Paleoicnología de insectos
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Reo. Soco Eniomol. Argent. 58 (1-2): 104-116, 1999
Paleoicnología de insectos,-----------------
GENISE, Jorge F.Laboratorio de Icnología, Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia"
Av. Angel Gallardo 470, 1405 Buenos Aires, Argentina.
E-mail:[email protected]
• ABSTRACT. Insect Paleoichnology. Insect paleoichnology deals with insect
trace fossils preserved in sedimentary rocks, plant remains and other less fre
quent sustrates. Most of these traces are nests preserved in paleosols and bo
rings ocurring in wood and fruits. These trace fossils are only recently being
incorporated to the theoretical background of ichnology, mostly based on ma
rine and lacustrine traces. This incorporation is producing important changes
in c1assical concepts and classifications. On the other hand, insect paleoich
nology is contributing significantly to paleoentomology, extending backwards
the fossil record of important groups of insects. The abundance of insect tra
ce fossils in paleosols is a direct consequence of the highly diversified insect
behavior, the colonizing capacity of insects and the high preservational po
tential of constructed nests. Consequently, most described nests in paleosols
are attributable to bees, termites and dung-beetles, those insects that construct
the rnost elaborated nests. This paper reviews the information on known in
sect fossil nests ocurring in paleosols and other insect trace fossils preserved
in plant remains.
INTRODUCCiÓN
La paleoicnología de insectos se ocupa de
aquellas estructuras producidas por el trabajo delos insectos que han quedado preservadas comotrazas fósiles. Esta disciplina ha impactado en la
última década en las ciencias que le dieron ori
gen: la icnología y la entomología. La primera,
que estudia las trazas producidas por los anima
les, se basó tradicionalmente sobre impresiones,
excavaciones y perforaciones de organismos ma
rinos y sobre esta base construyó durante alrede
dor de SO años su núcleo teórico. En estos últimosaños la información obtenida de las trazas fósiles
de ambientes continentales, y especialmente de
paleosuelos, en los que los nidos de insectos sonmayoría, está haciendo revisar todos los princi
pios y conceptos de esta ciencia. Una caracterís
tica irnportante de los nidos fósiles de insectos,
que los diferencia de la mayoría de las trazas ma
rinas y en la que los icnólogos continentales han
trabajado particularmente, es que pueden ser
asignados con un alto grado de confiabilidad a ta
xones definidos: familias y géneros. Esta caracte
rística es la que, a su vez, ha originado la mayor
contribución de la paleoicnología a la paleoento
mología. El registro de importantes grupos de in
sectos pudo ser extendido hacia atrás en los últi
mos años en forma muy significativa, debido alhallazgo de sus nidos fósiles. Estos nidos son, enla mayoría de los casos, más preservables que los
propios constructores y a diferencia de estos últi
mos se conservan in situ, aportando además im
portantes datos paleoecológicos.
Comportamiento de nidificación de los insectos.La importancia de las trazas fósiles de insectos en
estudios sedimentológicos, paleoecológicos y paleoentomológicos entre otros, es una consecuen
cia directa o indirecta del complejo comporta
miento de nidificación de estos invertebrados
(Fig. 1). Los insectos son capaces de nidificar con
igual éxito en los ambientes más estériles, como
una duna costera o un depósito de ceniza volcánica, casi desde el mismo momento de su forma
ción. Esta capacidad colonizadora junto con el
retrabajo de los sedimentos y la incorporación de
materia orgánica que involucra la actividad de ni
dificación, los convierte en uno de los principales
agentes formadores de suelos (Retallack, 1990).
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GENISE, J. E, paleoicnología
Comparacióncon el área dedistribución
INFERENCIASPALEOECOLOGICAS
Adjudicablesa taxonesactuales
Ubicaciónespecífica
en los suelos
Numerososcaracteres
diagnósticos
APORTAN DATOS ALA ffiSTORIA
EVOLUTIVA DE LOSCONSTRUCTORES
COMPORTAMIENTODE NIDIFICACION DE
INSECTOS
ABUNDANCIA ENPALEOSUELOS
Fig. 1. Cuadro mostrando las interrelaciones entre el comportamiento de nidificación de los insectos, la abundancia de sus trazas fósiles en los paleosuelos y la información paleontológica que puede inferirse a partir de ellas.
En consecuencia, aun los niveles menos edafiza
dos (paleosuelos inmaduros) pueden contener
trazas fósiles de insectos, cuya abundancia au
menta en los paleosuelos más maduros (i.e. For
mación Pinturas, Genise y Bown, 1994a), siendo
entonces estas trazas una de las principales evi
dencias usadas por los sedimentólogos para el re
conocimiento de paleosuelos. El comportamiento
de nidificación ha acompañado en muchos casos
la extraordinaria diversificación morfológica de
los insectos. La gran diversidad arquitectónica de
nidos presente en algunos grupos, que refleja las
distintas estrategias reproductivas de cada espe
cie, es una de las causas básicas de la alta icno
diversidad atribuible a insectos que guarda el re
gistro fósil.
