanvisto un judío o en países en los que no ha habido judíos desdehace siglos» [9]. Esta forma ha demostrado su capacidad paraperpetuarse después de que la dominación espiritual de la Iglesiahaya declinado y desaparecido su control sobre la opiniónpopular. La edad   de la modernidad ha   heredado «el judío»  claramente diferenciado de   los hombres y mujeres judíos   quevivían en las ciudades y   en los pueblos . Una vez que había

desempeñado con éxito el papel de alter ego de la Iglesia, yaestaba listo para que le asignaran un papel semejante en relacióncon las nuevas, y seculares, fuerzas de la integración social.

El aspecto más espectacular y significativo del concepto de «el judío», tal y como lo han construido los usos de la Iglesiacristiana, es su inherente falta de lógica. El concepto reúneelementos que no sólo no se corresponden, sino que ni siquiera sepueden reconciliar unos con otros. La completa incoherencia de

esta combinación confirió al ente mítico capaz de producirla unafuerza poderosa y demoníaca, una fuerza intensa que a la vez erafascinante y repugnante y, sobre todo, aterradora. El judíoconceptual fue el campo de batalla en el que se libró la guerra porla identidad de la Iglesia, por la claridad de sus límites espacialesy temporales. El judío conceptual fue un ente semánticamentesobrecargado, que abarcaba y combinaba significados quedeberían haberse mantenido aislados y, por esta razón, era unadversario natural de cualquier fuerza a la que le interesara

trazar fronteras y conservarlas herméticas. El judío conceptualera visqueux , según Sartre, y baboso (slimy ), según Mary

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Douglas, tenía una imagen que comprometía y desafiaba el ordende las cosas, el epítome y encarnación de este desafío (un desafíoa la relación entre la universal actividad cultural de los quetrazan límites y la producción igualmente universal de babosería,

según escribí en el capítulo tercero de mi obra Culture as  Praxis ).El judío conceptual, interpretado de esta manera, desempeñabauna función de primera importancia ya que representaba lasaterradoras consecuencias de transgredir los límites, de nopermanecer en el redil, de ser incapaz de cualquiercomportamiento con lealtad incondicional y de hacer eleccionesinequívocas. Era el prototipo y el arquetipo del inconformismo, laheterodoxia, la anomalía y la aberración. El judío conceptualdesacreditaba por adelantado, como prueba de su desviación

inconcebible, extraordinaria e irrazonable, la alternativa a eseorden de cosas que la Iglesia había definido, narrado ypracticado. Por esta razón, era el más fiable de los guardianes dela frontera de este orden. El judío   conceptual portaba un  mensaje: la alternativa a este  orden de aquí y de ahora no  es otroorden distinto, sino el  caos y la devastación .

Pienso que la creación de la incongruencia judía comosubproducto de la constitución y reproducción de la Iglesia

cristiana ha sido una de las causas fundamentales de laimportancia excepcional de los judíos entre esos demoniosinternos de Europa que Norman Cohn describe tan gráficamenteen su memorable estudio sobre la caza de brujas en Europa. Unode los descubrimientos más importantes de Cohn, que ha sidoconfirmado por numerosos estudios sobre el problema, es laaparente falta de correlación entre la intensidad del miedo a lasbrujas y los temores irracionales en general, por un lado, y losavances del conocimiento científico y el nivel general de

racionalidad, por otro. De hecho, la explosión del métodocientífico moderno y los enormes avances hacia la racionalizaciónde la vida cotidiana en los primeros años de la historia modernacoincidieron con el episodio más feroz y cruel de la caza de brujasde toda la historia. Parece que la irracionalidad de los mitos dela brujería y de la persecución a las brujas estaba pocorelacionada con el retraso de la razón. Más relación tenía con laintensidad de las angustias y tensiones provocadas o generadaspor el derrumbamiento del ancien  régime y el advenimiento del

orden moderno. Las viejas seguridades habían desaparecido,mientras que las nuevas emergían lentamente y parecía

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improbable que llegaran a ser tan sólidas como las anteriores. Seprescindió de distinciones seculares, las distancias de seguridadse acortaron, los extraños empezaron a salir de susdemarcaciones y se mudaron a la casa de al lado y las

identidades seguras perdieron su estabilidad y poder deconvicción. Lo que quedaba de los viejos límites precisaba unadefensa desesperada y había que construir límites nuevosalrededor de las nuevas identidades. Esta vez, además, encondiciones de movimiento universal y de cambios acelerados.Uno de los instrumentos más importantes para realizar las dostareas tuvo que ser luchar contra la «baba», el enemigoarquetípico de la claridad y de la inviolabilidad de los límites y delas identidades. Era evidente que se llegaría a un nivel de

ferocidad sin precedentes, dado que la magnitud de las tareas arealizar tampoco los tenía.

El aserto de este estudio es que la participación activa o pasiva,directa o indirecta, en las intensas preocupaciones de la eramoderna con el trazado y el mantenimiento de los límites iba aseguir siendo la característica más distintiva y definitoria del

 judío conceptual. Lo que propongo es que, a lo largo de lahistoria, se ha considerado que el judío conceptual es la

«viscosidad» universal del mundo occidental. Se le ha situado ahorcajadas prácticamente sobre todas las barricadas levantadas alo largo de los sucesivos conflictos que han destrozado la sociedadoccidental en sus diversas fases y en distintas dimensiones. Elsimple hecho de que el judío conceptual haya cabalgado sobretantas barricadas diferentes, construidas en tantos frentes queno tienen ninguna relación entre sí, le confiere a su baboseríauna intensidad exorbitante y desconocida. La suya era una faltade claridad multidimensional y esta   simple

multidimensionalidad   era una incongruencia   cognoscitivaadicional que no se había encontrado en ninguna de las otrascategorías «viscosas» (simples debido a que estaban confinadas,aisladas y funcionalmente especializadas) engendradas por losconflictos de límites.

 A horcajadas sobre las barricadas

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Por las razones estudiadas anteriormente, el fenómeno delantisemitismo no se puede concebir en rigor como un casoperteneciente a una categoría más amplia de antagonismonacional, religioso o cultural. El antisemitismo tampoco era una

cuestión de intereses económicos opuestos, aunque esto último seha utilizado con frecuencia en argumentos que apoyan la causaantisemita en nuestra era moderna y competitiva. Lo sustentabatotalmente el interés que tenían en imponerse y definirse quieneslo defendían. Fue un caso de trazado de límites, no de defensa delos límites. A causa de todo esto, se escapa a la explicación de lareunión casual de un grupo de factores en un mismo lugar. Suincreíble capacidad de servir para todo tipo de preocupaciones yobjetivos que no tienen ninguna relación entre sí tiene sus raíces

en la universalidad, atemporalidad y extraterritorialidad que locaracterizan. Se adapta muy   bien a muchos problemas   locales

 porque no está   relacionado causalmente con   ninguno . Laadaptación del judío conceptual a las circunstancias de problemasdiferentes, con frecuencia contradictorios pero siempre altamenteconflictivos, ha ido exacerbando su incoherencia innata. Sinembargo, lo ha convertido en una explicación más adecuada yconvincente que ha contribuido a su potencia demoníaca. No sepodría decir de ninguna otra categoría del mundo occidental lo

que Leo Pinsker escribió sobre los judíos en 1882: «Para los vivos,el judío es un muerto; para los nativos, un extranjero; para lospobres y los explotados, un millonario; para los patriotas, unapátrida» [10]. O lo que se dijo en 1946 de forma actualizadaaunque prácticamente sin modificaciones: «Se podría representaral judío como la personificación de todo lo que se debe temer,despreciar o que nos puede ofender. Fue un agente de losbolcheviques, pero, y esto es curioso, al mismo tiempo defendía elespíritu liberal de la corrompida democracia occidental.Económicamente hablando, era tanto socialista como capitalista.Le culparon de ser un pacifista indolente pero, por extrañacoincidencia, fue también el eterno instigador de las guerras»[11].E incluso lo que W. D. Rubinstein escribió recientementehaciendo referencia sólo a una de las innumerables dimensionesde la babosería judía: la combinación del antisemitismo dirigidohacia las masas judías «con las variaciones del antisemitismodirigido a la élite judía puede ser que le haya conferido al

antisemitismo europeo su virulencia característica: mientras se

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guarda rencor a otros grupos por ser bien élites, bien masas, a los judíos se les guarda rencor por ser las dos cosas» [12].

El grupo prismático

 Anna Zuk, de la Universidad de Lublin, indicó hace poco que sepuede considerar a los judíos como una «clase móvil», «ya que sonobjeto de emociones que por lo general experimentan los grupossociales más altos hacia los más bajos y, al contrario, los estratosmás bajos hacia los más altos de la escala social»[13]. Zuk estudiacon detalle este enfrentamiento de perspectivas cognoscitivas enla Polonia del siglo XVIII, que toma como ejemplo de unfenómeno sociológico más general y de gran importancia paraexplicar el antisemitismo. En el siglo pasado, antes de lasreparticiones, los judíos polacos eran por lo general sirvientes delos nobles y de la alta burguesía. Realizaban las funcionespúblicas más impopulares necesarias para mantener ladominación política y económica de los nobles terratenientes,como recaudar impuestos y administrar la producción que seenajenaba a los campesinos. Servían de intermediarios y, en

términos sociopsicológicos, de escudo de los señores de la tierra.Los judíos se adaptaron al papel mejor que cualquier otracategoría, ya que, por sí mismos, no podían aspirar al progresosocial que su importante función podía ofrecer. Incapaces decompetir social y políticamente con sus amos, transigieron concompensaciones puramente económicas. Es decir, no sólo eransocial y políticamente inferiores a sus amos, sino que estabancondenados a seguir siéndolo. Los señores les trataban como a losotros sirvientes que provenían de las clases bajas, esto es,

socialmente, con desprecio, y culturalmente, con repugnancia. Laimagen que la nobleza tenía de los judíos no difiere delestereotipo general de los inferiores sociales. La pequeñaaristocracia consideraba que los judíos, lo mismo que loscampesinos y la clase baja urbana, eran sucios, incultos,ignorantes y avariciosos. Y lo mismo que a otros plebeyos, losmantenían a distancia. Como, a la vista de sus funcioneseconómicas, no podían evitar tener algún contacto con ellos, seobservaban con toda meticulosidad las normas para mantener la

distancia social y se expresaban de forma más explícita y conmucha más precisión. En conjunto, se les prestaba mucha más

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atención que a otras relaciones de clase, ya que en éstas no habíaninguna ambigüedad y se podían perpetuar sin causar ningúnproblema.

Sin embargo, para los campesinos y la clase baja urbana, los

 judíos tenían una imagen completamente diferente. El servicioque prestaban a los que poseían la tierra y a los que explotabanlos productores primarios, después de todo, no era sólo económico,sino también protector, ya que aislaban a la nobleza y a la altaburguesía de la ira popular. En vez de llegar hasta su objetivoreal, el descontento se detenía y se descargaba en losintermediarios. Para las clases más inferiores, los judíos eran elenemigo, los únicos explotadores a los que conocían en persona.Sólo tenían experiencia de primera mano de la inexorabilidad delos judíos. Por lo que sabían, los judíos pertenecían a las clasesdirigentes. No es sorprendente que «los judíos, que ocupaban enla sociedad una posición tan baja y carente de privilegios comoquienes los atacaban, se convirtieran en el objeto de lasagresiones dirigidas contra las clases superiores». Los judíos seencontraban en una «posición de mediadores, ya que eran unvínculo muy visible, y se convirtieron en el centro de la agresiónde las clases inferiores y oprimidas».

Parece que, por los dos lados, los judíos se encontrabanimplicados en una lucha de clases, fenómeno que no guardabarelación con su identidad y que, por sí mismo, era insuficientepara justificar las características distintivas de la judeofobia. Loque hizo que la situación de los judíos dentro de la guerra declases fuera especial es que se  habían convertido en el  objeto dedos antagonismos   de clase que se oponían entre   sí y secontradecían . Cada uno de los adversarios, encerrado en supropia batalla de clase, tenía la impresión de que los judíos

mediadores se situaban en el lado opuesto de la barricada.Parece que la metáfora del prisma, y con ella el concepto decategoría   prismática , expresa esta situación mejor que la de«clase móvil». Dependiendo del lado desde el que se mirara a los

 judíos, éstos, igual que los prismas, refractabaninconscientemente distintas visiones: una de clases inferioresgroseras, brutales y sin refinar y la otra de superiores socialesdespiadados y altaneros.

La investigación de Zuk se limita a un periodo que se detiene enel umbral de la modernización de Polonia. Las consecuencias

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íntegras de esta dualidad de visión que describe tanbrillantemente no las conocemos. Había poca comunicación entrelas clases sociales en la época premoderna. Por lo tanto, existíanmuy pocas oportunidades de que las dos opiniones, y los dos

estereotipos que generaban, convergieran y finalmente sefundieran conformando la mezcla incongruente típica delantisemitismo moderno. A causa de la escasez de intercambiosentre las clases sociales, cada uno de los antagonistas libraba,por decirlo de alguna manera, su propia «guerra particular»contra los judíos. A éstos, en especial en el caso de las clasesinferiores, la Iglesia los podía relacionar con explicacionesideológicas sólo sutilmente vinculadas a la causa del conflicto.Durante la matanza que instigó Pedro el Ermitaño en los pueblos

de Renania, los príncipes, condes y obispos de la regiónintentaron defender a «sus judíos» de acusaciones que no teníannada que ver con las quejas que los judíos estaban condenados aatraer sobre sí mismos y también a apaciguar.

Solamente después del advenimiento de la modernidad sereunieron, cotejaron y, finalmente, se mezclaron las diversasapreciaciones, lógicamente incongruentes, sobre la claramenteajena «casta» judía. La modernidad implicó, entre otras muchas

cosas, una nueva función para las ideas, debido a que el Estadocontaba, para su eficiencia funcional, con la movilizaciónideológica; a su pronunciada tendencia a la uniformidad, cuyamanifestación más popular fueron las cruzadas culturales; a sumisión «civilizadora» [14] y al intento de atraer a las clases ylocalidades periféricas a fin de ponerlas en contacto con el centroen el que se generaban las ideas del cuerpo político. El resultadoglobal que produjeron todas estas transformaciones fue un fuerteaumento del alcance y de la intensidad de la comunicación entre

las clases. Además de sus facetas tradicionales, la dominación declase adoptó la forma de guía espiritual y también la función deproporcionar y difundir los ideales y las fórmulas culturales paragarantizar la lealtad política. Una de las consecuencias fue elencuentro y el choque de las diferentes imágenes que existíananteriormente de los judíos. Su incompatibilidad, que hastaentonces había pasado desapercibida, se había convertido en unproblema y en un obstáculo. Y había que «racionalizarlo» lomismo que el resto en una sociedad que se estaba modernizando

con toda rapidez. Había que resolver la contradicción, bienrechazando totalmente la imagen heredada por incongruente,

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bien por medio de un argumento racional que proporcionarabases sólidas y aceptables a esa misma incongruencia.

Lo cierto es que estas dos estrategias se ensayaron en la Europamoderna. Por un lado, se presentaba la patente irracionalidad de

la situación de los judíos como otro ejemplo del absurdo generaldel orden feudal y de las supersticiones que impedían el avancede la razón. Por lo que se refiere a la particularidad y a laidiosincrasia de los judíos, se consideraba que no era en absolutodiferente de las innumerables particularidades que toleraba elancien régime y que el nuevo orden tenía que eliminar. Al igualque muchas otras excentricidades locales, esto se entendióprincipalmente como un problema cultural, es decir, unacaracterística que por medio de un esfuerzo educativo se podía yse debía erradicar. No faltaron profecías según las cuales, unavez que la nueva igualdad legal se ampliara a los judíos,desaparecería su peculiaridad y que éstos, como tantos otrosindividuos libres y con derechos ciudadanos, se disolverían prontoen la nueva sociedad cultural y legalmente uniforme.

Sin embargo, por otro lado, el nacimiento de la modernidad ibaacompañado de ciertos procesos que señalaban exactamente endirección contraria. Parecía como si la ya consolidada

incongruencia, que había marcado a su portador como un factor«viscoso» semánticamente perturbador y que subvertía larealidad transparente y ordenada, tendiera a acomodarse a lasnuevas condiciones y a expandirse atacando las nuevasincongruencias. Adquirió dimensiones nuevas y modernas, y laausencia de relación entre ellas se convirtió en otraincongruencia por derecho propio, una metaincongruencia, si sele puede llamar así. Los judíos, ya definidos como babosos en lasdimensiones religiosa y de clase, eran más vulnerables que

cualquier otra categoría al impacto de las nuevas tensiones ycontradicciones que produjeron las convulsiones de la revoluciónmodernizadora. Para la mayor parte de los miembros de lasociedad, el advenimiento de la modernidad supuso ladestrucción del orden y de la seguridad. Y, una vez más, seconsideró que los judíos se encontraban cerca del centro delproceso de destrucción. Parecía que su avance social, rápido eincomprensible, representaba la destrucción que provocaba elavance de la modernidad sobre todo lo que era conocido, habitualy seguro.

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Durante siglos, los judíos habían estado aislados y a salvo, enlugares que en ocasiones elegían libremente y que en otras lesimponían. Entonces salieron de su retiro, compraron propiedadesy alquilaron casas en zonas que antes eran exclusivas de

cristianos, se convirtieron en parte de la realidad cotidiana y encompañeros de un discurso difuso que ya no se limitaba a losintercambios rituales. Durante siglos, se podía distinguir a los

 judíos a ojo, como si llevaran su segregación en las mangas, tantosimbólica como literalmente. Ahora se vestían como todos losdemás, de acuerdo con su condición social y no con su pertenenciaa una casta. Durante siglos, los judíos fueron una casta deparias, a los que incluso los miembros de las clases bajascristianas miraban con desprecio. Entonces algunos de los parias

se instalaron en posiciones de influencia y prestigio socialutilizando sus facultades intelectuales o su dinero, que ya erauna fuerza que determinaba la condición social, claramente librede las consideraciones relacionadas con el rango y el linaje.Efectivamente, el   destino de los judíos   representaba el  impresionante alcance de la   convulsión social y servía    pararecordar, de forma   vivida y molesta, la erosión   de las antiguascertezas , de que todo lo que antes parecía sólido y duradero sehabía disuelto y había desaparecido. Cualquiera que se sintiera

expulsado, amenazado o desplazado podía, con facilidad yracionalmente, interpretar su propia angustia afirmando que laturbulencia experimentada era una señal de la incongruenciasubversiva de los judíos.

En consecuencia, los judíos se vieron atrapados en el conflictohistórico más feroz, el que se produjo entre el mundo premodernoy la modernidad que avanzaba. La primera expresión delconflicto fue la resistencia abierta de las clases y estratos sociales

del ancien  régime a que el nuevo orden social, al que no podíanpercibir más que como el caos, les arrancara, desheredara ydesarraigara de su posición social tan segura. Cuando se derrotóa la rebelión inicial antimodernista y ya no había ninguna dudasobre el triunfo de la modernidad, el conflicto se refugió en laclandestinidad y en este nuevo estado latente dejaba notar supresencia adoptando la forma de miedo al vacío, codiciainsaciable de seguridad, mitos paranoicos de conspiraciones yuna búsqueda frenética de su esquiva identidad. Finalmente, la

modernidad le proporcionaría a su enemigo armas muyperfeccionadas que sólo su derrota haría posibles. La ironía de la  

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historia permitiría que las  fobias antimodernistas se  descargarana través de  formas y canales que sólo la  modernidad pudo crear .Hubo que exorcizar los demonios internos de Europa con losmodernos productos de la tecnología, la administración científica

y el poder concentrado en el Estado, todos los supremos logros dela modernidad.

La incongruencia de los judíos iba a medir este acto histórico deexquisita incongruencia. Los judíos siguieron siendoencarnaciones visibles de los demonios internos cuando losexorcismos estaban oficialmente prohibidos pero eranobligatorios en la clandestinidad. En la mayor parte de la historiamoderna, los judíos han sido los principales portadores de lastensiones y angustias que la modernidad decretó que habíandejado de existir, al tiempo que les comunicó una intensidad sinprecedentes y les proporcionó instrumentos formidables para quese expresaran.

Dimensiones modernas de la incongruencia

Los judíos, ricos al tiempo que despreciables, se convirtieron en el

pararrayos natural para desviar las primeras descargas de laenergía antimodernista. Fueron el punto en el que un enormepoder económico se encontró con el desdén social, la condenamoral y la repugnancia estética. Esto era exactamente lo que lahostilidad hacia la modernidad y, en especial, a su formacapitalista, necesitaba como ancla. Si se pudiera relacionar alcapitalismo con los judíos, sería condenado, al mismo tiempo, porajeno, antinatural, nocivo, peligroso y éticamente repulsivo. Fuemuy fácil establecer la relación: el poder del dinero quedó

confinado dentro de los límites y (con el despectivo nombre deusura ) estremecido bajo la carga de la condena en tanto encuanto los judíos permanecieron encerrados en el ghetto, pero esepoder pasó a ocupar el centro de la vida y (con el prestigiosonombre de capital ) exigió autoridad y respeto social cuando los

 judíos aparecieron en las calles del centro de la ciudad.

El primer impacto de la modernidad sobre la situación de los judíos europeos fue que los seleccionó como el objetivo   principal

de la resistencia   antimodernista . Los primeros antisemitasmodernos fueron portavoces de la antimodernidad, personas

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como Fourier, Proudhon o Toussenel, unidos en su implacablehostilidad al poder del dinero, el capitalismo, la tecnología y elsistema industrial: el antisemitismo más virulento de losprimeros días de la sociedad industrial se asociaba con el

anticapitalismo en su versión precapitalista. Una oposición alorden capitalista que avanzaba como si todavía hubieraesperanza de contener la marea, de detener el progreso, derestaurar el orden «natural» real o imaginario que los nuevosbarones económicos iban a desmantelar. Por las razones queacabamos de esbozar brevemente, el poder económico y los judíosestaban combinados. Se insinuó que había un vínculo causalentre ellos, que quedó confirmado para propósitos prácticos por lacorrespondencia metafórica que existía entre los dos, por llamarlo

de alguna manera, su «parentesco espiritual» o, utilizando eltérmino favorito de Weber, su afinidad  electiva . Era mucho másfácil oponer resistencia a ese capitalismo que había arrojado susombra siniestra sobre la ética del trabajo y la preciosaindependencia de los artesanos si se le identificaba con la fuerzaextraña y vergonzosa. Para Fourier y Toussenel, los judíosrepresentaban todo lo que odiaban del avance del capitalismo yde las extensas metrópolis urbanas. Se había salpicado a los

 judíos de veneno con la finalidad de que se desbordara sobre el

nuevo, aterrador y repugnante orden social. Según Proudhon, el judío «es por naturaleza el antiproductor, ni es agricultor nisiquiera un auténtico comerciante» [15].

Por definición, la versión antimodernista del antisemitismopodría conservar su apariencia de racionalidad y su atractivopopular siempre y cuando pareciera viable y realista la esperanzade detener el avance del nuevo orden y sustituirlo por una utopíapequeño burguesa disfrazada de paraíso perdido. De hecho, esa

forma de antisemitismo casi estuvo a punto de desaparecer amediados del siglo XIX, cuando fracasó el último intento masivode modificar los caminos de la historia y se tuvo que aceptar,aunque fuera de mala gana, como definitiva e irreversible lavictoria del nuevo orden. El vínculo entre el poder del dinero y eltemperamento o el carácter judío, fundado en la primitiva formade oposición anticapitalista, antimoderna y pequeño burguesa,estaba destinado a que lo absorbieran y remodelaraningeniosamente sus formas más avanzadas. En ocasiones

encubierto, de vez en cuando con un papel destacado, nunca se

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eliminó de la línea central de la resistencia anticapitalista. Jugóun papel importante en la historia del socialismo europeo.

De hecho, Karl Marx, padre del socialismo científico, es decir, elsocialismo que se fijó el objetivo de dejar atrás el avance del

capitalismo en lugar de detenerlo, el que reconocía lairrevocabilidad de la transformación capitalista y aceptaba sunaturaleza progresista, el que prometía comenzar a construir unasociedad nueva y mejor de forma que el progreso capitalistasupondría el progreso humano universal, fue el que transformó elantisemitismo capitalista e hizo que en vez de mirar atrás miraraadelante. Una vez hecho esto, lo hizo potencialmente utilizablepara la oposición anticapitalista en el momento en que se habíarechazado y roto la última ilusión de que el capitalismo era unaenfermedad temporal que se podía curar o exorcizar. Marxaceptaba la afinidad electiva entre «el carácter del judaísmo» y eldel capitalismo. Ambos desempeñaban un papel importante porlo que se refiere a impulsar el propio interés, el regateo y lapersecución del dinero. Había que eliminarlos si de deseabacolocar la cohabitación humana sobre unas bases más seguras ysensatas. El capitalismo y el judaísmo compartían el mismodestino. Triunfaron juntos y desaparecerían juntos. Uno de ellos

no podía sobrevivir al otro. Había que destruir a uno de ellos paraque desapareciera el otro. La emancipación del capitalismosuponía la emancipación del judaísmo, y viceversa.

La tendencia a combinar el judaísmo con dinero y poder y, dehecho, con los males del capitalismo que ofendían y merecíancondena se convirtió en algo endémico en los movimientossocialistas de Europa, con frecuencia oculto. Eran frecuentes lassalidas antisemitas en las democracias sociales más grandes delcontinente, es decir, la alemana y la austrohúngara. En 1874,

 August Bebel, dirigente de la socialdemocracia alemana, prodigóalabanzas a las enseñanzas virulentamente antisemitas de KarlEugen Dührer, lo que provocó que Engels publicara dos años mástarde un libro respondiendo al que se había nombrado a sí mismoprofeta del socialismo alemán. Sin embargo, no lo hizo paradefender a los judíos, sino para salvaguardar la posición de Marxcomo autoridad ideológica del movimiento obrero en auge. Noobstante, en varias ocasiones, los intentos de encerrar lossentimientos antijudíos en el lugar deseado, es decir, el de unfenómeno concomitante ineludible, aunque menor, de la postura

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capitalista no fueron de gran ayuda y se invirtió el orden deprioridades: el capitalismo se degradó y pasó a ser un derivado dela amenaza judía. En consecuencia, la mayoría de los partidariosde August Blanqui, el indomable mártir francés de la guerra

anticapitalista, dirigidos por su mejor amigo, Ernest Granger,pasaron directamente de las barricadas de la Comuna de París aengrosar las filas del embrionario movimiento nacionalsocialista.Cuando surgió el movimiento nazi, la oposición popularfinalmente se dividió y se polarizó y la rama socialista asumió lalucha inflexible contra el antisemitismo como uno de loselementos necesarios para intentar detener la creciente oleadadel fascismo.

Si en Occidente la resistencia más tenaz contra el nuevo ordenindustrial provenía principalmente de los pequeños propietariosrurales y urbanos, en el Este la respuesta fue un amplio frenteanticapitalista, antiurbano y antiliberal. Como la influenciasocial y la dominación política de la aristocracia que poseía latierra seguía virtualmente intacta, los oficios urbanos estaban enel extremo inferior de la escala de prestigio y se trataban con unamezcla de desprecio y aversión. Todos los medios paraenriquecerse, excepto el matrimonio o la agricultura, se

consideraban indignos de la auténtica nobleza. Incluso laagricultura, junto con el resto de las actividades económicas, sedejaba tradicionalmente en manos de sirvientes o de personas decategoría y calidad personal reconocidamente inferior. Mientrasque las élites nativas eran hostiles o indiferentes a la tarea de lamodernización, los judíos, aceptados como culturalmenteextraños, fueron una de las pocas categorías que quedaron libresdel control mortal de los valores gentiles y, por lo tanto, capaces ydeseosos de aprovechar las oportunidades que ofrecía la

revolución industrial, financiera y tecnológica de Occidente. Perose opuso a su iniciativa la opinión pública, dominada por lanobleza, con una hostilidad enorme. A partir de su profundoestudio sobre la industrialización en Polonia en el siglo XIX,proceso semejante al que tenía lugar en el resto del Este deEuropa, Joseph Marcus llega a la conclusión de que las élitesnativas, dominadas por la nobleza, consideraron que la llegadade la industria era una calamidad nacional.

Mientras los empresarios judíos construían las líneas de ferrocarril, un

destacado economista polaco, J. Supinski, lamentaba que «losferrocarriles son un abismo en el que se hunden recursos preciosos sin

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que quede otra cosa que el canal que se ha construido y la vía que vapor él». Cuando los judíos construyeron plantas industriales, losterratenientes les acusaron de acabar con la agricultura que,supuestamente, estaba escasa de mano de obra. Cuando las fábricasempezaron a funcionar, sus propietarios tuvieron que soportar no sólo

el odio de las élites literarias y sociales, sino también su compasión porhaber abandonado la vida de las delicias campestres y de la libertad yel placer bohemios por el triste ambiente de una fábrica, que esclavizaal hombre y le destruye.

Debe quedar claro que una sociedad que en gran parte compartía estasactitudes, que consideraba que el bienestar material no era importantey que ganar dinero era algo despreciable, era incapaz de producir lascualidades empresariales necesarias en una era de industrializacióncapitalista. Tampoco es sorprendente que los únicos que fomentaran elprogreso industrial en Polonia fueran los judíos del país y los

extranjeros que se establecieron en él.Los burgueses judíos se convirtieron también en los principalespropagadores de las ideas occidentales de liberalismo. Los polacosconservadores, aristócratas y católicos, consideraron que esto y el«materialismo occidental» en general era una amenaza a la tradiciónpolaca y al «espíritu nacional». [16]

Los judíos del país, que se estaban convirtiendo en la burguesía judía ante los ojos atónitos de la nobleza, pasaron a ser unaamenaza para las élites. Personificaban la competitividad de unnuevo poder social basado en las finanzas y en la industria, enoposición al poder tradicional fundamentado en la propiedad dela tierra. También representaban la ruptura de la anteriormenteíntima coordinación entre la escala de prestigio y la de influencia.Un grupo de sirvientes, al que no se estimaba en absoluto,alcanzaba posiciones de poder mientras ascendía por una escalaque había sacado del vertedero de los valores desechados. Para lanobleza, que ansiaba conservar el caudillaje nacional, laindustrialización representaba una doble amenaza: a causa de loque se estaba haciendo y a causa de quién lo estaba haciendo. Lainiciativa económica de los judíos combinaba la amenaza a ladominación social establecida con un golpe al orden socialabsoluto que esta dominación sustentaba y que, a su vez, lasustentaba a ella. Por lo tanto, resultó sencillo asociar a los

 judíos con el desorden y la inestabilidad. Se percibía a los judíoscomo una fuerza siniestra y destructiva, como agentes del caos ydel desorden. Es decir, como la sustancia glutinosa que desdibuja

el contorno entre las cosas que deben permanecer separadas, que

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hace que las escalas jerárquicas sean resbaladizas, que derritetodo lo que es sólido y profana todo lo sagrado.

De hecho, cuando el impulso asimilador de los judíos se aproximóa los límites de absorción de las sociedades que los albergaban,

las élites docentes judías se inclinaron más hacia la crítica socialy muchos conservadores del país consideraron que era una fuerzainherentemente desestabilizadora. Según el agudo estudio deDavid Biale, a medida que se acercaba el siglo XX, «todos los

 judíos liberales, nacionalistas o revolucionarios o que sediferenciaban en algo de los demás estaban de acuerdo en que lassociedades europeas en su forma actual no eran hospitalariaspara los judíos. Los problemas de los judíos en Europa sólo sepodrían resolver cambiando de alguna manera la sociedad omodificando la relación de los judíos con ella […] La ‘normalidad’suponía ahora experimentos sociales, ideales utópicos que nuncahabían existido» [17].

La adhesión a la herencia liberal del Siglo de las Lucesproporcionó una dimensión adicional a la «viscosidad» de los

 judíos. A diferencia de cualquier otro grupo, los judíos teníaninterés en el concepto de ciudadanía que impulsaba elliberalismo. Según la frase memorable de Hannah Arendt, «En

contraste con los otros grupos, era el cuerpo político el que definíaa los judíos y determinaba su posición. Como, por otra parte, estecuerpo político no tenía ninguna otra realidad social, seencontraban, socialmente hablando, en el vacío»[18]. Esto siguióasí a lo largo de toda la historia premoderna de Europa. Los

 judíos eran Königjuden , propiedad y pupilos del rey, del príncipeo del señor de la zona, dependiendo de la fase del orden feudal.Su posición social era políticamente innata. Del mismo modo,como colectivo estaban al margen de los enredos sociales.

Permanecían al margen de la estructura social, lo que, entérminos prácticos, significaba la escasa o nula incidencia de lasafinidades o conflictos de clase cuando se trataba de definir suexistencia. Los judíos, como extensión del Estado en medio de lasociedad, eran inherentemente extraterritoriales en sentidosocial. Debido a esto, servían de parachoques en las relaciones,con frecuencia tensas y conflictivas, entre la sociedad y sus amospolíticos, y se llevaban siempre el primer golpe y el más durocuando los conflictos se acercaban al punto de ebullición. Sólopodían contar con alguna protección por parte del Estado, pero

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este hecho era lo que mantenía su subordinación, de formaimplacable, a la benevolencia de los dirigentes políticos y suimpotencia cuando se tenían que enfrentar con la malevolencia ocon la codicia. La incongruencia de su situación, en el vacío entre

el Estado y la sociedad, queda debidamente reflejada en lareacción, igualmente incongruente, ante los trastornos políticos ysociales que marcaron la llegada de la modernidad. El romperuna dependencia de siglos con los dirigentes políticos exigíaadquirir una base social no política y, en consecuencia, unaautonomía política. El liberalismo prometía exactamente eso,haciendo hincapié en la creación y reafirmación de personaslibres. Y, sin embargo, parecía que el derecho a poner en prácticalos mandamientos liberales dependía de decisiones políticas, lo

mismo que todos los otros privilegios de los que los judíos habíandisfrutado en el pasado. La emancipación del Estado sólo podíaprovenir, o al menos eso parecía, del propio Estado. Mientras queotros grupos se quedaban satisfechos cuando defendían su podersocial del excesivo intrusismo por parte del Estado, los judíos nopodían adquirir esos derechos sin un Estado intruso, listo paraavanzar y desmantelar los monopolios y los recintos celosamenteguardados del antiguo sistema de rangos. Es decir, para lasélites, los judíos eran las semillas de la destrucción. Y no sólo

debido a su propia trayectoria, sino por el derrumbamiento de laseguridad que simbolizaba. P. G. J. Pulzer cita algunas voces dealarma típicas: «El arma más poderosa de los judíos es lademocracia de los que no son judíos»; «Lo único que necesita el

 judío es apoderarse de la ilustración y del individualismo paraminar desde dentro la estructura de la sociedad alemana. Esdecir, no tiene que congraciarse con los estratos más altos de lasociedad, sino que, por el contrario, lo que ha hecho ha sidoimponer a los alemanes una teoría social que ayudará a los judíosa escalar las cimas más altas»[19]. Por otro lado, la intensapreocupación de los judíos por la nueva clase de protecciónpolítica permitió a los naturales del país, con confianza en símismos, esto es, una burguesía que se había hecho a sí mismacon su propio esfuerzo, situar a los judíos en el campo de losenemigos de la autonomía y de la libertad política. De estamanera, también podía surgir «una nueva forma deantisemitismo liberal» que «uniría a los judíos y a la nobleza y

entendería que había entre ellos algún tipo de alianza financieracontra la naciente burguesía» [20].

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La nación no nacional

Sin embargo, casi ninguna dimensión de la endémicaincongruencia judía ha tenido una influencia más fuerte y másduradera en el antisemitismo moderno que el hecho de que los

 judíos eran, para citar a Arendt una vez más, «un elemento nonacional en un mundo en el que existían o se estaban formandolas naciones»[21]. Debido al hecho de su dispersión territorial yde su ubicuidad, los judíos eran una nación internacional, unanación no nacional. En todos sitios eran un recordatorioconstante de la relatividad y de los límites de la identidad

individual y de los intereses comunales que el criterio denacionalidad determinaba con total y absoluta autoridad. Entodas las naciones eran «el enemigo interior». Los límites de lanación eran demasiado estrechos como para definirlos, y loshorizontes de la tradición nacional demasiado limitados comopara reconocer su identidad. No es que los judíos fueran  distintosde los habitantes de  cualquier otra nación, es que  eran tambiéndistintos de  cualquier otro extranjero . En resumen, eliminaban ladiferencia entre anfitriones e invitados, entre nativos yextranjeros. Y cuando la nacionalidad se convirtió en la basesuprema para la constitución de un grupo, aparecieron paraeliminar la diferencia más básica, la que existe entre «nosotros» y«ellos». Los judíos eran flexibles y adaptables, como un vehículovacío listo para que le pusieran cualquier carga despreciable que«ellos» tuvieran que llevar. Así, Toussenel consideraba que los

 judíos eran los portadores del veneno contra los franceses y losprotestantes, mientras que Liesching, el famoso detractor de Das

 junge  Deutschland acusaba a los judíos de pasar de contrabandoa Alemania el pestilente espíritu galo.

La cualidad supranacional de los judíos se pone en evidenciaclaramente en una primera fase del proceso de formación de lasnaciones, cuando los conflictos entre las dinastías por los límites,provocados o al menos complicados por las nuevas reclamacioneshechas en nombre de las diversas unidades nacionales, hicieronque los judíos no participaran en las particularidades del país yfomentaron su aptitud para comunicarse por encima de los

dirigentes de los Estados en lucha y a través de las líneas delfrente. La capacidad de mediación de los judíos fue utilizada con

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ansia por los dirigentes implicados, con frecuencia en contra desu voluntad, en conflictos que no entendían bien y con los quedeseaban acabar, mientras que lo único con lo que soñaban eracon un compromiso o, por lo menos, una forma de coexistencia

que fuera aceptable tanto para sus adversarios como para lospropios habitantes de su país, de mentalidad virulentamentenacionalista. En las guerras cuyo objetivo era conseguir principalo únicamente un modus vivendi   más agradable, a los judíos,internacionalistas naturales, por decirlo de alguna manera, se lesasignó la función de heraldos de la paz y autores del fin de labeligerancia. Este logro, originalmente loable, posteriormente sevolvió contra ellos con creces, una vez que las reliquias dinásticasse convirtieron en auténticos Estados nacionales y nacionalistas.

El objetivo de la guerra pasó a ser la destrucción del enemigo, elpatriotismo reemplazó a la lealtad al rey, mientras que el sueñode supremacía silenció las ansias de paz. En un mundo completay exhaustivamente dividido en dominios nacionales no quedabaespacio para el internacionalismo, y cada trozo de tierra sindueño era una invitación permanente a la agresión. El mundo, atestado de naciones y de  naciones Estado, abominó  del vacío nonacional. Los   judíos estaban en ese vacío.  Más aún, ellos eran unvacío . Se convirtieron en sospechosos por la simple razón de ser

capaces de negociar cuando la única comunicación lícita eraencañonar al de enfrente. El único punto en que estuvieron deacuerdo los grupos enfrentados durante la Primera GuerraMundial fue la sospecha de que los judíos carecían de patriotismoy de entusiasmo para hacer una carnicería de los enemigos de lanación. Esta cualidad, aunque tenía un tufillo a alta traición, erasin embargo menos irritante que la de ser cosmopolitas, innata yevidentemente irremediable.

Las peores sospechas se confirmaron por la marcada tendencia delos judíos a reflejar su condición extraterritorial en suenloquecedora inclinación por los «valores humanos», «el hombrecomo tal», la universalidad y otras consignas igualmentedesmovilizadoras y, por lo tanto, antipatrióticas. En los primerosmomentos de la etapa nacionalista, Heinrich Leo advertía losiguiente:

La nación judía se destaca claramente de todas las otras naciones delmundo porque posee una mente auténticamente corrosiva y que

produce podredumbre. De la misma forma que existen algunas fuentesque transforman en piedra todo lo que se arroja a ellas, los judíos,

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desde el principio hasta el día de hoy, han transmutado todo lo quecaía dentro de la órbita de su actividad espiritual en una generalidadabstracta.

Los judíos, de hecho, eran la personificación de los extranjeros de

Simmel, siempre en el exterior aunque estuvieran dentro,examinando las cosas familiares como si fueran un objeto deestudio ajeno a ellos, haciendo preguntas que nadie planteaba,cuestionando lo incuestionable y poniendo en tela de juicio loindiscutible. Desde Ludwig Borne, el compañero de Heine,pasando por Karl Krauss en vísperas de la caída de la casa deHabsburgo, hasta Kurt Tucholsky, en vísperas del triunfo nazi,todos ellos señalaron lo que consideraban que eraninsignificancias, prejuicios y mezquindades, ridiculizaron las

mezclas locales de atraso con vanidad y baladronadas y lucharoncontra la pereza mental provinciana y contra el filisteísmo de lasinclinaciones. No se podía admitir realmente a nadie consemejante visión externa en el seno de la nación tal y comoestaba definida, es decir, dando por descontada su existencia ypor su predisposición para vivir en paz. No causó ningunasorpresa el veredicto de Friedrich Rühs, el primero de una largaserie de reivindicaciones en favor de que la particularidad seimponga sobre la generalidad abstracta: «Los judíos no

pertenecen auténticamente al país en el que viven, y lo mismoque el judío de Polonia no es polaco, ni el judío de Inglaterra esinglés, ni el judío de Suecia es sueco, el judío de Alemania nopuede ser alemán y el judío de Prusia no puede ser prusiano»[22].

El sino de la incongruencia judía entre las naciones no lo alivióen absoluto el hecho de que las declaraciones nacionalistasfueran con frecuencia igualmente incongruentes y mutuamente

incompatibles. Como norma, las naciones tenían sus opresores, alos que temían, y sus oprimidos, a los que despreciaban. Muypocas naciones aprobaron con entusiasmo el derecho de los otrosa recibir el mismo tratamiento que exigían para ellas. A lo largode todo el turbulento, y todavía inconcluso, periodo de la creaciónde las naciones, el juego nacional era un juego de suma cero: lasoberanía de las demás era un ataque a la propia. Los derechosde una nación suponían para otra agresión, intransigencia oprepotencia.

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Las consecuencias de todo esto fueron más desalentadoras en lazona del centro y Este de Europa, un verdadero crisol denacionalismos, bien antiguos aunque todavía insatisfechos, bien

 jóvenes y hambrientos. Era virtualmente imposible tomar

partido por una reivindicación nacionalista sin enemistarse conotras naciones, ya establecidas o que aspiraban a estarlo. Estocolocó a los judíos en una situación bastante delicada. En opiniónde Pulzer:

Su estructura laboral, sus niveles generalmente elevados dealfabetización y su necesidad de seguridad política facilitó que seasociaran con las nacionalidades «históricas» dominantes (polacos,magiares y rusos) en lugar de con las nacionalidades «no históricas»sumergidas y rurales (checos, eslovacos, ucranianos y lituanos, por

ejemplo). Por lo tanto, en Galitzia y Hungría se libraron del estigma deser alemanes, aunque esto no les sirvió de mucha ayuda con las razas alas que polacos y magiares oprimían a su vez. [23]

En algunos casos aislados, las élites de las naciones yaconsolidadas o en embrión ansiaban utilizar el celo y el talento delos judíos para conseguir avances y progresos difíciles de lograr silas masas estaban marcadas, con frecuencia contra su voluntad,como objetos del proselitismo nacional y de la modernizacióneconómica. En Hungría, bajo la casa de Habsburgo, la

aristocracia terrateniente recibió con agrado a los judíos, que seconvirtieron en los agentes más eficientes y entregados a favor dela magiarización en zonas periféricas, fundamentalmenteeslavas, que la nobleza esperaba tener bajo su dominio en lafutura Hungría independiente. También pasaron a ser losautores de una modernización inexorable de la economía ruralanquilosada y atrasada. Las débiles élites lituanas acogieron conilusión el entusiasmo judío para presentar sus demandas algobierno sobre la compleja mezcla de comunidades étnicas,

religiosas y lingüísticas que poblaban las antiguas tierras de lahistórica Gran Lituania y que soñaban con resucitar. Enconjunto, las élites políticas deseaban utilizar a los judíos entodas las tareas peligrosas y desagradables que considerabannecesarias y que, sin embargo, preferían no llevar a cabo ellasmismas. Esto resultaba bastante conveniente. Cuando ya nofuera tan apremiante la necesidad de los servicios de los judíos,podían deshacerse de ellos con toda facilidad. En el momento enque «pusieran a los judíos en su lugar» recibirían el aplauso de

las masas a las que los judíos habían controlado en beneficio de

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las élites y eso endulzaría el amargo trago que las élites, ahorafirmemente asentadas, deseaban que probaran las masas.

Sin embargo, las élites no podían confiar en la fidelidad de los judíos ni siquiera temporalmente. A diferencia de los «nacidos en»

una colectividad nacional, para los judíos pertenecer a ella erauna elección y, por tanto, en principio revocable «hasta nuevoaviso». Los límites de las colectividades nacionales eran todavíabastante inciertos, el sentimiento de seguridad era ilícito y lavigilancia era la orden del día. Se levantan barricadas paradividir y ¡ay de quienes las usen como pasillos! La visión de unamplio grupo de gente con libertad para moverse a voluntad deuna plaza fuerte nacional a otra debía provocar una profundaangustia. Desafiaba la verdad auténtica sobre la que reposabanlas reivindicaciones de todas las naciones, tanto antiguas comomodernas: el carácter de nacionalidad, la herencia y lanaturalidad de las entidades nacionales. El corto sueño liberal dela asimilación y, más en general, la concepción del «problema

 judío» como básicamente cultural y que, por lo tanto, se podíaresolver por medio de la aculturación voluntaria y aceptada debuena gana, fracasó debido a la incompatibilidad esencial  entreel nacionalismo y la   idea de la libre elección . Aunque pueda

parecer paradójico, los nacionalismos coherentes al final seresienten de los poderes de absorción de sus propias naciones. Aceptan complacidos que sus admiradores alaben conprodigalidad las virtudes de la nación. Convertirán esos elogiosen condición para garantizar a los admiradores, cuanto másentusiastas y ruidosos, mejor, esa benevolencia por parte de lospatronos que va asociada a la condición de cliente. Sin embargo,lo que no perdonarán es que se tome esta admiración como untítulo de integrante de la comunidad. Como en el lacónico consejo

de Geoff Dench a todas las naciones cliente: «Por todos losmedios, declaro mi creencia en la justicia e igualdad futuras. Esparte de mi misión. Pero no esperéis que se haga realidad» [24].

Como demuestra este breve estudio de la larga lista de lasincongruencias judías, acaso no había ninguna puerta cerrada enel camino de la modernidad en la que los judíos no pusieran lasmanos. Sólo podían resultar seriamente magullados después delproceso que culminó con su emancipación del ghetto. Eran laopacidad  del mundo luchando por la  claridad, la ambigüedad en  un mundo con deseos   encendidos de certeza . Se montaron a

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horcajadas sobre todas las barricadas y llamaron a las balas detodos los bandos. De hecho, el judío conceptual se ha interpretadocomo la «viscosidad» arquetípica del sueño moderno de orden yclaridad, el enemigo de cualquier orden, antiguo, nuevo y, en

especial, del deseado.

La modernidad del racismo

 A los judíos, en el camino a la modernidad, les sucedió una cosaimportante. Se habían lanzado a ese camino mientras seencontraban marginados, segregados y recluidos detrás de losmuros, de piedra o imaginarios, de la Judengasse . Suextrañamiento era un hecho de la vida, como el aire o la muerte.No exigía la movilización de los sentimientos populares, nicomplicados argumentos ni tampoco que estuvieran alertaalgunos vigilantes autodesignados. Los hábitos difusos y confrecuencia sin codificar, aunque en conjunto bien coordinados,eran suficientes para reproducir la repugnancia mutua quegarantizaba la inmutabilidad de la separación. Todo esto cambiócon la llegada de la modernidad, que eliminó las diferencias

legisladas con sus consignas de igualdad legal y con la másextraña de sus novedades: la ciudadanía. Como explica JacobKatz:

Cuando los judíos vivían en el ghetto e inmediatamente después de quelo abandonaran, fueron acusados por ciudadanos que disfrutaban de lasituación legal que se negaba a los judíos. Esas acusaciones se idearonsólo para justificar y reconfirmar el statu  quo y proporcionar una baselógica para mantener a los judíos en una situación de inferioridad legaly social. Sin embargo, estas acusaciones las hicieron ciudadanos en sucalidad de ciudadanos iguales ante la ley y la finalidad de las

acusaciones era demostrar que los judíos eran indignos de la condiciónsocial y legal que se les había concedido. [25]

Es decir, que lo que estaba en cuestión no era la dignidad social omoral. El problema era infinitamente más complicado. Lo queimplicaba era nada menos que la necesidad de crear mecanismosque anteriormente no se habían utilizado y de adquirircapacidades impensables hasta entonces para producir de formaartificial lo que en el pasado sucedía naturalmente . En las épocaspremodernas, los judíos eran una casta más entre otras, unacategoría entre categorías, un Estado entre Estados. Su nota

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distintiva no constituía un problema y los métodos de segregaciónhabituales, virtualmente maquinales, evitaban que lo fuera. Conla llegada de la modernidad, la separación de los judíos seconvirtió en un problema. Lo mismo que todo lo demás en la

sociedad moderna, había que manufacturarlo, construirlo,argumentarlo con racionalidad, diseñarlo tecnológicamente,administrarlo, controlarlo y gestionarlo. Los que estaban almando de las sociedades premodernas podían adoptar la actitudconfiada y calmada de los guardabosques: la sociedad,abandonada a sus propios medios, se reproduciría año tras año,generación tras generación, sin apenas ningún cambioperceptible. Pero no sus sucesores modernos. Aquí ya no se podíadar nada por sentado. No crecería nada a menos que se hubiera

plantado y si crecía algo de forma independiente debía ser algomalo y, por lo tanto, peligroso, que confundía o comprometía elplan total. La satisfacción por uno mismo, como la queexperimentan los guardabosques, era un lujo que no se podíanpermitir. Lo que se necesitaba, por el contrario, era la actitud ylas habilidades de un jardinero, que contara con un diseñodetallado del césped, de los límites y del surco que separaba elcésped de los bordes; con visión para los colores armoniosos y queconociera la diferencia entre la placentera armonía y la

repugnante cacofonía; con decisión para tratar como a hierbajos acualquier planta que naciera e interfiriera en su plan y en suvisión de orden y armonía, y con máquinas y venenos adecuadospara exterminar las malas hierbas y conservar las divisiones taly como se definían en el diseño del conjunto.

La separación de los judíos había perdido su carácter denaturalidad, que en el pasado estaba marcado por la segregaciónterritorial y reforzado por gran profusión de llamativas señales

de aviso. Parecía, por el contrario, desesperadamente artificial yfrágil. Lo que antes era un axioma, una suposición tácitamenteaceptada, se había convertido en una verdad que había queprobar y demostrar, y la «esencia de las cosas» se ocultaba trasfenómenos que aparentemente la contradecían. Había queconstruir laboriosamente esta nueva naturalidad y basarla enuna autoridad diferente de la de la evidencia de las impresionessensoriales. Patrick Girard lo expresa así:

La asimilación de los judíos por la sociedad que les rodeaba y la

desaparición de las diferencias sociales y religiosas ha conducido a unasituación en la que no se puede distinguir a judíos de cristianos. Ya no

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se puede reconocer al judío puesto que se ha convertido en unciudadano como los demás y se mezcla con los cristianos por medio delmatrimonio. Este hecho tuvo un peso muy significativo para losteóricos antisemitas. Edouard Drumont, autor del folleto JewishFrance , escribía: «Un tal señor Cohen que vaya a la sinagoga y sea

kosher es una persona respetable. No tengo nada contra él. Pero sí lotengo contra el judío al que no se puede identificar».

Se pueden encontrar ideas parecidas en Alemania, donde sedespreciaba menos a los judíos que llevan los tirabuzones rituales ycaftanes […] que a sus correligionarios, patriotas alemanes de creencia judía, que imitaban a los alemanes […] El antisemitismo moderno nonació de la gran diferencia que existe entre grupos, sino de la amenazaque supone la ausencia de diferencias, la homogeneización de lasociedad occidental y la abolición de las antiguas barreras sociales ylegales entre los judíos y los cristianos. [26]

La modernidad hizo que se nivelaran las diferencias, por lomenos las apariencias externas, del material de que están hechaslas distancias simbólicas entre grupos segregados. Sin esasdiferencias, ya no era suficiente con hacer reflexiones filosóficassobre lo acertado de la realidad tal y como era, algo que ladoctrina cristiana había hecho anteriormente, cuando deseabadarle un significado a la separación de hecho de los judíos. En esemomento había que crear las diferencias o conservarlas contra el

poder corrosivo y pavoroso de la igualdad social y legal y de losintercambios culturales.

La explicación religiosa de los límites que se había heredado, esdecir, el rechazo de Cristo por parte de los judíos, era de lo másinadecuada para la nueva tarea. Esa explicación suponíainevitablemente la posibilidad de salir del campo segregado.Mientras los límites siguieran estando claros y bien marcados, laexplicación era válida. Proporcionaba el elemento de flexibilidadnecesario que encadenaba el destino de los hombres a susupuesta libertad para ganar la salvación o para pecar, paraaceptar o rechazar la gracia divina. Y lo conseguía sin la másligera agresión a la solidez del propio límite. Sin embargo, estemismo elemento de flexibilidad resultaría desastroso una vez quelos métodos de segregación se hicieron demasiado débiles eindiferentes para sustentar la «naturalidad» del límite y éste setransformó en un rehén de la autodeterminación humana.Después de todo, la visión moderna del mundo proclamaba queexistía un potencial ilimitado de educación y deperfeccionamiento. Todo era posible con buena voluntad y si se

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hacía el esfuerzo pertinente. El hombre, en el momento de sunacimiento, era una tabula rasa , un armario vacío que se iríallenando, en el curso del proceso civilizador, de artículos queproporcionaría la presión niveladora de las ideas culturales

compartidas. Paradójicamente, si limitamos las diferencias entrelos judíos y sus anfitriones cristianos a la diversidad de credos yrituales, esto concordaba bien con la visión moderna de lanaturaleza humana. Parecía que, junto con la renuncia a otrosprejuicios, el abandono de las supersticiones judaicas y laconversión a una fe superior serían los vehículos adecuados ysuficientes para la mejora personal, una situación que se podríaesperar, a escala masiva, cuando se produjera la victoria final dela razón sobre la ignorancia.

Lo que realmente amenazaba la solidez de los antiguos límites noera, evidentemente, la fórmula ideológica de la modernidad,aunque tampoco se puede decir que la reforzara, sino el rechazodel moderno Estado secularizado a legislar prácticas socialesdiferenciadas. Esto funcionó bien mientras los propios judíos, el«señor Cohen» de Drumont, se negaron a seguir al Estado en sucamino hacia la uniformidad y se apegaron a sus prácticasdiscriminadoras. La confusión real la causaron los judíos, cada

vez más numerosos, que aceptaron la oferta y se convirtieron. Laconversión adoptó dos formas, la religiosa y la modernaasimilación cultural. En Francia, Alemania y en la zona de

 Austria y Hungría dominada por los alemanes era bastante realla probabilidad de que todos los judíos resultaran, antes odespués, «socializados» e incluso «autosocializados» en no judíos,con lo que serían culturalmente indistinguibles y socialmenteinvisibles. En ausencia de los antiguos métodos de segregacióntradicionales y legalmente sancionados, la ausencia de marcas

diferenciadoras visibles equivalía a la eliminación del propiolímite.

La segregación, en las condiciones de la modernidad, requería unmétodo moderno para establecer los límites. Un método capaz deoponerse y neutralizar el creciente impacto de los presuntamenteinfinitos poderes de las fuerzas educativas y civilizadoras, unmétodo capaz de crear una zona prohibida para la pedagogía y laautosuperación, de trazar una barrera insalvable para elpotencial de la cultura. Este método se aplicaría con entusiasmo,aunque con distinto grado de éxito, a todos los grupos a los que se

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deseaba mantener de forma permanente en una posiciónsubordinada, como la clase trabajadora o las mujeres. Si sequería salvar del asalto de la igualdad moderna la  característicadistintiva de   los judíos había que   expresarla de otra forma  

diferente y sustentarla sobre  unos nuevos cimientos, más  sólidosque los poderes  humanos de cultura y  autodeterminación . Segúnla concisa frase de Hannah Arendt, había que sustituir el

 judaísmo por la «judeidad»: «Los judíos consiguieron escaparsedel judaísmo por medio de la conversión; pero de la ‘judeidad’ nohabía escape posible» [27].

 A diferencia del judaísmo, la judeidad tenía que ser más fuerteque la voluntad y el potencial creativo humanos. Se tenía quesituar al mismo nivel que la ley natural, es decir, ese tipo de leyque hay que descubrir y luego tenerla presente y explotarla afavor de los seres humanos pero que no se puede alterar, ignoraro desobedecer, por lo menos sin que haya terribles consecuencias.La intención de la anécdota de Drumont es que sus lectores noolviden esta ley: «Un duque francés preguntó a sus amigos encierta ocasión: ‘¿Queréis saber cómo habla la sangre?’. Se habíacasado con una Rothschild de Frankfurt a pesar de las lágrimasde su madre. Llamó a su hijo pequeño, sacó un luis de oro del

bolsillo y se lo enseñó. Los ojos del niño se iluminaron. El duqueprosiguió: ‘Como podéis ver, el instinto semita se revela con todaclaridad’». Poco tiempo después, Charles Maurras insistía en que«lo que uno es determina la propia actitud desde el principio. Elespejismo del libre albedrío, de la razón, solamente puedeconducir al déracinement personal y al desastre político». Sólo sepuede desobedecer una ley de este tipo a costa de un gran riesgopersonal y haciéndoselo correr a la comunidad o, por lo menos,eso es lo que afirma Maurice Barres: «Un niño, atrapado en las

simples palabras, está aislado de la realidad y la doctrinakantiana le desarraiga del suelo de sus antepasados. El exceso dediplomas crea lo que podríamos denominar, siguiendo aBismarck, un ‘proletariado de graduados universitarios’. Esta es nuestra severa crítica a las universidades: lo que sucede con suproducto, el ‘intelectual’, es que se  convierte en enemigo de lasociedad» [28]. El producto de una conversión, sea ésta religiosa ocultural, no es el cambio, sino la  pérdida de la cualidad. Al otrolado de la conversión acecha el vacío, no otra identidad. El

converso pierde su identidad sin conseguir nada a cambio. Elhombre es antes de que actúe . Nada de lo que haga puede

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cambiar lo que es. Esta es, en pocas palabras, la esencia filosóficadel racismo.

