WALT WHITMAN (1819-1892) Y LA GUERRA CIVIL AMERICANA …WHITMAN+y+la+guerra+civil.pdf · la guerra...

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http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace [email protected] C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 1 WALT WHITMAN (1819-1892) Y LA GUERRA CIVIL AMERICANA (1861-1865) En sus setenta y tres años de vida, el compromiso de Whitman con su nación, América, fue aumentando sin cesar. Pero si hay algún acontecimiento histórico que lo marcó como hombre y como poeta ese fue, sin duda, la Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, ocurrida entre 1861 y 1865. En diciembre de 1862, Walt, que se había convertido en el patriarca de la familia, pues su padre había fallecido en 1855, fue en busca de su hermano George Washington Whitman, que se había alistado como soldado en los ejércitos yankees y del que solo sabían que había sido herido en la batalla de Fredericksburg. Afortunadamente, lo encontró con vida y lo llevó de vuelta a casa. Durante su estancia en los lugares de la guerra, hizo amistad con soldados y oficiales y vio cosas terribles que él mismo detalla en Memoranda During the War, Diarios de la guerra: “vi un montón de pies amputados, piernas, brazos, manos, etc., todo un cargamento para un carro de un solo caballo. Cerca yacen varios cuerpos, cada uno cubierto con su manta de lana marrón”. Todas sus experiencias bélicas, las tragedias que vivió de cerca, las muertes, los episodios heroicos, están anotados en la prístina prosa de sus Diarios de la guerra (1865). Ellos sirvieron de base para sus poemas de la guerra, Drum Taps, Redobles de tambor, publicados en 1865 y poco después incluidos por el poeta en la cuarta edición de Leaves of Grass, Hojas de hierba (1867), que él mismo autoeditó. Los Diarios de guerra, sin embargo, no serían incluidos hasta la novena edición del libro, la de 1891, conocida como Death-Bed Edition” o edición del lecho de muerte, que Whitman preparó poco antes de morir. Seguramente Whitman los consideraba anotaciones más bien personales, si bien al final decidió incluirlos, convencido de que aquellos tres años que había vivido en los hospitales de Washington, como enfermero voluntario, cuidando heridos y ayudando a médicos y enfermos, eran lo mejor de su vida, la lección más profunda que pudo aprender. Él mismo explicó, en 1891, “mi libro y la guerra son una misma cosa” Tanto los renglones en prosa como los versos del Whitman de aquel entonces están escritos al calor de los hechos narrados, cercanos aún, terriblemente próximos, por lo que vibran de emoción. El ególatra del Canto a mí mismo”, uno de sus poemas más conocidos, se había convertido en el demócrata comprometido con su nación y dolorido por su destino, aunque Whitman se orientaba al futuro y veía a los Estados Unidos como un gran país, expansivo y dominante, cargado de razón y elegido por Dios para la tarea del liderazgo (providencialismo). A continuación, vamos a hablar de las dos obras de Whitman directamente inspiradas por la guerra: Diarios de la guerra (1865, en prosa) y Redobles de tambor (1865, poemario).

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WALT WHITMAN (1819-1892) Y LA GUERRA CIVIL AMERICANA

(1861-1865)

En sus setenta y tres años de vida, el compromiso de Whitman con su nación, América, fue aumentando sin cesar. Pero si hay algún acontecimiento histórico que lo marcó como hombre y como poeta ese fue, sin duda, la Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, ocurrida entre 1861 y 1865. En diciembre de 1862, Walt, que se había convertido en el patriarca de la familia, pues su padre había fallecido en 1855, fue en busca de su hermano George Washington Whitman, que se había alistado como soldado en los ejércitos yankees y del que solo sabían que había sido herido en la batalla de Fredericksburg. Afortunadamente, lo encontró con vida y lo llevó de vuelta a casa.

Durante su estancia en los lugares de la guerra, hizo amistad con soldados y oficiales y vio cosas terribles que él mismo detalla en Memoranda During the War, Diarios de la guerra:

“vi un montón de pies amputados, piernas, brazos, manos, etc., todo un cargamento para un carro de un solo caballo. Cerca yacen varios cuerpos, cada uno cubierto con su manta de lana marrón”.

Todas sus experiencias bélicas, las tragedias que vivió de cerca, las muertes, los episodios heroicos, están anotados en la prístina prosa de sus Diarios de la guerra (1865). Ellos sirvieron de base para sus poemas de la guerra, Drum Taps, Redobles de tambor, publicados en 1865 y poco después incluidos por el poeta en la cuarta edición de Leaves of Grass, Hojas de hierba (1867), que él mismo autoeditó. Los Diarios de guerra, sin embargo, no serían incluidos hasta la novena edición del libro, la de 1891, conocida como “Death-Bed Edition” o edición del lecho de muerte, que Whitman preparó poco antes de morir. Seguramente Whitman los consideraba anotaciones más bien personales, si bien al final decidió incluirlos, convencido de que aquellos tres años que había vivido en los hospitales de Washington, como enfermero voluntario, cuidando heridos y ayudando a médicos y enfermos, eran lo mejor de su vida, la lección más profunda que pudo aprender. Él mismo explicó, en 1891,