La mayoría de las trazas fósiles de insectos en
paleosuelos son nidos o partes de ellos, o sea, es
tructuras excavadas y/o construidas por los adul
tos para el desarrollo de las larvas. Estas, de esca
sa movilidad, están confinadas a sus celdillas ba-
jo tierra, y son alimentadas por los adultos con di
versos tipos de materia orgánica (polen, néctar,
excrementos, presas). Una humedad excesiva
produciría el rápido deterioro de las provisiones,
que terminarían por honguearse, mientras que
por el contrario, la humedad deficiente provoca
ría un deterioro de las mismás larvas que no po
seen una cutícula resistente a la desecación como
los adultos. Esto implica que las condiciones mi
croambientales de las celdillas deben estar bajo
un estricto control. Este control está ejercido en
primera instancia por el área de distribución del
constructor, que a su vez responde en gran esca
la a factores climáticos y a la vegetación. Esta re
lación ha servido para extraer inferencias paleo
climáticas, paleogeográficas y paleoambientales
de nidos fósiles de hormigas y termitas (Laza,
1982, 1995; Bown y Laza, 1990; Genise,1997).
El constructor establece las condiciones mi
croambientales de los nidos en forma definitiva
en pi momento de elegir el lugar donde nidificar.
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En esta elección tienen influencia crítica, entre
otros factores, la textura y humedad del suelo, ra
diación solar y cobertura vegetal. Las celdillas, es
tructuras más preservables que los túneles, son
ubicadas a profundidades muy específicas que es
tán determinadas por el gradiente de humedad del
suelo, el que se puede relacionar con el nivel de
la freática. Esto es lo que convierte a los nidos fó
siles de insectos y particularmente a sus cámaras,
en uno de los indicadores paleoclimatológicos,
paleoecológicos y paleopedológicos más precisos
(Hasiotis & Bown, 1992; Hasiotis et al.,1993).
También otras estructuras preparadas por insectos
en otros sustratos como las cámaras pupales de
derméstidos en huesos de mamíferos terciarios
(Martin y West, 1994) han sido utilizadas recien
temente para extraer inferencias paleoclimáticas,
Otra de las características más sobresalientes
de los nidos de insectos, que los diferencia de
otras trazas fósiles, también se origina en la nece
sidad de aislamiento de las larvas y provisiones.
Los adultos construyen paredes, tapices y otro ti
po de dispositivos para conseguir este aislamien
to. Estas construcciones, muy elaboradas, ofrecen
muchos caracteres diagnósticos, lo que permite
adjudicarlas a constructores específicos. En algu
nos grupos (i.e. termitas, Emerson, 1938) cada ti
po de nido es un carácter taxonómico tan fuerte y
estable como cualquier carácter morfológico, es
decir, un género de termitas puede ser identifica
do tanto por la morfología de sus especies como
por la de sus nidos. Esta posibilidad de identificar
el constructor es la que le otorga a este ítem de la
icnología una mayor connotación biológica y per
mite, por ejemplo, contribuir significativamente al
conocimiento de la evolución del comportamien
to o la historia evolutiva de los constructores.
Una condición indispensable que cumplen los
nidos de insectos para redondear su importancia
paleoicnológica, es poseer un alto potencial de
preservación. La misma necesidad de mantener
condiciones controladas dentro de los nidos hace
que los adultos utilicen en muchos casos diversas
materias orgánicas para su construcción lo que
les confiere este alto potencial de preservación
(Cenise y Bown, 1994a). No es casualidad que
hasta el presente sean las celdillas de abejas, las
masas de cría de los escarabajos y los termiteros,
las trazas más abundantes en los paleosuelos. Por
ejemplo, en el caso de los himenópteros solitarios
cavadores, básicamente abejas y avispas: son mu
chas las celdillas fósiles de abejas conocidas y
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con certeza ninguna de avispa. Estas últimas
aprovisionan presas en sus celdillas, que son me
ras excavaciones en el suelo sin ningún trata
miento posterior. Las abejas en cambio, aprovi
sionan polen y néctar, en algunos casos estas pro
visiones adoptan un estado semilíquido y si no
fueran contenidas por una pared impermeable se
difundirían hacia el suelo. Las distintas especies
de abejas tapizan sus celdillas con una diversidad
de secreciones propias y/o vegetales, mezcladas
o no con material del suelo para impermeabilizar
las celdillas y reforzar sus paredes, lo que evita la
pérdida de las provisiones. Recientemente se han
hallado capullos de avispas en algunos paleosue
los (Bown et al., 1997) pero sin relación con cel
dillas, lo cual se debería a que los capullos son
precisamente estructuras endurecidas construidas
con secreciones de las larvas con el agregado de
material del suelo. El caso de los escarabajos es
similar, los excrementos recién enterrados con
servan un cierto grado de humedad que es crítico
para el desarrollo de las larvas de muchas espe
cies. Este tenor de humedad se mantiene porque
los adultos encierran las provisiones en una es
tructura construida con material del suelo, secre
ciones y a veces con los mismos excrementos. El
caso de las termitas es algo diferente, tanto adul
tos como larvas conviven en el mismo nido y
siendo sus cutículas muy delgadas, la mayoría de
las termitas muestran una fuerte dependencia por
el grado de humedad de sus nidos. Esto no sólo
repercute globalmente en la distribución de estos
insectos, esencialmente pantropical, sino tam
bién en el comportamiento de construcción de
sus nidos. Básicamente los nidos son construidos
o tapizados con distintas combinaciones de ma
terial del suelo y material vegetal. En algunos ca
sos el principal material de construcción provie
ne del suelo y es mezclado con saliva y otras ve
ces el material es de origen vegetal y esta pasado
por el tracto digestivo y transformado en pellets
fecales, y aun otras es una mezcla de ambos (Lee
y Wood, 1971). Este material es utilizado para
construir o tapizar paredes.
