Stowe, Harriet Beecher - La cabana del tio Tom.doc

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L A C A B A Ñ A D E L T Í O T O M H A R R I E T B E E C H E R

Transcript of Stowe, Harriet Beecher - La cabana del tio Tom.doc

La cabaa del to Tom

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S T O W E

C A B A A D E L T O T O M

L A

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UNA tarde desapacible del mes de febrero se hallaban

sentados frente a una botella de vino dos caballeros en el comedor de una casa del distrito del..., del Estado de Kentucky. Los sirvientes se haban retirado. Parecan discutir un asunto serio.

Hemos dicho dos "caballeros" por conveniencia del len- guaje, porque a uno de los interlocutores no se le hubiera credo perteneciente a la clase de hombres a quienes generalmente se aplica ese titulo. Era un individuo de baja estatura, tosco, de facciones ordinarias, y con ese aire petulante de los hombres de baja estofa encumbrados por la fortuna. Iba ostentosamente vestido con prendas de diversos colores. Los dedos, grandes y ordinarios, estaban cuajados de

anillos y llevaba una gruesa cadena de oro con un puado de

EN EL CUAL EL LECTOR ES PRESENTADO A UN

HOMBRE MUY HUMANITARIO

CAPITULO 1

T O M

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L A

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autnticamente religioso, sin fingimiento.

es

Si

negro

un

en

recomendable

muy

cualidad

dijes de portentoso tamao. Su lenguaje estaba salpicado de

expresiones groseras.

Su interlocutor, el seor Shelby, tena, por el contrario, todo el aspecto de un caballero, y el de su casa indicaba opulencia.

-El asunto puede quedar arreglado en la forma que le digo -dijo Shelby.

-No puedo cerrar trato en esas condiciones, seor Shelby -repuso el otro, interponiendo una copa de vino entre la luz y sus ojos.

-Ha de tener usted en cuenta, Haley, que Tom es un hombre que sale de lo corriente, y vale esa cantidad; es trabajador, honrado y capaz, y maneja mi granja con la precisin de un reloj.

-Esa honradez ser como la de todos los negros.

-No; digo que es honrado en la verdadera acepcin de la Palabra. Tom es bueno, trabajador, de buen corazn y religioso. Se le bautiz hace cuatro aos y creo que siente de veras la religin. Yo le he confiado todo cuanto poseo y siempre lo he hallado leal y recto.

-No va usted a deducir que yo sea de los que no creen en la religiosidad de los negros -dijo Haley-. En el ltimo envo que hice a Nueva Orlens iba uno que era un santo, por lo bueno, amable y pacfico. Por cierto que hice un buen negocio con l, porque lo haba comprado barato y lo

revend en seiscientos dlares. S, seor, s; la religin es una

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-Pues Tom es religioso de verdad -repuso Shelby- El

otoo pasado lo mand a Cincinnati solo, para ciertos asuntos mos, y me trajo quinientos dlares. "Tom -le haba dicho-, confo en ti porque creo que eres un buen cristiano y s que no me engaars". Y Tom volvi puntualmente. Yo estaba seguro de que volvera. Declaro que siento de veras tener que desprenderme de Tom. Avngase usted a que saldremos totalmente la cuenta con l. Por poca conciencia que tenga, espero que acceder.

-Yo tengo una conciencia como puede tener otro hombre de negocios -repuso el tratante-, y adems estoy dispuesto siempre a hacer todo lo posible por complacer a los amigos; pero, en este caso, comprender usted que un solo individuo es poco.

-Entonces, dgame, en qu condiciones hara el trato.

-No tiene usted algn esclavo que agregar a Tom?

- Hum! No puedo deshacerme de ninguno, y si he consentido en vender algn esclavo, ha sido obligado por la necesidad.

En aquel momento se abri la puerta y entr un mulatillo cuartern de cuatro a cinco aos de edad. Haba en su tipo algo bello y atrayente. Su negro cabello caa formando rizos en torno de su redonda carita, embellecida por unos graciosos hoyuelos, y sus ojos, grandes y oscuros, llenos de viveza y de dulzura, miraban con curiosidad por entre las abundantes y largas pestaas. El vistoso traje a cuadros rosa y amarillo, bien hecho y muy limpio, haca resaltar su infantil

belleza. El aire de cmica seguridad con que se present,

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aunque templado por cierta modestia, delataba que estaba

acostumbrado a los mimos del amo.

- Hola, Jim Crow! -dijo el seor Shelby, tirndole un racimo de uvas-. Toma eso!

El cuartern corri mientras su amo rea.

El chico se acerc y el amo le dio unas palmaditas en la rizada cabeza y le acarici la barbilla.

-Ahora vas a ensear a este caballero cmo cantas y bailas.

Enton el chico una de esas canciones grotescas, comunes entre los negros, con voz clara, acompaando su canto con cmicas contorsiones de manos, pies y cuerpo.

- Bravo! -dijo Haley, tirndole un gajo de naranja.

-Ahora Jim, camina como el viejo to Cudjoe cuando tiene reumatismo -dijo su amo.

Las piernas de Harry se curvaron como las de un paraltico, y en seguida, con el cuerpo encorvado y apoyndose en el bastn de su amo, ech a andar como un viejo.

- Muy bien! Este chiquillo es una alhaja! -dijo Haley-.

Vaya -aadi palmeando en el hombro a Shelby-, agregue usted el chico y trato hecho! Dgame si esto no es ponerse en razn.

En aquel momento se present una joven cuarterona de unos veinticinco aos. No haba ms que mirar al muchacho para comprender que aquella mujer era su madre. Tena los mismos ojos grandes, oscuros y vivos; las mismas largas pes-

taas, los mismos rizos en el sedoso y negro cabello. El matiz

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dorado de su rostro dejaba entrever en las mejillas un ligero

tinte rosado que se aviv al ver la mirada del desconocido, clavada en ella con descarada admiracin. El vestido realzaba las lneas de su esbelto cuerpo; una mano fina y bien formada y un pie y un tobillo dignos de la mano, eran detalles del aspecto general que no escaparon a la viva mirada del tra- tante, que estaba muy acostumbrado a observar los mritos de un buen artculo femenino.

-Qu hay, Elisa? -pregunt el amo.

-Vengo en busca de Harry, seor.

De un salto, el chico se ech en brazos de su madre, mostrndole las uvas. La joven se apresur a retirarse con su hijo en brazos.

- Vive Dios que es un excelente artculo! exclam el tratante-. Con esa muchacha puede hacer usted una fortuna en Nueva Orlens. He visto en ms de una ocasin pagar mil dlares por muchachas no ms bonitas que sa.

-Gracias, no quiero hacer mi fortuna as -dijo secamente mster Shelby.

-Vamos a ver, cunto querra usted por esa chica? Yo dara...

-No la vendo -respondi Shelby-. Mi mujer no consen- tira deshacerse de ella aunque le dieran su peso en oro.

-Las mujeres dicen siempre eso porque no calculan nada. Si se les enseasen las alhajas que pueden comprarse con el peso de una persona en oro, ya vera cmo cambian de opinin.

-De eso no hay que hablar, seor Haley.

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-Pero el chico s me lo dejara usted -repuso el tratante-.

Debe reconocer que el trato que le propongo es razonable.

-Pero, para qu quiere usted el muchacho?

-Es que tengo un amigo que se dedica a este ramo del negocio. Compra chicos lindos para criarlos y venderlos. Un muchacho de buen tipo sirve para abrir la puerta y para servir y cuidar a sus amos. Se pagan buenas cantidades por ellos.

-Preferira no venderlo -dijo Shelby pensativo-, porque soy muy compasivo y me repugna quitarle el hijo a la madre.

- Bah! En verdad? Ah, s, es natural! Le comprendo perfectamente. A veces es muy desagradable tener algo con mujeres. Yo tambin detesto las escenas de dolor y desolacin. Tanto me disgustan, que procuro evitarlas. Y si usted aleja la madre por un da o por una semana, todo se pasar sin ruido, y quedar terminado a su regreso si su esposa le da algunos pendientes, un vestido u otra cosa para consolarla.

-Temo que eso no sea posible.

- Que Dios lo bendiga! Ignora que estas criaturas no son como nosotros? Olvidan pronto, si se hacen bien las cosas.

Y tomando un falso aire de sinceridad, continu:

-Hay quien dice que este comercio se opone a los senti- mientos de la Naturaleza; pero yo no lo creo as. Verdad es que rara vez empleo los medios de que hacen uso algunos traficantes, jams arranco un hijo de los brazos de su madre para venderlo a su vista, porque esto las hace gritar como locas, bastando semejante turbacin y desorden para averiar

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la mejor mercadera. En Nueva Orlens conoc una

muchacha vctima de una escena de stas. Un da quisieron quitarle su hijo, pero ella, enfurecida, lo estrech entre sus brazos, lanzando gemidos como una leona herida. Slo el recordarlo me eriza los cabellos. Al fin, le quitaron el nio; pero se volvi loca y muri a la semana. Eso produjo una prdida de un millar de dlares.

Se detuvo, apoy los brazos en el silln y continu:

-Los elogios en boca propia sientan muy mal; pero digo esto porque es notorio que soy uno de los que han llevado mejores rebaos de esclavos; siempre los he entregado sanos y gordos, habiendo experimentado menos prdidas que otro cualquiera. Esto lo debo al celo con que los cuido. S, seor; la humanidad es la regla de mi conducta.

Dicho esto se ech a rer, festejando su propia gracia. Eran tan originales las manifestaciones humanitarias del tratante, que Shelby no pudo menos que acompaarle en sus carcajadas.

La risa del seor Shelby anim al tratante a continuar sus reflexiones en esta forma:

-Lo ms raro -dijo- es que nunca he podido hacer comprender estas ideas a ciertas gentes. Toms Locker, el de Natchez, mi antiguo socio, es un muchacho excelente, pero sin piedad para los negros. Sin embargo, jams ha comido pan un hombre ms bueno que l. Yo le deca incesantemente: "Toms, por qu cuando se quejan los esclavos los mueles a palos? Eso no est bien, es indiscreto.

No ves que as se les va la fuerza por la boca y que si les

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cierras ese camino buscarn otro? Adems, as se enferman,

se debilitan y el mismo diablo no les obligara a trabajar despus. Por qu no los tratas con bondad? No crees que a la larga esto te proporcionara ms ganancias que todos los golpes y todas las amenazas?" Nunca quiso hacerme caso, tanto que tuve que separarme de l, aunque era un buen compaero y muy entendido en los negocios.

- Y su mtodo le ha producido mejores resultados que el de Toms Locker? -pregunt Shelby.

-S, seor; evito siempre toda escena desagradable. Si trato de vender un muchacho, en vez de quitrselo a la madre de los brazos, lo tomo cuando est lejos de sus padres, cuando menos piensan en l. Una vez terminado el asunto, todo marcha por s solo, pues cuando pierden toda esperanza se aplacan. Los negros no son como los blancos; ya saben que una vez vendidos no tienen que esperar volver a ver a sus padres, sus hijos o sus hermanos.

-Creo que no ha de ser tan fcil separar a los mos.

