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]\OS DOM JOAQUm LOPEZ Y SICILIA,POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE A P O S T O L IC A , ARZO BISPO DE V A L E A C IA , CA BA LLE R O G Ü XS CRUZ DE L A R E A L Y DISTIIVGUIDA ORDEIV E SPA Ñ O LA DE

C A R L O S I I I , DEL CON SEJO DE S . M . , E T C . E T C .

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Salud en nuestro Scrior Jesucristo.

IOS, que dispuso toJas líis cosas con órclen admirable , no pudo dejar al hombre sin uiiidad ni concierto en la vida civil : este no puede subsistir sin que conserve el lugar en que Dios le puso, respondiendo con exactitud á su destino y obligacio­nes. No es permitido á mortal alguno desentenderse sin que se oponga á los fines de la creación y redención : el hombre no liene poder para disponer de sí mismo, sino conforme á los designios de la Providencia; no es suyo , sino que propiamente es siervo del orden establecido por Dios : este orden es nece­sario é invariable; sin él no hay paz ni pública fe l ic idad, se disuelven los lazos de la sociedad, se destruyen los principios de las costumbres y trastornan los cimientos de la subordina­ción : solo en el orden divino se halla la paz , se guarda justicia, respeta la propiedad, se aprecia la virtud, florecen y prosperan

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los imperios. La incredul idad, guiada por el amor frenético de la independencia , y mal avenida con el Evangel io , afecta i lus­trar á los hombres y hacerlos felices. No hay , empero, verdad en el error, ni discreción en la locura : nadie puede prescindir de Dios cuando se trata de lo que prescribe esencialmente el órden establecido por Dios. Asi que, la Religión Católica, única verdadera, es la que marca con claridad y exactitud las sendas que el hombre ha 4e segu i r , los deberes que indispensable­mente ha de l lenar respecto de Dios, de sí mismo y de los demás hombres : la Religión Católica fija los principios del ór­den civi l en la l e y eterna : nos ata y une respectivamente coa el mismo lazo con que lo estamos á Dios; por manera que la piedad evangélica no consiste solo en amar á Dios, sino en honrar también á los hombres según la gerarquía y destino en que los colocó la Providencia. Podrá la polí tica autorizar el órden público; pero firme é inviolable lo hace solamente la Re l ig ión: doma las pasiones; regla los intereses en común y en par t icu la r ; los une y sostiene con su divina fuerza: lo que intenta la política por la amenaza y el cas t igo , lo practica la Religión por convencimiento y conciencia : la política habla al o ido , la Rel igión penetra y mueve los corazones; mejora, e leva y santifica las máximas de la po l í t ica ; dá un principio mas alto y subl ime , que no puede mudarse ni ser alterado por ningún poder ni razón humana : la voluntad de Dios es la fuente y origen de aquel órden inmutable y d iv ino , de donde reciben los Príncipes la autoridad soberana.

Ved aquí la razón por qué los cristianos miran en el Monarca la imagen viva de Dios; acatan y obedecen una voluntad á que no es dado oponerse sin del i to ; afianzan su sumisión y obe­diencia en la causa mas subl ime , mas í irme y segura que puede haber en cielos y t ierra ; en la unión ínt ima que tiene entre sí la potestad de Dios y la del Pr ínc ipe ; la l e y eterna que dá la autoridad á los Reyes , es puntualmente la regla que diri je la voluntad de los vasallos : no hay poder en el universo que pueda l íc i tamente desatar el lazo que une á los individuos que

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componen el estado con el Soberano, que es su cabeza: la piedad lo estrecha y fortifica : á proporcion que ésta crece y reina J e ­sucristo en los corazones, se aumenta y asegura la sumisión, la fidelidad y obediencia á los Príncipes : lo s bu en o s cr is t ianos s iem pre han sido los m e jo r es vasallos.

