Williams Ben Ames - Que El Cielo La Juzgue

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Ben Ames Williams juzgueBEN AMES WILLIAMS

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QUE EL CIELOLA JUZGUE

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NDICE

Resumen................................................................4 Captulo 1..............................................................5 Captulo 2............................................................22 Captulo 3............................................................60 Captulo 4..........................................................101 Captulo 5..........................................................114 Captulo 6..........................................................140 Captulo 7..........................................................161 Captulo 8..........................................................170 Captulo 9..........................................................180 Captulo 10........................................................211 Captulo 11........................................................239 Captulo 12........................................................267 Captulo 13........................................................291 Captulo 14........................................................342 Captulo 15........................................................393 Captulo 16........................................................403

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RESUMEN

Richard Harland es un joven escritor al que la vida le sonre. Su nica pesadumbre es la enfermedad de su hermano pequeo, Danny. Durante un viaje en tren conoce a Ellen Berent, la mujer ms perturbadora que hubiera visto nunca. Bella como una diosa, obsesiva hasta el delirio, la joven se impone la misin de conquistar a Richard. Sin embargo, cuando tras desplegar todas sus dotes de seduccin y engao por fin lo consigue, Ellen descubrir con amargura que el matrimonio no le garantiza la completa posesin de su esposo. Enferma de celos, poco a poco emprender una sorda e implacable batalla contra los "rivales" de su amor por Richard, levantando un vendaval de destruccin y muerte del que sern victimas todos los que la rodean, incluida ella misma.

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Captulo 1

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Leick y el barquero aseguraron la canoa para que pudiese ser remolcada sin dificultad. Luego cargaron la gasolinera, tras lo cual se acercaron primero al lugar donde Harland aguardaba. Harland haba permanecido apartado, contemplando fijamente la hendidura que se formaba entre unas montaas lejanas y en cuyo lugar naca seguramente el ro. Ms all del embarcadero, precisamente en donde terminaba el camino, haba un garaje construido con planchas metlicas, en el cual cabran aproximadamente media docena de coches. Sentados sobre el pie del depsito de gasolina, tres hombres contemplaban a Harland y a sus compaeros. Durante la espera, ste pudo distinguir fcilmente el leve murmullo de sus voces. No tuvo necesidad de entender sus palabras para saber de lo que hablaban, y no puede decirse que esta seguridad le hiciese dichoso. Leick dijo suavemente: Cuando quiera. Estamos listos. Harland se acerc y salt a la gasolinera, sentndose a popa, mientras Leick soltaba las amarras. El motor se puso en marcha y partieron. Wes Barrell, al cuidado del timn, mir hacia atrs y se despidi con un ademn de los tres individuos sentados al pie del poste de gasolina. Harland vio en este movimiento un oculto significado, como si Wes quisiera dar a entender que a su vuelta tendra cosas sabrosas que contar. Leick tambin mir hacia atrs, pero no tard en acercarse al barquero y entablar conversacin con l. Harland qued solo. Mir cuanto iba quedando atrs. De una rpida ojeada abarc el garaje, el limpio y pequeo hotel, la media docena de casas y el almacn. Aquella sera la ltima vez que durante mucho tiempo vea un mundo civilizado, con excepcin de algn encuentro ocasional con determinadas personas. Quiz para siempre, pens con amargura, con resignacin, con una calma absoluta. Y volviendo la espalda a aquel paisaje mir hacia delante.

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A pesar de su bello nombre se llamaba Hazelgrove 1, la aldea junto al lago se le antoj a Harland un horrible montn de casas, un miserable montn de seres. Posiblemente habra en el lugar personas buenas que, tratadas individualmente, resultasen incluso amables y sencillas. Pero, agrupadas, esas personas formaban en Hazelgrove como en todas partes una masa que degeneraba en plebe; furiosa, cruel, dispuesta a romper, a chillar, a destrozar, a perseguir... Harland haba llegado en el primer tren, siendo Leick quien se encarg de descargar el equipaje del vagn. Jem Verity, el jefe de estacin Harland le recordaba perfectamente de otra maana parecida, cuatro aos atrs, se acerc a Leick con evidente intencin de hablarle. Harland se qued solo, contemplando cmo se alejaba el tren. Desde el andn, tres hombres le miraron. Posiblemente estaban all slo para eso, pero su detenido examen no fue para Harland muy alentador. Cuando Leick y Jem Verity se acercaban de nuevo, ste se detuvo junto al pequeo grupo para decir algo en voz baja. Pronto se alejaron los curiosos. En cuanto a Leick, volvi al lado de Harland. Nos conducir al poblado y llevar los equipajes hasta el embarcadero dijo. Todo est en orden. Slo falta el permiso de estancia en el bosque y la licencia. Pronto se les uni Jem para llevarlos a la aldea. La casa del alcalde estaba situada junto al almacn, y fue su propia esposa quien abri la puerta. Sus ojos eran hermosos y alegres. A su lado se hallaba un nio y una nia. Parecan dispuestos a trabar cordial amistad con los recin llegados. Pero cuando la mujer, joven todava, fij los ojos en Harland, dijo apresuradamente a los chiquillos: Vamos, fuera de aqu! No molestis a estos seores. En cuanto los nios hubieron desaparecido, la duea de la casa dijo, dirigindose a Leick, como si conociese de sobra el motivo de su visita: Pueden pasar. Ed est en la leera. Voy a llamarlo. El alcalde era un hombre joven, de anchos hombros y hermosa frente. Oy pronunciar el nombre de Harland sin la menor seal de sorpresa o1 Bosquecillo de avellanos.

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curiosidad, a pesar de que Harland esperaba y tema el lgico reconocimiento. Tras las primeras frases de rigor, Leick manifest que deseaba ver al inspector Forestal. Su interlocutor se ofreci a llevarlos hasta l. Al pasar ante la casa vecina, un muchacho de nueve o diez aos sali corriendo a su encuentro. Hola, Ed! grit. Dnde vas? Tengo trabajo, Jimmy explic el alcalde. Vuelve ahora a casa. El muchacho obedeci de mala gana, mientras Ed se excusaba diciendo: Los chiquillos me acompaan siempre que lo permito. Les encanta escuchar mis historias de ciervos, osos, peces, pjaros y otras cosas. Harland comprendi que Ed gozaba de todas las simpatas del elemento juvenil. Pero tambin se dio cuenta de que la noticia de su llegada, al divulgarse por el pueblo, habra obligado a las madres a encerrar a sus hijos en los hogares respectivos hasta que l y Leick desapareciesen. El inspector Forestal viva en una pequea granja cerca de la orilla. Una anciana, su madre a buen seguro, despus de atisbar concienzudamente tras la cortinilla de una de las ventanas, distingui el grupo. Cuando los visitantes llegaban a la verja de entrada, el inspector, un joven de rostro inexpresivo, acudi a su encuentro. Aqu tienen... Creo que esto es lo que vienen a buscar dijo rpida y nerviosamente. Leick cogi el papel y le lanz una ligera ojeada, mientras Harland sonrea casi divertido ante la prueba tan palpable de que su visita era esperada. Se van ahora mismo? pregunt el inspector. Y como Leick asintiera, prosigui diciendo. Ed y yo los acompaaremos hasta el embarcadero. Harland se limit a hacer un ademn afirmativo. Se daba cuenta de la situacin. Al parecer, las autoridades queran cerciorarse de que abandonaba la pequea aldea. Al dirigirse hacia el embarcadero, Harland volvi instintivamente la cabeza y observ que la madre del inspector les segua por el camino polvoriento. Luego la vio entrar en una de las primeras casas del poblado, y adivin que desde alguna oculta ventana seguira vigilando todos sus movimientos, para explicar despus a un atento auditorio cuanto haba visto y odo. Con excepcin de aquella mujer y de sus dos compaeros, no vio a nadie ms hasta llegar al embarcadero, donde encontraron a Jem y al barquero. Wes Barrell deba conducirlos a travs del lago, hasta la misma desembocadura del ro, para, enfrentarse al volver con las mil acostumbradas preguntas de su esposa. Cuatro aos atrs, Harland haba

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ya tenido ocasin de comprobar la malsana y vida curiosidad de sta. Por eso, mientras contemplaba a Barrell ocupado en los preparativos de marcha, pensaba en la escena que le esperaba a la vuelta, y sinti pena por l. Mientras cargaban el equipaje en el bote que haba de ser remolcado, Harland sinti que, si bien aparentemente slo los tres hombres del garaje contemplaban la escena, muchos ojos estaban fijos en l. Calcul que en el poblado y sus alrededores viviran unas cincuenta o sesenta personas, consagradas al cuidado de sus campos y jardines y en lucha contra la naturaleza salvaje. Todos trabajaban por cuenta propia, excepto cuando Jem Verity los contrataba para alguna faena especial o cuando servan de guas a los turistas que deseaban remontar el ro. Jem era el alma del poblado, y nadie ms que l dominaba la pequea comunidad. Wes Barrell y su embarcacin dependan tambin de Jem. Posiblemente, ni el alcalde ni el inspector Forestal hubiesen conservado sus puestos de ponerse a mal con l. Harland sinti en aquel momento que los ojos de todas aquellas personas le observaban. Era como si se desnudase ante ellas. Todos conocan sus sufrimientos y sus secretas esperanzas. Saban cundo y cmo se cas; cmo y por qu dej de compartir el lecho con su esposa; su dicha, su dolor, sus sueos... Aunque a cierta distancia, todos ellos haban presenciado la catstrofe que estuvo a punto de destrozarle. Desde el instante en que lleg con Leick a la pequea estacin le haba parecido or en torno suyo el eco de una misma palabra en todos los labios: Asesino! Asesino! Asesino!Por eso, despus de lanzar una ltima mirada al paisaje y mientras la embarcacin se alejaba de all, se volvi de espaldas. Es decir, volvi la espalda a todos los hombres y todas las mujeres, y con ellos al mundo. No hay nada ms deprimente que un pueblecillo feo... Slo sus propios habitantes pueden ser ms horribles. Harland anhelaba perder de vista todo aquello de una vez.

