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I

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PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

CENTROAMERICANA

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Colección

Rueda del Tiempo

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I

-PROCE'RES DE LA INDEPENDENCIA

CENTROAMERICANA S elección, Introducción y Notas de Carlos M eléndez

EDITORIAL UNIVERSITARIA CENTROAMERICANA (EDUCA)

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PRIMERA EDICION

EDUCA, Centroamérica, 1971.

Reservados todos los dere. chos. Hecho el depósito que marca la ley.

1971 por Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) (Organismo de las Universidades Nacionales Autónomas de Costa Rica , Nicaragua, Honduras , El Salvador y Guatemala)

Ap. 37 Ciudad Universitaria Rodrigo Facio . Costa Rica.

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INDICE

Presentación 9

1. Manuel José Arce ................................................ ......... 11 Manuel Valladares Rubio.

II. Mariano de Aycinena Ramón A. Salazar.

III.

IV.

José Francisco Barrundia Dayid Vela.

José Francisco Córdova Pedro T obar Cruz.

91

179

215

V: José Matías Delgado .. .. .......... ......... .. .. ...... ................ 241

Manuel Valladares Rubio.

VI. Miguel de Larreynaga ............. .... .. ....................... 289 Eduardo Pérez Valle.

VII. Pedro Molina ......................................................... .. ...... .. Autor anónimo y Lieda. Rosita G. de Mayer.

VIII. José Cecilio del Valle Marcos Carías Reyes.

355

373

Fuentes ................................................. ...................................... 395

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PRESENT ACION

Se recoge en el presente volumen la colección de ocho biografías de personajes que figuraron en forma activa y des­tacada en el proceso de la Independencia de Centroamérica. El escenario en que éstos fueron protagonistas fue sobre todo la ciudad de Guatemala en setiembre de 1821, aunque al­gunos de ellos tenían ya una indiscutible trayectoria anterior ligada a los afanes libertarios que se manifestaron sobre . todo a partir de 1811.

La obra de todos estos individuos repercutió honda­mente en nuestro escenario centroamericano, porque a más de ser hombres de ideas, fueron hombres de acción. Por esta misma causa, son figuras a menudo controvertibles, pero de definindos contornos y de rasgos concretOJ en cuanto a sus perfiles espirituales.

Los enfoques biográficos fueron escritos en diferentes épocas y por distintos autores, de modo que no debe espe­rarse uniformidad de criterio en ellos. Intencionalmente más bien se ha buscado los lineamientos distintos, prefiriendo, siempre que ello fuera posible, lo mejor y más adecuado al propósito.

De los biografiados, cuatro son guatemaltecos, dos sal­vadoreños, uno hondureño y otro nicaragüense, todos for­mados dentro del ambiente cultural de la capital del Reino de Guatemala; y en consecuencia impregnados de afanes in­novadores y sentimientos libertarios.

Arce es el p',-ecursor de las jornadas de 1811 y 1814 en San Salvador y llegaría más tarde a ser el primer Presidente de la República Federal de Centro América.

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10 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Aycinena, miembro de una mfluyente familia de la ca­pital, luego Jefe del Estado de Guatemala y controvertible figura política de su patria.

Barrundia, militante activo en favor de la Independencia, fue luego un político prestigioso y de singulares actividades.

Córdova -el célebre Córdovita-, ganó el respeto de sus contemporáneos por su talento feliz y singular labor par­lamentaria.

El Padre Delgado, activo mentor en su tierra salvadoreña, fue uno de los más sagaces políticos y un activo republicano.

Larreynaga, jurista estudioso y acucioso hombre de cien. cia, consagró sus mejores años y mayores esfuerzos a las tareas pblíticas.

Malina, médico acreditado y sagaz escritor, hizo de la política fU mayor preocupación, de modro que en ella gozó y sufrió, irremediablemente.

Val/e es mesura e intelecto reposado, eminente por la sapiencia y profundidad de pensamiento, a un grado tal que indiscutiblemente merece el calificativo de sabio.

No se ha pretendido en esta 'obra, recoger la nómina completa de todos aquellos personajes cuya actividad plasmó el célebre 15 de setiembre de 1821 en el Palacio Nacional de Guatemala, pero sí creemos haber incluido a los más repre­sentativos. Se ¡ha buscado además procurar divulgar algunas de las vidas de los patriotas que mayores empeños pusieron en favor de la libertad y la independencia. Además, deseamos acercar a las juventudes centroamericanas a estas figuras ejem­plares, con la idea de que aprecien mejor su labor y conozcan su singular legado tiI la posteridad.

Carlos Meléndez.

San José, Costa Rica, setiembre 1971

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MANUEL VALLADARES RUBlO

MANUEL JOSE DE ARCE

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,

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1

BAUTISMO

Quienes en los comedios del siglo anterior co.nocieron en Guatemala, ya casi centenario, al venerable sacerdote Br. Don Juan José de Arce y León, y le vieron celebrar trémulo y fatigoso el sacrificio de la misa, no se hubieran imaginado el júbilo y el garbo de que estaba poseído el día 19 de enero de 1787 en la ciudad de San Salvador, de donde era nativo.

Gozaba a la sazón nombre de sacerdote ejemplar, cuy·a conducta irreprensible y cuyas virtudes y austeras penitencias habrían de llevar auras de santidad a su sepulcro; pero como en su juventud no había extremado aún la severidad con que después mortificó su carne y ejercitó el espíritu, pudo aquel día vérsele sonriente y plácido en la casa del alcalde de se­gundo voto, bulliciosa y engalanada como de fiesta.

Alfombras de pino cubrían patios y corredores embalsa­mando el ambiente con el resinoso aroma de nuestras florestas vírgenes, y con su verde intenso contrastaban cortinas y festo­nes alegrando la vista con el tono de vívido escarlata; suave música ~alagaba el oído y amplia mesa de refresco brindaba al paladar los primores monjiles de canutillos, tartaritas, mar­quesotes, suplicaciones y demás peteretes con que se engolo­sinaban nuestros abuelos para acompañar el jerez añejo y el oloroso málaga o el a,sua de canela de un rojo diáfano en que hacía juegos la luz.

Damas encopetadas, empelucados señorones, graves ecle­siásticos y sonrosados chicuelos bullíaii aquí y allá dando a la casa el alegre aspecto de rumorosa colmena. De repente el ruido cesó; la concurrencia ocupó la sala espaciosa y el ora­torio contiguo; encendióse una vela por sacristán poseído de su valer, que portaba nítida hazaleja pendiente del brazo iz­quierdo; lleváronse por monaguillos de hopa y roquete varios recipientes de plata, el del agua bendita con el hisopo, la aljo­faina y dos jarrones, amén de las ampolletas de óleo santo

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>!PIE'\1f 14 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

., ): ~', • ',,'¡ ~ y de la sal de gracia; todo 10 cual indicaba que aquel era día ~ de ruidoso bautizo. La alcaldesa Doña Antonia Fagoaga y

Aguiar acertó a dar como aguinaldo un heredero a su ma­rido; y el alcalde celebraba sonriente y gozoso la feliz ocu­rrencia de madama. Adelantóse el grave presbítero Don Juan José llevando en brazos a recibir e! agua de salud al recién nacido, envuelto en lujoso faldón escarolado de encajes y cin­tas, que resaltaba como albo copo de espumas sobre el fondo severo de la negra sotana; y a presencia de! cura propio Lic. Don José Antonio de Jesús Martínez ofició de bautizante e! presbítero Br. Don Manue! de Lacunza, Meneos, Arroyave y Beteta, antiguo compañero de! padrino en e! Seminario Conci­liar de Guatemala, hizo los exorcismos, puso e! óleo y crisma, echó el agua y llamó Manue! José al infante que de solemne manera entraba al gremio de la iglesia cristiana.

- Bien comienza el año para el redil de Cristo, -dijo el cura- , cuando tan santo pastor nos trae este cordero.

- Que el Señor guíe sus pasos por e! mundo, - replicó el padrino--, y que sea útil a la familia y a la sociedad.

- y que luzcan en él las altas virtudes de sus progenito­res, - agregó el de Lacunza- , que incontinenti sentó la partida del sacramento en el libro de Bautismos de la Iglesia de la Merced.

En la página 178 de este registro, correspondiente al año de 1787, se encuentra ese documento, primer acto público que señala el nacimiento de! prócer de la Independencia, General Don Manue! José de Arce, hijo del Señor Don Bernardo de Arce y León.

Las frases de los clérigos que asistieron al bautizo no fueron fórmulas vanas de sobada cortesía; e! año empezaba como no podía mejor: el infante sobrepujó en merecimientos a sus antepasados ' y sus pasos en la vida fueron los de liber­tad para la América CentraL

La estrella de la patria se alzaba en su orto como grata promesa de mejores días.

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MANUEL TOSE DE ARCE 15 .;, " '.:¡r

II

SANGRE HEROICA

Cuando se recuerdan íos lazos de familia de los salvado­reños ilustres que llevaron a cabo los primeros 'movimientos de independencia, fÍjase la mente en la venida de Don Diego de León y de sus siete hijas como una de aquellas fantásticas leyendas argivas de los tiempos heroicos de la Héllade.

Al través de las aguas tumultuosas del Atlántico, bogaba la nave que traía al alto empleado español, impelida más que por los vientos sabidos de los nautas, por el soplo misterioso de un destino que presidiera la vida de esta parte del Mundo Americano. Muy más preciada que la carga de los galeones que llevaban los lingotes áureos a los puertos de España, era la que venía como una promesa de redención para el reino que sojuzgó Pedro de Alvarado.

Las siete vírgenes, núbiles y graciosas, parecen las heroí­nas de un cuento oriental; su número cabalístico se presta a cavilaciones de la fantasía; su emigración a las remotas playas de América parece el tema de poética balada, y la conjunción feliz de sus descendientes en la independencia de la América Central, parece cosa de leyenda, invento de la imaginación del pueblo que se complace en forjar mitos y símbolos en las páginas primeras de su historia. Hasta su nombre genti­licio es algo que hace pensar en el dominio hispánico: el León ibero contemplaría su presa arrebatada por los valien­tes cachorros del Nuevo Mundo.

Las siete doncellas hijas de Don Diego de León, eran como siete flores ofrendadas en el altar de una deidad ven­gadora de injusticias, como fecundas semü1as arrojadas al surco de la libertad que darían lozanos brotes de gloria.

Don Diego de León aparece cual bíblico patriarca venido a una tierra de promisión para ser tronco y cabeza de una generación de redentores.

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16 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Los Delgados eran de su linaje; los Arce llevaban en sus venas sangre de León; los Aguilares tenían tronco de familia en aquello. prosapia; los Laras descendían de la misma alcur­nia; los Aranzamendis hallábanse en próxima rodilla y con enlace igual contaban los Fagoagas.

Unificados por el espíritu y ligados por la sangre, fue el parentesco lazo fuerte y vínculo indisoluble de la conspira­ción ~e 1811, así como la felicidad de la Nación fue el punto de mira , de sus ojos y el patriotismo el soplo que por igual inflamó sus almas. Fue Don Diego de León el tronco recio de tan dilatada familia, y sus descendientes las ramas vigorosas del árbol fecundo de la libertad, a cuya fresca sombra se apiñan las generaciones libres que entonan hoy un canto de gloria a los padres de la patria.

III

LAS ARMAS DE ROLDAN

A una de sus haciendas de campo fue a pasar la pascua la familia de Don Bernardo de Arce y León, con el principal objeto de que su hijo Don Manuel José tuviera allí las vaca­cienes y lograse el descanso anual de sus estudios en Guate­mala, en los cuales había sobresalido de manera notable. Volvía· el escolar hecho un mocetón fornido, alto y espigado, como una palmera, recio como un roble y ágil como una saeta, pues si en las aulas ejercitaba con provecho la memoria y el racio­cinio, en la gimnasia y ejercicios físicos del colegio superaba a sus colegas con sus fuerzas hercúleas y atlético vigor; fri­saba en los diez y ocho años y más bien delgado que grueso llevaba el pecho alto, airoso el continente, y sobre los anchos hombros la cabeza erguida, de pelo abundante y undoso, frente despejada, ojos vivos, aguileña nariz, cejas de arco mefistofélico y cónico mentón con hoyeulo, boca contraída y graciosa y cuello nervioso y fuerte. La Tour d' Auvergne

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MANUEL lOSE DE ARCE 17

lo habría escogido para granadero y los soñaba así para su guardia Federico de Prusia.

El joven deliraba con empresas marciales, pues a raíz del siglo pasado no había imaginación juvenil que no se enarde­ciera con aquel soplo bélico que caldeaba a Europa y con­movía el mundo; y a fe que a su airosa apostura vendría bien el uniforme, lucirían las áureas charreteras y la espada no estaría fuera de lugar.

Una había en el testero de la sala en aquel caserón cam­pestre; pero esa espada era algo enigmático y arcaico. Colgada años y años nadie osaba a tocarla, como si fueran armas de Roldán a quien ningún mortal se atreviera.

Nadie sabía de la hoja, hundida en la vaina metálica has~a la gruesa empuñadura de encorvados gavilanes: tomadas de orín, vaina y hoja formaban un cuerpo único, adherido y compacto como ;i fuesen de una sola pieza. Ocasión hubo en que dos hombres tiraran de la ~spada en tanto que otro par resistía del lado de la vaina: todo ·era inútil el armastoste ponía a prueba el esfuerzo y la paciencia de los cuatro. Ni d aceite logró disolver la herrumbre, ni la percusión consiguió separar las piezas, ni el calor de! fuego alcanzó a que el acero saliera a luz.

La imaginación recreábase en figurarse un templado acero toledano de la armería real, cuando no el filo reluciente de metal damasquino; y por la figura peculiar y por caprichosas denominaciones, era tenido a veces por cimitarra turca, alfanje moruno, sable medioeval o tizona legendaria; tan difícil hu­biera sido precisar su procedencia y establecer su exacta clasi­ficación.

Adorno de la estancia o ya innecesario estorbo de las paredes, el arma obsoleta era como la espada de Bernardo, que ni pinchaba ni cortaba, ni hería ni señalaba, ni servía para maldita la cosa. Así es que si a ella se atuviera alguno para acometer o para defenderse, medrado quedaría con tan gen­til auxilio; y si fuese e! arma única que en un hogar infun­diera respeto, ya tenían los maleantes segura la impunidad de sus fechorías.

i y vaya si no abundaba la gente de seguida en los ale-

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18 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

daños de la hacienda! Valentones de garra y vagabundos de presa merodeaban por los alrededores, y a veces vaciaban la troje de pacífico labriego o saqueaban las aves de apartado corral; en tiempos limpiaban de aperos de labranza y en oca­siones por campos y dehesas lIevábanse los cuatreros alguna res caballar o vacuna.

Los merodeadores constituían plaga temerosa, y a su solo nombre los campesinos daban diente con diente y las rondas que solían patrullar se recataban con prudencia.

Media noche sería cuando desde la caballeriza inmediata sonó agudo relincho: los perros sacudieron las orejas, gruñe­ron un instante y al punto ladraron con estridente clamor, sacando de su plácido sueño a los pacíficos durmientes. Por la ventana saltó al largo corredor de la finca el colegial in­quieto: escuchó con atento oído, bajando al patio con direc· ción al lugar de donde partían los ruidos sospechosos; y desde las bardas del corral y a la escasa luz de las estrellas pudo ver hasta cinco individuos que trataban bonitamente de salir jinetes habiendo entrado a pie.

Como una exhalación tornó a la casa: a la mortecina luz de menguado candil los reflejos metálicos del vetusto chafa· rote hirieron sus ojos, presentándole el arma única que sus manos podían haber; y sin pensar en la inutilidad proverbial de la enmohecida espada, la empuñó resueltamente y se dirigió a la cuadrilla. Ya el mayordomo bajaba con su machete de campo, y al divisarle do~ de los ladrones escurrieron el bulto, tras el cual siguió aquél campo traviesa; pero los otros tres aguardaron a pie firme, desazonados de volver con las manos vacías. El más audaz disparó la espingarda que traía a preven· ción, pero con tan mal suceso, que en vez de herir al joven aco· metedor, sufrió el choque del alma en el brazo y quedó in· móvil breves instantes. Durante ellos, Arce forcejaba en vano por desenvainar el acero, y apremiado del peligro y ante la acometida de los otros dos malhechores, vibró la espada con toda y su vaina de metal y arremetió con furor al grupo. El contuso carabinero repuesto del golpe, blandía el arma de fuego, cual si fuera una maza: pero Arce parando y ciñéndose al quite dejó que su adversario se lanzara en vago, y esgri.

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miendo con ambos puños el sable le dió un manodoble certero en e! cráneo, que le tendió por tierra.

A punto estuvo, de ser atravesado por la daga de uno de los dos restantes; más se rehizo y volvió a la ofensiva desar· mando al agresor con un rápido revés, y menudeando sobre el otro tal lluvia de cit~tarazos, que crujían las espaldas y se que· braban las costillas.

Desde e! momento de! disparo, e! mayordomo abandonó la persecución emprendida y volvió diligente, así como la fa­milia y servidumbre se apresuraron a dejar el lecho y a acudir a donde el ruido y las voces indicaban el peligro.

Al llegar vieron al joven Arce, jadeante y sudoroso aco­metiendo bravamente a los dos malhechores; y antes de que sobre éstos se lanzaran amos y sirvientes, en el sacudido ba­raneo de lomos voló a distancia la ruginosa vaina y quedó la acerada hoja blandida en el ágil y fuerte puño del vapuleante como nervioso látigo que hacía gañir de furia y de dolor a los ladrones.

Agarrados éstos de las muñecas y conducidos a los cepos de la finca, fueron entregados al brazo secular de la justicia ordinaria, con más cardenales que un cónclave y con las es­paldas como de austeros penitentes.

Por algún tiempo se vio la comarca libre de la ladronesca que la \nfestaba; y desde entonces el ameIlado alfanje dejó de ser inútil adorno del caserón rural para recordar la ha­zaña juvenil de Don Manuel José de Arce y Fagoaga. La espada de Bernardo, ludibrio de visitantes y domésticos, tema de recogijados chistes, y estorbo sempiterno antaño, recobró sus fueros prístinos y lució su acero bruñido y centeIlante CUál trofeo elocuente de proeza brava: a tánto sube una arma inerte en manos de vigoroso esfuerzo y movida por ánimo viril.

Concluida la temporada de campo, don Manuel José tor­nó a Guatemala a concluir sus estudios. Los clásicos latinos le fueron familiares y saqÍase al dedillo las historias de Grecia y Roma y los hechos de las naciones modernas; cursó con provecho filosofía, estudió fructuosamente las ciencias exac­tas y comenzó a aprender las políticas y sociales, a cuya lectura

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se entregó por completo posteriormente en días de su larga prisión por la Independencia.

La famosa espada cuntinuó inmóvil en la hacienda de la familia por muchos añlJ~ ; cuando la revolución triunfante de 1829 confiscó los bienes del primer presidente de la Fede­ración, desapareció la histórica tizona.

N

ESPONSALES DE ANT Ar'lO

A pesar de que don Bernardo de Arce y León conservaba algo de los ardores juveniles, pues no haría una treintena de años que había doblado la cerviz a la dulce coyunda, y con todo y sus lecturas modernas y su conocimiento de filósofos y enciclopedistas, sus ideas acerca de la patria potestad y del estado que los hijos debieran seguir andaban un tanto atra­sadas y moldeábanse en cánones añejos.

Tal debía pensar su hijo Don Manuel José, -que sin duda formularía íntima protesta en lo más recóndito de su fuero interno contra las decisiones paternales-, cuando de sobremesa o al terminar las oraciones de la noche, el jefe de la casa lpuntaba la idea del matrimonio de su hijo. Y no así no más y de manera vaga, como generalidades imprecisas y sin determinación categórica; la idea del enlace tenía contor­nos deter.minados, fases completas, condiciones establecidas y hasta fij,lción de tiempo y señalamiento de lugar; circunstan­cias todas que chocaban contra los naturales impulsos y dor­midos sentimientos del candidato a matrimoniar, que veía como cosa de atentado, - por más que fuese moneda co­rriente y santificada costumbre-, eso de resolver sobre la vida de los hijos sin consulta de sus gustos ni atención a sus inclinaciones.

Santo y bueno sería el paterno afán, -eso no lo discutía el hijo. Lo que sí aparecía barrera infranqueable de su asenti­miento era la designación de la compañera de su vida por

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otra voluntad que no fuera la de su corazón. En ello no ano daba muy estricto el progenitor, que no se empeñaba en que fuera determinada niña, con tal de que estuviese incluida en e! número de hasta una terna de parientes núbiles que in mentis se recetaba para nueras posibles; pero eso sí, fuera del círculo de! parentesco más o menos cercano, ~ e! pensamiento de elección habría escandalizado las costumbres y tradiciones de familia. No había empeño formal en que fuera fulanita, ni era imprescindible caso e! que Mengana viera a sus pies al garrido mozalbete, si bien el grave magnate no ocultaba su preferencia por linda y vivaracha sobrina llamada Soledad.

Soledad de! alma, desierto del corazón y vacío de la vida fuera para e! joven Arce la unión que no naciera de su volun· tad libre. Y ya no era libre su voluntad, que se iba tras la imagen de su adorada Fe!ipina, la hija de! tío Don Juan de Aranzamendi.

Soledad era guapa, nerviosa, de brillante imaginación; pero la apacibilidad y dulzura de la otra, le tenían cautivo y ena­morado; así es que sin faltar al filial respeto, Don Manue! José evadía respuestas categóricas y con mañosa habilidad había ido sorteando los pe!igros de una resolución.

Pero ya al fin no era posible andar con tan inconcebibles moratorias y el Señor Don Bernardo prescindió de las recan­canillas y rodeos que iban aplazando e! estado civil de su hijo; y sin más contemplaciones convocó a consejo de familia a su' hermano e! Alcalde don Manuel de Arce y al Padre Don Juan José, como padrino de bautismo, y a su primo e! Vicario Capitular Don José Matías De!gado, para que ante él y su esposa la Señora Doña Antonia de Fagoaga y Aguiar y en haz de! interesado, procedieron a tratar de! grave caso de! matrimonio que en pláticas se traía. Claro que los padres de los tres o cuatro parientes que entraban en la designación sabían los proyectos que maduraba Don Bernardo y apro­bábanlos gustosos, pues no era partido de desdeñar e! de un mozo ric:>, valiente, instruido y de gentil presencia; y aunque las docellas no tuvieran voz ni voto en aquello que podría ser la resolución de sus destinos, no habrían visto de malojo la posibilidad de enganchar al simpático galancete Don Ma-

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nue! José: . y aun la fama dice que alguna de ellas morÍase por sus pedazos.

En el consejo de familia ventilóse maduramente e! grave tema de! matrimonio y nemine discrepante se acordó su nece­sidad; pero al tratarse de la elección de esposa, los p'areceres se dividieron entre las tres presuntas cónyuges propuestas por e! jefe de la casa. Este, e! Alcalde y e! Vicario hacían e! gasto en la discusión; e! Joven Don Manue! José miraba a cada uno de los interlocutores, sin dar más pruebas de emoción por un parecer que por otro y sin expresar agrado por ninguno: la dama contemplaba a su hijo de hito en hito sin desprender la angustiosa mirada y como queriendo adivinarle en los ojos lo que pasaba por su corazón; y e! santo sacerdote Don Juan José con e! codo en el brazo del sillón de vaqueta y la frente hundida en la palma de la mano, los párpados entrecerrados y la boca contraída, con leve vibrar de los trémulos labios como en secreta oración, oía callado la inte­resante charla y más bien parecía abstraído de ella.

- Hermosas prendas tienen todas - prorrumpió por fin-, cualidades magníficas las tres; pero a este muchacho fogoso, arrogante y vivo, arrebatado a veces y siempre poseído de soñaciones de la fantasía, le habrá deparado Dios una compañera que por su dulzura y suavidad se amolde por com­pleto al carácter del marido. Si yo tuviera que resolver -agregó- y no sólo que anhelar, diría que la Fe!ipita de Juan es la que más cuadra a mi ahijado.

Este brincó de su asiento como impelido por extraña fuer­za, y con los brazos abiertos corrió hacia su inspirado padrino.

-Por su boca ha hablado mi corazón -exclamó; y viendo a su madre derramar lágrimas -¿por qué llora usted? - le dijo.

- De felicidad, hijo mío; de felicidad.

* * *

Tres meses después celebrábase el matrimonio de Don Manuel José de Arce con Doña Felipa de Aranzamendi.

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MANUEL ¡OSE DE ARCE

MANUEL JOSE DE ARCE

(1787 - 1847)

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MANUEL ¡OSE DE ARCE

V

PATRIOTICOS ANHELOS

25

El despertar de! siglo XIX fue alumbrado por llamas de incendio y conmovido por el rugir de los cañones 'y el áspero graznar de las águilas francesas. Del mediodía al septentrión tembl<!.ba Europa: se desmoronaban los tronos milenarios, los reyes ungidos venían a tierra, y de! polvo se alzaban las nuevas dinastías: dislocábase e! mundo; todo era renovación y cambio; la revolución jugaba entre sus manos de gigante con los homnres y los pueblos.

Como faros de luz se erguían majestuosos del otro lado de! siglo el Congreso de Filadelfia y la Asamblea que con· signó los derechos de! hombre; y como padrones de ignominia manchaban la dignidad del pueblo más heroico de! orbe las conspiracIOnes palatinas y las conferencias de Bayona. América veía que la nación dominadora de los siglos claudicaba, que el poderív borbónico se hundía, que la metrópoli aflojaba los grillos con que aprisionó el continente de Colón: sintióse grande, contemplóse fuerte, tan fuerte y tan grande como España y muy más digna que la Corte menguada en que un tornátil advenedizo lo era todo. Y entonces, enamorada de bellos ideales, estragada de las torpezas que contemplaba y en e! transporte inspirado de la profética visión de su porvenir, se irguió altiva lanzando reto de muerte a sus opresores y proclamando e! derecho de su libertad.

En d Norte había prendido el fuego de la insurreCClOn desde el grito de Dolores, y en los picachos de! Ande tremo­laba la bandera tricolor como férvido llamamiento a todas las naciones del Sur: el genio de Bolívar, cual rayo lanzado de los cielos, se explayaba en las llanuras del Orinoco, vi­braba en las declaraciones de los congresos, ascendía a las cumbres del agria cordillera y con su espada y su voz infla­maba a las naciones y convertía a las colonias en repúblicas.

En la conflagración general de la América Hispana, cada pueblo tuvo su grupo de redentores y a los pósteros toca ren-

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dirles el homenaje de la gratitud nacional; deber que más enal­tece a quien lo cumple que no a los héroes ya proclamados por la fama y ungidos por la gloria.

La América Central tiene también sus patriarcas ínclitos, y los cec1troamericanos también tributan su ofrenda de reco­nocimiento a los varones que les dieron patria. Entre éstos des­cuellan los que en 1811 lanzaron los primeros el grito de libertad, los que en 1814 volvieron a la brega armada, sacri­ficando tesoros, familia y bienestar en atas de la nación; los que en 1821 prepararon el ánimo de la colonia para la glo­riosa proclamación del 15 de Septiembre.

Figuras egregias en los anales patrios, las de esos grupos de hombres insignes que arrastraron la admiración de sus con­temporáneos y comprometieron la gratitud de los venideros: al entrar al templo de la historia se abrieron para ellos las puertas de la inmortalidad, y las generaciones beneficiadas por sus labores gloriosas elevan y chocan sus manos en aplauso frenético, alzan los ojos húmedos para contemplarlos en la apoteosis de Clío y sienten en su alma el arranque íntimo y ferviente de reconocimiento sin límites.

La conspiración de 1811, la revolución de 5 de noviembre y el gobierno fugaz que cual vacilante ensayo de autonomía surgió en San Salvador, son el punto de partida de la inde­pendencia de la América del Centro: ¡honor, eterno honor a los que dieron el grito glorioso, que es el primer vagido de libertad! Las conmociones de enero de 1814 son el resurgi­miento de los ideales vencidos por la fuerza ibera, la in­dómita constancia de los héroes patrios, la perseverancia admirable de emancipación: honra y prez a los que mantu­vieron encendido el sacro fuego y ofrendaron su sangre en aras del más puro amor al terruño. El acta de 15 de Septiem­bre de 1821 es la partida de nacimiento de la nación: ¡Gloria a los que la suscribieron, a los que decidieron con su verbo elocuente la proclamación definitiva; hossanna a quienes con sus labores prepararon el avdenimiento del día feliz!

y si en cada una de estas tres etapas de la libert~d r.os paramos a contemplar los esfuerzos que significan y admira­mos las nobles figuras que las señalan, ¿cómo no será la

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admiración?, cuán grande no será el entusiasmo por el prócer Don Manuel José de Arce, a quien hallamos el primero en todas ansiones, i pronto a la lid, presto al sacrificio, valeroso como el qUe más y ardiente cual ninguno! '

En 1811 es el brazo de la revolución; en 1814 es el es­píritu mismo de la revuelta, cerebro y brazo de la conmoción política: en la prisión el mártir inquebrantable que vigoriza con sus sufrimientos al árbol de la libertad, y en 1821 el alma de aquellos trabajos que previnieron el ánimo de los pueblos para la unánime declaración de independencia. Y por si fuera poco esta perseverancia inaudita y aquel admirable tesón, por si no bastara a su incesante afán de sacrificio tanto como había laborado y sufrido por la patria, cuando la autonomía de! pueblo naciente peligraba y la república se inclinaba ante e! imperio, Arce desenvaina la espada de la libertad, ofrece el pecho arrogante cual muralla de los libres, sacude y des­pierta a los pueblos y desgaja un ramo de laurel con que lit historia tejió para sus sienes corona inmarcesible.

La figura de Arce descuella soberbiamente entre el grupo de inmortales. Ni e! gárrulo clamor de sus enemigos pudo llegar a la altura en que se asienta, ni la patria ha encontrado ,todavía la voz que cante la grandeza del patricio. Su figura tiene épicos lineamientos; su arrogante actitud es de contornos' legendarios, su recuerdo es numen de la patria y su nombre luz que Irradia en nuestra historia.

VI '

PRIMERA CONSPlRACION

Si el ejemplo de las colonias que trataban de sacudir el yugo de la metrópoli infundía ánimo a los criollos del antiguo Reino de Guatemala y les hacía pensar en 1811 en la posibi­lidad de movimientos análogos, dos circunstancias habrían sido bastante a apagar sus bríos y a hacerlos prescindir de sus

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conatos de emancipación: la catástrofe de los insurgentes mexicanos y el régimen que desplegó el nuevo Capitán Ge­neral. La noticia de la derrota y muerte del cura Hidalgo y del cabecilla Allende, llegaron al Reino casi al tiempo mismo en que se anunciaba la venida del Brigadier don José de Bus­tamante, Guerra de la Vega, Cobo, Estrada y Zorlado, conocido por la persecución desplegada en su gobierno de Montevideo, contra los independientes.

El 14 de marzo de 1811 hizo su entrada en la capital del reino el nuevo Gobernador, prestó el juramento acostum­brado y recibió el mando de su antecesor el General Don Antonio González Mollinedo y Saravia. (1) El 27 del mismo mes expidió un manifiesto excitando a los cuerpos(2) y vecinos a proponer verbalmente y por escrito los medios de felicidad del reino, y pronto comenzó con actividad no sabida hasta entonces a dictar disposiciones en todos sentidos, verificando cambios de empleos y llamando a las autoridades para darles instrucciones por sí mismo. Aquel manifiesto era un tanteo hábil para explorar astutamente las intenciones, y estas otras medIdas eran de prevención diestramente aconsejadas_ Busta­mante autoritario y duro como era, no podía excitar de buena fe a que se le diesen indicaciones y luces: su política era de fuerza y restricción como a pronto se vio en sus atentados contra la libertad de imprenta decretada por las Cortes de la Isla de León, (3) y en la inquisición y pesquisa de ideas y conceptos vertidos aun en conversaciones privadas. (4 )

A poco tuvo el capitán general valioso cooperador para sus planes absolutistas en la persona del Dr. y Maestro Don Fray Ramón Casaus y Torres, arzobispo electo de Gautema}a, enemigo declarado de la Independencia y ferviente parti­dario de la monarquía. En México se había distinguido por su fervor realista y por sus predicaciones calurosas y vehe­mentes publicaciones contra el Cura Hidalgo y sus parciales;

(1 ) Acta de 15 de marzo. M. S. (2) Manifiesto impreso. (3) Cabildo 830. de Guatemala. M. S. (4) Auto de la Audiencia de 5 de agosto de 1811.

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y español como era, obraba consecuentemente a sus naturales impulsos y a las obligaciones de propia voluntad contraídas. Ya se comprende pues, qué poderoso auxiliar del poder civil era el nuevo arzobispo como jefe del clero, compuesto en su mayor parte de criollos y como cabeza de los fieles contra quienes contaban el prestigioso recurso de las armas espiri. tuales.

Por eso los trabajos de los independientes tiene el mérito asombroso de haber sido preparadas a presencia de dos pode­

. res formidables y después de los desconsoladores fracasos de los insurgentes de México. Por eso los conspiradores del año de 1811 aparecen como patriotas de pasmoso esfuerzo y de ánimo inquebrantable. Otros que aquéllos habrían desistido de sus intentos, a la vista de tan grandes obstáculos, y ha­brían perdido todo entusiasmo con el ejemplo de la ejecución de los cabecillas del Norte. Pero la pasta de los héroes no es el frágil barro de los comunes mortales y al hombre supe­rior la dificultad le estimula, el peligro le seduce y la des­gracia le engrandece.

¡Qué intenso no sería el amor a la libertad en el Dr. Del­gado, en los tres Aguilares y en Don Mariano de Lara para no arredrarse ante la actitud de su prelado Sr. Casaus, que los ataba con la disciplina eclesiástica y con la jerarquía sa­cerdotal; y qué decisión y qué noble esfuerzo no habría en los Arces y Delgados, en Rodríguez y Castillo, que no trepi­daron ante el aparato de Bustamante y el patíbulo de Hidalgo y de Allende para llevar a ejecución el proyecto de emanci­par a su patria!

En las salas parroquiales de los curas de San Salvador reuníanse en 1811 todas estas personas enlazadas por la amis­tad y el parentesco y animadas por el próposito de sacudir el yugo de la colonia. Sobresalía entre ellas por su arrojo Don Manuel José de Arce, joven de 24 años, impaciente por la li­bertad, arrogante y brioso ante el tirano y dispuesto al sacri­ficio.

El plan de la revolución era vasto, pero carecía de solidez; el núcleo de conspiradores compacto, pero las ramificaciones débiles; el golpe rápido y seguro, pero los progresos de la

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empresa inciertos. Trataban de deponer a las autoridades colo­niales, apoderarse de los elementos bélicos y numerarios.

Trataban de sublevar toda la provincia y con los elementos de ella iniciar un movimiento revolucionario en todo el reino. Para lograrlo procuraron acuerdo conveniente con los diversos partidos provinciales y aun enviaron comunicaciones a la capi­tal y a las otras intendencias; pero ya fuera porque las cir­cunstancias apremiaron a dar pronto el impulso de insurrec­ción o por ~atural impaciencia en quienes por primera vez se lanzaban en tal linaje de aventuras, no se vieron secundados como lo esperaban por todos los pueblos de El Salvador.

Don Manuel José de Arce llenó exactamente el papel asignado en la conspiración. Al frente de un puñado de vale­rosos compañeros da en la madrugada del 5 de noviembre un vigoroso asalto a la casamata y se apodera del armamento allí custodiado. Con él equipa suficiente número de entusiastas y se lanza a la casa de gobierno mucho antes de que se le pueda oponer resistencia formal. El intendente Don Antonio Gutiérrez y Ulloa cae en manos de los insurgentes, que lo deponen de su cargo, así como a los demás empleados supe­riores que se resisten a reconocer la situación creada, y la administración queda en manos de los revolucionarios, que tratan con mirada consideración a los desposeídos y se aper­ciben a unificar la acción en toda la provincia para levantar fuerzas y resistir a la segura represi6n del Capitán General.

VII

1811

Delirante entusiasmo produjo en el pueblo de San Salva­dor el golpe dado por los revolucionarios. No sólo el Inten­dente Gutiérrez cayó, sino casi todos los españoles que tenían empleo de alguna categoría, y fueron ,sustituidos por criollos que habían coadyuvado al movimiento o que una vez efec­tuado simpatizaron con él.

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Primer acto de Jos insurgentes fue constituir un centro directivo, encomendar el gobierno interior a los alcaldes, re­forzar las guarniciones, organizar milicias armándolas con los elementos sorprendidos en la casamata y procurar extender y uniformar la revolución por toda la provincia.

Amplias conexiones tenían con varios pueblos, preparadas de antemano, y otras procuraron establecer al momento; y para ello dirigieron en el acto expresivas circulares a las ca­bezas de partido y demás poblaciones de importancia, dándoles cuenta del éxito feliz del complot e invitándolos a proclamar la separación del reino y a seguir la suerte de la revolución iniciada.

Zacatecoluca respondió en el acto, merced a la influencia del cura don Mariano Lara y Aguilar que se hallaba desde antes acordado con los próceres de San Salvador, de quienes era inmediato deudo; abrazó la causa separatista y depuso a los españoles de real nombramiento y a las hechuras del Capitán General, cambiándoles por hombres significados de patriotas.

Análoga conducta siguieron las importantes poblaciones de Usulután y Chalatenango, y parecidos actos se llevaron a término en Cojutepeque y Metapán, fuera de muchos pueblos y aldeas en que se manifestó decidido entusiasmo por San Salvador.

Todo pareció al principio halagüeño y la insurrección cun­día; pero, aparte de algunos centros que en su perplejidad permanecieron inactivos, como asustados de una empresa que por lo temeraria parecía increíble, otras poblaciones conde­naron expresamente la revolución y se aprestaron a comba­tirla; tal las villas de San Vicente, siempre señalada por su fervoroso realismo; Santa Ana, notable por su comercio, y Sonsonate, adicta por lo común a la capital, y la rica flore­ciente ciudad de San Miguel. Parecióles sacrílega la revuelta y la anatematizaron; juzgaron proditorio a los derechos del monarca el pronunciamiento, y se purificaron del contacto con la expresa y servil renovación de los juramentos de fi­delidad y vasallaje a la corona de Castilla; tildaron de irres­petuosos y desleales hacia la autoridad a los autores de la revolución, y se apresuraron a noticiarIo al Capitán General;

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se creyeron en peligro y levantaron tropas para marchar sobre San Salvador. San Miguel se distinguió significativamente por su protesta a estilo de la Edad Media y con la fórmula inquisitorial de quemar en la plaza pública por mano del verdugo y con el pomposo aparato de una fulminación airada, la invitación y proclamas llegadas del centro directivo del movimiento revolucionario.

De León, cabeza de la intendencia de Nicaragua, pasó el regidor Don Basileo Carrillo a ofrecer a San Miguel a nom­bre del Ayuntamiento los fondos, armas y soldados que hu­biere menester para sofocar los motines habidos. San Miguel no necesitaba ser excitado para ocurrir en defensa de los fueros reales, como tampoco esperaban estímulos y aguijones los Ayuntamientos de Sonsonate, Santa Ana y San Vicente. De esta última y de San Miguel marcharon tropas sobre San Salvador y en Santa Ana y Sonsonate se levantaron fuerzas que estuvieran listas y bien equipadas al llegar los comisio­nados de Bustamante.

Tan luego como éste tuvo noticia de la sedición salvado­reña, dictó órdenes eficaces para reprimirla, realizó aprestos de rigor y conferenció en sesión secreta con el Ayuntamiento de Guatemala. Esto último orientó la pacificación por rumbos conciliatorios y encauzó el movimiento reaccionario por vías de persuación y política lene, porque los comisionados reu­nían prendas de tacto exquisito, de carácter apacible y modales seductores. El designado por Bustamante fue el Dr. Don José de Aycinena, Coronel de milicias, que llevaba nombramiento de intendente y gobernador y fue investido de facultades omnímodas y extraordinarias por expresa delegación del Ca­pitán General; el Ayuntamiento nombró por su parte a su regidor decano Don José María Peinado, jurisconsulto de nota, profundo economista y político de fuste. No quiso permanecer inactivo el arzobispo electo, quien uniéndose a la empresa de pacificación, organizó misiones de recoletos que

, dirigidos por Fr. Mariano Vidaurre, orador sagrado de boga en aquel tiempo, fueran a predicar contra los insurgentes y a levantar el dormido amor por el monarca y la quebrantada lealtad a la metrópoli .

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Con arcos de triunfo se recibió en Santa Ana a los dele­gados de la capitanía y a su estado mayor de oficiales y monjes: músicas y salvas saludaron su paso; con flores ' se adornó el pavimento y con grímpolas y cortinajes se engala­naron las calles: confuso vocerío y continuados vivas signifi­caban el regocijo popular y la espontánea presentación de milicianos engrosó las fuerzas de voluntarios realistas que iban a combatir la revolución. No podían darse cuenta estas poblaciones inconscientes de la actitud que asumían y del retroceso a que coadyuvaban: su conducta comprometía el éxito de la empresa patriótica, descorazonaba a los que habían abrazado la causa de la libertad y aplazaba e! día de la inde­pendencia.

Un mes había durado e! gobierno de San Salvador, un mes habían mantenido vivo e! entusiasmo los patriotas, pero veían languidecer e! ardor primero y entibiarse en las muche­dumbres la decisión por la libertad. El aislamiento en que se encontraban, la disidencia y agresión de ciudades en que ha­bían fincado e! éxito de la empresa, e! avecinamiento de! peligro y e! cansancio de! pueblo, hicieron comprender a los próceres 10 prematuro de sus nobles esfuerzos y 10 inútil de una resistencia imposible de sostener largo tiempo. Arce, e! caudillo prestigioso de la víspera, veía menguar e! fuego de! patriotismo en las muchedumbres, sentíase abandonado de los paisanos que e! día anterior ofrecían su sangre a la patria redimida y hoy no acudían al llamamiento de los bélicos clarines y pensaban ya en doblegar la cerviz a las nuevas au­toridades que Bustamante enviaba. La inusitada tensión en que había estado e! pueblo por espacio de un mes, aflojó sus bríos primeros y 10 puso en condición de ser fácilmente vencido por las fuerzas leales a la monarquía. Los próceres se penetraron de tan triste verdad, comprendieron su situación y procuraron economizar un inútil derramamiento de sangre que sólo desconceptuaría su empresa y ahondaría los odios de partido. Dejaron e! mando en poder de los alcaldes como representantes de! vecindario y vieron entrar en la ciudad un día libertada los emblemas de la dominación española. Pronto sintieron e! vigor de este dominio y sufrieron el castigo

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de su noble delito de formar una patria: en vez del triunfo ambicionado alcanzaron la prisión y el encausamiento, como galardón de sus hazañas.

Arce, que con Delgado había dirigido el movimiento y ha­bía dado prueba ante el mundo de cómo se levanta un pueblo en un rapto de entusiasmo y cómo se gobierna una ciudad revuelta sin que el menor desmán empañe su moderación y juiciosa marcha, vio desvanecerse su sueño de gloria y se en­contró aherrojado en prisión ominosa. El plan había fraca­sado, pero el ejemplo no se podía borrar: estaba dado el im­pulso, y aunque de pronto se le detuviera, algún día arrasaría con los obstáculos y llegaría al anhelado término. Su efímero gobierno fue un ensayo feliz. La luz que encendió en admi­rable arrebato, amortiguada estaba, pero en día lejano había de lucir con los más vívidos esplendores.

VIII

LA SEGUNDA REVOLUCION

El pueblo de San Salvador, recibió sumiso a los comisio­nados del capitán general y del muy noble ayuntamiento de Guatemala. Fuese cansancio de la revolución en la tornátil volubilidad de las muchadumbres o desánimo y abatimiento de verse desamparado de las demás poblaciones a presencia de las armas de las autoridades coloniales, lo cierto es que el pueblo de San Salvador dio muestras de júbilo el 3 de diciem­bre al ingreso de Aycinena y Peinado, a quienes hicieron pa­sar bajo arcos de triunfo erigidos en su honor. Esta actitud previno favorablemente a aquellos señores, apacibles y afables de suyo; y cuando a mérito de información minuciosa pu­dieron atestiguar la moderación del pueblo durante la revuelta pasada, el orden que guardó y la rígida moralidad de que dio prueba, mformaron favorablemente a Guatemala, dictaron medidas de suave conciliación y aseguraron la pacífica esta-

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büidad :le la provincia. Tanto por aquellas circunstancias, como por la significación personal y social de los conspiradores y por los merecimientos de las familias a que pertenecían, se acordó general indulto y olvido de lo pasado, lo cual era a la vez sabia medida de política prudente. Hay ocasiones en que se consigue más con atemperada tolerancia, que con excesos -:le rigor y términos de violencia, que si logran de pronto infundir espanto, llegan tal vez a excitar el inconce­bible y avasallador arrojo de la desesperación, haciendo héroes de los tímidos, tornando en vengadores a las víctimas y convir­tiendo a los corderos en leones. Si en vez de ofrecimientos de paz y de benigno trato, los delegados de Bustamante hubie­ran anunciado su llegada a San Salvador con uno de aquellos terríficos bandos de muerte que después fueron comunes, sin duda la resistencia habría inundado en sangre la provincia, y la pacificación habría sido lenta, dolorosa y al más elevado y lamentable costo.

Arce salió de la prisión, como salieron todos los compa­ñeros de lo que pudiéramos llamar la directiva revolucionaria, y algún tiempo permaneció en quietud. No se entregó a la acción; pero su pensamiento se espaciaba en los soñados panoramas de la libertad y su corazón se rebelaba de nuevo ante los avances del tiránico poder que oprimía al reino.

Aycinena recibió en marzo de 1812 el nombramiento de Consejero de Indias, recaído en él desde 7 de febrero, por decreto de las Cortes españolas, puesto eminente que un gua­temalteco alcanzaba por primera vez después de trescientos años de régimen colonial; y con tal motivo hizo los aprestos necesarios de su viaje y dejó la intendencia y gobernación civil y militar de la provincia en manos de su adjunto el señor Peinado.

La separación de Aycinena, que había obrado por sí y sin previa consulta al comitente, funesta fue para la administra­ción, porque aunque su sucesor se hallaba dotado de precio­sas prendas de alto valer, ya fuera por los achaques que co­menzó a sufrir hacia esa época, por la falta de compañía con quien compartir responsabilidades o por otra causa que hubiera complicado la regularizada marcha de los negocios, éstos ya

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no pudieron ser manejados con la misma suave política ante­rior a que tanto se inclinaba Peinado, porque Bustamante tomó más inmediato conocimiento de ellos y dictó disposi­ciones varias que bien detonaban por sus vigorosos efectos el origen de donde procedían.

El malestar volvió a hacerse sentir. Nuevas ocurrencias sucederían pronto, y otra vez se hallaría el Perseverante Pa­tricio Don Manuel José al frente de los más esforzados sal­vadoreños reivindicando los derechos arrebatados y levan­tando el ánimo abatido del pueblo.

La promulgación y jura de la constitución liberal, efec­tuada en los días 8 y 9 de noviembre de 1812 en San Salvador, distrajo un instante la atención de los descontentos, dándoles esperanzas de quietud y bienestar; pero algunas res­tricciones relativas a la igualdad ilusoria de las provincias de América con las de la Península y la engañosa ciudadanía de los americanos, desaliento causaron y fastidio, después de los pomposos ofrecimientos clamoreados. Por otra parte, los principios halagiieños y realmente liberales que informaban el cuerpo de leyes constitutivas, eran letra muerta en el reino, que seguía regido al arbitrio de la autoridad militar. So pretexto de velar por el orden y asegurarlo, la Constitución estaba escrita nada más, y el capricho autoritario y los hábitos duros de Bustamante seguían siendo la norma oprobiosa del gobierno. La Constitución sirvió para hacer ver a los criollos la diferencia entre su estado real y el que debieran tener, la distancia insalvable entre el derecho soñado y la práctica do­lorosa y depresiva.

Por eso el patriota salvadoreño comprendió que la felici­dad del país sería · siempre mentida ilusión con la colonia y que solamente la autonomía era capaz de realizarla. Volvió, pues, con nuevo ardor y decisión más firme a los proyectos de separación de España; y esta vez con mayor empuje y miras más extensas, pues imaginaba un movimiento simul­táneo en las provincias todas para dar a la vez el grito de Independencia absoluta bajo una forma republicana.

Arce volvió a unir las voluntades de sus antiguos com­pañeros y atrajo el contingente personal de nuevos paisanos

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que laboraron en el proyecto de otra conspiración. Juntábanse en la morada del venerable .prócer Presbítero don Nicolás Aguilar, qUe a la sazón hallábase en el pueblo de Mexicanos, a una legua de San Salvador, y quien a pesar de su avanzada edad, que pasaba de los setenta años, ardía en juvenil entu­siasmo por la independencia y capaz era de sacrificios como el que más. Don Bernardo Arce y León, padre de nuestro prócer, allegaba también su contingente personal y suministraba re­cursos pecuniarios sin tasa, siendo su presencia el mayór estí­mulo para su puntilloso hijo que deliraba con proezas que satisficieran el orgullo paterno.

La mancomunidad de intereses exigía concierto entre los insurgentes que en diversas partes del Nuevo Mundo trata­ban de sacudir el yugo español, y la vecindad de México indicaba la necesidad y conveniencia de un acuerdo. Pusiéronse los conjurados en comunicación con Morelos, pero nada pu­dieron esperar de quien harto tenía con sus propios trabajos, y por lo que hace a Granada, desconsuelo recibió Arce desde los primeros tanteos, al ver el estado de terror en que se hallaba la ciudad, consternada por la prisión de las primeras familias, empobrecida por la confiscación y opresa por los lugartenientes del Capitán General. De Guatemala esperaban apoyo y cooperación, y el inquieto mercedario Fr. Benito Mi­quelena, famoso ya por sus políticas aventuras y que sostenía con Arce correspondencia nutrida, informaba de vastos pro­yectos hábilmente concebidos y de segura realización.

Noticias eran estas que estimulaban el ardor del joven revolucionario; y aunque sin extraños impulsos y sólo guiado de su generoso corazón había laborado por la libertad desde el año de once y estaba dispuesto al martirio por la patria en todo tiempo; una carta honrosa y estimuladora en grado sumo llegó a la sazón a fortalecer su espíritu: Bolívar, el genio del sur, el patriarca inmortal de la victoria, le congra­tulaba por sus empresas, le acompañaba en sus dolores y au­gurándole glorioso porvenir y nombre ilustre le exhortaba a no desmayar y a perseverar hasta el fin. El rayo de la guerra vibraba con majestuoso fragor en las cumbres yertas ~el Ande, y el relámpago de sus concepciones olímpicas alum-

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braba las conciencias dignas de comprenderlo. La espada vic­toriosa que hacía surgir naciones del desierto y alzarse como pueblos libres los que eran rebaños de esclavitud, lejos, muy lejos, hallábase, en apartadas regiones: no le era dable por tanto extender su mano protectora a las naciones del istmo, amparadas con sus naves y defenderlas con sus tropas; pero en las líneas trazadas por la nerviosa diestra del Libertador palpitaba su espíritu y se comunicaba su alma. Nuestro pró­cer sentiría en sus sienes el soplo del genio como una caricia alentadora: su alma se estremecería al contacto de aquella epístola, y entre sus frases entusiásticas y vibrantes debe de haber sufrido el calofrío de los héroes: la carta de Bolívar oreó su frente como el beso de una deidad: esa carta era toda una consagración.

En los momentos de más grande ardor llegaron noticias desconcertantes de la capital: la conspiración de Belem estaba descubierta, presos o prófugos los conjurados, airado y fuerte el gobierno y la cuestión perdida.

Aislados quedaban otra vez los salvadoreños y reducidos a sus propias fuerzas; pero ante el peligro y los contratiempos

. se agrandaron sus bríos. La impaciencia les aguijoneó y en vez de aplazar el golpe meditado esperando propicia coyuntura, lanzáronse de nuevo sin la cabal previsión que la madurez aconsejara, pero con la hermosa resolución de quien está dis­puesto a vencer o morir.

Por eso el éxito no sonrió a los próceres. Don Juan Ma­nuel Rodríguez, alcalde en 1814, reclama el 24 de enero los fueros de las cabezas de partido de los barrios, reducidos a prisión por el intendente; y ante la actitud de éste que rehúsa la satisfacción de la demanda, pone en conocimiento de los paisanos los atropellos de que son víctimas sus jefes. Amo­tÍnase el pueblo, invade > calles y plazas y aparece con ade­mán agresivo. La impaciencia de algunos comprometidos en las tramas que se urdían salta al punto, y pensando llegada la oportunidad, precipitan el golpe meditado.

Esta ocasión no les deparaba la suerte como en la pasada vez la facilidad de una sorpresa: el gobierno estaba alerta, apercibidas las armas, prevenidas las tropas: las órdenes de

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Bustamante eran estrictas y se habían multiplicado y agravado con los descubrimientos de la sedición meditada en la capital: la desco'1fianza alzábase, el cuidado era continuo y vigilante el recelo.

Cuando el pueblo acudió al marcial llamamiento, los voluntarios realistas defendieron los puestos señalados y se hicieron fuertes en la Intendencia; bien municionados, ejer­citados e instruidos los monárquicos no sólo resistieron al pueblo, escaso de elementos de ataque, sino que hicieron sobre él carga impetuosa. Arce pónese al frente de las turbas y com­prende la gravedad del peligro. Sin embargo se hace firme en el at:lO de la antigua iglesia de San Francisco y obliga a replegarse a los voluntarios. Reforzados éstos vuelven al ataque y lo dirigen contra el barrio de Remedios: allí encuén­trase ' Don Domingo Antonio de Lara, hermano político de Arce, que resiste valerosamente la carga; pero que cayendo herido de gravedad no puede continuar la acción. Arce vuela en su ayuda, lastímase de mirarle tinto en sangre y ve caer pronto a su otro cuñado Don Juan de Aranzamendi. El fuego es nutrido, vigorosa la carga y fuerte la defensa: la acción se generaliza y por un momento cejan de nuevo las tropas reales. Pero el exito no era dudoso al fin: la superioridad de las armas, la instrucción militar y el ejercicio del soldado tenían que triunfar de un pueblo inerme y sin disciplina. Arce y Rodríguez desisten de un intento irrealizable y tratan de sal­var al paisanaje de una segura matanza. Con táctica superior a la de Jos jefes y oficiales que mandan las tropas de línea, Don Manuel José protege con escasas fuerzas la retirada de los paisanos y tras hábil maniobra pone a salvo los últimos retenes e impide toda persecución, de tal manera y con resul­tado tan feliz que no cae esta vez un solo prisionero. '

El 27 quedaba terminada la segunda revolución de San Salvador. Triunfaba el gobierno colonial; pero la colonia es­taba vulnerada, bamboleaba el sistema y pronto vendría a tierra con estruendoso ruido.

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40 f'ROCERES DE LA INDEPENDENCIA

IX

ADVERSIDAD

En cuanto se recibieron en Guatemala noticIas de la se­gunda revolución de San Salvador, efectuada en los días del 24 al 27 de enero de 1814, el Capitán General don José de Bustamante y Guerra envió tropas suficientes y bien provistas al mando del Coronel José Méndez y Quiroga, quien a mar­chas forzadas llegó con brevedad a la provincia y tomó su dirección militar.

Duro el Capitán General, inflexible y tiránico, tuvo aca­bada representación en Quiroga, que sería su ejecutor más estricto y adusto y que le aventajaría en crueldad y en fiereza de corazón. Pronto decretó prisiones, secuestros, procesos, acu­saciones formidables y cambios de administración que bien a las claras denotaban el régimen de terror que implantaría: organizó mísero espionaje, exigió declaraciones ruines y violó torpemente la correspondencia; recurrió a torturas para arran­car confesiones y descubrir complicidades; practicó diligencias tenebrosas con todo el inquisitorial aparato de la tiranía; ve­rificó visitas domiciliarias, cateo s minuciosos, allanamientos alarmantes, investigaciones de toda especie; lanzó sus esbirros, cual famélicos sabuesos, en persecución de los patriotas y pu­blicó bandos de muerte y destrucción contra los que ocultaran a los fugitivos, se opusieran a sus medidas o murmuraran de sus disposiciones. El terror era igual al que reinaba en Gua­temala: la desolación cundía y el miedo asomaba la amarilla faz.

Los próceres cayeron en poder de los sicarios del nuevo gobernador; y Arce fue conducido a la cárcel cargado de cadenas. De prisión en prisión, cada una más horrenda que la anterior, pasó semanas enteras, meses interminables, años que parecían eternos. La monotonía desesperante de la ca­llada reclusión en mazmorras solitarias era interrumpida de

cuando en cuando por sucesos que hubieran . quebrantado la

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entereza más varonil. Ya eran los interrogatorios complicados en que tendían sus redes como arañas diabólicas la capciosidad y la insidia: ya los careos con testigos venales y delatores pagados con sórdidos dineros; unas veces las falsas noticias de wnfesiones rendidas por los cómplices, otras las tristes nue­vas de sucesos desgraciados ocurridos a los seres del más en­trañable afecto; ora el rumor de las torturas infligidas a los compañeros y otra vez el espectáculo siniestro de un patriota asesinado, que con perversidad satánica se hacía aparecer cual mísero suicida.

Coacciones de toda especie; privaciones hábilmente calcu­ladas por el más inhumano ingenio; padecimientos físicos incontables, dolores innúmeros y hondos, todo, todo se apuró para doblegarle; pero todo fue en vano.

Entonces se apeló al rastrero y vulgar recurso de las pasiones bajas, y se le tentó y se le halagó; y la tentación y la promesa ¡ay! le hirieron más que todo lo sufrido hasta en­tonces. La denuncia de los planes le abriría las puertas de las prisiones y su retractación y adhesión a la causa antes com­batida le marcaría senda de honores y ventajas. Hirióle en lo vivo transacción tan ruin y rechazó altivo la libertad ofrecida a precio tan villano. Antes la muerte que el oprobio. ¿Dónde estaba el sentido moral de los tentadores, que imaginaran que la grand:!za del patriota se abatiera hasta revolcarse en tales charcas? Tal fue el sacudimiento que produjo la villana oferta, que herido como de oprobioso latigazo en el alma, crispó los puños y rompió la cadena que ligaba sus manos: sus hercúleas fuerzas rompían los eslabones de las férreas esposas; el varón que se erguía como atleta de acerados músculos y que en el gesto airado reflejaba toda la sacra indignación de su pecho, sintió roja nube ante los ojos, y de sus párpados brotaron dos lágrimas al ver su orgullo altivo señalado como asequible en la indigna cotización de las bajezas.

- ¡Antes la muerte! frase diamantina que refleja todo el valor de su alma.

Para rendir la energía de aquel espíritu invulnerable, se recurrió a cuanto pudo sugerir la Hagicia y el odio, hasta el increíble martirio de la esperanza: noticias de absolución, segu--

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42 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

. ridades de libertad, certeza de cambios favorables, para hacer sentir con más sabor la amargura del desengaño; aprestos de sa­lida inmediata, durante todo un día, para volver a la noche a la obscuridad silenciosa del calabozo helado; anuncios de consola­doras entrevistas con las afligidas personas que lloraban por los cautivos, y al punto la negativa de aquella ansiada efusión del alma. La tensión nerviosa de tan hondas emociones era para hacer desfallecer el ánimo más entero; pero el corazón de Arce estaba hecho a prueba de los mayores contratiempos y per­manecía firme y sin vacilar bajo los golpes de la suerte.

Su cuerpo fue más débil que su espíritu, a pesar de su recia complexión, y no pudo resistir la humedad y fetidez de las mazmorras subterráneas que vertían agua y despedían pestíferas emanaciones. Fiebres repetidas hicieron presa del encarcelado, y el reumatismo, argolla más eficaz que las cadenas que 10 oprimían, entumeció sus extremidades ateridas y engarrafó las manos que antaño blandieran la fulmínea espada.

¡Torturas inenarrables las soportadas con filosófica resig­nación por el prócer; tormentos inconcebibles los sufridos con estoico desdén: milagros del patriotismo, prodigios del ansia ardiente de libertad! Siempre la tiranía fue la misma; y al través de la historia aparecen en todas las latitudes como el nauseabundo vaho del averno que agosta las hermosas flores de la humanidad, que en forma de héroes y patriotas salpican de alegría y júbilo el tedioso campo de la vida; y siempre, negra como el delito y relegada como el desprecio, sirve de obscuro fondo en que con más viveza y marcados contornos se destacan airosas y deslumbrantes las figuras de las víctimas de un día, triunfadoras perpetuas en el tiempo y en la his­toria.

Arce en la revolución es grande; en la prisión sublime : allá tiene resplandores de héroe: aquí en las sombras de sus dolores luce aureola de mártir: en los días felices admira, en la adversidad deslumbra.

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x LA INDEPENDENCIA

Después de cinco años largos de prisión y ~erced a real orden expedida en Madrid y llegada a Guatemala con in­creíble retraso, recobró la libertad Don Manuel José de Arce. Ya había expirado el período de mando de Bustamante y a su gobierno tiránico sucedió el 28 de marzo de 1818 el de Don Carlos Urrutia y Montoya, sujeto enfermizo y de ca­rácter débil. Esta circunstancia y la vigencia de la constitución liberal de 1812, aceptada por Fernando VII después de. la revolución de Madrid de 9 de marzo de 1820, hicieron cam­biar radicalmente la situación de la colonia y cobrar ánimo a los abatidos criollos. Pasado el terror que organizó Busta­mante, el gobierno de Urrutia dio respiro a estas provincias, a pesar de que el régimen implantado no podía variar súbita­mente de un día a otro con el solo cambio de personas; y la promulgación del sistema constitucional, con la libertad de imprenta y garantías personales estatuidas, alejó los días en que el pensamiento era inquirido, adivinados los deseos, es­cuchadas las conversaciones, sorprendida la correspondencia, agarrotada la voluntad y vigilado todo, hasta los más leves movimientos de los colonos americanos.

Si eí terror hubiera seguido indefinidamente, pesando como una losa sepulcral sobre el reino, los próceres habrían salido de la prisión a organizar nueva revuelta en que de­jaran la vida o lograran el coronamiento definitivo de sus anhelos: porque su alma habíase templado en las grandes rebeldías del infortunio, y en la prisión y el dolor se habían fortalecido para no trepidar ante la muerte. Arce era hecho de la masa en que el destino de la humanidad modela a los héroes, su carácter fue vaciado en la turquesa de los más grandes hombres y su alma trajo del cielo un soplo de reden­ción para la tierra. Por eso no es de extrañar que en 1820 se le halle otra vez organizando empresas con que soñaba

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44 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

la caldeada imaginación de aquel enamorado eterno de la libertad. Pero en esta última vegada de sus perseverantes labores, ya no era la conspiración y las bélicas conmociones los medios únicos para efectuar la idea de emancipación: abiertas las sendas constitucionales y soplando auras hasta entonces no aspiradas en estos reinos, las elecciones y la pro­paganda fueron preciosos auxiliares en el fatigoso proceso de la independencia.

Hacia circular profusamente las publicaciones en que se debatían los problemas americanos y los comentaba en manus­critos que corrían de casa en casa; en las tertulias sembraba ideas que labraban sabiamente en las conciencias y por todas partes hacía infiltrar en e! pueblo e! ansia de otro estado de cosas. La órbita de su acción fue entonces más amplia y no se circunscribió a los lindes de la Provincia: sostuvo nutrida correspo':ldencia con los hombres principales de Guatemala para e! logro de sus miras y no se dio reposo alguno hasta no ver colmadas las altas aspiraciones de su existencia. Al­gunas cartas suyas, publicadas muchos años después (5) en Gua­temala denotan la actividad desplegada desde San Salvador y e! ansia ardiente por la autonomía. Sus cartas a Barrundia son inflamadas como para hablar e! propio idioma de! fogoso tribuno; las escritas al Dr. Molina revelan nerviosa impacien­cia por e! día de la libertad y las dirigidas al Dr. De!gado y al Padre Cañas pintan al vivo la situación de los ánimos y señalan los trabajos por la tercera y más vasta conspiración.

DesarroIlábanse a la sazón en la capital los sucesos que dieron por resultado la Junta de autoridades de 15 de Sep­tiembre de 1821 y la proclamación de independencia de Es­paña. La noticia produjo en San Salvador delirante entusiasmo, como que había sido siempre e! foco de la insurección y la cuna de la libertad en Centro América. El 29 de septiembre se juró la independencia con toda solemnidad y pompa y fue el día mis feliz para e! alma de Arce, que veía ya a su patria querida libre de los lazos de opresión que por tres siglos la habían tenido ' sujeta a España.

(5) Documentos históricos: "La República" , 1896.

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Arce es el más perseverante y firme de todos los próceres, el más sufrido en la adversidad y el más ecuánime en los altiba­jos de la suerte; ni la próspera fortuna desvaneció su cerebro, ni el infortunio doblegó la inquebrantable entereza de su alma. Nadie ~omo él tuvo arranques de tanta sublimidad, ni otro alguno padeció tantas persecuciones y dolores tántos, sobrelle­vados con imperturbable serenidad: sus prisiones largas y abrumadoras, los hierros que sujetaron sus miembros ateridos, el quebranto incalculable de sus intereses, los procesos terro­ríficos y las delaciones siniestras, páginas sombrías y tristes son de su vida; pero ante la realización de sus patrióticos anhelos, deben de haber pasado como una ráfaga de dolor ya olvidada y servirían de obscuro fondo en que se desta­cara más plácida y jocunda la satisfacción de su pecho; los largos años de dolor no valían para su pecho grandánime lo que el día feliz de la libertad. Diez años de lucha daban la libertad a la patria: ¿qué premio más alto y qué galardón más digno para el corazón del egregio ciudadano?

XI

BARRIERE. - UN INTENDENTE TRASNOCHADO

DO!1 Pedro Barriere había sido empleado del gobierno colonial en San Salvador desde principios del siglo. En la primera década había ascendido hasta teniente letrado y en todo tiempo se distinguió por su celo realista: y cuando en 1820 y 21 se marcaron los partidos de europeos y criollos, fue el blanco de los tiros de estos últimos, quedando con ello bien pagada la inquina que les tenía y la parcialidad que en favor de los primeros mostraba a cada paso.

A hieles debió de saberle el acta de 15 de Septiembre de 1821 en que se proclamó la Independencia en el palacio de los Capitanes Generales; y el acíbar de la jura de San Salvador apenas se le atenuaría con la satisfacción de conservar su puesto. Acababa de ascender en importancia y ejercía el cargo de jefe

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político interino; pero si en el estado del antiguo reino se ope­raba cambio radical y profundo, en el de Su Señoría las cosas continuaban por el canal de sus antiguos hábitos y su espa­ñolismo ya extemporáneo y huero le hacía seguir viendo de reojo a los criollos, sin darse cuenta de que éstos, perseguidos la vÍspen eran ya los dueños de sus propios destinos y los árbitros de la marcha de la nación.

El antiguo empleado tenía fe en sus decisiones, confianza en los prestigios de su puesto y seguridad en sus tropas acuar­teladas y en el batallón de milicianos que bien equipado y con excelente disciplina hallábase de excursión por el partido de San Vicente: así es que la trinidad del derecho antiguo, el personal respeto y la fuerza de las armas, pasaba para él como inconcuso dogma de la eficacia de su jurisdicción; y aquello de que el pueblo no había sido nada y debía serlo todo, era para nuestro petrificado oficinista una frasecilla oratoria que pudo proferir con desenfado el calvatrueno de Mirabeau a presencia del tímido maestro palatino de ceremonias, pero que no repetirían nunca los despreciados criollos ante el aparato persuasivo de los fusiles y bayonetas del gobierno. Así es que, cuando Don Manuel José de Arce al frente de un puñado de entusiastas por la Independencia, se presentó el 30 de sep­tiembre a votar por los individuos de la Junta Económica Consultiva, el bueno de Barriere, que temía la influencia po­pular de aquéllos, eludió la elección para la cual ya se había convocado previamente.

Pretextos especiosos no faltaban a quien habíase habitua­do a los embrollos curiales; pero Arce no era hombre que se tragara el anzuelo de aquella arbitrariedad y exigió perentoria­mente el cumplimiento de la ley.

Esas exigencias insólitas de los salvadoreños que acababan de pasar súbitamente de la persecución a la ciudadanía, cosas eran que lastimaban los fueros de la autoridad conforme el criterio del jefe político subalterno, en cuyo caletre no en­traba la legitimidad y eficacia de tan alarmantes innovaciones; y como '\<eÍa claro y patente que la decantada fuerza del derecho invocado era gasa tenue y frágil urdimbre y que el derecho de su propia fuerza era el mejor argumento en oca-

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slOn tan señalada, desplegó sus soldados por la plaza y aco­metió a los inermes corifeos dando con ellos en la prisión_ El pueblo amenazaba con clamoroso vocerío; pero Barriere se reía de protestas no apoyadas en fusiles, y él en cambio tenía los suyos apercibidos y prontos.

Con Arce cayeron Don Domingo Antonio de Lara y Don Juan Manuel Rodríguez, Don Manuel Castillo, Don Juan y Don Miguel Delgado, Don Mariano Fagoaga, Don Francisco Ruiz, Don Ramón Meléndez, Don Antonio Cam­pos, Don Juan José López y otros patriotas de menor impor­tancia, aunque pata Barriere fuesen todos pájaros de cuenta. El vuelo emprendido por los Pbros. Don Gregorio Echegoyen y don Pedro Cuéllar y Don Fe!ipe Marte! le desazonaba, pues él quería tener a buen recaudo a cuantos se opusieran a la marcha regular de! gobierno salomónicamente regido por el inmutable empleado español.

Alguna cosquilla causaba y no obstante en la conciencia de! antig'.lo letrado la falta de formalidad en las aprehensiones; y para justificar su capricho y dividir responsabilidades buscó la aprobación de sus actos en los tres brazos representativos de la nación: e! ayuntamiento, el ejército y la Junta Provisional Consultiva de Guatemala.

No halló en e! Cabildo de San Salvador e! apoyo que esperaba; y en el de San Vicente, a quien ofició para la captura de los sacerdotes prófugos, vio caras de vinagre en vez de com­placientes sonrisas.

-¿Censuras a mí, -se dijo e! ofendido Jefe-, y críticas de los ediles vicentinos, antaño tan regalistas y hoy tan alta­neros?

Bueno fuera que aguantara semejantes tábanos su señoría. Incontinenti ofició al Coronel Don Rafael Molina y Cañas, jefe del Datallón que operaba en San Vicente, para que diera cuenta de los municipales irrespetuosos y los remitiera en la merecida compañía de los refugiados en aquel ayuntamiento.

Pero estaba de Dios que todo se le volviera del revés. Y mirábase negro e! pseudo-intendente con tantos obstáculos como se le oponían al paso. j Bueno era e! Corone! Molina para meter en cuerda a los concejales de su tierra, entregar

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a los asilados en San Vicente y cooperar al ultraje hecho a sus deudos en San Salvador, entre quienes contábase su her­mano político Don Domingo Antonio de Lara; y buen brazo que había de tener para apoyar la arbitrariedad y rasgar' con su sable la libertad naciente!

Mudo de asombro quedó Barriere al ver los oficios de! Coronel Molina, que le daba lecciones de respeto a la ley y de delicadeza militar; y e! pasmo llegó a su punto al ad­vertir la actitud agresiva del pueblo de San Salvador, que meditaba nada menos que la evasión de los presos a mano armada, y al saber que se urgía la venida del batallón de San Vicente {.n son amenazante.

Era Barriere el hombre de los expedientes y al proviso echó mano de uno que le pareció perentorio. Si el motivo de los trastornos que se avecinaban eran los presos de San Salvador, con alejarlos se evitaría e! peligro que venteaba. Sublata causa tollitur efecto -se repetiría sin duda; y poniéndolo en práctica despachó a los presos con segura escolta a la capital, para que en Guatemala se castigase a aquellos tremendos reos, que pretendían alterar los consagrados procedimientos adminis­trativos de su señoría el jefe político interino y subalterno.

Ya ia Junta de Gobierno de Guatemala había recibido el informe de Barriere, y cuando los reos llegaran, caería sobre ellos la acusación que les tenía fulminada y e! castigo que aquella tuviese a bien imponerles por la enormidad de sus delitos.

El jefe no contaba con la huéspeda; y cuando menos pensaba tn otro contratiempo a sus planes y antes bien se imaginab'l llegarle la más cabal aprobación de sus medidas para publicarla a son de platillos por satisfacción propia y confusión de sus contrarios, vio entrar al nuevo intendente nombrado en propiedad por la Junta Central.

Y todo fuese orégano, a pesar de la destitución, si no le saliera también alcaravea al mísero Barriere que pensaba arar y cardar como un gerifalte: porque al lado de! nuevo inten­dente --que lo era con poderes omnímodos el Padre Dr. don MatÍas Delgado-, venían libres y sin costas y formándole airosa comitiva, Arce y Rodríguez, Castillo y Lara. Delgado

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los había topado en la travesía y de presos los tomó en gratos acompañ'mtes de su entrada.

Barriere no daba fe a sus ojos y se figuraba ser un sueño cuanto veía. Pues todavía era poco este espectáculo, ofre­ciéndose otro más regocijado por el rumbo opuesto de la po­blación. Y era que en medio de apiñadas muchedumbres que se arremolinaban por las rúas, satisfechos y orondos volvían de San Vicente los Padres Cuéllar y Echegoyen con escolta de honor de los alcaldes vicentinos y saludados por las es­truendosas aclamaciones populares.

El mundo era otro, sin duda: de ayer a hoy ya nada se entendía y donde esperaba encontrar pájaros, ni siquiera nidos haIlaba el desolado Barriere. El derecho nuevo era muy otro del sabido en las reales órdenes y en el complicado me­canismo del régimen colonial.

El Jefe interino bajaba de su cómodo sillón y en vez de vejámenes en justas represalias, recibía atenciones y auxilios de Don Manuel José de Arce, nombrado miembro de la Junta Provincial. El ex-jefe perdía sus latines y no daba pie con bola en cuanto hacía: aquello era una pesadilla incom­prensible: abría los ojos, pero nada alcanzaba: sus pupilas hechas a la semiobscuridad de la monotonía de la colonia, quedaron de pronto deslumbradas por la sidérea luz de la libertad.

Pasado el tiempo Barriere, el perseguidor de Arce, aceptó empleo de éste, corridos los años, murió al servicio del Pri­mer Presidente de la Federación.

XII

ARCE Y LA ANEXION

Arce entró a formar parte, como primer vocal y en unión de Don Juan Manuel Rodríguez, Don Leandro Fagoaga y Don Miguel José Castro, de la Junta Provincial consultiva, presidida por el Dr. Don Matías Delgado, instalada en oc­tubre de 1821.

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Pronto se presentó uno de los problemas de mayor im­portancia en la vida del naciente país y tocó a Arce resolverlo con sus luces y defenderlo con la espada_ Nadie había luchado y sufrido tanto por la patria como él, y ahora se presentaba la ocasión de afirmar su amor por la tierra nativa y de ex­poner su vida una vez más por una causa hermosa_ De nada serviría stpararnos de España, si quedábamos ligados a otra nación con vínculos más odiosos tal vez que los rotos en 15 de Septiembre_

La Junta de San Salvador rechazó indignada la proposi­ción de incorporar las provincias a México y manifestó la decisión de sostener con las armas su autonomía: honrosa determinación, que vive en la historia como muestra de pa­triótica aítivez y de amor a la libertad_

La Junta comprendió que las armas decidirían la cuestión planteada y se apercibió a la lucha nombrando comandante general de la provincia a Arce que a la sazón tenía grado de CoroneL

Al punto comenzó el nuevo iefe militar los aprestos bé­licos con actividad inusitada_ No había elementos de guerra, y urgía crearlos: por escasear la pólvora organizó manufac­turas de ella con tal tino y acierto que pronto se encontró con abundante provisión y mantuvo sin cesar grande y cons­tante depósito durante toda la campaña: procuró armamento de fusiles, tratando de obtenerlos de las goletas de Cochrane; preparó suficiente parque de artillería, que no abundaba antes en San Salvador e hizo fundir cañones bajo la dirección de Corral hasta en número de 22 piezas; alistó voluntarios, ins­truyó reclutas, arregló compañías, formó cuadros de oficiales y vigiló sobre cuanto había menester para las operaciones de defensa. En pocas semanas estaba organizado el ejército que, oponiéndose al imperio, tremolaría la hermosa enseña repu­blicana.

La política salvadoreña se inspiraba en los más altos sentimientos de nacionalidad: pero era difícil que se sostu­viera indefinidamente si El Salvador quedaba aislado en la general tendencia ' de agregación a México, y rodeado de po­blaciones cuyo ejemplo era peligroso.

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En el partido de Santa Ana y en la Alcaldía mayor de Sonsonate había círculos divergentes: y aunque el sentimiento general fuese el de independencia corría el riesgo de que los trabajos e intrigas de los adversarios lograren inclinar a los municipios a pronunciarse por la incorporación, máxime si, como era de temerse, el Comandante' de Armas Don Nicolás Abos Padilla influía en tal sentido con el respeto de las fuerzas. Por el lado de San Miguel, zona rica y de la mayor importancIa en la Provincia, crecía el flujo de anexión; así es que no cuadraba a la política salvadoreña permanecer en muda pasividad, pues si bien se hacían protestas de dejar li­bertad completa en los pronunciamientos, lo cierto es que el núcleo de San Salvador sé estrechaba cada vez más y el avance del anexionismo se presentaba como avasallador . to­rrente.

Resolvió la Junta que en Santa Ana se reviese en cabildos abiertos io acordado en 12 de enero de 1822 que establecía la anexión a México, por conceptuar que en aquel acto había obrado la presión gubernativa; y el sargento mayor Abos Pa­dilla se opuso a mano armada a lo resuelto por la Junta, seguro de un acuerdo contrario al que antes se obtuviera. La Jun~a ordenó la deposición de Padilla, que se rebelaba contra su autoridad, y en tal virtud acudió a Santa Ana el General Arce a deponerle. Abos Padilla se rei:iró de esta población y dejó que Arce formalizara una acta contrariando el acuerdo de unión a México y declarando la mancomunidad con San Salvador; y con el fin de burlar las órdenes de la Junta y de favorecer otros pronunciamientos de anexión, se dirigió con sus tropas a la villa de Sonsonate. Arce marchó en segui­miento suyo, y en la madrugada del 12 de marzo le dio al­cance en los llanos del Espinal, desbaratándolo completamente y obteniendo valiosos despojos. (6)

Este hecho de armas, de poca importancia militar en sí, la encierra grandísima en los fastos de la América Central,

(6) 85 fusiles; 2 cajones de pólvora; 1 zurrón de piedras de fuego; 1 caja de cartuchos; cerca de $ 3,000; varias bestias, entre ellas la que montaba Padilla, y mil otras cosas d~ uso de la tropa.

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porque sIgnifica e! principio de la sangrienta lucha entre dos ideas -la república y el imperio-, y e! choque entre dos aspiraciones -la autonomía y la anexión.

La victoria de! Espinal dio pretexto a GaÍnza, jefe del gobierno del antiguo reino y agente eficaz de las miras de lturbide, para dirigir un ejército contra San Salvador; y al efecto nombró al Coronel Don Manuel de Arzú y Nájera para que e! 19 de marzo saliese al frente de la columna que operara sobre la Provincia.

Arce y Delgado estaban resueltos a la lucha y el temple de sus almas no permitía vacilaciones ni flaquezas, pero la idea de la guerra civil les aterraba, y para evitar sus horrores pusieron en juego cuantos recursos les sugirieron la política más generosa y el más noble anhelo de paz. Todo fue inútil: la invasión estaba decretada irremisiblemente, y la superio­ridad de las armas, disciplina y provisiones de los guatemal­tecos ase~raba el éxito de la expedición.

Por tal superioridad, que e! patriotismo salvadoreño no podía menos que reconocer, se acordó la retirada hacia la capital de la Provincia para concentrar las fuerzas disponi­bles y lograr puntos ventajosos de defensa.

En los primeros días de mayo apareció Arzú frente a San Salvador. A decidirse a pronta y vigorosa acometida, el éxito quizás coronara su empresa; pero la prudente cautela militar convertÍase en Arzú en lentitud peligrosa. Su inexpli­cable tardanza dio tiempo a Arce para fortificar los puntos de entrada de su capital; de tal suerte, que a fines del mes se consideraban inexpugnables para los sitiadores los puntos del Atajo (que además de la natural defensa de su cuesta empinada, tenía fosos abiertos y parapetos en cortina), el cantón de Milingo atrincherado perfectamente, y e! callejón del Diablo con sus alturas artilladas de piezas que enfilaban a precisión la única senda practicable.

El jefe militar de los guatemaltecos se dio cuenta de las posiciones defendidas y comprendió la inutilidad de dar sobre ellas infructuosos asaltos: carecía de tropas suficientes para organizar .asedio formal sobre la plaza, que podía abastecerse por el interior de la provincia; y meditaba con despacio la

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manera de penetrar al recinto de la ciudad, excogitando todos los medios imaginables.

De los reconocimientos practicados, vino en noticia de hallarse desguarnecido un punto, difícil de atravesar, pero que presentaba el único lado vulnerable de la plaza, y era el ca­mino del Volcán.

Arce había hecho vigilar la estrecha garganta por un destacamento; pero la Junta de guerra, asesorada por dictá­menes varios, y a pesar del sentir del Alcalde Don Domi~go Antonio de Lara, cuyos conocimientos científicos habían con­tribuido al trazado de las fortificaciones, decidió desguarnecer un punto que a nadie parecía peligroso, a fin de no distraer fuerzas indispensables en otros parajes. Arzú no había hecho movimiento alguno hacia el camino del Volcán y todo indicaba no haber riesgo qué temer por ese lado. El 1 Q Y el 2 de junio hubo algunas escaramuzas por diversos puntos con el fin de distraer la atención de los salvadoreños y figurar un ataque sobre las fortificaciones, mientras el grueso del ejército se dirigía hacia el Occidente; el 3 en la noche acabó Arzú de faldear el Volcán con el mayor orden y el más profundo sigilo, y al rayar la luz del 3 de junio, sorprendía la ciudad. Avanzó rápidamente sobre la población y ocupó las calles de la entrada con prodigiosa prontitud: hábil maniobra que bastaría a la reputación de un jefe militar, pero que malo­graron el desorden de las tropas y la falta de dirección en el ataque.

A la vista del enemigo, vinieron de los puestos del Oriente el Coronel Cañas y los sargentos mayores Don Ma­cario Sánchez, Don Pedro Delgado a contener la toma de la ciudad: sostuvieron vivo fuego en algunas calles y logra­ron detener algunos escuadrones; pero pronto quedaron obli­gados a replegarse los salvadoreños, inferiores en número y en elementos de combate. El patriota Delgado, motor ac­tivo en las revoluciones de San Salvador que prepararon la independencia, exhaló el último aliento con la gloria mayor a que puede aspirar un ciudadano, sirviendo a su patria en una causa justa.

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Cañas tocó retirada, replegándose con el mejor orden posible y abandonó las calles ocupadas por los atacantes.

Los invasores incendiaron varias casas pajizas de las orillas de la población, y sin preocuparse en perseguir a los defensores, dieron por concluida la sorpresa y se derramaron por las calles en busca de alimentos y descanso, tratando de conseguirlos por los medios violentos que suelen en los azares de la guerra, siendo los barrios del Calvario y Santa Lucía los ofendidos principalmente por los desmanes de la solda­desca agresiva.

Trataba Arzú de organizar bien sus tropas, ya para cortar las depredaciones de sus soldados que saqueaban al­gunas viviendas, ya sobre todo para evitar ser sorprendidos por fuerzas de refresco y poder ocupar definitivamente la plaza tomada.

Daba sus órdenes últimas con tal objeto y tenía bajo banderas la mayor parte de sus soldados, cuando un -repique general de campanas y el disparo de piezas de artillería, bombas y cohetes indicaron algo de extraordinario ocurrido en la población, haciéndole suponer que algún triunfo par­cial de importancia por parte de los sitiados daba motivo a tan jubilosas demostraciones. Tal había sido la hábil estrata­gema de Arce y del Padre Delgado para impresionar al enemigo y enardecer a los atemorizados haqitantes.

Arce fue llamado de Milingo. Dejando escasa guarni­ción en las trincheras, vuela a la plaza ya ocupada por los invasores: conferencia brevemente con el Padre Delgado sobre la estratagema referida y sobre el ataque inmediato; incor­pora a sus huestes los lanceros de Rafael Castillo y de Cañas, y al frente de su escogido batallón "Libertad" carga a la bayoneta con impetuoso ardor y hace retroceder a l.os aco­metedores espantados. Procuran éstos rehacerse, pero el fuego incesante de los fusileros les impide avanzar un paso. Dis­pone Arce dos piezas de artillería: asesta certeros golpes sobre las filas guatemaltecas que ' ven aclararse sus cuadros: al propio tiempo prepara otra carga de frente, más impetuosa y arrolladora aun que la primera.

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Declinaba e! sol y los guatemaltecos perdían terreno a cada instante. Arzú comprende e! peligro de pasar la noche en medio de la población enemiga, advierte las bajas consi­derables de los suyos y e! bravo empuje y nutrido fuego de los contrarios, y repliega sus tropas que ordenadamente retroceden batiéndose en retirada. La certera puntería de! artillero Cruz Cuéllar desmonta uno de los mejores cañones de Arzú colocado en una altura sobre el camino del VoIcán, por donde caminaba la tropa: rueda el cañón, precipítase la cureña y los soldados se espantan y desordenan: Arce arre­mete por vez tercera con desesperada furia y desbarata los últimos cuadros del enemigo, que vio en la huida la salva­ción: desbandándose los soldados, pónense en fuga los ofi­ciales, déjanse las municiones, abandónanse los bagajes y todo es confusión y pánico en medio de las primeras sombras de la noche. Ordena el general salvadoreño picar la retirada, y viendo deshecho al ejército invasor, regresa a dar a sus tropas el merecido descanso, después de dos horas de marcha y siete de rudo pelear. El botín fue espléndido y delirante, la alegría de las turbas. Se tomaron los cinco cañones de Arzú, entre ellos la famosa culebrina en que habían fincado los mayores destrozos; más de un centenar de fusiles nuevos, fuera de infinidad de estas armas que los fugitivos abando­naban por e! camino, los pertrechos íntegros y todas las caballerías. Incontinenti se procedió a la ocupación de Son­sonate, de donde se llevaron a San Salvador otros 5 cañones y todo e! demás armamento, aunque parte de él lo tenía inutilizado el Comandante Fernando Padilla desde que supo la retirada de Arzú.

