Wagner Karl Edward - Conan El Liber Tad Or - Conan the Liberator

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    L. Sprague de Camp Lin Crter

    Conan el libertador

    Si usted desea estar informado de nuestras publicaciones, srvase remitirnos su nombrey direccin, o simplemente su tarjeta de visita, indicndonos los temas que sean de suinters.

    Ediciones Martnez Roca, S. A. Dep. Informacin Bibliogrfica Enric Granados, 84 -08008 Barcelona

    Ediciones Martnez Roca, S. A.

    Coleccin dirigida por Alejo Cuervo Traduccin de Joan Josep Mussarra Ilustracincubierta: Ken Kelly

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya seaelctrico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previodel editor.

    Ttulo original: Conan the Liberator

    1979, Conan Propertes, Inc.

    Publicado por acuerdo con el autor, c/o Baror International, Inc., Armonk, Nueva York

    1997, Ediciones Martnez Roca, S. A.

    Enre Granados, 84, 08008 Barcelona

    ISBN 84-270-2179-8

    Depsito legal B. 1.556-1997

    Fotocomposicin de Pacmer, S. A., Alcolea, 106-108, 08014 Barcelona

    Impreso y encuadernado por Romany/Valls, S. A., Verdaguer, 1, Capellades(Barcelona)

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

    ndiceIntroduccin (L. Sprague de Camp)

    1. Cuando la locura lleva corona

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    2. El campamento de los Leones

    3. Ojos de color esmeralda

    4. La flecha ensangrentada

    5. El loto prpura

    6. La cmara de las Esfinges

    7. Muerte en la oscuridad

    8. Espadas cruzando el Alimane

    9. El semental de hierro

    10. La sangre de los stiros

    11. La llave de la ciudad12. Oscuridad a la luz de la luna

    Introduccin

    Conan el cimmerio, hroe entre los hroes, fue creado por Robert Ervin Howard (1906-1936), de Cross Plains (Texas). Howard escribi activamente relatos pulp, y su carreracoincidi con el auge de las revistas de este gnero. Haba docenas de publicaciones,todas con el mismo formato (aproximadamente, 16x25 cm), e impresas en papel matede color gris claro. Hoy da, todas estas revistas han desaparecido, salvo unas pocas quemantienen sus antiguos ttulos con un formato distinto.

    Durante la breve dcada que dur su carrera como escritor, Howard escribi relatos

    fantsticos, ciencia ficcin, westerns, historias de ambiente deportivo, narracionesdetectivescas, historia novelada, aventuras orientales y poemas. Pero, entre todos sushroes, el ms atractivo es Conan de Cimmeria. En el gnero de los relatos de fantasa,slo J. R. R. Tolkien supera en popularidad a las historias de Conan que escribiHoward.

    Nacido en Peaster (Texas), Howard pas la mayor parte de su corta vida en ese Estado,aunque tambin hizo breves viajes a estados vecinos y a Mxico. Tuvo como padre a unmdico de pueblo procedente de Arkansas; un hombre de maneras bruscas yautoritarias, con fama de competente. La madre de Robert Howard, nacida en Dallas(Texas), se crea superior a su marido en trminos sociales, y superior tambin a todo el pueblo de Cross Plains, donde se establecieron en 1919.

    Ambos, pero sobre todo la madre, se mostraban muy posesivos con su nico hijo.Cuando Robert era nio, su madre no le perda de vista, y decida qu amistades poda permitirle. Conforme fue creciendo, se esforz por hacerle perder todo inters en las

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    muchachas, aunque Robert logr salir con una joven profesora durante los dos ltimosaos de su vida. Robert senta una abrumadora devocin por su madre, que enfermabacon frecuencia; cuando se compr un automvil, se dedic a llevarla consigo en largosviajes por el estado de Texas.

    Robert, que haba sido un nio dbil, frecuente objeto de abusos por parte de sus

    compaeros, se volvi fuerte y corpulento al llegar a la edad adulta. Pesaba casi noventakilos, de msculo en su mayora. Se mantena en forma ejercitndose con el saco dearena y levantando pesas. El deporte que ms le gustaba, como practicante y tambincomo espectador, era el boxeo; se aficion asimismo al ftbol americano. A pesar de suapariencia de fortachn, Robert Howard devoraba libros con gran voracidad. Rpido y poco selectivo en sus lecturas, era capaz de leerse todo un estante de una biblioteca pblica en pocas horas.

    Ya en la adolescencia, decidi dedicarse a escribir. Cuando en 1928 finaliz un ao decursos no oficiales en la Howard Payne Academy, en Brownwood (Texas), su padre leautoriz a pasar un ao tratando de escribir por libre antes de presionarlo para que se buscara un trabajo ms convencional. Al terminar el ao, las ventas que obtena, aunquemodestas, haban convencido a la familia de que deba permitir que siguiera adelante

    con su inclinacin.Robert tena tambin un carcter extremadamente inestable; alternaba momentos deingenio, encanto y cautivadora jovialidad con otros de profunda depresin,desesperacin y misantropa. Apenas si haba terminado su adolescencia cuando sefascin con la idea del suicidio. La obsesin se fue agravando a lo largo de su vida.Mediante alusiones veladas, y ocasionales comentarios, dio a entender a sus padres y avarios amigos que no quera sobrevivir a su madre; pero nadie se tom en serio susdisimuladas amenazas.

    En 1936, Robert Howard era ya un destacado escritor de relatos pulp, y tena losmayores ingresos de Cross Plains. Gozaba de buena salud y de un oficio que le gustaba,se ganaba el sustento sin problemas, le rodeaban cada vez ms amigos y admiradores, yle aguardaba un futuro literario prometedor. Pero su madre se estaba muriendo detuberculosis. Al enterarse de que haba entrado en un coma terminal, sali, se sent ensu coche y se peg un tiro en la cabeza.

    Entre 1926 y 1930, Robert Howard escribi una serie de relatos de fantasa acerca de unhroe llamado Kull, un brbaro de la desaparecida isla de Atlantis que se coronaba reyde una nacin continental. Howard tuvo poco xito con estas historias; de los nueverelatos de Kull que lleg a terminar, vendi solamente tres. stos aparecieron en WeirdTales, una revista de fantasa y ciencia ficcin que se public entre los aos 1923 y1954. Aunque pagaba poco por palabra, y a menudo tarde, Weird Tales era el clientems fiel de Howard.

    En 1932, cuando las historias no vendidas de Kull languidecan en el bal que Howardempleaba como archivo, reescribi una de estas, rebautizando a su protagonista comoConan y aadiendo un elemento sobrenatural; El fnix en la espada se public enWeird Tales en diciembre de 1932. La historia se hizo popular en seguida, y, durantevarios aos, los relatos de Conan ocuparon una parte importante del tiempo de trabajode Howard. Dieciocho de estas historias aparecieron en vida de su autor; otras fueronrechazadas, o no llegaron a publicarse. En algunas de sus ltimas cartas, Howardconsideraba la posibilidad de abandonar a Conan para dedicarse a los westerns.

    Conan era a la vez un desarrollo del rey Kull y una idealizacin del propio RobertHoward, un retrato del hombre que habra querido ser. Howard idealizaba a los brbarosy la vida brbara, igual que Rudyard Kipling, Jack London y Edgar Rice Burroughs, quele influyeron. Conan es un aventurero rudo, duro, desarraigado, violento, viajero,irresponsable, de gran fuerza y estatura, tal y como Howard -hombre de vida tranquila,retrado, reservado e introvertido- gustaba de imaginarse a s mismo. Combinaba lascualidades del hroe de la frontera texana Wingfoot Wallace, del Tarzn de Burroughs,

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    del hroe vikingo Swain creado por A. D. Howden Smith y una pizca del voluble humor de Howard.

    El propio Howard le cont en una carta a H. P. Lovecraft que Conan haba salido de lanada ya adulto, y me puse a trabajar en la saga de sus aventuras [...]. Slo es unacombinacin de algunos hombres que he conocido [...] boxeadores profesionales,

    pistoleros, contrabandistas, tahres y honestos trabajadores con los que he tenido algunarelacin y, combinndolos a todos, se produjo la amalgama que yo llamo Conan elcimmerio.

    Tras la muerte de Howard, algunas de sus historias se publicaron postumamente en lasrevistas pulp. Cuando las restricciones impuestas al papel durante la segunda guerramundial acabaron con los pulps, las historias de Conan fueron olvidadas, salvo por un pequeo grupo de entusiastas. En el ao 1950, un editor de Nueva York public lashistorias de Conan en pequeas ediciones de volmenes encuadernados en tela.

    El autor de estas lneas se vio implicado en esa labor al hallar trabajos de Howard no publicados en manos de un agente literario de Nueva York, y al adaptarlos para su publicacin como parte de la mencionada serie. Una dcada ms tarde, prepar la

    publicacin de toda la serie de Conan en rstica, junto con varias nuevas aventuras del brbaro que escrib en colaboracin con mis colegas Lin Crter y Bjrn Nyberg. A lolargo de los aos, hemos luchado por aproximar nuestro estilo al de Howard, con elresultado que el lector podr juzgar. La presente novela, a la que mi esposa CatherineCrook de Camp ha contribuido ayudando ampliamente a su edicin, es el ltimo frutode nuestros esfuerzos.

    Entretanto, Glenn Lord, agente literario de los herederos de Howard, realizando unaastuta y paciente labor detectivesca, logr encontrar el bal donde Howard guardaba sus papeles, que haba desaparecido despus de su muerte. Aparecieron en el bal otrashistorias de Conan, y fragmentos de historias. stas fueron incorporadas tambin a laserie; Crter y yo terminamos las incompletas. Lord prepar tambin la publicacin dedocenas de relatos de Howard no protagonizados por Conan, algunos publicados ya enlos pulps, y otros inditos. Aunque el xito postumo de Howard resulte gratificante, losque hemos tomado parte en l no podemos evitar cierto sentimiento de tristeza, porqueel mismo Howard no ha podido verlo.

    Hay varias posibles explicaciones de la extraordinaria popularidad postuma de Howard.Algunos la atribuyen al Zeitgeist. Muchos lectores se haban hartado de los antihroes,de las historias demasiado subjetivistas y psicologizantes, y de la concentracin en los problemas socioeconmicos contemporneos que haba predominado en la ficcin delos aos cincuenta y sesenta. Durante cierto tiempo, pareci que la fantasa hubieracado vctima de la Edad de la Mquina; pero el xito de El Seor de los Anillos deTolkien prob que era posible un resurgimiento del gnero. Las historias de Conanfueron las primeras que se beneficiaron de dicho renacer, y desde su publicacin hanaparecido un montn de imitadores.

    La capacidad literaria de Howard debe recibir tambin igual crdito por el xito deConan. Era un narrador nato, la cualidad indispensable con la que debe contar todoescritor de ficcin. Quien posee este talento logra ocultar sus carencias como escritor; aquien no lo posee, de nada le servirn las otras virtudes que pueda tener.

    Aunque autodidacta en lo literario, Howard se cofeccion un estilo notable ycaracterstico: tenso, abigarrado, rtmico y elocuente. Aunque empleara pocos adjetivos,obtena efectos de color y movimiento mediante el abundante uso de verbos en activa yde la personificacin, como puede apreciarse al principio de su nica novela larga protagonizada por Conan: Sabe, oh prncipe, que, en los aos que transcurrieron desdeque los ocanos engulleron a Atlantis y las esplendorosas ciudades [...] hubo una edadmaravillosa, en la que reinos florecientes cubrieron la tierra como mantos azules bajolas estrellas [...].

