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41 REALIS, v.9, n. 02, Jul-Dez. 2019 – ISSN 2179-7501
PENSAR LA SOLIDARIDAD REDISTRIBUTIVA
EN ESCENARIOS DE DIVERSIDAD CULTURAL |
INTEGRACIÓN, POLÍTICAS EN SALUD Y POBLACIONES INDÍGENAS1
Thinking redistributive solidarity in contexts of cultural diversity: integration, health policies and indigenous populations
RUIZ, Mauricio López2
Resumen: El presente ensayo está dedicado a reflexionar acerca del tratamiento que se hace de la diversidad cultural por medio del desarrollo de políticas sociales. Mediante sus prácticas de solidaridad redistributiva, estas políticas generan condiciones de integración social al reducir las brechas de inequidad y desigualdad dadas entre distintos grupos socioculturales que conviven en una comunidad política. Como será argumentado, esas condiciones pueden analizarse según dos dimensiones: la lógica de asignación de recursos promovida desde las políticas sociales (igualitarista o equitativa) y el lugar que ocupa la diferencia cultural en la definición sus poblaciones meta (central o secundaria). A partir de ellas puede construirse una tipología que distingue cuatro principios de integración, a saber, asimilación (universal o estratificada), multiculturalismo, e interculturalidad. Para ilustrar su utilidad práctica, esta tipología ha sido aplicada en el caso de políticas en salud dirigidas a poblaciones indígenas residentes en Costa Rica.
Palabras-clave. Política de salud. Integración social. Solidaridad. Población indígena. Costa Rica
Abstract: This essay analyses the treatment done to the cultural diversity throught the development of social policies. The solidarity practices asociated to these policies, creates social integration conditions -due their capacy to reduce inequity and inequality gaps experienced by sociocultural groups living in a political community. As will be argued, these conditions could be examined by two dimensions: resource allocation and the status asignated to population´s cultural difference. Based on both dimensions, it is possible to proposse a tipology composed by four integration principles: assimilation (universal or stratified), multiculturalism, and interculturalism. In order to shed light on its utility, this tipoloy has been applied to the study of health policies designed to attend indigenous populations in Costa Rica.
Keywords: Health policy. Social integration. Solidarity. Indigenous populations. Costa Rica.
1 Recebido em: 15 Jan. 2020 | Aceito em: 16 Mai. 2020. 2 Doctor en sociología, profesor asociado de la Escuela de Sociología y el Instituto de Investigaciones Sociales de la
Universidad de Costa Rica, [email protected]
Mauricio López Ruiz
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1. Introducción
Una de las características más sobresalientes de nuestras sociedades, es la diversidad
cultural de la cual gozan sus poblaciones. Ella constituye la resultante de diferentes procesos
de desarrollo social, algunos de los cuales nos parecen más lejanos en el tiempo, tales como
la conquista, la colonización y el mestizaje, y otros que actualmente nos resultarán más
familiares, como los flujos migratorios globales y domésticos. Dependiendo de la sociedad
que se tenga en mente, esta diversidad se ha expresado en distintas lógicas de intercambio
de recursos, reconocimiento de prácticas culturales (y sus respectivas creencias,
valoraciones, narrativas o rituales), algunas de las cuales han contribuido al bienestar
colectivo, y otras, que más bien han derivado en escenarios de negación identitaria, exclusión
y marginación.
A pesar de la importancia que reviste el tema de diversidad cultural, en la región
latinoamericana aún son pocas las acciones que se han puesto en marcha para revertir esas
experiencias negativas, sobre todo, cuando se hace referencia a poblaciones indígenas,
afrodescendientes o migrantes (Zapata, 2019). En estos casos, el abordaje hecho al tema de
diversidad cultural constituye no sólo una tarea por hacer, sino todo un reto,
independientemente que se hable de países con bajos o altos indicadores generales de
desempeño en salud pública, o independientemente del sinnúmero de dificultades
administrativas y financieras que deban de ser afrontadas a lo largo y ancho de la región
(CEPAL, 2014; McGuire, 2010; Murray, 2017; Waitzkin, 2013; Castañeda, 2003).
Justamente, el presente ensayo teórico está dedicado a reflexionar acerca del
tratamiento que se hace de la diversidad cultural por medio de la políticas sociales. Dichas
acciones, pueden coadyuvar a reducir las brechas de inequidad y desigualdad existentes
entre los distintos grupos socioculturales que conviven en una sociedad, mediante el
desarrollo de prácticas de solidaridad redistributiva capaces de generar condiciones de
integración social. Como será explicado en los siguientes apartados, estas condiciones
pueden analizarse a partir de una tipología que distingue cuatro principios de integración, a
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saber, asimilación (universal y estratificada), multiculturalismo, e interculturalidad. Esta
tipología se ha construido a partir de dos dimensiones: la lógica de asignación de recursos
promovida desde las políticas sociales (igualitarista o equitativa) y el lugar que ocupa la
diferencia cultural en la definición sus poblaciones meta (central o secundaria).
El entendimiento de las políticas sociales, desde el debate sobre solidaridad
redistributiva, conlleva situar su contribución al desarrollo social en tanto prácticas fundadas
en intereses y motivaciones altruistas, así como creencias y valores concernientes al bien
común. Con ello, se toma distancia de otras grandes perspectivas en donde las políticas
sociales se entienden como la resultante de dinámicas de creación de sociedades basadas en
el trabajo asalariado y el aseguramiento (Rosanvallon, 1995; Castel, 1995); racionalidades
públicas disciplinarias (Cruikshank, 1999); o procesos de des-mercantilización (Esping-
Andersen, 1990), entre otras posibles opciones.
