Scavino - Narraciones de La Independencia

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DARDO SCAVINO Narraciones de la independencia Arqueología de un fervor contradictorio •ETEÍ^A CADENCIA EDITORA

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DARDO SCAVINO

Narraciones de la independencia

Arqueología de un fervor contradictorio

•ETEÍ^A CADENCIA E D I T O R A

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Scavino, Dardo Narraciones de la independencia : arqueología de un

fervor contradictorio. - la ed. - Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2010.

304 p. ; 22x14 cm. ISBN 978-987-1673-04-9

1. Ensayo Argentino. 1. Título CDD A864

o 2010, Dardo Scavino © 2010, E T E R N A C A D E N C I A S.R.L.

Primera edición: febrero de 2010

Publicado por E T E R N A C A D E N C I A EDITORA

Honduras 5582 (C1414BND) Buenos Aires [email protected]

www.eternacadencia.com

ISBN 978-987-1673-04-9

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea mecánico o electrónico,

sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

ÍNDICE

Carlos de Sigüenza y Góngora, 1692 15

I. DURANTE LAS REVOLUCIONES 25

Simón Bolívar, 1815 29

Camilo Henríquez, 1812 3 7

Servando Teresa de Mier, 1810 4 2

Francisco de Miranda, 1801 5 2

Juan Pablo Viscardo y Guzmán, 1791 5 7

Excursus. Hegel, 1807 65

Camilo Torres Tenorio, 1808 70

Simón Bolívar, 1815 (bis) 79

Bernardo de Monteagudo, 1812 86

José Joaquín de Olmedo, 1825 100

José Faustino Sánchez Carrión, 1812 109

Juan Germán Roscio, 1811 113

, Excursus. George Sorel, 1907 117

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II. ANTES DE LAS REVOLUCIONES 129

Antonio de Ulloa y Jorge Juan y Santacilia, 1748 1 33

Juan Vélez de Córdova, 1737 139

Gaspar de Villarroel, 1656 144

Excursus. Francisco de Vitoria, 1539 153

III. DESPUÉS DE LAS REVOLUCIONES 159

José María Torres Caicedo, 1856 163

Juan Bautista Alberdi, 1867 169

Manuel González Prada, 1871 182

Justo Sierra, 1900 186

Leopoldo Lugones, 1904 192

Pablo Neruda, 1950 198

Octavio Paz, 1950 2 0 7

Héctor A. Murena, 1965 2 1 2

Excursus. Claude Lévi-Strauss, 1958 2 2 0

IV. L A HEGEMONÍA CRIOLLA Y LA CONSTITUCIÓN

DEL PUEBLO AMERICANO 23 1

Anfibología del gentilicio hispanoamericano 2 3 5

Homologaciones 243

El conflicto, padre de todas las cosas 247

La constitución política del pueblo 251

El cuerpo místico del rey 2 5 7

Nosotros, vosotros, ellos 2 7 0

¿América poscolonial? 2 7 9

EPÍLOGO 283

Bernardo de Monteagudo, 1823 2 8 7

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SIMÓN BOLÍVAR, 1815

Hacía tres meses que el general había desembarcado discreta­mente en una rada de Kingston con el objetivo de conseguir el financiamiento inglés para una nueva expedición revolu­cionaria en Venezuela. Pero el gobierno británico desconfiaba de este presunto patriota. Algunos lo acusaban de haber traicio­nado a un viejo aliado de Gran Bretaña, Francisco de Miranda, á cambio de un salvoconducto que le permitió librarse del fu­silamiento. Sus adversarios aseguraban además que un año antes había capitulado vergonzosamente ante otro capitán realista, José Boves, traicionando esta vez a toda Venezuela. Es cierto que Camilo Torres Tenorio le había confiado a con­tinuación las tropas que ocuparon con éxito la región de Cun-dinamarca y ta anexaron a las Provincias Unidas de Nueva Granada. Todo parecía indicar, no obstante, que las ambicio­nes del general caraqueño no habían sido del gusto de los neo-granadinos porque a mediados de mayo de 1815 un navio francés, La Découverte, ya estaba sacándolo de ese país para de­positarlo sin ruido en las costas de Jamaica.

E l general esperaba desde entonces en su residencia de Princess Street la respuesta que no iba a llegar nunca. Solo un residente inglés de la isla, Henry Cullen, le había hecho llegar el 29 de agosto una misiva en la cual manifestaba su

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más viva simpatía por los revolucionarios sudamericanos y le pedía su opinión acerca de la situación política en aquellos territorios. Como este vecino le recordaba "las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Co­lón", Bolívar se apresuró a tomar la pluma para corroborar esta opinión: "Barbaridades que la presente edad ha rechaza­do como fabulosas, porque parecen superiores a la perversi­dad humana, y jamás serían creídas por los críticos modernos si constantes y repetidos documentos no testificasen estas in­faustas verdades"13. Entre estos documentos se encontraba la Brevísima relación sobre la destrucción de las Indias, del domi­nico Bartolomé de las Casas que había sido reimpresa tres años antes por un editor bogotano. "Todos los imparciales", proseguía el general, "han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fer­vor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario"'4. Por­que durante ninguna guerra europea se habían cometido crí­menes tan abominables y ningún ocupante le infligió a otro pueblo los ultrajes que los españoles les prodigaron a los in­dios. Repitiendo una acusación que se remontaba al siglo xvi, cuando juristas como Francisco de Vitoria, Fray Domingo de Soto o Alonso de Vera Cruz cuestionaron la legitimidad de la conquista, el Libertador sugería que estas guerras de ocupa­ción no respetaron ese jus gentium que los reinos europeos habían honrado desde tiempos medievales. Cuando Cullen denuncia entonces la "felonía con que Bonaparte prendió a Carlos iv y a Fernando vn", Bolívar le replica que el trata­miento brindado por el emperador francés a los monarcas

1 3 Simón Bolívar, Doctrina del Libertador (ed. de Augusto Mijares), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984, p. 48.

1 4 ídem. *

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españoles no tiene punto de comparación con el que habían re­cibido Moctezuma o Atahualpa en manos de Cortés y Pizarro:

Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y los reyes americanos, que no admite comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los últimos sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos.15

Henry Cullen espera sinceramente en su misiva "que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas acompa­ñen ahora a la de sus contrarios, los muy oprimidos america­nos meridionales". Y el general toma "esta esperanza por una predicción": "el suceso", le responde, "coronará nuestros esfuerzos"16. Este "suceso*' no sería sino la inversión simétrica de la derrota sufrida por esos mismos "americanos" en tiem­pos de la conquista, cuando los españoles desembarcaron en este continente para sojuzgar a ese pueblo a lo largo de tres­cientos años. De estas declaraciones se infiere que el adjetivo posesivo "nuestros" incluye no solo a quienes estaban llevan­do a cabo las campañas de liberación de las colonias españolas sino también a quienes habían perdido esa libertad tres siglos antes en manos de los invasores europeos.

Bolívar le estaba ofreciendo a Cullen una narración muy sucinta de la historia americana. Los habitantes de las Indias, según este relato, habían sido vencidos y dominados por el Im­perio español tras el desembarco de Colón, de modo que las revoluciones revertirían esta situación derrotando a los opre­sores y emancipando a los oprimidos. "Nosotros", los "ameri­canos meridionales", fuimos dominados por los españoles y

1 5 Ibíd.,p.51. 1 6 Ibíd.,p.48.

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ahora estamos a punto de liberarnos. Bolívar no juzga necesa­rio destacar, a esta altura de su carta, el hecho de que el con­junto de esos "americanos meridionales" esté compuesto, entre otras minorías, por los descendientes de los indios conquista­dos pero también por los herederos de los conquistadores es­pañoles. De modo que el general caraqueño no tiene empacho en incluir bajo esa misma primera persona del plural a todos los individuos que nacieron en tierras de Indias sin importar la sangre que corriera por sus venas ni el estatus que tuvieran en la sociedad virreinal.