Las muchedumbres salvadoreñas veían con loco entu­siasmo la entrada de todos estos despojos. Creen terminada la campaña y aclaman a Arce como a su libertador.

XIII

ARCE Y EL IMPERIO

Deshechas las tropas de Arzú, el pueblo de San Salva·

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56 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

dor se entregó a los mayores regocijos, suponiendo concluida la guerra y aclamando a Arce como su libertador.

El General victorioso comprendía que el triunfo alcan· zado no era decisivo y que la acción de San Salvador era sólo el principio de campaña más cruda y sangrienta. Dolíase de la guerra civil y por segunda vez él y Delgado se empe­ñaron con Gaínza en poner término a las hostilidades. Veían apretarse el círculo de hierro de las poblaciones partidarias de la anexión y la Provincia reducíase a términos de exten­sión la más diminuta. Santa Ana y Sonsonate habían sido recuperados por la primera columna expedicionaria de Arzú antes del ataque de San Salvador: Chalchuapa y Coatepeque se pronunciaron por México y del lado Oriental no sólo San Miguel era disidente, sino que los partidos de Gotera, San Alejo y Usulután se apartaron de la mancomunidad de la provincia.

Por esos días -12 de junio- hacía su entrada en la capital de Guatemala el Brigadier don Vicente Filísola al frente de 600 soldados veteranos. lturbide proclamado em­perador, ya no exhortaba a los centroamericanos a unírsele por las ventajas que de su anexión reportarían, sino que decidía y mandaba en estos reinos como si ya fuesen parte de su patrimonio imperial. Con todo, ante la fiera actitud de San Salvador, y deseoso el general mexicano de no hacer odiosa la causa de Agustín 1, sometiendo la provincia a fuego y sangre y dando con ello motivo de inculpaciones a los enemigos que en México se habían suscitado al emperador Agustín procuró un avenimiento con San Salvador" que en el acto halló pronta acogida en esta ciudad.

Extendióse un armisticio y se suscribió en Guatemala por los comisionados salvadoreños un convenio, que con las modificaciones hábilmente calculadas por la Junta de San Sal­vador, pondría fin a la anormal situación creada.

lturbide había variado de conducta en México y no era de esperarse que guardara contemplación alguna con los que en estas otras partes resistían su dominación. Rechazó el con­venio celebrado con Filísola y ordenó a éste someter por las armas a San Salvador.

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El lugarteniente mexicano marchó al punto. El primer encuentro cerca de Metapán no honra por cierto su humani­dad ni su valor: el acuchillamiento de una escasa partida que forrajeaba por los alrededores, dio la señal de las hostilidades entre salvadoreños y mexicanos. Marcharon estos últimos a ocupar las magníficas posiciones de Mapilapa, en donde per­manecieron un mes sin encuentros de mayor importancia.

Arce era el ídolo de sus soldados -que cada uno ardía por significarse de alguna manera- , y él con su arrojo y

. su valor jamás desmentidos mantenía vivo el entusiasmo de sus huestes. Creció el belicoso ardor de los patriotas con el buen suceso alcanzado en un encuentro de armas de bas­tante significación ocurrido el 14 de enero de 1823 entre los pueblos de Guayabal y Guazapa, en que rompieron las filas imperiales mandadas por el Coronel mexicano Miranda, que salió gravemente herido. Resueltos los salvadoreños a librar batalla campal y en la confianza de su ardimiento y valor para vencer a los que hollaban el sagrado suelo de la patria, se formaron en batalla en las extensas llanuras de "El Angel" enfrente de Mapilapa y provocaron y hostigaron a los odia­dos invasores; pero Filísola esquivó el valeroso reto y los imperiales permanecieron en sus inexpugnables posiciones.

En la primera semana de febrero, Arce enfermó grave­mente, y ante el riesgo de la vida del caudillo, abatiose el ánimo de las tropas, Filísola no desperdició una coyuntura tan favorable(7) y marchó a posesionarse de Mexicanos, a media legua de la capital, no sin grandes dificultades por la recia y tenaz resistencia de los atacados. Grande fue el arrojo y firme la decisión de los salvadoreños, pero al fin tuvieron que ceder, y Filísola ocupó la plaza el 9 de febrero. Arce fue conducido en camilla y en estado de suma gravedad fuera de San Salva­dor, con las fuerzas que Don Juan Manuel Rodríguez condujo al Oriente al evacuar la capital. Recobrada un tanto la salud, marchó fuera del país prefiriendo el ostracismo a la extraña denominación. Embarcóse con rumbo a los Estados Unidos,

(7) Marute, Bosquejo Histórico.

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desde donde proyectaba trabajar por la liberación de su tierra nativa.

Pronto supo el estado de descomposición del imperio y calculó que con el desmoronamiento indudable del trono, El Salvador recobraría la libertad. En los Estados de la Federa· ción Americana contempló Arce la práctica realización de la libertad soñada en sus mocedades y fortificada en sus lectu­ras; y vio cómo las garantías individuales eran el factor más grande en la felicidad de los pueblos y el mayor estímulo para el trabajo de los hombres y para el progreso de las nacio­nes. El prócer salvadoreño estudió el mecanismo administra­tivo de aquel país, advirtió su régimen político, adivinó el grado de inconcebible grandeza a que se encaminaba y comprendió que el espíritu de Washington flotaba por sobre los destinos de la gran nación guiándola por las sendas de la virtud. (8)

La política ha de ser virtud para perdurar ; la fundada en la sinrazón y la violencia, efímera es como el heno de los cam­pos marchito con un día de sol. Así aparecía la política im­perial en Centro América, y su oposición fue obra de la más alta virtud, el patriotismo, que las reúne todas como en haz admirable de esclarecidas prendas. Las militares que adorna­ron al General Arce aparecen en la alta ocasión de la libertad salvadoreña como luminoso relámpago en el cielo ensombre­cido por el humo de las guerras fractricidas, y reclaman la envidiable rama de laurel para ornar su frente victoriosa; la constancia en sostener la causa magnánima de la autonomía patria es ejemplo viviente para las generaciones que venimos atrás; la fuerza de sus actos y la rectitud de sus anhelos norma deben ser de los hombres a quienes cabe la dirección de las gentes y su abnegación sin límites le coloca en el más alto pedestal de nuestra historia.

La guerra que sostuvo contra el partido de la anexión no fue una de tantas luchas estériles como han ensangrentado el patrio suelo pasando como detestables sombras por nuestros fastos, sino la sintética expresión de la autonomía contra la

(8) Correspondencia.

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dependencia extraña, de la libertad contra la tiranía, de la república contra el imperio: es la idea moderna de la demo­cracia de América ante la idea arcaica del absolutismo, la ex­presión tonante del alma de la patria que grita en trágico cla­mor por su libertad. Arce fuera de la patria es la protesta viva contra la invasión; y por curiosos decretos del Destino, su éxodo del suelo natal se verificaba cuando el trono de !tur­bide venía por tierra. La victoria material de San Salvador fue de los imperiales, pero el triunfo moral se alcanzó por los republicanos. El imperio fue efímero como el verdor del heno y la república se alza lozana y fuerte como el añoso cedro de nuestras altivas montañas.

XIV

POR LA LIBERTAD CUBANA

La isla ubérrima y codiciada, primer establecimiento fuerte del imperio colonial de España y último baluarte del poderío castellano en América, fue siempre digna de particular prefe­rencia en la política española, no sólo por su riqueza cuanto por ser la llave de la navegación en las Indias, puerta del Golfo mexicano y dominadora del Mar Caribe.

Los que vimos a la perla de las Antillas, más que eman­ciparse de la madre patria, ser arrebatada por audaz zarpazo del águila del Norte, y supimos del grito de Yara y vimos caer a Martí envuelto en los gloriosos resplandores de la lucha heroica tiñendo la manigua con la grana de sus venas; los que saludamos a los patriotas que en su doloroso exilio vinie­ron a sentarse al hogar de los pueblos centroamericanos, pleno el corazón de la angustia de la derrota y de la amargura de la nostalgia; los que pudimos recordar a Céspedes que hizo bambolear el poder español mientras la suerte cruel no le hizo acabar en trágica muerte, inquiríamos en lo pasado los primeros movimientos de la libertad cubana; retrogradando

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60 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

en el tiempo, nuestros recuerdos se perdían antes de llegar a un medio siglo atrás, y olvidábamos con notoria injusticia o no sabíamos tal vez, pues a tal punto llega la indolencia crio­lla; que el germen de la independencia de Cuba y el proyecto primero de su emancipación por las armas nació en el cerebro de un centroamericano, el General Don Manuel José de Arce, que ofreció su brazo y su corazón para el logro de la h,azaña romancesca.

El paladín animoso que acababa de oponer el pecho arro­gante a las conquistas del imperio mexicano y que postrado de la fiebre no contempló el abatido espectáculo de la ocupación de su ciudad nativa por las huestes de Iturbide, pero pudo al abandonar las patrias riberas ver el desmoronamiento del trono imperial, tenía ansia de independencia, sed de libertad, anhelos de gloria para toda la tierra americana, y compren­día que mientras España tuviese por medio de Cuba el domi­nio de los mares, peligraba la independencia de las colonias ya libres y una reivindicación era inminente. La ocupación de San Juan de Ulúa confirmaba los juicios del estadista y el apoyo seguro de las naves españolas en el apostadero de la Habana encendía el ardor del férvido patriota. ¡Ay! también sus sentimientos se sublevaban al recuerdo del Morro, teme­rosa prisión, lóbrego y helado sepulcro en que fueron ente­rrados en vida por años interminables los independientes que trataron de sacudir el yugo ibero. Mientras España tuviera un punto de apoyo aquende el océano, en continua amenaza es­taría la libertad de América; y tanto interesaba a México alejar al vecino peligroso, como importaba a la América Cen­tral hallarse a cubierto de incontrastable desembarco y a Ve­nezuela y Santa Fe impedir el bloqueo posible de sus puertos.

Hallábase en Filadelfia el general salvadoreño, y en la ciu­dad en donde se reunió la gran convención americana y cuyo nombre significa fraterno amor, como para recordar el de todas las naciones hermanas del Nuevo Mundo, conoció al General Salazar, agente de Colombia, e intimó con el gran político Vicente Rocafuerte, Diputado que fue por el Ecuador a las Cortes de Cádiz y presidente algún día de su patria. En sus amistosas entrevistas departían sobre la solución de los pro-

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MANUEL lOSE DE ARCE 61

blemas de las repúblicas nacientes, y de Arce brotó entero y minucioso el proyecto de invasión a Cuba para arrancarla del dominio hispánico. El prócer salvadoreño alistaría los cuatro mil hombres que organizó, armó y mandó contra las tropas imperiales de Iturbide: Puerto Cabello y Maracaibo al ser evacuadas prontamente, embarcarían las fuerzas numerosas que guardaban en su recinto; Colombia suministraría los trans­portes y un cuerpo de artilleros; y el dinero necesario se re­cabaría en México que acababa de efectuar un préstamo de

. 22 millones en Londres por medio de la casa Migony y Echeverría de Vera Cruz. El plan revestía proporciones vas­tas, la empresa era audaz y se confiaba en el éxito. Salazar y Rocafuerte quedaron deslumbrados y convencidos, y señala­ron al General Arce para jefe de la expedición.

Poco hacía que éste era sabedor del estado de cosas de su país. Las comunicaciones eran difíciles y tardías y el pa­quete de Santo Tomás no llegaba con regularidad a los puertos del Norte; pero el arribo a Nueva York del Lic. Don Pedro de Aycinena, que, en unión de algunos hermanos y primos suyos, se dirigía a la Gran Bretaña, le proporcionó completas noticias. Por el Sr. Aycinena supo la instalación del primer congreso constituyente y el nombramiento del pro­pio Arc~ para miembro del Poder Ejecutivo, la sucesión de Codallos y de Milla en la intendencia de El Salvador y la pre­ponderancia del partido anti-imperialista en los negocios polí­ticos. Sus amigos dominaban en El Salvador. Delgado era el oráculo del pueblo y ningún obstáculo se opondría a la caba­lleresca aventura en que se deleitaba su ardiente imaginación. Si Arce había sido de los primeros en alzarse para libertar al reino de Guatemala y había agostado en las prisiones la flor de su juventud como holocausto a sus nobles ideales, aprestábase a desenvainar la espada para asestar en playas remotas el postrer golpe a la coyunda ibera.

Organizóse en Nueva York un comité revolucionario compuesto de los cubanos Iznaga, Arago, Miralla, Betancour y Castillo. Arce suplicó a Rocafuerte ir a Maracaibo a tomar razón de los oficiales disponibles y de los elementos de guerra con que Venezuela contribuyese; y en vez de que los cubanos

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pennanecieran en los Estados Unidos esperando inútilmente el enganche de americanos, los remitió a Bogotá para que des­pertando los sentimientos de sus hermanos de Colombia, logra­ran eficaces auxilios para la empresa.

. Escribió a Bolívar, recordándole los antiguos vínculos y simpatías que los ligaban y excitándole a cooperar al seductor designio de arrancar a los españoles el dominio del mar; excitó a varios de los héroes del Sur a ayudarle en sus propósitos y detenninó al Dr. Don Pedro Gual a poner al servicio de la causa la autoridad y prestigio de su puesto en Santa Fé.

Arce salió de Nueva York el 18 de octubre de 1823 rumbo a T ampico, y se encaminó a México a entregarse con ahínco al proyecto de emancipación de Cuba. El desaliento se habría apoderado de cualquier otro corazón al palpar la egoísta indi­ferencia con que tropezaron sus labores; los políticos eran miopes y no alcanzaban el peligro de la vecindad del enemigo de las Antillas, codiciosos los banqueros, no quisieron en su sordidez aventurar los fondos precisos; obcecados en su ambi­ción los jefes militares, excusaban alejarse del teatro en que otros medrarían durante su ausencia imprudente. Con todo, Arce esperaba nuevas más gratas del Sur. Por desgracia vio sus esperanzas fallidas. Rocafuerte le informaba hallarse en de­plorable atraso la evacuación de las plazas marítimas y ser en extremo escasos en número los hombres verdaderamente útiles y patriotas: Gual no podía aprestar los elementos que se le pedían: Colombia carecía de los precisos transportes y no . podía desprenderse de lo que había menester a sus propias necesidades; y el Libertador que entusiasmado con la idea de Arce, desbordaba en frases de fuego el ardor de su alma y señalaba a su autor las vías gloriosas de los más altos he­chos que comprometerían la eterna gratitud de un mundo, veíase obligado a dar sus estímulos tan sólo, sin poder coad­yuvar en la medida del deseo: su espada vencedora dirigíase al corazón del ejército de Canterac para completar la eman­cipación del Sur y hacer de la ciudad de los virreyes y de la rica Potosí las cabezas de dos nuevas repúblicas. El comité revolucionario de cubanos jóvenes que soñaban con marchar al lado del general salvadoreño, comunicaba a Arce su propio

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desencanto, y la expedición señalada para febrero de! 24 se desvanecía.

Por otra parte, recibía el General la invitación de! Con· greso, que de nuevo lo nombraba miembro de! Poder Ejecu­tivo, y las instancias de sus amigos y compatriotas que le apremiaban a acelerar su retorno por exigirlo así la marcha de los sucesos.

Desvanecidas las ilusiones de la aventura guerrera que le llevó a México, Arce tomó camino de la patria para ocupar

. su puesto en la dirección administrativa de la república. De organizarse la expedición proyectada, le tendrían al punto dispuesto a libertar a la perla antillana o a teñir con su san­gre generosa la espuma que el Caribe desata en sus costas floridas. El caballero cruzado de la libertad tenía embrazada siempre la poderosa lanza para bregar por la felicidad del nuevo mundo.

xv MERITOS PARA LA PRESIDENCIA

Arce era ya una de las más importantes figuras de la Amé­rica Central en 1823 y sin duda la más simpática por sus padecimientos y la más interesante por los hechos llevados a cabo. Así es que e! Congreso lo desigrló como miembro del primer poder ejecutivo de la nación con aplauso unánime. Por su ausencia en los Estados Unidos, e! triunvirato quedó constituido con diferente personal al acaecer los sucesos que motivaron la renuncia de éste, el nombramiento de 4 de octubre recayó segunda vez en Arce, lo que prueba su inmensa popularidad. "La opinión de valor militar, la de su talento natural, claro y despejado, e! concepto de generosidad con sus enemigos, todo hablaba en su favor";(9) y ausente del país,

(9) Manuel Montúfar.

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sin trabajos personales en pro de su causa y sin ambición al­guna, los nombramientos recaídos en él demuestran el aura popular de su nombre.

Entró en ejercicio de sus funciones en marzo de 1824; pero desgraciadamente, no pudo desplegar sus dotes de mando y realizar el programa que sus buenas intenciones le sugirieran por el carácter de sus dos adjuntos: Valle, porfiado, insidioso y calculador, y O'Horan, débil, irresoluto y frío.

En todos los negocios relativos al gobierno de San Salva­dor opuso Valle la contradicción al último extremo, al punto de exasperar al primer triunviro: en la pacificación de Nica­ragua obró con maquiavelismo desesperante y con el peor resultado, y en los asuntos acerca de la provincia de Chiapas, por cuya reivindicación procuraba Arce, fue la conducta de su colega tortuosa en grado sumo y perjudicial a los intereses de Centroamérica. Si en estos altos puntos de mira Arce y Valle marchaban por rumbos opuestos, en las minuciosidades administrativas, en los detalles de la gobernación, suscitaba el segundo estro piezas a cada paso, mortificando con su aire suficiente la irritabilidad del primero. No pudiendo soportar una contradicción constante, Arce dimitió al punto.

La Asamblea no le admitió la renuncia y le excitó a que por su señalado patriotismo prestara el valioso concurso que hasta entonces; pero el dimitente amplió los motivos de su separación, expuso el verdadero estado de los negocios vitales de la república, comprometidos por su asociado, y repitió la renuncia de manera irrevocable. (lO) Valle no contradijo la tre­menda acusación. que contra él envolvía la dimisión de Arce, y aunque herido en lo más íntimo de su amor propio, vio con satisfacción el alejamiento del único adversario temible en la elección presidencial a que aspiraba.

El primer miembro del triunvirato ejecutivo se dirigió a San Salvador, y aunque acababa de estar en el más alto puesto, no desdeñó uno secundario, como era la comandancia de las armas, convencido de que en el gobierno popular los empleos

(10) Dr. Alberto Luna en el "Boletín del Centenario" , No. 6.

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deben conferirse conforme el interés de la nación y no según el provecho de las personas. (11)

Se organizaba entonces una división con destino a interve­nir en las contiendas civiles de que era presa Nicaragua, y Arce tomó la dirección de las fuerzas pacificadoras y marchó al teatro de las desastrosas batallas ciudaÓanas. Su antiguo colega de gobierno, Valle, le suscitó serias dificultades indisponiéndolo con ambos partidos a quienes halagaba sucesivamente con el propósito de presentar obstáculos al pacificador. En Las Cru-

o ces recibió Arce comisionados de los sitiadores de León y en San Bernardo abrió comunicaciones con el gobernador de 1:1 plaza. El 9 de enero de 1825 entró en aquella capital a la cabeza de 500 salvadoreños y se puso a las órdenes del Gene­ral Arzú, enviado por el gobierno de Guatemala; pero este jefe dejó al salvadoreño la dirección de la campaña y en con­secuencia asumió Arce el mando supremo de las tropas y pro­cedió por sí en la forma que le pareció más oportuna. Marchó sobre Managua y con su firmeza y severa actitud humilló la necia arrogancia de la Municipalidad, que pretendía ponerle condiciones inadmisibles, e hizo su entrada sin oposición. Con­tinuó ocupando los puestos varios de los contendientes y des­armando las diversas partidas; dictó atinadas disposiciones, aceptadas por los dos bandos enemigos, y alejó de aquellos lugares a los principales motores de los trastornos: ' convocó a las elecciones del estado, organizó los cuerpos administrativos; y en menos de veinte días, sin un solo disparo ni el me.nor vejamen, sin perseguir a nadie absolutamente, sin una sola vio­lencia que empañara el lustre de sus virtudes cívicas ni la menor ofensa al amor propio de granadinos y leoneses, con­cluyó la pacificación de Nicaragua que por siete meses se despedazó en la anarquía más espantosa y en los odios luga­reños más enconados.

Satisfecho de su labor de política y de humanidad, Arce dejó pacificada la provincia retirándose a la suya y llevando la gratitud de ambos pártidos puestos en concordia. Aquella conducta generosa y sabia aumentó el buen nombre de Arce

( II ) Arce. Memorias.

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en toda la república y principalmente en Nicaragua, cuyas juntas departamentales le dieron sus votos para la presiden­cia con la más uniforme espontaneidad_ Arce era el candidato de todo el partido liberal y Valle del partido llamado servil por sus contrarios_ No hubo elección popular, y el Congreso Federal, según el tenor de la Constitución expedida, procedió a elegir por sí: de veintisiete votos, los 22 fueron por Arce y los 5 restantes por Valk Liberales y conservadores se unieron en este acto electoral; aquéllos sostenían su candidato por sus reconocidos méritos alcanzados y los conservadores unieron sus votos por las prendas de imparcialidad y moderación del caudillo.

Lo que debió ser gaje de bienestar y concordia, la conven­ción de ambos partidos; fue por desgracia origen de escisiones profundas y principio de graves trastornos. Es aspirante de­rrotado y los miembros más exaltados del partido Liberal se declararon opositores sistemáticos del gobierno y le presen­taron cuantos estorbos y contrariedades hubieron a su alcance.

El 30 de abril de 1825 tomó Arce posesión de la primera' magistratura de la Nación; y pronto advirtió que sus antiguos amigos, los que habían trabajado con él en la independencia y figuraban al frente del partido liberal rehusaban el concurso de sus servicios al gobierno, renunciaban los nombramientos que el Presidente de la Federación hacía en ellos y le fra­guaban guerra sorda. A poco declararon su oculta enemistad y se tornaron adversarios del antiguo corifeo de la Indepen­dencia. Arce veía las dificultades suscitadas, palpaba los in­convenientes del régimen federal y notaba los vacíos de la ley constitutiva; pero confiado en su honradez, abroquelado en su buena fe y en la innegable rectitud de sus propósitos se dedicó a las labores administrativas y de organización a que le obligaban sus deberes de gobernante.

"Poner en práctica una legislación sobre cuya conve­niencia o incompatibilidad se disputaba acalarodamente; ha cer marchar sobre mil escollos un sistema que a cada paso debía vararse en ellos; rodear de prestigios y respetabilidad a un poder naciente y débil y hacer todo esto en medio del choque de his pasiones e intereses, y cuando ahí aún

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duraba la lucha entre los antiguos hábitos y las nuevas insti­tuciones; tal era la obra prodigiosa cuya ejecución estaba confiada al primer Presidente de Centroamérica". (t2)

XVI

ARTILLERO HAZAf;!OSO

(Odio y Cordura)

No hay como el sentido práctico de la oportunidad para salir a flote en las marejadas políticas. No me vengan con que el mérito y el valor lucen por encima de todo, porque ahí están las artimañas y las intrigas reclamando el más eminente lugar en el resultado de casi todos los aconteci­mientos.

Tal pensaba el soldado francés Nicolás Raoul, despe­chado por la ingratitud increíble de los jefes por cuya felici­dad siempre había estado pronto a sacrificarse. Desabrido de ver menospreciados sus generosos arranques en la voluble Francia, dejó la patria por incomprensible y tornátil y vino a ofrecerse a América en holocausto al derecho y a la libertad. Sentíase con ardimiento bastante para eclipsar al rayo mismo de la guerra; y en cuanto a austeridad y rectitud en tiempos en que Jano cerrara sus puertas de bronce, allá se las podía haber con el mismísimo Catón si resucitara. Era el hombre que había menester la América Central para ir rumbo fijo a la meta de sus aspiraciones, y el brazo fuerte en que de­biera apoyarse el Gobierno si quería mantenerse en pie.

Traía su contrato desde Panamá y llegó a la capital de Guatemala a sentar plaza al servicio de la Federación. No podía ser más oportuno su arribo. Ardían ciertas cuestiones eleccionarias, y aunque resueltas ya por el Congreso, que­daban humeando en el estadio de la prensa. El partido fiebre

( 12 ) Marure. Bosquejo Histórico.

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68 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

había hecho triunfar a su candidato el General Arce, el per­severante patriarca de la independencia; y Valle, candidato de los conservadores se hallaba postergado y rabioso por la derrota. De nada le valía ser sabio, y diestro en componendas y mudanzas, si al fin y a la postre veía escapársele de las manos el poder, a pesar de su sabiduría y de su destreza en acomodamientos. Pero de algo le valdría la pluma; y así la esgrimía a diestro y siniestro, con verdadera habilidad y ta­lento indisputable, contra la resolución del Congreso, contra la validez de la elección presidencial y contra todos los libe­rales habidos y por haber. Ya publicaba una hoja anónima vehemente y agresiva; ya algún artículo firmado con pseudó­nimo; ora un trabajo suscrito por amigo complaciente o cierta paulina fijada en las paredes. Entre todos los esfuer­zos debidos a su pluma misma o a su propia inspiración, des­collaban dos escritos dignos de atento examen: uno firmado por don José Cecilio mismo, ciertamente notable por su argu­mentación y citas, y otro con la firma del senador Pbro. don José Antonio Alvarado. El primero, un alegato en-causa pro­pia, podría archivarse con los antecedentes del litigio público; pero el segundo era más grave y digno de reparo, no tanto por su intrínseco valer, cuanto por venir de un senador de la República que se presumía imparcial en la contienda. Arce, los liberales y muchos conservadores, combatieron con brío las publicaciones de Valle; pero contra la última publicación de Alvarado habría de salir paladín mucho más eficaz y re­suelto que cualquiera, el Coronel Nicolás Raoul. No sabía hablar el castellano y apenas lo escribía con deplorable ridi­culez; pero tenía armas superiores a la pluma de Alvarado; contaba con la intrepidez de su corazón, la energía de su puño y la obediencia de sus soldados.

"Si el Gobierno, por quien estoy dispuesto a sacrificarme -decía el catoniano Coronel- me permite poner al Padre Alvarado una corona de plomo en la cabeza, yo con mi espada y mis artilleros se la pondré en la plaza".

, y esto lo repetía a cada paso y en todos los tonos y lu­gares, como alta muestra de adhesión al Presidente, quien no podría menos que recompensar al ilustre soldado la manera

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franca y leal de salir en su apoyo. Si Arce había mostrado agradecimiento a los que combatieron con el medio corriente de la pluma las publicaciones de Valle, ¿qué no debería gran­jear el impetuoso jefe que anonadaría al adversario con el insólito medio de circundarle de balas la tonsura? Malos vien­tos soplaban al senador costarricense desde la fragua del sol­dado f~ancés.

El Ministro de la Guerra don Manuel de Arzú y Nájera llamó a Raoul a su despacho para averiguar lo que hubiese de verdad, y escuchó con asombro la repetición de los valientes arrestos a que se atrevía e! flamante Coronel. Torció el gesto con ligero mohín y manifestó a Raoul que en el acto daría parte al Presidente. .

No ansiaba otra cosa el jactancioso hijo de Marte sino que llegaran a oídos de Su Excelencia sus belicosos ímpetus de adhesión al· ejecutivo; y esperó satisfecho · el resultado del parte ministerial del General Arzú.

No siempre saben las cosas a gusto de!" paladar ni resul­tan a la medida de! deseo; y en esta vez la suerte ingrata perseguía al adicto defensor de! Ejecutivo. No le pareció al General Arce que merecieran recompensa las balandronadas de Raoul, sin duda porque desde las alturas del poder los hombres se vuelven insensibles y no pueden apreciar la deli­cada pureza de sentimientos de sus más leales servidores. Arce estaba desvanecido por los honores presidenciales y su miopía no le dejaba comprender que la corona de plomo puesta en la plaza al senador Alvarado era la resolución más liberal y justa de las dificultades suscitadas al Gobierno, justa y libe­dI sobre todo como concebida por un soldado de la libertad francesa y ejecutada por un ·veterano de Napoleón. Así es que en vez de los confites que esperaba como premio el niño mÍmado de los fiebres, recibió por su punible ligereza la más áspera reprensión que orejas de aitillero pudieron escuchar jamás.

El Presidente juzgó desde entonces a Raoul hombre pe­ligroso y a propósito para auxiliar a cualquier trastornador de la república, según lo expresó el Ministro Arzú al Senado de la Federación.

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70 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Desde entonces también concibió Raoul odio invencible hacia e! Presidente ingrato que pagaba con jabones los sacrifi­cios de sus servidores leales, dispuestos por desinteresado amor a sus jefes hasta a arriesgar la preciosa vida en la homérica hazaña de fusilar un cura en la plaza mayor.

y cuando vio al cura senador sentarse tranquilamente en la cural de la alta Legislatura Federal, extender amistosa ma­no al Presidente y recibir de Arce personales favores, e! sol­dado francés juró sobre los huesos de Marat y de! Iscariote vengar e! desaire de sus servicios, y con armas y bagajes se pasó a los enemigos de! Presidente. Se desconocía e! verdadero mérito y e! valor heroico de sus actos y la íntriga tal vez y las artimañas de los políticos centroamericanos triunfaban sobre los elevados impulsos de sus esforzados ímpetus marciales contra e! senador de Costa Rica. Los enemigos de! Presidente de la Federación comprendían mejor tan felices disposiciones para los golpes teatrales de la política, y a ellos se pasó e! aventurero francés, convencido de que nada hay como el sentido práctico de la oportunidad para salir a flote en los turbiones revolucionarios.

XVII

POLITICA MENUDA

(Pretextos de Ruptura)

El mayor mérito de don Juan Barrundia para la Jefa­tura del Estado de Guatemala, según el criterio de sus elec­tores era e! de ser hermano de don José Francisco; y entre los inconvenientes de! fogoso tribuno, según juicio de otra agrupación, figuraba e! de ser hermano de don Juan: curiosa fraternidad que hacía perder al uno lo que ganaba e! otro en el aprecio de las gentes.

Don Juan no opinaba de igual manera; y no porque no tuviera elevado concepto de su hermano, sino porque infi-

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MANUEL ¡OSE DE ARCE 71

nitamente más alto lo tenía de sí mismo. Don Juan, que según su estimación propia, era merecedor, no digo de la Jefatura de! Estado, sino de la gobernación de las más pin­gües ínsulas de! orbe, orondo y esponjado tomó posesión de su puesto, no sin un gestecillo de desdeñoso favor hacia sus' gobernados. De repente asaltóle una idea que descon­certó sus íntimas satisfacciones; y era e! hallarse en la Anti­gua como relegado en la triste ciudad, al paso que en la capital de la república lucían las autoridades superiores. Por eso, al determinar la Asamblea trasladarse a Guatemala con el consejo y el Jefe, mil ideas de ostentación y grandeza bu­lleron en e! inquieto caletre de! improvisado magnate que se figuraba triunfar por sus respetos en la capital.

Campando por ellos a son de! mando que ejercía, paseó la mirada por la plaza y sus contornos en busca de! local apropiado para las oficinas públicas; y a cien varas de dis­tancia eligió dos casas contiguas que por lo céntricas y espa­ciosas le vinieron de perilla. Lo malo era que las ocupaban sus dueños, que no pensaban en cambiar de domicilio, así fuera para franquear e! suyo a las autoridades locales. Sul­furado e! Jefe por la incesante negativa, ordenó que e! Go­bernador del departamento don Gregorio Salazar tomara posesión de los inmuebles y pusiera a sus moradores de pa­titas en la calle.

Don Francisco Aguirre y don Juan Migue! Bustamante carecían de medios de oposición a la fuerza de! jefe departa­mental; pero como aquellos eran tiempos en que se creía en la eficacia de las leyes y por entre los capítulos de la constitución federal había cierto articulillo N9 115, que ga­rantizaba el goce de la propiedad a los ciudadanos, ocurrie­ron al Congreso los señores Bustamente y Aguirre queján­dose de violencia, y reclamando e! amparo de la ley contra e! despojo de que eran víctimas.

El augusto cuerpo legislativo no podía desdeñar la fla­mante constitución que acababa de promulgarse y cuyo es­treno al primer reclamo no debería ser una violación. La cita que se hacía era exacta: e! inciso 49 de! artículo invocado decía:

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72 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

"No podrán el Congreso, las Asambleas ni las demás autoridades tomar la propiedad de ninguna persona ni tur­barle en e! libre uso de sus bienes, si no es en favor del público, cuando lo exija una grave urgencia legalmente com­probada, garantizando previamente la justa indemnización".

Cúmplase la ley y ~párese por e! gobierno ejecutivo a los despojados Aguirre y Bustamente, fue la resolución ex­presa del cuerpo legislativo.

El Presidente don Manuel José de Arce que no pecaba de arrebatado y violento y antes bien procuraba encauzar la marcha política por vías de templada moderación, quiso excusar todo aparato que cediera en desprestigio de la auto· ridad del Estado; y buscando medios conciliatorios, no se desdeñó de bajar de! sillón presidencial para ir en persona a casa de Barrundia a proponerle amistosos arreglos.

Encontró al susodicho en grata compañía del vice-jefe y de su hermano el senador don José Francisco.; y calculando que estos sujetos le ayudarían a cortar un negocio que ofrecía disgustos y pesarosos resultados, declaró desde luego el mo­tivo de su visita.

No sé si don Manuel José sabría de antes lo que era ponerle e! pie en la cola a una serpiente: ese día lo supo. El jefe se puso fuera de sí y el vice-i.efe le apoyaba en el designio de no dejarse burlar por un par de malos ciudada­nos que no eran capaces de hacer un servicio al país, ellos que vivían cómodamente en inmensos caserones mientras carecían de asiento las oficinas del Estado. Vehemente y fogoso era el senador Barrundia y dicen ~ue elocuente en grado sumo; lo que es en esta ocasión su oratoria fue vana y completamente inútil su intervención reposada y juiciosa. Razón tenía el Presidente y bien le ayudaba el senador; pero nuestro energúmeno don Juan no atendía más que a su emperrado capricho.

Al despedirse Arce, todavía instó de nuevo al jefe a que meditara en la gravedad de la ocurrencia y otra vez le hizo cuantas reflexiones pudieran calmar su obcecación. T o· davÍa hizo más: le pidió que nada determinara hasta e! dla 5iguiente en que hubiera pensado con menos calor en ·el

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negocio. Item más: que antes de resolverse a nada, avisara al Presidente su determinación. Lo ofreció así e! jefe, seña­lando las diez de la mañana de! siguiente día para enviarle la . respuesta.

Barrundia se creció seis codos sobre e! nive! de su va­nidad viendo llegar al Presidente con semejante embajada: la moderación de Arce le pareció flojedad; vacilación e! paso dado y temor la instancia de arreglo.

Arce prosiguiendo en su afán conciliatorio conferenció con varios diputados a fin de que ideasen la manera de pro­veer al Gobierno de! Estado de los edificios indispensables a la asamblea, consejo y poder ejecutivo, y obtuvo e! ofre­cimiento de que tratándose el punto en sesión de! día inme­diato, se brindaría al Estado algunas de las casas federales.

No pasó por la mente de! General Arce la idea de que un asunto que creía en vías de arreglo creciera nuevamente y tomara distinto y más grave cariz; pero . estaba de Dios que el Diablo ganara la partida y que se diera a todos los de! infierno su Excelencia al saber las bellaquerías de! des­aconsejado jefe. '1 <1, ' t,

Es el caso, que Barrundia rumió e! suceso toda la noche, y tras larga meditación y pensamientos sabios, tomó el par­tido que a nadie en e! mundo se le ocurriera: en vez de pasar recado al Presidente, según lo ofreció la víspera, diri­gió un mensaje a la Asamblea de! Estado solicitando plena autorización para disponer de los fondos públicos ...

¿Para adquirir con ellos algún 'flamante alcázar para las autoridades, o a lo menos comprar a Bustamante y Aguirre las casas fronteras de la Concepción a que les había echado el ojo?

No señor: pedía los fondos fiscales para hacer un arma­mento «con qué contener el despotismo de un tirano que pre­tendía le'Vantarse!!» La frase era digna de un convencional de la Montaña, y se atribuyó, con notoria injusticia, al senador don José Francisco. .

El tirano que pretendía levantarse era e! Presidente de la Federación, que en vez de meter en cintura al jefe arbitrario, tendía a lleyarle a razón con reflexiones y súplicas.

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74 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Mucho se caviló sobre el autor del belicoso mensaje de Barrundia: quién designaba al despechado escritor Tal, quién al fracasado político Cuál, como si para pensar tonterías y escribir sandeces no se bastara y sobrara el magnífico jefe del Estado . .

Los extremos a que se empeñaba el negocio se trascen­dieron al público, por lo cual para evitar complicaciones más graves, Bustamante y Aguirre, aquellos ciudadanos egoístas que vivían en caserones amplios mientras los cuerpos delibe­rantes y el Ejecutivo carecían de local, prescindieron del am­paro pedido al Congreso y cedieron las casas para que el Estado las ocupara.

El Congreso por ;u parte había dispuesto poner a dispo. sición de los poderes de Guatemala los edificios federales Jel tabaco, ubicados en la quinta manzana al Sur de la catedral.

De perdida la ganaba el jefe constitucional y propietario, que ya tenía donde escoger a su sabor entre varios edificios para instalarse cómodamente en su nueva residencia de la capital.

Lo que demuestra que en tierra de chapines no es cosa de ayer el triunfo de la sinrazón y la violencia.

El Presidente se descorazonó: venteaba mayores pesa­dumbres en su gobierno y presentía tremendas desgracias para la patria. El jefe se envalentonó: sintió crecer sus tamaños para tentar mayores desafueros y echó de ver que el éxito es de los audaces.

XVIII

EN EL GOBIERNO

A pesar de la cruda guerra hecha al primer Presidente de la Federación desde el primer día en que tomó posesión de . su alto puesto, la administración pública marchó con toda regularidad con tendencia a la mayor perfección, merced a

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las buenas intenciones, claro talento y perseverancia del Ge­neral Don Manuel José de Arce.

Se trató de regularizar las rentas públicas, y al efecto ~e hizo minucioso estudio de ellas, se formuló plan rentístico maduramente meditado y se normalizó la contabilidad fiscal; y respecto a su inversión, la mayor escrupulosidad y pureza presidieron en su manejo y la exactitud más nimia era exigida estrictamente: los empleados públicos fueron cubiertos en sus sueldos, así como los atrasos habidos; y la puntualidad en

·los pagos fue tal, que no hubo persona alguna que no estu­viera en los tres primeros días del mes satisfecha de sus asig­naciones por el mes anterior.

Consecuente con el sistema rentístico de pureza, no se permitió bajó ningún pretexto ni disfraz la protección oficial ni la gracia gubernativa para dejar de cubrir los impuestos y alcabalas y no se otorgó ninguna exención de las muchas solicitadas so capa de servicios prestados, de pérdidas sufri­das o de ofrecimiento y perspectivas de contratos ulteriores. Asimismo fue perseguido hasta donde era posible el extenso contrabando hecho continuamente por las fronteras y en espe­cial por las dilatadas e indefensas costas de ambos mares.

Para la persecución eficaz de los matuteros y metedores y para el fomento de! comercio en los Estados y defensa de nuestro territorio, se procuró la creación de una marina na­cional, y al efecto se contrató con Torrelongo la compra de un número determinado de buques y se convino con O'Reilly la construcción y armamento de otros navíos nacionales. Con motivo de estos proyectos de creación de marina propia, la oposición y la enemistad llegaron hasta la imprudencia y el sarcasmo y los periódicos de los descontentos apuraron todos los medios de ataque, llegando a la calumnia y al insulto con toda procacidad.

Con el mismo fin de vigilancia y seguridad se organizó e! ejército y se dictó una ley orgánica bien pensada y acomo­dada a nuestra peculiar situación; se atendió con esmero a la instrucción de reclutas, se hizo grato el servicio, halagando el alistamiento voluntario; y como no hubiese fuerza especial­mente destinada para e! gobierno federal se recurrió a las

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milicias de los Estados. Estos dieron con mediana regulari­dad el contingente de hombres que les correspondía, pero en cuanto a los fondos para el sostenimiento del Gobierno esta­tuidos en la Constitución, sólo el de Guatemala cumplía con la entrega puntual de la renta de tabaco, en tanto que los demás demoraban las remisiones o las eludían indefinidamente, siendo común que aplicasen las rentas federales a los gastos particulares del Estado.

Por lo débil y nueva que era la nación, urgía que sus relaciones internacionales fuesen atendidas de preferencia; y así lo verificó Arce enviando agentes confidenciales a los Esta­dos Unidos, a Inglaterra y a Francia y acreditando legaciones en las repúblicas hermanas de la América del Sur. Diferen­cias hubo, suscitadas por México y Colombia por ' cuestiones de fronteras; y el Gobierno de Arce, con celosa intransigencia de los derechos de la nación, pero con tacto exquisito, logró evitar enojosas querellas y alcanzó que se fijasen puntos de convenientes arreglos.

Fueron nombrados Plenipotenciarios a la Dieta de Pa­namá para tratar de la federación de las repúblicas de Amé­rica, los doctores Canónigo Don Antonio Larrazábal, insigne diputado a las Cortes de Cádiz y Don Pedro Molina, de reconocido nombre por su ilustración y talento y por sus tra­bajos periodísticos.

Estas designaciones demuestran el tino y la imparcialidad que presidían en los actos del Ejecutivo: se buscaba el mérito . en donde quiera que se hallara, ya fuese entre los miembros de las familias aristocráticas o en los individuos que no per­tenecían a la nobleza; entre los liberales exaltados o ya en medio del grupo conservador: los tintes políticos y antece­dentes personales influían poco en la elección de los emplea­dos públicos. Así fue como Arce brindó repetidas veces con empleos honoríficos a su viejo amigo Don José Francisco Barrundia, noble de cuna, republicano firme y liberal fiebre; al Coronel Don Manuel Montúfar que con pluma acerba le había ofendido en vísperas de la heroica defensa de San Sal­vador; al Doctor Don Mariano Gálvez, de origen oscuro, fervoroso imperialista durante la anexión y liberal avanzado

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al día siguiente; al propio Don José Cecilio del Valle, que en política tuvo todos los colores del prisma de las mudanzas y con quien el Gobierno anterior había chocado abiertamente. Llevó al Ministerio al General Arzú, el adversario del 22, olvidando sus antagonismos y las luchas de los campos de batalla; y a los demás cargos de importancia hizo ascender a quienes lo merecían, sin distinguir. amigos ni enemigos, ad· versarios o compañeros, liberales o conservadores. Ponía así en práctica los severos principios republicanos profesados, sin distingos ni hipocresías. En nada influía para la provisión de los empleos las circunstancias personales que no se basaran en la aptitud para el caso: el interés de la patria es ante todo y a él posponía cualesquiera consideraciones, recomendacio­nes, instancias, parentesco o amistad: recta conducta y norma catoniana, que llama la atención en un hombre joven aún, pues apenas contaba treinta y tantos años al entrar a regir la república y cuya vida política había pasado entre revo· luciones.

En materia de libertades públicas, jamás las ha habido en Centro América tan amplias: la de imprenta, sin límites, la electoral absoluta y la seguridad plenamente garantizada.

Lo que en cualquiera otra época o en diverso país hu­biera sido prenda segura de conciliación y tranquilidad de los partidos y política sabia, merecedora de todo apoyo y aprecio, como era la imparcialidad de Arce, fue en la América Central germen de disgusto, principio de hostilidad y motivo de re­belión. El era el jefe de la República y no cabecilla de par­cialidades políticas: entraba a gobernar, no a luchar porque el mando se ejerciera por determinado círculo. Los exaltados, llenos de exclusivismo y de intransigencia hicieron el vacío al Presidente, después le atacaron de todas suertes en el gobierno y en la prensa, por último se rebelaron contra el poder federal; provocando un golpe de estado a la disolución del poder; planteando temerosa disyuntiva y llamando la guerra civil a las puertas dé la patria.

Los choques entre el Congreso Federal y la Asamblea del Estado de Guatemala, repercutieron contra la persona del Presidente qUe fue el blanco de los tiros que en su inexpe-

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riencia y pasiones se lanzaban los bandos opuestos; los vacíos de la constitución hacían vacilar la firmeza del poder y la estabilidad de las instituciones, y los defectos del régimen federal adoptado constituían a las secciones federales en estados soberanos sin cohesión entre sí y sin un lazo superior sufi­cientemente necesario y fuerte para formar la suprema unión de la república. La falta de distrito federal, asiento separado de los altos poderes; la carencia de rentas propias y de ejér­cito exclusivo del poder central; las lagunas de la ley en cierta clase de relaciones, y los defectos inherentes a un pueblo que pasa de súbito de la esclavitud a la libertad, todo hacía inelu· dible el choque de los estados y el gobierno de la federación . Hallándose éste en Guatemala, presidido por un salvadoreño de la importancia y antecedentes de Arce, el choque irremisi· ble había de ser más pronto y de mayor gravedad.

Un día era por cuestión de etiqueta, por fórmulas vanas de prelación en festividades religiosas; otro por la ocupación de locales para el gobierno del Estado y exigencias de las autoridades de Guatemala ante quejas de los particulares des­pojados y resoluciones del Congreso; después por intromisio­nes agresivas del Jefe en las atribuciones de la competencia federal; por último la autorización expresa de la Asamblea del Estado para hacer aprestos belicosos por parte del jefe Barrundia, que declaraba enfáticamente estarse apercibiendo "contra el tirano que se levantaba".

Denuncias del complot; pesquisas ciertas de los movi- . mientos sediciosos, seguridad del delito de rebelión de las autoridades de Guatemala contra el Gobierno Federal y el ataque efectivo de fuerzas del Estado, autorizadas expresamente por el Jefe Don Juan Barrundia, contra las del Presidente, hicieron a éste resolverse a obrar con energía. De ahí la pri. sión del jefe a 5 de septiembre de 1826 y la acusación contra Barrundia ante la Asamblea.

Los sentimientos generosos de Arce fueron estropiezo en su política; la de conciliación le atrajo disgustos; su im­parcialidad le suscitó descontentos; su respeto a Ias liberta­des públicas dio ocasión a los más injustos ataques de perió­dicos impudentes y su facilidad de perdonar las injurias y

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olvidar las ofensas envalentonó a enemigos menos generosos y nobles que él. Si Arce fulmina todas sus quejas contra el Jefe Don Juan Barrundia y le hace procesar por la Asamb:ea y obtiene su condenación y lleva su venganza hasta el castigo eficaz del delincuente, sus enemigos atemorizados se anona­dan; pero magnánimo como siempre, fácil de olvidar las agre­siones e incapaz de venganza, se contentó con la separación del Jefe sedicioso, cuya libertad le restiruyó, y dejó que los enemigos prosiguieran la hostilidad al ejecutivo federal.

La represión fue aplaudida en los Estados y Arce tenía en ellos, como en la justicia, el mejor apoyo moral. Por des­gracia el ciego enardecimiento de ocurrencias fatales encendió la tea de la discordia en la América del Centro_ Lo que principió por luchas del partido se convirtió en guerra de Estado a Estado, y por último en Caos aterrador y trastorno general.

Arce no logra apaciguar los ánimos ciegos ni apagar la conflagración: fracasan las negociaciones y la solución remi­tida a las contingencias de las armas se dificulta: obra con la lealtad siempre y palpa bajos sentimientos en correspon­dencia: se ve envuelto y arrollado por la avenida de pasiones desenfrenadas que al estrecharse le hieren,. se aleja del mando en que sól!> sinsabores apuró.

Así le encuentra en 13 de abril de 1829 el término de la contienda, que no fue sino el principio de nuevas revo­luciones. El mal radicaba en el sistema y en la raza, y nadie lo habría podido conjurar. Si Arce, con la alteza de miras y nobleza de acciones que aún sus propios enemigos le recono­cen, no pudo evitar el daño ¿cuál hubiera sido el braio fuerte, corazón entero y cerebro luminoso, capaz de sortear las sirtes, detener el turbión y guiar rectamente a la patria? ¿Quién puede asegurar que a ser otro el elegido no se hubiesen acre­centado los males, cuando del conocimiento de los hombres y de las cosas de aquella época trastornada se convence el áni­mo de que nadie habría estado exento de errores ni habría sido superior en el conjunto de preciosas prendas al Padre de la Patria Don Manuel José de Arce? La rectitud de sus propósitos, la abnegación sin límites y la noble grandeza dI;'

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su pecho, superiores son a sus errores y pesan más que éstos en la balanza de la crítica. En la de la historia su vida entera los borra y su nombre aparece luminoso y grande.

XIX

CRUELDAD DE LA POLITICA

Arce había sido propuesto a la primera magistratura de la nación bajo los mejores auspicios y nadie podía disputarle la popularidad: entró al poder por momentáneo convenio de liberales y conservadores o sea fiebres }¡' servirles, según se denominaban recíprocamente, y pretendió gobernar sin las inspiraciones de un partido ni las exigencias del otro, sino por los mandatos de la ley. De ahí que uno y otro bando quedaron disgustados, pues en su afán exclusivo pretendían el dominio absoluto en el Gobierno contra el adversari,) y aspiraban a servirse del Presidente para la satisfacción de sus intentos: los pattidarios de antes, los electores de Arce, al punto se tornaron en enemigos suyos, unos encubiertos, de­clarados los otros, y deseosos de que se verificara un cambio de personas en el Gobierno, para dominar con la nueva he­chura la situación política. La posición del Presidente fue excepcional: el más virtuoso ciudadano habría sido incapaz de conjurar el peligro, porque el mal estaba en la médula de las facciones y no · había educación cívica en la naciente re­pública, y sólo el vigor de un brazo fuerte habría suprimido las revueltas que irteludiblemente sobrevendrían. Arce había empuñado la espada en la revolución para obtener la inde­pendencia de España y de México y su valor era indiscutible; pero en el Gobierno sintió invencible repugnancia por.la arbi­trariedad y la violencia. Subía a ejecutar la ley, ése era el encargo de los pueblos y no el de prescindir de la constitu­cjón. Un golpe de estado, fuerte y decisivo, llevado a sus extremos últimos y sin parar ante las consecuencias era la

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resolución de! problema y e! sentir de ambos partidos, por las provocaciones de los contrarios: los liberales prepararon e! golpe audaz, el de cambiar e! personal de los poderes de la Federación, y provocaron a los conservadores a defender la existencia y preponderancia de su partido: éste dio el golpe con más prontitud sobre el jefe de estado de Guatemala que había pedido autorización a ~u Asamblea para hacer armas contra e! presidente mismo de la República. Quiso Arce con· tenerse en la senda tomada, atemperándose a su carácter de moderación y satisfecho de haber evitado e! ataque de que seguramente sería víctima; desconcertó, pero no destruyó los planes enemigos. Pronto se reharían y encenderían la guerra en e! Estado.

Comenzada en Guatemala, pronto la habilidad de los ven· cidos y la naturaleza misma de los acaecimientos llevaron el teatro de la guerra a El Salvador. Arce recurrió a todos los me­dios que su patriotismo y humanidad le sugirieron para po­nerle fin; pero e! encarnizamiento de los bandos contendien­tes había llegado a términos en que toda conciliación era ilu­soria. En el seno mismo de su Gobierno y entre e! nuevo gobierno de Guatemala, cuyos intereses habían llegado a iden­tificarse con los del Federal, encontró Arce obstáculos irre­movibles a sus propósitos y a la ejecución de sus planes, en vez de sentirse apoyado en las vastas miras que tendían a una segura consolidación del país revuelto. Sucesivamente al frente de! mando civil y de la dirección de la campaña, se separó por último del ejercicio de! poder y entró e! Vice­Presidente a subrogarlo.

Desde su residencia en Santa Ana, procuraba e! retirado Presidente medios conciliatorios otra vez, y sostuvo al efecto correspondencia y negociaciones con el Padre Dr. Delgado y con el vice-jefe que ejercía el mando supremo en San Sal­vador. Con motivo de las elecciones el vice-jefe Prado que las había perdido, achacó el fracaso a la influencia de Arce en esa ciudad; y atentando contra los derechos del Presidente de la Federación, con apoyo de las fuerzas de! General Mo­razán y por medio de! Corone! José María Gutiérrez, lo compelió a trasladarse a Guatemala, en donde residió e! último

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tiempo de la revolución alejado de ésta y como un simple ciudadano. Catorce meses hacía de su separaciOn del poder, cuando el ejército aliado llegó a la capital. Durante el asedio de la plaza, presenció repetidos encuentros de los como batientes, auxilió por sí mismo a algunos heridos abandonados en las calles, socorrió a muchos soldados del propio Mora· zán que perecían de hambre y fue testigo de varios saqueos perpetrados por los invasores en casas vecinas a la suya. Arce no había hecho el menor mal a nadie, y no temía atropellos a su persona: había salvado generosamente la vida al Coronel Roaul y sufrió con amargura, pero sin sorpresa, las amenazas e invectivas que éste profirió contra él en las conferencias de Ballesteros: Arce era incapaz de odios y jamás creyó en sus enemigos tan baja pasión; tal era la nobleza de su alma. SU¡ enemigos tenían más bajo el nivel moral y conservaban el pecho preñado de rencores. Se llamaban protectores de la ley y las infringieron todas en la prisión efectuada en la per­sona del Presidente, sin declaración del Congreso, sin acusa­ción, sin causa que la cohonestara y aun sin la formalidad de una orden escrita por cualquiera autoridad que fuese.

Para honor de Centroamérica hay que pasar por alto la narración de los vejámenes causados con saña cruel y bajeza inaudita al Presidente durante cerca de cinco meses que duró su prisión; que callar los proyectos de asesinarle, que omitir los datos de las confiscaciones y extorsiones de toda especie y pasar en silencio y sin comentarios el decreto draconiano de proscripción, redactado por don José Cecilio del Valle, por el cual salió de la patria el 5 de septiembre de 1829 el ínclito varón que por hacerla independiente y libre había luchado y padecido desde 1811. Se olvidaban los altos merecimientos del patriarca de la Independencia, los laureles del adversario al Imperio y los servicios del probo ciudadano: en la balanza de! triunfo pesaron sólo las bajas pasiones y los sórdidos ren­cores: la gratitud y la justicia se empañaron y e! odio y la venganza lo avasallaron todo.

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xx ULTIMOS Ar'JOS

En la prisión escribió Arce la "Memoria de su conducta pública y administrativa durante el período de su presiden­cia" con el objeto de presentarla al Congreso como defensa y justificación contra los cargos que sus enemigos le formu­

·laron. Pidió ser procesado conforme lo establecido por la Constitución y que se le permitiera abogar en su causa como la ley lo preceptúa; pero los vencedores que se hacían llamar "protectores de la ley" se desentendieron de toda formalidad jurídica y negaron al primer Presidente de la Federación lo que pueblo alguno ha negado nunca al más empedernido cri­nimal, e! derecho de defenderse. Se le sentenció sin oirle y se le impuso una pena no contenida en la legislación: e! ostracismo.

Si no fuera bárbaro y cruel ese decreto de proscripción, sería ridículo por la pretensión de señalar al proscrito e! lugar de su destierro, como si los vencedores en la embriaguez del triunfo vieran ampliarse su jurisdicción más allá de las fron­teras y extenderse a lejanos países con la misma eficacia ejer­cida en su propia nación. Se ordenó que Arce residiera en los Estados Unidos, pretendiendo convertir la tierra clásica de la libertad en prisión dependiente de los "protectores de la ley" en Centroamérica.

La denegación de la defensa de Arce, hizo que éste la imprimiera en New Orléans. Sus enemigos le impidieron pre sentarla al Congreso como explicación de sus actos, y se vio compelido en resguardo de su buen nombre a presentarla im­presa a los pueblos de Centroamérica como justificación de su conducta. La mordaza entre la ley provocó la publicación por la prensa. *

• En esta memoria se explican los actos oficiales del Presidente y se deshacen los cargos que sus enemigos le formularon, así como se detallan las operaciones de las campañas de 1827 y 1828.

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Dada a la' estampa en país donde no se habla el caste­llano, la "Memoria" adolece de faltas en cada línea, yerros de imprenta infinitos que no era dable corregir. En cambio de estos inconvenientes tipográficos, la "Memoria" es de gran precio para la Historia de Centroamérica y honrosa en todos sentidos para su autor. Revela éste en ella conocimientos nada comunes en ciencias políticas y sociales, en el arte de la guerra y en la hstoria de las naciones: se presenta sereno ante el tribunal de la conciencia pública que debiera fallar, sin in­temperancia de lenguaje, sin dureza en la forma ni injusticia en los conceptos; y cuando habla de sí y recuerda sus servicios a la patria, la modestia se sobrepone a la propia satisfacción. Memoria documentada y razonada la de Arce, no puede ser tildada de la menor falsedad, y los adversarios mismos han hecho justicia a la moderación proporcionada COn que está escrita, y a la veracidad de la narración.

A punto estuvo de no poder sacar a la luz pública y tener que dejarla arrumbada en la imprenta por falta de fon­dos para la total impresión: a tal llegaba la penuria del primer Jefe de Centroamérica. Amigo generoso le franqueó en Mé­xico los fondos precisos al objeto, y en la capital de la vecina república se agregó a la memoria el prólogo y la dedicatoria al pueblo costarricense, impresos en 1830 en casa de Galván.

Es rara la edición de este libro, y aunque la prensa cen­troamericana lo ha publicado en las columnas de los periódicos o en forma de folletín, escasea en oficinas y bibliotecas y no se halla a la venta en las librerías. Su reimpresión cuidadosa sería de oportunidad en el centenario del primer grito de independencia, tanto como documentación de la vida admi­nistrativa del primer Presidente para completar sus rasgos biográficos y conocer su carácter y temperamento, como para contribuir a la verdad histórica tan desfigurada por el interés de los partidos.

No pretendió Arce escribir con pujos literarios ni se dirige a la imaginación ni al sentimiento: pieza jurídica y no relación dramática, habla el lenguaje de la razón y enca­dena las frases con el rigor de lógico raciocinio. Con todo, y no obstante la sencillez de la dicción y la tranquilidad repo-

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sada del descurso, el estilo se eleva en ocasiones y hay imá­genes y períodos de nervio y hermosura en la queja del pa­triota ofendido y en la indignación del prócer lastimado. Con naturalidad relata los sucesos y con toda ingenuidad pinta los motivos de sus actos: sin melindres ni atenuaciones con· fiesa las faltas en que pudo incurrir y los errores a que pudo estar sujeto, y con dignidad y firmeza rechaza los cargos de la injusticia y la maldad; su obra se levanta a nivel más alto que el de la propia apología y ampliándose con generosos

,

. impulsos a la visión del porvenir de la patria, señala los escollos en que pueda tropezar el bien de Centroamérica y se '­ofrece como ejemplar en que estudien los estadistas el pro­blema político de la nación y en.. el cual escarmienten y medi­ten los futuros gobernantes. Siempre el bien del país, siempre la felicidad común antes que la personal ventura: no podía obrar de otra suerte el patriarca de la independencia en cuyas aras ofrendó su juvenrud, sus riquezas y su sangre.

* * *

Vivió Arce con estrechez en México durante su doloroso exilio. Fue objeto de cariñosa consideración de parte de la sociedad mexicana; y los guerreros que derribaron el trono de Iturbide, saludaron respetuosos al puro republicano que em­puñó la espada antes que nadie contra el ejército imperial: no podía olvidarse que la heroica defensa de San Salvador levantó en México el espíritu público, animó a los tibios, for­taleció a los difidentes e hizo resonar en el Congreso la voz de la justicia y del derecho en los clamores de un pueblo oprimido: sin la lucha de San Salvador la fuerza moral del Imperio se habría conservado incólume por tiempo más largo: Arce representaba en México una idea; la republicana; un recuerdo, la gloriosa defensa del terruño, y una aspiración, la eterna sed de justicia.

Tomó en arriendo una heredad y se sostuvo fatigosamente con los rendimientos escasos de sus faenas agrícolas. Estaba pobre después de ocupar el más alto puesto de su patria:

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ejemplo de honradez no siempre seguido por todos sus suce­sores y prueba de la pureza y desinterés de su vida pública.

Si la revolución triunfante en 1829 se hubiera contenido en los límites que e! éxito y la conveniencia le fijaban, no habría provocado la reacción natural de sus actos violentos. Dos años más tarde se organizaban trabajos políticos contra e! nuevo orden de cosas y Arce fue puesto al frente de! movimiento que no obtuvo el resultado que los organizadores esperaron. Siguió e! General Arce su vida campestre y se entregó a diversas ocupaciones para ganarse la vida en el trabajo.

Después del triunfo del partido conservador en Guat~­mala, Arce regresó a territorio centroamericano. Carrera ha­bía sido en su adolescencia su trompeta de órdenes y conser­vaba respetuosa veneración por e! veterano en cuyas filas había contemplado los primeros combates: así es que brindó el seguro de la patria al liberal republicano proscrito por sus antiguos compañeros.

Deseoso de reparar su deshecha fortuna volvió a El Sal­vador en 1843 con e! fin de trabajar las tierras patrimoniales que le quedaban como único resto en e! naufragio de sus bie­nes: alejóse de toda lucha política y se entregó por completo a las labores del campo y a la apacibilidad del hogar; mas, la temerosa desconfianza de Malespín, Jefe de San Salvador le persiguió crudamente, al punto de obligarle a emigrar a Honduras. Escuchando los clamores de sus paisanos contra el gobierno despótico, organizó Arce en Guatemala una re­volución para derrocar al tirano; pero la fortuna había vuelto las espaldas al prócer aclamado en sus floridos años por la fama y pudo como Carlos V, dirigir amargo apóstrofe a la suerte.

Gobernado después El Salvador por el grave repúblico Dr. don Eugenio Aguilar, tornó el antiguo caudillo al en­tristecido solar de sus mayores. Durante algún tiempo desempeñó el cargo de Inspector General del Ejército, y tiem­po corto fue, porque la edad y los padecimientos le recluyeron de! todo a la vida privada, en la cual y en medio de la mayor pobreza vio llegar el término de sus días el ilustre varón que

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dedicó a su patria los mejores de su existencia gloriosa.

XXI

EL OCASO DE UN SOL

El General don Manuel José de Arce se moría. Más que la edad -pues le faltaba medio mes para cumplir los sesenta y un años-, le tenían minado los padecimientos y la inten­sidad agotadora de su vida.

Por la humildad de la vivienda en que se hallaba, por la miseria del lecho donde yacía crucificado por el dolor, nadie sospechara que el moribundo anciano hubiera venido al mundo entre cuantiosas riquezas, disfrutara antaño abundancia de fortuna y fuera un día el árbitro de los destinos de la patria.

Familiares atendíanle, pocos amigos le acompañaban, nu­merosas gentes del pueblo le servían en la última dolencia: en cambio, faltaba abrigo, se echaban de menos todas las comodidades, se carecía de lo preciso para el cuidado del doliente; sobraba la pobreza y abundaba la necesidad. Figuras distinguidas y aristocráticos perfiles se destacaban del fondo sombrío de la más franca miseria: aquello era el recuerdo de cosas mejores, la memoria de algo que fue, ruinas de pasada grandeza, naufragio de los días felices.

Entre el ir y venir de los asiduos enfermeros y el pene­trante olor de las medicinas, se escuchaba la anhelosa respi­ración del enfermo y breves accesos de tos. Chisporroteaba cirio amarillento frente a un crucifijo que extendía los brazos como queriendo abarcar aquel recinto de amargura, como si convidara a recibir en ellos el alma que libraba el postrer combate de la vida.

Ruido de espuelas, pasos firmes y seguros y rumor me­tálico de espada que golpea hicieron fijar los ojos hundidos del enfermo en dirección a la puerta de la estancia, que se abrió para que entrara airoso militar. Leve sonrisa vagó por los exangües labios del paciente y se animó su fisonomía:

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88 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

aquel aire marcial le refrescaba el espíritu con las memorias de los días gloriosos y lejanos en que su fuerte puño de joven patriota manejó con ardorosos bríos la espada de la Inde­pendencia.

El militar era el Jefe de Estado Mayor del Presidente Doctor Aguilar. Iba a informarse de la salud del ilustre enfermo y llevaba dos paquetes en la mano: doscientos pesos, que el jefe de El Salvador enviaba al antiguo presidente de Centroamérica.

- Manuel José Arce no recibe limosnas del poder -dijo con entera voz el anciano, incorporándose en el lecho--: nada le falta en su miseria, y a poco todo le sobrará en el mundo. El pUeblo de San Salvador - agregó- me asiste con esmero: las gentes más pobres se disputan por venir a cuidarme: estos humildes hijos míos de los barrios, siempre generoso~ y buenos, ·me llevarán en sus hombros a mi último descanso ...

--¡Mi General ... ! - exclamó e! mensajero del poder. - Diga Ud. al Doctor Aguilar que el General Arce ha

sido a~endido por su pueblo amado y que el pueblo de San Salvador lo enterrará. Y dígale que Arce, a la orilla del sepulcro, envía un abrazo a su querido Eugenio Aguilar.

Sonaban en alegre repique las campanas: era el 12 de diciembre, que la Iglesia consagra a la aparición de Guada­lupe. Esa festividad encerraba los dos polos de la vida de aquel hombre: Guadalupe y México son una cosa misma; y traían a su memoria la cúspide luminosa de su vida de prócer y la honda sima de sus amarguras de político: los días glo­riosos de su lucha con e! Imperio, en que tuvo su espada reflejos inmortales, y los años de destierro en que el pros­crito llegó como T emístocles a sentarse al hogar de sus anti­guos adversarios.

Una hora después e! Doctor don Eugenio Aguilar, jefe de El Salvador, entraba al aposento en que sufría los últi­mos dolores de la vida e! grande hombre que llenó de luz los fastos nacionales: nadie creyera que la pobre mansión encerrara tanta grandeza. Se acercó blandamente: miró con fijeza angustiosa aquella faz descolorida y perfilada; y al cru­zar la vista con la mirada débil de! enfermo, sintióse impul-

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MANUEL ¡OSE DE ARCE 89

sado por fuerza superior, y arrodillándose de golpe, tomó las enflaquecidas manos - aquellas manos limpias de sangre y de bajezas-, escondió sollozante entre ellas e! rostro y las bañó de lágrimas. Arce hizo un esfuerzo y acercó la faz a la cabeza de! jefe arrodillado: e! beso del Padre de la Patria, ungía la frente de uno d~ los gloriosos hijos de Cuscatlán.

* * * Al día siguiente avanzó la gravedad; y e! 14 de diciembre

de 1847, a las tres de la tarde, una alma entraba en la eter· nidad, una sombra triste caía sobre Centroamérica, y en la inmortalidad se grababa un nombre glorioso, faro de luz de nuestra historia.

Las lágrimas de un pueblo entero se derramaron sobre la fosa de! patricio; su entierro fue una emocionante expresión del amor popular: a las exequias en San Francisco asistieron el Gobierno y los cuerpos acreditados, y la iglesia de la Mer­ded le ofreció el último asilo en el mundo.

La campana de la torre de la Merced, que en e! silencio de la noche del 5 de noviembre de 1811 despertó con solemne son al vecindario saludando la alborada de la libertad, al ocul­tarse el cuerpo del patricio en el seno de la madre tierra gemía con lúgubre clamor, como despidiendo aquel sol que se hundía en el ocaso. La misma campana, tañida en repique

. alegre al entrar el infante al gremio de la Iglesia, y que sonó jubilosa y vibrante cuando el prócer recibió su bautismo de gloria, sollozaba doliente en el adiós último al egregio ciu­dadano.

Arce había pasado como una luz sobre la tierra. La tumba recogió su cuerpo, la historia su - nombre,

Dios su alma. ¡Que Centroamérica recoja el ejemplo de sus altas virtu­

des y que el monumento que en mármoles y bronce perpetúa la gratitud nacional sirva a las generaciones que ante él se inclinan fervorosas, de recuerdo de aquellos ideales altÍsimos que fueron la norma de la vida del esclarecido prócer Don Manuel José Arce!

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RAMON A. SALAZAR

MARIANO DE AYCINENA

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Una de tantas anomalías histórico-sociales de la época colonial de Hispanoamérica fue la institución de los cabildos a los que se dio en algunas ciudades de primer orden, el título de muy nobles Ayuntamientos.

y decimos anomalías, porque las municipalidades o las comunas nacidas en e! siglo XII en Francia y establecidas por cartas que concedieron o se hicieron pagar los reyes de! antiguo país de las Galias, fueron por sus tendencias y por e! modo con que Se organizaron la consagración de algunos derechos de los burgueses, en las ciudades, y e! escudo legal contra los señores feudales tan absolutos y tiránicos durante la primera época medioeval.

Lejos estaban, pues, de llevar aquellos cuerpos, tan sim­páticos e interesantes para los demócratas, el título de muy nobles en el sentido que a esas palabras les da la heráldica.

Las municipalidades fueron entonces y lo son aun hoy día, la reunión de los plebeyos; sólo que, en la época en que se fundaron, aquellos nuestros antecesores en la libertad iniciaban el gran movimiento que vino operándose durante varios siglos y que significaba la lucha entre los burgueses y la nobleza, lucha que, para orgullo de nuestra raza y dicha del mundo, hizo su gran explosión en e! movimiento revo­lucionario francés del 89 y 93 del pasado siglo.

Pero, como en la América latina todo debía ser anó­malo: la cosa pasó de muy distinto modo respecto de la fundación de las municipalidades, de como hemos indicado.

Calmados que fueron los horrores de la conquista y después de haber sido saqueados los palacios y los templos del Inca y del Azteca, se vieron en estas tierras otras escenas no m~nos tristes ni menos crueles.

Una sed insaciable de oro se despertó en el pecho de aquellos que se llamaban a sí mismos los 'Voceros de la fe; y el indio fue sometido a la más dura esclavitud; fue he-

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rrado con hierro encendido al rojo; sus tierras le fueron arrebatadas y sus dueños repartidos entre los invasores, no quedándole a este nuevo paria que vió hollado el suelo de su patria, derrocados sus dioses, talados sus campos y sus hogares y diezmada su raza, ni aun el consuelo de sentarse a llorar al borde de las tumbas de sus mayores, las desven­turas de su tierra, pues, o tuvo que huir a los montes, o que suicidarse, o que plegar al fin la frente a la coyunda y trabajar con ella, y trabajar hasta morir exánime y así llenar las arcas de su señor.

Pero la muerte no dejó sin castigo aquellas iniquidades. La mayor parte de los conquistadores murieron por la

soga o por el cuchillo, y muy pocos en sus camas. Aun los buenos no escaparon a esta suerte implacable.

Pedro de Valdivia, que fue uno de ellos, sufrió muerte ho­rrorosa en manos de los araucanos; Núñez de Balboa la halló en el cadalso levantado por su propio suegro, el feroz Pedrarias Dávila.

Ya se conoce la suerte de este último, la de los Piza­rros, la de Alvarado el Adelantado, la de Olid, la de los hermanos Contreras y la de otros tantos de, aquellos hombres.

La misma mano oculta, en sus crueles irrisiones, salvó la vida del grande Almirante y la de Hernán Cortés, mar­qués del Valle, las principales y más grandiosas figuras de! descubrimiento y conquista; pero no los dejó gozar de sus riquezas ni de su gloria. Los que crean en un Dios impla­cable, deben reflexionar sobre estas tragedias: Colón muriendo en miserable lecho, con la vista fija en las cadenas con que un día lo aherrojaron, y Hernán Cortés, agonizando de dolor por la ingratitud del emperador su amo, quejándose de la miseria en que se le había sumido, de la indiferencia con que se le veía y de la nulidad a que se hallaba reducido, después de ser por cortos años e! señor de un gran imperio y el dueño de las riquezas de la real casa mexicana . .

y mientras esto sucedía con los principales héroes de la conquista, sus descendientes desde la primera generación se vieron pospuestos u olvidados en América por la corte de España que debía a sus padres la posesión de un Con-

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MARIANO DE AYCINENA 95

tinente que durante tres siglos la llenaría de orgullo y de riquezas, pero que al fin y al cabo fue el motivo de su ruina.

Las leyes de Carlos V vinieron a llenar una gran nece­sidad en América, organizando el gobierno bajo el cual debían regirse las colonias. Asunto es este de gran impor­tancia que nos ha extrañado siempre no verlo tratado con extensión por nuestros cronistas e historiadores, pero sobre el cual no nos detendremos por no ser de importancia capi­~al en el asunto en que venimos ocupándonos. Sólo sí dire­mos que según aquella organización, en las colonias habí;¡ tres autoridades: la de los virreyes o capitanes generales, según la importancia de aquéllas; la de la Audiencia y la de las municipalidades.

Los primeros representaban la autoridad ejecutiva y tenian atribuciones bastante restringidas, las Audiencias eran una especie de senados con derechos y obligaciones de los más diversos y que no siempre marchaban de acuerdo con la autoridad ejecutiva, como en Guatemala se dieron casos muy ruidosos, tal por ejemplo, el sucedido el año de 1700 entre el conde de la Gomera, Capitán general del reino y los oidores don Pedro Ozaeta y Oro y don Bartolomé de Amézquita, asunto muy interesante de leer por las subleva­ciones y trastornos que causó en el reino y sobre el cual nos proponemos hacer algún día un estudio histórico.

Siguiendo nuestro asunto, las municipalidades repre­sentaban los intereses del vecindario; y a la verdad que en ciertos casos sabían defenderlos con valor y entereza como puede leerse en las Actas de los cabildos, de las cuales don Rafael Arévalo, secretario de la municipalidad, paleografió algunas muy interesantes y que sería de desearse se siguiera haciendo 10 mismo con las demás, por ser de tanto interés para la historia de la época colonial.

Ya desde el primer siglo de la Conquista se despertó un antagonismo manifiesto entre los oficiales que venían de España para gobernarnos y los criollos, o sean los hijos de españoles nacidos en estas tierras, quienes no gozaban de las mismas prerrogativas que los primeros, antagonismo que

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cada día fue en aumento, que ahondó e! desafecto entre los nativos contra la Metrópoli, y que, por último, dio por resultado la independencia de las colonias de la madre patria que las veía con tanta indiferencia. En vano los cronistas trataban de amortiguar aquellas desaveniencias y aquellos odios. Ximénez, que era español y que escribió la Crónica de su provincia, hace en algunas de sus páginas los mayores elogios de la gran nación criolla. Fuentes y Guzmán, rebiz­nieto de Bernal Díaz y autor de la Recordación florida , se indigna en su obra contra los españoles que hacían burla de los guatemaltecos tan sólo por haber nacido en este suelo. Hablando por ejemplo de! nombramiento recaído en la célebre doña Beatriz de la Cueva para gobernadora de! reino, al saberse aquí la muerte de su esposo don Pedro de Alvarado, ocurrida en México, dice estas textuales pa­labras: ...

«y aunque este nombramiento hecho en doña Beatriz, le han murmurado algunos caballeros de España, ignorando el ánimo del Cabildo, y que sólo lo obtuvo esta gran señora en e! limitado término de un día, fisgando, ignorantes, de esta resolución, y pareciéndoles que para los que nacimos acá es materia de mucho pudor el que una mujer heroica gober­nase un día este reino; pero resurte contra ellos el eco vehe­mente del golpe, pues los que gobernaron los discursos, caba­lleros eran de España, paisanos suyos y ninguno criollo como nos llaman, y que aquellos prudentes y grandes hombres mi­rarían con atento desvelo, punto de tanto peso, y que seguirían, sin duda, tantos ilustres ejemplos de las antiguas historias .»

El escritor para abonar aquel hecho pone ejemplos de grandes naciones gobernadas por mujeres insignes; y como el diapasón de su cólera o de su ~ntusiasmo, se conoce que se le había crecido, termina con estas palabras que al lector más serio no pueden menos de provocarle cierta sonrisa inofensiva: «Qué mucho que en Guatemala, reino recién fundado, gober­nara una mujer . . . ? Guatemala tendrá que contar entre sus blasones lo que las monarquías de Francia, Inglaterra, España y Flandes a quienes gobernó y mantuvo e! gobierno de mu­jeres; siendo ejemplar en nuestras Indias occidentales este

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accidente glorioso de Goathemala que, desde e! principio de su infancia, empezó a correr parejas con las mayores monar­quías de Europa. Y, en fin, a veces es mejor ser gobernado de una mujer heroica, que de un hombre cobarde y flaco».

A fines de! siglo pasado la ojeriza entre unos y otros había crecido hasta tal punto que en la Gaceta de Guatemala, correspondiente a 3 de abril de 1797, se publicó la carta de la que a continuación copiamos algunos párrafos que prueban la exaltación de los ánimos. Dice así:

«Una de las causas de que no prospere este país, de que ninguna empresa patriótica surta los efectos saludables que sur­tirá en otra parte, es e! espíritu de partido que reina entre europeos y criollos. Parece que hay una rivalidad enemiga en­tre estas dos clases de habitantes, cada una de las cuales am­biciona la preponderancia. Hay pandillas, hay bandos, hay se­cretas parcialidades, no menos funestas al bien público que la de los antiguos güelfos y gibe!inos en la Italia. Un criollo en el hecho de nacer en América, parece que hereda la ojeriza, y el mirar de soslayo a todo europeo. Un europeo, por la causa de haber nacido en la Metrópoli, se cree con derecho de preeminencia sobre todo criollo: y esta rivalidad odiosa se echa de ver en las cosas serias, en las frívolas, en los asuntos públicos, en los privados, en todo aquello en que intervienen criollos y europeos. Unos y otros desprecian todo lo que no es del país donde nacieron, se desprecian entre sí, y creen que es amor verdadero de la patria lo que no es más que un amor tonto de ellos mismos.»

Ese odio entre los peninsulares y los nativos de América que llevaban la misma sangre, no fue un accidente social ex­clusivo de Guatemala. Todas las historias de las demás colo­nias españolas están llenas de episodios del mismo género. Y, cosa notable, entre los antiguos pueblos que tuvieron co­lonias, pasaban a éstas las tradiciones de sus metrópolis. Car­tago no renegó de Fenicia, y las colonias griegas de Asia me­nor, de Egipto y de la gran Grecia, mantuvieron vivo el amor a su metrópoli rindiendo culto a los mismos dioses y cantando con orgullo las glorias de sus héroes.

Los españoles por e! contrario, trasplantaron de la madre

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patria hombres, cosas y costumbres, notándose que a la vuelta de varios años el aspecto exterior de las poblaciones era muy parecido a la sociedad de donde procedían y que en el interior de ellas reinaban los mismos vicios y preocupaciones de las ciudades de la nación conquistadora.

y la cosa no pasó a más; poco importó que se bautizase a los reinos y ciudades fundadas en el Nuevo mundo con los mismos que tenían algunas célebres de la madre patria; los nombres de los héroes de la antigua epopeya española no tenían ninguna resonancia en el corazón de los criollos, pues negándoseles obstinadamente el estudio de la historia del país de su origen así como el de la conquista de este Continente, pronto pasaron esos adalides en su imaginación a la categoría de seres fabulosos. La opresión de la Metrópoli sobre los crio­llos entibió mucho en el corazón de éstos el amor a la que era su madre patria; así es que se vió pronto un fenómeno bastante extraño y digno de consideración: un pueblo nueve sin tradiciones, sin vínculos filiales, sin gran apego a sus ma· yores, incomunicado con el mundo y obedeciendo casi siempre ciegamente por la fuerza del hábito o por la impotencia.

Tal fue el germen, que andando los tiempos debía dar por resultado el movimiento de emancipación relatado por tan­tos historiadores y cantado por tantos poetas.

Ahora bien ¿en dónde se incubaría ese movimiento? ¿Fue acaso espontáneo y providencial el aparecimiento de los grandes hombres que se levantaron en la primera década de este siglo para protestar, al principio contra la invasión francesa en Es­paña y después proclamar libres y soberanas a cada una de las naciones que se extienden desde el Río Bravo del norte hasta los confines de la Tierra del Fuego?

Nosotros creemos que Bolívar, San Martín, Hidalgo y los demás héroes de nuestra gran epopeya, fueron los ejecu­tores de la voluntad del pueblo, representado por las munici­palidades que de tiempo atrás venían, quizás sin saberlo, pre­parando ese gran acontecmíento.

Las municipalidades, los consulados de comercio y algu­nos puestos secundarios del ejército eran los únicos puntos a que en la administración pública podían aspirar los criollos,

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antes de haberse emitido la Constitución de Cádiz. Durante toda la Colonia no tuvimos más que un obispo

nacido en Guatemala y mucha fatiga costó el que se conce­diese que las prelacías de los conventos de religioso! fuesen ocupadas alguna vez por los hijos de estas tierras.

Excusado es decir que habría sido en vano el que algunos de nuestros mayores hubiesen aspirado a ocupar los asientos de la real Audiencia y mucho menos a la capitanía general del reino.

Las mismas municipalidades degeneraron mucho de lo que fueran en su origen, pues se habían convertido en cuerpos privilegiados ya no de elección popular sino hecha ésta entre ellos mismos y recaída para bs funciones de alcalde y las demás de importancia entre lo~ individuos de lo que, a fines del pasado y a principios del presente siglo, se llamaban entre nosotros las familias.

Mucho se habla en nuestras tradiciones y bastante en las historias, de las familias de Guatemala, que tanta prepon­derancia tuvieron a fines de la dominación española y tan desgraciada influencia durante casi cincuenta años de nuestro régimen republicano. .

Ahora bien ¿quiénes eran esas familias y qué han signi­ficado en nuestra historia política?

Vamos a tratar de decirlo, protestando de antemano que en nuestras aseveraciones no nos guiará más que lo que cree­mos ser la justicia y la verdad. Fuera de nosotros en esta obra las preocupaciones de partido. Hemos luchado durante casi un cuarto de siglo en la tribuna, en la prensa, en el libro, no contra esas familias sino contra lo que han representado. En esa lucha habrá habido mucho de encono patriótico, mucho de exaltación tan común en las horas revolucionarias. Al es­cribir estos esbozos biográficos hemos querido salirnos del palenque de la política en el que puede que hayamos dejado mucho, menes las energías ni las convicciones.

y dicho esto, no para satisfacción de círculo político al­guno, sino para la de nuestros lectores centroamericanos, pa­samos a dar a conocer lo que fueron y quiénes fueron las familias.

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flor este nombre se designaba modestamente a aquellas personas a las que, en sus horas en que se les sublevaba el finchamiento quijotesco del criollo, se llamaban a sí mismas nobles.

¿Ha habido en realidad nobleza en Guatemala, en el sentido que se da a esa palabra en las cortes monárquicas de Europa? Va a contestar por nosotros uno que fue su jefe y admirador de ellas por algún tiempo. Don Manuel José Arce, primer presidente de la Federación, de cuyos hechos nos he­mos ocupado en la biografía anterior, dice en la página 5 de su Memoria lo siguiente:

... « Yo creí que era innecesario atacar la nobleza, porque propiamente dicho, aquí no la hay: que el reino de Guatemala en toda la América española se salvó de esa plaga: que todo lo que podía señalarse en esta línea era un único marquesado, cuyo título estriaba en una pensión apocada que tuvo su origen en la riqueza de su fundador, que los acusados de nobles no podían citar en encomio de su alcurnia que el de descender de españoles, etc., etc.»

La negativa, como se ve sobre la existencia de esos entes imaginarios es rotunda y de gran peso. Quizá no valdría la pena tratar más de ese asunto, porque en realidad hoy por hoy, bajo nuestro régimen democrático-republicano es un punto juzgado sin apelación. Pero como estamos tratando de escribir historia y en la época a que hemos llegado sí existía esa preocupación, fuerza nos será dedicarles algunas pala­bras, tanto más necesarias cuanto que esas personas influye­ron en nuestra revolución, deteniéndola tanto tiempo y siendo motivo de que nos hayamos retardado en el régimen de la libertad genuina y de la democracia, única forma posible de gobierno en estos países de América.

Debemos confesar que esta antigualla ridícula no ha sido exclusiva de Guatemala: en toda la parte del Continente hispanoamericano, cundió la plaga, y los historiadores que se han ocupado en ese asunto lo han juzgado imparcial y seve­ramente negando la existencia de tales entes de razón.

En otro escrito, y refiriéndonos a ese mismo asunto, ci­tamos al señor Alamán, severo historiador mexicano, haciendo

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ver de qué medios se valían las personas que por el trabajo de sus brazos o un casamiento con una criolla rica habían logrado hacer fortuna bastante para poder así comprar una encomienda de Santiago, o un marquesado que era a lo más que podían aspirar los criollos.