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    Gracias a la vivida imaginacin de Howard, a sus ingeniosos argumentos, su hipnticoestilo, su gran fuerza narrativa y la intensidad con que se representaba a s mismo en sus personajes, aun los relatos ms pulp que lleg a escribir -sus historias de boxeadores ysus westerns- son divertidos.

    Las ms de cincuenta historias de Conan publicadas hasta ahora narran la vida del

    brbaro desde la adolescencia hasta la vejez. Como escenario para las aventuras quecorra espada en mano su hroe, Howard invent la llamada Edad Hiboria, que habraexistido hace doce mil aos, despus del hundimiento de Atlantis y antes de los iniciosde la historia conocida. Explic que las invasiones brbaras y las catstrofes naturaleshaban destruido todo resto de aquella era, salvo algunos vestigios que aparecieron enlos mitos y leyendas de pocas posteriores. Asegur a sus lectores que se trataba de unamera ficcin, y no de una teora seria sobre la prehistoria.

    En la Edad Hiboria, la magia funcionaba, y entes sobrenaturales andaban sobre la tierra.La parte occidental del principal continente, cuyos contornos diferan grandemente delos que aparecen en los mapas modernos, estaba dividida en cierto nmero de reinos, basados en varias naciones de la historia antigua y medieval. As, Aquilonia secorresponde ms o menos con la Francia medieval, y Poitain sera su Provenza; Zngara

    se parece a Espaa, Asgard y Vanaheim a la Escandinavia de los vikingos; Shem, consus belicosas ciudades-estado, recuerda al Oriente Prximo de la Antigedad, mientrasque Estigia es una versin ficticia del antiguo Egipto.

    Conan (cuyo nombre es cltico) naci en Cimmeria, una tierra desolada, agreste y brumosa poblada por protoceltas. Llega en su juventud al reino oriental de Zamora, ydurante varios aos vive all del robo. Luego sirve como soldado mercenario, primeroen el reino oriental de Turan y luego en varios pases hiborios. Obligado a huir deArgos, vive de la piratera en las costas de Kush, junto con una pirata shemita y unatripulacin de corsarios negros.

    Luego, sirve como mercenario en varios pases. Corre aventuras entre los nmadaskozakos de las estepas orientales y con los piratas del mar de Vilayet, predecesor delms reducido mar Caspio. Se erige en jefe de las tribus que pueblan los montesHimelios, en cogobernante de una ciudad al sur de Estigia, en pirata de las IslasBarachas, y en capitn de un navio de bucaneros zingarios.

    Al fin, vuelve a servir como soldado al servicio de Aquilonia, el ms poderoso de losreinos hiborios. Derrota a los salvajes pictos en la frontera oriental y obtiene ungeneralato, pero se ve obligado a huir a causa de las asesinas intenciones del depravadoy envidioso rey Numedides.

    Despus de algunas otras aventuras, Conan (que ya tiene cuarenta aos) es rescatado delas costas pictas por un barco que transporta a los lderes de una revuelta contra eltirnico y excntrico gobierno de Numedides. Han elegido a Conan como comandanteen jefe de la rebelin, y aqu comienza la presente historia.

    L. SPRAGUE DE CAMP

    Villanova, Pennsylvania

    Julio de 1978

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    CAPITULO 1

    Cuando la locura lleva corona

    La noche se cerna con sus negras y opacas alas sobre los chapiteles de la regia Tarantia.En las calles silenciosas y cubiertas de niebla, los faroles ardan como los ojos fieros deanimales de presa en todo su primordial salvajismo. Pocos salan a la calle en nochescomo aqulla, aunque en la velada oscuridad se sintiera ya el aroma de la primaveratemprana. Los que, por imperiosa necesidad, tenan que salir, se escabullan comoladrones, con pies furtivos y temerosos de cada sombra.

    En la acrpolis, a cuyo alrededor se hallaba la Ciudad Antigua, el palacio de variosreyes ergua su almenada cimera contra las plidas y mortecinas estrellas. El fortificadocapitolio se agazapaba sobre el otero como un fantstico monstruo de edades pretritas,y contemplaba los muros de la Ciudad Interior que le tenan aprisionado.

    Sobre las esplendorosas estancias y pasillos de mrmol, dentro del sombro palacio, pesaba el silencio, de igual manera que pesa el polvo sobre las corruptas tumbasestigias. Siervos y pajes se acurrucaban tras puertas cerradas, y nadie sala a los largoscorredores y tortuosas escaleras salvo la guardia real. Aun aquellos veteranos llenos decicatrices, curtidos en el campo de batalla, no queran mirar demasiado a las sombras yse encogan con cada sonido inesperado.

    Dos guardias estaban de pie, inmviles, ante una gran puerta adornada con finoscortinajes de prpura con brocados. Se crisparon, y palidecieron, cuando un gritohorrible, sordo, se oy en el aposento. Se trataba de una endeble y pattica cancin dedolor, que traspas como una glida aguja el robusto corazn de los guardias.

    -Mitra nos salve a todos! -dijo con un susurro el guardia de la izquierda, con los labios prietos, plido de temor.

    Su camarada no abri la boca, pero su acelerado corazn se hizo eco de la ferviente plegaria, y aadi: Mitra nos salve a todos, y tambin al pas....

    Pues exista un refrn en Aquilonia, el reino ms orgulloso del mundo hiborio: Losms bravos se acobardan cuando la locura lleva corona. Y el rey de Aquilonia estabaloco.

    Se llamaba Numedides, sobrino y sucesor de Vilerus III, y vastago de una antigua

    estirpe real. Durante seis aos, el reino haba gemido bajo su pesada mano. Numedidesera supersticioso, ignorante, negligente y cruel; pero, en otros tiempos, sus pecadoshaban sido los de cualquier regio voluptuoso aficionado a las carnes suaves, alchasquido del flagelo y a los chillidos de temerosos suplicantes. Durante algn tiempo, Numedides se haba contentado con permitir que los ministros gobernaran al pueblo ensu nombre, mientras l se revolcaba en los sensuales placeres de su harn y su cmarade tortura.

    Todo esto haba cambiado con la llegada de Thulandra Thuu. Nadie saba quin era estehombre esbelto y oscuro, y muy misterioso. Ni tampoco saba nadie qu regin dellejano Oriente haba abandonado para ir a Aquilonia, ni por qu motivo.

    Algunos decan en susurros que se trataba de un brujo de las brumosas tierras de

    Hiperbrea; otros, que haba surgido de las sombras hechizadas que reinaban bajo losruinosos palacios de Estigia y de Shem. Unos pocos, incluso, crean que era vendhio, puesto que su nombre -en el caso de que aqul fuera su nombre verdadero- lo sugera.

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    Haba muchas teoras; pero nadie saba la verdad.

    Durante ms de un ao, Thulandra Thuu haba residido en el palacio, haba vivido de lagenerosidad de un rey y disfrutado de los poderes, de los gajes y emolumentos delfavorito de un monarca. Algunos decan que se trataba de un filsofo, de un alquimistaque trataba de transformar hierro en oro o de elaborar una panacea universal. Otros le

    llamaban hechicero, y crean que era experto en las negras artes de la goecia. Unos pocos de los nobles de ideas ms avanzadas lo consideraban tan slo un astutocharlatn, vido de poder.

    Ninguno de ellos negaba, sin embargo, que tena hechizado al rey Numedides. No se poda saber a ciencia cierta si su tan cacareada pericia en la alquimia, con sus promesasde riqueza sin cuento, haba despertado la codicia del rey, o si ms bien haba enredadoa ste en una trama de brujescos conjuros. Pero todos vean que era Thulandra Thuu, yno Numedides, quien gobernaba desde el trono de rub. Su ms nimio capricho era ley.Aun el canciller del monarca, Vibius Latro, haba recibido instrucciones de seguir lasrdenes de Thulandra como si hubieran emanado del propio monarca.

    Entretanto, la conducta de Numedides se haba vuelto ms y ms extravagante. Haba

    ordenado fundir las monedas de oro de sus tesoros para hacer con ellas estatuas de lmismo adornadas con regias joyas, y a menudo conversaba con los rboles en flor, ycon las mismas flores cabeceantes que adornaban los senderos de su jardn. Ay delreino cuya corona cie la frente de un loco... un loco que, adems, sirve de ttere a unvalido astuto y carente de escrpulos; no importa que ste sea un genuino mago o unavispado charlatn!

    Tras los cortinajes con brocados de la vigilada puerta, haba un aposento con las paredescubiertas de mstico prpura. Tena lugar all una extraa escena.

    El rey yaca, en profundo sueo, en un traslcido sarcfago de alabastro. Su toscocuerpo estaba desnudo. Aun en su reposo, daba testimonio de una vida mancillada por viciosa negligencia. Tena la piel manchada, flaccidos los hmedos labios, y grandes bolsas en los ojos. Sobresala del sarcfago su enorme barriga, obscena y parecida a lade un sapo.

    Sujeta por los tobillos, una muchacha desnuda de doce aos colgaba sobre el abiertoatad. Haba marcas de instrumentos de tortura en sus tiernas carnes. Los susodichosinstrumentos reposaban sobre brasas brillantes en un brasero de cobre, delante de unasilla de hierro negro parecida a un trono, adornada con incrustaciones de crpticos sellosgrabados en plata de suave fulgor.

    Alguien le haba cortado limpiamente la garganta a la muchacha, y la sangre relucienteresbalaba por su rostro vuelto del revs y le oscureca el rubio cabello. El atad se haballenado de sangre espumante, y la corpulenta figura del rey Numedides estabasumergida en parte en aquel bao escarlata.

    Dispuestas en precisa elipse en torno al sarcfago, para iluminar su contenido, habadiecinueve grandes velas, altas como muchachos en su primera adolescencia. Se decaentre los siervos de palacio que estaban hechas de grasa de cadveres humanos. Peronadie saba de dnde procedan.

    Sobre el trono de hierro negro meditaba Thulandra Thuu, un hombre esbelto, deconstitucin asctica y, por su aspecto, de mediana edad. Su cabello, sujeto por unacinta de oro rubicundo, peinado a imitacin de una multitud de serpientes entrelazadas,era de color gris plateado; y tambin eran de serpiente sus ojos fros, de grueso prpado.En su ademn se reconoca al filsofo, pero su mirada fija delataba al fantico.

    Los huesos de su alargada cara parecan obra de un escultor. Tena la piel oscura comola madera de teca; y, de vez en cuando, se humedeca los finos labios con lengua rpiday afilada. Se cubra el magro torso con una amplia prenda de brocado morado, que le

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    rodeaba el cuerpo y le caa por encima de un hombro dejando el otro al descubierto, ascomo los flacos brazos.

    A ratos, apartaba la mirada del antiguo tomo encuadernado en piel de pitn que tenasobre el regazo, y contemplaba pensativo el atad de alabastro donde el hinchadocuerpo del rey Numedides reposaba en su bao de sangre de virgen. Entonces,

    frunciendo el ceo, sigui leyendo las pginas de su libro. El pergamino del monstruosovolumen haba sido decorado con trazos finos y alargados, en un idioma que loseruditos de Occidente desconocan. Y muchos de los glifos estaban escritos con tintasde color esmeralda, amatista y bermejo; no les haba afectado el paso de los aos.

