Relatos costumbristas de instituo

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ESCENAS DE INSTITUTO ALUMNOS Y ALUMNAS DE 4º ESO IES DOMÈNEC PERRAMON – CURSO 2007-08

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Relatos creados por los alumnos de 4º de la ESO.

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ESCENAS DE INSTITUTO

ALUMNOS Y ALUMNAS DE 4º ESO IES DOMÈNEC PERRAMON – CURSO 2007-08

ESCENAS DE INSTITUTO

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INTRODUCCIÓN

El libro que presentamos es una muestra del trabajo de los alumnos de cuarto de ESO en la asignatura de Lengua Castellana. En estas páginas encontraréis su visión, a veces optimista, a veces no tanto, del ambiente que nos envuelve: el instituto.

Después de inspirarse en la lectura de fragmentos de novelas realistas del siglo XIX, cada uno se ha convertido a sí mismo en naturalista de su entorno: tras un primer momento de observación y reflexión, ha seleccionado aquellos datos que le han parecido más adecuados para crear personajes y situaciones que intentan reflejar de manera verosímil la realidad de nuestra vida cotidiana.

En la mayoría de textos no encontramos una historia sino una escena. Y todas ellas, en conjunto, nos ofrecen un calidoscopio curioso y variado.

Algunos relatos cuentan situaciones parecidas entre sí –la entrada a las ocho, las crisis de somnolencia en el aula, la alegría del viernes a la hora de salir-, pero a pesar de ello, cada autor imprime a su texto su propia personalidad, y lo convierte en especial y diferente.

No hemos querido seleccionar los “mejores” trabajos. Tampoco hemos incluido el nombre del autor correspondiente a cada relato, porque ellos mismos así lo han decidido. Quizá os sorprenderá encontrar textos que podríamos llamar “políticamente incorrectos", o que no se ajustan a las premisas establecidas en clase.

En definitiva, algunos os gustarán, otros os pueden resultar chocantes, pero creemos que las ganas, el interés y el esfuerzo que los autores han demostrado, por sí solos, ya merecen la pena.

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN..........................................................................................................1 LA RAMPA DE ENTRADA AL INSTITUTO ..........................................................2

DOS AMIGAS...........................................................................................................4 JUNINHO Y GABRIELA ........................................................................................8 CARLA Y BERTA, DOS HERMANAS ................................................................. 10 CON BUEN PIE HEMOS EMPEZADO HOY EL DÍA ...................................... 12 PEREZA MATUTINA............................................................................................. 14 LLEGADA AL ZOOLÓGICO ................................................................................. 15 UNA CALLE, UNA FÁBRICA, UN CONSERJE................................................ 17 CADA MAÑANA, LA MISMA RUTINA............................................................ 18 AVENTURA PELIGROSA...................................................................................... 19 PELEA A LA ENTRADA DE CLASE .................................................................... 21 CONVERSACIONES..............................................................................................23 TENSIÓN ENTRE COMPAÑEROS ....................................................................24 APUNTE BREVE......................................................................................................26 ESPERANDO EN LA PUERTA..............................................................................27 VENDIENDO POLVORONES ..............................................................................28 LA CHARLA DEL LUNES ......................................................................................29 BIGOR, EL ÚLTIMO EN LLEGAR.......................................................................30 EL APROVECHADO................................................................................................ 31 UNA ALEGRÍA A PRIMERA HORA ...................................................................33 ESTA ES LA REALIDAD ......................................................................................34 A LAS OCHO Y MEDIA ........................................................................................36 YAIZA Y ÉRIK ........................................................................................................38 MOTIVACIONES...................................................................................................40 UN PROFESOR DE MAL HUMOR....................................................................... 41 ¡PILLADOS!..............................................................................................................42 TOMA DE CONCIENCIA .....................................................................................44 EL TÚNEL DE LA MUERTE..................................................................................46

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EN EL AULA ................................................................................................................48

CON EL DE GUARDIA...........................................................................................48 ESTÁBAMOS SIN PROFE...................................................................................50 LA ÚLTIMA CLASE DE LA SEMANA ............................................................... 51 EL BRONCAS DE TURNO ....................................................................................53 AMBIENTE DE CLASE .........................................................................................55 ZZZZ... ......................................................................................................................56 EL COLGADO...........................................................................................................58

VISTAS DEL PATIO .................................................................................................59

BONIFACIO CALDIMORO, ALIAS EL “...” .....................................................59 HISTORIAS DEL RECREO .................................................................................. 61 EN LA CANTINA ...................................................................................................63 PELEAS ENTRE CHICAS......................................................................................64 FOTOS CON EL MÓVIL .......................................................................................66 UN CHICO CON PROBLEMAS ............................................................................68 HUGO Y DIEGO, MARC Y LEONOR ..................................................................69

SE ACABAN LAS CLASES....................................................................................... 71

ESTAMPIDA A LAS CINCO Y MEDIA............................................................. 71 PELEA A LA SALIDA ............................................................................................73

ESCENAS DE VIERNES...........................................................................................74

NO PUEDO MÁS.....................................................................................................74 AL SALIR DE CLASE.............................................................................................76

DOS HISTORIAS COMPLETAS ............................................................................77

OLIVER PITZEN, D.E.P.........................................................................................77 UN CINCO ES APROBADO..................................................................................79

PARA ACABAR... .........................................................................................................86

LO QUE EMPIEZA BIEN, ACABA BIEN..........................................................86 EL ESTRESADO .....................................................................................................88

RELACIÓN DE AUTORES........................................................................................89

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LA RAMPA DE ENTRADA AL INSTITUTO

DOS AMIGAS Un lunes a las ocho y media de la mañana todos los alumnos del instituto subían la rampa para no llegar tarde a clase. Entre ellos había una chica rubia que se llamaba Lara. Debía de tener unos 14 años, e iba hablando con su amiga. Ella tenía el pelo rubio y la piel muy blanca pero sus mejillas eran de un color rojizo y sus ojos, azules como el cielo. Era la chica más popular del colegio, todos los chicos iban detrás de ella, pero a las chicas no les caía nada bien, decían que era muy creída y que iba de prepotente. Su amiga era muy tímida, tenía el pelo negro y la piel muy morena, sus ojos eran verdes y era muy bajita. La amiga de Lara se llamaba Sandra, era muy buena persona, muy simpática y siempre sacaba muy buenas notas, todo lo contrario que Lara. Las dos siempre iban juntas a partes. Eso a todo el mundo le parecía muy extraño: con lo diferentes que eran, nadie entendía cómo podían ir siempre juntas y nunca pelearse. Como siempre, al llegar arriba de la rampa, los alumnos que fumaban estaban terminándose el último cigarro antes de entrar, otros iban corriendo para no llegar tarde y había alguno que llegaba con cara de dormido e iba a su paso, no tenía ninguna prisa para llegar a la clase. Lara, como he explicado antes, iba hablando con su amiga y le decía: -Ayer por la noche Adrián me envió un mensaje al móvil y me dijo si que quería salir con él. -¿Y tú qué le dijiste? -Pues que sí, con lo bueno que está era imposible decirle que no. -¡Qué morro! Tú siempre tienes a todos los chicos detrás de ti. Cuando ya habían llegado al vestíbulo principal, donde se encontraban todas las taquillas de los alumnos, había un murmullo impresionante. Casi todos los alumnos del colegio se encontraban allí para coger sus libros o para esperar a su amigo o amiga para subir a clase, otros estaban sentados en el suelo esperando a que sonara el timbre que indicaba que empezaban las clases.

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Lara y su amiga aún seguían hablando, cuando apareció Lucía, su profesora de castellano, y les dijo: -¡Chicas, para clase! Y las dos se marcharon detrás de ella hasta llegar al aula. Al llegar Lucía abrió la puerta y la mayoría de los alumnos se sentaron en su sitio pero, como siempre, había alguno que llegaba tarde cuando ya habían empezado.

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UN POCO DE PENA

Las ocho de la mañana. Los chavales y las chavalas adolescentes empiezan a llegar al instituto con la lengua afuera, a causa de la subida que hay antes de llegar. Todos van con la gota gorda en la frente, pero en sus rostros aún se pueden observar las marcas de las sábanas pegadas en sus mejillas. Mientras unos van que no pueden con su alma, otros les pasan por al lado con sus motos, haciendo el loco ya de buena mañana. Dan un poco de gas para que se note que han llegado ellos. El rato va pasando y poco a poco va viniendo la gente. Cada uno ya sabe cuál es su sitio.

Los de primero están todos juntitos para hacer piña, ¡no vaya a ser que alguien se los coma! Los de segundo y los de tercero ya se pegan, sólo llegar y saludarse. Y los perros verdes están todos juntos allí, fumando como desesperados, y entre ellos comentan:

-Oye, que ahora voy a estar cinco horas sin fumar... ¡Y además tengo un examen!

-¡Ostras!, yo también justo mañana tengo uno difícil, y aún no he sido capaz de abrir el libro. Y además tengo que hacer montones de cosas esta tarde... ¡Madre mía!

Parecen unos viejos estresados por la vida, y lo único que hacen es estudiar. Pero entre esa multitud de gente siempre ves al típico que está en su mundo. Suele llevar siempre una cara larga que hace conjunto con su cuerpo largo, con una ropa de lo más normal, sin mostrar ningún tipo de sentimiento. Lo observas bastante rato, pensando qué pasará por su cabeza y al final te ves igual que él.

Más tarde, poco a poco, llegan los que te ponen las notas al final del trimestre. Sí. Los profesores, que por sus caras ya puedes hacerte una idea de cómo estarán en clase.

Toca la campana. Los más jóvenes tienen un afán por entrar dentro que parece imposible de creer. Luego, algunos cogen el casco, le dan la última calada al cigarro y entran. Pero antes de que toque la segunda campana para estar en clase, llega el chico -o la chica- de la impuntualidad, corriendo, arrastrando los pantalones, con la mochila que parece que lo vaya a tumbar y los pelos alborotados. ¡Parece un despistado de la vida!

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Poco a poco se pasan las mañanas en el instituto, y cada día observas la misma gente, y las mismas acciones. Es tanta la repetición que, al final, cuando llegue el día de dejar estas mañanas, te dará incluso un poco de pena...

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JUNINHO Y GABRIELA Son las ocho y veinticinco y por la avenida Sant Jordi suben los tres chicos: A la izquierda, dos: uno más alto y con el pelo rizado y otro un poco más bajito, con su bufanda y el cabello negro peinado hacia un lado. A la derecha, su compañero Juninho sube escuchando música con su iPod y, como no le interesa el tema de conversación, sube callado hacia el instituto. Juninho es un chico alto, un poco más que su amigo del pelo rizado, está bastante fuerte, y muchas veces va escuchando música. Viste con pantalones tejanos, unas bambas “Puma”, un abrigo corto, jersey, camiseta, y se pone una buena colonia. Se peina hacia el lado su cabello, que es un poco largo. Él es muy feliz, y siempre charla o saluda a la gente, pero hoy sus amigos están hablando de la Play y, como a Juninho no le gusta mucho jugar a la Play, no toma parte en la conversación. Están llegando a la esquina de la calle, y se empieza a ver y oír el alboroto matutino de la entrada al instituto: coches que vienen por aquí, por allá, que se paran para dejar a los jóvenes estudiantes; algunos que vienen a pie que cruzan y hacen frenar a los coches y, en medio, un par de policías que intentan tranquilizar el alboroto del tráfico. Al otro lado de la calle se encuentra un grupo de chicas que se cuentan la vida y ríen. En medio de éstas está Gabriela, que es un poco bajita y con el flequillo hacia la derecha. Lleva unos tejanos, las bambas de “Tommy Hilfiger”, un abrigo marrón de pluma, el jersey de “El Niño”, y una camiseta. Está resfriada, tiene tos y mocos. Ella le cuenta a su amiga: -Esta noche, aparte de que me fui a dormir tarde por culpa del examen, he tenido dolor de cabeza, y no he podido dormir muy bien. -¿Y no has tomado ningún medicamento? –pregunta su amiga. -Sí, me tomé un gelocatil, y supongo que por eso no me duele la cabeza esta mañana. Con esto, que Juninho y sus amigos están a punto de cruzar la carretera y el policía les dice que se esperen. -Ya pueden pasar –les indica.

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Cruzan la calle y Juninho va directo hacia Gabriela. Como habían hablado por la noche, él sabía que ella no se encontraba muy bien. Ella lo ve y se alegra de su presencia. Se dan la mano, y él dice:

-¡Buenos días! -Buenos días -responde ella con menos ímpetu. -¿Cómo te encuentras? – pregunta él. De golpe, empieza a sonar el timbre del comienzo de clases -Bien, aún tengo tos y mocos, pero estoy mejor –le sonríe. Él le devuelve la sonrisa y dice: -Me alegro. Cambiando de tema, ¿cómo llevas el examen? -Estuve estudiando hasta las doce y media, pero no me lo sé.- contesta. -Siempre dices esto y luego sacas buenas notas. –la anima él. Sin darse cuenta se habían puesto a caminar, subiendo por la rampa, hacia las puertas del instituto. Llegan a las puertas de conserjería para entrar al edificio y, una vez dentro, él le da un beso en la mejilla y le da ánimos para el examen. Ánimos que Gabriela acepta enrojecida y feliz.

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CARLA Y BERTA, DOS HERMANAS Son casi las ocho y media de la mañana, el instituto está

prácticamente desierto, los pasillos, los patios, los lavabos... Hace frío y el cielo está muy nublado. Se respira un aire de tranquilidad que en muy poco rato se va a perder. Algunos aprovechan los últimos minutos para charlar, para terminarse el almuerzo o para fumarse un último cigarro antes de entrar.

Empiezan a llegar grupos de alumnos y, entre todos ellos, me fijo en uno en particular: Es una niña rubia y de poca estatura, que se está mordiendo las uñas, y en la mano lleva un libro de inglés de primer curso. Parece estar muy nerviosa y anda de un lado para otro con desesperación.

Poco a poco, el instituto se va llenando. Ahora llega otro grupo de chicas. Todas parecen medio dormidas. Tanto, que me empiezo a fijar en una chica de pelo largo y oscuro que bosteza sin parar y se frota los ojos repetidamente. ¡Está tan dormida que casi tropieza con una mochila de un chico de segundo! Esta chica se acerca a la pobre de primero y le dice:

-Oye, Carla, que dice la abuela si irás... -¡Ay, Berta! ¡Ahora no, que tengo examen a primera hora y no me sé

nada! -le corta. -¡Vale, vale! ¡Que vaya bien!- Y se va bostezando.

Carla se va para su clase y enseguida llega su profesor, cargado de

folios y más folios. -¡Por favor, que no sea muy difícil- desea por dentro.

Por otro lado, Berta sube las escaleras y piensa: -¡Uf!, ¡qué pereza! Hoy se me harán eternas estas tres horas antes

del patio. ¡Tengo un sueño! A ver si hay suerte y algún profesor no viene. Y se va andando hacia su clase. Cuando está casi delante, ve que la puerta está ya abierta.

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-¡No! ¿Cómo es que tengo tan mala suerte?-piensa por dentro.

Entra en la clase y se sienta al lado de su amiga Paula, que la saluda con entusiasmo.

-¡Cuánta alegría, por la mañana! ¿A qué se debe?-le pregunta.

-Mira hacia la pizarra y lo verás -contesta Paula.

Berta se gira y, en vez de ver a la profesora de sociales, ve al profesor de guardia.

-¡Oh, por favor! ¡Qué alivio! Y pensar que ahora estaríamos estudiando historia... -dice en voz alta.

Y esto hace reír a la clase entera.

Fuera, en todo el instituto se va haciendo otra vez el silencio del

principio, pero esta vez durará hasta la hora del patio.

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CON BUEN PIE HEMOS EMPEZADO HOY EL DÍA

Era una mañana oscura de invierno y, como cada día, Isaac se levantaba de la cama cuando ya habían dado las siete, se vestía, comía algo y se iba de casa, camino del instituto. Isaac era un chaval de dieciséis años, pelo oscuro y mediana estatura, siempre vestía con un estilo informal y nunca andaba sin su reproductor mp3. Era una persona inexpresiva, no se identificaba en su rostro cuándo estaba alegre y cuándo estaba triste, le gustaba todo lo relacionado con el ocio, desde arte hasta cine. En esa mañana oscura de invierno, Isaac emprendía su camino hacia el instituto. La calle estaba vacía, el viento hacia volar las hojas secas con las que jugaba un gato callejero, el suelo estaba húmedo y las farolas aún estaban encendidas. Eran las ocho cuando Isaac llegaba al instituto, allí se encontraba con Quique, su mejor amigo. Se fumaban un cigarrillo mientras hablaban de cosas sin importancia. Quique siempre había sido el mejor amigo de Isaac. Era un chico muy alto, tenía el pelo largo a lo roquero y siempre llevaba su chupa de cuero heredada de su padre. Era muy simpático y siempre tenía temas sobre los que hablar. Al terminar el cigarrillo, entraban. En el instituto siempre había un ambiente frenético, chavales correteando y chillando por todas partes, empujones, y caras radiantes de energía. Isaac nunca había entendido de dónde la sacan esa energía por las mañanas. A primera hora les tocaba biología y, como siempre, el profesor llegaba tarde. El profesor de biología e Isaac se odiaban. Al entrar en clase, el profesor pasa lista y pide los deberes. Isaac se los ha dejado y el profesor le dice: -Isaac, los deberes. Isaac lo mira con cara de asco y le dice: -No los traigo señor… no me he acordado. -No te has acordado… claro, hoy era el último día para entregarlos, y te recuerdo que ya eran atrasados pero de eso tampoco debes acordarte ¿verdad?