Si bien el debate sobre solidaridad, ha convocado la atención de autoras y autores
clásicos de esta disciplina, como Emile Durkheim, Jane Addams, Talcott Parsons o Pitirim
Sorokin, no es sino hasta épocas más recientes que se han vuelto a retomar con mayor fuerza,
sobre todo en torno a las agendas de investigación propuestas por académicos tales como
Alexander (2006); Alexander y Tognato (2018); François Dubet (2015); o Will Kymlicka y
Keith Banting (2017). En este sentido, el presente ensayo supone una contribución a este
resurgimiento de preocupaciones analíticas sobre la solidaridad.
2. Aspectos metodológicos
Este texto se divide en cuatro secciones centrales, en donde se tratan los siguientes
tópicos: una definición de la política sociales que recupera la idea de solidaridad como su
aspecto central; una valoración acerca de las implicaciones que conlleva el hablar de
solidaridad redistributiva en escenarios de diversidad cultural; una tipología en donde dicha
solidaridad se entiende según distintos principios de integración; y por último, un ejercicio
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de aplicación práctica de esta tipología, al desarrollo de políticas en salud para el caso de
poblaciones indígenas en el caso costarricense.
Dado su peso teórico, este ensayo se basó en búsquedas bibliográficas y un análisis de
contenido de textos clásicos escritos en los campos de la antropología, la sociología y la
filosofía política. A partir de sus ideas, fue posible elaborar la tipología relativa a diversidad
cultural y política social. Con respecto al ejercicio de aplicación práctica, se basó en
investigaciones acerca del tema de reconocimiento de derechos en salud para poblaciones
indígenas en el caso costarricense, así como datos de una entrevista que realicé en julio de
2018 para un proyecto sobre el desarrollo de políticas en salud para la Zona Sur de Costa
Rica. Esta investigación estuvo adscrita al Instituto de Investigaciones Sociales de la
Universidad de Costa Rica (proyecto número B6229), y contó la aprobación del Comité Ético
Científico de esa universidad. El entrevistado (un especialista en poblaciones indígenas de
amplia trayectoria en el sector salud costarricense) dio su respectivo consentimiento para
participar en esa investigación. A efectos de garantizar su anonimato, su nombre no ha sido
revelado.
3. Política social y solidaridad
Las políticas en salud, al igual que otras acciones similares como las políticas
educativas, las destinadas a paliar las necesidades de poblaciones pobres, o aquellas que se
ocupan del tema de servicios básicas (como, por ejemplo, el acceso al agua y el alcantarillado),
constituyen políticas sociales. Existen distintas maneras de entender y analizar dichas
políticas (Béland, 2010) y de enmarcarlas dentro de procesos mayores de desarrollo social.
A sabiendas de lo anterior, en este ensayo se ha optado por definirlas a partir de debates
acerca de la institucionalización de Estados que velan por el bien común (es decir, Estados
de Bienestar), centrando la atención en la idea de solidaridad.
Si bien es cierto esta idea no resulta nada extraña en los análisis sobre los Estados de
Bienestar, la misma suele aparecer como un factor explicativo secundario. Por ejemplo, en
textos teóricos de referencia general (y obligatoria para quien se interese en esta temática),
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como el compilado por Pierson, Castles y Naumann (2013), o el escrito por Picó (1999), el
surgimiento y desarrollo de Estados de Bienestar se concibe como el producto institucional
resultante de intereses económicos de clase, e intereses políticos defendidos por actores y
actrices sociales en el espacio democrático (cuyas negociaciones transcurren a veces en
armonía, y otras, con grandes dosis de conflictividad). Desde este punto de vista, las políticas
sociales surgidas durante el siglo pasado respondieron, por ejemplo, al triunfo de demandas
sindicales, de las luchas de movimientos colectivos en búsqueda de reivindicaciones de
género o raciales, o del establecimiento de negociaciones corporatistas.
En el caso Latinoamericano, en trabajos tales como los de Garay (2016); Franco
(2001); Haggard y Kaufman (2008); Kingstone (2011); o McGuire (2010), los Estados de
Bienestar y sus políticas sociales son descritos en función ya sea de su capacidad de paliar los
efectos nocivos del capitalismos, de emancipar a hombres y mujeres del arbitrio de los
mercados (en lo referido a la satisfacción de sus necesidades), o bien, en la medida en que
sirven como plataforma partidista en la elaboración de estrategias de cooptación de bases
electorales; entre otras.
A pesar de sus variantes analíticas y metodológicas, en esta literatura se impone el
examen cuidadoso de entramados de prácticas vinculadas a cálculos económicos o cálculos
políticos. Con ello, las prácticas solidarias tienden a encontrarse ausentes, ocupando en el
mejor de los casos un papel secundario. En contraposición a lo anterior, como bien ha sido
señalado por Béland (2010), pueden encontrarse debates académicos clásicos han dado
primacía a la solidaridad y su importancia en el logro de la integración social. Uno de ellos,
fue promovido por el sociólogo británico T.H. Marshall en torno a la ciudadanía. Desde su
punto de vista, en Marshall la instauración de Estados de Bienestar culminaba un proceso de
reconocimiento de derechos civiles y políticos, en el cual los derechos de ciudadanía social
serían la cereza del pastel, ofreciendo un sentido moral, normativo, “de membresía
comunitaria basada en la lealtad a una civilización común” (Béland, 2010: 13). Asimismo,
otro autor que recupera esta línea de trabajo es Richard Titmuss, colega (y contemporáneo)
de Marshall, para quien el espíritu solidario en materia de donación de sangre no sólo
resultaba una característica particular del sistema público de salud británico, sino que,
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además, lo hacía más económicamente eficiente en comparación a otros (como el
norteamericano) en los cuales esta práctica estaba sujeta a la mercantilización (Titmuss,
1997; Reisman, 2001).