    Una clepsidra de oro y cristal, que se hallaba sobre un taburete cercano, son con plateado tintineo. Thulandra Thuu observ de nuevo el atad. Sus labios prietos dieronmudo testimonio, en su morena faz, del fracaso de su intento. El rico bao rojo desangre se iba oscureciendo; la superficie se enturbiaba con espuma a medida que ellquido, al enfriarse, perda su vitalidad.

    De repente, el hechicero se puso en pie y, con airado gesto de frustracin, arroj el libroa un lado. ste fue a dar en los cortinajes de la pared y cay abierto; sus pginas

    quedaron boca abajo sobre el suelo de mrmol. Si alguien hubiera podido estudiar lainscripcin del lomo, y comprender su crptico alfabeto, habra descubierto que elarcano volumen se titulaba: Los secretos de la inmortalidad, segn Guchupta deShamballah.

    Despertando de su trance hipntico, el rey Numedides sali del sarcfago y entr en una baera llena de agua con aroma de flores. Se limpi las rudas facciones con una porosatoalla, al tiempo que Thulandra Thuu, con una esponja, le quitaba la sangre del cuerpo.El hechicero no habra permitido que nadie, ni siquiera los vestidores del rey, entraranen su oratorio en el curso de las operaciones mgicas; por consiguiente, tena queencargarse l mismo de lavar y vestir al monarca. El rey mir fijamente a los ojosentrecerrados y meditabundos del mago.

    -Y bien? -pregunt Numedides speramente-. Cules son los resultados? Ha entradoen mi cuerpo el signum vitalis que drenamos del de esa cachorrilla?

    -En parte, gran rey -replic Thulandra Thuu con voz montona, en staccato-. En parte... pero no ha bastado.

    Numedides gru, y se rasc la panza con una ua sin cortar. El vello frondoso y crespode su barriga, as como el de su barba no muy larga, era del color de la herrumbre convetas grisceas.

    -Seguiremos adelante, pues? Hay muchas jvenes en Aquilonia cuyas familias noosarn informar de su desaparicin, y tengo agentes fieles.

    -Permitidme que lo medite, oh rey. He de consultar el pergamino de Amendarath paraasegurarme de que mi parcial fracaso no se deba a una conjuncin u oposicin planetaria adversa. Y tendr que volver a haceros el horscopo. Los astros anunciantiempos de tribulacin.

    El rey, que haba logrado embutirse en una tnica escarlata, tom una jarra de vinoteido de prpura sobre el que flotaban botones de amapola de color carmes, y sorbi laextica bebida.

    -Lo s, lo s -deca con un gruido-. Hay problemas en la frontera, y conspiraciones enla mitad de las casas nobles... Pero no temas, alarmado taumaturgo mo! Esta casa realha durado mucho, y an sobrevivir cuando de ti slo quede polvo.

    Los ojos del rey se pusieron vidriosos, y una leve sonrisa asom a las comisuras de suslabios mientras murmuraba:

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    -Polvo, polvo... todo es polvo. Todo, salvo Numedides. -Entonces pareci que serecobraba, y exigi, irritado-: Es que no puedes responder a mi pregunta? Quieres otramuchacha para tus experimentos?

    -S, oh rey -replic Thulandra Thuu tras un momento de reflexin-. He meditado un

    refinamiento en el procedimiento que, estoy convencido de ello, nos permitir alcanzar nuestra meta.

    El rey sonri ampliamente y, con velluda mano, le dio una palmada al hechicero en lasflacas espaldas. El inesperado manotazo hizo tambalearse al delgado mago. Una chispade clera recorri las morenas facciones del alquimista y, al instante, fue extinguidacomo por una mano invisible.

    -Bien, mi seor mago! -bram Numedides-. Hazme inmortal para que pueda gobernar eternamente este bello pas, y te enterrar en oro. Ya siento el ardor de mi divinidad... si bien no pienso proclamar an mi teofana a mis devotos subditos.

    -Pero, Majestad! -dijo el sobresaltado hechicero, recobrando la compostura-. Los

    apuros en que se encuentra el pas son mayores de lo que parecis entender. El puebloest agitado. Hay signos de insurreccin en el sur y en el mar. No comprendo...

    El rey le apart de s.

    -Ya he acabado con otros chacales traicioneros, y tambin voy a acabar con stos!

    Lo que el rey despachaba como nimios estorbos, en realidad, habra preocupadogravemente a cualquier monarca. Se haba declarado ms de una revuelta en lasfronteras occidentales de Aquilonia, donde el pas estaba dividido por guerras yrivalidades entre los mezquinos barones. El pueblo gema a causa de la testarudez de susoberano, y clamaba contra los opresivos impuestos y monstruosos malos tratos de queera objeto por parte de los agentes del monarca. Pero las preocupaciones del puebloapenas si interesaban al rey-, haca odos sordos a su clamor.

    Con todo, Numedides no estaba tan obsesionado con sus peculiares placeres como paraignorar los informes de sus espas, que recopilaba para l su capaz ministro VibiusLatro. Este canciller le haba dado a conocer rumores que afectaban a un caudillo tanrico y poderoso como el conde Trocero de Poitain. Trocero no era hombre al que se pudiera suprimir fcilmente, pues dispona de una fuerza sin par de caballera armada, yde un pueblo belicoso, de fiera lealtad, presto a alzarse a su seal.

    -Trocero -murmuraba el rey- ha de ser destruido, s; pero es demasiado fuerte para unenfrentamiento abierto. Debemos encontrar a un envenenador hbil... Entretanto, mi fiely esforzado Amulius Procas acampar en la regin fronteriza meridional. Ya haaplastado a ms de un arrogante latifundista que os volverse revolucionario.

    Los ojos fros y negros de Thulandra Thuu eran inescrutables.

    -Leo, en la faz del cielo, presagios de un peligro que puede con vuestro general.Tenemos que ocuparnos nosotros mismos...

    Numedides dej de escucharle. Su sueo, semejante a un trance, y el estmulo del vinocon amapolas le haban despertado los apetitos sensuales. Recientemente, haba entradoen su harn una muchacha kushita apetecible, de generosos senos, y una tortura -todavasin nombre- estaba cobrando forma en sus tortuosas mientes.

    -Me voy -dijo de pronto-. No trates de detenerme, porque te abrasara con misrelmpagos.

    El rey apunt a Thulandra Thuu con su rgido dedo ndice, e hizo un sonido gutural.

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    Luego, rugiendo con grosera alegra, apart un panel que se hallaba detrs de los purpreos cortinajes y pas al otro lado. El pasadizo secreto llegaba a la parte del harna la que se llamaba en susurros, con repugnancia, Casa del Dolor y el Placer. Elhechicero vio cmo se iba y sonri levemente, y empez a apagar las diecinuevegrandes velas.

    -Oh, rey de los sapos -murmur en su desconocida lengua-. Has dicho la verdad exacta, pero la has dicho al revs. Numedides ha de volver al polvo, y Thulandra Thuugobernar el Occidente sentado en un trono eterno cuando el Padre Set y la Madre Kalienseen a su solcito hijo a arrancar de las oscuras pginas del gran Ignoto el secreto dela vida eterna...

    La delgada voz reson en la penumbra, como el seco roce de las escamas de la serpienteque repta sobre plidos huesos de hombres asesinados.

    CAPITULO 2

    El campamento de los Leones

    Muy al sur de Aquilonia, una esbelta galera de guerra henda las agitadas aguas delOcano Occidental. El barco, de estilo argoseo, se acercaba a la costa, donde las lucesde Messantia titilaban en el crepsculo. Una verdosa franja luminiscente, sobre elhorizonte occidental, anunciaba el fin del da; y, en lo alto, las primeras estrellas de lanoche adornaban el cielo de zafiro, y palidecan luego al salir la Luna.

    En el castillo de proa, apoyadas en la baranda, haba siete personas, que se protegancon sendas capas de los glidos asaltos de la espuma que arrojaba el espoln de bronceal alzarse y volverse a sumergir en las olas. Uno de los siete era Dexitheus, un hombremaduro, de rostro grave y ojos calmos, ataviado con los holgados ropajes propios de unsacerdote de Mitra.

    A su lado haba un aristcrata de anchos hombros y esbelta cadera, de cabello oscuro yagrisceo, que vesta una coraza plateada en cuyo pectoral haban sido curiosamentegrabados, en oro, los tres leopardos de Poitain. Era Trocero, conde de Poitain, y el

    motivo de los tres leopardos apareca tambin en la bandera que ondeaba en lo alto del palo mayor.

    Al lado del conde Trocero, un hombre ms joven de porte aristocrtico, que bajo unacota de malla plateada iba elegantemente vestido de terciopelo, se pellizcaba la escasa barba. Se mova con presteza, y su fcil sonrisa enmascaraba, con su jovialidad, ladureza del militar veterano y experimentado. Se trataba de Prspero, un antiguo generaldel ejrcito aquilonio. Un hombre corpulento y casi calvo, que no llevaba espada niarmadura, ni prestaba atencin a la inminencia del ocaso, haca sumas con un estiletesobre un librillo de tabletas enceradas, agarrado a la baranda. Publius haba sidotesorero real de Aquilonia hasta que dimiti como resignada protesta contra la polticade su monarca, que consista en establecer impuestos desorbitantes y gastar luego sinfreno.

    No muy lejos, dos muchachas se aferraban a la inestable baranda. Una de ellas eraBelesa de Korzetta, aristcrata de Zingara, bella y grcil, que apenas si haba dejado

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    atrs la niez. Su largo cabello negro ondeaba al viento marino cual bandera de seda.Apretujada bajo su brazo haba una nia plida, de cabello rubio, que observaba boquiabierta las luces que se alineaban en la costa. Tina, una esclava ophirea, haba sidorescatada de un amo brutal por Belesa, la sobrina del fallecido conde Valenso. Ama yesclava, inseparables, haban sufrido juntas el voluntario exilio del veleidoso conde enlos yermos pictos.

    Destacaba entre todos ellos un hombre sombro de gigantesca estatura. Sus ojosardientes, de color azul volcnico, y la melena negra de cabello lacio y spero que caasobre sus hombros descomunales sugeran la controlada ferocidad de un len en sureposo. Era cimmerio, y se llamaba Conan.

    Las botas marinas de Conan, sus ajustados calzones y la rasgada camisa de seda noocultaban su magnfico cuerpo. Haba robado aquellos atuendos de los bales de unalmirante pirata difunto, Tranicos el Sanguinario, en una cueva que se hallaba bajo uncerro de las tierras pictas, donde los cadveres de Tranicos y sus capitanes estabansentados, todava, en torno a una mesa sobre la que se amontonaban los tesoros de un prncipe estigio. Las ropas, demasiado pequeas para un hombre tan corpulento, estabandeslucidas, rotas y sucias de mugre y de sangre; pero nadie que viera al colosal

    cimmerio, y el pesado sable que colgaba de su cintura, le habra tomado por unmendigo.