En efecto, el empeño decidido y constante de l lenar cum­plidamente las obligaciones está íntimamente unido con el ejercicio exacto de la Religión Católica : ella es el móvil pode­roso, el recurso mas universal que la Providencia Divina ha proporcionado á los hombres : sus preceptos y consejos que propone, útiles y necesarios á todas las clases del estado, en­cuentran en la autoridad divina que los d icta , en las promesas con que los acompaña y en la gracia con que los hace pract i­cables y gustosos, un atractivo y fuerza admirable exclusiva­mente capáz de vencer y dominar la violencia impetuosa de las pasiones. Todo lo que prescribe la ley y manda el Soberano es muy respetable y sagrado á los ojos del cristiano : la Religión le dice : qu e todo p o d e r 'viene de Dios ; qu e e l P r in c ip e e s su m i ­n is t r o ; qu e e s n e c e sa r io o b e d e c e r l e j no so lo p o r tem or y sino p o r obligación d e c o n c i en c ia ; qu e resist ir le j e s resis t ir a l o rd en esta-' b le c id o p o r Dios. Así que, obedecer al Soberano, es propiamente obedecer á Dios que lo ha puesto para nuestro gobierno : per­turbar este orden bajo cualquier pretexto, es faltar á la Provi­dencia Divina : todo lo que desordena esta armonía y destruj'e el concierto en la sociedad, es en real idad una especie de pro­fanación y sacrilegio.

No, amados mios , la Religión Católica no sufre ni puede sufrir en sus hijos ningún género de insubordinación é inde­pendencia de la suprema autoridad civil en lo que no se opone á la fe y culto del único y verdadero Dios. La sangre de Je su ­cristo fue derramada para pacificar el cielo y la tierra , es decir , á los hombres con Dios y consigo mismos. Fundador divino de la Religión y autor del orden, no puede querer que sirva jamás de ])retexto para trastornar el concierto del estado, ni para eximirse persona alguna de los deberes de la justicia y

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caridad. Así que^ la Religión Católica aborrece y detesta las dis­cordias públicas y pr ivadas ; inspira horror á la rebelión ; aluja y corta los caminos que conducen á e l l a : hijos d e B elia í l lama con razón la Escritura santa á los que intentan sacudir el yugo de la subordinación: el vasallo inobediente; el que mira en la formacion de los estados el efecto natural de la violencia y r e ­unión de fuerzas y poderes particulares^ es enemigo capital é inhumano de la sociedad á que pertenece igualmente lo es de la Iglesia , de si mismo y del género humano comprendido

el órden de la Providenc ia ; las ventajas que promete son lazos^ mintiendo libertad y abundancia: desacreditando con execrable osadía y descaro á los Príncipes, expone los pueblos y la nación á la mas atroz y desastrosa calamidad^ que es la dislocación del órden y víuculo con que se conserva.

Só l ida , pues , será y duradera la uaion y tranquilidad de los pueblos que por los principios de nuestra santa Religión obedecen al Príncipe y á su gobierno, y con la concordia de la fe y de la caridad conservan el órden y armonía : ésta es pre­cursora infalible de la prosperidad; fruto precioso de la doctri­n a , del amor y la paz (jue Cristo trajo á la tierra ; premio de la mansedumbre, de la obediencia y fidelidad de que el mismo Cristo se hizo dechado. No es necesario registrar historias de otros pueblos y naciones, ni menos alegar ejemplos extraños. Esta es la doctrina de la Rel ig ión, la doctrina de los españoles^ la que sostuvieron nuestros sabios, la que defendieron nues­tros héroes. Recordad si no los ínclitos varones que nos prece­dieron: altamente penetrados de los nobles y puros sentimientos de la Re l ig ión , que siempre fue las delicias de su corazon, ni la ambic ión, ni las promesas, ni el oro , ni la p la ta , ni la br i ­l lantez de los proyectos , cualquiera que fuese la máscara con que la irrel igión y períidia maquiavél ica ocultaba sus dañinos deseos, nada fue capáz de apartarlos del cumplimiento de sus cristianos deberes : fieles al R e y , amantes del orden y de la paz, ol jedecian con igual prontitud é invencible adhesión á los Fernandos^ á los Ja imes , á los Alonsos y Fel ipes^ que á las