“mi libro y la guerra son una misma cosa”

Tanto los renglones en prosa como los versos del Whitman de aquel entonces están escritos al calor de los hechos narrados, cercanos aún, terriblemente próximos, por lo que vibran de emoción. El ególatra del “Canto a mí mismo”, uno de sus poemas más conocidos, se había convertido en el demócrata comprometido con su nación y dolorido por su destino, aunque Whitman se orientaba al futuro y veía a los Estados Unidos como un gran país, expansivo y dominante, cargado de razón y elegido por Dios para la tarea del liderazgo (providencialismo). A continuación, vamos a hablar de las dos obras de Whitman directamente inspiradas por la guerra: Diarios de la guerra (1865, en prosa) y Redobles de tambor (1865, poemario).

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1. Memoranda During the War, Diarios de la guerra (1865)

Los Diarios de guerra fueron incluidos en la novena edición de Leaves of Grass, de 1891, conocida como “Death-Bed Edition” o edición del lecho de muerte. Son las anotaciones que el poeta hizo en cuadernos en los años de la guerra civil americana (1861-1865), durante los cuales Whitman colaboró como enfermero voluntario. En estos diarios sobresale la figura heroica y gigante del presidente Lincoln, al que Whitman admiraba profundamente, y se eleva a la categoría de héroes a todos los participantes en la contienda bélica, del Norte y del Sur, hombres o mujeres, oficiales y soldados… Whitman cantó a aquellos magníficos seres humanos que dieron sus vidas en la contienda, jóvenes y viejos, del Norte o del Sur, sin ánimo revanchista, con afán reconciliador. Cuando en 1891 dijo aquello de “mi libro y la guerra son una misma cosa”, ya se había fundido con la nación. Era pueblo y pronto sería historia del pueblo por quien había cantado de modo tan original. Esta identificación con la epopeya americana es la que lo llevó a incluir Diarios de guerra, que hasta aquel momento había considerado como anotaciones personales, en la novena edición de su obra magna, Hojas de hierba. Los fragmentos que reproducimos aquí están tomados de la traducción de Memoranda During the War realizada por Manuel Villar Raso que citamos en la bibliografía.

“Fueron cuatro años que condensan siglos de pasión patriótica, cuadros de primera clase, tempestades de vida y muerte, una mina inagotable para las historias, drama, romance e incluso la filosofía de siglos por llegar, sin duda la columna vertebral de la poesía y del arte (y también del carácter personal) de la América del futuro (con más campo, a mi entender, en las manos de los dotados, que el asedio de Troya para Hornero, o las guerras francesas para Shakespeare); y, sobrevolando todo ello, en mi recuerdo, la figura alta del Presidente Lincoln, con su rostro cortado por líneas profundas, sus ojos grandes, amables y astutos, la complexión oscura y el tinte de melancolía lúgubre que lo empapa todo.

Y a más y más, en mis recuerdos de aquella época y a través de los innumerables y variados océanos y de torbellinos lóbregos, aparece la resolución central y severa del pueblo medio americano, animado en el alma por un propósito definido, aunque fluido y arrollador como una gran tormenta, del pueblo corriente, simbolizado en miles de especímenes de heroísmo y tenacidad de primera clase (ni un regimiento y compañía, ni un escuadrón de hombres, del Norte y del Sur, en los últimos tres años, sin tales especímenes de primera clase).” (p. 35)

“La Casa Blanca a la luz de la luna – 24 de Febrero. Una racha de temperatura suave y agradable. Paseo por los alrededores, especialmente de noche y bajo la luz de la luna. Esta noche le echo un detenido vistazo a la Casa del Presidente y aquí están mis pensamientos sobre ella. El pórtico blanco, las luces de gas resplandeciendo, el palacio y el pórtico blancos, columnas altas y redondas, sin mancilla como la nieve; también las paredes, la luz tierna y suave de la luna que inunda el pálido mármol y hace más livianas las sombras. Por todas partes una suave neblina transparente, un fino lazo lunar azul que cuelga en el aire de la noche, con los racimos de farolas que brillan en las columnas y alrededor de la fachada y el pórtico etc., todo blanco, tan puro y deslumbrante, tan apacible. Es la Casa Blanca de futuros poemas, sueños y dramas, bajo la luz dulce y fecunda de la luna, el frontal soberbio y puro, entre los árboles, bajo las luces de la noche y de la luna que todo lo inunda de realidad e ilusión, las formas de los árboles, sin hojas, silenciosas, con troncos y ramas de múltiples ángulos, bajo las estrellas y el cielo. Es la Casa Blanca de la tierra, la Casa Blanca de la noche, de la belleza y del silencio, con centinelas en las puertas y junto al pórtico, silenciosos, caminando en sus casacas azules, sin dar el alto, pero observándote con ojos perspicaces adondequiera que vas.” (pp. 45-46)

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“Muerte del Presidente Lincoln. ¡Hoy, 14 de abril, parece un día agradable en todo el país, la atmósfera moral también es agradable, la larga tormenta, tan oscura, tan fratricida y llena de dudas, presagios y malos augurios, por fin ha finalizado a la salida del sol con una victoria nacional tan absoluta y un desmoronamiento del Secesionismo tan total que es como para dudar de nuestros sentidos! Lee ha capitulado bajo el manzano de Appomatax. Los otros ejércitos y flancos de la revuelta le han seguido, ¿podía ser de otro modo? De todos los asuntos de este mundo de tristeza y pasión, fracasos, desórdenes y desánimos, al fin ha llegado el final y el signo confirmado e infalible del plan, como un rayo de luz pura y guía recta, ¿de Dios? El día, como digo, era propicio. Habían salido las primeras hierbas y flores.

