San Martin y la logia lautaro

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1 Profesor Jorge Acuña SAN MARTIN Y LA LOGIA LAUTARO Llegada de San Martín, Alvear y otros militares (9 de marzo). El 9 de marzo llegaba de Londres la fragata inglesa George Canning. La Gaceta informaba el 18 que a su bordo habían venido “el teniente coronel de caballería D. José de San Martín, primer ayudante de campo del general en jefe del ejército de la Isla (de León), marqués de Campigny, el capitán de infantería D. Francisco Vera, el alférez de navío D. José Zapiola, el capitán de milicias D. Francisco Chilavert, el alférez de carabineros reales D. Carlos de Alvear y Balbastro, el subteniente de infantería D. Antonio Arellano, y el primer teniente de guardias valonas barón de Holmberg”. San Martín, nacido en Yapeyú de Misiones el 25 de febrero de 1778, era hijo del capitán español Juan de San Martín, teniente gobernador de ese departamento misionero. A los ocho años pasó con sus padres a España educándose en el Seminario de Nobles de Madrid, a los doce ingresó al ejército como cadete del regimiento Murcia recibiendo su bautismo de fuego en la guerra de África. Estuvo en el Rosellón en la guerra contra la República francesa de 1793, luego combatió contra Inglaterra y Portugal. En 1808, producida la guerra contra Napoleón, toma parte en Bailen, combate a las órdenes de Beresford en Albuera, y finalmente está en Cádiz en 1811. Tenía 34 años, era teniente coronel y “veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración no obstante ser americano”. Inesperadamente el 19 de setiembre deja su importante cargo en la Isla de León pidiendo “retiro para pasar a Lima”; pero se embarca subrepticiamente a Londres, donde un amigo lord Mac Duff, que combatía voluntariamente en España le había conseguido pasaporte y recomendaciones. Al mismo destino llegaron con diferencia de días Alvear y Zapiola, encontrándose allí con Holmberg, Vera y Chilavert, escapados de Cádiz los dos últimos, donde habían sido remitidos por la tentativa revolucionaria de Montevideo de julio de 1810. En Londres se reunieron con el venezolano Andrés Bello, el mejicano Servando Teresa Mier y los argentinos Manuel Moreno y Tomás Guido, iniciados en la entidad secreta fundada por Miranda en 1797 llamada Logia Lautaro o “Gran Reunión Americana”. San Martín fue admitido con el grado 5º, que era el superior. Los “Granaderos montados”. A los ocho días de su llegada, San Martín fue reconocido en su grado de teniente coronel encomendándole que formase un escuadrón de caballería de línea. Alvear fue dado de alta como mayor (era teniente en España) y Zapiola como capitán. Ese escuadrón sería la base de los “granaderos montados”, regimiento modelo instruido cuidadosamente por San Martín. Lo compuso con tropa elegida por su físico y buena disciplina, y oficiales depurados en una academia de rígido sentido del honor y el deber. Su cuartel estuvo en el Retiro (hoy plaza San Martín).

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Profesor Jorge Acuña

SAN MARTIN Y LA LOGIA LAUTARO

Llegada de San Martín, Alvear y otros militares (9 de marzo).

El 9 de marzo llegaba de Londres la fragata inglesa George Canning. La Gaceta informaba el 18

que a su bordo habían venido “el teniente coronel de caballería D. José de San Martín, primer

ayudante de campo del general en jefe del ejército de la Isla (de León), marqués de Campigny,

el capitán de infantería D. Francisco Vera, el alférez de navío D. José Zapiola, el capitán de

milicias D. Francisco Chilavert, el alférez de carabineros reales D. Carlos de Alvear y Balbastro,

el subteniente de infantería D. Antonio Arellano, y el primer teniente de guardias valonas

barón de Holmberg”.