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Berenguelas, á las Juanas é Isabelas y demás augustas Pr ince­sas que, á falla de varón en la sucesión directa, eran l lamadas al trono por derecho de naturaleza y familia sancionado por las leyes. Este amor heroico á la Religión j esta adhesión cons­tante á los Soberanos; la firme resolución de sacrificarse por las leyes y costumbres pá tr ias , distintivo y carácter peculiar de la nación española, ha obrado prodigios de valor en todas las edades. No hay duda : aquellas virtudes y proezas que l le ­naron de asombro y envidia al universo, fueron el esfuerzo de la lealtad y amor á la Religión : las disensiones y la insubordi­nación y turbulencias eran tan agenas é indignas del nombre español, como del de cristiano. El Imperio y el Sacerdocio, en perfecta y constante armonía, procuraban al pueblo la fel icidad espiritual y temporal ; la nación española era opulenta, temida é invencible por su concordia; las costumbres eran puras; los socorros y beneficios recíprocos eran abundantes; las acciones generosas comunes; respetado el gobierno y las leyes.

Los enemigos astutos de nuestra prosperidad han puesto en movimiento toda suerte de máquinas y proyectos para manci­l la r la nombradla nacional , han logrado dividir la opinion; mas claro: quieren desunir el espíritu y genio español, noble, c ircunspecto, constante y religioso que siempre fue terror de los enemigos de la Religión y de los del Soberano, para que, dividida, desmoralizada y consumida, sea presa de la ambición y codicia devoradora del ex t r an je ro : : : : No os dejeis seducir , hijos mios: difunden en las clases del estado errores trascen­dentales y groseros; intentan sorprender vuestra senci l lez, y envolveros en ia ruina y estragos, abusando de vuestro amor ve­hemente de la Religión y de la pàtria : es faláz y calumnioso el Ínteres que manifiestan al pueblo: abrigan en sus pechos corrompidos ideas de turbulencia y de traición : a larman contra la legítima Heredera del Trono, para introducir la soberanía popular , que es tanto como querer que el genio maligno de la anarquía y revolución, que ha causado horribles estragos y tur­bulencias , des ip ic ie el trono español y conmueva hasta los

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cimientos el edificio social y el de la Religión. No os dejeis-se» d u c i r , hijos m ios , os repito una y mi l veces : Dios, Rey de R eye s , ha establecido los Soberanos: el Principe que reina y el que hereda, recibe de Dios el poder, no menos que si fuese escogido y puesto sobre el trono por el mismo Dios : no tiene el pueblo ni persona alguna derecho para alterar el curso na­tural y político en la sucesión sin perturbar el orden estableci­do por Dios.

Ahora bien : e l derecho de sucesión al trono español que t iene la Señora Infí inta Doña María Isabel L uisa, pr imogénita de nuestro augusto Monarca (Q. D. G . ) , es i n d u d a b le , sin que las razones que ha producido la cav i lac ión tengan la menor fuerza para debi l i ta r la autoridad y va lor lega l de la pragmáti ­ca-sanción publ icada en Marzo de 1830 : no hablaremos de la in formal idad y defectos legales de que abunda el reglamento; la parte demasiado act iva y directa que tuvo una nación émula de nuestras glor ias é in teresada en nuestro abatimiento ; la emis ión de c láusu las esenc ia les en la convoca tori a ; que los re inos rehusaron admit ir la propuesta ; que el Consejo de Cas­t i l la se opuso con pecho firme y razones in ven c ib le s , á las que no fue dado contestar : para desvanecer toda duda y quitar todo pretexto á los espír itus inqu ie to s , basta saber que el re s tab le ­cimiento de la l e y de partida que l l ama á las In fan tas , á falta de v a ró n , a l trono españo l , y la anulac ión de l reg lamento en favor de la l e y sá l ica es un hecho legal consumado, s in que fal te condicion ni formal idad : la pidieron las Cor tes , la apro­bó e l Señor Rey D. Carlos IV y promulgó nuestro augusto Soberano el Señor D. F ernando V i l . En el lenguaje de la Re­l ig ión solo Dios es superior a l Monarca : en la legi.slacion c iv i l y administración de los negocios polí t icos su autoridad es su­p r e m a , é igual en todos los Pr ínc ipes . Lo que hizo Fe l ipe Y , no obstante la res istencia de los Procuradores de los Reinos , bien lo pudo hacer Carlos IV con el d ic tamen unán im e y a c l a ­mac ión de los Procuradores leg í t imamente e legidos con el coii - ^ejo y aprobación de l Clero y aplauso genera l de la nación ;