Ahora vamos a citar al que, en nuestro concepto, es el más grande, el más correcto y el más imparcial de los histo­riadores hispanoamericanos; ya se comprenderá que nos refe­rimos a don Rafael María Baralt, quien en su resumen de la Historia de Venezuela, dice a este respecto lo siguiente:

«La vanidad (del criollo) era efecto de su posición, más que de su carácter, pues allí donde hay distinciones no mere­cidas, existe siempre y con su ostentación se consuelan 105

que no pueden alcanzar los objetos de una noble ambición. Es la vanidad vicio de los pueblos regidos por gobiernos ab­solutos, donde la sociedad está dividida .en clases; donde el premio se reparte según ellas, no por el mérito; donde el ma­yor favor, la más brillante apariencia, la más ilustre alcurnia son los únicos tÍtulos con que se adquieren la consideración y el poderío. Esto explica por qué el americano, idólatra de su patria, mal hallado con el sistema de la metrópoli y celoso de los peninsulares, se esforzaba, sin embargo, en hacer deri­var de ellos su prosapia y andaba siempre a vueltas con el árbol genealógico y otras bagatelas de nobleza hereditaria . . . »

y más adelante, refiriéndose al viciado sistema de la enseñanza en las colonias, dice:

«Mas ¿cuál era el método que se seguía en esas escuelas y quiénes eran los maestros? Estos eran personas de la más baja esfera, de ninguna instrucción y que las más veces abra­zaban esa profesión (la más importante de todas) para pro­curarse una subsistencia escasa. El método nos va a ser expli­cado por el licenciado Miguel José Sanz, letrado venezolano a quien el gobierno español confió a principios del siglo el importante cargo de formar las leyes municipales de Caracas. No bien adquiere el niño, dice, una vislumbre de razón, cuan­do se le pone en la escuela, y allí aprende a leer en libros de consejos mal forjados, de milagros espantosos o de una

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devoción sin principios, reducida a ciertas prácticas exteriores propias sólo para formar hombres falsos o hipócritas. .. Bajo la forma de preceptos se le inculcan máximas de orgullo y vanidad que más tarde le inclinan a abusar de las prerroga­tivas del nacimiento o de la fortuna cuyo objeto y fin ignora. Pocos niños hay en Caracas que no crezcan imbuidos en la necia persuasión de ser más nobles que los otros y que no estén infatuados con la idea de tener un abuelo alférez, un tío alcalde, un hermano fraile o por pariente a un clérigo. ¿ y qué oyen en e! hogar paterno para corregir esta perversa educación? Que Pedro no era de la sangre azul como Anto­nio, e! cual con razón podía blasonar de ser muy noble y emparentado y jactarse de ser caballero: que la familia de Juan tenía talo cual man::ha y que cuando la familia de Fran­cisco entroncó, por medio de un casamiento desigual, con la de Diego, aquesta se vio de luto. Puerilidades y miseria. éstas que entorpecen e! alma, influyen poderosamente en las costumbres, dividen las familias, hacen difíciles sus alianzas, mantienen entre ellas la desconfianza y rompen los lazos de la caridad, que es a un tiempo el motivo, la ocasión y el fun­damento de la sociedad ... :.

Nosotros asistimos a las escuelas antes del año de 1871 en que imperaba en la república el régimen pseudoaristocrá­tico que tan rudo golpe sufriera en el año de 24, en que se dio la famosa Constitución federal que tuvo fuerza de ley, con una pequeña alternativa, desde aquella fecha hasta el infausto· día en que fue derrocado e! gobierno de! ilustre patriota Dr. don Mariano Gálvez suceso ocurrido en el año de 37. Vino después la reacción: Carrera se hizo dueño de Guatemala. Los aristócratas regresaron del destierro; fueron perseguidos los liberales, quienes para salvar la vida tuvieron que tomar el camino de la emigración. Las leyes coloniales fueron resta­blecidas y la escuela primaria volvió a ser lo que había sido en otro tiempo; pues bien, allí oímos lo que el señor Sanz refiere que pasaba en las de Caracas hace más de un siglo: allí contemplamos las mismas necias pretensiones de nobleza, las mismas aspiraciones de ciertos niños, quienes por tener por padres a ciertos señores alcaldes, consejeros o diputados se

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creían de alta alcurnia y superiores a los niños plebeyos que asistían juntos con ellos a la misma aula, y que por lo general, aunque más pobres y de más humilde origen, eran más estu­diosos e inteligentes.

Se ve, pues, que estas ridiculeces son de la raza y de la educación.

Pero vengamos a nuestras cosas. Preguntamos de nuevo ¿quiénes eran esas familias que

allí se llamaban nobles? Vamos a decirlo. El 7 de julio de 1729 nació en Ecija, lugar del valle de

Bastáh, en el reino de Navarra, un infante a quien en la pila bautismal se dio el nombre de Juan Fermín Aycinena.

La familia era pobre y su educación fue humilde. Como sucedía en aquella época y aun en el día, el joven navarro que era fuerte y ambicioso, se decidió a abandonar el hogar paterno encaminándose al reino de la Nueva España en busca de mejor fortuna. De la casa de sus padres sacó unos tres­cientos pesos que, juntos con otros setecientos con que lo auxilió un hermano suyo, fueron la base del caudal que for­maría con el tiempo y que en la época colonial fue uno de los mayores de Guatemala.

Llegó a México en donde se ocupó en las tiendas de comercio y en algunos otros oficios muy humildes. Era trabajador y no rehuía ninguna ocupación con tal de que fuese

, honrada. Hizo viajes al interior de aquel reino y al puerto de Acapulco, según parece, como dueño de un gran hato de mulas. La fortuna le fue propicia, y con los fondos adquiri­dos en aquel tráfico pudo trasladarse a Guatemala en donde la suerte le fue todavía más favorable, logrando hacerse dueño de varias haciendas de ganado y de jiquilite, tanto en esta provincia como en la de El Salvador. Junto con otras per­sonas se dio al rescate de la plata de los mineros de Tegu­cigalpa y a la habilitación de las cosechas de añil, en lo que, como en los otros negocios, obtuvo pingües ganancias. Abrió casa de banco en la Antigua, de la que fue cajero el padre de nuestro célebre fabulista Rafael García Goyena. Dicen de él que era un acreedor nada exigente; que prestaba a moderado precio y que sabía proteger al hombre trabajador. Las virtu-

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104 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

des que lo adornaban eran la humildad y la caridad. Un retrato hemos visto de él, hecho por nuestro famoso

miniaturista, Francisco Cabrera, en que está representado de medio cuerpo y alargando con su diestra unas cuantas mone­das a la mano de una persona oculta que las implora.

No sabemos en qué fecha compró el título de marqués; pero sí que ése, como se ha dicho, fue el único título de Castilla, que existió en Guatemala.

Tales son los datos personales que poseemos sobre este sujeto y que hemos tomado del Sermón panegírico que a su muerte predicó en el colegio apostólico de esa ciudad el P. Fr. José Mariano Vidaurre.

Nos parece interesante para el estudio que venimos ha­ciendo el hacer una relación de los entronques del fundador de la célebre casa de A ycinena.

Don Juan Fermín casó en primeras nupcias con doña Ana Carrillo y Gálvez, de cuyo enlace nacieron:

Don Vicente, segundo marqués de Aycinena. Don José, doctor y coronel de milicias. Casó en segundas nupcias con doña Micaela Nájera y

Meneos, de cuyo enlace nacieron: Doña Bernarda que casó con don Tadeo Muñoz y Piñol. Doña Josefa que casó con don Juan B. Marticorena. Doña Micaela que casó con don José Manuel Pavón y

Muñoz. Casó en terceras nupcias con doña Micaela Piñol y Muñoz,

con quien procreó a la célebre madre Teresa de la Santísima Trinidad.

Al padre don Miguel de Aycinena, provincial de Santo Domingo.

A don Juan Fermín, coronel de milias. A don Ignacio, muerto en 1815. A don Mariano, objeto de este estudio biográfico, casado

con doña Luz Batres, hermana del célebre ministro de Carrera. A don José María, muerto en 1816.

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MARIANO DE AYCINENA

* * *

105

Don Vicente, segundo marqués, casó en 1786 con doña. Juana Piñol y Muñoz, hermana de su madrastra y tuvo a:

Doña Manuela, casada con don Manuel Beltranena. Don Vicente, muerto en 1813. Dr. don Juan José, obispo de Trajanópolis, autor de tres

. folletos célebres publicados en New York, conocido uno de ellos, por el color del papel con que estaba empastado, con el gráfico nombre de Toro amaTillo.

Don Pedro, casado con doña Dolores Aycinena y Mi· cheo. Fue ministro de Estado durante gran parte de la admi. nistración del general Carrera y toda la del general Cerna. Murió hace poco tiempo, cargado de años y acompañado del respeto de sus conciudadanos; por último,

Don José Ignacio, casado con doña Antonia Piñol, fue corregidor de este departamento.

Hemos hecho la sucinta relación que precede por creerla necesaria para contestar a la pregunta: ¿qué se entiende por familias de Guatemala? Con sólo mirar los apellidos de los entronques quedará satisfecha esa curiosidad, si alguno la tiene.

Esas familias constituyeron lo que en su tiempo formó la oligarquía guatemalteca.

Qué concepto se tenía de ellas antes de la independen. cia, no lo diremos nosotros, sino el prócer Dr. don Pedro Molina, quien en La Miscelánea publicada en 1827, dice:

«Los nobles de Guatemala más tiranos que los reyes de España en tiempo pe su gobierno, se acostumbraron a tratar las clases oprimidas, como a seres que había producido la naturaleza sólo para sus comunidades: ocupaban todos los empleos que los españoles europeos no llenaban: sólo ellos tenían derecho de cultivar sus talentos, desarrollar sus facul· tades naturales y recibir una educación fina y decente. Aun el orden sagrado lo hicieron un bien patrimonial contra I:!. ley evangélica, que no separa de él a ninguna clase de hom­bres: vendían la justicia y los provincianos jamás, jamás ga-

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106 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

naban un solo pleito contra ellos, por claros que fuesen sus derechos, después de gastar inmensas sumas. Compraban los añiles al precio más bajo, mandando al efecto un agente o apoderado, para que como único comprador, los tomase a su antojo, porque no siendo libre el comercio, no era lícito vender a todos.

»Lo mismo sucedía con las partidas de ganado que pre­cisamente debían de venderse en Cuajiniquilapa, para que las pérdidas y gastos de la conducción fuesen de cuenta de los hacendados ganaderos, que por no volverse con sus partidas, daban al precio que querían los monopolistas de Guatemala. A más de esto, se obligaba a los que compraban ganado, a venir a matarlo a Guatemala por cierto número de días, en proporción con e! que se compraba, a fin de surtir de carnes este mercado y ellos repastar el suyo, para después venderlo a precios más subidos; de modo que si un salvadoreño com­praba, debía ir a Guatemala a matar su ganado.»

Respecto a la aseveración de que esas familias llenaban la mayor parte de los empleos que los españoles no ocupaban, es interesante de leerse un estado que en el año de 1821 pu­blicó don José Cecilio de! Valle en El Amigo de la Patria, en el cual se manifestaba que los individuos de la indicada oligarquía, llenaban ellos solos, sesenta y cuatro destinos, per­cibiendo por sueldos asignados a ellos la suma de ochenta y nue'Ve mil 'Veinticinco pesos, suma que, para aquellos tiempos y para una sola familia, no puede menos que calificarse de. escandalosa.

Como pudiera tachársenos de inexactos o de exagerados, publicamos como anexo, al fin de este trabajo e! estado en referencia.

Pero no era sólo esto. En e! consulado de comercio, el espíritu de la misma familia era omnipotente.

El que se tome e! trabajo de leer el artículo XXIX de la Real cédula de su erección encontrará que los individuos que lo componían eran la mayor parte miembros de la familia privilegiada.

y aun no hemos acabado: ellos se habían hecho dueños de la Municipalidad convirtiéndola en cuerpo aristocrático. No

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somos nosotros los que lo decimos: son los conocidos hom­bres públicos del tiempo de la independencia, Dr_ don Ma­riano Larrave, licenciado don Venancio López y don José Ignacio Foronda, quienes en un papel público que vio la luz por aquel tiempo, decían:

«En época anterior, cuando el pueblo no tenía el dere­cho de elegir que le ha dado la Constitución (la de 1812), todos los ojos veían en el Ayuntamiento sucederse los herma­nos a los hermanos, los primos a los primos, los sobrinos a los tíos, los parientes a los parientes». Y agregaban: «don José Victorio Retes, don Juan Antonio Araujo, don Mauro Castor, levantaron el grito contra el espíritu de la familia: manifesta­ron que honoríficos o gravosos los oficios concejiles, el honor no debía estar estancado y la carga debía pes.ar sobre todos los hombres. El síndico del Ayuntamiento don Sebastián Melón, confesó la justicia en los estrados del Real acuerdo: éste, reconociéndola, también consultó que ya era tiempo de dar nueva forma al Ayuntamiento y hacerse la primera elec­ción por el mismo acuerdo o por el gobierno con voto suyo;­y elevado el asunto al Consejo de indias, se expidió Real cé­dula mandando I cumplir las leyes que, designando huecos y fijando parentescos, oponían algún obstáculo a la irrupción del espíritu de familia.»

Tales eran las acusaciones que se lanzaban sobre la oli­garquía guatemalteca que había cerrado, a lo que pudiéramos llamar la clase media del país, todo acceso a los destinos de importancia.

y cuenta que entre esta clase había personas de impor­tancia de la categoría de los Molinas, Larraves, López, llenas de mérito, y que no pudiendo hallar lugar de acción entre sus compatriotas, o tuvieron que doblar la cerviz, aceptando puestos venales muchas veces, entre los españoles, como Valle por ejemplo, o que refugiarse en los claustros para cultivar la ciencia de la época, no siempre vista con buenos ojos por aquellos incultos e insolentes hidalgos, o que vegetar en espera de un porvenir desconocido.

Pero se acercaban los buenos tiempos. Los revoluciona­rios de Francia habían abierto los odres de Eolo y los vientos

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de libertad se sintieron refrigerantes, hasta en estas playas. El Consejo de regencia en 1810 había dicho a los ame­

rIcanos: «Desde este momento, españoles americanos, os veis

elevados a la dignidad de hombres libres: no sois ya los mis­mos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estábais del centro del poder; mirados con indiferencia, vejados por la codicia, y destruidos por la ignorancia.

»Desde el principio de la revolución declaró la patria esos dominios parte integrante y esencial de la monarquía espa­ñola. Como tal le corresponden los mismos derechos y pre­rrogativas que a la Metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales a tomar parte en el gobierno representativo que ha cesado: por él la tienen en la Regencia actual; y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales, enviando a ellas diputados según el tenor del decreto que va a continuación de este manifiesto.»

El decreto decía: « ... Vendrán a tener parte en la representaclOn nacio­

nal de las Cortes extraordinarias del reino, diputados de los virreinatos de la Nueva España, Perú, Santa Fe y Buenos Aires, y de las capitanías generales de Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Guatemala, provincias internas, Venezuela, Chile y Filipinas.

»Estos diputados serán uno por cada capital cabeza de partido de estas diferentes provincias.

»Su elección se hará por el Ayuntamiento de cada ca­pital, nombrándose primero tres individuos naturales de la provincia, dotados de probidad, talento e instrucción, y exen­tos de toda nota; y sorteándose después uno de los tres, el que salga a primera suerte será diputado en Cortes.»

El capitán general de Guatemala, que por entonces lo era don Antonio González de Mollinedo y Saravia, mandó con fecha 4 de junio del mismo año que se guardase, cum­pliese y ejecutase ese real decreto, como correspondía a los preceptos soberanos; y en efecto, hizo que se publicase por

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-bando solemne en todo el reino en los lugares acostumbrados, y remitió un ejemplar de él a los prelados seculares y regula­res, cabildos eclesiásticos, Real universidad, tribunales y demás cuerpos y jefes que debían estar enterados de su tenor; y muy especialmente lo comunicó al muy noble y leal Ayunta­miento de esta ciudad y a los de San Salvador, León, Coma­yagua, Ciudad Real y Cartago de Costa Rica, como capitales en que según el sentido literal del decreto debía sin perder momento procederse a la elección y cortes de dichos diputados.

De dos vicios graves adolecía la convocatoria de la Re­gencia, pues ni el pueblo tenía parte directa en la elección, ni la América una representación proporcionada a lá que enviaban juntas las provincias de España.

El célebre escritor don J. Blanco White, asilado por en­tonces en Londres, hacía sobre ese decreto, en El Español, periódico muy importante que redactaba por aquella época, reflexiones muy juiciosas respecto de ese documento, califi­cando las promesas contenidas en él como vanas arterías con las que los pueblos de América se indignarían, por aquello de que ya conocían que el sistema de España durante los últi­mos tiempos para las colonias, había sido el hacerles «prome­sas vagas de mejoras, cien veces repetidas y otras ciento olvi­dadas».

Así y todo el decreto fue recibido en Guatemala con muestras de júbilo y satisfacción por los criollos.

y éste es e! momento histórico en que la aristocracia guatemalteca se levantó a una altura a que nosotros, que no pecamos por serle afectos, nos la hace en cierto modo simpática.

El 24 de julio de 1810 hubo una gran reunión en el Ayuntamiento de esta capital, a la que asistió e! Excmo. señor presidente, gobernador y capitán general del reino. Se trataba de elegir diputado a Cortes por la provincia de Guatemala; y al efecto se procedió a aquel acto con toda solemnidad del caso, conforme al decreto referido, resultando electos a plura­lidad de votos el señor Dr. don José de Aycinena, corone! de milicias, el regidor don Antonio de Juarros, teniente coronel de dragones y el doctor don Antonio Larrazábal, canónigo penitenciario, provisor, vicario capitular y gobernador del

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110 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Arzobispado. Se procedió al sorteo, conforme al real decretG y salió facorecido este último personaje con general satisfac­ción del v<:cindario, según dice La Gaceta.

Aquel día fue de regocijo público para esta ciudad. Se cantó te deum solemne en la iglesia metropolitana en presen­cia de todas las autoridades; las calles estaban llenas de un pueblo que al paso de las corporaciones y del que la suerte había favorecido para que nos representase en las Cortes, pro­rrumpía en estruendosos y repetidos vivas y aplusos_ Durante varias noches hubo luminarias en la ciudad, músicas y otras muestras de alegría, por aquel feliz acontecimiento_

También en las provincias se procedió a la elección de diputados, obteniendo los votos: por la de Comayagua, don José Esteban Milla; por la de León, el licenciado don José Antonio López; por la de Cartago, el Pbro. don Florencio del Castillo; y por la de San Salvador, don José Ignacio Avila.

[Jrevenía el decreto de convocatoria que, verificada la elec­ción del diputado en cada ciudad capital, se extendiese a éste el testimonio de ella, así como las instrl,lcciones que el Ayun­tamiento que lo eligiese quisiera darle sobre asuntos de interés general y particular que creyeran debían promover en Cortes.

Larrazábal era miembro de lar familiar de que hemos ha­blado y había sido electo por el influjo de ellas.

Componían la Municipalidad por aquel entonces las si­guientes personas, cuyos nombres debe recoger nuestra historia: José Antonio Batres, Lorenzo Moreno, José María Peinado, Antonio Isidro Palomo, el marqués de Aycinena, Luis Fran­cisco Barrutia, Miguel Ignacio Alvarez de las Asturias, An­tonio de Juarros, José de Isasi, Sebastián Melón, Miguel González, Juan Antonio Aqueche y Francisco de Arrivil!aga.

Estos señores concejales, comisionaron al regidor perpe­tuo y decano del mismo Ayuntamiento don José María Pei­nado para que formase las instrucciones que debían darse al señor Larrazábal, sobre «la Constitución fundaméntal de la monarquía española y su gobierno».

y en efecto, aquél escribió unas muy notables que cons­tan en un folleto de ochenta y ocho páginas que después de haber sido impresas en la isla de León, fueron reimpresas .

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en esta capital e! año de 1811 y que tenemos a la vista. No nos hemos equivocado al afirmar en anteriores pá.

ginas que nuestra libertad se incubó en e! Ayuntamiento de Guatemala. Allí en sus salones resonó por vez primera e! sacrosanto nombre de libertad; allí algunos de aquellos aris­tócratas de quienes tanto hemos tenido que quejarnos después, iluminados por la luz del siglo tuvieron por un instante las visiones de una patria regenerada por las nuevas ideas. Los manes de los convencionales franceses deben de haberse rego­¡¡ijado en sus tumbas al ver que sus doctrinas se habían abierto paso por entre los bosques de América, y que, en la capital de esta Colonia ignorada hallaban eco muchas de las que se habían proclamado desde la tribuna de! 89.

Por supuesto que aquellos señores concejales, no eran republicanos, ni mucho menos. No eran ni siquiera demó­cratas; no tenían fe, o no les convenía la elección de los ayuntamientos por e! voto popular; no pensaban siquiera en que estos cuerpos se renovasen periódicamente, sino que opi­naban porque las dos terceras partes de los regidores de cada Municipalidad fuesen vitalicios.

Era que querían encastillarse en la casa de la ciudad, y dominar desde ella la situación de su patria.

Querían que a los ayuntamientos se les diese el título de grandeza y a los regidores perpetuos el tratamiento de señoría, «a que justamente son acreedores, decían, los que tienen la representación pública y que son la columna del Estado».

Eran monárquicos, mas no absolutistas. En los poderes concedidos a su diputado a Cortes le daban instrucciones para que no reconociese a otro monarca m':s que a Fernando VII, y en su falta, a sus legítimos sucesores, con la condición ex­presada de que «para evitar que el despotismo deshonre en tiempo alguno a la majestad, y oprima a los pueblos se insti­tuya y elija Constitución formal en que, restableciéndose los derechos de éstos, tenga siempre la nación parte activa en las deliberaciones y materias de Estado, en la formación de las leyes y en los demás 'asuntos graves del gobierno; y que en esto y en todo lo demás, sin la menor limitación sean las Américas consideradas y tratadas como partes esenciales de la

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monarquía, guardándole sus derechos y libertad civil como a la Península, sin diferencia alguna, y con toda la extensión que corresponde conforme les compete por derecho natural que les está justamente reconocido».

No se habían desligado aun de muchas preocupaciones sociales y religiosas, por más que en el fondo se conoce que eran discípulos de Rousseau y de los enciclopedistas.

Ellos querían que «la religión de Jesucristo crucificado, católica, apostólica, romana se conservase inviolablemente en toda la monarquía como la única verdadera»; y no contentos con eso, deseaban se impetrase de la Santa Sede el que se declara el Misterio de la concepción sin pecado y que la na­ción se acogiese bajo el patrocinio de la Virgen; sin perjuicio de que Guatemala siguiese reconociendo al apóstol Santiago y a Santa Teresa como patronos especiales.

Deseaban que se celebrasen concilios provinciales a fin de mantener la disciplina eclesiástica y velar sobre la pureza de la fe.

Para la provisión de empleos querían que el mérito per­sonal fuese preferido al hereditario; pero el individuo que reuniese ambos, sería atendido de preferencia.

Por último, en lugar de las Cortes antiguas deseaban que se crease un Consejo de Estado que se denominaría Con­sejo supremo nacional, compuesto de individuos de todos los reinos de la monarquía española, tanto en Europa como en Asia y América, eligiendo cada reino una persona que ocupase tan interesante puesto en calidad de diputado.

Pero la parte más interesante y por la cual nos hemos detenido en este asunto es «la declaración de los derechos del ciudadano».

He aquí los axiomas sociales que aquellos colonos senta­ban como inconcusos:

«1 9 El objeto de la sociedad es el mejor estar de los individuos que la componen.

»29 La religión es el mejor y principal apoyo del go­bierno_

::.39 El gobierno es obra del hombre. Se estableció para su conservación y tranquilidad. La conservación mira a 1 ..

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existencia; y la tranquilidad al goce de sus derechos naturales e imprescriptibles.

»49 Estos derechos son: la igualdad, la propiedad, la seguridad y la libertad.

»59 La igualdad consiste en que la ley debe ser la mis· ma para todos, ya proteja, ya castigue: no puede ordenar sino lo que es justo y útil a la sociedad; ni prohibir sino lo que la es perjudicial.

»69 La libertad es la facultad de hacer cada uno todo lo que no daña a los derechos de otro. Tiene por principio, la naturaleza: por regla, la justicia: por garantía, la ley. Su límite moral se comprende en esta máxima: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan.

»79 La justicia natural se viola cuando una parte de la nación pretende privar a la otra del uso de sus derechos de propiedad, libertad y seguridad.

»89 La seguridad consiste en la protección concedida por la sociedad a cada uno de sus miembros y a sus propie­dades.

»99 La propiedad personal está bajo la protección de la ley inviolable al ciudadano, al magistrado y al rey. Sólo las acciones contrarias a la ley la allanan.

» 10 Todo procedimiento del magistrado contra un ciu­dadano fuera del caso de la ley sin las ritualidades de ella, es arbitrario y tiránico.

»11 La legislatura es propiedad de la nación; no debe confiarla sino a una asamblea o cuerpo nacional.

»12 La ley no debe establecer sino penas útiles y evi­dentemente necesarias. Las penas deben ser proporcionadas a los delitos y provechosas a la sociedad.

»13 El derecho de propiedad real es aquél por el que pertenece a todo ciudadano el goce y la libre y absoluta dis· posición de sus bienes y rentas, del fruto de sus trabajos, y de su industria.

»14 Todo individuo de la sociedad sea cual fuese el lugar de su residencia o de su naturaleza, debe gozar un" igualdad perfecta de sus derechos naturales, bajo la garan­tía de la sociedad.

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»15 La garantía social consiste en la acción de todos, para asegurar a cada uno en el goce y conservación de sus derechos.

»16 La opresión de un ciudadano ofende al cuerpo so· cial y la sociedad debe reclamarlo. Cualquier individuo de la sociedad tiene derech<;> a esta reclamación, porque la opresión de un ciudadano atenta a la seguridad de los demás.

»17 La garantía social no existe si los límites de las fun· ciones públicas no están determinados por la ley y la respon· sabilidad de todos los funcionarios no está asegurada.

»18 No puede establecerse contribución, sino por la utilidad general.

»19 Todos los miembros del Estado, de cualquier clase o sexo, tienen obligación de contribuir para su conservación, aumento y defensa. Esta obligación tiene por principio la sociedad; por medida, la necesidad del Estado: y por regla, las facultades del ciudadano.

»20 Ninguno puede ser privado de la menor porción de su propiedad sin su consentimiento.

»21 Todo estanco es una violación del derecho natural. Debe pues declararse abolido para siempre.»

Hemos consultado varios historiadores de América, y en ninguno de ellos encontramos que se haga relación a las ins· trucciones comunicadas por los cabildos a sus diputados a Cortes.

Creemos que debe ser motivo de legítimo orgullo para los guatemaltecos el poder mostrar que nuestros municipales de principios del siglo, profesasen principios tan avanzados de derecho público; y si es verdad que seguían siendo monár­quicos, también lo es que no podía exigirse más de ellos, dada la educación que habían recibido y las preocupaciones de que no habían podido desprenderse.

Los días de la república y de la democracia estab:m too davía lejanos. Se necesitó de una década de luchas, de perse­cuciones y de desengaños, ;)ara que el elemento democrático entrara en acción y que rasgando las ligas que nos unían a España y a Fernando VII, el más ingrato y más torpe de los reyes de la casa de Borbón, nos declarásemos independientes

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y los próceres proclamasen la república. Larrazábal partió para España, y en las Cortes de Cádiz,

de las que alguna vez fue presidente, dio muestras de energía y de inteligencia, figurando al lado de los liberales y hacién­dose notar por sus ideas que no eran otras que las contenidas en las instrucciones de que acabamos de hablar.

También e! señor Castillo, representante de Cartago, se hizo notable por sus discursos y proposiciones, pidiendo la abolición de las mitas o mandamientos y exigiendo en último

. término que, en caso de sostenerse éstos, fueran obligados al trabajo forzoso los mestizos, los negros y los españoles. De­fendió con caluroso entusiasmo los intereses americanos y pro­testó contra la esclavitud.

No entra en nuestro propósito e! detenernos en los tra­bajos de las famosas Cortes de Cádiz. El que conozca la his­toria desgraciada de España en 1814, sabrá que al ser resta­blecido Fernando VII en su trono pagó con negra infamia los sacrificios de sus súbditos españoles y americanos, abo­liendo la Constitución y persiguiendo con saña cruel a los más ilustres de aquellos constituyentes. \

A don Antonio Larrazábal se le condenó a seis años de reclusión en e! convento que el arzobispo de Guatemala le señalase, según dice el historiador Lafuente. Mientras esa reclusión duró, hubo prohibición de proporcionarle libros y de que le hablase persona alguna.

También en este reino se sintió el contragolpe de las iras de Fernando; y e! capitán general don José de Bustamante extremó toda clase de rigores contra aquellos que se habían manifestado afectos al sistema constitucionaL

Lanzóse contra los criollos una caterva de espiones y de delatores que iban sembrando el espanto y la desconfianza entre e! pueblo. Se inventó la existencia de un emisario fran­cés, al que nos hemos referido en las primeras páginas de la biografía de Arce, para poderse echar sobre los ciudadanos pacíficos a quienes se incomunicaba en las mazmorras. Como un miserable loco fijase por aquel tiempo papeles que conte­nían groseras blasfemias, en las puertas de las iglesias, se aumentó el espionaje y se ejecutaron prisiones escandalosas

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que trajeron mayor consternación a la ciudad. Unos tres estudiantes de genio alegre y burlón, se una­

gmaron formar un regimiento que denominaron de los pan­duros con e! objeto de divertirse, como lo acostumbran los de! gremio aun en nuestros días, y Bustamante viendo som­bras en todo, lanzó a sus seides sobre esos jóvenes, los redujo a prisión y los sometió al tormento, resultando al final que nada había de serio en aquel juguete estudiantil. En fin, el feroz Bustamante hizo que reinase en la ciudad un silencio sepulcral, marcando su gobernación como una de las más atroces que recuerda la historia de la Colonia. Ocho años duró en e! mando este hombre de carácter de hierro, dejando en los guatemaltecos el recuerdo de una época que se conoce con e! nombre de terrorismo bustamantino.

Al restablecerse la Constitución española el año de 1820, merced al grito dado en Las Cabezas de San Juan, por Riego y Núñez, nuevo aliento de esperanzas sopló sobre esta aba­tida Colonia. Aquellas antiguas rencillas entre los criollos y los españoles se habían recrudecido y aumentado. Por des­gracia, al lado de los segundo figuraban algunos hijos del país de tanta importancia como don José de! Valle y e! Dr. don Mariano Larrave, enemigos de novedades, y que apa­rentaban el hallarse bien con e! régimen español. Estos señores halagaban a los artesal}Os con la idea de que se suprimiría la ley sobre el comercio libre, que los había arruinado, sobre todo a los tejedores, cuya industria se había venido al suelo con la competencia que les hacían los géneros ingleses impor­tados de Belice, pues de mil telares que existían en la Antigua a principios del siglo, que daban ocupación a otros tantos tra­bajadores y ponían en movimiento más de un millón de pesos, se habían reducido a menos de la tercera parte dejando sumi­dos en la indigencia a multitud de proletarios que no estaban contentos con las Cortes que tales males les habían causado, ni podían ver con buenos ojos los conatos de independencia en que se hablaba de libertad, palabra para ellos tanto más temida cuanto más ignorada en su significación y sus resul­tados.

Del lado opuesto se hallaban tres grandes patriotas, don

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Pedro Molina, don José Francisco Barrundia y don Fran­cisco Córdoba, caracteres fogosos que se adelantaban a su tiempo en ideas, y tenían ya las visiones de una república democrática, emancipada de las leyes españolas y regida por instituciones liberales. Fue aquél un momento particular que no es extraño en los días de revolución. Los demócratas, di­rectores de las gentes de los barrios, o sea de lo que entonces se llamaba plebe, que no tenían entrada ni aun en los gre­mios, unen sus fuerzas con la aristocracia, de la que en aquel momento don Mariano de Aycinena era corifeo como miem­bro mayor de su familia por entonces y síndico de la Mu­nicipalidad de esta capital.

Las pasiones estaban sobreexcitadas y como no tenían desahogo ni surgidero, se lanzaban unos partidarios y otros, denuestos de los que la tradición nos ha conservado algunos recuerdos.

Comenzaron por denigrarse unos a otros, por dirigirse feos apodos que aun se conservan en la clasificación de los antiguos partidos.

A Valle y a los individuos que formaban e! suyo, se les denominó, según don Pedro Molina e! partido del gas, para dar a entender que se componía de borrachos. Por repre~alia este último, llamó al otro, e! partido de Caco, con intención de darle las cualidades de este famoso ladrón de la fábula. Lo cierto es, dice e! indicado señor Molina, que ni todos eran borrachos en e! uno, ni todos ladrones en e! otro.

Pero la lucha no era tan sólo de palabras; pues había llegado la época en que aquellas ideas, por largo tiempo com­primidas sobre independencia y libertad, y que apenas podían expresarse a media voz en los corrillos o entre los tenebrosos muros donde se reunían los conspirado[(~ iban a tener más nobles respiraderos.

Establecióse por ese tiempo en la capital de! reino una Tertulia patriótica cuyo punto de reunión era la casa de! Dr. José María Castilla, contando entre sus principales socios al Dr. don Pedro Molina, a don José Francisco Barrundia, a los señores Montúfar y a don Vicente García Granados. Se proyectó en esa tertulia la redacción de un periódico, y efec-

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tivamente en e! mes de julio de 1820, vio la luz el primer número de El Editor Constitucional, dirigido por el célebre publicista Dr. don Pedro Molina y en e! que colaboraron el Dr. Castilla, e! señor Barrundia y don Manue! Montúfar.

Las ideas netamente liberales defendidas en ese estimable pape!, cayeron como una bomba entre los españolistas y las gentes del gobierno que no ocultaban su inquina y aborreci­mientos contra sus valientes redactores.

Valle saltó luego a la palestra con otro periódico que denominó El Amigo de la Patria, cuyo aparente propósito era tratar de las ventajas de la civilización y de la importancia de las materias científicas, sobre todo de la Economía política, estudios a los cuales estaba entregado por aquella época aquel hombre notable que pasaba entre sus compatriotas por sabio y hombre de letras. Pero lo cierto de! caso es que el fin prin­cipal de! ilustre hondureño fue el de combátir las ideas polí­ticas de Molina quien no quería contemplaciones ni mira­mientos, tratándose de la independencia, ni ocultaba los agra­vios inferidos a las colonias por la Metrópoli, cuando, como con la Constitución del 1812 se las había engañado con las promesas de una representación en las Cortes que por lo ra­quítica era mentida y ridícula.

Muy ligeramente han tratado los escritores nacionales sobre aquellos notabilísimos periódicos que para la mayor parte de nuestros conciudadanos son enteramente desconocidos.

No es éste e! lugar de hacerlo de la manera extensa ' que nos proponemos; y así es que nos reservamos para cuando, próximamente, publiquemos la biografía del Dr. don Pedro Molina.

Lo cierto de! caso es que después de un año de existencia de ambos periódicos, en que blandieron sus armas los dos campeones, en que Valle tuvo momentos de mal humor, de salidas vanidosas y ridículas, que fueron contestadas con fina ironía por Molina; en que el primero lució sus conocimientos nada comunes en las ciencias abstractas y el segundo mani­festó que no era inferior a su adversario en las políticas y sociales, el triunfo fue de Molina y de los liberales, y éste pudo exclamar el día 15 de septiembre de 1821 en ese mismo

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periódico, tan dllramente atacado, las sigllientes palabras qlle tienen toda la entonación de lln himno:

«¿Es posible, amada patria mía qlle mis ojos os hayan visto independiente? ¡Oh placer soberano! ¡Oh gloria incom­parable a otra cllalqlliera gloria!»

T enla razón el bllen patriota en cantar así la indepen­dencia de Sll país.

Eramos independientes. El 15 de septiembre Gaínza y las alltoridades del país

habían proclamado la separación de Gllatemala de Sll Metró­poli, como ya hemos dicho en otra ocasión,' por temor al pue­blo qlle la pedía a gritos y que amenazaba a los españolistas qlle se la negaban.

¿Qllé secreto resorte había movido a este Plleblo tímido y sllmiso para obrar así? Uno mlly sencillo: el del patriotis­mo. Re!atemos ligeramente lo qlle había pasado.

A las primeras hora de la mañana e! Capitán general y las alltoridades se rwnieron en e! salón principal de! palacio . . La mayor parte de las alltoridades era opllesta a la indepen­dencia, llnas por miedo y otras porque no qllerían ser des­leales al país de su origen. Se entabló una discusión seria sobre tan importante acontecimiento en qlle la voz de! más implacable enemigo de la independencia, americana, la de! señor Casalls y Torres, se hizo oír con todo el desborde de sus pasiones exaltadas. También se escllchó la del literato Valle, qllien como algllno ha dicho, como buen americano era amigo de la independencia, pero como hombre prudente sabía oCllltar SllS tendencias. Los más atrevidos de los inde­pendientes, qlle no formaban parte de la junta, se asomaban a la sala en que se disClltía negocio tan importante, aplall­diendo a los qlle hablaban en favor de la independencia, como el señor Castilla que fue e! primero qlle lo hizo y mostrando en murmllllos m descontento contra los que emitían votos contrarios.

En la Plaza de armas había poca gente, y e! amnto mar­chaba, amenazando tener un mal resultado. Entonces se les oCllrrió a don Basilio Porras y a doña Dolores Bedoya, es­posa de! Dr. Molina, llna salvadora idea: la de reunir una

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orquesta y disparar varias gruesas de cohetes; y tan feliz fue aquella invención que a los pocos momentos ocurrió un in­menso concurso de gente en el que figuraban muchas perso­nas opuestas a la independencia y que creyéndola ya declarada, se fingían sus partidarias.

La junta al oír el inmenso clamor del pueblo se resolvió más pronto, y así fue acordada nuestra emancipación.

Recuerde, pues, la historia los nombres de Pedro Moli­na, José Francisco Barrundia, Basilio Porras y María Dolo­res Bedoya como instigadores en aquel memorable día de tan venturoso suceso.

También en la noche anterior el síndico de la Munici­palidad don Mariano de Aycinena anduvo por los barrios de la capital instigando a los vecinos para que asistiesen el siguiente día a la Plaza de armas a formar cuerpo y contribuir con sus compañeros al acto a que tantas veces nos hemos referido. Merece, pues, que se recuerde su nombre, pues hombreándose ese día con la plebe contribuyó también a la libertad de su patria, aunque con 'la mira y por los moti­vos que pronto expresaremos.

El acta de aquella fecha, de que ya hemos hablado en la anterior biografía, * dispuso entre otras cosas, que se formase una Junta pro'Visivnal consulti'Va para que aconsejase en cuestiones de gobierno a Gaínza y que sería compuesta de la Diputación provincial establecida por la Constitución es­pañola y de dos diputados más por cada provincia, tomados entre los oriundos de ellas, residentes en esta capital

La indicada junta celebró al principio sus sesiones en público, y el sitio en que se reunía se vio muy pronto lleno de gente de toda clase, que ocurría a presenciar aquel espec­táculo tan nuevo para ella, cual era el de las discusiones de los asuntos de la naciente patria. Los individuos que la com­ponían era personas graves, con humos de nobleza y les asus­taba encontrarse en contacto con el pueblo entusiasta y que no guardaba, según ellos decían, los respetos y miramientos

* Se refiere al libro Manuel losé Arce (Los hombres de la In­dependencia) .

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que les eran debidos a sus personas y a su alta categoría. Don José Francisco BaL'u::dia, el Dr. Molina y don

Francisco Córdoba, eran los jefes de la facción popular y no teniendo asiento en la junta, concurrían al frente de los pa· triotas a hacer algunas peticiones de interés público.

En una de éstas proponían que desde luego se hi­ciese de Guatemala un Estado independiente sobre las bases de la libertad, la igualdad y la justicia; que se formase en

. vez de la Junta consultiva, otra con el carácter de guber­nativa, cuyo objeto sería afianzar la independencia, remover a los empleados que no hubiesen sido adictos a ella y reem..; plazarlos por hombres liberales y patriotas; convocar al pueblo periódicamente para darle cuenta de las operaciones practi­cadas por la junta en su favor y oír el voto de los ciudadanos que tuviesen algo que decir en el de ese mismo pueblo, y las medidas más oportunas para el gobierno de la nación; con­vocar un Congreso constituyente para organizar definitiva­mente la república, etc., etc.

Se ve por lo anterior cómo iniciaba sus trabajos el Par­tido liberal guatemalteco. Pero aquello no era del agrado de los señores que componían la Junta consultiva, en su mayor parte monárquicos.

Por primera providencia se fijaron cartelones en las puer­tas del Congreso, por los que se daba cuenta al público de que la Junta había acordado celebrar en secreto sus sesiones, pretextando que ésta se veía embarazada para el despacho por causa de la concurrencia del pueblo. Tal cosa pasaba el 29 de septiembre de 1821, es decir, catorCe días después de declarada la independencia.

Desde aquel momento comenzó a prevalecer entre los gobernantes la idea de unir a Guatemala al imperio mexicano, que según los tratados de Córdoba disponía que se ofreciese el trono de Anáhuac a Fernando VII o a uno de los prín­cipes de su familia.

i Tan pocos días habían bastado para que la aristocracia guatemalteca pusiese de manifiesto cuáles habían sido los móviles de su conducta el 15 de septiembre de 1821!

Ellos se dijeron evidentemente en sus corrillos: que sea

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Guatemala independiente; pero bajo nuestra dirección y para nuestro propio provecho, para que podamos seguir medrando en lo material y que el gobierno nos pertenezca en todas sus esferas y formemos así una oligarquía imperante. Pero oye· ron la voz de la democracia que se agitaba, vieron que el pueblo tenía sus tribunos que lo iluminaban y lo encaminarían a la revolución, si era preciw, y temblaron.

El marqués de Aycinena que era miembro de aquella Junta consultiva, y que fue el oráculo de su partido, como don Mariano fue e! brazo fuerte, decía en el año de 1834, en un opúsculo célebre, publicado en New York, lo que vamos a transcribir:

«En 1821, lo digo con franqueza, no creía aplicable el régimen republicano a mi país. Mi opinión por una monar· quía moderada se fundaba en la excelencia de esta forma de gobierno, elogiada como la mejor por los mismos republicanos más sabios de la antigüedad, por escritores modernos, y cuya bondad ha sido comprobada por el ejemplo práctico de In· glaterra.»

En el año 1861, en un discurso religioso pronunciado con motivo de nuestra independencia el mismo marqués, no curado de sus ideas monárquicas ni de su odio al constitu­cionalismo, decía: «Hay no pocas naciones tanto en el anti­guo como en e! nuevo mundo que tienen e! prurito desenfre­nado de expedir leyes tumultuosas e inconsideradamente so­bre todas las materias, sin exceptuar las que conciernen a la re!igión».

El marqués, ya por entonces obispo de Trajanópolis, ca­lifica de frenesí y de epidemia mental que ha cundido por el mundo a ese sistema de legislar, entrando en santo furor porque merezca los aplausos de! pueblo. El no cree en las constituciones que se han dado los pueblos de Europa o de América. ¿Qué bienes han hecho? pregunta. OídIo. «Des­pués de enormes sacrificios para plantearlas, y después de haberse derramado muchísima sangre humana para sostener­las, hoy están en absoluto descrédito, conculcadas y tenidas no sólo como hojarasca inútil, sino como doctrinas perni­ciosas».

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El que quiera convencerse de que en América, en la 5egunda parte de este siglo se hayan expresado tales doctri­nas, puede leer el opúsculo que contiene ese sermón, página 6 y siguientes, que se encuentra, entre otras partes, en la Bi­blioteca nacional de esta ciudad_

Ahora preguntamos ¿cómo se explican estas ideas anti­constitucionales del señor marqués, cuando sus parientes die­ron en el año de 1811 aquellas instrucciones al canónigo La­rrazábal, de las que tanto se envanecían y por las que tanto sufrieron?

Pues se explica muy fácilmente_ En aquella época no eran más que unos míseros criollos, sin derechos sociales, sujetos a una coyunda dura y pesada, despreciados en su misma tierra por los peninsulares, ocupando siempre lo~ se­gundos puestos cuando se creían con derecho a obtener los primeros; en fin, cosas más que personas, colonos y no ciu­dadanos_

Entonces sí, querían patria y Constitución. Entonce. sí suspiraban por la igualdad y la libertad.

Pero cuando el pueblo hizo la independencia; cuando oyeron la voz de la democracia que por medi~ de sus corifeos clamaba para todos los mismos derechos, entonces temieron la república, se agarraron a la primera rama que encontraron y, con todo y ser tan débil y ridícula la figura de Iturbide, siendo emperador, aunque traidor y advenedizo, se declara­ron súbditos suyos contra la voluntad nacional.

El señor don Alejandro Marure, historiador tan verídico como concienzudo, describe en varias páginas de su Bosquejo histórico todas las escenas que tuvieron lugar en aquellos días, tan memorables como angustiosos, que precedieron a la incor­poración de estos países al imperio mexicano.

También el Dr. don Pedro Molina en sus Memorias, tan poco conocidas, nos hace una relación sucinta sobre el mismo asunto, y de las cuales nos valemos para escribir estos renglones.

Los corifeos del partido antianexionista eran don José Francisco Barrundia, don Manuel Ibarra, el licenciado don J. Francisco de Córdoba, el doctor Pedro Molina y algunos

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otros de menor importancia. El marqués de Aycinena con toda su familia se encon­

traba a la cabeza del partido contrario. Gaínza, ya inclinado en sus veleidades a la anexión, de­

terminó perseguir las reuniones de los libres; y sucedió que el 30 de noviembre de 1821 se hallaban congregados unos diez y seis individuos en una junta, tratando del asunto angus­tioso que amenazaba a la patria. Dispusieron éstos hacer una manifestación pública, y al efecto se lanzaron a la calle dando los gritos de ¡viva Guatemala libre! La noche era de luna y el grupo iba por las inmediaciones del templo de San José, cuando dos alcaldes reunidos, ambos antiindependientes y por lo tanto partidarios de la anexión a México, aparecieron con una escolta de ~oldados del batallón Fijo y un grupo nu­meroso de paisanos bien armados.

La colisión era segura. Alguien lanzó el i quién vive! y sin esperar contestación, el doctor don Mariano Larrave que era uno de los alcaldes, mandó hacer una descarga de fusilería quedando muertos don Mariano Bedoya y don Remigio Maida.

Esta fue la primera sangre derramada en nuestras revo­luciones; sangre de víctimas indefensas; sangre de liberales que querían que su patria no dependiera de ninguna nación extraña.

Nada sabemos de particular sobre Maida. De don Mariano Bedoya tenemos estos datos: que pa­

deció cinco años de prisión por insurgente y que cuando se promulgó el decreto de independencia de España, este patriota pidió por favor que se le concediese el pregonarlo, el cual obtuvo con gran satisfacción. Setenta y seis días después, caía muerto por las balas de los imperialistas guatemaltecos.

¿Fué aquel triste accidente un acontecimiento debido úni­camente al estado de embriaguez en que se hallaban los señores Larrave y licenciado don Antonio Robles que eran los alcaldes que dirigían a aquella banda de asesinos? Cree­mos que no pues ya había un plan preconcebido para ame­drentar a los patriotas.

Desde luego opusieron obstáculos invencibles para que

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no se publicase más El Genio de la Libertad que redactaba el doctor Malina, y desde cuyas columnas se hacía oir la voz de los pueblos que rechazaban la anexión. Pero es .. solo no bastaba.

Al día siguiente del doloroso suceso que acabamos de relatar, don Mariano de Aycinena a la cabeza de varios hom· bres del barrio de San Sebastián, simuló un tumulto popular, y se fue a la Plaza de armas a pedir al capitán general la expulsión de diez y ocho de los individuos más notables

.que resistían la unión a México, cosa a que no se atrevió el tímido Gaínza por más que lo azuzasen los que lo mane· jaban casi a su antojo.

Concluyamos. La declaratoria de la anexlOn se hizo el 5 de enero de

1822 y ya sabemos qué tristes resultados tuvo para nuestro país ese criminal atentado que se debe exclusivamente a lo~ manejos mañosos de la aristocracia guatemalteca. Centro· américa fue entregada por ésta al emperador sin procurarle ventaja alguna, sin reserva de algunos fueros ni garantía la más mínima de que se respetarían los derechos de los gua­temaltecos.

Indignado el doctor don Pedro Malina con tanta infa­mia, dice:

«Una piara de puercos no se enajenaría tan de balde; pero los ambiciosos de empleos y distinciones así lo querían, y los necios los secundaban.»

y de ese modo sucumbió el país. Pero hubo algunos que sí sacaron beneficio: tal fue el

marqués de Aycinena que fue condecorado por el emperador con la Gran Cruz de Guadalupe de México.

Don Mariano de Aycinena, que como hemos visto, tanto se había afanado por el triunfo de su causa, que hasta anduvo en esta capital de casa en casa recogiendo votos para la anexión no obtuvo desde luego todo lo que apeteciera. Parece que por ese tiempo no le satisfacía la cruz con que fue agraciado su sobrino; pero es lo cierto que con fecha 20 de febrero de 1823 escribió la siguiente carta a uno de los mi­nistros de S. M . imperial y que la copiamos íntegra para

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recreo de nuestros lectores: «Guatemala, febrero 2Ó de 1823.

»Señor don José Manuel Herrera. (Reservadísima) .

»Mi querido amigo y señor: - - Me acuerdo de haber renunciado la gran cruz con que S. M . bondadosamente me honró, y también de los motivos sinceros que expuse para ello.

»Me es hoy tanto más sensible hallarme en la precisión de quebrantar aquellos propósitos, o sean fundamentos de mi carrera pública: pero he pesado las cosas detenidamente, me he hecho la reflexión de que la caridad bien ordenada co· mienza por uno mismo, y que no debo ser tan severo que me qui~ra hacer desgraciado para siempre por sólo dar ensan· che a los principios de delicadeza, que deben ceder a los de honor bien entendido. Por otra parte, S. M . el emperador, por una casualidad ha venido a conocerme en los días de nuestra gloriosa independencia: me favorece como no merez· co: la muerte cruel, que a nadie perdona, pudiera arran· cárnoslo, así como a Ud., que igualmente me distingue, y en tal desgracia (que Dios no permita) me fuera muy difícil enderezar una suerte, tan triste como la que preveo.

»Yo, señor don Manuel, vine a abrir los ojos cuando la fortuna de mi casa se veía amenazada allá por el año de 18ll, que de los dos hermanos mayores, que manejaban los nego· cios, el uno se fue a España de consejero empeñándola en mayores gastos; y el otro que era el marqués, murió agobiado de pesares públicos y domésticos.

»Poseído yo .siempre de unos sentimientos de honor y de cariño a toda mi familia, formé el propósito de sacrificar­me por ella y porque la casa conservase su reputación.

»Mi hermano Juan Fermín, que murió el año pasado, llevaba aquí la dirección de los negocios y yo me condené a vivir como cuatro años en las haciendas por proporcionarle recursos, para que pudiese cubrir muchos créditos que nos atormentaban, sin faltar al mantenimiento regular d!! los demás interesados.

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»Puede Ud. hacerse cargo de lo penoso que habré vivido con semejantes empeños, y sólo me queda la satisfacción de que, aunque por la fatalidad de los tiempos y del sistema opresor de la España, no hemos podido desembarazar del todo a la casa, sí la hemos conservado en regular reputación, porque Dios seguramente quiso premiar nuestras buenas in­tenciones, no porque en el estado que tenían las cosas, pare­cía imposible atender a tantos deberes.

»Habiendo fallecido por los años de 17 y 19 otros dos hermanos, que ya nos ayudaban al sostén de la casa, y últi­mamente Juan Fermín el año pasado, he quedado solo, para mantener al hermano de Madrid y su familia, la marquesa y sus hijos, la viuda de Juan Fermín y su chiquilla, con otras hermanas, que aunque ya no son partícipes en el caudal, tienen familias y me es preciso auxiliarlas en algo.

»He vivido y vivo siempre en apuros de mucho tama­ño, aun cuando no existan los motivos del trastorno de las provincias. Me mantengo en la casa paterna, que por razón del título es de mi sobrino el marqués, así como las fincas que le son propias.

»Aunque por mi estado soltero y las diversas acciones que reuno en el caudal común, soy acaso el más interesado, yo no h~.:::o gasZo ninguno por saber cómo andan las cosas, y me esfuerzo porque las viudas tengan lo preciso para mano tenerse con decoro. En una palabra, para no fastidiar a Ud., yo en mis circunstancias, aunque muy amado y respetado de mis familias, que me ven sacrificarme por ellas, parezco un peregrino o un arruinado en la misma casa de mi padre, que fue el primer marqués. Así es que, deseando casarme con una señorita de mi esfera, más ha de cinco años no lo he podido efectuar, por no hallarse el caudal con el desahogo que convenía, a pesar de mis continuados esfuerzos, y porque no hago el ánimo de contraer una nueva obligación, que me haga desatender las que ya Dios me ha puesto de estas familias que miro con tanto amor y compasión, como que tn tilas recuerdo a mis hermanos.

, y o no quiero empleo público ninguno, porque no es esto de mi genio, y de otra parte es incompatible con mis

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obligaciones y manejo de la casa, que no hay otro que la gobierne. Deseara que S. M., por un efecto de su munifi­cer:cia m~ señalase una pensión vitalicia de cuatro a cinco mil pesos, que no recayese sobre las tesorerías de estas pro· vincias para alejar odiosidades. Con esto podré yo ponerme en estado; y asegurado de que no tengo por este motivo, que afligir más a la casa común mientras los negocios se pre­senten tan difíciles, se enderezará mi suerte no menos que la de aquélla, y yo lograré lo único a que aspiro. Manten­dré frugalmente una familia propia y tendré la satisfacción de que vean lo hago sin desatender a las demás, cosa que no se ofrezcan disgustos domésticos.

»Nunca hubiera llegado a la vez de parecer interesado. No lo soy, mi buen amigo; sino que Ud. se pondrá en mi lugar y conocerá que ésta es una necesidad, una precisión para no verme condenado al celibatismo, menos hoy que S. M. graciosamente me tiene elevado al rango de gran cruz. Me descubro, pues, con mi padre, que no tengo otro que el Emperador, y con un amigo que tantas pruebas me ha dado de su cariño.

»No alego méritos públicos; porque lo poco que he podido hacer lo debía a la patria y a la razón. Me hago el cargo de las apuraciones públicas, y no quiero aumentarlas si no es que se considere mi situación, cuando buenamente lo permitan las circunstancias del Estado.

»Por último, advierto a Ud., que concediéndoseme_ esta pensión, bien sobre fondos de la orden de Guadalupe o ' sobre piezas eclesiásticas de mitras o canonjías, como lo hacían en Francia en la época del Abate Bartelemi, que se haga de manera, que no se entienda haberla yo pedido, y menos que se divulgue demasiado, ocurriéndome para lo primero el arbi­trio de decir, que entre todos los agraciados con la gran cruz, parece que sólo yo no tengo renta alguna y es preciso para sostener el decoro, etc.

»Mi juventud hasta la edad que tengo de 33 años, ha sido de trabajos no buscados por una conducta irregular y deseara algún descanso.

»Tenga Ud. la bondad de poner en conocimiento de

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S. M. esta disposición, que yo espero de su fineza haga propio el negocio; quedando también satisfecho, de que si no tuviera efecto será por algún inconveniente de justicia, cuyos límites no me he propuesto traspasar.

»Soy de Ud. con la mayor cordialidad, apasio~do y obediente servidor, que atento b. s. m.- Mariano de Ayci­nena.»

Esaú no vendió tan barata su progenitura; al menos re­cibió en pago un plato de lentejas.

Los Aycinenas no recibieron más que dos grandes cruces de la orden guadalupana, porque esta carta que nos da rubor publicar por haber sido firmada por una mano guatemalteca, no obtuvo ni aun contestación. ¡Bueno estaba Iturbide para pensar en dar premio a los traidores, sus compañeros!

A Gaínza, el famoso capitán general, que era según las personas que lo conocieron, un viejo verde, alto, flaco y muy

• metido en sus entorchados lo nombró S. M . edecán de su estado mayor, cosa que causó general hilaridad; y obtuvo su merecido muriendo de miseria en México, algunos años des­pués de la caída de Agustín 1.

La anexión duró cerca de diez y seis meses con toda su cohorte de calamidades a que nos hemos referido en nuestro escrito anterior* y sobre cuyo interesante asunto puede en­contrar quien quiera estudiar a fondo detalles de la mayor importancia en el 29 tomo del Bosquejo bistórico del señor Marure.

Creemos que nuestros lectores nos agradecerán la inser­ción del siguiente párrafo de las Memorias del doctor Mo­lina, que nos cuenta cómo pasó nuestra separación de Mé­xico, y a qué papel tan triste se vieron reducidos los serviles que tanto habían aguardado medrar y adquirir gracias bajo la protección de su ídolo mexicano.

«El brigadier don Vicente Filísola (que gobernó a Gua­temala durante la anexión) era un hombre de 43 años, de mediano cuerpo y robusto, italiano de origen, soldado fran­cés en España, español en México, mexicano en Centro-Amé-

'" Se refiere a la biografía sobre Manuel José Arce.

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rica, ' pareda .. que su mala suerte lo había conducido siempre a servir ·bajo los dpresores, y que sus principios le obligaban a cambiar de bandera. Restaba que a la caída de lturbide abrazara los intereses del Reino de Guatemala: el más pe­

·queñ.o ' impulso podría inclinarlo a hacerlo. En estas circuns­tantias; ,.don . Fernando Antonio Dávila, que había sido un diputado liberal y de nombre en las segundas Cortes de Es­paña, don José Francisco Barrundia y el doctor Molina, pro­yectaron presentar a Filísola una exposición demostrativa de la .incor1veniencia de la unión del Reino de Guatemala al de ' México, y los derechos y mo~ivos que tenía, en el caso, para separarse y recobrar su independencia. La exposición 'Se hizo y fue firmada por los que la proyectaron y por don Manuel Palacios. Don J. Francisco de Córdoba, íntimo ami­go y 'compañero de éstos, se negó a prestar su firma; y con esto ya no se solicitó la de otros. Córdoba había cambiado de opinión sin que supieran sus compañeros por qué, y no quisieron experimentar otro reproche. El P. Dávila fue a presentar la exposición a Filísola; ella causó tal impresión al general mexicano, que le produjo un ataque de cólera nos­tra, sin que por esto estallara en manera alguna contra sus 'autores. Ocho días después dio un decreto, en que declaraba separado el Reino, y convocaba a las provincias a mandar los diputados :t una Asamblea general constituyente.

. »Lós partidarios del Imperio callaron; los chapetones, porque Iturbide les había dado un quid pro quo poniéndose en lugar de un infante de España; los frailes porque la va­riación no tocaba sus capillas; los llamados nobles porque veían eclipsada ya su estrella polar; y en fin, el bajo pueblo, porque no había recibido más que ultrajes, sablazos y la muerte de manos de los mexicanos. No omitiremos decir que el señor Iturbide, que tan prematuramente había aspirado al gobierno abosluto, había dispuesto el modo más sencillo de gobernar el Reino de Guatemala. Lo dividió en cinco comandancias militares. ¿Qué más podía hacer en beneficio de los que se le habían entregado a discreción? Mohinos y abochornados quedaron esta vez los partidarios del imperio mexicano, escondiendo sus cruces guádalupanas los que las

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habían obtenido y excusándose como podían de haber caído en un error tamaño, como había sido el de renunciar y hacer renunciar al pueblo guatemalteco la independencia reciente­mente adquirida, buscando un nuevo amo, que no podía ser mejor que el antiguo_»

y ya que hemos llegado a este punto bueno será co­nocer la " figura física y moral del señor don Mariano de Aycinena. Era un segundón de su familia. Su educación fue bastante descuidada como sucedía generalmente en las gran­des casas en donde había muchos hijos, y en las cuales, el mayor, que era el heredero del mayorazgo, gozaba de toda~ las prerrogativas debidas a la fortuna de haber llegado el primero al mundo entre sus hermanos. No asistió siquiera a las aulas, ni dejó recuerdos en ellas, como su hermano Juan Fermín, quien sostuvo a fines del siglo pasado en el claustro de la Universidad de San Carlos una tesis de derecho, ex­plicando lo que eran las Cortes durante la antigua monarquía española anterior a la casa de Austria.

Se conoce que en los planes de su familia, él estaba destinado a los trabajos del campo, a ser, por decirlo así, el administrador de los cuantiosos bienes de su casa y a ocuparse de esas labores que mantendrían la riqueza de los suyos, mientras él primogénito lucía en la Corte su título y las pre­rrogativas a é~te anexas, y el segundogénito ilustraba su nombre con su espada como coronel del ejército que era.

Dicen que don Mariano fue intachable en su vida moral, muy moderado y hasta tímido; que era "afable en el trato familiar y no envanecido por las riquezas de su casa.

Posible es que si se le hubiese dejado rolar en la esfera a que sus aspiraciones y su naturaleza lo inclinaban, hubiera sido un ciudadano estimable.

Gustaba mucho de la iglesia y era muy apegado a las minuciosidades del culto.

Una cosa que le alababan mucho sus parientes era el que asistía devotamente a las festividades de las iglesias, fre­cuentaba los santos sacramentos y concurría a las funerales de ricos y pobres.

Su padre, el primer marqués, había sido síndico del

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colegio de Cristo crucificado; y como él no heredara el título nobiliario de su casa ni vistiera el traje militar que su segundo hermano, quiso al menos seguir las tradiciones de su familia, protegiendo el convento de recoletos de esta capital, com­puesto por el tiempo de que venimos ocupándonos de una especie de carlistas recalcitrantes que se negaron a jurar la Constitución de la república y levantaron la masa popular de aquel barrio célebre, bajo el pretexto de que dicha Cons­titución atacaba las santas leyes de la iglesia y era contraria a nuestra religión

Don Mariano tuvo para su fortuna una hora propicia, y fue cuando, en la tarde del 14 de septiembre de 1821, anduvo por allí por el barrio de San Sebastián animando al pueblo medroso a que se uniese a los patriotas y coadyuvase con su presencia a llevar a cabo el acto trascendental que se verificó el siguiente día.

Ese solo acto le ha valido el que se le recuerde entre los hombres inmortales de nuestra independencia.

Pc;ro él; como todos los suyos, creyó haberse equivocado y entonces cambió de rumbo llegando hasta donde lo hemos visto, hasta entregar su patria a la dominación de un tirano extranjero.

Hablando de este asunto, don Manuel Francisco Pavón que fue su panegirista dice:

«Partidario sincero y ardiente de la independencia, tuvo mucha parte en este acontecimiento, renunciando a la buena posición que tenía su familia bajo el gobierno español. Sín­dico de! ayuntamiento en 1821, fue e! primero que pidió se proclamase la independencia, y uno de los que suscribieron el acta memorable del 15 de septiembre.

»Entonces le rodeaban y aplaudían los hombres que des­pués fueron sus adversarios políticos, y su casa era el centro del movimiento de independencia. Pero cuando se trató de establecer el gobierno, combatió con mucha firmeza las ideas demagógicas y desorganizadoras, que por desgracia prevale­cieron y causaron la ruina general. Quería la independencia y la había promovido desinteresadamente bajo las bases pro­clamadas en el Plan de Iguala por e! general Iturbide, y

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cuando el país se unió al imperio mexicano, espantado de las ideas exaltadas y anárquicas de nuestros liberales, el señor Aycinena vio volverse contra él a sus aliados políticos y se unió al capitán general y a la Junta provisional para sostener el imperio y la conservación del orden. Su notoria adhesión al imperio mexicano, por la que había sido condecorado por el Emperador con la gran cruz de Guadalupe, se vió entonces como un baldón, y él quedó retirado y sin inter­vención alguna en las cosas públicas; de manera que, no obs­tante su decisión por la independencia, ninguna parte tuvo en los actos de la primera Asamblea nacional constituyente.»

Tal era el hombre que en concepto de jefe de Estado, entró a gobernar a Guatemala el 1 Q de marzo de 1827.

Durante cerca de cuatro años hbía estado a la sombra después de la derrota que sufrieron los imperialistas.

Veamos qué habían hecho los fiebres y qué méritos habían contraído ante la historia.

En primer lugar emitieron la célebre Constitución del año 24, de la que en otra oportunidad nos hemos ocupado, r la que, con todo y sus defectos, es un gran monumento del liberalismo centroamericano.

Después de tantas bajezas como las que hemos visto por parte de los .serviles, causa inmensa satisfacción y aun legí­timo orgullo contemplar desde lejos a nuestros próceres haciendo patria.

Con fecha 30 de mayo del año 24 se publicó en la Gaceta del gobierno un decreto por el cual se prometía una medalla de oro al que presentase una cartilla en que se contuviesen los principios del sistema republicano imperante en el país.

El 17 de abril del mismo año, se declaró la libertad de esclavos, siendo los principales artículos de aquella memorable disposición: «1 9-Desde la publicación de esta ley en cada pueblo son libres los esclavos de uno y de otro sexo y de cualquiera edad que existan en algún punto de los Estados federados del centro de América, y en adelante ninguno podrá nacer esclavo. 29-Ninguna persona nacida o connaturali­zada en estos Estados, podrá tener a otra en esclavitud por Iliniún título ni traficar con esclavos dentro o fuera, quedando

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aquéllos libres en el primer caso; y en uno y otro perderá el traficante los derechos de ciudadano; no se admitirá en estos Estados a ningún extranjero que se emplee en el enun­ciado tráfico».

En mayo se dirigió una circular a los rectores dé las universidades, directores de colegios y prelados de los con­ventos de regulares para que informasen sobre el estado de la enseñanza que les ' estaba encomendada, para que a vista de esos informes el gobierno pudiese formar un plan de ins­trucción general.

En junio se creó una escuela militar bajo la dirección del coronel de ingenieros don Manuel de Arzú.

En julio se fundaron un jardín botánico y una escuela de agricultura.

En septiembre se acordaron ochocientos pesos para gas­tos de viaje de un profesor de minerología.

En diciembre se tomaron en cuenta las bases de una compañía angloguatemalteca para el fomento de las minas de los Estados federales de Centroamérica.

En marzo de 1825 se establecieron una clase de arquitec­tura bajo la dirección de don Santiago Marqui, que hizo su nombre célebre por haber construido la iglesia catedral de esta ciudad, y otra de química, dirigida por don Juan Bautista Fauconier que poco antes se había hecho ciudadano guatemal­teco.

En agosto se dispuso el establecimiento de una Escuela de artes y oficios, según las bases propuestas por Mr. J. L. Voidet de Beaufort, declarando libres de derechos las má­quinas, instrumentos y modelos que se introdujesen para el uso de aquel establecimiento.

En septiembre se formó una Comisión de estadística; y en fin, se dictaron algunas otras medidas de tan capital importancia como las anteriores, tendientes todas a la organi­zación de la república, al desarrollo de sus riquezas naturales y al mejoramiento intelectual de los hijos del país.

Pero aquellos' hombres iban más allá: querían poner a Guatemala en contacto con el mundo, hacerla conocer del extranjero y aprovecharse de los conocimientos y experiencia

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de las naciones civilizadas. Con ese fin nombraron tres ministros plenipotenciarios,

uno para Sudamérica, otro para la de! Nortt; y otrQ para Europa con residencia en Londres. Sus instrucciones eran más o menos las siguientes: Proponer una expedición científica, compuesta de astrónomos, geógrafos y naturalistas, costeada por las naciones de América para estudiar este Continente; formar colecciones de manuscritos, planos y mapas; infor­marse sobre los métodos de cultivo adoptados en otros países y que pudieran ser aplicables al nuestro; hacer una colección de semillas, raíces y e5tacas desconocidas en Guatemala; dar informes sobre las máquinas e instrumentos usados en otras naciones para e! laboreo de las minas y el beneficio de la tierra; contratar labradores peritos en e! cultivo de los olivos y de las viñas que se trataba de introducir en el país; hacer venir un profesor de enseñanza mutua capaz de plantar e! método lancasteriano, tan en boga por entonces, con e! sueldo de ochocientos pesos anuales; formar presupuesto sobre e! valor de los instrumentos necesarios para un gabinete de física experimental; y por último, enganchar cuatro ingenieros mi­litares para la organización del ejército de la república,

Tal fué el trabajo llevado a cabo por los padres de la patria en aquellos dos años de paz que sucedieron a nuestra emancipación de México, y a cuya labor fecunda puso tér­mino el golpe traidor de Arce y la llegada a la jefatura del Estado de don Mariano de Aycinena.

Todas aquellas innovaciones no eran del agrado de la casa de Aycinena. Ya lo hemos dicho, lo que ellos querían era e! statu qua, y por lo tanto cualquiera innovación era en su concepto perniciosa. Oigamos lo que a ese respecto han dicho los dos grandes hombres de ese partido. En e! año de 1845 se trataba de hacer algunas reformas en e! régi­men municipal y el Congreso del Estado emitió para el efecto una ley que derogaba la existente, que entre otros defectos tenía el de restringir e! derecho de votar para los cargos con­cejiles a sólo los que los habían ejercido anteriormente . . Se dispuso por el gobierno, para dar e! pase a la citada ley~ oír el voto de personas ilustradas; y el tantas veces citado mar-

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qués de Aycinena, que fué uno de los que emitieron opinión sobre ese asunto tan interesante, dijo:

«En 1820, a consecuencia de! pronunciamiento militar en la isla de León, se restableció la Constitución de 1812. En 1821 toda la América septentrional española quedó inde­pendiente de la Península, pero dividida en tres secciones y quedaron todavía en boga J~s ideas de aquella Constitución, la cual después de haber reducido toda la España a unos cahos (sic) de confusión y desorden y repudiado de sus mismos autores, cayó, no sin haber causado males incalculables y haber hecho odiosa a los mismos pueblos la causa de su libertad. Extraño y muy fuera de orden sería que habiéndose adoptado aquí e! mismo principio revolucionario, no hubiera producido iguales resultados_ Los produjo, porque así debía suceder, se­gún e! axioma de que iguales causas producen iguales efectos. Todas las constituciones de las nueve repúblicas hispanoame­ricanas, que se formaron conforme a las ideas de la de 1812, han caído igualmente que ella por sí mismas, después de haberse demostrado experimentalmente que, lejos de corres­ponder a los fines sociales, no han servido más que para fomentar e! desorden y desmoralizar a los pueblos.

»Uno de los principales defectos de la Constitución española, y que aquí se ha querido imitar ciegamente, es e! de trastornar e! régimen municipal de las poblaciones, esta­blecido por e! uso o costumbre, pretendiendo plantear un sistema uniforme que la multitud ignorante, sobre la cual sólo tiene fuerza moral la habitud, no puede comprender con facilidad y prontitud_ Es cosa que de bulto se ha palpado siempre, y muy particularmente en los tiempos modernos, que cuando se trastorna súbitamente e! régimen municipal, se altera e! sosiego público, porque se ataca directamente la pri­mera base de! orden social, que es e! régimen particular de los pueblos, establecido por ellos mismos, aprendido por tradición y radicado por la habitud_»

Se ve, pues, que no se quería ni aun siquiera que se modificara el régimen municipal, base de todo gobierno repu­blicano.

El marqués estaba en todo por e! statu qua, por la ha-

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bitud, como él decía o por el costumbre, como dicen los indios. Don Manuel F. Pavón decía en 1855: «Establecido el régimen federal se trató de constituir,

como entonces se decía, e! Estado' de Guatemala, y fueron nombrados jefe y vicejefe don Juan Barrundia y don Cirilo Flores. Las semillas sembradas comenzaron pronto a germi. nar y los principios llamados liberales atacaron desde luego la religión, la propiedad y la seguridad públicas; de manera que en poco tiempo sobrevinieron grandes trastornos y estalló la discordia civil. Establecido apenas el primer gobierno, des· apareció trágicamente en medio de tumultos populares. En· tonces los pueblos se levantaron con gran entusiasmo y deci. sión, impelidos por la necesidad de darse seguridad y paz, y don Mariano Aycinena fue aclamado en todas partes jefe del Estado, como representante de! principio de conservación y orden, al cual deseaban todos acogerse, como única tabla de salvación.»

Dicen que Aycinena Se hallaba en Escuintla cuando recio bió con sorpresa e! nombramiento que en él había recaído para jefe de! Estado de Guatemala; se sabe que al principio rehusó aceptarlo, pero que tantas fueron las observaciones que le hicieron sus amigos en aquella hora suprema para ellos, que al fin se resolvió a admitir tan difícil encargo, «haciendo desde entonces abnegación completa de sí mismo, ofreciéndose él, su familia y su fortuna en holocausto de la patria».

El hombre religioso y humilde, e! hombre timido, el nada ambicioso apenas ha puesto los pies en las alturas de! poder se transforma como por encanto. Pronto dará de sí todo lo que tiene aquella alma fanática. La llegada de los conservadores al poder da la señal de una general confla· gración. Los liberales viéndose traicionados por Arce se hacen fuertes en e! único baluarte que les queda, y sus periódicos truenan contra la tiranía que se levanta, y contra los nobles que se han alzado con la presidencia de! Estado de Guate­mala.

Aycinena entonces emite leyes represivas contra la liber­tard de la prensa. Viéndose los fiebres perdidos, recurren a la suprema ley de los pueblos oprimidos : a la revolución.

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El Salvador se convierte en foco de los descontentos. Allá están Molina, Rivera Cabezas y todos los que han te­nido la previsión de marcharse para no caer en las mazmorras de los serviles.

Su bandera es el restablecimiento de la Constitución hollada por Arce.

Tienen, con razón, por ilegales las nuevas elecciones hechas y quieren que las cosas se restablezcan al estado en que se encontraban antes de! golpe de Arce que dio por resul­tado la prisión de don Juan Barrundia y él asesinato posterior de Flores en Quezaltenango.

Pero ya aquellos hombres estaban ciegos y sordos, pues ni veían el abismo que iba ahondándose a sus pies ni oían e! inmenso clamor de las provincias que los amenazaba por sus ilegalidades.

Arce reparte sus fuerzas. Manda una de sus columnas a ocupar la ciudad de Comayagua, en donde se encuentra el jefe don Dionisio Herrera que le hace sombra; la otra la coloca en Quezaltenango en donde ha tenido lugar el trágico suceso de! asesinato de Flores y que se halla aun en eferves­cencia; la tercera la tiene concentrada en Chiquimula, supo­niéndose que ha escogido aquella plaza como base de ope­raciones para la futura invasión que piensa hacer sobre El Salvador.

Los patriotas se dirigen con dirección a Guatemala y esta ciudad se conmueve presintiendo mil catástrofes. En­tonces los serviles que tanto han hablado sobre las dictadu­ras posteriormente, calificándolas de crimen de lesa patria, dan ellos, los primeros, el ejemplo de eso que tanto censuran.

En efecto, diez y seis días después de haberse hecho A ycinena cargo de la presidencia, la Asamblea de! Estado lo autorizó omnímodamente y por un tiempo indeterminado para que reasumiera todos los poderes, obrase en todo sin restricción de ninguna clase, autorizándole además, para sus­pender los efectos de la Constitución y de las leyes.

He aquí, pues, la primera dictadura en Guatemala con­ferida por los serviles a uno de los suyos.

Aycinena viéndose tan ampliamente facultado, despliega

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una energía y un rigor de que nadie lo hubiera creído capaz. Lo que quiere es sembrar el terror y lo logra efectivamente con el siguiente decreto que por sí solo basta para dar el título de cruel y tirano al que lo suscribió.

«19- Todo el que en conversación, escritos o de cual­quiera otra manera, esparza voces alarmantes en favor del enemigo, será juzgado en Consejo de guerra, y justificada en él la malicia con que ha obrado, por las deposiciones de dos testigos contestes, a quienes el Consejo examinará ver­balmente, será castigado con pena de la vida, aun cuando resulte que ha obrado por encargo de otra persona.

»29- Todo el que dé la comisión de que trata el artículo anterior será castigado con la misma pena.

»3Q- EI que tuviere correspondencia con los enemigos, bien sea por escrito o de cualquiera otra manera, justificán­dose que la expresada correspondencia es mantenida con el objeto de perjudicar la justa causa del Estado, directa o in­directamente, será condenado a la pena del muerte.

»4Q- EI que formare o concurriere a reuniones que ten­gan por objeto hacer asonadas o conspirar directa o indirec­tamente en favor de los invasores, incurrirá en la pena que establece el artículo anterior.

»59- EI que ocultare fusiles, fornituras u otros elementos de guerra, en número o cantidad que llame la atención, será juzgaqo por el Consejo de que trata este decreto y calificada la malicia o criminalidad con que se han hecho las expresa­das ocultaciones, será castigado de muerte.

»69- EI Consejo de guerra que establece este decreto se compondrá de los tres jefes o capitanes más antiguos de la milicia activa que existe en esta Corte.

»79- Publíquese esta disposición por bando para inte­ligencia de todos y comuníquese al efecto a quienes corres­ponde.

»Dado en Guatemala a 18 de marzo de 1827.-Mariano de Aycinena.-Por disposición del P. E., Agustín Prado, secretario del despacho general.»

El tirano Bustamante, de quien tanto se quejaron los nobles, debía estar satisfecho desde su tumba, pues había

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encontrado un discípulo que lo superó con creces. Para complemento de este terrible decreto, dos días des­

pués el mismo Aycinena y su ministro Prado emitieron otro aun más escandaloso y no menos ilegal y atentatorio a todos los principios del derecho. Por él se dispuso que el tribunal de los tres creado por el decreto que hace poco copiamos, conociese de todas las causas que versaran sobre delitos polí­ticos aunque ya estuviesen sometidos al juicio de los tribu­nales ordinarios.

He ahí, pues, que se daba a la ley un efecto retroactivo. Los juicios 'de ese tribunal debían ser verbales, causando

ejecutoria sus sentencias cuando no impusiesen la pena capital. En este último caso las causas podían llevarse a segunda

instancia; pero e! juicio seguido en la Corte, debía ser sumario y sin súplica, debiendo e! tribunal dar sentencia dentro de doce días después de pronunciada la primera.

No contento con todo esto, se reservaba Aycinena la facultad de dictar las medidas y provindencias particulares que convinieran respecto de las personas que más se hubiesen señalado y se señalasen en procurar la ruina de la capital y demás pueblos, en concitar a la guerra civil y en promover e! desorden y la anarquía.

El tiro iba dirigido contra los congresistas qu~ p~ote~~a­ron del golpe de Estado que había dado Arce a mstlgaclOn de los serviles; contra los individuos de la Corte de justicia que condenaron las nuevas elecciones que dieron e! poder a Aycinena y a los suyos, como anticonstitucionales; y en fin, contra todos los patriotas que viendo que el país se hundía, al haber sido entregada su suerte en manos de los aristócratas que nos anexaron a México, que odiaban la república y eran encarnizados opositores de! federalismo, se levantaron en armas para salvar la situación en que se veían comprometidas la república y la libertad.

Otro terrible elemento se había unido a la reacción aris­tocrática, y éste era el arzobispo Casaus que fue e! primer opositor a la independencia, y que no firmó el acta de! 15 de septiembre por más que concurrió a la reunión convocada por Gaínza para aquel día. Con él estaba casi todo e! clero

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.. -MARIANO DE AYCINENA

MARIANO DE AYCINENA (1790 - 1855)

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y los frailes, excepto los mercedarios que, aunque pocos, pa-saban por liberales. .

El artículo undécimo de la Constitución declaraba que la religión católica, apostólica, romana éra "lá de Centroainé­rica, con exclusión de! ejercicio público de cualquiera otra. Mas esto no satisfizo los deseos del clero. ¡Cómo, haber en la república otras personas que en e! fuero íntimo de sus conciencias, pensasen de distinto modo de como lo -hacían el dominicano Casaus y el fanático clero que lo rodeaba!

Eso era una herejía de los liberales que querían la per­dición eterna de este pueblo hasta entonces tan sumiso y tan creyente.

La cosa fue peor cuando la Asamblea del Estado emitió las leyes reformando muchos abusos de! clero y quitándoles e! fuero. Como todas las clases privilegiadas, e! clero estaba múy apegado a este último, porque era como un vallaélar que lo separaba de! pueblo y lo ponía fuera de! alcance de la justicia nacional. El fuero lo constituía poder independiente en la sociedad. Le daba una inviolabilidad aristocrática y hacía que las faltas o crímenes de sus individuos quedasen ocultos entre e! misterio de los tribunales eclesiásticos. Todo eso le daba gran prestigió ante los ojos de! pueblo que veían en los ungidos de! Señor unas personalidades sobre las cuales las leyes comunes eran impotentes. La justicia humana, se­gún aguella monstruosa concesión, se quedaba a las puertas del palacio arzobispal en donde tenían asiento las autoridades eclesiásticas. ,

Todo eso lo habían destruido los liberales o sea los herejes, que para los serviles eran la misma C03a.

Desde aquel momento las facciones políticas de Cen­troamérica se dividieron en dos bandos. En la capital de Guatemala se alentaba a los ejércitos de los aristócratas al grito de ¡viva la religión! ¡mueran los liberales! ¡mueran los herejes!

En el campo de los salvadoreños en donde se habían refugiado los hombres más ilustres de la revolución y de la democracia se gritaba: ¡ viva la Constitución! ¡ abajo las auto­ridades intrusas!

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Aquella encarnizada lucha, que duró los dos años cuatro meses que estuvieron en el poder los serviles, representa en Centroamérica lo que en el sur la lucha entre los indepen­dientes y los ejércitos españoles_ Fue entre nosotros el es­fuerzo por la libertad, contra una ;, ristocracia testaruda, ene­miga de toda innovación, encariñada con todo lo viejo que nos legara la España de la decadencia_

Nosotros no tuvimos que matar godos, porque cuando nos declaramos independientes ya el gran proceso contra Es­paña se había juzgado en los ca:npos de batalla en donde Bolívar y San Martín habían obtenido espléndidas victorias que serían coronadas por las de Junín y Ayacucho que en posteriores años iban a dar la libertad al Continente_

Por eso conmueven tanto los episodios de nuestra pri­mera guerra civil, en que se anegaron en sangre los campos de Centroamérica, en sangre de hermanos que con fiera saña peleaban por la causa de la libertad los unos, los otros por la del estancamiento del país y la servidumbre del pueblo en provecho de la aristocracia_

Pero no fueron solamente los campos de batalla los que se tiñeron de sangre.

La aristocracia guatemalteca tiene !:obre sí la negra man­cha de haber sido la primera en levantar el cadalso político en este país.

El desgraciado teniente de patriotas Isidro Velázquez fue la primera víctima del decreto de Aycinena. Velázquez, . según nos dice Marure, era un artesano honrado, con opiniones liberales muy exaltadas. Carecía de todo influjo en su partido y era por lo tanto un hombre de quien nada había que temer. Pero los serviles necesitaban una víctima y escogieron a éste, llevándolo al patíbulo el 30 de abril de 1827, en donde aquel modesto patriota sufrió la muerte con valor.

Otros nueve guatemaltecos fueron condenados en rebel­día a la misma pena, la cual seguramente habrían sufrido, si no hubieran tenido , la fortuna de salvar la frontera o de ocultarse, sustrayéndose así a sus feroces perseguidores.

La más ilustre víctima sacrificada aquellos días del terror servil fue el coronel Pierson, a quien se condenó a morir en

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el patíbulo el 11 de mayo del mismo año. Este valeroso soldado admiró a sus mismos enemigos por su serenidad ante la muerte y por la impavidez con que él mismo mandó hacer fuego a la escolta que iba a ultimarlo.

El poeta Alvarez Castro, refiriéndose a ese luctuoso acon­tecimiento, escribió esta especie de elegía:

¡Oh día infausto! ¡miserable día! huye ¡oh momento pesaroso! y raudo vuela a ocultarte al tenebroso seno que abre el Leteo en su profundo espacio huye y no más los soledosos sitios tornen a ver tus refulgentes rayos, do el despotismo la inocente sangre audaz regara con infame mano.

Por no alargar más este trabajo no referiremos uno a uno todos los desmanes cometidos por los serviles en aquellos días en que la vida y la fortuna de los ciudadanos estuvieron a merced de aquel poder formidable con que Aycinena fue investido por sus correligionarios, y del que supo hacer uso de una manera tan espantosa. Nos referimos a lo que sobre el particular hemos dicho en las páginas biográficas de don Manuel José Arce.

Todas esas medidas de rigor que nunca podrán discul­parse encontrarán explicación en el espíritu estrecho del fa­natismo político-religioso que dominaba a Aycinena. Hasta queremos creer que al ver amenazada su ciudad natal por las fuerzas de las provincias que tanto la odiaban tuvo un des­tello patriótico que le dio fuerzas para elevarse sobre su pro­pio nivel. En las siguientes palabras que vamos a copiar de una de sus proclamas se revela el hombre apasionado, orgulloso, y no se oculta el fanático ni el aristócrata.

Morazán había ceñido ya los laureles de Gualcho y de La Trinidad. El Partido liberal centroamericano ' tuvo la for­tuna de encontrar en él al adalid que haría morder el polvo a los enemigos de la república, encastillados en la ciudad de Guatemala como en un baluarte inexpugnable. El torrente de

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( .. t,t1~érr'á < i::uyc:fsl~ cauceS' habían abierto los serviles los amena­iábá- impetuoso. En ese momento supremo, Aycinena saca 'fuerzas de su propia debilidad y dice a los fanáticos que aun quedaban fieles a su causa lo siguiente:

«Compatriotas: Si no queremos ver destruida esta her­mosa capital, arruinados los departamentos, aniquiladas las propiedades; si no queremos que Guatemala sufra la espantosa humillación de ser sojuzgada por un puñado de miserables; si no queremos que desaparezca la religión, el culto, la mo­ralidad y la decencia; si no queremos que a la regularidad de nuestro orden sucedan los horrores de la anarquía des­enfrenada: la fuerza, la fuerza sola nos librará de tantos males. Y qué ¿Guatemala podría nunca temer las facciones armadas que tiranizan a San Salvador? No, guatemaltecos, vosotros no seréis capaces de semejante abatimiento. Tomemos las armas: opongamos la fuerza a la fuerza y el enemigo que tantas veces ha huído de nuestras sombras no osará insultarnos con sus pretensiones temerarias, ni pisará impunemente nues­tro territorio_ Por mi parte yo os ofrezco que moriré con vosotros antes que abandonar la causa del Estado. _ . », etc.

Esas palabras eran puras balandronadas, pero en aquellas horas de conflicto revelaban un espíritu viril, digno de admi­ración. El que defiende su patria merece siempre los aplausos de la historia y nosotros no se los escaseamos en estos mo­mentos y por esa causa a Aycinena. Lo que nos subleva el espíritu es que conjurado el peligro, aquel hombre se haya dado a perseguir fría e implacablemente a sus adversarios emi­tiendo decretos de proscripción, levantando el cadalso por doquiera, confinando a climas malsanos a aquellos a quienes la cuchilla del verdugo no pudo alcanzar, confiscando los hienes de los ausentes y en fin, dando el espectáculo por pri­mera vez en la república, de un terrorismo exaltado que ha servido de precedente en nuestra guerra civil y del cual con el tiempo él y los suyos fueron víctimas.

y sin embargo, preferimos a Aycinena en sus horas de energía a aquellas en que, a la sombra de su gabinete, des­arrolla su política tortuosa y de mala ley.

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Preferimos al Aycinena de las proclamas incendiarias al de la siguiente carta:

«Guatemala, diciembre 9 de 1827.

»Mi querido Antonio:* (Muy reservada).