3. Modernidad, racismo y exterminio II)

Existe una paradoja evidente en la historia del racismo engeneral y en la del racismo nazi en particular.

En el caso de la historia más espectacular y conocido, el racismofue el instrumento utilizado para movilizar los sentimientos yangustias antimodernistas y, manifiestamente, fue efectivodebido a esta relación. Adolf Stócker, Dietrich Eckart, Alfred

Rosenberg, Gregor Strasser, Joseph Goebbels y prácticamentetodos los demás profetas, teóricos e ideólogos del nacionalsocialismo utilizaron el fantasma de la raza judía como vínculopara unir los temores del pasado y las futuras víctimas de lamodernización, que ellos habían definido, a la sociedad volkischideal del futuro que se proponían crear con el fin de anticiparse alos avances posteriores de la modernidad. En sus referencias alhorror profundamente arraigado del cataclismo social queauguraba la modernidad, identificaron la modernidad con la ley

de los valores económicos y monetarios y atribuyeron a lascaracterísticas raciales judías la responsabilidad de haberatacado inexorablemente las normas sobre el valor humano y elmodo de vida volkisch . Es decir, la eliminación de los judíos sepresentó como sinónimo del rechazo al orden moderno. Estehecho nos indica el carácter esencialmente premoderno delracismo, su afinidad natural, por decirlo de alguna manera, conlas emociones antimodernas y su capacidad selectiva comovehículo de esas emociones.

Sin embargo, por otro lado, el racismo es impensable comoconcepción del mundo e, incluso, y más importante todavía, comométodo político, sin los avances de la ciencia moderna, de latecnología y de las formas modernas del poder estatal. Como tal,el racismo es estrictamente un producto moderno. Fue lamodernidad la que hizo posible el racismo y también la que creóla demanda. En una época en la que los éxitos eran la únicamedida del valor humano hacía falta una teoría de la pertenencia

para deshacer las preocupaciones sobre el trazado y salvaguardade los límites en unas condiciones en las que saltar esos límites

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era más sencillo que nunca. En resumen, el racismo es un armamoderna empleada en luchas premodernas o, al menos, noexclusivamente modernas.

De la heterofobia al racismo

El racismo se suele entender, aunque equivocadamente, comouna variedad de los prejuicios o del resentimiento entre grupos. Aveces se le diferencia de otros sentimientos o creencias a causa desu intensidad emocional. En otras ocasiones se le aísla haciendoalusión a los atributos hereditarios, biológicos y extraculturalesque suele contener, a diferencia de las variedades no racistas dela hostilidad entre grupos. En algunos casos, los que escribensobre el racismo señalan sus pretensiones científicas,pretensiones que no poseen otros estereotipos, no racistas aunqueigualmente negativos, sobre los grupos extranjeros. Sin embargo,sea cual sea la característica que se escoja, raramente se rompeel hábito de analizar e interpretar el racismo dentro del ámbitode una categoría más amplia de prejuicios.

 A medida que el racismo va ganando importancia entre las

formas contemporáneas de aversión entre grupos, y es la únicaentre ellas con una pronunciada afinidad con el espíritu científicode la época, se va haciendo más significativa una tendenciainterpretativa opuesta, esto es, la tendencia a ampliar el conceptode racismo para que abarque todas las variedades delresentimiento. Es decir, todas las clases de prejuicios entregrupos se interpretan como expresiones de predisposicionesinnatas, naturales y racistas. Probablemente podamospermitirnos el lujo de no sentirnos muy emocionados al

contemplar este cambio de lugares y considerarlo,filosóficamente, como una simple cuestión de definiciones que,después de todo, se pueden aceptar o rechazar a voluntad. Sinembargo, con un examen más cuidadoso, estamos ante otraimprudente manifestación de autocomplacencia. De hecho, sitodas las hostilidades y aversiones entre grupos son formas deracismo y si la tendencia a mantener alejados a los extraños yofenderse por su proximidad ha sido ampliamente documentadapor las investigaciones históricas y etnológicas afirmando que esun atributo perpetuo y punto menos que universal de los grupos

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humanos, entonces no hay nada esencial y radicalmente nuevo enque el racismo haya adquirido semejante importancia en nuestraépoca. Es simplemente el ensayo de un antiguo guión, aunque,eso sí, puesto en escena con unos diálogos actualizados. En

especial, la vinculación íntima del racismo con otros aspectos dela vida moderna o bien se niega por completo o bien se desenfoca.

En su reciente estudio sobre el prejuicio [1], de una erudiciónimpresionante, Pierre-André Taguieff describe la sinonimia entreracismo y heterofobia, es decir, la aversión a la diferencia. Ambosaparecen, asevera, «a tres niveles» o en tres formas que sedistinguen por el creciente nivel de complejidad. En su opinión, el«racismo primario» es universal. Es una reacción natural ante lapresencia de un desconocido extraño, ante cualquier forma devida humana que sea ajena y provoque confusión.Invariablemente, la primera respuesta es la antipatía que nosuele llegar a la agresividad. Universalmente, va de la mano dela espontaneidad. El racismo primario no necesita que nadie loinspire ni lo fomente. Tampoco necesita una teoría que legitimeeste odio elemental, aunque, en ocasiones, se ha reforzado yutilizado deliberadamente como instrumento para la movilizaciónpolítica [2]. En estas ocasiones, puede pasar a otro nivel superior

de complejidad y convertirse en racismo «secundario» oracionalizado. Esta transformación se produce cuando existe, y seinterioriza, una teoría que proporciona bases lógicas para elracismo. Se representa al repugnante otro como alguien con malavoluntad y «objetivamente» dañino, es decir, en cualquiera de losdos casos, alguien que supone una amenaza para el bienestar delgrupo al que inspira aversión. Por ejemplo, se puede representara la categoría aborrecida como conspiradora con las fuerzas delmal de la forma que especifica la religión del grupo que la

aborrece o como un rival económico sin escrúpulos. La eleccióndel campo semántico en el que se teoriza la «peligrosidad» delaborrecido otro   la decide, según cabe suponer, el planteamientogeneral del momento sobre lo socialmente relevante, sobre losconflictos y las divisiones. Un caso actual muy común de «racismosecundario» es la xenofobia o, más especialmente, eletnocentrismo. Ambos aparecen en momentos de nacionalismorampante, cuando una de las líneas divisorias sostenidas con másfuerza se razona recurriendo a la historia, la tradición y la

cultura compartidas. Finalmente, el racismo «terciario», de«mistifactoría», que presupone la existencia de los dos niveles

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«inferiores», se distingue por la utilización del argumentocuasibiológico.

De la forma en que Taguieff la ha construido e interpretado, estaclasificación tripartita parece lógicamente imperfecta. Si el

racismo secundario ya se caracteriza por la teorización de laaversión primaria, entonces parece que no existe ninguna razónpara distinguir solamente una de las muchas posibles ideologíasque se pueden usar, y de hecho se usan, para esta finalidad comocaracterística distintiva de un racismo de «nivel superior». Elracismo de tercer nivel más parece una unidad o un elemento delsegundo nivel. Acaso Taguieff podría defender su clasificación deesta acusación si, en vez de separar las teorías biológicas a causade su supuesta naturaleza de «mistifactoría» (se puedeargumentar sin fin sobre el grado de mistificación de todo el restode las teorías racistas de segundo nivel), utilizara la tendenciadel argumento biológico para subrayar la irreversibilidad eincurabilidad de la perjudicial «otredad» del otro . Se podría, dehecho, señalar que, en nuestra época de artificialidad del ordensocial, de omnipotencia putativa e la educación y de ingenieríasocial, la biología en general y la herencia en particular,significan, para la consciencia pública la zona que permanece

fuera de los límites de la manipulación cultural, algo que todavíano sabemos cómo resolver, moldear y dar nueva forma segúnnuestra voluntad. Taguieff, no obstante, insiste en que lamoderna forma de racismo biológico-científica no parece«diferente en naturaleza, funcionamiento y función de losdiscursos tradicionales de exclusión descalificadora» [3] y secentra, por ello, en el grado de «paranoia delirante o de“especulatividad» extrema  como características distintivas del«racismo terciario».

 Yo creo, por el contrario, que son precisamente la naturaleza, lafunción y la forma de funcionamiento del racismo lo que lodistinguen claramente de la heterofobia ese difuso desasosiego,inquietud o angustia que la gente suele experimentar siempreque se enfrenta con «ingredientes humanos» que no entiende deltodo, con los que no se pueden comunicar fácilmente y de los queno se puede esperar que se comporten de forma conocida yrutinaria. Parece que la heterofobia es una manifestaciónconcentrada de un fenómeno más amplio de angustia provocadapor la sensación de no tener control sobre la situación y, en

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consecuencia, no poder ejercer ninguna influencia sobre suevolución ni tampoco prever las consecuencias de la propiaactuación. La heterofobia puede surgir como una objetificación,real o irreal, de esta angustia, pero lo más probable es que la

angustia en cuestión acabe buscando cualquier objeto al cualanclarse. En consecuencia, la heterofobia es un fenómenobastante corriente en todas las épocas y más todavía en una erade modernidad en la que son más frecuentes las ocasiones para laexperiencia «sin control» y resulta más plausible interpretar estaexperiencia en términos de inoportuna interferencia de un grupohumano extraño.

También sugiero que, descrita así, hay que distinguiranalíticamente la heterofobia de la enemistad declarada unantagonismo más concreto generado por las actuacioneshumanas de búsqueda de la identidad y de trazado de límites. Eneste último caso, los sentimientos de antipatía y resentimiento separecen más a apéndices sentimentales de la actividad deseparación. La propia separación exige una actividad, unesfuerzo y una actuación continua. El extraño del primer caso,sin embargo, no es simplemente una categoría de personademasiado cercana como para sentirse a gusto y al tiempo

claramente independiente, fácil de reconocer y mantener a ladistancia necesaria, sino un grupo de personas cuya«colectividad» no es evidente o no se reconoce generalmente.Incluso se puede atacar a esta colectividad y los miembros de lacategoría ajena lo ocultarán o lo negarán. El extraño, en estecaso, amenaza con penetrar en el grupo nativo y fundirse con él sino se toman medidas preventivas y se relaja la vigilancia. Esdecir, el extraño amenaza la identidad y la unidad del grupo,pero no lo hace confundiendo su control sobre un territorio o su

libertad para actuar de la forma usual, sino haciendo difusos loslímites del territorio y borrando la diferencia entre la manera devivir usual (bien) y la extraña (mal). Este es el caso del «enemigoentre nosotros», el que provoca un vehemente movimiento paratrazar los límites que, a su vez, genera unas densas secuelas deantagonismo y odio hacia los culpables o sospechosos de doblelealtad o de sentarse a horcajadas sobre la barricada.

El racismo es diferente de la heterofobia y de la enemistaddeclarada. La diferencia no reside ni en la intensidad de lossentimientos ni en el tipo de argumento que se emplea para

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racionalizarla. El   racismo se distingue por un   conjunto demétodos de los  que forma parte y que  racionaliza, unos métodos  que combinan las estrategias  de la arquitectura, de la   jardinería

 y de la medicina y   las pone al servicio de la  construcción de un

orden  social artificial. Esto se  consigue eliminando los  elementosde la realidad   actual que ni se ajustan a la   realidad perfectasoñada ni  se pueden modificar para que  lo hagan . En un mundoque se jacta de tener una capacidad sin precedentes para mejorarlas condiciones humanas reorganizando los asuntos humanossobre una base racional, el racismo manifiesta la convicción deque existe cierta categoría de seres humanos que no se puedeincorporar al orden racional, por muchos esfuerzos que se hagan.En un mundo caracterizado por el continuo retroceso de los

límites de la manipulación científica, tecnológica y cultural, elracismo proclama que no se pueden eliminar ni rectificar ciertasmanchas de cierta categoría de personas, que permanecen másallá de los límites de los métodos reformadores y que seguiránestando allí siempre. En un mundo que proclama la formidablecapacidad de la formación y de la conversión cultural, el racismodeja aparte a cierta categoría de personas a las que no se puedellegar (y, en consecuencia, no se pueden cultivar) ni por medio dela argumentación ni tampoco de ninguna otra herramienta de

formación y, por lo tanto, seguirán siendo extrañas siempre. Enresumen, en el mundo moderno, que se distingue por su ambiciónde autocontrol y autoadministración, el racismo declara queexiste cierta categoría de personas que se resiste endémica eirremisiblemente al control y es inmune a cualquier esfuerzopara mejorar. Para utilizar una metáfora médica, se puedenentrenar y poner en forma ciertas partes del cuerpo, pero no untumor canceroso. A este último sólo se le puede «mejorar»destruyéndole.

La consecuencia es que el  racismo se asocia de forma   inevitablecon la estrategia   del extrañamiento . Si las condiciones lopermiten, el racismo exige que se aleje a la categoría ofensoramás allá del territorio ocupado por el grupo ofendido. Si no se danesas condiciones, el racismo exige que se extermine físicamente ala categoría ofensora. La expulsión y la destrucción son dosmétodos de extrañamiento intercambiables. Alfred Rosenbergescribió lo siguiente sobre los judíos: «Zunz asegura que el

 judaísmo es el capricho del alma judía. Ahora, el judío no puedeescaparse de este “capricho” aunque se bautice  diez veces, y el

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resultado necesario de esta influencia siempre será el mismo:falta de vida, anticristianismo y materialismo»[4]. Lo que escierto sobre la influencia religiosa se puede aplicar también aotras intervenciones culturales. Los judíos no tienen remedio.

Solo serán inofensivos con la distancia física, la ruptura de lacomunicación, el encierro o la aniquilación.

El racismo como forma de ingeniería social

El racismo solamente se pone de manifiesto en el contexto delproyecto de la sociedad perfecta y de la intención de poner enpráctica este proyecto por medio de un esfuerzo coherente yplanificado. En el caso del Holocausto, la creación era el Reich delos mil años , el reino del Espíritu Alemán liberado . Pero en esereino no había lugar para otra cosa que no fuera el Espíritu

 Alemán. No había lugar para los judíos, ya que no se podíanconvertir y abrazar el Geist del Volk alemán. Esta incapacidadespiritual se expresó como una cualidad propia de la herencia ode la sangre, sustancias que, en esa época al menos,representaban el otro lado de la cultura, el territorio que la

cultura no podía ni soñar con cultivar, una tierra virgen quenunca podría convertirse en un jardín (todavía no se habíanestudiado seriamente las posibilidades de la ingeniería genética).

La revolución nazi fue un ejercicio de ingeniería social a unaescala grandiosa. El «linaje racial» era el eslabón clave en lacadena de las medidas de ingeniería. Entre la colección decomunicados oficiales del sistema nazi, publicados en inglés ainiciativa de Ribbentrop, destinados a la propagandainternacional y, por lo tanto, expresados en un lenguaje comedido

y moderado, el dr. Arthur Gütt, jefe del Departamento Nacionalde Higiene del Ministerio del Interior, exponía que la tarea másimportante de la autoridad nazi era «una política activa tendentea preservar la salud racial» y explicaba lo que implicabanecesariamente la estrategia de esta política: «Si facilitamos lapropagación de un linaje sano por medio de la selecciónsistemática y de la eliminación de los elementos enfermizos,podremos mejorar las condiciones físicas. Acaso no sea posible enla generación actual, pero sí en las que nos sucederán». Gütt notenía ninguna duda de que la política de la selección por medio de

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la eliminación «se ajustaba a las líneas adoptadasuniversalmente de acuerdo con las investigaciones de Koch,Lister, Pasteur y otros científicos famosos» [5] y, por lo tanto,constituían una extensión, de hecho, la culminación, del avance

de la ciencia moderna.El dr. Walter Gross, jefe del Departamento de Progreso sobre laPolítica de la Población y el Bienestar Racial, explicódetalladamente los aspectos prácticos de la política racial:invertir la tendencia actual de «una decreciente tasa de natalidadentre los habitantes más adecuados y una propagación sinrestricciones de los que tienen taras hereditarias, los deficientesmentales, imbéciles, delincuentes hereditarios, etc.» [6]. Gross nose atreve a hablar de la necesidad de esterilizar a los que tienentaras hereditarias ya que escribe para un público internacionalque probablemente no aplaudirá la decisión de los nazis de que laciencia y la tecnología modernas lleguen a su fin lógico.

La realidad de la política racial era, sin embargo, mucho máshorripilante. Al contrario de lo que afirma Gütt, los jerarcas nazisno vieron ninguna razón para limitar sus preocupaciones a «las[generaciones] que nos sucederán». Como los recursos lopermitían, se dispusieron a mejorar a la generación actual. El

camino que llevaba a este objetivo pasaba forzosamente por laeliminación de los unwertes Leben . Cualquier vehículo serviríapara avanzar por este camino. Dependiendo de lascircunstancias, se hacían alusiones a la «eliminación»,«desaparición», «evacuación» o «reducción» (léase «exterminio»).Siguiendo la orden de Hitler de 1 de septiembre de 1939, sehabían creado centros en Brandenburg, Hadamar, Sonnestein yEichberg que se ocultaban bajo una doble mentira: los iniciados,en sus conversaciones en voz baja, los llamaban «institutos de

eutanasia» mientras que de cara a la galería utilizaban nombrestodavía más engañosos y capciosos como Fundación Caritativapara el «Cuidado Institucional», «el Transporte de los Enfermos»o, incluso, utilizaban el delicado código «T4», de 4Tiergartenstrasse, Berlín, donde se encontraba la oficina quecoordinaba toda la operación de asesinato [7]. Cuando el 28 deagosto de 1941, a consecuencia de una protesta clamorosa devarias importantes luminarias de la Iglesia, hubo que revocar laorden, no se abandonó en absoluto el principio de «administraractivamente las tendencias demográficas». Simplemente, con

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ayuda de las tecnologías sobre el gas que la campaña de laeutanasia había ayudado a perfeccionar, se cambió el objetivo.

 Ahora eran los judíos. Y también cambiaron los lugares, como aSobibór o a Chelmno.

Pero, desde el principio, el objetivo seguían siendo los unwertesLeben . Para los nazis, creadores de la sociedad perfecta, elproyecto que perseguían y estaban decididos a poner en prácticapor medio de la ingeniería social dividía la vida humana en dignae indigna. A la primera había que cultivarla amorosamente ydarle Lebensraum , y a la otra había que «distanciarla» o, si eldistanciamiento era inviable, exterminarla. Los que eransimplemente extraños no fueron el objeto de esta políticaestrictamente racial. Se les podían aplicar estrategias antiguasque funcionaban bien y que tradicionalmente se habían asociadocon la enemistad. A los extraños, por el contrario, había quedejarlos al otro lado de unos límites celosamente guardados. Losdiscapacitados físicos y mentales constituían un caso más difícil yrequerían una nueva política, más original. No se les podíaexpulsar o separar con una cerca, ya que no pertenecían aninguna de las «otras razas», pero tampoco eran dignos depertenecer al Reich de los mil años . Los judíos eran un caso

esencialmente semejante. No eran una raza como las otras, eranuna antirraza que minaría y envenenaría a todas las demás, quesocavaría no simplemente la identidad de una raza en concretosino al propio orden social. Recordemos que los judíos eran lanación nonacional, el incurable enemigo del orden basado en larazón como tal. Con aprobación y entusiasmo, Rosenberg citó elveredicto de Weiniger sobre los judíos, «una telaraña invisible dehongos del cieno ( pLasmodium ) que existe desde tiempoinmemorial y se ha extendido por toda la tierra»[8]. Por lo tanto,

la separación de los judíos sólo podía ser una «medida a medias»,una estación del camino hacia el objetivo final. Era imposible queel asunto terminara con limpiar Alemania de judíos. Inclusoaunque habitaran lejos de las fronteras alemanas, los judíoscontinuarían erosionando y desintegrando la lógica natural deluniverso. Cuando Hitler ordenó a sus tropas luchar por lasupremacía de la raza alemana , creía que la guerra quedesencadenaba era en nombre de todas las razas , un servicio queprestaba a la humanidad organizada racialmente.

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Según este concepto de ingeniería social, es decir, un trabajo confundamentos científicos cuya finalidad es la institución de unnuevo (y mejor) orden, un trabajo que necesariamente supone lacontención o, más aún, la eliminación de cualquier factor

subversivo, el racismo se ajustaba a la visión del mundo y a losmétodos de la modernidad. Por lo menos, en dos aspectosfundamentales.

El primero: el Siglo de las Luces ascendió al trono a una nuevadeidad, la Naturaleza, junto con la legitimación de la cienciacomo su único culto ortodoxo y el de los científicos como susprofetas y sacerdotes. En principio, todo se abrió a losinterrogantes objetivos, todo se podía conocer, de forma fiable ycierta. La verdad, la bondad y la belleza, lo que es y lo quedebería ser, se convirtieron en objetos legítimos de unaobservación precisa y sistemática. A su vez, sólo podían conseguirla legitimación por medio del conocimiento objetivo que sería elresultado de esta observación. Según el resumen que hace GeorgeL. Mosse de su historia del racismo documentada de forma muyconvincente, «es imposible separar los interrogantes de lasfilosofías del Siglo de las Luces sobre la naturaleza de su examende la moralidad y el carácter humano […] [Desde] los  comienzos

[…] la ciencia natural y los ideales morales y estéticos de losantiguos iban de la mano». De la manera en que la conformó laIlustración, la actividad científica estaba marcada por un«intento de determinar el lugar exacto del hombre en lanaturaleza por medio de la observación, las medidas y lascomparaciones entre grupos de hombres y de animales» y por la«creencia en la unidad del cuerpo y la mente». Esto último «sesuponía que se expresaba de una forma tangible y física que sepodía medir y observar»[9]. La frenología, es decir, el arte de leer

el carácter a partir de las medidas del cráneo, conquistó laconfianza, la estrategia y la ambición de la nueva era científica.Se consideraba que el temperamento humano, el carácter, lainteligencia, los talentos estéticos e incluso las inclinacionespolíticas venían determinados por la Naturaleza. Y se podíadescubrir de qué manera por medio de la observación y lacomparación del substrato visible y material de los atributosespirituales más ocultos o esquivos. Las fuentes materiales de lasimpresiones sensoriales eran las claves de los secretos de la

Naturaleza, signos que había que leer, informes escritos en uncódigo que la ciencia podía descifrar.

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durante muchas décadas, toda la vida cultural había estado más omenos bajo la influencia del pensamiento biológico, tal y como éste sehabía planteado a mediados del siglo pasado, con las enseñanzas deDarwin, Mendel y Galton, y después había avanzado debido a losestudios de Plótz, Schallmayer, Correns, de Vries, Tschermark, Baur,

Rüdin, Fischer, Lenz y otros […] Se  reconocía que las leyes naturalesdescubiertas para las plantas y los animales también debían serválidas para el hombre. [12]

El segundo aspecto es que, a partir del Siglo de las Luces, elmundo moderno se ha distinguido por su actitud activista y deingeniería hacia la naturaleza y hacia él mismo. La ciencia noavanzaba por su propio interés. Se consideraba,fundamentalmente, un instrumento de formidable poder que lepermitía a su poseedor mejorar la realidad, volver a darle forma

según los planes y designios humanos y ayudarle en su caminohacia el perfeccionamiento. La jardinería y la medicinaproporcionaban los arquetipos de la postura constructiva, y lanormalidad, la salud y la higiene eran las metáforas de las tareashumanas y de las estrategias en la administración de los asuntoshumanos. La existencia humana y la cohabitación se convirtieronen objetos de planificación y de gerencia. Lo mismo que lavegetación de un jardín o un organismo vivo, no se les podía dejarque se las arreglaran por sí solos y menos que terminaraninfestados de malas hierbas o de tejidos cancerosos. La jardineríay la medicina son formas funcionalmente distintas de la mismaactividad, la de separar y aislar los elementos útiles destinados avivir y desarrollarse de los nocivos y dañinos, a los que hay queexterminar .

Tanto la retórica como la forma de hablar de Hitler estabancargados de imágenes de enfermedad, infección, putrefacción,pestilencia y llagas. Comparaba la cristiandad y el bolchevismo

con la sífilis o la peste. Hablaba de los judíos como de bacilos, degérmenes de descomposición o de parásitos. En 1942 le dijo aHimmler: «El descubrimiento del virus judío es una de lasgrandes revoluciones que se han producido en el mundo. Labatalla en la que estamos comprometidos hoy es como la quelibraron Pasteur y Koch el siglo pasado.

Cuántas enfermedades tienen su origen en el virus judío […] Sólorecuperaremos nuestra salud eliminando al judío» [13]. Enoctubre de ese mismo año, Hitler proclamaba: «Si exterminamosla peste, prestaremos un gran servicio a la humanidad» [14]. Los

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que ejecutaron las órdenes de Hitler se referían al exterminio delos judíos como la Gesundung (curación) de Europa, laSelbsttreinigung (limpieza) y l a Judensäuberung (limpieza de

 judíos). En un artículo de Das Reicb aparecido el 5 de noviembre

de 1941, Goebbels proclamaba que la introducción de la medidade que los judíos llevaran el dintintivo de la Estrella de David era«higiénica y profiláctica». El aislamiento de los judíos de unacomunidad racial pura era «una norma elemental de higieneracial, social y nacional». Goebbels sostenía que había buenagente y mala gente, lo mismo que animales buenos y malos. «Elhecho de que los judíos sigan viviendo entre nosotros no esninguna demostración de que sean parte de nosotros, de lamisma manera que una pulga nunca será un animal doméstico

por mucho que viva en una casa» [15]. La cuestión judía, enpalabras del jefe de la Oficina de Prensa del Ministerio de

 Asuntos Exteriores, era «eine Frage des politischen Hygiene»[16].

Dos científicos alemanes de fama mundial, el biólogo Erwin Baury el antropólogo Martin Stámmler, expresaron con el lenguajeexacto de la ciencia aplicada lo que los dirigentes de la Alemanianazi habían manifestado repetidamente con un vocabularioemotivo y apasionado de políticos:

Cualquier campesino sabe que si sacrifica a los mejores ejemplares desus animales domésticos sin que hayan procreado y sigue criandoindividuos inferiores, las camadas irán degenerando irremisiblemente.Hemos permitido que este error, que no cometería ningún campesinocon sus animales ni con sus cultivos, se produzca entre nosotros en ungrado muy alto. Como recompensa a nuestra humanidad de hoy, lo quedebemos hacer es que estas personas inferiores no procreen. Unaoperación sencilla, que se puede realizar en unos minutos, lo haráposible y sin demora […] Nadie aprueba en mayor medida que yo lasnuevas leyes de esterilización, pero debo repetir una y otra vez que son

sólo un principio. (…)  La extinción y la salvación son los dos polosalrededor de los que rota el cultivo de la raza, los dos métodos con losque tiene que colaborar […] La extinción es la destrucción biológica dela persona hereditariamente inferior por medio de la esterilización, larepresión cuantitativa del enfermizo y del indeseable […] La tarea essalvaguardar al pueblo de la excesiva proliferación de las malashierbas. [17]

Resumiendo, mucho antes de construir las cámaras de gas, losnazis, siguiendo las órdenes de Hitler, intentaron exterminar asus compatriotas física o mentalmente disminuidos por medio del

«asesinato misericordioso», falsamente llamado «eutanasia», y

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criar una raza superior por medio de la fertilización organizadade mujeres racialmente superiores por hombres racialmentesuperiores (eugenesia). Lo mismo que estos intentos, el asesinatode los judíos fue un ejercicio más en la administración racional de

la sociedad. Y un intento sistemático de utilizar el planteamiento,los principios y los preceptos de la ciencia aplicada.

De la repugnancia al exterminio

«La teología cristiana nunca ha abogado por el exterminio de los judíos», escribe George L. Moss, «sino por su exclusión de lasociedad como testigos vivos del deicidio. Los progroms fueron laconsecuencia de aislar a los judíos en los ghettos»[18]. Hannah

 Arendt afirma: «Un delito lleva asociado un castigo. A un viciosólo se le puede exterminar» [19].

La secular repugnancia hacia el judío solamente se ha expresadocomo un ejercicio de higiene en su forma racista, moderna y«científica». Únicamente con la reencarnación moderna del odiohacia los judíos se les ha cargado con un vicio indeleble, con undefecto inmanente que no se puede separar de ellos. Antes de eso,

los judíos eran pecadores. Como todos los pecadores, estabanobligados a sufrir por sus pecados en la tierra o en otropurgatorio terrenal, a arrepentirse y a conseguir la redención.Había que contemplar su sufrimiento de la misma manera quelas consecuencias del pecado y la necesidad de arrepentimiento.Este beneficio no se podía derivar en absoluto del vicio, aunquellevara asociado el castigo. Si alguien tiene alguna duda, queconsulte con Mary Whitehouse. El cáncer, los parásitos y lasmalas hierbas no se pueden arrepentir. No han pecado,

simplemente viven de acuerdo con su naturaleza. No hay nadapor lo que castigarles. Por la naturaleza de su maldad, hay queexterminarlos. En su diario, hablando consigo mismo, JosephGoebbels lo explica con la misma claridad que anteriormentehemos observado en la historiografía abstracta de Rosenberg: «Nohay ninguna esperanza de devolver a los judíos al redil de lahumanidad civilizada por medio de castigos excepcionales.Siempre seguirán siendo judíos, lo mismo que nosotrosseguiremos siendo miembros de la raza aria» [20]. A diferenciadel «filósofo» Rosenberg, Goebbels era ministro de un gobierno

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que dedicó el régimen nazi a la propaganda racista, el esfuerzoconcentrado de la educación nazi y la amenaza real de terrorcontra toda resistencia a los métodos racistas, la aceptaciónpopular del programa racista y, en especial, a sus últimas

consecuencias lógicas, se detuvo mucho antes del punto quehabría exigido un exterminio guiado por la emoción. Por si senecesitara una prueba adicional, esto demuestra una vez más lafalta de continuidad o de progresión natural entre la heterofobiao enemistad declarada y el racismo . Los dirigentes nazis, queesperaban capitalizar el difuso resentimiento contra los judíoscon el fin de obtener el apoyo popular para la política racista deexterminio, pronto tuvieron que admitir su error.

Sin embargo, aun cuando el credo racista hubiera tenido máséxito, caso improbable por otro lado, y hubiera habidomuchísimos más voluntarios para linchar y cortar cuellos, laviolencia de las muchedumbres nos habría sorprendido por seruna forma ineficaz y descaradamente premoderna de ingenieríasocial o del proyecto moderno de higiene racial. De hecho, comoSabini y Silver han afirmado, el episodio más completo, amplio yefectivo de violencia de masas contra los judíos, la infameKristallnacht , fue

un pogrom , un instrumento del terror […] típico de la secular tradiciónantisemita europea, no del orden nazi ni tampoco del exterminiosistemático de la judería europea. La violencia de las masas es unatécnica de exterminio primitiva y sin efectividad. Es un método efectivode aterrorizar a una población, de mantener a la gente en su lugar,incluso de forzar a algunos a abandonar sus creencias religiosas o susconvicciones políticas, pero ésos no eran los designios de Hitler para los judíos. Lo que intentaba era destruirlos. [21]

Tampoco hubo suficientes «muchedumbres» violentas. La visióndel asesinato y de la destrucción disuadió a tantos como inspiró,mientras que la abrumadora mayoría prefirió cerrar los ojos y noescuchar nada, pero, lo primero de todo, cerrar la boca. Ladestrucción masiva no iba acompañada del alboroto de lasemociones sino del silencio muerto de la indiferencia. No fue laalegría pública sino la indiferencia pública la que «se convirtió enuna sólida hebra del dogal que inexorablemente se ciñó alrededorde miles de cuellos» [22]. El racismo es, primero, una política, yuna ideología en segundo lugar. Lo mismo que todas las políticas,necesita organización, dirección y expertos . Igual que todas laspolíticas, para ponerla en práctica exige una división del trabajo

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y un aislamiento efectivo entre la tarea y el efecto desorganizadorde la improvisación y la espontaneidad. Exige que se deje a losespecialistas tranquilos y libres para llevar adelante su tarea.

No es que esta indiferencia fuera indiferente, porque no lo fue por

lo que se refiere al éxito de la Solución Final . Fue la parálisis dela gente lo que evitó que se convirtiera en una muchedumbre,una parálisis que se consiguió por la fascinación y el miedo queemanaban del despliegue de poder, que permitió que la lógicamortífera de la solución del problema siguiera su curso con todalibertad. Según palabras de Lawrence Stoke, «el hecho de que,cuando el régimen en un principio se instaló con inseguridad enel poder, no se protestara contra sus medidas inhumanas hizocasi imposible evitar su culminación lógica, por poco deseada quefuera o por reprobable que se considerase»[23]. La difusión y laprofundidad de la heterofobia fueron aparentemente suficientespara que el pueblo alemán no protestara contra la violencia,aunque a la mayoría no le gustara y permaneciera inmune aladoctrinamiento racista. De esto último, los nazis descubrieronlos suficientes casos como para convencerse. En suimpecablemente equilibrado relato sobre las actitudes alemanas,Sarah Gordon cita un informe oficial nazi que expresa

vívidamente la decepción de los nazis ante la respuesta a laKristallnacht:

Sabemos que el antisemitismo, en la Alemania de hoy, estáesencialmente limitado al partido y a sus organizaciones y que existeun sector de la población que no tiene el más ligero conocimiento delantisemitismo y carece de la mínima posibilidad de sentir empatía porél.

Los días posteriores a la Kristallnacht , esas personas acudieroninmediatamente a los comercios judíos. (…) 

Esto se debe, en gran medida, a que somos un pueblo antisemita, unEstado antisemita, pero, sin embargo, este antisemitismo no se expresaen las manifestaciones de la vida… Sigue habiendo grupos de Spiessemen el pueblo alemán que hablan de los pobres judíos, que no entiendenlas actitudes antisemitas del pueblo alemán y interceden por los judíosen cualquier oportunidad. No deberían ser antisemitas solamente losdirigentes y el partido. [24]

La aversión por la violencia, especialmente la violencia que sepodía ver y que estaba pensada para que se viera, coincidía sinembargo con una actitud mucho más benévola hacia las medidasadministrativas que se habían tomado contra los judíos. Gran

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número de alemanes dieron la bienvenida a la enérgica yclamorosamente anunciada actuación que estaba dirigida a lasegregación y separación de los judíos, expresiones einstrumentos tradicionales de la heterofobia y de la enemistad

declarada. Además, muchos alemanes dieron la bienvenida a lasmedidas que se tomaron para castigar al judío, siempre y cuandose pudiera pretender que el castigado era el judío conceptual,como una solución imaginaria, aunque plausible, a las angustiasy temores del desplazamiento y la inseguridad, reales aunquesubconscientes. Fueran cuales fueran las razones de susatisfacción, parecían ser absolutamente diferentes de las queimplicaban las exhortaciones a la violencia del estilo de las deStreicher, como forma realista de compensar delitos económicos o

sexuales imaginarios. Desde el punto de vista de los queelaboraron y ordenaron el asesinato en masa de los judíos, éstostenían que morir no porque estuvieran resentidos o, al menos, nofundamentalmente por esta razón. Se consideraba que merecíanla muerte y estaban resentidos por esa razón, debido a que seencontraban entre esta realidad imperfecta y cargada detensiones y el mundo esperado de tranquila felicidad . Comoveremos en el siguiente capítulo, la desaparición de los judíoscontribuiría materialmente a que llegara el mundo de la

perfección. La ausencia de los judíos sería precisamente ladiferencia entre ese mundo y el mundo imperfecto de entonces.

Gordon ha examinado fuentes críticas y neutrales además de losinformes oficiales y ha documentado la existencia de una ampliay creciente aprobación por parte de los «alemanes corrientes»para que se excluyera a los judíos de las posiciones de poder,riqueza e influencia[25]. La desaparición gradual de los judíos dela vida pública o bien se aplaudía o bien se pasaba por alto

cuidadosamente. En resumen, la renuencia de la gente aparticipar personalmente en la persecución contra los judíos sealiaba con la tendencia a aprobar o, al menos, a no obstaculizar laactuación del Estado. «Aunque la mayor parte de los alemanes noeran antisemitas fanáticos ni paranoicos, sí que eran antisemitaspasivos, “latentes” o “tibios”, ya que  para ellos los judíos sehabían convertido en un ente abstracto, ajeno y“despersonalizado” que se  encontraba más allá de la empatíahumana, y la “Cuestión Judía” era un  asunto legítimo de la

política de Estado que había que solucionar» [26].

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Estas consideraciones demuestran una vez más la importanciaprimordial del otro vínculo, operativo en vez de ideológico, queexiste entre la modernidad y la forma exterminadora delantisemitismo. El primero de ellos, la idea del exterminio, que no

provenía directamente de la heterofobia tradicional y dependía,por esa razón, de dos fenómenos implacablemente modernos, asaber: la teoría racista y el síndrome médicoterapéutico. Peroesta idea moderna necesitaba también medios modernos paraponerla en práctica. Los encontró en la burocracia moderna.

La única solución adecuada a los problemas que plantea la visióndel mundo racista es el aislamiento total e inflexible de la razainfecciosa y patógena, fuente de enfermedad y contaminación, pormedio de la separación espacial absoluta o la destrucción física. Acausa de su naturaleza, es una tarea dantesca, impensable amenos que se cuente con enormes recursos, medios paramovilizar y planificar su distribución, habilidad para dividir latarea total en un gran número de tareas parciales y funcionesespecializadas y capacidad para coordinar su ejecución. Enresumen, la tarea es inconcebible sin la burocracia moderna.Para que fuera efectivo, el antisemitismo exterminador modernotenía que ir del brazo de la burocracia moderna. Y, en Alemania,

iba. En su famoso informe para la conferencia de Wandsee,Heydrich hablaba de que el Führer había dado su «autorización»o «aprobación» a la política judía de la RSHA [27]. Laorganización burocrática denominada Reichsicherheithauptampt ,enfrentada con los problemas que planteaba la idea y el objetivoque ésta determinaba, emprendió la tarea de elaborar lasadecuadas soluciones prácticas. Lo hizo de la misma manera quelo hacen todas las burocracias: haciendo cuentas sobre los costos,comparándolos con los recursos disponibles y luego intentando

determinar la combinación óptima. Heydrich hizo hincapié en lanecesidad de acumular experiencia práctica, en que el procesodebía ser gradual y en el carácter provisional de cada uno de lospasos que se daban. La RSHA se puso activamente a buscar lamejor solución. El Führer expresaba la romántica visión de unmundo limpio de la raza que padecía una enfermedad terminal.El resto era asunto del proceso burocrático, nada romántico yfríamente racional.

Los ingredientes del compuesto asesino eran una ambición

típicamente moderna de diseño social y de ingeniería mezclada

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con la concentración, también típicamente moderna, de poder,recursos y capacidad material . Según la frase inolvidable yconcisa de Gordon, «cuando los millones de judíos y otrasvíctimas reflexionaban sobre su muerte inminente y se

preguntaban ‘¿por qué debo  morir si no he hecho nada paramerecerlo?’,  probablemente la respuesta más simple habría sidoque el poder estaba absolutamente concentrado en un hombre yque casualmente ese hombre odiaba a su ‘raza’» [28]. El odio delhombre y el poder absoluto no tenían por qué haberseencontrado. Pero lo hicieron. Y pueden hacerlo de nuevo.

(De hecho, no existe hasta la fecha ninguna teoría satisfactoriaque demuestre que el antisemitismo es funcionalmenteindispensable para un régimen totalitario. O, al revés, que lapresencia del antisemitismo en su forma moderna conduzcainevitablemente a un régimen así. Klaus von Beyme, por ejemplo,ha descubierto en su reciente estudio que los falangistasespañoles se sentían especialmente orgullosos por la ausencia deun solo comentario antisemita en todos los escritos de José

 Antonio Primo de Rivera, mientras que un fascista «clásico» comoSerrano Súñer, cuñado de Franco, declaraba que el racismo, engeneral, era una herejía para un buen católico. El neofascista

francés Maurice Bardech afirmaba que la persecución de los judíos había sido el mayor error de Hitler y estaba hors ducontrat fascista [29].)

Una mirada hacia adelante

La historia del antisemitismo moderno, tanto en forma deheterofobia como en su forma moderna racista, todavía no ha

concluido, ya que es la historia de la modernidad en general y delEstado moderno en particular. Parece que en la actualidad losprocesos de modernización se han trasladado fuera de Europa.

 Aunque parecía que se necesitaba algún tipo de dispositivo paradefinir los límites si se quería pasar a la cultura moderna «estilo

 jardín», lo mismo que durante los transtornos traumáticos de lassociedades que experimentan el cambio modernizador, el que seeligiera a los judíos para que hicieran la función de esedispositivo venía impuesto con toda probabilidad por lasvicisitudes concretas de la historia europea. La relación entre la

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 judeofobia y la modernidad europea fue histórica y podemosafirmar que históricamente única. Por otro lado, sabemos bienque los estímulos culturales se desplazan con relativa libertad,aunque no vayan acompañados de las condiciones estructurales

íntimamente relacionadas con ellos en sus lugares de origen. Elestereotipo del judío como fuerza perturbadora del orden, comocúmulo incongruente de oposiciones que socava todas lasidentidades y amenaza todos los esfuerzos para laautodeterminación se ha sedimentado hace mucho tiempo en lacultura europea y es válido para transacciones de importación yexportación, lo mismo que cualquier cosa que provenga de esacultura, la cual, según creencia general, es superior y digna deconfianza. Se puede adoptar este estereotipo, al igual que muchos

otros conceptos fabricados culturalmente, como vehículo para lasolución de problemas locales aunque la experiencia histórica quelo ha producido fuera desconocida en esa zona. Se puede adoptaraunque las sociedades que lo hagan no tengan ningúnconocimiento anterior de primera mano sobre los judíos. O quizádebido a eso.

Se ha observado recientemente que el antisemitismo sobrevivió alas poblaciones contra las que se había dirigido de manera

ostensible. En los países donde los judíos casi desaparecieron noha disminuido el antisemitismo como sentimiento, por supuesto,vinculado a actuaciones relacionadas con otros objetivosdiferentes de los judíos. Más notable todavía es la disociaciónentre la aceptación de los sentimientos antijudíos y los otrosprejuicios nacionales, religiosos o raciales con los que se pensabaque debía estar íntimamente enlazado. Tampoco se relacionanhoy en día los sentimientos antisemitas con idiosincrasiasindividuales o de grupo y, en especial, con los problemas no

resueltos que generan angustia, profunda incertidumbre, etc.Bernard Martin, que estudió el caso austríaco de «antisemitismosin judíos», ha acuñado el término sedimentación cultural paraexplicar un fenómeno relativamente nuevo: ciertascaracterísticas humanas y ciertas normas de comportamiento,por lo general enfermizas, poco atractivas o vergonzosas, estándefinidas en la conciencia popular como judías. A falta decomprobaciones prácticas, la definición cultural negativa y laantipatía por las características a la que se refiere se alimentan y

refuerzan mutuamente [30].

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Sin embargo, esta explicación en términos de la «sedimentacióncultural» no sirve para muchos otros casos de antisemitismocontemporáneo. En nuestra aldea global, las noticias viajan conrapidez y llegan a todos sitios y la cultura se ha convertido hace

tiempo en un juego sin fronteras. Parece que el antisemitismocontemporáneo, más que un producto de la sedimentacióncultural, está sometido a los procesos de difusión cultural , quehoy son mucho más intensos que en ningún otro momento delpasado. De la misma manera que otros objetos de esa difusión, elantisemitismo, aunque conserve alguna afinidad con su formaoriginal, se ha ido transformando, enriqueciéndose oagudizándose para adaptarse a los problemas y a las necesidadesde su nuevo hogar. No hay escasez de estos problemas y

necesidades en la época del «desarrollo desigual» de lamodernidad, con sus tensiones y traumas concomitantes. Elestereotipo de la judeofobia hace que sean inteligibles trastornosdesconcertantes y aterradores y formas de sufrimiento queanteriormente no se habían experimentado. Por ejemplo, enJapón se ha ido haciendo cada vez más popular en los últimosaños, como clave universal para comprender los obstáculosimprevistos en el camino de la expansión económica. La actividadde la judería mundial se ofrece como explicación de

acontecimientos tan dispares como la revaluación del yen y lasupuesta amenaza de lluvia radiactiva en el caso de otroaccidente nuclear parecido al de Chernobil seguido de otrointento soviético por encubrirlo [31].

Norman Cohn describe con detalle una de las variedades delestereotipo antisemita que se propaga con facilidad. Es la imagende los judíos inspirando una conspiración internacionalempeñada en arruinar todos los poderes locales, descomponer

todas las culturas y tradiciones autóctonas y unir el mundo bajola dominación judía. Ésta es, podemos estar seguros, la forma deantisemitismo más insultante y potencialmente letal. Los nazisintentaron exterminar a los judíos amparándose en esteestereotipo. Parece que, en el mundo actual, la multifacéticaimaginería de los judíos, una vez que inspira las múltiplesdimensiones de la «incongruencia judía», tiende a centrarse en unsolo atributo bastante sencillo: la de una élite supranacional de

 poder invisible oculto tras todos los poderes visibles, la de un

director oculto que maneja las vueltas del destino,

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supuestamente espontáneas e incontrolables, pero, por lo generaldesafortunadas y desconcertantes .

La forma dominante del antisemitismo de la actualidad esproducto de la teoría, no de la experiencia elemental. La sustenta

el proceso de enseñanza y aprendizaje, no las respuestas que nose procesan intelectualmente en el contexto de la interaccióncotidiana. A principios de este siglo, la variante más extendidadel antisemitismo en los opulentos países de Europa occidentaltenía como objetivo las empobrecidas masas extranjeras deinmigrantes judíos. Tuvo su origen en la experiencia de las clasesbajas del país, que sólo estaban en contacto con los extranjeros,raros y estrafalarios, y que respondían a su desconcertante ydesestabilizadora presencia con desconfianza y recelo. Estossentimientos no los compartían las élites, que no tenían ningunaexperiencia directa con los recién llegados y para las cuales losinmigrantes, aunque hablasen yiddish, no se diferenciabanesencialmente de las clases inferiores, ingobernables,culturalmente deprimidas y potencialmente peligrosas. Laheterofobia elemental de las masas, hasta que no la procesarauna teoría que sólo podían ofrecer los intelectuales de las clasesmedias o superiores, permanecía, parafraseando el famoso dicho

de Lenin, a nivel de «consciencia sindical». Era difícil que seelevara en tanto en cuanto sólo se hiciera referencia a laexperiencia de las relaciones de bajo nivel con los judíos pobres.Se podía generalizar en una plataforma de malestar de las masassimplemente con añadir las angustias individuales y presentandolas preocupaciones personales como problemas compartidos. Estoes lo que se hizo en el caso del Movimiento Británico de Moseley,dirigido sobre todo contra el East End de Londres, o el actualFrente Nacional Británico, que tiene la mira puesta en sus

semejantes de Leicester y Notting Hill, o el Front Nationalfrancés, en el de Marsella. Y podía avanzar al mismo paso que laexigencia de «devolver a los extranjeros a su lugar de origen». Sinembargo, no había ningún camino que condujera desde esaheterofobia o desde la angustia de las masas por el trazado de loslímites hasta las complejas teorías antisemitas de aspiracionesuniversales, como la de la raza devastadora o la de la«conspiración mundial». Para que pudieran conquistar laimaginación popular, estas teorías debían hacer referencia a

hechos inaccesibles y desconocidos para las masas y que no

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pertenecieran al territorio de la experiencia inmediata ycotidiana.

Nuestro análisis anterior, sin embargo, nos ha hecho llegar a laconclusión de que la auténtica importancia de las formas teóricas

y elaboradas del antisemitismo no reside en su capacidad defomentar los métodos antagónicos de las masas, sino en suvínculo con las ambiciones y los proyectos de ingeniería social delEstado moderno (para ser más precisos, las variantes extremas yradicales de estas ambiciones). Parece improbable que, según lastendencias actuales que apuntan hacia el abandono del Estadooccidental de la administración directa de muchas áreas de lavida social que anteriormente controlaba y hacia una estructurade la vida social que genere pluralismo y dirigida por el mercado,un Estado occidental vaya a utilizar de nuevo una forma racistade antisemitismo como instrumento para realizar un proyecto deingeniería social a gran escala. Para ser más exactos, en unfuturo previsible. Parece que la condición postmoderna de lamayor parte de las sociedades occidentales, orientadas alconsumo y centradas en el mercado, se basa en los frágilescimientos de una superioridad económica excepcional que, demomento, asegura una enorme porción de los recursos humanos,

pero que no va a durar siempre. Podemos suponer que, en unfuturo no muy lejano, se pueden producir situaciones que exijanque el Estado asuma un control directo de la administraciónsocial y entonces la perspectiva racista será de nuevo muypráctica. Mientras tanto, se pueden utilizar las versiones noracistas y menos dramáticas de la judeofobia en numerosasocasiones menos radicales como recursos para la propaganda y lamovilización políticas.

Con los judíos ascendiendo en la actualidad de forma masiva a

las clases medias altas y, en consecuencia, fuera del alcance de laexperiencia directa de las masas, los grupos antagonistas quesurgen de las preocupaciones relacionadas con el trazado de loslímites y su salvaguarda tienden a centrarse, hoy en día, en lamayor parte de los países occidentales, en los trabajadoresinmigrantes. Hay fuerzas políticas entusiastas por sacar partidode estas preocupaciones. Con frecuencia utilizan el lenguaje queha creado el racismo moderno para argüir en favor de lasegregación y de la separación física, una consigna que utilizaronlos nazis con todo éxito en su camino hacia el poder como método

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para conseguir el apoyo de la enemistad combativa de las masaspara sus propios fines racistas. En todos los países que, en laépoca de la reconstrucción económica de la postguerra, atrajerona gran número de trabajadores inmigrantes, existen muchos

ejemplos en la prensa popular y en los políticos con inclinacionespopulistas de las nuevas aplicaciones que se da al lenguajeracista. Gérard Fuchs, Pierre Jouve y Ali Magoudi [32] hanpublicado recientemente amplias recopilaciones y convincentesanálisis de estas aplicaciones. En la revista de Le Fígaro del 26de octubre de 1985, dedicada al tema, se puede leer:«¿Seguiremos siendo franceses dentro de treinta años?». O alprimer ministro, Jacques Chirac, comentando la decisión de sugobierno de luchar con gran firmeza para reforzar la seguridad

personal y la identidad de la comunidad nacional francesa. Ellector británico no tiene ninguna necesidad de recurrir a autoresfranceses para encontrar un lenguaje segregacionista, casiracista, al servicio de la movilización de la heterofobia popular ylos temores sobre los límites.

 Aunque sean abominables y muy amplia la reserva de violenciapotencial que contienen, la heterofobia y las angustias por loslímites no tienen como consecuencia, ni directa ni

indirectamente, el genocidio. Es erróneo además de potencialmente dañino confundir la heterofobia con el racismo ycon los crímenes organizados parecidos al Holocausto, ya quedesvía la atención de las causas auténticas del desastre, lascuales tienen sus raíces en algunos aspectos de la mentalidadmoderna y de la organización social moderna . Habría quecentrarse en las reacciones sempiternas hacia los extranjeros oincluso en los conflictos de identidad, menos universales aunquebastante habituales. El papel que desempeñó la heterofobia

tradicional en la iniciación y la perpetuación del Holocausto fuesimplemente auxiliar. Los factores auténticamenteindispensables se encontraban en otro lugar y tenían unarelación simplemente histórica con las formas más conocidas deresentimiento de grupo. La  posibilidad del Holocausto se basabaen ciertas características universales de la civilización moderna.Por otro lado, su  puesta en práctica estaba vinculada con unarelación concreta pero en absoluto universal entre el Estado y lasociedad. El siguiente capítulo está dedicado a hacer un estudio

más detallado sobre estas vinculaciones.

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4. La singularidad y la normalidad del Holocausto

Hasta entonces, el mal —  para llamar de alguna manera a aquelconjunto sobrecogedor de circunstancias sólo inopinado enapariencia — , se había insinuado poco a poco, por etapas, de un

modo sigiloso y a primera vista inocuo… No obstante, volviendo lamirada atrás y analizando las cosas con un enfoque retrospectivo, parecía obvio que aquella acumulación de indicios no era simple

 producto de la casualidad, sino que llevaba, por así decirlo, su propia dinámica, una dinámica todavía oculta, como ese caudal de

agua enterrada que se hincha y agranda antes de aflorar súbita eimpetuosamente; bastaba con remontarse al tiempo en que

aparecieron los primeros signos ominosos y trazar un gráfico, uncuadro clínico, de su irresistible ascensión.

Juan Goytisolo, Paisajes después de la batalla

«¿No serías más feliz si hubiera podido demostrarte que todos losque lo hicieron estaban locos?», pregunta Raoul Hilberg, el granhistoriador del Holocausto. Sin embargo, esto es precisamente loque es incapaz de demostrar. La verdad que saca a la luz noproporciona ningún consuelo. Lo más probable es que no hagafeliz a nadie. «Fueron hombres de su tiempo y educados. Este esel quid de la cuestión cada vez que reflexionamos sobre elsignificado de la civilización occidental después de Auschwitz.Nuestra evolución ha ido más deprisa que nuestroentendimiento; ya no podemos dar por sentado que conocemos afondo nuestras instituciones sociales, nuestras estructurasburocráticas ni nuestra tecnología» [1].

Son malas noticias para los filósofos, los sociólogos, los teólogos y

el resto de los eruditos, hombres y mujeres, profesionalmentededicados a entender y explicar. Las conclusiones de Hilbergsignifican que no han hecho bien su trabajo. No pueden explicarlo que sucedió ni por qué y no pueden ayudarnos a que loentendamos. Esta acusación es bastante grave por lo que serefiere a los científicos, puede intranquilizar a los estudiosos,pero no llega a ser motivo de alarma pública. Después de todo, hahabido en el pasado otros muchos acontecimientos importantesque tenemos la sensación de no entender del todo. En ocasiones,

hace que nos sintamos encolerizados, pero la mayor parte de las

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veces no nos perturba en exceso. Después de todo  — nosconsolamos —   estos acontecimientos pasados sólo tienen uninterés académico.

Pero, ¿es eso cierto? No es el Holocausto lo que no logramos

entender en toda su monstruosidad; es nuestra CivilizaciónOccidental, una civilización que el Holocausto ha convertido enincomprensible justo en un momento en el que pensábamos poderestar conformes con esta nuestra civilización, cuando conocíamossus caminos más recónditos e incluso sus perspectivas, cuando suinflujo cultural se expandía por todo el mundo. Si Hilberg está enlo cierto, y las instituciones sociales más importantes eluden,efectivamente, nuestra comprensión mental y práctica, entoncesno sólo deben preocuparse los académicos profesionales. Escierto, el Holocausto ocurrió hace casi medio siglo. Es cierto, susresultados inmediatos se desvanecen en el pasado con rapidez. Lageneración que lo vivió casi ha desaparecido. Pero — y éste es un«pero» siniestro —  aquellas características de nuestra civilizaciónque una vez nos resultaron familiares y que el Holocaustoconvirtió de nuevo en misteriosas, siguen siendo parte de nuestravida. No han desaparecido; y, por lo tanto, tampoco la posibilidaddel Holocausto.

Restamos importancia a esa posibilidad. Rechazamos con desdéna las pocas personas a las que irrita nuestro equilibrio mental.Tenemos un nombre especial y burlón para ellos, los «profetas delcatastrofismo». Es fácil descartar sus angustiados avisos. ¿Es queacaso no estamos ya vigilantes? ¿Es que acaso no condenamos laviolencia, la crueldad y la inmoralidad? ¿Es que no juntamos,cada vez más, toda nuestra inventiva y todos nuestrosconsiderables recursos para luchar contra ellas? Y, además, ¿hayalgo en nuestra vida que indique la absoluta probabilidad de que

se produzca una catástrofe? La vida cada vez es mejor y máscómoda. En conjunto, parece que nuestras institucionesfuncionan bastante bien. Estamos bien protegidos contra elenemigo, y nuestros amigos, con toda seguridad, no harán nadapeligroso. Indudablemente, de vez en cuando tenemos noticias deatrocidades que algunos pueblos, no especialmente civilizados y,por eso, muy lejanos espiritualmente, cometen contra sus vecinos,igualmente bárbaros. Los ewe mataron despiadadamente a unmillón de ibos habiéndolos llamado primeramente parásitos,criminales, ladrones y subhumanos sin cultura [2]. Los iraquíes

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envenenaron con gas a los ciudadanos kurdos sin molestarsesiquiera en insultarlos. Los tamiles asesinaron a los singaleses ylos etíopes exterminaron a los eritreos. Los habitantes de Ugandase mataron unos a otros (¿o fue al revés?). Es muy triste, es

cierto, pero ¿tiene alguna relación con nosotros? Si demuestraalgo, es que realmente es terrible ser distinto de nosotros y lobueno que es estar a salvo tras el resguardo de nuestracivilización superior.

Queda patente lo funesta que puede terminar siendo nuestrasuficiencia cuando recordamos que en 1941 no se esperaba que seprodujera el Holocausto. Que, dado el conocimiento de los«hechos», no era ni siquiera esperable. Y que, cuando finalmentese produjo, un año después, suscitó una incredulidad universal.La gente se negaba a creer lo que estaba viendo. No es que fueranobtusos o tuvieran mala voluntad, es que nada de lo que habíanconocido anteriormente les había preparado para creerlo. Portodo lo que sabían y creían, el asesinato en masa, para el que nisiquiera tenían un nombre, era pura y simplementeinimaginable. En 1988, seguía siendo inimaginable. Sin embargo,en 1988 sabemos algo que no sabíamos en 1941: que tambiéntenemos que imaginarnos lo inimaginable .