(Recuerdo el sitio exacto donde estaba, con la estación avanzada y muchas lilas en flor. Por uno de esos caprichos que dan color a los sucesos, aunque sin formar

parte de ellos, recordaré siempre ese día de la gran tragedia por la vista y el olor de estas flores, y nunca me falla).

Pero no debo quedarme en las anécdotas. El hecho apremia. El popular periódico de la tarde de Washington, el pequeño Evening Star, ha llenado toda su tercera página, dividida entre anuncios sensacionalistas en cien lugares diferentes, El Presidente y su Señora estarán en el teatro esta tarde... (A Lincoln le gustaba el teatro. Yo mismo lo he visto en él varias veces. Recuerdo haber pensado lo sorprendente que me parecía que Él, en muchos aspectos el primer actor del drama más grande y tormentoso en el escenario de la historia real, a través de los siglos, estuviera sentado allí, completamente interesado y absorto en esos hombrecitos de paja que se movían con estúpidos gestos, espíritu extraño y texto engolado). En esta ocasión, el teatro estaba abarrotado, señoras con trajes alegres y caros, oficiales con uniforme, ciudadanos ilustres, jóvenes, los habituales racimos de luces, el magnetismo habitual de tanta gente, jovial, perfumada, la música de violines y flautas (y por encima de todo y como saturándolo todo, esa maravilla vaga y grande, Victory, la Victoria de la Nación, el triunfo de la Unión, llenando el aire, los pensamientos, los sentidos, con una vaharada de efluvios mucho mayor que los perfumes). El Presidente llegó a tiempo y, con su señora, presenció la obra desde uno de los palcos del segundo piso, dos convertidos en uno y profusamente adornados con la bandera de la nación. Los actos y escenas de la obra, una composición sin interés... (“Nuestro primo americano"), una pieza en la que un Yanqui, como no se había visto y nunca se vería otro en América, es introducido en Inglaterra con un tipo de conversación, argumento, escenario y la típica fantasmagoría de un drama moderno y popular. La obra había progresado, quizá un par de actos, cuando en medio de esta comedia, tragedia o como quiera que se llamara y, como conclusión, al igual que sucede en la mímica de estos pobres bufones de la naturaleza o de la gran musa, llega interpolada esa escena imposible de describir (porque para la mayoría era poco más que una impresión, un sueño, un borrón) y sin embargo voy a describirla... Hay un momento de la obra que representa a un salón moderno en el que a dos señoras inglesas, por demás extrañas, se les informa de la llegada de un inaudito yanqui sin fortuna y por consiguiente sin el menor interés matrimonial. Al acabar los comentarios, sale el trío de escena, dejándola vacía unos momentos. Fue en ese instante cuando sucedió el asesinato de Lincoln. Grande como fue este hecho fundamental, con todas sus implicaciones presentes y futuras en la política, historia y arte del Nuevo Mundo, este hecho, el asesinato, sucedido con la tranquila simplicidad de lo más corriente, como el estallido de una yema o de una vaina en la vegetación, por ejemplo. Tras el general susurro, que siguió a la pausa, con el cambio de posiciones, llegó el sonido sordo de un disparo de pistola que ni siquiera oyeron cien personas y, sin embargo, sucedió un silencio, un estremecimiento vago y, luego, en el palco del Presidente, adornado con cortinas, barras y estrellas, una repentina figura, un hombre que alza las manos y los pies, se levanta sobre la barandilla y salta al escenario (a una distancia de catorce o quince pies), cae al suelo, engancha la suela de su bota en las cortinas (la bandera americana), cae sobre su rodilla, se recobra rápidamente, se alza como si nada hubiera sucedido (real mente se retuerce el tobillo, sin que nadie se diera cuenta), y de esta forma la figura, Booth, el asesino, vestido totalmente de negro, con la cabeza al descubierto, el pelo reluciente y negro, los ojos brillantes e iluminados con la resolución de un animal enloquecido, aunque con cierta extraña calma, sostiene en alto un enorme cuchillo en una mano y luego camina cerca de las luces del suelo, se vuelve hacia la audiencia y, con el rostro de una belleza estatuaria iluminada por aquellos ojos de basilisco, que destellan desesperación, quizá con insania, lanza con voz firme y segura las palabras, Sic semper tyrannis; luego camina con paso ni lento ni rápido diagonalmente hacia el

