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R E V I E W E S S A Y

La historiografía económica reciente sobre el México decimonónico

Sandra Kuntz Ficker*El Colegio de México

Cuándo se originó el atraso económico de México. La economía mexicanaen el largo siglo XIX, 1780–1920. By Enrique Cárdenas. Madrid: Biblio-teca Nueva-Fundación Ortega y Gasset, 2003.

Race, Nation and Market. Economic Culture in Porfirian Mexico. By RichardWeiner. Tucson: The University of Arizona Press, 2004.

Integral Outsiders. The American Colony in Mexico City, 1876–1911. ByWilliam Schell Jr. Wilmington: Scholarly Resources, 2001.

Tools of Progress: A German Family in Mexico City, 1865–Present. By JürgenBuchenau. Albuquerque, University of New Mexico Press, 2004.

Empire and Revolution. The Americans in Mexico since the Civil War. ByJohn Mason Hart. Berkeley, Los Angeles, London: University of CaliforniaPress, 2002.

¿Reciprocidad imposible? La política del comercio entre México y EstadosUnidos, 1857–1938. By Paolo Riguzzi. México: El Colegio Mexiquense-Instituto Mora, 2003.

The Mexican Economy, 1870–1930. Essays on the Economic History ofInstitutions, Revolution, and Growth. Edited by Jeffrey L. Bortz andStephen Haber. Stanford University Press, 2002.

The Politics of Property Rights. Political Instability, Credible Commitments,and Economic Growth in Mexico, 1876–1929. By Stephen Haber,Armando Razo and Noel Maurer. Cambridge, UK: Cambridge UniversityPress, 2003.

The Power and the Money. The Mexican Financial System, 1876–1932. ByNoel Maurer. Stanford: Stanford University Press, 2002.

Mexican Studies/Estudios Mexicanos Vol. 21, Issue 2, Summer 2005, pages 461–492. ISSN 0742-9797

electronic ISSN 1533-8320. ©2005 by the Regents of the University of California. All rights reserved. Please

direct all requests for permission to photocopy or reproduce article content through the University of

California Press’s Rights and Permissions website, at www.ucpress.edu/journals/rights.htm.

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*Agradezco la colaboración de Valeria Sánchez Michel en la elaboración de este artículo,y a Jaime E. Rodríguez, director de Mexican Studies/Estudios Mexicanos, por habermeprovisto generosamente de todo el material que le solicité—y más. Las omisiones y fallasson, por supuesto, responsabilidad mía.

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Introducción

En las últimas décadas la historia económica sobre México ha experi-mentado un intenso desarrollo. Para mostrarlo basta hacer un recorridosuperficial a través de los autores y promotores que han impulsado estecampo de investigación desde la segunda mitad del siglo XX. Si agru-páramos de manera gruesa (sin atender a la edad, pues en algunos ca-sos los separan varias décadas) a los pioneros del estudio contemporá-neo sobre la historia económica de México, cabría mencionar apenasun puñado de nombres. Entre los que empezaron a publicar en las dé-cadas de 1960 y 1970 contaríamos a Diego López Rosado, FernandoRosenzweig, Sergio de la Peña, Enrique Semo, Enrique Florescano, CiroCardoso y John Coatsworth. Si quisiéramos incluir a economistas quequizá no se consideran a sí mismos como historiadores pero que se hanocupado de la evolución económica de México durante el siglo XX,habría que mencionar a Leopoldo Solís y Clark Reynolds, entre algunosotros. Aunque con un enfoque más bien latinoamericano y comparativo,en este grupo no se puede omitir a Carlos Sempat Assadourian y a Mar-cello Carmagnani, el primero maestro mío y los dos de muchos otroshistoriadores económicos de las generaciones más recientes. Todos es-tos autores ejercieron una profunda influencia sobre los temas, los en-foques y los instrumentos que habrían de interesar a los que se sumaronal campo en el siguiente decenio.

La segunda generación es un tanto más concurrida, y (de nuevo sinatenernos a la edad de sus integrantes) la conforman aquellos estudiososque empezaron a publicar sus trabajos sobre México hacia la década de1980. Pienso en autores como Carlos Marichal, Enrique Cárdenas,Leonor Ludlow, Mario Cerutti, Stephen Haber, Juan Carlos Grosso, JuanCarlos Garavaglia, Richard y Linda Salvucci, así como en otros para losque la historia económica ha sido uno entre varios campos de interés,como Manuel Miño, Herbert Klein, Jonathan Brown o Gilbert Joseph,por mencionar sólo a algunos autores conocidos. Aquí los nombres semultiplican y los intereses también: historias de largo y mediano plazo,desde la colonia hasta el siglo XX, con enfoques macroeconómicos ocentrados en un sector particular, utilizando acercamientos convencio-nales o de “nueva historia económica”, etcétera.

Por último están los “jóvenes” historiadores económicos, que secuentan por docenas e incorporan una variedad muy amplia de temas yacercamientos: desempeño macroeconómico, historia empresarial, his-toria regional, redes y grupos económicos, políticas públicas, banca,transporte, industria, agricultura, fiscalidad (nacional, estatal, municipal),mercados, relaciones económicas internacionales, comercio exterior, ins-tituciones, y un largo etcétera. Estos autores se formaron por lo general

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en México o Estados Unidos bajo la influencia de los integrantes de lasdos generaciones anteriores y empezaron a publicar en la década de1990. Como, por razones obvias, no voy a tratar de enlistar sus nombres,sólo apuntaré que el campo de la historia económica se ha vuelto tanconcurrido que ha dado lugar a la formación de una Asociación de His-toria Económica de México, que cuenta con más de 180 miembros, yque ha organizado exitosamente dos congresos nacionales, al último delos cuales asistieron más de 200 participantes. Y para abundar en la ideade cómo ha crecido el gremio, permítaseme agregar un detalle más: salvocontadas excepciones, todos los integrantes de las tres generaciones dehistoriadores económicos que he mencionado están vivitos y coleando,es decir, produciendo. De manera que, comparado con lo que se pro-ducía dentro de este campo hasta hace, digamos, veinte años, lo que vivi-mos ahora puede realmente calificarse como un boom de la especialidad.

Sirva lo anterior para decir que un ensayo de revisión del estado ac-tual de la disciplina como el que gentilmente me ha solicitado Jaime E.Rodríguez debe acotarse desde muchos ángulos para no resultar una tareaagotadora o simplemente inabarcable. El que ahora presento está de-limitado de varias formas. Ante todo, cronológicamente: se ocupa de lostrabajos sobre el siglo XIX mexicano, y, para no violentar los periodoshistóricos convencionales, particularmente del periodo que va del logrode la independencia (1821) al estallido de la revolución (1910). Ello sig-nifica que se dejan fuera tanto las obras coloniales como las que tratande la Revolución mexicana y el periodo posterior, y que se omiten tam-bién importantes trabajos acerca de América Latina en los que se men-ciona a México como un caso más dentro del conjunto.1 En segundo lu-gar, he decidido limitar la revisión bibliográfica a aquellas publicacionesque vieron la luz a partir del año 2000, es decir, en los últimos cincoaños, aunque incidentalmente se mencionen obras editadas con anterio-ridad. Como se verá, la producción dentro del campo es aun así abun-dante, y preferí sacrificar los trabajos menos recientes en aras de unamayor atención y detalle en el tratamiento de los aquí incluidos. En fin,aunque el ensayo comprende básicamente las investigaciones de histo-ria económica, se presta también alguna atención a obras que, teniendopropósitos y alcances más generales, dedican apartados centrales de sucontenido a cuestiones relacionadas con la disciplina, así como a capí-tulos que versan sobre temas de historia económica de México y que sehallan contenidos en libros de otras especialidades. La idea es, pues, ofre-cer una imagen no exhaustiva pero sí representativa de lo que han es-

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1. Pienso, por ejemplo, en el importante trabajo de Marcello Carmagnani, El otrooccidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización (México:Fondo de Cultura Econónica, 2004).

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crito y publicado en el último lustro en torno a México los historiadoreseconómicos de varios países acerca de los cada vez más variados temasque abarca la disciplina en la actualidad.

El largo plazo y la primera mitad del siglo XIX

Lo primero que salta a la vista en esta revisión historiográfica es el de-sequilibrio entre la atención que se presta a las primeras décadas del Mé-xico independiente y la que se otorga a la segunda mitad del siglo, par-ticularmente al porfiriato. Tanto así, que las únicas obras recientes quese ocupan del primero de estos periodos son las que adoptan un enfoquede larga duración. En efecto, no encontré entre los libros publicados enel último lustro ninguno que se concentrara exclusivamente en el lapsode 1800 (ó 1810, ó 1821) a 1850–60. En vista de lo anterior, dedicaréesta primera parte a las visiones de larga duración, cubriendo así simul-táneamente los estudios sobre las primeras décadas de la vida indepen-diente de México.

Una de las obras más comprehensivas en términos tanto cronoló-gicos como temáticos es sin duda el más reciente libro de Enrique Cár-denas, un trabajo de síntesis e interpretación de la evolución económicade México en lo que, en términos braudelianos, llamaríamos el largo sigloXIX.2 Empezaré por decir que me parece crucial indagar qué sucediócon la economía mexicana en este periodo, por varias razones. La pri-mera de ellas se enuncia en el título mismo del libro: de acuerdo con unacorriente importante de historiadores, existe evidencia suficiente paraafirmar que en algún momento de este largo siglo, entre finales de laépoca colonial y las primeras décadas del México independiente, se forjóel atraso económico de México. El alcance del consenso es limitado, sinembargo, pues, como veremos más adelante, hay autores que conside-ran que ese proceso debe rastrearse en la larguísima duración, y no enel “corto” lapso de treinta o cincuenta años. Además, incluso entrequienes concuerdan con aquella visión, todavía se discute si ello sucedióhacia el final de la época colonial o en las primeras décadas del Méxicoindependiente, y cuáles fueron, entonces, sus factores causales. La se-gunda razón es que, de acuerdo con esta corriente, en el largo siglo XIXse produjo no sólo el fenómeno de crisis y estancamiento que colocó aMéxico en situación de rezago respecto a otras economías de Américay Europa, sino también, con el correr de los años, el primer proceso decrecimiento económico moderno identificable en la historia de México.

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2. Enrique Cárdenas, Cuándo se originó el atraso económico de México. La econo-mía mexicana en el largo siglo XIX, 1780–1920 (Madrid: Biblioteca Nueva-FundaciónOrtega y Gasset, 2003).

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El primero, al menos, que pueda definirse nítidamente como un procesosostenido en el tiempo y acompañado de cambios estructurales pro-fundos en la economía y la sociedad.

