Vida Y Santidad

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Colección ÿEL POZO DE SIQUEMŸ

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Thomas Merton

Vida y santidadPrólogo: Henry J.M. Nouwen

Editorial SAL TERRAESantander 2006

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Título del original en inglés:Life and Holiness

© 1963 by The Abbey of Gethsemani, Inc.Publicado por Image Books / Doubleday

New York - London - Toronto - Sidney- Auckland

Traducción:Josep Vallverdú i Aixalà

Traducción del Prólogo:Ramón Alfonso Díez Aragón

© 2006 by Editorial Sal TerraePolígono de Raos, Parcela 14-I

39600 Maliaño (Cantabria)Tfno.: 942 369 198Fax: 942 369 201

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Con las debidas licenciasImpreso en España. Printed in Spain

ISBN: 84-293-1648-5Depósito Legal: BI-859-06

Impresión y encuadernación:Grafo, S.A. Basauri (Vizcaya)

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IN MEMORIAM: LOUIS MASSIGNON 1883-1962

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¸ndice

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PPrróóllooggoo,, por Henri J.M. Nouwen . . . . . . . . . . . . . . . . 11IInnttrroodduucccciióónn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

11.. LLooss iiddeeaalleess ccrriissttiiaannooss . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Sacados de las tinieblas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21Un ideal imperfecto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28Santos de escayola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32Las ideas y la realidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38

22.. LLooss iiddeeaalleess,, ppuueessttooss aa pprruueebbaa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

La nueva ley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45œCuál es la voluntad de Dios? . . . . . . . . . . . . . . . . 48Amor y obediencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Cristianos adultos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58El realismo en la vida espiritual . . . . . . . . . . . . . . 63

33.. CCrriissttoo,, eell ccaammiinnoo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

La Iglesia santifica a sus miembros . . . . . . . . . . . 67Santidad en Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

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La gracia y los sacramentos . . . . . . . . . . . . . . . . . 74Vida en el Espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Carne y espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

44.. LLaa vviiddaa ddee ffee . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

Fe en Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83La existencia de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87Fes humanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89La fe del Nuevo Testamento . . . . . . . . . . . . . . . . . 91

55.. CCrreecceerr eenn CCrriissttoo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

Caridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99Perspectivas sociales de la caridad . . . . . . . . . . . . 101Trabajo y santidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107Santidad y humanismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114Problemas prácticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118Abnegación y santidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

CCoonncclluussiióónn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

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Prólogo

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IDA y santidad fue escrito por Thomas Merton hacemás de treinta años. Es una declaración directa,

clara, inteligente y muy convincente sobre lo que significaser cristiano.

La lectura de este libro me ha traído a la memoria miúnico encuentro con Merton y la breve conversación quemantuvimos durante una visita que hice a la Abadía deGethsemani. Me impresionó su gravedad. Directo, abierto,sin sentimentalismos y siempre con un brillo en los ojos.Así era Merton. Así es este libro.

Muchas veces me pregunto: ÿœQué libro podría reco-mendar a quien quisiera saber lo que significa ser cristia-no?Ÿ. Éste es ese libro, sin lugar a dudas. No es un libroacerca de doctrinas ni de dogmas, sino acerca de la vida enCristo. Se podría haber titulado Cristo en el centro, porqueen todo lo que Merton dice sobre vida y santidad pone aCristo en el centro. En este sentido, afirma: ÿ...fe es el re-chazo de todo lo que no sea Cristo,con el fin de que todavida, toda verdad, toda esperanza, toda realidad puedan

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ser buscadas y halladas „en Cristo‰Ÿ. Y, con toda su enor-me sencillez, se trata de un libro radical que nos llama auna entrega absoluta y a un compromiso total.

La lectura de este libro me pone en contacto con lo quees permanente, duradero y ÿde DiosŸ. Desde la muerte deMerton han pasado tantas cosas que casi parece que todoslos cimientos sólidos se han desvanecido bajo nuestrospies, parece que nos hemos convertido en personas quetratan de cruzar un lago saltando de un bloque de hielo flo-tante a otro. Lo que deseamos es algo que nos dé un fun-damento sólido, algo en lo que poder confiar, algo que seaverdadero. Merton nos dice: –Ese algo es Alguien! EsJesús quien nos guía a través de este valle de tinieblas dán-donos su propio espíritu, su propia vida, su propio amor. Yporque está centrado radicalmente en Cristo, este libro esun clásico, no sujeto a las modas intelectuales pasajeras decada momento. Y hoy su alimento espiritual es tan sabro-so como el día en que fue escrito.

En su autobiografía, La montaña de los siete círculos,Merton recuerda una conversación con su amigo Bob Lax.Mientras paseaban por la Sexta Avenida de la ciudad deNueva York, una tarde de primavera, Bob Lax se volvió depronto hacia él y le preguntó:

ÿ En definitiva, œqué es lo que tú quieres ser? No lo sé, supongo que lo que quiero es ser un buen

católico le respondió Merton. œQué quieres decir con eso de que quieres ser un

buen católico?... Tendrías que decir... que quieres sersanto.

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œCómo esperas que yo llegue a ser santo? Queriéndolo. No puedo ser santo. No puedo... dijo Merton. Lo único que necesitas para ser santo es quererlo.

œAcaso no crees que Dios hará de ti aquello para lo quete creó si tú consientes que Él lo haga? Lo único que tie-nes que hacer es desearloŸ*.

Merton comprendió el poder del reto de su amigo.Mucho más tarde, después de veintidós años de vida co-mo trapense, escribió este libro esencial y enormementepráctico sobre el camino hacia la santidad. –Por supuestoque sabía sobre lo que estaba escribiendo! Escribe conhumildad y convicción, con bondad y vigor, con humor ysabiduría.

Merton murió hace veintisiete años. Su amigo BobLax vive ahora en Patmos. Estoy seguro de que Bob son-reirá con gratitud cuando vea este libro de nuevo y recuer-de su paseo con Tom hace muchos, muchos años.

HENRI J.M. NOUWEN

Toronto, 1996

* Tomado de The Seven Storey Mountain, Harcourt, Brace and Co., NewYork 1948, 1978 (New American Library 1961), pp. 237-238. (Trad.cast.: La montaña de los siete círculos, Porrúa, México D.F. 1999).