San Martín, nacido en Yapeyú de Misiones el 25 de febrero de 1778, era hijo del capitán

español Juan de San Martín, teniente gobernador de ese departamento misionero. A los ocho

años pasó con sus padres a España educándose en el Seminario de Nobles de Madrid, a los

doce ingresó al ejército como cadete del regimiento Murcia recibiendo su bautismo de fuego

en la guerra de África. Estuvo en el Rosellón en la guerra contra la República francesa de 1793,

luego combatió contra Inglaterra y Portugal. En 1808, producida la guerra contra Napoleón,

toma parte en Bailen, combate a las órdenes de Beresford en Albuera, y finalmente está en

Cádiz en 1811. Tenía 34 años, era teniente coronel y “veinte años de honrados servicios me

habían atraído alguna consideración no obstante ser americano”. Inesperadamente el 19 de

setiembre deja su importante cargo en la Isla de León pidiendo “retiro para pasar a Lima”;

pero se embarca subrepticiamente a Londres, donde un amigo lord Mac Duff, que combatía

voluntariamente en España le había conseguido pasaporte y recomendaciones.

Al mismo destino llegaron con diferencia de días Alvear y Zapiola, encontrándose allí con

Holmberg, Vera y Chilavert, escapados de Cádiz los dos últimos, donde habían sido remitidos

por la tentativa revolucionaria de Montevideo de julio de 1810. En Londres se reunieron con el

venezolano Andrés Bello, el mejicano Servando Teresa Mier y los argentinos Manuel Moreno y

Tomás Guido, iniciados en la entidad secreta fundada por Miranda en 1797 llamada Logia

Lautaro o “Gran Reunión Americana”. San Martín fue admitido con el grado 5º, que era el

superior.

Los “Granaderos montados”.

A los ocho días de su llegada, San Martín fue reconocido en su grado de teniente coronel

encomendándole que formase un escuadrón de caballería de línea. Alvear fue dado de alta

como mayor (era teniente en España) y Zapiola como capitán.

Ese escuadrón sería la base de los “granaderos montados”, regimiento modelo instruido

cuidadosamente por San Martín. Lo compuso con tropa elegida por su físico y buena disciplina,

y oficiales depurados en una academia de rígido sentido del honor y el deber. Su cuartel

estuvo en el Retiro (hoy plaza San Martín).

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La Logia Lautaro.

Mientras disciplinaba a los granaderos e instruía a los cadetes, San Martín, Alvear y sus

compañeros de viaje crearon la Logia Lautaro, entidad secreta a semejanza de la de Londres

con el propósito de ejercer una influencia decisiva en los medios militares y políticos.

La Logia Lautaro no era una logia masónica; era una “logia controlada por masones”. Atraídos

por los propósitos de liberalismo y fraternidad, y las ventajas de una protección en la carrera

militar o política, podían iniciarse quienes libremente lo quisieran, y fuesen, desde luego,

admitidos por el Consejo Supremo. Pero la dirección la tuvieron exclusivamente los masones.

Poco se sabe de la Logia Lautaro, cuyo funcionamiento quedó oculto por juramentos que

obligaron, por lo menos, al honor de sus componentes. Salvo aquello filtrado en la

correspondencia de sus componentes, las listas de una parte de sus integrantes y la aclaración

sobre sus finalidades que haría bastante tiempo después el general Zapiola a pedido de Mitre.

Se sabe positivamente que fue establecida en Buenos Aires entre mayo y junio de 1812,

funcionó en domicilios privados que variaba según lo exigiera el recato de sus tenidas, y había

cinco grados en sus componentes; en los primeros, los neófitos eran iniciados en los principios

de fraternidad y mutua cooperación; en los superiores se los advertía de las finalidades

políticas independencia y constitución a cumplirse; en el último, de obedecer a sus matrices

extranjeras. “Detrás de esa decoración, dice Mitre con conocimiento de causa velaba el motor

oculto, desconocido por los iniciados de los primeros grados y en el cual residía la potestad

suprema”. Por la regla de la logia, los hermanos elegidos para una función militar,

administrativa o de gobierno deberían asesorarse por el Consejo Supremo en las resoluciones

de gravedad, y no designar jefes militares, gobernadores de provincia, diplomáticos, jueces,

dignidades eclesiásticas, ni firmar ascensos en el ejército y marina sin previa anuencia de los

Venerables del último grado, que serían así el verdadero gobierno del país. Tanto más fuerte y

temible cuanto era oculto. Era la ley primera “ayudarse mutuamente, sostener la Logia aun a

riesgo de la vida, dar cuenta a los Venerables de todo lo importante, y acatar sumisamente las