En cuanto al primero de los debates que se tratan en el libro, Enri-que Cárdenas reafirma su concepción de un prolongado estancamiento(y en momentos, franco declive) de la economía mexicana en la primeramitad del siglo XIX, y a ese fenómeno le atribuye su atraso relativo res-pecto a las economías más desarrolladas que despegaron entonces. Cár-denas reconoce algunos gérmenes del estancamiento en la pérdida deproductividad del sector minero y la descapitalización de la economíaprovocada por el aumento de la carga fiscal desde finales del siglo XVIII,pero otorga un peso decisivo a fenómenos más directamente asociadoscon la independencia. La destrucción de minas, haciendas y caminos,la agudización de la fuga de capitales, la dislocación de los mercados re-gionales, la desintegración del Estado centralizado y del sistema de im-puestos convergieron para crear una situación de extrema precariedadal iniciarse la vida independiente. Esas condiciones iniciales se enlazaronluego en un círculo vicioso en el que la inestabilidad política, la con-tracción monetaria y la crisis del sector externo se alimentaron recípro-camente e impidieron la superación del estancamiento macroeconómicodurante varias décadas.

Este cuadro general depresivo es matizado en la obra cuando se men-cionan resultados de investigaciones recientes que sugieren una recu-peración más temprana de la economía en algunas actividades o regionesdel país. De hecho, es muy probable que en el contexto de una economíafuertemente fragmentada y regionalizada, las pautas y los ritmos de larecuperación económica hayan variado profundamente de un lugar a otroy de un sector de la actividad económica a otro. Sin embargo, la inclusiónun tanto acrítica de estas piezas todavía fragmentarias genera cierta am-bivalencia en el desarrollo del argumento. Así sucede cuando, en mediode un cuadro general depresivo, el autor se refiere a un supuesto flo-recimiento de la agricultura campesina y “mejoramiento en los nivelesde bienestar de la población rural y también urbana” (Cárdenas, p. 75),a un “fuerte proceso de sustitución de importaciones y cambio tecno-lógico” en la industria textil durante los años de funcionamiento delBanco de Avío (Cárdenas, p. 88), y a los supuestos “efectos positivos”de la reducción de los ingresos fiscales después de la independencia (Cár-denas, p. 93). En estos casos, se echa en falta una mayor discusión de lasimplicaciones que tiene asumir estas hipótesis alternativas, y en todocaso, una toma de posición más clara respecto a su validez y su alcanceen términos de una interpretación más general.

Otro libro de alcance similar publicado en el último lustro se debea la pluma de Guillermo Beato, y forma parte de un proyecto mucho

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más vasto que abarca desde el poblamiento original de lo que hoy es elterritorio mexicano hasta la actualidad.3 Aunque comparte con el tra-bajo de Cárdenas los propósitos de ofrecer una síntesis accesible parasu difusión entre lectores no especializados (por ejemplo, estudiantesuniversitarios de historia y economía), se distingue de él, sobre todo,porque adopta un enfoque y un lenguaje propios de la tradición de laeconomía política, cercanos al marxismo pero en ocasiones también conresonancias del estructuralismo latinoamericano.

Es debido a la influencia de los debates y problemas que se planteala tradición marxista que el libro de Beato discute, por ejemplo, el proble-ma de la transición del feudalismo al capitalismo, y de la vía que tomó esatransición en México (si la “revolucionaria”, como en Inglaterra, o la del“compromiso”, al estilo prusiano o japonés), así como las característicasde la burguesía que pudo emerger de ese proceso. En este sentido, unade las propuestas interpretativas más sugerentes del autor es que la bur-guesía mexicana no surgió de sectores prósperos del campesinado o delartesanado que se transformaran socialmente como parte de un procesoque entrañara un “general perfeccionamiento endógeno técnico” y unarevolución de las condiciones de la producción. Lejos de ello, se originóen el seno de una clase hegemónica ya constituida, por lo que su forma-ción no implicó ni un “efecto revulsivo” en el seno de las clases sociales,ni una transformación en las condiciones técnicas de la producción. Aun-que el lenguaje pueda resultar ajeno a los estudiantes más jóvenes, quisie-ra subrayar la pertinencia del problema que aquí se plantea. Éste consisteen la necesidad de definir con cierta precisión analítica los rasgos de laclase social que encabezó el tránsito de una economía tradicional a unamoderna en el México del siglo XIX. Esos rasgos incluyen desde condi-ciones materiales (en qué actividad invertían sus recursos, qué producían,bajo qué condiciones técnicas y dentro de qué tipo de relaciones labora-les) hasta aspectos de origen étnico, cultura empresarial o afinidades ideo-lógicas y políticas. Creo que nadie dudará que estos rasgos influyeron pode-rosamente en las características del tránsito hacia la economía moderna,e incluso en los rasgos específicos que esta última habría de adoptar.

Otro debate interesante que se retoma en el libro de Beato es el dela pertinencia de hacer estimaciones cuantitativas del desempeño eco-nómico bajo una perspectiva de largo plazo, comparando además a so-ciedades desarrolladas con otras que no lo son. El autor se refiere en par-ticular a las estimaciones de John Coatsworth acerca del ingreso nacionalen México, Estados Unidos y Gran Bretaña en distintos momentos del

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3. Me refiero al libro de Guillermo Beato, De la Independencia a la Revolución (Mé-xico: UNAM—Editorial Océano, 2004), que forma parte de la colección de trece tomostitulada Historia Económica de México, publicada bajo la coordinación de Enrique Semo.

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siglo XIX.4 De manera general, el cuestionamiento tiene que ver con lavalidez de cuantificar dimensiones económicas del pasado en una com-paración implícita con las del presente, puesto que se trata de sociedades“estructuralmente” distintas o, si se quiere, cualitativamente diversas(Beato, 23–24). En particular, Beato critica la idea de comparar el ingresonacional de México con el de Estados Unidos y Gran Bretaña porque elejercicio revela una suerte de reduccionismo cuantitativista que ignoralas profundas diferencias cualitativas que existían entre las sociedades,las economías y las trayectorias históricas de los países sometidos a com-paración. En fin, el autor rechaza la hipótesis que comparten Coatsworthy Cárdenas y que atribuye el atraso de la economía mexicana a la pro-longada depresión económica del siglo XIX. De acuerdo con él, el atrasomexicano tiene “raíces estructurales seculares” que pueden trazarsedesde el pasado prehispánico y continuarse hasta la actualidad.

La influencia estructuralista se deja sentir en esta obra no sólo en lapercepción de rasgos estructurales de larga duración que distinguen alas economías atrasadas de las avanzadas, sino particularmente en el he-cho de que, a partir de cierto momento, esos rasgos estructurales seatribuyen a un fuerte “condicionamiento externo”, que habría moldeadolas estructuras productivas, económicas y sociales de los países subde-sarrollados. De ahí que se interprete negativamente la especializaciónprimario-exportadora y el llamado crecimiento hacia fuera característi-cos del último tercio del siglo XIX. Por las mismas razones, se valora enforma un tanto unilateral—como parte de la vinculación subordinadacon el exterior—fenómenos que, como se reconoce actualmente, tuvie-ron significados complejos pero no básicamente negativos para el de-sarrollo del país, como la modernización “condicionada por la expor-tación” o la construcción de ferrocarriles (Beato, 121, 147). En general,el análisis concede especial importancia a los “condicionamientos in-ternacionales que terminaron por acorralar a tantos países no avanza-dos dentro del ordenamiento económico mundial en el llamado subsiste-ma centro-periferia” (Beato, 105).

En los últimos cinco años se han publicado otras obras de amplioalcance temporal, pero enfocadas a algún aspecto particular de la his-toria económica. En este grupo se encuentra, por ejemplo, el texto com-pilado por Menegus y Cerutti acerca de la desamortización en Méxicoy España.5 Se trata de un conjunto de artículos que reflexionan de mane-ra comparativa sobre los procesos desamortizadores en ambos países,

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4. John H. Coatsworth, Los orígenes del atraso: nueve ensayos de historia econó-mica de México en los siglos XVIII y XIX (México: Alianza Mexicana, 1990).

5. Margarita Menegus y Mario Cerutti, editores, La desamortización civil en Méxicoy España 1750–1920 (Monterrey, México:Senado de la República—UNAM—UANL, 2001).

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que si bien procedieron a un ritmo similar (los dos se iniciaron a media-dos de la década de 1850), tuvieron lugar en contextos económicos, so-ciales y políticos muy diversos. Entre los aspectos coincidentes, los au-tores encuentran que en ambos casos “la iglesia católica, la propiedadcomunal campesina y el patrimonio público fueron particularmente afec-tados [ . . . mientras que] nobleza y/o burguesía sobrellevaron mejor yhasta aprovecharon en no pocos casos el proceso desamortizador”.6

Si bien los autores enfatizan el carácter poco progresista de este pro-ceso, que no condujo a la constitución de pequeñas propiedades sino alfortalecimiento y la extensión del latifundio, subrayan también—al menospor lo que hace al caso de México—la necesidad de atender a sus pecu-liaridades regionales e incluso locales, y la imposibilidad de generalizar laexperiencia de un estado o localidad a todo el país. Algunos elementosbásicos, sin embargo, parecen susceptibles de generalización: en primerlugar, el hecho de que “las desamortizaciones fueron uno de los pilaresfundamentales sobre los que descansó el proceso de definición de dere-chos de propiedad”. Este fenómeno sin duda promovió una mayor movili-dad de los factores productivos y un uso más eficiente de ellos, lo que asu vez estimuló la creación de una base de propietarios que comenzaríana defender un proyecto económico liberal.7 En segundo lugar, la idea deque la desamortización no constituyó un proceso progresivo y sistemáticode despojo y privatización de la tierra que hiciera desaparecer formas colec-tivas de propiedad y provocara la proletarización de los antiguos propie-tarios.8 Los autores reconocen una amplia capacidad de reacción yadaptación de las comunidades indígenas y, en lugar de la percepción con-vencional acerca de un “dualismo agrario de haciendas—comunidadesagrarias”, vislumbran un panorama diverso en el que la conformación deuna variedad de sociedades agrarias permitió muchas veces a las comu-nidades conservar sus propiedades y adaptarse a la “modernidad liberal”.9

La imagen de un paisaje agrario complejo y variado se confirma enla obra de Jesús Gómez Serrano acerca de la evolución agraria en la regiónde Aguascalientes en el siglo XIX.10 Y digo región y no estado, porqueel autor define claramente como su objeto de estudio un ámbito regional

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6. Margarita Menegus y Mario Cerutti, “Notas Introductorias”, en Menegus y Cerutti,La desamortización civil (7–12), 12.

7. Iñaki Iriarte, “La desamortización civil en España. Problemas y retos desde la his-toria económica”, en Menegus y Cerutti, La desamortización civil (44–70), 45, 63.

8. Margarita Menegus, “La venta de parcelas de común repartimiento: Toluca,1872–1900”, en Menegus y Cerutti, La desamortización civil (71–90), 89.

9. Antonio Escobar, “¿Cómo se encontraba la tierra en el siglo XIX huasteco?”, enMenegus y Cerutti, La desamortización civil (91–118).

10. Jesús Gómez Serrano, Haciendas y ranchos de Aguascalientes.Estudio regionalsobre la tenencia de la tierra y el desarrollo agrícola en el siglo XIX (México: Univer-sidad Autónoma de Aguascalientes—Fomento Cultural Banamex, 2000).

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integrado desde la colonia en virtud de la actividad agrícola y ganadera,que encuentra su eje en la ciudad de Aguascalientes y corresponde “máso menos” a los límites de la diócesis religiosa, alcanzando porciones devarias municipalidades en los estados de Jalisco y Zacatecas (Gómez Se-rrano, 41).