-Pues yo s. Le sirven a usted por que son sus esclavos, pero no por adhesin. Un negro que rueda de una parte a otra, que ha pertenecido a Tom, a Harry y Dios sabe a quin, no puede abrigar en su corazn ninguna ley porque los lati- gazos que martirizan sus espaldas secan en l los sentimientos generosos. Me atrevera a apostar, seor Shelby, que sus negros estaran en cualquier casa tan bien como en la de usted. Naturalmente, todos creemos que lo nuestro es lo mejor, y a m me parece, sin que esto sea elogiarme, que trato a los negros mejor de lo que ellos se merecen.

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-Bueno -dijo Haley, despus de un rato de silencio-, en

qu quedamos?

-Pensar el asunto y hablar con mi esposa -respondi Shelby-. Mientras tanto, es conveniente que no diga usted nada por ah, porque si se corre la voz entre mis esclavos, no ser cosa agradable llevarse de aqu ninguno.

-Cuente con mi silencio. Pero no olvide que tengo muchsima prisa y necesito saber lo antes posible a qu debo atenerme -dijo Haley, levantndose.

-Pues bien, venga esta noche de seis a siete, y le dar la respuesta -dijo el seor Shelby.

El tratante salud y sali del comedor.

- Quin pudiera echar a puntapis a ese individuo! -dijo para s el seor Shelby cuando vio cerrarse la puerta-. Pero sabe que me tiene entre sus garras. Si se me hubiera dicho hace algn tiempo que tendra que vender a Tom a uno de estos canallas, hubiese contestado: "Es tu criado un perro para tratarlo de esta manera?" Y ahora va a serlo. Y el hijo de Elisa tambin! S que voy a dar un disgusto a mi mujer Y todo por una maldita deuda!

El seor Shelby era bondadoso, de buen corazn e inclinado a la indulgencia para con los que vivan a su alrededor, y jams haba dejado que faltase nada que pudiese contribuir a la comodidad fsica de los negros de su finca. Pero se haba metido en grandes y atrevidas especulaciones y haba contrado importantes obligaciones, gran parte de las

cuales haban ido a parar a las manos de Haley. En estos

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antecedentes est la clave de la conversacin que acabamos

de transcribir.

Al acercarse a la puerta, Elisa haba odo algo de la con- versacin; lo suficiente para saber que el tratante haca ofertas de compra a su amo, y la esclava, al salir con su hijo, se hubiera detenido de buena gana para escuchar, pero en aquel momento la estaba llamando su ama y tuvo que alejarse.

Crea haber odo al negrero hacer una proposicin acerca de su hijo. Su corazn lata con violencia, e involuntariamente oprimi a su nio con tal fuerza, que el muchacho la mir asombrado.

-Elisa, muchacha, qu te pasa hoy? -le dijo su ama, al ver que Elisa, despus de haber derribado el costurero, le traa una bata, en vez del vestido de seda que haba pedido.

- Ay, seora! exclam Elisa-. El amo est hablando con un tratante en el comedor. Le he odo.

-De qu crees que trataban?

- Creo que el amo quiere vender a mi Harry!

- Venderlo! No digas disparates! Bien sabes que el amo no tiene negocios con esos tratantes del Sur, y nunca ha pensado vender ningn criado mientras se haya portado bien. Quin crees t que querra comprar a tu hijo? Te figuras que todo el mundo tiene puestos los ojos en l como t? Vamos, anmate, y treme el vestido que te he pedido.

-La seora no dara nunca su consentimiento para...

- Qu disparate, muchacha! Puedes estar segura. Lo ne- gara como si se tratase de vender mis propios hijos.

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las

acogido

haba

que

con

sido sincera en la incredulidad

sospechas de Elisa.

mejoramiento de sus esclavos, aunque en ello no tornaba l

parte directamente.

Como la seora Shelby ignoraba los apuros financieros de su esposo y slo conoca la bondad de su carcter, haba

y

instruccin

comodidad,

la

de

pro

en

proceder

Tranquilizada por el tono de seguridad de su ama, Elisa

se puso a peinarla, olvidando sus temores.

La seora Shelby era de gran clase, tanto intelectual como moralmente. A la magnanimidad y generosidad naturales de las mujeres de Kentucky, una sensibilidad y principios morales y religiosos, que pona en prctica con gran energa. Su esposo, aunque con alguna tibieza, respetaba las creencias de su mujer y oa con cierta veneracin sus opiniones y sus consejos. Dbale ilimitadas facultades para

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ELISA haba sido criada por su ama, desde su infancia,

como una muchacha a quien se quiere y se mima. Cualquiera que haya viajado por el sur de los Estados Unidos, habr podido notar el aire de distincin y la finura de las maneras y lenguaje de las negras y mulatas. La gracia natural va casi siempre unida en ellas a una belleza muy notable y a un exterior agradable.

Bajo el cuidado protector de su ama, Elisa haba llegado a la mayor edad sin caer en esas tentaciones que hacen que la belleza sea una herencia fatal para una esclava. Habase ca- sado con un joven mulato, listo y simptico llamado George Harris, que era esclavo de una finca inmediata, de ese apellido.

Este joven haba sido alquilado por su amo para trabajar

en una fbrica de bolsas, donde era considerado como el

LA MADRE

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mejor obrero por su destreza y su ingenio, pues, entre otras

cosas, haba inventado una mquina para cardar camo.

Hombre de buen tipo y de agradables maneras, era el favorito de todos en la fbrica; pero como a los ojos de la ley este joven no era un hombre sino otra cosa, todas sus excelentes cualidades estaban sujetas a la intervencin de un amo vulgar, ignorante y tirano. Al enterarse ste de la fama del invento de George, fue a la fbrica a ver lo que haba hecho su inteligente esclavo, y el fabricante lo recibi con entusiasmo.

Le ensearon la mquina inventada por George, el cual, lleno de alegra, hablaba con tanta soltura, se mostraba tan resuelto y tena un tipo tan varonilmente hermoso, que su amo comenz a experimentar una desagradable sensacin de inferioridad.

Quin era su esclavo para andar inventando mquinas y tratando de codearse con los caballeros? Aquella situacin no poda seguir; era preciso ponerle trmino, y l se lo pondra, llevndoselo a casa y ponindolo a trabajar la tierra. El dueo y los operarios de la fbrica se quedaron atnitos cuando el amo reclam de pronto los jornales de George y anunci su4 intencin de llevrselo a casa.

- Pero, seor Harris! -objet el fabricante-. No le parece demasiado precipitada esa decisin?

- Qu ha -de serlo! No es mo ese hombre?

-Estoy dispuesto a aumentarle el jornal.

- Nada, nada! Yo no tengo por qu alquilar mis esclavos ms que cuando se me antoje.

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-Basta tener en cuenta la invencin de esa mquina

aleg uno de los otros peones.

- Ah, s! Una mquina para ahorrar trabajo, verdad? Eso es lo que hacen los negros en cuanto se les deja. Cada uno es una mquina de ahorrar trabajo! Pero ste tiene que trabajar!

George se haba quedado como petrificado al or pronunciarse sentencia por un poder que saba que era irresistible. Respiraba entrecortadamente; sus ojos relucan como ascuas, y quiz hubiera estallado de un modo peligroso si el bondadoso industrial no le hubiera dicho en voz baja:

-No te opongas, George; vete con l, por ahora. Yo pro- curar hacer algo por ti.

El tirano observ el cuchicheo, y se confirm en su determinacin de no dejarse arrebatar su vctima.

George fue llevado a la casa de su amo, y se le dedic a los trabajos ms duros y penosos. El joven haba podido reprimirlas palabras irrespetuosas; pero el relampagueo de sus ojos y la nerviosa contraccin de su entrecejo, hablaban en un lenguaje natural que no poda reprimir, signos que demostraban que el hombre no puede convertirse en cosa.

Durante el feliz perodo de su estancia en la fbrica, George haba conocido a Elisa, y se haba casado con ella.

Durante aquel perodo en que gozaba de la confianza y del favor de su jefe haba tenido libertad para entrar y salir. La boda fue muy bien acogida por la seora Shelby, a quien le agradaba unir a su hermosa predilecta criada con un

hombre de su clase, que pareca adecuado en todo para ella.

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Recibieron la bendicin nupcial en el gran saln de la casa de

Shelby; adorn ella misma con flores los hermosos cabellos de su esclava y ajust sobre su preciosa cabeza la flor de azahar y el velo nupcial. Nada falt en aquella boda: ni guantes blancos, ni vinos, ni dulces, ni los convidados que admiraron la hermosura de la novia y la indulgente liberalidad de su ama. Durante dos aos, Elisa vio a su marido frecuentemente. Slo vino a turbar su felicidad la muerte de dos hijos a quienes quera con pasin.

El nacimiento de Harry la consol. Aquel pequeo ser fortaleci su alma y estrech los vnculos de sus afectos, y Elisa volvi a ser feliz hasta el da en que su marido fue arrancado brbaramente a un bondadoso patrn para quedar sometido al frreo yugo del propietario legal.

El industrial, fiel a su palabra, visit al seor Harris una o dos semanas despus de haberse llevado a George, cuando calcul que se habra enfriado el calor del momento, y por todos los medios trat de convencerlo para que lo devolviese a su habitual ocupacin.

-No se moleste en hablar ms -dijo malhumorado el amo de George-. S lo que me hago, seor, y entiendo mis negocios.

-No pretendo inmiscuirme en ellos; slo creo que debe hacerse cargo de que va en inters de usted cederme ese hombre en las condiciones propuestas.

-Demasiado me hago cargo. Observ los cuchicheos que

hubo entre ustedes el da que lo saqu de la fbrica; pero no

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conseguir usted nada. Este es un pas libre, caballero; ese

hombre es mo, y yo hago con l lo que me da la gana.

George perdi la ltima esperanza; no tena ante s ms que una vida de trabajo rudo y vil, cuyas amarguras aumentaban las vejaciones e indignidades que poda imaginar el ingenio del tirano.

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LA seora Shelby acababa de salir a hacer una visita, y

Elisa de pie en la veranda, segua con mirada triste el coche de su ama, cuando una mano la toc en el hombro. Se volvi, y una sonrisa ilumin sus hermosos ojos.

-Eres t, George? Me has asustado! Soy muy dichosa en verte. La seora ha salido a pasar la tarde fuera... Ven a mi cuarto, donde nadie nos estorbar.

Hablando as, lo condujo a una hermosa piececita muy aseada, inmediata a la veranda.

- Qu dichosa soy! Por qu no sonres? Por qu no miras a nuestro Harry? (El nio estaba all, en pie, mirando tiernamente a su padre al travs de los bucles de su cabellera y prendido de las polleras de su madre). Verdad que est encantador?

- Ojal no hubiera nacido! -dijo George con amargura.

- George! Por qu dices eso? Ha ocurrido algo malo?

ESPOSO Y PADRE

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-S, Elisa; todo es miseria para nosotros. Soy un pobre,

un msero esclavo sin amparo, y no puedo hacer ms que arrastrarte conmigo. De qu sirve tratar de hacer algo, querer saber algo, intentar algo?

-S, es muy triste todo, querido George. S lo que has sentido quedarte sin tu trabajo en la fbrica, y s que tienes un amo muy cruel; pero ten paciencia y quiz...