En épocas más recientes, la solidaridad en tanto factor explicativo central de los
Estados de Bienestar, se hace presente en tesis como las defendidas por Peter Baldwin
(1990). Desde su punto de vista las dinámicas de construcción de identidades comunes
(basadas destinos frente al riesgo que se creían compartidos) sería la antesala del desarrollo
de los Estados de Bienestar europeos (sobre todo, aquellos que instituyeron fuertes
estrategias de integración social). También, pueden contarse los trabajos de Béland y Lecours
(2008) en Flanders, Quebec y Escocia, así como el de Singh (2015) en India, en los cuales se
sostiene que no puede entenderse el desarrollo de políticas sociales sin tomar en cuenta el
peso que tienen los valores culturales, especialmente aquellos que permiten una comunión
interpersonal basada en identidades territoriales y discursos nacionalistas. Por último, y en
el campo de la salud pública, se encuentra la serie de estudios editados por Peter Hall y
Michèlle Lamont (2009 y 2013) sobre los efectos que tiene en la implementación de políticas
sociales elementos que socavan los lazos fraternos, tales como la discriminación racial o la
carencia de imaginarios compartidos.
En estos trabajos la utilidad de la idea de solidaridad adquiere distintos matices,
ubicándose como elemento explicativo central para entender el desarrollo de los Estados de
Bienestar. Para ir unificando criterios conceptuales, se tomará como punto de partida la
definición ofrecida por Keith Banting y Will Kymlicka en sus estudios sobre las fuentes
políticas de la solidaridad en sociedades liberales-democráticas (fuentes, que incluyen a las
políticas sociales). Ellos entienden la solidaridad en términos de una “mutua aceptación,
cooperación y ayuda en tiempos de necesidad” (Banting y Kymlicka, 2017: 3). Más
importante, estos autores sugieren que es posible diferenciar tres formas de solidaridad
(Banting y Kymlicka, 2017: 4):
1. Solidaridad cívica: concerniente a la tolerancia mutua, la ausencia de prejuicios, la
erradicación de la violencia, o el establecimiento de quiénes pueden ser vistos como
integrantes legítimos de la comunidad política.
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2. Solidaridad democrática: alusiva al respeto de las reglas de juego de los regímenes
políticos democráticos, los derechos (humanos y de ciudadanía), y el imperio de la ley.
3. Solidaridad redistributiva: referida a la obligación que tiene la comunidad política de
movilizar recursos capaces revertir aquellos tipos de exclusión que se deriva de las
carencias económicas, del no reconocimiento de necesidades y particularidades
etnoculturales, o la negación masiva de bienes y servicios esenciales para la
subsistencia.
Estas tres formas de solidaridad, no resultan mutuamente excluyentes. Por ejemplo,
puede darse una situación en la cual una ayuda económica pueda ser denegada en función de
la nacionalidad, como ocurre en el caso de poblaciones inmigrantes catalogadas como
irregulares o ilegales. En todo caso, esta distinción subraya rasgos que permiten diferenciar
distintos matices analíticos que pueden adjudicarse a la solidaridad. En este sentido, las
políticas sociales pueden definirse como prácticas coordinadas desde el Estado, cuya
formulación e implementación se nutren de motivaciones e intereses altruistas (de mutua
aceptación, cooperación y ayuda en tiempos de necesidad), las cuales a su vez cobran sentido
en función de creencias y valores sobre el bien común en una determinada comunidad
política. A pesar de que estas políticas varían entre sí según las problemáticas que abordan,
puede afirmarse que comparten un mandato central: ubicar en el centro de su quehacer la
generación de una solidaridad redistributiva.
Los recursos distribuidos desde las políticas sociales, consisten en beneficios (bienes
y servicios) que tienen el estatus de un derecho (un derecho social, para ser más precisos).
Tanto en su diseño como en su implementación y evaluación, las políticas dependen de la
aplicación de distintos instrumentos normativos (leyes nacionales, decretos, normas para la
prestación de servicios públicos, entre otros) y de planificación (protocolos, procedimientos
organizativos, así como mecanismos técnicos de atención y seguimiento). En conjunto, esos
instrumentos crean dinámicas de intervención individual y programación institucional, de
gran relevancia para el cambio cultural (Guendel, 2010: 113).
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Igualmente, el desarrollo de estas formas de solidaridad redistributiva puede dar pie
al surgimiento de situaciones paradójicas. La consolidación de lazos fraternos no siempre
avanza al mismo paso, ni beneficia de la misma manera a todo el mundo. Una sociedad puede
haber conseguido grandes logros en materia de servicios públicos de educación o salubridad,
y seguir siendo en el fondo altamente discriminatoria e intolerante hacia distintos tipos de
grupos poblacionales. Estas variaciones, como será expuesto en la siguiente sección, se
encuentran condicionadas por el contexto cultural en el cual cobre sentido la idea de
solidaridad.
4. A propósito de la idea de cultura
La manera en que la solidaridad redistributiva es entendida y legitimada varía según
el contexto cultural del cual se hable. Las razones que justifican el tenderle una mano a
alguien en un momento dado, puede que en otro momento no sean las más adecuadas.
Asimismo, poblaciones cuya protección ha sido legitimada en una sociedad, puede ser
fácilmente deslegitimada en otra. Los Estados de Bienestar y sus políticas sociales, se
condicionan a partir de las concepciones que tengan los individuos acerca de sí mismos, y su
pertenencia a una comunidad regida por una cultura de derechos y deberes que, en suma, se
traducen en distintos estatus de ciudadanía.