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Introducción

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STE pretende ser un libro muy sencillo, un tratadoelemental sobre unas pocas ideas fundamentales

de la espiritualidad cristiana. De ahí que haya de ser útil atodo cristiano y, más aún, a cualquier persona que deseefamiliarizarse con algunos principios de la vida interior talcomo la entiende la Iglesia católica. Nada se dice aquí detemas como la ÿcontemplaciónŸ o la ÿoración mentalŸ. Y,sin embargo, el libro subraya aquel aspecto de la vida cris-tiana que es a la vez el más común y el más misterioso: lagracia, el poder y la luz de Dios en nosotros, que purificannuestros corazones, nos transforman en Cristo, nos hacenverdaderos hijos de Dios y nos capacitan para actuar en elmundo como instrumentos suyos para el bien de todos loshombres y para su gloria.

Ésta es, por tanto, una meditación sobre algunos temasfundamentales apropiados para la vida activa. Tenemosque decir de inmediato que la vida activa es esencial para

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todo cristiano. Claro está que la vida activa debe tener mássignificado que la vida que se vive en los institutos reli-giosos de varones y mujeres que se dedican a la enseñan-za, al cuidado de los enfermos, etcétera. (Cuando se hablade la ÿvida activaŸ frente a la ÿvida contemplativaŸ, elsentido es el descrito). Aquí la acción no se consideraopuesta a la contemplación, sino como una expresión de lacaridad y como una consecuencia necesaria de la unióncon Dios por el bautismo.

La vida activa es la participación del cristiano en la mi-sión de la Iglesia en la tierra, lo cual significa llevar a otraspersonas el mensaje del Evangelio, administrar los sacra-mentos, realizar obras de misericordia, cooperar en los es-fuerzos mundiales por la renovación espiritual de la socie-dad y el establecimiento de la paz y el orden, sin los quela raza humana no podrá alcanzar su destino. Incluso elÿcontemplativoŸ enclaustrado está implicado inevitable-mente en las crisis y los problemas de la sociedad a la quetodavía pertenece como miembro (ya que participa de susbeneficios y comparte sus responsabilidades). También éltiene que participar ÿactivamenteŸ, hasta cierto punto, enla obra de la Iglesia, no sólo con su oración y santidad, si-no también con su comprensión y solicitud.

Incluso en los monasterios contemplativos, el trabajoproductivo es esencial para la vida de la comunidad y re-presenta, por lo general, un servicio para la sociedad en suconjunto. Incluso los contemplativos, pues, quedan impli-cados en la economía de la nación a la que pertenecen. Esjusto que deban comprender la naturaleza de su servicio y

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algunas de sus implicaciones. Esto es aún más cierto cuan-do el monasterio ofrece a las personas el ÿservicioŸ su-mamente esencial, por cierto de cobijo y recogimientodurante los tiempos de retiro espiritual.

Pero he declarado que este libro no va a tratar sobre loscontemplativos. Baste decir que todos los cristianos debe-rían poner interés en la ÿvida activaŸ tal como aquí serátratada: la vida que, respondiendo a la divina gracia y enunión con la autoridad visible de la Iglesia, dedica sus es-fuerzos al desarrollo espiritual y material de toda la co-munidad humana.

No significa ello que este libro pretenda tratar de lastécnicas específicas apropiadas para la acción cristiana enel mundo. Su ámbito de interés se limita más bien a la vi-da de la gracia, de la cual debe brotar toda acción cristia-na válida. Si la vida cristiana es como una vid, entonceseste libro tiene que tratar más del sistema de sus raíces quede las hojas y los frutos.

œEs extraño acaso que en este libro sobre la vida acti-va se acentúe no tanto lo referente a la energía, fuerza devoluntad y acción, cuanto lo relativo a la gracia y la inte-rioridad? No, porque éstos son los verdaderos principiosde la actividad sobrenatural. Una actividad basada en lasacometidas e impulsos de la ambición humana es un espe-jismo y un obstáculo que se pone a la gracia. Se interponeen el camino de la voluntad de Dios y crea problemas, enlugar de resolverlos. Debemos aprender a distinguir entrela pseudo-espiritualidad del activismo y la auténtica vita-lidad y energía de la acción cristiana guiada por el Espíri-

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tu. Al mismo tiempo, no hemos de crear una división en lavida cristiana dando por supuesto que toda actividad es encierto modo peligrosa para la vida espiritual. La vida espi-ritual no es una vida de retiro y quietud, un invernaderodonde crecen prácticas ascéticas artificiales fuera del al-cance de la gente que vive la vida ordinaria. Donde el cris-tiano puede y tiene que desarrollar su unión espiritual conDios, es precisamente en sus deberes y tareas de la vidaordinaria.

Este principio no es en absoluto nuevo, pero puede queno sea fácil de aplicar en la práctica. Un escritor o predica-dor que suponga que es fácil, puede desorientar gravemen-te a aquellos que intentan seguir su consejo. El trabajo enun contexto humano normal y sano, el trabajo con una me-dida humana sana y moderada, integrado en un medio so-cial productivo, es por sí solo capaz de contribuir enorme-mente a la vida espiritual. Pero el trabajo desordenado,irracional, improductivo, dominado por los agotadores afa-nes y excesos de una lucha a escala mundial por el poder yla riqueza, no va necesariamente a aportar una contribuciónválida a las vidas espirituales de todas las personas que lorealizan. De ahí la importancia de considerar la naturalezadel trabajo y su lugar en la vida cristiana.

A dicho asunto dedica este libro algunas páginas, aun-que no lo trate de forma exhaustiva. Hemos ignorado zo-nas enteras de angustia y confusión. He creído suficienteindicar brevemente que el trabajo diario del ser humano esun elemento importantísimo de la vida espiritual y que,para que el trabajo sea realmente santificador, el cristiano

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no debe sólo ofrecerlo a Dios en un esfuerzo mental y sub-jetivo de su voluntad, sino que debe afanarse por integrar-lo dentro del esquema del interés cristiano por el orden yla paz en el mundo. El trabajo de todo cristiano no sólo de-be ser honrado y decente, ni exclusivamente productivo,sino que debe rendir un servicio positivo a la sociedad hu-mana. Debe tener parte en el esfuerzo general de todos loshombres en aras de una civilización pacífica y rectamenteordenada en este mundo, porque de ese modo nos ayudainmejorablemente a prepararnos para el otro.

El esfuerzo cristiano por llegar a la santidad (un esfuer-zo que sigue siendo esencial en la vida cristiana) debe,pues, ser situado hoy dentro del contexto de la acción de laIglesia en el umbral de una nueva era. No nos está permiti-do engañarnos a nosotros mismos refugiándonos en un pa-sado ya desvanecido. La santidad no es ni ha sido nuncauna deserción de la responsabilidad y de la participación enla tarea fundamental del ser humano de vivir justa y pro-ductivamente en comunidad con sus semejantes.