Ahora bien, después de informar al caballero británico acerca de los progresos de los movimientos revolucionarios desde Buenos Aires hasta México, Bolívar comenzaba por des­mentir esa identidad americana que él mismo había estableci­do procediendo a una restricción considerable del círculo tra­zado por la primera persona del plural: "... no somos ni indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propie­tarios del país y los usurpadores españoles..."17. E l venezolano pareciera estar admitiendo, con esta declaración, que los revo­lucionarios son fundamentalmente criollos y que combaten la usurpación de los españoles aunque desciendan de los propios usurpadores, esto es: aunque no tengan un auténtico derecho de posesión sobre estas tierras, derecho que solo podría recono­cérsele, si tenemos en cuenta su encendida denuncia de la con­quista, a las poblaciones amerindias. "Nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado", le explica el Libertador a Cullen, ya que "siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores"18. Los criollos se hallaban, es verdad, en esa situación

1 7 Ibíd.,p.53. 1 8 ídem.

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extraordinaria: hacían valer ante los indígenas el derecho de conquista pero a su vez se oponían a la nación conquistadora.

Una vez abreviada la extensión de esa primera persona del plural, hasta no admitir en su interior más que a los colonos blancos, y establecida así la diferencia entre los criollos e in­dios, Bolívar cambia repentinamente de relato y empieza a quejarse de las discriminaciones sufridas por los miembros de su clan en las administraciones virreinales, para concluir su informe invocando aquel "principio de prelación" que debería, por ei contrario, beneficiar solo a los criollos como herederos de los conquistadores:

El emperador Carlos v formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América, que como dice Gue­rra, es nuestro contrafb social. Los reyes de España convinieron solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y ries­go, prohibiéndosele hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejercitasen la judicatura en apelación, con otras muchas exenciones y privilegios que sería prolijo detallar. El Rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdic­ción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descen­dientes. Al mismo tiempo existen leyes expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país originarios de Es­paña en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por manera que, con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos subsistentes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad constitucional que les daba su código.19

Ibíd.,p.55.

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El alegato de Bolívar tampoco deja lugar a duda alguna. Aquellas "leyes expresas" y "aquellos pactos subsistentes" le concedían "a los naturales del país originarios de España" que fuesen "señores de la tierra" y les prometían "no enajenar ja­más las provincias americanas". Las revoluciones de la inde­pendencia se proponen reparar el incumplimiento de estos pactos -incumplimiento que en ese momento se traduce, so­bre todo, en una discriminación de los criollos en la adminis­tración colonial y en el monopolio comercial impuesto por la monarquía- y restablecer ia 'autoridad constitucional" de la minoría criolla en los territorios de ultramar.

En su célebre "Carta de Jamaica" Bolívar reúne dos narra­ciones antitéticas acerca de la historia americana. En la pri­mera, los criollos y los indios aparecen peleando codo con codo contra la opresión española, mientras que en la segunda esos mismos criollos reclaman los privilegios que les habían concedido a sus ancestros los Reyes Católicos y Carlos v en recompensa por haber contribuido a la anexión de esos terri­torios al Imperio y por haber favorecido la opresión de todos sus habitantes (cualquiera sabe que no se conquistan las tie­rras sino los subditos capaces de trabajarla). En la primera, la conquista se presenta como una usurpación y un crimen abo­minable; en la segunda, como una proeza cuya recompensa habrían sido las "capitulaciones", es decir, para Bolívar: "nues­tro contrato social". La conquista fue, en un caso, una viola­ción del derecho de gentes y, en el otro, la carta fundamental de "los naturales del país originarios de España"2 0.

Muchos políticos discrepaban, por ese entonces, con Bolí­var, empezando por los realistas españoles y terminando por los federales venezolanos, por razones muy distintas e incluso

1 0 Cf. Beatriz Pastor, Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emer­gencia, Hanover, Ediciones del Norte, 1988.

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opuestas. Pero lo interesante en su "Carta de Jamaica" es has­ta qué punto Bolívar discrepaba con Bolívar, el americano -por llamarlo así- con el criollo, el natural de las Indias con el oriundo de España, el aiiado de los conquistados con el des­cendiente de conquistadores, el paladín de la igualdad con el abogado de la superioridad blanca, el que denuncia la viola­ción del jusgentium cometida por los invasores ibéricos y el que eleva las capitulaciones al rango de carta magna de la Amé­rica española. Porque Bolívar no heredó de sus predecesores una narración u otra, sino las dos, apareadas, lo que vale tanto como decir que heredó una discrepancia.

Esta discrepancia, aun así, no debería asombrarnos ya que la existencia de un mismo individuo no significa la existencia de una misma identidad. Bolívar tenía, por lo menos, dos, y ambas se encontraban* en conflicto a propósito de ciertos pun­tos importantes como la legitimidad de la conquista o el esta­tuto político de los movimientos revolucionarios. Y no es raro que así fuera. Cada una de esas identidades contaba y, a su vez, protagonizaba un relato diferente: el americano defendía su tierra natal contra la invasión española mientras que el crio­llo defendía su linaje, o su clan, contra la administración pe­ninsular. Ambos coincidían, es cierto, en ese punto preciso: el enemigo era, a grandes rasgos, la monarquía española y sus representantes locales. Pero quizá fuese el único punto de convergencia entre ambos. Y por eso la desaparición de ese enemigo común, una vez consumada la independencia, ter­minaría sellando el divorcio de estas dos identidades (por lo menos hasta que otros imperios vinieran a ocupar ese lugar, lo que no tardaría mucho en producirse).

Aquello que vale para Bolívar, vale también para otros pa­triotas de los movimientos de la independencia. No basta con que un texto haya sido firmado por Camilo Henríquez, Ser­vando Teresa de Mier, Francisco de Miranda o Juan Pablo Vis-cardo y Guzmán, para dar por sentado que uñ mismo sujeto

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se pronuncia a lo largo de sus líneas. Hay que constatar, en cada oportunidad, quién está hablando, si el americano o el hijo de españoles, si el nacido en América o el oriundo de Eu­ropa, si quien defiende su tierra o quien venera a sus ancestros, sabiendo, desde luego, que tanto el uno como el otro no son tanto la causa como el efecto de la narración que están con­tando. De hecho, no solo es importante quién habla sino tam­bién a quién se dirige y acerca de quién está hablando. Cada una de estas variables va a introducir una inflexión en las na­rraciones de la independencia, con sus puntos sobresalientes y sus omisiones. Si en un caso, por tomar solo un ejemplo, las masacres y la servidumbre de los indios se explicaban por la codicia y la sed del oro, un afán de riquezas semejante va a traer aparejado, en el otro, la prosperidad de la región. Y si en un relato los conquistadores españoles se enriquecieron gra­cias a las inenarrables fatigas de los nativos explotados, las fa­tigas de los conquistadores solventaron, en el otro, los lujos exuberantes de la corte madrileña. Este doble sentido antité­tico de ese episodio primigenio va a caracterizar a las narra­ciones de la independencia hispanoamericana.

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SIMÓN BOLÍVAR, 1815 (BIS)

El propio Simón Bolívar nos ofrece una de las variaciones más extendidas de la fábula criolla en un artículo que escribió, con el seudónimo E l Americano, para la Gaceta de Jamaica, algu­nos días después de su misiva a Henry Cullen. A diferencia de Camilo Torres, es verdad, el general mantuano admite que los "españoles americanos" componen una clase minoritaria en

.el continente homónimo 6 9 . Este grupo, sin embargo, posee "cualidades intelectuales que le dan una igualdad relativa y una influencia que parecerá supuesta a cuantos no hayan po­dido juzgar, por sí mismos, del carácter moral y las circuns­tancias físicas" 7 0. Bolívar ya no habla entonces de la igualdad de los americanos en general sino de la de los criollos en par­ticular, y esto, desde luego, en el momento de referirse a su

6 9 Si nos fiamos a los datos proporcionados por John Lynch, las "repúbli­cas de españoles" sumaban unos 2.700.CC0 habitantes en torno al año 1800 (y solo 30.000 de entre ellos habrían sido peninsulares). De modo que los criollos representaban el 20% de la población de las colonias españolas en América unos años antes de las revoluciones. John Lynch, "El reformismo borbónico e His­panoamérica" en El reformismo borbónico (ed. de Agustín Guimerá), Madrid, Alianza, 1996, pp.37-59.