»He recibido tu grata del 6 que equivocadamente me di­riges con esta fecha. Por ella veo las ocurrencias acaecidas en el ejército. Veo también las observaciones que me haces res­pecto de su jefe y te aseguro que me mortifica en extremo la sola consideración de no haber encontrado hasta aquí un extranjero que nos sirva con fidelidad. Tú sabes mejor que ninguno los buenos oficios que nos debe este hombre, * * a quien nunca creí tan ingrato como me lo pintas y él es en .efecto. Piensas muy bien sobre su ineptitud para mandar el ejército, diciéndome que corre parejas con el imbécil e ignorante de Arce. Pero es conveniente el disimulo y pru­dencia mientras tengamos enemigos que combatir y difi­cultades que vencer. Hemos sacrificado los pueblos para librarlos de la férula de los guanacos y fiebres. Ellos están irritados contra nosotros, no sé si con justicia, y debemos prevenir su rencor a fuerza de firmeza y de una política desconocida aun en Maquiavelo. Las dificultades que hasta ahora se han cruzado no deben de arredrarnos. El. centralismo se establecerá, yo te lo aseguro, sobre bases muy sólidas; y deja que el fantasmón de Cáscara gaste su humor jesuítico y do­minante a veces contigo, que llegará tiempo de hacerle sentir, muy a pesar suyo, que él no es más que un italiano encerrado en su corbatín. Vamos a otra cosa.

»No puedo ocu!~arte mi cuidado por la suerte que po­drán correr ustedes y esa columna en el caso que el botarate colombiano * * * se atreva a atacarlos. Yo sé que él no es capaz

1; Don Antonio de Aycinena. "* Don Francisco Cáscara que tomó el mando del ejército después de

los escándalos de J alpatagua, sucediendo a Irisarri. * * * El General R. Merino, entonces al mando del ejército salvadoreño. mando, y el boato que rodea a los gobernantes, pugnaba absoluta-

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de nada y lo convencen las noticias fidedignas que comuniqué a ese general el 19 del pasado. Pero cuando se acercan los instantes en que uno espera ver e! desenlace feliz de una ardua empresa, se agolpan mil ideas y mil presentimientos todos funestos. Yo confío, sin embargo, en la providencia que tanto nos protege, en la buena disciplina y entusiasmo de! ejército, en tí y nuestro Montúfar que sabrá dirigir' a ese autómata en jefe. Creo que no dejarán arrollarse en Santa Ana como en Milingo Arce y en Honduras e! charlatán de Milla. Es un dolor pensar sobre todo esto. Voy a comunicarte mis proyectos para el caso en que experimentemos un revés, lo que Dios no permita.

»T ú sabes lo bien que nos salieron nuestras estratagemas y enredos en marzo anterior. Los salvadoreños peleando tonta· mente de buena fe, con un jefe militar en aquella época todo nuestro, no conocen las ventajas que les hacemos. Ellos son muy niños, se llevan de teorías, sueñan en abstracciones y se olvidan de la ignorancia de los pueblos, de sus preocupaciones y creencia religiosa. Pues bien. Si perdemos con las armas, desplegaremos aquí las del fanatismo para exaltar a este pueblo devoto y levantar de nuevo un famoso ejército. Di· rémosle en nuestras proclamas que los enemigos no respetan la honestidad de las doncellas, los lazos conyugales, ni la inocente infancia; que todo lo asolan y destruyen; que todo 10 violan y pisan, hasta lo más sagrado. Que su elemento es el robo, las depredaciones; sus deseos, hartarse de sangre guatemalteca; que los religiosos van a perecer en sus manos, las monjas, los santos y los templos; que todo será perdido si los pueblos no salen a la defensa de su religión y de su patria y otras mil cosas semejantes. No dejo de temer que el entusiasmo de la fanática multitud no sea como el que vimos con tanto placer allá por e! mes citado de marzo, porque los , malos han minado mucho y no cesan de minar; pero tamo poco cesaré yo de perseguirlos, y sobre todo, que nuestros frailecitos con sus exhortaciones, nuestras monjitas con sus rogativas y nuestro ilustrísimo con su incomparable destreza en esta clase de negocios, serán los instrumentos que dirijan al pueblo en nuestra nueva campaña.

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»Ayer te ha escrito Juan José una muy larga carta. Tam· bién yo escribo ahora a Montúfar, pero nada le digo sobre política. Tu puedes mostrarle ésta y quemarla al momento. A Dios pide te guarde de los fiebres, tu Mariano de Aycinena.

»Adición. »Salúdame a ese general por pura política y dile que mis

grandes atenciones no me permiten escribirle, que lo haré en la primera oportunidad.»

He aquí a Aycinena pintado de cuerpo entero. Jamás en nuestros estudios sobre los hombres públicos, hemos encon­trado una figura más extraña y, permítasenos la expresión por más que sea dura, menos simpática.

Al leer esta carta y considerar los actos de terror y de fanatismo político de Aycinena, nos ha parecido tener a la vista a un Fouché, o a un José Lebón con el manto de Tartufo y la gorra de dormir de Maquiavelo.

Pasemos a cosas más generales y veamos cómo se iba des­arrollando la reacción.

En el año de 1823 se hizo una proposición en la Asamblea para que los libros impresos extranjeros pudiesen introducirse a la república sin examen ni censura a que antes estaban suje­tos, y sin pagar derechos de aduana.

La proposición pasó al dictamen de tres comisionados, todos ellos serviles y uno clérigo además; y éstos fueron de opinión de que se permitiese la entrada de los libros que estuviesen impresos en leguas extranjeras, quedando los es­critos en nuestro idioma sujetos siempre a la censura ecle­siástica.

El diputado Barrundia, que era uno de los ponentes de la moción, se levantó en la tribuna manifestando la extra­ñeza de. que hubiese representantes que la rebatiesen, y admi­rándose de que estando limitada hasta entonces por la ley la libertad de escribir, también se restringiese la de leer.

La discusión fué acalorada tanto en el Congreso como en la prensa, publicándose en el alcance a La Tribuna nú­mero 5 un bien escrito trabajo de un autor anónimo defen­diendo la libre importación de los libros que hasta entonces

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figuraban en el purgatorio de la Inquisición, que contenía 300 páginas con sólo el nombre de las obras de lectura prohi­bida_ Se hacía ver también que siendo tan contadas las per­sonas que entre nosotros conocían las lenguas extranjeras por entonces, pues el que hablaba o leía la francesa pasaba entre los criollos por algo así como un prodigio, el conceder única­mente la libre introducción de libros escritos en otros idiomas era un cruel sarcasmo y una maquiavélica treta de los serviles.

Los liberales ganaron la partida en el Congreso; y fruto de aquella discusión fué el primer inciso del artículo 175 de la Constitución federal, que prohibía a todas las autoridades, cualesquiera que fuesen, el coartar en ningún caso ni por pretexto alguno la libertad del pensamiento, la de la palabra, la de la escritura y la de la imprenta.

También se dió orden a las aduanas para que . se impor­tasen sin derechos ni censura todos los libros.

Pero el año 28 ya era otra cosa: los aristócratas se habían adueñado de la situación de Guatemala y descargaban man­dobles a su antojo sobre la Constitución que ya para ellos era letra muerta. Entonces apareció un opúsculo de 27 páginas que dice estaba escrito desde el año 23, pero que no pudo ver la luz pública en aquella época macarrónica (la de la Consti­tución) y que se daba a la prensa hasta entonces, aprove­chándose de una época feliz (la de la reacción) .

Contiene el opúsculo ideas muy originales. Está escrito en un estilo jocoso que revela que su autor conocía bien el idioma y manejaba la sátira con facilidad. Si no nos equivo­camos el trabajo era de Cordobita ya por entonces abanderado en las filas de los serviles.

Sentimos no insertar varios trozos por no alargar este trabajo. Vaya sin embargo uno, como muestra:

«Las nociones más importantes en orden a los derechos del hombre y al grande arte del gobierno las tenemos muy cumplidas en fuentes purísimas y de la más sana filosofía y de una sublime política. ¿A qué, pues, ir a echarse en pozos inmundos y en cisternas rotas ... ? ¿No cree Ud. que haya sa­biduría como la de Helvecio, de Hobbes, de Espinosa, del autor de Las ruinas de Palmira, y de otros mil insensatos y atrevidos

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de la pandilla de aquéllos? Pues hagamos un ensayo: escriba usted un tratado de lo que quiera: señáleme la materia y yo dispondré otro: que se cotejen en la Asamblea o por una junta de sabios que usted mismo elija; y si al de usted enriquecido con los principios de sus autores, se le calificare por mejor, que me den 200 azotes en e! poste público, o que usted los lleve, mi querido, si el mío mereciera la preferencia. El partido es igual. El triunfo de usted sería muy brillante: anímese, pues, y manos a la obra: yo estoy prontísimo y aun reviento ya Bor verificar la apuesta.»

Estas y parecidas cuestiones eran asuntos de controversia que habría sido bueno publicarlas en su debido tiempo para entablar sobre ellas una discusión razonada. Sólo que cuando se dió a luz e! citado opúsculo era ya tarde: Barrundia an­daba prófugo y perseguido, lo mismo que los campeones liberales de la Constituyente del 24. Hubo, pues, en su autor mucha falta de caballerosidad para con su adversario y sobra de mala fe. Así y todo, volveremos a repetirlo, aquel opúsculo es digno de leerse y estudiarse porque, aunque no contiene más que las doctrinas de la escuela teológica, su autor por lo menos se quedaba en e! terreno de las lucubra­ciones y no llegaba a la violencia ni a la descarada reacción.

Quien no entendía de esos medios era e! P. don Tomás Beltranena, favorito de! arzobispo, hermano, según creemos de! vicepresidente y miembro por lo tanto de la aristocracia. Este buen señor, que ha sido uno de los eclesiásticos más intolerantes de Guatemala, propuso a la Asamblea un acuer­do, que cita e! historiador Marure, cuyos artículos resolutivos son los siguientes:

«Primeramente: Que en este Estado Se impida la intro­ducción de cualquiera impresos o manuscritos contrarios al dogma católico o a la moral evangélica, y de cualesquiera estampas, pinturas o estatuas obscenas; excitándose a la po­testad eclesiástica para que forme índice de los escritos que hayan de prohibirse, auxiliándole la potestad civil para reco­ger los prohibidos.

»En segundo lugar: Que ambas potestades procedan contra los impíos y libertinos que de palabra o por escrito

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intenten descatolizar o desmoralizar al pueblo; que la ecle­siástica, según los cánones, aplique a los contumaces las pena, espirituales y la civil, según las leyes, los prive de la ciuda­danía y del eiercicio de sus derechos, sin perjuicio de las de­más penas aflictivas a que haya lugar.

»En tercero: Que se ampare al clero secular y regular en el uso y posesión del fuero eclesiástico personal en las causas civiles y criminales.

»En cuarto: Que la admisión al hábito y las profesio­nes religiosas en las comunidades de ambos sexos se arre­glen, como se han arreglado siempre, a las disposiciones del Concilio tridentino, sin otras trabas ni ritualidades.

»En quinto: Que se otorgue la licencia pedida para fundar conventos de monjas carmelitas descalzas, en los cua­les se observe literalmente la regla de la primitiva fundación de Santa Teresa de Jesús, sin dotes ni limosnas mendigadas y sin más rentas que el trabajo de sus manos y su enten confianza en la Providencia divina.

»En sexto: Que se cumpla el Breve que en 21 de julio de 1795, expidió para las Américas el Sumo Pontífice Pío VI permitiendo que en los conventos de monjas franciscanas, dominicas, carmelitas descalzas, se reciban y se eduquen niñas: hijas de padres honrados bajo las reglas allí prescritas.

»En séptimo: Que se respeten las voluntades piadosas de los difuntos y el derecho de propiedad de los vivos, con­servándose las instituciones de capellanías y obras pías, ya hechas y aprobadas por la iglesia, y no estorbándose las que en adelante se hiciesen, conforme a los cánones y sin perjuicio de las sucesiones legítimas; y pudiendo asegurarse los capi­tales en fincas urbanas y rústicas.

»En octavo: Que se rediman a la mayor brevedad po­sible los principales piadosos introducidos en arcas de conso­lidación y que entretanto se satisfagan sus réditos, con los cuales se sostiene una parte del culto divino y de sus minis­tros, y de los monasterios de monjas . .

»En noveno: Que en la colusión, percepción y distribu­ción de los diezmos, se guarden por ahora las leyes que regían en el año de 1821.»

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Un vIaJero americano que VISIto a Guatemala en años posteriores al de! 28 que es el que en este momento nos ocupa, tuvo ocasión de asistir a una de las reuniones de un congreso de serviles. La descripción que de aque! acto hace e! satírico sajón es digna de conocerse y vamos a traducirla:

«El salón era amplio, y de sus paredes colgaban varios retratos de antiguos españoles distinguidos en la historia del país, y apenas iluminado. Los diputados se hallaban sentados en una alta plataforma construida en uno de los extremos.

o El presidente, aun más e!evado, tenía asiento en una amplia silla, hallándose rodeado de sus secretarios. En el muro y sobre la cabeza de! jefe de la corporación se veían las armas de la república que consisten principalmente en tres volcanes, emblema según creo de! estado de combustibilidad de! país. Los diputados sentados a uno y otro lado, y cuyo número llegaba a treinta en aquella sesión eran del estado sacerdotal, por lo menos la mitad. Usaban bonetes y vestidos talares ne­gros, lo que hacía que aquella escena contemplada a media luz, trajese a mi memoria e! recuerdo de las obscuras edades pasadas y me imaginase encontrarme en una reunión de inqui­sidores.»

Tales eran las asambleas serviles en la primera parte del siglo que va terminando.

Figúrese puesl e! lector, con cuanto agrado y simpatía se recibiría la proposición de! P. Beltranena que hemos copiado. La Asamblea se puso a trabajar desde luego en el sentido que pedía e! muy reverendo padre y no tardaron en expedir las leyes reaccionarias a que nos referimos en la biografía de Arce.

Constantemente, durante los pocos años de la república, el metropolitano había instado al gobierno y a los congresos para que se prohibiera la libre circulación de los libros; pero nada había logrado hasta que encontró en Aycinena al buen hombre que deseaba, pues éste emitió un decreto que, aunque ya conocido, vamos a reproducir de nuevo, porque no es justo arrebatar la gloria o la censura que merezca al que tal hizo en este siglo que llaman de las luces. Hélo aquí:

«1 Q Que se ruegue y encargue al P . arzobispo que pro-

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ceda, conforme a los cánones, contra los contumaces, que sin respeto a sus edictos ya publicados, introducen o retienen los libros o estampas que se han prohibido en aquéllos.

»29 Que las autoridades civiles y militares, requeridas que sean por la eclesiástica, recojan los mismos libros y es­tampas de! poder de sus respectivos súbditos.

»39 Que sin otra justificación que la aprehensión real, se aplique a los tenedores la multa de diez pesos por la pri­mera vez, veinticinco por la segunda y cincuenta por la tercera; en defecto de medios para pagar la multa, otros tantos días de arresto en la misma proporción.

»49 Que e! producto de estas multas se destine a bene­ficio del hospital militar; y los libros y estampas se quemen en presencia de los ministros de ambas autoridades.»

Con razón decía otro viajero inglés que visitó la ciudad por ese tiempo, pero que no presenció la catástrofe de abril de 1829, pues entonces se hallaba en Londres:

«En e! caso de que los salvadoreños triunfaren se esta­blecerá allí un gobierno ultraliberal y entonces los españoles, los jefes de las familias de la aristocracia y una gran porcion de! clero regular y secular, serán expatriados. Pero si triunfan los guatemaltecos y con ellos estos últimos elementos, en­tonces establecerá una república centra.! de la que don Mariano de Aycinena será el presidente y el P"apa e! primer jefe y protector.»

y efectivamente, si e! partido reaccionario triunfa los vaticinios de! escritor inglés se habrían cumplido al pie de ' la letra.

No sabemos por qué cada vez que leemos los sucesos de aquellos días se apodera de nuestra alma una secreta melan­colía. Tal nos sucedió la primera vez que lo hicimos con las Memorias de Jalapa de don Manuel Montúfar, que relatan tan al vivo las escenas de aquel tiempo nefasto; y tal nos sucede toda vez que volvemos a leerlas así como con todos los documentos a esa época referentes que han caído en nues­tras manos. Despojándonos de nuestras simpatías políticas particulares, hemos querido hacernos luz en aquella lúgubre historia. Guatemaltecos antes que todo, nos hemos hecho la

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pregunta de si en aquellos días angustiosos habríamos estado al lado del bando mobiliario, por más que nuestro origen sea tan humilde, y nuestro corazón ha protestado que no.

El ideal de la patria centroamericana, e! de la justicia y e! de la libertad estaba con Molina y demás emigrados en El Salvador. Ellos representaban la reivindicación de la ley y fueron en aquel tiempo lo que los congresistas de Chile en la época de Balmaceda.

En aquel tiempo existía aun la gran patria centroameri­cana. Morazán tenía tanto derecho a llamarse guatemalteco como Barrundia a ser nicaragüense, o e! mismo Aycinena y sus parciales a tenerse por hondureños o costarricenses. Eran aque­llos unos grandes días y la nuestra una hermosa y dilatada patria. Entonces la ciudadanía estaba para nuestros padres en cualquier parte de! territorio centroamericano en donde pu­siesen la planta de sus pies, buscando refugio contra la opre-' sión y amparo bajo la libertad. Hoy por desgracia ya no es así.

Jamás llorarán bastante los pueblos e! mal influjo que arrastró a Aycinena a ejecutar los actos q~e hemos referido y algunos otros que todos conocen, hasta hacerlo digno de estar en las gemonias a donde esos mismos pueblos condenan a sus malos gobernantes.

El y los suyos con sus artimañas pusieron de tal modo las cosas que era inevitable la guerra civil. Ya hemos dicho en otra parte que Arce en sus manos no fué más que un instru­mento que ' arrojaron de! poder en cuanto lo consideraron inútil.

Los años que duró e! régimen de las autoridades intrusas son verdaderamente los años tremendos de la república. Quisié­ramos como Bolívar, refiriéndose al de 26 en su patria, «aho­garlos en los abismos del tiempo».

Pero no es posible. Es necesario que la historia hable, que relate con sinceridad y serenidad los hechos pasados para enseñanza de las generaciones futuras.

¡Cuántos malos ejemplos no datan de aquella época triste!

La intriga, e! dolo, la perfidia, para desvanecer al gober­nante y hacerlo traidor a su partido: allí tuvieron su asiento.

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Volved · la vista a aquellos tiempos lejanos y descubri­réis dos instrumentos de siniestros contornos sobre los cuales se ciernan las aves de la muerte: son los cadalsos sangrientos de Velázquez y de Pierson. Ellos forman las columnas som­brías que dan entrada al panteón en donde yacen las víctimas de las . dictaduras que han sucedido en años posteriores a la de Aycil)ena.

Registrad los anales de la patria historia para indagar quiénes escribieron por vez primera en nuestras leyes esta tremenda y dolorosa palabra: proscripción. Y la historia os contestará: los nobles.

(.Quién fué el primer dictador en Guatemala?: Aycinena. y los caudales que produjo el empréstito británico, con­

tratado por aquel tiempo ¿qué se hicieron, en qué se gas­taron? Son dos enigmas que la historia aun no ha esclarecido.

Muchas otras preguntas podríamos hacer de este o pa­recido tenor. Pero no queremos ahondar más las divisiones que nos separan desde aquella época de los demás Estados centroamericanos.

Muchos años han pasado en pos de aquellos sucesos y sus lamentables consecuencias: días de gloria, de progreso, de paz o de nobles acciones guerreras han brillado en la república, y con todo, el corazón patriota no puede menos de conmoverse y sollozar al traer a la memoria los tremendos años.

El mismo 29 que fué legítima consecuencia de los actos insensatos de la época anterior, nos afecta asimismo doloro­samente. Nosotros, tratándose de historia no somos de los vengadores.

Nos duele sí que haya necesidades tan tremendas en las revoluciones.

Nos espantan estas trágicas genealogías: Aycinena en­gendró a Morazán, Morazán engendró a Carrera, y Carrera engendró a Barrios.

Por eso los que queremos bien a nuestra patria, los que confiamos en los santos principios del derecho y de la justicia en cualquier punto en que nos encontremos y desde donde pueda oÍrsenos debemos clamar estas palabras: que los hom-

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bres civiles, que la juventud que se educa y que tiene el triste conocimiento del pasado, hagan viable la libertad.

Mucho se ha discutido en Centroamérica sobre qui~ñes fueron en Guatemala los que por vez primera emitieron la malhadada idea de la ruptura del Pacto federal. Es tan grave ese suceso, y trae aparejadas tan grandes responsabilidades para sus autores, que tanto los liberales como los serviles se lo han arrojado unos a otros como una bola candente que lés quemase las manos dejándoles en ellas la indeleble cicatriz de haber sido los asesinos de su patria.

El asunto está aun en el tapete de la discusión. Perm'í­tasen os, pues, traer a él un pequeño contingente, que creemos que bastará para el esclarecimiento de la cuestión y dar a cada uno lo que es suyo.

El contingente es el siguiente suelto que tomamos ínte­gro del número 39, folio 170 del Diario de Guatemala corrés­pondiente al domingo 8 de marzo de 1828. Dice así:

«Noticia interesante.- En la sesión del día de ayer se dio segunda lectura al dictamen presentado por una comi­sión del seno de la Asamblea legislativa, sobre separar el Esta­do de Guatemala de la Federación y concentrar la adminis­tración de sus rentas, mientras dura la guerra civil entre El Salvador y el Ejecutivo supremo de la Unión. Se ha ' fijado su discusión para el jueves 6 del corriente, en sesión pública, con asistencia del secretario del gobierno. Creemos que l~ sesión será muy concurrida; pues todo el pueblo debe intere­sarse en el negocio a que se contrae.»

Desgraciadamente la colección que tenemos a la vista de ese estimable periódico no llega sino hasta la fecha en que se insertó el anuncio que hemos transcrito; así es que nada sabemos de lo que resolvió la Asamblea sobre la cuestión y cuál fue la actitud del público en aquella ocasión. De todos modos, queda probado que desde el año 28 los serviles, que se creían triunfantes, que se vanagloriaban de haber hecho la contrarrevolución restableciendo el régimen de lo que ellos llamaban buenas ideas y el dominio del país por la gente de­cente, que así se calificaban ellos mismos, fueron los primeros en Guatemala en lanzar la manzana de la discordia para do-

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minar a Centroamérica por medio de la fuerza, y Si n? ~­dían, destrozar a nuestra patria, dejar a las otras provmClas sumidas en la anarquía y quedarse ellos con e! girón más preciado que creían pertenecerles en patrimonio como suce­sores del rey de España.

El país estaba agotado por la fiebre revolucionaria, yer­mos los campos, desiertas las ciudades, las arcas nacionales vacías, los pueblos desangrados. La ciudad de Guatemala en aquellos días parecía un gran convento con sus calles llenas de penitentes que iban en procesiones rodeando a los frailes y pidiendo a voz en cuello el auxilio de lo Alto contra las calamidades que se habían desencadenado sobre la infeliz Guatemala. Sólo en las afueras se veía e! movimiento agitado de los albañiles y picapedreros levantando fortificaciones para defenderse de la invasión del Ejército protector de la ley, a cuya cabeza se hallaba el general Morazán como ya hemos dicho.

Todo era pues, miseria y duelo. De oírse es al poeta en sus trenos. Migue! Alvarez Castro que es una de las figuras más

simpáticas de aquellos tiempos, dirigiéndose a José Cecilio del Valle se lamentaba de las desgracias de su patria de este modo:

«i Oh, si cuando llamado de las leyes al templo,

a defender del pueblo los derechos, te hubiesen escuchado y seguido tu ejemplo ... !

la angustia no afligiera tantos pechos; ni se vieran deshechos los lazos fraternales,

ni los altos poderes nacionales; y no que, ahora, sumidos en una guerra infanda

gime la viuda, e! hijo, el tierno esposo, de miseria oprimidos; la doncella demanda

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socorro inútilmente al poderoso, allí expira angustioso el mísero artesano;

contra un hermano, allá, lidiando otro hermano. Tal es el cuadro horrible de desgracias sin cuento

fruto de la ambición y la locura. ¡Oh si fuese posible, ahora, en este momento,

volver a aquellos tiempos de ventura! la triste desventura los pueblos no probaran;

en dichas y contentos rebozaran. Mas baste; acaso un día despertará risueño,

y volaré a pedirle albricias de que la guerra impía depuso el fiero ceño:

Jano y Temis se harán mutuas caricias: se inundará en delicias la Corte y ruda aldea;

renacerá la próbida Amaltea .

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.......................... .. .... ... ........ ... ........ .. ... .... .... ..... .... .. ...... ...... .. .. »

Pero los serviles o no entendían de versos, o no llega. ban a sus oídos los lamentos del pueblo por las calamidades de que ellos eran causa. A sus actos arbitrarios daban por disculpa la razón de Estado, o las necesidades de la alta polí­tica. Aun hablaban del derecho y de la justicia, de los cuales ellos se decían los representantes.

Afectaban en sus papeles públicos una unción mística y patriótica y ponían por testigos a los cielos de que obraban bien, cuando tan claros eran los signos de la divina clemencia manifestados ;l su favor.

Por aquel tiempo vivía en Guatemala un español que ha alcanzado alguna celebridad y que había salido de España, huyendo de las persecuciones de Fernando VII y de su infame camarilla.

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Había redactado en Madrid un periódico satírico llamado El Zurriago, del que aun se conserva memoria en aquella tierra .

No sabemos qué vientos lo empujaron a estas playas; pero lo cierto es que el 24 de enero de 1828 sacó a luz el primer número del Diario de Guatemala, papel periódico que aunque no estaba a la altura de otros que aquí se publicaban por aquel tiempo, por el tamaño y bondad de su contenido, debe ser estimable para nosotros por haber sido el primer diario que se redactó en Centroamérica en los albores de la república.

El periodista se llamaba don Félix Mejía, y se conoce que no era hombre que comulgase con las ruedas de molino que los conservadores daban como pan cotidiano al pueblo.

Hay que recordar que los campeones liberales se hallaban o fuera de la república, o confinados en la Antigua en donde se les vigilaba por el gobierno.

Fray Melitón lo mismo que El Liberal no hablaban, por­que la censura se los había prohibido, y Aycinena no era un gobernante que dejara que se desacatasen sus leyes. Además, Rivera Cabezas, que se supone fue el redactor principal del primero, se encontraba en San Salvador, y aunque Gálvez, que dicen fue autor de algunos diálogos, estaba en la Anti­gua no era hombre que se enfrentase con la situación, porque entre sus cualidades o sus defectos tenía la de ser previsor y muy fino en la astucia.

Indignado Mejía al contemplar la conducta hipócrita de los serviles, le dirigió desde su periódico la siguiente filípica que vamos a copiar íntegra pues bien merece se conozcan las opiniones de un extranjero sobre aquella situación y no se nos tache de exagerados. Dice así:

«AIta política.-Ataca un gobierno la seguridad indivi­dual, quebranta sus más solemnes promesas, prescinde de los deberes más sagrados, acuerda proscripciones, castiga inocen­tes, se sobrepone en fin a la ley y a la justicia y se pretenden desfigurar estos actos de despotismo y arbitrariedad diciendo que han sido producidos por razones de Estado y de alta política. Estas razones bastan para aquietar los ánimos y tranquilizar los pueblos bárbaros y dominados por déspotas. Pero en los pueblos ilustrados y libres, si los gobernantes que-

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brantan la ley son responsables personalmente a satisfacer a la ley: las voces de razón de Estado y de alta política ya son objetos de desprecio y conocidas como sinónimas de arbitra­riedad, atentado del poder.

»Es pues un empeño inútil pretender engañar qe hoy más a los pueblos de América con semejantes voces cuyo sig­nificado conocen ya; pero, como en algunos de estos pueblos están chocando terriblemente los hábitos envejecidos con las instituciones recientes, aparecen oscilaciones políticas que eclip­san el brillo de la libertad y la presentan bajo un aspecto me­nos lisonjero y agradable que el que realmente le corresponde. De estas oscilaciones nacen los excesos de autoridad y abuso de poder de los gobernantes y, para desfigurarlos ante la mul­titud, ya que no puede usarse de las antiguas voces de razón de Estado y alta poLítica, se subrogan otras que producen igua­les perniciosos resultados. Se reduce por ejemplo a un ciu­dadano a prisión, se le mantiene en ellas sin formarle causa, se le destierra al fin, o impone otra pena y se pretende dis­culpar a los autores de tales atentados diciendo ha sido pre­ciso prescindir de la ley y sus ritualidades por e-vitar mayores males . .. que las circunstancias exigen que se obre así . .. que en tiempos tranquilos la ley será solamente la que mande y otras razones tan débiles e insignificantes como éstas.

»Con ellas sin embargo, logran seducir a los incautos y mantenerlos en un verdadero despotismo bajo la máscara de libertad, de orden y de bien común. Preciso es que los pue: blos conozcan estas arterías y las supercherías con que se les pretende engañar para que así desaparezcan del Continente americano tiranos y tiranuelos y se consoliden las instituciones liberales. Bastará al efecto recordarles la siguiente anécdota: Preguntáronle a Salón ¿cuál será La república más feliz deL mundo? y respondió: Aquélla en que cada ciudadano mire la ofensa hecha a otro ciudadano como suya propia ................... . ......................................................................................................... »

Este artículo, que puede calificarse de valiente para aque­llos tiempo y escrito en medio de las bayonetas de aquellos hombres, le valió a su autor la supresión de su periódico y aun creemos que su expulsión del país.

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Pero vamos a terminar con todos estos episodios que mientras más se estudian más indignan y desconsuelan a los que como nosotros con buena fe y el mejor deseo nos hemos propuesto conocer y describir a nuestros hombres de gobierno de. a principios de la repúblic-a.

Confesamos que para hacer ~;:cer esos estudios quisimos hacer lo que Descartes para conocer la verdad. Nos despo­jarpos de nuestras preocupaciones de partido, creyendo que había exageración en lo que se ha escrito sobre aquélla época, que la política vestida de batalladora lleva algunas veces en la mano un instrumento candente para marcar con él a los enemigos de sus ideas, y que no siempre es justa, pues como va ciega aunque algunas veces pone bien el estigma, en otras obra con precipitación y falta de equidad.

El deber del que trata de escribir la historia verídica es juzgar por los documentos si aquella musa tuvo o no razón, y así confirmar sus juicios o salvar al inocente o al débil de las censuras de la posteridad.

Tal hemos querido hacer cuando nos propusimos juzgar la figura de Aycinena .y tal será también nuestro procedí­dimiento en los trabajos sucesivos que vamos a emprender sobre los demás próceres, llámense como se llamaren y hayan o no militado en el partido político a que pertenecemos.

Nuestros escritores nacionales se han ocupado con dete­nimiento de la invasión de las fuerzas aliadas al Estado de Guatemala al mando de Morazán, de las batallas libradas al­rededor de esta capital que ilustraron aquella campaña, del asedio de esta plaza, de la energía desplegada por Aycinena y los suyos, de los sacrificios de los habitantes de la ciudad sitiada, de los horrores inherentes a todo sitio, de la falta de víveres y de agua, de las familias amedrentadas de los serviles refugiándose en los conventos, de las bombas envia­das por el enemigo desde sus puntos fuertes que caían en el centro y destrozaban hombres y casas, de aquellos gritos de odio iracundo que se lanzaban sitiadores y sitiados olvi­dando que eran hijos de una misma patria, y en fin, de todas las calamidades de una guerra civil tanto más fiera y sañuda cuanto que era por decirlo así, el despertar de un pueblo

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hasta entonces pacífico y tranquilo a esa vida malhadada de las revoluciones y de las guerras intestinas, que ha consumido lo más precioso de nuestra existencia y nos mantuvo por lar­gos años en un e~tado desesperante.

Cuando se estudian esas cosas no puede, no, quedar el espíritu tranquilo, ni es fácil entrar en detalles de tan dolo­rosos sucesos.

Por fortuna para este caso no los necesitamos, pues abundan y pueden leerse con fruto las Memorias de Jalapa, los partes documentados del coronel Raoul. Las Memorias firmadas en David, del general Morazán, el 1er. tomo de la Reseña histórica del doctor Montúfar, y la obrita muy estimable del licenciado don José A. Beteta, que tiene por título: Morazán y la Federación.

Ya notará el lector que llevamos nuestra imparcialidad hasta el grado de citar como fuentes de estudio de este asunto interesante, autoridades tan diversas como las del coronel Montúfar, que tanta parte tomó en los episodios de aquella guerra civil, que fue en el ejército, por decirlo así, el niño mimado de los serviles y que murió en México desterrado, a consecuencia de los acontecimientos que hemos narrado, y las de los otros autores cuyas ideas políticas son bien co­nocidas en la América Central.

Sólo sí diremos que, gracias a un amigo cuyo nombre todavía no daremos a conocer, nos será dado dentro de poco tiempo publicar un documento original del mismo coronel Montúfar, en que éste confiesa que las Memorias que pu­blicó en Jalapa de México no son imparciales; y por lo tanto decimos nosotros que no son merecedoras a toda la fe que el Partido conservador les ha concedido hasta hoy.

Dicha confesión honra verdaderamente a su autor. Sigamos en nues~ra relación. La plaza de Guatemala fué ocupada por el general Mo­

razán y el ejército aliado el 13 de abril de 1829. Ese día se tiene por nefasto en nuestros anales patrios.

Nosotros crecimos oyendo en el hogar la relación dolorosa de los acontecimientos a que dió lugar la invasión.

Hubo excesos, no cabe negarlo.

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Las casas de los aristÓ'cratas más notables fueron saquea­das, arruinándose con tal motivo muchas familias pudientes, aunque en verdad eso dió lugar a que otras hasta entonces desconocidas se enriquecieran, rescatando las alhajas y las monedas de oro extraídas de las casas señoriales, cuyo valor no . conocían los invasores, a muy bajo precio:

Pero, sin tratar nosotros de disculpar éstos y otros abusos semejantes, con toda la imparcialidad que requiere la historia preguntamos: ¿qué comparación tiene todo lo que se ' relata que en esta capital sobrevino con estas aterradoras ' y frías palabras del coronel Arzú, jefe de las fuerzas servil'es que invadieron a El Salvador algunos meses antes de la ocupación de Guatemala?

«Se pinta al ejército Federal-decía Arzú- incendiando los pueblos, violando la honestidad de las vírgenes y la santidad de los altares, talando los campos y reduciéndolo todo a polvo. Esta es, en efecto la imagen de la guerra; y éstos son los males que 103 gobernantes sin patriotismo traen sobre su país . . . »

Jamás hemos ' leído aquellas frases sin sentir en nuestra alma una mezcla de espanto e indignación.

¡Oh sí, esa era la imagen de la guerra civil 'que azotó a nuestra desventurada patria en aquellos tristes años! .

El mismo día de la ocupación de esta plaza fueron arres­tados Arce, Beltranena, presidente y vicepresidente · respecti. vamente de la Federación, don Mariano de Aycinena y los secretarios del despacho. Mas no se crea que fuesen estos señores sumidos en las mazmorras, como lo acostumbraban los serviles con sus enemigos, sino que fueron detenidos, pri­mero en el edificio del Congreso que hoy ocupa la Escuela de Derecho y después trasladados a la casa del mismo Aycinena.

Lo que nunca ha sido perdonado a Morazán por sus enemigos son los acontecimientos que tuvieron lugar e! 19 de! mismo abril.

Citó para ese día al palacio de! gobierno que él ocupaba a todos los que habían sido diputados, consejeros, jefes po­líticos, magistrados y algunos otros vecinos que <: ~mque sin

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cargos públicos, habían ejercido arguna influencia en la revo­lución del año 1826_

Todos estos señores fueron puntuales a la cita y como no se indicaba e! objeto de ella, tuvieron a bien vestir sus mejores trajes de etiqueta pero cuando estuvieron reunidos en los salones y las galerías de palacio, un jefe les anunció que de orden superior quedaban presos; y en efecto, entre dos filas de soldados, así vestidos como estaban con todas sus galas y arreos fueron conducidos al indicado edificio del Con­greso que se les señaló por prisión. Gran escándalo en sociedad y grandes lamentos de las señoras de aquellos desgraciados que comenzaban a sufrir los resultados de la revolución.

¿Qué motivó aquel acto que no podemos calificar de cruel, pero que sí tuvo todo el aspecto de traicionero?

Pues que según dice Raoul, lo confirma Morazán y lo comprueba el doctor Montúfar, Aycinena y su gobierno no cumplieron con el Pacto de capitulación del día 12, bajo cuya fe las tropas victoriosas ocuparon la plaza. Por ese Pacto e! gobierno caído debía entregar todas las armas que tuviese en su poder, y no 10 hizo, pues escondió las mejores en las bóvedas de Catedral de donde algunos años después las extrajo e! general Carrera, y enterró otras en los panteones de los conventos de frailes, que también se descubrieron posterior­mente.

Ese y otros motivos que no enumeramos por no ser pro­lijos, dieron por resultado las prisiones de! 19 Y otros rigores de que ya hablaremos.

Dicen que Aycinena sufrió con estoica resignación todas estas desgracias, y nosotros no lo dudamos porque e! tenor de las palabras que vamos a copiar, manifiestan que su alma en aquel entonces estaba en toda su entereza.

El 26 de abril dirigió una nota al general Morazán desde su prisión protestando de ella y de la ruptura del Pacto a qt:e nos hemos referido, y entre otras cosas le dice: «Protesto que no he dado ni podido dar motivo para su quebrantamiento, cualesquiera que · sean los fundamentos que se aleguen y las apariencias en que pretenda apoyarse un concepto contrario. Cuando esto no fuese tan cierto, tan indudable como 10 es:

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cuando hubiese una intención decidida de desfigurar los hechos y la verdad, y resultase justificado por estos medios que yo hubiese violado la capitulación; aun entonces, yo solo, y no el pueblo de Guatemala, sería culpable de esta falta: yo solo, y no una ciudad inocente, debería sufrir las consecuencias de ella».

La cuchilla de la ley estuvo suspendida durante algunos meses sobre la cabeza de los culpables; con justa razón se temió que por lo menos Arce y Aycinena pagarían con la vida los crímenes de que se les acusaba. Estos eran manifiestos. El primero al dar su golpe de Estado destruyó la Constitución federal; el segundo violó todas las leyes, atentó contra todas las instituciones, dio leyes inicuas que respiraban sangre y las aplicó con toda severidad, encarceló, desterró y se burló de los hombres como se ha visto por los documentos que hemos transcrito.

A haber habido entre los vencedores un encono ciego contra los aristócratas que tanto los despreciaban y habían hecho sufrir, de seguro, caen algunas cabezas en el patíbulo, y una de ellas habría sido la del exjefe. Pero no; al general victorioso lo rodeaban hombres de mucha integridad y de gran corazón: allí estaban Barrundia, Molina, Valle, Rivera Cabezas, que tienen la gloria de no haber manchado jamás sus manos con sangre, y que no podrían menos de recordar que aquel hombre que se hallaba en la desgracia había sido su compañero de trabajos en los días de la independencia. El mismo Morazán no era cruel, y Gálvez que ya figuraba entre los liberales, por cuyo motivo había sufrido, tampoco era un espíritu malévolo capaz de dar negros consejos.

Cerca de siete meses duró la prisión de Arce y Aycinena. Sus compañeros de infortunio habían sido condenados la ma· yor parte, a la expatriación, y sólo ellos quedaban aguardando los decretos del destino. Durante ese tiempo par.~ce que sus ánimos habían decaído, pues no se explica de otro modo la siguiente exposición que hicieron al Congreso y que a la letra dice:

«Manuel José Arce y Mariano Aycinena respetuosamente suplicamos al Congreso de la Federación, que en uso de sus

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soberanas facultades se digne concedernos indulto, para ex­patriarnos perpetuamente, al punto que se tenga a bien desig­nar, cuya gracia impetramos, esperando conseguirla, para mi­norar nuestro infortunio y el de nuestras infelices familias. - Manuel José Arce.- Mariano de Aycinena.»

A consecuencia de esta petición se les concedió el des­tierro como una gracia, destinándolos a vivir en los Estados Unidos para donde salieron escoltados en septiembre de 1829. La condición era que no se moviesen de esa república y menos que se dirigiesen a la mexicana, so pena del embargo de sus bienes.

Arce que no tenía qué perder no cumplió su palabra y al poco tiempo se dirigió a' esta última república a conspirar contra su país como ya lo hemos dicho.

Aycinena que aun poseía en Guatemala bastantes bienes se quedó en los Estados Unidos durante seis años, relacionán­dose con algunos obispos y otros eclesiásticos que eran los hom­bres de su devoción; creemos que no conspiró allá y que llevó una vida metódica y retirada. Tampoco escribió nada en su propia defensa o en la de su partido. No como su sobrino el marqués que por allá por el año 34 publicó tres opúsculos con abundancia de ideas, gran erudición y buena forma lite­raria, contra el federalismo. Estos opúsculos fueron leídos en Centroamérica con mucha avidez, y a no dudarlo contribuyeron en gran parte a la disolución del Pacto federal, cosa que al doctor Montúfar, cada vez que lo dice y lo repite en su historia, le causa profunda indignación.

El destierro de don Mariano duró seis años, y de él no pudo regresar sino a instancias y ruegos de su familia con las personas influyentes en el gobierno de la época; pero algo de nuevo y de serio debe haberse fraguado a su llegada cuando a los pocos meses recibió orden de salir otra vez del país. Esta vez fijó su residencia en Comitán, Estado mexicano fronterizo de Guatemala.

No tuvo que aguardar mucho porque ya los asuntos del Partido liberal se hallaban bastante nublados y estaba muy próxima la gran catástrofe del 37.

Gálvez cayó; lo mismo le sucedió a sus opositores al

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poco tiempo. Triunfó Carrera y con él la reaCClOn y, naturalmente, el

puesto de Aycinena ya no era el destierro sino la capital de su . patria, de donde los liberales habían sido a su vez expa­triados dejando el puesto a los montañeses feroces, a los frai­les que fueron llamados de nuevo a tomar posesión de sus conventos y a dominar la conciencia embrutecida de las ma­sas ignaras, a los jesuítas que faltaban del país desde el siglo pasado, y en fin, a otros serviles que no murieron en la emi­gración o no renegaron de su patria en el extranjero.

Esos círculos revolucionarios de ir y venir de unos y otros, de subir al podc:r, perderse en él, caer y algunas veces levantarse de nuevo son verdaderamente dantescos.

i Cuántas lágrimas derramadas, cuánta sangre vertida, cuántas existencias sacrificadas y cuántos hombres útiles per­didos para el país!

Poco nos falta que decir de Aycinena. Después de su regreso ya no tomó parte en la política de una manera influ­yente. Fue sí diputado y consejero; pero su figura se esfuma y se presenta borrosa e indiferente.

Fué también prior del consulado de comercio, hermano mayor del Hospital general, síndico del colegio de Cristo, pre­fecto de una congregación de artesanos en el templo de la compañía de Jesús; y en fin, todo lo que podía ser un seglar por aquel tiempo en la iglesia o en los conventos.

Murió el 22 de enero de 1855 a la edad de 65 años y cuatro meses.

Está enterrado en la capilla del antiguo Cementerio ge­neral de esta ciudad.

Tal fué la vida y la muerte del célebre personaje cuya biografía acabamos de bosquejar.

El cuadro en que lo hemos presentado nos resultó, lo confesamos, muy amplio para tan pequeña persona: pero quisimos dar a conocer o recordar los antecedentes de la aristocracia guatemalteca, y así tuvimos que extendernos de­masiado a rie3go de fastidiar a nuestros lectores.

Don Mariano de Aycinena es la viva encarnación de lo que ha sido y sería la aristocracia en el poder. Dos años y

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MARIANO DE AYCINENA 169

unos pocos meses le bastaron para dejar un nombre objeto de la animadversión pública.

Don Manuel Francisco Pavón, su amigo, pariente, par­tidario y admirador, dice a este respecto lo siguiente:

«Durante su mando de más de dos años hasta abril de 1829, mostró en el gobierno una firmeza de carácter y un valor incontestable, sosteniendo lo que en su conciencia creía justo y conveniente al público, y conforme a los principios religiosos que profesaba. Sacrificando las inspiraciones de su corazón a las exigencias del deber, tuvo que ordenar actos de rigor que demandaba la seguridad pública que le estaba encomendada, y que imponer cuantiosos y repetidos sacri­ficios pecuniarios para sostener las fuerzas que defendían a Guatemala, lo que le atrajo entonces y aun después odiosi­dades políticas, hasta el punto de desconocerse su verdadero carácter.»

¡Desconocerse su verdadero carácter! Cosas de don Fran­cisco. ¡Vaya si se conoce a Aycinena!

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ANEXO

Estado de los empleos provistos en individu05 que por los enlaces forman una familia*

• El estado que sigue se publicó como Anexo al número 3 de El Amigo de la Patria, periódico redactado en 1820 por el célebre literato don José Cecilio del Valle.

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ESTADO

de los empleos provistos en individuos que por sus

enlaces forman una f~milia

Nombres E m pie o s Sueldos

Exmo, Sr. don José Aycinena, hijo del Sr. don Juan Fermín de Aycinena que casó con las Sras. doña Micaela Náxera, en 2as. nupcias con doña Micaela Piñol y Muñoz, después; y .viudo de la Sra. doña Josefa Micheo y Náxera Consejero de Estado: Madrid ............ $ 6,000

2 El Sr. Marqués de Ayzinena, Piñol y Muñoz, sobrino del anterior

3 El mismo

4 Don Manuel Beltranena, Ayzinena y Náxera, casado con doña Manuela Ayzinena, Piñol y Muñoz, cuñado del segundo y sobrino del pri. mero

5 Don Pedro Beltranena, Llano, Ayzinena y Ná· xera, hermano del anterior

6 Don Tomás Beltranena, Llano, Ayzinena, her. mano de los precedentes

Prol1\otor Fiscal: en esta Curia

Cura interino del Sagrario

Asesor de la Intendencia de León ..... .

Asesor de la Intendencia de Sonora

Promotor Fiscal de esta Curia ........... .

* Los empleos marcados con asterisco no gozaban de sueldo fijo sino que percibían derechos por razón del mismo empleo.

* *

1,500

1,500

*

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. , , ~

7 Don J~sé Mana- Ayzinl'~: y B;mutill .. -1-.......... ,.-'

8 Sr. dEm Manuel Arzír y Náset'á;' ·tio de lo. Heltranenas y ('rimo poIitico d4!1 j & 1' Ayzineoa

9 Don Pedro. Noixera y Banutia~ primo dél anterior . ' .- ," <: ';?<;lS O '"ü;) '1.; '~'

10 D . Xavier Barrutia, Cróquer y Muñoz ... _ .. _

11 El ~smo ____ ooooo_~~_: __ o_o _____ ~_L __ .;...;._·, __ -; ·

12 D . Manuel Barrutia, Cróquer y Muñóz •..•• ,1

13 Don José ' Náxe;a, Barres y Muñoz, primo del anterior y .. de don 'José' Ayzinena ...... ::.~ ..... _._

, - '/i.,·' j',r,l .. ' .... ' A ....

14 Don Miguel Náxera, ~arres y Muñ~z, hermano del anterior ............... _ ..... _ .. _ ......... -' .. l! .... > •• ••••• _ ••• _

1) ~! ~ \/;:!:[r l,l l'''

Sr. don Juan Batres y Náxera, primo del anterior . . 16 Don Antonio -Barres y Náxera,··héniumO' 'del.

terior o .. ~_o.o __ . __ ._.::_o_ .. _ .. __ o _____ __ o._ .. _. __ ._. __ . __ .. ___ _

17 Don Diego. BJttres! y ' ~4xéra, ~trll:l '''d@l a!l.teriOt

'.8 Don Diego " Batres- y' Muíió:t; ' prifuó '--o¡¡ " J¡¡S' -"1nreriores .. : .. 0.0 ·.-;.~_j~i .. o. __ ~_l.!...v-_-._ft.~r.!lL:N!?--!l:jL-;::::::

, .. ~ ~ I

Guarda de Acajuda

Comandante del Cuerpo de Artillería

Contador de estas Cajas

Cónsul de este Consulado

Secretario de la Junta de Censura.._._

Cura de San Sebastián en la Antigua

Alc'álde Mayor de Sonionate

Asesor de Popayán' .: ... :: .. :~ ................. _

Intendente de ~iapas :'--"":;:-"'-'.7

Alguacil M,ayor de esta Audiencia,_ .... - '. ,

Vocal de esta Junta de Censura ... _ ...

r· . ~ .~ ·· .. · t .l ·'\

Alcalde Mayor de Chimaltenango _

360

2,800

2,500

300

• ...

1,200

I',100

4,000

21..57

• 2,100

Page 176: proce'res de la independencia centroamericana

Nombre,

19 Don Miguel Batres y Muooz, herm&110 del- pre-cedente ... _ .......... _ ...................... __ .. _. __ .. _ ... __

20 D. Antonio Batres y Muñoz, hermano del pre-

21

22

23

24

25

cedente ........... _ .. _ .. _ ...... _ ........• _ .. ___ ..... .

Don Salvador Batres y Muñoz, hermano del precedente ................. _ ............... _._._._ .... _ ...... .

Don José Mariano Batres y Asturias, primo de los antecedentes y casado con una Montúfar

Don Manuel Antonio Batres y Asturias, hermano del anterior ....... _ .. _ .. _ ...... _ .. _ .. ___ . __ ._ ..... _ ....•

Don Ignacio Batrel y Asturias, hermano del anterior

Sr. ~on Miguel Sara,via, casado con doña Con· cepclOn Batres y Nuera •.. _._._. ___ ._ .•....... _

26 Don Manuel Pavón y Muñoz, casado con doña Micaela Ayzinena ... _ ...... _ .. _ .• _. ___ .. _ .. _ ... _ ..

27 Don José María Pavón y Ayzinena, hijo del anterior

28 Sr. don Bernardo Pavón y Muñoz, hermano del precedente y tío del anterior _. __ .•. _ ........... .

I!mpleo,

Prior de este Consulado •... _._ ... _ .. _

Tesorero de México .... _ .... _ .... _ .. _ .... _

Administrador de Alcabala de Gua· dalajara ..... _ ... _ ......... _ .. _._ .. _ .. _

Contador de San Salvador .... _ ... _ ...

Escribiente de las Cajas de San Sal· vador .... _ ......... _ ...... _ .. _ ... _ .... _ .... _

Escribiente de la Aduana .... _ ............ _

Intendente de León ...................... _ ... _

Tesorero de diezmoa .... _ ............ _ ... _

Escribiente de diezmos ....... _ .............. .

Chantre de esta Santa Iglesia

Sueldo,

500

6,000

6,000

1,500

300

300

3,000

1,500

300

3,000

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29

30

31

32

33

34

Sr. don Antonio Cróquer y Muñoz primo del anterior

El mismo ........................................... _._ .. _ ..•... _

D. Antonio Palomo, Manrique y Muíioz, primo de los anteriores ........... _ .......... _ .. __ .• _ .. _ .. _ ....•

Don Fernando Palomo y Muooz, hermano del precedente

Don Miguel Palomo Enrique y Muooz, hermano del precedente ........................................... _ ........ .. .

Sr. don José Ignacio Palomo, Enrique y Muñoz hermano del precedente y viudo de doña Mag. dalena Montúfar

35 Don Felipe Romaña y Manrique, primo de los anteriores

36 Don Rafael Montúfar y Coronado, cuñado de Batres y Palomo

37 Don José María Montúfar y Coronado, hermano del anterior

38 Don Manuel Montúfar y Coronado, hermano del anterior

Magistral de esta Santa Iglesia

Rector del Colegio Seminario

Chanciller de esta Audiencia ............ _

Contador de Propios

Factor de tabacos en Quezaltenango

Oidor de esta Audiencia

Portero del Consulado

Sargento Mayor de Chiquimula

Oficial 30. da Correos

Ayudante de estas Milicias

2,400

700

200

1,500

1,500

3,300

300

1,200

600

600

Page 178: proce'res de la independencia centroamericana

Nombres

39 El mismo

40 Don Juan Montúfari hermano d,e lds anteriores

41 Don Pedto Arrivillaga y Coronado, primo de los Montúfares ............................ :.

42 Sr. don Antonio Larrázabal y P,.rrivillaga, primo del anterior y pariente de Ayzinena >

43 Don José Ignacio Larrázabal y Arrivillaga, her· mano del anterior

44 Don Francisco Larrave y Arrivillaga, hermano del anterior . -

45 Doña Micaela y doña Clara, hermanas de los anteriores

46 Don Juan Sebastián Micheo, ruñado de don José Aycinena y primo de NáIeca ....... L ...... .... ........ ..

47 Don Joaquín Letona y Beteta .

48 Don Manuel Letona y M~ntúfar

49 Don Mariano Letona y Montúfar

~o Don Pablo Matute ....... _._ .. _.,.,.,'~~ .... :: .......... , ..

Empleos

Escribiente de sección del Gobierno

Escribiente en la Contabilidad de Pro­pios

Alcalde Mayor de la Verapaz .. ......... .

Penitenciario de esta Santa Iglesia

Sargento Mayor de esta Plaza

Interventor de Correos de Oaxaca ......

Pensión en Correos

Tesorero de Bulas

Oficial Real de Comayagua

Oficial 10. de Alcabalas

Interventor de Quezaltenango

Alcalde Mayor de Suchitepéquez

Sueldos

300

390

2,594

2,400

1,000

600

500

1,500

1,560

700

600

1,346

Page 179: proce'res de la independencia centroamericana

51 Don Antonio Aguado, casado con doña Teresa Cróquer y Muñoz ............................. _____________ . __

52 Don Manuel Zepeda, cuñado de Arrivillaga _ ...... .

53 Señor don José del Barrio, cuñado de los Larrazábal

54 Don Manuel Olaverri, pariente de los Ayzinenas y Náxeras

55 Sr. don Luis Aguirre, marido de doña Isabel Asturias y cuñado de don Pedro Arrivillaga _ .. ___ ._

56 El mismo

57 El mIsmo

58 Don Juan José Batres y Muñoz, hermano de los expresados Batres

59 El mismo

60 Don Miguel Manrique y Barrutia

61 Don Francisco Pacheco, casado con doña María Josefa Arzú y Náxera

Oficial Real de León

Oficial de esta5 Cajas

Oidor de esta Audiencia

Vista de esta Aduana

Asesor de este Consulado

Id. de Cruzada

Presidente de la Junta de Censura ..... _

Cura de San Sebastián

Vocal de la Junta de Censura

Tesorero de Fábrica

Alcalde Mayor de Sololá

1,500

500

3,300

1,500

500

50

*

2,000

* 500

1,501

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Nombres

62 Don Manuel Lara, casado con doña Mercedes Pavón y Muñoz

63 D. Juan José Echeverría, casado con doña Ignacia Arrivillaga

64 Sr. don José Gabriel Vallecillo, yerno de don Manuel Pavón y deudo del Excmo. Sr. don José de Ayzinena

Empleos

Id. de Totonicapán

Id. de Quezaltenango

Oidor de S , nto Fe

Total (S. 1.) sin incluir derechos

Sueldos

1,670

1,247

3,300

$ 89,025

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DAVID VELA

JOSE FRANCISCO BARRUNDIA

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I

PANORAMA AUTONOMISTA

En los albores del siglo XIX, la Capitanía General de Guatemala, como el resto de las colonias españolas en el Nuevo Continente, se comenzaba a inquietar con afanes de libertad, imprecisos, es cierto, y quizá por ello más difíciles de prevenir. En sus inicios no llegaban a representar una aspi. ración general, ni siquiera a condensar un concierto externo de voluntades selectas afines, capaces de formular un plan y concretar en él sus anhelos patrióticos, muchos de los cuales podrían confundirse con parciales descontentos contra el ré­gimen colonial, personales ambiciones y fugaces entusiasmos imitativos.

Sin embargo, era ya el tiempo prerrevoluciónario: las causas de la emancipación mantenían latentes sus efectos y el curso natural de la evolución los proyectaba sobre la concien­cia de los hombres cultos, en la forma de un deseo de cambio, vago al principio, pero que la misma exaltación de los áni­mos -racialmente condicionados-, acabaría por robustecer, hasta verse la reforma como forzado acatamiento a la más imperiosa necesidad. "La tendencia separatista vino en la sangre misma de los .conquistadores -anota Manuel Vallada­res- y se fomentó con la legislación y régimen de la colonia". (1)

Pronto la entrevista posibilidad de reforma, cada vez acariciada con más vivo entusiasmo por toda una élite que debía encarar el destino, abrogándose la representación del naciente sentimiento nacional, dejó de contemplar esa simple y parcial cura de vicios y deficiencias de la administración pública y la organización social, para ampliar sus miras hacia más radicales tendencias: separación de la península.

(1) Manuel Valladares : "Ensayo de biografía del Doctor José Matías Delgado". Juegos Florales del Centenario de la Insurrección de 1811. San Salvador, 1911.

Page 184: proce'res de la independencia centroamericana

182 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Tal sentimiento era tan general y acusado en América por el año de 1817, que el Oidor Decano de la Audiencia de Lima, D. Manuel Cayetano Vidaurre, debía informar aFer· nando VII sobre los negocios de sus colonias esta profunda convicción: "Podrá lograrse que algunos pueblos desarmados callen sus sentimientos por algún tiempo, estudien el disimu­lo, que se cautelen de aquellas mismas personas cuya confianza es inspirada por la naturaleza; pero su interior renueva dia­riamente sus votos. Sus ruegos a la divinidad tienen por objeto la independencia, y esperan la ocasión favorable en qué realizarla. Puede ser, que no sea el año presente, ni el veni­dero; para ella será porque el ánimo es declarado; los motivos, el deseo no varía, no puede faltar un rompimiento en Europa, que les facilite oportunidad para llenar sus designios" y)

Este juicio refleja con gran precisión las condiciones de la Capitanía General de Guatemala, aunque ya por entonces la actitud de nuestros autonomistas era inequívoca y audaz­mente mantenida, después del movimiento de insurreccióri de 1811 en San Salvador, tenido con razón como el primer grito de independencia, (3) de sus repercusiones en León y Grana­da, de la conjuración de Belem en Guatemala, y de otras actividades que dieron lugar a largos procesos y drásticas represiones. (4) Es un criterio falso, por ende injusto, el que sostiene que la independencia no costó sacrificios a los gua­temaltecos.

Aquellas manifestaciones, empero, eran madura exterio­rización del sentimiento latente, en medio de una intensiva difusión de las nuevas ideas. Ya en 1808 "toca al noble Ayun­tamiento de Guatemala el honor de que aparecieran en su seno los prístinos albores de nuestra libertad y de que por

(2) Cita de Antonio José de Irisarri : "Cartas al Observador de Londres, o Impugnación a las falsedades que se divulgan contra América". Londres , 1819.

(3) Francisco Castañeda: "Nuevos Estudios: 181l-El Primer Grito por la Independencia de Centro-América". San Salvador, 1919.

( 4 ) "El Imparcial": "Colaboración de la Provincia de Guate· mala en favor de la Independencia de Centro-América". Guatemala, 15 de septiembre de 1934.

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lOSE FRANCISCO BARRUNDIA 183

ello comenzaran sus miembros a padecer la ojeriza de las autoridades superiores, (5) sin que se engañase en su interpre­tación el Capitán General don Antonio González Mollinedo y Saravia al denunciar "los primeros síntomas alarmantes de rebelión contra España"; (6) y en 26 de octubre del mismo año salía consignado al Castillo del Morro, Habana, el poeta y periodista Simeóft Bergaño Villegas, sindicado de poseer un espíritu independiente y revoltoso_ (7) No menos signifi­cativa sería la actitud del Cabildo Municipal con ocasión de la convocatoria a las Cortes y el pensamiento avanzado de democracia que contenían las instrucciones dadas a nuestros delegados, así como las ideas que personalmente inspiraban a éstos y se reflejarían en sus actuaciones en Cádiz. (8)

Aún pesaban con gran fuerza las tradiciones, como poder de sujeción; las clases incultas (fuera de los impulsos rebeldes que podían derivarse, mediante ajena excitativa, de su pobreza y deprimida condición social) comprendían dentro de la observancia de su religión el respeto a las leyes de la Corona y una sumisa lealtad al Rey(9), y la iglesia, naturalmente, aprovechaba su poderosa influencia en el terreno político, ful­minando excomuniones contra los insurgentes, emitiendo pro­clamas en que amenazaban con las llamas del infierno y, lo que era más práctico, haciendo funcionar la temida mfo.quina de su Santa Inquisición.

(5) Manuel Valladares: Op. Cit. (6) Comunicación al Secretario de Gracia y Justicia, dirigida el

10 de septiembre de 1810. (7) "El Imparcial": "Un poeta, preCllrsor de la Independen­

cia de la América Central" _ Guatemala, 15 de septiembre de 1934. (8) Boletín del Archivo General del Gobierno: "Documentos

acerca de la cooperación de Guatemala en la Independencia de Centro­América".-Año III, No. 4. Guatemala, julio de 1938.

(9) Es muy significativo el espíritu que informara la proclama lanzada en Granada por el Cura y Vicario General, Pbro. José Antonio Chamorro, en marzo de 1812: "De estas tres conclusiones se deduce con evidencia, que el pueblo insurrecto ha sido y es un traidor a Dios porque ha menospreciado la multitud de textos de la Divina Escritura que nos manda obedecer sin réplica a los reyes nuestros señores. Es traidor a la Religión porque con escándalo y menosprecio, se tragó la excomunión mayor fulminada por el edicto de la Santa Inquisición,

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184 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Se expiaba hasta el fondo de las almas y se interpretaban con sobra de malicia las palabras, hasta hacer sigilosa la ex­presión del pensamiento. Abundaban las delaciones, regular­mente aconsejadas desde el secreto del confesionario, los jue­ces pesquisidores cateaban las casas y las vidas de los sospe­chados de ideas nuevas o infestados de insurgencia, prestando atención a los dichos más inocentes y las más baladíes con­versaciones. Se sabía quiénes tenían o leían libros condenados por el Indice, afirmando uno de tantos delatores ser "sospe­chosos de insurgentes aunque no les hubiera oído una pala­bra, todos los que leen obras prohibidas", y en ese entredicho estaban los Estradas, los Menéndez, los Betetas, los Castillas, etcétera. Asombra saber que el propio sabio Valle intervi­niera de modo reticente en una denuncia, cuando había quie­n¡:s como don Manuel Palacios (aunque después, obligada­mente, se retractase), "no pensaban que hubiese ofensa a Dios en desobedecer al Tribunal de la Santa Inquisición en esto de leer libros prohibidos, cuando conoce que no le hicieron daño a alguno y que el Tribunal generalmente los prohibe por puro antojo, sin fundamento ni motivo alguno para tiranizar los entendimientos y tenerlos como hasta ahora en un caos de ignorancia"; y el mismo ciudadano agregaba: "... nunca me determinaría a denunciar libros prohibidos... El Pacto Social de Rousseau, las obras de Montesquieu, Diderot, Vol­taire, Heignecio y otras son muy propias para ilustrar a la España que por eso debían leer todos dichas obras, principal­mente la primera de ellas, esto es, el pacto de Rousseau, por que enseñan gobierno de igualdad, que era el que antes había ... . .. Que estas naciones que gozan esta libertad (ejemplariza con los Estados Unidos) y el gobierno de igualdad son las

13 de octubre del año de 10 contra los insurgentes. Es traidor al Rey, porque no sólo ha menospreciado sus leyes y despojándolo de su se· ñorÍo, que por tantos títulos le viene, sino vilipendiado hasta su suelo, teniendo por la mayor infamia el renombre de chapetón. Finalmente, el pueblo insurgente es un traidor a la Patria, porque el despojo que ha hecho, ha sido no sólo sin escuchar y procesar a los despojados, sino conociendo y confesando el mérito y santidad de muchos de ellos ... ".

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lOSE FRANCISCO BARRUNDIA 185

más ilustradas y mejor gobernadas, habiendo en ellas muchos menos desórdenes':.

Mas al revisar ahora los procesos de aquel terrible tribu­nal -siendo lástima la casual pérdida o deliberada destruc­ción de casi todos sus expedientes-, es alentador hallar cons­tancia de que las ideas de independencia eran más generales de lo que se ha venido creyendo y comenzaban a filtrarse en e! pueblo, pues gentes humildes, y aun mujeres indoctas, simpatizaban con e! movimiento insurgente de! cura Hidalgo

. y contradecían las especies denigratorias y desafiaban los cas­tigos que, para pública prevención, se exponían en edictos pegados a los canceles de las iglesias. (10)

El poder civil no era menos celoso en la prédica y en la represión, estimando como sobregarantía de lealtad e! pre­dominio de los peninsulares en los cargos públicos, (11) con opción exclusiva a los más importantes, cuando precisamente tan injusta supremacía iba a concurrir como causa de desafec­ción a la Metrópoli. Además, predominio y exclusivismo tales abrieron la puerta al desenfrenado abuso, con e! efecto inme­diato de crear un fuerte núcleo social, (12) los criollos, que comenzara a ver con propios ojos y distinto propósito los pro­blemas de cada circunscripción territorial, en automática vin­culación de intereses y aspiraciones. "Los hijos y descendien-

(lO) Pbro. Doctor D. Martín Mérida: "Estudios Críticos de la Inquisición en Guatemala". Guatemala , noviembre de 1896. Publi­cado en el Boletín del Archivo General del Gobierno. Tomo III, No. 1.

(11) Manuel Valladares: Op. Cit.

(12) La gestación del espíritu autonomista abraza sin duda un extenso período en Hispanoamérica: "A fines del siglo XVIII -dice el historiador argentino Felipe Barreda Laos- el criollismo americano llegaba a su madurez. Los descendientes de los colones constituían ex­tensas y laboriosas clases sociales que aspiraban al gobierno de sí mismos, quebrantando vínculos de subordinación a la metrópoli, re­sentidos por la gravosa explotación tributaria, sumamente onerosa, au­mentada con motivo de las guerras que España sostenía en Europa. El criollismo americano requirió tres siglos en su formación. Llegando a plena madurez, asumió el gobierno de las colonias españolas. Esta es la explicación sencilla de la emancipación". Sencilla, en efecto, pero no es toda la explicación de tan complejo fenómeno.

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186 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

tes de los conquistadores creyeron con razón tener derecho incontestable a los más altos puestos y a las mayores pre­eminencias de las tierras adquiridas por sus antepasados a precio de su sangre; y los pobladores de las apartadas regio­nes del Nuevo Mundo aspiraban naturalmente a mayor bien­estar que el disfrutado en sus pueblos de España. El régimen administrativo contrarió a fondo estas dos exigencias colo­niales; y al hacerlo así, inició gérmenes de descontento y antagonismo entre peninsulares y criollos". (13)

Por otra parte, España mantenía un régimen anticuado, en muchos aspectos injusto: tales las prohibiciones múltiples a la industria de sus colonias y el monopolio de su comercio, que cerraba nuestros puertos y mercados a toda transacción con extraños. Tan hermética clausura se quiso romper a principios de 1810, como se decretó en efecto, para ceder luego a las peticiones de los comerciantes de Cádiz y recon­siderar aquella inaplazable medida de emancipación comercial.

y todo esto ocurría cuando de fuera se recibían incita­ciones poderosas, cuyo influjo debía operar en el ambiente una rápida transformación. Ardía aún a los ojos del mundo con ofuscan tes fulgores la . antorcha que había encendido la revolución francesa; los libros de Rousseau, Volney, Voltaire, Holbach, Montesquieu, etcétera, circulaban de mano en mano, subrepticiamente, con el sobregusto de las cosas prohibidas; ya era un hermoso ejemplo la gran Norteamérica; trascendían su emulación, aunque en Guatemala por mucho tiempo se ocultaron los detalles, los movimientos insurgentes de México y las colonias sudamericanas; en fin, la propia España había estimulado las ideas de independencia en su pueblo, con un lenguaje y un espíritu nuevos, en la luch~ contra la invasión de Bonaparte. (14)

El país, no obstante su privilegiada situación geográfica en el Continente, con puertos en ambos Océanos y la enorme capacidad de trabajo de sus esclavizados nativos -de la que

(13 ) Manuel Valladares: Op. Cir. (14) Marius André: "El fin del Imperio Español de América".

Barcelona, 1922.

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¡OSE FRANCISCO BARRUNDIA 187

aún son testigos los monumentos arquitectónicos de la colo­nia- no podía aprovechar sus riquezas naturales, sumido en la pobreza y la ignorancia, aunque se diera el milagro de una minoría culta de heroicos autodidactas_ (15)

Entre esta minoría se destacaba, con otros, el nombre de José Francisco Barrundia, a quien nos place ver actuar con ardido entusiasmo en la preparación de la independencia y en las inquietas horas que siguieron a la declaración el 15 de septiembre de 182L

u RASGOS BIOGRAFICOS

En este vasto e inquieto escenario aparece por primera vez nuestro hombre, vistiendo la casaca de teniente; prenda que le place lucir, aunque su modesta posición de Alférez del Escuadrón de Dragones Milicianos no ha de satisfacer las grandes ambiciones de acción y nombradía dormidas en el fondo de su alma.

De atenernos al retrato que nos transmite Salazar, (16)

"Barrundia era un hombre hermoso, de ancha frente, de mi· rada lánguida cuando estaba en calma, arrebatadora cuando se hallaba en la tribuna"; tribuna que improvisaban su ardor oratorio y la imperativa fuerza de sus convicciones en cual­quier parte, cada vez que se prestase un oído atento o, mejor todavía, un público ante el cual fuera dable hacer gala de aptitudes. Mas, contrastando con la espontaneidad de su ca­rácter y el ímpetu de sus pasiones, el joven teniente es al mismo tiempo esquivo y retraído, como si un íntimo rubor se violentara al contacto de los demás.

( 15 ) "Ellos se formaron por sí solos y supieron independizarse intelectualmente de España -dice Ramón A. Salazar-, antes de arrancar a su país materialmente del dominio de la metrópoli".

(16) Ramón A. Salazar: "Historia de 21 años". Cap. XXXIII. Pág. 206. Guatemala, mayo de 1928.

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188 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Había nacido el 12 de mayo de 1787,(17) época en que ya se individualizaba con acusados caracteres el grupo de los criollos, es decir, al madurarse en el ambiente esas diferen­cias, y aun discrepancias, de intereses y aspiraciones entre los peninsulares y sus propios hijos, a pesar de que la organiza­ción política y social imponía el predominio de aquéllos y coaccionaba a éstos en un cerco de rigurosas costumbres.

El hogar de sus padres era una escuela de preocupaciones tradicionales y un reducido campo de aquella división social. Don Martín Barrundia (18) era un hidalgo de mediana for­tuna, recto y severo, amargado por una dolencia incurable: un dolor de costado que, minándole las energías y el ánimo, iba a resolverse en su muerte. Doña Teresa Cepeda y Coro­nado, era un conciliador refugio de ternura, aunque exigente en cuestiones de religión, como que influiría en el acuerdo de sus dos hijas para que abandonasen el mundo y castigaran su belleza en los cerrados recintos del voto de castidad y el convento, soñando acaso la matrona con acrecentar la tra­dición de su prosapia, pues descendía de una rama del árbol de Cepeda que en Avila, España, dio esa flor mística mara­villosa que se llamó Teresa de Jesús. (19)

Mas dejó don Martín generosa fama: como miembro de la Sociedad Económica y para honra de su memoria, cabe

(17) He aquí la fe de bautismo que se registra en los libros de la Parroquia del Sagrario "En el año del Señor de mil setecientos ochenta y siete en diez y seis de mayo el señor Dr_ Dn. Juan de Dios Juárroz maestrescuela de esta santa iglesia metropolitana con asisten­cia del Señor Cura semanero del Sagrario de esta Santa Iglesia, hizo los exorcismos, puso el Santo Oleo y Chrismas y Bautizó solemne­mente a un infante que nació el día doze del corriente mes a quien puse por nombre Josef Francisco María Pedro Regalado Juan Nepo­muceno del Santísimo Sacramento hijo legítimo de Dn. Martín Barrundia y de doña Teresa Cepeda; fué su padrino Dn. Ignacio de Cepeda su Abuelo y por que conste lo firmó dicho Señor con el cura semanero.­Juan de Dios Juárroz.-Mariano Izaguirre."

( 18) Era éste originario de la Villa de Segura, en el Obispado de Pamplona, España, e hijo de don Martín Barrundia y doña Inés de Iparraguirre.

(19) Hija de don Ignacio Zepeda y doña Isabel Chamorro.

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lOSE FRANCISCO BARRUNDIA 189

recordar que costeó el viaje del maestro tejedor Domingo Ponce, así como la construcción de los primeros telares de 18 hilos y la enseñanza gratuita a los aprendices guatemaltecos.

Los hermanos varones de José Francisco eran: don Joa­guín, que a todos precedió en la muerte; don Juan Nepo­muceno, quien iba a figurar señaladamente en nuestra política, como jefe del Estado de Guatemala, envuelto en irreconci­liables desaveniencias con el Presidente Arce; y don Miguel, de genio más reservado, aunque lo arrastrarían a la política sus hermanos, en 1830, electo Magistrado suplente de la Corte de Justicia por el voto de la Asamblea.

De 15 años egresó José Francisco del Colegio Triden­tino, y el 16 de febrero de 1803 solicitaba su examen para • optar al título de Bachiller en Filosofía, protestando haber llenado todos los requisitos de rigor, como lo probará con la documentación adjunta, la cual comprende -en el expre­diente que ahora amarillea en el Archivo General del Go­bierno-- el testimonio rendido el día anterior por sus con­discípulos Lucas Meléndez y Francisco Rendón, a quienes consta que ha cursado las cátedras de Filosofía y cumplido con los 10 quod [ibetos requeridos por las Constituciones, pa­sando el tiempo y las lecciones de los tres cursos prescritos bajo la dirección del R. P. Fray Mariano López Rayón. (20)

El 19 de febrero se efectuó el examen, practicado por el padre López Rayón y presidido por el Rector de la Univer­sidad de San Carlos, Doctor José Simeón Cañas, actuando el escribano secretario D. Esteban José Pérez. (21)

(20) Ms. en el Archivo General del Gobiern0-656. (21) He aquí el texto de la tarja de su examen: "EX LOGICA. /

Propositiones quae in Art. 4. Dissert. 2, Log. a Lugdunensi scriptae / Continentur prepugnabimus. / EX METHAPHISICA./ Ejusdemmet asserta circa Dei existentiam. Atheismique turpitudinem/ nulla in Belluis anima Spiritalis invenitur. / Sensatione ergo cogitatione carent . / EX ETHICA./ A. Cap. 2. de Ravel, usque ad finem Dissert 3. ejus· demmet clarissimi / viri sustinemus. / EX PHYSICA. / Generali. / Prae. clicti auctoris tractum de corporum extensione, figura, impenetrabi- / litate, porositate, mechanica, statica, hidrostaricaque./ EX PARTICULARI./ Ignis est fluidum tenuissimis particulis constans maximo partium sul.

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190 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

I

No era un iletrado, pues, este joven militar, ni ajeno, como buen criollo, a las inquietudes autonomistas de la época, no sólo latentes en amplio círculo de la Nueva Guatemala de la Asunción, sino ya manifiestas en toda la Capitanía General por externos signos de insurrección, exasperando aun más al naciente sentimiento patriótico las represiones que con exagerado celo presidía el duro gobernador Bustamante.

Por otra parte, nuestro alférez va para la treintena, alimentando ensueños de prosperidad y lucimiento, sin haber hecho algo que lo . signifique o dé pábulo a tantas ambiciones larvadas; en fin, el espíritu de aventura era característica inte­grante de su carácter, y en el Reyno de Guatemala no había ya forma acelerada de hacer méritos, como fuera el lento correr de [os años sobre la rutinaria hoja de servicios. Así puede medirse el entusiasmo con que se enrolara en la cons­piración de Belem, presidida por el prior fray Juan de la Con­cepción y con el concurso de otros religiosos dispuestos a todo, aunque tuviesen algunos escrúpulos de conciencia acerca de la posible efusión de sangre. Otros muchos nombres fulguran con inmortal gloria en este evento precursor de nuestro inde­pendencia, (22) y es de advertir que el elemento indígena estuvo representado por el Doctor Ruiz -de la más humilde cuna levantado hasta la dignidad de maestro de Filosofía- y el kekchó Manuel T ot, quien debía expiar con la muerte su definición autonomista.

. La incitación llegó a Barrundia por conducto del padre fray Benito Miquelena. Era la puerta por donde aquél entraría a la política, para no salir más de ella, acaso en el hallazgo

phurcarum, salinarunque eflubium narium fibrasjCommoventium./ Sa­por in particularum corporis sapidi figura / & motu consistit. / Oifen­duntur in Reg. ac Pont CaroL Guat! Academia a J oseph Francisco Barrundia auspice Deo praesideque P. F. Mariano López Rayon/Ord. Bme. Virgo de Mercede dia Februarii anni Oomini 1803/ Imprimatur I Dr. Cañas Rector / Apudj Arévalo.

(22) Amplios det,l!es de la conspiración de Belem pueden leerse en "Memorias acerca de la revolución de Centro-América, desde el año de 1820 hasta el de 1840, por el Dr. don Pedro Molina". Documentos relacionados con la Historia de Centro-América. Fo­lletín de "La República" , Guatemala, 1896. Pá¡¡. 23.

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fortuito de su vocación. Un secreto placer derivaría desde luego de su callada importancia de conspirador y de sigilo y disimulo de las tertulias en que, so pretexto de jugar a las cartas y rifar objetos, se leían proclamas del cura Morelos, noticias del resto de América y cartas de las provincias, que permitían pulsar la opinión en diversos sectores de la Capi­tanía; o se hablaba de la conveniencia de independizarnos, censurando la administración del zonto Bustamante y, en general, errores y deficiencias del sistema colonial de España.

Poco a poco iba engrosándose el grupo de patriotas, quien~s juraban sobre los evangelios mantener su decisión y el secreto. A fines de octubre, ya estaba madurado el plan y acordado el golpe para la fecha de Nochebuena: Barrundia, Yúdice y otros oficiales sublevarían el batallón del Fijo, ha­biendo Díaz y Dardón adelantado el soborno o la patriótica adhesión de los sargentos; Díaz y los suyos caerían sobre el alcalde y militares fieles, auxiliado por un retén atraído me­diante órdenes supuestas; las puertas de las cárceles se abri­rían a los próceres granadinos, concentrando luego toda la fuerza sobre el palacio para aprehender al Capitán General y al Comandante de la guardia, Coronel Lagrava. La inde­pendencia sería proclamada y expulsados los chapetones reacios a jurarla; Cárdenas saldría a levantar Quezaltenango y Su­chitepéquez; Tot alzaría a la población indígena de los Altos y Verapaz, donde creía contar con 5,000 adeptos; previnién­dose así cualquiera tardía ayuda a Bustamante.

Lento era el curso de los días, en tanto que cada quien se cautelaba del espionaje del zonto. Pero en una ciudad pequeña no pueden celebrarse juntas secretas: Bustamante estaba siempre sobre aviso y en esta ocasión tuvo denuncias anónimas, con detalles que hacen suponer la traición, (23)

(23) A Yúdice se le viene achacando de modo principal la traición. Sin duda su actitud es reprochable por acudir a la confesión en espera de clemencia cuando se hallaba enjuiciado, pero él mismo fue denunciado y su nombre se incluye entre los conjurados cuya pri. sión se decretó en 21 de diciembre. Aún queda en la sombra, y libr~ por tanto del baldón, el autor de la primera y decisiva denuncia a Bustamante.

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como lo prueba el auto que profirió en 21 de diciembre de 1813. En la noche de ese mismo día se presentó sorpresiva. mente en Belem el Capitán del Villar, con buen número de soldados y asistido por un secretario; apresó al subprior del convento, al Doctor Ruiz, a fray Manuel de San José y a los paisanos José Ruiz y Manuel Aiz. Esa noche y al día siguiente, fueron detenidos los Bedoyas, Dardón, Díaz, yú· dice y otros promotores denunciados, provocando Bustamante deliberadamente la alarma del vecindario, por interesarle un aparato que intimidase a los patriotas, sabedor de que eran muchos más cuantos en la ciudad albergaban ideas libertarias e intenciones sediciosas.

Barrundia aprovechó la circunstancia de no hallarse su nombre mencionado en el auto de Bustamante y no ser por consiguiente perseguido en el acro, para desertar de su cuerpo y esconderse de la justicia, entendiendo que pronto saldría a luz su complicidad. En efecto, fue juzgado en rebeldía y en el pedimento de! fiscal - larga y erudita pieza jurídica-, de 18 de septiembre de 1814, se pedía que fuese condenado a la pena de garrote. (24)

Cinco años padecieron los patriotas la prisión y otras penalidades, aunque "Barrundia en todo ese período (1813-19) -dice Montúfar-, no llegó a estar preso. Permaneció oculto, bajo el amparo de muchos amigos de influencia que burlaban la vigilancia de los agentes del Capitán General del Reino". (25) .

Mas no fue el ocio infecundo su compañero en el en­cierro, sino los libros; perfeccionó e! francés y aprendió e! inglés durante ese tiempo, lenguas que le sirvieron para beber en qué originales fuentes las ideas democráticas y los siste­mas adoptados en los Estados Unidos del Norte de América

(24) Otros fueron condenados a la misma pena, por ser nobles, y los demás a la horca; el Padre Miquelena a 10 años de prisión en Africa y Montiel y Ruiz (José), a 8 años.

(25) EHe encubrimiento que desafiaba las iras de Bustamante, es también claro indicio de las simpatías que despertaba la idea auto­n0"1ista.

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para darles práctica aplicación. Ep esa época se formó, o se condensó al menos, su ideología, apegada a las doctrinas de los filósofos franceses y las teorías de los enciclopedistas, (26 )

traducidas a su genio exaltado y que no admitía cotejos con la realidad.

Acogiéndose ai indulto de fecha 2 de mayo de 1818, logró la mayoría de los patriotas encartados en aquella con­juración recobrar su libertad, tras largos trámites. Barrundia vuelve entonces a la actividad, nutrido de lecturas y reinci­dente en sus aspiraciones autonomistas, encontrando e! calor de la comprensión y simpatía en la "Tertulia Patriótica", reunida en la casa del canónigo José María Castilla, en la que brillaban el Doctor Pedro Molina, don Manuel y don Juan Montúfar, don Marcial Zebadúa, don José Beteta, don Vicente GarcÍa Granados y otros esclarecidos varones.

Se proyectó en el seno de la tertulia la publicación de una hoja periódica, cuya redacción estaría principalmente a cargo de Molina, Castilla, Montúfar (Manuel) y Barrundia, apareciendo e! 24 de julio de 1820 el primer número de "El Editor Constitucional" (desde el mes de junio se sabía aquí que Fernando VII había jurado la constitución) y en sus páginas quedaría impreso el fuego de este grupo amante de la libertad: "en este periódico - comenta Marure- , se habló sin disfraz el idioma elocuente de! patriotismo, defen-­diendo los derechos del americano y criticando los vicios de la antigua administración". (27) Barrundia recordaría siempre con particular satisfacción aquella campaña: "Se empezó a escribir con franqueza y energía -dice-, y al mismo tiempo se preparaba e! camino para la independencia y para crear

(26) "Los Valles , los Barrundias, los Molinas, Córdobas, Larrey­nagas y demás hombres de 1821, eran discípulos de los enciclopedistas y filósofos franceses del siglo XVIII ; fue en esos libros en donde se inspiraron para crear la nuevo forma de gobierno qec dieron al pa,s , y fueron las doctrinas de los filósofos franceses las que influyeron sobre ellos para llevar a cabo nuestra revolución política y social." (Salazar.)

(27) "Bosquejo Histórico de las Revoluciones de la América Cen­tral" _ Tomo r. Cap. r. Pág. 11.

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y ampliar entre nosotros las verdaderas instituciones libres, sin necesidad de recibirlas de ultramar". (28)

Conocido es e! incidente que dio lugar a que e! Doctor Molina fuese sometido al Jurado de Imprenta y cambiara el nombre de su periódico por e! de "El Genio de la Libertad"; pero las ideas y los hombres que los sustentaban eran los mismos y ya constituían éstos un foco de conspiración, con agentes diseminados en las provincias. Se anticipaban honores a los insurgentes de! resto de la América y entre nosotros se encendía e! culto de la patria, como entidad naciente, de irreductible vivencia en el alma ciudadana. Las declaracionés de! síndico Aycinena en e! Cabildo, ante e! propio GaÍnza (4 de septiembre de 1821), ya no dejaban lugar a dudas respecto a la general opinión de proclamar la independencia, y un día antes, e! 3 de septiembre, Barrundia invocaba el genio de la libertad con levantado acento: "Has venido a fijar entre nosotros tu morada y todos corremos a ponernos a la sombra de tu estandarte. Los americanos te han erigido un altar indestructible, tú esgrimirás en favor nuestro e! acero de la justicia, y la tiranía dejará de existir. ¡Eterna maldición a los enemip,os de tu nombre! ¡Loor y bienes eternos a los que te amen!

Iba a lucir la aurora del 15 de septiembre de 1821 y para recibirla abrían los brazos y sus corazones, identificados en una sola aspiración, los hombres de los dos bandos polí­ticos que ya perfilaban sus diferencias, en pequeña parte ideo­lógicas y en gran parte personalistas y aun menguadamente ambiciosas, cuya funesta división y secular pugna causarían graves trastornos al país, descuidándose su organización, de­morando su progreso y aun oponiendo obstáculos al normal desenvolvimiento de su vida incipiente.

A pesar de su hidalga cuna, como pasaba con muchos de los corifeo s de Malina, Barrundia buscaba la materia prima para construir la nueva nacionalidad entre los individuos de

(28) "Revista en general de los partidos en Guatemala y los sucesos en que se caracterizan". Reproducción de "La Reforma" J Gua­temala , l°. de octubre de 1874. Serie l. No. l .