El 11 de octubre de 1962, el papa Juan XXIII inauguróel concilio Vaticano II con estas palabras profundamenteconmovedoras: ÿEn el orden actual de las cosas, la divinaProvidencia nos guía hacia un nuevo orden de relacioneshumanas que, por los esfuerzos de los hombres y aún másallá de sus perspectivas, están encaminadas hacia el cum-plimiento de los designios altísimos e inescrutables deDiosŸ.

La santidad cristiana en nuestra época significa, másque nunca, la conciencia de nuestra común responsabili-

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dad de cooperar con los misteriosos designios de Dios pa-ra la raza humana. Esta conciencia será ilusoria a menosque esté iluminada por la gracia divina, robustecida por unesfuerzo generoso y perseguida en colaboración no sólocon las autoridades de la Iglesia, sino con todos los hom-bres de buena voluntad que están trabajando sinceramentepor el bien temporal y espiritual de la raza humana.

THOMAS MERTON

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1Los ideales cristianos

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SSaaccaaddooss ddee llaass ttiinniieebbllaass

todo cristiano bautizado le obligan las promesas delbautismo a renunciar al pecado y entregarse por

entero, sin reservas, a Cristo, con el fin de cumplir su vo-cación, salvar su alma, entrar en el misterio de Dios y en-contrarse allí perfectamente ÿen la luz de CristoŸ.

Como nos recuerda san Pablo (1 Co 6,19), ÿno nospertenecemosŸ. Pertenecemos por entero a Cristo, cuyoEspíritu tomó posesión de nosotros en el bautismo. SomosTemplos del Espíritu Santo. Nuestros pensamientos, nues-tras acciones, nuestros deseos son, de pleno derecho, mássuyos que nuestros. Pero hemos de luchar para asegurar-nos de que Dios recibe siempre de nosotros lo que le de-bemos por derecho propio. Si no nos esforzamos por su-perar nuestra debilidad natural, nuestras pasiones desorde-nadas y egoístas, lo que en nosotros pertenece a Dios que-

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dará fuera de la influencia del poder santificante de suamor, será corrompido por el egoísmo, cegado por el de-seo irracional, endurecido por el orgullo, y terminará, a lalarga, hundiéndose en el abismo de negación moral quellamamos ÿpecadoŸ.

El pecado es el rechazo de la vida espiritual, del ordeny la paz interiores que provienen de nuestra unión con lavoluntad divina. En suma, el pecado es el rechazo de la vo-luntad de Dios y de su amor. No es sólo negarse a ÿhacerŸesto o aquello que Dios quiere, ni la determinación de ÿha-cerŸ lo que Dios prohíbe. Es, más radicalmente, la obsti-nación en no ser lo que somos, el rechazo de nuestra rea-lidad espiritual misteriosa y contingente, oculta en el mis-terio mismo de Dios. El pecado es la negativa a ser aque-llo para lo que fuimos creados: hijos de Dios, imágenes deDios. En último término, el pecado, aunque parezca unaafirmación de libertad, es una huida de la libertad y la res-ponsabilidad de la filiación divina.

Todo cristiano, por tanto, está llamado a la santidad ya la unión con Cristo mediante la guarda de los manda-mientos de Dios. Sin embargo, algunos seres humanos conuna vocación especial han contraído, mediante los votosreligiosos, una obligación más solemne y se han compro-metido a tomarse especialmente en serio la vocación cris-tiana fundamental a la santidad. Han prometido emplearciertos medios definidos y más eficaces para ÿser perfec-tosŸ: los consejos evangélicos. Se obligan a sí mismos aser pobres, castos y obedientes, renunciando con ello a supropia voluntad, negándose a sí mismos y liberándose de

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lazos mundanos con el fin de entregarse a Cristo de unmodo aún más perfecto. Para ellos, la santidad no es sim-plemente algo que se busca como un fin último, sino quees su ÿprofesiónŸ: no tienen otro trabajo en la vida que sersantos, y todo se subordina a ese fin, que para ellos es pri-mario e inmediato.

Sin embargo, el hecho de que las religiosas, los reli-giosos y los clérigos tengan una obligación profesional deesforzarse por ser santos debe entenderse con propiedad.No significa que únicamente ellos sean plenamente cris-tianos, como si los laicos fueran en algún sentido menosverdaderamente cristianos y miembros menos plenos deCristo que ellos. San Juan Crisóstomo, que en su juventudestuvo muy cerca de creer que nadie podía salvarse si nohuía al desierto, reconoció en su edad madura, siendo pri-mero obispo de Antioquía y más tarde de Constantinopla,que todos los miembros de Cristo son llamados a la santi-dad por el mero hecho de ser sus miembros. Sólo hay unamoral, una santidad para los cristianos, y es la que se pro-pone a todos en los Evangelios. El estado laical es necesa-riamente bueno y santo, ya que el Nuevo Testamento nosdeja libres para elegirlo. Pero para vivir el estado laical noes basta con mantener un tipo de santidad estática y míni-ma, limitándose a ÿevitar el pecadoŸ. A veces la diferen-cia entre los estados de vida se deforma y simplifica tanexageradamente en las mentes de los cristianos que pare-ce que éstos piensan que, mientras los sacerdotes, los reli-giosos y las religiosas están obligados a crecer y progresaren la perfección, del laico sólo se espera que se mantenga

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en estado de gracia y, pegado a la sotana del sacerdote, porasí decirlo, se deje llevar al cielo por aquellos especialis-tas, que son los únicos llamados a la ÿperfecciónŸ.

San Juan Crisóstomo señala que el mero hecho de quela vida del monje sea más austera y más difícil no deberíallevarnos a pensar que la santidad cristiana es principal-mente una cuestión de dificultad. Esto llevaría a la falsaconclusión de que, como la salvación parece menos arduapara el laico, también es, de alguna extraña manera, unasalvación menos verdadera. Por el contrario, dice Crisós-tomo, ÿDios no nos ha tratado [a los laicos y al clero se-cular] con tanta severidad como para exigirnos austerida-des monásticas como una obligación, sino que ha dejado atodos la libertad de elegir [en materia de consejos]. Hayque ser castos en el matrimonio, hay que ser moderados enlas comidas... No se os ha ordenado que renunciéis a vues-tras propiedades. Dios sólo os ordena que no robéis y quecompartáis vuestras propiedades con aquellos que carecende lo que necesitanŸ (Comentario a la Primera Carta alos Corintios 9,2).