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Harland le volvi la espalda al mundo y en aquel mismo instante se llev a cabo en su apariencia una sutil evolucin. Mientras permaneci en el embarcadero, notando tantos ojos fijos en l, se haba sentido un poco abatido, agobiado por el peso de un rudsimo golpe, con la cabeza baja, la

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espalda encorvada y el sombrero algo inclinado sobre la frente, intentando en vano ocultar el rostro. Pero cuando Leick se acerc a Barrell para hablar con l junto a la rueda del timn, y ambos quedaron de espaldas a Harland, ste se sinti, por vez primera despus de muchos meses, maravillosamente solo. Una cosa es estar aislado y otra estar solo. No hay peor aislamiento que el del individuo que, colocado en la picota, siente cmo un millar de ojos le contemplan. Estar solo, en cambio, es saberse en libertad. Libre de los ojos que escudrian, de las voces que preguntan y condenan. Harland se sinti solo... E insensiblemente alz los hombros y levant la cabeza. Al poco rato se quit el sombrero para sentir mejor la caricia del sol. Navegaban hacia el Norte, y como estaba ya cerca el medioda se hallaban frente al sol. El reflejo de ste sobre el agua le hizo parpadear y le oblig incluso a cerrar los ojos. Haba perdido la costumbre de contemplar la esplndida luz del da. No obstante, en la misma sensacin de dolor supo encontrar placer, y para gozar de toda aquella belleza dej el sombrero sobre las rodillas, y volvi a abrir los ojos y contempl el paisaje ansiosamente. Su mirada traz un semicrculo, pero siempre tuvo buen cuidado de no mirar hacia atrs. Sus ojos se fijaron con insistencia en la profunda hendidura que se abra a muchas millas de distancia y a travs de la cual se deslizaba el ro, alejndose de los lugares en que resplandeca el lago como una gema, para emprender su accidentada ruta hacia el mar. Se sent, erguido, despierto, aspirando la brisa y gozando del sol. Al avanzar, la embarcacin levant en cierto lugar una estela de espuma, que salpic las mejillas de Harland. En sus ojos brill algo parecido a una sonrisa. Cunto tiempo haca que no sonrea? No se atrevi ni a recordarlo. Leick mir hacia atrs para asegurarse de que la canoa que remolcaban segua sin novedad, y al ver a Harland no pudo evitar que una expresin de sorpresa se reflejase en su rostro. Harland se dio cuenta de lo que suceda, e inmediatamente volvi a ponerse el sombrero. No obstante, siguiendo un impulso y como para demostrar su nueva decisin y valenta, se lo quit otra vez. Leick se acerc a l. Hace un da esplndido dijo. S. Esplndido. Das atrs hizo bastante calor, pero hoy ha refrescado. Se est bien al sol. Lo mismo pienso yo. Temo que la travesa sea difcil hasta llegar a la segunda presa explic Leick. Una vez pasada sta, la ruta se hace ms sencilla.

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Lamento no poder prestar ms ayuda. No estoy habituado... No importa. Pronto se acostumbrar a la nueva vida dijo Leick con gran seguridad. Al escuchar sinti Harland que su valor y su nimo crecan, como un fuego al que echan nuevo combustible. Se levant para quitarse la chaqueta y la corbata. Luego se desabroch el cuello y se subi las mangas de la camisa. Leick observ sentencioso: No debe tomar mucho el sol el primer da. Tendr cuidado repuso Harland. Y aadi a los pocos instantes, como obedeciendo a un impulso incontenible: Leick, dime, es cierto que ella est bien? Haba formulado esta pregunta doce, veinte, cincuenta veces, desde que los goznes de unas pesadas puertas chirriaron a sus espaldas al cerrarse y sali al encuentro de Leick, que le aguardaba en un coche con el equipaje y los billetes preparados, siguiendo un bien trazado plan. Una y otra vez repiti la pregunta. Pero Leick respondi como otras veces: S. Est perfectamente. No podra estar mejor. Tras una pausa, Harland puso tmidamente una mano sobre el brazo de su interlocutor. Luego dijo: Ya sabes cunto te aprecio. Lo mereces por tu fidelidad. Bah! respondi Leick como al descuido. Qu otra cosa poda hacer? y aadi luego en tono ms grave: Ya es hora de olvidar todo eso. El pasado ha muerto. No puedo remediarlo... Sigo recordando. Los recuerdos pueden ser verdaderos tormentos en la vida de un hombre dijo Leick con dulzura. Para m, la vida es como un par de zapatos viejos, que se llevan con absoluta comodidad. Pienso muchas veces con qu desayunar al da siguiente o en el trabajo que debo realizar hoy y en la mejor manera de llevarlo a cabo. Pero el ayer nunca me preocupa. Hice cuanto pude por ese ayer, y no veo la necesidad de atormentarme pensando en l. Cuando iba a responder, Harland observ que Wes Barrell les estaba mirando. Inmediatamente cambi de expresin. Leick se dio cuenta, y a su vez mir a Wes. Comprendi que ste ansiaba intervenir en la conversacin. En su mirada se reflejaba con toda claridad este deseo. Leick se acerc a l y Harland qued de nuevo solo. Sigui contemplando el paisaje, a su derecha, a su izquierda y frente a l. Pero no mir hacia atrs. Nunca ms mirara hacia atrs. Ni tampoco pensara en los seis aos ltimos. Desde el momento en que, medio

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enloquecido, quiso rebelarse, logrando slo que aumentasen en seis meses su condena, se esforz con todas las ansias de su ser en olvidar aquellos aos. Intent acostumbrarse, aprender la ruda leccin del olvido absoluto y pensar tan slo en el futuro. De este modo consigui recobrar el equilibrio mental y con ste la razn. Recordar, pensar en el pasado, era correr el riesgo de perder cuanto haba ganado.

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El lago era unas veces ancho, formando ensenadas profundas, y otras, cuando las montaas parecan estrecharse y casi juntarse a ambas orillas, reducido y angosto. Leick llam la atencin a Harland sobre un terreno situado aproximadamente a un cuarto de milla de distancia, en el que un ciervo pastaba sobre una almohada de lirios. Al avanzar, el paisaje evolucionaba paulatinamente. Las montaas que haban parecido uniformes descubran desde el nuevo ngulo precipicios y acusadas vertientes. Por otra parte, desaparecan salientes y arrecifes para revelar en el mismo lugar curvas y contornos suaves. Con excepcin de alguna roca desprovista de vegetacin, sobre la cual, a pesar de la estacin calurosa, brillaban al sol unas gotas de agua, la selva jams se interrumpa. No haba claros en ella, ni granjas a orillas del lago, ni campos, ni cabaas. La civilizacin estaba muy lejos. Slo los leadores que tenan permiso para recoger determinada cantidad de ramas de pino y abeto, o los pescadores que, despreciando los pececillos del lago, marchaban al ro para pescar salmones, se aventuraban por aquellos parajes. Al contemplar el contorno de las montaas, que iban caminando a medida que avanzaban, Harland se dio cuenta de que el pueblecillo deba estar muy lejos. A pesar de lo cual, no mir hacia atrs. Tema equivocarse. Tema que al volverse pudiera distinguir an, aunque desdibujada, la silueta de un mundo que deseaba olvidar para siempre. Una hora antes del medioda llegaron por fin a la presa, situada en el mismo trmino del lago y que formaba como la antesala del ro. El canal estaba abierto, mas el agua no corra por l. Slo una pequea filtracin se deslizaba por el maderaje, baando los guijarros del estrecho riachuelo que corra a sus pies. La cabaa del guardin estaba desierta, y el lugar solitario. Leick y el barquero comenzaron a descargar los pertrechos. Haba entre los bultos un cesto de naranjas y una caja de productos diversos, entre ellos azcar, harina y caf. En un cubo de madera haba tambin utensilios de cocina y provisiones para los dos das de viaje.

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Camas porttiles, una lona ligera, el pequeo paquete de Leick, la vieja maleta de Harland, el hacha, los remos y la prtiga completaban el equipaje. La tarea fue realizada en poco tiempo. Harland los dej trabajar. Paseando junto a la presa, contempl fijamente el estrecho riachuelo. Luego vio cmo Leick conduca la canoa hasta el desembarcadero. Minutos despus, el motor se pona en marcha, y Wes Barrell emprenda el regreso al hogar. Mientras remontaba el lago pareca prestar muy poca atencin a la travesa. Su inters estaba concentrado en aquellos dos hombres que quedaban atrs. Leick encendi una pequea hoguera en el desembarcadero. Luego llam a Harland, que se acerc a l. Dnde est el guardin? pregunt Harland, recordando hombrecillo que haba visto la otra vez que pasaron por all. al

Ha muerto explic Leick. Muri en el ltimo desbordamiento. Una helada temprana le cerc, impidindole llegar al lago. No pudieron hallarle hasta que el hielo se solidific lo suficiente para poder caminar sobre l. Cuando le encontraron, deba de hacer una semana que estaba muerto. Comieron pan tostado con tocino y bebieron t caliente. Dnde estaban esta maana los habitantes del poblado? pregunt Harland, recordando el infranqueable muro de soledad que los haba rodeado. Pero Leick no supo contestar. Harland contempl cmo se alejaba la canoa. Experimentaba el temor de que volviese de nuevo al desembarcadero. Pero antes de que hubieran terminado de comer, sta haba desaparecido tras unos salientes de la orilla, en la lejana. Suspir, aspirando el aire a pleno pulmn. Se fue dijo aliviado. Leick asinti alegremente y repuso: S. Arreglar las cosas y seguiremos adelante.

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La primera etapa de viaje fue tediosa. El riachuelo, que pronto, en su ruta a travs de los valles, se convertira en caudaloso ro hasta llegar al mar, no era en aquel lugar ms que un estrecho arroyo. Al verlo, Leick dijo:

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Sera intil remontar ahora la corriente en canoa. Cargaremos con ella hasta la desembocadura del arroyo y aadi: Tmelo con calma. Piense que no est fuerte. Yo me encargar de todo. Bien. Veremos cmo marchan las cosas repuso Harland. Y cuando Leick carg con la canoa, despus de haber fijado la prtiga y los remos al banquillo, Harland cogi a su vez el paquete de Leick, su maleta y el cubo de madera que contena los utensilios de cocina y comenz a andar. El camino, que descenda zigzagueando, llegaba hasta el empinado lugar donde estaba situada la presa. A la mitad de la corta ruta, Harland se detuvo sin respiracin. Apret los dientes y sigui adelante. Pero al alcanzar la cumbre su corazn lata descompasadamente, senta una fuerte opresin en los pulmones y sudaba angustiado. Se detuvo para descansar sintiendo un profundo desprecio hacia s mismo. No era su sudor el de un cuerpo gil y sano tras el ejercicio correspondiente, sino ese lquido untuoso que desprenden los tejidos adiposos que cubren los msculos despus de muchos meses de vida sedentaria, cuando stos se revisten de grasa. Hubo un da en que Harland estuvo orgulloso de su fortaleza, cuando pasaba los inviernos esquiando y los veranos haciendo largas excursiones por los bosques del Cerro de la Luna una vez terminado su trabajo diario. Ya no era sino una masa de carne fofa y blanca, como uno de esos repugnantes gusanos que viven bajo tierra, en los lodazales, o como uno de esos peces gordos, blandos y ciegos que habitan en aguas subterrneas y no conocen el sol. La pequea subida le fatig tanto que sus manos temblaban sin cesar. Soy como un convaleciente, pens al ver su temblor. Y por unos instantes se sinti intensamente deprimido. Se sent, encorvando instintivamente las espaldas. Mereca la pena continuar? Seguir luchando contra el pasado? Aceptar la voluntad del destino? No sera mucho ms sencillo y hasta justo terminar de una vez, aprovechando aquella quietud, aquella paz? De seguir viviendo, el mundo le mirara con encono, murmurando, siempre que se expusiese a su curiosidad y a sus comentarios. En cambio, all en la soledad, estaba la paz ansiada. Por qu no quedarse y gozar de ella? Por qu no hacer que el cuerpo corrompido dejase de una vez en libertad al espritu, demasiado atormentado para seguir viviendo? La muerte sera tan fcil y tan dulce... Se sent como vencido por sus razonamientos, hasta que en el silencio de la selva oy el rumor producido por Leick al avanzar. Se avergonz al pensar que ste pudiese encontrarle sentado, pero tambin le avergonz la idea de fingir una energa de que evidentemente careca. Opt por seguir sentado. Despus murmur decidido:

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Llegu hasta aqu, Leick, pero me es imposible continuar. Leick hizo un gesto comprensivo y respondi: Tiene tiempo de sobra. Yo he de hacer an varios viajes... Y emprendi el descenso hasta el desembarcadero, dejando que Harland librase solo su batalla. Harland se levant, y cogiendo de nuevo los bultos sigui adelante. Cuando Leick, cargado con la lona y los dems pertrechos, le alcanz de nuevo, se apart para dejarle paso y luego sigui andando silenciosamente. Haba desaparecido toda depresin. El esfuerzo de la primera ascensin pareca haber purificado sus pulmones, despertndolos del letargo en que haban estado sumidos. Segua sudando. Estaba empapado, pero el sabor salado del sudor al rozar sus labios resultaba agradable. Leick desapareci pronto de su vista, y Harland se detuvo una vez ms para descansar. No lleg a sentarse; simplemente hizo un alto en el camino y continu andando inmediatamente. Al tropezar con Leick, que regresaba, vio que ste le haca un guio en seal de aprobacin. Siga adelante dijo, sealando el camino con un ademn. Pronto ver la canoa. Este es mi ltimo viaje. Un poco ms all, Harland distingui de nuevo el riachuelo. Un torrente caudaloso se una a l, engrosndolo y haciendo posible la navegacin. No obstante, Harland tena la certeza de que hallaran varios obstculos en el camino, y que en determinados momentos tendra que ayudar a Leick a sortearlos. En su maleta llevaba un par de botas, pero prefiri unos zapatos ligeros. Se cambi tambin de traje, guardando sin contemplaciones la chaqueta y el pantaln. Pens no sin satisfaccin que en lo sucesivo importara muy poco que sus pantalones estuviesen arrugados. Se puso unos de pana y una camisa de franela que Leick haba llevado del Cerro de la Luna. Con el nuevo atavo, a pesar de que le estaba un poco grande, pues ltimamente haba adelgazado bastante, se sinti ms fuerte, ms dichoso... Sin darse cuenta comenz a cantar, pero call de repente, impresionado. Haba tenido que permanecer silencioso durante tanto tiempo que sinti como si una misteriosa fuerza sellase sus labios. Recordando inmediatamente que era libre para cantar si as lo deseaba, ech la cabeza hacia atrs y, como un perro que aullase a la luna, grit ante el cielo sereno y sin nubes: Oh! Un buen barco para cruzar el mar era el Walloping Window Blind...

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Le sorprendi haber escogido precisamente aquella cancin. Haca tiempo, mucho tiempo que no pensaba en ella. Al recordar la ltima vez que la escuch, el pasado resurgi otra vez, enmudecindole y curvando sus espaldas bajo el peso de una carga insoportable. Cuando Leick regres, hall a Harland tendido junto a la orilla, con la cabeza apoyada en la maleta y cubrindose los ojos con un brazo para defenderlos de los rayos del sol. Leick contempl el cambio de sus vestidos con evidente aprobacin. Bien... Est mejor as dijo. Pero Harland no respondi, ni se movi hasta que comprendi por el ruido que Leick estaba cargando la canoa. Entonces se levant y salt a ella, mientras Leick, sin ningn comentario, colocaba la maleta en la embarcacin y lo pona todo en orden. Fue un descanso ver cmo el bote surcaba la brillante superficie del ro, pero el avance no fue demasiado fcil, y la pequea embarcacin hubo de ser a ratos remolcada y empujada por Leick, que no vacil para ello en saltar al agua. De vez en cuando, algn pequeo torrente surga de improviso, aumentando sensiblemente el caudal del ro. Los viajeros llegaron hasta una regin donde en otro tiempo, tal vez siglos atrs, debieron de abundar los castores. Estos fueron seguramente los que en primavera amontonaron lodo y guijarros, creando recodos cenagosos que entonces, desaparecidos los castores y contenidas las aguas, se haban convertido en hermosas praderas donde creca la hierba hasta alcanzar la altura de un hombre. Algunas veces el ro se prolongaba por una orilla casi hasta la misma falda de las montaas. Los rboles formaban una verde bveda, y las aguas, apenas lo bastante profundas para permitir el paso de la canoa, se deslizaban dulcemente sobre un lecho de grava. En la otra orilla se vean millas y millas de bosque pobladsimo. En cierto recodo, sobre una especie de islote natural que llegaba hasta el mismo centro del ro, unos ciervos retozaban junto a las piedras. La canoa se acerc sin que los animales se diesen cuenta; cuando, asustados, observaron la presencia de los viajeros, se detuvieron como desafindolos, para acabar por fin huyendo. Por unos momentos sus colas resaltaron en el horizonte con toda claridad hasta perderse en la espesura de la cercana selva. Hay muchos ciervos por estos lugares dijo Leick. Nadie los molesta. Slo los cazadores furtivos, que rondan por aqu en la estacin invernal, consiguen a veces algunas piezas. Despus de atravesar varios y pequeos diques construidos por los leadores y algunos obstculos naturales que obstruan el camino, siguieron adelante. En ms de una ocasin tuvieron que empujar la canoa, y en otras fue Leick quien, con ayuda del hacha y con el agua hasta la rodilla, despej la ruta.

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As fue transcurriendo la tarde, y poco antes de que se pusiese el sol arribaron a un recodo del camino donde, evidentemente, otros hombres haban acampado antes. Se detuvieron. Bueno dijo Leick satisfecho, ya hemos pasado lo peor. El camino se hace ahora ms fcil. Procure pescar algo para la cena aadi, y cogiendo su sombrero comenz a desenrollar un sedal que llevaba atado a l. Luego prosigui: Lo dems corre de mi cuenta. Algo ms all del lugar escogido se extenda un pequeo arroyo, y hacia l se dirigi Harland con los pertrechos de pesca. Las truchas eran jvenes, valientes y sin duda estaban hambrientas. Volvi con seis de ellas, que caban perfectamente en la cazuela, y comenz a limpiarlas. Luego se sent. Entretanto, Leick, haciendo gala de su gran pericia, prepar los lechos, tendi la lona para protegerse de un inesperado chaparrn y encendi una hoguera. Pronto tuvo la cena lista. Despus lav los platos sin pronunciar palabra, dejando que Harland gozase ampliamente del maravilloso silencio de la selva. Antes de que cerrase la noche se retiraron a descansar, no sin antes fumigar los improvisados lechos para protegerse de los insectos inoportunos. Cuando la oscuridad se hizo completa, se enrollaron en sus mantas y se tendieron cerca el uno del otro. La noche fue largusima. Slo de cuando en cuando un rumor apenas perceptible rompa el silencio. Despierto, saboreando a su antojo el delicioso ambiente cargado del perfume de las briznas de pino, que cubran el suelo, Harland escuch el lejano silbido de un tren. Provena seguramente de la aldea, del lugar que haban abandonado aquella maana. En ms de una ocasin crey percibir el rumor de los pasos de algn animal salvaje, la rpida carrera de un conejo, el salto de un ciervo atrado por el olor a tocino frito que form parte de su cena, el aullido de un lobo no demasiado lejano... En determinado momento sinti a su lado el repetido crujir de los dientecillos de un puerco espn. Leick se levant entonces para alejar de all al animal, y de este modo volvi a reinar el silencio. Harland percibi, gozndolos como si fueran parte de s mismos, todos aquellos rumores, todos aquellos silencios. Saba perfectamente lo que era el silencio. Aprendi a conocerlo en los meses recin transcurridos. Pero aquel era el silencio mortal de una tumba habitada por seres vivientes. En cambio, aquella noche el silencio tena alma, tena vida, tena libertad.

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Con las primeras luces grisceas del amanecer, Leick abandon el lecho. Casi dormido an, Harland oy el mido del hacha y aspir el olor del humo de la primera hoguera. Se levant y se encamin al riachuelo cercano, donde ba su cuerpo demasiado plido. Luego se visti rpidamente, con un justificado temor a los mosquitos, y busc refugio junto al fuego. Mientras se desayunaba, Leick coci pan para la comida del medioda, y antes de que el sol se elevase tras las montaas orientales cubiertas de bosques, cargaron de nuevo los pertrechos en la canoa y reemprendieron la marcha. Calculando mentalmente la distancia, Harland se dijo que an faltaban unas treinta millas para llegar a su punto de destino. Cogi un remo para navegar ms aprisa, pero, debido a la falta de costumbre, el ejercicio le fatig extraordinariamente. Le dolan tanto los msculos que hubo de soltar el remo. Leick le mir entonces con aire comprensivo y dijo: No debe fatigarse demasiado. Yo solo me basto para manejar esto. Si la corriente nos ayuda, llegaremos a media tarde. Es terrible que un poco de ejercicio me canse tanto... Bah! Eso pasar pronto. Sus msculos se fortalecern con rapidez. Entretanto, descanse y procure pasarlo bien. Harland obedeci resignadamente, gozando de la belleza del paisaje. Durante dos horas fue maravilloso cuanto iban viendo. Arroyuelos y pequeos torrentes afluan sin cesar al ro central, que atravesaba una regin sembrada de pequeas colinas de unos ochocientos pies de altura, en las cuales crecan pinos y abetos. Junto a la orilla se alzaban abedules, hayas e incluso algunos olmos. Transcurridas esas dos horas, el paisaje cambi totalmente. Eran, desde luego, el mismo ro, el mismo cielo, las mismas montaas. Pero haban desaparecido los bosques. Un incendio haba destruido toda vegetacin. En las vertientes de los montes se elevaban trgicamente los troncos ennegrecidos, como si fueran chimeneas de pobres hogares. Muchos de los rboles incendiados se haban abatido sobre el suelo cubierto ya de maleza. Slo lar ramas quemadas de los que quedaron en pie se elevaban como dedos ennegrecidos, sealando obstinadamente al cielo con aire acusador. En algunos recodos, incluso las races de la maleza haban sido consumidas por el fuego impidiendo todo nuevo brote. Como tambin haban desaparecido las cenizas, las rocas aparecan desnudas, peladas, igual que huesos calcinados. En otros rincones triunfaba otra vez la Naturaleza, y crecan los lamos, los abedules, las zarzas y toda clase de arbustos, que llegaban a los hombros de un hombre de estatura normal. Por estos lugares deambulaban los ciervos, que contemplaban sin temor el paso de la canoa por el ro.

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Ben Ames Williams juzgueHarland pregunt con voz queda: Todo eso lo destruy el mismo incendio?