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la clase media e interpertaba con riguroso sentido etimológico el sistema democrático para elevar al pueblo al primer plano, limitar los poderes de sus ejecutores y ampliar las facultades de! cuerpo legislativo por su calidad de representante de la mayoría. Este es el motor interno de su actividad y partici. pación en aquella hermosa jornada. Desde la noche del 14 Aycinena, Malina, Barrundia, los Bedoyas y otros afiliados a su círculo que constituían e! partido caco, se pusieron en movimiento y distribuyeron agentes agitadores por los dis· tintos barrios de la ciudad, con e! objeto de prevenir al ve­cindario de los planes y dar - según Marure-, "una actitud imponente a la población e intir.üdar a los españolistas". A cronista tan puntual y sereno dejamos la palabra: "En efecto, a las 8 de la mañana de aque! día (15 de septiembre), ya estaban ocupados e! portal, e! patio, corredores y antesalas de palacio por una inmensa muchedumbre acaudillada p;:¡r D. José Francisco Barrundia, e! Doctor Malina y otros guatemaltecos, entre los cuales figuraba don Basilio Porras ... Cada voto que se emitía por la afirmativa era celebrado con aclamaciones y vivas, lo centrario suc!:día CO:1 los opuestos; un sordo rumor manifestaba el descontento de la multitud. (29)

En estas señales de desaprobación y el entusiasmo popular, que se aumentaba por momentos, atemorizaron a los anti­independientes que tuvieron a bien retirarse de un sitio que creían peligroso... Como la mayoría de la junta general había estado por qüe se declarase la independencia, y los concurrentes la pedían con instancia, la dipu~ación provincial y e! Ayuntamiento que permanecieron reunidos y se con­sideraron, en este caso, como órgano legítimo de la voluntad pública, acordaron los puntos que contiene la famosa Acta de aquel día". (30) Manuel Montúfar coincide en afirmar que fueron Barrundia, Malina y Córdoba "los que más se distin­guieron en gritar y aplaudir el día 15".(31) Y e! mismo Ba-

(29) Proclama de Gaínza de 15 de septiembre de 182!. (30) "Bosquejo Histórico": Tomo 1. Cap. 1. Pág. 13. (31 ) Memorias para la Historia de la Revolución de Centro­

América. Cap. 1. Pág. 46. Guatemala, Sánchez y de Guise. Cuarta edición, 1934.

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rrundia, aunque en tenor de polemista y con miras a la in­culpación del partido antagónico, rememora como un triunfo de la voluntad popular aquella preciosa conquista: "Pero sonó la hora, y la voz imponente del pueblo gritó como un trueno : independencia abs·oluta". Puestos al frente los dos partidos que se acordaron antes para romper la unión con la España, los serviles, en una minoría impotente, por más esfuerzos que hicieron para sofocar este grito inmortal, y para unirnos en aquel mismo acto a la suerte de México, vieron con despecho al pueblo secundar y multiplicar la voz siempre creciente, y más y más enérgica: de independencia absoluta, sin México, sin restricción alguna. Crióse entonces una junta provisora, gubernativa, verificóse el juramento sagrado de independencia absoluta y se invitó y convocó a todas las provincias, que ante, componían el Reino de Guatemala, a unirse a la independen­cia de la capital y a nombrar representantes para una Asam­blea Nacional Constituyente que organizase libremente el país". (32)

Barrundia hizo de la reunión del congreso una de sus primordiales preocupaciones, tendencia por demás acorde con sus ideas de exaltada democracia, y el intento de anexión a México vendría luego a quemarle en esta ansiedad, librando a la representación popular sus esperanzas de afirmar la inde­pendencia absoluta. Es así como el 20 de septiembre de 1821, ya se presenta a la junta pidiendo que se reforme el artículo 2Q del acta de 15 de septiembre, en el sentido de facilitar las elecciones y acelerar la reunión del congreso<m

No toma descanso, ni tiene necesidad de él, pues se en­CUEntra en su elemento. En 4 de octubre de 1821 dirige en compañía de Molina una larga exposición a la junta, solici­tando qUe se instauren las sesiones públicasi (34 ) en 8 del

(32) sucesos en

(33) consultiva . Guatemala.

("34) 1896.

"Revista en gene~~ l de los partidos en Guatemala y los que se caracten zan . Punto 50. del acta de la 4a. sesión de la junta provisional Actas originales en el A rchivo G enera l del G obierno,

" Documentos Históricos". Folletín de "La República" .

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propio mes insiste, esta vez acuerpado por Cordobita, en la mIsma exigencia. (35) Al día siguiente, Barrundia y Mo[ina piden audiencia, como apoderados de Arce y Juan Manuel Rodríguez: desean afianzar [a independencia de El Salvador y piden [a libertad de sus poderdantes, a[ mismo tiempo "se producen contra [os que habían manifestado tanto servilismo; que se depusiese del mando al intendente y comandante de armas y se nombrase persona de confianza"; en fin, "ofre­ciendo 100 patriotas, manteniéndose de su peculio, para que fuesen por vía de auxi[io". (36) Después de recusar a Delgado como intermediario, luego de una p[áctica privada con La­rreinaga acabaron por aceptar ese acuerdo de la junta.

En trece de noviembre de 1821, a propuesta del canó­nigo Castilla y e! Doctor Molina, y en previsión de peligro­sas desuniones, a la vista de una nómina de mediadores, se acuerda nombrar a [os po~entes para que marchen a Mé­xico, llevando como Secretario a Barrundia; pero dicha co­misión, por e[ sesgo que tomaron [os acontecimientos, no llegó a cumplirse. (37)

Barrundia sigue siendo prócer de nuestra independen­cia, sin duda, a[ perfilarse tempranamente como un antl­anexionista. T a[ vez hasta [e satisface esta complicación que abre ancho margen a su espíritu combativo, que debía gran­jearle inquinas y hasta causarle buscadas molestias. Montú­far anota: "E[ partido imperial tomó incremento hasta el extremo de pedirse a [a junta consultiva el destierro de! señor Barrundia, porque se oponía con ardor a que su patria fuera sojuzgada por un yugo extranjero, y GaÍnza pasó oficio a muchas personas notables, para que informaran contra Ba­rrundia". (38) Este se quejaba contra tal persecución (39) y en

(35) Sesión No. 19 de la Junta Provisioanl Consultiva. Actas originales en el Archivo General del Gobierno, Guatemala.

(36) Sesión No. 20 de la Junta Provisional Consultiva. Actas originales en el Archivo General del Gobierno, Guatemala.

(37) Actas de las sesiones de la Junta Provisional Consultiva. Archivo General del Gobierno. Algunos historiadores dan por cierto el viaje de Barrundia a México, erróneamente.

(38) "El señor Barrundia", artículo necrológico citado.

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11 de diciembre de 1821 se presenta, con Molina y Córdoba, pidiendo "copia certificada de la solicitud del síndico D. Pedro Arroyave sobre que se procediese contra ellos, y otros ciu­dadanos, como perturbadores del orden público", (40) a lo cual accedió la junta provisional consultiva.

En marcha la idea de anexar a México las provincias de Centro América, Gaínza promulgó el 9 de enero de 1822 un bando que atentaba a la libertad de pensamiento en lo referente en la susodicha agregación, mas la Junta de Censura, integrada por Barrundia, Molina, Batres y Doctor Ruiz de Bustamante, protesta en forma enérgica contra disposición que conceptúa como una violación de las leyes reglamentarias españolas relativas a la libertad de imprenta, que reputan en vigor por virtud del acta de 15 de septiembre cuyo respeto exigen, a la vez que reclaman al gobierno una usurpación de funciones por haberse nombrado comisiones eSfeciales para el examen y calificación de algunos impresos. ( 1) Ruiz de Bustamante y Batres reconsideraron después tan drástica deter­minación, pero Barrundia y Molina votaron "porque se lleve adelante el acuerdo en todas sus partes". (42)

En la sesión de 13 de mayo de 1822 "hizo moción el señor Barrundia para que se oficie a los Gefes Políticos sub­alternos con obgeto de que activen las elecciones tanto de los Sres. Diputados a Cortes, como de los individuos de esta Diputación Provincial; y que en caso de estar ya elegidos los segundos hagan que quanto antes se constituyan en esta ciudad a desempeñar la confianza de los pueblos, promoviendo en su beneficio los interesantes obgetos de prosperidad pública", lo cual quedó acordado. Conceptuaba Barrundia ilegal y fes-

(39) Sobre la anexión, anota: "Persiguió (Gaínza) a los pocos ciudadanos que se atrevieron rebatirla y que publicaron y razonaron su opinión por la independencia absoluta".

(40) Actas Ms. en el Archivo General del Gobierno, Guatemala. (41) Junta No. 44, 14 de enero de 1822. Año 20. Libro de

actas, en el Archivo General del Gobierno, Guatemala. (42) Junta No. 45, 17 de enero de 1822. Libro de actas de

la Junta de Censura, en el Archivo General .del Gobierno, Guatemala.

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tinada la petición de adhesiones a las municipalidades y aun fraudulentamente computados esos votos y, como muchos ciudadanos remitiesen su opinión a la decisión del congreso, se interesaba en la reunión de una auténtica representación popular, la cual no dejaba de abrogarse mientras tanto, pro­vocando con esta actitud acres censuras. Manuel Montúfar, apunta: "Apenas comenzó a funcionar la Junta provisional, cuando estos sujetos (Barrundia, Córdoba y Molina), se atri­buyeron el tribunado, y desde la galería hacían peticiones verbales, llevando algunas turbas para ser apoyados con gritos: pedían deposiciones de empleados; proponían otros para reemplazarlos, y disputaban con los diputados, entrando en discusión con ellos y con Gaínza desde la misma galería" (43 )

y aunque les concede la razón en el primer debate sostenido con Valle acerca de las elecciones de diputados al congreso, reprocha la forma que acabara por restar el prestigio debido al naciente gobierno.

Don José Francisco fue electo desde el principio secre­tario de la junta provisional consultiva, mas no aceptó y fue Gálvez designado en 26 de septiembre de 1821, en su lugar. Pero en 13 de mayo del año siguiente cedió a formar parte de la diputación provincial que venían integrando Gaínza, Casaus y Torres, Castilla, García Redondo y Milla (Santiago), por ser este último diputado a Cortes. (44 )

Tiene particular importancia este dato, porque, perma­neciendo en la diputación hasta el año 23, puede sugerirse una duda sobre su anti-anexionismo, ya que al acusar recibo a Filísola, en 26 de junio de 1822, de la nota en que mani-

(43) " Memorias de Jalapa" , cuarta edición. Pág. 48.

(44) "La diputación provincial de Guatemala, estaba integrada por Gaínza, quien era el Presidente, y por los Vocales Fr. Ramón Casaus y Torres (Arzobispo de Gautemala), Dr. José María Castilla (Canónigo de la Catedral), don Santiago Milla (Intendente honora­rio) , Dr. Antonio G arcía Redondo (Deán de la Catedral). El 13 de mayo de 1822, entró a formar parte de la diputación don José Francisco Barrundia, en lugar de Milla, quien había sido electo Di­putado en Cortes, por el partido de Los Llanos". Nota de Joaquín Pardo al libro de actas .

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fes taba tomar posesión del gobierno de las Provincias de Guatemala, (45) la diputación se ofrece sumisamente a sus órdenes y aun piensa que "Guatemala se promete ver en V . S. un verdadero padre, de quien debe esperar todo un bien, toda su prosperidad y toda su gloria", y e! mismo Filísola(46) quiere recordarle que "él, Molina y todos los de su jaez le dieron músicas y cantaron versos, todas aquellas noches, en obsequio del Emperador americano" (página 21). La ver­dad es muy otra, y es explicable que en una polémica viru­lenta -Filísola respondía al pape! publicado por Barrundia en 10 de agosto de ese año-, se hiciera uso de cualesquiera recursos. El mismo general mexicano reconoce (página 27) que "Barrundia, Molina y dos hombres de bien" pedían contra su ingerencia, acusa al primero de estar en connivencia con los patriotas salvadoreños - lo cual es indudable- y, más expresamente, denuncia que "Barrundia y sus amigos tenían el mayor interés en hacer odiosos a los mexicanos" (página 31): "que había empeño en excitar riñas y provocar a los mexicanos, así de parte de Barrundia como de sus amigos, y no era el bien de la patria lo que tanto le hacía desear (a Barrundia) la salida de las tropas mexicanas de Guatemala". (Página 30).

Más definida es la actitud de Barrundia en su discurso de 7 de noviembre de 1821 en la "tertulia patriótica" y muy expresiva la circunstancia de que don Grilo Flores tomase sus argumentos para pedir al congreso mexicano que se anulara la anexión y decidiesen la suerte . de Guatemala sus legítimos representantes. (47) En fin, en 12 de enero de 1822 Arce les comunica a Barrundia, Córdoba y Molina que han sido elec-

(45) Libro de actas del Archivo General del Gobierno. El decreto llamando a FilÍscila de Quezaltenango, donde se hallaba ya, se publica en "Memorias de don Pedro Malina" , folletín de "La Re· pública", ya citado.

(46) "El ciudadano general de brigada, Vicente FilÍsola a José Francisco Barrundia", Pueblo, octubre 2 de 1824. "La cooperación de México en la Independencia de Centro.América", M éxico, 1911.

(47) Carta a José Francisco Barrundia, México, 3 de abril de 1822 y exposición presentada al Soberano Congreso en sesión del 29 del mismo año.

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tos por la provincia de El Salvador, y Barrundia fue perse­guido e inquietado por sus opiniones, como los demás inte­grantes de la Junta patriótica; da una idea del peligro que los patriotas corrían, la muerte violenta - y aun podría de­cirse asesinato- de los antirreeleccionistas Mariano Bedoya y Remigio Maida, en un choque habido en las calles el 30 de noviembre de 182L

En las sesiones de la junta provincial del 23, Barrundia pide con tenacidad la reunión del congreso, como pública­mente la promueve en su discurso de 10 de mayo de ese año; a la vez que sostiene la necesidad de que se retiren las tropas de México. (48)

Electo, por último, diputado por Guatemala al primer cuerpo legislativo nacional, firma el acta de instalación de 24 de junio de 1823, interviene de manera preponderante en la redacción de la carta magna y es firmante del acta de inde­pendencia absoluta de 1 q de julio de 1823, sancionada en 11 del mismo mes y año, así como del decreto legislativo de 1 Q de octubre de 1823, que ratifica el acta de independencia.

Fue promotor, con el Dr. Mariano Gálvez de la abolición de la esclavitud, (49) siendo un honor para ambos el dictamen de 4 de agosto de 1823, discutido en sesión del 23 del propio agosto (sin desconocerse la generosa cooperación del Doctor J. Simeón Cañas) . En sesiones de 5 y 6 de septiembre del mismo año es encendido sostenedor de la libertad de imprénta y sostiene la libre importación de libros; el 14 de septiembre del mismo año "exaltó a la multitud con la valentía de sus discursos y a la cabeza de muchos patriotas atacó a la tropa que Ariza dirigía contra la Asamblea". ( 50)

En octubre de 1823 es nombrado miembro del supremo

(48) Sesiones de 31 de marzo, 3 de abril, 26 y 3 O de mayo de 1823.

(49) "El Imparcial", 4 de marzo de 1938. (50) Esta apreciación es de Montúfar, "Gaceta de Costa Rica" ,

Año VIII, No. 30!. Y aunque M arure anota que no era la intención atentar contra el cuerpo legislativo, en circunstancias en que Ariza perdía el control de su propia ridícula asonada , es auténtico el gesto de Barrundia; debe agregarse que hubo de tocar retirada ante el ene­migo mejor armado.

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poder ejecutivo federal, pero dimitió el cargo. En febrero de 1824 renuncia igualmente la delegación de Colombia; siendo el propio año su hermano Juan, electo jefe supremo del Estado de Guatemala, atribuyen muchos a José Francisco preponderante influencia en las mejores determinaciones de aquél, (51) y aun se resiste al prestigio de! segundo la desig­nación de! primero. Declinó la vicepresidencia de la Federa­ción en 1825. (52)

Senador desde 1826, interviene activamente en las disi­dencias entre su hermano Juan, jefe de Guatemala, y el presidente de la Federación, Arce. (53)

Como senador más antiguo, e! 25 de junio de 1829 es nombrado presidente interino de la Federación. (54) Contra lo que era de esperarse, no aprovechó e! poder para ejercitar venganzas, más bien influyó decididamente en la salvación de Arce y Aycinena-condenados a muerte por injusta exa­geración del congreso. (55)

(51) evitar los

(52 )

No siempre buenas o al menos bastante prudentes choques con el Presidente de Centro-América.

Electo por renuncia de don José Cecilia del Valle.

para

(53) Da una idea del apasionamiento con que abrazó la causa del partido, su manifiesto de 21 de septiembre de 1826: "Siempre iguales tramas y odiosas supercherías se han puesto en uso para difamar a los liberales, aunque con igual furia y perseveridad. Eramos herejes y anarquistas cuando promovíamos la independencia; éramos impíos, incendiarios y ladrones cuando proclamábamos la libertad republicana y la separación de Méjico; éramos locos, desorganizadores y atroces, cuando establecimos el sistema constitucional; somos ineptos, irr~ligio­sos, conspiradores y sanguinarios ahora que la sostenemos y sentimos su ruina, tiempo ha, meditada por el servilismo y la ambición".

(54) Montúfar comenta: "Barrundia no conocía la ambición de mando, y el boato que rodea a los gobernantes, pugnaba absoluta­mente con la sencillez de sus costumbres. Accedió entonces a las re­petidas instancias de sus amigos, y se colocó al frente de la patria con gran aplauso de todos los liberales centroamericanos" . Reseña Histórica": Tomo 1. Página 130. Tip. "El Progreso", 1878.

(55) Esta actitud se le reconoce por sus mismos enemigos: "No puede decirse que Barrundia sea hombre sanguinario, ni que haya aprovechado sus pasajeros instantes de fortuna política para medrar, como otros, a costa de los vencidos". "Gaceta de Guatemala" , Tomo VII, No. 20, Pág. 4, 7 de septiembre de 1854.

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¡OSE FRANCISCO BARRUNDIA 203

El tiempo era políticamente muy revuelto y no se pres­taba al progreso, com,o tampoco al genio combativo, intrI­gante y discurseador de Barrundia, de modo que no deja rastros constructivos. St" destacan, empero, dos gestos suyos: un mensaje a los jefes de los Estados -siempre en estilo declamatorio-, con motivo de anunciarles la expedición de reconquista que España organizaba en La Habana, C)Jba, y el intento del General Barradas en México, quien al mando de 5,000 hombres logró ocupar Tampico; y el hecho de ceder a la educación pública sus sueldos de presidente y la mitad de los que en adelante devengó como senador -deuda que el congreso federal había mandado pagar de preferencia-, en una donación total de 7,134 pesos y reales, que era una suma hasta cierto punto considerable para su modesta con­dición económica.

El 27 de marzo de 1830 se instaló el congreso y fue electo Morazán, obteniendo votos también Barrundia, José Cecilio del Valle, Antonio Rivera Cabezas y Pedro Molina. Nuestro biografiado debió gozar aún más con la ceremonia d¡: la entrega del poder, con gala de modestia y ostentación de espíritu democrático, pagado de las frases con que le conde­coraba la representación nacional "por el tino y buen desem­peño que acreditó en el tiempo que estuvo encargado de la presidencia de la república". (56)

Siguió de presidente de la asamblea en 1830_ En 31 se

E idéntica apreciación hace el imparcial Marure : " ... pero no es rencoroso ni vengativo".- Op. Cit. Tomo I. Cap. I. Pág. 109.

(56) La felicitación se hizo en estos términos: "Al ciudadano senador José Francisco Barrundia. Usted ha cesado en ejercer la pri­mera magistratura de la República. dejando en el ánimo del patriota los profundos recuerdos que inspiran siempre eminentes servicios. Los de usted en el mando supremo son reconocidos con placer por la Asamblea Legislativa de Guatemala. Ella reconoce que la nación toda debe a la sabiduría, tino y prudencia de la administración de usted, la paz inalterable de que ha disfrutado en el período de catorce meses; y a nombre de los pueblos que representa, bendice la mano que con tanta delicadeza supo cicatrizar la herida profunda que le hiciera la revolución. Ciudadano Senador: nos hacemos el honor de decirlo a usted por órdenes del Cuerpo Legislativo, suplicándole al mismo tiempo. quiera usted aceptar las seguridades de nuestro respeto y consideración".

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204 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

le quiso exaltar a jefe de! Estado, pero renunció terminante­mente_(57)

Sus servicios casi exclusivamente se contrajeron a la actuación en los congresos: diputado a las constituyentes de 1823, 24 Y 48; diputado por Totonicapán en 1837; presidente de la asamblea en 1830, 1836 Y 1838; senador en 1826 a 30 y en 1835; periodista activo desde las vísperas de la indepen­dencia hasta su muerte ("El Editor Constitucional", "El Genio de la Libertad", "La Oposición", "El Amigo de! Pueblo", "El Album Republicano", "El Progrew", "El Esta­tuto", "El Semidiario de los Libres", "El Centroamericano", etcétera); su ingerencia en los negocios públicos era obligada, al punto de constatar Marure: "Es un tribuno exaltado que gusta de mantenerse en los congresos fiscalizando laf ope­raciones del que ejerce el poder ejecutivo, cuyas facultades ha procurado siempre restringir, al paso que propende a dar

. un ensanche ilimitado a las atribuciones de los cuerpos repre­sentativos"; en cuanto a sus escritos periodísticos, comenta: "Barrundia es reputado como uno de los primeros escritores de la república: ' su imaginación de fuego se traslada toda entera a sus escritos, y a cada paso se leen en ellos los rasgos valientes de la elocuencia tribunicia".

Sabio es que tradujo, en 1831, e! código penal de Li­vingston, y por encargo de Gálvez continuó la versión de todos los códigos que llevaron e! nombre de! jurisconsulto norteamericano y se implantaron en Guatemala en 1837. Se le atribuye cooperación en la comedia satíricoburlesca "El Coliseo", de Rivera Cabezas; pero también se hizo errónea­mente con los diálogos de "Don Melitón", obra de este último. Soto Hall habla de una traducción inédita, aunque no pudi­mos ahora encontrar rastro alguno, y de varios clásicos ita­lianos; dato que tampoco nos fue dado verificar.

(57) El Boletín Oficial No. 9, segunda parte, Guatemala, sep­tiembre lo. de 1831 , consignaba: "No ha sido posible reducirle a que entre a ejercer el Gobierno, a pesar de repetidas instancias". Tres re­nuncias consecutivas puso, en efecto, y al excursarse Gálvez -como puede leerse en el mismo BoletÍn-, tuvo para Barrundia los conceptos de mayor elogio.

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"Contemplándolo en lo privado -<iice Marure-, Ba­rrundía es un verdadero ciudadano: no tiene tacha en sus costumbres y su carácter simpatiza perfectamente con la sencillez republicana: desconoce lo que se llama e! gran tono, y ni su genio ni sus modales, sufren alteración bajo el dose!". Acaso e! único amorío que pasa por su vida es el de !.J fas­cinación que ejerció sobre él doña Antonia Flores, una artista mexicana, con quien se casó poco menos que secretamente en Escuintla, e! 8 de noviembre de 1850 (o 1849) y de qeien nació don Martín Barrundia.

Emigrado a El Salvador, al instaurarse e! régimen con­servador, fué recibido entre palmas por Vansconce!os; pasó a Nicaragua y luego a Honduras, donde influyó predominan­temente en la política y fué factor de la guerra declarada a Guatemala. Nombrado ministro plenipotenciario y enviado extraordinario de Honduras en Washington, fué recibido e! 2 de junio de 1854 y halla ocasión para pronunciar e! último discurso, que no dejaría de traer ataques a su memoria, por suponerse que ofrecía la anexión de aquel país centroameri­cano a los Estados Unidos. (58)

y muere en e! país que siempre quiso p')ner de modelo a Centroamérica, de! cual debía copiar con puntos y comas idearios y leyes, asistido en su última enfermedad por e! Doc­tor Whiting. Su tormentosa vida se clausuró e! 4 de agosto de 1854 y fué enterrado en el Cementerio católico del Cal­vario, cerca de Williansbury, en Nueva York. (59)

(58) "Herald", Nueva York, 3 de junio de 1854. (59) La noticia de su deh'nción, en el "Weckly Picayune", de

Nueva Ocleans, 21 de agosto de 1854, es la más completa: "Los fu.ne­rales de D. José Barrundia, ministro de Honduras en los Estados Unidos, se celebraron el día 6 en la iglesia de San Pedro, Calle de Barclay, a las 10 de la mañana. Sólo estuvieron presentes pocos ami­gos del difunto, siendo la ceremonia privada y sin ostentación. Asis­tieron a las exequias el señor Molina, miniotro de Guatemala; Mr. Edwards, cónsul general de Nicaragua; el ministro de Venezuela y el Dr. Whiting, médico del finado ministro. Se celebró una misa mayor y el Rev. Mr. MacCarthy pronunció unas pocas palabras en honor del difunto. Concluidas las ceremonias en la iglesia de San Pedro, el cadáver fué conducido al cementerio católico del Calvario. cerca de Williamsbury, donde se le enterró.

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En 1879, sus familiares hicieron venir los restos mortales de don José Francisco Barrundia a Guatemala, llegando a la ciudad cuando es::aba reunicla la Constituyente. En la sesión de 19 de marzo, el padre Arroyo mocionó para que se le tributasen honores póstumos y don Lorenzo Montúfar sostuvo la iniciativa; pero ya no se llevó a cabo aquella manifestación "y 105 restos de Barrundia fueron sepultados silenciosamente" en el Cementerio General de la ciudad. A su muerte, la Gaceta de Guatemala se concretó a reproducir las noticias de los diarios norteamericanos(60) y, traídos aquÍ, sus restos per­manecieron ignorados, o poco menos, sin una lápida que iden­tificara su tumba. Fué hasta el 16 de septiembre de 1913 que se erigió el monumento dedicado a su memoria en el Cemen­terio General, inaugurado ese día con los dis::u(soS del Licen­ciado José A. Beteta, Vicepresidente de la Asamblea Nacio-­naI<61) y del Doctor Miguel Larreinaga. (62) Estrada Cabrera, entonces jefe del Partido Liberal, mandó a poner un medallón con la efigie de Barrundia en el Palacio de Minerva.

III

BARRUNDIA ESPERA SER JUZGADO

A la muerte de don José Francisco, el redactor de la Gaceta de Co~ta Rica hacía una atinada advertencia: " ... El señor Barrundi a es uno de aquellos hombres que pertenecen a la historia de Centro América, y es bueno que para él se abra ya el iuicio de la posteridad, y que, gracias a la publi-

(60) Tomo VII, No. 23, 29 de septiembre de 1854. (61) Ya citado. (62) "Discurso pronunciado a nombre del gobierno de la

República por el Doctor Miguel Larreinaga, en el acto solemne de la inauguración del monumento erigido en honor del prócer de la Indepen¿encia, José Francisco Barrundia, en el Cementerio General de la ciudad de Guatemala, el 16 de septiembre de 1913". Tipografía Nacional.

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JOSE FRANCISCO BARRU NDIA

(1787-1854)

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cjdad, ~e , discutan los actos más o menos desacordados entre sí, de, su atormentada carrera".

En premuras de tiempo, gastado en colectar datos dis­per~os sobre este hombre afanoso, de vida jadeante .y 'erra­bunda, cuya valoración se recoge y repite sin examen de un texto a otro, nos faltó sosiego -al llenar un simple come­tido de la So.ciedad de Geografía e Historia- , para empla­zar a sus manes,. encausado con e! reposo requerido y exa­minar e! detalle un cúmulo de hechos e intenciones, en con­junto inarmónicos y a menudo contradictorios. Pero son obli­gadas algunas palabras de síntesis sobre su personalidad.

Acierta bastante Marure, a extemar: "Por lo demás, Barrundia es una de esas cabezas inflamadas que no reparan en dificultades cuando se trata de entablar alguna teoría bri­llante, y que quisieran, de un soplo, mudar e! aspecto polí­tico de su país y apropiarle todas las novedades que han probado bien en otras partes... Es obstinado en su modo de pensar y sus pasiones son vehementes e irascibles .. . " . La Gaceta de Guatemala -desde luego redactada en esa época por el bando opuesto--, anotaba en 1854, sin saber aún la noticia de su muerte: "Esclavo de una idea, cuyo triunfo procura a toda costa, este sentimiento ha llegado a convertirse en él en una especie de monomanía, que le hace contemplar fríamente los dolorosos resultados de sus funestas doctrinas" .

No eran sus doctrinas las funestas, lo era e! espíritu demagógico que las preside, y la obstinada voluntad para im­plantarlas, antes de considerar su adaptación y condicionar al medio sus alcances; de aquí dimanan quizá sus principa­les errores políticos, que sin duda los cometió, y algunos merecen considerarse, siquiera sea por modo ilustrativo, para fijar las características de su temperamento.

Sus ataques al jefe Gálvez rebasan los límites de la cordura, poniendo por encima de los intereses de! pueblo' el triunfo de sus opiniones, su amor propio de polemista y la satisfacción de sus corifeos; sin advertir que fraccionaba a los liberales y asumía una grave responsabilidad en lo que Lorenzo Montúfar llama "e! suicidio del partido". Mas era tan acalorado, que no obstante la aquiescencia de Gálvez,

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quien perdiera un tiempo precioso en discutir personalmente las cuestiones del Estado con un simple ciudadano, olvidó la vieja amistad personal y política y se desentendió de las difíciles circunstancias qu~ enfrentaba el gobierno, al punto que 1a tradicÍón oral y los 'periódicos recogieron de aquél estas afiebradas palabras: "Que si para :;¡cab:;¡r con el jefe ,Gálvez ,y los ' suyos ,hubiera -sido dable arrojar un volcán sobre Guate­mala, no habría dudado en hacerlo un solo' momento". En fin) más pu~e clllpársele por el epílogo de aquella pugná cuando, ' después dé cerrarse él mismo las pue~tas , de ¡Jna recon\=iliatÍón, sin admitir una tregua al menos, agitó hasta la exaterbación al pueblo , e hizo alianza con la facción de la- 'p1ontaña, fav,oreciendo la entrada reaccionaria a la capital, aunqué' él mismo iba a padecer muy luego las consecuencias.

e ; Achácanle . algunos que sólo se gastó en palabras y pre­conizó virtudeS" des'de la tribuna sin probar las suyas en la action; : que es crisol depurador, ni arriesgar su vida en las guerras civiles que con tanto fervor atizaba; se agrega todavía que" repetidamente rehuyó los cargos públiéos y diz que no por modestia -bien hubo _ de gttstarle ser presidente de Ceno troimérica-, sino ' para rehuir responsabilidades. Este juicio debe ser en mucho. atenuado: sU vida estuvo siempre eÍipuesta en fas conmociones en que participara; de hecho fue procesado cuando la conjuración de Belén, perseguido corno antianexio­nls~a' a México; pUdo morir de una herida de bala en la cómico­burle,scá asonada , de ' A,iza y Torres, o bien en la acción de VilIati¡,ieva, cuando ' el jefe Salazar batió a los montañeses y un pariente 'Cle Barrundia quedó de espaldas en el campo de batalla; en peligro estuvo siempre, por su carácter y su atrevida áctitud, bastando como un ejemplo el valiente artículo con que cantó al espirar "El Album Republicano", mientras sus corre­dactores ;eran conducidos a las bóvedas del Castillo.

Eñ la renuncia de ' los empleos habrá tal vez una ost nta­ción de modestia, mucho de consecuencia para su sentir repu­blicano, pues no quería verse forzado a doblegar ante la rea­lidad Sl!S Írrenunciables principios y, si se quiere, la necesidad de "~¡mteqers~ en d,irecto' ,contacto con el pueblo, que era su apóstolado y su arma,- como lo es para cualquier demagogo,

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Más ~rave es la censura de Lorenzo Montúfar, referida a su falta de visión política en el año de 1848, cuando tuvo influencia y pudo mover recursos para oponerse al retorno de Carrera y, algo más grave todavía, cuando no supo orga­nizar una patriótica resistencia al fraccionamiento de la Fede­ración --obra suya-, y casi interviene como inspirador, sin­dicado al menos como redactor del famoso decreto que dió fin a la unidad centroamericana_

Debemos rechazar la idea, extendida por el comentario de un peri6dico norteamericano, de que en 1854 fué a ofrecer la anexión de Honduras a los Estados Unidos de Norte­américa; hemos leído su último discurso -ya la muerte le rondaba- , y no tiene otro defecto que el de la ampulosidad hispanoamericana y su personal grandilocuencia que, natural­mente, podían malinterpretarse por un redactor malicioso; de ahí la frase del Herald de New York, refiriéndose en términos poco amables a la anexión del Estado de Honduras: "El Ge­neral Barrundia y Honduras deben dirigirse al congreso."

El temperamento imprime su sello más profundo y per­sistente de lo que se cree a las actividades pensantes, es un impulso como de acción interna y, cualesquiera que sean las sugestiones exteriores y por abstracta la materia y nueva a nuestro espíritu, sale a recibirlas una predeterminación; no aprendemos sino incorporando ideas a nuestro modo de ser. Pero el fenómeno se exagera en Barrundia, por este camino llega a perder la visión cambiante del mundo social, o lo ve cambiar al influjo de sus personales pasiones, hombre de con~icciones, con el fanatismo político que en las nacientes repúblicas de América siguió el fanatismo religioso, en una proyección de cualidades adquiridas, le hurta la realidad mu­chas veces y, sobre todo, le hace estimar como experiencia o razón, el obligado reflejo de sus opiniones hechas.

La teoría, pues, los principios que acaloradamente susten­taba se condicionaban por su carácter; además, se consideraba un agente de la justicia popular, restaurador de las institu­ciones en todo momento, obligado regenerador de los demás; ergo todos debían aceptar y aun adivinar sus pensamientos, compartir sus aspiraciones; nunca creyó, por ejemplo, que

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un sistema por él ideado para gobernar la república podría fracásar; si fra2ásaba- sería por vicios de los otros qirigentes '~no '- del pueblo que era la deidad intoca~le- y, si ~l caso ' \reñía, como 'producto de las confabulaciones de sus enemigos -ámtrli 'las ' luces del siglo. En otras palabras, satisfec4o. de 'que la constitución fuese obra suya, no habría queridq saber Jamás, en el caso, que el pueblo no era feliz cqn ella; una vez dada la éonstitución al pueblo, éste debía amoldarse a aquélla.

Desde luego no hago la crítica de la constitución, sino ejemplarizo ' los secretos resortes de su carácter. Un ~ombre

. de convicciones cerradas, por amplias y generosas que intrín­' secamente lo sean; no admite réplica . y va a la polémica ' como un misÍonero para evangelizar entre los paganos; en

l'a lucha de ptincipios no dará cuartel, ni a la necesidad misma, que es inconcebible para quienes pretenden - como aquellos discípulos de los ' encidopedistas- , resolver a priori los ' problemas sociales dentro de los cánones de la razón natural. Y para' un carácter tan vehemente como el suyo, el dogma , es un estandarte guerrero y detrás de él se marcha a vencer o morir" sin justipreciar los medios el11.pleados en la 'lid. (63) .

Así ' pugnó por una democracia pura; así se aferró a sus ideas y, fuera de un secreto amor a la notoriedad --<lue es

I , (63) Su pecado, sin embargo, debe enjUIcIarse en este punto dentro de las condiciones generales de la época, tan similar en .todos .los países indoamericanos que pueden aplicarse al juicio las palabras -del historiador argentino Barreda Laos: "La primera (democracia olio 'gárquica y caudillista) fué época de vehementes declamaciones, pa· siones irrefrenables; proyectos de constitución; planeo de gobierno; gran· diosas ilusiones. Todo quedaba decidido en la conciencia de aquellos magníficos soñadores que pretendían imponer sobre la realidad d~ la vida sus utopías e ilusiones; sin otra ayuda que la del propio en· tLlsiasmo, sopló vivificante de almas inquietas, que no sabían vivir para la mezquindad; que fueron grandes y nobles hasta en sus errores .más trascendentales.

"De esa aurora encendida; de esos años de lucha ardorosa y de pujanza; 'de improvisaciohes deslumbradoras y caídas inmediotas; de aspiraciones infinitas; pronunciamientos; sangrientas contiendas, quedan , como despojos, sQbre -el campo de esa lejana historia, los destrozo$ de

. constituciones políticas; ilusiones desechas; la democraci , abrumada

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también cotizable o forma de recompensa entre los hom­bres- , estimamos que albergaba buenas intenciones. Pero, ¿.hasta dónde son éstas dispensables en la vida política?; ¿hasta qué punto la sinceridad con que se patrocina una idea, la fe ciega en sus buenos resultados, dan derecho a imponer aquélla y someter a éstos a la generalidad? Esa es la pregunta ante su máximo pecado de intolerancia. ¿De­bemos condenarlo por falta de previsión, por provocar des­órdenes y alzamientos para sostén de sus convicciones, con deplorable demagogia, ahora que no es fácil seguir con fría mirada el curso que luego tomaron los acontecimientos, en los que él mismo se veía envuelto? Tal la pregunta ante los traspiés achacables a su falta de visión política.

Pero, como un prócer de la independencia de Centro­américa no admite discusión alguna, y acaso sea suficiente este mérito, que es suma de méritos, para perdonarle sus errores y pasarlo a la posteridad con ese continente amargo y altivo con que Demarest lo retrató por última vez en Nueva York, y con aquella frase suya, frase admonitiva para Centroamérica, en los labios: "j Esclavitud perpetua y sin esperanza! Tal es la suerte que nos amenaza, tal es la que excita nuestro clamor continuo, que no dejaremos de exhalar, hasta que la opresión selle nuestros labios y sofoque nuestro espíritu. Una patria libre, será la última voz, la úl­tima palpitación de nuestros corazones".

por dudas inquietantes , y los jirones de los estandartes que en alto levantaron los caudillos llamando a los pueblos a la redención, a una patria prometida que los pobres peregrinos de la vida, a semejanza de los israelitas de los cuarenta años del desierto, sometidos al destino omrlipotente y misterioso, sólo debían contemplar desde la lejana montaña inconmovible."

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PEDRO TOBAR CRUZ

JOSE FRANCISCO CORDOV A

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El 9 de enero de 1856, fallecía en la ciudad de México el Licenciado José Francisco Córdova, guatemalteco ilustre y de discutida trayectoria y quien tuviera destacada actua­ción en la vida política de Guatemala, desde las primeras gestaciones por la Independencia, hasta la caída del partido conservador en 1829.

Muchos de nuestros grandes valores históricos están to­davía en el campo de la discusión; no se ha hecho un estudio definido de la vida política de estos personajes, analizando sus cualidades y errores en el tiempo y el espacio que les tocé actuar, por lo que algunos están colocados en lugares que no les corresponclen y otros no han llegado al sitio que merecen.

Entre las simpáticas figuras y de discutible actuaclOn en nuestra historia patria, se destaca con singulares relieves la de don José Francisco Córdova, más conocido por su me­nuda figura con el nombre de Cordovita. Nació este infati­gable luchador en Guatemala de la Asunción el 4 de octubre de 1786, siendo sus padres, el Doctor don José Antonio Córdova y doña María Luisa González. Desde pequeño ma­nifestó inclinación por los estudios, era de espíritu inquieto, comunicativo con los pobres y más aún con la servidumbre; sufría ante la ignorancia indígena y por el trabajo excesivo y penoso a que se les sujetaba. Sus padres vivían preocupados por estas singulares modalidades del hijo, ya que manifestaba con abierta intención, la esperanza porque algún día Guate­mala debería ser independiente de España. Su vida como su acción, fue una lucha de singularidades, como no menos sin­gulares fueron sus características físicas; era de menudas fac­ciones, de ojos vivos y de mirar inquieto; boca risueña y barbilla puntiaguda, con su cuerpo pequeño y un andar pre­suroso y picadito, tenía un trato afable y un carácter jovial.

Desde la llegada de Bustamante y Guerra a la Capi­tanía General de Guatemala, fue para la familia de Cor­dovita, de zozobra y de temor, por la ojeriza que le fue

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tomando, y e! interés que mantenía por enrolarlo en las conspiraciones, que de cuando en vez aparecían rompiendo la monotonía de la vida colonial.

En 1814, Cordovita contrae matrimonio con Doña María Manuela de! Camino (Doña Manolita), y en 1815, se recibe de Abogado en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Desde la conspiración de Belén en 1813, se le menciona en actividades políticas, tenía cierto ascendiente entre los artesanos y e! . pueblo, y un marcado dominio entre los universitarios por sus ideas sinceras y su actuación franca y decidida.

El 15 de Septiembre de 1821, día de la emancipación política de Centroamérica, se le encuentra de pie en e! salón .de sesiones, haciendo vivas señales 'con 'la mano a Barrundia en los momentos apropiados de la Junta, para que la muche­dumbre responda con su entusiasmo, a los supremos instantes que estaba viviendo un pueblo que nacía a la vida indepen­diente.

Pero esa alegría pronto fue defraudada, vinieron los inte­reses de la política de los oportunistas y luego se fue tejiendo la intriga por la anexión a México; y es cuando Cordovita se ve de cuerpo entero, sus am!gos, sus compañeros de luchas lo dejan solo, muchos se van tras los ofrecimientos de Iturbide. Cordovita de palabra y por escrito les demuestra lo falso de esos ideales, les recuerda que la patria debe ser siempre lo primero.

y su visión profética se cumplió, las instituciones se agi­taron en un desbarajuste social, las arcas nacionales quedaron vacías y dividida la familia centroamericana y un pedazo grande y rico de tierra guatemalteca se pierde para siempre. Pero le cabe a Cordovita, la gloria de redactar e! acta de! 1 Q de julio de 1823, donde se declara la verdadera independencia de las Provincias Unidas del Centro de América; ya no más Mé­jico, ya no más España y ya no más ninguna nación de! mundo dominando a la América Central

Después de estos años viene la incógnita de Cordovita, su actuación en e! partido servil le es censurada, como le son censurados sus consejos a Arce y.a Aycinena, en ésos momen­tos de tragedia para Guatemala; hasta que hace su aparición

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¡OSE FRANCISCO CORDOV A 219

la figura política de Morazán en el escenario de Centroamérica, desterrando a todos los de alt:t ~ ignificación en el partido que caía. En sus memorias está la contestación que diera por las censuras que este cambio motivó. "¿Quién sino sólo Dios podía sondear mi corazón? ¿.Quién sino El, podía leer mis pensa­mientos? Mis compañeros ya no pensaban como yo. La ma­yor parte de ellos, ya no peleaban por amor patrio, sino por intereses personales; por rivalidades de partido, por ideas de odio y de venganza. Mi tocayo Barrundia, ya no era el de los años de la Independencia. Se había vuelto testarudo, obs­tinado, caprichudo. Quería poner en práctica sus teorías al impulso del momento, sin pensar en los resultados. El y yo, ya no nos comprendíamos. Para mí la patria seguía siendo lo primero; mis ideales eran los mismos. Me uní al partido servil; pero al hacerlo, no falté a mis deberes de buen Gua­temalteco. Sacrifiqué algunas de mis propias convicciones, porque creí que así debería hacerlo en el bien de la patria. Se me censuró injustamente. Acaso fuí yo el único que cam­bió de partido? ¿.Acaso no cambiaron casi todos los indepen­dientes a imperialistas? ¿.Acaso no me abandonaron casi todos cuando la patria más nos necesitaba unidos en un solo grupo? ¿Acaso no me dejaron a luchar solo, solo, solo?".

II

Salió Cordovita al destierro, usando un disfraz para no ser reconocido, fue la primera emigración forzada de guate­maltecos; en el Puerto de San José camino hacia México, se dieron cita muchos de los que en años anteriores habían estado en campo contrario, pero allí, ante la desgracia común, el saludo fue: Guatemala para nosotros debe ser siempre lo pri­mero.

En Guatemala quedaba su familia, "pedazos del alma y jirones del corazón", era lo que él llamaba, "su coro de án­geles y su escalerita de oro". Eran siete hijos y su esposa, su inolvidable Manolita. Por algún tiempo estuvo en Yucatán desempeñando un cargo público y después pasó a la capital

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220 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

de México, donde vivía de los recuerdos de su Guatemala y de su familia; allí se juntó con el Doctor Mariano Gálvez, quien con Barrundia había firmado la expatriación del amigo y compañero de ideales. Al morir su esposa se casa con doña María Josefa González y Obregón y forma una nueva familia en tierras mexicanas.

Los últimos años de su vida no fueron del todo felices, jugaba al ajedrez y escribía sus memorias; algunos momentos de dicha pasajera se salpicaban de cuando en vez con la nostal­gia de los recuerdos de la patria ausente. Esto, y los padeci­mientos consiguientes a una larga expatriación, fueron influ­yendo en su carácter y en su modo de vida; "las almas mejor templadas no siempre pueden sobreponerse a la mala suerte y desfallecen y sucumben en la dura prueba de la adversidad":

Usó la ironía con suma facilidad, le encantaba sacar de sus casillas al talentoso sabio Valle, ya hiriéndolo con frases irónicas y en cualquier ocasión, aún en los debates más serios, iba la saeta hiriente de su palabra, a dejar mal parados a los polemistas. ,

Cordovita muere en México el 9 de enero de 1856, y la última palabra que sus labios pronuncian fue para su Guate­mala. En mi vida, decía Cordovita, he tenido tres momentos inolvidables: el 15 de Septiembre de 1821, la salida de las fuerzas de FilÍsola de Guatemala y el trágico y temible mo­mento, cuando tuve que salir de la patria que tanto he amado para no volver jamás. En sus memorias dice: "Quiero olvi­darlo todo, i pero es imposible! Esas escenas se grabaron en mi alma para siempre, y mientras vida tenga tendré que re­cordarlas"_ Los historiadores y estudiosos que han investigado esta vida tan llena de colorido, han estado de acuerdo, que lo más grande de la vida de Cordovita y lo más noble de su corazón, fue el gran amor por su patria Guatemala.·

III

La muerte de tan significativo guatemalteco pasó un poco desapercibida. En la Gaceta de Guatemala NQ 1, Tomo VIlI

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¡OSE FRANCISCO CORDa V A 221

de fecha martes 12 de febrero de 1856, está una nota q1,le ape­nas dice: "FaIlecimiento- Cartas de México recibidas en esta

~ capital por el último correo de Chiapas, anuncian haber f~lIe­cido en aquella ciudad e! día 9 del pasado, D. José Francisco Córdova, guatemalteco que residía en México desde e[ " año 1829. E[ papel importante que representó este Señor en la política del país, desde [a independencia hasta [a época en que se [e expulsó, hace necesario que consagremos un ¡¡rtícu[o algo más extenso que e! presente; [o que hacemo; en qtro nú-

. mero de [a Gaceta". Pero en [a Gaceta de Guatema[a de jueves 28 de febrero

de 1856, aparece e! estudio que se hace sobre Cordovita: "D . José Francisco Córdova (Noticia Biográfica).

"En nuestro número correspondiente a[ 12 de! mes que rige, dimos noticia de! fallecimiento de aquel guatemalteco, tan distinguido por sus talentos y por [a firmeza de su carác­ter, y cuyo nombre figura en primera línea entre [os de aquellos hombres públicos a quienes hicieron notables desde an,tes de [a independencia, [os servicios prestados a [a causa pública y los padecimientos. E[ tiempo y [os sucesos, que , van produciendo tan notables cambios en [a escena política del país trayendo a figurar en ella nuevos actores hacen también que vayamos olvidando poco a poco a aquellos que en é~cas anteriores alcanzaron reputación y celebridad y a quienes ' [as vicisitudes de la revolución han colocado lejos de! teatro donde en otro tiempo representaron un importante;.. o acaso principal papel.

"La persona a quien consagramos estas pocas líneas, a .qu~en han conocido de cerca algunos de [os que hoy viven, y cuyo nombre está unido a sucesos importantes, ha muerto fuera de su país, de donde estaba ausente hacía ya veintisiete años y de donde [o arrojó [a tempestad de la revolución. D. José Francisco Córdova fue uno de los muchos a quienes se condenó a[ destierro en 1829 y uno también de aquéllos ,en quienes ni e! tiempo ni la distancia debilitaron jamás el amor a su patria, Guatemala.

"D. J. F. Córdova nació en esta ciudad e! 4 de octubre de 1786 y fue su padre el Dr. O, José Córdova, uno de los

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médícos más distinguidos de aquel tiempo. Comenzó su ca­rrera sirviendo como meritorio en las oficinas de la renta de tabacos, después fue secretario del Ayuntamiento e hizo sus estudios literarios en esta Universidad, hasta recibirse de Abogado, en el año 1815. Pero ya antes de esa época, Cór­dova se había lanzado a las agitaciones de la vida pública, con el ardor propio de su carácter y de la edad que contaba por entonces. En 1811 había sido preso y procesado por haber manifestado sus ideas en favor de la independencia. En 1821 fue uno de los que contribuyeron más a que tuviera lugar J.quel acontecimiento y posteriot1:1ente en 1823, cuando la Asamblea Nacional Constituyente tomó en consideración los sucesos relativos a la incorporación a México, Córdova redactó, como individuo de la comisión nombrada al efecto, el célebre decreto de 1 ~ de ¡ulio de aquel año, que es la verdadera acta de independencia de Centro América. En 1825, decretada ya la constitución federal y debiendo ser sancionada por el primer Congreso, del cual era D. J. Francisco Córdova uno de los miembros más no:ables e influyentes, pudo comprender desde luego, por su claro talento, los inconvenientes de aquel código político y los expuso con entera franqueza en un largo dic­tamen que redactó y en el cual, a lo que dice el autor de las memorias de Jalapa, «haciendo un análisis de la Constitución, deduce sus faltas, sus inconvenientes, su incompatibilidad en el genio y costumbres de los pueblos de Centro América y lo dispendioso de la organización política en hombres y en . fondos: expone, por otra parte, que el tiempo corrido no es una sanción, ni los pueblos podían aún conocer los males que iba a producirles conservando todavía el entusiasmo de la novedad, fomentada por las aspiraciones e intereses indivi­duales».

"El tiempo y acontecimientos harto dolorosos, vinieron a manifestar la previsión de aquellos hombres políticos, que supieron ver oportunamente en aquella desgraciadísima con­cepción el origen de los males sobre estos Estados y cuyas consecuencias hasta hoy se deploran.

"D. J. Francisco Córdova continuó figurando en las Asambleas y ejerciendo su profesión de abogado, con el eré-

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dito que le proporcionaban su conocimiento de la legislación, su actividad, y más que todo, su notoria integridad y su des­interés. En 1824, fue uno de los redactores del "Indicador", periódico político que alcanzó mucho crédito y en el cual se defendían los principios conservadores o moderados, como entonces se decÍa_

"Encendida en 1827 la guerra civil entre El Salvador y Guatemala, Córdova fue llamado, en agosto de aquel año, a servir una de las secretarías del gobierno del Estado, y dio pruebas de mucha resolución e inteligencia en aquellas difíciles circunstancias. Terminada la lucha, en 1829 y habiendo su­cumbido el partido conservador, Córdova fue uno de los individuos condenados al destierro; y habiendo podido esca­par, por medio de un disfraz, fue a unirse a sus amigos y compañeros de infortunio, qúe habían logrado llegar a las costas de México, haciendo variar de rumbo el buque en ' que se les conducía. Desde entonces, Córdova vivió en aquella Re­pública, favorecido siempre por sus compatriotas y compañeros de adversidad. No obstante esto y sin embargo de que su facilidad para escribir le proporcionaba de vez en cuando al­gunos recursos, éstos no eran suficientes para sostener una familia numerosa, en un país caro. Esto y los padecimientos consiguientes a una larga expatriación, fueron poco a poco influyendo en el carácter y modo de vida de D. J. F. Córdova, que fue en sus últimos años muy desgraciado. Las almas mejor templadas no siempre pueden sobreponerse a la mala suerte y desfallecen y sucumben en la dura prueba de la adver­sidad.

"Para terminar este breve artículo y dar a nuestros lectores cabal idea del carácter y talentos de D. J. F. Córdova, cree­mos lo más a propósito reproducir aquí una página de un escrito, olvidado hoy acaso por la mayor parte de nuestros lectores. Otro guatemalteco, distinguido como Córdova, des­terrado como él, su amigo y compañero hacía muchos años, el Sr. D. Manuel Montúfar, hacía en un interesante opúsculo publicado en México en 1837, el siguiente retrato de la per­sona a quien consagramos estas líneas.

"El carácter de Córdova es un compuesto de contrastes

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:'~, s\ ' s~ formasen. bíet; entre lo físico y lo moral;. la pintUra ', ófrecepa mayor mteres,

"Córdova, con un talento muy feliz, se desprende con díficultad, o más bien no puede renunciar preve~ciones env~je. cidas; hay personas y cosas que jamás obtendrán su respeto; y si gus~a de la comedia, difícilmente podría formarse una ' ilu­sión ~obre la tragedia, y el papel que represent~n algunos hombres públicos así como el idioma que debe emplearse' en las ocasiónes más 'solemnes, excitan una risa que no ha podido ni querido dominar. No Se le crea por esto un sectario de Demócrito ni un profesor de Momo; hay cosas risibles a que rinde un homenaie de respeto con toda la sincerida~ de un corazón sencillo y abierto; sabe guardar un secreto; pero ig­nora el arte de disimular sus opiniones y sentimientos sobre

' fas cosas y las personas; sacrifica a su gusto por la sátira el éxito de un negocio en la tribuna: es tolerante para todas las opiniones contrarias a las suyas y si no se empeña en hacer prosélitos, se contenta con manifestar su pensamiento, aún creyendo que puede recibirse a ridículo, como él recibe al de los otros. '

"Sus preocupaciones nacen de un patriotismo local, o llá­mese provincialismo muy ciego, sus contradicciones se produ­cen de su talento, de su deseo verdadero y puro por una libertad bien entendida que no destruya el orden, prosperidad, ni el modo de ser antiguo, queriendo la realización de esto que le inflamó en deseos desde 1810 por los principios de independencia, libertad e igualdad, y de las dificultades que ha encontrado después en la práctica para acomodar a nuestras circunstancias lo que tanto le lisonjeaba en la teoría y no quisiera obtener a costa de ninguna pérdida, ni aventurar el poco bien presente en cambio de mucho bien futuro; y de aquí provienen sus contradicciones, indudablemente engen­dradas por su localismo, Guatemala es para él lo primero y lo reduce al Estado y a veces a la capital, quisiera que ganase siempre sin perder ni arriesgar nada en sus nuevas adquisi­ciones, el decorun, la influencia, todo lo que tuvo en lo anti­guo, desearía que se conservase; y no da menor importancia en este orden a las puras exterioridades que a lo más subs-

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tancial de los intereses locales. "Su talento iguala en elasticidad a sus sentimientos,

susceptibles de una grande extensión, a veces pegados a un punto muy estrecho; la ceguedad de su amor por Guatemala excede a lo más ciego de un amante joven por el objeto de una primera pasión.

"Este fue 1'1 resorte más poderoso que le movió en la Asamblea y en la secretaría del gobierno del Estado, en una guerra contra Guatemala, sus sen timen tos fueron y debieron ser muy exaltados".

"Córdova se consagra todo entero al servicio público y es desinteresado y puro en su manejo, celoso por el erario y por todo fondo público, e intolerante con sus defraudadores; en este orden no conoce ni parentezco ni amistad. Hay ener­gía y debilidad en su carácter - hay valor y hay timidez- hay audacia y no desprecia siempre los medios de la prudencia. Conserva su alma toda entera en los momentos más crí­ticos y en ellos puede dar atención a los más pequeños objetos. Con las pasiones en borrasca, calla lo que . debe decir, pero no siempre lo que debe Lallar, y todo lo dice con tranquilidad, con entereza, sin omitir lo más pequeño de 10 que· puede defender su causa, u ofender la contraria. Siem­pre ataca de frente, jamás de flanco. Esclavo de sus hábitos, que juzga los mejores, exacto, metódico y prolijo, necesita todas las dotes intelectuales que recibió en la naturaleza para que su rrabajo en el foro y en el gabinete sea, como es, tan fácil como expedito. Cuando escribe como secretario, copia el pensamiento de los hombres, aunque lo pinte con sus colo­res de uso propio; casi siempre difuso, sus rasgos epigramá­ticos son siempre graciosos y agradables. En la rribuna ha probado Córdova más audacia que intriga y la vanidad de no poner estudio en sus discursos, ni parecer afectado en sus frases, ni copiante en la expresión, los priva de un mérito, que no sabría conocerse fuera del tiempo, del lugar y la ocasión en que se pronunciaron. Su análisis es natural, fácil y exacto; su expresión clara, y nunca ambigua; jamás problemática y siempre concluyente en sus felices improvisaciones.

"Este caudal de circunstancias l habrían hecho de Córdova

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· 2.28 PROCE~ES DE LA INDEPENDENCIA

un orador, con más estudio en los clásicos retóricos, con me­iores modelos, con antagonistas más respetables en nuestros c6ngr~sos y con más economía de la sátira, o por mejor decir,

'con menos abuso de ese dcite, que ha cultivado tanto, sin ',sujetarlo a reglas. .

"T al podría bosquejarse e! retrato de Córdova; se ve por él que un diputado de esta clase no podía hacer un pape! insignificante ni subalterno en congresos como los nuestros".

IV

Hay un libro pequeño y que ya es una rareza conse­guirlo, llamado . "Apuntamientos para la historia de la Re­volución de Centro América por F. D. L. San Cristóbal de Chiapas 1829". Es un historial duro de la época que viviera Centroamérica en los años de la independencia hasta la en­trada de Morazán a Guatemala en 1829_ Al final de este Íibro hay unas notas, aclarando algunas citas que en el re­lato ap'arecen dc;spedazando e! régimen liberal de aquellos días.

Es increíble que e! odio y la saña, emponzoñen tanto e! corazón del hombre, cuando se trata de romper los cauces por donde ha corrido la fuerza destructora de! mal y donde ya e! fuego del patriotismo, se requce a inmolar los ideales sustentados en un partido que ayer diera apoyo a la vigencia política en un esfuerzo de estructuración.

Estas notas que ya he mencionado, ~e asegura que son puntos aclaratorios de la mano de Cordovita, y si eso fuera verdad, conmueve ver cómo e! sentimiento de la amistad es destruido por e! odio que queda cuando se ha perdido una par~ida en la política, más cuando analizamos esa nuestra política, tan llena de intereses particulares y que de :de los p.rimeros días de la independencia, se fue incrustando en el modo de ser de tanto políti~o ocasional.

Dice J. D. L. (que aseguran fue un jesuita) "Mientras esas ocurrencias, como e! 18 al 20 de septiembre regresaba de! Barrio de S. Marcos e! Teniente Corone! D. Manuel Montúfar, con la tropa que había estado en e! Tqachula al

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mando del francés José Pierson, En las orillas de Quezal­tenango ofició Montúfar cortés y políticamente al Jefe De­partamental y Municipalidad, pidiendo permiso para pasar por la ciudad, protestando, bajo su palabra de honor, no causar daño alguno, Luego que este oficio se recibió, Soasnabar convocó al pueblo a una junta, que fue compuesta, de Pierson, los oficiales militares, los cívicos y otra multitud de fiebres, y en ella se resolvió contestar cautelosamente a Montúfar y que Pierson saliese con 200 cívicos de infantería y 1,500 de caba­llería a sorprender a Montúfar y derrotado conducirlo preso a Quezaltenango. Esa misma noche, habiendo precedido un gran escándalo por los cívicos, salió Pierson con toda la tropa a situarse al camino real, entre S, Martín y S, Juan Ostun­calco. Pero Montúfar percivió a momento la traición y evitó políticamente el encuentro, tomando el camino para Salcajá por una vereda escusada" (obra mencionada, Pág. 49).

En las notas se aclara este punto, aunque más es para dar algunas características de Pierson, así dice "Pierson como oficial militar al servicio de la federación, estaba destinado al cantón de Soconusco; pero informado el presidente de los vejámenes y robos que cometía en aquella provincia y prin­cipalmente de que estaba de acuerdo con Barrundia y com­prendido en e! plan de revolución que éste tenía para deponer al Señor Arze de la presidencia, se dio orden al teniente corone! D. Manuel Montúfar para que fuese a relevar a Pierson y éste llamado a la corte a contestar los cargos, quien en vez de cumplir aquella orden, desertó de! servicio de la federación y se unió a los facciosos del Estado, Es por esto un reo, El gobierno del Estado lo hizo comandante de sus armas y puesto a la cabeza de la revolución hizo armas contra el gobierno federal. Es también por esto reo. Después de la revolución de Quezaltenango Pierson volvía con la división que estaba a su mando a vengar la muerte de Flores, El pueblo Quezalteco salió a resistir ' su entrada; pero fue derro­tado por Pierson, que entró a sangre y fuego con tal barba­ridad que sin atender a sexos ni edades, mandaba asesinar a cuantos encontraba, Como uno de tantos hechos, se refiere el siguiente sin que puedan negarlo los defensores de Pierson

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230 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

por estar demasiado comprobado. Un infeliz indio vieJo que al entrar Pierson a Salcajá, corrió a esconderse en su propio rancho, llevando consigo cinco hijos tiernos que tenía y tran­cando por dentro la puerta se arrinconó temblando de miedo, como si le hubieran presagiado la suerte que le esperaba. Llega Pierson a ese rancho, da golpes en la puerta y como no la abrieran la manda hechar abajo. Así lo hacen, descubriendo en seguida al infeliz viejo, a quien con sus cinco hijos mandó el monstruo, el bárbaro Pierson a degollar presenciando él mismo la ejecución con toda la serenidad de que era capaz su negra alma. Y hay otros bárbaros como él, que con tanto delito como cometió, quieran decir que fue injusta la muerte que se le dio. Por sólo la deserción la había ya m~recido . Pero murió por traidor, por desertor, por asesino, por faccio­so . . . " 2 (Págs. 183-184 de la obra citada) .

Cuando este libro hace relación de la entrada de Mo­razán a Guatemala en 1829, sobre los destierros y las pri­siones a que sujetaron a tanto ciudadano, pintaron con du­reza estos hechos en la siguiente forma: "A los principales del pueblo encerraron en los más sucios calabozos y no tu­vieron el menor respeto a las canas de los ancianos y muchos de estos y de los jóvenes murieron a fuerza del rigor y malos tratamientos en los caminos y patíbulos. En los juicios en­mudeció la ley y sólo determinan y condenan las pasiones, los vicios y malas voluntades. No se ven ya a los jóvenes en los festivos carros de sus danzas y cantares. El gozo fue desterrado de nuestros corazones; nuestras danzas y bailes se convirtieron en lutos y lamentos. Faltó enteramente la ale­gría de nuestras concurrencias. ¡Hay miserables de nosotros que tan enormemente hemos insitado al Sr. con nuestras faltas! Esta es la causa de la grave tristeza con que vivimos abatidos y de que cuando abrimos los ojos no registramos por todas partes sino tinieblas" (154 de la obra citada).

En las notas que se asegura ' son de Cordovita, está la ampliación en la siguiente forma: "D . Mariano Asturias hombre honrado y de una conducta casi ejemplar murió en la prisión de retención de orina, de resultas de no haberle permitido que saliera de la pieza donde estaba encerrado

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con todos los demás, a evacuar tan grande como natural necesidad. Muchos otros de los que estuvieron al mismo tiempo presos, perdieron en gran parte la salud con motivo ' del mal trato que les daban y de prohibirles toda clase de asistencia de sus casas. Llegó a tal extremo la barbarie e inhumanidad con que trataron a tan ilustres prisioneros que a más de privarles hasta de las comidas y alimentos que les llevaban de sus respectivas casas, buscaron para gobernador de la prisión al hombre más soez y tan indecente como bár· baro para que no desperdiciara ocasión de maltratar e insultar a los presos, hasta buscar quienes entran de la calle para injuriarlos. Domingo Lara es el vil instrumento de que se valieron los fiebres dominantes para esta clase de tormento, tan desconocido en todas las naciones y en todos los sistemas, como propios de la falta de principios e inmoralidad de los liberales centroamericanos. Pero aún hay más. En la cárcel pública pusieron presos a varios sujetos de los más distin­guidos y en cuenta a algunos eclesiásticos y prevendados y en seguida prepararon a los demás presos que había por causas comunes para que asesinaran a los que hemos dicho. Al efecto introdujeron a la cárcel gran porción de aguar­diente y toda clase de armas para la ejecución del proyecto indicado, pero por los mismos presos coechados al efecto, descubrieron. el plan a los interesados entregándoles las armas que les habían introducido. ¡He aquí los mentados liberales! (Pág. 206 de la obra citada).

v En 1823, a[ debatirse [os articulados de la constitución

y donde por primera vez se iban a sentar [as bases de la nacionalidad centroamericana, es admirable contemplar el peno samiento de Cordovita, estructurando con sus ideales todo ese andamiaje que sería el edificio formativo del Estado. Tuvo una amplia visión de lo que pasaría por el idealismo de los legisladores y los años transcurridos, como la verificación de los acontecimientos, demostraron aunque tarde que no se

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había equivocado. Cordovita estuvo siempre al frente de las discusiones, mocionando en todo aquello que fuera de interés nacional.

Al discutirse e! Artículo 6Q que dice: "Habilitamos y confirmamos por ahora a todas las autoridades existentes, civiles, militares y eclesiásticas para que continuen en libre ejercicio de sus respectivos cargos y funciones", Cordovita mocionó, manifestando : "que no había inconveniente en que la nación habilitase a los empleados eclesiásticos. Discursó demostrando, por la temporal concesión de! fuero, por el derecho de retención de bulas, recursos de fuerza ' y demás que persuade la intervención civil en lo eclesiástico".

Al presentarse e! artículo a discusión, "Que todo fun­cionario público, civil, militar o eclesiástico que se rehuse a prestar el juramento debido al Congreso, justificándose pre­viamente que no está física o moralmente impedido para hacerlo, se entienda que en e! hecho mismo ha renunciado su empleo, y se tenga por vacante; debiendo evacuar e! territorio de las Provincias Unidas". En la discusión que este artículo trajera, Córdova manifestó: "que era innecesaria la formación de un proceso al que rehusaba jurar, pues por e! mismo hecho dejaba de pertenecer a la sociedad, y la institución de causa quedaba para los súbditos de la nación".

Al discutirse lo referente al Poder Ejecutivo, en su Ar­tículo 2Q que dice: "Durará este Poder Ejecutivo hasta que se sancione la constitución, pero sus individuos son movibles a voluntad de! Congreso" . El ciudadano José Francisco Cór­dova como individuo de la comisión, dijo contestando al ciudadano Gálvez: "que aunque el reglamento se considerase como una ley, debía no olvidarse que su aprobación era interina y que la Asamblea quedaba en facultad de variarlo . Que la remoción de los individuos de! Poder Ejecutivo sin duda correspondía a la A samblea de que emanaba su nom­bramiento y por ello lo podría hacer siempre y cuando viese que no correspondían a la confianza pública". El Artículo 2Q se presenta así: "No podrá deponer a los Magistrados jueces de sus destinos, si no es por causa legalmente probada y sentenciada, ni suspenderlos, sino mediante acusación leg!ll-

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mente interesada"; en la discusión 'que este artículo trajo y después de algunas enmiendas para aclarar mejor los con· ceptos de este punto, Córdova dice: "que la comisiqn había tenido por regla los decretos que le dieron las cortes españo. las; que no tendría inconveniente en que se le hiciere la adi· ci6n que se proponía".

Cuando se entró a discutir e! Artículo 21, donde ' se dice: "Que e! Ejecutivo ejecutará los reglamentos de policía; y cuidará de facilitar la comunicación interior y exterior". Sobre este temor que da la policía en nuestro medio', .e! ciu· dadano ]. Francisco Córdova dice: "que sin necesidad de ocurrir al ejemplo de la policía secreta establecida en Francia por Bonaparte; y contribuyéndose 'a la historia de nuestro país, bastaba recordar que el presidente Bustamante ' quiso establecer un tribunal de policía, que venía a ser en lo civil algo p:or que la inquisi:ión; que fue necesario una fuerte resistencia de! llamado real acuerdo para impedir la ejecución de tan atroz proyecto, que habría hecho al jefe Bustamante árbitro de nuestras vidas y haciendas; y que si un solo agente subalterno del gobierno español pudo intentar esto a pretesto de policía, mucho más era de temerse de un poder supremo ejecutivo, si en punto tan delicado no se coartaban o marca· ban con toda claridad sus atribuciones". El Artículo 25, siempre sobre el Poder Ejecutivo, decía: "Podrá proponer las reformas que crea convenientes al bien de la nación, no ha· ciéndolo en forma de proyecto de ley, o de decreto", sob're este particular e! ciudadano José Francisco Córdova manifestó "que a todo ciudadano le es dado presentar sus observaciones sobre los defectos de una ley, y la necesidad de su reforma; que expresamente se remite al Poder Ejecutivo, para excitarlo a ello, y porque como encargado de la ejecución de las leyes, palparía más de cerca los inconvenientes que de su cumpli. miento pudiera resultar; los· efectos que produjeran y las reformas de que fuese suceptibles; que en ese sentido se le da la iniciativa de ellas, y que se le prohibía hacerlo en forma de proyecto por las razones apuntadas antes". Al discutirse las condiciones que deberían llenar los individuos para e! Poder Ejecutivo, mociona Córdova, "para ' que se

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derogase igualmente el Decreto de 8 de julio, en la parte que prevenía que sólo pudiesen ser individuos del S. P. E. los nacidos en el territorio de las Provincias Unidas del Centro de América, pidiendo se declarase que podía serlo todo ame­ricano de origen, con cinco años de residencia en las mismas provincias y que se hiciese en el momento. Entonces el ciudadano Barrundia protestó la nulidad de cuanto se obrase, pues se trataba de derogar una ley fundamental, y para ello deberían proceder las mismas formalidades que se observarón al dictarlas". .

Estas incidencias están en "La Tribuna", el diario de' sesiones de la Asamblea Constituyente de Centroamérica en el año de 1823, ahí se ve la palpitación de los sentimientos de los individuos que formaron aquel alto cuerpo y donde la palabra de Córdova, estuvo siempre. al servicio de los intereses sagrados del país; en este pequeño ensayo es muy difícil coger el pensamiento de todos los que actuaron en esas memorables sesiones.

VI

Ampliando más esta vida tan llena de incidentes, tan rica en acontecimientos, doy algunos datos interesantes sobre esta agitada existencia de luchador. Del matrimonio de doña Manolita, nacieron seis niñas y un varón; ellas fueron: "Ma­nuela Jacoba, quien en 1835 se casó con don Manuel La­rrainzar en Chiapas y enviado más tarde como Ministro Plenipotenciario de México ante la Santa Sede. Catalina Josefa, María Luisa, Jesús Olegaria, Petrona Celestina, Cris­tina Concepción, eran los nombres de sus otras hijas; José Antonio el único hijo varón, murió muy joven".

Su segunda esposa se llamó María Josefa González ,y Obregón (viuda de Arteaga); "era una mujer inteligente, de modales exquisitos y buena educación y con su afecto logró que Cordovita olvidara los dolores del pasado. Capítulo triste en este matrimonio fue que sus hijas nunca quisieron a su madrastra, por no poseer títulos de nobleza, la pequeña que

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se quedó de dos años cuando 'Cordovita salió de Guatemala, se contrarió tanto que entró de monja a un convento de España y jamás volvió a ver a su padre; tuvo con esta esposa a Felipe Nery, Agustín, que murió joven y Lola que falleció a los ochenta años".

Cordovita, el Dr. Molina y su tocayo Barrundia opi­naban casi en un todo de acuerdo; se oponían a la anexión a Méjico, "los tres unidos por el amor que igualmente pro­fesaban a su patria, formaron un triunvirato, para defen­derla y luchar por conservar su libertad". Por su modo de ser y por sus luchas por la independencia se hicieron de muchas enemistades entre los llamados "nobles" y aristócra­tas imperialistas, quienes incitaban al pueblo en su contra. "Se valían de las gentes más ignorantes, para que los insul­taran de donde quiera que los encontrasen. Hasta a sus mismas casas iban a insultarles y amenazarles de muerte".

"Una noche que el pueblo recorría las calles con música y tirando cohetes, vitoreando a Iturbide, al pasar por las casas de los tres patriotas, les gritaban insultos y amenazas tales, que los tres tuvieron que acudir al gobierno pidiendo protección para sus familias. Sus vidas peligraban. El pueblo ignorante estaba ciego. Los imperialistas les habían sugestio­nado haciéndoles creer que uniéndose a Iturbide, iban a vivir en la gloria, o cosa por el estilo". "Increible parecía que ese mismo pueblo no hacía tanto que unido a los tres patrio­tas, había pedido a gritos la libertad e independencia de Guatemala. Ahora querían esclavizarla nuevamente. ¡Qué decepción para los patriotas!".

Parece que más tarde lo dejaron solo en la lucha contra la anexión y los salvadoreños que se oponían también como él a la anexión a México, y preferían ponerse bajo el protec­torado de los Estados Unidos del Norte, antes que humi­llarse al imperio de lturbide, eran para Cordovita una ins­piración. "Su proceder le animaba a seguir fiel a sus pro­pósitos". "Si todo ese pueblo, opina como yo, no debo estar muy equivocado, se decía a sí mismo". (Cordovita -Biografía de José Francisco Córdova- Sara Córdova de Rojas) .

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236 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

VII

Preocupación muy honda de la Asamblea Nacional Cons­tituyente de 1823, fue anular el acta del 5 de enero de 1822, por medio de la cual se declaraba la unión de Centro américa a México, para dar en seguida el memorable decreto del 19

de julio de 1823, considerado, como la verdadera acta de independencia de estos países del Istmo; esta acta fue redac­tada por don José Francisco Córdova y es un documento de un alto valor histórico y que todos los centroamericanos nunca debemos olvidar. El decreto dice así:

«Decreto de Independencia absollIta de 'las Provincias de Centro-América.

»Los representantes de las Provincias Unidas del Centro de América congregados a virtud de la convocatoria dada en esta capital a 15 de Septiembre de 1821 y renovada ' el 29 de marzo del corriente año, con el importante objeto de pronunciar sobre la independencia y libertad de los pueblos nuestros comitentes; sobre su recíproca unión: sobre su go­bierno y sobre todos los demás puntos contenidos en lá me­morable Acta del citado 15 de Septiembre que adoptó en­tonces la mayoría de los pueblos de este vasto territorio, ya que se han adherido posteriormente todos los demás que hoy se hallan representados en esta Asambela General.

»Después de examinar en todo detenimiento y madurez que exige la delicadeza y entidad de los objetos con que somos congregados, así la Acta expresada de Septiembre de 21 y la de 5 de enero de 1822, como también el decreto del Gobierno provisorio de esta Provincia de 29 ,de marzo último y todos los documentos concernientes al objeto mismo de nuestra reunión.

»Después de traer a la vista todos los datos necesarios para enviar el estado de la población, riqueza, recursos, si­tuación local, extensión y demás circunstancias de los pueblos que ocupan el territorio antes llamado Reino de Guatemala.

»Habiendo discutido la materia, oído el informe de esas diversas comisiones que han trabajado para acumular y pre­sentar a esta Asamblea todas las luces posibles acerca de los

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puntos indicados: teniendo presente cuanto puede requerirse para el establecimiento de un nuevo Estado y tomando en consideración: »Primero:

»Que la independencia del Gobierno español ha sido y es necesaria en las circunstancias de aquella nación y las dI! toda la América que. era y es justa en sí misma y esencialmente conforme a los derechos sagrados de la naturaleza: que la demostraban imperiosamente las luces del siglo, las necesi. dades del Nuevo Mundo y todos los más caros intereses de los pueblos que lo habitan.

»Que la naturaleza misma resiste la dependencia de esta parte del globo separada por un Océano inmenso de la que fue su metrópoli, y con la cual les es imposible mantener la inmediata y frecuente comunicación, indispensable entre los pueblos que forman un solo Estado.

»Que la experiencia de más de trescientos años manifestó a la América que su felicidad era del todo incompatible con la nulidad a que la reducía la triste condición de colonia de una pequeña parte de la Europa.

»Que la arbitrariedad con que fue gobernada por la na· ción española y la conducta que ésta ofreció constantemente, desde la conquista, excitaron a los pueblos el más ardiente deseo de recobrar sus derechos usurpados.

»Que a impulsos de tan justos sentimientos, todas las provincias de América sacudieron el yugo que las oprimió por espacio de tres siglos: que las que pueblan el antiguo Reino de Guatemala, proclamaron gloriosamente su indepen­dencia en los últimos meses del año de 1821, y que la reso­lución de conservarla y sostenerla es el voto general y uni­forme de todos sus habitantes. ~Segundo:

»Considerando por otra parte que la incorporación de estas provincias al extinguido imperio mexicano, verificada sólo de hecho en fines de 821 y principios de 822, fue una expresión violenta arrancada por medios viciosos e ilegales.

»Que no fue acordada ni pronunciada por órgano ni por medios legítimos; que por esos principios la Representación

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238 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Nacional del Estado Mexicano, jamás la aceptó expresamente, ,ni pudo con derecho aceptarla; y que las providencias que acerca de esta unión dictó y expidió D. Agustín de lturbide, fueron nulas.

»Que la expresada agregación ha sido y es contraria a los intereses y a los derechos sagrados de los pueblos nues­tros comitentes; que es opuesta su voluntad y que en concurso de circunstancias tan poderosas e irresistibles exigen que las provincias del antiguo Reino de Guatemala se constituyan por sí mismas y con separación del Estado Mexicano.

»Nosotros, por tanto, los representantes de dichas pro­vincias, en su nombre, con la autoridad y conforme en todo con sus votos, declaramos solemnemente:

»l<1-Que las expresadas provincias, representadas en esta Asamblea, son libres e independientes de la antigua España, de México y de cualquiera otra potencia, así del antiguo como del nuevo mundo; y que no son ni deben ser el patrimonio de persona ni familia alguna.

»2Q-En consecuencia, son y forman nación Soberana, con derechos y en aptitud de ejercer y celebrar cuantos actos, contratos y funciones ejercen y celebran los otros pueblos libres de la tierra.

»3Q-Que las provincias sobre dichas, representadas en esta Asamblea (y demás que espontáneamente se agreguen de los que componían el antiguo Reino de Guatemala) se llamarán, por ahora sin perjuicio de lo que resuelva en la . Constitución que ha de firmarse: "Provincias Unidas del Centro de América".

»Y mandamos que esta declaratoria, y la acta de nuestra instalación se publiquen con la debida solemnidad en este pueblo de Guatemala y en todos y cada uno de los que se hallan representados en esta Asamblea, que se impriman y circulen: que se comuniquen a las provincias de León, Gra­nada, Costa Rica y Chiapas, y que en la forma y modo, que se acordará oportunamente, se comunique también a los go­biernos de España, de México y de todos los demás Estados independientes de ambas Américas. ,Dado en Guatemala a 1 Q de julio de 1823».

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lOSE FRANCISCO CORDOV A 239

En esta forma he bosquejado a grandes rasgos la figura del Licenciado José Francisco Córdova, es una personalidad tan llena de matices y con una existencia tan azarosa, que en un ensayo como éste, no es posible séguir paso a paso una vida pródiga en incidencias, como tan fuerte en los con­trastes

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MANUEL VALLADARI~S RUBIO

.JOSE MAT'lAS DELGADO

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, ,,'

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ESTADO DE LAS COLONIAS

No hay en la historia hechos del todo aislados: cuando alguno de esta índole se verifica, no tiene importancia en la vida de los pueblos y pasa sin que las gemeraciones adviertan su aparición ni lo señalen como tema de conocimiento; y por el contrario, los hechos graves, los de significación profunda, arraigan en lo pasado, lucen en el instante de su manifestación y marcan para lo porvenir el rastro con que se señalaron.

Los hechos históricos forman armonioso conjunto .y cons­tituyen lógico encadenamiento, eslabónanse conforme leyes ge­nerales y guardan entre sí relaciones íntimas que desentraña la filosofía y pone la crítica de manifiesto. Por eso, al intentar el estudio de un período cualquiera, hay que conocer previa­mente las épocas anteriores, para comprender la manera de su formación y las causas que lo originaron; y asimismo y como consecuencia, preséntase la necesidad de apreciar los tiempos subsiguientes a fin de graduar, por las resultas producidas, 'Ia significación y la importancia del período objeto de la inves­tigación. No surgen los acontecimiento. de manera espontá­nea, sino sobrevienen como efecto de causas anteriores; ni pasan como meteoro que se pierde, sino como sucesos que a su tumo dan origen a otros: son a la vez efecto de lo pasado y causa de lo sobreviniente; última parada de una senda re­corrida y primer paso de un camino que se comienza.

Esta relación señalada en la sucesión cronológica, aparece complicada lateralmente por los hechos de otras naciones; siendo tal la mancomunidad de la especie humana, que los sucesos de un país refléjanse en los de otros y en ocasiones vuelven modificados a su punto de origen a producir nuevos efectos.

Al fijar la atención en los primeros movimientos revo­lucionarios tendientes a desligar de la metrópoli las co­lonias del antiguo Reino de Guatemala, preséntase a la

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mente varias interrogaciones cuya resolución, sin el conoci­miento de aquellos hechos, no pasaría de mera curiosidad, de pasto de la fantasía o de ocupación de la memoria. Las narra­ciones de los primeros conatos de libertad, de los esfuerz06 en que los próceres sacrificaron todo su ser y del acta en que lograron consignar los anhelos de su alma, página~ luminosas son en nuestra historia, pero aparecerían como capírulos suel­tos de una leyenda cuyo principio se ignorara y cuyo desenlace ignoto dejara en suspenso la curiosidad. ¿Qué causas · gene­raron aquel movimiento prístino que se repite a poco en el propio suelo y se manifiesta por todas ' las provincias, un 'día en Granada, otro en la capital del reino y uno después en algún otro punto, como chispas de un incendio inminente, como grito herido que de eco en eco se repite por todo el ámbito de la América Central? ¿Qué razón histórica pudo generar aquellas conspiraciones y qué razón de justicia presidió en los actos cuyo centenario se festeja con tanta pompa y entusiasmo tanto en este año undécimo de la vigésima cen­turia? ¿Qué influencia tuvieron a su vez en los acaecimientos que determinaron la Independencia y qué carácter presentan en sus móviles, medios de ejecución y fines ante el juicio del investigador? ¿Que resultados produjeron, qué bienes o qué males acarrearon a las generaciones que venimos detrás en esta sección del mundo?

La independencia no fue insurrección de las razas autóc­tonas subyugadas: fue la desligadura que la colonia efectuó de la metrópoli. No era la reivindicación tardía de la civilización indígena, sino el anhelo formulado por la civilización colonial de obtener vida propia y de constituir, e en nación libre y soberana. El alma indígena, representante del antiguo poder americano, anulada quedó por tres siglos de dominación, y ni un respiro suyo percíbese en las proezas llevadas a cabo por los independientes. La civilización hispánica lo arrolló t<>do en Centroamérica, y fue la única representante de nuestra na­cionalidad. Tal vez con luchas cruentas y dilatadas como en el Anáhuac o en los Andes, habrían despertado los indios de su sueño secular y habrían engrosado los batallones insurgentes, llevando al campo de batalla la expresión de sus ~:1helos y a

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las leyes de la República naciente algunos rasgos de su fiso­nomía moral. Las muchedumbres indígenas sólo fueron factor numérico en la creación del nuevo país: de la dominación espa­ñola pasaron sin modificación alguna al poder de los criollos; y sin darse en su sopor de siglos cuenta cabal de la transfor­mación efectuada, dejaron de ser vasallos del Rey de Castilla y se convirtieron irrisoriamente en menguados ciudadanos nomi,nales de la federación. La lucha, pues, no fue de las razas contra la nación conquistadora, sino de la Colonia contra la madre patria.

La tel1dencia separatista vino en la sangre misma de los conquistadores y se fomentó con la legislación y régimen de la Colonia. La nación prodigiosa que en ocho siglos de guerra había engendrado legiones de héroes, era la única escogida por providenciales designios para completar el mundo. Terminada la legendaria lucha con los moros y deshecho el último baluarte del Islam, estrecha era España para el espíritu aventurero de sus hijos que se desbordó al través del Atlántico proceloso y llevó a cabo la más sublime hazaña cop que se asombraron los siglos.

Los descubrimientos del Continente, después de la ocupa­ción de Cuba, se fueron realizando más por empresas de osa­dos capitanes, que no por plan metódico de conquista oficial­mente dirigido, ni por meditado principio de colonización llevado a término por los Consejos de la Corona. La aventura, la índole guerrera, el carácter independiente y bravío, la sed insaciable de empresas arriesgadas; tales los móviles de la gran epopeya del siglo de Carlos V, en que los hijos de Pelayo fatigaron con sus proezas a la Fama. Y si en México se subs­trae Cortés de la jurisdicción de Velásquez y en tierra de los Incas sufre menoscabo la obediencia real, vemos en Centro­américa en los propios días de la conquista la rebelión de Cristóbal de Olid y la conjuración de los Contreras: primeros síntomas delatores del punto en que tendrá que flaquear el dominio español.

Los hijos y descendientes de los conquistadores creyeron con razón tener derecho incontestable a los más altos puestos y a las mayores preeminencias en las tierras adquiridas por

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sus antepasados a precio de su sangre; y los pobladores de las apartadas regiones de! Nuevo Mundo aspiraban naturalmente a mayor bienestar que e! disfrutado en sus pueblos de España. El régimen administrativo contrarió a fondo estas dos exigen­cias coloniales; y al hacerlo así, inició gérmenes de descontento y de antagonismo entre peninsulares y criollos. Los capitanes generales, gobernadores, miembros de la audiencia y oficiales reales, intendentes de provincia y alcaldes mayores, obispos y dignidades eclesiásticas, jefes de ejército y empleados de cate­¡,or;a, tedos eran peninsulares agra: iados por reales mercedes; y fuera de los cargos de república, regidurías perpetuas, presi­dencia de los consejos de la ciudad, oficialidad en las milicias, curatos, cátedras universitarias, alferazgos honoríficos, recep­torías de penas de cámara, correos, veedurías y empleos de se­gundo orden a que podían aspirar los criollos, todo lo demás paraba en manos de los españoles. Estos venían por lapsos pasajeros a gozar de las prebendas laicas que importaban los cargos con que los investía la gracia real o la intriga cortesana y en ocasiones no frecuentes sus méritos y carrera; y tornaban por lo regular con las arcas doradas a la tierra nativa sin dejar en América más que e! recuerdo de su paso. Y si como no era insólito, e! empleado español se enlazaba en alguna familia de! país y tomaba vecindad, dejaba a sus hijos en la abatida con­dición de criollos, en quienes fermentaban el disgusto y la desa­zón que producía el simple cotejo entre su estado y el de que disfrutaron sus padres. •

La distancia enorme que se interponía entre la metrópoli y las comarcas de América, aflojaba los lazos de interés que pudiera ligarlos y debilitaba la acción gubernativa en términos de ser a veces imposible su ejercicio. Las noticias se comuni­ca.ban con desesperante lentitud; las peticiones llegaban a la Península con inmensas dificultades y las resoluciones recaídas resultaban en ocasiones ineficaces o ya inútiles y fuera de tiem­po, debido a la tardanza de las comunicaciones.