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pudo y debió derogar lo dispuesto en el auto acordado de 1713; reponer bq toda su fuerza legal una l e y fundamental de la mo­narqu ía , ley de nuestros padres , l e y propiamente española, que excluye la intervención extranjera en lo interior de la na­ción , proscribe los defectos de la ley sá l ica , l ey de Francia, que no debe mandar en España. Así que , la ley de 1789 que declara el derecho antiguo á favor de nuestras Infantas, á falta de varón, es la l e y de nuestros antepasados, observada por es­pacio de ocho siglos sin interrupción, es la ley de nuestra patria conforme á los principios monárquicos y costumbres inmemo­riales : por el la han ocupado el trono Reinas esclarec idas , y elevado la nación española á la cumbre de la prosperidad, de bril lantez y de gloria. Esta l e y , este lazo , que une estrecha­mente á la nación con la sucesión directa de los Monarcas es­pañoles, la ha hecho firme é indisoluble la l e y eterna de Dios; no hay brazo humano ni poder sobre la tierra que la pueda romper sin quebrantar enormemente los preceptos divinos, sin exponer la nación al furor y horrores de revolución.

Se estremece la humanidad y gime mi corazon traspasado de dolor á la lejana perspectiva de los males y estragos que causaría el trastorno del órden civ i l instituido por Dios. Todos, sin distinción de clase y persona^ la Iglesia y el Estado, el Monarca y el vasa l lo, todos tenemos sumo interés en la con­servación del órden y de la paz que asegura la fel icidad de los pueblos y pureza de costumbres : pero señaladamente los ecle­siásticos debemos oponernos con actividad y celo á los enemi­gos de la Religión y de los Monarcas, que con espléndidas promesas de libertad y abundancia no ponen l ímites á los proyectos de destrucción y pervers idad : es obligación nuestra precaver los funestos efectos de la seducción, instruyendo á los pueblos en materia tan esenc ia l , inculcándoles constan­temente la respuesta que nuestro divino Redentor dió á los fariséos cuando quisieron tentarle sobre la obediencia de­bida a los Príncipes: ¿C ii ju s e s t imago fi íe c e t su p c r s c r ip t io ? ¿Quién es nuestro verdadero y legít imo Soberano? El Señor

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D. F e r n a n d o VII d e B o r b o n . D ad, pues , á César lo que es de César, y á Dios lo que es de Dios.

Los Curas, Vicarios ó Tenientes de las parroquias de este nuestro Arzobispado leerán al pueblo esta nuestra Carta en el primer domingo despues de su recibo al tiempo del ofertorio de Misa mayor.

Dada en nuestro Palacio Arzobispal de Valenc ia á veinte y cuatro dias del mes de Abri l del año mi l ocliccientos treinta y tres.

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Por mandado de S. E. I. el Arzobispo mi Señor :

Manuel Lucia Mazpañ'ota^

Acompaña á esta nuestra Carta un ejemplar del testimonio de las Actas cíe Cortes publicado por Real Decreto de la R e i n a nuestra Señora, que hemos mandado imprimir y c ircu lar, para que, leido con detenimiento y reflexión por los respectivos Capítulos y Corporaciones eclesiásticas, se archive y conserve en todns las Iglesias este precioso documento*

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