Thot-Hermes - Editorial Club Universitario · En este libro, estructurado en tres partes, se...

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Thot-HermesLas leyes universales

Magia-Heka

Ramón Santiago López Tejero

La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de nuestra lengua, recogidas por la Real Academia Española en el Diccionario de la lengua española (2014), Ortografía de la lengua española (2010), Nueva gramática de la lengua española (2009) y Diccionario panhispánico de dudas (2005).

Thot-Hermes. Las leyes universales. Magia-Heka

© Ramón Santiago López Tejero

ISBN: 978-84-16479-21-4Depósito legal: A 19-2016

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33C/ Decano, n.º 4 – 03690 San Vicente (Alicante)www.ecu.fme-mail: [email protected]

Printed in SpainImprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87C/ Cottolengo, n.º 25 – 03690 San Vicente (Alicante)[email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

A mis padres y hermanos.

«Quod est inferius, est sicut id quod est superius»Tabla esmeralda

Índice

Introducción .................................................................. 11Parte I. Thot-Hermes ................................................... 15

1. En el principio… ................................................. 172. La esencia simbólica de Thot ............................. 353. El mundo clásico ................................................. 474. Legados de la tradición egipcia .......................... 655. Hermes en la astromitología .............................. 756. Pitágoras y la corriente neopitagórica ............... 917. Filosofía, ciencia y gnosticismo ......................... 998. Hermes y el Guardián del Génesis ................. 1159. Un poco de astrología ....................................... 12710. El akhasa y el campo morfogenético ............ 14311. Entidades incorpóreas .................................... 15512. Sincronicidad .................................................... 17713. I Ching, tarot y código genético .................... 18914. Alquimia y hermetismo .................................. 209

Parte II. Las leyes universales (El Kybalion) ............ 237Parte III. Magia-Heka ................................................. 279Notas ............................................................................. 317Bibliografía ................................................................... 363

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Introducción

Creemos que el mundo que percibimos es tal como lo per-ciben nuestros sentidos y, sin embargo, las evidencias experi-mentales que está aportando la física cuántica dan cuenta cada vez más de que todo es pura ilusión. La ciencia, dotada con todo un bagaje de principios, leyes y metodología experimental, ha conseguido crear un abismo entre la mente del observador y los fenómenos y objetos percibidos a través de los sentidos. En otras palabras, se nos ha enseñado que fuera de la men-te del observador hay un conjunto de cosas construidas con mezclas de diferentes elementos químicos, fuerzas y frecuen-cias vibratorias, todo un conjunto de seres vivientes e inertes cuyas propiedades son inherentes a su propia naturaleza; en cambio, la mente, independiente del mundo que observa, cree que todo aquello que percibe con los sentidos corporales es tan real como lo puede ser una bacteria observada al microscopio. El cerebro humano conviene y dispone su realidad de alguna misteriosa forma e, inconscientemente, no se da cuenta de que es el ego (mente consciente) el que crea su propia realidad. En cierto modo, el cerebro funciona como una especie de «recep-tor-emisor» de frecuencias diversas de distintas longitudes de onda (señales procedentes de los fenómenos y objetos del en-torno). Los colores y los sonidos son solo vibraciones, ondas electromagnéticas y acústicas que captan nuestros sentidos y son convertidas en impulsos electroquímicos que, a su vez, se reenvían a la corteza cerebral, donde son procesados y trans-formados en imágenes y sonidos, que el cerebro proyecta sobre el mundo. Hay vibraciones que difícilmente podemos percibir, como las ultravioletas y las infrarrojas, por no citar los rayos X, cósmicos, los ultrasonidos, etc., y, sin embargo, están ahí fuera, a nuestro alrededor, invisibles al sentido de la vista, del oído y

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de la piel. Sabemos que esta clase de vibraciones electromag-néticas y acústicas existen porque detectamos sus efectos en la materia. Por ejemplo, el calor es radiación infrarroja mientras que el color oscuro de la piel es el efecto de los rayos UVA sobre las células pigmentarias (melanocitos) que residen en la piel. Todas las cosas vibran con una frecuencia determinada. El agua es un compuesto químico formado por molécula triató-mica; en una molécula encontramos dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno conectados por fuerzas de atracción entre los electrones de ambos tipos de átomos. Cuando el agua está en el estado sólido (hielo), sabemos que las moléculas de agua están enlazadas formando cristales y nuestro cerebro percibe formas sólidas. Cuando el hielo cambia al estado líquido, las moléculas de agua tienen más libertad de movimiento, ya no están enlaza-das como en el caso del hielo. Es como si el agua vibrase con mayor intensidad que en el estado sólido. Al pasar al estado gaseoso (vapor de agua), el agua ya ni siquiera se ve, aunque se percibe la humedad que produce en el ambiente. Ahora, en el estado de vapor, las moléculas de agua se mueven libremente, muy distantes y apenas interactúan. Se deduce que los cuerpos sólidos vibran con frecuencias muy bajas y los gases con fre-cuencias mucho más elevadas.

Cuando el físico y matemático Isaac Newton investigó so-bre la naturaleza de los colores, se dio cuenta de que la luz vi-sible (luz blanca) consistía en una mezcla de frecuencias lumí-nicas (colores) y que cada una de estas frecuencias presentaba su propio grado inmutable de refractabilidad o variación de dirección y velocidad cuando pasaba de un medio (aire) a otro diferente (agua). Se producía un efecto curioso denominado re-fracción lumínica, que es posible observar cuando se introduce una varilla en un vaso de agua y vemos que se desvía un ángulo determinado dentro del agua. En 1670, cuatro años después del asombroso hallazgo, Newton había resuelto por completo todos los detalles sobre la composición de la luz blanca, la luz que consideramos visible dentro del espectro electromagnéti-co. El fenómeno del arco iris fue reproducido en el laborato-rio interponiendo en el trayecto de un rayo de luz brillante un prisma de cristal. La luz proyectada sobre una pantalla reveló

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su verdadera esencia al mostrarse el espectro electromagnético, desde el color violeta hasta el rojo. A ambos lados del espec-tro de la luz visible vibran frecuencias más altas (ultraviole-ta, rayos X, rayos gamma) y frecuencias más bajas (infrarrojo, radio). Las serpientes de cascabel perciben perfectamente las radiaciones infrarrojas (calor); las abejas, en cambio, pueden percibir las radiaciones ultravioleta. Han transcurrido trescien-tos cincuenta años desde que Newton descubriese la verdadera naturaleza de la luz visible. Hoy, todos los que hemos recibido instrucción académica conocemos el experimento de difrac-ción de la luz visible. Vivimos en un planeta en el que existe una vasta región espectral de radiaciones que nuestros ojos son incapaces de ver, pero las sentimos en la piel. Me pregunto si no es razonable pensar que puedan existir muchas más cosas que los sentidos y la mente pueden estar captando y no somos conscientes. Existen diferentes planos y múltiples niveles de vibración de la materia y la energía en el mundo que todavía desconocemos.