órdenes impartidas”. Un juez, o un jefe militar no podían castigar a un “hermano” sin

aprobación de los Venerables. La revelación de los secretos, aun de los nimios, estaba

custodiada por tremendos castigos que llegaban a “la pena de muerte por cualquier medio

que se pudiera disponer” (Mitre dice que era una reminiscencia de “los misterios de los

templos de Isis” y sólo “tenía un alcance moral”). Pero el iniciado estaba sujeto como a su

pesar lo estaría San Martín el resto de su vida a una palabra que obligaba a su honor, más

valiosa para él que la vida misma. En caso de contrariar a la Logia, la persecución y desprecio

de los hermanos lo seguirían en los menores actos de su vida en absoluto e inexorablesboicots.

Si quería librarse de esta persecución y al mismo tiempo alejarse de la logia, el sólo remedio

era dormirse en términos masónicos, quedando desligado del voto de obediencia pero no de

los de silencio y fraternidad (obligación de no perseguir a los integrantes de la entidad).

Estas sociedades, que luego se llamarían carbonarias en Italia, formadas con el molde y ritual

masónico, abundaron en el Río de la Plata: los caballeros de América de 1817, los caballeros

orientales de 1820, la sociedad juvenil Valeper de 1821, la Joven Argentina de 1838, etc., que

sucedieron a la Lautaro en el manejo de los militares, eclesiásticos, estudiantes e intelectuales.

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Su objetivo era captar y controlar los “factores de poder” que incidían en la dirección política.

No todos sus componentes eran masones, he dicho, y tal vez ni lo fueran la mayor parte, pero

necesariamente lo eran los Venerables que las manejaban. Cuando la logia primitiva se hacía

numerosa, se formaba otra con grados superiores que tenía el control de la entidad

primigenia: de esta manera se facilitaba la dirección de muchos logistas por pocos masones.

Formábase algo así como una pirámide, en cuyo vértice estaban los masones que manejaban

el conjunto, como en los holdings financieros se puede controlar con poco capital una masa

considerable de acciones.

La masonería.

San Martín, Alvear y, posiblemente, todos los viajeros de la nave George Canning eran

masones. Discutirlo es ocioso. San Martín, Alvear yZapiola, como anteriormente Pueyrredón,

fueron iniciados en la masonería hallándose en España. Las logias proliferaban en el ; y un

joven sin parientes ni relaciones tenía necesariamente que iniciarse para salvar obstáculos y

encontrar apoyos, si no ingresaba por los propósitos de fraternidad universal y liberalismo, o

por la ambición como debió ser el caso de Alvear de valerse de la logia para una brillante

carrera militar y política.

En España, la masonería se extendió en el siglo XVIII y llegó a su apogeo en los años de la

guerra de la Independencia y las cortes de Cádiz. En sus comienzos era una sociedad secreta de

gentes de la burguesía, sobre todo oficiales militares, profesionales liberales y clérigos, para

ayudarse mutuamente en un mundo dominado por los grandes señores y los cortesanos. No

tenía un objetivo religioso, por lo menos aparente. Sus creencias firmes eran el progreso

continuo (la “luz que viene de Oriente”) y la fraternidad universal. Los masones españoles se

decían continuadores de los comuneros de Castilla, comprendidos al saber da una burguesía

atiborrada de libros, y por eso llamaban a sus logias “de los dos Juanes” o “Juan-Juan”, por

Juan de Padilla y Juan Bravo, y se dijeron entre ellos los Hijos de la Viuda; es decir, de María

viuda de Padilla, la defensora de Toledo.

Fueron enemigos de los jesuitas. Necesariamente deberían serlo dos entidades que reclutaban

sus adeptos en medios distintos (en la nobleza y alta burguesía los jesuitas, en la burguesía

media los masones) y al parecer perseguían fines opuestos por procedimientos semejantes en

su recato y eficacia. Aquel que por un motivo u otro, confesional o de clase, no tenía el apoyo

de la Compañía, debería ampararse en los Hijos de la Viuda para hacer carrera en las armas, la

política o las universidades. Los jesuitas consiguieron varias veces la condena del Gran Oriente,

pero también el Gran Oriente conseguiría, cuando le llegó su hora, la condena de los jesuitas.