Estos ejemplos demuestran que las trazas de
insectos más frecuentes en paleosuelos, pertene
cientes a abejas, escarabajos y termitas, corres
ponden a nidos que en parte han sido construidos
y no meramente excavados yen cuyos materiales
de construcción han intervenido secreciones o
heces de los insectos constructores. La explicación
para este hecho propuesta por Gen ise & Bown
GENISE, J. E, paleoicnología
(1994a) es que estas construcciones endurecidas,
generalmente más compactas que el suelo en las
que se hallan, tendrían en principio mayor probabilidad de preservación hasta que la diagénesis tuviera efecto, y posteriormente, la degradación de
la materia orgánica incorporada a los nidos favorecería la concentración de sales y óxidos que aumentarían la dureza de estas estructuras asegurando su definitiva preservación en los paleosuelos.
Trazas fósiles de insectos en la teoría icnológica.La gran diversidad de trazas fósiles tratadas tradicionalmente por la icnología (Frey, 1975; Ekdale
et al., 1984; Bromley,1990) comparte, sin embar
go, un rasgo en común: la mayoría se produjeron
en ambientes subácueos (i .e. fondo y márgenesde cuerpos de agua). Algunas trazas fósiles de insectos también se originaron en estos ambientes,registrándose entre los trazas más comunes, impresiones de locomoción y descanso (i.e. Monura del Carbonífero Superior de Kansas, Manganaet al., 1997) y capullos de Trichoptera (Sukatsheva, 1982). No obstante, donde las trazas fósiles
de insectos muestran su mayor diversidad y po
tencial es en los paleosuelos, debido a la necesidad de los insectos de nidificar en terrenos bien
oxigenados, no saturados por agua. Otros sustratos que merecen mencionarse como portadores
de trazas fósi les de insectos son los restos vegetales en los que son muy abundantes (Scott. 1992;Genise, 1993) y en menor medida, los restosóseos (Martin & West, 1994) y los coprolitos devertebrados (Chin & Gill, 1996). Esta abundanciaen los paleosuelos y en los restos vegetales leotorga a las trazas fósiles de insectos un lugarmuy particular en la icnología continental y hace
que su estudio, merezca un tratamiento especial
en la bibliografía icnológica (Hasiotis & Bown,
1992; Genise1993a).Si trazamos una curva a modo de sección de
un cuerpo de agua cualquiera, podemos afirmar
entonces que los nidos de insectos dominarán elsustrato por encima del nivel del agua y las plantas asociadas a él, lo que origina su posteriorabundancia en paleosuelos y restos vegetales.
Aunque la dicotomía planteada entre trazas fósi
les producidas en sustratos saturados con agua ylos que no lo están, es muy general y contiene ex
cepciones, es posible intentar una comparación
entre ambas con fines ilustrativos. Desde la pro
fundidad hasta sus márgenes los cuerpos de agua
son habitados por diferentes comunidades vege-
tales y animales. De estos últimos, aquellos que
merecen destacarse como productores de trazas
con mayor potencial de preservación son los artrópodos, moluscos, grupos de invertebrados vermiformes y vertebrados. Los sedimentos húmedos
son plásticos y permiten que se marquen y queden preservados los rastros y pistas (impresiones)de los invertebrados, así como también las pisadas y rastros de los vertebrados. En estos sedimentos, las trazas de insectos son generalmente
impresiones en la interfase con el agua, y corres
ponden a trazas de locomoción (repichnia) pro
ducidas entre otros grupos por larvas de insectos
acuáticos, y especies que viven en los márgenes
de los cuerpos de agua como heterocéridos y grillotálpidos. En estos ambientes, las condiciones
anaeróbicas impiden la descomposición rápidade la materia orgánica, que entonces tiene másposibilidades de fosilizarse y estas trazas se encuentran posteriormente asociadas con restos fósiles animales y vegetales.
Por el contrario, en los sedimentos no saturados son comunes las excavaciones y construcciones de los insectos, relacionadas con actividades
de nidificación (calichnia). Las trazas alcanzan
arquitecturas más complejas y predominan aque
llas que incluyen cámaras asociadas a túneles. Enestos niveles se desarrollan comúnmente paleo
suelos y las trazas pueden estar acompañadas decoprolitos y rizolitos. Los coprolitos, que para algunos deben ser considerados también trazas fósiles, pertenecen muchas veces a insectos, sonadjudicables a taxones particulares, arrojan importantes datos sobre alimentación y existe unaextensa bibliografía al respecto (Scott, 1992). El
buen drenaje que los suelos deben tener para al
bergar nidos de insectos implica condiciones oxi
dantes o intermedias, bajo las cuales la materia
orgánica es rápidamente descompuesta y reciclada, produciendo posteriormente estas condiciones la coloración gris, marrón, roja o amarilla de
los paleosuelos. Así, los niveles portadores de ni
dos son muchas veces escasos en restos fósi les,poco atractivos para los paleontólogos, y es unaregla general que no se conserven ni el constructor ni las provisiones del nido.
Junto con la colonización del suelo, los insec
tos han colonizado también las plantas vascularesy sus trazas son abundantes en restos fósi les vege
tales como maderas, hojas y frutos. En este caso
se trata básicamente de perforaciones en sustratos
duros y marcas de alimentación en hojas. Estas
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trazas no son en general nidos, son tubulares y ya
que las larvas utilizan el propio sustrato para ali
mentarse, básicamente podrían clasificarse como
fodinichnia (y xylichnia en el caso específico de
la madera). Estas trazas fósi les aparecen común
mente asociadas con pellets fecales.