En otras palabras, la templanza, la justicia y la caridadordinarias, que todo cristiano debe practicar, son santifi-cantes de la misma manera que la virginidad y la pobrezadel religioso. Cierto es que la vida de los religiosos consa-grados tiene una dignidad y una perfección intrínseca ma-yores. El religioso asume un compromiso más radical ymás total de amor a Dios y al prójimo. Pero no hay quepensar que ello significa que la vida del laico queda de-gradada hasta la insignificancia. Por el contrario, hemos

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de reconocer que el estado matrimonial es también santi-ficante en grado sumo por su misma naturaleza y puede,ocasionalmente, implicar tales sacrificios y tal abnegaciónque, en determinados casos, podrían ser incluso más efec-tivos que los sacrificios de la vida religiosa. Quien, de he-cho, ame más perfectamente estará más cerca de Dios, seao no laico.

De ahí que san Juan Crisóstomo proteste de nuevocontra el error de que sólo los monjes tienen que esforzar-se por alcanzar la perfección, mientras que los laicos sólotienen que evitar el infierno. Por el contrario, tanto los lai-cos como los monjes han de llevar una virtuosa vida cris-tiana, muy positiva y constructiva. No basta con que el ár-bol permanezca vivo, sino que además ha de dar fruto.ÿNo basta con dejar EgiptoŸ, nos dice, ÿhay que caminar,además, hacia la Tierra prometidaŸ (Homilía XVI sobre laCarta a los Efesios). Al mismo tiempo, aun la prácticaperfecta de uno u otro de los consejos, como la virginidad,por ejemplo, no tendría sentido si quien lo practicara care-ciese de las virtudes más elementales y universales de jus-ticia y caridad. Dice: ÿEn vano ayunáis y dormís en el du-ro suelo, coméis cenizas y lloráis sin cesar. Si no sois úti-les a nadie, no hacéis nada de importanciaŸ (Homilía VIsobre la Carta a Tito). ÿAunque seas una virgen, serásarrojada de la cámara nupcial si no das limosnasŸ (Homi-lía LXXVII sobre el Evangelio de Mateo). No obstante, losmonjes tienen un papel importante que desempeñar dentrode la Iglesia. Sus oraciones y su santidad son de un valorinsustituible para toda la Iglesia. Su ejemplo enseña al lai-

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co a vivir también como ÿun extraño y peregrino en estatierraŸ, desasido de las cosas materiales y preservando sulibertad cristiana en medio de la vana agitación de las ciu-dades, porque él busca en todas las cosas únicamente com-placer a Cristo y servirlo en el prójimo.

En suma, según Juan Crisóstomo, ÿlas bienaventuran-zas pronunciadas por Cristo no pueden quedar reservadaspara el exclusivo uso de los monjes, porque ello signifi-caría la ruina del universoŸ*.

En realidad, todos cuantos hemos sido bautizados enCristo y nos hemos ÿvestido de CristoŸ como nueva iden-tidad, estamos obligados a ser santos como Él es santo.Estamos obligados a vivir una vida digna, y nuestras ac-ciones deben ser testimonio de nuestra unión con Él. Éldeberá manifestar su presencia en nosotros y a través denosotros. Aunque es posible que la cita nos sonroje, hemosde reconocer que estas solemnes palabras de Cristo van di-rigidas a nosotros:

ÿVosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultaruna ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco seenciende una vela para meterla debajo del celemín, sinopara ponerla en el candelero y que alumbre a todos losde la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres,para que vean vuestras buenas obras y den gloria avuestro Padre que está en el cieloŸ (Mt 5,14-16).

* Para la doctrina de Juan Crisóstomo acerca del estado monástico y lai-cal, véase J.-M. LEROUX, ÿMonachisme et communauté chrétiennedÊaprès S. Jean ChrysostomeŸ, en Théologie de la vie monastique, Pa-ris 1961, pp. 143ss.

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Los Padres de la Iglesia, particularmente Clemente deAlejandría, creían que la ÿluzŸ en el hombre es su filiacióndivina, la Palabra que habita en él. Por tanto, enseñabanque toda la vida cristiana se resume en un servicio a Diosque no es sólo cuestión de culto externo, sino de ÿavivarlo que en nosotros hay de divino por medio de una infati-gable caridadŸ (Stromata 7,1). Clemente añade que el pro-pio Cristo nos enseña el camino de la perfección y que to-da la vida cristiana es un curso de educación espiritual acargo del único Maestro, a través de su Espíritu Santo. Alescribir esto, se dirigía a los laicos.

Se supone que somos la luz del mundo. Se supone quesomos luz para nosotros y para los demás. –Quizás ello ex-plique por qué el mundo está sumido en tinieblas! Enton-ces, œqué se entiende por la luz de Cristo en nuestras vi-das? œQué es la ÿsantidadŸ? œQué es la filiación divina?œEn serio se supone que somos santos? œSe puede deseartal cosa sin pasar a los ojos de los demás por loco de re-mate? œNo será una presunción? En todo caso, œes posi-ble? Para decir la verdad, muchos laicos e incluso muchosreligiosos no creen que, en la práctica, la santidad sea po-sible para ellos. œEs esto mero sentido común? œEs quizáhumildad? œO es traición, derrotismo y desesperanza?

Si somos llamados por Dios a la santidad de vida, y sila santidad queda fuera del alcance de nuestra capacidadnatural (lo cual es cierto), de ello se sigue que el propioDios ha de darnos la luz, la fuerza y el valor para cumplirla tarea que Él nos pide. Nos dará ciertamente la gracia

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que necesitamos. Si no acabamos siendo santos, es porqueno sabemos aprovechar su don.

UUnn iiddeeaall iimmppeerrffeeccttoo

Con todo, hemos de ir con tiento para no simplificar en ex-tremo este delicado problema. No debemos pensar irrefle-xivamente que el fracaso de los cristianos a la hora de serperfectos es debido siempre a mala voluntad, a pereza o asimple pecaminosidad. Más bien se debe a confusión, ce-guera, debilidad y malentendidos. No apreciamos real-mente el sentido y la grandeza de nuestra vocación. No sa-bemos cómo valorar las ÿinsondables riquezas de CristoŸ(Ef 3,9). El misterio de Dios, de la redención divina y desu infinita misericordia es generalmente nebuloso e irrealincluso para los ÿhombres de feŸ. De ahí que no tengamosvalor ni fuerza para responder a nuestra vocación en todasu profundidad. Inconscientemente, la falsificamos, defor-mamos sus verdaderas perspectivas y reducimos nuestravida cristiana a una especie de propiedad gentil y social.Así las cosas, la ÿperfecciónŸ cristiana deja de consistir enuna ardua y extraña fidelidad al espíritu de gracia en la ne-grura de la noche de la fe. En la práctica, se transforma enuna respetable conformidad con lo que comúnmente seacepta como ÿbuenoŸ en la sociedad en cuyo seno vivi-mos. De este modo se pone el acento en los signos exter-nos de respetabilidad.