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fondo del escenario y desaparece... (¿No habría representado Booth esta terrible escena, previamente, vestido de negro y con toda su absurda mímica?). Un momento de silencio e incredulidad, un grito, el grito de Asesinato, la Señora Lincoln inclinándose en el palco con mejillas y labios pálidos, y un involuntario grito hacia la figura que desaparece. Ha asesinado al Presidente... Y todavía un momento extraño, un suspense incrédulo ¡y luego el diluvio!, la mezcla de horror, gritos e incertidumbre (el sonido a lo lejos de las herraduras de un caballo que resuenan veloces), la gente que salta de las sillas y barandas en desorden, ruido que se añade a una escena tan extraña, al inextricable terror y confusión, a gritos de agonía, y el gran escenario se llena entonces de una muchedumbre abigarrada y sofocada, como en un carnaval horrible, la audiencia se agolpa, al menos los hombres fuertes lo hacen, los actores y actrices están todos allí con sus trajes y caras pintadas con el pánico mortal en sus rostros, algunos temblando, otros envueltos en lágrimas, dos o tres consiguen pasar del escenario al palco del Presidente, otros tratan de trepar a él. Y en medio de todo esto, los soldados de la guardia del Presidente, con más soldados atraídos, irrumpen en la escena (unos doscientos en total), que asaltan el teatro y las filas de palcos, especialmente las superiores, llenos de furia y cargando literalmente a la audiencia con las bayonetas caladas, los mosquetes y pistolas, gritando, Despejen, despejen, hijos de... Tal es la escena salvaje o más bien la evocación, dentro del teatro, aquella noche. Y fuera, en la atmósfera de shock y locura, una muchedumbre enfurecida y dispuesta a tomarse la justicia por su mano, a punto estuvo de asesinar a gente inocente. Uno de estos casos es especialmente revelador. La muchedumbre enloquecida la emprendió con un hombre, movida por sus palabras o sin el menor motivo y, al ir a colgarlo de una farola, fue rescatado por unos heroicos policías que se colocaron en medio y se abrieron paso con gran peligro hasta la comisaría. Es un episodio revelador. La muchedumbre corriendo y arremolinándose aquí y allá, la noche, los gritos, las caras pálidas, la gente aterrorizada intentando en vano librarse, el hombre atacado, no liberado todavía de las garras de la muerte y que parecía un cadáver, la media docena de silenciosos y resolutos policías, sin otras armas que sus bastones y, sin embargo, firmes y decididos en medio del enjambre arremolinado, son sin duda el ejemplo apropiado de la gran tragedia del crimen. Llegaron a la comisaría con el hombre protegido a quien le dieron seguridad aquella noche y lo soltaron sin cargos por la mañana. Y en medio de ese pandemonio nocturno de odio sin sentido, los furiosos soldados, los espectadores y la multitud, el escenario y todos los actores y actrices, pinturas, lentejuelas y luces, la sangre de sus venas, la mejor y más dulce de país, chorrean silenciosas y el flujo de la muerte asoma sus burbujas en los labios. Tales eventos, trazados a volapié, fueron los sucesos que acompañaron la muerte del Presidente Lincoln, arrebatado por un crimen repentino y horroroso. Aunque muerto sin dolor. Deja para la historia y la biografía no sólo su recuerdo más dramático; también nos deja, en mi opinión, la personalidad más grande, la mejor, la más característica y artística de América. No era un hombre exento de defectos, los demostró durante su presidencia; pero la honestidad, la bondad, la astucia, la consciencia y (una nueva virtud desconocida en otros países y apenas conocida aquí y que es el nudo y fundamento de todo, como el futuro demostrará en plan grandioso) el Unionismo en su sentido más auténtico y amplio, producto de la médula de su carácter. Selló con su vida todo esto. El esplendor trágico de su muerte, purgando e iluminándolo todo, traza alrededor de su figura, de su cabeza, una aureola que perdurará y crecerá más brillante con el paso del tiempo, mientras viva la historia y perdure el amor al País. La Unión ha sido creada por muchos, pero si tuviéramos que elegir un nombre, un hombre, él, por encima de todos, es el conservador y el camino hacia el futuro. Fue asesinado, pero la Unión no fue asesinada, ¡ça ira! Unos caen y otros caen. El soldado cae, se hunde como una ola, pero nuevas olas del océano avanzan inexorables. La muerte hace su trabajo, aniquila a cientos, a miles, al Presidente, a generales, capitanes y civiles, pero la Nación es inmortal) (pp. 100-105).

“Balance de tres años. Durante estos tres años en el hospital, en campamentos o en los frentes de guerra, he hecho más de 600 visitas y, estimo, que he asistido a unos ochenta o cien mil heridos y enfermos, sirviéndoles de ayuda espiritual y material en sus necesidades. Estas visitas han variado de una hora o dos a todo el día y la noche; porque en los casos críticos y con los más queridos he pasado la noche entera. En ocasiones he llegado a quedarme en el hospital y a dormir y vigilar varias noches seguidas. Para mí, estos tres años han sido el mayor privilegio y satisfacción (a pesar de su agitación febril, privaciones físicas y estado lamentable) y, por supuesto, la lección más profunda e importante de mi vida; ya que tales oficios me han