. 7 0 Doctrina..., ob. cit., p. 64.

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"influencia" sobre las demás minorías (este vocablo proviene del léxico de la astrología en donde hacía alusión al "gobier­no" de los astros sobre las personas, lo que explica por qué en el siglo xix algunos teóricos de la política comenzaron a em­plearlo como un sinónimo de hegemonía71).

Esto permitiría entender, según el venezolano, por qué "al presentarse los españoles en el Nuevo Mundo, los indios los consideraron como una especie de mortales superiores a ios hombres"72, idea que habría sobrevivido en ellos hasta el siglo XIX: "jamás estos han podido ver a los blancos sino a través de una grande veneración, como seres favorecidos por el cielo"73 (enunciado que confirma cuál es la posición de quien interpreta el significante criollo como un representante de los blancos o los europeos en tierras americanas). Incluso Bolívar había desempolvado para su corresponsal británico una ver­sión muy peculiar del mito de Quetzalcoatl que seguramente leyó en algún texto de Fray Servando Teresa de Mier. Este "Hermes o Buda de América del Sur", comentaba el general,

resignó su administración y los abandonó, les prometió que vol­vería después que los siglos desiguales hubiesen pasado y que él restablecería su gobierno y renovaría su felicidad. ¿Esta tradi­ción no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¿Concibe Ud. cuál será el efecto que producirá si un individuo, apareciendo entre ellos, demostrase los caracteres de Quetzalcoatl, el Buda del bosque, o Mercurio, del cual han ha­blado tanto las otras naciones? ¿No es la unión de todo lo que

7 1 Cf. Cecilia González, "Una retórica de la influencia" en Quimeras. Cuando la literatura sabe, ve,piensa, Cahiers de LIJU.CO n° 4, París, Université deParis8,2009,pp.49-70.

72 Doctrina...,oh.cit.,p.64. 7 3 ídem. • «

SO

se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas y los partidarios de la corrompida España, para ha­cerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un go­bierno libre y leyes benévolas?'4 -

En esta narración criolla, la revolución ya no se presenta como la contrafigura de la conquista sino como su repetición. Los criollos venían a llevar a cabo una tarea en la cual los es­pañoles europeos habían fracasado: "establecer un imperio po­deroso". Gobernar este continente sería el "destino manifiesto" de esta minoría -y más precisamente de "un individuo" de este clan-, destino cuya premonición se encuentra en el mito de Quetzalcoatl. Y por eso la revolución concretaría ese proyecto que los conquistadores, y sobre todo los misioneros, tenían en mente: civilizar a los sarwjes. Así, en la "Carta de Jamaica", Bo­lívar soñaba con esa unión entre Venezuela y Nueva Granada que se llamaría Colombia, "como tributo de justicia y gratitud al creador (sic) de nuestro hemisferio"75. E l Libertador opina que la capital de este país podría llegar a ser Maracaibo "o una ciudad que, con el nombre de Las Casas, en honor a este héroe de la filantropía", el gobierno revolucionario se proponga eri­gir en aquellas tierras. Si los revolucionarios, remedando a sus ancestros, conquistaran esa región situada entre las actuales Colombia y Venezuela, "los salvajes que la habitan serían ci­vilizados y nuestras posesiones se aumentarían con la adqui­sición de la Goagira"76.

Cuando Bolívar se refiere aquí a "nuestras posesiones" no incluye en el adjetivo posesivo a los mencionados "salvajes", a menos que acepten "ser civilizados" y pasar a formar parte,

7 4 Ibíd.,p.62. 7 5 Ibíd.,p.60. 7 6 ídem.

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gracias a esta integración, de la novísima república o del pue­blo que va a conquistar sus territorios -algo que supuesta­mente aceptarían esos indios ya que, según el Libertador, nunca dejaron de ver con una "gran veneración" a la mino­ría blanca-. Un indio puede integrar la fraternidad criolla a condición de volverse criollo, esto es: de "civilizarse" (recuér­dese que en algunos países se llamaba "indio criollo" al que había adoptado la lengua española y la religión cristiana). E l proyecto civilizatorio del general caraqueño prosigue así con el mandato originario del emperador Carlos v, según el cual los conquistadores recibían a los indios, como recordaba Fray Servando, "en encomienda, vasallaje o feudo", "a título de instruirlos en la religión, enseñarlos a vivir en policía, am­pararlos y defenderlos de todo agravio o injuria". Y Bolívar renueva de esta manera la narración criolla de la conquista invirtiendo el relato lascasiano que le había hecho a Henry Cullen: los indios, desde siempre, esperaron al mesías blanco que vendría a redimirlos...

Esta redención de los indígenas gracias a la introducción en América de la civilización europea convierte a los crio­llos en los nuevos misioneros de la ilustración y el progreso y les confiere a las repúblicas hispanoamericanas una misión de educación, por no decir de conversión, de la población abori­gen, misión cuyo monopolio se reservaron esas naciones des­de sus gestaciones revolucionarias, rivalizando muchas veces con los misioneros cristianos. Gracias a la educación, preci­samente, todos los ciudadanos de la república van a llegar a ser iguales... a los criollos.

A esta misma redención pareciera estar aludiendo Ber­nardo O'Higgins en la proclama que le dirigió a las tribus araucanas tras la batalla de xMaipú. A pesar de haber resistido las invasiones ibéricas a lo largo de tres siglos, estos pueblos se habían sumado a las huestes de Fernando v i l para comba­tir a los revolucionarios. "¿Cuál habría sido el fruto de su

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alianza en el caso de sojuzgar los españoles a Chile?", les pre­gunta O'Higgins7 7. "Seguramente", responde él mismo, "el de la pronta esclavitud de sus aliados". E l Director de Chile comienza por explicarles entonces aue araucanos v criollos tienen un enemigo común:

Nosotros hemos jurado y comprado con nuestra sangre esa in­dependencia, que habéis sabido conservar al mismo precio. Siendo idéntica nuestra causa, no conocemos en la tierra otro enemigo de ella que el español. No hay ni puede haber una razón que nos haga enemigos cuando sobre estos principios incon­testables de mutua conveniencia política...78

Esta proclama resulta interesante porque el Director de Chile está hablando enmombre de esta república -y, se supo­ne, de este pueblo- pero esta primera persona del plural no incluye todavía a los araucanos que ocupaban la región meri­dional de... ¿ese país? La diferencia entre los emisores y los destinatarios de este mensaje coincide, en ese momento, con la frontera entre Chile y la Araucanía, y se trata de uno de los últimos testimonios de la época en que las tribus mapu­ches no eran -y tampoco parecían tener muchas ganas de ser- chilenos. La desaparición de esa frontera en detrimento de la Araucanía demuestra retrospectivamente por qué sus habitantes tenían buenas razones para combatir a los crio­llos durante las guerras de la independencia. Pero en 1818, y para el general O'Higgins, no parecía caber la menor duda: indios y criollos debían "restablecer" los lazos de "amistad y unión". Y para ello O'Higgins les proponía, "como supremo

7 7 Bernado O'Higgins, "Proclama a los araucanos (1818)" en Pensamiento político..., ob. cit., p. 200.

7 8 lbíd.,p.201.