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Ciertamente, esta exterioridad no debe rechazarse deplano como fariseísmo, otro cliché demasiado cómodo.Puede, de hecho, haber mucha bondad moral real en estaclase de respetabilidad. Las buenas intenciones no se pier-den a los ojos del Señor. Sin embargo, siempre habrá cier-ta falta de profundidad y una determinada parcialidad yfalta de totalidad que hará imposible que tales personas al-cancen la plena semejanza con Cristo o, al menos, logrentrascender las limitaciones de su grupo social haciendo lossacrificios que les exige el Espíritu de Cristo, sacrificiosque los alejarán de algunos de sus allegados y les im-pondrán decisiones de una solitaria y terrible responsabi-lidad.

El camino de la santidad cristiana es, en todo caso, du-ro y austero. Hemos de ayunar y orar. Hemos de abrazarlas dificultades y el sacrificio por amor a Cristo y con elfin de mejorar la condición del ser humano sobre la tierra.No estamos autorizados a gozar meramente de las cosasbuenas de la vida, ÿpurificando nuestra intenciónŸ de vezen cuando para asegurarnos de que lo hacemos todo ÿporDiosŸ. Tales operaciones mentales, puramente abstractas,son únicamente una lamentable excusa para la mediocri-dad. No nos justifican a los ojos de Dios. No basta con ha-cer gestos piadosos. Nuestro amor a Dios y al hombre nopuede ser meramente simbólico, sino que ha de ser abso-lutamente real. No se trata simplemente de una operaciónmental, sino de la entrega y el compromiso de nuestro sermás íntimo.

Obviamente, ello significa ir un poco más allá de los

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insulsos sermones de esa religión popular que ha llevado acierta gente a creer que entre nosotros tiene lugar un ÿre-surgimiento religiosoŸ. –No lo aseguremos tan a la ligera!El mero hecho de que las personas estén asustadas e inse-guras, se aferren a eslóganes optimistas, acudan con másfrecuencia a la iglesia y busquen pacificar sus atribuladasalmas mediante máximas estimulantes y humanitarias, noes en modo alguno índice de que nuestra sociedad estévolviéndose ÿreligiosaŸ. De hecho, puede que sea un sín-toma de enfermedad espiritual. Ciertamente, es bueno te-ner conciencia de nuestros síntomas, pero ello no justificaque los paliemos con curanderismos.

No nos engañemos, por tanto, con fáciles e infantilesconcepciones de la santidad.

Por desgracia, es muy posible que una religiosidad su-perficial, carente de unas raíces verdaderamente profundasy de una fructífera relación con las necesidades de los se-res humanos y de la sociedad, resulte ser, a la larga, unaevasión de las imperiosas obligaciones religiosas. Nuestraépoca necesita algo más que personas devotas que acudenasiduamente al templo, que evitan cometer faltas graves(al menos las faltas fácilmente identificables como tales),pero que raras veces hacen nada constructivo o positiva-mente bueno. No basta con ser exteriormente respetable.Al contrario, la mera respetabilidad exterior, sin valoresmorales más profundos o positivos, no acarrea a la fe cris-tiana sino descrédito.

La experiencia de las dictaduras del siglo XX ha mos-trado la posibilidad de que algunos cristianos vivan y tra-

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bajen en una sociedad extremadamente injusta cerrandolos ojos a toda clase de males, y quizá incluso participan-do en dichos males, al menos por omisión, interesados tansólo en su propia vida de piedad compartimentada, cerra-da a cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra. Claro está,pues, que dicha pobre excusa de religión contribuye efec-tivamente a la ceguera e insensibilidad moral y, en últimainstancia, conduce a la muerte del cristianismo en nacio-nes enteras o en zonas muy amplias de la sociedad. Sin du-da, es esto lo que ha abocado al gran problema modernode la Iglesia: la pérdida de la clase trabajadora.

Por ello, quizá sea aconsejable hablar de ÿsantidadŸmás que de ÿperfecciónŸ. Una persona ÿsantaŸ es aquellaque está santificada por la presencia y la acción de Dios enella. Es ÿsantaŸ porque vive tan hondamente inmersa en lavida, la fe y la caridad de la ÿsanta IglesiaŸ que ésta ma-nifiesta su santidad dentro y a través de ella. Pero si uno secentra en la ÿperfecciónŸ, con seguridad tendrá una acti-tud egoísta más sutil. Puede que corra el riesgo de querercontemplarse a sí mismo como un ser superior, completoy adornado de toda suerte de virtudes, aislado de todos losdemás y en grato contraste con ellos. La idea de ÿsanti-dadŸ parece implicar algo de comunión y solidaridad conun ÿpueblo santo de DiosŸ. La noción de ÿperfección es-piritualŸ es más bien apropiada para un filósofo que, debi-do al conocimiento y la práctica de disciplinas esotéricas,despreocupado de las necesidades y deseos de otros hom-bres, ha alcanzado un estado de tranquilidad en que las pa-siones han dejado ya de atormentar su alma pura.

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No es ésa la idea cristiana de la santidad.SSaannttooss ddee eessccaayyoollaa

Un sapientísimo consejo que da san Benito a sus monjesen su Regla es que no tienen que desear ser llamados san-tos antes de serlo, sino que deben primero hacerse santos,con el fin de que su reputación de santidad se base en larealidad. Lo cual pone de manifiesto la gran diferencia en-tre la perfección espiritual real y la idea humana de per-fección. O quizá hubiera que referirse, más afinadamente,a la diferencia entre la santidad y el narcisismo.

La idea popular de un ÿsantoŸ está, desde luego, basa-da naturalmente en la santidad que la Iglesia ofrece anuestra veneración en la persona de hombres y mujeresheroicos. No hay nada sorprendente en el hecho de que lossantos queden muy pronto estereotipados en la mente delcristiano corriente; y todos, si reflexionan, admitirán fácil-mente que el estereotipo tiende a ser irreal. Las conven-ciones de la hagiografía han acentuado por lo común lairrealidad de dicha representación, y el arte piadoso hacompletado en muchos casos la obra, coronándola de he-cho. De esta forma, el cristiano que se esfuerza por alcan-zar la santidad tiende inconscientemente a reproducir en símismo algunos rasgos de la imagen estereotipada popular.O más bien, como desgraciadamente es difícil lograr eléxito en esta empresa, se imagina a sí mismo obligado encierto sentido a seguir el modelo, como si se tratara real-mente de un modelo propuesto por la misma Iglesia para

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su imitación, en vez de una caricatura puramente conven-cional y popular de una realidad misteriosa: la semejanzade los santos con Cristo.