La ciencia sostiene que todo lo que existe en el medio que nos rodea, fuera de la conciencia, verificado por medio de los instrumentos disponibles y que responda a determinada lógi-ca, es real; en cambio, todos los fenómenos que los sentidos no pueden percibir y experimentar, ya sea de forma directa o indirecta, debe ser considerado irreal o inexistente. Sostener que existe una «realidad no ordinaria» porque se ha percibido a través de una experiencia directa interior, intuición espiritual, es objeto de burla o, sencillamente, una suerte de elucubración mística absolutamente incierta, no fundada en la experimenta-ción científica y observación de los hechos.

En este libro, estructurado en tres partes, se abordan va-riados temas relacionados con el hermetismo, psicoanálisis junguiano, pitagorismo, gnosticismo, oráculos, alquimia, prin-cipios básicos por los que se rigen el universo y la magia. Es obvio que el lector se enfrenta, posiblemente por desconoci-miento, a una variedad de temas que están fuera de la realidad a la que está acostumbrado a vivir. Si cree que todo esto es fan-tasía, me parece muy bien que así lo crea. Las creencias están firmemente arraigadas en el ego de las personas y, por tanto,

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difícilmente van a abandonar la caverna en la que el ego los mantiene cautivos. El autor no es ajeno al mundo de la ciencia, pero ello no significa que deje de lado, aunque sea temporal-mente, el escepticismo propio de una mente analítica, racional y separativa. Nada tiene de malo trascender los límites de la ca-verna, desprenderse de la dualidad que nos mantiene divididos y averiguar qué es lo que existe más allá de la realidad ordinaria.

El autor

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Parte I

Thot-Hermes

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En el principio…

Durante el verano de 2008, nueve meses después de conva-lecencia a raíz de una neumonía bestial y cuatro tratamientos de quimio, ya manifiestamente recuperado salí, como el que dice, de las entrañas del Tártaro. Casualmente o causalmente entré a comprar un periódico y leí que se daba una conferencia sobre un extraño personaje llamado Hermes Trismegisto, en un centro cultural de la capital de la Alcarria. Aquel verano había decidido largarme a pasar los dos meses de estío en Gua-dalajara, una ciudad acogedora, tranquila y cercana a Madrid. Alquilé un pequeño apartamento en el casco antiguo y me de-diqué a afianzar fuerzas, leer, escribir y charlar con mis primos. La mayor parte de ellos son de Guadalajara, ciudad natal de mi madre. Durante la conferencia, no tomé apunte alguno, pero reconozco que algo debió quedar grabado en mi subconsciente personal. La vida de aquel enigmático y legendario personaje me sedujo hasta el extremo de llevarme a escribir este libro que ahora comienza. No es el primero. En 1997, realicé un estudio sobre la orientación astronómica de la capilla del colegio de los Hermanos Maristas de Alicante (mi centro de trabajo habi-tual), con el que concursé en la convocatoria anual de trabajos de investigación didáctica que el Colegio de Doctores y Licen-ciados en Filosofía y Letras propone anualmente. Y mira por dónde, sin esperármelo, me fue concedido un segundo premio. Ha llovido mucho desde aquel, día pero todavía guardo un gra-to recuerdo de aquella investigación sobre la arquitectura oc-togonal de la capilla y su perfecta orientación astronómica. En la primavera de 2007, estando todavía convaleciente, publiqué

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un breve relato de ciencia ficción titulado Bellatrix, el enigma de la Luna, librito que ya tenía totalmente acabado antes del ine-ludible descenso al misterioso abismo sin límites del Tártaro.

Al día siguiente, después de soportar una noche de rayos, truenos y un diluvio de dos pares de narices, me marché a Ma-drid y sin salir a la superficie tomé el metro hasta Sol. Me dirigí a la Casa del Libro. Deseaba llegar a la planta en la que reposan silenciosamente todos los libros relacionados con los temas de ciencias ocultas y otras materias afines. ¡Sorpresa!, apenas me había acercado a la primera estantería, allí estaba, no sé si fortuitamente o causalmente, un pequeño libro titulado Isis y Osiris, subtitulado Los misterios de Isis y Osiris (De Iside et Osiride)1. Observé detenidamente la portada (autor del tratado: Plutar-co, escritor griego que fuera discípulo del eximio filósofo grie-go Aristocles, más conocido por el sobrenombre de Platón). Pero en la contraportada, con el fin de obtener una rápida idea del contenido del tratado, pude leer en la parte inferior de la cubierta estas palabras: «Tradición hermética». ¡Qué curioso! Nada más llegar, en el primer libro que me detengo a curiosear, aparecía la palabra «hermética»2. No vacilé más sobre aquella coincidencia significativa. Compré aquella joya de la literatura clásica, pagué a la cajera en la planta baja, abandoné el local y caminé entre el numeroso gentío que siempre va y viene por la acera de la Gran Vía. Tomé un taxi y le indiqué al taxista que me llevase a la estación de Atocha. Comprobé si tenía a mano el billete de ida y vuelta y me subí al tren de cercanías presto a salir con destino a Guadalajara. No podía quedarme más tiem-po en Madrid. Me acomodé lo mejor que pude en un asiento de ventanilla y comencé a leer ávidamente los misterios sagra-dos de Isis y Osiris. Había comenzado a lloviznar, pero no me importaba en absoluto, pues me encontraba a buen recaudo sentado en el tren. Aquel día de julio comenzó a gestarse este libro que el amable lector tiene ahora en sus manos.