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magistrado del pueblo chileno", un pacto y una alianza, "de modo que sean indisolubles nuestra amistad y relaciones sociales"79. La prenda de confianza que el dignatario chileno les ofrecía consistía en abrirles las escuelas de la nueva repú­blica a los jóvenes arcaucanos que voluntariamente quisieran educarse en ellas, y aclaraba:

siendo de cuenta de nuestro erario todo costo. De este modo, se propagarán la civilización y las luces que hacen a los hombres sociales, francos y virtuosos, conociendo el enlace que hay entre los derechos del individuo y los de la sociedad; y que para con­servarlos en su territorio es preciso respetar los de los pueblos circunvecinos.80

De este conocimiento, concluye O'Higgins, "nacerá la con­fianza para que nuestros comerciantes entren a vuestro terri­torio sin temor de extorsión alguna" y para que "vosotros hagáis lo mismo en el nuestro, bajo la salvaguardia del dere­cho de gentes que observaremos religiosamente".81 Para que esta alianza entre iguales perdurara, en resumidas cuentas, los araucanos tenían que igualarse a los criollos -o, si nos confiamos al texto, a los "chilenos"-, y para ello debían adoptar la "civilización y las luces" que, según este general, los volverán "sociales, francos y virtuosos", y sobre todo res­petuosos del libre comercio. Aunque O'Higgins tenga el su­ficiente tacto como para no tratar a los araucanos de "salva­jes", su propuesta no difiere, en lo esencial, del proyecto de Bolívar para los indios guajiros (o wayu): los indígenas iban a conocer la salvación cuando adoptaran la manera de vivir,

7 9 ídem. 8 0 ídem. 8 1 ídem.

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de pensar, de comportarse de los criollos. Y el rasgo sobresa­liente de esta manera de ser se resumía en el respeto irrestricto de la libertad de comercio (lo que implícitamente excluía a los españoles de "la civilización y las luces").

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E L CONFLICTO, PADRE DE TODAS LAS COSAS

Cualquier escolar hispanoamericano sabe que su patria nació de entre las cenizas de un periodo de guerras a cuyos héroes les canta, como les cantaban los niños griegos a Aquiles, Héc­tor u Odiseo. El propio Homero, sin embargo, hubiese deseado que estos combates cesaran de una vez por todas y que los die­ses y les hombres llegaran a vivir algún día en una edad sin discordias. Heráclito le replicó entonces que estaba maldicien­do así el origen de los seres, "ya que son todos el producto de una lucha y una oposición" 2 5 6. E l antagonismo, explicaba este filósofo, es el "padre, el rey y el soberano de todo"257, porque ninguna cosa llegaría a ser una cosa si no se separase de otra, y no sería nunca eso si no se opusiera a lo otro. De ahí que tam­bién Empédocles situara, según Plutarco, a la "querella fu­nesta" y al "combate sanguinario" en el origen de los seres, aunque para él la hostilidad compartiera este lugar eminente junto con otra divinidad, llamada amistad o amor, puesto que la separación debía detenerse en algún momento y ceder su

2 5 6 Plutarco, Isisy Osiris, Libro 48. 2 5 7 ídem.

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plaza a la unidad y la concordia258. "De Afrodita y de Ares na­ció la Armonía", escribía este filósofo: "De Ares porque es cruel y pendenciero [filóneikos); de Afrodita, porque es dulce y fecunda". Cuando el escolar hispanoamericano celebra las vic­torias de batallas muy lejanas, que en sus himnos asumen el aspecto de combates legendarios, está rindiéndole un home­naje indirecto a esa divinidad que Heráclito había sentado en el trono dé este mundo. Cuando a continuación le declara su amor a la patria, a su bandera, a sus héroes y a todos los sím­bolos que contribuyen a la fraternidad entre ios conciudada­nos, se acerca también a Empédocles de Agrigento.

Tanto Freud como Lacan iban a reconocer la sabiduría de este filósofo griego. Para el psicoanalista francés, sin embargo, Empédocles nos había revelado, en realidad, la lógica del sig­nificante. Solo hay uno, en efecto, allí donde aparece una mar­ca en la piedra o una muesca en la madera que puede significar un animal o un dios, poco importa, pero que señala, y de ma­nera inequívoca, la impronta humana. Un significante, sin em­bargo, no se encuentra nunca solo: siempre hay, por lo menos, dos: uno y otro. Hay un criollo, una identidad criolla, hay in­cluso un cuerpo criollo, porque hay un significante que nombra a este sujeto: criollo. Pero este significante no está aislado. Para que la muesca sea un significante debe oponerse, por decirlo así, a la no-muesca, del mismo modo que en español el sonido que empleamos para significar plural, /-s/, no se opone a la au­sencia de sonido sino a un paradójico sonido mudo que los fonólogos suelen simbolizar con un cero tachado. Hay signi­ficación, y significación humana, cuando hay oposición. E l fonema sonoro /¿/se opone al fonema /p/porque este es sordo. Pero el fonema /¿/se opone a su vez al fonema sonoro /d/por­que este no es labial. Criollo se opone, por su parte, a godo, o a

' 2 5 8 ídem.

248

gachupín, porque este no es americano, y a su vez se opone a indio porque este no es europeo. La identidad criolla no es un término positivo sino un nudo de oposiciones binarias259.

l a n d o loe r r í n l l o c C P r l^Gt->^ri n n i - e n r\r>r»c\r\c^n o l ^ o A c r t t A s »

les, se sitúan en la casilla americano; cuando se definen por su oposición a los indios, se desplazan a la casilla europeo. Toda identidad supone un antagonismo; toda unidad, una lucha. Para Lacan, justamente, las posiciones de Heráclito de Efeso y Empédocles de Agrigento solo pueden entenderse si se las lee a la luz de la recría del significante.

Lacan decía entonces que un significante es lo que repre­senta a un sujeto para otro significante. Criollo representa a un sujeto para godo, y otro sujeto, como vimos, para indio. Para un indio, en efecto, el criollo es un europeo, mientras que para un español es un americano. De donde se infiere que estos sujetos son constituidos por sus propios representantes: no hay un su­jeto americano anterior, e independiente, del significante ame­ricano, de modo que no hay un sujeto americano sin oposición a otro, europeo. Pero tampoco hay un sujeto criollo anterior al significante criollo ni, por consiguiente, anterior a su oposición binaria a godo o indio. Como el mito, una narración es un des­pliegue sintagmático de aquellas relaciones paradigmáticas. O si se prefiere un lenguaje menos técnico: una exposición su­cesiva de oposiciones simultáneas.

Esto nos permite concluir entonces que un relato como la epopeya americana no fue "instrumentado" por la minoría crio­lla para obtener la adhesión de los indígenas, como presumía

2 5 9 "En la medica que millones de familias viven bajo condiciones eco­nómicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intere­ses y por su cultura de otras clases y las oponen a estas de un modo hostil, ellas forman una clase", Karl Marx, El Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 489.

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Alberdi y como conjeturaba todavía hace unos años el histo­riador alemán Hans-Joachim Kónig 2 6 0. Esta relación instru­mental supone una anterioridad del sujeto en relación con el instrumento, mientras que nuestra hipótesis supone que el sujeto es un personaje de esa misma narración y que no sabría existir, como consecuencia, fuera de ella (aunque pueda asu­mir otra identidad en la narración criolla). Cuando decimos entonces que un sujeto que efectivamente vivió en una repú­blica hispanoamericana se convierte en personaje de una na­rración -y hasta podríamos añadir, de una ficción-, estamos sosteniendo que estos sujetos se ven interpelados por esos nombres que los sitúan en un relato. Son en este aspecto las narraciones las que "instrumentaron" a los sujetos, y hasta tal punto lo hicieron que estos asumieron la historia y la identi­dad que esos mitos les contaron. Si hay un ardid, en este caso, es la añagaza de las fábulas. Estas narraciones, de hecho, ha­bían precedido a las revoluciones y prosiguieron con las repú­blicas hispanoamericanas, sus fiestas patrióticas y esas revela­doras contradicciones destacadas por Octavio Paz: exaltación del pasado hispánico y aborrecimiento de los españoles: glo­rificación del pasado indígena y desprecio de los indios.