A pesar de su abundancia y sus posibilidades
en estudios paleontológicos y sedimentológicos,
estas trazas fósiles, sólo recientemente están sien
do incorporadas a la icnología. Los trabajos im
portantes que tratan sobre trazas de ambientes
continentales se incorporan a la bibliografía icno
lógica recién en la década del 70, mientras que en
los 80 comienza el estudio sistemático de las tra
zas fósiles de insectos en paleosuelos (Hasiotis &
Bown, 1992) y recién en los 90 las trazas de insec
tos en restos vegetales (Genise, 1993a, 1995). Es
te es un momento de choque en el que las clasifi
caciones, conceptos y casi todo el cuerpo teórico
de la icnología basado sobre trazas producidas en
cuerpos de agua, y especialmente marinas, se es
tá encontrando con toda la información nueva
traída por los recientes estudios de trazas conti
nentales, lo que está provocando una revisión de
todos los conceptos y clasificaciones propuestas,
corno puede apreciarse en los siguientes párrafos.
En la clasificación que separa las trazas fósiles
en impresiones, excavaciones y perforaciones
(Ekdale et al., 1984), algunas trazas fósiles de in
sectos no pueden ser ubicados en ninguna de es
tas categorías. Algunos nidos pueden ser en parte
excavaciones y en parte construcciones, pero en
algunos casos la parte construida es tan o más im
portante que la excavada (i.e. Palmiraichnus,
Fleaglellius) y en otros casos se trata exclusiva
mente de construcciones (i.e Chubutolithes, ca
pullos de tricópteros). Una construcción no es
claramente una impresión, ni una excavación, ni
una perforación y merecería una categoría aparte.
El caso de las trazas en restos vegetales es igual
mente conflictiva, las trazas en madera o frutos
podrían considerarse perforaciones, perq las tra
zas de alimentación en hojas no pueden ser ubi
cadas en ninguna de las categorías tradicionales.
La clasificación etológica tradicional de Seila
cher (1953) y modificaciones posteriores presen
ta problemas similares. Ninguna de las 7 catego
rías tradicionales de trazas contemplaba lo que es
el fundamento de las trazas de insectos en paleo
suelos: un adulto construyendo un nido para su
descendencia. La imposibilidad de ubicar estos
nidos convenientemente en una de las categorías
conocidas y su abundancia e importancia dentro
de la icnología continental motivaron la creación
de una nueva categoría: calichnia, en la que se
agruparían todos los nidos de insectos en paleo
suelos (Genise & Bown, 1994a). Bown & Ratclif
fe (1988) habían propuesto otra categoría, aedefi
cichnia, para incluir los nidos de insectos cons
truidos con materiales ajenos al sustrato, como
puede ser el barro utilizado en los nidos subaéreos de avispas. Esta categoría fue utilizada poste
riorrnente para incluir otros nidos de insectos
construidos bajo tierra (Genise & Bown, 1994b;
Bown et al., 1997). Las trazas de insectos en res
tos vegetales presentan un problema similar. Ge
nise (1995) propone xylichnia, como una subca
tegoría de fodinichnia, para agrupar las trazas fó
siles de insectos en maderas, aunque con el mis
mo criterio deberían considerarse subcategorías
distintas para agrupar las trazas de alimentación
en hojas, frutos y otros restos vegetales.
Seilacher (1964) reconoció seis asociaciones
de trazas, a las que denominó icnofacies, cinco
de ellas para ambientes marinos, mientras que en
la restante, llamada icnofacie de Scoyenia, inclu
yó todas las trazas de ambientes continentales. A
esta clasificación se le sumaron posteriormente 3
icnofacies más y sólo recientemente Buatois &
Mangano (1995) propusieron una icnofacie de
Mermia para ambientes lacustres y Smith et al(1993) definieron una icnofacie de Termitichnus
(un icnogénero de nidos de termitas) para agrupar
todos los nidos en paleosuelos. Para otros (Hasio
tis & Bown, 1992) el número de icnofacies en un
determinado ambiente continental (por ejemplo
un bosque tropical) puede ser tan numeroso co
mo el de las litofacies, aunque este criterio de ic
nofacies es totalmente diferente al propuesto ori
ginalmente. Diversos autores (Hasiotis, como
pers.; Genise et al., en prep.) están trabajando ac
tualmente en un nuevo esquema. Las trazas de in
sectos en restos vegetales ni siquiera han sido
contempladas en relación con el tema de las ic
nofacies. Bromley et al. (1984) reconocieron una
icnofacie de Teredolites, para trazas de moluscos
en maderas expuestas al agua de mar como úni
co antecedente en ambiente marino. Bromley &
Asgaard (1991) comentan sobre el problema de
las icnofacies sustrato-controladas y juzgan ina
propiada la creación de icnofacies basadas en
trazas en restos vegetales, aunque todo el tema
merecería una revisión general.
Estos casos brevemente presentados, tienen
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GENISE, J.E, paleoicnología
como finalidad mostrar hasta que punto las trazas
de insectos, ya sea en paleosuelos o restos vege
tales, están impactando en el desarrollo actual de
la icnología, y la complejidad de los problemas
teóricos que estas plantean.