El problema

Existen dos razones por las cuales el Holocausto, a diferencia demuchos otros temas de investigación académica, no se puedeconsiderar como de interés exclusivamente académico, dosrazones por las cuales el problema del Holocausto no se puedereducir a un tema de investigación histórica ni de contemplación

filosófica.La primera de ellas es que el Holocausto, aunque sea plausibleque «como acontecimiento histórico fundamental  — como laRevolución francesa, el descubrimiento de América o de larueda —   haya cambiado el curso de la historia posterior»[3], hacambiado muy poco, suponiendo que haya cambiado algo, el cursode la historia posterior de nuestra conciencia colectiva y delentendimiento de nosotros mismos. Tuvo un impacto visible muy

pequeño en la imagen que tenemos del significado y de latendencia histórica de la civilización moderna. Dejó a las ciencias

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sociales en general y a la sociología en particular prácticamenteiguales, intactas, si descontamos las regiones todavía marginalesde la investigación especializada y algunas advertencias oscurasy ominosas sobre las mórbidas inclinaciones de la modernidad.

Estas dos excepciones son mantenidas persistentemente adistancia del canon de la sociología. Por estas razones, nuestracomprensión de los factores y mecanismos que una vez hicieronposible el Holocausto no ha avanzado de forma significativa. Y,por lo tanto, podemos encontrarnos de nuevo desprevenidos parareconocer y decodificar las señales de aviso en el supuesto de que,como entonces, nos estén rodeando.

La segunda razón es que, fuere lo que fuere lo que le sucediera al«curso de la historia», lo cierto es que a los productos de lahistoria que contenían la posibilidad del Holocausto no lesocurrió casi nada o, al menos, no podemos tener la certeza de queasí fuera. Por lo que sabemos o, mejor dicho, por lo que nosabemos, pueden seguir entre nosotros, esperando suoportunidad. Sólo podemos suponer que las condiciones que unavez dieron origen al Holocausto no se han transformadoradicalmente. Si había algo en nuestro orden social que hizoposible que tuviera lugar el Holocausto en 1941, no podemos

tener la certeza de que haya desaparecido desde entonces. Unnúmero cada vez mayor de eruditos respetados y famosos nosadvierten de que es mejor que no estemos tan satisfechos denosotros mismos.

La ideología y el sistema que dieron origen a Auschwitz permanecenintactos. Esto significa que el propio Estado-nación está fuera decontrol y es capaz de desencadenar actos de canibalismo social a unaescala inimaginable. Si no se refrena, puede hacer que toda unacivilización se consuma en las llamas. No puede llevar a cabo unamisión humanitaria, no se pueden impedir sus pecados por medio de

códigos morales ni legales, no tiene conciencia (Henry L. Feingold) [4].Muchas características de la sociedad contemporánea «civilizada»hacen que se recurra a los holocaustos genocidas. (…)  El Estadoterritorial soberano reclama, como parte integrante de su soberanía, elderecho a cometer genocidios o participar en matanzas genocidascontra personas que estén bajo su dominio […] y las Naciones Unidas, en la práctica, defienden este derecho (Leo Kuper) [5].

Dentro de ciertos límites, establecidos en función de consideraciones depoder tanto político como militar, el Estado moderno puede hacer lo

que le plazca a todos los que están bajo su control. No existe ningúnlímite ético ni moral que el Estado no pueda trascender si desea

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hacerlo, porque no hay ningún poder ni ético ni moral más elevado queel del Estado. En asuntos de ética y moralidad, la situación delindividuo en el Estado moderno es, en principio, equivalente a la delprisionero de Auschwitz: o bien actúa de acuerdo con las normas deconducta vigentes y aplicadas por los que poseen la autoridad o se

arriesga a sufrir las consecuencias. (…) La existencia en la actualidad se puede identificar cada vez más con losprincipios que regían la vida y la muerte en Auschwitz (George M.Kren y León Rappoport) [6].

 Algunos de los autores citados tienen tendencia a exagerarembargados por las emociones que despierta la lectura de losinformes sobre el Holocausto. Ciertas afirmaciones suyas parecenincreíbles y, desde luego, excesivamente alarmistas. Inclusopueden ser contraproducentes: si todo lo que conocemos esparecido a Auschwitz, entonces podemos convivir con Auschwitzy, en muchos casos, razonablemente bien. Si los principios queregían la vida y la muerte de los presos de Auschwitz eran comolos que rigen las nuestras, entonces, ¿a qué vienen todas estasprotestas y lamentaciones? Sinceramente, debería evitarse latentación de utilizar la imaginería inhumana del Holocausto alservicio de causas partidistas referidas a asuntos conflictivos,más o menos graves, pero en definitiva habituales y cotidianos.

La destrucción en masa fue una forma extrema de antagonismo yopresión, y no todos los casos de opresión, odio comunal einjusticia son «parecidos» al Holocausto. La semejanza formal, ypor tanto superficial, es una mala guía para el análisis causal. Alcontrario de lo que indican Kren y Rappoport, el tener que elegirentre la conformidad o cargar con las consecuencias de ladesobediencia no implica necesariamente vivir en Auschwitz, ylos principios que predican y practican la mayor parte de losEstados contemporáneos no bastan para convertir a sus

ciudadanos en víctimas de un Holocausto.La causa real de preocupación, la que no se puede desechar confacilidad ni pasar por alto como si se tratara de un resultadonatural, aunque engañoso, del trauma que siguió al Holocausto,está en otro sitio. Está en dos hechos relacionados entre sí.

En primer lugar, los procesos de ideación que por su propia lógicainterna pueden conducir a proyectos de genocidio, y los recursostécnicos que permiten que se pongan en práctica estos proyectos,

han demostrado no sólo que son compatibles con la civilizaciónmoderna, sino que es esta sociedad la que los ha posibilitado,

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creado y proporcionado. El Holocausto no sólo evitó, de formamisteriosa, el enfrentamiento con las normas e institucionessociales de la modernidad. Es que fueron esas normas einstituciones las que lo hicieron viable. Sin la civilización

moderna y sus logros esenciales y fundamentales, no habríahabido Holocausto.

En segundo lugar, todas las intrincadas redes que ha creado elproceso civilizador de frenos y equilibrios, de barreras yobstáculos que esperamos que nos defiendan de la violencia ymantengan alejados todos los poderes de la ambición y de la faltade escrúpulos, han demostrado que no servían para nada.Cuando se produjo el asesinato en masa, las víctimas seencontraron solas. Y no sólo las habían engañado con unasociedad aparentemente pacífica, humana, legalista y ordenada,sino que su sensación de seguridad se convirtió en uno de losfactores más importantes de su caída. Para decirlo de formaterminante, existen razones para tener miedo porque ahorasabemos que vivimos en una sociedad que hizo que el Holocaustofuera posible y que no había nada en ella que lo pudiera detener .Sólo por estas razones es necesario estudiar las lecciones delHolocausto. En este estudio hay mucho más que el homenaje a

los millones de asesinados, que el ajuste de cuentas con losasesinos o la curación de las heridas morales todavía ulceradasde los testigos pasivos y silenciosos.

Evidentemente, ni este estudio ni otro todavía más profundosuponen ninguna garantía contra el retorno de los asesinos demasas ni de los espectadores pasivos. Sin embargo, sin un estudioasí, no sabríamos lo probable o improbable que sería ese retorno.

Genocidio extraordinario

El asesinato en masa no es una invención moderna: la historiaestá plagada de enemistades comunales y sectarias, siempremutuamente nocivas y potencialmente destructoras, que confrecuencia desembocan en la violencia, a veces terminan enmatanzas y en algunos casos en exterminio de poblaciones yculturas enteras. Según parece, este hecho anula la singularidad

del Holocausto. En especial, parece negar el vínculo que existeentre el Holocausto y la modernidad, la «afinidad electiva» entre

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el Holocausto y la civilización moderna. Por el contrario, indicaque el odio asesino ha estado siempre entre nosotros yprobablemente nunca desaparezca y que el único significado de lamodernidad a este respecto es que, al contrario de lo que promete

y de sus amplias expectativas, no suaviza los cantos afilados de lacoexistencia humana y, por lo tanto, no pone un punto finaldefinitivo a la inhumanidad del hombre para con el hombre. Lamodernidad no ha cumplido su promesa. La modernidad hafracasado. Pero la modernidad no tiene ninguna responsabilidaddel episodio del Holocausto, porque el genocidio ha acompañado ala historia humana desde el principio.

Ésta no es, sin embargo, la lección que contiene la experiencia delHolocausto. No cabe ninguna duda de que el Holocausto fue unepisodio más de la larga serie de intentos de asesinatos en masay de la serie, no mucho menor, de intentos que se saldaron conéxito. Pero tiene otras características que no comparte conninguno de los casos de genocidio anteriores. Estascaracterísticas son las que merecen especial atención porquetienen un aire peculiar y moderno. Su presencia indica que lamodernidad contribuyó al Holocausto de una forma más directaque por medio de su propia debilidad e ineptitud. Indica que el

papel de la civilización moderna en la incidencia y la comisión delHolocausto fue activa, no pasiva. Significa también que elHolocausto fue tanto un producto como un fracaso de lacivilización moderna. De la misma manera que todas las otrascosas que se hicieron de forma moderna, es decir, racional,planificada, científica, coordinada, experta y eficientementeadministrada, el Holocausto dejó atrás y en ridículo a todos sussupuestos equivalentes premodernos dejando claro que, encomparación, eran primitivos, antieconómicos y poco efectivos.

Como todo lo de nuestra sociedad moderna, el Holocausto fue unlogro superior en todos los aspectos si lo medimos con las normasque esta sociedad ha celebrado e institucionalizado. Se destacaclaramente de todos los episodios genocidas del pasado de lamisma manera que una planta industrial moderna se distinguedel taller de un artesano o la moderna granja industrial de la queantes llevaba el campesino con su caballo y azadón, escardando amano.

El 9 de noviembre de 1938 tuvo lugar en Alemania unacontecimiento que pasó a la historia con el nombre de

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miembros se sintieran movidos a hacer, por ejemplo, entre niños yadultos, eruditos y ladrones, inocentes y culpables. Reaccionaría conentusiasmo ante la voluntad de la autoridad, fuera la que fuera, pormedio de una jerarquía de responsabilidades [7].

La ira y la furia son lastimosamente primitivas e ineficaces comoherramientas para el exterminio en masa. Por lo general,desaparecen antes de que haya terminado el trabajo. No sepueden construir planes generales contando con ellas. Y, menostodavía, planes que vayan más allá de los efectos momentáneostales como una ola de terror. No se puede contar con ellas paraderribar un antiguo orden y limpiar el suelo para construir unonuevo. Ni Ghengis Khan ni Pedro el Ermitaño necesitaron latecnología moderna ni los modernos métodos científicos de

administración y coordinación. Stalin y Hitler, sí. Nuestrasociedad racional y moderna ha desacreditado a aventureros ydiletantes como Ghengis Khan o Pedro el Ermitaño. Nuestrasociedad racional y moderna ha preparado el camino para los quecometen genocidios sistemáticos, fríos y meticulosos, como losStalin y Hitler a quienes la sociedad moderna y racional abonó elterreno.

Más claramente, los casos modernos de genocidio destacan por suescala. En ninguna otra ocasión, excepto bajo el mandato deHitler y Stalin, se asesinó a tanta gente en un periodo de tiempotan corto. Sin embargo, ésta no es la única novedad, ni siquiera lamás importante, es simplemente una consecuencia de otrascaracterísticas más fundamentales. El asesinato en masacontemporáneo se distingue por la práctica ausencia de todaespontaneidad, por un lado, y por la importancia de laplanificación racional y los cálculos cuidadosos por otro. Secaracteriza por la casi completa eliminación de la contingencia y

de la casualidad y por su independencia de las emociones delgrupo y de los motivos personales. Se distingue por su funciónfingida o marginal, disfrazada o decorativa, de movilizaciónideológica. Pero, ante todo, destaca por su intención.

Los motivos de asesinato en general, y los del asesinato en masaen particular, han sido siempre muchos y variados. Van desde elcálculo puro, hecho a sangre fría, del beneficio competitivo hastael odio o la heterofobia, igualmente puros y desinteresados. Lamayor parte de las contiendas comunales y de las campañas

genocidas contra los aborígenes caben cómodamente dentro deeste intervalo. Si van acompañadas de una ideología, esta última

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no va mucho más allá de una visión del mundo del estilo«nosotros o ellos», y si tienen un precepto, suele ser «no hay sitiopara los dos» o «el único indio bueno es el indio muerto». Seespera que el adversario proceda con esos mismos principios, pero

sólo en caso de que se le crea capaz. La mayor parte de lasideologías genocidas se basan en una intrincada simetría depresuntas intenciones y actuaciones.

Es cierto que el genocidio moderno es diferente. El genocidiomoderno es un genocidio con un objetivo . Librarse del adversarioya no es un fin en sí mismo. Es el medio para conseguir el fin,una necesidad que proviene del objetivo final, un paso que hayque dar si se quiere llegar al final del camino. El fin es unagrandiosa visión de una sociedad mejor y radicalmente diferente .El genocidio moderno es un elemento de ingeniería social,pensado para producir un orden social que se ajuste al modelo dela sociedad perfecta.

Para los que iniciaron y administraron el genocidio moderno, lasociedad es susceptible de planificación y de un diseñodeliberado. Por la sociedad se puede y se debe hacer algo más quemodificar un detalle o varios, hacer algunas mejoras aquí y allá ocurar algunas de sus inoportunas dolencias. Podemos y debemos

fijarnos objetivos más ambiciosos y radicales. Podemos y debemosrehacer la sociedad y obligarla a que se ajuste a un plan global ycreado científicamente. Se puede inventar una sociedadobjetivamente mejor que la que «simplemente existe», es decir, laque existe sin ninguna intervención consciente. Invariablemente,este diseño tiene una dimensión estética: el mundo ideal que estáa punto de surgir se ajusta a las normas de la belleza superior.Una vez construido, será exquisitamente satisfactorio, como unaobra de arte perfecta. Será un mundo al que, utilizando las

inmortales palabras de Alberti, no podrá mejorar ninguna cosaque se le añada, se le quite o se le altere.

Esta es la visión del jardinero proyectada sobre una pantalla deltamaño del mundo. Los pensamientos, sensaciones, sueños eimpulsos de los que diseñaron el mundo perfecto les resultanconocidos a todos los jardineros dignos de ese nombre, aunqueacaso a menor escala. Algunos jardineros odian las malas hierbasque estropean su diseño, esa fealdad en medio de la belleza, esa

basura en medio del orden sereno. A otros les dejan impasibles.Son simplemente un problema que hay que resolver, un trabajo

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Las víctimas de Hitler y Stalin no fueron asesinadas paraconquistar y colonizar el territorio que ocupaban. Con frecuenciafueron asesinadas de una manera monótona y mecánica, sinemociones humanas, odio incluido. Fueron asesinadas porque no

se ajustaban, por una u otra razón, al esquema de la sociedadperfecta. Su muerte no fue un trabajo de destrucción sino decreación. Fueron eliminadas para poder establecer un mundohumano objetivamente mejor, más eficiente, moral y hermoso.Un mundo comunista. O ario, racialmente puro. En cualquiercaso, un mundo armonioso, dócil en manos de sus dirigentes,ordenado y controlado. La gente contaminada con una manchaindeleble de su pasado o de su origen no tenía lugar en esemundo intachable, saludable y brillante. No se podía cambiar su

naturaleza, como en el caso de las malas hierbas. No podíanmejorar ni se les podía reeducar. Había que eliminarlos porrazones de herencia genética o ideológica, por razón de algúnmecanismo natural resistente e inmune al proceso cultural.

Los dos casos más conocidos y extremos de genocidio notraicionaron el principio de la modernidad. Tampoco se apartarontortuosamente de la vía principal del proceso civilizador. Fueronlas expresiones más coherentes y desinhibidas de ese espíritu.

Intentaron conseguir los logros más ambiciosos del procesocivilizador que casi todos los demás procesos no alcanzaron, y nonecesariamente por falta de buena voluntad. Demostraron lo quepueden conseguir racionalizando, diseñando y controlando losesfuerzos y los sueños de la civilización moderna si no se mitigan,limitan o neutralizan.

Estos sueños y esfuerzos llevan mucho tiempo entre nosotros.Fueron los que produjeron el vasto e imponente arsenal detecnología y métodos administrativos. Dieron origen a

instituciones cuya única finalidad es instrumentalizar elcomportamiento humano hasta tal punto que se puede lograrcualquier objetivo con eficiencia y energía, con o sin la entregaideológica o la aprobación moral de los que lo ponen en práctica.Legitiman el monopolio de los gobernantes sobre los fines y lalimitación de los gobernados a la función de medios. Definen lamayor parte de las acciones como medios, y los medios comosubordinación. Subordinación al objetivo final, a los que losdeterminaron, a la voluntad suprema y al conocimientosupraindividual.

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Sin ningún género de dudas, esto no implica que todos nosotrosvivamos cotidianamente de acuerdo con los principios de

 Auschwitz. Partiendo del hecho de que el Holocausto es modernono se llega a la conclusión de que la modernidad sea un

Holocausto. El Holocausto es una consecuencia del impulsomoderno hacia un mundo absolutamente diseñado y controladouna vez que este impulso se empieza a descontrolar. La mayorparte del tiempo se evita que la modernidad lo permita. Susambiciones pugnan con el pluralismo del mundo humano y sedetienen antes de realizarse por falta de un poder absoluto quesea lo suficientemente absoluto y de un organismo monopolistaque sea lo suficientemente monopolista como para rechazar,quitar importancia o aplastar a todas las fuerzas autónomas,

compensatorias y atenuantes.

La peculiaridad del genocidio moderno

Cuando un poder absoluto capaz de monopolizar los vehículosmodernos de la acción racional se convierte al sueño modernista ycuando este poder se libera de todo control social efectivo,

entonces se produce el genocidio. Un genocidio moderno, como elHolocausto. El cortocircuito (aunque casi desearíamos decir ‘elencuentro fortuito’)  entre una élite ideológicamente obsesionadacon el poder y las tremendas facilidades de la sociedad modernapara la actuación racional y sistemática no suele producirse amenudo. Pero, una vez que sucede, salen a la luz ciertos aspectosde la modernidad que son menos visibles en otras circunstanciasy, por lo tanto, se pueden quedar fuera de la teorización.

El Holocausto moderno es único y singular en dos sentidos. Se

diferencia de los otros casos históricos de genocidio en que esmoderno. Y sigue siendo singular si se le compara con lacotidianeidad de la sociedad moderna Porque reúne algunosfactores corrientes de la modernidad que, por lo general semantienen separados . En este segundo sentido de supeculiaridad, lo que es poco frecuente y raro es la combinación defactores, no los factores que se combinan. Por separado, cada unode los factores es corriente y normal. Es decir, no es suficientecon saber qué son el salitre, el azufre y el carbón si no se sabe yse recuerda que al mezclarlos se convierten en pólvora.

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Esta singularidad y normalidad simultáneas del Holocausto haencontrado una expresión excelente en el resumen de los trabajosde Sarah Gordon:

El exterminio sistemático, a diferencia de los pogroms esporádicos, sólo

lo puede llevar a cabo un gobierno extremadamente poderoso y,probablemente, sólo hubiera podido tener éxito en condiciones deguerra. Fue la llegada de Hitler y sus seguidores radicalmenteantisemitas y su posterior centralización del poder las que hicieronposible el exterminio de la judería europea. (…) 

Los procesos de exclusión organizada y de asesinato requirieron tantola cooperación de amplios sectores del ejército y de la burocracia comola aquiescencia del pueblo alemán, aprobaran o no la persecución yexterminio que realizaban los nazis. [8]

Gordon enumera varios factores que tuvieron que unirse paraque se produjera el Holocausto: el antisemitismo radical (y, comorecordaremos del capítulo anterior, racista y exterminador) deltipo nazi; la transformación de ese antisemitismo en acciónpolítica de un Estado poderoso y centralizado; que el Estadoestuviera al mando de un tremendo y eficiente aparatoburocrático; el «estado de excepción»  — una condiciónextraordinaria, de guerra, que permitía al gobierno y a laburocracia bajo su control quitar de en medio cosas que,

posiblemente en tiempos de paz, hubieran supuesto seriosobstáculos — ; y la no interferencia y la aceptación pasiva de estoshechos por gran parte de la población civil. De todos estosfactores, dos de ellos (aunque se puede argumentar que sepueden reducir a uno: con los nazis en el poder, eraprácticamente inevitable) se pueden considerar fortuitos, nonecesariamente propios de la sociedad moderna, aunque ésta nolos elimina. Los otros factores son, sin embargo, completamente«normales». Siempre están presentes en cualquier sociedad

moderna y su presencia se ha hecho posible e ineludible por losprocesos asociados con el desarrollo y el afianzamiento de lacivilización moderna.

En el capítulo anterior he intentado explicar la relación entre elantisemitismo radical y exterminador y las transformacionessociopolíticas y culturales a las que se suele hacer mención alhablar de la formación de la sociedad moderna. En el últimocapítulo de este libro intentaré analizar estos mecanismos

sociales que también se ponen en movimiento en las condicionesactuales y que silencian o neutralizan las inhibiciones morales y,

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además, hacen que la gente se abstenga de oponer resistencia almal. En este capítulo me centraré sólo en uno de ellos, el másimportante de todos los factores que constituyen el Holocausto:las normas de actuación típicamente modernas, tecnológicas y

burocráticas y la mentalidad que institucionalizan, generan,mantienen y reproducen.

Existen dos maneras antitéticas de abordar la explicación delHolocausto. Se pueden estudiar los horrores del asesinato enmasa como prueba de la fragilidad de la civilización o se puedenconsiderar como prueba de su terrible potencial. Se puedeargumentar que, con asesinos en el poder, las normas decomportamiento civilizadas pueden quedar en suspenso y, por lotanto, puede quedar en libertad la bestia eterna que se escondebajo la piel del ser socialmente educado. Por otro lado, también sepuede razonar que, una vez armado con los elaborados productostécnicos y conceptuales de la civilización moderna, el hombrepuede hacer cosas que, en otro caso, su naturaleza le impediríallevar a cabo. Para expresarlo de otra manera, siguiendo latradición de Hobbes, se puede llegar a la conclusión de quetodavía no se ha erradicado por completo el estado presocial einhumano a pesar de todos los esfuerzos de la civilización. O, por

el contrario, podemos insistir en que el proceso civilizador haconseguido sustituir los impulsos naturales por normas deconducta flexibles y artificiales y, en consecuencia, ha hechoposible un nivel de inhumanidad y destrucción que hubiera sidoinconcebible si las predisposiciones naturales hubieran guiado laactuación humana. Me inclino por el segundo planteamiento y lo

 justificaré a continuación.

El hecho de que la mayoría de las personas, entre ellas muchosteóricos sociales, elijan instintivamente el primer planteamiento

en vez del segundo es una prueba del notable éxito del mitoetiológico que, en una u otra variante, ha utilizado la civilizaciónoccidental a lo largo de los años con el fin de legitimar suhegemonía espacial proyectándola como superioridad temporal.La civilización occidental ha expresado su lucha por ladominación en términos de batalla santa de la humanidad contrala barbarie, la razón contra la ignorancia, la objetividad contra elprejuicio, el progreso contra la degeneración, la verdad contra lasuperstición, la ciencia contra la magia y la racionalidad contrala pasión. Ha interpretado la historia de su dominio como la

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sustitución, gradual y al tiempo inexorable, del dominio de lanaturaleza sobre el hombre por el dominio del hombre sobre lanaturaleza. Ha presentado su propio logro como, ante todo, unavance decisivo para la libertad humana de acción, para el

potencial creador y la seguridad. Ha identificado la libertad y laseguridad con el tipo de orden social que preconiza, es decir, lasociedad moderna occidental se define como civilizada y, a su vez,se entiende que una sociedad civilizada es un estado en el que sehan eliminado o, al menos, reprimido, la mayor parte de lafealdad y de las cosas insanas de la naturaleza y también lamayor parte de la inmanente propensión humana a la crueldad ya la violencia. La imagen popular de la sociedad civilizada es,más que otra cosa, la de ausencia de violencia, la de una sociedad

amable, educada y tolerante. Acaso la expresión simbólica más sobresaliente de esta imagen dela civilización sea la santidad del cuerpo humano, el cuidado quese pone en no invadir los espacios más íntimos, con evitar elcontacto corporal, guardar las distancias culturalmenteprescritas y el asco y la repulsión que experimentamos cuandosentimos, vemos o escuchamos que se ha invadido ese espaciosagrado. La civilización moderna se puede permitir la ficción de

la santidad y de la autonomía del cuerpo humano gracias a loseficientes mecanismos de autocontrol que ha creado yreproducido con todo éxito en el proceso de la educaciónindividual. Una vez que han demostrado ser efectivos, losmecanismos de autocontrol reproducidos eliminan la necesidadde, la posterior interferencia externa con el cuerpo. Por otro lado,la intimidad del cuerpo subraya la responsabilidad personalsobre su comportamiento, con lo que se añaden fuertes sancionesa la educación corporal (en los últimos años, la severidad de las

sanciones, aprovechadas con entusiasmo por el mercado deconsumo, ha producido la tendencia a interiorizar la demanda deeducación, es decir, el desarrollo del autocontrol del individuotiende a controlarse a sí mismo y se realiza como un trabajo debricolaje casero). La prohibición cultural de aproximarse mucho oponerse en contacto con otro cuerpo supone una salvaguardaefectiva contra influencias difusas y contingentes que podrían, sise lo permitieran, neutralizar las normas del orden social. Lafalta de violencia de las relaciones cotidianas y difusas es una

condición indispensable, y un resultado constante, de lacentralización de la coerción.

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Con todo, el carácter global no violento de la civilización modernaes una fantasía. Para ser más exactos, es parte integrante de suautoexcusa y de su autoapoteosis, o sea, del mito que la legitima.No es cierto que nuestra civilización elimine la violencia debido a

su carácter inmoral, inhumano y degradante. Si la modernidades la antítesis de las salvajes pasiones de la barbarie, no es en absolutola antítesis de la destrucción, las matanzas y la tortura desapasionadas[…] A medida que la cualidad de pensar se va haciendo más racional,aumenta la cantidad de destrucción. Por ejemplo, en nuestra época, elterrorismo y la tortura han dejado de ser instrumentos de las pasionesy han pasado a ser instrumentos de la racionalidad política [9].

Lo que en realidad ha sucedido en el curso del proceso civilizadores que se ha dado una nueva orientación a la violencia y se ha

redistribuido el acceso a ella. La violencia, al igual que otrasmuchas cosas que nos han enseñado a aborrecer y detestar, hadesaparecido de nuestra vista, pero sigue existiendo. Se ha hechoinvisible desde la posición ventajosa de la experiencia personallimitada y privatizada. Se la ha encerrado en territoriossegregados y aislados, siempre inaccesibles a los miembrosnormales de la sociedad, se la ha expulsado a las «zonas grises»situadas fuera de los límites para una amplia mayoría de losmiembros de la sociedad (y de la mayoría que cuenta) o se la ha

exportado a lugares lejanos que carecen de toda importancia parala vida profesional de los humanos civilizados (siempre se puedenanular las reservas de las vacaciones).

La consecuencia final de todo esto es la concentración de laviolencia. Una vez centralizada y sin competencia, los medios decoacción pueden lograr resultados inauditos aunque notécnicamente perfectos. Esta concentración, sin embargo,desencadena y fomenta la escalada de los perfeccionamientos

técnicos con lo que los efectos de la concentración se incrementan.Como Anthony Giddens ha repetido insistentemente (véase sobretodo su Contemporary Critique of the Historical Materialism ,1981, y The Constitution of Society , 1984), esta eliminación de laviolencia en la vida cotidiana de las sociedades civilizadassiempre ha ido asociada a una militarización al cien por cien delintercambio entre las sociedades y de la producción de ordendentro de ellas. Los ejércitos permanentes y las fuerzas de lapolicía reúnen armas técnicamente superiores y tecnología

superior para la administración burocrática. A lo largo de los dosúltimos siglos, se ha ido incrementando ininterrumpidamente el

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número de personas que ha muerto violentamente a consecuenciade esta militarización, hasta llegar a una cifra sin precedentes.

El Holocausto absorbió una enorme cantidad de medios decoacción. El que se emplearan para un único objetivo supuso un

estímulo más para su perfeccionamiento técnico y suespecialización. Sin embargo, lo importante es la forma en que seque utilizaron, más aún que la cantidad de herramientas dedestrucción y que su calidad técnica. Su efectividad formidable sebasaba principalmente en que su utilización estaba sujeta aconsideraciones puramente técnicas y burocráticas. Esto hizo quesu uso fuera casi totalmente inmune a las presionescompensatorias a las que podría haber estado sometido sihubieran estado bajo el control de agentes dispersos ydescoordinados. La violencia se ha convertido en una técnica. Lomismo que todas las técnicas, está libre de emociones y espuramente racional. «De hecho, es completamente razonable, si‘razón’ significa razón instrumental, emplear la fuerza militar delos Estados Unidos, los B-52 , el napalm y todo lo demás contra el‘Vietnam dominado  por los comunistas’ (sin  duda, un ‘objetoindeseable’),  como ‘operario’ para  transformarlo en un ‘objeto deseable’» [10].

Efectos de las divisiones del trabajo jerárquicas y funcionales

El uso de la violencia es más eficiente y rentable cuando losmedios se someten únicamente a criterios instrumentales yracionales y se disocian de la valoración moral de los fines. Comoindicaba en el primer capítulo, esa disociación es una operaciónque todas las burocracias saben hacer. Incluso se puede decir que

proporciona la esencia de la estructura y del proceso burocráticoy, con ella, el secreto del tremendo crecimiento del potencial decoordinación y de movilización y de la racionalidad y la eficienciade la actuación que ha alcanzado la civilización moderna graciasal desarrollo de la administración burocrática. La disociación es,en gran medida, el resultado de dos procesos paralelos,fundamentales ambos para el modelo de actuación burocrático. Elprimero de ellos es la división del trabajo meticulosa y funcional(que complementa, aunque con diferentes consecuencias, a lagraduación lineal del poder y la de subordinación). El segundo es

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el tipo de conocimiento que como mejor se expresa es conestadísticas, que miden los resultados sin pasar por ningún

 juicio, en cualquier caso ningún juicio moral. En sus archivos yen sus mentes los resultados están, como mucho, representados

en forma de diagramas, curvas o rectores de un círculo. En elmejor de los casos, aparecen como columnas de números. Losresultados finales de sus órdenes, vengan representados congráficos o en forma numérica, carecen de sustancia. Los gráficosmiden el progreso del trabajo, no dicen nada sobre la naturalezade sus operaciones ni sobre los objetivos. Los gráficos hacen quetareas de carácter totalmente diferentes sean intercambiables. Loúnico que importa es el éxito o el fracaso y, desde este punto devista, todas las tareas son parecidas.

Todos estos efectos de distancia que crea la división jerárquicadel trabajo crecen radicalmente una vez que esta división pasa aser funcional. En este caso, ya no sólo no se da una experienciapersonal y directa de la puesta en práctica real de la tarea a laque contribuyen los sucesivos estadios, sino también la falta deparecido entre la tarea a realizar inmediatamente y la tarea de laoficina en su conjunto, ya que una no es la versión en miniaturani un icono de la otra, lo que distancia al trabajador del trabajo

realizado por la burocracia de la que él forma parte. El impactopsicológico de este distanciamiento es profundo y de gran alcance.Una cosa es ordenar que se carguen bombas en un avión y otramuy distinta estar a cargo del suministro de acero en una fábricade bombas. En el primer caso, el que da la orden puede que notenga ninguna impresión visual sobre la devastación que labomba está a punto de causar. En el segundo caso, sin embargo,el director de compras no tiene que pensar, si no lo desea, en eluso que se va a dar a las bombas. Incluso en abstracto, el

conocimiento puramente especulativo del resultado final esredundante y, además, carece de importancia por lo que se refiereal éxito de la operación. En una división del trabajo funcional,todo lo que uno haga es, en principio, multifinal ; es decir, sepuede combinar e integrar en más de una totalidad de un solosignificado. Por sí misma, la función carece de significado y elsignificado se lo conferirán las acciones de quienes la lleven acabo. Serán «los otros», en la mayor parte de los casos, anónimosy lejanos, los que en algún momento decidirán cuál es el

significado. «¿Aceptarían su responsabilidad de quemar bebés lostrabajadores de las plantas químicas que producen napalm?», se

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preguntaban Wren y Rappoport. «¿Tienen conciencia estostrabajadores de que otras personas pueden pensar con toda razónque son ellos los responsables?» [11]. Lo cierto es que no. Y noexiste ninguna razón burocrática por la que debieran sentirse así.

La división del proceso de abrasar bebés en tareas funcionalesinsignificantes y luego el distanciamiento de estas tareas hanhecho que esa conciencia carezca de toda importancia y, además,sea terriblemente difícil de tener. Recordemos también que sonlas plantas químicas las que producen el napalm, no lostrabajadores como individuos.

El segundo proceso relacionado con el distanciamiento estáíntimamente vinculado con el primero. La sustitución de laresponsabilidad moral por la técnica no sería concebible sin lameticulosa disección funcional y la separación de las tareas. Porlo menos, no sería concebible hasta el mismo nivel. La sustituciónse produce, hasta cierto punto, ya dentro de la graduación delcontrol puramente lineal. Cada una de las personas quepertenece a la jerarquía es responsable ante su inmediatosuperior y, en consecuencia, le interesa su opinión y que apruebeel trabajo. Por mucho que esta aprobación le importe, siguesiendo consciente, aunque sólo sea de forma teórica, de cuál tiene

que ser el resultado final de su trabajo. Es decir, que existe por lomenos una posibilidad abstracta de que la conciencia de uno secompare con la de otro, que la benevolencia de los superiorescontraste con la repulsión que producen los efectos del trabajo. Ycuando cabe comparar, cabe elegir. Dentro de una división demando puramente lineal, la responsabilidad técnica sigue siendo,por lo menos en teoría, vulnerable. Se puede invocar para que se

 justifique a sí misma en términos morales y para hacercompetencia a la conciencia moral. Por ejemplo, un funcionario

puede decidir que, al dar cierta orden, su superior ha traspasadolos términos de referencia porque ha pasado del dominio delinterés puramente técnico a otro cargado de significado ético(matar a tiros a unos soldados está bien mientras que hacer lomismo con unos bebés es diferente). Y el deber de obedecer unaorden no va más allá de justificar lo que el funcionario piensa queson acciones moralmente inaceptables. Sin embargo, todas estasposibilidades teóricas desaparecen o se debilitanconsiderablemente cuando se complementa o se sustituye la

 jerarquía lineal por la división funcional y la separación de

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tareas. El triunfo de la responsabilidad técnica es entoncescompleto, incondicional y, a los efectos prácticos, inatacable.

La responsabilidad técnica se diferencia de la responsabilidadmoral porque olvida que la acción es un medio para otra cosa que

no sea ella misma. Como se eliminan del campo de visión lasconexiones exteriores de la acción, la actuación del burócrata seconvierte en un fin en sí misma. Solamente se puede juzgar porsus criterios intrínsecos de conveniencia y éxito. La tancacareada autonomía relativa del funcionario condicionado por suespecialización funcional va de la mano con su alejamiento de losefectos globales de la labor, al tiempo dividida y coordinada, de laorganización en su conjunto. Una vez aislados de susconsecuencias más lejanas, las actuaciones funcionalmenteespecializadas o bien pasan con toda facilidad el examen moral obien son moralmente indiferentes. La actuación se puede juzgarsobre bases claramente racionales cuando no lo impiden laspreocupaciones morales. Lo que importa entonces es que laactuación se haya realizado de acuerdo con el mejorprocedimiento tecnológico y que su resultado haya sido rentable.Los criterios están bien definidos y son muy fáciles de utilizar.

Por lo que se refiere a nuestro tema, dos de los efectos de este

contexto de la acción burocrática tienen gran importancia. Elprimero es el hecho de que los conocimientos especializados, lainventiva y la dedicación de los actores, junto con los motivospersonales que les hayan obligado a utilizar esas cualidades almáximo, se puede movilizar y poner al servicio del objetivoburocrático global aunque (o precisamente porque) los actoresconserven una autonomía funcional relativa de este objetivo yaunque este objetivo no esté de acuerdo con la propia filosofíamoral de los actores. Para decirlo abiertamente, el resultado es la

irrelevancia de las normas morales por lo que se refiere al éxitotécnico de la operación burocrática . El instinto de la habilidadprofesional, que según Thorstein Veblen se encuentra en todoslos actores, se centra por completo en realizar la tarea con lamayor perfección. La devoción práctica por la tarea se puedeintensificar, además, por el carácter cobarde del actor y laseveridad de sus superiores o por el interés del actor en unascenso, por su ambición o curiosidad desinteresada o por otrasmuchas circunstancias o motivos personales o por característicasde su forma de ser. Pero, en conjunto, la habilidad profesional

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será suficiente. Por lo general, los actores desean sobresalir.Hagan lo que hagan, quieren hacerlo bien. Una vez que, gracias ala compleja diferenciación funcional dentro de la burocracia, sedistancian de los resultados finales de la operación a la que

contribuyen, sus preocupaciones morales se pueden concentrarpor completo en hacer bien el trabajo. La moralidad se reduceante el mandamiento de ser un buen trabajador, eficiente,diligente y experto.

Deshumanización de los objetos burocráticos

Otro de los efectos del contexto de la acción burocrática,igualmente importante, es la deshumanización de los objetossobre los que actúa la burocracia , la posibilidad de expresar estosobjetos en términos puramente técnicos y éticamente neutros.

 Asociamos la deshumanización con las pavorosas fotografías delos prisioneros de los campos de concentración, humilladosporque se ha reducido su acción al nivel más básico de lasupervivencia primitiva, porque se les ha impedido utilizar lossímbolos culturales de la dignidad humana, tanto corporales

como de comportamiento, porque se les ha privado incluso decualquier parecido humano reconocible. Como expresa PeterMarsh: «de pie, al lado de la valla de Auschwitz, mirando esosesqueletos demacrados con la piel arrugada y los ojos hundidos,¿quién creería que son realmente personas?»[12]. Esas fotografíasrepresentan solamente una manifestación extrema de unatendencia que se puede descubrir en todas las burocracias, pormuy benignas e inocuas que sean las tareas a las queactualmente se dedican. Lo que sugiero es que la discusión sobre

la tendencia deshumanizadora no se debe centrar en lasmanifestaciones más sensacionales y viles, aunqueafortunadamente poco corrientes, sino en las manifestacionesmás universales y, por lo tanto, potencialmente más peligrosas.

La deshumanización comienza en el punto en el cual, gracias aldistanciamiento, los objetos hacia los que se dirige la operaciónburocrática se reducen a un conjunto de medidas cuantitativas.Para los directivos de los ferrocarriles, la única forma en que

tiene sentido de expresar su objeto es en toneladas por kilómetro.No tratan con seres humanos, ovejas ni alambre de púas, sólo con

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y recordar que hay seres humanos tras todos estos términos. Lacosa es que, por lo que se refiere a los objetivos burocráticos, lomejor es que ni los perciban ni los recuerden. Una vezdeshumanizados y, por lo tanto, anulados como sujetos

potenciales de exigencias morales, se contempla a los sereshumanos objeto de las tareas burocráticas con indiferencia ética,que pronto se convierte en desaprobación y censura cuando suresistencia o falta de cooperación retrasa el suave flujo de larutina burocrática. Los objetos deshumanizados no pueden teneruna «causa» y, mucho menos, una causa «justa», ni tampoco«intereses» para que se los tome en consideración ni tampocopueden apelar a la subjetividad. En consecuencia, los objetoshumanos se convierten en un «factor molesto». Su turbulencia

refuerza la autoestima y los vínculos de camaradería que unen alos funcionarios. Estos últimos se consideran ahora comocompañeros en una lucha difícil que exige valor, sacrificio ydedicación desinteresada a la causa. Los que sufren y merecencompasión y alabanzas morales son los sujetos y no los objetos dela actuación burocrática. Es posible que se sientan orgullosos yseguros de su propia dignidad cuando aplasten la obstinación desus víctimas, lo mismo que se sienten orgullosos de salvarcualquier otro obstáculo. La deshumanización de los objetos y la

valoración positiva de la propia moral se refuerzan mutuamente.Los funcionarios pueden estar con toda fidelidad al servicio decualquier objetivo mientras su conciencia moral permanezcaintacta.

La conclusión global es que la forma burocrática de actuación, taly como se ha ido desarrollando a lo largo del proceso demodernización, contiene todos los elementos técnicos quedemostraron ser necesarios en la ejecución de las tareas

genocidas. Esto se puede poner al servicio de un objetivo genocidasin que sea necesario hacer una revisión a fondo de su estructura,sus mecanismos y sus normas de conducta.

 Además, al contrario de la opinión general, la burocracia no essimplemente una herramienta que se puede utilizar con lamisma facilidad para fines moralmente deleznables en unos casosy, en otros, para designios profundamente humanos. Laburocracia se parece más a un dado cargado, aunque se mueva encualquier dirección hacia la que se la empuje. Tiene su propialógica y su propio impulso. Hace que una solución sea menos

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probable que otra. Dado un impulso inicial, se moverá con másfacilidad, lo mismo que las escobas del aprendiz de brujo, másallá de los umbrales en los que se detendrían quienes le dieron elimpulso, donde todavía controlan el proceso que han

desencadenado. La burocracia está programada para buscar lasolución óptima, para medir lo óptimo en términos tales que no sepueda distinguir a los objetos humanos de otros o a los objetoshumanos de los inhumanos. Lo que importa es la eficiencia yreducir los costos del proceso.

La función de la burocracia en el Holocausto

Lo que sucedió en Alemania hace medio siglo es que se le confió ala burocracia la tarea de dejar Alemania  judenrein , es decir,limpia de judíos. La burocracia empezó como lo hacen todas lasburocracias: formulando una definición precisa del objeto,registrando a todos los que se ajustaban a la definición yabriendo un expediente para cada uno de ellos. Comenzó asegregar del resto de la población a los que se encontraban entrelos fichados y, finalmente, pasó a expulsar a la categoría

segregada de las tierras de los arios que había que dejar limpias.En primer lugar, los presionó ligeramente para que emigraran, yluego los deportó a territorios no alemanes una vez que estosterritorios se encontraban bajo control alemán. Para esemomento, la burocracia había organizado maravillosas técnicasde limpieza que no se podían desaprovechar y dejar que seoxidaran. La burocracia que desempeñó tan bien el cometido delimpiar Alemania hizo factibles otras tareas mucho másambiciosas y el que su elección fuese poco menos que natural .

Con una facilidad tan pasmosa para la limpieza, ¿por quédetenerse en el Heimat de los arios? ¿Por qué no limpiar todo elimperio? Es cierto, como el imperio era universal, no había nada«fuera» donde se pudiera tirar la basura judía. A la deportaciónsólo le quedaba un camino: hacia arriba, en forma de humo.

Desde hace muchos años, los historiadores del Holocausto se handividido en dos grupos, el «intencional» y el «funcional». Elprimero de ellos insiste en que desde el principio Hitler habíatomado la firme decisión de matar a los judíos y sólo esperaba aque se dieran las condiciones oportunas. El segundo sólo atribuye

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a Hitler la idea general de «encontrar una solución» al «problema judío», una idea clara sólo por lo que se refiere a la idea de una«Alemania limpia», pero vaga en lo referente a los pasos quehabía que dar para que se hiciera realidad. Los estudiosos de la

historia apoyan con datos cada vez más convincentes la visiónfuncional. Sin embargo, sea cual sea el resultado del debate,caben pocas dudas de que el espacio que existía entre la idea y suejecución lo colmó hasta los topes la actuación burocrática. Ytampoco existe ninguna duda de que, por muy exaltada que fuerala imaginación de Hitler, se habría llegado a poco si un ingente yracional aparato burocrático no la hubiera asumido y traducidoen procesos rutinarios para resolver los problemas. Al fin y alcabo, acaso lo más importante, la forma de actuar burocrática

dejó su impresión indeleble en todo el proceso del Holocausto. Sushuellas dactilares se encuentran en la historia del Holocaustopara que las vea todo el mundo. Es cierto, la burocracia no incubóni el miedo por la contaminación ni la obsesión por la higieneracial, porque para eso hacen falta visionarios y la burocracia sealza donde los visionarios se detienen. Pero la burocracia hizo elHolocausto y lo hizo a su imagen y semejanza.

Hilberg ha afirmado que en el momento en que el primer oficial

alemán escribió la primera norma para la exclusión de los judíos,el destino de los judíos europeos estaba decidido. En estecomentario hay una verdad más profunda y aterradora. Lo queprecisaba la burocracia era la definición de su tarea. Como eraracional y eficiente, la llevaría hasta el final.

La burocracia contribuyó a la perpetuación del Holocausto nosolamente por medio de sus inherentes talentos y aptitudes, sinotambién por medio de sus dolencias. Se ha observado, analizado ydescrito la tendencia de todas las burocracias a perder de vista el

objetivo original y a centrarse en los medios, medios que seconvierten en fines. La burocracia nazi no se libró tampoco. Unavez en movimiento, la maquinaria de la muerte creó su propioritmo. Cuanto mejor limpiaba de judíos los territorios quecontrolaba, más buscaba nuevas tierras en las que poder aplicarsus nuevas habilidades. Al aproximarse la derrota militar de

 Alemania, cada vez se iba haciendo más irreal el objetivo originalde la Endlosung . Lo único que mantenía en marcha a la máquinade la muerte era la rutina y la irreflexión. Había que utilizar lasposibilidades del asesinato en masa porque estaban allí. Los

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expertos crearon los objetivos que se ajustaran a susconocimientos. Recordamos a los expertos de las Secciones Judíasde Berlín introduciendo la mínima restricción sobre los judíosalemanes que casi habían desaparecido del suelo alemán hacía

tiempo. Y a los dirigentes de las SS que prohibieron a losgenerales de la Wehrmacht que dejaran con vida a los artesanos judíos que necesitaban desesperadamente para sus operacionesmilitares. Pero en ningún lado la enfermiza tendencia desustituir los medios por los fines fue más visible que en elmacabro y misterioso episodio del asesinato de los judíoshúngaros y rumanos que se perpetró a pocos kilómetros delfrente oriental y con un gran coste para el esfuerzo bélico: sedesviaron de las tareas militares vagones y maquinaria sin precio

y se desviaron tropas y recursos administrativos de tareasmilitares con el fin de limpiar partes alejadas de Europa en lasque los alemanes nunca iban a vivir.

La burocracia es intrínsecamente capaz de una actuacióngenocida. Para participar en esta actuación necesita encontrarsecon otro de los inventos de la modernidad: un proyecto audazpara un orden social mejor, más razonable y racional, como launiformidad racial o la sociedad sin clases, y, por encima de todo,

la capacidad de elaborar ese proyecto y la decisión de ponerlo enpráctica. El genocidio se produce cuando se reúnen dosinvenciones corrientes y abundantes de los tiempos modernos.Sin embargo, hasta ahora, ha sido raro y fuera de lo común quese reunieran.

La bancarrota de las salvaguardas modernas

La violencia física o la amenaza de que se produzcaya no trae la inseguridad perpetua a la vida de la persona sino unaforma especial de seguridad […] la violencia física ejerce sobre la vidaindividual una presión continua y uniforme que se almacena en laparre de atrás de los escenarios de la vida cotidiana, una presióntotalmente conocida y que casi no se percibe, que conduce y dirige laeconomía porque se ha adaptado desde su primera juventud a estaestructura social. [13]

Con estas palabras, Norbert Elias volvía a formular la

autodefinición de la sociedad civilizada. La eliminación de laviolencia de la vida cotidiana es la afirmación principal alrededor

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de la cual gira toda la definición. Como hemos visto, laeliminación aparente es, de hecho, simplemente una expulsiónque lleva a reajustar los recursos y a situar nuevos centros deviolencia en otros puntos dentro del sistema social. De acuerdo

con Elias, ambos dependen el uno del otro. El área de la vidacotidiana está comparativamente libre de violencia precisamenteporque ésta se almacena detrás de los bastidores y en cantidadestales que se escapa del control de los miembros corrientes de lasociedad, lo cual le confiere el enorme poder de suprimir losbrotes de violencia no autorizada. Las conductas cotidianas sehan suavizado, especialmente porque la gente se sienteamenazada por la violencia en caso de comportarseviolentamente, con una violencia tal que no pueden albergar la

menor esperanza de repeler. Es decir, la desaparición de laviolencia del horizonte de la vida cotidiana es una manifestaciónmás de las tendencias centralizadoras y monopolizadoras delpoder moderno. La violencia es la ausencia de relacionesindividuales porque ahora las controlan fuerzas que seencuentran definitivamente fuera del alcance de la persona. Perolas fuerzas no están fuera del alcance de todas las personas. Porlo tanto, el tan cacareado suavizamiento de la conducta (queElias celebra con tanto gusto siguiendo el mito etiológico de

occidente) y la agradable seguridad de la vida cotidiana tiene suprecio. Un precio que en cualquier momento nos reclamarán anosotros, los que habitamos en la casa de la modernidad. O nosobligarán a pagar sin reclamárnoslo antes.

La pacificación de la vida cotidiana implica, al mismo tiempo, suindefensión. Los miembros de la sociedad moderna, al estar deacuerdo o verse obligados a renunciar al uso de la fuerza física ensus relaciones mutuas, se desarman frente a los administradores

de la coacción, desconocidos y por lo general invisibles, aunquepotencialmente siniestros y siempre formidables. Esta debilidadresulta preocupante no tanto porque es muy posible que losadministradores de la coacción se aprovechen de ellos y seapresuren a volver los medios de violencia que controlan encontra de la sociedad desarmada, sino porque el que seaprovechen o no, no depende, en un principio, de la voluntad dehombres y mujeres corrientes. Por ellos mismos, los miembros dela sociedad moderna no pueden evitar que se produzca una

coacción en masa. La dulcificación de los modales va unida a uncambio radical en el control sobre la violencia.

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abandono, al proyectar métodos más rápidos y efectivos deesterilización en masa o asesinatos en masa; o al albergar laopinión de que la esclavitud de los campos de concentración erauna oportunidad única y maravillosa para realizar

investigaciones médicas para el avance de la erudición y, porsupuesto, de la humanidad.

La ciencia o, en esta ocasión, los científicos, también colaborarondirectamente con los autores del Holocausto. La ciencia modernaes una institución gigantesca y compleja. Los costos de lainvestigación son elevados porque exigen enormes edificios,equipo muy caro y numerosos expertos muy bien pagados. Esdecir, que la ciencia depende de un flujo constante de dinero y derecursos no monetarios que sólo pueden ofrecer y garantizarotras instituciones igualmente grandes. Sin embargo, la cienciano es mercantil ni los científicos son avariciosos. La ciencia sededica a la verdad y los científicos la persiguen. Los científicosestán llenos de curiosidad y les emociona lo desconocido. Si semide de acuerdo con el patrón de otras preocupacionesterrenales, incluyendo la monetaria, la curiosidad esdesinteresada. Lo único que los científicos predican y buscan es elvalor del conocimiento. Es simplemente una coincidencia que no

se pueda saciar la curiosidad ni descubrir la verdad sin fondoscada vez más cuantiosos, laboratorios cada vez más costosos ysalarios cada vez más elevados. Lo que los científicos desean essimplemente que se les permita ir allí donde les lleve su sed deconocimientos.

Un gobierno que les tienda una mano y les ofrezca su ayudapuede contar con la gratitud y cooperación de los científicos. Casitodos ellos, a cambio, estarían dispuestos a renunciar a una largalista de preceptos menores. Por ejemplo, podrían soportar la

repentina desaparición de algunos de sus colegas con una narizpeculiar o unas ciertas notas en su biografía. Si ponían algúnreparo, se les decía que llevárselos a todos de golpe pondría enpeligro el programa de investigación. No es una calumnia ni unasátira, es a lo que se redujeron las protestas de los profesores,médicos e ingenieros alemanes cuando hubo alguna. Todavíamenos noticias se tuvo de sus equivalentes soviéticos cuando laspurgas. Los científicos alemanes se subieron con gusto al trenque arrastraba la locomotora nazi hacia el nuevo mundo,magnífico, racialmente puro y dominado por Alemania. Los

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proyectos de investigación se iban haciendo más ambiciosos día adía y los institutos de investigación estaban cada vez más llenos ycon más recursos. Lo demás importaba poco.

En su fascinante y reciente estudio sobre la contribución de la

medicina y de la ciencia al diseño y puesta en práctica de lapolítica racial nazi, Robert Proctor acaba con el mito popular deque la ciencia bajo el nazismo fue, ante todo, la víctima de lapersecución y el objeto de un intenso adoctrinamiento desde lasalturas, mito que data, al menos, de la obra de Joseph NeedhamThe Nazi Attack on International Science , publicada en 1941.Según la meticulosa investigación de Proctor, la opinión generalsubestima hasta qué punto fue la comunidad científica la quegeneró iniciativas políticas, de hecho algunas de las máshorripilantes. Es decir, que no se les impusieron desde fuera a loscientíficos poco predispuestos pero cobardes. Lo cierto es quereconocidos científicos con credenciales académicas impecablesfueron los que iniciaron y dirigieron la política racial. Si hubocoacción, «con frecuencia adoptó la forma de una parte de lacomunidad científica coaccionando a la otra». En conjunto,«muchas de las fundaciones intelectuales y sociales [para losprogramas raciales] se establecieron mucho antes de la subida de

Hitler al poder» y los científicos biomédicos «desempeñaron unafunción muy activa, casi de dirigentes, en la iniciación,administración y ejecución de los programas raciales nazis» [14].Los científicos biomédicos en cuestión no pertenecían en absolutoa un grupo de elementos lunáticos y fanáticos de la profesión,como demuestra el esmerado estudio de Proctor sobre lacomposición de los consejos de redacción de 147 revistas médicasque se publicaban en la Alemania nazi. Después de la ascensiónde Hitler al poder, los consejos de redacción o bien permanecieron

iguales o bien se sustituyó solamente a un número muy reducidode sus miembros (con toda probabilidad, el cambio responde a lasustitución de los judíos). [15]

En el mejor de los casos, el culto a la racionalidad,institucionalizado lo mismo que la ciencia moderna, demostró queera incapaz de evitar que el Estado se dedicara al crimenorganizado. En el peor, demostró que era fundamental para quese produjera la transformación. Sus rivales, sin embargo,tampoco se apuntaron ningún tanto. Los universitarios alemanestenían a muchas personas para que les acompañaran en su

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silencio. La más notable, las iglesias. Todas. El silencio frente ala inhumanidad organizada fue el único punto en el que todasellas, con tanta frecuencia en discordia, estuvieron de acuerdo.Ninguna de ellas intentó reclamar su autoridad y tampoco, y esto

las distingue de muchos y casi siempre aislados clérigos,reconoció su responsabilidad por los hechos perpetrados en unpaís que, según afirmaban, era dominio suyo y por personas queestaban a su cargo espiritualmente. Hitler nunca abandonó laiglesia católica ni tampoco fue excomulgado. Ninguna de ellasdefendió su derecho a comunicar mensajes morales a su rebaño nia imponer penitencias.

Más a propósito, la reacción culturalmente preparada en contrade la violencia demostró ser una salvaguarda muy deficientecontra la coacción organizada. Mientras tanto, los modalescivilizados cohabitaban en paz y armonía con los asesinatos enmasa. El proceso civilizador, prolongado y frecuentementedoloroso, fue incapaz de erigir la mínima barrera insalvablecontra el genocidio. Esos mecanismos precisaban el código decomportamiento civilizado para coordinar las acciones criminalesde forma tal que no entraran en conflicto con la propia rectitud dequienes las llevaban a cabo. Muchos de los espectadores

reaccionaron de la manera que aconsejan e incitan las normascivilizadas a reaccionar ante cosas nunca vistas y bárbaras. Volvieron los ojos hacia otro lado. Los pocos que se enfrentaroncontra la crueldad no contaban ni con normas ni con sancionessociales que les apoyaran y alentaran. Eran solitarios que, para

 justificar su lucha contra el mal, sólo podían citar las palabras desus eminentes antepasados: «Ich kann nicht anders».

Frente a un equipo sin escrúpulos que cargaba a la poderosamaquinaria del Estado moderno con su monopolio de la violencia

física y de la coacción, los logros más cacareados de la civilizaciónmoderna se desmoronaban, como salvaguardias, ante la barbarie.La civilización demostró que era incapaz de garantizar unautilización moral de los terroríficos poderes a los que ella habíadado vida .

Conclusiones

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mecanismos comunales de regulación social y las comunidadeslocales dejaran de ser independientes y autosuficientes. En lugardel reflejo instintivo de «echar mano» a los propios recursos hayuna tendencia a llenar el vacío con fuerzas nuevas pero también

supracomunales que pretenden utilizar el monopolio que tiene elEstado sobre la coacción para imponer el nuevo orden a toda lasociedad. En vez de derrumbarse, el poder político se convierteprácticamente en la única fuerza tras el nuevo orden. En suimpulso, no la detienen ni la contienen ni las fuerzas económicasni las sociales, seriamente minadas por la destrucción o laparálisis de las antiguas autoridades.

Esto es, desde luego, un modelo teórico que raramente se aplicaen su totalidad en el proceso histórico. Sin embargo, su utilidades que centra la atención en los trastornos sociales que parecenfacilitar el hecho de que salgan a la superficie las tendenciasgenocidas. Esos trastornos pueden diferir en forma e intensidadpero tienen en común un efecto general, el de la pronunciadasupremacía del poder político sobre el económico y el social, delEstado sobre la sociedad . Acaso hayan sido más profundos en elcaso de la Revolución rusa y el posterior y prolongado monopoliodel Estado como único factor de integración social y de

reproducción del orden. Y sin embargo, también en Alemaniafueron más profundos de lo que se creía. El dominio nazi llegódespués del breve interludio de Weimar y asumió y terminó larevolución que, por diversas razones, había sido incapaz dedirigir la República de Weimar esa insegura interacción de lasélites antiguas y las nuevas pero inmaduras, que sólosuperficialmente se asemejaba a la democracia política. Lasantiguas élites estaban considerablemente debilitadas yarrinconadas. Las formas de articulación de las fuerzas

económicas y sociales, una por una, se habían ido sustituyendopor otras nuevas, sometidas a supervisión central, que emanabandel Estado, el cual, a su vez, las legitimaba. Esto afectóprofundamente a todas las clases, pero el golpe más radical lorecibieron las que podían tener poder no político sólo de formacolectiva, es decir, sobre todo las clases no propietarias y la clasetrabajadora. La desbandada de todas las instituciones laboralesautónomas, junto con el sometimiento del gobierno local a uncontrol central casi total, dejó a las masas populares

prácticamente indefensas y, de hecho, excluidas del procesopolítico. Para evitar la resistencia de las fuerzas sociales,

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además, se rodeó la actividad del Estado de un impenetrablemuro de secreto. Fue, de hecho, una conspiración de silencio delEstado contra la población a la que dirigía. El efecto final y globalfue que se sustituyó a las autoridades tradicionales, pero no por

las nuevas y vibrantes fuerzas de una ciudadanía que seautogobernaba, sino por un monopolio casi total del Estadopolítico. Esto evitó que los poderes sociales se autoarticularan y,en consecuencia, que se formara una base estructural dedemocracia política.