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S respondi Leick. Ardieron nada menos que veinticinco millas de terreno. No ha crecido mucho la vegetacin en cuatro aos... Los principios son siempre difciles explic Leick. Ahora, una vez nacidos esos rboles, ir todo mucho ms de prisa. Cuatro aos? Harland qued pensativo, impresionado por sus propias palabras. Haca realmente cuatro aos desde aquel da en que, sumergido en el ro, slo la cabeza fuera del agua, pudo ver el paisaje convertido en un mar de llamas voraces? Pareca como si una vida entera hubiese transcurrido desde entonces. Una vida amarga, interminable... Mir la vegetacin naciente, que iba disimulando la herida que sufri la tierra. Diez, quince aos ms tarde, aquella herida estara cicatrizada, y las montaas luciran otra vez su manto de verdor. Despus pens que aun en los recodos ms castigados por el incendio lata una profunda sensacin de belleza y poesa. Las cenizas no estaban muertas. Ocultas en los hoyos y en las hendiduras, aguardaban la semilla de vida que poda hacerlas fructificar de nuevo. Harland pens que su existencia entera poda en cierto modo compararse a aquel viaje por el ro. Difcil al principio; dichosa, risuea y alegre despus, para llegar por ltimo a la desolacin ms trgica. A pesar de lo cual, del mismo modo que aquella regin devastada volvera algn da a sonrer bajo la suave caricia de los bosques, as tambin el futuro, su futuro, poda ser an prometedor... Un sol abrasador caa sobre el valle por donde se deslizaba el ro. Harland contempl las aguas, y algunas veces, en el rpido avance, pudo distinguir la precipitada huida de un salmn. Eran peces grandes, de color verdoso y transparente, como el agua por donde se movan y de la que parecan formar parte. Slo la sombra de sus cuerpos, al seguirlos por el lecho del ro, evidenciaban su solidez. Se alz de su asiento procurando guardar el equilibrio. El movimiento de la canoa era como una pulsacin de vida bajo sus pies. As pudo contemplar mejor aquellos peces, aquellas sombras que se agitaban entre las claras aguas del ro. No hallaron un lugar muy confortable o sombreado para acampar a la hora del medioda. Aprovecharon una pequea caada, y con los restos de un tronco incendiado lograron hacer fuego para guisar. Harland comi muy poco. Falta mucho? pregunt cuando hubieron terminado.

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Como el incendio haba destruido tambin los postes indicadores del camino, no era fcil adivinar su situacin. No. Pronto llegaremos afirm Leick. Y Harland sigui sentado, contemplando las aguas que corran libremente. Dndose cuenta de su impaciencia, Leick se apresur a empaquetar y reemprendieron la marcha. Dos millas ms all, en la ribera alta del ro, vieron una cabaa que evidentemente fue construida con troncos despus del gran incendio. El guardin que viva en ella sali para verlos pasar. Leick alz un remo en seal de saludo y comprob que el otro le reconoca. Telefonear en seguida dijo. As sabr ella que llegamos. Harland no respondi. El caudaloso Sedgwich, afluente del ro central, acrecentaba considerablemente la importancia de ste. Aunque en determinados lugares se estrechaba, porque as lo exiga la proximidad de las montaas, y aunque algunas extensiones de rocas separasen a veces su corriente, era siempre un ro potente y veloz. Sus aguas se movan con gil rapidez y la canoa se balanceaba furiosa y dulcemente, como dotada de vida propia. El ro segua atravesando la regin incendiada, dejando atrs rocas desnudas y troncos requemados. Pero en casi todas partes un prometedor e incipiente verdor haca soar en el bosque futuro. Al ver aquel desfile interminable, Harland comenz a temblar. Le aterrorizaba que tanta desolacin no acabase nunca. Busc ansiosamente en lontananza algn bosque, pero el horizonte le devolva siempre el mismo paisaje: montaas peladas y una lnea rida, con la silueta de los troncos negros resaltando sobre el azul del cielo. Cuando al fin descubri lo que desde haca rato buscaba, sinti en los ojos un ligero escozor. Sbitamente se sinti dichoso... Haban bordeado un punto algo escarpado de la ribera, en donde el terreno se alzaba considerablemente sobre el nivel del agua. El ro formaba en aquel recodo una curva en forma de S, y sus aguas se estrellaban con furia contra las piedras. Despus corra libremente durante media milla, y al fin, por primera vez desde que penetraron en la regin incendiada, Harland divis el verde oscuro de los abetos, los pinos y los cedros, que mezclaban los distintos tonos de sus follajes como en una sinfona de color. Tambin distingui el ramaje brillante de algunos rboles de los llamados de madera dura. En la distancia parecan multiplicarse. Harland abarc todo aquello con la mirada, Leick dijo: Son hermosos, verdad? No cost mucho trabajo trasplantarlos. Tuvimos que traerlos por el ro desde bastante lejos, e irlos a buscar en un

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lugar de clima parecido a ste. De no ser as se hubiesen marchitado con toda seguridad. Plantamos setenta, pero algunos se van muriendo. Harland asinti en silencio. No poda hablar. Senta en la garganta la opresin del llanto. Leick sigui hablando. Experimentaba una profunda sensacin de dicha al recordar el trabajo realizado con tanto amor. S, fue una labor magnfica. Tuvimos que cercar cada rbol y cavar en torno suyo un hoyo que durante el verano haba de estar siempre lleno de fango fresco. As conseguimos que las races fueran saliendo a flote. Despus, cuando lleg el invierno con sus inevitables heladas, los trajimos aqu, transportndolos en trineos sobre el hielo. Oportunamente habamos cavado los nuevos hoyos, igualado el terreno e incluso plantado matas de hierba. ramos unos treinta hombres, ocupados febrilmente en la tarea de plantar los rboles y arreglar la tierra. Los dems tenan trabajo suficiente para construir la casa luego aadi pausadamente: Mire, ah la tiene. Hasta entonces haban seguido la corriente principal que bordeaba la ribera norte del ro. Pero ltimamente haban virado y avanzaban por el centro. Desde all se vea claramente la casa. No estaba construida con troncos, segn la costumbre de la selva, sino con vigas y tablas bien aserradas. Era de mucho fondo, pero de escasa altura, con anchas verandas y una gran chimenea cuadrangular. Grandes arbustos nacan junto a sus paredes, y alrededor creca la hierba jugosa y fresca. Mientras la contemplaba vidamente, Harland vio que de su interior sala una mujer y se diriga al desembarcadero, situado a un cuarto de milla de distancia. Vesta de blanco. Harland observ la rtmica gracia de su paso. Slo por eso la habra reconocido en cualquier parte. Haba en su manera de andar algo caracterstico, indescriptible. No basta con decir que saba mantenerse erguida, con la cabeza alta y las piernas giles. Era algo ms, una gracia elegante y serena que trascenda de ella al avanzar. Nunca pareca tener prisa ni caminar con demasiada rapidez. No obstante, Harland saba por experiencia que era a veces difcil resistir su marcha, por leve y dulce que pareciese. Para hacer honor a su oficio, a la sazn casi olvidado, intent describir con palabras su modo de andar. Al verla aproximarse al desembarcadero, al que tambin se acercaba el bote, tuvo la sensacin de que se hallaba en un saln y ella iba a saludarle con una reverencia. Sin que sucediese realmente, Harland crey verla recogerse la falda graciosamente con los dedos e inclinarse. El traje que llevaba aada un nuevo encanto a su figura. Junto al desembarcadero se extenda una senda, y por ella, sigui avanzando la grcil figura mientras la canoa se acercaba. Al fin, sta se detuvo, Harland salt y pis los leos que formaban el desembarcadero. No pudo entonces verla claramente, pues tena los ojos llenos de lgrimas.

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Pero distingui su vestido blanco y sinti las manos de ella en las suyas. Despus escuch su voz, que en los ltimos y sombros meses, transcurridos ya para siempre, haba recordado tan claramente. Bien venido al hogar, Dick dijo ella, y al ver la agona retratada en los ojos de Harland, aadi en un murmullo: Oh, querido! Y lo abraz fuertemente.

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Captulo 2

1

Aquellos seis aos que tanto deseaba Harland olvidar comenzaron cierto da de julio, en un tren que con rumbo al Este haba salido de Chicago. Harland se diriga a Nuevo Mxico, a un rancho propiedad de Glen Robie. El y Glen se haban conocido el verano anterior a bordo del Fleurus, pequea embarcacin que sola transportar a los aficionados a la pesca del salmn desde Quebec a la isla de Anticosti. Robie y su hijo Lin iban hacia el ro Jpiter; Harland y su hermano, el pequeo Danny, hacia el Becsie. Danny tena doce aos y Lin Robie uno ms. A bordo del Fleurus trabaron los pequeos una gran amistad, acercando inconscientemente a Harland y a Robie. Con sus cuarenta y pico, Robie era realmente una gran persona, uno de esos caracteres generosos y buenos que suele producir el Oeste. Comerciaba en petrleo. Comenz su carrera sin dinero. La suerte le ayud y gracias tambin a su energa indomable y a algunos buenos consejeros logr verse al cabo de unos aos dueo de los mejores pozos de Tejas. Despus, crear una organizacin completa para la distribucin del petrleo fue cosa sencilla. Su vida era una cadena de xitos, y su feliz carrera algo corriente en el pas. Cuatro o cinco aos antes de conocer a Harland haba vendido su negocio por una suma tan crecida que convirti la transaccin en milagro de cuento de hadas. Despus se apresur a adquirir unos doscientos mil acres de terreno en las montaas de Nuevo Mxico. Se especializ en la cra de ganado holands y de caballos de polo. Y como en los arroyuelos cercanos abundaban las truchas, instal un pabelln de pesca cerca del rancho. La aficin comn por tal deporte le acerc a Harland. Harland haba pescado salmones en Newfoundland y el Restigouche, y Robie apreciaba los consejos que el otro, con su experiencia, poda darle. Robie, a su vez, conoca este deporte en aguas familiares, e insisti en

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que Harland y Danny fuesen a visitarle al rancho el verano siguiente para ejercitarse en la pesca con caa. Harland acept en principio pero tena la ntima conviccin de que el asunto no pasara de all. Las amistades, como los noviazgos de esto, son agradables mientras duran. Suelen cifrarse en ellas muchas esperanzas, pero todas mueren en cuanto llega la separacin. Es fcil, adems, invitar a alguien y olvidar despus que se le ha invitado... Harland y Danny gozaron de una magnfica semana en el Becsie. El resto del verano lo pasaron en el Cerro de la Luna. Cuando Harland era nio, su padre sola dejarle bajo la vigilancia de un leador del bosque llamado Leick Torne, y con l exploraba Harland todos los rincones cercanos a la residencia estival de la familia. Durante una de estas frecuentes excursiones, al remontar uno de los riachuelos, llegaron a un lugar de exuberante vegetacin, en el que un lago en forma de media luna se extenda al pie de una montaa. La belleza del lugar dej a Harland maravillado, hasta el punto de que l y Leick se empearon en llevar hasta all a su padre. En uno de sus caractersticos arranques de entusiasmo, ste compr aquellas tierras. Leick y Harland pasaron el verano siguiente en el lugar, construyendo una cabaa con troncos de rboles, una especie de pequea presa en el lago, para mantener las aguas al mismo nivel, y un refugio donde guardar la canoa y el bote. Cuando muri su padre, Harland bautiz aquel rincn con el nombre de Cerro de la Luna, porque nadie excepto Danny, Leick y l lo conocan en aquel tiempo. Al volver de la isla de Anticosti permaneci con Danny en aquel lugar hasta setiembre. Los dos hermanos no tenan ms familia en el mundo. Harland le llevaba a Danny diecisiete aos. Su padre muri antes de que Harland entrase en la Universidad. Era abogado y tena excelentes ingresos, pero no dej muchos bienes de fortuna. Una casa en la calle Chesnut, en Boston, y una renta anual que apenas bastaba para sufragar los gastos de su vida y del pequeo Danny y para pagar la pensin del mayor en Harvard. Mistress Harland, que fue siempre de carcter tmido y quejumbroso, sinti que sus temores aumentaban al empeorar de modo tan sensible la situacin econmica. Harland vio ensombrecidos sus cuatro aos de estancia en Cambridge por las quejas continuas de su madre ante los gastos que ocasionaba su educacin. Se situ, pues, a la defensiva, y en cuanto sali de la Universidad busc trabajo y lo encontr en el Boston Transcript. Cuando no era ms que un estudiante, Harland se haba enamorado apasionadamente de una muchacha llamada Enid Sothera. Pero como sus medios de vida no le permitan ni siquiera pensar en contraer matrimonio, la joven pareja se contentaba con soar sin hacer demasiados planes para el futuro. Pasaban juntos cuantas horas podan, y estaban, al menos al