- Que tenga paciencia! -exclam interrumpindola-. No la he tenido? He dicho algo cuando me sac sin razn de un sitio donde todos me manifestaban afecto? Yo le entregaba honradamente hasta el ltimo centavo de mis ganancias... y todos decan que trabajaba bien.

-S, es espantoso; pero ese hombre es tu amo.

- Amo mo? Y quin lo hizo amo mo? Eso es lo que yo digo... Qu derechos tiene sobre m? Soy tan hombre como l: soy mejor que l; entiendo ms de la industria que l; s dirigir un trabajo mejor que l; escribo mejor... y s leer mejor que l...; y todo lo he aprendido, todo, por mi propio esfuerzo, no gracias a l... Es ms: lo he aprendido contra su voluntad, y ahora, qu derechos puede tener para hacer de m una bestia?

- George! George! Me asustas! Nunca te he odo hablar as. No me extraa que sientas lo que dices, pero, ay!, ten cuidado...

-He sido prudente y he tenido harta paciencia... pero la medida lleg a su colmo... ni mi espritu ni mi cuerpo lo pueden soportar. Aprovecha todas las ocasiones para

insultarme y humillarme. Yo esperaba limpiarme de mi

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inculpacin y quedar tranquilo, y crea que trabajando con

ardor, hallara algunos momentos para dedicarme a la lectura y al estudio. Pero, cuando ms ve que puedo trabajar, ms me carga la mano de trabajo.

- Y qu piensas hacer, amado mo? -exclam Elisa con dolor.

-Ayer -continu George- estaba cargando un carro de piedras, y su hijo estaba all restallando el ltigo, tan prximo a las orejas de mi caballo, que el animal se espant. Le rogu de la manera ms humilde que cesase en su juego; pero no me hizo caso y continu. Trat entonces de sujetarle las manos, y comenz a gritar diciendo a su padre que yo le haba pegado. Su padre lleg furioso, y dirigindose a m me dijo: "Yo te har ver quin es tu amo"; y atndome a un rbol, cort varias varas, y dndoselas a su hijo le dijo que me pegase hasta que no pudiese ms. Y lo hizo; pero algn da se acordar de ello.

Y la frente del pobre esclavo se oscureci, y sus ojos brillaron de una manera que hizo temblar a su pobre mujer.

-Ten fe, George. Mi ama dice que cuando todo parece que se pone en contra nuestra, debemos creer que lo dispone Dios as.

-Eso pueden decirlo los que se sientan en sofs y van en coche; pero si los pusiera en mi sitio, me parece que les re- sultara ms dura la vida y no hablaran as. T, en mi lugar, no te conformaras. .. Ni te conformars ahora, si te digo todo lo que tengo que decirte. An no lo sabes todo.

-Qu ms puede suceder?

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-Vers. Ultimamente ha andado diciendo el amo que fue

un tonto dejndome casar fuera del lugar; que aborrece al seor Shelby y a todos los suyos, porque son superiores a l, y que t me has pegado la altivez. Ha dicho tambin que no me dejar venir ms aqu, y que tendr que tomar otra mujer y establecerme en su finca. Al principio no pasaba de amena- zar, pero ayer me dijo que tena que tomar por mujer a Mina, o sino me vendera a quien me llevase lejos de estos lugares.

- Pero eso no puede ser!... Nosotros estamos casados por la iglesia, como los blancos -dijo Elisa con sencillez.

-No sabes t que los esclavos no pueden casarse? No hay en el pas ley que lo autorice. Yo no puedo alegar que eres mi esposa si se le antoja al amo separarnos. Por eso quisiera no haberte conocido... Por eso quisiera no haber nacido... Y hubiera sido mejor que no hubiera nacido nuestro pobrecito Harry. Todo esto puede ocurrirle a l tambin.

- Oh! Pero el amo es muy bueno.

-S, pero, quin sabe? ... Puede morir... Y entonces sabe Dios en qu manos ira a caer... Te aseguro, Elisa, que cada gracia de Harry es para m un pual que me traspasa el cora- zn. Valdr demasiado para que no lo vendan!

Estas palabras hirieron lo ms hondo del alma de Elisa; alzse ante sus ojos la visin del tratante. Con nervioso ademn se asom hacia la terraza, a donde su hijo se habla ido a corretear y sinti impulsos de comunicar sus temores a

su marido, pero se contuvo.

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No, no; bastante tiene que sufrir el pobre! -pens-.

Adems, no es cierto. El ama no me engaa nunca.

-Adis, Elisa -dijo George tristemente-. No te desanimes.

-Te vas, George? A dnde?

-Al Canad -dijo irguindose-, y cuando est all te com- prar. Es la nica esperanza que nos queda. Te comprar a ti y a nuestro hijo, si Dios me ayuda.

- Dios mo! Y Si te apresan? Oh, sera espantoso!

-He aqu mi plan, Elisa: el amo me ha mandado traer una carta a estos alrededores para mster Symmes, que vive a una legua, poco ms o menos, de vuestra casa. El se haba figurado que yo he querido referroslo todo, porque se goza con slo pensar que puede molestar a la gente de Shelby, pero yo volver a casa con aire resignado..., comprendes? ... como si nada pasara. Yo he hecho algunos preparativos, y dentro de ocho das se me buscar. Ruega por m, Elisa; quiz Dios te oiga.

-Rugale t tambin. George.

-Bueno, adis -dijo George, tomando las manos de Elisa y clavando los ojos en los suyos, sin moverse.

Quedaron en silencio. Luego lloraron amargamente, como personas cuya nica esperanza de volverse a ver es tan dbil como la tela de araa. Por fin, los dos esposos se

separaron.

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LA cabaa del to Tom era una choza de troncos,

contigua a la "casa vivienda", como el negro designaba a la residencia de su amo. Tena delante un trozo de jardn cultivado con esmero, en el que, a su debido tiempo, todos los aos se producan fresas, frambuesas y otros muchos frutos y legumbres.

Toda la fachada de la cabaa estaba cubierta por una gran begonia escarlata y una rosa multiflora, que, enroscndose y entrelazndose, apenas dejaban entrever vestigios de los troncos que formaban el pequeo edificio. Multitud de plantas ostentaban su magnificencia bajo la inspeccin de la ta Cloe, y constituan su orgullo y su alegra.

Entremos en la casita. Ha terminado la comida nocturna en la casa vivienda, y ta Cloe, que presidi su preparacin como cocinera principal, ha dejado a los criados en la cocina

el cuidado de recoger y lavar la vajilla, y ha ido a sus ocultos

UNA NOCHE EN LA CABAA DEL TIO TOM

CAPITULO 4

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territorios a preparar "la comida de su viejo". Es, pues, ta

Cloe la que encontramos junto al fogn, dirigiendo el condi- mento de ciertos manjares contenidos en una cacerola, de la cual se desprenden emanaciones de algo apetitoso. Redondo, negro y reluciente es el rostro de la cocinera. Su rollizo sem- blante irradia satisfaccin bajo la almidonada cofia; pero, como todo hay que decirlo, no deja de notrsele cierto aire de presuncin; porque todos consideran a ta Cloe como la primera cocinera del lugar.

Por ahora, la ta Cloe est muy ocupada en cuidar su sartn y su horno; no la interrumpamos en su interesante ocupacin, y visitemos el resto de la cabaa.

En un rincn de ella se ve una cama cubierta con una colcha blanca como la nieve. Un gran pedazo de tapiz se halla tendido a su costado. Aquella parte de la cabaa representa el saln, y se la trata con una gran consideracin. Se la defiende todo lo posible de las incursiones de los chicos, y cuando la ta Cloe toma posesin de ella, cree haber conquistado una plaza en las altas regiones de la sociedad.

En otro rincn haba otra cama de pretensiones ms humildes. La pared de encima de la chimenea estaba adornada con unos cromos, reproduciendo escenas bblicas y un retrato del general Washington.

En un tosco banco del rincn haba un par de chicos de lanuda cabeza, ojos negros y mejillas gruesas, tratando de ensear a andar a otra negrita ms pequea. Esta, como todos

los bebs de su edad, procuraba dar un paso, vacilaba y caa;

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pero cada nueva tentativa era saludada con nuevas

aclamaciones por sus hermanos.

Una mesa estaba colocada frente al hogar, cubierta con un mantel, y sobre sta, copas y platos de vivos colores. Junto a aquella mesa estaba sentado el to Tom, el mejor criado del seor Shelby, y como se trata del hroe de nuestra historia, debemos describrselo a nuestros lectores.

Era un hombre grande, ancho de pecho y fuerte; un negro lustroso y corpulento, cuyo rostro, de rasgos netamente africanos, se caracterizaba por una expresin de buen sentido, grave y sereno, unido a gran bondad y benevolencia. Haba en su aspecto algo de respetuoso y digno, junto con una sencillez confiada y humilde.

En aquel momento estaba muy ocupado en copiar unas cartas en una pizarra que tena ante s, operacin que haca lenta y torpemente, y que diriga el nio George, muchacho muy despierto y alegre, de trece aos de edad, que paree a da se cuenta de la dignidad de su posicin como instructor.

-As no, to Tom -deca con viveza al ver que llevaba con mucho trabajo el rabillo de la "g" al lado contrario-. Esa es una "q. No lo ves?

- Ah, ya! Es as? -replicaba el to Tom, mirando con aire respetuoso y admirado a su joven profesor.

Con qu facilidad hacen las cosas los blancos! -dijo ta Cloe mirando con orgullo al nio George-. Cmo escribe ya! Luego vendr por las noches a leernos las lecciones. . .

-Pero, ta Cloe, mira que tengo un hambre atroz dijo

George- No estar ya hecho ese pastel?

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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--Casi, nio George - respondi ta Cloe.

Y la ta Cloe quit la tapa de la marmita y descubri un pastel, de cuya preparacin no se hubiera avergonzado ningn profesional de la ciudad. Sin duda era ste el plato principal de la comida, porque la ta Cloe comenz a alborotar el cotarro.

- A ver, Moiss, Pete..., quitaos de en medio, negritos!...

Polly, rica, mam va darte una cosa muy buena! Ahora, nio George, deje los libros y sintese con mi viejo a comer salchi- cha y una buena cantidad de pastelillos para empezar.

-Queran que comiese en casa -dijo George-; pero yo saba que aqu me ira mejor, ta Cloe.

-Y ha acertado, cario -dijo la ta Cloe llenndole el plato de humeantes pastelillos-. Ya saba que la vieja Cloe guarda lo mejor para usted -y diciendo esto, la vieja lo seal con un dedo, dirigindole una tierna mirada.

-Empecemos ahora con el pastel -dijo George.

-Tom Linco1n -dijo George con la boca llena- dice que su Jenny es mejor cocinera que t.

-No hay que hacer caso a los Linco1n -repuso ta Cloe-. Tienen poca importancia a nuestro lado. Son personas respe- tables, pero no saben lo que es bueno. Comparen al nio Linco1n con el nio Shelby! Pero y la nia Lincoln? A ver Si puede compararse con el ama! Vamos, vamos, no me hablen de los Lincoln! -y la ta Cloe movi la cabeza, con aire de desprecio.