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ayudado a comprenderlo todo, fuera quien fuera el que se cruzara en mi camino, del Norte o del Sur, sin despreciar a nadie. Eso me ha dado la posibilidad de leer los volúmenes más sutiles, raros y divinos de la humanidad, en sus escondrijos más secretos, así como los de la vida y la muerte, mucho mejor que las narraciones, historias y poemas de las bibliotecas, suscitando en mí las emociones más profundas jamás soñadas. Me han procurado la visión más clara del conjunto de todos los Estados. Porque, mientras estaba con cientos de heridos y enfermos de Nueva Inglaterra, de Nueva York, New Jersey y Pennsylvania, Michigan, Wisconsin, Ohio, Indiana, Illinois y de todos los Estados del Oeste, yo era de todos los Estados del Norte o del Sur sin excepción. Estaba con muchos

soldados de los Estados Fronterizos, especialmente de Maryland y de Virginia, y me encontré, durante esos años fantásticos, entre 1862 y 1865, con más gente de la Unión, especialmente de Tennessee, de lo que suponía. Estuve con muchos oficiales rebeldes heridos y les di lo que tenía, animándolos lo mismo que al resto. Estuve con jóvenes del ejército mucho tiempo y, por supuesto siempre me sentí atraído por ellos. Con los soldados negros, heridos o enfermos, en los campamentos y alrededores, también me abrí camino sin permiso e hice lo que pude por ellos.” (pp. 115-116)

“El millón de muertos, también recordados. Los muertos en esta guerra yacen esparcidos por los campos, bosques, valles y campos de batalla del Sur, en Virginia, en la Península, en Marvern Hill y en Fair Oaks, en los márgenes del Chickahominy, en las terrazas de Fredericksburg, bajo el puente de Antietam, en los pavorosos cañones de Manassas, en las ensangrentadas praderas de Wilderness, además de los muertos sin sepultura (los cálculos del Departamento de Guerra son de 25.000 soldados nacionales muertos en batalla y nunca enterrados, 5.000 ahogados, 15.000 sepultados por extraños o durante las marchas en localidades desconocidas; 2.000 en tumbas cubiertas por arena y barro en las márgenes del Mississipí, 3.000 arrastrados por corrimientos de tierras...), en Gettysburgh, en el Oeste, en el Sudoeste, en Vicksburg, en Chattanooga, en las trincheras de Petersburgh, en incontables batallas, campamentos y hospitales por todas partes, en la cosecha almacenada por poderosos segadores como el tifus, la disentería, las infecciones más negras y aborrecibles, en los pozos donde se enterraron vivos y muertos, en las mazmorras de Andersonville, de Salisbury, Belle-Isle (ni el infierno descrito por Dante y todos sus horrores, degradación y sucios tormentos pueden superar a aquellas prisiones), muertos, muertos y más muertos, nuestros muertos del Sur y del Norte, todos nuestros (todos, todos, todos, tan queridos por mí), del Este o del Oeste, de la costa atlántica, de los valles del Mississipi. Muchos quedaron en el lugar en el que se arrastraron para morir solos entre los arbustos, barrancas o en las faldas de las colinas (en esos lugares recluidos se encuentran todavía sus esqueletos, huesos blanquecinos, mechones de pelo, botones, fragmentos de ropa), de nuestros jóvenes en otro tiempo tan hermosos y alegres arrancados de nosotros, el hijo de la madre, el marido de la mujer, el amigo del amigo íntimo, grupos de tumbas en los campamentos de Georgia, las Carolinas y Tennessee, tumbas solitarias en los bosques o al lado de los caminos (cientos, miles, diseminados), cadáveres que flotan en los ríos, rescatados y enterrados (docenas y más docenas flotando río abajo del Alto Potomac tras los combates de la caballería, la persecución de Lee después de Gettysburgh), y tantos más que yacen en el fondo del mar, el Millón anónimo, además de los que yacen en cementerios especiales en casi todos los estados, los Muertos Infinitos, (la tierra entera saturada, perfumada por la exhalación impalpable de sus cenizas, destiladas en la química propia de la naturaleza, y así estarán para siempre, en cada grano de trigo y en cada mazorca de maíz, en cada flor que crezca y en cada respiración que inhalemos); no sólo los muertos del Norte han hecho más fértiles las tierras del Sur, también miles, decenas de miles de sureños hacen germinar hoy las tierras del Norte. Y en todas partes, entre las incontables tumbas, en los muchos cementerios de la nación (más de setenta), tanto como en las vastas trincheras, depositarias de los muertos del Norte y del Sur después de las grandes batallas, no sólo en los caminos de aquellos años, sino en los que se han abierto desde entonces en todos los rincones del país, vemos y verán las nuevas generaciones monumentos y lápidas, solitarias y en masa, de cientos y millares, con la palabra significativa

DESCONOCIDO (En algunos de los cementerios casi todos los muertos son Desconocidos. En Salisbury, Carolina del Norte, por ejemplo, los conocidos son tan sólo 85, mientras que los desconocidos son 12.027 y 11.700 de éstos fueron enterrados en las trincheras. Aquí se ha levantado un Monumento Nacional, ordenado por el Congreso, para indicar el lugar, pero ¿qué monumento visible y material puede conmemorar de verdad y para siempre ese lugar?)