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principio, locamente enamorados. Pero una hoguera recin encendida necesita nuevo combustible para no extinguirse. Las ardientes caricias, precisamente por no poder llegar nunca a un punto culminante de emocin, perdieron parte de su encanto. Una semana antes de graduarse, Enid le comunic que se casaba con otro. Pasado el primer choque sufrido por su vanidad, Harland sinti un gran alivio. Pero, lo mismo que hubiese hecho un marido engaado, busc la soledad, temeroso de enfrentarse con la sonrisa e incluso la simptica compasin de sus amigos. Pas muchas noches sin salir de su casa. Desde sus tiempos de Harvard se haba distinguido en Literatura. Adems, le gustaba escribir. Por matar el tiempo y llenar sus horas de ocio comenz una novela. Como suele suceder con los novatos, la novela de Harland fue lo que podramos llamar una autobiografa. La titul Primer amor, y l era el personaje principal. En cuanto a la figura femenina Enid, sin ningn gnero de dudas, result tan ingrata que la ruptura entre ellos era un desenlace feliz. El primer editor a quien mostr su libro se apresur a aceptarlo. Harland tena sin duda, una finsima irona y una peligrosa facilidad para analizar la fragilidad y la locura humanas. Y como los crticos, saturados de libros vulgares, se muestran siempre magnnimos con la obra de un escritor novel que les parezca prometedora, su novela obtuvo bien pronto el entusiasmo de un leal aunque reducido sector de pblico. El xito logrado indujo a Harland a abandonar el Transcript para empezar una nueva obra. Antes de terminarla muri su madre. La verdad es que nunca se haban llevado muy bien, pero aquel fin tan rpido le hizo olvidar todas sus faltas y recordar intensamente sus buenas cualidades. Se sinti muy solo. Y como resultado de esta soledad, aunque Danny contaba entonces nada ms que diez aos, Harland se refugi en l buscando consuelo. Danny, que de un modo infantil y tmido haba adorado siempre a su hermano mayor, recogi con avidez aquellas muestras de afecto. Y exceptuando las horas que Harland pasaba trabajando y el pequeo estudiando, estaban siempre juntos. La segunda novela fue bastante mejor que la primera. Para junio, antes de marchar con Danny hacia Anticosti, haba terminado la tercera. En octubre fue sta publicada, y bien pronto creci la venta de manera considerable. Cientos de mujeres que gozaron con su lectura quisieron conocer personalmente al autor, y se empearon en invitarle a almuerzos, cenas y reuniones. Aceptando la general creencia de que quien escribe bien sabe hablar, fue solicitado su concurso para diversas conferencias en Boston y otros lugares. Todo esto le resultaba a Harland muy seductor y agradable. As pas el invierno. Y el ritmo de su vida le hizo frecuentar menos la compaa de Danny. Cuando en abril sufri el muchacho un ataque de parlisis infantil, Harland no ces de hacerse reproches,

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pensando que de haber seguido bajo sus cuidados el pequeo no habra contrado aquella enfermedad. Al principio todos creyeron que Danny morira, pero pasada la crisis sigui viviendo. Slo sus piernas quedaron prcticamente intiles. En cuanto estuvo en condiciones de viajar, Harland lo llev a Georgia para someterle a un tratamiento especial. Hallndose en Warm Springs recibi una carta de Glen Robie hablndole de su rancho de Nuevo Mxico y recordndole su invitacin. Harland pens rehusar, pero Danny no se lo permiti. Ser lo nico que me consuele de no poder ir yo dijo. Adems, volvers pronto con un montn de cosas que contarme, y ser casi tan divertido como si yo tambin hubiese estado all. Con esa habilidad que tienen a veces los nios para hallar el argumento definitivo y adecuado, aadi algo que convenci a Harland: Mira Dick, estamos juntos tanto tiempo que temo que comencemos a aburrirnos. Nos hemos contado ya todo lo que sabamos. En cambio, de esta manera cuando vuelvas, tendrs tantas cosas nuevas que explicarme que nunca terminaremos de hablar. Harland acab por aceptar, y no precisamente de mala gana. Al pensar en los largos paseos a caballo, en los das llenos de sol, en las aguas repletas de truchas, sinti en lo ms profundo de su ser unas enormes ansias de marchar. Escribi a Robie dicindole que aceptaba y explicndole por qu no poda Danny acompaarle. Emprendi el viaje, detenindose antes en Boston para recoger algunos enseres personales y su caa de pescar favorita. Al partir, Danny se despidi de l cariosamente. Escribe un Diario, Dick dijo el pequeo. Anota en l cuanto vayas viendo. Piensa que luego te har muchas preguntas. Lin dijo que hay pavos silvestres en el rancho. Mata uno, pesca muchas truchas y cuntame tus experiencias cuando vuelvas. Adis! Adis! Adis! Al alejarse, Harland llevaba todava en sus odos el eco de aquella vocecita clara e infantil.

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El tren sali de Chicago a ltima hora de la tarde. A la maana siguiente, despus del desayuno, y con un libro bajo el brazo, Harland se dirigi al coche saln. Pero antes de sentarse a leer pens escribirle una larga carta a Danny. El movimiento del tren haca a veces su letra casi ilegible. Tomndolo a broma, intercal algunos dibujos un rostro absurdo, un animal de especie desconocida, una flor y sonri al pensar cmo se reira Danny. Cuando termin la carta busc asiento frente a una muchacha que lea nada menos que su ltima novela. Sin duda, fue esta coincidencia lo que le decidi. Probablemente, medio milln de personas la habran ledo o la leeran en lo futuro. Pero ver a una desconocida enfrascada en la lectura de una de sus obras fue una experiencia que le agrad, particularmente cuando, como en aquel caso, la lectora tena una extraa belleza. La joven era de corta estatura. Tena el cabello oscuro, o tal vez debiera decirse negro; no era lacio, como suele ser el cabello negro, pero tampoco rizado. Era un pelo con tendencia a rizarse; es decir, como si pudiera rizarse si se lo permitiesen. Su piel era fina y suave, de un tono marfileo, aunque ligeramente sonrosada. Y sus labios, exentos de carmn o, al menos, as lo crey l, eran frescos y estaban llenos de vida. Mirando aquellos labios pens Harland en algunas mermeladas que al secarse suelen quedar adheridas fijamente. Eran unos labios deliciosos pens detenidamente en este objetivo, pues le encantaba escoger las palabras que haba de emplear, que inspiraban el ardiente deseo de gustarlos, como si fuesen uno de esos sabrosos bombones rellenos de exquisito licor. El lbulo de las orejas, que surga bajo el contorno suave del pelo lo suficientemente largo para permitir a su duea anudarlo en la nuca era casi tan rojo como los mismos labios. Dejando correr libremente el pensamiento, Harland pens que sera maravilloso poder morderlos. Su garganta era de un tono ms plido que sus mejillas, y su cuerpo sera ms plido an, como una de esas delicadas figurillas de marfil, de pequeos senos, cintura flexible, caderas redondas y muslos esbeltos. Mirndola con fijeza, unas frases extraas acudieron a su mente, como las nubes que cruzan a veces por el cielo de esto, palabras misteriosas del lejano Oriente. Pens en los relatos maravillosos de Las mil y una noches, en heronas de frente alabastrina, almendrados ojos y labios era se realmente el calificativo? como la granada. No estaba muy seguro de lo que poda ser una granada, y probablemente el smil era errneo, pero le complaca. Pens tambin en el incienso, en la mirra, en el pachul y en otras fragancias misteriosas que ni siquiera tienen nombre; en la endrina, en los bellos racimos de uvas moradas y en el jugo oscuro que surge al ser trituradas entre los dientes. Una sbita sacudida del tren le volvi a la realidad y, en consecuencia..., a Kansas, el paisaje en el que los campos de trigo se extendan durante millas y millas. Se dijo, no sin cierta irona, que aquel no era un modo correcto de pensar en una muchacha decente. No obstante, es probable

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que sea slo eso lo que piensen muchos hombres al enfrentarse con una mujer bonita. De no ser as, la raza humana acabara por extinguirse. Sin embargo, si la desconocida hubiera acertado en aquellos momentos a levantar la vista, si hubiese tropezado con su mirada, se habra sentido avergonzada, sin duda. Por lo cual, Harland procur concentrar su atencin en las pginas del libro que llevaba consigo, la novela Victoria, de Conrad, tan conocida. La herona de Conrad era una de esas mujeres pacficamente hermosas y casi bovinas, que inspiran al hombre un sentimiento puramente paternal. La muchacha que tena ante s, a pesar de su actitud completamente correcta, no poda ser calificada de bovina. Incluso en su pasividad haba algo parecido a una ardiente llama, como si las mismas puntas de sus dedos quemasen al tocarlas. La mir para afirmarse en su criterio, y observ que se haba quedado dormida. El libro descansaba sobre su falda, apenas sostenido por las manos inmviles. Tena la cabeza apoyada en el respaldo. Evidentemente, dorma como una nia. Harland sonri ante la inconsciente provocacin. Conque, despus de todo, tambin ella era bovina! Una mujer en la que ardiese la llama que l imagin no se dormira leyendo su libro. Su libro! Si acaso la ofendi con sus anteriores pensamientos, la desconocida se vengaba entonces cumplidamente con su indiferencia. El libro cay al suelo, y el ruido despert a la joven. Harland se inclin para recogerlo, observando de paso que las piernas de la muchacha eran maravillosas. Esta acept el libro con un ademn de aprobacin y un corts Gracias. Al hablar le mir fijamente, y Harland pudo ver que en sus ojos an velados por el sueo se reflejaba una aguda sorpresa. Harland abri el libro e intent leer, pero sigui sintiendo que los ojos de la joven le observaban. En fin, antes fue l quien la observ a ella... Si en verdad quera mirar, poda hacerlo libremente. Record los pensamientos que le asaltaron al mirarla, y se pregunt si los de ella al contemplarle seran anlogos. Como muchos hombres, sola a veces mostrarse muy satisfecho al ver su imagen reflejada en el cristal de algn escaparate. En aquellos instantes, y mientras finga leer, hall una secreta complacencia intentando vestir de forma halagadora los pensamientos que podan pasar por la mente de ella. Tal vez le hubiera reconocido, pues su fotografa haba aparecido repetidamente en varias revistas, tras el xito de Tiempo sin alas. Quizs estuviese haciendo acopio de valor para abordarle. Puede que llegase a pedirle un autgrafo en el libro. No sera la primera vez que le ocurra algo parecido. Pero al cabo de un rato el detenido examen comenz a molestarle. Cambi varias veces de postura, encendi un cigarrillo y lo fum casi