Esa distancia desmedida daba pábulo a los malos instintos de codiciosos administradores y a las violencias de gobernantes tiránicos. Dios estaba muy alto y el rey muy lejos, para que los lugartenientes no hicieran ley de su capricho. Las de la

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monarquía indiana, bien pensadas en los consejos de la corona, buenas fueron para esrudiarse en las aulas y para apreciarse por la crítica moderna; pero no para ponerse en práctica por presidentes y capitanes generales que las dejaban -escritas y ar­chivadas comunmente y sin aplicación alguna en los vastos dominios sujetos a su jurisdicción.

y qué dominios éstos tan grandes, tan fértiles y ricos! En sus dilatadas regiones y variadas alruras se hallaban los climas todos, desde e! frío glacial de las cordilleras y e! templa­do y fortificante de las mesetas centrales, hasta los ardientes de las tierras cálidas de las costas, y los frutos universales que la naturaleza próvida brinda con profusión en la zona que el trópico determina, desde las mieses que pueden germinar entre el rigor de los hielos, a la jugosa caña donde se acendra la miel que rivaliza con los panales de! Himeto. La asombrosa fecun­didad de las tierras que rinden frutos opimos con e! menor es­fuerzo; el número suficiente de habitantes; la reconocida inteli­gencia de éstos, la aptitud de las poblaciones de indios para los cultivos agrícolas y para las faenas industriales; los recursos que brindan los seculares bosques y las entrañas metalíferas de la tierra; las vías fluviales y la proximidad de ambos océanos, todo ofrecía al reino de Guatemala elementos bastantes para vivir por sí y constituirse en nación independiente que respe­taran todos los pueblos de! mundo y pudiera entrar con honor por la amplia senda de! progreso en e! concierto de la civi­lización.

* * *

fisto por lo que a la vida interior y doméstica de la Colo­nia se refería; que en cuanto a sus relaciones con e! resto de la tierra, los inconvenientes subían de punto al extremo de mat}tener continuo malestar y displicencia perenne. Si la ad­ministración política iba por equivocadas sendas, e! deplorable régimen económico marchaba desatentado y perdido por entre sombras de error y nubes de engaño. Las leyes prohibitivas y

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el monopolio absoluto del comercio, barreras infranqueables fueron para el desenvolvimiento de las riquezas que brinda el trópico y que crea la humana industria. No pudo la agricul­tura enriquecerse con los cultivos a que se dedicaban las co­marcas españolas, porque en el errado concepto de los políticos la competencia arruinaría a España; ni pudo el comercio bus­car sus naturales relaciones, sino encerrarse dentro del férreo círculo de la restricción más insensata con que soñaron los más ofuscados arbitristas de todos los tiempos. Así el terrate­niente americano quedaba sujeto a fijas y circunscritas explo­taciones de sus fundos: el industrial no debería osar nunca a fabricar productos similares a los que España producía, y el comerciante era siervo mercantil, no menos explotado y opri­mido que los de la Edad Media, en el moderno feudalismo comercial ideado por las casas de contratación de Sevilla y por los manufactureros de Cádiz. No eran estas provincias pro­ducto de la expansión incontrastable de un gran pueblo que no pudiendo encerrarse en sus fronteras, se derrama por re­motas playas y sigue siendo esencia de la nación, integridad de su mismo ser y parte de su alma; sino el resultado de la conquista, un pueblo subyugado, un territorio reducido a propie­dad de otro pueblo. ~n vez de lazos dulces de unión entre los hijos de los colonizadores, ya identificados con la tierra en que nacieron, y los habitantes de la Península, costumbres y leyes establecieron antagonismos que a la postre habían de resolverse en el desmoronamiento del imperio colonial de Es­paña. Los dilatados reinos de las Indias no formaban parte integrante de la nación como sus provincias europeas, sino constituían el feudo en que fincaba sus grandezas el altanero señorío español: el vasallaje era absoluto, la dominación com­pleta; la cohesión faltaba y la unidad tendía a disgregarse. Cuando, llegada la hora de la rectificación, las Cortes de Cádiz declararon la igualdad de las colonias y las elevaron a la categoría de provincias del reino, era ya tarde para contener los impulsos de emancipación. El sistema viciado rendía amar­gos frutos: la necesidad de la independencia era perentoria, y sólo faltaba leve causa determinante y una ocasión propicia para manifestarse abiertamente y resolverse en los campos de

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batalla o en las declaraciones solemnes de los pueblos. y la ocasión se presentó y las causas determinantes sobre­

vinieron con toda eficacia. El reino de Guatemala tenía que sacudir el yugo a que había estado sujeto por tres penosas ceno turias: no fue antes la hora, porque no se hallaba desarrollado y con aptitud para la vida de nación libre; pero en los albores del siglo XIX contaba ya con elementos suficientes para vivir por sí mismo y darse leyes propias.

La conflagración general que produjo el tremendo sacudi­miento de Francia, tenía que influir en los destinos de todos los pueblos; las ideas de la revolución se infiltraron en el espí­ritu de las colonias y los resortes de la política jugaron en esta parte del mundo. Inglaterra, que había perdido sus posesio­nes en América y que sintió el influjo del gabinete de Madrid C11 la emancipación d : los Estados del Este, encontró la ocasión de vengar antiguos agravios debilitando el poder colonial y ma­rítimo de España, ligada a los franceses por tratados poco pre­visores; y para quebrantar el poderío español, el oro británico y la política inglesa fomentaron el descontento de América y las naves de Albión estorbaron la represión pronta y enérgica de los primeros conatos de libertad. Los América-Hispanos, que habían visto el ejemplo contagioso de la independencia de los Estados Unidos y que miraban atónitos a la propia Ingla­terra simpatizar con sus anhelos, cobraron confianza y brío, y comprendiendo que su suerte estaba decidida, se lanzaron im­pávidos a la contienda armada y plantearon el problema que debía ser resuelto definitivamente por los azares de la guerra.

Empuñadas las armas y lanzados a lid los insurgentes para conquistar con el esfuerzo de ~u brazo la independencia de la patria, tuvieron el más vigoroso estímulo, el ejemplo más eficaz y la justificación más completa en la propia España que sos­tenía la titánica lucha de su libertad contra el poder formidable de las águilas napoleónicas. Si en la tierra de Pelayo reno­váronse los días grandios03 de Numancia y el heroísmo español rayó a la más sublime altura con que pueblo alguno se puede enorgullecer, y los épicos sitios de Gerona y Zaragoza eclipsaron las proezas más altas de los héroes de la antigüedad y demos­traron a qué punto de gloria y desesperación puede subir

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el patriotismo, tiempos habrían de venir en que los ame­ricanos, que en sus venas llevaban la sangre de aquellos con­quistadores hispánicos ante cuyas lanzas triunfadoras tembló el mundo, fueran dignos también de morir por la independencia y de realizar hazañas tan grandes o más excelsas aún que aquellos hechos con que España hacía volver de su estupor a la Europa domeñada por el corso genial.

y en tanto que la metrópoli invadida y desorganizada hacía esfuerzos por unificar la dirección de su causa hermosa, las provincias de América, sin atinar a qué autoridades cen­trales obdecer y solicitada por opuestos pareceres, daban pá­bulo con sus vacilaciones a las tendencias de emancipación.

En este momento aparece en Centroamérica. el primer indicio precursor de los movimientos que fueron estallando como expresión del sentimiento popular. Toca al noble ayunta­miento de Guatemala el honor de que aparecieran en su seno los prístinos albores de libertad y de que por ello comenzaran sus miembros a padecer la ojeriza de las autoridades superio­res. Venidas las nuevas de la resistencia que mostró España a someterse al poder de José Bonaparte y recibidas las prime­ras ' comunicaciones de la Junta de Regencia, el Ayuntamiento de Guatemala mostró ostensible repugnancia a obdecer a aque­lla autoridad; y en vista de la situación que de la metrópoli les pintó el capitán general, opinaron alcaldes y regidores por que se pusiera el reino en estado de defensa y se introdujera suficiente armamento para repartir entre los ciudadanos. Tan insólita actitud despertó los recelos del capitán general Don Antonio González Mollinedo y Saravia, quien en comunica­ción dirigida el 10 de septiembre de 1810 al Secretario de Gracia y Justicia, denuncia los primeros síntomas alarmantes de rebelión contra España y llama la atención de la Regencia contra el muy noble Ayuntamiento de Santiago y contra el Lic. Don José Ibáñez, fiscal de la Real Audiencia.

En tanto que Saravia advertía tales motivos de alarma, nuevos gérmenes de libertad brotaban en el seno mismo del Ayuntamiento, formado de criollos aristócratas y progresistas. Convocadas las Cortes de la Isla de León y llamados a su seno los diputados de América, el Cabildo municipal discutió los

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puntos a que su representante se ajustara y se formularon las bases sobre las cuales debería hacerse la constitución de la mo­narquía. Tanto Don Antonio .luarros como e! Marqués Don Vicente de Aycinena y Don Antonio Isidro Palomo, presen­taron algunas ideas escritas sobre e! particular, y e! Ayunta­miento acordó pasar estos proyectos a estudio del regidor decano Don José María Peinado, encomendándole la redacción del plan. Peinado era profundo pensador, versado en ciencias po­líticas, abogado de fuste y economista notable, y nadie como él en e! Cabildo para tal comisión. Llenóla de tan cabal manera que las instrucciones al Diputado Larrazabál, pueden conside­rarse como síntesis completa de derecho público y prez envi­diable de su sabio autor. Este trabajo no sólo significa paso avanzado y manifestación clara y patente de la evolución que se operaba en la Colonia, sino que es prueba a contrari de los motivos que ésta tenía para quejarse de! régimen opre­sor que la agobiaba y protesta elocuente contra 103 desmanes sufridos a que tendía a poner remedio eficaz.

La querella de! capitán general Saravia dio por resultado seguro que la Regencia enviara de Gobernador a Guatemala al General Don José de Bustamante y Guerra, cuya energía y rigor se había acreditado en Montevideo con nota de férvido realismo y habían de confirmarse en Guatemala con actos de sangrienta tiranía--y violenta represión. El manifiesto que dio al hacerse cargo de! poder fue una amenazadora advertencia a los criollos y en especial a los patriotas concejales; pero estos últimos, en vez de recibir sumisos las encubiertas amenazas, respondieron con firmeza e! manifiesto, y) loand.o los trabajos de las Cortes, expresaron la íntima satisfacción de que los prin­cipios consignados en las Instrucciones al Doctor Larrazábal hubieran sido aceptadas por la comisión redactadora de la constitución de Cádiz y que e! principio liberal de! Habeas Corpus propuesto por Don Manue! de Llano, Diputado de Guatemala hubiera sido acogido por aquel congreso para afian­zar la seguridad personal.

Estos son los primeros síntomas del malestar de las co­lonias y las primeras vislumbres de los sucesos que darían en tierra con la dominación de Castilla.

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Pronto habrían de estallar de manera precisa y franca, llevando de la región de las ideas al campo de combate la so­lución de los problemas americanos. No más la evolución pacífica, por imposible: las Cortes se asustaron ante la signifi­cación a que aspiraban los dilatados reinos de América, y con fórmulas engañosas de prometida igualdad, pretendieron re­bajarlos con desigualdad humillante. Lo que negaba la justicia española había que conquistarse con la espada. La revolución armada era la resolución del nudo de esclavitud que oprimía al reino; y si la voz elocuente de nuestros oradores no alcanzó la igualdad apetecible y se estrelló ante el número de adver­sarios, los criollos ofendidos proclamarían su libertad con la tonante voz de los cañones. ¿No se otorgaba justicia con la pluma de los legisladores? Pues al campo los héroes a sellar con su sangre las luminosas sendas de la libertad. La revolu­ción se imponía, la revolución era ya un hecho.

LA REVOLUCION DE 1811

Cabe a San Salvador la prez envidiable del primer arran­que impetuoso de libertad. Fue su suelo el palenque inmortal en que por vez primera se desenvainó la espada por nuestra emancipación, y los héroes tutelares de la Independencia son todos hijos suyos. ¿Qué mayor honra para un pueblo que ser cuna de aquellos ínclitos varones que las demás repúb1icas veneran como a padres de la patria? ¿Qué mayor y más bri­llante blasón que haber concebido en sus entrañas próvidas la libertad de Centroamérica? Por eso en el resonante centenario de aquel grito glorioso de libertad que el 5 de noviembre de 1811 tronó en los ámbitos de la indomable Cuscatlán y fue a despertar de su sueño de siglos a los valerosos y desventu­rados caciques muertos al hierro del victorioso T onatiuh, las naciones todas del Istmo de Colón elevan el himno solemne y sonoro del reconocimiento más profundo.

Los pinares de Honduras como arpas eólicas de la natu­raleza, heridos por las auras de libertad, elevan al cielo la canción marcial de los héroes gloriosos; los yertos volcanes de Guatemala, que subliman su cúspide en las nubes y semejan

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atrevidas escalas de titanes rebeldes, parece que levantaran la cresta cana para saludar los primeros e! aparecimiento de! ra­diante sol del centenario; los dormidos lagos de! Sur reflejan en sus cóncavos cristales la placidez de los cielos que parecen son­reír en el día de júbilo, y las hirvientes' olas de ambos' océanos que e! Irazú contempla desde su excelsa cumbre, rompan . en los golfos de perlas y corales [a nieve de sus espumas, como una alfombra de azahares tendida al patrio suelo en la hora feliz de sus nupcias con la libertad.

Parece como que aún flotaran en e! ambiente' caldeado las sombras de los padres de la patria, risueñas de satisfac­ción por sus esfuerzos y al par severas al demandarnos cuenta del tesoro legado por sus virtudes y destruido en nuestras inexpertas y pródigas manos. Debatíase extenuado el reino bajo e! cielo de plomo de la tutela hispánica: ráfagas de tris­teza y desolación soplaban desde la obscura y helada noche de la colonia y un silencio de muerte pesaba sobre el alma de los tridUos: un año tras otro se encadenaban monótona y desesperadamente en la interminable sucesión de tristezas y explotaciones que constituían la mísera existencia de la· capi­tanía general; pero un día el genio de la libertad, que iluminó un momento [a frente del cura de Dolores }' que palpitó sin cesar en el inflamado corazón del rayo de [a guerra que dio vida a las naciones del Ande, nimbó con sus alas lumi­nosas las sienes de un puñado de heroicos paladines, y en recinto apacible de calladas parroquias salvadoreñas sembró e! germen prolífico de la independencia de la América Central.

Al trágico ademán y olímpico gesto de los escogidos la patria se estremeció, abrió [os ojos y se alzó de su postración, como las presas evangélicas arrancadas al dolor y [a muerte por e! milagro de Jesús.

Fórjase la imaginación e! más brillante panorama y con­templa con los ojos de la memoria e[ momento en que a la inspirada voz de los próceres inmortales, surgió [a patria libre y fecunda a [a vida de las naciones modernas, como en los días del Génesis brotó e! mundo de! caos a [a voz del Om­nipotente. _ _ __ ~.J

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254 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

* * *

(.Dé quién partlO la ' iniciativa en la conspiraaon de San , Salvador? ¿Qué cerebro concibió la idea y en qué pecho nació

el primitivo impulso? ¿.Quién fue el convocador de todos los demás, quién acudió el primero y quién fue el último en c-ompletar el grupo venerado de los próceres?

Apenas ha transcurrido un siglo, que es momento fugaz en la vida de un pueblo, y ya no podemos contestar a tales interrogaciones que espontáneamente formula nuestra natural curiosidád. La incuria tropical sin duda ha dejado que el tiempo tienda sobre áquellos sucesos de ayer el velo tupido 'de indescifrable rnisterio. Jamás se publicaron los procesos seguidos a los primeros próceres y no se sabe aún cm dónde paran las actuaciones seguidas en San Salvador y en la capi. tal. Nadie ha desempolvado los archivos de la capitanía, ni se ha tomado el empeño de revolver los legajos de la Au­diencia, ni ha descubierto la huella de las causas en los ana­

' quel'~s y catálogos del Archivo de Indias. " LO que se ha perdido en exactitud histórica se gana en

interés legendario; lo que se echa de menos en los libros se encuentra poético y embellecido en la tradición popular. La crítica, que mata la leyenda, no puede discernir en el grupo de patriarcas el preciso lugar de cada uno; la imaginación se los figura , unidos y compactos, y en la conciencia de la . nación aparecen como el símbolo indivisible y augusto de la libertad. '

Dos puntos singulares solicitan la atención observadora en aquella conspiración salvadoreña. Todos eran personas de viso, bien acomodadas de bienes de fortuna e influyentes por su posición social y personales prendas; y casi todos estaban

' ligados por vínculos cercanos de parentesco. , Las familias de los Delgados, los Arces, los Laras, los "f\guilares, los Aranzamendis y los Fagoagas, poseedoras eran de bienes cuantiosos en tierras y comercios durante la Colo­nia . . Bienquistas por sus apacibles costumbres y sentimientos benéficos; rodeadas de los respetos que les ministraba, ya la

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deséendencia de oficiales reales, de alcaldes mayores o de sujetos de distinción venidos de España, ya sus vínculos de parentesco con familias pudientes o sus relaciones con personajes de la Corte: con todos los prestigios de los puestos de honor 'que las leyes de Indias permitían a [os criollos y con todas las comodidades de su posición pecuniaria, mucho arriesgaban y nada ganarían en su personal utilidad al rebelarse contra el fuerte poderío español; de suerte que sus labotes y deseos presentan los rasgos de la mayor abnegación, y hacen aparecer sus nombres con la fúlgida aureola del verdadero y más des­interesado patriotismo.

Sus antecedentes demuestran su alteza de miras: su acti­tud; el amor a la libertad. No iban en camino de medros personales; marchaban en pos del ideal soñado de la patria.

Sus relaciones de parentesco y el carácter sacerdotal de muchos de ellos revelan la lealtad que se guardarían y la rectitud' de sus propósitos: no formarían conciliábulo por intereses mezquinos; laborarían por honrosas y altas empre as .

APARECE EL DOCTOR DELGAdO'

Las dos figuras más salientes de entre el grupo de pró­ceres del año de 1811 son el Doctor Don J. MatÍas Delgado y Don Manuel José de Arce. Este representa la audacia de la acción, la fogosa inquietud juvenil y el brazo. fuerte del movimiento libertador: aquél la serena visión de los resul­tados, la experiencia' madura del cálculo y la sabiduría del consejo; y si en ambos aparece la concepción del plan y el anhelo acorde por la independencia, en cambio ' del tesón perseverante de que Arce dio prueba _ continua, Delgado aportó la cooperación más decisiva en esta sucrte ele empresa5, la popularidad. J.. .

¿De dónde preccdía el aplauso y unanune aceptación con que cont3b3? Oc su : al:os merecimientos, prend3s per­sonales y elevada posición.

El 24 de febrero de 1767 vino al mundo en la ciudad de San Salvador el hijo del caballero Don Pedro Delgado,

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256 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

oriundo de Panamá, y de la distinguida señora Doña María Ana de. León natural de aquella ciudad del antiguo reino de Guatemala. Recibió la primera instrucción en el hogar paterno en donde contempló ejemplos de austeridad y recato; y cuando su despier:ta inteligencia requería campo más dila­tado que el de las escuelas provincianas, pasó a la capital del reino y obtuvo pronta admisión en el Colegio Seminario con beca fundada por el gran Arzobispo Don Cayetano Francos y Monroy, apoyo de la juventud y áurea columna de la Iglesia de Guatemala.

Seguidos con notable provecho los estudios filosóficos . y de humanidades, ciñó a su frente el primer lauro acadé·

mico en edad temprana optando al grado en Filosofía con toda lucidez; y prosiguiendo amplios estudios de derecho, alcanzó la borla doctoral in utroque ¡ur;, y puesto prominente en el dáustro universitario, en donde, a pesar de sus pocos años, desempeño con brillantez la cátedra de Teología moral. Pudo lucir en la sociedad y el Foro merced a su claro talento, porte distinguido y conocimientos profundos; pero una voca­ción firme como todos sus actos y arraigada como todas sus convicciones, le hizo abrazar con vívido ardor la carrera eclesiástica.

No fue su sacerdocio el rutinario y usual en las familias coloniales que siempre trataban de contar en su seno con algún miembro de cogulla; sino el apostolado nacido de las más ardientes aspiraciones del alma, radicado en lo hondo del corazón, probado y aquilatado en la adolescencia y cono· templado como punto terminal de la vida terrena. Su mi­nisterio fue digno de la alta misión espiritual a que se dedicó y estrictamente ceñido a los solemnes votos expresados al pie del altar. En Guatemala figuró entre lo selecto del clero y en San Salvador, curato que obtuvo por oposición, alcanzó lineamientos y contornos de verdadero patriarca, ya en la parroquia de su ciudad nativa ya en el cargo de vicario pro­vincial. Constante modelo de virtudes sacerdotales fue su vida y espejo nunca empañado de pureza. Este es rasgo dis­tintivo del eminente prócer americano.

Su virtuosa madre, dechado de honestidad, sentíase ano-

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nadada ante e! favor divino que concedió a su hijo dilecto una alma diáfana y pura como e! cristal; el Rector de! Seminario Doctor Buenaventura de Rojas alababa calurosamente la con­ducta privada del escolar; los Arzobispos Francos y Monroy y Villegas le apreciaron y honraron por sus virtudes; los his­toriadores patrios reconocen su conducta moral a toda prueba (1) ,

las autoridades admiraron los hábitos irreprensibles de est~ hombre singular(2) y en las Cortes españolas resonó su ncmbre como e! del eclesiástico adornado de más sólidas virtudes. (3)

Desprendido de bienes terrenales, pródigo de los suyos propios en favor de los pobres: amable con los humildes y digno con los poderosos: benéfico en grado sumo y servicial en todos sentidos; dedicado con fervor a sus ministerios parro­quiales, bondadoso en su trato, elocuente y vivo en la palabra arrebatadora; simpático en la figura, de porte elegante y fisono­mía dulce. Delgado fue fácilmente el ídolo de su pueblo y \ obtuvo la más incontestable popularidad. Así fue ~omo al estaIlar la revolución inmortal del 5 de noviembre de 1811, las muchedumbres le siguieron sin vacilación y todos abraza­ron como buena, causa patrocinada y movida por tan emi­nente personaje.

HaIlábase rodeado el prócer de sus primos hermanos los tres presbíteros Aguilares, Don Nicolás, Don Manue! y Don Vicente, y Don Bernardo de Arce y León; de sus hermanos Don Miguel y Don Juan, de sus sobrinos Don Manuel José de Arce, Don Mariano y Don Domingo Antonio de Lara y Don Juan Aranzamendi y de amigos como Don Juan Ma­nuel Rodríguez, Pablo Castillo y Carlos Fajardo: tenía co­nexiones con los demás curas de las provincias y con personas de su posición en las poblaciones de mayor importancia, y contaba con sus prestigios y popularidad, y sobre todo con la razón y justicia que abonaban la alta empresa.

Las principales poblaciones de! reino fueron invitadas

(1) M07ltú¡ar, Manuel: Memorias de Jalapa; Merrure pág. 129 , Tomo 1: Lorenzo Montú¡ar, Reseñet Históricet, pág_ 16, Tomo H,

(2) Peinetdo: Comunicación a las Cortes. (3) Letrretzaba/: Sesión de 20 de marzo de 1813 ,

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para secundar la revolución; pero sin aguardar a que las extensas ramificaciones se consolidaran y tuvieran organiza­ción formal, los patriotas lanzaron el grito de insurrección: asaltaron la sala de armas, apoderáronse incontinenti de tres mil fusiles, llegados poco antes a los depósitos; ocuparon los fondos de las cajas reales: depusieron al intendente de la provincia Don Antonio Gutiérre~ de Ulloa y cambiaron a la mayor parte de los empleados españoles. El entusiasmo era inmenso, grande la actividad y firme e! tesón de los sal­vadoreños: la voz de libertad resonó en Zacatecoluca bajo la hábil dirección y acendrado patriotismo de! Cura Don Mariano de Lara y Aguilar, y encontró eco de simpatía en Metapán, Usulután y Chalatenango, que se alzaron contra los autoridades, secundando el sacudimiento de San Salva­dor. Pero los ricos partidos de San Miguel, Santa Ana y San Vicente no sólo no se adhirieron a la revolución, sino que se pusieron en armas para combatirla y verificaron a~os ostensibles de sumisión a España y de obediencia al capitán general. (4)

Este, el tremendo Brigadier Bustamante, al tener noticia~ de la conmoción popular, quiso ahogarla en sangre; pero la intervención del ayuntamiento de Guatemala impidió actos de crueldad y' enderezó la pacificación por caminos de tem­plada energía y prudencia. El Corone! Dr. Don José de Aycinena, llegó a San Salvador el 3 de diciembre, i~vestido de plenos poderes del Capitán General con el carácter de intendente y jefe militar de la provincia: El Dr. Don José María Peinado le acompañó por comisión del Ayuntamiento de Guatemala, y Fr. Mariano Vidaurre y varios misioneros llegaron a predicar contra la revolución, enviados por el Arzobispo Don Fr. Ramón Casaus cuyo fervor españolista era notorio desde México.

Trató Aycinena con benignidad a los insurgentes, y aún informó en su favor para que alcanzaran amplia am­

, nistía, ' logrando así una pacificación pronta y obteniendo sim­patías y respetos por todas partes. Nombrado Consejero

(4) Gaceta de Guatemala, Nos. 251 a 255.

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de Indias en 7 de febrero de 1812, pasó a España a tomar posesión de su ministerio en el cual ---dicho sea de paso-­se . empeñó afanosamente por el bien de la Colonia y pros­peridad de los criollos. Después de mayo, dejó en San Sal­vador en sustitución suya al Sr. Don José María Peinado, personaje de la más alta distinción por sus conocimientos profundos, quien con sabia política de conciliadora toleran­cia, continuó la obra pacificadora de Aycinena y se captó la voluntad de la provincia. Tanto fue así y tales sus maneras insinuantes, que el Dr. Delgado ya libre de toda persecución por su carácter sacerdotal y por la benignidad de los comi­sionados de Guatemala, se inclinó al reconocimiento de la monarquía constitucional, esperanzado en que el régimen de­cretado por las Cortes produciría el bienestar de las comarcas americanas. Por eso en los días 8 y 9 de octubre de 1812 en que se juró en San Salvador la constitución liberal de Cádiz, el Padre Delgado tomó en ella parte principal, pro­nunciando notable oración que el intendente reputó como acabado modelo de elocuencia.

A pesar de las halagüeñas esperanzas que prometía la constitución española, el bienestar soñado no llegaba nunca, ya fuera por las restricciones que encerraba el nuevo código político o ya por la administración dura y llena de severidad de las autoridades coloniales. Estas desplegaron lujo de rigor contra los insurgentes de Nicaragua, principalmente contra los granadinos, quienes movidos del ejemplo de San Salvador y relacionados con los próceres cuscatlecos, habían intentado sacudir el yugo español a poco de la revolución salvadoreña de noviembre.

Por tales motivos, el Padre Don Nicolás Aguilar cura a la sazón de Mexicanos, llamó a su estancia parroquial por súplica de Arce a todos los autores de la anterior conspiración, con el fin de preparar otro levantamiento. En estos nuevos trabajos convinieron, además de los Laras, Aguilares, Arces, Rodríguez y Aranzamendis, Don Leandro Fagoaga, el Dr. Don Santiago Celis, cuyo fin lastimoso se recuerda con pia­dosa tristeza y Don Juan de Dios Mayorga, que después de figurar con ventaja en la república tuvo fin no menos trágico.

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260 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA , (

Es de presumir fundadamente que el Dr. Don Matías Del­gado fuera motor también en la revuelta de 24 de enero de 1814; pero no habiendo dejado huella alguna de su coopera­ción, no pudieron inflingírsele los tormentos de que fueron víctimas aquellos patricios, y no resultó contra él probanza convincente de complicidad; pero como las autoridades pre­sumieron que no era ajeno a aquellas conmociones, aunque se libró de la prisión, tuvo que permanecer en Guatemala vigilado como medida de cautela acordada contra él.

Jurada por el tornátil Fernando VII en 1820 la consti­tución liberal que había roto al volver de la prisión de Va­lencay entró el Padre Delgado a figurar en puesto eminente como individuo de la Junta Provincial. Aquí labora de ma­nera decisiva en los actos que condujeron a la proclamación de Independencia el 15 de Septiembre de 1821. Aquí también como en San Salvador, ocurre la particularidad de ser inde­pendientes fervorosos muchos clérigos de la más alta jerar­quía, quienes como nuncios felices de libertad, se pronun­ciaron por la emancipación en la presencia misma del metro­politano, el monárquico Fr. Ramón Casaus. El Deán Dr. Don Antonio García Redondo; el Canónigo Dr. Don José María de Castilla; el Penitenciario Dr. Don Antonio Larrá­zábal; el Canónigo honorario Don Manuel Antonio de Molina y Cañas; e! provincial de los franciscanos Fr. Don José Antonio Taboada; e! prelado de los recoletos Fr. Mariano Pérez; el Pbro. Marqués Dr. Don Juan José de Aycinena; el Dr. Don Simeón Cañas y ViIlacorta; el Dr. Don Angel María Candina... i cuántos y tan ilustres sacerdotes estuvie­ron al lado del prócer Ealvadoreño en el palacio de los Capi­tanes Generales el dia inmortal de nuestra independencia! i Cómo debió de refulgir en aquella reunión de notables, la figura hermosa de! Padre De!gado, cuyas sienes coronaba el lauro floreciente plantado por la libertad del año de 11 en la tierra indomable de Lempira!

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DELGADO Y EL IMPERIO

La importancia de! prócer se hizo sentir muy pronto en la marcha de los acontecimientos. Sobrevinieron los ocasionados por los resabios absolutistas de Barriere; y la Junta de Go­bierno, llamada Junta Provisional Consultiva, nombra en 9 de octubre a su miembro, e! Dr. De!gado, intendente de San Sal­vador con omnímodas facultades; tal era el concepto merecido por el patriota, en cuyo prudente arbitrio se libraba la pacifi­cación de la provincia. El resultado correspondió a la confian­za: e! nuevo intendente separó de su empleo a Barriere, puso en inmediata libertad a los ciudadanos a quienes éste apresó por su exaltado civismo; aquietó los' ánimos hostiles; unió las voluntades, depuró a los empleádos sospechosos, instaló la junta económica consultiva y disolvió el batallón de volunta­rios realistas con que se habían ahogado los impulsos de la libertad.

Presidía la Junta de Gobierno de la Provincia, cuando llegó a los Ayuntamientos la nota de! Jefe Político y Capitán General excitando a la anexión a México y provocando la declaración y votación de cada. uno de los municipios. La im­presión causada en la Junta, que contaba en su seno patriotas de la talla de Arce, Delgado y Rodríguez, fue de airada indignación: unánimemente se acordó rechazar al Exmo. Sr. Capitán General su · referido oficio, como contrario abierta­mente al pacto y juramento con que se convinieron los pueblos al dejar el antiguo gobierno español, al entrar en su indepen­dencia, al reconocer provisionalmente al gobierno que debía regirles y el único órgano que debía formar la constitución y ley fundamental, y también por las funestas consecuencias que podía producir. (5)

La Junta de Provincia dirigió dos oficios, uno al Capitán General Gaínza y otro a la Junta de Gobierno de Guatemala, en que manifestaba claramente su oposición irrestricta a los proyectos de incorporación a México. La Junta exprimía que como en los pactos las condiciones ligan mutuamente a las

(5) Actas de la Junta, publicadas por la Revista "Próceres". .

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partes que los estipulan, es de eterna verdad que cuando el gobierno rompe e! que lo une con los pueblos, pone a éstos en estado de no reconocerlo y de constituir otras autoridades que los dirijan.

"Aunque expresado con timidez, he aquí e! derecho de insurrección proclamado frente a frente de! tirano". (6)

La insinuación encerraba consejo saludable para quien no estuviera decidido a arrostrar las consecuencias, cualesquiera que fuesen, y era la forma suave en que se entreveía la firme resolución de resistir.

El Salvador dio prueba de energía, de amor por la libertad y de patriótica altivez, y pasan a' la admiración de los hombres las proezas llevadas a cabo por los hijos predilectos de esta hermosa sección de Centroamérica.

Al punto se apercibieron a la lucha, improvisando los aprestos de guerra, Delgado fue entonces caudillo glorioso del pueblo: con su voz elocuente inflamada de patriótico ardor, levantó los espíritus y animó los corazones, resolvió a los tibios, convenció a los difidentes y encendió e! valor de los reclutas que en un día se hicieron soldados de esfuerzo; su actividad fue pasmosa, sus decisiones acertadas, exactas sus órdenes, imperturbable su serenidad, inquebrantable su firmeza.

El choque fue ineludible, y e! paladín bizarro ql;1e desde e! primer día en que alboreó la independencia figura como es· forzado heraldo de libertad, volvió su espada victoriosa sobre los sostenedores de lturbide: el triunfo de Arce en "El Espi. nal" ilustra el nombre de! vencedor y es el bautismo de san· gre de la república.

Estaban frente a frente dos sistemas; disputábanse el dominio dos ideas antagónicas, pugnaban los intentos de im· perialismo con las aspiraciones de libertad. La lucha contra la anexión no eS una de tantas estériles contiendas como han enrojecido nuestros campos de batalla, sino la expresión de un noble sentimiento, la autonomía, e! triunfo de una insti· tución, la república, y e! grito del alma americana contra las violencias de la fuerza. La resistencia de San Salvador no

(6) LUlla, Dr. Alberto : Historia Patria.

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tiene tan sólo la simpatía de un pueblo que se defiende, sino la audacia grandiosa de un puñado de hombres que desquician un sistema: en la lucha quedó herido de muerte el Imperio: su caída era inevitable; San Salvador enseñó cómo se desmo­ronaba la gloria de lturoide, en qué ominosos fundamentos de violencia estribaba el trono y de qué fácil manera vendría a tierra la corona azteca, y se desgarraría el manto imperiaL

La figura del Dr. Delgado se engrandece en esa lucha heroica; su valor moral resalta como el de un legislador de los buenos tiempos de Grecia y su patriotismo es lábaro in­mortal que guía al pueblo a la victoria espléndida o al más honroso fracaso. Porque hay vencimientos más enaltecedores que el triunfo mismo: de esos fue el de San Salvador.

La resistencia no era posible ante la superioridad de las armas imperiales, pero el reto había bastado para que el alma nacional dudara de la justicia del Imperio; la lucha hizo bre­cha en el sistema, y la capitulación hizo aparecer a los ven­cidos con la simpática aureola de víctimas sacrificadas por la opresión y la violencia. '

Entonces, cuando ya no fue posible salvar el terruño, de­fendido con un valor de que no se tenía idea, (7) apeló Delgado a las artes de la diplomacia y a las lides de gabinete en que se forjan los tratados y convenciones. Quizás en estas labores, como en otras análogas que años después llevó a término su nombre no tiene la magnificencia que solía, pero en cambio se advierte en el patriota insigne el más vehemente amor al suelo natal, en uyo obsequio no duda en sacrificar sus perso­nales prestigios y :l aura de grandeza que rodea su nombre.

En esta época empieza a manifestarse claramente y en documentos escritos la cuestión de la mitra salvadoreña para el Dr. Delgado; y es de tal importancia este negocio, que le dedicaremos después atención especial.

Como las rosas de Malherbe, la vida del Imperio duró sólo la luz de una mañana: los efimeros triunfos de Iturbide brillaron como fugas relámpago y apenas ocupado San Sal­vador por el lugarteniente Filísola, sale éste de la tierra con-

(7) Fi/ísola : Parte oficial de 8 de febrero 23.

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quistada porque e! emperador ha caído de! trono. Entonces surge luminoso de entre las ruinas de la catás­

trofe e! triunfo moral de los vencidos. Los que combatieron por la convocatoria de un congreso nacional vieron la reali­zación de sus afanes por e! mismo general que los había sojuz­gado: Filísola, e! soldado del Imperio, que había obrado con la ciega obediencia de la disciplina militar, abre los ojos a la luz de la justicia y en día memorable convoca el congreso nacional y reconoce con ese acto la autonomía de Centro­américa.

El nombre de Delgado se registra en la historia Íntima­mente unido al de este congreso de perturbable recordación. Instalado e! 24 de junio bajo la presidencia del prócer salva­doreño emitió el 1 Q de julio siguiente el decreto, complemen­tario del acta de 15 de Septiembre de 1821, en que se declara: "Que las provincias de que se componía el reino de Guatemala son libres e independientes de la antigua España, de México y de cualquiera otra potencia, así de! antiguo como del nuevo mundo; y que no son ni deben ser el patrimonio de persona ni familia alguna".

Grave error fue sin duda la adopción de los principios que informan la constitución americana: el tiempo vino tristemente a confirmar los funestos vaticinios de los unitarios. La seduc­ción de hermosas teorías y el prurito de contrarrestar el influjo de la capital, fueron principales factores de la forma federa­tiva; pero aparte de ello, y juzgando el conjunto de las leyes emitidas, la historia hace justicia a aquel congreso, el más nu­meroso, ilustre y acreditado que jamás tuvo la nación. (8)

La forma representativa de la república y la detallada división de los poderes; la absoluta igualdad de los ciudadanos ante la ley; la más amplia libertad de imprenta que haya habido en la América Central, la tolerancia religiosa y la abo­lición de la esclavitud, obra fueron de esta asamblea y por sí sola bastaría para acreditarla ante el mundo. Se organizó la hacienda y se procuró fomentarla por medio de empréstitos, contribuciones y reglamentos de aduanas; se apoyó el comercio

(8) MaTUTe.

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y se proveyó a su ensanche con franquicias de todo género, con aranceles apropiados y con leyes liberales para la más amplia inmigración; se establecieron relaciones internacionales con Europa y América y se convocó el Congreso de Panamá para dar forma al sueño de Bolívar; se atendió con especial esmero la idea de la apertura del Canal de Nicaragua que haría de la América Central el emporio del mundo y se veló con solícito cuidado por cuanto al engrandecimiento y felicidad de la patria se refería.

{.Qué honra mayor para el Dr. Delgado que presidir cuer­po tan augusto, formar parte de muchas comisiones, presentar varias iniciativas y comunicar inspiración y vida al más ilustre congreso de nuestra patria ?

DELGADO Y LA MITRA DE SAN SALVADOR

Hay actos en la vida pública de los hombres, juzgados de tan diversas maneras por sus contemporáneos, que cuesta tra­bajo a la posteridad el darse cuenta exacta de ellos y tiene la historia que escudriñar los móviles, depurar los hechos y aquilatar las opiniones adversas y favorables para pronunciar el veredicto que corresponde.

El fervor con que se sostienen algunas causas hace dudar de si obedece a sincero entusiasmo o si es la forma engañosa con que para ofuscar la razón se procura mover el sentimiento; y el odio que informa ciertos escritos al anatematizar alguna doctrina o atacar a determinados personajes, prepara desfavo­rablemente el ánimo y previene el juicio del espectador im­parcial o del lector tranquilo. Ocasiones hay - y son harto frecuentes- , en que la polémica lleva a extremos que rechaza el raciocinio, y casos numerosos preséntanse en que, mientras más se controvierte un tema, menos cerca queda de la verdad, produciendo la discusión, en vez de radiosa luz de concordia un caos abrumador de opuestos pareceres. En veces semejantes las contiendas se envenenan, las palabras hieren, los escritos desgarran, el comedimiento desaparece y la pasión violenta y ensañada triunfa de la razón. Recójase entonces el juicio, ,

,

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266 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

apártese el anhelo de llegar a la certeza por entre tales y tan desordenados laberintos, y espérese el descenso de la hirviente marejada de pasiones, para que tras meditación fructuosa luzca la verdad, se disipen las sombras y se afiance el convencimiento. Tal debe hacer el escritor con las tendencias antagónicas que solicitan su pensamiento cuando el ardor de las disputa~ caldea el estado en que se debaten cuestiones poüticas. La serenidad del alma vendría al templarse el fervor de los partidos: y cuando los rencores se hayan apagado y el tiempo ejerza su benéfico influjo, podrá formarse un criterio sólido y profe­rirse fallo definitivo.

Pocos hechos de la historia contemporánea de la Amé­rica Central han sido tan fecundos en consecuencias diferentes como lo fue la erefción de la Diócesis de San Salvador en los albores de nuestra autonomía, y pocos, como aquel suceso, han sido juzgados de manera tan varia, imputados a tan dis­tintos móviles y sostenidos en tonos tan diversos y con argu­mentos tan múltiples y autorizados. Van transcurridas ya casi nueve décadas y todavía se repite inconscientemente que la erección de la mitra nació de fa ambición de un clérigo, como si a pesar del transcurso del tiempo los argumentos de los im­pugnadores de entonces renacieron cual fénix de entre las ce­nizas qUe dejaron las candentes disputas del año 24.

Pero si miramos sin prevención tal episodio, hallaremos motivos de derecho, razones históricas y fundamentos polí­ticos antes que la decantada ambición atribuida como causa única al Padre de la independencia Dr. Don MatÍas Delgado.

Para la mayor claridad de esta aserción y para comprobar la exactitud de los tres puntos que dejamos señalados como causas fundamentales de la creación de la diócesis salvadoreña, fijaremos la atención en cada uno de ellos, siquiera sea some-

, ramente para no incurrir en difusión farragosa . Sin traer a cuenta la razón jerárquica de los obispados y

la formalidad de su organización desde los primeros tiempos del cristianismo, así como las decisiones conciliares que a ellas se refieren, por ser esa tarea inacabable y no necesaria al pro­póSito, recordemos 4nicamente que en España, cuyas leyes dieron vida a las Colonias de América, fueron creación del

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poder real, secundado por el eclesiástico, según el proceso de la reconquista y conforme lo reclamaban las necesidades de los cristianos sustraídos al imperio musulmán y la extensión de los reinos rescatados de la media luna.

El patronato real en España era amplio y firme, muy más que en otros reinos de la cristiandad, y los monarcas españoles fueron siempre celosos de sus prerrogativas y no cedían fácilmente de sus derechos ni aun ante exigencias aten­dibles de la Santa Sed.e. Por lo que hace a los dominios de América, Su Majestad católica impetró y obtuvo de la silla pontificia un breve el año 1543, por virtud del cual atañía al monarca y a su Consejo, cuantas veces lo creyesen oportuno, extender o disminuir los límites de los obispados de las Indias y crear asientos episcopales y legislar en cuanto demandara la buena administración de la diócesis. (9)

Atento a este gobierno episcopal, y tras algunas disposi­ciones reales (10) , se llegó a establecer para los obispados un término de 15 leguas a la redonda para la jurisdicción espiri­tual de los pastores(ll) y con semejantes distritos, ya se podrá imaginar qué enorme número de obispos cabía nombrar en las atribuciones del monarca: pero para ilustrarse al respecto y no proceder de propio impulso, los monarcas iberos deter­minaron dar intervención en las dudas que se suscitasen ya a los virreyes(12), presidentes y audiencias(13) en América como al Consejo de Indias anexo al trono. (14)

Recordados de sobre peine estos particulares de legisla­ción referentes a todos los dominios de América, veamos cómo en las postrimerías de la época colonial hallábase El Salvador en condiciones suficientes para ser erigida en sus términos una

(9) Solórzano: Política I1ldia1la, No. 4. Cap. V, Libro IV. (lO) Carlos V en Toledo a 20 de febrero de 1534. (ll) Felipe IV: Ley 3, Título VII, Libro I, Recopilación de

Indias. (12) Carlos V en Madrid a 11 de junio de 1540. ( 13 ) Felipe II: Ordenanzas de Audiencia (55) en Monzón, 4

de octubre de 1563. ( 14) Felipe IV: Recp. Ley 14, Título VII del Libro II.

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iglesia catedral. Por lo que hace a la extensión, la provincia llenaba con creces el circuito de quince leguas de radio que prevenía la ley recopilada, pues el área extendíase en más de mil leguas superficiales o sean nueve mil seiscientas millas geo­gráficas cuadradas: por su población, exigía también un pas­tor; pues el censo de fines del siglo XVIII, con todo y lo diminuto que fue, arrojaba un número mayor de ciento ochenta mil almas, repartidas en 126 pueblos; y por lo relativo a los elementos de riqueza, requeridos naturalmente para soste­nimiento del culto y decoro capitular, San Salvador rendía diez­mos suficientes y sus alcaldías tenían fama de riqueza. (1S) Ha­llábase su iglesia parroquial, vicaría del Arzobispado, a sesenta leguas de la metropolitana, y las visitas hacÍanse tan de tarde en tarde que transcurrían lapsos hasta de diez años de una a la otra. Y aún llegó ocasión posteriormente en que iban trans­curriendo veintitrés sin que se viera obispo alguno en la prOVInCIa.

Estos fundamentos de derecho hállanse reforzados por lps siguientes actos y consideraciones qUe constituyen los antece­dentes históricos del punto que estudiamos.

El Ilmo, Dr. Don Pedro Cortés y Larrax, XIX obispo y III Arzobispo de Guatemala, fue activo, cuidadoso y firme pastor. "Luego que tomó el gobierno de su diócesis, (16) empren­dió la visita del arzobispado, sin omitir curato alguno, aun de los más extraviados". (17) En su viaje a los curatos de Santa Ana, San Salvador, Zacatecoluca, San Vicente y San Miguel notó la numerosa población que reclamaba visitas episcopales' más frecuentes; y advirtiendo las dificultades que las distan­cias inmensas oponían a los viajes del metropolitano; se con­venció de la necesidad de dividir la diócesis, constituyendo un obispo sufragáneo en San Salvador. Así lo manifestó detalladamente tras larga meditación y dilatada experiencia al Rey Carlos III en informe suscrito en 1778; y si la idea no medró, debido fue sin duda a los trámites eternos por los

(15) Diario de las Cortes, 333, Tomo XII. (16) 21 de agosto de 1768. (17) luarros: 294, Tomo 1.

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cuales tenían siempre que pasar los expedientes, que si salva­ban la travesía del Atlántico naufragaban a menudo en las Oficinas de los Consejos. Era más fácil transfretar desde América que pasar de uno a otro covachuelo en los dese~pe­rantes formalismos de los procedimientos.

Por eso en 1810, a la época de la convocatoria de his Cortes extraordinarias, todavía no estaba resuelta la separa­ción del arzobispado; así es que la provincia de San Salvador, al hacérse representar en aquel congreso, encargó especial­

. mente a su diputado Pbro. Don J. Ignacio Avila, que promo-viera la erección de la mitra. Así lo verificó el representante en la sesión del 21 de marzo de 1812 y las' Cortes admitieron las proposiciones para discútirlas, y las remitieron a la Regen­cia para la conveniente provisión. (IR) Aunque en esa vez el diputado por Guatemala Dr. Dn. Antonio Larrazábal, de grata recordación en los fastos de la América Central, no apoyó con su elocencia la proposición de Avila, es de presu­mir que su opinión no fuera adversa, tanto por no constar su oposición explícita, como por haberla dado favorable en la creación de la diócesis de Cartago, segregada de la Catedral de León a propuesta del Dr. Don Florencio del Castillo, diputado por Costa Rica, y en la de Santa Fe, separada de la obispalía de Durango. En esta ocasión última el sabio ca­nonista Larrazábal era miembro de la Comisión de justicia y fue autor del dictamen legislativo; y para apoyarlo pro­nunció elocuente discurso en la sesión de 30 de abril del año 13; aseverando que "todos los prelados de ultramar están convencidos de que el mayor número de aquellos arzo­bispados y obispados no pueden ser gobernados con acierto y puntualidad, sin que se dividan y erijan otros". (19) Vemos, pues, que el portavoz de los intereses de Guatemala en las Cortes de Cádiz reconocía los fundamentos jurídicos que asistían a las provincias americanas para procurar la satis­facción de sus necesidades espirituales con el establecimiento de nuevas prelacías.

(lB) Diario de ¡al Cartel: Loc. cit. (19) Diario de ¡al Cartel: 473, Tomo XVIII.

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Las aspiraciones salvadoreñas no se colmaron entonces porque el expediente quedó varado y desatendido a causa de los cambios y trastornos operados al regreso del deseado y engañoso Fernando VII; pero surgieron ab íntegro en el seno de la Diputación Provincial, merced al unánime clamor de las municipalidades. La Junta del Gobierno fue más explícita aún, pues en 30 de marzo de 1822 no solamente insistió en los propósitos de constitución de la mitra, sino que se anticipó a designar obispo al Dr. Delgado, quien reunía las condiciones exigidas por el Apóstol de las gentes: Oportet episcopum irreprehensibilem esse. (20)

Hasta ese momento no había aparecido para nada e! nombre de este eclesiástico y desde entonces comienza a ser inseparable de la idea del nuevo obispado.

Las causas políticas que motivaron la creación de la diócesis constan en las acusaciones de los partidos, en las apreciaciones de la historia y en las consecuencias funestas que acarrearon contra la unidad nacional. Estos puntos no son incontrovertibles como los fundamentos de derecho que invocamos con apoyo de las leyes de Indias, ni incontrasta· bles como las razones históricas que enumeramos con auxi· lio de documento fehacientes. Por su carácter político, aun­que pertenezcan a lo pasado, todavía repercuten en nuestros días y pueden lastimar opiniones y estrellarse contra pre­juicios petrificados con e! tiempo; pero no se debe parar pusilámine el juicio ante consideraciones de este linaje y es deber de quien trate por la prensa tales asuntos, declarar' francamente la verdad, siquiera se les antoje error a los con­trarios. El partido llamado fiebre, o sea el de exaltadas opiniones, se hallaba frente a frente al partido aristocrático que contaba con todos los recursos y prestigios de la antigua capital de! reino, y, en el deseo de minar la preponderancia inmemorial de la metrópoli, que constituía el firme poder de sus adversarios, logró implantar en Centroamérica el régi­men de la federación del Norte: quiso ver en la soberanía de los estados atajado y perdido el influjo de la cabeza co·

(20) San Pablo : Ep. a Tjmot~o.

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lonial, y sin arredrarse ante una inevitable ruina, se decretó la constitución que nos llevaría al desmoronamiento de la primera República. Este es e! cargo que la historia fulmina contra los que implantaron inconsiderablemente en e! istmo un régimen que no cuadraba a nuestra Índole peculiar y que estaba hecho para otros lugares y otras razas. Es narural que los partidos tiendan a la dominación, pues su fin es ese; pero para e! logro de su intento no les es lícito recurrir a medios que puedan aparecer como culpas ante la historia.

Consecuentes con e! régimen federal en una República cuya religión era la católica, oficialmente reconocida, los Estados necesitaban erigirse en diócesis distintas de la iglesia metropolitana a fin de que la influencia eclesiástica no pu­diera extenderse de uno a otro estado y que las jurisdicciones civil y espiritual tuvieran idéntica circunscripción. El deseo de! obispado se convirtió en afán político y en arma de lucha: se veía mayor facilidad de implantársele pronto con el régimen federal, y por ende las muchedumbres irreflexi­vas en e! anhelo de alcanzar la separación de las diócesis, abrazar~n con entusiasmo e! nuevo sistema. De ahí que e! negocio político influyera en la cuestión religiosa y ésta a su vez fuera aliciente y apoyo de aquél, formándose de tal suerte una correspondencia entre uno y otro tema, con tal enlace y tan apretado nudo, que en San Salvador y Gua­temala no cabía separar una idea de otra. Sin un análisis mesurado se reputaban ambas cuestiones causa y efecto recí­procamente; y sin poderlas separar, enredábanse los partidos en disputas estériles y en controversias interminables hasta e! acaloramiento de los ánimos que trae aparejada la ofus­cación del entendimiento; y una vez la razón fuera de qui­cio, precipitáron<e en el abismo engañoso que ofrecía tan ' pérfidos halagos y en el cual habría de naufragar la unidad de la patria. El Doctor Delgado estaba seducido, coino todos los partidarios de la federación, por el ejemplo de las antiguas colonias británicas y por la armoniosa variedad y halagadores principios de! sistema que ha dado vida y vigor a los Estados Unidos de! Norte. Por otra parte hallábase inflamado en el . virtuoso fuego del más ardiente patriotismo:

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por la patria luchó el primero, por su independencia cons­piró incesantemente, por su libertad trabajó sin descanso; y por un fenómeno explicado por las leyes biológicas que norman la sociedad y comprobado por el estudio de las convulsiones de los pueblos, aquel patriotismo inflamado y grande al tropezar con obstáculos avasalladores y al sentirse herido por ataques sangrientos en el seno mismo de su país amado, presentó el aspecto natural aunque pequeño del localismo; y lo que crecía en intensidad, menguaba en ex­tensión;' sus ojos ya no alcanzaban a los lindes dilatados de la patria grande, porque su corazón se aferraba con ardoroso empeño al terruño en que por primera vez palpitó a la vida,

El localismo será una debilidad en un pecho grandá­nime, pero es sentimiento natural y tendencia profundamente humana_

Aparte de la presión ejercida desde la capital del reino por los agentes del gobierno colonial, sobrevinieron otras circunstancias que dieron motivo a la prevención de las pro­vincias contra Guatemala, principalmente en San Salvador. Los patriotas del año de 11, reconocidos justamente como los iniciadores de la emancipación y considerados como los primeros próceres de la independencia y padres de la patria centroamericana, vieron fallidos sus ensueños y desbaratadas sus ilusiones por las fuerzas enviadas desde la capitanía ge­neral; y si bien la moderación y generosa conducta del ilus­trado Coronel Dr. Don José de Aycinena y del sabio regidor Dr. Don José María Peinado, hicieron sentir su benéfica influencia en la pacificación, no por eso dejaban de ver los patriotas el obstáculo mayor de sus anhelos en los elementos militares con que contaban las autoridades en la capital.

El año 14, al estallar el segundo movimiento en San Salvador, el férreo brazo del Capitán General Bustamante hizo sentir todo el peso de su odio implacable contra los independientes: su agrio carácter y hábitos de dureza, ten­dían a ahogar en sangre los conatos de libertad. Prisiones largas, penalidades sin cuento, acosadoras persecuciones, procesos inicuos, amenazas de muerte, todo era poco para Bustamante : logró dominar con el terror; pero ahondó con

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sus violencias la división iniciada en la provincia. El nombre de Bustamante, que hacía temblar a los débiles, asociado al de Guatemala generó el rencor contra la capital. Y por s¡ fueran pocas estas circunstancias para que los salvadore­ños vieran de reojo a Guatemala, ocurrió la anexión a Mé­xico, y sobrevinieron acontecimientos que el ánimo recuerda con dolor. Rechazada la invasión de Arzú por la espada victoriosa de Arce, y sojuzgado después el país por las armas imperialistas, fueron las relaciones de una y otra sección las poco francas y cordiales entre vencedor y vencido. El patriotismo salvadoreño restringía su órbita y se encerraba intenso y huraño en el ámbito de su provincia; y si en el seno de ella brotara la discordia y los pueblos se unieran a los vencedores, la idea independiente encerrada en los mu­ros de la ciudad de San Salvador concentraría Sl1. deses­perados esfuerzos y vería a la patria en el mezquino espacio que alcanzara el tiro de los cañones: consecuencias fatales de las luchas civiles, origen funesto de localismo y herida sangrienta que tarde cicatriza.

Durante la invasión y en los días en que se parlamen­taban treguas con Filísola, se suscita nuevamente la idea del obispado y se hace figurar como condición en los puntos de convenio: aquí sí aparece ya el Dr. Delgado deseoso de ceñir la mitra a sus sienes, aceptando el úoánime clamor que lo señalaba para futuro obispo; y esta idea, agitada en el congreso federal y aplazada por una resolución dilatoria, toma carácter de ley en la asamblea cunstituyente de El Salvador (2 1) y se convierte en hecho real con la toma de posesión del obispado.

A presencia de tales sucesos y estudiando el carácter personal y vastas miras del Dr. Delgado, cabe preguntar si obró solamente influido por personal ambición o arreba­tado por más nobles impulsos.

Instruido y culto hasta haber sido condecorado con las más altas distinciones universitarias; austero y puro en sus costumbres al punto de granjearse la veneración popular;

(21) Decreto de 27 de abril y 4 de mayo de 1824, L',:'J;

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hÚiéfico y ferviente en su parroquia, ungido por el más acen-' drado espíritu evangélico, de firme carácter y sólido juicio '¿obraría acaso por el vano afán de subir un escalón jerár­'quico, adornarse con episcopales insignias y. empuñar el b~culo pastoral? El doctor en derecho que había abandonado

! .las brillantes lides, del foro, cambiando la toga de abogado 'de ' la Real 'Audiencia por la humilde sotana de cura; 'des­prendido de sus bienes, poseído de abnegación sin líffiítes pródigo de su propia persona que sacrificabá gustoso en sus miriisterios parroquiales y que ofrendó con 'patrióticá , gene­rosidad en aras de su, país, ¿podi-ía ambicionar por utilidad propia y personal orgullo una dignidad con la 'cual ' nadie le hacía sombra en su tierra nativa?

Las acciones se miden por la talla moral de los hom­bres: la del Dr. Delgado es procérea y brillante y la ambi­ción personal de la mitra habría sido mengua de un corazón bien puesto. En los hechos, humanos ha de haber lógica: 'el localismo del Dr. Delgado y sus tendencias fedd:alistas lo arrastraban ineludiblemente a proclamar la soberanía del Estado 'y la independencia eclesiástica: al par de la autono­míá 'cIvil" debía fatalmente sostener la libertad de l~ .sede episcopaL - Y consecuente con sus sistemas, envuelto e~ el torbellino de la política y colocado en el centro de la revo­lución que fermentaba, para conmover el espíritu público y dirigir las muchedumbres necesitaba de sus prestigios de patriota y para inflamar los corazones y adueñarse de las almas había menester de su aureola sacerdotal: la unidad de esfuerzos imponías e; la cuestión política y la cuestión religiosa compenetrábanse íntimamente hasta constituir un problema único, el de la existencia autónoma del Est~do; y nadie como el cura de San Salvador encarnaba en sí todos l~s anhelos populares y representaba las aspiraciones salva­doreñas. La mitra en .otras sienes corría el riesgo de ser

' dominada por la influencia del metropolitano; y al patriota 'del año 'de 11, antítesis del monárquico arzobispo, represen­. tábasele con todos sus sombríos colores y contornos alar­mantes el pavoroso peligro de un prelado a las órdenes de Fr, Ramón ' Casaus: Más valía- prescindir de - la " diócesis,

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huraña y prevenida contra la autoridad arzobi~pal, __ que entregar al pueblo, entusiasmado y delirante con su deseado obispo, al dócil instrumento del metropolitano. De ahí que si todo salvadoreño señalaba a Delgado para su past~r, éste se viera a sí mismo como el único posible para . tan peligrosa dignidad .

. , Quizás sin la razón política no se habría lisonjeado el evangélico sacerdote de su elevación jerárquica, y segura­mente que jamás se habría aferrado con tal tenaz obstina­ción en su resuelta actitud hasta el lamentable extremo de provocar un cisma; pero su localismo exaltado, la necesidad de mantener independiente a San Salvador y el encadena­miento de sucesos que se operaron en la provincia, arrastra­ron al patriota eximio a tan deplorables extremos. Los medios empleados fueron irregulares, aunque el fin hubiera sido justo: el sabio Dr. en Derecho no podía . hacer a un lado las fórmulas canónicas, y el austero sacerdote debió ~esprenderse de toda ambióón, de todo acto que desdijera de ,sus :reconocidas y sólidas virtudes; pero el ardor del ,pa­triota ofuscó el juicio del vicario y la .aberración del loálista rompió , la disciplina , del eclesiástico. , " _ . En las actitudes de la lucha y en medio del áspero ren­cor de las contiendas, las saetas más oprobiosas se clavaron en la reputación del cismático: su decisión fue ambición; su

. firmeza, .terquedad; su talento, oropel; su nombramiento episcopal, "asalto de lobo en el redil piadoso", (22) su popula­ridad, intriga; sus trabajos por la independencia, inquietudes

I de trastornador; sus padecimientos, castigos, y sus méritos mentira. Todo se le dijo, cuanto cargo cupo se le tomó, con cuanta invectiva vino a las mientes se le regaló. Sólo una cosa quedó incólume y respetada: su virtud innegable. Nadie se atrevió siquiera a calumniar sus hábitos irreprochables de pureza.

Los folletos publicados en tal ocasión forman catá~ogo interminable, y será curioso y útil hacer alguna vez siquiera un índice bibliográfico ya que no la crítica de todas I~s pu-

(22) Letras de León XII, de diciembre de 1826,

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blicaciones a .que dio origen la · ruidosa erección de la diócesis salvadoreña.

Defensores tuvo e! obispo cuscatleco, apasionados y ve­hementes también como sus adversarios; pero de entre el cúmulo de inculpaciones y cargos, de entre la pérfida balumba de · vituperios, injurias '1 acusaciones, quedó flotando una som­bra, perpetuose un borrón, perduró una mácula: la ambición del Dr. Delgado.

Calmáronse los ánimos con el tiempo; recogiéronse las invectivas; callaron avergonzados los insultos y se tributó homenaje a la grandeza moral de! patricio salvadoreño, rece­nociéndose su alteza de miras y su aureola de ínclito patriota; pero, con todo siguió repitiéndose el rutinario estribillo de que la ambición del Padre Delgado fue el origen de la fun­dación de la obispalía y la causa de los trastornos políticos que produjeron la guerra entre Guatemala y El Salvador.

Si no bastaran las reflexiones contenidas en esta mono­grafía para convencer de que la guerra no fue consecuencia de esta cuestión religiosa, recurriríamos a la autoridad de un escritor nada sospechoso en este particular, pues fue poco afecto al Padre Delgado, alcanzó los hechos que relata y los escribió en días cercanos a su acaecimiento: Marure asienta categóricamente que la erección de la mitra no influyó en la guerra de manera alguna como causa principal y que a no haber estado enlazada con los intereses políticos jamás habría tenido la importancia y proporciones que tomó. (23) En el Dr. Delgado se sobrepuso en esta ocasión el político al sacerdote: no obró por la mezquina ambición personal de engalanarse con una dignidad, que por otra parte merecía, sino por el empeño en sostener los fundamentos de un régi­men constitucional que wstenía ciegamente: el cayado epis­copal le serviría más para guiar las muchedumbres a sostener los principios políticos federales que para encaminar el místico rebaño a la celeste Sión.

Por las ínfulas obispales en sí mismas, como jerarquía y distinción, no habría el Padre Delgado conmovido la repú-

(23) Bosquejo Histórico: 132, Tomo 1.

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blica ni puesto en juego todos sus desesperados recursos; por ser palanca poderosa para los fines políticos, por sustraer una provincia entera a la obediencia a un arzobispo señalado por su adhesión a la monarquía hispánica, Delgado habría trastornado el mundo.

Si tuvo ambición, fue la ambición grande y hermosa que ha llevado a las almas superiores a las más altas proezas con que la historia de los pueblos se engalana: la ambición colec­tiva, el ansia generosa en bien de un país; no la mísera ambición personal que todo lo subordina al egoísmo: no el sórdido afán que todo lo quiere para sí.

El obispado de El Salvador, era cuestión prevista jurí­dicamente desde los primeros años de la epopeya de los con­quistadores, y las leyes que he citado la llevaban en germen: la división del arzobispado de Guatemala era un principio inconcuso por las leyes de Indias, decretadas desde la infancia de las Colonias americanas. Tales fundamentos de Derecho estaban por encima de cualquiera ambición personal.

Las razones históricas que hemos traído a cuento seña­laron el indudable nacimiento del obispado de San Salvador y fueron ajenos a todo sentimiento ambicioso. Muy al con­trario el Arzobispo ~ortés y Larraz, propendía a separar de su propia jurisdicción aquella provincia, desprendiéndose ge­nerosamente de los diezmos y derechos capitulares y mirando más que a su personal interés el bien espiritual de sus fieles: el informe elevado al rey con tal objeto se expidió cuando el Padre Delgado se hallaba en la niñez y su ambición se insinuaba solamente en sobrepujar a sus condiscípulos en los bancos de la escuela. La proposición de Avila en las Cortes españolas obedeció al unánime deseo de las municipalidades, según consta en las instrucciones que dieron al mandatario, y en las actas de sesiones de aquel cuerpo. En esa época ocupábase Delgado en la conspiración inmortal que dio por resultado el primer grito glorioso de independencia; y si trabajó por la erección del obispado, no lo habría hecho nunca con la débil mira de laborar pro domo sua, pues la edad, mereClmlentos y prestigios del Padre Don Nicolás Aguilar, alejaban toda esperanza de que Delgado estrenara el dosel

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pontificio en la iglesia salvadoreña, fuera de que toda pro­babilidad sería la de nombrarse un perlado español, dadas las prácticas y política de! régimen colonial.

Ante estas consideraciones que la lógica abona y que se asientan en hechos comprobados, no puede subsistir la rutinaria inculpación, repetida inconscientemente de memoria, de qUe la ambición personal de un cura fue la causa de la erección de la diócesis entre el Lempa y e! Paz y el origen del cisma del año 24; pues antes que la decantada ambición de! Dr. De!gado, encontramos fundamentos políticos, razo­nes históricas y motivos de Derecho.

Quizás la impaciencia de! prócer salvadoreño debió buscar mejores vías para e! logro de sus propósitos y atemperarse a los procedimientos canónicos con e! fin de no viciar en su origen la institución que anhelaba; pero, a más de que no estaba él solo, y que los legisladores y prohombres del Estado comparten con él la responsabilidad que estos actos susponen, hay que tener en cuenta los extremos a que lleva el localismo y la inexperiencia de pueblos jóvenes que comienzan a dar los primeros pasos y a ensayarse en la vida independiente.

Nos detuvimos en analizar los móviles de la actitud de De!gado y en estudiar sus tendencias personales y la génesis de su localismo vehemente, porque tal examen nos propor­ciona corroborar nuestros juicios y nos suministra apetecible clave par.a la orientación histórica que pretendemos. No se nos ocultó, y la emprendimos con la vacilación consiguiente a nuestras débiles fuerzas, la escabrosidad de tan ardua tarea, pues si para superar el consejo socrático se necesita el más filosófico análisis de introspección, para penetrar en e! alma compleja de una figura histórica tan importante requerirÍase la observación y sagacidad de! psicólogo más sutil; pero en el deseo de explicarnos el proceso anímico que llevó al Dr. Delgado a la exaltación de su amor al terruño y las causas que generaron su intransigente actitud en la cuestión re!i­giosa, nos aventuramos en una empresa para la cual no cree­mos hallarnos apercibidos con todo el bagaje de erudición y crítica que se ha menester; y en disculpa de nuestro teme­rario ensayo presentamos el afán atendible que nos mueve a

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disipar los nublados cbn ' que la enemiga 'polftica y, la ligereza de juicio quisieron amenguar el brillo de una de las figuras más grandes y luminosas de nuestros fastos.

No hay humano perfecto, y el error y los extravíos gajes son de la prole de Adán; pero si reconocemos faltas en .los hombres no las agrandemos hasta los lindes del delito: la justicia llamaría sobre nuestras conciencias y exigiría repara­ción. El interés ofusca, la pasión ciega y no es posible sus­traerse de pronto al dominio de tan despóticos tiranos; pero al serenarse los movimientos borrascosos del corazón, vuélvase la mente sobre los hechos que contempló confusos, ábranse los ojos a lo que la pasión no dejó ver y búsquese la realidad que antes no pudimos apreciar: la Verdad nos lC¡!vanta entonces los párpados y nos alumbra el conocimiento.

Creemos que guiados en este superficial estudio por un sentimiento de justicia hemos señalado una vía clara y lúcida: la de la verdad.

UL TIMOS SUCESOS

Triste y sombrío aparece el horizonte de la patria desde los días funestos en que se verificó el choque del jefe de Guatemala Juan Barrundia con el Presidente de la Federación, porque ese fue punto de partida de los trastornos que comen­zaron a desacreditar el régimen de la nueva República. La guerra civil prendió a poco, y el ánimo contempla con des­encanto y amargura cómo desoló y deshizo a dos florecientes estados la tea de las batallas ciudadanas y a qué extremo de­plorable condujo la pasión política a los partidos que se dis­putaban el poder.

Si como siempre se hizo sentir el influjo del Padre De!­gado en estas divergencias, y procuró con él sostener la actitud asumida por El Salvador, enardecer las tropas, sostener e! espíritu y lograr ventajas en los choques de armas, también puso todo e! valor de su persona al servicio de la más alta necesidad de la república, cual era la consolidación de la paz. En esa contienda civil se ventilaban intereses domésticos y era un crimen e! innecesario ?erramamiento de sangre cen-

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troamericana: tales luchas carecían de la grandeza de la opo­sición al Imperio, y era mengua de todo noble corazón em­peñarse ofuscada y tenazmente en una actitud que hería el sentimiento nacional y acarrearía el decaimiento de la patria. Por eso las tendencias incesantes del Padre Delgado por llegar a un acomodamiento; de ahí sus consejos repetidos inútil­mente para que el Vice-Jde Prado desistiera de una lucha empeñosa en que fincaba medros y ventajas personales; por eso la correspondencia con el Coronel Montúfar, la inteli­gencia reanudada con el Presidente Arce, rota desde antes de la batalla de Arrazola. (24) Las entrevistas con el Dr. Isidro Menéndez y las primeras conferencias de Esquive!' Pero causas varias y complejas entorpecieron el abrazo de paz que demandaba la honra de la nación, como si un destino san­griento y fatal encaminara los pasos de la república y enco­mendara al sable, expresión de la violencia, la solución de un problema de razón y justicia.

Durante la lucha y cediendo a los intereses civiles y mi­litares, el negocio de la prelacía quedó en el estado en que la pusieron las letras apostólicas amonestativas de León XII . El Dr_ Delgado retrocedi6 de sus pretensiones y dejó de sostener los que juzgaba derechos inconcusos, en obedecimiento al mandato de Su Santidad; irrefragable prueba de sus vir­tudes sacerdotales, que honra su conducta y rehabilita su memoria de cualquier error en que hubiera incurrido.

Después del triunfo sobre Guatemala y cuando en nombre de la libertad se expulsó del territorio al arzobispo Casaus, el Dr. Antonio Colom y José María Silva, comisionados por El Salvador, impetraron del Gobernador del arzobispado, Dr. Don José Antonio Alcayaga con fecha 28 de agosto de 1829, la provisión de la vicaría eclesiástica de aquella provincia, señalando para ese cargo al sacerdote reputado más a pro­pósito, que lo era el Dr. Don Matías Delgado, a quien conceptuaban "eclesiástico de mérito reconocido, de virtud acreditada y de ilustración poco común". (25) El Gobernador

(24) Arce: Memoria.

(25) M. S. en el kchivo de la Curia Ecca. de Guatemala, firmado por los comisionados de San <ialvador. .

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PBRO. DR. JOSE MATIAS DELGADO

(1767-1832)

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Alcayaga se asesoró de los pocos miembros que la intransi­gencia liberal babía dejadq en el Cabildo Metropolit~o; y después de tener presente el informe consultado el 17 c;le diciembre de 1824, cuando la erección de la mitra, y de oír el parecer del Canónigo don Angel María Candina, que lo dio sucinto y lacónico en extremo por encontrarse apre­miado a inmediato viaje a virtud de órdenes gubernativas, recibió la opinión escrita y circunstanciada del Padre Don Bernardo de Castro, secretario durante largo tiempo del arzo­bispo, a quien acompañó en las visitas canónicas a la pro­vincia de El Salvador, y cuyo parecer, por todos motivos, reviste particular importancia. Después de referirse a las vi­sitas anteriores, dice en su referido dictamen de ,5 de sep­tiembre de 1829: "El Ciudadano Provisor conoce muy bien al Dr. Delgado; sabe su religiosidad y cristianos sentimientos, su honradez y probidad, su desinterés, caridad, celo, patrio­tismo y demás bellas prendas, y la inalterable paciencia y generosidad con que ha sufrido las imposturas de sus ene­migos; y aún estos mismos le hacen la justicia de confesar e! grado privilegiado de sus luces y la irreprensibilidad de su conducta. Es muy de notar que mucho antes de la Indepen­dencia de Centroamérica, las autoridades, los párrocos y los pueblos clamaban generalmente al Padre Delgado por Obispo de El Salvador, y que sin embargo de las vicisitudes políti­cas, mundanzas de! gobierno y renovaciones de individuos en la Legislatura y empleos, este mismo ha sido el voto de todos, desde entonces hasta hoy, ¿sería posible que tantos hombres ilustrados que han tratado al Padre Delgado tan de cerca, se hayan equivocad~ en el verdadero concepto que debía formarse de su mérito? Es necesario creer que es el eclesiástico más digno y a propósito, no sólo para Vicario General sino para Obispo del Estado de El Salvador". (26)

El Gobernador de la Iglesia resolvió la urgente solicitud de los comisionados Silva y Colom en los términos siguientes: "Habiendo consultado este asunto de palabras y por escrito con hombres sabios y timoratos, que de unanimidad me per-

(26) Vicaría de San Salvador : 1 Pat:te, folio 8 vto.

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suaden no solamente que pueda, sino que debo acceder a los deseos del Estado de El Salvador: teniendo además pleno conocimiento de la prudencia y demás virtudes que adornan al Dr. José Matías Delgado, de su ciencia y del crédito y aceptación que se ha merecido casi en toda la república por sus buenos procederes, convengo de buena voluntad, en que sea Provisor y Vicario General de aquel Estado". (27)

Con esta autorización, que sancionaba los actos verifica­dos por el Obispo electo de El Salvador, prosiguió el Doctor Delgado con el Gobierno eclesiástico, al cual dedicó casi toda su atención, pues ya la guerra había concluido y las agita­ciones no reclamaban el concurso eficaz de sus energías.

Armoniosa era la marcha de la Vicaría con la Iglesia Metropolitana, y tranquila habría corrido la administración del rebaño salvadoreño, si no hubiera acibarado los postreros días del virtuoso sacerdote la disposición del Arzobispo ex­pulso Sr. Casaus, en que se nombraba Vicario provincial al Pbro. Don José Ignacio Avila. El temperamento del Arzo­bispo, residente en La Habana no podía acomodarse a tran­sigencia alguna; y dados el choque con el Padre Delgado y los antecedentes del cisma,' así como complicaciones políticas e intereses de parcialidades en San Salvador, esta resolución era inevitable, por más que la oportunidad y la justicia falta­ran en ella_

En la Vicaría o en su morada particular, en su parroquia o en sus posesiones rurales, el Padre Delgado seguía siendo el oráculo de sus feligreses, como había llegado a ser árbitro de los partidos y guía de la patria ya en los campos de lides marciales, como en las tribunas del Congreso, ora en las columnas de la prensa o en el santuario de las leyes.

* * *

Si durante la guerra civil el Padre Delgado había pro­pendido siempre a una decorosa y apetecible conciliación y

27 Ibid. Borr. 5 de agosto de 1829.

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por sus sentimientos humanitarios había templado hasta donde pudo los horrores de la guerra y el mal trato a los aprehen­didos, después del triunfo se le vio desplegar actividad sin límites y emplear todos los recursos de que podía echar mano, a fin de dulcificar la triste situación de los vencidos. En la exaltación a que habían subido las pasiones, con la embria­guez de la victoria se ofuscó el juicio de quienes habían con­quistado el poder, y arrojando en la balanza de la suerte sus odios y rencores, sus enojos y resentimientos, estaban listos a pronunciar la frase brutal de Breno, reclamando para el patíbulo la sangre fraterna que se había librado del campo de batalla. Aquí se alza con aureola evangélica la noble figura del grave sacerdote, que al par que profundo cristiano era gran político y comprendía que la obra del odio es obra de maldición en las naciones: aquí es de contemplar al de­fensor de sus enemigos de ayer, reclamar el respeto para los caídos, retirar del festín de los vencedores la sangrienta copa de las venganzas crueles y presentar la barrera de su pecho en defensa de las víctimas señaladas por el odio. El más grande diplomático y filósofo con que la patria se enva­nece, habría caído en la mitad del camino de su fructuosa existencia a no ser la generosidad de sentimientos del prócer Delgado, que reclamó condescendencia y tolerancia para la evasión del ilustre preso.

y así como fue Delgado sombra de consuelo en San Salvador para los guatemaltecos, así fue recibido con efusivas muestras de veneración en Guatemala cuando enfermo y anciano llegó a la capital en 1831. Aposentóse en la casa de los Peinados, que es la situada en la esquina opuesta al edificio que hoy sirve al Registro de la Propiedad; celebraba los divinos oficios en la inmediata iglesia de las madres Ca­puchinas, ocupaba la tribuna de la Verdad en Santa Rosa, a donde acudía numeroso concurso a escuchar sus pláticas morales, y confesaba en ocasiones en la Catedral. La admi­ración y el cariño de las gentes seguíanle por doquier; Del­gado tenía el don de encadenar las voluntades con el dulce lazo de la más invencible simpatía.

Vuelto a sus lares, y alejado de las lides políticas en

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1832, Delgado, er: medio de sus deudos queridos, se .entregó por completo a su ministerio sacerdotal y a austeros ejer­cicios de virtud edificando con su ejemplo, amaestrando con su doctrina y purificándose con todo el místico aroma de 'Sus intachables costumbres.

* * *

'El término de los días se acercaba para ~l venerable septuagenario, y después de achaques en que patentizo su ecuánime paciencia y de agonía en que edificó a su grey con su resignación y santidad, en la fecha del 12 de noviembre de 1832 entregó el alma al Hacedor Supremo y el cuerpo a la tierra, puro y virginal como había salido del seno de su madre. Sobre su tumba cayeron las lágrimas de todo un pueblo, se colocaron las místicas azucenas que simbolizan

..la 'limpieza de~ alma .y la pureza de los sentidos y arraigaron ',' las ,siempre . vivas qu~ perpetúan la grati~ud de la posteridad.

" Toce al protoindependiente Dr. Delgado> hallarse en los más grand~s y significativos hechos en los albores, de la patria.

",En la 'conjuración d,e 1811 figura como uno de los motores priricipales y el 15 de Septiembre de 1821 aparece firmando el acto inmortal de nuestra emancipación: la patria le debe

, los ,mayores e~fuerzos por la segregación de España. Con­mueve San -Salvador y hállase al frente de la resistencia al , Imperio, en 1822; y preside en 1823 la gran asamblea cons­tituyente que en 1 Q de julio declara la autonomía nacional y designa la forma representativa de la nación, en acta cuya

'primera firma , es la del magnate salvadoreño: la América Central debe al Dr. Delgado la indepe~dencia absoluta: la república le debe el ser.

¡Oh gloria dilatada y perdurable la del Prócer que sim­boliza el alma de la patria a que dio vida y vigor: sus manes sean el paladión de las libertades, y flote su indomable espí­ritu sobre nuestras cabezas mustias para erguirlas altivas y desafiar con pecho heroico y varonil esfuerzo la catástrofe que nos amenaza : aprend::¡mos en sus obras a resistir toda

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extraña dominación y a dejar a nuestros hijos incólume y gloriosa la herencia con que nos honraron los grandes padres de la patria!

El Estado de El Salvador, en decreto de 22 de enero de 1833 lo proclamó Benemérito: ¡La histQria recoge su noq¡.bre como el de uno de los padres ' de la Independencia americana y lo graba en el templo de la inmortalidad!

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8DUARDO PEREZ VALLE

MIGUEL DE LARHEYNAGA

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INTRODUCClON

La primera recopilación de datos biográficos de Larrey­naga, con carácter de documento público, es la Relación de Méritos formada en la Secretaría General del Consejo y Cá­mara de España e Indias el 10 de mayo de 1810.

Viene luego otra Relación de Méritos hecha en la Se­cretaría del Consejo y Cámara de Indias por lo tocante a la Nue'Ya España en 14 de febrero de 1818.

La existencia de ambas Relaciones consta en otro docu­mento similar suscrito en Madrid por el secretario Solana el 26 de abril de 1819. (XLI).

Es decir, en las dos últimas Relaciones citadas, por haber sido hechas durante el tiempo que Larreynaga permaneció en la metrópoli, hay que reconocer cierto carácter autobiográfico , pues es cqsi seguro que a instancias suyas y en función de sus representaciones fueron e'Vacuadas; y él mismo debe haber suministrado al menos parte de los datos necesarios a su formación.

Adelante tendremos ocasión de detenernos más en este punto y estudiar la concatenación de los hechos en terno al 'Viaje de Larreynaga a España y su 'Vuelta de la Península repuesto en su antigua plaza de la Audiencia de Guatemala y con el título de Intendente Honorario de Pro'Vincia, exten­dido por Fernando VII.

Se han citado los anteriores documentos para dejar cons­tancia de la procedencia original de los datos que sobre La­rreynaga se poseen en relación con el período de su 'Vida que 'Va desde su nacimiento hasta su permanencia en España. Todo lo que sobre esa etapa se ha escrito después, así en Nicaragua como fuera de ella, ha tenido que deri'Varse forzo­samente de aquellas fuentes primeras. En el/as se origina también gran parte de lo que a continuación se habrá de exponer.

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1

Larreynaga nació en León de Nicaragua el 29 de setiembre de 1771, siendo sus padres don Joaquín Larreynaga y doña Manuela Balmaseda y Silva. (XLV) . Fue hijo único de este matrimonio que a poco del nacimiento del vástago quedó borrado por la muerte, pues la madre falleció a consecuencia de! parto y el padre ya era difunto algún tiempo atrás. El abuelo . paterno tomó a su cargo la crianza y educación del niño. (XVIII).

Cuadra Cea, que conoció en 1937 el archivo familiar en poder de los descendientes guatemaltecos de Larreynaga, fija e! año 1772 como el de su nacimiento; afirma que la madre murió a los diez dias de haber dado a luz: el 8 de octubre; pero que el padre aún vivía y encomendó la crianza de! niño a las tías, sus hermanas Ana Gertrudis y María Regina Bal­maseda. Estas lo llevan a T e!ica, donde pasa los primeros cuatro años de su vida. De aquí nace el error que atribuye a esta villa e! ser la cuna de! ilustre nicaragüense. Contra­riando el decir de . Ignacio Gómez, principal biógrafo de La· rreynaga, Cuadra Cea sostiene que no fue el abuelo paterno, sino el materno quien se ocupó de la educación de! niño. En efecto, e! abuelo paterno, don Miguel - quien así también se llamaba- era orfebre y casó con la hermana de un maestro platero, doña María Ventura Balmaseda. De este matrimonio nacieron tres varones y dos mujeres. El mayor fue José Joaquín, padre de Larreynaga. Así, pues, por la línea paterna éste desciende de humildes artesanos. La ascendencia materna presta más brillo a su alcurnia, pues su abuelo por esta línea lo fue el capitán Baltasar de Silva, poderoso terrateniente, quien en una probanza de su "limpieza de sangre, de legiti­midad y calidad", llega a establecer que sus bisabuelos por vía materna fueron e! capitán Juan de Padilla y doña Cata­rina . de Mayorga. Por otra parte e! famoso capitán Juan de Padilla, hijo de esta señora, afirmaba que su abuelo ma­terno, el sargento Francisco Díaz de Mayorga, desce.ndía por "línea recta de varón de aquel insigne capitán Rodrigo Díaz de Vivar". (VIII) .

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MIGUEL DE LARREYNAGA 293

De ser ciertas estas genealogías y de ser veraz el capitán Antonio de Padilla, el hijo del honrado joyero de León de Nicaragua habría desposado en doña Manuela de Silva a una legítima aunque lejana descendiente de Mio Cid Campeador, el héroe universal de las Españas. Pero al morir el mulato Padilla a manos del gobernador interino don José Antonio Lacayo de Briones, bajo pena de garrote, en la plaza de León, sólo dejó fama de sedicioso y alborotador sin causa justifi­cada y sin objeto apreciable, a no ser la satisfacción de sU3 locos caprichos y exacerbadas pasiones (IV, t. Il, lib. VII, cap. VIII). Es lástima que la noble sangre de Rodrigo de Vivar se haya desparramado con tanta generosidad por e! orbe hispánico, hasta e! punto de que no había aventurero español, buscador de fortuna que pasara a las índias, que no proclamase traer su origen de aquel recio tronco de la nacio­nalidad. El glorioso capitán de la barba vellida llegó a ser algo así como el padre Adán de todo menesteroso que desem· barcaba en estas tierras.

Pero a Larreynaga poca falta le hacen ilustres ascenden­cias y honoríficas alcurnias porque toda su grandeza hay que relacionarla forzosamente con la nicaraguanidad de su origen, la cual le infundió aquella ponderada mezcla de generosidad, laboriosidad, audacia, sagacidad y acendrado patriotismo que lo elevaron al alto sitial que le reconoce la Historia.

Vuelto a León el niño Larreynaga aprende a leer y escri­bir con un religioso de La Merced. Buen viejo, el capitán Baltasar de Silva ha notado la despierta inteligencia de su nieto huérfano y ha decidido cultivarla. Paga los estipendios prescritos en las constituciones de! Seminario de San Ramón, y a los diez años de edad e! joven Larreynaga entra de pupilo en aquel instituto. Durante los ocho años que tardan los estudios normales ha de traer la ropa de paño, larga hasta los pies, la beca encarnada sobre los hombros y e! bonete negro de los colegiales. Estudió Gramática Latina y Filosofía. En 1789, a los 18 años de edad, pasa de! banco de! colegial al sitial de! catedrático para dar lecciones de Filosofía y Geo­metría en e! mismo Seminario Conciliar. Son sus primeras armas en un campo que ya no abandonará jamás: e! de la

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enseñanza. La aureola de maestro y guía de juventudes será su galardón más preciado después de aquel de Padre de la Patria Centroamericana que con tanta justicia le corresponde.