    -Si ofrecemos el tesoro de Tranicos en la plaza del mercado -murmuraba el condeTrocero-, el rey Milo nos contemplar con desagrado. Hasta ahora nos ha tratado bien; pero, cuando lleguen a sus odos los rumores sobre nuestro tesoro de rubes, esmeraldasy amatistas, y otras baratijas engastadas en oro, tal vez decida que la corona de Argosdebe confiscarlo.

    Prspero asinti.

    -S; Milo de Argos, como cualquier otro monarca, gusta de llenar sus arcas. Y, sirecurrimos a los orfebres y prestamistas de Messantia, el secreto ser conocido por todala ciudad al cabo de una hora.

    -Entonces, a quin le vamos a vender las joyas?

    -Preguntdselo a nuestro comandante en jefe. -Prspero ri taimadamente-. Corrgemesi me equivoco, general Conan, pero no habas tenido trato en otro tiempo con...?Bueno...

    Conan se encogi de hombros.

    -Quieres saber si fui un sanguinario pirata, y si tena un revendedor en cada puerto? S,lo fui; y quiz ahora mismo volvera a serlo, si no hubierais llegado vosotros a tiempo para encaminarme por la senda de la respetabilidad. -Hablaba el aquilonio con fluidez,mas tena acento brbaro. Tras callar unos momentos, Conan prosigui-: Mi plan esste: Publius se dirigir al tesorero de Argos y recobrar el depsito que se dej comogaranta por el uso de esta galera, salvo la tasa estipulada. Entretanto, yo ir a vender nuestro tesoro a un comerciante discreto que conozco de otros tiempos. El viejo Varrnsiempre me pag bien el botn que le llevaba.

    -Se dice -afirm Prspero- que las gemas de Tranicos tienen ms valor que todas lasotras joyas del mundo. Un hombre como ese del que hablas slo podr pagarnos unafraccin de su valor.

    -Ya puedes irte desengaando -dijo Publius-. El valor de baratijas como sas siemprecrece en la leyenda y decrece en la venta.

    Conan sonri con sonrisa lobuna.

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    -Le sacar todo lo que pueda, no os preocupis. Recordad que me he dedicado amenudo al estraperlo. Adems, con solamente una fraccin del tesoro podramos poner en pie a todas las espadas de Aquilonia. -Conan se volvi hacia el alczar, donde sehallaban el capitn y el timonel-. Eh, capitn Zeno! -bram en argoseo-. Di a tusremeros que si llegamos a tierra antes de que las tabernas cierren para la noche cada unorecibir un penique de plata adems de lo prometido! Ya veo las luces del prctico!

    -Conan se volvi hacia sus compaeros y baj la voz-. Ahora, amigos mos, ms valeque no hablemos ms de nuestras riquezas. Una palabra descuidada, oda por casualidad, podra dejarnos sin recursos para pagar a los hombres que necesitamos. Nolo olvidis!

    El prctico, una lancha donde remaban seis membrudos argoseos, se acerc a la galera.En su proa, una figura envuelta en una capa hizo seales con un farolillo, y el capitnalz la mano en respuesta. Cuando Conan se dispona a bajar a su camarote para recoger sus posesiones, Belesa le puso sobre el brazo su fina mano. Le escudri el rostro consus ojos gentiles, y habl con voz angustiada.

    -Todava quieres mandarnos a Zngara? -le pregunt.

    -Ms nos vale separarnos, mi seora. En las guerras y rebeliones no hay lugar paramujeres nobles. Con las gemas que te di podrs ir viviendo, y tendrs bastante para tudote. Si quieres, tratar de cambiarlas por moneda. Ahora, tengo asuntos que atender enmi camarote.

    Sin decir palabra, Belesa le entreg una pequea bolsa de fino cuero, llena de rubes queConan haba tomado de un bal en la cueva de Tranicos. Mientras el cimmerio sealejaba por el puente camino de proa, donde se hallaba su camarote, Belesa no dej demirarlo. Todo lo que haba de mujer en ella responda a la virilidad que emanaba deaquel hombre, como emana el ardor de un relmpago rugiente. En el caso de que lehubieran ofrecido el cumplimiento de un secreto deseo, ste habra sido no necesitar unadote. Pero, desde que Conan la rescatara a ella y a la joven Tina de los pictos, ste habaobrado meramente como amigo y protector.

    Comprenda, con cierta amargura, que Conan era ms experto que ella en tales materias.El cimmerio saba que una delicada dama de noble cuna, imbuida de los idealeszingarios de modestia y pureza femeninos, no habra sido capaz de adaptarse a la vidasalvaje y brutal de un aventurero. Adems, en caso de que mataran a Conan, o ste sehartara de ella, habra tenido que vivir el resto de su vida como una proscrita, puesto quelas casas principescas de Zngara no habran admitido en sus salones de mrmol a la barragana de un mercenario brbaro.

    Con un leve suspiro, toc a la muchacha que tena apretujada contra su cuerpo.

    -Tenemos que bajar, Tina, y recoger nuestras cosas.

    Entre gritos y hurras, la esbelta galera avanz hacia el muelle. Publius pag las tasas del puerto y le dio una propina al piloto. Liquid su cuenta con el capitn Zeno y latripulacin de ste y, recordndole que aquella misin era secreta, se despidiceremoniosamente del marino argoseo.

    El capitn grit algunas rdenes, y los hombres bajaron la vela a cubierta y la guardaron bajo el puente; desarmaron los remos entre juramentos y estrpito y los metieron debajode los bancos. La tripulacin -oficiales, marinos y remeros- baj alegremente a tierra,donde llameaban luces brillantes en posadas y mesones; y repintadas mujerucas,llamndoles desde las ventanas de los segundos pisos, intercambiaban mofas y alegresobscenidades con los expectantes marineros.

    Los hombres vagaban por los muelles. Algunos andaban borrachos por la calzada,mientras que otros roncaban en prtales aliviaban la vejiga en las oscuras entradas delos callejones.

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    Entre los transentes haba uno, no tan borracho ni fatigado como aparentaba. Era unzingario flaco, de facciones angulosas, que se llamaba Quesado. Unos bucles negros leadornaban el alargado rostro, y los ojos de pesados prpados le daban una falsaapariencia de adormilada indolencia. Ataviado con rados atuendos de sobrio negro,holgazaneaba en un portal como si el mismo tiempo se hubiera detenido; y, al

    acercrsele un par de borrachos marineros, replic con una muy trillada chanza que leshizo seguir adelante riendo entre dientes.

    Quesado observ de cerca cmo la galera atracaba en el muelle. Vio que, despus deque la tripulacin se hubiera ido de jarana, un pequeo grupo de hombres armados,acompaado por dos mujeres, desembarcaba y se detena en el puerto hasta que variosociosos se apresuraban a ofrecerles sus servicios. La curiosa compaa no tard endesaparecer, seguida por un grupo de porteadores que llevaban bales y sacos de lonasobre los hombros o los sostenan con la cabeza.

    Cuando el ltimo de los porteadores hubo desaparecido en la oscuridad, Quesadoanduvo hasta una bodega donde se haban congregado varios de los tripulantes del barco. Hall un lugar acogedor al lado del fuego, pidi vino y observ a los marineros.

    Al fin, eligi a un moreno y musculoso remero argoseo, que haba bebido ya unascuantas copas, y empez una conversacin con l. Invit al joven a una jarra de cerveza,y le cont una ocurrencia obscena.

    El remero ri ruidosamente, y, cuando hubieron cesado sus carcajadas, el zingario ledijo con aire de indiferencia:

    -Has llegado en esa gran galera amarrada al muelle tercero, verdad?

    El argoseo asinti, y bebi un trago de cerveza.

    -Es una galera mercante, verdad?

    El remero irgui su cabeza de revueltos cabellos, y le mir con desdn.

    -Vosotros, malditos extranjeros, no sabis distinguir un barco de otro! -dijo con un bufido-. Es una nave de guerra, necio zanquivano! Es el Aranus, el orgullo de toda laarmada del rey Milo.

    Quesado se golpe la frente con una mano.

    -Oh, dioses, qu estpido soy! Hace tanto tiempo que zarp que no he podidoreconocerla. Pero, cuando atrac, no enarbolaba una bandera con unos leones?

    -Seran los leopardos carmeses de Poitain, amigo mo -dijo el remero con aire jactancioso-. Y nada menos que el conde de Poitain alquil el barco, y l mismo lo hacomandado.

    -Me cuesta creerlo! -exclam Quesado, fingiendo gran asombro-. Debe de tratarse deuna importante misin diplomtica, apostara por ello...

    El borracho remero, animado por la total atencin con que le escuchaba el otro, siguihablando:

    -Hemos hecho el ms condenado de los viajes, un millar de leguas, o ms, y estoy pasmado de que los salvajes pictos no nos rajaran la garganta...

    Call, pues un oficial del Aranus, de rostro severo, le acababa de poner una mano sobreel hombro.

    -Ten cuidado con lo que dices, idiota! -exclam, mirando al zingario con suspicacia-.

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    El capitn nos ha advertido que mantuviramos la boca cerrada, sobre todo antedesconocidos. Cierra el pico!

    -S, s! -murmur el remero. Evitando la mirada de Quesado, hundi el rostro en su jarra de cerveza.

    -No importa, compaeros -dijo Quesado con un bostezo, encogindose de hombrosdespreocupadamente-. En estos ltimos tiempos no ocurre nada en Messantia, y slohaba querido distraerme con un poco de chismorreo.

    Se puso en pie perezosamente, pag la cuenta y anduvo lentamente hasta la puerta.

    Una vez afuera, Quesado abandon su aire de adormilada vagancia. Anduvo gilmente por los muelles hasta una pensin cochambrosa, donde tena alquilado un cuarto desdeel que poda observar el puerto. Movindose como un ladrn en la noche, subi por lasangostas escaleras hasta su habitacin del primer piso.

    Prestamente, cerr la puerta a sus espaldas, corri las radas cortinas de las ventanas deldormitorio y encendi un cabo de vela con las brasas brillantes de un pequeo brasero

    de hierro. Entonces, se inclin sobre una mesa desvencijada, y escribi, con una plumade fina punta, letras menudas sobre una delgada tira de papiro.

    Tras escribir su mensaje, el zingario enroll el papel de junco y, astutamente, lointrodujo en un cilindro de latn, no ms grande que la punta de un dedo. Luego selevant torpemente, abri una jaula que tena apoyada contra el muro ms cercano almar y sac una paloma gruesa y adormilada. At el pequeo cilindro a una de sus patas;y, acercndose a la ventana, apart la cortina, abri y arroj afuera al ave. stasobrevol el puerto y desapareci. Quesado sonri, sabiendo que su paloma mensajerahallara un palomar seguro, y proseguira con su largo viaje hacia el norte cuandollegara el alba.

    En Tarantia, nueve das ms tarde, Vibius Latro, canciller del rey Numedides y jefe desu servicio de inteligencia, recibi el tubo de latn de manos del cuidador de los palomares del rey. Desenroll cuidadosamente el delgado papiro, y lo sostuvo a la luzdel sol que entraba en su despacho por la ventana entreabierta. Ley:

    El Conde de Poitain, junto con un reducido squito, ha llegado en misin secreta desdeun puerto lejano. Q.

    Hay un destino que planea sobre los reyes, y signos y augurios presagian la cada deantiguas dinastas y la perdicin de antiguos reinos. La brujera de un Thulandra Thuuno era necesaria para saber que la casa de Numedides corra un grave peligro. Lossignos de su futura cada podan reconocerse por todas partes.