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Mientras escribo esta conclusión, al aire libre de finales de junio de 1875, en una tarde deliciosa y fresca, tras la copiosa lluvia de la última noche, han pasado diez años desde aquella guerra y de tantas muertes, entierros y tumbas. (Son ellas sin duda el Memorial verdadero de la guerra, mudo, sutil, inmortal). Después de diez años de lluvia y nieve, según las estaciones, la hierba, el trébol, los pinos, huertos, bosques y de todos los milagros silenciosos de la tierra, del sol y de los arroyos, ¡qué pacíficas y hermosas aparecen hoy incluso las trincheras de la batalla y los miles de montículos de tierra de los cementerios!, inocentes y sonrientes incluso en Andersonville, (donde la empalizada se ha derrumbado y la nueva estación la borrará totalmente, salvo en nuestros recuerdos y corazones. La línea de los muertos, donde tantos bravos soldados prefirieron la libertad de la eternidad antes que la miseria de la vida, sólo puede rastrearse aquí y allá por viejas marcas que los últimos diez años han borrado. Los treinta y seis pozos, que los prisioneros cavaron con pocillos y cucharas, siguen como los dejaron y la maravillosa primavera, que fue descubierta una mañana, después de una tormenta que discurría por la colina, todavía lleva el agua dulce, pura y libre como entonces. El cementerio, con sus trece mil tumbas, está en la ladera de una hermosa colina y sobre este lugar tranquilo los árboles dan ya una sombra fresca que hubiera sido tan gratificante para los pobres soldados, cuyas vidas acabaron bajo un sol abrasador). Y hoy, al pensamiento de ellos y de estas tumbas, al recuerdo de todos los muertos de la guerra, del Norte y del Sur, como en un altar, cierro mi libro y se lo dedico.” (pp. 116-119).

2. Drum Taps, Redobles de tambor (1865)

Los poemas de Redobles de tambor fueron escritos al calor de los hechos de la guerra y editados en 1865 de manera separada, después incluidos por Whitman en la cuarta edición de Hojas de hierba que él mismo autoeditó. Los primeros poemas de Redobles de tambor son optimistas. Por ejemplo: “First O Songs for a Prelude”, Ante todo, unos cantos como preludio; “Beat! Beat! Drums!”, ¡Redoblad, redoblad, tambores! En ellos el poeta canta alegre porque va a empezar la guerra, una oportunidad para que triunfe la justicia y quede abolida la esclavitud. Pide a los tambores que resuenen llamando a filas a todos los soldados. En estos poemas, hay ardor guerrero, está la esperanza -de Whitman y muchos yanquis- de que la contienda sería breve y pronto se vería su final. También la excitación de luchar heroicamente por el abolicionismo. De los cinco hermanos de Walt, dos de ellos, George Washington y Andrew Jackson Whitman, se alistaron como soldados en 1862. El propio Walt había considerado alistarse, pero tenía por entonces cuarenta y tres años, el pelo canoso, estaba envejecido y su salud ya no era la misma de sus años juveniles. En 1863, después de buscar a su hermano George, herido, en el frente y llevarlo a casa, decidió hacerse enfermero voluntario en los hospitales de Washington. Y cronista de guerra. Esa sería su colaboración con la causa del Norte. La guerra se había recrudecido y el presidente Lincoln llamaba a los ciudadanos a colaborar. Todas las manos eran necesarias. Walt se tomó en serio su papel, incluso criticó el pacifismo de los cuáqueros (su propia madre lo era), su objeción de conciencia que les llevaba a no luchar y reclamó que, al menos, se les subieran los impuestos para que también ellos aportaran a la causa de la democracia. La verdad es que, desde 1855, cuando murió su padre, ya venía desempeñando el papel de patriarca. Rol necesario, pues dos de sus hermanos estaban alcoholizados como su padre y su hermano menor, Jesse Whitman, estaba tan débil que finalmente tuvieron que internarlo en el manicomio de Kings County. Un rol que también adoptaría

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Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace [email protected] C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69

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como poeta, al convertirse en el bardo de la nación, en el venerable vate de las blancas barbas, iluminado y poseído por el espíritu del pueblo. La guerra fue, sin duda, lo que cambió a Whitman. Pues a medida que veía horrores en los hospitales, al ver que jóvenes de ambos bandos morían en sus brazos, algunos agonizando durante horas, empezó a sentirse poseído por un altruismo reconciliador, por un impulso de solidaridad con lo humano ajeno al partidismo. Le dice a uno de aquellos heridos que daban su sangre por la democracia:

“¡Qué extraño! Joven, creo que tu rostro es el rostro de mi Cristo muerto”.