Al seorito George no le caba en el cuerpo un bocado

ms, y, por lo tanto, tuvo tiempo de fijarse en el grupo de

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lanudas cabecitas y relucientes ojos que lo miraban

famlicamente desde el rincn opuesto.

- Eh, t, Moiss, Pete! -dijo, partiendo grandes trozos de pastel-. Queris un poco? Ta Cloe, crceles ms pasteles.

Y George y Tom se retiraron a un confortable asiento junto a la chimenea, mientras que ta Cloe, despus de haber cocido un buen montn de pastelillos, se puso en la falda a la negrita ms pequea y comenz a llenar con ellos, alternativamente, la boca de la negrita y la suya, y a repartirlos entre Moiss y Pete. En cuanto a los dos muchachos, prefirieron devorar su parte tirados por el suelo, y viniendo de vez en cuando, para variar de placer, a tirar de los dedos del pie a su hermanita.

- Largo de aqu! -deca la madre-. Os vais a estar quie- tos? Andad con cuidado o veris en cuanto se marche el nio!

Difcil sera explicar el significado de esta amenaza; pero lo cierto fue que produjo muy poca impresin a los pequeos.

-Son tan revoltosos -dijo el to Tom-, que no se pueden estar quietos.

-Ha visto su merced qu negrito ms malo? -dijo ta Cloe con cierta complacencia, sacando una vieja toalla guardada para estas ocasiones, humedecindola con un poco de agua de una tetera desportillada y quitando con ellas los churretes de la cara y de las manos a la pequea. Cuando la

hubo pulimentado, a fuerza de frotarla, se la puso a to Tom

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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en las rodillas, y ella se puso a guardar los restos de la

comida.

-No es una perlita mi negrita? -dijo el to Tom levan- tndola en el aire y apartndola de s para contemplarla mejor, y luego, levantndose, la sent sobre uno de sus anchos hombros.

-Ta Cloe, eres la cocinera ms grande de la comarca. A ver cundo me haces unos pastelillos de banana, que tanto me gustan -dijo George antes de retirarse.

-Bueno, amito, bueno; ya le avisar para que venga otra noche.

Cuando el nio se march, ta Cloe acost a los chiquillos, y luego de arroparlos, volvi a la cocina con Tom.

-Tenemos suerte con nuestros amos -dijo Tom-. Cuando pienso que podamos haber cado en manos de algn desalmado como el amo del marido de la pobre Elisa...

Los dejaremos comentando su buena suerte e iremos a ver qu pasaba mientras tanto en el comedor de los Shelby.

El tratante de esclavos y el seor Shelby se hallaban en el comedor, y la mesa estaba llena de papeles.

El seor Shelby estaba contando unos billetes de banco, que empuj despus hacia el tratante, el cual los cont tambin.

-Est bien -dijo-. Ahora, a firmar.

El seor Shelby trajo hacia s los documentos de venta y los firm. Haley sac de una maleta muy deteriorada un pergamino, y despus de mirarlo un momento, se lo entreg al seor Shelby, que lo tom con ansiedad.

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- Bueno; ya est hecho el negocio! -dijo el tratante.

- Ya est hecho! -repiti el seor Shelby, en tono bajo, y lanzando un largo suspiro, repiti: - Ya est hecho!

-Parece que no se queda usted muy contento.

-Haley -repuso el seor Shelby-, espero que tendr pre- sente que me ha prometido por su honor no vender a Tom sin saber a qu clase de gente va a parar.

-Eso acaba usted de hacer -dijo el tratante.

-Sabe usted que me han obligado a ello las circunstancias replic Shelby con altivez.

-Comprenda usted que tambin pueden obligarme a m

-dijo el tratante-. Sin embargo, har todo lo posible por buscar a Tom un buen acomodo. En cuanto a que yo le trate mal, no tenga cuidado. Si por algo debo dar gracias a Dios es por no haber sido cruel con nadie.

Despus de las teoras que el seor Shelby haba odo en boca del negrero, esta protesta no poda bastar para tranquili- zarlo; pero no pudiendo exigir ms, dej marchar al tratante y

se qued solo, fumando un cigarro.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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EL seor Shelby y su esposa se haban retirado ya a sus

habitaciones para acostarse. El marido estaba sentado en una butaca leyendo unas cartas; la seora deshaca las trenzas de sus cabellos que con tanto esmero haba arreglado Elisa por la maana. En vista del abatimiento y la palidez de su sir- vienta, le haba dado permiso para retirarse, y como esta ocupacin, que no acostumbraba a desempear, le recordase, naturalmente, la conversacin que haba tenido aquella maana con la cuarterona, se volvi a su marido y le dijo con la mayor indiferencia:

-Di, Arturo, quin era ese hombre tan ordinario que ha comido hoy con nosotros?

-Se llama Haley -respondi Shelby con intranquilidad

Haley! Pero quin es se y qu tiene que ver contigo?

SENTIMIENTOS DE LA PROPIEDAD VIVIENTE

AL CAMBIAR DE DUEO

CAPITULO 5

L A C A B A A D E L T O T O M

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-Es un sujeto con quien tuve algunos negocios la ltima

vez que estuve en Natchez.

-Y se ha convidado l mismo a comer en nuestra mesa?

-No; lo he convidado yo, porque tenamos que arreglar ciertas cuentas.

-Es un tratante de negros?

- Cmo se te ha ocurrido eso? -pregunt Shelby.

-Es que Elisa vino despus de comer, muy apenada, llo- rando y diciendo que estabas hablando con un negrero, y que le haba odo hacerte un ofrecimiento de compra de su hijo.

- Conque dijo eso? -repuso Shelby, volviendo a sus papeles y fingiendo que lea. Y pareci por algunos minutos absorto en la lectura, pero sin notar que tena el papel al revs.

"Por ltimo -pens interiormente-, tendr que saberlo, y as ms vale cortar por lo sano".

-Yo le dije a Elisa -continu la seora, sin dejar de pei- narse- que era una tonta, que t no habas tenido trato nunca con esa clase de gente. Yo s que nunca has pensado en vender ninguno de nuestros criados, y menos a semejante sujeto.

-Siempre he pensado y dicho eso -repuso el mi pero el caso es que estn mis negocios en una forma que n puedo salir adelante, y tendr que vender algunos.

- Pero no a un tratante como se! T no hablas en serio.

-Lo siento muchsimo; pero s hablo en serio -dijo

Shelby-. Le he vendido a Tom.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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- Qu ests diciendo! A ese hombre tan bueno y tan

fiel! Al que ha sido leal criado tuyo desde chico! Ay, Arturo!

... T, que le has prometido la libertad! ... T, que le has hablado de ella cien veces...! Entonces ya puedo creer todo!

Ahora puedo creer que venders a Harry, al hijo de la pobre

Elisa! -exclam la seora con tono apesadumbrado.

-Bueno; ya que has de saberlo, sbelo de una vez: he vendido a Tom y a Harry, y no s por qu se me ha de censurar por una cosa que todo el mundo hace a diario.

-Pero por qu has elegido a esos dos entre todos? -dijo la seora-. Por qu vendes sos, si tienes que vender al- gunos?

-Porque son por los que me pagan mejor. S, podra haber elegido otros. Me ofrece un excelente precio por Elisa.

- Qu infame! --exclam con vehemencia la seora.

-Yo no lo escuch. De modo que no me quites toda la buena fama.

-Perdname, Arturo mo -dijo la seora Shelby, conte- nindose-. Me he encolerizado. Me tom por sorpresa... Pero me permitirs que interceda por esas pobres criaturas. Tom es un hombre fiel y de corazn noble.

-Lo s..., pero de qu sirve todo eso? No puedo reme- diarlo.

- Por qu no haces un sacrificio pecuniario? Estoy dis- puesta a sobrellevar la parte que me toque en las molestias, Arturo; yo he procurado con toda la sinceridad de que es capaz una mujer cristiana cumplir mis deberes con esas po-

bres criaturas. Las he cuidado, las he instruido, las he obser-

L A C A B A A D E L T O T O M

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vado y conozco sus pequeas preocupaciones y sus alegras

de muchos aos; y cmo podr alzar la cabeza entre ellas, si por una msera ganancia vendemos a un ser tan noble como Tom, arrancndole todo lo que le hemos enseado a amar y apreciar? He hablado con Elisa de su hijo.. ., de sus obliga- ciones para con l como madre cristiana. Cmo podr mirarle a la cara sin que piense que todo lo que le he dicho es mentira?

-Me desespera, Emilia, que esto te apene tanto, lo siento vivamente -dijo mster Shelby-; pero esto no salva mi situacin. No quera decrtelo, Emilia, pero nuestra triste alternativa es la de que si no vendo a esos dos, tengo que vender cuanto poseemos. Haley tiene en su poder hipotecas mas muy fuertes y si no pago en el acto, puede arruinarme. He realizado todos los fondos que he podido, he pedido dinero, agotando mi crdito, pero no ha bastado. Era indispensable completar la cantidad con esos dos esclavos. Haley se ha encaprichado con ese chico, y sin l no se hubiera contentado. No he tenido ms remedio que ceder.

La seora de Shelby se qued en silencio y como petrificada.

Fue a dejarse caer sobre un silln, ocultando la cara entre las manos y exhalando un profundo gemido.

- Ah! -exclam-. La maldicin del Seor pesa sobre la esclavitud! Maldicin para el amo y maldicin para el es- clavo! Pude creer que del mal podra hacerse jams un bien!

La obsesin de un esclavo bajo una legislacin como la

nuestra es un pecado! Desde la infancia lo he sentido y

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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pensado siempre as; y aun casada he sentido lo mismo; pero

cre que podra purificar esta prctica detestable y que, a fuerza de esmero, bondad y educacin podra hacer a nuestros esclavos tan dichosos como los hombres libres.. .

Qu insensata fui!

- Pero, mujer, ni que fueras abolicionista!

- Abolicionista! Ay! Si supieran ellos todo lo que yo s sobre la esclavitud... ! Entonces s que podran hablar. Qu pueden decirme ellos? No he mirado siempre con aversin la esclavitud? Jams la he considerado como una institucin.

-En esa parte difieres con hombres de gran saber y muy piadosos. Te acuerdas del sermn del domingo?

-Poco me importan semejantes sermones y no volver ms a orlos en nuestra iglesia. Los ministros del Seor no pueden evitar el mal menos que nosotros; pero a lo menos que no lo defiendan y menos lo justifiquen, porque esto subleva mi nimo.

-Emilia -dijo el seor Shelby-, siento mucho que tomes eso con tanto calor. Ya te he dicho que todo es intil, que es asunto concluido, que Haley tiene las escrituras de venta, y te aseguro que puedes agradecer a Dios de que el mal no sea mayor. Ese hombre ha podido arruinarnos; y si t lo conocieses como yo, comprenderas que nos hemos esca- pado de una catstrofe.

-Tan cruel es?

-Cruel, precisamente no. Es una barra de acero, digmoslo as... Un hombre que no vive ms que para el negocio y la ganancia.

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conversacin tena un oyente.