Trazas fósiles de insectos en restos vegetales. Las
primeras trazas fósiles de insectos fueron descrip
tas en el siglo pasado por autores alemanes y
franceses y corresponden a galerías de insectos
xilófagos en maderas petrificadas (Heyden, 18.56;
Rouchy, 187.5; Brongniart, 1876). Otro autor de la
época, Kolbe (1888), publicó sobre una supuesta
traza en una madera que finalmente terminó sien
do un trozo de amonite y es probable que este
fiasco haya desalentado a otros autores a conti
nuar con esta línea de investigación, que con al
gunas excepciones (Hollick, 1906; Meunier,
1911) se retomó recién en las décadas del 30 y 40
en que aparecieron varias publicaciones como
las de Jurasky (19.32), Abel (19.33), Brues (1936),
Schenk (1937), Walker (1938), Blair (1943) y
Linck (1949). En el país Wieland (193.5) y Fossa
Mancini (1941) advirtieron sobre la presencia de
galerías de insectos en maderas del bosque Jurá
sico de Jaramillo. Más tarde,'Schmidt et al. (19.58)describieron trazas de insectos en frutos petrifica
dos del Mioceno de Europa, y Peña (1971) descri
bió galerías de insectos en madera del Terciario
de Tierra del Fuego. La gran mayoría de estos tra
bajos son descriptivos, sólo en algunos casos se
nomina la traza, pero no contienen inferencias
paleoambientales o etológicas. En otros casos, los
autores sugieren posibles relaciones entre las tra
zas y algunos grupos actuales de insectos, pero
en general, estas relaciones no están justificadas
en forma apropiada y a veces sólo están sugeridas
por el nombre dado al icnogénero (Brues, 19.36;
Walker, 1938; Blair, 1943; Linck, 1949; Peña,
1971). Probablemente, los autores del siglo pasa
do publicaron sus trabajos con la sola intención
de comunicar la existencia de trazas de insectos
en maderas petrificadas. Posteriormente, los auto
res más recientes sintieron la necesidad de asig
narlas a familias definidas de insectos xilófagos,
especialmente coleópteros. Desde la década del
70, algunos paleobotánicos han publicado traba
jos referidos a interacciones de plantas y artrópo
dos en el registro fósil, algunos de ellos conte
niendo descripciones de trazas de insectos en
permineralizaciones vegetales (Scott et al., 1992).
La mayoría de ellos describen brevemente el ma-
terial y se centran en discusiones paleoecológi
cas, pero contrariamente a los trabajos anteriores,
no contienen descripciones detalladas y en nin
gún caso las trazas son nominadas.
Para la Argentina, Genise (199.5) describió pa
ra el Cretácico Superior de Río Negro una asocia
ción de trazas fósiles de insectos en maderas y
frutos petrificados: Xylonichnus trypetus son gale
rías probablemente de un bupréstido en una ma
dera de conífera, Stipitichnus koppae son perfora
ciones probablemente de un curculiónido en un
estípite de palmera, Cycalichnus garciorum es un
termitero excavado en la médula de un estípite de
cicadácea y Carporichnus ispp. son interpretados
como perforaciones de emergencia de brúchidos
en frutos de palmeras. También de Patagonia, del
bosque petrificado de Jaramillo de edad jurásica,
proviene de una rama de conífera, la traza Oekosichnus meniscatus, que conserva la disposición
meniscada del aserrín que rellena las galerías
(Genise & Hazeldine, 1995).
Junto con los trabajos de trazas en maderas han
aparecido desde la década del 70 algunos traba
jos de otras interacciones entre plantas y artrópo
dos, que completan el panorama de las trazas fó
siles de insectos registradas en sustratos vegetales
(Scott, 1992). Las improntas de hojas pueden pre
sentar trazas de alimentación en sus márgenes o
partes centrales: las trazas más antiguas son mar
ginales continuas y se conocen del Carbonífero
Superior, sólo a partir del Cretácico aparecen las
trazas marginales interrumpidas y las centrales.
También pueden presentarse trazas de minado: tú
neles por dentro de la hoja producidos por larvas
de insectos que se alimentan del rnesófilo dejan
do intactas las cutículas (Coleóptera, Diptera, Hy
menoptera y l.epidoptera). las trazas de minado
están ya presentes en el Carbonífero y Pérmico,
pero se hacen más abundantes en el Cretácico
con las angiosperrnas.v son muy comunes en ho
jas del Terciario. Las hojas fósiles pueden también
presentar agallas, las que seproducen por la reac
ción de los tejidos de la planta-ante la presencia
de un parásito (ácaros e insectos). Estas agallas
pueden ser reconocidas también desde el Carbo
nífero y se hacen más abundantes en material del
Terciario. Otro grupo importante de trazas de in
sectos son las perforaciones en esporas, granos de
polen, semillas y frutos. Estas trazas son menos fre
cuentes: existen esporas y semillas con perforacio
nes desde el Paleozoico Superior, pero la mayoría
de los casos conocidos provienen del Terciario.
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Trazas fósiles de insectos en paleosuelos. La pri
mera mención sobre el nido fósil de un insecto
(en un paleosuelo) se registra en el Diccionario
Geográfico del Uruguay (1900) donde se cita un
artículo del médico español Serafín Rivas quien
describe nidos de himenópteros fósiles. Cronoló
gicamente, el siguiente trabajo que menciona un
nido de insecto en un paleosuelo pertenece a
Schütze quien en 1907 describió la primer celdi
lla fósi I de una abeja. En la década del 30 apare
cen tres autores que le dan impulso a estos temas:
en América del Sur dos autores realizan aportes
de avanzada para esos años. Frenguelli (1930) ci
ta por primera vez nidos de abejas (que el consi
dera véspidos) en paleosuelos terciarios del Uru
guay y entre 1938 y 1941 publica una serie de
trabajos describiendo por primera vez nidos fósi
les de escarabajos y poniendo de manifiesto la
profusión de estos nidos junto con los de abejas
en el terciario de Patagonia. Simultáneamente,
Roselli en 1938 describe nidos fósiles de escara
bajos y abejas del Cretácico Superior del Uru
guay, de un yacimiento que actualmente es el
que presenta la mayor icnodiversidad en trazas
fósiles de insectos conocida. A diferencia de
Frenguelli, Roselli utilizó una nomenclatura bino
mial para las trazas, tal como se usa en la actua
lidad. Contemporáneo a estos autores, Brown, en
Estados Unidos de América, crea en 1934 el icno
género Ce//iforma para incluir las celdillas fósiles
de abejas y publica en 1935 yen 1941 otros artí
culos sobre el mismo tema. En años posteriores el
tema solo se mencionó ocasionalmente, y recién
en la última década, las trazas fósiles de insectos
en paleosuelos son tratadas sistemáticamente por
algunos autores que tratan de integrarlas al cuer
po teórico de la icnología. Actualmente, la ma
yoría de estas trazas pueden adjudicarse 'a tres
grupos bien definidos de insectos: escarabajos
(Coleoptera, Scarabaeidae). termitas (lsoptera). e
himenópteros, en su mayoría abejas (Apidae) y
hormigas (Formicidae).