Las condiciones modernas hicieron posible que surgiera unEstado con recursos, capaz de sustituir toda la red de controlessociales y económicos por el orden político y la administración. Ylo que es más importante todavía, las condiciones modernasproporcionaban lo esencial para ese orden y esa administración.Debemos recordar que la modernidad es una época de ordenartificial y de grandes planes para la sociedad, la era de losplanificadores, de los visionarios y, más en general, la de los«jardineros» que tratan a la sociedad como una parcela de tierraque debe diseñar un experto y que luego hay que cultivar ymantener de la forma prevista.

No hay límites para la ambición y la confianza en uno mismo. De

hecho, mirando a través de las lentes del poder moderno, pareceque la «humanidad» es omnipotente y los miembros individualesque la componen son tan «incompletos», ineptos y sumisos ynecesitan mejorar tanto que la idea de tratar a las personas comoplantas que se pueden cortar, o arrancar de raíz si es necesario, oganado que hay que criar, no resulta fantástica ni moralmentereprobable. Uno de los primeros y principales ideólogos delNacional Socialismo alemán, R. W. Darré, toma los métodos de lacría de animales como modelos para la «política de población» que

pondrá en práctica el gobierno volkish futuro:El que descuide las plantas de un jardín pronto descubrirá sorprendidoque el jardín está plagado de malas hierbas y que ha cambiado inclusoel carácter básico de las plantas. Si el jardín va a seguir siendo el lugardonde se cultivan las plantas, si, en otras palabras, va a seguirfloreciendo a pesar de las fuerzas naturales, entonces es precisa lavoluntad modeladora de un jardinero, un jardinero que lesproporcionará las condiciones adecuadas para que crezcan, mantendráalejadas las malas influencias, atenderá amorosamente todo lo quehaya que atender y eliminará implacablemente las malas hierbas quepueden privar a las mejores plantas de su alimento, aire, luz y sol […]Es decir, comprobamos que estas cuestiones relacionadas con el cultivo

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no son triviales para el pensamiento político, sino que tienen queformar parte del núcleo de todas las consideraciones y que lasrespuestas serán consecuencia de la actitud espiritual e ideológica deun pueblo. Debemos incluso declarar que un pueblo sólo puede alcanzarel equilibrio espiritual y moral si, en el núcleo mismo de su cultura,

hay un plan de cultivo bien proyectado. [16]Darré describe en términos radicales y claros las ambiciones de«mejorar la realidad» que conforman la esencia de la posturamoderna y que sólo los recursos del poder moderno nos permitenestudiar seriamente.

Los periodos de convulsiones sociales profundas son las épocas enlas que la característica más notable de la modernidad adquieremás importancia. De hecho, en ninguna otra época parece que la

sociedad sea tan amorfa, «inacabada», indefinida y flexible, comosi estuviera esperando una visión y que un proyectista habilidosoy con recursos le diera forma. En ningún otro momento está lasociedad tan desprovista de fuerzas y tendencias propias y, enconsecuencia, incapaz de resistirse a la mano del jardinero ypreparada para que le dé la forma que haya elegido. Lacombinación de la maleabilidad y la indefensión es tan atractivaque pocos visionarios aventureros y con confianza en sí mismos

 pueden resistirse a ella. También es una situación en la que no se

les puede oponer resistencia .Los portadores del grandioso proyecto que gobernaba el modernoEstado burocrático se liberaron de las restricciones de las fuerzasno políticas, es decir, económicas, sociales y culturales. Esta es lareceta del genocidio. El genocidio es parte integrante del procesopor medio del cual se pone en práctica el proyecto grandioso. El

 proyecto le confiere legitimidad. La burocracia de Estado le proporciona el vehículo. Y la parálisis de la sociedad le da luz

verde .Las condiciones propicias para que se perpetre el genocidio sonespeciales, pero en modo alguno excepcionales. Raras, pero nosingulares. Aunque no son un atributo inmanente de la sociedadmoderna, tampoco son un fenómeno extraño. Por lo que a lamodernidad se refiere, el genocidio no es ni anormal ni un caso defuncionamiento defectuoso. Demuestra de lo que es capaz latendencia racionalizadora de la modernidad si no se la controla yrestringe y si disminuye de hecho el pluralismo de las fuerzas

sociales, como había hecho el ideal moderno de una sociedadarmoniosa, ordenada, libre de conflictos, completamente

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controlada y proyectada ex profeso . Cualquier empobrecimientode la capacidad de las bases populares para articular losintereses y la autonomía, cualquier ataque al pluralismo social ycultural y a las oportunidades de su expresión política, cualquier

intento de cercar la ilimitada libertad del Estado con una murallade secreto político, cada paso que se da hacia el debilitamiento delas bases sociales de la democracia política, hace que un desastresocial de las proporciones que el Holocausto sea simplemente másposible. Los proyectos criminales, para ser efectivos, necesitan deun vehículo social. Pero también la vigilancia de los que deseanevitar que se pongan en práctica.

Hasta la fecha, parece que hay pocos vehículos para la vigilancia,aunque no haya escasez de instituciones capaces de ponerse alservicio de proyectos criminales o, peor todavía, incapaces deevitar que una actividad corriente adquiera una dimensióncriminal. Joseph Weizenbaum, uno de los más perspicacesobservadores y analistas sobre el impacto social de la tecnologíade la información, que reconozco que es un adelanto reciente, queno existía en la época del Holocausto nazi, sugiere que laactividad genocida se ha incrementado:

 Alemania puso en práctica la «solución final» para su problema judío

como un ejercicio de libro de texto sobre el razonamiento instrumental.La humanidad se estremeció brevemente y hasta que ya no pudodesviar la vista de lo que había sucedido, cuando empezaron a circularlas fotografías que habían hecho los propios asesinos y cuando losconmovedores supervivientes empezaron a salir a la luz. Pero el finalno supuso ninguna diferencia. La misma lógica, la misma aplicaciónfría e inexorable de la astuta razón mató durante los veinte añossiguientes por lo menos a un número de personas igual al que habíacaído víctima de los técnicos del Reich de los mil días . No hemosaprendido nada. La civilización se encuentra hoy en tanto peligro comoentonces. [17]

 Y las razones por las cuales la instrumentalidad racional y lasredes humanas que se crearon para su servicio sigan siendomoralmente ciegas en el día de hoy, lo mismo que lo fueronentonces, son prácticamente las mismas. En 1966, más de veinteaños después del horrible descubrimiento del crimen nazi, ungrupo de distinguidos eruditos diseñó un proyecto científicamenteelegante y ejemplarmente racional, un campo de batallaelectrónico para que lo utilizaran los generales en la guerra de

 Vietnam. «Esos hombres podían dar los consejos que dabanporque se encontraban a una enorme distancia física y psicológica

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de la gente a la que dejarían lisiada o matarían los sistemas dearmamento resultantes de la idea que ellos habían comunicado asus patrocinadores» [18].

Gracias al rápido avance de la nueva tecnología de la

información, que ha tenido más éxito que ninguna tecnologíaanterior en eliminar la humanidad de sus objetos humanos, ladistancia psicológica crece de forma imparable y a una velocidadsin precedentes. Lo mismo sucede con la autonomía del progresopuramente tecnológico, que se aleja cada vez más de cualquierobjetivo humano elegido deliberadamente. «La gente, las cosas ylos acontecimientos están ‘programados’, se habla de  ‘entradas’ y‘salidas’, de  circuitos cerrados de realimentación, de variables,porcentajes, procesos, etc., hasta que finalmente desaparece todocontacto con la situación concreta. Entonces sólo quedan gráficos,grupos de datos y papeles sacados de la impresora [19]. Hoy másque nunca, los medios tecnológicos de que disponemos destruyensus propias aplicaciones y subordinan la evaluación de estasúltimas a sus propios criterios de eficiencia y efectividad. Delmismo modo, la autoridad de la evaluación política y moral quese hace de la acción se ha reducido hasta el punto de ser unaconsideración de menor importancia, caso de que no se haya

desacreditado y convertido en irrelevante. La acción no necesitaninguna otra justificación que el reconocimiento de la tecnologíaque la ha hecho posible. Jaques Ellul advierte que la tecnología,al haberse emancipado de las limitaciones de las tareas socialesestablecidas por medio de la razón,

nunca avanza hacia nada, pero precisamente  porque la empujan desdedetrás. El técnico no sabe por qué trabaja y generalmente no leimporta. Trabaja  porque tiene instrumentos que le permiten llevar acabo una cierta tarea y llevar a cabo con éxito una nueva operación […]No hay demandas para conseguir un objetivo. Un aparato situadodetrás impone restricciones y no tolera que se detenga la máquina. [20]

Parece que hay menos esperanzas que antes de que se puedacontar con las garantías civilizadas en contra de la inhumanidadpara controlar la aplicación del potencial humano instrumental yracional, una vez que se le ha concedido la autoridad suprema alcálculo de la eficiencia para decidir los objetivos políticos.

5. Solicitar la cooperación de las víctimas

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El «destino» es la interacción entre los autores del crimen y las víctimas.Raoul Hillberg

Podría parecer que el memorable veredicto de Hannah Arendt — de que si no hubiera sido por la actuación de los colaboradores

 judíos y por el celo de los Judenräte , el número de víctimashabría sido considerablemente inferior —  no resistiría un análisisprofundo. Este severo veredicto no resiste un examen cuidadosodebido al hecho de que, a pesar de la amplia gama de actitudesque adoptaron los dirigentes de las comunidades perseguidas,desde el suicidio de Czerniakow, pasando por la activa y

consciente cooperación de Rumkowski y Gen con los supervisoresnazis, hasta el caso de Bialystok de ayuda semioficial a laresistencia armada, el efecto final fue más o menos el mismo, esdecir, la aniquilación casi total de las comunidades judías y desus dirigentes. También se puede señalar que aproximadamenteun tercio de los judíos asesinados murieron sin que los nazisrecurrieran a la ayuda, ni directa ni indirecta, de los consejos ode los comités judíos (Hitler declaró oficialmente la guerra contraRusia como una guerra de aniquilación y los famosos

Einsatzgruppen que seguían a la victoriosa Wehrmacht en suprimer avance por las tierras soviéticas no se molestaron ni enestablecer ghettos ni en elegir Judenräte ). Del conjunto de lasopiniones sobre el impacto que tuvo la cooperación judía sobre ladestrucción de los judíos europeos, la que expresa Isaiah Trunk,en la conclusión de una de las investigaciones más amplias yprofundas de los registros que quedan de los Judenräte , es el poloopuesto de la de Arendt. De acuerdo con su opinión, «laparticipación o no participación judía en las deportaciones no

tuvo ninguna influencia determinante, ni en un sentido ni enotro, sobre el resultado final del Holocausto en la Europaoriental». Para fundamentar esta conclusión, Trunk señala losnumerosos casos en los que el rechazo de los Judenräte oficiales aobedecer las órdenes de las SS tuvo como consecuencia que se lessustituyera por personas más obedientes o incluso que fueran lasSS las que realizaran la «selección», prescindiendo enteramentedel eslabón judío intermedio (aunque en muchos casos con laayuda de la policía judía). Efectivamente, los casos individuales

de desobediencia eran inefectivos precisamente porque, en

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muchos otros, los nazis sí podían contar con la cooperación de los judíos y, en consecuencia, perpetrar su operación criminalutilizando solamente una parte muy pequeña de sus propiasfuerzas. Lo que no sabemos es si la desobediencia hubiera sido

más efectiva si hubieran esperado que fuera universal.Sin embargo, parece verosímil que donde no se produjo lacooperación, o no en gran escala, la compleja operación delasesinato en masa haría que los administradores se tuvieran queenfrentar con problemas financieros, técnicos y de dirección deuna magnitud completamente diferente. Como mencioné en elprimer capítulo, los dirigentes de las comunidades sentenciadasllevaron a cabo la mayor parte del trabajo burocrático que laoperación exigía (proporcionando informes a los nazis y llevandolas fichas de las futuras víctimas), supervisaron las actividadesde producción y distribución necesarias para mantener a lasvíctimas con vida hasta el momento en el que las cámaras de gasestuvieran preparadas para recibirlas, vigilaron a la poblacióncautiva para que las tareas de mantenimiento de la ley y el ordenno exigieran ni la inventiva ni los recursos de los captores,garantizaron que el proceso de aniquilación siguiera su cursofijando los objetivos de las distintas fases, enviaron a estos

objetivos a lugares en los que se les podía reunir con un mínimode molestias y movilizaron los recursos financieros necesariospara pagar el último viaje. Posiblemente el Holocausto se habríaproducido igual sin todas estas ayudas, pero habría pasado a lahistoria de forma diferente, acaso como un episodio menosaterrador. Simplemente, como otro de los muchos casos decoacción y violencia en masa con el que unos conquistadoressedientos de sangre y guiados por la venganza o el odio comunalcastigan a un grupo de población. Por otro lado, con todo esto, el

Holocausto hace que el historiador y el sociólogo se tengan queenfrentar a un problema totalmente nuevo. Sirve de ventana através de la cual se puede entrever que ha sido la moderna acciónracional la que ha dado vida a estos procesos. También se puedevislumbrar la nueva fuerza y los nuevos horizontes del podermoderno, que fueron posibles cuando los mencionados procesos sepusieron al servicio de sus objetivos. Por lo que se refiere a esteaspecto extraordinario del Holocausto, parece que el marco dereferencia y de comparación adecuado nos lo proporcionará el

ejercicio «normal» del poder en la organización de la sociedad

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del pueblo marcado, en cuanto comunidad, en cuanto entidadautónoma y unida. Las fuerzas de ocupación alemanas, siguiendoel sueño de Hitler de convertir Europa oriental en un vastoLebensraum para la expansión de la raza alemana y a sus

habitantes en futura mano de obra esclava al servicio de lasnecesidades de los nuevos amos, procedieron a eliminarsistemáticamente todos los vestigios de la estructura política y dela autonomía cultural del país. Persiguieron, encarcelaron eintentaron destruir físicamente a todos los elementos activos delas naciones eslavas conquistadas y evitar la reproducción de lasélites nacionales, desmantelando casi todas las institucioneseducativas básicas y prohibiendo las iniciativas culturalesautóctonas salvo las moralmente corruptoras. Sin embargo, al

hacer esto, excluyeron la posibilidad de contar con la cooperaciónde las naciones esclavizadas para conseguir el grandioso sueño deHitler (si es que alguna vez consideraron esa posibilidad),excepto, quizás, los servicios auxiliares de los elementoscriminales marginales. Los conquistadores se quedaron limitadosa sus propios recursos, ya que las élites del país estabanmarcadas para la destrucción, y tuvieron que calcular lasacciones sobre las naciones invadidas como gastos, no comoactivos.

Los nazis nunca se propusieron esclavizar a los judíos. Aunque alprincipio no se pensó en el asesinato en masa como objetivo final,la situación que los nazis querían crear era la total Entfernung ,es decir, eliminar de forma efectiva a los judíos del mundo de laraza alemana. A Hider y a sus seguidores no les resultaban deninguna utilidad los servicios que los judíos les podían ofrecer, nisiquiera como mano de obra esclava. La solución que buscaronera completa, adoptara la forma de emigración, expulsión forzosa

o aniquilación física, y por lo tanto era innecesario dispensar un«trato especial» a las élites judías; éstas iban a compartir lamisma suerte que sus hermanos; lo que se preparaba para los

 judíos era para todos, sin excepción, y se aplicaría de la mismamanera a todos los miembros de la raza. Puede ser que un efectoanticipado de esta «totalización» del problema judío fuera lasupervivencia de la estructura comunal judía, de su autonomía yde su autogobierno mucho después de que factores parecidos de lavida comunal sufrieran un ataque frontal en todas las tierras

eslavas ocupadas. Esta supervivencia implica, ante todo, que lasélites tradicionales judías conservaron su liderazgo espiritual y

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administrativo mientras duró el Holocausto. Si acaso, eseliderazgo resultó, incluso, reforzado y se hizo punto menos queindiscutible después de la segregación física de los judíos, cuandose aislaron los ghettos con vallas.

Los métodos que se utilizaron para que las élites judíasasumieran el nuevo papel de los Judenräte fueron diversos, desdela insistencia nazi en celebrar elecciones en algunos de losghettos más grandes del Este de Europa y en las arraigadascomunidades judías del oeste hasta el nombramiento de losPräses entre un grupo de venerables ancianos reunidos en laplaza del mercado de la ciudad. Y, sin embargo, existensuficientes pruebas de que los supervisores nazis de los «barrios

 judíos» se esforzaban en apoyar y reforzar la autoridad de losdirigentes judíos elegidos: necesitaban el prestigio de los«consejos judíos» para conseguir la docilidad de las masas judías.En su famoso Schnellbrief  , enviado desde Berlín el 21 deseptiembre de 1939 a todos los Kommandanten alemanes de lasrecién ocupadas ciudades polacas, Heydrich subrayaba que losConsejos de Ancianos Judíos debían estar compuestos por «laspersonalidades influyentes y rabinos que quedaran», y acontinuación detallaba una larga lista de tareas vitales, que eran

de exclusiva competencia de los Consejos que, por lo tanto,asumían el control y la autoridad. Se puede suponer que una delas perversas causas de la insistencia nazi en hacer todo en losghettos a través de manos judías era hacer que el poder de losdirigentes judíos fuera más visible y convincente. La población

 judía estaba prácticamente fuera de la jurisdicción de lasautoridades administrativas corrientes (en Alemania se hizo deforma gradual y, en los territorios conquistados,repentinamente). Los judíos estaban en manos de sus dirigentes,

que, a su vez, recibían órdenes e informaban a una instituciónalemana que también estaba fuera de la estructura «normal» depoder. Los principios legales y teóricos de la extraña mezcla quehabía en el ghetto, de gobierno autónomo y de aislamiento, losdetalló y codificó en 1940 Hermann Erich Seifert:

El judío, como individuo, no existe para las autoridades alemanas enlos territorios ocupados. En principio, no se negocia con una persona judía […]  sino exclusivamente con los  Ältestenräte  judíos […] Con la ayuda de sus  Ältestenräte , los judíos pueden solucionar por sí mismos

todos sus asuntos internos, entre ellos los asuntos de sus comunidadesreligiosas. Pero, por otro lado, tienen que ejecutar, bajo su propia

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responsabilidad, las tareas y órdenes dictadas por la administraciónalemana. Los miembros de los Ältestenräte , casi siempre los más ricosy distinguidos, son responsables personalmente de que esto se cumpla.Sin ninguna duda, este Ältestenrät recuerda remotamente a los Kahalsque utilizaba el programa judío ruso [zarista], pero con una gran

diferencia: los Kahals eran los que concedían los derechos a los judíos ylos defendían, mientras que las obligaciones de los judíos las reciben ydistribuyen los Ältestenräte del Gobierno General […] El orden alemán no se discute y no se rebate. [1]

Hacia abajo, los dirigentes judíos ejercían un poder formalmenteilimitado sobre la población cautiva. Hacia arriba, seencontraban a merced de una organización criminal libre de todocontrol por parte de los órganos constitucionales del Estado. Lasélites judías desempeñaron, por lo tanto, un papel mediador

fundamental en la incapacitación a los judíos. Además, y esto esatípico de un genocidio, el sometimiento absoluto de la poblacióna la voluntad de sus captores no se consiguió por medio de ladestrucción, sino reforzando las estructuras comunales y lafunción integradora de las élites.

Por lo tanto, y es paradójico, la situación de los judíos durante lasfases preliminares de la Solución Final era más parecida a la deun grupo subordinado en el seno de una estructura normal de

poder que a la de las víctimas de una operación genocida«normal». Hasta cierto punto, los judíos formaban parte del ordensocial que los iba a destruir . Eran un eslabón fundamental en lacadena de acciones coordinadas. Su propia actuación era unaparte indispensable de la operación total y condición decisivapara que tuviera éxito. Los genocidios «normales» dividen a losactores, sin ningún tipo de ambigüedad, en asesinos y asesinadosy, para estos últimos, la resistencia es la única respuestaracional. En el Holocausto, las divisiones eran mucho menos

claras. Aparentemente, la población condenada, incorporada a laestructura global de poder y con una serie de tareas y funcionesdentro de ella, tenía una gama de opciones entre las que elegir.La cooperación con sus enemigos jurados y futuros asesinos teníasu grado de racionalidad. Los judíos, en consecuencia, seacostumbraron a las condiciones de sus opresores, les facilitaronla tarea y acarrearon su perdición, aunque su actuación fueraguiada por el propósito, racionalmente interpretado, desobrevivir .

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Debido a esta paradoja, los documentos del Holocausto ofrecenuna oportunidad única de entender los principios generales deuna opresión administrada burocráticamente. El Holocausto fue,evidentemente, un caso extremo de un fenómeno que

normalmente se produce de forma mucho más leve y queraramente pretende la aniquilación total del oprimido. Sinembargo, precisamente a causa de su extremismo, el Holocaustoreveló aspectos de la opresión burocrática que de otra manerahabrían permanecido inadvertidos.

En su forma general, estos aspectos tienen una aplicación muchomás amplia. De hecho, hay que tenerlos en cuenta si queremosentender la forma en que funciona el poder en la sociedadmoderna. Uno de los más importantes es la capacidad del podermoderno, racional y organizado burocráticamente de induciracciones funcionalmente indispensables para sus fines y que sontotalmente contrarias a los intereses vitales de los actores .

«Aislar» a las víctimas

Esta habilidad no es universal. Para poseerla, la burocracia debe

cumplir otras condiciones, además de su propia jerarquía internade mando y los principios de la acción coordinada. La burocraciatiene que estar, por encima de todo, completamente especializaday tener un monopolio incondicional sobre la función especializadaque lleva a cabo. En términos sencillos, esto significa que, haga loque haga la burocracia a los objetos que ha elegido, debe estarexplícitamente dirigido a ellos y, por lo tanto, no es probable queafecte a la situación de otras categorías. Y los objetos elegidosdeben permanecer dentro de la competencia de esta burocracia

especializada y de ninguna otra institución. El resultado de laprimera condición es la improbabilidad de que ningunainterferencia exterior altere el proceso burocrático. Es pocoprobable que los grupos no afectados se apresuren a rescatar a lacategoría objetivo, ya que los problemas con que se tienen queenfrentar no suelen tener un común denominador y, por lo tanto,no dan pie a una actuación unida e integrada. Una vez que secumple la segunda condición, la categoría objetivo sabe, odescubre enseguida, que cualquier apelación a centros deautoridad distintos de los de la burocracia de quien dependen son

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vanos o inefectivos; en algunos casos, estas apelaciones se puedeninterpretar como una infracción de las reglas, que solamente esaburocracia tiene potestad para definir, y, por lo tanto, tienenconsecuencias más siniestras todavía que la sumisión a la

autoridad burocrática. Entre las dos, dejan a la categoría objetivosola con «su propia» burocracia como único marco de referenciapara tomar decisiones racionales. En otras palabras, laburocracia que dirige una política de objetivos y dispone delderecho exclusivo a acometerla, tiene plena competencia paradefinir los parámetros del comportamiento de sus víctimas y, porlo tanto, puede incluir los motivos racionales de las víctimasentre los recursos que puede utilizar para realizar su tarea.

 Antes de que el poder burocráticamente organizado pueda contar

con la cooperación de la categoría que se va a destruir operjudicar, tiene que «aislarla» de forma efectiva. O bientrasladarla físicamente del contexto de la vida cotidiana y de laspreocupaciones de los otros grupos o separarla psicológicamentepor medio de definiciones discriminadoras abiertas y claras yhaciendo hincapié en la singularidad de la categoría objetivo.

En un discurso que pronunció en abril de 1935, el rabino JoachimPrinz de Berlín resumió la experiencia de la categoría aislada:

«El ghetto es el ‘mundo’. Fuera  también es el ghetto. En elmercado, en la calle, en la taberna, todo es ghetto. Y tiene unaseñal. Esa señal es la falta de vecinos. Acaso esto no hayasucedido nunca en el mundo y nadie sabe cuánto tiempo se puedesoportar; la vida sin vecinos…»  [2]. Ya en 1935 las futurasvíctimas del Holocausto sabían que se encontraban solas. Nopodían contar con la solidaridad de otras personas. Elsufrimiento por el que estaban pasando era sólo suyo. Personasfísicamente próximas se encontraban infinitamente alejadas

espiritualmente, porque no compartían las mismas experiencias. Y la experiencia del sufrimiento no es fácil de comunicar. Los judíos por los que hablaba el rabino Prinz sabían que losfuncionarios de las secciones encargadas de los judíos estaban almando del juego: ellos ponían las reglas, las cambiaban avoluntad y decidían las apuestas. Sus acciones eran, por lo tanto,los únicos hechos sólidos en los que centrarse y a tener en cuentapata la propia actuación. La retirada del mundo exterior redujolos límites de la «situación». Ahora había que definirla

únicamente en términos del poder de los perseguidores, para elque no había apelación. «La desaparición física de los judíos pasó

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inadvertida en gran parte porque los alemanes los habíaneliminado hacía mucho tiempo de sus corazones y de sus mentes»[3]. El aislamiento espiritual fue lo primero y se consiguióutilizando una amplia variedad de métodos.

El más evidente fue un llamamiento claro al antisemitismopopular y el fomento de los sentimientos antisemitas de la genteque hasta entonces permanecía indiferente o desconocía queexistiera un «problema judío». Esto es lo que hizo la propagandanazi, y lo hizo hábilmente, sin invertir gastos ni esfuerzos. Seacusó a los judíos de crímenes odiosos, intenciones funestas yvicios hereditarios repugnantes. Sobre todo, en relación con lasensibilidad sobre la higiene de la sociedad moderna, seestimularon temores y fobias que suelen ir asociados con losparásitos y las bacterias y se apelaba a la obsesión del hombremoderno por la salud y la higiene. El hecho de ser judío seconsideraba una enfermedad contagiosa y sus portadores eranuna versión actualizada de la Peste Negra. Tener relacionessexuales con judíos estaba preñado de peligros. Se emplearon losmismos mecanismos sociopsicológicos que se utilizan paraproducir una reacción de repulsión y de asco ante la visión decarne cruda o el olor de la orina humana, tan bien descritos por

Norbert Elias en su informe sobre el proceso civilizador, paraconseguir que la simple presencia de los judíos fueranauseabunda y repelente.

Había, sin embargo, límites para la efectividad del evangelioantisemita. Mucha gente demostró que era inmune a lapropaganda del odio o, más generalmente, a la interpretaciónirracional del mundo que la propaganda exigía que aceptaran.Mucha más todavía, aunque protestó poco por la definición oficialdel hecho de ser judío, se negó a aplicarla a los judíos que conocía.

Si la propaganda antijudía hubiera sido el único medio de«aislar» a los judíos de la vida comunal, lo más probable es quehubiera sido un fracaso. El resultado, como mucho, habría sido laseparación de la población en dos grupos, los que odiabanfanáticamente a los judíos y la masa, acaso peor integrada y peororganizada, aunque razonablemente efectiva, de los que nocolaboraban y defendían activamente a los «indebidamenteconvertidos en víctimas». Con toda seguridad, no habría sidosuficiente para eliminar a los judíos «de los corazones y de lasmentes» de los alemanes de forma tan radical como para que la

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posterior destrucción física de los judíos no despertara ningunaoposición ni resentimiento.

Sin embargo, el impacto de la propaganda antisemita lo apoyó yreforzó considerablemente el cuidado que se tuvo en apuntar

todas las medidas antisemitas directamente al objetivo de formaque todos los actos sucesivos, aunque no fueran efectivos para sufinalidad declarada, hacían más profunda la separación entre los

 judíos y el resto y además le daban más énfasis al mensaje. Pormuy atroces que sean las cosas que les pasan a los judíos, endefinitiva no tienen ninguna influencia adversa sobre la situacióndel resto de la población y, por lo tanto, no deben preocupar anadie más que a los judíos. Sabemos ahora, a partir de profundasinvestigaciones sobre las pruebas históricas, la gran cantidad deenergía que los burócratas nazis y los expertos que contratarondedicaron a elaborar la definición adecuada de los judíos. Esto,aparentemente, es una sutileza legalista y parece ridícula y fuerade lugar al lado de la violencia brutal y sin escrúpulos. De hecho,la búsqueda de una definición legalmente perfecta fue algo másque el último vestigio de la Jurisprudenzkultur de la que losnazis no se pudieron librar o un homenaje a la tradición, todavíano olvidada, del Rechtsstaat . La definición precisa de los judíos

era necesaria para garantizar a los testigos del sacrificio que loque estaban viendo o lo que sospechaban no les sucedería a ellosy, por lo tanto, que sus intereses no estaban amenazados. Paraconseguirlo se necesitaba una definición que se pudiera utilizarpara decidir exactamente quién era judío y quién no lo era, unadefinición que eliminara toda posibilidad de casos poco claros,intermedios, mezclados o equívocos que permitieran unainterpretación contradictoria. Por absurdas que fueran ensustancia y en su aparente relevancia funcional, las Leyes de

Nuremberg sirvieron espléndidamente bien para este fin [4].Dejaron una especie de tierra de nadie entre los judíos y los no judíos. Crearon una categoría de personas destinadas paraSonderbehandlung y, finalmente, para la aniquilación. Sinembargo, también crearon, de un solo golpe, una categoría muchomás amplia de ciudadanos del Reich limpios y fuera de peligro,los alemanes de sangre pura. Este mismo objetivo se buscó, condiversos grados de éxito, cuando se marcaron los comercios

 judíos, lo que implicaba que los no marcados eran adecuados y

seguros, o cuando se obligó a los restos de la judería alemana aadornar su ropa con estrellas amarillas. En efecto, «aunque

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pueda sorprender, la cuestión judía no tenía el mínimo interéspara la gran mayoría de los alemanes». Cuando el Reich setrasladó hacia el este y llegó el momento de la  Aussiedlung , lamayor parte de la gente «probablemente pensó muy poco y

preguntó menos sobre lo que les estaba sucediendo a los judíos enel Este. Los judíos estaban fuera de la vista y también fuera de lamente […] La carretera a Auschwitz la construyó el odio, pero lapavimentó la indiferencia» [5].

El proceso de separación fue acompañado por un silencioensordecedor de todas las élites establecidas y organizadas de lasociedad alemana, de todos los que en teoría podían alzar su vozcontra el desastre inminente y hacerse oír. Se puede suponer queparte de la razón de que esto sucediera fue la gran simpatía quese experimentaba por el plan maestro de la Entfernung de unacultura que se consideraba, por diversas razones, extraña eindeseable. La captura del poder del Estado por parte de los nazisno modificó las normas de la conducta profesional. Esta últimaseguía siendo leal, como lo ha sido desde antes del amanecer dela era moderna, al principio de la neutralidad moral de la razón ya la búsqueda de la racionalidad, que no tolera compromisos confactores que no tengan relación con el éxito técnico de la empresa.

Las universidades alemanas, lo mismo que las de otros paísesmodernos, cultivaron cuidadosamente el concepto del ideal de laciencia, otorgaban a sus pupilos el derecho y el deber de servir alos «intereses del conocimiento» y de restar importancia a otrosintereses con los que podía estar en pugna el bienestar de losobjetivos científicos. Si recordamos esto, entonces el silencio eincluso la cooperación entusiasta de las instituciones científicasalemanas en la puesta en práctica de las tareas nazis deja enparte de causar asombro. El estadounidense Franklin H. Littell

nsiste en que cuanto menos asombrosos sean, más preocupantesson, o al menos deberían serlo, el silencio y la cooperación:La crisis de credibilidad de la universidad moderna tiene su origen enel hecho de que no fueran analfabetos, ignorantes ni salvajes sininstrucción quienes planificaron, construyeron o idearon los campos dela muerte. Los centros de la muerte fueron, lo mismo que susinventores, producto de lo que había sido, durante muchasgeneraciones, uno de los mejores sistemas universitarios del mundo.(…) 

Nuestros graduados trabajan sin mayores conflictos de conciencia parael Chile socialdemócrata o para el Chile fascista, para la junta griega o

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para la república griega, para la España de Franco o para la Españarepublicana, para Rusia, para China, para Kuwait o Israel, para losEstados Unidos, Inglaterra, Indonesia o Pakistán […]  Esto resume,aunque ásperamente, la función histórica de los técnicos formados,aquéllos que han sido «instruidos» en las técnicas dentro de la

indiferencia moral, ética y religiosa de la universidad moderna. A continuación procede a denunciar que, durante muchos años,ha sido más sencillo en su país discutir sobre el abuso y el maluso que de la ciencia hicieron los nazis que de los servicios queofrecían las universidades estadounidenses a «Dow Chemical,Minneapolis, Honeywell, las líneas aéreas Boeing o a ITT en larestauración del fascismo en Chile» [6].

Lo que realmente les importaba a las élites científicas alemanas

(y más en general, a las intelectuales) y a sus miembros máscualificados y más distinguidos era preservar su integridad comoeruditos y portavoces de la Razón . Y esa tarea no incluía ningunapreocupación (y la excluía en caso de conflicto) por el significadoético de su actividad. Como descubrió Alan Beyerchen, en laprimavera y el verano de 1933, las luminarias de la cienciaalemana, gente como Planck, Sommerfeld, Heisenberg o VonLaue, «aconsejaron paciencia y moderación al tratar con elgobierno, especialmente en todo lo relacionado con destituciones

y emigración. El objetivo fundamental era preservar laautonomía profesional de su disciplina evitando cualquierenfrentamiento y esperar que se reanudaran la vida y losprocedimientos ordenados» [7]. Todos querían salvar y defenderlo que les importaba y lo lograron, en cuando que demostraron subuena disposición para olvidar las cosas que importaban menos.Demostrar esa buena disposición resultó sencillo, ya que la «vidaordenada» que se reanudó después de las extravagancias de laluna de miel nazi no era muy diferente de aquella a la que los

profesores estaban acostumbrados y valoraban tanto. Lo únicoque sucedió fue que algunos de sus antiguos colegas habíandesaparecido y que tenían que saludar de forma diferente cuandoentraban en una clase llena de estudiantes uniformados. Habíauna gran demanda de sus servicios profesionales, que eran muyapreciados, disponibilidad de fondos para proyectos ambiciosos ycientíficamente apasionantes, y eso era impagable. Heisenbergfue a ver a Himmler para asegurarse de que a sus colegas y a él,es decir, a todos menos a los que habían desaparecido, se lespermitiría hacer todo lo que quisieran. Himmler le aconsejó hacer

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una cuidadosa distinción entre los descubrimientos científicos yla conducta política de los físicos. A Heisenberg le debió sonar amúsica celestial, porque ¿no era eso lo que le habían enseñadodesde el principio? Así que «no se mordió la lengua, apoyó

activamente la causa nazi, especialmente en el extranjero ydurante las hostilidades, y dirigió diligentemente uno de los dosequipos encargados de diseñar explosivos atómicos, estimulado,sin ninguna duda, como inveterado animal científico que era, porel deseo de ‘ver’ y conseguirlo» [8].

Joachim C. Fest escribió: «La historia de la retirada del poder delos intelectuales siempre es la historia de una renunciavoluntaria y si cabe alguna resistencia es simplemente laresistencia a caer en la tentación de suicidarse» [9]. Así, losintelectuales, víctimas convertidas en cortesanos del estilo nazide «vida pacífica», encontraron muy pocas razones parasuicidarse y muchas para rendirse voluntariamente y a veces conentusiasmo.

Lo notable de esta rendición es que resulta difícil decir dóndeempieza y es prácticamente imposible prever dónde puedeterminar.

Durante la Kristallnacht , la esposa de un eminente orientalista,el profesor Khale, fue descubierta cuando ayudaba a su amiga

 judía a recoger su tienda destrozada. A su marido le boicotearonhasta tal punto que se vio obligado a dimitir.

Los meses intermedios fueron como un periodo de cuarentena duranteel cual tres personas, ajenas al círculo social y profesional del profesorle llamaron al amparo de la oscuridad. Recibió otra comunicación delmundo exterior, una carta de un grupo de colegas en la que expresabansu pesar por que hubiera perdido una salida honorable de launiversidad a causa de la falta de intuición de su esposa. [10]

Otra cosa notable de la rendición es que, por muy dolorosa queresulte al principio, acaba desplazándose desde la vergüenzahasta el orgullo. Los que se rinden se convierten en cómplices delcrimen y resuelven convenientemente la disonancia cognitiva quegenera la complicidad. Las personas que observaban con desdén yasco las iniciativas antisemitas de la propaganda nazi yguardaron silencio «sólo para salvar los grandes valores» seencontraron pocos años después regocijándose de la benditalimpieza y de las universidades y de la pureza de la cienciaalemana. Su propio antisemitismo racional

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se hizo más fuerte a medida que la persecución contra los judíos se ibahaciendo peor. La explicación es simple aunque deprimente: cuando lagente sabe, aunque sólo sea con la mitad de la cabeza, que se estácometiendo una gran injusticia y no tiene ni el valor ni la generosidadpara protestar, automáticamente echa la culpa a las víctimas, ya que

ésta es la forma más sencilla de calmar su conciencia. [11]De una u otra forma, la soledad de los judíos de Alemania eraabsoluta. Vivían en un mundo sin vecinos. Por lo que concierne asu destino, los otros alemanes era como si no existieran. Elmundo judío contenía el poder nazi como único otro agente.Definieran como definieran su situación los judíos, esta situaciónse reducía a un solo factor: las acciones que sus perseguidoresnazis estimaban oportunas. Como seres racionales, los judíos

tuvieron que ajustar su conducta a las respuestas nazis. Comoseres racionales, los judíos tuvieron que aceptar que había unvínculo lógico entre las acciones y las reacciones y que, por lotanto, había acciones más razonables y aconsejables que otras.Como seres racionales se tuvieron que guiar por los mismosprincipios de comportamiento que, los que apoyaban suscarceleros burocráticos, es decir, eficiencia, mayores ganancias ymenos gastos. Como los nazis tenían el dominio sobre las reglas ylas apuestas, del juego, podían utilizar la racionalidad judía a

modo de recurso para conseguir sus propios fines. Pudieronarreglar las reglas y las apuestas de forma tal que cada pasoracional haría más grande la indefensión de sus futuras víctimasy les acercaría un poco más a la destrucción final.

El juego de «salva lo que puedas»

El juego en el que los nazis obligaron a los judíos a participar erael de la muerte y la supervivencia y, por lo tanto, la acciónracional, en su caso, sólo podía estar dirigida a incrementar lasoportunidades de escapar de la destrucción o de limitar la escalade la destrucción. El mundo de los valores se redujo a uno,permanecer con vida o, al menos, éste eclipsaba a los demás.

 Ahora parece muy claro, pero no tenía por qué parecérselo a lasvíctimas en aquel momento y, con toda seguridad, no en lasprimeras fases de la «carretera tortuosa hacia Auschwitz». Ahorasabemos que los propios nazis, incluidos sus dirigentes, noempezaron su guerra contra los judíos con una clara noción de su

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resultado final. La guerra empezó con un objetivo modesto, laEntfernung , el apartar a los judíos de la raza alemana y, a largoplazo, conseguir una Alemania judenrein . En el transcurso de labúsqueda burocrática de este objetivo, y bajo su impacto, fue

cuando, en alguna fase posterior, la destrucción física de los judíos pasó a ser «racional» como «solución» y tambiéntecnológicamente posible. Sin embargo, incluso cuando la fatídicadecisión de Hitler de asesinar a todos los judíos rusos abriónuevos horizontes y opciones que anteriormente los «expertos enla cuestión judía» no habían tenido en consideración, manteneren secreto la naturaleza de la Solución Final era parte integrantey fundamental del proyecto nazi. Llevar a las víctimas a lascámaras de gas se denominaba «reasentamiento» y la identidad

de los campos de la muerte se disolvía en la vaga idea de «elEste». Cuando los portavoces del ghetto/hicieron un llamamientoa los jefes de las SS para que les dijeran si eran ciertos lospersistentes rumores de los próximos asesinatos, los alemanessimple y llanamente negaron la verdad. El secreto se mantuvo,literalmente, hasta el último momento. Uno de los de delitos porlos que se castigaba con la muerte inmediata a los miembros

 judíos del Sonderkommando a cargo de las cámaras de gas y loscrematorios era decir a los recién llegados que se apeaban de los

vagones de ganado que los edificios que se veían desde laplataforma no eran los baños comunales. La razón no era, porsupuesto, aliviar la agonía y la angustia de las víctimas, sinoconseguir que entraran en la cámara de gas voluntariamente ysin oponer resistencia.

Es decir, en todas las etapas del Holocausto las víctimas seenfrentaban con una opción , por lo menos, subjetivamente, yaque objetivamente la elección ya no existía debido a que se le

había adelantado la decisión secreta de la destrucción física. Nopodían elegir entre situaciones buenas y malas pero, al menos,podían elegir entre las malas y las peores. Y, lo que es másimportante, podían esquivar algunos golpes si manifestaban quemerecían una exención o un trato especial. En otras palabras,tenían algo que salvar . Para que el comportamiento de susvíctimas fuera predecible y, en consecuencia, manipulable ycontrolable, los nazis tuvieron que inducirlos a que actuaran «deforma racional» para conseguirlo, tuvieron que hacer creer a sus

víctimas que realmente podían salvar algo y que existían unasnormas muy claras sobre cómo comportarse para conseguirlo.

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Había que convencer a las víctimas de que el trato que sedispensaría al grupo no iba a ser uniforme, que se iba adiversificar y que, en cada caso, dependería de los méritosindividuales. En otras palabras, las víctimas tenían que pensar

que su conducta tenía importancia y que su situación se podíamodificar dependiendo de lo que hicieran.

La simple existencia de categorías definidas burocráticamente dedistintos grados de derechos y privaciones fomentó frenéticosesfuerzos para conseguir una «reclasificación», para demostrarque uno «merecía» que se le asignara una categoría mejor. Enningún caso fue esto más evidente que en el de la Mischlinge , una«tercera raza» creada por la legislación alemana y extrañamentesituada entre los «judíos completos» y los irreprochablesmiembros del Volk alemán. «A causa de estas discriminaciones,la presión para conseguir un trato especial se aplicó a los colegas,superiores y amigos. En consecuencia, en 1935, se creó unprocedimiento para reclasificar a un Mischlinge en una categoríasuperior […] Este procedimiento recibió el nombre de Befreiung ,es decir, “liberación”». El saber que  los esfuerzos no sonnecesariamente en vano, que se puede apelar con éxito contra elveredicto de la sangre y anularlo añadió celo a las presiones. Se

podía, muchos lo lograron, conseguir una echte («genuina»)liberación si se demostraban los méritos que se tenía. El tribunalsupremo alemán determinó que «la conducta no era suficiente, loque era decisivo era la actitud que revelaba la conducta». UnMischling que hubiera contribuido de manera destacable a ladestrucción de los judíos podía recibir el certificado de Befreiungcomo regalo de Navidad depositado bajo el árbol de Navidad de lafamilia por un mensajero especial [12].

El aspecto diabólico de esto fue que las creencias y convicciones

que sancionaba y las actuaciones que fomentaba proporcionaronlegitimidad al plan maestro nazi y lo hicieron digerible paramuchos, incluidas las víctimas. Mientras luchaban por privilegiosinsignificantes, condiciones de inmunidad o simplemente unaplazamiento de la sentencia que el proyecto global dedestrucción contemplaba, tanto las víctimas como quienesintentaban ayudarlas aceptaban tácitamente las premisas delproyecto. Al discutir, por ejemplo, si tal o cual persona tienederecho a que no se la excluya de la profesión basándose en sus

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méritos anteriores se admitía, en la práctica, que las exclusioneseran incontestables.

Lo que resultaba tan desastroso, a nivel moral, de aceptar estascategorías privilegiadas era que todo el que solicitaba que le hicieran

una «excepción» aceptaba implícitamente la norma, pero este punto,aparentemente, nunca lo entendieron aquellos buenos hombres, judíosy gentiles, que se afanaban por los «casos especiales» en los que sepodía pedir un trato preferente […] Incluso después  del final de laguerra, Kasztner, dirigente de los judíos húngaros que negoció con losnazis que algunos de los que estaban bajo su tutela no fueran a loscampos de la muerte, se sentía orgulloso de haber conseguido salvar aalgunos «judíos importantes», categoría que introdujeron oficialmentelos nazis en 1942 como si también a su juicio un judío famoso tuvieramás derecho a la vida que uno corriente. [13]

Las ocasiones de añadirle autoridad a esta regla luchando por lasexcepciones (y, en realidad, reforzando la regla al utilizarla parareclamar privilegios individuales), fueron amplias y variadas. Selas habían ofrecido, aunque bajo distintas formas, en todas lasetapas del Holocausto. En el caso de los judíos alemanes, estasoportunidades fueron especialmente profusas y elaboradas. Seproclamó que los judíos que habían luchado en el bando alemándurante la Primera Guerra Mundial, que habían sido heridos enbatalla o habían recibido condecoraciones, eran un caso especial y

durante cierto tiempo estuvieron libres de la mayor parte de lasrestricciones que se impusieron a sus hermanos con menosméritos. Esta normativa benevolente desvió la atención de laregla mucho más radical de la que era excepción. Cualquiera queviera en la normativa una oportunidad y pidiera acogerse a losbeneficios estaba aceptando al mismo tiempo el supuesto que

 justificaba la norma y las excepciones, es decir, que los judíos«normales», los judíos «como tales», no se merecían los derechosque otorgaba la ciudadanía alemana. El flujo de peticionesprolijamente argumentadas, cartas de recomendación,intervenciones a favor de distinguidas personalidades, amigos osocios comerciales, la búsqueda vehemente de los documentos ytestimonios que se exigían contribuyó en gran medida a lasilenciosa reconciliación con la nueva situación que habían creadolas leyes contra los judíos. Entre los gentiles, los justos hicierontodo lo que estaba a su alcance para garantizar estos privilegiospara la gente que conocían o respetaban, subrayando en sus

cartas a las autoridades que esa persona en concreto no semerecía un trato severo debido a los servicios excepcionales que

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había prestado a la nación alemana. Los clérigos se afanabandefendiendo a los judíos conversos , es decir, los cristianos deorigen judío. Mientras tanto, lo que se aceptaba tácitamente erael principio de que era necesario ser de una clase especial de

 judío para protestar contra la discriminación o la persecución.En conjunto, no faltaron personas y grupos que abrazaron conilusión la idea de que pertenecían a una clase exclusiva y teníanderecho a un trato más benévolo. Uno de los ejemplos másdestacados fue la diferencia notoria y omnipresente entre judíos«establecidos» e «inmigrantes» en Europa oriental. Esta divisióntuvo sus orígenes en la antigua enemistad entre las comunidades

 judías bien asentadas y parcialmente asimiladas y sus hermanosde Europa oriental, ignorantes, groseros y que hablaban en

 yiddish , cuya intrusión fastidiosa consideraron como unaamenaza para su propia respetabilidad ganada con tantoesfuerzo. A las antiguas y ricas familias de Gran Bretaña no lesimportó pagar los billetes de regreso de las masas de judíospobres y analfabetos que escaparon de los  pogroms rusos aprincipios de siglo. En Alemania, los judíos de antiguo linaje,«más alemanes que los alemanes, esperaban librarse de laantipatía […] dirigiéndola  contra sus hermanos inmigrantes y

todavía no asimilados» [14]. La larga tradición de adoptar unapostura superior y desdeñosa contra los judíos del shted impidióque los dirigentes de las comunidades judías de Occidentecomprendieran que el destino de los judíos de Europa oriental erauna muestra de su propio futuro. Pero historias y culturas tandiversas no podían engendrar ninguna estrategia de solidaridad.Cuando la BBC difundió en Holanda la noticia de los asesinatosen masa, David Cohén, presidente del Consejo Judío, negó quetuviera importancia para el porvenir de la judería holandesa:

El hecho de que los alemanes hubieran cometido esas atrocidades conlos judíos polacos no era razón para pensar que se comportarían de lamisma manera con los judíos holandeses. En primer lugar, porque losalemanes siempre habían considerado que los judíos polacos eran algovergonzoso y, en segundo lugar, en Holanda, a diferencia de Polonia,tendrían que sentarse y prestar atención a la opinión pública. [15]

Esta opinión autocomplaciente no era simplemente asunto deuna concepción del mundo fantástica y de cuento de hadas conconsecuencias potencialmente suicidas para los que la sostenían.

Las visiones del mundo tienden a determinar la acción, y laconducta de las comunidades judías organizadas, convencidas de

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su propia superioridad, redujo en mucho la posibilidad de unareacción judía unificada ante la política nazi y facilitó ladestrucción por etapas. Incluso en el caso de que los portavocesde la comunidad judía oficial sintieran compasión por los

inmigrantes judíos acorralados, encarcelados y deportadosdelante de sus ojos, apelaron a los miembros de su comunidadpara que mantuvieran la calma y no opusieran resistencia eninterés de «valores más elevados». De acuerdo con el estudio deJacques Adler, la estrategia de los judíos franceses — establecidatan pronto como el mes de septiembre de 1940 —  en respuesta alas diferencias de trato proclamadas por las fuerzas de ocupaciónalemanas, no dejaba ninguna duda sobre la jerarquía depreferencias: «Esa estrategia, como prioridad más importante,

luchó por garantizar la existencia continuada del judaísmofrancés, y en ese objetivo no estaban incluidos los judíosextranjeros». Dio por supuesto que «los inmigrantes judíosrepresentaban un lastre» para la supervivencia de los judíosfranceses. Los judíos aprobaron la resolución de Vichy de que elprecio por proteger a los judíos franceses era dejar a losinmigrantes en manos de los alemanes: «No existe ninguna dudade que los judíos franceses estuvieron de acuerdo con Vichy enque los judíos extranjeros eran social y políticamente

indeseables» [16].El rechazo de la solidaridad en nombre de privilegios personaleso de grupo (que siempre, al menos indirectamente, significanestar de acuerdo con el principio de que no todos los miembros dela categoría marcada merecen sobrevivir y que la diferencia detrato debe ir aparejada a la debidamente valorada calidad«objetiva») fue importante y no sólo en las relacionesintercomunales. Dentro de todas las comunidades se esperaba y

se luchaba por la diferencia de trato, y a los Judenräte , por logeneral, se les asignó el papel de corredores del negocio de lasupervivencia. Preocupados por la estrategia de «salva lo quepuedas», las futuras víctimas perdieron de vista, aunque sólotemporalmente, la pavorosa identidad del destino inminente.Esto dio a los nazis la oportunidad de conseguir su objetivo conuna considerable reducción en los costos y un mínimo deproblemas. En palabras de Hilberg:

Los alemanes tuvieron un éxito notable deportando a los judíos por

etapas, porque los que quedaban atrás razonaban que era necesariosacrificar a unos pocos para salvar a muchos. El funcionamiento de

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esta psicología se puede observar en la comunidad judía de Viena, quefirmó un «acuerdo» de deportación con la Gestapo con la «condición» deque no se deportaría a seis categorías de judíos. Por su parte, el ghettode Varsovia estuvo a favor de la cooperación y en contra de laresistencia basándose en que los alemanes podrían deportar a sesenta

mil judíos pero no a cientos de miles. Este fenómeno de bisección seprodujo también en Salónica, donde los dirigentes judíos cooperaroncon las agencias de deportación alemanas después de la promesa deque sólo se deportaría a los elementos «comunistas» de las seccionesmás pobres y se dejaría en paz a la «clase media». Esta aritmética fataltambién se empleó en Vilna, donde Gens, jefe del Judenrat , declaró:«Con cien víctimas, salvo a mil personas. Con mil, salvo a diez mil».[17]

La vida bajo la opresión estaba tan estructurada que, desde la

perspectiva de la existencia cotidiana, las oportunidades desupervivencia parecían distribuidas de forma desigual. Además,parecían manipulables. Se podían utilizar recursos personales ogrupales para convertir la desigualdad pública en ventajaprivada. Como indica Helen Fein:

La amenaza de una muerte colectiva no se veía como posible debido aque la organización social de la economía política del ghetto creabaoportunidades de muerte diferentes todos los días. La oportunidad desobrevivir de cada persona dependía de su lugar en el orden de clase yel orden de clase en su conjunto se basaba en la carestía impuesta y enel terror político, recompensándose a los más capaces de servir a losnazis tanto directa como indirectamente […]  El sistema de controlestambién hacía más difícil que se pudiera identificar a un enemigocomún, ya que desplazaba la ira contra los conquistadores al Judenraty perpetuaba la creencia de que era una guerra de todos contra todosen vez de la de ellos contra nosotros. [18]

La individualización de las estrategias de supervivencia condujoa una carrera generalizada por funciones y posiciones que seconsideraban favorables o privilegiadas y a terribles esfuerzos

por congraciarse personalmente con los opresores,invariablemente a costa de otras víctimas. La angustia y laagresividad que se generaron en el proceso se descargabanutilizando a los Judenräte como pararrayos. Sin embargo, encada una de las etapas de la destrucción, los Judenräte podíancontar con un cierto grupo de sus electores que, habiéndosebeneficiado de los sucesivos cambios de la política, gustosamentedarían su apoyo a los desventurados funcionarios de lacomunidad, con lo que ofrecían legitimación y autoridad al

movimiento actual. En todas las etapas de la destrucción, excepto

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en la fase final, hubo personas y grupos ansiosos por salvar loque se pudiera salvar, por defender lo que se pudiera defender ypor eximir a quien se pudiera eximir y, en consecuencia,dispuestos a cooperar, aunque no abiertamente.

La racionalidad individual al servicio de la destrucción colectiva

La opresión inhumana, como la de los nazis, deja poco espaciopara maniobrar. Muchas de las opciones para las que la genteestá educada o acostumbrada a elegir en condiciones normalesquedan excluidas o no están a su alcance. En condicionesexcepcionales, la conducta es, por definición, excepcional. Pero esexcepcional en su forma pública y en sus consecuencias tangibles,no necesariamente en los principios de elección y en los motivosque los guían. A lo largo de su viaje hacia la destrucción final,muchas personas durante casi todo el tiempo no carecieroncompletamente de posibilidades de elección. Y cuando se puedeelegir existe la oportunidad de comportarse con racionalidad. Yesto es lo que hicieron la mayor parte de las personas. Al tenerpleno dominio sobre los medios de coacción, los nazis se

encargaron de que racionalidad significara cooperación , que todolo que hicieran los judíos al servicio de sus propios interesesacercara el objetivo nazi al éxito total.

El concepto de cooperación es acaso demasiado vago y completo,puede ser cruel e injusto considerar que abstenerse de unarebelión abierta y, en vez de eso, ajustarse a la rutinaestablecida, es un acto de cooperación. Todas lasresponsabilidades de los Consejos Judíos, detalladas en elSchnellbrief de Heydrich, estaban relacionadas con los servicios

que los dirigentes judíos estaban obligados a prestar a lasautoridades alemanas. Heydrich no se ocupó de otras funcionesque los Judenräte pudieran considerar que era necesario llevar acabo. Posiblemente contaba con que esas funciones se realizaríana iniciativa de los consejos, por consideración racional de lasnecesidades de una comunidad atestada de gente en un reducidoespacio y del apremio de asegurar la coexistencia y los medios desupervivencia. Si hubiera sido una apuesta, la elección habríasido un acierto. Los Consejos judíos no necesitaban instruccionesde los alemanes para cuidar de las necesidades religiosas,

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educativas y culturales y del bienestar de los judíos. Al hacerlo,ya aceptaban de grado o por fuerza su función de peldaño inferiorde la jerarquía administrativa alemana. Su actividad, queretiraba de manos alemanas todos los problemas relacionados con

la vida cotidiana de los judíos, ya era una forma de cooperación.En esto, sin embargo, el papel de las autoridades comunales judías, a pesar de las medidas extremas del régimen opresor, nofue esencialmente diferente del que desempeñaron los dirigentesde las minorías oprimidas en hacer que fuera factible lacontinuación de la represión (de hecho, la reproducción mismadel régimen opresivo). Tampoco fue esencialmente diferente delas formas tradicionales de los autogobiernos judíos, en especialen Polonia y en otras partes de Europa oriental, y de la

celosamente guardada autonomía de la kehila . Al principio de la ocupación alemana y antes de que losJudenräte se convirtieran en un eslabón oficial de la estructuraadministrativa alemana, los ancianos de la kehila de antes de laguerra, por iniciativa propia, emprendieron la tarea derepresentar los intereses judíos y elaboraron un modus vivendicon las nuevas autoridades. Por hábito y educación, intentaronutilizar los antiguos y comprobados métodos de escribir

peticiones y quejas, obtener atención para sus reivindicaciones,negociar y sobornar. No se opusieron a la decisión alemana deconcentrar a los judíos en ghettos. Que los judíos estuvieranaislados por una valla del resto de la población parecía unabuena protección contra el acoso y los pogroms . También parecíaun buen medio para incrementar la autonomía administrativa ypreservar la forma de vida judía en un entorno hostil yamenazador. En otras palabras, parecía que el confinamiento enlos ghettos era útil, en aquellas circunstancias, para los intereses

 judíos y que aceptar ese confinamiento era una actitud racionalque debían asumir todos los que tenían en su corazón losintereses judíos.

 Al mismo tiempo, sin embargo, aceptar el recinto del ghettosignificaba caer en el juego nazi. A largo plazo, los ghettos iban arevelar su función como instrumentos de concentración, necesariopaso previo del camino a la deportación y a la destrucción.Mientras tanto, los ghettos significaban que un funcionarioalemán podía supervisar a decenas de miles de judíos, con laayuda de los propios judíos, que proporcionaban el trabajo

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manual y administrativo, la infraestructura comunal de la vidacotidiana y los organismos responsables del mantenimiento de laley y el orden. En este sentido, el autogobierno significabaobjetivamente cooperación. Y el elemento de cooperación en la

actividad de los Judenräte estaba destinado a aumentar con eltiempo a costa de todas las otras funciones. Las decisionesracionales tomadas ayer en nombre de la defensa de los intereses

 judíos modificaban el contexto de la acción de tal manera que latoma de decisiones racionales se ha convertido en algo muchomás difícil en el día de hoy, y las elecciones racionales mañanaserán francamente imposibles.