Como suele ocurrir, la investigación regional ofrece un laboratorioinsustituible para poner a prueba las hipótesis generales y las imágeneselaboradas muchas veces desde la capital del país. Pese a algunos testi-monios entusiastas de la época, Serrano coincide en términos generalescon la hipótesis de la larga depresión posterior a la independencia. Lointeresante es que el autor va más allá, y explica las estrategias que lospropietarios de tierras en la región siguieron para enfrentar esas difícilescircunstancias. En el caso de la gran propiedad de la familia Rul, se creóun amplio grupo de arrendatarios y medieros que, además de garanti-zar un ingreso anual fijo, propiciaba un mejor aprovechamiento de lastierras del vasto latifundio. Por lo que se refiere a otras grandes hacien-das, el fenómeno más común fue el fraccionamiento de la propiedad,que condujo a la formación de una clase media rural cuya importanciaha sido subestimada (Gómez Serrano, 87, 113 y passim). De acuerdo conel autor, este proceso de desmembramiento de los grandes latifundiosy formación de propiedades pequeñas y medianas incluso se acentuótras la promulgación de las leyes de desamortización y nacionalización,pues los temores de confiscación empujaron a los grandes propietarios(Rincón Gallardo, Rul) a dividir sus latifundios, ya fuera para repartir lasfracciones entre sus herederos, ya para venderlas (Gómez Serrano,177–91). Como decía antes, este trabajo refuerza la percepción de quelos cambios en la propiedad territorial y la desamortización dieron lu-gar a “un modelo complejo de distribución de la propiedad territorialacusado de graves desigualdades”, dentro del cual la existencia de pro-piedades latifundistas y de un sector amplio de campesinos desposeí-dos de sus tierras no resultó contradictoria con el desarrollo y fortaleci-miento de la pequeña y mediana propiedad (Gómez Serrano, 474).

Como sabemos, el talón de Aquiles de la historiografía sobre el Mé-xico decimonónico radica en la falta casi absoluta de indicadores con-fiables acerca de la producción agrícola, y Aguascalientes no es en estesentido una excepción. No sorprende, entonces, que Gómez Serranoopte por no entrar a este tema en lo que respecta a la primera mitad delsiglo. Por lo que hace a la segunda, los pocos datos de que se disponeson de muy dudosa precisión, y llevan a pensar que no hubo crecimientoalguno en la producción de los principales granos (Gómez Serrano,343–55). Esta impresión es tanto más cuestionable por cuanto la cons-trucción de los ferrocarriles, las modestas mejoras técnicas introduci-das en los cultivos y el propio fraccionamiento que fortaleció a la clase

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de rancheros y propietarios medios constituyen factores que sin dudaalguna deben haber incidido favorablemente en la producción, comobien reconoce el autor. Este es, sin embargo, uno de los grandes temasque siguen pendientes de dilucidación en el futuro.

En un ámbito distinto, otra de las publicaciones que ofrecen una pers-pectiva temporal amplia es la compilación de Niccolai y Morales acercade lo que ellos llaman “la cultura industrial mexicana”.11 El libro agrupaun número abundante de ensayos en torno a aspectos muy diversos dela historia de la industria en México, y particularmente de una disciplinaque apenas se está abriendo campo en este país: la arqueología indus-trial. De acuerdo con los editores del libro, ésta se ocupa del “estudio,registro, valoración, conservación y reutilización de los bienes indus-triales históricos”.12 La compilación constituye un esfuerzo loable porampliar la perspectiva de la historia económica para abarcar en ella elestudio de los vestigios materiales del desarrollo industrial en ramos quevan desde la manufactura hasta la minería y los transportes. La parte másinteresante, por ilustrativa, es aquélla que aborda los conceptos y méto-dos de la arqueología industrial. Luego se incluyen varios apartados que,en rigor, no están relacionados con la historia económica, pues apuntanal rescate del patrimonio industrial.

Las dos secciones que forman la segunda parte del libro intentanejemplificar cómo se estudia la historia de la industria desde la pers-pectiva de la arqueología industrial. Estas secciones están precedidas porun interesante estudio de corte general acerca de los alcances de la in-dustrialización temprana en México.13 En él, Sergio Niccolai se ocupade los primeros pasos en la mecanización industrial y del surgimientode una cultura industrial moderna tal como se observan en México du-rante la primera mitad del siglo XIX. Si uno de los aspectos más llama-tivos de ese proceso es el marcado contraste entre proyectos y realiza-ciones, el otro es el hecho mismo de que las élites empresarialesmexicanas—o una parte de ellas—se plantearan el propósito de indus-trializar al país y participaran en proyectos e intensos debates queperseguían ese fin.

Aunque este trabajo introductorio es alentador, los capítulos que es-

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11. Sergio Niccolai y Humberto Morales Moreno, coordinadores, La cultura indus-trial mexicana: Primer Encuentro Nacional de Arqueología Industrial. (Monterrey,NL, 3,4 y 5 de junio de 1999) Memoria (Puebla, México: Benemérita UniversidadAutónoma de Puebla—Facultad de Filosofía y Letras—Comité Mexicano par la Conserva-ción del Patrimonio Industrial, 2003).

12. Sergio Niccolai y Humberto Morales, “Introducción”, en Niccolai y Morales, Lacultura industrial (5–34), 8.

13. Sergio Niccolai, “Algunas reflexiones sobre los orígenes de la mecanización in-dustrial en México (1780–1850)”, en Niccolai y Morales, La cultura industrial (191–215).

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tas dos secciones contienen me dejan ciertas dudas acerca de lo quepropiamente podría definirse como un enfoque de arqueología indus-trial aplicado a la historia económica. En ellos se estudian asuntos muydiversos: empresas, empresarios, educación técnica, regiones, estados,etc., desde perspectivas más bien convencionales de historia empresarialo historia regional. En conjunto, estos trabajos, pese a su calidad acep-table, no permiten entrever cuál es la novedad introducida por los méto-dos y conceptos de la arqueología industrial, o de qué manera se ve fa-vorecida la historia económica con la adopción de este enfoque. Quizásea sólo cuestión de tiempo: el que se requiere para que el nuevo acer-camiento sea asimilado e interiorizado por los investigadores en el mo-mento de acercarse a procesos históricos concretos.

Finalmente, entre las obras que adoptan una perspectiva de largoplazo cubriendo el siglo XIX mencionaremos la coordinada por LeonorLudlow acerca de los personajes que ocuparon la secretaría de Haciendaentre 1821 y 1933.14 La obra reúne un conjunto amplio de ensayos dediversos autores, cada uno de los cuales refiere la gestión hacendariade uno o varios ministros que ocuparon el cargo dentro de un periodode gobierno. No abarca a todos los que ocuparon el despacho (tarea casiirrealizable, si se considera que hubo “más de setenta personajes, entresecretarios del ramo, oficiales o encargados del despacho”15 en tan sólolas primeras tres décadas de vida independiente) y, puesto que se con-centra en las personas más que en los periodos de gobierno o en cual-quier otro criterio de ordenación, no es exhaustivo en términos del análi-sis de la evolución de la institución hacendaria dentro del periodo quecomprende la compilación.

La peculiaridad de este acercamiento radica precisamente en elhecho de que se concentra en las personas y no propiamente en la insti-tución o en su relación con la vida económica de México. Estos aspectosno se dejan totalmente de lado, pero se abordan a la luz de los minis-tros y sus proyectos, y la línea de continuidad que podría trazarse a par-tir de los grandes debates de la época a veces se diluye en la sucesiónde presencias más o menos fugaces y agendas de corto plazo dentro delministerio. En cualquier caso, se distinguen con claridad ciertas etapasen el desenvolvimiento de la hacienda pública, que convendría carac-terizar más que por los rasgos específicos de la política hacendaria (locual “pulverizaría” cualquier periodización), por el grado de estabilidadrelativa y por la medida en que ésta hizo posible lograr avances acumu-lativos en la capacidad recaudatoria y en la eficiencia tanto en la ad-

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14. Leonor Ludlow, Coordinadora. Los secretarios de Hacienda y sus proyectos(1821–1933), 2 tomos (México: UNAM, 2002).

15. Ludlow, “Introducción”, en Ludlow, Los secretarios, tomo I (13–19), 18.

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ministración como en el gasto. Si concentramos nuestra atención en el“largo” siglo XIX que concluye con la revolución de 1910, este criterionos permitiría distinguir dos etapas en la evolución de la hacienda públicamarcadas, una, por la inestabilidad y la precariedad, y la otra, por unmovimiento, al principio titubeante y discontinuo pero finalmente exi-toso, de estabilización de las finanzas públicas y de consolidación de unsistema hacendario relativamente eficiente.

El periodo se inaugura, como sabemos, con la fractura del sistemahacendario colonial y la bancarrota del tesoro público. Junto a lasgrandes cuestiones acerca de cuál es el objeto primario de la haciendapública, cuál la relación que debe existir entre el gobierno nacional y elde los estados (o departamentos, como se llamaron durante el centra-lismo), cuál la forma justa de repartir la carga fiscal o a qué propósitosdeben destinarse los recursos públicos, en las primeras décadas de lavida nacional los encargados de la secretaría luchaban afanosamente porcubrir los gastos indispensables para hacer sobrevivir a la administraciónal menos un día más. Para ello, los escasos ingresos disponibles debíanocuparse en mantener al ejército y a una burocracia precaria y, pese alas discusiones filosóficas, rara vez alcanzaban para alentar el progresoeconómico o el bienestar de la sociedad.

Los ensayos que comprenden este periodo tienden a atribuir a losintereses centrífugos de los grupos regionales no sólo la debilidad deltesoro público, sino también el largo predominio de una política fiscalregresiva. Como afirma José Antonio Serrano:

Los intereses económicos regionales también consideraban que la contribucióndirecta y progresiva atentaba contra las bases impositivas del México postinde-pendiente. A partir de 1821, las elites regionales se opusieron a las imposicionesque afectaban directamente sus principales fuentes de riqueza, y se escudaronen la soberanía estatal para favorecer los impuestos al consumo y a las ventas,que repartían por igual la carga tributaria entre todos los sectores sociales, sinconsiderar el monto de la renta de cada contribuyente.16

A partir de ello se explica que durante la mayor parte del siglo la haciendapública sobreviviera precariamente con base en las contribuciones indi-rectas y los impuestos al comercio exterior. Ante la insuficiencia de losingresos así generados se recurrió a los préstamos y, como la capacidadde endeudamiento externo se agotó muy rápidamente (casi tan rápidocomo los propios recursos obtenidos con los préstamos de mediados delos 1820), más temprano que tarde se emprendió la práctica perversa derecurrir al endeudamiento interno, otorgado bajo condiciones onerosasy a altísimas tasas de interés, que a la postre derivó “en el dominio del

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16. José Antonio Serrano, “Tensar hasta romperse. La política de Lorenzo de Zavala”,en Ludlow, Los secretarios, tomo I (87–110), 101–102.

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agio sobre las arcas nacionales”.17 La fragilidad hacendaria, que acaso en-raizaba en la fuerza de los intereses centrífugos, no era sino el aspectomás visible de la debilidad del aparato público y de su incapacidad paraestablecer e imponer consensos nacionales acerca del camino a seguir.