Contiguo a la habitacin haba un gabinete, cuya puerta Jaba a la galera exterior, y cuando la seora mand retirarse a Elisa aquella noche, sta tuvo la idea de esconderse en aquel aposento, desde el cual. con el odo pecado a la juntura de la puerta, no haba perdido una sola palabra de la conversacin.

Cuando los esposos se quedaron en silencio, Elisa se levanto y sali cautelosamente. Plida, trmula, con los labios apretados, pareca una mujer distinta de la tierna y tmida criatura que haba sido hasta poco antes.

Ech a andar por la galera, se detuvo ante la puerta del cuarto de su ama, alzando las manos en muda invocacin a los cielos, luego se desliz hasta su cuarto. Era una habitacin limpia y agradable, situada en el mismo piso que

la de la seora de la casa. Tena una soleada ventana y un

su

que

sospechaban

Shelby no

esposos

Los

- Y ese miserable es dueo de Tom y del hijo de Elisa!

-A m me causa profunda pena, y no quiero pensar en ello. Haley desea acabar pronto el asunto y tomar posesin maana. Yo me marchar muy temprano, para no presenciar nada. T lo mejor ser que dispongas un paseo en coche a cualquier parte y te lleves a Elisa para que la cosa se haga sin que ella la vea.

-No, no -repuso la seora-. Yo no quiero ser cmplice ni auxiliar en este cruel asunto. Ir a ver al pobre Tom y lo acompaar en su pena! Quiero que vean l y su mujer que su ama tiene sentimientos acordes con los de ellos y por

ellos. Y en cuanto a Elisa, no quiero ni pensarlo.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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estante con libros y diversos juguetes y objetos de capricho,

de los regalos que le hacan por Pascua. Tena tambin un pequeo ropero: aqul era su hogar, su casa, y en ella hubiera vivido feliz. All, en la cama, dorma Harry con sus largos tirabuzones cayendo alrededor de su rostro. Con su boquita rosada, con sus manitas extendidas sobre el embozo y con una sonrisa que iluminaba su semblante como un rayo de sol.

- Pobre nio! Desgraciado hijo mo! -dijo Elisa-. Te han vendido: pero tu madre te salvar.

Ni una lgrima brot de sus ojos, pues en esos momentos slo sangre destilaba el corazn.

Tom un trozo de papel, y escribi precipitadamente: "Querida amita: no me crea ingrata ... No siempre piense

mal de m ... He odo todo lo que habl anoche con el amo, y me voy ... Voy a ver si salvo a mi hijo.. . Dios la bendiga y la premie por sus bondades!

Acto continuo abri una cmoda, hizo a escape un pequeo con ropa de su hijo y la meti en un pauelo que se at a la cintura, sin olvidar de tomar algunos juguetes para su Harry, entre ellos el preferido: un pequeo lorito de madera. Como es natural, lament tener que despertarlo; pero el chico despus de algunos instantes, se incorpor, y empez a jugar con su lorito, mientras Elisa se echaba el chal sobre la cabeza.

- A dnde vas, madre? -pregunt al verla.

- Calla! -le dijo Elisa, tomndolo en brazos-. Un hombre malo quiere llevarte a un calabozo oscuro, muy oscuro,

L A C A B A A D E L T O T O M

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dejndote sin mam; pero tu mam te va esconder, y huir

contigo para que no te lleve.

Luego abri la puerta que daba a la terraza y se alej en silencio.

La noche estaba fra y serena. Las estrellas brillaban como diamantes y la pobre madre procuraba abrigar con su chal al nio, que se agarraba a su cuello con sus bracitos.

El viejo "Bruno", el perrazo de Terranova, que dorma en la puerta, se levant gruendo al acercarse Elisa; pero sta lo llam por su nombre, y el animal se dispuso a seguirla, moviendo la cola y como preguntndose con su inteligencia canina: qu significa este paseo nocturno?

A los pocos minutos llegaban a la ventana de la cabaa del to Tom. Elisa se detuvo y dio unos golpecitos en los vidrios.

- Dios! Dios santo! Qu es esto? -exclam ta Cloe, sorprendida, apresurndose a descorrer la cortina-. Aposta- ra a que es Elisa! Pues tambin viene "Bruno", porque se le siente rascar en la puerta! Vstete pronto viejo!

Y la luz de una vela de sebo que to Tom se haba apre- surado a encender, cay de lleno sobre el aterrorizado sem- blante de la fugitiva.

- Dios te bendiga...! Quin haba de esperarte por aqu, Elisa! Ests enferma, o que te pasa?

-Voy huyendo.... to Tom..., ta Cloe... Me llevo a Harry...

El amo lo ha vendido!

- Que lo ha vendido? -repitieron ambos, con espanto.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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- S! -dijo Elisa con firmeza-. Esta noche he estado

escuchando lo que hablaban, y he odo al amo decir a la nia que ha vendido a Harry y a usted, Tom, a un tratante-, y que por la maana se va a ir y que el tratante vendr hoy mismo a llevrselos.

Cuando Tom se dio entera cuenta de lo que Elisa, tan inesperadamente, le haba comunicado, cay desplomado sobre una silla y baj la cabeza, anonadado por la noticia.

- El seor tenga piedad de nosotros! -exclam ta Cloe- -

Qu ha hecho Tom para que el amo lo venda?

-No ha hecho nada... El amo no quera venderlo, y a la seora, siempre tan buena, la o suplicar e interceder por nosotros; pero l dijo que era intil: que tena deudas con ese hombre, y que si no le pagaba lo que debe, se vera obligado a deshacerse de todo cuanto posee. S; le he odo decir que no haba eleccin posible entre vender a usted y a mi hijo y tener que venderlo todo. El amo est muy triste; pero y el ama...? Quisiera que la hubieran odo ustedes hablar! Hago muy mal en abandonarla; pero no tengo ms remedio.

- Oye, t! -dijo ta Cloe-. Por qu no te vas tu tambin?

Vas a aguardar a que te lleven ro abajo, adonde matan a los negros de hambre y de trabajo? Yo quiero morirme mejor que ir all! Todava tienes tiempo! Vete con Elisa! Tienes pase para ir y venir a todas horas. Yo te preparar tus cosas.

-No, no... No me voy... Que se vaya Elisa... Ella tiene motivos! Si es preciso que me vendan a m, so pena de ven- derlo todo, malbaratndolo, mejor que me vendan a m solo.

Creo que podr soportar los trabajos como cualquier otro.

L A C A B A A D E L T O T O M

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Es mejor que me vaya yo solo, que no tengo nada que

deshacer y venderlo todo. No hay que perjudicar en nada al amo, Cloe; l cuidar de ti y de los nios.. .

Volvise hacia la tosca cama, llena de lanudas cabecitas. Inclinse sobre el respaldo de la silla, y se cubri la cara con las manos. Aquellas lgrimas no se diferenciaban de las que vierte un padre o una madre sobre el atad de su nico hijo, porque aquel hombre tena un corazn selecto como el de cualquiera.

-Esta tarde -dijo Elisa, que segua en la puerta de la ca- baa- vi a mi marido; pero entonces no sospechaba lo que iba a ocurrir. A l lo han echado al ltimo lugar, y me dijo que iba a escaparse. Procure usted hablarle, si puede. Dgale que me he ido y por qu me he ido; que voy a ver si puedo llegar al Canad. Dgale que lo quiero, y que si no vuelvo a verlo ms... -y se volvi de espaldas y permaneci as un momento. Luego aadi con voz trmula:

-Dgale que sea todo lo bueno que pueda y que procure encontrarme en el reino de los cielos. Llame a "Bruno"

-agreg-. Encirrelo aqu. Pobre animal! No debe venir conmigo!

Luego, tras de unos cuantos adioses, y una cuantas ben- diciones, oprimi a su hijo entre sus brazos y se alej silen-

ciosamente.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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DESPUS de la conversacin de la noche anterior, los

esposos Shelby tardaron en conciliar el sueo, y por eso se levantaron ms tarde que de costumbre al otro da por la maana.

-Qu le suceder a Elisa que no viene? -dijo la seora, despus de tocar varias veces la campanilla, sin resultado.

El seor Shelby se hallaba ante el espejo asentando la navaja de afeitar, y en ese momento entr un sirviente negro con el agua caliente.

-Andy -dijo su ama-. Llgate al cuarto de Elisa, y dile que he llamado tres veces. Pobrecita! -aadi suspirando.

Andy volvi, con los ojos espantados y la boca abierta.

- Seora! Seor! Los cajones de Elisa estn abiertos y todo est tirado por el suelo. Yo creo que se ha escapado.

El seor y la seora Shelby se dieron cuenta de la

verdad.

EL DESCUBRIMIENTO

CAPITULO 6

C A B A A D E L T O T O M

L A

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- Se conoce que sospech algo y huy! -dijo Shelby.

- Le doy gracias a Dios! -exclam la seora-. Dios quiso que fuera as!

- Mujer, no digas tonteras! Si se ha escapado me va a ocasionar un disgusto serio. Haley vio mi indecisin en lo que a la venta del muchacho se refiere, y creer que me ha puesto de acuerdo con ella para la fuga. Eso toca a mi honor! -y el seor Shelby sali apresuradamente.

Durante un cuarto de hora todo fueron gritos, carreras, portazos y caras de espanto asomando ac y all. Slo permaneca silenciosa la persona que poda haber proyectado algo de luz sobre el asunto: la ta Cloe. Silenciosamente, con el rostro antes risueo, ensombrecido, se dedicaba a hacer panecillos para el desayuno, como si no viese ni oyese, ni se diese cuenta de la agitacin que reinaba en torno suyo.

Cuando se present Haley fue saludado por todos los negritos, espetndole las malas noticias.

- Es extraordinario lo que ocurre, Shelby! -dijo Haley casi a gritos y entrando bruscamente en la sala-. Parece que la muchacha ha huido con el pequeo.

-Seor Haley, aqu est mi esposa -dijo Shelby.

-Usted dispense, seora -dijo Haley, inclinndose ligeramente y con el entrecejo muy fruncido-. Repito que esto es extraordinario. Es verdad lo que dicen, caballero?

-Seor mo -replic el seor Shelby-, si desea entenderse conmigo, debe usted adoptar las maneras de un caballero. Andy, toma el sombrero y el ltigo del seor. Hgame el

favor de sentarse. S, seor; siento decirle que la joven,

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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alarmada por lo que oy, o por lo que hayan podido decirle

acerca de este asunto, ha huido anoche con su hijo.

-Esperaba ms lealtad en el trato, lo confieso -dijo Haley.

- Hace usted el favor de decirme qu debo deducir de esa observacin? --dijo el seor Shelby, volvindose con vi- veza-. Si hay algn hombre que ponga mi honor en duda, no tengo ms que una contestacin para l.

Amedrentado por estas palabras, el tratante replic en tono algo tmido, "que era enfadoso para un hombre que haba tratado un asunto lealmente verse defraudado de aquel modo".

-Seor Haley -dijo Shelby-; Si yo no conociese que tiene usted un motivo de disgusto, no le hubiera tolerado la incorreccin y rudeza de su entrada en mi casa. Pero declarado esto, no estoy dispuesto a tolerar que se me hagan insinuaciones indicadoras de sospecha que yo he incurrido en alguna informalidad en este asunto. Adems, estoy dispuesto a prestarle a usted toda la ayuda necesaria para recuperar lo que es suyo. As, lo mejor es que no se ponga de mal humor, que tome algo para desayunarse, y luego veremos qu es lo que conviene hacer.