Ahora bien, ¿cómo puede definirse el concepto de cultura? Retomando a Crowder
(2013: 8) y Heine (2008: 5), puede partirse de dos acepciones básicas. En la primera de ellas,
cultura se utiliza para referirse a “sistemas de creencias y valores“ que les permite a los
individuos percibir y categorizar su medio circundante (prácticas culturales, mediante las
cuales las personas dan sentido a su vida social). Dichos sistemas tienen distintas expresiones
(por ejemplo, símbolos, rituales, discursos, narrativas o visiones de mundo) que son
aprendidas y transmitidas de manera colectiva (Swidler, 1992; Wray, 2013). En la segunda,
cultura denota la existencia de una determinada cultura (por ejemplo la cultura
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afrodescendiente), en términos de un conjunto de personas que se identifican como
integrantes de un grupo en cuyo seno comparten un bagaje particular de conocimientos,
convenciones, hábitos, tecnologías y tradiciones heredadas de generaciones previas
(Gimenez, 2016; Reed, 2017). Estos grupos conforman grupos socioculturales.
De este par de consideraciones interesa retomar lo siguiente. La configuración de una
cultura política, conformada por sistemas de creencias y valores compartidos, le permite a
los individuos percibirse y categorizarse (a sí mismos y a los demás), como miembros
legítimos de una determinada comunidad. Esta comunidad, que puede denominarse
comunidad política, no sólo se delimita a partir de ciertas fronteras geográficas y político
administrativas, sino además, a partir de fronteras simbólicas, imaginadas (Anderson, 2007)
en torno a estatus de ciudadanía e ideales acerca de la nación. La configuración de todo
Estados de Bienestar, parte de esta base cultural, de la cual se nutre su quehacer (incluyendo
sus prácticas solidarias y quiénes merecen beneficiase de ellas).
Más importante aún para este ensayo, no todo aquel que viven en una comunidad
política será visto como un ciudadano de primera clase (Crowder, 2013:7). Algunos
individuos pueden ser categorizados como ciudadanos de segunda categoría, otros
únicamente podrán aspirar a tener un estatus precario de ciudadanía, mientras que algunos
podrán verse casi totalmente relegados. Por otra parte, también puede darse el caso de
personas y poblaciones que se rebelan en contra de arraigos civiles impuestos o considerados
injustos, como en el caso de agrupaciones independentistas. Las poblaciones indígenas, las
extranjeras (usualmente, migrantes de primera generación), las comunidades subnacionales
(que reclaman una autonomía político-administrativa), al igual que otros grupos catalogados
como minoritarios (discriminados por sus rasgos étnico raciales, sus preferencias sexuales,
o sus creencias religiosas) se encuentran entre aquellos grupos socioculturales a los cuales
se ha negado históricamente una ciudadanía de primera.
En su conjunto, esta serie de reflexiones sobre la cultura lleva a plantearse una
cuestión elemental: ¿cómo se ha abordado el tema de la diversidad cultural desde los Estados
de Bienestar? La solidaridad redistributiva promovida desde sus políticas sociales tiene sus
límites. En ciertos escenarios culturales, estas acciones han contribuido a generar situaciones
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de exclusión (de manera deliberada, o por omisión), mientras que en otros, han ayudado a
reducirlas. En el siguiente apartado, se explorará esta cuestión
5. Diversidad cultural y solidaridad redistributiva
Extenderle beneficios a un individuo por medio de las políticas sociales conlleva
hacerle parte de una comunidad política, darle un respaldo estatal que podría traducirse en
mejores chances de acceder a una vida digna. En algunas ocasiones, con estos beneficios se
buscan generar condiciones igualitarias (que todo el mundo obtenga el mismo bien o
servicio), mientras que en otras, se persigue crear condiciones equitativas (eliminar las
barreras que impiden tener la misma capacidad de acceder a bienes y servicios). Además, la
asignación de recursos depende también de cómo se haya categorizado a las poblaciones
meta. Por ejemplo, si hubiera que escoger entre brindar un servicio escaso a un infante o un
adulto (por ejemplo, una vacuna), es muy probable que se priorice la atención de las y los
niños. Casi que un sentido común de justicia social legitimaría lo anterior. Mientras tanto, las
cosas no resultarían tan claras para individuos declarados non gratos en una comunidad
política (piénsese, por ejemplo, en prisioneros o privados de libertad), en cuyo caso la
prestación de servicios requiere apelar a criterios humanitarios.
En relación con el tema diversidad cultural, los matices que pueda adquirir la
solidaridad redistributiva pueden analizarse según distintos principios de integración social.
Desde este punto de vista, la solidaridad se asocia con “la posibilidad de cerrar brechas entre
grupos dominantes y categorías de personas estigmatizadas,” cuyas culturas e identidades
asociadas han sido borradas de contextos públicos (siendo toleradas colectivamente sólo en
el ámbito de la vida privada (Alexander, 2006: 410). Los principios en cuestión corresponden
a grandes debates relativos a la asimilación, la multiculturalidad, y la interculturalidad, y
tienen una historia que vale la pena repasar rápidamente.
El debate sobre asimilación encuentra sus raíces en la Escuela de Chicago, central para
el desarrollo académico y profesional de la sociología norteamericana durante las tres
primeras décadas del siglo pasado. En este contexto, el término asimilación fue utilizado para
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referirse a políticas desarrolladas en grandes ciudades norteamericanas para lidiar con el
arribo masivo de poblaciones inmigrantes, mayoritariamente europeas (Glazer, 1993). Al
recién llegado, se les extendieron derechos de ciudadanía a cambio de asumir como propias
las creencias y los valores de grupos dominantes (legitimados en términos universalistas), y
hacer a un lado sus “contaminadas identidades primordiales” (expresadas en formas de
hablar o costumbres diversas, por ejemplo), mismas que debían someterse a procesos de
“civilización o purificación” (Alexander, 2006: 422). En las distintas acciones estatales
desarrolladas en ese contexto histórico, integración social y asimilación cultural fueron
asumidos como un proceso unilineal compuesto de las siguientes fases: contacto, conflicto y
competencia, acomodación, y por último, asimilación (Cornell & Hartmann, 2007: 45).