La rnayoría de las trazas fósiles de coleópteros
son asignables a escarabajos y fueron descriptas
principalmente de América y particularmente de
América del Sur. Estas trazas, comúnmente de for
ma esférica, pueden agruparse básicamente en
dos icnogéneros válidos: Pallichnus Retallack
(1984) y Coprinisphaera Sauer (1955). En el icno
género Pa/fichnus, únicamente puede incluirse la
icnoespecie típica adjudicable al molde interno
de cámaras pupales de escarabajos. A diferencia
de Coprinisphaera estas trazas no son fácilmente
removidas del sustrato ya que sus paredes exte
riores son extremadamente delgadas.
Bruet (1950) describió masas de cría esféricas
de escarabajos del Pleistoceno de Ecuador, las
que posteriormente redescribió Sauer (1955) ad
judicándole el nombre de Coprinisphaera ecuadorensis. En este icnogénero pueden incluirse
provisoriamente todas las trazas fósiles de Améri
ca del Sur adjudicables a masas de cría esferoida
les o piriformes de escarabajos. Roselli (1938) re
conoció tres tipos: uno esférico, de aproximada
mente 40 mm de diámetro y con un agujero su
perior, mientras que los otros dos eran piriformes
y con diámetros entre 32-35 mm. Posteriormente
el mismo autor Roselli (1987) nomina y describe
los icnogéneros Madinaichnus, Martinezichnus y
Microicoichnus todos ellos atribuibles a bolas de
cría de escarabajos diferenciables por su tamaño
y el diámetro del orificio de salida. Estos icnogé
neros requieren una revisión icnotaxonómica pe
ro probablemente deban incluirse en la sinonimia
de Coprinisphaera. En cambio, Frenguelli (1938a,
1938b) reconoció primeramente tres tipos, los
que adjudicó directamente a géneros actuales de
escarabajos. 1) bolas de cría de Megathopa, de
24-39 mm de diámetro, del Oligoceno y Mioce
no de Patagonia; 2) bolas de cría de Centhon, de
12-27 mm de diámetro, del Pleistoceno de Entre
Ríos y 3) bolas de cría de Phanaeus, de 82-87 mm
de diámetro y piriformes, del Pleistoceno de San
ta Fe. Posteriormente, Frenguelli (1939a, 1939b)
describió dos tipos más: 4) bolas de cría de Pha
naeus del 01igoceno de Neuquén y Río Negro, y
5) masas cilíndricas de cría de Onthophagus. En
contribuciones posteriores, Frenguelli (1940,
1941) menciona otros nidos fósi les de escaraba
jos pero sin agregar nuevas descripciones. Cama
cho (1966), Andreis (1972), Laza (1986a, 1986b),
Laza & Reguero (1990) y Martínez (1982) men
cionan este tipo de trazas en diferentes contribu
ciones. Posteriormente Genise & Bown (1994a)
describen otra especie de Coprinisphaera del
Mioceno de Santa Cruz.
Otras trazas adjudicables a escarabajos po
seen otra morfología. Monesichnus ameghinoi es
una masa de cría cilíndrica idéntica a las cons
truidas por escarabajos actuales del tipo de
Oruscatus o Gromphes (Genise & Laza, 1998).
Adicionalmente esta traza cuenta en su estructu
ra interna con una red de galerías atribuibles a
otros escarabajos cleptoparásitos de menor ta-
110
GENISE, J. E, paleoicnología
maño que el constructor, por lo que resulta un
caso excepcional de una traza originada por dos
constructores diferentes. El icnogénero Eatonichnus comprende dos icnospecies del Paleoceno de
Estados Unidos de América también adjudicables
a masas de cría cilíndricas de escarabajos. A dife
rencia de Monesichnus estas masas presentan
una pared externa construida en forma helicoidal
(Bown et al., 1997). Scaphichnium hamatum del
Eoceno de Estados Unidos de América es una es
tructura en forma de gancho con relleno menis
cado bandeado que correspondería a capas alter
nativas de hojas, humus y bosta como se encuen
tra en los nidos de algunas especies de geotrupi
nos (Hasiotis et al., 1993). Otras trazas en paleo
suelos adjudicadas a coleópteros han sido des
criptas recientemente por Hasiotis & Dubiel
(1995) y Hasiotis & Demko (1996) para el Triási
co y Jurásico respectivamente de Estados Unidos
de América que parecen corresponder a cicindé
lidos, cuyas larvas predadoras excavan tubos ver
ticales en el suelo.