La imagen estereotipada es fácil de trazar aquí: se tra-ta, esencialmente, de una imagen sin el menor defecto mo-ral. El santo, si acaso pecó alguna vez, se volvió impeca-ble tras una perfecta conversión. Como la impecabilidadno basta, es elevado por encima de la más pequeña posibi-lidad de sentir tentación alguna. Claro está que es tentado,pero la tentación no presenta dificultades. Él tiene siemprela respuesta absoluta y heroica. Se arroja al fuego, al aguahelada o a las zarzas antes que enfrentarse a una remotaocasión de pecar. Sus intenciones son siempre las más no-bles. Sus palabras son siempre los más edificantes clichés,que encajan en la situación con una transparencia que de-sarma y acalla incluso la intención de diálogo. Ciertamen-te, los ÿperfectosŸ, en este sentido apabullante, son eleva-dos por encima de la necesidad y hasta de la capacidad deun diálogo plenamente humano con sus semejantes. Ca-recen de humor, como carecen de asombro, de sentimien-to y de interés por los asuntos corrientes de la humanidad.Aunque, claro está, acuden al lugar con el preciso acto devirtud requerido por cada situación. Allí están siempre, be-sando las llagas del leproso en el mismo momento en queel rey y su noble séquito aparecen por la esquina y se de-tienen en su camino, mudos de admiración...

No hay nadie que no se sonría ante el ingenuo princi-piante que se embarca confiadamente en la reproducciónde este tipo de imagen en su vida. Siempre le dirán que

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afronte la realidad; en cambio, cuando le recuerdan loscrudos hechos de la vida, œno llegamos a pensar, secreta-mente, que, después de todo, él lleva razón? La santidades, en efecto, un culto a lo absoluto. Es intransigente y nisiquiera considera que pueda haber un término medio. Enel fondo de nuestros corazones, œno queremos decir real-mente con esto que el milagro de la santidad es, en ciertomodo, no sólo sobrenatural, sino hasta inhumano? De he-cho, œno equiparamos lo sobrenatural a una tajante nega-ción de lo humano? œNo son la naturaleza y la gracia dia-metralmente opuestas? œNo significa la santidad el recha-zo total y la renuncia absoluta a todo cuanto concuerdacon la naturaleza?

Si pensamos de este modo, estamos admitiendo en lapráctica la realidad de la imagen estereotipada, en cuyocaso no tenemos más alternativa que suponer que éste esel modelo que indefectiblemente debe hacer realidad elperfecto cristiano. œCon qué derecho, pues, disuadimos anuestros semejantes de realizar lo que es en verdad su per-fecto modelo?

El hecho es que nuestro concepto de santidad es ambi-guo y oscuro, y ello quizá se deba a que nuestro conceptode la gracia y de lo sobrenatural es igualmente confuso. Elprincipio de que ÿla gracia supone y perfecciona la natu-ralezaŸ no es en modo alguno un cliché ideado para excu-sar medidas tibias en la vida espiritual. Es la pura verdad,y mientras no nos demos cuenta de que antes de que unapersona pueda hacerse santa debe ser ante todo persona,con toda la humanidad y fragilidad de la condición real del

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ser humano, nunca podremos entender el sentido de la pa-labra ÿsantoŸ. No sólo todos los santos han sido perfecta-mente humanos, no sólo su santidad ha enriquecido y pro-fundizado su humanidad, sino que el más Santo de todoslos santos, la Palabra encarnada, Jesucristo, fue el más serprofunda y perfectamente humano de cuantos seres hanvivido en esta tierra. Debemos recordar que en Él la natu-raleza humana fue totalmente perfecta y, al mismo tiempo,idéntica a nuestra frágil y castigada naturaleza en todas lascosas, excepto en el pecado. Ahora bien, œacaso no es loÿsobrenaturalŸ la economía de nuestra salvación en y através de la Palabra encarnada?

Si hemos de ser ÿperfectosŸ como Cristo es perfecto,hemos de esforzarnos por ser tan perfectamente humanoscomo Él, con el fin de que Él pueda unirnos a su ser divi-no y compartir con nosotros su filiación del Padre celes-tial. De ahí que la santidad no sea cuestión de ser menoshumano, sino más humano que otros hombres. Lo cual im-plica una mayor capacidad de preocupación, sufrimiento,comprensión, simpatía... y también de humor, alegría yaprecio de las cosas buenas y bellas de la vida. Se sigue deello que un pretendido ÿcamino de perfecciónŸ que sim-plemente destruya o frustre los valores humanos precisa-mente por ser humanos, y con el fin de situarse aparte delresto de las personas, a modo de un objeto de admiración,está condenado a no ser más que una caricatura. Y tal ca-ricaturización de la santidad es ciertamente un pecadocontra la fe en la encarnación. Pone de manifiesto despre-cio por la humanidad, por la que Cristo no vaciló en morir

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en la cruz.Sin embargo, tengamos cuidado de no confundir los va-

lores genuinamente humanos con los valores casi menosque humanos que se aceptan en una sociedad desordenada.De hecho, sufrimos más de la distorsión y subdesarrollo denuestras tendencias humanas más profundas que de una so-breabundancia de instintos animales. Por ello, el severo as-cetismo que se inventó para controlar las pasiones violen-tas puede hacer más mal que bien cuando es aplicado a unapersona cuyas emociones nunca han madurado realmente ycuya vida instintiva padece debilidad y desorden.

Debemos reflexionar más profundamente de lo que so-lemos acerca de los efectos que la vida tecnológica mo-derna tiene sobre el desarrollo emocional e instintivo delhombre. Es muy posible que la persona cuya vida se divi-de entre manejar una máquina y ver la televisión sufra,más tarde o más temprano, una privación radical en su na-turaleza y humanidad.