Antes de avanzar a lo que podríamos definir como el segundo granperiodo en la evolución hacendaria, vale la pena mencionar otra obrapublicada recientemente en la que se incluye el estudio de las finanzaspúblicas en la primera mitad del siglo XIX introduciendo una periodi-zación original. Se trata de una compilación en la que se reúnen ensayossobre la política fiscal de los imperios coloniales del siglo XVIII y sobrediversos aspectos de la situación fiscal de la Nueva España y, posterior-mente, de México hasta antes del establecimiento del centralismo en1835.18 Al conectar las etapas que van desde el reformismo borbónicohasta el federalismo, pasando por la insurgencia y el primer imperio, seabre la puerta a una visión de conjunto que introduce matices y nove-dades interesantes en nuestra comprensión de la hacienda pública y sudesarrollo. En particular, este enfoque permite construir una imagen queva más allá de las rupturas evidentes, habitualmente enfatizadas por lahistoriografía, para identificar los importantes elementos de continuidadpresentes en esta evolución. Ello tiene, al menos, dos ventajas interpre-tativas: la primera consiste en asumir que “todo lo nuevo no necesaria-mente es nuevo, sino que se apoya sobre una tradición fiscal, que es difí-cilmente removible en el tiempo”.19 La segunda es que nos ayuda aentender que los quebrantos de la hacienda pública del México inde-pendiente muchas veces se encontraban enraizados en deficiencias dela Hacienda española que fueron transmitidas y heredadas a sus colo-nias. En efecto, en esta institución “la recaudación tributaria era insufi-ciente y el crédito de su gobierno, escaso. Por desgracia, las coloniascomenzaron dentro del marco de estas contradicciones y tuvieron quehacer un largo y difícil camino para superar esta herencia”.20

Otro aspecto interesante de esta compilación es el estudio de laevolución de la hacienda pública en los estados durante el periodo fe-

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17. Cecilia Noriega, “El ‘prudente’ funcionario José María Bocanegra”, en Ludlow,Los secretarios, tomo I (111–146), 115.

18. Ernest Sánchez Santiró, Luis Jaúregui y Antonio Ibarra, coordinadores, Finan-zas y política en el mundo iberoamericano del Antiguo Régimen a las Naciones Inde-pendientes, 1754–1850 (México: Instituto Mora–UNAM–UAEM, 2001).

19. Marcello Carmagnani, “Las experiencias regionales de reforma fiscal: un comen-tario”, en Sánchez Santiró, et al., Finanzas y política (381–389), 382.

20. Josep Fontana, “Del antiguo régimen a las naciones independientes”, enSánchez Santiró, et al., Finanzas y política (255–260), 259. Los autores de la introduc-ción argumentan en el mismo sentido: “gran parte de los problemas fiscales y financierosde la naciente nación mexicana, tanto en su estructura como en sus diversas propues-tas de solución, tenían claros precedentes en los últimos lustros del virreinato y la guerra

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deral, que arroja luz sobre algunos rasgos interesantes e inesperados.21

Por ejemplo, contra la idea común de que la persistencia de la alcabalase debió al predominio de los intereses locales y regionales o al arcaísmodel sistema fiscal mexicano, Antonio Ibarra destaca el hecho, elementalpero frecuentemente ignorado, de que esa larga sobrevivencia se debióen parte a la necesidad siempre urgente de recursos para pagar el con-tingente a que estaban obligados los estados conforme al pacto federal,y en parte a la eficiencia recaudatoria de ese impuesto con respecto alas alternativas disponibles.22 Por otro lado, contra la idea de que la fuerzacentrífuga de los intereses regionales colocaba al gobierno general enuna postura de debilidad e incapacidad permanentes, José Antonio Se-rrano muestra la imagen de un

gobierno nacional activo desde el punto de vista fiscal, capaz de negociar conlos estados el control y la administración de los recursos antes recaudados porel derrotado gobierno colonial, y hábil para apoyarse en el ejército y de tejeralianzas con grupos socioeconómicos regionales y nacionales con el fin de quitara las arcas estatales algunas rentas, como la del estanco del tabaco, y para anu-lar otras, como la de los diezmos. Para 1835 una de las potestades fiscales me-xicanas, la del gobierno nacional, había ampliado su base de poder fiscal a costade la autonomía—también fiscal- de los estados de la república.23

Es importante decir, sin embargo, que los autores recién citados se re-fieren a dos casos particulares (los estados de Jalisco y Guanajuato, res-pectivamente), y que en este ámbito y periodo cualquier generalizaciónsería abusiva. Con todo, lo que queda en evidencia es la necesidad y laimportancia de avanzar en el estudio de casos regionales que permitanreconstruir el rompecabezas de las finanzas públicas, y acaso por estavía avanzar en nuestra comprensión de la situación que guardaba laeconomía en su conjunto, en este periodo crucial.

Tras esta breve digresión, permítaseme volver a la reseña de las ges-tiones hacendarias compilada por Leonor Ludlow. De acuerdo con los au-

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de independencia”. Luis Jáuregui y Ernest Sánchez, “Introducción”, en Sánchez Santiró,et al., Finanzas y política (9–28), 15.

21. El tema ya ha sido tratado por varios de los autores de este libro. Al respectovéase Luis Jáuregui y José Antonio Serrano Ortega, coordinadores, Las finanzas públicasen los siglos XVIII-XIX (México: Instituto Mora—El Colegio de México- UNAM-Institutode Investigaciones Históricas, 1998); José Antonio Serrano y Luis Jáuregui, editores, Ha-cienda y política. Las finanzas públicas y los grupos de poder en la primera RepúblicaFederal Mexicana (México: El Colegio de Michoacán—Instituto Mora, 1998).

22. Antonio Ibarra, “De la alcabala colonial a la contribución directa republicana”,en Sánchez Santiró, et al., Finanzas y política (317–350), 339 y ss.

23. José Antonio Serrano, “Tensiones entre potestades fiscales: las elites de Guana-juato y el gobierno nacional, 1824–1835”, en Sánchez Santiró, et al., Finanzas y política(351–380), 352.

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tores de la obra, ni el triunfo de los liberales ni la promulgación de lasLeyes de Reforma produjeron efectos inmediatos sobre el desenvolvi-miento de la hacienda pública. Las primeras administraciones del régimenliberal no lograron aumentar los recursos disponibles ni tampoco imponeruna política hacendaria acorde con los principios liberales. Por ejemplo,la desamortización de las corporaciones civiles y eclesiásticas, que a másde hacer de la tierra un recurso móvil y crear una clase de pequeños ymedianos propietarios pretendía dotar al tesoro público de recursos ex-traordinarios, enfrentó enormes dificultades prácticas, exacerbó las ten-siones sociales y produjo ingresos reducidos que además fluían muy lenta-mente a las arcas del Estado.24 Para dar un ejemplo más, las conviccioneslibrecambistas que sustentaban los ministros de hacienda del liberalismotemprano (desde Manuel Payno hasta José María Iglesias, pasando porMiguel Lerdo de Tejada) terminaban siempre cediendo ante las exigen-cias de la realidad, de manera que los principios de circulación libre y ex-pedita en el interior y liberación de las barreras comerciales en el comer-cio con el exterior, fueron postergados una y otra vez por las necesidadesingentes del erario público. Por otra parte, pese a las convicciones libe-rales del emperador, el régimen de Maximiliano significó necesariamenteuna interrupción en la gestación de un sistema hacendario de corte libe-ral, puesto que la falta de legitimidad, de control sobre el territorio y derecursos reducían al mínimo su capacidad de acción.25

El primer proyecto de reorganización hacendaria con visos de via-bilidad fue obra de Matías Romero, quien lo diseñó en su primera gestiónal frente de la Secretaría, entre 1868 y 1872. El proyecto tenía el enormemérito de entrelazar de manera coherente los distintos aspectos de unapolítica hacendaria de corte moderno y liberal. Proponía modificar y am-pliar la base gravable con la introducción del impuesto del timbre, abolirlas alcabalas y compensar a los estados eliminando la contribución fede-ral, fomentar el desarrollo de la minería mediante la racionalización desus cargas impositivas y eliminar los impuestos a las exportaciones.26 Pesea que el programa fue rechazado en lo inmediato por el Congreso, éstasería la dirección que habría de tomar la marcha de la hacienda públicaen las siguientes décadas. La importancia creciente del impuesto del tim-bre, la liberalización de la exportación de metales, el rescate de las casasde moneda y la eliminación de las alcabalas fueron cumpliendo de algunamanera el proyecto tempranamente formulado por Matías Romero.

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24. Carmen Blázquez Domínguez, “Los ministerios de Hacienda de Miguel Lerdo deTejada”, en Ludlow, Los secretarios, tomo I (399–434), 422–425.

25. Erika Pani, “El ministro que no lo fue: José María Lacunza y la hacienda impe-rial”, en Ludlow, Los secretarios, tomo II (29–46), 35.

26. Graciela Márquez, “El proyecto hacendario de Matías Romero”, en Ludlow, Lossecretarios, tomo II (111–140), 127–131.

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Sin embargo, cabría preguntarse por las implicaciones que para lamarcha de la hacienda pública tuvo el que ese proyecto no se cumplie-ra de manera integral, tal como lo concebía su autor, sino en forma par-cial y fragmentaria, y que incluso estas modificaciones parciales en elsistema fiscal se llevaran a cabo dentro de un lapso de tiempo bastanteprolongado: entre la primera formulación del proyecto de reforma ha-cendaria y la abolición de las alcabalas transcurrió más de un cuarto desiglo. Como bien hace notar Alicia Salmerón, la estabilización de las finan-zas públicas y el aumento constante de los ingresos durante la larga ges-tión de Limantour no ocultan los límites de una reforma fiscal parcial y,en particular, las limitaciones del impuesto del timbre como sustento delas finanzas públicas. Así, la valoración que hace la autora del desem-peño del mago de las finanzas porfiristas termina por ser más bien ne-gativa: Limantour habría tenido el gran mérito de llevar a cabo “la cul-minación de la reforma impositiva iniciada por Matías Romero”, pero“no supo dar el salto hacia una nueva reforma fiscal y se limitó a ampliarla recaudación por rubros ya existentes, aun a costa de una renovada de-pendencia de los impuestos al comercio exterior y del sacrificio de laautonomía municipal en el Distrito Federal y territorios”.27

Como sugerí antes, la desventaja de un acercamiento que se con-centra en los personajes más que en la institución es el dejar huecos queimpiden al lector hacerse una idea más completa del grado de conti-nuidad en las políticas, de las razones por las cuales las medidas adop-tadas en una gestión fueron abandonadas o reemplazadas en otra,etcétera. En cualquier caso, esta obra constituye un primer acercamientomuy útil a algunos de los personajes más representativos en la historiade la hacienda pública del país, así como una mirada interesante a las di-ficultades que enfrentaba cada administración y las formas, a veces másingeniosas que eficaces, en que intentaban sortearlas. Representa tam-bién un llamado a los especialistas del campo para que emprendan unaobra de síntesis que intente reconstruir e interpretar la evolución de lahacienda pública mexicana en el largo plazo.