Los nidos de himenópteros más frecuentes en
paleosuelos son las celdillas de abejas que pue
den reconocerse por su forma, su interior liso y su
tapón en espiral. Frenguelli (1930, 19383, 1938b,
1939b, 1946) describió varias celdillas fósiles de
abejas para el Terciario de América del Sur y Ro
selli (1938) para el Cretácico de Uruguay mien
tras que casi simultáneamente Brown (1934,
1935) describía para el Eoceno y Mioceno de
América del Norte moldes internos de celdillas
de abejas y creaba el icnogénero Celliforma. En
este icnogénero habría que incluir todas las celdi
llas descriptas por Frenguelli del Terciario del
Uruguay y Patagonia. Posteriormente otros auto
res describieron más celdillas fósiles de abejas
asignables a Celliforma incluyéndolas en algunos
casos en este icnogénero, a veces correctamente
y otras veces no; a veces nominando la icnoespe
cie y otras veces no; y también a veces omitiendo
totalmente una mención a la icnotaxonomía dis
ponible (Brown, 1941; Sauer & Schremmer,
1969; Zeuner & Manning, 1976; Retallack, 1984;
Houston, 1987; Ritchie, 1987; Ducreux et al.,1988; Elliot & Nations, 1989; Ellis & Ellis-Adam,
1993; Hasiotis & Dubiel, 1993; Thackray, 1994;
Genise & Bown, 1994a; Hasiotis & Demko,
1996). Otras trazas adjudicables a abejas son in-o
c1uidas en: Palmiraichnus, cuyas celdillas a dife
rencia de las de Celliforma presentan paredes y
antecámaras (Genise & Hazeldine, en prensa);
Uruguay y Rosellichnus (Roselli, 1938; Genise &
Bown, 1996) en los que las celdillas se encuen
tran agrupadas en c1usters, y Ellipsoideichnus(Roselli, 1987; Genise & Hazeldine, 1998) de
particular diseño helicoidal.
Existen otras trazas fósiles adjudicables a otros
himenópteros. Handlirsch (1910) describió del
Oligoceno de Europa un nido que se asemeja a
los de barro construidos actualmente por los eu
rnénidos. Chubutolithes fue un nombre creado
por Ihering (1922) para designar unas estructuras
del Eoceno de Patagonia que él consideró como
restos dudosos de un invertebrado y que en reali
dad resultaron nidos de barro adjudicables a
pompílidos del género Auplopus (Genise &
Bown, 1990, 1991). Brown (1941) también des
cribió Cellitorme favosites, un típico panal de una
avispa social (Polistinae) del Cretácico de Améri
ca del Norte. Masrichnus isawii descripta por
Bown (1982) del Oligoceno de Egipto es una tra
za de afinidad dudosa que podría atribuirse a un
nido subterráneo de Vespidae (Genise, no publ.).Otras trazas fósiles de avispas descriptas reciente
mente del Paleoceno de Estados Unidos de Amé
rica corresponderían a los capullos que las larvas
tejen antes de empupar (Bown el al., 1997). Laza
(1982) describió por primera vez un hormiguero
fósil al que denominó Attaichnus kuenzelii del
Mioceno de La Pampa que fue por mucho tiem
po la única traza que podía ser atribuida sin du
da a la actividad de hormigas y específicamente a
hormigas podadoras de la tribu Attini. Estudios
muy recientes han permitido encontrar y describir
hormigueros fósi les del Mioceno de Emiratos Ara
bes (Bown & Genise, 1993); P-lioceno y Pleistoce
no de la provincia de Buenos Aires (Laza, 1995);
Jurásico de Estados Unidos de América (Hasiotis
& Demko, 1996) y Paleoceno de Estados Unidos
de América (Parowanichnus) (Bown et al., 1997).
Las descripciones de termiteros en paleosuelos
son relativamente recientes y no muy numerosas.
Si bien existe una extensa literatura sobre trazas
fósiles atribuibles a la actividad de termitas, mu
chas de estas trazas se refieren a la formación de
lateritas en áreas tropicales, una roca ferruginosa
de aspecto alveolar cuya relación con termiteros
fósiles se discute. En todos los casos se trata de
termiteros pleistocénicos o pliocénicos, lo que a
veces hasta permite su adjudicación a un género
actual de termitas. Las estructuras descriptas son
en general, grandes sectores de suelo con aspec
to alveolar ocupados por galerías interconectadas
111
Rev. Soco Entomol. Argent. 58 0-2), 1999
(Grassé, 1986). En cambio, Bown (1982) descri
bió por primera vez un termitero fósil con una
forma definida de los paleosuelos oligocenos de
Egipto: Termitichnus qatranii. Posteriormente,
Genise & Bown (1994b) en los mismos paleosue
los reconocieron por lo menos cinco tipos dife
rentes de termiteros. Cuatro de ellos, relaciona
dos arquitectónicamente con Termitichnus, y ad
judicables al trabajo de Macrotermitinae (termi
tas cultivadoras de hongos) que se caracterizan
por ser cámaras más o menos globulares conec
tadas por redes de galerías: Termitichnus qatraniy T. simplicidens en los que las cámaras están co
nectadas por una red que involucra túneles de
distinto grosor, y Vondrichnus obovatus y Fleaglellius pagodus en los que la red de interconexión
está formada por túneles de igual diámetro. Las
restantes dos icnospecies descriptas fueron inclui
das en el icnogénero Krausichnus cuya arquitec
tura corresponde a cámaras de poco espesor, api
ladas y conectadas con otros apilamientos por
amplios pasajes y túneles individuales, represen
tando un modelo completamente diferente al res
to y cuya asignación a un grupo actual es dudo
sa. Sands (1987) describió sin nominar, termiteros
pliocenos de Tanzania, adjudicables a la labor de
Macrotermes y Odontotermes. Bown & Laza
(1990) describieron un termitero del Mioceno de
Santa Cruz al que llamaron 5yntermesichnus (ontanae, debido a su parecido con los actuales ter
miteros de especies de Syntermes. Hasiotis & Du
biel (1995) describieron Archeoentomichnus metapolypholeos del Triásico de Estados Unidos de
América, adjudicándolo a la actividad de termitas
y posteriormente Hasiotis & Demko (1996) des
cribieron cuatro tipos de termiteros del Jurásico
de Estados Unidos de América, dos de ellos están
asociados a rizal itas, uno en el interior y otro ro
deando las raíces, mientras que de los otros dos
uno es esférico y otro lo componen cámaras pla
nas e inclinadas. Genise (1997) describió Tacuruichnus tetinei del Plioceno de Buenos Aires
asignándolo a termitas del género Cornitermescuya distribución restringida a áreas con más de
21°C de temperatura media anual y 1500 mm de
precipitación media anual es de gran utilidad pa
ra precisar las condiciones paleoclimáticas del pi
so Marplatense en el que fue hallado.