A esta observación muy aguda del poeta mexicano -hecha treinta años después de El laberinto de la soledad- habría que añadirle apenas un detalle: el aborrecimiento y el desprecio no explican la oposición de los criollos a los españoles y a los indios de la misma manera que la exaltación y la glorificación no nos permiten comprender su identificación con unos u otros. Es la inscripción del criollo en uno u otro lugar signifi­cante -americano o hispano- lo que explica los afectos del sujeto. O si se prefiere, no es porque odia o ama que reproduce esos relatos; es porque los reproduce que odia y ama.

2 6 0 Kónig, "El indigenismo criollo..." en ob. cit., pp. 745-767.

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L A CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PUEBLO

Los indios, les explicaba Simón Bolívar a los lectores de la Ga­ceta de Jamaica, "no reclaman la preponderancia" ni "preten­den la autoridad" aunqfce su "número excede a la suma de los otros habitantes"261. Este personaje tiene "un carácter tan apa­cible que solo desea el reposo y la soledad" y "no aspira ni aun a acaudillar su tribu, mucho menos a dominar las extra­ñas". E l esclavo africano, por su parte, se ve tratado como un "compañero" por su amo criollo, quien no "oprime a su do­méstico con trabajos excesivos" y, como si fuera poco, "lo edu­ca en los principios de moral y de humanidad que prescribe la religión de Jesús", educación que tiende a homologarlo, para emplear nuestro léxico, con el amo que le inculca esos principios2 6 2. E l Libertador concluye entonces esta descrip­ción idílica de las relaciones entre las castas virreinales con esta declaración: "Estamos autorizados pues a creer que todos los hijos de la América española, de cualquier color o condi­ción que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco" y por eso "todavía no se ha oído un grito de proscripción contra

261 Doctrina...,ob. cit.,p. 76. 4 6 2 Ibíd.,p. 77.

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ningún color, estado o condición excepto contra los españoles europeos, que tan acreedores son de la detestación universal"163. La operación bolivariana no podía ser más clara: se trataba de atenuar la importancia de los antagonismos entre indios y crio­llos, o entre esclavos y criollos, para sostener que la "contradic­ción principal", como se dirá más tarde, oponía a todos estos grupos, contados como un solo y mismo pueblo, a "nuestros natos e implacables enemigos, los españoles europeos"264.

Pero el propio Bolívar sabía que los españoles no consti­tuían, por sí mismos, un enemigo político evidente para in­dios y afroamericanos. E l general venezolano no debía de haberse olvidado que los seguidores de Túpac Amaru n in­vocaban el nombre del rey Carlos iv a la hora de rebelarse contra los abusos cometidos por las autoridades virreinales y los propietarios criollos ("¡Viva el rey, mueran los malos gobiernos!"). Él mismo insinúa en su epístola a Henry Cu­llen que una alianza entre criollos e indígenas sería muy im­probable en Perú, mientras que en el artículo para la Gaceta de Jamaica destaca que los realistas venezolanos "se esforza­ron en sublevar toda la gente de color, inclusive a los escla­vos, contra los blancos criollos, para establecer un sistema de desolación, bajo la bandera de Fernando v i l " 2 6 5 . No habría que olvidar, por otra parte, que los españoles también esta­ban tratando de ganar a los indígenas para su causa, como cuando el virrey de Nueva España suprimió el tributo y los trabajos forzados tras la rebelión del cura Hidalgo, o como cuando las Cortes de Cádiz hicieron lo propio para todas las colonias por presión de los diputados americanos y con el evidente propósito de contrarrestar la propaganda revolu-

1 6 3 Ibíd.,p. 78. 2 6 4 "Manifiesto de Cartagena" en ibíd., p. 8. 2 6 5 Ibíd., p. 77.

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cionaria. Bolívar sabía entonces fehacientemente que la uni­dad del llamado "pueblo americano" era sumamente frágil. En su "Discurso de Angostura", el Libertador escribía: "La diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un tacto infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera alteración" 2 6 6. Bolívar se enfren­ta con el siguiente problema: ¿cómo constituir una misma natío con diferentes gentes? Esta unidad solo podía conquis­tarse si los patriotas legraban encontrar un elemento común a las diversas fracciones: el enfrentamiento contra el invasor español.

Las dos narraciones independentistas corresponden en­tonces a los dos momentos de constitución política de un pue­blo tal como lo presentía Ernesto Laclau en La razón populista. Para que una unidad popular llegue a constituirse, es preciso, por empezar, que un elemento sea excluido: "Con respecto al elemento excluido, todas las otras diferencias son equivalentes entre sí -equivalentes en su rechazo común a la identidad ex­cluida-" 2 6 7. Y a esto hacía ya alusión Freud cuando sostenía en su Psicología de las masas que, antes del amor por algo o al­guien, "el rasgo común que hace posible la mutua identifica­ción entre los miembros es la hostilidad común hacia algo o alguien"268. A esta dimensión antagónica de la constitución popular estaba refiriéndose también Bolívar cuando aseguraba que las diferentes partes de la América española, "de cualquier color o condición que sean", "se profesan un afecto fraternal recíproco" y que solo los "españoles europeos" se volvieron acreedores de la "detestación universal". E l libertador estaba

2 6 6 Ibíd, P . m . 2 6 7 Citado por Laclau, ob. cit., p. 94. 2 6 8 ídem.

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siguiendo así el viejo principio dialéctico según el cual uno necesita separarse de otro para convertirse en uno o según el cual el antagonismo precede a la identidad como la enemistad al amor (o Marte a Venus). E l enfrentamiento entre los indí­genas y los conquistadores puede convertirse entonces en una metáfora premonitoria de la lucha que enfrentaba en esos mo­mentos a americanos y españoles, como pudimos constatar en la propia "Carta de Jamaica", en la proclama de Viscardo o en la oda de Olmedo.

No había, antes de las revoluciones, una "contradicción principal" y otras "secundarias" -quién podría asegurar que la supresión de la mita o de la esclavitud tuvieran que subor­dinarse a los reclamos sociales y económicos de los propieta­rios criollos-. Pero una vez que una contradicción aparece como "principal", o desde el momento en que una oposición, entre muchas otras, asume un estatuto antagónico, la frater­nidad y la igualdad de los diversos aliados en el "bloque" popular permiten que sus reclamos sean, eventuaimente, es­cuchados (y por eso la fraternidad y la igualdad no suelen obtenerse al final de un proceso revolucionario sino durante ese mismo proceso). Pero es por este mismo motivo que la dimensión antagónica no puede separarse de una dimensión hegemónica: un sector de la sociedad debe asumir el papel de representar a la sociedad en su conjunto; sus reclamos parti­culares deben convertirse en los reclamos generales o en la "voluntad popular". A esto se refería justamente Marx en su Crítica de lafilosofía del derecho de Hegel cuando explicaba en qué consistía una "revolución parcial, meramente política". Esta tiene lugar cuando

una parte de la sociedad civil se emancipa y llega a la domina­ción general de la sociedad a partir de una situación particular. Esta clase libera a la sociedad entera pero solamente a condición de que toda la sociedad se encuentre en la situación de esta clase,

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como cuando posee, por ejemplo, el dinero y la cultura o puede adquirirlos a su antojo. No hay ninguna clase de la sociedad ci­vil que pueda interpretar este papel sin suscitar un momento de entusiasmo en sí misma y en la masa, un momento en que fraterniza con la sociedad en su conjunto y converge con eiia, un momento en que se confunde con ella y en que esta ia siente y la reconoce como su representante general, cuyas rei­vindicaciones y derechos son en verdad los derechos y las reivindicaciones de la sociedad misma, momento en el que esta clase se vuelve el cerebro social y el corazón social.269

También Freud va a sostener que los miembros de una so­ciedad se identifican con una suerte de "representante gene­ral", solo que el psicoanalista vienes solía limitarlo a la figura del líder como "ye ideal" del grupo. Y esta es precisamente la posición que ocuparía el criollo o el hispanoamericano: clase particular y sociedad general, grupo específico y género co­mún, fracción y entero, minoría y mayoría.