El importante estudio de Isaiah Trunk sobre los Judenräte nodeja ninguna duda sobre la lucha frenética y desesperada de losConsejos Judíos para encontrar soluciones racionales aproblemas cada vez más graves e increíbles. No tuvieron la culpade que, ante la fuerza superior de los alemanes y la totaleliminación de las inhibiciones morales lograda por lamaquinaria burocrática de la guerra contra los judíos, no hubieraninguna solución dentro de la gama de sus posibilidades que nofuera útil para los objetivos alemanes. La maquinaria burocráticaalemana estaba al servicio de un objetivo incomprensible en su

irracionalidad. El objetivo era el aniquilamiento de los judíos. Detodos y cada uno de ellos, viejos y jóvenes, inválidos y sanos,supusieran una carga o un potencial haber económicos. Por lotanto, no había ninguna manera de que los judíos secongraciaran con la burocracia alemana de la destrucción, sehicieran útiles o deseables o, al menos, tolerables. En otraspalabras, la guerra estaba perdida para los judíos antes inclusode que empezara. Y, sin embargo, en cada una de las etapas deesa guerra, había que tomar decisiones, dar pasos y lograr

objetivos de forma racional. Todos los días había una ocasión, unaexigencia de conducta racional. Como el objetivo final de laoperación del Holocausto desafiaba a todo cálculo racional, suéxito se podía ir construyendo con las actuaciones racionales desus futuras víctimas. Mucho antes de que se pensara en elHolocausto, K., el ingenioso y desventurado superviviente de Elcastillo de Kafka, pasó por la misma experiencia. Fracasó en susolitaria lucha contra «el Castillo», no porque actuarairracionalmente, sino porque, por el contrario, utilizó la razón en

sus relaciones con un poder que, como supuso erróneamente,

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respondería racionalmente a proposiciones racionales pero que,en realidad, no lo hacía.

Uno de los episodios más desgarradores de la breve y sangrientahistoria de los ghettos fue el rescate por medio de campañas de

trabajo, emprendidas por iniciativa de los Consejos Judíos dealgunos de los ghettos más grandes de Europa oriental. Elantisemitismo anterior a la guerra en Europa oriental acusaba alos judíos de ser parásitos económicos. Como todos erancomerciantes e intermediarios, eran unos improductivos de losque librarse y le iría mejor al resto de la población sin supresencia. Cuando los invasores alemanes especificaron en suprograma declarado que se podía prescindir de ellos, tuvo mássentido que nunca intentar que revocaran su intenciónproporcionándoles pruebas tangibles de la utilidad de los judíos.Las circunstancias parecían singularmente propicias para estaestrategia, ya que los alemanes, con los recursos limitados almáximo por la guerra, con toda seguridad darían la bienvenida acualquier ventaja económica o fuerza productiva sobre la quepudieran poner las manos. Resulta difícil acusar a ChaimRumkowski, el Präses del ghetto de Lódz y el más piadoso apóstolde la fe industrial, de dar una respuesta irracional a la amenaza

alemana. Con toda seguridad, subestimó la asesinairracionalidad de los alemanes y sobreestimó su racionalidadcomercial (o, de forma más general, su conocimiento de losvalores y principios que aparentemente guían el mundoorganizado desde la eficiencia). Sin embargo, es difícil entenderqué otra cosa podría haber hecho incluso en el caso de habersabido que estaba cometiendo un error. Tenía que comportarsecomo si sus adversarios actuaran racionalmente. No tenía formade decidir el curso de su propia acción sin dar eso por supuesto.

En el país de los ciegos, el tuerto era rey. En el mundo racionalde la burocracia moderna, el aventurero irracional es el dictador.

 Y por eso, en cierto modo, Rumkowski se comportó de acuerdocon la única manera de racionalidad que le quedaba, aunquefuera engañosa y traicionera. «En innumerables ocasiones, entodas sus declaraciones públicas, tanto antes como durante los‘reasentamientos’, repetía  incansablemente que la existenciafísica del ghetto dependía únicamente de un trabajo que lesresultara útil a los alemanes y que ninguna circunstancia, nisiquiera las más trágicas, se podían utilizar como justificación

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para interrumpirlo» [19]. Rumkowsi en Lódz, Ephraim Barash enBialystok, Gens en Vilna y otros muchos hablaron con frecuenciay convicción sobre el impacto del trabajo diligente sobre lapredisposición de sus amos alemanes. Parece que pensaban que,

una vez puesta de manifiesto la productividad y rentabilidad deltrabajo judío, a las deportaciones y asesinatos al azar lassustituirían comisiones y subsidios alemanes. O, al menos, esodecían o se empeñaban en creer. Mientras tanto, su contribuciónal esfuerzo bélico alemán no fue mezquina. Trabajaron pararetrasar la derrota final de la misma fuerza siniestra que había

 jurado destruirlos . Antes de que la carretera tortuosa llegara a Auschwitz, hubo muchos puentes sobre el río Kwai construidospor habilidosas y entusiastas manos judías.

De hecho, los funcionarios de la burocracia alemana menoscomprometidos ideológicamente estaban impresionados. Porrazones puramente pragmáticas, sin duda. No se les pasó por lacabeza que los judíos pudieran ser unos humanos con un sitioduradero en el esquema de las cosas, pero sí aceptaban queexplotar el celo industrial de los judíos tenía más sentido,económico y militar, que acabar con una fuerza de trabajo tandisciplinada y leal. Existen pruebas de que algunos mandos

militares del Este ansiaban retrasar el asesinato cuandodescubrieron que la mayor parte de los artesanos del lugar, conhabilidades indispensables para mantener en marcha la máquinamilitar, eran judíos. Sus débiles esfuerzos por defender el trabajoesclavo de los judíos contra las ametralladoras de losEinsatzgruppen fueron pronto revocados, en cuanto sedescubrieron, por las autoridades supremas que sabían que lasconsideraciones racionales eran sólo admisibles si y sólo siacercaban el objetivo irracional. La resolución del ministro de

Territorios Ocupados Orientales no dejaba espacio paraargumentaciones: «Por principio, no se tomará en consideraciónningún factor económico en la solución de la cuestión judía. Si seplantea algún problema en el futuro, hay que solicitar elasesoramiento del Alto Mando de las SS y de la Policía» [20]. Engeneral, el trabajo «útil» iniciado por el Consejo Judío parece queno sirvió para rescatar a nadie (aunque prolongó la vida dealgunos). Los pródigos elogios de Rumkowski o Barash a loshabilidosos y entusiastas, y por lo tanto «insustituibles»,

trabajadores judíos no pudieron cambiar el hecho sombrío de queesos trabajadores eran judíos. Incluso cuando los trabajadores

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En muchas ciudades pequeñas de los territorios occidentales dela URSS, a las que el ejército invasor alemán convirtió en seguidaen un infierno, fueron innecesarias las estratagemascomplicadas. Como Hitler había instruido a sus tropas, la guerra

contra la Unión Soviética era diferente de las otras guerras, todoestaba permitido y no había ninguna regla. La Wehrmacht, y enespecial los Einsatzgruppen , actuaron como si la única normafuera mata mientras puedas . Los judíos se refugiaron en losbosques y barrancos cercanos y allí los derribó el fuego de lasametralladoras. No faltaron los ayudantes ucranianosentusiastas, y los aguerridos soldados de la «guerra diferente delas otras guerras» tampoco hicieron ningún remilgo. Sólo enalgunos pocos lugares, en los que la población judía era muy

numerosa o muy acusada la necesidad de artesanos judíos, semolestaron en establecer Consejos y formar una policía judía,cosa que en los territorios polacos previamente capturados habíasido la norma. Se establecieran donde se establecieran losghettos, se solicitaba la cooperación judía para su propiadestrucción y, por lo general, se conseguía.

En una fase relativamente temprana, los Consejos sabían (opodían saberlo, a menos que intentaran no enterarse) cuál era el

auténtico propósito de las «selecciones» que les mandaban hacer.Muy pocos miembros de los Consejos se negaron abiertamente acooperar. Algunos se suicidaron y otros se unieronvoluntariamente a los transportes que conducían a los campos dela muerte, con frecuencia tras engañar a los alemanes quetodavía necesitaban a los consejeros judíos con vida. La mayorparte, sin embargo, estuvieron de acuerdo con las sucesivas«últimas acciones». No anduvieron escasos de explicacionesracionales y convincentes para su conducta. Como la tradición

 judía prohibía negociar para que unos sobrevivieran a costa deotros [22], las explicaciones sólo se podían sacar del folklore de laera moderna y racional e ir envueltas en el vocabulario de lanueva tecnología. Lo que resultó de gran utilidad fue el juego delos números: es preferible la vida de un gran número de personasque la de menos, matar a menos es menos odioso que matar amás. El estribillo más frecuente de las apologías que seconservan de los dirigentes de los Judenräte era sacrificar aalgunos con el fin de salvar a muchos . Por medio de un giro

imprevisto de la mente, una condena a muerte se transformabaen la noble y moralmente encomiable defensa de la vida. «No

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los miembros del Consejo Judío de Bereza Kartuska se suicidaronen la reunión del 1 de septiembre de 1942.

Por lo que se refiere a los otros, lo suficientemente cobardes ovalientes para vivir, necesitan imperiosamente una respuesta,

una excusa, una justificación o un argumento racional. En lamayor parte de los casos, se decantaron por lo último. Después decada una de las «acciones» sucesivas, los del estilo de Gens yRumkowski sentían la necesidad de convocar reuniones generalesde los prisioneros que quedaban en el ghetto para explicarles porqué habían decidido «hacerlo nosotros mismos» (en el caso deGens, «hacerlo» había significado enviar a 400 ancianos y niñosde Oszmiana al lugar de la ejecución y hacer que los mataranpolicías judíos). El público perplejo presenció el desplieguematemático de una mente racional. «Si hubiéramos dejado que lohicieran los alemanes, habrían muerto muchos más». O máspersonalizado todavía: «Si yo me hubiera negado a estar almando, los alemanes habrían puesto en mi lugar a un hombremucho más siniestro y cruel y las consecuencias seríaninimaginables». El «beneficio» calculado racionalmente seconvirtió en una obligación moral. «Sí, es mi obligaciónensuciarme las manos» decidió Gens, que se había nombrado a sí

mismo Dios de los judíos de Vilna , el asesino que murióconvencido de que había sido el Salvador.

Se obró de acuerdo con la estrategia de «salva lo que puedas»hasta que el último judío quedó enterrado en una fosa ucranianao se elevó en forma de humo por una de las chimeneas deTreblinka. Lo hicieron personas armadas con la lógica y educadasen el arte del pensamiento racional. La estrategia en sí mismafue un triunfo y el espaldarazo final de la racionalidad. Siemprehabía algo o a alguien a quien salvar y, en consecuencia, siempre

había ocasiones para ser racional. Los lógicos y racionalesconsejeros judíos se convencieron a sí mismos de que tenían quehacer el trabajo de los asesinos. Su lógica y su racionalidad eranparte del plan de los asesinos. Se utilizó cada vez que lasescuadras de la muerte eran demasiado poco numerosas o noestaban disponibles de inmediato las armas para el asesinato. Lalógica y la racionalidad siempre estaban disponibles y tambiénuna buena cantidad de cooperación eficiente, esperando y listapara llenar el hueco. Era como si hubiera que expresar de otro

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modo la antigua sabiduría. Parecía como si cuando Dios queríadestruir a alguien no le volviera loco, le volvería racional.

Como bien sabemos hoy, la estrategia de «salva lo que puedas»,tan racional como pudo ser, no fue de ninguna ayuda para las

víctimas. Pero es que, en primer lugar, no era una estrategia delas víctimas. Era un añadido, una extensión de la estrategia dedestrucción calculada y administrada por fuerzas con tendencia ala aniquilación. Los que se adhirieron a la estrategia de «salva loque puedas» ya habían sido marcados anteriormente comovíctimas. Los que les habían marcado crearon una situación en lacual había que salvar las cosas para sobrevivir y, por lo tanto, yafuncionaba el cálculo de «evitar pérdidas», «costos desupervivencia» y «mal menor». En esa situación, la racionalidadde las víctimas se había convertido en el arma de sus asesinos.Pero entonces, la racionalidad de los dominados es siempre elarma de los dominadores .

Hoy sabemos que, a pesar de todas estas verdades teóricas, losopresores encontraron, de forma sorprendente, muy pocasdificultades para solicitar la complicidad racionalmente motivadade sus víctimas.

La racionalidad de la propia conservación

El éxito de los opresores dependía de que, persuadiendo a lasvíctimas de que existía la posibilidad de sobrevivir, se pudieraconseguir el objetivo original, esto es, permitir a las personas (porlo menos a algunas y durante algún tiempo) que actuaranracionalmente en un marco deliberadamente irracional. Esto, a

su vez, dependía de que se eliminaran los enclaves de normalidaddel contexto total. Y de que se pudiera dividir el proceso, quefinalmente llevaría a la perdición, en fases tales que, cuando secontemplaran por separado, permitieran una elección guiada porlos criterios racionales de la supervivencia. Todos los actosindividuales, que al final se combinaban para producir laEndlösung , eran racionales desde el punto de vista de losadministradores del Holocausto. La mayor parte, también lo erandesde el punto de vista de las víctimas.

Para conseguirlo, había que crear la apariencia de que la mayorparte de las veces la supervivencia selectiva era posible y, por lo

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tanto, la conducta dictada por el interés en la propia conservaciónera racional y sensata. Sin embargo, una vez que se había elegidola propia conservación como criterio de actuación supremo, suprecio iría subiendo lenta pero inexorablemente hasta que se

devaluaran todas las otras consideraciones, se rompieran todaslas inhibiciones religiosas y morales y se rechazaran ydesestimaran todos los escrúpulos. La tormentosa confesión delconocido Resvö Kasztner aseguraba: «En un principio, se lepedían [al Consejo Judío] cosas relativamente poco importantes,cosas reemplazables de valor material, tales como pertenenciaspersonales, dinero y apartamentos. Después, sin embargo, seexigió la libertad personal de los seres humanos. Finalmente, losnazis pidieron vidas» [24]. La indiferencia moral inherente a los

principios de racionalidad se aprovechó hasta el extremo y seexplotó absolutamente. El potencial, siempre presente en actoreseducados para buscar un beneficio racional pero en estado latentedebido a que no había sido expuesto a una prueba extrema,adquirió aquí toda su relevancia. En un instante, la racionalidadde la propia conservación se reveló como el enemigo del debermoral.

Según el testimonio de un testigo, el día de Pascua de 1942, el

 Amtskomissar de Sokoly ordenó al Judenrat de la localidad queenviara a todos los hombres sanos de la ciudad. Cuando, en lafecha señalada, el Präses informó de que sus esfuerzos habíanfracasado,

el  Amtskomissar se volvió loco y le golpeó en la cabeza y en la cara. Abrió de un golpe su reloj de bolsillo y gritó: «Im Verlaufe einer halbenStunde sollen alle hier versammelt sein! Sonst wird der Judenrät balderschossen!» . Esto produjo una nueva conmoción en el Judenrat . Derepente, todos habían cambiado. Los doce consejeros, junto con susayudantes y asistentes corrieron por las calles del shtetl y fueron de

casa en casa sacando a todo el mundo, mayores y pequeños. Nadiedetener. Colocaron a todo el mundo en filas. Si algún «enfermo fingido»no se presentaba, decían que Asmodeo ejecutaría a todo el Judenrat .En quince minutos, la calle estuvo atestada de gente y Judenrat se losllevó en doble fila. [25]

Escenas como ésta se repitieron con pavorosa regularidad portodas las amplias extensiones de la Europa dominada por losnazis. Los consejeros y los policías judíos se enfrentaban a unaelección muy sencilla: o morían o permitían que murieran otros.

Muchos de ellos eligieron retrasar su propia muerte y la de sus

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familiares y amigos. El interés propio hizo que fuera más fácilasumir el papel de Dios.

Es imposible decir cuántos de los que eligieron «ensuciarse lasmanos» abrigaban la esperanza de sobrevivir. La elección de vida

o muerte pone al instinto de conservación contra las cuerdas. Esinjusto y erróneo juzgar el comportamiento humano encondiciones en que es preciso hacer esta elección comparándolocon las normas que rigen las decisiones mucho menos dramáticasy de menos consecuencias, como aquéllas a las que nosenfrentamos en la vida cotidiana, cuando los conflictos entre elpropio interés y la responsabilidad sobre otras personas son confrecuencia difíciles pero no suelen ser extremos ni exigendecisiones irreversibles. Además, nos enfrentamos a la mayorparte de los conflictos corrientes de forma individual, en unentorno en el que la mayoría de las otras personas no tienen quehacer elecciones de una intensidad moral comparable y, por lotanto, la visibilidad de las normas morales sigue siendo grande.Ese entorno lo habían arrasado en los ghettos en el curso de ladestrucción por etapas. Lo que quedara de la autoridad de lasobligaciones morales sobre el propio interés racional estaba«progresivamente destruido» en el tránsito por los sucesivos

círculos del infierno. La forma de actuar normal de cualquierburocracia, es decir, hacer que la obediencia fuera más fácil deconseguir por medio de la devaluación o la desactivación de todaslas presiones que se opusieran, incluyendo las morales, aquí sellevó al extremo y reveló todo su potencial. La cooperación de lasvíctimas con los designios de sus perseguidores fue facilitada porla corrupción moral de las víctimas. Al enfrentarlas conelecciones en las cuales «los más adecuados», los quesobrevivirían, sólo podían pasar la prueba con las manos sucias,

los diseñadores se aseguraron de que con el paso del tiempo lapoblación del ghetto se iría convirtiendo en un grupo de cómplicesde asesinato y que iría creciendo su insensibilidad moral, endetrimento de todos los frenos que normalmente sujetan lapresión del instinto de conservación.

Marek Edelman, uno de los dirigentes y de los pocos luchadoressupervivientes del ghetto de Varsovia sublevado, dejó constanciainmediatamente después del final de la guerra de sus recuerdosde la «sociedad del ghetto»:

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La completa separación, el embargo de la prensa del exterior y elcompleto corte de toda comunicación con el resto del mundo teníatambién un propósito y un efecto sobre la población judía. Todo lo quesucedía al otro lado de los muros se iba haciendo cada vez másdistante, borroso y ajeno. Lo que contaba, por el contrario, era lo que

sucedía hoy, en la vecindad más inmediata. Esos eran los asuntos másimportantes sobre los que se centraba la atención del hombre medio delghetto. El único asunto importante era seguir con vida. Todo el mundointerpretaba a su manera lo que significaba esta «vida», dependiendode las condiciones y recursos de que se dispusiera. Podía ser cómodapara las personas que eran ricas antes de la guerra, ostentosa oexuberante para los degenerados colaboradores de la Gestapo o loscontrabandistas desmoralizados, pero en cualquier caso la vidasignificaba hambre y carestía para la incontable masa de trabajadoresy parados que sobrevivían gracias a la sopa aguada del comedor de

caridad y a la ración de pan. A esa «vida» se aferraban todos, cada unoa su manera. La gente con dinero ve el objetivo de la vida en lascomodidades y placeres cotidianos, que buscan en los cafés, clubsnocturnos y salas de baile siempre abarrotados. La gente que no tienenada busca la escurridiza «felicidad» oculta en una patata mohosaencontrada en un cubo de la basura o en un trozo de pan dejado en lamano mendiga por un transeúnte. Lo que querrían sería olvidar elhambre, aunque fuera por un efímero momento […] Pero el hambrecrece día a día, se derrama de los pisos atestados de gente y cae en lascalles, da escozor en los ojos ante la visión de cuerposmonstruosamente hinchados, de miembros ulcerados y llagadostapados con harapos inmundos, cubiertos de herirás y llagas que sonun recuerdo del frío y de la desnutrición. El hambre habla por la bocade los niños mendigos y de los adultos indigentes… La pobreza es tanabrumadora que la gente muere de hambre en las calles. Todos losdías, entre las 4 y las 5 de la madrugada, se recogen en las callesdocenas de cadáveres tapados con periódicos que se mantenían en susitio con piedras. Algunos se desploman en las calles y otros mueren enlas casas, pero los familiares los desnudan (para aprovechar la ropa) ylos arrojan a la calzada para que el Consejo Judío pague el funeral.Uno tras otro, los carros tirados por caballos pasan por las calles

atestados de cadáveres desnudos […] Al mismo  tiempo, se hadesencadenado el tifus en el ghetto […] Cada una de las salas de loshospitales alberga a 150 infectados. En una cama puede haber dos oincluso tres personas, pero hay más en el suelo. La gente esperaimpaciente que otros mueran, hay necesidad de espacio para otros […]Quinientos cadáveres van a cada sepultura y, sin embargo, hay cientosque yacen sin enterrar y el cementerio despide un olor enfermizo ynauseabundo […] En estas  trágicas condiciones de vida de los judíos,los alemanes intentaron inyectar una apariencia de orden y autoridad.Desde el primer día, el poder lo ejercía oficialmente el Consejo Judío.

Para mantener el orden, se había creado una policía judía uniformada[…] El objetivo de estas instituciones era conferirle a la vida del ghetto

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una apariencia de normalidad pero, de hecho, se convirtieron enfuentes de corrupción y desmoralización. [26]

En el ghetto, la distancia entre las clases era la distancia entre lavida y la muerte. El simple hecho de permanecer con vida

significaba cerrar los ojos ante la agonía y miseria de otraspersonas. Los pobres morían primero, y en tropel.

También lo hacían los que no tenían recursos o eran ingenuos,honrados, sumisos o no se abrían paso a empujones. Desde elprimer día, con un gentío apretujado en un espacio adecuadopara acomodar a un tercio de su número, con raciones de comidacalculadas para producir la decadencia corporal y la decrepitudespiritual, con fuentes de ingresos prácticamente inexistentes,escasez de medicinas y epidemias, la vida en el ghetto había idoperdiendo progresivamente su valor, y el premio más codiciado, elúnico que contaba, era la propia supervivencia. Pocas veces hasido tan alto el precio de la compasión. Pocas veces la simplepreocupación por la propia supervivencia ha estado tan cerca dela corrupción moral.

Las diferencias de clase, atroces y terroríficas cuando lo queestaba en juego era el pan o un refugio, adquirieron una cualidadasesina cuando comenzó la lucha por el aplazamiento de la

sentencia. Para «as fechas, los pobres estaban demasiadodebilitados y deteriorados como para resistir o defender su vidade alguna manera. «Durante las operaciones de limpieza delghetto, muchas familias judías fueron incapaces de luchar, desuplicar, de escaparse, y también incapaces de trasladarse alpunto de concentración para terminar de una vez. Esperaban alos grupos de ataque en sus casas, congelados e indefensos» [27].Los ricos y los que no estaban tan necesitados intentaban elevarla puja en un intento, casi siempre vano, de conseguir los pocos

pases de salida que los nazis, como norma, arrojaban a lasmuchedumbres aterrorizadas. Pocos recordaban que el éxito deuna víctima implicaba la perdición de otra. Se ofrecían y seaceptaban fortunas por las mágicas chapas que exoneraban alque la llevaba de la «acción» inmediata. Febrilmente, se buscabay sobornaba a los protectores con influencia. Wladyslaw Szengel,el inolvidable bardo del ghetto de Varsovia, nos ha dejado unaatormentada descripción de la «acción» que tuvo lugar el 19 deenero de 1943:

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Teléfonos en estado de sitio. ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! Movilizando alos dignatarios de la Gestapo . Llamando a la estación de ferrocarril:¿traen los trenes? ¿Está el sr. Szmerling por ahí? […] Señor, se han llevado a mi… ¡Señor  Skosowski! ¡Socorro! ¡Cualquier cantidad!¡100.000! ¡Lo que haga falta! ¡Le daré medio millón por veinte

personas! ¡Por diez personas! ¡Por una sólo!¡Los judíos tienen dinero! ¡Los judíos pueden mover resortes! ¡Los judíos no tienen fuerza! (…) Sabemos cómo han hecho sus monstruosasfortunas y cómo ahora se arrastran por el suelo buscando agua, que lesofrecen sus millones a los ucranianos, que parten llevándose con ellosenormes sumas de dinero con las que podrían mantener con vidadurante meses a los cientos de personas que están en las estaciones.(…) 

El rebaño adornado con sus chapas numeradas pasa en desbandada.

Unas pocas criaturas, sin número, permanecen de pie, indefensas,entre las ruinas… 

El tesoro del Reich aumenta. Los judíos se están muriendo. [28]

Cuanto más se incrementaba el precio de la vida, más serebajaba el precio de la traición. Una fuerza irresistible paravivir hacía que se dejaran a un lado los escrúpulos morales y, conellos, la dignidad humana. En medio de la pelea universal porsobrevivir, el valor de la propia conservación se entronizaba comola incontestable legitimación de la elección. Todo lo que era útil

para la propia conservación estaba bien. Con el fin último enlitigio, parecía que todos los medios estaban justificados. Escierto que los nazis le pidieron a los  Ältestenräte que prestaranservicios incomparablemente más detestables que los que habíanexigido al principio. Pero las apuestas del juego también habíancambiado, y tanto el precio como el premio a la obediencia habíansubido. Y así, cada cierto tiempo, se seguían ofreciendo losservicios. En el regateo por otro día de vida, un trabajo en elConsejo Judío o en la policía judía contaba más que el dinero o losdiamantes.

No es que se desdeñara el dinero ni los diamantes. Numerososrelatos que cuentan los supervivientes narran la historiatenebrosa y desalentadora de los sobornos y el chantaje, de laextorsión y el fraude, que se habían convertido en una marcadistintiva de muchos Judenräte o, por lo menos, de muchosindividuos que participaban de su terrible poder para separar lavida de la muerte. Se pedían y se pagaban enormes sumas de

dinero y reliquias de familia por muchos de los servicios de losconsejeros, fueran éstos un privilegio oficial o una tarjeta de

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identidad falsa. Especialmente codiciada era una habitación enedificios especiales que se reservaba para los miembros de losConsejos y la policía y sus familiares más próximos. Se suponíaque esos edificios eran inmunes a la atención de las SS y

quedaban exentos de las sucesivas  Aktionen . A medida que seiban elevando las apuestas y la desesperación se iba haciendomás profunda, cualquier migaja de privilegio podía alcanzar unprecio exorbitante que sólo se podían permitir pagar los más ricosde entre los miembros que iban quedando de la comunidadcondenada a muerte.

Este comportamiento de los Judenräte reflejaba la corrupcióngeneral de la población convertida en víctima. La opresión queelevaba la racionalidad de la propia conservación y devaluabasistemáticamente las consideraciones morales consiguiódeshumanizar a sus víctimas. Actuaba como una profecía que porsu propia naturaleza contribuye a cumplirse. Primero seproclamaba que los judíos eran inmorales y sin escrúpulos,egoístas y codiciosos detractores de los valores, que utilizaban suaparente culto al humanismo como una tapadera para el propiointerés. Entonces se les colocaba a la fuerza en una situacióninhumana en la que la definición promovida por la propaganda se

haría realidad. Los cámaras del ministerio de Goebbels pasaronmuchos días grabando a los mendigos muertos de hambre que sesituaban delante de los restaurantes de lujo.

La corrupción tenía su lógica. Procedía por etapas y cada pasohacía que fuera más sencillo dar el siguiente. Empezó así:

El vicepresidente del Consejo de Siedlce inmediatamente elevó su nivelde vida […]  El hecho de que, de repente, grandes sumas de dinerollegasen a sus manos, lo mismo que otras oportunidades, simplementehizo que le diera vueltas la cabeza. Creyó que tenía poderes ilimitados

y se aprovechó de su situación sacando beneficios de la miseria general.Se quedó con la parte del león de enormes sumas de dinero y de joyasque le confiaron para que las guardara para un momento de urgencia,cuando fuera necesario pagar a los alemanes. Vivía con muchacomodidad.

Siguió así:[El presidente del Consejo de Zawiercie], durante el «reasentamiento»de agosto de 1943, cuando recibió noticias de que todos los judíos,excepto un reducido número de trabajadores cualificados, seríandeportados a Auschwitz (y ya se sabía lo que eso significaba), reunió a

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La coincidencia de las dos racionalidades, la del actor y la de laacción, no depende del actor. Depende del escenario de la acciónque, a su vez, depende de apuestas y recursos que el actor nocontrola. Las apuestas y los recursos los manipulan los que

controlan realmente la situación: los que pueden hacer que unasopciones sean demasiado costosas para que los dominados laspuedan seleccionar con frecuencia, al tiempo que proporcionanuna selección frecuente y masiva de opciones que les sirve paraacercarse a su objetivo y reforzar su control. Esta capacidad nocambia, sean los objetivos de los dirigentes beneficiosas operjudiciales para los intereses de los dominados. En situacionesde poder acusadamente asimétricas, la racionalidad de losdominados, cuando menos, tiene sus pros y sus contras . Puede

funcionar a su favor. Pero también los puede destruir.Considerada como una operación compleja e intencionada, elHolocausto puede servir de paradigma de la racionalidadburocrática moderna. Casi todo se hizo para conseguir losmáximos resultados con los mínimos costos y esfuerzos. Se hizocasi todo (dentro del reino de lo posible) para utilizar lascapacidades y los recursos de los que participaban, incluyendo alos que se convertirían en víctimas de la exitosa operación. Se

neutralizaron o se sofocaron casi todas las presiones irrelevanteso contrarias al objetivo de la operación. De hecho, la historia de laorganización del Holocausto se podría encontrar en un libro detexto de gerencia científica. Si no fuera por la condena moral ypolítica de su objetivo, impuesta al mundo por la derrota de losque lo perpetraron, se encontraría en un libro de texto. Nofaltarían distinguidos eruditos compitiendo por investigar ygeneralizar esta experiencia en beneficio de una organizaciónavanzada de los asuntos humanos.

Desde el punto de vista de las víctimas, el Holocausto contienelecciones diferentes. Una de las más importantes es ladesapacible insuficiencia de la racionalidad como única medidade la competencia organizativa. Esta lección todavía la tienenque absorber íntegramente los científicos sociales. Mientrastanto, podemos seguir investigando y generalizando el tremendoavance que se ha producido en la efectividad de la acciónhumana, conseguido gracias a la eliminación de los criterioscualitativos, normas morales incluidas, y pensar en rarasocasiones en las consecuencias.

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Escrito originalmente para el Festschrift enhonor del profesor Bronislau Baczko.

6. La ética de la obediencia lectura de Milgram)

Sin haberse recuperado por completo de la demoledora verdad delHolocausto, Dwight Macdonald advertía en 1945 que ahoradebemos temer más a la persona que obedece la ley que a quienla viola.

El Holocausto había empequeñecido todas las imágenesheredadas y recordadas del mal. Con ello, invirtió todas las

explicaciones anteriores de las acciones del mal. Repentinamente,se supo que el mal más terrible del que tenía noticia la memoriahumana no fue la consecuencia de la disipación del orden, sino deuna regla del orden impecable, sin defecto e incontrolable. No fuela obra de una muchedumbre incontrolable y desmandada, sinode hombres de uniforme, obedientes y disciplinados, que seajustaban a las normas y eran meticulosos por lo que se refiere alfondo y a la forma de sus instrucciones. Pronto se supo que esoshombres, en cuanto se quitaban el uniforme, no eran malos en

absoluto. Se comportaban como casi todos nosotros. Teníanesposas a las que amaban, niños a los que mimaban y amigos alos que ayudaban y consolaban si estaban afligidos. Parecíaincreíble que, en cuanto se ponían el uniforme, esas personasfueran capaces de disparar o gasear o presidir una ejecución opasar por el gas a miles de personas, muchas de las cuales eranmujeres, que serían las amadas esposas de otros, y bebés, queserían los niños mimados de otros. Esto también era aterrador.¿Cómo es posible que gente normal, como tú y yo, haga cosas así?

Con toda seguridad, de alguna manera, aunque sea pequeña,incluso diminuta, tienen que haber sido especiales, diferentes,distintos a nosotros. Con toda seguridad se habían escapado delennoblecedor y humanizador impacto de nuestra sociedadiluminada y civilizada. O, si no, lo más seguro es que fuerancorruptos o estuvieran sometidos a alguna combinación viciosa odesdichada de factores educacionales que tuvo como consecuenciauna personalidad enfermiza o defectuosa. Demostrar que estassuposiciones eran erróneas habría ofendido porque supondría no

sólo destrozar la ilusión de la seguridad personal que promete lavida en una sociedad civilizada. También habría ofendido por una

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razón mucho más significativa: porque habría desenmascarado laperpetua cuestionabilidad de toda autoimagen moralmentevirtuosa y de toda conciencia clara. Desde entonces, lasconciencias podían estar limpias sólo hasta nuevo aviso.

La noticia más aterradora que produjo el Holocausto, y lo quesabemos de los que lo llevaron a cabo, no fue la probabilidad deque nos pudieran hacer «esto», sino la idea de que tambiénnosotros podíamos hacerlo . Stanley Milgram, psicólogoestadounidense de la Universidad de Yale, soportó el peso de suterror cuando temerariamente emprendió una prueba empíricade suposiciones basadas en la urgencia emocional y determinó noceñirse a la evidencia. Más temerariamente todavía, publicó losresultados en 1974: sí, pudimos hacerlo y lo podríamos volver ahacer si las condiciones fueran las adecuadas.

No fue fácil convivir con semejantes descubrimientos. Notenemos que preguntarnos por qué la opinión de los eruditos secebó sobre la investigación de Milgram con toda su fuerza. Lastécnicas de Milgram se examinaron con microscopio, sedesmontaron, se proclamó que eran defectuosas y escandalosas yse condenaron. A cualquier precio y utilizando todos los métodos,respetables y menos respetables, el mundo académico intentó

desacreditar y repudiar los descubrimientos que prometían terrorallí donde debía haber complacencia y paz espiritual. Hay pocosepisodios de la historia científica que revelen más abiertamentela realidad de la búsqueda del conocimiento supuestamente almargen de los valores y los motivos desinteresados de lacuriosidad científica. Milgram dijo lo siguiente como respuesta asus críticos: «Estoy convencido de que gran parte de las críticas,lo sepa la gente o no, procede de los resultados del experimento.Si todo el mundo se hubiera quedado callado con una conmoción

ligera o moderada (esto es, antes de seguir las órdenes de lapersona que dirigía el experimento y empezar a descubrir quesignificaban provocar dolor y sufrimiento a las víctimasputativas), esto habría sido un descubrimiento muytranquilizador y, ¿quién habría protestado?» [1]. Milgram teníarazón, por supuesto. Y la sigue teniendo. Han pasado varios añosdesde su experimento y, sin embargo, sus descubrimientos, quetendrían que haber provocado una profunda revisión de nuestrasopiniones sobre los mecanismos del comportamiento humano, seseguían citando en muchos cursos de sociología como una

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curiosidad divertida, aunque no muy significativa, y que noafectaba al cuerpo principal del razonamiento sociológico. Si no sepueden rebatir los descubrimientos, siempre cabe marginarlos.

 A los antiguos hábitos del pensamiento les cuesta mucho

desaparecer. Poco después de la guerra, un grupo de eruditosencabezado por Adorno publicó La personalidad autoritaria , librodestinado a convertirse, para los años venideros, en un modelo deinvestigación y teorización. Lo que es especialmente importantedel libro no son sus proposiciones concretas (prácticamente todasse cuestionaron y condenaron posteriormente) sino la localizacióndel problema y la estrategia de investigación que derivó de ella.La investigación subsiguiente de Adorno y de sus compañeros,inmune a la comprobación empírica aunque cómodamente deacuerdo con los deseos subconscientes del público erudito,demostró que tenía mucha más capacidad de adaptación. Comosugiere el título del libro, los autores buscaban la explicación deldominio nazi y las posteriores atrocidades en la presencia de untipo especial de individuo, en personalidades con tendencia aobedecer al más fuerte y en la arbitrariedad sin escrúpulos y confrecuencia cruel hacia los más débiles. El triunfo de los nazisdebió ser el resultado de una acumulación poco corriente de esas

personalidades. Los autores no lo explican, ni desean explicar porqué ocurrió. Se abstienen cuidadosamente de investigar todos losfactores extraindividuales o supraindividuales que puedenproducir personalidades autoritarias. Tampoco les interesa laposibilidad de que esos factores puedan inducir u ncomportamiento autoritario en personas que, de otra manera, nohabrían tenido una  personalidad autoritaria. Para Adorno y suscolegas, el nazismo fue cruel porque los nazis eran crueles. Y losnazis eran crueles porque las personas crueles tienden a ser

nazis. Como uno de los miembros del grupo reconoció añosdespués: «La personalidad autoritaria hacía hincapié únicamenteen determinantes de la personalidad del fascismo yetnocentrismo potenciales y descartaba las influencias socialescontemporáneas» [2]. La manera en que Adorno y su equipoexpresaron el problema fue importante no tanto por la forma enque se distribuyó la culpa sino a causa de la sencillez con que seabsolvió al resto de la humanidad. La visión de Adorno dividía almundo en protonazis natos y víctimas. El conocimiento oscuro y

tenebroso de que muchas personas se pueden volver crueles si seles da una oportunidad quedó suprimido. También se excluyó la

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descubrimientos de Milgram también dan la vuelta a esa imagendel mundo, mucho más antigua, según la cual la humanidad seencontraba totalmente del lado del orden racional mientras quela inhumanidad se limitaba a ocasionales interrupciones. En

resumidas cuentas, Milgram sugirió y demostró que lainhumanidad tiene que ver con las relaciones sociales. Comoestas últimas están racionalizadas y técnicamente

 perfeccionadas, también lo está la capacidad y eficiencia de la producción social de inhumanidad .

Puede parecer trivial, pero no lo es. Antes de los experimentos deMilgram, pocas personas, profesionales y profanos, anticipaban loque Milgram estaba a punto de descubrir. Prácticamente todoslos varones de clase media corriente y todos los miembrosrespetados y competentes de la profesión psicológica teníanconfianza en que el cien por cien de los sujetos se negarían acooperar a medida que la crueldad de las acciones que lesordenaban llevar a cabo iba aumentando y que en algún puntorelativamente bajo se interrumpiría el trabajo. De hecho, laproporción de personas que retiraron su consentimiento bajó enlas circunstancias adecuadas hasta una cifra tan reducida comoel 30 por 100. La intensidad de las fingidas descargas eléctricas

que estaban preparados a aplicar era tres veces más alta de laque los expertos eruditos, de acuerdo con los profanos, erancapaces de imaginar.

La inhumanidad como función de la distancia social

 Acaso lo más sorprendente de los descubrimientos de Milgramsea la relación inversa entre la buena disposición hacia la

crueldad y la proximidad de la víctima . Es difícil hacer daño auna persona a la que podemos tocar. Algo más sencillo es infligirdolor a una persona a la que sólo vemos en la distancia. Todavíaes más fácil en el caso de una persona a la que sólo podemos oír.Es muy fácil ser cruel con una persona a la que no podemos niver ni oír.

Si hacer daño a una persona implica contacto corporal directo, alque lo hace se le niega el alivio de no percibir el vínculo causal

entre su acción y el sufrimiento de la víctima. Este vínculo causales evidente, lo mismo que su responsabilidad por el dolor.

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físicas. Como todo lo que explica realmente la conducta humana,son sociales.

Situar a la víctima en otra habitación no sólo la aleja del sujeto, sinoque acerca relativamente al sujeto y al experimentador. Existe unaincipiente función de grupo entre el experimentador y el sujeto de laque se excluye a la víctima. En la condición remota, la víctima esrealmente un extraño que está solo, física y psicológicamente. [5]

La soledad de la víctima no es simplemente asunto de suseparación física. Es una función de la unión de sus verdugos y desu exclusión de esta unión. La proximidad física y la cooperación

continua (incluso en periodos de tiempo relativamente cortos, yaque no se experimentó con ningún sujeto más allá de una hora)tienden a producir una sensación de grupo, con todas lasobligaciones mutuas y la solidaridad que suele traer consigo.Esta sensación de grupo la produce la acción conjunta,especialmente la complementariedad de las accionesindividuales, cuando el resultado se consigue evidentemente porel esfuerzo compartido. En los experimentos de Milgram, laacción unía al sujeto con el experimentador y, al mismo tiempo,

los separaba a ambos de la víctima. En ninguna ocasión se le dioa la víctima el papel de actor, agente o sujeto. Por el contrario,era el blanco permanente. De manera inequívoca, era convertidaen objeto y, por lo que se refiere a los objetos de la acción, noimporta mucho que sean humanos o inanimados. Enconsecuencia, la soledad de la víctima y la unión de sus verdugosse condicionaban y validaban mutuamente.

El efecto de la distancia física y puramente psíquica, por lo tanto,lo incrementa la naturaleza colectiva de la acción lesiva . Sepuede adivinar que, incluso en el caso de que queden fuera de lacuenta ganancias evidentes en la economía y en la eficiencia de laacción producidas por la administración y organizaciónracionales, el hecho de que el opresor sea miembro del grupofacilita enormemente la perpetración de actos violentos.

Es posible que una parte considerable de la eficiencia insensible yburocráticamente cruel se pueda atribuir a otros factores que nosean el diseño racional de la cadena de trabajo o de la cadena de

mando. Por ejemplo, a la utilización experta, y no necesariamentedeliberada o planificada, de la tendencia natural a formar grupos

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para actuar en conjunto. Esta tendencia siempre ha ido asociadacon el trazado de límites y con la exclusión de los extraños. Pormedio de su autoridad para reclutar a nuevos miembros y paradesignar a los objetos, la organización burocrática es capaz de

controlar el resultado de esta tendencia y garantizar que conducea un abismo cada vez más profundo e insalvable entre los actores(es decir, los miembros de la organización), por un lado, y losobjetos de la acción, por otro. Esto facilita mucho latransformación de los actores en perseguidores y de los objetos envíctimas.

La complicidad después de los propios actos

Todos los que alguna vez hayan pisado inadvertidamente unaciénaga saben bien que salir de ella resulta difícil sobre todoporque los esfuerzos para escapar hacen que uno se hunda másprofundamente en el fango. Se puede incluso definir el pantanocomo una especie de sistema ingenioso construido de tal formaque a pesar de que los objetos sumergidos en él se puedan mover,los movimientos aumentan su «poder de succión».

Parece que las acciones secuenciales poseen la misma cualidad.El grado hasta el cual el actor se encuentra obligado a perpetuarsu acción tiende a aumentar en cada etapa. Los primeros pasosson fáciles y exigen pocos tormentos morales, suponiendo quehaya alguno. Los pasos siguientes son cada vez mássobrecogedores. Finalmente, es insoportable avanzar. Sinembargo, para ese momento, también ha aumentado el precio deabandonar. Es decir, el impulso de pararse repentinamente esdébil cuando los obstáculos a salvar son débiles o inexistentes.

Cuando el impulso se hace más intenso, los obstáculos que seencuentran en cada etapa se van haciendo más fuertes, losuficiente como para que haya equilibrio. Cuando el actor seencuentra abrumado por el deseo de retroceder, por lo general esdemasiado tarde para que pueda hacerlo. Milgram incluyó laacción secuencial entre los principales «factores vinculantes» (esdecir, factores que bloquean al sujeto en esa situación). Estentador atribuir la fuerza de este factor vinculante en concretoal impacto determinante de las acciones pasadas del sujeto .

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Sabini y Silver nos ofrecen una descripción brillante yconvincente de este mecanismo:

Los sujetos entran en el experimento admitiendo algunos compromisospara cooperar con el experimentador. Después de todo, ellos han estado

de acuerdo en participar, aceptado el dinero y probablemente hastacierto punto aprueben las intenciones de que avance la ciencia. (A lossujetos de Milgram se les dijo que iban a participar en un estudiodestinado a descubrir formas de aprender más eficientes). Cuando elque está aprendiendo comete el primer error, se dice a los sujetos quele apliquen una descarga eléctrica. El nivel es de 15 voltios. Unadescarga de 15 voltios es totalmente inocua e imperceptible. No existeningún problema moral aquí. Evidentemente, la segunda descarga esmás fuerte, pero sólo ligeramente. De hecho, cada descarga es sóloligeramente más fuerte que la anterior. La cualidad de la acción del

sujeto cambia y de algo totalmente inofensivo pasa a ser desmedida,pero poco a poco. ¿Dónde se debe detener exactamente el sujeto? ¿Enqué punto se encuentra la división entre estos dos tipos de acción? Esfácil ver que tiene que haber una línea. Lo que ya no es tan fácil es verdónde tiene que estar.

El factor más importante, sin embargo, parece ser el siguiente:

Si el sujeto decide que no es permisible aplicar la siguiente descarga,entonces, como ésta es (en todos los casos) sólo ligeramente más

intensa que la anterior, ¿cuál es su justificación por haber aplicado laúltima? Negar la corrección del paso que está a punto de dar implicaque el paso anterior tampoco era correcto y esto debilita la posiciónmoral del sujeto. El sujeto se va quedando atrapado por su compromisogradual con el experimento. [6]

En el curso de la acción secuencial, el actor se convierte enesclavo de sus acciones anteriores. Parece que esta restricción esmucho más fuerte que otros factores vinculantes. Puede durar

más tiempo que los factores que al principio de la secuenciaparecían más importantes y desempeñaban una funciónauténticamente decisiva. En especial, la resistencia a volver aevaluar (y condenar) la propia conducta anterior será un estímulomuy fuerte, cada vez más fuerte, para seguir avanzandopenosamente mucho después de que el compromiso original con«la causa» casi haya desaparecido. El paso suave e imperceptiblede una etapa a otra hace que el actor acabe en una trampa. Latrampa es la imposibilidad de abandonar sin revisar y rechazarla evaluación de los propios actos como correctos o, por lo menos,

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inocentes. La trampa es, en otras palabras, una paradoja: uno nose puede limpiar si no se ha ensuciado antes . Para esconder lasuciedad hay que permanecer perpetuamente en el fango.

Esta paradoja puede ser un factor impulsor del conocido

fenómeno de la solidaridad entre cómplices. Nada vincula a laspersonas con más fuerza que la responsabilidad compartida porun acto que admiten es criminal. Lógicamente, se puede explicareste tipo de solidaridad por el deseo natural de escapar delcastigo. Los análisis de los teóricos del juego del famoso «dilemadel prisionero» también nos enseñan que (siempre y cuando nadieconfunda las apuestas) la decisión más racional que puedentomar los miembros del equipo es dar por supuesto que el restoseguirá siendo solidario. Sin embargo, nos podemos preguntarhasta qué punto la solidaridad de los cómplices la produce y larefuerza el hecho de que es probable que sólo conspiren paradesactivar la paradoja aquellos miembros del equipo queoriginalmente se comprometieron en la acción secuencial y, porconsenso, otorgar alguna credibilidad a la creencia en lalegitimidad de la acción anterior, a pesar de la crecienteevidencia de lo contrario. En consecuencia, sugiero que otro de los«factores vinculantes» que Milgram denominó obligaciones

situacionales es en gran medida una derivación del primero, la paradoja de la acción secuencial .

La tecnología moralizada

Una de las características más singulares del sistema burocráticode autoridad es, sin embargo, la escasa probabilidad de que sedescubra la singularidad moral de la propia acción y que, una vez

descubierta, se transforme en un doloroso dilema moral. En unaburocracia, las preocupaciones morales del funcionario no seatreven a centrarse en la situación de los objetos de la acción. Setrasladan a la fuerza en otra dirección: el trabajo que hay quehacer y la perfección con que se realiza. Por lo que se refiere a losobjetivos de la acción, no importa mucho ni cómo les va ni cómose sienten. Sí es importante, sin embargo, la rapidez y laeficiencia con que el actor hace lo que sus superiores le han dichoque haga. Y, sobre esto último, sus superiores son la autoridadmás competente y natural. Esta circunstancia fortalece aún más

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el dominio de los superiores sobre los subordinados. Además dedar órdenes y castigar la insubordinación, también emiten juiciosmorales, el único juicio moral que cuenta para la autoestima delindividuo.

Los comentaristas han subrayado repetidamente que losresultados de los experimentos de Milgram podían estar influidospor la convicción de que la acción la exigía el interés de la ciencia ,una autoridad sin duda alta, raramente atacada y por lo generalmoralmente cualificada. Lo que no se señala, sin embargo, es quemás que a cualquier otra autoridad, la opinión pública le permitea la ciencia que practique el éticamente odioso principio de que elfin justifica los medios. La ciencia es el ejemplo absoluto de ladisociación entre el fin y los medios que es el ideal de laorganización racional de la conducta humana. Son los fines losque son objeto de la evaluación moral, no los medios. Ante lasexpresiones de angustia moral, los experimentadores siemprecontestaban con una fórmula rutinaria, insípida y suave: «Noproducirá daños permanentes a los tejidos». A la mayor parte delos participantes les encantaba aceptar este consuelo y preferíano pensar en las posibilidades que esta fórmula dejaba a un lado(las más notables, la virtud moral del daño temporal a los tejidos

o simplemente la agonía del dolor). Lo que les importaba era lanoticia tranquilizadora de que alguien «de arriba» habíameditado sobre lo que es y no es éticamente aceptable.

Dentro del sistema burocrático de autoridad, el lenguaje de lamoralidad adquiere un nuevo vocabulario. Está plagado deconceptos como lealtad, deber y disciplina, todos ellos señalandoa los superiores como objeto supremo de preocupación moral y, almismo tiempo, la más elevada autoridad moral. De hecho, todoconverge: lealtad implica realizar las propias tareas tal y como

las define el código de disciplina. Como convergen y se refuerzanmutuamente, crece su poder como preceptos morales hasta elpunto en que pueden inutilizar y dejar de lado todas las otrasconsideraciones morales, en especial las cuestiones éticas ajenasa las preocupaciones por la reproducción del sistema deautoridad. Se apropian y utilizan en interés de la burocracia ymonopolizan todos los habituales medios sociopsíquicos de laautoregulación. Como dice Milgram, «la persona subordinadasiente orgullo o vergüenza, dependiendo de lo bien que hayarealizado las acciones exigidas por la autoridad […] El superego 

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pasa de una evaluación de la bondad o la maldad de los actos auna valoración de lo bien o mal que uno funciona dentro delsistema de autoridad» [7].

Lo que se sigue es que, al contrario de la interpretación

generalmente sostenida, un sistema de autoridad burocrático nomilita en contra de las normas morales como tales y tampoco lasdeshecha como esencialmente irracionales, como presionesafectivas que contradicen la fría racionalidad de una acciónauténticamente eficiente. Por el contrario, las utiliza o, más bien,las reutiliza. La doble hazaña de la burocracia es la moralizaciónde la tecnología unida a la negación del significado moral de lascuestiones no tecnológicas . Es la tecnología de la acción, no susustancia, lo que es el sujeto de la valoración como bueno o malo,apropiado o inapropiado, correcto o incorrecto. La conciencia delactor le dice que actúe bien y le incita a medir su diligencia por laprecisión con que obedece las normas organizativas y sudedicación a las tareas tal y como las definen sus superiores. Loque mantuvo a raya a la otra conciencia, «pasada de moda», delos sujetos de los experimentos de Milgram y detuvo conefectividad sus impulsos de terminar con su participación fue laconciencia sustituta, formada por los experimentadores

basándose en los «intereses de la investigación» o en las«necesidades del experimento» y en las advertencias sobre losperjuicios que causaría su interrupción. En el caso de losexperimentos de Milgram, la conciencia sustituta se habíaformado precipitadamente (ningún individuo participó en elexperimento durante más de una hora) y, sin embargo, demostróque era asombrosamente efectiva.

Existen pocas dudas de que la sustitución de la moralidad de lasustancia por la moralidad de la tecnología la facilitó mucho el

cambio entre la proximidad del sujeto a los objetivos de la accióny su proximidad a la fuente de autoridad de la acción. Conasombrosa coherencia, los experimentos de Milgram demostraronla dependencia positiva entre la efectividad de la sustitución y lalejanía (más técnica que física) del sujeto de los efectos finales desus acciones. Un experimento, por ejemplo, demostraba quecuando al sujeto no se le ordenaba oprimir el botón que aplicabauna descarga a la víctima sino, simplemente, realizar un actoprevio […] antes de que otro sujeto produjera la descarga […] 37 adultos de 40 […] seguía hasta el nivel más alto de descarga (uno

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marcado en la mesa de control como «muy peligroso-XX»). Laconclusión de Milgram es que resulta fácil cerrar los ojos ante laresponsabilidad cuando uno es un eslabón intermedio en unacadena de malas acciones pero se encuentra alejado de las

consecuencias finales de la acción [8]. A un eslabón intermedio dela cadena de malas acciones, su intervención le parecerá que escomo algo técnico. El efecto inmediato de su acción es otra tareatécnica, hacer algo al aparato eléctrico o a la hoja de papel que seencuentra en el escritorio. El vínculo causal entre su acción y elsufrimiento de la víctima es confuso y se puede pasar por alto conun esfuerzo relativamente pequeño. De este modo, el «deber» y la«disciplina» no se tienen que enfrentar con un competidor serio.

La responsabilidad flotante

El sistema de autoridad en los experimentos de Milgram erasimple y de pocos niveles. La fuente de autoridad del sujeto, elexperimentador, era el director supremo del sistema, aunque elsujeto no lo sabía. Desde su punto de vista, el experimentadoractuaba de intermediario, su poder se lo confería otra autoridad

más elevada, general e impersonal, la «ciencia» o la«investigación». La simplicidad de la situación experimentalrepercutía en la claridad de los descubrimientos. Traslucía que elexperimentador le había conferido al sujeto autoridad sobre susactos, y la autoridad, de hecho, residía en las órdenes delexperimentador, la autoridad final, la que no requeríaautorización o sanción de otras personas situadas en un lugarmás elevado de la jerarquía del poder. El centro, por lo tanto, erala disposición del sujeto a renunciar a su propia responsabilidad

por lo que había hecho y, en especial, por lo que estaba a punto dehacer. Para esta disposición, era decisivo el acto de conceder alexperimentador el derecho a exigir cosas que el sujeto no haríapor propia iniciativa, incluso cosas que no haría nunca. Acasoesta concesión tenía sus raíces en la suposición de que, poralguna lógica oscura, desconocida e insondable para el sujeto, lascosas que el experimentador le pedía que hiciera eran correctasaunque le parecieran mal al no iniciado. Acaso no se le concedíani un pensamiento a esa lógica, ya que la voluntad de la persona

autorizada no necesitaba de ninguna legitimación a los ojos delsujeto. El derecho a mandar y el deber de obedecer eran

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suficientes. Lo que sabemos con seguridad, gracias a Milgram, esque los sujetos de sus experimentos seguían cometiendo actos quereconocían que eran crueles únicamente porque se lo ordenabauna autoridad que ellos aceptaban y que tenía la responsabilidad

final de sus acciones. «Estos estudios confirman un hechoesencial: el factor decisivo es la respuesta a la autoridad y no larespuesta a una orden concreta de administrar una descargaeléctrica. Las órdenes que tienen su origen fuera de la autoridadpierden toda su fuerza […] Lo que cuenta no es lo que hagan lossujetos sino por quién lo hacen»[9]. Los experimentos de Milgramrevelaron el mecanismo de la responsabilidad trasladada en suforma más pura, prístina y elemental.

Una vez que la responsabilidad se ha trasladado delconsentimiento del actor al derecho del superior a mandar, elactor se encuentra en un estado de intermediario [10], unasituación en la que él pone en práctica los deseos de otra persona.El estado de intermediario es lo opuesto al estado de autonomía.(Como tal, es prácticamente sinónimo de heteronomía , aunquecomunica además la implicación de la propia definición del actory sitúa las fuentes externas del comportamiento del actor, lasfuerzas detrás de su dirección por parte de otro , precisamente en

un punto específico de la jerarquía institucional). En el estado deintermediario, el actor se encuentra totalmente en armonía con lasituación tal y como la define y controla la autoridad superior.Esta definición de la situación incluye la descripción del actorcomo agente de la autoridad.

El traslado de la responsabilidad es, sin embargo, de hecho unacto elemental, una unidad o ladrillo de un proceso muycomplejo. Es un fenómeno que se produce en el estrecho espacioque existe entre un miembro del sistema de autoridad y otro, un

actor y su inmediato superior. A causa de la simplicidad de suestructura, los experimentos de Milgram no buscan lasconsecuencias posteriores de esta responsabilidad trasladada. Enespecial, como se ha centrado intencionadamente el microscopioen las células básicas de organismos complejos, no se puedenpostular cuestiones «orgánicas», tales como de qué manera serála responsabilidad burocrática una vez que la responsabilidadtrasladada se produzca continuamente y a todos los niveles de su

 jerarquía.

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Podemos suponer que el efecto global de este traslado continuo yubicuo de la responsabilidad sería una responsabilidad, flotante ,una situación en la que todos y cada uno de los miembros de laorganización están convencidos, y así lo dirían si se les

preguntara, de que habían estado sometidos a la voluntad deotro, pero los miembros señalados como portadores de laautoridad echarían el muerto a otro a su vez. Podemos decir quela organización en su conjunto es un instrumento para eliminartoda responsabilidad . Se enmascaran los vínculos causales de lasacciones coordinadas y el simple hecho de que se enmascaren esuno de los factores más importantes de su efectividad. Laperpetuación colectiva de acciones crueles la facilita el hecho deque la responsabilidad es esencialmente «algo suelto», mientras

que todos los que participan en estos actos están convencidos deque reside en la «autoridad competente». Esto significa queesquivar la responsabilidad no es simplemente una estratagemaa posteriori utilizada como excusa conveniente por si acasosurgen acusaciones sobre la inmoralidad o, peor todavía, la faltade legitimidad de una acción. La responsabilidad sin compromiso,sin ataduras, es la condición primera de los actos inmorales oilegítimos que tienen lugar con la participación obediente oincluso voluntaria de personas normalmente incapaces de romper

las reglas de la moralidad convencional. La responsabilidad sincompromiso significa, en la práctica, que la autoridad moral,como tal, ha quedado incapacitada sin que se haya producidoabiertamente un enfrentamiento o un rechazo.