Ya fuese simple coincidencia fortuita o causal, el texto de Plutarco me embarcó en un viaje que nunca olvidaré. El estu-dio del legendario Hermes Trismegisto orientó mi búsqueda hacia la tradición iniciática en el Antiguo Egipto y, de ahí, pasé al mundo de Pitágoras, Platón, los neopitagóricos3 y los neo-

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platónicos4. El tratado de los dioses egipcios Isis y su consor-te Osiris es realmente un texto iniciático impresionante, una interpretación religiosa y mística de la cosmovisión que los egipcios tenían acerca del mundo, evidentemente influida por el pensamiento filosófico de Platón y algunos rasgos notables de neopitagorismo que se mezclan con conceptos puramente egipcios. Plutarco, admirador del sabio Pitágoras y del plato-nismo, se documentó en Egipto. Según dice C. Sourdille5, en su libro Heródoto y la religión de Egipto, existen auténticos papi-ros egipcios que confirman la estancia de Plutarco en la tierra sagrada del Nilo y que debió recopilar suficiente información, real y simbólica, como queda plasmada a lo largo de toda la narración del mito, que Mario Meunier, traductor del tratado De Iside et Osiride, explicita con más de trescientas referencias, notas y glosario a lo largo de las casi ciento setenta páginas del texto.

Octavi Piulats6 opina que el nombre de Hermes Trisme-gisto alude realmente a un cuerpo de escritos perteneciente al período helenístico, en la etapa grecorromana, especialmente entre los siglos II y III d. C. En aquellos tiempos se desarrolló una corriente de pensamiento esotérico7 que reunió diferentes ideas de la filosofía griega y de los sacerdotes egipcios unién-dolas en un único corpus de conocimiento. La etapa grecorro-mana marcó un período de decadencia del helenismo después de los dos momentos precedentes de máximo esplendor, el alejandrino (s. III a. C.), en el que destacaron científicos tan importantes como Euclides, Arquímedes, Aristarco, Eratóste-nes y Apolonio, y el período helenístico8, en el que persistió el predominio y esplendor de la gran metrópoli de Alejandría, fundada por Alejandro Magno, y otras ciudades como Pérga-mo y Rodas.

Otros autores sostienen que Hermes es una adaptación griega del nombre Thot9, divinidad egipcia que aparece en el período dinástico Tinita, entre los años 3150 y 2700 a. C., co-rrespondientes a las dinastías I y II del Antiguo Egipto. Es preciso, sin duda, averiguar quién fue Thot. Es necesario pun-tualizar algunos aspectos de esta deidad egipcia para entender todos aquellos pormenores que, en lo sucesivo, pueden resultar

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oscuros para la comprensión humana. Me permito traer aquí las siguientes cualidades relacionadas con este dios egipcio, en-tresacadas del Gran Diccionario de Mitología Egipcia10. La repre-sentación iconográfica más conocida del dios Thot es humana con cabeza de ibis (en ocasiones de babuino); sobrepuesta al ibis aparece una lúnula que sostiene el disco solar. En las ma-nos, Thot sostiene la paleta de los escribas. Esta deidad es muy antigua, tanto que algunos autores la sitúan en períodos más antiguos que el Tinita. Otros investigadores se han atrevido a ubicarla en los tiempos de la civilización atlante, hace más de diez mil años. También hay quienes han llegado a atribuirle un origen siriano11, anterior al Diluvio Universal. Pero los egip-tólogos modernos, en su ortodoxo quehacer, desconocen su verdadera identidad, origen y si realmente existió un personaje como Hermes. Sí es cierto, en cambio, que Platón trató en dos ocasiones de desvelar el gran secreto de la destrucción de la Atlántida, primero en el Timeo y luego en el Critias. Pero nunca llegó a plasmarlo en ninguno de estos diálogos. Ni si-quiera habló de Thot. En cambio, el Diluvio Universal sí fue un hecho real, mientras que el continente perdido de la At-lántida, así como otros dos llamados Lemuria e Hiperbóreo, inexplicablemente desaparecidos entre los milenios XV y X a. C., solo pertenecen de momento al terreno de la conjetura, a la espera de que surjan nuevos documentos probatorios, concretos y tangibles que verifiquen la existencia de los tres continentes presuntamente desaparecidos bajo las aguas. Para la ciencia actual no es aceptable que ciertos individuos, que dicen poseer poderes psíquicos, afirmen con absoluta cer-teza y convencimiento que son capaces de leer los etéreos registros akásicos12, y que recopilen información sustancial de hechos pasados. Volviendo a Thot, se cuenta que existió un centro de culto en la ciudad egipcia de Hermópolis Magna13. En la mitología egipcia se acepta que Thot fue el mensajero de los dioses, papel que luego los griegos asignarían a Her-mes y los romanos a Mercurio, el mensajero intermediario entre los dioses y los hombres. Thot es considerado un neter cósmico, vocablo egipcio que hace referencia a uno de los tres niveles jerárquicos que los egipcios crearon: metafísico, cósmico

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y terrestre. Vemos aquí tres niveles netamente diferenciados que deben ser necesariamente explicados. El nivel metafísico se corresponde con una realidad superior al mundo sensible, y se considera constituido por un sistema de entidades di-vinas jerarquizadas y perfectamente ordenado, en el que los sacerdotes egipcios de Heliópolis incluyen, de acuerdo con las explicaciones sobre el origen y formación del universo (cosmogonía), al dios Nun, deidad que representa la unidad primordial, oscura y abismal, que se extiende por todas partes hasta el infinito; Nun esconde en su esencia el múltiple y va-riado universo que en potencia no ha sido manifestado.

Otra deidad presente en la cosmogonía heliopolitana es Atum. Se trata de una divinidad poderosa que representa el principio capaz de liberar las múltiples potencialidades de la existencia que permanecen ocultas en el océano primordial y abismal simbolizado por Nun. Por consiguiente, Atum repre-senta la potencialidad, la fuerza que inicia el despliegue de las energías ocultas en el seno de Nun, iniciando el movimiento desde la interioridad de Nun a la exterioridad, o sea, desde la potencialidad al acto. Para los sacerdotes heliopolitanos este movimiento es un proceso de autogeneración, una trans-mutación que inicia el proceso de transformación del caos primordial del Nun en un mundo ordenado emergente que comienza a devenir, a autogenerarse. Es por esta forma de actuar que Atum es llamado Kheprer, «el que deviene», el que asume el proceso de transformación y el cambio. Más tar-de, fuera del tiempo lineal tal como lo conocemos los huma-nos actuales, Atum emerge de las aguas primordiales como la Gran Colina, el montículo primordial sobre el que un ave luminosa, mágicamente surgida de la oscuridad que envuelve a Nun, viene a posarse. Este pájaro de luz es Ra, la deidad representativa del origen universal, la divinidad hecha visible en el sol; es el fiat lux (hágase la luz). Este plano metafísico es el que Platón concibe constituido por las ideas, en el cual residen los primeros principios del Uno (el bien metafísico, el principio primero y supremo del Uno) y la Díada (o dualidad de gran-de-pequeño, principio material de indeterminación, de multiplicidad, por debajo del ser).14