La segunda mitad del siglo y el porfiriato, un viejo favorito

Los últimos títulos reseñados nos colocan de lleno en el periodo que haconcentrado la mayor parte de la investigación desde hace muchos años:la segunda mitad del siglo, y muy especialmente, el porfiriato. Para pasarrevista a las obras que tratan este periodo, permítaseme iniciar con unoscuantos títulos que no tienen como enfoque primario la historia econó-

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27. Alicia Salmerón Castro, “Proyectos heredados y nuevos retos: el ministro JoséYves Limantour (1893–1911)”, en Ludlow, Los secretarios, tomo II (175–210), 205–06.

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mica, aunque rocen el campo de manera tangencial. Me refiero, en pri-mer lugar, al libro de Paul Garner acerca de Porfirio Díaz.28 Se trata deun texto de difusión en el que la economía es tan sólo uno de los variosángulos desde los que se aborda la historia de ese régimen. Pero si se lecompara con los libros de difusión más socorridos, éste tiene el atrac-tivo de confrontar y superar las visiones más esquemáticas acerca delporfiriato. El trabajo intenta presentar una imagen mejor balanceada dela figura histórica de Díaz, incluidos los métodos de obtención y con-servación de su poder político, el modelo de crecimiento económico,las relaciones con las potencias, y las causas de su derrumbe. Sobre todo,como declara el autor, se propone “liberar la interpretación de la era deDíaz de la perspectiva deformante de la revolución que le siguió” (Gar-ner, 194). Este perfil más mesurado se logra mediante una revisión am-plia de la literatura porfirista, antiporfirista y “neoporfirista”, y medianteun procedimiento útil que con frecuencia se deja de lado en el quehacerhistoriográfico: el de evaluar el porfiriato bajo los estándares del sigloXIX, y no a partir de las exigencias del siglo XX.29 El lector no debe es-perar, entonces, muchas novedades en materia de interpretación del pe-riodo, pero sí un material que procura no estar comprometido ideoló-gicamente y que bien se puede ofrecer como lectura introductoria a losestudiantes de preparatoria o en los inicios de la universidad.

En segundo lugar, permítaseme incluir en este grupo un libro deRichard Weiner cuyo título me hizo pensar que se trataba de un acerca-miento dentro del campo de la historia económica.30 La obra analiza elsignificado del mercado en el discurso de tres grupos ideológicamenteopuestos durante el porfiriato. El “mercado” actúa aquí como una metá-fora amplia que incluye el progreso material, la privatización de tierrascomunales, la circulación de bienes, la inversión de capital, el comercioy varias otras cosas que, en otros tiempos, hubieran sido expresadas conla noción “capitalismo” (Weiner, 8). Aunque todos los términos referi-dos tienen que ver con la economía, no estoy convencida de que éste seaun estudio de historia económica propiamente dicha; antes bien, me in-clino a pensar que se trata de un análisis del discurso de la cultura eco-nómica de la época, a la manera de la nueva historia cultural. De hecho,en la introducción el autor dice seguir “el trabajo de un pequeño grupode antropólogos, historiadores y economistas que tratan a la doctrinaeconómica como una forma de discurso, retórica o ideología, por oposi-

Kuntz Ficker, La historiografía económica reciente 477

28. Paul Garner, Porfirio Díaz, Profiles in Power (Malaysia:Pearson Education, 2001).29. Así, por ejemplo, el autor propone que “el punto de partida . . . para entender

la transformación del México rural en la era de Díaz tiene que ser la experiencia del sigloXIX, no aquélla de la Revolución”. Garner, Porfirio Díaz, 187.

30. Richard Weiner, Race, Nation and Market.Economic Culture in Porfirian Mex-ico (Tucson: The University of Arizona Press, 2004).

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ción a una ciencia” (Weiner, 5). Siguiendo este modelo, Weiner recuperael significado simbólico de ese término para tres grupos confrontadosideológicamente: los liberales “desarrollistas”, los católicos sociales y losradicales anarquistas que formaron el Partido Liberal. En su opinión, lamanera en que los distintos grupos se refieren al concepto de mercado(y a todos los conceptos que el autor considera equivalentes, como losmencionados arriba y varios más) revela su identidad política e ideoló-gica. Pero lo relevante aquí no es la economía, sino esta identidad, demanera que el concepto utilizado pudo haber sido, me parece, cualquierotro, como “Estado” o “clase social”, lo que disiparía la posible confusiónacerca del campo de estudio en que se ubica esta investigación.

En tercer lugar, en este grupo se incluye el texto de William Schellacerca de la colonia estadounidense establecida en la ciudad de México.31

Se trata de un estudio ambicioso que abarca aspectos de historia social,política y cultural tanto como de historia económica, y este último acer-camiento es empleado sólo en la medida en que sirve al propósito deesclarecer un ámbito de la actividad de ese grupo social. Al igual que laobra de Garner, el libro cuestiona algunas de las nociones más conven-cionales acerca del periodo, como la imagen del porfiriato como un régi-men entreguista, y la idea de que esa acusación es de raigambre liberal,cuando en realidad encuentra su origen en la oposición conservadoracatólica.32

El autor traza el perfil de los hombres de negocios originarios de Es-tados Unidos y avecindados en México a partir del último cuarto del sigloXIX. Muchos de ellos llegaron como empleados de las empresas ferro-viarias, ingenieros de minas o administradores que luego se independi-zaron y progresaron económicamente. Otros tantos eran ya acaudaladoscuando inmigraron a México. Algunas veces arribaron como accionistaso representantes de empresas asentadas en su país de origen, y otras seasociaron con empresarios mexicanos para incursionar en todo génerode actividades, desde fundiciones y destilerías hasta bancos comercialesy compañías de seguros.

En todo caso, Schell muestra que los estadounidenses que decidieronabandonar su país para echar raíces en la ciudad de México pertenecíanpor lo general a sectores medios con cierta calificación laboral y/o re-cursos económicos. A este tipo de migración, no forzada por la políticao el hambre, se le ha designado como “trade diaspora”. Al parecer, nosólo los inmigrantes procedentes de Estados Unidos encajaban en esta

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31. William Schell Jr., Integral Outsiders. The American Colony in Mexico City,1876–1911 (Wilmington: Scholarly Resources, 2001).

32. Schell, Integral Outsiders, ix. En el mismo sentido véase Paul Garner, PorfirioDíaz, 140 y passim.

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definición, puesto que otro estudio reciente muestra el caso de una fa-milia de inmigrantes alemanes que se ajusta perfectamente a este patrón.Me refiero al trabajo publicado por Jürgen Buchenau sobre una familiaalemana que llegó a México en 1865 y se estableció, al principio un tantoaccidentalmente, en la capital del país, donde sus descendientes habi-tan hasta el día de hoy.33 Se trata de los Böker, una familia acomodadade fabricantes y distribuidores de artículos de hierro y acero, que bus-caban crear vínculos en ultramar para comerciar y expandir el negociofamiliar. El estudio de Buchenau es al mismo tiempo una historia de lafamilia y de la empresa, que involucra aspectos de historia social y cul-tural con el propósito de “ofrecer una mirada única a la relación de largoplazo entre prácticas de negocios y construcciones de la identidad y, en-tonces, entre economía política e historia cultural” (Buchenau, 2).

La Casa Böker se abrió en la ciudad de México como una pequeñaferretería que distribuía productos fabricados por la familia Böker en Ale-mania o importados de Inglaterra o Estados Unidos. Pronto creció hastaconvertirse en la ferretería más importante del país, hecho simbolizadocon la construcción de un fastuoso edificio (que puso en jaque la liqui-dez y solvencia de la negociación por varias décadas) en el centro de lacapital inaugurado en 1900 (Buchenau, 55–62). La narración recorre elauge porfiriano, los avatares de los años revolucionarios, la crisis del 29y la difícil supervivencia a lo largo de todo el siglo XX. Aunque se tratade un trabajo muy interesante y bien documentado, se extraña una mayorprofundización en aspectos estrictamente económicos de la larga vidade la empresa. Como la labor del autor es por lo demás tan rigurosa, meinclino a pensar que se trata de una carencia impuesta por las fuentesmás que por la intención del historiador.

Tanto la familia de inmigrantes alemanes que estudia Buchenau comola mayor parte de los americanos que constituyeron la colonia que anali-za Schell compartían, además, la característica de no traer consigo laconsigna de impulsar algún designio imperial o siquiera de servir comoinstrumento de la estrategia geopolítica del gobierno de sus respectivospaíses de origen. Lo que es más, como ambos autores enfatizan, casi siem-pre los intereses de estos inmigrantes eran mucho más cercanos a losde la comunidad de negocios local que a los del remoto país de naci-miento. Así lo explica Schell para la colonia estadounidense en la ciu-dad de México: “Los vínculos de la comunidad de negocios de la colo-nia [americana] con intereses mexicanos públicos y privados la hacíanmucho más sensible a la diplomacia del dólar porfirista [que a la de supaís de origen]. Al fin y al cabo, entonces, puede decirse que el régi-

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33. Jürgen Buchenau, Tools of Progress: A German Family in Mexico City, 1865–Present (Albuquerque, University of New Mexico Press, 2004).

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men porfirista obtuvo la forma de hegemonía que buscaba, y que Wash-ington aceptó la clase de hegemonía que pudo obtener” (Schell, xix).

En franco contraste con esta visión se encuentra el voluminoso li-bro de John Hart que aborda en forma más bien ideológica el fenómenode los estadounidenses en México.34 Hart revive algunas de las visionesmás primitivas acerca del imperialismo norteamericano, presentandoa México como el primer paso en el proceso de expansión y dominaciónmundial de Estados Unidos, y atribuyendo a Porfirio Díaz una docilidady entrega incondicionales frente a los intereses de ese país. Más allá deestos contenidos interpretativos poco mesurados, y para referirme es-pecíficamente al análisis de la economía mexicana de la época, llama laatención que Hart desaproveche casi por completo la abundante bi-bliografía escrita por mexicanos sobre el tema en los últimos veinte años.35

Esta actitud, paradójica en un autor que asume una postura “naciona-lista” (del lado de México), era bastante habitual entre los académicosestadounidenses hasta hace pocos años, y ha sido siempre muy criti-cada entre los mexicanos. En cualquier caso, sólo una actitud así ex-plica el que Hart ignore los avances en materia de fuentes e interpre-tación que se han realizado en estas décadas, así como la complejidadque ha alcanzado nuestro conocimiento sobre los temas que aborda ensu texto.

En cambio, se publicó hace muy poco tiempo un libro de PaoloRiguzzi que estudia con profundidad y rigor analítico las relacioneseconómicas entre México y Estados Unidos.36 El trabajo de Riguzzi in-terpreta de una forma muy sugerente y novedosa los términos de larelación bilateral y lo que solíamos llamar la correlación de fuerzas en-tre ambos países en el largo periodo que va desde mediados del sigloXIX hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Más específicamente,se ocupa de lo que llama la “política del comercio”, es decir, “cualquierinteracción entre gobiernos en la que uno de ellos intente (proponiendo,presionando, tomando medidas específicas) conseguir la modificaciónde su régimen formal de comercio con otro” (Riguzzi, 20). El propósitode la obra es analizar la política del comercio entre las dos naciones me-diante el estudio de cada uno de los episodios en que esa política emergióbajo la forma de negociaciones tendientes a establecer acuerdos comer-ciales de carácter bilateral.