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-Verdad. El profesor se sintió vencedor y puso cara de falsa felicidad y le dijo: -No sé qué es lo que te crees, jovencito, pero así no llegarás muy lejos, y menos con el cero que ahora mismito te voy a poner en tus procedimientos en clase. -Isaac respondió: -Pero me compensará con el nueve veinticinco que tengo de examen, ¿no? -Me lo pensaré… -Piénseselo, por favor. Isaac suspiró y, en voz baja, dijo: -Con buen pie hemos empezado hoy el día.

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PEREZA MATUTINA Es miércoles, suena el despertador, ella lo mira con mala cara, lo para y, en lo más profundo de su interior, una voz dice: “diez minutos más”. Pasado un rato, abre los ojos, mira el reloj y es ya muy tarde. Se levanta con cara de sueño y una voz le está gritando... ¡sorpresa! ¿Quién no, sino su madre? - ¿Qué haces durmiendo aún? ¡Ya te estás levantando! -Mamá, hoy tengo guardia, y por llegar diez minutos tarde no va a pasar nada. -Esto es mentira, porque ayer me dijo un pajarito de tu clase que había control de sociales. -Sí, mamá, es verdad, pero es que no me sé nada, lo siento. -¡Anda que, esta niña...! Se levantó, se cambió y se bebió la leche, aunque sin echarle mucha prisa. Puso los libros que tocaban en la cartera y se fue tirando hacia el instituto. Mientras iba subiendo, se encontró con una de sus amigas que también llegaba tarde. -¿Tarde otra vez? No tienes remedio... -¡Anda que tú...! -¿Qué te ha pasado hoy? -Pues mira, entre la bronca de mi madre y que llegaba tarde, aún he tardado diez minutos más. -Pues a mí me ha venido la regla esta mañana y cuando he llegado casi a medio camino, me he manchado y he tenido que dar media vuelta para cambiarme. -Siempre te pasa una cosa u otra. No sé cómo te lo montas. -Andemos más rápido, que no llegaremos al examen. Cuando llegaron, además de llegar tarde, se quedaron fuera con los que estaban fumando y se añadieron con ellos a fumar. Cuando terminaron, entraron hacia dentro y la maestra de sociales no les dejaba hacer el examen por su impuntualidad, exactamente veinte minutos de retraso. Finalmente, después de discutir con la profesora para poder hacer el examen, se fueron hacia la sala de expulsiones y el maestro de guardia llamó a casa de las dos alumnas y no empezaron hasta la segunda hora.

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LLEGADA AL ZOOLÓGICO Suena el despertador. Se despierta como levantado por un ejército de militares tocando la trompeta. Hoy está solo en casa. Tras despejarse la cabeza bajo el grifo del agua fría, baja a desayunar envuelto por la rutina de cada mañana: los mismos gestos, los mismos pasos, la misma taza de café... incluso la cocina es la misma, con sus olores y el sol entrando por la ventana. Tras desayunar, vuelve a subir a su habitación por las mismas escaleras de caracol y abre su armario. Marco lo tiene repleto de ropa. A veces piensa que demasiada. Le gusta ir bien vestido a todas partes, vaya donde vaya, aunque sea a la playa. Lucir un buen tipo no es nada fácil, aunque el espejo le diga que sí, que va a triunfar. Finalmente, se viste. Recoge su mochila del suelo y espera a sus amigos sentado en el escalón de la puerta de su casa. Vive en la misma calle que conduce al instituto. Esta mañana, mientras le hacen esperar más de lo normal, observa cómo las tribus urbanas también han llegado a su pueblo. Como en un desfile, pasa (cómo no) el típico grupito de chicas que, entre risitas y cursilerías, habla sobre el chico tan guapo de tercero, Pablo. Seguidamente, pasa un grupo de chicos, serios y mudos como las piedras, que mirando fijamente al suelo se dirigen como autómatas a la cárcel de la enseñanza, a la cual ya asisten desde hace unos cinco años. Por fin, pasan sus amigos: un grupo de chicos y chicas que hablan sobre un popurrí de cosas, desde que tienen mucho sueño y quieren que sean ya vacaciones de Navidad, a que tienen ganas de que sea fin de año y festejar hasta las tres de la mañana. Todos juntos se disponen a seguir avanzando, como si el mundo acabara en el momento en que pisarán las clases. Les da miedo llegar a ese punto.

Una vez en la entrada principal del instituto, los jóvenes siguen dudando si de veras quieren entrar en ese infierno de letras, números y amenazas de papelitos rosas, llamados partes. Algunos apuran el último cigarrillo, como si fuese el último de sus vidas. Marco y sus amigos entran. Suben las escaleras que llevan a la puerta de

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entrada al recinto. La abren. Definitivamente han llegado al zoológico. Una manada de chicos corriendo desesperados, persiguiéndose entre ellos. Parece que todo el sueño de antes les hubiese desaparecido. No lo entiende. Marco no entiende cómo a esas horas de la mañana una persona se puede encontrar en un estado de ánimo semejante. Marco y su mejor amigo, Rubén, se dirigen a su clase. Ya han entrado todos sus compañeros. Llegan tarde. Rubén toca a la puerta como si le diera miedo acabar de profundizar en lo más oscuro del magma del instituto, la clase. Marco y Rubén entran, se miran a la profesora con la típica cara de: “tus clases son una plasta”. Se sientan juntos, cuando se oye una voz dirigiéndose a Marco. Es Paula, que pregunta: -Marco, ¿cuánto queda de clase? Marco, sin mirar el reloj siquiera, contesta: -¡Una eternidad!

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UNA CALLE, UNA FÁBRICA, UN CONSERJE

Miquel tarareaba su canción preferida sentado en el segundo peldaño de la escalera del piso de Feliu. Todas las mañanas desde los seis años hacía lo mismo. Lo hacía porque Feliu vivía en la calle más fea, aburrida, fría y sosa de todo Sant Tomeu de Clarabaix: la Calle de las Escuelas. Esa calle, se la sabía de memoria y siempre era igual de fea. Al principio, había árboles a lado y lado de la avenida y un parquecito muy cuco para que jugaran los niños pequeños. Pero cuando te ibas acercando a la fábrica del señor Deulufeu, la calle se iba estropeando.

La fábrica del señor Deulufeu era la más antigua y fea de todas las fábricas que se habían visto nunca. La fachada estaba descolorida y llena de carteles rotos, pintadas y agujeros. Los ventanales estaban en su mayoría rotos y, cuando llovía a cántaros, todos los obreros se daban cuenta. Cuando ya habías pasado la fábrica, a la derecha, sólo había campos cultivados y, por la izquierda, empezaban a aparecer el colegio y el instituto.

El instituto era una edificación muy antigua. Los bisabuelos de Feliu y

de Miquel habían construido la parte más vieja y toda su familia había estudiado allí. La entrada era semejante a la de las fábricas, toda una calle hacia el vestíbulo, y allí, mientras sonaba el timbre, cada uno iba a su taquilla y cogía los libros necesarios.

Cuando los dos amigos llegaron la puerta, se encontraron con el señor

Ramón, el bedel. Ellos eran muy amigos del conserje, porque era la persona más amable del colegio. Siempre se saludaban y Ramón les contaba algún chiste o alguna historia de la guerra. Ramón era un hombre solitario, inteligente, terco, y estaba locamente enamorado de Marilyn Monroe. Al verlos, les gritó:

-¡Buenos días, chavalotes! ¿Cómo va eso? -Yo estoy muy nervioso, porque tengo un control de castellano y no sé

ni torta- dijo Feliu sin pensárselo dos veces. -Voy tirando, o nos cerrarán fuera. Ya hablaremos en el recreo -dijo

Miquel. Los dos se pusieron a correr por la callejuela y a darse golpes con la

mochila, mientras el señor Ramón los miraba sonriendo, esperando a que saliera el sol.

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CADA MAÑANA, LA MISMA RUTINA

8’30 de la mañana de un lunes cualquiera. Una mañana fría, con el cielo despejado, sin nubes, con el aire frío de cada mañana de otoño, y con el magnífico sol que empieza a calentar la mañana. Empiezan a llegar los primeros alumnos a la entrada del instituto, con esas ganas ansiosas de iniciar el lunes. Ves cómo todos los alumnos suben esa pequeña pendiente, que apenas la pueden subir por desgana, viendo esas caras dormidas y con frío en la nariz, roja, porque han subido andando desde su casa hasta el instituto. Todos con su grupito: unos ahí fumando su primer o segundo cigarro; otros aún sin subir la pequeña pendiente, todos esperando a que abran las puertas. Los profesores, en cambio, no tienen problema: ellos aparcan su coche, suben la pequeña pendiente y, como tienen la llave, no se tienen que esperar fuera. Ahí va el típico alumno, alto, bien formado, con cara de no haber roto nunca un plato, buenas notas y un poco plasta, pero soportable. El alumno, siempre localizando profesores, y ¡pam!, el primero que pilla, el primero que pringa. Y ahí la típica profesora que pringa, buena chica, muy inocente, guapa y con muy buen humor por las mañanas. -Divina, ¿tienes los exámenes que hicimos el otro día?- el alumno le pregunta. -Te he dicho, bueno, te llevo diciendo desde la semana pasada que no los tendré hasta el jueves.- dice cada mañana la profesora. Después de esperar a que abran las puertas, aún hay alumnos que llegan tarde a clase, incluso algunos que se duermen y no vienen hasta segunda hora.

Cada mañana sigue siendo lo mismo para ellos, la misma rutina.

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AVENTURA PELIGROSA

Eran las 8:15 de un lunes muy frío, la noche anterior había nevado y las calles estaban mojadas y resbaladizas. Boris, que vivía en el centro de la ciudad, en una calle muy antigua apenas asfaltada, estaba en su cama aún durmiendo y bien tapado. Sus amigos siempre lo pasaban a buscar a las ocho y veinte y él nunca estaba a punto, siempre tardaba unos minutos más. Boris cada mañana se levantaba solo, sus padres trabajaban muy temprano, y él no ponía el despertador. Boris tenía que prepararse el almuerzo él solito y no era un mago de la cocina. Llamaron al timbre sus amigos de toda la vida. Una primera vez, una segunda y a la tercera, por fin, se despertó. Cogió la mochila, un abrigo y fue al comedor a cogerle un cigarro “Camel” a su madre, ése sería su gran almuerzo de esa mañana y la de muchas. Por fin salió a la calle y sus primeras palabras fueron éstas: -¡Joé qué frío, por mi vieja! Sus amigos, que iban más abrigados que él, se rieron un poco y le dijeron que no se preocupase, que el cigarro lo calentaría un poco. Boris pidió un mechero a sus compañeros y encendió el cigarro. Iban por una calle muy pequeña, por la que apenas pasaban tres personas a la vez y se pusieron en fila. Mientras uno fumaba, el otro copiaba los deberes a última hora y otro iba explicando lo que había sucedido el sábado por la noche en el pabellón. Sus amigos que le acompañaban todas las mañanas eran Quim Munzó y Pepe Bagabundo. Quim era una persona muy inteligente, sacaba muy buenas notas y además era muy buena persona. El contrario de Quim era Pepe: él era una persona con muchos amigos, sacaba muy malas notas porque no le importaba el colegio, y su padre poseía una gran empresa que él más tarde heredaría. Estaban a punto de llegar al instituto cuando un coche patrulla de los Mossos d’Esquadra aparcó delante de ellos, al ver que Boris estaba fumando y no permite la ley fumar a los menores de 18 años. Boris, Quim y Pepe se quedaron quietos mientras el conductor que salía del coche les decía:

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-¡Las manos en alto que las pueda ver, rápido! Los pusieron de cara a la pared y los registraron en plena calle. A Quim lo dejaron irse y a Boris le dijeron que avisarían a sus padres a la que fumase más. Sólo quedaba Pepe. A él le registraron la mochila al ver que estaba muy cargada, más de lo normal. Allí dentro encontraron “piedras de chocolate” y “cannabis”. Los amigos de Pepe continuaban caminando, girándose y mirando el panorama de la gente, los policías y Pepe. Parecía una película y aún lo parecía más cuando Pepe, al ver que los policías entraron un momento al coche a buscar unos papeles, salió de patas corriendo sin mirar atrás, mientras los policías, al ver que se escapaba, lo perseguían con la porra en alto. Al fin pudieron escaparse los tres, despistarlos y continuar el camino hacia el instituto, con miedo, pero a la vez contentos por esa experiencia. Eran ya las nueve y cuarto de un lunes muy frío, la noche anterior había nevado y las calles estaban mojadas y resbaladizas.

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PELEA A LA ENTRADA DE CLASE

Como siempre, a partir de las ocho y veinte de la mañana, los chavales más madrugadores del IES Domènec Perramon empiezan a subir por la rampa, una rampa larga, inclinada y de poca amplitud que se dirige hacia la puerta principal.

Todos los días se observa el mismo panorama: unos que llegan desesperados por dar la primera calada al primer cigarrillo de la mañana, otros que se tragan el libro por la cabeza, y lo más habitual, gente que sube, se pone a charlar con sus colegas y esperan a que abran las puertas para poder entrar.

Después están los que siempre llegan tarde, entre los cuales siempre

hay cinco o seis que solamente vienen a calentar la silla y nada más.

Minutos más tarde, ya llega lo peor: Pasar por aquel pasillo tan largo donde se encuentran las taquillas y, como ya he dicho, es largo, estrecho y algunas veces hasta oscuro. A continuación suena la sirena: "PIP PIP", un sonido "supercutre" que indica que la gente ya puede ir hacia sus clases, aunque siempre hay las típicas pandillas que pasan totalmente y entran a la hora que les da la gana.

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Como aquella pandilla de chicas que está ahí, a la esquina del pasillo. Una de ellas es alta, delgada, estrecha de caderas, de pelo largo y flequillo de lado. Es de piel morena y ojos marrones. Por detrás aparece otra chica, también alta, gordita, amplia de caderas, de pelo más corto que largo, cuello alto y flequillo de lado. Se llaman Verónica Villanueva Gómez y Julia Hernández Ortega. Al llegar, se escucha una discusión entre ellas:

-Tú, ¿de qué vas, chavala? ¡Que me entere yo otra vez que vas diciendo de todo por ahí!

-Y a ti ¿quién te ha dicho eso? -Bueno, tú vuelve a decir algo y te vas a enterar. -De acuerdo. Julia se gira y se escucha decir a Verónica: -¡Vaca! -¿Qué has dicho? Vuélvelo a repetir, que te rompo la cara. ¡Niñata! -¡Vaca! -Tú, niña, vete preparando, porque a las dos te espero a la puerta del

insti. -De acuerdo. Prepárate, que vas a flipar.

Durante la discusión aparece la profesora de filosofía, una mujer

mayor, bajita, delgada y morena, llamada Asunción. Será ella quien se encargará de separarlas.

Luego, todos los alumnos entran en sus aulas y cada uno se sienta en su sitio, sacan el material y empieza la clase. Todos los alumnos prestan atención, algunos totalmente despiertos y atentos, otros con un sueño que casi ni pueden aguantar la cabeza. En fin, la entrada al instituto es un rollazo.

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CONVERSACIONES Todo esto sucedió en un instituto de educación de secundaria, se llamaba IES Domènec Perramon, era grande y tenía una gran verja a la entrada. Marcos era un chico que, como cada día, se levantaba pronto para no llegar tarde al instituto. Al llegar a las ocho y cuarto a la puerta, se encuentra con sus amigos, que se están fumando un cigarrillo antes de entrar en las clases. Están todos en un rincón de la puerta, apoyados en las motos. La gente se reúne en grupitos delante de la entrada, donde esperan con frío a que abran. Están todos un poco dormidos, pero aun así tienen ganas de contarse las cosas que les han pasado desde que no se veían, o sea, desde ayer. Marcos esperaba a Pedro, su mejor amigo, que aún no había llegado. Pedro es alto, con el pelo largo y liso. Tenía que esperarlo, porque la tarde anterior habían estado haciendo deberes y tenía sus libros. Al sonar el primer timbre, lo vio llegar con Carlos, otro amigo en común. Carlos, es alto con el pelo rizado, muy delgado y simpático. Los vio llegar con cara desencajada y de preocupación. Se dirigió hacia ellos y preguntó: - ¿Qué os ha pasado? Pedro contestó: - Esta noche hay un concierto y no nos alcanza el dinero. Carlos dijo: -La entrada vale 20 euros. (Suena la segunda campana) Marcos respondió: - Chicos, después hablamos en el recreo, es hora de ir hacia la clase. Todos los amigos entraron en el instituto y se fueron a sus respectivas aulas.