    Alguien mandaba mensajes desde Messantia, que viajaban al norte por caminos polvorientos o por los invisibles senderos del aire. Estas misivas lograban llegar aPoitain y a otros feudos de la turbulenta y dividida frontera de Aquilonia; algunasentraban incluso en los campos fortificados y en las fortalezas del ejrcito aquilonioleal. Pues en tales lugares haba estacionados espadachines y lanceros, jinetes y arquerosque haban servido junto a Conan en los tiempos en que ste era oficial del rey Numedides, hombres que haban luchado al lado de Conan en la gran batalla deVeltrium, y antes incluso, en la Pradera de la Masacre, donde Conan haba derrotado por primera vez a las huestes de salvajes pictos. Hombres de su antiguo regimiento, losLeones, que le recordaban bien. Y, como las bestias cuyo nombre llevaban, semantenan leales al caudillo del que se enorgullecan. Otros de los que oan la llamadaestaban hartos de servir a un monarca demente que negliga los asuntos del reino paradedicarse a placeres antinaturales y a perseguir locos sueos de vida eterna.

    En los meses que siguieron a la llegada de Conan a Messantia, muchos aquiloniosveteranos de las guerras pictas dimitieron, o desertaron de sus unidades y se marcharon

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    a Argos. Junto con ellos, por los caminos largos y solitarios, merodeaban poitanios y bosonios, gunderios del norte y pequeos propietarios de Taurn, hombres de la pequea nobleza de Tarantia, caballeros arruinados de provincias lejanas, y ms de unaventurero sin blanca.

    -De dnde vienen todos stos? -deca Publius, maravillado, en una ocasin en que

    estaba junto a Conan, cerca de la gran tienda del comandante en jefe, contemplando auna cuadrilla de caballeros andrajosos que entraba cabalgando en el campamentorebelde.

    Venan sobre caballos flacos, con los atuendos destrozados, la armadura llena de orn, ycubiertos de polvo y fango reseco. Algunos traan heridas vendadas.

    -Vuestro loco rey se ha creado muchos enemigos -rezongaba Conan-. Me haninformado de la llegada de caballeros cuyas tierras ha confiscado, de nobles cuyasesposas o hijas han sido ultrajadas, de hijos de mercaderes a quienes ha dejado sindinero... incluso trabajadores comunes y campesinos, con orgullo suficiente para tomar las armas contra su loco rey. Esos caballeros son unos proscritos, arrojados al exilio por haber hablado contra el tirano.

    -La tirana, a menudo, alimenta su propia cada -dijo Publius-. A cuntos tenemosahora?

    -A ms de diez mil, segn los clculos de ayer. Publius silb.

    -Tantos? Ser mejor que limitemos el reclutamiento antes de que devoren toda lamoneda de nuestro tesoro. Obtuviste un caudal muy grande por las joyas de Tranicos, pero acabar por fundirse como nieve en primavera si alistamos ms hombres de los que podamos pagar.

    Conan le dio una palmada en la espalda al corpulento civil.

    -sa es tu labor como tesorero, buen Publius, conseguir que nuestra bolsa sobreviva aeste festn de buitres. Hoy mismo he importunado al rey Milo para que nos concedierams espacio donde acampar. Pero me ha replicado con gran nmero de quejas. Nuestroshombres tienen Messantia invadida; abusan de los servicios de la ciudad; hacen subir los precios; algunos han cometido crmenes contra los ciudadanos. Quiere que, o bienacampemos en otro sitio, o bien marchemos ya contra Aquilonia.

    Publius frunci el ceo.

    -Mientras nuestras tropas se entrenen, tendremos que estar cerca de la ciudad y del mar para poder recibir suministros. Diez mil hombres arrastran mucha hambre si alguien losentrena como t los entrenas. Y diez mil estmagos requieren mucha comida si noquieres que sus propietarios se irriten y acaben por desertar.

    Conan se encogi de hombros.

    -No podemos hacer nada. Trocero y yo saldremos a caballo, maana por la maana, en busca de un nuevo emplazamiento. Y la prxima Luna llena nos encontrar de caminohacia Aquilonia.

    -Quin es se? -murmur Publius, sealando a un soldado que, despus de terminar losejercicios matinales, merodeaba cerca de la tienda del general.

    El hombre, ataviado con un rado atuendo negro, deba de haber apurado gran cantidadde jarras aquella misma tarde, pues le vacilaban las piernas y haba tropezado con una piedra que se interpona en su camino. Al ver a Conan y a Publius, se quit laestropeada gorra, hizo una reverencia tan profunda que estuvo a punto de caer, recobrel equilibrio y sigui adelante.

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    Conan dijo:

    -Es un zingario que se present hace diez das en la tienda de reclutamiento. Nos pareci canijo como un ratn, y que no haba de servir como guerrero, pero se haacreditado como buen espadachn, excelente jinete y artista de la daga arrojadiza; y

    Prspero le acept junto con todos los dems. Se llamaba... creo que Quesado.-Tu reputacin, como un imn, atrae gentes de cerca y de lejos -dijo Publius.

    -Pues ms vale que venza en esta guerra -respondi Conan-. En otros tiempos, si perdauna batalla, poda huir a tierras donde jams haba estado y empezar de nuevo sin nadieque me conociera. Ahora ya no sera tan fcil; demasiados hombres han odo hablar dem.

    -Para los dems es una buena noticia -dijo Publius, sonriendo- el que la fama impidaque los caudillos huyan.

    Conan no dijo nada. Desfilaron por su memoria los penosos aos que haba pasado

    desde que abandonara el fro Norte siendo un muchacho andrajoso y hambriento. Habaguerreado, y viajado a lo largo y a lo ancho del continente Thurio. Ladrn, pirata, jefede primitivos... haba sido todo aquello, y tambin soldado comn; haba ascendido algeneralato y haba cado en desgracia, llevado por las mareas de la fortuna. Desde lossalvajes yermos de las tierras pictas hasta las estepas de Hirkania, desde las nieves de Nordheim hasta las junglas de Kush, su nombre y su fama eran leyenda. Por ello, losguerreros acudan desde tierras lejanas para servir bajo su estandarte.

    En aquel momento, la bandera de Conan ondeaba a la brisa, con orgullo, en el palocentral de la tienda generalicia. El emblema, un len dorado erguido sobre sus cuartostraseros sobre un fondo de seda negra, era invencin del propio Conan. Hijo de unherrero cimmerio, no poda jactarse de su rbol genealgico; pero haba obtenido elmayor de los reconocimientos como comandante del Regimiento del Len en la batallade Veltrium. Haba adoptado como propia la ensea de aquella unidad, pues saba quelos soldados necesitaban una ensea por la que luchar. Sucedi despus de aquellavictoria que el rey Numedides, viendo en la fama del cimmerio una amenaza a su propiasupremaca, trat de tenderle una trampa y destruir al ms popular de sus generales, enquien vea a un rival en potencia. Envidiaba la creciente reputacin de Conan comoguerrero invencible; tema su magntico caudillaje.

    Tras eludir la emboscada de Numedides, y perder al mismo tiempo su puesto de mando,el cimmerio haba recordado con sentida nostalgia los das pasados con los Leones. Y,en aquel momento, la bandera bajo la que haba obtenido sus mayores victorias volva aondear sobre su cabeza, como smbolo de sus pasadas glorias y punto de reunin paralos que haban de luchar por su causa.

    Necesitara victorias an mayores en los meses que le aguardaban, y el len doradosobre campo negro le pareca un buen augurio. Pues Conan no estaba libre desupersticiones. Aunque hubiera armado camorras y se hubiera pavoneado por mediomundo, aunque hubiera explorado tierras lejanas y aprendido las costumbres de pueblosextranjeros, y hubiese conocido las maneras de obrar de reyes y sacerdotes, de brujos yguerreros, de magnates y pedigeos, las primitivas creencias de su herencia cimmeriaan ardan en los abismos de su alma.

    Entretanto, el espa Quesado, que haba pasado frente a la tienda del comandante,recobr de pronto la sobriedad. Sin tambalearse, anduvo con presteza por el camino conroderas que conduca a la Puerta Septentrional de Messantia.

    El espa haba conservado prudentemente su cuarto cercano al puerto aun despus de ser admitido en una de las tiendas del campamento que se alzaba frente a la muralla. Y enaquel cuarto, bajo la puerta de tosca hechura, encontr una carta. No tena firma, pero

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    Quesado reconoci la escritura de Vibius Latro.

    Tras alimentar a sus palomas, Quesado se sent a descifrar el simple cdigo queocultaba el significado del mensaje. Pareca que hablara de una variedad de trivialidadesdomsticas; pero, marcando una palabra de cada cuatro, Quesado averigu que su amole mandaba una cmplice. Se trataba, segn la misiva, de una mujer de seductora

    belleza.Quesado se permiti una leve y discreta sonrisa. Luego, escribi a lpiz su habitualinforme en una delgada tira de papiro y lo mand por aire al norte, a la lejana Tarantia.

    Mientras el ejrcito se ejercitaba, sudaba, e iba creciendo, Conan se despidi de Belesay de su joven protegida. Vio como su carruaje se alejaba por el paseo martimo endireccin a Zngara; un pelotn de fornidos guardias lo preceda y segua a caballo.Oculta entre el equipaje llevaban una caja de hierro, con oro suficiente para que Belesay Tina vivieran bien durante varios aos, y Conan tuvo la esperanza de no volver averlas.

    Aunque el robusto cimmerio fuera sensible a los encantos de Belesa, haba decidido, en

    su circunstancia, no tener relacin con ninguna mujer, y todava menos con una delicadaaristcrata para quien no habra lugar en las estancias de los oficiales de la guerra. Msadelante, si la rebelin triunfaba, buscara una real consorte para afianzarse en el trono.Pues los tronos, por elevado que sea su coste en sangre plebeya, precisan a menudo, para defenderse, del poder mstico que emana de una dinasta real.

    Sin embargo, Conan senta las punzadas de la lujuria, no menos que cualquier otrohombre activo y viril. Llevaba mucho tiempo sin poseer a una mujer, y expresaba su privacin con palabras speras, enojo y tormentosos accesos de clera. Al fin, Prspero,adivinando la causa de sus malos humores, se aventur a sugerirle que le convena ir a buscar entre las rameras de las posadas de Messantia.

    -Con suerte y discernimiento -le haba dicho- hallars una compaera de lecho que tesea grata.

    Prspero no tena idea de que sus palabras haban zumbado como moscardones en losodos de un descarnado mercenario zingario, que estaba agazapado no muy lejos de l,recostado en una de las estacas de la tienda, con la cabeza gacha como si durmiera.

    Conan, tambin desprevenido, se encogi de hombros ante la sugerencia de su amigo.Pero, en los das siguientes, el deseo libr batalla con el dominio que tena de s mismo.Y, con cada noche que pasaba, su necesidad se volva ms fuerte.

    Da a da, el ejrcito fue creciendo. Arqueros de las Marcas Bosonias, lanceros deGunderland, caballera ligera de Poitain y hombres de rango elevado y humilde procedentes de toda Aquilonia se le unan. Se oan sin cesar, en el campo deentrenamiento, las rdenes voceadas, el ruidoso avance de la infantera, el chasquido delos arcos y el silbido de las flechas. Conan, Prspero y Trocero trabajaban sin descanso para transformar a sus inexpertos reclutas en un ejrcito bien entrenado. Pero nadiesaba si aquella fuerza, formada con gentes de tierras varias y nunca probada en elcampo de batalla, podra aguantar frente a las excelentes tropas del esforzado, valerosoe invicto Amulius Procas.