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34. John Mason Hart, Empire and Revolution. The Americans in Mexico since theCivil War (Berkeley / Los Angeles / London: University of California Press, 2002).

35. En la larga lista de obras que se incluyen en la bibliografía, solamente tres títu-los de historia económica corresponden a libros publicados por mexicanos después de1980 (dos son de Mario Cerutti y uno de Noé Palomares).

36. Paolo Riguzzi, ¿Reciprocidad imposible? La política del comercio entre Méxicoy Estados Unidos, 1857–1938 (México: El Colegio Mexiquense—Instituto Mora, 2003).

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Uno de los mayores hallazgos de este acercamiento radica en lademostración de que, en el plano de las relaciones económicas entrepaíses, las desigualdades en términos de poder y desarrollo económicono necesariamente conducen a tratos desequilibrados en los cuales el másdébil está, por definición, a merced del más fuerte y enfrenta a éste enuna condición de desventaja permanente e insuperable. Lejos de ello, elautor muestra cómo, históricamente, la fuerte asimetría entre las eco-nomías y los poderes de Estados Unidos y México no se tradujo en elgoce de ventajas o en la imposición de condiciones del primero sobre elsegundo. En las ocho ocasiones en que ambos países estuvieron frente afrente para negociar tratados comerciales de distinto alcance, México fuecapaz de influir, a veces decisivamente, en la definición de las agendas,los tiempos y los alcances de la negociación, y de obtener desenlaces con-formes a sus intereses y preferencias de cada momento.

La otra conclusión, todavía más llamativa, del estudio de Riguzzi, con-siste en mostrar que la mayor apertura de México a la economía inter-nacional no debilitó su posición hacia el exterior y su capacidad nego-ciadora, sino que las fortaleció. En particular, los momentos de mayorintegración económica con Estados Unidos fueron precisamente aque-llos en los que se potenció la autonomía y la fuerza relativa de Méxicoen la interacción con su vecino, mientras que los momentos de menorintegración relativa coincidieron con estados de mayor debilidad ne-gociadora. De acuerdo con el autor, ello se explica porque “a la mayorapertura correspondió un mayor número de intereses, interlocutores,información y recursos disponibles” que podían emplearse “como con-trapalanca en función de defensa y amortiguación” (Riguzzi, 299). Ensuma, que en la experiencia histórica de casi un siglo de la relación en-tre México y su poderoso vecino no hay indicios de que el primero hayasido “avasallado”, y ni siquiera dominado por las pretensiones o prefe-rencias del segundo. Lo que es más, la evidencia sugiere que la intensi-dad de la integración económica no actuó como un factor de menoscabode la soberanía, sino de fortalecimiento de la capacidad negociadora delpaís más débil dentro de la relación.

Evidentemente, uno de los aspectos determinantes de la relacióneconómica entre dos países es la política comercial que el gobierno decada uno impone a partir de sus necesidades y prioridades internas ydel papel que en ellas concede al intercambio con sus principales so-cios. Esta dimensión es abordada en el estudio de Riguzzi sobre tododesde la perspectiva de las negociaciones recurrentes entre México yEstados Unidos encaminadas a firmar un tratado de reciprocidad, pro-pósito que, pese al interés manifestado en distintos momentos por unay otra de las partes, no se materializó hasta la Segunda Guerra Mundial.

Pero más allá de este aspecto específico y de esta relación bilateral,

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el tema de la política comercial ha sido estudiado por éste y otros his-toriadores en años recientes, con resultados y avances interesantes quecabría reportar brevemente. Por ejemplo, tanto Riguzzi como otros au-tores han mostrado que la llegada de los liberales al poder no significóla adopción inmediata del liberalismo económico en el ámbito de lapolítica comercial. Tras una larga tradición proteccionista, a inicios dela década de 1870 Matías Romero emprendió un primer intento de libe-ralización del comercio exterior, pero obtuvo resultados muy desi-guales. Ciertamente eliminó las prohibiciones, uniformó las regulacio-nes aduaneras—dotándolas además de vigencia nacional—y simplificóel cobro de los aranceles, pero la carga impositiva que pesaba sobre lasimportaciones no disminuyó, ni tampoco cedieron las onerosas regla-mentaciones que entorpecían el comercio con el exterior.37 Lo que esaún más relevante, la evidencia sugiere que el tránsito hacia una políticacomercial de corte más liberal no fue lineal y que estuvo sujeto a lasnecesidades fiscales del tesoro público como uno de sus principalescondicionantes. Así, la modesta liberalización iniciada en la década de1870 se revirtió temporalmente en la siguiente, en virtud de las exigen-cias impuestas al erario por la subvención de los ferrocarriles y la rea-nudación del pago de los compromisos externos.38 El nivel de protec-ción nominal, que había disminuido en la década de 1870, aumentó enel decenio de 1880 como consecuencia de varias modificaciones al aran-cel en las que se elevaban los derechos con propósitos supuestamenteproteccionistas que apenas velaban las motivaciones fiscales. La liberali-zación comercial debió esperar para su implementación a que se con-solidaran las nuevas fuentes de ingreso y se estabilizara la situación dela hacienda. Cuando aquélla se produjo, abarcó aspectos arancelarios ynormativos del comercio exterior, en un proceso que por un lado tendióa reducir la altura de la barrera arancelaria y por el otro a facilitar y agi-lizar considerablemente los trámites y procedimientos involucrados enlas operaciones de comercio exterior.39 El resultado no fue un régimende libre comercio, sino una política comercial orientada por objetivos“desarrollistas”. Ésta se plasmó en un arancel “en cascada”, que gravabacon las tarifas más altas aquellos artículos manufacturados cuya pro-

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37. Paolo Riguzzi, “Libre cambio y libertad económica en la experiencia liberal mexi-cana, 1850–1896”, en Marcello Carmagnani, coordinador, Constitucionalismo y orden li-beral. América Latina, 1850–1920 (Torino: Otto Editore, 2000), 287–314; Sandra KuntzFicker, “The Import Trade Policy of the Liberal Regime in Mexico, 1870–1900”, en JaimeE. Rodríguez, editor, The Divine Charter.Constitutionalism and Liberalism in Nineteenth-Century Mexico (Lanham: Rowman & Littlefield Publishers, 2005), 305–337.

38. Kuntz Ficker, “The Import Trade”, 313–324.39. Sandra Kuntz Ficker “Institucional Change and Foreign Trade in Mexico, 1870–

1911”, en Jeffrey L. Bortz y Stephen Haber, editores, The Mexican Economy, 1870–

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ducción interna se intentaba promover al mismo tiempo que liberali-zaba la introducción de los insumos y bienes de capital necesarios paraproducirlos, garantizando así altas tasas de protección efectiva a la in-dustria en formación.40 En suma, los resultados de las últimas investiga-ciones son consistentes con la idea de que, en un proceso marcado poraltibajos y retrocesos transitorios, la política comercial tendió a libera-lizarse en el último tercio del siglo XIX. Si se considera que el punto departida fue un nivel altísimo de protección arancelaria, esta conclusiónno necesariamente contradice la tesis de Coatsworth y Williamsonsegún la cual México se encontraba por entonces dentro del grupo depaíses (de América Latina) más proteccionista en el contexto mundial.41

El tema de la política comercial nos permite dirigir la atención a undebate más amplio: el que se desarrolla en torno a las políticas públicasdel régimen porfirista relacionadas con el desarrollo económico. ¿Eranestas políticas diseñadas para beneficiar o cooptar a ciertos individuoso grupos económicos, o respondían a un impulso desarrollista y moder-nizador por parte de la élite gobernante? ¿Cuál era su intencionalidady cuál su impacto efectivo? Este es el tema principal del trabajo de Ed-ward Beatty sobre la industrialización en el porfiriato.42 El problema cen-tral que esta obra se plantea es cómo puede explicarse que un fenómenode florecimiento industrial haya tenido lugar en el marco de un modelode crecimiento orientado por las exportaciones, en medio de condi-ciones poco propicias para que aquél se produjera y a pesar de lasmuchas oportunidades alternativas de inversión que se abrían a los em-presarios. De acuerdo con el autor, la respuesta radica en el campo ins-titucional, y más precisamente en la adopción de una serie de reglas for-males que el gobierno utilizó de manera deliberada y consistente parapromover el desarrollo industrial como un componente central de suproyecto de modernización. Así, más allá de las ventajas que algunos in-dividuos o grupos pudieran haber obtenido en virtud de supuestos fa-vores del régimen (y que, de acuerdo con el autor, no fueron ni frecuentes

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1930. Essays on the Economic History of Institutions, Revolution, and Growth (Stan-ford: Stanford University Press, 2002), 161–204.

40. Edward Beatty, “Comercial Policy in Porfirian Mexico: The Structure of Protec-tion”, en Bortz y Haber, The Mexican Economy, 205–252; Kuntz Ficker, “InstitutionalChange”. Véase también Graciela Márquez, “Tariff Protection in Mexico, 1892–1909: AdValorem Tariff and Sources of Variation”, en John H. Coatsworth y Alan M. Taylor, editores,Latin America and the World Economy Since 1800 (Cambridge, Mass.:Harvard University—David Rockefeller Center for Latin American Studies, 1998), 407–442.

41. John H. Coatsworth y Jeffrey G. Williamson, “Always Protectionist? Latin Amer-ican Tariffs from Independence to Great Depression”, en Journal of Latin American Stud-ies, 36: 2 (2004), 205–232.

42. Edward Beatty, Institutions and Investment. The Political Basis of Industriali-zation in Mexico before 1911 (Stanford: Stanford University Press. 2001.

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ni decisivas), lo que destaca de la administración porfirista es el esta-blecimiento de un conjunto de políticas y mecanismos encaminados alfomento de la indutrialización. Dentro de este conjunto, Beatty elige tresinstituciones diseñadas con ese propósito: el arancel, la legislación depatentes y el programa denominado “Industrias Nuevas”.

El más eficaz de estos instrumentos fue, de acuerdo con el autor, lapolítica comercial, a la que nos referimos antes. En cambio, la ley depatentes fue costosa e ineficiente, y promovió impulsos monopólicosque retardaron el proceso de difusión tecnológica dentro de la economíamexicana. Finalmente, el programa de “Industrias Nuevas” fue más bienirrelevante desde el punto de vista de los resultados: la mayor parte delas industrias se fundaron fuera de los márgenes del programa, y muchasde las que se establecieron bajo su impulso no llegaron a consolidarsecomo empresas viables. Pese a los resultados desiguales de estas medi-das consideradas individualmente, el autor sugiere que, en conjunto, con-tribuyeron a crear un marco de condiciones institucionales propicias parala inversión industrial, que efectivamente orientaron en esa direcciónmuchos recursos que de otro modo hubieran tenido un uso distinto ymenos efiicaz.