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Con la mentalidad lógica moderna no podemos entender esta concepción de la emanación del mundo eterno del espíritu puro en la materialidad. Al menos, es posible acercarnos, aunque sea periféricamente, a la verdad tal como ellos la experimentaron. Hay dos manifestaciones sagradas sucesivas de Atum: la primera es como un acto de consolidación inversa: la emergencia de una masa sólida indefinida y limitada en el océano primordial (Nun). La segunda es un acto de emanación de la totalidad de todo lo que es, de exteriorización de la interioridad luminosa que yace oculta en la oscuridad de Nun. De esta forma es como la Divi-nidad Suprema se despliega, se expresa, comienza a «respirar», a salir de ese estado de introspección y de soledad comenzando a manifestarse. Y es Atum el principio divino que finalmente lanza ese haz de luz que se eleva majestuoso sobre las aguas primor-diales.

En el nivel cósmico los egipcios incluyen a Osiris, Isis, Set y Neftys, deidades esencialmente cósmicas, vinculadas a deter-minados objetos celestes. Osiris es la constelación de Orión; Isis es la brillante estrella Sirius, Set se asemeja a la Osa Ma-yor y Neftys es la cúpula estrellada debajo del horizonte. Pero estos dioses cósmicos han sido creados por entidades directa-mente emanadas de Atum, entidades que expresan ya esencias distintas, complementarias, separadas de Atum en un acto de creación: el dios Shu, que representa el principio «masculino», el aire que sobrevuela sobre las aguas primordiales del Nun y Tefnut, compañera femenina de Shu que representa la humedad. Así es como Atum se desdobla y se crea la primera dualidad, la polaridad sexual, a partir de la unidad primordial de naturaleza intrínsecamente unitaria. Este paso en la cosmogonía egipcia es previo a la creación del orden del mundo sensible, de lo que los griegos llamarían el cosmos manifestado. De la unión sexual de Shu y Tefnut, de la interacción de las dos deidades que confor-man esta «Díada divina», nace la pareja Geb-Nut (el universo inteligible), que al principio permanecen unidas en un sólido abrazo amoroso. El universo todavía no se ha manifestado. Fi-nalmente, Shu pone fin al abrazo espiritual entre Geb y Nut. Nut todavía no manifestada en el plano físico, pues no ha adquirido la forma externa, material, visible que conocemos actualmen-

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te, acaba por adoptar la estructura y función del cielo estrellado (bóveda celeste) y Geb, separado forzosamente de Nut, mani-fiesta la naturaleza del mundo terrenal.

Observamos que la cosmogonía y teología heliopolitana apenas se comprometen en profundidad con el origen y es-tructura del mundo sensible, el cosmos tangible. Sin embargo, en Hermópolis Magna (Khemenu), centro de culto de Thot, el esquema cosmogónico hermopolitano diverge del heliopolita-no en varios aspectos, si bien complementarios y nunca opues-tos como ahora veremos. La deidad principal de la cosmogonía hermopolitana sigue siendo el dios Thot. El comienzo de la creación es el mismo que en el esquema heliopolitano. Nun representa el océano primigenio, el agua caótica y beneficiosa de la que emerge la Colina Primordial o Gran Colina, el primer esbozo de materia sólida. Pero antes de que el universo se or-dene, en su seno se halla Atum en estado de pasividad e inercia, como si estuviera meditando. Si la creación en el esquema he-liopolitano se produce por emanación, efusión o despliegue de la energía contenida en el Nun, la cosmogonía hermopolitana destaca fundamentalmente al poder del sonido pronunciado por el dios Thot, especie de demiurgo15, poderosa deidad inteligen-te universal que más tarde los griegos llamarían «lógos». Plutar-co, en el párrafo 55 de su tratado «De Iside et Osiride», nos dice cómo esta deidad fabricó su lira: «Thot era dios de la Música y del Verbo; en efecto, originó sus [ocho] dioses menores (ogdóada) emitiendo sonidos de su boca». Por tanto, ahora el instrumento creador del cosmos sensible es la palabra articulada; en este sentido, Thot es descrito como el principio divino regulador y ordenador del universo.

En la iconografía egipcia, Thot es una deidad (neter) dual que se representa como ibis sagrado y como babuino con luna en la cabeza. Esta dualidad orgánica se debe a que los egipcios hacían una distinción entre el concepto de inteligencia (ibis) y el de intelecto (babuino). La inteligencia pertenecía al nivel más elevado, trascendente, metafísico y el intelecto pertenecía, más bien, al mundo tangible, no trascendente, es decir, el inte-lecto nacía, permanecía y moría con el individuo. En cambio, el ibis era considerado un animal sagrado que personificaba la

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percepción correcta, pues era el único animal capaz de mirar dentro del agua clara del río sin que le afectase el fenómeno de la refracción (desviación) de la imagen de las presas sumergidas en el agua. En consecuencia, para los egipcios Thot era una inteligencia divina que podía expresarse en una o más funcio-nes vivientes. Thot era considerado un principio inteligente en acción que, a través del sonido, la palabra articulada, canalizó la energía divina contenida en el Nun, según los principios de armonía y proporción, hacia un cosmos organizado. Resulta curioso y sorprendente que el sonido, la palabra correctamente pronunciada, puede crear formas complejas en los granos de arena fina depositados sobre una placa metálica o sobre mate-ria fluida colocada en un recipiente (véase en el capítulo 15, el principio de vibración).