E l antagonismo y la hegemonía, cuyas consecuencias son el odio hacia el enemigo y el amor hacia algún representante, coinciden con las dos dimensiones de la constitución política de un pueblo. Estas dos dimensiones corresponden a las dos fábulas discernibles en los textos de la independencia: la epo­peya popular americana y la novela familiar criolla. La pri­mera narra el antagonismo entre americanos y españoles; la segunda, la historia de la hegemonía hispanoamericana en las repúblicas homónimas.

Estos dos momentos de la constitución de la unidad popu­lar se encuentran dramatizados en el Diálogo entre Atahualpa y Fernando vil en los Campos Elíseos (atribuido a Monteagudo).

2 6 9 Karl Marx, Critique de la philosophie du drott de Hegel (edición bilingüe), París, Aubier, 1971,p. 90 (la traducción es nuestra).

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Como observó Hans-Joachim Kónig, el autor puso en boca del emperador inca la historia de las abominaciones cometidas por los españoles contra los aborígenes americanos pero tam­bién "el fondo de las quejas políticas y económicas de la alta clase criolla, es decir, de los españoles americanos"270:

¿En dónde está esta felicidad? ¿En la ignorancia que han fo­mentado en la América? ¿En la tenaz porfía y vigilante empeño de impedir a Minerva el tránsito del océano y de sujetarla en ias oriiias del Támesis y del Sena? ¿En tenerlos gimiendo bajo del insoportable peso de la miseria, en medio mismo de las ri­quezas y tesoros que les ofrece la amada patria? ¿En haberlos destituido de todo empleo? ¿En haber privado su comercio e impedido sus manufacturas? ¿En el orgullo y despotismo con que se les trata por el español más grosero? ¿En haberlos últi­mamente abatido y degradado hasta el nivel de las bestias?271

Pero basta con tomar cualquier texto de la independencia para encontrarse con el mismo antagonismo y la misma he­gemonía: eso, después de todo, fue la independencia.

2 7 0 Kónig, "El indigenismo criollo..." en ob. cic, p. 756. 2 7 1 Monteagudo, "Diálogo..." en Pensamiento político..., ob. cit., p. 70.

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E L CUERPO MÍSTICO DEL REY

En un artículo sobre los derechos de los pueblos, el fraile chi­leno Camilo Henríquez había acometido al "misterio" de la hegemonía política a través de una demostración aritmética sencilla. Escogiendo, para referirse a España, la letra E, y A, desde luego, para aludir a América, Henríquez llama a la mo­narquía que las engloba a ambas: M . Si suponemos, entonces,

que M consta de dos partes integrantes, la una E, y la otra A, será _ M = E + A. Siendo la relación que hay entre E y A de agregación únicamen­te, es claro que no puede pretender la una sobre la otra mayoría ni superioridad. Si suponemos que E consta de las partes componentes c,g, m, es claro que si se destruye c y g, no puede la pequeña m preten­der alguna superioridad sobre A. Porque si el todo E es igual a A, nunca puede su parte m ser mayor que el todo A. Del mismo modo, si suponemos en A cualquier número de par­tes, será A igual a todas juntas, y ninguna de ellas tomada separa­damente puede pretender relación de superioridad sobre A. 2 7 2

2 7 2 Camilo Henríquez, "Nociones fundamentales sobre los derechos de los pueblos" en Aurora de Chile, Edición Electrónica, jueves 13 de febrero de 1812. En: wAfw.auroradechile.cl/newtenberg/681/article-3339.html

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La hegemonía política reside precisamente en este absur­do matemático que Henríquez está denunciando a propósito del imperialismo español (pero que él mismo va a reproducir cuando se trate de la minoría criolla): hegemónica es esa vo­luntad particular que se confunde con la voluntad general o la fracción elevada a la dignidad de la unidad. A esto se refería también su tocayo neogranadino, Camilo Torres Tenorio, cuando le recordaba a la Junta de Sevilla que "los vastos do­minios de América" no eran "colonias o factorías" sino "una parte esencial e integrante de la monarquía española" 2 7 3. La precisión era importante: América no es una parte integrante de España sino de la Monarquía. O según la fórmula de Hen­ríquez: M = E + A (la Monarquía se divide en dos partes: Es­paña y América). Este detalle iba a cobrar una peculiar rele­vancia a partir de 1808 cuando Fernando vn abdique y los americanos ya no tengan por qué obedecer ni al usurpador Bonaparte ni a las Cortes de Cádiz. Esto nos permitiría com­prender también por qué la bula de 1493 reaparecía con tan­ta frecuencia en los textos independentistas: este documento recordaba, por un lado, que el pontífice romano no le había cedido los territorios descubiertos por Colón a España sino a los Reyes Católicos, pero demostraba también, por el otro, que para legitimar su conquista los reyes solo disponían de este título que habían cuestionado incluso las autoridades más conspicuas del derecho canónico.

Ahora bien, una vez consumada la ruptura con la monar­quía española, o con el poder de uno, ¿no se estaba rompiendo también con la unidad que este simbolizaba? Mientras este proceso de separación todavía estaba llevándose a cabo en México, Fray Servando Teresa de Mier evocaba ya las Escritu­ras para probar la necesidad de esta unidad bajo la forma de

2 7 3 Torres Tenorio, "Memorial de Agravios" en ob. cit., p. 29.

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"un centro de poder": "Todo reino entre sí dividido será desolado"274. Pero dado que las nuevas repúblicas estaban des­prendiéndose de la monarquía, el problema que se les presen­taba era como "elegir" este "centro de poder":

Si se tratase de obedecer a un hombre que no fuese el padre na­tural, habría dificultad, porque los hombres naturalmente libres e independientes no admiten el gobierno de uno solo sino por la violencia de las armas, y lo sacuden luego que pueden. Solo se mantienen tranquilos bajo él, si han contraído el hábito de obedecer por la continuación de los siglos, o el respeto sagrado de las leyes. No hablamos de ese gobierno.275

Y sin embargo, prosigue el sacerdote,

todos quieren uno, porque todos quieren el orden, y no pu-diendo gobernar todos, voluntariamente se sujetan al que ellos mismos eligen por sus delegados, cooperando después a su buen éxito como de una obra suya y para su propio bien. Un congreso, pues, es el que se ha de establecer. Este es el gobierno natural de toda asociación, este es el órgano nato de la volun­tad general.276

Para que este congreso con delegados elegidos por la vo­luntad popular se constituyera, los jefes militares debían re­nunciar a una porción de su poder armado para subordinar­se a este poder político unificado. Si estos militares hubiesen

2 7 4 Mateo, 12,25 y Lucas 11,17. 2 7 5 Fray Servando Teresa de Mier, "¿Puede ser libre la Nueva España?"

[ 1820] en Escritos inéditos de Fray Servando Teresa de Mier (ed. de J.M. Miquel i Vergés y Hugo Díaz Tomé), México, El Colegio de México, 1944, p. 213.

2 7 6 ídem.

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seguido peleando sin un "cuerpo civil o nacional" que los au­torizara, no se habrían distinguido mucho de esos criminales que "en el mar se llaman piratas, en tierra, asesinos, salteado­res, facciosos y rebeldes, aunque en verdad no lo sean"2"". Los mismos héroes militares de la independencia se convierten en enemigos del Estado y en elementos sediciosos cuando no aceptan subordinarse a la autoridad de esos congresales que no contaban necesariamente con la fuerza de las armas para imponérsela. Como "cuerpo civil o nacional", el congreso sus-cituiría la unidad de la monarquía por la república federal: la sanción de las leyes ya no se remontaría a la clarividencia del príncipe sino a la deliberación de los congresales elegidos por el pueblo.