La seora de Shelby se levant diciendo que sus ocupa- ciones le impedan acompaarlos a la mesa, y encargando a una cuarterona que sirviese a los seores el caf, se retir.

-Parece que no le es muy simptico a la vieja este hu- milde servidor suyo -dijo Haley.

-No estoy acostumbrado a or hablar de mi esposa con

esa libertad -replic secamente el seor Shelby.

L A C A B A A D E L T O T O M

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-Usted dispense, ha sido una broma.

Nunca ha producido la cada de un gobierno la sensacin que produjo la noticia de la venta de Tom entre sus compaeros. Era el tema de todas las conversaciones, lo mismo, en la casa que en el campo. La fuga de Elisa -suceso sin precedentes- era tambin importante para estimular la agi- tacin general.

Sam el negro, como se le llamaba porque era mucho mas negro que los dems del lugar, estaba revolviendo el asunto bajo todas sus fases con una justeza de visin y con tan estricta mira de su bienestar personal, que hubiera honrado a cualquier patriota blanco de Washington.

-S, soplan malos vientos por aqu -repiti-. Bueno... Tom se va... Su puesto queda para otro negro.. . Y por qu no ha de ser para este negro?

- Eh, Sam! El amo quiere que ensilles a "Bill" y a "Jerry"

-dijo Andy, cortando el soliloquio.

- En seguida! Y qu ocurre ahora, sabes t?

-Bueno. Vamos con el seor Haley a buscar a Elisa.

-Ya lo creo que la atraparemos. Va a ver el amo todo lo que Sam puede hacer!

- Ah! Pero te advierto una cosa -dijo Andy-. Ms vale que lo pienses dos veces, porque el ama no quiere que la encuentren.

-Cmo sabes eso? -pregunt Sam.

-Estas orejas se lo han odo decir esta maana, cuando llevaba al seor el agua para afeitarse. La seora me envi a buscar a Elisa, y cuando le dije que se haba escapado, se

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levant, exclamando: " Dios sea loado!". En cambio, el

seor, cre que se volva loco; pero l se recompondr, y yo s lo que hago. Ms vale ponerse de parte de la seora; te lo aseguro.

-En este mundo las apariencias engaan. Yo hubiera ju- rado que la seora habra revuelto cielo y tierra por encontrar a Elisa.

-Sin duda; pero no ves, viejo negro, que la seora no quiere que Haley se lleve al hijo de Elisa? Esa es la madre del borrego.

- Ah! -dijo Sam.

-Otras muchas cosas pudiera decirte, pero estamos per- diendo el tiempo, y la seora te ha llamado. Anda a buscar los caballos.

Sam comenz a moverse con prisa, y poco despus se present llevando los caballos. El de Haley, que era un potro espantadizo, coceaba y daba saltos, tirando de las riendas que lo sujetaban.

- Ah, ah! exclam Sam-. Eres inquieto? -y al decir esto anim su rostro negro una expresin maligna-. Yo te har estar tranquilo.

Precisamente aquel sitio estaba sombreado por una gran haya, y en el suelo, alrededor del rbol, haba una porcin de bellotas desprendidas de sus ramas. Con una de estas bellotas entre los dedos, Sam se acerc el potro, y con el pretexto de arreglar la silla introdujo bajo sta la aguda bellotita, de tal

manera, que cualquier peso que se echara encima de la silla

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excitase al animal sin dejarle ningn araazo ni herida

perceptible.

- As! --dijo--. As te quedars quieto!

En aquel momento se asom a un balcn la seora

Shelby.

-Cmo has tardado tanto, Sam?

- Dios la bendiga, nia! Los caballos no se ensillan en un minuto. Adems, se haban ido a los prados del sur.

-Vas a ir con el seor Haley para ensearle el camino y ayudarle. Ten cuidado con los caballos. Ya sabes que Jerry estaba cojo la semana pasada. No lo apures mucho.

La seora dijo estas palabras ltimas recalcndolas mucho.

-Fese la seora de su negro -dijo Sam guiando un ojo.

-Andy -dijo Sam, volvindose a su sitio bajo las hayas-, no me extraara que ese seor se llevase una costalada al montar. Ya sabes que eso puede pasarle a todo el mundo.

- Ya! exclam Andy, denotando que se haba hecho cargo de lo que quera decirle su compaero.

-Ya ves que la seora quiere ganar tiempo... Yo har algo por ella. Me parece que cuando estos caballos se vean sueltos por el bosque y empiecen a saltar, no va a poder darse prisa el seor.

-Y t, figrate -continu Sam- que el caballo del seor Haley hace todo lo contrario, y se planta, y nosotros seguimos corriendo y no podemos ayudarlo... ;.eh?

Y Sam y Andy soltaron la carcajada.

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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En aquel momento se present Haley en la terraza. Un

tanto apaciguado por las varias tazas de caf que haba in- gerido, sala sonriendo y hablando con bastante buen humor.

-Bueno, muchachos -dijo Haley-. De prisa, eh....? No hay que perder tiempo.

-Ni un momento, seor -dijo Sam entregando a Haley la rienda y sosteniendo el estribo.

En el instante en que Haley se hubo sentado en la silla, el brioso potro dio un brusco salto, y lo arroj de espaldas a unos cuantos pies de distancia. Sam corri a sujetarlo de las riendas, pero slo consigui meterle por los ojos las puntas de las hojas de palma de que iba cubierto, excitando ms al caballo, el cual, con gran furia, derrib a Sam pasando por encima de l y se lanz por el llano con tanta velocidad corno si hubiera tenido las alas de Pegaso. "Bill y "Jerry", que Andy, fiel a su promesa, haba soltado a su vez. siguieron la pista de su compaero, asustados con los gritos y la algazara que armaban los negros.

Sigui a esto una escena de confusin. Sam y Andy corran y gritaban; ladraban los perros, y Moiss, Fanny, Mike y los dems pequeos, corran, gritaban y armaban una al- garaba infernal.

El caballo del negrero, ligero y fogoso, pareca estar de acuerdo con los negros en este juego maligno. Se detena un momento como para dejar que un negro se acercase a aga- rrarlo de las riendas, pero luego, de un salto, se esquivaba

escabullndose por un sendero del bosque.

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Haley corra de un lado para otro, maldiciendo. El seor

Shelby procuraba en vano dar instrucciones a gritos desde el balcn, y la seora, desde la ventana de su cuarto, se rea, sospechando algo de lo que haba en el fondo de aquella confusin.

Al fin, a las doce, lleg Sam montado en "Jerry" y lle- vando de la brida al caballo de Haley, chorreando sudor, pero con los ojos centelleantes y las fosas nasales dilatadas, demostrando que el espritu de libertad no haba sido do- meado todava.

- Ya lo tenemos! -exclam el negro-. Si no es por m, sos no hubieran hecho ms que ruido. Pero le ech la mano!

- T! -refunfu Haley-. Si no hubiera sido por ti nada de esto habra pasado.

- Dios me bendiga, seor! Y he estado persiguindolo hasta quedar baado en sudor!

- Bueno, bueno! -replic Haley-. Lo cierto es que me has hecho perder cerca de tres horas. Vamos andando.

-Seor --dijo Sam-. Ahora slo estamos para descansar, y los animales estn hechos un mar de sudor. El seor deba dejar la partida para despus de comer. Hay que refrescar un poco los caballos. Ese se ha cado y "Jerry" cojea un poco. Yo creo que a la seora no le gustar vernos salir de esta manera.

La seora de Shelby, que con gran regocijo haba en- treodo esta conversacin desde la terraza, resolvi desempe-

ar su papel. Acercse, y expresando su sentimiento por el

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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accidente de Haley, lo invit a almorzar, diciendo que la co-

cinera pondra inmediatamente la mesa.

Despus de reflexionar, Haley acept, aunque de mala gana, y Sam condujo los caballos a la cuadra.

- Hola! Has visto, Andy, has visto? -grit Sam luego que estuvieran lejos de sus amos-. Cmo vociferaba! Y yo entre m deca: "Grita, grita, perro viejo. Agarra tu caballo si puedes, y si no, espera que yo te lo lleve". Y la seora, has visto cmo se rea desde su ventana?

-No; estaba tan aturdido corriendo tras los animales!

-Mira, Andy -dijo Sam con gravedad, mientras se dis- pona a lavar el caballo de Haley-. Yo he adquirido la cos- tumbre de observar las cosas, lo cual sirve de mucho. Te aconsejo que te dediques a ello desde joven, porque la ob- servacin es la que diferencia a un negro de los dems hombres. Has visto esta maana de qu lado soplaba el viento? Has comprendido lo que deseaba nuestra patrona sin dejarlo entrever? Esto es lo que se llama observacin, fa- cultad preciosa, comprendes?

-Yo creo que si no es por m, t no hubieras visto tan claro.

-T no eres un muchacho que promete mucho, en verdad -continu Sam-. Tengo una alta idea de ti, y sin avergonzarme, puedo copiarte algunas ideas. Es preciso no despreciar a persona alguna, porque a veces el ms hbil tiene la vista turbada. Entramos? Opino que la patrona nos va a

dar buen bocado.

L A C A B A A D E L T O T O M

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Los peligros y los sufrimientos de su marido y de su hijo

se mezclaban en su mente, dndole una sensacin confusa y perturbadora del riesgo que corra al dejar el nico hogar que haba conocido en su vida, al alejarse de la proteccin de una amiga a quien amaba y reverenciaba. Adase a esto que todo pareca decirle adis; los sitios en que haba crecido, los rboles en los cuales haba jugado, las enramadas por donde en das ms felices haba paseado tantas noches con su marido.

Pero ms fuerte que todo era su amor materno. Su hijo era bastante grandecito para caminar a su lado, y en caso diferente se hubiera contentado con llevarlo de la mano; pero

ahora le produca escalofros slo la idea de soltarlo de sus

que

Es imposible concebir una criatura ms desolada

Elisa cuando se alej de la cabaa del To Tom.

LA LUCHA DE UNA MADRE

CAPITULO 7

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brazos, y lo oprima contra su pecho, mientras caminaba

velozmente.

En un principio la novedad y el temor desvelaron al nio, pero su madre reprima con tanto esmero hasta el ruido de su respiracin y le repeta tan de continuo la seguridad de que si estaba callado le salvara, que se agarr suavemente al cuello de su madre y no volvi a interrumpir el silencio sino para dirigir algunas tmidas preguntas, cuando se senta dominado por el sueo:

-Tendr necesidad de estar despierto, mam?

-No, querido mo, duerme Si te sientes con sueo.

-Pero Si me duermo, no me dejars llevar?

-No, con la ayuda de Dios -dijo su madre palideciendo. Los lmites de la granja, del jardn y del bosque pasaron

por delante de ella como un torbellino, tal era la velocidad de su carrera; y dejaron a un lado los sitios que le eran familiares; continu sin descanso, hasta lograr que los primeros resplandores de la aurora la hallasen en el camino real, lejos de cuanto conoca.