    Entretanto, Publius organizaba un servicio de espionaje para los rebeldes. Sus agentes seadentraron mucho en Aquilonia. Algunos slo buscaban noticias. Otros esparcanrumores concernientes a la depravacin del rey Numedides; rumores que, segn vieronsus propagadores, no precisaban exageracin alguna. Algunos mendigaban unacontribucin monetaria a nobles que, aunque simpatizaran con la causa rebelde, nohaban osado declararse partidarios de la revuelta.

    Cada da, al final de la maana, Conan pasaba revista a sus tropas. Entonces, por turnos,

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    iba comiendo con cada una de sus compaas; porque un buen caudillo conoce por elnombre a muchos de sus hombres, y refuerza su lealtad mediante el contacto personal.Pocos das despus de que Prspero le hablara de las mujeres pblicas de Messantia,Conan almorz con una compaa de caballera ligera. Se sentaba con los soldados eintercambiaba bromas obscenas, y comparta su carne, su pan y su cerveza amarga.

    Al or una voz sibilante que de repente se haba puesto a hablar, Conan se volvi. Vio asu lado a un zingario de alargado rostro -Conan recordaba haberlo visto ya- que hacaun discurso con grandilocuentes gesticulaciones. Conan dej una broma a medio contar y escuch con atencin; porque aquel sujeto estaba hablando de mujeres, y Conan sintique algo se agitaba en su sangre.

    -Existe cierta bailarina -gritaba el zingario- con el cabello negro como ala de cuervo, yojos verdes como la esmeralda.

    Y hay brujera en sus suaves labios rojos y en su grcil cuerpo, y sus pechos parecengranadas! -Y los represent en el aire con ambas manos-. Baila cada noche, por lasmonedas que le echen, en el Mesn de las Nueve Espadas, y desnuda su cuerpo a ojosde los hombres. Pero esta Alcina es rara, es una pcamela altanera y arrogante que se

    niega a abrazar a ningn varn. Todava no ha encontrado a uno que inflame sus pasiones... por lo menos, eso dice.

    Por supuesto -dijo Quesado, parpadeando con lujuria- que en esta misma tienda debede haber guerreros lujuriosos que podran cortejarla, y conquistar a esa muchachaarrogante. Oh, aun nuestro galante general...

    En aquel mismo instante, Quesado vio que Conan le observaba. Se interrumpi, baj lacabeza, y dijo:

    -Mil perdones, noble general! Vuestra excelente cerveza ha desatado de tal manera milengua que he perdido el seso. Os lo ruego, perdonad mi indiscrecin, os lo suplico, mi buen seor...

    -La olvidar -mascull Conan y, frunciendo el ceo, le dio la espalda y siguicomiendo.

    Pero, aquella misma noche, pregunt a sus sirvientes dnde se hallaba el mesn llamadode las Nueve Espadas. Cuando mont en su silla, con la nica compaa de un mozocomo escolta, y se puso en camino hacia la Puerta del Norte, Quesado, oculto entre lassombras, sonri con sonrisa leve, complacida.

    CAPITULO 3

    Ojos de color esmeralda

    Cuando la aurora se asom, risuea, al cielo azul, una trompeta de cuello de plata

    anunci la llegada de un heraldo del rey Milo. Gallardo en su casaca bordada, el heraldocabalg al trote hasta el campamento rebelde, montado en una yegua baya, blandiendoen alto un pergamino sellado y adornado con una cinta. El mensajero husme con

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    desdn al llegar al bullicioso campo de entrenamiento, donde una abigarrada huesteestaba formando para pasar revista. Cuando exigi a gritos una escolta que leacompaara hasta la tienda del general Conan, uno de los hombres de Trocero gui sumontura hasta el centro del campamento.

    -Vamos a tener problemas -murmur Trocero al sacerdote Dexitheus cuando ambos

    vieron al heraldo argoseo.El delgado y calvo sacerdote mitraico se toc las cuentas del collar.

    -Ya deberamos habernos habituado a tenerlos, mi seor conde -le respondi-. Y sabes bien que nos aguardan otros mucho mayores.

    -Te refieres a Numedides? -le pregunt el conde con irnica sonrisa-. Mi buen amigo,estamos preparados para hacer frente a problemas de ese tipo. Me refiero a lasdificultades que tendremos con el rey de Argos. Aunque me diera permiso para acampar en este sitio, creo que Milo cada vez se siente ms incmodo con la presencia de tantoshombres comprometidos con una causa extranjera acampados frente a su capital. Me parece que Su Majestad empieza a arrepentirse de habernos ofrecido un emplazamiento

    tan cmodo para nuestro campamento.-S -aadi Publius, pues el corpulento tesorero haba salido para unirse a ellos-. No mecabe la menor duda de que ya tiene que haber espas de Tarantia por los burdeles ycallejones de Messantia. Numedides presionar sutilmente al rey de Argos para que sevuelva contra nosotros.

    -El rey sera necio si lo hiciese -murmur Trocero-, pues tiene nuestro ejrcito cerca, yansioso por luchar. Publius se encogi de hombros.

    -Hasta ahora, el monarca de Messantia se ha comportado amistosamente -dijo-. Pero losreyes son gente inclinada a la perfidia, y las conveniencias rigen el nimo del ms noblede ellos. Tenemos que aguardar lo que suceda... Me pregunto qu noticias nos traer ese petulante heraldo.

    Publius y Trocero fueron a atender a sus deberes, y dejaron solo a Dexitheus, que iba pasando, como ausente, las cuentas de su collar de plegaria. Al hablar de problemasfuturos, no pensaba slo en las batallas venideras, sino tambin en otro portento.

    La pasada noche, un sueo turbador le haba asaltado en su lecho. El Seor Mitra, amenudo, revelaba el futuro mediante sueos a sus leales suplicantes, y Dexitheus se preguntaba si aqul haba sido profeca.

    En su sueo, el general Conan haca frente al enemigo en el campo de batalla, yenardeca a sus soldados, espada en alto; pero detrs del gigantesco cimmerio acechabauna figura envuelta en sombras, gil y furtiva. El durmiente no pudo identificar ningnrasgo en aquella escurridiza presencia, salvo que en su rostro, cubierto por una capucha, brillaban dos ojos gatunos, verdes como la esmeralda, y que se hallaba siempre cerca dela desprotegida espalda de Conan.

    Aunque el sol naciente hubiera elevado la temperatura de aquella fresca maana de primavera, Dexitheus se estremeci. No le gustaban los sueos como aqul; arrojabanguijarros al profundo pozo de su serenidad. Adems, ningn recluta del campamentorebelde tena ojos de un color verde tan brillante; Dexitheus habra notado aquellarareza.

    El heraldo iba a medio galope por el polvoriento camino de regreso a Messantia, yalgunos mensajeros fueron a convocar al consejo a los caudillos de la hueste rebelde.

    El gigantesco cimmerio, en su tienda, apenas si ocult su enfado mientras los pajes le ponan la armadura para los ejercicios de combate matinales. Cuando Prspero, Trocero,

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    Dexitheus, Publius y los dems se hubieron reunido, les habl speramente, masticandocada palabra.

    -Escuetamente, amigos -bram-, a Su Majestad le place que nos retiremos hacia elnorte, a las praderas, a nueve leguas por lo menos de Messantia. El rey Milo juzga quenuestra presencia, tan cerca de su capital, pone en peligro tanto a su ciudad como a

    nuestra causa. Algunos de nuestros soldados, segn l afirma, han estado divirtindosecon demasiada licencia en la ciudad, han quebrantado la paz del rey y causado problemas a la guardia cvica.

    -Me lo tema -dijo Dexitheus con un suspiro-. Nuestros guerreros se entregan endemasa a los placeres de la copa y del lecho. Con todo, pediramos demasiado a lanaturaleza humana si esperramos que los soldados -especialmente una horda variopintacomo la nuestra- se comportasen con la mansedumbre de monjes encapuchados.

    -Cierto -dijo trocero-. Y, por fortuna, estamos preparados para ponernos en marcha.Cundo partiremos, general?

    Conan se abroch el talabarte con gesto salvaje. Sus ojos azules brillaron como los de

    un len bajo su negra melena de cuadrado corte.-Nos da diez das para que nos vayamos -dijo con un gruido-, pero yo estoy presto amarchar ahora mismo. Hay demasiados ojos y demasiados odos en Messantia,demasiados soldados nuestros tienen la lengua floja; basta una jarra de vino para que lamuevan. Yo no me alejara nueve leguas, sino noventa, de este nido de espas.

    "As pues, pongmonos en marcha, seores. Cancelad todos los permisos y sacad a loshombres de las tabernas, por la fuerza si es necesario. Esta noche, me adelantar con undestacamento escogido para estudiar la ruta y hallar un nuevo punto de acampada.Trocero, t estars al mando del ejrcito hasta que yo vuelva.

    Todos le saludaron y se fueron. Durante el resto del da, reunieron a los soldados, prepararon las provisiones y apilaron los bagajes dentro de los carros. Antes de que elsol del amanecer siguiente hubiera acariciado los dorados pinculos de Messantia consus lanzas de luz, recogieron las tiendas y las compaas formaron en columnas. Cuandoalgunos jirones de niebla flotaban todava por las tierras bajas, el ejrcito parti:Caballeros y alabarderos, arqueros y lanceros, todos ellos protegidos en la vanguardia,retaguardia y ambos flancos por exploradores e infantera ligera.

    Conan y su destacamento de caballera ligera poitania se haban adelantado al trotehacia el norte cuando la oscuridad todava ocultaba la tierra. El general brbaro noconfiaba por completo en las simpatas del rey Milo. Muchas consideraciones influyenen las acciones de los reyes; y tal vez los agentes de Numedides hubieran convencido yaal monarca argoseo de que deba aliarse con el soberano de Aquilonia en vez deadherirse a la impredecible fortuna de los rebeldes.

    Sin duda, Argos saba que, si la insurreccin fracasaba, la venganza de Aquilonia serarpida y devastadora. Y, si un rey opta por la destruccin, ms le valdr atacar al otroejrcito durante una marcha, cuando los hombres andan revueltos y los bagajes lesentorpecen...

    As, los Leones avanzaron hacia el norte. Compaa tras compaa, el inexperto ejrcitoandaba por caminos polvorientos, chapoteaba en los vados de ros de poco caudal yserpenteaba por entre los no muy altos montes Didimios. Nadie lo embosc, atac niestorb en su avance. Tal vez las sospechas de Conan acerca del rey Milo no estuvieran justificadas; tal vez su ejrcito era demasiado fuerte para que los argoseos trataran deacabar con l. O quizs el rey aguardara un momento ms oportuno para arrojar susfuerzas contra los rebeldes. Fuera Milo un amigo, o un secreto enemigo, Conan sealegraba de su prudencia.

