Rainy Day Women

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Rainy Day Women (Campo. Muy grande. Día gris, húmedo. Primero –creo- la enorme pelota de tenis era llevada por un sacerdote. Detrás, una horda de personajes intentaba robársela; todos corrían. A velocidad vertiginosa, un hombre de traje en una motoneta azul logra alcanzar al sacerdote, toma la pelota y la delantera cuando otro personaje olvidado se aferra a la cadena de la motoneta rompiéndola. El hombre de traje, el personaje olvidado, resbalan peligrosamente a velocidad constante unos infinitos metros luchando por apoderarse de la pelota, aparece volando un hombre helicóptero que se las arrebata. Aireado vuela a mediana altura, tras él un identikit en miniatura, un joven helicóptero, lo sigue muy de cerca, acechándolo sin que lo sepa. Las hélices de los dos seres helicóptero se aproximan tanto que uno se imagina el desastre inminente. Pero los dos seres helicóptero están dominados por sus emociones, o dominados por el poder que confiere la pelota de tenis. No falta nada, pienso. El porvenir es estos u otros personajes en acción, unos otros desastres mudos. Todo tan olvidable. Deseo un grito. El sacerdote en primer plano abre la boca bien grande. Todos automáticamente se paralizan y fijan su mirada al sacerdote que se esfuerza por emitir sonido. Tanto esfuerzo hace que parece que el único sonido va a salir de la explosión de sus venas. La tensión se prolonga tanto que me urge cualquier tipo de sonido. El sacerdote tiembla con todo su cuerpo, parece que va a desfallecer. Los personajes se acercan lentamente, solidarizándose. Algunos me miran con reprobación. Veo al sacerdote desde el aire, me acerco verticalmente a él que mira hacia los cielos con la boca terriblemente abierta. Yendo hacia él, el rostro rojo, las venas palpitantes, su cara aumentan de tamaño. Me acerco tanto que su boca es un pozo negro por el que me adentro. Penetro por su garganta de mondongo y mucosas. Algo vibra. Me susurro que: la carne membranosa está vibrando en grave como sordo. No sé muy bien que significa. Mierda, es la sirena de un buque. Le tengo terror a los buques.) Edificio en capital, por la ventana se ve el Teatro San Martín, el ruido de corrientes se escucha lejano. - La media hora te sale sesenta pesos, cien la hora.-seca sus manos en el delantal.

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Mio

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Rainy Day Women

(Campo. Muy grande. Día gris, húmedo. Primero –creo- la enorme pelota de tenis era llevada por un sacerdote. Detrás, una horda de personajes intentaba robársela; todos corrían.A velocidad vertiginosa, un hombre de traje en una motoneta azul logra alcanzar al sacerdote, toma la pelota y la delantera cuando otro personaje olvidado se aferra a la cadena de la motoneta rompiéndola. El hombre de traje, el personaje olvidado, resbalan peligrosamente a velocidad constante unos infinitos metros luchando por apoderarse de la pelota, aparece volando un hombre helicóptero que se las arrebata. Aireado vuela a mediana altura, tras él un identikit en miniatura, un joven helicóptero, lo sigue muy de cerca, acechándolo sin que lo sepa. Las hélices de los dos seres helicóptero se aproximan tanto que uno se imagina el desastre inminente. Pero los dos seres helicóptero están dominados por sus emociones, o dominados por el poder que confiere la pelota de tenis.

No falta nada, pienso. El porvenir es estos u otros personajes en acción, unos otros desastres mudos. Todo tan olvidable. Deseo un grito.

El sacerdote en primer plano abre la boca bien grande. Todos automáticamente se

paralizan y fijan su mirada al sacerdote que se esfuerza por emitir sonido. Tanto esfuerzo hace que parece que el único sonido va a salir de la explosión de sus venas. La tensión se prolonga tanto que me urge cualquier tipo de sonido. El sacerdote tiembla con todo su cuerpo, parece que va a desfallecer. Los personajes se acercan lentamente, solidarizándose. Algunos me miran con reprobación. Veo al sacerdote desde el aire, me acerco verticalmente a él que mira hacia los cielos con la boca terriblemente abierta. Yendo hacia él, el rostro rojo, las venas palpitantes, su cara aumentan de tamaño. Me acerco tanto que su boca es un pozo negro por el que me adentro. Penetro por su garganta de mondongo y mucosas. Algo vibra. Me susurro que: la carne membranosa está vibrando en grave como sordo. No sé muy bien que significa. Mierda, es la sirena de un buque. Le tengo terror a los buques.)

Edificio en capital, por la ventana se ve el Teatro San Martín, el ruido de corrientes se escucha lejano.

- La media hora te sale sesenta pesos, cien la hora.-seca sus manos en el delantal.

- Media hora.- apresuro. - ¿Tenés forro?- No.- Quince pesos.- La próxima traigo- digo riendo.

Me siento en la cama. Tacos por el pasillo. Se abre la puerta.Aparece ella. Es horrible. Me paro y pienso que me gusta. Mira y se ríe. Se acerca, me toca la pija. Se va. Me siento en la cama. Tacos se cruzan por el pasillo. Se abre la puerta. Aparece ella. Está ausente. Apenas puede mantenerse erguida. Nos miramos. No sé que decir. Me levanto, ella se va. Me quedo parado en la habitación como un idiota. La puerta queda abierta. Aparece ella. Morena, cuerpo increíble. Soy Popi, me dice con desgano. Se va.

- ¿Y?- No sé, yo…- Si bancás un rato se liberan dos

chicas más. - No. La última. Popi.- seca sus

manos en el delantal y se rie.