El primitivo “Oriente Nacional” español de los Hijos de la Viuda, creado a mediados del siglo

XVIII por la influencia francesa del Gran Oriente de París, fue captado cuando la guerra de la

independencia española por el Rito Escocés Antiguo y Aceptado de influencia inglesa. En

ambos obró la masonería como instrumento de propaganda internacional, de “imperialismo”

diríamos ahora. Del primero surgieron los afrancesados de la Corte de Carlos III, que en el siglo

xix se plegarían al rey José, Gran Maestre de la Logia de París. De los segundos, que en la

guerra de la independencia española consiguieron controlar el ejército y dieron hombres a la

defensa de Cádiz y a sus Cortes constituyentes, nació la revolución militar y burguesa de Riego

en 1820 tan aprovechada por Inglaterra.

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Dos palabras sobre el Rito Escocés. Empezó a extenderse en Gran Bretaña a poco de la unión

de Inglaterra y Escocia como manera de defender a los escoceses de sus poderosos vecinos y

compatriotas. No hubo un nacionalismo escocés público, sino una asociación secreta que bajo

la apariencia de “unidad” y admitiendo a ingleses en sus tenidas, dio a los escoceses el control

de la política. Tuvo excelente resultado, y hombres de Escocia o sujetos a directivas escocesas,

manejaron el Reino Unido desde la revolución de 1688 y sobre todo desde el advenimientode

Jorge I. Por arriba de torys y whigs, y aun de escoceses e ingleses, el “Rito Antiguo” prosperó

con el advenimiento de la burguesía aquí no “pequeña” como en España, sino industrial a los

primeros planos de la sociedad. Cuando el rey llegó a ser el Gran Maestre, el rito puede

considerarse británico aunque mantuvo por tradición su viejo nombre; se había producido la

identidad de ingleses y escoceses (la “escotización” de los ingleses), y empezaban los tiempos

de la hegemonía británica en un mundo donde la masonería habría de servirle de espléndido

instrumento.

Bajo la apariencia de fraternidad universal y liberalismo, y atraídos por el cebo de la mutua

protección, en España los Hijos de la Viuda pasaron a ser los Hijos de Hiram cuando España

necesitó del apoyo inglés contra Napoleón, y el marqués de Wellesley era quien otorgaba los

grados, distinciones y puestos de gobierno en Cádiz (“Hiram” era el arquitecto extranjero que

según la Biblia construyó el templo de Jerusalén). No todos los masones conocían esta verdad,

reservada solamente para los grados superiores en los “establecimientos de enseñanza

pública” (con esta perífrasis llamaban los masones a sus logias secretas).

San Martín y la masonería.

San Martín como casi todos los oficiales del ejército español en la guerra de la Independencia

se había iniciado en la masonería de los cuarteles. Debe descartarse que ignorara las

conexiones del Rito Azul y suponía de buena fe que la luz vendría de Oriente y no del norte.

¿Qué le indujo a dejar en 1811 su carrera en las armas españolas, e irse a Londres a ponerse a

las órdenes de la “Gran Reunión Americana” fundada por Miranda? Hijo de españoles, nacido

por accidente en tierra americana, militar español y veterano de veinte años de guerras por su

rey y su bandera, resulta curioso que se dejase llevar por un apego a la tierra nativa dejada a

los ocho años, y que apenas sería un recuerdo borroso de su infancia. Pero es indudable que

este recuerdo infantil constituyó un culto que se sobrepuso a veintiséis años de residencia en

la península y guerras por la bandera española. El hecho resulta notable, porque hijo de

españoles y educado en España, nada dejaba traslucir de su tierra natal en su acento o en su

tipo físico. Entre sus compañeros de colegio y de armas había muchos nacidos como él en

América de padres militares o funcionarios, y aun de viejo origen indiano, que se sintieron

completamente peninsulares.