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    Cuando sus tropas hubieron cubierto la primera jornada de marcha sin hallar obstculoalguno, Conan, alejndose a medio galope del sitio que haba elegido para acampar, serelaj un tanto. Se hallaban fuera del alcance de los espas que infestaban las callestortuosas de Messantia. Sus exploradores y tropas avanzadas abarcaban un amplioterreno; Conan haba ordenado que, si unos ojos poco amistosos observaban al ejrcitoen campo abierto, los exploradores fueran en pos del que estuviera mirando. No

    descubrieron a nadie.El gigantesco cimmerio slo se fiaba de unos pocos hombres, y ni siquiera en stosconfiaba a la ligera. Los largos aos de guerras y de vida de proscrito haban reforzadosu felina cautela. Pero conoca a los que le seguan, y comparta su causa. As, nunca seencontr con espas en el campamento, ni con gentes malintencionadas a sus espaldas.

    Dos das ms tarde, los rebeldes vadearon el ro Astar en Hipsonia y entraron en la planicie de Palios. Hacia el norte se erguan los montes Rabinos, una serrada hilera de picos purpreos que desfilaban como gigantes a la luz del ocaso. El ejrcito acamp al principio de la planicie, en un altozano redondeado que ofrecera alguna proteccincuando fuera fortificado con zanjas y empalizadas. All, en tanto que recibieran conregularidad suministros procedentes de Messantia o de las granjas cercanas, los

    guerreros podran perfeccionar sus habilidades antes de cruzar el Alimane en direccin aPoitain, la provincia ms meridional de Aquilonia.

    Durante el largo da que sigui a su llegada, los soldados trabajaron, refunfuando, con pico, pala y azadn para fortificar el campamento con un terrapln de defensa.Entretanto, un cuerpo de caballera ligera sali a medio galope por el camino por el quehaban venido para escoltar a los carros de provisiones retrasados.

    Pero, durante la segunda guardia de aquella noche, una delgada figura abandonsigilosamente la tienda de Conan, donde reinaba la penumbra, y sali a la luz de laLuna. Iba envuelta y embozada en un caftn de lana amarilla, que se confunda a sus pies con la tierra. Esta figura se acerc a otra, oculta a la sombra de una tienda cercana.

    Los dos intercambiaron en murmullos una contrasea. Y unos dedos finos, cargados deanillos, pusieron un trozo de pergamino en las manos del otro, curtidas por el trabajo.

    -He sealado en este mapa los pasos por los que los rebeldes han de entrar en Aquilonia-dijo la muchacha con un susurro sibilante y sedoso, como el ronroneo del gato-.Tambin la disposicin de los regimientos.

    -Yo llevar la noticia -murmur el otro-. Nuestro seor se encargar de que llegue amanos de Procas. Has hecho un buen trabajo, Alcina.

    -Todava tengo mucho por hacer, Quesado -dijo la muchacha-. No deben vernos juntos.

    El zingario asinti, y desapareci entre las sombras. La bailarina se quit la capucha, ycontempl la argntea luna. Aunque acabara de abandonar los lujuriosos brazos deConan el cimmerio, sus rasgos, iluminados por la Luna, aparecan glidos e inalterados.Su rostro plido y alargado se asemejaba a una mscara tallada en marfil amarillo; y, enlas fras profundidades de sus ojos de color esmeralda, acechaban trazas de regocijo,malicia y desdn.

    Aquella noche, mientras el ejrcito rebelde dorma en la planicie de Palios, entre losmontes Rabinos, uno de los reclutas desert. Nadie descubri su ausencia hasta que se pas revista al da siguiente; y, al descubrirla, Trocero le rest toda importancia. Aquelhombre, un zingario que se llamaba Quesado, tena fiama de perezoso y negligente, y su prdida apenas si tena relevancia.

    A pesar de su irresponsabilidad, Quesado no era perezoso en absoluto. l, el msdiligente de los espas, disfrazaba con aparente indolencia sus idas y venidas en las quevea, escuchaba, y compilaba informes breves pero precisos. Y aquella noche, mientras

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    todo el campamento dorma, haba robado un caballo del establo, eludido a loscentinelas y galopado hacia el norte durante varias fatigosas horas.

    Diez das ms tarde, salpicado de barro, polvoriento, tambalendose a causa delcansancio, Quesado lleg ante las grandes puertas de Tarantia. El sello que llevabasobre el pecho le vali una inmediata audiencia con Vibius Latro, el canciller de

    Numedides.El jefe de espas frunci el ceo al ver el mapa que Alcina le haba puesto en la mano aQuesado, y que el zingario acababa de entregarle a l. Pregunt severamente:

    -Por qu lo has trado t mismo? Sabes que necesitbamos que estuvieras en el ejrcitorebelde. El zingario se concogi de hombros.

    -Era imposible mandarlo con una paloma mensajera, mi seor. Cuando me un a esamanada de rebeldes, tuve que dejar mis aves en Messanta, al cuidado de mi sustituto,Fadius el Kothio.

    Vibius Latro clav en l una fra mirada.

    -Entonces, por qu no le diste el mapa a Fadius, que podra haberlo trado aqu de lamanera acostumbrada? Tendras que haber seguido en ese nido de traidores para poder seguir los vientos del cambio. Yo contaba con que te pegaras a las espaldas de Conancon una daga en la mano.

    Quesado gesticul con desesperacin.

    -Seor, el ejrcito ya se hallaba a tres das a caballo de Messanta cuando Alcina se hizocon esta copia del mapa. Apenas si logr obtener una licencia de seis das para poder llegar aqu y volver sin provocar ninguna sospecha, mientras que, si hubiera desertado,los argoseos habran investigado y hecho preguntas. Y no habra podido volver con elejrcito despus de marcharme sin licencia. Y las palomas, a veces, se pierden, o lasmatan los halcones, o los gatos monteses, o los cazadores. Juzgu que deba traer en persona un documento de tanta importancia.

    El canciller gru, e hinch los labios.

    -Entonces, por qu no se lo llevaste directamente al general Procas?

    Quesado estaba sudando en abundancia. La frente cetrina, y las mal afeitadas mejillas lerelucan. No convena contrariar a un hombre como Vibius Latro.

    -El general P-procas no me conoce. -El espa hablaba ahora con voz gemebunda-. Misello no significa nada para l. Slo vos, mi seor, dirigs los canales de transmisin por los que estos mensajes llegan a los jefes militares.

    Una leve y fina sonrisa se asom a las enigmticas facciones del otro.

    -Es cierto -dijo-. Has actuado bien. Me habra gustado ms que Alcina hubiera obtenidoel mapa antes de que los rebeldes abandonaran Messanta y se dirigieran al norte.

    -Yo creo que, hasta la misma noche de mi partida, los rebeldes no decidieron la ruta quedeban seguir -dijo Quesado.

    No saba si era cierto lo que deca, pero le pareci bastante creble.

    Vibius Latro dio permiso al espa para que se marchara, y llam a su secretario. Trasestudiar el mapa, dict un breve mensaje para el general Amulius Procas con una copia para el rey. Mientras el secretario copiaba el tosco bosquejo de Alcina, Latro llam a un paje y le dio dos copias de cada uno de los documentos.

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    -Llvaselos al secretario del rey -dijo el canciller-, y pide que Su Majestad imprima susello en un ejemplar de cada uno. Entonces, si l no tiene ninguna objecin, llevars acaballo los documentos sellados al general Amulius Procas, que est en Poitain. Aqutienes un salvoconducto para entrar en los establos reales. Elige el caballo ms rpido, ycambia de montura en cada posta.

    El mensaje no lleg al secretario del rey. El siervo khitanio de Thulandra Thuu, Hsiao,lo hizo llegar a las flacas y oscuras manos de su seor. Al tiempo que lea el mensaje, yexaminaba el mapa a la luz de una candela de grasa de cadver, el hechicero del reysonri con frialdad, y asinti repetidamente en seal de aprobacin para el khitanio.

    -Ha ocurrido lo que t predijiste, amo -deca Hsiao-. Le cont al paje que Su Majestad ysu escriba estaban celebrando una reunin contigo, y me entreg a m los pergaminos.

    -Has hecho bien, mi buen Hsiao -dijo Thulandra Thuu-. Treme cera. Yo mismo lossellar. No tenemos que distraer a Su Majestad de sus placeres por una minucia.

    El brujo sac de un cofrecillo con cerrojo un duplicado del sello real y, tras poner juntas

    una copia de cada uno de los mensajes y doblarlas, encendi una vela con uno de losgrandes cirios. Acercando a la llama la cera para sellar, dej que goteara sobre el bordeabierto del pliego. Thulandra Thuu estamp en la cera el duplicado del sello real, yentreg el pliego al khitanio.

    -Dale esto al correo de Latro -le dijo-, y dile que Su Majestad quiere que lo entregue consuma prisa al general Procas. Luego, escrbeme una carta para el conde Ascalante deThune, que en estos momentos est al mando del Cuarto Regimiento Tauranio enPelaea. Requiero su presencia.

    Hsiao vacil.

    -Temible seor! -dijo.

    Thulandra Thuu mir agudamente a su siervo.

    -Y bien?

    -Esta indigna persona no desconoce que t y el general Procas no estis de acuerdo entodo. Permteme una pregunta: Deseas su triunfo sobre el rebelde brbaro?

    Thulandra Thuu sonri aviesamente. Hsiao saba que hechicero y general competanferozmente por el favor del rey, y Hsiao era la nica persona en quien el brujo podaconfiar. Thulandra murmur:

    -Por ahora, s. Mientras Procas se halle en las provincias meridionales, lejos.de Tarantia,no pondr en peligro la posicin de que gozo aqu. Y tengo que arriesgarme a que aadauna nueva victoria a su abultada lista, pues ni l ni yo veramos con buenos ojos aConan frente a las puertas de la capital.

    Procas se interpone entre los rebeldes y su avance hasta Tarantia. Quiero que l aplastela insurreccin, s; pero de tal manera que todo el crdito recaiga en m. Entonces, talvez, un accidente nos arrebatar a nuestro heroico general en su momento de victoria,antes de que pueda regresar triunfante a Tarantia. Ahora, pongmonos en camino.

    Hsiao hizo una profunda reverencia y se retir en silencio. Thulandra Thuu abri elcerrojo de una cajita de bano y guard en ella sus copias de los documentos.

    Trocero miraba perplejo a su comandante, que iba de un extremo a otro de la tiendacomo un tigre enjaulado; arda en sus ojos furiosa impaciencia.

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    -Qu te atormenta, general Conan? -le pregunt-. Yo crea que necesitabas a unamujer, pero, desde que trajiste a esa bailarina, ya no me vale la explicacin. Qu te preocupa?

    Conan ces en sus inquietas idas y venidas y se acerc a la mesa de campaa. Ceudo,se sirvi una copa de vino.

    -Nada a lo que pueda atribuir un nombre -mascull-. Pero, ltimamente, estoy agitado,me sobresalto por una sombra.

    Se interrumpi, con repentina alarma en los ojos, al mirar a uno de los rincones de latienda. Luego se forz a rer con aspereza, y se repantig en su silla de campaa hechade cuero.

    -Por Crom, estoy inquieto como una perra en celo! -dijo-. Ciertamente, no s qu es loque me devora las entraas. A veces, cuando estamos reunidos, casi llego a creer que las propias sombras escuchan nuestras palabras.

    -Algunas veces, las sombras tienen odos -dijo Trocero-. Y tambin ojos.

    Conan se encogi de hombros.