Como su amado Colegio San Ramón por su condición de seminario está incapacitado para conferir grados, vese obligado a marchar a Guatemala. Incorpórase enseguida a la Universidad con el grado de Bachiller en Artes. Luego ha de obtener también el bachillerato en ambos derechos, civil y eclesiástico, en 1798 (XLV, XVIII) . Por esa época fungÍa en su primer período de existencia (1795-1799) la benemérita institución conocida bajo el nombre de Sociedad Económica de Amigos del País. Esta corporación mantenía funcionando una Escuela Popular de Matemáticas bajo la dirección del capitán de ingenieros don José de Sierra (XVIII, LIV, 262. XLV). Allí actuaba Larreynaga como profesor segundo de esas materias, cuando otro nicaragüense ilustre, Fray José Antonio de la Huerta y Caso, recibía en la capital del reino la consagración como Obispo de la Diócesis de Nicaragua y Costa Rica. El siguiente año de 1799 ingresa Larreynaga a Nicaragua. El nuevo prelado le confiere en propiedad la cátedra de Filosofía y más tarde la de Retórica en el Colegio Seminario. Es tanto el celo de Larreynaga, que imparte "privadamente en su propia posada lecciones extra­ordinarias en otros ramos de literatura y buenas artes". ( XLV) .

En 1800 está de nuevo en Guatemala para continuar sus estudios. Comenzaba a ejercitarse en la práctica forense previa a la obtención de la licenciatura, cuando fue nombrado Relator interino de la Audiencia. Aún estaban en vigor anti­guas leyes que mandaban "que no usen oficio de relatores los que no son Letrados y que los Presidentes y Oidores de nuestras Reales Audiencias no permitan lo contrario cuando les tocare el nombramiento, en el Ínterin que se proveen estos oficios por el Presidente del Consejo en propiedad" (XXXIII, lib. I1, tít. XXII, I) . Dice Ignacio Gómez que por eso fue preciso un permiso especial del Rey para efectuar este nom­bramiento (XVIII). Sea lo que fuese, el caso es que resultó un gran acierto el nombramiento de Larreynaga para aquel delicado oficio. Su vasta inteligencia parecía haber sido espe-

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cíficamente organizada para las funciones de la relatoría, que comprendían primariamente el hacer relación de los autos o expedientes en el tribunal, extractando y reduciendo a sus líneas esenciales el complicado edificio de los procesos. Allí brillaron su inteligencia y probidad, la Audiencia depositó en él toda su confianza "y desde entonces su opinión era la regla de las sentencias y acuerdos", dicen los abogados gua· temaltecos en su "Noticia Biográfica" (XLV; XVIII; XLVII).

En 1801 se recibió de abogado (XVIII). En octubre de 1802 el nuevo capitán general don An­

tonio González Mollinedo y Saravia le extendió nombramiento y título de Asesor de Guerra del Escuadrón de Dragones de la Provincia de Sonsonate, destino que al parecer no sirvió, púes continuó al frente de la relatoría interina, hasta que en 1807 el Rey se la confirió en propiedad, hecha oposición para optar la plaza vacante a la muerte de uno de los relatores propietarios (XLV; XVIII).

En 1805, puestos de acuerdo el C,!pitán General y el Oidor Juez General de Bienes de Difuntos, nombran a La­rreynaga Abogado Defensor de dicho juzgado, nombramiento que involucraba, entre otros relativos al provecho del real tesoro, el cargo específico de sustentar en la junta de acree­dores el derecho de los ausentes. En junio de 1807 fue con­firmado por el Rey en este destino (XLV).

Para entonces ya estaba en posesión de otro cargo de im­portancia, cual era el de Relator de la Juntá Superior de Ha­cienda. Y por esa época contribuyó con un valioso aporte a la bibliografía forense y a la docencia del derecho con su valioso opúsculo sobre el Método de extractar las causas, de gran utilidad en la Universidad de Guatemala (XVIII).

Ese mismo año fue nombrado Conjuez de la Audencia para aquellas causas cuya determinación requería tres votos. Al mismo tiempo actuaba como Asesor y Juez Acompañado del capitán general González Saravia (XLV; XVIII).

Recibió encargo de la Audiencia de reglamentar los Bienes Propios y Arbitrios del Reino, cometido que llevó a satisfacción formando al efecto un Reglamento que mereció la aprobación de aquel alto T ribunal (XLV).

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Vuelve a comisionarIo la Audiencia, esta vez para ordenar un índice de un sinnúmero de Reales Cédulas expedidas desde antes de la Recopilación y confusamente acumuladas en los archivos del Tribunal. Larreynaga, en medio de sus varias e importantes ocupaciones tuvo tiempo y dedicación y desarrolló la habilidad necesaria para elaborar un índice alfabético o diccionario razonado por artículos y materias, donde estaban contenidas todas aquellas cédulas, anotando además las con­cordancias con las Leyes de Indias de la Recopilación de 1680 y asimismo con la Real Ordenanza para el Establecimiento e Instruccién de Intendentes, de 1786. Fue éste un trabajo meritísimo que pusó, bien considerado el caso, nuevamente en vigor un gran número de disposiciones olvidadas o inac­cesibles en el desorden del archivo, facilitando grandemente las funciones del alto Tribunal e imprimiendo una certeza insospechada a sus determinaciones (XLV; XVIII)_

En 1808 un gran acontecimiento estremece el orbe his­pánico. Los ejércitos franceses han invadido la Península y se ha creado una situación caótica. Carlos IV ha abdicado anunciando el advenimiento de Fernando VII. Poco tiempo después Carlos está confinado en Italia y Fernando guarda prisión en el castillo de Valencey. José Bonaparte, hermano de Napoleón, es coronado en Madrid en julio de 1808.

Pero el pueblo español, "superior a quienes lo dirigen, se ha batido heroicamente en las calles contra los ejércitos franceses. El 2 de mayo en Madrid ha sido la protesta de la España inmortal, bañada en sangre, contra la traición de los Notables y la invasión extranjera. Y así la defensa de Zaragoza. Y las batallas de Bailén, Albuera, Arapiles, San Marcial, Vitoria, hasta la derrota final de los franceses y el derrumbamiento del imperio napoleónico en 1814" (XLI, p.25).

Para sostener la resistencia en la Península se han orga­nizado en las colonias comisiones para recaudar donativos. En Guatemala el Presidente abrió una suscripción bajo el título de "Donativo Patriótico y Voluntario" cuyo producto debía remitirse íntegro a España para ayudas de la guerra. A pesar de la pobreza evidente del país, que estaba necesitando él mismo una ayuda o situado de 200.000 pesos para cubrir

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los gastos de su administración, en cosa de qUince meses dicho donativo había producido 1.066.996 pesos y dos reales, que fueron remitidos íntegros en añiles, plata o libranzas contra Holanda (XLII, p. 114. XII, t. 1, pp. 36, 37). "Cons­ta que Larreynaga fue uno de los primeros patriotas que con­currieron con sus facultades, dando dos zurrones o sobornales de añil de ciento y cincuenta libras cada uno, con expresión de que se remitiesen, como en efecto se remitieron, a Cádiz, para que produjesen mayor utilidad; con cuyo motivo y otros actos manifestó decididamente su adhesión a la justa causa del Rey" (XLV).

II

Hasta aquí los cargos dese~peñados por Larreynaga, si bien suponían el reconocimiento de su saber, de su honradez, lealtad y noble trato, habían sido más que honoríficos de mero servicio. La sociedad y la administración se habían aprovechado de sus capacidades, proporcionándole junto con los medios para llevar una existencia digna y honorable, un sinnúmero de trabajos, preocupaciones y desvelos.

Era llegada la hora de recoger los frutos de esta primera etapa de su vida tan llena de actividad. Pero , resultaba harto difícil poner a marchar en este sentido la pesada maquinaria burocrática del régimen colonial.

En 1809 el Presidente de la Audiencia informa a la Corona de los muchos méritos allegados por Larreynaga y lo reco­mienda para una plaza togada (XLV; XVIII). El alto Tribunal descarga así de las serias obligaciones que le impo­nen terminantes disposiciones legales, como aquélla de Felipe 111 : "También conviene que nos envíen relación los Presi­dentes de los Letrados y Abogados que hubiere en el distrito, con particularidad y distinción de la edad, grados, estudios, vida, costumbres y temor de Dios, ... de dónde son naturales, qué calidad y nacimiento tienen, . . . si son casados en el mismo

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distrito, qué deudos tienen, en qué ejercicios de letras se han ocupado, qué muestras han dado de sus personas, ... si son naturales de aquellas ptovincias, .. . en qué estarán más digna­mente ocupados para servir a Dios nuestro señor y a la causa pública, así en prebendas y ministerios eclesiásticos, como en plazas de asiento, u oficios temporales de administración de justicia" (XXXIII, lib_ III, tít_ XIII, VIII)_

Esta primera gestión de González Saravia y de la Audien­cia bajo su presidencia no produjo resultado favorable inme­diato. Después de esta fecha ocurrieron series desaveniencias entre el Presidente y Larreynaga. Salvatierra afirma que aquél llegó a elevar denuncias ante el Rey y a retener los sueldos del Relator (XLIII, t . II. p. 490).

No obstante, éste ha seguido una invariable línea de fi­delidad a la Monarquía.

El 10 de mayo de 1810 la Secretaría General del Con­sejo y Cámara de España e Indias, forma una detallada Rela­ción de Méritos de Larreynaga, altamente conceptuosa (XLV). Y en 1812, siendo Presidente de la Academia de Derecho Práctico, pronuncia un famoso discurso o de gran favor a la causa del Rey, lo cual consta en la Relación de Méritos de 1819 (Idem) .

, Cuatro años después, en 1813, fueron tres las cartas que en un lapso de cuatro meses llegaron a España recomendando a Larreynaga. Las enviaban el Ayuntamiento de Guatemala; el obispo de Nicaragua, Fray Nicolás García Jerez, y el Oidor Juez General de Bienes de Difuntos (XLV; XVIII) . Esta vez la chispa iba a prender aunque por breve tiempo .

. A propuesta de la Junta Suprema de Censura, ese año fue nombrado por las Cortes Españolas individuo de la Junta . Provisional de Guatemala, cargo que desempeñó hasta la extinción de esta Junta (XLV).

Las recomendaciorres llegadas de Guatemala y Nicaragua pasaron al Consejo de Estado acompañadas por Reales Or­denes para que sé tuviesen presentes. Este lo propuso en Marzo de 1814 para una de las plazas aumentadas de la Audiencia de Guatemala, y el tnismo mes la Regencia exten­dióle el título correspondiente (Idem) .

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Ese año es electo diputado a las Cortes de Cádiz por la provincia de Nicaragua y simultáneamente por las de San Salvador y Quezaltenango. Aunque este dato emana original. mente de Solana (XLV; XLVI) Y lo repite Gómez (XVIII) , parece haber aquí algún equívoco, pues consta que San Sal· vador eligió al Corregidor Intendente don José María Peinado y Quezaltenango a don José Cleto Montie!. León había electo a don Pedro Solís, quien no aceptó, dándose el encargo a Larreynaga (XII, t. 1, p. 92) . Gómez no vacila en afirmar que éste emprendió viaje por los pueblos de los Altos a fin de "imponerse de las necesidades ~e los comitentes".

Las Cortes Generales Ordinarias para las que Larreynaga había resultado electo, hallábanse en su segunda legislatura, comenzada el l Q de marzo de 1814 y suspendida el 10 de mayo, después del traslado de las Cortes a Madrid (Ibídem" pp. 90-92) .

Preparaba, pues, Larreynaga su viaje a España, cuando vuelto Fernando VII de su prisión en Francia, por el famoso decreto de 4 de mayo, abolió todo lo actuado por las Cortes, proclamando que los años de 1808 a 1813 debían tomarse como inexistentes, y ordenando la persecución de los liberales.

"En vísperas de emprender su viaje tuvo orden para sus­penderlo a resultas del Decreto de 4 de mayo" . . . (XLVI) .

Así termina el cargo de Censor Provisional y se esfuma para siempre la diputación en las Cortes de España. Mas no paran aquí las cosas: en Real Orden de 17 de febrero de 1815 el Monarca revoca el nombramiento de Oidor que la Regencia había hecho recaer en su persona. Por sus relaciones en el país, por ser originario del Reino, Larreynaga no puede ser Oidor en la Audiencia de Guatemala (XLV) .

Dice Ignacio Gómez que una de las causas por las cuales el Rey anuló el nombramiento fue un informe dirigido por el famoso Bustamante y Guerra a Madrid, en el que decía "que Larreynaga era el alma de las tertulias y el que man­tenía las ideas de independencia en estos países" (XVIII).

No sabemos hasta qué punto sea verosímil lo afirmado por GÓmez. A este respecto Gallardo apunta (XII, t. 1, p. 98, nota 28) que Bustamante "aprovechó el período de la

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Monarquía absoluta para acusar a varios de los diputados y hacer cesar en sus funciones al Corregidor Intendente de San Salvador, don José María Peinado".

Cierto es que Larreynaga, con la actividad que le era tan característica, se dirigió inmediatamente en súplica al Rey para que declarase que la nulidad de su plaza tan sólo se enten­diese con respecto a la Audiencia de Guatemala, y que estaba en aptitud para ser destinado a otra Audiencia. El Rey trasladó la súplica a la Cámara la cual declaró que estaba expedito para cualquier otro nombramiento similar, pues para el anterior "no lo obstaba otra cosa que el ser natural del distrito" (XLV).

Es de suponer que de haberse dado crédito a las denun­cias que se atribuyen a Bustamante, muy otro hubiera sido el resultado de aquella suplicación.

Obligado por la fuerza de las circunstancias a permanecer en Guatemala Larreynaga desempeña en 1815 la Relatoría de la Audiencia, la Defensoría del Juzgado de Intestados y la cátedra de Derecho T eórico-Práctico en la Universidad. En esta época realiza el viaje por los pueblos de los Altos. Luego comienza a preparar su viaje a Europa, viaje comple­tamente ajeno a su fallida misión diputadil.

A principios de 1818 lega a la Universidad de León su copiosa biblioteca, compuesta por cerca de tres mil volú­menes, muchos de ellos con valiosas anotaciones de su puño y letra en los márgenes (ídem). En febrero de aquel año embarca en la fragata "Desiré", rumbo a Europa. Va en compañía de antiguos amigos e ilu~tres compatriotas: el Dr. José Mariano Méndez y los señores Barrio y Aycinena. Des­pués de un azaroso viaje en que una violenta tempestad púsole en serio peligro de perder la vida, hasta el punto de que jamás se borraron de su mente las terribles impresiones de aquella incidencia, puso pie en el Viejo Mundo, en Burdeos, en aquella noble tierra francesa que tan alta contribución había prestado á su vasta cultura (XVIII) .

Hay una curiosa sucesión de hechos en tornos al viaje a Europa que nos habla al oído de una firme determinación de Larreynaga de reconquistar su perdida plaza en la Audien-

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MIGUEL DE LARREYNAGA

(1771 - 1847)

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ci~ de Guatemala y, de paso, labrarse una más sólida , reputa­ción en los círculos oficiales de la Corte, poniendo a su servicio todos los recursos, mediante aquella eficaz combinación de audacia y generosidad que en tan bellas proporciones entraban a componer su carácter. He aquí resumido y ordenadQ el conjunto de hechos a que nos referimos: .

1) El 10 de febrero de 1818 se forma .en la Secretaría del Consejo y Cámara de Indias ' por lo tocante a la Nueva España una Relación de Méritos del Licenciado don Miguel Larreynaga. (XLV).

2) Ese mismo mes se- embarca Larreynaga para Europa. (XVIII).

3) En nota del 4 de abril del mismo año le agradece el Claustro Universitario de León la donación de su biblioteca (Idem) .

4) El 5 de Mayo el Ayuntamiento de Guatemala ex­tiende un atestado de las buenas do:es y méritos del Licen­ciado Larreynaga. Como si se quisiese neutralizar los informes de Bustamante (en caso de que hubiesen existido) 'tIestaca que "en las pasadas conmociones mantuvo constantemente la fidelidad debida al Rey y las opiniones más sanas; sin que en nada se le haya complicado, por lo cual se ha merecido el concepto de las autoridades, del público y de todo el Reino, estimándole por un hombre de bien, un letrado distinguido y un fiel vasallo de Su Majestad" (XLV).

5) Dos días después, el 7 de mayo, 1818, se evacúa un informe de la Audiencia y el Capitán General de Gua­temala, favorable a Larreynaga, recomendándolo para plaza togada (Idem) .

6) El 15 de junio es repuesto, a consulta del Consejo de Estado, en su antigua plaza de la Audiencia, gozando de toda S1,l antigüedad (Idem).

7) 1819. El 23 de febrero el Secretario Queipo de Llano agradece :J L:Jrrcynaga en nombre de Su Alteza el In­fante don Carlo:;, Protector de la Real Universidad de León, y del Rey, la donación de su biblioteca (Idem).

8) 29 de abril de 1819. "Relación de Méritos y Ser­. vicios del Licenciado don Miguel Larreynaga, Relator de la

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Audiencia de Guatemala y Abogado de su ilustre Colegio" , formada en Madrid por el Secretadio y Oficial Mayor Ho­norario de Su Majestad don José Solana_ Sin fecha y sin forma, probablemente anexo a la Relación anterior, hay un "Resumen de los Méritos y Servicios del Licenciado don Miguel Larreynaga, Relator" _" Etc. (Idem).

9) Agosto de 1820. Larreynaga cede a la Hacienda Pública los 19,800 pesos que le corresponden por su sueldo en el tiempo que esruvo suspenso del ejercicio de Ministro de la Audiencia Nacional de Guatemala (XXXV) .

10) 28 de agosto, 1820. El Rey acepta la cesión de La­rreynaga y expide decreto concediéndole los honores de In­tendente de Provincia, en atención a sus méritos y servicios (Idem).

11) 1 ~ de setiembre, 1820. Título de Intendente Ho­norario de Provincia extendido por Fernando VII a favor del Licenciado don Miguel Larreynaga, "con la precisa calidad de satisf;¡¡:er lo que corresponda al derecho de la media anata, por lo honorífico de esta gracia, con más el dieciocho por ciento de su conducción a esta Península" (XXXIV) _

Misión cumplida, el 28 de marzo de 1821 Larreynaga inicia viaje de Madrid a Cádiz y el 15 de agosto se presenta en Guatemala. El Genio de la Libertad, en su edición del 3 de setiembre de i821, registra el siguiente aviso: "El día 16 del pasado tomó posesión de su magistrarura, ocupando el tercer lugar en el orden de antigüedad, el señor don Miguel . de Larreynaga, Intendente Honorario de Provincia" (XXV) .

III

Hacía apenas 29 dias que Larreynaga ocupaba su plaza de Ministro de la Audiencia, cuando en el alto Tribunal se recibió la siguiente circular:

Asuntos del mayor interés que pueden ocurrir a la felicidad y tranquilidad pública, han llamado en el día

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la atención de esta Superioridad. "En su consecuencia ha dispuesto que el Ilustrísimo

Señor Arzobispo y dos individuos del venerable cabildo eclesiástico; por ausencia del Señor Regente, do:; de los Señores Ministros de la Audiencia Territorial; el primer Alcalde, dos Regidores y los dos Síndicos del Ayunta­miento Constitucional, dos individuos de las Corpora­ciones, el primer Jefe o Comandante de cada Cuerpo Militar de esta guarnición, el Señor Auditor de Guerra, el Protomédico, un prelado de cada orden, los padres curas de la ciudad y los Secretarios del Gobierno y . Di­putación Provincial, se reunirán e! día de mañana 15 a las ocho de ella en el Salón del Palacio; por lo ' tanto, espero que ustedes no faltarán a la hora señalada, a fin de que auxilien con sus luces; y de quedar enterados espero e! correspondiente aviso. Dios guarde a Usted mil años. Palacio de Guatemala, 14 de Septiembre, 1821. Gabino Gaínza" (XXVI, t. I, p. 87).

Los "asuntos del mayor interés" que habían llamado la atención no sólo de Gaínza, sino del pueblo todo de Guate­mala, eran en resumen los siguientes:

En 1821 la revolución mexicana estaba a punto de ex­tinguirse, cuando la defección de Iturbide vino a reavivar su fuego, cambiando de raíz e! curso de los acontecimientos. Se firmó el "Plan de Iguala" entre el coronel español y el general insurgente Guerrero, proclamando las "Tres Garan­tías", a saber: conservación de la religión católica con exclu­sión de las demás; independencia de España; unión de espa­ñoles y americanos, mediante la abolición de castas y privi­legios. Juntos Guerrero e lturbide, el "Ejército de las Tres Garantías" fue de triunfo en triunfo hasta situarse a las puertas de México. En esas circunstancias llegó a hacerse cargo de! Virreinato e! Capitán General don Juan O'Donojú, quien considerando perdida la causa de España, desde la fortaleza de San Juan de Ulúa inició arreglos con Iturbide. El 24 de agosto signáronse los "Tratados de Córdoba". El gobierno español aceptaba e! "Plan de Iguala" y se formaba una junta

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de 36 miembros para gobernar el país. Se convocaría a un Congreso que organizase convenientemente el nuevo estado; una regencia se encargaría del poder ejecutivo, mientras venía contestación del Rey de España, a quien se ofrecía la corona para él mismo o para un familiar que señalase.

Los acontecimientos de México, más por lo novedoso que por lo promisorio, soliviantaban los áriímos en Guatemala .

. Era plausible para la mayoría ver derrotadas por todos los ámbitos del vecino país a las fuerzas que por tanto tiempo habían mantenido la dominación española, dominación que desde hacía tiempo era considerada injusta, despótica y re-trógrada. .

Se pensaba en una probable ayuda mexicana, a ser posi­ble con fuerzas de su ejército victorioso, a la independencia centroamericana. Desde el restablecimiento de la Constitu­ción, jurada por Fernando VII en 1820, al amparo de la libertad de prensa que ella preconizaba, los ideólogos de los partidos existentes, el de los "serviles" y el de los "cacos", algo así como colaboracionistas y opositores, se habían trabado en enconada lucha periodística. El Doctor Malina dirige El Editor Constitucional, ahora bajo el mote de El Genio de la Libertad, de ideas francamente opositoras; el Licenciado del Valle, El Amigo de la Patria, de voces moderadas. Amba< publicaciones son una cátedra del más acendrado liberalismo doctrinario, que ilustra al pueblo sobre los problemas políticos de su tiempo, así propios como ajenos, y lo pone en camino de Ilevar adelante su emancipación. En este sentido han coad­yuvado también otros medios de propaganda, como la "Ter­tulia Patriótica" y las sesiones públicas de la Sociedad Eco­nómica de Amigos del País. Por otra parte, los independen­tistas no dejan de lado las acciones prácticas de la política. Los cuñados del Doctor Malina, Cayetano y Mariano Bedoya, están en diversos lugares de México buscando un acuerdo con el General Bravo, que opera cerca de la frontera. En ' Chiapas el Padre Córdova predica a todos los vientos la indepen­dencia .. .

Todos estos hechos causan 'indecible desasosiego en el Capital General Gaínza, que emite manifiestos irrisorios,

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mezcla de temores y amenazas, de promesas y reclamos. En esta situación llegaron e! 14 de setiembre decisivas

noticias de Chiapas. Comitán y Ciudad Real habían procla­mado la independencia; e igual cosa habían hecho Santa Ma­ría, Villa Hermosa, Macuspana, Tehuantepec, Tuxtla y Huy­nanguillo, adhiriéndo~e al "Plan de las Tres Garantías". Al conocer estas noticias Guatemala se conmovió. Una de las seis provincias que por siglos habían integrado e! Reino, se separaba de sus hermanas y, ansiando vida propia, comenzaba a gravitar en la esfera de su poderoso vecino. Gaínza, per­plejo, hizo circular la invitación que conocemos.

Noche de desve!o, de expec~ación y trabajo aquélla de! 14 de setiembre de 1821 , en que se gestaba e! nacimiento de una nueva patria. Molina y Barrundia destacaron sus agentes hasta los últimos barrios de la ciudad, preparando la concen­tración de voluntades que el día siguiente, desde la plaza pública y en los salones y corredores de Palacio, realizaría la gesta libertaria.

El 15 por la mañana reunióse en Palacio la Junta con­'vocada por Gaínza. En vez de los dos Ministros de la Audien­cia que pedía el Capitán General a falta de! Regente, llegaron los cinco: el propio Regente Francisco de Paula Vílchez (que al parecer ingresó a Guatemala e! 14), Larreynaga, don José Valdés, don Tomás O'Horán y don Migue! Moreno. El historiador Montúfar, que fue testigo de los hechos de ese memorable día, dice que "era un espectáculo tan raro como nuevo ver los agentes y repre3entantes del Rey de España reunidos con los hijos del país para discutir bajo la presiden­cia de! primer agente del Gobierno si Guatemala sería o no independiente" (XXIX, p. 47).

"Co:nenzarcn la sesión por la lectura de las actas de Chiapas - dice Marure-. Valle tomó en seguida la palabra, y en un elocuente discurso, después de evidenciar la necesi­dad y la justicia de la independencia, concluyó manifestando, que no convenía hacer su proclamación hasta no oír el voto de las provincias" (XXIV, p. 14) .

Dice Marure que algunos se adhirieron al dictamen de Valle, opinando que además debía esperarse el resultado de

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308 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

los · sucesos de México. Y hace una lista de siete notables r~je : expusieron este criterio, encabezada por el Arzobispo ' ysaus, quien parece haber seguido a Valle en el uso de la -pal¡¡bra. Al par trae Marure otra nómina de veintitrés dig­

. .natarios que se expresaron por la independencia inmediata. A la-cabeza el canónigo José María Castilla; y entre ellos los Magistrados Larreynaga y O'Horán, discrepantes de la opinión

;. de sus colegas Moreno y Valdés, del partido de Valle (Idem) . Pero el demoledor de las ideas de Valle fue el ilustre

canónigo Doctor José María Castilla. Su discurso ponderado y elocuente, en todo de acuerdo con el sentimiento general 'del momento, fue la señal para que se desatara la formidable batalla verbal presentada por los independentistas.

"El canónigo Doctor D . Jo~é María Castilla -dice Montúfar- dio el primer voto y el más pronunciado, después de haber hablado en contra su prelado y amigo el Arzobispo D. Fr. Ramón Casaus" (XXIX, p. 47) .

Desgraciadamente no nos queda nada de aquella oratoria, la más trascendental en la historia de Centroamérica. Los

. cuatro historiadores testigos de este singular acontecimiento, Montúfar, Marure, García Granados y Molina, sólo refieren la intención general de los discursos, sin transmitir los detalles. Puede sí establecerse que el que haya sido Larreynaga el principal oponente de Valle, no es sino una inexactitud que han quedado repitiendo nuestros escritores, sólo po.rque su música resulta deleitosa a nuestra vanidad nacional.

He aquí las palabras de Gámez al narrar este momento:

"Siguieron en el uso de la palabra algunos otros gazistas que apoyaban a Valle; pero luego se levantó el erudito nicaragüense don Miguel Larreynaga, y con su palabra de fuego combatió valientemente la idea de todo aplazamiento, equivalente en aquella ocasión a la muerte de la idea redentora proclamada en aquel memorable día.

"Gálvez, Delgado y otros muchos patriotas que fi ­guraban en la Diputación, en la Audiencia, en la Muni.

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cipalidad y otros puestos, vinieron después en apoyo de Larreynaga" (XVI, p. 277).

Más comedido y ajustado a los hechos, Ayón se limit~ a decir que Larreynaga se pronunció a favor de la indepen­dencia inmediata (IV, t. III, p. 525). Y es la verdad. Y basta para afianzar su figura en el pedestal de la gloria y perfilar su contorno en el cielo de aquella aurora de la nacio­nalidad, con la aureola de prócer.

Larreynaga no fue el fogoso líder que soñara Gámez para presentarlo a los ojos deslumbrados de la juventud. Pero es algo más que eso. Es el magistrado probo, sabio y sereno, pleno de experiencia, con una visión límpida y privilegiada de los dos mundos, de su pasado y de su porvenir, que, col­mado de distinciones y honores por un régimen opulento y secular, renuncia a ello para dedicarse a la crianza y la tutela de una patria pobre y desvalida, pero que es, en realidad, su verdadera patria.

El ejercía el liderato supremo de la docencia a través de todos sus actos. Por eso su voz autorizada, fundamentada en su honradez y sabiduría, tuvo un resonar fecur.do en aquella asamblea. Su discurso ponía el visto bueno a los de sus pre­decesores e infundía prestigio al acto que se estaba desarro­llando. La Patria había necesitado de su auxilio en el día de su nacimiento, y él no le había faltado en aquella hora suprema.

El Acta de Independencia que se escribió aquel día registraba los acuerdos tomados por la Diputación Provincial y el Ayuntamiento reunidos bajo la autoridad de Gaínza. Por eso sólo la firman el Capitán General y los miembros de esas corporaciones, los cuales forman el conocido "Grupo de los 13".

El acuerdo 8'! del Acta creaba la Junta Provisional Con­sultiva, compuesta por los miembros de la Diputación Pro­vincial más Larreynaga, Valle, A ycinena el marqués, Valdés, Candina y Robles, cada uno de ellos en representación de su provincia de origen. A continuación de! precioso documento, el día 16 se hace constar: "Comunicada e! Acta precedente a los señores don Miguel Larreynaga, don José de! Valle, Mar-

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qués de Aycinena, don José Valdés, Licenciado don Antonio Robles y Dr. don Angel María Candina; y habiendo con­currido a prestar el juramento acordado, lo hicieron efectiva­mente en unión de los señores individuos de la Excma. Di­putación Provincial, del Sr. Alcalde Primero, Sres. Regidores, Diputados y Sres. Síndicos" . Aquí aparece la firma de La­rreynaga entre las de Gaínza y Valle, como miembro jura­mentado de la Junta Provisional Consultiva (LIV, p. 27) . El acto de la firma se llevó a efecto en casa de Gaínza el propio 16 (XXIX, p. 48) . El siguiente día celebró la Junta su primera sesión. Acababa de darle vida a la Patria y ya se aprestaba Larreynaga a guiar los pasos vacilantes del naciente estado por el camino del bien público.

Instalada la Junta Provisional, el 28 de setiembre dispuso suspender las sesiones públicas, pues la concurrencia "frecuen­temente quería tomar parte en las discusiones y aun alguna vez había dejado oír voces desacompasadas" (XXIV, p. 19). No estuvieron de acuerdo con aquella disposición don An­tonio Rivera, el Padre Delgado y Larreynaga, por lo que sal­varon su voto.

El día siguiente Molina ocurrió ante la Junta, manifes· tando el desagrado y sospecha del pueblo por aquella deter­minación y pidiendo se restablecieran las sesiones públicas y se expulsase inmediatamente a los empleados que aún no habían jurado. Gaínza accedió a esto último, y se comisionó a Larreynaga para que formulase un proyecto de reglamenta­ción que contemplase la concurrencia del público a las sesiones.

El 3 de noviembre Larreynaga presentó un proyecto que restablecía las sesiones públicas los días lunes, jueves y sábado, conforme la costumbre anteriormente practicada, mediante la observancia de ciertas normas que aseguraban el orden en los debates, a saber: prohibición de portar armas y de interrumpir a los oradores; no hablar varios a la vez, y en fin, guardar la debida urbanidad y compostura. El proyecto fue aceptado con el consiguiente beneplácito de los patriotas.

Informada la Junta de los sucesos de San Salvador y de la consecuente prisión de los líderes Domingo Antonio de Lara, Manuel José Arce y Juan Manuel Rodríguez, decretada

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por el Intendente Barriere, resuelve el 9 de octubre enviar al Padre Delgado como Intendente y Gobernador de la pro­vincia, con miras a su inmediata pacificación_ Barrundia y Molina, apoderados de Arce y Rodríguez, recusan a Delgado como intermediario, y a nombre de otros muchos solicitan no se le envíe a San Salvador "por ser interesante su asistencia a esta Junta, y porque temían que en la revolución y choque de 'opiniones no perdiese la vida"_

Se comisionó a Larreynaga como a uno de los más respetables y elocuentes miembros de la Junta para que viese de persuadir a los que desaprobaban aquella medida, que se hallaban reunidos en la antesala_ Fue Larreynaga a cumplir el encargo y "después de una plática privada con Barrundia y Molina logró que éstos aceptaran el acuerdo" (Acta de la Junta Provisional Consultiva y Exposiciones de Barrundia y Molina, Procuradores del Pueblo. Citadas en XLVIII, p. 232 Y sig.) .

De! acierto de tal resolución no hace falta hablar. De!­gado a su paso por Santa Ana liberó a los presos que Barriere conducía a Guatemala, luego formó la Junta Consultiva y con e! enorme prestigio de su nombre sometió y pacificó rá­pidamente la provincia.

IV

Un nuevo peligro se cernía sobre la libertad de ' Centro­américa: e! imperialismo mexicano encarnado en la persona de Iturbide. Los realistas despechados, que aún eran una fuerza poderosa, aunque solapada, en e! naciente estado, se agarraron con ansias a esta tabla salvadora en el naufragio de la monarquía. Espiritualmente organizados para servir a un amo que al mismo tiempo les confiriese cierta condicio­nada libertad y privilegios para poder medrar, vieron en la anexión a México e! puerto de sus ambiciones. Gaínza era uno de ellos. El 16 de setiembre, habiendo manifestado estar dispuesto a prestar el juramento, "al tiempo de prestarlo en

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manos del alcalde primero, la fórmula la dispuso el mismo Gaínza arreglada al Plan de Iguala: los concurrentes que lle­naban la sala esforzaron sus gritos pidiendo que el juramento se prestase para una independencia absoluta de España, de México y de toda otra nación, y así lo prestó Gaínza" (XXIX, p. 47).

A pesar de todo, desde su puesto a la cabeza del gobierno del nuevo estado, conspiró desde el principio para entregarlo a México.

El 12 de noviembre la Junta Gubernativa del Imperio acordaba "la forma en que elegirán diputados las provincias de Guatemala". Para presionar a Gaínza y obligarlo al cum­plimiento de la entrega concertada, Iturbide envió a un agente, José Oñate, capitán de los Ejércitos Imperiales, quien se pre­sentó en Guatemala el 27 de Noviembre de 1821 con pliegos del mexicano que eran todo un "prototipo de la arbitrariedad": desconocían el Acta del 15 de Setiembre y amenazaban con la invasión armada al territorio de Guatemala. Bajo la pre­sión de Iturbide, Gaínza no tenía alternativa, y el día siguiente hubo de poner a la Junta en autos de los graves asuntos. Por primera vez trató oficialmente de la "novedad" que consti­tuían las pretensiones mexicanas leyendo un oficio de Iturbide en que le decía que Guatemala "no debía quedar independiente de México, sino componer de las dos un grande imperio bajo el plan de Iguala y tratados de Córdova; que Guatemala se hallaba todavía impotente de gobernarse por sí: que unida a México tendría todos los auxilios para su defensa y fortifi­cació)1 de ses puertos; que separada será objeto de la ambi­ción extranjera" (VI, t. IV, p. 307).

Mas para entonces la idea de la anexión ya no era nada nuevo, y menos para GaÍnza. Alentado por él y por otros notables realistas se había formado un bando anexionista que provocaba serios desórdenes e iba sembrando la zozobra en la ciudad, hasta llegar a dar muerte en la calle a los patriotas Mariano Bedoya y Remigio Maida.

En vez de tomar una determinación drástica en cuanto a la anexión, como el 15 de Septiembre se había tomado con respecto a la independencia de España, la Junta aceptó las

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sugerencias de! imperialista marqués de Aycinena, y dej4 la resolución de! caso sometida al voto general de las provincias. Desde este momento era de esperarse e! triunfo de los impe­riali: tas, pues las ideas de independencia aún no estaban bien arraigadas y fortalecidas en la conciencia de los pueblos alejados de la capital. Algunos habían aceptado de mala gana y hasta como una imposición e! nuevo estado de cosas. Además, e! acto mismo de la consulta restaba autoridad y prestigio al gobierno central. Resultaba bastante absurdo que se consultase a las provincias sobre una determinación que era la Junta Provincial la más capacitada para resolver.

Para explicar esta actitud hay que tomar en cuenta que la presión de Iturbide había degenerado en amenaza armada contra Centroamérica, pues mantenía cerca de la frontera, a la expectativa de efectuar una invasión, a los hombres de! coronel Antonio Flon, conde de la Cadena, cuyo número

· la Gaceta de México hizo ascender equivocadamente a 5,000. Cuando los hombres de Flon entraron a Guatemala al mando de Filísola, apenas sumaban unos 600 (L, p. 352; LI, t. IV, doc. CLXIII, p. 274, nota 2). Pero ante la amenaza e! Ca­pitán General no tuvo más ocurrencia que argüir (como se ha supuesto) confidencialmente a los miembros de la Junta, lo que en ocasión anterior ya había expuesto al General Lo­renzo de Romaña: "Ser imposible organizar un ejército rápi­damente, para hacer frente a los soldados frescos y victoriosos de la famosa División de! Conde de la Cadena".

Mas no paraban aquí los males de Celltroamérica. Las amenazas personales de Iturbide contra Gaínza iban a influir también poderosamente en su destino. Tal se desprende de los términos de una carta del Jefe Político a Iturbide fechada el 29 de Diciembre, en que le pide paciencia por haberse some­tido la cuestión al voto de los ayuntamientos, lo cual signifi­caba, según su criterio, e! triunfo indiscutible de la idea ane­xionista. "Teniéndolo presente -dice- espero que V.E. se sirva dar a estas consideraciones toda la que merecen y sus­pender entre tanto sus determinaciones y la internación en Guatemala y sus Partidos de la tropa que se sirve indicar,

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hasta la respue3ta que dirigiré por el correo que saldrá de ésta el 3 de! próximo entrante" (VI, t. IV, p. 376).

Entre las determinaciones a que se refiere esta carta, al­gún autor incluye la de acabar la vida del propio Gaínza si la anexión no se efectuaba sin más dilaciones. Para reclamar con tanto apremio era indispensable que mediase algún pacto previo entre Iturbide y e! Jefe de! Gobierno Provisional.

El desconcierto era general. A partir de! 15 de Octubre el Dr. Molina rompe lanzas contra el Imperio, que amenaza con absorber al naciente Estado rentroam~ricano. Anuncia la intervención de los Estados Unidos, Colombia, Chile y Bue­nos Aires "al frente de escuadras y ejércitos formidables", en defensa de Centroamérica en caso de una agresión de México. Pide a los pueblos unión para defender la libertad y "renovar los hechos de las antiguas repúblicas" . Dice a los representan­tes de las provincias cómo se hallarían en México "como los americanos en España, proponiendo siempre siñ obtener jamás, hasta que e! despecho los hacía enmudecer". Por último pone en duda que las cortes mexicanas sean al fin reunidas; y clama por no exponer la suerte de Guatemala "al espantoso riesgo que corre la de México de ser abismada de nuevo en un régi­men despótico".

En la Tertulia Patriótica José Domingo Estrada pronun­cia un discurso sobre e! tema de "si hay alguna autoridad constituida o por constituir que tenga facultades para decidir sobre la suerte de los pueblos que en e! día forman e! Estado Guatemalteco". "Un pueblo que depende de otro no es sobe­rano de sí mismo -dice Estrada-. Guatemala, si ha de estar sujeta y esclava, debe conocer que hay muy poca diferencia entre ser una provincia del gobierno español a serlo del mexi­cano. No así si entrase en re!aciones de alianza. La Alianza no supone dependencia, supone Igualdad" (Ibídem, pp. 314, 315).

Por su parte e! marqués de Aycinena, miembro de la Junta, . se mueve activamente en su esfera anexionista. Así lo reconoce en carta que dirige a Manue! Ramírez Páramo, In­tendente de Chiapas, e! 3 de Noviembre : "Yo trabajo, amigo, incesantemente por lograr la unión de estas provincias al Im-

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perio Mexicano" (Ibídem, p. 286). El día siguiente, en la sesi6n del Ayuntamiento, el Al­

calde Primero doctor Mariano Larrave, uno de "los 13", expone estas peregrinas ideas: "México se ha declarado im­perio de toda América Septentrional. De consiguiente es com­prendida Guatemala y sus provincias. Así conviene unimos a México", pues "uniéndonos voluntariamente sacaremos ven­tajas". Aunque rebaten a Larrave su hermano el regidor, Peraltes, Petit, Manrique y Quiñónez, e! síndico Arroyave propone al fin escribir a Iturbide rindiéndole las gracias por la libertad otorgada y anunciándole la anexión de Guatemala. La discusión se prolongó largamente sobre si se escribía o no a Iturbide, y los términos en que debía hacerse. (Ibídem, pp. \ 287-289) .

El 10 de Noviembre en la Tertulia Patriótica e! Licen­ciado José Francisco Córdova diserta ampliamente sobre la conveniencia de que Guatemala formase un estado indepen­diente y no agregado al Imperio Mexicano. Para entonces los imperialistas llegaron a solicitar de! Gobierno la expatriación de sus más encarnizados enemigos, que lo eran e! Doctor Molina, José Francisco Barrundia y el Licenciado Córdova.

Se había consultado a la Audiencia, y e! 17 de Diciembre ésta manifestó las razones de hecho y de derecho que le im­pedían extemar opinión alguna respecto a la anexión o inde­pendencia de México.

El 24 de Diciembre en el Ayuntamiento el Regidor Ro­mualdo Quiñónez opina que se debe proceder inmediatamente a la proclamación de! Imperio, "porque e! pueblo, que es el único juez en esta causa, ha dicho ya su parecer" (Ibídem, p. 369). El síndico Aycinena emite un dictamen justificando la actitud de Gaínza que para entonces había asumido una postura francamente anexionista (Ibídem, pp. 366-368).

Y el 29 el Ayuntamiento acuerda "que siendo la opinión general de los vecinos de esta ciudad por el Imperio, Guate­mala está en el caso de unirse a México" (Ibídem, p. 372); "unión que - según la opinión de Marure- redujo a una nulidad a todos los guatemaltecos y a una condición más triste que la c¡ue tuvieran bajo el régimen colonial" (XXIV, p. 26).

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Len~amente fueron llegando los pliegos de los ayunta­mientos y se verificó e! escrutinio a principios de Enero de 1822_ El resultado fue e! siguiente: solamente dos rechazaron la anexión; 23 remitían la cuestión a un congreso general; 32 se sometían a la resolución de! gobierno; 11 aceptaban una anexión condicio; lal; 104 anexión simple y 67 no contestaron o no recibieron la consulta.

Este resultado marca claramente la desorientación de las provincias ante aquel extraordinario problema, y explica la esperanza puesta por los anexionistas en esta malhadada con­sulta.

"El traidor Gaínza, que no había querido proteger con las armas a los pueblos de las provincias desunidas contra sus opresores, desplegó toda energía y enarboló el negro estandarte de! servilismo contra la libertad" ... (LI, t. IV, doc. CLXXXV, p. 331) .

En esta situación tocó a Larreynaga desarrollar una labor excepcional. Amenazada la nación por el ejército mexicano, sin fuerzas que oponer a una invasión por la manifiesta ineptitud del Capitán General, profundamente minada la opinión pública en la capital por la activa labor de los imperialistas, divididos los pareceres en el seno de la Junta, apremiado personalmente el Jefe de! Gobierno quizás bajo pena de su propia vida, mal informados, perplejos o extraviados en su opinión los ayuntamientos, e! sabio jurisconsulto, desde su posición de juez sereno e ilustrado, vio venir como un hecho inaplazable la consumación de la odiosa anexión. Entonces surgió e! po­lítico hábil y sagaz y e! patriota que procura abreviar los ma­les que afligen a su nación.

Según el pensamiento de Larreynaga todas las esperanzas de! país se cifraban en la labor de su representación en e! Congreso del Imperio. Por eso desde ahora su preocupación se fija en e! asegurarse esa representación, que considera capaz de hacer prevalecer al fin el Derecho contra la intriga y la fuerza bruta.

Por eso en la sesión de la Junta el día 2 de Enero de 1822, contra e! parecer de Valle y Alvarado que opinaban por espe-

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rar aún el voto de los ayuntamientos que no habían contes­tado, Larre ¡naga expuso sin ambages que no debía diferirse el informar a México sobre la anexión, pues de no hacerse así era indudable que los diputados, no podrían presentarse a tiempo en el Congreso. Los imperialistas (Aycinena, Beltra­nena, Gaínza) se aprovecharon de la opinión de Larreynaga {'ara insistir sobre la conveniencia de efectuar la anexión sin dilatorias, aunque eran muy diferentes los móviles que los animaban. Molina, atendidas las razones expuestas por La­rreynaga, reprodujo su voto. El acta de ese día dice que "estre­chándose el tiempo para dar por el correo de mañana -3 de Enero- la referida contestación al Serenísimo Sr. Iturbid'!, se acordó evacuarla por una simple noticia, participándole el resultado de la unión" (VI, t. IV, pp. 379-384). Notemos que el 3 de Enero fenecía el plazo solicitado por Gaínza a Iturbide para que mantuviese en suspenso "sus determinacio­nes" y la invasión de Guatemala por la tropa mexicana.

En la sesión del 3 suscitóse una discusión acerca de la forma como debían ser electos los diputados al Congreso del Imperio. El día anterior había quedado pendiente la propo­sición de Valle "de que las elecciones de Diputados se hagan esta vez por las reglas designadas en la constitución española, tomándose para el número de ellos la base que señala el decreto del imperio". Aunque casi todos los miembros de la Junta reconocían la justicia de la indicación de Valle, "se embaraza­ban para aprobarla en los inconvenientes de alterar las reglas dadas por el decreto de México" (Ibídem, p. 384). Ahora que se debatía de nuevo el mismo punto Larreynaga expresó la justicia de la proposición de Valle, puesto que permitía manifestarse mejor a la voluntad popular; "pero que por ra­zón de las circunstancias no debía hacerse novedad, porque el que quería alguna cosa la debía admitir con las nulidades que tuviese"; y siendo así que se aceptaba la unión, las elecciones debían hacerse conforme a la sanción de México (Ibídem, p. 388) .

Las argumentaciones de Valle y las reflexione; de Larrey­naga mantenían indecisos a los miembros de la Junta. En rea­lidad todos querían que la elección se llevase a efecto según

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las normas de la constitución y no conforme a la "ley inicua" del Imperio, como decía Valle, ley "que sujetaba las eleccio­nes al círculo de los ayuntamientos de las capitales".

El problema se dejó para la sesión de! 14 de Enero ( 1822), a la qu: tanto Valle como Larreynaga llegaron con la solución en la mano. Larreynaga propuso "que se decla­rase si era adaptable, naturalmente, la base de la convocatoria de México a las circunstancias de Guatemala" . Valle, más drástico, menos pragmatista, propuso se declarase si la misma convocatoria obligaba a Guatemala al presente y antes que se tuviese contestación al acta del 5 sobre incorporación al Imperio; porque si aun no era obligatoria, quedaba claro que las elecciones debían arreglarse a la Constitución Española.

Se prefirió el camino señalado por Larreynaga. Y se dis­puso que las elecciones se efectuasen conforme a la Constitu­ción Española, sobre la base de un diputado por cada 27 mil almas.

Para no atenerse a la convocatoria de México, que pedía un diputado por cada tres partidos, se tuvo en consideración 19 ) que los partidos no estaban arreglados en Guatemala;

.2ry) que a veces había grandes distancias entre los pueblos y la capital, y los e!ectores no podían concurrir; 39 ) que al­gunos partidos, por enemistad, no concurrirían a la respectiva cabecera de provincia. En resumen, estos ordinales venían a declarar que la base de la convocatoria de México era natu­ralmente inadaprable a las circunstancias de Guatemala, tal . como lo había previsto Larreynaga. La base de un diputado por cada 27,000 habitantes ~e estableció buscando proporcio­nalidad entre el número de diputados por Centroamérica y por México, tomando en cuenta la población de cada territorio según e! cálculo de Humboldt, que daba a México 6,000,000 de habitantes y a Guatemala millón y medio. México elegía 162 representantes; de donde Centroamérica debía elegir 40 (Ibídem, pp. 402, 403) .

En la sesión del 5 de Enero, Gaínza urge a tomar resolu­ciones en vista del "estado fatal de división en que se hallan las provincias y el incremento que esto puede tener si se retarda por más tiempo el acuerdo sobre unión al Imperio",

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término a que han llegado las discusiones, ahora atascadas en la duda de si la Junta tiene facultades para poner condiciones a la unión. Concluyó Gaínza pidiendo se debatieran y resol· viesen en sesión permanente tres puntos específicos: 19) si la Junta tiene poder para fijar condiciones a la anexión, siendo así que la mayoría de los pueblos la han aceptado sin limita­ciones; 2Q

) En caso afirmativo, si sería útil proponerlas y exigirlas; 3Q

) En caso afirmativo, que se expongan y voten -una a una. Larreynaga pide se declare si la agenda propuesta por Gaínza se iba a considerar en sesión permanente,- con­forme a lo pedido por el mismo Jefe del Gobierno. Se declara .

Con la constante oposición de Valle, por la mañana se resolvió que se podía poner condiciones respecto a los pue­blos que no las habían propuesto.

Por la tarde se leen para su aprobación los puntos re· sueltos en la mañana. Valle, Alvarado, Calderón y Rivera salvan sus votos. Valle puntualiza ahora que para resolver sobre fijar o no condiciones a la anexión se necesitaba nada menos que de la autoridad del Congreso de Guatemala: "y que si éste se creía inconveniente por las circunstancias, la Junta tenía las facultades para [ello, pues] que algún Poder Soberano había de existir que decidiese". Se acordó respecto de los pueblos que ponían condiciones, enviar testimonio de sus respuestas al Gobierno del Imperio, y pedir a dichos pue­blos que expresasen su; condiciones en las instrucciones a sus diputados. En las extensas discusiones de aquel día, ante el hecho ya inevitable de la anexión, tres fueron las proposiciones de mayores alcances que se ex:ernaron. Oos eran de Alvarado: la primera, que una provincia pudiera segregarse por el acuerdo de las dos terceras partes de sus ayuntamientos; la segunda, que Iturbide entregase a 103 diputados guatemaltecos un tanto del acta de anexión y de los testimonios de las contestaciones. La tercera proposición era de Larreynaga y era también la de mayor trascendencia: que la unión de Guatemala y México fuese rectificable por la diputación que aquélla enviase al Con­greso del Imperio. Las tres proposiciones fueron rechazadas (Ibídem, pp. 389-394).

En la sesión del 7 de Enero, Larreynaga presenta el bo-

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rrador, que se le había encomendado, de! acta relativa a los acuerdos de unión al Imperio. En él se decía ser sólo 7 los ¡lyuntamientos que aún no habían contestado. Valle duda de la exactitud de este número: pide la lista de los ayuntamientos y el estado de las contestaciones recibidas, pasa cotejando hasta las doce y media; y se suspende la sesión (Ibídem, pp. 396· 398).

En la sesión del 8, Valle presenta una lista de 61 ayunta· mientos que no habían contestado la circular de! 30 de No· viembre. Larreynaga explica que en esta lista se incluyen pue· blos que no están con Guatemala o no se sabe que lo estuvie­sen. Hace ver que la circular del 30 de Noviembre (pidiendo e! parecer de los ayuntamientos acerca de la anexión) se había cursado conforme a la "tabla impresa" para la elección de di­putados al Congreso de Guatemala, donde se incluían pueblos que no tenían ayuntamiento y se omitían otros que sí lo tenían, cosa que ~e advirtió hasta después. Gaínza propuso no especi­ficar en el acta el número de opiniones por tal o cual extremo. Finalmente Larreynaga obtuvo e! voto unánime al proponer que ese punto se redactase así: "Los restantes no han dado

. contestación alguna, y si la han dado no se ha recibido". En esta forma se daba término a la redacción del "Acta

de la unión de las Provincias de Centro América al Imperio Mexicano", a la cual se puso fecha del 5 de Enero. En ella se hacía constar que la voluntad nacional manifestada abierta­mente en favor de la unión "excedía de la mayoría absoluta de . la población reunida a este Gobierno"; y computándose la de Nicaragua, Comayagua, Chiapas, Quezaltenango, Sololá y otros pueblos que se habían adherido por sí al Imperio, se en· contraba "que la voluntad general subía a una suma casi total" (VI, t . IV. pp. 394, 395 Y 398) .

Se había consumado la anexión al Imperio que no taro daría en llamarse "de Iturbide". En medio de las desgracias de la Patria, Larreynaga se había desvelado por procurarle e! único bien a que podía aspirarse: una representación en el Congreso, que hiciese patente su derecho a la autodetermina­ción y al pleno goce de su propio destino. Esa fue su ambi­ción y su creencia. En vez de librar la batalla final en e! ámbito

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estrecho de una Junta viciada, atrayendo divisiones, odios y hasta la guerra sobre la joven nación, prefirió que se fuese a dar esa batalla en el ancho campo de la Asamblea mexicana, donde brillaría con mayor fulgor el derecho propio y hasta podían hacerse poderosos aliaaos para la causa centroameri­cana. Fue lo que percibió el ojo penetrante del político y lo que sucedió al fin, en las últimas etapas de esta infortunada aven­tura.

Ya en los finales de la sesión del 8 de Enero, Valle llegó a comprender los alcances trascendentales de la estra­tegia política desarrollada por Larreynaga; y hasta puede decirse qUe llegó a identificarse con ella. Así se infiere de su postrera actitud en aquella sesión de la Junta, al propo­ner que en el pasaje donde el acta decía: "Se dará parte a la Soberana Junta Legislativa Provisional de la Regencia del Imperio y al Serenísimo Señor Iturbide con esta acta", se agregase: "para que se sirva dar cuenta con ella a las ' Cortes Constituyentes que hayan de celebrarse en México" (Ibídem, p. 398). La moción de Valle no prosperó; más quedó como constancia de que su insigne proponente coincidía al fin con el pensamiento de Larreynaga de que era mejor ir a dar ba talla en la Asamblea Mexicana, que no en el sagrado suelo centroamericano. De este criterio participa Marure, quien dice refiriéndose a Valle y su viaje a México que este era "enton­cer teatro más a propósito para hacer brillar sus talentos y defender la causa de Guatemala" (XXIV, p. 28).

Y el mismo Valle confiesa más tarde: ... " me propuse servir a Guatemala de los dos únicos modos en que podía ha­cerle algún servicio: defendiendo en México su justa causa, evidenciando ~us derechos; y reuniendo datos, observaciones y noticias que pudieran ser de algún provecho" (L, p. 68).

El 8 de Enero de 1822, dijimos, se promulgó el acta de anexión a México, a la cual se había puesto fecha 5 del mismo mes. El documento fue signado por los catorce miembros de la Junta Provisional Consultiva. "Ningún individuo de la Junta salvó su voto", subraya Montúfar y Coronado (XXIX, p. 52).

El 12, Gaínza se dirige a Iturbide suplicándole que los

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diputados que resultaren electos sean admitidos en el Con­greso "como legítimos representantes de Guatemala" aun cuando no fueren electos conforme a las leyes del Imperio, sino de acuerdo a la Constitución Española, en razón de las dificultades en reunir los partidos y otros problemas de orden geográfico (VI, t. IV, pp. 400, 401). Ese mismo día Gaínza giró las instrucciones sobre [a técnica a seguir en [a elección, y el 26 se hizo [a convocatoria.

Alojo escrutador de Montúfar y Coronado no escapa que habiéndose electo diputados al Congreso mexicano, "acep­taron y sirvieron estos destinos muchos de [os que habían sido opuestos a [a incorporación, o que no habiéndola con­trariado quisieron persuadir después que habían opinado en contra" (Ibídem, p. 54).

Para estos días ya había sido reemplazado el Conde de la Cadena en el mando de [a división mexicana por Vicente Filísola, nombrado por Iturbide Comandante Genera[ de Chiapas y de [as Provincias Agregadas del Antiguo Reino de Guatema[a. Ahora avanzaba con su ejército en dirección a [a capital, pues Gaínza, que comenzó pidiendo el aplazamiento de [a invasión, había terminado implorando el rápido envíQ de tropas para contener la inconformidad aun de los pueblos más sumisos, "hoy seducidos, corrompidos y extraviados".

Entretanto Larreynaga es electo, junto con don Isidro Montúfar, diputado por la Antigua Guatema[a (Sacatepé­quez) a[ Congreso Imperial. Y allá se encaminan en compañía del también diputado doctor Tomás Beltranena. En [a capital mexicana se van juntando los demás representantes de Centro­américa, entre ellos el sabio VaUe, que ostenta la representa­ción de Teguciga[pa (LI, t . II, doc. CLXXXVIII, p. 262; doc. CCII, p. 277).

Cuando el Rey y las Cortes españolas rechazaron los Tratados de Córdova, Iturbide coronóse Emperador. El Con­greso [o reconoce como tal el 19 de Mayo, y el 21 de Julio es la coronación solemne.

Pero el imperio de Iturbide no está destinado a durar mucho tiempo. El 26 de Agosto (1822) Valle, junto con otros

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diputados, militares y paisanos es arrestado y recluido como reo de estado en el convento de Santo Domingo, bajo manda­miento de incomunicación y centinela de vista. Se le había denunciado como sospechoso en relación con los sucesos sub­versivos de ese día (Ibídem, t. I, p. LIII). Cinco meses había de durar aquella prisión, de la cual el diputado por Tegucigalpa subiría directamente a ocupar el Ministerio de Relaciones del Imperio, cargo a que Iturbide lo elevaba "para darle alguna satisfacción de los agravios que había sufrido" (L, t. I, p. 73).

Entretanto lturbide había disuelto la Asamblea, dándose como causa traída del cabello "que hombres reunidos de dis­tintas provincias y sin conocimiento en los negocios de alto ~obierno, no podían menos que embarazarse y comprometer la marcha del Congreso" (LI, t. II, doc. CCLIII, pp. 374, 375). Manifestóse que la representación nacional había sido confiada por el Emperador a un corto número de diputados que componían la Junta Nacional Instituyente del Imperio Mexicano. Larreynaga era uno de sus vocales, habiendo sido incluido en una de las ternas presentadas para e! cargo de Presidente (Ibídem, doc. CCXL V, p_ 356).

lturbide se enfrentaba a un descontento popular cada vez más generalizado y a una insurrección militar cada vez más poderosa. Viendo perdida su causa, reinstaló e! disuelto Con­greso el 7 de Marzo de 1823 y quiso abdicar la Corona. Mas la Asamblea, que ahora gozaba de plena libertad, no aceptó la abdicación por no reconocerle ningún derecho al Trono de México, derecho que desde entonces se desconoció también a los Borbones, a quienes 10 había conferido el Plan de Iguala_

En esta segunda época de! Congreso Mexicano Larrey­naga salió electo para la Comisión de Constitución y Convo­catoria (Ibídem, pp. 354, 355).

El 12 de Abril, Valle, en representación admirablemente elaborada, demostró con abundancia la nulidad de la unión al Imperio. "La Unión de Guatemala con México es nula --decía-, porque 10 es todo aquello que no se pronuncia por la única autoridad que puede pronunciarlo; es nula por que no hubo el grado necesario de libertad".

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Por esos días la Asamblea se vio en el caso de tener que 'declarar la libertad de los pueblos sometidos por Filísola "de­jándolos en aptitud de actuar como lo quisieren".

El acontecer histórico que intuyera Larreynaga se había desarrollado con gran fidelidad. Centroamérica volvía a ser independiente, y bajo un signo de esperanza instalaba su Congreso el 24 de Junio de 1823.

Pero a Larreynaga tócale recoger un fruto amargo por su actuación en la jornada anexionista. El haber firmado el acta de incorporación, por muy altos que se perfilaran sus móviles y propósitos, le atrajo el resentimiento de algunos de los próceres, sus compañeros en la memorable jornada del 15 de Setiembre de 1821. Y entre estos el más afectado parece haber sido el doctor Malina, celebrado "Editor Cons­titucional" y Protomédico del Reino. Instalada la Asamblea Constituyente de la Federación, el 9 de Julio de 1823 procede a nombrar la primera Junta del Supremo Poder Ejecutivo, compuesta por Pedro Malina, Juan Vicente Villacorta y Antonio Rivera Cabezas. Uno de los actos de esta Junta que duró hasta e! 4 de Octubre, fue deponer a Larreynaga de la Magistratura que le confiriera el Rey de España. El 12 de Octubre el agraviado dirige desde México una exposición a la Asamblea Nacional Constituyente, protestando por dicho acto contrario "al tenor expreso del artículo *52 de la Cons­titución Española", Malina contestó a Larreynaga acumulán­dole ciertos cargos, entre otros el de haber firmado el acta de adhesión al Imperio Mexicano. Y sin mencionarlo por su nombre, en un impreso de cuatro páginas que circuló amplia­mente en la capital comenta el caso, usando su seudónimo de combate, "Fray Patricio" (XLIX, t. JII, pp. 64, 65; XLIX bis, pp. 68, 437) .

Al parecer Larreynaga, una vez hecha pública su pro­testa, guardó silencio, obedeciendo al poderoso influjo de su carácter.

Pero si en su patria se negaba un empleo al ciudadano Larreynaga, la nación mexicana no desaprovechó la perma­nencia en su seno de! ilustrado centroamericano. Guanajuato quiso honrarse acogiéndole en su Audiencia coma uno de

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sus Magistrados, empleo que declinó por no alejarse de Gua­temala. En Setiembre de 1824 el Congreso de Oaxaca nom­bróle Regente de la Corte de \ 'sticia, con el encargo de fun­darla y organizarla. Como nUllca fue amigo de disturbios y revoluciones, las que se spce¿ían a cada momento en aquel Estado, renunció el oficio y quiso volver a Centroamérica; pero las instancias de sus amigos el primer presidente de la República Federativa Guadalupe Victoria, y su Ministro de Justicia, el preclaro líder federalista Ramos Arispe, y el deseo de ser útil al país que le había acogido con tanto gene­rosidad, hicieron que aun permaneciera en Oaxaca, esta vez con el cargo de Juez Letrado del Distrito de la Capital, que le fue conferido el 20 de Octubre de 1826. No fue sino hasta en Marzo de 1828 que el presidente tuvo a bien "admi­tirle las reiteradas renuncias que había hecho de la Magis­tratura, dándole las gracias, a nombre de la Nación Mexi­cana, por la pureza y laboriosidad con que había sabido llenar tan difícil como comprometido puesto" (Contestación a La­rreynaga del Ministro Espinosa de los Monteros. Citada por Ignacio Gómez, XVIII).

Larreynaga abandona Oaxaca con un último gesto de la generosidad que le era tan característica, haciendo donación de su biblioteca al Instituto de Ciencias y Artes de aquel Estado (Cartas al Pueblo, 5 de Marzo, 1828. Citado por Ignacio Gómez, XVIII).

Llegado a Ciudad Real de Chiapas, de paso para Gua­temala, en Mayo de 1828, tuvo ocasión de conocer con más detalles la situación de la República, empeñada en la encen­dida guerra civil entre federalistas y centralistas, entre Gua­temala por un lado y El Salvador y Honduras por el otro, que duró de 1826 a 1842. Son las primeras armas de Mo­razán, preliminares de su decisiva victoria de El Gualcho, que más tarde habría de llevarlo hasta la propia capital guate­malteca para restablecer la Federación.

En Ciudad Real encuentra Larreynaga ejerciendo el obis­pado al virtuoso Fray Luis García, con quien 10 liga una antigua y estrecha amistad. Conquistado por los bondadosos consejos del prelado, que generosamente le brinda hopedaje

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en el convento de la Merced decide permanecer en Chiapas, gozando de la paz y sosiego de aquella noble ciudad. Por su incansable amor a la juventud y para corresponder a la hos­pitalidad de! obispo, da clases gratuitas de Derecho Canó­nico y Civil, de Matemáticas, Jurisprudencia y Retórica; y escribe una instructiva guía para el desempeño de las fun­ciones de justicia en primera instancia (XVIII).

El gobierno de! Estado 10 ejerce don Diego Lara, hom­bre ilustrado que reconociendo los méritos de! catedrático Larreynaga le nombra su Asesor General en Mayo de 1829 (Idem).

Mas no son estas todas las distinciones de que Chiapas le hace objeto. Ahora ya no sólo cuenta con e! favor oficial en aquel Estado: e! año 32 e! voto popular quiere llevarle al Congreso Federal como su representante, cargo a que re­nuncia en razón de su edad y de su constante deseo de regresar a Guatemala. No obstante e! año siguiente fue nombrado Magistrado de la Corte de Justicia, destino que sirvió durante dos años "cediendo sus sueldos a beneficio de la hacienda pública" (Idem) .

Así llegó e! momento en que

"Hecha la maleta, el hato liado, el rancho a punto, alforjas y equipaje, satisfecho el arriero y el ganado, en aderezo ya el matalotaje, en fin , para un camino bien aviado",

como él mismo escribe a su buen amigo el Licenciado Tron­coso, emprende el regreso a la Patria.

Cuando llega a Guatemala e! 11 de Noviembre de 1835, cuenta 64 años de edad, de los cuales 14 había pasado en tierra mexicana. A su amigo Troncoso había escrito :

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"Por ahora en Guatemala se disfruta de paz, después de la recién pasada agria re'Yolución, del tiempo fruta; y de presente ofrece buena estada, a lo menos a mí, que sólo aspiro a 'Yi'Yir sin qué hacer en un retiro; sal'Yo siempre escribir a cierto amigo que me es amable y gusta estar conmIgo, y ahora anda solícito y dudoso, orillas del GrijaiYa caudaloso".

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Mas no bien ha vuelto, y ya todos le visitan y conwltan, percibiéndose un aire alegre y confiado en el ambiente general, por la vuelta del amigo, el maestro y consejero de tantos.

La Universidad, que le esperaba con los brazos abiertos, le nombra catedrático de Derecho Público y Economía Po­lítica; y en la Academia de Ciencias se le encomienda la cátedra de Retórica.

El "vivir sin qué hacer en un retiro" a que aspiraba cuando abandonó Chiapas, se ha esfumado ante sus ojos como un espejismo. También ha huído como un fan~asma la bien­hechora paz. El advenimiento del año 38 marcó la caída del Jefe Gálvez, reelecto en Guatemala en 1835. Larreynaga es nombrado aquel año Presidente de la Corte Suprema de Apelaciones (XVIII; XLVII), "cuando ya es una fuerza en Guatemala el astuto y valeroso jefe analfabeto de Mata­quescuintla, Rafael Carrera, quien maneja enormes contin­gente de masas indígenas fanatizadas" (XLI, p. 154). Suble­vado en 1837, el año siguiente sus hordas se apoderan de la capital, obligando a Gálvez, abandonado y adversado tam­bién por otros liberales, a resignar el mando en el Vice-Jefe Valenzuela. Carrera se retira, llevándose un rescate de 11,000 pesos y mil mosquetes. Pero al poco tiempo está nuevamente en armas en el territorio oriental de Mita, del que es co­mandante.

Entretanto los vastos departamentos de Quezaltenango, T otonicapán y Sololá, reunidos, han proclamado el Estado de los Altos, "Sexto Estado" de Centroamérica, formando un gobierno provisorio y convocando a elecciones flara una

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asamblea. Tal situación fue reconocida y aceptada por el Congreso Federal el 5 de Junio de aquel año.

Carrera marcha de triunfo en triunfo. En Agosto está en Jalapa; el 6 de Setiembre vence en Petapa y el 10 entra en Villanueva, a escasas leguas de la capital. Morazán, que había venido a batir a Carrera, ha tenido que regresar a San Salvador. El vecindario de Guatemala está desolado ante la perspectiva de caer en las manos del jefe rebelde. El con­liejero Rivera Paz, que se había hecho cargo del gobierno, reúne 500 hombres, los que pone bajo el mando del general Carlos Sala zar.

El sol del nuevo día alumbró la total derrota de Carrera, sorprendido por Salazar al amparo de una densa neblina. La alegría de los guatemaltecos no conoció límites. Cuatro días después, el 15 de Setiembre, el Magistrado Larreynaga pro· nuncia un conceptuoso discurso en homenaje a dos grande¡ acontecimientos: la independencia de España y la victoria sobre Carrera. En él derramaba su entusiasmo por la unión, la disciplina y el valor demostrados por los guatemaltecos en los momentos de mayor peligro. El pueblo oyó con devo· ción la voz emocionada de su juez y mentor, que terminó con estas orientadoras palabras: "Vamos a entrar en un nuevo orden de vida, en nueva carrera; a navegar bajo dos estrellas que nos proponemos: olvido de lo pasado, hermandad para lo futuro" (III, t. XV, p. 230). Así ponía el bálsamo de su verbo y su consejo sobre las sangrantes heridas de la Patria, a la que tanto amaba.

Electo por Suchitepéquez y Huehuetenango diputado a la Asamblea de los Altos, deja la presidencia de la Suprema Corte de Guatemala. Poco después se le confiaba la de aquel C0!lgreso, instalado en T otonicapán, y luego la de la Corte de Justicia del Sexto Estado, cargo que ya no pudo aceptar, pues preparaba su regreso a Guatemala (XVIII).

En Enero de 1839 reunióse la Asamblea guatemalteca. Allí estaba Larreynaga como uno de sus miembros más nota­bles, en carácter de diputado por Cobán (Idem).

Por, entonces dictaba en la Universidad la cátedra de

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Bellas Letras Latinas y se hizo cargo durante algún tiempo de la Regencia de la Suprema Corte de Justicia (Idem).

En Abril de 1843 dimitió definitivamente la representa· ción en el Congreso, tal vez porque no quería ser un juguete en manos de Carrera, al que había considerado ser "un mal­hechor miserable, un ladronzuelo bárbaro y un bandolero des­preciable" (III, t . XV, p. 230), Y al que ahora se tributaban honores en la Asamblea a la cual pertenecía.

Quedóse únicamente al frente del Juzgado de Alzadas . del Tribunal del Consulado, destino en que fungía desde

hacía tres años. Contaba a la sazón 71 . Era el Consulado una reliquia colonial, erigida por Real

Cédula de 11 de Diciembre de 1743. Lo formaban un prior, dos cónsules, nueve conciliarios, un síndico y sus respectivos tenientes; un secretario, un contador y un tesorero. Su ins­tituto era la breve y fácil administración de justicia en pleitos mercantiles; la protección y fomento del comercio; la cons­trucción y mantenimiento de caminos, puentes y calzadas. Su juri~dicción abarcaba toda la Capitanía General y regíase por las Ordenanzas del Consulado de Bilbao. En los pleitos de mayor cuantía procedía la apelación en /Última instancia ante el Tribunal de Alzadas, constituido por el Decano de la Audiencia y dos colegas, escogidos entre dos que propo­nía cada litigante (XLII, pp. 17, 18; XXXVIII, p. 47 y sig.) . Aunque en otros lugares, como México, los consula­dos llegaron a ser muy poderosos y a influir grandemente en los negocios públicos, pues respaldaba sus representaciones la fuerza del dinero, el de Guatemala no llegó a poseer tal auge; mas finalizada la Colonia y destruidos los monopolios que consentía, incrementóse la importancia del Consulado y con­secuéntemente la de su Tribunal especial.

Allí ejercitaba Larreynaga su antigua experiencia, sabi­duría y probidad, administrando justicia a los comerciantes, cuando se lo llevó la muerte, la noche del 28 de Abril de 1847. Sin salir de su casa, la que casi nunca abandonaba en los últimos años de su vida, contrajo un resfriado que lo obligó a guardar cama y someterse a los cuidados del doctor Pedro Molina, nuevamente su amigo, del doctor Quirino

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Flores y de los Licenciados Lambur y Monroy. Murió cris­tianamente, en completa paz, a las siete y media de la noche, a los 75 años de edad (XVIII}.

El día siguiente, además de una participación e invitación a las exequias, extendida por el Consulado, fue cursada tam­bién esta otra:

"Los que suscriben, deudos y albaceas los dos pri­meros, y algunos de los amigos del Sr. Licenciado don Miguel Larreynaga, que ha fallecido ayer a las siete y media de la noche, han dispuesto hacerle sus exequias en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen; y al efecto, suplican a Ud. y esperan de su piedad se digne enco­mendar su alma a Dios, concurrir a dicha Iglesia el día de mañana a las cuatro de la tarde y acompañar el cadá­ver al panteón general de San Juan de Dios; por cuyo favor le vivirán a Ud. eternamente agradecidos.

Guatemala, Abril 29 de 1847. Domingo Pineda. - Manuel Pineda. - Francisco

Arrivillaga. - Dr. José Mariano Méndez. - Dr. Qui­rino Flores. - Dr. Pedro Molina. - Licenciado Manuel Arrivillaga - Licenciado Juan A. Asturias. - Licen­ciado Manuel Ubico. - José F. Barrundia. - Licenciado Marcos Dardón. - Licenciado Manuel Echeverría". (XXXVII).

Sobre los mármoles de su tumba se inscribieron profun-' das sentencias, algunas escritas por él mismo, que expresaban su prematura conformidad con la muerte que se avecinaba. En la cabecera del sepulcro, sobre mármol jaspeado se leía:

"LO QUE ES TIERRA QUE VUEL VA A LA TIERRA, Y EN ELLA SE RESUELVA: LA VIDA NO FUE DADA AL HOMBRE EN PROPIEDAD, SINO PRESTADA: NO ES SUYA, SINO AJENA, QUE LA NECESIDAD ASI LO ORDENA".

y esta sentencia, también suya:

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"HIC MORTUS lACEO; ET MINIME PAENITET: NAM TUMULUS ET PATRIA SUNT IDEM".

que él mismo había vertido al castellano:

"AQUI ESTOY MUERTO, PERO NO ME QUEJO : PUES LO DE AQUI ES IGUAL A LO QUE DEJO". (X)

El 25 de Diciembre de 1917 un terremoto destruyó los muros, la capilla y los monumentos funerarios del cemen­terio de San Juan de Dios, en Guatemala. Su , tumba no se logró identificar, quedando sus restos "resueltos en la tierra", como lo vaticinara el epitafio que él mismo escribiera. Igual suerte corrieron los despojos de otros hombres ilustres, como Rivera, Molina, Batres Montúfar e Ignacio Gómez, su pro­pio biógrafo y discípulo (XXVIII).

Por disposición suya, bajo m cabeza, en su ataúd, se había depositado en una arqueta de plomo el original de su Memoria sobre el fuego de los 'Volcanes, publicada en 1843, y sus últimas anotaciones sobre el mismo tema (XVIII).

VI

Larreynaga era un hombre de finos modales, sencillo en su manera de vestir y en sus costumbres todas. El orden más es~ric to regulaba sus hábitos y sus cosas.

Levantábase muy temprano, hacia las cinco de la mañana. Era excesivamente frugal. Nunca probó licor y sólo un

año antes de morir comenzaba a tomar algo de café. No tomaba alimentos calientes por imitar a la naturaleza "cuyos seres irracionales nada caliente comen ni beben".

Nunca leía con luz artificial y se acostaba temprano. Poseía una "inimitable y portentosa actividad en el trabajo, aun cuando estaba indispuesto de salud" (XVIII) .

Llevó una vida privada irreprochable. Constante en su amistad, cordial y afectuoso, tenía una conversación atractiva e interesante.

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Fue un hombre íntegro, que siempre guardó un grande amor a Centroamérica.

"Jamás aduló el poder ni promovió la revolución ... Su concepto público humilló la envidia y sus virtudes hicieron enmudecer la maledicencia" (Idem) .

Era tolerante, suave y atento en sus maneras - dice el Licenciado Ubico en su Noticia Biográfica-; ameno e ins­tructivo en su conversación; prudente y moderado en sus consejos (XLVIII).

Un contemporáneo igualmente ilustre, Barrundia, ha dicho con justicia;

"Dejó un rastro luminoso por donde pasó o se detuvo su vasta inteligencia. .. Parecía destinado para propagar la instrucción, para formar la juventud. .. que bebía, por su medio, el saber y la instrucción en una fuente limpia y copiosa" (V).

"Instruido siempre en los motivos y objetos de la ley, la interpretaba y aplicaba con el criterio más exquisito y filosófico" (XLVII).

Y el prócer Barrundia agrega;

"Era lógico, exacto y reflexivo por genio; dueño de una penetrante agudeza para resolver dificultades y cues­tiones complicadas. De oratoria fluida, sencilla y lógica, fue sereno, prudente y honrado.

"Era el consultor más ilustrado, e! centro más concu­rrido de la sociedad. En medio de las convulsiones polí­ticas, de la exageración y hostilidad de los partidos, siem­pre su honor fue respetado, nunca los odios públicos mancillaron su carácter" (V) .

VII

Si la libertad de! pensamiento - dice e! Licenciado Manu«l Ubico en su Noticia Biográfica de Larreynaga-, la libre comunicación de las ideas y las relaciones con los

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pueblos más civilizados, son los elementos necesarios para el progreso de las ciencias, preciso es reconocer cuán desventajosa debió ser para la instrucción la época en que el Licenciado Larreynaga comenzó su carrera literaria (XLVII) .

En efecto, todos los conceptos vertidos por José Cecilio del Vall,e en su celebrado Elogio Fúnebre del Padre Goicoechea para pintar la deficiente educación de la época, son valederos para conocer e! ámbito cultural en que le tocó nacer, crecer r florecer al genio de Larreynaga,

Dice Valle:

"Guatemala no era un pueblo ignorante, ni una capital ilustrada. Era e! país de! error. Se afectaba un respeto ciego a los antiguos; se miraba con horror toda verdad nueva; pero realmente no era la ciencia de la antigüedad lo que se cultivaba . '. No era su más sabia doctrina, ni la de los filósofos de la antigüedad la que formaba nuestro sistema de estudios. El escolasticismo era infelizmente el que lo regía: e! que influyó en las constituciones de nues­tra Universidad: e! que hizo de esta respetable casa una habitación oscura donde no penetraba la luz sino envuelta en tinieblas o confundida en exhalaciones pútridas .. .

"Las líneas de! geómetra y las ecuaciones del álgebra, parecían cifras <le magia o caracteres de aquella filosofía teúrgica que se ocupaba en misterios y encantos. Las fa­milias eran espantadas por duendes: los jueces seriamente ocupados en procesar brujos; y las escuelas de filosofía, convertidas en torneos de caballeros que se batían por el ente de razón y otras hermosuras imaginarias .. .

"Semejante a aquellas nubes densas que, extendién­dose con los vapores sucesivos que reciben, cubren última­mente toda la atmósfera y oscurecen e! día, e! escolasti­cismo se dilató al fin por las ciencias más sublimes e importantes" (L, t. II, pp. 13-24) .

Mas, felizmente para Centroamérica, en lo que respecta a Larreynaga y al propio Valle, hay que hacer incidir sobre

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este cuadro opaco y deprimente las luces aportadas por aquel elevado espíritu que se llamó Fray José Antonio de Liendo y Goicoechea. El llevó la Ilustración a la Universidad. Larrey­naga fue discípulo suyo, como Valle, Larrazábal, Peynado, Gálvez, Córdova, Molina y tantos otros grandes hombres de su época.

Enseñó el newtonismo, que tan grandemente contribuyó al desprestigio de Aristóteles. Y roto el embrujo aristotélico, se diluían las bases más sólidas del escolasticisco. Después fue admitido Descartes en la Universidad. Tras él entró Condillac, y Locke. Y se difundía la lectura de Jerónimo Feijóo, de Ca­dalso, de Luis Antonio Verney, del Abate Raynal ..

La Ilustracién venía también a través de los libros de -texto, como los cursos de Filosofía de Antonio de Malvin y Montezet, el Lugdunensis, y la Recreación Filosófica de Teo­cloro Almeida.

A influjos de Goicoechea llegó a intentarse el destierro del latín como idioma de la Universidad, pues mediante su uso pretendíase "sacramentar las ciencias, no vulgarizar sus principios y hacerlas un derecho exclusivo para las gentes de Universidad".

y con el decidido apoyo del egregio franciscano, fundóse a iniciativa del oidor decano don Jacobo Villarutia la bene­mérita "Sociedad Económica de Amigos del País", en la cual de inmediato sentó plaza Larreynaga, con toda la plana ma­yor de los discípulos de Goicoechea. Cúpole desarrollar en su' seno, como profesor y conferenciante, una activa labor en pro de la educación pública, el adelanto de las ciencias y de las industrias y el mejoramiento general de las condiciones de vida del pueblo y de la clase media. Con aquel ejercIcIo robustecía sus conocimientos y ensanchaba aun más su pres­tigio personal.

Era también Larreynaga un activo colaborador de la Gaceta de Guatemala, eficaz divulgadora de las ideas ilustra­das, que ofrecía como moneda corriente numerosas referencias a Feijéo y recurría frecuentemente a las Cartas Marruecas de Cadalso. para hacer mofa del escolasticismo y los escolásticos.

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Sin embargo, cuando ocurrió e! derrumbamiento de! prestIgIo de Aristóteles en la Universidad, alguno de sus redactores, quizás Larreynaga, aconsc:aba no confundir ~ Aristóteles con los aristotélicos, ni abominar de la Etica o la Retórica por ha­ber caducado la Física . Es decir, había un signo de ponderación y ecuanimidad que presidía aquellas luchas ideológic<ls.

Resumiendo, Larreynaga ideológicamente era hijo de la Ilustración francesa, cuyo influjo recibió de Liendo y Goicoe­chea a través de la Universidad y de . sus copiosas lecturas. La misma Universidad, la "Sociedad Económica" y la Gaceta de Guatemala le proporcionaron los medios para fomentar y . exponer tal ideología, como profesor, conferenciante y re­dactor.

Dictó cátedras de Filosofía, Matemáticas, Derecho PÚ­blico, Canónico y Civil, Jurisprudencia, Economía Política, Retórica y Bellas Letras Latinas. En todas ellas fue notable e! aprovechamiento de sus discípulos, que lo amaban y respe· taban como ' a un verdadero sabio y excelente amigo.

Además de! latín s?bía griego, inglés y francés. Y alguna vez dio clases de estas lenguas.

Dejó multitud de escrito!", muy pocos de ellos impresos, la mayor parte manuscritos, esperando aún en archivos fami­liares y particulares su publicación, para continuación y pero petuación de la ingente labor educativa de su autor. He aquí una corta e imperfecta lista que de sus obras hemos podido formar:

1798. Discurso sobre las Artes. Pronunciado Junta de la Sociedad Económica. Diciembre 16. ducido en XXVIII) .

en la 5 ~ (Repro.

1799. Discurso pronunciado en las Juntas Públicas de la Sociedad de Guatemala sobre los objetos de su Instituto. Editado por Beteta.

1799. Traducción de la Retórica de Aristóteles, hecha, según José H. Montalván (XXVII), para uso de sus alum­nos, cuando servía la cátedra en e! Seminario Conciliar de San Ramón, en León. Pedro Ortiz (XXXII) dice que utilizó como base la versión latina de George Trapizonda.

1805·1807. Prontuario de todas las Reales Cédulas,

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336 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Cartas Acordadas y Ordenes Comunicadas a la Audiencia del Reino de Guatemala. Comprende desde el año 1600 hasta 1818 (LV). Indice alfabético de todas las Reales Cédulas (existentes en el archivo de la Audiencia de Guatemala) expedidas desde antes de la formación de la Recopilación. Diccionario razonado por artículos y materias, y poniendo los concordante s de la Ordenanza de Intendentes y Leyes de Indias (XLV).

Hacia 1807. Método de Extractar las Causas (XVIII) . Este útil prontuario ha merecido diversas ediciones poste­riores, entre ellas una del Museo Guatemalteco, 1857, adi­cionada por los Licenciados Felipe Neri y Rafael del Barrio "con un suplemento que contiene algunos Decretos emitidos por las Cortes de España en 1813, 14, 20 Y 21". Imprenta de Luna. (LV, parte 1, p. 121).

Hacia 1807. Reglamentación de los Propios y Arbi­trios del Reino. (XLVII) .

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Hacia 1829. Guía para los Funcionarios de Justicia en Primera Instancia. (XVIII; XXXII).

1835. Carta en 'Verso al Licenciado Troncoso (con mo­tivo de su próximo viaje a Centroamérica). Oaxaca. (Copia en los papeles de don Manuel Pineda de Mont).

1835-1847. Obra inédita. (Ocho tomos en poder de la Sra. Esperanza Larreynaga ' viuda de Cezeña. Guatemala).

1837. Discurso que en el Ani."ersario de la Instala­ción de la Academia de Ciencias Pronunció el Lic. C. Miguel LaTTeynaga. Guatemala, (LV, parte 1, p. 88).

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MIGUEL DE LARREYNAGA 337

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Fechas diversas. Colaboraciones en la Gaceta de · Gua­temala (según se desprende de la Nota Editorial publicada en los Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, t. VI, p. 137, con motivo del Ir Centenario de la aparición de la Gaceta).

Sin fecha conocida. De la Elocuencia. Fechas diversas. Omra inédita. Materias legales, polí­

tica, literatura, ciencias físicas y otros ramos. (Diez tomos manuscritos, empastados en 49 mayor. Citados por Ignacio Gómez, XVIII. Quizás estos diez tomos se identifiquen con los ocho que conserva la señora viuda de Cezeña).

1844-1847. Nuevas observaciones sobre el fuego de los 'Yolcanes. (Depositadas en su ataúd, por disposición suya, en una caja de plomo que contenía también los originales de la Memoria. Citadas por Ignacio Gómez, XVIII).

1847. Comedia sobre las quiebras fraudulentas (Inaca­bada. Citada por Gómez, XVIII) ,

VIII

Para Larreynaga la más trascendental de sus obras fue sin duda su Memoria sobre el fuego de los volcanes. Creía en el posible acierto de su teoría y llegó a enorgullecerse de ella, como ya lo deja entrever la redacción de la portada, que dice: "Escrita por Miguel Larreynaga, natural de Centro América"; y también el epígrafe, sacado de La República de Platón: "A veces los que tienen la vista débil perciben antes los objetos que aquellos que tienen los ojos perspi­caces". Es decir, la Memoria, cuando vio la luz pública, iba preparada para dar la vuelta al mundo y causar admiración en los medios científicos del orbe.