Hay otras expresiones que describen acciones diferentes de esta deidad cósmica. Thot es el contador del tiempo, el creador del calendario lunar y el vigilante y protector de la luna. Su fun-ción soberana del tiempo y de principio ordenador y regulador del cosmos físico le reportó el papel de mediador de las inteli-gencias celestiales: «a él debían ser notificadas todas las órdenes para que las registrara y fueran cumplidas». Thot es asimismo el dios de la magia debido al poder de expresión de la palabra (sonido), que acaba manifestándose como forma geométrica, ordenada, armoniosa, equilibrada en el cosmos manifestado. No es nada extraño que los egipcios escogieran una deidad complementaria, femenina, llamada Ma´at, para simbolizar, personificar o encarnar el principio de orden, verdad y justicia en el cosmos. Thot encarna, por tanto, a Heka, la «fuerza mági-ca creadora», la energía primigenia neutral que era esencial para la creación del cosmos sensible. Así que múltiples han sido los papeles asignados a Thot: soberano del tiempo, patrono de los escribas, inventor de la escritura, juez y notario en el acto de la psicostasia o «pesada del alma del difunto», protector de Osiris, mensajero de los dioses (Thot-Hermes-Mercurio), etc. Thot fue venerado en Hermópolis bajo el título de «el que separa a los combatientes». Los combatientes no son otros que Set (la oscuridad) y el joven Horus (la luz), hijo de Isis y Osiris. Set y Horus son deidades cósmicas que intervienen en un suceso

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astronómico inusualmente corto, pero dramático y terrorífico para los mortales egipcios. Hablamos de un eclipse total de Sol (Ra) producido en el año 4787 a. C. El fenómeno celeste figura en un papiro expresado en lenguaje mitológico; en el texto se simboliza la batalla cósmica entre Set y Horus:

Tú ven a mí rápidamente, ya que deseo ver tu rostro des-pués de no haber visto tu rostro. Vislumbro aquí la oscuridad incluso cuando Ra está en el cielo; el cielo se hunde en la tierra y una sombra se forma hoy en la tierra.

Las canciones de Isis y Neftys.

Este breve fragmento narra un eclipse total de Sol. La au-sencia de luz (Horus pierde su luminosidad, la visión en el ojo derecho) es restituida rápidamente por Thot, que empleará la magia, rellenando con saliva milagrosa el órgano de la visión dañado por el dios Set16. Precisamente por esta intervención mágica, Thot se convirtió en protector de la luna. En verdad, Horus es el reflejo microcósmico del dios Atum-Ra. En cuanto al esquema final de la cosmogonía hermopolitana, Thot, tras pronunciar el sonido creador contenido en su esencia, forma ocho deidades, cuatro parejas complementarias, masculinas y femeninas, que personifican las diferentes cualidades del cos-mos aún no manifestado: caos, oscuridad, infinitud y movi-miento no manifiesto. Todas estas deidades, bajo la tutela del dios Thot, son las que van a generar el huevo cósmico, «recep-táculo sensible», «útero materno y paterno», del que emergerá Ra, deidad idéntica a la de la cosmología heliopolitana, creado-ra del tiempo y del cosmos físico, con la ayuda de Thot, que personifica su mente (el corazón, sede la inteligencia) y volun-tad creadora (la lengua, las cuerdas vocales, órganos activos de la palabra).

El tercer nivel se relaciona con los neters terrestres. El más destacado es Ptah, una divinidad que debe ser entendida como modeladora de las formas materiales. Ptah es la deidad for-jadora del mundo material que los griegos asimilarían al dios Hefesto y los romanos a Vulcano. Ptah es un neter venerado en Tauy (Reino Antiguo), a partir de la dinastía XVIII, sede del

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culto sagrado al dios Ptah. Los griegos llamaron Menfis a esta ciudad del Bajo Egipto. Ptah personifica el «principio divino» de la creatividad terrestre. Esta deidad está comprometida en toda la creación hasta la aparición de «personas, animales, criaturas reptantes y todo lo que vive». A diferencia de las cosmogonías he-liopolitana y hermopolitana, en las que la Divinidad Suprema se concentra en la emanación del Todo (el Absoluto) a través de los neters cósmicos, mediadores entre la Divinidad Suprema y el cosmos físico, en la cosmogonía menfita se hace total hin-capié en la encarnación final de la sustancia divina en toda la creación. El Absoluto se hace inmanente e inherente al univer-so. La trascendencia de Ptah y de toda la teología y cosmogonía menfita reside en la vinculación e identificación de Ptah con Tatenen (Cronos y Hefesto el Grande para los griegos). Tate-nen es una deidad creadora (demiúrgica) y andrógina (macho y hembra), relacionada con Nun y la Colina Primordial de la cosmogonía heliopolitana. De ahí que Ptah se identifique con Atum, Horus y Thot. Es decir, el mito cosmogónico elaborado por los sacerdotes egipcios en Menfis asume toda la multipli-cidad de formas divinas de las otras dos cosmogonías al consi-derar que Ptah es el Gran Uno (Todo) Poderoso, la fuente de todo lo que existe, de modo que Ptah es Atum autodiferen-ciándose de Nun, mientras que Horus personifica el corazón (sede del pensamiento) y Thot, la lengua, el órgano que emite el sonido creador, la palabra, el verbo y, finalmente, toda la Enéada o compañía divina menfita: Atum, Shu, Tefnut, Geb, Nut, Osiris, Isis, Neftys, Set. La egiptóloga Elisa Castel afirma en su Gran Diccionario de Mitología Egipcia que «el dios Ptah fue la única divinidad que no se fundió con Ra, a partir del Primer Período Intermedio (dinastías VII-VIII, IX-X y XI, entre 2200 y 2061 a. C.). No aparece nunca como Ptah-Ra, algo que le ocurre al resto de los dioses del panteón egipcio».

Estos tres esquemas de la creación permiten vislumbrar aspectos concretos del pensamiento egipcio. Las divinidades egipcias (neter, en singular; netcheru o neteru, en plural) simbo-lizaban los principios filosóficos más sutiles, las inteligencias divinas, que se expresaban en una o más funciones vivientes. En realidad, los dioses egipcios personificaban una o varias

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acciones operativas dentro del orden cósmico. Para los egip-cios eran inteligencias activas que buscaban siempre la forma como elemento de expresión, de modo que la forma contenía en sí misma el mensaje de la función correspondiente en todos los planos de la creación. Las deidades egipcias encarnaban diversas fuerzas que reflejaban la expresión de la presencia y poder divinos. Al creer que los dioses o inteligencias divinas es-taban presentes en el ser humano y en otros seres, los egipcios realizaban actos rituales propiciatorios con el fin de mantener un estado de armonía perpetuo y vital entre el cielo y la tie-rra. De ahí la preocupación por nombrar a alguien que actuase como sacerdote-mago, alguien que desempeñara el papel de intermediario entre los diferentes niveles espiritual y material. No debe extrañarnos, pues, que el máximo representante de la clase sacerdotal egipcia fuera Thot, una inteligencia operativa dotada del poder de Heka (véase parte III), del dominio de las energías universales. Por tanto, Thot-Hermes fue desde enton-ces la deidad masculina que representaba la magia (la deidad femenina era Isis), «la energía esencial que [fluía] tanto en el universo de los dioses como en el de los humanos»… Y es así que Thot vino a ser el dios canalizador del poder mágico del dios Heka. Es más, Thot, al estar en consonancia con Ma´at, el principio operativo de orden, verdad y justicia, funcionaba acorde con Ma´at porque solo estando ambos en armonía que-daba asegurado el flujo perfecto y equilibrado de energía entre los diferentes niveles material y espiritual.