A partir de la década de los años sesenta y setenta, las prácticas asimilacionistas
fueron cuestionadas (algo de lo cual se encargaron muy bien los movimientos feministas y de
reconocimiento de derechos para poblaciones afrodescendientes e indígenas). En países
anglosajones como Australia o Canadá, se plantearon manejos alternativos a la diversidad
cultural por medio de los cuales se buscaba el respeto de las diferencias culturales (Cornell
& Hartmann, 2007). De hecho, fue este último gobierno que acuñó el término
multiculturalidad, para hacer referencia a un tipo de Estado nacional encaminado a preservar
y respetar la pluralidad étnica presente en sus poblaciones. En este contexto, autores como
Will Kymlicka (1996), señalaron que en comunidades políticas liberales y democráticas, el
desarrollo de políticas inspiradas en ideales generales de ciudadanía debía ser
complementada con el establecimiento de derechos de minorías. Sin ellos, no sería posible
revertir las desigualdades históricas experimentadas por grupos socioculturales relegados.
En esta discusión, la integración se aparta de ambiciones civilizatorias o purificadoras
propias de la asimilación, para reafirmar la existencia de distintas culturas que no sólo deben
ser visibilizadas en el espacio público, sino además deben recibir un mismo trato a efectos de
crear puentes de “reconocimiento entre grupos socioculturales dominantes y relegados”
(Alexander, 2006: 451).
A pesar de sus bondades, el multiculturalismo no ha estado exento de críticas. Alibhai-
Brown (2000), señaló que en contextos como el Reino Unido había sido llevado a la práctica
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una versión reducida de la multiculturalidad, exenta de toda criticidad. En actividades tales
como festivales públicos, o bien en currículums escolares, el ideal multicultural se limitaba a
celebrar la diversidad, convirtiéndose en una invitación a percatarse y abrazar un abanico de
costumbres, tradiciones, música, o cocina. Lo anterior, trajo consigo tres efectos secundarios:
a) se borró del mapa de discusión los procesos de exclusión sufridos históricamente por
distintos grupos socioculturales; b) se omitieron problemáticas contemporáneas derivadas
de esos procesos de largo plazo; y c) se ofreció una visión esencialista de los grupos
socioculturales en cuestión, que los presentaba como entidades herméticas, estáticas, ajenas
a dinámicas de adaptación o sincretismo cultural, tanto a escala global como nacional
(Kymlicka, 2010).
Justamente, este último punto ha sido retomado en el contexto latinoamericano desde
el debate que se viene configurando en torno a la interculturalidad. No se busca sólo subrayar
la existencia y valía de la diversidad, como si los grupos socioculturales fueran “especies
biológicas y hubiera que defender la biodiversidad” (Cortina, 2016: 155). Por el contrario, la
integración social va más allá de que se tolere o acepte una mera coexistencia igualitaria entre
grupos dominados y relegados. (Young, 1989). Conlleva, ante todo, la generación de un
diálogo entre culturas, que posibilite dilucidar y negociar, de manera conjunta, cómo deben
analizarse y solucionarse los problemas vitales que enfrentan las comunidades políticas. En
este sentido, como señala Guendel (2010: 134), mientras que la multiculturalidad nos pide
que busquemos parámetros universales de coexistencia entre diversas culturas, la
interculturalidad nos lleva a preguntarnos cómo es posible vivir juntos, a sabiendas de que
todos los grupos socioculturales son “interdependientes”, y que deben en todo momento
aprender a conocerse mutuamente.
6. Asimilación, multiculturalidad y interculturalidad: propuesta tipológica
Las lógicas asimilacionistas, multiculturales, e interculturales, sostienen distintas
visiones sobre la integración, cuya influencia se encuentra presente en la manera en que se
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promueve la construcción de la solidaridad redistributiva. Actualmente, las estrategias
asimilacionistas se reflejan no tanto en la promoción activa de una aculturación, sino en la
negación del estatus sociocultural como un factor central a tomar en cuenta en su
formulación (especialmente, cuando no se distinguen a dichos grupos como parte de sus
poblaciones meta). Por otra parte, la multiculturalidad se expresa en políticas sociales que
abogan por el establecimiento de relaciones igualitarias entre grupos dominantes y
relegados, que permitan tener acceso a un mínimo común de beneficios y derechos sociales
(cuya valía para el bien común se presume universal). Por último, en la promoción de la
interculturalidad se retoma lo anterior, haciendo una salvedad fundamental: el bien común
es relativo, varía de un grupo sociocultural a otro, por lo tanto debe negociarse en el marco
de relaciones equitativas.
Siguiendo estas reflexiones, el Cuadro 1 resume estos cuatro principios de integración.
En su construcción se ha partido de dos ejes, a saber, el papel del estatus sociocultural en la
construcción del sujeto de derechos, y la manera en que la asignación de recursos (beneficios
y derechos) busca concretarse:
Cuadro 1. Solidaridad redistributiva y diversidad cultural: principios de integración
Asignación de
recursos
Estatus sociocultural
Central Secundario
Igualitario Multicultural Asimilación universalista
Equitativo Intercultural Asimilación estratificada
Fuente: elaboración propia.