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TENSIÓN ENTRE COMPAÑEROS Por la mañana a primera hora, cuando no se ha despertado todavía la ciudad, los alumnos cruzan la puerta de entrada al instituto, ese viejo edificio que, más que un instituto, parece una casucha sin vida, con las paredes amarillas y la entrada minúscula, donde se amontona la muchedumbre como maniquíes andantes sin vida en el rostro. Los alumnos, sin embargo, no entran hasta el último segundo, pues no tienen ganas de pasarse cinco horas escuchando cosas que en realidad no les interesan. Hasta que suena el timbre, la gente está esperando fuera, más dormida que despierta, aunque se adivinan sus pensamientos. El grupo de chicas de la esquina, cuya imagen por detrás es idéntica ya que todas llevan el mismo corte de pelo y el mismo color de chaqueta, se quedan mirando con desprecio a la alumna nueva. La chica se da cuenta de ello y corre apresuradamente al edificio, donde se queda con cara entristecida.

Al otro lado, unos chicos están fumando, llenando sus pulmones con humo y alquitrán, mirando al frente, con la mirada perdida. No hay conversación entre ellos, solamente miradas que se cruzan sin querer, esperando que el tiempo pase más lento para no entrar en clase.

Una pandilla de gente vestida de negro, con los ojos y los labios pintados del mismo color, se acerca lentamente. La gente se les queda mirando, pero en silencio, casi quedándose sin respiración. Las miradas se centran sobre todo en las cadenas que la mayoría llevan colgando, en el pelo de colores rojizos y azules, y los piercings que llevan en la boca, la nariz o las cejas. Ellos, sin inmutarse, se acercan a la puerta, sin entrar, claro, y se ponen a hablar de cosas incomprensibles para los demás oyentes. El último en llegar, como siempre, Luis Royo. Con los pantalones bajados hasta las rodillas, la misma sudadera de siempre, y el cigarrito en la boca (eso que no falte), se sienta al lado de una chica. Luis no había leído nunca un libro y, menos, estudiado pero por alguna razón, seguía viniendo al instituto. No se relacionaba mucho con la gente, ya que casi todo el mundo le ignoraba porque tenía un carácter difícil de

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aceptar. Era arisco, presumido, violento, y sin gracia a la hora de contar un chiste. Al levantarse del suelo de golpe, le dio sin querer un empujón a Miriam. Miriam era una chica con una larga melena rubia que le cubría toda la espalda, más bien alta para su edad, con unas gafas que sólo dejaban entrever sus ojos verdes. Era una persona muy extrovertida, con mucho carisma y alegría, aunque la gente no se fijaba mucho en ella porque solo se relacionaba con sus amigas, ya que no le interesaba la demás gente que había en aquel lugar. Cuando Luis la empujó, ella se lo quedó mirando esperando una disculpa. Él, sin embargo, le dijo: -¿Qué miras? -Me has dado un empujón. -¿Y qué? ¿Te molesta? -Sí, la verdad -¡Pues te aguantas! Miriam le miró con gesto de ignorancia, y se fue. -¡Eh, que he visto la cara que has puesto! -Ya lo sé, para eso la llevo puesta. -¿Te estás quedando conmigo? -¿Quedarme contigo? ¿A ti, para qué te quiero? En ese instante el timbre sonó. Luis alzó la vista en dirección al reloj del campanario de la iglesia, volvió a girarse con mirada enfurecida hacia la chica, pero ella se había ido.

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APUNTE BREVE

A las ocho y media los alumnos van al instituto. Algunos llegan en coche; otros, en moto y unos cuantos, a pie. A la puerta del instituto hay unos alumnos fumando. Entre ellos está Margarido, uno de los más listos del instituto. Mientras, por la rampa llega Emilia, la novia de Margarido, y le da un beso. Cuando faltan cinco minutos para que empiecen las clases, corriendo por la rampa suben Paco y Pablo, y le pregunta uno al otro: -¿Qué nos toca ahora? -Creo que catalán. -¿Y después? -Sociales, pero creo que la profesora no ha venido. Suena la sirena y todos entran en las clases.

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ESPERANDO EN LA PUERTA Miró el reloj. Faltaban todavía diez minutos para que empezaran las clases. Brillaba mucho el sol, quizás demasiado. Se acercaba la Navidad y, aunque hacía frío, los días eran espléndidos. A Laura, esto no le gustaba porque le encantaba el invierno. Laura era una chica alta, pelirroja, pálida y con pecas en las mejillas; y con unos ojos preciosos verdes con un derrame en el ojo izquierdo. Era una chica corriente, simpática, sencilla e inteligente. Con su mochila a la espalda, esperaba a sus amigas a la entrada del instituto. Miraba a su alrededor y veía el panorama de siempre: El aparcamiento lleno de motos, muchos padres en coche dejando a sus hijos, los alumnos pequeños entrando rápido, y los más veteranos, fumándose su último cigarrillo. Entonces giró la vista y vio a Jaime.

Jaime era un chico raro y todo el mundo se reía de él. A Laura no le gustaba pensar eso, pero la verdad es que le daba un poco de pena. Él siempre iba solo. Era bajito, moreno de cabello pero pálido de piel, y con los ojos muy oscuros. Siempre iba con pantalones de chándal y chaquetas muy grandes para lo pequeño que era; y llevaba la mochila rota por todas partes. Era un chico muy inteligente, pero los otros le llamaban empollón. Era muy tímido, y muy introvertido. Nunca hablaba con nadie, hacía su vida y no se metía con nadie. Laura seguía esperando a sus amigas cuando volvió a mirar el reloj: faltaban tres minutos. Y no aparecían. Pensó en entrar sin ellas, pero estaba bien afuera, observando a la gente, observando la entrada del instituto. Entonces llegaron ellas, con toda su calma. Laura se puso un poco nerviosa. -¡Hoy venís un poco más tarde que los otros días! -Culpa de Claudia – dijo María. -¡Mentira! -Verdad – exclamaron todas al unísono. Y Laura, poniendo un poco de paz: -¡Basta de discutir, que toca tecno! -¡Vamos! – dijo Claudia. Y sólo al entrar por la puerta... ¡RIIING!

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VENDIENDO POLVORONES Una mañana fría del mes de diciembre a las ocho, los estudiantes de secundaria del instituto de un pueblo pequeño, pero lleno de buenas personas, esperaban que la conserje del centro, una joven rubia de mediana estatura, delgadita y simpática, les abriera la puerta. Mientras, los alumnos comentaban qué habían hecho durante el fin de semana. . Al fin, abrieron la puerta y todos los alumnos, con cara de sueño, entraron poco a poco; algunos entraban más rápido para no pasar frío en la calle. Entonces, un estudiante del instituto más bien alto y fuerte, moreno, pero un tanto frío con las personas, le preguntó a la conserje, aprovechando que vendían productos para poder pagarse el viaje de final de curso: -Oye, Manuela, ¡qué frío que hace hoy! ¿Te apetecen polvorones? Es para poder pagarme el viaje a Italia. La conserje le contestó: -Lo siento mucho, pero ya le he comprado a un compañero tuyo. -Ésta es una típica respuesta cuando alguien no quiere algo- pensó José, el joven estudiante. Manuela, al ver que José se iba un poco triste, se interesó por el precio de los polvorones. José cambió su expresión de la cara en muy poco tiempo y respondió: -Cada caja cuesta doce euros- José entró un momento al instituto y, al cabo de cinco minutos, salió con una caja de polvorones debajo del brazo y se la dio a Manuela. Ella, muy sorprendida por la rapidez con la que apareció esa caja, sacó su monedero y le dio los doce euros. De repente, sonó el primer aviso para entrar a clase, José entró muy feliz y Manuela se incorporó a su puesto de trabajo. Así empezaba otro día de rutina, clases y exámenes.

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LA CHARLA DEL LUNES

Es un lunes por la mañana a las ocho y cuarto. Algunos alumnos ya han entrado al centro, otros todavía están afuera, algunos pensando en su cigarrillo, otros en su moto... Y algunos que todavía no han llegado.

Raúl, que es uno de aquellos que ya han entrado, se dirige hacia su

taquilla. Le para su amigo y le dice: -¡Hola, Raúl! ¿Qué has hecho este finde? Y Raúl responde: - Pues, este finde mis padres me han castigado por el parte que me

pusieron el viernes. Su amigo le contesta: -Ja, ja, Pues yo y los otros hemos ido a casa de Alberto a ver una peli

y jugar a la play... ¡Buah! Lo pasamos muy bien. -Bueno, pues, este sábado, ¿le decimos para ir a su casa o qué? -Como quieras- le contesta su amigo. -Bueno, ya ha tocado el timbre. Me voy a clase. Hasta luego.

Y cada uno se va a su clase para empezar la materia.

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BIGOR, EL ÚLTIMO EN LLEGAR Son cerca de las ocho y cuarto cuando los más madrugadores aparecen cerca del instituto, siempre con sus libros, repasando la materia y, aún sabiendo la hora que es, nerviosos por haber llegado demasiado tarde. Más tarde llegan la mayoría de los alumnos, casi todos con cara de no haberse querido levantar, otros más positivos por haberse encontrado con su pareja, y con ella ignoran la manada de alumnos que les pasan por al lado. Entonces aparecen los conocidos como “fumetas”, que hacen acto de presencia imponente, como siempre, con su vestuario oscuro y con el cabello suelto, con su cigarrillo en la mano y observando con aires de superioridad a mayores y pequeños. Al cabo de unos minutos, son agobiantes los pasillos. Parecen hormigueros sin espacio suficiente. Empujones, gritos, alguna risa, el ruido de las taquillas y de algún que otro golpe. Un ambiente no muy agradable para ser tan temprano. Entonces, a las ocho y treinta aproximadamente, se ven llegar los coches de los que cierran el instituto. El último siempre es uno que se ha ganado la fama a pulso: se llama Bigor. Llega despeinado, se peina mientras sube la rampa corriendo como un espiritado y al llegar al pasillo todo está desierto y se encuentra con el profesor de guardia que le pregunta: -¿Qué, Bigor, otro día tarde, eh? -Hoy no ha sido culpa mía -dice aún recuperándose del “esprint” que termina de hacer. -Ha sido mi hermana, que no se levantaba y no podíamos marcharnos sin ella. -Yo no sé cómo te lo haces, Bigor, pero siempre llegas tarde y nunca es culpa tuya. -Eso es mala suerte, estoy pasando una mala racha. Voy a clase, que aún me castigarán.

Son cerca de las ocho cuarenta y cinco cuando los más dormilones se asoman a la ventana de la clase.

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EL APROVECHADO Eran cuatro los minutos que habían pasado desde que había sonado el despertador de Miguel, un chico tímido, educado, sincero y orgulloso de sí mismo. Tenía una cara fina y expresiva, unos ojos dulces y azulados, con unas pestañas largas y unas cejas extremadamente delgadas y unos dientes blancos y alineados. Solía vestir de forma discreta pero muy bonita, con colores pálidos. Estaba medio dormido cuando de repente entró por la puerta su perro, Blacky, y vio cómo de un brinco se echó sobre él y le recorrió toda la cara con su larga lengua húmeda y babosa que le colgaba de la boca. Miguel, entre sueños, levantó la cabeza y decidió levantarse. Fue al baño, se lavó la cara, se vistió y, por ultimo, desayunó; cogió su pesada mochila y emprendió su camino hacia el colegio. Se iba encontrando con todo tipo de personajes que estudiaban en su mismo instituto pero no les daba importancia alguna. Al llegar a la última y mortal subida del edificio donde nadie podía con su alma, se encontró allí a Pedro, el típico chulo, desvergonzado y zopenco de la clase. Tenía la cara desconfiada, unos ojos vivos y unos cabellos rubios y ondulados. Vestía con ropa chillona y de colores llamativos. Fue en ese preciso momento cuando se repitió la misma conversación diaria: -¡Migueeeeeeeeeel! -Hola. -¿Teníamos deberes de mates? -Sí, había muchos, y muy largos… -Bueno tú me los dejas copiar, ¿verdad? ¿A que sí? Venga, va, ¡di que sí! -Pf… qué remedio… -Así me gusta, Miguel. Miguel abrió la mochila lentamente, sacó el cuaderno de matemáticas y tendió el brazo hacia Pedro. Siguió avanzando hasta llegar a la puerta del instituto, una puerta grande de color negro, seguida de unas escaleras que te llevaban a un gran patio de arena con bancos de madera. Siguiendo al frente, allí sí que estaba

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la puerta definitiva, la que, al cruzarla, te sentías como preso en su cárcel. Miguel traspasó esa puerta y, como cada día, se dijo: -Otra vez aquí, otra vez a empezar, qué palo… Y con esa frase, se dirigió hacia su taquilla, donde tenía sus libros. Cogió los de física y química y se dirigió hacia su aula, donde se tenía que esperar hasta que viniera Rosa, la profesora. Y a partir de ese momento, empezó su largo y pesado día en el instituto.

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UNA ALEGRÍA A PRIMERA HORA Cada mañana, los jóvenes de Arenys de Munt se dirigen hacia el instituto con caras soñolientas, pero apresurándose para no llegar tarde. En la puerta se juntan para hablar y comentar sus asuntos. Algunos aprovechan para hacer el primer cigarro. En esta época del año, por la mañana hace frío y todos van abrigados hasta las orejas, vistiendo prendas de diversos colores que contrastan con los tonos fríos y oscuros del instituto, formando un bonito ambiente. Ya dentro del edificio, salen del lavabo dos chicos, estudiantes de bachillerato. El primero en salir es Juan, un chico alto, rubio y físicamente fuerte, y girando la cabeza y en un tono de voz un poco alto dijo: -Javier, ¿sabes qué toca ahora? Javier, que era su mejor amigo y muy aplicado en los estudios, se detuvo, abrió su pesada mochila y, después de ojear su agenda, respondió: - Buff ¡Nos toca mates y había muchos deberes! Por primera vez, Javier había olvidado hacer los deberes, sabía que no hacerlos significaba una mala nota… Al subir las escaleras hasta el segundo piso donde estaba su aula, se acercó Marta, una chica de su clase y les dijo: -¡La de Mates no ha venido, todos se han ido para casa! Javier saltó de alegría y gritó: - ¡Dios existe!

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ESTA ES LA REALIDAD El odioso lunes a las 8:00 de la mañana, la vuelta al instituto después de un fin de semana demasiado corto para algunos: -Tío, ¿has estudiado para el examen de castellano? -un chico riéndose le pregunta a otro, mientras siguen el camino hasta el instituto. -¡Qué va! Estás flipando, ¿no? Con la juerga que montamos ayer, ojalá durase para siempre el fin de semana. Y seguidamente siguen subiendo por la rampa del instituto hasta llegar a “su sitio”, la zona cubierta, donde están todas las motos al lado de la entrada y donde los dos colegas se fuman un cigarrillo y charlan con los otros. Más abajo hay otro “sitio”, llamado el callejón, donde están los gamberros, ahí sí que nadie se atreve a acercarse y menos aún los profesores, por eso los que pertenecen a este “sitio” hacen lo que les viene en gana. Así son las cosas. Y más abajo aún hay otro “sitio”, llamado el territorio rosa y, como te puedes imaginar, hay chicas, mejor dicho niñas pijas de papá que no saben hacer otra cosa que hablar de ropa y de tíos, pero sobre todo les encanta criticar: -¡Tía, tía, tía!, ¡qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte! ¿Sabes con quién se ha liado Sweat? Con… -¿Con quién, con quién? ¡Ay dímelo ya! -¡…con Paolo! -Qué fuerte. Será la tía… ¡Pero es que Paolo es tan divino de la muerte! -Ey, mira esa, cómo va, qué cutre, ¿Cómo puede ir así vestida? -Qué asco… Y así se forma el instituto, con más “sitios”, la gente va subiendo por la rampa y se va colocando en el suyo, hasta que suena el timbre de entrada. Como un puzzle y sus respectivas piezas. Pero en este puzzle hay piezas que no encajan, como por ejemplo Cris y su mejor amiga, Lucía. No pertenecen a ningún “sitio”. Cris es alta, delgada

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y morena, en cambio Lucía, es más pequeñita, con el pelo castaño claro y los ojos verdes. Y Cris tiene un carácter muy fuerte, es muy dura y pasota, pero tiene un gran corazón, al igual que Lucía, pero a diferencia de ella a Cris no le importa esa tontería de no pertenecer a ningún “sitio”. Y ese mismo lunes, mientras van subiendo por la rampa sin pararse en ningún “sitio”, Lucía le pregunta a Cris: -Cris, ¿Porqué no les preguntamos a las “Kinkis” si podemos ir con ellas? A ver si nos hacen un hueco en su pandilla…

-¿Otra vez con eso, Lucía? Deja esa chorrada de una vez, lo hemos hablado un montón de veces, ¡ni que fuéramos tribus! -Es verdad, tienes razón, ¡nosotras vamos a crear nuestra propia tribu! -Ja, ja, eso es. Entonces, ese lunes fue un poco diferente a los demás, ya no estaban incómodas por las miradas que les echaban al subir al instituto.