Josep Fábregas17 sostiene la idea de que el dios Hermes, el Thot egipcio, vivió en Grecia. Hermes es también el dios Mer-curio de los romanos, divinidad que actuaba como mensajera de los dioses. De él se sabe, a través de la ciencia iniciática, que encarnó antes en Egipto y que ordenó construir las grandes pirámides. Esta creencia se basa en la ciencia iniciática y as-trológica. En efecto, según afirma Josep Fábregas, experto en astrología, en la era de Géminis (constelación regida por el pla-neta Mercurio), Thot-Hermes fundó la escuela de los misterios sagrados. En el Papiro de Turín consta un registro que consigna los nombres de diez netcheru (dioses), en donde se puede leer el número 3126, que hace alusión a los años que duró el reinado

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del legendario Thot-Hermes. Otro de los registros del famoso papiro está relacionado con una comunidad de seres divinos llamada «seguidores de Horus» (Shemsu-Hor), que, al parecer, gobernaron en Egipto durante casi 14 000 años, en un período de tiempo predinástico, es decir, antes del reinado del faraón Menes, el primero de los reyes del Antiguo Egipto, hace unos 3000 años a. C. A partir de Menes, el sacerdote egipcio Ma-netón18 registró hasta XXXI dinastías, cada una regida por un rey mortal. El historiador griego Diodoro Sículo también se hace eco de la presencia de seres divinos y héroes que reinaron durante casi 18 000 años. ¿Quiénes eran estos seres llamados «seguidores de Horus»? El investigador alsaciano R. A. Schwa-ller de Lubicz19 sostiene que el término «Shemsu -Hor», que se traduce como «los seguidores de Horus», hace referencia a la trayectoria solar a través de la eclíptica20, a lo largo de las doce constelaciones zodiacales. Aquí se hace referencia al de-nominado movimiento de precesión21 terrestre, es decir, al len-to movimiento hacia el oeste de los equinoccios de primavera y otoño por la eclíptica, a uno y otro lado de la esfera celeste, movimiento retrógrado en el que el equinoccio vernal (prima-vera) retrocede por el camino zodiacal (Zodíaco) a razón de 1o de arco cada 71,6 años. Si este dato se multiplica por 360º (una vuelta completa alrededor del sol), se obtienen 25 776 años (71,6 años/1º × 360o = 25 776 años. Si dividimos por 12 (el número de constelaciones) el resultado anterior, obte-nemos la cantidad 2148 años. Por consiguiente, existe un ciclo de casi 26 000 años, llamado «Año Magno» (algunos autores lo estiman en 25 920 años), causado por el movimiento circular que describe el eje de rotación terrestre con un radio de casi 23,5º alrededor del polo norte celeste, del que seguramente los antiguos egipcios eran conscientes, ya que les fue revelado por los seguidores de Horus. Aproximadamente cada 2150 años, el equinoccio de primavera retrograda a través de las doce cons-telaciones en esta dirección:

LeoCáncerGéminisTauroAriesPiscis AcuarioCapricornioSagitarioEscorpioLibraVirgo

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Un camino inverso al que describe diariamente el Sol, de este a oeste, todos los días, debido al movimiento de giro de la Tierra sobre su propio eje. Josep Fábregas recurre a la analogía que se establece entre el signo de Géminis y su regente Mercu-rio, que no es otro que Hermes Trismegisto, ubicándole en la era de Géminis y afirmando que en ese período astronómico fue cuando Thot encarnó en Egipto e inició en los templos a la clase sacerdotal de la antigua civilización egipcia en los conoci-mientos sagrados acumulados por los atlantes. Las evidencias de todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre esta misteriosa hermandad de seres divinos y héroes, encabezada por el dios Thot, puede verificarse en diferentes textos escritos de visitan-tes del Antiguo Egipto tan distinguidos como el historiador griego Heródoto, el legislador griego Solón y Pitágoras, perso-najes que, presuponemos, leyeron en papiros conservados en los templos de Heliópolis.

Otra versión muy extraña es la de la terapeuta transpersonal y canalizadora llamada Isabel de la Fuente, que afirma que el dios Thot procede de la desaparecida Atlántida y tiene su ori-gen en un planeta del sistema de Sirio. Se afirma, que una vez que se destruyó la civilización atlante, los escasos supervivien-tes se trasladaron al valle del Nilo y crearon la antigua civiliza-ción egipcia. Por otro lado, Matías Stefano, un joven de 23 años de nacionalidad argentina, sostiene y afirma, basándose en vi-vencias de sus vidas pasadas en la Tierra, que Hermes-Thot vivió en la Atlántida y tanto él como los habitantes de aquella cultura eran seres híbridos, es decir, seres cuya sangre procedía de las estrellas y del planeta Tierra. Estas versiones, excesiva-mente fantásticas, carecen de fundamento racional, pues no hay forma de probar el origen siriano de Thot o que fuese un híbrido entre un ser alienígena y otro humano.

Hermes Trismegisto es mencionado también por el sacer-dote anglicano Charles W. Leadbeater. La reputación de Lead-beater proviene de su capacidad clarividente y de su relación con la Sociedad Teosófica (1883), en la que conoció a la enig-mática experta en ciencias ocultas Helena Petrovna Blavatsky22, autora de dos famosas obras de ocultismo tituladas Isis sin velo y La doctrina secreta23. Leadbeater sostenía que era posible acceder

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a los registros akásicos y obtener información relevante acerca de los orígenes y la vida de Hermes, así como de otros perso-najes importantes desencarnados. Según Lead beater, cualquier imagen, sonido o acontecimiento acaecido en la Tierra queda-ba grabado en el plano astral, en forma holográfica. Por medio de la técnica del viaje astral, Leadbeater y su colega teósofa An-nie Besant podían acceder a las imágenes holográficas archiva-das en este plano etéreo, ver el futuro o el pasado de la vida de Hermes Trismegisto y otros seres espirituales a lo largo de sus encarnaciones en la Tierra. Durante el verano de 1910, Lead-beater realizó estas experiencias astrales, no se sabe si mediante procesos de clarividencia, en estado de trance o mediante via-jes astrales, pero dejó constancia de sus visitas al plano astral en el libro Man: Whence, How and Whither (1913), en el cual sitúa a Hermes en la Atlántida junto a los dioses y otros seres semi-divinos iniciados en los grandes misterios. Por consiguiente, Thot-Hermes refundaría, después del hundimiento del conti-nente atlante, los misterios sagrados egipcios, instruyendo a los sacerdotes y a los reyes en los antiquísimos conocimientos. Los misterios secretos de Thot-Hermes fueron transmitidos por la clase sacerdotal egipcia a los estudiantes neófitos, que de-bían adquirir la sabiduría oculta a través de diversos grados de aprendizaje en los doce templos situados en el margen oriental del Nilo y finalizar su peregrinaje iniciático en la pirámide de Keops. Solo aquellos que acudían a los templos provistos de la pertinente recomendación de los hierofantes respectivos de sus ciudades entraban en las escuelas de los templos.