Y dice en otro poema, “Espectáculo en el campamento al alba confusa y gris”:

“Este rostro es el del propio Cristo Muerto, divino y hermano de todos Aquí, de nuevo yace”

Whitman siempre consideró aquellos tres años en los hospitales de Washington los mejores de su vida. La más profunda lección que había aprendido. También la más terrorífica. Llegó a besar a los heridos y dejar que ellos también lo besasen. La gran tragedia de la guerra la personalizó en el asesinato del presidente Abraham Lincoln, su amado Capitán, a manos de John Wilkes Booth, un exaltado sureño que le disparó a bocajarro en el palco del Ford’s Theatre, al que había acudido a escuchar una función. De Lincoln se decía que leía Hojas de hierba desde sus tiempos de abogado en Illinois, y que un día, ya presidente de los Estados Unidos, vio pasar a Whitman desde la Sala Este de la Casa Blanca, pero sin saber que era él; así que preguntó a sus servidores y, cuando le dijeron que era Whitman, exclamó “Allí va un hombre”. A Whitman le encantaba esta anécdota y siempre la contaba en sus conferencias sobre el presidente. En 1864 la guerra estaba al rojo vivo, se recrudeció aún más. En el asedio de Petersburg, George Washington Whitman es apresado y está a punto de morir. Por fin, pudo ser liberado en el intercambio de prisioneros de febrero de 1865. Poco después terminaba la guerra. Y Whitman, cuya salud empezaba a estar seriamente quebrada, publicaba Drum Taps, Redobles de tambor (1865). Dos de los poemas más famosos de la colección son “La última vez que florecieron las lilas en mi jardín”, donde hay tres símbolos fundamentales: las lilas, la estrella caída (el presidente asesinado) y el pájaro ermitaño (como símbolo del amor por Lincoln), y “¡Oh, Capitán, mi Capitán!”, donde el barco llega al puerto de la democracia, aunque sobre su cubierta el capitán –Lincoln- yace “frío y muerto”. SHUT NOT YOUR DOORS SHUT not your doors to me, proud libraries, For that which was lacking on all your well-fill’d shelves, yet needed most, I bring; Forth from the army, the war emerging—a book I have made, The words of my book nothing—the drift of it everything; A book separate, not link’d with the rest, nor felt by the intellect, But you, ye untold latencies, will thrill to every page; Through Space and Time fused in a chant, and the flowing, eternal Identity, To Nature, encompassing these, encompassing God—to the joyous, electric All, To the sense of Death—and accepting, exulting in Death, in its turn, the same as life, The entrance of Man I sing. NO ME CIERREN SUS PUERTAS

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No me cierren sus puertas, orgullosas bibliotecas, Porque todo cuanto está ausente de sus colmados anaqueles y es, por lo tanto, lo más necesario, lo traigo yo; Hice de la guerra un libro. Las palabras de mi libro no interesan. La finalidad que se propone constituye el todo Es un libro diferente, desvinculado de los otros, no concebido por intelecto alguno, Pero ha de remover las energías latentes que duermen en las páginas de todos los otros. BEAT! BEAT! DRUMS! Beat! beat! drums!—blow! bugles! blow! Through the windows—through doors—burst like a ruthless force, Into the solemn church, and scatter the congregation, Into the school where the scholar is studying, Leave not the bridegroom quiet—no happiness must he have now with his bride, Nor the peaceful farmer any peace, ploughing his field or gathering his grain, So fierce you whirr and pound you drums—so shrill you bugles blow. Beat! beat! drums!—blow! bugles! blow! Over the traffic of cities—over the rumble of wheels in the streets; Are beds prepared for sleepers at night in the houses? no sleepers must sleep in those beds, No bargainers’ bargains by day—no brokers or speculators—would they continue? Would the talkers be talking? would the singer attempt to sing? Would the lawyer rise in the court to state his case before the judge? Then rattle quicker, heavier drums—you bugles wilder blow. Beat! beat! drums!—blow! bugles! blow! Make no parley—stop for no expostulation, Mind not the timid—mind not the weeper or prayer, Mind not the old man beseeching the young man, Let not the child’s voice be heard, nor the mother’s entreaties, Make even the trestles to shake the dead where they lie awaiting the hearses, So strong you thump O terrible drums—so loud you bugles blow. ¡REDOBLAD, REDOBLAD, TAMBORES! ¡Redoblad, redoblad, tambores! ¡Sonad, clarines, sonad! Por las ventanas, por las puertas -precipitaos con fuerza irresistible dentro de la solemne iglesia y dispersad a los fieles, dentro de la escuela donde estudia el escolar; no dejéis tranquilo al recién casado -no ha de tener ahora gozo con su mujer, ni deis paz al pacífico labrador que ara su campo o recolecta sus granos, tan furiosamente roncáis y golpeáis, tambores -tan agudamente sonáis, clarines. ¡Redoblad, redoblad, tambores! -¡Sonad, clarines, sonad! Sobre el tráfago de las ciudades -sobre el estruendo de las ruedas en las calles. ¿Han hecho en las casas las camas para los durmientes? Ningún durmiente debe dormir en esas camas, no habrá de día negocios ni negociantes -ni corredores ni especuladores -¿Querían éstos continuar? ¿Querían los habladores hablar? ¿Y el cantor quería cantar? ¿Quería el abogado ponerse de pie en el tribunal y declarar ante el juez? Entonces, redoblad con más prisa y más fuerza, tambores -sonad con más energía, clarines. ¡Redoblad, redoblad, tambores! -¡Sonad, clarines, sonad! no parlamentéis -no os paréis a reconvenir, no os imorten los tímidos -no os importen las lágrimas ni los ruegos, no os importe el anciano que implora al joven, que no se oigan la voz del niño ni las súplicas de la madre, haced que las andas sacudan a los muertos allí, donde esperan a los ataúdes, pues con tanta fuerza redobláis, terribles tambores -con tanta fuerza sonáis clarines. O TAN-FACED PRAIRIE-BOY O tan-faced prairie-boy, Before you came to camp came many a welcome gift, Praises and presents came and nourishing food, till at last among the recruits, You came, taciturn, with nothing to give – we but look’d on each other,