Habían entendido que no eran menos felices por no pertenecer a ningún “sitio”, porque eran ellos los infelices, aceptando esa tontería de los “sitios” y no abriéndose a la gente, sin intentar aceptarnos tal y como somos. Es triste, pero como he dicho antes, ésta es la realidad.

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A LAS OCHO Y MEDIA Cada mañana, los jóvenes, entre las ocho y las ocho y veinte, suben al instituto. Algunos van andando con sus amigos y otros como Julián, que siempre sube solo escuchando música, e intenta subir lo más rápido posible para hacer un cigarrillo antes de entrar en el edificio. Los privilegiados van en moto o en coche, porque viven demasiado lejos para subir andando o simplemente porque son perezosos. A la entrada del instituto, la gente se va acumulando a la espera del conserje, para que les abra la puerta. El ambiente es frío, los alumnos llevan su abrigo, algunos con bufanda y guantes, otros se soplan las manos para poder calentarlas. Entonces llega el conserje y abre la puerta de entrada. La gente se va acumulando, parece una competición para ver quién es el primero. Son como leones en busca de una liebre, pero a diferencia de que son alumnos en busca de calefacción. La gran mayoría entra rápidamente dentro y es en aquel instante en el que se acuerdan: la calefacción no funciona. Julián, que aún está en el porche porque quedan cinco minutos para que suene la sirena, se enciende el cigarrillo y le dice a Daniel: - Joé, qué sueño tengo; ¡mierda! no he hecho los deberes de mates. - Si quieres, te los dejo copiar, pero seguro que los tendré mal. - Da igual, en el patio me dejas la libreta ¿vale? De repente, Pepi, María, Julián, Daniel y otros dicen:

-¡Mirad! ¡Es Felipe! -El chico al que todos conocen y respetan. Felipe sale del coche con la cara pálida, cara de miedo, bebiéndose un zumo de naranja y tocándose el brazo. Acaba de llegar del hospital y le han hecho un análisis de sangre. El alumno que siempre ha parecido el más fuerte y corpulento, hoy será el más débil.

Pasan los minutos... y finalmente, cuando parecía que no faltaba nadie más, llega Etwart, el que siempre llega tarde a todas partes, ya sea porque se ha dormido o porque no encontraba las llaves de la moto... pero ¡siempre es él!

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El conserje cierra la puerta de la entrada porque ya no hay nadie más, y él sale corriendo del aparcamiento gritando: -¡Espera, espera! Aún falto yo... El conserje mira el reloj y le dice: - Llegas quince minutos tarde. Y Etwart, como siempre, le responde: - Es que no encontraba las llaves de la moto... - Como el jueves, el miércoles, el martes, el lunes...

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YAIZA Y ÉRIK Una mañana de lunes, como cualquier otra de invierno, cuando en aquel instituto aún no estaban las puertas abiertas. Es una mañana fría y lúgubre. Los minutos van pasando y los más puntuales empiezan a llegar a ese instituto cuya fachada es parecida a la de un museo, de colores cálidos, potentes, intercalados con colores pastel. Se pueden observar diferentes grupos: unos devorando las páginas del libro minutos antes de entrar a clase para hacer el examen, unos chavales contándose sus experiencias del fin de semana, chicas retocándose el maquillaje, un alumno nuevo aturdido, parejitas besuconas y alguna que otra pelea. Yaiza Urritz no es como las demás chicas. Está descontenta de la sociedad y va un poco a su antojo. Los demás la encuentran gélida y aislada. Yaiza se siente como pez fuera del agua, infeliz… Pero debajo de esa apariencia también esconde un sentimiento. Un sentimiento que le produce explosiones por dentro y la hace flotar en algodón de azúcar. Efectivamente, se trata de amor. Siente cierta atracción por un chico con el que nunca ha tenido contacto de ningún tipo. Casi ya están todos los alumnos cuando el conserje abre la puerta principal, que chirría. La gente empieza entrar amontonada. Les da mucha pereza pensar que les esperan horas y horas de clase que pasarán de manera lenta. Aún dentro del pasillo, Yaiza recibe un empujón inesperado que le hace perder el equilibrio y, a la vez, caerse en los brazos de un chico. Es Erik, el chico de sus suspiros. - ¿Estás bien, Yaiza? –Le dice Erik-. - ¿S-sa…sabes cómo me llamo? Quiero decir…Eh…Me duele un poco el pie pero no es nada. - ¿Estás segura? - Sí. - Ahora que me fijo, tienes un rostro y unos ojos muy bonitos. - Ah…Gracias.

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- Es…Es... ¡Tarde! Tengo que ir a la taquilla a coger los libros que llegaré tarde a clase. Y tú, si no te das prisa, también. ¡Ya nos veremos, adiós! - Vale, ¡adiós! En dirección al aula, Yaiza está contenta, Erik por una vez se ha dado cuenta de que existe. Sin saber cómo, de repente se encuentra rodeada de cinco pijas: - Mira, ahí está la guarra esta que va detrás de Erik. - ¿Y no ves las pintas que lleva? Es como… ¿Punk? Se llamaba así esa horterada, ¿no? La empiezan a empujar y Yaiza se queda sin saber qué hacer. No tiene suficiente fuerza para defenderse contra cinco.

Por la esquina venía Erik. Había estado siguiendo a Yaiza por detrás. Él también sentía algo por ella. Erik se dio cuenta de que algo le estaba pasando a Yaiza y fue a defenderla. - ¡Eh, vosotras! ¿Se puede saber qué demonios estáis haciendo? - Nada, sólo que está tipa es un poco tonta y sólo le hemos dicho un par de cositas. - Ya… ¡Por eso la empujabais! Ella no os ha hecho nada. ¿Por qué no os largáis? Sin decir nada las cinco pijas se marchan rápidamente. - Vaya quinteto de atontadas, ¿eh Yaiza? ¿Te han hecho daño?

Yaiza se ríe un poco. - No te preocupes, estoy bien. Se van corriendo juntos para ir a clase. Mirándose de reojo mutuamente.

Ese día llegaron tarde los dos.

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MOTIVACIONES Eran las ocho y veinticuatro de la mañana. Ya se abrían las puertas de hierro, oxidado en gran parte, que daban al exterior del instituto. El ambiente general era tan soñoliento y de pocas ganas de estudiar que, antes de ver eso, mucha gente se quedaría haciendo compañía a su almohada. También había el que hacía su último cigarrillo, y digo esto porque alguien, a aquellas horas, ya podía llevar dos o tres y, mientras tanto, hablaba con sus amigos de lo de siempre: que si te ha ido bien el examen, que si ésta se ha enfadado con aquella otra... lo de siempre. Pero había un chico allí, entre la multitud, al que se le veía muy despierto y con ganas de ir a clase. Lo vi rapidísimo porque a aquel chico le brillaban los ojos. Era de estatura normal, moreno y flacucho. Su amplitud de espalda era más de lo mismo, no demasiado. Al chico le gustaban las lenguas y la música. Su nombre era Emilio. Cuando Emilio estaba cruzando la puerta de entrada a las taquillas, se le acercó el niño más popular de su clase, segundo A, pidiéndole consejo: -Emilio ¿qué es lo que te motiva a ir a las clases con tanta ilusión? -A mí, personalmente, me motiva mi futuro y satisfacción propia, pero cada uno tiene que buscarse sus motivos para hacer lo que hace y hacer lo que debe o quiere hacer. - Sólo he entendido que cada persona se tiene que buscar sus… lo que sea, pero gracias por decírmelo de todas maneras. -Adiós. -Adiós. Al cabo de un par de minutos sonó la sirena y se disolvió toda la multitud que había amontonada en las taquillas, en los pasillos y la que estaba haciendo el “último cigarrillo”. Todo el mundo estaba en clase ya, menos un grupo de alumnos que hacían novillos y otro grupo de primero B que no tenía profesor, que por culpa del accidente de Cercanías tuvo que venir en bus y se retrasó.

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UN PROFESOR DE MAL HUMOR Era un lunes a primera hora y todos los alumnos estaban en ese pasillo tan largo y tan frío a la vez, esperando que llegara la profesora, cuando vieron a esa mujer bajita, de pelo castaño y ojos oscuros. De carácter, aunque no lo aparentaba, tenía una mala leche que no había quien la aguantara y, encima, aquel día venía de mal humor. Era por eso que los alumnos deseaban siempre que no hubiera venido para que, al menos un día, alguien se librase de otra de las muchas broncas que repartía. Ese día, cuando ya estaban todos dentro de esa clase tan fría, pequeña y maloliente en la cual estaban ubicados, terminó de pasar lista y, al cabo de un rato, llegó Juan. Era alto, flacucho, rubio, ojos claros y de carácter era muy tranquilo y despistado; el que llegaba siempre tarde. Y fue entonces cuando la maestra empezó con su recital: -Otra vez llegas tarde. -Es que el despertador no me ha sonado. -Ya estamos siempre con las excusas. Ninguna excusa, excepto un justificante de tus padres o del médico. -El próximo día se lo traigo. -¿Cómo? Para entrar en clase el próximo día, me traes el justificante. -De acuerdo, mañana se lo traigo. -Se lo comentaré a tu tutor y que él mire qué hace: si llamar a tus padres o quedarte algún jueves de una a dos. Juan estaba preocupado después de la charla y ni se inmutó en todo lo que quedaba de clase. Cuando sonó el timbre todos respiraron aliviados excepto una persona, Juan.

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¡PILLADOS! Una mañana soleada y húmeda, con los rayos de sol que calentaban muy poco y todas las calles cubiertas de capas de hielo deshaciéndose, una chica llamada Jessica García salía de su casa a las ocho menos cuarto. Era una chica de baja estatura, delgada, con el pelo moreno y largo, que le llegaba hasta las caderas, con unos ojos azul cielo muy claritos y una nariz chata; una persona muy simpática, alegre, divertida pero algo tímida. Iba en busca de su amiga Sindy para ir al instituto. Sindy era una chica un poquito más alta que Jessica, también delgada, pelo rubio y corto. Tenía unos ojos marrón color miel; una persona simpática como Jessica, alegre, divertida y extrovertida. -DING DONG, DING DONG- sonó el timbre. - ¡Sí, ya voy, ya voy!- dijo Sindy. - Hola guapa, ¿qué?, ¿vamos al instituto?- dijo Jessica entusiasmada. - Sí claro. Adiós mamá. –se despidió Sindy. De camino hacia allí, se encontraron con Izan y Alex, sus mejores amigos, uno de ellos novio de Jessica. Empezaron a hablar, e Izan propuso no aparecer por el instituto, o sea, hacer novillos; Jessica estaba de acuerdo, pero Alex y Sindy no se atrevían a faltar a clase por miedo a que les pillaran; así que se fueron para el instituto; Izan y Jessica se fueron hacia el parque. Sonó el timbre del instituto y todos los alumnos entraron desesperados. Se pasaban las horas e Izan y Jessica se encontraban en el parque fumando y tonteando, ya que eran pareja. Como a la hora del patio abrían las puertas, decidieron aparecer por el instituto a las once y media, y así fue, a la hora del patio estaban los dos allí. Cuando empezaron las clases, a las doce, les tocaba sociales, pero como la profesora no había venido, esperaban a un substituto. Emocionados y sin estar preocupados de qué podría pasar si los pillaban por hacer novillos, hablaban con Sindy y Alex.

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Por mala suerte, les tocó la substitución con Manuel, el profesor de Tecnología, uno de los profesores que habían tenido a primera hora. Ellos esperaban que no se acordara y que, mucho menos, pasara lista, para que no les viese pero, otra vez por mala suerte, empezó a pasar lista… - Víctor, José María, Carlos, Izan… - empezó a recitar Manuel. - ¡Izan, Jessica!, ¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Cómo es que no habéis venido al instituto esta mañana? Izan empezó a contarle que cada mañana pasaba a buscar a Jessica a su casa en moto, pero que hoy la moto les había dejado tirados así que por eso llegaron tan tarde, pero naturalmente, Manuel no se tragó ni una sola palabra.

Jessica, nerviosa, le dijo: - Manuel, es que hemos hecho novillos, lo sentimos muchísimo, no volverá a pasar, se lo juro. Manuel, cabreado, les gritó:

- ¡Ya podéis ir directamente al director y pedir dos partes!

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TOMA DE CONCIENCIA Terminado el examen, todos los alumnos salen del aula. Jorge se dirige hacia afuera. Es un chico perezoso, molesto y débil, de ese tipo de personas que debe ser notada por los demás cuando entra en una habitación, que se esfuerza al máximo por dejar mal y apartar de los demás a otras personas haciendo que se rían de éstas por pequeños defectos, estupideces y necedades, utilizando pretextos ridículos, ilógicos e injustos, de los que es mejor que se arrepienta. Andrés se cruza con él mientras va hacia su taquilla para coger los libros de la siguiente asignatura que le toca. Este muchacho, que siempre destacó por ser listo, tiene el defecto de ser demasiado vago y cobarde. Vago para acordarse de lo que tiene que hacer para ayer y dejarlo para la semana que viene, y cobarde por saber las cosas y no querer demostrarlas o, por lo menos, intentarlo. Vago y cobarde por ser testigo del sufrimiento y las injusticias y callar. Vago y cobarde para admitir que él es parte de esa sociedad a la que tanto critica. Vago y cobarde para admitir que, con su vagancia y su cobardía, demuestra que no puede presumir de inteligente. Vago y cobarde porque así son las personas, lo admitan o no. El pasillo está lleno de alumnos. Alumnos frente a sus taquillas cogiendo o guardando libros, hablando, repasando justo antes de un examen, de pie, sentados, andando a empujones o escurriéndose entre los demás, pensando en asuntos tan relevantes como sus notas o los actos de los otros. Mientras Andrés abre su armario, llega Julio, compañero de clase y vecino de taquilla. -¿Qué tal el examen?-pregunta Julio. -Sospechosamente bien –dice Andrés- ¿Te has fijado alguna vez en que cuando se te olvida algo te culpan de que se te olvida? Joder, el cerebro no es un ordenador, no se puede elegir lo que te queda en la memoria. -¿A qué viene eso? -No sé, lo estaba pensando. -Raro. ¿Qué toca ahora? -Castellano. -¿Había deberes?

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-El dos y el cinco de la ochenta y siete. ¿Te has fijado en que el logotipo de la Play 3 y de Spiderman 3 son sospechosamente idénticos? -¡Paranoico! Deberías ir al psiquiatra. -Puede...

Mientras esperaban frente al aula a que llegase el profesor, Andrés vio cómo unos compañeros pateaban en un rincón la mochila de otro más ingenuo. Intentó llevarse la mochila pero los otros la agarraron y, al ver venir a Jorge para desahogarse en la mochila, la soltó y se apartó de en medio, consciente de su inferioridad física y numérica. ¿Vale la pena defender la verdad, si otras personas no quieren que se sepa?

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EL TÚNEL DE LA MUERTE

Todos los días, como siempre solía pasar, los colegas del IES Domènec Perramon ya empezaban a subir por la rampa. Los días parecían unos calcados de otros, siempre estaba esa multitud de gente con la mochila llena de libros y esas caras dormidas, pero entre ellos, dos o tres que la llevaban sólo para disimular, porque dentro tenían simplemente un estuche.

Cuando ya faltaba un par de minutos, entraban dentro los más puntuales, que iban corriendo hacia sus clases en cuanto oían sonar el timbre, un timbre repetitivo, parecido a una llamada de emergencia, que sólo con oírlo una vez ya te vibraba todo el cuerpo. Detrás de los más puntuales solían estar los que llegaban tarde, los que ya lo tenían por costumbre o simplemente les ocurría una vez al año. Al final entraban los que se quedan en la rampa fumándose un último cigarrillo o aquellas pandillas que se quedan charlando hasta que todo el mundo está dentro.