Me saco el cinturón. Lo pongo en una silla. Guardo la billetera en un bolsillo secreto del pantalón. Pongo el forro en la mitad de la cama. Busco los cigarrillos en la campera. Estoy nervioso. Aparece Popi.

- Dale, rápido que me tengo que ir.- Bueno, pensé que tenía media hora-

le dije mientras me tocaba la verga.- Vos no aguantás media hora.- Depende de lo que hagas.- Por atrás, no.

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Me empiezo a vestir. Tacos por el pasillo.

- Bueno. La otra zapatilla está ahí. - Gracias. – Le paso cien pesos.- Pagás por media hora.- Sí, ya sé.- Te voy abriendo…- Me gustaría con la rubia. Sin

forro.- Se ríe.- Son cincuenta de más. - Ok.

Espero alrededor de 20 minutos. Se escucha movimiento por el pasillo, pero no entra nadie en la habitación. Me pongo la campera. Se abre la puerta. Es ella. Está igual de tambaleante como antes. Nos miramos. Ella cierra la puerta. Pregunto por su nombre, para romper el silencio. No dice nada, me mira, mira hacia los costados lentamente. Sigue en una especie de trance. Pienso que está drogada, que todo este cuarto es un error, que hay cosas que no me interesa saber, que no tenía sentido hacer esto. Sin embargo estoy caliente, por alguna extraña razón estoy caliente. Me acerco a ella y beso su cuello. Ella se limita a abrazarme. La siento en la cama y le saco el corpiño. Ella me saca la campera. Nos quedamos un rato sentados mirándonos. Me sonríe. Me dice que soy lindo. Yo le pregunto el nombre. No contesta. La beso en la boca. No sé por qué mierda la beso en la boca, en el momento de estar haciéndolo

siento mucho asco. Ella sigue inmutable. Ya no me mira.

-Tengo algo acá- señala la garganta- siento una serpiente acá.

Yo no sé qué decirle, estoy totalmente descolocado.

-Creo que me tragué una serpiente, tengo la sensación de que hay una serpiente.

Me bajo los pantalones y empiezo a masturbarme delante de ella. Ella se acerca y me da besos en los muslos. Me mira, se sienta en la cama. Yo no puedo seguir masturbándome. Ella se pone a llorar. Me pongo los pantalones. Me pongo la campera. Tocan tres golpes a la puerta.

-Ya pasó la media hora.-Se escucha del otro lado.-Si ya sé, me estoy vistiendo, pero…-se abre la puerta. -Ya pasó media hora-Repite-Si ya sé, pero no pasó nada. Ella no hizo nada.- Se rie-Si no pudiste, no es mi problema.-No es que no acabé. Es que..-Ya pasó la media hora.

Salgo de la habitación y veo a la rubia en la cama, sentada, mirando el piso. Voy por el pasillo y repito que no pasó nada, que quiero que me devuelva la plata, que ni

siquiera pasaron quince minutos. Me lleva a una especie de sala de espera, con sillones rotos y muy mala iluminación. Casi no se ve nada y son como las cuatro de la tarde. Aparece un tipo, empieza a amenazarme con que me va a cagar a trompadas. Me grita. Yo no le tengo miedo. Le digo muy tranquilo que quiero que me devuelvan la plata, que no me voy a ir hasta que me devuelvan la plata. Desaparece. Vuelve a aparecer y esta vez con otro tipo que sí me da miedo. Lleva uno un palo de escoba, el otro un cuchillo. Abro la puerta temblando y bajo las escaleras casi corriendo. Estoy parado ante la puerta principal del edificio, sigo del lado de adentro. No puedo abrir la puerta, está cerrada. No se qué hacer. Tengo la sensación de que están bajando las escaleras. Me quedo paralizado. Se abre una puerta al costado de la escalera, del otro lado se ve a una vieja.

***

- Qué masa. - No sé, está bueno en el sentido de

que todas las cosas prácticas se modifican.

- ¿Cómo fue que pasó?- Frené con la rueda de adelante,

estoy acostumbrado a la mía,

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apenas apreté el freno ya estaba volando por los aires.

- Sos un pelotudo. - Gracias, eso es lo que quería

escuchar.

Busco el encendedor. Prendo la hornalla. Pongo agua para el mate. Él me mira sonriendo. Yo no sé qué decirle, tengo la sensación de no querer hablar. Su presencia requiere hablar, con sólo estar parado en la puerta de la cocina me obliga a hablarle, a escucharlo. Y yo simplemente no quiero hablar. Y si quisiera, creo que no sabría que decir.

- ¿Cómo va todo con la doña?- Bien.- ¿Hiciste algo el fin de semana?- No, nada.- Yo me quedé en capital. Estaba

muy cansado. Con Romi nos quedamos viendo una película. La isla, con Leonardo Dicaprio.

- No la vi. ¿Está buena?- Sí.

Intento preparar el mate, pero no puedo. Él se acerca, y se hace cargo. Le digo que cebe él que yo ya tengo las pelotas llenas. Nos sentamos en el comedor, en el sillón cama y por primera vez en la tarde nos quedamos en silencio. El ventanal que da al patiecito deja entrar los últimos rayos del sol del día. Dentro no hay ninguna luz

prendida y empieza a oscurecerse. Me gusta que vaya degradándose la luz; los objetos alrededor van desapareciendo lentamente, como las paredes. Me siento reconfortado en la oscuridad. Siento empatía con los lugares sombríos. Digamos, no es que me considere una persona sombría, no es esa la idea que intento trasmitir, sólo que tengo la sensación de que mi cabeza y lo que me rodea están juntos como notas en un acorde, en armonía, la puta madre.

Él se va. La casa ahora está en santo silencio.