El pluralismo del poder y el poder de la conciencia

Como en todos los experimentos, los estudios de Milgram sellevaron a cabo en un entorno artificial diseñado a propósito. Sediferenciaba del contexto de la vida cotidiana en dos aspectosimportantes. En primer lugar, el vínculo de los sujetos con la«organización» (el equipo de investigación y la universidad a laque pertenecía) era fugaz y a propósito para el caso, y se sabíapor adelantado que sería así. En segundo, en la mayor parte delos experimentos se enfrentaba al sujeto a un superior solamente,un superior que actuaba como un auténtico epítome de la

coherencia y la firmeza de forma que los sujetos percibían lospoderes que autorizaban su conducta como monolíticos y

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condiciones artificiales que Milgram controlaba cuidadosamentehabía una fuente de autoridad y sólo una y ningún otro marco dereferencia de la misma categoría (o incluso, simplemente, otraopinión autónoma) con la cual el sujeto pudiera cotejar la orden

con el fin de probar su validez con algo así como una pruebaobjetiva. Milgram sabía que existía la posibilidad de que hubierauna distorsión en el carácter artificialmente monolítico que debetener la autoridad. Para descubrir el grado de distorsión, añadióal proyecto varios experimentos en los que se enfrentaba a lossujetos a más de un experimentador y dio instrucciones a losexperimentadores para que se mostraran abiertamente endesacuerdo y discutieran la orden. El resultado fueauténticamente pasmoso: la obediencia servil observada en los

otros experimentos desapareció sin dejar rastro. Los sujetos ya noestaban dispuestos a participar en acciones que les disgustaban.

 Y ciertamente no iban a producir sufrimientos ni siquiera a lasvíctimas desconocidas. De los veinte sujetos de este experimentoadicional, uno abandonó antes de que comenzara el desacuerdorepresentado por los dos experimentadores, dieciocho se negarona cooperar ante la primera señal de desacuerdo y el últimodecidió no participar una etapa después. «Está claro que eldesacuerdo entre las autoridades paralizó la acción

completamente» [11].El significado de la rectificación es evidente: la disponibilidad

 para actuar en contra del propio parecer y desoyendo la voz de laconciencia no sólo es función de una orden autoritaria, sino quees el resultado del contacto con una fuente de autoridadinequívoca, monopolista y firme . Lo más probable es que estadisponibilidad aparezca en el seno de una organización que nopermita ninguna oposición y no tolere ninguna autonomía y en la

que no exista ninguna excepción en la jerarquía lineal desubordinación, es decir, una organización en la que no haya dosmiembros que tengan el mismo poder (la mayor parte de losejércitos, instituciones penitenciarias, partidos y movimientostotalitarios, ciertas sectas y escuelas se acercan a este tipo ideal).Esta organización, sin embargo, es probable que sea efectiva enuna de las dos situaciones. Puede aislar a sus miembros del restode la sociedad después de haber concedido, o usurpado, un controlestricto sobre todas o casi todas las necesidades y actividades

cotidianas de sus miembros (y así aproximarse al modelo deGoffman de las instituciones totales ) de forma que queden

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eliminadas todas las posibles influencias de otras fuentes deautoridad que le hagan la competencia. O puede ser simplementeuna de las ramas de un Estado totalitario o cuasi totalitario quetransforme a todos sus organismos en reflejos unos de otros.

Como dice Milgram, sólo cuando se tiene […] una autoridad que[…] funciona  en un campo libre, sin otras presionescompensatorias que las protestas de las víctimas, se obtiene larespuesta más pura ante la autoridad. En la vida real, porsupuesto, se combina una gran cantidad de presionescompensatorias que se anulan unas a otras [12]. Lo que Milgrampuede querer indicar con «vida cotidiana» es la vida en unasociedad democrática y fuera de una institución total. Laconclusión más importante de todo el grupo de experimentos deMilgram es que el pluralismo es la mejor medicina preventiva

 para evitar que personas moralmente normales participen enacciones moralmente anormales . Los nazis tuvieron que destruirprimero todos los vestigios del pluralismo político para poner enmarcha proyectos como el Holocausto, en el que había quecalcular entre los recursos necesarios (y disponibles) la esperadadisponibilidad de personas corrientes para participar en accionesinhumanas. En la URSS, comenzó la destrucción sistemática de

los enemigos del sistema, reales y putativos, en serio sólo despuésde que se extirparan los residuos de la autonomía social y, enconsecuencia, del pluralismo político que reflejaban. A menos quese haya eliminado el pluralismo a escala de toda la sociedad, lasorganizaciones con objetivos criminales, que necesitan asegurarseuna obediencia absoluta por parte de sus miembros para quecometan actos evidentemente inmorales, se enfrentan con latarea de erigir sólidas barreras artificiales para aislar a susmiembros de la influencia «debilitadora» de la diversidad de

normas y opiniones. La voz de la conciencia individual se oyemejor en el tumulto de la discordia política y social .

La naturaleza social del mal

Se puede considerar que la mayor parte de las conclusiones quese siguen de los experimentos de Milgram son simplementevariaciones sobre un tema central: la crueldad se relaciona conciertas normas de interacción social mucho más íntimamente que

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con los rasgos de personalidad o con otras característicasindividuales de los perpetradores. La crueldad es social en suorigen, mucho más que caracteriológica. Es cierto que algunosindividuos tienden a ser crueles si se encuentran en un contexto

que elimina las presiones sociales y legitima la inhumanidad.Si quedara alguna duda sobre esto después de Milgram, lo másprobable es que se desvaneciera una vez se examinaran losresultados de otro experimento, el de Philip Zimbardo [13]. Eneste experimento se eliminó incluso el factor potencialmenteperturbador de la autoridad de una institución universalmentevenerada (la ciencia), encarnada en la persona delexperimentador. En el experimento de Zimbardo no habíaninguna autoridad externa para asumir la responsabilidad de lossujetos. La única autoridad que en último extremo funcionaba enel contexto experimental de Zimbardo la generaban los propiossujetos. Lo único que hizo Zimbardo fue definir el procesoseparando a los sujetos en posiciones dentro de una pauta deinteracción codificada.

En el experimento de Zimbardo (estaba planificado para quedurara una quincena, pero se detuvo después de una semana pormiedo de que produjera un daño irreparable en el cuerpo y la

mente de los sujetos) se dividió a los voluntarios al azar enprisioneros y guardias de la prisión. Se dieron a los dos bandoslos distintivos que simbolizaban su situación. Los prisioneros, porejemplo, llevaban gorras muy ceñidas que simulaban cabezasafeitadas y unas togas que les daban un aspecto ridículo. Losguardias llevaban uniformes y gafas oscuras que les ocultabanlos ojos e impedían que se los vieran los prisioneros. Se prohibió alos dos bandos que se dirigieran al otro utilizando el nombre. Lanorma era la impersonalidad más estricta. Había una larga lista

de pequeñas reglas invariablemente humillantes para losprisioneros y que los despojaban de su dignidad humana. Ésteera el punto de partida. Lo que sucedió sobrepasó con mucho laingenuidad de los creadores. No había límites para las iniciativasde los guardias, varones elegidos al azar, de unos veinte años, yse había investigado cuidadosamente que no mostraran ningúnsigno de anormalidad. Se puso en movimiento una «cadenacismogenética», como la de la hipótesis de Gregory Bateson. Lasuperioridad de los guardias repercutía en la sumisión de losprisioneros que, a su vez, tentaba a los guardias a demostrar más

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su poder, lo que provocaba más humillación por parte de losprisioneros… Los guardias  forzaron a los prisioneros a cantarcanciones obscenas, a defecar en cubos que no les habíanpermitido vaciar previamente y a limpiar los retretes sin

guantes. Cuantas más cosas hacían, más convencidos parecían deque la naturaleza de los prisioneros no era humana y menoslimitados se encontraban para inventar y aplicar medidas de ungrado de inhumanidad cada vez más espantoso.

La repentina metamorfosis de jóvenes americanos decentes ysimpáticos en monstruos del tipo de los que se supone que seencuentran en lugares como Treblinka o Auschwitz esaterradora. Pero también desconcertante. Hizo que algunosobservadores supusieran que en mucha gente, si no en todo elmundo, hay un hombrecillo de las SS dispuesto a salir (AmitaiEtzioni sugirió que Milgram había descubierto al «Eichmannlatente oculto en el hombre corriente» [14]). John Steiner acuñóel concepto de durmiente para designar la capacidad de crueldadnormalmente aletargada pero que a veces se despierta.

El efecto durmiente se refiere a esa característica latente de lapersonalidad de los individuos con tendencia a la violencia, tales comoautócratas, tiranos y terroristas, cuando se establecen las adecuadasrelaciones. Entonces, el durmiente se levanta de la fase normativa desus pautas de comportamiento y se activan las característicasaletargadas de las personas propensas a la violencia. En cierto modo,todas las personas son durmientes, ya que todas tienen un potencialviolento que se puede activar en condiciones específicas [15].

 Y, sin embargo, clara e indudablemente, la orgía de violencia quecogió por sorpresa a Zimbardo y sus colegas tenía su origen enuna disposición social viciosa y no en la perversidad de losparticipantes. Si se hubiera asignado a los sujetos delexperimento el papel contrario, el resultado habría sido el mismo.Lo que importaba era la existencia de una polaridad y no quiénestaba en cada uno de los bandos. Lo que importaba era que aalgunas personas se les había concedido un poder total, exclusivo

 y sin freno sobre otras . Si hay un durmiente en cada uno denosotros, puede seguir dormido siempre, si no se produce unasituación semejante. Y nunca tendremos noticias de suexistencia.

Por lo que parece, el punto más triste es la facilidad con la que la

mayor parte de las personas se adapta al papel que exigecrueldad o, por lo menos, ceguera moral, aunque no lo haya

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que las existentes teorías sociológicas en torno a los fenómenosmorales demuestran, después de un examen minucioso, no estarcapacitadas para dar una explicación satisfactoria de laexperiencia del Holocausto. El objetivo de este capítulo es

explicar, de forma sencilla, ciertas enseñanzas y conclusionesfundamentales de esa experiencia que una adecuada teoríasociológica de la moralidad, libre de las actuales carencias,debería de tener en cuenta. Una perspectiva más ambiciosa,hacia la que este capítulo solamente dará los primeros pasos, esla construcción de una teoría de la moralidad capaz de darcompleta cuenta del nuevo conocimiento generado por el estudiodel Holocausto. Cualquier progreso que podamos lograr en esadirección será un resumen adecuado de las distintas cuestiones

analizadas en este libro.En el orden de cosas que analiza el discurso sociológico, laposición de la moralidad es ambigua y difícil. Se ha hecho muypoco para mejorarla, ya que se considera que tiene pocainfluencia en el progreso del discurso sociológico, de modo que lascuestiones en torno al comportamiento moral y a la elecciónmoral quedan relegadas a una posición marginal y, enconsecuencia, reciben una atención igualmente marginal. La

mayor parte de los discursos sociológicos no hace referencia a lamoralidad. En esto, la sociología sigue la pauta de la ciencia engeneral, que en sus inicios consiguió emanciparse delpensamiento religioso y mágico elaborando un lenguaje con elque hacer descripciones completas sin recurrir a nociones talescomo «finalidad» o «voluntad». De hecho, la ciencia es un juego de

 palabras con una regla que prohíbe el uso de vocabularioteleológico . No utilizar términos teleológicos no es condiciónsuficiente para que una frase pertenezca a la narración científica,

pero sí es una condición necesaria.Mientras la sociología se esforzó en regirse por las normas deldiscurso científico, la moralidad y los fenómenos conexos noacabaron de encajar en el universo social generado, teorizado einvestigado por los discursos sociológicos dominantes. Lossociólogos, por lo tanto, concentraron su atención en la tarea deencubrir la distinción cualitativa de los fenómenos morales o deincluirlos dentro de una clase de fenómenos que se pueda narrarsin recurrir al lenguaje teleológico. Ambas tareas, y los esfuerzosque suponían, conducían a negar la independencia de las normas

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morales. En el supuesto de que sí se reconociera a la moralidadcomo un factor autónomo en la realidad social, se le asignaba, noobstante, una posición secundaria y derivada que en principiodebía permitir explicarla haciendo referencia a fenómenos no

morales, es decir, a fenómenos que se pueden tratar clara ytotalmente de forma no teleológica. De hecho, la idea misma delplanteamiento específicamente sociológico del estudio de lamoralidad se ha convertido en sinónimo de la estrategia, por asídecir, de la reducción sociológica , la estrategia que se basa en lasuposición de que la totalidad de los fenómenos morales puedenexplicarse de forma exhaustiva remitiéndose a las institucionesno morales que les confieren su fuerza vinculante.

La sociedad como fábrica de moralidad

La explicación de la causalidad social de las normas morales(esto es, concebir la moralidad como, en principio, deducible delas condiciones sociales y resultante de los procesos sociales) esuna estrategia que se remonta por lo menos hasta Montesquieu.

 Algunos de sus planteamientos como, por ejemplo, el de que la

poliginia se debe o bien a un exceso de mujeres o bien al rápidoenvejecimiento de las mujeres en ciertas condiciones climáticas,se mencionan ahora en los libros de historia principalmente parademostrar, por contraste, el progreso experimentado por laciencia social desde sus comienzos. Pero, sin embargo, el modeloexplicativo que recoge la hipótesis de Montesquieu no seríapuesto en tela de juicio durante un largo periodo de tiempo.Forma, de hecho, parte del rara vez cuestionado sentido comúnde la ciencia social, según el cual la persistencia de una norma

moral da fe de la presencia de una necesidad colectiva que con elestablecimiento de la norma queda atendida. Por lo tanto,cualquier estudio científico sobre la moralidad debe intentardescubrir estas necesidades y reconstruir los mecanismos socialesque (por medio de la imposición de normas) aseguren susatisfacción. Si se acepta esta suposición teórica y la consiguienteestrategia interpretativa, lo que sigue es un razonamientobásicamente circular que Kluckhohn expresó muy bien cuandoinsistía en que la norma o la costumbre moral no existirían si no

fueran funcionales (esto es, útiles para satisfacer necesidades opara reprimir tendencias de comportamiento que, si no, serían

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destructivas, como, por ejemplo, la reducción de la angustia y lacanalización de la agresividad innata que consiguen los brujosnavajos); o cuando colegía que con la desaparición de unanecesidad desaparecía también la norma a la que esa necesidad

había dado pie. Cualquier insuficiencia de la norma moral en elcumplimiento de la tarea asignada (esto es, su incapacidad parahacer frente adecuadamente a la necesidad original) deberíatener resultados semejantes. Malinowski ha codificado muyexplícitamente este método del estudio científico de la moralidadsubrayando la esencial instrumentalidad de la moralidad, susubordinación a las «necesidades humanas esenciales», talescomo el alimento, la seguridad o la protección contra un climainclemente.

 A primera vista, Durkheim (cuyo tratamiento de los fenómenosmorales se convirtió en el canon de la sabiduría sociológica yprácticamente definió el significado del planteamiento sociológicodel estudio de la moralidad) rechazó la tentación de relacionar lasnormas con las necesidades. Después de todo, criticó severamentela idea extendida de que las normas morales obligatorias en unadeterminada sociedad debían haber obtenido su fuerzavinculante por medio del proceso de análisis y elección consciente

(no digamos racional). Durkheim, en abierta oposición con elsentido común de la etnografía del momento, insistía en que laesencia de la moralidad debía buscarse precisamente en sufuerza vinculante, y no en su correspondencia racional con lasnecesidades que los miembros de la sociedad quieren satisfacer.Una norma es una norma no porque se la haya seleccionado porsu idoneidad para cumplir la tarea de fomentar y defender losintereses de los integrantes de una sociedad, sino porque éstos(por medio del aprendizaje o de las amargas consecuencias de la

transgresión) se convencen a sí mismos de su obligatoriedad. Sinembargo, las críticas de Durkheim a las interpretacionesexistentes de los fenómenos morales no se dirigían contra elprincipio de la «explicación racional» como tal. Y todavía menossocavaban el método del reduccionismo sociológico. Desde estepunto de vista, la divergencia de Durkheim con los métodosinterpretativos sociológicos representaba poco más que una peleafamiliar. Lo que parecía ser la expresión de un disentimientoradical se quedó reducido, después de todo, a un cambio de

énfasis: de las necesidades individuales a las sociales ; o, másbien, a la única necesidad suprema a la que ahora se le asignaba

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prioridad sobre todas las otras, implicara a individuos o a grupos:la necesidad de la integración social . Un sistema moral apoya lapervivencia, y salvaguarda la identidad, de la sociedad que, pormedio de la socialización y las sanciones punitivas, le confiere su

fuerza vinculante. La continuidad de la sociedad se consigue ysustenta imponiendo restricciones sobre las predileccionesnaturales (a-sociales, presociales) de los miembros de la sociedad,es decir, forzándolos a actuar de una manera que no contravengala necesidad de mantener la unidad de la sociedad.

La revisión de Durkheim consiguió, como mucho, que elrazonamiento sociológico sobre la moralidad fuera aún máscircular. Si la única razón de ser de la moralidad es la voluntadde la sociedad, y su única función permitir a la sociedadsobrevivir, entonces la cuestión de la evaluación sustantiva de losdistintos sistemas morales queda fuera del programa sociológico.Si se reconoce que la integración social es el único marco dereferencia dentro del cual se puede llevar a cabo la evaluación, nohay manera de que podamos comparar y evaluar distintamentelos diversos sistemas morales. La necesidad a la que sirve cadasistema surge de la sociedad en la que anida, y lo que importa esque debe haber un sistema moral en toda sociedad y no así la

sustancia de las normas morales que esta o aquella sociedadaplican con el fin de mantener su unidad. En gros , diríaDurkheim, cada sociedad tiene una moralidad porque la necesita.

 Y al ser la necesidad de la sociedad la única sustancia de lamoralidad, todos los sistemas morales son iguales desde el únicoaspecto en el que se pueden medir y evaluar legítimamente(objetiva y científicamente): su utilidad para satisfacer esanecesidad.

Pero, en el planteamiento de Durkheim sobre la moralidad hay

algo más que una enérgica reafirmación de la idea de que lasnormas morales son productos sociales. Acaso su influencia másimportante sobre la ciencia social fue su concepción de lasociedad como una fuerza esencial y activamente moralizadora.

«El hombre es un ser moral solamente porque vive en sociedad».«La moralidad, en todas sus formas, nunca se encuentra exceptoen la sociedad». «El individuo se somete a la sociedad y estasumisión es la condición para su liberación. Porque la libertad del

hombre consiste en la liberación de las fuerzas físicas ciegas eirreflexivas. Lo logra poniendo en contra de ellas la enorme e

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inteligente fuerza de la sociedad bajo cuya protección se cobija. Alsituarse bajo el ala de la sociedad pasa a depender de ella hastacierto punto. Pero es una dependencia liberadora. No hayninguna contradicción en esto». Estas frases memorables de

Durkheim y otras semejantes reverberan hasta la fecha en lapráctica sociológica. Toda moralidad proviene de la sociedad. Noexiste vida moral fuera de la sociedad. Como mejor se puedeentender a la sociedad es como una planta de producción demoralidad. La sociedad fomenta los comportamientosmoralmente regulados y margina, suprime o evita lainmoralidad. La alternativa al dominio moral de la sociedad no esla autonomía humana, sino el gobierno de las pasiones animales.Como los impulsos presociales del animal humano son egoístas,

crueles y amenazadores, hay que domesticarlos y sojuzgarlos siqueremos mantener la vida social. Si se elimina la coacciónsocial, todos los seres humanos recaerían en la barbarie de la quelos ha liberado, aunque sea precariamente, la fuerza de lasociedad.

Esta confianza profundamente arraigada en que la organizaciónsocial ennoblece, eleva y humaniza no concuerda plenamente conla insistencia de Durkheim en que las acciones son malas porque

están socialmente prohibidas en lugar de que están socialmenteprohibidas porque son malas. El frío y escéptico científico que hayen Durkheim desacredita todas las pretensiones de que existaotra sustancia en el mal distinta de la que le confiere el que searechazado por una fuerza lo suficientemente poderosa paraconvertir su voluntad en una norma obligatoria. Pero el fervientepatriota y devoto creyente en la superioridad y el progreso de lavida civilizada no puede evitar tener la sensación de que lo que seha rechazado es, de hecho, el mal, y que ese rechazo debe haber

sido un acto emancipador y lleno de dignidad.Esta sensación está en armonía con la conciencia reflexiva de unaforma de vida que, habiendo conseguido y asegurado susuperioridad material, sólo puede convencerse de la superioridadde las normas por las que vive. Después de todo, no era la«sociedad como tal», una categoría teórica abstracta, sino lasociedad occidental moderna la que marcaba la pauta de lamisión moralizadora. La autoconfianza que permitió que secontemplara la aplicación de normas como un proceso dehumanización y no como la supresión de una forma de

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humanidad a manos de otra sólo pudo derivar de la prácticaproselitista y de cruzada de la sociedad «jardinera» [1],específicamente moderna y occidental. Esta misma autoconfianzapermitió que las manifestaciones de humanidad no socialmente

regladas se desecharan por considerarlas ejemplos deinhumanidad o, como mucho, sospechosas y potencialmentepeligrosas. La visión teórica, al final, legitimaba la soberanía dela sociedad sobre sus miembros y también sobre sus rivales.

Una vez que esta autoconfianza se hubo refundido en la teoríasocial, se produjeron importantes consecuencias en lainterpretación de la moralidad. Por definición, los motivos pre-sociales o asociales no podían ser morales. Del mismo modo, no sepodía articular, mucho menos tomar seriamente enconsideración, la posibilidad de que al menos ciertas pautasmorales pudieran estar enraizadas en factores existencialesajenos a las contingentes normas sociales de la cohabitación.Menos todavía se podía concebir, sin caer en la contradicción, quealgunas presiones morales ejercidas por el modo existencialhumano, por el simple hecho de «estar con otros», pudieran enciertas circunstancias quedar neutralizadas o suprimidas porfuerzas sociales opuestas. En otras palabras, que la sociedad

(además, o en contra, de su «función moralizadora») puede, almenos en algunas ocasiones, actuar como una fuerza«silenciadora de la moralidad» .

En tanto en cuanto la moralidad se entiende como un productosocial y se explica causalmente haciendo referencia a mecanismosque, cuando funcionan adecuadamente, garantizan su«suministro constante», se tiende a considerar que losacontecimientos que ofenden a los difusos, pero profundamentearraigados, sentimientos morales y se oponen a la concepción

común del bien y del mal (de la conducta adecuada o inadecuada)son el resultado de un fallo o de mala gestión de la «industriamoral». El sistema de la fábrica ha sido una de las metáforas máspoderosas a partir de la cual se ha tejido el modelo teórico de lasociedad moderna de cuya influencia la visión de la  producciónsocial de la moralidad nos ofrece un importante ejemplo. Laaparición de la conducta inmoral se interpreta como el resultadode un suministro inadecuado de normas morales o bien de unsuministro de normas erróneas (es decir, de normas coninsuficiente fuerza vinculante). Esto último, a su vez, se achaca a

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fallos técnicos o de dirección de la «fábrica social de moralidad»,en el mejor de los casos, a las «consecuencias imprevistas» deunos esfuerzos de producción torpemente coordinados o a lainterferencia de factores ajenos al sistema de producción (esto es,

un control defectuoso sobre los factores de producción). Entonces,se teoriza el comportamiento inmoral como una «desviación de lanorma» que proviene de la ausencia o debilidad de las «presionessocializadoras» y, en último término, de la imperfección o de losdefectos de los mecanismos sociales diseñados para ejercer esaspresiones [2]. Considerando el sistema social en su conjunto, estainterpretación indica que existen problemas de dirección que nose han resuelto (de los cuales, la anomia de Durkheim es unejemplo importante). En niveles inferiores, indica deficiencias en

las instituciones educativas, debilitación de la familia o laincidencia de las presiones antimorales ejercidas desde islotesantisociales aún no eliminados. Sin embargo, en todos los casos,la aparición de la conducta inmoral se entiende como unamanifestación de impulsos pre-sociales o a-sociales que hanescapado de las jaulas fabricadas por la sociedad o que aún nohan sido enjaulados. La conducta inmoral supone siempre unavuelta al estado pre-social o el no haber salido de él. Siempre estárelacionada con cierta resistencia a las presiones sociales o, al

menos, a las presiones sociales «adecuadas» (concepto que, a laluz del esquema teórico de Durkheim, sólo se puede interpretarcomo idéntico a la norma social, es decir, a los modelos

 predominantes , al término medio ). Al ser la moralidad unproducto social, la resistencia a los modelos que la sociedadpromueve como normas de comportamiento conduce a la accióninmoral.

Esta teoría de la moralidad le concede a la sociedad (a cualquier

sociedad o, en una interpretación más liberal, a cualquiercolectividad social, no necesariamente del tamaño de la «sociedadglobal» pero capaz de mantener su conciencia colectiva por mediode una red de sanciones efectivas) el derecho a imponer su propiavisión sustantiva del comportamiento moral. Y concuerda con lapráctica por la cual la autoridad social reclama el monopolio delos juicios morales. Acepta tácitamente la teórica ilegitimidad detodos los juicios que no estén basados en el ejercicio de esemonopolio. En consecuencia, a efectos prácticos, el

comportamiento moral se convierte en sinónimo de conformidad yobediencia social a las normas que observa la mayoría.

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escrupulosas certificaron que los autores del crimen eranpersonas cuerdas y moralmente «normales», se centró la atenciónen actualizar determinadas clases antiguas de fenómenosperversos y en construir nuevas categorías sociológicas en las que

se pudiera incluir el episodio del Holocausto y, de esta manera,domesticarlo y desactivarlo (por ejemplo, explicando elHolocausto en términos de prejuicios o ideología). Finalmente, laforma con mucho más popular de hacer frente a la evidencia delHolocausto ha sido no hacerle frente en absoluto. La esencia y latendencia histórica de la modernidad, la lógica del procesocivilizador, las esperanzas y obstáculos de la progresivaracionalización de la vida social se suelen estudiar como si no sehubiera producido el Holocausto, como si no fuera cierto, y menos

aún debiera considerarse en serio, que el Holocausto «da fe delavance de la civilización» [3] o que «la civilización ahora incluyecampos de la muerte y Muselmanner entre sus productosmateriales y espirituales» [4].

 Y, sin embargo, el Holocausto se resiste tercamente a estos trestratamientos. Por muchas razones, plantea un problema a lateoría social que no se puede descartar con facilidad, ya que ladecisión de descartarlo no está en manos de los teóricos sociales

o, por lo menos, no sólo en las suyas. Las respuestas políticas ylegales al crimen nazi pusieron sobre el tapete la necesidad delegitimar el veredicto de inmoralidad que se adjudicó a lasacciones de un gran número de personas que habían seguidofielmente las normas morales de su propia sociedad. Si ladistinción entre lo correcto y lo erróneo, el bien y el mal, seencontraba única y exclusivamente a disposición del grupo socialcapaz de «coordinar con preeminencia» el espacio social bajo susupervisión (como asevera la teoría sociológica dominante),

entonces no habría una base legítima para acusar de inmoralidada esas personas ya que no violaron las normas del grupo.Podríamos sospechar que si Alemania no hubiera sido derrotada,ninguno de estos problemas se habrían planteado. Pero fuederrotada y la necesidad de enfrentarse con el problema seplanteó.

No habría habido criminales de guerra y ningún derecho a juzgar, condenar y ejecutar a Eichmann a menos que hubieraexistido alguna justificación para concebir que fuera criminal elcomportamiento disciplinado, totalmente conforme a las normas

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morales que estaban en vigor en ese momento y en ese lugar. Yno habría manera de concebir que el castigo de esecomportamiento fuera otra cosa que la venganza de losvencedores sobre los vencidos (una relación que se puede invertir

sin impugnar el principio del castigo) si no hubiera bases supra-sociales o no-sociales para demostrar que las accionescondenadas chocaban contra las normas legalesretrospectivamente aplicadas y también contra principiosmorales que la sociedad puede suspender pero no rechazar deplano. En Las condiciones que resultaron del Holocausto, la

 práctica legal y, por lo tanto, también la teoría moral, se tuvieronque enfrentar con la posibilidad de que la moralidad se puedamanifestar como insubordinación contra principios defendidos

 por la sociedad y como una acción abiertamente opuesta a lasolidaridad y al consenso social . Para la teoría sociológica, lasimple idea de que existan bases presociales del comportamientomoral anuncia la necesidad de una revisión radical de lasinterpretaciones tradicionales sobre las raíces de las fuentes delas normas morales y de su fuerza vinculante. Este punto lo hatratado en profundidad Hannah Arendt:

Lo que hemos exigido en estos juicios, en los que los acusados hancometido crímenes «legales», es que los seres humanos sean capaces de

diferenciar el bien del mal incluso cuando todo lo que les puede servirde guía sea su propio criterio, que, además, está enfrentado con lo quedeben considerar como la opinión unánime de todos los que les rodean. Y esta cuestión es absolutamente seria, ya que sabemos que los pocosque fueron lo suficientemente «prepotentes» como para confiarsolamente en su propio criterio no fueron iguales en absoluto a laspersonas que siguieron obrando de acuerdo a los antiguos valores o alos que se guiaron por sus creencias religiosas. Toda una sociedadrespetable sucumbió ante Hitler, de una manera u otra, y eso implicaque prácticamente habían desaparecido las máximas morales que

determinan el comportamiento social y los mandamientos religiosos(«No matarás» ) que guían la conciencia. Los pocos que fueron capacesde distinguir el bien del mal confiaron solamente en su propio criterio ylo hicieron con toda libertad. No había normas que acatar bajo lascuales se pudieran subsumir los casos particulares con los que setenían que enfrentar. Tenían que decidir en cada caso a medida que seiba planteando, porque no existían normas para lo que no teníaprecedentes [5].

Con estas palabras conmovedoras, Hannah Arendt ha expresadola cuestión de la responsabilidad moral por resistirse a lasocialización . Se ha desechado el punto discutible de los

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fundamentos sociales de la moralidad. Sea cual sea la soluciónque se ofrezca a este tema, la autoridad y la fuerza vinculante dela distinción entre el bien y el mal no se puede legitimar haciendoreferencia a los poderes sociales que la sancionan y refuerzan.

Incluso aunque la condene el grupo (o, de hecho, todos losgrupos), la conducta individual puede seguir siendo moral. Unaacción que recomienda la sociedad (incluso aunque sea toda lasociedad) puede ser inmoral. La resistencia a las normas decomportamiento promovidas por una sociedad dada ni pueden nideben reivindicar su autoridad de un mandato normativoalternativo promovido por otra sociedad. Por ejemplo, de lastradiciones morales de un pasado que ahora rechaza y denigra elnuevo orden social. En otras palabras, la cuestión de las bases

sociales de la autoridad moral es moralmente irrelevante.Los sistemas morales aplicados socialmente se basan en lacomunidad que los promueve y, por lo tanto, en un mundopluralista y heterogéneo, irremediablemente relativo. Sinembargo, este relativismo no se puede aplicar a la «capacidadhumana para distinguir lo correcto de lo erróneo» . Esta capacidadse tiene que basar en algo que no sea la conciencia colectiva de lasociedad. Para cualquier sociedad esta capacidad viene dada, de

la misma manera que la constitución biológica humana, lasnecesidades fisiológicas y los impulsos psicológicos. Y hace conella lo que reconoce hacer con otras realidades inquebrantables:intenta suprimirla, aprovecharla hasta las últimas consecuenciaso canalizarla en una dirección que considera útil o inofensiva. El

 proceso de socialización consiste en la manipulación de lacapacidad moral, no en su producción . Y la capacidad moralmanipulada supone la presencia no sólo de ciertos principios queposteriormente se convertirán en un objeto pasivo del

procesamiento social; incluye, asimismo, la capacidad paraoponerse, escapar y sobrevivir a este procesamiento, de formaque al final la autoridad y la responsabilidad de las eleccionesmorales residan donde lo hacían en un principio: en el serhumano.

Si se acepta esta visión de la capacidad moral, los problemas dela sociología de la moralidad, aparentemente resueltos ycerrados, se abren de nuevo. Hay que reubicar la cuestión de lamoralidad. Debe pasar de la problemática de la socialización,educación o civilización (en otras palabras, del ámbito de los

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«procesos humanizadores» administrados por la sociedad) al áreade las instituciones y procesos represivos, creados para mantenerlos modelos y dirigir las tensiones, y donde la moralidad es unode los «problemas» que les compete manejar y moldear o

transformar. La capacidad moral (el objeto, que no el producto deestos procesos e instituciones) tendrá entonces que descubrir suorigen alternativo. Una vez que se rechaza la explicación de latendencia moral como un impulso, consciente o inconsciente,hacia la solución del «problema hobbesiano», los factoresresponsables de la presencia de la capacidad moral se debenbuscar en la esfera social pero no en la societal Elcomportamiento moral sólo es concebible en el contexto de lacoexistencia, en el «estar con otros», es decir, en un contexto

social. Su aparición no se debe a la presencia de organismossupra-individuales de adiestramiento y ejecución, es decir, de uncontexto societal.

Las fuentes presociales de la moralidad

El modo de existencia de lo social (a diferencia de la estructura

de lo societal) rara vez ha estado en el centro de la atenciónsociológica. Se cedió alegremente al campo de la antropologíafilosófica y se consideraba que constituía, como mucho, la lejanafrontera exterior de la zona que compete a la sociologíapropiamente dicha. No existe, por tanto, un consenso sociológicosobre el significado, el alcance de las experiencias y lasconsecuencias en el comportamiento del hecho primario de «estarcon otros». La práctica sociológica todavía tiene que estudiar dequé maneras este hecho puede llegar a ser sociológicamente

relevante.Parece que los métodos sociológicos más comunes no le concedenuna importancia o significado especial al hecho de «estar conotros» (es decir, con otros seres humanos). Los otros se difuminanen los conceptos mucho más completos del contexto de la acción,la situación del actor o, más en general, el «entorno», esos vastosterritorios en los que se encuentran las fuerzas que impulsan lasdecisiones del actor en una dirección en concreto, o limitan lalibertad de elección del actor, y que contienen los objetivos queatraen la actividad deliberada del actor y, por lo tanto,

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proporcionan motivos para la acción. A los otros no se lesreconoce la subjetividad que los podría diferenciar de los demáscomponentes del «contexto de la acción». O, mejor dicho, sereconoce su condición singular de seres humanos aunque, en la

práctica, no se suele considerar como una circunstancia que exijaal actor realizar una tarea cualitativamente distinta. A todos losefectos, la «subjetividad» de los otros se reduce a unaprevisibilidad decreciente de sus respuestas y, por lo tanto, a unalimitación sobre la pretensión del actor de tener completodominio sobre la situación y sobre la realización eficiente de latarea fijada. La conducta errática del otro humano , diferente dela de los elementos inanimados del campo de la acción, es unaincomodidad. Y, por lo que sabemos, una incomodidad pasajera.

El control del actor sobre la situación se ejerce con el propósito demanipular el contexto de la acción del otro e incrementar, de estemodo, la probabilidad de una línea de conducta concreta y, enconsecuencia, reducir más aún la posición del otro en el horizontedel actor hasta que sea prácticamente indistinguible de la delresto de los objetos relevantes para el éxito de la acción. Lapresencia del otro humano en el campo de la acción constituye unproblema tecnológico . Conseguir el dominio sobre el otro,reducirle a la condición de factor manipulable y calculable de una

actividad intencionada es, ciertamente, difícil. Incluso puede queesto exija algunas habilidades especiales por parte del actor(tales como entendimiento, retórica o conocimiento de lapsicología) que son prescindibles o inútiles en las relaciones conotros objetos del campo de la acción.

Dentro de esta perspectiva, el significado del otro se reduce a suincidencia sobre la probabilidad de que el actor consiga suobjetivo. El otro importa porque (y sólo porque) su volubilidad y

su inconstancia resta valor a la probabilidad de que laconsecución del objetivo dado se realice con eficiencia. La tareadel actor es garantizar una situación en la que el otro deje de serimportante y se le pueda dejar de tener en cuenta. La tarea y surealización están, por lo tanto, sometidas a una evaluacióntécnica, no moral. Las opciones que se abren ante el actor en surelación con el otro se dividen en efectivas e inefectivas, eficientese ineficientes (esto es, racionales e irracionales), pero no correctasy equivocadas, buenas y malas. La situación elemental de «estar

con otros» no genera por sí misma (es decir, a menos que lafuercen presiones externas) ninguna problemática moral.

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Cualquier consideración moral que pueda interferir con ellaproviene con toda seguridad del exterior. Cualquier limitaciónque pueda imponerse sobre la elección del actor no procede de lalógica intrínseca del cálculo de medios y fines. Analíticamente

hablando, tiene que provenir de los factores irracionales. En unasituación de «estar con otros» absolutamente organizada por losobjetivos del actor, la moralidad es una intrusión.

Se puede buscar una concepción alternativa de los orígenes de lamoralidad en la famosa descripción de Sartre de la relaciónegoalter como el modo de existencia esencial y universal. Sinembargo, no está nada claro que se pueda encontrar ahí. Si delanálisis de Sartre surge una concepción de la moralidad, ésta esnegativa: la moralidad como límite y no como deber, comolimitación y no como estímulo. Desde este punto de vista (aunquesólo desde él), las implicaciones sartrianas sobre la valoración dela situación de la moralidad no difieren de forma significativa dela interpretación sociológica habitual, anteriormente investigada,sobre la función de la moralidad en el contexto de la acciónelemental.

La novedad radical consiste, evidentemente, en singularizar a losotros humanos del resto del horizonte del actor como unidades

dotadas de una posición y capacidad cualitativamentediferenciadas. En Sartre, el otro se convierte en un alter ego , unsemejante, un sujeto como yo, dotado de una subjetividad quepuedo imaginar únicamente como réplica de la que conozco pormi experiencia interior. Un abismo separa al alter ego de todoslos otros objetos del mundo, reales o imaginarios. E l alter egohace lo mismo que yo: piensa, evalúa, hace proyectos y, mientrashace todo esto, me mira y yo le miro a él. Simplemente pormirarme, el otro se convierte en el límite de mi libertad. Usurpa

el derecho a definirme a mí y a mis fines, con lo que socava miindependencia y mi autonomía, comprometiendo mi identidad ymi sensación de encontrarme en el mundo como en casa. Lasimple presencia del alter ego en este mundo me hace sentirvergüenza y se convierte para mí en causa constante de angustia.No puedo ser todo lo que quiero ser. No puedo hacer todo lo quequiero hacer. Mi libertad se apaga. En presencia del alter ego (esdecir, en el mundo) mi ser para mí mismo es también, de formaindeleble, ser para el otro. Cuando actúo, no puedo evitar darme

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cuenta de esa presencia y también de las definiciones, puntos devista y perspectivas que supone.

Uno se siente tentado a decir que la inevitabilidad de lasconsideraciones morales es inherente a la descripción sartriana

del estar juntos el ego y el alter . Y, sin embargo, no está nadaclaro qué obligaciones morales, caso de haber alguna, se puedendeterminar de un estar juntos así descrito. Alfred Schutz estabaen todo su derecho de interpretar el resultado del encuentroegoalter , tal y como lo representa Sartre, de la siguiente manera:

Mis propias posibilidades se han convertido en probabilidades queescapan a mi control. He dejado de dominar la situación o, por lomenos, la situación tiene ahora una dimensión que se me escapa. Mehe convertido en un utensilio con el cual y sobre el cual el Otro puede

actuar. Me doy cuenta de esta experiencia no por medio de la cognición,sino de un sentimiento de desasosiego e incomodidad que, segúnSartre, es una de las características principales de la condiciónhumana [6].

El desasosiego y la incomodidad sartrianos tienen uninconfundible parecido con esa sofocante limitación externa quela perspectiva sociológica común imputa a la presencia de losotros. Para ser más precisos, representan un reflejo subjetivo delapuro que la sociología intenta capturar en la estructura objetiva

e impersonal de esa presencia. O, mejor todavía, representan unadependencia pre-cognitiva y emocional de la posición lógica yracional. Las dos representaciones de la condición existencia]quedan unidas por el resentimiento que implican. En ambas, elotro es una contrariedad y una carga. En el mejor de los casos,una dificultad. En un caso, su presencia no exige normasmorales, sólo exige las reglas del comportamiento racional. En elotro, moldea la moralidad que engendra como un conjunto dereglas más que de normas (y menos aún como una propulsióninterna). Reglas que producen resentimiento de forma natural yaque revelan a los otros seres humanos como una exterioridadhostil de la condición humana, una limitación de la libertad.

Existe, sin embargo, una tercera descripción de la condiciónexistencial del «estar con otros» que puede proporcionar un puntode partida para un planteamiento sociológico original yauténticamente diferente de la moralidad, capaz de revelar ydescribir aspectos de la sociedad moderna que los planteamientos

ortodoxos dejan invisibles. Emmanuel Levinas [7], autor de estadescripción, resume su idea con una cita de Dostoievsky: «Todos

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somos responsables de todo y de todos los hombres sobre todo yyo más que todos los demás».

Para Levinas, «estar con otros», ese atributo primario einamovible de la existencia humana, significa principalmenteresponsabilidad . «Como el otro me mira, yo soy responsable de élsin haber asumido siquiera responsabilidades respecto a él». Miresponsabilidad es la única forma en que el otro existe para mí,es la forma de su presencia, de su proximidad:

el Otro no está simplemente cerca de mí en el espacio o cerca de mícomo un familiar, sino que se acerca a mí en su esencia en tanto que yome siento (en tanto que soy) responsable de él. Es una estructura quede ninguna manera recuerda a la relación intencional que, en elconocimiento, nos une al objeto, no importa a qué objeto, incluso un

objeto humano. La proximidad no revierte en esta intencionalidad. Enparticular, no revierte en el hecho de que yo conozca al otro.

De forma más categórica, mi responsabilidad es incondicional . Nodepende de un conocimiento previo de las cualidades de su objeto,sino que precede a este conocimiento. No depende de unaintención interesada dirigida hacia el objeto, sino que la precede.Ni el conocimiento ni la intención se dirigen a la proximidad delotro, al modo específicamente humano de estar juntos. «Elvínculo con el Otro queda anudado sólo como responsabilidad».Incluso,

lo aceptemos o lo rechacemos, sepamos o no sepamos cómo asumirlo,seamos capaces o incapaces de hacer algo concreto por el Otro. Decir:me voici . Hacer algo por el Otro. Dar. Ser un espíritu humano, eso estodo […] Yo analizo la  relación entre los humanos como si, en laproximidad del Otro (más allá de la imagen que yo elaboro del otrohombre), su rostro, lo que expresa el Otro (y todo el cuerpo humano esen este sentido más o menos como un rostro) fuera lo que me ordenaservirle […] El rostro ordena y me ordena a mí. Su significación es una

orden significada. Para ser preciso, si la cara significa una orden paramí, no es en la forma en que un signo normal significa su significado.Esta orden es la auténtica significación del rostro.

De hecho, según Levinas, la responsabilidad es la estructuraesencial, primaria y fundamental de la subjetividad .Responsabilidad que significa «responsabilidad por el Otro» y, enconsecuencia, una responsabilidad «por lo que no es una acciónmía o por lo que ni siquiera me importa». Esta responsabilidadexistencial, el único significado de la subjetividad, de ser un

sujeto, no tiene nada que ver con la obligación contractual. Notiene nada en común tampoco con mi cálculo del beneficio

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recíproco. No precisa de una expectativa sólida o infundada dereciprocidad, de «mutualidad de intenciones», de que el otrorecompense mi responsabilidad con la suya. No asumo miresponsabilidad por orden de una fuerza superior, sea ésta un

código moral sancionado con la amenaza del infierno o un códigolegal sancionado con la amenaza de cárcel. Debido a eso, miresponsabilidad no es una carga y no la llevo como tal. Me hagoresponsable cuando me constituyo como sujeto. Hacermeresponsable es constituirme como sujeto. Por lo tanto, es asuntomío y sólo mío. «La relación intersubjetiva es una relación nosimétrica […] Soy responsable del Otro sin esperar reciprocidad,aunque tuviera que morir por ello. La reciprocidad es asuntosuyo  ».

 Al ser la responsabilidad el modo existencial del sujeto humano,la moralidad es la estructura primaria de La relaciónintersubjetiva en su forma más prístina, sin que la afecte ningúnfactor no moral (como el interés, el cálculo de beneficios, labúsqueda racional de soluciones óptimas o la rendición ante lacoacción). La sustancia de la moralidad es un deber hacia el otro(no una obligación), un deber que precede a todo interés. Lasraíces de la moralidad son mucho más profundas que los

mecanismos societales, como las estructuras de dominación o lacultura. Los procesos societales comienzan cuando la estructurade la moralidad (equivalente a intersubjetividad) ya está allí. Lamoralidad no es un producto de la sociedad. La moralidad es algoque la sociedad manipula , explota, redirige y bloquea.

Como contrapartida, el comportamiento inmoral, una conductaque renuncia o abdica de la responsabilidad para con el otro, noes el resultado del mal funcionamiento societal. Es, por lo tanto,la incidencia del comportamiento inmoral, no del moral, la que

exige que se investigue la administración social de laintersubjetividad.

Proximidad social y responsabilidad moral

La responsabilidad, ese componente básico de todocomportamiento moral, surge de la proximidad del otro.

Proximidad significa responsabilidad y responsabilidad esproximidad. Discutir la prioridad relativa de una o de otra es

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evidentemente gratuito, ya que ninguna de las dos es concebiblesola. Desactivar la responsabilidad y, de esta manera, neutralizarel impulso moral que le sigue, debe implicar necesariamente (dehecho, es su sinónimo) sustituir la proximidad por la separación

física o espiritual. La alternativa a la proximidad es la distanciasocial. El atributo moral de la proximidad es la responsabilidad.El atributo moral de la distancia social es la carencia de relaciónmoral o heterofobia. La responsabilidad queda silenciada cuandose erosiona la proximidad. Con el tiempo, se la puede sustituir

 por el resentimiento una vez que se ha transformado al prójimoen un Otro . El proceso de transformación es el de la separaciónsocial. Esa separación fue la que hizo posible que miles depersonas asesinaran y que millones observaran el asesinato sin

protestar. El logro tecnológico y burocrático de la sociedadracional y moderna fue el que hizo posible esta separación.

Hans Mommsen, uno de los historiadores alemanes másdistinguidos de la época nazi, ha resumido recientemente elsignificado histórico del Holocausto y del problema que crea parael conocimiento de la sociedad moderna de sí misma:

 Aunque la civilización occidental ha creado los medios para unadestrucción en masa inimaginable, la formación que proporcionan latecnología y las técnicas de racionalización modernas ha producido unamentalidad puramente tecnocráta y burocrática que personifica elgrupo de los que perpetraron el Holocausto, cometieran los asesinatosellos mismos directamente o prepararan la deportación y la liquidaciónen los escritorios del Ministerio de Seguridad del Reich(Reichssicherheithauptamt en los despachos del servicio diplomático ocomo plenipotenciarios del Tercer Reich en los países ocupados osatélites. En este sentido, la historia del Holocausto parece ser e l menetekel del Estado moderno. [8]

Consiguiera lo que consiguiera el Estado nazi, lo que es seguro es

que logró vencer el obstáculo más formidable para llevar a cabo elasesinato sistemático, intencionado, sin emociones y a sangre fríade la gente, de viejos y jóvenes, de hombres y mujeres: esa«piedad animal que afecta a todos los hombres en presencia delsufrimiento físico» [9]. No sabemos mucho sobre la piedadanimal, pero sí sabemos que existe una forma de considerar laelemental condición humana que hace explícita la universalidadde la repugnancia ante el asesinato, la inhibición contra el hechode producir sufrimientos a otro ser humano y el impulso de

ayudar a los que sufren. La universalidad, de hecho, de laresponsabilidad personal por el bienestar del otro. Si esto es

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correcto, entonces el logro del régimen nazi consistiófundamentalmente en neutralizar la incidencia moral del modoexistencial específicamente humano. Es importante saber si esteéxito estuvo relacionado con las singulares características del

movimiento y del gobierno nazi o si se puede explicar haciendoreferencia a otros atributos más comunes de nuestra sociedadque los nazis, simplemente, utilizaron con habilidad al servicio delas intenciones de Hitler.

Hasta hace un par de décadas era corriente (no sólo entre loslegos, sino también entre los historiadores) buscar la explicacióndel asesinato en masa de los judíos europeos en la larga historiadel antisemitismo europeo. Esta explicación exigía,evidentemente, singularizar el antisemitismo alemán como elmás intenso, despiadado y asesino. Después de todo, fue en

 Alemania donde se gestó y se puso en marcha el monstruoso plande aniquilar totalmente a una raza. Sin embargo, comorecordaremos de los capítulos segundo y tercero, lasinvestigaciones históricas han descartado tanto esta explicacióncomo su corolario. Existe una discontinuidad evidente entre eltradicional y premoderno odio a los judíos y el moderno diseñoexterminador indispensable para perpetrar el Holocausto. Por lo

que se refiere a la función de los sentimientos populares, elenorme volumen de pruebas históricas demuestra, más allá decualquier duda razonable, una relación casi negativa entre elsentimiento antijudío basado en la competencia, tradicional y«vecinal», y el deseo de sumarse a la visión nazi de la destruccióntotal y participar en ella.

Cada vez hay más consenso entre los historiadores en que la perpetración del Holocausto exigió neutralizar, y no movilizar,las actitudes hacia los judíos de los alemanes normales , en que la

continuación «natural» del tradicional resentimiento hacia los judíos era más un sentimiento de repugnancia ante las «accionesradicales» de los asesinos nazis que un deseo de cooperar en unasesinato en masa. Y que los miembros de las SS queplanificaron el genocidio tuvieron que encaminarse hacia laEndlosung salvaguardando la independencia de su tarea de lossentimientos de la población en general y, en consecuencia,haciéndola inmune a la influencia de las tradicionales,espontáneas y comunales actitudes hacia las víctimas.

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Martin Broszat ha resumido recientemente los importantes ysólidos descubrimientos de los estudios históricos: «En lasciudades y pueblos donde los judíos representaban un ampliosegmento de la población, las relaciones entre los alemanes y los

 judíos eran, incluso en los primeros años de la época nazi,relativamente buenas y rara vez hostiles» [10]. Los intentos nazisde azuzar los sentimientos antisemitas y de convertir elresentimiento estático en dinámico (distinción acuñada porMüller-Claudius), es decir, inflamar a la población nocomprometida ideológicamente y que no pertenecía al Partidopara que cometiera actos violentos contra los judíos o, al menos,apoyara activamente los alardes de fuerza de las SA, fracasarondebido a la repugnancia popular ante la coacción física, a las

profundas inhibiciones contra el hecho de provocar dolor ysufrimiento físico y a la tozuda lealtad humana hacia los vecinos,hacia las personas que uno conoce y ha incluido en su mapa delmundo como personas y no como especímenes anónimos de uncierto género. Hubo que suspender y suprimir las vándalasexplosiones de los hombres de las SA de los primeros meses delgobierno de Hitler para conjurar la amenaza de la alienación y larebelión populares. Hitler, aunque estaba encantado de laostentación antijudía de sus seguidores, se sintió obligado a

intervenir personalmente para detener todas las iniciativasantisemitas populares. El boicot antijudío, que se habíaplanificado para que tuviera una duración indefinida, se redujoen el último momento a una «demostración de aviso» de un día,en parte por miedo ante las reacciones extranjeras pero en mayormedida debido a la evidente ausencia de entusiasmo popular porla empresa. Después del día del boicot, el 1 de abril de 1933, losdirigentes nazis se quejaban en sus informes de la apatíageneralizada de todo el mundo excepto de los miembros delPartido y de las SA y se consideró que había sido un fracaso. Laconclusión que se sacó fue que era necesaria una propagandacontinua para despertar y alertar a las masas sobre su papel enla aplicación de las medidas antijudías [11]. No obstante losesfuerzos posteriores, el fracaso del boicot de un día determinó elmodelo de todas las medidas antisemitas que exigían, para teneréxito, una participación activa de la población en general.Mientras siguieran abiertos, los comercios y consultorios médicos

 judíos seguirían atrayendo a clientes y pacientes. Hubo queobligar a los campesinos bávaros y franconios para que dejaran

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de comerciar con los tratantes de ganado judíos. Como hemosvisto anteriormente, la Kristallnacht , el único  pogrom masivooficialmente organizado y coordinado, fue tambiéncontraproducente, ya que se esperaba conseguir que el alemán

medio participara en la violencia antisemita. Por el contrario, lamayor parte de las personas reaccionaron con consternación antela visión de las calles llenas de cristales rotos y sus ancianosvecinos conducidos por jóvenes desalmados en coches celulares.Lo que no se puede subrayar demasiado es que todas esasreacciones negativas ante el abierto despliegue de violenciaantijudía coincidieron, sin ninguna contradicción aparente, con laaprobación masiva y entusiasta de la legislación antijudía, con laredefinición del judío, la expulsión del judío del Volk alemán y la

capa, cada vez más espesa, de prohibiciones y restriccioneslegales [12].

Julius Streicher, pionero de la propaganda antisemita nazi,consideró que una de las tareas más desalentadoras que superiódico, Der Stürmer , debía realizar era que el estereotipo del«judío como tal» se ajustara a las imágenes personales que teníansus lectores de los judíos que conocían, vecinos, amigos o socioscomerciales. De acuerdo con Denis E. Showalter, autor de una

penetrante monografía sobre la corta y tormentosa historia delperiódico, Streicher no fue el único que hizo semejantedescubrimiento: «Un desafío importante para el antisemitismopolítico consiste en superar las imágenes del “judío de la puertade al lado”, el conocido o asociado que vive y respira, cuya simpleexistencia parece negar la validez del estereotipo negativo del“judío  metafísico”»  [13]. Parecía haber una relaciónsorprendentemente pequeña entre las imágenes personales y lasabstractas, como si no perteneciera al hábito humano de

experimentar la contradicción lógica entre las dos como unadisonancia cognitiva o, hablando más en general, como unproblema psicológico. Como si, a pesar de que el referente de lasimágenes personales y el de las abstractas fuera aparentementeel mismo, no se consideraran en general como nociones quepertenecían a la misma clase, como representaciones que habíaque comparar, cotejar y finalmente reconciliar o rechazar. Muchodespués de que la maquinaria de la destrucción en masa sehubiera puesto en marcha, en octubre de 1943 para ser exactos,

Himmler se quejaba ante sus partidarios de que incluso lealesmiembros del partido, que no habían demostrado ningún

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remordimiento ante la aniquilación de la raza judía comoconjunto, tuvieran sus propios judíos particulares a los quedeseaban proteger y dispensar.

«Hay que exterminar al pueblo judío» dicen todos los miembros del

partido. «Está claro, es parte de nuestro programa, la eliminación delos judíos, su exterminio, bien, lo haremos». Y luego se presentan todos,los ochenta millones de buenos alemanes, y cada uno de ellos tiene a su judío decente. Por supuesto, todos los demás son unos cochinos, peroeste es un judío de primera clase [14].

Parece que lo que separa las imágenes personales de losestereotipos abstractos y evita el enfrentamiento que cualquierreflexión lógica consideraría inevitable es la saturación moral delas primeras y el carácter moralmente neutro y puramente

intelectual de las segundas. Este contexto de «proximidad conresponsabilidad» dentro del cual se forman las imágenespersonales las rodea de una espesa muralla moral prácticamenteimpenetrable ante los argumentos «simplemente abstractos».

Por muy convincente o insidioso que sea el estereotipointelectual, su zona de aplicación termina abruptamente dondecomienza la esfera de las relaciones personales. «El otro», comocategoría abstracta simplemente, no tiene nada que ver con «elotro» que yo conozco . El segundo pertenece al ámbito de lamoralidad, mientras que el primero está fuera de él. El segundoreside en el universo semántico del bien y del mal y se niegatercamente a que se le subordine al discurso de la eficiencia y laelección racional.

Supresión social de la responsabilidad moral

 Ya sabemos que había poca relación directa entre la heterofobiadifusa y el asesinato en masa que los nazis organizaron yperpetraron. Lo que sugieren contundentes pruebas históricas esque además el asesinato en masa a una escala que no teníaprecedentes no fue (y probablemente no pudo ser) el efecto deldespertar, la liberación, la intensificación o el estallido deinclinaciones personales aletargadas. Tampoco tuvo, en ningúnsentido, ninguna continuidad con la hostilidad que surge de lasrelaciones personales directas, por muy agrias y encarnizadas

que puedan ser en ocasiones. Existe un límite claro hasta el que

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puede llegar esa animosidad personal. En casi todos los casos seresiste a que se le haga retroceder hasta detrás de la líneatrazada por la responsabilidad elemental sobre el otro que estáinextricablemente entretejida con la proximidad humana, en el

«vivir con otros». El Holocausto se pudo llevar a cabo con lacondición de neutralizar el impacto de los impulsos morales primitivos, de aislar la maquinaria de la muerte de la esfera en laque esos impulsos nacen y funcionan y de hacer que dichosimpulsos pasen a ser marginales o irrelevantes para la tarea .

Esta neutralización, aislamiento y marginación fue un logro queel régimen nazi consiguió utilizando los formidables aparatos dela industria, los transportes, la ciencia, la burocracia y latecnología moderna. Sin ellos, el Holocausto habría sidoimpensable. La grandiosa visión de una E u r o p a judenrein , delaniquilamiento total de la raza judía, se habría diluido en unamultitud de  pogroms de mayor o menor calibre perpetrados porpsicópatas, sádicos, fanáticos y otros adictos a la violenciagratuita. Aunque crueles y sangrientas, estas acciones nohabrían sido conmensurables con el objetivo. Fue la «solución alproblema judío» como tarea racional, técnica y burocrática, comoalgo que le tenían que hacer a una categoría concreta de sujetos

un grupo concreto de expertos y organizaciones especializadas (enotras palabras, una tarea despersonalizada que no dependía delos sentimientos ni de los compromisos personales) la que al finaldemostró que se ajustaba más a la idea de Hitler. Sin embargo, lasolución no se podía planificar ni, por supuesto, llevar a lapráctica, hasta que no se hubiera eliminado a los futuros objetosde las operaciones burocráticas, es decir, a los judíos, delhorizonte de la vida cotidiana alemana, se los hubiera eliminadode la red de relaciones personales y se hubieran convertido, en la

práctica, en ejemplares de una categoría, en un estereotipo, en elconcepto abstracto del  judío metafísico . Esto es, hasta que nohubieran dejado de ser esos «otros» hasta los que lleganormalmente la responsabilidad moral y hubieran perdido laprotección que ofrece esa moralidad natural.