Entonces, en aquel pasillo estrecho y largo se formaba un alboroto. Es un lugar de ambiente oscuro, ruidoso, donde sólo se ven puertas y un montón de estructuras de colores. Las paredes son aburridas, sin ningún adorno. Es conocido como el “túnel de la muerte”, porque sólo se ve una multitud de gente empujándose en la oscuridad.

Allí, lo más frecuente era ver a un alumno de 4º de ESO llamado Iván López, de alta estatura, cuerpo amplio, con los cabellos que le tapaban todo el rostro, vestido con tejanos anchos y una gorra para que no se le viera la cara. Era el típico amenazador que venía con aires de superioridad y se dirigía hacia el más menudo de todos, un chico llamado Javier Méndez, pero conocido como “orejones”, mote que le asignaron por sus enormes orejas. Era el típico chico bajito, de cuerpo estrecho, a quien todos tenían por una persona sin fuerzas ni defensas. Era de los que siempre iban calladitos y no tenía el valor de devolver ni el más mínimo golpe recibido. Iván López se dirigió hacia “orejones”:

-A ver, ¿te quieres apartar de una puta vez? -Es que no tengo sitio para pasar -Ya mí ¿qué? ¿Te crees que voy a esperar a que pase un pringao como

tú? -¿Qué quieres que haga, si no hay sitio? -Anda, cállate y déjate de estupideces.

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Iván, al ver que el pobre menudo no le dejaba paso, lo empujó con

todas sus fuerzas hasta tirarlo al suelo y se dirigió hacia la clase. El pobre chaval se quedó allí hasta que fue algún compañero a ayudarle. Siempre ha sido una persona maltratada y perseguida por la mala suerte.

Para terminar, todos se dirigían hacia sus clases y allí acababa el

alboroto que se producía cada mañana a la entrada del centro.

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EN EL AULA

CON EL DE GUARDIA

Son las diez y media de la mañana. En el instituto ya ha sonado el timbre horrible que suena entre clase y clase. Por los pasillos sólo ves a niños comiendo o empujándose. Entre el alboroto que hay, están tres chicas. Una es morena, alta y muy guapa, le llaman la Nina, pero en realidad se llama Ester. La acompañan María e Inés, son mellizas pero no se parecen en nada. Una es delgada, morena, con el pelo negro y con unos ojos de color azul. En cambio Inés es rubia, con los ojos verdes y bajita. Las tres van a la misma clase. Les toca Tecnología y la profesora está de baja por enfermedad y aún no tienen sustituto, aun así... ¡llegan tarde! - Chicas, ¿en qué aula nos toca?- dice Ester. - ¡En la 2.7!- responden María e Inés. - ¡¿Hasta esto hacéis igual?!- exclama Ester. Las tres se ríen, y finalmente llegan a la clase 2.7. Entran y está el profesor de guardia que les pregunta de dónde llegan a esa hora. Inés, con la energía y vitalidad con que afronta el día a día, le contesta que del pasillo, que es imposible hacer tres pasos seguidos con tantos niños, con lo estrecho que es y que por eso llegan un poco tarde. En la clase, ya han llegado todos. Unos están haciendo deberes, o eso parece; otros descansan, si es que lo han dejado de hacer alguna vez; las otras chicas están reunidas hablando de cosas de chicos, que las vuelven locas. Y ellas se sientan junto a las otras dos amigas suyas y con dos amigos más que ya hacía rato que estaban allá. Sacan los libros de catalán para hacer una redacción que tienen de deberes para la semana siguiente. Pero, como siempre, empiezan a hablar y hablar y no hacen nada más que escribir dos líneas. Pero esta vez no hablan solas, sino que también se ha integrado en la conversación el profesor de guardia. María está haciendo la redacción mientras habla. Tiene la facilidad de concentrase y las ganas de trabajar como nadie. Han empezado hablando de los libros de lectura que tienen que leer en la ESO, de sus aficiones, de los grados de inteligencia y luego de qué les parecía la monarquía y la libertad de expresión. Aquí se ha montado una con la revista “El jueves”...

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Ester es reservada y un poco tímida, pero ha dicho que a ella le gusta leer todos los periódicos y todos la han mirado con una cara...

-¿Por qué me miráis así? No es nada anormal. -¿Hasta aquellos que hablan de política, economía y todo eso?- pregunta María. - ¡Sí! Y los de deportes también- responde. - ¡Bueno, a mí, los de deportes, también!- dice la otra. De golpe, se ha escuchado un murmullo y ha sonado el terrible timbre, y eso quería decir que llegaba el patio. Todos han salido tan rápido que ni al profesor de guardia le ha dado tiempo de decirles que subieran las sillas.

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ESTÁBAMOS SIN PROFE En el instituto IES Domènec Perramon, un lunes por la tarde cuando la profesora de catalán no vino, nos vino a buscar la profesora de guardia, nos abrió la puerta, entramos y el delegado nos apuntó en la pizarra los ejercicios que teníamos que hacer. La profesora de guardia tenía que estar en dos clases distintas porque faltaban muchos profesores. Cuando fue a la otra clase, un chico que era de estatura normal, pelo castaño con un poco de melena, despeinado y con cara de pícaro, empezó a tirar bolitas de papel a otro compañero no muy alto, pelo negro, cortito, grasiento, que parecía que no se hubiera lavado durante la semana. Mientras, los otros estábamos haciendo los deberes. Después, al cabo de poco rato, otros compañeros también empezaron a tirar papeles y otro estaba en la puerta vigilando que la profesora no viniera. Cuando se acercaba, todos hacían ver que estaban trabajando pero después entró y vio todos los papeles por el suelo y empezó a decir: - ¿Quién ha sido? - Y todos: ¡Yo no! ¡Yo no! Pero claro, era un poquito de lógica quién había sido, pero nadie decía que había sido él. Y después dijo: - Los que hayan sido, que se levanten y lo recojan, que no les pondré ninguna falta de disciplina. Y cuando acabó de decir eso, se levantaron casi media clase y los recogieron todos. Claro, la profesora los vio a casi todos levantados y se quedó muy sorprendida.

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LA ÚLTIMA CLASE DE LA SEMANA Estaban en aquel pasillo, con una multitud de gente que no se podía ni caminar diez metros. En la pared había un corcho. En él, había colgadas unas noticias de científicos de por lo menos 10 años atrás. Las paredes estaban pintadas de un color verde que, de tanto apoyarse, se estaba volviendo de un color blanquinoso horrible. Era un pasillo lúgubre, no invitaba a cruzarlo. No se podían ni abrir las ventanas. Los alumnos, como cada viernes a la una del mediodía, estaban esperando a la profesora, rogando que no hubiera venido, pero como siempre, llegaba cinco minutos tarde. María, la profesora de matemáticas, era alta y delgada, llevaba unas gafas modernas, de las que se llevan ahora, tenía el pelo corto de color negro, también llevaba zapatos de tacón. Empezó a pasar lista y justo en el momento en que acabó, entró Miguel.

Miguel era el típico chico que siempre busca follón, físicamente era de estatura media, rubio y con la cara un poco redonda. Siempre llevaba puesta una gorra que nunca se quitaba, aunque le pusieran un parte. Él no paraba quieto ni un segundo, no dejaba de incordiar a la clase.

Justo cuando entró ya comenzó a liarla: cogió una bola de papel del

suelo y se la tiró a Juan, el “marginado de la clase”. El pobre ya estaba harto de que Miguel le molestara cada minuto. María ya lo sabía, por eso agarró a Miguel y le puso al fondo de la clase. Había pasado un cuarto de hora y aún no habían abierto los libros.

Miguel seguía molestando, pero esta vez a Maria. El delegado de la

clase, José, le dijo cómo parar a Miguel. Le dijo que si le amenazaba sin ir al viaje de fin de curso, al instante pararía de molestar. Maria le hizo caso y, evidentemente, paró en el acto. Parecía que ya estaba arreglado y empezaron la clase de verdad. Cuando les estaba explicando los polinomios, Miguel dijo:

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-Vaya “puta” mierda de clase, me estoy aburriendo. Voy a dormir. -Miguel te acabas de quedar sin viaje,- dijo Maria. -Sí, ¿no te jode? -dijo Miguel. -Vete al pasillo y, si vuelves hacer alguna tontería, ya sabes. Todos ya sabían que Maria no se atrevía a hacerle nada, parecía que le tenía miedo. Ya se lo habían comentado al tutor y siempre les decía lo mismo: ya hablaré con ella y con Miguel. Pero no cambiaba nada. Miguel, estando en el pasillo, no paraba de molestar. Le ignoraban pero él no cedía. Al final, Maria no aguantó más y se fue al pasillo a hablar con él. -Miguel te lo pido por favor, déjanos hacer la clase. Tú haz lo que quieras menos molestar. Si no paras, le diré a tu tutor todo lo que haces. Miguel sabía que su tutor no le perdonaría y le dejaría sin viaje. Para él el viaje lo era todo, porque no estarían sus padres y podría fumar y beber, que era lo que más le gustaba.

-De acuerdo, no molestaré mas, dijo Miguel. Maria no sabía si creérselo pero se lo creyó. Sólo faltaba un cuarto de hora. Maria reanudó la clase y siguió con los polinomios mientras todos estaban nerviosos por lo que podía pasar en ese cuarto de hora. María acabó con los polinomios y les puso los ejercicios de deberes. Nadie los empezó, todos se lo guardaron y empezaron a charlar con el compañero, algunos en grupos de tres o de cuatro. Por fin sonó el timbre que anunciaba el fin de semana. A Maria no le dio tiempo de desearles un buen fin de semana que ya habían salido de clase, los más despistados sin subir la silla.

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EL BRONCAS DE TURNO Era martes, a las 16:30 de la tarde, última hora de clase. Tocaba mates. Aquella hora no era muy tranquila, ya que los chicos y chicas de cuarto estaban impacientes por salir ya del instituto. Era una clase donde todo el mundo se quejaba por todo, por la manera que estaba distribuida la clase, por no ver la pizarra, por la típica queja de: – ¡El de delante me esta molestando, dile que se gire, que no me puedo concentrar! En aquella clase había de todo: alumnos con un comportamiento muy bueno, los despistados, que en este caso eran pocos, y los que, en parte, lo liaban todo un poco. Marc era un chico alto, moreno y bastante guapo que parecía ser el mejor chico de la clase, pero también era impaciente, nervioso, y con pocas ganas de estudiar. Siempre que tocaba una asignatura que no era de su gusto, como mates, decía: – ¡Venga, empanao! Vamos a dar un rulo por los pasillos, que me da un palo entrar a clase que flipas, nen! Cuando el profesor de guardia, acostumbrado a encontrar por aquellos pasillos tristes y con falta de color alumnos como Marc y su amigo, el “Empanao” haciendo el vago, los pillaba, ya ni los castigaba, cogía a los dos alumnos y los llevaba a la clase que les tocaba, ya que pensaba que era su peor castigo. Una vez en clase de matemáticas, donde la gente ya estaba medio dormida, Marc empezaba a molestar a la profesora, escondiéndole todo lo que podía, siempre empezaba por el borrador y la tiza, y continuaba por la libreta de apuntes. La profesora, ya cansada de aquel niño, cogía y lo mandaba al pasillo, pero mandar a Marc al pasillo era peor, porque empezaba a silbar y a chillar… Entonces, por no molestar a los otros profesores y alumnos, lo mandaba otra vez dentro de clase, se sentaba a su lado, y le decía:

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–Marc, por favor, siéntate, relájate, y empieza a copiar lo de la pizarra. – ¡Que no! Que me da un palo que no veas, yo me pongo a sobar, que no molesto a nadie. La profesora, ya cansada pero tranquila, continuaba con su clase, pero al haber tantas interrupciones, muchos alumnos ya no sabían ni por dónde iban de su larga y aburrida lección, y a la profesora no le quedaba más remedio que volver a empezar. Ya era un poco tarde, quedaban unos diez minutos, y otra vez la clase se volvía a revolucionar, unos ya guardaban sus materiales, los otros se giraban y empezaban a hablar con el compañero de detrás, y otros, como Marc, ya estaban dormidos desde hacia un buen rato. Aquella clase era terrible, para la profesora y para los alumnos que realmente querían estudiar.

Pero ellos se lo miraban de forma positiva, decían– ¡Por fin, hemos terminado las clases! ¡Qué bien, por fin a casita… ¡- Y así terminaban las clases del martes por la tarde.

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AMBIENTE DE CLASE El viernes 13 de octubre del 2007 estaban los alumnos armando un alboroto de mil demonios. Pedrín, un chico más bien alto, rubio y “grande” de constitución le quitó el estuche a Paquito. Paquito se levantó y se encaró con Pedrín: -¡Devuélveme el estuche, hijo de puta, o te juro que te parto la cabeza! -Mira cómo tiemblo- le acerca la mano moviéndola como si estuviera tiritando -¡Uyyyyy qué miedo! Sin pensárselo, Paquito se abalanzó sobre Pedrín y empezó a aporrearle el rostro con furia. Justo cuando la profesora entró en clase, Paquito había recuperado su estuche y se encontraba en su sitio mientras que Pedrín estaba en el suelo sangrando por uno de sus orificios nasales. La profesora, sorprendida, preguntó al delegado qué había ocurrido. -Nada, el Pedrín este, que se ha resbalado y se ha comido el suelo. -De acuerdo, Pedrín, ve a que te miren esto ahora mismo. -Pedrín abandonó el aula entre sollozos y todo volvió a la normalidad. La profesora, Julita se llamaba, era un poquito pequeña, tenía el pelo liso y oscuro, y era un poquito “hippy”. Como todos los días, Julita pasó a mirar los deberes y luego empezó a explicar. El único inconveniente de Julita es que para explicar las mates, lo escribía TODO en la pizarra y, claro, en cuanto se giraba, la clase se convertía en un campo de batalla: bolas de papel por el aire que vuelan en dirección al menos afortunado, el de delante que no para de preguntarte que cómo se hace esto, que cómo se hace lo otro, el de detrás que está obsesionado con tu cuello y no deja de catearte… Todo esto termina asombrosamente rápido, en cuanto Julita se gira otra vez. Entonces todos callan y hacen ver que copian. En resumen, esto es la vida cotidiana de cualquier clase de cualquier instituto.

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ZZZZ... Estaba él, Juan, en la soñolienta clase de lengua, al lado de su compañero Santi admirando su entorno.

Santi es delgadito, al igual que Juan, bajito, hablador, e un poco toca-pelotas como le gusta definirse a sí mismo.

Ploc, ploc; el repicar del bolígrafo de Santi. Tenía una cara de

aburrido, el chaval, que se le podría comparar tranquilamente con una piedra, por lo expresivo de su cara.

Rish, rish; el fregar de los útiles de escritura de sus compañeros, que

aburridos, jugaban al tres en raya. Tic, tac; el reloj que corría lento, muy lento…

Se encontraba en una sala a oscuras. El silencio era ensordecedor. ¡Flash! Ahora estaba corriendo por una tierra fantástica, repleta de seres mitológicos y de personas castigadas por el paso del tiempo, huyendo de un inmenso dragón rojo de unos 20 metros de alto, y otros tantos de ancho. El dragón, que parecía estar interesado en quemarle de pies a cabeza, no cesaba de perseguirlo. Juan tropezó en su intento de huir con un monstruo cuya fisonomía se escapa de la imaginación: su rostro era una copia de la cara de Martín, su profesor menos querido y más temible, mientras que el resto del cuerpo era una especie de mezcla entre un caballo y un simio de aspecto muy grotesco. Juan pegó un bote. Se despertó sobresaltado en medio de un concierto de mocos, una sonata de fosas nasales aspirando, producida por el alumnado. Enfrente de sí, su amado profesor Martín le miraba con el ceño fruncido y cara de malas pulgas. -¿Qué te pasa a ti? ¿Acaso no te parece suficientemente entretenida mi materia? - Era... No, qué va, no es eso, es que ayer me piré por ahí un rato de juerga, sabes, y cuando volví era muy tarde, y encima me costó “un güevo” dormirme, así que digamos que tengo sueño… -Por lo que veo, no solamente te aburre mi materia sino que además tu dominio del léxico es realmente deprimente.

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- Verás… -Nada de excusas, ya te puedes largar fuera, y no quiero ni oírte. ¿Qué es esto? Ni que estuviéramos en primaria. -Eh, frena, frena, que tampoco es para tanto. -A mí me hablas con respeto, ¿eh? no me hagas enfadar más y tira para allá. -¡Joder, pero ¿por qué? ¡Si no he hecho nada! ¿Dormirme? Lo próximo ¿qué será?, ¿castigarme por respirar? -Se acabó, es la última subida de tono que te aguanto. ¡Tira “p’abajo” y pídele un parte al de guardia! - Pero joder… bah, tío, acuéstate, ya me largo. (Entre dientes) gilipo… -¿Decías algo? -No, nada, que da gusto tener profesores tan agradables como tú (carcajadas por parte de sus compañeros, precedidas de una sonrisa triunfal de Juan).