    -S que t y yo estamos solos, puesto que la muchacha duerme, y mis dos escuderosestn pulindome la armadura, y los centinelas hacen la ronda fuera de la tienda-murmur-. Pero, con todo, siento una presencia que nos escucha.

    Trocero no se burl de l; tena malos presentimientos. Haba aprendido a confiar en los primitivos instintos del cimmerio, porque saba que eran mucho ms agudos que los dehombres civilizados como l mismo.

    Pero el poitanio no careca de instintos propios; y uno de stos le haca desconfiar de lagrcil bailarina que Conan haba trado como voluntaria amante. Haba algo en ella quele molestaba, aunque no tena idea del motivo. Ciertamente era bella, e inclusodemasiado bella para bailar en una taberna portuaria de Messantia por las monedas quele arrojaran. Adems, la encontraba demasiado silenciosa y reservada. Trocero,habitualmente, saba encandilar a una mujer y arrancarle un torrente de confidencias; pero haba tratado de hacer hablar a Alcina sin xito alguno. Ella responda coneducacin a todas sus preguntas, pero evasivamente, y al cabo le dejaba igual que al principio.

    Trocero se encogi de hombros, se sirvi otra copa y mand todas aquellas angustias alos nueve infiernos de Mitra.

    -La falta de accin te irrita, Conan -dijo-. En cuanto nos pongamos en marcha, y la bandera del Len ondee sobre nosotros, volvers a sentirte como siempre. Ya no habrms sombras que te escuchen!

    -S -dijo Conan con un gruido.

    Lo que haba dicho Trocero era cierto. En cuanto tena un enemigo de carne y hueso, yfro acero en la mano, Conan haca frente a la ms difcil de las situaciones con nimovaleroso. Pero, cuando se enfrentaba a enemigos impalpables y a sombrasinsustanciales, las primitivas supersticiones de sus tribales ancestros acudan en tropel asu espritu.

    En la parte de atrs de la tienda, tras una cortina, Alcina sonrea con sonrisa perezosa ygatuna, y sus finos dedos jugueteaban con un curioso talismn, que llevaba colgado delcuello con una delicada cadenilla. Habra encajado en un nico lugar de todo el mundo.

    Mucho ms al norte, ms all de las planicies, y de las montaas, y del ro Alimane,

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    Thulandra Thuu estaba sentado en su trono de hierro labrado. Sobre el regazo tena, en parte sin desenrollar, un pergamino adornado con diagramas astrolgicos y smbolos.Detrs de l haba, sobre un taburete, un espejo oval de cristal negro volcnico. Faltabaun trocito semicircular en el borde del espejo mstico, y era este semicrculo deobsidiana, ligado al resto del espejo por sutiles vnculos de fuerza psquica, el quecolgaba entre los redondos senos de Alcina, la bailarina.

    Mientras estudiaba el mapa que tena sobre las rodillas, el brujo iba levantando de vezen cuando la cabeza para observar la pequea clepsidra de oro y cristal que se hallaba allado del espejo. Se oa en el extrao instrumeno un goteo, un goteo inaudible salvo paralos odos ms agudos.

    Cuando la campana de plata del reloj dio la hora, Thulandra Thuu solt el pergamino.Acerc al espejo una mano semejante a una garra, y murmur un extico conjuro en unalengua desconocida. Atisbando en las profundidades del espejo, se uni en pensamientoy alma con su sierva, Alcina; pues, cuando un trance mstico una a entrambos, en unmomento determinado, merced a ciertos aspectos de los cuerpos celestes, las imgenesque vea Alcina y las palabras que deca se transmitan mgicamente hasta el hechiceroque se hallaba en Tarantia.

    En verdad, el mago apenas si necesitaba a los hombres del cuerpo de espas de VibiusLatro. Y, en verdad, los agudos sentidos de Conan no haban errado: incluso lassombras de su tienda tenan ojos y odos.

    CAPITULO 4

    La flecha ensangrentada

    Cada da, al alba, las trompetas de latn arrancaban a los hombres de su sueo para quese entrenaran durante horas en la planicie de Palios y, al ponerse el sol, les ordenabanque volvieran a su sueo nocturno; y el ejrcito segua creciendo. Y, con los recinllegados, vinieron noticias y rumores de Messantia. Una noche, los capitanes de larebelin se reunieron en la tienda de Conan para cenar, cuando la Luna se haba

    reducido ya de moneda de plata a hoz de acero. Tras mandar cuello abajo su burda cenade campaa con tragos de cerveza floja y mal fermentada, los caudillos de la huestedeliberaron.

    -Cada da que pasa -dijo Trocero- parece que el rey Milo est ms inquieto. Publiusasinti.

    -S, no le gusta tener dentro de las fronteras una fuerza armada tan numerosa bajo uncaudillaje que no es el suyo. Probablemente teme que nos volvamos contra l, pues sera presa ms fcil que el tirano aquilonio.

    Dexitheus, sacerdote de Mitra, sonri.

    -Los reyes, cuando menos, son suspicaces, e incluso temen continuamente por sucorona. El rey Milo no es distinto de los dems.

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    -Crees que tratar de atacarnos por la retaguardia? -mascull Conan.

    El sacerdote de negra tnica alz una flaca mano.

    -Quin puede saberlo? Incluso yo, instruido por mi santo oficio para escudriar loscorazones de los hombres, no me atrevo a adivinar los ocultos pensamientos que

    acechan en las mientes de Milo. Pero aconsejo que crucemos el Alimane, y pronto.-El ejrcito est preparado -dijo Prspero-. Los hombres estn entrenados, y tan prestosa luchar como el que ms. Estara bien que entraran ya en combate, antes de que la faltade accin empiece a embotar su espritu de lucha.

    Conan asinti sombramente. La experiencia le haba enseado que un ejrcito que seentrena demasiado y acta poco acaba por dividirse en facciones en lucha, a causa deesas mismas fuerzas del orgullo y la militancia que sus instructores han imbuido en elloscon gran trabajo. O se pudre, como la fruta demasiado madura.

    -Estoy de acuerdo contigo, Prspero -dijo el cimmerio-. Pero un avance prematuroabrigara peligros de la misma magnitud. Sin duda, Procas tiene espas que le han dicho

    que acampamos en las montaas del Argos meridional. Y un general menos astuto quel habra supuesto que nos disponamos a pasar el Alimane para entrar en Poitain, lams desafecta de las provincias de Aquilonia. Le basta con establecer una fuerte guardiaen cada vado y tener presta a su Legin Fronteriza, lista para marchar contra cualquier posible ataque.

    Trocero se ech atrs el canoso cabello con dedos confiados.

    -Todo Poitain se alzar para marchar a nuestro lado; pero mis partisanos callan, paraque Procas no sepa de ellos hasta que ya sea demasiado tarde.

    Los otros intercambiaron significativas miradas, en las que se mezclaban esperanza yescepticismo. Das antes, algunos mensajeros haban abandonado el campo rebelde paraentrar en Poitain disfrazados de mercaderes, caldereros y buhoneros. Su tarea era urgir alos vasallos y partidarios del conde Trocero a preparar incursiones y ataques dediversin para confundir a los realistas, o para atraerles a una ftil persecucin de bandas de saqueadores. Una vez estos agentes hubieran llevado a cabo su labor, elejrcito rebelde recibira una seal para ponerse en marcha: una flecha poitaniaempapada en sangre. Entretanto, todos tenan los nervios tensos en espera del mensaje.

    Prspero dijo:

    -No me preocupa el alzamiento de Poitain, que es tan seguro como algo pueda serlo eneste mundo azaroso, sino la prometida diputacin de los barones norteos. Si nollegamos a Culario antes del noveno da del mes primaveral, tal vez se marchen denuevo, pues les habr llegado el tiempo de la siembra.

    Conan gru, y apur las heces de su copa. Los aristcratas del norte, en latente revueltacontra Numedides, haban prometido prestar apoyo a los rebeldes. Pero no querancomprometerse abiertamente con una rebelin estigmatizada por el fracaso. Si la bandera del Len se quebraba en el Alimane, o s la revuelta poitania no llegaba a producirse, nada atara a aquellos nobles egostas con la causa rebelde.

    La precaucin de los barones era comprensible; pero la incertidumbre clavaba susagudas espuelas en el alma de los caudillos rebeldes. Si tenan que aguardar en la planicie de Palios hasta que los poitanios mandaran su seal secreta, tendran tiempode encontrarse en Culario el da acordado? Aunque su naturaleza brbara le apremiaratozudamente, Conan aconsejaba paciencia hasta que llegase la seal poitania. Pero susoficiales seguan en la incertidumbre, o presentaban planes diversos.

    As, los caudillos rebeldes discutieron de noche hasta muy tarde. Prspero quera dividir

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    el ejrcito en tres contingentes, y arrojarlos a la vez contra los tres mejores vados: los deMevano, Nogara y Tunis.

    Conan neg con la cabeza.

    -Procas esperar que hagamos eso -dijo.

    -Entonces, qu? -dijo Prspero, frunciendo el ceo. Conan despleg el mapa, y con undedo ndice lleno de cicatrices seal el vado que quedaba en medio, el Nogara.

    -Pondremos en prctica una estratagema aqu, con slo dos o tres compaas. Sabis queexisten trucos para hacer creer al enemigo que hemos ido en nmero ms grande que elreal. Plantaremos tiendas vacas, encenderemos ms hogueras de la cuenta en loscampamentos y haremos desfilar a las compaas ante el enemigo para hacerlasdesaparecer luego en un bosquecillo y, saliendo por el otro lado, repetir una y otra vez lamisma operacin. Cargaremos un par de balistas hasta las orillas del ro para molestar alas patrullas que lo crucen. Esos chimantes proyectiles harn acudir a toda prisa aProcas y su ejrcito.

    T, Prspero, estars al mando de esta maniobra -aadi Conan. Al saber que tendraque perderse la batalla principal, el joven comandante empez a formular una objecin, pero Conan le hizo callar-. Trocero, t y yo nos pondremos al mando de las tropasrestantes, una mitad hacia el Mevano y la otra al Tunis, y asaltaremos los dos vados. Sihay suerte, atraparemos a Procas en una tenaza.

    -Tal vez tengas razn -murmur Trocero-. Si nuestros poitanios se amotinan en laretaguardia de Procas...

    -Que los dioses sonran a tu plan, general -dijo Publius-. Si no, todo est perdido!

    -Ah, mi triste amigo! -dijo Trocero-. La guerra es un negocio arriesgado, y no podemos perder en ella menos que t. Ganemos o perdamos, tendremos que ir juntos hasta elfinal.

    -S, aun hasta el patbulo -murmur Publius.

    Tras la tela que divida en dos la tienda de Conan, su amante yaca tendida sobre unlecho de pieles, y su esbelto cuerpo reluca a la dbil luz de una nica vela, cuya llamatemblorosa se reflejaba extraamente en sus ojos de color esmeralda y en el turbiointerior del pequeo talismn de obsidiana que reposaba en el oloroso valle de sus pechos. Sonrea como una gata.

    Antes del alba, la apremiante mano de un centinela hizo salir del lecho a Trocero. Elconde bostez, se estir, parpade, y apart irritado la mano del guardia.

    -Basta! -grit-. Ya estoy despierto, patn, aunque parece que todava no hay luzsuficiente para pasa