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furiosamente. Sinti que perda la paciencia. Por fin levant los ojos del libro, los clav en el rostro de ella y sostuvo firmemente su mirada, deseoso de confundirla. No lo logr. La desconocida no apart los ojos de l. Sigui examinndole, estudindole con atencin y hasta con cierta expresin de ansiedad y de splica. Aquello fue demasiado para Harland, que se sinti incapaz de seguir soportando el duelo de miradas. Pasa algo? pregunt al fin, enrojeciendo de furor. E inmediatamente se levant, decidido a volver a su departamento. Pero se detuvo un instante para mirarla de nuevo. La desconocida pareca despertar de un sueo. Oh, lo siento! exclam grave y quedamente Creo que, en efecto, le he mirado demasiado y extendi una mano hacia l con un ademn de splica. Harland pudo darse cuenta de que luca un magnfico solitario en uno de sus dedos. Le ruego que me excuse aadi. El caso es que..., se parece usted extraordinariamente a mi padre... Y al decir esto sus ojos se le llenaron de lgrimas. Luego tosi un poco como para aclarar la garganta. Evidentemente, estaba confusa. No se preocupe respondi Harland. Y se alej rpidamente de all, hacia su departamento. Estaba temblando y su pulso lata con fuerza. Pens que nunca hasta entonces se haba dado verdadera cuenta de que exista...

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Desde el da en que Enid le particip su compromiso con otro, Harland no haba sentido especial inters por ninguna mujer. No obstante, le fue de todo punto imposible olvidar a la muchacha que se qued dormida mientras lea su libro. El hecho de que al encontrarle parecido a su padre se hubiese puesto a llorar le hizo pensar que ste habra muerto haca poco. Por su aspecto pareca una mujer nerviosa, sensible y emocionable. Su tez, sus grandes ojos, su frente altiva y su voz vibrante hacan evocar el misterioso Oriente y el encanto mgico de una noche clida en el desierto, bajo un manto de estrellas.

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Sonri de sus absurdos pensamientos y decidi olvidarla. Durante la noche permaneci en su departamento, leyendo, y al amanecer contemplaba distrado el paisaje, formado por vastas llanuras que se unan unas a otras de manera casi imperceptible. La lnea del horizonte pareca estar a veces a quince o veinte millas de distancia, y otras como al alcance de la mano, a la altura misma de los ojos de Harland. En ocasiones, surga en la lnea indefinida la silueta de una granja o de un pajar, que en la distancia resaltaban como el palo mayor de un barco al pasar a lo lejos. Vio cmo unos negros nubarrones se aproximaban en direccin Noroeste, arrojando sobre los trigales una sombra azul como el mar. La lluvia azot entonces las ventanillas del vagn, pero ces casi inmediatamente. El sol ba de nuevo los campos fructferos. Harland pens que bastaba con el producto de aquellos campos para satisfacer las necesidades de una hambrienta multitud de seres humanos. Entretanto, la figura de la desconocida segua turbando sus pensamientos. Harland lo atribuy a que en un largo viaje, sea por barco o por tren, siempre parece agudizarse nuestra capacidad romntica, tal vez porque, al pensar que no volveremos a cruzarnos con nuestros compaeros de viaje, experimentamos un dulce sentimiento de irresponsabilidad. Antes de llegar a su destino, Harland tuvo tiempo de desayunar en el tren. Cuando, ya en el andn, daba una propina al mozo, el pequeo Lin Robie se acerc a l corriendo y lanzando exclamaciones de bienvenida. El muchacho llevaba un mono, camisa de seda, botas de tacn alto y un amplio sombrero. Estaba delgado, pero bronceado y fuerte. Al pensar en Danny, que posiblemente nunca podra volver a correr as, Harland sinti que la pena le ahogaba. Pero Lin le distrajo, estrechando su mano y hablando de muchas cosas a la vez. Cunto he sentido que Danny no venga, mster Harland! Pero me alegra mucho que haya venido usted. Cmo est Danny? Se pondr pronto bueno? Quiz se ponga bueno..., algn da repuso Harland. Mas para ello ha de sostener una larga lucha. Me ha escrito dijo Lin. Harland ignoraba este detalle. En su carta me ruega que le atienda y que procure que se divierta mucho. El camino central que conduce al rancho est inundado. Por eso vinimos a esperarle pap y yo. Hemos trado el coche y el camin. Pap debe de estar buscando a los otros. No ha trabado conocimiento con ellos durante el viaje? Mire, ah estn. Vamos. Charlie se cuidar del equipaje. Harland vio en segundo trmino la figura de un muchacho joven, de rostro abierto y franco bajo el amplio sombrero. Tena los hombros anchos

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y las caderas estrechas, como es corriente en las personas que se pasan la vida a caballo. Lin hizo la presentacin. Charlie Yates, capataz del rancho. Charlie, ste es mster Harland. Harland estrech la mano de Charlie, y not que el apretn de ste como suele ocurrir con los hombres cuya vida transcurre al aire libre, era dulce y suave, casi como el de una mujer. Conscientes de su fuerza, esos hombres tienen sumo cuidado en no abusar de ella. Lin grit despus ansiosamente: Vamos, vamos! Harland le sigui. Poco despus distingui la figura de Glen, el cual, vestido normalmente, pero tocado con el amplio sombrero tpico del pas, se aproximaba andando entre tres mujeres. Una de ellas era de edad avanzada; tena el blanco cabello peinado suavemente hacia atrs y anudado a la nuca en forma de moo, y su ojos eran oscuros y profundos. La segunda era joven, de rostro dulce y amable. La tercera era... la muchacha que Harland tanto se haba esforzado en olvidar. Robie se apresur a estrechar fuertemente la mano de Harland. Su ademn fue de cordial bienvenida. Le presento a mistress Berent, a miss Ellen y a miss Ruth dijo despus. As pues, se llamaba Ellen. Harland vio que su compaera de viaje apretaba el brazo de su madre, como si quisiera llamar su atencin sobre algo. Las dos mujeres cambiaron una rpida mirada. Me he permitido hablarles de usted. Cre que se haban conocido en el tren dijo Robie. Ellen le vio, y hasta creo que le mir demasiado declar mistress Berent. Insiste en que se parece al profesor Berent, a pesar de que yo lo encuentro absurdo. S, es realmente absurdo. Mster Harland no es ms que un muchacho. Tampoco yo puedo apreciar el parecido dijo Robie mirando a Harland detenidamente, hasta hacer que ste se sintiera como un chiquillo cuando los mayores discuten si se parece al padre o a la madre. Tomaron asiento en el amplio coche. Mistress Berent se sent junto a Robie. Harland se hall entre Ellen y Ruth, mientras Lin los contemplaba detenidamente desde el traspontn. Pronto abandonaron la ciudad y se lanzaron en plena regin solitaria. Robie conduca a gran velocidad, charlando sin volver la cabeza. Cuando llamaba la atencin de Harland sobre algo determinado, ste se limitaba a responder: S, o bien: S, comprendo. Al fin, mistress Berent intervino para exclamar con irritacin:

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Por el amor de Dios, fjese por dnde nos lleva! Est muy distrado. Robie se ech a rer, pero sigui sus indicaciones y guard silencio. Despus fue Ellen quien habl. Se volvi a Harland y le pregunt: De veras es usted Richard Harland, el autor de Tiempo sin alas? Supongo que s respondi Harland. Y dese sinceramente que, como siempre que oa la consabida pregunta, no le acometiesen unas irreprimibles ganas de sonrer. Y pensar que me qued dormida leyendo su libro, precisamente delante de usted! murmur Ellen riendo de buena gana. No me extraa que se sintiese ofendido. Pero le aseguro que despus permanec despierta hasta media noche, slo por terminarlo. Harland no supo qu responder. El movimiento del coche los empujaba al uno hacia el otro. Lin sigui charlando sin cesar. Slo Harland le responda de cuando en cuando. Las dos hermanas guardaban silencio. Harland olvid a Ruth. Mas ni por un slo momento dej de sentir el cuerpo de Ellen al otro lado, tan prximo a l.

4

El hogar de los Robie, planeado por un autntico artista y construido sin reparar en gastos, era perfecto. Ni demasiado lujoso, ni demasiado sencillo, armonizaba esplndidamente con el paisaje. Mistress Robie, sorprendentemente joven y bella, les dio la bienvenida cuando llegaron al rancho. Harland vio que adoraba a su esposo y que ste le corresponda. Era fcil comprender que estaban muy orgullosos el uno del otro. Mistress Robie era casi tan alta como su hija Tess, la cual le pareci a Harland que poda tener dieciocho aos, a pesar de que la duea de la casa no aparentaba mucho ms de treinta. Tess tambin se mostr muy agradable desde el primer encuentro. Lin le acompa hasta la habitacin que se le haba destinado. Estaba situada en la parte extrema del edificio, frente a la piscina de baldosas azules en la que se reflejaba la inmaculada belleza de un cielo pursimo. Desde all poda Harland contemplar libremente el panorama solitario de aquellas tierras, donde las luces cambiantes creaban una sinfona de colores que era un regalo para los ojos.