La santidad presupone no sólo una inteligencia huma-na normal, adecuadamente desarrollada y formada me-diante una educación cristiana, una voluntad humana nor-mal, una libertad adiestrada capaz de autoentrega y obla-ción, sino que incluso, y antes que todo eso, presuponeunas emociones humanas sanas y ordenadas. La gracia su-pone y perfecciona la naturaleza, no reprimiendo el instin-to, sino sanándolo y elevándolo a un nivel espiritual.Siempre tiene que haber en la vida cristiana un lugar ade-cuado para la espontaneidad saludable e instintiva. Lasemociones e instintos del hombre actuaron en la sagrada

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humanidad de Cristo, nuestro Señor, el cual mostró en to-das las cosas una humanidad sensible y cálidamente re-ceptiva. El cristiano que desee imitar a su Maestro debeaprender a hacer lo mismo, no imponiéndose un controlrecio y violento de sus emociones (en cuyo caso, la ma-yoría de sus esfuerzos en tal sentido estarán abocados alfracaso), sino dejando que la gracia forme y desarrolle suvida emocional al servicio de la caridad.

Jesús preguntó a los fariseos: ÿœCómo podéis creer vo-sotros, que aceptáis gloria unos de otros?Ÿ (Jn 5,44). Bus-car una heroicidad de virtud que nos dé gloria a los ojos delos demás es en realidad debilitar nuestra fe. El verdaderosanto no es aquel que se ha convencido de que es santo, si-no el que está anonadado por el convencimiento de queDios, y sólo Dios, es santo. Está tan sobrecogido por la rea-lidad de la santidad divina, que comienza a verla por todaspartes. Acaso pueda verla también en sí mismo, pero elloserá probablemente en último lugar, porque en sí mismoseguirá experimentando la nulidad, la pseudo-realidad delegoísmo y del pecado. Con todo, aun en la negrura de nues-tra disposición al mal brillan la presencia y la misericordiadel divino Salvador. El santo es capaz, como decía Dos-toievski, de amar a los otros incluso en su pecado. Pues loque el santo ve en todas las cosas y en todas las personases el objeto de la divina compasión.

Así pues, el santo no busca su propia gloria, sino lagloria de Dios. Y para que Dios pueda ser glorificado entodas las cosas, el santo quiere ser únicamente un instru-mento puro de la voluntad divina. Quiere ser, simplemen-

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te, una ventana a través de la cual haga Dios brillar su mi-sericordia sobre el mundo. Y por ello se esfuerza en sersanto. Lucha por practicar la virtud heroicamente, no paraque se le tenga por virtuoso o por un dechado de santidad,sino para que la bondad de Dios no se oscurezca jamás conun acto egoísta por su parte.

Por eso, quien ama a Dios y busca Su gloria pretendehacerse, por la gracia de Dios, perfecto en el amor, comoÿel Padre del cielo es perfectoŸ (Mt 5,48).

LLaass iiddeeaass yy llaa rreeaalliiddaadd

Siempre resulta un tanto insensato tratar de expresar enunas breves fórmulas, por muy claras que sean, la esenciade la perfección cristiana. A veces hay que hacerlo. Perosiempre que lo intentemos hemos de recordar que no cap-tamos el sentido de las palabras con exactitud, y debere-mos tomar medidas contra el peligro de dar la impresiónde que la santidad puede conseguirse fácilmente siguien-do una simple fórmula determinada. ÿSer santoŸ no escuestión de tomar una receta adecuada y guisar los diver-sos ingredientes de la vida cristiana de acuerdo con unafórmula que sea grata a nuestro paladar. Y, sin embargo, esesto precisamente lo que parecen hacer algunos ÿlibros es-piritualesŸ. Y luego están esas ÿalmas santasŸ que handescubierto un método nuevo que lo resume todo y que, deahora en adelante, resuelve el problema del modo más

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simple para todos y cada uno.Obviamente, es natural que se busque un método sen-

cillo de resolver todos los problemas espirituales. Tradi-cionalmente, la pregunta más fundamental que una perso-na puede formular es: ÿœQué tenemos que hacer?Ÿ (Hch2,37). La respuesta cristiana: ÿConvertíos, haced que osbauticen... para que se os perdonen los pecados; entoncesrecibiréis el Espíritu SantoŸ (2,38), no es la exposición deun método o de una técnica. Al contrario, lo que san Pedrodecía con ello a los fieles de su primer sermón en el pri-mer Pentecostés era que la salvación no consistía tanto enseguir un método cuanto en hacerse miembro del pueblode Dios, el cuerpo de Cristo, y vivir como miembro de di-cho cuerpo, con la vida de dicho pueblo, que es una vidade amor. Pero en este contexto ÿamorŸ no es una meracuestión de afectividad y benigna disposición interior. Elamor, que es esencial para la verdadera vida cristiana, re-quiere participación en todas las luchas, problemas y aspi-raciones de la Iglesia. Amar es comprometerse plenamen-te en la obra de salvación de la Iglesia y en la renovacióny dedicación del hombre y la sociedad a Dios. Ningúncristiano puede desinteresarse de esta obra. Hoy, las di-mensiones de esta tarea son tan amplias como el propiouniverso.

A pesar de ello, la tarea comienza dentro de cada al-ma cristiana. No podemos llevar la esperanza y la reden-ción a otros, a menos que nosotros mismos estemos lle-nos de la luz de Cristo y de su Espíritu. Para poder tomarparte efectivamente en el trabajo de llevar la carga de la

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Iglesia, tenemos antes que ganar fuerza y sabiduría. He-mos de ser educados en el amor. Hemos de empezar a vi-vir la santidad.

No existen fórmulas simples y eficaces, excepto en losEvangelios, donde las palabras ya no son de hombre, sinode Dios. Y, con toda su transparente sencillez, las palabrasde Cristo, palabras de salvación, siguen siendo profunda-mente misteriosas, como todo lo que procede de Dios. Así,si bien está absolutamente claro que somos llamados ÿaser perfectosŸ, y si bien sabemos que la perfección con-siste en ÿguardar los mandamientosŸ (de Cristo), sobre to-do su ÿnuevo mandamiento de amarnos los unos a losotros como Él nos ha amadoŸ, con todo, cada uno tieneque labrarse su salvación en el temor, temblando en elmisterio y en la desconcertante confusión de su propia vi-da individual. Haciéndolo así, todos salimos ganando unnuevo ÿmodoŸ, una nueva ÿsantidadŸ que es privativa decada uno, porque cada uno de nosotros tiene una vocaciónpeculiar de reproducir la semejanza con Cristo de una ma-nera que no es idéntica a la de cualquier otra persona, yaque nunca dos personas son del todo iguales.

Esta ÿbúsquedaŸ del escondido e invisible Dios puedeparecer muy sencilla cuando se reduce a leyes claramenteformuladas y consejos de vida espiritual. No nos resultadifícil imaginarnos nosotros mismos descubriendo ciertascosas buenas que hay que hacer y evitando otras cosas queestán mal: haciendo cosas buenas generosamente, siem-pre, claro está, ÿcon la ayuda de la gracia de DiosŸ y al-canzando así la ÿunión divinaŸ. Con un ideal más o menos

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definido in mente, nos lanzamos a conquistar la santidad,forzando a las realidades de la vida a conformarse a nues-tro ideal. Creemos que todo cuanto se requiere es genero-sidad, fidelidad completa a este ideal.