La masonería fue el instrumento que le permitió evadirse de su tierra natal. Había hecho

amistad en las logias de Andalucía con un noble escocés, lord Mac Duff, masón y aventurero

enrolado en los ejércitos españoles. Mac Duff le dio o prestó el dinero necesario para viajar a

Londres y ponerse en contacto con la “Gran Reunión Americana”; debe descartarse que no lo

hiciera el escocés por patriotismoargentino sino por propósitos masónicos. Pero en San Martín

vinieron a coincidir la masonería y el patriotismo, a lo menos en su manera de entender a los

Hijos de Hiram en los grados inferiores de iniciación.

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Cualquiera fuese el motivo que trajo a San Martín a su tierra nativa, lo cierto es que aquí

encontró su verdadera Patria: se identificó con ella en un grado que no tendrían los criollos

con muchos ascendientes indianos, y la amó por encima de todo.

La iniciación en la masonería de San Martín aclara, ya lo veremos en su lugar, muchos de los

actos inexplicables de su vida. Creyó sinceramente que las logias eran instrumento de

liberación y contribuyó a establecerlas. No pasaría mucho tiempo sin comprender que el

instrumento se le escapaba de las manos y se iba por rumbos sospechosos cuando la Asamblea

establecida por la revolución de octubre de 1812 y controlada por la Lautaro, no quiso declarar

la independencia. Se alejó entonces de la política prefiriendo la carrera militar, de la que

también debió alejarse en 1814 para esconderse en el exilio de la gobernación de Cuyo.

Atribuyó a las ambiciones de Alvear y su grupo que la Lautaro hubiese tomado un rumbo que

no era el inicial, y después de la caída de aquél reiniciaría, ahora con Pueyrredón en Buenos

Aires y los amigos de O’Higgins (masón como él) en Chile, las actividades secretas. Para

desengañarse nuevamente en 1819 cuando los Caballeros de América lo querían llevar a una

lucha contra el pueblo en vez de cimentar la guerra de la independencia. Su “desobediencia”,

aunque amparada en las logias chilenas que controlaba, fue tomada por una traición por la

logia porteña, y su plan de guerra en el Perú quedó decidida y deliberadamente saboteado

desde Buenos Aires. Ya veremos que no otro es el misterio de las conferencias de Guayaquil

con otro masón “dormido” y levantisco como Bolívar.

Los afiliados a la Lautaro.

Monteagudo estuvo entre los primeros iniciados de la Logia y arrastraría a los componentes de

la Sociedad Patriótica recientemente suspendida, que renacerá ahora como manifestación

exterior de la entidad secreta. Según le dijo Zapiola a Mitre, se iniciaron en el “establecimiento

de enseñanza pública” el canónigo Valentín Gómez, Gervasio Antonio Posadas, Juan y Ramón

Larrea, Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Nicolás Herrera, Monteagudo, Agrelo, presbítero

Vidal, Azcuénaga, Monasterio, Tomás Antonio Valle, el padre Argerich, el padre Amenábar, el

padre Fonseca, Tomás Guido, Manuel José García, padre Anchoris, Perdriel, los militares

Murguiondo, Ventura Vásquez, Zufriátegui, Dorrego, Pinto, Antonio y Juan Ramón Balcarce,

etc., que formaron el grupo mayoritario alvearista, mientras el núcleo que estuvo con San

Martín quedó limitado al mismo Zapiola, Agustín Donado, Álvarez Jonte, Toribio Luzuriaga,

Vicente López, Manuel Moreno, Ramón Rojas, Ugarteche, Lezica, Pinto y pocos más. Sin

decidirse quedaron Tagle, Carballo, Núñez y otros.Es aceptable un trabucamiento de la

memoria de Zapiola. Guido, deja íntima amistad de San Martín, no debió hallarse en el campo

opuesto de la logia, ni Álvarez Jonte, que tomaría parte principal en el gobierno de Alvear

entre enero y abril de 1815, debió ser sanmartiniano. Figuran en la nómina quienes ingresaron

después de la revolución de octubre de 1812 como Manuel José García, José Amenábar, José

Francisco Sarmiento o Ángel Mariano Toro, entre otros. En rigor de verdad, puede arriesgarse

que casi toda la oficialidad joven, algunos jefes, gran parte del clero secular y todos los

miembros de la Sociedad Patriótica fueron lautarinos. De ellos salieron los asambleístas del

año XIII, con las (contadas excepciones de Nicolás Laguna, Mariano Serrano, Fabián Pérez y

Pedro Feliciano Cavia, cuyos nombres no da Zapiola.