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Despus de comer, Robie y Lin le acompaaron al establo limpio como un laboratorio donde se alojaban los caballos de polo. Tambin dieron una vuelta por los verdes pastos donde deambulaba libremente el ganado. Como se alejaron hasta la caada para visitar el pabelln de caza, Harland no pudo ver los dems invitados hasta que se reunieron para tomar unos ccteles bajo la prgola situada junto a la piscina. Durante la cena, Robie explic a Harland los dems conocan la historia sobradamente que el profesor Berent fue su mejor consejero en los das en que se dedicaba a la explotacin de nuevos campos petrolferos. Cuando los vend y compr este rancho aadi l y Ellen nos visitaron dos veces, el ao pasado y el anterior. El profesor tena la mana de coleccionar pjaros. Sola desollarlos y enviar las pieles y a veces hasta los animales disecados al Museo. Ellen le ayudaba en la tarea luego, aadi dirigindose a mistress Berent: Lamento que no pudiese usted acompaarlos nunca. Ellen no me lo hubiese permitido repuso mistress Berent con la aspereza que la caracterizaba. Pareca creer que su padre le perteneca exclusivamente. Le tena monopolizado de tal forma que mucho me sorprende que no durmiese con l. Pap necesitaba a alguien que le ayudase, mster Harland dijo Ellen , y ni a mam ni a Ruth les hubiese gustado aquel trabajo. Pues claro que no! exclam mistress Berent moviendo la cabeza con indignacin. Cortarle los prpados a una perdiz muerta no me parece un entretenimiento recomendable para pasar la tarde. La verdad, prefiero hacer punto. Ellen continu como si no la hubiese odo: A mam le asustaba el arsnico, y Ruth no hubiese sabido cmo emplearlo, lo que, naturalmente, era un problema para pap. Harland, que, como muchos autores, saba un poco de todo, record que el arsnico en polvo se emplea para conservar las pieles sin curtir. S, confieso que me asustaba afirm violentamente mistress Berent . No me gusta jugar con venenos... despus, en tono malicioso, aadi : Ellen, en cambio, se diverta manipulando ese producto. Exactamente como si fuesen polvos de tocador. Creo que hasta deba de empolvarse con ellos la nariz. Todos rieron, incluso Ellen. Despus de la cena tomaron caf en la prgola, junto a la piscina. Bajo las estrellas, que parecan contemplarlos con curiosidad, charlaron en voz baja. Robie dijo al fin:

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Tomaremos el desayuno a las siete para poder salir temprano. Ser una larga excursin a caballo, de modo que si alguien prefiere quedarse debe decirlo. Mistress Berent pregunt, alzando la voz con indignacin: Ha dicho que a caballo? No hay ninguna carretera hasta el campamento de pesca. El camino es difcil aun para los caballos. Ellen exclam en tono triunfante: Ya te dije, mam, que era mejor que no vinieras. Debes quedarte aqu. No podras resistir el ajetreo de tantas horas a caballo. Creo que habras procedido con ms prudencia quedndote en Bar Harbor. He llegado hasta aqu y pienso ir adonde sea necesario dijo mistress Berent. Ser mejor que comprendas que esta vez mi decisin es firmsima. Hiciste lo posible por apartarme de la vida de tu padre, pero no conseguirs que me vaya sin ver sus restos. A caballo o a pie llegar hasta all. Aunque tuviese que recorrer el camino atada al lomo de uno de esos horribles animales. Robie se ech a rer y dijo para tranquilizarla: Nada le suceder. Ir tan cmoda como si estuviese sentada en una mecedora. Al orle, Harland no pudo menos de sonrer, sospechando que Robie exageraba. Cuando las damas se retiraron, los dos amigos se quedaron bebiendo unas copas. Harland se las ingeni para que Robie hablase de sus invitadas. Le oy comentar los das que haba pasado en Tejas junto al profesor Berent. Mas no era del padre de Ellen de quien Harland deseaba precisamente hablar. Por fin pregunt sin ms rodeos: Y Ellen, qu edad tiene? Robie le mir vacilando antes de responder. Veintids aos dijo al fin. Y Ruth, veinte. Esta si que es una esplndida chica. Era como si las comparase mentalmente y Ellen saliese perdiendo en la comparacin. Harland comprendi que Robie ocultaba algo. Luego, su anfitrin continu hablando del profesor Berent. Cuando estuvo organizada la explotacin de los pozos pas muchos aos sin saber nada de l. Despus los vend... en su gesto y en su voz se adivinaba una oculta satisfaccin. La verdad es que me gusta el dinero. Se puede hacer tantas cosas con l! Entregu al profesor Berent un milln de dlares, al fin y al cabo, gracias a su experiencia y a sus

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consejos logr hacer mi fortuna, y l los acept. ramos demasiado buenos amigos para que los rechazase. Harland ocult su asombro con una sonrisa. Luego dijo: Ante semejante oferta, muchas personas, vacilaran entre el orgullo y la avaricia. En cuanto a m, ser mejor que no me ponga a prueba. No soy orgulloso. Robie se ech a rer. No vacilara en ofrecerle dicha cantidad si me encontrase unos cuantos pozos de petrleo, amigo mo hizo una pausa y luego prosigui : Cuando tuve esta casa terminada le invit a pasar unos das a mi lado. Ellen le acompaaba vacil de nuevo. Me ha parecido observar que la muchacha le interesa verdaderamente, aunque Harland slo haba preguntado la edad de la joven, se adivinaba en su actitud que deseaba hacer una incalculable serie de preguntas. Ellen es..., muy extraa. Pasaron dos meses en el rancho. Con un par de ayudantes y algunos caballos, andaban siempre de un lado para otro. Antes de que se marchasen pude darme cuenta de que tras la belleza fsica de Ellen existe la dureza de la roca. S... Comprend que su padre no era nadie, que todo su carcter se estrellaba ante la frrea e indomable voluntad de la muchacha. No permita que nadie le hiciese al profesor el ms pequeo servicio. Los muchachos que les acompaaban arreglaban las monturas de los caballos, preparaban el lugar para acampar y realizaban otras tareas igualmente rutinarias. Pero ella y nadie ms que ella preparaba el lecho de su padre, le haca la comida y creo que hasta se la pona en la boca como si fuese un nio. Senta por l un afecto que anulaba la personalidad del profesor. No creo que pudiese llamar suya, con carcter de exclusividad, ni a su propia alma. Al parecer se trataba de un cario que rayaba en la locura, no es eso? Robie asinti. He odo decir que en tiempos medievales existan carios hasta la muerte, es decir, dos seres que, unidos por el amor, llegaban en aras de l al sacrificio supremo de la muerte. Compadezco al hombre que se case con ella repuso Harland sonriendo. He visto que lleva un anillo de compromiso dijo Robie. Yo tambin. Supongo que debi de hallar tan enorme vaco al morir su padre que se aferr a un clavo ardiendo en que buscar consuelo... En este caso, el clavo es un novio. Cunto tiempo hace que muri el profesor? Falleci en primavera.

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Mistress Berent dijo hace un rato algo que no comprend, algo as como que quera ver sus restos. S. Sus cenizas van a ser trasladadas a cierto elevado lugar de la montaa explic Robie, a una meseta rodeada de bosques, a nueve o diez mil pies sobre el nivel del mar. El profesor Berent sola decir que desde all casi poda tocarse el cielo. Ciertamente, eso parece posible slo con extender las manos. Tanto le gust el lugar que expres el deseo de que sus restos fuesen trasladados all cuando dejase de existir. Creo que saba que su fin estaba prximo. Por eso ha venido la familia. A m me parece que Ellen hubiese preferido venir sola, pero por una vez su madre ha logrado imponerse. Harland no contest. Estaba demasiado pensativo. La oscuridad, rota tan slo por la vacilante luz de las estrellas, los rodeaba. Pens que desde haca diez mil aos los hombres hacan siempre lo mismo: contar historias bajo la luz de las estrellas o junto a las llamas de un fuego acogedor, antes de buscar el descanso del sueo. Debi de ser precisamente en la oscuridad, entre el misterio de la noche, cuando se relat y se escuch el primer cuento, como si esa oscuridad fuese un incentivo para la imaginacin humana. Robie dio una ltima chupada a su cigarrillo, que brill un momento con ms intensidad, y luego lo arroj al suelo. Bien dijo Harland, si hemos de madrugar...

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Entre los desfiladeros haba cierto lugar expresamente reservado a la pesca. Estaba rodeado de frondosas montaas de cuatrocientos o quinientos pies de altura. Unas cabaas se alzaban a su mismo pie. Los excursionistas llegaron a aquel rincn bien entrada la tarde. La marcha de los caballos no dej de ser firme y segura a pesar de la difcil ruta que siguieron. Las sombras comenzaban a invadir las profundidades del desfiladero. Era como si avanzasen hacia un lago clarsimo cuyas aguas se tiesen de negro ante sus propios ojos. Slo el murmullo de los arroyuelos cercanos interrumpa el silencio. Se detuvieron para descansar, pausa que aprovech mistress Berent para decir airadamente que nunca ms volvera a montar.

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Me siento como si hubiese recibido una paliza dijo, pidiendo que la ayudasen a bajar y lanzando a la vez exclamaciones de dolor al sentir el contacto de otras manos sobre su cuerpo. A la maana siguiente, Harland y Robie pescaron a su antojo siguiendo la corriente del ro en dos o tres millas de su curso. All las aguas caan sobre una caada muy estrecha, formando cascadas de doce pies de altura y hondsimos estanques llenos de truchas. Robie explic que la caada tena seis u ocho millas de extensin, hasta el lugar en que el ro se perda entre lejanas regiones desiertas. El camino no es fcil admiti, pero la pesca abunda. Algunas veces lo recorro a pie y hago que al otro extremo me aguarden con mi caballo ensillado. Me gustara hacerlo a m tambin. Ser mejor dejarlo para otra ocasin. Es demasiado ir y volver en un solo da. As, pues, la aventura hubo de ser forzosamente aplazada. Aunque pensaba intensamente en Ellen, Harland la vea muy poco. La joven sola cada maana ir a caballo a dar un paseo, volviendo siempre con el tiempo justo para cambiarse de ropa y sentarse a la mesa. Al cuarto da, los quehaceres del rancho requirieron la presencia de Robie. Harland no quiso ir solo a pescar, y su amigo le dijo: Por qu no va a cazar pavos salvajes? Durante sus largos paseos por los alrededores haban visto muchos. Danny me ha pedido que mate uno en su honor. No est mal la idea dijo Robie. Estamos en poca de veda, pero uno menos no nos perjudicar gran cosa. Tome una escopeta y monte a caballo. Cuando vea una manada, colquese frente a ella sin vacilar. A esos animales no les gusta volar. Es ms, no lo hacen casi nunca si no pueden alzar el vuelo en una vertiente o un declive. Tendr que buscar un lugar elevado si quiere cobrar alguna pieza. Estoy de acuerdo en que es una treta, pero le aseguro que esa clase de caza resulta divertida. Era la hora del desayuno. Desde el otro extremo de la mesa se dej or la voz de Ellen. Si lo desea, mster Harland, puedo ayudarle a cazar un buen ejemplar. Ayer vi a media docena de esos animales comiendo saltamontes en cierto recodo. Y estoy casi segura de que volvern al mismo sitio. Esplndida idea! exclam Robie. Ellen conoce por su nombre propio a todos los pavos del rancho, Harland. Ella le acompaar a cazar.