Lamentablemente, olvidamos que nuestro mismo ide-al puede ser imperfecto y engañoso. Aunque nuestro idealse base en normas objetivas, es posible que interpretemostales normas de una forma muy limitada y subjetiva: talvez las distorsionemos inconscientemente para que se aco-moden a nuestras necesidades y expectativas desordena-das. Estas necesidades y expectativas nuestras, estas exi-gencias que nos planteamos a nosotros mismos, a la viday al mismo Dios, pueden llegar a ser mucho más absurdase ilusorias de lo que podemos llegar a comprender. Y, portanto, toda nuestra idea de perfección, aunque pueda serformulada con palabras teológicamente irreprochables,puede resultar tan totalmente irreal a la hora de la prácticaconcreta, que nos veamos reducidos a la impotencia y a lafrustración. Puede incluso que ÿperdamos nuestra voca-ciónŸ, no porque carezcamos de ideales, sino porque nues-tros ideales no tengan relación alguna con la realidad.

La vida espiritual es una especie de dialéctica entre losideales y la realidad. Digo ÿdialécticaŸ, no ÿcompromi-soŸ. Los ideales, que generalmente se basan en normasascéticas universales ÿpara todas las personasŸ o, cuandomenos, para todas las que ÿbuscan la perfecciónŸ , nopueden realizarse de la misma manera en cada individuo.Cada uno se hace perfecto, no llevando a cabo una medi-da uniforme de perfección universal en su propia vida, si-

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no respondiendo a la llamada y al amor de Dios, que se di-rige a él dentro de las limitaciones y circunstancias de supropia y peculiar vocación. De hecho, nuestra búsquedade Dios no es cuestión de encontrarlo por medio de cier-tas técnicas ascéticas. Más bien, es un aquietamiento y re-ajuste de toda nuestra vida por medio de la abnegación, laoración y las buenas obras, de forma que el propio Dios,que nos busca más de lo que nosotros le buscamos a Él,pueda ÿhallarnosŸ y ÿtomar posesión de nosotrosŸ.

Reconozcamos también que nuestro concepto de lagracia puede ser nebuloso e irreal. De hecho, cuanto mástratemos la noción de gracia de un modo semimaterialistay objetivado, tanto más irreal resultará. En la práctica, ten-demos a imaginar la gracia como una especie de sustanciamisteriosa, una ÿcosaŸ, un producto que nos otorga Dios,algo así como carburante para un motor sobrenatural. Lacontemplamos como una especie de gasolina espiritualque creemos necesaria para recorrer nuestro itinerario ha-cia Dios.

Desde luego, la gracia es un gran misterio, y sólo po-demos referirnos a ella mediante analogías y metáforasque tienden a confundirnos. Pero ciertamente esta metáfo-ra es tan desorientadora que resulta totalmente falsa. Lagracia no es ÿalgo con lo queŸ hacemos buenas obras y al-canzamos a Dios. No es una ÿcosaŸ o una ÿsustanciaŸ to-talmente separada de Dios. Es la misma presencia y acciónde Dios dentro de nosotros. Por tanto, resulta claro que nose trata de un producto que ÿnecesitamos obtenerŸ de Élpara ir hacia Él. A todos los efectos prácticos, podríamos

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igualmente decir que la gracia es la cualidad de nuestro serresultante de la energía santificante de Dios que actúadinámicamente en nuestra vida. Por eso en la literaturacristiana primitiva, y especialmente en el Nuevo Testa-mento, no se nos habla tanto de recibir la gracia como derecibir el Espíritu Santo el propio Dios.

Haríamos bien en subrayar la gracia increada, el Espí-ritu Santo presente en nosotros, el dulcis hospes animae,el ÿdulce huésped del almaŸ. Su misma presencia dentrode nosotros nos transforma de seres carnales en seres es-pirituales (Rm 8,9); y es una gran lástima que apenas nosdemos cuenta de este hecho. Si percibiéramos la impor-tancia y significación de su íntima relación con nosotros,hallaríamos en Él gozo, fortaleza y paz constantes. Vivi-ríamos de un modo más acorde con aquella secreta e inte-rior ÿinclinación del Espíritu que es vida y pazŸ (Rm 8,5).Estaríamos más capacitados para saborear y gozar de losfrutos del Espíritu (Ga 5). Tendríamos confianza en el Es-condido que ora dentro de nosotros incluso cuando noso-tros no somos capaces de orar bien, que pide por nosotroslas cosas que no sabemos que necesitamos, y que buscaproporcionarnos los gozos que por nuestros propios me-dios no nos atreveríamos ni a buscar.

Ser ÿperfectoŸ, pues, no es cuestión tanto de buscar aDios con ardor y generosidad cuanto de ser hallado, ama-do y poseído por Dios, de tal forma que su acción en no-sotros nos hace completamente generosos y nos ayuda atrascender nuestras limitaciones y reaccionar contra nues-tra propia debilidad. Nos hacemos santos, no a base de su-

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perar violentamente nuestra propia debilidad, sino dejan-do que el Señor nos conceda la fortaleza y pureza de suEspíritu a cambio de nuestra debilidad y miseria. No noscompliquemos, pues, la vida ni nos frustremos concedién-donos demasiada atención a nosotros mismos, olvidandocon ello el poder de Dios y ofendiendo al Espíritu Santo.

Nuestra actitud espiritual, nuestra forma de buscar lapaz y la perfección, depende enteramente de nuestro con-cepto de Dios. Si somos capaces de creer que Él es real-mente nuestro Padre amoroso, si podemos de verdad acep-tar la verdad de su infinita y compasiva solicitud por no-sotros, si creemos que nos ama, no porque seamos dignos,sino porque necesitamos su amor, entonces podremosavanzar con confianza. No nos desalentarán nuestras ine-vitables debilidades y fracasos. Podremos hacer cualquiercosa que nos pida. Pero si creemos que es un frío y seve-ro legislador que no se interesa realmente por nosotros, unmero gobernante, un amo, un juez y no un padre, tendre-mos grandes dificultades para vivir la vida cristiana. Porconsiguiente, hemos de empezar por creer que Dios esnuestro Padre; si no es así, no podremos enfrentarnos a lasdificultades del camino de la perfección cristiana. Sin lafe, el ÿcamino estrechoŸ es totalmente impracticable.

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