Después de analizar en profundidad los sucesivos fracasos de losnazis para despertar el odio popular hacia los judíos y ponerlo alservicio de la «solución al problema judío», Ian Kershaw llega a lasiguiente conclusión:

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En lo que los nazis tuvieron más éxito fue en la despersonalización delos judíos. Cuanto más se forzaba a los judíos a salir de la vida social,más parecían ajustarse a los estereotipos de una propaganda queintensificó, paradójicamente, su campaña contra la «judería» a medidaque iban quedando menos judíos en Alemania. La despersonalización

incrementó la ya existente indiferencia generalizada de la opiniónpública alemana y supuso una fase fundamental entre la violenciaarcaica y la aniquilación racionalizada de los campos de la muerte. La«Solución Final» no habría sido posible sin los pasos progresivos paraexcluir a los judíos de la sociedad alemana que se dieron abiertamente,que en su forma legal contaron con una amplia aprobación y quetuvieron como consecuencia la despersonalización y la degradación dela figura del judío. [15]

Como ya hemos señalado en el capítulo tercero, los alemanes que

se opusieron a las hazañas de los matones de las SA cuando lavíctima era el «judío de la casa de al lado» (incluso aquéllos quetuvieron el valor de poner de manifiesto su repugnancia),aceptaron con indiferencia y a menudo con satisfacción lasrestricciones legales que se impusieron al «judío como tal». Lo quehabría conmovido su conciencia moral si se centraba en personasa las que conocían apenas despertaba ningún sentimiento cuandose dirigía contra una categoría abstracta y estereotipada.Observaron con ecuanimidad, o ni advirtieron, la desaparición

gradual de los judíos de su mundo cotidiano. Para los jóvenessoldados alemanes y hombres de las SS a los que se habíaconfiado la tarea de la «liquidación» de tantas Figuren , el judíoera «solamente una ‘pieza de  museo’, algo que se podía contemplar con curiosidad, el fósil de un animal fantástico, con suestrella amarilla en el pecho, un testigo de tiempos pasados peroque no pertenecía al presente, algo que para ver había que viajarhasta muy lejos» [16]. La moralidad no viajó tan lejos. Lamoralidad tiene tendencia a quedarse en casa y en el presente.

Hans Mommsen lo expresa de la siguiente manera:La política de Hedrich de aislar moral y socialmente a la minoría judíade la mayoría de la población se puso en práctica sin mayores protestaspor parte de la gente porque la parte de la población judía que habíaestado en contacto con sus vecinos alemanes o bien no estaba incluidaen la creciente discriminación o se la iba aislando de ellos paso a paso.Sólo después de que la legislación discriminatoria hubiera obligado alos judíos a asumir el papel de parias sociales, absolutamente privadosde cualquier comunicación social habitual con la mayor parte de lapoblación, se podía empezar a poner en práctica la deportación y el

exterminio sin que temblara la estructura social del régimen [17].

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Raúl Hilberg, principal autoridad en la historia del Holocausto,dice lo siguiente sobre los pasos que conducen al silenciamientogradual de las inhibiciones morales y a la puesta enfuncionamiento de la maquinaria de la destrucción masiva:

Un proceso de destrucción en una sociedad moderna, en su formacompleta, se estructuraría de acuerdo con el siguiente esquema:

Definición

↓ 

Despido de empleados y expropiación de firmas comerciales

↓ 

Concentración

↓ 

Explotación del trabajo y medidas para que padezcan inanición

↓ 

 Aniquilamiento

↓ 

Confiscación de efectos personales

 Así se determina la secuencia de las fases de un proceso de destrucción.Si se intenta infligir el máximo daño a un grupo de gente, es inevitable

que una burocracia, aunque tenga un aparato muy descentralizado yno planifique bien sus actividades, empuje a las víctimas a lo largo detodas estas fases [18].

Estas fases, según sugiere Hilberg, se determinan lógicamente.Forman una secuencia racional, una secuencia que se ajusta a lasnormas modernas que nos incitan a buscar los caminos máscortos y los medios más efectivos para conseguir el fin. Siintentamos descubrir el principio director en esta solución alproblema de la destrucción en masa, descubriremos que las fases

sucesivas se organizan de acuerdo con la lógica de la expulsióndel ámbito del deber moral (o, para utilizar el concepto quesugiere Helen Fein [19], del universo de las obligaciones ).

Las definiciones distinguen al grupo victimizado (todas lasdefiniciones implican dividir la totalidad en dos partes, lamarcada y la no marcada) como categoría diferente , de forma quecualquier cosa que se le pueda aplicar no se aplica al resto. Elgrupo, por el simple hecho de haber sido definido, queda marcadopara recibir un trato especial. Lo que es adecuado para la gente«normal» puede no serlo para él. Además, los miembros

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individuales del grupo se convierten ahora en ejemplares de untipo. Algo de la naturaleza del tipo acaba filtrándose en susimágenes individuales, comprometiendo la proximidadoriginalmente inocente y limitando su autonomía como universo

moral que se sustenta a sí mismo.Los despidos y las expropiaciones hacen pedazos la mayor partede los contratos generales y sustituyen la pasada proximidad porla distancia física y espiritual. Se elimina efectivamente de lavista al grupo victimizado. Es una categoría de la que, comomucho, se oye algo de forma que lo que se oye no tiene ningunaoportunidad de que se pueda traducir en el conocimiento de losdestinos individuales y, por lo tanto, de cotejarlo con laexperiencia personal.

La concentración completa el proceso de distanciamiento. Elgrupo victimizado y el resto ya no se vuelven a encontrar, susprocesos vitales ya no se cruzan y se interrumpe la comunicación.Le suceda lo que le suceda a uno de los grupos ahora segregados,al otro no le concierne, no tiene ningún significado fácil detraducir al vocabulario de las relaciones humanas.

La explotación y la inanición realizan una proeza posteriorauténticamente asombrosa: disfrazan la inhumanidad dehumanidad. Existen muchas pruebas de jerarcas nazis localesque les pidieron permiso a sus superiores para asesinar a algunos

 judíos de los que tenían bajo su jurisdicción (mucho antes de quese diera la señal para comenzar los asesinatos en masa) con el finde evitarles la agonía de la hambruna. Como no había alimentossuficientes para mantener a una masa de población recluida enghettos, a la que anteriormente se le habían robado sus riquezasy rentas, asesinarlos parecía un acto de misericordia, unaauténtica manifestación de humanidad. «El círculo diabólico delas medidas fascistas» permitía «crear deliberadamente unascondiciones y estados de excepción intolerables y luego utilizarlospara legitimar pasos todavía más radicales» [20].

 Y, de esta manera, el acto final, es decir, el aniquilamiento, noera una desviación revolucionaria. Era, por decirlo de algunamanera, un resultado lógico (aunque, recordémoslo, no previsto alprincipio) de los muchos pasos que se habían dado antes.Ninguno de los pasos se hacía inevitable por las circunstancias

alcanzadas, pero todos y cada uno de ellos hacían que fueraracional elegir el siguiente en el camino a la destrucción. Cuanto

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más se alejaba la secuencia del acto original de la definición, másla dirigían consideraciones puramente racionales y técnicas ymenos tenía que contar con las inhibiciones morales . De hecho,dejaron de ser necesarias.

Los tránsitos entre las fases tenían en común una característicasorprendente. Todos ellos aumentaban la distancia física ymental entre las víctimas intencionadas y el resto de lapoblación, tanto los autores como los testigos del genocidio. Enesta cualidad residía su racionalidad inherente desde el punto devista del destino final y su efectividad en hacer que se completarala tarea de la destrucción. Evidentemente, las inhibicionesmorales no funcionan a distancia. Están inextricablementevinculadas a la proximidad humana. Por el contrario, cometeractos inmorales se hace más fácil con cada centímetro más dedistancia social. Si Mommsen tiene razón cuando singularizacomo «dimensión antropológica» de la experiencia del Holocausto«el peligro inherente en la sociedad industrial actual de unproceso por el que nos acostumbramos a la indiferencia moral conrespecto a las acciones que no están relacionadas de formainmediata con la propia esfera de la experiencia» [21], entoncesdebemos buscar el peligro sobre el que nos advierte en la

capacidad de la sociedad industrial actual de aumentar ladistancia entre los seres humanos hasta un punto en el que lasresponsabilidades morales y las inhibiciones moralesdesaparecen.

Producción social de la distancia

 Al estar inextricablemente vinculada a la proximidad humana,

parece que la moralidad se adapta a la ley de la perspectivaóptica. Cerca del ojo, parece grande y densa. Al aumentar ladistancia, la responsabilidad por el otro se consume y lasdimensiones morales del objeto se desdibujan hasta que ambasllegan al punto de fuga en que desaparecen de la vista.

Esta cualidad del impulso moral parece independiente del ordensocial que proporciona el marco de la interacción. Lo que sídepende de ese orden es la efectividad pragmática de las

predisposiciones morales, su capacidad para controlar lasacciones humanas, para fijar límites al daño que se inflige al otro

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y para definir los parámetros dentro de los cuales todas lasrelaciones tienden a estar. El significado y el peligro de laindiferencia moral se hace particularmente acusado en nuestrasociedad moderna, racionalizada, industrial y tecnológicamente

competente, porque en una sociedad así, la acción humana puedeser efectiva a distancia y a una distancia que crececonstantemente con el progreso de la ciencia, la tecnología y laburocracia. En una sociedad así, los efectos de la acción humanallegan más allá del «punto de fuga» de la visibilidad moral . Lacapacidad visual del impulso moral, limitada por el principio dela proximidad, permanece constante mientras que la distancia ala que la acción humana puede ser efectiva y tener consecuenciasimportantes y, por tanto, también el número de personas a las

que puede afectar esa acción, crece de forma constante. La esferade la interacción influida por los impulsos morales quedaempequeñecida en comparación con el volumen en expansión delas acciones excluidas de su interferencia.

El éxito notorio que ha tenido la civilización moderna al sustituirel resto de los criterios de actuación por los racionales y definirlos criterios «irracionales» (las evaluaciones morales están entreestos últimos) estuvo condicionado de forma decisiva por el

desarrollo del «control remoto», es decir, por la ampliación de ladistancia hasta la cual la acción humana puede producir efectos.Los remotos y apenas visibles objetivos de la acción están libresde evaluaciones morales. Y, en consecuencia, la elección de laacción que afecta a esos objetivos se encuentra libre de laslimitaciones que impone el impulso moral.

Como demostraron de forma espectacular los experimentos deMilgram, el silenciamiento del impulso moral y la suspensión delas inhibiciones morales se consigue precisamente haciendo que

los genuinos objetivos de la acción (con frecuencia desconocidospara el actor) sean «remotos y apenas visibles», y no por medio deuna abierta cruzada antimoral o por medio del adoctrinamientopara sustituir el antiguo sistema moral por un conjunto de reglasalternativo. El ejemplo más evidente de la técnica que deja a lasvíctimas fuera de la vista y, por lo tanto, inaccesibles a lavaloración moral son las armas modernas. El avance de estasúltimas consistió principalmente en eliminar progresivamente laposibilidad de un combate cara a cara, de poder cometer el actodel asesinato en su dimensión humana y lógica. Con armas que

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distancian y separan en lugar de enfrentar y reunir a los ejércitosenemigos, el entrenamiento que se da a los que manejan lasarmas para suprimir sus impulsos morales o los ataques directosa la moralidad «pasada de moda» pierden mucha de su anterior

importancia, ya que la utilización de las armas parece tenersolamente una relación abstracta e intelectual con la integridadmoral de los que las usan. En palabras de Philip Caputo, el ethosde la guerra «parece ser un asunto de distancia y tecnología.Nunca te puedes equivocar si matas a personas a larga distanciay con armas muy perfeccionadas» [22]. Mientras uno no vea losefectos prácticos de la propia acción o mientras no puedarelacionar claramente lo que ve con sus actos minúsculos einocentes tales como apretar un botón o desviar un indicador, no

es probable que aparezca el conflicto moral o aparecerá de formasilenciosa. Podemos pensar que la invención de la artillería,capaz de llegar a un blanco invisible para los que manejan loscañones, es un punto de partida simbólico del moderno arte de laguerra y de la irrelevancia concomitante de los factores morales:esa artillería permite la destrucción de un blanco mientras seapunta el cañón en una dirección totalmente diferente.

El logro de las armas modernas se puede interpretar como una

metáfora de un proceso mucho más diversificado y ramificado deproducción social de distancia. John Lachs ha localizado lascaracterísticas unificadoras de las distintas manifestaciones deeste proceso en la introducción, a escala masiva, de la mediaciónde la acción y del intermediario , el que «se sitúa entre mi acción yyo y me impide experimentarla directamente».

La distancia que percibimos con respecto a nuestras acciones esproporcional a nuestra ignorancia sobre ellas. Nuestra ignorancia, a suvez, es en gran parte la medida de la longitud de la cadena de

intermediarios que hay entre nosotros y nuestros actos […] A medidaque va desapareciendo la conciencia del contexto, las acciones seconvierten en movimientos sin consecuencias. Al no percibir lasconsecuencias, las personas pueden tomar parte en los actos másabominables sin plantearse siquiera la cuestión de cuál es su función osu responsabilidad. (…)  [Es extremadamente difícil] ver cómo hancontribuido nuestras acciones, por medio de sus efectos remotos, acausar sufrimientos. No es evadir la responsabilidad considerar queuno es inocente y condenar a la sociedad. Es el resultado de unamediación a gran escala que conduce inevitablemente a una ignoranciamonstruosa. [23]

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Una vez se ha mediado la acción, sus efectos finales se sitúanfuera de esa zona relativamente estrecha de relaciones dentro dela cual los impulsos morales conservan su fuerza reguladora. Porel contrario, los actos contenidos dentro de esa zona cargada de

moralidad son, para la mayor parte de las personas que tomanparte en ellos o para sus testigos, lo suficientemente inocuoscomo para no someterlos a censura moral. Tanto la minuciosadivisión del trabajo como la longitud absoluta de la cadena deactos que median entre la iniciativa y sus efectos tangiblesdispensa a la mayor parte de los componentes, por decisivos quesean, de la empresa colectiva de la justificación y el escrutiniomorales. Siguen estando sometidos al análisis y a la evaluación,pero los criterios son técnicos, no morales. Los «problemas»

exigen diseños más certeros y racionales, no exámenes deconciencia. Los actores se ocupan de la tarea racional deencontrar medios más adecuados para llegar a un fin dado (yparcial), no de la tarea moral de evaluar el objetivo final (del cualno tienen más que una vaga idea y del que no se sientenresponsables).

Christopher R. Browning, en su detallado relato de la historia dela invención y utilización del infame camión de gas, la solución

inicial nazi para la tarea técnica de llevar a cabo el asesinato enmasa de forma rápida, limpia y barata, nos ofrece la siguientedescripción del mundo psicológico de la gente que participaba:

Los especialistas, cuyos conocimientos técnicos normalmente no tienennada que ver con el asesinato en masa, de repente se encontraron conque eran una pieza sin importancia en la maquinaria de la destrucción.Ocupados con procurar, despachar, mantener y reparar vehículos demotor, inesperadamente, cuando les encargaron producir camiones degas, sus conocimientos e instalaciones pasaron a estar al servicio delasesinato en masa […] Lo que les  molestaba eran las críticas y las

quejas por los fallos del producto. Los defectos de los camiones de gaseran un reflejo negativo, que había que solucionar, sobre su destreza.Como estaban al corriente de los problemas que se planteaban en elcampo, se afanaron por conseguir ingeniosos ajustes técnicos para quesu producto fuera más eficiente y les resultara aceptable a los que lotenían que manejar […] Su  mayor preocupación parecía ser que losconsideraran inadecuados para realizar la tarea que se les habíaasignado. [24]

En estas condiciones de división burocrática del trabajo, «el otro»situado dentro del círculo de proximidad donde laresponsabilidad moral gobierna sin rival es un compañero de

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trabajo, y el que pueda llevar a cabo con éxito su propia tareadepende del empeño del actor en la realización de su parte deltrabajo; o el inmediato superior, cuya posición depende de lacooperación de sus subordinados; y la persona inmediatamente

por debajo en la línea jerárquica, que espera que se definanclaramente sus tareas y que sean factibles. Al tratar con estosotros, esa responsabilidad moral que tiende a generar laproximidad adopta la forma de la lealtad a la organización, laexpresión abstracta de la red de las interacciones cara a cara.Bajo la forma de lealtad a la organización, los impulsos moralesde los actores se pueden utilizar para objetivos moralmenteabyectos sin socavar la corrección ética de la relación con el áreade proximidad que cubre el impulso moral. Los actores pueden

seguir adelante creyendo sinceramente en su propia integridad.De hecho, su comportamiento se ajusta a las normas morales dela única región en la que seguían en vigor otras normas.Browning investigó las historias personales de cuatrofuncionarios que trabajaban en la conocida Sección Judía (D III)del Ministerio del Exterior alemán. Descubrió que dos de ellosestaban satisfechos con lo que hacían y que los otros dospreferían que les destinaran a otro puesto.

 Ambos consiguieron finalmente salir del D III, pero mientrasestuvieron allí llevaron a cabo su trabajo de forma meticulosa. No seoponían abiertamente a la tarea, pero trabajaban en silencio para queles concedieran el traslado. Su prioridad absoluta era mantener susarchivos en orden. Con celo o a regañadientes, el hecho es que loscuatro trabajaban con eficiencia […]  Mantenían la máquina enmovimiento y el más ambicioso y con menos escrúpulos de ellos le dioun empujón adicional. [25]

La división de tareas y la posterior separación de las mini-comunidades morales de los efectos finales de la operación hace

que se consiga la distancia entre los autores y las víctimas de lacrueldad que reduce o elimina la contrapresión de lasinhibiciones morales. Sin embargo, la distancia adecuada, física yfuncional, no se puede conseguir a lo largo de toda la cadenaburocrática jerárquica. Algunos de los autores deben encontrarsecon las víctimas cara a cara o, al menos, estar tan cerca de ellascomo para no poder evitar, ver o ni siquiera suprimir, los efectosque tienen sus acciones. Se necesita otro método para garantizarla distancia  psicológica adecuada, incluso en ausencia de las

distancias física y funcional Este método lo proporciona una

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forma específicamente moderna de la autoridad: losconocimientos técnicos.

La esencia de los conocimientos técnicos es la suposición de quepara hacer las cosas bien hace falta cierto conocimiento, que este

conocimiento se distribuye desigualmente, que algunas personastienen más que otras, que quienes lo poseen deben estarencargados de hacer cosas y que el estar encargados de hacercosas les confiere la responsabilidad de que las cosas se hagan.De hecho, se considera que la responsabilidad no reside en losexpertos, sino en las técnicas que representan. La institución delos conocimientos técnicos y de la postura asociada hacia laacción social se aproxima mucho al famoso ideal de Saint-Simon(que Marx aprobó con entusiasmo) de la «administración de lascosas, no de las personas». Los actores son simples agentes delconocimiento, portadores del «saber hacer», y su responsabilidadpersonal se limita a representar adecuadamente esteconocimiento, esto es, en hacer las cosas de acuerdo con el «estadodel conocimiento», con lo mejor que pueda ofrecer eseconocimiento. Para los que no poseen ese saber hacer, una acciónresponsable implica seguir el consejo de los expertos. En elproceso, la responsabilidad personal se disuelve en la autoridad

abstracta de los conocimientos técnicos.Browning cita con detalle el memorándum que preparó unexperto, Willy Just, en relación con la mejora técnica de loscamiones de gas. Just proponía que la compañía que mentaba loscamiones redujera el espacio de carga. Los camiones existentesno podían pasar por los difíciles terrenos rusos totalmentecargados, de forma que se necesitaba demasiado monóxido decarbono para llenar el espacio que quedaba vacío y la operaciónllevaba mucho tiempo y perdía mucha de su eficiencia potencial.

Un camión más corto completamente cargado podría funcionar conmucha más rapidez. Acortar el compartimento trasero no afectaría deforma negativa el equilibrio del peso sobrecargando el árbol delantero,porque «de hecho se produce de forma automática una corrección en ladistribución del peso debido al hecho de que el cargamento, en la luchapor alcanzar la puerta trasera durante la operación, siempre se sitúacerca de ella». Como el conducto de enlace se oxidaba rápidamentedebido a los «fluidos», se debe introducir el gas por la parte superior, nopor la inferior. Para facilitar la limpieza, se debe practicar en el sueloun orificio de 10 a 30 cm con una cubierta que se pueda abrir desde el

exterior. El suelo debe estar ligeramente inclinado y la cubierta tieneque tener un pequeño cedazo. De esta manera, todos los «fluidos» se

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dirigirán al centro, los «fluidos ligeros» saldrán durante la operación ylos «fluidos más densos» se pueden limpiar con una manguera después.[26]

Las comillas son de Browning. Just pensó que era inútil utilizar

metáforas ni eufemismos y utilizó el lenguaje de la tecnología,directo y práctico. Como experto en la construcción de camiones,intentaba solucionar el problema del cargamento, no de los sereshumanos que luchaban por respirar. Se enfrentaba con fluidosligeros y densos, no con excrementos y vómitos humanos. Elhecho de que la carga fueran personas a punto de ser asesinadasque perdían el control de su cuerpo no le restaba valor a ladificultad técnica del problema. De todas maneras, en primerlugar había que traducir este hecho al lenguaje neutral de la

tecnología de la producción de vehículos antes de que seconvirtiera en un «problema» que había que «resolver». Uno sepregunta si los que leyeron el memorándum de Just harían unasegunda traducción y se encargarían de poner en práctica susinstrucciones técnicas.

Para los cobayas de Milgram, el «problema» fue el experimentoorganizado y administrado por expertos científicos. Los expertosde Milgram consideraron que los actores por ellos guiados nodebían, a diferencia de los trabajadores de la fábrica Sodomka alos que iba destinado el memorándum de Just, tener ningunaduda sobre los sufrimientos que producían sus acciones, que notenía que haber ni una sola oportunidad para que se pudieradecir «yo no sabía» como excusa. Lo que el experimento deMilgram ha demostrado al final es el poder de los conocimientos ysu capacidad para triunfar sobre los impulsos morales. Se puedeinducir a personas morales a cometer actos inmorales incluso enel caso de que sepan (o crean) que esos actos son inmorales,

siempre y cuando estén convencidos de que los expertos (personasque, por definición, saben algo que ellos no saben) handeterminado que esos actos eran necesarios. Después de todo, lamayor parte de las actuaciones que se producen en el seno denuestra sociedad no están legitimadas porque se hayan discutidosus objetivos, sino por el consejo o la instrucción que ofrece lagente que tiene conocimientos.

Comentarios finales

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Reconozco que este capítulo termina mucho antes de haberformulado una teoría sociológica alternativa del comportamientomoral. Su objetivo es mucho más modesto: discutir algunasfuentes de los impulsos morales, distintos de los sociales, y

algunas de las condiciones creadas por la sociedad de acuerdo conlas cuales el comportamiento inmoral se hace posible. Por lo queparece, incluso una discusión tan sucinta demuestra que lasociología ortodoxa sobre la moralidad necesita una revisiónsustancial. Una de las suposiciones ortodoxas que no ha pasadoen absoluto el examen es que el comportamiento moral nace delfuncionamiento de la sociedad y lo mantienen las instituciones dela sociedad, que la sociedad es esencialmente un dispositivohumanizador y moralizador y que, de acuerdo con esto, se puede

explicar la incidencia de la conducta inmoral a una escala que nosea marginal solamente como consecuencia del malfuncionamiento de la ordenación social «normal». El corolario deesta suposición es que la inmoralidad no puede ser, en conjunto,un producto de la sociedad y que hay que buscar sus causas enotro lugar.

El razonamiento de este capítulo es que hay fuertes impulsosmorales que tienen un origen anterior a la sociedad, mientras

que algunos aspectos de la organización moderna de la sociedaddebilitan considerablemente su fuerza limitadora. Es decir, que,en efecto, la sociedad moderna puede hacer que la conductainmoral sea más admisible y no menos. La imagen míticapromocionada por Occidente de que un mundo sin burocracia niconocimientos modernos estaría regido por la «ley de la selva» ola «ley del más fuerte» nos demuestra, por una parte, lanecesidad que la burocracia moderna tiene de legitimarse a símisma [27], cuando se dispone a destruir la competencia de

normas que derivan de impulsos e inclinaciones que no controla[28] y, por otra parte, hasta qué punto se ha perdido y olvidado laprístina capacidad humana para regular las relaciones recíprocasbasándose en la responsabilidad moral. Lo que, por lo tanto, sepresenta y concibe como salvajismo que hay que domesticar ysuprimir puede resultar ser, después de un cuidadoso examen, elpropio impulso moral que el proceso civilizador intentaneutralizar y sustituir por las presiones controladoras queemanan de la nueva estructura de dominación. Una vez que se

deslegitimaron y paralizaron las fuerzas morales generadasespontáneamente por la proximidad humana, las nuevas fuerzas

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que las sustituyeron adquirieron una libertad de maniobra sinprecedentes. Pueden generar, a escala masiva, una conducta quesólo los criminales que están en el poder pueden definir comoéticamente correcta.

Entre los logros de la sociedad en la esfera de la administraciónde la moral debemos mencionar: la producción social de distancia,que o bien anula o bien debilita la presión de la responsabilidadmoral; la sustitución de la responsabilidad moral por la técnica,que oculta con efectividad el significado moral de la acción, y latecnología de segregación y separación, que fomenta laindiferencia ante la situación del Otro que, de otro modo, estaríasometido a la evaluación moral y a una respuesta moralmentemotivada. También debemos tener en cuenta que todos esosmecanismos que socavan la moralidad se ven reforzados por elprincipio de la soberanía de los poderes del Estado en lausurpación de la autoridad ética suprema en nombre de lasociedad que gobierna. Excepto por una difusa y con frecuenciainefectiva «opinión pública», los dirigentes de los Estados notienen ninguna traba para administrar las normas obligatoriasen el territorio que está bajo su mando. No faltan pruebas de quecuanto menos escrupulosas sean sus acciones en ese campo, más

intensas son las llamadas para su «pacificación» que reconfirmany refuerzan su monopolio y dictadura en el campo de los juiciosmorales.

Lo que se sigue es que bajo el orden moderno, el antiguo conflictosofocleo entre la ley moral y la ley de la sociedad no muestraninguna señal de estar disminuyendo. Si acaso, tiende a hacersemás frecuente y más profundo y se cambian las tornas a favor delas presiones societales que suprimen la moralidad. En muchasocasiones, comportamiento moral implica adoptar una posición

que los poderes existentes y la opinión pública consideranantisocial o subversiva (se diga abiertamente o simplemente semanifieste en la acción o no-acción de la mayoría). En estos casos,fomentar el comportamiento moral supone resistirse a la acción yautoridad de la sociedad dirigidas a debilitarlo. El deber moraltiene que contar con su prístina fuente: la esencialresponsabilidad humana por el Otro. Estos problemas, además desu interés académico, son muy urgentes, y eso nos recuerda laspalabras de Paul Hilberg:

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Recordad, una vez más, que la cuestión básica era si una naciónoccidental, una nación civilizada, era capaz de hacer semejante cosa. Y,entonces, poco después de 1945, vemos que el interrogante ha dado unavuelta completa cuando empezamos a preguntarnos: «¿Existe algunanación occidental que sea incapaz de hacer eso?» […] En 1941 no  se

esperaba el Holocausto y ésta es la razón fundamental de nuestrasangustias posteriores. Ya no nos atrevemos a excluir lo inimaginable.[29]

8. Idea de último momento: racionalidad y vergüenza

Hay una historia de Sobibór: catorce reclusos intentaron escapar.En cuestión de horas los habían atrapado y los condujeron a laexplanada del campo. Allí, les dijeron: «Dentro de un momentovais a morir. Pero, antes, quiero que cada uno de vosotros escojaun compañero de muerte». Ellos contestaron: «¡Nunca!». Elcomandante replicó con tranquilidad: «Si no lo hacéis vosotros, loharé yo. La diferencia es que yo escogeré a cincuenta, no acatorce». No tuvo que cumplir su amenaza.

En Shoah , la película de Lanzmann, un superviviente de la fugade Treblinka recuerda que cuando se redujo la actividad de la

cámaras de gas les fueron retiradas a los miembros delSonderkommando sus raciones de comida y, como ya no eranútiles, temieron que se aproximara su exterminio. Recobraron laesperanza de sobrevivir cuando nuevas poblaciones de judíosfueron reunidas y cargadas en trenes con destino a Treblinka.También en la película de Lanzmann, un antiguo miembro delSonderkommando , en la actualidad peluquero en Tel Aviv,recuerda que, mientras afeitaba el cabello de las víctimas parahacer colchones para los alemanes, guardaba silencio sobre la

finalidad de lo que estaba haciendo e indicaba a sus clientes quese movieran más rápido hacia lo que les habían hecho creer queera un baño comunal.

En la discusión a la que dio origen el profundo y conmovedorartículo «Poor Poles look at the Ghetto», del profesor Jan Blonskiy publicado en 1987 en las páginas del respetado semanariopolaco católico Tygodnik Powszecbny , Jerry Jastrzebowskirememora una historia que le contó un familiar de mayor edad

que él. La familia se ofreció para ocultar a un antiguo amigo, un judío con aspecto de polaco y que hablaba el elegante polaco de

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un noble, pero se negó a hacer lo mismo con sus tres hermanas,que tenían aspecto de judías y hablaban con un pronunciadoacento judío. El amigo se negó a que le salvaran a él solo.Jastrzebowski comenta:

Si la decisión de mi familia hubiera sido diferente, había nueveposibilidades contra una de que nos mataran a todos [En la Poloniaocupada por los nazis, el castigo por ocultar o ayudar a los judíos era lamuerte]. La probabilidad de que nuestro amigo y sus hermanassobrevivieran en esas condiciones era menor todavía. Y, sin embargo,la persona que me relató este drama familiar y repetía: «¿Quépodíamos hacer? ¡No podíamos hacer nada!», no me miraba a los ojos.Es como si pensara que yo me estaba dando cuenta de que era mentira,aunque los hechos fueran ciertos.

Otro de los que contribuyeron al debate, KazimierzDziewanowski, escribió lo siguiente:

Si en nuestro país, en nuestra presencia y ante nuestros ojosasesinaron a varios millones de personas inocentes, fue unacontecimiento tan espantoso, una tragedia tan inmensa que es justo yhumano que los que sobrevivieron estén obsesionados y no puedanrecobrar la calma […] Es  imposible demostrar que se podía haberhecho algo más, aunque tampoco es posible demostrar que uno nopodía hacer nada más.

Wladyslaw Bartoszewski, que durante la ocupación estuvo acargo de la asistencia polaca a los judíos, comentaba: «Sólo puededecir que hizo todo lo que pudo quien lo pagó con el precio de lamuerte».

Con diferencia, el más sorprendente de todos los mensajes deLanzmann es el d e la racionalidad del mal (¿o era el mal de laracionalidad?). Una hora tras otra, durante la interminableagonía que supone ver Shoah , se va descubriendo la terrible yhumillante verdad que desfila ante nosotros en su obscena

desnudez: qué pocos hombres armados fueron necesarios paraasesinar a millones.

Resulta asombroso lo asustados que estaban esos pocos hombrescon rifles, lo conscientes que se sentían de la fragilidad de sudominio sobre el ganado humano. Su poder se basaba en los vivoscondenados en ese mundo inventado, un mundo que ellos, loshombres de los rifles, definían y narraban para sus víctimas. Enese mundo, la obediencia era racional y la racionalidad eraobediencia. La racionalidad era provechosa, al menos durante untiempo, pero es que en ese mundo no había mucho tiempo. Cada

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paso en el camino hacia la muerte estaba cuidadosamenteconfigurado para que fuera calculable en términos de pérdidas yganancias, recompensas y castigos. El aire fresco y la músicaeran la recompensa por la larga e incesante asfixia del vagón

para ganado. Un baño, con guardarropas y peluqueros, toallas y jabón, suponía una agradecida liberación de los piojos, lasuciedad y el hedor del sudor y los excrementos humanos. Laspersonas racionales entrarán con tranquilidad, dóciles y alegres,a la cámara de gas si se les permite creer que es un cuarto debaño.

Los miembros del Sonderkommando sabían que decirles a los quese iban a bañar que el cuarto de baño era una cámara de gas eraun delito castigado con la muerte instantánea. El crimen noparecería tan abominable y el castigo no sería tan severo si sehubiera conducido a las víctimas a la muerte simplemente conmiedo o resignación suicida. Pero basándose sólo en el miedo, lasSS hubieran necesitado más tropas, armas y dinero. Laracionalidad era mucho más efectiva, fácil de conseguir y másbarata. Y, así, para destruirles, los hombres de las SS cultivabancuidadosamente la racionalidad de sus víctimas.

Un jefe de seguridad sudafricano de alto rango, recientemente

entrevistado en una televisión británica, dejó las cosas bienclaras: el auténtico peligro del CNA (Congreso Nacional Africano), dijo, no reside en los actos de sabotaje o terrorismo (porespectaculares o costosos que puedan ser), sino en que induce a lapoblación negra, o a gran parte de ella, a hacer caso omiso de «laley y el orden». Si eso sucediera, incluso el mejor servicio deinformación y las fuerzas de seguridad más poderosas seencontrarían indefensas (una posibilidad confirmadarecientemente por la experiencia de la Intifada ). El terror sigue

siendo efectivo mientras no se haya pinchado el globo de laracionalidad. El dirigente más siniestro, cruel y sanguinario debeseguir siendo un defensor incondicional de la racionalidad […] operecer. Al hablar a sus súbditos, debe «dirigirse a la razón».Debe proteger la razón, elogiar las virtudes del cálculo de loscostos y los efectos, defender la lógica contra las pasiones y losvalores que, de forma poco razonable, no tienen en cuenta loscostos y se niegan a obedecer a la lógica.

Por lo general, todos los dirigentes pueden contar con que laracionalidad esté de su lado. Pero los dirigentes nazis, además,

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cambiaron las apuestas del juego de forma que la racionalidad dela supervivencia convirtiera en irracionales todos los otrosmotivos de la acción humana. En el mundo creado por los nazis,la razón era el enemigo de la moralidad. La lógica requería que se

consintiera el crimen. La defensa racional de la propiasupervivencia exigía que no se opusiera resistencia a ladestrucción de los otros. Esta racionalidad arrojaba a los quesufrían unos contra otros y destruía su humanidad común.También les convertía en una amenaza y en un enemigo paratodos los otros, todavía no marcados por la muerte y a los que demomento se les había concedido el papel de espectadores.Graciosamente, el noble credo de la racionalidad absolvía tanto alas víctimas como a los espectadores de la acusación de

inmoralidad y del sentimiento de culpa. Al reducir la vidahumana al cálculo de la propia conservación, esta racionalidadrobaba la humanidad a la vida humana.

El dominio nazi ha terminado hace mucho, pero su venenosolegado dista mucho de haber desaparecido. Nuestra continuaincapacidad para afrontar el significado del Holocausto, nuestraincapacidad para descubrir el engaño de la trampa asesina,nuestro deseo de seguir jugando el juego de la historia con los

dados cargados con una razón que minimiza los clamores de lamoralidad por irrelevantes o locos, nuestro consentimiento antela autoridad del cálculo rentable como argumento contra losmandamientos éticos, todo esto es una prueba elocuente de lacorrupción que el Holocausto descubrió pero que hizo poco, por loque parece, por desacreditar.

Dos de los años de mi infancia estuvieron marcados por losheroicos, aunque vanos, intentos de mi abuelo para introducirmeen los tesoros de las tradiciones bíblicas. Es posible que no fuera

un profesor muy inspirador o acaso yo fuera un discípulo obtuso eingrato. Lo cierto es que no recuerdo apenas nada de suslecciones. Sin embargo, una de las historias quedó grabada en mimente y me obsesionó durante muchos años. Era la historia deun santo sabio que se encontró con un mendigo en el caminomientras viajaba con un burro cargado de sacos de comida. Elmendigo le pidió algo para comer. El sabio le replicó: «Espera.Tengo que desatar los sacos». Antes de que terminara dedesatarlos, sin embargo, el hambre se cobró a su víctima y elmendigo murió. Entonces el sabio comenzó su plegaria:

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«¡Castígame, oh Señor, porque no he podido salvar la vida de miprójimo!». La impresión que me produjo esta historia es casi loúnico que recuerdo de la larga lista de las homilías de mi abuelo.Chocaba con todas las enseñanzas que me habían dado hasta

entonces mis profesores. La historia me parecía ilógica (que loera) y, en consecuencia, errónea (que no lo era). Necesité elHolocausto para convencerme de que lo segundo no se siguenecesariamente de lo primero.

 Aunque uno sepa que en la práctica no se pudo hacer mucho máspara salvar a las víctimas del Holocausto (al menos no sin costosadicionales y probablemente formidables), eso no significa que sepuedan poner a dormir los escrúpulos morales. Ni tampoco quesea infundada la sensación de vergüenza de una persona (aunquese pueda demostrar fácilmente su irracionalidad en términos dela propia conservación). Para esta sensación de vergüenza(condición indispensable de la victoria sobre el veneno lento, elpernicioso legado del Holocausto) carecen de toda importancia loscálculos más escrupulosos e históricamente exactos del númerode los que «pudieron» y de los que «no pudieron» ayudar o de losque «pudieron» y «no pudieron» ser ayudados.

Incluso los métodos cuantitativos más perfeccionados de

investigación de los «hechos» no nos llevarían muy lejos en pos deuna solución objetiva (esto es, universalmente concluyente) delasunto de la responsabilidad moral. No existe método científicoalguno para decidir si sus vecinos gentiles no evitaron que sellevaran a los judíos a los campos porque los judíos eran dóciles ypasivos o si los judíos raras veces escaparon de sus guardianesporque no tenían a donde escaparse, ya que percibían lahostilidad o la indiferencia del entorno. De la misma manera,tampoco existen métodos para decidir si los adinerados

residentes del ghetto de Varsovia podrían haber hecho algo máspara remediar la suerte de los pobres que morían en las calles dehambre o de hipotermia o si los judíos alemanes se podían haberrebelado contra la deportación de los Ostjuden , o si los judíos conciudadanía francesa podían haber hecho algo para impedir laincineración de los «judíos no franceses». Peor todavía, sinembargo, el cálculo de las posibilidades objetivas y de los costossolamente consigue desdibujar la naturaleza moral del problema .

La cuestión no es si los que sobrevivieron deberían sentirsecolectivamente (luchadores que por momentos sólo pudieron ser

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observadores, observadores que lo único que podían hacer eratemer convertirse en víctimas) avergonzados o s e deberían sentirorgullosos de ellos mismos. La cuestión es que solamente esasensación liberadora de vergüenza puede ayudar a recobrar el

significado moral de la pavorosa experiencia histórica y, enconsecuencia, ayudar a exorcizar el espectro del Holocausto quehasta el día de hoy anida en la conciencia humana y nos hacedescuidar la vigilancia en el presente para poder vivir en paz conel pasado. La elección no es entre vergüenza y orgullo. Laelección es entre el orgullo de una vergüenza moralmentepurificadora y la vergüenza de un orgullo moralmente arrollador.No estoy seguro de cuál sería mi reacción si un extraño llamara ami puerta y me pidiera que sacrificara mi vida y la de mi familia

para salvar la suya. Nunca me he visto ante una opciónsemejante. Sin embargo, estoy seguro de que, si me hubieranegado a darle refugio, habría sido capaz de justificar ante otrosy ante mí mismo que, teniendo en cuenta el número de vidassalvadas y perdidas, despedir al extraño era una decisióncompletamente racional. Estoy también seguro de que sentiríauna vergüenza irrazonable, ilógica y muy humana. Y tambiénestoy seguro de que, si no fuera por la sensación de vergüenza,esta decisión de despedir al extraño me iría corrompiendo hasta

el final de mis días.El mundo inhumano creado por una tiranía homicidadeshumanizó a sus víctimas y a todos los que contemplaron

 pasivamente esta victimización presionando a ambos para queemplearan la lógica de la propia conservación como absolución

 por la insensatez y la inactividad morales . No se puede proclamarque alguien es culpable por el simple hecho de perder el controlbajo semejante presión. Sin embargo, tampoco se puede excusar a

nadie de su propia autodesaprobación por rendirse. Y solamentecuando uno se siente avergonzado por su propia debilidad puedefinalmente demoler la prisión mental que perdura una vezdesaparecidos aquellos que la construyeron y custodiaron. Hoy, latarea es destruir esa fuerza de la tiranía para mantener a susvíctimas y a sus testigos presos mucho después de habersedesmantelado la prisión.

Un año tras otro, el Holocausto se va encogiendo hasta alcanzarel tamaño de un episodio histórico que, además, se vadesvaneciendo en el pasado. El significado de su recuerdo cada

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vez implica menos la necesidad de castigar a los criminales o deliquidar las cuentas pendientes. Los criminales que escaparon delcastigo son ahora ancianos seniles. Y también lo son, o lo seránpronto, la mayor parte de los que sobrevivieron a sus crímenes,

incluso aunque se descubriera a otro asesino, se le sacara de suescondite y se le llevara con retraso ante la justicia, sería cadavez más difícil equiparar la enormidad de su crimen con lasantidad de la dignidad del proceso legal (pensemos en ladesconcertante experiencia de los procesos a Demianiuk y aBarbie). También van quedando cada vez menos personas que, enla época de las cámaras de gas, fueran lo suficientementemayores como para poder decidir si debían abrir o cerrar lapuerta a los extraños que iban buscando refugio. Si cobrarse el

pago de los crímenes o liquidar las cuentas agotaran elsignificado histórico del Holocausto, se podría dejar que esteespantoso episodio se quedara en el lugar en el queaparentemente está (en el pasado) y dejarlo en manos de loshistoriadores profesionales. Sin embargo, la verdad es que elajuste de cuentas es simplemente una razón para recordar elHolocausto para siempre. Y una razón menor, como se vademostrando a medida que va perdiendo su importancia práctica .

Hoy, más que nunca, el Holocausto ha dejado de ser unapropiedad privada, caso de que lo fuera alguna vez. No es de losque lo perpetraron, para que sean castigados, ni de sus víctimasdirectas, para que pidan favores, simpatía o indulgenciaespeciales a cuenta de los sufrimientos pasados, y tampoco de lostestigos, para que busquen el perdón o certificados de inocencia.El significado actual del Holocausto es la lección que contiene

 para toda la humanidad .

La lección del Holocausto es la facilidad con que la mayor parte

de las personas, cuando se las pone en una situación en la que notienen una elección buena o bien esa elección es demasiadocostosa, se convencen a sí mismos y se alejan de la cuestión deldeber moral (o no se convencen de seguirla) adoptando, por elcontrario, los preceptos del interés racional y la propiaconservación. En un sistema en el que la racionalidad y la éticaapuntan en direcciones opuestas, la humanidad es la principalderrotada . El mal puede hacer su trabajo sucio con la esperanzade que la mayor parte de las personas, durante la mayor partedel tiempo, se abstengan de hacer cosas imprudentes y

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precipitadas, y resistirse al mal es imprudente y precipitado. Elmal no necesita de seguidores entusiastas ni de un público que leaplauda. El instinto de conservación lo hará todo, animado por elpensamiento reconfortante de que, gracias a Dios, todavía no me

toca a mí: si ahora me escondo, todavía me puedo escapar. Y hay otra lección del Holocausto que no es menos importante. Sila primera lección contenía una advertencia, la segunda nosofrece una esperanza. Es la segunda lección la que hace quemerezca la pena insistir en la primera.

La segunda lección nos dice que poner la propia conservación porencima del deber moral no es algo en absoluto predeterminado,inevitable e ineludible. A uno lo pueden presionar para que lo

haga, pero no le pueden forzar a hacerlo y, en consecuencia, nopuede traspasar la responsabilidad moral de haberlo hecho a losque ejercieron la presión. No importa cuántos eligieron el debermoral por encima de la racionalidad de la propia conservación. Loque importa es que algunos lo hicieron . El mal no estodopoderoso. Se puede resistir. El testimonio de los pocos que sele resistieron acaba con la autoridad de la lógica de la propiaconservación. Demuestra lo que en definitiva es: una elección .Uno se pregunta cuánta gente debe desafiar a esa lógica para que

el mal quede incapacitado. ¿Existe un umbral mágico deoposición más allá del cual la tecnología del mal se detenga conun gran ruido de frenos?

Apéndice

Manipulación social de la moralidad:

actores moralizadores, acción adiaforizante

Creo que el honor del Premio Europeo Amalfi le corresponde allibro titulado Modernidad y Holocausto , no a su autor, y, ennombre de ese libro y, en particular, de su mensaje, aceptoagradecido y con alegría este reconocimiento profesional. Ladistinción a que se ha hecho acreedor este libro me satisface pordistintas razones:

Primero: este libro nació de la experiencia que hasta hace pocoabarcaba la profunda y aparentemente infranqueable división

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entre lo que solíamos llamar Europa «del Este» y Europa«occidental». Las ideas y el mensaje que el libro recoge segestaron tanto en mi universidad de origen, en Varsovia, como encompañía de mis colegas en el Reino Unido, el país que, en mis

años de exilio, me ofreció un segundo hogar. Esta ideas no sabíande divisiones; sólo sabían de una experiencia europea compartida,de una historia común cuya unidad puede desmentirse, o inclusoeliminarse por un tiempo, pero no puede quebrarse. Mi libro serefiere al destino compartido por todos los europeos.

Segundo: este libro no habría existido de no ser por mi amiga ycompañera de toda la vida, Janina, cuyo Winter in the Morning ,un libro de recuerdos de los años de infamia humana, me abriólos ojos ante lo que no solemos querer ver. Escribir Modernidad yHolocausto se convirtió en una obligación intelectual y en undeber moral después de haber leído el resumen de Janina sobrela triste sabiduría que había adquirido en el círculo interior delinfierno creado por el hombre: «Lo más cruel de la crueldad esque deshumaniza a sus víctimas antes de destruirlas. Y la másdura de las luchas es seguir siendo humano en condicionesinhumanas». Intenté recoger la amarga sabiduría de Janina en elmensaje de mi libro.

Tercero: El mismo mensaje, un mensaje sobre la cara oculta eindecorosa de nuestro confiado, próspero, feliz mundo y sobre elpeligroso juego al que este mundo somete los impulsos moralesdel hombre, parece estar en resonancia con unas preocupacionescada vez más compartidas. Supongo que este es el sentido deconceder el codiciado Premio Amalfi a un libro que contiene esemensaje y la razón por la cual la prestigiosa Conferencia Amalfiestá dedicada este año a la relación entre moralidad y utilidad,cuyo divorcio, como apunta el mensaje, es la raíz de los éxitos

más espectaculares de nuestra civilización, y de sus crímenesmás aterradores. La única oportunidad de que nuestro mundo sereconcilie con sus pavorosos poderes es superar este divorcio. Laconferencia que seguidamente voy a pronunciar es por ello algomás que una reiteración del mensaje del libro. Es una voz que sesuma a un discurso que, ojalá, sigamos compartiendo.

Virtutem doctrina paret naturane donet . Para los antiguosromanos, el dilema era tan profundo como lo sigue siendo para

nosotros. La moralidad, ¿se enseña o pertenece a la mismaexistencia humana?, ¿resulta del proceso de socialización o «ya

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 juicios de Nuremberg se resolvieron ahí y entonces, trasplantearse como cuestiones locales, específicas de un casoextraordinario y patológico, a las que nunca se permitió rebasarlos límites de su cuidadosamente acotada estrechez de miras y a

las que se amortajó tan pronto como parecieron descontrolarse.No se produjo, ni se intentó, una revisión fundamental de nuestraconciencia. Durante muchas décadas  — hasta el día de hoy,podría decirse —  la voz de Arendt permaneció en soledad. Muchade la cólera que levantó el análisis de Arendt se debió al empeñopor no recusar nuestra autoconciencia. Sólo se aceptaronexplicaciones de los crímenes nazis que fueran claramenteirrelevantes para nosotros, para nuestro mundo, para nuestraforma de vida. Estas explicaciones logran la doble proeza de

condenar al inculpado y de exculpar al mundo de sus vencedores.Resulta vano discutir si la marginación del crimen cometido  — con toda la ferocidad de la aclamación social o con la aprobacióntácita de la gente —   por unas personas que «no eran nipervertidos ni sádicos», que «eran, y siguen siendo,aterradoramente normales» (Arendt), fue deliberada oinadvertida, lograda a propósito o por descuido. Lo cierto es quela cuarentena decretada medio siglo atrás nunca terminó; si

acaso, las alambradas son ahora más espesas. Auschwitz hapasado a la historia como un problema «judío» o «alemán», comouna propiedad privada judía o alemana. De gran importancia enlos «Estudios Judíos», ha quedado relegado a las notas en pie depágina o a los párrafos de rigor por el grueso de la historiografíaeuropea. Los libros sobre el Holocausto se reseñan en lassecciones dedicadas a los «Temas Judíos». La incidencia de estacostumbre viene respaldada por el vehemente rechazo delestablishment  judío a todo intento, por tímido que sea, de

«expropiar» la injusticia que los judíos, y sólo los judíos,padecieron. El Estado judío desearía ser el único albacea y, sinduda, el único legítimo heredero de esta injusticia. Esta impíasanta alianza impide de hecho que la experiencia, que insiste ennarrar como «exclusivamente judía», pueda convertirse en unproblema universal de la moderna condición humana y, portanto, en una propiedad pública. Otra manera de presentar

 Auschwitz es como un acontecimiento que sólo puede explicarsesi se remite a las extraordinarias circunvoluciones de la historia

de Alemania, a los conflictos interiores de la cultura alemana, alos errores garrafales de la filosofía alemana, al carácter nacional

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desconcertantemente autoritario de los alemanes: la estrechez demiras y la marginación resultantes son parecidas. Por último,otra manera, acaso la más perversa, de marginar el crimen y deexculpar a la modernidad es la estrategia de sustraer al

Holocausto de la comparación con fenómenos similares parainterpretarlo como la irrupción de fuerzas premodernas(bárbaras, irracionales) supuestamente eliminadas desde antiguoen las sociedades civilizadas «normales» pero insuficientementedomeñadas o inadecuadamente controladas por lasupuestamente escasa o defectuosa modernización de Alemania.Cabe esperar que esta estrategia de defensa sea la preferida: endefinitiva, reitera y confirma tangencialmente el mito etiológicode la civilización moderna como el triunfo de la razón sobre la

pasión, y refuerza la creencia en que este triunfo supone unrotundo paso adelante en el desarrollo histórico de la moralidad.

El resultado combinado de estas tres estrategias se sigandeliberada o inconscientemente es la proverbial perplejidad de loshistoriadores, que insistentemente se quejan de que, por muchoque lo intenten, no logran comprender el episodio másespectacular de este siglo, cuyo relato, no obstante, han escritocon pericia y siguen escribiendo cada vez con mayor detalle. Saúl

Friedlánder lamenta esta «parálisis de los historiadores», que,según su (ampliamente compartido) parecer, «se debe a lasimultaneidad e interacción de fenómenos completamenteheterogéneos: fanatismo mesiánico y estructuras burocráticas,impulsos patológicos y decretos administrativos, actitudesarcaicas en una sociedad industrializada». Atrapados en la red delas narraciones marginadoras que todos ayudamos a tejer nologramos ver lo que miramos: sólo percibimos la confusaheterogeneidad de la imagen, coexistencia de cosas que nuestro

lenguaje no permite que coexistan, complicidad entre unosfactores que, según nuestras narraciones, pertenecen a distintostiempos, distintas épocas. La heterogeneidad no es undescubrimiento, es una premisa. Esta premisa es la que generaasombro donde podría y debería haber comprensión.

En 1940, en lo más hondo de la oscuridad, Walter Benjamínapuntó un mensaje que, vistas la persistente parálisis de loshistoriadores y la imperturbable ecuanimidad de los sociólogos,todavía hay que escuchar de verdad: «Este asombro no puede serel punto de partida para una comprensión cabal de la historia,

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salvo si es para comprender que el concepto de historia que locausa es insostenible» . Lo insostenible es concebir nuestrahistoria europea como el triunfo de la humanidad sobre el animalque el hombre lleva dentro, como el triunfo de la organización

racional sobre la crueldad de una vida repugnante, salvaje ycorta. También es insostenible concebir la sociedad modernacomo una contundente fuerza moralizadora, sus institucionescomo poderes civilizadores, sus controles coercitivos como diquesque defienden la quebradiza humanidad contra las riadas de laspasiones animales. El resto de esta conferencia está dedicado,siguiendo el libro que comenta, a exponer las razones de estainsostenibilidad.

Insistamos: la dificultad para demostrar lo insostenible de lo quecomúnmente son premisas de sentido común del discursosociológico se debe en gran medida a la naturaleza intrínseca dellenguaje de la narración sociológica; como todos los lenguajes,define sus objetos cuando pretende estar describiéndolos. Laautoridad moral de la sociedad se demuestra por sí misma hastalo tautológico en la medida en que toda conducta que no se ajustaa lo societalmente sancionado se define como inmoral. La acciónsocietalmente sancionada será buena mientras la acción

condenada por la sociedad se defina como mala. No hay salidafácil de este círculo vicioso, en la medida en que toda posibilidadde referirse al origen pre-social de la moral ha quedado deentrada condenada por violar las normas de la racionalidadlingüística, la única racionalidad de la que entiende el lenguaje.El uso del lenguaje sociológico supone aceptar la visión delmundo que este lenguaje genera, y supone el consentimientotácito para proseguir el discurso de tal manera que todareferencia a la realidad se remita a ese mundo generado. La

visión del mundo generada por el lenguaje sociológico replica eléxito de los poderes legislativos de la sociedad. Pero no sólo haceesto: silencia la posibilidad de esbozar visiones alternativas; eléxito de esos poderes consiste en suprimir las visionesalternativas. El poder de definición del lenguaje refuerza, portanto, los poderes de diferenciación, separación, segregación yeliminación que residen en la estructura de la dominación social.También recibe su legitimidad y su capacidad persuasiva de esasestructuras.

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heterónoma ni de la argumentación racional, no sabe de conatusessendi , de ahí que elida el razonamiento del «interés racional» yla pertinencia del cálculo de supervivencia, sendos puentes haciael mundo de «lo que hay», de la dependencia y la heteronomía. La

cara del Otro es, como apunta Lévinas, un límite al empeño porexistir. Y, por tanto, proporciona la libertad suprema: la libertadcontra lo heterónomo, contra la dependencia, contra la insistenciade la naturaleza por pervivir. La moralidad es «un momento degenerosidad», «alguien que juega sin ganar […] Algo que se hacegratuitamente, es la gracia […] La idea de la cara es la idea delamor gratuito, de la acción gratuita». Debido a su implacablegratuidad, los actos morales no se pueden atraer, seducir,comprar ni convertir en rutina. Desde el punto de vista societal,

la razón  práctica de Kant es irremediablemente impracticable …Desde el punto de vista de la organización, la conducta moral esabsolutamente inútil, cuando no subversiva: no se puede utilizarpara ninguna finalidad y pone un límite a la esperanza de lomonótono. Puesto que la moralidad no puede racionalizarse, sedebe eliminar o manipular para tornarla irrelevante.

La respuesta de la organización ante la autonomía delcomportamiento moral es la heteronomía de las racionalidades

instrumental y procedimental. La ley y el interés desplazan yreemplazan la gratuidad e insancionabilidad del impulso moral. A los actores se les exige que justifiquen su conducta aduciendola razón definida por el objetivo o por las normas delcomportamiento. Sólo las acciones, de hecho o potencialmente,pensadas y argumentadas de este modo forman parte de lacategoría de la acción social , es decir, de la acción racional , estoes, una acción que define a los actores como actores sociales . Delmismo modo, las acciones que no se ajustan a los criterios de la

consecución de un objetivo o de la disciplina procedimental sondeclaradas no-sociales, irracionales y  privadas . La socializaciónorganizativa de la acción trae consigo la privatización de lamoralidad.

Toda organización social consiste, por tanto, en neutralizar laincidencia subversiva y desreguladora del comportamiento moral.Esto lo consigue con el apoyo de algunas medidascomplementarias: 1) ampliando la distancia entre la acción y susconsecuencias hasta hacerla inabarcable por el impulso moral; 2)excluyendo algunos Otros de la clase de los potenciales objetos de

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la acción moral, de las potenciales caras; 3) disimulando otrosobjetos humanos de la acción como agregados de rasgosfuncionales específicos, unos rasgos que se mantienen separadospara evitar toda posibilidad de volver a ensamblar la cara; y, así,

la tarea establecida para cada acción queda dispensada devaloración moral. Con estas medidas, la organización no fomentael comportamiento inmoral, no promociona el mal, como algunosdetractores se apresurarán a imputarle, pero tampoco promueveel bien, a pesar de su propia promoción. Hace que la acción socialse haga adiafórica (etimológicamente, adiaphoron significaaquello que la Iglesia declara indiferente), ni bueno, ni malo,sopesable en términos técnicos (de consecución de objetivos o deprocedimientos), no en función de valores morales. De la misma

manera, hace que la responsabilidad moral por el Otro, en elsentido primero de poner un límite al «empeño por existir», nosurta efecto. (Resulta tentador conjeturar que los filósofossociales, que en el umbral de la era moderna concibieron laorganización social como algo perteneciente al ámbito de lodiseñable y de la mejora racional, teorizaron precisamente sobrela capacidad de la organización para alcanzar la inmortalidad delHombre, y privatizar, relegándola al ámbito de lo irrelevante, lamortalidad de los hombres y de las mujeres). Analicemos una por

una estas medidas que, simultáneamente, dan cuerpo a laorganización social y adiaforizan la acción social.