La conducción masónica de la Logia.

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A la llegada de la nave George Canning funcionaban algunas logias masónicas en Buenos Aires.

Pueden saberse los nombres de Gregorio Gómez y Julián Álvarez por el proceso habido en

tiempos de Sobremonte que he mencionado en otra oportunidad. Tanto Gómez como Álvarez

eran destacadas figuras de la nueva Sociedad Patriótica (ya la habían sido de la primera en

1811). También habían sido iniciados en la masonería en Europa, Anchoris, Tomás Guido y

Manuel Moreno; con ellos, los emigrados de Londres y los “entusiastas neófitos” (tal vez no

tan neófitos) Monteagudo, Posadas, Vieytes, Rodríguez Peña, ambos, San Martín y Alvear,

reorganizaron la masonería que controló la Logia, la Sociedad Patriótica, la prensa, y coparía el

gobierno en octubre para formar casi íntegramente la Asamblea del año XIII.

Pueyrredón era afiliado desde su estada en España en 1808, y en la revolución de octubre de

1812 hará valer su condición de Hermano (así lo escribe) ante San Martín, por quien se cree

perseguido. No formó parte de la Lautaro en 1812, pero ingresaría a ella para reorganizarla y

dirigirla después de la caída de Alvear en abril de 1815. Rivadavia no figura entre los masones

ni entre los Iautarinos por aquel entonces; tampoco Paso, Belgrano, Sarratea, ni los hermanos

Funes. Chiclana ingresó a la Lautaro antes de la revolución de octubre. Entre los chilena; que

llegaron a Mendoza después de Rancagua, José Miguel Carrera y sus hermanos eran iniciados,

como también (o por lo menos se afiliarían pronto) O’Higgins y los suyos.

Tercera Sociedad Patriótica (mayo).

Dos meses después de la llegada de San Martín y sus compañeros, la Sociedad Patriótica,

ahora presidida por Monteagudo, volverá a sus recitados en el edificio consular. Es evidente el

apoyo oculto de la Logia Lautaro, a la que pertenecen los dos asesores de la Intendencia, Tagle

y Carballo.En junio, a poco del armisticio de Rademaker (firmado el 26 de mayo), corren

rumores de un desembarco que intentaría Primo de Rivera apoyado por un grupo de

españoles residentes. Monteagudo señala la poca energía a su juicio del gobierno, que tiene

“el alma más tímida que un esclavo”.

“El principal delincuente que resulta de esta causa es el gobierno, que por su vergonzosa

debilidad, por su falta de sistema, por su poca energía, por su apática conducta, por su mal

entendida tolerancia, por su fanática lenidad, consiente, permite y en cierto modo ordena los

crímenes, autoriza los delitos y provoca a los delincuentes ofreciéndoles la salvaguardia de su

impunidad. Es preciso tener un alma más tímida qua la de un esclavo para no comprender

todos los días que hay una revolución que atenta contra la libertad de la patria nuestra,la

situación es más difícil que nunca, nuestros enemigos se multiplican, la suerte de nuestros

ejércitos es dudosa, el estado de nuestras provincias vacilante, la energía ha desaparecido en

todas partes. ¿Por qué? Porque el obstinado europeo, el desnaturalizado americano, son de

mejor condición y disfrutan más ventajas que el honrado ciudadano. Convengamos en un

principio: que la indulgencia con los europeos y con los americanos enemigos del sistema es la

causa radical de nuestras desgracias”.

Con discursos así, Monteagudo inflamaba a los concurrentes al Consulado. La tremenda

represión de la conspiración de Álzaga al mes siguiente, será consecuencia de ese jacobinismo

al que no sólo no supieron sustraerse los hombres de gobierno, sino que atizaron en un

intento de cobrar popularidad.

Bibliografía:

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JOSÉ MARÍA ROSA, HISTORIA ARGENTINA, TOMO III, EDITORIAL ORIENTE S.A. BUENOS

AIRES, 1981.