Haba ido muchas veces con su seora a visitar en el pueblo de T..., no lejos del ro Ohio, y conoca bien el camino. Pasar de all, huir cruzando el ro eran los primeros propsitos de su plan de fuga; ms all, slo podra esperar en Dios.

Cuando empezaron a pasar vehculos por el camino, Elisa comprendi que su precipitado paso y su aire

perturbado podan despertar sospechas, por lo cual puso a su

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detenidamente, y como su hijo era blanco tambin, le era ms

fcil pasar inadvertida.

Confiada en estas presunciones, se detuvo al medioda en tina granja para descansar y comprar algo de comer para Harry y para ella, porque como el peligro disminua con la distancia, haba cedido la tensin nerviosa y se senta cansada y hambrienta.

La duea de la granja, excelente mujer, a quien no pesaba tener alguien con quien hablar, admiti sin examen la historia de Elisa que pretenda "hacer un pequeo viaje para pasar ocho das con unos amigos", que en el fondo de su corazn esperaba que saliese cierto.

Una hora antes de ponerse el sol llegaba al pueblecito de T..., junto al ro Ohio, cansada, con los pies doloridos, pero llena de valor y esperanza.

Despuntaba apenas la primavera; el ro vena subido de madre e impetuoso, y grandes masas de hielo se balanceaban pesadamente aqu y all en sus revueltas aguas. El estrecho canal que formaba el ro estaba lleno de tmpanos

amontonados, formando una superficie flotante, que,

examinarla

de

menos

a

negros,

de

descendiente

hijo en el suelo y reanud la marcha tan a prisa como crey

poderlo hacer sin chocar.

Estaba muy lejos de los lugares donde era conocida personalmente; pero aun cuando la encontrase algn conocido, pens que la misma bondad de sus amos evitara toda sospecha y nadie podra creerla fugitiva. Adems, como por el color claro de su cutis no poda suponrsela

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cubriendo toda la anchura del ro, llegaba de un extremo a

otro.

Elisa se detuvo a contemplar este aspecto desfavorable de las cosas, comprendiendo que no poda circular la barcaza de transbordo, por lo cual se dirigi a una posada de la orilla para hacer algunas indagaciones.

La hotelera, que estaba preparando la comida, suspendi sus operaciones al escuchar la voz de Elisa, y volvindose pregunt:

- Qu hay?

- No hay por aqu una barcaza o un transbordador para ir a B... ? -pregunt Elisa.

- No! Las barcas no pasan ahora.

El gesto de desaliento de Elisa choc a la mujer, y pregunt:

-Necesita cruzar el ro? Parece que est muy inquieta.

-Tengo un hijo en gran peligro -dijo Elisa-. No lo he sabido hasta anoche, y hoy, he dado una gran caminata es- perando encontrar un transbordador.

- Qu contratiempo! -exclam la mujer, sintiendo des- pertarse sus simpatas maternales-. Lo siento muchsimo por usted... Salomn! -llam, asomndose a una ventana.

Un momento despus se present en la puerta un hombre con delantal de cuero y manos muy sucias.

-Oye, sal -dijo la mujer-. Va a llevar ese hombre los barriles esta noche?

-Ha dicho que lo intentar, si no hay demasiado peligro.

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Aunque la seora Shelby haba prometido que la comida

iba a servirse "en seguida", tard bastante.

Pero sucedi en esta ocasin, como en tantas otras, que haba que contar con la huspeda. As es que, aunque la orden haba sido terminante, y aunque media docena de j- venes emisarios la haban llevado a la ta Cloe, esta dignataria, rezongando y moviendo la cabeza con gesto de mal humor, prosegua sus manipulaciones con una lentitud que hasta entonces no haba sido su caracterstica.

Por algo los criados suponan, cada uno de ellos por ra-

zones distintas de los dems, que la seora no se incomo-

sus

a

volver

para

punto

este

en

Dejmosla

perseguidores.

-En una finca de ah al lado -dijo la mujer dirigindose a

Elisa-, hay un hombre que tiene que pasar unas cosas esta noche, si se atreve. Como ha de venir a comer aqu, le aconsejo que se siente y lo espere. Qu lindo muchacho!

-aadi.

Pero Harry estaba extenuado y lloraba de cansancio.

- Pobrecito! No est acostumbrado a andar y le he dado una caminata. .. --dijo Elisa.

-Pues mtale en ese cuarto -dijo la mujer abriendo la puerta de una alcobita, donde haba un lecho.

Elisa ech en la cama a su hijo, retenindole una manito entre las suyas hasta que el nio se hubo quedado dormido.

Por lo que a ella tocaba, no haba descanso posible. Consumida de impaciencia, echaba vidas miradas sobre las

aguas que corran lentamente entre ella y la libertad.

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dara por la tardanza, por lo que cada uno puso algo de su

parte para aumentarla.

-Me alegro de que el amo no se haya ido esta maana como pensaba -dijo Tom-. Eso lo hubiera sentido ms que mi venta. A l quiz le pareciese natural, pero para mi hubiera sido muy duro, porque le conozco desde pequeito. Pero he visto al amo, y ya empiezo a reconciliarme con la voluntad del Seor. El amo no poda remediarlo; ha hecho bien, pero me temo que las cosas no marchen bien cuando yo falte. El amo no puede cuidar de todo, como yo lo haca. Eso es lo que me preocupa.

Son la campanilla y Tom fue llamado a la sala.

-Tom -dijo su amo amablemente-; quiero que sepas que tendr que entregar mil dlares a este caballero Si no acudes a donde l te mande. Hoy tiene que dedicarse a otros asuntos, y tienes el da por tuyo. Ve a donde quieras.

-Gracias, seor -dijo Tom.

-Mucho cuidado con hacer a tu amo una jugarreta de las que acostumbris los negros -dijo el tratante-; porque le cobrar hasta el ltimo centavo si no te presentas. Si me hiciera caso, no se fiara de ninguno de vosotros.

-Seor -dijo Tom-, ocho aos tena yo cuando mi ama lo puso en mis brazos. No tena usted todava un ao. Y el ama me dijo: "Tom, ste va a ser tu amito. Ten cuidado de l". Y ahora le pregunto: He faltado a mi fidelidad?

Al seor Shelby se le llenaron los ojos de lgrimas.

L A C A B A A D E L T O T O M

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-Mi fiel Tom -repuso-; bien sabe Dios que dices la ver-

dad, y si yo pudiera evitarlo, no te vendera por nada del mundo.

-Y ten la seguridad, corno que soy cristiana -aadi la seora-, que sers redimido en cuanto pueda reunir el dinero necesario para ello. Caballero -agreg dirigindose a Haley-; entrese de quin es la persona a quien se lo venda, y haga el favor de comunicrmelo.

-Si tiene esa intencin -dijo el tratante, lo conservar un ao en mi poder, y se lo volver a vender.

-Y yo se lo comprar dndole una buena ganancia -dijo la seora Shelby.

A los esposos Shelby les molestaba el descaro del tra- tante; pero comprendan la necesidad de reprimir sus sen- timientos. Cuanto ms srdido e insensible se mostraba aquel hombre, mayor era el temor que senta la seora Shelby de que lograse capturar a Elisa y a su hijo, y, por tanto, mayores eran sus motivos para entretenerle, empleando todos los artificios femeninos.

A las dos de la tarde, Sam y Andy trajeron los caballos, al parecer muy descansados y vigorizados.

Sam, que vena de poner aceite a la lmpara, se acerc lleno de celo y apresuramiento. Cuando Haley se aproxim, el negro discurra elocuentemente sobre el resultado infalible de la expedicin que iban a hacer, y que no se frustrara, en su opinin.

- Supongo que vuestro amo tendr perros? -pregunt

Haley, con aire pensativo, al disponerse a montar.

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- Una porcin! -dijo Sam-. Ah est "Bruno", que es gran

ladrador, y adems, cada uno de nosotros tenemos un perrillo.

- Pero tu amo no tiene perros para seguir el rastro de los negros.

Sam comprendi lo que quera decir; pero conserv su expresin de simpleza.

-Todos los perros tienen muy buen olfato. Seran unos buenos perros y de buena nariz, si se les ensease. Toma, "Bruno"! -grit, llamando al adormilado terranova, que vino hacia ellos.

- Que te ahorquen! -dijo Haley-. Montad!

Los negros montaron sobre sus respectivos caballos.

-Voy a tomar el camino que va derecho al ro -dijo Haley al llegar a los lmites de la finca-. Es el camino que siguen.

S una buena idea -dijo Sam-. Pero hay dos caminos que van al ro: el nuevo y el viejo. Cul va a tomar el seor?

Andy mir a Sam, sorprendido; pero confirm lo que deca.

-Lo digo -continu Sam-, porque yo me inclino a creer que Elisa ha tomado el camino antiguo, porque es el menos transitado.

-Si no fuerais unos malditos embusteros -dijo Haley, meditando unos momentos.

-Claro es -dijo Sam- que el seor puede hacer lo que mejor le parezca. El seor puede tomar el camino nuevo, si lo cree mejor; a nosotros nos da igual.

-Seguramente habr ido por el ms solitario -dijo Haley.

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-Eso no lo dira yo -dijo Sam-. Las mujeres son muy

especiales. Nunca hacen lo que uno piensa que haran.

Esta profunda opinin del sexo femenino no logr inclinar a Haley a tomar el camino nuevo, y anunciando que ira por el otro, pregunt a Sam cunto tardaran en llegar a l.

-Est ah, un poco ms arriba -respondi Sam, guiando un ojo a Andy-. Yo nunca he ido por l y podemos perdernos.

-Sin embargo, quiero ir por ese camino -dijo Haley.

-Es que me parece haber odo que est cortado por mu- chos cercados inmediatos al ro.

Acostumbrado Haley a equilibrar la balanza de las pro- babilidades con mentiras, pens que se inclinaba del lado del camino viejo. Crea que Sam, haba mencionado involunta- riamente aquel camino, y sus tentativas para disuadirle de que lo siguiese, al hacerse cargo de lo que haba revelado, lo atribua a su deseo de no encontrar a Elisa. As, pues cuando Sam lo llev hasta el camino, Haley se intern por l: seguido de Sam y Andy.

En realidad, el camino era muy antiguo; pero haca mu- chos aos que no lo utilizaba nadie, por haberse construido el nuevo.

Sam, que se mostraba muy animado, finga observar el camino, exclamando de vez en cuando: "All se ve un som- brero de mujer". No es Elisa eso que se ve en aquella hondonada...?" Pero siempre lanzaba estas exclamaciones en

los puntos ms tortuosos, donde era muy molesto avivar el

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paso, de suerte que mantena a Haley en estado de agitacin

constante.

Despus de cabalgar durante una hora, descendieron hasta un corral perteneciente a una gran finca agrcola. No se vea all un alma, porque todos los labriegos estaban en los campos; pero como el corral se alzaba a travs del camino, era evidente que su jornada en aquella direccin haba llegado a un final definitivo.

- No lo deca yo? -dijo Sam con aire inocente-. Cmo ha de conocer ms el pas un seor forastero que los que nos hemos criado en l?