En la práctica, no obstante, la solución propuesta por Fray Servando va a terminar revelándose bastante peculiar y por eso merece que la citemos in extenso-.

El general Victoria, por ejemplo, designará entre su gente a 17 personas de las diferentes provincias de Nueva España, si es po­sible (aunque tampoco es necesario absolutamente que lo sean) procurando que sean de las más decentitas e inteligentes. Estas dirán que representan las Intendencias de México, la capitanía de Yucatán y las 8 provincias internas del oriente y poniente, y aun se añadirán, si se quiere, otras cuatro personas por el reino de Guatemala, que según las Leyes de Indias pertenece a Nueva España como Yucatán, para comprender así todo Anáhuac 2 7 8. Estas personas elegirán per Presidente al general Victoria u otra persona la más respetable, por vicepresidente al general Gue­rrero u otro de crédito; y luego se asignarán un secretario o mi-

2 7 7 ídem. 2 7 8 Anáhuac era el nombre náhuatl propuesto por Mier y otros revolu­

cionarios para reemplazar la apelación Nueva España.

260

nistro de Estado o Relaciones extranjeras, otro de Hacienda, y el tercero de Guerra. Estos ministros no pueden ser del Congre­so, porque lo son del Poder Ejecutivo o Gobierno. El Congreso elegirá en su seno su Secretario o Secretarios. Y ya tenemos el Gobierno y el Congreso necesarios.279

Surge desde luego el problema de unos congresales nom­brados por el general Victoria que deliberan en nombre del pueblo mexicano (y que llegado el caso, nombran como jefe de gobierno al propio Victoria). Previendo esta objeción, Fray Servando argumentaba:

¿Y esto basta para un Congreso tan preciso y ponderado? Sobra; y si los monos supiesen hablar, bastaría con que el Congreso fuese de ellos y dijeser que representaban la nación. Entre los hombres no se necesitan sino farsas porque todo es una come­dia. Afuera suena y eso basta. ¿Pero quién ha autorizado a estos monos? La necesidad que no está sujeta a leyes. Saluspopuli su-

. prema lex est. En esta asociación los miembros que están libres, están naturalmente revestidos de los derechos de sus consocios para libertarlos. Se presume y supone la voluntad. Exigir más, será sacrificar el fin a los medios. Después que están libres rati­fican lo hecho, todo defecto queda subsanado con el consenti­miento y todo lo hecho resta firme y permanente.280

A falta de una acreditada voxpopuli, Fray Servando va a invocar la salus populi, y esta precisa, sea como fuere, un poder unificado, ¡de modo que una banda de monos bien puede va­ler una monarquía\ Cuando el sacerdote asegura que "entre los hombres no se necesitan sino farsas porque todo es una

2 7 9 Mier, "¿Puede ser libre..." en Escritos inéditos..., ob. cit., p. 218. 2 8 0 ídem.

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comedia", nos está recordando que la autoridad del monarca o del Congreso, poco importa en este caso, es puramente per-formativa o, como hubiese dicho Jeremy Bentham en ese mis­mo momento, ficcional: el poder constituido no emana de la voluntad general sino la voluntad general, retrospectivamen­te, del poder constituido.

A este problema de la unificación una vez consumado el divorcio con España ya había hecho alusión Bernardo de Mon-teagudo un año antes de la constitución del Congreso que de­clararía la independencia de las Provincias Unidas del P,ío de la Plata. A lo largo de tres números del semanario El Grito del Sud aparecidos en marzo de 1915, el tucumano trató de pre­venir a los revolucionarios acerca de las amenazas que pesaban sobre las nuevas repúblicas si se aprobaba el proyecto de una federación:

Consecuencia de semejante pensamiento es un espíritu de pro­vincialismo tan estrecho, tan iliberal y tan antipolítico, que si no se acierta a cortar en oportunidad, vendrá precisamente a disolver el Estado; y de todas las partes que en la actualidad lo componen, no dejará en pie sino secciones muy pequeñas, inca­paces de sostenerse por sí mismas, débiles con respecto a los enemigos externos y mutuamente rivales de su aumento y su gloria por la inmoderación de sus celos.281

Para que una república funcione requiere, aunque sus par­tidarios locales no lo reconozcan,

un gobierno general, que extienda su poder e influencia sobre todas las provincias, que disponga de las fuerzas del Estado, rija los ejércitos, dirija la guerra, administre los fondos públicos,

2 3 1 Monteagudo, "Federación" en Pensamiento político..., ob. cit., p. 115.

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confiera cierta clase de empleos y de recompensas, que trate con las potencias extranjeras y pueda despachar a ellas cualquier género de negociadores.282

Una república federal precisa un gobierno que no lo sea (en las Provincias Unidas se lo va a llamar, algunos años más tarde, unitario). Es necesario pues que las provincias le dele­guen todo su poder a un gobierno central para que este tome las decisiones sin verse obligado a negociar en cada oportu­nidad con cada una de las partes. A pesar de haberse declara­do desde el inicio de su texto a favor de este poder centraliza­do, Monteagudo le pasa revista a dos célebres federaciones - la helvética y la norteamericana- que solían servirle de ejem­plo a los revolucionarios criollos. E l tucumano va a esforzar­se por demostrar que resultaría imposible transponer, por diferentes razones, estos modelos a la realidad hispanoame­ricana. Y va a tratar de demostrar, por sobre todo, que los partidarios de la federación en esta parte del mundo ignoran el funcionamiento efectivo de los ejemplos invocados por ellos mismos:

sus autores, en el desarreglo de sus ideas, se inclinan a veces a un género de federación patriarcal cual se encuentra entre las tribus más groseras. Los salvajes de la América Septentrional se gobiernan así y Mr. Jefferson en sus observaciones sobre la Vir­ginia nos da abundantes detalles de este gobierno, que podría servir de modelo a los estadistas que nos honran hasta el extre­mo de querernos igualar con aquellas rústicas naciones: "En general los jefes de estos pueblos (dice Charlevoix, en Viaje a la América Septentrional) no reciben grandes señales de respeto; y si son siempre obedecidos, es porque saben hasta dónde deben

2 8 2 Idem.

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mandar. También es cierto que suplican o proponen más bien que mandan y que jamás salen de los estrechos límites de la poca autoridad que tienen". Véase aquí un pequeño aunque exacto bosquejo de las únicas ideas que acaso tienen nuestros federalistas...233

Monteagudo anticipa así esta asimilación de la federación con la barbarie (y del centralismo, por consiguiente, con la ci­vilización) que Sarmiento y Alberdi iban a reproducir con particular ahínco.

A finales de 1812, Bolívar ya había emprendido una seve­ra impugnación de la "forma federal" adoptada por el gobier­no de Venezuela en su "Manifiesto de Cartagena". Esta crítica no apuntaba, por ese entonces, al propio sistema federal sino a la coyuntura en la cual los políticos venezolanos lo habían puesto en marcha: la guerra contra los realistas españoles. No era posible conservar este sistema "en el tumulto de los com­bates y de los partidos":

Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobier­nos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ven­tajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.284

Siete años más tarde, en la "Oración inaugural del Con­greso de Angostura", el general caraqueño iba a incrementar la virulencia de sus diatribas contra la constitución federal de Venezuela, hecha a imagen y semejanza de la norteamericana. El Libertador multiplicaría entonces los argumentos en favor

2 8 3 Ibíd., p. 116. 2 8 4 Doctrina..., ob. cit.-, p. 11.