Según esta tipología, lo primero que debe preguntarse es si el estatus sociocultural resulta
un elemento central o secundario en la identificación de la población meta de estas políticas
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(es decir, sus sujetos de derechos). ¿Se habla de individuos indiferenciados socialmente o
grupos definidos por el estatus sociocultural? A continuación, es importante cuestionarse
cómo busca lograrse el bien común y si los beneficios y derechos que están en juego deben
distribuirse de manera igualitaria o equitativa: ¿interesa que todos los grupos socioculturales
tengan igual acceso a un mismo tipo de recurso, cuya relevancia para el bienestar humano se
asume universal?; o más bien, ¿interesa relativizar la valía de los recursos, según las
experiencias y expectativas de los distintos grupos socioculturales?
Del cruce de estos dos ejes de análisis, y de las respuestas que se den a esas preguntas,
pueden vislumbrarse cuatro tipos de integración. Los correspondientes a los cuadrantes
segundo y cuarto, versados sobre asimilación, comparten un elemento fundamental: el
estatus sociocultural no es considerado un factor relevante en la definición de quiénes serán
los sujetos de derecho. Los individuos son, indiferenciados socialmente, o bien, individuos
asimilados a poblaciones usualmente definidas bajo distintos parámetros de igualación o
inequidad (en cuyo caso entran en juego factores estratificadores como el género, la edad, o
el estatus socioeconómico). En este sentido, lo que verdaderamente cambia de un tipo a otro
sería la búsqueda de arreglos redistributivos, y por extensión, si se otorga una valía universal
o relativa a determinados beneficios y derechos. La integración toma dos vías:
- Una asimilación universalista: a pesar de su pertenencia cultural, todas las personas
comparten las mismas necesidades. No importa de quién se hable, la relevancia que
tiene el acceder a un conjunto mínimo de beneficios y derechos sociales es universal
(relevancia que, dicho sea de paso, es indiscutible). Por ello, la redistribución de
bienes y servicios debe ser igualitaria para todo el mundo.
- Una asimilación estratificada: las personas provenientes de distintas culturas, tienen
distintas necesidades. Estas no se asocian al estatus sociocultural, sino más bien a
factores de riesgo (que permite agrupar a los individuos según distintas poblaciones
de riesgo). Por ende, la relevancia que puede tener un determinado conjunto de bienes
y servicios es relativa, varía de una población de riesgo a otra. Más que buscar la
igualdad, deben propiciarse la generación de condiciones de equidad entre estas
poblaciones.
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En contraposición a las lógicas asimilacionistas, las maneras de integración
correspondientes a los cuadrantes primero y tercero toman al estatus sociocultural como eje
central de la formulación de políticas sociales. La relevancia de la diversidad se evidencia,
aunque el tratamiento que se da a los grupos socioculturales relegados varía en función del
tipo de arreglos redistributivos que se busca concretar, y por extensión, la valía otorgada a
beneficios y derechos:
- Multiculturalidad: grupos socioculturales dominantes y relegados comparten las
mismas necesidades. No importa del grupo en cuestión, la relevancia que tiene el
acceder a un conjunto mínimo de beneficios y derechos sociales es universal
(relevancia que, dicho sea de paso, es indiscutible). La construcción de un marco de
respeto hacia la diversidad cultural, requiere de una redistribución de recursos
igualitaria entre todos los grupos que cohabitan en una comunidad política.
- Interculturalidad: grupos sociales con distintas culturas, tienen distintas necesidades
(asociadas precisamente a sus respectivos estatus socioculturales). Por ende, la
relevancia que pueda tener un determinado conjunto de bienes y servicios se
relativiza y varía de un grupo sociocultural a otro. La construcción de un marco de
respeto hacia la diversidad cultural, requiere: a) que los grupos que cohabitan en una
comunidad política establezcan procesos de diálogo y negociación en torno a esos
entendimientos relativos y variados del bienestar; y b) generar, a partir de lo anterior,
una redistribución equitativa de recursos.
7. Integrando a as poblaciones indígenas Ngäbe en el sistema público de salud
costarricense
La tipología presentada en la sección anterior resulta de utilidad para comprender
cómo la solidaridad redistributiva trata de instaurarse mediante las políticas sociales, varían
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en función de distintos principios de integración social. Para ilustrar esto, se ha tomado como
ejemplo el desarrollo de acciones de política en salud hacia poblaciones indígenas Ngäbe en
el pacífico sur costarricense. En ellas, como se verá de seguido, coexisten tanto influencias de
corte asimilacionista, como de corte multicultural e intercultural.
Esta población, en realidad conforma lo que podría denominarse una comunidad
transnacional conformada por, indígenas Ngäbe de nacionalidad costarricense
(anteriormente conocidos como Guaymíes), e indígenas provenientes de la Comarca Ngäbe-
Buglé en suelo panameño (ubicada en las zonas de Veraguas, Bocas del Toro, y Chriquí). Los
primeros, suman alrededor de 9 mil personas según datos del último Censo Nacional
costarricense (INEC, 2012), conformando así un 2% del total de población que en este país
se autoidentificó como indígena. Los segundos, forman parte de un grupo migratorio que
llega a Costa Rica para integrarse a las cosechas de café que anualmente inician en agosto. Si
bien no hay datos precisos, se estima que alrededor de unos 12 mil personas entran al país
para incorporarse temporalmente a esta actividad productiva (Idiáquez, José, 2013; y
Morales, Lobo y Jiménez, 2014)
¿Cuáles serían algunas acciones de políticas formuladas para atender a la población
Ngäbe? Primero, se hará mención de ejemplos de acciones formuladas en función de
principios de integración asimilacionista. Un problema de salud que llamó la atención de las
y los funcionarios de salud pública en la región pacífico sur (sobre todo en las zonas de Coto
Brus y Golfito), surgió a finales de la pasada década de los años noventa, a raíz del incremento
en índices de mortalidad infantil que empezó a reportarse (tanto las de nacionalidad
costarricense, como la panameña). En ese momento, se echó a andar una campaña de
tamizaje para conocer si al nacer (y durante su primer año de vida) las y los bebés habían
recibido el cuadro completo de vacunación recomendado por el sistema público de salud
costarricense. A partir de esta iniciativa, pudo concluirse que no era así. Más importante,
pudo entenderse que si bien en algunos casos esto se debía a la falta de acceso a este bien
público, en otros más bien imperaban actitudes negativas hacia la inmunización por parte de
las madres o padres, fuera porque no la consideraban importante, o porque la veían como
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algo peligroso para la salud de sus bebés (entrevista: salubrista público, sector salud
costarricense).