Importancia paleoentomológica. Una conse
cuencia importante del estudio de las trazas fósi
les de insectos es su contribución al conocimien-
to de la historia evolutiva de los constructores. En
muchos casos las trazas fósiles de invertebrados,
organismos de tamaño reducido, estructuras deli
cadas y cuerpo blando, se han preservado mejor
en el registro fósil que sus productores. Al día de
hoy las trazas de abejas, termitas y escarabajos
predatan los registros más antiguos de los propios
insectos y en muchos casos lo igualan o superan
en número, proponiendo nuevas hipótesis sobre
su historia evolutiva.
Los fósiles de termitas más antiguos conoci
dos pertenecen al Cretácico Inferior de Brasil
(Krishna, 1990). El hallazgo de termiteros fósiles
en el Triásico de Estados Unidos de América
(Archeoentomichnus) (Hasiotis & Dubiel, 1995)
confirmado posteriormente por la aparición de
cuatro tipos nuevos en el Jurásico de Estados Uni
dos de América (Hasiotis & Demko, 1996) de
muestran que las termitas y consecuentemente su
comportamiento social estaban presentes ya 150
millones de años antes que el fósil más antiguo
preservado y probablemente, desde el mismo mo
mento en que las plantas les brindaron la cantidad
de materia vegetal necesaria para su al imentación,
cambiando las ideas existentes sobre el surgimien
to de las termitas junto con las angiospermas.
El caso de las abejas es todavía más notable. El
hallazgo en los rnismos yacimientos triásicos y ju
rásicos de posibles celdillas de abejas, cambia to
davía más radicalmente los conocimientos e hi
pótesis sobre el origen y evolución de este grupo
de insectos (Hasiotis & Demko, 1996; Hasiotis etal., 1996). Tradicionalmente se cree que la histo
ria evolutiva de todos lo hirnenópteros comienza
en el Triásico con los primeros fósiles conocidos
de Syrnphyta (avispas fitófagas) y que recién en el
Cretácico Superior aparecerían los hirnenópteros
superiores, grupo al que pertenecen las abejas
(Burnham, 1978). Se creía que la diversificación
durante el Cretácico estaba relacionada, como en
otros insectos, con la diferenciación de las an
giospermas, ya que los himenópteros se encuen
tran en su mayoría estrechamente vinculados con
las flores. Michener & Grimaldi (1988) habían
descripto una abeja del Cretácico muy especiali
zada morfológicamente pero luego uno de los au
tores puso en duda la edad de este material (Ras
nitsyn & Michener, 1991). Sin embargo, esta esca
sa información paleoentornológica contrastaba
con la alta diversidad de nidos de abejas de la For
mación Asencio (Cretácico Superior-Terciario-lnfe
rior) (Genise, inéd.). que junto con la especializa-
112
GENISE, J.E, paleoicnología
ción morfológica del fósil cretácico sugerían que
las abejas podían haberse originado antes, aunque
siempre relacionadas con las angiospermas. Por el
contrario, el hallazgo de celdillas en el Triásico y
Jurásico, demostraría que las abejas estaban allí
presentes cuando aparecieron las plantas con flo
res y podrían haber sido en realidad los insectos
los que colaboraron en su explosiva radiación.
Halffter & Edmonds (1982) sostenían que los
coprófagos se habían originado durante el Meso
zoico con el advenimiento de los grandes reptiles
herbívoros. Para Cambefort (1991), en cambio, su
origen se remontaría también al final del Meso
zoico pero favorecidos por el aumento de los ex
crementos de mamíferos. Más recientemente
Scholtz & Chown (1995) ubicaron a la diversifi
cación de los escarabajos modernos recién en el
Oligoceno Inferior, de cuando data el fósil más
antiguo conocido y habría tenido lugar la radia
ción de los Artiodactyla, los que según estos au
tores habrían proporcionado la cantidad de ex
crementos necesarios. La gran variedad de trazas
de escarabajos de la Formación Asencio (Cretáci
co Superior-Terciario Inferior) del Uruguay sería
el registro más antiguo de esta familia cuyo ori
gen entonces no estaría vinculado a la radiación
de los Artiodactyla, sino a otros herbívoros de finales del Cretácico. Adicionalmente, Chin & Gill
(1996) encontraron trazas fósiles de escarabajos
en coprolitos de dinosaurios cretácicos y Hasiotis
et al. (1993) y Bown et al. (1997) describen trazas
de escarabajos del Paleoceno de Estados Unidos
de América.
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