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When lo! more than all the gifts of the world you gave me. OH, MUCHACHO DE LA PRADERA, DE ROSTRO CURTIDO Oh, muchacho de la pradera, de rostro curtido, Antes de que vinieras al campamento, llegaron muchos regalos gratos, Llegaron elogios y presentes, y alimento fortificante, hasta que, por fín, entre los reclutas, Llegaste tú, taciturno, sin nada que dar -pero nos miramos, y he aquí que me diste más que todos los regalos del mundo. NOT MY ENEMIES EVER INVADE ME Not my enemies ever invade me--no harm to my pride from them I fear; But the lovers I recklessly love--lo! how they master me! Lo! me, ever open and helpless, bereft of my strength! Utterly abject, grovelling on the ground before them. JAMÁS ME INVADEN MIS ENEMIGOS Jamás me invaden mis enemigos: ellos podrían quebrar mi orgullo pero no les temo. Sin embargo, a quienes amo con descuido, ¡ah, esos sí me dominan! ¡Ay de mí, siempre abierto y desvalido, ya sin fuerzas! Totalmente abatido, me arrastro ante ellos. BATHED IN WAR´S PERFUME RECONCILIATION WORD over all, beautiful as the sky! Beautiful that war, and all its deeds of carnage, must in time be utterly lost; That the hands of the sisters Death and Night, incessantly softly wash again, and ever again, this soil’d world: ... For my enemy is dead—a man divine as myself is dead; I look where he lies, white-faced and still, in the coffin—I draw near; I bend down, and touch lightly with my lips the white face in the coffin. RECONCILIACIÓN QUE a todos se diga: hermoso es como el cielo, hermoso es que la guerra y sus lúgubres gestas sean al fin derrotadas, que sin cesar, Muerte y Noche, con manos fraternas y suaves, las mancillas laven del mundo; pues murió mi enemigo; un hombre, divino como yo mismo, está muerto: y le miro yacer, con blanco semblante y muy quieto, en el ataúd -y me acerco, me inclino, y rozan mis labios, en el ataúd, su faz blanca. (Versión de Màrie Manent)

GOOD-BYE, MY FANCY! Farewell dear mate, dear love! I'm going away, I know not where, Or to what fortune, or whether I may ever see you again, So Good-bye my Fancy. Now for my last--let me look back a moment; The slower fainter ticking of the clock is in me, Exit, nightfall, and soon the heart-thud stopping. Long have we lived, joy'd, caress'd together; Delightful!--now separation--Good-bye my Fancy. Yet let me not be too hasty, Long indeed have we lived, slept, filter'd, become really blended into one; Then if we die we die together, (yes, we'll remain one,) If we go anywhere we'll go together to meet what happens, May-be we'll be better off and blither, and learn something, May-be it is yourself now really ushering me to the true songs, (who knows?)

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May-be it is you the mortal knob really undoing, turning--so now finally, Good-bye--and hail! my Fancy. ¡ADIÓS, FANTASÍA MÍA! ¡Adiós, Fantasía mía! ¡Adiós, querida compañera, amor mío! Me voy, no sé adónde ni hacia qué azares, ni sé si te volveré a ver jamás. ¡Adiós, pues, Fantasía mía! Déjame mirar atrás por última vez. Siento en mí el leve y menguante tic tac del reloj. Muerte, noche, y pronto se detendrá el latir de mi corazón. Durante mucho tiempo hemos vivido, gozado, y acariciado juntos, en deliquio. Ahora hemos de separarnos. ¡Adiós, Fantasía mía! Pero no nos apresuremos. Largo tiempo, ciertamente, hemos vivido, dormido, nos hemos mezclado el uno con el otro. Si morimos, pues, moriremos juntos (sí, continuaremos siendo uno), si vamos a algún sitio, iremos juntos a afrontar lo que ocurra: quizás seremos más libres y alegres, y aprenderemos algo, quizás me estés ya guiando hacia las verdaderas canciones, (¿quién lo sabe?), quizás eres tú el mortal pomo de la puerta que deshace, gira... Finalmente, pues, te digo: ADIÓS! ¡SALUD, FANTASÍA MÍA! (Versión de Agustí Bartra)

3. Bibliografía

Whitman, Walt, Redobles de Tambor (Drum Taps), edición bilingüe precedida de Diarios de guerra (Memoranda During the War), trad. e intr. Manuel Villar Raso, Madrid, Hiperión, 2005.