En otra obra reciente se despliega una interpretación distinta acer-ca de la política económica del porfiriato, aunque sus alcances van másallá de este régimen y de este problema. Me refiero al libro colectivode Haber, Razo y Maurer sobre la economía mexicana durante laprimera era de crecimiento económico moderno.43 El trabajo analiza laevolución de los principales sectores (finanzas, industria, petróleo, mine-ría y agricultura) a partir del inicio del régimen de Porfirio Díaz y du-rante el ciclo de inestabilidad política que arranca con la RevoluciónMexicana y continúa en alguna medida hasta la fundación del PartidoNacional Revolucionario en 1929. El estudio echa mano del instrumentalteórico proporcionado por la economía, la ciencia política y la nuevateoría institucional para explorar la hipótesis de que la inestabilidadpolítica no necesariamente constituye un impedimento para el creci-miento económico.44 Para plantearlo en términos afirmativos, los au-tores consideran que una economía puede crecer dentro de un marcode inestabilidad, puesto que lo único que se necesita para ello es quese respeten los derechos de propiedad de aquellos inversionistas queson responsables del crecimiento. Tal planteamiento se aparta de los

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43. Stephen Haber, Armando Razo y Noel Maurer, The Politics of Property Rights.Political Instability, Credible Commitments, and Economic Growth in Mexico, 1876–1929 (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2003).

44. “. . . [T]here must be conditions under which political instability hinders growth,and conditions under which growth is unaffected by instability.” Haber, et al., The Poli-tics, 9.

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supuestos habituales de la ciencia política, según los cuales para quehaya crecimiento es necesario que exista un Estado dispuesto a y ca-paz de imponer el respeto universal de los derechos de propiedad. Seaparta también de la visión más convencional (y en buena medida su-perada por la historiografía reciente) acerca de la Revolución Mexicana,según la cual la guerra civil habría tenido un impacto desastroso sobrela actividad económica. A este respecto, los autores aceptan que huboun breve lapso (unos tres años, de 1914 a 1917, en que se generalizó laguerra civil) en el cual no existían condiciones para el crecimiento. Sinembargo, ponen de relieve el hecho de que el periodo en el que privóalgún grado de inestabilidad fue mucho más largo (desde fines de 1910hasta 1929), y, en la medida en que ciertos derechos de propiedad fueranselectivamente protegidos, ello no impidió ni la inversión ni el creci-miento de la economía.

La clave para entender el funcionamiento de un sistema inestableque posibilite el crecimiento es lo que los autores llaman “integraciónpolítica vertical” (vertical political integration). Lo que se trata de ex-plicar con este concepto es que tanto el régimen autoritario de PorfirioDíaz como los que se establecieron en las décadas de lo que podríamosllamar “inestabilidad revolucionaria”, se caracterizaron por formar coa-liciones con grupos particulares de inversionistas a los que garantizaronselectivamente el respeto a sus derechos de propiedad a cambio de trans-ferir rentas o brindar apoyo al gobierno. Como garantes de estos “con-tratos” intervenía un tercer participante (third party enforcer), que poralguna razón estaba interesado en el cumplimiento del acuerdo y en-tonces estaba dispuesto a desestabilizar al gobierno en caso de que lorompiera. Durante el porfiriato, este papel de tercero interesado lohabrían cumplido, entre otros, el gobierno de Estados Unidos y los gober-nadores de los estados, mientras que en la década de 1920 lo habría he-cho el movimiento obrero.45

Uno de los coautores de la obra que comentamos desarrolla en supropio libro publicado recientemente esta misma línea de interpretación,aplicándola al caso del sistema financiero.46 En efecto, Noel Maurer ar-gumenta que el sistema financiero que emergió en México durante elporfiriato fue diseñado desde el gobierno con el doble propósito de ase-gurarse una fuente de crédito y al mismo tiempo garantizar la lealtadde los hombres fuertes de los estados. A cambio de esos “bienes”, el go-

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45. Para algunos ejemplos de la forma en que operaron las coaliciones en los dis-tintos sectores de la economía dentro de este sistema de “integración política vertical”véase Haber, et al., The Politics, 93, 151–154.

46. Noel Maurer, The Power and the Money.The Mexican Financial System, 1876–1932 (Stanford: Stanford University Press, 2002).

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bierno concedió a ese pequeño grupo de inversionistas el respeto a susderechos de propiedad. El resultado de esta estrategia fue un sistemabancario muy concentrado, que, “combinado con la inseguridad gene-ral de los derechos de propiedad” (Maurer, 11), dio lugar a una estruc-tura industrial igualmente concentrada. Ésta era, dice el autor, la solu-ción más eficiente disponible en las condiciones que prevalecían enMéxico en ese momento, pero no era, sin duda, la solución más eficienteposible desde el punto de vista del crecimiento económico. Con el finde mantener la consistencia con el modelo general, Maurer empuja lanarración hasta el principio de los años de 1930, aunque la verdad esque la parte medular de su trabajo se concentra en la conformación y elfuncionamiento del sistema financiero durante la administración de Díaz.

En suma, juntos y por separado Haber, Maurer y Razo han armadouna interpretación brillante y original que trata de explicar cómo es quela economía mexicana creció a lo largo de todo ese periodo en ausen-cia de un gobierno limitado por las instituciones y comprometido conel respeto universal de la ley, y que tiende una línea de continuidad en-tre las formas de dominación autoritarias de antes y después de la revo-lución (Haber et al., 79). Mi única reserva frente a este acercamiento esque, por un camino inesperado, parece revivir la vieja imagen del por-firiato como un régimen en el que el amiguismo y la corrupciónprevalecieron sobre la definición de políticas y el funcionamiento de lasinstituciones. Por ejemplo, la política comercial del porfiriato en la que,como dijimos antes, se protegía selectivamente de la competencia ex-tranjera a ciertas actividades industriales, puede ser interpretada de dosformas radicalmente distintas. O se entiende como uno de los compo-nentes de una política coherente de promoción económica dentro de lacual se intentaba favorecer a aquellas industrias “nacientes”que se conside-raba viables y dignas de protección, o se le concibe como una forma deprivilegiar a los aliados del presidente. Como se puede ver en el siguien-te pasaje, los autores de este libro se inclinan por la segunda versión:

Limantour esencialmente tomó decisiones basado en el siguiente principio: aque-llos industriales que formaban parte de los pequeños y bien organizados gruposque estaban políticamente conectados al régimen de Díaz obtuvieron un dere-cho de propiedad sobre la protección comercial. Todos los demás fueron deja-dos afuera en el frío. (Haber et al., 129)

Significativamente, una revisión del archivo de José Yves Limantour,abierto al público hace algunos años, arroja una imagen muy distinta deeste funcionario y de su moral pública. Limantour negaba cotidianamentefavores y privilegios, incluso a los personajes más poderosos o más alle-gados a su persona o a la del presidente; discutía acaloradamente con

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quienes pedían cambios en las políticas hacendarias del gobierno, o conaquéllos que consideraban a su industria merecedora de protección, ydefendía con enorme convicción los principios que normaban la políticagubernamental.

Pero lo importante aquí no es la actitud personal del último ministrode finanzas de Porfirio Díaz. Lo que importa es reconocer que el marcolegal e institucional dentro del que él se movía era muy distinto del quehabía prevalecido hasta, digamos, treinta años atrás. Incluía legislaciónnovedosa en materia de comercio, banca, transporte, recursos del sub-suelo, patentes, comercio exterior y varios otros ámbitos de la actividadeconómica. Este marco legal era el resultado de un intenso proceso deconstrucción y cambio institucional que se verificó en la segunda mitaddel siglo XIX y que permitió trascender el marco legal heredado de lacolonia, alcanzar una mayor uniformidad y vigencia de las leyes a nivelnacional y lograr una mejor adaptación de ese marco a las necesidadesde la modernización económica.47 Ello no significa que se inaugurara en-tonces un reino de legalidad y de vigencia plena de derechos de propiedadperfectamente definidos. La economía mexicana exhibió fuertes rasgosde politización e “influyentismo” antes del porfiriato, durante el porfiria-to y medio siglo después de que ese régimen llegara a su fin. Quiere de-cir, en cambio, que la creación de instituciones suele ser un proceso evo-lutivo lento y desigual, que pasa por altibajos y transforma con mayorrapidez unos ámbitos que otros, y en ocasiones apenas alcanza a tocarlas prácticas más hondamente arraigadas en una sociedad. Los derechosde propiedad no eran perfectos durante el porfiriato, pero estaban mejordefinidos y eran más seguros que en el periodo anterior, e incluso másseguros que en algunas fases del periodo revolucionario que le sucedió.De manera que cuando se dice que los derechos de propiedad en el por-firiato eran inseguros o deficientes, se pierde un poco de vista la histori-cidad del proceso de desarrollo institucional en general y la situación quesirvió de punto de partida en el caso de México en particular.

El propio Steve Haber reconoce la importancia de ese proceso, alpunto que ha promovido activamente una línea de investigación en esavertiente. Soy partícipe de uno de los frutos de ese esfuerzo. En efecto,como resultado de un evento convocado por Haber, se publicó hace unpar de años un título que compila una serie de artículos destinados a es-tudiar distintas esferas en que se produjeron cambios institucionales yla importancia de esos cambios para la economía en el periodo que com-

Kuntz Ficker, La historiografía económica reciente 487

47. Paolo Riguzzi, “Un modelo histórico de cambio institucional: la organización dela economía mexicana, 1857–1911,” Investigación Económica, LIX:229, ( jul–sep 1999),205–235.

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prende del porfiriato hasta 1930.48 Los trabajos van desde estudios delsistema financiero (Haber, Maurer, Marichal) hasta trabajos sobre el co-mercio exterior (Beatty, Kuntz Ficker); desde los cambios en el créditohipotecario y sus efectos sobre la economía (Riguzzi) hasta las trans-formaciones en las relaciones laborales provocadas por la revolución(Bortz, Gómez). Todos los autores constatan transformaciones institu-cionales de distinta magnitud e intentan analizar su impacto sobre algúnámbito de la actividad económica. Las modificaciones que tuvieron lu-gar no siempre fueron las opciones teóricas más eficientes, y si en mu-chos casos contribuyeron positivamente al crecimiento económico, enotros trazaron o reforzaron trayectorias que conformaron prácticas vi-ciosas (como el llamado rent-seeking behavior) o estructuras ineficientes(altas barreras de ingreso, patrones de concentración financiera e indus-trial) que resultaría difícil y costoso superar en el futuro. Por lo general,sin embargo, los cambios institucionales que se produjeron durante elporfiriato representaron una mejoría neta respecto a la situación deausencia, fragilidad o extrema ineficiencia de las instituciones prevale-ciente en el periodo anterior.