-Va, anda, pírate y no me hagas perder más el tiempo.

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EL COLGADO Todo comenzó cuando estaban en casa de Brunelleschi y Haji llegó de una comida con su padre. Haji era un chico alto y fuerte, pero muy cascarrabias, llevaba una barba de cuatro días y tenía una cara de medio muerto así que Brunelleschi le preguntó: - Haji ¿qué te pasa?- y él dijo: - Acabo de llegar de una comida con mi padre y piensa que entre los dos nos hemos bebido una botella de absenta. - ¡Pero estáis locos, así claro que llevas esa cara de muerto! - Pues lo veo todo verde y no me aguanto ni los pedos. Subieron hacia el instituto fumándose un buen porro, bueno, todos menos Haji, que subió en moto a pesar de que sus amigos no le dejaban ir en la suya. Cuando ya llegaron al instituto estaba Haji tumbado en el suelo cerca de una de las entradas. Estaba lleno de motos y de gente rodeando a Haji. A unos diez metros había más gente fumándose un cigarro. Entonces, entraron por la puerta principal y se dirigieron a la clase de tecnología. Haji estaba encima de la mesa. Mientras el profesor empezaba la clase parecía que se fuese a morir, pero pasó esa hora más o menos desapercibido. Entre clase y clase se les acercó un chico llamado Dickmaster. Era un chaval con el pelo planchado cual una llama y llevaba orgulloso una camiseta en la que se veía reflejada la frase “fuck my ass” en forma de corazón. De apariencia física era un chico chupado, con los pezones erectos, la verdad es que no era agradable a la vista. Haji se dirigió a él y Dickmaster le empezó a vacilar. Entonces Haji le arreó un puñetazo que le hizo saltar los zapatos del golpe.

La tutora fue a buscar a Haji y le abrieron un expediente no sólo por lo que pasó con el pobre Dickmaster sino por ir borracho.

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VISTAS DEL PATIO

BONIFACIO CALDIMORO, ALIAS EL “...” ¡Riiiiing! Sonó el timbre, justo en el momento en que la clase de matemáticas se hacía más pesada. Una vez liberados, los alumnos de 4C salieron despavoridos de la clase. ¡Por fin libres! Era la hora del recreo. Bonifacio Caldimoro alias el “...” se quedó rezagado mientras sus compañeros salían de clase, para aprovechar el momento y así quedarse a hablar con su estimadísimo profesor. Bonifacio siempre había soñado con poder ser como su grandísimo profesor Pazguato. Él era de baja estatura, no muy agraciado físicamente, ya que su aspecto era un poco desagradable, con sus gafas de culo de vaso, su nariz respingona, dientes salidos y mal formados, orejas puntiagudas… en fin, un desastre. Pero él sabía que su inteligencia sí que lo sacaría de aprietos ya que con su aspecto físico no podría hacer nada. -Señor profesor, su clase de hoy me ha maravillado. ¡Su manera de explicar el método de Ruffini me ha impresionado! Es usted mí ídolo, yo de mayor quiero ser como usted… -Sí, sí, Bonifacio, sí… Eso mismo me lo dijiste ayer, y antes de ayer y el otro y el otro… Vaya saliendo usted hacia el patio, ¡vaya! Cuando por fin llegó hasta el patio, tras esquivar a todos los niños que se encontraban en medio de su trayecto, sacó su bocadillo de morcilla con mortadela del interior de la mochila y se dispuso a comérselo. Era su bocadillo preferido, entre otros, como por ejemplo el de lentejas con chorizo o el de tortilla de habichuelas. Fue entonces cuando, sin previo aviso, una manada de lobos hambrientos se le tiraron encima y le arrebataron el bocadillo. Los gamberros se fueron corriendo sin dejar al pobre Bonifacio ni siquiera reaccionar. Bonifacio se fue hacia otro lugar, triste, aunque acostumbrado a que le robaran el bocadillo, y fue entonces cuando se encontró a su verdadero amigo (y quizás único), Faustino:

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-Hola Bonifacio, ¿qué te ocurre? ¿Otra vez te han robado el bocadillo? - Sí… esto ya parece una costumbre. -¡Pues ponle remedio! Reivindícate, no dejes que te pisen. -Es que yo… Bueno, supongo que algún día se cansarán. -Pero quéjate a alguien, aunque sea al profesor… -¡NO! porque entonces me molestarían más y aún sería peor, confío en que algún día me dejen en paz. -¡Riiiiiing! -Venga, vamos a clase que ya es la hora -Sí, vamos.

Bonifacio, que era un chico que siempre pasaba desapercibido, empezó a subir las escaleras, donde se encontraba su clase de sociales, con su queridísimo profesor Oclides, el cual le daría grandes satisfacciones. Una vez más. Ya se había olvidado de la humillación de sus compañeros, al arrebatarle su preciado bocadillo que le había preparado su madre con mucho afecto. Esperaba con gran paciencia oír, al fin, las grandes hazañas de un personaje que la historia aún recordaba: Napoleón.

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HISTORIAS DEL RECREO

Son las once y media y todo el mundo ya está en el patio con su bocadillo o su pasta. María y sus compañeros están esperando a Carol.

-¿Dónde estará, que no llega? - No te preocupes- dice Sara- andará haciendo de las suyas. -Seguro, pero...- dice María. -¡Mirad, por ahí viene!- exclama Pablo. -Lo siento. ¿Hace mucho que me estáis esperando? – pregunta Carol. -Sí, bastante- dicen todos. -Pero no pasa nada. Anda, vamos, que nos esperan- dice María.

Los cuatro alumnos se dirigen al otro lado del patio a reunirse con

Carlos y José.

-¡Joder, tío! ¡Ya era hora, chaval!- protesta Carlos. -No te pases. ¿Qué hacíais? – pregunta José. -No, nada, me andaban buscando y eso, pero ya estamos todos.

¡Vamos! - dice Carol.

En ese instante, María no se encontraba nada bien, y José decidió acompañarla al baño. Sólo quedaban Pablo, Carlos, Sara y Carol en el patio grande, de gigantescas palmeras y montones de árboles. En medio, unas tres mesas recién compradas. Decidieron sentarse un rato hasta que aparecieran María y José. Pasados quince minutos, Sara comentó que aún no regresaban y todos empezaron a pensar mal de ellos. Decidieron levantarse y volver al patio principal. Era allí donde estaban.

-¡María! - gritó Carol. -Pero, ¿qué pasa?- preguntó ella. -¿Que qué pasa? ¿Se puede saber qué hacíais aquí? -Seguro que estabais...- dicen Pablo y Carlos. -¡Noooo! -respondieron María y José. -Nos hemos entretenido con la pelea de esos dos tíos de segundo- se

disculpó José. - Ya, ya... ¿y por qué no nos habéis venido a buscar? - Porque, porque... yo ya no me acordaba. Lo siento, ¿vale?- dijo María. -Ni yo tampoco- añade José.

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Al final se reunieron todos otra vez y al cabo de dos minutos sonó el timbre. Todo el mundo a clase.

Más tarde, Carol descubrió lo que había pasado entre María y José a

la hora del patio, secreto que ella le confesó, ya que se trataba de su mejor amiga. Al cabo de tres días, la noticia se expandió totalmente hasta llegar a oídos de sus madres.

En fin, justamente ese mismo día, hacía mucho viento y frío, cosa que

ya le había dicho a María su adivina privada, que cualquier día nublado se convertiría en su mejor día.

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EN LA CANTINA En un día escolar, los alumnos están desesperados por salir al patio porque llevan tres horas sentados en una silla de madera con un hierro que “te jode” la espalda. Cuando pasan estas tres horas, los alumnos salen pitando de sus respectivas aulas para ir directamente en busca de una mesa que hay en la cantina del instituto. El mogollón de gente se amontona delante de la barra y agobia al pobre hombre, de estatura mediana. Los grupos de amigos se amontonan en una mesa y se ponen a hablar de lo que harán el “finde” o si no, de qué han hecho en las clases anteriores. Uno que se llama Roco siempre saca el mismo tema:

-¿Qué haremos este finde?

Los otros le responden: - ¡No sé, tío! Aún queda mucho para el finde, ya hablaremos. En resumen, los patios escolares son un caos total, la gente jugando, la gente chillando para la que los atiendan en la cantina.

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PELEAS ENTRE CHICAS Esto le pasó hace pocos días a una niña llamada Eva. Era un día como siempre, se levantaba para ir al colegio cada mañana a las siete y media y salía de su casa a las ocho para así poder llegar a tiempo al colegio, que empezaba a las ocho y media. Las clases fueron bien, pero a la hora de salir al patio, la prepotente, la falsa…”la que se creía que era la más guapa”, Laura, fue hacia Eva con su par de perros falderos, Laia y Mercedes, las niñas más feas que te podrías encontrar en el mundo. Laura empezó a buscarle la boca a Eva. Ella no le decía nada. Laura la iba dejando verde y sus perros falderos le iban dando la razón y soltando comentarios insultantes. Eva ya se estaba cansando de tantas humillaciones y sin poder decir nada. La gente miraba e iban cuchicheando. Por fin tocó la campana que marcaba el final de la hora de patio. Laura, Laia y Mercedes le dijeron a Eva que a las dos la esperaban en la puerta de salida, que esto no iba a quedar así. Las clases finalizaron y todos salieron del colegio. Eva pensaba que Laura y sus perros falderos se habrían ido hacia sus casas dejándola en paz, pero no fue así: ellas la estaban esperando en el parque de abajo, para poder atizarle. Fueron hacia ella y Laura le pegó un tortazo a Eva. Ella no respondió y Laura la volvió a abofetear. Eva se cansó y le respondió a Laura por todas las bofetadas que le había dado y por todos los insultos humillantes. Los perros falderos se pusieron en ataque hacia Eva. Al ver que Eva no dejaba de atizar a Laura, Laia y Mercedes salieron corriendo para que a ellas no les tocara su parte, así, dejaron a su amiga sola. Laura, cuando pudo, se fue hacia su casa y le contó a su madre lo que le había pasado y quién le había pegado de esa manera. Su madre, al día siguiente, fue al colegio para pedir explicaciones de lo que le había pasado a su hija. El director le explicó a su madre que Laura se había estado metiendo con Eva toda la hora del patio y que la había amenazado que a la salida la esperaría. Su madre no se lo creyó ya que su hija para ella era muy buena y esas cosas no las hacía.

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Llamaron a Eva para que diera su opinión y explicó lo mismo que el director había explicado a la madre de Laura. La madre salió como una moto del colegio y, cuando su hija llegó a casa, le estaba esperando una buena.

Laura prometió vengarse de Eva en cuanto pudiera.

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FOTOS CON EL MÓVIL A las once y media de la mañana de hoy, día 27 de noviembre, los alumnos del instituto público de Arenys de Munt salieron al patio. Algunos de los alumnos van al patio de arriba: los alumnos de 4º de ESO y bachillerato pasan su tiempo de recreo sentados al lado de la puerta que les libra de las clases durante unas cuantas horas. Entre los alumnos de 4º y 1º de bachillerato se divisa a tres chicas hablando con la gente de su pandilla. La primera de las chicas se llama Teresa y tiene el pelo largo y castaño, tiene unos ojos verdosos que relucen con la luz del mediodía. Es muy extrovertida y le cuesta bastante prestar atención en clase. Se podría decir que es la típica chica que tiene mucha vida social pero también muy pocas ganas de estudiar. La otra alumna, Ana, es de estatura alta y luce una melena larga y rizada, es muy indecisa, trabajadora, aplicada, en fin, una persona muy entregada a sus estudios y con planes de futuro siempre en su mente. La última de las chicas se llama Elena. Tiene unos ojos muy peculiares y grandes que hacen de ella una persona muy atenta y observadora, es de estatura media y tiene el pelo liso. Las tres chicas se están comiendo su apetitoso bocadillo y hablando con sus amigos cuando a Elena se le ocurre mirar al suelo en un intento de observar lo que se le había caído a Ana del bolsillo derecho de su chaqueta. A Elena le dio tiempo de ver un papel escrito por solo una cara y también a fijarse en que seis de las siete personas que se encontraban con ella hablando llevaban las mismas zapatillas de deporte. Acto seguido, Elena se dispone a explicarles a Ana y Teresa su descubrimiento: -Escuchadme un momento, chicas. -A ver qué nos va a decir esta ahora…- dice Teresa -Con lo loca que está…- añade Ana -Bueno, y basta, ¿no? Si queréis, no os lo explico ¿eh? Ana y Teresa se miran y al unísono dicen: - Anda, explícanoslo…

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Elena les cuenta a las chicas su descubrimiento y las tres chicas se ríen por la estúpida observación de Elena. A Teresa se le ocurre, después de unos cuantos minutos de risa, hacer una foto con su móvil a las personas que llevan el mismo modelo de zapatillas. Teresa tiene mucha imaginación y le deleita hacer fotos con su cámara a sus amigas. Es muy juguetona, cariñosa y le encantan los animales. Debajo de su aspecto físico y de sus virtudes psicológicas se encuentra una persona muy sensible y simpática. Las personas que estaban junto a ella estuvieron de acuerdo en hacerse la foto, pero se dieron cuenta de que eran demasiados como para que salieran todas las zapatillas, así que decidieron hacer alguna forma para que cupieran todas. Cuando estuvieron todos los pies en forma de estrella, se hicieron la foto.

Una vez hecha, y comprobado el buen resultado de ésta, a Elena se le ocurre hacerse una foto con Teresa y Ana, ya que ella y Ana llevan exactamente las mismas zapatillas blancas de deporte. Las chicas se ponen de acuerdo para hacerse la foto en la parte sombría del patio, justo al lado de la puerta de entrada al instituto. La foto realizada desde el móvil de Teresa ha quedado muy bonita. Justo cuando las tres chicas han acabado de observarse en la pantalla, suena el timbre que indica la vuelta a las clases.

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UN CHICO CON PROBLEMAS Carlos era un chico normal. Un chico corriente, con ganas de estudiar, de aprender, no se metía nunca con la gente, pero la gente sí se metía con él. Nunca trataron a Carlos como a cualquier otro chico. Carlos vestía siempre con tejanos, camisa, bambas y tirantes. Le encantaba leer novelas, escribir poemas, no miraba mucho la televisión. Siempre llegaba llorando a casa, y su madre no sabía por qué, hasta que un día se lo preguntó: - Oye Carlos, ¿qué pasa en el colegio?

- Mama, siempre me pegan, me insultan… - Pero hijo, ¿por qué no te defiendes? - No lo sé... A partir de aquel día, la vida de Carlos cambió por completo.

Era la hora del almuerzo, todo el mundo salió al patio y, como de

costumbre, una banda de chicos siguió a Carlos para insultarle y pegarle. Carlos no les dijo nada, hasta que recordó lo que su madre le dijo. Se levantó, les miró a todos a la cara y les dijo: - ¿Por qué os metéis conmigo? ¡Sois una banda de cobardes y sólo os metéis con la gente más débil! Los chicos se quedaron callados por un momento y empezaron a pegarle. Carlos no podía defenderse. De pronto, unos chicos que estaban cerca corrieron a ayudar a Carlos. Habían oído lo que Carlos había dicho. Los chicos acabaron perdiendo la pelea y pidiendo perdón a Carlos. Desde aquel día, nadie se metió más con él. Carlos empezó a hacer amigos, les ayudaba a estudiar, salían juntos a tomar algo, y se hicieron muy amigos. Esto es lo que pasa normalmente en los colegios, a diferencia de que nadie ayuda a la persona que lo está pasando mal. ¡Carlos tuvo esa suerte!

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HUGO Y DIEGO, MARC Y LEONOR

Eran las once treinta de la mañana cuando sonó el timbre para salir al patio del instituto. Todos salían de sus respectivas clases para ir a comerse su bocadillo o lo que hubiesen preparado sus madres.

Cuando la gente sale al patio, se va a su sitio establecido, con sus

pandillas o sus amigos. Hugo, persona tímida y divertida, de estatura alta, con los ojos marrones y siempre con su “piercing” colgando de la oreja, rebusca en su cartera su típico bocata de jamón y se lo va comiendo poco a poco, para que le dure más.

Como cada día, Hugo se sentó en unos bancos situados en el patio de

delante del instituto, donde se respiraba un ambiente de amplitud, de diversión y juerga, y sobre todo se hablaba de los acontecimientos de las clases anteriores o de días antes.