La editó en Guatemala, Imprenta de la Paz, Calle de

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Santa Rosa, 1843, según consta en la portada. Dice Ignacio Gómez' (XVIII) que antes de 1847 había sido "reimpresa en México, vertida en otros idiomas en Europa y analizada y comentada ~Iogiosamente por la Revista Trimestral de Edimburgo, que era "la primera publicación periódica en todo el mundo científico" de su tiempo. Cuenta el mismo Gómez que con motivo de la publicación de la Memoria su autor recibió diversas cartas de "literatos" extranjeros, razón por la cual "ocupába~e de ampliar los fundamentos de su teoría, profundizando más esta materia, cuando le sorprendió la muerte".

José H. Montalván sostiene que la Memoria está "citada por e! gran Humboldt en una de sus obras" (XXVII). Sin embargo, la actitud general fue de indiferencia, como puede colegirse de! escrito de Gómez: "esta teoría, hoy vista con negligencia, adquirirá un precio inestimable".

Todavía tuvo Larreynaga un último gesto en favor de su Memoria, disponiendo que sus originales, así como las notas y amplificaciones que había redactado en los últimos años, fuesen sepultados con él, como su obra más preciada.

* * * "En esta Memoria se trata de explicar la verdadera

causa del fuego de los volcanes; cómo se enciende y mantiene por tantos años, y qué combustible le sirve de alimento; por qué se apaga por tiempos, y por tiempos se vuelve a encender, y otras veces se extingue por entero; de dónde sale el inmenso material encendido y derretido que los volcanes arrojan y las otras materias que vomitan".

Este es el párrafo inicial de la M emor;a sobre eL fuego de los 'VoLcanes. A continuación extraemos otros que pueden dar cuenta resumida de la teoría que en ella se sustenta: ,

"Un hecho hay observado en la historia de los '-_ volcanes y consta de vista: Que los que by en la

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actualidad ardiendo, están a la orilla del mar, o a po:a distancia, como de cuatro, ocho, quince, o a lo mas de veinte leguas; el mayor número de ellos está en islas y son más activos; otros e:tán enteramente debajo del mar, o sólo sobresalen muy poco.

"Los de Guatemala que vemos al sur distarán de doce a quince [leguas de la costa del mar] por elevación, como se reconocerá por un mapa, con la circunstancia que siendo ellos tan alto" sus cimientos deben estar a una gran profundidad; y como el vuelo de su base debe ser en proporción de su altura, ya se podrá conjeturar cuál será el ámbito de su circunferencia allá debajo de la tierra, y cuánto se aproximará al mar si no llega a tocarlo; de manera que el cono que sobre nuestro suelo aparece distante del mar, tiene su base en el mar mismo.

"Así, pues, es necesario admitir como un hecho comprobado que los volcanes que hoy existen ardiendo están a la orilla del mar, o a poca distancia. Y se comprobará más considerando que cuando revientan arrojan marterias del mar, producidas o fabricadas en él, como son conchas, caracoles, corales y piedras pelá­gicas de éstas que se redondean con el continuo movi­miento y oleaje de las aguas".

"Lo dicho se ha traído para probar, que puesto que los volcanes arrojan guijarros, y que éstos se fabrican en el suelo del mar, los volcanes tienen en él su fragua.

"De manera que fingiendo por un momento el caso de que el mar se secase, al instante se apagarían todos los volcanes.

"Con lo dicho queda asentada la primera de las dos bases sobre que se funda esta Memoria, que es la situación marítima de los volcanes; y se sigue la se­gunda .

. . . "Los efectos que se han experimentado con estas lentes o espejos [ustoriosJ son admirables. La ma­dera verde o seca aunque se empape en agua, arde en un momento; el agua en un vaso hierve al instante: los

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metales se funden y liquidan en menos de un minuto, e! hierro, e! oro y hasta la platina.

"Un vidrio de anteojos que no tiene una pulgada cabal y es menos que una moneda de a dos reales, reúne los rayos de su corto ámbito y como ellos enciende; ¿pues qué sería si se reunieran los de! ámbito de la plaza?

"Si la lente fuese una bola redonda perfectamente esférica [el foco] estaría a la mitad de! radio, según calculó Mr. de la Hire.

"Cualquiera que sea su superficie y profundidad, [eL mar] es una porción de esfera, o un casquete de ella.

"La luz tiene la propiedad que pasando de una reglOn o medio más liviano a otro más denso, se dobla hacia la perpendicular ...

"Suponiendo que la lente se compusiere de cm­cuenta capas concéntricas. . . de manera que la primera tuviese su macicez natural, la segunda fuese un poco más maciza, la tercera más maciza .. . los rayos formarían

. una curva de! género hiperbólico .. . se reunirían dentro de la misma lente, y allí formarían su foco. En e! mar sucede de este modo. porque sus aguas deben 'conside­rarse como formando capas, unas menos macizas, o den­sas, y otras más, en virtud del peso o presión que sufren las unas sobre las otras.

"En e! mar hay otra causa que aumenta la refrac­cción . ' . que es el ser saladas sus aguas. . . y como la sal es más espesa mientras es mayor la profundidad, resulta que la refracción va siendo mayor, a medida que lo es la hondura.

"La conclusión de esto que se ha dicho es, que la superficie esférica del mar es una verdadera lente ustoria que quiebra y reúne los rayos de! sol de! mismo modo que lo hace una lente común de las que usamos, sin más diferencia que ésta es pequeña, y · la otra de una magnitud asombrosa y sin tamaño.

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"Rigurosamente hablando, no forma e! mar una sola lente, sino muchas de diversos tamaños, que serán de uno, diez, veinte o cincuenta grados.

"Una lente ordinaria de una vara de largo, forma un foco redondo de! tamaño de una moneda de a medio real, y de una pulgada o poco menos de altura, pues e! foco no es un área sin altura, sino a modo de una columnita proporcionada el tamaño de la lente.

"De manera que considerando un segmento esfé­rico del mar de un solo grado de cuerda que tendría veinte y seis y media leguas formaría un foco que tuviese de altura más de tres mil varas de alto y su correspondiente anchura.

"El foco de una lente tiene su lugar fijo donde obra, y no hace labor alguna ni más arriba ni más abajo, ni a un lado ni a otro; así el de los volcanes, que mu­dándose el sol, o e! suelo, el volcán se extingue o se duerme, y entra en algún tiempo en tranquilidad, hasta que vuelve e! sol al mismo punto, desde donde puede formar e! mismo foco.

"Cuando se forma el foco en la profundidad del mar, sucede unas veces que da y hiere el suelo de una costa, o de una isla, o de un banco de coralinas... y otras veces no encuentra materia alguna sólida sino sólo agua. En el primer caso se percibe bien claro que ha de fundir y encender todo lo que encuentra, y ha de penetrar el suelo hasta mucha profundidad, pues el foco como ya se dijo, forma una columna de fuego de mucha altura y diámetro; y dando oblicuamente sobre el fondo, porque e! sol está bajo, a cierta declinación, ha de pene­trar hacia lo interior de la costa. La materia encendida instantáneamente hace oficio de pólvora y debe hacer una explosión violenta ayuda del agua reducida a vapor, y de las otras máterias sulfurosas, bituminosas y me­tálicas; y de aquí los torrentes de lavas, y temblores que se comunican a muy largas distancias. Arrojadas estas materias reducidas a larvas, escorias y gases debe

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quedar una gran oquedad en e! lugar donde el foco dio, de manera que volviendo el sol al mismo punto ya no encontrará dónde hacer estrago, sino sólo agua. Pero como diariamente llegan al mar avenidas con ri­pios, piedras, lodos y otros despojos de los continentes y tierras altas, se vuelve a llenar la oquedad y a su tiempo vuelve a suceder otro encendimiento y reventazón, y nuevas corrientes de lava se arrojan por los volcanes". (XXI) .

* * * Esta es, en resumen, con párrafos extraídos literalmente,

la teoría que sobre el origen de! fuego de los volcanes sus­tenta Larreynaga en su famosa Memoria .

En el mismo texto ofrece además la explicación de otros , ineo fenémenos naturales, también por la refracción de ' los rayos solares. Son estos: las corrientes marinas, los ciclones, las auroras polares, la luz zodiacal y la cola de los cometas.

La teoría de Larreynaga, daro está que no hay que enjuiciarla a la luz de la ciencia actual, que le negaría todo valor. Para ser lógicos y ecuánimes hay que juzgarla según los conocimientos a base de los cuales fue concebida y escrita. Entonces resulta un laudable y meritorio esfuerzo de espe­culación filosófica y científica, que habla muy en alto de la organización intelectual de su autor, de su erudición y propiedad de estilo.

Pero también es importante porque da una idea clara y exacta del desarrollo de las ciencias naturales en Centro­américa a mediados del siglo XIX. Siendo Larreynaga uno de sus máximos exponentes, la medida que a este respecto nos brinde en sus escritos es ajustada y cabal. El estado de estas ciencias, pese a todo lo que se haya dicho y esté por decirse, era bastante deplorable y de considerable atraso. La acción de la Universidad, la curiosidad y e! entusiasme constante de Larreynaga por absorber y asimilar cuantas ideas nuevas se pusieran a su alcance, no lograron superar

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la ingente barrera que habían levantado e! aislamiento y la censura ante las corrientes de la instrucción. Larreynaga y todos los centroamericanos instruidos de su tiempo e,taban conscientes de esta situación. Por esto él mismo dice:

"Siempre que nos venían libros que leyésemos, ha­cíamos propósito de declararnos libres e independientes y sacudir tanta sujeción, que era ya, no diré una injus­ticia, sino una humillación, un ultraje... Porque al enviarnos algunos libros y otras obras literarias tradu­cidas de cargazón, era lo mismo que decirnos: Toda­vía no es tiempo que sepáis lo que se debe saber ... es preciso prescribiros los pensamientos que debéis tener y ocultaros algunas verdades que precipitarían vuestra indiscreción . .. Os remitimos e os pocos libros en que se enseña la excelencia de! gobierno monárquico, la obediencia pasiva al poder absoluto, e! justo derecho de conquista, la legitimidad de la esclavitud, y la dis­tición de clases que es consecuencia de ella, y agrade­ced". (III, t. XV, pp. 222, 223) .

Como resultado de este sistema, si bien la instrucción de Larreynaga es muy superior a la de! común de las gentes de su tiempo, en e! terreno de las ciencias naturales resulta lamentablemente atrasada en relación con e! estado de estas ciencias en e! resto del mundo, principalmente en Europa.

Su teoría sobre el origen de! fuego de los volcanes es perfectamente original y está maravillosamente expuesta, con un calor sereno, una acendrada convicción y un caudal de erudición muy considerable. Pero es aquí precisamente donde se descubre falta de información de última hora, sin duda fruto de aquella situación de tutela y de censura de que se quejaba Larreynaga en los párrafos anteriormente citados.

Como resultado de est~, su teoría pierde e! carácter estrictamente científico y asume e! de una ficción, llena de ingenio, es cierto, pero ficción al fin; deja de ser la página de un naturalista circunspecto, para ser la de un Julio Verne anticipado. En su obra cita casi un centenar de autores, desde Aristóte!es hasta Alejandro Humboldt; pero el más

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citado de todos resulta ser Feijóo. Desvirtúa casi comple. tamente la hipótesis del calor central mantenida en vigor con variable intensidad desde que Leibnitz la consignó por la primera vez en 1693, y que para mediados del siglo XIX, cuando se publicó la Memoria, era de aceptación casi general, sostenida primordialmente por Herschel y Bischof. En cambio le da una importancia desproporcionada y una vigencia fic· ticia a las viejas teorías químicas iniciadas por Troque Pomo peyo y luego resucitadas por Parrot, Delamétherie, Davy, Gay.Lussac y Hoffmann, que hacían intervenir el agua de los mares como principal alimento de la actividad volcánica.

• Por otra parte desconoce las teorías geológicas de los sabios contemporáneos suyos (como Humboldt, Von Buch y Scrope, que tratan el problema del vulcanismo en términos aun . válidos en la actualidad.

También las explicaciones subalternas que la Memoria quiere dar a otros fenómenos independientes del vulcanis· mo, resultan anticuadas y deleznables, si hemos de juzg;¡r por las ideas que corrían en la época. Para mediados del siglo XIX ya se suponía la naturaleza electromagnética de las auroras polares y la contextura nebular de los cometas y la luz zodiacal; se sabía la verdadera causa de las corrientes marinas y los ciclones; y nadie se atrevía a dudar de la influencia de la atracción lunar en el flujo y reflujo de los mares.

Pero si la teoría sustentada en la Memoria resultó para su época científicamente atrasada e inaceptable, dio lugar a que en ella campeara en todo su vigor el genio de Larrey. naga, y se distinguiera como hombre de mente organizada y organizadora, como hombre ilustrado y erudito, con las

, limitaciones derivadas del tiempo' y el ámbito en que le tocó nacer; como literato y expositor apropiado y ameno; y, aunque parezca paradójico, como científico; pues por muy anticuada e improbable que resultara su teoría, bastaba para procurarle el dictado de sabio el haber podido ordenar la deficiente información recibida y los datos acopiados, en una suma lógica y de conclusiones absolutamente nuevas y trascen­dentales.

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IX

IDEARIO DE LARREYNAGA

Hay que buscar siempre la verdad (XVIII). El hombre que miente o que se hace ilusión en algo

degrada su dignidad (Idem). No hay que asegurar sino lo que es cierto; ni en bien

ni en mal hay que ponderar nada en este mundo (Idem). Toda virtud es un hábito, una operación, un ejercicio,

no es una idea (HI, t. XV, p. 223). El modo de adquirir estimación y granjearse concepto

entre los hombres, es trabajar asiduamente y cumplir con exac­titud e integridad lo que a uno se le encarga (XVIII).

El medio de dominar, insensible, pero seguramente y sin estrépito en el mundo, es trabajar y hacer lo que otro no, hace por indolencia o ignorancia. (Pues como generalmente el trabajo no tiene atractivo, los demás hombres descansan en el cumplido y laborioso, y, sin echarlo de ver, le dejan adqui-rir influjo sobre ellos) (Idem). '

Todos somos igualmente ricos si cada cual gasta en proporción a sus ganancias (Idem).

El que se priva de ciertos placeres y ciertos gustos, precaviéndose de la triste necesidad de tener que importunar a otros, ese, en su independencia, es tan rico como el que tiene tesoros metálicos (Idem ) .

El hombre debe saber privarse de placeres inútiles, para no pasar por la humillación de vender su independencia (Idem).

El verdadero decoro y esplendor consiste en no deber I a nadie nada, en no oír que los acreedores llamen a la puerta,

aunque las arcas estén vacías (Idem). Donde no hay libertad se abandonan a 10 tosco de los

sentidos (XXII). Los hombres todos, de todos los pueblos, gobiernos,

tiempos y lugares, llevan con impaciencia que otro igual suyo les exceda (Idem) . .

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Los hombres, hasta que una larga esclavitud los embru­tece, no pierden e! sentido de igualdad (Idem ) .

Una compañía de mercaderes, en la que cada uno pone la parte que corresponde, es la imagen de un buen go­bierno (III, t. XV, p. 228) .

Según e! pensamiento de! ideólogo Destutt-Tracy, la sociedad civil no es otra cosa que una feria. Pero a esa feria debe añadirse esencialmente la justicia (Idem).

En la guerra es tan necesario e! juicio como el valor; la espera como e! ímpetu; la economía de la vida como e! desprecio de la muerte (Idem).

Siempre ha sido propiedad de los salvajes destruir, ya que no pueden construir (Idem) .

Llamo justicia lo que entiende una de las leyes que tenemos en el Código de las Partidas: volver bien por bien y mal por mal, es cumplida justicia (Idem).

Todo funcionario tiene leyes a qué sujetarse y debe ser docto en ellas. (XXII) .

El bien público es un ídolo a quien todos los pueblos sabios y todos los verdaderos hombres han rendido homenaje (discurso sobre las Artes, XXVIII).

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,

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LIII. VELA, DAVID. Barrundia ante el espejo de su tiempo. Guatemala, Editorial Universitaria, 1956.

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MIGUEL DE LARREYNAGA 353

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LV. VILLACORTA c., J. ANTONIO. Bibliogra­fía Guatemalteca. Guatemala, Tipografía Nacio­nal, 1944.

LVI. ZAMORA CASTELLANOS, PEDRO. "En el bicentenario del nacimiento del Dr. Fr. José Antonio de Liendo y Goicoechea". Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo XII, Guatemala, Tipografía Nacional, 1935.

LVII. ZAMORA CASTELLANOS, PEDRO. "José Antonio de Liendo y Goicoeceha". Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guate­mala. Tomo XII. Guatemala, Tipografía Na­cional, 1935.

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ANONfMO y ROSI't'A GIBI~RSTgl~ DE MAYEH

PEDRO MOLlNA

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Vida

Nació el Dr. Don Pedro Molina en Guatemala el 29 de abril de 1777. Estudió humanidades con el célebre Padre Goi­coechea, una de las lumbreras de su siglo, como lo hicieron otros notables compatriotas nuestros. Estudió Medicina y Ci­rugía, y se recibió a los 22 años de edad.

Nombrado Cirujano del Batallón llamado Fijo, marchó a Granada a principios de este siglo. Allí se casó y no volvió a su ciudad natal sino hasta 1811 con su Batallón.

Desempeñó la Cátedra de Medicina en la Universidad de Guatemala: se doctoró en esta Facultad el año de 1817; y poco después fue nombrado Protomédico del Reino.

El año de 20 que se restableció la Constitución española, comenzó a publicar El Editor Constitucional, cuyo periódico sostenía los principios de aquella Carta y preparaba los áni­mos en favor de la Independencia. Poco después I redactaba El Genio de la Libertad.

Proclamada la Independencia el 15 de Septiembre de í.821, combatió con Barrundia, don José Francisco Córdova y otros patriotas, la agregación a México, y cuando se pro­nunció aquella unión, empeñó una lucha vigorosa, en que los independientes fueron atacados por los mexicanistas, que ase­sinaron a dos de ellos, hiriendo a otros, la última noche de ncviembre 'del mismo año de 1821. Una de esas primeras víc­ti!uas fue un cuñado de Molina.

Caído el Emperador, y expedido el 29 de marzo de 1823 d memorable Decreto de convocatoria al primer Congreso del país, Molina fue electo Diputado por la capital, r ocupó asiento I'n aquel gran Cuerpo, que se instaló el 24 de junio del propio %ño de 1823: la primera, como dice el historiador Marure, 'j también la más numerosa 'Y la más ilustrada Representación <¡ue ha tenido Centro-América. "

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358 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

Nombrado, a poco, individuo de! Poder Ejecutivo, estuvo en e! Gobierno hasta fines de septiembre de ese mismo año, en que, a consecuencia de la sublevación de Ariza, hubo de rehacerse, hasta cierto punto, el partido que cayó con el Im­perio, y Molina volvió al seno de la Asamblea Constituyente, en donde tuvo no poca parte en la Constitución que se cm:tió el 22 de noviembre de 1824.

En ese mismo año fue nombrado Ministro Plenipoten­ciario cerca de! Libertador Bolívar, que mandaba la gran Repúbliéa que había creado. Marchó a Colombia y firmó en Bogotá, .e! 15 de marzo de 1825, el primer Tratado que celebró el país, ratificado por Centro-América e! 12 de sep­tiembre subsiguiente.

Vuelto a Guatemala, se le nombró para que, en unión del señor Canónigo Larraúbal, representase a su patria en el gran Congreso de Panamá, a cuyo punto pasó luego. Allí se acordó que la Dieta se trasladase a T acubaya, yendo uno de los miembros de la representación de cada una de las Nacio­nes concurrentes, a dar cuenta a su respectivo Gobierno de los m<;>tivos que hacían necesaria aquella traslación.

A Molina tocó venir a Centro América, donde llegó a principios de! año de 27, cuando comenzaba la lucha civil, que terminó en 1829, y fue uno de sus más activos y ar­dientes sostenedores, como escritor y como hombre de Estado.

Cuando se ce!ebró el Tratado de Esquive!, Molina pasó de El Salvador a Honduras, donde logró determinar al General Morazón a tomar parte en la contienda. A conse­cuencia de los triunfos que éste alcanzó en Gualcho y en San Antonio, el ejército sitiador de San Salvador, contrasi­tiado también por los salvadoreños, capituló en septiembre de 1828.

Entonces Morazán marchó sobre Guatemala, en cuyas inmediaciones se situó en principios de 1829, quedando Mo­lina como Ministro de Hacienda y Guerra en San Salvador, proveyendo a las necesidades de! ejército expedicionario.

Ocupada Guatemala el 13 de abril de dicho año por las fuerzas de ambos Estados, fue llamado Molina a desempeñar

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el Ministerio de Relaciones de la Federación. Por él, en unión de Barrundia que era Senador Presidente de la República, del Jefe del Estado de Guatemala y del General Morazán, se acordó y llevó a ejecución e! golpe de expulsar al Arzobispo Casaus y los regulares, a quienes tan activa parte atribuía en los desastres que por tres años afligieron a Centro-América.

Electo Molina Jefe del Estado de Guatemala, tomó pose­sión de su alto cargo en agosto de! mismo año, para sólo ejercerlo por seis meses, habiéndole acarreado su moderación en e! mando encarnizados enemigos. Pero el apóstol de la vic­toria era menester que fuese uno de sus mártires; porque todos los progresos de la humanidad están destinados a ser comprados con lágrimas, y el sufrimiento es la ley fatal de toda grande iniciación.

No era aquella, por cierto, la primera persecución de que fue víctima. En los tiempos de dominación arbitraria y de cos­tumbres violentas, la vida de los que consagran sus esfuerzos a las causas de la libertad es un duelo, en que tarde o temprano tienen que sufrir rudos golpes. Así es que en 28 de marzo de 1827 se había expedido, por primera vez en Guatemala, un Decreto de proscripción contra hijos del propio país, y por él habían quedado e! Doctor Molina y otros ocho guatemaltecos fuera del palio de la ley. «Triste ejemplo, dice Marure en sus Efemérides, que encontró imitadores en los demás Estados de la República y se ha repetido muchas 'Yeces en el curso de nuestras disenciones».

El año de 1831, que el General Morazán tomó e! mando como Presidente de la República, llamó a Molina al Ministerio de Relaciones. En él permaneció, durante la crisis promo­vida simultáneamente en la frontera de Comitán, en Omoa y en San Salvador, hasta que, conjuradas todas estas tempesta­des, dimitió el empleo.

El año de 1833, el Doctor Gálvez, Jefe de Guatemala, erigió en Academia de Ciencias la antigua Universidad del siglo. Molina fue nombrado Presidente de aquel brillante ins­tituto, y desempeñó ese puesto con asiduidad y lucimiento hasta el año de 1838, en que entró como Diputado en la Asamblea de! Estado.

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A principios de 1839 vino a San Salvador, llamado por e! Vice-Presidente de la República don Diego Vijil. Entonces también tomó parte, como escritor, en la política de la época.

Fue electo Diputado el año de 40 a la Asamblea Cons­tituyente de este Estado y furtgió en ella hasta que emigró con e! General Morazán, sin volver a Guatemala, sino cuatro años después.

Tuvo parte en la redacción del Manual de Medicina y en El Album, que le acarreó la persecución y e! encierro en los calabozos de! Castillo de Guatemala, dutante diez y siete días de! mes de mayo de 1848.

Electo Diputado por aquella ciudad en el mismo año, fue primer Presidente de la Asamblea convocada por e! General . Carrera en los momentos de retirarse a Comitán. Vuelto éste al país, Molina, cuyas enfermedades y avanzada edad no le permitían huir, estuvo oculto algún tiempo, y después, garan­tizado por la postración a que estaba reducido, salió para per­manecer apartado de los negocios públicos hasta su muerte, acaecida la noche de! 21 de! pasado (febrero de 1854).

El retrato de! Doctor Molina, como e! de! autor del Cu­rioso Parlante, revela al escritor festivo y agradable. Escribió bastante en prosa y verso; pero, aunque dotado de grandes conocimientos, su estilo era desaliñado. Desde su infancia se había penetrado de los autores clásicos de la antigüedad: escribía con perfecta corrección el latín y conocía e! francés. Reputado e! primero en su profesión, era hombre bastante profundo en Derecho Público, en Bellas Letras y Economía Política. Sus mejores escritos se encuentran en las primeras publicaciones periódicas que redactó en El Federalista y en La Gaceta Federal. Publicó también El Ave de Minerva, El Procurador de la Ley, El Semi-diario de los Libres y El De­mócrata.

Ni e! estudio ni una importancia muy podían demandar los humanidad doliente.

las tareas periodísticas, secundaria, le quitaban negocios públicos o e!

a que él daba e! tiempo que servicio de la

Sus facciones eran agradables. Su locución sencilla y fácil. Sus chistes satíricos eran profundos y punzantes, pero

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no personales y directos. Como hombre privado, la ama­bilidad de su carácter y de sus modales le granjeó muchos amigos: en su destierro en Costa Rica no fue menos querido que en Guatemala, en la época de su mayor elevación. Como hombre público no careció de energía y sufrió muchos disgustos, por­que casi siempre tuvo en contra a los ultras de los dos parti dos que han dividido el país.

Una virtud sobresalía en Molina: la bondad de alma. Podía decirse de él, como se ha dicho de un gran filántropo, que no le inspiraba el deber, sino su corazón. ¡Cuánto le habría admirado aquel Plinio, que decía que para él, el mayor hombre de bien, era aquel que perdona a los demás, como si faltase todos los días, y que se abstiene de faltar como si no perdonase a nadie!».

II

OBRA

Pedro Molina es una de aquellas figuras heroicas que sintetizan los ideales de los pueblos y que expresan, a veces sin proponérselo, las aspiraciones de todos, ejecutando la ac­ción que muchos desean y convirtiendo en hecho, lo que es apenas una esperanza que duerme en el alma de todo hombre.

Carlos Martínez Durán, en Las ciencias médicas en Gua­temala, ve en Pedro Molina al último gran exponente de la medicina colonial universitaria. Discípulo del eminente médico Esparragosa, Molina es un valor en la ciencia. No cabe pen­sar que el medio pequeño y pobre sirvió para exaltar sus virtudes, ya que sus cualidades de gran médico estaban des­tinadas a triunfar en cualquier época y en cualquier ambiente. Su mejor obra en medicina consistió en un plan de reforma a la enseñanza médica, bastante adelantado para aquella época.

El üustre médico-patriota pensaba que la pobreza es uno de los factores más importantes que obstaculizan el progreso de la Medicina, tanto en el campo de la docencia ,=omo en el

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362 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

mantenimiento de médicos de los pueblos. Para solucionar el problema era necesario conseguir fondos para médicos que vigilasen la salud del pueblo, impidiendo el progreso de epi­demias. Otra causa de la escasez de médicos es que en toda La América Central. ;"0 exis~e más gue la Universidad y

Protomedicato de Guatemala. Don Pedro propone crear en León un Protomedicato similar al de Guatemala.

El plan del Dr. Molina para organizar el Real Colegio de Cirugía fue su útima celaboración a h medicina colonial. Después del levantamiento en 1820 de Riego, que garantiza la libertad de imprenta, el Dr. Molina funda "El Editor Constitucional."

Para dar a conocer los nuevos ideales se necesitaba un medio de difusión y es así como, respondiendo a una nece­sidad del momento, aparece El Editor, en cuyas columnas se nos revela Molina como médico, poeta, historiador, político y literato. Fue un periodista notable con aguda sensibilidad social. En 1820 aparece el primer número de "El Editor Constitucional"; figuran como colaboradores del mismo, don José Francisco Barrundja, el Canónigo Castilla y otros talen­tos. El periódico de Molina es el primero en Centroamérica de iniciativa privada. Es de carácter eminentemente liberal e ilustrado. También en el periodismo don Pedro se mani­fiesta como hombre de vanguardia que mira de continuo hacia ad::lante. Inicia el periodismo d~ combate con coraj( y seguridad en el porvenir, sin perder jamás la ecuanimidad,. cualidad indispensable en un dirigente. Ya en el primer nú­mero se leen las siguientes frases: "El libre uso de la palabra es como la divisa de un pueblo libre". Los fines del perió­dico son los siguientes. ,

1) Velar por las cuestiones políticas. 2) Defender la constitución. 3) Defender la libertad de imprenta. 4) Promover la Instrucción Pública.

El Editor Constitucional cumple a conciencia con el plan que se propuso y se convierte simultáneamente en tribuna y

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PEDRO MOLINA

PEDRO MOLINA

(1777 - 1854)

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PEDRO MaLINA 365

cátedra. "El liberal de corazón, traslada al labio la verdad que siente y si alguna vez calla, jamás adula. El envileci­miento de un yugo lo aniquila y es para él la esclavitud, sinónimo de muerte. Muchas veces la gloria de levantar la voz y de mostrarse hombre entre millones de silenciosos escla­vos, lo lleva triunfante al cadalzo y es en el mismo suplicio, e! pavor y e! asombro de! tirano". (1) He aquí el autorretrato de Molina. El periódico defiende la doctrina liberal siguiendo la línea ideológica de Montesquieu y Rousseau.

Encontramos en El Editor Constitucional una sección que se ocupa de la insttucción pública. "Bajo este título - ins­trucción pública- comprenderemos aquellos principios que son necesarios, y que deben ser comunes a todo hombre que vive en sociedad: es decir, los principios que constituyen la ciencia del ciudadano. Nos esforzaremos a manifestar en este periódico cuál deba ser su educación física, moral y política; porque entendemos que un hombre será apreciable a los de­más, por su hermosura y esfuerzo, por su amor a la virtud, o finalmente por la ciencia y aplicación con que propenda ¡I, fomentar el bien de la sociedad. Si este individuo llegase 1\ reunir tan bellas cualidades ¿no se diría con razón que era miembro útil y apreciable del cuerpo social? El genio unido a ellas creemos que forma los héroes de la humanidad." (2)

A partir de 1822 Molina prefiere dedicarse a la política abandonando el sacerdocio médico. Es así, como Pedro Molina, con paso firme ingresa en la política.

Molina, al igual que Hegel, considera el Estado como "ideal en que se realiza de una manera plena la historia de la libertad". Para el guatemalteco esta historia no es otra cosa que la vida misma del hombre en sus manifestaciones materiales, morales y espirituales. A conquistar este Estado libre ha dedicado Pedro Molina lo mejor de su vida. Es el político de la Independencia. Aunque no participó directa­mente en la junta de notables, en todo momento se solida-

(1) "Editor Constitucional", l er. tomo, pág. 31. (2) Idero, pág. 12.

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riZO con el movimiento independentista. Un mes después de proclamada la Independencia, Malina aboga por la uni,ón de los pueblos del Istmo como medida para mantener la realidad de la Patria Grande, para que sea una e indivisible, como es en su geografía debe ser en su historia.

Interviene en asuntos de economía, educación, agricultu~a y arte. En la Administración del Dr. Mariano Gálvez, ocupó entre otros, el cargo de Director General de Estudios (con que se había sustituido la . Universidad) . Al asumir la direc­ción de dicho centro, don Pedro pronuncia un discurso típicamente ilustrado, "La libertad, el poder, i la felicidad de la especie humana están cifradas en la ilustración de que se susceptible". "La naturaleza nos hace esclavos con la posi­bilidad de ser libres; el saber no. emancipa". "Si la civiliza­ción hiiée al hombre, ' i a las naciones más libres, ya por eso mismo las hace más poderosas". "El saber aterra a los tira­nos, ' destruye sus imperios, levanta las naciones: ' tal es su poderío". Y más adelante, "La rápida ojeada que hemos dado sobre los efectos de la ilustración, nos convence de que ella sola es capaz de hacer al hombre libre, poderoso i feliz". "La Academia debe ser la ;:¡sociación de todos los profe¡ores, y literatos del Estado, destinada a promover i fomentar la educación con sus tres aspectos, físico, moral iliterario. Tal es el texto de la lei que instala hoi la academia". Más ade­lante, refiriéndose a las ventajas que nos da la civilización, dice: "Ella nos hará libres, poderosos i felices, si procurando vencer b apatía qve dejó en nuestro carácter el estado de sujeción en que fuimos educados, aprovechamos las coyuntu­ras favorables que nos ofrecen nuestras instituciones, i un gobierno que ansía por la mejora de la enseñanza pública i por el bien general de Guatemala i de toda la nación". (3)

Numerosas guerras civiles y disturbios, la epidemia del cólera, así como la caída del régimen de Gálvez, impidieron que los muchos proyectos de Molina se convirtieran en reali-

(3) H. H. Samayoa, La Enseñallza de la Historia en Guatemala, 1959, págs. 114·120.

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dades. La Academia de Estudios alcanzó escasos años de existencia.

En el año 1830 formó parte de una comisión compuesta por Francisco Cabr,era y Carlos A . Meany, miembros de la Sociedad Económica, proponiendo la fundación de un Banco Nacional para el fomento de la agricultura, industria y co­mercio del Estado.

En filosofía su tendencia es empirista y sensualista. Nos . encontramos en el Editor con párrafos como el siguiente:

"Señalar una línea que separe la educación física de la moral es muy difícil, si no lo hacemos por una pura abstracción de ideas que tampoco es muy conveniente para formar las cos­tumbres. Sutilícese cuanto se quiera acerca del origen de las ideas puramente espirituales; si se medita bien la materia, llegaremos a convencernos de que éstas no existen en nosotros realmente, si no es como un resultado de las que tenemos de los entes corpóreos, adquiridas por el ejercicio de los sen­tidos". (4)

Habíamos dicho que hay en los escritos de Molina una marcada tendencia rousseauniana; las siguientes líneas lo con­firman. "Cuán bella es la naturaleza en toda su simplicidad. Cuán favorable al hombre que no ha querido separarse de ella por los extravíos de su imaginación y de sus pasiones" (5) .

"Nuestro objeto ha sido más bien combatir preocupaciones y dar a la naturaleza un cuidado que ella ~abrá desempeñar mejor que todos los institutores del universo. Ella cría hom­bres libres y vigorosos, 110 querramos nosotros impedir sus progresos, ni oponernos a sus fines. El que intenta por el rigor obligamos desde la infancia a una obediencia sin límites, sería bueno únicamente para formar esclavos; además que ellos harán después todo lo contrario de lo que se les ha hecho aprender y aborrecer a un mismo tiempo, luego que ~e hallen dueños de sus acciones" . (6)

(4) Idem, pág. 296. (5) Idem, pág. 119. (6) Idem, pág. 273_

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tiZO con el movimiento independentista. Un mes después de proclamada [a Independencia, Mo[ina aboga por [a unión de [os pueblos del Istmo como medida para mantener la realidad de la Patria Grande, para que sea una e indivisible, como es en su geografía debe ser en su historia.

Interviene en asuntos de economía, educación, agricu[tu~a y arte. En la Administración del Dr. Mariano Gálvez, ocupó entre otros, el cargo de Director General de Estudios (con que se había sustituido la ·Universidad). A[ asumir la direc­ción de dicho centro, don Pedro pronuncia un discurso típicamente ilustrado, "La libertad, el poder, i [a felicidad de la especie humana están cifradas en la ilustración de que se susceptible". "La naturaleza nos hace esclavos con la posi­bilidad de ser libres; el saber no, emancipa". "Si la civiliza­ción hiiée al hombre, i a las naciones más libres, ya por eso mismo las hace más poderosas". "El saber aterra a los tira­nos,' destruye sus imperios, levanta las naciones: tal es su podetío". Y más adelante, "La rápida ojeada que hemos dado sobre los efectos de la ilustración, nos convence de que ella sola es capaz de hacer a[ hombre libre, poderoso i feliz". "La Academia debe ser la :¡sociación de todos los profe¡ores, y literatos del Estado, destinada a promover i fomentar la educación con sus tres aspectos, físico, moral iliterario. Tal es el texto de la lei que instala hoi la academia". Más ade­lante, refiriéndose a las ventajas que nos da [a civilización, dice: "Ella nos hará libres, poderosos i felices, si procurando vencer b apatía que dejó en nuestro carácter el estado de sujeción en que fuimos educados, aprovechamos las coyuntu­ras favorables que nos ofrecen nuestras instituciones, i un gobierno que ansía por la mejora de la enseñanza pública i por el bien general de Guatemala i de toda la nación". (3)

Numerosas guerras civiles y disturbios, la epidemia del cólera, así como la caída del régimen de Gálvez, impidieron que los muchos proyectos de Molina se convirtieran en reali-

(3) H. H. Samayoa, La Enseñanza de la Historia en Guatemala, 1959, págs. 114-120.

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dades. La Academia de Estudios alcanzó escasos años de existencia.

En el año 1830 fonnó parte de una comisión compuesta por Francisco Cabrera y Carlos A. Meany, miembros de la Sociedad Económica, proponiendo la fundación de un Banco Nacional para el fomento de la agricultura, industria y co­mercio del Estado.

En filosofía su tendencia es empirista y sensualista. Nos encontramos en el Editor con párrafos como el siguiente: "Señalar una línea que separe la educación física de la moral es muy difícil, si no lo hacemos por una pura abstracción de ideas que tampoco es muy conveniente para formar las cos­tumbres. Sutilícese cuanto se quiera acerca del origen de las ideas puramente espirituales; si se medita bien la materia, llegaremos a convencernos de que éstas no existen en nosotros realmente, si no es como un resultado de las que tenemos de los entes corpóreos, adquiridas por el ejercicio de los sen­tidos". (4 )

Habíamos dicho que hay en los escritos de Molina una marcada tendencia rousseauniana; las siguientes líneas lo con­finnan. "Cuán bella es la naturaleza en toda su simplicidad. Cuán favorable al hombre que no ha querido separarse de ella por los extravíos de su imaginación y de sus pasiones" (5 ) .

"Nuestro objeto ha sido más bien combatir preocupaciones y dar a la naturaleza un cuidado que ella ~abrá desempeñar mejor que todos los institutores del universo. Ella cría hom­bres libres y vigorosos, 110 querramos nosotros impedir sus progresos, ni oponernos a sus fines. El que intenta por el rigor obligamos desde la infancia a una obediencia sin límites, sería bueno únicamente para formar esclavos; además que ellos harán después todo lo contrario de lo que se les ha hecho aprender y aborrecer a un mismo tiempo, luego que ~e hallen dueños de sus acciones". (6)

(4 ) Idem, pág. 296. (5 ) ldem, pág. 119. (6) Idero, pág_ 273.

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Poco tiempo después del triunfo de Morazán, Molina es nombrado Ministro de Barrundia y desde su cargo hace una extensa reseña sobre la guerra recién terminada y sus conse­cuencias, abogando siempre con toda energía por los prin­cipios liberales. Estos antecedentes le valieron para ser electo Jefe del Estado de Guatemala. Sin embargo, a pesar de su talento no logra mantener la unidad del partido liberal. Des­pués de una serie de intrigas fue separado del poder.

Encuentro muy duras las palabras de Lorenzo Montúfar al referirse a Molina: "Abrir cuestión con el Senador Presi­dente por unos miserables fusiles que Morazán necesitaba para vencer a los enemigos de la República, es indisculpable. Lo es también pretender lanzar de Guatemala al Gobierno federal en los momentos en que Centro América estaba amenazada". y más adelante, "Molina tenía gran talento y un inmenso saber; pero le faltaban dotes de mando", "Los grandes lite­ratos no son los mejores gobernantes: prácticamente lo hicie­ron ver al mundo Lamartine y Castelar". (7)

Considero que Molina tenía dotes de mando; lo que no tenía era colaboradores sinceros y desinteresados; a intrigas y envidias se debió su sustirución del poder. Basta conocer los cargos para darse cuenta que ninguno de ellos merecía castigo tan severo; algunos incluso son ridículos. Entre otras cosas se le acusa de haber invertido una suma de dinero para hacer habitable la casa del Jefe (casa que le destinó la misma Asam­blea) porque consideraba que es inadecuado vivir en una po­cilga; otro de los cargos fue el haber dado empleo a una señora y ordenar que se pagaran portes de correo de su corres­pondencia privada, del tesoro público, así como de haber nombrado funcionarios públicos sin integrar ternas. Todos estos cargos son insignificantes y de mala fe. Se nota a las claras que lo único que perseguía la Asamblea era separarlo del Poder Ejecutivo. Es descorazonador que a un hombre como Molina que ha consagrado su vida a la libertad y a la

(7) Lorenzo Montúfar, Hi,toriet d~ Centro Américet, (1878). p. 207.

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República se le ponga fuera de ley por cargos tan fútiles. Como es de suponer, el Tribunal de Justicia, que era im­parcial, absuelve a Molina, éste se dirige al Congreso Federal para solicitar se le devuelva su cargo. Nuevas intrigas en la Asamblea impiden que Molina vuelva al poder; a partir de ese momento el partido de los liberales queda dividido; se había procedido vergonzosamente contra un ciudadano de ~ran renombre en Centroamérica.

Varios años después emi~ra junto con Morazán. Ya en Costa Rica le tocó vivir a don Pedro uno de los episodios más trágicos de su vida: el fusilamiento de su hiio, el teniente Manuel Angel Molina. Creo que vale la pena referirse a estos hechos que dejaron profunda huella en el ánimo de Molina.

El joven teniente llega a Costa Rica a encontrarse con su padre y sus hermanos. En Guanacaste conoce a Josefa Eli­zondo, llamada por algunos historiadores La Bella de Gua­nacaste. Se enamora de ella y pide su mano. Formalizado el noviazgo, se dirige a San José para arreglar la boda. Pero apenas vuelve la espalda, aparece otro pretendiente que emplea toda clase de intrigas para quitarle la novia a Molina. Como Josefa Elizondo no era ninguna Penélope, acaba por ceder. Molina se entera de camino lo que ha sucedido; así que decide regresar, pero Josefa está decidida a romper el compromiso. A consecuencia del desengaño, el teniente enferma de fiebre cerebral y concibe la descabellada idea de raptar a la causante de sus males. Su plan fracasa y Molina exasperado por el ridículo que ha venido haciendo y además enfermo, pierde todo el dominio sobre sí mismo y decide proclamarse coman­dante general del Guanacaste. Con 16 hombres ataca el cuar­tel, pereciendo en esta lucha Enrique Rivas, comandante del puerto de Puntarenas y Eduvigis Guillén, el rival de amores de Molina.

Al enterarse Morazán de los sucesos de Guanacaste montó en cólera. Se le contó además que Molina pensaba entregar el departamento del Guanacaste a Nicaragua, lo cual era total­mente falso. Pero Morazán lo creyó o fingió creerlo y ordenó

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370 PROCERES DE LA INDEPENDENCIA

e! fusilamiento del teniente Molina, haciendo caso omiso de! doctor Pedro Molina quien pedía clemencia para su hijo.

La trágica novela del teniente Molina ocurrió en 1842. Varios años después, en 1855, sale la primera edición de! libro de don Pedro, publicado en El Salvador, El loco. A tra­vés de sus páginas vemos a un Molina desilusionado de la política, de! mundo, de los hombres. Se nota aquí la amar­gura de un hombre con ideales que no encuentra apoyo en sus contemporáneos envilecidos por la ambición, el poder y la envidia. En una Centroamérica en crisis, e! loco llama a la cordura; sabe que es en vano, de ahí que se llame a sí mismo loco. ¿.Qué quiere decir loco? -Creo yo que esta palabra caste­llana, viene de la latina loquor (salvo yerro, pues no soy eti­mologista), yo hablo, porque tengo la facultad de hablar.

"Los locos, unos taciturnos y otros habladores; pero se dice que ellos y los niños dicen las verdades; ¿cómo es, pues, que se les niega el sentido? No lo entiendo; pero así anda e! mundo. Pobres de los que dicen la verdad". (S)

En vez de capítulos, e! libro está dividido en paroxismos y accesos. Según e! Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas, paroxismo es la "máxima intensidad de un acceso, ataque o de los síntomas de una enfermedad. Exacerbación súbita" y acceso, "conjunto de síntomas que cesan y vuelven a intervalos más o menos distantes; llegada a un punto deter­minado por una o más vías, que se denominan de acceso, de agentes morbosos, curativos u operatorios."

En esos momentos extremos de dolor, don Pedro, con suave ironía, dice verdades que nadie se atreve a decir. Sólo a un loco se le puede ocurrir decir la verdad en un mundo regido por la adulación. El paroxismo es el deseo de instaurar e! orden en un ambiente de caos. Su amarga experiencia le demostró que "en la democracia, todos los ciudadanos son aspirantes y rivales los unos de los otros; los reyes son déspotas, los aris­tócratas tiranos, los demócratas anarquistas. El diablo cargue con todos".(9)

(8) Pedro Molina, El Loco, Ed. Ministerio de Educación Pública, p. 19. (9) Idem, p.p. 22-23 .

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Para Molina un gobierno sólido es aquel que se preocupa por estable.:er "caminos, canales vapores agricultura artes comercio: esto es lo positivo r' desterrar' de la república ~ los principistas, quemando sus teorías". (10)

Gran parte del libro está dedicado a elogiar la locura " od ' ... t os somos locos en este mundo; empero que los locos depositarios y decididores de la verdad, serán los únicos de­clarados juiciosos". (11)

Perdidas las ilusiones políticas y probablemente decep­cionado del mismo Morazán, quien, a pesar de sus súplicas había condenado a muerte a su hijo Manuel Angel, Pedro de Molina se asoma a la única atalaya desde la cual se puede ver el mundo con cierta tranquilidad e ironía: la locura.

D2sde allá lo obs: rvaron también Erasmo y Cervantes. Molina tiene bien presente El elogio de la Locura al escribir su libro : "Oh Erasmo! Sólo tú has sabido escribir y elogiar dignamente a la heroína de nuestra especie, apuntadora en el gran teatro de este nuestro pequeño globo.

"El de apuntador es un oficio importantísimo en la com­pañía de farsantes y con razón; porque el apuntador es el que sopla a los actores cuantos delirios, cuant03 disparates, cuantos atentados, trampas, engaños y chascos ha podido píllar el poeta, y trasladarlos primorosamente en verso o en prosa al papel. Por eso he llamado apuntadora a la Heroina de Erasmo (la locura) después de haberla llamado heroína; y no piensen los sabios que ha sido degradada".(12)

Esta es a grandes rasgos la Vida y la Obra de Pedro de Molina, uno de las personalidades más originales que ha te­nido Centro América. Muere' don Pedro a los 78 años de edad (1854) y más que ningún otro de su generación merece el título de Prócer de Centroamérica.

(10) Iclem, pá¡¡. 24. (11) Iclem, pág. 33. (12) Iclem. pág. 34.

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MARCOS CARIAS REYES

JOSE CECILIO DEL VALLE

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Cuarenta y un años, menos dos meses y unos pocos días, había vivido e! hombre que, en la tribuna de! Palacio de los Capitanes Generales, leía con notoria emoción, mas, sin perder la gravedad de su personal prestancia el "Acta de Independen­cia del Antiguo Reino de Guatemala," título de bautismo de una Nación. Había nacido el 22 de noviembre de 1780, en la villa de Choluteca, perteneciente a la provincia de Tegucigalpa, siendo hijo legítimo de don José Antonio DÍaz del Valle y de doña Gertrudis DÍaz del Valle, "noble hijodalgo y de las más distinguidas familias españolas de la provincia de Guawnala quienes, por tanto, han obtenido en ella los más principales empleos políticos y militares." (l)

Plácidamente transcurren los años infantiles de José Cecilio del Valle. Cuando llega a los nueve, la familia se traslada a Guatemala, ciudad que por abolengo y especiales condiciones, ofrece un campo más propicio para el desarrollo de las ideas y e! vuelo de las fantasías. Y fue así como José Cecilio del Valle, retoño de un árbol de Choluteca, germinado a la vera del ancho río que arrulla y que, en los crudos inviernos amenaza a la ciudad de este nombre, hubo de cambiar el ardiente clima, de las llanuras sureñas de Hibueras por el aire fresco de las lati­tudes guatemaltecas.

Cuarenta y un años. Una edad vacía para muchos hombres. Vacía de ideas, vacía de hechos, vacía de emociones. Ocho lus­tros transcurridos en el anonimato, sin un rayo de luz, aunque fugaz, que rompa la bruma; sin un gesto que recoja el bronce o el mármol. Vida . .. vidas. Pero no todas han sido destinadas al marco de la Historia; y el anonimato lleva en sí cuántos gestos que merecen ecuánimemente el bronce o el mármol. No por ser menos rutilantes hemos de ofender ' con el desprecio las existencias que se deslizan ignoradas de la colectividad. Así como existen paladines que deslumbran desde las altas

(1) Ramón Rosa, "Biografía de José Cecilia del Valle".

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cumbres, también hay mineros que extraen e! oro de la escon­dida entraña. Unos y otros merecen la glorificación. Si hemos de tomar la glorificación como un término lleno de alto conte­nido humano; y no como una de las mentiras convencionales que apuntó e! hipocondriaco Nordeau y que también alcanzan al mármol y al bronce.

Llenar, concretar el sentido de la vida a esa edad, condi­ción es de individuos cuya potencia mental se halla sobre e! nivel común. Y no vamos a caer en el pecado de las citas corrientes y estereotipadas; de los clisés harto acariciados por historiógrafos y panegiristas; de los "fetiches de una cultura

-muerta." La memoria de las generaciones que se han extin­guido en veinte siglos de esta era y de las que abonan actual­mente con risas y lágrimas, sangre y sudor, la tierra insaciable, está cansada de registrar las hazañas de hombres a quienes se ha dado en llamar Genios, Héroes, Apóstoles, Mártires, Sabios, etc. Es singular el caso de que muchos de esos varones sazo­naran sus mejores frutos apenas vividos seis u ocho lustros. Tampoco este hecho excluye la categórica verdad de que algu­nos de esos mejores frutos fueron donados, a veces, tras una laboriosa tarea y un largo abono. El caso de José Cecilia de! Valle hay que ubicarlo en e! primer grupo, por la estatura inte­lectual y política que había alcanzado e! día en que, desde la tribuna de los Capitanes Generales, en Guatemala, leyó el Acta de Independencia de la Provincia de Centro América.

Ocurrió este suceso e! año 1821. En la Villa de Tegucigalpa un joven delgado, de inteligente fisonomía y fogosa inquietud redactaba escrituras de compra y venta en el despacho del Notario León Vásquez. Cumplidos ya los veinticinco años - edad de encendidas teas- bordeaba la treintena, época en la cual se endurecen las energías, se encauzan las iniciativas y maduran las ideas. El hombre, todavía joven, que desde su personal altitud y sobre la augusta tribuna, daba el espaldarazo a una nación; y el joven,- ya hombre, que ignorado entre los polvorientos infolios de un modesto bufete vieron nacer la ma- . ñana del 15 de septiembre de 1821, habían sido creados por el destino para transformarse en las dos más grandes figuras

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de la Historia de Centro América. Ambos iban a desempeñar - lo estaba desempeñando ya uno de ellos- los papeles más importantes en la tragedia política y social de la nueva nacio­nalidad; ambos poseían extraordinarias dotes para que su actuación pública fuese resaltante e influyente; ambos iban a encontrarse colocados, frente a frente, en las más altas cimas; ambos legarían sus nombres a la posteridad. Uno, por los atri­butos del pensamiento. Otro, con los fulgores de la acción. Ambos nacieron en Honduras y todos sabemos sus nombres: José Cecilio del Valle. Francisco Morazán.

Antes y recién proclamada la emancipación política de Centro América, acontecimientos de decisiva influencia se ha­bían verificado; y en la gestación o culminación de ellos, Valle sobresale asumiendo posiciones claramente antinómicas, que apuntan rasgos de volubilidad en la trayectoria ideológica y política de tan eminente ciudadano. Ramón Rosa señala con amplitud esas, al parecer, fallas morales de Valle y no esca­tima la censura. Cabe advertir que Valle pertenecía, por naci­miento y educación al medio social de la Colonia; que su linaje provenía de aristocráticas o burocráticas fuentes; que era él mismo una critura surgida de aquella entraña maternal; y que actuaba como funcionario, obteniendo distinciones, hono­res y estipendios, del sistema colonial español. No es de sor­prenderse por su indiferencia ante los primeros movimientos , de los partidarios de la independencia, en los años de 1811 y 1812. Sin duda, en el fondo de esa actitud existía un traba­joso meditar respecto a la premura de resolución tan radical y cierta inquietud ante las dificultades con que lucharía, para organizarse la nueva nación; y las angustias como los dolores que tendría que sufrir; y los desaciertos en que incurrirían aquellos varones que clamaban independencia, quienes eran quizás muy sinceros y nobles, pero tal vez sin suficiente ca­pacidad para tamaña labor. Es corriente que los individuos poseedores de una gran mentalidad, reforzada por una sólida cultura, vean con desconfianza los arranques volitivos y las audacias innovadoras de personas a las cuales no consideran dueñas de suficiente sindéresis para formular juicios acertados

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y adoptar resoluciones de mucha responsabilidad. El Sabio Valle vacilaba, aislábase, dudada. ¿Escepticismo? ¡.Frialdad? ¿Arrogancia de hombre que tiene conciencia de su valía? ¿Hon. y generosa desazón que cohibe para lanzarse en arriesgadas aventuras, por e! daño que irrogaran a los semejantes?

Así, Valle continúa indeciso, enfilado en la banda "Ga­zista", amiga de dilatorias, frente a los "Cacos", vehementes corifeos de la emancipación. En "El Editor Constitucional," de don Pedro Molina, ardían los fuegos de la independencia. En "El Amigo de! Pueblo" fundado por Valle, hablábase e! lenguaje de la moderación, de la prudencia, del transaccio­nismo. Dice Rosa: "los Gazistas contaban con la pro~ección de las autoridades coloniales y halagaban con medidas de pro­teccionismo a los artesanos. Los Cacos contaban con e! en­tusiasmo de los independientes y con e! apoyo del pueblo desheredado." La corriente popular pro-independencia tornóse impetuosa. Proclamábase en México el Plan de Iguala por el militar traidor a sus banderas, que más tarde convirtióse en emperador de sainete. Los independientes encontraron favora­ble asidero en el débil espíritu de Gaínza y, un buen día, arrastrado por los hechos, todadavía indeciso, José Cecilio del Valle hubo de redactar y de leer el documento contentivo del Acta de Independencia de Centro América.

¿Dónde encontramos en 1822 a nuestro magnífico hombre de pensamiento? Lo hallamos en la posición más digna que correspondía a un personaje de su altura moral, intelectual y. política. Lo vemos transformado en el campeón del anti­anexionismo; en el gallardo paladín de la autonomía de su patria; en el tribuno y el publicista cuya vibrante palabra y luminosas conclusiones oponían patriótica resistencia a las pre­tensiones de los conservadores - aristócratas de empolvados y rídiculos pergaminos que, con Aycinena al frente, clamaban por la anexión a México; mejor dicho: por el uncimiento servil de la nación centroamericana al carro de Iturbide. Valle asu­mió la post.ura que correspondía a un ciudadano íntegro, máxime si ese ciudadano había dado años atrás el espalda­razo a la joven nacionalidad. Llega, en tal ocasión, a una

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de las más altas cimas en su carrera política. La otra, qUlzas la más elevada, es cuando se enfrenta en las urnas al General Morazán. Aunque derrotado, Valle arranca a la corona de laure! de la Historia, la más hermosa hoja que puede desear un hombre de pensamiento en estos crueles ambientes espi. rituales y morales de Centro América. Valle, hombre de es­tudio, hombre de letras y de ciencias, hombre de idea y de pluma, retraído, reservado, solitario en su gabinete de trabajo, tal vez orgulloso, nada populachero, tipo opuesto al demagogo, hace la competencia a Francisco Morazán, figura rutilante, señor de las victorias, joven héroe de las más sonadas empresas militares en el istmo, adorado, admirado o temido; hombre de acción, de espada, arrogante, hermoso, viril. Triunfa e! Héroe en limpia y justa lidia; y e! Sabio recoge, en la derrota, una gloria inmarcesible; que menguada hubiera sido contra adversario de endeble personalidad. Cuando se colocan frente a frente dos varones como Morazán y Valle, la decisión es ardua y ningún demérito hay en la pérdida. Es éste un caso singular en los anales de Centro América. Ley dura, ley bochornosa la que especiales condiciones impusieron a nuestros pueblos. El matarife desalmado; e! cacique de montonera; e! machetón semianalfabeto y sanguinario, cuando no e! dema­gogo virulento y farsante, desplazaron a los hombres de pen­samiento, de ciencia y de métodos; a los sujetos de integridad moral. Aludiendo a tan triste verdad, dice Rosa, con cierta altiva ironía. "Cuando yo he visto en las serranías o en los picos de nuestras montañas, a un guerrillero cruel y bárbaro cuando ha cometido los crímenes que causaron más horror, yo me he dicho con tristeza infinita: e! guerrillero hará ca­rrera, atraerá la cpinión, será Presidente de la República; y esta es la verdad, la terrible verdad. Sotero y Rafae! Carrera valieron más en Guatemala que José Francisco Barrundia y Mariano Gálvez; y como la comparación no revela vanidad, el indio Vásquez, Corta-Cabezas, pudo valer más en Hondu­ras que el autor de estas líneas." Qué honda, qué dura y rea!" es esta ironía de don Ramón Rosa. Y la comparación, en éste, como en otros casos, no implica vanidad; alarde del

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fatuo crecido ante sus propios ojos por mal de egolatría. No, don Ramón Rosa; y es tanto más certera esa compara­ción porque encierra una tremenda verdad; un hecho bárbaro, tan bárbaro como endémico; un error. No, un error no. Por­que para errar se presume un ápice de raciocinio; una mani­festación del instinto selvático que no lograron frenar ni la idea, ni la ciencia, ni la educación, y que hizo transformarse la gloriosa espada de Francisco Morazán en el machete de Corta-Cabezas.

Engolfado en sus estudios y meditaciones encontrábase Valle, dentro del querido recogimiento de su gabinete, cuando los salvadoreños quisieron atraerlo nuevamente a la política militante, eligiéndolo Jefe del Estado. Valle declinó dicho ho­nor pero hubo de aceptar la diputación al Congreso mexicano debida a los votos de Tegucigalpa y los azares que ella le deparó, desde la curul parlamentaria, a la celda de la prisión en el Convento de Santo Domingo; y desde aHí el sorpren­dente salto a un ministerio de Iturbide. i Qué raro este cambio de posiciones! Una vez derrocado el imperio, vuelve Valle a ocupar su puesto en el Congreso y a trabajar con vehemencia en el sentido de que sea independizada Centro América, como en efecto, lo es. Forma, seguidamente, parte muy activa en la pugna de los partidos; derrota al brigadier Manuel José Arce, candidato de los liberales; pero éstos le birlan el triunfo con argucias tinterilIescas y es su contendor quien asume el poder. Para ocupar su tiempo, Valle, que acaba de ser víctima del genio ratonil de los políticos de aldea, se entrega a la ciencia, observa las plantas, presta atención a los fenómenos astro­nómicos, dialoga con los antiguos filósofos, se encara a las matemáticas, estudia en los esqueletos y en su "Manifiesto" del 20 de mayo del año 1825 recuerda a la nación, sin duda con el acre sabor del resentimiento y la cortante impresión que dejan las arteras puñaladas de la ingratitud, los servicios que él ha prestado a la patria.

Las mañas demagógicas, la pequeñez humana imponían un eclipse a la fulgurante estrella del Sabio. Pero, en un ho­rizonte cercano, sobre el cerro de La Trinidad y en tierras

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JOSE CECILIO DEL VALLE

(1780 -1834)

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de Honduras, se alzaba un astro deslumbrador. El inicuo ataque al Estado hondureño, el incendio de Co­

mayagua y demás crímenes antes perpetrados por Arce y sus parciales, castigo hallaron en La Trinidad, Las Charcas y la gloriosa entrada en la ciudad de Guatemala el 13 de abril de 1829. Francisco Morazán llegaba al apogeo de su carrera. En su espada podían leerse los sonoros nombres antes mencio· nados; y además el Espíritu Santo, Gualcho, San Antonio, San Miguelito. Frente al creciente y rápido prestigio del gue­rrero, alzóse la ilustre figura del hombre de pensamiento en las elecciones de 1830.

Es atractiv9 y muy sugerente el paralelismo, la simul­taneidad que existe entre estas dos existencias de extraordina­rios relieves. La gesta emancipadora en el istmo centroameri­cano no se recalentó con el vaho ardoroso de la sangre; no hubo guerras a muerte, ni épicas batallas; ni hombres leones, hombres tigres, hombres lobos, Bolívares, Sucres, Minas; Páez, Artigas; Anzoateguís o Santanderes. Las bayonetas de Gaínza no hirieron la carne criolla. Todo pasó como una re­presentación teatral de buen tono, si se compara con la espe­luznante tragedia venezolana o mexicana. La conmoción no fue para aventar a Prometeos o Aquíles, con sus fuerzas vol­cánicas, sobre la superficie de la tierra; sin embargo dió aquel período relevantes figuras; tales como don Pedro Molina, don Juan Francisco Barrundia, don Mariano Gálvcz, don Dionisio de Herrera, don Matías Delgado, y, sobre ellos, José Cecilio del Valle y Francisco Morazán, actuando ya en sazón el pri­mero; iniciándose y convirtiéndose en el campeón de la, me-jores ideas revolucionarias, el segundo. .

Hubo de llegar el día en que por fin el ilustre Valle re­sultara ungido por la victoria, en los comicios electorales veri­ficados en 1834. Gobernaba entonces en C. A., en medio de tempestades contínuas, el General Morazán. Sólo el valor, el talento militar, el gran corazón del Héroe, su autoridad, su don de mando, sus innegables dotes de conductor de pueblos, mantenían la Federación pero en lucha fiera contra los sepa­ratistas y reaccionarios.

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Una vez ya, en 1825, José Cecilio del Valle había logrado la mayoría electoral, mas la farsa de malos manejos le quitó el poder. Al presentarse, por segunda vez, los ciudadanos fa­vorecieron con sus votos, en mayor cantidad, al caudillo de! Espíritu Santo; ejerciendo éste el manuo, su antiguo compe­tidor fue electo para Presidente de Centro América. Pero era inevitable que los centroamericanos vieran frustrados sus deseos, manifestados en forma clarísima en tres o.casiones. Algo de fatalidad hay en este hecho. Querían en Centroamérica -a José Cecilio del Valle- en la Presidencia de la República; e! hombre que había bautizado a la nación estaba en el derecho que de sobra merecía para poseer los atributos de la patria potestad. Signo es éste que identifica muy honrosamente la clara comprensión y el justo sentido de los centroamericanos para v:llorizar a sus hombres connotados. Gesto que habla con voz elocuente en favor de las generaciones que se empeñaron por que Valle fuese el supremo mandatario. Alto e imborrable reconocimiento rendido a un hombre de ciencia y de letras; a un hombre de estudio y de idea; a un hombre de pensa· miento; negación rotunda de que los pueblos del istmo hayan sido o sean incapaces de reaccionar en tan noble sentido; rayo de luz en las tinieblas de un obscurantismo espeso. Consan­grando a Valle con sus sufragios los centroamericanos dejaron sentadas las posibilidades que cabe esperar a los hombres de pensamiento, hombres de buen cerebro, en un ambiente tan pobre y tan hostil. Y así debe ser. Así ha de ser. Sin embargo de que las transformaciones han sido lentas, el proceso evolu­tivo se cumple; y ha de llegar el día en que penetre en com­pleta realización, pero este máximo afán camina tan despacio en nuestros países que han sido pasto de montoneros y dema­gogos; de farsantes y advenedizos; de irresponsables y de espe­culadores políticos; de quídams que con su audacia provinciana y su innato cinismo alcanzan altos destinos y lucrativas sine­curas, de apóstoles fementidos y de caciques de bandas cri­minales.

Por cuanto ' respecta a Honduras ese estado social de barbarie, y de semi-barbarie, ha sido resultado lógico de la

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montonera. Pero, la montonera no surge sola, por sí misma, sin estímulos. Factores complicados y abundantes la hacen prosperar, en un medio social propicio. Factores que escapan a los hombres de ayer y a los de hoy, mantienen rectas las cabezas de esa hidra. No culpemos parcialmente a los sujetos, ni juzguemos sólo los efectos, sin antes estudiar las causas. No estaba en manos de aquéllos controlarlas, pues ellos tienen su honda raigambre en nuestro ancestro biológico; en nuestra miseria económica, en nuestra depauperación espiritual. Cierto que las rencillas personales constituyen un dramático capí­tulo en nuestras desventuras. Pero eso no es toda la tragedia, ni toda la historia, ni todo el andamiaje sociológico - ni los factores étnicos, geográficos, económicos y militares que nos han colocado donde estamos.

Falsos y oportunistas, con oportunismo circunstancial re­sultan los apóstoles que intentan achacar a determinados suje­tos el origen de males mayores y menores. Si alguna culpa tuvieron Santos Guardiola y Trinidad Cabañas; o Medinón y Céleo Arias; o Morazán y Ferrera, esos desmanes político­personales no forman o hacen toda nuestra Historia_

Vamos a dejar de lado estas digresiones para ceder la pa­labra a don Ramón Rosa y terminar este ensayo con la repro­ducción de algunos de los notables capítulos de la "Biografía de José Cecilio del Valle," obra que debe ser muy difundida y concienzudamente leída por los centroamericanos; capítulos que nos sirven de modo admirable para completar la evocación de Valle en sus aspectos púbLicos y privados.

"José del Valle era de regular estatura, ni alto ni bajo; era de esos hombres que no impresionan ni por lo exiguo ni por lo grande; sus formas constituían un conjunto armónico; su color era trigueño, su cabeza era pequeña, pero esférica; su frente era ancha, espaciosa, pero un tanto limitada por pelo echado hacia adelante; tenía ojos pequeños y vivísimos, y de un nc;;ro profun¿o en que reverberaba mucho de la luz meri­dional de las ardientes playas de Choluteca; su nariz era re­gular, y sus mejillas, ligeramente cóncavas y empalidecidas hacían resaltar sus pómulos, dándole un interesante aspecto

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reflexivo; su boca era graciosa, con sus labios un tanto con­traídos, contracción que se notaba más por la ausencia del bigote; el resto de su cuerpo era proporcionado y delgado, aunque no flexible, pues había en los movimientos y en la postura de Valle algo de tiesura, y mucho de severidad. Vestía con cierta elegancia. Usaba blanquísima camisa de alto cuello que casi le ocultaba las partes laterales de la barba; llevaba enorme corbata, de finísima seda blanca, muy ama­dada, levita de paño negro, abotonada de arriba a abajo, que ocultaba en su totalidad el chaleco, y pantalones del mis­mo color, perfectamente tallados.

"En lo moral, Valle era hombre entero, inflexible en la línea de su deber, de costumbres regulares, austeras, severÍsi mas, y no obstante, poseía una alma muy afectuosa, muy apa­sionada. Tenía la conciencia clara de su propio valor, y era hasta orgulloso; tenía tal vez el único orgullo excusable; y sin embargo era dulce, afabilísimo en el seno de la amistad y de la familia, y muy caritativo para con los desvalidos. Tenía cierta seriedad de carácter muy propia del hombre de la refle­xión profunda y de los cálculos matemáticos; y a pesar de esto, amaba apasionadamente las artes bellas, en especial, la música y la po~ía. Tenía una conversación animadísima y variada, y particularmente cuando explicaba una materia, lo hacía hasta la saciedad; parecíale que sus amigos o contertulios no le entendían lo bastante, o que no se explicaba como debía, y usaba y abusaba de la palabra en sus conversaciones, cuando en ellas creía ver algo instructivo, algo de enseñanza.

"Tal era física y moralmente, a la edad de 23 años, el joven Abogado, José del Valle. En su persona había un bello conjunto de eminentes cualidades prometedoras de grandes cosas.

"¿Qué faltaba a aquel joven extraordinario para que lle­gase a ser grande, y legase su nombre, lleno de enseñanzas, a la posteridad? Le faltaban vida y movimiento en lo social, es­pacio y teatro en lo político; atmósfera respirable para los hombres de carácter, de talento y de saber; libertad e insti­tuciones; verdadera patria.

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"¡Qué el carácter se quebranta, que el talento se eclipsa, que e! saber es infecundo, cuando las densas sombras del Esco­rial monárquico oscurecen los horizontes de la vida de las so­ciedades, o cuando las tinieblas, aún más espesas y odiosas, de brutales e indianas dictaduras, de caricaturescas Repúblicas, llevan el caos a la conciencia, y oponen, si así puede decirse, un veto infame a los progresos del genio, a los progresos de la libertad, de la razón y la justicia!" .....

"Antes de ver e! resultado de la elección que obtuvo Valle en 1834, debo juzgarlo, aunque a grandes rasgos, como sabio y como literato, ya que repetidas veces, en e! curso de esta obra, he dicho que José de! Valle era hombre eminente en las ciencias y en las letras. Según e! Diccionario de la len­gua y el común sentir de las gentes, se aplica el nombre de sabio al individuo que se ha distinguido por sus profundos conocimientos morales y científicos. La sabiduría, pues la cons­tituyen el conocimiento de las leyes de la vida moral de los hombres y de las sociedades, y el conocimiento de las ciencias que contribuyen a labrar la felicidad de la especie humana. Extensión en el saber, profundidad en los conocimientos, y utilidad práctica de la ciencia adquirida, todo esto viene a foro mar el verdadero sabio. ¿Reunía Valle estas condiciones para serlo? ¿Hablaban impropiamente los centroamericanos que, al referirse a Valle, decían siempre el Sabio Valle?

"Valle reunía indudablemente las condiciones necesarias para ser sabio; los centroamericanos hablaban con toda propie­dad al llamarlo sabio. Valle conocía en toda su extensión y profundamente lo que hoy llamamos Sociología. Conocía las leyes morales que rigen a los hombres, la historia que ha mar­cado en cada época, sus desarrollos, sus vicisitudes y progresos, y las leyes positivas que, en las relaciones internacior.ales o en las relaciones internas de las sociedades, forman el sistema de legislación y dan una idea completa de los vínculos jurídicos de los pueblos, de su unidad fundamental y de su admirable variedad, de sus formas de Gobierno, de sus usos y costumbres, de las relaciones entre gobernantes y gobernados, de los inte­reses económicos y administrativos de las comunidades socia-

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les, de los civiles derechos de sus individuos, y de las dispo­siciones penales que sancionan el cumplimiento de la ley para salvaguardia del orden, y para respeto de las relaciones jurídicas.

"Valle no sólo conocía profundamente estos ramos de las ciencias morales y políticas; conocía además y con perfec­ción, las ciencias naturales y las ciencias físico-matemáticas, necesarias para formar el criterio del sabio que, ante todo, debe ser el práctico y útil conocedor de la naturaleza física, orgánica e inorgánica, que por todas partes nos rodea rehusán­donos sus secretos que sólo confía al estudioso y reflexivo sabio. Valle conocía la historia natural. Por la anatomía tenía ideas exactas sobre e! organismo del hombre, y por la fisiología conocía los organismos variadísimos y las utilidades y ventajas del reino animal; por la mineralogía, conocía los preciosos metales que encierran las entrañas de la tierra, que dan vida a las transacciones del comercio, y satisfacen las necesidades individuales y públicas; por la botánica conocía las bellezas seductoras del mundo amable de las plantas y sus usos uti­lísimos para recreo y conservación de los hombres. Valle, además de naturalista, era físico, químico y matemático. Co­nocía las propiedades generales y particulares de los cuerpos, y sus conocimientos dábanle juicios acertados sobre la tierra y la atmósfera en relación eon la agricultura, sobre el movi­miento y las fuerzas, en relación con las máquinas neeesarias a la industria, sobre los fenómenos meteorológicos, en relación con la salud de! hombre, y sobre todo los colores y sonidos en relación con las bellas artes. El arte de calcular por medio de operaciones aritméticas, de algebraicas ecuaciones, o de medidas geométricas, proporcionaba a Valle las más preciosas aptitudes para apreciar con exactitud los más grandes elemen­tos del mundo en lo moral y en 10 físico . El cálculo le hacía comprender y formular la estadística, ciencia madre de las combinaciones y arreglos de la política y de la administración; el cálculo lo hacía vagar por los celestes espacios y apreciar Iil.s distancias, magnitudes, volúmenes y movimientos de los mun· dos que nos revela la astronomía, revelándonos hoy que somos átomos perdidos en la inmensidad del espacio infinito; el

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cálculo le hacía comprender la extensión y límites de nuestros climas, y las influencias físicas y químicas, morales y políticas, que se derivan de la diversidaci oel espacio que ocupamos y de la atmósfera más o menos pesada gue envuelve nuestro orga­nismo; el cálculo le hacía comprenaer, en fin, la combinación y armonía de los compases en la música, la graduación de los colores en la pintura y el ritmo, la cadencia en los versos de la divina poesía. Hombre que tanto sabía, y que tanto sentía, mereció con justicia el calificativo honrosísimo de sabio. Las ciencias y las letras progresan y progresan sin que sea posible asignar límites a sus adelantos; pero como casi todo es rela­tivo, y Valle fue sabio para su época y lo sería para la nues­tra, por mucho que progresen las ciencias y las letras, la pos­teridad ha de llamar siempre a José del Valle" el sabio José Cecilio del Valle. No en vano se consume una vida entera en arrancar a la naturaleza sus secretos; tras ímprobos trabajos de estudio y de reflexión debe quedar al menos un nombre célebre, un nombre glorioso.

"Valle no sólo fue un gran pensador; un experimentado publicista, un práctico economista, un persuasivo orador, un sabio eminente, fue, además, un buen literato. Valle, en la acepción concreta que tiene la palabra, fue verdadero literato, porque era versadísimo en las letras humanas. Conocía profun­damente las obras de los clásicos griegos, latinos, franceses, italianos y españoles; había formado su gusto con selectas lec­turas, y poseía el arte del bien decir.

"Pero no obstante los grandes conocimientos literarios de Valle, en mi concepto vale mucho más como publicista, como economista, y como sabio que como literato. En la literatura, aunque fundada en el saber científico, debe predominar .Ia idea del arte, y al predominar la idea del arte, deben sobresaltr, ya en la prosa, ya en el verso, las formas de la belleza, las formas reveladoras, no tanto de la idea formada al calor de la reflexión profunda, cuanto del sentimiento estético, formado al calor de natural y espontánea inspiración.

"Valle era literato porque conocía las letras humanas, y había cultivado su gusto; pero sus aptitudes naturales no eran

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eminentes y seductoras aptitudes litetarias. En Valle predomi­naba la idea reflexiva, no el sentimiento artístico. Léanse sus numerosos y variados escritos, y su lectura, a no equivocarme, dará la confirmación de mi aserto. En los escritos de Valle puede verse la reflexión profunda del pensador; pero muy rara vez puede verse la espontaneidad del artista. Valle abunda en ideas, abunda en pensamientos; pero es pobre en imágenes seductoras, escaso en rasgos conmovedores, falto de las expre­siones que forman el idioma estético del sentimiento, y que impresionando el corazón acaban por apoderarse de la cabeza. En los escritos de Valle hay tanto de reflexivo, tanto de me­ditado y calculado, tanto de matemático, y hasta de geométrico, que impiden ver el aparente y bello desorden de la inspira­ción; que impide sentir como escondidas en el concepto y no salen, como por recelo, a brillar con galanura y esplendor en las formas esencialísimas de la expresión, formas imprescindi­bles para el arte. El literato, a mi juicio, debe ser el artista de la palabra, y por ende, si la forma que es el lenguaje, no atrae, no cautiva, no seduce, por medio de las imágenes, de los símiles y de las amplificaciones que expresan con brillan­tez la inspiración; si la forma no es eminentemente bella, emi­nentemente seductora, podrá haber una literatura instructiva y hasta correcta; pero no la literatura que reclama estética, pero no la gran literatura del sentimientos y de la inspiración que hace palpitar la idea como fruto de amor en amantísimo seno, en el bello seno de las espontáneas, variadas y bellas formas del lenguaje, divino verbo, encarnación sublime del pensamiento del artista, del pensamiento del gran literato.

"El lenguaje de Valle, que es tan propio de él, que podría decirse lenguaje de Valle, viene a confirmar mi concepto sobre sus aptitudes literarias. Valle tiene un lenguaje uniformemente cortado, un lenguaje monótono, abrumador por la grandeza del pensamiento, abrumador por la monotonía de la forma. Rara vez se encuentra en los escritos de Valle un párrafo de lenguaje periódico; rara vez se encuentra una bella amplificación; rara vez se encuentran imágenes expresivas de grandes arranques de sentimiento o de pasión. Los escritos de Valle, con violación

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flagrante de la gramática, contienen una serie prolongadísima de dos puntos escalonados en cada breve párrafo; entre cada dos puntos un gran pensamiento, y con frecuencia en una enu­meración, dos puntos separan una palabra de otra. Valle, aunque no por ignorancia, pisotea la gramática, pero enaltece el pensamiento. En sus escritos, de cortadísimo lenguaje, se ve, más que todo, al pensador que quiere marcar ideas y hacer hincapié, y llamar la atención sobre las ideas con sus eternos dos puntos, más bien que al hombre de letras cuidado de las correctas formas y apegado a las bellezas del lenguaje. Valle, por otra parte, en obsequio de la idea, deja con frecuencia de ser castizo. Avezado a las lecturas de obras latinas, francesas, inglesas e italianas, abunda en latinismos, galicismos, inglesis­mos e italianismos; pero él, aunque conocedor del habla de Cervantes y de Baralt, expresa ideas y ésto le basta. Descuida 1,a forma por atender al fondo. Mi fe literaria es que ambas cosas deben conciliarse; debe haber fondo en las ideas y co­rrección y belleza en la forma. Esto constituye para mí la más grande, la más útil y bella literatura.

"Resumiendo, debo decir que aunque Valle era literato, porque tenía técnicos conocimientos literarios, se dejaba llevar por el predominio de la idea, y el predominio de la idea lo hacía ser monótono, por su uniformidad de lenguaje; mal ha­blista, por sus descuidos, y antiestético por su hábito de buscar y rebuscar, no la expresión natural y bella del pensamiento, sino la expresión exacta, matemática de la idea. Si yo pudiese, pose­yendo algún título, dar consejos a la juventud centroamericana, yo le diría: estudiad los escritos de Valle, que es el escritor más rico en ideas; cada una de sus frases encierra un gran pensamiento; pero le diría además: no toméis literariamente a Valle por modelo; Valle descuida la variedad y la belleza de la forma, y la variedad y la belleza de la forma son indispen­sables, esenciales en las bellas letras, si es que éstas constituyen el arte por excelencia, el arte de expresar lo grande, lo bello y lo sublime, por medio de la palabra reveladora de la idea, de la inspiración y del sentimiento.

"Valle, más bien que un literario escritor, que emplea una

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brillante pluma, es un excelente grabador que emplea el buril. Valle, más bien que escribe, esculpe, es un insigne grabador de pensamientos; búsquese!e en e! terreno de la reflexión y de la ciencia; pero no se le busque como modelo en la hermosa esfera de la bella literatura.

"Antes de juzgar a Valle como sabio y como literato, juicio con que he acabado de presentar su doble personalidad, bajo todos sus aspectos, dije que había sido electo Presidente de Centro América, a principios de 1834. Pero llega el momento de agregar que tan acertada y honro sí sima elección, para des­ventura de los pueblos centroamericanos, no pudo tener resul­tado. A la voluntad de un pueblo libre se opuso la fatalidad de la muerte implacable. Voy, pues, a historiar con profundo dolor, y partiendo de datos fidedignos, los últimos días y la última hora de! ilustre Valle.

"Acostumbraba Valle hacer, con toda su familia, todos los años, una temporada en su hacienda llamada "La Con­cepción", distante diez y ocho leguas de Guatemala. Desde fines de diciembre de 1833, permanecía en "La Concepción", disfrutando de completa salud; pero desde e! primero de fe­brero de 1834 empezó a experimentar distintos padecimientos físicos, aunque no de carácter alarmante. Así continuó por espacio de algunos días, hasta el 22 de! mismo mes, en que, a las 5 de la tarde, fue repentinamente atacado de una fuerte fatiga con hervor de pecho, mal de que nunca había padecido y que era de gravísimo carácter, porque casi le impedía la respiración y podía producir una asfixia. En fuerza de los solícitos cuidados de la familia, Valle tuvo algún alivio, pero la enfermedad continuaba. El Presbítero don Mariano Borjas, Capellán de la familia, fue a Guatemala en busca del Dr. don Quirino Flores, médico de la casa. Flores llegó a "La Con­cepción" el día 25, y en e! acto oyó del paciente la relación de sus padecimientos, y de la familia, las noticias relativas a los medicamentos que se le habían aplicado.

"El Dr. Flores no dio a la enfermedad de Valle la im­portancia que tenía. Aplicóle algunos calmantes que no pro­dujeron el resultado apetecido. A pesar de esto, y de los

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encarecidos ruegos, y de la consternación, y de las lágrimas de la angustiada familia, partió de la hacienda el día siguiente, dirigiéndose a Sonsonate, en donde lo esperaban asuntos im­portantes del Senado, del cual era individuo_ Por aquel tiempo las autoridades federales residían en el Estado de El Salvador.

"La familia de Valle deseaba trasladarlo a Guatemala, y su deseo fue secundado por el voto del Dr. Flores. El día primero de marzo salió la familia de la hacienda conduciendo al enfermo en una camilla arreglada de provisional manera. En la mañana del mismo día llegaron a la hacienda "El Jute," tres leguas distante de "La Concepción." El enfermo sintióse muy aliviado, y en la familia renacieron las más linsonjeras esperanzas. Mas en la noche, inesperadamente, se agravó el mal del enfermo, manifestándose, en particular, su gravedad por un prolongado delirio. El Sabio delirante hablaba sin cesar de la Casa de Moneda y del Jardín Botánico de México; después tomó por tema su repugnancia para admitir la Pre­sidencia de Centro América, altísimo cargo para el que había sido electo. En su delirio decía: "Reiteraré cuantas renuncias fueren necesarias; quiero que digan, Valle hubiera restituido la paz, y no, Valle no pudo conseguirla. En último caso me rodearé de sabios de Europa, amigos míos, a quienes haré venir para asegurar el bien de la patria, y sacarla del caos en que la han precipitado las revoluciones promovidas por el aspirantismo." ¡Siempre el mismo hombre, siempre el patriota, siempre el sabio! Aun en su delirio, oscurecidos los ojos por las sombras de la muerte, sofocado el pecho por cruel fatiga, enardecido el cerebro por la fiebre, con el sepulcro entre­abierto, Valle pensaba en el bien de la patria, y con noble orgullo pensaba en su nombre, porque la grandeza de su nombre debía servir para la grandeza de Centro América. ¡Ay! Valle en su pobre camilla, Valle moribundo, era, por su idea, el Valle del gabinete, el Valle de la prensa; el gran Valle de la tribuna.

"Pasó el delirio y vino una ligera calma; pero después, en la madrugada, acometió al enfermo un nuevo ataque de fatiga; Valle se asfixiaba. La familia, con redoblados esfuerzos, logró

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calmarlo, y continuaron su marcha para la hacienda "Corral de piedra," distante doce leguas de la capital de Guatemala. Pero a media jornada, y a eso de las 10 de la mañana del domingo 2 de marzo, en medio de una de las llanuras del camino, la camilla hizo alto; Valle se moría; las enfermedades le asestaba su último golpe. Tuvo tiempo de pedir los últimos auxilios del confesor, y dijo, entre otras cosas, a su Capellán: "Padre, conozco que estoy ya en el último período de mi existencia, y necesito de los auxilios espirituales, para devolver mi alma al Creador, que me la dió." La consternada familia rodeaba la camilla; a Valle, ya para morir, faltóle el habla; pero aún quedábale un resto de vida en sus ojos que se apa­gaban. Vio junto a sí a su hijo, niño de diez años, le tomó convulsivamente la mano y la llevó a su pecho. En aquel instante, su corazón como rendido por supremo esfuerzo, dejó de latir; Valle había muerto, y la familia, entre indecibles dolores, sollozos y lágrimas, tuvo que deshacer el grupo con­movedor que formaban el padre y el hijo: el padre muerto, que aún apretaba la mano de su querido niño, del hijo de su amor; el niño que lloraba aún sin comprender su inmensa desventura! ... "

El 2 de marzo de 1834 se extinguió aquella notable exis­tencia. Ese día entró en la inmortalidad uno de los hombres de pensamiento más caracterizados, más aptos y más nobles que haya nutrido la generosa savia de estas tierras y reconfor­tado nuestro brillante Sol.

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FUENTES

Las obras contenidas en el presente volumen proceden de las publicaciones que se citan a continuación:

1. Valladares Rubio, Manuel. Estudios Históricos. Edito­rial Universitaria, Guatemala, 1962. Págs. 327-389.

II. Salazar, Ramón A. Mariano de Aycinena (Hombre de la Independencia). Biblioteca de Cultura, Popular. Ministerio de Educación Pública, Guatemala. 1962. Págs. 1-135.

III. Vela, David. Bosquejo de la vida azarosa y pasional del Lic. losé Francisco Barrundia, Prócer de la Indepen­dencia Centroamericana. Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, Año XV, NQ 2 (diciembre de 1938). Págs. 174-194.

IV. Tobar Cruz, Pedro. losé Francisco Córdova. En el primer centenario de su muerte. Universidad de San Carlos. Publicación trimestral. Guatemala NQ 36 (en.e­ro, febrero y marzo de 1956) . Págs. 55-77.

V. Valladares Rubio, Manuel. Estudios Históricos. Edi­torial Universitaria. Guatemala. 1962. Págs. 289-324.

VI. Pérez Valle, Eduardo. Larreynaga. Su tiempo y su obra. Editorial Nicaragüense, Managua, Nicaragua. 1965. Págs. 1-59.

VII. Autor Anónimo (1) . El Dr. Molina ... Periódico "El Eco de Irazú", San José, C. R., NQ 7 (enero 13 de 1855). 184-187. Giberstein de Mayer, Rosita (II) Pedro Molina: vida y obra. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. Vol.V, NQ 18 (enero-junio de 1966). Págs. 169-173.

VIII. CarÍas Reyes, Marcos. Hombres de Pensamiento_ Im­prenta Calderón, Tegucigalpa, Honduras. 1947. Págs. 7-22.

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Este libro se terminó de imprimir el día treinta de enero de mil novecientos setenta y dos en los Talleres Tipográficos de Editorial Texto Ltda. San José, Costa Rica. Esta edición consta de 3.000 ejemplares.

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