Dado lo anterior, no sólo se puso a disposición de esta población vacunas, sino que
también promovieron las bondades de apegarse a los esquemas de inmunización
recomendados por las autoridades en salud. Poco tiempo después, este plan fue también
extendido a poblaciones mayores de edad (entrevista: salubrista público, sector salud
costarricense). En este caso, el tipo de asimilación legitimada fue de corte universalista
(incluso, a pesar de las reservas que sobre el tema de inmunización tuvieran sus
beneficiarios). La vacunación en tanto bien en salud pública adquirió una valía generalizada.
Asimismo, se validó como un derecho del cual debían disfrutar todos por igual, siendo
entonces proporcionada a quien la necesitara independientemente de factores tales como la
capacidad de pagar el servicio (en tanto era gratuito), o bien, la adscripción a un determinado
grupo de edad, género o clase social (en tanto la provisión del servicio era generalizada en
esta zona). Para el caso de población indígena proveniente de Panamá, el estatus de
ciudadanía tampoco fue considerado un factor limitante, como suele suceder en materia de
acceso a beneficios que tienen las poblaciones migrantes categorizadas como ilegales o
indocumentadas.
El otorgamiento de este derecho, generó un debate mayor acerca de la atención
médica que debía darse a las y los Ngäbe por parte del sistema público de salud. Una situación
interesante se dio en torno al acceso de servicios por parte de migrantes laborales
temporales provenientes de Panamá, en donde pudo aplicarse el principio de integración
estratificada. En algunos casos, su validación tuvo un sustento legal. Por ejemplo, las y los
niños, en virtud de las situaciones de dependencia y vulnerabilidad asociadas a este curso de
vida, tenían garantizada su atención en servicios básicos, de atención primaria. Igual pasaba
con las mujeres embarazadas o mujeres agredidas físicamente, cuyo estatus de género y
condición de riesgo les permitía reclamar fácilmente su derecho a la salud (Navarro, 2010).
Sin embargo, en materia de salud ocupacional no se contaba con dicho sustento legal,
sobre todo para el caso de aquellos migrantes incorporados a las cosechas de café. Esta
cuestión, tuvo su origen en el hecho de que los arreglos laborales establecidas con los
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productores cafetaleros eran informales, y por tanto, carentes de mecanismos de
aseguramiento (López-Ruiz, 2019). Al menos, en la zona de Coto Brus, se decidió brindarle
atención en materia de riesgos laborales y seguimiento a personas que hayan sufrido
traumatismos, acción que se viene realizando de manera informal al menos durante los
últimos quince años. En este caso, esta atención selectiva se justificó también a partir de
criterios humanitarios y de respeto a los derechos de la clase trabajadora (entrevista:
salubrista público, sector salud costarricense).
En todos los casos mencionados hasta el momento, la prestación de servicios en salud
benefició a esta población migrante, no tanto por ser parte de un grupo sociocultural, sino
porque eran individuos que merecían o necesitaban recibir un bien universalmente valioso,
o por ser personas que integraban un grupo poblacional protegido legalmente (como los
menores de edad) o que merecía un buen trato debido a los riesgos que enfrentan (como el
sufrir un traumatismo producto del trabajo). En este sentido, se está en presencia de
principios de integración asimilacionistas, de orden universal o estratificado, cuyo alcance
trasciende (en buena teoría) las diferencias culturales.
Ahora bien, en años recientes también han surgido acciones de política en las cuales
la diversidad cultural resulta central. Un ejemplo de esto, lo tenemos en acciones de política
que estuvieron siendo implementadas para el caso de población Ngäbe costarricense.
Durante el primer quinquenio de la década pasada, diversos estudios hicieron evidente que
este grupo sociocultural presentaba mayores patrones de morbilidad y mortalidad, incluso
si se le comparaba con poblaciones que experimentaban condiciones similares de pobreza y
desigualdad socioeconómica. Por ello, se planteó la necesidad de analizar factores culturales
que confabulaban en contra de sus estados de salud (Loría, 2001; Laat, 2005).
Entre los principales generadores de inequidades en materia de salud, se ubicaron
problemas de comunicación con las comunidades. No toda la población Ngäbe habla español,
se encuentra alfabetizada, o piensa la salud y la enfermedad en clave biomédica. Por ello, la
interacción con personas que hablan en ngäbere, que no pueden las indicaciones brindadas
en fármacos, o bien, que no está acostumbrada a orientar sus acciones bajo una lógica y
disciplina médica, supuso uno de los primeros retos a los cuales se enfrentaron quienes
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diseñaron campañas en salud preventiva en esta zona, y quienes se encargaban de atender
directamente a esta población (entrevista: salubrista público, sector salud costarricense;
Laat, 2005).