Sebastián Vázquez Jiménez, periodista e investigador del tarot y la religión egipcia, ofrece una explicación muy curiosa y original acerca de la naturaleza de Hermes. En el Tarot de Marsella (uno de los mejores), la carta 1 corresponde a la figura arquetípica de «El Mago». Esta carta también personifica a «El Consultante». Aunque el verdadero origen del tarot es incierto y confuso, Court de Gebelín afirma en su obra Monde Primi-tif (1781) que el tarot es el único libro, en forma de láminas (naipes), que queda de la ciencia oculta antigua de los templos egipcios. Cuando se examina detenidamente la carta de «El Mago», se advierte que el personaje está de pie al lado de una

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mesa sobre la que, aparte de otros utensilios, hay un cubilete con dados. En la mano sostiene una rama o, tal vez, una varita mágica. Sobre la cabeza cubierta por un sombrero se ve un ocho tumbado, símbolo matemático del infinito: ∞. También aparecen una bolsa de cuero, una daga (a veces es una espada) y un disco. En otras barajas también se ve una copa. Es obvio que todos estos elementos decorativos son propios de la figura arquetípica del adivino, del sacerdote-mago que ejerce de me-diador entre el consultante que desea saber acerca de su futuro y la sabiduría infinita de los dioses, representados en el naipe por el signo «infinito». Tal vez, la varita mágica levantada actúa como elemento receptor de las fuerzas cósmicas para después distribuirlas. La asimilación de la carta de «El Mago» con Thot no va mal encaminada, según la opinión de Sebastián Vázquez, y, por tanto, con Hermes-Mercurio, considerado este último el mensajero de los dioses.

Existe un tratado antiguo del siglo I perteneciente al Corpus Hermeticum24, profético y revelador, en el que Thot dejó escritas las siguientes palabras pronunciadas por la diosa Isis a su hijo Horus:

No es apropiado, hijo mío, que deba dejar este relato inacabado; debo decirte lo que Thot-Hermes dijo sobre los libros sagrados: «Los libros sagrados, que han sido escritos por mis perecederas manos, han sido empapados por Él en la droga de la inmortalidad, que es el señor de todo, per-manece lo incorruptible a través de los tiempos, y no sea visto no descubierto por todos los hombres que irán de un lado para otro por las llanuras de esta tierra (Egipto), hasta que los cielos, ya viejos, creen hombres (de cuerpo y alma) dignos de ti». Habiendo dicho esta plegaria sobre las obras de sus manos, Thot-Hermes fue recibido en el santuario de los lugares eternos.

Este fragmento se conoce con el nombre de Kore Kosmou (La Virgen del mundo)25 y de él se infiere que en algún lugar de Egipto deben estar ocultos los libros de Thot. Hay un hecho que sí es evidente respecto al dios Thot-Hermes. A pesar de

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que no se conoce realmente su fecha de nacimiento y muerte, pero sí su ciudad natal (Sais, Bajo Egipto), donde se fundó un centro iniciático dedicado al culto de Thot, se tiene la creencia de que Thot-Hermes vivió en Egipto unos 3000 años antes que Zósimo de Panópolis, alquimista del s. IV d. C., quien refiere en su obra escrita que el enigmático texto conocido como La Tabla de Esmeralda es atribuible al mismo Thot-Hermes basán-dose en el hecho de que el citado manuscrito, descubierta ac-cidentalmente por soldados del ejército de Alejandro, se ocul-taba en un presunto sarcófago dentro de la pirámide de Keops de Guiza, apoyada sobre el pecho de la momia perteneciente a un sacerdote egipcio. No hay pruebas evidentes de que este sarcófago existiera dentro de la pirámide de Keops. Sin embar-go, en 1828, se descubrió fortuitamente en la ciudad de Tebas la tumba de un sacerdote-mago anónimo en cuyo sarcófago se podía leer el texto completo de la legendaria Tabla de Esmeralda. Otro texto que aparece en el Corpus Hermeticum es el tratado ti-tulado Asclepio26. Se trata de un diálogo profético entre Hermes y su discípulo preferido, Asclepio, acerca del inexorable fin de la civilización egipcia, además de otras verdades secretas de di-fícil comprensión para la mente del hombre actual. El Asclepio, también conocido como «Logos Teleios» (El discurso perfecto), fue compuesto, probablemente, entre los siglos III y VI d. C. y solo nos ha llegado una versión latina del sabio y lingüista Marsilio Ficino, protegido de Cosme de Médicis (el Viejo), du-que de Florencia, que fue impresa en 1469. Hay, además, un anexo añadido, en versión griega, que se supone qie se debe a un tal Ludovico Lazzarelli, poeta y astrólogo fascinado por los conocimientos filosóficos, astronómicos y alquímicos plasma-dos en el Asclepio. En 1945, se descubrieron en Nag Hammadi (Alto Egipto) algunos fragmentos del Asclepio27 reproducidos en unos textos de carácter gnóstico escritos en lenguaje copto.

El misterio en torno a la figura del legendario Hermes con-tinúa dando quebraderos de cabeza a los estudiosos de las doc-trinas secretas cuyos orígenes se remontan probablemente a la Atlántida, y luego al Antiguo Egipto. La investigadora británica Frances Yates28, autoridad mundial sobre el Renacimiento, sos-tiene el hecho, consensuado por una gran mayoría de expertos

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en la literatura hermética, de que los escritos herméticos, el denominado Corpus hermeticum o Hermética, representan la fu-sión entre las enseñanzas que poseían los sacerdotes egipcios celosamente conservadas en los templos y los sistemas filo-sóficos de la época helenística, es decir, Hermes Trismegisto pudo haber sido el nombre de una escuela de autores helenos (griegos), traductores de los libros de Thot, o bien Hermes fue un sacerdote egipcio que los griegos identificaron con el dios egipcio de la sabiduría mágica de Thot. En capítulos posterio-res volveremos a tratar con mayor detalle el Corpus hermeticum.