Otro ámbito en el que la investigación actual ha dado frutos im-portantes es el de la historia económica regional. Además del estudiode Gómez Serrano ya reseñado, es oportuno a este respecto traer a co-lación el libro reciente de Mario Cerutti en el que se reúne una selec-ción de sus propios escritos dentro de este campo.49 Las aportacionesde Cerutti acerca del proceso histórico de formación de la burguesía re-giomontana son bien conocidas. Lo relevante de la compilación es, a mijuicio, que pone de relieve una vez más aquellos rasgos que antes se con-sideraban ausentes en las burguesías latinoamericanas: su dinamismo,su perdurabilidad y su enorme capacidad de adaptación. El autor destacala importancia que para el florecimiento de esta burguesía ha tenidohistóricamente la proximidad de Estados Unidos. La vecindad con esapotencia económica no sólo aceleró su capacidad de acumulación decapital, sino que “propició una experiencia empresarial y una naturali-dad en las relaciones con [ese país] que serían fundamentales en décadasposteriores” (Cerutti, 48). Pese a este reconocimiento, una cuestión queno está totalmente resuelta en el libro es hasta qué punto esa vecindadexplica el éxito de la burguesía de Monterrey. Si resultara ser un factordeterminante, nos encontraríamos ante una experiencia no replicablefuera de ese contexto, lo cual significaría que la burguesía regiomontanano constituye una demostración de las cualidades hasta ahora poco re-

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48. Bortz y Haber, The Mexican Economy.49. Mario Cerutti, Propietarios, empresarios y empresa en el norte de México.Mon-

terrey: de 1848 a la globalización (México: Siglo Veintiuno Editores, 2000).

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conocidas de la burguesía latinoamericana,50 sino un caso completa-mente excepcional.

Antes de continuar la reseña de las publicaciones de historia regional,debo señalar que encuentro en la literatura una confusión de la que soypartícipe: aquella que identifica la historia regional con la historia de losestados, y que hará respingar (probablemente con justicia) a los espe-cialistas que se han preocupado por crear y afinar un campo que puedarecibir con propiedad aquella calificación. Lo cierto es que, al menospor lo que respecta a los historiadores mexicanos, tengo la impresiónde que el uso de ambos términos como sinónimos se ha extendido y seacepta sin mayor objeción. El libro editado por Cerutti y Marichal sobre“banca regional” es un buen ejemplo de esto.51 Se trata de un trabajo im-portante de historia financiera que aborda el proceso, algo tardío en elcaso de México, de creación y expansión de una red—no muy densa,por cierto—de instituciones bancarias en diversos estados del país. Elconjunto de ensayos está precedido por un estudio introductorio in-teresante y muy útil para los principiantes en el tema. En él se abordanlas cuestiones básicas acerca de la historia de la banca en México: susorígenes en el crédito prebancario, sus peculiaridades, los factores queretardaron la expansión de las instituciones bancarias y los que a partirde cierto momento la facilitaron, entre otros temas. Con la legítima in-tención de curarse en salud, los autores aclaran también que su obra seubica en el campo de las “investigaciones regionales” concepto mássuave y modesto que el de “historia regional”.52

Los ensayos que componen este libro estudian el establecimientode bancos en siete estados de la república, generalmente bajo el incen-tivo creado por la ley de instituciones bancarias de 1897. En algunos ca-sos el término “banca regional” se aplica de manera estricta, comocuando se trata de una institución que se expande a varias entidades conlas que el estado sede posee estrechos vínculos económicos. Esto es exac-tamente lo que ocurrió con el Banco Oriental de México, con sede enla ciudad de Puebla, y que terminó por absorber a los bancos de Oa-xaca, Chiapas y Tlaxcala, “para volverse un gran banco regional”.53 Unasituación algo distinta es la de aquellos bancos estatales que realizaban

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50. En palabras de Cerutti, el caso de Monterrey “parece contradecir a quienes entantas ocasiones han afirmado que Latinoamérica es incapaz de generar empresarios ap-tos para competir con los surgidos en sociedades avanzadas”. Cerutti, Propietarios, 11.

51. Mario Cerutti y Carlos Marichal, La banca regional en México (1870–1930)(México: El Colegio de México—FCE, 2003).

52. Mario Cerutti y Carlos Marichal, “Estudio introductorio”, en Cerutti y Marichal,La banca regional, 9–46.

53. Leticia Gamboa, “El Banco Oriental de México y la formación de un sistema debanca, 1900–1911”, en Cerutti y Marichal, La banca regional (101–133), 123.

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operaciones dentro de lo que podría considerarse un ámbito regional.Esto es lo que pasó, por ejemplo, con los bancos del estado de Sinaloa,casi todos con sede en Mazatlán, que desplegaron sus “servicios fi-nancieros” (no sus sucursales) hasta los estados de Sonora y Colima, perocuyo impacto se concentró, por lo que el artículo respectivo permiteentrever, en el “amplio mercado regional” (cuyos linderos no se definen)vertebrado en torno al puerto de Mazatlán.54 Comparado con el ante-rior, éste parecería ser el caso de un banco estatal con influencia “re-gional” fundamentalmente dentro del propio estado. Un tercer tipo debanca “regional” lo ofrece el Banco Mercantil de Veracruz, que poseíauna fuerte presencia en los negocios de esa entidad, extendía la circu-lación de sus billetes a una zona (“región”, dice la autora) muy ampliadel país, y tenía corresponsalías y vínculos importantes con institucionesbancarias del extranjero.55 En los tres casos se trata de bancos estatalescon presencia e influencia de intensidad variada sobre territorios másamplios, dentro de lo que laxamente (y con distinto grado de precisiónen cada caso) se puede definir como ámbito regional.

En todo caso, si flexibilizamos el uso del término “historia regional”para incluir en él los acercamientos a la historia (en este caso económica)de los estados, podríamos incluir sin remordimiento el trabajo de JuanJosé Gracida acerca del ferrocarril en Sonora. El libro se deriva de unatesis de maestría y analiza aspectos interesantes acerca de los factores ylas motivaciones que confluyeron para dar lugar a la construcción delFerrocarril de Sonora, que unió a Guaymas con la frontera norte en laciudad de Nogales.56 Junto a los elementos externos, que son conocidosy han sido comúnmente enfatizados por la historiografía ferroviaria,Gracida pone de relieve los factores que desde el interior del país y delestado dieron viabilidad a ese proyecto. Por un lado, estaba “la expan-sión de México hacia su frontera norte, impulsada por la política de colo-nización del gobierno” (Gracida, 38). Por el otro, la percepción local,que se reflejó en su momento en el voto favorable de los diputados yque Gracida explica de la siguiente manera: “ante la lejanía que teníandel resto del país y del centro político y económico del mismo, [pensa-ban los diputados] que no había otra alternativa y opción que ligarse aldesarrollo del sureste de los Estados Unidos y que en este caso, el ferro-carril representa la opción más viable”, idea que “en lo sucesivo [guia-ría] a los grupos empresariales y políticos de Sonora” (Gracida, 51). De

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54. Gustavo Aguilar, “El sistema bancario en Sinaloa (1889–1926). Su influencia enel crecimiento económico”, en Cerutti y Marichal, La banca regional (47–100), 73–77.

55. Leonor Ludlow, “El banco mercantil de Veracruz (1898–1906)”, en Cerutti yMarichal, La banca regional (134–167), 150, 162–164.

56. Juan José Gracida Romo, La llegada de la modernización a Sonora. Estableci-miento del Ferrocarril (1880–1897) (Hermosillo, México: Universidad de Sonora, 2001).

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acuerdo con el autor, el papel que terminó desempeñando el Ferrocar-ril de Sonora se apartaba de los propósitos iniciales de los promotoresestadounidenses, que consistían en abrir paso a los productos norteam-ericanos hacia el mercado del Pacífico. Tampoco cumplió las expecta-tivas de los inversionistas, pues en términos empresariales fue pocorentable y una carga onerosa para Atchison, Topeka y Santa Fe, la em-presa propietaria. Aunque un tanto frustrantes para los intereses esta-dounidenses, el ferrocarril rindió frutos nada despreciables para laeconomía sonorense, al abaratar el costo del transporte de bienes y per-sonas, aumentar considerablemente la circulación de los primeros y lamovilidad de las segundas e incentivar la inversión de capital en el es-tado (Gracida, 137).

A manera de conclusión: avances, problemas, debates.

No cabe la menor duda de que en los últimos años se ha acelerado elavance en la investigación y la interpretación (y con frecuencia, rein-terpretación) de la historia económica del México decimonónico. Juntoa los trabajos reseñados arriba debe colocarse un número importante detesis doctorales, e incluso de licenciatura y maestría, que van conforman-do un nuevo saber compartido acerca de algunas cuestiones fundamen-tales de este periodo. Y sin embargo, como se sabe, este conocimientoha avanzado en forma desigual: más rápido en el caso del porfiriato, delque de por sí sabíamos más, que sobre el periodo inmediatamente pos-terior a la independencia, la primera etapa del liberalismo o el imperiode Maximiliano. Además, la mayor acumulación de investigaciones entorno al último tercio del siglo ha implicado también la ampliación delespectro de problemas tratados y una profundidad en su tratamiento cadavez mayor, así como capacidades superiores de comparación y de inmer-sión en los debates internacionales. Es deseable seguir avanzando en esadirección, sobre todo en temas que hasta ahora han recibido menos aten-ción de la que merecen. Entre los que vienen a la mente se encuentranla agricultura (indicadores generales de producción y productividad, ci-clos, productos, condiciones técnicas, etcétera), los mercados y su inte-gración (alcance y dimensiones, precios, circuitos), los estados y las re-giones (sobre todo los del sur del país).

Pero si esto es deseable, en cambio es urgente realizar progresos si-milares en el estudio de los periodos menos conocidos dentro de este siglocrucial. Se requiere más y mejor investigación acerca de unidades eco-nómicas (haciendas, fábricas, minas), localidades, estados y regiones parala primera mitad del siglo XIX. Asimismo, se requiere reconstruir másindicadores cuantitativos (de producción, consumo, comercio . . . ) quecubran las enormes brechas de información existentes en todo el pe-

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riodo pre-estadístico, es decir, casi tres cuartas partes del siglo. Para estasdécadas todavía oscuras, falta aún dirimir algunas cuestiones básicas. Porejemplo, ¿en qué medida los indicadores macroeconómicos reflejan lasituación que se experimentaba en sectores no monetarizados de la ac-tividad económica, o las condiciones que se vivían en distintas regiones?¿Hasta qué punto la precariedad de la hacienda pública puede conside-rarse un indicador del estado en que se encontraba la economía nacional?¿Y qué hay de las haciendas de los estados? ¿Cuáles son las vinculacionespertinentes entre indicadores macroeconómicos y condiciones dentrode empresas y sectores particulares; entre la situación nacional y la quepuede observarse en los planos local, regional y estatal; entre la riquezapública y la privada?

En fin, los progresos en la investigación sobre el desempeño de laeconomía deberían empezar a alimentar investigaciones sobre aspectosmás propiamente socio-económicos, como la distribución del ingreso,los niveles y condiciones de vida, las disparidades geográficas, sectoria-les y entre el campo y la ciudad, la movilidad social, así como el impactoque sobre todos ellos tuvo la modernización económica de finales desiglo. Es cierto que el tránsito de los indicadores económicos a los socio-económicos está lejos de ser simple o automático, y que existen seriasdeficiencias en las fuentes hasta ahora disponibles para entrar en unterreno tan complejo como ése. Y sin embargo, no deja de sorprenderque los avances en la investigación económica raramente sigan esecamino. Creo, pese a todo, que para completar nuestra evaluación deldesempeño de la economía mexicana en el siglo XIX este tipo de ex-ploración resulta fundamental, y que los esfuerzos de los investigadoresjóvenes deberían encauzarse en esa dirección.

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