La introducción de nuevas estrategias comunicativas, pueden asociarse al desarrollo
de un principio de integración de corte multicultural. Al entenderla como una necesidad
básica en materia de salud pública, se introdujo un elemento que modificaba la manera
tradicional en la cual se habían estado brindando bienes y servicios en la región pacífico sur.
Por primera vez se problematizaba acerca del lenguaje y las limitaciones que traía a la
interacción entre profesionales en salud y poblaciones indígenas, y se entendía esta situación
en términos de determinante cultural de la salud (entrevista: salubrista público, sector salud
costarricense).
Ahora bien, la mejora en términos comunicativos tenía como fin último, el
estandarizar las estrategias de atención a problemas tales como desnutrición infantil,
diarreas, lesiones en la piel, ectoparásitos, salud bucodental, y tuberculosis. La valía de los
beneficios y derechos otorgados, era considerada universal, y en ningún momento se
modificó en función de las poblaciones metas, con lo cual, se utilizaron procedimientos que,
salvo el elemento de la traducción del lenguaje, eran idénticos. La meta ulterior, desde esta
perspectiva, consistía en mejorar los indicadores de salud presentados en comunidades
indígenas, a efectos de equipararlos con los indicadores que se presentaban para el resto de
la región.
A diferencia de este enfoque, también surgió una propuesta en la cual el manejo de la
diversidad cultural partía de un principio de integración intercultural, dirigida a la institución
de relaciones equitativas. Consistió en guarderías denominadas Casas de la Alegría,
establecidas en la zona de Coto Brus a finales del 2016. Estas casas, en términos generales,
constituyen centros de cuidados para la población infantil Ngäbe (costarricense y
panameña). Las mismas surgieron, en parte, como respuesta a la necesidad de brindar
protección en materia de salud materno infantil, por medio de una propuesta alternativa al
estilo de crianza y cuido tradicional establecidos en otros centros públicos de atención
infantil. Su concepción y diseño no se dio de la noche a la mañana, sino que se inscribió en el
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marco de desarrollo de una serie de políticas de atención a la salud indígena que contó con la
participación activa de su futura población meta (en virtud del esfuerzo realizado
promotores de la salud pública de origen Ngäbe) y entre las cuales derivaron clínicas
comunitarias como La Casona (López-Ruiz, 2019).
El respeto a tradiciones familiares Ngäbe, figuró como el principal factor que permitió
generar confianza en las madres, y con ello, el que se sintieran tranquilas al dejar sus bebés
en estas casas. Su arquitectura, por citar uno de sus rasgos característicos, tiene una
distribución espacial que respeta la cosmogonía de su cultura, sirviendo de contexto para el
desarrollo de una salud materna que respeta saberes indígenas, sin detrimento de otros
conocimientos de orden biomédico. Asimismo, en este espacio podrán encontrarse cunas
tejidas a mano por las mismas madres indígenas, semejantes a pequeñas hamacas que
cuelgan de su techo, al igual que dinámicas de estimulación temprana basada en juegos
tradicionales de la cultura Ngäbe y juguetes elaborados por los padres de familia. Estos
recursos, se complementan además con controles pediátricos y consejos prácticos en áreas
como higiene y nutrición, que son sugeridos a la población indígena (entrevista: salubrista
público, sector salud costarricense).
8. Consideraciones finales
Los ejemplos descritos anteriormente, ilustran distintas vías mediante las cuales la
solidaridad redistributiva se institucionaliza en escenarios de diversidad cultural. El centrar
la mirada en principios de integración, sirve además para sustentar la tesis que los Estados
de Bienestar y sus políticas sociales no derivan única y exclusivamente de las acciones de
individuos egoístas y grupos de interés, orientados por dinámicas económicas o de poder y
dominación. Existen motivaciones altruistas que también juegan un papel relevante, así como
creencias y valores compartidos acerca del bien común que merecen ser estudiadas con
mayor detenimiento.
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En el caso de los sistemas públicos de salud, la tipología sugerida (que distingue
principios de integración asimilacionista, multicultural o intercultural) no sugiere que
cualquiera de sus tipos deba entenderse como superior a los demás, ni mucho menos, que
éstos son mutuamente excluyentes. Ante ciertas situaciones, como por ejemplo la
inmunización, cabría la posibilidad de que la asimilación constituya la manera más adecuada
de proteger la salud de distintos grupos socioculturales. En cambio, la necesidad de mejorar
aspectos comunicativos o innovar en materia de prestación de servicios para el cuidado
infantil, tal y como fue descrito, pueden sacarle más provecho a encuadres que subrayen la
importancia que tiene la diversidad cultural.
A futuro, resulta necesario desarrollar investigaciones empíricas capaces de señalar
los alcances y limitaciones que podría tener esta manera de analizar la solidaridad
redistributiva. Por el momento, no sería del todo descabellado suponer que el manejo hecho
de la diversidad cultural en sistemas de salud como los latinoamericanos se ha apoyado en
estrategias asimilacionistas, más que en las multiculturales e interculturales (siendo esta
última, la menos explorada). En este sentido, vale la pena pensar nuevamente en la manera
en que se está pensando la diversidad cultural. Tradicionalmente, las políticas en salud
tienden a pensarse en función de la curación de un determinado tipo de enfermedades
(recurriendo a enfoques biomédicos), o en su defecto, en relación con factores de
estratificación tales como la edad, el género o la clase socioeconómica de la cual se forma
parte (como bien se discute en el debate sobre determinantes sociales de la salud). La
inclusión de lo cultural, como un elemento que genera situaciones de desigualdad o
inequidad, aparece en las agendas políticas solamente en el último par de décadas. Su
discusión ganaría en mucho, si se pensara en función de cómo se están reformulando los lazos
de fraternidad que subyacen en nuestros Estados de Bienestar.
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