-T, bribn -dijo Haley-, sabas lo que iba a suceder.

- No lo he dicho y sin embargo no me ha querido hacer caso? No he repetido que estaba cerrada esta va y que no esperaba pudiramos atravesarla? Andy bien me ha odo.

Lo que deca Sam era cierto, y el tratante tuvo que volver grupas en compaa de su escolta para buscar el camino nuevo.

Como consecuencia de todas estas dilaciones, haca unos tres cuartos de hora que Elisa haba acostado a su hijo en a taberna del pueblo cuando llegaron all sus perseguidores Elisa estaba asomada a una ventana mirando en otra direccin cuando la descubri la viva mirada de Sam. Haley y Andy venan algunos pasos detrs. En semejante crisis, Sam se las arregl de modo que saliese volando su sombrero, lo cual le dio pretexto para lanzar una sonora y

caracterstica interjeccin, que llam la atencin de Elisa. La

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joven se ech atrs, y los jinetes pasaron rozando la ventana

para dar vuelta la casa, buscando la puerta.

En un momento pareci que se concentraban mil vidas en Elisa. En la habitacin donde estaba su hijo haba una puerta que daba al ro. Tom en sus brazos a su hijo y salt a las gradas que conducan a la orilla. El tratante la vio en el momento de desaparecer en un descenso hacia la orilla, y tirndose del caballo y llamando a voces a Sam y Andy, corri tras de la joven como el sabueso detrs del ciervo. En aquellos breves momentos le pareci a Elisa que sus pies no tocaban el suelo. y en un instante se encontr junto al agua. Los perseguidores iban a alcanzarla, pero con esa fuerza que da Dios a los desesperados, lanz un grito, dio un salto enorme y, salvando la corriente de la orilla fue a caer sobre un tmpano de hielo que flotaba ms all.

Era imposible dar un salto tan desesperado sino por la locura. Haley, Andy y Sam, atnitos ante aquel espectculo, lanzaron grandes gritos levantando las manos al cielo.

El enorme tmpano de hielo, sobre el cual haba cado Elisa se hunda y rechinaba bajo su peso; pero esto no la amedrent. Profiriendo gritos inarticulados y con la energa que da la desesperacin, saltaba de uno en otro tmpano, escurrindose, cayendo y volvindose a levantar de nuevo. Haba perdido sus zapatos, las medias se haban hecho pe- dazos, la sangre sealaba cada uno de sus pasos; pero Elisa no senta nada, hasta que, como en un sueo, entrevi la otra orilla y una mano tendida hacia ella que la ayudaba a subir.

Estaba en el Estado de Ohio!

H A R R I E T B E E C H E R S T O W E

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- Eres una muchacha valiente, quienquiera que seas!

-dijo el hombre.

Elisa conoci el rostro y la voz del hombre que le hablaba.

Era el dueo de una granja, no muy distante de su antigua casa.

- Ay, mster Symmers... ! Slveme... ! Escndame!

-Pero, qu es esto? -exclam el hombre-. Si sta es la chica de la casa de Shelby!

- Mi hijo... ! Lo han vendido... ! Ah est su amo...!

-dijo, sealando a la orilla de Kentucky-. Ay, mster Symmes, usted tambin tiene un hijo!

-Si que lo tengo -repuso el hombre ayudndola a subir la empinada cuesta-. Adems a m me gusta la gente valiente.

Cuando hubieron llegado a lo alto, se detuvo el hombre.

-Celebrar poder hacer algo por ti -dijo-. pero no tengo adnde llevarte. Lo mejor que puedo hacer es decirte que vayas all -aadi sealando una gran casa blanca de la calle principal del pueblo-. Ve all; es muy buena gente. All no corrers peligro, y adems te auxiliarn. Estn acostumbrados a esto.

- Dios lo bendiga! -dijo Elisa con fervor.

-No habr ocasin. Lo que he hecho no vale nada.

- No le dir usted a nadie dnde estoy?

- Por quin me has tomado? Claro que no! Vamos, anda. Te has ganado la libertad, y la tendrs, muchacha, te lo aseguro.

L A C A B A A D E L T O T O M

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Elisa apret al nio bien contra su pecho y ech a andar

rpidamente. El hombre se qued mirndola.

-Tal vez dir Shelby que mi comportamiento no es muy propio de un buen vecino: pero, qu va a hacer uno? Si l salvase a unas de mis esclavas en igual trance, no le reclamara nada y estaramos en paz. Siempre que he visto una criatura corriendo sin aliento para salvarse, perseguida por los perros, no s por qu me ha sido imposible entorpecer su huida.

Haley permaneci como un espectador atnito de la escena, hasta que Elisa desapareci tras de lo alto de la orilla opuesta.

- Ha estado bueno el golpe! -dijo Sam.

- Esa chica debe de tener el demonio en el cuerpo! -dijo

Haley-. - Saltaba como un gato monts!

-Bueno, ahora -dijo Sam- espero que el seor no nos har probar ese camino. Yo no me siento con valor para ello.

-y acab la frase con una carcajada.

- Yo os har rer de otro modo! -dijo el tratante, asestndoles un latigazo en la cabeza.

Pero los negros se agacharon y salieron corriendo por la orilla hasta donde haban dejado los caballos.

- Buenas noches, seor -dijo Sam- Mi ama debe estar con cuidado por Jerry". El seor Haley no nos necesitar ms.

-En manera alguna la seora querra que hiciramos pasar sus caballos esta tarde por el puente que utiliz Elisa y haciendo a Andy una sea, puso su caballo al galope seguido

de su compaero.

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El viento traa el rumor de sus gritos y de sus carcajadas.

L A C A B A A D E L T O T O M

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ELISA realiz su desesperada travesa del ro entre las

sombras del crepsculo. La niebla gris de la tarde, alzndose del ro, la envolva cuando desapareci remontando la orilla. As, pues, Haley regres a la taberna para meditar lo que convena hacer.

La mujer lo introdujo en una pieza pequea, cuyas pare- des estaban revestidas de tapices ordinarios. En medio haba una mesa cubierta de hule, alrededor de la cual haba varias sillas de madera con respaldo muy alto y de pies bastante delgados. Un banco de madera serva de butaca en aquel hogar. Haley se sent para meditar sobre la inestabilidad de las cosas humanas.

-Para qu poda servirme ese maldito chico, que ha sido

causa de que me haya visto tratado como un tonto?

LA HUIDA DE ELISA

CAPITULO 8

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Le sac de sus meditaciones la estrepitosa voz de un

hombre, que acababa de desmontar. Haley corri a la ventana, exclamando:

- Esto se llama providencia! Me parece que es Tom

Locker.

Haley se apresur a salir. De pie, junto al mostrador, en un rincn de la tienda, haba un hombre moreno, musculoso. de ms de seis pies de alto, y ancho en proporcin. Llevaba un sobretodo de piel de bfalo con el pelo hacia afuera, que le daba un aspecto feroz, perfectamente de acuerdo con todo el aire de su fisonoma. Las lneas de su rostro expresaban una violencia brutal. Iba con l un compaero de viaje que en muchas cosas era su reverso. Este sujeto era bajo y delgado, flexible y felino en sus movimientos. Sus negros y penetrantes ojos tenan una expresin particular, como si estuvieran en acecho de algo. Su fina y larga nariz se prolongaba como si ansiara penetrar hasta el fondo de las cosas. Llevaba el pelo, que era negro y fino, peinado hacia adelante, y todos los movimientos y evoluciones de su cuerpo expresaban una sagacidad rara y cautelosa. El hombrn se llen hasta la mitad un vaso de aguardiente puro y se lo bebi sin decir una palabra. El hombrecillo, de puntillas y alargando la cabeza a un lado y a otro, y como olfateando la botella, concluy por pedir un jarabe de menta.

-Quin haba de pensar que iba a tener la suerte de en- contrarte? Cmo ests, Locker? -dijo Haley acercndose.

- El demonio! -fue la corts respuesta-. Qu te trae por

aqu, Haley?

L A C A B A A D E L T O T O M

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El hombre cauto, que ostentaba el apellido de Marks,

suspendi sus sorbitos y mir con desconfianza a Haley.

- Te digo que ha sido una suerte el encontrarnos, amigo

Tom! Estoy en un trance apurado y tienes que ayudarme.

-Eso ni qu decir -gru el amigo-. Se har lo que haga falta. Qu te ocurre, hombre?

-Es amigo tuvo este seor? -dijo Haley mirando con desconfianza a Marks-. Socio, quiz?

-S, es socio mo. Eh, t, Marks! Este es un compaero que estuvo conmigo en Natchez.

-Mucho gusto en conocerlo -dijo Marks, tendiendo una mano larga como la garra de un cuervo-. El seor Haley?

-El mismo -repuso Haley-. Ahora, seores, creo que podremos hablar de un asunto en este cuarto. T, viejo zorro! -dijo al hombre del mostrador- Llvanos agua caliente, azcar y "gnero legtimo" en abundancia para pasar el rato.

Encendieron luces, atizse el fuego en la chimenea y los tres amigotes se sentaron alrededor de una mesa bien provista.

Haley dio comienzo al pattico relato de sus disgustos. Locker escuchbale con ceuda y spera atencin. Marks

levantaba de vez en cuando la vista, y prestaba gran atencin a todo el relato, cuya conclusin pareci regocijarle.

- Conque se la han jugado? -dijo-. Je, je. je!

-Estos negocios en que entran muchachos dan muchos disgustos -dijo Haley con tristeza.

-Si consiguiramos una casta de mujeres que no les im-

portase de los hijos -dijo Marks-, sera uno de los ms

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grandes progresos modernos conocidos-. Y ro de su propio

chiste.

-As es -repuso Haley-. Yo nunca me lo he podido ex- plicar. Los muchachos dan mucho que hacer a las madres, y cualquiera creera de que se alegraran de que se los quitasen de encima; pero no es as. Y cuanta ms guerra da un chico, y cuanto menos sirve para nada, ms apego le tienen.

- Bah! -dijo Locker-. Es que ninguno de vosotros sabis hacer las cosas! A m no me ha dado disgusto ninguna mu- chacha!

-No? Cmo te las arreglas?

-Yo compro una muchacha, y si tiene hijos le pongo un puo en la cara y le digo: "Mira, si sale una palabra de tu boca, te machaco la cabeza. Este chico es mo y no tuyo, y t no tienes nada que ver con l. Voy a venderlo en cuanto tenga ocasin. Ten cuidado de no escandalizar, porque te vas a arrepentir". En cuanto le hablo as, comprenden que no vale jugar, y no me molestan.

-Eso s que podamos llamarlo nfasis -dijo Marks, pun- zando a Haley con el dedo en un costado, riendo-. Este Tom habla claro! Je, je, je! Me figuro que as te entendern, porque los negros tienen la cabeza bastante dura.

-Mira, Tom -dijo Haley-, eso est muy mal; siempre te lo he dicho. Ya recordars que cuando ramos socios en Natchez solamos hablar de esas cosas y yo te demostraba que lo mismo se consegua tratando bien a la gente que tra- tndola mal, y que es conveniente mirar por el da en que

vayamos al otro mundo.

L A C A B A A D E L