En ese momento, Diego Ruiz, una persona muy abierta, con las ideas claras, de estatura más bien baja, con los ojos verdes y una melena descontrolada, se le pone a hablar y le dice:

-Hugo, ¿qué has sacado en el examen de catalán? -Pues, he suspendido. Pero el profe me ha dicho que me hará un

examen de recuperación para subir nota. Y a ti, ¿cómo te ha ido? -¡He sacado un ocho! ¡Y sin estudiar! -¡Qué suerte! -Hugo, ¿sabes que ya ha salido el nuevo éxito de Chenoa? -Sí, me lo compré ayer. -Pues yo me lo estoy bajando con el e-mule.

Entonces, Diego se fue al bar a comprar un refresco. Hugo se quedó

mirando las nubes y pensando en las cosas que le preocupan, o vete tú a saber, a lo mejor piensa en lo que le apetecería hacer en ese mismo momento.

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Al mismo tiempo, Leonor Ruiz, una chica muy cursi en el vestir pero

una bellísima persona, tanto por dentro -con sus chistes para animar el día- como por fuera -con su melena larga y bien cuidada y sus ojos azul turquesa- se quedó mirando fijamente a su amor imposible, Marc Mestres, una persona muy atractiva físicamente y también muy amable con los compañeros.

Marc observó que Leonor lo estaba mirando con esa mirada de pasión

y se sintió incómodo. Decidió coger su cartera e ir tirando hacia clase.

Justamente en ese momento empezó a sonar el timbre del instituto que indicaba el fin del patio. Entonces todos cogieron sus pertenencias y se fueron a sus respectivas clases.

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SE ACABAN LAS CLASES

ESTAMPIDA A LAS CINCO Y MEDIA

Eran las cinco y media de la tarde cuando los alumnos del instituto salían como toros de las clases. Estaban todos eufóricos por irse a sus casas y salir de allí.

Muchos chicos aún no habían salido por la puerta, que ya llevaban el cigarrillo en la boca. Por otra parte, en algunos rincones se veía la gente más pequeña, un poco apartada del pelotón, como si tuvieran miedo de los mayores.

Cuando salían del instituto, lo primero que veían era el cielo oscuro, lleno de humo. Todo ese humo provenía de la gente desesperada por haber estado dos horas sin fumar, que necesitaban un cigarrillo para bajar sus tensiones.

Bajando por la rampa había un niño muy curioso. Se parecía a un personaje de la tele, bajito, con gafas, muy delgado, y llevaba un peinado muy extraño. La gente dice que se llama Manuel, que es un chico muy inteligente y un poco tímido, y que siempre está solo.

Un poco más atrás había un chico con los pelos de punta, con pantalones tejanos y una camiseta con calaveras. Vaya, que parecía un chulillo de esos que siempre busca líos donde meterse. El pobre Manuel no se daba cuenta de que ese chico y sus coleguillas estaban detrás burlándose de él, así que seguía con su camino.

De repente, a Manuel se le cayó un libro y, cuando se agachó para recogerlo, alguien le dio una patada y el libro se fue rampa abajo. Manuel fue corriendo a buscar su libro, sin mirar siquiera quién había sido. Entonces, una chica bajita, con el pelo rubio y rizado, con carita de chica tímida, le cogió del brazo y se lo llevó corriendo hacia abajo.

Cuando ya no se veía ni un alma vagando por la calle, pararon de correr. La chica, mirándole fijamente a los ojos, le dijo:

-¿Por qué te dejas tratar como un trapo sucio?

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-Creo que lo que más les molesta a los gamberros esos es la ignorancia– dijo Manuel, muy convencido. -Quizá tengas razón, pero no es excusa para que te dejes tratar así–

añadió ella. Por lo que se ve, esta chica está loca perdida por Manuel.

Después de una conversación muy larga, se dieron cuenta de que toda

la manada de toros ya les estaba alcanzando y, huyendo del peligro, siguieron bajando para no ser aplastados por la estampida.

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PELEA A LA SALIDA

A las cinco y media de la tarde sonó el timbre del instituto IES Mosac de Verde. Todos los alumnos del centro, de primero hasta cuarto, salieron como fieras de sus aulas empujándose unos a otros. Se dirigían a la salida del instituto donde tendría lugar una pelea de dos alumnos de tercero, a causa de una discusión por insultos vulgares.

Uno de ellos era un chico no muy alto, delgado, de pelo castaño y muy antipático llamado Ismael y conocido como “el Borde", que se quería vengar de los insultos del otro chico. Éste era alto, gordo y de pelo negro, pero con bastante fama de fuerte. Se llamaba Gregorio y era conocido como “Stronger”.

Al cabo de un cuarto de hora, estaban en el centro de un círculo, rodeados de amigos y enemigos, discutiéndose y gritando:

-Pero, ¿tú de qué vas, insultándome a mis espaldas? ¡Desgraciado! -¡Oye, niñato, como me vuelvas a llamar desgraciado, te rompo la cara

esa de gilipollas que tienes! ¿Eh? -¡Uala! ¡Pique, pique!- gritaba el público. -¡Encima, me vas de chulo, bola de grasa!-soltó Ismael. -¿Qué me has dicho? -¡Cállate ya, gordo de mierda! Y el público insistía: -¡Venga, Gregorio, que te está dejando verde!

Gregorio, con todas sus fuerzas, le dio un golpe en la nariz a Ismael, y

le empezó a salir sangre. Éste, tapándosela, se volvió y le dio una patada en la barriga a su enemigo, aunque no le dolió demasiado gracias a la grasa. Entonces, cogió una piedra de tamaño normal que estaba cerca de él y se la tiró con mucha fuerza a la cabeza.

Cuando los demás vieron que esto ya era demasiado peligroso, algunos

fueron a avisar a los profesores. Otros intentaban separarlos como podían, hasta que vieron al director y a la subdirectora, que se los llevaron al instituto para hablar de lo que había pasado.

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ESCENAS DE VIERNES

NO PUEDO MÁS

Cada viernes hay un silencio sepulcral en los pasillos del instituto en Arenys de Munt. Después del patio, los alumnos del IES Domènec Perramon, empiezan a contar los minutos que faltan para salir de clase y empezar el fin de semana. Pero la última hora es cuando nadie para quieto en la silla de las ganas de salir y del aburrimiento de la dichosa hora eterna, en la cual parece que las agujas del reloj se duermen y ya no funcionan. Lara, una chica estudiosa, muy organizada, inteligente y, por supuesto, muy guapa, no aguanta su última hora del viernes en el laboratorio, con su profesora que no para de hablarle de modelos atómicos y de la estructura de la materia, cosa que no le interesa para nada. Aquel día, el cielo estaba lleno de nubes profundas, que parecían acompañarla en su aburrimiento, pero de repente… ¡PIIIP….PIIIIP…PIIIP! A las dos en punto, el timbre anunciando la llegada del fin de semana hizo desvanecer el sueño de la cara de Lara y las nubes de tristeza fueron substituidas por un sol brillante.

Cuando salió de clase, la puerta del aula de cuarto A se abrió, y salió Gisela, una chica muy “hippie” y siempre feliz, gritando -¡FIN DE SEMANA!- y tirando los libros al aire. -Gisela, no puedo más, la última hora de química me mata, es aburridísimo el rollo modelos atómicos, ¿para qué quiero saber cómo se forma la materia, si voy a estudiar filología? Es una mierda… -Lo entiendo, te pasa lo mismo que a mí en mates, no entiendo nada, menos mal que con Ester nos lo pasamos bien. Y ¿qué, tía?, ¿has quedado con el churri este finde? Ha ha ha… -No guapa, el churri prefiere viciarse con la play que quedar conmigo, pero igualmente vamos a quedar, ya verás… ¿Y tú? -¿Yo? Todo el fin de semana haciendo el vago, estoy hasta los cojones de escuchar a todos los profes diciendo cosas inútiles, y de hacer “La vida

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de Alfonso Pérez” y no historia… Bueno, chula, me voy, que me muero de hambre… ¡Adéu!! - Adéu, que vaya bien… Así se fue Lara a su taquilla, a coger los deberes para el lunes. A la salida, sus amigas la estaban esperando en el mismo lugar de siempre.

La verdad es que cada grupito del insti tenía su territorio, por ejemplo, los de primero, a los cuales llaman “Chikipark”, están siempre en el patio de atrás haciendo tonterías, las “Pitbull”, que son las pijas, están en el lavabo fumando, o al menos intentándolo… y así sucesivamente. Los profesores salen de su aula y se van hablando de las historias más increíbles y otros cogen a los alumnos que hacen “guarradas”, como dicen todos, y les ponen un parte; los freakys se ponen a fumar sabe dios qué, y todo esto cada viernes.

Lara tiene muy claro que éste no es el lugar donde ella va a estudiar el año que viene, pero por eso aprovechará este año al máximo, y como puede contar con sus amigas para lo que sea, se siente perfectamente bien, aunque tenga que hacer tres horas de física y química, hablando de modelos atómicos, o haciendo fórmulas imposibles en mates, escuchando la historia de Alfonso cuando era pequeño o del vecino de Marisol Núñez, del año 1456…

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AL SALIR DE CLASE Los alumnos y alumnas del instituto Domènec Perramon salían de sus clases a las dos del mediodía. Era viernes y eso se reflejaba en la cara de todos, tanto de jóvenes como de profesores. Los primeros en salir eran los ansiosos por su cigarrillo, como Faustín, que antes que nadie estaba debajo del porche de las motos intentando encender un mechero rojo. Faustín era blanco como la nieve y de buena estatura, no era demasiado corpulento, más bien al contrario, y tenía el cabello largo y alborotado. Después de Faustín salieron muchos más. Salían abrigados al parking de motos, no hacía un día extremadamente frío pero hacía mucho viento, viento que les dificultaba encender los mecheros a los fumadores y a la vez tenía aterrorizadas a las jovencitas que se despeinaban el flequillo. El día era bastante gris, pero todo el mundo era feliz ya que estaban de fin de semana desde ese momento. Todos menos Miguel, que se había quedado castigado, y no era la primera vez. Miguel era el gamberro del cual todos saben sus hazañas, algunas ciertas, algunas exageradas y otras inventadas por él o por sus amigos. Era moreno, no demasiado alto y de pelo corto; siempre llevaba una gorra que lo caracterizaba. Pasó una hora y Miguel pudo salir. Lo esperaban unos cuantos amigos suyos apoyados en las motocicletas, y les dijo: - ¡Dadme un cigarrillo, nen! Y recibió uno al instante. Alberto, uno de los amigos, le preguntó: -¿Qué te ha dicho el cabrón del profesor, nen? ¿Qué te ha pasao? ¡Explícanoslo, chulo!

-Ná, es un maricón, ese profesor. Lo he puesto verde yo, que no es lo mismo- replicó Miguel.

Pero a la vez hizo una cara extraña que delató la mentira que acababa

de decir. Pero nadie se atrevió a contradecirle y se acabó el cigarro con cara de pasotista.

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DOS HISTORIAS COMPLETAS

OLIVER PITZEN, D.E.P. Oliver era un chico de 14 años, alto, inteligente, educado, grande y robusto, trabajador y de una familia rica alemana bastante prestigiosa, descendientes de la burguesía de los Pitzen. Pero todas esas características no servían de nada cuando a alguien de su clase se le “escapaba” la palabra pizza, y entonces todos se echaban a reír. Y es que Oliver tenía solo un único defecto, a parte del quedarse atascado cuando la maestra le preguntaba algo, y era que su cara rojiza llena de granos le daba un parecido asombroso a una pizza de olivas. Oliver estaba más que harto de las cremitas con las que tenía que dormir cada noche para eliminar los malvados granitos. Que, por cierto, no funcionaban. Ir a clase era para él un sin vivir, y eso empezó a afectar a sus maravillosas notas, que empezaron a disminuir, aparte de alguna que otra patadita que le daban sus compañeros. Un día llegó la venganza de Oliver, justo el día de la fiesta de St. Jordi, en la que se iban a hacer espectáculos delante de todo el centro. Llevaba meses planeando su esperada venganza, que no era menos que dejar a todos sus “compañeros” en ridículo cuando se dispusieran a hacer su baile, cambiándoles la música y obligándolos a improvisar. El día de St. Jordi fue un desastre para todos menos para Oliver, que quedó satisfecho. Hasta que llegó el día de la vuelta a clase, y todos sus compañeros lo acusaron a él sin contemplaciones. La maestra, sin ningún tipo de miramiento, mandó a Oliver a dirección donde se las vio con el director. Oliver acudió al despacho: - Toc, toc. ¿Se puede? -dijo Oliver con voz muy tímida. - ¡Adelante! -dijo una voz muy amable. Oliver entró y explicó su situación y su gamberrada al señor director, y éste respondió:

- Pues mucho me temo que vas estar viniendo cada sábado por la tarde a ayudarme a reordenar mi despacho.

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Oliver no tuvo otra que obedecer. Cuando llegó el sábado, el chico acudió a la cita del director, viendo por todos lados papeles enganchados con celo en las paredes, en los que ponía: “Pizza, Pizza de Olivas”, y todo tipo de ofensas anónimas hacia él.

Finalmente entró en el despacho y se puso a hablar con el director:

-Oliver, he visto todo lo que te hacen tus compañeros, sé por dónde estas pasando, y sé que tus compañeros abusan de ti, por eso mismo creo que mi castigo es inútil, y voy a decirte que puedes irte a casa.

- Tampoco es para tanto. - Ya lo creo que sí, vete a tu casa. El lunes siguiente todo volvía a la normalidad, toda la clase de tercero estaba en el aula, pero faltaba alguien… - ¡Falta la Pizza!- dijo el bocazas de siempre. Todos se rieron pero continuaron con la clase. Al salir, se empezó a hablar de que Oliver se había ido a otro colegio, muy lejano, y todos se olvidaron de él, y su familia abandonó la casa, nadie sabía el porqué.

Hasta que apareció por los periódicos el titular de que “Oliver Pitzen, hijo de la prestigiosa familia descendiente de la burguesía de los Pitzen, se suicida.” El pueblo se quedó helado. Y de su familia no se ha vuelto a oír hablar.

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UN CINCO ES APROBADO Era una mañana cualquiera, el vaho nublaba las ventanas y de fondo se oían voces de los obreros que entraban a trabajar en aquella hora tan temprana. En la calle, un niño de aspecto demacrado y pálido desfilaba con pasos anchos. Era un chico joven de unos dieciséis años, con la cara absorbida y unos labios muy cortados por culpa del frío invierno, su pelo era negro como el azabache y tenía el cuello casi pegado a los hombros, además tenía unos ojos de lo más saltones que le hacían parecer un loco recién escapado de un manicomio. Era muy alto y delgado, cosa que acentuaba más su aspecto enfermizo. Parecía una persona que había estado enferma y había crecido mucho en muy poco tiempo. Su forma de vestir era de lo más extravagante que se pueda imaginar: llevaba una camiseta de un amarillo chillón, unas bambas rosas y blancas, y unos pantalones tan oscuros como una gota de tinta china, en medio de la noche más fría. Su nombre era Román, más conocido en el instituto como “el loquera”, debido su aspecto. Pero a él no le importaban las cosas que pudieran decirle, más bien le gustaban porque le hacían parecer importante. Acababa de ganarse un nombre y un gran respeto dentro del instituto, y no dejaría que nadie le arrebatara todo lo que había conseguido con tanto esfuerzo. Todo ocurrió tres días antes… Román subía hacia el instituto cuando se encontró su con amigo Diego. Después de un saludo más bien corto, los dos amigos continuaron su camino. Hablaban de fútbol, de chicas, de tías, de fútbol, de “titis”… En fin, normal para unos chicos de 16 años. Hacía tiempo que se conocían, y aunque Román sabía que Diego era un chico de mucha “pasta”, ese día aún se sorprendió al ver cómo iba vestido… Entonces se dio cuenta de que en la familia de Diego no es que hubiera dinero, más bien les sobraba. Iba vestido de marca hasta el cuello, llevaba una camisa de tirantes para marcar unos músculos que se adivinaban debajo de la camisa, unos músculos que sin duda eran de gimnasio. También llevaba una cazadora que le debía de haber costado medio millón de euros, unos pantalones cuya marca era impronunciable, y unas bambas que Román juraría que las había visto el día anterior a la venta por más de doscientos euros.

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La única manera de describir su personalidad es que era un chulo, pero no de esos chulos de mierda -como él le recordaba diariamente- sino de esos chulos que saben respetar y ayudar a los más enclenques.