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Harland guard silencio. Tema que el tono de su voz le traicionase, que descubriera el ritmo acelerado de su pulso. Fue Ellen quien habl. Ser suficiente con que salgamos despus de comer. Suelen ir all por las tardes. Magnfico! exclam Harland. Y despus de una pausa continu diciendo: El caso es que mi hermanito Danny, que sufri un ataque de parlisis infantil y est imposibilitado, me hizo prometerle que le explicara minuciosamente mis aventuras en el rancho para ocultar la emocin que le embargaba, se volvi hacia Robie y aadi: Al parecer, Lin le asegur que haba por aqu potros salvajes... Pues claro que los hay! grit Lin con presteza. Si lo desea, maana le acompaar a verlos. Hoy estoy comprometido con pap. Para disimular la impaciencia que le consuma, Harland se retir a su cuarto y emple el tiempo en escribir a Danny una larga carta. Comenz por describir a la linda muchacha que en el tren se haba quedado dormida ante sus propias narices con su libro en las manos. Saba que este detalle divertira mucho al pequeo, y lo describi con minuciosidad. Pero al hablar de su llegada al rancho se guard de decir que la bella viajera estaba tambin invitada al hogar de los Robie y que aquella misma tarde iran juntos a cazar pavos salvajes. Permaneci encerrado hasta que mistress Robie llam para decirle que la comida estaba a punto. Despus de comer y con los caballos ya dispuestos, Ellen se dio cuenta de que Harland parta sin escopeta. Ella fue quien le escogi una y unos cuantos cartuchos. Luego partieron al galope. Ellen serva de gua. Dieron la vuelta por el desfiladero situado ms al Norte, cruzando una empinada senda flanqueada de pinos. Cabalgando tras ella, Harland poda contemplar la curva suave de sus hombros, que la carrera agitaba dulcemente, y su fina cintura. Al trotar, Ellen no se mova; se mantena firme en la silla, a la manera de los jinetes del Oeste. Para Harland, acostumbrado a la silla inglesa y al estribo corto, aquello pareca mucho ms difcil, a pesar de que intent imitar la gracia elegante de su compaera. Avanzaban en silencio, detenindose de cuando en cuando, si el camino se lo permita, para mirar ms all del desfiladero, hacia el desierto que pareca a sus ojos como un mar lejano. Cruzaron dos cerros y descendieron a un valle muy parecido a un parque, en donde serpenteaba un arroyuelo. Como el suelo era bastante llano y estaba cubierto por una alfombra de csped, podan cabalgar uno al lado del otro. Las gencianas y otras mil flores y capullos los rodeaban por doquier. Harland escoga mentalmente las palabras adecuadas con que expresar toda la belleza de lo que admiraba. En cuanto a Ellen, no pareca tener muchas ganas de hablar. No lo hizo hasta que hubieron recorrido media milla.

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Dejaremos aqu los caballos dijo, y seal el bosque que cubra la ladera de las montaas que circundaban el desfiladero. Despus de dejar los caballos en lugar seguro y a salvo de la curiosidad ajena, siguieron caminando a pie. Ahora slo nos resta armarnos de paciencia y esperar. Acuden cada da a este recodo en busca de comida. No s donde vamos a escondernos respondi Harland. Porque no haba en realidad muchos lugares donde ocultarse, aparte de algunas irregularidades del terreno. La hierba era de muy poca altura, y las matas de flores apenas alcanzaran unas pulgadas. No haba matorrales. Nos sentaremos aqu. Bastar con que estemos callados para que no se den cuenta de nuestra presencia. Le condujo hasta un extrao rbol enano cuya especie ignoraba Harland, y que creca cerca del riachuelo. Algunas de sus ramas apenas se alzaran a cinco o seis pies del suelo. Pero en su base formaba una pequea hondonada, junto a la cual se ech Ellen boca abajo, de manera que sin mover la cabeza poda contemplar el fondo del desfiladero. Harland vacil. No saba ciertamente dnde colocarse, hasta que oy decir a su compaera: chese a mi lado. Los veremos llegar a una distancia de media milla. Ayer estuve aqu, y pasaron muy cerca sin observar mi presencia. Harland ocup el sitio que Ellen le indicaba. Estaba tan cerca de la joven que hubiera podido abrazarla sin gran esfuerzo. El rbol solitario no daba mucha sombra, de modo que el sol acariciaba sus cuerpos. La pequea hendidura en donde se ocultaban se le antoj a Harland llena de aromas deliciosos, lo mismo que una taza rebosante de crema. El olor de la hierba que cubra el suelo se hizo ms intenso al contacto del sol. Despus de un rato de contemplar fijamente el desfiladero, Harland sinti un fuerte dolor en la nuca. Distrajo la mirada entre las plantas y las races, atrado por el espectculo de los insectos que les rodeaban. Una pequea sabandija verde trep por el tallo de una planta, cruz hasta el otro y luego descendi de nuevo hasta el suelo. Una cigarra se detuvo a corta distancia de ellos, los mir con sus ojos saltones y abobados y desapareci luego con un rpido batir de alas. Una hormiga alcanz el brazo de Harland, no sin antes realizar un laborioso y complicado trayecto a travs de la hierba. Se coloc en la mueca, subi slo un momento, pues no tard en reaparecer sobre el brazo de la joven, la cual, con la barbilla entre las manos, contemplaba fijamente el desfiladero. Harland sigui con los ojos el viaje de ascensin de la hormiga; la vio subir por el brazo, llegar a la espalda e introducirse luego en el escote, pues Ellen llevaba la blusa abierta. Al sentirla sobre su suave piel, la muchacha la quit de un manotazo.

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Hace rato que la contemplaba dijo Harland pensativamente. Me pregunt hasta dnde se hubiese atrevido a llegar. Comenz por mi brazo, para pasar luego al de usted. Pap y yo solamos muchas veces tumbarnos sobre el csped y contemplar los insectos en torno nuestro. Cuando queramos cazar un pjaro que nos interesaba permanecamos a la expectativa durante horas y horas. Confieso que nunca me aburr. Comprendo... Deban de pasarlo muy bien los dos juntos. Ellen asinti, y Harland sigui diciendo: Y siempre hacan lo mismo? Nada de eso respondi Ellen, tan suavemente que a pesar de la corta distancia que los separaba sus palabras eran casi ininteligibles. Casi desde que comenc a andar nos gustaba a los dos estar juntos y gozar de la vida al aire libre. En invierno llevbamos los esques y algunas provisiones. Dormamos en la nieve. Otras veces bamos a pescar. Estuve con l pescando salmones en New Brunswick, Newfoundland y hasta en el Gaspe. Harland se extra de que, habiendo coincidido tanto en sus caminos, no se hubiese encontrado con ella anteriormente. Una vez, en el Okefenokee, en Georgia, hallamos un pjaro carpintero con el pico de color marfileo. Tambin hablamos con un hombre que aseguraba haber visto palomas viajeras en ese lugar. Pero pap nunca dio demasiado crdito a sus palabras. Despus, cuando abandon del todo la enseanza, viajbamos de continuo... No la he visto pescar desde que estamos aqu. No. Cuando vine con mi padre pescamos algunas truchas, pero, francamente, despus de haber pescado salmones esto me parece poco interesante. Tambin yo he pescado salmones dijo Harland. En el Codroy, en el Restigouche y en la isla de Anticosti, con Danny. En Anticosti conoc a Glen y a Lin Robie. Ellen volvi la cabeza, apoyando las mejillas en sus brazos cruzados y mirndole con fijeza. Ya le dije en otra ocasin que me recordaba a mi padre dijo. Naturalmente, me refiero a mi padre cuando era joven, tal como yo le recuerdo de nia. Tambin era rubio, esbelto y simptico. Harland sinti que se ruborizaba. Ellen pregunt: Qu edad tiene usted?

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Ben Ames Williams juzgueTreinta aos.

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Al principio le cre ms viejo. Se ha rejuvenecido desde que lleg. Tal vez estuviese fatigado. En el tren me pareci cansado. Harland no respondi. Despus de un momento de silencio, sintindola a su lado y experimentado el deseo de sentirla todava ms cerca, dijo: Robie me habl de su padre..., y del motivo de su venida. Pero ella volvi la cabeza para mirar una vez ms hacia el desfiladero. Tenemos que seguir inmviles dijo. Esos animales son muy astutos. Fue como un reto, como si con sus palabras quisiera demostrar que no le interesaba lo que l haba dicho. Pero poco despus, y con un tono de absoluta franqueza, prosigui diciendo: Mam no est muy acostumbrada a montar. No obstante, confo en que maana est dispuesta a ir a caballo. De este modo podremos trasladar los restos de pap al rincn que tanto amaba. De nuevo Harland guard silencio. El sol les daba de lleno, pero la brisa haca el calor ms soportable. El silencio los uni, y como quisiera evitar ese acercamiento la joven pregunt: Tiene usted padres? No. Los dos murieron. Slo tengo a Danny aun sin mirarla sinti que ella volva la cabeza y que le contemplaba. Estaba seguro de que le observaba de nuevo. Danny y yo formamos como un solo ser, a pesar de la gran diferencia de edad que hay entre nosotros. Danny slo tiene trece aos... Desde que sufri el ataque de parlisis que le dej imposibilitado paso casi todas mis horas a su lado. Hasta he descuidado mi trabajo... Esta es nuestra primera separacin. Entonces pregunt ella con curiosidad, la vida termina para usted..., en su trabajo y en Danny, no es cierto? Harland sonri. Comprenda perfectamente el oculto significado de sus palabras. Por eso dijo: Supongo que pregunta por qu no me he casado, verdad? Precisamente. Por qu no se ha casado? Pues porque he tenido siempre demasiado trabajo. En cuanto a usted aadi tras una pausa, he visto que lleva un anillo de compromiso. Ella mir su mano, en la que brillaba un gran diamante. Se llama Quinton dijo con voz inexpresiva. Es abogado y vive en Maine.

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Ben Ames Williams juzgueRusell Quinton? dijo Harland sorprendido. S. Le conoce?

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Le conozco contest l. Record a Quinton, algo gordo, algo calvo y entrado en aos. Harland se pregunt qu sentimiento poda unir a dos seres tan dispares. Le conoc en Upsalquitch, durante la temporada de pesca. Estaba all de paso. Slo se detuvo a comer. No dijo que Quinton estaba aquel da de mal humor, y que su presencia haba sido casi desagradable. Tampoco habl de los comentarios que hizo Leick sobre l, los cuales no resultaban demasiado halageos. Era amigo de mi padre explic Ellen, el cual vea con buenos ojos nuestro noviazgo. Nos prometimos. Pero no pienso casarme con l. Harland sinti que su corazn se desbocaba como un caballo al sentir el contacto de la espuela. Consciente de que los ojos de ella seguan observndole, perdi todo inters de lo que ocurra en el desfiladero. Algunas cabezas de ganado que seguramente pertenecan a Robie, haban salido de la sombra de los rboles y cruzaban los pastos baados de sol. Pero Harland no les prest la menor atencin. Las palabras de Ellen le haban dejado atnito. Llevaba el anillo de Quinton..., pero no pensaba casarse con l. Harland se sinti absurdamente dichoso. Fue en aquel preciso momento cuando se dio cuenta de que los animales que se vean en el desfiladero eran de color ms oscuro, casi negro. Slo entonces comprendi su error, y murmur: Pavos salvajes! Ellen no se movi. Segua mirndole fijamente. A qu distancia calcula que estn? Por lo menos a un cuarto de milla. Son tan grandes que me parecieron cabezas de ganado. La mir de reojo y vio que volva lentamente la cabeza para mirar hacia donde l le haba indicado. S, en efecto, son muy grandes. Hay por lo menos media docena. Una de las enormes aves sacudi las alas y vol describiendo un semicrculo. Ellen dijo al verla: Estn cazando cigarras. No cabe duda que bajarn por aqu. Qudese quieto, completamente inmvil! Harland la obedeci. Permaneci inmvil, contemplando el lento avance de los animales. De cuando en cuando dejaba ella escapar una exclamacin en voz muy baja, y l responda casi sin mover los labios, sintiendo el acelerado latir de su pulso, consciente de su proximidad,

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tembloroso por la forzada tensin de la espera. Los pavos eran ciertamente gigantescos. Tumbado en su puesto de observacin y mirando cmo se acercaban por el desfiladero, Harland no poda verlos bien. Las a