264

de un gobierno centralizado y dotado de amplios poderes y propondría sustituir el modelo federal norteamericano por el inglés y su parlamento bicameral, con una parte elegida por sufragio popular y la otra hereditaria:

Si el Senado en lugar de ser electivo fuese hereditario, sería en mi concepto la base, el lazo, el alma de nuestra República. Este Cuerpo en las tempestades políticas pararía los rayos del go­bierno y rechazaría las olas populares. Adicto al gobierno por el justo interés de su propia conservación, se opondría siempre a las invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad de sus magistrados. Debemos confesarlo: los más de los hombres desconocen sus verdaderos intereses, y cons­tantemente procuran asaltarlos en las manos de sus deposita­rios: el individuo pugna contra la masa, y la masa contra la autoridad.23S

Como el "cuerpo civil o nacional" de Servando Teresa de Mier, este "Cuerpo" bolívariano viene a sustituir al "cuerpo místico" del rey, es decir, a aquella totalidad que reunía una multiplicidad de partes, aquella unidad que perduraba a pesar de las "tempestades políticas" y las "olas populares". Los miembros de este Cuerpo, formados en colegios propios, e ilus­trados en todos aquellos conocimientos requeridos para con­ducir un país, constituirían una élite que ya no dependería de los caprichos electorales del pueblo y que permitiría mante­ner la permanencia de los proyectos nacionales más allá de los virajes impredecibles del sufragio popular.

Los revolucionarios criollos se encuentran entonces con el siguiente interrogante: ¿qué poner en lugar del cuerpo

2 3 5 Bolívar, "Oración inaugural del Congreso de Angostura" en Doctri­na..., ob. cit.,p. 114.

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sublime de ese rey que garantizaba la unidad y la permanen­cia del reino? Aunque las soluciones difieran, el problema post-revolucionario por excelencia seguiría siendo la restau­ración de un poder unificado tras la "anarquía" suscitada por las "tempestades políticas" y las "olas populares" -el retorno a la unidad, por decirlo de otro modo, tras la irrupción revo­lucionaria de las multitudes insurgentes-. Y Sarmiento va a ser muy claro cuando aborde esta cuestión: las revoluciones fueron obra de la civilización europea pero generaron tam­bién la "barbarie americana", expresión que aparece en el Facundo como un sinónimo corriente de "federación".

Algunos años más tarde, Alberdi pareciera seguir la línea iniciada por Sarmiento durante su exilio en Chile:

Bajo el sistema colonial, la América no conoció sino gobiernos unitarios. Así se pobló, creció, se civilizó hasta poder declarar­se y ser independiente de Europa. Así llevó a cabo la guerra de su independencia [...] Para destruir esos poderes en América, en busca de la independencia respecto de ellos, se trató de des­centralizarlos. De ahí las juntas o gobiernos locales de Amé­rica, que la revolución instaló para socavar el poder central de los monarcas europeos. La revolución misma, sin descono­cer de frente la soberanía de los Reyes lejanos, fue una espe­cie de descentralización en su origen: ella visó a la autonomía administrativa de América. Ella proclamó la independencia, después de inútiles tentativas para asegurar la mera descentra­lización, que fue el primer grito de la revolución. La descentralización, que fue un arma útil para debilitar y destruir el poder de los Reyes europeos en América, ha conti­nuado, por una aberración, debilitando y estorbando el esta­blecimiento de los gobiernos americanos, que más bien con­venía fortificar.

América ha olvidado que, si la descentralización fue un arma de circunstancias para destruir el antiguo gobierno español,

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después de logrado eso, no podía servir a la América indepen­diente sino para debilitar su propio poder moderno. Ese vicio, nacido de toda revolución, ha pretendido justificarse con las necesidades del suelo vasto y desierto. Pero la historia de dos siglos de centralismo colonial desmiente esto, por más que el suelo de América y su edad presente no sean tan favora­bles a la centralización como los de Europa. Esa aberración, vicio o manía de federación, autorizada con el ejemplo de la prosperidad de los pueblos anglosajones de Nor­te-América (que se ha atribuido a la federación porque se ha realizado a pesar de esta), es la desgraciada causa que mantiene hoy en anarquía todo aquel continente. Esta anarquía tendrá un término del modo que terminan to­das las anarquías -en la creación o constitución de poderes fuertes, y esa fuerza la hallarán donde antes existió en Amé­rica y donde hoy existe en Europa -en la centralización, en la unidad del poder.286

No es de extrañar entonces que el ensayista tucumano se muestre, hacia el final de su vida, partidario de la monarquía, o del poder unitario, e incluso de una monarquía europea, y más precisamente francesa, como la que en esos momentos Napoleón m estaba tratando de imponer infructuosamente en México con Maximiliano de Austria. Esto nos permite entender por qué la expresión repúblicafederal sonaba como un pleonasmo en los oídos de Alberdi. La monarquía alber-diana vendría a sustituir a esa "unión militar", a esa alianza ifoedus) bélica del periodo revolucionario, alianza que se en­contraba en el origen del federalismo argentino y que solo podía mantenerse viva mientras perviviera el antagonismo con España.

2 8 6 Alberdi, ob. cit., p. 431.

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Page 24: Scavino - Narraciones de La Independencia

Pero si observamos bien los argumentos de Mier, Bolívar o Monteagudo, nos damos cuenta de que se veían confronta­dos con el siguiente problema: ¿quién iba a ocupar ahora el lugar del rey?, ¿quién podía aparecer como un representante de la "generalidad"? Una vez desaparecido el rey, solo queda­ban las partes de la sociedad: las diversas clases con sus inte­reses particulares. Lo general, para los federales, procedía de una coalición entre las partes. Para Mier, Bolívar, Monteagudo e incluso Alberdi, lo general nunca podía surgir de una alian­za entre particulares. Monteagudo constata el inconveniente pero no propone ninguna solución concreta (aunque apoye, por este motivo, la dictadura de Alvear en Buenos Aires y más adelante el protectorado de José de San Martín en Lima). Para Mier, basta con que una parte asegure estar hablando en nom­bre de la voluntad general: se trata, después de todo, de una ficción. Para Bolívar, esta universalidad se encarnaría en un cuerpo de sabios, de funcionarios de lo universal, capaces de abordar objetivamente las cuestiones de interés general sin caer en posiciones partidarias.

E l problema que estos tres revolucionarios tratan de res­ponder no pertenece, sin embargo, a la dimensión de la gestión estatal sino a la de la hegemonía política. La figura del monar­ca tenía esa inexplicable virtud: se trataba de ese personaje cuya voluntad particular encarna la voluntad general. A esto aludía ya Kantorowicz cuando hablaba del "doble cuerpo" del monarca en la teología política cristiana287, pero también Ja­mes Frazer cuando recordaba que ciertas tribus africanas dis­tinguían al rey de carne y hueso del "rey fetiche"283. Y este es también, según Laclau, el misterio de la hegemonía: puede

2 8 7 Ernst Kantorowicz, Les deux corps du roi, París, Seuil, 1989. 2 8 8 James George Frazer, La rama dorada, México, Fondo de Cultura Eco­

nómica, 1993, p. 208.

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calificarse de hegemónica, en efecto, esa parte capaz de en­carnar la totalidad, esa parte que se equipara, según la de­mostración de Henríquez, con el todo.

Así las cosas, el desdoblamiento del cuerpo del rey no desaparece con los Nouveaux régimes. Sucede que ya no está vinculado con un solo cuerpo sino, sucesivamente, con va­rios 2 8 9. La desaparición del monarca dejó vacío su lugar, es cierto, pero este nunca se encuentra totalmente vacío: de ma­nera más o menos provisoria, otros cuerpos vienen a ocupar­lo. Incluso podría decirse en este caso, como en otros, que "la anatomía del hombre explica la del mono": el misterio del desdoblamiento del monarca se comprende retrospectiva­mente a través del problema de la hegemonía política de las repúblicas modernas.

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Laclau, ob. cit., p. 215.

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