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La esencia simbólica de Thot

El antropólogo E. Cassirer, en desacuerdo con la definición que afirma que el hombre es solo un animal racional, propo-ne en su libro Antropología filosófica otra definición: «En lugar de definir al hombre como un animal racional, lo definiremos como un animal simbólico». Si consultamos el diccionario de la RAE, encontraremos que la palabra símbolo se define como una realidad material que representa a otras, inmateriales o reales, por las relaciones que se establecen entre ambas. Por ejemplo, un círculo conectado a una cruz en su lado inferior, ♀, puede significar «el espejo de Venus», el sexo femenino, re-presentar al planeta Venus, simbolizar al elemento cobre, etc. Por consiguiente, se observa que, en función del contexto que escojamos, la interpretación puede variar. Símbolo es un tér-mino que deriva del griego symbolon, con el sentido de reunir y, por tanto, según especifica R. Alleau, este término se refiere a «algo compuesto de dos». En cierto sentido, nada podemos es-perar de nuestro cerebro racional porque el único camino que podemos recorrer para acceder al conocimiento del símbolo solo se encuentra en el hemisferio cerebral derecho, al que se considera cerebro intuitivo, holístico y creativo. Y este lado de nuestro cerebro parece que es el más apropiado para el estudio de los símbolos. El historiador del arte Santiago Sebastián dice lo siguiente acerca del tratamiento del símbolo: «La lectura del símbolo no puede hacerse porque sea una forma de lenguaje reservada a los iniciados, sino porque se trata de una llamada al inconsciente». Para acceder a la comprensión del símbolo es necesario, por lo tanto, trascender nuestra actividad mental

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habitual, despojarnos de nuestra mentalidad lógica, analítica, fría y calculadora, exclusiva del hemisferio izquierdo de nues-tro cerebro; solo con las imágenes que se manifiestan a través de la actividad del subconsciente, a través de las experiencias oníricas y eliminando el pensamiento discursivo del estado de vigilia es posible identificarse con la esencia del símbolo. El hombre es y debe ser un animal hermenéutico29, es decir, está capacitado para interpretar el significado de los símbolos. La cuestión que se plantea es cómo abrir esa especie de puerta ce-rrada, aparentemente inaccesible, que impide el paso directo al significado hermético del símbolo. Hemos de admitir que debe existir un código secreto, una clave original que de un modo apropiado nos acerque a la estructura y función implícita en el símbolo. En el Antiguo Egipto, la única forma de aproximarse a la misteriosa iconografía simbólica del pensamiento egipcio se basaba en la observación y asimilación del símbolo como un código sagrado. Pero antes debemos establecer ciertos concep-tos necesarios para proseguir con este estudio sobre la esencia simbólica de Thot.

Tres son los elementos a tener en cuenta antes de entrar en el estudio de la naturaleza simbólica del dios Thot. A saber, el concepto de dato, de información y de conocimiento. ¿Qué se entiende por «dato»? Derivado del latín datum, significa «lo que se da». Un dato es información previa codificada de modo que sirva para llegar a un conocimiento exacto o para deducir con-clusiones ciertas sobre algo. Por ejemplo, si escribimos sobre el papel 10-3, tenemos un dato cuyo significado va a depender del contexto en el que se encuentre. En matemáticas, se trata de una potencia de exponente negativo que, en realidad, es 1/103 = 0,001; en química podría ser la concentración de iones hidrógeno (expresada en moles/litro) correspondiente al pun-to 3 de la escala de acidez (pH) de una disolución, o sea, una disolución de naturaleza marcadamente ácida; en otro contex-to, por ejemplo, en unidades de longitud, 10-3 podría referirse a «una milésima de metro» (10-3 m). Otro ejemplo. Escribamos en una pizarra el dato 21 %. Alguien podría interpretarlo como el porcentaje de aire inspirado del medio ambiente en tanto por ciento en volumen; otra persona podría entender que 21 %

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se refiere al IVA de un artículo expuesto en un mercado o bien el porcentaje de rebaja sobre el precio del mismo. Es obvio que el ser humano a través de su capacidad interpretativa y en función del contexto asigna un significado al dato. El resultado de esa interpretación es lo que se califica de «información». En tal caso, la información es un dato que posee un determinado significado sometido a un proceso de interpretación dentro de un contexto concreto. Cuando esta información se memori-za es cuando entra en juego el concepto de «conocimiento». Archivado el dato en la memoria, el sujeto aprende. Sin em-bargo, aquí entran en juego dos enfoques diferentes en cuanto al modo de almacenamiento del dato. El dato puede simple-mente memorizado. Pero para aprenderlo no es suficiente con archivarlo en la memoria; es necesario que pueda recuperarse de su lugar de almacenamiento y se pueda reutilizar con el fin de modificar la conducta más adelante. Po ejemplo, cuando almacenamos en la memoria un dato como la señal de stop, no sirve de nada tenerlo registrado en los archivos del cerebro si no se sabe cómo reutilizar esa información con el propósito de cambiar una conducta inapropiada desarrollada en anterio-res ocasiones. Este aspecto es importante porque dos personas con la misma información memorizada y en un mismo entor-no pueden actuar de modos muy distintos. ¿Por qué se da esta distinta actuación? La razón es muy sencilla. Los datos suelen estar almacenados en un soporte material (libro, audio, CD, DVD, etc.) y, por tanto, cuando dos personas acceden a un mismo dato, puede suceder que estas personas, que solo están leyendo la misma información, la interpreten de modo dife-rente y adquieran un conocimiento desigual. Para evitar esta multiplicidad interpretativa, lo que se hace es proporcionar al dato el mismo significado. Por ejemplo, los pictogramas de la moderna señalización relacionados con el tráfico por carrete-ra adoptan determinadas formas geométricas. Estas señales de tráfico requieren para su comprensión de un proceso de apren-dizaje, pero, una vez almacenada en la memoria, la información que prestan es inmediata y espontánea. Solo hay que saber reu-tilizarlas con el fin de modificar los hábitos adquiridos. La señal de dirección prohibida, almacenada en la memoria colectiva de