Normalmente llevaba un peinado a lo punk, pero aquel día llevaba el pelo hacia atrás, cosa que le daba más aspecto de chulo todavía, si es que eso era posible. Aunque exteriormente parecía un egoísta, bajo esa fría y helada mirada se escondía una maravillosa persona con unos valores morales muy enraizados y una lealtad inquebrantable. Sin duda, Román podía decir que Diego es y será su mejor amigo. Después de andar un buen rato llegaron al instituto y entraron en clase. Les tocaba física y

química, una asignatura aburridísima, a la cual la clase de Román había puesto el apodo de “muerte súbita”,- no me preguntéis por qué, solo hay que pensar un poco…- en fin, una asignatura horrible. Ese día hablaban de rocas y minerales: -En este grupo se distinguen tres carbones con diferentes cantidades de azufre, y por tanto mayor o menor poder calorífico. Son la antracita, la hulla… -Menudo rollo… A ver: ¿de qué le servía a Román aprender a distinguir entre una roca metamórfica y un esquisto? ¿Acaso los profesores no tenían nada mejor que hacer que enseñarnos cosas, a las que ni ellos mismos encontraban el sentido? Hubo un momento dado en el que la conversación se fue directa de los minerales a los cefalópodos, y Román ya no pudo más y desconectó del tema. En menos de tres minutos ya estaba durmiendo… Oía las voces de sus compañeros a su alrededor… Al cabo de un rato, Román se dio cuenta de que esas voces aumentaban gradualmente de volumen, hasta que de un murmullo todo se convirtió en un conjunto de súplicas, gritos airados, y sillas rasgando el suelo:

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-¿Y ahora porqué chillan? -pensó Román- ¡Es que a uno ya no lo dejan dormir tranquilo! Pero si hace un momento solo se oía la profesora con su soporífera lección, ¿Qué demonios les pasa?… Un golpe en la mesa lo despertó de su letargo, Diego lo había despertado: -¿Pero qué te pasa? ¿No ves que estaba durmiendo? -Román, la profesora nos ha puesto un examen para mañana, y dice que quien suspenda… ¡no aprueba naturales! Román, que estaba medio grogui, tardó un poco en comprender el significado de aquellas palabras, aunque cuando lo entendió hubiera preferido seguir durmiendo: -¡¿Qué?! -Eso digo yo, pero eso tampoco es lo peor. Al parecer, te ha pillado durmiendo y encima nos ha echado la bronca a todos… No creo que los demás estén demasiado contentos contigo… Y efectivamente, Diego tenía razón, pronto todos sus compañeros empezaron a insultarle, a meterse con él. Incluso había quedado por debajo de la suela de Pérez, que era el rarito y el empollón de la clase, y cuyo nombre no sabían ni los profesores, y eso que pasaban lista. En fin, tenía que arreglar esa situación como fuere, aunque tuviese que desnudarse y dar diez vueltas al patio, bueno esperaba no tener que llegar a esa situación… Pero lo tenía claro, saldría de esa como se llamaba Román Canela Arnés. Al cabo de un rato y después de dar vueltas al asunto toda la mañana, la solución se le apareció tan de golpe, que parecía como si el mismo Dios estuviera intentando ayudarle a salir de esa situación tan desesperada. Fue justo al sonar el timbre. Román salía de clase con Diego, y ya se preparaba para salir, cuando vio al final del pasillo el carrito de la mujer de la limpieza, y mira tú por donde, las llaves del instituto colgando del mismísimo carrito. -Y, en medio de aquellas llaves,- pensó - debería de estar la llave maestra… -Espérate aquí, Diego… -¿Pero adónde vas, Román? ¡Román!

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Pero él ya no lo escuchaba, se dirigía al carrito con la mirada puesta en esa llave que podía significar su libertad o su desdichada vida bajo la suela de Pérez. Ya faltaba poco, diez pasos, nueve, ocho, las llaves chocaban entre sí produciendo un leve sonido metálico; cuatro pasos, tres, oía los latidos de su corazón que parecía como si quisiera salirse de su pecho; un paso más y tendría esas llaves entre sus dedos. Se disponía a coger las llaves cuando de pronto, la mujer de la limpieza salió de la clase que estaba limpiando. Al ver a Román, se quedó un poco parada viéndole jadear y rojo por la tensión. -¿Te has dejado algo? – le preguntó ella con un acento que hizo pensar a Román que era inglesa… -Sí, me he dejado la carpeta- dijo rápidamente. Estaba más tranquilo, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para que no le temblara la voz. -Pues mira a ver si está, aunque yo no he encontrado nada. -De acuerdo, gracias. A Román no le quedaba ningún otro remedio que mirar dentro de la clase en busca de esa incorpórea carpeta. Maldiciéndose por no haber sido más rápido, Román salió de la clase muy ofuscado, debía de notársele en la cara porque la mujer dijo: -No te preocupes, ya aparecerá. -Sí- dijo Román, aunque por dentro se sentía corroído por la desesperación. Ya se daba por vencido, cuando vio que la señora entraba de nuevo en la clase a comprobar que no hubiera ninguna pertenencia extraviada. -Es ahora o nunca -se dijo Román- y cogió las llaves de un zarpazo. Antes de que la pobre mujer se diera cuenta ya estaba reunido con Diego: -¿Se puede saber dónde has estado? Román, que no se veía en condiciones de hablar, le mostró las llaves: -¿Y qué piensas hacer con eso? -preguntó Diego con un tono de curiosidad en la voz.

-Voy a abrir conserjería y haré fotocopias de los exámenes de mañana. -¿Pero te has vuelto loco? ¿Y si nos pillan? ¡Nos expulsarán!- Diego parecía preocupado- No podemos entrar allí, nos encontrarán seguro.

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-Es posible, pero a estas alturas ya no me importa demasiado. Necesito que me ayudes, pero antes di, ¿vas a ayudarme? Diego se lo pensó, y aunque su conciencia le decía que no tenía que hacerlo, su compañerismo y su lealtad hacia los amigos fueron más fuertes que su miedo. No se lo tuvo que pensar más: -Por supuesto, ¿para qué están los amigos si no? Dicho eso, fueron a conserjería. En más de una ocasión tuvieron que esconderse de algún profesor que deambulaba por los pasillos, pero después, gracias a una distracción “made in Diego”, consiguieron que medio personal se fuera a la otra punta del instituto. En poco tiempo llegaron al umbral de la puerta de conserjería, abrieron la puerta gracias a la llave maestra y entraron. Estuvieron un rato buscando hasta que de la otra punta de la sala llegó un grito ahogado. -Tienen que estar aquí- dijo Diego señalando un viejo armario agujereado por la carcoma- ¿pero como lo abriremos? -Te olvidas de la llave maestra- dijo Román – apártate. Abrieron el armario y empezaron a mover la montaña de hojas que había en él. -¡Increíble! Aquí están todos lo exámenes del curso. ¿Sabes lo que pagarían algunos por uno de estos folios? -No hay tiempo para eso Diego, recuerda qué es lo que estamos buscando. Y Diego dejó a despecho el examen de matemáticas para seguir buscando el fatídico control de química. Tardaron unos diez minutos en encontrarlo. -Diego, está aquí, vigila que no venga nadie mientras hago las fotocopias. -De acuerdo, pero date prisa, este sitio me da escalofríos. Román empezó a hacer las fotocopias. -Si consigo salir de ésta – pensó - seguro que me convierto en el chico más popular del instituto. Román estaba totalmente sumergido en su tan agradable pensamiento, cuando de pronto un ruido de llaves al final del pasillo hizo que se le erizara todo el vello del cuerpo. Era el conserje. Apagó la fotocopiadora, avisó a Diego y los dos se resguardaron detrás de una caja de material de oficina.

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Justo escondían el pie tras la caja, que la puerta se abrió y entró el conserje. Veían sus zapatos de Hugo Rabanno, debían de ser un 46, ¡como mínimo! Román sabía que era un hombre de edad avanzada, y también que no podías confiarte por su aspecto, ya que pese a tener unos 60 años, se decía que podía levantar 50 kg en cada brazo. Cuando Román llegó al instituto no se lo creyó, le parecía todo como... una leyenda urbana. Pronto se dio cuenta de que los otros muchachos tenían una buena razón para respetarle ¿cómo lo diría?... Con una cierta... ¡veneración! Román siguió con esa firme creencia hasta que un buen día hubo una pelea entre los dos chicos más fuertes del instituto. Lo recordaba como si fuera ayer, unas cincuenta personas creaban un círculo en medio del patio del recreo. Y en medio del tumulto de gente, se distinguían dos figuras entrelazadas entre sí. Román no hubiera podido decir dónde empezaba y dónde terminaba un cuerpo. La pelea continuó con esa temática unos minutos más cuando de pronto vio cómo el escuálido conserje separaba sin ningún esfuerzo y sin ningún problema a los dos matones del instituto. Fue increíble... Ahora veían cómo ese supermán canijo se acercaba lentamente a su guarida, Si hubieran alargado el brazo podían haberle atado los cordones de los zapatos. Ya pensaban qué era lo que ese “abuelete” podía llegar a hacerles, cuando a Román se le ocurrió una idea: Cogió una caja de tizas y la arrojó con todas sus fuerzas por la ventana de conserjería. La caja pasó justo por la grieta entre el marco de la ventana y el vidrio de ésta. Un ruido de cerámica rota hizo que el conserje diera un respingo y empezara a correr hacia la entrada del edificio: -¿Pero qué demonios ha sido eso? No salieron de detrás de la caja hasta que oyeron los pasos del conserje alejarse pasillo abajo: -Venga Román, date prisa, ¿pero qué has tirado? ¿Y dónde ha ido el conserje? -Está buscando tiza - dijo Román, al que se le escapaba la risa: -¿Cómo? -Es igual, venga, ayúdame con los exámenes. Volvieron a encender la fotocopiadora y, aunque sólo oían el ruido monótono y anodino de ésta, siguieron atentos ante la posibilidad de que al conserje o a cualquier profesor que estuviera en el edificio se le ocurriera

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entrar en aquella sala. En más de una ocasión se escondieron al oír algún que otro ruido. La mayoría de las veces tan solo eran los muebles que, por culpa de la variación de temperatura, crujían con un sonido de lo más escalofriante. Hubo una vez en que de oír tanto crujir de los muebles, se confiaron y estuvieron a punto de descubrirles, se llevaron tal susto que no volvieron a bajar la guardia. Acabaron con las fotocopias, apagaron la máquina que se encargaba de producirlas, y salieron de la conserjería. No sin antes, claro, sacar la cabeza para vigilar si había alguien. Volvieron a cerrar la puerta con la ayuda de la llave maestra y empezaron a desfilar por el pasillo. Después tuvieron que pensar cómo devolverían las llaves a la mujer de la limpieza. La idea se le ocurrió a Román: tirar las llaves en una papelera, ya que, si la mujer de la limpieza hacía bien su trabajo y cumplía con su deber, no tardaría en recuperarlas pronto. Al pasar el umbral de la puerta de entrada del instituto notaron cómo la pesadez de piernas y toda la tensión acumulada se desvanecía como la última luz del día. Lo habían conseguido. A la mañana siguiente, Román y Diego fueron un poco antes al instituto, reunieron a toda su clase, repartieron los exámenes entre los compañeros, y una vez comprobado que eran auténticos, recibieron la gratitud de sus camaradas. También recibieron, entre sollozos y gritos, las felicitaciones y los agradecimientos de Pérez, que no había podido dormir por culpa de los nervios, ya que, según él, menos de diez no podía ser nota. A partir de aquel día Román se hizo bastante popular, y todos los que quisieron tentar a la suerte para hacerse con algún examen… En fin, no aprobaron el curso de largo, que digamos. Un golpe en la mesa despierta a Román. Era Diego: -Despierta dormilón, ¿pero, en qué pensabas? ¡Llevas una hora durmiendo, y encima la profesora te ha visto y nos ha puesto un examen para mañana! Ya verás, cuando se enteren los demás… Y Diego tenía razón, pronto todos sus compañeros empezaron a insultarle y a meterse con él... -¡¡Oh por favoooor!!

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PARA ACABAR...

LO QUE EMPIEZA BIEN, ACABA BIEN Un buen día, después de mucho sufrimiento y de darle muchas vueltas al tema, decidí que sí, que lo haría, por fin cumpliría mi deseo más profundo: iba a destruir el instituto esa misma noche con mis propias manos. Por la noche ya estaba ahí, era un lugar que yo conocía bien, pero ahora tenía un aspecto aún más tenebroso y horrible que de día: era oscuro y sus pequeños árboles parecían querer matarme. Estaba delante del instituto (mi objetivo), sólo llevaba un buen garrote de acero, mi puño americano, 20 kg. de TNT, 60 l. de gasolina, mucha ira y una botella de Jack Daniels. Había alguien delante de la puerta, estaba fumando, “¿quién iría a fumar delante del instituto a esas horas?” Era un hombre, calvo, bien vestido y llevaba unas gafas de sol negras (cosa extraña, al ser de noche); el hombre era grandote y destacaba su mandíbula cuadrada que movía curiosamente al sacar el humo. Me acerqué más y salió otro hombre de la oscuridad. Este era más pequeñito de tamaño, iba vestido igual que el otro hombre, incluso llevaban las mismas gafas, y este llevaba el pelo al estilo militar. Dejé de mirarlos y me enfrenté a la puerta de entrada. Alguno de ellos me dijo algo, le ignoré por completo, saqué mi garrote y tumbé la puerta. Por encima mismo pasé yo. Una vez dentro, oí las voces de los

hombres que se habían exaltado y venían hacia mí con energía. Iba a destruir el cristal a golpe seco y observé que alguna fuerza paraba mi brazo, me giré y era el tipo grandote que me dijo: - ¡Deja lo que estás haciendo inmediatamente! - ...con dos piedras - le dije yo.

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- No te busques problemas, chico- me dijo el pequeño. - Igualmente- le repliqué, a la vez que dejaba escapar mi brazo de las garras para golpear contundentemente el cráneo del pequeñajo. - Ahora la has cagado bien, chaval, somos policías secretos y golpear cráneos de policías no es nunca una buena idea.- me dijo el grandote agarrándome otra vez, y ésta me esposó. Mis pensamientos a continuación fueron todos de excrementos o irreverentes. Pero al final no fue grave, porque conseguí fugarme del coche patrulla y hacerlo reventar.

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EL ESTRESADO Esto es lo peor que le puede pasar a alguien que se entrega tanto a su trabajo. Él se levanta cada día a las siete, se toma su tazón de cereales, después coge su coche y se va al trabajo. Pero, como he dicho, ahora le llega lo peor. Después de entrar en la autopista, ¡pam! Todo el mundo en la autopista. Hora y media para llegar a al trabajo. Aparte, llega estresado y se enfada con la chica del café, que le hace ojitos. Llega la hora de comer y está cabreado porque ha sido una mañana horrible, no aprovecha su tiempo de comer, llega por la tarde al trabajo y le pide perdón a la chica del café, pero luego llega el jefe y le pide el resumen de la reunión pasada, y ¡paf! le viene un flashback donde ve la carpeta en la mesa del salón. El jefe le mete la bronca. Llega el final del día y, en la autopista, lo mismo: hora y media para llegar a casa, además se ha puesto nervioso porque en un peaje la tarjeta no le pasaba la cinta magnética, después un deportivo le ha pasado a toda mecha y casi provoca un accidente. Llega a casa cansado y se dice: - Hoy no pienso salir, me quedaré en casa, me tomaré una pizza. Pero a la que se levanta, ve que no le queda dinero en la cartera y decide ir al cajero a comprar. Llega al cajero y está estropeado y tiene que subir hasta el de la calle de más abajo. Al llegar allí, mete la tarjeta y saca 200 euros, pero, ¡sorpresa!, no sale la tarjeta. El cajero se le ha tragado la tarjeta. Se pasa dos horas para que venga el equipo técnico. Al llegar a casa se mete en la cama sin cenar nada, ni ver la tele, ni nada; y se vuelve a decir: - Mañana será otro gran día.

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RELACIÓN DE AUTORES

TEXTOS Jan ALSINA, Iván ALTARRIBA, Jasmina AVELLANEDA, Gisela BARRIENTOS, Kalime BELACHE, Carles BENET, Maria BLESA, Sara CAMPÀS, Aminata CEESAY, Huli CEESAY, Jank CEESAY, Víctor COSTA, Alberto DELGADO, Joan DURAN, Bilal EL HAJI, Oriol ESPIELL, Albert GALOFRÉ, Agnès GARRELL, Meritxell GEA, Mireya HERNÁNDEZ, Elena JIMÉNEZ, Montse LLOBET, Iván LLORENS, Mónica MARTÍNEZ, Pippo MAUGERI, Oriol MALONDA, Pau MASSIP, Mireia MORÉ, Elena ORDEIG, Eduard PRUNA, Jaume PUIG, Sergi RAMÍREZ, Carla RAMOS, Irene RAMOS, Àlex REGATOS, Eduard ROCA, Alba RODRÍGUEZ, Laia ROIG ANIEVAS, Laia ROIG CRUAÑAS, Eva ROIG, Sasha SAMUSENKO, Saúl SALGUERO, Damià SÁNCHEZ, Aniol SANTACREU, Adela SANTEUGINI, Sergio SUBIRATS, Agustí TORRES, Aitor TORRES, Beatriz TRINCADO, Magí VILA