Empezaremos con el retraimiento de los efectos de la acción másallá del alcance de los límites morales, ese logro clave de haberinsertado la acción en la jerarquía de las órdenes y de laejecución. Una vez ubicada en la «condición de agente» ydesgajada tanto de las fuentes de la intención consciente como delos resultados finales de la acción mediante una cadena de

intermediarios, los actores apenas tienen ocasión de enfrentarseal momento de la decisión o de ver los resultados de sus actos. Y,lo que es más grave, apenas pueden percibir lo que ven como unaconsecuencia de sus actos. Al estar la acción mediatizada y seruna mera mediación , la sospecha del vínculo causal quedaconvincentemente descartada teorizando los hechos como«consecuencias imprevistas» o como «el resultado nointencionado» de un acto en sí mismo moralmente neutro, unfallo de la razón, nunca un error ético. La organización social

puede describirse como una máquina que mantiene a flote laresponsabilidad moral. No pertenece a nadie en concreto, puesto

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que la contribución de todos al resultado final es demasiadonimia o parcial como para que se le pueda atribuir una funcióncausal. La disección de la responsabilidad y la dispersión de loque queda hecho conduce, desde el punto de vista de la

estructura, a lo que Hannah Arendt conmovedoramente describiócomo «el gobierno de Nadie». Desde el punto de vista delindividuo, deja al actor, en cuanto sujeto moral, sin palabra y sindefensa ante los poderes gemelos de la tarea y de las normas delprocedimiento.

La segunda medida puede denominarse «borrar la cara». Consisteen situar a los objetos de la acción en una posición desde la queno pueden desafiar al actor como una fuente de exigencia moral;es decir, en excluirlos de la categoría de los seres que puedenenfrentarse ante el actor como una «cara». La gama de mediosdestinada a conseguir este resultado es realmente enorme. Vadesde eximir explícitamente de protección moral al enemigodeclarado, pasando por clasificar a los grupos seleccionados entrelos recursos de la acción que pueden tasarse en términosexclusivamente de valía técnica e instrumental, hasta eliminar alextraño del encuentro humano rutinario en el que su cara podríahacerse visible y desafiar con una exigencia moral. En todos los

casos se suspende o se deja sin efecto el impacto limitador de laresponsabilidad moral por el Otro.

La tercera medida destruye al objeto de la acción como ser. Elobjeto se desmembra en rasgos. La totalidad del sujeto moral sereduce a una lista de partes y atributos a los cuales no cabeconferir subjetividad moral. Las acciones se centran sobre lasunidades específicas del conjunto, evitando, o eludiendodefinitivamente, la posibilidad de encontrarse con efectosmoralmente significantes (esto es lo que, presumiblemente, ha

sido recogido en el postulado del reduccionismo filosóficodefendido por el positivismo lógico: demostrar que si una entidadP puede reducirse a las entidades a, b y c, entonces se deduce quex sólo es la reunión de a, b y c. No sorprende que la moralidadfuera una de la primeras víctimas de este gusto reduccionistalógicopositivista). Sea como fuere, la incidencia de una acciónestrechamente cirscuncrita sobre la totalidad del objeto humanosobre el que se realiza no puede verse, y queda exenta devaloración moral en la medida en que no forma parte de laintención.

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Hemos realizado nuestro análisis sobre la incidenciaadiaforizante de la organización social en términosintencionadamente a-históricos y a-espaciales. La adiaforizaciónde la acción humana parece ser, de hecho, un acto constitutivo

necesario para cualquier totalidad supraindividual o social, esdecir, para cualquier organización social. Si esto es así, nuestropropósito de desafiar y refutar la creencia ortodoxa en la autoríasocial de la moral no ofrece por sí mismo una respuesta a lapreocupación ética que incitó nuestra investigación. No cabe dudade que concebir la sociedad como un mecanismo adiaforizantepermite explicar la ubicua crueldad endémica en la historiahumana mejor que la teoría ortodoxa sobre el origen social de lamoralidad; permite explicar, por ejemplo, por qué en tiempos de

guerra, cruzadas, colonización o luchas comunales lascolectividades humanas normales son capaces de llevar a caboactos que, si los realiza un individuo, se atribuyen de inmediato ala psicopatía del responsable. Sin embargo, no acaba de explicaralgunos fenómenos sorprendentemente novedosos de nuestrotiempo, como el Gulag , Auschwitz o Hiroshima. Uno tiene lasensación de que estos acontecimientos claves de nuestro sigloson ciertamente nuevos; y uno puede pensar (justificadamente)que se trata de la manifestación de unas determinadas

características, novedosas, típicamente modernas, que noconstituyen rasgos universales de la sociedad humana y que lassociedades del pasado no tenían. Pero ¿por qué?

Primero: la novedad más evidente y banal es la magnitud delpotencial destructor de la tecnología que puede ponerse alservicio de una acción completamente adiaforizada. Estos nuevosy asombrosos poderes los e instiga hoy en día la efectividad deunos procesos de dirección crecientemente científicos. La

tecnología desarrollada en los tiempos modernos sin dudacontribuye a extremar las tendencias ya evidentes en toda acciónsocialmente reglada y organizada; la magnitud sólo supone uncambio cuantitativo. Sin embargo, hay un punto en el que laextensión cuantitativa anuncia un cambio cualitativo y ese puntose alcanzó en una era que llamamos modernidad. El ámbito de latechne , el ámbito de los tratos con el mundo no humano o con elmundo humano relegado a lo no humano, siempre se haconsiderado moralmente neutro gracias al expediente de la

adiaforización. Pero, como ha señalado Hans Jonas, en lassociedades que no disponen de las armas de la tecnología

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moderna «lo bueno y lo malo de los que debía preocuparse laacción estaban próximos al acto, bien en la misma praxis, bien ensu alcance inmediato […]  La esfera efectiva de la acción erapequeña» y también lo eran sus posibles consecuencias, ya fueran

intencionadas o impensadas. Hoy en día, sin embargo, «la ciudadde los hombres, otrora un enclave en un mundo no humano, seextiende sobre toda la naturaleza y usurpa su puesto». Losresultados de la acción son extensos y prolongados, tanto en eltiempo como en el espacio. Se han hecho, como sugiere Jonas,acumulativos , es decir, trascienden todo límite temporal oespacial y, como muchos temen, podrían trascender la capacidadautocurativa de la naturaleza y acabar en lo que Ricoeur llamaanihilación que, a diferencia de otras destrucciones que pueden

acabar siendo operaciones de limpieza dentro de un procesocreativo de cambio, no deja lugar para un nuevo inicio. Estenuevo desarrollo, hecho posible por la eterna técnica social de laadiaforización de la que se desprende, multiplicó su envergaduray su efectividad hasta el extremo en el que las acciones puedenservir el propósito de intenciones moralmente odiosas en unextenso territorio y para un periodo de tiempo prolongado. Susconsecuencias pueden llegar hasta el extremo de hacerseirreversibles e irreparables, sin suscitar en ningún momento

dudas morales o simple vigilancia sobre el proceso.Segundo: junto a la potencia sin precedentes de la tecnologíafabricada por el hombre, se produjo la impotencia de lasautolimitaciones impuestas por el hombre sobre su dominio sobrela naturaleza y sobre sus semejantes: el conocido«desencantamiento del mundo» o, en palabras de Nietzsche, «lamuerte de Dios». Dios era, ante todo y sobre todo, un límite a lapotencia humana: una restricción impuesta por lo que el hombre

debía hacer sobre lo que  podía hacer y se atrevía a hacer . Elreconocimiento de la omnipotencia de Dios trazaba una fronterasobre lo que el hombre podía hacer y atreverse a hacer. Losmandamientos limitaban la libertad de los humanos comoindividuos, pero también limitaban lo que los hombres juntos,reunidos en sociedad, podían hacer y prescribir. La capacidadhumana de legislar y manipular los principios del mundo eraintrínsecamente limitada. La ciencia moderna que desplazó yreemplazó a Dios retiró ese obstáculo. También dejó un puesto

vacante: el cargo de supremo legislador y director, el de diseñadory administrador del orden mundano, quedó pavorosamente vacío.

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Debía ser ocupado o si no… Dios  fue destronado, pero el tronoseguía ahí. El trono sin ocupar fue, a lo largo de la modernidad,una sostenida y tentadora invitación para visionarios yaventureros. El sueño de un orden que todo lo abarca en la

armonía seguía tan vivo como siempre, al tiempo que parecíaestar más próximo que nunca, al alcance del hombre como nuncalo había estado antes. Dependía, ahora, de los mortales terrestreshacerlo realidad y darle pervivencia. El mundo se convirtió en el

 jardín del hombre y sólo la vigilancia del jardinero podía evitarque volviera a ser yermo. Dependía ahora del hombre, y sólo delhombre, atender que los ríos siguieran el curso debido y que losbosques no invadieran las tierras destinadas al cultivo. Dependíadel hombre, y sólo del hombre, asegurarse de que los extraños no

oscurecieran la trasparencia del orden legislado, de que las clasesturbulentas no estropearan la armonía social, de que lacomunidad de la gente patria no se mezclara con razas extrañas.La sociedad sin clases, la sociedad racialmente pura, la GranSociedad eran ahora tarea del hombre, una tarea urgente, unasunto de vida o muerte, un deber. La claridad del mundo y lavocación del hombre, otrora garantizados por Dios y ahoraperdidos, debían restaurarse con celeridad, esta vez sólo con laperspicacia humana y bajo la responsabilidad (¿o

irresponsabilidad?) del hombre.Esta combinación entre el creciente poder de los medios y ladeterminación sin límites de usarlo al servicio de un ordenartificial y programado, fue la que confirió a la crueldad suparticular rasgo moderno e hizo que el Gulag , Auschwitz eHiroshima ocurrieran, incluso hizo que quizá fueran inevitables.

 Abundan las señales de que esta combinación ha terminado. Algunos teorizan la relegación de esta combinación como el paso

de la modernidad a la mayoría de edad; otros hablan deladvenimiento de la era postmoderna; todos coincidirán con lalacónica sentencia de Peter Drucker: «no más salvación por partede la sociedad». Hay muchas tareas que el gobierno humanopuede y debe hacer. Diseñar el orden perfecto del mundo no está,sin embargo, entre ellas. El gran mundojardín se ha dividido eninnumerables parcelas, cada una con su pequeño orden. En unmundo densamente poblado de jardineros reflexivos y móviles noparece quedar sitio para el Jardinero Supremo, el jardinero de

 jardineros.

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No podemos ahora enumerar los acontecimientos que condujeronal hundimiento del gran jardín. Pero sean cuales fueran lascausas, este hundimiento es, a mi entender, una gran noticia, porvarias razones. Sin embargo, ¿promete un nuevo inicio para la

moralidad de la coexistencia humana? ¿Cómo incide sobre laimportancia actual de nuestra anterior argumentación sobre laadiaforización de la acción social y, en particular, sobre ladimensión potencialmente desastrosa que le confiere latecnología moderna?

De haberlas, hay pocas ganancias sin pérdidas. La partida delgran jardinero y la disipación de la gran visión jardinera hizo queel mundo fuera un lugar más seguro , al desvanecerse el riesgo deun genocidio inspirado por la salvación y buscándola. Pero estono fue suficiente para convertirlo en un lugar seguro . Nuevostemores sustituyen a los antiguos; o, mejor dicho, algunosantiguos temores aparecen tras la sombra de otro temorrecientemente expulsado o controlado. Se puede compartir lapremonición de Hans Jonas: cada vez más intensamente,nuestros principales temores se referirán a los riesgosapocalípticos que puede traer consigo la dinámica nointencionada de la civilización técnica, antes que a los riesgos de

unos campos de concentración o de unas explosiones atómicashechas a medida, toda vez que ambos requieren que se formulengrandes propósitos y, sobre todo, que se tomen decisionesencaminadas hacia ellos. Esto ocurre porque el mundo actual seha librado de las misiones del hombre blanco, del proletariado ode la raza aria sólo porque se ha librado de todos los fines y detodos los sentidos y se ha convertido en un universo de medios alservicio de ningún otro propósito que el de reproducirse yagrandarse. Como señaló Jacques Ellul, la tecnología hoy en día

se desarrolla  porque se desarrolla ; los medios tecnológicos seusan porque están ahí, y un crimen que sería imperdonable en unmundo con abundancia de valores no usará los medios que latecnología ha hecho, o hará, disponibles. Si podemos hacerlo, ¿porqué no hemos de hacerlo? Hoy en día, la tecnología no sirve parasolucionar problemas; sino que la disponibilidad de determinadatecnología redefine las distintas partes de la realidad humanacomo  problemas que claman solución . En palabras de Wiener yde Kahn, los desarrollos tecnológicos producen medios más allá

de las exigencias y buscan exigencias para satisfacer lascapacidades tecnológicas.

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El dominio sin límites de la tecnología significa que el propósito yla elección se sustituyen por la determinación causal. Ya noparece posible concebir un punto de referencia intelectual o moraldesde el cual valorar, evaluar o criticar los derroteros de la

tecnología, salvo para evaluar sucintamente las posibilidades quela misma tecnología ha creado. La razón de los medios triunfaplenamente cuando los fines acaban diluyéndose en las arenasmovedizas de la solución de los problemas. El camino hacia laomnipotencia técnica quedó despejado cuando se retiraron losúltimos restos de sentido. Se puede repetir la proféticaadvertencia de Valéry cuando, a principios de nuestro siglo,escribió: «On peut dire que tout ce que nous savons, c’est-à-diretout ce que nous pouvons, a fini par s’opposer à ce que nous 

sommes». Se nos ha dicho, y hemos acabado creyendo, que laemancipación y la libertad significan el derecho a reducir al Otro,y al resto del mundo, a la condición de objeto, útil mientras désatisfacción. Más intensamente que cualquier otra formaconocida de organización social, la sociedad que se rinde ante eldominio no desafiado y sin límites de la tecnología ha borrado lacara humana del Otro y ha llevado, por tanto, la adiaforización dela sociabilidad humana hasta una profundidad que aún está pordescubrir.

Esto no es, sin embargo, más que una vertiente de la realidademergente, la vertiente del «mundo de la vida» que domina laexperiencia cotidiana del individuo. También hay, como hemosapuntado antes, otra vertiente: el voluble, fortuito y erráticodesarrollo del potencial tecnológico y de sus implicaciones que,vista la potencia de las herramientas, puede conducir fácilmente,sin que nadie lo advierta, a una situación de «acumulacióncrítica» en la que el mundo estará tecnológicamente creado pero

ya no se podrá controlar tecnológicamente. De forma parecida acómo lo han conseguido en la modernidad, la música, el arte o lafilosofía, la tecnología moderna alcanzará finalmente sudesenlace lógico y establecerá su propia imposibilidad. Paraevitar este resultado se necesita, como señaló JosephWeizenbaum, nada menos que una nueva ética, una ética de ladistancia y de las consecuencias distantes, una éticaconmensurable con la misteriosa extensión espacial y temporalde los efectos de la acción tecnológica. Una ética distinta a las

morales que conocemos, una ética que supere los obstáculos

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socialmente levantados de la acción mediada y la reducciónfuncional del ser humano.

Esta ética es seguramente la necesidad lógica de nuestro tiempo;es decir, si el mundo que ha convertido los medios en fines ha de

evitar las consecuencias probables de su propio éxito. El que estaética esté a la vista, es otra cuestión. Quién más que nosotros,sociólogos y estudiosos de las realidades sociales y políticas,debería ser más propenso a dudar de la posibilidad de quepuedan realizarse las verdades que los filósofos, justamente, handemostrado eran lógicamente contundentes y apodícticamentenecesarias. Y quién más apropiado que nosotros, sociólogos, paraalertar a nuestros semejantes del hiato entre lo necesario y loreal, entre la relevancia de los límites morales para lasupervivencia y el mundo decidido a vivir  — a vivir felizmente yacaso para siempre —  sin esos límites.

Conferencia de recepción del Premio

Amalfi, pronunciada el 24 de mayo de

1990)

Notas Prólogo

[1] David G. Roskies,  Against   the Apocalypse: Response to  Catastrophe in Modern   Jewish Culture . Harvard UniversityPress: Cambridge (Mass.), 1984, pág. 252.

[2] Cynthia Ozick,  Art and   Ardour . Dutton: Nueva York, 1984,pág. 236.

[3] Comparar con Steven Beller, «Shading Light on the NaziDarkness», Jewish  Quarterly , Invierno 1988-9, pág. 36.

[4] Janina Bauman, Winter in   the Morning . Virago Press:Londres, 1986, pág. 1.

Notas 1

[1] Véanse: Konrad Lorentz, On Aggression . Harcourt, Braceand World: Nueva York, 1977, y Arthur Koestler, Janus: A

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Summing   Up . Hutchinson: Londres, 1978. Entre los muchostextos que intentan utilizar teorías sobre la imperfeccióninmanente de la naturaleza humana para explicar el Holocausto,ocupa un lugar destacado la obra de Israel W. Charny How can

we  Commit the Unthinkable? . Westview Press: Boulder, 1982.El libro contiene un estudio exhaustivo de las teorías sobre lanaturaleza humana y examina hipótesis como «el hombre esmalvado por naturaleza», «la tendencia a emborracharse depoder» o «asesinar a la humanidad del otro para salvar lapropia». Wendy Stellar Flory, «The Psychology of Antisemitism»,en Antisemitism in the  Contemporary World , ed. Michael Curtís.Westview Press: Boulder, 1986, explica que la intensidad delHolocausto se debió a la tenacidad del antisemitismo, el

antisemitismo a un prejuicio omnipresente y el prejuicio a «elmás fundamental e intuitivo de todos los impulsos humanos: elegoísmo», que a su vez se explica como «el resultado de otracaracterística humana: el orgullo que nos impulsa a hacer casicualquier cosa antes de admitir que estamos en el error» (pág.240). Flory afirma que para evitar los efectos destructivos delprejuicio haría falta que la sociedad insistiera, lo mismo que lohace con otros tipos de egoísmo, en que se debe controlar y frenarcon todo rigor. (pág. 249).

[2] Por ejemplo, «Angela Davis se transforma en un ama de casa judía en camino a Dachau; el recorte del programa de cupones decomida se convierte en un ejercicio de genocidio; los vietnamitasque huyen de su país en barco se identifican con losdesventurados refugiados judíos de los años 30». Henry L.Feingold, «How Unique is the Holocaust?», en Genocide:   CriticalIssues of the   Holocaust , ed. Alex Grobman Daniel Landes. TheSimon Wiesenthal Centre: Los Angeles, 1983, pág. 398.

[3] George M. Kren y León Rappoport, The Holocaust   and theCrisis of the Human   Behaviour . Holmes Meier: Nueva York,1980, pág. 2.

[4] Everett C. Hughes, «Good People and Dirty Work», en SocialProblems , Verano 1962, págs. 3-10.

[5] Véase Helen Fein,  Accountig for Genocide:   NationalResponse and   Jewish Victimization during   the Holocaust . FreePress: Nueva York, 1979.

[6] Fein, Accountig for  Genocide .

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[7] Nechama Tec, When Light   Pierced the Darkness . OxfordUniversity Press: Oxford, 1986, pág. 193.

[8] John K. Roth, «Holocaust Business», en  Annals of    AAPSS , n.450, julio, 1980, pág. 70.

[9] Feingold, «How Unique is the Holocaust», págs. 399- 400.

[10] Edmund Stillman y William Pfaff, The Politics  of Hysteria .Harper Row: Nueva York, 1964, págs. 30- 31.

[11] Raoul Hilberg, The   Destruction of the European   Jews .Holmes Meier: Nueva York, 1983, vol. III, pág. 994.

[12] Richard L. Rubenstein, The Cunning of History . Harper:Nueva York, 1987, págs. 91 y 195.

[13] Véase Lyman H. Legters (ed.), Western Society afier   theHolocaust . Westview Press: Boulder, 1983.

[14] En palabras del anterior ministro de Asuntos Exteriores deIsrael, Abba Eban, «con el señor Begin y sus cohortes, cualquierenemigo se convierte en un ‘nazi’ y cualquier golpe es  otro‘Auschwitz’». Eban  prosigue: «Ya es momento de que nossostengamos sobre nuestros propios pies y no sobre los de seismillones de muertos», citado por Michael R. Marrus, «Is there a

new Antisemitism?», en Curtis,  Antisemitism in the  Contemporary World , págs. 177-8. Las afirmaciones del tipo delas de Begin piden que se las conteste de la misma manera. Enconsecuencia, Los Angeles Times le atribuye a Begin «el lenguajede Hitler», mientras que otro periodista estadounidense escribeque los ojos de los árabes palestinos tienen la misma mirada quelas fotos de los niños judíos dirigiéndose a la cámara de gas.

 Véase Edward Alexander, Antisemitism in  the Modern World .

[15] Kren y Rappoport, The  Holocaust and the Crisis , págs. 126 y

143.[16] Leo Kuper, Genocide: Its   Political Use in the   TwentiethCentury . Yale University Press: New Haven, 1981, pág, 161.

[17] Christopher R. Browning, «The Germán Bureaucracy andthe Holocaust», en Grobman y Landes, Genocide , pág. 148.

[18] Kuper, Genocide , pág. 121.

[19] H. H. Gerth y C. Wright Mills (eds.), From Max   Weber .

Rouledge Kegan Paul: Londres, 1970, págs. 214 y 215. Lucy S.Dawidowitcz, en su exhaustivo estudio y evaluación partidista

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sobre el tratamiento que han dado los historiadores al Holocausto(The Holocaust and the   Historians . Harvard University Press:Cambridge (Mass), 1981), se opone a que se equipare elHolocausto a otros casos de asesinatos en masa, como la

aniquilación de Hiroshima y Nagasaki: «El objetivo delbombardeo fue poner en evidencia la superioridad militar de losEstados Unidos»; el bombardeo «no estuvo motivado por el deseode eliminar a gente japonesa» (págs. 17-18). Sin embargo, unavez hecha esta observación, que es evidentemente cierta,Dawidowitcz pasa por alto un punto importante: la matanza dedoscientos mil japoneses se concibió y se llevó a cabo comométodo efectivo de poner en práctica el fin decidido de antemano;de hecho, fue el producto de la mentalidad que resuelve los

problemas de forma racional.[20] Véase Karl A. Schleuner, The Twisted Road to   Auschwitz .University of Illinois Press, 1970.

[21] Micael R. Marrus, The   Holocaust in History . UniversityPress of New England: Londres, 1987, pág. 41.

[22] Gerth y Mills, Trom Max  Weber , pág. 232.

[23] Browning, «The Germán Bureaucracy», pág. 147.

[24] Kren y Rappoport, The  Holocaust and the Crisis , pág. 70.[25] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: a  Report on theBanality of   Evil, Viking Press: Nueva York, 1964, pág. 106.

[26] Arendt, Eichmann in  Jerusalem , pág. 69.

[27] Hilberg, The Destruction  of the European Jews , pág. 1011.

[28] Véase Herbert C. Kelman, «Violence without MoralRestraint», en Journal  of Social Issues , vol. 29 (1973), págs. 29-

61.[29] Gerth y Mills, From Max  Weber , pág. 95. Durante su juicio,Eichmann insistió no sólo en que obedecía órdenes, sino en queacataba la ley. Arendt comenta que él (y no necesariamente sóloél) parodiaba el imperativo categórico de Kant de tal manera quedebía apoyar la subordinación burocrática en vez de la autonomíaindividual: «actúa como si el fundamento de tu actuación fuera elmismo que el del legislador o el de las leyes de la tierra». Arendt,Eichmann  in Jerusalem , pág. 136.

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[30] Citado por Robert Wolfe, «Putative Threat to NationalSecurity at Nurenberg Defence for Genocide», en  Annals of

 AAPSS , n. 459, julio, 1980, pág. 64.

[31] Hilberg, The Destruction  of the European Jews , págs. 1.036-

8, 1.042.[32] Hilberg, The Destruction  of the European Jews , pág. 1.024.

[33] John Lachs, Responsibility of the   Individual in Modern  Society . Harvester: Brighton, 1981, págs. 12-13, 58.

[34] Philip Caputo,  A Rumour   ofWar . Holt, Rinehart Winston:Nueva York, 1977, pág. 229.

[35] Fein, Accounting for  Genocide , pág. 4.

[36] Hilberg, The Destruction  of the European Jews , pág. 1.044.[37] Franklin M. Littell, «Fundamentals in Holocaust Studies»,en Annals of    AAPSS , n. 450, julio, 1980, pág. 213.

[38] Colin Gray, The Soviet-   American Arms Race . Saxon House:Lexington, 1976, págs. 30, 40.

Notas 2

[1] Harry L. Feingold, Menorah, Programa de  Estudios Judaicosde la   Virginia Commonwealth   University , n. 4 (Verano 1985),pág. 2.

[2] Norman Cohn, Warrant   for Genocide . Eyre & Spottiswoode:Londres, 1967, págs. 267-8.

[3] Feingold, Menorah , pág. 5.

[4] Walter Laqueur, Terrible   Secret . Penguin Books:Harmondsworth,1980.

[5] Cohn, Warrant for  Genocide , págs. 266-7.

[6] He escrito con más detalle sobre este tema en «Exit Visas andEntry Tickets», Telos , Invierno 1988.

[7] Eberhard Jáckel, Hitler in  History . University Press of NewEngland: Boston, 1964.

[8] Véase Hitler’s Secret  Book . Grove Press: Londres, 1988.

[9] Cohn, Warrant for  Genocide , pág. 252.

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[10] Citado en Walter Laqueur ,  A History   ofZionism . Nueva York: 1972, pág. 188.

[11] 11. Max Weinreich, Hitler’s Professors: The Part   ofScholarship in Germanys   Crimes against the Jewish   People .

 Yiddish Scientific Institute: Nueva York, 1946, pág. 28.[12] 12. W.D. Rubinstein, The   Left, the Right and the Jews .Croom Helm: Londres, 1982, págs. 78-9. Yo expresaría estaobservación de forma diferente: no fue la violencia concreta quetuvo como consecuencia la combinación de los antisemitismos,sino precisamente el fenómeno de antisemitismo que surgió de lacombinación de perspectivas. Debemos recordar que la situaciónsocial contradictoria de los judíos, que se prolongó hasta la

Segunda Guerra Mundial, en la actualidad está desapareciendorápidamente en casi todos los países occidentales prósperos y esdifícil entender y calcular las consecuencias. Rubinstein aportapruebas estadísticas convincentes de un movimiento masivo de

 judíos hacia el sector medio-alto de la escala social. El éxitoeconómico unido a la eliminación de las restricciones políticas serefleja en el perfil político de la opinión judía: «Los judíos no sonpor lo general conservadores en bloque» (pág. 118). «No todos losneoconservadores son judíos, pero la mayor parte de sus

dirigentes sí lo son» (pág. 124). La revista Commentary , queantes era liberal y progresista, se ha convertido en el órganomilitante de la derecha y la historia de amor entre la clasedirigente judía y la derecha fundamentalista va viento en popa.En un reciente simposio sobre «El fin de una bella amistad» entrelos judíos y el socialismo (véase The Jewish   Quarterly , n. 2,1988), Melanie Phillips confió: «Siento un gran placer cuando lesdigo a mis amigos y conocidos socialistas que ‘soy una minoríaétnica’ y les  veo retorcerse de histeria. ¿Cómo puede ser? Soy

poderosa. Y ésta es la idea que tienen los socialistas, que los judíos ocupamos posiciones de poder. Están en el gobierno,¿verdad? Poseen cosas, dirigen la industria y son terratenientes».Mientras que George Friedman plantea la siguienteinterrogación retórica: «Los miembros judíos del gobierno se hanasociado con unos programas muy poco populares. Cuandofinalmente explote la burbuja… ¿qué sucederá?  ¿Dónde estarápara entonces la comunidad judía y dónde se encontrará enrelación con el hundimiento y con las frustraciones de la clasetrabajadora de este país?». Es interesante observar que la

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[21] Arendt, Origins  ofTotalitarism , pág. 22.

[22] Jacob Katz, From   Prejudice to Destruction:   Antisemitism1700-1933 . Harvard University Press: Cambridge (Mass.), 1980,págs. 161, 87.

[23] Pulzer, Rise of Political   Antisemitism , págs. 138-9. En elsiguiente ejemplo se puede probar el sabor del predicamento

 judío en algunos casos: «En la Galitzia oriental y en las tierrasfronterizas de Lituania y Bielorrusia, la situación era mucho máscompleja y peligrosa, ya que allí los judíos se encontrabanatrapados entre reivindicaciones nacionales rivales, lo mismo quesucedía en otras regiones del Este de Europa, como Transilvania,Bohemia, Moravia y Eslovaquia, en las que habitaban varias

etnias. En la zona oriental de Galitzia, la población judía seidentificaba con la cultura polaca y habían consentido enconceder la supremacía política a los polacos en el periodoanterior a la guerra. La mayoría de ellos eran ignorantes, acasoun tanto despectivos con el idioma local y les resultabanindiferentes las aspiraciones nacionales ucranianas. Por otrolado, la reciente República Ucraniana Occidental, proclamada enLwów en el otoño de 1918, prometió a los judíos igualdad civil yautonomía nacional mientras que los polacos de la región no

hicieron ningún esfuerzo por ocultar sus tendencias antisemitas.Sin saber de quién iba a ser la victoria final, y como no queríaofender ni a los polacos ni a los ucranianos, el Consejo NacionalJudío se proclamó neutral […] Algunos polacos consideraron queera señal de sus sentimientos a favor de los ucranianos y sevengaron en los judíos de Lwów cuando tomaron la ciudad ennoviembre de 1918. Asimismo, los ucranianos denunciaron laneutralidad judía porque la interpretaron como una continuaciónde la ‘actitud tradicional de los  judíos a favor de los polacos’»

(Ezra Mendelsohn, The Jews of East-Central   Europe Betweenthe World   Wars . Indiana University Press: Bloomington, 1983,págs. 51-2). La historia se ha repetido, casi al pie de la letra,durante la Segunda Guerra Mundial. Los judíos de Poloniaoriental dieron la bienvenida al Ejército Rojo en 1939 porquesupusieron que les protegería de los nazis, abierta yviolentamente antisemitas. De nuevo, lo que quedaba de la

 judería polaca después de la ocupación nazi consideró que lastropas soviéticas que avanzaban era una fuerza evidentemente

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liberadora. Para muchos polacos, tanto los alemanes como losrusos eran única y exclusivamente ocupantes extranjeros.

[24] Geoff Dench, Minorities   in the Open Society:   Prisoners of Ambivalence . RKP: Londres, 1986, pág. 259.

[25] Katz, From Prejudice to  Destruction , pág. 3.

[26] Patrick Girard, «Histórical Foundations of Antisemitism», enSurvivors,  Victims and Perpetrators:   Essays on the Nazi  Holocaust , ed. Joel E. Dinsdale. Hemisphere PublishingCompany: Washington, 1980, págs. 70- 71. Pierre-André Taguieffha publicado recientemente un estudio muy completo sobre losfundamentos sociopsicológicos del racismo y fenómenosrelacionados, entre los cuales el resentimiento contra el

métissage (mestizaje) tiene un papel primordial. El caso de losmestizos se diferencia de forma significativa de casosaparentemente similares de «límites desdibujados». Si losmarginados sociales, las personas declassé , están, por decirlo dealguna manera, «des-categorizados» y los inmigrantes tienden aestar «a-categorizados», es decir, existen fuera de la clasificacióndominante y, por lo tanto, en conjunto, no minan su autoridad,los mestizos están «supracategorizados ». Hacen que se solapenlos campos semánticos que deben estar cuidadosamente valladosy mantenerse separados si la clasificación dominante quiereconservar su autoridad (véase La forcé du préjugé:   essai sur leracisme et ses  doubles . Éditions la Découverte: París, 1988, pág.343).

[27] Arendt, Origins of   Totalitarism , pág. 87.

[28] J. S. McClelland (ed.), The French Right . Jonathan Cape:Londres, 1970, págs. 88, 32, 178.

Notas 3

[1] Véase Pierre-André Ta g u i e f f , La forcé du   préjugé: essaisur le racism  et ses doubles . La Decouverte: París, 1988.

[2] Taguieff, La forcé du   préjugé , págs. 69-70. Albert Memmi enLe racisme . Gallimard: París, 1982, mantiene que «el racismo, noel antirracismo, es auténticamente universal» (pág. 157) y explica

el misterio de su supuesta universalidad haciendo referencia aotro misterio, al miedo instintivo que siempre inspira toda

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como un asunto de higiene, un código de comportamiento con elque estaba obsesionado. Probablemente podremos entender quegran parte de la repugnancia de Hitler hacia los judíos emanabade su sensibilidad auténticamente puritana sobre todos los

asuntos relacionados con la higiene y la salud cuandoreflexionemos sobre la respuesta a una pregunta que le hizo suamigo Josef Hell en 1922: ¿qué haría con los judíos una veztuviera poderes discrecionales? Hitler le prometió colgar a todoslos judíos de Munich en horcas que se levantarían especialmenteen la Marienplatz y no olvidó hacer hincapié en que se quedaríanallí «hasta que hedieran; seguirán colgados todo el tiempo quepermitan los principios de la higiene» (citado por Fleming enHitler   and the Final Solution , pág. 17). Añadiremos que estas

palabras se pronunciaron en un arranque de cólera, en un«estado de paroxismo» que Hitler aparentemente no controlaba.Incluso entonces, acaso particularmente en esta ocasión, el cultoa la higiene y la obsesión por la salud dejaban patente la fuerzacon que tenían enganchada a la mente de Hitler.

[15] Marlis G. Steinert, Hitler’s War and the   Germans: PublicMood and   Attitude during the Second  World War . Trad. ThomasE. J. de Witt, Ohio University Press: Athens (Ohio), 1997, pág.

137.[16] Raoul Hilberg, The   Destruction of the European   Jews .Holmes & Meiar: Nueva York, 1983, Vol. III, pág. 1.023.

[17] Weinreich, Hitler’s   Professors , págs. 31-3, 34. La ciencianacional socialista no utilizó las tradiciones de los criadores deganado y de otros manipuladores biológicos solamente para lasolución de la «cuestión judía». También inspiraron la totalidadde la política social del nazismo. Andreas Walther, profesor desociología de Hamburgo e importante sociólogo urbano de la

 Alemania nazi, explicaba que «no se puede cambiar la naturalezahumana ni por medio de la educación ni de la influencia delentorno […] El  nacionalsocialismo no repetirá los erroresgarrafales de los intentos del pasado de mejora urbana y selimitará a la construcción de edificios y a los avances higiénicos.La investigación sociológica determinará quiénes se puedensalvar […] Los casos  desesperados se eliminarán [ausmerzen]».Neue Wege   zur Grossstadtsanierung , Stuttgart, 1936, pág. 4.

Citado por StanislawTyrowicz, Swiatlo   wiedzy zdeprawowanej .Instytut Zachodni: Poznan, 1970, pág. 53.

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[18] Mosse, Toward the Final  Solution , pág. 134.

[19] Hannah Arendt, Origins   of Totalitarism . Alien & Unwin:Londres, 1962, pág. 87.

[20] Diario de Joseph Goebbels en Survivors,  Victims andPerpetrators:  Essays on the Nazi  Holocaust . Ed. Joel E. Dinsdale.Hemisphere Publishing Company: Washington, 1980, pág. 311.

[21] John R. Sabini y Maury Silver, «Destroying the Innocentwith a Clear Consciencia: A Sociophychology of the Holocaust»,en Survivors , Victims and Perpetrators . pág. 329.

[22] Richard Grünberger,  A   Social History ofthe Third   Reich .Weidenfeld & Nicholson: Londres, 1971, pág. 460.

[23] Lawrence Stokes, «The Germán People and the Destructionof the European Jewry», en Central European  History , n. 2, págs.167-91.

[24] Citado por Sarah Gordon, Hitler, Germans, and the  «JewishQuestion» . Princeton University Press: Princeton, 1984, págs.159-60.

[25] Véase Gordon, Hitler, Germans , pág. 171.

[26] Christopher R. Browning, Fateful Months . Holmes & Meier:

Nueva York, 1985, pág. 106.[27] Le dossier Eichmann et la   solution finale de la question  

 juive . Centre de documentation juive contemporaine: París, 1960,págs. 52-3.

[28] Gordon, Hitler, Germans , pág. 316.

[29] Klaus von Beyme, Right-   Wing Extremism in Western  Europe . Frank Cass: Londres, 1988, pág. 5. En un recienteestudio, Michael Balfour ha investigado las condiciones y losmotivos que impulsaron a distintos estratos de la sociedadalemana de Weimar a ofrecer su apoyo entusiasta, tibio oindiferente al poder nazi o, al menos, a no oponer ningunaresistencia activa. Se incluyen muchas razones, tanto generalescomo concretas, para un segmento dado de población. En lugarimportante figura el atractivo directo del antisemitismo nazi,aunque en un único caso, el de la sección educada de los obereMittelsand , que se sentían amenazados por la «desproporcionadacompetitividad» de los judíos e, incluso en este caso, erasimplemente uno de los factores que encontraban atractivo o, al

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menos, que merecía la pena intentarlo, del programa nazi de larevolución social. Véase Withstanding Hitler in   Germany 1933- 45 . Routledge: Londres, 1988, págs. 10-28.

[30] Véase Bernd Martin, «Antisemitism before and after the

Holocaust», en Jews, Antisemitism and   Culture in Vienna . IvorOxaal, Michael Pollak and Gerhard Botz: Londres, 1987.

[31] Jewish Chronicle , 15 de julio de 1988, pág. 2.

[32] Véanse Gérard Fuchs, II  resteront: le défi de   l’inmigration .Syros: París, 1987; Pierre Jouve y Ali Magoudi, Les dits est les  non-dits de Jean-Marie Le   Pen: enquéte et   psychanalyse . LaDecouverte: París, 1988.

Notas 4

[1] Raul Hilberg, «Significance of the Holocaust», en The  Holocaust: Ideology,  Bureaucracy and Genocide , ed. HenryFriedlander & Sybil Milton. Kraus International Publications:Millwood (Nueva York), 1980, págs. 101-2.

[2] Véase Colin Legum en The Observer , 12 de octubre de 1966.

[3] Henry L. Feingold, «How Unique is the Holocaust?», enGenocide: Critical Issues  of the Holocaust , ed. Alex Grobman &David Landes. Simon Wiesenthal Centre: Los Angeles, 1983, pág.397.

[4] Feingold, «How Unique is the Holocaust?», pág. 401.

[5] Leo Kuper, Genocide: Its   Political Use in the   TwentiethCentury . Yale University Press: New Haven, 1981, págs. 137,161. Los presagios de Kuper encuentran una confirmaciónrealmente siniestra en las palabras del embajador iraquí enLondres. Entrevistado por la Cadena 4 el 2 de septiembre de1988 sobre el continuo genocidio de los kurdos iraquíes, elembajador contestó indignado a las acusaciones que tanto loskurdos como su bienestar y su destino eran un asunto interno deIraq y que nadie tenía derecho a interferir en las actuaciones deun Estado soberano dentro de sus fronteras.

[6] George A. Kren y Leon Rappoport. The Holocaust   and the

Crisis of the Human   Behaviour . Holmes & Meier: Nueva York,1980, págs. 130, 143.

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[7] John P Sabini y Mary Silver, «Destroying the Innocent with aClear Conscience: A Sociopsychology of the Holocaust», enSurvivors,  Victims and Perpetrators:   Essays in the NaziHolocaust , ed. Joel E. Dinsdale. Hemisphere Publishing

Corporation: Washington, 1980, págs. 329-30.[8] Sarah Gordon, Hitler,  Germans and the «Jewish   Question» .Princeton University Press: Princeton, 1984, págs. 48-9.

[9] Kren y Rappoport, The  Holocaust and the Crisis , pág. 140.

[10] Joseph Weizenbaum, Computer Power and Human  Reason:From Judgement to  Calculation . W. H. Freeman: San Francisco,1976, pág. 252.

[11] Kren y Rappoport, The  Holocaust and the Crisis , pág. 141.

[12] Peter Marsh,  Aggro: The   Illusion ofViolence . J. M. Dent &Sons: Londres, 1978, Pág. 120

[13] Norbert Elias, The  Civilising Process: State  Formation andCivilization , trad. Edmund Jephcott. Basil Blackwell: Oxford,1982, págs. 238-9.

[14] Robert Proctor, Racial   Hygiene: Medicine under the   Nazis .Harvard University Press: Cambridge (Mass.), 1988, págs. 4, 6.

[15] Proctor, Racial Hygiene , págs. 315-24.[16] R. W. Darré. «Marriage Laws end the Principies of Breeding»(1939), en Nazi   Ideology before 1933: A   Documentaron , trad.Barbara Hiller y Leila J. Grupp. Manchester University Press:Manchester, 1978, pág. 115.

[17] Weizenbaum, Computer  Power , pág. 256.

[18] Weizenbaum, Computer  Power , pág. 275.

[19] Weizenbaum, Computer  Power , pág. 253.[20] Jacques Ellul, Technological Systems , trad. JoachimNeugroschel. Continuum: Nueva York, 1980, págs. 272, 273.

Notas 5

[1] Hermann Erich Seifert, Der Jude an der Ostgrenze . Eher:

Berlín, 1940. Citado por Max Weinreich, HitLer’s  Professors: ThePart of     Scholarship in Germany’s   Crimes against the Jewish  

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People . Yiddish Scientific Institute: Nueva York, 1946, pág. 91.El adjudicar a las elites judías un papel fundamental en lapuesta en práctica de sus planes a largo plazo para la solución dela «cuestión judía» contrastaba espantosamente con el trato

dispensado a las elites de las naciones eslavas conquistadas,destinadas a ser esclavizadas y no aniquiladas. Por ejemplo, lasclases cultas polacas estuvieron sometidas a persecución y alaniquilamiento desde el primer día de la ocupación alemana,mucho antes de que comenzara el exterminio de los judíospolacos. Este hecho llevó a conclusiones erróneas al Gobiernopolaco en el exilio y la opinión pública polaca en general ycreyeron que los judíos habían negociado una situaciónprivilegiada con los alemanes en comparación con sus vecinos

polacos. Véase David Engel, In the   Shadow of Auschwitz .University of North Carolina Press, 1987.

[2] Citado por Leo Kuper, Genocide: Its Political Use   in theTwentieth Century . Yale University Press: New Haven, 1981,pág. 127.

[3] Richard Grünberger,  A   Social History of the Third   Reich .Weidenfeld & Johnson: Londres, 1971, pág. 466.

[4] Véase Hans Mommsem, «Anti-Jewish Politics and theImplications of the Holocaust», en The Challenge of the ThirdReich: The Adam von Trotta Memorial Lectures , ed. Hedley Bull.Clarendon Press: Oxford, 1986, págs. 122-8.

[5] Ian Kershaw, Popular   Opinión and Political Dissent in theThird Reich . Clarendon Press: Oxford, 1983, págs. 359, 364, 372.

[6] Franklin H. Littell, «The Credibility Crisis of the ModernUniversity», en The Holocaust: Ideology, Bureaucracy andGenocide , ed. Henry Frielander & Lythel Milton. Kraus

International Publications: Millwood (NY), 1980, págs. 274, 211 ,272.

[7] Alan Beyerchen, «The Physical Sciences», en The Holocaust:Ideology, Bureaucracy and Genocide , págs. 158-9.

[8] Léon Poliakov, The History of Antisemitism . OxfordUniversity Press: Oxford, 1985, vol. IV.

[9] Joachim C. Fest, The Face of the Third Reich , trad. MichaelBullock. Penguin Books: Harmondsworth, 1985, pág. 394.

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[10] Richard Grünberger,  A Social History of the Third Reich ,pág. 313.

[11] Norman Cohen, Warrant for Genocide . Eyre & Spottiswoode:Londres, 1967, pág. 268.

[12] Raoul Hilberg, The Destruction of the European Jews .Holmes & Meier: Nueva York, 1985, vol. I, págs. 78-9, 76.

[13] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem . Viking Press:Nueva York, 1964, pág. 132.

[14] Arendt, Eichmann in Jerusalem , pág. 118. Este juicio no eratotalmente caprichoso. Reflejaba la larga tradición de costumbresy opiniones de las élites nativas que sólo Hitler y Himmler (nosin oposición de sus propios seguidores) se atrevieron a echarabajo. El 16 de diciembre de 1941, Wilhelm Kube, un dignatarionazi veterano y sin escrúpulos, suplicó a sus superiores por los

 judíos alemanes confiados a su Sonderbehandlung . «Me permitodecir que las personas que provienen de nuestra esfera culturalson muy diferentes de las salvajes hordas nativas». Citado porWeinreich, Hitler’s Professors , pág. 155. Existe un extrañodocumento, publicado por el Geheime Sicherheitsamt en Berlín,el 1 de marzo de 1940, en el que nombran al dr. Arthur Spier,

director de la Escuela del Talmud y de la Torah de Hamburgo,para «que cree en la Reserva Judía de Polonia [entonces sepensaba que estaría cerca de Nisko] un sistema de educacióngeneral judía semejante al del Reich». Esto último se considerabamuy superior a cualquier cosa que los judíos inferiores, intocadospor la cultura alemana, pudieran crear. Solomon Colodner,Jewish Education in Germany under the Nazis . OxfordUniversity Press: Oxford, 1964, págs. 33-4.

[15] Citado por Lucjan Dobroszycki, «Jewish Elites under

Germán Rule», en The Holocaust: Ideology, Bureaucracy andGenocide , pág. 223.

[16] Jacques Adler, The Jews of París and the Final Solution .Oxford University Press: Oxford, 1987, págs. 223-4.

[17] Hilberg, The Destruction of the European Jews , vol. III, pág.1042.

[18] Helen Fein, Accounting for Genocide , New York Free Press,1979, pág. 319.

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[19] Isaiah Trunk, Judenrat: The Jewish Councils in EasternEurope under Germán Occupation . Macmillan: Londres, 1972,pág. 401.

[20] Citado por Trunk, Judenrat , pág. 407.

[21] Trunk, Judenrat , pág. 418, 419.

[22] Así, Maimónides: «Si los paganos les dicen danos a uno de lostuyos y le mataremos porque si no os mataremos a todos’ todos deben ser muertos y no se debe entregar ni siquiera una solaalma judía». The Fundamentals of the Torah , 5/5. TambiénPirkei Abboth: «Un hombre llegó una vez ante Reba y le dijo: ‘El gobernador de mi ciudad me ha ordenado que mate a ciertapersona y que si me niego, me matará a mí’. Reba  le respondió:

‘Muere pero no mates. ¿Crees que tu sangre es más roja que lasuya? Acaso la suya sea más roja que la tuya’» (Pes. 25b). El Talmud de Jerusalén enseña lo siguiente: «Una compañía de

 judíos se encontraba viajando por un camino cuando seencontraron con unos gentiles que les dijeron: ‘Dadnos a uno delos vuestros para que le matemos porque si no os mataremos atodos’. Incluso aunque todos  resultaran muertos, no debenentregar ni una sola alma de Israel». En cuanto al caso de que lospropios enemigos den el nombre de la persona en concreto a laque quieren castigar, la opinión de las autoridades está dividida.Sin embargo, incluso en este caso e l Talmud aconseja que seconsidere a la luz de la siguiente historia: «Ulla bar Koshevestaba reclamado por el gobierno. Escapó para pedir asilo alrabino Joshua ben Levi de Lod. Las fuerzas del gobierno llegarony rodearon la ciudad. Dijeron: “Si no nos lo entregáis, destruiremos la ciudad”. El  rabino Joshua se acercó a Ulla barKoshev y le convenció para que se entregara. El profeta Eliassolía aparecerse al rabino Joshua, pero desde ese momento dejóde hacerlo. El rabino Joshua ayunó muchos días y finalmenteElias se le reveló. “¿Se supone que  tengo que aparecerme a losdelatores?”, preguntó. El rabino Joshua dijo: “Yo obedecí la ley”.Elias replicó: “Pero, ¿está hecha la ley para los santos?”» (Trumot ,8:10).

[23] Citado por Trunk .Judenrat , pág. 423.

[24] Citado por Trunk, Judenrat , pág. XXXII.

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[25] Citado por Trunk, Jewish Responsos to Nazi Persecution:Collective and Individual Behaviour in Extremis . Stein & Day:Nueva York, 1979, págs. 75- 6.

[26] Marek Edelman, Ghetto walczy. C. K . Bundu: Varsovia,

1945, págs. 12-14.[27] Hilberg, The Destruction of the European Jews , vol. III, pág.1036.

[28] Wladyslaw Szlengel, Co czytalem umarlym . PIW: Varsovia,1979, págs. 46, 49, 44.

[29] Citado por Trunk, Judenrat , págs. 447-9.

Notas 6

[1] Stanley Milgram, The Individual in Social World . Addisonand Wesley: Reading (Mass.), 1971, pág. 98.

[2] Richard Christie, «Authoritarianism Reexamined », enStudies in the Scope and Method of The AuthoritarianPersonality, eds. Richard Christie & Marie Jahöda. Free Press:Glencoe, III, 1954, pág. 194.

[3] Stanley Milgram, Obedience to Authority: An ExperimentalVieur . Tavistock: Londres, 1974, pág. XI.

[4] Milgram, Obedience to Authority , pág. 121.

[5] Milgram, Obedience to Authority , pág. 39.

[6] John P. Sabini y Maury Silver, «Destroying the Innocent witha Clear Conscience: A Sociopsychology of the Holocaust», enSurvivors, Victims and Perpetrators: Essays on the Nazi

Holocaust , ed. Joel E. Dinsdale. Hemisphere PublishingCorporation: Washington, 1980, pág. 342.

[7] Milgram, Obedience to Authority , págs. 142, 146.

[8] Milgram, Obedience to Authority , pág. 11.

[9] Milgram, Obedience to Authority , pág. 104.

[10] Milgram, Obedience to Authority , pág. 133.

[11] Milgram, Obedience to Authority , pág. 107.

[12] Milgram, The Individual in Social World , págs. 96-7.

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[13] Véase Craig Haney, Curtis Banks y Philip Zimbardo,«Interpersonal Dynamics in a Simulated Prison», enInternational Journal of Criminology and Penology , vol. I, 1973,págs. 69-97.

[14] Véase A itai A. Etzioni, « A Model of Significant Research  »,en International Journal of Psychiatry , vol. VI, 1968,págs. 279-80.

[15] John M. Steiner, «The SS Yesterday and Today: ASociopsycchological View», e n Survivors, Victims andPerpetrators , pág. 431.

Notas 7

[1] Véase Zygmunt Bauman, Legislators and Interpreters .Polity Press: Oxford, 1987, caps. 3 y 4.

[2] En diversos textos sobre Durkheim y elaboraciones sobre sustemas se ha aceptado ampliamente que el paradigma de la«producción social de la moralidad» no se puede aplicar a lasociedad como tal, esto es, a la que connota a una sociedad dotada

de un Estado-nación. En el seno de esta «gran sociedad» sereconoce la presencia de más de un sistema moral autorizado. Alguno de ellos puede ir incluso en contra de la esencia delsistema moral promovido por las instituciones de la «gransociedad». Por lo que a nuestro problema se refiere, sin embargo,el punto importante no es el monismo o pluralismo moral o la«gran sociedad», sino el hecho de que, según la opinión deDurkheim, cualquier norma moralmente obligatoria, porminúscula que sea su aplicación, debe tener un origen social y

estar reforzada por sanciones coactivas impulsadas por lasociedad. De acuerdo con esta opinión, la inmoralidad es siempre,por definición, antisocial (o, al contrario, la asocialidad es pordefinición amoral). De hecho, el lenguaje de Durkheim nopermite que se exprese claramente otra cosa que no sea el origensocial del comportamiento moral. La alternativa a la conductaregulada por la sociedad es la producida por los impulsosanimales y no humanos.

[3] Richard L. Rubenstein, The Cunning of History . Harper:Nueva York, 1978, pág. 91.

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[4] Richard L. Rubenstein y John Roth, Approaches to   Auschwitz .SCM Press: San Francisco, 1987, pág. 324.

[5] Hannah Arendt, Eichmann   in Jerusalem: A Report on   theBanality of Evil . Viking Press: Nueva York, 1964, págs. 294-5.

 Alemania perdió la guerra y, por lo tanto, los asesinatoscometidos bajo las órdenes alemanas se han definido comocrímenes y violaciones de reglas morales que transcienden laautoridad del poder del Estado. La Unión Soviética se encontrabaen el bando de los vencedores. Por lo tanto, los asesinatossancionados por sus dirigentes, aunque igual de odiosos que losalemanes, todavía están esperando recibir un trato semejante yeso a pesar del profundo trabajo de la era de la glasnost . Aunquesólo se han descubierto algunos de los terribles misterios delgenocidio de Stalin, ahora sabemos que los asesinatos en masa enla URSS fueron igual de sistemáticos y metódicos que lospracticados más tarde por los alemanes, y que las técnicas queutilizaron los Einsatzgruppen las probó primero a escala masivala formidable burocracia de la NKVD. Por ejemplo, en 1988, unsemanario bielorruso, Literatura i   Mastactva , publicaba loshallazgos de Z. Pozniak y J. Shmygaliev («Kuropaty: la carreterade la muerte», que posteriormente reeditaron Sovietskaya

Estonia y   Moskovskiye Novosti ) sobre fosas comunesdescubiertas cerca de todas las ciudades grandes de Bielorrusiaque se habían llenado entre 1937 y 1940 de cientos de cadáveres.Todos ellos presentaban orificios de bala en el cuello o en elcráneo. Junto con los «enemigos del pueblo» del lugar yacíanciudadanos polacos deportados de los territorios orientales dePolonia recientemente anexionados. «La mayor parte de losobjetos encontrados en la tumba N.5 deben haber pertenecido aintelectuales. Entre ellos se encontraron grandes cantidades de

artículos de tocador, gafas, monóculos y medicinas, junto conzapatos de gran calidad, por lo general hechos por encargo,calzado de mujer elegante y guantes de vestir. A juzgar por elinventario de los objetos que se encontraron y por el hecho de queen muchos casos estaban cuidadosamente empaquetados (ytambién por otras evidencias como la presencia de comida y demaletas) podemos deducir que las víctimas habían abandonadosus hogares poco antes del asesinato y que no habían estado enprisión en su camino hacia la muerte. Se puede suponer que los

“liquidaron (según la expresión actual) sin juicio”»  (citado en uninforme polaco, Strzelano w tyl glowy,  Konfrontacje , noviembre

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de 1988, pág. 19). Por lo que sabemos, los descubrimientos de losdos emprendedores periodistas son la proverbial punta deliceberg.

[6] Alfred Schutz, «Sartre’s Theory of the Alter Ego», en Collected

Papers, vol. I, The Haag, Martinus Nijhoff, 1967, pág. 189.[7] Emmanuel Levinas, Ethics   and Infinity: Conversations   withPhilippe Nemo , trad. Richard A. Cohen. Duquesne UniversityPress: Pittsburgh, 1982, págs. 95-101.

[8] Hans Mommsen, «Anti- Jewish Politics and the Interpretationof the Holocaust», en The challenge  ofthe Third Reich: The Adam  von Trott Memorial Lectures , Hedley Bull (ed.). ClarendonPress: Oxford, 1986, pág. 117.

[9] Arendt, Eichmann in  Jerusalem , pág. 106.

[10] Martin Broszat, «The Third Reich and the Germán People»,en The challenge of   the Third Reich , pág. 90.

[11] Véase Karl. A. Schleunes, The Twisted Road to   Auschwitz:Nazi Policy  Toward Germán Jews 1933-  39 . University of IllinoisPress, 1970, págs. 80-8.

[12] Véase Ian Kershaw, Popular Opinión and  Political Dissent

in the Third  Reich Clarendon Press: Oxford, 1983.[13] Dennis E. Showalter, Little Man, What Now?   ArchonBooks: Nueva York, 1982, p. 85. <<

[14] Citado por Joachim C. Fest, The Face of the Third   Reich .Penguin Books: Harmondsworth, 1985, pág. 177.

[15] Popular Opinión and  Political Dissent , págs. 275, 371-2.

[16] Popular Opinión and  Political Dissent , pág. 370.

[17] Mommsen, «Anti-Jewish Politics», pág. 128.[18] Raúl Hilberg, The Destruction of the European Jews, vol. III,Holmes and Meier, Nueva York, 1987, pág. 999.

[19] Véase Helen Fein,  Accounting for Genocide:   NationalResponse and   Jewish Victimization During   the Holocaust . FreePress: Nueva York, 1979.

[20] Mommsen, «Anti-Jewish Politics», pág. 136.

[21] Mommsen, «Anti-Jewish Politics», pág. 140.

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[22] Philip Caputo, A Rumour  of War . Holt, Rinehart & Wisdom:Nueva York, 1977, pág. 229.

[23] John Lachs, Responsibility and the   Individual in Modern  Society . Harvest: Brighton, 1981, págs. 12, 13, 57-8.

[24] Christopher R. Browning, Fateful Months: Essays on   theEmergence of the Final  Solution . Holmes & Meier: Nueva York,1985, págs. 66- 7.

[25] Christopher R. Browning, «The Government Experts», enThe Holocaust: Ideology,  Bureaucracy and Genocide , HarryFrielander y Sybil Milton (eds.). Kreaus Internationall’ublications:  Millwood (NY), 1980, pág. 190.

[26] 26. Browning, Fateful  Months , págs. 64-5.

[27] En sus conversaciones con Charbonnier, Claude Lévi-Straussdefinía nuestra civilización moderna como antropoémica (esdecir, diferente de las culturas «primitivas» antropofágicas):«devoran» a sus adversarios mientras los «vomitan» (separan,segregan, expulsan y excluyen) del universo de las obligacioneshumanas.

[28] Asignar, por medio del mito legitimador de la CivilizaciónOccidental, todos los impulsos naturales, es decir, pre-sociales,(y, por lo tanto, también la «responsabilidad por el otro» encondiciones de proximidad) a la categoría de «instintos animales»y, por medio de la mentalidad burocrática, a la categoría defuerzas irracionales, recuerda de forma más que casual a ladifamación de todas las tradiciones locales y comunales durantela cruzada cultural que acompañó al afianzamiento del Estadomoderno y a la promoción de sus pretensiones universalistas yabsolutistas. Véase Zygmunt Bauman, Legislators and

Interpreters . Polity Press: Oxford, 1987, cap. 4.[29] Raúl Hilberg, «The Significance of the Holocaust»,Bureaucracy,  and Genocide , págs. 98, 99.

ZYGMUNT BAUMAN.

Nació en Poznan, Polonia, en 1925. Tras la invasión nazi, sufamilia se refugió en la zona soviética y Bauman se alistó en elejército polaco, que liberaría su país junto a las tropas soviéticas.

Fue miembro del Partido Comunista hasta la represiónantisemita de 1968; la consiguiente purga le obligó a abandonar

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su puesto como profesor de filosofía y sociología en la Universidad